1.CARTA DEL RECTOR MAYOR
«TESTIGOS DE LA RADICALIDAD EVANGÉLICA»
Llamados a vivir en fidelidad el proyecto apostólico de Don Bosco.
«Trabajo y templanza»
1. CONVOCATORIA DEL CG27. 1.1 Los pasos dados para determinar el tema. 1.2 Objetivo fundamental del tema. 1.3 Frutos que se esperan de la realización del tema. 1.4 Otras tareas. 2. VIDA Y MISIÓN SALESIANA EN EL CONTEXTO GLOBAL DE HOY. 2.1 Desafíos culturales. 2.2 Desafíos eclesiales. 2.3 Desafíos institucionales. 2.4 Desafíos personales. 2.5 Los jóvenes como desafío. 3. RADICALIDAD EVANGÉLICA DE LA VIDA CONSAGRADA SALESIANA. 3.1 Radicalidad evangélica de la vida consagrada. – La vocación (Const. 22 y 25; 97 y 98) – Experiencia espiritual: discípulos de Cristo y buscadores de Dios. – Discípulos de Cristo (Const. 61-84). – Buscadores de Dios (Const. 85-95). – Vida fraterna: en comunidades fraternas (Const. 49-59). – Misión: enviados a los jóvenes (Const. 26-48). 3.2 Expresión salesiana de la radicalidad evangélica: trabajo y templanza.- Trabajo y templanza. – Trabajo. – Templanza. 3.3 Condiciones para concretar el tema. Procesos que hay que poner en marcha. – Mentalidad que hay que convertir. – Estructuras que hay que cambiar. 4. CONCLUSIÓN. 5. ORACIÓN. Oración a san Juan Bosco.
Roma, 8 de abril de 2012
Solemnidad de Pascua de Resurrección
Queridísimos hermanos:
Acabamos de concluir la sesión plenaria del Consejo General en la que hemos reflexionado sobre el tema y los objetivos del próximo Capítulo General. Ya antes de las Visitas de Conjunto, habíamos profundizado, como Consejo, los desafíos que encontrábamos en la Congregación; las Visitas de Conjunto nos han ofrecido nuevos elementos para comprender la situación. Ahora, la elección del tema del Capítulo General quiere ser una respuesta a tales desafíos, para ayudar a la Congregación a caminar por las sendas que el Espíritu nos señala en nuestro contexto histórico.
1. CONVOCATORIA DEL CG27
Me alegra escribir esta carta en el día en que celebramos la solemnidad de la Pascua del Señor. Mediante ella entiendo convocar el Capítulo General XXVII, según norma del artículo 150 de nuestras Constituciones.
El Capítulo tendrá como tema: «Testigos de la radicalidad evangélica». Se trata de una ocasión de particular importancia para nosotros, puesto que el Capítulo es «el principal signo de la unidad de la Congregación en su diversidad» (Const. 146). Tendremos la oportunidad de reforzar esta unidad reflexionando juntos sobre cómo ser «fieles al Evangelio y al carisma del Fundador y sensibles a las necesidades de los tiempos y de los lugares” (Const. 146). Desde ahora nos entregamos confiadamente al Espíritu de Cristo Resucitado, para que nos ilumine y acompañe, y a María Auxiliadora, para que sea nuestra maestra y guía.
Os invito a mirar este acontecimiento como una nueva y prometedora etapa en la vida de la Congregación, que, desde el Concilio Vaticano II, ha realizado una constante y profunda renovación espiritual y pastoral, para poder responder al querer de Dios, para ofrecer un mejor servicio a la Iglesia, en fidelidad dinámica a Don Bosco y a las necesidades y esperanzas de los jóvenes (cf. Const. 146).
El próximo Capítulo General será el 27° en la historia de nuestra Sociedad. Se desarrollará en Roma, en el “Salesianum”, junto a la Casa General. Comenzará el sábado 22 de febrero en Turín, cuna de nuestro carisma; allí nos encontraremos para respirar aire de casa, para encontrar a nuestro padre Don Bosco, para beber en las fuentes del carisma fundacional. Así lo hemos hecho en el anterior Capítulo General. Inauguraremos la asamblea capitular con la concelebración Eucarística en la Basílica de María Auxiliadora y con la visita a los lugares de nuestros orígenes salesianos. Partiremos después para Roma, sede del Capítulo. He nombrado Regulador del CG27 a Don Francisco Cereda. Él tiene desde este momento la responsabilidad de acompañar su preparación y su desarrollo.
El tema elegido hace referencia al testimonio de la radicalidad evangélica que encuentra en el lema “trabajo y templanza” (cf. Const. 18) una expresión del programa de vida y de acción de Don Bosco, sintetizado en el “da mihi animas cetera tolle”. El tema pretende ayudarnos a profundizar nuestra identidad carismática, haciéndonos conscientes de nuestra llamada a vivir con fidelidad el proyecto apostólico de Don Bosco. Este tema, frecuentemente recordado en las Visitas de Conjunto, nos ha parecido, a mí y a los Consejeros generales, un elemento esencial de nuestra espiritualidad; la radicalidad de vida de hecho representa el entramado interior de Don Bosco; éste sostuvo su incansable laboriosidad por la salvación de los jóvenes e hizo posible el florecimiento de la Congregación.
El argumento es amplio. Por eso queremos focalizar la atención del CG27 particularmente alrededor de cuatro áreas temáticas: vivir en la gracia de unidad y en el gozo de la vocación consagrada, que es don de Dios y proyecto personal de vida; hacer una fuerte experiencia espiritual, asumiendo el modo de ser y actuar de Jesús obediente, pobre y casto, y convirtiéndonos en buscadores de Dios; construir la fraternidad en nuestras comunidades de vida y de acción; dedicarnos generosamente a la misión, caminando con los jóvenes para dar esperanza al mundo.
1.1 Los pasos dados para determinar el tema
Para la elección del tema del CG27 hemos partido de la vida de las Inspectorías. De hecho en la preparación de la Visita de Conjunto las Inspectorías han hecho una verificación de la asimilación del CG26 y han presentado algunas perspectivas de futuro; han puesto de relieve también las mayores realizaciones de los últimos años, los desafíos más importantes, los recursos para afrontar el futuro, las dificultades que están encontrando.
De este modo, las Visitas de Conjunto han venido a ser el primer paso de preparación del CG27, porque nos han dado a conocer el estado de la Congregación en sus varios contextos: sus puntos de fortaleza y de debilidad, las oportunidades y los retos.
Aparecía insistentemente la sentida necesidad de vivir con mayor dinamismo, credibilidad y fecundidad la vida salesiana y la misión juvenil. Todo esto apuntaba a la urgencia de volver a aquella radicalidad evangélica que es propia de nuestra consagración apostólica y que encuentra una típica expresión salesiana en el binomio tan querido por Don Bosco “trabajo y templanza”. Al mismo tiempo, aunque con diversa intensidad, aparecían otros temas, como la inculturación, las vocaciones, la formación, la renovación de nuestra presencia educativa pastoral, una nueva reflexión sobre la pastoral juvenil, la comunicación social.
Al terminar la sesión plenaria del Consejo General de junio-julio 2011, cada Consejero ya me había entregado su propuesta para el CG27. También en este caso el tema más señalado, con motivaciones y acentuaciones diversas, se refería a la necesidad de asegurar mayor convicción a nuestra identidad (¿“quiénes somos”?), a nuestra acción (¿”qué hacemos”?), a nuestra propuesta educativa pastoral (¿”qué ofrecemos”?), aspectos todos que hacen referencia a la radicalidad en la vivencia de la vocación de consagrados apóstoles.
El proceso para la elección del tema se ha concluido ahora con la reflexión común, realizada en la reunión extraordinaria del Consejo General del 26 de marzo al 4 de abril, próximos pasados. Ella nos ha conducido a la definición del susodicho tema.
1.2. Objetivo fundamental del tema
El objetivo fundamental del CG27 es ayudar a cada hermano y comunidad a vivir en fidelidad el proyecto apostólico de Don Bosco; por tanto el CG27, en continuidad con el CG26, entiende reforzar más intensamente nuestra identidad carismática. Este objetivo está explícitamente presentado en los primeros artículos de las Constituciones: nosotros salesianos, efectivamente, estamos llamados a “realizar, en una forma específica de vida religiosa, el proyecto apostólico del Fundador” (Const. 2); y en esta específica forma de vida, “la misión apostólica, la comunidad fraterna y la práctica de los consejos evangélicos son los elementos inseparables de nuestra consagración, vividos en un único movimiento de caridad hacia Dios y los hermanos” (Const. 3).
Nuestra Ratio fundamentalis institutionis et studiorum, al presentar “la identidad vocacional salesiana como principio y fin de la formación”, hace una síntesis de ella poniendo en evidencia algunos rasgos fundamentales. Dice: “En Don Bosco y en el proyecto constitucional salesiano emergen los elementos que definen ese “estilo original de vida y de acción” (Const. 10), que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia, esa “específica forma de vida religiosa” (Const. 2) en la que “encontramos el camino de nuestra santificación” (Const. 2)”.1 Esta vocación fundamenta toda nuestra formación (cf. Const. 96).
Siempre según la Ratio, característica fundamental de nuestra vocación es la de ser un “proyecto de consagración apostólica”, plasmado en cinco elementos que definen el perfil del salesiano como:
educador y pastor de los jóvenes animado por la caridad pastoral (núms. 30-32);
miembro responsable de una comunidad (núm. 33);
testigo de la radicalidad evangélica (núm. 34);
animador de comunión en el espíritu y en la misión de Don Bosco (núms. 35-36);
inserto en la Iglesia, abierto a la historia y en diálogo con la realidad (núm. 37).
Los recientes Capítulos Generales —y obviamente no se trata de una simple coincidencia— han desarrollado estos diversos elementos, reconociéndolos como fundamentales. En particular, los CG XXII y XXVI han profundizado el «proyecto de consagración apostólica»: el primero, por medio de la redacción del texto definitivo de nuestras Constituciones y Reglamentos; el segundo, tratando de «reforzar la identidad carismática con la vuelta a Don Bosco, y despertar el corazón de cada hermano con la pasión del “da mihi animas” ».2 Entre estos dos Capítulos, encontramos todos los demás elementos que caracterizan el proyecto apostólico salesiano: el CG XXIII traza la figura del salesiano como educador pastor de los jóvenes; el CG XXIV, como animador de comunión en el espíritu y en la misión de Don Bosco; el CGXXV, como miembro responsable de una comunidad.
El último rasgo, “inserto en la Iglesia…”, más que un contenido específico es el contexto mismo en el que el salesiano vive y trabaja. Por lo demás, cada Capítulo General se coloca y se realiza dentro del horizonte eclesial y cultural.
De este simple análisis brota una constatación: el único rasgo del perfil del salesiano que no ha sido objeto de profundización por parte de un reciente Capítulo General es el tercero: “testigo de la radicalidad evangélica”. En el pasado la radicalidad se refería prevalentemente a los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y castidad; hoy la teología de la vida consagrada destaca que ésta es una llamada y no una elección, fruto de voluntarismo; tiene su fundamento en Dios y está enraizada en el Señor Jesús; se refiere a todos los aspectos de la vocación consagrada, incluidos la vida fraterna y la misión. También nuestra regla de vida reconoce la raíz de nuestra vocación en Dios y en Cristo, cuando afirma que nosotros salesianos, “por nuestra adhesión plena a Dios, amado sobre todas las cosas, nos comprometemos a llevar una forma de vida íntegramente fundada en los valores del Evangelio” (C. 60).
Evidentemente, el testimonio personal y comunitario de la radicalidad evangélica no es un aspecto que se yuxtapone a los otros, sino más bien una dimensión fundamental de nuestra vida. Por tanto para nosotros será importante desarrollar el tema de la radicalidad evangélica no sólo en referencia al seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto, sino también teniendo presente los demás aspectos de nuestra consagración apostólica.
1.3. Frutos que se esperan de la realización del tema
Como frutos del CG27, esperamos hacer nuestra vida salesiana más auténtica aún, y, por lo tanto, visible, creíble y fecunda. Esto es posible si ella se fundamenta profunda y vitalmente en Dios, se arraiga, con valor y convicción, en Cristo y en su Evangelio, robustece su identidad carismática. Por este motivo, durante el sexenio pasado, nos hemos comprometido a volver a Don Bosco, despertando el corazón de cada salesiano con la pasión del “da mihi animas, cetera tolle”. Vivir con fidelidad el proyecto apostólico, es decir, vivir nuestra identidad carismática, nos hará más auténticos; de la identidad vivida nacerá visibilidad, credibilidad y fecundidad vocacional.
Hace seis años, en la carta de convocatoria del CG26, escribí: “Más que de crisis de identidad, pienso que para nosotros salesianos existe hoy una crisis de credibilidad. Nos encontramos en una situación de estancamiento. Parece que estamos bajo la tiranía del “statu quo”; existen resistencias al cambio, más inconscientes que intencionadas. Aun cuando estamos convencidos de la eficacia de los valores evangélicos, nos cuesta llegar al corazón de los jóvenes, para quienes deberíamos ser signos de esperanza. Nos impacta el hecho de que, en la construcción de su vida, la fe resulta irrelevante. Comprobamos escasa sintonía con su mundo y una lejanía, por no decir ausencia, de sus proyectos. Advertimos que nuestros signos, gestos y lenguajes no son eficaces; parece que no inciden en su vida”3.
