Inspectoría
Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 8 de enero
de 2001 nº 4
HE LLEVADO A HOMBROS A DON BOSCO
Don Bosco fue un gran soñador. Firmemente realista, siempre estaba pensando en nuevos proyectos, en nuevas ideas. Ser fieles a Don Bosco significa en buena medida seguir estas actitudes suyas de creatividad, búsqueda, de novedad. Don Viganó repetía frecuentemente una feliz frase: Con Don Bosco y con los tiempos (no con los tiempos de Don Bosco). Don Vecchi, de forma semejante, nos recuerda, a la hora de poner de relieve la riqueza del servicio que hemos de desarrollar, que somos no sólo garantes de una tradición, sino promotores y realizadores de la misma.
Este
espíritu de iniciativa podemos apreciarlo en los dos temas que
desarrollamos en Forumpuntocom:
la
comunidad y la comunicación. Don Bosco fue un claro promotor de
comunidades, de fraternidades, casas donde habitara un clima de
familia. Se rodea desde el principio de muchachos que desde su
sencillez y fidelidad están dispuestos a colaborar y él les
considera las columnas del edificio que quiere construir.
También en el campo de la comunicación (lo veremos en este número) Don Bosco fue un abanderado. Se preocupó de crear pequeñas empresas de comunicación, pero tuvo al mismo tiempo las dotes y el afán de r en todo un buen comunicador. Sabía llegar a la gente.
Un
relato, tomado de Historia
de un cura (Teresio
Bosco), nos ayuda a recordarlo con cariño: “Era junio de 1879.
Mientras volvía de la escuela de música, vi en una habitación un
piano. En vez de tocarlo en la sala de estudio, y sin tener en cuenta
las molestias que ocasionaría a los demás, comencé a tocarlo. Pasó
Don Bosco. Me sorprendió, y, sin que me diera cuenta, me cogió de
las orejas, pero de un modo tan delicado que hubiera disfrutado por
más tiempo del castigo. Fue él el primero en hablar y recuerdo que
entre otras cosas me dijo:
-No
te riño porque toques, sino porque tocas fuera de hora, pues es
tiempo de estudio. Por lo demás, estoy muy contento de saber que
eres amante de la música. Los músicos deben tener, según mi
opinión, un lugar privilegiado en el cielo. ¡Procura por tanto ser
un buen músico en la tierra, pero con la intención fija y decidida
de ser después músico también del Paraíso!
En
septiembre del mismo año, mientras me encontraba en san Benigno para
hacer los Ejercicios Espirituales, encontré a Don Bosco en la
escalera que llevaba a la planta superior. Estaba sentado en un
escalón, pues sentía un gran cansancio, que le había impedido
continuar la subida. Se había debido caer en la escalera, esperando
a alguien que le ayudara. La Providencia dispuso que pasara yo. Me
pidió que lo ayudara a subir. ¿Debo decir con qué gusto me presté
a ello? Como era muy difícil levantarlo sólo por los brazos,
preferí cargármelo a hombros. Él se resignó. Y en aquel momento,
que no fue para mi ningún Via
Crucis, con
oda suavidad y dulzura me dijo:
-El
Cireneo fue mucho más afortunado que tú. Él ayudó a Jesús,
llevándole un poco la cruz. Pero tú, ¿qué llevas? Un pobre
pecador…Ahora bien, si lo haces por amor de Dios, tendrás
igualmente un buen premio porque Jesús considera hecho a sí mismo
cualquier cosa que hagamos a nuestro prójimo por amor suyo. Nunca lo
olvides (Canónigo José Laguzzi. Castelferro (Alessandria) (BS 1917,
14)” (p. 378).
ÍNDICE
Retiro ………………………….3-7
Formación……………………8-15
Comunicación.……..........16-19
Revista fundada en el 2000
Edita y dirige:
Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"
Avda. de Antibióticos, 126
Apdo. 425
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Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254
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Maqueta y coordina: José Luis Guzón.
Redacción: Segundo Cousido y Mateo González
Depósito Legal: LE 1436-2002
ISSN 1695-3681
RETIRO
Con motivo del primer centenario de la presencia salesiana en España Juanjo Bartolomé escribió un precioso libro titulado “Experiencia de Dios y Misión Salesiana”. En la introducción del mismo hace una bonita reflexión acerca de nuestra fidelidad a Don Bosco en el segundo centenario.
Os ofrecemos esta introducción del libro porque creemos que es un texto muy sugerente si se quiere hace una confrontación con él.
Como metodología se sugiere, sencillamente, leer el texto, detenerse o subrayar aquello que más incisivo, o importante o interpelante nos resulta; seguidamente se puede hacer la aplicación personal a la propia situación de vida personal y comunitaria, y desde esa situación hacer reflexión, hacer oración y plegaria.
El texto que nos ofrece Juanjo en su libro es el siguiente: “El recuerdo de lo conseguido nos ha de llevar a honrar la memoria de quienes lo consiguieron; las dificultades que afrontamos hoy en nuestro intento de vivir el carisma salesiano nos ayudarán a valorar la obra de nuestros antepasados; la conciencia de que se abren ante nosotros nuevas tareas de evangelización que exigen presencias nuevas, ha de reforzar los lazos que nos unen a esos salesianos a quienes debemos cien años de historia salvífica, un pasado de fidelidad a Dios y una continuada convivencia con los jóvenes. Somos deudores de las generaciones de salesianos que nos antecedieron: a ellos debemos poder contar con una tradición secular de servicio a Dios y de promoción de la juventud en España; a ellos debemos también el que podamos mirar con esperanza el futuro próximo de nuestra misión salesiana.
Como nos ha recordado el Rector Mayor, ahora nos toca a nosotros “comenzar el segundo centenario”; si deseamos que tenga porvenir, deberemos reavivar en nosotros el corazón oratoriano de aquellos primeros seis salesianos de 1881: ellos fueron nuestro origen, y reviviendo su espíritu recobraremos nuestra originalidad. Tendríamos que descubrir de nuevo y asumir como propias las razones que ellos tuvieron para venir al encuentro de la juventud española. Ojalá que nuestro reconocimiento para con ellos nos devuelva a los jóvenes, pues es entre la juventud a la que somos enviados donde está nuestro futuro. Ojalá que nuestra memoria agradecida nos cargue de motivos para redescubrir la urgente tarea de ser “signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes” (Const. 2) en la España de hoy.
