Inspectoría
Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de
febrero de 2001 nº 6
REAVIVEMOS LA GRACIA RECIBIDA
(2 Tim 1, 6)
Hemos querido dedicar el número de marzo de Forum.com a las vocaciones. Es uno de los grandes objetivos que nos hemos fijado como Inspectoría para el sexenio: “Cultivar y cuidar la promoción vocacional en la Iglesia y en la Familia Salesiana”. Nos encontramos trabajando y dando pasos con ilusión, pero esta tarea requiere siempre reconsideración y continua iluminación. Por tanto, para tomar conciencia de la importancia de la animación vocacional, para cuidar esta dimensión en los grupos de fe, para cultivar este aspecto en todos los ambientes y hacer corresponsables de la reflexión a los diversos equipos inspectoriales, es decir, para iniciar la consideración acerca de este objetivo, la pregunta podía rezar así: ¿Qué estamos dispuestos a hacer?
Reconozco que la teología paulina está inspirando últimamente bastante mi reflexión. La sugerencia de Pablo a Timoteo puede ser un leiv-motiv para nosotros: “Reaviva la gracia recibida” (2 Tim 1, 6).
Jesús Álvarez (Vida consagrada para el tercer milenio) nos dice que detrás de esa recomendación hay un trasfondo interesante: está el espíritu dinámico y creativo de Pablo y la desmoralización de Timoteo, obispo joven e inexperto. La respuesta creativa al momento que vive la sociedad paulina es un paradigma para la Iglesia y la vida religiosa. Por tanto, concluye: “Lo más importante que tendrán que hacer lo religiosos del tercer milenio será sencillamente reavivar la gracia, reavivar el carisma recibido del Espíritu; así, y solamente así, estarán capacitados para hacer frente a los desafíos que se les plantearán en un futuro inmediato. Reavivar significa vivir la gracia recibida, el carisma recibido, de manera constante y abierta, siguiendo el ritmo que marcará el Espíritu en la historia de cada día.
Por tanto la solución a las crisis actuales de la vida consagrada está en reavivar la gracia recibida; o lo que es lo mismo, en retornar a la experiencia originaria de la propia vocación, para que cada religioso y cada religiosa se reencuentren con lo mejor de sí mismos, que es la llamada de Dios de la que siguen siendo depositarios” (264).
Toda crisis es un momento de nuevas oportunidades: Reavivemos la gracia recibida.
ÍNDICE
Retiro ………………………...3-16
Formación………………….17-38
Comunicación.……..........39-46
Revista fundada en el 2000
Edita y dirige:
Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"
Avda. de Antibióticos, 126
Apdo. 425
24080 LEÓN
Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254
e-mail: formacion@salesianos-leon.com
Maqueta y coordina: José Luis Guzón.
Redacción: Segundo Cousido y Mateo González
Depósito Legal: LE 1436-2002
ISSN 1695-3681
RETIRO
COMUNIDADES VOCACIONALES,
ESPEJOS DEL AMOR DE DIOS
CELEBRACIÓN DE LA PALABRA
Ambientación: Sobre el altar: la Biblia, las Constituciones y un espejo de tamaño visible.
Introducción: Todas nuestras comunidades están llamadas a ser comunidades vocacionales. Llamadas a ser espejos del amor de Dios, “portadores del amor de Dios a los jóvenes”. Testimonio de alegría que contagia.
En este rato de oración traemos ante el Señor la vida de cada una de ellas. Vamos a dejarnos iluminar por Él y por nuestra experiencia compartida.
Canto: En el nombre del Señor nos hemos reunido.
Parábola del espejo:
Un día, descubrió Satanás un modo de divertirse. Inventó un espejo diabólico con una propiedad mágica: en él se veía feo y mezquino todo cuanto era bueno y hermoso y, en cambio, se veía grande y detallado todo lo que era feo y malo. Satanás iba por todas partes con su terrible espejo. Y todos cuantos se miraban en él se horrorizaban: todo aparecía deforme y monstruoso.
El maligno se divertía de lo lindo con su espejo. Cuanto más repugnantes eran las cosas más le gustaban. Un día le pareció tan delicioso el espectáculo que a sus ojos le ofrecía el espejo que se desternilló de risa. Se rió tanto, tanto que el espejo se le fue de las manos y se hizo trizas, partiéndose en millones de pedazos. Un huracán, potente y perverso, desperdigó por todo el mundo los trozos del espejo. Algunos trozos eran más pequeños que un granito de arena y penetraron en los ojos de muchas personas. Estas personas empezaron a ver todo al revés: sólo percibían lo que era malo, de manera que sólo veían maldad por todas partes. Otras esquirlas se convirtieron en cristales para lentes. Las personas que se ponían esas gafas nunca lograban ver lo que era justo ni a juzgar con rectitud. ¿No os habéis encontrado, acaso, con hombres de esa laya?
Algunos trozos de espejo eran tan grandes que se usaron para las ventanas. Los pobrecillos que miraban a través de esas ventanas sólo veían gente antipática, que empleaba su tiempo en urdir el mal.
Cuando Dios se dio cuenta de lo que había pasado se entristeció. Y decidió ayudarles. Y dijo para si:
Enviaré al mundo a mi Hijo. Él es mi imagen, mi espejo. Es el reflejo de mi bondad, de mi justicia y de mi amor. Refleja al hombre como lo he pensado y querido.
Y Jesús vino como un espejo para los hombres. El que se miraba en Él descubría la bondad y la hermosura y aprendía a distinguirlas del egoísmo y de la mentira, de la injusticia y del desprecio. Los enfermos encontraban el coraje de vivir, y los desesperados la esperanza. Consolaba a los tristes y ayudaba a los hombres a vencer el miedo a la muerte. Muchos hombres amaban el espejo de Dios y siguieron a Jesús. Se sintieron entusiasmados por Él. Otros, en cambio, rechinaban de rabia: decidieron romper el espejo de Dios. Jesús fue asesinado. Pero bien pronto se levantó un nuevo y potente huracán: el Espíritu Santo. Arrastró los millones de fragmentos del espejo de Dios y los aventó por todo el mundo.
Monición: El que recibe una mínima centella de este espejo en sus ojos se siente atraído por Jesús y empezará a ver el mundo y las personas como las veía Jesús: lo primero que se refleja en ella son las cosas buenas y hermosas, la justicia y la generosidad, la alegría y la esperanza. En cambio, la maldad y la injusticia aparecen como vencibles y cambiables.
Palabra de Dios: Rom. 1, 1-6
Canto: Nos envías por el mundo.
Monición: Miramos ahora nuestras Constituciones, son nuestro espejo. Después de hacer oración personal de ellas nos preguntamos, ¿cómo concretar hoy esta manera de ser sigos del amor de Dios y mediación de su llamada vocacional?.
Constituciones: Art.: 2 y 49.
Reflexión y comunicación:
Oración:Señor, Padre nuestro,
el mundo es un lugar donde estás Tú
y no en las nubes, ni en el cielo,
ni en el recinto sagrado de los beatos.
A Ti te va la vida, la fiesta, el vino,
las manos callosas de los que
construyen el mundo.
Tú quieres estar bien en medio,
en el centro de la vida,
en el corazón de la persona.
¡El mundo es tu sitio!
Ahí es donde tenemos que llevarte,
ahí es donde tenemos que buscarte,
con el Jesús, Mesías de los pobres,
espejo del Padre.
Meternos en la refriega
y combatir a tu lado.
Y ser para ellos el espejo del amor,
de la alegría de la vida...
Y luego cantar contigo,
la canción de la alegría,
de la vida... y hacer fiesta,
y gozar del hogar con los hermanos
y repartir por el mundo tu presencia,
tu amistad y cercanía
en tantos cristales que son tu huella,
en tantos jóvenes con los que trabajamos cada día.
Canto: Enséñame a ser tu pregonero.
“SIGNOS Y PORTADORES DEL AMOR DE DIOS”
Nuestra vocación en las constituciones
El tema de la vocación está muy presente en nuestras Constituciones, aunque no hay capítulo alguno dedicado a ello de manera explícita. Cuatro son los parámetros desde los que se encuadra el tema: vocación y llamada personal; vocación y misión; vocación y formación; vocación y comunidad. Estos cuatro puntos cardinales anclados en la Constituciones intentaremos fundamentarlos con aspectos bíblicos concretos.
Comenzamos rezando juntos:
Te
damos gracias, Señor, por el don de la vocación a la que nos has
llamado. Te pedimos nos sigas haciendo signos de tu amor para que
con nuestro testimonio y tu ayuda, otros jóvenes puedan seguirte
más de cerca.
Que
podamos edificar todos juntos, sin desánimo, el cuerpo de tu Hijo
que vive y reina en tu Iglesia por los siglos de los siglos. Amén
1. UNA LLAMADA PERSONAL
El último artículo de las Constituciones (196) funda el empeño del salesiano en aceptar y practicar las Constituciones como regla de vida:“Nuestra regla viviente es Jesucristo, el Salvador anunciado en el Evangelio, que hoy vive en la Iglesia y en el mundo, y a quien nosotros descubrimos presente en Don Bosco, que entregó su vida a los jóvenes.
Como respuesta a la predilección del Señor Jesús, que nos ha llamado por nuestro propio nombre, y guiados por María, acogemos las Constituciones como testamento de Don Bosco, libro de vida para nosotros y prenda de esperanza para los pequeños y los pobres”.
Este artículo nos recuerda una idea fundamental y preciosa que no hemos de olvidar nunca: hemos sido llamados personalmente por Dios. En esto radica la felicidad de nuestra vida y la calidad de nuestra vocación, en el saber que Dios permanecerá siempre fiel a nosotros, a su llamada. Esta idea la vuelve a repetir el artículo 96: “Jesús llamó personalmente a sus Apóstoles para que estuvieran con Él y para enviarlos a proclamar el Evangelio. Los fue preparando con amor paciente y !es dio el Espíritu Santo, a fin de que los guiase hacia la plenitud de la verdad.
También a nosotros nos llama a vivir en la Iglesia el proyecto de nuestro fundador, como apóstoles de los jóvenes...”
Tan importante es esta idea de la llamada personal que en el artículo 22 se subraya de nuevo: “A cada uno de nosotros Dios lo llama a formar parte de la Sociedad Salesiana.” Es una llamada que se repite continuamente y en todo momento (cfr art. 28).
Con
esta llamada que Dios nos ha hecho personalmente podemos
considerarnos unos privilegiados. No todo el mundo tiene esa suerte.
Nuestra llamada no es diferente de la que Dios le hizo a Abraham
cuando le dijo que sería padre de una multitud y que tenía que
dejar su pueblo y partir hacia lo desconocido: “Sal
de tu tierra, deja tu familia y la casa de tu padre y ve a la tierra
q
ue
yo te mostraré”
(Gen 12,1 ). Ni de la que recibió Moisés para liberar al pueblo de
la esclavitud (Cfr Ex 3). Nuestra llamada es exactamente igual que la
que Dios le hace a Isaías cuando le dice: “Te
he llamado por tu nombre: tú me perteneces.”
(Is 43,1 ). Las palabras que Dios le dice a David por boca de Samuel
también las hemos escuchado nosotros por otras mediaciones:
“Levántalo
y úngelo, ¡es él elegido!”(1
Sam 16,13). El aspecto personal de la llamada nos lo recuerda también
Jeremías, y es precisamente esa convicción de haber sido llamado
personalmente por Dios lo que da fuerzas a Jeremías en los momentos
difíciles (cfr. Jr. 15,16). También podemos aplicarnos las palabras
del Siervo de Jahvé: “El
Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre
me llamó.”
(Is 49,1 ). Dios llama a Ciro personalmente para liberar a Israel:
“Te
he llamado por tu nombre, te ha dado un titulo, aunque tú no me
conozcas”
(Is 45,4). Nosotros
formamos parte de estos elegidos.
Con la llamada que Dios nos ha hecho, somos protagonistas auténticos
y activos de la historia de salvación.
Busca
hoy un momento para dar gracias, desde lo más profundo de tu
corazón, a Dios por la vocación que te ha dado.
Dile
lo orgulloso que te encuentras de ser lo que eres por su propia
iniciativa.
Aplica
a tu vida esas frases bíblicas del párrafo anterior y medítalas
profundamente.
Reza
a Dios pidiéndole que te conserve siempre fiel a su llamada.
Es obvio que estamos convencidos de que Dios nos ha llamado, pero ahora debemos preguntarnos si esta llamada personal de Dios la hacemos “engendradora de vida”, si nuestro modo de vivir la llamada que hemos recibido es atractivo para los jóvenes, si suscita el deseo de ser imitada, si genera seducción y contagia entusiasmo. O, ¿será que con el tiempo hemos dejado de ser “fragancia de Cristo.” (2 Cor 2,15) a nuestro alrededor?. ¿Será que nuestro modo personal de vivir y actuar ha dejado de tener esa “sobreabundancia de gratuidad” que contagia y atrae a los jóvenes más generosos (cfr VC 104)?. ¿Será que me estoy dejando llevar por la patología del cansancio y de la resignación en vez de por el ardiente impulso creativo de testimonio personal?.
Hemos de contagiar esta llamada que hemos escuchado, que llevamos dentro, que ”arde en nuestro corazón” (cfr Lc 24, 32) y renovarla cada día. No podemos olvidar que, aunque la vocación sea un don gratuito y misterioso de Dios, la calidad de la respuesta en nuestra vida es la imagen humana visible de la llamada del Señor, porque sólo se puede escoger lo que se conoce y ama, y los jóvenes nos conocen a nosotros, pero ¿aman lo que hacemos?.
Céntrate
en tu vida personal y observa con sinceridad si “arde dentro de
ti”, y con la misma intensidad que cuando hiciste tu primera
profesión, esa llama de la llamada de Dios.
Contagias
con tu vida, allá por donde vas, esa vocación que Dios te ha
regalado?
Será necesario preguntarnos con la sinceridad del joven rico del evangelio: “¿Qué más me falta?” (Mt 19,20). La respuesta de Jesús es clara, y sigue siendo la misma todavía hoy: “Si quieres ser perfecto... véndelo todo... dalo... sígueme”. Es una respuesta que conocemos muy bien, pero que nos resistimos a verificar en nuestras vidas a qué grado de realidad corresponde. Es posible que esa sea la causa de que compartamos la desgana y la tristeza con la que el joven se marchó; no precisamente porque tengamos muchas riquezas, sino porque nos falta la radicalidad de dejarlo todo, porque hemos hecho compatible “el servir a dos señores”.(Mt 6,24).
-
Medita
este pasaje del joven rico. ¿Qué tendrías que “vender” en tu
vida para que tu vocación fuera más “perfecta”?, ¿Qué más
te falta…?
2. LLAMADOS A UNA PARTICULAR MISION
Desde el artículo primero nos recuerdan las Constituciones que el Espíritu Santo ha suscitado a Don Bosco para una misión particular en la Iglesia y la Congregación Salesiana se ha fundado para perpetuar esa misión (art.1 ).
