C ómo ser discípulos salesianos misioneros en el mundo de hoy
Curso de Formación para laicos / SSCC Patagonia Norte (ABB)
Documentos para profundizar lo abordado en cada encuentro
3.10 La Eucaristía en la Biblia
Adrián Baraibar sdb
El suelo simbólico en que se fundamenta es el acto de comer y beber juntos. Dios ha querido relacionarse con los hombres de forma humana. Cuando Dios habla con ellos, lo hace a través del hombre y en estilo humano. Para realizar la comunión con el hombre y hacerlo participar en su propia vida, Dios se ha hecho hombre. Esta es la lógica de la encarnación, según la cual la vida divina participada en común se organiza según las estructuras físicas, mentales, comunitarias e históricas del propio hombre. La eucaristía incorpora esta misma lógica encarnatoria que dirige toda la economía de salvación. Para comprender la eucaristía es preciso descubrir previamente sus raíces humanas.
Pensando en la dinámica salvífica de la economía del Antiguo Testamento.
Si no hubiese estado instituido el sacramento del cordero pascual, las sucesivas generaciones hubiesen quedado en desventaja.
A la irrepetibilidad del evento fundador (el pasaje del Mar Rojo) y del signo profético dado en situación (última cena en Egipto) se agrega la repetición del Rito, o sea la celebración de la pascua. Todo aquello que hace referencia a la “ritualidad”, hace referencia al retorno y a la presencia de la eficacia salvífica, del evento fundador, y esto gracias a la mediación del signo profético.
Se trata de una real re-presentación (volver a estar presente) que en cada celebración ritual se cumple, precisamente a través de la repetición del signo profético; pero no ya en el sentido de una re-presentación del evento fundador hacia nosotros, sino en el sentido de una re-presentación de nosotros en el evento fundador. El evento fundador no se puede volver a ser presente, pues es irrepetible, sino que la comunidad cultual, superando a través de la celebración ritual toda barrera del tiempo y del espacio, efectivamente está sobre la costa del Mar. En este sentido, el padre de familia, en el ritual pascual repite: “… cada uno está obligado a verse a sí mismo como siendo propiamente él salido de Egipto”.
Pensando en la dinámica salvífica de la economía neotestamentaria.
Al lado del antiguo Israel que encontraba en el Pasaje del Mar Rojo el evento fundador de toda su economía salvífica, el nuevo Israel, se dispone a reconocer en la muerte y resurrección del Señor, el evento fundador de la alianza nueva y eterna. Entre ambos eventos, leídos en superposición, participan, los dos, de las categorías de inmersión-resurgir y de muerte-resurrección.
La Última Cena es teológicamente inseparable de la muerte-resurrección. De hecho, el Signo Profético dado en la vigilia al Evento Fundador se reclaman mutuamente y se implican uno al otro, en cuanto hechos uno a la medida del otro.
Las palabras institucionales, que muchas veces estamos habituados a leer en clave de teología exclusivamente estática, como si fuesen una demostración matemática de la presencia real, adquieren un respiro y una profundidad salvífica incomparablemente mayor si la leemos en esta clave de teología dinámica. Ya Pablo hace esta referencia en 1Cor 10, 16: “El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?”
Esta relación entre el signo profético (pan/ cáliz) y evento fundador (muerte – resurrección), que Pablo expresa a través de la categoría de “comunión”, la liturgia lo expresan haciendo recurso a las nociones de sacramento.
Diciendo, por lo tanto: “esto es mi cuerpo que por ustedes (está por ser partido)… Este es el cáliz que es la nueva alianza en mi sangre” (1Cor. 11, 24 -25), Jesús establece una relación de comunión, o sea de íntima comunicación y real participación, entre el signo del pan y del cáliz y el evento de su muerte y su resurrección, designado en el “cuerpo que está por ser dado” y “la sangre que está por ser derramada”. Instituyendo la eucaristía y participando por primero en ella, Jesús entra proféticamente en comunión con su muerte-resurrección en el signo del pan y el vino. Pronunciando las palabras institucionales, aunque si físicamente está todavía en el cenáculo, figurativamente, o sea, en la eficacia del signo profético y, por lo tanto, realmente ya ha bajado en las aguas de la muerte del Calvario y ya emergió de las aguas de vida de la tumba vacía. A través de su prefiguración única, irrepetible, la Última Cena está ordenad, con todo su peso teológico, al futuro inmediato que ella salvíficamente preanuncia y proféticamente cumple.
Como el Antiguo Israel, en la expresión: “Este día será para ustedes como memorial… para todas las generaciones” (Ex. 12,14), había visto el mandamiento de repetición que instituía y fundaba la celebración anual de la pascua, así el nuevo Israel en el “Hagan esto en memorial de mi” (Lc 22,19) comprende la orden de repetición nueva que instituye y ábrela Rito eucarístico. Si Jesús no hubiese instituido la eucaristía, el evento de su muerte y resurrección habría quedado aislado en aquellas coordenadas espacio-temporales que fueron las suyas, y la Iglesia de las generaciones, no hubiese tenido modo de volver a sumergirse salvificamente en ella. La celebración de la eucaristía es nuestro modo de volver al Calvario y a la Tumba Vacía: un volver no físico, sino en el memorial, o sea, a través de la repetición ritual del signo profético del pan y del cáliz, a través de una acción figurativa, o sea, sacramental, por lo tanto real.
La eucaristía no puede olvidar el contexto pascual de la cena del señor, de la pascua judía, fiesta de la liberación de Egipto, y sobre todo de la pascua de Jesús, asesinado por su predicación del reino y por denunciar el anti-reino. El don del Resucitado debe convertirse en semilla de una nueva tierra y nuevos cielos, no sólo litúrgica sino históricamente (GS 38-39). La eucaristía no es simplemente celebración de las pequeñas victorias históricas, sino prenda de la liberación final y plena del reino de Dios. Por esto, además de memorial subversivo (J.B. Metz), es fuente de esperanza y comienzo de transfiguración. El pan y el vino se transforman en pan y vino del reino, inicio de la utopía final. Y Jesús, mediador escatológico del reino, se hace presente con su fuerza transformadora. La epíclesis no se limita a la transformación de los dones, ni de la comunidad, sino de toda la historia en el cuerpo del Señor.