Forum.com|90

















































  1. Retiro ………………….………..............................3–9

  2. Formación…………….……….........................10 - 18

  3. Comunicación…………………………………………19 - 30

  4. Vocaciones…...….…..............................31 - 45

  5. La solana……………………………………………….46 - 49

  6. El anaquel……….…….............................50 - 68


  • Reseña…………………………………………. 50 – 51

  • Juan de la Cruz………………………….. 52 - 60

  • Don Rua………………………………………61 – 68




Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Paseo de las Fuentecillas, 27

09001 Burgos

Tfno. 947 460826 Fax: 947 462002

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordina: José Luis Guzón

Redacción: Urbano Sáinz

Maquetación: Valentín Navarro y Amadeo Alonso

Asesoramiento: Segundo Cousido, Mateo González, Óscar Bartolomé e Isidro Revilla


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681








Rema mar adentro” (Lc 5, 4)


Óscar Bartolomé


De la Buena Noticia de Jesús, contada por san Lucas:


En aquel tiempo, 1 la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; 2 y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

  3 Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

  4 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

- Rema mar adentro y echad las redes para pescar. 

  5 Simón contestó:

- Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.

  6 Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. 7 Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. 8 Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:

- Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

  9 Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; 10 y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

  Jesús dijo a Simón:

- No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.

  11 Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron.



1. A modo de preámbulo

El Capítulo General XXVI, el Capítulo Inspectorial y la preparación de un nuevo curso nos invitan siempre a una situación de ‘noviciado’, el noviciado como etapa de nuestra vida de conocer e ilusionarnos con el proyecto de vida de Jesús entre los hijos de Don Bosco.


Darnos un tiempo de retiro acogiendo la invitación de Don Bosco, nos da la oportunidad, de nuevo, de pararnos, pensar, reflexionar, pedir perdón y agradecer nuestra aventura de consagrados.


De la mano de san Lucas, vamos a tratar de escuchar la invitación del Señor a remar mar adentro, a su luz podremos constatar nuestros trabajos y nuestra limitación y, de nuevo, que no otra vez, confiarnos esperanzadamente y en su nombre echar las redes, para ayudar a aquellas y aquellos a los que somos enviados a descubrir, acoger y madurar el don de la vocación para bien de toda la Iglesia y de la familia salesiana (Const. 28).


Sabedores de que el Señor Resucitado camina siempre con nosotros, nos hacemos conscientes de la presencia de su Espíritu en nosotros y en nuestras vidas para poder mirar a nuestro alrededor con sus ojos y hacerle presente con nuestras acciones.


Luz de nuestro corazón, ven y habita en nosotros.

Haznos sentir el calor de tu gracia.

Guía de los pobres, eres nuestra esperanza.

En nuestros momentos tristes y alegres, eres siempre una luz grata.


Luz de santidad, ven y vive en nosotros.

El ardor de tu amor oriente nuestro camino.

Si te alejas, el hombre ya no tiene valor.

Por si sola el alma no puede levantarse.


Luz de nueva vida, ven y guíanos.

Limpia nuestras heridas, alegra nuestro corazón.

Atrae a los soberbios; acompaña a los que están perdidos.

Indícanos el camino hacia nuestra radiante luz.



2. Rema mar adentro… -lectura orante de la perícopa-

El contexto literario


Con esta perícopa comienza una nueva sección que presenta la descripción del ministerio inicial de Jesús. La atención se dirige a sus colaboradores y enviados, especialmente a Simón Pedro. Viene bien caer en la cuenta de que Lucas, en contraste con Marcos (Mc 1,16-20), quería describir a Jesús caminando en soledad (Lc 4,14-44) antes de nombrar a los discípulos de los que se rodeó. 

 

El texto


  v. 1: la gente... para oír la palabra de Dios: Por primera vez la predicación de Jesús es llamada "palabra de Dios". Lucas describe la palabra como fuente viva para los que tienen fe (8,21; 11,28). Entre los evangelistas, sólo Lucas atribuye la predicación de la "palabra de Dios" a Jesús (8,21; 11,28), y después, a los apóstoles y predicadores de la Iglesia (Hch 4,29.31; 6,2.7; 8,14; 11,1; 12,24; 13,5.7.44.46.48; 16,32; 17,13; 18,11). Así pues, se expresa la continuidad entre la misión de Jesús y la de la comunidad cristiana.


La introducción de este término al comienzo del episodio indica que la llamada de los pescadores y sus respuestas es una ocasión para la proclamación efectiva de la Palabra de Dios.

 

junto al lago de Genesaret: Perteneciendo al mundo mediterráneo, Lucas nunca da el nombre de mar al lago, como hacen Marcos y Mateo.

 

v. 5: Simón contestó: "Maestro": En Lucas, este término se encuentra siempre en boca de sus discípulos (8,24.25; 9,33.49), excepto en Lc 17,13 (los diez leprosos). Probablemente este dato sugiere una fe más profunda en la autoridad de Jesús que el habitual didaskalos, que se traduce también como "Maestro".

 

... pero, por tu palabra, echaré las redes: Ciertamente, no sólo la razón ha movido a Simón a echar la red ante la instigación del carpintero. Siempre es mejor pescar de noche y, si no se ha pescado nada, peor aún e inútil será hacerlo de día. Pero Simón pone fe y confianza en Jesús. El resultado será sorprendente.

 

  v. 8: "¡apártate de mí, Señor, que soy un pecador!": Habiendo dado a Jesús el título "Maestro", Simón puede ahora llamarlo "Señor". Y esto porque, viendo la extraordinaria pesca que estaba ante sus ojos, Simón no tiene más remedio que ver en Jesús una manifestación, una epifanía de Dios. Él ha experimentado un milagro: el poder divino vivo en Jesús. La manifestación de Dios le conduce a un conocimiento de su ser pecador, de su indignidad. Así también cuando Dios se manifiesta a Isaías, el profeta confiesa: "¡Ay de mí, estoy perdido!" (Is 6,5).


La admiración por Jesús ha atraído a Simón, pero, al mismo tiempo, el conocimiento de su ser pecador le lleva a retirarse. Es con la palabra "Señor" con lo que él expresa la grandeza de aquel al que ha conocido a través de este milagro.


De repente, nos damos cuenta de que no sólo es una historia de la llamada de los pescadores sino algo más.

 

  v. 10: No temas: La fórmula "no temas", que se usa siempre en el Antiguo Testamento para las teofanías, se encuentra frecuentemente en Lucas (Lc 1,13.30; 2,10; 8,50; 12,7.32; Hch 18,9; 27,24). 

 

  "... desde ahora serás pescador de hombres" pone en énfasis en la actividad misionera que Simón está llamado a realizar.

 

  v. 11: "dejándolo todo, le siguieron": La expresión "dejándolo" subraya la pobreza requerida a los discípulos de Cristo (Lc 18,22; 5,28; 5,11)

 

Algunos exegetas dicen que la intención de esta narración de milagro es explicar o motivar la respuesta de los pescadores a la llamada de Jesús: habiendo visto el extraordinario poder de Jesús, ellos están dispuestos a creer en Él y a asociarse a Él. Otros comentaristas, sin embargo, ven en esta narración una simbología eclesiológica: la orden de echar las redes y la pesca abundante que sigue sugiere el envío de futuros misioneros al mundo y el éxito que obtendrán. Hay diversos argumentos que favorecen esta última opinión: 1) El hecho de que Lucas, obviamente, quiera asociar esta pesca milagrosa con la llamada de los discípulos; 2) La solicitud misionera y el universalismo de Lucas en todos sus escritos; 3) Jesús mismo ha hecho la conexión entre la pesca de los peces y la pesca de los hombres.

 

La posición central de Pedro en esta narración expresa el interés que Lucas tiene en él. Pedro no estaba solo (podemos verificar esto en el uso de los plurales en los vv. 4.5.6 y 7), pero los otros no son llamados. Son mencionados muy oscuramente. En Marcos y Mateo, el anuncio de la vocación de ser pescadores fue dirigido a los dos hermanos, Simón y Andrés. Sin embargo, parece que Lucas quería evitar el nombre de Andrés y menciona sólo a Simón. Todo lo que se le hace a Jesús (el "préstamo" de la barca) lo realiza Simón; y todo lo que Jesús hace (la pesca milagrosa) es hecho por Simón. Simón eclipsa, incluso, a los hijos de Zebedeo. Sus nombres se mencionan sólo al final de la narración (v.10) y sólo entre paréntesis, para explicar que estaban asombrados también, como Simón.


Recibimos en esta lectura la misma invitación que Simón: Remar mar adentro. Una invitación que se traduce en profundizar, en salir de nuestros espacios habituales, de nuestras costumbres, de nuestras rutinas… que ensordecen nuestra sensibilidad, enfrían nuestro corazón y castran nuestra fecundidad apostólica.



3. Maestro, nos hemos pasado la noche bregando… -meditación-

Incluso luego de la dura brega, que Jesús reconoce, el Señor invita a los suyos, nos invita a nosotros, a remar mar adentro, hacia el mar abierto y hacia aguas profundas: La perenne llamada de Dios, siempre joven, a seguir ensanchando nuestro corazón, a seguir acogiéndoLo en nuestra vida y a seguir siendo signos y portadores de su amor a los jóvenes.


Por eso mi ‘revisión de vida’ en este retiro, necesariamente ha de tener estos dos ‘objetos’ que, en realidad, son las dos caras inseparables de la única moneda de nuestra identidad como religiosos: la primacía de Dios en mi existencia de consagrado y mi presencia animadora entre los jóvenes.


Nuestra consagración religiosa testimonia la primacía de Dios en nuestra vida en la vivencia de nuestra vida fraterna y en la de los consejos evangélicos. Con sinceridad y honestidad, como Pedro nos preguntamos cuál está siendo nuestra brega en este campo; cómo estamos respondiendo cotidianamente, en lo pequeño, en lo discreto de nuestro día a día…


  • en la inercia de esquemas relacionales inadecuados, que debilitan el sentido de pertenencia y ponen en peligro el clima fraterno de la comunidad…

  • en la organización de la vida y la acción comunitarias, para mejorar la comunicación y dar calidad a las relaciones personales…

  • en los procesos que hay que poner en marcha para aprender y ejercitar el discernimiento tanto individual como comunitario, de manera que favorezcan el diálogo fraterno y la corresponsabilidad…

  • en cómo reavivar continuamente y mostrar la primacía de Dios en las comunidades, y cómo compartir la experiencia espiritual en ellas, con los seglares y con los jóvenes…

  • en la presencia, el cuidado y la animación de nuestras celebraciones comunitarias, para que nos permitan acoger a Dios en nuestra vida y testimoniarLo…

  • en cómo poner hoy en acto nuevos equilibrios personales y comunitarios entre los distintos aspectos de nuestra vida para vivirlos en la gracia de unidad de manera completa y armoniosa…

  • en cómo hacer que sea radical, profético y atrayente, nuestro testimonio comunitario del seguimiento de Cristo…

Nuestra consagración, como dicen nuestras constituciones, es una consagración apostólica; consagración que se realiza, por tanto, en el ser apóstoles (Const. 3), de nuestra presencia animadora entre los jóvenes. El Rector Mayor, en su visita a nuestra inspectoría, nos ha dicho a los salesianos: “No deberíamos olvidar jamás que, para nosotros, los jóvenes no son un pasatiempo, una etapa de nuestra vida, mientras uno es clérigo, o joven. Son la razón de ser de nuestra vida; y, por lo mismo, hay que estar con ellos hasta el final.

Ante estas palabras, con sinceridad y honestidad, como Pedro, nos preguntamos cuál está siendo nuestra brega en este campo; cómo estamos respondiendo cotidianamente, en lo pequeño, en lo discreto de nuestro día a día…


  • en mi presencia cotidiana entre los jóvenes, entre aquellos que nos son más afines y aquellos que nos necesitan más…

  • en mi presencia en la CEP y en la Familia Salesiana

  • en mi ‘habito’ de ser propuesta vocacional para ayudar a los jóvenes a aceptar la vida como don y tarea, expresión de la «sequela Christi»

  • en mi constancia a la hora de hacer la propuesta vocacional a los y las jóvenes, de modo que lleguen al descubrimiento y a la aceptación del proyecto que Dios tiene para ellos…

  • en mi capacidad de contribuir a generar una presencia educativa que promueva el encuentro personal y ofrecer continuidad en el acompañamiento vocacional…

A lo mejor, como Pedro estoy llamado a reconocer que no es muy abundante la pesca, o más aún, que no hemos pescado nada, incluso con la dura brega, y a veces, también, sin ella. Y sin embargo, esta confesión de lo que somos, de lo que hacemos, de nuestros esfuerzos… es la que nos va a permitir reconocerLo presente en nuestra vida. La presencia del Espíritu de Dios, prometido por el mismo Jesús, en nuestra historia es hasta el extremo fiel e incondicional, que nos asiste incluso cuando estamos equivocados, cuando andamos errados, cuando vivimos perdidos, cuando trabajamos en la dirección equivocada… haciendo germinar en nuestro interior también el anhelo profundo de ‘convertirnos’ a Él.

Y movidos a convertirnos a Él, somos pro-movidos y con-movidos junto a Él, como Pedro, a participar de la misión, con otros ojos, desde otras claves… Y así, esta nueva misión, esta nueva brega será posible sólo desde la asunción real de lo que somos (todo lo que somos, con nuestras limitaciones y capacidades) y desde una renovada y total confianza en Él, en su Palabra.



4…pero, por tu palabra, echaré las redes.

Escuchando su Palabra, renovando nuestra confianza en Él, tratemos de soñar por donde queremos que se encaminen nuestros pasos, tratemos de descubrir por dónde el Señor nos invita a vivir una vida salesiana fascinante, vivida en plenitud, y no por nuestra sola brega, sino por su Palabra, restaurando nuestra confianza en Él.


Además de muchas inquietudes y mociones intuidas en este retiro, proponemos a continuación escoger una de las líneas (del PIAV) de cada bloque que hay a continuación, y buscar una o dos líneas de acción concretas que me ayuden a ‘echar de nuevo las redes’, porque Él hará la pesca milagrosa.


Respecto de la primacía de Dios y el testimonio evangélico


  1. Favorecer el cuidado, personal y comunitariamente, de la celebración de la eucaristía y de nuestra vida de oración.


  1. Renovar la ilusión y el entusiasmo por la propia vocación, así como la conciencia de responsabilidad de cada salesiano y cada comunidad en la animación vocacional.


  1. Testimoniar en nuestro ambiente, como salesianos y como comunidad, una opción vocacional específica que nos hace felices.

  1. Cuidar la identidad cristiana con estilo salesiano de los seglares, ayudándoles a vivirlo como respuesta al proyecto de Dios.

Respecto de mi presencia animadora entre los jóvenes


  1. Promover la implicación de los seglares en la animación vocacional, tanto en las propuestas más abiertas como en las más específicas.


  1. Ayudar a cada joven, y en especial a los más necesitados, a descubrir el sentido de la existencia y la vida como proyecto y respuesta a una llamada.

  1. Promover la animación misionera y el compromiso social como elemento provocador de respuestas vocacionales, siguiendo la intuición de Don Bosco.


  1. Potenciar las propuestas de acompañamiento y discernimiento vocacional para jóvenes adultos, desde una perspectiva abierta a todas las opciones vocacionales cristianas y eclesiales.




















El sacerdote y la formación intelectual1


Ángel Cordovilla Pérez


Solo quien ha pensado lo más profundo tiene capacidad para vivir lo más vivo y actual. Pensar, estudiar, reflexionar, no son acciones gratuitas y superfluas destinadas a unos pocos privilegiados; ni son el camino alternativo para aquellos que, cansados de la vida, quieren retirarse a un paraíso ideal. La verdadera formación intelectual nos sitúa de lleno en el corazón de la realidad. Para entenderla, para estar dentro de ella, para poder transformarla, para comprenderla como lugar de encuentro con los hombres y de revelación de Dios.


1. Una exigencia insustituible


«La formación intelectual es como una exigencia insustituible de la in-teligencia, con la que el hombre, participando de la luz divina, trata de conseguir una sabiduría que, a su vez, se abre y avanza al conocimiento de Dios y a su adhesión» (Pastores dabo vobis [PDV], 51). De esta manera justifica Juan Pablo II la formación intelectual del sacerdote, tanto en su formación previa como en su formación permanente. Lo primero que me llama la atención es la afirmación de que esta es una exigencia insustituible y que, antes de estar fundada en el ejercicio del ministerio, está arraigada en la misma condición humana. La forma­ción intelectual compete, en realidad, a todo hombre que quiera acoger y responder al proyecto creador de Dios. El ser humano ha sido crea­do a imagen de Dios, realidad que para el cristianismo significa el fundamento último de su dignidad inalienable. Pues bien, uno de los lugares privilegiados donde se manifiesta esa dignidad es en la inteligencia, creada a imagen del Logos creador (GS 15). Ésta es ya una pri­mera afirmación digna de tener en cuenta. Lo que los sacerdotes (y todo hombre) se juegan en su formación intelectual es asumir esa dignidad que Dios ha depositado en la luz de su razón y responder a ella. Es evidente que esta formación intelectual también es exigida al sacerdo­te desde la naturaleza y el ejercicio del ministerio apostólico, que, en­tre otras cosas, tiene que dar razón de la fe que profesa ante quien se la pida (1 Pe 3,15); conseguir un conocimiento profundo de los miste­rios de Dios para saber conducir a la salvación a sus hermanos; saber discernir críticamente los valores y los ídolos que cohabitan en la so­ciedad plural en la que vivimos; cultivar la veneración amorosa a la verdad allí donde esta alboree y se manifieste; realizar un ejercicio en­carnado del ministerio metido en las circunstancias cambiantes de la vida humana; prolongar la contemporaneidad vivida con Cristo (cf. PDV 52).


La Pastores dabo vobis ha insistido en que esta dimensión intelec­tual de la formación del presbítero ha de estar unida a su vida pastoral y a su camino espiritual, formando así entre las tres la figura total de la formación sacerdotal. Pero hay que advertir igualmente que la forma­ción intelectual no puede ser sustituida por las otras, un hecho que, desgraciadamente, ocurre con bastante frecuencia. La formación intelectual es, de suyo, una exigencia irrenunciable, por vocación humana y por ministerio apostólico.


La gran tradición filosófica y teológica siempre ha sido consciente de ello. Así, si los trascendentales del ser son, además de su unidad, la belleza, la bondad y la verdad; si la pre­gunta radical «¿qué es el hombre?» se despliega en las preguntas «¿qué podemos saber, qué debemos hacer y qué nos está permitido esperar?», la vida del presbítero, si quiere ser fiel a esta vocación humana, debeser vivida con la misma intensidad y exigencia irrenunciables en su dimensión espiritual (belleza), pastoral (bondad) e intelectual (verdad). ¿0 no estamos impelidos como todo hombre a saber, a hacer y a espe­rar? Más aún, ¿no estamos obligados, desde el ministerio apostólico

EL SACERDOTE Y LA FORMACIÓN INTELECTUAL545

que hemos recibido, a dar que pensar, a dar que hacer, a dar que esperar a los hombres de nuestro tiempo, quizá cuando ya pocos se preguntan o se abren a todas estas dimensiones constitutivas del ser y del hombre?


Si en algún tiempo hemos tenido los sacerdotes en la Iglesia una cierta tentación de intelectualismo, creo que hoy nos ocurre exacta­mente lo contrario. Somos hijos de nuestra época. Y esta, como res­puesta a un dominio casi exclusivo de la razón frente a la vida, del lo- gos frente al pneuma, de la inteligencia frente a la experiencia, ha pre- ferido poner en primer plano las segundas (vida, espíritu, experiencia). Hay que reconocer que este correctivo ha sido justo y necesario. La ra­zón y el logos no lo son todo. Con razón se habla hoy de una necesa­ria remitologización de la teología que vaya más allá del paradigma de la secularización y del programa de desmitologización. En el nece­sario paso que el hombre ha realizado, a lo largo de siglos, del mito al logos, hemos arrancado aspectos esenciales de la vida humana que ha­cen que esta, sencillamente, sea humana. No todo es luz. No todo en el hombre son ideas claras y distintas. No todo lo que ocurre en el mun­do es producido desde la lógica infalible de la causa y el efecto. Pero ¿significa esto que todo es producto del azar?; ¿que el origen de todo es el caos y que la vida humana debe ser vivida desde el impulso de una ciega irracionalidad? Uno de los mayores esfuerzos del pontifica­do de Benedicto XVI es rehabilitar lo que él, como teólogo, llamó, ha­ce ya unos años, la vuelta o la importancia insustituible de una cristo­logía del Logos. Ella es base de la teología de la creación, de la teología trinitaria, de la antropología y de la vida moral. En su famoso dis­curso de Ratisbona pedía que la razón se abriera a toda su dimensión, pero que también la fe se purificara desde la luz de la razón. Y esto se nos olvida. Con razón, exigimos o pedimos a los hombres de nuestro tiempo que no tengan miedo a abrirse a todas las dimensiones de la ra­zón humana, que se dejen iluminar por la fe, que ensanchen el estre­cho límite en el que quieren dejar el deseo ilimitado de la razón hu­mana. Sin embargo, no sé si nos hemos tomado suficientemente en se­rio las exigencias de la fe para con la razón. La fe sola no basta. Esta tiene que abrirse también al ámbito de la razón. Un espacio común en el que nos es posible afirmar la universalidad de la pretensión de la ver­dad del Evangelio y entrar en diálogo verdadero con otras pretensiones de sentido y salvación que se dan en la sociedad plural. Este déficit en el logos, en la verdad y en la inteligencia no se sustituye por celo pastoral o fervor espiritual. Sin logos, el espíritu es irracional, queda reducido a nuestra experiencia particular y nos imposibilita para el diálogo con quien no comparte ese espíritu o experiencia con nosotros. Es cierto que la inteligencia o la razón, sin experiencia o sin espíritu, es fría y queda vacía; pero la experiencia y el espíritu, sin la inteligencia sin ciegos y pueden acabar convirtiéndose en fuerzas destructoras.



2 Asumir los tres impulsos originarios de la teología


Aunque soy consciente de que la formación intelectual no puede redu­cirse a la formación teológica, sino que también ha de incluir la forma­ción filosófica, así como el cultivo de otras ciencias humanas (sociolo­gía, psicología, pedagogía, economía, política, ciencias de la comunicación...), voy a centrarme especialmente en la necesaria Formación teológica en el ministerio sacerdotal. La teología ha tenida tres impulsos originarios que han de ser integrados en la vida del presbítero: la alabanza, la búsqueda de la verdad y la inteligencia de la fe. Sin esta apertura de la razón y el corazón hacia lo alto (como agradecimiento), hacia lo ancho (en la búsqueda radical de la verdad) y hacia el profundo (en la inteligencia de la fe), la vida del presbítero se quedará mustia, sin alimento personal y sin capacidad de proponer y anunciar al mundo de hoy, de un modo honesto y coherente, la Buena Noticia que es el Evangelio. Veamos brevemente en qué puede consistir cada una de esas perspectivas en la vida y el ministerio del presbítero.