La celebración de nuestro centenario ha de ser, también, una seria invitación a la reflexión y una oportunidad para la conversión. Porque somos conscientes de que nuestro pasado de fidelidad no nos garantiza el que nuestro mañana sea vivido en fidelidad: a veces, hemos dado la impresión de estar sucumbiendo al cansancio acumulado en estos cien años. Y es que el esfuerzo por estar presente entre los jóvenes como testigos de Dios puede alimentar el deseo de huir de ellos y la nostalgia de otras encomiendas. Tras cien años necesitamos regenerarnos como salesianos, no sea que ahora que ya tenemos historia corramos el riesgo de tener sólo pasado. Nuestra alegría de hoy sería inútil si no alienta un renacimiento en la experiencia original de don Bosco, quien encontró a Dios mientras se encontraba con los jóvenes y por quien los jóvenes que se le acercaban encontraban a Dios. Si dejamos pasar esta ocasión sin sentir la voz de Dios que nos llama a renovar nuestra acción salvífica entre los jóvenes, si no sabemos percibir el clamor de la juventud que nos urge a reinventar con ellos formas nuevas de convivencia salvadora, no nos podremos considerar legítimos herederos de esas generaciones salesianas que hoy admiramos, ni tendremos motivos para esperar un futuro semejante al pasado que hoy festejamos. La gratitud que les debemos podemos manifestarla obedeciendo, como ellos lo hicieron, la doble llamada que está a la base de nuestra misión salesiana: la llamada de Dios a ser sus testigos entre los jóvenes y la llamada de los jóvenes a ser sus compañeros que les hablan de Dios.
Cualquier movimiento hacia Dios nos acercará a la juventud, ya que la razón de ser salesianos radica en la invitación personal que Dios nos hizo y que aceptamos públicamente a ser testigos de Dios entre los jóvenes. Ellos son nuestro destino, puesto que a ellos fuimos enviados; no tenemos otro lugar ni otra meta dentro de la comunidad ciistiana. Lo que significa que para cada uno de nosotros la experiencia personal de Dios ha de pasar necesariamente por la convivencia con los jóvenes; el hijo de don Bosco no podrá intimar con su Dios si no se vincula con la juventud que le esté próxima; recuperando a los jóvenes como el motivo de nuestras vidas, como tema y causa de nuestras penas y de nuestras alegrías, iremos a) encuentro del Dios que alegra nuestra juventud. Porque sólo allí donde Dios nos ha mandado es donde nos está esperando. Convirtiéndonos a los jóvenes hoy, haremos experiencia de Dios.
Ahora bien, toda conversión implica un proceso penoso y largo, comprensible únicamente desde la lógica de la gracia. Hoy nuestra conversión como salesianos, es decir, nuestro retorno al mundo juvenil como testigos de Dios, está dificultado por una profunda crisis cultural, de la cual podemos quizás sentir mejor sus consecuencias que predecir una salida. Todos hemos sido espectadores y protagonistas al mismo tiempo de esta crisis. En ella, la situación juvenil, muy en especial, ha cambiado tanto y con tanta rapidez que nuestras informaciones de hombres de nuestro tiempo y la formación de apóstoles de la juventud, han quedado inadecuadas; nos ha nacido un sentimiento de frustración que no sabemos superar. Y al ímpetu misionero y a la creatividad pastoral, propias del espíritu salesiano, pueden estar reemplazando cómodos silenciamientos del evangelio y un paulatino alejamiento -afectivo y efectivo-del mundo juvenil.
Es cierto que no estamos solos en esta situación crítica; la sociedad entera, la iglesia y la misma vida religiosa están conociendo un “gigantesco éxodo” (P. Arrupe), en el que todo esfuerzo de autoidentificación puede quedar en entredicho y durante el cual, al parecer, no se encuentran más razones que para la resignación. Olvidamos que fue, precisamente, en un éxodo, tiempo de rupturas dolorosas y de miedos ante el futuro, cuando el pueblo creyente tuvo experiencia primera y primordial de su Dios. La situación actual es desafío y es gracia, don y tarea, oportunidad y juicio: se precisan hombres de Dios que sepan reconocerle presente entre nosotros porque le conocen, que nos le acerquen hasta nosotros porque le están siempre próximo, que nos le hagan encontradizo porque le encontraron, que puedan mostrarnos el camino hacia Dios porque ellos ya lo hicieron. Y es la juventud, esa juventud donde los signos de los tiempos mejor se captan, esa juventud donde las consecuencias de la crisis más estragos ocasiona, quien más precisa hoy de hombres creyentes de testigos de Dios, capaces de vivir la historia de cada día como un suceso único e irrepetibIe de salvación.
Esta es la razón de nuestra vida consagrada; según una tendencia actual de la teología de la vida religiosa, ésta ha de ser considerada como el lugar privilegiado de la experiencia de Dios en el mundo. El carisma específico de los religiosos reside en tematizar “la experiencia de Dios en Jesucristo, vivida en fraternidad, expresada por la consagración pública, inserta en e) mundo como señal profética del futuro del mundo” (L. Boff). Lo que implicaría que el religioso debe hacer de su historia personal, insignificante y gris, un encuentro continuo y continuado con Dios y hacerse de este modo testimonio patente de la existencia de Dios, de un Dios cuya esencia consiste en ser “Dios-con-nosotros”. Como salesianos, nuestra tarea testimonial se caracterizaría por el “lugar” de la experiencia de Dios: la juventud actual; desde la cercanía personal al mundo juvenil lograremos experimentar la cercanía de Dios.
