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Queridísimos Hermanos:
Me siento contento al presentaros las Actas del Capítulo General 26º, que concluyó felizmente el sábado 12 de abril de 2008. Esta fecha de conclusión asume para nosotros un significado simbólico: nos recuerda la entrada de Don Bosco en Valdocco el día de Pascua de 1846. Si para él aquel día significó el comienzo de una nueva etapa de su misión, para nosotros este 12 de abril de 2008 representa el comienzo de un sexenio que nos conducirá a la celebración del bicentenario del nacimiento de nuestro amado Fundador y Padre.
Durante el desarrollo del Capítulo vosotros habéis ya tenido la oportunidad de estar informados tempestivamente sobre la intensa experiencia salesiana vivida, la metodología de trabajo seguida, los diversos contenidos profundizados. Además, habréis ciertamente escuchado la comunicación de ese gran acontecimiento vivido por los participantes en el Capítulo: inspectores, delegados e invitados. Ahora la promulgación de las deliberaciones capitulares nos invita a su aplicación (cfr. Const. 148).
La publicación de las Actas, con los documentos que forman parte de ellas, hace oficiales las orientaciones asumidas y marca el punto de partida del sexenio 2008-2014. Espero y deseo que la lectura personal, el estudio comunitario y la puesta en práctica de las líneas de acción lleven como fruto precioso el encenderse del corazón de cada uno de vosotros con la misma pasión espiritual y apostólica de Don Bosco. El Señor Jesús, mediante su Espíritu, pueda “abrir vuestro corazón” (cfr. Hch 16,14).
En esta mi presentación deseo ilustraros el tema, el método de discernimiento, los sujetos implicados, el espíritu del Capítulo y las deliberaciones tomadas. Este conjunto de elementos os servirán de guía en la lectura del documento y sobre todo en su aplicación.
El tema del CG26 es unitario, aunque esté articulado en núcleos temáticos. A primera vista puede parecer que el CG26 haya tratado de cinco argumentos diversos; en realidad se trata de un único tema: el programa de vida espiritual y apostólica de Don Bosco. El lema “Da mihi animas, cetera tolle” puede ser comprendido plenamente conociendo la vida y la obra de nuestro amado Padre y Fundador Don Bosco. En efecto, se trata de su proyecto personal de vida, que se expresa como oración personal. Dicho lema debe ser interpretado a la luz de la entrega apostólica, de la creatividad pastoral, del trabajo incansable, en una palabra, de la mística apostólica de Don Bosco; pero también de las renuncias afrontadas, de las numerosas dificultades superadas, de los compromisos mantenidos por Don Bosco, de su ascética. El sujeto implícito de este lema es Don Bosco; el primer núcleo “volver a partir de Don Bosco” lo hace evidente y lo pone como fundamento de todo el resto.
El “da mihi animas” se traduce en el compromiso de evangelizar a los jóvenes, especialmente los más pobres. En efecto, la pasión apostólica de Don Bosco y del salesiano se expresa inmediatamente en la capacidad de comprender las urgencias de la evangelización y de actuar para que a todos les sea hecho el don de Jesucristo y de su evangelio. En la acción evangelizadora transmitimos la pasión apostólica también a los seglares, a las familias y sobre todo a los jóvenes; a éstos en particular tenemos el valor de proponer la vida consagrada salesiana, siguiendo a Jesús por las huellas de Don Bosco, no como una posibilidad de realización personal entre otras, sino como una llamada de Dios.
El “cetera tolle” nos hace disponibles para dejar todo lo que nos impide ir donde se encuentran las necesidades más graves de los jóvenes: las nuevas fronteras de la misión salesiana. El evangelio es buena noticia para los pobres y es proclamado por pobres. Las necesidades más urgentes de los jóvenes son sus pobrezas materiales, pero también las afectivas, culturales, espirituales; éstas nos llaman a una disponibilidad radical y a dejar a un lado todo lo demás. Las pobrezas de los jóvenes nos piden también ser solidarios con ellos, compartir con ellos una vida sencilla y pobre, poner a su disposición los recursos que tenemos.
Los desafíos de la postmodernidad nos llaman a superar la fragmentación de nuestra vida y de nuestra cultura. Por esto, el tema del CG26 nos debe ayudar a vivir la “gracia de unidad”, o sea, a acoger el don de la unificación de nuestra vida, a asumir el programa de vida espiritual y pastoral de Don Bosco como criterio de unidad, a traducirlo operativamente en nuestras opciones personales y comunitarias, de inspectoría, de región y de congregación.
Como ya lo hizo el CG25, para el estudio de los núcleos temáticos el CG26 ha adoptado el método del discernimiento. La asunción de un método ya experimentado, utilizado también para el proyecto de vida personal y el proyecto de vida comunitaria, ha facilitado el trabajo, pero sobre todo ha ayudado a valorizar mejor las potencialidades del discernimiento. Esto nos ha permitido caminar por un camino seguro y ofrecer un desarrollo de proyecto y no sólo doctrinal del tema capitular.
En la llamada de Dios a través del discernimiento se han individuado, en cada núcleo, las llamadas urgentes y las prioridades. La llamada, pues, no describe de modo exhaustivo todas las exigencias ligadas a un núcleo temático, sino sólo las prioritarias; el discernimiento nos ha llevado a hacer opciones. Discernir es precisamente distinguir lo que es fundamental de lo que es secundario en un determinado momento, y hacer las opciones consiguientes.
Por ejemplo, para volver a partir de Don Bosco el CG26 ha individuado y propuesto tres caminos principales: volver a él, volver a los jóvenes, reforzar la identidad carismática y reavivar la pasión apostólica. Análogamente, para responder a la urgencia de la evangelización el Capítulo ha escogido estas prioridades: cuidar la comunidad salesiana de modo que sea evangelizada y evangelizadora, dar centralidad a la propuesta de Jesucristo, profundizar la aportación de la educación a la evangelización, prestar atención a los contextos regionales. El mismo método se ha seguido luego también para los otros núcleos.
En el análisis de la situación el discernimiento nos ha conducido a captar los aspectos positivos, los signos de esperanza, los recursos, pero también las dificultades, los retrasos, los desafíos, en referencia a las opciones fundamentales indicadas en la llamada. Brota de todo ello una visión de los temas centrada en la lectura de las prioridades: así aparece evidente un cuadro de luces y sombras, que en seguida nos orienta a buscar las líneas de acción más oportunas.
En las líneas de acción de cada núcleo encontramos una novedad: al comienzo se indican los procesos que hay que activar para el cambio. Es decir, se señalan las situaciones que superar y se pone delante la meta adonde las líneas de acción deben conducir; se trata de pasar de un estado de debilidad a una nueva configuración de la vida. Son procesos de conversión de mentalidad y de cambio de estructuras; nos indican nuestro éxodo y nuestra pascua.
Las líneas de acción presentadas son diecisiete; pero en realidad se trata de cinco grandes líneas operativas, especificadas en sus modalidades concretas de realización. En efecto, se trata fundamentalmente de realizar estos compromisos: volver a partir de Don Bosco, responder a las urgencias de la evangelización, tener el valor de proponer a los jóvenes la vocación consagrada salesiana, dar un testimonio creíble de pobreza evangélica y de vida sencilla, lanzarse sobre las nuevas fronteras de la misión salesiana.
Las líneas de acción se especifican a través de las intervenciones puntuales. Éstas se asignan a diversos sujetos. Es necesario notar que no todos deben hacerlo todo, sino que a los diversos sujetos se les pide una aportación específica. Con la aportación de todos, las líneas de acción se podrán concretar; cada uno tiene el mandato de hacer su parte. He aquí, pues, la importancia de los sujetos que se deben implicar.
El CG26 puede realizar el cambio deseado en la vida de la Congregación y hacerlo realidad, sólo si hay sujetos que generosa y responsablemente asumen su mentalidad y las orientaciones. La pluralidad de los sujetos implicados es garantía de una acción eficaz.
El CG26 se dirige en primer lugar al salesiano Después de los Capítulos generales 23, 24 y 25 que han puesto de relieve a la comunidad salesiana local, el CG26 quiere poner en el centro de sus atenciones al hermano en particular. Es él quien ha recibido de Dios el don de la vocación salesiana; es él, por tanto, quien es llamado a responder a tal don con fidelidad creativa y a asumir el programa espiritual y pastoral de Don Bosco “da mihi animas, cetera tolle”.
El CG26 pretende reavivar en el corazón de cada hermano la pasión apostólica y le propone un perfil caracterizado por la identidad carismática; de este modo, él puede ser Don Bosco para los jóvenes de hoy. Él está llamado a tener una intensa y profunda vida espiritual, a vivir en familiaridad y alegría la vida fraterna, a estar con los jóvenes, a ser audaz en la acción evangelizadora, a ir a los lugares de frontera de nuestra misión, a vivir pobremente, a implicar a seglares, familias y jóvenes mismos en el ardor pastoral, a proponer a los jóvenes la vida consagrada salesiana, a amar y hacer conocer a Don Bosco.
El CG26, luego, interpela directamente a toda comunidad. En efecto, en las líneas de acción hay casi siempre intervenciones que se proponen a la comunidad, para que ésta las asuma en su camino. En particular, la comunidad toma la iniciativa de la acción evangelizadora, se preocupa de las vocaciones para la vida consagrada salesiana y da su testimonio de pobreza evangélica. La comunidad evangelizada está llamada a ser evangelizadora; su testimonio es la primera propuesta vocacional; su vida vivida en sencillez y austeridad manifiesta su amor a la pobreza; se lanza con audacia entre los jóvenes pobres; en el sitio donde vive, repropone con los jóvenes la experiencia de Valdocco.
De este modo, el CG26 pide a la comunidad salesiana continuar los procesos que el CG25 había activado, solicitando todavía la consistencia cuantitativa y cualitativa. En la comunidad el hermano crece en el seguimiento de Cristo y realiza el don de sí a Dios por los jóvenes. Él está llamado a asumir en primera persona las nuevas exigencias de su vocación; al mismo tiempo, la comunidad que vive la plenitud de sus dinámicas favorece su formación continua.
El CG26 indica también otros sujetos: la inspectoría, la región, el Rector Mayor con el Consejo general. Valorizando la subsidiariedad, cada uno desempeña sus deberes y todos cooperan en la realización de la misma llamada y de las mismas líneas de acción. Esté fuera de duda que la acción no puede quedar limitada a estos sujetos. Entra en juego enseguida la implicación y el protagonismo de jóvenes, de seglares y familias y, por tanto, de la comunidad educativa pastoral. Como tampoco es pensable vivir y actuar sin la Familia Salesiana y sin la relación con el territorio y la Iglesia local.
El Capítulo General ha sido un acontecimiento inolvidable, que muy pronto se convertirá en una crónica que contar sobre todo por parte de los que lo han vivido. Se ha traducido también en un hermoso documento, que, sin embargo, correría el peligro de quedarse en “letra muerta” sin un espíritu que lo anime. El CG26 es, pues, también un espíritu; debemos reconocer entonces cuál es el espíritu del CG26.
Como está vivo y operante el “espíritu del Concilio Vaticano II”, así podemos decir que hay un “espíritu del CG26” que ha de acogerse. Está constituido por la misma pasión que ardía en el corazón de Don Bosco y lo impulsaba a buscar la gloria de Dios y la salvación de las almas. Ha guiado a la Asamblea en el discernimiento y en la redacción del documento y hace que el texto capitular se transforme en vida, vitalidad y vivacidad para todo hermano, para las comunidades, las inspectorías, las regiones y toda la Congregación.
Es el Espíritu de Cristo que anima y vivifica. El espíritu del CG26 es un don del Espíritu del Resucitado para nuestra Congregación. Él ha derramado la abundancia de sus dones sobre todos nosotros con un renovado Pentecostés. Él abre la mente de todo hermano y calienta su corazón; lo inflama así con una renovada pasión que dará frutos abundantes. De este modo el CG26 no es sólo crónica o sólo un documento, sino que se hace historia para cada uno de nosotros y para la Congregación.
El Capítulo general ha producido también algunas deliberaciones referentes a las Constituciones y los Reglamentos generales y el gobierno de la Congregación. Algunas de ellas se refieren al gobierno central y a las regiones, otras a la relación entre la comunidad salesiana y la obra y al ecónomo local, otra todavía a nuestras instituciones de educación superior.
Pongo de relieve la orientación declarada acerca de los llamados “dicasterios de la misión salesiana”. El Capítulo ha expresado la exigencia de mayor colaboración y unitariedad en el planteamiento y en la realización de la misión salesiana. Animo a las inspectorías a tener presente esta sensibilidad y a sacar de ellas inspiración en la animación inspectorial.
Me parece importante hacer presente también la orientación respecto de las tres regiones de Europa. Tomando en consideración los procesos culturales de unificación de Europa, las experiencias de colaboración en acto y las reestructuraciones de las Inspectorías, es preciso intensificar las formas de coordinación, favorecer las sinergias, superar una visión de región particular y, por tanto, tener una mirada europea.
Considero también interesante la indicación expresa sobre la relación entre comunidad salesiana y obra. La orientación ofrecida ayudará a profundizar también desde el punto de vista institucional y jurídico lo que había sido la acción del CG25, que pedía se consideraran como dos auténticos sujetos la comunidad salesiana y la comunidad educativa pastoral.
El Capítulo General ahora se entrega a toda la Congregación. Las inspectorías y las visitadurías, a través de los Capítulos inspectoriales, ya habían producido sus líneas de acción, individuando objetivos, procesos e intervenciones. Ahora con las indicaciones del CG26 ellas están llamadas a integrar el trabajo ya realizado, con referencia a cada salesiano, a las comunidades locales y a la comunidad inspectorial.
Nos confiamos a María Auxiliadora. Con su intervención maternal, para contribuir a la salvación de la juventud, el Espíritu Santo suscitó a Don Bosco (cfr. Const. 1). Ella lo guió en la realización de la misión juvenil. “Es Ella la que ha hecho todo”. Ella es nuestra Madre y Maestra. De Ella aprendemos la docilidad al Espíritu Santo y la profundidad de la vida espiritual, que es la raíz de la fecundidad de nuestra misión. A Ella recomendamos los desafíos de la evangelización, las vocaciones para la vida consagrada salesiana, los jóvenes pobres. María, Auxilio nuestro, interceda por nosotros.
Don Pascual Chávez Villanueva Rector Mayor Roma, 11 de mayo de 2008 Solemnidad de Pentecostés
“He prometido al Señor que hasta mi último aliento, estará al servicio de mis pobres muchachos”
(Memorie Biografiche XVIII, 258; MBe XVIII, 229)
La pasión de Don Bosco por la salvación de la juventud es nuestra herencia más preciosa. El Capítulo General 26º se ha propuesto reavivarla en todo salesiano poniendo en el centro de la reflexión de las comunidades y de las Inspectorías el célebre lema de nuestro Padre y Fundador Da mihi animas cetera tolle. Así se ha iniciado un proceso de renovación interior y de reflexión, que ha desembocado en las aportaciones que han llegado a la asamblea capitular como punto de partida para sus trabajos.
Peregrinos a los lugares de Don Bosco, hemos comprendido desde el principio que el Da mihi animas cetera tolle recoge la experiencia carismática de los orígenes y el testimonio de tantos hermanos de ayer y de hoy. Y nos interroga acerca de nuestra capacidad de ser Don Bosco en nuestro tiempo y nos invita a ser entusiastas de su proyecto de santidad, testimonios gozosos y creíbles del espíritu salesiano, enamorados de Dios y entregados a los jóvenes “hasta el último aliento”. Nos encontramos así en la fuente de la vida consagrada y en el corazón de la misión, puesto que en dicho lema se concentran la mística y la ascética que caracterizan la vocación salesiana. Todo esto significa para nosotros volver a Don Bosco y volver a partir con él para ir al encuentro de los jóvenes de hoy.
Los hemos tenido presentes como principales interlocutores durante todo el tiempo del Capítulo, con el vivo deseo de revelarles el amor de Dios. La frontera juvenil está hoy más que nunca llena de desafíos y de recursos; se presenta atrayente y difícil. Es indispensable para nosotros comprender las esperanzas y las necesidades de los jóvenes, apreciar los valores a los que son más sensibles y reconocer las potencialidades que les son propias. Debemos darnos cuenta de las amenazas y de los obstáculos que deben afrontar y superar en la búsqueda de vida, en el camino de la libertad, en la experiencia del amor. Es nuestra responsabilidad vocacional aceptar el desafío de esta emergencia, no desertar de esta frontera que nos pertenece. Educación y evangelización son la aportación más grande que podemos ofrecer a los jóvenes, a la Iglesia y a la sociedad de hoy en el espíritu, con los métodos y los contenidos del sistema preventivo.
Acogiendo la invitación del Rector Mayor en la carta de convocación, hemos explicitado el “volver a partir de Don Bosco” siguiendo cuatro temas: la urgencia de evangelizar, la necesidad de convocar, la pobreza evangélica y las nuevas fronteras. No se trata de temas separados, sino de aspectos constitutivos del programa de vida espiritual y apostólica de nuestro Padre y Fundador. Son elementos de gran actualidad, de los que se derivan compromisos concretos y exigentes de renovación. Son nuestras prioridades para este momento.
Las hemos individuado poniéndonos en sintonía con la Iglesia y en la escucha de la Congregación, prestando atención a los diversos contextos regionales, recogiendo los testimonios más vivos y proféticos, confrontándonos sobre las nuevas pobrezas y sobre los desafíos que la evangelización pone a toda la Iglesia, tanto en los países de antigua tradición cristiana como en los de misión. Nos ha ayudado mucho la confrontación entre nosotros, tanto en los debates en aula como en los trabajos de comisión; pero todavía más el clima de oración y de fraternidad que ha caracterizado nuestra convivencia y sobre todo la palabra autorizada del Santo Padre Benedicto XVI.
Hemos llegado así a la redacción del texto que ahora presentamos, como memoria de nuestra experiencia y de nuestro compartir el esfuerzo realizado para descifrar e interpretar los signos de los tiempos. En él se encuentran los núcleos articulados en:
llamada de Dios: con la mirada dirigida, contemporáneamente, a Don Bosco y a los jóvenes, hemos hecho trabajo de discernimiento para captar qué quiere Dios de nosotros hoy;
situación: hemos recogido cuanto nos han hecho llegar los hermanos como fruto de su búsqueda y narración de su experiencia, y hemos individuado tanto los aspectos positivos como los problemáticos, conscientes de que Dios nos habla a través de la historia;
líneas de acción: decididas tras algunas notas que pueden favorecer el cambio de mentalidad y de estructuras, indican sintéticamente las principales prioridades que la Congregación pretende afrontar en el próximo sexenio; tales líneas se articulan en intervenciones que corresponden a cada salesiano, a la comunidad, a la Inspectoría, a la región y al gobierno central, proponiendo indicaciones que deben ser asumidas y concretadas en los diversos contextos.
El fruto de nuestro trabajo llega ahora a las manos de los hermanos y es una invitación a la renovación y a la fidelidad a Don Bosco y, a través de él, a Dios y a los jóvenes. Nos sirven de estímulo y de animación los hermanos, los jóvenes, los seglares y los otros miembros de la Familia salesiana, que han testimoniado con la santidad la belleza de nuestro proyecto de vida, la fecundidad del espíritu salesiano y la fuerza espiritual del Da mihi animas cetera tolle.
Los próximos años se presentan a nosotros salesianos como un tiempo de gracia. El 150º aniversario de la fundación de la Congregación en el 2009, el centenario de la muerte del beato Miguel Rua en el 2010 y el bicentenario del nacimiento de Don Bosco en el 2015 hacen del próximo período una estación extraordinaria. Tendremos ocasión de hacer memoria y de profundizar la historia de nuestra experiencia carismática, para identificarnos con ella y vivirla con la pasión y la radicalidad del Da mihi animas, cetera tolle, para proponerla y compartirla con alegría y capacidad profética. Tenemos delante de nosotros un tiempo favorable para volver a Don Bosco y volver a partir con él y como él, apasionados de Dios y de los jóvenes, atentos y dóciles al Espíritu, confiando en la presencia de la Auxiliadora. Es un camino y una gracia que queremos compartir con todos los miembros de la Familia Salesiana.
Los Hermanos del Capítulo General 26º
“Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí, ponedlo por obra” (Fil 4,9)
“El Señor nos ha dado a Don Bosco como padre y maestro. Lo estudiamos e imitamos admirando en él una espléndida armonía entre naturaleza y gracia. Profundamente humano y rico en las virtudes de su pueblo, estaba abierto a las realidades terrenas; profundamente hombre de Dios y lleno de los dones del Espíritu Santo, ‘vivía como si viese al Invisible’. Ambos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes. Lo realizó con firmeza y constancia, entre obstáculos y fatigas, con la sensibilidad de un corazón generoso. ‘No dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud. Lo único que realmente le interesó fueron las almas”. (Const. 21)
Escuchando al Espíritu nos sentimos llamados a volver a Don Bosco como guía seguro para caminar siguiendo a Cristo con una pasión ardiente por Dios y por los jóvenes, sobre todo los más pobres.
Volver a Don Bosco significa amarlo, estudiarlo, imitarlo, invocarlo y hacerlo conocer, aplicándose al conocimiento de su historia y al estudio de los orígenes de la Congregación, en constante escucha de las esperanzas de los jóvenes y de las provocaciones de la cultura actual. La riqueza de las fuentes y de los estudios salesianos que ahora tenemos disponibles nos permite profundizar las motivaciones que le llevaron a determinadas opciones, las metas y los proyectos que gradualmente se fueron concretando en su acción, la síntesis original de pedagogía y pastoral que él logró inspirándose en San Francisco de Sales. Estas oportunidades nos interpelan en particular para descubrir la rica humanidad, que le hacía inmediatamente amigo de los jóvenes, y la profunda espiritualidad, que lo impulsaba cada día a dedicar su vida a la mayor gloria de Dios y a la salvación de las almas.
Volver a Don Bosco significa también profundizar las múltiples expresiones de la transmisión del carisma en los contextos culturales de los diversos países y valorizar la aportación de la experiencia vital de tantas generaciones de salesianos, entre los que sobresalen algunas figuras luminosas de santidad. Esto permite a los hermanos en cada Región redescubrir la riqueza de la tradición recibida y sacar de ella inspiración para una inculturación auténtica del carisma.
Volver a Don Bosco significa “estar en el patio”, es decir, estar con los jóvenes, especialmente los más pobres, para descubrir en ellos la presencia de Dios e invitarlos a abrirse a su misterio de amor. Don Bosco vuelve entre los jóvenes de hoy a través del testimonio y la acción de una comunidad que vive su espíritu, animada por la misma pasión apostólica. Él recomienda a todo salesiano encontrar a los jóvenes con alegría en su vida cotidiana, comprometiéndose a escuchar sus llamadas, a conocer su mundo, a animar su protagonismo, a despertar su sentido de Dios y a proponerles itinerarios de santidad según la espiritualidad salesiana. Es siempre Don Bosco quien nos pide afrontar con audacia los desafíos juveniles y dar respuestas valientes a la crisis de educación de nuestro tiempo, realizando un vasto movimiento de fuerzas en beneficio de la juventud.
En el sueño de los nueve años, Don Bosco recibió a María como madre y maestra y se dejó guiar por ella en la misión juvenil. Por esto, también nosotros la sentimos presente en nuestras casas y la proponemos a los jóvenes como modelo espiritual y ayuda en su crecimiento.
Profundizando el itinerario espiritual de Don Bosco y reviviendo hoy su pasión apostólica, nos sentimos llamados a hacer resplandecer la fascinación de su carisma, a mostrar su belleza, a comunicar su fuerza de atracción. Esto nos compromete a desarrollar un testimonio visible y creíble de nuestra vocación, un radical seguimiento de Cristo, un fuerte sentido de pertenencia a la Iglesia, a la Congregación y a la Familia Salesiana, una clara percepción de nuestra identidad espiritual y pastoral. Sin una propuesta carismática, cautivadora y comprometedora, es difícil el proceso de identificación vocacional.
Todo salesiano está llamado a mirar al corazón de Cristo, buen pastor y apóstol del Padre, y a ponerse en su seguimiento, tras el ejemplo de Don Bosco, con un estilo de vida obediente, pobre y casto. De este modo se dedica a los jóvenes con generosidad, vive con alegría su vocación en la comunidad y encuentra así el camino de la santidad.
Don Bosco, que entrega las Constituciones a Don Juan Cagliero, antes de partir para la Patagonia, nos indica el modo para construir hoy la “copia en limpio” de la Congregación: ser fieles a él a través de la observancia convencida de nuestra Regla de vida. Y la cruz que se nos entrega en la profesión perpetua, con las imágenes que lleva impresas, nos invita a consumir la vida con los jóvenes y para los jóvenes hasta el último aliento, asumiendo la invitación de Don Bosco a todo salesiano: trata de hacerte amar.
La persona de Don Bosco es siempre atrayente y actual. Muchos hermanos tienen el deseo de conocerlo mejor y de imitarlo en la propia vida. Es signo de ello la creciente disponibilidad para participar en momentos formativos que reclaman los orígenes del carisma. Incluso jóvenes y seglares quedan implicados en este interés renovado.
Un apoyo en el camino de profundización de nuestra experiencia espiritual y apostólica se ha ofrecido con la publicación de nuevos estudios salesianos y con la edición crítica de las fuentes históricas. Para evitar un conocimiento puramente afectivo o nostálgico, advertimos la exigencia de iluminar mejor la experiencia mística de Don Bosco y de profundizar la riqueza espiritual y pedagógica de nuestra tradición, con particular atención a la actualización e inculturación del sistema preventivo.
Son numerosos y cualificados los testimonios de estima y reconocimiento por el servicio educativo, que realizamos en contextos difíciles y con jóvenes en peligro. Las urgentes demandas de vida que tantos jóvenes nos hacen llegar suscitan en nosotros la necesidad de encontrar respuestas adecuadas y nos convencen de la eficacia y actualidad del carisma salesiano en el mundo de hoy.
Hermanos y comunidades siguen estando generosamente entregados al servicio educativo y pastoral. Ellos realizan un trabajo intenso por los jóvenes necesitados, los pobres, las clases populares, a través de una pluralidad de obras e iniciativas. Frente a situaciones de urgencia educativa, nos dejamos interpelar y muchas veces sabemos encontrar recursos y modalidades para una respuesta adecuada.