La alabanza y el agradecimiento

El primer impulso originario de la teología es la alabanza y el agrade­cimiento que nacen como respuesta a la Palabra de Dios que previa­mente se nos ha dado y que nosotros hemos escuchado y acogido de antemano. La teología es alabanza, es gozo, es alegría de querer res- ponder a la Palabra de Dios glorificándola. Solo quien escucha y acoge puede responder glorificando. Quien no siente la necesidad de res­ponder, es que antes no ha acogido. Nuestro déficit en la formación in­telectual y teológica, ¿no es un signo de que, en el fondo, estamos ce­rrados sobre nosotros mismos? ¿Que no dedicamos tiempo a la escucha y acogida de la Palabra de la revelación en el silencio orante? La formación intelectual y la vida espiritual del sacerdote nn crecen de forma inversamente proporcional (a mayor oración, menor inteligen- cia), sino precisamente lo contrario. Quien escucha y acoge, quien ado­ra yconfiesa, siente la necesidad de devolver en agradecimiento esa Palabra acogida y confesada, siente la necesidad de hablar y dar testi- monio de ese Dios que le ha hablado primero y que antes que él ha da­do testimonio de sí mismo. Pero en el agradecimiento está incluido el hacerlo bien. La teología no es, sin más, hablar de Dios, sino hablar bien de Dios. Hay un hablar necio que, aunque sea realizado con bue­na voluntad, puede conducir a la idolatría y al ateísmo. Y hay un ha­blar sabio que, aunque sea realizado desde el reconocimiento de la pro­pia incapacidad, puede ayudar a conducir a otros a la fe. Sólo Dios puede hablar bien de Dios. Por esta razón, solo quien se pega a él pue­de sentir simultáneamente la necesidad y el riesgo de hablar de él ante los hombres. La teología es un exceso y un riesgo. Un exceso de parte de Dios, que asume el riesgo de comunicarse en el límite de la carne hu­mana; y un riesgo por parte del hombre, que ha de atreverse a hablar cíe ese Dios del exceso desde los límites de su lenguaje y conocimiento. ¿Queremos los sacerdotes correr ese riesgo? ¿Queremos ser testigos y evangelizadores de este exceso de Dios en la vida de los hombres? ¿O preferiremos mantenernos al margen de esta vida arriesgada y excesi­va? Una vida personal que no cuidara la formación, la lectura y el cre­cimiento de la inteligencia denotaría, en el fondo, una vida cómoda y acomodada, lejos de este exceso y riesgo de Dios y del hombre.

La búsqueda radical y compartida de la verdad

El segundo impulso del que vive la teología es la apertura crítica y ra­dical a la verdad. Es cierto que esta dimensión no es exclusiva del que­hacer teológico, sino que va unida a la condición humana en cuanto tal, y así le ha acompañado al hombre a lo largo de su historia. Esta bús- queda de la verdad también ha de convertirse en el sacerdote en una ac­tividad insobornable. La teología es búsqueda y pregunta. Unas veces, porque sabe asumir las preguntas que se hacen los hombres de su tiem- po; y otras, porque fuerza al hombre de su tiempo a preguntarse de for­ma radical por la verdad. En este tiempo de idolatría en que estamos, en que vivimos bajo la apariencia y el brillo de glorias vanas y vacías, tenemos el deber de preguntar por la verdad, de buscar la verdad, de perseguirla, para que nuestro culto no sea varío ni nuestra gloria vana. Si la teología es verdadera alabanza y apertura a la Palabra de Dios, significa que ha de ser también búsqueda insobornable d la verdad, amor y veneración a la verdad, culto a la versad (cf. PDV ). Es la di­mensión profética de la teología la que ha de impregnar nuestra vida cotidiana, huyendo de los tópicos y lugares comunes, intentando ir a la profundidad de las cosas y de la realidad, mis allá de las palabras va­cías y de la superficie de las cosas. Hay que felicitarse por la irrupción de los medios de comunicación en el ámbito de la información, la opi­nión y el análisis de la realidad social, cultual y religion. Con ellos hemos ganado en percepción de la realidad plural en la que vivimos dentro de la sociedad y de la Iglesia. Hemos ganado en transparencia y rapidez de la comunicación. Pero hay que tener cuidado de que esta opinión publicada a través de Batos nuevos medios no se invierta en el pan de nuestra cultura cristiana y de la información real. La apa­rente pluralidad se convierte en una mayor uniformidad (en todas las diócesis se escuchan los mismos chismes), y la transparencia y demo­cracia informativa amenaza con convertirse en una insultante falta de conocimiento y de rigor. Es obvio que esto no se combate evitando la información. La irrupción de estos nuevos cauces informativos es im­parable. Y hay que saber aprovecharlos y utilizarlos para nuestro enri­quecimiento personal y como medio de evangelización. Pero si no que­remos que finalmente piensen por nosotros, debe ir acompañada de una mayor formación y ser mucho más personalizada. Los sacerdotes tenemos que hacer un esfuerzo por conocer los problemas de primera mano, ayudados de análisis que vayan más en la dirección de la pro­fundidad que de la inmediatez. Para ello hacen falta tiempo y fuerzas. La búsqueda de la verdad requiere su ascesis y clausura, el diálogo co­mún en torno a ella, valentía y atrevimiento para ir contra corriente y parecer atemporáneo.


La inteligencia de la fe

En tercer lugar, la teología es, ante todo, inteligencia de la fe. Solo quien camina de verdad junto a los hombres y va madurando en el ca­mino e itinerario de la fe siente la necesidad de ir más adentro en la comprensión de esa fe. La fe tiene en su raíz la característica de la fidelidad y la permanencia seguras, por un lado, y la de la búsqueda y el camino permanentes. Es roca y camino; certeza y riesgo; luz y tinie­bla; comprensión y misterio; meta y peregrinación. Desde este punto de vista, nunca podemos conformarnos con In ya sabido y aprendido. Una fe madura busca entender y comprender con mayor profundidad. Ede avance y progreso en la inteligencia de la fe nn significa una ob­sesión, sin más, por la lectura de lo último y lo nuevo, sin tener capa­cidad de discernir y digerir esa lectura. Se trata de comprender el sen­tido último y la razón interna de las afirmaciones de fe desde un cono­cimiento profundo de la historia de su influencia en la tradición de la Iglesia y en diálogo con la mentalidad contemporánea. La inteligencia de la fe nn significa repetir, sin más, las afirmaciones del Credo desde une pura autoridad formal que no alcanza la lógica de su sentido con­creto como invitación razonable, coherente y seductora a la fe; tampo­co es repetir, sin más, los conceptos teológicos de una supuesta última teología, sin pensar en lo que ellos quieren realmente transmitir. La in­teligencia de la fe es, ante todo, «prolongar la contemporaneidad vivi­da por Cristo» (PDV 52). Es decir, se trata de hacer posible que a tra­vés del pensamiento y del espíritu del hombre Cristo pueda ser con­temporáneo de los hombres, y los hombres, a su vez, contemporáneos de Cristo (cf. 1 Co 2,10-16).

Los sacerdotes nos quejamos muchas veces de que nuestros feli­greses, habiendo progresado de forma muy considerable en la forma­ción humana, tienen, por el contrario, una formación religiosa y cris­tiana que se ha quedado en el nivel del catecismo de la primera comu­nión. Pero ¿no podríamos decir prácticamente lo mismo de nosotros? ¿Hemos progresado realmente en nuestra comprensión de la fe? Des­pués del título obtenido en teología, ¿hemos vuelto a tomarnos en se­rio la formación teológica y hemos profundizado realmente en la com­prensión de la fe?


3. La formación en doble ritmo


Esta triple dimensión de la formación intelectual y teológica habría que desarrollarla en la vida concreta del presbítero en un doble ritmo. El primero es el inmediato, ligado especialmente al ministerio de la Pa- labra; y el segundo, el mediato, en la búsqueda de la profundidad y ar- ticulación más sistemática.



La formación inmediata en el ministerio de la Palabra


El día de la ordenación sacerdotal se le pregunta a los candidatos: ¿Realizaréis el ministerio de la palabra, preparando el Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría (Ritual de or­denaciones). Esta formación inmediata en el ministerio de la palabra nos es exigida desde la raíz sacramental de nuestro ministerio. Esta po­demos dividirla en la predicación (Sagrada escritura), la catequesis (Tradición) y la apología de la fa (conocimiento profundo del mundo contemporáneo). La Palabra de Dios ha de constituir, ante todo, el ali­mento esencial para la vida personal del sacerdote. Y en este ámbito se- ría bueno que dentro de la formación intelectual y espiritual las uniéra- mos de una forma más decidida y cotidiana la lectura de la Palabra de Dios, mientras vamos tejiendo nuestra vida cotidiana. Contemplar (leer) a Dios en la vida humana, y la vida humana desde el misterio de Dios. Esa fue la fuente inagotable de fecundidad literaria y creativa de Jesús en su predicación, tal como podemos ver en las parábolas, y que los sacerdotes debernos hacer nuestra. Somos servidores de la Palabra de Dios, y a este servicio ha de dedicarse primero y de forma más ur­gente nuestra formación intelectual. ¿No nos duele que la calidad de nuestras predicaciones sea criticada de una forma tan habitual? ¿Hay un pacto tácito entre los sacerdotes y los fieles por el que reconocemos que ya nadie espera nada de la predicación del sacerdote en una cele­bración litúrgica? ¿Nos hemos conformado con que sea breve y no de­masiado mala? No somos conscientes de las posibilidades que tiene la predicación dominical a lo largo de un año, del bien o el mal que po­demos hacer con ella. Es urgente recuperar la calidad en nuestras pre­dicaciones. Y para ello hay que leer buena exégesis que nos ayude y nos prepare para la actualización de la Palabra en la vida y en la pre­dicación. La exégesis no es directamente objeto de predicación, pero sí es absolutamente necesaria para la actualización de la Palabra. Nn po­demos confundir los términos. Predicar bien no es informar sobre los últimos resultados de la exégesis. Con ellos debemos hacer posible que los hombres de hoy puedan encontrarse con la Palabra viva que es Cristo.


En este sentido, en el estudio y preparación en función del minis­terio de la Palabra no podemos conformarnos solo con el estudio de la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios es vive y eficaz, se hace contemporánea a nosotros en la Tradición viva de la Iglesia. Por esta razón, un sacerdote ha de tener un buen conocimiento de la Tradición y del magisterio que amplíe y actualice esa Palabra en la catequesis. ¿Qué hemos hecho de los grandes tesoros de la tradición cristiana? Las grandes obras de espiritualidad que han servido de alimento a tantos cristianos en generaciones sucesivas, ¿no nos sirven ya a nosotros? La teología de Ireneo de Lyon frente al gnosticismo de su época, el camino espiritual propuesto por Gregorio de Nisa en su peculiar lectura de la vida de Moisés, la vida confesada delante de Dios de Agustín de Hi­pona expuesta en las Confesiones, la Regla de San Benito como ejem­plo de vida sobria y ordenada en fraternidad desde la primacía de Dios, la contemplación del Cristo cósmico de Máximo el Confesor en las centurias sobre el amor, por poner solo algunos ejemplos, ¿no tienen nada que decirnos a los cristianos del siglo XXI? Y si no es así, ¿esta­mos capacitados los sacerdotes para ofrecer este rico tesoro a los fieles cristianos en la catequesis y en la formación de adultos? ¿O preferirnos una espiritualidad y una teología que, por mucho que se vendan en «bestsellers», nn dejan de ser golosinas del espíritu, cuando no basura bien empaquetada? Hay que leer buena espiritualidad y teología acrisolada por el paso del tiempo, y saber presentar de forma actualizada su sentido profundo al hombre contemporáneo. ¿No es este el secreto de las audiencias de Benedicto XVI en las catequesis de los miércoles? ¿Quién iba a pensar que los fieles cristianos se reunirían en masa jun­to al sucesor de Pedro para escuchar diversas catequesis sobre Ireneo, Orígenes, Basilio, Dionisio Areopagita, Máximo el Confesor, Juan Es­coto, Anselmo de Canterbury, Buenaventura, Tomas de Aquino...? Los sacerdotes somos responsables de abrir el acceso de estos tesoros a los fieles de hoy o de dejarlos en el olvido.

Y, finalmente, como hemos dicho anteriormente, el sacerdote ha de conocer en profundidad (más allá de los medios de comunicación) los problemas del mundo actual para poder discernir con garantía los sig­nos de Ins tiempos y ejercer así una verdadera y sana apología de la fe que nos lleve más allá del enfrentamiento estéril o de la aceptación acrítica de las modas dominantes. Un conocimiento que muchas veces nace del ejercicio concreto del ministerio, pues la vida de los curas ha­bitualmente está anclada en la vida concreta y real de la gente sencilla y común. No obstante, no nos vendría mal alguna lectura de algún li­bro (novela, poesía, monografías) o del estudio compartido de algún tema que nos sitúe o nos dé pistas sobre las actuales tendencias cultu­rales, los últimos problemas sociales o las nuevas corrientes filosóficas que se viven en nuestro tiempo. También en nuestras catequesis, en nuestras homilías, en nuestros comportamientos, se percibe fácilmente esta contemporaneidad con la vida real en un momento presente o un perezoso aposentamiento en situaciones sociales y eclesiales que, sien­do vanguardia en una época, ahora han quedado obsoletas.

La formación remota en la búsqueda de profundidad y sistema

El segundo ritmo de la formación intelectual es el median, que ha de concretarse no tanto en la predicación cotidana y la catequesis sema­nal en el ministerio de la Palabra, sino en une formación que vaya más allá (de medio y largo alcance, podríamos 3ecir). Nuestra formación teológica e intelectual no puede quedarse en la respuesta a las necesi­dades inmediatas, por importantes que estas sean. El momento se con­sume en el instante y muchas veces nos hace perder la perspectiva y el camino. Aquí me reitero a una formación sistemática organizada por cada uno (puede ser en grandes temas: el misterio de Dios, la persona de Cristo, el misterio de la Iglesia, la cuestión del hombre, el destino de la vida humana...) y cuya base sean libros buenos, mezclando clási­cos con modernos. Hay que leer obras sistemáticas que no hayan sido escritas por la necesidad inmediata o la urgencia del tiempo. Aquí tam­bién integraría lecturas gratuitas que aparentemente no sirven para na­da, pero que van alimentando nuestro espíritu, lo oxigenan y lo enri­quecen frente a la vorágine de la vida pastoral. Y estos libros de for­mación de largo alcance pueden abrirse a todo el abanico que existe en el conocimiento humano: arte, literatura, filosofía, sociología, psicolo­gía, cine, biología, etc. Debemos poder decir aquel adagio clásico de Terencio que hicieron suyos los primeros cristianos: «Hombre soy, na­da humano me es ajeno»; expresión que hay que unir inmediatamente con la capacidad de discernimiento sobre toda realidad, tal como dice la expresión paulina: «Examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (Flp 4,14). Seamos honestos: ¿cuál es el último libro que hemos leído? Un libro entero, que vaya más allá de los temas concretos que tenemos que consultar para preparar una tarea inmediata. La especificidad de nues­tra vocación ministerial, centrada en el anuncio del Evangelio y en ha­cer presentes a los hombres la realidad de Dios, no puedes llevarnos a un fideísmo o evangelismo radical que, concentrándose en una afirma­ción puramente formal del Evangelio y de la Palabra de Dios, despre­cia todo esfuerzo y obra humana, que lleva ya en sí al menos un vesti­gio del Creador.

4. El lugar y ámbito de su realización

Finalmente, junto a esta triple dimensión de la teología que ha de ser acogida en nuestra vida, y el doble ritmo con el que tenemos que acompañarlo, hay que hablar del ámbito de su realización. La forma­ción exige siempre un esfuerzo personal. Nunca podremos sustituir ese esfuerzo personal e individual por un hipotético trabajo en común, diá­logo pastoral o discernimiento comunitario. El sujeto primero y prin­cipal de la formación sacerdotal en todas sus dimensiones, también en la intelectual, es cada presbítero. Ni el arciprestazgo, ni la diócesis, ni una universidad pueden sustituir a este protagonismo. Por esta razón, cada vez estoy más convencido de que todo lo que no entre en nuestro hcrario personal no tiene, a la larga, capacidad de cambiarnos. Por mu­cha mediación institucional que tengamos y que nos ayude a preparar el camino hacia nuestro cultivo y formación, sin este compromiso per­sonal se quedaría en la superficie de nuestra vida. Hay que abrir un tiempo concreto y continuo en nuestro horario habitual para esta for- mación. Y, junto al tiempo, es esencial el espacio. Toda acción huma- na se desarrolla en estas coordenadas de espacio y tiempo. Por esta ra­zón, junto al tiempo hay que pensaren el espacio cotidiano. Si nuestra casa no tiene el espacio adecuado para este tipo de lectura pausada y tranquila, nos devorarán todo el espacio el televisor y el ordenador.

Pero junto a esta necesaria e intransferible dimensión personal de la formación, no podemos olvidar su dimensión comunitaria. Esta dimensión personal no ha de impedir, sino todo lo contrario, que esta for­mación sea realizada siempre en el ámbito de la comunión que es la Iglesia. Y no de una comunión ideal, sino en las estructuras reales y concretas que tiene la Iglesia para expresar la realidad de esta comu­nión: las comunidades religiosas, las parroquias, los arciprestazgos, la diócesis, etc. Por lo que conozco, las diócesis españolas han hecho un esfuerzo enorme por poner las cañerías para esta formación perma­nente, aunque también es justo reconocer que su realización concreta todavía es muy mejorable. La participación, además de ser escasa, es habitualmente muy pasiva. En nuestras reuniones sacerdotales no so­mos capaces de generar un debate real y verdadero, tratando con pro­fundidad los problemas de la Iglesia, los nuestros o los de nuestro mundo. Se convierten muchas veces en lugares de cotilleo clerical, de repetición de expresiones manidas que cansan nuestra alma y nuestro espíritu. Quizá una de las razones es que no hemos sabido articular el esfuerzo personal con la dimensión comunitaria de nuestra formación. Sin la primera, la segunda es superficial. Y la primera sin la segunda puede terminar en herejía inconsciente o en cisma implícito. Y si esto nos resulta excesivo, en aislamiento personal o en arrogancia frente a los otros.

Finalmente, como profesor de teología, sacerdote dedicado al ministerio de la teología en la Iglesia, tengo que reivindicar el papel de las facultades de teología en universidades pontificias en España, las cátedras o aulas de teología en universidades del Estado o universida­des privadas, los institutos de formación teológica, etc. En cada uno de ellos se ofrecen cursos de actualización, de renovación teológica, que sería bueno que cada sacerdote pudiera aprovechar para su propia for­mación. Aunque parezca que la formación teológica no avanza con la misma velocidad que en el conocimiento de otras ciencias, sería bueno que cada diez años hiciéramos una adecuada actualización de nues­tro conocimiento integrado en la actividad pastoral. Cuanto más pro­fundo sea, tanta más capacidad tendremos de hacer que nuestra tarea pastoral sea realmente relevante y significativa en el mundo de hoy. Recordemos lo que dijo Henri de Lubac sobre Hans Urs von Balthasar; «El sólo quiso ser teólogo para poder ser apóstol», con la clara con­ciencia de que solo quien piensa lo más profundo puede vivir lo más vivo y actual (Hölderlin).











Miguel Delibes, de Valladolid al cielo2

Marisa Regueiro


El 12 de marzo último la ciudad de Valladolid despidió en un multitudinario, sincero y sentido homenaje a uno de sus más leales e ilustres hijos por mérito propio, el escritor Miguel Delibes Setién.


El mundo de las letras en lengua española ha perdido a un clásico del siglo XX, y se ha quedado huérfano con la pérdida de su voz, que por la riqueza y originalidad de su obra, por su ejemplo vital y su insobornable dimensión ética personal, se ha constituido en un referente de lo mejor de la Literatura universal.


Permanecerán sus más de sesenta libros y las entrevistas en las que desplegó antes que nadie una con­ciencia ecológica basada en el ge­nuino amor a la naturaleza, vivido y totalmente ajeno a hueras procla­mas oportunistas; nos quedan sus páginas periodísticas, sus crónicas, su ejemplo. No es posible la ex­haustividad en la evocación de una obra tan rica, ni de su figura, del ca­zador que escribe según propia defi­nición, reveladora de una modestia sólo atribuible a los grandes de verdad; pero cabe el recuerdo de algunos de los momentos más im­portantes de su trayectoria vital, recuerdo obligadamente agradecido por las muchas horas de placer lector que nos han proporcionado sus obras, por la profundidad y la humanidad de su mensaje.



Orígenes y los primeros años

Como a él mismo le gustaba recordar, el origen de su familia fue el amor que hace su aparición en el momento menos esperado. Su abuelo, el técnico francés Frédéric Delibes, que había llegado a Espa­ña con el propósito de tender la vía férrea Reinosa-Santander, se ena­moró y se afinó definitivamente en España: «... en un tramo donde hay un túnel mas largo, que es el de Molledo-Portolín, se conoce que se distrajo demasiado tiempo, y allí conoció a mi abuela, se enamoró, le dio tiempo a casarse, y ya nunca regresó a Francia, porque se encontraba aquí muy a gusto».

El padre de Miguel Delibes, Adol­fo, catedrático de Derecho Mercan­til en la Escuela de Comercio, se casó con una joven burgalesa que conoció en Valladolid y transmitió a sus hijos su amor por el campo, la caza, el deporte al aire libre he­redado del abuelo. Miguel, el ter­cero de ocho hermanos, nació e1 17 de octubre de 1920 en Valladolid, cursó los estudios primarios con las Hermanas Carmelitas de su ciudad, el Bachillerato en el Cole­gio de Lourdes regido por los Her­manos de La Salle, y modelado y dibujo en la Escuela de Artes y Ofi­cios. La Guerra Civil lo sorprende mientras estudie Peritaje Mercan­til y en 1938 termina alistándose en la Marina, a borlo del crucero Ca­narias, en el que es testigo estreme­cido de la contienda fratricidad des­de alta mar, como recuerda en Un castellano en tierra adentro.

La dura posguerra le obliga ele­gir una carrera que pudiera estu­diarse en su ciudad natal, y a de­poner su pasión por el estudio de la Naturaleza: «No conocía una ca­rrera donde se estudiasen los ani­males y las plantas —entonces esto de las carreras estaba poco especia­lizado—, así que operé por exclu­sión». Se quedó con dos carreras que no le gustaban: Derecho v Co­mercio. En 1941; y gracias a su ta­lento como dibujante, trabaja como caricaturista en El Norte de Castilla. Su primer artículo, «El deporte de la caza mayor», anticipa su dilata­da trayectoria periodística. En 1942 oposita y consigue trabajo en el Banco de Castilla, que desempeña sólo por seis meses. La depuración de varios compañeros del periódi­co tildado de liberal de izquierdas por el Tribunal de Represión contra la Masonería y el Comunismo, de­ja un espacio vacío que ocupará en 1944 como redactor de crítica de ci­ne, con el seudónimo de Max, tras realizar un curso acelerado en Ma­drid para conseguir el carné de periodista. Según su testimonio, «de golpe y porrazo, me vi como re­dactor de El Norte de Castilla cuan­do nunca lo había pretendido».