Esa fue la misión de don Bosco; y su grandeza consistió en realizarla. En una situación de crisis cultural muy semejante a la nuestra, él optó por los jóvenes necesitados y en ellos encontró a Dios. Su experiencia de Dios, gradual y progresiva, se efectuaba a través de la convivencia con un grupo de adolescentes abandonados; se hizo santo buscando casa y pan para ellos, mendigando ayuda y dinero, procurando cultura y piedad. Su historia no tenemos por qué agrandarla: fue una historia humana, dominada por la pasión de llevar a los jóvenes a Dios y por conseguirles un puesto de trabajo. Pero haríamos mal en olvidar que, tanto para él como para muchos de sus jóvenes, fue una historia de salvación.
Si queremos vivir de su espíritu, deberemos revivir su experiencia. Hemos de aprender a sabernos acompañados de nuestro Dios mientras acompañamos a los jóvenes hacia El. Y hemos de volver a utilizar el método salesiano de compartir ciencia y ocio, alegrías y penas, trabajos y oración, mientras repartimos nuestra vida y nuestra experiencia de Dios. Porque sólo desde la convivencia asumida con alegría se puede ser testigo del Dios que optó por convivir con nosotros; no podremos ser testigos del Dios Encarnado sin asumir la situación en la que debemos predicar ese evangelio; nuestras palabras y nuestros gestos serán fehacientes sólo si están en línea de continuidad con el Gesto y con la Palabra de Dios: Jesús de Nazaret. Nuestro sistema preventivo no es más que la aplicación pedagógica de la ley básica de la salvación cristiana: “Quod assumptum, et sanatum”. No se puede predicar fidedignamente al Dios de la Encarnación desde el rechazo del mundo y de la historia; ni se es testigo legítimo del Dios cercano cuando se busca la lejanía o se vive en aislamiento.
Hay que aceptar la dificultad que entraña hoy ser testigos de este Dios entre los jóvenes. Hace años, no muchos todavía, se proclamó la “muerte de Dios”; ahora, de modo más o menos consciente, estamos viviendo de su ausencia. Es verdad que se están dando signos de renacimiento espiritual y que son los jóvenes quienes mejor los advierten y los viven; pero no es menos evidente que son mayoría los que, pasada la moda de la religiosidad oriental y el interés romántico por la figura humana de Jesús, también “pasan” de Dios. A esta juventud que no encuentra razones para creer no se la puede condenar seguramente le han faltado testigos veraces del Dios cercano. No podemos olvidar que el Dios bíblico jamás ha retrocedido a causa de sus negadores; siempre que se alejó del hombre fue debido a la mediocridad de sus creyentes o al silencio de sus profetas. Como enviados de Dios a ella, debemos a esa juventud que se aleja de nosotros y que empieza a no creer en nosotros, “simpatía y voluntad de contacto”, “presencia comprensiva y solidaridad”: le debemos esa actitud de fondo que viene exigida por nuestra vocación salesiana (Const.16).
Este modo de hacer salesiano -mejor seria decir-, este modo de hacernos salesianos, nos lleva a inserimos en la historia actual y en el mundo real de los jóvenes; nuestra misión nos ha de imponer que “allí donde somos enviados, las necesidades de los jóvenes y de los ambientes populares muevan y orienten nuestras actuaciones concretas” (Const 7). Deberíamos aprender a oír la voz de Dios entre el clamor de la juventud o en sus silencios; tendremos que saber discernir la voluntad de Quién nos envía en las necesidades y en las angustias de aquellos a quienes somos enviados. La salvación que se realizó mediante la convivencia y la encarnación no puede transmitirse sino desde la convivencia y la encarnación: “Don Bosco no ha tenido nunca otra forma de obrar” (J. Aubry).
Y es que no existe otro camino, si queremos actuar en cristiano. El Dios cristiano hizo de la historia humana el templo privilegiado para encontrarle y los sucesos normales de la vida del creyente son, y han de seguir siéndolo, palabra de Dios. Puesto que estamos llamados a ser “signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes” (Const. 2), somos invitados a ser testigos experimentados suyos, haciendo de nuestra vida cotidiana una experiencia continuada de Dios. Nuestra vocación de testigos nos exige aprender a ser expertos en Dios; como la llamada no nació de nuestras preferencias ni la vocación es consecuencia de nuestra decisión, tampoco depende de nuestra (buena) voluntad ni es fruto de nuestra capacidad la vida de unión con Dios.
Quien
un día se descubrió llamado por Dios está obligado a descubrirle
en su vida diaria; si Dios está al origen de nuestra consagración
también lo estará en la meta.
Y
es la Biblia, ese relato apasionante de la inclinación de nuestro
Dios a compartir con el hombre su tiempo y su vida, la mejor escuela
para aprender el comportamiento de Dios y sus leyes para descubrirle
operante en nuestras vidas. En los relatos bíblicos se nos narra la
experiencia que Dios hizo del hombre y la experiencia que los hombres
hacían de Dios; en todos los casos hay algo irrepetible e íntimo
como conviene a un diálogo verdaderamente interpersonal; pero
también se dan constantes en la actitud divina que nos ayudan a
imaginar con anticipación cómo se comportará Dios cuando venga a
nuestro encuentro y que nos facilitará el prepararnos a sus
exigencias. En las narraciones biográficas de unos creyentes podemos
vislumbrar el esbozo
de una biografía de nuestro Dios. Quien
sabe leer así la Escritura puede hacerse experto de Dios”.
FORMACIÓN
LA ANIMACIÓN COMUNITARIA,
PRIORIDAD EN EL MINISTERIO DEL DIRECTOR
Juan
José Bartolomé
Objetivo
El
propósito de mi exposición es doble:
introducir
de nuevo en nuestra reflexión el tema de la animación comunitaria,
tarea esencial del ministerio del director salesiano;
iniciar así, aunque sea de forma oficiosa, el camino de la inspectoria hacia el CG25, un evento que no se ha de reducirse a la Asamblea de Inspectores y Delegados sino que, por incluir todo el recorrido desde su convocatoria hasta su aplicación, abarca un largo tiempo de renovación de la vida comunitaria en cada una de las Inspectorías.
El
próximo capítulo general será un momento de gracia y evaluación
para “escuchar las esperanzas de nuestros destinatarios y
colaboradores” (ACG 372, 38). Su preparación nos proporciona un
tiempo providencial para reflexionar juntos; en esta reflexión —
advierte el RM — hay que evitar dos escollos: repetir objetivos y
propósitos ya conocidos; desanimarse ante el ideal propuesto en las
Constituciones.
