Cristo sigue llamando


Cristo sigue llamando




Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de noviembre de 2000 nº 3








ÁNIMO, VENGA, ¡FELIZ NAVIDAD!


Se aproxima la Navidad y, con ella, la primera fase de nuestro Capítulo Inspectorial. Esperemos que este marco privilegiado de la Navidad pueda contribuir y signifique una profunda y amplia revisión de nuestra vida comunitaria. Que el acontecimiento de la Encarnación nos ayude a renovar nuestra fraternidad, el testimonio evangélico de la misma y una presencia cada vez más significativa en el mundo juvenil.


En este número de Forum.com no encontraréis un retiro. Este mes de diciembre corresponde a la Comisión de Acción Social (Marginación) de la Inspectoría elaborar el retiro que se va a impartir en las diversas casas de la Inspectoría. Ellos nos lo enviarán.


Encontraréis, en primer lugar, una síntesis de la última carta del Rector Mayor: “Es el tiempo favorable” (ACG 373 –octubre-diciembre- 2000), que puede ayudar bastante en la preparación del Capítulo Inspectorial, en la medida que indica algunas pistas de trabajo para que cada comunidad pueda ser referente vocacional. La síntesis la ha realizado Juanjo Bartolomé, a quien le agradecemos su generosa aportación.


Incorporo también, con vistas a preparar el Capítulo Inspectorial, un artículo de Elkin Arango sobre la utopía de una nueva vida comunitaria, el tipo de comunidad que –soñando- podría ser la requerida para la nueva evangelización.


He aprovechado también la circunstancia de que el Papa Juan XXIII fuera beatificado en septiembre para recoger dos artículos relativos a su figura. El primero, tomado de Cooperador Paulino, nos habla de la experiencia del Pontífice en el campo de la comunicación social. El segundo, de Norberto Alcover, SJ, aparecido en El País, elogia la figura del Papa, a la vez que no juzga acertado el modo (la oportunidad y la fecha) de la beatificación.


Puede que algunos artículos os sean conocidos, pero la “modesta” aportación que os prometí con Forum.com está ahí para ser evaluada y mejorada.


Termino deseándoos una Feliz Navidad. Lo hago con una bonita bendición irlandesa: “Que los caminos se abran a nuestro encuentro; que el sol brille templado sobre nuestro rostro; que la lluvia caiga suave en los campos; que el viento sople a nuestra espalda. Y que durante el año que comenzamos, y toda nuestra vida, Dios nos tenga en la palma de su mano”. Feliz Navidad.













ÍNDICE



  1. Retiro ………………………...3-15

  2. Formación………………….16-18

  3. Comunicación.……..........19-21

  4. El anaquel…………….......22-24




Revista fundada en el 2000


Edita y dirige:

Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"

Avda. de Antibióticos, 126

Apdo. 425

24080 LEÓN

Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254

e-mail: formacion@salesianos-leon.com


Maqueta y coordina: José Luis Guzón.

Redacción: Segundo Cousido y Mateo González

Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN 1695-3681


RETIRO









1 “Es el tiempo Favorable” ( 2 Cor 6,2)

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(ACG 373 [2000] 3-53). Resumen






S u m a r i o



La carta continúa el tema capitular sobre presencia y vida de la comunidad salesiana y quiere ayudar la reflexión previa a la celebración de los Capítulos inspectoriales y General.

Una primera parte (4-26) resume la actual situación de las vocaciones en la Iglesia y hace alguna sugerencia pastoral. La segunda parte (26-53) se centra en el tema capitular, ‘la comunidad hoy’, y reflexiona sobre elementos de la vida común salesiana que pueden convertirse en reclamo vocacional.






El RM ha señalado ya tres dimensiones en las que la comunidad salesiana debe significarse, a saber, la vida fraterna, el testimonio del evangelio, la acogida de jóvenes y pobres (cf. ACG 372 [2000] 3-40). Aborda ahora un tema ante el que la Congregación se muestra muy sensible: nuestra capacidad de suscitar vocaciones; de hecho, “la preocupación vocacional ha sido una de las pistas que han llevado a la elección del tema del Capítulo” (5).




1.Las vocaciones: un asunto que nos hace pensar



Tal capacidad ha sido siempre vista como un punto significativo de nuestro testimonio. Los dos últimos Capítulos Generales insistieron sobre ello (CG23 149-157.178-180; CG24 141-143.146.159.165); el próximo examinará “las condiciones de vida y de acción que puedan favorecer una experiencia gozosa y animadora de la vocación, una existencia que sea testimonio y profecía, un ambiente que sea llamada vocacional” (5).


La crisis de las vocaciones a la vida consagrada (VC), que estamos experimentando, es como “‘una profilaxis’ saludable, en el sentido que nos obliga a revisar la calidad de nuestra vida personal y comunitaria, el significado de nuestras estructuras y de nuestra organización, la posibilidad de ser aún hoy significativos y capaces de ofrecer propuestas. Los jóvenes tienen necesidad de testigos, de personas y ambientes que muestren, con su ejemplo, las posibilidades de proyectar su vida según el Evangelio en nuestra sociedad. Este testimonio evangélico constituye el primer servicio educativo que ofrecerles, la primera palabra de anuncio del Evangelio” (5).


La vocaciones es un tema que emerge en los diálogos que el RM ha mantenido con los hermanos como primer interrogante, por el temor de desaparecer en algunas regiones y por la infecundidad vocacional que pone de manifiesto. En esta infecundidad aparente se centra la inquietud de los hermanos, que se preguntan por las posibilidades de contar con vocaciones hoy en ambientes fuertemente secularizados y por las condiciones que aseguren hoy la autenticidad y perseverancia en ambientes donde existen aún vocaciones.


La promoción de vocaciones es una de las finalidades de nuestra misión (cf. Const. 6.28). Ya que “todo salesiano un descubridor y acompañante de vocaciones. Toda comunidad tiene ésta entre sus finalidades principales” (7), habrá que evaluar la realización de este mandato constitucional y comprobar si inspira la acción de cada hermano y de todas las comunidades. Tal fue la experiencia y la preocupación de DB, quien llegó a formar unos 6.000 sacerdotes (cf. MBe V 297). “Los salesianos hoy están convencidos de que la fecundidad vocacional, en los diversos contextos, cuidando debidamente la pastoral y el camino de formación cristiana, aquilata su capacidad para comunicar un conocimiento suficiente y un amor a Cristo que impulsan a la imitación y al seguimiento” (9).



Un momento fecundo


La Biblia, que tiene páginas para tiempos vocacionales de esterilidad (cf. el episodio de Samuel) nos sugiere que podemos estar viviendo “una fase de posibilidades vocacionales privilegiadas, a condición de que nuestro amor por Jesús logre expresarse y comunicarse” (10).


En el contexto del Jubileo hemos vivido dos acontecimientos que hacen pensar en la apertura de los jóvenes a Jesús y en la fuerza de su figura y proyecto. Durante el Forum 2000 el RM ha tenido que reconocer que la dimensión vocacional es una “dimensión de la espiritualidad salesiana [que] no ha sido cultivada suficientemente” (10). En la Jornada Mundial de la Juventud en Roma el Papa ha exhortado a los jóvenes a pensar en la posibilidad de entregarse totalmente en el sacerdocio y en la VC.


