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NECESIDAD DE CONVOCAR.


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Comenzamos un nuevo curso y una nueva etapa. Este curso estará presidido por el afán de aplicar el CG 26. Se nos dice en la Introducción: «La pasión de Don Bosco por la salvación de la juventud es nuestra herencia más preciosa. El Capítulo General 26 se ha propuesto reavivarla en todo Salesiano poniendo en el centro de la reflexión de las counidades y de las Inspectorías el célebre lema de nuestro Padre y Fundador: “Da mihi animas, cetera tolle”». En este número nos fijamos en uno de los núcleos (la «Necesidad de convocar») donde se reconoce que «la generosidad de los hermanos y el ejemplo de comunidades que viven la primacía de Dios, el espíritu de familia y la entrega a la misión son la primera y más hermosa propuesta vocacional que podemos ofrecer a los jóvenes» (CG 26, 52).































  1. Retiro ………………….……….....................3 - 11

  2. Formación…………….………...................12 - 21

  3. Vocaciones…...….…..........................22 - 26

  4. El anaquel……….…….........................27 - 47




























Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Paseo de las Fuentecillas, 27

09001 Burgos

Tfno. 947 460826 Fax: 947 462002

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordina: José Luis Guzón

Redacción: Urbano Sáinz

Maquetación: Amadeo Alonso

Asesoramiento: Segundo Cousido, Mateo González e Isidro Revilla


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681







Necesidad de convocar


Miguel Ángel García Morcuende

Una preocupación evangélica

La inauguración del Año Paulino, desde el 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con motivo del bimilenario del nacimiento de San Pablo, ofrece a todos una importante ocasión para profundizar en el conocimiento de su personalidad carismática y fascinadora, nos invita a respirar los aires frescos de la primera hora del cristianismo y sus comunidades. Escribiendo a los Corintios el Apóstol les despide: “Por lo demás, hermanos, alegraos; sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros” (2 Cor 13,11). El final de esta segunda carta a los Corintios es una exhortación a la alegría, la propia santificación, la concordia, la unión y la paz: realidades todas ellas no indiferentes en un contexto como el de la comunidad de Corinto. Realmente aquellos cristianos, como nosotros, tenían necesidad de que Pablo les animase en este sentido.


La Palabra de Dios, como siempre, ilumina la naturaleza y la misión de nuestro ser creyentes. Nos alumbra para valorar nuestra vida personal, comunitaria e institucional, como respuesta a la llamada de Dios, y nos acompaña para acoger en la fe el don de la vocación, de toda vocación.

La Congregación Salesiana, por su parte, tiene una historia larga y fecunda de atención y cuidado de las vocaciones, guiada por documentos, sugerencias y metodologías que quedan reflejadas en nuestra hermosa literatura. La geografía vocacional, el mundo juvenil y las situaciones han cambiado, por lo que es necesaria nueva atención y reflexión continua. "Es locura - decía A. Einstein - el seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes". El Capítulo General 26 expresó a la luz de nuestra trayectoria como familia religiosa un cuestionamiento amplio por la escasez de vocaciones en ciertas regiones de la Congregación. Lejos de vivir angustiados por la presión de una sequía vocacional persistente, las sesiones y los trabajos capitulares tuvieron esta preocupación evangélica: la necesidad de convocar, “el gusto renovado de ayudar a los jóvenes a descubrir el proyecto de Dios” (60d). Sin obviar las dificultades de la animación y perseverancia vocacional, se alimentaron sentimientos, objetivos, intuiciones comunes maduradas en el compartir, en la comunión y en las propias experiencias.


Nos inspiramos ahora en las palabras alentadoras de San Pablo con las iniciábamos estas páginas, acercándonos a las sugerencias sólo del núcleo tercero del CG26 (“Necesidad de Convocar”) para que la Palabra de Dios y la de la Congregación encuentren una encarnación en el hoy y en el mañana.


Alegraos”

el fuego ilumina, calienta y atrae

¿Cómo “convocar" si, hoy por hoy, en algunos contextos, la vida consagrada no atrae a los jóvenes, no suscita el deseo de ser imitada, no genera seducción ni contagia entusiasmo? No vamos a analizar la complejidad del fenómeno vocacional de nuestro tiempo, ni afrontamos ahora los factores que perjudican la floración de vocaciones; sí podemos analizar aquello que se juega en nuestro campo. No creo exagerar si digo que el problema de las vocaciones está condicionado muchas veces por los que estamos dentro. Una pastoral vocacional integral y completa empieza por transmitir el optimismo de los que actual­mente vivimos la vocación salesiana en la Sociedad Salesiana querida por Don Bosco: el testimonio es la primera propuesta vocacional (52).


La elección vocacional brota de la experiencia de un Jesús que llama "para estar con El" (Mc 3,14) en la intimidad de la oración y para enviar en misión a curar a los más pequeños y necesitados. Esta vocación exige la entrega gratuita y totalizante de la persona a Dios y una opción así no brota de la sola propuesta de una tarea, sino de una espiritualidad que se vive con convicción y alegría. En verdad, “compartimos la alegría de seguir al Señor Jesús, permaneciendo con Don Bosco, para dar esperanza a tantos otros jóvenes del mundo entero” (54).

La espiritualidad es esencialmente relación con el Dios que tiene un rostro preciso, y que ha decidido desvelarnos este rostro en el Hijo Jesucristo, un rostro paterno y materno, con todos los incontables detalles "narrados" por el Evangelio. Para nosotros, a diferencia de otras formas de la vida consagrada, encarnamos una “espiritualidad apostólica” que toma inspiración en las personas a las que servimos (los jóvenes) y las situaciones históricas en las cuales trabajamos. Nuestro carisma se convierte así en revelación de este rostro amoroso de Dios a los jóvenes, los cuales nos desafían cuando hablamos de lo que “sabemos por experiencia”. No les molesta oír hablar de Dios, siempre y cuando les hablemos de quién es Dios para nosotros, de cómo vivimos y experimentamos nuestra relación con él. Tampoco les molesta que les hablemos de la vida religiosa y salesiana, siempre y cuando hablemos de cómo vivimos los valores de esa vida por la que hemos optado. Lo que no soportan es que les “hablemos de memoria”, sin pasión evangélica, como quien cumple con una función que le ha sido encomendada.

Vivir del Espíritu con alegría es cuidar la estructuración característica de nuestra vida interior, una manera total de ser y actuar, de ponerse frente a Dios y a los hermanos. Es decir, una dimensión que no es efímera o de moda, sino que permanece, se vuelve hábito, una espiritualidad que transmite vida. Es propia de quien ha descubierto el "tesoro escondido", hasta el punto de "vender todo con alegría" (cf. Mt 13,44-46) para seguirle y convertirlo en sentido de la vida.

Hoy, igual que en los tiempos de Don Bosco, es necesario el fuego para ser salesiano. El fuego evangelizador que ilumina, calienta y, en consecuencia, atrae. Es más, una vocación vivida con fuego es siempre noticia, historia fascinante de la cual se hace partícipes a los demás. La vocación acogida con estupor y vivida con entusiasmo se torna necesariamente invitación a muchos: «Venid y veréis» (Jn 1,39).


Sed perfectos”

una llamada a la santidad

Los jóvenes - y no sólo – se encuentran a gusto con una persona serena, alegre, de gestos sencillos, entusiasta, comunicativa (cf. 56). Es obvio que estas dotes de la personalidad y de calidad humana son el “abc” para la animación vocacional. Pero no basta. El trabajo por las vocacio­nes, del que todos los salesianos somos responsa­bles, implica en primer lugar que cuidemos con esmero nuestra vocación personal, nos urge a cada uno a alimentar la propia experien­cia gozosa y fiel de la vocación. "Don Bosco – expresó el Papa a los Capitulares - quiso que la continuidad de su carisma en la Iglesia lo garantizase la elección de la vida consagrada. También hoy el movimiento salesiano puede crecer en fidelidad carismática solamente si en su interior hay un núcleo fuerte y vital de personas consagradas. Por eso, y con el fin de consolidad la identidad de la Congregación, vuestro primer compromiso estribará en reforzar la vocación de todo salesiano en vivir en plenitud en fidelidad a su llamada a la vida consagrada" (pág. 177).

El fuego del que hablábamos antes, proviene por una intensa vida espiritual, por confiar en Aquel que nunca decepciona. Una vida interior así es una llamada a hacer de Dios/Jesús la opción de nuestra vida. Este primado no puede ser negociable en la vida de quienes quieren ser propuesta vocacional. En realidad cada uno de nosotros es portador de una vocación que puede arrastrar a otros si es vivida apasionadamente en toda su verdad. Porque toda vocación es un don gratuito y misterioso de Dios, pero la calidad de nuestras vidas es la imagen humana visible de la llamada del Señor, y sólo se puede escoger lo que se conoce y ama. Es más, necesitamos sentir y decir que nuestra acción pastoral y nuestras Obras se sostienen por el Espíritu del Señor y no sólo por nuestros esfuerzos sinceros y planificaciones, por otro lado imprescindibles. ¿“Arde” nuestro corazón cuando el Señor resucitado nos acompaña en el camino y nos explica las Escrituras (Lc 24,32)?

Don Bosco insiste constantemente en la fidelidad vocacional y estimula a vivirla con radicalidad. Para garantizar esta fidelidad a largo plazo, es necesario promover y garantizar la fidelidad a los dinamismos personales y comunitarios que definen nuestro proyecto de vida, como ha insistido el Capítulo General a lo largo de todo el documento: la oración personal y comunitaria (cf. 21ab; 33); la lectio divina “con sensibilidad salesiana” (cf. 10b; 33.35a.37a); la lectura y meditación de las Constituciones (cf. 9b); “compartir el propio camino de fe, la riqueza de la espiritualidad salesiana y la acción apostólica” (20d) y la “propia historia vocacional” (62b); los sacramentos (cf. 33). En definitiva, es indispensable “poner el encuentro con Cristo en la Palabra y en la Eucaristía en el centro de nuestras comunidades, para ser discípulos auténticos y apóstoles creíbles” (32).

Es verdad que las vocaciones tienen un humus natural – la familia (cf. 53.54.67b) - que no debemos subestimar. Pero la animación vocacional necesita los efectos que la seducción y el contagio que las historias de los testigos de la fe ofrecemos. La "animación vocacional por contagio" presupone visibilidad de nuestra vida, suscitar interrogantes en nuestro entorno, desear conocer más profundamente el por qué y la motivación de nuestra vida y, en definitiva, el seguimiento radical de Jesús según el carisma de Don Bosco. Nuestras historias personales son la transmisión viva de la vocación a las generaciones futuras. Sólo desde esta viva relación con el Señor el salesiano hace fecunda su inteligencia pastoral para acertar con las actividades más convenientes, los lugares y las personas más prometedoras en el campo de la animación vocacional (cf. 58.67c.68.71).

Los jóvenes de hoy están más interesados por el testimonio de las vidas de las personas que por su declaración de intenciones; y exigen signos que transparenten la coherencia de vida, una existencia entregada y fecunda, aún en los hermanos ancianos y enfermos (cf. 56.62e). La propia necesidad de seguridad los lleva a considerar como imprescindible, para tomar una decisión de este tipo, la experiencia de ser atraídos por la vida de otros, de tal modo que les implique la totalidad de su persona.


Animaos”

deseos de compartir y acompañar el don recibido

La vida es un bien que se recibe que tiende naturalmente a ser bien que se entrega. En palabras del Evangelio: «Lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis» (Mt 10,8). “Reconocemos con gratitud que la vocación salesiana es una gracia que hemos recibido de Dios” (52) y ello nos mueve a desear ardientemente proponer a otros/compartir con otros este estilo de vida que nos hace plenamente felices, haciéndoles participar así del mismo don. Un estilo de vida que tiene tres facetas: la urgencia de la misión juvenil que nos conmueve, como evangelizadores, al contemplar tantos de ellos que no conocen a Cristo Jesús; la confianza en el Señor que, por encima de nuestras infidelidades, sigue llamando a muchos; el amor a la vocación, que incluye necesariamente el amor y la adhesión permanente a la Congregación. Esta urgencia, esta confianza y este amor nos impulsa a suscitar nuevas vocaciones apostólicas de salesianos laicos y ministros ordenados (cf. 55.59.74-78) para que, al crecer, pueda cumplir mejor la misión que nos ha encomendado la Iglesia.