Tendríamos
que “hacer
una lectura de la realidad que haga brotar de ella los recursos y
los aspectos positivos para reforzarlos y profundizarlos, como
también las molestias ylos conflictos para afrontarlos a la luz de
la Palabra, de las exigencias evangélicas y de las riquezas de
nuestro carisma” (ACG
372, 16-17). Desearíamos, en concreto:
“encontrar
caminos eficaces para motivar de nuevo a las comunidades a manifestar
con sencillez y claridad la identidad religiosa en las nuevas
situaciones;
determinar
las condiciones o criterios esenciales que permitan, más aún,
estimulen a vivir de forma gozosa, humanamente significativa, nuestra
profesada fraternidad en el seguimiento de Cristd’ (ACG
372, 16).
2. La comunidad salesiana, tema de reflexión
La
comunidad salesiana es un aspecto esencial, y preocupante, de nuestra
vida (cf. ACO 372, 5): la precariedad de la vida común es hoy un
fenómeno evidente y, en apariencia, creciente.
Ante
él hemos de reafirmar que “nuestra
vida de comunidad es el primer don que debemos ofrecer a los jóvenes,
el signo evangélico más inmediato y específico que precede y
acompaña toda nuestra acción pastoral’ (ACG
372, 14).
Tratando
de afrontar la animación de una vida comunitaria que se hace frágil
y está siendo minusvalorada, nuestra mirada a la comunidad no debe
fijarse en nosotros mismos, sin jóvenes ni seglares. El objetivo “no
es tanto lo que la comunidad y los hermanos deben hacer todavía por
los jóvenes, cuanto lo que deber sery vivir hoy por ellos y con
ellos. La mirada se diii- ge, ante todo, a lo que somos y vivimos
para actuar más eficazmente, desde el punto de vista evangélico, a
favor de los destinatarios de nuestra misión” (ACG
372, 14-15).
“Se
trata de hacer una evaluación de nuestra vida comunitaria con el
espíritu yla metodología del discernimiento evangélico, para
descubrir las modalidades de fraternidad salesiana capaces de
responder a las exigencias del seguimiento de Cristo y de la misión”
(ACG
372, 15). Esta evaluación debería abarcar cuatro dimensiones.
1. La vida fraterna
Don
Bosco quiso crear una comunidad de religiosos, dentro del amplio
movimiento de personas y grupos que fundó, con la función de animar
la espiritualidad común y arrastrar a la misión. Y dedicó gran
parte de su tiempo y energías a comunicarles su estilo espiritual y
su praxis pedagógica.
Desde
hace tiempo se viene sintiendo la necesidad de incrementar las
relaciones personales en la vida fraterna; se pide que “no
sean sólo en función del trabajo, sino que lleven a amistades en el
seguimiento del Señor y en la solidaridad por la misión, ...
que
estén inspiradas en la oblatividad y entrega y no centradas en la
propia persona o en intereses propios7’ (ACG
372, 20).
Nuestra
espiritualidad es relacional, exige capacidad para relacionarse: “es
necesario educarse y educar a cada uno a acoger y amar al hermano...
Es muy importante aprender a superar positivamente las tensiones que
la vida trae consigo, integrar libertad y autonomía personales con
las exigencias de una real comunión. Por esto, es preciso revisar
las motivaciones sobrenaturales que están en la base de nuestra
fraternidad, hay que cuidar los elementos de una ascesis, tanto en
los individuos como en la comunidad. Estamos, de hecho, en tiempos de
priva tización y de individualismo, en los que se manifiestan
también fuertes dependencias afectivas y de pensamiento. La
verdadera libertad, unida a la voluntad eficaz de comunión, nos hará
educadores de los jóvenes en estos valores7’ (ACG
372, 20).
La
vida fraterna requiere comunicación; el intercambio no ha de
limitarse a la organización, debe llegar a la experiencia personal.
La pluralidad de visiones y dones que existe en la comunidad la hace
necesaria. “Es
a lo que tiende la revisión de vida, la evaluación de la comunidad,
el intercambio en la oración, el discernimiento sobre situaciones,
proyectos y acontecimientos7’; “reducir las posibilidades de
diálogo e intercambio en la comunidad religiosa llevaría a no
desarrollar y no acompañar los procesos de crecimiento de cada uno”
(ACO
372, 21). La comunicación requiere aprendizaje, práctica y
animación, espacio para la conversación y capacidad de escucha.
La
capacidad de relacionarse y de comunicarse supone haber acogido la
vocación a la comunión, vivirla como don y no como peso. “De
ahí brota la aplicación de cada uno a la construcción cotidiana de
la fraternidad, que lleva
a superar las tendencias individualistas, a aceptar la corrección
fraterna y a participar asiduamente en la vida y en el trabajo común”
(ACG
372, 21-22). La fuerza para lograrlo está en la oración comunitaria
y en la relación personal con Cristo, sobre todo, en la celebración
de la Eucaristía, que es donde la comunidad se deja construir por
Cristo como fraternidad apostólica. “En
un mundo dividido y lacerado, en una sociedad masificada donde las
personas a menudo son tratadas como números, el testimonio de
fraternidad evangélica que ofrecen nuestras comunidades será cada
vez más significativo” (ACG
372, 22).
Nuestra
vida comunitaria ha de ser apta para convocar e implicar a otros en
su espíritu y misión: “en
cuanto carismáticos, estamos llamados a ser una presencia que
suscite interrogantes, dé razones de esperanza, convoque personas,
suscite colaboradores y reactive una comunión cada vez más fecunda
para realizar juntos un proyecto de vida y de acción según el
Evangelio” (ACG
372, 23). Ello impone, evidentemente, la mejoría de nuestra forma de
trabajar juntos, la práctica del discernimiento comunitario mediante
consejos y asambleas comunitarias, la apertura a la participación de
los jóvenes en nuestra vida fraterna, de oración y de trabajo. Ello
exige, además, la consistencia cuantitativa y cualitativa de
nuestras comunidades.