La pasión de algunos hermanos contagia y entusiasma a tantos adultos que de colaboradores se hacen corresponsables, haciendo posible la vida y acción de las comunidades educativas pastorales. Apreciamos también la disponibilidad de muchos jóvenes para ser protagonistas, haciéndose apóstoles de sus compañeros hasta madurar opciones vocacionales de especial consagración. Pero a veces el modelo de gestión de la obra dificulta una presencia más directa de los hermanos entre los jóvenes y los seglares, absorbiendo sus energías en funciones que podrían ser confiadas a otros.
Se debe constatar que para no pocos hermanos el mundo de los jóvenes se presenta difícil y lejano, con el temor y la sensación de no estar adecuadamente preparados. La dificultad para comprender sus lenguajes acentúa la distancia cultural, que puede traducirse en distancia física y afectiva
Muchos hermanos se han comprometido en la renovación de la vida espiritual. Esto se manifiesta en el clima gozoso de muchas comunidades, en el dinamismo pastoral que las anima y en la profundidad de su vida de oración. Muchos han encontrado en el proyecto personal de vida y en el comunitario una ayuda para el propio crecimiento. Ni podemos olvidar a tantos hermanos ancianos y enfermos que viven con serenidad y espíritu de fe, que ofrecen la enfermedad por la salvación de los jóvenes, que sostienen la comunidad con la oración. Donde esto ha sucedido se ha constatado una feliz implicación de adultos y jóvenes en la única misión, sobre todo cuando se les ha ofrecido un camino formativo.
Con pena reconocemos, sin embargo, que en las comunidades han entrado modelos de vida marcados por el individualismo, la comodidad, el aburguesamiento, el inmovilismo, el rechazo de los signos visibles de la vida consagrada. Son peligros de los que ya Don Bosco había puesto en guardia a los primeros salesianos.
El activismo y el afán de eficiencia, la falta de un proyecto comunitario, el individualismo, una insuficiente o desordenada distribución de las funciones, dificultan la oración, hacen frágil la vida interior, enfrían las relaciones fraternas, disminuyen las atenciones hacia cada hermano. Debilitar la ascética del cetera tolle disminuye la pasión apostólica, que encuentra inspiración y expresión en el da mihi animas.
Estas luces y sombras de las comunidades muestran con claridad las dificultades de nuestra vida consagrada para realizar la síntesis pedida por el Concilio Vaticano II entre sequela Christi, carisma del Fundador y adaptación a las mudables condiciones de los tiempos (PC 2).
(7) Procesos que hay que activar para el cambio
Para afrontar las exigencias de la llamada y los desafíos provenientes de la situación y para realizar las líneas de acción consiguientes, es necesario convertir mentalidades y modificar estructuras, pasando:
Volver a Don Bosco
(8) Comprometerse a amar, estudiar, imitar, invocar y hacer conocer a Don Bosco, para volver a partir de él.
(12) El Rector Mayor con su Consejo
Volver a los jóvenes
(13) Volver a los jóvenes, especialmente a los más pobres, con el corazón de Don Bosco.
(18) El Rector Mayor con su Consejo
Identidad carismática y pasión apostólica
(19) Redescubrir el significado del _Da mihi animas, cetera tolle como programa de vida espiritual y pastoral._
“El hecho de predicar el Evangelio no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio. Y ay de mí si no anuncio en Evangelio” (1 Cor 9,16)
“’Esta Sociedad comenzó siendo una simple catequesis’. También para nosotros la evangelización y la catequesis son la dimensión fundamental de nuestra misión. Como Don Bosco, estamos llamados, todos y en todas las ocasiones, a ser educadores de la fe. Nuestra ciencia más eminente es, por tanto, conocer a Jesucristo, y nuestra alegría más íntima, revelar a todos las riquezas insondables de su misterio. Caminamos con los jóvenes para llevarlos a la persona del Señor resucitado, de modo que descubriendo en Él y en su Evangelio el sentido supremo de su propia existencia, crezcan como hombres nuevos” (Const. 34).
“El término evangelización tiene un significado muy rico. En sentido amplio, resume la entera misión de la Iglesia: en efecto, toda su vida consiste en realizar (…) el anuncio y la transmisión del Evangelio, que es ‘potencia de Dios para la salvación de todo el que cree’ (Rm 1,16) y que en última esencia se identifica con Jesucristo (cf. 1 Cor 1,24). (…) En todo caso, evangelizar significa no sólo enseñar una doctrina, sino anunciar al Señor Jesús con palabras y acciones, es decir, hacerse instrumento de su presencia y acción en el mundo” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización, n. 2). Insertos en la Iglesia y guiados por el Espíritu, trabajamos por la llegada del Reino de Dios, “llevando a los hombres el mensaje del Evangelio en íntima unión con el desarrollo del orden temporal” (Const. 31)
La fuente de toda la obra de evangelización está en el encuentro personal con Cristo. Tal experiencia es para nosotros un evento cotidiano que se renueva en la escucha de la Palabra de Dios, en la participación en el misterio pascual a través de la liturgia y los sacramentos, en la participación fraterna y en el servicio a los jóvenes.
María, que fue la primera en acoger y llevar el anuncio de salvación, nos enseña a realizar comunidades evangelizadas y evangelizadoras. De ella aprendemos que la profundidad de la experiencia de Dios es la raíz de la misión y que el primero y principal camino de evangelización es el testimonio de fe. Tal testimonio se hace más convincente cuando nosotros nos acercamos a los jóvenes como amigos y los acompañamos como padres y maestros, irradiando alegría y esperanza. De este modo transmitimos aquello en que creemos, y mostramos con la vida lo que anunciamos.
Consideramos la evangelización como la urgencia principal de nuestra misión, conscientes de que los jóvenes tienen derecho a oír anunciar la persona de Jesús como fuente de vida y promesa de felicidad en el tiempo y en la eternidad. Nuestro “objetivo fundamental está, pues, en proponer a todos vivir la existencia humana como la ha vivido Jesús. (…) Central debe ser el anuncio de Jesucristo y de su Evangelio, juntamente con la llamada a la conversión, a la acogida de la fe y a la inserción en la Iglesia; de aquí nacen luego los caminos de fe y de catequesis, la vida litúrgica, el testimonio de la caridad activa” (Benedicto XVI, Carta a don Pascual Chávez Villanueva, Rector Mayor de los Salesianos, con ocasión del Capítulo General XXVI, 1 de marzo de 2008, n. 4).
Por medio de la Iglesia, el Señor Jesús nos llama a realizar una nueva evangelización: “nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones” (Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea del CELAM, 9 de marzo de 1983). Esto nos compromete a preparar, con creatividad y audacia, itinerarios diversificados para llevar a los jóvenes al encuentro personal con Cristo, de modo que maduren la voluntad de seguirlo y se hagan apóstoles del Evangelio, constructores de un mundo nuevo. Esta tensión es el alma de toda intervención educativa nuestra; nosotros la debemos comunicar también a los seglares, implicándolos cada vez más en tareas pastorales.
La evangelización requiere salvaguardar juntas la integridad del anuncio y la gradualidad de la propuesta. Don Bosco asumió esta doble atención para poder proponer a todos los jóvenes una profunda experiencia de Dios, teniendo en cuenta su situación concreta.
En la tradición salesiana hemos expresado tal relación de modos diversos: por ejemplo, “honrados ciudadanos y buenos cristianos”, o bien, “evangelizar educando y educar evangelizando”. Advertimos la exigencia de proseguir la reflexión sobre esta delicada relación. En todo caso estamos convencidos de que la evangelización propone a la educación un modelo de humanidad plenamente lograda y que la educación, cuando llega a tocar el corazón de los jóvenes y desarrolla el sentido religioso de la vida, favorece y acompaña el proceso de evangelización: “en efecto, sin educación no hay evangelización duradera y profunda, no hay crecimiento y maduración, no se da cambio de mentalidad y de cultura” (Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el CG 26, 31 de marzo de 2008, n. 4).
Por esto, desde el primer momento la educación debe inspirarse en el Evangelio y la evangelización debe adaptarse a la condición evolutiva del joven. Sólo así él podrá descubrir en Cristo la verdadera identidad propia y crecer hacia la plena madurez; sólo así el Evangelio podrá tocar en profundidad su corazón, sanarlo del mal y abrirlo a una fe libre y personal.
Conscientes de que estamos llamados a educar y evangelizar también mentalidades, lenguajes, costumbres e instituciones, nos comprometemos a promover el diálogo entre fe, cultura y religiones; esto ayudará a iluminar con el Evangelio los grandes desafíos que ponen a la persona humana y a las sociedades los cambios epocales y a transformar el mundo con la levadura del Reino.
La urgencia de llevar el anuncio del Señor Resucitado nos impulsa a confrontarnos con situaciones que resuenan en nosotros como llamada y preocupación: los pueblos todavía no evangelizados, el secularismo que amenaza tierras de antigua tradición cristiana, el fenómeno de las emigraciones, las nuevas formas dramáticas de pobreza y de violencia, la difusión de movimientos y sectas. Nos sentimos también interpelados por algunas oportunidades, como el diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural, la nueva sensibilidad por la paz, por la tutela de los derechos humanos y por la salvaguardia de la creación, tantas expresiones de solidaridad y de voluntariado que cada vez más se difunden en el mundo.
Estos elementos, reconocidos por las Exhortaciones apostólicas después de los Sínodos continentales, constituyen desafíos para toda la Iglesia y nos comprometen a encontrar nuevos caminos para comunicar el Evangelio de Jesucristo respetando y valorizando las culturas locales. De aquí la exigencia de que toda región e Inspectoría se esfuerce por individuar las formas más idóneas para realizar la misión común en la especificidad de los contextos.
Muchos hermanos viven con intensidad la pasión por Dios y por los jóvenes. Ésta se manifiesta en el deseo de una vida consagrada más profética, que se caracterice por la profundidad espiritual, la fraternidad sincera y el valor apostólico. De este modo, viviendo y trabajando juntos, sienten que pueden dar un testimonio auténtico y gozoso del carisma y atraer a los jóvenes a confrontarse seriamente con la propuesta cristiana y con la misma vida consagrada.
Por otra parte, hay entre nosotros superficialidad espiritual, activismo frenético, estilo de vida aburguesado, débil testimonio evangélico, entrega parcial a la misión. Esto se traduce en la dificultad para hacer ver la propia identidad de consagrados y en timidez apostólica. La complejidad de ciertas obras corre el peligro a veces de absorber las energías de los hermanos en funciones de gestión, debilitando el compromiso primario de educadores y evangelizadores.
La educación de los jóvenes en la fe, relanzada por el CG 23, ve el empeño generoso de muchos hermanos para proponer experiencias e itinerarios diversificados por edades, adaptados a las diversas condiciones juveniles y realidades culturales. A pesar de esto, se constata que la invitación para construir itinerarios para conducir a los jóvenes a encontrar al Señor Jesús no ha sido acogida plenamente.
Nuestras iniciativas no están siempre claramente orientadas a la educación en la fe. Los procesos de catequesis son débiles y en muchos casos no suscitan en los jóvenes una vida sacramental convencida y regular, una verdadera pertenencia eclesial y un valiente compromiso apostólico. La falta de organicidad y continuidad, fruto también de insuficiente reflexión y estudio, ha llevado a veces a actuar más una pastoral de las iniciativas y de los eventos que de los procesos. En otros casos las propuestas no han sido suficientemente insertas en los caminos de las Iglesias locales.
En muchos contextos se experimenta una cierta fatiga debida a la lejanía de la fe de los jóvenes, a las resistencias provocadas por una mentalidad secularizada difundida también entre las familias, a un respeto malentendido de las tradiciones religiosas no cristianas, a la falta de valor y de sabiduría por parte de los educadores.
Percibimos que el carisma salesiano es parte viva de las Iglesias locales y es estimado por ellas. El Sistema preventivo de Don Bosco es más actual que nunca y goza en todas partes de una gran fuerza de atracción. Muchos jóvenes están abiertos a la búsqueda de sentido de la vida y disponibles a una propuesta educativa y cristiana seria y valiente. No faltan jóvenes dispuestos a comprometerse en primera persona en la evangelización de los coetáneos, en particular en el ámbito del asociacionismo. Otros, en cambio, víctimas de la desatención educativa de la sociedad actual, necesitan nuestra ayuda para llegar al conocimiento de los profundos interrogantes que llevan también dentro de sí.
Constatamos el crecimiento numérico de seglares y de miembros de la Familia Salesiana que son corresponsables no sólo en aspectos organizativos, sino también en la asunción de funciones pastorales en nuestras obras y en el propio ambiente de vida. Pero con frecuencia no nos hemos preocupado de modo adecuado de ofrecerles una formación sistemática.
Somos herederos de una fuerte tradición en el campo de la investigación y de las publicaciones en el sector de la catequesis y de la pastoral juvenil. Sin embargo, sentimos el peligro de que se debilite dicho compromiso, dada la dificultad para encontrar y preparar personal especializado y para coordinar las iniciativas. Percibimos también la dificultad para estar presentes de modo significativo en el diálogo entre fe, cultura y religiones, que constituye hoy un desafío fundamental para nuestra misión.
Se han potenciado las instituciones de educación superior para responder a las exigencias de preparación académica y profesional de los jóvenes. Tales centros son frecuentados por estudiantes de nacionalidades, culturas y religiones diversas. Esto conlleva el compromiso de asegurar no sólo la calidad de la enseñanza y de la investigación, sino también la identidad salesiana y la propuesta de evangelización.
En las regiones de reciente evangelización encontramos ambientes disponibles al Evangelio. La colocación popular de nuestras obras permite el contacto con tanta gente, y ofrece la posibilidad de actuar de varias formas al servicio de la fe. La missio ad gentes, que es parte esencial de nuestro carisma, sigue suscitando entusiasmo en hermanos que se ofrecen para la misión e implicando a tantos jóvenes en proyectos de voluntariado. Nos comprometemos a conocer y comprender las culturas, las lenguas, las religiones y las tradiciones locales para inculturar el Evangelio. En algunos países en vías de desarrollo hay comunidades que desempeñan un papel profético en el campo de la justicia social.
En los países de antigua tradición cristiana permanecen expresiones de religiosidad popular que son una gran riqueza para la transmisión de la fe y que merecen ser mejor custodiadas, promovidas y, donde fuera necesario, purificadas. Pero en el mundo occidental se advierte una crisis difusa de la cultura inspirada en los valores cristianos, de modo que la Iglesia ya no es una referencia autorizada para muchas personas e instituciones. De aquí, una particular dificultad en el proponer el Evangelio y en la educación en la fe.
Muchas de nuestras obras funcionan en un contexto multirreligioso, multiétnico y multicultural que presenta nuevos desafíos y oportunidades a la evangelización. Entre éstas destaca de modo particular la confrontación con el Islam, que exige la definición de estrategias adecuadas de diálogo y de anuncio. Donde no es posible un anuncio explícito o inmediato de Jesucristo, nuestra presencia de educadores cristianos constituye un signo profético y deja sembrada una semilla preciosa de evangelización.
(31) Procesos que hay que activar para el cambio
Para afrontar las exigencias de la llamada y los desafíos provenientes de la situación y para realizar las líneas de acción consiguientes, es necesario convertir mentalidades y modificar estructuras, pasando:
Comunidad evangelizada y evangelizadora
(32) Poner el encuentro con Cristo en la Palabra y en la Eucaristía en el centro de nuestras comunidades, para ser discípulos auténticos y apóstoles creíbles.
Centralidad de la propuesta de Jesucristo
(36) Proponer con alegría y valor a los jóvenes vivir la existencia humana como la vivió Jesucristo.
(40) El Rector Mayor con su Consejo
Evangelización y educación
(41) Cuidar en todo ambiente una más eficaz integración de evangelización y educación, en la lógica del Sistema preventivo.
(45) El Rector Mayor con su Consejo
Evangelización en los diversos contextos
(46) Inculturar el proceso de evangelización para dar respuesta a los desafíos de los contextos regionales
(51) El Rector Mayor con su Consejo
“Levantad la vista y ved los campos ya dorados para la siega” (Jn 4, 35)
“Como respuesta a las necesidades de su pueblo, el Señor llama, continuamente y con variedad de dones, a seguirlo por el servicio del Reino. Estamos convencidos de que hay muchos jóvenes ricos en recursos espirituales y con gérmenes de vocación apostólica. Les ayudamos a descubrir, acoger y madurar el don de la vocación seglar, consagrada o sacerdotal, para bien de toda la Iglesia y de la Familia Salesiana. Con idéntica solicitud cultivamos las vocaciones adultas” (Const. 28).
Reconocemos con gratitud que la vocación salesiana es una gracia que hemos recibido de Dios. Él nos ha llamado a vivir siguiendo a Cristo obediente, pobre y casto, en una comunidad fraterna, con una misión juvenil, tras el ejemplo de Don Bosco. La generosidad de hermanos y el ejemplo de comunidades que viven la primacía de Dios, el espíritu de familia y la entrega a la misión son la primera y más hermosa propuesta vocacional que podemos ofrecer a los jóvenes.
Somos conscientes de que un joven descubre la llamada a la vida consagrada salesiana cuando encuentra una comunidad significativa, un modelo con el que identificarse, una experiencia de vida espiritual y de compromiso apostólico, la ayuda de un guía que lo acompaña para la opción de Cristo y el don de sí.
La carencia de vocaciones vivida por algunas Inspectorías, nos obliga a una exigente evaluación, nos interpela a crecer en la autenticidad de vida y en la capacidad de propuesta. En efecto, estamos convencidos de que Dios sigue llamando a muchos jóvenes al servicio del Reino y que hay diversos factores que pueden favorecer su respuesta.
Hoy sentimos más fuerte que nunca el desafío de crear una cultura vocacional en todos los ambientes, de modo que los jóvenes descubran la vida como llamada y que toda la pastoral salesiana sea realmente vocacional. Esto requiere ayudar a los jóvenes a superar la mentalidad individualista y la cultura de la autorrealización, que los impulsa a proyectar el futuro sin ponerse a la escucha de Dios; esto exige también implicar y formar familias y seglares.
Un empeño particular debe ponerse en suscitar entre los jóvenes la pasión apostólica. Como Don Bosco estamos llamados a estimular a los jóvenes a ser apóstoles de sus compañeros, a asumir diversas formas de servicio eclesial y social, a comprometerse en proyectos misioneros. Para favorecer una opción vocacional de compromiso apostólico, a dichos jóvenes se deberá proponer una vida espiritual más intensa y un acompañamiento personal sistemático.
Es éste el terreno en que florecerán familias capaces de auténtico testimonio, seglares comprometidos en todos los niveles en la Iglesia y en la sociedad y también vocaciones para la vida consagrada y para el ministerio
Don Bosco, aún trabajando con incansable generosidad para promover diversas formas de vocaciones en la Iglesia, llamaba a algunos jóvenes a estar siempre con él. También para nosotros la propuesta a los jóvenes de la vocación consagrada salesiana forma parte de la fidelidad a Dios por el don recibido. A esto nos impulsa el deseo de compartir la alegría de seguir al Señor Jesús, permaneciendo con Don Bosco, para dar esperanza a tantos otros jóvenes del mundo entero.
La promoción de las vocaciones consagradas exige algunas opciones fundamentales: la oración constante, el anuncio explícito, la propuesta valiente, el discernimiento diligente, el acompañamiento personalizado. La oración debe ser compromiso cotidiano de las comunidades y debe implicar a jóvenes, familias, seglares, grupos de la Familia Salesiana. El anuncio pide valorizar las múltiples ocasiones vocacionales que se presentan a lo largo del año litúrgico. La propuesta y el discernimiento requieren aquella cercanía cordial que suscita confianza y permiten intuir las señales de vocación que un joven puede manifestar. El acompañamiento exige ayudar a los jóvenes a intensificar la vida espiritual, a experimentar formas adecuadas de apostolado, a vivir la experiencia de comunidad, a conocer la Congregación, a verificar las motivaciones y a activar las dinámicas que llevan a una decisión.
Reconocemos la exigencia de que toda Inspectoría tenga comunidades vocacionales o aspirantados que acojan a los jóvenes interesados en confrontarse con la vida consagrada salesiana. En la animación vocacional debe ser valorizada, con modalidades diversas, la aportación indispensable de las familias.
Don Bosco quiso que la Congregación se caracterizase por la presencia complementaria de salesianos laicos y ministros ordenados. Por esto estamos llamados a dar prioridad y visibilidad a la unidad de la consagración apostólica, aún realizándola en las dos formas diversas. Podemos hacer esto reforzando la primacía de Dios y el seguimiento radical de Cristo como fundamento de nuestra vida.
La consagración apostólica salesiana da una particular connotación educativa al modo de ser ministro ordenado poniendo el anuncio de la palabra, la celebración litúrgica y la guía de la comunidad al servicio del crecimiento de los jóvenes; ésta es la aportación específica que él debe ofrecer a las comunidades educativas pastorales y a las Iglesias locales.
La misma consagración caracteriza al salesiano coadjutor, haciendo de él un educador y un evangelizador a tiempo pleno, capaz de llevar a todos los campos educativos y pastorales el valor de su laicidad y de estar cercano a los jóvenes y a las realidades del trabajo (cfr. Const. 45).
Conscientes de que la Congregación pondría en peligro su identidad si no conservase esta complementariedad, estamos llamados a profundizar la originalidad salesiana del ministerio ordenado y a promover con mayor empeño la vocación del salesiano coadjutor.
Numerosos hermanos viven gozosamente y se comprometen a crear un ambiente favorable al nacimiento de las vocaciones. La actitud de muchos salesianos que acogen a los jóvenes con gestos sencillos pero significativos, como el saludo cordial, el entretenimiento amigable, la presencia animadora, es testimonio vocacional. El ejemplo de una ancianidad serena y activa y la ofrenda paciente de los hermanos enfermos, que saben dar a su vida “un nuevo significado apostólico” (Const. 53), puede comunicar a los jóvenes la belleza de una existencia entregada y todavía fecunda.
La carencia de vocaciones ha sensibilizado comunidades y hermanos para reflexionar acerca del modo de hacer animación vocacional hoy. Muchas comunidades rezan por las vocaciones, invitando también a jóvenes, seglares y familias, con diversas modalidades de oración y celebración.
Nuestra vida, por otra parte, no siempre manifiesta la centralidad de Dios y un estilo inspirado en las bienaventuranzas. A veces no estamos disponibles para acoger a los jóvenes en comunidad. Encontramos también dificultad para garantizar un acompañamiento educativo y espiritual. El individualismo pastoral debilita el valor del vivir y trabajar juntos y hace poco creíble la invitación a participar en nuestra vida fraterna. Los comportamientos no coherentes con la vida consagrada, en particular con el voto de castidad y las salidas de la Congregación, influyen negativamente en las opciones de los jóvenes. También la cultura difundida por los media, que muchas veces banalizan la afectividad y ofrecen una imagen falsa del consagrado, constituye un obstáculo para identificarse con esta vocación.
Numerosas comunidades se han comprometido a dar importancia a la dimensión vocacional de la pastoral juvenil. A pesar de ello, se constata el riesgo de la improvisación y de reducirse a aprovechar alguna ocasión: con frecuencia se proponen experiencias significativas pero aisladas, fruto de actividades no coordinadas entre pastoral juvenil y animación vocacional.
La crisis de la familia, la difusa mentalidad relativista y consumista, el influjo negativo de los media en la conciencia y en los comportamientos constituyen un fuerte obstáculo para la cultura vocacional. No siempre hemos sensibilizado oportunamente a las comunidades educativas pastorales en la dimensión apostólica y vocacional, ni siempre hemos valorizado la corresponsabilidad de los seglares y la colaboración con los grupos de la Familia Salesiana.
La presencia de tantos muchachos en nuestros ambientes es ocasión para cultivar el diálogo educativo, entrar en clima de confianza, ayudarlos a descubrir el designio de Dios sobre su vida, invitarlos al don de sí. Pero no siempre sabemos suscitar en ellos el deseo de hacerse apóstoles entre los compañeros, proponiendo caminos espirituales y compromisos de servicio diversificados. De este modo, corremos el peligro de aplastar el nivel de la propuesta y de no saber suscitar vocaciones apostólicas, privándonos del contexto natural en que pueden madurar vocaciones de especial consagración.
Hay algunas Inspectorías que tienen un compromiso vocacional bien estructurado y compartido. Han activado grupos de búsqueda, retiros espirituales de carácter vocacional, experiencias de voluntariado vocacional, comunidad propuesta y nuevas formas de aspirantado. También utilizan los medios de la comunicación social para favorecer el conocimiento del carisma de Don Bosco.
Está bastante difundida la práctica de hacer que se encuentren los hermanos en formación inicial con los jóvenes en búsqueda vocacional; esto resulta particularmente útil porque, a través de semejante testimonio, los jóvenes pueden descubrir la vida consagrada como una modalidad atrayente de vida cristiana.
Los adolescentes y los jóvenes son generosos, pero sienten dificultad para asumir un compromiso continuado. La mentalidad del reclutamiento lleva a veces a tener candidatos a la vida consagrada con fragilidad en las motivaciones. Por desgracia, algunos jóvenes entran en las fases formativas sin tener la idoneidad suficiente. Sobre otros pesa una situación familiar difícil, que es preciso conocer e integrar de modo que no ponga en peligro su maduración. La animación vocacional está orientada casi exclusivamente a los estudiantes, mientras descuidamos a los jóvenes obreros.
En el acompañamiento espiritual se encuentra a veces falta de preparación en los salesianos. Además, en la organización de las iniciativas y de las propuestas vocacionales se notan todavía debilidades tanto a nivel inspectorial como local. Cuando no hay continuidad en los proyectos, el cambio de cargo de los hermanos comprometidos en la animación vocacional resulta particularmente delicado. En algunas Inspectorías no hay comunidades de acompañamiento vocacional.
Muchos salesianos presbíteros viven su ministerio efectivamente al servicio de los jóvenes, con estilo educativo fiel a las intuiciones de Don Bosco. Pero en algunos casos existe un genericismo pastoral y una asunción parcial de la identidad carismática. Esto invita a caracterizar cada vez mejor los itinerarios de la formación específica.