En 1945 consigue por oposición la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio, y descubre su vocación literaria a través de uno de los textos —del orteguiano Joaquín Garrigues— que debe me­morizar para la prueba. «Era éste un estilo preciso, brillante, que de repente, aun tratando de materias tan áridas, se iluminaba con una metáfora rutilante». Como expresó en más de una ocasión, «(...) entre don Joaquín Garrigues, El Norte de Castilla y mi mujer, quien era muy aficionada a los libros, lograron que naciese mi afición a la litera­tura»3.


Vocación literaria y vida familiar

La seguridad económica y el tiem­po de fundar una familia junto a su novia Ángeles de Castro, con la que se casa el 23 de abril de 1946 y con la que tendrá siete hijos, coin­ciden con el afianzamiento de la vocación literaria. El premio Na­dal concedido a su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, en 1948, es el comienzo de lo que denominaba «mis vicisitudes como escritor». La burocracia del régimen afea su segunda novela, Aún es día y su manual Síntesis de His­toria de España, escrito para sus alumnos. Pero es su tercera novella, El camino, la que lo afianza definitivamente como escritor reconocido. La familia va ampliándose con el nacimiento de sus hijos, y en 1952 es designado Secretario de la Escuela de Comercio y Subdirector de El Norte de Castilla.

A partir de entonces, publica prác­ticamente un libro por año, nc sin antes luchar con los límites im­puestos por la censura. Salen a la luz las novelas Mi idolatrado hijo Sisí (1953) y Diario de un cazador (1955), por el que obtiene el Pre­mio Nacional de Literatura; el li­bro de relatos La partida (1954.

Cultiva también el género de via­jes, con Un novelista descubre Améri­ca (Chile en el ojo ajeno), tras un re­corrido por el país andino invitado por el Círculo de Periodistas de Chile, en 1956. La colección de re­latos Siestas con viento sur recibe en 1957 el Premio Fastenrath de la IZAS; Diario de ticn emigrante, conti­rntación de Diario de un cazador, coincide con su nombramiento co­mo director de El Norte de Castilla en 1958; y al año siguiente sale a la venta la novela La hoja roja (Premio Fundación Juan March), en la que la metáfora de la vejez y el paso del tiempo representado en el papel que anuncia el fin del tabaco de liar al viejo Eloy, adquiere un tono exis­tencialista profundo que contará, años más tarde, en 1985, con su versión teatral. Participa en el Con­greso por la Libertad de la Cultura en París y amplía su presencia in­ternacional a través de la traduc­ción de sus obras a otras lenguas.

El nombre de Delibes trascien­de fronteras y géneros. Con graba­dos de Jaume Ply, en 1960 publica 150 ejemplanes de Castilla, las cró­nica rurales que en 1964 aparece­rán como Viejas historias de Castilla la Vieja; y la crónica viajera Por esos mundos: Sudamérica con escala en Ca­narias (1961), en la que, por ejem­plo, su peculiar mirada sobre Bue­nos Aires, la cicdad desmesurada, acierta en la crítica: «Buenos Aires ha levantado un aeropuerto gigan­te, de una capacidad exagerada. Aun dando por bueno el argumen­to de que el aéreo será el transpor­te del futuro, Buenos Aires en este punto hace el efecto de que se ha excedido... resulta incontestable que a Perón se le ha ido la mano. El aeropuerto bonaerense viene a ser uno de esos excesos monumentales tras los cuales los dictadores en­cubren su mediocridad»4.

Crónicas de sus viajes por Alema­nia, Francia y Portugal son tam­bién las incluidas en Europa, para­da y fonda (1963).

En 1962, asombra con Las ratas, una de sus novelas emblemáticas en la que se manifiesta narrativa­mente su crítica social al estado de abandono e ignorancia de las gen­tes del campo castellano, y con la que consigue el Premio Nacional de la Crítica. El narrador puede sortear así la censura que sufre el periodista. Sus continuos enfren­tamientos con las autoridades y la censura en el periódico –su página Castilla en escombros, a través de la cual se denuncia la mala situación de los campesinos castellanos, y su rebeldía ante las limitaciones de la libertad de expresión nunca gustó a los censores lo llevan, por dignidad personal, a dimitir como director de El Norte de Castilla, aunque siempre hubo de mantener el contacto y la colaboración. Aceptó la invitación de la Universidad de Maryland, donde perma­nece en 1964, el mismo año en el que su amigo, el editor Josep Ver­gés, publica el primer tomo de su Obra Completa.

Es obligado recordar que, siendo director del periódico, gracias a su generosidad y a su sensibilidad acertó en escoger y apadrinar a jó­venes colaboradores como Francis­co Umbral, José Jiménez Lozano, César Alonso de los Ríos o Manu Leguineche, que posteriormente destacarían en la literatura y en el periodismo. Y también que, con una muestra de lealtad vallisoleta­na y familiar única, declinó años más tarde la muy atractiva pro­puesta de José Ortega Spottorno para trabajar en Madrid, en la di­rección del periódico El País.

El año 1966, el hito incontestable de Cinco horas con Mario represen­ta la perfección formal, el retrato descarnado de las dos Españas mediante la incorporación de las modernas técnicas narrativas, sin perder un ápice de su genuino estilo personal. El monólogo de Car­men ante el cuerpo yacente de su esposo es una pieza maestra de la literatura universal en la que la sutil crítica social y política tras­ciende el retrato psicológico de la protagonista. A partir de 1979 y durante muchos años, Lola Herre­ra protagonizará la versión dra­matizada, con un éxito de público y de crítica rotundo: otro hito, esta vez del teatro moderno español. En la década aún saldrán a la luz La primavera de Paga (1968) tras su visita a Checoeslovaquia; USA y yo; dos volúmenes de su Obra Completa, la Parábola de un náufrago (1969), dedicada a «todos los opri­midos, a los del Este y a los del Oeste»; y el cuento «La milana», germen de Los santos inocentes.

La esposa ausente, la continuidad creativa y los reconocimientos

Los primeros setenta fueron por­tadores de un sinnúmero de edi­ciones, de la publicación de la no­vela El príncipe destronado (1973), el libro de relatos La mortaja (1971) —cuya versión televisiva obtuvo un claro éxito en el Festival de Montecarlo y el silencio despecti­vo del régimen en España—; y de varios diarios o crónicas persona­les, como Un año de mi vida o Vivir al día, ambos de 1972. También, de los máximos honores —su nombra­miento como miembro de la Real Academia Española (1973) en el sillón «e»-; y el más duro y trágico golpe del destino: el fallecimiento de su esposa. Nunca se repuso de esta pérdida, como en más de una ocasión expresó sin falso pudor, como revelaban en su estudio los múltiples retratos y las fotografías que recogían la magen de la ple­nitud del amor compartido por la pareja. A pesar de su melancolía y de su tristeza, entre 1975 y 1979, publicó las novelas Las guerras de nuestros antepasados y El disputado voto del señor Cayo (1978), con las que critica la penuria que lleva a la indignidad del sometimiento al cacique en los minifundios cas­tellanos de la primera mitad del siglo.

A partir de los ochenta se multipli­can los premios, los homenajes, los estudios sobre su obra, ante los que manifestó siempre una delica­da y agradecida aceptación con la sobriedad de su carácter y sin un ápice de divismo. Su decimocuarta novela, Los santos inocentes (1981), recibe la aprobación unánime de la crítica. Manuel Alvar, en El mundo novelesco de Miguel Delibes5, desta­ca la maestría narrativa de Los san­tos inocentes: «... apenas si hay sus­tancia novelesca: el pobre deficien­te que ama a sus pájaros y venga la muerte de la grajeta ahorcando al señorito Iván. Pero a cambio de esa poca sustancia (¿para qué hace falta más?) todo un inmenso mun­do de humanidad y de humanida­des, de ternura, de observación, de historia y de amor».


Como en Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados o E1 disputado voto del señor Cayo, en es­ta novela Delibes presenta —y la presentación es denuncia efectiva, no partidista— el descarnado retrato de los males que afligen a la so­ciedad española: la obsesiva me­moria de la guerra incivil que se­para y anula la posibilidad de reconciliación; la perduración de las viejas y opresivas estructuras de poder en el ámbito campesino; el alocado progreso que lleva al de­terioro de la naturaleza, al abando­no de la tierra, a la pérdida del pa­trimonio de la sabiduría popular. No deja la pluma —escribe siempre a mano, y sobre el texto mecano­grafiado realiza las oportunas, pre­cisas y mínimas correcciones—,y en 1983 publica la novela epistolar Cartas de amor de un sexagenario vo­luptuoso; y en 1987, 337 Madera de héroe, cuyo personaje recuerda al­gunos detalles autobiográficos, co­mo su participación en la Marina.


Son años de reconocimientos cer­canos —como el homenaje del VII Congreso Nacional de Libreros (1980), el Premio de las Letras de la Junta de Castilla y León (1984), Hi­jo Predilecto de Valladolid (1986), Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid (1984), la Complutense de Madrid (1987) y la de Alcalá (1996), entre otros—, y de los internacionales más prestigiosos: Premio Príncipe de Astu­rias (1982), Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres del Gobier­no francés (1985), Premio Nacional de las Letras Españolas (1991) y Premio Cervantes (1993), etc. Sólo faltó la concesión del Nobel, in­justicia histórica y ciega que tam­bién se negó a clásicos como Bor­ges, Joyce, Nabokov, Zola, Ibsen, Proust, Tolstoi o Twain, cuyas obras perdurarán mucho más que la comisión sueca denegatoria.

Son también los años de la difu­sión de su obra a través del sépti­mo arte, con películas como Los santos inocentes dirigida por Mario Camus en 1984, que acercó defini­tivamente la obra delibeana al gran público, y que con la inolvi­dable interpretación de Francisco Rabal y Alfredo Landa fue pre­miada en Cannes; El disputado voto del Señor Cayo (1986) y Las ratas (1996), de Antonio Giménez Rico; El tesoro (1988), de Antonio Merce­ro; La sombra del ciprés es alargada (1990), de Luis Alcoriza; o Una pa­reja perfecta (1998), adaptación de Diario de un jubilado, de Francesc Betriú. La presencia en el séptimo arte de las novelas de quien inició su vida periodística precisamente como crítico cinematográfico no faltó nunca: antes de este período, ya se habían adaptado al cine El camino (1964), por obra de Ana Mariscal; Mi adorado hijo Sisí en Retrato de familia, de Antonio Jiménez Rico (1976); o El Príncipe destronado en La guerra de papá, dirigido por Antonio Mercero (1977).

Nuevos títulos e innumerables reediciones y antologías del maestro Miguel Delibes alumbran la prosa cas­tellana en las últimas décadas de su vida —la dolorida Señora de rojo sobre fondo gris (1991) en la que so­brevuela la memoria de su esposa, «el equilibrio, mi equilibrio», como reza la dedicatoria de Diario de un emigrante—; Diario de un jubilado (1996), las misceláneas de artículos periodísticos Pegar la hebra (1991) y He dicho (1997), entre otras, a pesar de que su salud comienza a dar signos de fragilidad, lo que le obli­ga a ser intervenido quirúrgica­mente en 1998. Justo antes de este episodio vital trascendental, pone el punto final a la que será su últi­ma novela, El hereje, culminación de un oficio narrativo en el que se da el mejor Delibes y con el que ob­tiene nuevamente el Premio Nacio­nal de Narrativa (1999). Ofrece un retrajo muy vivo piel Valladolid de la Contarrefarma en la que nos muestra los sutiles resortes y conflictos de la esencia humana y que se constituye en un verdadero ale­gato contra el fanatismo y la intole­rancia.

En el mismo año se le otorga la Medalla de Oro del Trabajo; y des­de entonces, el Doctor Honoris Causa de la Universidad de Sala­manca (2008), la Medalla de Oro de Castilla y León (2009); se publi­caron diversos trabajos periodísti­cos y ensayísticos, siempre con Castilla como telón de fondo.

Las crónicas de caza y el sentido de la Naturaleza

Si hay un rasgo que define el con­junto de la obra de Delibes y su au­téntica personalidad, según propia definición, es la pasión que desde su infancia sintió por el campo y sus criaturas. Se revela en la prolí­fica producción the textos sobre la caza, menos de la pesca aunque también. Son para él —y para sus hijos a los que transmitió la misma pasión— mucho más que meras ac­tividades deportivas, porque el verdadero cazador es capaz de disfrutar de un placentero día de caza sin necesidad de disparar la escopeta: «el hombre-cazador o el hombre-pescador, que tanto mon­ta, sale al campo, nn sólo a darse un baño de primitivismo, sino también a competir, a comprobar si sus reflejos, sus músculos y sus nervios están a punto, y para ello, nada como cotejarlos con los reflejos, los músculos y los nervios de animales tan difidentes y escurri­dizos como pueden serlo una tru­cha o una perdiz silvestres»6.

He aquí, en la selección del adjeti­vo difidente ('que desconfía'), el ejemplo de uno de los rasgos más significativos de su lenguaje: precisión y riqueza léxica, que le lle­van autilizar términos poco habi­tuales en el ámbito urbano, pero vivos en el rural. Toda su obra es un venero de palabras que, gracias a Delibes, dejan para otro tiempo su condena a la desaparición.


Una rápida revisión de sus títulos dedicados a la pasión por la naturaleza y por la caza demuestra su constancia inquebrantable, permanente y hasta creciente en la defen­sa del deporte de caballeros que, ade­cuadamente practicado, contribu­ye, según repite una y otra vez, a la preservación de las especies y del medio ambiente y que le proporcio­na placer, horas de reflexión, mo­mentos de sutil espiritualidad. La caza de la perdiz roja (1963), El libro de la caza menor (1966), sus crónicas de Con la escopeta al hombro (1971), la monografía La caza en España (1972), Alegrías de la caza (1977), Un mundo que agoniza (1979), Las perdices del domingo (1981), Mis amigas las truchas (1987), Dos días de caza (1988), Mi vida al aire libre (1989), El conejo (1991), El último coto (1992), la última del género, son libros en torno a la caza, pero no dejan nunca de tener una factura literaria, con un lenguaje fluido y conciso a la vez, en la que no falta tampoco la construcción del personaje.

En La caza de la perdiz roja, por ejemplo, con fotografías de Oriol Maspons, el diálogo entre «el Bar­bas», el experimentado «perdice­ro» Juan Gualberto, y «el caza­dor», el propio Delibes, fluye con reflexiones y comentarios sobre el ejercicio de la caza menor, la de­nuncia de las prácticas abusivas o la progresiva desaparición de la caza libre. Su discurso de ingreso a la Academia, El sentido del pro­greso desde mi obra, leído en 1975, es un verdadero alegato ecologista cuando aún nadie hablaba de Eco­logismo. Como apunta Fernando Parra, mucho antes de la Confe­rencia de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Hunano «... advertía sobre los peligros del deterioro ecológico en nuestro país, tanto en relación a la desaparición de habi­tats y ecosistemas valiosos (...) co­mo a la extinción de especies, co­mo el urogallo, o bs peligros fiara la fauna —cinegética y no tanto- ­de los cambios de la agricultura con la creciente mecanización, au­mentos del regadío, abonos, etc.»7.

Sin embargo, su obra nunca cae en la tentación arcádica de la exaltación irracional y utópica de la naturaleza castellana con la cie­ga negación del progreso. En este sentido, como bien dijo Umbral, «desnoventayochiza Castilla». Tanto en sus novelas como en sus obras cinegéticas, no critica la téc- nica en sí, sino el mal uso que de ella hace la sociedad olvidando a los humanos.


Su estilo narrativo


No es fácil señalar constantes en una obra tan fecunda como variada. Se han propuesto muy diversas clasificaciones de su narrativa, pero todas resultan, per la originalidad del estilo delibeano, en cierto mido limitadas; y los críticos terminan reconociendo que está presidida por una clara unidad, aunque con gran riqueza de matices. Hay te­mas recurrentes, como la soledad que acompaña a sus criatura, la obsesión por la muerte, la fuerza de la naturaleza, la lucha contra la in­transigencia y el absurdo enfrenta­mierto entre los seres humanos, el sinsentido del cainismo tradicional español, y recursos estilísticos for­males que mantienen una unidad esencial en la diversidad.


En La sombra del ciprés es alargada la muerte está presente en la obse­sión del protagonista, con un cier­to determinismo simbólico: la fa­talidad -la sombra del ciprés- se cierne sobre unos, mientras que sobre otros se proyecta la cálida del pino. Aún es día es la tragedia del protagonista deforme que lu­cha contra un medio que sólo le ofrece pobreza, fracaso, mezquin­dad, y halla consuelo en el senti­miento religioso. En Mi idolatrado hijo Sisí recupera el tema de la muerte desde una dimensión éti­ca, que supone el reconocimiento de los errores acumulados a lo lar­go de una existencia baldía en el marco de la sociedad burguesa. Si bien comienza en estas primeras novelas con una concepción que podría clasificarse como tradicio­nal y cercana al naturalismo, con pronunciamiento a favor del rela­to que refiere una historia, la clave de su originalidad está en la confi­guración del personaje a través de su propio lenguaje, la recreación desde dentro, en lo que expresa el personaje, sus sistemas de valores y creencias.


Preserva siempre la coherencia en­tre el ser interior de sus personajes y lo que éstos piensan o dicen; y explora y emplea nuevas formas para mostrar al lector, al que siem­pre tiene en cuenta, la perspectiva de sus criaturas. Les permite que se conviertan en narradores de sus vidas, sin la interposición de la in­terpretación del narrador. Umbral calificó este rasgo delibeano como «una suerte de ventriloquismo li­terario, una fabulosa capacidad de poner voces».

Así ocurre, por ejemplo, en Cami­no, donde la historia se expresa en los recuerdos de Daniel, el Mo­chuelo, un niño íntimamente liga­do a la naturaleza, listo y obser­vador, que revive sus vivencias y travesuras infantiles cuando su pa­dre le obliga a ir a la ciudad para estudiar. Indirectamente, se plan­tea la reflexión sobre el progreso y la civilización, sobre la educación y el propio destino individual

Cuando utiliza técnicas moder­nas, resultan siempre extraordina­riamente eficaces y expresivas de la intencionalidad narrativa. Nada más lejos de la novedad formal por la novedad formal. Delibes cree firmemente en el lenguaje co­mo instrumento de comunicación; por lo que no admite que tratar de destruirlo sea -como pretenden algunos escritores de su época- el camino adecuado para la renovación artística. La base de la expresión es la lengua coloquial de sus personajes, en su ambiente pro­pio, lo que permite que los perci­bamos como verdaderos seres de carne y hueso.

En Diario de un cazador, La hoja roja y Las ratas, la fuerza del lenguaje es innegable: respectivamente, lé­xico coloquial y específico ce la caza, jerga castiza, habla coloquial urbana, en el diálogo entre el per­dicero y el profesor de instituto; la expresión popular de la analiabe­ta Desi y la del viejo oficinista Eloy, de la capital de provincia; y en el decir de lcs personajes que constituyen el retablo social de los extremadamente primitivos y des­poseídos, el Rato y el Nini.

Mucho más experimental e1 la forma, pero igualmente expresiva en relación con el valor del len­guaje, en Los santos inocentes la disposición del texto en prosa está más cerca de la lírica que de la narrativa convencional. El versículo, los rasgos coloquiales, la expresividad dialectal se insertan en el discurso de la voz narradora sin marca que los identifique, lo que da un extraño patetismo a la sú­plica que los inocentes humillados dirigen al insensible señorito:

la milana está enferma, señorito, te tie­ne calentura, /le informó, /y el señori­to, /¡qué le vamos a hacer, Azarías! es­tá vieja ya, habrá que buscar un pollo nuevo, /y el Atarías desolado, /pero es la milana, señorito, / y el señorito, los ojos adormilados, / ¿y dime tú, que lo mismo da un pájaro que otro? (Libro primero: Azarías).

Uno de los recursos más hábil­mente empleados para la construcción del pesonaje es el monó­logo interior, al que Delibes prefie­re denominar «diálogo interior», que ya aparece en su primera no­vela, aunque llega a su culmina­ción expresiva en Cinco horas con Mario. Le permite ahondar en el alma humana tanto de Carmen Sotillo como del esposo muerto y descubrir las profundas diferencias entre ambos, a pesar de los muchos años de vida en común. El lenguaje coloquial fluye, vivísimo, con anacolutos, elipsis, frases hechas, refranes, asociaciones espontáneas, apelaciones y vocativos, muletillas, los tópicos del pensamiento, engarzando unas ideas en otras, reflejando el flujo de la conciencia.

(...)a ver si no, Mario, que tú siem­pre has sido como un niño chico, aun­que luego estudiaras tanto y escribie­ras esas cosas que, no sé, a lo mejor es­tarían bien, no lo discuto, pero desde luego eran una tabarra, francamente, a ver por qué te voy a engañar y de­cirte una cosa que no siento. De ordi­nario, las personas que piensan mu­cho, Mario, son infantiles, ¿no te has fijado?, ya ves dora Lucas Sarmiento, gustos sencillos y cenas teorías ahsurdas sobre la vida, corno filosóficas o qué se yo (cap. 6).

En Parábola del náufrago, el lengua­je se pone al servicio de la fábula superrealista a través de la cual traza una parábola de la alienación y, de paso, una sátira contra la destrucción del lenguaje y la va­na retórica del totalitarismo. Jacin­to, que apenas puede comunicarse con nadie, se desdobla y habla frente al espejo, con su propia imagen; y el narrador cuenta la historia en forma de dictados en los que los signos de puntuación se sustituyen por una indicación «(coma, punto, abrir paréntesis)», produciendo un efecto impresio­nante entre la sequedad del len­guaje y la magnitud de la tragedia vivida por el protagonista. Las consignas vacías de los militantes izquierdistas que van en pos de El disputado voto del señor Cayo, con­trasta con el lenguaje de éste, con una gran variedad léxica referida a la realidad del entorno natural que los primeros desconocen, en diálogos vivos, con los que echa por tierra el tópico urbano de la ignorancia ancestral del campo.

En todos los casos, Delibes maneja el lenguaje con la maestría que ha­ce que nada sobre, que cada ele­mento, palabra orecurso, sea signi­ficativo; y no sólo cuando hace ha­blar asus personajes. También su relato ofrece magníficas descrip­ciones, con un lenguaje preciso, so­brio, alejado de retóricas inútiles, pero siempre ajustado a la atmósfera que desea transmitir y que con­viene a la escena y a la intenciona­lidad narrativa, y que en muchas ocasiones está cargado de simbo­lismo y alcanza un poderoso tono lírico; incluso en donde menos ca­bría esperarlo por la dureza del re­lato, en Las ratas:

«Todo aconteció de repente. Primero fue un soplo tenue, sutil, que acczricia­ron las espigas; después, el viento to­mó voz y empezó a descender de los cerros ásperamente, desmelenado, combando las cañas, haciendo ondu­lar como un mar las parcelas de ce­reales. Apoco, fije un bramido ra­cheado el que sacudió los campos con furia y las espigas empezaron a pen­dulear, aligerándose de escarcha, ir­guiéndose progresivamente a la do­rada luz del amanecer. Los hombres, cara al viento, sonreían imperceptible­mente, como hipnotizados, sin atre­verse a mover un solo músculo por temor a contrarrestar los elementos favorables. Fue el Rosalíno, el Encar­gado, quien primero recuperó la voz y volviéndose a ellos dijo:


¡El viento! ¿Es que no lo oís? ¡Es el viento!