Hay que reconocer que la juventud presente en ambos acontecimientos no representa a la juventud del mundo; pero precisamente estos jóvenes seleccionados “son los jóvenes que ofrecen un espacio de diálogo vocacional comprometido y han confesado que tal diálogo no siempre se ha tenido con ellos” (11). Seguramente estamos viviendo un ‘tiempo nuevo’, en el que hay que pasar del análisis a las propuestas. Nos debe dar que pensar que en zonas consideradas difíciles surjan comunidades y centros de espiritualidad que atraen fuertemente, mientras otras apenas provocan deseos de unirse a su experiencia; por otra parte, en áreas aún fértiles, hay diferencia entre los jóvenes que se sienten atraídos por la VC y la calidad de vida que alcanzan cuando se insertan en las comunidades. Hay que reflexionar seriamente, pues “las vocaciones representan el principal problema de nuestra [Congregación]”.


El Señor nos está dando una nueva oportunidad, pero al mismo tiempo nos pide una purificación, un poner de relieve lo esencial, una capacidad de entrar en contacto vivo con Cristo, más que quedarse sólo en amistades personales o prestaciones de servicio” (13).



En sintonía con la Iglesia


En estos últimos años tanto la Iglesia (Congreso de Roma, mayo 1998), la vida religiosa (Unión de Superiores Generales. 55ª. Asamblea) como nosotros mismos (Ratio, contribución del RM “Pastoral juvenil y orientación vocacional”: Seminarium 60 [2000] 67-80) ha venido reflexionando sobre el problema vocacional, que es “un problema que quema” (14), con esperanzado realismo. Por más esterilidad con que se pueda estar viviendo en alguna parte, “no es aceptable decretar la propia extinción y programar simplemente el traspaso de la propia herencia carismática a otros... Si Cristo ha sido para nosotros sentido y camino, si nuestra experiencia con Él ha sido feliz, es mejor, como hizo Abrahán, pedir un hijo que asuma la descendencia y trabajar para suscitarlo” (14-15).



La orientación vocacional en nuestra renovación pastoral


Los salesianos hemos reflexionado en estos años sobre la educación de los jóvenes en la fe y hemos determinado que la orientación vocacional es una dimensión fundamental y cualificante: “queremos ayudar a los jóvenes a colocarse frente al propio futuro en actitud de disponibilidad y generosidad; queremos predisponerlos a escuchar la voz de Dios y acompañarlos en la formulación de su propio proyecto de vida” (15). Por ello privilegiamos una orientación vocación ofrecida a todos dentro del proceso educativo, una preocupación constante por descubrir y acompañar las diversas vocaciones; una atención especial por las vocaciones de servicio a la Iglesia; una mayor responsabilidad hacia las vocaciones para la familia salesiana; “estamos convencidos de que regalamos un gran don a la Iglesia cuando procuramos una buena vocación” (16).


La situación no es fácil; las causas han sido señaladas: una cultura pluralista que tiene a producir identidades frágiles en los jóvenes; una cultura que fomenta la distracción y sumerge los grandes interrogantes sobre el sentido de la vida; una mentalidad que estimula a la consumación apresurada de las posibilidades que da la vida; el nomadismo en ideas y compromisos, que se despreocupa por referencias y orientaciones definitivas. Con todo, en esta situación vivimos con actitud de fe serena, sin culpar a nadie: “la carencia de vocaciones (un mal) se puede tomar como invitación a una purificación de las intenciones, a reconocer la necesidad de centrarse en lo esencial de la VC y de nuestra específica vocación en la Familia Salesiana” (16).


Además de rezar por las vocaciones, tenemos que difundir “una cultura vocacional”: “Se trata de promover una forma de vivir y de plantear las opciones personales ante el futuro, según un conjunto de valores como la gratuidad, la acogida del misterio, la disponibilidad para dejarse llamar y comprometerse, la confianza en sí mismo y en el prójimo, el coraje de soñar y desear a lo grande... Esta cultura es hoy el primer objetivo de la Pastoral Vocacional” (17).






Una nueva relación


En los jóvenes se percibe hoy una disponibilidad para la experiencia de Dios y dimensiones nuevas importantes para el nacimiento y crecimiento vocacional.


Aparece un nuevo sujeto o destinatario, “el adolescente adulto, sea por el alargamiento de la obligación escolástica, sea por la mayor edad en que se decide el estado de vida. Para nosotros es importante introducir elementos vocacionales en todas las edades, pero tenemos un espacio privilegiado entre los animadores, los voluntarios, los jóvenes colaboradores, los universitarios, los alumnos de los últimos cursos” (18).


Para estos jóvenes el tema y la orientación vocacional resulta una tarea mucho más exigente y específica. “Estos no entran en un equipo de trabajo o de servicio. Si se trata de hacer un trabajo laical, aún gratuito, saben que pueden disponer de otros espacios y estructuras de voluntariado. Es la visión y el sentido de la vida lo que determina su orientación. Sólo si son atraídos por Jesús y han aceptado la vida que Él propone se deciden a seguirlo... Es necesario hacer sentir a los jóvenes la gran novedad de Jesucristo, el más allá, y no sólo el placer de la gratuidad a tiempo limitado. Es inútil, para la llamada vocacional, la clandestinidad religiosa del grupo que se ha constituido en nombre de Cristo. Es mejor que declaremos, abiertamente con palabras y obras, cuál ha sido nuestra opción y la alegría con que la vivimos.. Dos cosas son necesarias y complementarias: la voz o gracia del Señor y los signos de la comunidad” (18).


He aquí algunas constantes que pueden ayudar a la reflexión sobre la capacidad vocacional de nuestras comunidades:


  1. La vocación es atracción. “Si el carisma y la vida de los que hoy son sus portadores no es, por así decir, fascinante, decaen las condiciones para suscitar seguidores”. Algunos Institutos están presentando ya “experiencias de comunidades abiertas y acogedoras, fronteras de misión audaces y nuevas, experiencias de VC que expresan el primado de Dios” (19).

  2. La vocación es llamada y gracia. “Está fuera de nuestras posibilidades el inspirarla y hacerla nacer. La iniciativa es de Dios.. Es necesario orar y trabajar, acoger y dar gracias, aún sólo por una vocación, observar y descubrir” (19-20).

  3. La vocación es un camino unido estrechamente a la maduración en la fe. “La condición fundamental para que surja es desarrollar la vida cristiana en todos los aspectos... Una fuerte personalización de la fe y una vida interiormente unida a Cristo son indispensables para que maduren propuestas según la palabra del Señor” (20).

  4. La vocación es personal, pues “Dios tiene un proyecto para cada persona”. “A nosotros nos toca ayudar a cada uno a desarrollar su vocación con un programa apropiado... El acompañamiento hacia el sacerdocio y la vida consagrada constituye un aspecto específico, y no hay que diluirlo todo en un discurso genéricamente vocacional” (20).