La vocación del salesiano coadjutor con frecuencia no es conocida, porque sucede que es poco visible y escasamente presentada. Esto depende, entre otras cosas, de su colocación principalmente en funciones de gestión y no directamente en la actividad juvenil. En los aspirantados, prenoviciados y noviciados la figura del coadjutor no siempre es presentada con la importancia adecuada. En algunos contextos permanece el prejuicio de que la vocación del salesiano sacerdote es más importante que la del coadjutor. También la disminución de nuestra presencia entre los jóvenes obreros ha incidido negativamente en la propuesta de tal vocación.
Donde, por el contrario, un número significativo de salesianos coadjutores cultural y profesionalmente calificados está puesto en cargos de responsabilidad, se favorece la visibilidad de esta vocación y se suscita en los jóvenes el deseo de seguirla. Positivo ha sido el nacimiento, en todas las regiones, de la fase de la formación específica del salesiano coadjutor.
(60) Procesos que hay que activar para el cambio
Para afrontar las exigencias de la llamada y los desafíos provenientes de la situación y para realizar las líneas de acción consiguientes, es necesario convertir mentalidades y modificar estructuras, pasando:
Testimonio como primera propuesta vocacional
(61) Testimoniar con valor y con alegría la belleza de una vida consagrada, entregada totalmente a Dios y a la misión juvenil.
Vocaciones para el compromiso apostólico
(65) Suscitar en los jóvenes el compromiso apostólico por el Reino de Dios con la pasión del _da mihi animas cetera tolle y favorecer su formación_.
Acompañamiento de los candidatos a la vida consagrada salesiana
(69) Hacer la propuesta explícita de la vida consagrada salesiana y promover nuevas formas de acompañamiento vocacional y de aspirantado.
(73) El Rector Mayor con su Consejo
Las dos formas de la vocación consagrada salesiana
(74) Promover la complementariedad y la especificidad de las dos formas de la única vocación salesiana y asumir un compromiso renovado por la vocación del salesiano coadjutor.
(78) El Rector Mayor con su Consejo * promueva una reflexión seria y actualizada sobre la complementariedad y especificidad de las dos formas de vocación consagrada salesiana de la Congregación.
“Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y dáselo a los pobres, así tendrás una riqueza en el cielo; y luego vuelve y sígueme” (Mt 19,21)
“Don Bosco vivió la pobreza como desprendimiento del corazón y servicio generoso a los hermanos, con estilo austero, industrioso y rico de iniciativas, Siguiendo su ejemplo, también nosotros vivimos desprendidos de todos los bienes terrenos, y participamos con espíritu emprendedor en la misión de la Iglesia y en su esfuerzo por la justicia y la paz, sobre todo educando a los necesitados. El testimonio de nuestra pobreza, vivido en la comunión de bienes, ayuda a los jóvenes a vencer el instinto de posesión egoísta y les abre al sentido cristiano del compartir” (Const. 73).
Al asumir nuestra condición humana, el Señor Jesús escogió nacer y vivir pobremente, se confió totalmente al Padre y compartió la situación de vida de los más pobres, proclamándolos bienaventurados como destinatarios de la buena noticia y herederos del Reino. Pidió a algunos dejarlo todo para seguirlo más de cerca, anunciando con la vida que Dios es la verdadera riqueza. De esta llamada nace la pobreza del salesiano que expresa el abandono confiado en el Padre, la cercanía y el servicio a los pobres, la bienaventuranza de una existencia repleta del amor a Dios y a los hermanos.
Don Bosco, hombre de orígenes humildes, experimentó desde niño las incomodidades y los valores de una existencia pobre. En la escuela de mamá Margarita aprendió a gustar el trabajo y la sobriedad, la serenidad en las pruebas y la solidaridad con los necesitados. Poniendo total confianza en la Providencia, decidió vivir pobremente y gastar todas sus propias energías por los jóvenes a los que Dios le había enviado: “Yo por vosotros estudio, por vosotros trabajo, por vosotros vivo, por vosotros estoy dispuesto incluso a dar mi vida” (Const. 14). El desprendimiento de todo lo que hace insensibles respecto de Dios y obstaculiza la misión es el significado profundo del cetera tolle y constituye el criterio para evaluar nuestro modo de vivir la pobreza.
La primera manifestación de la pobreza es la entrega total de sí a Dios, en la disponibilidad a las exigencias de los jóvenes; esto conlleva la renuncia de sí mismos y de los proyectos individuales para compartir los de la comunidad. Conscientes de la advertencia de Don Bosco acerca de las comodidades y del bienestar, estamos llamados a vivir un estilo de vida austero, a asumir un trabajo incansable sin ceder al activismo, a mantener libre el corazón del apego a bienes e instrumentos. En particular la comunidad se siente llamada a buscar formas institucionales de testimonio que expresen una pobreza creíble y profética.
En virtud de nuestra vocación, estamos llamados a cultivar una escucha atenta y partícipe del grito de los pobres y a proponerles el anuncio del Reino como fundamento de la verdadera esperanza y levadura de un mundo nuevo. Esto comporta la opción preferencial por los jóvenes más necesitados, la atención a sus necesidades, compartir su situación, superar una mentalidad asistencial y paternalista, el compromiso de hacerlos protagonistas de su desarrollo.
Fieles a nuestro carisma, no nos contentamos con ofrecer ayudas inmediatas, sino que pretendemos denunciar y contrastar las causas de la injusticia, contribuyendo a crear una cultura de la solidaridad, educando la conciencia moral, la ciudadanía activa, la participación política, el respeto del ambiente, proponiendo iniciativas y proyectos de intervención, colaborando con organismos e instituciones que promueven la vida. Dicho compromiso requiere renovar en las comunidades y en los ambientes educativos la sensibilidad sobre estas temáticas y superar el aburguesamiento que provoca indiferencia ante el drama mundial de la pobreza.
Don Bosco nos recuerda que “no es nuestro lo que tenemos, sino de los pobres. ¡Ay de nosotros si no lo empleamos bien!” (Const. 79). La práctica de la pobreza requiere una gestión de los recursos confiados a nosotros, coherente con los fines de la misión, responsable, transparente y solidaria. Esto significa, entre otras cosas, un rendir cuentas de modo claro y completo, un uso racional y óptimo de los inmuebles, una capacidad de iniciativas para encontrar los recursos necesarios que garanticen la estabilidad de las obras, el respeto de las normas en los contratos de trabajo, la atención a las condiciones del ambiente social en el que estamos situados, el descubrimiento del valor de la gratuidad en la hospitalidad y en algunas prestaciones, la solidaridad con las comunidades, las Inspectorías y la Congregación.
Los desafíos de la ilegalidad tan difusa, de la injusticia planetaria y del acaparamiento de los bienes por parte de pocos nos llaman a denunciar estos escándalos y a elaborar una cultura de la esencialidad, de la justa distribución de los recursos y del desarrollo sostenible. La pobreza asume de este modo una fuerte valencia educativa: afirma la primacía del ser sobre el tener, realiza una auténtica solidaridad cristiana con los pobres, contesta estilos de vida consumistas.
En general, los hermanos dan un buen testimonio de trabajo generoso y de entrega gratuita hasta la edad avanzada, poniendo al servicio de los pobres lo que son y lo que tienen; no obstante la caída numérica de los hermanos, las comunidades llevan adelante muchas obras en diversos frentes.
A veces corremos el peligro de reducir el ejercicio de la pobreza a la dependencia del superior; se constata también una gestión irregular del dinero y de cuentas personales. No siempre la sobriedad se vive en la comida, en la habitación, en los viajes, en el uso de los instrumentos de comunicación, en la organización de los tiempos de descanso, en el cuidado de la propia salud. En algunos contextos se verifica un exagerado apego y apoyo a la familia de origen, no coherentes con el voto de pobreza.
En numerosas comunidades se vive compartiendo los bienes y se ayuda a las familias menesterosas. Hay hermanos que se prestan para el cuidado y la manutención de la casa, pero el aumento del personal estipendiado corre el peligro de debilitar la corresponsabilidad en los servicios comunes. Cuando falta la implicación en la gestión económica de la comunidad y no hay una suficiente información, algunos no se dan cuenta de las dificultades de la casa, de los costes de la vida, de los problemas cotidianos afrontados por los pobres. No siempre el scrutinium paupertatis logra modificar praxis incorrectas.
En la formación inicial parece que a veces falta la atención a la pobreza evangélica vivida concretamente en lo cotidiano; se conocen las implicaciones del voto de pobreza, pero no se aprende prácticamente a pensar y a vivir como pobres.
Son numerosas las intervenciones para contrastar las formas más graves de pobreza, como la acogida de los inmigrados, los proyectos de apoyo al desarrollo, la ayuda a los pueblos probados por la guerra y por calamidades naturales, la promoción humana en los territorios de misión. Es importante el trabajo que desarrollamos en las instituciones escolásticas para educar en las exigencias de la justicia y en la causa de la paz; en ellas proponemos la cultura de la solidaridad con iniciativas a favor de los más necesitados y de los excluidos. Trabajamos por los pobres, pero a veces no a su lado y con ellos: en efecto, no siempre estamos atentos a favorecer su protagonismo en los proyectos de desarrollo. Se nota en algunos hermanos la resistencia a ir hacia los jóvenes más necesitados, a ofrecerse para nuevas presencias en el frente de las pobrezas juveniles.
Las estructuras imponentes, a veces ya no significativas en relación con el contexto social, los medios frecuentemente costosos y llamativos, un uso incorrecto del dinero, corren el peligro de no dar testimonio de pobreza comunitaria e institucional. Algunas obras iniciadas a favor de los más pobres, gradualmente se han ido dirigiendo a las clases medias.
Se han hecho muchos esfuerzos para conseguir una mayor transparencia en la administración, en particular adoptando una redacción más esmerada del balance consuntivo, un mejor uso de los edificios, un creciente respeto de la normativa vigente, una activa solidaridad a nivel inspectorial. Nos anima el hecho de que bienhechores privados, instituciones eclesiásticas y públicas sigan teniendo confianza en nuestro trabajo y nos proporcionen fondos para sostener nuestras obras.
Para la gestión de los recursos económicos no siempre tenemos la competencia necesaria; a pesar del empeño para calificar a los ecónomos, no todos gozan de una preparación adecuada. Está poco difundida la práctica del presupuesto preventivo. En la relación con los dependientes se nota a veces un estilo patronal, poco respetuoso de su dignidad; es preciso recordar siempre la práctica de una más atenta justicia social en relación con ellos. Cuesta también trabajo corresponsabilizar a los seglares en las opciones de gestión.
Las urgencias y la complejidad creciente de ciertas actividades corren el riesgo de transformar la obra salesiana en una empresa, con el peligro de un excesivo funcionalismo y de búsqueda de la eficacia, sobre todo cuando se debilitan las finalidades pastorales. En la conducción de proyectos de grandes dimensiones, relativos a nuevas estructuras y reestructuraciones, se corre el peligro de perder energías, tiempo y dinero.
(85) Procesos que hay que activar para el cambio
Para afrontar las exigencias de la llamada y los desafíos provenientes de la situación y para realizar las líneas de acción consiguientes, es necesario convertir mentalidades y modificar estructuras, pasando:
Testimonio personal y comunitario
(86) Dar un testimonio creíble y valiente de pobreza evangélica, vivida personal y comunitariamente en el espíritu del Da mihi animas cetera tolle
Solidaridad con los pobres
(90) Desarrollar la cultura de la solidaridad con los pobres en el contexto local
(93) El Rector Mayor con su Consejo
Gestión responsable y solidaria de los recursos
(94) Administrar los recursos de modo responsable, transparente, coherente con los fines de la misión, activando las necesarias formas de control a nivel local, inspectorial y mundial.
(97) El Rector Mayor con su Consejo
“El Espíritu del Señor está sobre mí; porque él me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4,18)
“Nuestra acción apostólica se realiza con pluralidad de formas, determinadas en primer lugar por las necesidades de aquellos a quienes nos dedicamos, Actuamos la caridad salvífica de Cristo organizando actividades y obras de carácter educativo-pastoral, atentos a las necesidades del ambiente y de la Iglesia. Sensibles a los signos de los tiempos, las verificamos, renovamos y creamos otras nuevas con espíritu de iniciativa y ductilidad constante. La educación y la evangelización de muchos jóvenes, sobre todo entre los más pobres, nos mueven a llegarnos a ellos en su ambiente y a acompañarlos en su estilo de vida con adecuadas formas de servicio” (Const. 41).
Don Bosco, yendo por las calles de Turín, vio las necesidades de la “juventud en peligro” y respondió prontamente a sus necesidades, abriendo nuevos frentes de compromiso y lanzándose aún con “temeridad” con tal de “ganar almas para Dios”. Al recorrer los caminos del mundo, también nosotros nos encontramos en los rostros de los jóvenes inmigrados, a muchachos explotados por el turismo sexual y por el trabajo de menores, a tóxico-dependientes, a enfermos de SIDA-HIV, a inadaptados sociales, a desocupados, a víctimas de la violencia, de la guerra y de los fanatismos religiosos, a niños soldado, a muchachos de la calle, a disminuidos físicos y psíquicos, a jóvenes en peligro. Quedamos impresionados por algunos lugares de marginación en los que los jóvenes viven, como las periferias de las ciudades y los barrios de chabolas, y por algunas situaciones de marginación como las de los refugiados, de los indígenas, de los gitanos y de otras minorías étnicas. Reconocemos también las esperanzas de los jóvenes espiritual y culturalmente pobres, que solicitan nuestro compromiso: jóvenes que han perdido el sentido de la vida, carentes de afecto a causa de la inestabilidad de la familia, desilusionados y vacíos por la mentalidad consumista, indiferentes religiosamente, desmotivados por el permisivismo, por el relativismo ético, por la difundida cultura de muerte.
Don Bosco se sintió mandado por Dios a responder al grito de los jóvenes pobres e intuyó que, si era importante dar respuestas inmediatas a sus malestares, todavía lo era más prevenir las causas. Siguiendo su ejemplo, queremos ir a su encuentro, convencidos de que el modo más eficaz para responder a sus pobrezas es precisamente la acción preventiva. Por esto, reconocemos la necesidad de profundizar su sistema educativo para explicitar las funciones en orden a la superación del malestar y de la marginación juveniles: educación ética, promoción de la dignidad de la persona, compromiso socio-político, ejercicio de la ciudadanía activa, defensa de los derechos de los menores, lucha contra la injusticia y construcción de la paz. Reconociendo que en los jóvenes pobres se encuentran apertura y disponibilidad para el Evangelio, les anunciamos con valor a Jesucristo y les proponemos caminos de fe.
Una particular atención hay que reservar para la situación actual de la familia, que es el sujeto originario de la educación y el primer lugar de evangelización. Toda la Iglesia ha tomado conciencia de las graves dificultades en las que ésta se encuentra y advierte la necesidad de ofrecer ayudas extraordinarias para su formación, su desarrollo y el ejercicio responsable de su misión educativa. Por esto, también nosotros estamos llamados a hacer de modo que la pastoral juvenil esté cada vez más abierta a la pastoral familiar.
También nos sentimos interpelados por las nuevas tecnologías de la comunicación social y por los desafíos educativos que proponen. Las oportunidades comunicativas de hoy son para los jóvenes un modo habitual para encontrarse, intercambiar mensajes, participar con rapidez y movilidad, pero también de modo impersonal y virtual. La cultura de los personal media puede poner en peligro la maduración de la capacidad de relación y expone sobre todo a los jóvenes al peligro de encuentros y dependencias fuertemente negativas; es en este “patio” donde debemos hacernos presentes para escuchar, iluminar, orientar.
Compartimos la preocupación de la Iglesia por los resultados del Evangelio en el mundo occidental y, de modo particular, en Europa. En efecto, se va debilitando cada vez más la referencia a las raíces cristianas que han contribuido a la identidad del continente, han inspirado el pensamiento, las costumbres y el arte, han orientado la historia de los pueblos, han enriquecido la Iglesia con figuras espléndidas de santidad, y nutrido durante siglos el impulso misionero en todo el mundo. En virtud de la interdependencia entre los pueblos, el destino de Europa implica al mundo entero y llega a ser preocupación de la Iglesia universal. Se abre así una nueva frontera respecto del pasado; para nosotros Salesianos es una invitación cada vez mayor a “dedicar una creciente atención a la educación de los jóvenes en la fe” ( Ecclesia in Europa, n. 61).
La atención a las nuevas fronteras nos compromete a renovar nuestra mentalidad, cultivando la corresponsabilidad en los proyectos, que no son nunca de uno sino de la comunidad salesiana y de la comunidad educativo pastoral. Las nuevas necesidades de los jóvenes piden el desapego personal de funciones, situaciones y vínculos que amenazan la real disponibilidad al cambio, como también el valor apostólico que dispone a repensar iniciativas y obras para responder mejor a sus demandas.
Un nuevo modelo de gestión de las obras requiere que se garantice la consistencia cuantitativa y cualitativa de la comunidad; la corresponsabilidad real de los hermanos y de los seglares; la disponibilidad del Director para su deber primario; la promoción de nuevas formas de presencia más flexibles; el proyectar conjuntamente con la Familia Salesiana y el trabajo en red con otras organizaciones y agencias educativas, en sinergia con la Iglesia local y la sociedad.
Esto consentirá dar vida a “nuevas presencias”, o sea a proyectos inéditos en respuesta a las necesidades emergentes, o renovar las obras y las propuestas ya existentes de modo que se transformen en “presencias nuevas”, es decir, más eficazmente orientadas a la misión.
Es amplia la atención a tantas formas de pobreza presentes hoy en el mundo y, en particular, a las que amenazan el presente y el futuro de los jóvenes. Fuerte es el compromiso de la Congregación a favor del crecimiento humano y de la promoción social en las áreas donde es más evidente la pobreza. En nuestras casas los jóvenes son acogidos sin discriminaciones y nuestro servicio educativo pastoral se ofrece a todos. Particularmente eficaces son las obras que preparan a los jóvenes al mundo del trabajo ofreciendo profesionalidad y acompañamiento
En las Inspectorías han surgido experiencias positivas para responder a las pobrezas emergentes. Se desarrolla el trabajo en red, en colaboración con la Familia Salesiana, con educadores y voluntarios de las comunidades educativas pastorales, con sujetos del mundo eclesial, social y asociativo, con organizaciones no gubernativas. Aspectos positivos que favorecen la apertura a las nuevas fronteras son la crecida capacidad de pensar y obrar por proyectos, la confianza y la disponibilidad de las instituciones privadas y públicas, el compromiso de investir en la formación para capacitar a salesianos y seglares a dar respuestas adecuadas.
Por otra parte, existe una cierta resistencia a renovar, recalificar, convertir nuestra mentalidad. Resulta débil todavía la formación de salesianos y seglares para saber leer los signos de los tiempos y evitar el peligro del alejamiento de los jóvenes. Además, a veces, nuestro compromiso educativo no logra llegar a quien está fuera de nuestro ambiente. Para responder a las nuevas pobrezas, las Inspectorías a veces se han confiado a la iniciativa de algún hermano sensible y no siempre han puesto en acto iniciativas programadas conjuntamente.
Particular preocupación suscita, en casi todos los contextos, la situación de la familia. Ésta está amenazada no sólo por el difuso relativismo ético, sino también por procesos de deslegitimación institucional. Se llega hasta la disgregación y el reconocimiento de otras formas de uniones, con consecuencias graves en el plano educativo, como el abandono de los menores, las convivencias impuestas, las violencias interfamiliares. Por esto, en las Inspectorías ha crecido la atención a la familia, que es el punto de referencia esencial para la educación, pero los compromisos asumidos hasta ahora son todavía insuficientes.
Han crecido la sensibilidad y el compromiso de la Congregación en el frente de la comunicación social. Son señales de ello, por ejemplo, la institución de la Facultad de Ciencias de la comunicación social en la UPS, la activación de diversos proyectos para la educación en el uso crítico de los media, la creciente presencia de sitios institucionales en internet, la mayor familiaridad con la red informática tanto para los intercambios personales como para la formación a distancia, el nuevo planteamiento del Dicasterio para la comunicación social. Sin embargo, tenemos conciencia de que son múltiples los mundos virtuales habitados por los jóvenes y que no siempre somos capaces de compartirlos y de animarlos por falta de formación, de tiempo y de sensibilidad.
En los últimos decenios hemos asistido a una progresiva debilitación de la presencia salesiana en algunas naciones de Europa. La preocupante caída de las vocaciones ha comprometido a los hermanos a mantener lo más posible las presencias implicando a los seglares, a redefinir los límites de las Inspectorías, a construir proyectos comunes para responder mejor a los desafíos de la educación y de la evangelización. Se percibe que no es sostenible semejante esfuerzo sin un proyecto valiente por parte de toda la Congregación.
En el trabajo a favor de los jóvenes pobres, en algunas Inspectorías se han obtenido buenos resultados formando, implicando y corresponsabilizando a los seglares. Se trata de una atención cada vez más extendida, pero todavía no adecuadamente asumida en todas nuestras presencias.
A veces se encuentra un modelo organizativo que no ha sabido renovarse según la exigencia de los tiempos: permanece una mentalidad heredada con el estilo tradicional de dirección de las casas. Esto se manifiesta, por ejemplo, en el planteamiento rígido de las actividades, en la insuficiente atención a los ritmos de vida de los jóvenes, en la lentitud para recolocar o recalificar presencias y obras, en la dificultad para corresponsabilizar a los seglares en la toma de decisiones.
Para adecuarnos a las cambiadas condiciones de los tiempos con frecuencia hemos adoptado la estrategia de ampliación de las obras, llevándolas a dimensiones difíciles de gestionar y ya no en grado de responder a las nuevas pobrezas con la agilidad y la urgencia que éstas requieren
(104) Procesos que hay que activar para el cambio
Para afrontar las exigencias de la llamada y los desafíos provenientes de la situación y para realizar las líneas de acción consiguientes, es necesario convertir mentalidades y modificar estructuras, pasando:
Prioridades principales: los jóvenes pobres
(105) Tomar opciones valientes a favor de los jóvenes pobres y en peligro
Otras prioridades: familia, comunicación social, Europa
(108) Asumir una atención privilegiada a la familia en la pastoral juvenil; potenciar la presencia educativa en el mundo de los _media; relanzar el carisma salesiano en Europa._
(111) El Rector Mayor con su Consejo
Nuevos modelos en la gestión de las obras
(112) Revisar el modelo de gestión de las obras para una presencia educativa y evangelizadora más eficaz.
Teniendo en cuenta las propuestas llegadas de los Capítulos inspectoriales, de Hermanos en particular, como también del Consejo General y de la misma Asamblea capitular, después del examen hecho por la Comisión jurídica y por la Asamblea, el Capítulo General ha aprobado las siguientes deliberaciones. Algunas de ellas se refieren a artículos de las Constituciones y de los Reglamentos Generales; otras son orientaciones operativas para el gobierno de la Congregación.
114 El Capítulo General 26 considerada la propuesta presentada por el Capítulo de la Visitaduría salesiana de Myanmar; teniendo en cuenta que Myanmar geográficamente pertenece a la región Asia Sur-Este y forma parte de la ASEAN, “Association of South-East Asian Nations”, y que, en consecuencia, resultan más fáciles las relaciones entre estos Estados; * teniendo presente que culturalmente Myanmar es más afín a muchos Países de la Región Asia Este- Oceanía;
establece que la Visitaduría “María Auxiliadora” de Myanmar sea traspasada de la Región Asia Sur a la Región Asia Este – Oceanía, a norma del art. 154 de las Constituciones.
establece mantener la configuración actual de las tres Regiones de Europa y pide al Rector Mayor con su Consejo consolidar la coordinación de los Consejeros Regionales entre sí y con los Consejeros de sector interesados, y activar el gabinete previsto por el CG25, 129, para la promoción de proyectos y el logro de objetivos comunes.
116 El Capítulo General 26, considerada la
confirmando la atribución de la función de animación de la Familia Salesiana al Vicario del Rector Mayor, pide que el equipo de animación de la Familia Salesiana (CG25, 133) se consolide y tenga un Coordinador. Al final del sexenio se efectuará una evaluación.
pide que el Rector Mayor con su Consejo promueva equipos de animación interdicasterial para estos sectores y confíe la Coordinación a un Consejero u otro, salvaguardando en todo caso la unicidad de la pastoral salesiana.
pide al Rector Mayor con su Consejo promover para el próximo Capítulo General una evaluación de las estructuras de animación y gobierno central de la Congregación, implicando a las Inspectorías.
establece que el art. 128 de los Reglamentos generales se modifique con la expresión “escribiendo un solo nombre en la papeleta”.
120 El Capítulo General 26 reconoce que hay actualmente en la Congregación una pluralidad de modelos de gestión de las obras:
Por tanto:
establece que se da facultad al Inspector, obtenido el consentimiento de su Consejo, y dentro del Proyecto orgánico inspectorial para:
establece que se reconoce a las Inspectorías la facultad de insertar en el Directorio Inspectorial una norma que prevea la posibilidad, en determinadas circunstancias, de asignar a un seglar, nombrado por el Inspector, tras oír al Director, las funciones del ecónomo de la comunidad local. Tras invitación del Director, podrá participar, sin derecho al voto, en el Consejo de la comunidad siempre que se requiera su presencia
Tal facultad reconocida a las Inspectorías requiere el respeto de las siguientes condiciones:
Esto vale para los poderes de firma, para las delegaciones, para las procuras, para la gestión de la tesorería, etc.
establece que sea modificado el artículo 13 de los Reglamentos Generales, con la siguiente formulación:
La escuela, los centros profesionales y las instituciones de educación superior
13 - La escuela en los diversos niveles, los centros profesionales y las instituciones de educación superior promueven el desarrollo integral del joven mediante la asimilación y la elaboración crítica de la cultura y mediante la educación en la fe, con miras a la transformación cristiana de la sociedad.
El proceso educativo, llevado adelante con estilo salesiano y con reconocida profesionalidad técnica y pedagógica, cimiéntese en valores culturales sólidos, y responda a las necesidades de los jóvenes.
Armonice el programa las actividades de formación intelectual y profesional con las del tiempo libre.
Verifíquese periódicamente la validez de los contenidos y de los métodos pedagógicos y didácticos, incluso en relación con el contexto social, el mundo del trabajo y la pastoral de la Iglesia.