2. El testimonio apostólico
La
segunda referencia se refiere a la consistencia y la manifestación
de nuestra experiencia religiosa: “alma
de este testimonio es la espiritualidad, el deseo de plantar la vida
según el Espíritu. La misión es su fruto maduro y el lugar de
expresión y de crecimiento” (ACG
372, 24).
La
misión es obra del Espíritu dentro de nosotros; sin experiencia del
Espíritu no hay misión. “La
contemplación de Dios, que ama y salva al hombre, y el deseo de
participar en la misión dan origen y mantienen nuestra tensión
hacia los jóvenes y el pueblo de Dios. La comunidad salesiana, pues,
no puede fundamentar su dinamismo misionero y su fuerza de
significaüvidad si no es sobre una intensa experiencia espiritual’
(ACG
372, 24).
Los
Capítulos Generales 23 y 24 expusieron las características de la
espiritualidad salesiana; pero es necesario elaborar una pedagogía
que abra el camino en este estilo particular de santidad, que es “la
principal aportación de los salesianos religiosos a la educación y
a la promoción humana” (ACG
372, 25).
Para
convertirnos en núcleo animador, nos hace falta vivir
conscientemente nuestra espiritualidad y expresarla comunitariamente
con alegría; la espiritualidad salesiana es “como
el alma de la CEF, el corazón de los itinerarios de fe que debemos
recorrer junto con los jóvenes” (ACG
372, 25).
Para
llegar a esta experiencia espiritual la comunidad salesiana debe
ejercitarse en una asidua oración. “La
comunidad está llamada a ser lugar y escuela de oración. Sólo si
se tiene una estima y una aplicación personal a la oración, se sabe
también salvaguardar espacios comunitarios de la invasión de las
ocupaciones, vivir momentos bien cuidados y serenos de oración
comunitaria, libres de la prisa y de la dispersión” (ACG
372, 26);
aprender
a vivir la comunicación de la fe, el compartir experiencias
espirituales, la puesta en común de las motivaciones vocacionales,
la práctica del discernimiento comunitario, la discusión sobre los
proyectos pastorales. La fe comunicada hará de nuestras comunidades
‘signos, ambientes y escuelas’ de fe;
privilegiar
la vivencia de los consejos evangélicos. El seguimiento de Cristo
tiene hoy carga de motivación y es propuesta del paradigma de una
nueva humanidad, que debe ser vivida con coherencia y en dialogo con
la cultura actual. No siempre la comunidad logra hacer visible la
gratuidad, el ofrecimiento incondicional de la vida, el amor sin
medida y sin cicatería, sobre todo para los más pobres; “sólo
opciones proféticas y radicales harán q nuestras comunidades sean
atrayentes y contagiosas” (ACG
372, 27).
3. La presencia animadora entre los jóvenes
Rasgo típico de Don Bosco y elemento generador de espiritualidad fue “el ir a estar entre los jóvenes hasta transformar la asistencia en sistema pedagógico y en experiencia espiritual’ (ACG 372, 28).
La
primera comunidad de Valdocco, criterio permanente de discernimiento
y renovación pastoral, fue una comunidad para
jóvenes
y con
jóvenes;
“la
participación de los jóvenes determina los horarios, el estilo de
trabajo, la modalidad de oración. Quedarse con Don Bosco significa
querer estar entre los jóvenes” (ACG
372, 2). La situación ha cambiado; nuestras obras se han hecho
complejas; las relaciones fugaces; el deseo de relaciones gratuitas,
sobre todo en los jóvenes, se agranda. Los jóvenes demandan de la
comunidad salesiana hoy:
Presencia
física, que nos lleve a amar lo que aman los jóvenes; presencia de
amigo, que se interesa por las personas, no sólo por la organización
de actividades; presencia activa, que sabe proponer, motivar,
despertar creatividad y acompañar procesos; presencia testimonial,
que presenta los hechos la vida y los valores que anuncia.
Animación
espiritual. No se trata de comprometer sólo a los seglares en el
servicio educativo y pastoral, hay que implicarlos en nuestra
aventura espiritual, suscitar en ellos el deseo de compartirla para
construir juntos u ambiente educativo de fuerte carga espiritual.
Anuncio
y profecía. “Debemos
preguntarnos qué hay que introducir hoy la educación y cómo
cualificar nuestra presencia entre los jóvenes, para hacer actual
aquel impacto de novedad en la expresión de amor que tuvo Don Bosco
en su contexto... Nos preguntaremos cómo nuestro estilo de vivir y
de trabajar comunica estos valores.. o hasta qué punto nos dejamos
arrastrar por los criterios que imperan en la sociedad actual’ (ACG
372, 30-31).
Propuesta
vocacional. La vocación se provoca hoy según la lógica del “ven,
ven”. Esto se realiza con el testimonio de nuestra alegría en
vivir la vocación religiosa, sin miedo y sin reservas; con la
preocupación de desarrollar en todo joven la disponibilidad para
considerar la vida como don y servicio; con la capacidad de comunidad
y compartir la espiritualidad y nuestro estilo educativo; con el
dedicarnos con prioridad de tiempo y energías al acompañamiento de
las personas.
4. La gracia de unidad
Hoy
nuestra vida se encuentra expuesta a tensiones y corre peligro de
fragmentarse, de no encontrar espacios y momentos comunitarios donde
expresarse en su integridad y de vaciar la misión de su contenido
evangélico. “Es
indispensable una renovada referencia y relación con Cristo Buen
Pastor, que sea el motivo inspirador de nuestra vida y clave para
unir oración, estudio, trabajo educativo pastoral y vida fraterna”
(ACG
372, 32). Es necesario considerar cómo lograr hoy la unidad que hay
que dar a la propia vida entre primacía de Dios, entrega a la misión
y relación fraterna madura; hay que pensarlo y realizarlo en
comunidades fraternas, poniendo en acto equilibrios nuevos,
personales y comunitarios.