  5. Ello hace necesario un trabajo directo para vocaciones de particular consagración, que no surgen espontáneamente. Hay que organizar servicios de animación vocacional, sin que las comunidades puedan delegar en ellos su propia responsabilidad.

  6. Cada comunidad, y cada miembro en ella, ha de sentirse comprometida.“Cada comunidad representa a DB en el contexto donde vive y actúa, y tiene como fin prolongar su carisma... Dios dirá cuál será nuestra suerte, pero es importante que en ella no influya ni nuestro descuido, ni decisiones equivocadas, como puede ser la de renunciar a proponer a los jóvenes formas... de seguimiento radical de Cristo” (21).

  7. Los jóvenes necesitan de contacto con la realidad vocacional. Nuestros ambientes “deben constituirse como comunidades donde se experimentan ministerios al servicio de una misión y se ayuda a un encuentro con Jesús” (22).

  8. Puesto que muchas vocaciones maduran hoy a edades más altas (entre 21 y 17 años) su acompañamiento se hace más largo y consistente. Una catequesis de fondo vocacional ha de iniciarse en la niñez y en la adolescencia, pero no se debe abandonar en la juventud, cuando la mentalidad y costumbres, si no son iluminadas por el Evangelio, impedirán decisiones vocacionales.

  9. La comunidad es referencia indispensable: “nadie tiene vocación para la soledad y el aislamiento... Es el criterio del ‘ven y ve’” (23). Al joven hay que posibilitarle, además de contactos con ambientes educativos, experiencias de vida comunitaria salesiana: “el ideal es que toda comunidad pueda ser espacio de experiencia vocacional” (23).

  10. Hay experiencias que son particularmente reveladoras: compromiso apostólico, aprendizaje de la oración, meditación de la fe, voluntariado, retiros espirituales. En ellas se siente de forma inmediata la dimensión religiosa; no deberían faltar en un programa vocacional.

  11. La invitación explícita es necesaria en muchos casos. “El ambiente social no sugiere una vocación religiosa. La importancia y el significado social de ella es hoy escaso... El joven puede tener deseos de comprometerse, pero se orienta hacia los movimientos y causas hoy más subrayadas: las paz, la ecología, los pobres. Será siempre la fascinación de Cristo lo que determina otra orientación. Y aquí está nuestra prueba de pastores-educadores de jóvenes” (24).

  12. Acompañar es necesario siempre: “No hay vocación que madure, sin un director espiritual que la acompañe” (Pablo VI). “Y aquí, tal vez, tenemos otro punto débil: nuestra capacidad de mostrar, entusiasmar, indicar los pasos y las condiciones, invitar a que asuman metas más exigentes... Tenemos necesidad de acompañantes espirituales que sean, no sólo comprensivos, sino capaces de propones, expertos en la vida espiritual... El joven siente la necesidad de confrontar muchos puntos de la fe con tantas ideas y propuestas que le vienen de su contexto. Tiene necesidad de un interlocutor” (25). Nosotros tenemos ambientes, trabajamos en la educación, actividad adecuada para el tema vocacional, podemos hacer ofertas de trabajo pastoral, atendemos a los jóvenes... Todo esto podría ser un campo fértil para el interrogante vocacional.



  1. La comunidad salesiana:

espacio de experiencia y propuesta vocacional



En el origen de nuestra Congregación hubo una comunidad, Valdocco, capaz de elaborar una nueva cultura de relaciones y nuevas experiencias educativas. Todo tenía su raíz y motivación en la fe y la caridad pastoral, impulsaba a emprender una vida en Dios y orientaba por caminos de santidad. “Esto suscitaba en los jóvenes deseos de pertenecer a esa comunidad tan singular y trabajar en una obra tan original. En el origen, la Congregación se componía de ‘oratorianos’, personas que habían hecho, con DB y en su casa, la experiencia educativa.


En el trabajo de DB por las vocaciones emergen algunos elementos importantes, que pueden iluminar nuestra reflexión:


Hace por hacer surgir y desarrollar los gérmenes vocacionales

Construye un ambiente apto para la propuesta vocacional, cuyo centro era el espíritu de familia

Promueve un intenso clima espiritual mediante la oración y la práctica sacramental que llega a arraigar la propia vida en el proyecto de Dios.

Ayuda a purificar y madurar las motivaciones centrándolas en la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Se dedica a ser animador y guía espiritual de los jóvenes, con una prudencia en el discernimiento que llama la atención.

Está convencido de que el éxito es obra de Dios.

Confía en la generosidad de los jóvenes y subraya su sentido de Iglesia.


Aunque menos sentido por la comunidad cristiana, el movimiento vocacional hoy no es diverso. “Cada uno va a donde se siente atraído. Ciertamente no será por nuestra organización, ni por nuestro servicio o trabajo, el que hoy los jóvenes se sientan fascinados por una VC, sino precisamente por la intensidad de la dimensión religiosa... Resultará inútil que nosotros ofrezcamos comunidades laicas o seculares a jóvenes que buscan el sentido y la experiencia cálida de Dios, a los que han comenzado a gustar el Evangelio y desean vivirlo con mayor intensidad. ¡Es necesario ofrecerse como lugar de experiencia del Evangelio!” (29-30).


  • La lógica del “Ven y ve”


La cultura actual es sensible a signos y testigos, a pruebas y experiencias. Hoy la propuesta vocacional se realiza en el estilo evangélico del “ven y ve”; éste fue el camino recorrido por DB. El objetivo es construir una comunidad salesiana que haga visibles los valores evangélicos y manifiesta las motivaciones de su actuación educativa, una comunidad que viva la alegría de la fraternidad y sepa comunicarla con su vida, una comunidad que envuelva en un clima de oración y testimonio. “El problema no está tanto en la fidelidad y en la serena coherencia, cuanto en ese ‘más’ que atrae; no en lo normal y honesto que sirve para poder conservar las cosas como están, sino en ese ‘más’ que está incluido en la profecía, en la significatividad, en la radicalidad” (31).



  • La fuerza vocacional de la vida de la comunidad


La VC ha perdido visibilidad por la secularización del ambiente o por la decisión de algunos de apostar sólo por el valor humano de su opción. Los cristianos no comprenden siempre el valor y el sentido de la VC, que se presenta a veces reducida a una mayor disponibilidad para el servicio a los demás, sin que aparezca el primado de Dios y su sentido profético.


Tanto la Vita Consecrata (25.109) como la Unión de Superiores Generales (1999) han insistido en la urgencia de hacer visible la aportación de la VC. He aquí algunos elementos que deberían distinguir nuestras comunidades:


  1. Mostrar el gozo de la fraternidad y del estilo de familia

El clima de familia, de acogida y de fe, creado por el testimonio de una comunidad que se da con alegría, es el ambiente más eficaz para el descubrimiento y la orientación de las vocaciones... Es preciso hacer visible el hecho de ser comunidad religiosa que vive y que trabaja unida” (33). La misión salesiana nunca es hecho individual o privado. En un mundo lacerado y dividio como el nuestro también los jóvenes tienen necesidad de ver a Jesús a través de una comunidad visiblemente unida, fraterna y feliz.


b)Testimoniar la alegría de la vocación

Estamos llamados a vivir y comunicar la experiencia del don recibido. “Debemos examinarnos para descubrir si algún cansancio, alguna desilusión, nos ha quitado, si no la voluntad de vivir seriamente la consagración, tal vez la convicción y la iniciativa de proponer nuestra vida a otros de manera eficaz” (34).


c) Manifestar, en nuestra forma de vivir, el valor humano y educativo de los consejos evangélicos.