En la misma carta seguía escribiendo: «Junto al arrojo vital, capaz de testimonio y de entrega hasta el martirio, la vida salesiana conoce también “la insidia de la mediocridad en la vida espiritual, del aburguesamiento progresivo y de la mentalidad consumista”4. En los documentos que la tradición ha llamado ‘testamento espiritual’, Don Bosco dejó escrito: “Desde el momento en que comience a aparecer el bienestar en la persona, en las habitaciones o en las casas, comenzará al mismo tiempo la decadencia de nuestra Congregación […]. Cuando comiencen entre nosotros el bienestar y las comodidades, nuestra Pía Sociedad ha cumplido su curso”5».6
Si creemos en nuestra vocación y la vivimos con convicción, entonces somos creíbles; también escribí entonces: “La escasez de vocaciones y la fragilidad vocacional me llevan a pensar que muchos tal vez no están convencidos de la utilidad social, educativa y evangelizadora de nuestra misión; otros quizá encuentran inadecuado para sus aspiraciones nuestro compromiso de trabajo, porque no sabemos reinvertir o renovar; algunos tal vez se sienten aprisionados por las urgencias, que se hacen cada día más apremiantes”.7
La visibilidad no es principalmente el cuidado de la imagen, sino la belleza del testimonio de nuestra vocación. Si testimoniamos con fidelidad y gozo el proyecto apostólico de Don Bosco, es decir, la vocación consagrada salesiana, entonces nuestra vida será fascinante, especialmente para los jóvenes, y como consecuencia tendremos una nueva fecundidad vocacional. Si el Señor Jesús llega a ser la fascinación de nuestra vida, entonces nuestra vocación resultará atrayente; por eso debemos cuidar el testimonio de la belleza de nuestra vocación.
Estoy convencido de que para conseguir el objetivo del CG27 es necesaria una conversión espiritual y pastoral. Los nuevos contextos, los desafíos culturales y las dificultades dentro de la vida consagrada nos piden que continuemos buscando caminos de renovación y de crecimiento que hagan más significativa nuestra vida. Frente a la realidad que vivimos, es urgente cambiar estrategia. Lo que será verdaderamente decisivo es vivir nuestra identidad de consagrados al servicio del Reino. Ésta es también nuestra significatividad: centrar nuestra vida en Dios, el único Absoluto, que nos llama y nos invita a seguir a su Hijo entregando la vida por amor; vivir la profecía de la comunión y de la fraternidad; redescubrir la misión entre los jóvenes como el lugar por excelencia del encuentro con Dios, que continúa hablándonos.
Todavía deberemos continuar profundizando y adquiriendo un conocimiento de Don Bosco cada vez mejor: es necesario estudiarlo, amarlo, imitarlo e invocarlo (cf. Const. 21). Debemos conocerlo como maestro de vida, de cuya espiritualidad nos alimentamos como hijos y discípulos; como fundador, que nos indica el camino de la fidelidad vocacional; como educador, que nos ha dejado como preciosísima herencia el Sistema Preventivo; como legislador, en cuanto las Constituciones, por él elaboradas y sucesivamente interpretadas por la tradición salesiana, nos ofrecen una lectura carismática del evangelio y del seguimiento de Cristo.8
Es necesario continuar encendiendo el fuego de la pasión espiritual y apostólica en el corazón de cada hermano, ayudándolo a motivar y unificar su vida con el compromiso de entregarse totalmente por la “gloria de Dios y salvación de las almas”. También este aspecto, como el anterior, está en continuidad con el CG26, que está pidiendo todavía que se realice plenamente.
La cercanía del año 2015, bicentenario del nacimiento de Don Bosco, representa una gracia para la Congregación, que está llamada a encarnar en los contextos más diversos el carisma, o sea, el espíritu y la misión de nuestro fundador y padre. Tal celebración constituirá una meta del CG27.
Visibilidad, credibilidad y fecundidad son frutos que esperamos conseguir, como consecuencia de la puesta en práctica y de haber alcanzado el objetivo fundamental del CG27; debemos ser conscientes de esto. Entonces hemos de hacer de tal manera que estos frutos “sucedan” y se realicen; por eso podemos decir que ellos, además de frutos, son también objetivos secundarios que hay que alcanzar del CG27.
1.4. Otras tareas
Además de la profundización del tema, el CG27 tiene otras tareas particulares. La primera se refiere a la elección del Rector Mayor y de los miembros del Consejo General para el sexenio 2014-2020. Después está el cumplimiento y la verificación de algunas peticiones hechas por el CG25 y por el CG26 o de cambios introducidos por ellos.
Ante todo se considera importante una reflexión sobre la organización y estructura de los Dicasterios para nuestra misión salesiana: pastoral juvenil, misiones, comunicación social (cf. CG26, 117, 118).
Es necesario también hacer una reflexión sobre la configuración de las tres Regiones de Europa (cf. CG25, 124, 126, 129); esto resulta más necesario tras la decisión de replantear las Inspectorías de España, que, después del CG27 pasarán de seis a dos.
Además se siente la exigencia, después del cambio constitucional realizado, de hacer una valoración acerca del hecho de haber confiado la Familia Salesiana al Vicario del Rector Mayor (cf. CG25, 133 y CG26, 116).
Finalmente, “esta revisión fija la atención en el conjunto de la estructura del Consejo General”, y exige al CG27 que verifique las estructuras de animación y gobierno del consejo central de la Congregación (cf. CG26, 118).
2. VIDA Y MISIÓN SALESIANA EN EL CONTEXTO GLOBAL DE HOY
El secreto de la renovación en la Congregación lo encontramos en el artículo 3 de nuestras Constituciones, donde leemos: “La misión apostólica, la comunidad fraterna y la práctica de los consejos evangélicos son los elementos inseparables de nuestra consagración, vividos en un único movimiento hacia Dios y hacia los hermanos. La misión da a toda nuestra existencia su tonalidad concreta”.
La misión salesiana no se debe identificar con las obras o las actividades que dirigimos: es, más bien, la expresión de nuestro celo por la salvación de los jóvenes, nace de la pasión del “da mihi animas, cetera tolle”, se alimenta con una mística que tiene su origen “en el corazón de Cristo, apóstol del Padre” (Const. 11).
El mundo en que vivimos y en el que desempeñamos la misión de Don Bosco en favor de los jóvenes, no es sólo el escenario en el que nos hacemos presentes y actuamos. Representa más bien el lugar en cuyo interior respondemos a los jóvenes y, por medio de ellos y con ellos, respondemos también a Dios. Es, por tanto, oportuno definir, aunque sea brevemente, los retos globales del momento histórico que estamos viviendo en ámbito mundial, reconociendo que estos retos son, al mismo tiempo, oportunidades para la renovación de la vida salesiana y de nuestra misión.
Desafíos culturales
Fenómeno típicamente occidental, el primer desafío es, sin duda, la posmodernidad que lleva consigo aspectos positivos respecto a la dignidad del ser humano y a su bienestar, pero también contravalores. Ciertamente la posmodernidad no hace sentir su influjo en todas partes, ni, allí donde ha llegado, se siente como un condicionamiento gravoso, sino que está, lenta y progresivamente, conquistando la mentalidad y el estilo de vida de la élite social y llega a echar raíces también, por desgracia, en el corazón de algunos salesianos, marcando su modo de vida.
Un segundo desafío es la inculturación, caracterizada también por la creciente mentalidad intercultural. La globalización, la migración creciente y la fusión de las culturas crean posibilidades de encuentros, que provocan cierta purificación de las mismas culturas e invitan a apreciar las diferencias. Tales impulsos pueden, al mismo tiempo, conducir a posturas relativistas propias del multiculturalismo, con una pacífica homologación de las diferencias y un inexorable achatamiento de los valores; pero pueden también inducir al rechazo de las diversidades, a la defensa de los intereses particulares hasta llegar a la contraposición y a la exclusión de lo diverso.
El tercer desafío se refiere a la laicidad y a la secularización. “Crece la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en el que se desafía y amenaza continuamente el proyecto de vida cristiana; […] se tiene la impresión de que el no creer es lo natural, mientras el creer tiene necesidad de legitimación social, ni obvia ni segura”.9 En efecto, si es verdad que tal proceso puede favorecer una cierta maduración en la autonomía y responsabilidad de las personas y una participación más consciente en las dinámicas sociales y en los procesos culturales, también es verdad que, a veces, se convierte en inmanencia y hace imposible dar espacio a Dios. El proceso de secularización, en continuo crecimiento, se ha convertido en un verdadero riesgo también para nosotros salesianos, y no sólo para los que trabajan en países muy desarrollados sino también para cuantos viven entre pueblos que todavía conservan un profundo sentido religioso.
Desafíos eclesiales
La situación actual hace de la nueva evangelización no un “optional” sino una obligación misionera. Ni siquiera en continentes evangelizados ya desde hace tiempo la fe “puede presuponerse, sino debe ser propuesta explícitamente en toda su amplitud y riqueza”.10 Vivimos, pues, en un contexto donde muchos todavía no han oído hablar de evangelio y los que lo han oído deben reconocer que la cadena de transmisión de la fe, constituida por la familia, la Iglesia y la sociedad, se ha roto. Esto se une al problema de nuestro lenguaje, que a la mayor parte resulta incomprensible. A menudo los discursos que nosotros utilizamos parecen irrelevantes en contextos culturales y sociales marcados por el pluralismo ideológico o por el escepticismo religioso.
La Iglesia, y más específicamente la vida consagrada, está “tentada por un ofuscamiento de esperanza”.11 Esta incomodidad en la vida consagrada surge casi naturalmente, porque su principal empeño es ‘la afirmación del primado de Dios y de la vida eterna’, mientras hoy debe vivir en un contexto cultural “en el que parece que se han perdido las huellas de Dios”.12 Esta incomodidad no tiene su origen únicamente en causas externas, ni en su natural incompatibilidad con ciertas lógicas del mundo; surge también desde dentro, porque, entre otras cosas, la vida consagrada se ha encontrado de improviso privada de aquellos roles particulares en la sociedad, que durante tanto tiempo le habían dado seguridad e importancia social.
El pluralismo, que puede resbalar y caer en relativismo, nos presenta un desafío de mayor compromiso. Es verdad que se hace cada vez más imperiosa la necesidad de favorecer y mantener un diálogo intercultural e interreligioso para colaborar en la construcción de la única familia humana en la diversidad de los pueblos, culturas, lenguas y religiones; pero es necesario hacer esto sin dejar de testimoniar que la salvación viene de Cristo. Por esto debemos aprender y enseñar a no rechazar “lo que en ellas hay de verdadero y de santo” y a rechazar como “extraña al espíritu de Cristo toda discriminación o persecución contra personas por motivo de la raza, del color o de la condición de vida o de la religión”.13
Desafíos institucionales
Considerando la formación inicial, observamos una mayor debilidad en dos aspectos fundamentales: el discernimiento vocacional y el acompañamiento personal. Los “Criterios y Normas” de la Ratio no son conocidos. No hay claridad sobre cómo debe ser estructurado el acompañamiento, por lo que su práctica cae en desuso. A esto se puede añadir la discontinuidad y la fragmentación de las fases de nuestra formación, con impacto negativo especialmente sobre los dos procesos señalados, y en general sobre la formación de los hermanos como personas eficientemente maduras para asumir la vocación y la misión salesiana.
Es evidente también la falta de asimilación de las líneas-guía de la Congregación para la pastoral. Éstas son un medio para comprender y llevar adelante la misión salesiana en los diferentes campos de la animación misionera, pastoral juvenil, comunicación social, pastoral vocacional.
Finalmente, observamos en la Congregación una debilidad de dirección y animación. Gobierno y animación no favorecen siempre el cambio de mentalidad, no promueven los procesos necesarios, no logran desmantelar las resistencias al cambio, no ayudan al sujeto a asumir sus responsabilidades personales y los compromisos de responsabilidad compartida.
Desafíos personales
Es obligado registrar algunas carencias en la vida del salesiano: el individualismo en las decisiones pastorales, el modo de emplear el tiempo libre, el espacio dado al bienestar personal en detrimento de la disponibilidad para la misión; pero también un activismo que deja poco espacio a la vida espiritual, al estudio sistemático, al aprendizaje continuo, al hábito de reflexionar. Los hermanos no están acostumbrados a la autoformación, y algunos ni siquiera sienten su urgencia.
A menudo no existe conciencia de la identidad de nuestra vocación de salesianos consagrados, y así queda comprometida la identificación personal con la vocación misma. Más que la dedicación a la propia vocación, lo que interesa parece que es sentirse bien consigo mismo y estar bien con los demás. Aumenta la lejanía afectiva y efectiva del mundo de los jóvenes; frecuentemente éstos no son comprendidos o percibidos como nuestra única razón de ser.