Consagrarse a Dios es tomar conciencia de haber recibido antes todo de El: no podría consagrarse bien aquel que antes no hubiese comprobado en su historia personal la grandeza del amor recibido. Nuestra vocación es esencialmente respuesta en un diálogo de amor; no somos héroes que exhiben su opción como si fuera algo extraordinario, sino creyentes con actitud de asombro agradecido y emocionado. Por ello, comprender la grandeza del don recibido, nos mueve a la propuesta (cf. 52.54.69.70).

Lejos de una “propuesta ocasional y genérica” (60b), el Capítulo General insiste en cuidar los dinamismos privilegiados para suscitar, discernir y acompañar la vocación, entre ellos: el diálogo educativo, el clima de confianza y, en particular, el acompañamiento espiritual de los jóvenes y de los salesianos (cf. 53.54.57.58.62c.70b). A través del mismo es posible detectar y acompañar con profundidad las inquietudes y signos vocacionales que aparecen en los posibles llamados. Una de sus principales finalidades es invitar a los jóvenes a descubrir el designio de Dios sobre su vida, a personalizar su proyecto de vida cristiana y a entregar el don de sí mismos (cf. 57.66).

El ministerio del acompañamiento es propio del Espíritu. Es el Espíritu el modelo y el punto de referencia en el que se debe inspirar la persona que acompaña al candidato. Especialmente en la pastoral vocacional se necesitan maestros de vida espiritual que cuiden específicamente el itinerario pedagógico vocacional que todo joven realiza hacia la madurez de su fe. El itinerario vocacional es caminar, como los discípulos de Emaús, con Jesús en persona, con el Señor de la Vida, con aquel que se aproxima al hombre peregrino que hace su mismo recorrido y que entra en su historia.

El Capítulo General nos insiste en evitar las improvisaciones (cf. 57) y optar por una pastoral juvenil en clave de evangelización y de procesos de fe. Se trata de asumir la evangelización de los jóvenes como tarea principal. Nuestra mayor responsabilidad es la de acompañar a los jóvenes a un conocimiento profundo de Cristo, a la fe en Él, a la amistad con Él. Toda vocación es acto de amor, del amor del Señor que llama y del amor de aquel que responde. Toda vocación es acto de fe: «En tu nombre echaré las redes» (Lc 5,5).



Tened un mismo sentir; vivid en paz”…

cuando la vida comunitaria seduce y suscita

El carisma religioso, del que nace y ha nacido nuestra familia religiosa, no es dado al individuo, sino al grupo, a un conjunto de personas que se convierten en comunidad justamente por este don hecho a todos y que constituye su nueva y común identidad. Pues bien, el terreno propicio para que crezca y prospere una vocación es, sin duda, una comunidad donde el seguimiento de Jesús se viva con gozo, convicción e ilusión, y genere un espacio en que sea posible vivir una nueva y común identidad. Este clima seduce y suscita el deseo de participar de esa misma vida. Allí donde exista una comunidad donde el salesiano se sienta “escogido, alcanzado y ganado por el Señor Jesús” (Fil 3,8-12) se crea un ambiente favorable al nacimiento de las vocaciones (cf. 56). Así, son precisamente las actitudes comunitarias como la acogida en la propia comunidad, la fraternidad, la sencillez, el espíritu de familia, la tensión apostólica, el cuidado de los lugares propicios para el encuentro con Dios... las que atraen y contagian, las que cuando existen provocan el deseo de compartirlas.

La animación vocacional se ha convertido ciertamente en algunos lugares en un factor de renovación comunitaria. Cuando no es así, la vida de nuestras comunidades se puede estancar, porque no crece incorporando savia nueva. Pero a su vez una animación vocacional, para que pueda ser eficaz, tiene que apoyarse en la visibilidad de una vida comunitaria renovada, en “hermanos con un fuerte sentido de pertenencia para testimoniar el valor del vivir y trabajar juntos” (64). Por desgracia, las relaciones en la comunidad religiosa sufren, a veces, una cierta pobreza relacional, son piedra de tropiezo en la animación vocacional. El debilitamiento de la fraternidad lo han notado de manera abierta y preocupada las intervenciones de los salesianos capitulares. Con consecuencias dolorosas, se reseñaba la connotación cada vez más individualista de la experiencia espiritual, la mentalidad decidida de autogestión (el mito de la propia realización), la insensibilidad hacia el otro o la falta de maduración afectiva (63b).


En este contexto, no podemos olvidar aquí la importancia que las relaciones personales juegan en los procesos vocacionales. Relaciones donde compartir los bienes del Espíritu, la Palabra de Dios, las intuiciones espirituales, la experiencia de Dios, el cansancio de la ruta, “la propia historia vocacional cuando se presente la oportunidad” (62b), pero también las dudas y las incertidumbres hasta los límites y las flaquezas, en la diversidad e irrepetibilidad de cada uno. Las relaciones en una comunidad no es solamente intercambio dialogal, palabras sueltas, sino lugar donde compartir, suscitar comunión y profundizar el vínculo entre nosotros.


Junto al campo de las relaciones, destaca la autenticidad de nuestra pobreza donde nos jugamos la coherencia y transparencia de nuestra profesión religiosa de seguidores de Jesús pobre y amante de los jóvenes pobres. La pobreza religiosa es en sí misma misión y anuncio de las Bienaventuranzas del Reino. Cuando personal, comunitaria o institucionalmente nos movemos por parámetros de prestigio y bienestar, será difícil contagiar a alguien el deseo de seguir a Jesús pobre. La vocación, siempre histórica y concreta, es respuesta de Dios y del hombre a las necesidades de los hombres. La atención a las urgentes necesidades de evangelización de los jóvenes reclaman hermanos cuya riqueza sea “la experiencia de vida espiritual y el compromiso apostólico” (52) y se convierte en un medio de gran eficacia en la pastoral vocacional, pues quienes luchan por un mundo nuevo valoran y se sienten atraídos e interpelados por quienes caminan ligeros de equipaje.


El Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros”

el salesiano ora y hace orar

Testimoniar con valor y alegría la belleza de una vida consagrada, entregada totalmente a Dios y a la misión juvenil” (61) nace de la gratitud al Señor. Gratitud que se hace oración constante (cf. 54.62a). Obediencia a la invitación/mandato del Señor a rogar al Señor de la mies a que envíe trabajadores en su campo (cf. Mt 9,37-38) es tarea de todos. Ha de ser un “compromiso coral” (cf. Vita Consacrata 64), de toda la comunidad religiosa. El salesiano ora, y hace orar a los otros: a nuestras comunidades religiosas, comunidades educativo-pastorales y a los mismos jóvenes (63d). Reclama una nueva mentalidad sobre la común corresponsabilidad y “compromiso cotidiano” de todos respecto de las vocaciones (cf. 54.56.57.60e.62d). Ora y hace orar por su trabajo difícil, a menudo estéril y árido; por los jóvenes con quienes entra en contacto. Ora y hacer orar con apertura de corazón por las realidades múltiples del mundo y de la Iglesia. No ora sólo al Señor para que incremente sus propios efectivos, sino para que Él se cuide de su mies. No se buscan intereses particulares sino los del Reino. Desde esta perspectiva, la oración vocacional es de total confianza en Dios: somos “mediadores del obrar de Dios” (60a).

Orando así, el salesiano interpreta y continúa la vocación profética que atraviesa la Biblia. En todos los grandes orantes e intercesores (Abrahán, Moisés, Isaías, Jeremías Judit, Ester, etc), y siempre, nace una oración del corazón, verdadera, histórica. Tal oración encuentra su culmen en Jesús, quien ruega mucho por los suyos. La oración es interés, cercanía, amor. El salesiano, con su oración confiada, expresa estas características.


Para finalizar: “suscitar entre los jóvenes el compromiso pasión apostólico” (65)

El Capítulo General 26 ha intentado colocar de nuevo la misión salesiana en el corazón de cada salesiano, nos ha invitado al reencuentro afectivo con los jóvenes. Por otra parte, este componente alto de identificación y vinculación con la pasión apostólica, estimula a los jóvenes a ser apóstoles de sus compañeros, a asumir diversas formas de servicio eclesial y social, a comprometerse en proyectos misioneros (cf. 53.57) con nuestra misma misión carismática. Ser “signo y portador del amor de Dios a los jóvenes” es expresión de lo que nuestra familia religiosa es, y signo de lo que le distingue y le es peculiar dentro de la Iglesia en su seguimiento a Jesús. Es lo que le ha sido concedido como don carismático del Espíritu y que a lo largo de la historia se ha ido plasmando en la historia salesiana. Una realidad que muestra la coherencia de vida y misión de nuestras comunidades y obras.

El fin de nuestra misión (“Da mihi animas”) y el principio integrador (los jóvenes más necesitados) nos recuerda que el verdadero y eficaz anuncio no pasa por palabras y mediaciones repetidas y sabidas, sino también por la intencionalidad pastoral de nuestras Obras, como mediaciones de la evangelización. No siempre la misión se vive como lo que es en realidad: una manifestación de nuestra disponibilidad a Dios en la misión salesiana. Parece que Dios no siempre motiva nuestra misión, no siempre ocupa el puesto central (cf. 56). No sólo entre los jóvenes Dios compite con otras realidades (el deporte, la política, la cultura, el bienestar…) también puede darse entre nosotros. Es difícil que los jóvenes empeñen su vida por opciones que nos traspiran pasión por el Evengelio. Un ambiente salesiano bien concebido, visible y compartido con entusiasmo por una comunidad educativo-pastoral, es siempre una ocasión para que quienes son sensibles a la llamada del Señor se sientan interpelados.

No podemos olvidar la fuerza disgregadora que posee la sociedad del bienestar y la secularización. La erosión religiosa de Occidente, claramente en Europa, nos afecta. A la vista de este escenario, “¿cómo hablar de colores en un mundo de ciegos?”, titulaba un artículo de vida religiosa al respecto. Sin embargo, de ninguna manera, podemos aspirar al repliegue, a la búsqueda de posiciones más tranquilas, o bien, a una presencia menos comprometida de los jóvenes. Las “nuevas fronteras” no son líneas divisorias entre los países; son barreas que delimitan la pobreza (en muchos sentidos), hacia un lado o hacia el otro. Permanecer en estas fronteras donde están los jóvenes es una exigencia para nosotros, un modo de vivir la fe: no son una estrategia pastoral, es un modo de estar, ser "sal de la tierra" y "levadura que fermenta la masa..." (Lc 13,21). Estas opciones enriquecen nuestra vocación, haciéndola más transparente, evangélica y atractiva.

Desde estas coordenadas expresadas en esta reflexión, estamos llamadas a pro-vocar en los jóvenes la disposición interior necesaria para dejarse conmover por Dios, para promover esa cultura vocacional en todos los ambientes, “de modo que los jóvenes descubran la vida como llamada y que toda la pastoral salesiana sea realmente vocacional” (53). Ojalá todo ello sirva para suscita jóvenes con los que compartir el idéntico proyecto y corazón del Padre: «Os daré pastores según mi corazón» (Jr 3,15).

Tenemos futuro; no sólo una historia gloriosa que recordar y contar, sino también una historia que construir (Cf. Vita Consacrata, 110). Desde el inicio inculquemos el amor a nuestra familia. Se hace volviendo a Don Bosco, hombre de corazón grande y tierno, sabio y educador que señaló caminos seguros de vida espiritual. Se hace experimentándonos agraciados con la vocación, rebosantes de esperanza para los jóvenes. A la cita con el Señor Jesús, los jóvenes solamente acudirán movilizados por una expectativa así.


Comenzábamos esta reflexión con el saludo final de San Pablo que invitaba a una vida cristiana fraterna y gozosa, basaba en la celebración común de la fe. Finalizamos con palabras de Benedicto XVI: “Que San Pablo, gran evangelizador e incansable constructor de unidad, nos ayude a ser dóciles a la voz del Espíritu y nos obtenga el celo misionero que inflamó toda su existencia” (Benedicto XVI, Homilía primeras Vísperas de San Pedro y San Pablo, Convocación del Año Paulino, 28/VI/2007).










