Domingo Savio nació el 2 de abril de 1842 en un pueblecito de Italia, San Juan de Riva, relativamente cerca del lugar donde nació Don Bosco. Sus padres se llamaban Carlos y Brígida. Le bautizaron el mismo día a las cinco de la tarde, en la iglesia de la Asunción En cuanto a su manera de ser, Don Francisco Cerruti dice que tenía “un carácter avispado y el ingenio vivo”. Alegre, vivaracho, abierto, siempre dispuesto para seguir los buenos ejemplos que veía.
Domingo Savio había manifestado a su maestro y párroco don José Cugliero el deseo de seguir estudiando y hacerse sacerdote. Éste se lo comentó a su amigo Don Bosco. Era el primer lunes de octubre por la mañana. Un niño, acompañado de su padre, se acerca para hablarme –¿Quién eres? ¿De dónde vienes?
–Soy Domingo Savio.
Entonces comencé hablar con él de los estudios y de la vida que hacía en familia; sintonizamos enseguida: él conmigo y yo con él. Después de un buen rato de conversación Domingo me dijo:
–Entonces, ¿qué piensa de mí? ¿Me llevará usted a Turín para estudiar?
–Me parece que hay en ti una buena tela
–¿Y para qué podrá servir esta tela?
–Para hacer un buen traje y regalárselo al Señor.
–Pues, si yo soy el paño, usted será el sastre. Lléveme con usted y hará un buen traje para el Señor.
Continuamos el diálogo y, después de manifestarle que podía venirse a Turín, me dijo:
–Espero portarme de tal modo que jamás tenga queja de mí.
La fórmula de la Santidad
Desde los primeros días de su estancia en el Oratorio, Domingo Savio se propuso cumplir todas las normas de la casa y adaptarse a lo que se le iba indicando. Hasta tal punto que llegó a formar un grupo de amigos que se ayudaban en todos los aspectos de la vida de estudiantes y en las prácticas de vida cristiana.
Además procuraba ayudar a los que llegaban por primera vez al Oratorio.
Un día llegó al Oratorio un joven de 15 años llamado Camilo Gavio. Los primeros días no conocía a nadie y comenzó a estar solo y sentirse triste.
Dándose cuenta de ello Domingo Savio se le acercó y le invitó a pertenecer a su grupo y a seguir su estilo de vida, que era procurar la santidad.
Camilo agradeció la invitación pero quedó desconcertado, por eso le dijo:
–Domingo, lo que me propones me agrada, pero no sé cómo actuar.
–No te preocupes, es muy fácil, te lo diré en dos palabras: aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres. Nosotros procuramos evitar todos los comportamientos negativos que roban la paz del corazón
En los años que Domingo Savio estuvo en el Oratorio estaba reciente la proclamación del dogma de la Inmaculada. Este hecho y la devoción que se tenía a María, motivaron a Domingo a dar el nombre de Compañía de la Inmaculada a un grupo de amigos que se reunían para ayudarse y hacer el bien.
Entre los compromisos que adquirían los miembros de esta Compañía estaban la frecuencia de los sacramentos, procurar imitar a Jesús, y el acercarse a los compañeros menos ejemplares para tratar de ayudarles a mejorar. Domingo Savio supo escoger a los mejores compañeros para la Compañía de la Inmaculada, justamente los mismos en quienes Don Bosco se fijó después para invitarles a ser los primeros salesianos.
En los últimos días que Domingo pasó en su casa, recibió la visita del párroco y estuvo charlando con él durante un buen rato. Sus últimas palabras fueron: No lloréis, yo veo ya al Señor y a la Virgen que me esperan con los brazos abiertos.
Y con estas palabras expiró tranquilamente. Eran las diez de la noche del lunes 9 de marzo de 1857. Domingo tenía 14 años y once meses.
Al día siguiente, su padre escribió a Don Bosco comunicándole la muerte del hijo y los últimos momentos de su vida. Cuando llegó la noticia al Oratorio todos la recibieron con sentido dolor. Don Bosco se lo comunicó a los chicos y les recomendó vivamente que lo tomaran como modelo.
Esta fama no sólo la tenía dentro del Oratorio y en los ambientes salesianos, Domingo era reconocido como santo, invocado y venerado por muchos fieles, su imagen estaba en muchos hogares. A la familia le llegaban peticiones de algún objeto que hubiese pertenecido a Domingo. Su hermana Teresa cuenta cómo tuvieron que repartir todos sus objetos entre los chicos del Oratorio que llegaban a visitar la tumba de Domingo.
Y la familia se sentía orgullosa de ser reconocida como los parientes del niño santo.
La fama de santidad de Domingo aumentaba con el tiempo porque respondía a las invocaciones que se le hacían.
Con esto, Domingo no hacía más que continuar lo que ya había iniciado en vida: ser un hilo conductor de la gracia de Dios para todos los que le rodeaban.
El entusiasmo y simpatía por la figura de Domingo Savio fue también compartido por los Papas. Con gran alegría y sin ahorrar elogios para el «pequeño gigante de la santidad » Pío XI le declaró Venerable el 9 de julio de 1933, Pío XII lo proclamó Beato el 5 de marzo de 1950, y Santo el 12 de junio de 1954. Muchos miles de adolescentes llenaban la Plaza de San Pedro y aplaudieron con fuerza al primer santo de 15 años.