Al Reverendísimo Señor Don PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco
Desde el Vaticano, 1 de marzo de 2008
Su Em. Revma. el Señor Cardenal Franc Rodé, C.M. Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
Da mihi animas, cetera tolle
Es el lema que Don Bosco escogió, siendo joven sacerdote, y le acompañó toda la vida. Es el programa de vida de Don Bosco y de todo Salesiano,[ Cfr. Const. n. 4.] el lema que habéis escogido para la celebración del 26º Capítulo General de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco.
En este encuentro capitular que os ve reunidos, provenientes de Países y culturas diversas, se manifiesta la abundancia y la belleza de los dones del Señor. Por todos y por cada uno de vosotros y por todos vuestros hermanos Salesianos esparcidos en el mundo doy gracias al Dador de todo bien, que, en su infinita bondad, ha hecho a la Iglesia el don de la gran Familia de San Juan Bosco.
Mi saludo y mi agradecimiento por el compromiso vivo de todos los Salesianos en la Iglesia y en el mundo no puede dejar de ir al Rector Mayor, sucesor de Don Bosco, don Pascual Chávez Villanueva, por su compromiso no sólo a favor de la numerosa Familia Salesiana, sino de toda la vida consagrada.
El Capítulo General es el signo de la unidad en la diversidad, es encuentro fraterno, es momento de reflexión comunitaria, para mantenerse fieles al Evangelio, al carisma del Fundador y a nuestro tiempo.[Cfr. Const. n. 146] Es el momento privilegiado para desencajar los ojos del corazón y comenzar a mirar, a darse cuenta, a evaluar; es un momento favorable para advertir, juntos, por qué caminos os envía el Señor; un paso del desaliento a la esperanza, al redescubrimiento de la presencia del Señor en medio de vosotros en la Palabra y en el Pan de vida eterna.
Su celebración es memoria viva del camino recorrido, la actualización del sueño de Juanito Bosco en el hoy de la historia, para proyectaros hacia el futuro con esperanza viva y confianza plena en la obra del Señor.
La fe cristiana, frente a un mundo complejo y a sus crisis, está expuesta a todas las preguntas y a los desafíos sobre Dios, sobre su ingreso en la historia en la persona de Jesús, sobre la naturaleza del hombre y sobre el sentido de su vida y de la muerte. También la Iglesia está puesta en cuestión: su función y su incidencia en el mundo en ciertos ambientes están banalizados y contestados. La vida consagrada está marcada por la crisis, sobre todo en América del Norte y en Europa: disminución numérica, incertidumbres sobre la identidad, tentaciones de renuncia y de desaliento.
Volver a los orígenes, a la centralidad de Jesucristo, al espíritu de los Fundadores, puede ayudar a responder con confianza, creatividad y coraje a estos múltiples desafíos.
En estos días cada uno de vosotros está llamado a renovar la opción fundamental por Cristo, pensada de nuevo con clara conciencia y definida comunitariamente según el proyecto evangélico de las Constituciones: vuestra alianza especial con el Señor, un encuentro de amor que marca y orienta toda la vida; el don total de vosotros mismos a Dios y a los jóvenes; el sentido de vuestra existencia consagrada por la potencia del Espíritu.
Después de haberos detenido en los años pasados en la identidad salesiana,[CG 22] en el sentido misionero,[CG23] en el compartir con los seglares [CG24] y en la comunidad, [CG25] durante este encuentro capitular vuestra atención se fijará en la identidad carismática y en la pasión apostólica. Es un volver al corazón de vuestra vocación en la Iglesia, al espíritu más puro del Fundador.
Don Bosco vuelve, repetiréis en estos días. Recordando las palabras que os escribía el Santo Padre Juan Pablo II en la Carta Iuvenum Patris: “Don Bosco vuelve es un canto tradicional de la Familia Salesiana: expresa el auspicio de una vuelta de Don Bosco y una vuelta a Don Bosco, para ser educadores capaces de una fidelidad antigua y, al mismo tiempo, atentos, como él, a las mil necesidades de los jóvenes de hoy, para volver a encontrar en su herencia las premisas para responder también hoy a sus dificultades y a sus esperanzas”. [Juan Pablo II, Carta Iuvenum Patris en el centenario de la muerte de San Juan Bosco, Roma 31 de enero de 1988, n. 13.]
Volver a Don Bosco y volver a partir de Don Bosco para despertar el corazón.
Os disponéis, pues, a volver a las fuentes de la espiritualidad salesiana, del carisma salesiano, al corazón de vuestra llamada, que encuentra su fuente en el corazón mismo de Cristo con “la actitud del Buen Pastor que conquista con la mansedumbre y el don de sí”.[Cfr. Const. art. 11.]
Hay modalidades diferentes para hablar de espiritualidad. Ciertamente hay que evitar la que lleva al espiritualismo, como refugio en un mundo del espíritu en el que todo resulta perfecto y enrarecido; es necesario, en cambio, conservar su carácter original de vida según el Espíritu y la radicación en la existencia cotidiana, con sus fatigas y sus tensiones, sus impulsos y sus asperezas, reflexionando así sobre el espesor de caminos espirituales – personales y eclesiales – densos de vida y de misterio.
Sólo así será posible evitar aquel extenuarse de los lenguajes de la vida cristiana que hoy resultan casi consumidos por un uso demasiado genérico, o demasiado retórico. La exuberancia del léxico dice qué difícil es hoy pronunciar palabras espirituales verdaderas, que no tengan miedo ni de las incertidumbres de la vida ni de la referencia al misterio. Pudor y sobriedad de la palabra podrán restituir a nuestros lenguajes la posibilidad de comunicar la intensa belleza de una vida vivida en la perspectiva del Evangelio.
Desde el principio de su existencia Don Bosco se dejó guiar por un único deseo: consagrar toda la vida al bien de los jóvenes. Su obra no es expresión de activismo, el carácter alegre y abierto del saltimbanqui de I Becchi es verdadera y propia consagración consciente y voluntaria, misión por la salvación integral de los jóvenes.
Da mihi animas, cetera tolle. El fin de la educación preventiva de Don Bosco – una existencia humana individual, social y religiosa, realizada – es evidente en la expresión “salvación del alma”: el deseo de la santidad. Una santidad “ferial”, la que Don Bosco indica a sus jóvenes y a los primeros colaboradores.
Una “santidad” que no es un objetivo propuesto a algún muchacho “bueno”, a alguna élite aristocrática, sino a todos los jóvenes de Valdocco: “es voluntad de Dios que todos nos hagamos santos”; es muy fácil lograrlo; hay un gran premio preparado en el cielo a quien se hace santo”.[Bosco G. Vita del giovinetto Savio Domenico scritta dal Sacerdote Giovanni Bosco, p. 50, OE XI p. 200.]
En el clima de santidad de Valdocco sus propuestas fuertes y generosas se hacen creíbles. Él “sabe proponer la santidad como meta concreta de su pedagogía – recordaba el Siervo de Dios Juan Pablo II, al proclamarle Padre y Maestro de la juventud”.[IP, n. 5.] “Me place considerar de Don Bosco, sobre todo, el hecho que él realiza su santidad personal mediante el compromiso educativo vivido con celo y corazón apostólico, y que sabe proponer, al mismo tiempo, la santidad como meta concreta de su pedagogía”.[ Ibi.] Es aquí donde hay que buscar “el mensaje profético, que él ha dejado a los suyos y a toda la Iglesia”.[Ibi n. 8.]
“Precisamente un intercambio semejante entre ‘educación’ y ‘santidad’ es el aspecto característico de su figura: él es un ‘educador santo’, se inspira en un ‘modelo santo’ – Francisco de Sales -, es discípulo de un ‘maestro espiritual santo’ – José Cafasso -, y sabe formar entre sus jóvenes a un ‘educando santo’: Domingo Savio”.[Ibi n. 5.] Y podemos continuar este elenco con los beatos Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá, este último en orden de tiempo, en ser indicado en la Familia Salesiana como ejemplo de santidad, el pasado 11 de noviembre.
Este mensaje profético dejado por el Fundador ofrece el rostro original de vuestra identidad carismática, de vuestra consagración apostólica, de vuestro método educativo basado en la razón, en la religión y en el cariño.[ Cfr. “Il Sistema Preventivo”, in “Regolamento per le case della Società di S. Francesco di Sales”, in Giovanni Bosco “Scritti pedagogici e spirituali”, 166.]
Es urgente recuperar el verdadero rostro de la santidad. Para cada Salesiano, para cada joven que se acerca a vosotros. Para continuar siendo, como Don Bosco, maestros santos de jóvenes santos, maestros de espiritualidad juvenil.[IP, n. 16.] Para realizar el proyecto de vida que os ha dejado el Fundador “ser en la Iglesia signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres”.[ Cfr. Const. art. 2.]
El artículo 3 de vuestras Constituciones dice que la vuestra es una “vida de discípulos del Señor”, y que os habéis ofrecido totalmente a Dios “para seguir a Cristo y trabajar con Él en la construcción del Reino”.[ Cfr. Const. art. 2.]
En vista de esta oferta el Padre os consagra con el don de Su Espíritu y os envía a ser apóstoles de los jóvenes.[Ibi.] El don del Espíritu debe invadir vuestro corazón con su suave potencia para haceros capaces de plena fidelidad a vuestra vida de discípulos. El secreto del éxito está en saber consolidar constantemente los vínculos de la alianza con Dios.
Como consagrados al Padre estáis llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos, “los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre y obediente”,[VC, n. 1.] cuidando vuestra fe, vuestra sequela Christi, vuestra conformación amorosa con el Señor Jesús, para ser capaces de comunicar esta vida en una relación educativa. Todo lo demás puede proporcionar soportes, modalidades, instrumentos para el siempre difícil deber de comunicar la fe, sobre todo a los jóvenes, pero son poca cosa frente al requisito irrenunciable para quien se orienta hacia semejante empresa: el poseer una fe y un amor vivo, encarnado, sostenido por una sólida formación.
Es ésta vuestra naturaleza profunda, vuestra vocación, vuestra definitiva realización. Los consejos evangélicos son esta tensión relacional, la actitud permanente al Tú. “No existe otro modo de vivir digno del hombre, fuera de la perspectiva del don de sí”.[Juan Pablo II, Mensaje para la jornada de las vocaciones 2003.]
Don Bosco nace cuando todavía no han pasado treinta años de la Revolución francesa. Ya en todo el siglo precedente (el “siglo de las luces”) la fe había sufrido ataques en nombre de una razón divinizada que pretende luchar contra todo lo que llama “superstición”. En el siglo XIX el ataque se mezcla, muchas veces de modo bastante embrollado, con las cuestiones sociales y nacionales.
El tiempo de Don Bosco es, pues, tiempo de primera industrialización, de movimientos del resurgimiento, de restauraciones y de revoluciones. El Turín del resurgimiento es una ciudad en gran expansión a causa de la enorme inmigración desde los campos piamonteses, y el mundo juvenil es presa de problemáticas gravísimas: analfabetismo, desocupación, degradación moral y falta de asistencia religiosa.
“Tengo 16 años… y no sé nada”: así se presentó Bartolomé Garelli, el primero de los muchachos de Don Bosco. “A Bartolomé se añadieron otros jóvenes – contó el mismo Don Bosco -. Durante aquel invierno reuní también a algunos adultos que tenían necesidad de lecciones de catecismo adaptadas a ellos”.[Bosco G. Memorie dell’Oratorio, adattato da Bosco T., 1986.]
Así comenzó el Oratorio: con los jóvenes en busca de trabajo. Don Bosco les dio una casa, un corazón amigo, instrucción y protección, asegurándoles contratos honestos de trabajo; creó escuelas profesionales, talleres. Ofreció igual asistencia a los estudiantes. Dirigió a los jóvenes a conquistar un puesto en el mundo, ayudándolos a lograr competencia y habilidad profesionales; los orientó a la vida cristiana, cuidando su formación religiosa, la frecuencia de los sacramentos y el amor filial a María.
Este compromiso es hoy todavía actual. Si un tiempo había sólo el patio, la iglesia, el taller, la escuela, hoy estamos en presencia de diversos tipos de instituciones educativas, escuelas, centros de alfabetización, comunidades de acogida para muchachos y jóvenes en dificultad, centros de prevención contra la tóxico-dependencia, consultores, intervenciones humanitarias para los jóvenes que viven en la calle, campos de prófugos con gran número de muchachos y jóvenes, centros de acogida para inmigrados… Siempre con el ojo y el corazón atentos a los lugares y a las situaciones donde la pobreza y el malestar tienen necesidad de un surplus de compasión, de cercanía, de amor y de protección.
En este tiempo en que la globalización del mundo de la comunicación y de la economía acompaña la ampliación de pobrezas y marginaciones que golpean especialmente a las jóvenes generaciones, la Iglesia advierte con preocupación la urgente necesidad de superar, especialmente en el ámbito educativo, el drama de una profunda ruptura entre Evangelio y cultura, que lleva a minusvalorar y marginar el mensaje salvífico de Cristo. Hoy, más que en el pasado, tenemos necesidad de una mirada profética sobre los tiempos nuevos, tan complejos y difíciles, y sobre todo de la audacia de los santos, con corazón grande y generoso.
“Tengo 16 años…y no sé nada”. Es el grito que sentimos repetir a tantos jóvenes que encontramos en nuestro camino, que parecen vivir, particularmente en estos años, con una dejadez e indiferencia no sólo respecto de la fe, sino sobre todo respecto del amor del que se busca el sentido profundo o la nostalgia por haberlo perdido, mientras de manera contradictoria se lo reduce a fragmento del sentimiento y de la emotividad.
Estamos ante la era del vacío [G. Lipovetsky, L’era del vuoto Saggi sull’individualismo contemporaneo, 1995.] a causa del individualismo contemporáneo. “Me parece – decía el Santo Padre respondiendo a las preguntas de los jóvenes de la Diócesis de Roma – que el gran desafío de nuestro tiempo es el secularismo: es decir, un modo de vivir y de presentar el mundo como “si Deus non daretur”, es decir, como si Dios no existiese. (…). Me parece ésta la primera necesidad: que Dios esté de nuevo presente en nuestra vida, que no vivamos como si fuésemos autónomos, autorizados a inventar qué son la libertad y la vida. Debemos ser conscientes de ser criaturas, constatar que hay un Dios que nos ha creado y que permanecer en su voluntad no es dependencia sino un don de amor que nos hace vivir”.[Benedicto XVI, Colloquio con i giovani durante l’Incontro con i giovani della Diocesi di Roma, in preparazione alla XXI Giornata Mondiale della Gioventù, Roma, giovedì 6 aprile 2006.]
Es necesario ser capaces de hablar de la verdad, sin tener miedo a hacerlo, incluso cuando nos parece incómoda. Como, continuamente, hace el Santo Padre.
Sobre este tema escribía Romano Guardini: “Quien habla, diga lo que es, y cómo lo ve y lo entiende. Por tanto, exprese también con la palabra cuanto lleva en su intimidad. Puede ser difícil en algunas circunstancias, puede provocar fastidios, daños y peligros; pero la conciencia nos recuerda que la verdad obliga; que ésta tiene algo de incondicional, que posee altura. De ella no se dice: Tú la puedes decir cuando te agrada, o cuando debes obtener un fin; sino: Tú debes decir, cuando hables, la verdad; no la debes reducir ni alterar. Tú la debes decir siempre, simplemente; aun cuando la situación te llevaría a callar, o cuando puedes librarte con desenvoltura de una pregunta”.[R. Guardini, Le virtù Brescia, 1972, p. 21.] Por tanto, hay un imperativo que no se puede ni se debe evitar: atestiguar que la verdad debe volver a ocupar su puesto y su coherente colocación no sólo en nuestra predicación y catequesis, sino sobre todo en la vida de las personas para que puedan arribar a una existencia cargada de sentido.
El ministerio que desarrolláis os pone, en primer lugar, ante la transmisión de la fe. Ésta, lo sabemos, no es primariamente un contenido abstracto, sino un estilo de vida que brota de la opción de ponerse al seguimiento de Cristo y de asumir en nosotros su palabra como promesa y realización de sí.
“Los Presbíteros…no podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena; por otra parte, no podrían tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos. Su propio ministerio exige por título especial que no se configuren con este siglo; pero requiere al mismo tiempo que vivan en este siglo entre los hombres y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas…y se esfuercen en estudiar las cuestiones de su tiempo a la luz de Cristo”.[PO, nn. 3, 4. ]
Además, nuestros jóvenes viven una profunda soledad. Nace muchas veces de no sentirse acogidos, aceptados por lo que se es o rechazados; las diversas formas de traición que la vida impone, desde la amistad al amor, en familia o con los coetáneos, hacen brotar de manera evidente el profundo sentido de soledad en el que muchos están sumergidos.
Estoy convencido de que nuestros jóvenes desean de nosotros un testimonio de gratuidad plena y de perdón sincero. Quieren ser amados por lo que son, pero no por esto debemos olvidar que para nosotros amar es buscar sin cansarnos y con extrema paciencia su bien.
El Concilio escribía en Gaudium et Spes: “El hombre vale más por lo que ‘es’ que por lo que ‘tiene’”.[GS, n. 35.] El contexto cultural en que vivimos indudablemente vive una primacía equívoca del hacer y del tener sobre el ser. La respuesta a las preguntas de los jóvenes no es encontrar técnicas o iniciativas concretas: iríamos al encuentro del fracaso. Si deseamos hacer algo por los jóvenes, es necesario ante todo ser personas de gran corazón, porque como decía todavía Don Bosco, la educación es cosa del corazón.
De todos modos, ésta requiere por nuestra parte el compromiso de saber recuperar con fuerza el encuentro interpersonal y la guía de nuestros jóvenes, verdadero instrumento para la transmisión viva de la fe. Si no hay un encuentro cara a cara, la fe no se transmite. Podemos llamarla dirección espiritual o de otras maneras, pero la tradición de la Iglesia nos transmite el hecho de que es sólo por medio de la relación interpersonal, que implica al hombre como persona, como se realiza la transmisión de la fe.
Precisamente por esto es indispensable repensar vuestro “ser, con estilo salesiano, los signos y los portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres”.[Const. art. 2.]
“No basta amar”. El ideal de santidad salesiana es “hacerse amar”.[MB XVII, 107-114 (MBe XVII, 100-106)]
“Trata de hacerte amar” es cuanto Don Bosco aconsejaba a don Rua cuando fue a Mirabello, en 1863. “Como no puedo estar siempre a tu lado… te hablo con la voz de un tierno padre que abre el corazón a uno de sus más queridos hijos”; le da varios consejos, entre los que sobresale el de hacerse amar.[MB VII, 524 (MBe VII, 447-448).] Don Bosco insiste: “no basta amar”, es necesario saber “hacerse amar”.
El arte de las artes es el arte del amor – enseñaba Guillermo de Saint Thierry -. La naturaleza misma y Dios artífice de la naturaleza se han reservado esta enseñanza. Porque el amor, que es suscitado por el Creador de la naturaleza, si su pureza natural no está enturbiada por afectos extraños, enseña a sí mismo: pero sólo a cuantos se dejan enseñar por él, enseñar por Dios. En efecto, el amor es una fuerza del alma, que la conduce como por un peso natural al lugar y al fin que le es propio”.[Guillermo di Saint Thierry, Natura e grandezza dell’amore 1, 1-2, Magnazo 1990.]
El arte del amor, el amor por la verdad, se aprende en el estilo de vida de Cristo casto, pobre y obediente, humilde y sobrio, lanzado a la caridad. La vida consagrada se hace así confessio Trinitatis, signum fraternitatis, servitium caritatis,[Cfr. Vita consecrata ] luminoso testimonio profético, epifanía de la forma de vida de Jesús, presencia incisiva dentro de la Iglesia y profecía paradoxal y fascinante en un mundo desorientado y confuso.
“La conciencia eclesial de nuestro Fundador – escribía el Rector Mayor de la Sociedad, don Egidio Viganò, en 1985 – se concretaba pedagógicamente en algunos comportamientos de fe, robustos y prácticos. Los expresaba con sencillez en tres grandes actitudes que se fueron llamando “devociones”: hacia Jesucristo Salvador y Redentor, presente en la acción central de la Iglesia, la Eucaristía; hacia María, modelo y Madre de la Iglesia, contemplada en la historia como Auxiliadora; y hacia el Papa, Sucesor de Pedro, puesto como cabeza del Colegio episcopal para el servicio pastoral de toda la Iglesia”.[ Carta del Rector Mayor, en ACG n. 315.]
“Todo esfuerzo es poco – escribía Don Bosco – cuando se trata de la Iglesia y del Papa”.[Cfr. Const art.. 13.] Amor a Cristo, a María, a la Iglesia y al Papa. Vuestro sentire cum Ecclesia sea no sólo compromiso concreto de la vida de todo salesiano y de los Responsables de la Sociedad, sino también testimonio de la dimensión eclesial de vuestra fe y compromiso en educar en él a los jóvenes.
Al invocar la bendición del Señor sobre vosotros y sobre vuestro Capítulo General y sobre los compromisos de los próximos días, recojo las palabras de Benedicto XVI en la carta encíclica Spe Salvi: “La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son las luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía”.[SdS, n. 49.]
María, Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los Cristianos,,[Const. art. 8.] Don Bosco, todos los numerosos santos y beatos salesianos sean vuestras estrellas y os hagan faros de esperanza para toda la humanidad, sobre todo para los jóvenes.
Discurso del Rector Mayor en la apertura del CG2
“Tengo muchas ganas de veros para comunicaros algún don espiritual que os haga más firmes. De hecho, tanto vosotros como yo vamos a animarnos al compartir nuestra fe (Rm 1,11-12).
Eminencia Reverendísima, Card. Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Eminencia Reverendísima, Card. Rafael Farina, Bibliotecario y Archivista de la Santa Romana Iglesia,
Eminencia Reverendísima, Card. Miguel Obando Bravo,
Eminencia Reverendísima Card. Joseph Zen,
Excelentísimo Mons. Angelo Amato, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
Excelentísimo Mons. Gianfranco Gardin, Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Excelentísimo Mons. Gino Reali, Obispo de Porto y Santa Rufina,
Excelentísimo Mons. Francesco Brugnano, Arzobispo de Camerino, Exalumno y Cooperador,
Excelentísimos Obispos Salesianos, Mons. Carlo Chenis, Mons. Zef Gashi, Mons. Stanislav Hocevar, Mons. Calogero La Piana, Mons. Basile Mvé, Mons. Pierre Pican, Mons. Peter Stump, Mons. Luc Van Looy, Mons. Adrian van Luyn, Mons. Rosario Vella,
Reverendísima Sor Enrica Rosanna, Subsecretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Gentilísima Madre Antonia Colombo, Superiora General del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora,
Queridísimos Responsables de los diversos Grupos de la Familia Salesiana,
Reverendísimo Padre Pedro Trabucco, Secretario general de la Unión de Superiores Generales,
Reverendísimo Don Mario Toso, Rector de la Universidad Pontificia Salesiana
En nombre de toda la Asamblea capitular, Os agradezco de corazón vuestra presencia en este momento tan significativo para la Sociedad de San Francisco de Sales y Os expreso cuán grata es para todos nosotros vuestra participación, que honra el inicio de nuestro Capítulo General XXVI y nos estimula en nuestro trabajo.
Queridísimos Hermanos Capitulares, Inspectores y Superiores de Visitadurías, Delegados inspectoriales, Observadores invitados, llegados de todo el mundo para tomar parte en esta importante asamblea de nuestra amada Congregación.
A todos vosotros deseo daros la bienvenida con el corazón de Don Bosco. ¡Sentíos en vuestra casa y a gusto! La casa de Don Bosco es vuestra casa. También la Casa Generalicia es la casa de Don Bosco, como lo fue la de Valdocco, donde hemos querido en espíritu de oración y de contemplación dar comienzo a los primeros momentos de esta Asamblea; como lo fue la casita de I Becchi, en cuya fachada está colocada la inscripción con las palabras de Don Bosco: “Ésta es mi casa”.
El “volver a partir de Don Bosco”, tema central del Capítulo, es una invitación dirigida a toda la Congregación. Dicho tema nos ha llevado a los lugares donde nuestro amado padre y fundador, dócil a la voz y a la acción del Espíritu Santo, dio inicio y desarrollo a aquel carisma, del que somos herederos, garantes, testimonios y comunicadores. I Becchi y Valdocco son la cuna de nuestra experiencia carismática. Allí está nuestra identidad, porque allí todos nosotros hemos nacido, como canta el salmista lleno de alegría pensando en la ciudad de Dios: “todos han nacido allí; todas mis fuentes están en ti” (Sal 86).
Nuestro ADN es el mismo de nuestro padre Don Bosco, cuyos genes son la pasión por la salvación de los jóvenes, la confianza en el valor de la educación de calidad, la capacidad de implicar a muchos hasta crear un vasto movimiento de personas capaces de compartir, en la misión juvenil, la mística del “da mihi animas” y la ascética del “cetera tolle”. Unido a vosotros expreso los más vivos deseos de que nuestro Capítulo sea el punto de arranque para volver a partir de Don Bosco y llegar al año 2015, cuando alegres y agradecidos celebraremos el segundo centenario de su nacimiento.
He querido poner al principio de este discurso de apertura la cita de San Pablo a los Romanos, porque me parece que expresa cuanto tengo en el corazón y cuanto espero de esta asamblea. Si es verdad que cualquier Capítulo General es un acontecimiento que supera en la sustancia el sólo cumplimiento formal de lo que está prescrito en las Constituciones, con mayor razón considero que debe serlo el CG26. Éste será un evento pentecostal, que tendrá al Espíritu Santo como principal protagonista; se desarrollará entre memoria y profecía, entre agradecimiento fiel a los orígenes y apertura incondicional a la novedad de Dios. Y todos nosotros seremos sujetos activos, con nuestras responsabilidades y esperanzas, ricos de experiencia, disponibles a la escucha, al discernimiento, a la aceptación de la voluntad de Dios sobre nuestra Congregación.
Dios mismo es quien nos convoca, el cual continuamente y en todo tiempo llama y manda a sus profetas, para que haya vida en abundancia para todos. Las llamadas de Dios exigen generosidad, entrega plena y disponibilidad también para el sufrimiento para “dar la vida”; no nace vida sin “los dolores del parto”. Dios no invita a consolidar situaciones de estancamiento o incluso de muerte, sino que envía Su Espíritu para volver a dar vida y vitalidad, transformar a las personas y, por medio de ellas, renovar la faz de la tierra.