Comunicar la experiencia de la fe con competencia personal1

Esther Romero Truñó

Hoy se habla mucho de que nuestra sociedad nos está convirtiendo en se­res fragmentados; que vivimos la vida del mismo modo que miramos la tele, es decir, haciendo zapping; que per­demos el sentido de la realidad, de la continuidad; el sentido de la historia; que nos cuesta ejercitar la memoria... No creo que debamos huir del debate sobre la cultura de la postmodernidad. A dicha cultura siempre se le atribuyen todos los males, pero abre nuevas grietas para el trabajo personal. La cultura postmoderna es un concepto heterogéneo, pero por una parte remi­te a ciertos discursos críticos de la cul­tura que pretenden reconstruir el pen­samiento totalizador (el cristianismo se­ría uno de ellos), las operaciones del poder y las funciones legitimadoras del conocimiento y de la verdad. Pero consideramos que también penetra más allá de los límites de las teorías y abre nuevos espacios y formas para la experiencia personal y cultural. Las te­orías de la postmodernidad intentan demostrar que las conexiones entre Yo y Sociedad no dependen de los con­ceptos de la modernidad. No hay fe en los metadiscursos del conocimiento científico ni en la legitimación tecnoló­gica. Se han aprehendido los límites de la racionalidad y se abandonan las ilusiones de emancipación hechas en nombre de la Libertad, la Verdad, la Igualdad, los Derechos. El metarre­lato de la Ilustración2 entra en crisis. Los grandes relatos que unificaron y estructuraron la filosofía y la ciencia occidentales, basándose en la idea de un sujeto universal —la humanidad y de un objetivo de emancipación, ya no resultan convincentes. La perspecti­va postmoderna antitotalizadora pre­senta la generación de un conocimien­to singular, localizado, un conocimien­to que se construye, no que se descu­bre, porque no existe de antemano. Baudrillard habla de una implosión de todos los límites. Lo postmoderno es el abandonar el objetivo de encontrar una verdad interior debajo de la su­perficie de las apariencias.

Una de las maneras de hacer frente a esta situación y que está al alcance de todos, es tomar conciencia de la pro­pia trayectoria —vital, por supuesto, pe­ro no sólo vital, también de la propia trayectoria cristiana—. Percatarme que hay en mí un hilo conductor, una uni­dad; que no estoy hecho a trozos. Es­ta idea enlaza también con una idea de la cultura de la postmodernidad, que es la del trabajo de construcción de sentido a la que irremisiblemente se ve lanzado todo ser humano. Al paso de la desesperanza a la esperanza, al sentido. Para los cristianos este sentido es lo que entendemos con el concepto de salvación, aunque a veces lo com­pliquemos sobremanera.

Percatarme de mi unidad, de mi conti­nuidad a pesar de tanta fragmenta­ción a la que me veo sometida; perci­bir que lo que viví en primera persona hace 20 años tiene que ver con lo que soy hoy, y con lo que seré de aquí a 20 años más. Por eso, cuando hablamos de comunicar nuestra expe­riencia de fe utilizo expresamente el término de itinerario, de un proceso que ha tenido un inicio y que tiene continuidad. Un camino por el que transita mi vida y en el cuál van suce­diéndose hechos, encuentros... Un proceso a través del cual me voy cons­truyendo y voy siendo. La considero la primera competencia personal: Tomar conciencia de que soy un yo con pasado, en un pre­sente que se proyecta hacia el futuro, es decir, una persona en pro­ceso, alguien que se va re-haciendo constantemente. En griego la palabra camino proviene de odos, igual que la palabra método. Por eso, una posibili­dad de traducción, cuando Jesús dice: "Yo soy el camino, la verdad...", es la traducción: "Yo soy el método que lle­va a la verdad". La palabra método lleva en sí implícita la idea de proce­so, ce continuidad en el tiempo, de la necesidad de tiempo para la realiza­ción de una identidad que tiene as­pectos que permanecen más allá de la idea de que todo es volátil.

En su libro Religión y mundo moder­nos, Lluís Duch, antropólogo y monje de Montserrat, dice que la transmisión implica convertir en significativo algo que no lo era. Implica un proceso per­sonal, interno, ce creación de signifi­cado de algo que es mera informa­ción y que debe ser convertido en ele­mento comunicativo. En un momento u otro, todos hemos tenido la experien­cia de ideas y conceptos que no tie­nen una traducción experiencial, hu­mana –por tanto, siempre psicológica también–, y sabemos que podemos convivir con ideas durante años que están en nuestra mente pero que no nos dicen nada, que no significan na­da. Hasta que un día, por motivos di­versos, estas ideas se convierten en carne, en experiencia propia (como el célebre texto de Ezequiel 1 1-19 cuan­do narra la conversión de un corazón de piedra en un corazón de carne).

El sentido de la existencia humana se alcanza a través de un acto de re-creación y posterior transmisión, de un acto que convierte la letra en espíritu. Un acto creativo –oculto, interno, acti­vo– para hacer de aquello dicho algo que me dice. Este es un paso fun­damental, porque sin ello no hay ab­solutamente nada. Ni estrategias, ni ideas, ni tecnologías. Es el punto an­gular, y vivimos en un contexto –tam­bién el de la Escuela Católica– en el que damos preferencia a los medios y no a los mensajes, como si la utiliza­ción de tecnologías –powerpoints, In­ternet, etc...– supusiera la creación de significados personales. No nos equi­voquemos. El medio no es, en lo refe­rente a las experiencias humanas fun­damentales, el mensaje. El mensaje pasa por un acto de apropiación indi­vidual, una re-creación interna que vendrá ayudada, claro está, por todo un conjunto de elementos culturales (fa­miliares y sociales) recibidos.

Para transmitir, comunicar, esa letra que se ha convertido en espíritu, nece­sariamente debo contemplar mi itinera­rio vital, de fe, mi vida como cristiana. En mi caso, veo en ella como cuatro etapas significativas:

  1. Una fe heredada. Como mu­chos de ustedes, nací en un am­biente cristiano y en el seno de una familia creyente, con una vida de f e viva, orientada a Dios, compro­metida. La manera cómo mi ma­dre, especialmente, vivía y vive su relación con Dios y con María; su modo de orar, de confiar, de hacer frente a las dificultades, de ayudar a la gente del Pueblo, de cuidar a mis anhelos... imprimió en mí un fuerte carácter de apertura al miste­rio, a la bondad, a algo/alguien grande, difícil de explicar. Una apertura a lo trascendente que se vio reforzada por el hecho de vivir en un valle abierto y amplio del Pi­rineo, rodeado de montañas don­de contemplaba muchas tardes la puesta del sol que me traían las pri­meras grandes preguntas sobre la existencia y la vida. Y también por la observación de las estaciones. Siempre me sorprendió –y me si­gue asombrando– la fuerza con que estallaba la vida en primavera después de un riguroso invierno de frío, hielo y nieve. Durante esta eta­pa siempre seguí el ejemplo de mis padres en cuanto a la fe: orar para pedir, orar para agradecer, asistir a misa los domingos, recibir los sa­cramentos... Por tanto, destacaría: una experien­cia afectiva –mis padres– comparti­da a partir de la cual era posible aceptar significados dados por el exterior; una explicitación, una con­versión al lenguaje de dicha expe­riencia: no es suficiente con amar, hay que poder expresar que te amo, si no, la experiencia no puede ser pensada, reflexionada ni asimi­lada; una clarificación del conteni­co de la fe, en lo esencial y en lo accesorio: ¿en qué creen mis pa­dres y a qué no le dan importan­cia? Ello supone una jerarquía cla­ra de ideas, vital para su transmi­sión; una experiencia ética, de en­trega, solidaria, que se convierte en el material de seducción; un tiempo para la contemplación: con­templación de yo en el contexto fa­miliar, contemplación de yo en el mundo; contemplación de algo que, a no ser que la persona está carga­da de prejuicios, sobreviene, y es la admiración por el misterio del cosmos y de la naturaleza.

  2. a

    Una fe cuestionada. Llegada la adolescencia, empecé a cuestionar­me por qué ir a misa; no me intere­saba lo que decía el sacerdote; te­nía amistades no creyentes, eso me cuestionaba... Empecé a dudar de muchas de las cosas que había oído y vivido referentes a la fe, sin du­da también influida por lo que circu­laba en los medios: ¿existe Dios?, ¿serán montajes mentales de los mayores?, ¿creer en un Dios que permite el mal?, ¿qué sentido tiene nacer para morir? Así es que decidí –no sin dificultades y tensiones en casa– abandonar "lo creyente". Necesitaría sacarme de encima ese lastre, porque me pesaba.

  3. Una fe asumida libremente. El paso por una escuela religiosa para cursar el bachillerato me brin­dó la oportunidad de replantearme el tema de la fe; de comprender que fe y vida van unidas; de que se trataba más de poder explicar en qué Dios creía que no en demostrar si existía o no; comencé a conocer más a fondo la persona de Jesús, y de implicarme en servicios altruistas y de apostolados que me llevaron a ampliar el horizonte del "creer": ya no sólo se trataba de cumplir pre­ceptos o ritos sino de darse, de amar. Las cosas, la vida, empeza­ban a tener de nuevo sentido. Soy consciente del día en que sentí cue era cristiana, porque yo lo quería, porque así lo sentía. Esa sería mi identidad. Desde entonces, mis am­bientes, amistades, actividades se desarrollaron dentro del ámbito cris­tiano. Re-asumí la fe en mí misma persona, la asumí como valor per­sonal, ya no como algo simplemen­te heredado. Entiendo que eso no sería posible sin la vinculación entre una expe­riencia ética admirable y una inter­pretación de dicha experiencia desde la perspectiva trascendente. Es necesaria la reflexión sobre la acción, es de vital importancia un discurso religioso a la altura de to­do el resto de discursos (científicos, artísticos, sociales y políticos...).

  4. Vivir la fe en la intemperie secular. El año 1986, asumí jun­to a dos laicos más y por encargo del Arzobispo de Barcelona, Dr. Ju­bany, llevar a cabo un programa religioso en la televisión autonómi­ca. Lo presenté durante 9 años. Si tuviera que explicar con una ima­gen lo que sentí en sus inicios fue la de un pez al que sacan de la pecera para echarlo al océano, es decir, que salía de un ambiente se­guro, conocido (el cristiano) para adentrarme en otro muy distinto, desconocido y que cuestionaba. Los inicios no fueron fáciles. Fue una prueba dura. Aprendí a mante­nerme firme en mis convicciones in­ternas a pesar de las hostilidades, menosprecios e incomprensiones. Descubrí el respeto hacia el que no cree, el agnóstico, el ateo... Aprendí el valor del diálogo, a sa­ber dar la razón de mi fe, de mi a ctuar, sin herir, sin dogmatizar, sin ser arrogante, sin creerme posee­dora de la verdad. Y descubrí que, antes que las creencias, están las personas, sus gozos, sus esperan­zas, sus problemas... una misma humanidad. Para mí, lo que apa­rentemente debiera haber sido un obstáculo se convirtió en una ben­dición. Fue precisamente en este tiempo cuando surgió en mí la ne­cesidad de formarme y decidí estu­diar Teología. Unos estudios que hoy considero imprescindibles y básicos para todo cristiano. Y mi itinerario continúa.

  5. Una vez se ha transitado por ese ca­mino personal desde la contempla­ción, aparece una 2a competencia a la hora de comunicar nuestra expe­riencia: hoy más que nunca creemos ser capaces de dar razón de nuestra fe. No podemos quedar­nos en una fe infantil. La fe tiene su lo­gos, su sentido, un discurso. La fe ha­bla al corazón pero también a la inte­ligencia. No olvidemos que el cristia­nismo es uno de los pilares del humanismo occidental y que es la reli­gión de las convicciones que nacen de la experiencia. Es muy triste que se argumente a favor de un cristianismo de la vivencia, llevando eso de forma implícita, pero también explícita, un desprecio a la cultura, a la formación. Ciertamente no se puede construir un cristianismo sin la experiencia. Pero tampoco es posible vivir cristianamen­te sin la necesaria reflexión sopre la fe, la depuración conceptual. Lamen­tablemente algunos centros educativos mantienen niveles culturales, en los te­mas religiosos, muy bajos, inquietan­tes. Es necesario subir el nivel, poder dar visiones del cristianismo desde la cultura.

Si bien el cristianismo ha tenido una gran riqueza expresiva, comunicativa, universal, hoy vive la crisis de la falta de conexión con las nuevas formas culturales –especialmente en el ámbito de la cultura popular– y de la misma institución que la transmite. La cultura popular no es hoy la cultura tradicio­nal, las procesiones, los belenes... La cultura popular es la cultura utilizada de forma habitual y cotidiana por mi­llones de personas: es la cultura me­diática, la cultura tecnológica. Una cultura con la que parte del cristianismo tiene gran dificultad para entender sus reglas.

