a los distritos vecinos de tal forma que el área a lo largo voluntarios de Don Bosco haya contraído la enfermedad.8
del río Dora registró el mayor número de enfermos y sufrió
el mayor número de muertes. Fue aquí también, donde
muchos sacerdotes y religiosos, en respuesta a la llamada
del Vicario General, generosamente se preocuparon de
cuidar a los contagiados, como sus enfermeros, y algunos
tuvieron que pagar el precio último.
Don Bosco no se contentó con hacer del Oratorio
un ambiente “seguro”. Contempló las necesidades y
generosamente respondió a diferentes solicitudes. Pidió
voluntarios entre los jóvenes mayores y la respuesta fue
inmediata y de corazón por lo que pudo enviar una lista
de catorce nombres a las autoridades.6 Sabemos que este
listado (aunque no existente) incluía a Miguel Rua (17
años), Juan Cagliero (16 años) y a Juan Bautista Anfossi
(14 años). Don Bosco se aseguró a sus voluntarios de que
permanecerían inmunes a la enfermedad si tomaban las
medidas higiénicas debidas, evitaban el pecado y tenían fe
en la protección de María. Algunos fueron desplegados a los
hospitales de aislamiento y otros a residencias particulares
de los infectados por la enfermedad en el Bogo San Donato.
Trabajaban por turnos todo el día o toda la noche de acuerdo
al horario elaborado por el mismo Don Bosco.
Fue completamente una experiencia nueva y
aterradora para estos jóvenes, particularmente para el
clérigo Rua, enfrentarse a los horrores individuales de
gritos, contorciones y los dolores característicos de los
agonizantes de esta enfermedad. Don Bosco nos dejó una
apasionante descripción de la espantosa enfermedad desde
su experiencia personal:
3. Los votos privados del Clérigo Rua9
La declaración de un testigo ocular, refiriéndose
a Octubre de 1854 y citado por Amadei, confirma la
creciente ascendencia de Miguel Rua en el Oratorio. Éste
establece, que Don Bosco, prefería elegirlo para trabajos
de mucha responsabilidad aun cuando tenía a otros a
su disposición que eran mayores y quizá, más capaces
(Rocchietti por ejemplo). Pero la sorpresa de ese testigo se
tornó en admiración cuando vio el respeto y el cariño que
los muchachos le tenían a Rua como su superior y como
representante de Don Bosco. Era evidente que éste le tenía
una gran estima, un especial afecto y que se había formado
planes sobre él.10
Era un hecho que Don Bosco iba moldeando, gentilmente,
al joven clérigo Rua, quien sin ningún aspaviento, se iba
preparando para ingresar a la sociedad religiosa prevista
por el maestro en la reunión con “los Cuatro” (26 de Enero
de 1854). Desde entonces el grupo había ido creciendo.
Don Bosco, sin embargo, mientras cultivaba a aquellos que
eran capaces de comprometerse, concentraba su atención y
cuidados en Rua. El otoño y la primavera de 1854-55 fueron
tiempos de formación espiritual, una especie de noviciado.
Con el permiso y la animación de su director espiritual y
confesor (Don Bosco), Rua empezó a recibir la Eucaristía
todos los días. La conferencia semanal que Don Bosco daba
en su aposento para aquel grupo de discípulos de quienes
dependería el trabajo futuro, le dieron la oportunidad para
un crecimiento espiritual y un compromiso constante. Él
le modelaba su vida espiritual, su oración profunda y su
Oh! Que horrorosa la muerte de los afectados por el
cólera? Vómitos, disentería, espasmos convulsionando
brazos y piernas, dolores de crónicos de cabeza, ahogo,
sofocamiento… En sus ojos hundidos, la antesala de
la muerte en sus caras, sus gemidos y retorcimientos
de dolor – Fui testigo del sufrimiento al que se puede
someter a una persona sin que ésta muera.7
Los jóvenes voluntarios debían cuidar a sus pacientes,
especialmente en su primera y frecuente etapa fatal,
por todos los medios posibles hasta poder dar cuenta
de su progreso: debían aplicar compresas calientes,
administrar vigorosos masajes, envolver las extremidades
de los pacientes con fajas de lana caliente, etc., todos los
paliativos posibles, pues el cólera es una infección del tracto
gastrointestinal inducido por un bacilo que se multiplica
en el agua contaminada y que se propaga por la falta de
higiene pública y personal.
Es increíble, casi milagroso, que ninguno de los
6 Desramaut (Cahiers I, 33) habla de catorce que se ofrecieron como
voluntarios, mientras que Amadei (Rua I, 63) habla de 44 y de un sacer-
dote (Victor Alasonatti, 1812-1865) quien recientemente se había unido
a Don Bosco.
7 Don Bosco en Il Galantuomo, almanaque de las Lecturas Católicas
para 1855, p. 4. Cf. Desramaut, DB en son temps, p. 406.
actividad, exhausta y sin escatimar esfuerzos en beneficio
de los jóvenes del Oratorio y los internos en el Hogar. Las
virtudes de Don Bosco, su unión con Dios, el estar alcance
de todos, su comportamiento amigable se convirtieron en
la regla de vida para Miguel Rua – ser otro Don Bosco.
Para el mes de Marzo, Miguel había comprobado ser
tan maduro espiritualmente, tan completamente envuelto
en el trabajo del Oratorio y de la casa y tan comprometido
con su formación intelectual que Don Bosco lo juzgó
preparado para el siguiente paso significativo – la profesión
religiosa de sus votos. El 25 de este mes de 1855, fiesta de
la Anunciación, en la habitación de Don Bosco y sólo ante
su presencia, arrodillado delante del crucifijo, el clérigo
Rua hizo votos privados como Salesiano, cuatro años antes
de la fundación de la sociedad de San Francisco de Sales.
La fórmula de la profesión utilizada en esa ocasión no ha
8 La enfermedad que a finales del mes de agosto envió a la cama a
Juan Cagliero, por más de dos meses, no era cólera sino un caso de fiebre
tifoidea muy severa. Para los hechos y la “visión de Don Bosco” seguida
por una larga discusión del futuro de Cagliero, ver, EBM V, 67-71 (IBM V,
88-93).
9 Para este parágrafo me he guiado por Desramaut, Rua-Cahiers I,
35-35. Éste hace referencia a la presentación imaginativa y llena de colo-
rido de A. Auffray (Cf. Le premier successeur de Don Bosco, 1932).
10 Testimonio de Mons. Juan B. Piano en Amadei, Rua I, p. 57.
13