La
comunidad es el espacio donde ha de nacer y crecer esta gracia de
unidad, pues es “el
lugar del crecimiento vocacional de cada uno; ayuda a] hermano a
vivir con alegría y transparencia su vocación salesiana; es su
ambiente de maduración. Es importante que sea el lugar ordinario de
la formación continua de los hermanos?’ (ACG
372, 32). Además de estimular la responsabilidad personal en el
propio crecimiento, la comunidad “garantiza
las formas de acompañamiento personal; es insuficiente, de hecho, la
animación com unitaria sin el acompañamiento. La recuperación del
coloquio con el director, la confesión frecuente, la referencia a un
guía espiritual para todo hermano fomentarán el crecimiento
personal dentro dela comunidad’ (ACG
372, 33).
3. El ministerio del director, condición primera para la animación de la comunidad salesiana, hoy
Aunque
la animación de la comunidad es responsabilidad común, su puesta en
práctica hace del director punto de referencia principal. El CG2 1
ha jerarquizado las funciones del director salesiano: 1°. Servidor
de la unidad y de la identidad salesiana; 2°. Guía pastoral en la
misión salesiana; 3°. Primer responsable de la gestión global
(C021 52).
“El
primer deber del director es despertar en cada hermano la conciencia
de lo que es..., crear el clima y las condiciones aptas para que todo
salesiano, en plena docilidad a la gracia, pueda madurar en la
identidad de la propia vocación” (ACG
372, 34). Consejo local y, en especial, su vicario le ayudan en esta
responsabilidad; pero su ministerio se ha vuelto más complejo y
funciones marginales se sobreponen a las más decisivas. De ahí que
muchos pidan que se arbitren modos para facilitar al director la
priorización de las responsabilidades principales de su ministerio.
Para
lograrlo es urgente que se dé una triple concentración en el
ejercicio del directorado:
carismática: El director “debe ser capaz de explicar, de iluminar, de orientar, de animar la vida consagrada salesiana, de ayudar a vivir el sentido h u- mano y cristiano de los compromisos y a comprender qué quiere decir a Jesucristo tras las huellas de Don Bosco... La concentración carismática se refiere al cuidado y a la profundízación del espíritu salesiano y de sus caracteristicas’ (ACG 372, 34-35).
pastoral:
El director, con su consejo, “guía
toda la obra hacia los objetivos de la evangelización, incluso los
más elevados. Funciones y deberes educativos y de gestión, asumidos
por personas diversas, deben converger en cuanto a objetivos y estilo
sobre la formación en la fe de cada joven…..No debemos
contentarnos con lo mínimo. Deben ser bien cuidados los jóvenes que
responden a la invitación de la fe o que presentan signos de
vocación. Todo esto requiere que e] director entusiasme, oriente,
precise, reajuste, haga presentes continuamente las condiciones para
que la misión se realice’ (ACG
372, 35).
fraterna:
Hoy los jóvenes se sienten atraídos por la experiencia de
fraternidad más que por el trabajo realizado; “la
animación de sus diversas manifestaciones está encomendada a los
cuidados del director” (ACG
372, 36).
“Para
realizar todo esto, el director pone en juego su carisma
sacerdotal... El director ejerce e] sacerdocio en y para su comunidad
religiosa y educativa. Debe:
1
“.
ofrecer
en ella el don ye] ministerio de la palabra; 2°. fructificar el don
y elpapel de Ja santificación a través de Ja amistad y la animación
espiritual hasta los sacramentos; gobernar y orientar la comunidad
hacia Cristo... Actúa como sacerdote en su comunidad educativa. Ésta
es su parroquia y su Iglesia” (36).
4. Puntos para la reflexión
1.
La vida común
¿Qué
signos de precariedad
en
la vida de tu comunidad adviertes? Señala tres por orden de
importancia ¿Cómo son valorados por los hermanos? ¿Cómo los
valoras tú y qué reacción te merecen?
¿Por
qué crees que se hace necesario hacer discernimiento sobre nuestra
forma de vivir en común? ¿Qué piensas pueden estar pidiéndonos
los jóvenes?
2. Vida fraterna
La
calidad de la vida fraterna depende, en gran medida, de la capacidad
para la comunicación (cf. Const. 51). ¿Cómo valorarías el grado
de comunicación interpersonal que existe en tu comunidad? ¿Qué
hacer, en concreto, para mejorarla?
La
comunidad acoge al hermano tal cual es, con corazón abierto (Const.
52). ¿Percibes empeño en tu comunidad por establecer relaciones
profundas? ¿Qué iniciativas o procesos habría que implementar para
abrir a los hermanos a la acogida?
¿Dónde se fundamenta, de ordinario, la fraternidad en tu comunidad: en las necesidades del hermano, en la celebración de la fe común? ¿Por qué la celebración común de la eucaristía no redunda en vivencia mejor de la fraternidad?
3. El testimonio apostólico
¿Se
vive en tu comunidad con la convicción de que santidad es “la
principal aportación de los salesianos religiosos a la educación y
a la promoción humana” (ACO
372, 25)?. La santidad salesiana, ¿alienta y motiva aún el hacer
diario de los salesianos en tu comunidad? ¿Qué podríamos hacer
para recuperar la santidad como proyecto personal de vida?
Vida
de oración, comunicación de la fe y vivencia visible de los votos
conforman la experiencia religiosa de la comunidad salesiana y la
hacen significativa. ¿Cómo se viven tu comunidad? ¿Cómo conseguir
mayor diafanidad en su testimonio ante nuestros destinatarios?
4.
Presencia entre los jóvenes
¿Los
jóvenes de nuestras obras nos piden mayor presencia entre ellos?
¿Qué jóvenes son quienes nos desean con ellos? ¿Qué solemos
hacer más y mejor: trabajar por
los
jóvenes o trabajar con
ellos?
¿Se puede decir que los salesianos de tu comunidad están con
los
jóvenes?
¿Hay
en tu comunidad hermanos con capacidad de acompañamiento espiritual,
que hagan de esa tarea su actividad prioritaria? ¿Qué hacer para
que la comunidad comparta con los jóvenes vida y espiritualidad como
propuesta vocacional concreta?
5. Gracia de unidad
¿Percibes
que en tu comunidad “la
relación con Cristo Buen Pastor” es
“el
motivo inspirador de nuestra vida y clave para unir oración,
estudio, trabajo educativo pastoral y vida fraterna” (ACG
372, 32)?. ¿En qué te basas? ¿Qué recursos se podrían utilizar
para lograrlo?