No puedo dejar de recordar en este punto la penetrante visión de Ezequiel sobre el pueblo de Dios desterrado, privado del Rey, del Templo y de la Ley. Sobre los huesos secos, sobre este pueblo muerto, Dios envía el Espíritu y he aquí que reaparecen los nervios y crece la carne. Recubre estos cuerpos de piel y sopla su aliento de vida (cf. Ez 37, 8ss). Ciertamente la novedad que Dios quiere ofrecer al mundo puede chocar con la resistencia psicológica y espiritual a “renacer de lo alto” (Jn 3, 3), como sucedió con Nicodemo. Al contrario, lo que se nos pide a nosotros es la disponibilidad ejemplar de Abrahán que se deja guiar por el Dios de la promesa (cf. Gn 12, 1-3); él no se aferra ni siquiera al hijo tan esperado y llega a renunciar a Isaac, no dudando en sacrificarlo con tal de no perder a su Dios. Siempre en esta lógica de disponibilidad, modelo perfecto de apertura ilimitada es la Virgen María, pronta a dejar el propio proyecto para asumir el de Dios (cf. Lc 1, 35ss).
El CG26 apunta a algo nuevo e inédito. Nos impulsa la urgencia de volver a los orígenes. Somos llamados a encontrar inspiración desde la misma pasión apostólica de Don Bosco. Somos invitados a acudir a las fuentes claras del carisma y, al mismo tiempo, a abrirnos con audacia y creatividad a modalidades nuevas para expresarlo hoy. Para nosotros es como descubrir nuevas tallas de un mismo diamante, nuestro carisma, que nos permiten responder mejor a las situaciones de los jóvenes, comprender y servir sus nuevas pobrezas, ofrecer nuevas oportunidades para su desarrollo humano y su educación, para su camino de fe y para su plenitud de vida.
Es importante que cada uno de nosotros, queridos Capitulares, entre en sintonía profunda con Dios, que nos llama “hoy”, para que la inspiración y la fuerza de su Espíritu no queden desconcertados en el corazón, enmudecidos en los labios y deformados en su lógica (cf. Ef 4, 30). Todo esto significa que el esfuerzo al que somos llamados es el de abrir lo más posible el arco de nuestra receptividad “espiritual”, para descubrir en lo profundo de nosotros mismos la voluntad de Dios en relación con la Congregación y para conformar cada vez más nuestro pensar y nuestro hablar con la Palabra de Dios. Las palabras, que cada uno de nosotros se sentirá llamado a pronunciar, lleven lo menos posible el gravamen de la carne, porque “lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es Espíritu” (Jn 3, 6).[Cf. V. Bosco, Il Capitolo: momento di profezia per tenere il passo di Dio Elle Di Ci, Torino 1980, p. 8.]
¿Cómo vivir entonces la experiencia capitular de forma constructiva? ¿Qué tipo de compromiso asumir por parte de cada Capitular? ¿Con qué actitudes participar en el Capítulo General?
Cultivando el espíritu profético
La conciencia de ser convocados por Dios despierta en nosotros el sentido de dependencia de Él y la aceptación profunda de la misión que Él nos confía. Esto exige de nosotros una escucha continuada, humilde, obediente. A diferencia de un congreso o de una reunión, donde con frecuencia prevalece la dialéctica, aquí nos encontramos viviendo un momento de discernimiento y de confrontación sobre la vida de la Congregación y sobre nuestro carisma, que es un gran don de Dios para la Iglesia y para los jóvenes.
No podemos asumir el papel de espectadores. Esto transformaría el evento en mera cronología; de él no quedaría sino algún vago recuerdo, incapaz de crear auténticos dinamismos transformadores de la historia. Éste es precisamente el papel del profeta: movido por el Espíritu de Cristo y portador de la Palabra de Dios, es capaz de transformar la historia. Para que todo esto se cumpla en nuestra experiencia, el CG26 nos propone una implicación plena de nuestras personas. Todos estamos llamados a vivir este acontecimiento con responsabilidad, a captar la vital importancia y a reavivar cada día el interés y la disponibilidad para el camino que el Espíritu quiere que hagamos.
El Capítulo será significativo y fecundo si pasa del ser un puro “hecho”, que sucede en el tiempo y en el espacio, a una “experiencia” profunda que toca ante todo nuestra misma persona. Y la tocará, si en la realización del Capítulo somos capaces de encontrar a Dios. Desde ese momento comenzará la regeneración y el renacimiento; entonces podremos comunicar a todos los hermanos de la Congregación “lo que nosotros hemos oído, lo que nosotros hemos visto con nuestros ojos, lo que nosotros hemos contemplado y lo que nuestras manos han palpado” (1 Jn 1, 1).
El crecimiento personal y el servicio a la Congregación, que están en juego en la experiencia capitular, van juntos. Muchas veces se oye decir que la participación en un Capítulo General representa una experiencia intensa de formación permanente; y es verdad. Sin embargo, personalmente, preferiría hablar de una experiencia carismática en el sentido más profundo del término, es decir, de una experiencia del Espíritu y, tratándose de una asamblea, de un verdadero Pentecostés comunitario.
No se trata sólo de no defraudar a los hermanos, sino de no perder un “tiempo propicio”, un “kairós”; por lo tanto, de no defraudar a Dios y a los jóvenes, los dos polos que configuran nuestra identidad, alrededor de los cuales rueda nuestra vida y a cuyo servicio se justifica nuestro ser.
Operando el discernimiento
Precisamente porque el Capítulo no es un congreso, sino un tiempo de discernimiento, debemos vivirlo con esta actitud, que requiere preparación, seria reflexión, oración serena y profunda, aportación personal, conciencia de la propia adhesión, escucha de Dios y de uno mismo.
Desde esta perspectiva, tanto las jornadas de espiritualidad salesiana vividas en I Becchi y en Turín, como los Ejercicios espirituales, como los dos días de presentación de la Congregación a través de los Sectores y las Regiones, han contribuido a crear este clima espiritual. La atmósfera ideal en la que Dios realiza las maravillas y conduce la historia, también la de nuestra Congregación, es la caridad: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”.
El Espíritu actúa, sopla su aliento de vida y lanza sus llamas de fuego donde hay una comunidad reunida en el nombre de Cristo y unida por el amor. Es la comunión de los corazones la que nos convoca alrededor del mismo proyecto apostólico, el de Don Bosco, y hace posible la unidad en la diversidad de los contextos, de las culturas, de las lenguas.
Caminando con el Dios de la historia
Hoy la situación del mundo y de la Iglesia nos pide caminar con el Dios de la historia. No podemos renunciar a nuestra vocación de ser, como consagrados, la punta de diamante en el Reino de Dios, los centinelas del mundo y los sensorios de la historia. Nuestra vocación de “signos y portadores del amor de Dios” (Const 2) nos impulsa a ser cuanto el Señor espera de todos sus discípulos: “sal de la tierra y luz del mundo” (cfr. Mt 5, 14). He ahí las dos imágenes utilizadas por Jesús para definir y caracterizar a sus discípulos. Ambas son muy elocuentes y nos dicen que ponerse en seguimiento de Cristo no está determinado tanto por el “hacer” como por el “ser”, es decir, es más cuestión de identidad que de eficacia, más problema de presencia significativa que de actuaciones grandiosas.
También aquí, lo que importa no es tanto la renovación de la Congregación o su futuro, cuanto la pasión por Jesús y el Reino de Dios. Ésta es nuestra esperanza. Es aquí donde se encuentra la vitalidad, la credibilidad y la fecundidad de nuestro Instituto. En efecto, la apertura a las peticiones, a las provocaciones, a los estímulos y a los desafíos del hombre moderno, en nuestro caso a los de los jóvenes, nos libera de toda forma de esclerosis, de atonía, de inmovilidad, de aburguesamiento y nos pone en camino “al paso de Dios”. Entonces evitaremos mirar atrás, haciéndonos estatuas de sal, o ilusionarlos en estériles huidas adelante, no conformes con la voluntad de Dios.
Un elemento típico de Don Bosco y de la Congregación ha sido siempre la sensibilidad histórica y hoy, más que nunca, no podemos descuidarla. Ella nos hará atentos a las instancias de la Iglesia y del mundo. Nos hará “ir” y “salir” a la búsqueda de los jóvenes. Esto deberá traducirse en un documento capitular capaz de llenar de fuego el corazón de los hermanos. Dicho texto constituirá una verdadera hoja de ruta para los años futuros. He aquí por qué es importante la lectura de los “signos de los tiempos”, algunos de los cuales he querido indicar en ACG 394 en la carta de convocación del CG26.
Construyendo sobre la roca
En mi carta circular con el título “Tú eres mi Dios, fuera de ti no tengo ningún bien” (Sal 16, 2), publicada en ACG 382, hablaba de una vida consagrada de tipo liberal que ya ha agotado sus posibilidades y no tiene futuro. Se han hecho esfuerzos de renovación y se ha tratado de crecer, pero no exactamente según la lógica de una vida que está consagrada antes de todo a Dios. Muchas experiencias convalidan la sospecha de que se ha querido construir la casa sobre la arena, y no sobre la roca. Todo tentativo de refundar la vida consagrada que no nos lleve a Jesucristo, fundamento de nuestra vida (cf. 1 Cor 3, 11), y no nos haga más fieles a Don Bosco, nuestro fundador, está destinado a fracasar.
No cabe duda que la vida consagrada está viviendo un momento más delicado aún que el del inmediato postconcilio, a pesar de todos los esfuerzos de renovación llevados a cabo. Ante este panorama puede surgir la tentación de un simple retorno al pasado, donde recuperar seguridad y tranquilidad, a precio de una cerrazón a los nuevos signos de los tiempos, que nos impulsan a responder con mayor identidad, visibilidad y credibilidad.
La solución no está en opciones restauradoras; en efecto, no se puede sustraer a la vida consagrada la fuerza profética que siempre la ha distinguido y que la hace dinámica y contracultural. Como ya he dicho tantas veces, lo que está en juego durante el próximo sexenio no es la supervivencia, sino la profecía de nuestra Congregación. No debemos, por tanto, cultivar un “ensañamiento institucional”, tratando de prolongar la vida a cualquier costo; debemos, más bien, tratar con humildad, con constancia y con alegría, de ser signos de la presencia de Dios y de su amor por el hombre. Sólo así podremos ser una fuerza capaz de arrastrar y de fascinar.
Pues bien, para ser una presencia profética en la Iglesia y en el mundo, la vida consagrada debe evitar la tentación de adecuarse a la mentalidad secularizada, hedonista y consumista de este mundo y debe dejarse guiar por el Espíritu, que la ha hecho surgir como forma privilegiada de seguimiento y de imitación de Cristo. Podremos así conocer y asumir la voluntad de Dios sobre nosotros, en esta fase de la historia, y llevarlo dentro de nuestra vida con alegría, convicción y entusiasmo. “No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12, 2). No podemos olvidar que la vida cristiana, y con mayor razón la vida consagrada, no tiene otra vocación y misión que ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.
Sal de la tierra somos nosotros cuando vivimos el espíritu de las bienaventuranzas, cuando construimos nuestra vida a partir del sermón de la montaña, cuando vivimos una existencia alternativa. Se trata de ser personas que, frente a una sociedad que privilegia el éxito, lo efímero, lo provisional, el dinero, el placer, el poder, la venganza, el conflicto y la guerra, escogen la paz, el perdón, la misericordia, la gratuidad, el espíritu de sacrificio, comenzando por el círculo restringido de la familia o de la comunidad para extenderse luego a la sociedad.
Pero Jesús nos avisa acerca de la posibilidad de que la sal pierda su sabor, de que sus discípulos no sean auténticos. Él nos señala los efectos desastrosos de esto: “Para nada sirve sino para ser tirada al suelo y pisada por los hombres”. O somos discípulos con clara identidad evangélica y, por tanto, significativos y útiles para el mundo, o nos tienen que echar fuera y despreciar, somos infelices, no somos nada. El cristianismo, la fe, el evangelio, la vida consagrada tienen un valor social y una responsabilidad pública, porque son vocación y misión, y no pueden ser entendidos y vividos “para uso privado”.
Éste es el sentido de la exhortación con que Jesús concluye sus palabras: “Así brille vuestra luz ante los hombres”. Jesús quiere que sus discípulos hagan del discurso de la montaña un programa de vida. Mansedumbre, pobreza, gratuidad, misericordia, perdón, abandono en Dios, confianza, amor a los demás son, pues, las obras evangélicas que se deben hacer resplandecer, las que nos hacen llegar a ser “sal” y “luz”, las que nos ayudan a crear la sociedad alternativa que no permite a la humanidad corromperse del todo.
Nosotros, queridos hermanos, estamos llamados a ser esperanza, a ser luz y sal; estamos llamados a una misión hacia la sociedad y el mundo, una misión que se resume en una palabra: ¡santidad! Ser luz y sal quiere decir ser santos. El art. 25 de las Constituciones presenta la profesión como fuente de santificación. Después de haber hablado de los hermanos que, viviendo en plenitud el proyecto de vida evangélica, sirven de estímulo en nuestro camino de santificación, concluye así: “El testimonio de esta santidad, que se realiza en la misión salesiana, revela el valor único de las bienaventuranzas y es el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes”.
Nos decía Juan Pablo II: “Sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial… Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este ‘alto grado’ de la vida cristiana ordinaria, que es precisamente la santidad”.[Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte n. 31. Cfr. También Caminar desde Cristo, n. 46.] Parafraseando a Don Bosco, diría que es fascinante ser santos, porque la santidad es luminosidad, tensión espiritual, esplendor, luz, alegría interior, equilibrio, pureza, amor llevado hasta el extremo.
Si es verdad que la vida consagrada es “don divino”, que la Iglesia ha recibido de su Señor, “árbol plantado por Dios en la Iglesia”, “don especial que ayuda a la Iglesia en la misión salvífica” y que “pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia” (LG 43 y 44), se sigue que una celebración capitular es un evento eclesial en el sentido auténtico de la palabra. Se trata de un verdadero kairós, en el que Dios obra para llevar a la Iglesia a ser cada vez más esposa de Cristo, toda esplendente, sin mancha y sin arrugas.
En un estudio lingüístico hecho el día después de la determinación del tema del CG26, don Julian Fox escribía que la palabra que aparecía con mayor frecuencia en las intervenciones del Rector Mayor, a partir de la presentación de los documentos del CG25, era “pasión”, unida ordinariamente a “da mihi animas”.[The reference is essentially to a sentence in n. 20 of CG25: “Cada comunidad está formada por hombres, inmersos en la sociedad, que expresan la pasión del ‘da mihi animas, cetera tolle’, con el optimismo de la fe, con la dinámica y la creatividad de la esperanza y con la bondad y entrega total dela caridad”. Each community expresses the Gospel-based passion of the ‘da mihi animas’. So white the RM doesn’t actually mention the term ‘passion’ as the very first thing he wrote to the whole Congregation by way of the introduction to the CG25 documents, he is introducing a document that does, and he soon takes up the twin terms ‘passion’ and ‘da mihi animas’ in subsequent letters anyway. We can say that they were there from the beginning of his consciousness as Rector Major. (J. Fox, 06.04.2006).] Su conclusión es que el “da mihi animas” de Don Bosco es lo que da contenido y sentido a la palabra “pasión”, usada por mí frecuentemente en mis escritos; dicho de otro modo, el término “pasión” describe muy bien el significado del “da mihi animas”.
Este lenguaje se ha hecho más intenso a partir del Congreso Internacional de la vida consagrada, celebrado en Roma a finales de noviembre de 2004, que tuvo precisamente como tema programático “Pasión por Cristo, pasión por la Humanidad”. Como miembro del Consejo ejecutivo y de la Comisión teológica de la USG, he tenido la posibilidad de contribuir a la elección de este tema, que pretendía poner de relieve la centralidad de la “pasión” en el testimonio actual de la vida consagrada.
Dentro de la tradición salesiana y en el contexto más amplio de la vida consagrada, dicha elección está ordenada a llevarnos a nosotros consagrados a cultivar una potente fuerza que arrastre, una inmensa energía que es precisamente la del deseo. La unión profunda entre “pasión” y “da mihi animas” pertenece a nuestra estructura genética, no a nivel formal, sino esencial. En este sentido, que es don carismático de nuestro fundador, tal “pasión” nos vincula profundamente a Dios y a los jóvenes. Por esto, la elección del tema “Da mihi animas, cetera tolle” ha querido ir a las raíces de nuestro carisma, a la “fundamental” opción espiritual y apostólica de Don Bosco, que él mismo ha dejado como programa de vida a los Salesianos (cf. Const. 4). En efecto, dicho lema sintetiza nuestra identidad carismática y nuestra misión.
Da mihi animas expresa una misión deseada, pedida, aceptada. La misión es don de Dios; es Él quien quiere estar entre los jóvenes por medio de nosotros, porque Él mismo quiere salvarlos, quiere darles su plenitud de vida; por esto la misión hay que desearla, porque nace en el corazón de Dios salvador y no de nuestra voluntad. La misión es, además, un don que debe ser pedido; el misionero de los jóvenes no es dueño ni de su vocación ni de los destinatarios; la misión se realiza en primer lugar en coloquio con el Señor de la mies; esto implica una relación profunda con Dios, verdadero requisito de toda misión. La misión es, además, un don que se acepta; esto pide la identificación con el carisma y el cuidado de la fidelidad vocacional a través de la formación inicial y la formación permanente; será esta fidelidad la que nos protegerá de la indiferencia para con Dios y con los jóvenes.
Cetera tolle representa la disposición interior y el esfuerzo ascético para acoger la misión. Es una opción de desapego de todo lo que nos aleja de Dios y de los jóvenes. Dicha opción nos pide: una vida personal y comunitaria más sencilla y más pobre, con una consiguiente reorganización institucional del trabajo, que nos ayude a superar el peligro de ser gestores de las obras más que evangelizadores de los jóvenes; la atención a las nuevas pobrezas de los jóvenes y de nuestros destinatarios en general; la apertura a las nuevas fronteras de la evangelización en un compromiso apostólico profundamente renovado.
El objetivo del CG26 es tocar el corazón del salesiano, para hacer que todo hermano sea “un nuevo Don Bosco”, ¡un intérprete suyo hoy! Hemos expresado esta meta diciendo que el CG26 quiere “despertar el corazón del Salesiano con la pasión del ‘Da mihi animas’”. Estamos seguros de alcanzar el objetivo, si cada salesiano se identifica con Don Bosco, acogiéndolo en la propia vida como “padre y modelo” (Const. 21). Para esto, deberemos renovar nuestra atención y nuestro amor a las Constituciones, captando toda su fuerza carismática.
A este respecto, querría indicaros de modo particular el capítulo segundo de las Constituciones que nos presenta el “espíritu salesiano”. Recordemos cuanto Don Bosco nos ha dejado escrito en su Testamento espiritual: “Si me habéis amado hasta ahora, seguid haciéndolo en adelante con la exacta observancia de nuestras Constituciones”.[ Cfr. Del Testamento espiritual de San Juan Bosco”, Escritos de Don Bosco en “Constituciones y Reglamentos”, ed. 1985, p. 260.] Y Don Rua nos repite: “Cuando el Venerable Don Bosco mandó a sus primeros hijos a América, quiso que la fotografía lo representase en medio de ellos en el acto de entregar a Don Juan Cagliero, jefe de la expedición, el libro de nuestras Constituciones. ¡Cuántas cosas decía Don Bosco con aquella actitud!…Querría acompañaros yo mismo, confortaros, consolaros, protegeros. Pero lo que no puedo hacer yo, lo hará este librito. Guardadlo como preciosísimo tesoro”.[ Letrera circolare del 1 dicembre 1909, in Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani Direzione Generale delle Opere Salesiane, Torinoi 1965, p. 498.] Y, finalmente, afirmaba don Rinaldi: “Todo Don Bosco se encuentra en ellas”.
El tema del CG26 “Da mihi animas, cetera tolle” tiene como subtítulo la expresión “identidad carismática y pasión apostólica”. Al fin y al cabo, la renovación profunda de que tiene necesidad la Congregación en esta hora histórica y a la que tiende este Capítulo General, depende de la unión inseparable de estos dos elementos. A mi parecer, hay que superar desde el principio el clásico dilema entre “identidad carismática y relevancia social”. De hecho, éste es un problema falso: en efecto, no se trata de dos factores independientes, y su contraposición puede traducirse en tendencias ideológicas que desfiguran la vida consagrada, se convierten en causa de inútiles tensiones y estériles esfuerzos, provocan un sentido de fracaso. Me pregunto pues: ¿dónde encontrar la identidad salesiana, la que garantiza la relevancia social de la Congregación, manifestada en el “fenómeno salesiano”, como fue llamado por Pablo VI, fruto de su increíble crecimiento vocacional y de su expansión mundial?
Nos sucede a nosotros lo que hoy vive la Iglesia. Ésta “está siempre ante dos imperativos sagrados que la mantienen en una tensión insuperable. Por una parte está vinculada a la memoria viva, a la asimilación teórica y a la respuesta histórica a la revelación de Dios en Cristo, que es origen y fundamento de su existencia. Por otra, está vinculada y es mandada a la comunicación generosa de la salvación ofrecida por Dios a todos los hombres, que ella alcanza a través de la evangelización, la celebración sacramental, el testimonio vivo y la colaboración generosa de cada uno de sus miembros. El cuidado de la identidad y el ejercicio de la misión son igualmente sagrados. Cuando la fidelidad a los orígenes y la preocupación por la identidad son desproporcionadas o son excesivas, la Iglesia se convierte en una secta y sucumbe al fundamentalismo. Cuando la preocupación por su relevancia ante la sociedad y ante las causas comunes de la humanidad es llevada hasta el límite, en que se olvidan las propias fuentes claras, entonces la Iglesia llega al borde de la disolución y finalmente de la insignificancia”.[O. González de Cardenal, Ratzinger y Juan Pablo II. La Iglesia entre dos milenios Ed. Sígueme, Salamanca 2005, pp. 224 ss.]
He aquí los dos elementos constitutivos para la Iglesia y, por lo tanto, para la Congregación: su identidad, que consiste en ser discípulos de Jesucristo, y su misión, que está centrada en trabajar por la salvación de los hombres, en nuestro caso la de los jóvenes. La preocupación obsesiva por la identidad desemboca en el fundamentalismo y así se pierde la relevancia. El afán por una relevancia social en el desarrollo de la misión, a cualquier precio y a costa de la pérdida de identidad, lleva, en cambio, a la disolución del mismo “ser Iglesia”.
Esto significa que la fidelidad de la Iglesia, y a fortiori la de la Congregación, depende de la unión inseparable de estos dos factores: identidad carismática y relevancia social. Con frecuencia, al plantear estos elementos como antagonistas o simplemente separándolos, “o identidad o relevancia”, nosotros podemos caer en una concepción equivocada de la vida consagrada, pensando que si hay mucha identidad de fe y de carisma, pueda sufrir su compromiso social y consiguientemente pueda haber poca significatividad de nuestra vida. Olvidamos que “la fe sin las obras es estéril” (Sant 2, 20). ¡No se trata de una alternativa, sino de una integración!
Hablando de la renovación de la vida consagrada, en el n. 2 del Decreto Perfectae Caritatis el Concilio Vaticano II proponía esta orientación de base: “La adecuada renovación de la vida religiosa comprende, a la vez, un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de los institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos”.
Son tres las referencias de este programa de renovación: 1) una vuelta continua a las fuentes de toda vida cristiana; 2) una vuelta continua a la inspiración original de los institutos; 3) una adaptación de los institutos a las mudables condiciones de los tiempos. Pero hay antes un criterio que resulta normativo, es decir, las tres peticiones de la reforma van juntas: simul. No puede darse ninguna renovación adecuada con una sola de tales perspectivas. Tal vez éste ha sido el error de algunos tentativos fracasados de reforma de la vida consagrada. En el inmediato período postconciliar, mientras algunos subrayaban la inspiración originaria del instituto a través de una fuerte identidad, otros optaban por la adecuación a la nueva situación del mundo contemporáneo con un compromiso social más fuerte. Así las dos polarizaciones permanecían infecundas y sin una efectiva fuerza de convicción.
Muchas veces he compartido la profunda impresión que me hizo la visita a la Casa Madre de las Hermanas de la Caridad en Calcuta, precisamente por la convicción particular que Madre Teresa supo trasmitir a sus Hermanas: cuanto más te entregas a aquellos en quienes nadie piensa, los más pobres y necesitados, tanto más debes expresar la diferencia, la razón fundamental de esta preocupación, que es Cristo Crucificado. La única forma, en que se presenta claro el testimonio de la vida consagrada, se tiene cuando ésta es capaz de revelar que Deus caritas est. Madre Teresa escribía: “Una oración más profunda te lleva a una fe más vibrante, una fe más vibrante a un amor más expansivo, un amor más expansivo a una entrega más solidaria, una entrega más solidaria a una paz duradera”.
La identificación con la sociedad contemporánea, sin una profunda identificación con Jesucristo, pierde su capacidad simbólica y su fuerza inspiradora. Sólo esta inspiración hace posible la diferencia que la sociedad necesita. La sola identificación con un grupo social o con un determinado programa político, incluso cargado de impacto social, no es más elocuente ni creíble. Para este fin hay otras instituciones y organizaciones en el mundo de hoy.
He aquí cuanto Don Bosco supo hacer de modo extraordinario. Nos lo presenta en forma magistral nuestro texto constitucional en el artículo 21, hablando precisamente de Don Bosco como Padre y Maestro y ofreciéndonoslo como modelo. Las razones presentadas son tres:
a) Él logró realizar en la propia vida una espléndida armonía entre naturaleza y gracia
He aquí, pues, su identidad.
b) Ambos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes
c) Realmente lo único que le interesó fueron las almas.
He aquí la gracia de la unidad.
Hoy la Congregación tiene necesidad de esta conversión, que nos haga al mismo tiempo recuperar la identidad carismática y la pasión apostólica. Nuestro compromiso por la salvación de los jóvenes, especialmente los más pobres, pasa necesariamente a través de la identificación carismática.
En Don Bosco la santidad brilla desde sus obras, es verdad; pero las obras son sólo la expresión de su vida de fe. Unión con Dios es vivir en Dios la propia vida; es estar en Su presencia; es participación en la vida divina que hay en nosotros. Don Bosco hizo de la revelación de Dios y de su Amor, la razón de la propia vida, según la lógica de las virtudes teologales: con una fe que se hacía signo fascinante para los jóvenes, con una esperanza que era palabra luminosa para ellos, con una caridad que se hacía gesto de amor en sus relaciones.