Y el viento tomó sus palabras y las arrastró hasta el pueblo, y entonces como si fuera un eco, la campana de la parroquia empezó a repicar alegre­mente y, a sus tañidos, el grupo ente­ro pareció despertar y prorrumpió en exclamaciones incoherentes, y Mamés, el Mudo, babeaba e iba de un la­do a otro sonriendo y decía: «je, je». Y el Antoliano y el Virgilio izaron al Nini por encima de sus cabezas y vo­ceaban:

¡Él lo dijo! ¡El Nini lo dijo!».

Tras la obra, el narrador y la persona

El Delibes escrtor y narrador, que llegó a la literatura en parte y co­mo él mismo reconoce por casualidad, nunca se ha identificado con grupos o corrientes literarias; y tiene mucho de autodidacta y de paradigma del poder de la lectura. Como ha dicha más de una vez, el escritor se nutre de sus lecturas desde las de lay más tierna infancia —Perrault, Andersen—, y posterior­mente «vienes una desconexión con estos autores infantiles, y paso a una época en que me empezaron a gustar los novelistas de hcrizon­te; abiertos, como eran Oliver Curwood y Zee Grey»; el prolífi­co Emilio Salgari, «el novelista del puro disparate aventurero pero que también llevó una época de mi vida». Influencias reconocidas que coinciden en la exaltación del poder de la naturaleza, de los ám­bitos abiertos.

Como apuntó en una entrevista: «Esto es lo que estimo que hay de particular en mí: esa atracción por el novelista de aire libre per enci­ma del novelista de imaginación. Luego, aunque tardía, llega la lectura de grandes maestros. Ya no sé ni en qué orden se efectuaron estas lecturas. Sí puedo decir que me ha gustado mucho Julien Gre­en, el americano afrancesado. Tam­bién me siguen interesando mucho Proust, Dostoievski, Chejov, Virgi­nia Woolf —a pesar de su compleji­dad expositiva— y otros autores americanos e italianos. He leído prácticamente de todo, sin olvidar los clásicos españoles».

La lectura de algunas de sus nove­las nos llevaría a añadir a la serie a Kafka, Faulkner, Tolstoi, Unamu­no, Cervantes,. Galdós, entre otros.

Para la creación de personajes y de historias, muchas veces se ha inspirado en 1a observación de se­res humanos reales, lo que nn ha liudado en reconocer. Como manifestó en el acto de concesión del Premio de las Letras Españolas en 1991, «(...) una novela es una his­toria encaminada a explorar las contradicciones que anidan en el corazón humano y, por tanto, re­quiere, al menos, un HOMBRE, un PAISAJE y una PASIÓN». El paisaje es el campo castellano y la ciudad provinciana; la pasión, el desencadenante de las acciones humanas; los personajes, el hombre, casi siempre marginados o perdedores, antihéroes a los que vence el mundo que los rodea.

De ahí que en muchas ocasiones, al lector le sobreviene tras la lectura de novelas como Las ratas o Los santos inocentes, un cúmulo de sen­timientos y emociones que rozan la melancolía, que mueven a la compasión o a la rebeldía ante la injusticia. Pero todos los persona­jes están delineados con una ter­nura comprensiva que, tras su re­trato y su circunstancia narrativa, tiene un significado moral esencial: toma una deliberada postura por el débil.

La ternura no siempre está a flor de piel, porque muchos persona­jes son primarios y bruscos, pero todos sufren el acoso del indivi­duo por parte de la sociedad. Tan­to el Nini de Las ratas, que tiene que cazar y comer estos animales para sobrevivir, o el Azarías de Los santos inocentes; como el burgués Cecilio de Mi idolatrado hijo Sisí, a pesar de la diferencia de clase, son igualmente seres frustrados y aco­sados por un entorno social im­placable. Como apuntó Alarcos, el conjunto de la obra narrativa de Delibes muestra su modo de ser en el mundo: un equilibrado cris­tianismo nada dogmático y en el que no falta la misericordia, un credo humano que busca el equili­brio entre individuo y sociedad, entre naturaleza y sentimiento; precisamente porque no se da en la realidad.

Lejos de posiciones ideológicas n políticas, otra dimensión auténtica de Delibes como ser humano es su actitud insobornable ante el cerce­namiento de la libertad de expre­sión, situaciones que tuvo que vi­vir como periodista y que contestó siempre en un ejercicio valiente de compromiso e independencia. Se opuso a la censura, denunció la postración del campo castellano, y desafió al régimen con la incorpo­ración de redactores no oficiales, con la atención prestada a los primeros movimientos obreros o es­tudiantiles, con una manifiesta re­sistencia a seguir cerrilmente las consignas oficiales. Antes de clau­dicar de estos principios, optó por la dimisión; pero no cejó en su em­peño, y proyectó el mismo com­promiso a su literatura, incluso de forma más intensa e incisiva, en obras como La censura de prensa en los años 40 (1987) o en los artículos publicados en diversos medios de comunicación, entre ellos, lnforma­ciones, Mundo hispánico, Ya, ABC, Triunfo, Cuadernos para el diál+go, El Semanal, de Madrid; Agencia Serco, Agencia EFE, Vida deportiva, El No­ticiero Universal, El ciervo, en Bar­celona, etc.

No siempre su actitud crítica y comprometida ha sido bien valorada. Algunos han confundido erróneamente compromiso, crítica y realismo con pesimismo, nihilis­mo o incluso cierta misantropía.


Nada más lejos de la realidad. Como respuesta, cabe recordar sus palabras: «La hurañía es algo que me ha caracterizado desde niño. Pero me parece que debo hacer una distinción: sí me gusta reunir­me con la gente y conversar. Lo que no me gusta es conversar con la gente a codazos. A mí me agra­dan los espacios abiertos, me gus­ta ta naturaleza, y también me ale­gra conversar con mis semejantes uno a uno, dos a dos, o tres tres, pero no más»8.


Lo que hay de pesimismo existen­cial está en la realidad presentada, a modo de invitación a la empatía y al cambio necesario, en definiti­va, a la esperanza. Menos conocido es el papel de Delibes como promotor cultural, siempre com­prometido. En 1965 inauguró el Aula de Cultura de El Norte de Castilla con una conferencia de Julián Marías; y en este foro de ideas tuvieron cabida las voces de los intelectuales más destacados, sin limitar su presencia por razones ideológicas, con lo que tuvo que afrontar más de una situación difí­cil con la autoridad. También se debió a su iniciativa la creación del Cine Club El Norte de Castilla, con la película Ciudadano Kane, de Orson Wells.

En una perspectiva más íntima y familiar, de su generosidad no sólo se beneficiaron los colabo­radores del periódico a los que apoyó en sus carreras literarias y periodísticas e hizo sus ami­gos, también nacieron los relatos para niños Tres pájaros de cuenta (1982), dedicado «a mis nietos que desde que nacen ya se intere­san por los pájaros»; y Mi querida bicicleta (1988). Un gesto inédito en el mundo de las letras por su conciencia y compromiso social, aunque menos conocido: donó los dos millones de pesetas recibi­dos por el Premio de las Letras que le concedió la Junta de Casti­lla y León en 1984, a Cáritas, para atender a «los más deshereda­dos de la región». En éstos y en otros muchos hechos, Delibes siempre ha actuado como un hombre bueno, como diría Ma­chado, en el mejor sentido de la palabra bueno.


Una despedida agridulce

El pasado mes de diciembre, en el acto en el que se presentaron los dos primeros volúmenes de la Nueva gramática de la lengua espa­ñola de la RAE y la Asociación de Academias Hispanoamericanas, se proyectó lo que sería su última aparición pública. Una emoción contenida, a un tiempo melancóli­ca y gozosa, invadió a la multitud que asistía al acto. Sonaba a despedida, pero también a un genero­so reconocimiento del trabajo de sus compañeros académicos, a pe­sar de su frágil salud: «Queridos amigos. Lamento no poder asistir a la presentación de la Nueva Gra­mática, pero mi salud —no tan bo­yante como yo desearía y los años me lo impiden. Sin embargo, me siento orgulloso del trabajo ímprobo de mis compañeros y de que tantos de los textos de mis obras figuren como ejemplo del habla de Castilla, la que yo apren­dí de niño, la que más tarde, perfeccionada, de la boca desden­tada de los viejos castellanos en las plazuelas de nuestros pueblos. Mi mayor deseo sería que esta Gramática fuera definitiva, que llegara al pueblo, que se fundiera con él, ya que, en definitiva, el pueblo es el verdadero dueño de la lengua».

Hoy sólo nos queda recordar la dignidad de su persona, su huma­nidad, su libertad de pensamien­to, su exquisita educación, su ejemplo de ciudadano ejemplar con sensibilidad y anhelo de justi­cia social; y releer su obra, en la que laten y viven éstas y otras muchas virtudes suyas. Para este transitar es buena compañía la evocación poética que de su per­sona hizo Jorge Guillén9:


Admiremos al hombre auténtico de veras, / que sabe organizar su vivir ysus libros, / muy al tanto de todo, sin inclinarse a nada, / porque son tan ajenas / al manantial continuo de gran inspiración; / auténtico vivir cuajado en escritura / límpida, magis­tral, y así tan convincente, / un arte narrativo que recrea / campo y ciu­dad, sus luces y sus ideas, /profundos ros paisajes minuciosos, / vegetaciones, hombres, animales, / en medio el cazador.









Experiencia de Dios desde la contemplación

Fuente que mana y corre



Lucía Caram, O.P.10



1. EXPERIENCIA CONTEMPLATIVA DE DIOS

Hablar de la experiencia de Dios desde la contemplación, entiendo que es hablar de la experiencia contemplativa de Dios; o mejor, de cómo contemplamos su paso por nuestra vida; de cómo lo experimentamos en la intimidad de la oración y en el corazón de nuestra existencia cotidiana.

No concibo que se pueda hablar de experiencia de Dios, s¡ no es desde la contemplación. Una contemplación que nos lleva a mirar con los ojos de Dios; a descubrir sus huellas en nuestra historia y a sentir su presencia inconfundible.

La experiencia contemplativa de Dios, su presencia palpitante en nuestras vidas, es la que nos lleva a asumir un compromiso con su causa: si es a Dios a quien contemplamos, a quien tratamos cuando decimos que oramos, nuestras entrañas necesariamente se estremecerán ante el sufrimiento humano y esto nos llevará a tomar partido por su causa.

Experimentar a Dios, desde la contemplación, hace que nuestra vida se vuelva incandescente, que se vuelva apasionada, y que a la vez se sienta abrasada por una sed insaciable de buscar su rostro en la intimidad, en la soledad, para descubrirle luego en el de los hermanos que El nos ha dado para amarle.

Hoy nos han puesto "la contemplación" en el escaparate de las rebajas: basta apuntarte a un curso dado por algún gurú de moda -con el respeto de los gurús y maestros, y si son orientales, más asegurado aún el éxito- para decir "que hemos contemplado", confundiendo la relajación y el descanso merecido a la vida tan ajetreada que llevamos, con el contacto humanizante, vivificante que da el Dios de Jesucristo cuando nos da a "gustar" del agua de la vida que todo lo refresca y renueva. Hoy se confunde contemplación, con algo que no tiene nada que ver con la contemplación cristiana. Se cree que por crear un ambiente apropiado, encendiendo unas velas delante de un icono, con una música suave, la tenemos asegurada. Y las técnicas están muy bien, pero si no nos ayudan para "ver" desde la óptica de Dios, para suplicar a Jesús su luz, para adquirir la mirada del Padre sobre las personas y las cosas, y asumir sus exigencias, esto nos sirve de muy poco. Y desde luego, no tiene nada que ver con la contemplación cristiana.

La contemplación cristiana, nos lleva a un contacto que la mayoría de las veces vivimos en la oscuridad de la fe, pero con la convicción -que no podemos explicar- de que el que es Fiel guarda nuestras vidas en la palma de su mano -aunque a veces sólo experimentemos el apretón que nos da de tanto que nos ama, y no podamos menos que quejarnos-.

La experiencia de Dios, no se da en la periferia de nuestra existencia, ni en el refugio de un espiritualismo imaginario y piadosillo; se da, en este domicilio en el que vivimos, hecho de carne humana, en una historia concreta, con una psicología determinada y con un mundo interior y unas aptitudes propias. La experiencia de Dios, como dice Anselm Grün11, va muy unida a la autoexperiencia: "Quien no se siente a sí mismo, no puede sentir a Dios; aquel que no tiene experiencia de sí mismo, tampoco podrá experimentar a Dios". En definitiva, hablar de experiencia de Dios, es hablar de lo que "hemos visto y de lo que "con nostalgia anhelamos y buscamos para saciar una implacable necesidad que hay en nuestro corazón, y que no sabemos como expresar".

Tal vez añoramos la experiencia contemplativa de los grandes místicos, olvidando lo que ellos pasaron y lo que acontecía en sus vidas; y nos cuesta reconocer qué zonas de nuestras vidas necesitan el paso de Dios para serenar nuestro corazón: Nuestras soledades que reclaman ser llenadas con una presencia; nuestras heridas -que todos las tenemos- que reclaman ser cauterizadas; nuestros miedos y temores que han creado en nosotros tantos fantasmas; nuestras frustraciones fraternas, humanas y profesionales que reclaman un consuelo y un alivio. Ésta es nuestra tierra reseca que reclama con urgencia la presencia sanante del Dios amigo, del Dios salvador y misericordioso.

Pero ¿es posible hablar hoy de la experiencia de Dios, en una sociedad que presume de pragmática, y que hasta hace poco creía dominarlo todo? Digo hasta hace poco , porque al sufrimiento de los pobres parece que ya estábamos acostumbrados, pero cuando hemos visto herido de muerte "al poderoso de este mundo", todos, o casi todos hemos tomado conciencia de lo frágiles que somos y de que no todo lo podemos saber, controlar, contabilizar. Que hay uno que está por encima de todos.

Hablar de la experiencia de Dios, desde la contemplación me remite a dos imágenes que quisiera situar como marco de esta reflexión. Una hace referencia al fuego, a una zarza que dicen que ardía sin consumirse y en la que un pastor errante tuvo una "experiencia mística de Dios" en la que se sintió enviado. La otra hace referencia al agua, mejor dicho a la fuente y a lo que nos mueve a ir a ella: la sed.

Un fuego que arde sin consumirse y que abrasa nuestra vida, que enciende en ella una pasión que nos hace arder por una causa; y una sed que nos hace buscar con tozudo ardor la fuente que nos sacie y nos haga disfrutar de su frescura.

Quisiera centrar mi reflexión de esta tarde, sobre el paso de Dios por nuestro propio corazón, porque creo que "esta experiencia contemplativa de Él" es la que quisiéramos que experimentaran los jóvenes, a los que nos sentimos enviados para anunciarles la Buena Noticia del Evangelio; los jóvenes en los que queremos suscitar este Encuentro con el Dios vivo -Ap 21,6-.

Una cosa que es fundamental tener presente: la experiencia contemplativa de Dios es personal, y en todo caso tendremos que ayudar a que las personas se encuentren cara a cara con Dios, "solos con el Dios Sólo", permaneciendo siempre a distancia porque esta experiencia es y ha de ser personal e intransferible.

Esta es una buena táctica en los monasterios de vida contemplativa, en los que la hospitalidad nos lleva a acoger a los que tienen sed de Dios: Crear un espacio, tal vez abrir algún interrogante, y dejar que el visitante, el joven o el que viene, "vaya y se entienda con Quien tiene que entenderse", porque la "experiencia contemplativa de Dios" es una experiencia humana, un acontecimiento en el que se junta nuestra sed que busca ser saciada y el torrente de sus delicias, que no quiere más que darse hasta la saciedad: "Al que tenga sed le daré a beber del agua de la vida".



1.1. La experiencia fundante

Pero, ¿Dios es experimentable?

Todos los que estamos aquí podemos hablar, desde la experiencia, de lo que ha acontecido y acontece en nuestras vidas: de la experiencia fundante. Del paso por nuestras vidas de un Dios que ha irrumpido en nuestra existencia y que, con mayor o menor conciencia de nuestra parte, nos ha seducido y convocado, y al que con libertad, le hemos respondido e intentamos responderle. No creo equivocarme si afirmo que todos podemos identificar en nuestras vidas momentos concretos en los que hemos experimentado a Dios. El recuerdo de "esos momentos" no pocas veces nos hace seguir buscando la fuente, aunque sea en noche oscura y alumbrados, sólo por la sed.

Sin esta "experiencia" vital, real, "palpable", ni estaríamos aquí ni nos preguntaríamos por nuestra experiencia contemplativa de Él. Seguramente le hemos experimentado cercano en momentos de angustia y sufrimiento, cuando nada parecía tener sentido; y también en aquellas horas felices en las que la alegría y la acción de gracias se hacían oración espontánea.

Vemos hoy cómo en nuestras congregaciones, comunidades, cómo en la Iglesia, se vive con cierta angustia la falta de vocaciones. Y es una pena -aunque uno lo entienda- porque uno tiene la impresión de que lo que más preocupa es el qué pasará con "la obra de nuestras manos", más que el deseo ardiente de que los que vienen puedan conocer y experimentar aquello que a nosotros nos ha hecho felices; el gozo del Evangelio, la maravilla de la fraternidad vivida con alegría y construida con esfuerzo. Y es que, tal vez, como decía el Padre Damián Byrne, Maestro de la Orden de los Dominicos, muy ocupados "en las cosas del Señor, poco a poco nos fuimos olvidando del Señor de las cosas". Y sin darnos cuenta el "amor primero”, aquel que nos sedujo y nos llevó "dejarlo todo" con tal de ganar a Jesucristo, se ha enfriado y ha pasado a ser sólo un vago recuerdo en nuestras vidas desgastadas por el peso del trabajo.

No podemos olvidar que la interioridad no ocupa espacio, pero exige tiempo, y en esto, tenemos que ser muy serios, porque nos jugamos lo más esencial de nuestra vida, su calidad y su significado más profundo.

Nos hace bien tomar distancia y echar una mirada serena sobre nuestras vidas. Recorrer los caminos que andamos y descubrir en qué fuentes intentamos abrevar nuestra sed. Es muy saludable tomarnos algún día al mes y unos cuantos al año, aparte de los momentos orantes de cada día, para ir a “La fuente" y para dejar que "Alguien” como la samaritana del evangelio, nos diga que le demos de beber del agua que cada día intentamos sacar del pozo con nuestro esfuerzo, para volver luego a pedirle que nos dé a beber el agua viva y que nos revele nuevamente el don de Dios y quién es Él.

Esta experiencia de volver al pozo lleva a entablar un diálogo profundo y vital con Jesús, donde Él no sólo pide de beber, sino que además nos dice quiénes son nuestros maridos y a qué dioses adoramos en los montes de nuestra vida cotidiana.

Después de "estas escapadas" con "nuestra pareja", después de buscar su rostro en el desierto o en el brocal del pozo en el que nos sedujo, nos toca dejar el cántaro y salir corriendo, como la Samaritana, y contarle a la gente, no nuestras batallitas eclesiales -esas no transmiten la vida ni las ansias de Dios- sino nuestra experiencia de habernos encontrado con "el Hombre" que nos ha dicho todo de nuestra vida; con Aquel que nos conoce hasta el fondo y que nos ama a fondo perdido, tal y como somos.

Esta experiencia contemplativa de Dios que renueva su alianza con nosotros es la que hace, no sólo que estemos enamorados, sino que además, se nos note. Si de tanto mirarle, nuestra mirada se ha vuelto incandescente, ¿no descubrirán los jóvenes que en nuestras vidas hay algo que despierta en ellos una inexplicable nostalgia y deseo de plenitud y felicidad que nada tiene que ver con los saldos y retazos de fin de temporada?



1.2. Experiencia evangélica, ¿experiencia eclesial?

Cada vez es más frecuente oír entre los jóvenes, al menos en el ambiente en el que me muevo -hablo desde la Cataluña Central, desde la diócesis de Vic- "espiritualidad sí, Iglesia no". Dicho de otra manera, la fe de la Iglesia que ellos llaman "oficial" -que yo creo que más bien son las formas y un discurso moralista, que mira más a actitudes externas, que al corazón y a la esencia de la fe, del evangelio y del mensaje de Jesús- no les dice nada, o lo que es peor, les provoca un rechazo que en ocasiones llega a ser visceral.

Se trata de una incompatibilidad que parece irreconciliable. Y confieso que les entiendo, que muchas veces comparto sus puntos de vista y sus quejas, pero que me da mucha pena. Porque por un lado me siento miembro de la Iglesia, siento que la amo y por lo mismo, sus pecados y debilidades, también su rigorismo y fachada, me hacen daño, porque yo también los descubro en mis actitudes bastante cotidianas: ¡Y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra! Por otra parte, soy bien consciente que esas quejas han de ser escuchadas, han de ser acompañados, se han de sentir comprendidos, pero teniendo claro que, en el momento oportuno, es necesario también ayudarles a tomar conciencia de la falta de compromiso personal, de la falta de constancia, de la facilidad con la que descalifican, exigiendo a los otros una respuesta que tampoco ellos son capaces de dar en sus realidades cotidianas.

En gran parte creo que somos responsables de estas actitudes, sobre todo en los últimos años en los que en nuestros ambientes, los jóvenes brillan por su ausencia, y cuando aparece uno, a ese lo aburrimos dándole todas las responsabilidades y trabajos, en lugar de ayudarlo a bucear en su interior, de ayudarlo a formarse con responsabilidad, en lugar de acompañarlo para que poco a poco profundice en su relación con el Señor. Porque, no nos equivoquemos, es lo que ellos buscan y necesitan y no que los quememos con responsabilidades.

En los últimos años en los que estoy relacionada con el tema del diálogo interreligioso, me encuentro con muchos de nuestros jóvenes de hace unos años, que hoy están enrolados en otras maneras de vivir la fe en el marco de diferentes religiones y tradiciones espirituales, donde han encontrado una comunidad y un camino de interiorización. La Iglesia, la fe eclesial, no dio respuesta a sus ansias más profundas, y poco a poco se fueron a buscar otras fuentes y otros ríos, y parece ser que allí muchos han encontrado una manera genuina de vivir desde dentro, de buscar a Dios, de orar.

Nuestros jóvenes, tienen ansias auténticas, pero se sienten confundidos y desorientados en su fe, porque no encuentran el sentido profundo de la educación religiosa que han recibido, que han separado de tal forma la vida personal y la práctica religiosa, que se han convertido en dos caminos paralelos que ven nunca se encontrarán. Por otra parte, les gustaría sentirse contagiados y arrastrados por los que para ellos son testigos y referentes de lo que significa ser creyente y vivir de la fe, de la fe de Jesucristo. Así, Teresa de Calcuta, el hermano Roger, Pedro Casaldáliga y otros testigos, les entusiasman y cuestionan.

