LUNEDÃ 26 SETTIMANA DEL TEMPO ORDINARIO |
“He aquí el momento favorable,
he aquí el día de la salvación!”
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1.1 Miércoles de ceniza |
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(Gl 2,12-18; Sal 50; 2Cor 5,20-6,2; Mt 6,1-6.16-18)
Iniciamos hoy el camino cuaresmal, un tiempo de gracia porque nos conduce a la solemnidad de Pascua. “He aquí el momento favorable, he aquí el día de la salvación”.
La fiesta por excelencia tiene necesidad de una intensa preparación. Los cuarenta días evocan claramente los días que Moisés transcurre en el Sinaí, los cuarenta años que los hebreos transcurren en el desierto, y los cuarenta días que Cristo vive en el desierto antes de iniciar su ministerio público. Los cuarenta días aparecen, pues, como un período que caracteriza la preparación del hombre a un encuentro con Dios.
Todo esto pone ante nuestros ojos una exigencia perenne: la prueba del tiempo es necesaria para una verdadera y profunda conversión. En los caminos de Dios las etapas no se queman; las conquistas no se improvisan; se dan, como gracia, a los que le buscan con esfuerzo, sin rendirse ni desesperar. Para nosotros este tiempo coincide providencialmente con el desarrollo de nuestro Capítulo General que, como tal, tiende a una mayor fidelidad dinámica, creativa y audaz a Dios, a Don Bosco y a los jóvenes.
Con la imagen del camino, utilizada en la oración de la colecta, se indica aquí el compromiso progresivo de penitencia y de renovación que implica a toda la Iglesia y, en ella, a todos nosotros. La liturgia nos guía presentando de modo vigoroso las verdades centrales de la economía salvífica. El objetivo es preciso y concreto: alcanzar a Cristo en su misterio de muerte y de resurrección mediante un sincero esfuerzo de conversión al Evangelio. Dicho con una fórmula litúrgica: “purificarse de la corrupción del hombre viejo para llegar a ser capaces de una santa novedad”, de la novedad de Dios, de la novedad de Dios para nosotros, hoy!
En el escenario cuaresmal, el primer plano lo domina la cruz de Cristo, el cordero de Dios inmolado para nosotros. Su imagen se yergue desde lo profundo del camino cuaresmal, como un día esperaba Cristo al término de su “vía crucis”.
Es preciso mirar de cerca al Crucifijo: es el Hijo de Dios que se anonada por obedecer al Padre y así salvarnos. Es quien lleva en las fibras de su humanidad el peso de todo pecado, la agonía de todo dolor. Pero en Él se encuentra el manantial de toda salvación. La pasión que salva es una sola: la de Jesús. La cruz que salva es una sola: la que lleva Cristo. Con todo, todos somos llamados a “completar lo que falta a su pasión” (Col 1,24), plantando la cruz en el corazón de nuestra vida, en lo más íntimo de nuestra realidad. En ello, lo esencial no está en el sufrimiento físico; es más bien el desgarro interior, como dice Joel: “Rasgad el corazón y no los vestidos” (Gl 2,13)
En el escenario cuaresmal está también la ceniza que recibimos todos para indicar, por una parte, que no somos más que “polvo”: nosotros, que nos sentimos tan grandes y capaces de cualquier cosa, hemos sido creados por Dios del polvo y, sin Dios, volveremos al polvo; e indicar, por otra parte, que todos somos penitentes, necesitados de conversión. “Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”.
La invitación de Jesús en el comienzo de su misión pública “convertíos y creed en el Evangelio” que acompaña el rito de la imposición de la ceniza es una llamada a un íntimo y total cambio interior, a una renovación de la persona entera, de su sentir, de su juzgar, de su vivir. Esta conversión implica una transformación profunda que sea, sobre todo, orientación hacia Dios y a su Palabra, especialmente en este tiempo de Capítulo General.
Es así como nosotros reavivamos la conciencia de nuestra condición de pecadores y nuestra necesidad de penitencia y conversión: a Dios, a los hermanos, a los colaboradores, a los jóvenes. Cuaresma es el tiempo de mirar con más atención lo que somos y lo que estamos llamados a ser como Salesianos. Esto implica un discernimiento de nuestros valores cotejándolos con los valores que hemos profesado como seguidores de Cristo siguiendo las huellas de Don Bosco. Es, una vez más, su gracia la que anticipa nuestro deseo de conversión y sostiene nuestro compromiso hacia una adhesión plena a su voluntad salvífica, a cuanto Él espera de nosotros en este momento de la historia. No olvidemos que es Dios quien quiere, y espera, nuestra conversión, no se trata de un deseo que nace o se alimenta de nuestra voluntad. ¡Es Él quien quiere nuestra santificación por la salvación de los jóvenes!