Queridísimos hermanos Capitulares, el 3 de abril del 2002 fui elegido Rector Mayor por el CG25 y los días sucesivos fueron elegidos el Vicario y los otros Consejeros de Sector y de Región, con el mandato de animar y gobernar la Congregación en el sexenio 2002-2008. Durante estos seis años hemos tratado de vivir con intensidad dicho mandato, invirtiendo nuestras mejores energías.
Don Luc Van Looy, después de poco más de un año, fue llamado por el Santo Padre al ministerio episcopal como Obispo de la Diócesis de Gante en Bélgica. Esto nos obligó a nombrar un nuevo Vicario, don Adriano Bregolin, y, en consecuencia, un nuevo Regional para Italia y Medio Oriente en la persona de don Pier Fausto Frisoli. Uno de nosotros, don Valentín de Pablo, falleció mientras realizaba la Visita extraordinaria a la Visitaduría AFO. Dos Consejeros, don Antonio Domenech y don Helvécio Baruffi, han sido probados duramente por la enfermedad. Y, finalmente, el 23 de enero pasado el Santo Padre ha nombrado Obispo a don Tarcisio Scaramussa, Consejero para la Comunicación Social, confiándole el comprometido encargo de Auxiliar de la Arquidiócesis de Sâo Paulo.
Mientras agradezco a cada uno de los Consejeros su cercanía y su colaboración leal, generosa y calificada en las diversas funciones encomendadas a ellos, es hoy el momento de dar de nuevo la palabra a la Asamblea Capitular, que representa la máxima expresión de autoridad en la vida de la Congregación. A todos vosotros, pues, queridísimos hermanos, la palabra, pero también la invitación a abrir el corazón al Espíritu, el gran Maestro interior que nos guía siempre hacia la verdad y la plenitud de vida.
Concluyo confiando este acontecimiento pentecostal de nuestra Congregación a la Virgen, a María Auxiliadora. Ella ha estado siempre presente en nuestra historia y no dejará que nos falte su presencia y su auxilio en esta hora. Como en el Cenáculo, María, la experta del Espíritu, nos enseñará a dejarnos guiar por Él “para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada y lo perfecto” (Rm 12, 2b).
Roma, 26 de febrero de 2008
Don Pascual Chávez Villanueva Rector Mayor
A su Santidad Papa Benedicto XVI Ciudad del Vaticano
Sentimos una gran alegría y consideramos un estupendo don de Dios poder encontrar a Vuestra Santidad con ocasión de nuestro 26º Capítulo General. Gozo al poder presentarle los miembros del nuevo Consejo General, elegidos la semana pasada, y todos los demás Inspectores-Provinciales, juntamente con los respectivos delegados de las 96 Circunscripciones en las que está dividida nuestra Sociedad Salesiana. Están presentes también algunos invitados como observadores. En total, 233 miembros, que representan a los casi 16.000 Salesianos presentes en 129 países del mundo.
La alegría que causa en nosotros el encuentro con el Santo Padre es fruto y expresión de nuestro Carisma. En efecto, nuestro Padre Don Bosco solía decir: “Toda fatiga es poca, cuando se trata de la Iglesia y del Papado” (MB V, 577; MBe V, 411). Él tenía una visión arraigada en la certeza de la presencia viva del Espíritu Santo en la Iglesia, en la convicción de que el Papa es el Vicario de Cristo en la tierra, y en la conciencia de que la Virgen es la Auxiliadora de los Cristianos. En coherencia con tales principios promovió y realizó iniciativas, tomó decisiones y aceptó misiones difíciles, siempre haciendo de la voluntad del Santo Padre un punto de referencia fundamental de su acción y de su espiritualidad. Este modo de sentir está vivo en nosotros, Beatísimo Padre y, con esto, además de expresar nuestra cercanía y adhesión a la persona del Papa, entendemos expresar nuestro Amor y nuestra plena entrega al servicio de la Iglesia.
El Capítulo que estamos celebrando ha focalizado su atención en un importante núcleo carismático de nuestra Congregación Salesiana: “Da mihi animas, cetera tolle”. Esta breve oración es el lema que Don Bosco escogió, desde los comienzos, para su apostolado entre los jóvenes. Él quería expresar así, al mismo tiempo, su total entrega a Dios, una gran pasión apostólica, y la disponibilidad total para toda renuncia, con tal de poder realizar su misión.
Durante este Capítulo General hemos querido confrontarnos con esta entrega total de nuestro Santo Fundador a Dios en los jóvenes. Nos hemos propuesto volver a Don Bosco y volver a partir de él con la voluntad de estudiarlo, amarlo, imitarlo e invocarlo, aplicándonos al conocimiento de su historia y de los orígenes de la Congregación; y todo esto para “volver a los jóvenes”, para estar a la escucha de sus invocaciones y hacernos cargo de sus inquietudes y de sus esperanzas, a la luz de la cultura actual.
Sentimos toda la actualidad del Carisma educativo del que somos portadores, Beatísimo Padre, y queremos vivirlo intensamente por el bien de la juventud como una aportación original a la misión evangelizadora de la Iglesia.
La celebración de un Capítulo General es siempre también un momento de evaluación y nos sentimos contentos de poder constatar que nuestros Hermanos están trabajando con fidelidad y eficacia en tantas partes del mundo. Hace treinta años el Rector Mayor, don Egidio Viganò había dado origen al “Proyecto África”. Una vasta iniciativa de hermanamientos misioneros ha hecho que nuestra presencia se pudiese multiplicar, extendiéndose hasta llegar a 42 países del continente. Hoy los Hermanos en África son más de 1200 y la mayor parte de ellos son autóctonos. En América Latina seguimos trabajando con gran empeño en el campo de la educación. Es siempre grande la atención a los jóvenes más pobres de las periferias urbanas, de la calle y también de las zonas menos desarrolladas del continente. En Asia y Oceanía, donde la religión católica está en un porcentaje pequeño, tenemos un gran florecimiento vocacional y la evangelización se lleva adelante con entusiasmo y con fruto, sobre todo entre las poblaciones de origen tribal. Así en India, en Indonesia, en Vietnam, en Timor, hasta las Islas Fiji y Samoa. Un sueño nos queda en el corazón, el de dedicarnos también a la juventud de la gran China y así llevar a cumplimiento el sueño misionero de Don Bosco. Cuando el Señor quiera abrir también esta puerta, será una gran alegría para toda la Iglesia y también para nuestra Congregación.
Somos conscientes, Santidad, de que la “missio ad gentes” es una vocación que nos llama con renovado compromiso también hacia el continente europeo, como también hacia las zonas más desarrolladas del continente norteamericano y de Australia. Don Bosco nos impulsa a buscar nuevos caminos para encontrar también a estos jóvenes, que muchas veces no presentan señales de pobreza material, pero ciertamente tienen una gran pobreza bajo el punto de vista espiritual; están en busca de respuestas y no tienen amigos del corazón; están hambrientos de vida y han perdido el sentido de la vida. Por todo esto el Capítulo General está orientado a formular un “Proyecto Europa”, atento a renovar la presencia salesiana con mayor incisión y eficacia en este continente. Es decir, buscar una nueva propuesta de evangelización para responder a las necesidades espirituales y morales de estos jóvenes, que nos parecen un poco como peregrinos sin guías y sin meta.
Beatísimo Padre, mientras renovamos los sentimientos de nuestra filial gratitud, Le aseguramos la oración constante por sus intenciones, por la Iglesia y por el mundo, y acogemos de Su Santidad con alegría las indicaciones que más claramente puedan marcar el camino de nuestra Congregación en los próximos seis años, que nos prepararán de manera inmediata a la celebración del bicentenario del nacimiento de Don Bosco (1815-2015).
Nos considere siempre sus devotísimos hijos y nos bendiga.
Don Pascual Chávez Villanueva Rector Mayor
Discurso de Su Santidad BENEDICTO XVI en la audiencia a los Capitulares del 31 de marzo de 2008
Queridos miembros del Capítulo General de la Congregación Salesiana:
Me es cosa grata reunirme hoy con vosotros, cuando vuestros trabajos alcanzan ya su fase conclusiva. Agradezco ante todo al Rector Mayor, el Padre Pascual Chávez Villanueva, los sentimientos que ha expresado en nombre de todos vosotros, confirmando la voluntad de la Congregación de actuar siempre con la Iglesia y por la Iglesia, en plena sintonía con el Sucesor de Pedro. También le doy las gracias por el generoso servicio desempeñado durante el sexenio pasado y le expreso mis mejores votos con vistas al cargo que acaba de serle renovado. Saludo también a los miembros del nuevo Consejo General, que ayudarán al Rector Mayor en su tarea de animación y de gobierno de toda vuestra Congregación. En el Mensaje que, al iniciarse vuestros trabajos, dirigí al Rector Mayor, y por mediación suya a los capitulares, expresé algunas expectativas que la Iglesia deposita en los salesianos, y formulé también algunas consideraciones con vistas al camino de vuestra Congregación. Hoy quisiera recuperar y profundizar alguna de aquellas indicaciones, a la luz también de la labor que estáis desempeñando. Vuestro XXVI Capítulo General tiene lugar en un período de grandes cambios sociales, económicos, políticos, de complejos problemas éticos, culturales y medioambientales, de conflictos irresolutos entre etnias y naciones. En este tiempo nuestro existen, por otro lado, comunicaciones más intensas entre los pueblos, nuevas posibilidades de conocimiento y de diálogo y un debate más vibrante acerca de los valores espirituales que dan sentido a la existencia. En especial, el llamamiento que nos dirigen los jóvenes, principalmente con sus interrogantes sobre los problemas fundamentales, responde a los deseos intensos de vida plena, de amor auténtico, de libertad constructiva que abrigan. Se trata de situaciones que afectan profundamente a la Iglesia y a su capacidad de anunciar en la actualidad el Evangelio de Cristo con toda su carga de esperanza. Espero vivamente, por lo tanto, que toda la Congregación Salesiana, gracias también a los resultados de vuestro Capítulo General, pueda vivir con impulso y fervor renovados la misión para la que el Espíritu Santo, mediante la intervención maternal de María Auxiliadora, la ha suscitado en la Iglesia. Deseo hoy animaros a vosotros y a todos los salesianos a proseguir por el camino de esta misión permaneciendo plenamente fieles a vuestro carisma original, en el contexto del bicentenario de Don Bosco, ya inmediato.
Con el tema “Da mihi animas, cetera tolle”, vuestro Capítulo General se ha propuesto reavivar la pasión apostólica en todos los salesianos y en toda la Congregación. Ello ayudará a caracterizar mejor el perfil del salesiano, de manera que éste tome cada vez mayor conciencia de su identidad de persona consagrada “para la gloria de Dios” y se vea cada vez más inflamado de afán pastoral “para la salvación de las almas”. Quiso Don Bosco que la continuidad de su carisma en la Iglesia quedara asegurada gracias a la opción de la vida consagrada. Hoy también el movimiento salesiano podrá crecer en fidelidad carismática sólo si en su seno subsiste un núcleo fuerte y vital de personas consagradas. Por eso, y con vistas a consolidar la identidad de toda la Congregación, vuestro primer compromiso estribará en reforzar la vocación de todo salesiano a vivir en plenitud la fidelidad a su llamada a la vida consagrada. Toda la Congregación debe tender a ser continuamente “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado encarnado ante el Padre y ante los hermanos” (Vita consecrata, n. 22). ¡Que Cristo sea el centro de vuestra vida! Hay que dejarse llevar por Él y desde Él caminar siempre. Todo lo demás ha de considerarse una “pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús”, y todas las cosas deben ser tenidas por “basura para ganar a Cristo” (Flp 3,8). De ahí nacen el amor ardiente al Señor Jesús, la aspiración a identificarse con Él, asumiendo sus sentimientos y forma de vida; el abandono confiado en el Padre y la dedicación a la misión evangelizadora que deben caracterizar a todo salesiano, quien debe saberse elegido para seguir a Cristo obediente, pobre y casto según las enseñanzas y los ejemplos de Don Bosco.
Por desgracia, el proceso de secularización que avanza en la cultura contemporánea, ni siquiera respeta las comunidades de vida consagrada. Por ello hay que vigilar ante formas y estilos de vida que amenazan con debilitar el testimonio evangélico, inutilizar la acción pastoral y precarizar la respuesta vocacional. Por eso os pido que ayudéis a vuestros hermanos a custodiar y reavivar su fidelidad a la llamada. La oración que Jesús elevó al Padre antes de su Pasión para que cuidara en su nombre a todos los discípulos que le había dado y para que ninguno de ellos se perdiera (cf. Jn 17,11-12), puede aplicarse concretamente a las vocaciones de especial consagración. He aquí por qué “la vida espiritual (…) debe ocupar el primer lugar en el programa” de vuestra Congregación (Vita consecreta, n. 93). ¡Que la Palabra de Dios y la liturgia sean las fuentes de la espiritualidad salesiana! Y que, en especial, la lectio divina, practicada a diario por todo salesiano, y la Eucaristía, celebrada cada día en común, sean su alimento y sustento. De ahí nacerá la espiritualidad auténtica de la dedicación apostólica y de la comunión eclesial. La fidelidad al Evangelio vivido sine glossa y a vuestra Regla de vida, y particularmente un estilo de vida austero y una pobreza evangélica practicada de manera coherente; el amor fiel a la Iglesia y vuestra generosa entrega a los jóvenes, en especial a los más necesitados y desfavorecidos, serán garantía de prosperidad para vuestra Congregación.
Don Bosco constituye un ejemplo señero de una vida inspirada toda ella por la pasión apostólica, vivida al servicio de la Iglesia en el seno de la Congregación y de la Familia Salesiana. De San José Cafasso aprendió vuestro fundador a abrazar el lema “Da mihi animas, cetera tolle” como síntesis de un modelo de acción pastoral inspirado en la figura y en la espiritualidad de San Francisco de Sales. El horizonte en el que semejante modelo se sitúa es el de la primacía absoluta del amor de Dios, un amor capaz de forjar personalidades ardientes, deseosas de contribuir a la misión de Cristo para incendiar toda la tierra con el fuego de su amor (cf. Lc 12,49). Junto con el ardor del amor de Dios, la otra característica del modelo salesiano es la conciencia del valor inestimable de las “almas”. Esta percepción genera, por contraste, un sentido vivo del pecado y de sus devastadoras consecuencias en el tiempo y en la eternidad. El apóstol está llamado a colaborar en la acción redentora del Salvador para que nadie se pierda. “Salvar las almas” fue, pues, la única razón de ser de Don Bosco. El beato Miguel Rua, su primer sucesor, así sintetizó toda la vida de vuestro amado padre y fundador: “No dio paso, no pronunció palabra, no acometió empresa alguna que no tuviera como objetivo la salvación de la juventud (…). En verdad, sólo le importaban las almas”.
Hoy también urge alimentar esta pasión en el corazón de todo salesiano. Así no temerá penetrar con audacia en los ámbitos más difíciles de la acción evangelizadora a favor de los jóvenes, especialmente de los más pobres en lo material y en lo espiritual. Tendrá la paciencia y el valor de proponer a los jóvenes que vivan su misma totalidad de entrega en la vida consagrada. Tendrá el corazón abierto para descubrir las nuevas necesidades de los jóvenes y para escuchar su invocación de ayuda, dejando en su caso a otros los campos de intervención pastoral que ya estuvieran consolidados. Con este fin, afrontará las exigencias integrales de la misión con una vida sencilla, pobre y austera, compartiendo las mismas condiciones de vida de los más pobres, y tendrá la alegría de dar más a quien en la vida menos haya recibido. Así, su pasión apostólica también se contagiará e implicará a otros. De ahí que el salesiano se convierta en promotor del sentido apostólico, ayudando ante todo a los jóvenes a conocer y a amar al Señor Jesús, a dejarse conquistar por Él, a cultivar la tarea evangelizadora, a querer hacer el bien a sus coetáneos, a ser apóstoles entre otros jóvenes como lo fueron Santo Domingo Savio, la beata Laura Vicuña, el beato Ceferino Namuncurá y los cinco jóvenes beatos mártires del centro juvenil de Poznan. Queridos salesianos: Dedicaos a formar seglares con corazón apostólico, invitando a todos a caminar en esa santidad de vida que produce discípulos valientes y auténticos apóstoles.
En el Mensaje que he dirigido al Rector Mayor al iniciarse vuestro Capítulo General, he querido entregar idealmente a todos los salesianos la Carta que envié recientemente a los fieles de Roma, en la que se refleja la preocupación por la que he definido como una gran urgencia educativa. “Educar nunca ha sido fácil, y hoy parece volverse cada vez más difícil: de ahí que no pocos padres y docentes se vean tentados a renunciar a su tarea y ni siquiera logren entender ya cuál es realmente la misión que tienen encomendada. Y es que son demasiadas las incertidumbres y las dudas que circulan en nuestra sociedad y en nuestra cultura; demasiadas las imágenes distorsionadas que los medios de comunicación social vehiculan. De esta manera se vuelve difícil proponer a las nuevas generaciones algo válido y cierto, unas reglas de comportamiento y unos objetivos merecedores de que se les consagre la vida” (Discurso en la entrega a la diócesis de Roma de la “Carta sobre la tarea urgente de la educación”, 23-2-08). En realidad, el aspecto más grave de la urgencia educativa es la sensación de desaliento que embarga a muchos educadores, particularmente padres y docentes, ante las dificultades a las que su misión se enfrenta hoy en día. Y esto es lo que escribía en la Carta citada: “Alma de la educación, como de la vida entera, sólo puede serlo una esperanza fiable. Hoy nuestra esperanza se ve asechada por muchos lados, y nosotros también corremos el peligro de convertirnos de nuevo, al igual que los antiguos paganos, en hombres ‘sin esperanza y sin Dios en el mundo’, como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef 2,12). Precisamente de ahí nace lo que tal vez constituya la dificultad más profunda para una labor educativa auténtica: y es que en el origen de la crisis de la educación existe una crisis de confianza en la vida” que en el fondo, no es sino desconfianza en el Dios que nos ha llamado a la vida (Carta a la diócesis y a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21-1-08). En la educación de los jóvenes resulta extremadamente importante que la familia sea un sujeto activo. Pero ésta encuentra a menudo dificultades a la hora de afrontar los desafíos de la educación; muchas veces es incapaz de ofrecer su aportación específica, cuando no brilla por su ausencia. La predilección y el compromiso por los jóvenes, que caracterizan el carisma de Don Bosco, deben traducirse en un compromiso análogo por la implicación y la formación de las familias. Por eso vuestra pastoral juvenil debe abrirse con decisión a la pastoral familiar. Cuidar de las familias no significa restar fuerzas al trabajo a favor de lo jóvenes, antes al contrario, dar a éste mayor duración y eficacia. Por eso, os animo a estudiar en profundidad las formas que puede adoptar este compromiso que ya habéis emprendido, lo que redundará en beneficio de la educación y evangelización de los jóvenes.
Ante tan numerosas tareas es menester que vuestra Congregación asegure, particularmente a sus miembros, una formación sólida. La Iglesia necesita con urgencia personas de fe sólida y profunda, dotadas de una preparación cultural actualizada, una sensibilidad humana auténtica y un acusado sentido pastoral. Necesita personas consagradas que dediquen su vida a permanecer en esas fronteras. Sólo así será posible evangelizar eficazmente. Vuestra Congregación deberá, pues, dedicarse a esta tarea formativa como a una prioridad. Deberá seguir formando con gran esmero a sus miembros sin conformarse con la mediocridad, superando las dificultades propias de la fragilidad vocacional, favoreciendo un acompañamiento espiritual seguro y garantizando mediante una formación permanente la calificación educativa y pastoral.
Concluyo dando gracias a Dios por la presencia de vuestro carisma al servicio de la Iglesia. Os animo a alcanzar las metas que vuestro Capítulo General propondrá a toda la Congregación. Os aseguro mi oración por la realización de lo que el Espíritu querrá sugeriros por el bien de los jóvenes, de las familias y de todos los seglares que participan del espíritu y de la misión de Don Bosco. Con estos sentimientos imparto ahora a todos vosotros, como prenda de abundantes mercedes celestiales, la bendición apostólica.
*Discurso del Rector Mayor Don Pascual Chávez Villanueva en la clausura del CG26
EL CG 26: UNA HOJA DE RUTA HACIA EL JUBILEO DEL 2015
Bajo el lema del “Da mihi animas, cetera tolle”
Queridísimos hermanos:
Concluimos hoy este Pentecostés salesiano. ¡Sí! Esto ha querido ser el Capítulo General 26: un Pentecostés, un momento de particular apertura al Espíritu del Señor. Todavía resuenan en nuestros corazones las palabras que el Papa Benedicto XVI nos dirigió en el mensaje de la apertura de nuestra asamblea: “El carisma de Don Bosco es un don del Espíritu para todo el Pueblo de Dios, pero sólo en la escucha dócil y en la disponibilidad a la acción divina es posible interpretarlo y hacerlo actual y fecundo, incluso en este tiempo nuestro… Derramando sobre los Capitulares la abundancia de sus dones, Él llegará al corazón de los Hermanos, los hará arder en su amor, los inflamará en deseos de santidad, los impulsará a abrirse a la conversión y los reforzará en su audacia apostólica”.[Al Reverendísimo Don Pascual Chávez Villanueva, Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco. Del Vaticano, 1 de marzo de 2008, n. 1.]
En efecto, precisamente así hemos querido vivir el Capítulo: bajo la guía del Espíritu Santo, para que fuese Él quien nos ayudara a comprender mejor, actualizar y hacer fecundo el carisma de nuestro Fundador y Padre. Durante estos días, hemos experimentado la acción del Espíritu, que inflamaba nuestro corazón para hacernos testimonios elocuentes y valientes del Señor Jesús, para llevar a los jóvenes la buena noticia de su resurrección y proponerles la experiencia gozosa del encuentro con Él.
Las jornadas vividas en los lugares salesianos (San Francisco de Asís, Valdocco, Colle Don Bosco, Basílica de María Auxiliadora y Santuario de la Consolata) han sido espléndidas, apreciadas por todos por la oportunidad de estar en contacto inmediato con la cuna – carismática, espiritual y apostólica – de nuestra Congregación. Para algunos era la primera vez que tenían la alegría de visitar “nuestros lugares santos”, para otros era la primera vez que escuchaban una presentación de Don Bosco, no tanto planteada sobre anécdotas de familia que contar y ni siquiera sobre curiosidades históricas que esclarecer, sino más bien como una experiencia espiritual y carismática que revivir. En una palabra, aquellos días fueron para todos un modo concreto y – espero y deseo – un primer paso para “volver a partir de Don Bosco”.
Los frutos deberán ser copiosos: el deseo de profundizar en mayor medida la herencia espiritual que se nos ha transmitido, el compromiso para hacer conocer mejor a Don Bosco y nuestra historia salesiana, la voluntad de preparar formadores de salesianidad y, finalmente, el deseo de valorizar más estos lugares vinculados con nuestro carisma.
La presentación del estado de la Congregación, a través de la relación audiovisual de los Dicasterios y de las Regiones, ha querido expresar el propósito de ir más allá de la entrega de un libro, con la relación del Rector Mayor. El objetivo específico ha sido el de informar puntualmente a los Capitulares sobre el estado de la Congregación, para favorecer una visión global y un sentido de responsabilidad común. La Congregación es de todos nosotros y todos somos corresponsables de su crecimiento, de sus recursos, de sus desafíos.
Los Ejercicios Espirituales se han vivido como un verdadero ejercicio del Espíritu, superando la tentación de reducir la propuesta espiritual a un conjunto de temas de estudio o de actualización teológico-espiritual. Estos días de retiro han ayudado a crear la atmósfera de fe que es absolutamente indispensable para hacer del Capítulo una experiencia de escucha de Dios, de docilidad al Espíritu, de fidelidad a Cristo. Me han parecido ejemplares – también porque no es común encontrar este ambiente en otras experiencias de Ejercicios Espirituales – el silencio, la oración personal prolongada en la adoración eucarística, la celebración de la Reconciliación. Hay que notar, además, que los Ejercicios nos han dado elementos de iluminación importantes por lo que se refiere a una mayor comprensión teológica del carisma, de la misión y de la espiritualidad salesiana.
En su desarrollo concreto, los temas nos han ofrecido claves de lectura significativas para aprender a ser hombres de esperanza, implicados en el designio maravilloso de Dios de salvar la humanidad, con la mística del “Da mihi animas”, que hace del amor de Dios la fuerza arrastrante, y con la ascética del “cetera tolle”, que nos impulsa a entregar nuestra vida hasta el último aliento. Un elemento importante desde esta perspectiva ha sido la clarificación sobre la misión, que no consiste tanto en hacer cosas como en ser signo del amor de Dios. Precisamente este Amor es la única energía capaz de liberar, en cada uno de nosotros, las mejores potencialidades. Sabemos que debemos vivir todo esto bajo el signo de la gratuidad y de la gracia. Sólo así se alcanza aquel don particular de Dios, la “gracia de unidad”, por el que todo es consagración y todo es misión. Por lo que se refiere a los destinatarios, hemos oído cómo Don Bosco se sintió carismáticamente “tocado” por el riesgo que podía poner en peligro la felicidad temporal y eterna (la “salvación”) de los jóvenes: el abandono en que se podían encontrar frente a Dios y a los demás, un abandono provocado por su misma pobreza, a veces dramática. Por todo esto Don Bosco es para nosotros padre, maestro y modelo. Él, en la escuela de María Inmaculada y Auxiliadora, quiso caracterizar su identidad religiosa poniendo como puntos básicos de su vida la primacía absoluta de Dios, el deseo de una continua unión con Él, para corresponder plenamente a su voluntad (obediencia), como expresión de un amor total (castidad), en la expoliación y en la renuncia de todo lo que podía impedir su más completa entrega a la misión (pobreza).
Querría recorrer de nuevo ahora con vosotros las etapas de este camino de Gracia que ha sido nuestro Capítulo General.
