1.18 Mirando hacia el futuro

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Documento 1.18. Mirando hacia el futuro

C ómo ser discípulos salesianos misioneros

en el mundo de hoy


Curso de Formación para laicos / SSCC Patagonia Norte (ABB)




  • Documentos para profundizar lo abordado en cada encuentro



1.18. Mirando hacia el futuro


José Comblin



1. PUNTO DE PARTIDA: EXPERIENCIAS E INTERROGANTES


El barrio y la primera pregunta

Escribo desde un barrio periférico de Joao Pessoa (Brasil) y tras una larga experiencia. El barrio es como tantos otros barrios populares de cualquier ciudad del noreste brasileño. En él viven emigrantes con sus hijos que ya han nacido aquí. Hay muchas familias desestructuradas, madres solteras, parados y obreros de la construcción.

Todo el barrio frecuenta el centro educativo y sanitario baptista, lo cual no significa que todo el mundo sea baptista. Están presentes también la Iglesia Universal y la Asamblea de Dios, así como una pequeña comunidad católica, parte de una gran parroquia descentralizada.

En ese contexto, se me ha impuesto la primera pregunta: ¿Por qué los pentecostales tienen tanto

éxito y por qué las comunidades católicas no crecen, envejecen y su renovación resulta tan difícil?

¿Cuál es el secreto? Si respondemos a esta pregunta, entenderemos mejor qué es lo que le ocurre a la iglesia católica como conjunto.


Los comunidades: experiencia social y pastoral

Hace 43 años que conozco las comunidades de base y participo en las de Chile y del Brasil. Unas

veces en zonas urbanas marginales y otras en comunidades rurales, y también en indígenas. En contacto con párrocos respetados y personalidades carismáticas. Viviendo situaciones políticas opuestas. En ambos países he colaborado en la formación de dirigentes y, en Brasil, he contribuido a fundar algunas instituciones, orientadas todas al servicio de las comunidades populares, con presencia en casi todos los Estados del nordeste.

En todas partes, encontré animadores y animadoras totalmente dedicados a los pobres, pobres entre los pobres. Muchos ya eran cristianos activos antes de formar parte de una comunidad, pero, sin duda, ellos y ellas tuvieron en las comunidades una oportunidad para dejar que sus cualidades se manifestaran más ampliamente.


Segunda pregunta: ¿Qué nos falta?

Sin embargo, a pesar del gran dinamismo de muchas comunidades, a lo largo del tiempo he detectado un problema. La mayor parte de los animadores eran, y son, personas provenientes del catolicismo tradicional, con virtudes arraigadas y vividas en el seno de la cultura rural durante generaciones.

Son, pues, los mejores elementos del catolicismo tradicional y, sin embargo, no logran conversiones. No acaban de llegar a las personas que ya se han distanciado de la religión tradicional o que sólo mantienen con ella contactos superficiales. ¿Por qué es esto así? Algo fallaba. No podían ser las personas: muchas de ellas vivían y viven en verdadera santidad. Debía ser, pues, algo de la propia institución, algo del sistema que me dejaba y me deja preocupado: algo así como una ausencia.

Recordemos, por otro lado, un hecho conocido: si se pregunta a un creyente “converso” por qué se ha hecho creyente, él o ella responde: “Porque he descubierto a Jesús, ahora conozco a Jesús y leo la biblia”. Al parecer, esto es algo que no se aprende en la institución católica, sea la parroquia o la comunidad. Porque, si bien conocía el nombre de Jesús, las devociones, las fiestas… y participaba en las actividades litúrgicas, no tenía contacto personal y constante con Jesús, no vivía con él como se vive con un amigo. ¿Por qué? Quizás porque en la iglesia católica siempre se está hablando de Jesús, Jesús es visto como un objeto sagrado dentro de la iglesia, como el bien supremo que guarda la iglesia.

Y comencé a pensar si no sería ése el problema. Para los católicos, la iglesia, o sea la “institución iglesia”, siempre es lo primero y lo que lo envuelve todo. Los católicos conocemos a “Jesús”, pero por medio de la iglesia interpuesta, mediante celebraciones, liturgias, o catequesis... Nunca directamente, como por la impresión de un contacto directo, como una amistad personal. Se sabe que Jesús es amigo porque lo dice el catecismo. No es una persona viva con la que se convive. No hay experiencia mística. Concluí, pues, que en la comunidad no se aprendía esa mística de Jesús.


2. EL PROBLEMA DE LA IGLESIA CATÓLICA: LA IGLESIA OCULTA A JESUCRISTO


Por lo tanto, dado que las comunidades de base tampoco han evitado esa ausencia de una mística de Jesús, cabe sospechar que incluso en ellas hemos estado repitiendo, sin darnos cuenta, el mismo esquema mental que se da en todas las instituciones católicas tradicionales. Lo cual no significa que no existan místicos, sino que en la conciencia o en el subconsciente de los católicos actuales, y a todos los niveles, el objeto central de la religión es la iglesia. Lo constatamos y dejamos para más adelante la pregunta de por qué es así.