Los votos abren espacio a las aspiraciones y energías del hombre (cf. VC 62-63); para vivirlos es necesaria coherencia y capacidad de diálogo con la cultura actual. ¿Cómo vivir, por ejemplo, el valor educativo de los votos que subrayan las Constituciones (cf. Const. 67.73.81)? “Es deber nuestro, de cada uno y de la comunidad, hacer que nuestra sequela Christi se convierta en energía, lección y propuesta educativa” específica ... “La profesión debe hacerse anuncio, sereno pero decisivo, de los bienes que el Evangelio propone para la sexualidad, la riqueza y la libertad” (36).


d)Animar espiritualmente una amplia comunidad educativa

La manifestación más evidente de nuestra presencia de consagrados en los ambientes educativos es la orientación de todos – destinatarios y educadores – hacia el Padre. La consagración nos invita a meditar y a realizar el evangelizar (finalidad) educando (camino preferido)” (37).

Para que nuestras comunidades sean como la de Valdocco “fermento de nuevas vocaciones” (Const. 57), debemos organizarlas de forma que “sea posible rezar con los jóvenes, compartir momentos de fraternidad y de programación con los colaboradores seglares y hasta acoger a algunos jóvenes disponibles para hacer con nosotros una experiencia temporal de vida comunitaria” (37)



  • La acción pastoral de la comunidad


Además de presentar la vida salesiana y ofrecerse como espacio de experiencia espiritual, nuestras comunidades desarrollan una acción educativo-pastoral. Para no errar la dirección ni el objetivo conviene recordar algunos aspectos:


Vivir la propia vocación y suscitar vocaciones de especial es una finalidad de la misión salesiana y constituye el vértice de nuestra acción educativo pastoral.

La comunidad salesiana ha de garantizar tal compromiso y, con ella, la CEP. Cuando se delega esta responsabilidad en encargados, los resultados son escasos: “hace falta recoger en cada ambiente las [vocaciones] que Dios pone en nuestro camino: diversas por la edad, condición, vivencia religiosa, historia personal, relación con la Congregación” (39).

Esta atención a las vocaciones es un servicio

  • para cada joven: “es preciso desarrollar en él la disponibilidad para asumir la vida como don y servicio, para descubrir los dones y las cualidades sembrados en él y para despertar su responsabilidad hacia los demás” (39).

  • para la Iglesia: “se debe ayudar a todo cristiano a descubrir las riquezas de la vocación a la santidad y ser corresponsable de su misión en la Iglesia por el mundo” (40).

  • para el carisma salesiano, herencia que hemos recibido de Dios para la Iglesia y los jóvenes, de cuya autenticidad y desarrollo somos responsables.


Entre Pastoral Juvenil (PJ) y orientación vocacional existe una estrecha relación: “La PJ está desde el principio orientada a un objetivo: hacer que el creyente esté atento a la llamada del Señor y dispuesto a responderle. Hacer ‘vocacional’ toda la pastoral es hacer de modo que cada una de sus expresiones conduzca a la persona a descubrir el don de Dios en su vida... y la ayude a reconocerlo, a desarrollarlo y a ponerlo al servicio de la comunidad” (40).


El trabajo con los jóvenes en todas las presencias salesianas debe privilegiar algunas opciones:


Atención preferencial a las personas, antes que a programas, transmisión de conocimientos, administración o estructuras: “quiere decir acercarnos a ellas, conocerlas, hacernos amigos de ellas, estimularlas a asumir un proyecto de vida” (41).

Primado de la evangelización (cf. CG23 149-156): “urge hoy que en cada una de nuestras presencias se dé el primado a la evangelización, mediante una manifestación clara y explícita de las motivaciones evangélicas de nuestra acción, el anuncio significativo de la persona de Jesús, el contacto directo y pedagógicamente cuidado con la Palabra de Dios, los momentos de celebración y de oración personal y comunitaria, encuentros y comunicaciones significativas con creyentes y comunidades cristianas, o de quienes están en búsqueda del Señor” (41-42).


La orientación vocacional ha de seguir algunos criterios:


Proponer un servicio de orientación a todo joven sin reducirse a buscar candidatos para un cierto género de vida.

Favorecer una cultura vocacional, “una visión de la vida como don y servicio, más que como deseo de realización individual” (42).

Sugerir y desarrollar actitudes humanas y evangélicas básicas para una opción responsable en la línea de servicio (gratuidad, donación, relación, diálogo, colaboración, etc.).

Abrirse al panorama vocacional de la Iglesia, a través de contactos y encuentros para conocer de cerca a quienes viven el seguimiento de Jesús.


Para que la acción pastoral no pierda la intención, el alma y el objetivo vocacional, se repiten algunas insistencias:


“Toda comunidad salesiana es responsable primera y principal de la animación vocacional de los jóvenes con los que trabaja... Los jóvenes deben experimentar la comunidad salesiana, no sólo como grupo de trabajo para un servicio a su favor, sino sobre todo como comunidad fraterna y de fe, con deseo de comunicar su experiencia singular, capaces de contagiar su vocación: ésta es la primera y más eficaz propuesta vocacional” (42-43).

“No descuidemos el rezar constantemente por las vocaciones y el desearlas.. La comunidad que no reza incesantemente por las vocaciones, implicando a otras personas y especialmente a los jóvenes, no puede vivir plenamente el mandato apostólico de Cristo” (43; cf. Mt 9,36-10,1).

Hay que saber ser propositivos: “A veces tenemos un cierto pudor, una especie de temor respecto a la aceptación que podría encontrar nuestro discurso vocacional, o nos sentimos movidos por un falso respeto a la libertad de los jóvenes.. Nos perdemos los primeros pasos de los procesos, alcanzamos una formación cristiana más genérica y poco personalizada” (44. Cf. D. Egidio Viganò, ACG 339 28).


Es de especial importancia nuestra participación en la animación de la comunidad cristiana a través del ambiente: “debe sostenerse la formación y el desarrollo de un núcleo robusto de cristianos corresponsables, capaces de propuestas específicas, exigentes y profundas” (45).



  • Acompañar


Acompañar es determinante en el camino educativo y pastoral y de forma singular en el sistema educativo salesiano, que se apoya en la presencia del educador entre los jóvenes y en una relación personal basada en la confianza y el interés. DB fue, en esto, maestro incomparable.


Conviene ir más allá del trabajo de masas.. y acompañar a cada uno según el nivel al que ha llegado, sobre todo a los que manifiestan deseo y voluntad de progresar en el camino de educación en la fe. Es un reto a nuestra preparación... Para evitar equívocos, es bueno recordar que, cuando hablamos de acompañamiento, no nos referimos sólo al diálogo individual, sino a todo el conjunto de relaciones personales que ayudan al joven a interiorizar los valores y las experiencias vividas, a adecuar las propuestas generales a las propias condiciones, a esclarecer y profundizar motivaciones y criterios. Así, el acompañamiento incluye el ambiente educativo” (46).