Nos están reclamando un testimonio vivo. No quieren que les demos lo que ya encuentran a cada paso en la red, en la disco en los ambientes de juerga, en las aulas de la universidad y entre los amiguetes. Necesitan que con nuestras vidas les hablemos de Dios. Necesitan que les ayudemos a encontrarse con Dios, nos están pidiendo que les demos el agua viva, que es el Espíritu Santo, para vivir de otra manera, y ahí está nuestro reto: acompañarlos para “que se lo pidan con fe sólo al que puede darles esa agua que les saciará”.

Nos piden que les ofrezcamos algo que merezca la pena, porque teniendo todo lo que tienen, no se encuentran a gusto. Nos están pidiendo a grito que les demos: a Jesucristo vivido. Sólo desde Él les ofreceremos algo diferente que no encuentren en la dispersión. Sólo desde nuestra identificación con Jesús les señalaremos el camino que lleva a Dios que es el único que dará sentido a la realidad profunda de sus vidas, a sus interrogantes.

¡Qué pena que no siempre en la comunidad eclesial encuentren una comunidad de vida!, que no siempre vean en nosotros una fe comprometida, practicada, vivida.

La celebración de la fe de los cristianos, muchas veces no les dice nada, pero cabría preguntar qué nos dice a nosotros: Cuando celebramos la eucaristía, ¿celebramos?, ¿se nota que estamos celebrando lo más importante de nuestras existencias? Cuando oramos, ¿hacemos nuestras las penas y las angustias, las alegrías y esperanzas de todos los hombres? Hace unos meses un joven me decía: -"Parece que la única preocupación del obispo es que haya vocaciones; es más, parece que es lo único que le preocupa". Y continuaba: "La misa me dicen que es una fiesta, y no veo más que prisas y caras serias; que la Iglesia es una familia, y entre las parroquias hay unas rivalidades tremendas; que tenemos que vivir el Evangelio de Jesús, y nos preocupamos más de la sexualidad, que de la justicia y la paz. En esta Iglesia no me siento a gusto, y no porque sean mayores, sino porque son viejos de mente, miden nuestra fe por nuestra asistencia a misa más que por nuestra solidaridad y compasión; y se atribuyen el derecho -que no se atribuyó Jesús- de condenar a los que son diferentes, cuando lo que Dios ve es el corazón".



1.3. ¿De qué tienen sed los jóvenes?

Los jóvenes, no son unos pasotas -aunque a veces lo parezca, y lo parezca tanto que no veamos en ellos más que eso: pasotismo-; tampoco son todos generosos y entregados, los hay egoístas e instalados; no son todos superficiales y descomprometidos, los hay profundos e implicados en causas justas que exigen entrega y sacrificio. En la viña del Señor hay de todo, y en los campos en los que nos toca arar, también, incluso hay "asnos salvajes" y "caballos desbocados", pero eso es síntoma sólo de lo que se les da de comer y beber en la familia, en los medios, también en nuestros centros.

Pero en los jóvenes hay algo más que lo que aparece en sus comportamientos, reclamos y protestas; hay algo más profundo. Hay una sed de autenticidad, hay una urgencia que nos habla de su desazón y de una búsqueda sincera. Nos están pidiendo a gritos que les ayudemos porque intuyen que tenemos algo que ofrecerles, algo que no les da la sociedad que está montada sobre los intereses de unos pocos que viven a costa del resto.

Pero, ¿de qué tienen sed los jóvenes? Porque si lo que queremos es que se acerquen al pozo, que se encuentren con Jesús y beban, tenemos que ver a qué tipo de sed nos referimos y cómo los vamos a ayudar a que se acerquen y beban de donde deben beber, si realmente no queremos engañarlos ni defraudarlos dándoles sucedáneos que los entretengan inútilmente en un seudo camino espiritual.

Esa búsqueda, y esa sed, quedan reflejadas en la siguiente parábola.

"Un joven inquieto se presentó a un sacerdote y le dijo:

- Busco a Dios.

El «reverendo» le echó un sermón, que el joven escuchó con paciencia. Acabado el sermón, el joven marchó triste en busca del obispo.

-Busco a Dios -le dijo llorando al obispo.

«Monseñor» le leyó una pastoral que acababa de publicar en el boletín de la diócesis, y el joven oyó la pastoral con gran cortesía, pero al acabar la lectura se fue angustiado al papa a pedirle:

-Busco a Dios.

«Su santidad» se dispuso a resumirle su última encíclica, pero el joven rompió en sollozos sin poder contener la angustia.

-¿Por qué Iloras? -le preguntó el papa totalmente desconcertado.

-Busco a Dios y me dan palabras -dijo el joven apenas pudo recuperarse.

Aquella noche el sacerdote, el obispo y el papa tuvieron un mismo sueño. Soñaron que morían de sed y que alguien trataba de aliviarles con un largo discurso sobre el agua".

Sin palabras. Cualquier parecido con la realidad -podemos decir- es mera coincidencia.

¿Qué buscan los jóvenes de hoy? Posiblemente lo mismo que buscábamos nosotros cuando éramos más jóvenes, lo mismo que seguramente andamos buscando todavía. Pero también lo mismo que buscaba el joven del Evangelio que luego se marchó entristecido: ¿cómo no se iba a marchar así? ¿quién podría saciar a alguien a quien ¡ni siquiera Dios pudo saciar!?

Buscan lo que buscaba María Magdalena y las otras mujeres cuando madrugaron para ir al se-pulcro, ¡necesitan al Dios vivo y vivificador!, un Dios que dé un poco de luz a sus noches.

Buscan lo mismo de Agustín de Hipona -"el del corazón inquieto"-, porque todos estamos hechos del mismo barro, ¡todos hemos sido hechos para Dios y nuestro corazón no descansará hasta encontrarle a Él y sólo a Él! Y por eso, no podemos más que remitirles, y remitirnos al propio corazón, "a lo más íntimo de la propia intimidad", para que no sigan buscando fuera lo que tienen dentro y que es capaz de romper sus sorderas.

Están muy bien las nuevas tecnologías y las dinámicas para captarles el interés y para ayudarlos en sus búsquedas, pero todo eso no servirá para nada si no es para ofrecerles espacios y oportunidades para descubrir que Jesús es el manantial de la vida que ha sido derramado en sus corazones. Porque si no llegan a este encuentro personal, desde dentro, en el corazón, sus vidas no serán más que un ansioso peregrinar que no acabará nunca de encontrar el centro, la fuente y la paz.



1.4. ¿Dónde buscan y encuentran?

Como todos llevamos grabada en nuestras entrañas, inscrita en nuestra naturaleza la vocación de Dios, siempre estamos anhelando, buscando algo más de lo que tenemos, algo que calme nuestras ansias.

También los jóvenes, a su manera, y dispersos por las mil ofertas que les bombardean, llaman de maneras diferentes a la puerta de la felicidad, y buscan fuera, a la desesperada, algo que calme sus inquietudes y que dé respuesta a sus interrogantes más profundos. Y desencantados por los caminos fáciles que les tientan a cada paso, por la mentira que impera en sus ambientes, por los sucedáneos que les ofrece la sociedad de bienestar y por la vida frenética que los hace sentir que van sin rumbo, aturdidos llaman a las puertas de los dioses e intentan abrevar su sed en mil formas nuevas y diferentes de espiritualidad, y no pocas veces beben en cisternas agrieta-das que no hacen más que aumentar su tormento.

Hay quienes se refugian en el sexo, los que lo hacen perdiéndose a tiempo y a destiempo en la red, los que se evaden con la droga del trabajo y con otras drogas que no hacen más que mitigar de manera engañosa y a corto plazo una sed y una ansia inexplicable que hay en sus corazones.

En esta búsqueda, muchas veces confusa, donde faltan líderes y referentes, experimentan cómo los interrogantes esenciales afloran machaconamente en sus corazones y buscan, cada vez más, maestros espirituales o alguien que les dé un poco de estabilidad y garantías de que llegarán a buen puerto.

Aquí aparece, como un artículo más de la sociedad de consumo, la huida a los monasterios, de la tradición que sea, para que alguien les ayude a emprender el camino de regreso al propio corazón. Para que alguien les ayude a desconectar, ¡y no siempre a conectar con quien hay que conectar!

Y aquí la gran treta de los orantes que acogen, es la de dejar al “buscador" cara a cara con Dios. Acompañarles a cierta distancia como testigos, pero provocando para que las rebeldías, las frustraciones, las zonas resecas de la vida, afloren y se expresen ante Aquel que se ha hecho buscador del corazón del hombre.

Decía al comienzo, que la experiencia de Dios, se da a partir de la autoexperiencia. Es este momento, el cara a cara con Dios, para exponer la propia vida y para abrir la puerta para que entre Jesús. Aquí se inicia el diálogo esencial, al lado del pozo, en el que se da un intercambio de sed y agua: Jesús cansado, pide de beber a quien no tiene más que sed, y en medio de la queja por tener que ir cada día a sacar el agua, Él ofrece el agua de la vida, y da el don de su Espíritu, que es el manantial unificador.

Si a los que vienen a nuestras casas no les ofrecemos la oportunidad de esa búsqueda que es dura y exigente, creo que podemos caer en la trampa de ser cómplices del consumismo espiritual.

Este verano tuvimos un campo de trabajo con un grupo de universitarios. Lo preparamos con los hermanos de San Juan de Dios. Un campo que llamamos hospitalario-contemplativo porque queríamos ofrecer la oportunidad de un servicio hospitalario a los usuarios de un Centro de día de salud mental, que funciona en una parte del monasterio. Al mismo tiempo queríamos que los voluntarios tomaran contacto con jóvenes que tienen sus vidas rotas por una enfermedad, como es la esquizofrenia, que es muy dura, ofrecerles la oportunidad de espacios para elaborar esta experiencia, desde la oración, el encuentro con Dios y con uno mismo.

El tercer día, con los "voluntarios" dedicamos una tarde entera a la oración. Comenzamos con una dinámica en la que les proponíamos que se separaran en parejas y que, durante dos minutos, se miraran fijamente a los ojos permaneciendo en silencio. Después tenían que verbalizar lo que habían experimentado. Un denominador común fue la sensación de sentirse, primero incómodos y luego como que el otro les estuviera leyendo por dentro. Los dos minutos les parecieron eternos y el tener que verbalizar sus sentimientos brevemente, lo explicaron después, les hizo experimentar la necesidad de pensar en lo que había dentro de cada uno, y que les daba tanto "pudor" pudiera ser descubierto por el otro. Después, les dimos toda la tarde para hacer un desierto: Para hacer silencio, insistiéndoles que para ello no basta con cerrar la boca, sino que además, hay que abrir bien los oídos.

Como ayuda para ir al encuentro con ellos mismos, y con Dios, les dimos unas pautas: hacer silencio y permanecer solos. Escucharse a sí mismos, y, después, apuntar aquellas cosas que les preocupaban, aquellas que no sabían cómo resolver, o aquellos interrogantes profundos para los que no encontraban respuestas. Esto acompañados de un texto muy breve, a modo de invitación: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" -Mt 11,28-.

La consigna era: hacer silencio. Mirar alrededor, mirar la propia vida y escuchar.

Tenían bastante espacio para desperdigarse, y así lo hicieron. Al cabo de media hora observamos cómo comenzaban a ocupar los rincones del coro de las monjas y de la Iglesia del monasterio.

Pasaron el doble de tiempo que teníamos previsto, y terminamos con una oración compartida en la que se intuía la zarza que arde sin con-sumirse, el paso de Dios por sus vidas. Poco, muy poco, hablamos de la experiencia personal, porque hay secretos, que sólo se guardan para Dios, hay un espacio donde nadie puede llegar más que uno mismo y Aquel que allí se ofrece para saciar una sed que no sabemos definir.

A partir de ese momento, algo importante pasó en el grupo. Y en la evaluación del campo pidieron les ofreciéramos espacios para hacer un "campo de trabajo interior", y nos lo siguen recordando.

Al elaborar la memoria del Campo, nos dimos cuenta de cómo somos nosotros los que "tenemos" miedo a que los jóvenes no aguanten o se cansen; y cómo con un poco de ayuda, si les llevamos a la fuente, allí hay quien les espera y se cuida de ellos.

Ante el misterio de la intimidad y el encuentro con Dios, nos encontramos en tierra sagrada. Para mí fue de gran ayuda tener a mi comunidad orando y sosteniendo con la oración estos momentos que ofrecíamos a los jóvenes. Y os aseguro que no es secundario, porque Dios es generoso con los que le invocan. No basta tener un ambiente exterior que invite a entrar dentro, hace falta que los espacios de oración, estén siempre sostenidos por la oración fraterna de los hermanos.

Te guiará Yahveh de continuo, hartará en tus sequedades tu alma, dará vigor a tus huesos, y serás como un huerto regado, o como un manantial cuyas aguas nunca faltan”-Is 58,11-.



1.5. ¿Cómo y cuándo se dirigen a Él?

Muchas veces los jóvenes -y nosotros mismos- se desparraman en el activismo y en la urgencia de “hacer algo" por los otros, por el Evangelio -si están en la dinámica de la fe- por la causa de la justicia.

Muchos se vuelven a Dios para preguntarle por qué ante el misterio de las injusticias, del sufrimiento de los inocentes, de la muerte, del dolor. Otros se rebelan porque se sienten fracasados cuando las puertas se les cierran una a una y no encuentran un puesto en la sociedad, un trabajo digno, alguien que valore sus esfuerzos.

Los hay que se sienten felices porque la vida les ha dado una familia, oportunidades, o simple y llanamente porque aman y se sienten amados, y necesitan agradecer a Dios lo que son y lo que tienen.

Algunos se adentran en el mundo de la espiritualidad y llaman a nuestras puertas porque necesitan orar, porque quieren que se les enseñe o que se les ayude a recuperar el sentido más hondo de la fe que les transmitieron.

Otros aprovechan la tradición de llevar huevos al convento de Santa Clara para que no llueva el día de la boda, para vaciar el saco y tener quién los escuche, ¡hay gusto pa' todo!

Se da en algunos la búsqueda serena y constante de volver al pro-pio corazón, de reencontrarse con Dios, con el Dios humanado, con Jesucristo a quien han experimentado como una presencia, o tal vez como una ausencia.

Estoy segura que a Dios le pueden encontrar en la vida y que pueden hacer de su vida oración, pero ¡puede hacer de su vida oración quien ha trabajado o se ha dejado trabajar mucho en la oración!

Muchos dicen que no saben cómo orar, que no saben qué hacer en la oración. Santa Teresa dijo que la oración es hablar de amistad con quien sabemos que nos ama, y cuando a Timothy -nuestro querido ex Maestro de la Orden- le preguntaron cómo era su oración, cómo era su diálogo con Dios, respondió, en la línea de Teresa, que en oración hablamos a Dios como a un amigo y que así "como no hay técnicas de amistad, no tenemos en realidad técnicas para orar". Y confesaba algo que creo que muchos podemos suscribir: "Tengo que reconocer que no soy bueno en la oración. Me distraigo fácilmente. Muchas veces voy a la capilla solo para sentarme y quedarme con Dios, en silencio. Pero, a menudo mi cabeza y mi corazón están muy ocupados para eso. Estoy preocupado con mis problemas, mis expedientes, demasiado preocupado de mí mismo. Un día el dramaturgo inglés Noe Coward encontró a uno de sus amigos en una fiesta y le dijo: «No tenemos tiempo de hablar de nosotros, así que hablemos sólo de mí»".

Y constataba que nuestra oración muchas veces comienza dirigiendo a Dios "muchas palabras dignas, mientras pensamos en nosotros mismos y en qué habrá para comer. Pero si se toma el tiempo necesario, viene el momento del silencio en el que uno está sencillamente con Dios. Cuando estamos con nuestros amigos, no pensamos en ellos, sino que estamos con ellos. Orar es ponerse en la presencia de Dios".

En el monasterio, desde hace algunos años, hemos iniciado los talleres de la Lectio, y las vigilias de oración en contacto con la Palabra de Dios porque sabemos que la Escritura es una buena maestra de oración, y que ella inicia en el diálogo con Dios. Una lectura en la que leemos un pasaje, lo meditamos, repetimos lo que nos llama la atención, y luego viene el momento sagrado del silencio, en el que dejamos tiempo para que la Palabra penetre y resuene en la propia vida; hasta que rompa los diques de contención que nos hemos construido para que nadie, ¡ni Dios! nos complique la vida.

Los jóvenes también buscan la experiencia de amar y sentirse amados, y la oración puede ser un espacio privilegiado para percibir el amor incondicional, el amor loco de Dios, que termina implicando toda la vida, que ayuda a la transformación, al cambio de corazón. Dios, como un amigo está a la puerta y llama, y espera con incondicional ternura y paciencia, ser acogido.

Se trata de abrirle, de mantenerle la mirada -como los jóvenes cuando se miraban fijamente a los ojos-, porque seguro que después de sentirnos incómodos, y sin saber qué hacer, seguro que tendremos que confesar que nos hemos encontrado con uno "que nos ha dicho todo lo que hemos hecho" –Jn 4,39-.



2. ALFAGUARA: LA FUENTE QUE MANA Y CORRE

Alfaguara significa, en el origen árabe de la palabra "la fuente que mana y corre", que San Juan de la Cruz inmortalizó en su obra, mejor, en su experiencia. El Evangelio de Jesús con la samaritana, es tal vez el que mejor expresa el fin de esta fuente, que no es otro, para Jesús, que hacer manar en los corazones el agua viva que penetra todos los rincones de la propia , vida y nos hace ser "adoradores en espíritu y verdad”. Esa fuente que mana y corre, nos hace testigos “vitales" del agua que nos ha saciado y que se ofrece generosa a todo caminante. Eso sí, es necesario ir a la fuente con el cántaro, hacerlo cada día con tenaz perseverancia. Una vez que descubrimos quien está en el brocal del pozo, sediento como nosotros, pidiéndonos de beber, seguramente "la hora de la cita" cotidiana, en el pozo y en la fuente será inaplazable.



2.1. "Dame de beber" -Jn 4,7.10-

Nos dice el Evangelio que Jesús "se había fatigado del camino" -Jn 4,6-. Y fatigado, como nosotros se acerca al pozo y pide a una mujer de beber.

Vemos a un Dios apasionado que busca apasionadamente el corazón del hombre, y como Él sabe que es más feliz el que da que el que recibe, le da a la mujer la oportunidad de dar.

Dar de beber a los peregrinos, era un signo de hospitalidad, y por eso Jesús quiere ser acogido, hospedado. Él le pide un favor, dispuesto a hacerle uno mayor: "Si conocieras el don de Dios... tú me pedirías y yo te daría agua viva"-Jn 4,10-

En la cruz, volverá a pedir de beber -Jn 19,28-, como un último reclamo para quedarse en el corazón de los que estén dispuestos a entablar con Él un diálogo existencial, en el que se de el intercambio de sed y agua, de agua y sed.

Jesús, sediento, es a su vez, el agua viva que se ofrecerá a la samaritana, y como le dice que "ya no tendrá más sed", ella quiere beber esa agua que le ofrece un sediento.

Cada uno de nosotros estamos representados en esta mujer que busca algo más que agua, que tiene un corazón apasionado que no logra centrarse y que ni siquiera los cinco maridos han logrado aquietar. Esta mujer necesita encontrar un manantial que aquiete su alienado corazón.

Jesús viene a ofrecerle la nueva y definitiva alianza. Como "Es-poso" quiere reconquistarla para liberarla de sus maridos falsos, de sus alianzas prostituidas, y le ofre-ce el agua que calmará su sed y dará sosiego a su corazón inquieto.

El secreto para suscitar la experiencia de Dios, es ofrecer la oportunidad de romper los muros del egoísmo que nos llevan a exigir que todo gire alrededor de nuestros caprichos, para dar paso a los intereses de Dios, a "su necesidad" de contar con nosotros, para que también nosotros saciemos su sed.

Con frecuencia oímos a nuestros jóvenes: ¿Por qué Dios permite la guerra, las desgracias naturales, la ruptura de las familias, los niños abandonados, la explotación de los débiles, las torturas, en definitiva, el sufrimiento? Cuando en realidad sería bueno que les ayudemos a descubrir que Dios, "también sufre" con los que sufren, y tiene sed de que todos vivan con dignidad; de que todos sus hijos seamos solidarios dándonos mutuamente de beber.

"Dame de beber", nos dice Jesús. ¿Cómo ayudar a que los jóvenes descubran que Dios se ha que-dado con nosotros y les pide agua, les pide el corazón para hacer suya la causa del Reino?

Es lo mismo de la zarza del Éxodo, en aquella experiencia inefable ante el misterio, cuando Moisés sintoniza con Dios y Él le viene a decir que tiene hambre y sed de justicia, que ha oído los clamores de su pueblo y que no los puede soportar, que vaya en su nombre. Y Moisés entiende que su misión es la de defender los derechos del Dios vivo al que ha contemplado: que todos sus hijos vivan con dignidad. Y veremos cómo, en medio del desierto hará, en nombre de Dios, manar agua de la roca -Ex 17,2.6-.

Este Dios sediento, nos pide de beber, nos reclama desde la zarza. en la tierra sagrada de la intimidad. y nos envía a saciar a la humanidad sedienta con el agua del manantial que El ha hecho brotar en nuestro corazones.



2.2. “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba" -Jn 7,37; Ap 21,6-

Hay algo que tenemos en común con los israelitas que en el desierto se preguntaban amargamente: “¿Está Dios con nosotros o no?" cuando iban errantes, tenían cada vez más bajas en sus filas y se lamentaban porque no tenían ni sembrados, ni viñas, ni ganados, y menos dónde beber -Ex 17,5- y con la Samaritana que quiere que la liberen de tener que ir laboriosamente al pozo, a un pozo y a unos maridos, que no la sacian: Es la sed.

Y en este contexto de preguntas esenciales y de búsquedas y deseos no colmados, Jesús se ofrece como amigo, se hace el encontradizo y nos dice: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” –Jn 7,37—.

Nos hemos habituado a vivir al día, tenemos una vida más o menos acomodada y no nos gusta que nadie nos cambie nuestros planes porque "estamos bien como estamos". Pero si un día inesperadamente, por un acontecimiento, también inesperado, nos asaltan preguntas y situaciones que nos superan, sentimos que el mundo se nos viene encima, nos sentimos desarma-dos, perdidos, y no sabemos qué hacer. Es un buen momento para ponernos en manos de Dios y darle la oportunidad de dar rumbo a nuestros pasos, de tomar en sus manos la vida que un día le dimos en nuestra consagración.

Esto mismo les pasa a los jóvenes en muchos momentos, y son estos momentos privilegiados "de desarme", para que les ayudemos a que en su cansancio o en su des-concierto dejen resonar en sus vi-das la invitación de Jesús: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba" -Jn 7,37; Ap 21,6- Es el momento de hacer que la "autoexperiencia" de la que hablábamos al comienzo, se haga oración, les ayude a tener una mirada contemplativa y compasiva de su propia vida, para dejar que Dios les dé fuerzas, para que experimenten su luz y su misericordia, y descubran no sólo el por qué de lo que les ocurre o de lo que acontece a su alrededor, sino también el para qué.