E
sto
significa que todos nosotros, salesianos, estamos llamados a
continuar la misión de Don Bosco: “El nos llama también a
nosotros a vivir en la Iglesia el proyecto de nuestro Fundador, como
apóstoles de los jóvenes (art. 96). No debemos olvidar nunca que
esta llamada a participar de la misión de Don Bosco es “religiosa
y apostólica” (art. 97).
Es precisamente esta dimensión religiosa y apostólica de nuestra vocación la que nos exige trabajar en comunidad: “vivir y trabajar juntos es para nosotros, salesianos, una exigencia fundamental y una vía segura para realizar nuestra vocación” (art 49). De hecho, las iniciativas para vivir nuestra vocación son coordinadas y realizadas en un contexto comunitario (art. 58), pero sobre el tema comunitario volveremos más tarde.
La misión va muy unida al testimonio. Pero hemos de recordarnos que a los jóvenes las palabras no le hacen mucho efecto, pero los testigos de carne y hueso que viven proféticamente el evangelio de Jesús, sí. Nuestra misión, nuestro “hacer” está en íntima conexión con nuestro “ser”. Los jóvenes han de ver cómo “somos” es decir, conocer qué tiene de distintivo nuestra vida cualitativamente hablando: el testimonio de vida que damos, cómo hacemos lo que hacemos, con qué espíritu, con qué actitudes, con qué motivaciones, cómo vivimos, cómo rezamos, etc.
Hemos de tener conciencia de que hemos sido llamados a una misión particular. Moisés tiene como misión la de liberar al pueblo (cfr. Ex 3,10). Amós es llamado a profetizar al pueblo de Israel (Cfr Am 7,14-15). Isaías es enviado a anunciar la Palabra de Dios al pueblo de Israel; Ezequiel es mandado a un “pueblo de rebeldes” para proclamarles la Palabra de Dios, aunque no la quieran escuchar (cfr Ez 2, 3-7).
Bastan estos ejemplos, pero es difícil encontrar en el AT una vocación que, de una u otra manera, no esté en conexión directa con una misión particular. Lo mismo ocurre en el NT, empezando por el mismo Jesús quien nos dice que ha sido enviado para anunciar la Buena Nueva a los pobres y a los afligidos... (cfr Lc 4,16-19). Los discípulos son llamados para ser pescadores de hombres (cfr Mc 1,17; Lc 5,10). Más tarde serán enviados a anunciar la Buena Noticia a pueblos lejanos (cfr Mt 10, 5; Lc 9,1-6;10,1). El mismo Pablo nos anuncia que es “apóstol por vocación, elegido para anunciar el Evangelio de Dios.” (Rm 1,1 ). Los Hechos nos relatan que los diáconos en la Iglesia primitiva tienen una misión específica (cfr Hch 6,1-6). También nosotros entramos a formar parte de este abanico de personas elegidas para una misión específica. Nuestra misión es servir a los jóvenes allí donde la Congregación lo estime más oportuno.
Ahora bien, cada uno nos debemos preguntar: ¿Qué deseos, qué atractivo despierta entre los jóvenes que nos observan, la misión que realizamos?. ¿ Descubren en ella la motivación de nuestras vidas, el por qué y el sentido de nuestra vocación de seguimiento radical a Jesús?. O más bien concluyen como ese famoso autor que afirmaba sobre los religiosos: “No merece la pena vivir como viven para hacer lo que hacen”. Yo pienso que nuestra misión merecerá siempre la pena, pero todo dependerá de la motivación con que la realicemos.
Piensa
en silencio si estás realizando al 100% la misión que se te ha
encomendado.
¿Qué
podrías hacer para dar más calidad a la misión que realizas?
Fíjate
en los personajes que Dios elige para una misión específica y que
antes hemos nombrado (Moisés, Amós, Isaías, Ezequiel, Jesús,
los discípulos...) y pídele a Dios las fuerzas necesarias para
seguir realizando tu misión con entrega generosa y mucha alegría,
como hicieron esos predecesores nuestros que la Biblia nos retrata.
En la Inspectoría un problema que está llamando a la puerta es el de nuestra visibilidad como mediación para la animación vocacional (no debemos olvidar que la mejor pastoral vocacional es la que se hace por “contagio”, “ven y verás”). La disminución de salesianos y la incorporación cada vez mayor de laicos a nuestras obras nos obligan a no bajar la guardia y a estar siempre “visibles” entre los jóvenes y, además, nuestra “visibilidad” ha de ser de calidad. Hemos de tomar conciencia, ahora más que nunca, que somos sal y luz entre los jóvenes y que el único celemín que puede apagar esa luz es la muerte. Todos los salesianos, jóvenes y menos jóvenes, podemos hacer algo entre los chicos. Mientras no se demuestre lo contrario,la asistencia sigue siendo todavía una misión preciosa e irrenunciable para todos nosotros, y una manera importantísima de mostrarnos “visibles” entre los muchachos de las casas.
Reflexiona:
¿Dedicas tiempo a la asistencia de los chicos?
¿Estás
disponible para celebrar con ellos la Eucaristía, la
reconciliación y otros sacramentos?
Pide
a Dios Padre que te ayude a ser en todo momento el buen Pastor que
los jóvenes necesitan ver siempre.
3. VOCACION Y FORMACION
La formación del salesiano juega un papel muy importante en su vocación. Nunca acabaremos totalmente de formarnos. Y para desarrollar nuestros talentos personales, que hemos de poner al servicio de los jóvenes, hemos de invertir en nuestra formación personal. Cada uno es responsable de este tema (cfr. art. 99). El objetivo de la formación continua es el de empeñarnos en una continua maduración de la decisión vocacional. Se trata de un “aggiornamento” y de formación permanente personalizada. Con la formación nos convertimos en animadores activos y continuos de nuestra propia vocación pudiendo animar a otros. Cuando la formación permanente es débil, débil será también la pastoral vocacional.
Hemos de convencernos de que el compromiso por una formación permanente representa un modo concreto de responder a la llamada del Señor (cfr. art. 96). Lo específico de esta formación es determinado por el carácter religioso y apostólico de la vocación salesiana. Por medio de la formación se aseguran la vida y la unidad de la Congregación y del propio carisma salesiano (cfr. art. 97). EI lugar por excelencia de esta formación es la propia comunidad. Efectivamente, cuando hablamos de formación nos estamos refiriendo también al “ambiente formativo” que ha de reinar siempre en nuestras comunidades (cfr. art. 99, 101 ). Nuestra propia vida comunitaria ha de ser formadora para todos.
El NT nos resalta que Jesús instruye repetidamente a sus discípulos, quizás porque estos van comprendiendo lenta y progresivamente. De hecho, el Evangelio de Marcos es una demostración práctica del modo gradual con el que Jesús forma a aquellos que ha llamado a ser sus colaboradores. También Pablo necesita formación para su predicación. Bernabé está a su lado para instruirle en el tema (Cfr Hch 13-14;15, 36-41 ). Timoteo y Tito se dejan formar por Pablo antes de asumir la dirección de las comunidades.
Reflexiona:
¿Cómo va tu formación personalizada?. ¿Qué motivación te
mueve a estar siempre en tensión para formarte más y mejor?
El
mejor formador es el Espíritu Santo. Pídele en silencio que te
ilumine y te dé fuerzas para completar la formación que Él ha
iniciado dentro de ti.
4. VOCACION Y COMUNIDAD
La comunidad juega un papel fundamental en nuestra vocación y en el florecimiento de otras vocaciones. Toda la fecundidad de nuestra vida religiosa depende de la calidad de nuestra vida en común. La Congregación cree que la vida de la comunidad salesiana “suscita en los jóvenes el deseo de conocer y de seguir la vocación salesiana” (art. 16). Esta idea está muy presente en otros artículos de las Constituciones, quizás porque la Congregación está convencida de que “el clima de familia, de acogida y de fe, creado por el testimonio de una comunidad que se da con alegría, es el ambiente más eficaz para el descubrimiento y la orientación vocacional”.(art 37. Cfr. también los art. 57 y 58).
Hemos de ser conscientes de que, a pesar del individualismo tan arraigado en nuestra sociedad, el deseo de una vida fraterna es uno de los elementos más deseados por los jóvenes que se interesan por la vida consagrada y son precisamente actitudes comunitarias como la acogida, la fraternidad, la sencillez, la hospitalidad, el perdón, la misericordia... las que atraen y contagian, las que, cuando existen, provocan el deseo de compartirlas. Nos dice el Papa en la VC que “para presentar a la humanidad de hoy su verdadero rostro, la Iglesia tiene urgente necesidad de comunidades fraternas”. (VC 45).
Un peligro que puede acechar a nuestra vida de comunidad es la falta y pobreza de comunicación y más concretamente a la escasa calidad de la comunicación de bienes espirituales. Comunicamos temas y problemas marginales, pero raramente compartimos lo que es vital y central en la vida consagrada. Y eso es una lástima, sobre todo cuando todos estamos convencidos de que las vocaciones sólo surgen en el ambiente donde se vive, se respira y se comunica una fuerte experiencia de Dios. Tendríamos que preguntarnos y reflexionar:
¿Cuánto
tiempo hace que no hablo con algún miembro de la comunidad de mi
experiencia de encuentro con Jesús?
Cuánto
tiempo hace que no compartimos comunitariamente experiencias
religiosas?
Retírate
en silencio y reza por todos los hermanos de tu comunidad. Da
gracias a Dios por cada uno de ellos y pide por sus necesidades,
problemas e ilusiones. Pide también por ti, para que Dios te haga
un buen constructor de relaciones fraternas y comunitarias.
Otro reto que tendríamos que proponernos es el de ser capaces de formar comunidades que transparentan el gozo y la alegría de vivir en fraternidad de amor y en tensión apostólica; no se trata de esconder las dificultades que existen en toda convivencia prolongada, porque los jóvenes pueden entenderlas sin escandalizarse, sino de poder decirles: “Venid y veréis” cómo nos esforzamos por hacer posible el amor de unos a los otros, el compartir la fe y la plegaria, el superar con la bondad y la acogida las heridas no cicatrizadas, el diálogo en la diversidad... “Venid y veréis” cómo intentamos, a veces fatigosamente, construir comunidades de solidaridad y reconciliación.
Todos hemos de hacer el esfuerzo de engendrar vida a partir de nuestra propia comunidad.
5. ATANDO CABOS
Ya hemos visto cómo las Constituciones nos proponen cuatro parámetros para que hagamos nuestro propio escrutinio personal y comunitario sobre el tema de la vocación. Para el momento de la reflexión compartida podemos abordar cada uno de estos puntos aplicándolos a nuestra propia vida y a nuestra comunidad y a la propia Inspectoría en general.
POR TU PALABRA, ECHAREMOS LAS REDES
P istas para la pastoral vocacional
Giacomo Bini
Ministro general de la la Orden de los Frailes Menores
Si la fe cobra mayor fuerza cuando se transmite, de la misma manera la vocación cobra mayor seguridad en la medida en que se comunica. La Pastoral Vocacional no puede consistir en una pura estrategia dirigida a asegurar la continuidad de nuestras instituciones y de nuestras obras apostólicas; tampoco ser un simple instrumento para conseguir nuevos "adeptos"; ni debe depender de una preocupación más o menos apremiante por la escasez numérica o por la supervivencia. La auténtica Pastoral Vocacional nace del gozo de sentirse "acogido, ganado y conquistado por el Señor Jesús" (cfr. Fil 3, 8-12); y es una exigencia que deriva del encuentro personal con el Señor (cfr. Jn 1, 40-45; 4, 39;12, 22).
"Considerad vuestra vocación" (l Cor 1, 26). Todos hemos sido llamados por el Señor: la fidelidad dinámica a esta llamada no puede quedar reducida la esfera personal, sino que debe ser también ocasión de desarrollo para otras vocaciones. El gozo profundo de quien ha encontrado el tesoro escondido (cfr. Mt 13, 44), de quien se siente llamado, le lleva a compartir su alegría con el mayor número posible de personas, "a través del anuncio explícito" del Evangelio de la vocación.
";Ay de mí si no anuncio el Evangelio!", decía Pablo (l Cor 9, 16). Quien ha recibido la buena nueva de la vocación no puede prescindir de comunicarla abiertamente a los demás y de invitarles explícitamente a seguir a Jesús. Me parece que es necesario pasar de una "pastoral de la espera" a una "pastoral de la propuesta"; de una "pastoral de retaguardia" a una "pastoral de vanguardia". El Señor no deja de llamar: ésta es la certeza en que se basa nuestra esperanza. Pero, al mismo tiempo, él quiere servirse de nosotros para que su llamada resuene y sea oída; esto nos impulsa a comprometernos a invitar a todos a que le sigan.
"VENID Y VERÉIS" (Jn. 1, 39)
Una vocación vivida con gozo es siempre un acontecimiento, una historia fascinante de la que merece la pena hacer partícipes a otras personas. La vocación, acogida con asombro y vivida con entusiasmo, se transforma inevitablemente en una invitación: "Venid y veréis" (Jn 1, 39). Pero no se trata, desde luego, de ofrecer sólo unas informaciones y aclaraciones: de lo que se trata es de testimoniar y de poner de relieve, sobre todo, "lo estupendo que es entregarse totalmente a la causa del Evangelio", consagrar la vida entera al Señor. "Venid y veréis": ésta es la regla de oro de la Pastoral Vocacional.
"Venid y veréis": ésta es la mejor propaganda vocacional, la única que puede resultar eficiente a largo plazo y para la que no hemos de escatimar ningún esfuerzo. "iFíjate en mí, date cuenta de lo que pasa conmigo, mira qué realizado me siento, con qué dicha y libertad he sido agraciado!", deberíamos poder decir a los jóvenes con quienes entramos en contacto. "El ejemplo de la propia vida -dice el Concilio- constituye la mejor presentación del propio Instituto y la mejor invitación a abrazar el estado religioso". Mirando a los consagrados y su vida, los jóvenes tendrán que comprender el sentido de esa llamada que Jesús seguirá siempre haciendo resonar en medio de ellos.
TESTIMONIO Y EXPERIENCIA DE VIDA
La experiencia demuestra que el mejor instrumento para la pastoral vocacional es el contacto directo de los jóvenes con religiosos felices con su propia vocación y con la opción tomada de hacerse Frailes Menores. El testimonio es la mediación privilegiada e insustituible de toda pastoral vocacional, puesto que pone de relieve una vida colmada de gozo en el servicio del Señor. Creo que no exagero en absoluto al afirmar que el problema de las vocaciones es frecuentemente un reflejo de lo que sucede en nuestro interior.
Es verdad que tenemos que prestar la debida atención también a los instrumentos utilizados en nuestro trabajo con los jóvenes; es claro que tenemos que crear grupos juveniles en torno a nuestras comunidades, y para lograrlo hay que contar con medios y con capacidad suficiente; incluso tenemos que mejorar las técnicas para poder sintonizar mejor con el mundo de los jóvenes; pero las vocaciones no dependerán tanto de los medios y de las técnicas cuanto de la transparencia del mensaje que seamos capaces de transmitir los que hemos sido llamados y ya hemos respondido.