Viviendo la comunidad “lugar del crecimiento vocacional de cada hermano” (ACG 372, 32), ¿qué hacer para estimular la responsabilidad personal en el propio crecimiento? ¿Cómo favorecer las formas de acompañamiento personal que no son tradicionales: “el coloquio con el director., la confesión frecuente, la referencia a un guía espiritual para todo hermano” (ACG 372, 33)?
6. El director, animador espiritual de la comunidad
“El
primer deber del director es despertar en cada hermano la conciencia
de lo que es..., crear el clima y las condiciones aptas para que todo
salesiano, en plena docilidad a la gracia, pueda madurar en la
identidad de la propia vocación” (ACG
372, 34). ¿Sientes, en verdad, que éste es tu primer deber y la
tarea prioritaria de tu directorado? ¿Crees que así lo perciben tus
hermanos? ¿Cómo lo intentas, en concreto, realizar?
¿Vives
el ejercicio de tu directorado como ejercicio de tu sacerdocio? De
lograrlo, ¿qué implicaciones concretas para ti tiene hacer de tu
comunidad
tu
parroquia?
¿Crees
que tus hermanos de comunidad te ven como sacerdote cuando ejerces
como director?
COMUNICACIÓN
Cuando Don Bosco murió, Santiago Alberione tenía sólo tres años. Por lo tanto, sus vidas transcurrieron en épocas sucesivas más que contemporáneas. A pesar de todo, reflexionando sobre diversas circunstancias que tuvieron lugar en la vida de ambos, se descubre cieno «paralelismo” de características, formas de actuar y tendencias, que resultan realmente impresionantes.
SAN JUAN BOSCO Y EL VEN. SANTIAGO ALBERIONE
Dos
vidas casi paralelas
El
punto de partida nos lo ofrece Plutarco: sus 46 biografias
“paralelas”, entre un personaje griego y otro romano, en las que
se descubren varias coincidencias curiosas, nos llevan a pensar en
dos grandes personajes de la comunicación: san Juan Bosco y el
venerable Santiago Alberione, en quienes podemos detectar también
ciertos paralelismos característicos interesantes.
Juan
Bosco nació en Becchi, aldea de Murialdo, ayuntamiento de
Casteinuovo, provincia de Asti, diócesis de Turín, en 1815,
de
los campesinos arrendatarios Margarita Occhiena y Francisco Bosco,
que falleció poco después (1817), dejando a cargo de su mujer tres
hijos y la suegra. 1-lijo de una familia muy religiosa, pudo recibir
la primera comunión antes de tiempo. Bien dotado para el estadio,
Juanito tuvo que enfrentarse con su hermano Antonio, que prefería
que fuera campesino e ignorante como él, pero trabajador. Fue Don
Calosso, capellán de Murialdo, quien lo salvó, orientándolo por el
camino que parecía más adecuado para él.
Industriándose
de mil formas, aprendiendo mil oficios, fue, ante
litteram estudiante-obrero:
trabajaba de día y estudiaba de noche. Los libros los tomaba
prestados de la biblioteca pública. Algunos acontecimientos
extraordinarios lo disuadieron de su propósito de hacerse
franciscano y lo impulsaron a seguir un recorrido hecho aposta para
él, pues cada cual tiene su propio camino en la vida. Al poco tiempo
de ingresar en el seminario de Chieri, murió su más amigo, que
había sido su estimulo espiritual; para él fue una auténtica
tragedia. Lo recordará siempre.
En
1841 fue ordenado sacerdote. Don Cafasso -san José Cafasso- que
alentó sus primeras experiencias pastorales entre los encarcelados,
los jóvenes pobres y los adultos necesitados, le aconsejó ingresar
en el colegio eclesiástico para que se perfeccionara en teología
moral. El 8 de diciembre del mismo año, su vida dio un giro
decisivo: el encuentro con Bartolomé Garelli lo convenció para que
se dedicara en cuerpo y alma donados. Es la fecha de fundación del
Oratorio.
Toda
una odisea de traslados terminó en los prados de Valdocco, donde
surgieron como por encanto mejor dicho, por milagro- las escuelas
profesionales, el seminario, la Iglesia... De aquí partiría esa
extraordinaria expansión que en poco tiempo iba a llegar a todos los
continentes. Don Bosco comprendió muy bien una cosa: la importancia
absoluta de la buena prensa, de la comunicación. Y fundó una
congregación de comunicadores-educadores, empeñándose en “educar
comunicando y comunicar educando a los jóvenes y a las clases
sociales”. Montó la mayor y más moderna imprenta de Turín, más
tarde editorial. En este campo fue, sin sombra de duda, uno de los
precursores de la moderna civilización de la comunicación.
Santiago
Alberione nació en 1884 en San Lorenzo, aldea de Fossano, provincia
de Cúneo, de la diócesis de Fossano, de los campesinos
arrendatarios Teresa Alocco y Miguel Alberione. Trasladados a
Cherasco, hizo la primera comunión antes que sus compañeros. Cuidó
patos y alternó el estudio con el trabajo del campo, demostrando una
fuerza de voluntad fuera de lo común, aunque no le faltaron
enfrentamientos, ya que Santi quería estudiar y ser sacerdote,
mientras su padre soñaba con que fuera campesino como él, para que
echara una mano a la familia. Le ayudó una ejemplar maestra y su
párroco, D. Montersino, que encaminó al inteligente jovencito al
seminario menor de Bra.
Incierto
sobre su futuro, Santi pensaba ser religioso de algún instituto
misionero, pero por fin ingresó en el seminario mayor de Alba, donde
encontró a un amigo muy virtuoso, Agustín Bordo, que, sin embargo,
murió en 1902 a los 19 años. Fue esta muerte la que lo convenció a
entregarse para siempre al Señor.
Siendo
ya sacerdote, trató de descubrir cuál era su carisma, su misión
específica en la Iglesia. Comprendió bien pronto que, a través de
la buena prensa, podría servir a Dios y a la Iglesia mejor que con
cualquier otra forma de apostolado, ya convencido de que la realidad
absolutamente más importante para los tiempos actuales y para el
futuro no puede ser sino la comunicación.