Lo que interesa es, pues, la iglesia. Todo tiende a reforzar su presencia. El proselitismo católico procura expandir la iglesia, aumentar el número de sus fieles, vitalizarla. ¡Siempre la iglesia!

De acuerdo con la doctrina cien veces repetida, el papel de la iglesia es anunciar y mostrar a Jesucristo. Pero, en la realidad, acontece lo contrario: siempre reclama la atención sobre sí misma. La plegaria, los sacramentos, las obras, todo tiende a exaltar a la iglesia, como si la Iglesia hubiese montado una inmensa máquina de autopropaganda. Veámoslo con ejemplos referidos a lo más cotidiano: la misa, la actividad comunitaria, la parroquia y la actuación de los curas, y la burocracia.


La misa

Intelectualmente, todos saben que la misa es el memorial de la pasión y de la resurrección de Jesús. Pero la celebración sugiere otra cosa: vitalmente lo que se hace presente es esa institución poderosa que es la iglesia. En efecto, la misa muestra a un pueblo reunido alrededor del “padre”, que es quien destaca y que, concentrando en su persona el poder de la iglesia, realiza el mayor milagro que uno pueda imaginar: hacer a Dios presente en una hostia. Jesús está presente a nivel nocional, pero no vital. El “padre” dice que hay que creer en la presencia de Jesús y todos lo hacen, no espontáneamente, sino porque el “padre” lo dice. La misa se convierte en el memorial del poder de la iglesia.

Lo pienso cada vez que celebro la eucaristía y procuro dirigir la atención hacia Jesús, pero el contexto es tan fuerte que no se consigue. No es problema de palabras, sino de todo un conjunto de signos. Queda pues la pregunta: ¿cómo actuar para que lo contemplado no sea la institución eclesiástica sino Jesús?


Las comunidades

La autocontemplación reaparece en las comunidades. Miran demasiado hacia sí mismas y se toman como objetivo o fin. En teoría, Jesús está en el centro de la comunidad, pero en el inconsciente que se manifiesta por los signos externos, el centro es la propia comunidad, y el mismo Jesús está ahí como un objeto sagrado que confiere valor a la comunidad. Esta caricatura sirve para poner de relieve la tendencia: cuando invitamos a una persona, la invitamos a la comunidad, no la invitamos a vivir con Jesús.

Si la comunidad organiza un acto de adoración al Santísimo, por ejemplo, teóricamente se trataría de un tiempo dedicado totalmente a Jesús. Sin embargo, las personas asistirán porque se trata de un acto comunitario, para manifestar su unión a la comunidad.

Todo estará bien programado. Después se dirá: “Ha sido una buena celebración comunitaria”. Está muy bien, pero demuestra que lo primero es la satisfacción de la comunidad. Todos habrán pensado en Jesús y sintonizado sentimentalmente con él. Es lógico: lo había planeado la comunidad. Jesús está ahí, pero subordinado a la comunidad, como objeto escondido y mostrado por la comunidad. En el inconsciente, lo que se vive más intensamente es la pertenencia a la comunidad y la voluntad de reforzarla.

En la comunidad, en resumen, todos hacen lo que corresponde porque pertenecen a ella. Pero nadie “es edificado”, ni nadie se escandaliza. Por eso mismo, quien no pertenece a la comunidad, no se siente atraído por su actividad. No la ven como una interpelación, sino simplemente como una muestra de sus señas de identidad de un grupo entre otros. Algo parecido a lo que piensan muchos laicos de los religiosos: hacen cosas extrañas porque es su reglamento. Pero como el ideal y la ideología de las “comunidades” siempre han sido lo contrario, eso sugiere que hay ciertos dinamismos inconscientes que son más potentes que las intenciones o las teologías.


La parroquia

En el caso de la parroquia, la evidencia se dispara. También en este punto recurro a mi experiencia, pues inicié mi vida sacerdotal en una parroquia urbana de Bruselas, donde aguanté ocho años. Éramos cuatro sacerdotes que atendíamos a 15.000 habitantes, de los que unos 4.000 iban a una de las 6 misas que se oficiaban cada domingo. Las actividades parroquiales eran muchas. Sin nada de especial u original: aplicábamos exactamente el modelo romano inculcado eficientemente en el seminario.

La parroquia ni era mejor ni peor que las demás, y nosotros, los “padres”, buenos administradores

de la parroquia, ni mejores ni peores que los otros curas de la diócesis, casi todos excelentes personas, dedicadas, atentas, bien educadas.

Sin embargo, esa parroquia, como las otras, no consiguió nunca atraer a un no-creyente o convertirlo. El problema no eran las personas de los “padres”, sino la estructura. Porque la parroquia tenía y tiene en sí misma su propia finalidad. De hecho, estaba pensada sólo para los creyentes, para conservar el rebaño y conducir a la salvación a los feligreses. Aunque, a cada generación, perdía algunos elementos que jamás podría volver a controlar, todavía éramos una fuerza social impresionante. Y el número de fieles, suficiente como para copar todo el tiempo de los “padres” que ya no podían dedicarse a anunciar a Jesús para que todos se hicieran fieles.