A los jóvenes les resulta difícil hoy día optar por una vida religiosa franciscana que, al parecer, reviste escaso significado en esta nueva sociedad, caracterizada por tener unas estructuras anacrónicas que vienen a "cortar las alas" y a ahogar las energías más generosas. Pero sigue siendo fascinante el Evangelio que se vive y la vida que se entrega con gozo por parte de no pocos Frailes y Fraternidades.
Los jóvenes nos retan a hablar de eso que "conocemos por haberlo experimentado"; no se aburrirán oyéndonos hablar de Dios si les comunicamos lo que Dios es para nosotros, cómo vivimos nuestra relación con él, cuál es nuestra experiencia. Asimismo, no se aburrirán si les hablamos de la vida religiosa y franciscana, si les contamos cómo nos esforzamos en vivir los valores de esta vida por la que hemos optado. Lo que no aguantan de ninguna manera es que les "soltemos de memoria nuestro rollo" como si se tratase de una obligación que nos ha caído encima y que tenemos que desempeñar. La Pastoral Vocacional tiene que partir de la experiencia: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos... lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros" (1Jn 1, 1-3). El lenguaje de la animación vocacional tiene que ser un mensaje que llega al interlocutor, que le impacta, le estimula, le convence. Sólo hay una manera de conseguir esto: impactando de lleno a la persona a través de una experiencia vital que ella pueda captar como verdaderamente significativa para su propia realización y felicidad.
LA ATENCIÓN PASTORAL A LAS VOCACIONES,
RESPONSABILIDAD DE TODOS LOS HERMANOS
Así planteada, la atención pastoral de las vocaciones no puede ser tarea de uno solo: es deber de todos los Frailes. Todos tenemos la obligación de recordar al pueblo de Dios "la responsabilidad que le incumbe en relación con la vocación de cada hombre". A todos incumbe "la responsabilidad de suscitar y sostener nuevas vocaciones".
Y, sin embargo, son todavía muchos los Frailes que, cuando se habla de las vocaciones, piensan que se trata de un problema que atañe sólo a los "encargados". Es preciso pasar de una "mentalidad de delegación", que restringe la responsabilidad a unos pocos, a una "mentalidad de compromiso" de todos. No es suficiente considerarnos implicados sólo con nuestro sentimiento: es necesario también "el compromiso explícito" de todos a nivel operativo. No basta con que todos estén preocupados por la escasez de vocaciones: es preciso que cada uno asuma su propia responsabilidad en la "promoción y sostenimiento" de nuevas vocaciones.
Asumir esta responsabilidad por parte de todos y de cada uno de los Frailes requiere, ante todo, un cuidado de la calidad de vida, un serio compromiso de fidelidad a nuestra identidad evangélica de Frailes Menores lo cual comporta, como bien sabemos, "llevar una vida radicalmente evangélica, en espíritu de oración y devoción y en comunión fraterna; dar testimonio de penitencia y de minoridad; llevar a todo el mundo el anuncio del Evangelio, animados del amor a todos los hombres; predicar con las obras la reconciliación, la paz y la justicia".
El compromiso por mejorar nuestra calidad de vida no puede ser sólo de cada individuo sino que ha de ser de toda la comunidad. La vocación es un don que recibimos personalmente para poder vivirlo en fraternidad y para manifestarlo como fraternidad. Cada uno de nosotros es una pieza del gran mosaico de la vida franciscana, cuya belleza y esplendor sólo aparecerá si logramos mostrarlo en su conjunto.
LOS COMPROMISOS FUNDAMENTALES
De aquí se sigue: el compromiso de todos por hacer de Dios y de su Hijo Jesús la opción fundamental de nuestra vida. Es éste el valor primero e irrenunciable en la vida de cuantos desean ser propuesta vocacional. Nuestras Fraternidades tienen que ser células vivas de fe, espacios que favorezcan el encuentro con Dios, con todo lo que de ello se deriva.
El compromiso por parte de todos a vivir y a mostrarse como una familia, creando Fraternidades abiertas, acogedoras, capaces de celebración; Comunidades que sean auténticos hogares; Fraternidades transparentes, auténticas, creativas y favorecedoras de la corresponsabilidad.
El compromiso por parte de todos de anunciar el Evangelio en pobreza y minoridad, haciendo del hombre lugar de encuentro con Dios. Este compromiso, a su vez, exige una fe encarnada, como revulsivo contra todo pseudo-espiritualismo; una existencia abierta a las necesidades de los hombres, a sus problemas y a sus aspiraciones; una existencia desnuda y libre, como "peregrinos y forasteros en este mundo".
Asumir todos y cada uno de los Frailes la responsabilidad de la Pastoral Vocacional comporta también una aproximación real al mundo juvenil. Tengo para mí que, en tantas ocasiones, no son los jóvenes quienes están lejos de nosotros, sino que somos nosotros los que estamos lejos de ellos.
Estamos lejos de los jóvenes cuando vemos sólo los aspectos negativos de la cultura juvenil actual, cuando pensamos que la juventud es "una enfermedad que pasa con los años" y rechazamos a priori sus reivindicaciones, muchas veces justas; estamos lejos del mundo juvenil cuando los jóvenes nos molestan y tratamos de evitarlos.
Por el contrario, estamos realmente cerca de su mundo cuando, a pesar de las dificultades, tratamos de comprenderlos, nos dejamos cuestionar por ellos, acondicionamos nuestras Casas para que puedan hallar en ellas un ambiente de encuentro y de intercambio y empleamos nuestro tiempo en escucharlos y en acompañarlos en su camino de fe.
Asumir todos y cada uno de los Frailes la responsabilidad de la Pastoral Vocacional exige, por último, que tengamos el coraje y la capacidad de hacer una propuesta clara y explícita.
Dentro del proceso vocacional debe existir un momento en el que se plantee la propuesta vocacional. A aquellos jóvenes que presentan signos de vocación hay que hacerles, con gran delicadeza, esta pregunta: ¿y tú? ¿Por qué no?
La propuesta de eso que da sentido a nuestra vida, no es una imposición, no es algo forzado, sino una ayuda que los jóvenes tienen derecho a esperar de nosotros.
Si ser Frailes Menores es para nosotros fuente de felicidad, ¿por qué no podría serlo también para otros?
(Revista: VIDA RELIGIOSA, ENERO 2001)
L
FORMACIÓN
OS SUEÑOS DE LA VIDA RELIGIOSA: "MIRA
AL CIELO, CUENTA LAS ESTRELLAS..." (A.
CENCINI).
La vida consagrada ha manifestado siempre la dimensión "soñadora" de la fe, por así decir. Bajo el influjo del Espíritu Santo, fantasía desenfrenada pero serena del Eterno, ha sabido intuir a través de la historia lo que a simple vista era invisible, dar vida a proyectos que parecían irrealizables, creer que lo imposible para el hombre sí es posible para Dios. Todos los fundadores y fundadoras han sido grandes soñadores y, por eso, muchos de ellos han debido soportar el que se los tomara por visionarios e ilusos. Todos ellos, indistintamente, han tenido la fuerza de proyectar en el presente aquello que el Espíritu les hacía entrever, cultivando pequeñas semillas que llegarían a ser después grandes árboles (cf. Mt 13, 22). Pero no se han limitado, en realidad, a ser solamente grandes soñadores, sino que han creído profundamente en sus sueños y han tenido el valor y la constancia de realizarlos.
Esto es precisamente lo que marca las diferencias... Hoy han disminuido las visiones y parece que ya no surgen profetas entre nosotros. Aunque tal vez no sea verdad que no soñamos. Lo que ocurre es que frecuentemente ya no creemos tanto en nuestros sueños. Nos hemos hecho prosaicos y realistas. Tan serios y calculadores que no estamos dispuestos a dejarnos ilusionar por la fantasía soñadora, o por unos deseos que muy apresuradamente son tachados de utópicos. Corremos así el riesgo de no ser ya significativos, terminando por jubilar la vida consagrada y su empuje profético. Nos contentamos simplemente con administrar lo que existe, más preocupados por el reajuste de los efectivos que por la renovación, con el consiguiente peligro de morir prematuramente. Es natural que la animación vocacional se resienta profundamente de esta actitud alicaída.
Animación vocacional significa precisamente dar vida a un sueño y proporcionarle un futuro, rescatando a un joven de la tentación de querer realizarse sin trascendencia alguna y de contentarse con repetir el pasado casi como en una fotocopia que se proyecta hacia el futuro. Significa ser capaces de soñar y hacer soñar, de ayudar a creer en los sueños. En efecto, la vocación ¿no es acaso el sueño del Creador respecto a su criatura?
Digamos, pues, que una vida consagrada con ganas y valentía para soñar posee una gran fuerza de convocatoria, ejerce una notable fascinación y hace mella en el corazón de los jóvenes, a la vez que es capaz de descifrar también el sueño del Eterno. El poeta G. Pascoli dice que "los sueños del corazón... cantan fuerte y no hacen ruido". Así es también el sueño de la vida consagrada, "sueño del corazón", sueño que incluso "canta", vigoroso y seguro, pero sin imponerse ni hacer ruido...
Divido esta charla en tres partes, como un tríptico bíblico que presenta en cada uno de sus cuadros una imagen particularmente significativa, para comentar con vosotros el sueño de la vida consagrada y la profecía de la animación vocacional del tercer milenio.
1. Abraham y las estrellas: la valentía de soñar
"En aquellos días, Abraham recibió en visión la palabra del Señor: 'No temas, Abraham; yo soy tu escudo, y tu paga será abundante". Abraham contestó: 'Señor, ¿de qué me sirven tus dones si me voy sin hijos y Eliezer, de Damasco, será el amo de mi casa?'. Y añadió: 'no me has dado hijos y un criado de mi casa me heredará'. La palabra del Señor le respondió: 'no te heredará ese, sino uno salido de tus entrañas'. Y el Señor lo sacó fuera y le dijo: 'mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes'. Y Añadió: 'Así será tu descendencia'. Abraham creyó al Señor y se le contó en su haber" (Gn 15,1-6).
Este icono bíblico tiene una extraordinaria fuerza evocadora para el creyente que busca con afán una apertura hacia el futuro, como nos sucede a nosotros, los consagrados, hoy en día. Desde un cierto punto de vista, nos asemejamos a nuestro padre Abraham, verdadero padre en la fe, cuando estaba sentado y desconsolado en su tienda, sumido en su reflexión sobre el pasado que, aún habiendo sido rico de esperanza, no parece encontrar confirmación en el presente y convierte en incierto el futuro. "Me voy sin hijos" (Gn 15,2)
Abraham, a sus 85 años, tal vez en una noche de insomnio, recuerda que antaño se le había hecho la promesa de llegar a formar una "nación grande" (cf. Gn 12,1s). Él creyó en esta promesa y por eso se aventuró en un difícil viaje. En efecto, todo parecía indicar que lo anunciado se habría de cumplir: el don una mujer hermosa, una inmensa fortuna, una cierta supremacía sobre los pueblos vecinos, la bendición de Melkisedek,... Pero ahora, a Abraham se le agota la esperanza y comienza dudar de este Dios. "Comienza a faltarle una perspectiva futura. Él, que se ha visto agraciado de toda riqueza, material y espiritual, mira ahora su propio futuro y se da cuenta de su esterilidad en una edad ya avanzada. Esto le hace pensar en un cambio generacional más bien sombrío, pues, en el mejor de los casos, será la descendencia del siervo la que suceda al padre de familia (Abraham- Eliezer). Abraham no sabe encontrar perspectivas nuevas en el ámbito cerrado de sus experiencias, que tienden cada vez más a recluirse en el propio pasado y en lo adquirido hasta el presente. Abraham corre el riesgo del ahogo característico de quien confía en los propios cálculos y no sabe hacer espacio a nuevos criterios, a la novedad, la cual no puede ser la simple reelaboración de estrategias personales o institucionales precedentemente aplicadas. Ya no es capaz de ver soluciones dentro de las coordenadas de la mujer, el ganado o su "poder" político o religioso, por más que estas cosas formasen parte de la más grande bendición de Dios". Estos elementos, al ser la cruda realidad, no dejan margen alguno al sueño que trasciende, anticipa o transfigura la realidad, haciendo percibir sus aspectos invisibles y misteriosos...
En efecto, las palabras con que responde a la enésima propuesta divina de tener confianza tienen un fuerte sabor de amargura (¡y no es casualidad que éstas sean las primeras palabras que la narración bíblica pone en boca de Abraham!): "Señor, Dios mío, ¿qué me vas a dar? Yo me voy sin hijos y el heredero de mi casa es Eliezer de Damasco" (Gn 15, 2).
Así nos ocurre también a nosotros cuando miramos con nostalgia un pasado que ya no existe, cuando recordamos el entusiasmo de los días de la llamada, los días del nacimiento o de la afirmación de nuestros carismas, individuales o institucionales o, en todo caso, los tiempos de las "vacas gordas", aunque tal vez no los hayamos vivido personalmente. No hay nada malo en ello. El problema surge cuando queremos competir con estas épocas pasadas, cuando obstinadamente nos sentimos en el deber de alcanzar forzosamente esos mismos niveles en términos de presencias, de números, de fuerza institucional..., y, en consecuencia, pensamos que hemos de proyectar una pastoral vocacional cuya meta es la cantidad suficiente para lograr volver a aquel pasado glorioso. De este modo, termina por ser perdedora y deprimente. Es el círculo vicioso, por un lado, de las expectativas no realistas, de las pretensiones exageradas o de los sueños equivocados, que nos hacen errar también el objetivo y el modo de actuar. Lo mismo ocurre, desde otro punto de vista, con las expectativas minimalistas y mezquinas, otro tipo de sueños equivocados, que nos hacen restringir el objetivo de la Pastoral Vocacional sólo a algunas vocaciones, aquellas que interesan a nuestra institución, haciéndonos ofrecer el servicio solamente a algunos, como si sólo algunos fueran los llamados y la vocación cristiana no tuviera también otras metas; al final, ambas expectativas sólo consiguen aumentar el sentido del fracaso y la depresión general.
1.2. "Uno salido de tus entrañas'" (Gn 15,4)
"La palabra del Señor le respondió: 'no te heredará ese, sino uno salido de tus entrañas'" (Gn 15, 4).
Dios entra o, mejor, irrumpe en los sombríos pensamientos de Abraham. Notemos que aquí no se da un verdadero diálogo. El texto hebreo no nos presenta un intercambio de intervenciones entre los dos interlocutores. Hay como una censura, un algo inesperado e inédito, inconsecuente y asimétrico, entre el pesimismo del hombre y el optimismo de Dios. El Señor JHWH propone a Abraham un camino nuevo, una nueva confianza en la antigua promesa de tener descendencia. No emplea artilugio alguno ni piensa en cambiar los papeles ya asignados a cada uno. Tampoco recurre a ningún cambalache ni a ficciones jurídicas, puesto que "uno salido de tus entrañas" te heredará. La promesa se cumplirá tal como se había hecho, respondiendo a una fidelidad de Dios que es visceral, como lo será la descendencia de Abraham. Dios reitera su fidelidad a la palabra dada y, con ello, confirma la implicación directa de Abraham en su cumplimiento a través de la descendencia. Esta es la responsabilidad del hombre y queda excluida cualquier posibilidad de delegar en algo o alguien la parte que cada uno debe desempeñar. Se descarta, por así decir, todo tipo de … técnica artificial reproductiva.