Última, pero no menos importante, es la dimensión afectiva del salesiano, que resulta escasamente apreciada. Se descuidan, si no es que se ignoran, emociones, sentimientos y afectos; hay falta de educación para la interioridad y para la expresividad emocional, por falta de formación apropiada y de formadores expertos. Todo esto se refleja en las actitudes educativas que asumimos y en el trabajo pastoral que realizamos, especialmente por lo que respecta a la educación de los jóvenes para el amor, al cuidado de las parejas de novios, a la atención a la vida matrimonial y a las familias.
2.5Los jóvenes como desafío
Finalmente – como escribí en otra ocasión14 – me parece percibir en la Congregación un fenómeno muy preocupante: advierto entre los hermanos por un lado y otro una resistencia más o menos consciente, y quizá una incapacidad declarada, para acercarse con simpatía, para iluminar con perspicacia, fruto del estudio, y para acoger cordialmente las nuevas formas de expresión que caracterizan a los jóvenes de hoy, no menos que las experiencias colectivas con las que dan forma a sus “espectaculares” estilos de vida,15 aquellas formas que, normalmente, se afirman en el tiempo libre, casi siempre al margen de las habituales instituciones sociales.
El CG26 ilustra esta situación cuando, hablando de las nuevas fronteras, afirma: “reconocemos también las expectativas de los jóvenes espiritual y culturalmente pobres, que solicitan nuestro interés; jóvenes que han perdido el sentido de la vida, carentes de afecto por la inestabilidad de la familia, desilusionados y vacíos por la mentalidad consumista, religiosamente indiferentes, desmotivados por el permisivismo, por el relativismo ético, por la difusa cultura de la muerte”.16
Esta soledad afectiva no es la única, ni la más extendida forma de pobreza existencial, en que se encuentran los jóvenes de hoy. La gran mayoría de los que pueblan los países en vía de desarrollo conoce bien la indigencia económica, la precariedad familiar, la discriminación racial, las carencias educativas y culturales, la impreparación para el trabajo, la innoble explotación por parte de terceros, el empleo abusivo como mano de obra, la estrechez de horizontes que sofoca la vida, dependencias varias y otras desviaciones sociales.
El actual mapa de la desorientación juvenil es un cuadro tan desolador que llama a una urgente conversión a la compasión (cf. Mc 6,34; 8,2-3), no menos que a la acción (cf. Mc 6,37; 8,4-5). Como Don Bosco y con él, la Congregación se ha comprometido, mediante la educación y la prevención, a ayudarlos a encontrarse a sí mismos, a acompañarlos con paciencia y confianza en el camino de su construcción personal, a ofrecerles instrumentos para ganarse la vida; pero al mismo tiempo a proponerles un modo apropiado para ellos de relacionarse con Dios.
Para recrear el carisma salesiano en las situaciones más diversas en que nos encontramos, no basta adaptarlo a los diversos contextos juveniles; más aún, es necesario invertir en los jóvenes, haciendo que ellos se conviertan en protagonistas y colaboradores fiables, sin olvidar nunca que ellos son la razón de nuestra consagración a Dios y de nuestra misión. Queremos hacerlo habitando su mundo, hablando su lenguaje, poniéndonos a su lado no sólo como nuestros destinatarios privilegiados, sino, sobre todo, como compañeros de viaje.
3. RADICALIDAD EVANGÉLICA DE LA VIDA CONSAGRADA SALESIANA
Durante las visitas de Conjunto hemos podido comprobar que existen numerosos aspectos positivos en la vida de la Congregación. Los hermanos, en general, son conscientes de la identidad de la vida consagrada salesiana y son portadores de valores que la manifiestan. La implantación del carisma en los diversos países, lugares, contextos en donde se encuentra la Congregación, por lo general ha sido buena. El crecimiento de las presencias y de las vocaciones ha sido satisfactorio en numerosas partes del mundo. En estos últimos tiempos se han consolidado experiencias positivas de vida fraterna. Sobre todo después del CG26, ha crecido en todos la conciencia de que profundizar el conocimiento de Don Bosco constituye un elemento irrenunciable para una renovación profunda de la vida salesiana. En algunas Regiones las Inspectorías han conocido un prometedor florecimiento y han dado vida a nuevos tipos de obras que hacen visible la fidelidad al carisma de Don Bosco.
Sin embargo, junto a estos elementos positivos, se han experimentado también dificultades significativas: en algunas partes de la Congregación el envejecimiento de los hermanos, la escasez de vocaciones y la complejidad de las obras, hacen difícil la deseada renovación; en otras cuesta orientar la acción pastoral hacia la opción fundamental de los jóvenes. Perduran resistencias para encontrar espacio para la vida de comunidad y es difícil promover caminos válidos y eficaces de formación permanente. Por una u otra parte aflora una falta de entusiasmo para vivir la propia vocación y se denuncia una animación débil por parte de los hermanos directores.
Para afrontar los desafíos actuales y futuros de la vida consagrada salesiana y de la misión en toda la Congregación, surge la necesidad de trazar el perfil del nuevo salesiano; hoy el salesiano está llamado a ser:
Un místico: en un mundo que comienza a sentir cada vez con mayor claridad el desafío del secularismo, tenemos necesidad de “encontrar una respuesta que reconozca el primado absoluto de Dios”, mediante la “total donación de sí mismo” y en la “conversión permanente de una existencia ofrecida como verdadero culto espiritual”.17
Un profeta: “En la actual situación multicultural y religiosa, se pide el testimonio de la fraternidad evangélica”. Nuestras comunidades religiosas están llamadas a ser valientes en vivir el evangelio como modelo alternativo de vida y “estímulo para purificar e integrar valores diversos, mediante la superación de las contraposiciones”.18
Un siervo: “La presencia de nuevas formas de pobreza y de marginación debe suscitar la creatividad en el cuidado de los más necesitados”19; esto marcó el nacimiento de nuestra Congregación y esto logrará el renacer de nuestras Inspectorías, en beneficio de los jóvenes pobres y de todos los marginados por razones económicas, sexuales, raciales o religiosas.
Todo esto requiere un cambio tanto de mentalidad como de praxis: entrar en un proceso de verdadera conversión, pasando de una mentalidad cerrada a una abierta y dispuesta al cambio, mirando el futuro con esperanza y optimismo. Es necesario entonces considerar algunos elementos estratégicos.
3.1Radicalidad evangélica de la vida consagrada
Observando la situación actual de la Iglesia, y en ella la de nuestra Congregación, no podemos ignorar que la llamada a la “radicalidad evangélica” constituye una necesidad urgente y un tema de gran actualidad, a partir de la práctica de los consejos evangélicos. Por ejemplo, respecto a la castidad consagrada, han surgido en los últimos años, con gran escándalo, los problemas de la pederastia y de los abusos sexuales;20 estos problemas, como ha escrito el mismo Benedicto XVI, “han oscurecido la luz del evangelio hasta un punto al que no habían llegado ni siquiera siglos de persecución”21, aunque conviene recordar que el problema no es de hoy.
Pero no sólo el aspecto de la castidad es problemático; muy frecuentemente las dificultades en este campo son consecuencia y expresión de otras situaciones negativas relativas a los consejos evangélicos de la pobreza y de la obediencia. Particularmente, la práctica de la pobreza, que es uno de los puntos centrales del CG26 (cf. núms. 79-97), se ha hecho más acuciante, tras la quiebra financiera y económica acaecida mundialmente. Como religiosos, no podemos reducir la pobreza a la vigilancia y corrección en la gestión de los recursos, lo que por otra parte es obligado; la pobreza, efectivamente, afecta al modo de entender y de vivir un valor evangélico fundamental para nuestra consagración. El mismo Santo Padre Benedicto XVI, a este respecto, tiene expresiones muy fuertes e iluminadoras, sobre la raíz moral de la actual crisis económica.
En una de mis primeras cartas, “Tú eres mi Dios, fuera de Ti no tengo otro bien”22, he querido hacer un análisis profundo de esta situación, provocada por un “modelo liberal” de vida consagrada, que afecta particularmente a la obediencia. De hecho estoy convencido de que uno de los puntos allí indicados puede ser reconocido como una de las raíces de este problema actual; se trata del individualismo, que a veces se esconde detrás del derecho a la “privacy”. Esta realidad muchas veces, parafraseando el texto bíblico, “cubre una multitud de pecados”. Todo esto está indisolublemente unido a las dificultades en la obediencia; reconocía esta vinculación en la citada carta: “Se ha introducido así una gran dosis de individualismo, que hace casi imposible la obediencia”.23
De todas formas, la radicalidad evangélica de la vida consagrada no se puede limitar a la práctica de los consejos evangélicos. Ella compromete todo nuestro ser, afectando a sus componentes vitales: el seguimiento de Cristo y la búsqueda de Dios, la vida fraterna en comunidad, la misión. Cada una de estas áreas está impregnada de la fascinación de la vocación, y, por tanto, llamada a la radicalidad evangélica.
El mismo Jesús afirmó esta radicalidad a lo largo de su ministerio profético. Encuentra su expresión más explícita en el “Sermón de la montaña, tanto en la proclamación de las Bienaventuranzas, que marcan una inversión de la lógica del mundo, como en las declaraciones siguientes que apuntan a la interioridad de la ley y al amor como ley suprema (cf. Mt 5-7). Una vez más, la radicalidad evangélica aparece con luz meridiana cuando Jesús presenta las consecuencias de seguirlo, compartiendo con Él una vida no cómoda, no programada, doquiera él vaya, subordinando todo al Reino (cf. Lc 9,57-62). Y, sobre todo, cuando, después del primer anuncio de la pasión y de la resistencia de Pedro, dirigiéndose no sólo a los discípulos sino a toda la multitud, dice: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiere salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi y por el evangelio, la salvará” (Mc 8, 34-35).
La vocación (Const. 22 y 25; 97 y 98)
En cuanto religiosos, nosotros salesianos estamos llamados a la radicalidad evangélica en la vida consagrada. Si es verdad que la radicalidad evangélica se exige a todo discípulo de Jesús, es así mismo verdad que también nosotros estamos llamados a vivirla concretamente en la vida consagrada. La radicalidad para nosotros es ante todo una llamada, una vocación. Por desgracia, en nuestra reflexión, en la vida y en la acción concreta, la referencia a la llamada de Dios resulta más bien pobre. La vocación no se elige, se nos da; nosotros podemos sólo reconocerla y acogerla; lo mismo la radicalidad evangélica antes que compromiso y tarea es don y gracia.
La vocación no nace por iniciativa personal, porque es una llamada para una misión específica, que no determinamos nosotros sino Aquél que llama. Leemos en el evangelio de Marcos que Jesús “llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó a Doce que estuvieran con él y para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15). También el evangelio de Juan confirma que ser discípulo y apóstol no es una opción personal, sino una elección por parte de Jesús, una vocación: “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido” (Jn 15,16a); y la misión es “permanecer en su amor” (Jn 15,9b). Sólo así aquellos que son llamados pueden obtener plenitud de alegría: “os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11); entrar en su intimidad: “vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,14); tener fecundidad: “os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16b).
Esta dimensión antropológica y teológica de la vocación es fascinante. Hay una Persona que te mira, te ama y te llama, y tú puedes aceptar o rehusar la propuesta. A una llamada personal se puede responder diciendo “sí” o “no”. Todo esto sucede en la mayor libertad. Con razón podemos decir que entregar la propia vida, la única vida, toda la vida, representa el más alto nivel de conciencia humana. En la Sagrada Escritura encontramos la historia de los grandes “amigos de Dios”: Abrahán, Moisés, David, Elías, los profetas, José, María, los apóstoles; ellos renunciaron a sus propios proyectos y permitieron a Dios adueñarse de su vida para escribir, junto con Él, la historia de la salvación. Pero no todos los que fueron llamados aceptaron la llamada. Podemos recordar, por ejemplo, el encuentro de Jesús con aquel hombre rico que le preguntó´: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”; pero a la invitación de Jesús “Ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme” (Mc 10,17-22), él se entristeció y se alejó.
En el pasado la vocación religiosa se presentaba a menudo como un suceso puntual en la vida de una persona. Aun cuando en las numerosas llamadas que configuran la existencia hay acontecimientos que señalan el futuro, la vocación cristiana hay que comprenderla cada vez más como un diálogo ininterrumpido entre Dios que llama y el discípulo que responde. Requiere, por consiguiente, una gran libertad para disponer totalmente de sí y entregarse a la persona amada. Sin duda, para dejar todo y entregarse a una persona es necesario estar profundamente enamorados. No por casualidad la imagen más elocuente para describir esta relación de amor es la alianza. Por eso se comprende cómo no se puede ser consagrados y no ser al mismo tiempo místicos, llenos de pasión por Dios y por el hombre.