También hay que pensar que una parroquia dinámica necesita muchos colaboradores. Por ello inculca que un buen cristiano es un buen feligrés y que la dedicación a la parroquia es lo que Dios quiere.

La parroquia tiende a aumentar su poder, su visibilidad, su prestigio social. En principio, unos y otros estábamos allí para servir a Jesús. Pero no recuerdo haber hablado de Jesucristo con los curas (a no ser para organizar actividades como el culto o la plegaria) porque el tema era siempre la parroquia: cómo hacerla más atractiva y más eficiente, qué actividades organizar, cómo aplicar las pequeñas reformas permitidas… En fin, siempre la iglesia y su poder. Al fin y al cabo, la parroquia representaba localmente a la iglesia, esa inmensa fortaleza que Dios ha colocado en medio del mundo para distribuir la salvación y gobernar la sociedad.

En ese contexto, Jesús era quien nos servía a nosotros porque era lo que justificaba nuestro trabajo para que la parroquia funcionase bien.

La misma falta de mística. Faltaba Jesús. A pesar de que su nombre era citado sin parar, era un “Jesús administrativo”, objeto de culto, que recibía homenajes, pero no era un Jesús vivo, una persona amiga. Había excepciones: parroquias en las que la lectura de los evangelios alimentaba colectivamente una vida interior viva. Pero no eran el modelo común ni respondían al modelo trasmitido en el seminario.


La burocracia

Empecemos por los vicios de las burocracias: primero, toda burocracia pretende de hecho subsistir, vivir, o sea, conservar el empleo. Para ello hay que tener contento al patrón y agradar a todos. Los funcionarios son amables, educados… pero a la defensiva, “políticamente correctos” y carecen de un pensamiento propio o han de mantenerlo escondido. En el caso eclesiástico, no pueden estar comprometidos con movimientos muy visibles -a no ser que sean movimientos de la propia diócesis-, no pueden ser innovadores en pastoral, ni avanzarse al obispo o al papa. Son servidores con mentalidad de siervos. Usan la palabra evangelización, porque está de moda, pero no están implicados en ella. Viven en un mundo particular, estable y bien considerado, es decir, en un ambiente muy distinto del que se vive donde las personas están vitalmente comprometidas con el pueblo entre el que trabajan.

Segundo, toda burocracia necesita hacer méritos y demostrar que no se da abasto. Multiplica, por tanto, sus actividades: redactar informes, inventar nuevos reglamentos, organizar reuniones, semanas de estudio, congresos – actividades todas totalmente ineficaces, pero que sirven para justificar la existencia de la burocracia y, por consiguiente, para justificar la creación de nuevos servicios y más empleos.

Lo que vale para cualquier burocracia, vale también para la iglesia. En el último medio siglo la burocracia eclesiástica ha aumentado muchísimo. Pero, además, las curias han burocratizado al clero. El clero pasa buena parte de su tiempo en reuniones o haciendo informes o proyectos o decidiendo la fecha de la reunión siguiente. Los temas se repiten, porque las decisiones tomadas no han pasado del papel. Pero ¿qué eficacia tiene todo ello para la evangelización? Nunca se realizan evaluaciones sobre la eficacia de una burocracia. La burocracia lo evalúa todo menos a sí misma.

El modelo tradicional del clero formado por la escuela francesa del siglo XVII hacía del cura un hombre consagrado, dedicado al servicio de Dios en los sacramentos, distribuidor de la gracia de Dios al pueblo. Este pueblo era su correlato. Ahora bien, hoy en día ese pueblo ya no existe y la persona sagrada se encuentra con que el grupo de fieles se ha reducido. La demanda de sacramentos supone la fe, pero la fe es precisamente lo que falta. La burocracia ha ocupado el tiempo que la disminución de sacramentos ha dejado libre. La burocracia substituye a la mística y el discurso sobre la evangelización substituye a la evangelización real.


3. PREDICAR EL REINO


Los nuevos tiempos exigen pasar del eclesiocentrismo al cristocentrismo, de la administración a la mística de Jesús. ¿Quién hará este paso? ¿El clero, quizás? Pero el clero está y seguirá estando al servicio de los sacramentos. Tenemos, pues, un problema de ministerios.

Se precisa un ministerio cuya prioridad no sean los sacramentos, porque los sacramentos presuponen la evangelización incluso en tierras que fueron cristianas y que han dejado de serlo. El ministerio evangelizador supone un carisma, una manera especial de orientar la vida que el clero no puede asumir porque su estructura no es la adecuada para ello. Formado para administrar sacramentos y tener cuidado de la parroquia, no tiene ni la mentalidad, ni el gusto, ni la vocación o capacidad de cambiar de trabajo y hacerse misionero. No se puede cambiar de golpe toda la psicología de una persona humana. Habrá excepciones, pero jamás serán la regla. Además, es impensable que cambie el clero si no cambian los seminarios. Pero no se cambia un modelo construido durante siglos. Y el mismo estamento clerical hará lo posible para no cambiar. Hay, pues, que buscar otra cosa.