La animación vocacional será siempre una acción natural, genuina, no artificial, ligada totalmente al cumplimiento de la promesa divina - y, por tanto, a la acción del Padre - y, al mismo tiempo, gestionada enteramente por el hombre, por una pasión por el reino que convierte a cada llamado también en llamante o, en otras palabras, a cada creyente en padre y madre de otro creyente. "Se hace animación pastoral sólo por contagio, por contacto directo, porque el corazón está lleno...". La verdadera catequesis vocacional se hace "de persona a persona, de corazón a corazón". Es "rica de humanidad y de originalidad, de pasión y fuerza de convicción, una animación vocacional sapiencial y experiencial". Su género comunicativo "no es el didáctico o exhortativo, y ni siquiera el amigable por un lado, o del director espiritual por otro (entendido como aquel que imprime inmediatamente una dirección precisa a la vida de otro), sino del tipo de la confessio fidei... [...]. Confesión que, a su vez, supone la madurez creyente característica del adulto en la fe, de quien ha tomado en serio su propia formación permanente como camino de crecimiento en el asentimiento creyente y, de hecho, cada día crece en la fe. Aunque deba ser aún clarificado y explicitado, la relación entre la animación vocacional y la formación permanente es evidente (ambas hijas de un mismo periodo histórico y las dos hoy en crisis). Tal vez otro sueño en qué soñar y en qué creer sea precisamente el de aprender a conjugar juntas estas dos facetas de la vida consagrada actual.
Precisamente por eso, en razón de esta doble atención, el acompañante vocacional es también un entusiasta de su vocación y de la posibilidad de transmitirla a otros; es un testigo no solamente convencido, sino también contento y, por tanto, convincente y creíble" . En resumidas cuentas, el animador vocacional veraz es un labrador por cuenta propia, que no deja a otros el campo, abandonándolo, que tiene entre sus manos, sino que lo trabaja con esmero y sabiduría campesina, poniendo atención a todo, "desde el terreno a la simiente..., desde aquello que lo hace crecer a cuanto obstaculiza el desarrollo" , esperando con paciencia, sembrando y volviendo a repetir la sementera con obstinación, sin buscar ni pretender rebuscar en otros campos (v. gr. en el extranjero) donde parece que la cosecha es más fácil y requiere menos fatiga...
1.3. "Mira al cielo y cuenta las estrellas" (Gn 15,5)
"El Señor le sacó fuera" (Gn 15, 5). Abraham es "sacado fuera" por Aquel que le habla; no puede ni debe permanecer "dentro de su tienda", de sus preocupaciones y sus previsiones roñosas, llorando por su futuro y añorando el pasado, con el miedo de quien sólo puede contar con sus propias fuerzas. Le hace salir fuera de la tienda, le hace mirar y contar las estrellas de cielo. "No se puede dar por supuesto que a los 85 años se tenga la capacidad de levantar los ojos y mirar el cielo estrellado. La imagen de este hombre que, en una noche del desierto, tiene el valor de alzar la vista para contemplar el cielo, es una imagen que merece ser gustada en todo su espesor de silencio, de estupor y de maravilla. Es la imagen de la sorpresa infantil o del amor de los enamorados, que miran al cielo soñando el propio futuro de vida en común. Pero esta imagen expresa también la contraposición entre quien tiene un corazón capaz de mirar a lo alto y quien, por el contrario, permanece con el corazón duro ("mi pueblo es duro para convertirse: llamado a mirar a lo alto, ninguno levanta la cabeza", (Os 11, 7) , o sea, la diferencia entre quien sabe soñar y quien no sabe. Esto nos impacta mucho a todos nosotros, que estamos encogidos y cabizbajos, con la mirada demasiado puesta hacia el suelo y que no recordamos ya el proyecto siempre grande que Dios sigue teniendo sobre nuestra vida. Según una cierta cultura que tiende a igualar y reducir todo, también el designio divino de salvación debería sufrir algún reajuste. Y, como estamos viviendo en tiempos de reducción también en la Iglesia y en nuestros Institutos, corremos el riesgo de sufrir también nosotros los peligrosos efectos de esta cultura y de su correspondiente antropología, que ya no sabe soñar y para la cual "Dios no ha muerto. Vive, sí, pero está trabajando en un proyecto menos ambicioso", como reza un grafito anónimo aparecido en estos tiempos en algún muro de nuestras ciudades. Ya no es la cultura violenta del "Dios ha muerto". Hoy la insidia es más sutil. Se trata de hacer inocuo, o más a medida del hombre, el designio redentor divino, casi de banalizarlo poco a poco, quitando a la fe cristiana toda, o casi toda, su fuerza de choque y limando sus dimensiones transcendentes.
Se llega así, en definitiva, a un empobrecimiento del modelo de hombre que está en el centro del proyecto divino, quitándole, por ejemplo, la dimensión vocacional, el sueño de Dios sobre cada ser humano. Es una cultura antivocacional, que puede llevar a una pastoral vocacional interpretada y realizada por consagrados o consagradas que no saben levantar la vista, que nunca han visto las estrellas o que jamás han aprendido a contarlas. Personas que no han comprendido aún que el universo, con su inconmensurable cantidad de estrellas, es símbolo del carácter popular y universal de la vocación cristiana, un don dado a todos y llamada dirigida a cada uno, porque cada uno es una estrella en el universo divino, en el que debe brillar ocupando su propio puesto. Dios, en efecto, "cuenta el número de las estrellas y llama a cada una por su nombre" (Sal 146, 4).
Al entrar en el nuevo milenio, la pastoral vocacional tiene urgente necesidad de una espiritualidad de la visión (que es el sueño en términos bíblicos). En nuestros tiempos, las visiones son raras (como en los tiempos del profeta, cf. 1 Sam 3, 1) y son sustituidas por las estadísticas que, dicho sea de paso, nos suelen dar por perdedores. Esto nos puede llevar a realismos quejumbrosos y deprimentes, desconocedores de esa magnífica lección de la historia, la cual se encarga tantas veces de contradecir nuestras previsiones . Por eso, hoy más que nunca, es necesario afrontar el problema vocacional con la mirada iluminada por la fe y examinarlo con ojos que, a pesar de todo, se eleven hacia lo alto. Hay que hacer así precisamente para devolver a la animación vocacional su naturaleza de servicio eclesial que se ofrece a todos, para descubrir el proyecto de Dios sobre cada uno, para liberar la pastoral vocacional de criterios mezquinos y mercantiles, para responsabilizar a todo creyente sobre este ministerio y no tener miedo de sembrar por doquier la buena simiente de la vocación. Hay que tener la valentía de afrontar ambientes nuevos, de acudir a los "pozos de agua viva" de los que habla el documento del Congreso Europeo sobre las vocaciones , allí donde es posible encontrar a los jóvenes de hoy y su sed, sin temor a proponer grandes ideales y las perspectivas de vida que solo el amor del Padre puede pensar y predisponer para el hombre.
Levantar la mirada y contar las estrellas del cielo no es algo que hoy se haga de manera espontánea y, sin embargo, es indispensable hacerlo para no cerrarnos en nuestras tiendas a hacer cuentas que no cuadran y que alimentan sólo "la patología del cansancio y de la resignación" , o sea, la desesperanza y la inanición.
2. Jesús y la muchedumbre: del sueño a la realidad
Si Abraham cuenta las estrellas en el cielo, Jesús, "al levantar los ojos, vio mucha gente que venía hacia él" (cf. Jn 6, 5). Lo repite en dos contextos diferentes, uno específicamente vocacional (cf. Mt 9, 37) y en el milagro de la multiplicación de los panes (cf. Mt 14, 14; Mc 6, 34; Lc 9, 11; Jn 6, 5). En ambos casos, esta imagen evangélica se presta a una lectura vocacional, tanto en el plano de los valores de fondo como de la pedagogía que da a entender. Más aún, de alguna manera manifiesta cómo el sueño puede inspirar la realidad o dictar las líneas de una vida consagrada, en la que la persona vive su propia vocación y comprende el anuncio vocacional como una responsabilidad ante Dios y ante los hermanos.
2.1. El evangelio de la vocación como responsabilidad
Nos parece que en estos pasajes evangélicos la vocación se define sobre todo como responsabilidad en relación con Dios (responsabilidad como capacidad de respuesta, respons-habilidad) y en relación con los demás (como un hacerse cargo de la salvación del otro), haciendo ver una pedagogía que armoniza ambos aspectos y que resulta sumamente importante para nosotros.
En efecto, ante esta muchedumbre:
a. Jesús mismo se siente responsable, y lo expresa de varios modos. En primer lugar viéndose personalmente afectado por la suerte de quienes están junto a Él: siente compasión por ellos (cf. Mt9, 36) "porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor" (Mc 6, 34).
b. Por otro lado, actúa en consecuencia. En efecto, ante la situación penosa de la gente, lo primero que hace es pedir que se dirija la mirada al Padre, el Señor de la mies, el primer responsable, Aquel a quien se ha de confiar el problema: "Rogad, pues, al Dueño de la mies" (Mt 9, 38). Pero, acto seguido, Jesús comparte esta responsabilidad con sus discípulos, enviándoles y dándoles "poder" (=responsabilidad) "para curar toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 10, 1). Se fía de ellos, se encomienda a su libertad (hasta el punto que, entre ellos, está también Judas), es decir, despierta en los suyos, como en cualquiera, la capacidad de respuesta.
c. Así procede también en el episodio de la multiplicación de los panes y de los peces, cuando ordena a los Doce: "dadles vosotros mismos de comer" (Mc 6, 37). Juan incluye una pregunta de Jesús a Felipe ("¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?") para ponerles a prueba (cf. Jn 6, 5-6) e implicarles inmediatamente en el problema; inmediatamente después les pide una participación activa, les compromete expresamente en diversas actuaciones, siempre necesarias, de tal manera que no fueran sólo espectadores y beneficiarios, sino protagonistas del prodigio que estaba por realizar.
d. Algo parecido hace Jesús con la muchedumbre. Aún sabiendo - o precisamente porque lo sabe - que la gente le seguía porque había visto "los signos que hacía con los enfermos", Jesús adopta el mismo procedimiento de implicarles responsablemente en el caso. Aprovecha la atracción hacia su persona y el hambre del gentío, para saciar tanto su necesidad física como su afán de recibir de Él la salvación. Por eso busca entre la gente alguien que tenga alguna cosa, apreciando y valorando lo que le presentan, sin desechar lo poco que encuentra, sino que lo "bendice y multiplica...". Más aún, para que la gente estime lo que Él ha hecho y no dar pie al derroche o a que se malgaste cualquier don de Dios, manda recoger los trozos sobrantes "para que nada se pierda" (Jn 6, 12). Nada debe perderse, tampoco la habilidad humana, que ha de ser el talento investido responsablemente por la causa del Reino, signo de una llamada específica e instrumento de servicio. No obstante, después de todo esto, a esta muchedumbre movida por deseos ambiguos, le dirige un mensaje difícil, duro de entender; le propone doblegar el deseo, la implicación personal ante la salvación, tomar posición responsable ante su persona..., aún a riesgo de ser rechazado y echarlo todo a perder. Se arriesga incluso con sus discípulos, mostrando una escasa disponibilidad para hacer el animador vocacional de viejo estilo: "También vosotros queréis iros". Acepta el riesgo precisamente porque quiere una decisión personal ante Él, y que se asuma una responsabilidad personal. Veremos esto más adelante.
2.2. La pedagogía de la responsabilidad vocacional
De estos dos pasajes típicamente vocacionales (como lo es, en realidad, todo el evangelio), podemos extraer una auténtica pedagogía de la vocación con sus indicaciones metodológicas.
2.2.1. Originalidad de la salvación cristiana
A mi entender, el punto central de los dos episodios es el siguiente: la teología de la vocación es parte integrante del mensaje cristiano como mensaje de salvación. Esta salvación proviene de lo alto e instiga a cada uno para que se deje salvar. Es un don que salva en la medida en que, quien es redimido, es también llamado y acepta ser llamado a cargar sobre sus hombros la salvación del hermano; de por sí, alguien es redimido sólo cuando se hace cargo de la salvación del otro, acogiendo la llamada que se le hace en este sentido, no cuando se limita a aprovechar el mérito y el don de otro, por más que sea de origen divino. En el fondo, la salvación cristiana es precisamente la liberación del egoísmo, incluido ese egoísmo aparentemente "neutro" y cómodo consistente en... no hacer nada malo (y tampoco bueno). Es la salvación, sobre todo, de la tristeza diabólica que supone referir todo a sí mismo, de la presunción de autosuficiencia, de ese egoísmo que se camufla frecuentemente bajo aspiraciones aparentemente nobles, como es el ideal de una perfección privada y de una salvación exclusivamente individual.
La salvación que Cristo nos ha traído es apertura a un don que crea libertad, y libertad que, en su plenitud, se transforma en responsabilidad. Es un fenómeno pasivo-activo: don recibido que inmediatamente, por su propia naturaleza, tiende a convertirse en bien donado; en el fondo, es el modo de ser de Cristo mismo, el Cordero que lleva sobre sí el pecado del mundo, lo que ahora se transmite a la personalidad del cristiano, para que prolongue y complete su misión redentora. No hay fractura entre los dos momentos, sino que son una única experiencia de salvación, la cual se realiza - lo repetimos - en el mismo instante en que el salvado se configura con el Salvador, anunciado la salvación en su nombre. Por eso ofrece su propia vida y experimenta su propia historia como historia de salvación, recibida y donada.
Consecuentemente, también el concepto de vocación conecta de inmediato con la idea de salvación, en el cuadro de una lógica altruista y no autorreferencial. Es ciertamente revelación del nombre y del proyecto de Dios sobre cada uno, pero, precisamente porque viene de Dios, este nombre abre el yo hacia el tú. De este modo, la pedagogía vocacional está construida enteramente en base a la lógica del don, del don que se reproduce, por así decir; esto es, el don que genera libertad y responsabilidad, que hace llegar a ser adultos, adultos en la fe, o sea, capaces de hacerse cargo de la salvación de otros, capaces de acoger la llamada que procede del Salvador, esta llamada que Jesús, como hemos visto, tomando pie en los anhelos de la muchedumbre, dirige Él mismo primero a sus discípulos y finalmente toda la gente. Esta es la originalidad de la salvación cristiana que, como en un círculo virtuoso, lleva de la gratitud por la salvación recibida a la gratuidad de la salvación donada, porque la "vida no es una aventura solitaria, sino diálogo, don que se convierte en quehacer".