La
Iglesia, o es comunicación de la palabra a través de los medios
modernos, o no es nada. De este modo, se industrió para fundar
nuevas familias religiosas que tuvieran como fin la comunicación de
la Palabra a través de los medios modernos: evangelizar
comunicando y comunicar evangelizando.
Apóstoles de la buena prensa
Don
Bosco comprendió bien la necesidad de dar a los jóvenes, y a los
cristianos en general, lecturas sanas, educativas, que les ayudasen a
adquirir virtudes y santidad, y recomendó a sus hijos que procuraran
“con todas las fuerzas y con todos los medios, la difusión de
libros buenos”. Fue escritor fecundísimo, sencillo y popular.
Formador de apóstoles de la pluma, con obras de gran difusión,
hasta el punto de merecer ser proclamado patrono de los editores
católicos (24 de mayo de 1946).
Fundó
revistas que llegaron a ser famosas, tanto por la tirada como por el
contenido, y también por la vena con que estaban escritas. Piénsese,
por ejemplo, en Lecturas
católicas. Ensayó
el periodismo con El
amigo de la juventud; fundó
colecciones enteras de libros de formación y educación, una
colección de Clásicos
italianos y latinos, y
una Historia
de Italia para
las escuelas; organizó la Sociedad
Editora Internacional (SET);
sembró por todas partes del mundo un sinfín de imprentas salesianas
y editoriales religiosas.
Santiago
Alberione estuvo tan convencido como Don Bosco de la urgencia
absoluta de la buena prensa y de la buena comunicación. Para
responder a esta convicción profunda, que se transformó pronto en
auténtica vocación, fundó en 1914, en Alba, la Escuela tipográfica
y
se puso a buscar jóvenes sacerdotes y laicos que compartieran sus
ideales y le pudieran echar una mano en realizarlos y difundirlos.
Mientras tanto, dirigía el semanario diocesano Gazzeta
d ‘Alba.
Fundadores
La obra maestra de Don Bosco sigue siendo el Oratorio festivo, que puso bajo la protección de san Francisco de Sales. Muy pronto se dio cuenta de que un grupo de personas consagradas, seminaristas, sacerdotes y laicos, eran indispensables para continuar su forma de apostolado y alimentar las misiones. Surgieron así la Pía Sociedad de san Francisco de Sales (los salesianos), el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y la Pía Unión de Cooperadores Salesianos, a modo de tercera orden moderna. En 1877 dio vida al Boletín Salesiano, órgano oficial de la Sociedad por él fundada.
También
el P. Alberione comenzó muy pronto a pensar en una organización
bien ensamblada para la buena prensa, formada por escritores,
técnicos, libreros y revendedores católicos. La idea fue madurando
bastante rápidamente en la mente dinámica y en el corazón
apostólico del P. Santiago, ante Jesús eucarístico, hasta que, en
sucesivas etapas, tomó cuerpo en una impresionante serie de
fundaciones que pretendían abarcar todas las necesidades de la
Iglesia.
Así
nació la Sociedad
de San Pablo, constituida
por sacerdotes y hermanos discípulos del Divino Maestro, y las Hijas
de San Pablo, ambas
ramas dedicadas al apostolado a través de los libros y revistas, el
cine, la radio, la televisión, el vídeo, etc.; las Pías
Discípulas del Divino Maestro, dedicadas
a la adoración (la oración ha sido siempre fundamental para la
supervivencia de todas las fundaciones), al apostolado litúrgico y
sacerdotal; las Hermanas
de Jesús Buen Pastor, para
el apostolado parroquial; las Hermanas
Apostolinas, para
la pastoral vocacional; los Cooperadores
paulinos, laicos
para el servicio de la buena prensa, y además una serie de cuatro
Institutos agregados: Jesús
Sacerdote, Virgen de la Anunciación, San Gabriel Arcángel y Santa
Familia.
El
8 de diciembre de 1917 fue un día histórico: los primeros alumnos
pronunciaron los votos religiosos: eran los primeros frutos.
Constructores
de Iglesias
Una
de las preocupaciones de los fundadores es la de garantizar a sus
hijos los propios lugares de culto. A lo largo de su vida, Don Bosco
construyó cuatro Iglesias: la de san Francisco de Sales, en
Valdocco, la basílica de María Auxiliadora, también en Valdocco,
la iglesia de san Juan Evangelista y el templo del Sagrado Corazón
de Jesús en Roma. Por su parte, el P. Alberione construyó también
cuatro grandes iglesias: el santuario-basílica de la Reina de los
Apóstoles, en Roma, la iglesia de san Pablo, en Alba, la iglesia del
Divino Maestro, también en Alba, y la iglesia del Divino Maestro en
Roma.
Perseguidos
Son
muy conocidos los episodios en que aquel curita, tan diminuto como
incómodo (Don Bosco), fue perseguido por los protestantes, masones y
anticlericales, hasta sufrir atentados que por puro milagro no dieron
en el blanco... Es conocida la misteriosa historia del perro gris que
apareció de improviso a defenderlo en momentos de necesidad e igual
de misteriosamente desapareció de su vida.
Con
respecto al P. Alberione, durante la guerra estallaron en Italia
grandes pasiones políticas especialmente contra la Iglesia, sus
instituciones y sus representantes. Recibió abiertas amenazas de
quemar la imprenta, las revistas y la casa. E incluso de cierre del
Instituto por parte de los superiores eclesiásticos. Sufrió
intentos de agresión, fue calumniado, apodado “Don Embrollón”,
y obstaculizado de mil modos.
Sin
duda ninguna, se trata de dos santos modernos, dos formadores de
santos, dos pioneros de mirada amplia, profética, dos personas que
parecen haber visto antes que los demás las futuras necesidades de
la Iglesia, dos vanguardistas, o mejor, dos verdaderos fenómenos de
vanguardia.
Se sentirían a sus anchas también en estos agitados tiempos nuestros...
Juan
C. MANIERI, sdb
y
José BARBERO, ssp