El campo para el acompañamiento está abierto a la mayor parte de los hermanos, en contactos breves y ocasionales, en la atención educativa en momentos de especial significado para el joven, en tiempos de diálogo sistemáticos en torno a un plan de vida concreto, en el contacto con la vida de la comunidad.



  • Algunas áreas de especial atención


Aunque debamos promover todas las vocaciones en la Iglesia, en un tiempo como el nuestro es deseable favorecer aquellas vocaciones de especial consagración.


La vocación para la VC

Ante la presencia mayor de los laicos en la Iglesia y en la misión salesiana, resulta preocupante que nuestra forma de vivir la VC haya perdido visibilidad. “La propuesta vocacional salesiana requiere hoy, más que en el pasado, vivir y presentar, en la fidelidad al proyecto de DB, una figura de consagrado que sea significativa para los jóvenes y que haga emerger los aspectos fundamentales de la VC, más que los ministeriales o funcionales. No es suficiente hablar de DB y de la misión salesiana; se debe presentar la importancia y el valor que en el proyecto de DB tiene la vida en Dios, como punto de referencia preciso del carisma” ( 48-49).


La vocación para la vida laical y familiar

Nuestra acción educativo-pastoral es, a veces, poco propositiva, como si la vida laical y familiar no se debieran considerar como verdadera vocación. Muchos jóvenes nos piden ser acompañados con mayor cuidado en los momentos de búsqueda y elección vocacional. “Debemos valorar más el matrimonio cristiano como verdadera vocación y comprometernos a acompañar a los jóvenes en su camino de discernimiento y maduración de esa opción” (49).


Los jóvenes adultos: animadores y voluntarios

Es preciso ayudarlos para que su experiencia sea de alcance y de abertura vocacional, y los estimule a proyectar su vida según el Evangelio... Esto requiere de nosotros el compromiso para que cada uno de ellos pueda profundizar la fe y reflexionar sobre las propias experiencias de animación” (50).


Las familias

Por causas diversas, muchas familias, también cristianas, tienen dificultad para comprender y aceptar la opción vocacional de sus hijos; algunos piensas para sus hijos en términos divergentes a los del evangelio. “Es importante, por nuestra parte, conocer e interesarnos por la experiencia familiar que viven nuestros jóvenes, acompañar y ayudar a los padres en su responsabilidad de educadores de la fe, profundizar con ellos el sentido de la vocación e interesarlos en el camino educativo y pastoral que se va proponiendo a sus hijos” (50).



El ángel anunció a María


Entre las vocaciones bíblicas, la de María sobresale por su importancia histórica y su capacidad de iluminación. En su crónica aparece una imagen de Dios, un Dios ‘personal’ que sigue los acontecimientos del hombre y lo salva con su amor mediante intervenciones y mediadores reconocibles; Dios mandó un ángel a María, que le dio a conocer su designio no en momentos especiales, sino en la vida ordinaria: “sentiremos a Dios en nosotros mismos al discurrir de la vida y en el sucederse de los compromisos. Pero también, viendo a nuestro alrededor a muchachos y muchachas, deberemos pensar que una comunicación con Dios está sucediendo en su corazón” (52). Las mediaciones son importantes, pero Dios puede prescindir de ellas, y lo ha hecho en la historia de salvación.


Además, Dios tiene el misterioso poder de hacer fecundo lo que, a los ojos humanos, es estéril, limitado o perdido... Ésta es una invitación a revisar nuestra fe en la acción y en la energía del Espíritu” (fundada de los valores y de los criterios de la pedagogía salesiana, desarrollar una renovada capacidad de aprender de la vida cotidiana” (37).


María conversó con el ángel en su corazón; “es ciertamente atención a la propia vida, escucha atenta, en forma de discernimiento, de lo que resonaba dentro de ella. Es diálogo confiado con Dios acerca de su destino, es disponibilidad a la propuesta de Dios” (52).


En toda vida hay una anunciación... El hombre y la mujer no producen nada que no haya sido concebido y madurado interiormente. Pensamientos, sentimientos, deseos, proyectos, acontecimientos, se han elaborado en nuestro corazón. Allí está el santuario de Dios... El Espíritu no actúa por fuerza, ni mecánicamente, sino por sugerencias, diálogo interior, inspiración: se toma todo el tiempo necesario para hacer con calma, a ritmo humano, una obra completa.... Es también nuestro recorrido y el que ayudamos a hacer a los jóvenes” (53).






Puntos para la reflexión



  • Afirma el RM que “la preocupación vocacional ha sido una de las pistas que han llevado a la elección del tema del Capítulo” (5): la comunidad salesiana hoy, la vida fraterna, el testimonio evangélico, la presencia animadora entre los jóvenes) ¿Lo ves lógico? ¿Cómo lo explicarías: porque depende de la cantidad de vocaciones el porvenir de nuestro carisma o porque su escasez actual refleja la calidad de nuestra vida?


  • La crisis vocacional que experimentamos, ¿nos está obligando a “revisar la calidad de nuestra vida personal y comunitaria, el significado de nuestras estructuras y de nuestra organización” (5)? ¿Por qué?


  • Si las vocaciones es el principal problema de la Congregación (12), ¿se puede afirmar que estamos viviendo “una fase de posibilidades vocacionales privilegiadas” (6)?. ¿De qué dependería?


  • La orientación vocacional es, en la actualidad, “una dimensión fundamental y cualificante” (15) de nuestra pastoral juvenil? ¿Difundir una cultura vocacional “es hoy el primer objetivo de la pastoral vocacional”? (17). ¿Podemos afirmar con honradez que en nuestras comunidades se vive y se testimonia esa cultural vocacional?


  • La Congregación ha nacido también para promover vocaciones (Const 6.28). ¿Qué impide hoy al salesiano proponer a los jóvenes su vida consagrada como proyecto de vida que compartir? ¿Has invitado alguna vez a algún joven a ser como tú? ¿Por qué?


  • ¿Encuentran los jóvenes en nosotros acompañantes de su camino de fe, expertos en vida espiritual? ¿Tienes experiencia de acompañamiento espiritual? ¿Te sientes capaz?


  • ¿Qué buscan los jóvenes en nosotros cuando se acercan a nosotros? ¿Qué les damos con más gusto o frecuencia: ambientes y trabajo o experiencia evangélica y alegría de vivir en el seguimiento?


  • ¿No deberíamos “examinarnos para descubrir si algún cansancio, alguna desilusion, nos ha quitado, si no la voluntad de vivir seriamente la consagración, tal vez la convicción y la iniciativa de proponer nuestra vida a otros”? ¿No deberemos “superar la ley del mínimo esfuerzo o del aplanamiento” (34), y proclamar la satisfacción, la alegría que da el seguimiento de Jesús?


  • ¿Nos “urge hoy que en cada una de nuestras presencias se dé el primado a la evangelización” (41). ¿En qué fundas tu respuesta?


