por el progreso ordenado de la comunidad estudiantes,
Sin embargo, por su cargo, se vio obligado,
sin embargo, la comunidad de aprendices le daba mayor frecuentemente, a hacer sentir el peso de su autoridad,
preocupación y le requería mucha más atención. Sus por el que, a pesar de su modo gentil, era más temido que
jornadas no estaban bien reguladas; sus horarios de trabajo, amado. Tanto Amadei como Desramaut reportan que Don
instrucción y estudio necesitaban rediseñarse y mejorarse. Cagliero (el futuro Cardenal) lamentaba la severidad de Don
Un mejor orden, una disciplina estricta eran necesarios. Rua en una conversación familiar con Don Bosco:
Don Rua en varias sesiones del Consejo de la Casa discutió
los temas y propuso los medios para tales efectos, siempre
sujetos a la aprobación de Don Bosco. La costumbre de
permitirles a los aprendices de ir a la ciudad para comprar
los materiales necesarios para sus proyectos en los talleres
fue reducida; se tocaban campanas para convocar a
aprendices e instructores; los aprendices y los estudiantes
eran separados para la recreación y otros.
Repetidamente la situación de la formación profesional
era discutida en las reuniones del consejo de la casa como
! Querido Don Bosco, quiera Dios mantenerlo
entre nosotros por muchos años! [Pero su día llegara;
y] cuando parta para el Cielo, ciertamente Don Rua
heredará su manto y autoridad. Todos piensan así y
Ud., no ha dicho mucho sobre el asunto. Pero no todos
están de acuerdo en que gozará de la misma confianza
que usted goza. El sistema de censura que ha puesto
en marcha en el Oratorio, para obtener disciplina, ha
suscitado el antagonismo de muchos.10
puede constatarse en las minutas de Don Rua. Por ejemplo,
en la reunión del 9 de Noviembre de 1871, los instructores
de las 6 clases vespertinas son señalados y listados por
nombre. También los lugares a donde se deben dar las
clases y sus respectivos asistentes.7
El 20 de Marzo y el 27 de Julio de 1873, Don Rua
convocó a reunión a Salesianos y al personal laico que
tuviera que ver con los aprendices con el propósito de
explorar medios y recursos para mejorar la vida moral y
espiritual de estos jóvenes. Entre las varias propuestas, las
siguientes parecen ser importantes: (1) La asistencia deberá
ser mejorada durante el recreo; (2) Los aprendices deberán
mantenerse en su propio patio de recreo y sin introducirse
al de los estudiantes; de igual forma, no deberán salir de
sus talleres sin permiso; (3) Las reuniones de los asistentes
de los talleres serán calendarizadas para conversar sobre la
forma de ayudarles con sus obligaciones.8
Es mérito de Don Rua que los talleres del Oratorio y sus
aprendices poco a poco adquirieran Buena reputación por
su experiencia profesional.
4. Don Miguel Rua, Sub-Director (Director) de la Casa del
Oratorio
Don Rua había aprendido de Don Bosco mismo que el
exacto cumplimiento de la Regla era única garantía de futuro
para la Sociedad, de su supervivencia y de su éxito. Por lo
tanto, como Prefecto, debía llamar al orden, disciplina,
observancia y ser exigente pero nunca odioso, petulante u
ofensivo. Era amable, respetuoso y actuaba motivado por
la caridad pero, sobre todo, él mismo era el ejemplo de
perfecta observancia. Este y no otro puede ser el sentido
del epíteto (o apodo) que va siempre adjunto a su nombre,
la “Regla Viviente”.9
7 Prellezo, “Conferenze capitolari” (1866-1877), RSS 10 (1991:1) p.
101f.
8 Ibíd., pp. 112 y 117.
9 Amadei, hablando de Don Rua como la “regla viviente”, lo caracteri-
za como alguien “tranquilo, constante y paciente” en el ejercicio de la vi-
gilancia y narra un episodio inédito del Hermano Coadjutor José Dogliani
(músico residente). Éste ultimo, se encontraba practicando el violín a lar-
gas horas de la noche cuando escuchó que alguien tocaba su puerta. Pen-
El Prefecto tenía que ejercer control “disciplinar”. Como
se describió, brevemente, Don Rua heredó una situación
que demandaba claridad y firmeza de propósito. Sus
esfuerzos pacientes y perseverantes le permitieron alcanzar
orden y disciplina en ambas comunidades – estudiantes
y aprendices – así como de sus respectivos miembros del
personal.
Con todo, Don Bosco tomó nota, muy seriamente,
de la observación de Cagliero y a finales de 1872, casi
inmediatamente, sustituyó a Don Rua con Don Francisco
Provera en el cargo de Prefecto de la Casa del Oratorio.11
Luego lo nombró para el cargo de Director. Éste lo obedeció
amablemente pero declinó el título de Director prefiriendo
el de Sub-Director. Para Don Rua, Don Bosco era la
única persona a quien el título de Director le pertenecía
verdaderamente.
Relevado del cargo de Prefecto, Don Rua se quitó,
también, el peso de la soledad que éste conlleva. Pero, por
algún tiempo, el aura desagradable que lo había rodeado
sando que se habrían equivocado de habitación prosiguió con la práctica
pero el llamado se tornó más persistente. Perplejo fue a abrir la puerta y,
“sorpresa”, era el mismo Don Rua sonriendo y con el rosario en la mano.
Entró en la habitación y en lugar de reprenderlo por estar practicando a
altas horas de la noche le pidió que le interpretara una melodía. Dogliani
quedó muy complacido con el gusto del superior. Don Rua le dijo: “desde
afuera estaba escuchando una extraña armonía, como si dos violines es-
tuvieran sonando al mismo tiempo pero acá no hay nadie más ¿Cómo es
puede ser eso posible?” El Hermano, sonriente, le explicó: “Ciertamen-
te, practicaba un ejercicio que se caracteriza por tener acordes dobles.
La armonía surge cuando se tocan dos cuerdas a la vez”. “¡Asombroso!”
exclamó Don Rua. ¿Podrías interpretármela nuevamente?. Dogliani le re-
pitió completamente el ejercicio y éste le aplaudió. Luego se levantó y
mientras salía se volvió y le dijo: “No te quedes levantado muy noche
porque tu salud puede resentirse. La Congregación te necesita. ¡Buenas
Noches!”. (Amadei, Rua I, 237-238).
10 Amadei, Rua, 226-227; Desramaut, Rua I, Cahiers, 82.
11 Desafortunadamente, por varios años, Don Provera había estado
plagado de úlceras intratables en los pies y de una inexplicable enferme-
dad al momento de su nombramiento (Cf. la carta de Don Bosco del 16
de Octubre de 1872 a Don Rua en Motto, Epistolario III, 475-476, P.D. Ésta
iba en respuesta a una misiva escrita por Don Rua alertándolo sobre la
deteriorada condición del Don Provera). Él murió dos años más tarde, en
1874, a los 38 años de edad cuando recién había sido aprobadas en Roma
las Constituciones. Don José Lazzero fue nombrado su sucesor.
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