Salesianos de Don Bosco
Capítulo General 28°
Jornadas de Espiritualidad
19 de febrero de 2020
La prioriDAD de la misiÓN salesiana ENTRE LOS JÓVENES DE HOY
Rossano Sala sdb
Homilía sobre las lecturas del día:
St 1,19-27; Sal 14; Mc 8,22-26
Me parece que las lecturas que hemos escuchado nos invitan a madurar, desde el principio, un estilo preciso y exigente para vivir juntos toda la experiencia de nuestro 28º Capítulo General.
El apóstol Santiago, un hombre que va lo concreto, está convencido de la unidad dinámica entre la fe profesada con nuestra boca y las obras que derivan de ella como fruto. Nos invita no solo a hablar, sino, sobre todo, a llegar a resoluciones concretas para nuestra existencia personal, comunitaria e institucional: "Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos" (v. 22). Estamos aquí para llegar a resoluciones prácticas, y no solo para compartir teorías. El Instrumento de trabajo, que cada uno de vosotros ha leído y estudiado en los últimos meses, al final de cada uno de los tres grupos temáticos, nos hace esta pregunta: «Siendo realistas, ¿Qué elecciones prioritarias podemos realizar para afrontar los desafíos surgidos a nivel de Congregación, de región, de inspectoría?». Es una invitación a identificar prioridades en nuestra misión y a articularlas de forma detallada, abriendo caminos de renovación tan proféticos como valientes, cuanto concretos y realizables.
Junto con esta gran invitación a la concreción, Santiago también nos ofrece algunas reglas para el discernimiento: "que toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar y lenta a la ira" (v. 19). Una de las cosas que más me impresionó durante el camino de los tres años de preparación y de celebración del Sínodo fue la presencia y la palabra del papa Francisco: en las numerosas reuniones preparatorias con el Consejo del Sínodo –organismo formado por unos quince obispos y cardenales y presidido por el Santo Padre que acompañó todo el proceso del sínodo– aprecié, vez por vez, la presencia constante, la gran discreción y, sobre todo, su silencio constante y rico de escucha: muchas reuniones de dos días solo vieron su saludo inicial y el gracias final, sin otra palabra suya durante las reuniones. Un papa "pronto para escuchar" y "lento para hablar". Siempre al final, dando gracias, decía: “En estos dos días he participado en el proceso sinodal poniéndome a la escucha de vuestra palabra, de vuestras sugerencias, de vuestras propuestas. ¡Gracias!".
Pienso que también nosotros estamos llamados a hacer nuestra esta forma de participación: en primer lugar, se pedirá a todos la prontitud para escuchar, convencidos de que todos los que están aquí con nosotros tienen algo importante que compartir, y estimando la palabra del otro más que la propia; en segundo lugar, la prudencia en el hablar, para que nuestra palabra sea fruto de una oración profunda, de un discernimiento auténtico y un intercambio sereno de lo que el Espíritu nos sugiere; y, finalmente, una libertad de espíritu capaz de exponer, con amor y respeto, los propios puntos de vista, que deben ofrecerse con alegría a la asamblea capitular y no imponerse a ella con arrogancia.
El evangelio que hemos escuchado nos hace dar un paso más respecto a las palabras del apóstol Santiago. Nos ayuda a darnos cuenta de que no seremos nosotros, con nuestras fuerzas, los que identifiquemos los caminos de renovación. Salgamos de una vez por todas de lo que el papa Francisco llama "neopelagianismo", es decir, de la convicción de que salvamos a los jóvenes con nuestros esfuerzos, o de que salvamos a la Congregación con jóvenes u otras cosas similares. El mundo, la Iglesia, la Congregación y los jóvenes mismos son sanados y salvados solo cuando tienen la humildad de dejarse guiar por Jesús y el coraje de pedirle que nos toque y nos sane. Nosotros también, en muchos sentidos, estamos en la situación del ciego del evangelio: solo podemos ser salvados cuando dejamos que Jesús nos tome de la mano, recuperando la amistad con él; podemos sanar nuestras heridas solo cuando estamos dispuestos a dejarnos curar por Jesús; podemos volver a ver solo cuando le pedimos a Jesús que imponga nuestras manos no solo una vez, sino varias veces, porque la curación es un proceso de renovación que no puede prescindir de la presencia constante y de la acción misericordiosa del Señor Jesús.
Hoy, nosotros, en un tiempo muy confuso y fragmentado, pero como siempre rico de oportunidades y lleno de la presencia del Espíritu, estamos llamados a pedir el don de recuperar una buena vista espiritual: necesitamos "ver claramente" y saber "distinguir cada cosa", para evitar caer presa de confusiones y no ceder a tentaciones fáciles. Por esta razón, como bien decía el versículo del aleluya, le pedimos al Padre de nuestro Señor Jesucristo que “ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a que nos llama”.