  • ¿Estamos de acuerdo en que “una comunidad fraterna y de fe, con deseo de comunicar su experiencia y capaz de contagiar su vocación... es la primera y la más eficaz propuesta vocacional” (43)? ¿Qué consecuencias se derivan, en concreto, para la vida diaria de tu comunidad


  • Que “en toda vida hay una anunciación” (53), puede significar que podemos vivir la propia vocación, y proponer la vocación a nuestros jóvenes, como camino de identificación con María. ¿No es una buena razón para tenerla como madre y maestra?




Juan J. Bartolomé










FORMACIÓN



Utopía de una formación en la nueva evangelización


¿Una nueva comunidad?


Una comunidad realmente fraterna en medio del pue­blo, sencilla, pobre, de puertas abiertas pero con espacio para la comunicación y la oración en silencio;


en contacto con los vecinos, pero manteniendo su iden­tidad evangélica y religiosa, donde jóvenes y mayores disciernan conjuntamente su vida y su futuro;


en comunión con las demás comunidades hermanas y cristianas del lugar; en comunión con las demás fraterni­dades y comunidades religiosas; con las de la propia con­gregación, dóciles a la Iglesia local, pero sin dejar que su carisma universal se empañe;


fieles y críticas a la vez;


en donde el trabajo, la oración y el estudio se alternan y se hermanan, sin que el trabajo ahogue la oración, ni ésta sustituya al estudio, ni éste sea superficial.


Comunidad de reflexión seria y constante sobre la vida del pueblo, a la luz de la Palabra, de la historia de salva­ción, del misterio de Jesús, donde hay vigor y vida, unión y profundidad en un clima de formación continua y per­manente, aprendiendo a aprender cada día.


Comunidad inculturada, que vive los grandes valores del pueblo, su religiosidad, su sabiduría, pero al mismo tiempo los confronta con los valores de la tradición y del Evangelio.


Comunidad con calor humano, transparencia y diálo­go, diálogo y discernimiento, donde se respeta al otro y todos se soportan mutuamente, donde la afectividad se integra en el Espíritu.


Comunidad que acepta la realidad de las pobrezas y fallos humanos, que sabe perdonar y comprender.


Comunidad alegre en medio de la dureza de la vida, festiva con el pueblo, pero que desea para él un futuro mejor.


Comunidad que se prepara, que no cae en el inmedia­tismo, sino que sabe sembrar sin prisas, lenta y paciente­mente, esperando días mejores.


Comunidad que sabe unir la ternura y la fortaleza, la misericordia y la denuncia, el profetismo y el testimonio martirial de cada día.


Que acompaña al pueblo sin protagonismos, discierne sin superioridad, enseña y aprende, evangeliza y se deja evangelizar cada día.


Comunidad solidaria, pero que respeta las posibilida­des reales de cada uno, sabe contemplar y hablar, callar y gritar.


Comunidad que no tiene prejuicios ni frente a las es­tructuras, ni a las instituciones, pero desea que éstas nazcan de necesidades reales y estén al servicio del pue­blo, soportando la difícil tensión entre ayuda y real testi­monio de pobreza y pequeñez.


Comunidad que no cae en extremismos ni maniqueís­mos, a la larga contraproducentes; sensible a los llama­das de los pobres, pero que sabe discernir, sopesar, medir.


Comunidad que se inicia a una tradición espiritual y al Reino de Dios.


Comunidad del Reino, que no reniega de la cruz, que

espera la resurrección; acepta la realidad y su peso, pero desea transfigurarla.


¿Es esto posible? ¿No es un sueño?


Es ciertamente un sueño, pero no irreal.


Es el sueño y la utopía del Reino de Dios.


Es el sueño y la utopía predicada por los profetas.


Es el sueño y la utopía de Jesús de Nazaret.


Es el sueño y la utopía de la Iglesia primitiva, bajo el fuego y el viento del Espíritu.


Es el sueño y la utopía de todos los santos, de los místicos y visionarios de la historia, de los fundadores de la vida religiosa.


Es soñar con un mundo nuevo:


Un mundo sin injusticias, sin explotadores, ni explota­dos; un mundo donde los niños no mueran a los pocos días de nacer; un mundo donde haya viviendas dignas, pan, escuelas y hospitales para todos.


Un mundo sin discriminaciones raciales, sexuales, cul­turales, religiosas.


Un mundo donde el progreso no se dé a costa de la cultura, ni el avance técnico a costa de la fraternidad;


en un mundo de diálogo, reconciliación y paz,


donde las discrepancias se solucionen sin armas y las diferencias culturales sean respetadas;


donde la libertad y los derechos de los pobres no sean sólo hermosas palabras, sino una realidad;


un mundo donde florezca la justicia y brote la paz;


un mundo donde pobres, pequeños y débiles tengan la preferencia, y no triunfe el dinero, la prepotencia, el sexo;


un mundo nuevo transformado desde sus raíces, en armonía cósmica, social y espiritual, donde se anticipe la escatología y el Señor resucitado todo lo atraiga con el poder de su misericordia.


De este mundo nuevo, la Iglesia es semilla y fermento, sacramento y misterio, testimonio y anticipación, por la fuerza de la Palabra y el fuego del Espíritu.


En este mundo nuevo soñamos, para este mundo nue­vo preparamos una nueva evangelización, para este mundo nuevo nace el carisma profético y utópico de la vida religiosa, a esta gran utopía queremos iniciar en la forma­ción.


La formación es una nueva evangelización, es la for­mación en la gran utopía del Reino de Dios. Esta es nuestra utopía, este es el gran reto. Difícil, pero no irreal, porque para Dios, como se le dijo a Sara (Gn 18, 14) y a María (Lc 1, 37), nada hay imposible.



(Elkin Arango, Un camino de formación inicial en la vida religiosa. Para una nueva evangelización, Verbo Divino, Estella 1992, 9-12).







COMUNICACIÓN



LOS PAPAS Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL


Juan XXIII “El Papa Bueno”

Síntesis panorámica de un papado corto. Un anciano de 78 años,

inicia una etapa crucial en la historia de la Iglesia.


Apenas tres meses después de su elección, el 25 de enero de 1959 anuncia el Sínodo romano, la convocatoria de un Concilio ecuménico pastoral y la reforma del Derecho canónico. Durante este primer año de minis­terio papal publica tres encíclicas: Ad Petri cathedram, (programáti­ca); Sacerdotii nostri, sobre san Juan María Vianney; Grata recordatio, sobre el rosario, y Princeps pastorum, sobre las misiones.


En 1960 celebra el Sínodo ro­mano y constituye los organismos preparatorios del Concilio. En 1961 publica las encíclicas Mater et magistra, sobre los problemas sociales, y Aeterni Dei, sobre el papa León I, y convoca oficialmen­te el concilio Vaticano II. En 1962 publica la constitución apostólica Veterum sapientia, sobre el estu­dio del latín, y la encíclica Paenitentiam agere, sobre la prepara­ción al Concilio. El 11 de octubre inaugura el concilio Vaticano II y preside su primera sesión. En 1963 publica la encíclica Pacem in terris, sobre la paz.