A finales del siglo XIX apareció un malestar entre los sacerdotes más inquietos, más sensibles a los desafíos y a los signos de los tiempos. Algunos creían, y creen, que una espiritualidad fuerte podría resolver el problema de la iglesia poco evangelizadora. Por ello se fundaron diversas asociaciones sacerdotales, pero no resolvieron el problema. Una espiritualidad sin cambio de estructuras no puede cambiar nada.

Surgieron también muchas vocaciones laicas. La Acción Católica y otros movimientos seglares asumieron, de hecho, una función misionera. Fueron precursores pero, por lo general, esos laicos no fueron comprendidos ni aceptados y su trabajo no fue reconocido como apostolado. San Pablo gozó de autonomía para llevar a cabo su tarea misionera, pero a ellos no les fue concedida en grado suficiente.

La Acción Católica estuvo restringida a ser mera participación de los laicos en la misión de los sacerdotes. Hubo miembros heroicos de las Juventudes Obreras Católicas que vivieron una situación desesperada, empujados por la vocación misionera y, a la vez, obstaculizados por el clero y la barrera insuperable de la falta de autonomía.

La historia muestra que los ministros de la evangelización siempre han sido personas al margen del ministerio clerical.

Un nuevo ministerio se está gestando, aunque su fisonomía no aparezca todavía con claridad. Daremos a este ministerio el nombre de misionero o misionera.

El carisma de misionero ya se dio en los primeros tiempos. En las cartas de Pablo se citan los profetas (1Co 14). Los profetas desparecieron entre los siglos segundo y tercero, no se sabe bien ni cómo, ni cuándo ni por qué. Luego, en cada giro importante de la historia de la iglesia ha ido apareciendo una nueva clase de evangelizadores.

En la alta edad media, en oriente y en occidente, la evangelización fue asumida por los monjes, porque el clero era totalmente ineficaz. A partir del siglo XIII, los mendicantes se encargan de la evangelización. A ese respecto, afirma Santo Tomás de Aquino que los mendicantes son los únicos que evangelizan y que si no existieran, el clero no haría nada para evangelizar.


De manera semejante la iglesia necesita hoy en día un nuevo carisma con reconocimiento oficial.

Al lado del carisma de gobernar, que es el del clero, necesitamos misioneros que puedan actuar con autonomía, sin ser condenados a conducir a los nuevos cristianos a la parroquia y a la estructura tradicional.

A partir de Trento, el clero, o sea el carisma de gobierno, fue eliminando los demás carismas. En la legislación actual los concilios son asambleas de obispos. En los concilios medievales, algunos monjes y sacerdotes eran también miembros oficiales. De haber un nuevo concilio, muchos laicos habrán de ser convocados como misioneros, es decir, dotados de un carisma especial. Cierto que en el Vaticano II hubo presencia de no obispos. Pero fue insignificante. Por otro lado los religiosos dejarán de ser evangelizadores. Por voluntad romana, se transformarán rápidamente en miembros del clero o en sus auxiliares (caso de las mujeres) y serán incorporados a la misión de gobernar.

No se puede decir que, en virtud de la estructura de la iglesia, sea imposible que tales ministros, misioneros o misioneras, puedan actuar con legítima autonomía. El ejemplo de la prelatura personal muestra que es posible la existencia de una red misionera al lado de las diócesis y de las iglesias gobernadas tradicionalmente por el clero.

La gran diferencia entre el clero y los misioneros es que el discurso del clero es sobre la iglesia, y el de los misioneros es sobre Jesucristo.

El discurso del clero es administrativo y el del misionero es místico. La preocupación del clero es la iglesia, la del misionero es Jesús. Un discurso sobre la iglesia sólo convence a los convencidos y no interesa a los demás. La iglesia puede impresionar por su poder, pero no interesa. Sólo Jesús interesa.

Ahora bien, la preparación de un misionero es totalmente diferente. También su preocupación, su comportamiento y su modo de relacionarse con las personas. Un miembro del clero nunca olvida que es “autoridad”, se lo toma muy en serio. El misionero, en cambio, no es una “autoridad”, sino un humilde peregrino que pide hospedaje.


4. NECESIDAD DE CONCRETAR: LOS PROYECTOS HISTÓRICOS


Al anunciar el Evangelio, no basta con decir que viene el reino de Dios. Dicho así no significa nada, es una fórmula vacía. Para que pueda interesar, el anuncio precisa de un proyecto que haga del reino de Dios algo concreto y más cercano. Un proyecto que lo relacione con la vida de la humanidad en una época determinada.

El reino de Dios ha adoptado diversas figuras en la historia. ¿Cuál será la figura para nuestros contemporáneos?