Es la oportunidad para ayudar-les a descubrir que en Jesús pueden "beber" y dejar que en su presencia, afloren sus búsquedas y deseos más profundos. Como con un amigo, aunque como no hay tiempo "hablemos primero de nosotros"... y después, ¡sigamos hablando de nosotros!... Tranquilos que a su tiempo, Dios romperá el monólogo y vendrá la quietud y la calma: ¡Y vendrá, porque Dios no es injusto y su palabra se cumple: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba"... "Venid a mí todos los que están cansados y agobiados y yo os aliviaré".

Podemos ayudarles a tener una mirada contemplativa en la vida, a través de la oración, el silencio, la interioridad, donde con sinceridad se pregunten.

¿Quiénes son sus maridos, los ídolos o los amores en los que ponen su seguridad hipotecando su felicidad? ¿La salud, el dinero, el buen nombre o la fama, el éxito profesional al precio que sea, la notoriedad; en definitiva, la imagen?

Donde revivan el encuentro con Jesús y donde puedan confrontar-se con las ansias de liberación de Dios.

Ayudarles a ver en qué manantiales calman su sed, y también qué manantiales ha puesto Dios en sus vidas para saciarles. Ayudarles para que descubran los ríos, pozos, fuentes y oasis que Dios ha puesto en el desierto de sus vidas a lo largo de los años, y a que le den las gracias.

En esa mirada contemplativa de la propia vida, en el marco de la oración y el silencio podrán también reconocer si -como Jesús- su alimento es "hacer la voluntad del Padre" -Jn 4,34-, y ver con qué manjares alimentan su fe y su vida, y reconocer qué espacios dejan al Señor para que les dé de beber y para que les alimente.

Catalina de Siena, en el libro del Diálogo dice que cuando Jesús clamó en el templo con angustiado deseo "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba"-Jn 7,37-, nos estaba invitando a caminar por la caridad perfecta y a perseverar a pesar del sufrimiento, para ir a la fuente del agua viva. Y dice que no es el Padre quien nos invita a ir a Él, sino Jesús, que se hizo puente, y que como nosotros experimentó el sufrimiento y asumió la fragilidad de nuestra naturaleza.

En Jesús, que se hizo uno de los nuestros, y que asumió la causa de la humanidad -que es la causa del Padre- como propia, los jóvenes pueden encontrar la fuente que andan buscando y que puede saciarles. Se trata de que le conozcan y le traten: ¡no tengamos miedos de introducirlos en la vida de oración, es la mejor inversión de nuestras vidas, y de las suyas!



CONCLUSIÓN: “EN TI ESTÁ LA FUENTE VIVA" –SAL 36,10-

El encuentro personal con el Resucitado, la experiencia pascual de la muerte que da vida, es una experiencia que se da en el propio corazón, en la propia existencia, y que no se puede imponer; tan sólo desear y ofrecer, y en todo caso, con temor y temblor, tratar de suscitar y comunicar a otros por medio del testimonio.

Todo esfuerzo que hagamos para educar en la contemplación, por ayudar a los jóvenes a perder el miedo a exponerse ante "Aquel que les ama", para que sean capaces de aceptar en su presencia sus fallos, y dejarse interrogar, para que pueden relativizar las propias opiniones y opciones y dejar que Jesús entre en sus vidas, será la mejor garantía de que estamos edificando sobre roca.

Si no les ayudamos a que sean capaces de mirarse en el agua clara de la "Fuente", y a dejarse descentrar de la propia percepción, su contemplación no será más que un reflejo en el que seguirán admirando al personaje que es cada uno.

Quizás el objetivo fundamental de nuestras vidas -no sólo de los que hemos sido llamados a la vida contemplativa o monástica- será apelar al ser contemplativo de Jesús cuya vida se desenvuelve en una búsqueda constante de la voluntad del Padre. Por eso le vemos subir al monte a orar y bajar a predicar y a estar con los amigos. Una búsqueda que le llevaba a ver la vida como la veía el Padre. Por eso le vemos subir al monte a orar y bajar a predicar y a estar con los amigos. Una búsqueda que le llevaba a ver la vida como la veía el Padre. Y como esto no se improvisa e imprime un sello -diríamos un carácter-, si nos empeñamos en esta tarea, esta vivencia personal se contagiará o al menos la intuirán los jóvenes que comparten con nosotros la búsqueda del rostro de Dios, un Dios que da sentido a la propia vida y contenido a los compromisos.

Acompañarlos en el proceso de interiorización, en este viaje al interior de uno mismo puede ser aventurado, porque se encontrarán con situaciones dolorosas, heridas mal curadas y recuerdos amargos. Puede ser una experiencia similar a la de un parto que se hace con el dolor, pero qué duda cabe que vale más la vida que nace que lo que quedó atrás. Es una experiencia pascual.

Quiera Dios que este proceso les lleve a descubrir que en Jesús está la fuente de la vida, ¡que Él es la vida generosa! que les ofrece una felicidad sin rebajas. ¡Ojalá vayan a la fuente y beban, y ya no crean por lo que les hemos dicho, sino porque ellos mismos se han saciado ¡porque han experimentado que realmente en Jesús está la fuente viva! -Jn 4,42-.

Termino con una imagen de mi hermano Tomás de Aquino que bien puede iluminar cuanto he querido compartir con vosotros. Preguntándose él por la mayor perfección de la vida contemplativa o activa, llega a la conclusión que la vida activa es más perfecta, porque dice: "Es más perfecto arder e iluminar, que sólo arder".

Que nos adentremos en la zarza que arde sin consumirse, que hagamos experiencia del Dios vivo, y que el resplandor de nuestro rostro sea luz que ilumina a los que nos vean cuando cada día defendamos los derechos de nuestro Dios en la historia.










14. Relaciones12


Joan Chittister

«La vejez es una isla rodeada por la muerte», escribe el ensa­yista ecuatoriano Juan Montalvo.


En su núcleo íntimo, la vida no tiene que ver con cosas, si­no con relaciones. Lo que define la clase de vida que hemos vi­vido son las manos que, al final, seguimos teniendo cogidas en nuestro corazón. Las relaciones que mantenemos determinan la calidad de la vida tal cual la hemos conocido. Nos muestran el rostro de Dios en la tierra. Son también ellas las que, a base de golpes, instruyen a nuestro corazón en los sentimientos vitales.


Cuando las relaciones que hemos forjado sobre la marcha comienzan a desaparecer, nuestra vida cambia. Entonces experimentamos qué significa ser abandonados, ser algo menos im­permeables a los sentimientos de lo que creíamos. Ahora no ne­cesitamos cosas; lo que anhelamos es comprensión. La com­prensión es lo que nos saca de nosotros a la vasija de barro que es la nueva vida.


Vemos como las personas que hemos amado nos dejan y nos descubrimos a nosotros mismo en otra encrucijada del tiempo. ¿Qué debemos hacer ahora? ¿Seguir adelante en solita­rio? ¿Detenernos y replegarnos en nosotros mismos? ¿Correr el riesgo de forjar nuevas amistades? Son preguntas que cambian la vida. Son respuestas que transforman el alma. Y, por miedo apasar por alto la lección que puede extraerse de ahí, el dolor de todo ello está presente por doquier.


Justo este domingo, el tráfico era bastante ágil y el muelle estaba tranquilo. Nada parecía impedir la circulación de coches por el muelle, pero tampoco se movía nada. En el centro del muelle yacía muerto un pato hembra, las suaves plumas col­gando flácidas sobre el suelo. Pero no era eso lo llamativo. La anécdota tiene que ver con la pérdida. Rodeando a la pata muer- ta, a una respetuosa distancia, había un gran número de patos: sosegados, las cabezas inclinadas, los cuellos curvados queda­mente hacia el agua. Algunos de ellos se balanceaban en silen­cio en las oscilantes aguas de la bahía. Otros habían salido del agua y se encontraban sobre el muelle, alrededor de la pata muerta y se inclinaban sobre ella, como los dolientes en un dra­ma griego. Y allí en el centro, dando vueltas fuera de sí en tor­no a la difunta criatura, batiendo las alas, la cabeza echada ha­cia atrás, graznando y aullando de pena, estaba un pato macho, inconsolable, que gañía en demanda de ayuda. «Los patos son monógamos», dijo un hombre que pasaba por allí, sin dirigirse a nadie en particular. «Se aparean para toda la vida».


Para cualquier que haya visto alguna vez a un amigo pasar por un trance análogo, el significado de la escena es claro: cuando fallece nuestra pareja, de algún modo también fallece­mos nosotros.


Cuando esto ocurre, dos tentaciones toman asiento en 1a mesa de la vejez. La primera es la tentación de vivir en un mundo ya largo tiempo desaparecido, de condenarnos a existir ro­deados de manera casi exclusiva de una colección de fotogra­fías color sepia. La segunda es el intento de aislarnos de la vida eludiendo el riesgo de toda vulnerabilidad adicional, permitiendo que la muerte emocional se adueñe de nosotros antes de que llegue la muerte física.


De hecho, durante mucho tiempo, la gente se reía con des­dén y socarronería de las personas mayores enamoradas. Ni siquiera se contemplaba la posibilidad de matrimonio. La sexualidad no entraba en el cálculo; y su expresión, mucho menos. Un mudno construido sobre el sexo juvenil, sobre las dimensiones procreadoras del matrimonio, veía algo obsceno en la idea de intensas relaciones sexuales y de amor entre ancianos. El fin primordial del matrimonio llevaba tanto tiempo definiéndose como crianza de hijos que el papel de las relaciones adultas, en especial en la última etapa de la vida, había quedado menoscabado.


La procreación –no la compañía, ni la amistad, ni el amor­- había sido durante siglos el principal objeto del matrimonio. Las mujeres eras compradas y vendidas, «dadas» en matrimo­nio a cualesquiera relaciones les parecieran política o económi­camente ventajosas a las familias implicadas, con independen­ciade qué efecto pudiera tener ello en la propia pareja. El obje­tivo era dispones de herederos gobernantes, labradores y siste­ma de seguridad social «humanos» para los mayores. Así, la necesidad de intimidad, apoyo y solicitud mutua corría la mis­ma suerte que la vejez. El amar era físico y, por tanto, concluía cor el decaimiento de las funciones físicas. Alcanzado ese pun­to, de los cónyuges se esperaba, según parece, que prosiguieran su camino vital distantes y en soledad emocional.


Como resultado, los ancianos, a diferencia de quienes se en­cuentran en otras fases de la vida, se ven obligados a afrontar el desafío de dos tipos de relaciones muy diferentes.


En primer lugar, tienen que arreglárselas con la inquietante presencia de relaciones que han perdido a manos de la muerte o la distancia. Los muertos se llevan siempre una parte de nosotros a la tumba: en forma de conversaciones que nunca podrán ser concluidas, sueños que se quedarán sin realizar. Pero, a los mayores, la muerte del cónyuge, de seres queridos, de amigos, les priva de mucho más: de los recuerdos, de la conciencia del yo, del sentimiento de comunidad. A decir la verdad, los muer­tos se llevan también demasiado a menudo la energía vital de quienes dejan atrás.


Cuando concluyen las exequias de un amigo querido, sabe­mos con una nueva clase de dolor que se nos ha cerrado un nue­vo camino. Ahora tenemos un amigo menos con quien salir apasear, y la lista se reduce cada día que pasa. Cuando muere nuestro cónyuge, el desolador vacío es aún peor. ¿Quién se preocupará ahora de nosotros? ¿Quién nos quiere realmente aquí? Sin duda, la vida de quien sigue vivo se ha transformado de ma­nera irremediable e incluso parece que ha concluido.


En segundo lugar, los ancianos han de afrontar al esfuerzo que supone hacer nuevos amigos, nuevos compañeros, en su propio mundo, que cada vez se distancia más del acelerado mun­do que les rodea. Por doquier sumen «pueblos de retiro», dota­dos de numerosas comodidades, pero con escasa mezcla genera­cional. Las cadenas hoteleras se concentran ahora en la promo­ción de comunidades administradas de jubilados, donde una ge- aeración de mayores vivirá en pequeños apartamentos independientes, al menos hasta alcanzar los ochenta y cinco años13.


Es verdad que la mayoría de los ancianos están sanos y lú­cidos y pueden valerse totalmente por sí solos. Pero encontrar nuevos amigos ahora requiere esfuerzo y energía. ¿Y merece la pena la inversión de tiempo? Al fin y al cabo, la amistad, por no hablar del amor, exige una gran cantidad de solicitud, mucha conversación y más tiempo para conocerse mejor del que tal vez tengamos disponible. Entonces, ¿para qué molestarse?


La tentación de desconectar es muy fuerte. Y, sin embargo, la necesidad que tenemos de comprensión, de consuelo, de la sensación de compañía que suscita la voz al otro lado de la línea telefónica, es mayor que nunca.


¿Cómo llenar de nuevo lo que ya sólo es el armazón de una vida? Y si no lo llenamos, ¿tendremos todavía vida real?


El hecho es que las relaciones son la alquimia de la vida. Transforman la escoria de la adrenalina en oro. Confieren realidad a la comunidad humana. Nos brindan lo que necesitamos y esperan, a su vez, que nosotros también demos de nuestra par­te. Son un signo de la presencia del Dios del amor en nuestra vida. Ningún estadio del desarrollo humano existe como vida sin relaciones. En esta última etapa de la vida, pues, la única incer­tidumbre es si nos decidiremos a vivir dentro de nosotros mis­mos, a solas con nuestras relaciones del pasado, o si confiare­mos en que la misma vida que en el pasado fue engrandecida por otros puede recobrar su lustre: por medio de nuevos en­cuentros y nuevos momentos, por medio de un nuevo espíritu.


Para que ello suceda, somos nosotros quienes tenemos que dar el primer paso. Debemos hacernos interesantes otra vez. Hemos de aprender de nuevo a invitar a la gente a nuestras vi­das: para ver el partido, jugar a las cartas, comer juntos o leer libros en común. Luego, debemos hacer el esfuerzo de acudir a lugares donde se reúne gente de nuestra edad, así como a even­tos en los que se mezclan personas de distintas generaciones y la diversión consiste en conocer nueva gente y hablar de temas diversos.


Una carga de estos años es que estar solos, por duro que resulte, es más fácil que hacer lo que se requiere para estar con otras personas. Ahora sería sencilla­mente mucho más fácil cerrar los toldos del alma y arrojar la toalla. Sería mucho más fácil esperar a que la muerte reclame lo que ya ha muerto en nosotros: el amor por la vida y la confianza en su esencial bondad. Así, nos desasimos de nuestra propia vida y contempla­mos cómo se marchita.


Una bendición de estos años es que nos ofrecen la oportunidad de fascinarnos otra vez con nuevas y sin­gulares personas, con una nueva calidez, con nuevas actividades, con nueva gente. ¿Requiere ello que nos enamoremos? No. Pero sí exige que amemos a otros lo bastante como para estar tan interesados en ellos como ellos lo están en nosotros. Exige que empecemos a ha­cer feliz el mañana.








PEARCE, Joseph,

Escritores conversos.

La inspiración espiritual en un tiempo de incredulidad.

Ediciones Palabra, Madrid 2008, 3ª ed., 571 pp.

Traducc.: Gloria Esteban Villar.

Tít. Orig.: Literary Converts.

 

 Ildefonso García Nebreda

 

En mi modesta opinión, este es un gran libro. Joseph Pearce nos da a conocer en Escritores conversos  el formidable movimiento religioso de hombres y mujeres que, desde el anglicanismo, el agnosticismo o, incluso desde el ateismo, encaminaron sus pasos hacia Roma. Hombres y mujeres que tenían como forma de vida la pluma y que desde ella y con ella ejercieron una influencia decisiva para nuevas conversiones. Pearce, en un capíitulo previo, analiza la influencia nociva de Marx y Nietsche en los ambientes intelectuales ingleses para, luego y a continuación, ofrecernos en términos precisos el renacimiento espiritual que nace y se desarrolla en el el mundo de la literatura. C.S. Lewis, H. Belloc, Grahan Greene, Alec Guinnes, Th. S. Eliot, M. Muggeridge, Ronald Knox, R. H. Benson, M. Baring, el gran Chesterton, Dorothy Sayers y otros muchos hombres y mujeres que ocuparon la primera línea de la creación literaria inglesa durante el siglo XX se convirtieron al catolicismo o, al menos, al anglicanismo.

 

Inglaterra vio, así, contrastadas las doctrinas materialistas de Marx y Nietsche con los escritos, cargados de valores transcendentales e inspirados en el Evangelio, de estos convertidos al catolicismo. Porque Escritores conversos es un libro vivo que recoge los procesos interiores de personas que por caminos muy distintos encoantraron a Dios y en él la razón de su vivir.En sus páginas vemos a hombres y mujeres que com Dorothy Sayers escribía novelas policíacas, a astros de la literatura como Chesterton o C.S. Lewis, hombres y mujeres que proceden del agnosticismo,  o de un ateismo militante, del socialismo o de la alta Roman Church.. Benson y Knox eran hijos de obispos anglicanos. Algunos de ellos, es verdad, se quedan a medio camino (en el anglicanismo) como el famoso autor de las Crónicas de Narnia o Th. S. Eliot, posiblemente el más grande poeta en lengua inglesa del momento. Y no todos fueron fieles al nuevo camino emprendido: Graham Greene, a quien el autor califica de católico escéptico, una vez recibido en la fe católica vivió al margen de ella, aun cuando nunca pensara en abandonarla. Estas diferencias se muestran también en elmomento de la conversión; unos lo hicieron en su juventud, otros en su madurez, otros en el tramo final de su vida.

 

Pearce no se limita a contarnos los procesos de conversión de los personajes elegidos, sino que realiza un perspicaz análisis de los motivos y causas de los que Dios se valió para acercarles a la Iglesia Católica Romana, a la que llegaron como a su casa añorada, deseada y sentida como propia desde antiguo. Fue muy importante en muchos casos la influencia del también converso Cardenal Newman, la de Dante a través de su Divina Comedia, la de sacerdotes piadosos y cultos, los escritos de San Agustín y los de los propios conversos, como es patente el caso de Chesterton. Pero lo que de verdad llama la atención en todos ellos, además de la intervención inspiradora del Espíritu Santo, es la búsqueda sincera y radical de la verdad. Es muy interesante, y no su menor acierto, el estudio comparado de las ideas e ideales, de las influencias y del correr de las vidas de los biografiados. Muchos eran contemporáneos entre sí, incluso amigos, se conocían  y manejaban los libros de unos y de otros como una especie de intercambio de ideas para el debate y para un conocimiento mutuo más exacto y profundo.

 

Señalaré algunas curiosidades. Para mí fue una noticia sorprendente conocer que Óscar Wilde solicitara ser recibido en la Iglesia Católica en el lecho de muerte; la gran mayoría de estos personajes toman partido (intelectual) por el bando nacional durante la guerra civil española y lamentan y condenan  la persecución religiosa de que son víctimas los católicos españoles en la zona republicana. Asimismo llama la atención el desconcierto que el Concilio Vaticano II causaría en muchos de ellos. Algunos sintieron que sus seguridades se tambaleaban. Un númeroso grupo de intelectuales ingleses, por encima de divisiones religiosas, enviaron una declaración a la Santa Sede contra la introducción de las lenguas vernáculas en la liturgia. Entre los firmantes se hallaban nombres tan conocidos Ágatha Christie, Kennet Clark, Robert Graves, Graham Greene, Yehudi Menuhin, Philip Toenbee ...

 

Varias cosas tienen todos estos convertidos en común: todos son escritores británicos que vivieron, al menos, buena parte de su vida en el sigloo XX; todos, por distintos caminos llegaron a la fe cristiana, la mayoría dentro del catolicismo; y todos sufrieron el silencio y el  rechazo social por su conversión.

 

Algo sobre el autor: Joseph Pearce es también un converso. Había sido un activista anticatólico y uno de los que más se opusieron a la visita del Papa Juan Pablo II a Inglaterra. Fue leyendo a Chesterton -en la carcel- como inició el camino de acercamiento hacia la Iglesia Católica que abrazó en 1989. En la actualidad es profesor universitario en Estadois Unidos. Es autor de obras de gran calidad -esta es una de ellas- sobre pensadores contemporáneos: Tolkien, Chesterton, Belloc, Wilde... que han merecido el honor de ser traducidas a varios idiomas y obtenido el favor del público.

 

Un libro este que merece ser leído... en mi modesta opinión. 


Juan de la Cruz, una mística para aprender a vivir14


Juan Antonio Marcos


El acceso a Dios sólo se da a través de la mediación de la experien­cia humana. En la experiencia comienza y termina todo verdadero co­nocimiento de Dios. Y la experiencia remite siempre a lo profundo de la vida, a lo mejor que tenemos como seres humanos. Ahora bien, en nuestra sociedad escasean las vivencias profundas y verdaderas de cualquier realidad, no sólo de Dios. Nos movemos a nivel epidérmico. Vivimos muchas sensaciones y emociones, pero no tenemos experien­cia en singular. No sólo no tenemos experiencia de Dios, sino ni si­quiera experiencia profunda de la vida en sí.


Pues bien, no tendremos futuro ni como individuos ni como iglesia si no hay un cultivo de la experiencia de Dios, del Misterio. Es decir, las preguntas que nos hacen y hemos de hacernos son: ¿Qué vive usted?, ¿Qué ha experimentado?, ¿Cómo siente que Dios pasa por su vida? Necesitamos gente con experiencia interna de Dios, hombres y mu­jeres no del rito, sino del espíritu. La pregunta que Juan de la Cruz si­gue haciéndonos a todos es muy simple: "¡Decid si por vosotros ha pasado!"


La lectura crítica y científica de los textos de los místicos carmelitas llevada a cabo durante el siglo XX parece haber llegado a su fin. Re­cogiendo esta inmensa labor, tendremos que abrirnos a una lectura nueva de los místicos. Una lectura existencial, vivencial, empática, nu- tricia, terapéutica y también multidisciplinar.

Juan de la cruz, una mística para aprender a vivir, Revista de Espi­ritualidad, 68 (2009) 51-75.



Juan de la Cruz, un perito en mística

La definición de "perito" es: "sabio, experimentado, hábil, prác­tico en una ciencia o arte". Viene del latín peritus, formado a partir de "-perior" y que etimológica­mente significa "aprender hacien­do". Eso es la experiencia mística, algo que se aprende haciendo, vi­viendo, sintiendo; y no meramen­te leyendo o pensando. Frente al "saber por ciencia", Juan de la Cruz habla del "saber por experiencia", "saber por amor". Es un saber no sabiendo, "toda ciencia trascendiendo". Se trata de una experien­cia que por su densidad real se si­túa más allá de todo concepto.

Juan de la Cruz es no sólo el gran poeta de la lengua española sino el místico" por excelencia, incontestado e incontestable, el místico de ojos abiertos, que vive su experiencia de Dios en la vida diaria, intensa y cotidianamente.


Según Juan de la Cruz, lo pri­mero necesario para "aprender a vivir” es encontrar una emoción irresistible (como experiencia nu­tricia) y activar cierto contento in­terior (como experiencia festiva). Para "aprender a convivir" remite a la tolerancia a la frustración, a "poner amor donde no lo hay" y "dar contento a quien no lo tiene" (como experiencia de alteridad).