2.2.2. El cristiano irresponsable (o el infantilismo espiritual)
Podemos preguntarnos si realmente es éste el cristianismo que hoy predicamos y practicamos, y del que damos testimonio en nuestras comunidades. Me permito ponerlo en duda, en la medida que el cristiano de hoy no parece ser el hermano responsable de su hermano. Son muchos los cristianos, tal vez demasiados, que parecen corroborar, en la práctica, aquella actitud cínica del pecado de Caín, que acompaña a la humanidad prácticamente desde sus orígenes. Es la actitud que la Biblia ha esculpido en la disculpa aducida ante Dios: "¿soy yo acaso guardián de mi hermano?" (Gn 4, 9). Con esta expresión, el mal hermano dio definitivamente muerte a Abel, deshaciéndose de él y tachándolo del mundo de sus preocupaciones, como si nunca hubiera existido, ni debiera la falta de responsabilidad del creyente medio, o sea, su infantilismo creyente.
Pocas veces nuestras comunidades parroquiales consiguen dar testimonio de un clima de reciprocidad, o celebrar el sacramento de la de la fraternidad como lugar e instrumento de salvación; salvación que ciertamente viene de Cristo, pero que se realiza cuando el yo se abre al tú y lo carga sobre sus hombros. Incluso las comunidades religiosas o sacerdotales rara vez logran dar fe de una comunión entre sus miembros que lleve a la recíproca corresponsabilidad en el orden de la salvación o de la santidad que han de vivir y construir juntos. La comunión de los santos parece pertenecer a otro mundo, al más allá, a una quimera, como si fuera sólo una realidad virtual... Más en concreto, parecen faltar en la conciencia del cristiano de hoy dos actitudes o convicciones fundamentales: la toma de conciencia de la "gracia costosa", de la que habla Bonhöffer, y la consecuente asunción de responsabilidad en relación con el otro. Veámoslas por orden.
2.2.2.1. La gracia costosa
"La gracia barata - afirma con su incisivo talento Bonhöffer - es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy nosotros abogamos por la gracia cara [...]. Gracia barata es el anuncio de perdón sin arrepentimiento, es bautismo sin disciplina de comunidad, es Santa Cena sin confesión de los pecados, es absolución sin confesión personal. Gracia barata es gracia sin seguimiento de Cristo, gracia sin Cruz, gracia sin el Cristo viviente, encarnado. Gracia cara es el tesoro escondido en el campo, por cuyo amor el hombre va y vende con alegría todo lo que tiene; es la perla preciosa para cuya adquisición el comerciante da todos sus bienes; la señoría de Cristo, por la cual el hombre se arranca el ojo que lo escandaliza, la llamada de Jesús que impulsa al discípulo a dejar sus redes y a seguirle. Gracia cara es el Evangelio que se ha de buscar siempre de nuevo, el don que siempre se ha de implorar, la puerta a la cual se ha de llamar una y otra vez. Es cara porque nos llama al seguimiento; es gracia porque llama a seguir a Jesucristo; es cara porque el hombre la adquiere al precio de su propia vida, es gracia porque precisamente de esta manera le da la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. La gracia es cara, sobre todo, porque ha costado mucho a Dios; ha costado a Dios la vida de su Hijo [...]. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado demasiado caro a su Hijo para rescatar nuestra vida, sino que lo ha entregado por nosotros. Gracia cara es la encarnación de Dios".
Creo que para ninguno de nosotros pasa inadvertido el que la masa de los fieles apenas se da cuenta del "precio" de la gracia, en los términos descritos por Bonhöffer, y que, por nuestra parte, este precio sólo se dice en voz baja. En nuestro caso, a la lista anterior podríamos añadir otra forma más de gracia barata: es gracia sin seguimiento y vida sin vocación, salvación ofrecida por Cristo que no ha creado conciencia alguna de responsabilidad, como una salvación que ha perdido su objetivo.
2.2.2.2. Huida de la responsabilidad
Cuando no se aprecia la gracia "cara", tampoco se puede tomar la decisión lógica de asumir una determinada responsabilidad en orden a la salvación. La gracia recibida, especialmente si ha costado un cierto precio, exige al creyente que ponga en acción el mismo mecanismo gratuito, que se convierta él mismo en gracia. No sólo por un deber de gratitud, sino porque el cristiano es salvado precisamente por eso y para eso: es salvado para que se convierta en salvación y en la medida en la que efectivamente lo consigue. Pagando el precio que ello comporta. Pero, por desgracia, esto no es lo que ocurre hoy en nuestras comunidades creyentes, en parte debido a un evidente influjo cultural. Al vivir en una cultura sin padre, estamos asistiendo a una verdadera y auténtica huida de la responsabilidad, la cual, a su vez, determina el extravío de la libertad y la dignidad humanas. Hoy todo parece orientado a crear justificaciones y excusas de nuestra situación acomodada. El psicólogo sostiene que todo depende de los males pasados, de la madre inmadura y avasalladora o del padre débil o autoritario. Proliferan los diagnósticos tranquilizadores, que nos permiten continuar creyendo en nuestra bondad indefectible, aún cuando tales análisis no consuelan realmente a nadie, porque la misma realidad se encarga de desmentirlos. Incluso en la dirección espiritual estamos tan condicionados por el miedo a hurgar en ciertas heridas que después ya no sabemos estimular ninguna actitud libre y creativa, ni conducir al joven a asumir una actitud responsable ante sus límites, más o menos relacionados con su pasado.
Desde este punto de vista, estamos transmitiendo un cristianismo inocuo, de salón, hecho de buenas maneras y de méritos personales, de indulgencias privadas que se ingresan en la propia cuenta (mientras todo en planteamiento de las indulgencias está construido sobre la verdad de la comunión de los santos); una mezcla de exultante tinte de bondad y de garantismo apaciguador, de economías autorreferenciales, de santidad aún demasiado individualista, de repliegue devocional, de itinerarios demasiado orientados y circunscritos al yo...; consecuentemente, se produce un cristianismo demasiado poco relacional, donde la relación es un mero accidente, y no ya el lugar donde se desarrolla el drama, el drama de la salvación; o un cristianismo tan hijo de una cierta cultura del analgésico que se convierte él mismo también en un gran calmante de masa...
Se trata, pues, de un cristianismo de consumo, perfectamente amoldado a una sociedad en la que muy pronto se da a entender al niño que ha venido al mundo para consumir; en la que al muchacho y adolescente, cuyas exigencias son solícitamente satisfechas, se le prohibe soñar, porque apenas manifiesta un deseo, se le contenta inmediatamente; en la que todos usan alegremente los productos confeccionados por otro: cada uno va, compra y consume; como un cliente cualquiera que, si no queda satisfecho, se le devuelve el importe, o como el espectador de un drama interpretado por otros que ya ni siquiera le conmueve. Así se entiende y se vive muchas veces también el ser creyente en Cristo, de manera pasiva, infantil y anémica, eventualmente reivindicativa y pretenciosa. De este modo, el "consumidor de redención" termina por dejar de apreciar el don y por no conocer su precio, el alto precio de la gracia obtenida. Por el contrario, olvida que "ninguno es arrastrado automáticamente desde la aglomeración amorfa hasta las puertas del cielo", como dice Von Balthasar. Hay un infantilismo espiritual propagado hoy por doquier, con diversas formas de huida de la responsabilidad en relación con Dios, de los otros y, en último término, de sí mismos.
Hay verdaderamente una pastoral de los sacramentos que termina por reducirse a la lógica de usar y tirar (como, por ejemplo, la banalidad de la confirmación como "fiesta del adiós"). Cuántas misas, oraciones, ritos, sacramentos... se repiten indefinidamente, simplemente como suministrados al individuo, sin que estimulen conciencia misionera alguna; cuánta gracia y palabra de Dios, cuántos bienes espirituales secuestrados por cada creyente, individualista impenitente; sobre todo, cuánta mentalidad de que ser cristiano significa observar, no cometer, celebrar cultos... para sí mismos; y qué poco capaces somos de difundir la idea de que aquel que es salvado por la cruz de Cristo debe hacerse agente de salvación según un proyecto de vida específico y cargado de responsabilidad. Sin embargo, ésta última idea es precisamente nuestro sueño vocacional de hoy. A pesar de ello, nosotros, los consagrados sobre todo, presentamos muy poco la idea de que ser amados por Dios no es solamente una verdad consoladora, sino que significa ser asumidos por él - poco importa si como obreros o dirigentes, a primera o última hora - para participar en la obra de la redención. Quiere decir, con otras palabras, dejar que él nos haga capaces de amar a su manera, esto es, haciéndose cargo de la salvación de otros. Cuántas veces nuestra animación vocacional se muestra más preocupada por la supervivencia de nuestros institutos que por anuncio de la salvación cristiana. En consecuencia, pocas veces conseguimos crear con nuestra consagración una cultura vocacional, al estar empapados de una mentalidad todavía demasiado individualista, con horizontes pobres y estrechos, tan mezquina como mercantil.
2.3. ¿Vocación como autorrealización?
Me parece que esta idea de una salvación cristiana con escasa dosis de responsabilidad tiene una consecuencia concreta en el modo de entender la vocación. En efecto, si el cristianismo se comprende en la práctica cada vez más de manera subjetiva y como algo que responde a los propios cálculos y necesidades, es inevitable que, a su vez, la vocación sea interpretada con la categoría de la autorrealización. Se tiende a examinarla a la luz de criterios demasiado centrados en las aspiraciones y deseos del individuo, es decir, como el cumplimiento de las propias dotes y cualidades, a su vez ponderadas en base a las propias valoraciones e inclinaciones, con el objeto de llegar a una situación de satisfacción y bienestar consigo mismo (el "sentirse realizado"...). Queda así irremediable relegada a un segundo plano la dimensión relacional y la idea de la vocación como cumplimiento de un proyecto que proviene de Otro y que me realiza en la medida en que me abro al otro (de la autotrascendencia a la relación). La lógica de la autorrealización restringe enormemente el concepto de identidad y de vocación, anula cualquier sueño e ignora el sentido del misterio, porque hace confluir todo a lo ya conocido, sin fantasía ni creatividad alguna. En realidad, quien se autorrealiza se contenta con muy poco y se condena a sí mismo a repetirse durante toda la vida. No podrá tener la libertad ni el valor suficiente para descubrir nuevas dimensiones, aspectos inéditos de su personalidad, más allá de sus dotes y cualidades. En definitiva, para quien se obstina en autorrealizarse existe únicamente el yo actual, no el yo ideal. Éste será, a lo sumo, una proyección del primero. Aunque sólo sea en el plano humano y psicológico, esto representa un empobrecimiento real de la persona.
No creamos que todo esto es un panorama inverosímil y absurdo. Como nos dicen recientes estudios sociológicos, es bien sabido que esta idea de autorrealización constituye la clave interpretativa normal con la que los jóvenes abordan hoy el fenómeno de la vocación. En ello encontramos un signo bastante evidente del clima de la falta de sentido de responsabilidad de la cultura actual que todos nosotros respiramos.
Es preciso oponerse a esta tendencia involutiva, antitranscendente y antirrelacional, que repliega al hombre sobre sí mismo. Es necesario volver a proclamar un cristianismo redentor y adulto, especialmente en los países de antigua raigambre cristiana (como Italia y, tal vez también, España),en los que una cierta relación entre Iglesia jerárquica (clero) y los fieles ha producido, primero, una comprensible huída de la responsabilidad en muchos creyentes, delegando tranquilamente los cometidos de todo cristiano a las figuras institucionales y, después, a una fuga del cristianismo en cuanto tal, al ser considerado como la religión de los niños y de las ancianas beatas, como se dice, con todo el respeto por éstas benditas mujeres. Hay que invertir la tendencia y tener la valentía de salir de la involución. El cristianismo del futuro, o será de adultos abiertos a la relación y, por tanto, responsables cada uno de su quehacer inderogable, o no será.
2.4. La etapas de la responsabilidad vocacional
Verdaderamente, la palabra clave es responsabilidad. Etimológicamente quiere decir "capacidad de respuesta", la cual, en el plano puramente humano - como afirma H. Jonas - , desencadena "el cuidado por otro ser, reconocido como un deber y capaz de transformarse en inquietud cuando se amenaza a la vulnerabilidad de ese ser... Es un temor contenido en la pregunta básica de la que surge toda responsabilidad activa: ¿qué pasará a ese ser si yo no me cuido de él?". Comenta A. Paoli: "cuando el amanecer nos trae esta pregunta, comenzamos nuestra jornada cercanos a Dios". En efecto, en el plano de la fe, responsabilidad significa "actitud y vocación a estar ante Dios que interpela en lo más íntimo: no como 'súbditos' - pasivos y temblorosos, o quizás suspicaces y rebeldes, en el fondo no hay tanta diferencia entre las disposiciones interiores -, puros receptores y usuarios de su don que coincide con el conjunto de su ser para nosotros; sino como partner, llamados a cooperar con Dios en la creación y en la redención, en la humanización del mundo". Hacer animación vocacional significa hoy, en buena medida, evocar este sentido de responsabilidad, suscitar la capacidad de respuesta en relación con Dios, del Dios que llama, que no ha creado autómatas y robots, sino seres libres para asumir sus propias responsabilidades ante la obra de salvación y ante los hermanos que hay que salvar.
¿Cómo suscitar esta responsabilidad? Para responder a esta pregunta podríamos volver de nuevo sobre el "evangelio de la vocación", esto es, sobre la actitud que adopta Jesús, el verdadero animador vocacional (sembrador, educador, formador, acompañante, en la terminología del NVNE), con la muchedumbre. Propongo, pues, aquellos momentos precedentemente expuestos, como indicadores de una pedagogía vocacional que ha de llamar en causa la responsabilidad.
2.4.1. "Grey sin pastor" (= "hombre sin vocación")
Jesús, ante todo, "siente compasión" por quien parece cansado y hambriento. Creo que el animador vocacional deba ser sobre todo una persona de grandes sentimientos, capaz de empatía, de sufrir con. Es imposible evocar responsabilidad en los otros si no es a partir de un corazón grande, capaz de alojar al otro con su agotamiento y de hacerse cargo de él.
Me parece que la situación de hoy no es tan diversa de la de los tiempos de Jesús: las ovejas sin pastor, la muchedumbre hambrienta, la grey dispersa y errante, son el hombre de hoy "sin vocación". Lo que produce cansancio y abatimiento, y que de hecho desorienta, es precisamente no sentirse llamado por un Otro, porque si ninguno me llama quiere decir que nadie me ama y que yo no cuento nada para nadie. La vocación es, originalmente, la manifestación de ese Dios que, cuando ama y porque ama, llama. La ausencia de un proyecto significa también un vacío de amor. Por consiguiente, el hombre sin vocación es también el hombre desresponsabilizado, privado de su derecho-deber de sentirse responsable, no reconocido como capaz de responder, de acoger y restituir amor, esto es, privado de su capacidad de respuesta ante quien lo llama porque lo ama. El auténtico animador vocacional es capaz de sentir compasión por todo esto. No sólo en el sentido de tener sentimientos piadosos, sino en el de saber hacerse mediación de una voz amorosa, de esa voz amorosa que es Dios; sabe expresar interés y atención al individuo, hacerle ver la importancia que su vida tiene para Dios y para los demás. Precisamente por eso, puede abrigar la esperanza de suscitar en él la responsabilidad. No es el representante de comercio que coloca sus productos y trata de convencer o de forzar una conformidad a toda costa. La compasión es un sentimiento delicado y fuerte al mismo tiempo. La vida consagrada debe ser en el mundo expresión de esta compasión divina, de la ternura de Dios que llama. Cum-pati, padecer juntos, es también implicarse responsablemente en el drama de la salvación.