Repaso histórico

En tiempo de san Pablo, todos esperaban la vuelta inminente de Jesús. Era preciso estar preparado para acoger esa última visita que cerraría la historia. Esa espera de una parusía, después, dejó de ser conciencia común de los discípulos. Si bien ha reaparecido en momentos puntuales, nunca ha vuelto a ser un tema principal.

Cuando resultó evidente que Jesús no volvería tan pronto, fue preciso definir un proyecto para el tiempo intermedio. Durante los siglos de persecución, el proyecto fue formar comunidades que fuesen islas de santidad en medio de la corrupción del Imperio. Era hacer presente el Reino de Cristo por la superioridad moral de los cristianos, que venía a ser una acusación permanente que provocaba odio y persecución. Pero ese odio era frágil y podía pasar a ser amor en poco tiempo, si las circunstancias eran favorables. Fue lo que ocurrió con Constantino. El odio se convirtió en amor, por lo menos en muchas personas. Ahora bien, con la conversión del imperio a la iglesia o de la iglesia al imperio, no se consiguió formular un proyecto que satisficiese a los cristianos. El proyecto de imperio cristiano que se realizó en la cristiandad bizantina duró hasta la conquista de los turcos. Se prolongó en Rusia hasta hoy, pero sin convencer. En Occidente, la tentativa de Carlomagno o de los emperadores germánicos no consiguió resucitarlo.

En la época del imperio cristiano nació el monaquismo que se convirtió en el tronco de la iglesia hasta el punto que, todavía hoy, el cristianismo oriental está centrado en la vida monástica. En los monasterios está la presencia de Dios en forma de iluminación, más la imagen del reino de Dios que el propio reino. Oriente vive de la contemplación de imágenes. El proyecto ha funcionado hasta hoy en oriente y puede continuar. No sabemos hasta qué punto puede servir para llevar el evangelio a otros pueblos. Eso depende de ellos; no podemos influir en los proyectos de las iglesias orientales. Pero esa tradición oriental, con toda su reserva de misticismo, puede ser muy útil a una iglesia occidental burocratizada.

En occidente, sobre las ruinas del imperio en las tierras vírgenes de Germania, surgió un proyecto nuevo: construir un mundo nuevo, una sociedad cristiana. Sólo había ruinas. Toda estaba por hacer: agricultura, transporte, artesanía, metalurgia, edificios, artes, política, paz social, religión… El proyecto era hacer todo eso encuadrado en una sociedad totalmente cristiana. Generaciones y generaciones se pusieron a trabajar, a construir iglesias y catedrales, ciudades, instituciones, artes, escuelas, ciencias. En fin, pusieron todas las bases de la actual civilización. El proyecto exigió un trabajo increíble, pero ese pueblo tenía un proyecto en la cabeza y en el corazón. Trabajó sin regatear esfuerzos. Era realmente un pueblo creador de un mundo que contenía todos los símbolos cristianos. Había construido el reino de Dios en la tierra. En las pórticos de las catedrales figuraba Cristo gobernando ese mundo cristiano. Ese esfuerzo alcanzó su momento culminante en el siglo XIII; después, todo continuó pero con problemas y signos de decadencia.

Dentro de la sociedad cristiana, apareció, poco a poco, un movimiento de autonomía de los laicos: autonomía en política, en economía, en las artes, en la ciencia, incluso en la religión con el cisma protestante. Ante las contestaciones de las nuevas expresiones políticas, sociales, culturales, la iglesia católica no quiso reformarse. No quiso dar juego sino mantener el control sobre el desarrollo de la civilización occidental. Provocó cismas y oposición. A partir del concilio de Trento, la iglesia católica endureció su proyecto; se vio cada vez más amenazada por la modernidad.

Finalmente, después de la Primera Guerra Mundial, el proyecto de la cristiandad fracasó definitivamente y fue abandonado por las sociedades europeas y americanas.

La inmensa estrategia defensiva no consiguió salvar la cristiandad.


5. HACIA UN NUEVO PROYECTO


Es necesario un proyecto

El hecho es que estamos sin proyecto. Nos urge elaborar un nuevo proyecto. Porque la Gaudium et spes del Vaticano II no es un verdadero proyecto. Es sólo un intento de adaptación de los católicos a los retos de la sociedad contemporánea, sin cortar con el proyecto anterior. En América Latina, en Medellín, sí que había un principio de proyecto que fue condenado y rechazado, pero que persiste en la tozudez de los viejos y en unas pequeñas minorías abrahámicas, como decía Dom Helder Cámara.

Fue una pena -en realidad, fue un desastre. Ahora, en América Latina, predomina la confianza en la reconstrucción de una cristiandad, al menos de forma implícita, porque no hay más proyecto.

La pastoral consiste en continuar, alargar. Pero todo será en vano.

Nuestro siglo busca una nueva espiritualidad, dicen muchos. De acuerdo, pero la palabra proyecto expresa mejor la necesidad actual. La espiritualidad está dentro del proyecto. Además, “espiritualidad” puede evocar un tipo de vida y organización recluidos en el recinto de la iglesia. No basta. Además hay que actuar y, para actuar, hay que tener un proyecto.