Necesitamos urgentemente traducir nuestro lenguaje simbólico de la edad media y la edad premoderna a lenguajes audiovisuales, narraciones simbólicas que expresen las realida­des vividas por el cristiano expresable en términos de ciencias sociales, de ciencias de la naturaleza.

Aquí se pone a prueba también nues­tra competencia clásica en pastoral: cómo hacer comprensible nuestro discurso a las nuevas generaciones. Como bien señala Albert Sáez: hay hoy otras formas de transmisión cultural que aún no sabe­mos «si son efectivas pero sí sabemos que son efectistas: es la lucha del cate­cismo contra los videojuegos, que no hay que confundir con la lucha entre Dios y la electrónica»3.

Debemos ser conscientes, sin embar­go, que nuestras sociedades contem­poráneas han devenido crédulas en la postsecularización, como apunta Peter Berger. La religiosidad no ha desapa­recido. Las personas siguen intentando dar sentido a la existencia, para ellos es una necesidac acuciante (por qué me resulta tan difícil la vida? ¿Por qué tengo que ver sufrir a mi hijo? ¿Por qué mi vida no podría ser de otra ma­nera... etc). Nosotros podemos —y de­bemos— dar a conocer que hay una manera cristiana de hacerlo, que es haciendo experiencia en comunidad, con los otros, no sin los otros.

La fe es una experiencia que se ha de explicitar; que se debe vivir con natu­ralidad, y que tiene un corpus. Hay que recuperar el relato cristiano, esto es, la ética del Evangelio, su referente de sentido, el relato sagrado, lo reli­gioso. Tenemos el reto de re-inventar la herencia expresiva del cristianismo para conectar con la gente de hoy, re­crear nuestras metáforas, descubrir símbolos e iconografías significativas para la sociedad del siglo XXI, buscar un lenguaje nuevo para propiciar una experiencia religiosa con dos mil años de historia.

Hay que volver a la esencialidad de nuestro logos encarnado: a Je­sús. ¡Qué puedo decirles yo a uste­des, educadores en escuelas católi­cas, sobre Jesús que no sepan, que no vivan, que no transmitan a sus alumnos! Me parece que todos po­dríamos decir: creemos en Dios, gra­cias a Jesús. La mayoría de nosotros ha empezado por ahí: nos ha im­pactado la persona de Jesús, su hu­manidad, su testimonio de amor sin límites que acoge al pecador, que revitaliza la dignidad de la mujer, que se fija en el pobre, el desvalido; el que tiene una palabra nueva, sa­nadora; el que es capaz de hacer frente a la institución religiosa de su tiempo, a la autoridad política, a la ley.... Sin embargo, lo que con el paso de los años me ha impresiona­do más de Jesús es su confianza en Dios hasta el extremo de su vida. He ido entendiendo que Jesús debe re­mitirnos a Dios. Cada vez más se me presenta como camino, no como meta. Jesús da "crédito", “hace creíble a Dios" y eso es lo atractivo.

Me permitirán que apunte algunos as­pectos a tener en cuenta a la hora de comunicar la persona de Jesús, esa imagen visible de un Dios invisible y punto de partida de nuestra fe:

¿Cómo podemos ser emisores capa­ces de transmitir y expresar lo que es esencial, auténticamente atractivo del mensaje cristiano? Nuestra religión es inquietante, interpela, es sugerente, se­duce. Si Jesús sedujo es, como expre­sa el teólogo Francesc Torralba, "por­que venía velado"; había algo en Él que apuntaba a un Otro distinto. Jesús es el Gran Sacramento. Me gusta tra­er aquí a colación el siguiente texto de Leonardo Boff sobre el lenguaje reli­gioso, para que tengamos dónde ir apoyando nuestra competencia perso­nal: "El lenguaje religioso es simbólico por definición y se sitúa en el horizonte de la evocación, esen­cialmente evocación de un pasado y de un futuro vividos en un presente. Al ser evocativo, implica la persona con las cosas Toca por dentro; no deja na­die indiferente. Hay que entender el lenguaje simbólico para entender el sacramento (que va más allá del sím­bolo). La característica esencial de es­te lenguaje es la TRANSPARENCIA de las realidades de las que no tenemos imágenes. "El sacramento (símbolo) abraza una experiencia total. El mun­do no se divide sólo en IN-MANENCIA y TRAS-CENDENCIA. Existe una categoría intermedia, la TRANSPA­RENCIA, que acoge en su si las otras dos. No son dos realidades que se ex­cluyen sino que comulgan y se encuen­tran mutuamente. Se unen, se combi­nan, se asocian, se religan, se enla­zan, se comunican y conviven una en la otra. La TRANSPARENCIA es exactamente esto: la trascenden­cia se hace presente en la in­manencia, haciendo que ésta se vuelva transparente a la re­alidad de aquélla. La trascenden­cia irrumpe en la inmanencia, la trans­figura, la hace transparente. Entender esto es entender el pensamiento simbó­lico. El sacramento (transparencia) par­ticipa de los dos mundos: el de la Tras­cendencia y el de la Inmanencia."

Jesús nos hace visible esa realidad in­visible que es Dios. Su persona, su vi­da, su ser, su hacer. Él es la Palabra que emerge del Gran Silencio Comu­nicante. Pero ello no resulta fácil. Hay que educar en la contemplación o, en palabras de la cultura postmoderna, en la reflexividad. Enseñar a ser es­pectadores de nuestra propia vida pa­ra podernos conducir y re-conducir por los caminos que nosotros fijemos.

"La fe, dice Adolphe Gesché me aparece como una actitud que desvela al­go oculto, no crea su objeto sino que lo descubre. Es una alusión a algo muy discreto que percibimos en algu­nos momentos como un eco dentro de nosotros mismos y que la fe nos desve­la y nos revela. Es como una capaci­dad de descubrimiento, inmanente a nuestra humanidad, a la que ninguna de mis otras capacidades puede llegar." Para hablar de la realidad de Dios tengo la capacidad humana de la fe. No puedo hacerlo con otra. Por eso, y cuanto más he ido profundizan­do en mi fe, también he entendido eso de que "somos templo del Espíritu, templo de Dios". Dentro de nosotros, en nuestro centro, en ese pozo interior de nuestro ser profundo, detectamos una presencia, una palabra distinta a cualquier otra palabra.

El lugar de Dios en la propia historia: El Dios de Jesús es el Dios de la his­toria, de la historia real y concreta. Lo sabemos por la Escritura. Por eso las narraciones de la Biblia se entre­tejen con mi propia historia. Es lo de los discípulos de Emaús: a medida que vamos viendo nuestro propio re­lato, vamos comprendiendo que hay un hilo concuctor —lo que les decía al principio—. Que no hago sola mi ca­mino, que en mi trayectoria Alguien me acompaña, siguiendo mi ritmo, respetando mi persona, aceptando mi libertad. Ésta es uno de las carac­terísticas de nuestra tradición judeo­cristiana que no podemos perder de vista: el Dios en quien creemos es histórico. Eso no está de moda, por­que se busca a un Dios que nos dis­tancie del mundo, que nos aleje, que nos dé una falsa paz. No una reali­dad que nos permita re-visualizar el mundo en términos de realidad habitada por el Misterio.

La pregunta que decemos ayudar a formular —uno de los grandes retos de hoy: cuestionar, invitar a las per­sonas a hacerse preguntas: "¿Qué es Dios para mí, qué lugar ocupa en mi vida, cómo le voy descubriendo en la urdimbre de la tela que soy?".

Hablar de Dios es hablar de otra di­mensión de ser Yo, pero sin dejar de ser yo: ser profundamente Yo. Además, de Dios vamos descubriendo diversos aspectos en función de


nuestro proceso personal, de nuestro modo de ser y de sentir, y apoyados siempre en una buena formación te­ológica. Así, por ejemplo, hablo de:

  • Un Dios que se muestra, que se manifiesta, no se demuestra. Que se expone (se pone fuera de sí) en su creación. Y su máxima creación somos cada uno de nosotros.

  • Un Dios que no aborrece nada de lo que ha hecho, que no condena la realidad, sino que la rehabilita, como dice el salmista.

Un Dios que busca nuestra amistad. Somos su razón de ser. Es comuni­cativo y comunitario por esencia (la Trinidad). Creo que cada vez será menos una cuestión de argumentos para ser más una relación de amor, afectiva, de sentirnos amados por Él y de ver cómo le amamos.

Para complementar y completar esa competencia, la de saber dar razón de nuestra fe, es importante que ade­más nos preguntemos y respondamos: ¿quién es Dios para mí?, ¿quién es Je­sús para mí?, ¿cómo afectan uno y otro mi vida?, ¿verdaderamente siento el deseo de ser "otro Jesús" para nues­tro mundo?... Comunicar la fe pasa necesariamente por la convicción y la vivencia siempre actualizada de esa experiencia que me configura.

3. La acción de nuestra fe en el contexto actual


La experiencia personal de Dios nos capacita para la 3° de las compe­tencias que les propongo: actuar como cristianos hoy. Qué nos exige, qué nos pide. Sobre todo, ser propositivos, como lo fue Jesús. Propo­ner actitudes, promover actitudes que den respuesta al hombre y a la mujer de hoy.


"Id y curad": reconciliarse con el Ser. Esta ha sido la gran tarea de Jesús. Vino a sanar. Cuando hablamos de salvación estamos hablando de sa­lud, quizás aún mejor, de sentido, de sentido esperanzado en la propia vi­da. Conocí un médico catalán, un gran humanista —el Dr. Jordi Gol Gori­na— que definía la salud como una manera de vivir autónoma, gozosa y solidaria. ¿No les parece que nos marca por dónde debemos actuar? Contribuir a que nuestros alumnos, nuestros hijos, nuestros contemporáne­os, sean personas autónomas, felices y solidarias.


Al decir id y curad estoy diciendo algo complejo, porque se trata de reconciliarse con el ser que somos. Precisa­mente esto: aceptar, reconciliarse con lo que uno es, lo que ha vivido, con to­dos sus déficits –afectivos, educacio­nales, económicos, laborales. Creo que hay mucha gente que no está feliz con su existencia, que no se siente bien en el ser que le ha tocado ser. Por eso, ya desde la familia, ya desde la escuela, hay que ir acompañando a nuestros hijos y alumnos a que se sien­tan bien en su ser Ser. ¡Cuánta gente descontenta dentro de su piel! ¡Cómo se esconde el límite, cómo se rehúye la muerte, cómo se huye de la fragilidad que somos por el simple hecho de ser quiénes somos! ¿Saben? En la etapa de bachillerato, una vez me formularon una pregunta que me conmovió –una movida interna– profundamente: "¿es­tás contenta de existir, de ser quién eres y cómo eres? ¿Sabes que ser así es tu única posibilidad de existir, de es­tar hoy aquí? ¿Que si todo lo que aconteció antes de tu nacimiento hu­biera sido distinto, por nimio, por pe­queño que fuera, hoy tú, Esther, no existirías?" Vaya terremoto interno! ¡Qué susto existencial!


Esto me dio las claves para empezar a reconciliarme con aquellas partes de mi ser, de mi historia personal que no tuviera bien asentadas, bien puestas: mi cuerpo, mi carácter, mis padres, el lugar de nacimiento, mi persona, mi historia.... Hay que acompañar a que los demás se sientan cómodos –que se acomoden, pero no en el sentido pasi­vo– en la vida. ¡Cuánto libera! Ayudar a los demás y a uno misma a amar la vida, sabiendo que Dios no aborrece nada de lo que ha creado!


  • La fe se conjuga con el verbo Amar. Otro aspecto de nuestra competencia básica a la hora de actuar es poder alcanzar lo que una vez escuché de un buen amigo: "nos han enseñado que hay que ha­cer las cosas con amor. Cuando por la gracia de Dios alcancemos a ser otros Cristos en medio de nuestros contemporáneos, seremos puro amor que hace cosas". Ésta debiera ser nuestra meta.


  • Presencia que habla. Hemos comentado más arriba que debemos ir encontrando lenguajes nuevos, metáforas nuevas, símbolos nuevos para expresar nuestra fe, cierto. Pero como comunicadores, no podemos perder de vista que somos cuerpo y que nuestra presencia habla. Una vez oí la expresión "apostolado de


    la presencia". A veces, nuestra tarea será simplemente estar presentes, sin actuar. Pero estaremos hablando, comunicando. Y a veces deberá ir acompañada de las dos grandes actitudes que se desprenden de la Andadura Pascual, de ese recorrido que efectuamos a través de los evan­gelios que hablan de la resurrección de Jesús: ser Paz y ser Alegría para los demás.