2.4.2. "Rogad al dueño de la mies"
Jesús pide inmediatamente que se dirija la mirada al Padre, dueño de la mies, el primer responsable, Aquel a quien se ha de confiar el problema. No se trata únicamente de rezar por las vocaciones, como ya hacemos normalmente, sino de comprender que la primera encomienda, el primer encargo, en la perspectiva misionera de Lucas en el envío de los discípulos, es precisamente la plegaria. Es como confesar que la vocación es de lo alto, de Dios por Cristo, en la potencia del Espíritu Santo: Dios es el sujeto que establece las llamadas y solamente Él las puede desvelar y sustentar. "No es el sujeto individual quien elige, ni siquiera es solamente la Iglesia que llama (es decir la respuesta a las necesidades de la Iglesia), como tampoco son las necesidades del mundo (o del Instituto) las que suscitan vocaciones o las que deberían incentivar la oración por las vocaciones.
En una palabra, Dios es el principio de la llamada y también el fin (el télos), pero estos dos polos sólo se pueden mantener unidos orando" . La vocación no puede reducirse al desempeño de una función, a un servicio, sino que es ante todo un modo de ser general de la criatura; más aún, es ese modo de ser que el Creador ha pensado para la criatura y que, por tanto, sólo el Padre puede revelar. Por eso rezamos por las vocaciones: para que el Padre desvele su proyecto, porque sólo una comunidad orante puede descubrir el don preparado por Dios, porque únicamente la oración capacita al creyente para reconocer el don predispuesto por Dios. No sé en qué medida la tan recomendada oración por las vocaciones exprese esta macrothymia, esta amplitud de miras, esta valentía de soñar al modo divino, este sentido de responsabilidad y universalidad que une la atención de cada uno a las perspectivas del reino. Sospecho que a veces se limita a las necesidades y a las coyunturas contingentes, terminando quizás por expresar sobre todo el temor y el afán de quien ve las cosas sólo desde su pequeño huerto (y no ha aprendido a mirar al cielo y a contar las estrellas...). Hay toda una pastoral vocacional que es hija del miedo y está concebida según lógicas temerosas; pongamos cuidado en que no ocupe lugar en el equipaje que con en el que caminamos en el siglo que comienza. La segunda observación es en cierto modo la otra cara de la moneda de lo que hemos visto hasta ahora: la oración, por su propia naturaleza, suscita responsabilidad. Crea responsabilidad porque pone en sintonía con el amor del Padre que quiere que todos se salven. De otro modo no es oración cristiana. Precisamente por eso, la oración por las vocaciones es un gesto responsable cuando no se convierte en una delegación o una descarga en el Padre eterno de la responsabilidad. La oración auténtica aumenta el propio sentido de responsabilidad y hace sentir aún viva la exigencia de implicarse en aquello que se pone en las manos del Padre. De otro modo es alienación y fuga, es compensación y falso apaciguamiento. Al límite, es el intento de manipulación en relación con lo divino. Aunque tal vez pueda parecer excesivo, podría decirse que no todos pueden rezar por las vocaciones, sino sólo aquellos que viven con fidelidad y sentido de responsabilidad su vocación, prodigándose por la de los demás.
2.4.3. La pro-vocación
Ya hemos visto antes, al comentar el pasaje de la multiplicación de los panes, cómo Jesús implica y responsabiliza a los doce y también a aquellos que de entre la muchedumbre pueden contribuir en algo, aunque sea muy poco. Hay en este gesto una serie de insinuaciones que nos llaman la atención. Aluden al respeto, a la desproporción, al drama y al riesgo que comporta toda propuesta vocacional.
2.4.3.1. El respeto
Nos dice el Evangelio que, cuando Jesús envía a los suyos, les da también autoridad y ciertos poderes. Nosotros podemos traducir este poder como ministerio y entender el proceder del Maestro como un modo de dar responsabilidades a los que envía. Este aspecto cuestiona también nuestra pastoral vocacional, en la medida que no siempre la concebimos ni la realizamos prácticamente como verdaderamente vocacional-ministerial, esto es, como un llamar por nombre para una misión absolutamente personal. A quien se llama, se le confía también un encargo para la comunidad, lo cual significa confiar en la persona, reconocer la dignidad intrínseca de todo ser creyente y apreciar los talentos particulares de cada uno, hasta el punto de no tener reparo en hacerle partícipe - ¿por qué no? - de ciertas facultades o "poderes". La imagen del cura factótum o del religioso que se apropia en exclusiva de la vocación a la santidad es una herencia que dejamos con mucho gusto al siglo que ahora termina, como un lastre engorroso y un fardel que, además de inútil, es peligroso.
Una auténtica pastoral es profundamente respetuosa de la originalidad de cada creyente. No puede ser de masa, sino que ha de llevar necesariamente a descubrir el modo en que toda persona está llamada a responder a Dios. En esto no hay ministerios grandes y pequeños, porque todas las maneras de servir a la comunidad son también un modo de preparar y apresurar la venida del reino. Por eso, Jesús busca al muchacho que tiene "sólo" dos panes y cinco peces, valora la aportación de cada uno, incluida la de quien tiene "sólo" el cometido de repartir la comida o recoger las sobras "para que nada se pierda" (Jn 6, 12). En efecto, los dones de cada uno sirven para edificar la comunidad, como carismas al servicio del crecimiento de todos, de modo que cada partícula de la humanidad responda positivamente a la llamada que se le hace. Por lo mismo, la vida consagrada es verdaderamente fiel a sí misma y profundamente carismática, no sólo cuando se reproduce a sí misma, atrayendo a otros a vivir el propio carisma, sino también cuando muestra su vitalidad y es capaz de suscitar otros carismas en la comunidad creyente. Carismas que pueden ser complementarios al nuestro, nuevos e inéditos o con otras raíces en la Iglesia, pero que siempre responderán al designio de divino sobre cada persona y a las necesidades eclesiales del momento histórico.
2.4.3.2. La desproporción
Precisamente para realizar este sueño, la vida consagrada debe ser pro-vocante en su anuncio, y no limitarse únicamente a buscar la autorrealización de cada individuo. Queremos decir con esto, que nuestro modo de suscitar corresponsabilidad en la Iglesia de Dios no puede limitarse al simple reconocimiento de las competencias o cualidades de cada uno. Las comunidades creyentes no son grupos terapéuticos, preocupados en exclusiva de tranquilizar al sujeto proporcionándole un lugar cómodo donde se encuentre a gusto tal como es. No tenemos nada en común con la lógica ingenua y engañosa de los grupos Dianetics o de ciertos grupúsculos del archipiélago New Age, donde todos tratan de encontrar despreocupadamente su bienestar privado y su realización, rigurosamente cortada a su medida (o a la de sus miedos), sin más pretensiones. Puesto que la vocación viene de lo alto y nunca se ajusta exactamente a las dotes de la persona, sino que siempre va más allá, sobrepasando lo que ya se tiene y pidiendo, no solamente un poquito más sino, en realidad, lo imposible, no resulta inmediatamente tranquilizadora y apaciguadora. No es proponer cosas fáciles y de rápida ejecución. No es una actividad que se contenta con la aplicación de test de actitudes ni un argumento que se agota en la evaluación de sus resultados. La vocación es siempre algo desproporcionado a las fuerzas del individuo...
Esto es lo que hemos querido decir al hablar de la autorrealización, como un objetivo insuficiente de la vocación cristiana. Y no es que la autorrealización sea mala - ¡faltaría más! -, sino que, entendida de manera simplista, es demasiado poco para el sujeto mismo. La verdadera realización de la persona es posible sólo como consecuencia no intencional de una intencionalidad vocacional y autotranscendente. Es decir, es algo se que logra cuando se superan los confines del individuo proyectándolo hacia el otro, hacia el cumplimiento de algo que sobrepasa el sujeto, hasta el punto de que él mismo nunca hubiera tenido el valor de elegirlo como su punto de llegada ideal y que implica siempre el don de sí y de la propia vida por los demás.
Esta es la lección que nos da Jesús, el cual desafía a los Doce, literalmente y no por juego, cuando les conmina: "dadles vosotros mismos de comer" (Mc 6, 37). Las "existencias" con que cuenta la vocación cristiana son éstas: 5 panes y dos peces para dar de comer a 5.000 hombres, teniendo que sobrar 12 cestos llenos... A esto se refiere Jesús cuando constata que la mies es mucha y los obreros pocos, siempre pocos (cf. Mt 9, 37), o cuando advierte que envía a los suyos "como ovejas en medio de lobos..." (Mt 10, 16), es decir, una "pequeña grey y una gran misión". Hay siempre una desproporción insuperable "para que resalte mejor que la vocación es iniciativa de Dios.
Una pastoral vocacional entendida como simple lectura de la propia intimidad y la actuación de los propios talentos es otra de las herencias intrigantes y equívocas del siglo pasado, de la que con gusto prescindimos al desembarcar en el 2000.
2.4.3.2. El drama
Así pues, el planteamiento vocacional es dramático por su propia naturaleza. No sólo porque no es fácil ni surge de un acuerdo espontáneo entre sentimiento humano y voluntad divina, entre dotes naturales y proyecto trascendente, sino porque pone al ser humano ante una decisión que no puede delegar en ningún otro, y que no compromete sólo un segmento de la vida o una parte de sí, sino toda la existencia. Una existencia que, en cierto modo, debe ser rescatada de los cálculos y las previsiones meramente humanas que la atenazan, de las atracciones, los gustos y las tendencias del momento, para ser vista e interpretada según la lógica de Dios y en la perspectiva de un proyecto de salvación. "En efecto, Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su Hijo unigénito...". Este es el sentido del discurso sobre el pan de vida que Jesús dirige a unas muchedumbres que, sin embargo, le estaban siguiendo simplemente porque él había saciado su hambre y por eso querían hacerle rey. Jesús quiere deshacer el equívoco y pronuncia una palabra dura y difícil de comprender. Una palabra con la cual plantea en toda su crudeza el drama de la redención ("yo soy el pan de vida..., si no coméis la carne del hijo del hombre, y no bebéis su sangre...", Jn 6, 51.53), pidiendo a todos una decisión personal, una toma de posición responsable. Pide entrar en el drama y no quedarse sólo como espectadores, consumidores o beneficiarios pasivos de la redención...
Creo que aquí tenemos una indicación pedagógica de capital importancia. Todos estamos contaminados por una cierta cultura del analgésico, según la cual hoy todo debe ser suministrado en porciones mínimas y a bajo coste, de modo que no resulte demasiado amargo y difícil de digerir. Debe incluso parecer atrayente y realizable de inmediato, sin producir temor ni chocar demasiado con las diversas sensibilidades... Así ocurre en la educación en familia, en la escuela e incluso en nuestras casas de formación. El resultado, me parece, es que se pierde el sentido del drama en el modo de presentar nuestra fe, tanto en la predicación como en la liturgia, en la catequesis y en la formación en general. Quede bien claro que no es un simple problema de estética de la comunicación. Se trata de que estamos perdiendo progresivamente, y haciendo perder, como antes decíamos, el sentido de la gracia que tiene un precio muy alto e implica el drama de tomar una decisión personal ineludible ante las palabras duras y la propuesta difícil de Jesús. "Nuestra pastoral deberá ser... una pastoral más provocadora que consoladora; capaz en todo caso de transmitir el sentido dramático de la vida del hombre, llamado ha hacer algo que nadie puede hacer en su lugar... O la pastoral cristiana conduce a esta confrontación con Dios, con todo lo que eso implica en términos de tensión, de lucha, a veces de huida o de rechazo, pero también de la paz y el gozo inherentes a la acogida del don, o no merece este nombre". Más aún, a fuerza de limar aristas y eliminar escollos terminará por dulcificar y desnaturalizar la realidad cristiana, haciéndola perder precisamente su belleza original y su capacidad de atracción.
No estoy reivindicando un retorno a ciertas formas radicales de otros tiempos (después de todo, también éstas han formado generaciones de cristianos deprimidos y deprimentes, o rígidos o disgustados). Quiero decir solamente que rebajar el nivel de exigencias, además de ser una operación dudosa en el plano ético, es también normalmente decadente desde el punto de vista estético y contraproducente para suscitar verdadero atractivo. Y, sin embargo, este es el riesgo que estamos corriendo con un cierto modo de presentar nuestro credo. Un riesgo que afecta también a cierta pastoral vocacional ingenua, que se ha dejado embaucar por este clima azucarado y ha llegado a usar técnicas más bien propias de la publicidad de agencias turísticas ("ven con nosotros, recorrerás el mundo") o que pretende ocultar ciertos aspectos importantes ("Quien elige a Cristo elige todo y no renuncia a nada!"). En otros casos se contenta con proponer un proyecto de toda una vida entregada al Señor como una opción a tiempo determinado, similar a un contrato lleno de garantías - que alguno llama "voluntariado" - y que poco o nada cambian en la vida de quien, de este modo, parece que se presta, en vez de darse de verdad. Un sermón, una catequesis, una animación de grupo, un encuentro, una celebración eucarística o penitencial, etc., deberían concluirse siempre como concluyó el discurso de Pedro el día de Pentecostés, cuando todos "sintieron el corazón traspasado y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: "¿qué debemos hacer?" (Hch 2, 37; cf Jn 6, 28). Si no se provoca esta pregunta, no es pastoral cristiana, sino un entretenimiento vacío e inútil . Uno no sabe que hacer con una pastoral vocacional de este tipo, que se parece a una inocua hipótesis de trabajo, y la dejamos gustosos en el museo de los objetos y utensilios en desuso, pertenecientes a la prehistoria de la pastoral vocacional.
2.4.3.2. El riesgo
La provocación de Jesús es realmente total, hasta el punto de que, con ella, acepta no pocos riesgos. En efecto, cambia la posibilidad de que la gente que antes lo quería, ahora, tras aquel discurso duro y misterioso, le dejaran plantado, y que también sus discípulos dieran marcha atrás y ya no se fueran con él (cf. Jn 6, 66). Sin embargo, Jesús no se arredra, sino que incluso instiga aún más a los doce: "También vosotros queréis iros" (Jn 6, 67). Se diría que adopta una actitud peligrosa y poco inteligente para un animador vocacional; este pasaje casi nos hace pensar que Jesús no sabía desempeñar muy bien este papel. Cuántos animadores vocacionales, en su lugar, habrían comenzado a hacer distingos, a dirigir frases tranquilizadoras, a relativizar la situación y limar aristas, a puntualizar...