Proyecto es explicitar qué pretende hacer la iglesia en el mundo actual. No basta con decir que va a evangelizar, porque evangelizar es de siempre, pero ahora se trata de aterrizar en el mundo de hoy tal como es y preguntarse: ¿Qué significa evangelizar aquí y ahora? Sólo se evangeliza dentro de un proyecto concreto. No es preciso que sea pormenorizado, capaz de preverlo todo. Basta un proyecto global, de una tarea para siglos, como en otros tiempos. Pero debe ser “nuevo”, pues querer alargar la vida de una cristiandad moribunda no es un proyecto válido, aunque muchos se dejen ilusionar por los movimientos fundamentalistas que pretenden rehacer el pasado. Ahora las circunstancias son las de la sociedad actual, que ha aceptado las nuevas tecnologías y que ha entrado en un sistema económico mundial, pero en el que los conjuntos culturales antiguos luchan por sobrevivir y buscan una salida. Necesitamos hallar el lugar de los cristianos en ese mundo El problema afecta también a otras religiones.


Bases para un nuevo proyecto

Ser sal de la tierra (Carta a Diogneto). En su tiempo las circunstancias no eran favorables.

Hoy día los cristianos no pueden dirigir el mundo, y el evangelio, encerrado en la fortaleza católica, no está en él. Pero los cristianos pueden ser sal de la tierra haciendo presente el evangelio en cualquier punto de la sociedad humana.

Multiplicando las instituciones católicas no se llegará a nada. Aumentaría quizá el poder social o político de la iglesia, pero al precio de ser un poder al lado de otros, sin posibilidad alguna de evangelizar a los demás. El lugar de los cristianos es estar con los demás, aprendiendo a estar con todos, en medio de cualquier experiencia que surja en el mundo de hoy para hacer otra sociedad, otro mundo.

Los cristianos pueden hacer visible la iglesia, no mediante instituciones y medios o monumentos, sino por la visibilidad de la calidad de sus actuaciones y por su disposición a servir en todos los sectores de la vida social, siendo los más sinceros, los que nunca se dejan comprar, ni entran en un sistema de mentira y de corrupción.

Habrá dos niveles de iglesia, como los ha habido siempre. Un nivel de personas comprometidas más radicalmente con el evangelio, que en el futuro serán sobre todo laicos; y otro formado por la multitud de personas en camino hacia el evangelio, pero que todavía no están en disposición de asumir un compromiso total. Serán personas, influenciadas por la tradición cristiana, que quieren colaborar, aunque no pueden o no quieren someterse a todo el conjunto de dicha tradición. Será la gran mayoría; colaboradores, pero de modo limitado. Esto es algo nuevo.

En tiempos de la cristiandad era o todo o nada. De ahora en adelante muchos estarán entre el todo y la nada, no se les podrá presionar, y habrá que respetar su libertad, lo mismo que su lentitud y los ritmos de cada uno…

Este proyecto supone unas condiciones previas.

En primer lugar, ser conscientes de que hay que reconocer y afirmar con claridad que ni el mundo actual es cristiano ni lo es la sociedad actual. Es más, sus objetivos sencillamente no son humanos. El error radical que vicia el concepto de la finalidad de la sociedad es que su prioridad es la economía, es decir, el dinero. Actúa sin control, como una máquina opresora a la cual se subordinan todos los seres humanos. Hay que proclamarlo con toda claridad. Aunque desagrade a estados o gobiernos.

En segundo lugar, ser conscientes de que los cristianos por sí solos no tendrán capacidad para construir un mundo nuevo. Hay que abandonar el sueño de los que creen en el poder del clero para volver a la cristiandad homogénea, como antes; cosa imposible y obsoleta. Es preciso, por consiguiente, unirse a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que también quieren construir un mundo diferente. Pero hoy no hay una autoridad universal central, sino diálogo, alianzas, acciones comunes: hay, pues, que trabajar conjuntamente con otros.


La eucaristía como viático para el camino

Los cristianos presentes en el mundo necesitan reunirse alrededor de Jesucristo en comunidades que, dispersas por el mundo, sean el signo de la inmensa comunidad humana del futuro que ha de ser el Reino de Dios.

La memoria de Jesús en la comunidad tiene dos aspectos: el evangelio y la eucaristía. En ambos habría que introducir algunas modificaciones. La tradicional lectura continua de la biblia y su aplicación prefijada a las situaciones cotidianas y previsibles no será suficiente. En un futuro con nuevas urgencias, se plantearán cuestiones no previstas y la comunidad necesitará de mayor libertad para buscar en la biblia textos que aporten luz para resolverlas.