EXPERIENCIA FESTIVA: EL CONTENTO INTERIOR


Lo que Jesús quiso decir mediante el primero de los "signos", el de Caná, fue que el viejo orden religioso había terminado. La "glo­ria" de Dios no es cuestión de vie­jos rituales religiosos, purificacio­nes sagradas o humo de incienso. Dios se comunica en el gozo de la vida, en la alegríay el disfrute de vivir en todo lo que de manera es­pontánea evoca el nejor vino que los humanos podemos beber en es­te mundo. Jesús suprimió el agua de la religión y la convirtió en vi­no de fiesta. Y es que a la luz de Jesús Dios sólo es comprensible cono positividad pura.


La fiesta en San Juan de la Cruz


Si Dios es pura positividad, cualquier experiencia de Dios ha de hacerse en clave de positividad. Las experiencias de fiesta y ale­gría, de gozo y contento interior son experiencias fundantes, y ade­más han de funcionar como filtro depurador de toda experiencia auténtica de Dios, que a su vez ha de incluir también formas pie resistir la angustia y los miedos. Así co­mo la conciencia y la memoria pueden originar el drama humano, también pueden ser causa de ale­gría ilimitada (esa que nadie po­drá quitamos –Jn 16,22). Todo de­pende de nosotros. Lo mismo que nos puede dañar nos puede sanar.


Activar el gozo y la alegría de vivir está en la base de la experiencia de Dios que hizo Juan de la Cruz. Sus poemas, condensación de una experiencia vivida, son de una positividad pura. Sin tener en cuenta este optimismo trascenden­te no se puede comprender su ex­periencia de Dins. Por eso, en me­dio de las noches de la vida, también hay que buscar, casi como imperativo divino, la alegría. El camino más rápido que nos propone Juan de la Crin para avanzar por el via­je interior no tiene nunca su cen­tro en une espiritualidad del dolor, del sacrificio o de la renuncia (aun­que formen parte del viaje). A Dins le agrada que sus hijos seamos fe­lices. Ser feliz y dar felicidad a los demás es más relevante que el me­ro viaje interior de purificaciones sin fin, aun cuando éste sea nece­sario.



La positividad de la "noche"


La noche que San Juan de la Cruz describe como "amarga, terrible, horrenda, espantosa" es, en puridad, una experiencia absolutamente positiva y sanadora, terapéutica. "Esta dichosa noche, aunque oscurece el espíritu, no lo hace sino para darle luz. ..y aunque lo humilla y pone miserable, no es sino para ensalzarle y levantarle; y aunque le empobrece y vacía de toda posesión y afición natural, no es sino para que divinamente se pueda extender a gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de aba­jo, siendo con libertad de espíritu general en todo" (2N 9,1). Por las palabras que hemos destacado en cursiva sabemos que la noche es una experiencia de positividad pu­ra.


La "oscuridad" de la que habla San Juan de la Cruz no viene de Dios, ni la "humillación" ni el "va­cío". Un Dios que sólo sabe amar es incapaz de producir cualquier tipo de negatividad. Lo que ocurre es que cuando nos sentimos en- vueltos por la luz de Dios se iluminan nuestras propias zonas os­curas. Cuando experimentamos la verdadera "libertad", la que viene de Dios, descubrimos nuestras pro­pias esclavitudes. La experiencia de la noche nos hace transparente a nosotros mismos, desenmascara la negatividad que hay en nuestras vidas.


Si Dios es pura positividad, de Dios no puede venir nunca pena o dolor. Lo que la noche tenga de su­frimiento no viene nunca de Dios, sino de nuestra propia finitud. Su luz ilumina nuestras sombras, y es­to es lo que provoca el dolor y el sufrimiento en medio de la no­che.


La "noche" es pues un proce­so, una "[amorosa] influencia de Dios en el alma" (2N 5,1 ; 2N 12,4) que provoca reajustes y nos obliga a resituarnos ante la vida, a sanear recuerdos, educar pensamientos, modelar afectos. La noche es algo intrínsecamente bueno, es un pro­ceso de liberación y sanación. Se trata de una transformación pro­funda, un viaje hacia una nueva ex­periencia increíble de alegría y li­bertad.


Contentamiento y alegría: el contento interior

"La neurobiología de la emo­ción y el sentimiento nos dice que la alegría y sus variantes son preferibles a la pena y los efectos aso­ciados, y que son más favorables para la salud y el florecimiento creativo de nuestro ser. Hemos de buscar la alegría por mandato razonado" (A. Damasio).


Spinoza llega a afirmar que el contento interior (felicidad, beatitud) es quien hace posible la verdadera educación afectiva (reducción de los apetitos sensuales), y no al revés. Pero para San Juan de la Cruz hay otro tipo de gozo y con­tento que son previos, gratuitos, que nos vienen como caídos del cielo. El sabernos mirados por un Dios que nos inunda de alegría es fundamental. Activar este gozo en nosotros puede convertirse en una poderosa emoción que educa pen­samientos y modula afectos. De di­cha experiencia de maduración sur­gen nuevas experiencias de gozo y de paz, de dicha y de alegría.


"La gran suerte de estar vivos, sin más", es la experiencia funda­mental del hombre "Un hombre que no se goza por la existencia que se le ha concedido gaciosa­mente no es por definición un cris­tiano" (E.Jüngel). Dicho gozo y alegría remiten siempre, para el que cree, una Presencia y a una Relación: `Es cosa de gran conten­tamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza están tan cerca de ti, que esté en ti, o por me­jor decir, tú no puedas ester sin él" (C 1,7). Y eso significa que vivi­mos habitados por Dios, por un amor más grande que nuestro co­razón. Todo lo que necesitamos pa­ra vivir enclave de alegría y con­tento lo tenemos en nosotros mismos. Todo nuestro bien y espe­ranza está tan cerca de nosotros que no podemos estar sin él.




EXPERIENCIA NUTRICIA: LA EMOCIÓN IRRESISTIBLE


La moral de padre estricto y la moral del padre nutricio explican buena parte de nuestras actitudes. La primera habla de castigos y re­compensas, de deberes y autoridad; la segunda habla de compasión, empatía, nutrir afectos, preocupar­se por las necesidades de los otros, etc. La primera se preocupa por los deberes y pecados de los hombres; la segunda por las necesidades y sufrimientos de los hombres. La primera es la de Juan Bautista, un asceta que anuncia el Juicio inmi­nente de Dios (Mt 3,10). La segunda es la de Jesús, un hombre abierto al mundo, que trae el vino de fiesta, que anuncia el Reino de Dios que está cerca. El Dios de Jesús está más preocupados por las necesidades de sus hijos que por sus de­beres, por sus sufrimientos más que por sus pecados.

Dios, "madre nutricia" en San Juan de la Cruz


La mística de San Juan de la Cruz no es una mística de la ascesis, la mortificación o las nadas; es una mística de las "necesidades" personales, las afectivas en primer lugar ("otro amor mejor") y las "necesidades" de los demás ("po­ner amor y dar contento"). La cla­ve de todos está en la donación an­tes que en la ascesis. No es el ser lavado lo que purifica, sino el lavar los pies a los demás. Quien de­muestra su amor queda limpio. Es dándonos como nos santifica­mos.


Juan de la Cruz va más allá de la mera imagen de Dios como "pa­dre nutricio". Para él, Dios es "ma­dre nutricia". La primera preocu­pación de una madre respecto del bebé son sus "necesidades", no sus "deberes". Dios es una madre siem­pre empeñada en llevarnos en sus brazos y acariciarnos con ternu­ra.


"Comunícase Dios al alma con tantas veras de amor, que no hay afición de `madre' que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de `hermano', ni amistad de `ami­go' que se le compare" (C 27,1). No hay "amistad" de amigo como la de Dios; no hay "amor" de herma­no como el de Dios; no hay "afi­ción" de madre tierna con sus hi­jos como la de Dios. Juan de la Cruz nos está diciendo que jamás ha existido en la historia de la hu­manidad ninguna madre que haya acariciado a un hijo suyo como Dios nos está acariciando a todos y desde siempre.

Ante este Dios y su amor, la única respuesta sana y madura es aprender a dejarse amar, como hi­zo también Jesús. Jesús simple­mente se dejó amar por el Dios eterno, como el hijo que se deja querer por su madre sin necesidad de preocuparse.


Este es el Dios del místico, un Dios escondido en las venas del alma como agua suave y deleitble, hartando la sed del espíritu (L 3,8). Dios es comida y bebida, es el verdadero alimento del alma, lo que llena tu vida y sacia tus deseos. Es el agua viva de la samaritana, que tanto emocionaba a San­ta Teresa.


Según la neurobiología moderna de las emociones, nuestra actividad cerebral está dirigida prima­riamente a la supervivencia con bienestar. Este bienestar entra en peligro cuando se pierde el equili­brio homeostático del organismo. Para recuperar dicho equilibrio nuestro cerebro tiene la capacidad de imaginar (o evocar mentalmen­te) acciones capaces de alterar nuestro estado afectivo y generar así emociones que restauren el equilibrio perdido. Es decir, desde un punto de vista neurobiológico los "pensamientos evocados" pueden funcionar como disparadores de emociones positivas, terapéuti­cas.


Mientras Kant desea combatir las emociones negativas con ayuda de la razón y de la voluntad, por el mero esfuerzo humano, Spino­za en su Ética dice que la mejor manera de combatir una emoción negativa será con una emoción irresistible y positiva más poderosa. Pues bien, un siglo antes de Spi­noza y dos antes de Kant, Juan de la Cruz nos dice que "para vencer los apetitos es menester otra infla­mación mayor de otro amor mejor, que el de su Esposo, para que teniendo su gusto y fuerza en éste, tuviera valor y constancia para fácilmente negar todos los otros” (1 S 14,2).


Otra inflamación mayor de otro amor major…Esta es la clave para sanar la vida y madurar en el mundo de los deseos, una ley psicológica profunda: un afecto solo se vence con otro afecto positivo mayor, que es el del amor de Dios.



EXPERIENCIA DE ALTERIDAD: APRENDER A CONVIVIR/ASUMIR LA FRUSTRACIÓN


El Jesús de los evangelios (y sobre todo el Jesús de Mc) ha iniciado un distanciamiento, una "salida", un "éxodo", "está fuera de sí" Salido del padre, de su familia canal, de la mentalidad de Israel, lejos de sus discípulos y fuera de él mismo, carece de toda pretensión egocéntrica. Su única preocupación es llevar a todos una buena noticia: el evangelio del Abbá.


Y por eso, para Juan de la Cruz, en el comienzo de toda experiencia de Dios hay siempre un "éxo­do", una "salida", una experiencia de desprendimiento radical y libe­ración, pero que ante todo es ex­periencia de apertura al otro. La alteridad es a la vez "olvido de sí" (sana despreocupación por uno mismo) y "radical apertura al otro". Se trata de salir de nuestro pequeño mundo cerrado de apegos y conforten el que nunca hay crecimiento. Para ello es necesario el diálogo con el Otro y con los otros. Sin alteridad no hay crecimiento ni liberación ni verdadera felicidad. Sin apertura al otro no se aprende a vivir.


La apertura a los otros: aprender a convivir


La alteridad supone siempre cierta forma de confrontación con los otros, que acaba por ser la ex­periencia más depurada de lo auténticamente humano y la que más nos ayuda a madurar. Ferdinand Ebner decía que "el problema de la realidad comienza para el hombre cuando se ve colocado en fren­te de otro hombre: todas sus deci­siones sobre su relación con la realidad se resumen en su relación con su semejante".

Evangélicamente esa relación alcanza su punto culminante en el amor a los enemigos, manifestado en las palabras y parábolas de Jesús, pero ante todo en su propia vi­da: "al llegar a dar su vida, respon­diendo al odio con amor, Jesús dio remate a la obra del que le envió: realizar en el hombre el amor to­tal y gratuito del Padre" (J. Mateos y J. Barreto). Dicha alteridad en apertura al otro alcanza en Juan de la Cruz su punto culminante cuan­do habla de "poner amor donde no lo hay" y de "dar contento a quien no lo tiene". Esta es la estación tér­mino de toda experiencia mística verdadera.


Lo primero lo plasmó también nuestro místico en su última car­ta, escrita poco antes de morir y dirigida a una carmelita descalza: "ame mucho a los que la contradi­cen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay, como hace Dios con no­sotros, que nos ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene".

Un siglo más tarde Spinoza, en su Ética, dirá: "El odio se acre­cienta con el odio, y sólo puede ser extirpado con el amor. Si el que odia imagina que el otro está afec­tado de amor hacia él, en tanto imagina esto se considerará a sí mismo con gozo, y se esforzará en igual medida en agradar a ese otro... Si el esfuerzo es mayor que el que nace del odio, prevalecerá sobre él y extirpará el odio del corazón. El que trata de combatir virtuosamente el odio con amor, com­bate sin duda alguna con alegría y seguridad... Para aquellos a quie­nes vence, la derrota es gozosa porque no son vencidos por falta de fuerza, sino por aumento de sus fuerzas".

Cuando alimentamos odios, rencores o violencias, hacemos manifiesto nuestro fracaso como seres humanos, y malogramos nuestras vidas. Y el Dios que nos ha creado por amor se siente en­tonces también fracasado en su obra creadora. Experimenta una frustración análoga a la de un pa­dre ouna madre cuando un hijo suyo malogra su vida. Dios no nos condena, nos "condenamos" noso­tros mismos aquí y ahora malo­grando nuestras vidas. Nuestros fracasos son para Dios sus propios fracasos, los asume como suyos.


Y ahora viene lo segundo, lo del contento: "Siempre sea amigo más de dar a otros contento a otros que a sí mismo" (Gp 1, 7). En eso consiste la felicidad más verdadera. Es el deseo de que otra persona sea feliz por mediación mía, y el sentimiento de plenitud y de ale­gría que acompaña a su cumplimiento, como ocurre en el vínculo de la madre con el bebé. Yendo todavía más lejos, en vez de pro­testar cuando nos sentimos perju­dicados, tendríamos que alegrar­nos por el bien de los otros. Esto parece contrario al psiquismo humano, pero es lo más auténtico, es lo que nos abre a lo mejor que te­nemos como personas, lo que nos permite intuir la plenitud de lo hu­mano.

No sólo hay que alegrarse por el bien ajeno, sino buscar activa­mente la felicidad de los otros "El verdadero amante está entonces contento, cuando todo lo que él es en sí y tiene y recibe lo emplea en el amado" (L 3, 1). Sin esa necesa­ria alteridad, no hay maduración ni verdadera felicidad. Como afir­ma J. M. Castillo, "la ascética más dura no es la de la renuncia, sino la de la donación. Los cristianos hemos vivido, durante veinte si­glos, la ascética de la renuncia. Está amaneciendo el día luminoso de la donación”.


Educarse en la tolerancia a la frustración

Tenemos, pues, dos herramientas claves en la mistagogía sanjuanista: activar cierto "contento interior" y contar con una emoción irresistible. Y con recetas para aprender a convivir: "poner amor donde no lo hay "y " dar contento a quen no lo tiene”. Junto a esto, me parece fundamental educarse en la tolerancia a la frustración, pues la mejor de las vidas está llena de de­rrotas y fracasos. Según Spinoza, el Ensayo mental de estímulos emo cionales negativos es la manera de construir una tolerancia hacia las emociones negativas.

No queda lejos de esto Juan de la Cruz cuando invita a "satisfacer­se con nonada" o "estarse conten­tos en vacío" (D 53). No se trata de una mera apelación a la ascesis por la ascesis, se trata más bien de una fabulosa pedagogía para asumir e integrar las frustraciones de la vi­da. "Para venir a gustarlo todo / no quieras tener gusto en nada. / Pa­ra venir a poseerlo todo / no quie­ras poser algo en nada. /Para ve­nir a serlo todo / no quieras ser algo en nada. /Para venir a saber­lo todo / no quieras saber algo en nada" (]S 13,11). Se trata de aprender a vivirlo todo en clave positiva. Aunque no puedas gustarlo to­do, ni saberlo todo, ni serlo todo, no pasa nada. Podemos ser felices sin necesidad de ser perfectos.


EL “MANTENIMIENTO” Y “AUTENTICACIÓN” DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA


Decíamos al principio que "pe­rito" es el que aprende haciendo, el que aprende de la experiencia de la vida. Pero esto siempre conlleva sus riesgos (quizá por eso la pa­labra perior dio lugar al periculum latino, y al peligro castellano). El perito siempre está en peligro, y no digamos ya el "perito en mística". Las instancias autoritarias y los grupos conformistas han mirado muy a menudo con suspicacia a los místicos.


Hay una desconfianza casi con­natural frente a la experiencia de los místicos, frente a la "experien­cia" en general. Y (a razón radica en el hecho de que la experiencia mística se puede convertir en una nueva instancia de autoridad, que a su vez puede cuestionar la auto­ridad vigente. Una experiencia nueva nunca es inofensiva; es más bien un desafío que somete a crí­tica los modelos de experiencia do­minantes, contribuyendo así posi­tivamente apurificarlos.


No parece que, desde un pun­to de vista neurobiológico, haya un centro cerebral para lo espiritual.


Pero sí sabemos que las experien­cias místicas y espirituales en ge­neral son procesos mentales y bio­lógicos del más alto nivel de complejidad, y que pueden ser des­critos en términos "neurobiológi­cos". La sublimidad de LO espiri­tual está encarnada en la sublimidad de la biología.


Explicar el proceso fisiológico que hay tras LO espiritual no des­vela el "misterio" del proceso de la vida al que aquel sentimiento particular se halla conectado. Revela la conexión al “misterio, pero no el propio misterio. La vida humana nn es primariamente un problema a resolver, sino un "misterio" a vivir. Para ello es necesa­rio, según Juan de la Cruz, cultivar el detalle, crear hábitos positivos y educar el mundo de nuestros pensamientos. Los efectos positivos de la vida mística sobre nuestra vida cotidiana serán los mejores indica­dores de que vamos por el buen ca­mino.



El detalle y los hábitos


En la vida espiritual hay que encontrar los mecanismos y resor­tes necesarios para seguir funcio­nando adecuadamente desde den­tro. Dos cuidados necesarios son: crear hábitos y cuidar los detalles. Tendríamos que incorporara nuestra vida espiritual el gusto por el detalle (ver el árbol más que el bos­que). Si el místico halla en todas las cosas "noticia de Dios" (25 26, 6), eso significa que su Dios es un Dios ante todo presente en la vida cotidiana.


Y junto al cultivo del detalle, me parece fundamental aprender a cultivar hábitos positivos. Tener una experiencia sana de Dios es llegar a alcanzar "sentimientos sostenidos" de tipo positivo, ali­mentados siempre de alegría y amor. Buscar algo así como una "felicidad recurrente" (aun cuan­do sólo sea vivible a intermitencias y con una intensidad variable) que ha de tener efectos terapéuticos, fa­voreciendo todo tipo de hábitos cardiosaludables para el mundo del espíritu.


Para ello Juan de la Cruz nos invita a activar ciertos deseos y afi­ciones positivas en medio de la vi­da cotidiana: "ande siempre la persona deseando a Dios y aficionando a El su corazón" (4A9), pa­ra así crear cierto sistema inmuno­lógico espiritual. Es decir, ha de convertir en hábitos ciertos actos como son la "emoción irresistible" (un amor más mayor), "vivir con cierto contento interior" y "educar­se en la tolerancia a la frustra­ción".



Educar pensamientos


"Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro" (S. Ramón y Cajal). De ahí la importancia de evitar pen­samientos destructivos o negativos y cultivar los positivos. En carta fechada el 6 de julio de 1591, des

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ojado el santo de todo cargo en­tre los frailes, olvidado de todos y echado en un rincón, escribe Juan de la Cruz así a una compañera carmelita descalza: "Esas cosas no las hacen los hombres, sino Dios, que sabe lo que no conviene y las orcena para nuetro bien. No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios, y adonde no hay amor…".

Ese "no piense otra cosa..." es la clave de este breve fragmento, pues nos sitúa en el ámbito tera­péutico adecuado, el mundo de nuestros pensamientos. el santo nos está imitando a una ruptura con cualquier pensamiento que pu­diera desencadenar emociones ne­gativas (de odio, tristeza, vengan­za...), y sustituirlos por pensamien­tos que desencadenan emociones positivas y nutricias para la perso­na.

Ese "no piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios..." responde, en un sentido, al lenguaje y mentalidades sacralizadas de la época. Pero erraríamos en nuestro análisis si hiciéramos una lectura literal y sacáramos la conclusión de que estamos hablando de la vo­luntad de Dios, o de que estamos ante "pruebas" que Dios nos man­da o algo por el estilo. De Dios só­lo puede venir positividad, y esto incluso en medio de la noche más oscura.

En el "todo lo ordena Dios" es­tá implícita la invitación a vivir en esa clave (la de Dios, la del amor) nuestras vidas, y a educar en esa clave nuestro pensamiento. Es una imitación a vivirlo todo y a pen­sarlo todo, sabiendo que siempre estaremos sostenidos por el amor interminable de Dios, pase lo que pase. Cuando todo lo pensamos desde Dios estamos poniendo las bajes para construir nuestro parti­cular "sistema inmunológico espi­ritual".


Experiencia significativa y sus efectos positivos

En la experiencia mística el misterio permanece siendo miste­rio. Aunque no podemos acceder a las causas, podemos describir dicha experiencia y contar sus efectos. La experiencia mística puede ser descrita neurobiológica- mente, y la condensación sintética de esa vivencia e puede expresar poéticamente. Pero lo principal es su carácter performativo (es decir, sus efectos) y su carácter significa­tivo (es decir, que hoy tenga algo que decirnos).


Una experiencia tiene algo que decirnos cuando amplía nuestros horizontes y guarda relación con nuestras experiencias reales. Sin esta conexión con la vida real, la experiencia mística se vuelve irrelevante, ininteligible, vacía de poder. Y entonces carece de importancia nuestro posicionamiento a favor o en contra de dicha experiencia. Simplemente se dejará de lado, como todo lo no significativo o ininteligible.

Por sus efectos sabemos hasta qué punto una experiencia mística es significativa. En los efectos es donde se autentica toda experien­cia mística. Una experiencia mís­tica, si no tiene efectos positivos, será una experiencia mística falsa o equivocada. "Porque lo que nn engendra humildad y caridad y santa simplicidad y silencio, ¿qué puede ser?" (25 29, 5).


Los efectos positivos, he aquí la clave de todo. Efectos positivos que se pueden experimentar tam­bién en las circunstancias más ad­versas de la vida. Volvamos al año de su muerte, 1591, cuando Juan de la Cruz, despojado y olvidado de todos, hace una lectura positiva de su situación y ofrece una lis­ta de los efectos terapéuticos que está dispuesto a sacar de dicha si­tuación. "Puedo, si quiero, median­te el favor divino, gozar de la paz, de la soledad y del fruto deleitable, del olvido de sí y de todas las co­sas".

Nada hay más misterioso que la vida humana. Y nada más urgente ni fascinante que aprender a vivirla. Para ello Juan de la Cruz nos propone una auténtica receta sapiencial: por una parte, contar con una emoción irresistible ("el otro amor mejor") y activar cierto contento interior, cierta alegría de vivir (para así "aprender a vivir"); por otra parte, educarse en la tole­rancia a la frustración (al fin y al cabo somos seres finitos) y "poner amor donde no lo hay" y "dar con­tento a quien no lo tiene" (para así "aprender a convivir").