Nuestra específica vocación es la vida consagrada salesiana, que nos marca como discípulos y apóstoles de Jesús siguiendo los pasos de Don Bosco. De manera sintética la describe el artículo 3 de las Constituciones, que presenta nuestra vocación como llamada al seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto, a la vida fraterna en comunidad, a la entrega a la misión en diálogo con Dios y al servicio de los hermanos. Se trata de elementos vocacionales constitutivos a los que tenemos que dar espacio en la vida personal y comunitaria. Nuestra vida deberá ofrecer espacio “equilibrado y armónico” a la experiencia espiritual, a la fraternidad en comunidad, a la misión.
Entre estos aspectos de nuestra vocación, la “gracia de unidad” es un desafío fundamental que hay que afrontar con seriedad y determinación, si no queremos caer en la fragmentación, la dispersión, el activismo, la superficialidad espiritual, el genericismo pastoral, la pérdida del sentido vocacional, el vacío. Por eso presento ahora estos elementos fundamentales de nuestra consagración apostólica, que exigen ser vividos con radicalidad evangélica: la experiencia espiritual, la vida fraterna, la misión.
Experiencia
espiritual: discípulos de Cristo (Const.
61-84)
y buscadores de Dios (Const.
85-95)
No sorprende que la experiencia espiritual, que está en la base de la vida consagrada y que nos hace buscadores de Dios y discípulos de Jesús, se caracterice en el Espíritu como totalizante, unitaria y dinámica:
Totalizante, porque nos coloca frente a un Dios lleno de celo que no admite otros dioses fuera de Él, con una presencia que envuelve; no hay lugar para fragmentar nuestra entrega a Él: porque “quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; quien ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y no me sigue no es digno de mí” (Mt 10,37-38);
Unitaria, porque ella integra todos los elementos de la vida en torno al único importante y necesario, el Absoluto, como ilustra la respuesta de Jesús a Marta, preocupada por las muchas cosas que tenía que hacer para Él excepto la importante, descubierta por María (Lc 10,41-42);
Y dinámica, porque ella nos da “un corazón nuevo y un espíritu nuevo”; lo que se debe hacer, la ley que hay que cumplir, no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros; el mismo Espíritu Santo se convierte en nosotros en dinamismo de la vida, como dice San Pablo: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8,2).
Sólo una experiencia espiritual así puede ser fuente de una vida religiosa dinámica y significativa, de una oración viva, de una comunidad fraterna, de un celo apostólico, de una pastoral fecunda; ella transforma desde dentro la vida de la persona y de la comunidad, dando lugar a nuevos modelos de realización interpersonal y de conducta, a un nuevo tipo de oración y de culto, a una forma típica de pastoral, y, sobre todo, a un modelo cultural alternativo, signo y fruto de la espera del Señor que viene.
Discípulos de Cristo (Const. 61-84)
La vocación religiosa, una vez acogida, conduce a la decisión de entregarnos totalmente a Dios que nos consagra a Él. Efectivamente, la vida consagrada es un camino que parte del Amor de Dios que ha fijado su mirada sobre nosotros, nos ha amado, nos ha llamado, nos ha aferrado; y es un camino que conduce al Amor, en cuanto es camino seguro para alcanzar la plenitud de vida en Dios. Esto quiere decir que toda la vida consagrada está marcada por el amor y se debe vivir bajo la fuerza del amor, por lo cual no puede vivirse sino en la alegría, aun en los momentos de prueba y dificultad, con la convicción y el entusiasmo de quien descubre el amor como fuerza motriz de la vida. De aquí brotan la serenidad, la luminosidad y la fecundidad de la vida consagrada, rasgos que la hacen encantadora.
Así pues, la consagración nos convierte en personas incondicionalmente entregadas a Dios y, más en concreto, nos convierte en “memoria viviente del modo de ser y de actuar de Jesús” obediente, pobre y casto,24 transformándonos en signos y portadores del Amor de Dios a la humanidad. Ésta es de hecho la primera contribución que como religiosos podemos y debemos ofrecer. Por desgracia no se reconoce esto, porque un modelo antropológico reductivo priva a la vida de su dimensión religiosa, fundándola sobre proyectos de existencia de breve caducidad; por ejemplo, los mitos de la ciencia, de la técnica y de la economía, con la ilusión de que su progreso es ilimitado, condenan la vida a la inmanencia de este mundo sin horizontes de trascendencia definitiva, porque al final todo se concluye con la muerte. A un mundo centrado en la eficiencia y en la producción, en la economía y el bienestar, el religioso se presenta como signo de Dios, de su gracia, de su amor. Dios y su amor es todo lo que ha venido a darnos Jesús. ¡Ésta es la buena nueva! Dios es la primera contribución que podemos dar a la humanidad. He aquí la gran esperanza que ofrecer. He aquí nuestra primera profecía.
Hablando con los jóvenes que aspiran a ser salesianos, me convenzo que en el fondo ellos buscan en la vida consagrada la respuesta a tres grandes deseos: una profunda sed de espiritualidad, aunque no siempre identificada con una clara experiencia del Dios de Jesucristo; una vida de comunión, aunque no siempre proyectada sobre la comunidad, sobre todo cuando ésta no destaca por la acogida, la relación interpersonal profunda, el espíritu de familia; y finalmente un compromiso decidido a favor de los más pobres y necesitados, aunque no siempre estén dispuestos a entregarse definitivamente, lo que se comprende fácilmente en una cultura caracterizada por compromisos a breve plazo o por lo menos no para siempre. Tarea de la formación es construir caminos de maduración en aquellos valores a los que los jóvenes consagrados se muestran más sensibles, ayudándoles además a reconocer y a acoger también aquellos elementos que ellos juzgan como dificultad.
La llamada a seguir e imitar a Jesucristo conlleva una progresiva configuración con Él hasta llegar a ser precisamente “memoria viviente de su modo de hacer y de ser obediente, pobre y casto”, como Él lo ha sido.
Ciertamente, esta vida centrada en Dios y en la entrega de sí mismo a los otros es claramente “contracultural”, contra el valor absoluto de la economía y del materialismo, contra el hedonismo y el culto al cuerpo, contra el individualismo y toda forma de autoritarismo. Vivimos en un contexto histórico, cultural y social en el que los consejos evangélicos no son apreciados; al contrario, son considerados inhumanos y culpables de construir personas a medias, algo de lo que se nos debería liberar. Por ejemplo, la obediencia parece atentar contra los derechos fundamentales de la persona humana: la libertad de decidir por sí mismos, la autodeterminación y la autorrealización. La castidad es vista como privación de los bienes del matrimonio: la renuncia a tener una persona con la que contar en los momentos buenos y en los malos y con la que compartir alegrías y tristezas, éxitos y pruebas de la vida; la renuncia a la paternidad y a tener hijos; la renuncia al placer conyugal, con el gozo del cuerpo que los esposos se dan recíprocamente, obviamente sin reducir todo al placer físico; la renuncia a la ternura, a la intimidad ordinaria, a saber que hay una persona junto a ti, a la dulzura de un intercambio de miradas, a escuchar que te dice “es hermoso que tú existas”. La pobreza es menos apreciada aún en un mundo que ha hecho del bienestar y de la economía los valores supremos; esto hace que la pobreza sea vista como un mal que hay que derrotar, algo de lo que hay que liberarse para ser plenamente autónomos, sin depender de nadie; lo que importa es tener para poder ser, no querer privarse de nada, buscar formas de vida burguesas y consumistas que nos hacen insensibles a los pobres e incapaces de servir a los más necesitados.
Esta mentalidad cada día más extendida, que no hace apetecible la vida evangélica, se puede infiltrar en los consagrados, que se sienten tentados de sustraerle a Dios en la vida personal lo que le han dado públicamente mediante la profesión.
Sin idealizar la forma ordinaria de realizar la vida humana, es importante subrayar que los votos no son una mera renuncia a algunos valores. Ellos dan una respuesta a las tres grandes fuerzas que comprometen la existencia humana y que la primera carta de Juan ha estigmatizado magistralmente así: “Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida -, eso no proviene del Padre sino que procede del mundo” (1Jn 2,15b-16). Jesús ha inaugurado en su persona otra forma plenamente humana de realizar la existencia, totalmente consagrado a Dios y enteramente entregado al Hombre. Esto es posible sólo si Dios es reconocido como Absoluto en la propia vida, haciendo de su voluntad nuestro proyecto de vida, dedicándonos con generosidad a colaborar con Él en la realización de su designio de salvación de la humanidad: libres de todo y de todos para hacernos siervos de todos. Precisamente porque ésta no es una vida inhumana, sino carismática, en el sentido pleno de la palabra, fruto de la acción del Espíritu que dispone para tal forma de vida evangélica, requiere idoneidad humana, fruto de la naturaleza y de la educación recibida, y madurez, obra del proceso formativo.
Por otra parte, la radicalidad de los consejos evangélicos no proviene sólo de la tradición eclesial, sino que se encuentra también en la perspectiva de la revelación bíblica. Me refiero, en particular, a la obediencia que en la Sagrada Escritura, ya desde el Antiguo Testamento, está unida a la actitud fundamental del creyente, es decir, a la fe. En las Escrituras, efectivamente, los auténticos creyentes son radicalmente obedientes; pensemos en Abrahán, en David, en Moisés y en los profetas. Podemos incluso afirmar que en su horizonte no aparecen todavía como valores ni la pobreza ni el celibato. No se trata sin embargo de personajes extraordinarios, porque también la experiencia de Israel ha sido descrita así: un pueblo de esclavos liberados para llegar a ser un pueblo santo que conoce la alegría del libre servicio a Dios.
Esta perspectiva vetero-testamentaria encuentra la encarnación más perfecta precisamente en clave de obediencia en el Hijo de Dios, Jesús. Tanto la Carta a los Hebreos como la Carta a los Filipenses ponen en evidencia el hecho de que el creyente es por naturaleza un ser obediente y como tal se define. Más aún, diría que uno de los rasgos más fascinantes de la cristología contemporánea es precisamente esta recuperación de la libertad de Jesús, que no se puede explicar sino en su radical obediencia al Padre. La obediencia representa la actitud por excelencia del Hijo de Dios. Me parece que esto ayuda un poco a superar el prejuicio que hay en la cultura actual contra la obediencia. La perspectiva bíblica ayuda a comprender la diferencia entre el “someterse”, que implica algo de servil y que es indigno del ser humano, y el acto de ‘obediencia’ que en todas las lenguas bíblicas tiene como raíz el escuchar. En la práctica, aquel que escucha bien es precisamente el que acoge cuanto ha escuchado; por tanto no hay escucha auténtica que no esté acompañada de la obediencia.
Esta concepción hace posible, gozoso y fecundo el vivir los valores del evangelio, hacer cada vez más nuestro el modo de ser de Jesús obediente, pobre y casto, hacernos discípulos suyos. Sólo un progresivo ensimismamiento en Cristo realiza el seguimiento de Cristo.
Buscadores de Dios (Const.85-95)
Hablando a los participantes en la Asamblea de la USG (Unión de los Superiores Generales) y de la UISG (Unión Internacional de las Superioras Generales), en la Sala Clementina del Vaticano, el 26 de noviembre de 2010, el Papa Benedicto XVI nos decía: “Habéis dedicado vuestras dos últimas Asambleas a considerar el futuro de la vida consagrada en Europa. Esto ha significado repensar el sentido mismo de vuestra vocación, que comporta, ante todo, buscar a Dios, quaerere Deum: sois por vocación buscadores de Dios. A esta búsqueda consagráis las mejores energías de vuestra vida. Pasáis de las cosas secundarias a las esenciales, a lo que es verdaderamente importante; buscáis lo definitivo, buscáis a Dios, mantenéis la mirada dirigida a Él. Como los primeros monjes, cultiváis una orientación escatológica: detrás de lo provisional buscáis lo que permanece, lo que no pasa (cf. Discurso en el Collège des Bernardins, París, 12 diciembre 2008). Buscáis a Dios en los hermanos que os ha dado, con los que compartís la misma vida y misión. Lo buscáis en los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a los que sois enviados para ofrecerles, con la vida y la palabra, el don del Evangelio. Lo buscáis particularmente en los pobres, primeros destinatarios de la Buena Noticia (cf. Lc 4,18). Lo buscáis en la Iglesia, donde el Señor se hace presente, sobre todo en la Eucaristía y en los Sacramentos, y en su Palabra, que es la vía maestra para la búsqueda de Dios, nos introduce en el coloquio con Él y nos revela su verdadero rostro. ¡Sed siempre apasionados buscadores y testigos de Dios!”.
Y añadía: “La renovación profunda de la vida consagrada parte de la centralidad de la Palabra de Dios, y más concretamente del Evangelio, regla suprema para todos vosotros, como afirma el Concilio Vaticano II en el Decreto Perfectae caritatis (cf. núm. 2) y, como bien comprendieron vuestros Fundadores: la vida consagrada es una planta rica en ramos que hunde sus raíces en el Evangelio. Lo demuestra la historia de vuestros Institutos, en los que la firme voluntad de vivir el Mensaje de Cristo y de configurar vuestra propia vida con la suya, ha sido y sigue siendo el criterio fundamental del discernimiento vocacional y de vuestro discernimiento personal y comunitario. El Evangelio, vivido diariamente, es el elemento que da fascinación y belleza a la vida consagrada y os presenta ante el mundo como una alternativa fiable. De esto tiene necesidad la sociedad actual, esto espera de vosotros la Iglesia: ser Evangelio viviente”.