Con todo, la auténtica pro-vocación debe afrontar este peligro, porque es libre y liberadora, poniendo al otro ante alternativas precisas. Por eso no hace descuentos y pide al joven que tome una decisión límpida y totalmente personal, sin sombra alguna de presión, jugándose hasta el fondo su autonomía, casi desafiando su libertad. En efecto, un verdadero camino vocacional es también siempre evocador de libertad, en el sentido de que la vocación cristianamente entendida es e-vocación, llamada a la libertad de la persona para que elija ser ella misma, realizarse según su verdad.
Este es el proceso que Jesús quiere poner en marcha en Pedro, en los discípulos de entonces y, de manera análoga, en cuantos le seguirán en el curso de la historia. Esto se ve más claro si tenemos en cuenta que Jesús, con esta pregunta que suena a desafío, no sólo quiere verificar la adhesión que los suyos le tienen. Lo que les plantea no es sólo si quieren abandonarle a Él, sino si desean marcharse por ellos mismos. Es, pues, un reto a decidir sobre si quieren una existencia propia, lejos del Maestro, abandonándole a Él, que es la verdad, el camino y la vida, y que terminaría alejándoles también a ellos de la propia verdad, de las propias raíces. En este contexto adquiere todo su valor y significado la respuesta de Pedro, con la cual se da a entender cómo la relación de los discípulos con Jesús ocupa un puesto central en su vida y cómo Jesús ha logrado hacerles entender que sólo en Él se encontrarán a sí mismos, porque sólo Él tiene palabras de vida.
La pastoral vocacional debe llegar a formular este tipo de provocación y no puede contentarse con pedir o esperar decisiones sin captar antes la centralidad en la vida de la relación con Cristo, como fuente de verdad, de la verdad personal de cada llamado. Tampoco puede dar por descontado que todos lo que son llamados estén en condiciones de apreciar todo lo que está en juego y que sean libres para elegir. Una verdadera animación pastoral intenta ante todo poner de manifiesto la relación entre identidad y vocación, llevando al llamado a que se perciba a sí mismo, la verdad de su ser personal, su yo ideal, en la propuesta vocacional.
El error de ciertas estrategias vocacionales consiste, por un lado, en que desgastan la propuesta vocacional, anticipándola excesivamente o formulándola de una manera mermada (egoístamente reducida) y, por otro, en que a veces no llegan nunca al grano, esperando indefinidamente una decisión que no termina de tomarse, haciendo así el juego de ciertos jóvenes de hoy, incapaces o temerosos de decidir. Algunos de éstos prorrogarían quién sabe hasta cuando opción decisiva de la vida, participando mientras tanto todos los encuentros vocacionales para concluir que… todavía tienen que pensárselo. En ambos casos se pierde el nexo entre la libertad de elección y la capacidad de reconocer la propia verdad en el ideal vocacional, el nexo del que deriva el sentido de responsabilidad en la persona.. Así pues, no hemos de tener nostalgia alguna por ese modo de hacer pastoral vocacional poco responsable.
(El texto, tomado de internet, de una conferencia pronunciada en el marco de las Jornadas Nacionales de Pastoral Juvenil Vocacional –Madrid, 13-15 octubre de 2000-. También podéis encontrarlo en: A. CENCINI, “Los sueños de la vida religiosa. ‘Mira al cielo, cuenta las estrellas’”, Todos Uno 144 (octubre-diciembre 2000) 11-45).
En este número de Forum.com traemos también la síntesis que Jesús Sáez hace de un encuentro de formadoras y formadores, impartido por Xavier Quinzá Lleó, en la Confer de Madrid. Puede ser un ejemplo a seguir por otros que participáis en cursos, cursillos, conferencias, etc.
“ENCUENTRO DE FORMADORAS Y FORMADORES”
CONFER de MADRID. Sábado 18 y domingo 19 de noviembre
PONENTE: Xavier Quinzá Lleó, S.I.
TÍTULO: “La intimidad: espacio de acogida y apertura”
PARTICIPANTES: 99; de ellos tan sólo 13 varones.
Ambiente cálido de apertura y acogida, para que pudiera haber entre nosotros un poco de la intimidad que estábamos acariciando con las ideas. La oración de la mañana del sábado y la eucaristía del domingo nos centró en la Persona de Cristo, capaz de arrastrar nuestra intimidad a las profundidades de lo cotidiano, para dar a toda nuestra vida la tonalidad de redimidos.
El ponente fue muy competente en contenidos y claro en la exposición. Le agradecemos, además, que nos adelantara él tema con un folleto de 28 páginas, donde podíamos “ir y venir” para buscar más luz. Los esquemas en la pizarra y los ejemplos llevaban a nuestras mentes y sentimientos toda la riqueza que el tema ya sugería. El lenguaje utilizado, oscila entre la precisión de lo científico y la cercanía de vital. He aquí un resumen para los que no pudieron estar disfrutando en este fin de semana de estas jornadas de formación.
La intimidad es verdadero icono de Dios. Ser expertos en intimidad es haber hecho experiencia del Dios de la profundidad. Es la clara “matrícula” de la significatividad en la cultura de la diversión y de la superficialidad en la que estamos inmersos.
La intimidad es el lenguaje del amor y de la amistad. Es preciso conocer las leyes “gramaticales” que estructuran este lenguaje. La “gramática” cotidiana de la intimidad nos da la clave para entender que el uso que se hace de la intimidad ha sido el correcto. La confidencia (conversar con otros de cómo se ama) es el escenario abierto y comunicativo de la intimidad. En una sociedad que multiplica lo impersonal (como lejano), la intimidad lo intensifica (lo hace próximo): la intimidad es contracultural. La excesiva tarea no debe ahogar la intimidad. El rasgo principal de la intimidad es su asimetría: nunca es igual el amor que se da que el amor que se recibe. Amar es permitir que el otro sea distinto. No amamos para que nos amen, sino porque Dios nos ama. En el encuentro con otro en profundidad siempre me configuro según la calidad del encuentro. El modo de sentir y vivir la intimidad es distinto en el varón y en la mujer. Compartir la vida es abrir la intimidad en el encuentro entre dos personas, que siempre utiliza mediaciones (cuerpo, palabra, etc.).
Actualmente se está transformando mucho el código o los modos de expresar de la intimidad. El prototipo del amor ha ido cambiando desde un amor platónico, pasando por un amor de pasión y paradójico (s. XVIII) y un amor romántico, entendido como libre y realizador de la persona (s. XIX), hasta llegar actualmente a un amor centrado en una “relación pura”: la relación en la pareja ahora tiende a alimentarse desde sí misma (no desde la sociedad, ni desde la familia que impone los criterios de funcionamiento). Esta relación tiende a ser auténtica y exclusiva, pero muy insegura respecto del futuro: funciona cuando funciona y cuando no interesa se corta dicha relación (en algún país europeo hay casi tantos divorcios como matrimonios).
En todo caso, cuando dos intimidades intentan recorrer un camino juntos, siempre hay un intento mutuo de capturar el corazón del otro, en el encuentro “reparador” para ambos. El resultado es siempre la creación de una “biografía narrativa mutua”: hay muchas cosas que sólo podemos contar los dos solos. Al compartir la intimidad partimos de algo a lo que no podemos renunciar: ambos nos comprometemos a expresar nuestras diferencias y semejanzas manteniendo siempre la confianza (“contrato de confianza”). Escuchar, expresarse, acoger, comprobar que le he entendido y que me ha entendido; no juzgar, ni interpretar; no rechazar, no etiquetar. Intentar sencillamente comprender y ser comprendido. Preguntar más por el cómo y el por qué de lo que da sentido a la vida, que pretender del alter ego que se defina entre el sí y el no. Un objetivo inmediato es entender desde qué nivel habla el otro (hechos, sentimientos, ideas, resonancia de lo sentido o mundo de su imaginación). Desde ahí entender el significado (semiótica de la intimidad) de lo se nutre y vive el otro. La repuesta es obligada, aunque no siempre haya que satisfacer su deseo, sino más bien negociar su demanda.
Las relaciones íntimas son estructuralmente simbólicas y metafóricas. Hay muchas modalidades de “marcha” hacia un mutuo y más profundo adentro. Hay relaciones maduras centradas en la exploración mutua. Pero también la relación puede ser una droga, pues hay relaciones íntimas que funcionan desde la inmadurez psicológica. En todo caso las heridas en la intimidad pueden ser sanadas y reconciliadas si son conocidas y el pasado herido se narra en el presente consciente, acogedor y liberador.
Con Dios también podemos tener relación idolátrica (toxicómana o drogodependiente), como de “usar y tirar”... Pero, también podemos tener una relación madura que no suponga un “Yo” hinchado (todo yo hinchado hay que pincharlo). Todos somos un poco “toxicómanos”, pues buscamos irremediablemente con apego nuestro interés. Cuando en nuestra experiencia de Dios arrastramos mucha carga de proyección, la experiencia religiosa puede hacerse opio. En tal caso “nuestro Dios” estaría muy muerto.
Hay una gramática de intimidad propia de los célibes. Podemos dar cauce al amor o por el contrario matar al amor en nuestro corazón. Hay muchos modos de amar. En todo caso la relación ha de inclinarse no hacia lo impersonal, sino hacia lo personal: no somos funcionarios del Reino de Dios, sino amigos del Rey.
Jesús es transparencia de la intimidad con Dios, verdadero experto en intimidad. Puede leerse el Evangelio intentando comprobar los lazos de unión que ha ido tramando con sus íntimos, es decir, los apóstoles y algunos discípulos. Y también nosotros podemos tener una historia de intimidad con Él, que es eternamente actual y presente. La intimidad es como un mundo de significados que solamente entendemos entre los dos. Lo íntimo es siempre el último reducto de mi ser, el centro de mi alma, el fuego vivo que me quema; y también el Espíritu de Jesucristo que me habita. Hoy tenemos la ocasión de adherirnos a Jesús para entrar en su intimidad, conocerle más íntimamente: el camino ha de encontrarse desde el silencio, la acogida de su Palabra, la adhesión a su Persona y el querer lo que él quiere (de nosotros y de los demás). Así, amar a sus amigos: los fracasados de la vida, los pequeños, los enfermos, los oprimidos..., hasta dar la vida como él, por él y en la “Relación” que él establece entre los dos. Nuestra adherencia a Jesucristo es evaluada y verificada en la cruz. También aquí hay que dejarse arrastrar por el deseo de Dios y saber “negociar” su demanda, conscientes de que la dinámica de la intimidad nos va a llevar desde la incorporación de su voluntad (hacer lo que él quiere), hasta hacer nuestro su estilo de vida (aquí está la fuente de significación para nuestros votos) y lograr con él una “relación pura”: estar con él y compartir su intimidad es ya nuestra paga (no nuestra droga).
La conclusión a que llegábamos en este apreciado curso era agradecer con palabras de S. Agustín la fuerza y la presencia del Dios presente en lo más íntimo de nuestra intimidad. Sólo podemos entender bien nuestra vida desde la experiencia del “enamoramiento de Dios”: Primero, nos hemos dejado contagiar, nos hemos “expuesto” al misterio (de su presencia inmediata y mediada en el hermano), nos hemos puesto a tiro: él nos ha cazado. Luego nos hemos dejado arrebatar y apoderarse de nosotros, es decir, arrastrar hasta la luz de la tiniebla, que hay en toda cruz, hasta donde algo o todo nos pueda “doler”; entonces hemos compartido su “amor que duele”. Entonces nos hemos dejado alumbrar con sus linternas: con sus silencios, con sus ausencias. La experiencia del encuentro en amor puro cristaliza en gratuidad y libertad: dejarse hablar en el silencio y recibir agradecido y gozoso el don de la intimidad con Cristo, experto en intimidad.
Agradecemos a Xavier Quinzá este regalo que nos ha hecho, fruto y poso de su gran experiencia en intimidad. Jesús Sáez Cruz, SDB .
L
COMUNICACIÓN
A IGLESIA ANTE LAS NUEVAS AUTOPISTAS DE LA
INFORMACIÓN
(Cooperador Paulino (enero-febrero 2000))
DOMINGO por la mañana. Parroquia periférica de una ciudad del centro. La catequista pregunta a Rubén, que esa mañana está un poco más nervioso que de costumbre: “A ver, Rubén, ¿sabrías decirme cuáles son los siete sacramentos?”. “Sí: pues bautismo, confirmación, eucaristía... confesión... (Rubén arruga el ceño tratando de recordar, y continúa): divorcio, aborto... el séptimo no lo recuerdo”.
Podría parecer un chiste irreverente, pero es auténtico y nos pone inmediatamente en contacto con la realidad cotidiana, con la vida de los niños que están creciendo en la edad de los medios de comunicación electrónicos.
Por su cabeza pasan mil cosas -poseen mucha más información que sus padres, y no digamos de sus abuelos-, pero no parece que tengan ideas más claras ni respuestas mejor preparadas. Las certezas de fe que hasta hace poco eran patrimonio de la primera edad de la vida, hoy parece que han desaparecido, barridas por el turbión de las imágenes televisivas. La formación cristiana tradicional parece vacilar bajo el diluvio de la información: desde el punto de vista de la fe, ¿Cómo serán las nuevas generaciones que han crecido entre spots, homicidios, sexo y adivinas repartiendo suerte?
Las preocupaciones en orden a la fe se pueden insertar en el gran debate sobre el “poder” de la televisión y los nuevos medios de comunicación. También en el campo religioso parece reproducirse esa contraposición entre “apocalípticos” e “integrados”, que ya hace más de 30 años denunciara Umberto Eco como característica de los estudios sobre los efectos sociales de los medios de comunicación.
Autorregulación e intereses
La televisión, ¿es realmente una “mala maestra”, una ”ladrona del tiempo y una criada infiel”? El eco suscitado por las acusaciones lanzadas por Karl Popper, filósofo de la ciencia y “gurú” de la sociedad abierta y democrática, no se ha apagado aún. En particular la propuesta de Popper de instituir una especie de “carné” que habilite para la producción de espectáculos televisivos, a fin de poner algún freno al proliferar de espectáculos violentos y licenciosos que tienen efectos deletéreos sobre la formación intelectual y moral de las jóvenes generaciones, ha originado muchas polémicas, pero también muchos consensos.
De estos debates han nacido propuestas de ley para la reglamentación del sistema radio-televisivo, comités de “media-ética” y códigos de autorregulación que constituyen loables, aunque frágiles, intentos de los agentes de la información de autorreglamentar un campo en el que se enfrentan formidables intereses económicos y operaciones tendentes al dominio político y al control social.
Apocalípticos e integrados representan dos puntos de vista opuestos, que no obstante comparten la misma convicción: la omnipotencia de los medios de comunicación. El difuso temor de que puedan manipular la conciencia humana, así como la posición opuesta, esto es, la esperanza de que con ellos se pueda iniciar “la edad de oro” de la democracia directa y de la comunicación mundial sin barreras (piénsese en el éxito de Internet) son posiciones que enfatizan acríticamente las novedades tecnológicas, llevando empero a descuidar la observación de lo que sucede realmente en la sociedad.