2 Relación con los medios de comunicación

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Durante dieciséis años, de 1905 a 1921, colabora con el periódico de su provincia L’Eco de Berga­mo, enviando artículos sobre ma­terias diversas, firmados única­mente con sus iniciales. Siendo ya Patriarca de Venecia, los festivales cinematográficos anuales de Vene­cia le ofrecen la ocasión de cele­brar la “Misa del Cine”. Dirigién­dose a los profesionales de este arte expone algunos principios teo­lógico-pastorales: “El arte del cine ha de emplearse en beneficio del orden social cristiano” (1953). Ve­necia “espera recibiros en adelan­te para admirar nuevos éxitos de vuestras experiencias artísticas en servicio de la verdad, de la bon­dad y de la fraternidad humana y cristiana” (1955). “Que el instru­mento admirable e inagotable del cine se convierta cada vez más en escuela de verdad, de fuerza y enérgico llamamiento a la digni­dad de la condición humana, aso­ciada a la gloria de Dios” (1956).


Como Pastor universal, se apre­suró a demostrar su aprecio por los profesionales, encargando a la Secretaría de Estado, la misma tarde de su coronación, que mani­festara al presidente de la Comi­sión pontificia para el cine, la ra­dio y la televisión “sus sentimien­tos de paternal reconocimiento hacia los profesionales del cine, la radio y la televisión, por la abne­gación que demostraron en el cur­so de los acontecimientos que aca­ba de vivir la Iglesia” (Carta del 4 de noviembre de 1958).

Pocos días después, recomen­daba al Consejo episcopal latino­americano que estudiara cómo se puede utilizar de forma más eficaz la acción de los sacerdotes, de los religiosos/ as y de los laicos “sin descuidar el precioso auxilio ofre­cido por la prensa y por las demás modernas formas de difusión del pensamiento” (15.11.1958).


Aunque no publicó ninguna en­cíclica sobre el tema, en el motu proprio Boni Pastoris afirma que su misión de buen pastor de toda la grey le hace estar atento a cada necesidad de la Iglesia y lo impul­sa con particular solicitud a consi­derar “todos los factores de la civi­lización moderna que Influyen so­bre la vida espiritual del hombre; entre estos han de enumerarse la radio, la televisión y el cine”.


Juan XXIII se preocupó solícitamente de “todos los factores de la civilización mo­derna que influyen sobre la vida espiritual del hombre; entre estos han de enu­merarse la radio, la televisión y el cine”.


A continuación expone el prin­cipio teológico pastoral: “Han de utilizarse estas admirables técni­cas de difusión de conformidad con el plan providencial de Dios y con la dignidad de la persona a cuyo perfeccionamiento deben servir”. “Hacer instrumentos po­sitivos de bien esos medios que la divina bondad ha puesto a dispo­sición de los hombres. El cine, la radio y la televisión ofrecen gran­des posibilidades para la difusión de una más alta cultura, de un arte más digno de su nombre y, sobre todo, de la verdad”. En este documento recomien­da los cineclubes y cineforums, hoy olvidados: “Recomendamos las asociaciones de carácter for­mativo y cultural, como la discu­sión y presentación de películas que tengan particulares valores artísticos y morales”.



3 Finalidad de los medios

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En las audiencias que concedía muy gustosamente a los profesio­nales insistió en la finalidad de los instrumentos de la comunicación social: la verdad. “La defección de parte del pensamiento moderno, respecto de la philosophia perennis ha causado en muchos una despreocupación de la verdad divina, como si esta no fuera objeto ade­cuado de la inteligencia humana”. “Vosotros sabéis bien que Dios es la Verdad por esencia: Cristo es la verdad (Jn 14,6): el Espíritu San­to es espíritu de verdad (Jn 16,13), decía a los periodistas (4.5.1959). “Interpretar los innumerables problemas de la vida según el cri­terio válido de la verdad eterna, que se refleja en el tiempo...”. El periódico es “presencia que orienta, precisa, coloca cada cosa a la luz de la verdad revelada”. Y hay que hacerlo “con una espe­cial gracia, amabilidad y genti­leza. Estilo siempre transparen­te, caracterizado por la verdad, por la caridad, por el respeto a los que yerran, con un vocabu­lario señorial y digno”.



4 El apoyo de los lectores católicos

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El periódico católico, “expre­sión de la doctrina cristiana y defensa de la misma, debe vivir del fervor de los católicos”; es decir, deben leerlo: es una “ver­dad elemental -dice- pero que en la práctica es comprendida por pocos”. Fundamenta este obligado apoyo en una razón teológica: todos los bautizados estamos obligados a la propa­gación y transmisión de la fe ex­presada con nuestra conducta y como instrucción religiosa y social. “En la práctica la pala­bra viva de la jerarquía llega a pocos; a menudo por causa de las condiciones de trabajo y de las varías actividades, de las di­ficultades y de los desplaza­mientos en que muchos se en­cuentran. Pues bien, uno de los medios más poderosos de que se puede servir la palabra de Dios para llegar a las casas, para hacerse comprender y amar, es precisamente la pren­sa católica”. “De esto deriva una gran responsabilidad para to­dos los católicos de sostenerla y de difundirla” (18.10.1959).


Escribe en la encíclica Prin­ceps pastorum (28.11.1959): “En este campo es necesario re­cordar también lo que sugirió nuestro inmediato predecesor Pío XII, a saber, que es deber de los fieles multiplicar y difundir la prensa católica en todas sus formas”.


4.1 Miguel F. DE PRADA

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NOTA BIOGRÁFICA

  • 1881 En una familia de agricultores, cuarto de trece hijos, en Sot­to i1 Monte (Bérgamo, Italia), nace Ángel José Roncalli..

  • 1904 Es ordenado sacerdote en Roma y obtiene el doctorado en Teología. Secretario de su obispo, Radini-Tedeschi.

  • 1915 Se incorpora como capellán castrense en la guerra europea.

  • 1920 Director nacional de la Obra de la Propagación de la Fe.

  • 1925 Visitador apostólico en Bulgaria. y consagrado obispo.

  • 1931 Delegado apostólico en Bulgaria.

  • 1934 Nombrado Delegado apostólico para Turquía y Grecia.

  • 1935 Inicia la delegación en esos países.

  • 1942 Organiza diversas iniciativas asistenciales para la pobla­ción griega y la salvación de miles de hebreos.

  • 1944 Nombrado Nuncio en Francia

  • 1953 Creado cardenal y enviado a Venecia como Patriarca.

  • 1958 El 28 de octubre es elegido papa con el nombre de Juan XXIII

  • 1963 El 3 de junto, fallece el “Papa bueno”.



