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La "opción Valdocco" y el carisma de la presencia
Es importante sostener que no somos capacitados para la misión, sino
que estamos formados en la misión, de la cual gira toda nuestra vida, con
sus opciones y prioridades. La formación inicial y la permanente no puede
ser una instancia previa, paralela o separada de la identidad y sensibilidad
del discípulo. La misión inter gentes es nuestra mejor escuela: a partir de
ella rezamos, reflexionamos, estudiamos, descansamos. Cuando nos
aislamos o nos alejamos de las personas a las que estamos llamados a
servir, nuestra identidad como consagrados comienza a desfigurarse y
convertirse en una caricatura.
En este sentido, uno de los obstáculos que podemos identificar no tiene
mucho que ver con ninguna situación fuera de nuestras comunidades, sino
que es lo que nos afecta directamente por una experiencia distorsionada
del ministerio..., y que nos hace tanto mal: el clericalismo. Es la búsqueda
personal de querer ocupar, concentrar y determinar espacios minimizando
y anulando la unción del Pueblo de Dios. El clericalismo, vivir el llamado de
manera elitista, confunde la elección con el privilegio, el servicio con el
servilismo, la unidad con la uniformidad, la discrepancia con la oposición,
la formación con el adoctrinamiento. El clericalismo es una perversión que
favorece lazos funcionales, paternalistas, posesivos e, incluso,
manipuladores con el resto de las vocaciones en la Iglesia.
Otro obstáculo que encontramos -generalizado e incluso justificado -
especialmente en este tiempo de precariedad y fragilidad- es la tendencia
hacia el rigorismo. Confundiendo autoridad con autoritarismo, pretende
gobernar y controlar los procesos humanos con una actitud escrupulosa,
severa e incluso mezquina frente a las limitaciones y a als debilidades
propias y ajenas (especialmente ajenas). El rigorista olvida que el trigo y la
cizaña crecen juntos (cf. Mt 13,24-30) y "que ‘no todos pueden todo’, y que
en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas completa y
definitivamente por la gracia. En cualquier caso, como enseñaba san
Agustín, Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no
puedas"(Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 49). Santo Tomás de Aquino con
gran finura y sutileza espiritual nos recuerda que "el diablo engaña a
muchos. Algunos atrayéndolos a cometer pecados, otros, sin embargo, a la
excesiva rigidez hacia el que peca, de modo que, si no puede tenerlos con
un comportamiento vicioso, conduce a la perdición de los que ya tiene,
usando el rigor de los prelados, quienes, sin corregirlos con misericordia,
los llevan a la desesperación, y así es como se pierden y caen en la red del
diablo. Y esto nos sucede a nosotros, si no perdonamos a los pecadores»6.
Quienes acompañan a otros a crecer deben ser personas con grandes
horizontes, capaces de poner juntos límites y esperanza, ayudando así a
mirar siempre en perspectiva, en una perspectiva salvífica. Un educador
"que no teme poner límites y, al mismo tiempo, se abandona a la dinámica
6 Super II Cor., Cap. 2, lect. 2 (al final). El pasaje comentado por santo Tomás es 2 Cor 2, 6-7
donde, con respecto a aquellos que lo han entristecido, san Pablo escribe: "Más vale que lo
perdonéis y animéis, no sea que se hunda en una tristeza excesiva".