Respecto a la eucaristía, más que la disminución de la asistencia a misa o las formas de celebración (reunión de hermanos, de oración, de alabanza, reunión festiva, show, etc.), el problema de fondo es la pérdida de significado de la liturgia de la misa como sacrificio que preside la celebración. Sin negar que responda a una antigua tradición y tenga sentido teológico, el concepto de sacrificio, aparte de no agotar todo el contenido de la revelación referente a la eucaristía, no es comprensible en la cultura actual: no se puede entender cómo Dios, que es amor gratuito, pueda exigir sacrificios o recibir sacrificios con agrado. Hoy día sería mucho mejor definir la eucaristía como el don que Dios hace a la humanidad: don de vida, de alimento, don del Hijo, del Espíritu, don de alianza, de unión entre comunidades.

¿Por qué Jesús se da en forma de comida y bebida? En la biblia, comida y bebida están en función del viaje (la pascua antes del éxodo, la comida de Elías, la ofrecida por Abraham en Mambré…). La eucaristía es el alimento para la misión y el correlato de la vocación de la iglesia a caminar a través del mundo. En el futuro, quien se acerque a la eucaristía no irá por obligación, ni para manifestar su sumisión a Dios, sino para prepararse para la misión en comunión con los demás que tienen el mismo compromiso. Esa perspectiva resulta mucho más fácil de entender y podría servir para elaborar un modo distinto de celebración.


El papel de los pobres y de la jerarquía

Es necesario un proyecto, pero los hay insuficientes. Hoy día el reto de “salvar almas”, que el discurso misionero planteó al pueblo cristiano con la caída de la cristiandad, no es un proyecto suficiente. No expresa todo lo que está en los evangelios. Jesús quiere un mundo nuevo, no solamente en los monasterios, sino también en la ciudad de los hombres y de las mujeres.

Jesús, cuando llama a los discípulos, les propone cuidar de los hombres heridos y abandonados en el camino, establecer la fraternidad, eliminar las estructuras de injusticia y dominación que había en su pueblo… Resultaría también insuficiente un proyecto que viniera de los que están arriba en la iglesia, pues, como cualquier gobernante, son conservadores y están absorbidos por la inmediatez.

Elaborar y llevar a cabo un proyecto es un trabajo lento, quizá de generaciones: pide tiempo y saber adónde vamos. Muchos piensan que no lo sabemos. Pero hay algo que está muy claro: en el cristianismo, los pobres tienen un papel privilegiado. Es de presumir, pues, que el nuevo proyecto será imaginado, pensado y vivido en medio de los pobres. Lo cual incluye la participación de personas de todas las categorías sociales o culturales.

Por ello, en el proyecto, corresponde a la jerarquía el estar abierta a las iniciativas, experiencias y grupos que nacen en el mundo de los pobres, y alentarlas. Porque los pobres, cuando no cuentan con la comprensión de los sacerdotes, de los obispos o del papa se sienten débiles y desamparados. Pero la jerarquía ha de aceptar que las experiencias no pueden nacer ya perfectas y “sabiendo” todas las respuestas. Por ello no debe exigir lo imposible. Pedimos a la jerarquía que tenga paciencia. ¡Que no condenen ni desanimen los movimientos de los pobres!

Que no se repita lo ocurrido en América Latina después de Medellín: tanta incomprensión, intolerancia y represión. No podemos olvidar cómo fueron tratadas tantas personas dignísimas: cardenales, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos… ¡Cuánto sufrimiento inútil! ¡Cuántas energías perdidas! Se destruyó una gran experiencia que podía ser el inicio de un nuevo camino en América Latina. Procuren, pues, conocer, comprender y aceptar, incluso cuando no entiendan. No han de dirigir el proyecto, ni imponer una orientación. ¡Sólo escuchar la voz tímida y débil de los pobres!

Al fin y al cabo, el papel de la autoridad en la sociedad es defender a los pobres contra el egoísmo de los ricos. Esto vale para todas las instituciones humanas, pero, claro está, ante todo, para la iglesia.

Pero ¿hay solidaridad? De hecho, ahora, en el Brasil, hay movimientos de iglesia riquísimos. Y hay comunidades muy pobres… ¿Y qué se hace? Espontáneamente, poco. La jerarquía quizá debiera actuar denunciando las falsas eucaristías en las que los ricos hacen ostentación de su riqueza, como hizo Pablo (1Co 8-9), y proponiendo soluciones.


Ante la tentación del poder, un nuevo derecho

El punto más delicado de todos: el poder del clero. Durante quince siglos el clero ha ejercido el poder supremo en la sociedad en cristiandad. Era la primera autoridad en la sociedad (incluso el párroco en su municipio); y todas las restantes, aunque a veces se rebelasen, le estaban sometidas.

Esa historia marcó al clero y sigue marcándolo profundamente. La primera cosa que un joven aprende inconscientemente el día que entra en el seminario es que le confieren poder. Es algo que la mayoría no percibe, sólo quien está atento llega a advertirlo. Como alumno y profesor, sentí este fenómeno en mi propia carne. Procurarán enseñarle que ese poder es el de Jesucristo y le hablarán del espíritu de servicio; pero eso es teoría, palabras, porque la autoridad penetra por la piel en el seminarista.