Por esto los consagrados asumen la santificación como el propósito principal de la vida. Y esto es también válido para nuestra Congregación, como atestigua claramente el acta de la Fundación de la Congregación Salesiana.25 No es casualidad que nuestra Regla de vida concluya la primera parte, inmediatamente después de la fórmula de la Profesión, afirmando en un primer momento que “los hermanos que han vivido o viven plenamente el proyecto evangélico de las Constituciones son para nosotros estímulo y ayuda en el camino de la santificación” y, por consiguiente, que “el testimonio de esta santidad, que se actúa en la misión salesiana, revela el valor único de las bienaventuranzas y es el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes” (Const. 25).
En su Carta “El Padre nos consagra y nos envía”, don Juan E. Vecchi escribía: “Los consagrados aparecen como expertos de la experiencia de Dios. Esa experiencia está en el origen de su vocación. El proyecto de vida que asumen tiende a cultivarla. Le da la primacía en cuanto a tiempo y actividad. Todos los cristianos, por otra parte, deben y quieren hacer una cierta experiencia de Dios; pero sólo se pueden dedicar a ello a intervalos y en condiciones de vida menos favorable, por lo cual corren el peligro de descuidarla. Los consagrados se presentan como interlocutores para todos aquellos que en el mundo están a la búsqueda de Dios. A quienes ya son cristianos les ofrecen la posibilidad de hacer, en su compañía, una experiencia religiosa renovada; a quienes no son creyentes les ofrecen su compañía en el camino de búsqueda.
Hoy este servicio está resultando actual y solicitado. Lo demuestra la apertura de monasterios y conventos a quien quiera aprovecharlos para jornadas de reflexión. Por otra parte nosotros estamos llamados a prestar servicios semejantes a los jóvenes. Hay en la vida una ley que se aplica en todos los ambientes: ningún valor permanece vivo en la sociedad sin un grupo de personas que se dediquen completamente a desarrollarlo y sostenerlo. Sin la clase médica y sin la organización de los hospitales sería imposible la salud. Sin los artistas y las instituciones correspondientes, decae el sentido artístico de la población. Lo mismo sucede con el sentido de Dios: los religiosos, contemplativos o no, son aquel cuerpo de místicos capaces de ayudar, al menos a quien está próximo, a leer la existencia a la luz del Absoluto y a hacer experiencia de Él.
Esto pertenece a los fines esenciales de la vida religiosa. Por eso los Fundadores pusieron el sentido de Dios por encima de todas las actividades y aspectos de sus instituciones. Creyentes y no creyentes advierten la mediocridad religiosa de los consagrados como una deformidad. Los religiosos mismos sienten un gran vacío cuando esta dimensión desaparece”.26
La afirmación del Absoluto de Dios nos exige dar un salto profético: ésta es la misión de la vida religiosa hoy, éste es el mejor servicio que podemos prestar a nuestros hermanos, porque sólo la fe, la esperanza y el amor tienen el enorme poder de superar la mediocridad y de frenar la decadencia de nuestra cultura, fragmentada por el individualismo, el hedonismo, el relativismo, el nihilismo y por todo tipo de ideología inmanentista.
Si en el pasado el peligro de la vida religiosa fue el de perder un sano enraizamiento en la tierra y en la historia, concentrándose en medida preponderante en la función de llamada a la trascendencia, hoy corre el peligro de perder vigor por privilegiar lo terreno olvidando toda perspectiva ulterior. Esto sucede cuando se piensa que la salvación es obra nuestra, cuando cedemos a la tentación prometeica y, sin quererlo, hacemos del activismo una idolatría. Entonces la vida religiosa pierde su razón de ser, olvida su misión y se pervierte en una forma paradoxal de secularismo. ¡Pensando adquirir mayor relieve social por lo que hacemos, perdemos la identidad y privamos al mundo de la esperanza que debemos darle!
He aquí por qué debemos cultivar cuidadosamente nuestra vida espiritual, tanto personal como comunitariamente. Sin duda será necesario superar una concepción de la vida espiritual de índole intimista, extraña o marginal según el pensamiento del mundo; pero al mismo tiempo tendremos que potenciar la experiencia de la oración, mejorar la calidad de la vida comunitaria, desempeñar con profesionalidad y preparación nuestro servicio de evangelización, para poder ser signos proféticos frente a los valores actuales que este mundo canoniza, y ser testigos irrefutables del Dios del Amor.
Vida fraterna: en comunidades fraternas (Const. 49-59)
En una sociedad donde reina el individualismo, en una cultura donde prevalece el egoísmo, en familias donde cada día se extiende más la soledad, es natural que la persona sienta la comunicación como una necesidad fundamental. Hoy por una parte la comunicación está favorecida por los medios de comunicación; bastaría pensar en el uso del teléfono móvil y en todos los otros campos de comunicación como youtube, facebook, twitter… Pero, por otra parte, puede verse obstaculizada por la virtualidad.
Es verdad que se puede entrar en contacto con muchísimas personas, en cualquier parte del mundo y contemporáneamente; pero el uso de esos canales no asegura la comunión, porque ésta es siempre fruto de un vínculo personal, de una relación real con quien pide acogida, reconocimiento y respeto de la propia individualidad, aceptación de los límites propios y de los otros, compromiso de compartir y de convivir, elementos todos que son el fundamento de cualquier experiencia familiar o comunitaria.
Para nosotros salesianos, la vida de comunidad es un elemento muy importante de nuestra opción religiosa. En efecto, para nosotros “vivir y trabajar juntos” es una condición esencial que garantiza un camino seguro para realizar nuestra vocación (cf. Const. 49). No se concibe la vida religiosa salesiana sin aquella comunión que se concreta en la vida común y en la misión compartida. La exigencia de la fraternidad nace del hecho que somos hijos del mismo Padre y miembros del Cuerpo de Cristo; la vida religiosa crea una auténtica familia constituida por personas que comparten la misma fe y el mismo proyecto de vida. Desde una perspectiva típicamente salesiana, estamos llamados a crear y a vivir el espíritu de familia como lo quería y lo vivía Don Bosco.
Obviamente, como en otros campos de la vida religiosa, también aquí podemos encontrar riesgos, por ejemplo, el de adoptar un estilo de relaciones meramente funcionales o jerárquicas o falsamente democráticas. Las nuestras, por el contrario, deben ser fraternas y amistosas, que nos conduzcan a amarnos hasta compartir todo. Este criterio nos hace ver que la comunidad es bien entendida y vivida cuando se nutre de comunión y tiende a la comunión. Una comunidad sin comunión, con todo lo que ésta comporta de acogida, aprecio y estima, ayuda mutua y amor, se reduce a un grupo donde se yuxtaponen las personas, pero dejándolas de hecho en el aislamiento. Por otra parte, en la vida religiosa la comunión sin comunidad es una forma narcisista de vivir la vida y, en consecuencia, una contradicción, porque es una forma engañosa de individualismo.
Hoy los religiosos tienen que hacer un esfuerzo grande y solidario para crear comunidad, donde la solidez espiritual, la calidad humana y el compromiso apostólico de cada uno de sus miembros se comportan de manera que la vida sea buena, hermosa y feliz. En otras palabras, sin calidad humana, espiritualidad vivida y entrega apostólica no hay verdadera fraternidad.
Además, en un momento en que la presencia de los laicos en la Congregación es mayoritaria, y no sólo como empleados o colaboradores sino también como corresponsables e incluso como dirigentes de nuestras obras, con mayor razón las comunidades deben sobresalir por su vida de comunión, de modo que ésta se difunda en círculos concéntricos en los grupos de los corresponsables y colaboradores y en aquellos de las personas cercanas a nuestras presencias.
Todavía tenemos que resaltar otro rasgo no indiferente en la vida religiosa de hoy: el de la multiculturalidad de las comunidades, en una sociedad cada día más pluricultural. El testimonio de comunidades constituidas por personas de edad, origen, lengua, cultura, formación y tradiciones diversas, pero unidas por la fe, la esperanza y la caridad, es un verdadero tesoro, tanto más que la tentación de la xenofobia se siente cada vez más fuertemente. La comunidad religiosa, además, es una gran contribución que ofrecemos a un mundo dividido por la injusticia social, por los conflictos interétnicos y por ciertos modelos sociales, culturales y económicos que están destruyendo la solidaridad e hipotecando para siempre la fraternidad. Dios es comunidad. Dios es amor. ¡He aquí la buena noticia! He aquí lo que estamos llamados a ofrecer para la humanización del mundo.
Mirando específicamente a la profesión de los consejos evangélicos, reconocemos que una vida de comunidad de buena calidad es una gran ayuda para la observancia de nuestros votos religiosos. Efectivamente, nos ayuda a ser, más fácilmente, disponibles a las exigencias de la obediencia, contribuye a que valoremos la sobriedad y el uso compartido de los bienes; refuerza nuestro compromiso por una vida casta y abierta a un amor oblativo y ayuda a nuestra fidelidad, protegiéndonos de fugas afectivas o de otras experiencias negativas (cf. Const. 83).
La profunda renovación de nuestra vida religiosa y salesiana pasa por una profunda renovación de nuestra fraternidad en la vida comunitaria. En este campo asume una importancia particular el estilo de animación y gobierno del director, en su papel de autoridad espiritual, que ayuda a los hermanos en su camino vocacional, por medio de una viva e inteligente animación comunitaria y por medio de un atento acompañamiento personal; autoridad creadora de unidad, que crea un clima de familia apto para promover una fraterna solidaridad y corresponsabilidad; autoridad pastoral que guía y orienta a todas las personas, acciones y recursos hacia los objetivos de educación y evangelización que caracterizan nuestra misión, autoridad que sabe tomar las decisiones necesarias y sabe asegurar su ejecución.
Misión: enviados a los jóvenes (Const. 26-48)
Mientras la vida fraterna no tiene la misma importancia ni las mismas formas de actuación en todas las Órdenes y Congregaciones, (aunque, como se ha visto, la vocación religiosa es por su propia naturaleza convocación y, por lo mismo, es creadora de fraternidad), la misión ha sido siempre reconocida por todos como un elemento de identidad de la vida religiosa. No podría ser de otra manera desde el momento que la misión de los religiosos es participación en la misión de la Iglesia, y ésta a su vez es prolongación de la misión de Cristo. “Llamó a los que quiso y ellos se fueron con él. Instituyó a Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar y para que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15).27 Más aún, a los ojos del mundo la misión es lo que hace a la vida religiosa relevante y eficaz.
Pero es necesario distinguir entre misión y fines específicos de un Instituto de vida consagrada. La misión no consiste en hacer cosas, sino esencialmente en ser signos del amor de Dios en el mundo. Sin embargo los fines específicos se identifican, especialmente en la vida consagrada apostólica, con la acción pastoral o promocional que los religiosos desarrollan en los diversos ámbitos de la vida humana. No existe identificación del ser con el hacer; a lo más es el hacer el que debe ser consecuencia del ser y su manifestación transparente.
En efecto, la misión no es otra cosa que la expresión histórica del amor salvífico de Dios, concretada en el envío del Hijo por parte del Padre y en el envío que Jesús hace cuando da su Espíritu a los apóstoles. La conciencia de ser enviados nos pone en guardia contra la tentación de querer adueñarnos de la misión, de sus contenidos, de sus métodos, de disponer de ella en lugar de hacernos disponibles para ella.
Precisamente porque anunciamos a Otro y ofrecemos su salvación, no podemos anunciarnos a nosotros mismos y nuestros proyectos. Nuestra obligación es hacer presente la salvación de Dios, convirtiéndonos en sus testigos. Esta misión compromete toda nuestra existencia y nos libra del riesgo, no imaginario, del funcionalismo, del activismo y del protagonismo.
El evangelio de Juan expresa de modo incomparable el amor de Dios en la misión del Hijo cuando, tras el encuentro de Nicodemo con Jesús, éste afirma que “Dios no ha mandado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él” (Jn 3,17). Por su parte el Evangelio de Marco concluye la página de la disputa de los apóstoles sobre el problema de la autoridad con la clave de lectura que Jesús da de su existencia humana: “El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la propia vida en rescate por muchos” (Mc 10,45).
Ésta es la misión de Jesús y es también la del consagrado. Éste es el evangelio, ésta es la buena noticia que por vocación tenemos que proclamar y encarnar para llenar al mundo de esperanza. ¡He aquí por qué la vida consagrada tiene todavía futuro en el mundo de hoy! No hay duda de que mañana seremos menos numerosos, pero ciertamente deberemos ser más significativos que ayer.
