Mi vocación misionera es el mejor regalo que he recibido
P ensando en los comienzos de mi vocación misionera, me acuerdo
siempre cómo, cuando era niño, mi madre me llamaba para hacer
algo: “ven, haz esto o aquello”; yo procuraba dejar todo lo que
estaba haciendo y hacer lo que me pedía de la mejor manera posi-
ble.
Mi vocación misionera es como esta llamada en un determinado
momento de mi vida. Recuerdo que como posnovicio había pedido ir a las
misiones. Tres de mis compañeros fueron enviados a Papúa Nueva Guinea,
pero yo no. Esto me hacía pensar varias veces: “¿Por qué no me han man-
dado?” Sin embargo siempre alimentaba mi vocación misionera. Y he man-
tenido siempre el fervor misionero que ardía en mi corazón dando lo mejor
de mí en todas las ocupaciones que me han encomendado tanto en el tiro-
cinio como durante los estudios de teología.
Finalmente, durante mi último año de teología, mi director me comunicó que tenía un doble regalo para mí:
mi petición de ordenación sacerdotal había sido aceptada positivamente y que sería enviado como misionero a Timor.
Pero mi vocación misionera tuvo la primera pureba de fuego. Cuando llegué a Timor en 1992 comenzaba su
fuerte movimiento de independencia de Indonesia. En realidad fue un milagro conseguir el permiso de entrada en
Timor, pero cuando respondemos su llamada, Dios se encarga de todo lo demás. Cuando se desencadenó el descon-
cierto civil muchas de nuestras casas fueron quemadas; entonces mi Inspector me pidió que acompañara a nuestra
gente que huía de la violencia que estaba consumiendo el país. Era el caos total. Perdimos la comunicación con to-
dos. Como algunos hermanos llegaron a pensar que yo estaba muerto, ya había ofrecido misas por mi descanso eter-
no. Viví varios meses entre los refugiados timireses en Australia. Pero nunca dudé de la protección de Dios para todos
nosotros.
En estos años he afrontado muchas situaciones difíciles y peligrosas pero nunca he lamentado ser misionero.
Yo pensaba que ser misionero sólo era predicar, enseñar, etc., pero ahora, después de 25 años, me doy cuenta de
que ser misionero significa ser paciente, humilde, delicado. A veces me sucede que me encuentro con personas de
las que apenas me acuerdo y que me dicen: “Gracias por haberme acercado al Señor”, sólo por haberles prestado
algún servicio cuando eran jóvenes, muchos años atrás.
De veras, puedo decir que mi vocación salesiana sacerdotal y misionera es el mejor regalo que he recibido de
nuestro Dios misericordioso. Cuando el Señor llama no tenemos que tener miedo a responder, ¡Él se encargará de
todo lo demás!
P. José Dwight San Juan
filipino, misionero en Timor Leste
Testimonio de Santidad Misionera Salesiana
P. Pierluigi Cameroni SDB, Postulador General para las Causas de los Santos
El Venerable Mons. Vicente Cimatti (1879-1965), misionero en Japón, escribe así a
Don Pedro Ricaldone: “No faltan personas que desde lejos y por mucho tiempo obser-
van la vida del misionero, y estudian sus palabras y sus obras. Gracias después al
espíritu salesiano de serena alegría, de sencillo interés por la juventud, se llega a ga-
nar adhesión y simpatía. Y finalmente es irresistible la fascinación de la caridad: las
obras de misericordia no pueden dejar indiferente al pagano”.
Intención Misionera Salesiana
Por la consolidación y la fecundidad del Proyecto Europa en todas las inspectorías de
la región Europa Centro-Norte.
Los profundos y rápidos cambios sociales y culturales en Europa crean en las personas, y
también entre algunos hermanos, desánimo y falta de confianza. Recemos para que
Europa no olvide sus raíces cristianas e con optimismo, esperanza y belleza fundada en
Cristo, continúe su compromiso misionero e evangelizador.