La primera semana del Capítulo (3-8 de marzo) estuvo dedicada a los procesos jurídicos ordinarios (presentación y aprobación del Reglamento del CG26, elección de los Moderadores), y sobre todo al estudio de la Relación del Rector Mayor por parte de la diversas Regiones. Éstas, reflexionando sobre la Relación, individuaron los grandes desafíos que emergen del estado de la Congregación y, en consecuencia, las líneas de futuro que presentar al Rector Mayor y a su Consejo en vista de la programación de animación y gobierno para el sexenio 2008 – 2014.
El estudio de la Relación ha sido un elemento fundamental para la profundización del tema capitular, teniendo en cuenta que más que nunca este Capítulo se proponía no tanto la elaboración de un documento, cuanto la renovación de la vida de la Congregación con la apremiante llamada a “volver a partir de Don Bosco”. Habernos dado cuenta de dónde estamos, nos permite descubrir mejor el camino de “vuelta a Don Bosco”, los elementos que recuperar para volver a partir de él con un renovado impulso.
La segunda semana (10-15 de marzo) estuvo totalmente ocupada en el estudio de los tres primeros núcleos temáticos. Se presentaron también las cuestiones afrontadas por la Comisión Jurídica, especialmente las que tenían que ver con la configuración del Consejo General. En efecto, era necesario llegar a las elecciones habiendo respondido a las peticiones de las inspectorías o de hermanos en particular. Por lo que se refiere al estudio de los núcleos temáticos ha sido particularmente apreciado el “instrumento de trabajo” como punto de partida de la reflexión capitular. Esto, por una parte, representaba la prueba evidente del buen trabajo realizado por la Comisión Precapitular; por otra, subrayaba también la validez de la aportación ofrecida al CG26 por los diversos Capítulos Inspectoriales. Estoy contento de ello, porque, como había escrito en la carta de convocación, el CG26, como proceso de reflexión, ha tenido su inicio precisamente en las Inspectorías, con el estudio de los temas propuestos y la activación de un camino de renovación. Las Comisiones, por tanto, han trabajado sobre un texto que era capitular y no ya pre-capitular, un verdadero documento de partida y no sólo un subsidio. Las aportaciones ofrecidas por las Comisiones lo han enriquecido y perfeccionado. Se ha tratado de puntualizaciones y cambios no sólo lingüísticos, sino orientados sobre todo a responder, del modo más adecuado, a la situación según la variedad de los contextos sociales, culturales, políticos y religiosos en que la Congregación se encuentra trabajando. Ésta ha sido la función de la Asamblea, que con razón ha sido así el verdadero autor del documento capitular.
La tercera semana (17-20 de marzo) estuvo centrada más claramente en el trabajo en Asamblea, para compartir el trabajo hecho por las Comisiones. Fue el momento en que pudo tener espacio también el pensamiento y la preocupación de los capitulares que querían ayudar a iluminar el tema, hacer sentir sensibilidades y visiones diversas, favorecer, bajo los diversos aspectos, una votación del documento que fuese más consciente, más personal, más responsable. Un subrayado habría que hacer sobre el hecho que de las intervenciones muchas veces emergía lo que mayormente nos preocupa. Así, por ejemplo, hablando de la urgencia de evangelizar, se ha visto claramente que debe ser entendida y vivida en la forma en que nosotros salesianos evangelizamos; y esto tanto por lo que se refiere a nuestros destinatarios prioritarios (los jóvenes), como por lo que se puede referir a las modalidades de la evangelización. Hablando de la necesidad de convocar, se debe hacer con la misma convicción de Don Bosco, para ayudar a los jóvenes a descubrir el sueño de Dios sobre su vida y animarlos a dar a Dios al menos una oportunidad. Las vocaciones – lo decía yo mismo en el discurso de apertura – no son una misión, sino el fruto de la misión, cuando ésta se hace bien. Si a esto añadimos la constatación de las muchedumbres inmensas de jóvenes que viven en situaciones de extrema precariedad y de lucha por su supervivencia, o de otros que, aún no teniendo problemas de pobreza material, llevan la vida “sin brújula”, o acaso destrozan este don precioso con opciones que no satisfacen o que resultan ser camino de autodestrucción, no podemos no preocuparnos para hacer madurar vocaciones. Hablando de la pobreza evangélica, vemos en ella una invitación del Señor a hacer nuestra su bienaventuranza, viviendo libres del afán de los bienes terrenos, superando la tentación del enriquecimiento, asumiendo un estilo de vida austero, sencillo, que libere nuestro corazón y nuestra mente de tantas cosas que obstaculizan nuestra entrega total a la misión, haciéndonos menos creíbles. La riqueza es un verdadero peligro: hace a los hombres miopes respecto de los valores duraderos (ver el rico necio, Lc 12,13-21), duros de corazón en relación con los pobres (ver la parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, Lc 16,19-31), idólatras al servicio de Manmona (ver las palabras de Jesús sobre el uso del dinero, Lc 16,9-13). Se trata de uno de los temas más candentes, pero también de una opción que tiene una gran fuerza liberadora para nosotros y para los demás. Y todavía: cuando se habla de las nuevas fronteras debemos hacerlo no como activistas de los derechos humanos, ni como colaboradores de ONG bien intencionados, sino como educadores consagrados, que tratan de responder a las necesidades de los jóvenes, sin prejuzgar las obras que tenemos y que cumplen un servicio significativo. Por esto, repito aquí cuando he dicho en la “Síntesis Global y Visión Profética” de mi relación inicial: es importante que las obras respondan a las necesidades de los jóvenes, con nuevas presencias, donde sean necesarias, o con una presencia nueva, donde ya estamos, pero debemos renovarnos.[Cf. La Sociedad de San Francisco de Sales en el sexenio 2002-2008 Relación del Rector Mayor don Pascual Chávez Villanueva, p. 290.]
La cuarta semana (24-29 de marzo) se vivió en un clima de discernimiento para la elección del Rector Mayor, de su Vicario y de los Consejeros. Se trataba de uno de los objetivos principales y, al mismo tiempo, de una de las tareas más delicadas del Capítulo General. Guiados por el P. José María Arnáiz, como capitulares hemos logrado entrar en la atmósfera espiritual que nos ha hecho conscientes, libres y responsables para expresar nuestro parecer a través del voto personal. En general, todas las elecciones se han vivido con tranquilidad, aunque en la evaluación hecha al final, se ha notado la necesidad de favorecer un mayor conocimiento de las esperanzas en cada Dicasterio o Región y de definir mejor el perfil del Consejero que elegir, con informaciones más cuidadas sobre los nombres de los posibles candidatos. No hay duda de que en la composición del Consejo General intervienen muchos factores: ante todo, los sentimientos de aquellos cuyos nombres son presentados como candidatos, por tanto, la sensibilidad cultural en el desarrollo del proceso, además del deseo legítimo de buscar la representatividad de toda la Congregación. Sin embargo, la alta convergencia alcanzada en la elección del Rector Mayor y de todos los Consejeros ha sido un signo de la unidad de la Congregación en la diversidad de las realidades que la constituyen
Esta unidad en la diversidad ha tenido una expresión particular en la noche de fiesta y fraternidad después de la elección del Rector Mayor. El largo aplauso dado a los Consejeros que han terminado su servicio (don Antonio Domenech, don Gianni Mazzali, don Francis Alencherry, Mons. Tarcisio Scaramussa, don Albert Van Hecke, don Filiberto Rodríguez, don Joaquim D’Souza, comprendidos los Consejeros difuntos en el ejercicio de su trabajo, don Valentín de Pablo y don Helvécio Baruffi) ha sido la expresión del reconocimiento por el servicio desempeñado a favor de la Congregación, en la animación de un Sector o de una Región. Siempre respecto de las elecciones no se puede dejar de subrayar una novedad muy significativa, como ha sido el nombramiento del primer Salesiano Coadjutor como miembro del Consejo General.
La quinta semana (31 de marzo – 5 de abril) se inició con la visita al Vaticano y la Audiencia con el Santo Padre. La visita a la Basílica de San Pedro, donde fuimos acogidos por el Card. Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica, nos dio la gracia de renovar nuestra profesión de fe delante de la urna de las reliquias del Apóstol Pedro y de rezar delante de la estatua de Don Bosco, pidiendo el valor de poder gritar como él “Da mihi animas, cetera tolle”. El encuentro con el Papa Benedicto XVI fue uno de los eventos culminantes del CG26, en sintonía con la visión eclesial y espiritual de Don Bosco. Las palabras del Santo Padre a los Capitulares fueron acogidas como líneas iluminantes y programáticas. En los días sucesivos, las Comisiones y la Asamblea reanudaron el estudio de la primera redacción hecha por el Grupo de redacción. Se continuó así el trabajo desarrollado en la Semana Santa, antes de la semana de las elecciones, reemprendiendo el estudio de los cinco núcleos en comisión y en asamblea. Se hizo también una votación sobre los diversos temas presentados por la Comisión Jurídica. La semana se concluyó con la visita a las Catacumbas de San Calixto, adonde quisimos ir para hacer memoria agradecida de los Rectores Mayores, en particular, de los tres últimos, don Luigi Ricceri, don Egidio Viganò y don Juan Edmundo Vecchi, permaneciendo en oración junto al hipogeo donde están sepultados, después de la celebración eucarística y la comida. En mi oración personal he querido agradecer al Señor el don hecho a la Congregación por medio de cada uno de ellos. Al pedir la ayuda y la intercesión de estos mis predecesores, he pedido también para todos los Hermanos la gracia de saber ir a las fuentes de nuestra propia identidad (“volver a Don Bosco”) para encontrar un camino de futuro (“volver a partir de Don Bosco”. Nuestro camino futuro de fidelidad nace de la fidelidad de quien nos ha precedido.
No os oculto que me he preguntado muchas veces: “Pero ésta ¿es verdaderamente una experiencia pentecostal? ¿Y el Espíritu Santo actúa realmente por medio de nosotros para renovar la Congregación calentando el corazón de los hermanos?”. Creo que sí. El Espíritu Santo no cambia las situaciones exteriores de la vida, sino las interiores; Él tiene el poder de renovar las personas y de transformar la tierra. Él ha obrado ante todo en cada uno de nosotros, reuniéndonos, implicándonos en un proyecto común, haciéndonos responsables de elaborar todo lo que hace posible una renovación de identidad, de visibilidad y de credibilidad de nuestra vida y de nuestra misión.
Por lo que se refiere al trabajo desarrollado por la Comisión Jurídica, ésta examinó cada una de las propuestas llegadas de los Capítulos Inspectoriales, de cada hermano en particular, del Consejo General, de los Capitulares. Todo ello para una presentación clara a la Asamblea, que habría debido expresar luego su parecer. Leyendo la historia de la Congregación, nos damos cuenta del peso que han tenido los diversos Capítulos Generales para la configuración de las estructuras de animación y de gobierno en los diversos niveles (local, inspectorial y mundial). Ciertamente para lograr algunos cambios en las estructuras han sido necesarios diversos Capítulos Generales; y esto, no tanto a causa de lentitud o falta de valor para introducir modificaciones significativas, sino más bien porque no siempre se podía tener una visión completa de cuanto entraba en juego con estas opciones. La vuelta, también en este Capítulo General, a la reflexión sobre algunos aspectos de la actual configuración del Consejo General significa que hay necesidad de un estudio serio, con soluciones alternativas, que presente una propuesta realmente renovadora y válida en su plenitud. De todo esto nació una primera orientación aprobada por la Asamblea Capitular: la de hacer, a lo largo del sexenio, una evaluación del Gobierno central de la Congregación (composición y funcionamiento), de tal modo que su servicio sea más eficaz y cercano a los hermanos.
El Capítulo ha producido un documento, con cinco fichas de trabajo, interdependientes entre ellas, sobre los grandes temas ya indicados en la carta de convocación: “Vuelta a Don Bosco para volver a partir de él”, “La urgencia de evangelizar”, “La necesidad de convocar”, “La pobreza evangélica” y “Las nuevas fronteras”. Estas fichas de trabajo han querido hacer concreto el lema “Da mihi animas, cetera tolle”, aplicando el esquema ya conocido del CG25 (Llamada de Dios, Situación, Líneas de acción) y enriquecido con algunos criterios de evaluación, que indican las metas que alcanzar: la mentalidad que madurar y las estructuras que cambiar.
Considero que el documento final es verdaderamente bueno y constructivo, teniendo en cuenta la variedad de contextos y situaciones en que la Congregación se encuentra encarnando el carisma de Don Bosco. Toca ahora a cada Región e Inspectoría el trabajo de contextualizar las grandes líneas de acción, con las consiguientes intervenciones, para hacer que respondan mejor a las situaciones y a los desafíos concretos.
Estoy seguro de que todos los Hermanos encontrarán páginas estimulantes, que ayuden a dinamizar su vida y a calificar la misión salesiana. Tal vez el conjunto puede parecer no tan radical; sin embargo, estoy convencido de que, si se toma en serio, suscitará entusiasmo y, sobre todo, permitirá a todos renovarse espiritualmente y recuperar impulso apostólico.
El documento presupone un buen conocimiento de la realidad social y también de la realidad de la Congregación y expresa el deseo de hacer en ellas una transformación. Nos lo ha recordado el Santo Padre en el Discurso al CG26, el 31 de marzo: “Vuestro XXVI Capítulo General se coloca en un período de grandes cambios sociales, económicos, políticos; de acentuados problemas éticos, culturales y ambientales; de conflictos no resueltos entre etnias y naciones. En este tiempo nuestro hay, por otra parte, comunicaciones más intensas entre los pueblos, nuevas posibilidades de conocimiento y de diálogo, una confrontación más vivaz respecto de los valores espirituales que dan sentido a la existencia. En particular, las demandas que los jóvenes nos dirigen, sobre todo sus preguntas sobre los problemas de fondo, hacen referencia a los intensos deseos de vida plena, de amor auténtico, de libertad constructiva que ellos nutren. Son situaciones que interpelan a fondo a la Iglesia y su capacidad de anunciar hoy el Evangelio de Cristo con toda su carga de esperanza”.[ L’Osservatore Romano Lunes-martes 31 de marzo – 1 de abril de 2008, p. 8.]
En efecto, no se puede hablar de evangelización o de vocaciones, de la sencillez de vida y de las nuevas fronteras sin tener en la mente el escenario donde vivimos y trabajamos y los desafíos que está encontrando la vida salesiana y su misión.
Hemos tenido en mente los rostros y las urgencias de los jóvenes más necesitados, destinatarios de nuestra misión. Los hemos escogido como “predilectos” nuestros, precisamente porque la predilección por los pobres “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”.[Benedicto XVI, Discurso de Inauguración a la Vª Asamblea General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, n. 3. Aparecida – Brasil. 13 de mayo de 2007.] Tal fe ha sido asumida por Don Bosco y hecho pasar a la tradición salesiana (cf. Const. 11).
¿Cuáles son, pues, las claves de lectura del documento?
La primera: Calentar el corazón de los hermanos, volviendo a partir de Cristo y de Don Bosco. No se trata de una operación para suscitar un sentimiento superficial o un entusiasmo pasajero. Está más bien en juego el compromiso fatigoso y urgente de una conversión, de una vuelta al desierto – como fue para Israel -, para encontrar allí al amante de los primeros días, el que nos encantó y llenó de promesa y de futuro nuestra vida (cf. Os 2,16-25). Tenemos necesidad de un encuentro con el Señor que venga a hablarnos al corazón, que nos ayude a volver a encontrar nuestras mejores energías, las que brotan del corazón; que venga a dar alegría y encanto a nuestra vida, a ayudarnos a profundizar nuestras motivaciones, a reforzar nuestras convicciones, a estimularnos a caminar en el signo de le fidelidad a la alianza, ordenando nuestra vida personal, comunitaria e institucional según los valores del Evangelio y según el carisma de Don Bosco.
Me viene a la mente la historia de aquel monje “bueno y conformista”, que va a su Abad a pedir un consejo para mejorar su vida, según los relatos de los Padres del desierto:
Sucedió una vez – se cuenta – que Abbá Lot fue a encontrar a Abbá José y le dijo:
Abbá, por cuanto puedo sigo una pequeña regla, practico todos los pequeños ayunos, hago un poco de oración y meditación, me mantengo sereno y, por lo que me es posible, conservo puros mis pensamientos. ¿Qué más debo hacer?
Entonces el viejo monje se puso de pie, alzó las manos al cielo y sus dedos se convirtieron en diez antorchas de fuego. Y dijo:
¿Por qué no te transformas en fuego?. [Citado por José María Arnáiz. ¡Que ardan nuestros corazones! Devolver el encanto a la vida consagrada. Publicaciones Claretianas, Madrid, 2007, p, 34.]
He aquí el objetivo que alcanzar con este Capítulo: ¡transformarnos en fuego! La historia nos lleva directamente a la elocuente y densa escena de Pentecostés: “Se les aparecieron unas lenguas de fuego, que, separándose, se fueron posando sobre cada uno de ellos. Y quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,3-4 a). “Calentar el corazón” no significa otra cosa que transformarse en fuego, tener los pulmones llenos de Espíritu Santo.
Todo esto está en sintonía con lo que ha sido el lema del Congreso sobre la Vida Consagrada (noviembre de 2004), en el que hemos querido interpretar y vivir nuestra vida religiosa, partiendo de una gran pasión por Cristo y una gran pasión por la Humanidad.
A la luz de estas dos grandes pasiones las prioridades principales son:
La misión, que realizar y vivir sobre todo en las fronteras misioneras como la exclusión, la pobreza, la secularización, la reflexión, la formación y la educación a todos los niveles.
Nos parecen ser éstos los “lugares” donde los consagrados deben estar presentes para expresar la dimensión misionera de la Iglesia. Pero la misión comprende también la “pasión” – entendida como sufrimiento o enfermedad – de tantos religiosos que continúan rezando por la Iglesia y por los obreros de la mies, y la “pasión” como martirio de tantos religiosos encarcelados o matados a causa del Reino. Ellos representan la mejor expresión del Evangelio.
Si queremos sentir arder nuestro corazón e inflamar de pasión el de los hermanos debemos recorrer el mismo camino de los discípulos de Emaús. “Se trata – decía en la homilía del día siguiente a mi reelección – más que de un camino material, de un recorrido mistagógico, de un auténtico itinerario espiritual, válido hoy ante todo porque pone en evidencia la que es nuestra situación: la de personas desencantadas, que tienen un conocimiento de Jesús, pero sin una verdadera experiencia de fe; que conocen las Escrituras, pero no han encontrado la Palabra. Por esto, se abandona Jerusalén y la comunidad apostólica y se vuelve a cuanto se ha vivido antes. El camino de Emaús es un camino que nos lleva de la Escritura a la Palabra, de la Palabra a la Persona de Cristo en la Eucaristía, y de ésta nos lleva a la comunidad para permanecer allí. Allí podremos ver confirmada nuestra fe encontrando a los hermanos: ‘¡Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’”.
La segunda clave de lectura es la Labor misionera o la urgencia de evangelizar, no impulsados por un afán proselitista, sino por la pasión por la salvación de los demás, por la alegría de compartir la experiencia de plenitud de vida en Jesús.
Durante el Capítulo uno de los núcleos y, al mismo tiempo, también un tema transversal ha sido precisamente el de la urgencia de evangelizar. El Apóstol Pablo expresaban esto con una especie de imperativo existencial: “¡Ay de mí si no predicase el Evangelio!” (1 Cor 9,16b). Este intenso sentido misionero encarna perfectamente el mandato que Jesús dirige a sus discípulos: Sed mis “testigos hasta los extremos confines de la tierra” (Hch 1,8). Don Bosco hizo propia esta llamada acuciante de Jesús y ya apenas aprobadas las Constituciones (1874), el 11 de noviembre de 1875, envió la primera expedición misionera a América Latina.
El CG26 nos invita a ponernos en sintonía con la que fue la inspiración originaria de Don Bosco, la dimensión misionera de su vida, pero también de su carisma. Todo esto representa un punto fundamental del testamento espiritual que él nos dejó. El Capítulo apenas concluido nos ofrece la oportunidad para comprender mejor cuál es la respuesta que estamos llamados a dar hoy.
La urgencia de la labor misionera, hoy, es particularmente viva porque, en primer lugar, todo el mundo ha vuelto a ser “tierra de misión”; en segundo lugar porque, hoy, hay una manera diversa de concebir la misión, de realizar la “missio ad gentes”. En efecto, ésta se realiza en el respeto de los diversos ambientes culturales, en diálogo con las otras confesiones cristianas y las diversas religiones, y nos compromete en la promoción humana y en la transformación de la cultura (cf. EN 19).
Pero, ¿de dónde provenía el espíritu misionero de Don Bosco? ¿Cuáles fueron las razones de su inmenso celo misionero?
A mi parecer hay tres grandes elementos, que deben constituir un punto de referencia para todos nosotros.
El tercer elemento, muy específico del carisma de Don Bosco, es su predilección por los jóvenes, consciente de que en las políticas de los gobiernos y en el tejido social de los pueblos, a pesar de todas las declaraciones, ellos no cuentan y parece que se deban resignar a ser sólo consumidores de productos, de experiencias y sensaciones. Pero esto no corresponde al Evangelio, a la praxis y a la lógica de Jesús, que cuando se le puso la pregunta “¿Quién es el más importante?”, llamó a un niño junto a Él y lo puso en el centro. ¡Poner a los jóvenes en el centro de nuestra atención misionera! Éste es uno de los elementos más específicos del rico patrimonio espiritual que Don Bosco nos ha dejado. Y el compromiso que se nos ha confiado es el de llevarlo a todas las culturas donde nosotros vamos y trabajamos y donde, con frecuencia, los jóvenes no cuentan. La grandeza de Don Bosco ha sido precisamente ésta: haber hecho de los jóvenes protagonistas, no sólo de su educación, sino también de su experiencia pedagógica y espiritual. Don Bosco, al inaugurar caminos nuevos como sacerdote, ha creído en los jóvenes y se ha consumido totalmente, con su genio apostólico, para asegurarles oportunidades de desarrollar todas sus dimensiones y energías de bien, para hacer valer sus derechos, para hacerles responsables (sobre todo los mejores) de la continuación de su obra en la historia.
En el Capítulo, después de haber insistido en la urgencia de evangelizar, hemos recordado que nosotros Salesianos desempeñamos esta misión según el carisma pedagógico que nos es propio. “La pastoral de Don Bosco no se reduce nunca a sola catequesis o a sola liturgia, sino que se ensancha a todos los concretos compromisos pedagógico/culturales de la condición juvenil. (…) Se trata de aquella caridad evangélica que se concreta (…) en liberar y promover al joven abandonado y descarriado”.[Cfr. ACS 290, 4.2.]
Si no es salesiana la educación que no abre el joven a Dios y al destino eterno del hombre, no lo es tampoco la evangelización que no tiende a formar personas maduras en todos los sentidos y que no sabe adaptarse o no respeta la condición evolutiva del muchacho, del adolescente, del joven.
Es verdad que en algunos contextos secularizados la Iglesia encuentra particulares dificultades para evangelizar las nuevas generaciones. Aunque evidentemente los sondeos y las estadísticas no son la última palabra y se deben considerar diversas tipologías del modo de vivir religioso, que comprenden también formas de intensa espiritualidad, no se puede negar que en varios países hay signos de una progresiva cristianización. Se nota que tanto la práctica religiosa como las convicciones profundas son más débiles entre los jóvenes. “Se trata de un estrato de la población más sensible a las modas culturales y ciertamente más herido por la secularización ambiental”.[Lluis Oviedo Torró, “La religiosidad de los jóvenes”, Razón y Fe junio de 2004, p. 447.] Parece que hay un divorcio entre las nuevas generaciones de jóvenes y la Iglesia. La ignorancia religiosa y los prejuicios que cada día asumen acríticamente por ciertos medios de comunicación han alimentado en ellos la imagen de una Iglesia-institución conservadora, que va contra la cultura moderna, sobre todo en el campo de la moral sexual. Por esto resulta normal para muchos de ellos devaluar o relativizar todas las ofertas religiosas que se les proponen.
Otro drama particularmente grave es la ruptura que se ha creado en la cadena de transmisión de la fe de una generación a la otra. Los espacios naturales y tradicionales (familia, escuela, parroquia) se revelan ineficaces para la transmisión de la fe. Por tanto, crece la ignorancia religiosa en las nuevas generaciones y así entre los jóvenes continúa la “emigración silenciosa extra-muros de la Iglesia”. “Las creencias religiosas se tiñen de pluralismo y siguen cada vez menos un canon eclesial: por tanto, lentamente descienden los niveles de práctica religiosa: sacramentos y oración”.[Lluis Oviedo Torró, o.c., p. 449.]
No es fácil definir la imagen que los jóvenes tienen de Dios, pero ciertamente el Dios cristiano ha perdido la centralidad respecto de un Dios mediático que lleva a la divinización de las figuras del mundo del deporte, de la música, del cine. El joven siente la pasión por la libertad y no se detiene ante las puertas de las iglesias. Son tantos los jóvenes que piensan que la Iglesia es un obstáculo para su libertad personal.
Frente a esta situación nos podemos preguntar: ¿qué educación ofrecen las instituciones escolásticas y eclesiales? ¿Por qué la demanda religiosa ha sido borrada del horizonte vital de los jóvenes? El muchacho, el adolescente, el joven son generosos por naturaleza y se entusiasman por las causas que valen verdaderamente la pena. ¿Entonces, por qué Cristo ha cesado de ser significativo para ellos?
La Iglesia, si quiere permanecer fiel a su misión de sacramento universal de salvación, debe aprender los lenguajes de los hombres y de las mujeres de todo tiempo, etnia y lugar. Y nosotros Salesianos, de modo particular, debemos aprender a utilizar el lenguaje de los jóvenes. No hay duda que en la Iglesia de hoy, pero también dentro de nuestras instituciones, existe un “serio problema de lenguaje”. En el fondo se trata de un problema de comunicación, de inculturación del Evangelio en las realidades sociales y culturales, un problema de educación en la fe para las nuevas generaciones. He aquí, pues, un desafío y un deber para nosotros hoy: ser educadores capaces de comunicar con los jóvenes y de transmitirles el gran tesoro de la fe en Jesucristo.