Durante este tiempo litúrgico se nos invita, de modo particular, a contemplar a Cristo, y nosotros lo hacemos con la mirada de Don Bosco. Los Salesianos tenemos la convicción que, “aunque el Evangelio es único e idéntico para todos, existe una lectura salesiana del Evangelio, de la cual deriva el modo salesiano de vivirlo”1. Don Bosco «miró a Cristo para intentar parecérsele en los rasgos que mejor respondían a su misión providencial y al espíritu que debe animarla»;2 en el artículo 11 de las Constituciones se enumeran, justamente, estos rasgos de la figura del Señor a los cuales “somos más sensibles en la lectura del Evangelio”.
En su tiempo, él hizo su lectura salesiana; detrás de él, bajo su luz e inspiración, con espíritu filial, nosotros debemos hacer hoy, para nuestra vida actual, nuestra lectura salesiana del Evangelio (Don Aubry). Conocer con mayor profundidad al Cristo del Evangelio, de la manera con la que Don Bosco lo ha comprendido, fortificará nuestra comunión y garantizará la salesianidad de nuestra misión. La experiencia personal de Cristo que Don Bosco ha vivido es la clave de interpretación salesiana de la Palabra de Dios; lo cual significa que la vida y la acción de Don Bosco son para nosotros “una Palabra de Dios encarnada” (C. Bisoli), una lectura vivida y carismáticamente normativa de la Palabra de Dios.
Sabemos que durante el Capítulo General celebrado en este tiempo de Cuaresma escucharemos a Dios escuchando al mismo tiempo la voz de los jóvenes, sus necesidades y sus aspiraciones, sus silencios y sus esperanzas, sus deficiencias y sus sueños. Los jóvenes son, en efecto, “la otra fuente de nuestra inspiración evangelizadora”.
Podemos ver, pues, el camino cuaresmal, en su realidad más profunda, como una vuelta a las raíces de la fe para que, meditando el don incomparable de gracia que es la Redención, podamos imaginar que todo nos ha sido dado por pura iniciativa amorosa de Dios; y como una vuelta a los orígenes de nuestra vocación y misión, también ellas iniciativa de Dios. “He aquí el momento favorable, he aquí el día de la salvación”.
El Evangelio de Mateo nos indica la dirección por la que caminar:
El ayuno, como expresión de nuestro compromiso ascético. Toda renuncia debe enraizarse en una actitud interior y traducirse en gestos concretos, que impliquen a toda la persona, alma y cuerpo. Se trata de una ascética que nos lleve a renunciar a nosotros mismos para dejar espacio a los demás, a trabajarnos para apagar todo brote nefasto de egoísmo y modificar el carácter, hasta volverlo amable, ¡capaz de reducir toda distancia (física, cultural o espiritual) entre nosotros y los jóvenes!
La oración, como expresión del ritmo de la vida, que debe ser más intensa y fervorosa en este tiempo favorable. Debe ser un grito del corazón más que un clamor de los labios. La liturgia insiste en que sea fervorosa, llena de amor; humilde, porque brota de un corazón quebrado por el arrepentimiento que invoca perdón; continua y confiada, que no se cansa de implorar; alimentada sobre todo de Palabra de Dios. Una mística, en fin, que nos conduzca a extraer el Amor del corazón mismo de Dios.
La caridad fraterna, como expresión de apertura a los demás. Dar a los hermanos lo que, con la renuncia, se ha sustraído al cuerpo y a la comodidad. Es un compromiso solidario en favor de los otros; es mirar al prójimo como “alguien que me pertenece”, como “don de Dios”. Se trata de la misión salesiana misma que consiste en ser “signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes”; en anunciarles la buena noticia: Cristo vive. “Él es nuestra esperanza y la juventud más hermosa de este mundo… Él vive y te quiere vivo! ¡Cristo os ama, Cristo os salva, Cristo vive!”3
La Cuaresma es, o debería ser, un período de gozo, porque la conversión a la que orienta no es otra cosa que la gracia de la reconciliación, del encuentro con Dios siempre dispuesto a bendecir y beneficiar al hombre que expresa su deseo de Dios ayunando, orando, haciendo el bien, tanto a nivel estrictamente individual como en el ámbito comunitario de los capitulares.
La Cuaresma es, o debería ser, una estación de fiesta, porque nos ofrece la posibilidad de renovarnos, de ser más libres y fuertes en el combate contra el mal, más disponibles para todo cuanto el Señor espera de nosotros como Salesianos para los jóvenes de hoy, capaces de dar a los muchachos ¡ramas para el cielo y raíces dentro de la tierra!4
Confiemos estos cuarenta días de gracia, vividos en el ayuno, la oración y la caridad, a nuestra Madre Auxiliadora y pidámosle que nos acompañe y nos guie para celebrar dignamente el gran misterio de la Pascua de Cristo, la revelación suprema del amor gratuito y misericordioso del Padre acogiendo su amor y comunicándolo a los demás: hermanos, colaboradores y jóvenes, ¡os deseo a todos un fecundo camino cuaresmal!
Valdocco, 26 febrero 2020
Pascual Chávez V., sdb
1 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 186.
2 Ibidem, pag. 186.
3 Esortazione Apostolica Post-sinodale Christus vivit, Loreto, 25 marzo 2019, 1.130
4 Ivi, 191