(Cooperador Paulino 102 (enero/febrero de 2000) 31-33)









El ANAQUEL





El riesgo como gloria


Norberto Alcover


Cuando el mayestático Pío XII yacía muerto ante el desconcier­to del mundo, herido por cierta orfandad espiritual y hasta mo­ral, todos nos preguntamos quién sería capaz de sucederle al timón de una Iglesia, enfrentada a los vientos que la zarandeaban desde todos los ámbitos munda­nos. Pío XII había propiciado que la realidad cristiana, en cuan­to cuerpo histórico, entrara en contacto con la pura y dura reali­dad laical y hasta laicista, pero no fue capaz de avanzar más allá de una “demostración de de­seos”. Eran tiempos demasiado nuevos y complejos para un hom­bre estructurado en la magnifi­cencia del papado como epicen­tro de la sociedad civil. Su muer­te significaba el envite radical para la Iglesia: o ganar tiempo mediante un nuevo papa de tran­sición, o correr el riesgo de pro­poner un pontífice resuelto, en el tiempo que fuera, a avanzar en el estado de la cuestión, llevando el Cuerpo de Cristo hasta donde necesario fuere.


El hecho es que el colegio car­denalicio optó por la primera de las hipótesis, en último extremo conservadora, pero muy pronto comprendió que, de suyo, se im­ponía la segunda alternativa, y se imponía de forma irreversible y contundente. El 25 de enero de 1959, y ante un grupo de carde­nales reunidos en Roma, el suce­sor del magnífico Pío XII, un cierto Ángel María Roncalli, ele­gido obispo de Roma meses atrás, anunciaba su decisión de convocar un nuevo Concilio, ca­paz de revisar la pastoral de la Iglesia ante las nuevas realidades históricas, y además, dispuesto a profundizar en la temida cuestión del ecumenismo. El jarro de agua helada cayó sobre todos los presentes, convencidos de que la bondad proverbial de Roncalli le había jugado una terrible pasa­da. Sin saber; entonces, que se había puesto en acción el más importante acontecimiento ecle­sial del siglo XX, que determina­ría el nuevo milenio. El tipo de origen campesino había ganado la partida de póquer a los precla­ros personajes de la Curia roma­na y del pensamiento “eclesial­mente correcto”. El riesgo como gloria estaba, ya, encarnado en lo que inmediatamente se llamó Concilio Vaticano II, en relación al Vaticano I, cuando se formu­lara el dogma de la infalibilidad pontificia.


Y en el momento conciliar ál­gido, acabado por el cáncer y un tanto perplejo ante el dinamismo que estaba adquiriendo el Conci­lio que él mismo había suscitado, un 3 de julio de 1963, fallecía nuestro hombre, que acaba de ser convertido en modelo y ejemplo para la Iglesia toda, al incluirlo Juan Pablo II en el grupo de ”bea­tos” de la historia eclesial. Quiere decirse que, junto a sus excelentes cualidades privadas, Juan XXIII es presentado al mundo creyente e increyente como el creador del Vaticano II, lanzado por su senci­llez ante el misterio de Dios y por una solemne falta, de vulgar pu­dor ante los posibles comentarios de todo tipo. Lo que ha sucedido ahora en San Pedro es el punto de llegada de todo un periplo que ha llenado el devenir eclesial de estos últimos cuarenta años, por activa, al comienzo, entre los se­senta y setenta, y por pasiva más tarde, desde el comienzo del pon­tificado del actual Papa.


¿Qué resta de nuestro hombre, el campesino de Sotto il Monte transformado en dueño y señor del Vaticano? En primer lugar; su magnífica intuición de que entre una “Iglesia de la presencia”, mili­tante ella, y una “Iglesia de la mediación”, soterrada ella, es un gravísimo error optar por una de las dos posibilidades en detrimen­to de la otra: nuestro hombre, ave­zado diplomático durante años, sobre todo en sus años parisien­ses, entendió que la Iglesia debía hacerse presente con testimoniali­dad evidente, pero sin estriden­cias, sin exagerados protagonis­mos y, por supuesto, siempre al servicio del Pueblo de Dios y nun­ca a su propio servicio. Una Igle­sia para los demás. Pero, inmedia­tamente, Juan XXIII insistía en la naturaleza trascendente de esa misma Iglesia, es decir; concibién­dola como realidad que está en la historia sin identificarse solamen­te con tal historia, porque Jesu­cristo lo trasciende todo en la me­dida que todo lo salva y lo libera. Para nada estamos ante un pensamiento fácil y debilitado, antes bien, ante la rotunda afirmación de que servir a la historia es ofre­cerle lo mejor que tiene la Iglesia: Jesucristo muerto y resucitado, quien dejaba la potencialidad de la solidaridad fraterna, que en es­tricta teología se llama caridad, es decir, espíritu del samaritano bueno.


Resta, en tercer lugar; algo que, de tan sencillo, se hace com­pletamente difícil de escribir; pe­ro que lo mejor será resumir en una palabra: cariño. A lo largo de los cinco años que duró el pon­tificado de Juan XXIII, el mun­do entero se sintió en manos de un hombre que le quería de ver­dad, .que solamente buscaba su bien, y que, si le entregaba la per­sona de Jesucristo, era porque na­da mejor tenía que ofrecer. Su tolerancia nunca fue débil, pero sí paternal, en la línea del mejor evangelio. Sus respuestas a los pregoneros de calamidades insis­tían en lo positivo de la vida, de la fe y, en general, del hombre y de la mujer; reflejos de quien los creara. Derramaba cercanía, aco­gida y accesibilidad. Miraba a los ojos y hasta era capaz de llorar ante un dolor humano. El cariño era su mejor vehículo comunicati­vo del misterio de amor sincero que le dominaba. Fueron mu­chos los que descubrieron el ros­tro de Dios en su rostro. Sobre todo, intelectuales, artistas y potentados por su sonrisa tan verdadera como conocedo­ra de la fragilidad humana.



Al cabo de unos años, nos lle­ga la alegría de verle asumido por la misma Iglesia a la que sir­viera, si bien haber situado el ac­to de su beatificación un 3 de sep­tiembre produce cierto resque­mor, como si se hubiera preferido que pasara un tanto inadvertido, y tal intencionalidad sería una grave falta en los responsables de esta decisión.


Por otra parte, insistimos en el hecho de haber hecho coincidir su beatificación con la de Pío IX, hombre duro y tan discutible que animó la formulación de la infali­bilidad pontifica, tan peligrosa para el futuro. También en este caso, quienes decidieron tal coin­cidencia tendrían sus razones, que desde aquí censuramos des­de la discrepancia. Lo más certe­ro hubiera sido dejar en magnífi­ca soledad este acto como me­moria única y testimonial del Pa­pa Bueno desde la clarividencia. Se lo ganó a pulso.


¿Qué permanece de este impre­sionante legado conciliar y perso­nal? Aparentemente, puede que muy poco. La vida es así. Y la fe está transitada por la vida. Pero queda claro que la “nueva evange­lización”, siempre proclamada por Juan Pablo II, hinca sus raí­ces en Roncalli y en su Vatica­no II: porque evangelizar siem­pre es llevar a cabo aquel aggior­namento de los sesenta-setenta, que propicia nuestro hombre des­de sus comienzos papales. Así, pues, Juan XXIII está en pie. Y tarea de la Iglesia actual será recu­perarlo, junto al Vaticano II.




(El País (martes 5 de septiembre de 2000) 12/Opinión).

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Norberto Alcover es jesuita y periodista


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