La educación salesiana, en la transmisión de la fe y de los valores, parte siempre de la situación concreta de cada persona, de su experiencia humana y religiosa, de sus angustias y ansias, de sus alegrías y de sus esperanzas, privilegiando siempre la experiencia y el testimonio. Cuida la pedagogía de la iniciación cristiana, de tal modo que Cristo sea aceptado más como el amigo que nos salva y nos hace hijos de Dios, que no como el legislador, que nos carga de dogmas, preceptos o ritos. Se ponen en evidencia los aspectos positivos y festivos de toda experiencia religiosa, fieles a Don Bosco en el sueño de los nueve años: “Ponte ahora mismo a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud” [J. Bosco, Memorias del Oratorio ccs, Madrid 2003, pág. 10. ]
“Evangelizar educando” quiere decir para nosotros saber proponer la mejor de las noticias (la persona de Cristo) adaptándonos y respetando la condición evolutiva del muchacho, del adolescente, del joven. El joven busca la felicidad, la alegría de la vida y siendo generoso es capaz de sacrificarse para alcanzarlas, si verdaderamente les mostramos un camino convincente y si nos ofrecemos como compañeros competentes de viaje. Los jóvenes estaban convencidos de que Don Bosco quería su bien, que deseaba su felicidad aquí en la tierra y en la eternidad. Por esto aceptaban el camino que él les proponía: la amistad con Jesús, Camino, Verdad y Vida.
Don Bosco nos enseña a ser al mismo tiempo educadores y evangelizadores (“gracia de unidad”). Como evangelizadores conocemos y buscamos la meta: llevar a los jóvenes a Cristo. Como educadores debemos saber partir de la situación concreta del joven y lograr encontrar el método adecuado para acompañarlo en su proceso de maduración. Si como pastores sería una vergüenza renunciar a la meta, como educadores sería un fracaso no lograr encontrar el método adecuado para motivarlos a emprender el camino y para acompañarlos con credibilidad.
La tercera clave de lectura es el tema de las “Nuevas Fronteras” como lugar natural para la vida consagrada y como llamada a hacerse presente en los lugares de mayor degradación y necesidad, desde el punto de vista tanto religioso como cultural, ecológico, social.
Conscientes de que la misión es la razón de nuestro ser salesianos y que las necesidades y las esperanzas de los jóvenes determinan nuestras obras, en el Capítulo General uno de los temas más debatidos ha sido precisamente el de las “nuevas fronteras”, donde los jóvenes nos esperan. Se trata de fronteras no sólo geográficas, sino económicas, sociales, culturales y religiosas. Aquí debemos obrar con el criterio que guió las opciones de Don Bosco, es decir, “dar más a quien ha recibido menos”.
Estoy contento de que, desde hace años, en la Congregación esté creciendo la sensibilidad y la preocupación, la reflexión y el compromiso por el mundo de la marginación y del malestar de los jóvenes. Esta realidad no representa ya un sector particular, identificado con alguna obra especial o animado sólo por algún hermano particularmente motivado. La atención a los últimos, a los más pobres, a los más menesterosos está llegando a ser una “sensibilidad institucional” que, poco a poco, implica muchas obras de las Inspectorías. Se han multiplicado las plataformas sociales, se ha dado lugar a un trabajo en red y se está operando en sinergia con otras agencias que trabajan en el mismo campo. Es como si hubiese comenzado a “salir de los muros”, girando por la ciudad y escuchando el grito y la invocación de auxilio de los jóvenes. Todo esto, para nosotros, significa renovar la predilección por los más pobres, por los más abandonados y por los que se encuentran en una situación de peligro psicocosocial: muchachos perdidos, maltratados, víctimas de abusos y opresiones. Con el mismo corazón de Don Bosco sentimos que tenemos que encontrar nuevas formas de oposición al mal que aflige a tantos jóvenes. Sentimos también el deber de invertir la tendencia cultural y social, sobre todo a través de lo que es nuestra riqueza específica: ser portadores de un sistema educativo que es capaz de cambiar el corazón de los jóvenes y de transformar la sociedad. No podemos dar como ‘caridad’ lo que les corresponde a ellos como ‘justicia’. En este año, en que se celebra el 60º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, debemos dar un paso adelante y plantear todo nuestro proyecto educativo en la órbita de los derechos de los menores, como indicaba en el Aguinaldo de 2008.
Estando a cuanto escribe el mismo Don Bosco en las “Memorias del Oratorio”, la experiencia que lo descompuso y solicitó a una nueva manera de ser sacerdote fue su contacto con los muchachos de la cárcel de Turín. Él la cuenta con estas palabras: “Me horroricé al contemplar una muchedumbre de muchachos, de doce a dieciocho años; al verlos allí, sanos, robustos y de ingenio despierto, pero ociosos, picoteados por los insectos y faltos de pan espiritual y material”. [ Ibidem, pág. 88.]
He aquí un primer elemento que registrar: Don Bosco vio, escuchó, supo comprender la realidad social, leer su significado y sacar las consecuencias. De esta experiencia nació en Don Bosco una inmensa compasión por aquellos muchachos. En el contacto con ellos sintió la urgencia de ofrecerles un ambiente de acogida y una propuesta educativa según sus necesidades: “En circunstancias así, constaté que algunos volvían a aquel lugar porque estaban abandonados a sí mismos. ¿Quién sabe, - decía entre mí - si estos muchachos tuvieran fuera un amigo que se preocupara de ellos, los asistiera e instruyera en la religión los días festivos, quién sabe si no se alejarían de su ruina o, por lo menos, no se reduciría el número de los que vuelven a la cárcel? Trasmití mi pensamiento a Don Cafasso; con su consejo y ayuda, me dediqué a estudiar cómo llevarlo a cabo”.[ Ibidem, pág. 88.]
Y he aquí un segundo elemento que percibir en la experiencia de nuestro Padre Don Bosco: la fantasía pastoral, la que le llevó a crear con imaginación y generosidad respuestas adecuadas a los nuevos desafíos. Todo esto implicaba el hacerse cargo de ello en primera persona y crear las estructuras que pudieran hacer posible un mundo mejor y alternativo para aquellos muchachos.
Es así como Don Bosco piensa ante todo prevenir estas experiencias negativas, acogiendo a los muchachos que llegan a la ciudad de Turín en busca de trabajo, los huérfanos o aquellos cuyos padres no pueden o no quieren cuidarse de ellos, los que vagan por la ciudad sin un punto de referencia afectivo y sin una posibilidad material para una vida digna. Les ofrece una propuesta educativa, centrada en la preparación para el trabajo, que los ayuda recuperar confianza en sí mismos y el sentido de la propia dignidad. Ofrece un ambiente positivo de alegría y amistad, en el que asuman casi por contagio los valores morales y religiosos. Ofrece una propuesta religiosa sencilla, adecuada a su edad y sobre todo alimentada por un clima positivo de alegría y orientada hacia el gran ideal de la santidad.
Consciente de la importancia de la educación de la juventud y del pueblo para la transformación de la sociedad, Don Bosco se hace promotor de nuevos proyectos sociales de prevención y de asistencia. Piénsese en la relación con el mundo del trabajo, en los contratos con los patronos del trabajo, en el tiempo libre, en la promoción de la instrucción y cultura popular. Aunque Don Bosco no habló explícitamente de los derechos de los muchachos – no estaba en la cultura del tiempo – operó tratando de darles dignidad y de insertarlos en la sociedad en condiciones tales que pudieran afrontar la vida con éxito (“empowerment”).
Finalmente, he aquí un tercer elemento, a mi parecer muy significativo, que caracterizó la experiencia de Don Bosco. Él percibió que no era suficiente aliviar la situación de malestar y de abandono en que vivían sus muchachos (acción paliativa). Cada vez más claramente se sintió llevado a hacer un cambio cultural (acción transformadora), a través de un ambiente y una propuesta educativa que pudieran implicar a muchas personas identificadas con él y con su misión. Todo esto representó no sólo el comienzo de una institución (el Oratorio de Valdocco), sino también el primer desarrollo de aquella intuición particular que llevó a Don Bosco a dar comienzo a un vasto movimiento para la salvación de la juventud: la Familia Salesiana (cf. Const. 5). Las necesidades eran muchas. Buscó así, antes de todo, la colaboración de su madre, luego la de algún sacerdote diocesano. Con sus mejores jóvenes dio inicio a la Sociedad de San Francisco de Sales, luego fundó el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y puso en acto la Asociación de los Cooperadores. Su mente era un continuo “sueño del bien de los jóvenes”. Su corazón era una continua “expresión del amor de Dios por los jóvenes”.
Nosotros, como Salesianos, continuamos cultivando en el corazón esta pasión por los más pobres, por los abandonados, por los últimos. Cuanto más conozco la Congregación, extendida en los cinco continentes, más me doy cuenta de que como Salesianos hemos tratado de ser fieles a este criterio fundamental de ser cercanos y solidarios con los más necesitados, preocupándonos por las realidades juveniles que la sociedad no quiere ver: los muchachos de la calle, los adolescentes soldado, los niños obreros, los muchachos explotados en el maldito turismo sexual, los evacuados a causa de la guerra, los inmigrantes, las víctimas del alcohol y de la droga, los enfermos del SIDA/HIV, los muchachos privados de sentido religioso… Como decía antes, constatamos que hoy la sensibilidad entre nosotros ha crecido y, gracias a Dios, sigue creciendo. Hoy el trabajo de los pioneros ha sido asumido por la Institución, y sobre todo se está adquiriendo una mentalidad que nos permite colocarnos en todas partes con esta clave de lectura, haciendo la opción a favor de los más excluidos y marginados. Es una gracia notar que en la Congregación está creciendo esta mentalidad: “dar más a quien ha recibido menos”.
Mientras en los países en vías de desarrollo predominan rostros de muchachos marcados por la pobreza material, en los países desarrollados el sello que los caracteriza es la pérdida del sentido de la vida, la rendición ante el consumismo, el hedonismo, el indiferentismo, la tóxicodependencia. Las respuestas, pues, se deben diferenciar necesariamente.
A la luz de estas grandes dimensiones que pueden y deben cambiar nuestra vida y actividad apostólica se hace más evidente y urgente nuestra necesidad de convertirnos a la esencialidad, a una vida pobre, austera y sencilla, que sea expresión del total desapego de todo lo que puede impedir entregarnos hasta el fondo a los que el Señor nos ha confiado.
Las dimensiones antes mencionadas han tenido una primera traducción en las diversas fichas del documento. En efecto, las grandes opciones del CG26 para el renacimiento espiritual y el impulso apostólico se han expresado en las “Líneas de acción” de cada uno de los temas. Tales líneas nos ofrecen orientaciones que asumir, que hacer pasar del papel a la vida. En efecto, no pueden ser meras declaraciones de intentos, sino convertirse en verdadero programa de vida, de animación y gobierno, de propuesta educativa pastoral.
Para el tema “Volver a partir de Don Bosco”, hemos deliberado:
Volver a Don Bosco
Línea de acción 1
Comprometerse a amar, estudiar, imitar, invocar y hacer conocer a Don Bosco, para volver a partir de él.
Volver a los jóvenes
Línea de acción 2
Volver a los jóvenes, especialmente a los más pobres, con el corazón de Don Bosco.
Identidad carismática y pasión apostólica
Línea de acción 3
Redescubrir el significado del Da mihi animas cetera tolle como programa de vida espiritual y pastoral.
Para el tema “Urgencia de evangelizar”, hemos deliberado:
Comunidad evangelizada y evangelizadora
Línea de acción 4
Poner el encuentro con Cristo en la Palabra y en la Eucaristía en el centro de nuestras comunidades, para ser discípulos auténticos y apóstoles creíbles.
Centralidad de la propuesta de Jesucristo
Línea de acción 5
Proponer con alegría y valor a los jóvenes vivir la existencia humana como la vivió Jesucristo
Educación y evangelización
Línea de acción 6
Cuidar en todo ambiente una más eficaz integración de educación y evangelización, en la lógica del Sistema Preventivo.
Evangelización en los diversos contextos
Línea de acción 7
Inculturar el proceso de evangelización para dar respuesta a los desafíos de los contextos regionales.
Para el tema “Necesidad de convocar”, hemos deliberado:
Testimonio como primera propuesta vocacional
Línea de acción 8
Testimoniar con valor y con alegría la belleza de una vida consagrada, entregada totalmente a Dios en la misión juvenil.
Vocaciones para el compromiso apostólico
Línea de acción 9
Suscitar en los jóvenes el compromiso apostólico por el Reino de Dios con la pasión del Da mihi animas cetera tolle y favorecer su formación.
Acompañamiento de los candidatos a la vocación consagrada salesiana
Línea de acción 10
Hacer la propuesta explícita de la vocación consagrada salesiana y promover nuevas formas de acompañamiento vocacional y de aspirantado.
Las dos formas de la vocación consagrada salesiana
Línea de acción 11
Promover la complementariedad y la especificad de las dos formas de la única vocación salesiana y asumir un renovado empeño por la vocación del salesiano coadjutor.
Para el tema “Pobreza evangélica”, hemos deliberado:
Línea de acción 12
Testimonio personal y comunitaria
Dar un testimonio creíble y valiente de pobreza evangélica, vivida personal y comunitariamente en el espíritu del Da mihi animas cetera tolle.
Línea de acción 13
Solidaridad con los pobres
Desarrollar la cultura de la solidaridad con los pobres en el contexto local.
Línea de acción 14
Gestión responsable y solidaria de los recursos
Gestionar los recursos de modo responsable, transparente, coherente con los fines de la misión, activando las necesarias formas de control a nivel local, inspectorial y mundial.
Para el tema “Nuevas fronteras”, hemos deliberado:
Prioridad principal: los jóvenes pobres
Línea de acción 15 (cfr. línea de acción 13)
Operar opciones valientes a favor de los jóvenes pobres y en peligro.
Otras prioridades: familia, comunicación social, Europa
Línea de acción 16
Asumir una atención privilegiada a la familia en la pastoral juvenil; potenciar la presencia educativa en el mundo de los _media; relanzar el carisma salesiano en Europa._
Nuevos modelos en la gestión de las obras
Línea de acción 17
Revisar el modelo de gestión de las obras para una presencia educativa y evangelizadora más eficaz.
El reclamo de las líneas de acción del CG26 en este discurso conclusivo tiene la finalidad de reforzar la importancia de su asunción e ‘inculturación’ por parte de las Regiones y de cada Inspectoría. Serán el “mensaje concreto” del CG26, que deberá ser estudiado y traducido, a nivel pastoral, en los diversos contextos, señalando también criterios de verificación y elementos de evaluación.
Me detengo en el “Proyecto Europa”.
Hoy, más que nunca, nos damos cuenta de que nuestra presencia en Europa debe ser repensada. El objetivo – como ya decía en el saludo al Santo Padre con ocasión de la Audiencia concedida a los miembros el CG26 – “pretende renovar la presencia salesiana con mayor incisión y eficacia en este continente. Es decir, buscar una propuesta de evangelización para responder a las necesidades espirituales y morales de estos jóvenes, que nos parecen un poco como peregrinos sin guías y sin meta”.
Se trata, pues, de rejuvenecer con personal salesiano las Inspectorías más necesitadas para hacer más significativo y fecundo el carisma salesiano en la Europa de hoy. Por esto, quiero esclarecer que:
Esto es un proyecto de Congregación;
Este proyecto exigirá obviamente un cambio estructural en las comunidades del Viejo Continente. “Vino nuevo en odres nuevos”. Por tanto, no una obra de simple “mantenimiento de estructuras”, sino un proyecto nuevo para expresar una presencia nueva, al lado de los jóvenes de hoy. Nos movemos con el corazón de Don Bosco, ricos de su pasión por Dios y por los jóvenes, para colaborar en la construcción de una Nueva Europa, para que haya verdaderamente “un alma”, para que vuelva a encontrar sus robustas raíces espirituales y culturales, para que a nivel social dé espacio y ofrezca oportunidades para propuestas de educación y cultura, sin discriminaciones u opciones de exclusión social.
Entre las prioridades os señalo las más importantes:
Todo esto debería ayudar a los Salesianos que trabajan en este contexto a lograr una mentalidad cada vez más europea, robustecer la sinergia entre las Inspectorías en los diversos sectores y reforzar la colaboración a nivel Regional.
¿Qué haría Don Bosco hoy? ¡No lo sabemos! Pero sabemos qué hizo ayer y, por tanto, podemos saber qué hacer para obrar como él hoy. Es cuestión de conocimiento e imitación.
Hemos insistido en este Capítulo que es absolutamente indispensable contemplar a Don Bosco, amarlo, conocerlo e imitarlo, para descubrir sus motivaciones más profundas y atrayentes, aquellas de las que sacaba la energía que le hacía trabajar por los jóvenes incansablemente; sus convicciones más sólidas y personales, que lo llevaban a no echarse atrás, que, más bien, lo hacían fascinante y convincente; sus objetivos definidos y claros, que le hacían ir adelante, con una sola causa por la que vivir: ver felices a los jóvenes aquí y en la eternidad.
Don Bosco sintió el drama de un pueblo que se alejaba de la fe y sobre todo sintió el drama de la juventud, predilecta de Jesús, abandonada y traicionada en sus ideales y en sus aspiraciones por los hombres de la política, de la economía, acaso también de la Iglesia. Me pregunto si esta situación no es, bajo muchos puntos de vista, semejante a la que hemos identificado en nuestro Capítulo General.
Pues bien, ante tal situación Don Bosco reaccionó enérgicamente, encontrando formas nuevas de oponerse al mal. A las fuerzas negativas de la sociedad resistió denunciando la ambigüedad y la peligrosidad de la situación, “contestando” – a su modo, se entiende – los poderes fuertes de su tiempo. He aquí qué significa tener una mente y un corazón pastorales.
Sintonizado sobre estas necesidades, trató de dar una respuesta, con las posibilidades que le ofrecían las condiciones histórico-culturales y las coyunturas económicas del momento histórico, y esto, a pesar de oposiciones parciales del mundo eclesiástico, de autoridades y fieles. Así fundó oratorios, escuelas de diverso tipo, talleres de artesanos, periódicos y revistas, tipografías y editoriales, asociaciones juveniles religiosas, culturales, recreativas, sociales; construyó iglesias, promovió misiones “ad gentes”, actividades de asistencia a los emigrantes; fundó dos congregaciones religiosas y una asociación laical que continuaron su obra.
Tuvo éxito gracias también a sus extraordinarias dotes de comunicador nato, a pesar de la falta de recursos económicos (siempre inadecuados para sus realizaciones), su modesto bagaje cultural e intelectual (en un momento en que había necesidad de respuestas de alto perfil) y el ser hijo de una teología y de una concepción social con fortísimos límites (y, por tanto, inadecuada para responder a la secularización y a las profundas revoluciones sociales en acto). Siempre sostenido por superior audacia de fe, en circunstancias difíciles, pidió y obtuvo ayudas de todos, católicos y anticlericales, ricos y pobres, hombres y mujeres del dinero y del poder, y exponentes de la nobleza, de la burguesía, del bajo y del alto clero.
Sin embargo, la importancia histórica de Don Bosco, antes que en las tantísimas “obras” y en ciertos elementos metodológicos relativamente originales – el famoso “sistema preventivo de Don Bosco” -, hay que descubrirla en la percepción intelectual y emotiva del problema de la juventud “abandonada” con su importancia moral y social;
en la intuición de la presencia en Turín primero, en Italia y en el mundo después, de una fuerte sensibilidad, en lo civil y en lo “político”, del problema de la educación de la juventud y de su comprensión por parte de las clases más sensibles y de la opinión pública; en la idea que lanzó de obligadas intervenciones a larga escala en el mundo católico y civil, como respuesta necesaria para la vida de la Iglesia y para la misma supervivencia del orden social; y en la capacidad de comunicar esta misma idea a amplias muchedumbres de colaboradores, de bienhechores y de admiradores.
Ni político, ni sociólogo, ni sindicalista ‘ante litteram’, simplemente sacerdote-educador, Don Bosco partió de la idea de que la educación podía hacer mucho, en cualquier situación, si se realiza con el máximo de buena voluntad, de compromiso y de capacidad de adaptación. Se comprometió a cambiar las conciencias, a formarlas en la honradez humana, en la lealtad cívica y política y, en esta perspectiva, trató de “cambiar” la sociedad, mediante la educación.
Transformó los valores fuertes en que creía – y que defendió contra todos – en hechos sociales, en gestos concretos, sin replegarse en lo espiritual y en lo eclesial entendido como espacio o experiencia exentos de los problemas del mundo y de la vida. Es más, fuerte en su vocación de sacerdote educador, cultivó un compromiso cotidiano que no era ausencia de horizontes, sino dimensión encarnada del valor y del ideal; no era nicho protector y rechazo de la confrontación abierta, sino medirse sinceramente con una realidad más amplia y diversificada; no era un mundo restringido a algunas pocas necesidades que satisfacer y lugar de repetición, casi mecánica, de actitudes tradicionales; no era rechazo de toda tensión, del sacrificio exigente, del peligro, de la lucha. Tuvo para sí y para los salesianos la libertad y la bravura de la autonomía. Y no quiso siquiera vincular la suerte de su obra al imprevisible variar de los regímenes políticos.
El conocido teólogo francés Marie-Dominique Chenu, O.P., respondiendo en los años ochenta del siglo pasado a la pregunta de un periodista que pedía le indicase los nombres de algunos santos portadores de un mensaje de actualidad para los tiempos nuevos, afirmó sin dudar: “Me place recordar, ante todo, al que se adelantó un siglo al Concilio: Don Bosco. Él es ya, proféticamente, un hombre modelo de santidad por su obra, que está en ruptura con el modo de pensar y de creer de sus contemporáneos”.
Fue un modelo para tantos; no pocos imitaron sus ejemplos, llegando a ser el “Don Bosco de Bérgamo, de Bolonia, de Mesina y otros más””.
Obviamente el “secreto” de su “éxito” cada uno lo encuentra en uno de los diversos rasgos de su compleja personalidad: capacísimo emprendedor de obras educativas, organizador de amplias miras de empresas nacionales e internacionales, finísimo educador, gran maestro, etc. ¡Éste es el modelo que tenemos y estamos llamados a reproducir lo más fielmente posible!
Queridos hermanos, hemos vivido el CG26 en la estación litúrgica de la Cuaresma y en el tiempo de Pascua. El Señor nos ha invitado así a acoger la indicación de la necesidad que tenemos de hacer experiencia pascual, si queremos lograr el tan deseado renacimiento espiritual y una renovación de nuestro impulso apostólico. No hay vida sin muerte. No hay la mística del “Da mihi animas” sin la ascética del “cetera tolle”.
Querría concluir recordando todavía una particular experiencia de Don Bosco. En el verano de 1846 él cae enfermo y se encuentra en peligro de muerte. Después de algunas semanas supera el mal y, convaleciente, puede volver al Oratorio solo, apoyándose en un bastón. Los muchachos al darse cuenta lo obligan a sentarse en un sillón, lo levantan y lo llevan en triunfo hasta el patio. En la capilla, después de las oraciones de acción de gracias, Don Bosco pronuncia las palabras más solemnes y comprometedoras de su existencia: “Queridos hijos míos, estoy convencido de que Dios ha conservado mi vida gracias a vuestras súplicas; la gratitud exige que yo la emplee toda para vuestro bien espiritual y temporal. Así prometo hacerlo durante todo el tiempo que el Señor me deje en esta tierra”.[Cf. Memorie Biografiche II, 497-498; MBe II, 373.] Don Bosco, inspirado por el Espíritu Santo, en cierto sentido, emitió un voto inédito: el voto de amor apostólico, de entrega de la propia vida por los jóvenes, que observó en cada instante de su existencia. He aquí lo que significa el “Da mihi animas, cetera tolle”, que ha sido el lema inspirador de nuestro Capítulo General. He aquí el programa de futuro para el renacimiento espiritual y para el impulso apostólico con que queremos llegar a la celebración del bicentenario de su nacimiento.
Expreso el deseo de que nosotros, y con nosotros, todas las personas identificadas con los valores de la Espiritualidad y del Sistema Educativo Salesiano podamos amar a los jóvenes y comprometernos como Don Bosco en la realización de la misión salesiana. Espero y deseo que los jóvenes puedan encontrar en cada uno de nosotros (como los muchachos del Oratorio encontraron en Don Bosco en Valdocco) personas disponibles a caminar con ellos, a construir con ellos y por ellos una presencia educativa fascinante y significativa, capaz de propuesta y de implicación, rica en propuesta hasta el punto de producir un cambio cultural.
Un icono que puede ilustrar perfectamente este momento histórico de la Congregación es el episodio del paso del “manto y del espíritu” de Elías a Eliseo, su discípulo (2 Re 2,1-15). Elías trata varias veces de alejar de sí a Eliseo, primero en Gálgala, luego en Betel y en Jericó, tal vez por el deseo de encontrarse solo en el momento de su desaparición. Pero Eliseo quiere ser su principal heredero espiritual y permanece a su lado. ¡Cómo desearía que cada uno de los hermanos, respecto de Don Bosco, hiciese suyo el deseo de Eliseo de recibir dos tercios del espíritu de Elías! Convertido ya en heredero espiritual de Elías, Eliseo recoge su manto y con él se posa sobre él también el espíritu del maestro. Eliseo repite a la letra el último milagro de Elías y esto da certeza a los discípulos de los profetas que verdaderamente “el espíritu de Elías” se ha posado sobre Eliseo.
A este propósito, me vienen a la mente las palabras de Pablo VI en la beatificación de Don Rua, cuando dijo que aquella beatificación representaba una confirmación de su calidad de sucesor de Don Bosco, de discípulo suyo, de su capacidad de haber acogido y transmitido el espíritu del Padre. Como Don Rua, para recoger la herencia de Don Bosco permitamos a Dios, con nuestra total disponibilidad, que obre en nosotros, como obró en él.
Heme aquí, Queridísimos Hermanos, para entregaros el fruto de este CG26, del que habéis sido protagonistas. Os entrego sí un documento, que será como vuestra hoja de ruta para el sexenio 2008-2014, pero os entrego sobre todo el espíritu del CG26. Éste ha querido ser una intensa experiencia pentecostal para una profunda renovación de nuestra vida y misión. Representa, pues, para todos los Salesianos la plataforma de relanzamiento de la Congregación hacia el gran jubileo salesiano del 2015.
Que el Espíritu pueda soplar con fuerza sobre la Congregación para tener el valor de pedir todavía y siempre, juntos con Don Bosco: “Da mihi animas, cetera tolle”.
Roma, 12 de abril de 2008
Don Pascual Chávez Villanueva Rector Mayor
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