Tal vez nos puede suceder que somos enviados a una comunidad a desempeñar una misión que no corresponde a nuestros deseos; o bien que somos enviados a un lugar en el que los destinatarios parece que no tienen ningún interés en lo que somos o proponemos. Éste es el momento en que se nos ofrece la oportunidad de madurar el significado de la misión, por el simple hecho que nos pone ante interrogantes que ayudan a purificar y a elevar a un nivel teologal y no simplemente sociológico nuestras motivaciones: “¿Quién soy yo? ¿Quién me ha enviado? ¿Quiénes son esos a los que he sido enviado? ¿Qué debo hacer?”. Entonces me daré cuenta de que lo que está en juego es mi vida, pero también la suya.
Sólo si en aquel momento tengo la capacidad de comprender que soy una persona consagrada a Dios y entregada a los jóvenes, que es Él el que me ha enviado, que ellos me han sido confiados, que mi misión es hacerme su compañero de camino para ayudarlos a dar sentido a su existencia y hacer opciones de vida, sólo entonces encontraré las razones y la fuerza para gastar mi vida por ellos: “Te ofrezco todo mi ser comprometiéndome a entregar todas mis energías a quienes me envíes, especialmente a los jóvenes más pobres” (Const. 24). Para hacer esto es necesaria una cosa muy sencilla: abrir las puertas del propio corazón para poder conquistar poco a poco su corazón para plasmarlo y orientarlo a Cristo, el Único que puede llenar de sentido y de felicidad su vida.
Entonces no nos bastarán las horas del día, gastaremos menos horas viendo TV o en otros ‘hobbyes’ y muchas más para estar plenamente disponibles para ellos: para acogerlos, escucharlos y orientarlos. Entonces y sólo entonces comprenderemos mejor su mundo, haremos nuestras sus dificultades, sus dudas, sus razones, sus miedos, sus esperanzas, sus necesidades, para que aprendan a escucharse a sí mismos, a aceptarse, a decidir sobre sí mismos, en resumen, a no ser simplemente contestatarios o reaccionarios, sino a obrar positivamente apostando por aquello en que creen.
La radicalidad evangélica en la misión apostólica tiene sentido, se verifica y se mide según el crecimiento de la caridad pastoral, como la de Don Bosco: “Yo por vosotros estudio, por vosotros trabajo, por vosotros vivo, por vosotros estoy dispuesto incluso a dar la vida”.28 Esta radicalidad nos haría disponibles para ir a los lugares adonde nos llama la misión y donde no encontramos todas las comodidades, las oportunidades, el círculo de nuestras personas queridas.
33.2 Expresión salesiana de la radicalidad evangélica: trabajo y templanza
Llegados a este punto, nos hacemos una pregunta: si la vida consagrada es el alma de la Iglesia y representa una reserva de humanidad y una terapia para esta sociedad, entonces ¿qué vida consagrada es necesaria y significativa para el mundo de hoy? La respuesta no puede ser otra que la de una vida religiosa mística, profética, sierva, con radicalidad evangélica personal y comunitaria, una vida rica de humanidad y de espiritualidad, manantial de esperanza para la humanidad. También nuestra Congregación está llamada hoy a entrar en este camino y a encontrar los modos para expresar, según nuestra identidad, cómo cada salesiano puede ser místico, profético y siervo y, como consecuencia, lo sea cada comunidad.
La misión de la vida consagrada tiene un papel profético específico en la Iglesia y en el mundo. Ante todo me gusta decir que la consagración misma es ya profecía, en la medida en que testimonia al Absoluto de Dios y los valores evangélicos que, hoy más que nunca, van contra corriente, en una sociedad marcada por el secularismo, por la indiferencia religiosa y por el ateísmo práctico. Los valores evangélicos son un rechazo profético de los ídolos que este mundo ha fabricado y presenta a la adoración. La vida consagrada, además, está destinada a poner siempre en cuestión a aquellas personas –en particular los jóvenes- que se han encerrado en metas puramente terrenas, con un inmanentismo infecundo porque no tiene futuro.
Por eso, cuando se vive en plenitud y en gozosa acción de gracias, la vida religiosa es profecía de las realidades definitivas, del destino final de toda la creación, de la historia y del universo. Se trata de una profecía hoy más necesaria que nunca, precisamente porque nuestra época postmoderna se caracteriza por un ocaso de las esperanzas humanas y una pérdida de las utopías, condenando a los hombres al infierno del pragmatismo, de la eficiencia y de la funcionalidad, sin fe, ni esperanza ni amor.
La vida consagrada es un signo profético cuando hace presente, visible y creíble el primado del amor de Dios y lo testimonia con un fuerte sentido de comunión y de fraternidad, con un estilo de vida al servicio de los pobres y abandonados del mundo que entristecen el panorama de la sociedad y oscurecen la presencia amorosa de Dios. Sabemos y estamos convencidos de que “sin la fe, sin el ojo del amor, el mundo es demasiado malo para que Dios sea bueno, para que exista un Dios bueno”.29
El primado del amor de Dios preserva al consagrado de la tentación voluntarista y perfeccionista. Él no se compromete porque debe alcanzar una perfección entendida en abstracto o el pleno control de sí mismo. Su compromiso y esfuerzo diarios son la forma por medio de la cual él responde a un amor, infinitamente más grande que sus actos y que sus esfuerzos. Porque ha sido y es continua e incondicionalmente amado, él responde con generosidad. La radicalidad, por tanto, es siempre expresión del seguimiento. El “ve, vende todo” fue pronunciado en el contexto de un encuentro y de un diálogo que se abre con una mirada de amor (“fijando en él su mirada lo amó”), y se cierra con la invitación a la comunión y a la compañía (“sígueme”) (cf. Mc 10,21).
El corazón del proyecto de nuestra vida consagrada no es ser perfectos o ser radicales, sino ser “signos y portadores” de un amor que ha precedido nuestra respuesta, nos ha fascinado y fundamenta nuestro “sí” para siempre (cf. Const. 2). El test más seguro para discernir entre voluntarismo y seguimiento es la presencia de la alegría. Ésta permite también valorar la calidad del trabajo y de la templanza. Una austeridad triste y un esfuerzo en el trabajo, que borra la serenidad del rostro y apaga la sonrisa, son el síntoma de que hay que revisar algo. Esto afecta profundamente también al “rostro” de una comunidad: una comunidad gozosa es un signo claro y evidente de “buena salud” vocacional que la hace “atractiva” y acogedora.
Trabajo y templanza
Puesto que el CG27 está en estrecha relación de continuidad con el CG26, pienso que se puede expresar su relación mediante uno de los “iconos” más ricos y más conocidos: el sueño del personaje de los diez diamantes. También el CG25, que profundizó el tema de la comunidad salesiana, tuvo en consideración este sueño. El CG26, al proponerse “volver a partir de Don Bosco para despertar el corazón de todo salesiano con la identidad carismática y la pasión apostólica”, contempló el manto de este personaje, sobre todo en su parte frontal, es decir, en su testimonio de Dios por medio de los tres diamantes “de grosor y brillantez extraordinarios”: la fe, la esperanza y la caridad pastoral. Efectivamente, hablando de los cinco núcleos temáticos del CG26, escribí que en realidad se trataba de “un único tema: el programa de vida espiritual y apostólica de Don Bosco,30 que la vida teologal quiere favorecer y realizar.
No podemos olvidar que el manto tiene dos partes. Los tres diamantes colocados sobre el pecho se refieren a la mística salesiana, centrada en el “da mihi animas”, es decir, en la caridad pastoral acompañada de la vitalidad de las otras dos virtudes teologales. Los cinco diamantes de la espalda constituyen la ascética salesiana. Los dos diamantes del trabajo y de la templanza, colocados muy visiblemente en la espalda, sostienen todo el manto y «hacen de cremallera entre el aspecto místico y el ascético, traduciéndolos juntos en la vida cotidiana».31
En la presentación de este sueño, Don Egidio Viganò escribió: ”El contenido del sueño presenta ciertamente, en la mente de Don Bosco, un importante cuadro de referencia para nuestra identidad vocacional. La elección y presentación orgánica de determinadas características hay que considerarla como una autorizada carta de identidad del rostro salesiano; en ellas encontramos un esbozo cualificado de nuestra fisonomía. Por eso Don Bosco nos dice que el cuidado de estas características asegura el porvenir de nuestra vocación en la Iglesia, mientras su negligencia y descuido destruye su existencia”.32
El artículo 18 de las Constituciones, que tiene como título precisamente “Trabajo y templanza”, presenta este binomio, “para nosotros inseparable”,33 como un elemento esencial del espíritu salesiano, “la palabra de orden y el distintivo del salesiano”:34 “las dos armas con las que nosotros, escribió Don Bosco, lograremos vencer todo y a todos”.35
Se podría decir, en referencia al tema del CG27, que representa el modo salesiano de comprender y realizar la “radicalidad evangélica”, ”en la cual se concretan y encarnan hora tras hora y día tras día, los ideales y el dinamismo de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad”.36 Don Bosco no quiso sino fundar “una Congregación de religiosos ‘con mangas arremangadas’ y que fueran también “un modelo de frugalidad”.37 Efectivamente, el texto constitucional dice: “El trabajo y la templanza harán florecer a la Congregación “;38 “por el contrario, la búsqueda del bienestar y de las comodidades serán su muerte”.39
“Para Don Bosco el trabajo no es la simple ocupación del tiempo en cualquier actividad, aunque sea fatigosa, sino la entrega a la misión con todas las capacidades y a tiempo pleno”,40 “es medio de santidad”.41 “El salesiano se entrega a su misión con actividad incansable, y procura hacer bien todas las cosas con sencillez y mesura. Sabe que con su trabajo participa en la acción creadora de Dios y coopera con Cristo en la construcción del Reino. La templanza refuerza en él la guarda del corazón y el dominio de sí mismo, y le ayuda a mantenerse sereno. No busca penitencias extraordinarias; pero acepta las exigencias de cada día y las renuncias de la vida apostólica: está dispuesto a soportar el calor y el frio, la sed y el hambre, el cansancio y el desprecio, siempre que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas” (Const. 18).
El comentario que hace a este artículo “El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco” dice que “el texto de la Regla subraya, en primer lugar, la función que desempeñan en la vida y en la misión de la Congregación el trabajo y la templanza. Para Don Bosco es programa vital (un lema unido al “da mihi animas, cetera tolle”) y garantía de futuro”.42
Y continúa: “En nuestra tradición ambos elementos van inseparablemente unidos. En el sueño de los diez diamantes, los dos diamantes del trabajo y de la templanza, colocados en los hombros, sostienen el manto del Personaje. En la fisonomía del salesiano y en su vida apostólica, trabajo y templanza no pueden separarse: tienen función complementaria de impulso y punto de apoyo. Es la misma realidad de la vida, que exige, por una parte entusiasmo y por otra renuncia, por una parte esfuerzo y por otra mortificación.
Obsérvese que en la visión salesiana “trabajo y templanza” aparecen como realidades de sentido positivo. El trabajo lanza a la persona a la acción, la estimula su creatividad, la impulsa a una cierta afirmación de sí mismo y la envía al mundo; cualidades del trabajo son, por ejemplo, la prontitud, la espontaneidad, la generosidad, la iniciativa, la actualización constante, y, naturalmente, la unión con los hermanos y con Dios. La templanza, como virtud que conduce al dominio de sí, es “quicio” en torno al cual giran varias virtudes moderadoras: continencia, humildad, mansedumbre, clemencia, modestia, sobriedad y abstinencia, economía y sencillez, austeridad; este conjunto constituye una actitud global de dominio sobre nosotros mismos. De este modo la templanza resulta ser un entrenamiento para aceptar muchas exigencias no fáciles ni agradables del trabajo diario… Para los Salesianos —escribía Don Viganò— la templanza no es suma de renuncias, sino crecimiento en la praxis de la caridad pastoral y pedagógica».43
Parece importante también resaltar la relación entre trabajo y templanza. El trabajo se caracteriza también por un aspecto ascético; hay que evitar un trabajo desordenado, que engendra estrés en el hermano; se necesita autodisciplina y capacidad de descanso. Por otro lado, para evitar el riesgo del esfuerzo del voluntarismo, la templanza se sitúa en un horizonte místico, o sea, está influenciada por la misión.
Buscando un nexo entre el programa de vida de Don Bosco “da mihi animas, cetera tolle” y este lema del salesiano “trabajo y templanza”, podríamos decir que el trabajo es la visibilidad de la mística salesiana y expresión de la pasión por las almas, mientras la templanza es la visibilidad de la ascética salesiana y expresión del “cetera tolle”. También en esto encontramos una continuidad entre CG26 y CG27.