Y, fuera, el mismo diablo que tentó a Jesús está presente entre el clero, haciéndole la misma oferta: el poder. Jesús rechazo la tentación. Pero, el clero ¿la ha rechazado siempre?

El poder del clero no se ejerce como los otros poderes. No es brutal, como el militar, ni insensible, como el de la burocracia. Es un poder que seduce, presiona, sugiere; que se ejerce sobre todo con la presencia, con signos discretos, acompañados de palabras confortadoras.

Ahora el clero, perdido casi (¡casi!) todo su poder en la sociedad civil, lo ha aumentado dentro de ese mundo cerrado que es la iglesia.

El poder del clero se basa en los sacramentos, que sólo el sacerdote puede administrar, y en el saber. En los sacramentos porque sin ellos no hay salvación, y el sacerdote, dispone de "sus llave". Poder terrible. Y en el saber, porque él conoce el camino para alcanzar el cielo: todo lo que es preciso creer, todas las reglas de la moral, todos los procedimientos del derecho canónico. Los laicos no saben nada de eso, han de escucharlo de sus labios.

Es difícil para el clero reconocer y superar ese esquema que está en nuestro inconsciente e influye en nuestro comportamiento. A pesar de haberlo advertido, actúo todavía como alguien que sabe y puede enseñar a los demás. El clero sabe todo un sistema simbólico. Pero no sabe cómo vivir concretamente el evangelio en la sociedad real que existe. De esto no tiene ni la menor idea y debe aprenderlo todo.

El actual Código de Derecho Canónico, en cuanto derivado del Derecho Romano, define los poderes de la Iglesia (en el 99% de los cánones). Pero, si queremos promover un nuevo proyecto de iglesia en el mundo actual, necesitamos un nuevo derecho que no infantilice a los laicos. Un laicado infantilizado no provocará conversiones.

El derecho, en sociedades no-imperiales, define también libertades y derechos. Nos hace falta, pues, un nuevo Derecho que proteja a los débiles y limite a los fuertes, proteja a los laicos y limite los poderes del clero. Que fomente la existencia de laicos preparados para dialogar y para tomar decisiones.

Consecuencia de la falta de madurez del laicado entre los católicos es la aparición -con o sin el beneplácito de las autoridades- de movimientos y grupos psicológicamente desequilibrados y completamente fuera de la cultura. En efecto, el sistema esteriliza. La presencia de los católicos en la vida social, cultural o política mundial es muy discreta. Lo notamos en el Brasil, aunque en cierto modo el Brasil esté en una mejor situación que muchos otros países, europeos, por ejemplo.


El nuevo proyecto y la globalización

Si se quiere iniciar un proyecto nuevo, habrá que adoptar una actitud mucho más clara contra la globalización que se está implantando.

Las autoridades políticas han abdicado. Las grandes entidades financieras e industriales han tomado la dirección del mundo y, de hecho, están consiguiendo organizar la sociedad para que todo favorezca la acumulación indefinida del capital. El objetivo es crecer más para hacer más dinero, sin fin. Con el señuelo que al final de esa historia, todos los humanos vivirán mejor.

En algunos países europeos la población ha protestado y recordado que también existen los hombres y las mujeres y no sólo el dinero. Pero también esa protesta puede ser ahogada o disimulada por los poderes financieros dominantes.

Por suerte, hay indicios de que de los pueblos dominados surgen, a nivel mundial, voces de protesta y libertad. El Fórum Social Mundial es una de ellas.

¿Y los cristianos? Quizá el clero diga que la iglesia está ya actuando mediante su doctrina social. Pero esa doctrina es tan equilibrada que sirve para todos y no define actitud alguna. Siempre estará llena de compromisos con los poderes establecidos. No sirve para actuar.

Para actuar, es preciso saber cuál es el adversario, cuál es el objetivo y cuáles son los medios para vencer... y decidir qué debemos hacer. Eso no ha de decirlo el clero ni los padres de la iglesia, sino el propio pueblo cristiano con coraje y lucidez. Si no, los cristianos quedarán fuera de la historia, privándola de las riquezas de las que son depositarios. Por ello, los movimientos de base pueden y deben ser una fuerza importante que contribuya a construir otra sociedad.


6. CONCLUSIÓN: ¿UN SUEÑO?

Todo esto es un sueño. Desde el siglo XV el sistema católico se ha esforzado en impedir los sueños y en imponer una estructura inmutable. Actualmente, la mayor parte de los bautizados ya no acepta esa estructura y los que están fuera no se sienten atraídos por ella. Algunos siguen preocupados sólo por lo inmediato. ¡Ojalá que los jóvenes miren al frente y no se sientan obligados a mantener un pasado inmóvil! ¡Ojalá avancen por los nuevos caminos que muestra el Espíritu!


Original: [Olhando para o horizonte, Rev. Ecles. Brasileira 65 (2005) 831-857]