4. Silencio y gratitud


Para vivir todo lo anterior, nos es bási­co ejercitarnos en la que sería la cuar­ta y última competencia personal: des­tinar un tiempo y un espacio ceriócico a estar, cada uno, cada una, en sole­dad y silencio. Somos bulímicos de in­formación, estamos enfermando por la obsesión de la información y el ruido mediático permanente, sin darnos cuenta de ello. Perdemos nuestra iden­tidad cuando dejamos de escuchar ese eco en nuestro pozo interno por las muchas voces y ruidos externos que lo ahogan. También por ruidos internos: prejuicios, miedos, insegurida­des, soberbias. Sin silencio difícilmen­te podemos escuchar la melodía de Dios que está en la creación y, espe­cialmente, en nuestro interior. También esto deberemos comunicar a nuestro niños y jóvenes, el gusto por el silen­cio. De nuestra mano no está transmitir el don de la fe, pero sí favorecer un ámbito propicio para el encuentro per­sonal con el Misterio, con Dios.


Una vez hecho todo este recorrido, queda por mencionar –y por vivir– la actitud vital que surge y que resume esa vinculación o relación personal con el Dios que anima nuestra vida: la de la gratitud. ¡Ojalá pudiéramos decir y cantar lo que expresó Santa Clara de Asís en su testamento: ¡Gracias, Señor, porue me has creado!



Claves comunicativas de San Pablo

Comunicar desde el propio ser y hacia el otro2

Javier Barraca

San Pablo ofrece un hermosísimo modelo, per­sonal y concreto, que nos enseña a comunicar de forma plena y fecunda. Su vida va a consti­tuir el mejor magisterio para los comunicadores de todos los tiempos. Por eso, merece la pena reflexionar sobre «el apóstol de los gentiles» como comunicador inigualable. Sin duda, de su peculiar figura cabe extraer un manantial de sa­biduría comunicativa valiosísimo, para todos los que anhelan mejorar su propia comunicación.


Todos los seres humanos queremos ser felices, tal como enseñan los más grandes filósofos. Además, hoy, cuando vivimos en la llamada «era de la comunicación», que tanto valora supuestamente el acto de comu­nicar, nadie deja de juzgar que le sería mucho más alcanzable el ser feliz si mejorase su comunicación con los otros. Sin embargo, tal vez, nuestro tiempo no constituya tanto la época de la comunicación, como la de los «medios de comu­nicación», o de la tecnificación de los procesos comunicativos.



Fundamentos metafísicos de la comunicación


Comunicar es «participar» a otro lo que uno tiene; «hacer partí­cipe», «compartir». iQué hermoso aparece, desde esta perspectiva, el acto del comunicador! Acto, sí, más que potencia; porque comu­nicar es, en primer lugar, «verbo», ser más que poder, perfección más que ausencia, movimiento más que pasividad. Y, además, por si fuera poco, esto nos enseña que comu­nicar consiste, al cabo, en un cierto «dar», en una «donación».


Sabemos que el bien tiende a comunicarse, por sí mismo, que es difusivo de sí. Este hondo principio metafísico puede ser expresado con una sencilla imagen, la que consiste en señalar que lo bue­no «desborda», como la fuente, que mana o brota, fluye desde su propio interior. Existen seres muy diversos. Entre ellos, figura la per­sona, quien constituye un sujeto (no un objeto), alguien (y no algo), ya que «es» en un grado excel­so, especial. Esto, la hace única, incomparable, irremplazable. Por eso, hoy, se dice que la persona es un fin y no un medio (tal como enseña, con perspicacia, Kant).


La persona tiende a comuni­car su bien a otros. Pero, además, puede hacerlo de una forma muy singular: desde su libertad. Esto, gracias a su tenor espiritual, en el que se funda ese dominio de sí que comporta, a la vez, conocimiento y voluntad. De hecho, en cada per­sona, a través del conocimiento y de la voluntad, palpita de algún modo el universo entero. De ahí, el que los antiguos sostuviesen que las personas son un «microcos­mos», un universo en un universo, un mundo dentro del cual late el mundo entero. Así, las personas pueden comunicar libremente su bien a otros, y, ante todo, en este acto suyo de comunicación, puede hallarse, desde el origen, como principio, el amor.


Ahora bien, la comunicación por antonomasia, la comunicación más plena, es la del que -de algún modo- se da a sí mismo, la del que participa su interioridad, su cora­zón. No la del que brinda cosas, o transmite informaciones sobre otros. El sujeto libre, se conoce a sí, y quiere ofrecerse al otro; se trata, en fin, del amor «oblativo». Desde luego, no hay comunicación más honda que ésta, que la de las personas en cuanto que personas. Aunque, por supuesto, no se en­trega aquí el acto de ser perso­nal, que es propio e inalienable, indisponible, en algún sentido; no entregamos nuestra «unicidad», nuestro ser distinto, nuestro existir, sino que «hacemos partícipe» a otro de nuestra vida. Por otro lado, al ser la persona fundamentalmen­te «espíritu», al darse, lo que da es -ante todo- espíritu, su espíritu (sin perderlo, claro); comparte, en definitiva, su interior, su adentro, su intimidad, su vida más honda. Pero, y he aquí el verdadero prodi­gio comunicativo, al proceder así, dicha vida interior no mengua, no disminuye, no se acorta; pues lo espiritual no se pierde al darse, sino que, al contrario, crece, se multiplica, se amplía...


Pero ¿qué relación tiene todo esto con san Pablo, y su peculiar forma de comunicar? Pues, bien, san Pablo afirma y vive su existen­cia entera como «comunicación», como participación en Cristo y vo­cación a «hacer partícipes» de Éla los demás. No cab e comprender su trayectoria, su avatar, su curso vital sin este principio comunica­cional, que lo engloba todo y lo dota de sentido. La predicación, el apostolado, la evangelización cons­tituyen, para él, su misma forma de ser, el fundamento de su actuar, el modo concreto en que su perso­na realiza su constitutiva tendencia a comunicar y a comunicar-se, a entregarse a otros en el amor. En definitiva, san Pablo mismo es «comunicación».


Antropología de la comunicación

El ser humano está llamado a comunicar, y a comunicarse, fundamentalmente, por ser per­sona. Su propio ser, le mueve a la comunicación inter-personal, al encuentro o relación con otras personas. Pero, además, los seres humanos constituimos personas finitas, limitadas. Esto hace que no sólo comuniquemos como fruto expansivo nuestro bien (gratuita­mente, tal como hace Dios), sino que «necesitemos», que precise­mos comunicar con otros. Sin co­municación, los seres humanos no pueden desarrollarse, no alcanzan a perfeccionarse y ser felices.

Por otro lado, debido a que el ser humano constituye una per­sona corpórea, un espíritu encar­nado, el cruce de caminos entre lo material y lo inmaterial, la co­municación que exige es: «inte­gradora». No se comunica, en lo humano, sólo con palabras ni sólo con conductas, sólo con lo intelec­tual ni sólo con lo carnal, sólo con lo psicológico ni sólo con lo físico. El comunicador integral debe co­nectar con la integridad del hom­bre, y éste presenta dimensiones muy variadas, físicas, psíquicas, espirituales... Los mejores comuni­cadores no trasportan únicamente ideas o conceptos, levantan senti­mientos o emociones, mueven la voluntad y empujan a la acción, evocan el recuerdo, despiertan la imaginación, y hasta avivan los sentidos. La comunicación humana ha de conectar con el corazón, con la unidad de la persona humana, con el todo que conforma su ser. Esto, lo sabe muy bien el amor, la verdadera clave o llave de la comu­nicación, porque el amor auténtica se dirige a toda la persona, y busca el bien integral del amado.


Unas palabras sobre san Pa­blo a este respecto. Sencillamente llamamos la atención acerca de la clara «humanidad» de la vivencia comunicativa del mismo. Pablo es hombre, y comunica como tal; co­munica porque «necesita» comuni­cars-e, porque precisa -para desa­rrollarse- esa relación, ese vínculo fraterno con los otros. Además, lo hace con pasión, con fervor, no fría o lejanamente, sino con la cercanía del ardor.


Primera clave: «Comunicar desde el propio ser»

Si quiere alcanzar el logro de su acción, lo primero que un co­municador humano ha de realizar es partir de su propio e inconfun­dible ser. No comunicamos bien lo que no somos, ni desde lo que no somos. Esto, implica atenerse a la verdad, el ser auténtico, el ser verdadero. Comunicar personal­mente no consiste en transportar datos, sino en brindar la propia realidad a otro, para ser compren­dido. Y esto, exige no adulterar dicha realidad. Nada es menos co­municativo, entre personas, que lo aséptico, lo im-personal, lo frío, lo des-personalizado, lo cosificado. La comunicación humana plena exige lo singular, lo único, lo distinto, lo personal.


En este sentido, el ejemplo de san Pablo resulta clarividente. Pro­bablemente, el mejor comunicador del Evangelio de todos los tiempos no es un «técnico», un mero «ges­tor» de la comunicación, alguien atento ante todo a los procedimien­tos, instrumentos, herramientas, medios. No. Pablo es un comuni­cador con «personalidad propia», un sujeto distinto, que posee sus virtudes y sus defectos, sus cuali­dades y deficiencias características. No mutila su carácter, no amputa su fuerte y peculiar temperamento, sino que se apoya precisamente sobre él, para alcanzar a comuni­car con un estilo y un tenor pro­pios, diferentes, únicos. Verdade­ramente, su singularidad resulta siempre admirable, como el hecho de constituir alguien tan especial, un auténtico «cruce de caminos» personal entre comunidades y cul­turas muy diversas (judío de raza, cristiano de fe, con elementos de formación griega y ciudadanía ro­mana, entre otros rasgos). Alguien, en fin, inimitable.



Segunda clave: «Comunicar hacia el otro»

La segunda clave maestra de la comunicación humana estriba en «adaptarse» al otro, en alcanzar a conectar con el comunicando. Ello requiere tenerle presente, ser flexi­bles, ajustar al otro nuestro acto comunicativo. No hay dos recepto­res de nuestra comunicación idénti­cos. Cada persona recibe o acoge la comunicación de un modo diverso, de acuerdo con su propio ser.


Esto tiene que ver con que el otro no es simplemente un «polo» de nuestra comunicación, un extre­mo de nuestro acto. El otro consti­tuye un ser libre, es otra persona, un alguien con quien «encontrar­nos» (cf A. López Quintas), que nos ayuda a crecer integralmente. Es un «alter» (no un lejano u hostil «allien»), a la vez distinto y seme­jante, posee una alteridad consti­tutiva que reclama un trato, una unión con él, «única», particular. No podemos «reducirlo», en su inmen­sa riqueza, so pena de empobrecer nuestra relación. Ello comportará el que sepamos unirnos a él con «creatividad», con el respeto y la admiración, con la «exclusividad», que toda persona merece.


El caso de san Pablo también resulta revelador, a este propósito. Él supo adaptarse a su interlocu­tor con una particular intensidad. Pablo siempre fija su atención en el otro, en la persona concreta. De ello, es signo su «viajar» en búsqueda del otro; no es el otro quien debe buscarle, él mismo va al encuentro del prójimo. Guarda­mos otro testimonio vital de ello en sus preciosas epístolas o cartas. Cada carta está dirigida y orienta­da a una comunidad específica; y está escrita, vivida, de una forma singular, de acuerdo con las nece­sidades y encuentros de Pablo y de sus receptores.


Tercera clave: «Comunicar con humildad»

Sin duda, el secreto último de la comunicación humana tiene que ver con el realismo, con un hondo sentido de realidad. De­bemos comunicar desde todo lo que somos, y eso incluye nuestros sueños, nuestros deseos, nuestros anhelos, proyectos, esperanzas... Pero no cabe hacerlo «contra» la realidad, fingiendo por tales los que no son, o tomándolos por lo que no son.


Además, sin verdad, no hay unidad; porque la relación humana exige autenticidad. Lo contrario su­pone sólo apariencia de unidad. Si no somos verdaderos, la confianza mutua, que demanda la amistad, se quiebra; y, a la postre, queda­mos solos, abandonados por quie­nes ya no nos otorgan su crédito.