Trabajo
Es bien conocido el amor que Don Bosco tuvo al trabajo, hasta el punto de provocar un cierto “escándalo”, según las palabras de Don Alberto Caviglia, que hablando de Don Bosco decía: “He aquí el escándalo de un santo: dice muchas más veces “trabajemos” que “recemos”.44
En efecto, son muchísimas las citas que encontramos de sus exhortaciones al trabajo: “Pues bien, mirad, -dijo hablando a las HMA en Alassio en 1877- cuando voy por las casas y oigo que hay mucho trabajo, vivo tranquilo. Donde hay trabajo, no está el demonio”.45 Y otra vez: “El que quiere entrar en la Congregación, es necesario que ame el trabajo… No se permite que le falte nada de lo necesario…, pero es preciso trabajar… Nadie entre con la esperanza de estarse mano sobre mano…”.46 Por eso pudo prometer a sus salesianos: “Pan, trabajo y paraíso” y atreverse a afirmar que “cuando suceda que un Salesiano sucumba trabajando… por las almas, entonces diréis que nuestra Congregación ha alcanzado un gran triunfo”.47 Él mismo trabajó tanto que murió no de enfermedad, sino consumido por el demasiado trabajo, según las palabras del médico que lo atendió.48 Basten éstas pocas citas para estar seguros de que el trabajo es el distintivo del salesiano, una característica de nuestra propia índole, que nos conduce a nuestros orígenes.
Por eso, para Don Bosco no tienen lugar en la Congregación los que él llamaba “poltrones”, es decir, aquellos que no saben tomar iniciativas, que son perezosos e indolentes, que no conocen la fatiga; esto es para nosotros salesianos un criterio de discernimiento vocacional.
Comprendemos que la insistencia unilateral sobre el trabajo, confirmada por citas aisladas de Don Bosco, podría justificar comportamientos no infrecuentes de hermanos excesivamente centrados en su “propio” trabajo o que hacen del trabajo, aunque sea apostólico, el único horizonte de la propia vida consagrada. No es éste el pensamiento de Don Bosco. Él asociaba el trabajo con la “unión con Dios” y una ininterrumpida tradición desde las primeras generaciones salesianas acuñó la expresión de “trabajo santificado”.49 El trabajo es “misión apostólica”. Si se pierde de vista quién es Aquel que manda y sostiene con la fuerza de su Espíritu y cuál es el fin de la misión, se corre el peligro de convertir el trabajo en un “ídolo”. Por consiguiente, no cualquier trabajo es trabajo apostólico.
El trabajo autónomo no es propio de los Salesianos; al contrario, estamos llamados a «vivir y trabajar juntos» (Const. 49), bien entendido que esto no siempre querrá decir «codo con codo», en los mismos ambientes y en los mismos tiempos, sino más bien, según un proyecto compartido comunitariamente, sostenido y verificado juntos, puesto que «en clima de amistad fraterna,… compartimos corresponsablemente experiencias y proyectos apostólicos» (Const. 51). La comunidad local y la comunidad inspectorial son el horizonte dentro del cual gastamos generosamente las propias fuerzas.
Añadamos, además, una consideración sobre la “profesionalidad” en el trabajo, sobre el sentido de responsabilidad que debe acompañar cualquier trabajo, y más aún el que llamamos “apostolado”. La improvisación, el conformismo, la repetición monótona de lo que ya no es adecuado a los destinatarios, la alergia a reflexionar y a proyectar, no son señales que indican “pasión apostólica”, sino más bien “pereza”.
Compartir habitualmente con los hermanos y con los seglares la reflexión, individuar algunos objetivos posibles, dedicar tiempo a la fase preparatoria, verificar escrupulosa y sinceramente, mejorar a la luz de la experiencia, confrontarse con las indicaciones de la Congregación y de la Iglesia local, leer con agudeza los signos de los tiempos, emplear los instrumentos que nos ofrecen las ciencias humanas, son sólo algunos de los indicadores de la serenidad y honestidad de nuestro trabajo.
La reflexión de Don Viganò sobre el tema es todavía válida y actual: “Venimos de los pobres, de una cultura popular. Y es un designio de Dios, porque somos para los pobres, para el pueblo […] Estamos en la aurora de una nueva cultura que recibe estímulo de la civilización del trabajo; es la hora de la técnica y de la industria, donde el trabajo ocupa un lugar central. Pues bien: cuando hablamos de nuestro trabajo, queremos sentirnos “profetas” y no simples “ascetas“. Debemos hablar del trabajo de manera profunda y amplia. No se trata sólo de un moralismo de conducta, debería ser una profecía religiosa, donde hay también un lugar no indiferente para la ascesis, y donde hay todo un testimonio para la gente de hoy, evangélicamente útil al mundo del trabajo”.50 Don Bosco, se ha dicho justamente, supo responder a las necesidades educativas y sociales de su tiempo con una originalidad genial, educando con el trabajo y para el trabajo; hizo del trabajo un instrumento educativo, y también un modo y un contenido de vida.51
Obviamente, a nosotros nos interesa reflexionar sobre cómo la fe, la esperanza y la caridad impulsan al salesiano a ser no sólo una persona comprometida en la transformación del mundo por medio de su trabajo, sino también un gran trabajador en la Iglesia. Desde este punto de vista, lo que identifica al salesiano no es una profesión cualquiera, sino su vocación de consagrado apóstol; no extraña por tanto que se hable de “profesionalidad” del “trabajo del salesiano”; precisamente porque se lo ve en relación con la misión, es un trabajo pedagógico, pastoral, educativo, cualificado y actualizado con las aportaciones de las ciencias humanas y de las disciplinas teológicas, y vivido según el estilo salesiano “procurando hacer bien todas las cosas con sencillez y mesura”. “Éste es el trabajo que termina por modelar la fisonomía espiritual de la persona”52 del salesiano.
El texto constitucional subraya que el salesiano, con su trabajo, coopera con la acción creadora de Dios, haciendo al mundo más humano, y colabora también con Cristo en la obra de la Redención. De este modo, el salesiano se identifica no sólo con su profesión, sino sobre todo con su vocación. He aquí por qué la “actividad incansable” de que habla el artículo 18, no significa ni agitación ni activismo, sino trabajo apostólico por la salvación de las almas y por la propia santificación.
La espiritualidad y el empeño en el trabajo caracterizan a todo salesiano, tanto sacerdote como coadjutor; el trabajo es un aspecto de la común identidad carismática. Por otra parte, cada una de las dos formas de la vocación consagrada salesiana tiene su modo específico de vivir el trabajo, con atenciones prevalentes en el campo ministerial o laical, sin que por esto se acentúe de manera exclusiva uno u otro campo. Precisamente por esto, todo salesiano, cualquiera sea su forma vocacional, no desdeña el trabajo manual con el que cuida la casa, embellece el ambiente educativo, educa a los jóvenes en el trabajo manual.
Templanza
Comentando el sueño de los diez diamantes, Don Egidio Viganò hizo una interpretación muy profunda y actual de la templanza: «Esta se concibe como guarda del corazón y dominio de sí mismo, es decir, como moderadora de las inclinaciones, instintos y pasiones, cultivo de lo razonable, ruptura con lo mundanal —no huyendo al desierto, sino permaneciendo entre los hombres—, dueño del propio corazón, estar en el mundo, sin ser del mundo. Tal templanza es una actitud esencial de fondo, de dominio de sí. Con razón la tradición teológica habla de la templanza como de una “virtud cardinal”: un eje de rotación sobre el que giran diversas y complementarias actitudes de dominio de sí. De hecho, he aquí las virtudes que giran en torno al núcleo central de la templanza: la continencia, contra las tendencias de la lujuria; la humildad, contra las tendencias de la soberbia…; la mansedumbre, contra las explosiones de la ira…; la clemencia, contra ciertas inclinaciones a la crueldad y a la venganza; la modestia, contra la vanidad de la exhibición del cuerpo (¡la moda!); la sobriedad y la abstinencia, contra los excesos en la bebida y en la comida; la economía y la sencillez, contra la liberalidad en el derroche y en el lujo; la austeridad en el tenor de vida (una vida espartana), contra las tentaciones de la comodidad”.53
Se trata en el fondo, de la necesaria ascesis cristiana tan poco apreciada en la sociedad de hoy, fuertemente condicionada por el hedonismo y por el relativismo ético, en nombre de la libertad absoluta, que rehúsa toda limitación y que, en nombre de la espontaneidad de la naturaleza y de las ideologías, la considera una neurosis alienante. La falta de ascesis es consecuencia y manifestación del rechazo de Dios. El sentido, la justificación y la fecundidad de la ascesis cristiana se encuentran en la fidelidad al misterio de la muerte y resurrección de Cristo.
No hay que olvidar que el trabajo entre los más pobres, la cercanía a los que sufren, la proximidad a los ambientes populares, el compartir “gozos y esperanzas, tristezas y angustias”54 de tantos hombres y mujeres y jóvenes que encuentran dificultad para vivir, son un poderoso impulso para rehusar toda forma de molicie y de aburguesamiento en cada uno y en nuestras comunidades y, por tanto, para vivir en sobriedad, esencialidad y templanza. Los pobres pueden llegar a ser nuestros auténticos “formadores”, pues nos piden cada día que seamos fieles a la promesa que hemos hecho de dar toda nuestra vida por ellos.
Es verdad que la ascesis “debe estar relacionada con la antropología cultural del tiempo en que se vive. Y hoy la templanza debe contar con un concepto más profundo del hombre, con los descubrimientos adquiridos por las ciencias antropológicas (especialmente la psicología), con las características de nuestra realidad somática, con el valor profundo de la sexualidad, con el proceso de personalización, con la situación del pluralismo, con la importancia de la dimensión comunitaria, con las exigencias de la socialización”.55
Por consiguiente, una ascesis cristiana que tenga en cuenta la integración armónica entre cuerpo y alma; que abra las personas al amor oblativo; que sea capaz de afrontar cristianamente las alienaciones que la vida moderna implica: el ‘estrés’, la monotonía del trabajo, la superficialidad de las relaciones. Es necesaria una ascesis del silencio en esta civilización del estruendo para no perderse en el cúmulo de significados; una ascesis que sepa disciplinar los medios de comunicación social, el sueño, el descanso, el alimento, los sentidos, etc… La fecundidad de la ascesis no se mide por el sufrimiento de las renuncias o por la intensidad del esfuerzo, sino por su progreso en la caridad y por su eficacia evangélica. Como los ascetas de todos los tiempos, Don Bosco subrayó el nexo indisoluble entre mortificación corporal y oración: “¡Quien no mortifica su cuerpo no es capaz de rezar!”. La templanza es indispensable para la salud, precisamente porque genera aquella libertad de espíritu que nos hace disponibles para amar hasta el fin.
La reflexión sobre la ascesis de Don Bosco, más allá de las circunstancias que la caracterizaron, tiene mucho que decirnos hoy. Don Bosco fue un santo educador que amó profundamente y supo hacerse amar practicando en grado heroico la templanza. Lo que Don Bosco pidió a Don Rua, al enviarlo como joven director a Mirabello, “procura hacerte amar”, es posible sólo con una fuerte ascesis que nace de la práctica de la templanza.56 Para Don Bosco la templanza está siempre en función de la mística del “da mihi animas”, porque es una disciplina que educa para el don de sí mismos en el amor: “Señor, haz que salve la juventud concediéndome la esperanza”. Por eso la templanza salesiana debe ser alegre, cotidiana, amable, sencilla, inteligente, heroica, simpática, y debe hacerse visible en el rostro sereno, radiante, gozoso del salesiano.
3.3 Condiciones para concretar el tema
Para poder concretar fácilmente el tema y conseguir el objetivo del CG27, es necesario asegurar algunas condiciones, poniendo en marcha algunos procesos, favoreciendo la conversión de la mentalidad, realizando el cambio de algunas estructuras.
Procesos que hay que poner en marcha
El CG27 se propone el objetivo de ayudar a cada hermano y comunidad a vivir fielmente el proyecto apostólico de Don Bosco, esto es, continuar reforzando nuestra identidad carismática.
Esto nos permitirá hacer visible, creíble y fecunda nuestra vocación consagrada salesiana; en particular nos dará la posibilidad de proponer con convicción a los jóvenes la vida salesiana, como un proyecto de vida que vale la pena asumir, y hacer así fecunda vocacionalmente nuestra presencia.
De estos objetivos nacen algunos procesos que hay que privilegiar, que son como los caminos fundamentales que debemos recorrer para facilitar la consecución de los objetivos.
El primer proceso se refiere al modo de vivir hoy nuestra vocación consagrada salesiana en la gracia de unidad y en el gozo, como testimonio de la radicalidad evangélica y de nuestra expresión típica del trabajo y de la templanza.
El segundo proceso se refiere al conocimiento de Don Bosco, que es necesario profundizar continuamente y convertirlo en motivo inspirador de nuestra vida espiritual y actividad pastoral, tanto personal como comunitariamente.
El tercer proceso se refiere a la referencia vital, personal y comunitaria a las Constituciones, que es el proyecto apostólico de Don Bosco y constituye nuestra identidad carismática, que hay que vivir con fidelidad y gozo vocacional.
Mentalidad que hay que convertir
Aquí tenemos que volver a señalar aquellas actitudes ya descritas en los desafíos institucionales y personales que hay que cambiar, tanto en la vivencia de la vocación como en la realización de la misión.
Ante todo hay que prestar una atención a la cultura y a las culturas de manera que se cree una mentalidad común que sepa aprovechar las oportunidades que ofrecen los retos culturales, en particular con referencia a la postmodernidad, a la inculturación y a la interculturalidad, a la secularización.