Una especie de determinismo tecnológico aúna a apocalípticos e integrados; pero por esta vía se pierde el contacto con la realidad. Si queremos saber cuál será el futuro de la fe en la edad de los nuevos medios de comunicación, debemos mirar lo que sucede en los “mundos vitales”, donde los niños crecen y desarrollan sus capacidades, convirtiéndose en miembros de la sociedad.
¿Qué sucede en la familia, en las aulas escolares, en los grupos juveniles, o en la hora de catequesis?
Se puede “domesticar” la televisión
Investigaciones sociológicas hechas en el extranjero nos muestran que las familias, en general, no adoptan posturas pasivas ante la televisión. Verdad es que el aparato es un “huésped indispensable” en nuestras casas, pero su hablar es comentado y reinterpretado de modo diverso. Existe el riesgo de manipulación, pero únicamente para las personas solas y poco instruidas; en cambio, las familias en las que el diálogo entre padres e hijos es fluido y prosigue incluso mientras ven la televisión, en que se comentan las escenas y se seleccionan cuidadosamente los programas, son ambientes en los que el vídeo recupera su función, que es la de informar y divertir.
Es, pues, posible “domesticar” la televisión; el verdadero problema es que para conseguirlo hacen falta recursos (culturales) y tiempo, y escasea la voluntad de hacerlo. Son pocos los padres que saben estar verdaderamente cerca de sus hijos, en lugar de limitarse a “mantenerlos”; son pocos los enseñantes que saben ser educadores y no simples “técnicos” de la instrucción; son pocos los sacerdotes o laicos que saben ser “maestros” en la fe, en lugar de “funcionarios de lo sagrado” o ayudantes de la parroquia. No es que falten personas buenas; pero con buenos sentimientos no se resuelve un problema que tiene un oculto pero profundo origen social: la tendencia de muchos a aislarse, pese a la multiplicación de reuniones, contactos y relaciones. “Hace poco que he tenido ocasión de visitar gran número de familias -me comentaba un párroco-. Generalmente en las casas había una abuela, un niño y dos o tres televisores. Y es que la televisión se ha convertido en una niñera electrónica y en un modo de llenar una vida carente de relaciones auténticas entre las personas. Nos damos cuenta de que el poder de la televisión es inmenso sólo porque la sociedad se ha vuelto muy débil. Los individuos tienden a distanciarse unos de otros. En busca de libertad que es entendida sólo como no-elección , como indeterminación. No hay que extrañarse de que exista tanta incertidumbre a la hora de pronunciarse sobre los valores y las metas comunes. La sociedad actual parece haber renunciado a decir con claridad quiénes somos y qué queremos ser, y esto tiene repercusiones inmediatas sobre el modo como crecen los recién nacidos. Es verdad que ya nadie lamenta, salvo de palabra, los “buenos tiempos antiguos”: en realidad hoy a nadie le gustaría vivir con el estrechísimo control social de los pueblos, donde no sólo todos sabían todo de todos, sino que cada cual tenía predeterminada la existencia desde su nacimiento: uno nacía noble y otro campesino, y así seguían el resto de sus días.
Metas educativas inciertas
La sociedad moderna ha suplantado a la tradicional, pero la socialización se ha mantenido “fuerte” por estar basada en valores comunes como el trabajo y la racionalidad. acompañados por la esperanza de mejorar socialmente. Pero hoy la modernidad parece diluirse, al menos en el plano sociocultural, precisamente porque ya no logra satisfacer las crecientes expectativas que ella misma ha fomentado: baste pensar en la excepción de los jóvenes más instruidos, que tienen que luchar durante años para encontrar un trabajo adecuado a sus estudios. La crisis de la modernidad se traduce también en incertidumbre ante las metas educativas. En la desorientación que sigue a la fragmentación posmoderna, a muchos nos resulta difícil ser padres, enseñantes o educadores.
Precisamente el paso de una socialización “fuerte”, conseguida merced a la existencia de un núcleo de valores compartidos por toda la sociedad, a la actual “ligereza” de la acción educativa, permite a los nuevos medios de comunicación parecer los “educadores” de las jóvenes generaciones. La que han hecho posible la televisión y los nuevos medios de masas es una “socialización ligera”, que permite a los sujetos en fase evolutiva “tener en su mano” no sólo el mando a distancia, sino también su formación. Los recién nacidos, en las largas horas que pasan ante el vídeo, “se forman a sí mismos”, construyen su identidad “ensamblando” informaciones y comportamientos tomados de transmisiones diversas, incluso de culturas no occidentales. Así, la identidad resulta casual, incoherente, fragmentada y cambiante. La “videosocialización” es, pues, el resultado no querido de una sociedad en crisis proyectiva, de personas desorientadas que no saben cómo educar (y que incluso se preguntan si conviene hacerlo).
El “poder” de los nuevos medios es tal sólo porque la sociedad es hoy tan débil que les atribuye un rol y cometidos que ellos, en cuanto instrumentos, no tienen. En el aspecto educativo, el influjo de los medios es tanto mayor cuanto menor es la capacidad de la familia, la escuela y la Iglesia de ser auténticos “mundos vitales”, capaces de ofrecer recursos de sentido y ocasiones de interacciones realmente humanas, tales que venzan la fascinación competencial de la realidad virtual.
Nuestra esperanza estriba en que las instituciones educativas actualmente en crisis sepan renovarse y aprendan a servirse también de los medios de comunicación electrónicos, al objeto de proponer a los sujetos en edad evolutiva nuevas experiencias a la medida del hombre.
Pero algo se está moviendo. Los últimos documentos eclesiales dedican espacios cada vez más amplios a la comunicación social, afirmando que esta, junto con la cultura, constituye un areópago de importancia crucial con vistas a la inculturación de la fe cristiana. Con una referencia signifìcativa al discurso de san Pablo, en Atenas, el campo de las comunicaciones sociales es comparado con una plaza (areópago) en la que se cruzan miles de culturas y mensajes, muchos de ellos no religiosos e incluso antirreligiosos, pero en el que, sin embargo, no faltan posibilidades y ocasiones para dar testimonio del evangelio.
Al mismo tiempo, se nota la tendencia a reflexionar sobre la precedente valoración optimista, que consideraba, los medios de comunicación social como simples instrumentos “neutros”, y por consiguiente utilizables con fines pastorales sin particulares dificultades. Hoy aumenta la conciencia de las consecuencias negativas que tienen los medios sobre las actitudes y comportamientos de la gente; se manifiestan preocupaciones por los fenómenos de concentración de la propiedad de tales medios, incluso en orden al futuro de la democracia; hay críticas con respecto a la actual tendencia a la comercialización de los programas, la cual, traduciéndose en fuertes apremios al consumismo y al hedonismo, constituye en la práctica un notable obstáculo para la “nueva evangelización”. En otros términos, la aceleración del cambio social, político y cultural insta hoy a la Iglesia a asumir una adecuada estrategia pastoral, también con relación a los nuevos medios de masas.
La toma de conciencia de la relevancia de la cultura y de las comunicaciones sociales para el éxito de la “nueva evangelización”, supondrá modificaciones sustanciales en la actitud eclesial hacia los medios de masas. Algunas propuestas operativas así lo hacen pensar: se habla de una verdadera “inversión educativa” a todos los niveles en la formación de la comunicación social, de la creación de oficinas específicas, en ámbito diocesano y regional, dotadas de profesionalidad y medios adecuados, de la activación de sinergias entre los diversos recursos: prensa, radio, televisión, agencias, electrónica y telemática, escuelas institutos de investigación. Todo ello como presupuesto para un plan de producción y de difusión de programas de inspiración cristiana.
La movilización de la Iglesia sobre el tema de la comunicación social podría tener importantes consecuencias no sólo en la socialización religiosa, sino también sobre la difusión en la sociedad de una competencia comunicativa a la altura de las grandes potencialidades, así como grandes riesgos implícitos en el uso de la televisión y de los nuevos medios de comunicación. En esta perspectiva me parece útil señalar la necesidad de afrontar las cuestiones planteadas por la videosocialización, ese proceso general que involucra (y convulsiona) a todas las agencias educativas de la actual sociedad mediática, y por ende también a grupos y parroquias. Creo que la opción de fondo se mueve entre desarrollar una educación para los medios de comunicación o rechazarlos sin más (en teoría, todos admiten su importancia).
En el primer caso, la estrategia educativa, la Iglesia deberá comprometerse en primera persona, por ejemplo creando estructuras propias y descentralizadas o “centros de escucha” y experimentación, al objeto de promover el empleo sensato y consciente de los nuevos medios de masas, como hiciera con el cine-fórum en los años 60. Pero es posible (sin duda es más fácil) que prevalezca la segunda opción, la de renunciar a “domesticar” los medios, aduciendo tal vez argumentos “de principio”: serían instrumentos que llevan a formas de comunicación distorsionadas y distorsionantes en materia religiosa. Algunos podrían reivindicar la “diferente calidad” de vida en la parroquia basada en la relación personal (cara a cara), típica de las comunidades de los orígenes; más aún, éstas deben conservar tal característica y presentarse como “alternativa” a una sociedad “mediática” y, como tal, inauténtica por basarse en relaciones “virtuales” y éticamente poco implicantes.
No sería nada extraño que, en parte por las dificultades ínsitas en la primera opción,o por cómodas y consolidadas costumbres, y en general por la novedad del compromiso cultural y comunicativo requerido, la tendencia a dejar las cosas como están pudiera parecer, al menos en un primer momento, la que predomina en parroquias y grupos. Pero esto llevaría poco a poco a la Iglesia a verse como minoría, a cerrarse en un cascarón (o un “ghetto”) comunicativo, mientras en el mundo entero las autopistas de la comunicación llevan a gente desconocida a reunirse, a intercambiar impresiones, informaciones, revelando un deseo creciente de comunicarse en profundidad, de romper el círculo de soledad y superficialidad que, paradójicamente, envuelve al individuo en la sociedad global.
Responsabilidades eclesiales
En último análisis, las dificultades que opone la estrategia educativa a los medios de comunicación son muchas. Las Iglesias locales deberían renovar la pastoral específica, promover la formación de agentes culturales creando nuevas figuras, como los educadores en salones de comunidad, e invertir en ello recursos materiales incluso ingentes, si hace falta. Pero el plan es de gran envergadura: se trata de desarrollar una importante función socializadora en el uso de los nuevos medios, no sólo haciendo crecer la conciencia crítica con relación al consumo pasivo de la televisión y de los nuevos medios de masas, sino también ayudando a grupos restringidos (de padres, enseñantes y educadores) a aprehender y desarrollar formas de comunicación, mediáticas o no, pero estas últimas de tipo no tradicional.
En un camino tan largo como es el de un proyecto cultural orientado cristianamente, errores y decepciones no sólo son posibles, sino también probables; además, es más fácil y gratificante dar limosna a los pobres materiales que esforzarse en ayudar a los pobres de espíritu. Pero proseguir la acción formativa en los modos tradicionales, bien en las aulas de catequesis o en los pequeños grupos, ignorando las convulsiones que está originando la actual videosocialización, no deja de ser una opción miope. No sólo se expondría la Iglesia al riesgo de ver a un número creciente de niños responder como Rubén a la pregunta sobre los sacramentos, sino que correría peligro de convertirse en “minoría” no profética, sino silenciosa.
Esta posibilidad pesaría no sólo en la vida pastoral, sino también en la sociedad en general, haciendo más difícil la creación de una cultura videomediática a la altura de los grandes desafíos actuales de la comunicación.
Esteban MARTELLI
¿Cómo evitar nuevos fracasos?
En el momento en que la Iglesia se interpela sobre la cultura en sus distintas formas -tanto en la “alta” cultura científica y académica como en la “cotidiana” cultura de masas-, se impone un serio examen de conciencia sobre Ia televisión, como punto de partida para una aproximación del “mundo católico” al tema de los medios de comunicación.
Esta nueva aproximación debe partir de dos premisas, que son la constatación de otros tantos fracasos de la “estrategia” (si es que se puede hablar de “estrategia” y no de sucesión de acontecimientos, más sufridos que proyectados...) que los católicos han aplicado en este campo. EI primer fracaso consiste en Ia acción orientada, si no a “hegemonizar”, sí a “controlar” la televisión pública. EI segundo, se refiere a la ilusión de condicionar redes comerciales no cerradas a Ios valores católicos e incluso abiertas a la presencia de sacerdotes y religiosos. AI margen de programas aislados, afirmar que las televisiones privadas se inspiran en los valores evangélicos sería demostrar una colosal miopía. Tomar conciencia de este fracaso indica cuáles son los caminos que no se deben recorrer: el de Ia penetración verticalista en la televisión pública y el de los intentos individuales de subvertir Ia férrea lógica comercial y mercantil.
Tomada conciencia de la situación actual, se plantea inevitablemente la pregunta sobre “qué hacer”.
La primera alternativa consiste en “exorcizar” al “demonio” televisivo, Iimitando su uso mediante válidas alternativas, incluso en términos de diversión y distracción, y promoviendo campañas de opinión pública para contrastar Ias manifestaciones más vulgares y groseras de inmoralidad; batalla esta, tal vez necesaria, pero ciertamente de retaguardia, porque condenaría a los católicos a una permanente función de críticos externos y esencialmente extraños aI “sistema”.
La segunda alternativa consiste en elaborar un plan de televisión propia, aprovechando Ios espacios de libertad permitidos por la legislación y por las nuevas posibilidades derivadas de las tecnologías más actualizadas. Se trataría, en una palabra, de poner en marcha una emisora de televisión de inspiración cristiana. Está claro que el proyecto de una televisión al servicio de La comunidad de creyentes y de todos Ios “hombres de buena voluntad”, debe afrontar algunas dificultades de orden organizativo y de carácter financiero muy serias. Desde el punto de vista de Ia organización, se trata de una gran empresa, que exigirá no sólo directores y periodistas, sino también programadores y profesionales de gran capacidad. Desde el punto de vista financiero no hay que olvidar que se trataría de un empeño de notables proporciones. Pero no se ve por qué lo que han logrado, sobre todo por ingresos publicitarios, Ias cadenas privadas no católicas, no podrían conseguirlo las “privadas católicas”. En este complejo proceso, el episcopado podría desempeñar el rol de promotor, pero no de organizador y menos aún de gestor. Los laicos deberían ser capaces de caminar con sus medios, sin comprometer directamente a la jerarquía en un campo que es de evidente competencia del Iaicado, ni involucrarla en opciones que son siempre opinables.
Esta renovada presencia de Ios católicos en el campo televisivo podría ser eI fruto maduro del Jubileo, como “signo” de una comunidad cristiana que se dispone a afrontar el desafío del tercer milenio, también en un campo en el que hasta ahora los católicos españoles se han visto ampliamente superados. Seria ilusorio pensar en animar la cultura de Ia sociedad posmoderna en profundidad sin pasar a través de los nuevos medios de la modernidad.
Eludir esta confrontación crucial es un lujo que La comunidad cristiana no debería permitirse (J. C., Cooperador Paulino (enero-febrero 2000)).