No podemos ser veraces sin «modestia», sin una arraigada sen­cillez de corazón. De ahí, el que los más grandes promotores de la co­municación humana, en el fondo, precisen de esta ardua virtud, la de la humildad; como testimonia la vida del beato Santiago Alberio­ne, «la humildad personificada», según el propio Juan XXIII, otro magnífico comunicador desde la sencillez. El soberbio forzosamente deforma cuanto comunica, porque comienza por conocerlo y quererlo como no es en realidad. Su super­valoración propia le incapacita para captar y donar la verdad. Por eso, debemos afirmar que comunicar lo verdadero pide «humildad». Sólo un corazón humilde transparenta la verdad, la refleja sin alterarla o deformarla. Santa Teresa decía «la humildad es andar en verdad», aludiendo a lo que realmente vale­mos, y nosotros podemos girar y transformar la frase en su inversa: «La verdad es andar en humildad». Porque sólo es verdadero, en lo humano, lo que se sabe y se da como es, en su justo valor. Cornu­nicar bien conlleva, pues, entre los hombres, comunicar-se no sólo a sí mismos, sino comunicar también a Dios, en Dios, hacia el Amor de Dios. Lo verdadero hunde su raíz, humildemente, en lo profundidad insondable de lo divino. Así, en definitiva, no hay comunicación auténtica al margen de Dios, por­que esto sería tanto como decir al margen de la Verdad.

Acerca de ello, san Pablo ofrece un testimonio paradigmático. Para él, la comunicación no era sino ser­vicio a Dios, al Evangelio de Cristo. Él mismo refiere sus muchas limit



aciones, y expresa su anhelo de llevar mejor a su Señor hasta los
otros. Pablo sigue siendo él mismo, desarrolla su propia personalidad y carácter inconfundible; pero, desde el principio, queda patente que no se comunica sólo a sí, sino que trae una noticia que le supera. Pablo no transmite sólo su propia singula­ridad, sino que arde en deseos de acercar a Otro, mucho más grande que él.


Encontrar valores comunes para elevar desde ellos


Una forma de sintetizar lo an­terior consiste en expresar que la comunicación humana, profunda, supone: partir de «valores comu­nes», para «elevar» desde ellos. El buen comunicador, en efecto, se funda en la realidad, que conoce, y en su propio ser. Así, pues, arranca desde estos valores. Mas, como es lógico, no debe limitarse a pro­yectarlos, tal cual, sobre otros. Ha de adaptarse a los demás; por lo que tiene que descubrir los valores del otro, y conectar con él, desde éstos. Sin embargo, todavía le es necesario algo más: ha de procurar ayudarles a crecer en valores, a elevarse, a aspirar a lo más alto y bueno. En definitiva, comunicar implica colaborar a acercar a los más excelsos y excelentes valores, y, por tanto, a Dios mismo.

También en esto, san Pablo es nuestro maestro. Porque él nunca se conformó con manifestarse a sí mismo, y con conectar diestramen­te con los otros. Él arde de amor, y contagia esa llama, hasta que prende en los demás. Pero, al cabo, la lumbre es de Otro. Un pasaje final puede ilustrar este hecho. Se trata del discurso de Pablo en el areópago de Atenas. Allí, Pablo tiene la genialidad de hablar de Dios, apoyándose en ese «Dios desconocido», que creen adorar sus interlocutores. Las palabras encendidas de san Pablo, en aquel momento, sirven de colofón a nues­tro ensayo. Su verbo es un puente de amor, que conduce a sus oyentes hacia la alta ribera de Cristo. Pues bien, concluimos con el deseo de que san Pablo nos inspire, también, a nosotros, en este inmarcesible anhelo por conducir, a cuantos en­contremos, hasta la comunión con la Vida verdadera.







Este nuevo espacio que se abre pretende ser un ámbito vocacional, donde nos preguntemos y reflexionemos tanto por la evangelización como por el tema que tanto nos preocupa a todos de las vocaciones. Quiere ser respuesta a la invitación del CG 26: «La carencia de vocaciones vivida por algunas Inspectorías, nos obliga a una exigente evaluación, nos interpela a crecer en la autenticidad de vida y en la capacidad de propuesta. En efectos, estamos convencidos de que Dios sigue llamando a muchos jóvenes al servicio del Reino, y que hay diversos factores que pueden favorecer su respuesta» (CG 26 52).


Experiencia: transmitir la fe a los hijos. El regalo de la fe3


Ester Velasco

José Luis Graus


Vamos a intentar compartir en estas páginas cómo tratamos de vivir la fe en familia, cómo nuestros hijos y nosotros tratamos de que Dios Madre y Padre, Hijo y Hermano, Espíritu y Alegría, estén en el centro de lo que vivimos cada día.


Somos una familia de cuatro personas: Ester y José Luis, los papás, y Paloma de once años y Samuel de cinco, los hijos. Formamos parte de una comunidad de laicas y laicos que se llama «Quédate», en la que la imagen de Emaús es muy importante para nuestra comunidad. Estamos integrados en la Parroquia de San Ambrosio del barrio de Vallecas en Madrid.


Hay cuatro aspectos que nos parecen muy importantes y son los que ver­tebran nuestra existencia como cristianas y cristianos.


La primera cuestión es que la fe es un inmenso regalo que Dios nos hace y que no terminamos de agradecer lo suficiente. Como decíamos de pequeños, «somos cristianos por la Gracia de Dios», pues algo así, la Fe es para nosotros un regalo que queremos cuidar y cultivar cada día.


La segunda cuestión es que por esa fe regalada, podemos creer en Dios Ternura y Amor, que nos acoge como somos, que nos quiere sin reservas, que nos cuida cada día y que nos impulsa a intentar ser más buenos con todas las personas. Por la fe creemos en un Dios que también es familia, a veces decimos que porque Dios es familia (es Trinidad de Amor), noso­tros también somos Familia, ¡ojalá a su imagen! Por la fe podemos expe­rimentar cada día un Dios Pasión y Apasionado, un Dios hecho carne en el dolor y en sufrimiento de las personas, un Dios que mueve permanen­temente nuestros corazones hacia el amor.

La tercera cuestión es que por esa fe regalada que nos lleva a creer en ese Dios, nos encontramos en comunidad, en iglesia con otras mujeres y hom­bres que también tratan de seguir a Jesús desde estos planteamientos. Esto nos hace descubrir que la fe además de una dimensión personal, tiene una dimensión comunitaria, por la fe regalada no sólo somos pequeña familia, sino que formamos parte de la gran familia de Dios.


La cuarta cuestión es que esta fe regalada que nos lleva a creer en Dios-Amor y que vivimos tanto de un modo personal como comunitario, pue­da ocupar todos los espacios de nuestra existencia cotidiana: las oraciones y las acciones, las decisiones y sus consecuencias, los momen­tos buenos y los no tan buenos.


Buenos pues estas cuatro pinceladas que compartimos así de un modo breve y sencillo, tienen para nosotros mucha densidad de vida y es lo que tratamos de compartir con nuestros hijos, Paloma y Samuel, pero también con otras niñas y niños con los que por diversas circunstancias comparti­mos vida. Esa es la experiencia que nos gustaría dejar escrita en estas líneas.



Compartimos nuestra fe


En nuestra pequeña familia somos más partidarios de hablar de compartir la fe, que de transmitirla. Compartimos lo que se nos regala. Sin pretender ser atrevido, creo que tanto nuestros hijos como nosotros hemos sido regalados en la fe, por eso lo que tratamos es de compartir la Fe que hemos recibido.


Paloma y Samuel ven en nosotros que Dios y sus cosas son importantes, que ocupan nuestro tiempo, que está presente en nuestras decisiones. Y desde ahí van haciendo preguntas, van haciéndose su composición de lugar. La fe no es una parte más -de nuestras vidas, sino que la fe está en nuestras vidas.


Desde ahí Ester y yo tratamos de acompañar el despertar de nuestros hijos a Dios y «sus cosas», para intentar explicar algunas cosas de Dios que son difíciles de entender para un niño.


Paloma y Samuel ven que no sólo compartimos nuestra fe con ellos. También la compartimos con nuestras hermanas y hermanos de comuni­dad. Están con nosotros en nuestros encuentros y retiros, nos ven reunidos y preguntan qué hacemos, de qué hablamos. Paloma y Samuel y todos las demás niñas y niños de la comunidad ven que sus mamás y papás intentan tener muy presente a Dios y que eso es lo que tratamos de compartir per­manentemente con ellos.



Celebramos nuestra fe


Un modo de compartir nuestra fe es celebrándola. Lo celebramos en casa, cuando intentamos rezar juntos un poquito antes de irnos a dormir y le decimos cosas a Dios, a veces le «pedimos Gracias» porque en el cole todo ha ido bien, o nos acordamos de las personas que no lo están pasan­do bien y que sufren...


También intentamos celebrar nuestra fe en casa en los tiempos fuertes. En el Adviento con su calendario de chocolatinas y preparando el Belén, en Cuaresma, haciendo presente muchos días el pequeño símbolo que trabaja­mos en la parroquia, en Pascua con alguna vela encendida a la hora de rezar.


Celebramos la fe con Paloma, Samuel y el resto de niñas y niños de la comu­nidad también en los tiempos fuertes. En los retiros y encuentros comunita­rios que tenemos siempre hay un espacio donde nos encontramos ante Dios y celebramos su presencia entre nosotros. Escuchamos juntos su palabra, compartimos lo que significa, celebramos la Eucaristía y danzamos ante Él.


Para nuestra comunidad el tema de la danza contemplativa está siendo muy enriquecedor y nos está ayudando a expresar y compartir nuestra fe. Esta experiencia la hemos compartido con nuestras hijas e hijos y cuando cele­bramos juntos, danzamos juntos, es un inmenso regalo, os lo puedo asegurar.


Celebramos nuestra fe en la Parroquia de San Ambrosio. La comunidad parroquial de San Ambrosio siempre nos ha acogido con los brazos abier­tos, de hecho ha vivido con mucho gozo la presencia «ruidosa» de nues­tras hijas e hijos.


La celebración más importante de toda la semana es la Eucaristía de la Comunidad Parroquial, los domingos a las 12.30. Allí nos juntamos todos, mayores y niños, pequeños y grandes. Convocados por Jesús a su mesa, nos encontramos y celebramos nuestra fe. Es verdad que en ocasiones los más pequeños se aburren algo y es verdad que a veces a las personas mayores les parece que los pequeños arman demasiado jaleo, pero esta­mos haciendo un camino juntos. Estamos aprendiendo a vivirnos como la familia de Dios, todos tenemos nuestro espacio, nuestro lugar y todos jun­tos podemos celebrar.


Para nosotros el poder ir los domingos a San Ambrosio no es una obliga­ción, ni el cumplimiento de una norma establecida. Es poder encontrarnos con hermanas y hermanos en la fe y desde ahí celebrarlo en torno a la mesa. Cantar, danzar, compartir la Palabra, recibir su pan, besar a aquella persona mayor, recibir la caricia de aquel otro, son expresiones del Amor de Dios hecho cotidianidad, son pequeños sacramentos que alimentan la Fe pequeña de los más pequeños.


Para nosotros como madre y padre de Paloma y Samuel, es muy impor­tante que puedan vivir nuestra parroquia, también como suya, que se sien­tan como en su casa, que es como nosotros nos sentimos. Que allí puedan encontrarse con Dios, a su manera, como lo hacemos nosotros, y encon­trándose con Dios lo puedan hacer con los demás. O dicho de otro modo, cuando se encuentran con los demás saben que pueden encontrarse con Dios, pues Él no deja de salir a su encuentro.


Desde la experiencia de nuestra pequeña comunidad y de la comunidad parroquial confiamos en que Paloma y Samuel puedan entender en su cora­zón que la experiencia de la fe que nos ha sido regalada tiene un compo­nente comunitario que junto con el personal dan plenitud a quien la vive.



Vivimos nuestra fe


Tanto para Ester como para mí, la fe que se nos ha regalado nos ha empu­jado, nos ha animado siempre a tratar de vivir a la luz del Evangelio; en unas ocasiones nos ha resultado sencillo y en otras, complicado, pero siempre lo hemos intentado. Y eso es lo que siempre hemos tratado de compartir con Paloma y Samuel.


Cuando por circunstancias diversas han tenido más juguetes de los que han necesitado les hemos animado e invitado a que los compartieran con otras niñas y niños que no tienen y en la mayor parte de las veces les ha parecido razonable.