Además hay que profundizar los desafíos eclesiales, de manera que se encuentren los caminos para responder a las exigencias de la nueva evangelización, a la renovación de la vida consagrada, a la superación del relativismo.
Hay que cuidar también el crecimiento de la cultura de la Congregación, especialmente en referencia a las exigencias formativas de un serio discernimiento vocacional y de un eficaz acompañamiento personal, a la comunicación de criterios compartidos sobre nuestra acción pastoral, a la formación de líderes de hermanos, jóvenes y seglares.
Finalmente, hay una mentalidad que convertir en el campo personal, con el fin de favorecer la superación de las formas y de los estilos de individualismo, de profundizar la identidad de la vida consagrada, de adquirir una madurez afectiva, sexual y emocional.
Estructuras que hay que cambiar
Hay también algunas estructuras que se deben cambiar. Se refieren a nuestro modo de vivir y de organizarnos para alcanzar el objetivo fundamental del CG27, es decir, para que podamos vivir real y plenamente el proyecto apostólico de Don Bosco.
Ante todo hay que cambiar el estilo y la organización de la vida de la comunidad; ésta tiene que ser robustecida, garantizando su consistencia cuantitativa y cualitativa, la equilibrada relación entre comunidad y obra, la simplificación de la complejidad de las obras, la redefinición de los papeles, el replanteamiento de las presencias.
Además hay que cambiar el modo de presencia y de ejercicio del cargo del director de la comunidad; se debe asegurar la calidad de los directores, procurando para todos los hermanos, ya desde la formación inicial, la preparación para el liderazgo, cualificando a los directores para el cumplimiento de la tarea de acompañamiento, ayudándolos a animar y motivar la comunidad religiosa y la comunidad educativa pastoral, asegurándoles la ayuda necesaria para que puedan desempeñar sus obligaciones fundamentales.
Finalmente hay que cambiar el modo de gestionar los recursos de las personas; se debe reforzar la implicación y la valoración carismática de los recursos, buscando nuevas fuerzas, haciendo crecer el sentido de Familia salesiana, favoreciendo la corresponsabilidad de los seglares, asegurando el desarrollo carismático de la presencia en el territorio.
4. CONCLUSIÓN
Queridos hermanos, concluyo esta carta de convocatoria del CG27 invitándoos a todos, a todas las comunidades e Inspectorías, a promover, desde ahora, las actitudes y el ambiente que traducen concretamente “el trabajo y la templanza”. Así podremos ser los “testigos de la radicalidad evangélica” que la Iglesia, la sociedad y los jóvenes esperan, y volver a la esencialidad del evangelio, tan amada y querida por Don Bosco.
Esta es la respuesta creíble que debemos dar a quien, como aquel novicio que me escribió hace algunos meses, espera que nuestra vida cotidiana no sea un obstáculo real para que Jesús cuente con jóvenes discípulos y apóstoles, dispuestos a ser testigos gozosos, creíbles, de la radicalidad evangélica. Se trata de jóvenes que vienen a nuestras comunidades convencidos y entusiasmados con su vocación, pero que a veces se encuentran con una experiencia diversa de vida religiosa; ésta no coincide con la que se les ofrece en la animación vocacional y en la formación inicial.
Alguno podría justificarse diciendo que, a veces, estos jóvenes cultivan una imagen ideal de la vida consagrada, una vida que no existe en la realidad. De todas formas, cuando escuchan las palabras pobre, casto y obediente o la llamada a hacer propio “el modo de ser y actuar de Jesús obediente, pobre y casto” esperan encontrar un seguimiento fiel y una imitación generosa de Jesús, como han hecho tantos hombres y mujeres desde los tiempos de la Iglesia primitiva que, aferrados a la persona del Señor, dejaban todo y a todos con tal de llegar a ser sus discípulos y testigos.
A este punto es normal que surja la pregunta, “¿pero es posible vivir como Cristo?”. La pregunta no es ciertamente retórica. Surge de la imagen de vida consagrada que proyectamos a través de nuestro estilo de vida (comida, bebida, vestidos, empleo del tiempo, etc.), nuestra experiencia de oración, nuestra relación interpersonal en la comunidad, nuestra entrega y profesionalidad en la realización de la misión. Hay hermanos y comunidades que viven con gran alegría, generosidad, fidelidad y radicalidad, y otros que, por el contrario, presentan una vida cómoda, individualista, sin interés por los demás, por los jóvenes, por los pobres.
Es evidente que, precisamente porque el don más precioso que tenemos es la vida, negarnos a nosotros mismos, renunciar a tener una mujer, hijos, una casa, a organizar la existencia en torno a un proyecto personal, y entregar todo esto a Cristo en la Congregación por los jóvenes pobres y abandonados, vale la pena sólo con la condición de que se tome en serio el compromiso de reproducir fielmente en nosotros su imagen, de ser sus testigos. No podemos reducir la Congregación a una institución de servicios sociales o pastorales. Nosotros somos una familia, nacida no de la carne o de la sangre, sino engendrada por el Espíritu que nos convoca y nos reúne en comunidad de discípulos y apóstoles de Cristo para los jóvenes, tras las huellas de Don Bosco.
Hoy como ayer Dios llama a la santidad en la vida salesiana. Y esto es posible si vivimos como Cristo, como vivió nuestro amado fundador y Padre, con inmensa alegría, simpatía, con un rostro radiante, pero con una gran radicalidad evangélica, expresada en su binomio “trabajo y templanza”.
Nos acercamos al Bicentenario de su nacimiento y debemos llegar a él habiendo recuperado el gozo, el entusiasmo y el orgullo de ser Salesianos, de modo que podamos proponer con honestidad a los jóvenes de hoy la belleza de nuestra vocación.
A María Inmaculada Auxiliadora confío este CG27 y, sobre todo, a todos y cada uno de vosotros, queridos hermanos, a los que amo con el corazón de Cristo.
5. ORACIÓN A SAN JUAN BOSCO
Teniendo en cuenta que el CG27 es, por una parte, punto de llegada del tiempo de preparación al Bicentenario del nacimiento de nuestro amado fundador y padre y, al mismo tiempo, punto de partida para un nuevo período de la historia de nuestra Congregación, os ruego que uséis la oración a Don Bosco que ya os propuse para este trienio 2012-2015. Ésta es la oración de la noche, que corresponde a la oración de ofrecimiento a María Auxiliadora por la mañana.
Padre y Maestro de la juventud,
San Juan Bosco,
que, dócil a los dones del Espíritu
y abierto a las realidades de tu tiempo,
fuiste para los jóvenes,
especialmente para los pequeños y los pobres,
signo de la predilección amorosa de Dios.
Enséñanos a ser amigos del Señor
para que descubramos
en Él y en su Evangelio
el sentido de la vida
y la fuente de la verdadera felicidad.
Ayúdanos a responder con generosidad
a la vocación recibida de Dios,
para ser, en nuestra vida diaria,
constructores de comunión
y, unidos a toda la Iglesia,
colaborar con entusiasmo
en la edificación de la cultura del amor.
Concédenos la gracia de perseverar
en la vivencia intensa de la vida cristiana,
según el espíritu de las bienaventuranzas,
y haz que, guiados por María Auxilidora,
nos encontremos un día contigo
en la gran familia del cielo. Amén.
Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor
1 FSDB, núm. 26.
2 P. Chávez, «Da mihi animas, cetera tolle», en ACG 394, Roma 2006, p. 9.
3 P. CHÁVEZ, «Da mihi animas, cetera tolle», en ACG 394, Roma 2006, p. 11.
4 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, núm. 12.
5 P. BRAIDO (a cura), Don Bosco educatore, scritti e testimonianze, LAS, Roma 1997, pp. 409, 437.
6 CHÁVEZ, «Da mihi animas, cetera tolle», en ACG 394, Roma 2006, pp. 11 y 12.
7 Ibídem.
8 Cf. P. CHÁVEZ, «¿Y vosotros, quién decís que soy yo?» (Mc 8,28) Contemplar a Cristo con la mirada de Don Bosco, en ACG 384, Roma 2003.
9 JUAN PABLO II, Ecclesia in Europa, núm. 7.
10 JUAN PABLO II, Ecclesia in America, núm. 69.
11 JUAN PABLO II, Ecclesia in Europa, núm. 7.
12 JUAN PABLO II, Vita consecrata, núm. 85.
13 JUAN PABLO II, Ecclesia in America, núm. 51.
14 Cf. P. CHÁVEZ, La inculturación del carisma salesiano, en ACG 411, Roma 2011.
15 Cf. J. GONZÁLEZ-ANLEO – J.M. GONZÁLEZ-ANLEO, La juventud actual, Verbo Divino, Estella 2008, p. 44. Para una descripción de los estilos de vida juveniles en las sociedades occidentales, ver la monografía De las ‘tribus urbanas’ a las culturas juveniles, en “Revista de estudios de Juventud” 64, 2004, pp. 39-136.
16 CG26, núm. 98.
17 JUAN PABLO II, Ecclesia in Europa, núm. 38.
18 Ibídem.
19 Ibídem.
20 Cf. P. CHÁVEZ, «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» (Jn 15,5). La vocación a permanecer siempre unidos a Jesús para tener vida, en ACG 408, Roma 2010.
21 BENEDICTO XVI, Carta apostólica a los católicos de Irlanda, Roma 19 de marzo 2010, núm. 4.
22 Cf. P. CHÁVEZ, «Tú eres mi Dios, fuera de ti no tengo ningún bien», en ACG 382, Roma 2003.
23 P. CHÁVEZ, «Tú eres mi Dios, fuera de ti no tengo ningún bien», en ACG 382, Roma 2003, p. 27.
24 Cf. JUAN PABLO II, Vita consecrata, núm. 22.
25 “ Plugo por tanto a los mismos Congregados erigirse en Sociedad o Congregación que teniendo como mira la ayuda mutua para la propia santificación se propusiera promover la gloria de Dios y la salvación de las almas, especialmente de las más necesitadas de instrucción y de educación”, del Acta de la Fundación de la Congregación Salesiana, Turín, 18 diciembre 1859. Texto crítico cuidado por el Instituto Histórico Salesiano.
26 J. VECCHI, El Padre nos consagra y nos envía, en ACG 365, Roma 1998, p. 30.
27 Cf. P. CHÁVEZ, Espiritualidad y misión, en ACG 410, Roma 2011.
28 DON RUFFINO, Cronaca dell’Oratorio, ASC 110, Cuaderno 5, p. 10.
29 B. LONERGAN, Método en teología, Sígueme, salamanca 1988, p. 118.
30 CG26, Presentación, p. 12.
31 E. VIGANÒ, «Velad, tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas», in ACG 348, Roma 1994, p. 23.
32 E. VIGANÒ, Fisonomía del Salesiano según el sueño del personaje de los diez diamantes, in ACG 300, Roma 1981, p. 5.
33 E. VIGANÒ, Interioridad apostólica. Reflexiones acerca de la gracia de unidad como fuente de la caridad pastoral, Editorial CCS, Madrid 1990, p. 68.
34 MBe XII, p. 397.
35 DON BOSCO, Lettera di a Don Giuseppe Fagnano, 14 noviembre 1877, en E. CERIA, Epistolario, vol. III, Turín 1959, p. 236.
36 E. VIGANÒ, Don Bosco Santo, in ACG 310, Roma 1983, p. 13.
37 L. RICCERI, Trabajo y templanza contra el aburguesamiento, in ACG 276, Roma 1974, p. 8.
38 MBe XII, p. 397.
39 Cf. MBe XVII, p. 239.
40 J. VECCHI, Spiritualitá salesiana. Temi fondamentali, LDC, Leumann 2001, p. 101.
41 L. RICCERI, La oración, en ACG 269, Roma 1973, p. 42.
42 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, Guía de lectura de las Constituciones salesianas, Editorial CCS, Madrid 1987, p. 237.
43 Ibídem, citando E. VIGANÒ, El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, o. c., pp. 237 ss.
44 Cf. E. VIGANÒ, El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, o. c., p. 239.
45 MBe XIII, p. 107.
46 MBe XIII, p. 366.
47 MBe XVII, p. 239.
48 Cf. MBe XVIII, p. 434.
49 Cf. J. VECCHI, «Cuando recéis, decid: Padre nuestro …», in ACG 374, Roma 2001, pp. 33 ss.
50 E. VIGANÒ, El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, o. c., p. 240.
51 Cf. P. BROCCARDO, Don Bosco. Profundamente hombre, profundamente santo, Editorial CCS, Madrid 20012, pp. 131 y 132.
52 J. VECCHI, Spiritualità salesiana, o.c., p. 102.
53 E. VIGANÒ, El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, o. c. p. 238 ss. Interesante es la aplicación de la templanza, además de al trabajo, a la vida fraterna, al estilo de vida personal, a la oración y a la contemplación, que se encuentra en J. VECCHI, Spiritualità…, o. c., pp. 105-106.
54 CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, núm. 1.
55 E. VIGANÒ, El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, o. c., pp. 125 ss.
56 Cf. E. VIGANÒ, Studia di farti amare. Commento alla strenna, Roma 1984.