Tener una experiencia sana de Dios es llegar a alcanzar "sentimientos sostenidos" de tipo posi­tivo, alimentados siempre de ale­gría y amor. Buscar algo así como una "felicidad recurrente": "Andar interior y exteriormente como de fiesta y traer un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor" (L 2, 36).


Condensó: María José de Torres




De la vida, del conocimiento de su figura, al conocimiento de su pensamiento. Esto es lo pretendemos hacer a partir de ahora: dar a conocer el pensamiento del Beato Miguel Rúa.



Carta del Rector Mayor

Observaciones sobre las Constituciones y del Reglamento



N.38

Turín, 1 de diciembre de 1909

Queridos Inspectores y Directores

La visita extraordinaria a las casas salesianas ha terminado felizmente. Aquellos que fueron elegidos para esta delicada e importante misión, no han perdonado penurias, molestias y fatigas, para responder exactamente a la confianza que en ellos había depositado el Capítulo Superior. Espero que de su trabajo, vendrá una gran ventaja a nuestra Pía Sociedad, y por lo tanto les agradezco, también en nombre de los demás Superiores.

Los informes de los Visitadores ya fueron leídos en gran parte por el Capítulo Superior. Ellos, ante todo, son el seguro de la humildad de nuestra Congragación, bendecida por el Señor, sostenida de María SS. Auxiliadora, apoyada por los méritos y las oraciones que su Venerado Fundador continúa a hacer un gran bien en medio del mundo. Por lo tanto sorprendentes, si en contra de nosotros están derechos que en estos últimos años, son las flechas de los enemigos de la Religión, por lo tanto, nuestros enemigos. Los fracasos no se aplican para desalentar. Un vano intento fracasó, se agarran a otro; vencidos en una batalla se dedican a otra y de ello son prueba las calumnias de Varazze y de Marsala, y las persecuciones de Barcelona y Colombia. ¡En este preciso momento que se saben las cosas que se están conspirando en contra de nuestros Institutos! Pero no debemos temer a nada porque Dios está con nosotros, nos guía y defiende aquella que es terrible como ejército desplegado en el campo. Lejos del desaliento, nos alegramos de ver a nuestra Pía Sociedad, hecha de enemigos, al lado de las más ilustres familias religiosas y permítanos ayudar con lo mejor de nosotros, para merecer los honores y para santamente rivalizar con aquellos en la labor para la gloria de Dios y para la salvación de la juventud.

Mas, la atenta lectura de la informes de los Visitadores nos muestra que falta por conocer un Superior “equipado” con las cualidades necesarias, guiado por el verdadero y ardiente celo, fiel imitador del nuestro Venerable Padre y Fundador D. Bosco, en aquella casa florece la piedad, reina una gran integridad de costumbres se admira un continuo progreso en los estudios, se respira una atmósfera perfumada por la fragancia de la más sublime virtud. En el desarrollo de aquellas páginas tenemos la consolación de encontrar varios institutos salesianos así afortunados; pero vosotros no os maravilléis, si estos parecen demasiado raros, y si surgiera el lamento: ¡Oh! ¿Porqué todos los demás no son así? Este lamento lo he pensado recoger y transmitirlo a mis queridos Inspectores y Directores junto con algunos consejos y exhortaciones, esperando que os ayude y aumente el bien que ya estáis haciendo y a retirar defectos que lo puedan mutilar. Como veis se trata de cosas que hacen una especial referencia a aquellos que son responsables de nuestras casas, es por esto que la presente circular es reservada a los Inspectores y Directores.

  1. Cuando los Superiores os enviaron el nombramiento de Inspectores y Directores, no ignoraban las muchas y gravísimas dificultades que pudiereis encontrar en el oficio al cual erais elevados. Era bien conocido por ellos, que vosotros estabais, más o menos lejos, del Capítulo Superior, y que entonces no habéis podido tener fácilmente la inmediata dirección. Sabía que tendríais la colaboración de algunos de nuestros hermanos de comunidad, animados sin duda de óptimos sentimientos pero hijos de Adán, puros pero también imperfectos y sujetos a muchas debilidades. La experiencia hizo conocer a vuestros Superiores Mayores cuán delicadas en los tiempos de hoy son las condiciones de un Director de colegio, estando él expuesto a las miradas de todo tipo de personas, entre las cuales son a menudo poco benévolas hacia los sacerdotes. Supe entonces que la misma juventud, a la cual es consagrada nuestra vida, amenazada ya desde los primeros años, de máximas en contra a las Religiones y a la moralidad, han podido en cualquier momento daros problemas, y no pocos, y comprometeros en un frente a frente a la misma autoridad. Nada de cuanto hay de espinoso a vuestro encargo, puede ser ignorado, sin embargo nosotros os hemos dicho: ¡Adelante! Id hacia donde la obediencia os envía.

Cuando el Venerable D. Bosco envió sus primeros hijos en América, quiere que su fotografía lo representase en medio de ellos en el acto de entregar, a Don Juan Cagliero, encargado/cabeza de la expedición. ¡Cuántas cosas decía D. Bosco con esta actitud! Era como decir: Vosotros atravesareis los mares, os vais a países desconocidos, tendréis contacto con personas de lenguas y costumbres diversas, estaréis expuestos a graves luchas. Quiero acompañaros yo mismo, confortaros, consolaros, protegeros. Pero aquello que yo no podré hacer, lo hará este folleto. Custodiadlo como un precioso tesoro.

Sí, en la imitación de nuestro Venerable Padre yo no podré decir a cada uno de vosotros en el acto de atribuirle a obediencia, permitidme que lo diga ahora con este escrito. Las Constituciones, fruto del corazón paterno de Don Bosco, aprobadas por la Iglesia, infalible en sus enseñanzas, serán vuestra guía, vuestra defensa en cada peligro, en cada duda o dificultad. Con San Francisco de Asís os diré: ¡Bendito sea el religioso que observa sus santas Reglas! Ellas son el libro de la vida, la esperanza de la salud, la médula del Evangelio, la vía de la perfección, la llave del Paraíso, el pacto de nuestra alianza con Dios.

Hay en cada clase de Congregación un conjunto de ideas y de tendencias, una manera de pensar y de hacer, que forma el propio espíritu de la misma Regla. Entonces para llegar a estar bien nutridos del espíritu del Ven. D. Bosco nosotros deberemos leer y meditar nuestras Constituciones. Fácilmente uno cree conocerlas y comprenderlas, pero viniendo a las obras ellos se dan cuenta que las cosas van al contrario. Y tales inconvenientes no hubieran ocurrido si lo hubiéramos tenido en cuenta en cada momento que delante del altar, en presencia de los hermanos de comunidad, invocando a Dios, a la SS. Virgen y a todos los Santos del cielo como testigos, hicimos la solemne promesa de vivir según las Constituciones de la Sociedad Salesiana de San Francisco de Sales. Jamás podremos olvidar que en los archivos de nuestra Pía Sociedad hay una página, por nosotros firmada que dice: YO N. N. firmando leí y he entendido las Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, y prometo practicarlas constantemente, según la fórmula de los votos por mí pronunciados. ¿Permitiremos que estas palabras sean escritas en nuestra condena?

Para que la lectura de nuestras Constituciones se torne verdaderamente ventajosa, debe ser acompañada de una mirada a nuestra conducta, deberemos establecer una confrontación concienzuda entre nuestros deberes y nuestra vida; nuestra Regla debería ser, por así decir, colocada sobre nuestra persona como medida para conocer el grado de virtud al cual hemos llegado. Cuanto más constantes en examinarnos sobre este punto, mayor será el bien que haremos a nuestra alma y a aquellos a quién somos llamados a dirigir. Es el momento más adecuado para este examen que nuestro Venerable Padre nos recomendaba para el ejercicio de la buena muerte. ¡Y cuantas ventajas podremos obtener!

Y yo que pensaba que en los informes de los visitadores se lamentaban de que algunos de aquellos que son colocados en la dirección de nuestras casas, se mostraban descuidados en las prácticas de piedad, impuestas por las Reglas, especialmente en la meditación y en la lectura espiritual.

No puedo ocultar que sentí como una fuerte espina en el corazón al ver que no sólo descuidaban las soluciones morales mensuales necesarias, no obstante tantas recomendaciones, ahora se encuentran los Directores que no cuidan sus dos conferencias mensuales tan necesarias para mantener vivo el espíritu de Don Bosco en sus hermanos de comunidad. ¿Cómo es posible que se mantenga su fervor, si no les llega una palabra cálida y viva de un Superior? Permitidme que añada, que yo no entiendo cómo puede permanecer tranquila la conciencia de aquellos Directores que no reciban el “rendiconto” de aquellos a quienes dirigen. Que no se excusen con razón habitual en sus graves y múltiples tareas. Para un buen Director la atención y formación del proprio personal es el primer pensamiento y para tal fin ninguna práctica puede ser más eficaz que el “rendiconto”. Qué pena me dan las cartas de algunos jóvenes hermanos de comunidad clérigos o coadjutores, que convencidos de dar razones de su conducta al Director, como lo habían hecho en el noviciado y en el estudiantado, se ven en la imposibilidad de cumplir este deber, ¡porque el Superior no los escuchaba! Y un trastorno lamentable, que sea la razón de la pérdida de tantas vocaciones, se debe repetir por la manía que tienen algunos Directores por la lectura del periódico, de la desconsiderada facilidad de aceptar compromisos fuera de la propia casa, de visitas bastante frecuentes e innecesarias, y de otros motivos fútiles.

Por lo menos el valor de corregir su negligencia después de esta llamada de atención que les manda este pobre Rector Mayor desde el lecho, donde durante la semana lo retiene por su enfermedad. ¿Cuándo tendré el consuelo de saber que en todas nuestras casas se hace con regularidad el “rendiconto”?

Desde entonces yo escribo a los Inspectores y Directores, no me mantiene feliz el hecho de recomendarle que escuchen el “rendiconto” de sus subordinados, sean ellos sacerdotes o coadjutores pero incluyendo, especialmente, vosotros el hecho de realizar este deber de verdaderos hijos de Don Bosco. Si es, especialmente, en esta práctica que nosotros debemos de imitar su inalterada dulzura y amabilidad. Ya San Bernardo recomendaba a los “Superiores de” sus monasterios con palabras bellas que yo no puedo resistir al deseo de transcribir: Discite subditorum matres esse debere, non dominos; studente magis amari quam metui. Mansuescite; ponite feritetem, suspendite verbera etc. ¡Con esta ternura casi materna cuántas almas Don Bosco condujo a los pies de Jesús!

  1. Pero no es suficiente que tengáis presente nuestras Constituciones, las reglas de vuestra conducta individual; ahora vosotros debéis esforzaros en que sean observadas por vuestros súbditos. Se lee que una floreciente Congregación ve la costumbre de cada Superior en hacerse cargo de sus responsabilidades, en presencia de sus hermanos de comunidad, prometa hacer cumplir sus Reglas. Ninguna maravilla por lo tanto, que ellos sean todo ojos sobre la manera de hablar, de comportarse y de trabajar. Que no se molesten, si una vez caído en algún fallo, se les llame a sus deberes o corregidos por sus deficiencias; el Superior juró, y por lo tanto no hace más que su deber. Si bien que nosotros no tenemos esta costumbre, es verdad que ellos en conjunto con nosotros, los Inspectores y Directores, deben ser los custodios guardianes de nuestras Constituciones. No será muy difícil esta labor a aquél Superior que comienza él mismo a dar ejemplo en el cumplimiento de las Constituciones, al contrario resultará muy difícil a quien no da ejemplo de cumplimiento, porque como dice S. Gregorio, que no logrará dirigir una máquina con las manos manchadas por barro. Ni tampoco logrará persuadir a los hermanos de comunidad que el exigir el cumplimiento no es un capricho suyo, pero que cumple un deber de conciencia. ¡Ay a los Superiores negligentes! S. Buenaventura no duda en afirmar que pecan contra Dios, que profanan el poder, en contra de sus hermanos de comunidad, en dejarlos acostumbrar a sus irregularidades, en contra de la conciencia en la cual acumula los propios fracasos de sus súbditos.

Llegados a este punto, ¡lo lamentable es que algunos Directores no son más diligentes y valientes en la práctica de la pobreza! Impida con firmeza a los demás hermanos de comunidad el tener dinero para gastar en sus minutos de placer, ni más ni menos, como no tuviesen noción del voto de pobreza. Así como los sacerdotes que retienen para sí mismos el honorario de la misa yendo en contra al artículo 10 de nuestras Constituciones. No permitan que sean letras muertas los artículos 38 y 39 de nuestros Reglamentos. Es doloroso ver hermanos de comunidad arrastrando consigo, cuando cambian de casa, un montón de libros y objetos llamados propios, con mucho gasto para la casa que lo acoge y poco edificante para todos. Os confieso que siento un agrio desengaño cuando me llegan noticias de esta y aquella infracción contra la pobreza religiosa. La acogida a mí circular sobre la pobreza en 1907 me hizo pensar que, cada abuso en contra de esta virtud hubiera desaparecido, pero ahora debo convencerme que algunos Salesianos han sido sordos a mis palabras. Me consuelo con pensar que vosotros aseguréis con más diligencia que mis deseos sean satisfechos.

  1. Ahora, quiero hacer una llamada a todos los hermanos de comunidad de buena voluntad para trabar otro desorden que en este instante está tomando proporciones sin medidas. Diré que han entrado en nuestra Pía Sociedad individuos, que buscan ventajas para sus familias. Indignos del título de hijos de nuestra Congregación, que hizo de madre afectuosa, no toman en serio los intereses. Esos buscan mil y una formas para tener del Superior una subvención, que después tratan de aumentar en modo de ser asalariados y no hermanos de comunidad. No se equivocó aquél que hablando de estos salesianos, los llamase exploradores de nuestra Pía Sociedad. Os aseguro que, examinando la suma de las subvenciones que pesan sobre el presupuesto, yo permanezco aturdido, y me pregunto ¿cómo podemos continuar soportando este grave peso? Venid, pues, ayudadme queridísimos Inspectores y Directores, primeramente con indagar si los postulantes y novicios entran en la Congregación con el único fin de salvar su propia alma, y no para buscarse una vida cómoda y beneficiar a sus familias. Informaros sobre el estado económico de las familias de los postulantes, y aquellos que tengan el deseo de ser mantenidos por su hijo, lo exhortemos a que tome otra vía y no se haga salesiano. Sobretodo vigilad, para que no sean ordenados aquellos sacerdotes qui quarent quae sua sunt, non quae Jesu Christi. Finalmente en las conferencias que se hacen todos los meses y mucho mejor en los ejercicios espirituales, llenaos de fuerza para inspirar a nuestros socios el amor a nuestra Madre Congregación y mayor delicadeza de consciencia cuando se trata de la solemne promesa hecha por nosotros a Dios en la profesión, de vivir en la santa pobreza. No deberían los Hijos de Don Bosco, tratar de obtener para sus parientes una riqueza no conveniente a su estatuto. Un buen religioso que recibió de su padre la demanda de una suma no necesaria, le envió un crucifijo.

  2. Conviene que os reclame vuestra atención sobre otro artículo de nuestros Reglamentos. De la relación de los Visitadores que si bien la mayor parte de nuestros sacerdotes ofrece el divino sacrificio con la debida reverencia, no son pocos los ejemplos en contrario. Permitidme recordaros que vosotros los Inspectores y Directores tenéis como Prelados, la obligación de corregir a vuestros dependientes que celebran mal y con prisa indecorosa o no hacen la debida preparación y acción de gracias. Hagamos práctica los artículos 84 y 85 de los Reglamentos. Si tenemos bien impresas, en la mente, las palabras de nuestro amable S. Francisco de Sales, que escribió: El sacrificio de la Misa es el centro de la Religión cristiana, el corazón de la devoción, el alma de la piedad, que revela el abismo inefable del misterio de la caridad divina, para el cual Dios se une realmente a nosotros, nos comunica generosamente sus gracias y favores. La oración hecha en unión con este Divino Sacrificio tiene una fuerza indecible (Introducción a la vida devota.). Ninguna cosa es pequeña cuando se realiza una acción así augusta.

Recordemos igualmente la actitud devota del Ven. D. Bosco durante la S. Misa. Todos sabemos que muchas personas, por no saber quién era, asistiendo a su Misa, aclamaron: aquel sacerdote debe de ser un santo. Propongámoslo, hoy día, aquel modelo a nuestros sacerdotes. Así mismo en sus últimos años de vida fue visto releyendo con la máxima atención las Rubricae Missalis. Imitémoslo.

  1. Me valgo de estas ocasiones para insistir una vez más sobre la necesidad de hacer cumplir en cada casa salesiana el artículo 78 de los Reglamentos. En ese se veta a nuestros alumnos cogerse de las manos, andar de manos dadas o pasearse abrazados. Que este aviso sea repetido las veces necesarias en el discurso de la noche o en la lección de buena educación, y así será aventajada la moralidad de nuestros alumnos. Pero esto no es suficiente. Vigilad para que ninguno de vuestros dependientes use tal familiaridad con los chicos. Tratad algunas veces en las conferencias sobre la necesidad, para nosotros Salesianos, de mortificar el sentido del tacto. Prohibid a todos acariciar a los niños, cogerlos de las manos, pasear con ellos, acariciarles las mejillas o la barbilla y especialmente hacerlos sentarse sobre las rodillas. Estos gestos, espero, jamás se permitan en nuestras Casas; podrán conducir a graves desórdenes en contra de la moralidad, y dar excusa a nuestros enemigos de calumniarnos y atribuir intenciones que no existían. Aún en este recordatorio que verba movent, exempla trahunt. El Venerable D. Bosco, que amaba tanto a los jóvenes, no creía lícito atribuirse con tales medios y reprendía con celo a todo aquel que actuase de aquella manera. Cada uno de vosotros haga en el ejercicio de su servicio, porque incluso en este lado las Casas Salesianas, responden internamente a aquellos ideales que había escrito nuestro Fundador.

  2. Antes de terminar esta carta debo haceros observar que en el mundo tanto los amigos como nuestros adversarios, no nos consideran como niños, sino como adultos. Nuestros Cooperadores, en vista de aquel pequeño bien que por la gracia de Dios ya ha podido realizar nuestra Pía Sociedad en donde haya establecido las tiendas, y que nosotros publicamos para su edificación, ven a los Salesianos como aquellos robustos operarios de la viña del Señor, nos creen más capaces que nuestras propias empresas, y especialmente tiene una idea elevada sobre nuestra piedad y virtud. Nuestros enemigos, mientras que las palabras nos desprecian, no demuestran con el hecho de temernos, porque trabajamos en retirar a la juventud de sus garras, y en la guerra trabada con las Congregaciones religiosas, nos premian con la mirada sus sucios periódicos creando obstáculos a nuestras obras.

Estas palabras nos deben llevar a fomentar que no nos comportemos como niños, pero personas sensibles. Cada uno individualmente, realice con la máxima diligencia su deber como si de ellos solamente dependiera el honor de toda la Congregación. Que use en general el empeño de hacerse capaces de obrar estupendamente, y en especial, a favor de la juventud, y que de cada medio haga un tesoro para progresar en sabiduría y virtud. Ninguno de nosotros haga la paz con sus debilidades, y permita que crezcan raíces profundas en su corazón. Todos en el hablar, en el trabajo y en nuestro comportamiento mostrémonos dignos del nombre de Salesianos y de Hijos de D. Bosco. Pero, vosotros como Inspectores y Directores, tenéis aún más el deber de dar a toda la comunidad aquel color de seriedad que es indispensable. Así obtendréis, con una amable firmeza, que se observen las Constituciones y los Reglamentos, no concediendo frecuentes dispensas a los individuos o a toda la Comunidad. La culpa la tienen aquellos Directores que reducen casi a la nulidad las lecturas a la mesa, que dejan que se salga de casa a cualquier hora y sin permiso, que son negligentes o que acortan excesivamente las funciones de la Iglesia. Es deplorable el ver que durante varios meses de vacaciones, en algunos colegios, no se hace la meditación ni la lectura espiritual, ni hay para los hermanos hora de estudio o de escuela. Por este tipo de apaciguamiento, por quien es el responsable del Instituto, los hermanos se han habituado a estar ociosos y caen en tal relajación que nada vale para volver a llamarlo a una vida verdaderamente religiosa.

Conozco vuestra buena voluntad, por eso espero que este aviso mío no permanezca sin resultados.

  1. Finalmente quiero añadir mi enhorabuena y aliento a todos aquellos Directores que promueven la buena prensa, así necesaria para preservar al pueblo y especialmente a la juventud de tantas máximas inmorales y contrarias a nuestra Religión. Me haría muy feliz que nuestros folletos y periódicos sirviesen puramente, como se ve en la práctica de tantos periódicos y folletos, que emplean antiguos alumnos o inmigrantes. Antes esta florida caridad, y que pudiendo hacerla, no la dejareis de llevar a cabo.

El año que se aproxima trae grandes acontecimientos, será portador de grandes fiestas de familia y de acontecimientos muy importantes para la nuestra Pía Sociedad. Tendré, espero, otras ocasiones de escribiros a todos los hermanos y a vosotros en particular. Mientras tanto, recomiendo a vuestras oraciones los muchos y graves deseos de mi alma y de nuestra Pía Sociedad.

Implorando sobre vosotros y sobre vuestras casas las más abundantes bendiciones del Señor.





Vuestro afectuoso in Corde Jesu



Sac. Miguel Rua



1 «Sal Terrae» 98 (2010) 543-554.

2 «Razón y fe» (abril 2010) 251-269.

3 Entrevista. Video, Serie Autores españoles contemporáneos, Centro de las Letras Españolas, Ministerio de Cultura, 1987.

4 Por esos mundos. Sudamérica con escala en Canarias, Destino, Barcelona 1961, p. 25.

5 Gredos, Madrid 1987, pp. 61-62.

6 He dicho, Destino, Barcelona 1996, pp. 40-41.

7 «Delibes al aire libre. Un ecologista de primera hora», en Miguel Delibes. Premio Nacional de las Letras Españolas 1991, Dirección General del Libro y Bibliotecas, Ministerio de Cultura, p. 88.

8 «Miguel Delibes. Un castellano de tierra adentro», entrevista por Joaquín soler Serrano, Escritores a fondo. Entrevistas con grandes figuras literarias de nuestro tiempo, Planeta, Barcelona 1986, p. 17.

9 M. ALVAR, El mundo novelesco de Miguel Delibes, Gredos, Madrid 1987, p. 114.

10 Dominica Contemplativa. Convent de Santa Clara. Manresa.

11 Si vols fer experiéncia de Déu, obre els teus sentits, Claret, marc 2005, p. 33.

12 El don de los años. Saber envejecer, Sal Terrae, Santander 2009, pp. 92-96.

13 Daniel OKRENT, «Twilight of the Boomers», Time (12 de junio de 2000).

14 «Selecciones de Teología» 49/194 (2010) 125-135.

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orum nº 90 |El reto de...”La vuelta al cole”

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