Este verano pasado ha venido a nuestra casa Adila, una niña saharaui, pues desde nuestra fe entendemos que nuestra casa, nuestra familia, quiere estar abierta a la realidad y sobre todo a la realidad de las perso­nas que padecen mayor necesidad. Paloma y Samuel la han acogido con los brazos abiertos, como si de alguien más de nuestra familia se tratara.


Y como estos dos ejemplos podría poner muchos que se van sucediendo en lo cotidiano, no es el caso de contarlos aquí. Si los compartimos con vosotros es para expresar desde dónde nos movemos. Estas pequeñas acciones las hacemos desde tratar de actualizar hoy, aquí y ahora el segui­miento de Jesús y eso tiene mucho que ver con la Fe que hemos recibido. Ester y yo vamos viendo cómo nuestros hijos entienden que hay una unión estrecha imperceptible entre fe y vida. Que las cosas que hacemos no es porque se nos ocurran y ya está, sino porque para nosotros las cosas de Dios son muy importantes y desde ellas tratamos de vivir...


Y después de todo espermos que la fe haga los demás

Y más allá de todo lo que hemos compartido no nos olvidamos de que Paloma y Samuel son personas autónomas e independientes y que un día decidirán si este camino que para nosotros es tan importante lo van a hacer suyo o no.

Consideramos que a nosotros nos toca compartir, sembrar, y lo demás está en manos de Dios y de las decisiones que los niños irán tomando. Esperamos con ilusión que puedan encontrar en Dios todo el Amor que nosotros dos hemos encontrado. Esperamos que puedan encontrar en Dios el sentido y el camino que da plenitud a la existencia humana.

Y en el caso de que no sea así, abrazaremos con amor a nuestros hijos y guardaremos todas esas cosas en nuestro corazón.








LA ESCUELA ANTE LA ENCRUCIJADA DE LOS VALORES POSTMODERNOS4

Cristóbal Ruiz Román

RESUMEN: La postmodernidad es una tendencia social actual. Si bien sus orígenes están rela­cionados con la aparición de una nueva corriente artística (Postmodernismo), los principios que ins­piran este arte se han traspasado al mundo de las ideas (Postmodernidad), y desde ésta han calado en lo que podemos denominar cultura social (Condición Postmoderna). Por ello es preciso que lejos de obviar esta condición postmoderna la estudiemos, con el fin de conocer la realidad donde he­mos de realizar un planteamiento educativo.

Este artículo aportará claves para interpretar una realidad socioeducativa marcada por la post-modernidad. Ése es el objetivo que aquí nos hemos propuesto. Para alcanzarlo partiremos de los siguientes interrogantes: ¿cuáles son las características claves de la filosofía postmoderna que im­pregnan nuestra sociedad?; ¿cuál es el tipo de ser humano y sociedad que propician esta corrien­te?; ¿cómo afectan los valores postmodernos a la función de la escuela y cómo se pueden afron­tar éstos?

Para abordar tales cuestiones analizaremos las principales características de la condición post-moderna. Posteriormente veremos las implicaciones axiológicas que la Postmodernidad tiene en la educación y la escuela, así como lo que pueden decir los profesionales de la educación ante tales implicaciones.

PALABRAS CLAVE: Postmodernidad y valores. Retos educativos de la sociedad contemporá­nea. Valores y función educativa de la escuela.



SCHOOL AT THE CROSSROADS OF POSTMODERN VALUES

SUMMARY: Postmodernity is a current social trend. Although its origins are associated with the rise of a new artistic movement (Postmodernism), the principles that inspired this art have broken through to the world of ideas (Postmodernity), and from this point they have had a profound effect on what we could call social culture (Postmodern Condition). For this reason, professionals in the field of education, rather than ignore this postmodern condition, must study and interpret it, in or­der to discover the reality in which we have to carry out our educational intervention.

This article will provide some keys to interpreting a socio-educational reality marked by post-modernity. That is our objective here. To achieve that objective, we will start by posing the follow­ing questions: what are the key features of postmodern philosophy that pervade our society? what kind of human being and society are conducive to this trend? how do postmodern values affect the school's function and how can they be tackled?

In order to deal with such questions, we will analyse the main features of the postmodern con­dition. We will then observe the axiological implications of postmodernity in education and at school, and we will hear what the professionals in the field of education have to say about such im­plications.

KEY WORDS: Postmodernity and values. Educational challenges of contemporary society. School's educational function and values.


¿Qué es la postmodernidad?


Naturaleza e la postmodernidad


Son muchos los autores que coinciden en señalar que no hay una delimitación clara de lo que es la postmodernidad5. Se define como una tendencia social, más o menos clara, y como una corriente de pensamiento. Un nuevo modo de pensar y sentir de las personas que afecta a la forma en que vivimos la familia y la amistad, el trabajo y el tiempo libre, la participación política y la solidaridad... Aparece presente en todos los campos de la vida social: desde los anuncios hasta los libros más filo­sóficos, pasando por las canciones de moda, los programas de televisión, el cine, ONGs, partidos políticos,... Se alimenta de la vida y, a la vez, se hace cada vez más influyente a través de los medios de comunicación6.

La postmodernidad se define en relación de oposición a lo moderno. Veamos pri­mero qué es, o a qué se le ha llamado modernidad:

- Por una parte, la modernidad se basa en la confianza ciega en La Razón. El hombre confía en hacer las cosas por sí mismo, dominar la naturaleza y su propio destino, desbancando a Dios.

- Por otra parte, la modernidad hace referencia a la confianza ciega en el progre­so continuo de la humanidad. El hombre con la esperanza puesta y fundamentada en su capacidad intelectual espera un futuro mejor.

¿Qué aporta la post-modernidad a la modernidad? El prefijo post parece en prin­cipio indicarnos que, de alguna manera, la postmodernidad deja atrás la modernidad. Esto quiere decir que hay una quiebra en esa confianza en el progreso conti­nuo y en el hombre para liderarlo. Una mirada en perspectiva al siglo que termina podría darnos una idea de los motivos: las dos guerras mundiales, Los Vietnam, Afganistán y similares, Oriente Medio, Yugoslavia y las innumerables e interminables guerras olvidadas por todo el mundo: los holocaustos, la amenaza nuclear, el cada vez mayor abismo entre países ricos y pobres y la aparente inoperancia de los orga­nismos internacionales, las vulneraciones de los derechos humanos, los fundamen­talismos, la corrupción a todos los niveles, la explotación salvaje de los recursos na­turales...

¿Cuál es la manera en que la postmodernidad deja atrás la modernidad? Tenemos para esto dos posturas7:

  1. Para algunos, como Habermas, la postmodernidad es que la modernidad ha llegado a descubrir su propio autoengaño. Para éstos la postmodernidad actuaría como una corriente crítica de la modernidad, señalaría sus contenidos y, sobre todo, sus límites en orden a reformar, reformular sus propuestas.

  2. Pero otros, como Nietzsche o Heidegger, van aún más allá, y ven en lo post-moderno un intento de expresar la decadencia de esta confianza en el progreso, en la racionalidad instrumental que ha marcado al mundo occidental en los últimos si­glos. La postmodernidad sería, para éstos, instalarse en el desencanto en La Razón, como fin del proyecto moderno.

Rasgos característicos de la postmodernidad

Con el riesgo de no lograr una descripción exacta de este fenómeno, vamos a exponer los grandes rasgos que ofrezcan un perfil lo más definido posible de esta nueva interpretación de la vida.

Debilidad y Desencanto de la razón

Basado en la esperanza en el progreso a la que antes aludíamos, apoyado firme­mente en la razón, el hombre ha librado muchas batallas para conseguir un mundo más próspero y más justo. Sin embargo, la ilusión puesta en el conocimiento científico como el gran salvador del mundo ha defraudado. Así la Ciencia amenaza con mons­truosas armas biológicas, donaciones de seres humanos,...; la Técnica ha creado grandes armas nucleares que podrían acabar con toda la población del planeta, la Justicia ha perdido credibilidad al tener una doble vara de medir con los últimos ca­sos de corrupción; y la Igualdad Social cada vez va siendo más desigual, al haber no sólo más diferencia entre la cantidad de ricos y pobres, sino también entre las condiciones de vida de los mismos. Así pues, el progreso tecnológico está siempre acompañado de aspectos negativos y, en consecuencia, será siempre un progreso amenazado y en beneficio de unos, utilizado, a veces, como dominio y poder sobre los demás.

"La razón `fuerte', pura y dura propia de los sistemas filosóficos precedentes, se ha mostrado impotente para explicar los grandes desastres de la humanidad. De es­te modo la confianza en la razón se quiebra para ingresar en los tiempos del pensa­miento débil, inseguro, desilusionado"8.

De preguntarnos cómo son las cosas, pasamos a decir "qué más da cómo sean las cosas, las cosas son como son y por más que queramos no las podemos cam­biar". La razón se rinde ante "la realidad" que parece no poder cambiarse. Y es que el desencanto de la razón y la debilidad del pensamiento ha generado también un "pasotismo" visible en nuestras vidas y vocabulario. Hoy en día, en la sociedad postmoderna de occidente, se "pasa" de las grandes instituciones que en otros mo­mentos movilizaron el mundo: los partidos políticos, religión, sindicatos... ¿Para qué? No existen ya razones fuertes para convencer e ilusionar.

El postmoderno se instala cómodamente en el pensamiento débil. Lo que hoy pienso y siento no sé si lo mantendré mañana. Como en un supermercado, cada cual elige, en el momento, lo que le apetece, sin temor a la incoherencia.

"Todos los comportamientos pueden cohabitar sin excluirse, todo puede escoger­se a placer, [...] lo viejo como lo nuevo, la vida simple-ecologista como la vida hiper­sofisticada"9. Las grandes interpretaciones de la realidad, los grandes proyectos, ideologías y utopías ya no tienen credibilidad. E incluso se llega a afirmar que, para la mayoría de la gente, ha desaparecido hasta la nostalgia por haberlas perdido.

La postmodernidad rechaza estos grandes relatos porque rechaza la Verdad Absoluta, el fundamento y porque hoy conocemos demasiados fracasos históricos para afirmar con seguridad donde está el ideal a seguir: en el continente ilustrado se dieron dos guerras mundiales, las ideologías marxistas han generado dictaduras y pobreza, el capitalismo permite convivir el derroche y la miseria.


Fragmentación, Relativismo y Provisionalidad


La pérdida de fundamentos, la negación de que exista una verdad alcanzable por medio de la razón han ocasionado la fragmentación y el nacimiento de múltiples fragmentos. El sujeto postmoderno se mueve entre fragmentos, sometido a una ava­lancha continua de informaciones y estímulos, difíciles de estructurar y ordenar. Por ejemplo, el bombardeo de información y estímulos que nos ofrece internet o los me­dios de comunicación.


En la postmodernidad se han perdido el horizonte histórico, las coordenadas orientadoras, el sentido de la totalidad. La catarata de acontecimientos creada por los medios de comunicación nos anega en un presente sin marco de referencia, sólo superficie lisa, pantalla y red de comunicación. El sujeto enfrentado con su propio deseo o con su propia imagen es incapaz de hacerse una representación coherente del universo.

Sin esperar conseguir la unidad propia de un sistema filosófico, sólo se aspira a un saber residual en una sociedad sin criterios absolutos, y propicia a buscar sólo consensos locales. Nos encontramos pues, como decíamos anteriormente, ante una pérdida de los grandes ideales colectivos (igualdad, libertad, fraternidad,...) en detri­mento de intereses individuales y concretos. Esta carencia de los grandes ideales es la que explica la preeminencia de estilos de vida "light" de perfiles "blandos", de actitudes éticas situacionistas y relativistas, en la que habrá tantas reglas morales como necesidades tenga cada uno. Hablamos pues de una moral de lo precario, movida por propuestas concretas, formuladas tentativamente y para las que no hay que reivindicar ninguna garantía definitiva de acierto o de bondad.

"Todos los comportamientos pueden cohabitar sin excluirse, todo puede escoger­se a placer, lo más operativo como lo más exótico, lo viejo como lo nuevo, la vida simple-ecologista como la vida hipersofisticada, en un tiempo desvitalizado sin refe­rencia estable, sin coordenada mayor"10.

Así el contrato temporal y las Empresas de Trabajo Temporal suplantan a las ins­tituciones permanentes en cuestiones profesionales o laborales, pero lo mismo ocu­rre en cuestiones afectivas, sexuales, familiares, culturales (moda), o políticas. El momento postmoderno manifiesta el proceso de indiferencia pura en el que todo proceder puede convivir con cualquier otro. Este hombre de la postmodernidad no se aferra a nada, no tiene verdades absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son carne de cañón de modificaciones rápidas.

Individualismo, Hedonismo, Narcisismo


Como hemos dicho hasta ahora, vivimos sumidos en la fragmentación, en donde sólo son posibles consensos locales y provisionales. La moral está hoy fragmentada, y tras la pérdida de la fe en la verdad, el centro de la acción es ahora el Yo. Son las acti­tudes, sentimientos, o preferencias del mismo lo que orienta la acción, y serán criterios puramente personales los que juzguen la misma. Habrá por tanto tantas reglas mora­les como necesidades tenga cada uno. Es una moral en la que todo vale, no es posi­ble distinguir el bien del mal, ya que todo queda relativizado al sujeto y a cada momen­to. En consecuencia no hay espacio para la culpabilidad, si por culpa entendemos la violación de una ley moral o el incumplimiento de un deber-ser11.


El postmoderno vive una vida sin grandes valores. Vale lo que me agrada. La única gran norma es: "Haz lo que quieras", "Vive feliz" como hace poco proclamaba una de las grandes obras maestras de la factoría norteamericana Disney: "Hakuna matata, vive y sé feliz".


Al mismo tiempo, el ideal de la autonomía del hombre, ha sido sustituido por el ideal de la autosuficiencia, más acorde con el individualismo y con la concepción de la libertad como una experiencia propia, de un mundo en el que todo vale porque to­do da lo mismo, con tal que no "te afecte demasiado". Así la nueva sociedad post-moderna promueve nuevos fines y legitimidades sociales: hedonismo, respeto por las diferencias, culto a la liberación personal, al relajamiento, a la expresión libre, dando una nueva significación a la autonomía personal que podríamos denominar como segunda revolución individualista.


¿Porqué decimos eso de segunda revolución individualista, si podemos aseverar que el individualismo es algo tan antiguo como el mundo? Trataremos de ver los matices que distinguen la nueva situación de otras anteriores:

- El individualista moderno trataba de poner por delante el ideal de autonomía y realización personal, tanto como proyecto personal como de otro o de todos en co­mún, sensibilizándose ante las injusticias.

- La postmodernidad modela, sin embargo, un nuevo individualismo; por eso se llega a hablar de una segunda revolución. Lo que resulta es un individualismo que antepone la satisfacción personal inmediata a cualquier otra cosa: "Disfruta mientras puedas"

Surge pues un hedonismo personalizado, basado en un placer vaciado ya del contenido rebelde propio de la modernidad, y que subraya sobre todo la vida convi­vencia) y ecológica de pequeño grupo, el cuidado del cuerpo, la relajación y el retor­no a uno mismo. Destaca pues el narcisismo como consecuencia del paso del indi­vidualismo limitado al individualismo total. La postmodernidad intenta hacer viable el vivir en una situación continuamente inestable, posibilitando un pensamiento que ba­jo un disfraz de tolerancia respetuosa "progre" esconde una actitud exenta de críti­ca, compromiso e implicación con los demás.

La tentación del nihilismo: la cultura del "vacío"

Ya ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las gentes, la sociedad postmoderna no tiene ni ídolo ni tabú, ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, nin­gún proyecto histórico movilizador, estamos regidos ya por el vacío. Este nihilismo no es estrictamente un fenómeno postmoderno. Lo que hay que decir es que el nihi­lismo postmoderno es especial. Y es porque carece de tragedia, es un nihilismo "light", no se vive como un suceso trágico, como algo que preocupe. Lipovetsky afir­ma al respecto: "Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo. Ésta es la alegre novedad"12.


Todas las instituciones, todos los grandes valores y finalidades que organizaron las épocas pasadas se están vaciando progresivamente de sustancia: una deserción que transforma a la sociedad en un organismo abandonado. El saber, el poder, el trabajo, el ejército, la familia, la iglesia, los partidos... han dejado globalmente de funcionar como principios absolutos y, en distintos grados, ya nadie cree en ellos, en ellos ya nadie invierte nada. El sistema funciona, pero es por inercia, en el vacío, controlado por los "expertos", que son los únicos que quieren inyectar sentido allí donde sólo reina un desierto apático.


Pero el individuo paga un precio. Cuando la propia necesidad de sentido ha sido barrida y la existencia puede desplegarse sin patetismo ni tragedia, sin aspiración a nuevos valores, el individualismo y la liberación del espacio privado lo absorbe todo: cuidar la salud, mantener los ingresos adecuados, desprenderse de "complejos", espe­rar las vacaciones... Ya resulta posible vivir sin ideal, sin un objetivo trascendente. El in­dividuo estructura la propia vida en torno a las dos grandes religiones del siglo XXI: el consumismo y la autocomplacencia. Y cuanto más se invierte en el Yo, como objeto de atención y de interpretación, mayores son la incertidumbre, la ansiedad, la insatisfac­ción y los interrogantes. El Yo se convierte en un espejo vacío: imposibilidad de sentir, vacío emotivo... Así van emergiendo individuos aislados y vacilantes, vacíos y recicla­bles ante la continua avalancha de modelos, propuestos por la publicidad y los medios de comunicación. El hombre actual se caracteriza por su vulnerabilidad, inmerso en una sociedad evanescente y consumista, en la que todo puede comprarse y venderse.





LA ESCUELA ANTE LA POSTMODERNIDAD

Debilidad y desencanto de la razón: la fragmentación del conocimiento en la escuela

La fragmentación postmoderna viene de la negación que exista la verdad, del de­sencanto del poder de la razón. La misma idea de Verdad ya no es creíble. El sujeto postmoderno se mueve entre fragmentos, perdido en el pluralismo inabarcable, so­metido a una avalancha continua de informaciones y estímulos. Ante tal avalancha al sujeto no le queda espacio ni tiempo para la reflexión. Las grandes interpretacio­nes de la realidad, los grandes proyectos y utopías tampoco tienen ya credibilidad.

Esto sin duda tiene unas implicaciones para los profesionales de la educación: ¿a qué debe dar más prioridad la escuela a los contenidos conceptuales a los proce­dimentales o a los actitudinales? ¿qué contenidos conceptuales debe impartir la es­cuela? ¿cómo los debe enseñar el maestro?

Ante esto pensamos que los maestros y educadores en general han de apostar por unas armas muy concretas: la interdisplinariedad, el trabajo en equipo, el fomen­to de la colaboración entre los docentes, una cultura de colaboración entre los miembros de la Comunidad Educativa, el aprendizaje significativo y por descubri­miento de los conocimientos, el constructivismo, y por fomentar la capacidad crítica y racional de los individuos13. Enseñar no tanto en contenidos, como en procedi­mientos para aprender los conceptos y criticarlos racionalmente14.


"A medida que el conocimiento científico se hace cada vez más provisional, la validez de un curriculum basado en el saber dado y en hechos indiscutibles se ha­ce cada vez menos creíble. Los procesos de investigación, análisis, obtención de in­formación y demás aspectos del aprender a aprender de forma crítica y comprometi­da cobran mayor importancia en cuanto objetivos y métodos para los profesores y las escuelas en el mundo postmoderno"15.

En la postmodernidad otras de las grandes características que fomentan la frag­mentación del conocimiento es el espectacular avance de los mass medias. Éstos nos dejan fascinados, tal fascinación nos oculta aquellos para lo que fueron creados, es decir parece como si los medios se estuvieran convirtiendo en fines, y olvidaron la esencia que verdaderamente impulsó y justificó su aparición en la modernidad16. En nuestras aulas hemos de ser capaces de adaptarnos ala nueva realidad que las nuevas tecnologías nos presentan, reflexionando lo imprescindible para con­seguir que:

- Éstas sean un apoyo a la enseñanza y no un objetivo de la misma.

- No obstaculicen la comunicación interpersonal entre los sujetos.

- Nuestros alumnos las utilicen de tal manera que produzca un aprendizaje signi­ficativo y construido en ellos, y no una sobreinformación y fragmentación del conoci­miento, que les impida adquirir un constructo mental adecuado17.

- No se conviertan en un elemento discriminador de nuestros alumnos, en fun­ción de que puedan contar con ellas o no en su vida cotidiana.

No obstante, creemos que no todo ha de ser críticas a la postmodernidad. Nos adherimos a Pérez Gómez que incide en la importancia de caer en la cuenta de que el "Fin de las certezas" también ha hecho a los individuos más autónomos, más in­dependientes de técnicos y científicos, potenciando el desarrollo personal de los in­dividuos18. En efecto, la puesta en cuestión de la racionalidad técnica y de las verdades absolutas por parte de la postmodernidad ha hecho posible propuestas co­mo la de Habermas que apuesta por sustituir una idea absoluta de verdad por una racionalidad en la que el saber se construya por medio del entendimiento entre las personas (racionalidad comunicativa)19.


Otro de los grandes problemas que atañen al conocimiento es que la sociedad neoliberal, a partir de una instrumentalización de la razón, ha mercantilizado también la información, de manera que ésta también se ha convertido en un elemento de consumo. Producto que, como todo producto de la sociedad capitalista, se ve res­tringido para todos aquellos que tienen los recursos económicos suficientes. De es­ta manera se están generando situaciones de marginalidad producidas por el no ac­ceso de la información. Ante este hecho es necesario plantearse algunos interro­gantes: ¿qué tiene que decir la escuela ante todo esto? ¿es la escuela la única res­ponsable de solucionar estas situaciones?

Ante esto es necesario que por un lado el sistema educativo garantice un saber cultural mínimo (comprensividad), el cual adaptándose a la realidad concreta del in­dividuo sea capaz de evitar situaciones de marginalidad a causa del conocimiento.

En la misma línea, nos parece importante reseñar el hecho de que la fragmenta­ción postmoderna no impregne las intervenciones o actuaciones que se pongan en marcha en el ámbito de los problemas sociales. Es decir consideramos, que si bien es preciso intervenciones especializadas en los distintos problemas sociales, éstas no se han de convertir en las únicas soluciones en su campo de actuación. Resulta imprescindible pues que se hagan propuestas de resoluciones de los conflictos so­ciales desde una perspectiva global, que abarque a todos aquellos que pueden te­ner una responsabilidad y un deber para con el asunto en cuestión.

En otro orden de cosas, el desencanto de la razón ha propiciado actitudes de escasa participación entre los distintos miembros de la comunidad educativa. Este pasotismo puede ser fruto de una pérdida de grandes ideales, de gran­des verdades, en definitiva de la pérdida del fundamento a la que aludíamos en el primer bloque de este documento. Y es que los padres, profesores,... carecen de fundamentos, de motivaciones que le impulsen a la lucha, al trabajo común, por ha­cer de la escuela un lugar de transformación social hacia un tipo determinado de hombre y de sociedad. Las concreciones de lo que decimos se observan en la esca­sa participación de los padres en las AMPAs; en la función pasiva que desempeñan los Consejos Escolares (más preocupados de mantener "la paz" que de plantearse problemáticas educativas, aún a costa de que éstas conlleven el conflicto); la escasa relevancia que tienen las asociaciones de alumnos en la vida educativa... 20.


La Diferencia y el pluralismo

En conexión con el hecho de la fragmentación del que hasta ahora hemos esta­do hablando, el saber postmoderno afina nuestra sensibilidad ante las diferencias. La situación actual es una radicalización del pluralismo, lejos del sueño racionalista de una unidad hoy imposible.

Ha sido en este contexto postmoderno donde la escuela ha recibido su empuje fi­nal. Este proceso ha resultado positivo para la escuela por cuanto ha propiciado que no se dé por hecho que a todos los alumnos haya que darles lo mismo, es decir, se ve la necesidad de atender a la diversidad. Pero quizás se llegue al otro extremo, es decir, al hecho de dar a cada uno una cosa, por lo que se podrían producir situacio­nes de marginalidad. Así pues hay que apostar para que desde la escuela se com­pagine la atención a la diversidad con la comprensividad. Esto nos plante otro inte­rrogante más: ¿hemos de utilizar estrategias fijas en nuestras escuelas o las estrate­gias deben ser flexibles? La respuesta parece obvia, creemos que las estrategias son medios al servicio de la enseñanza. Sin embargo es preciso orientar esta flexibi­lidad. Es decir, si la flexibilidad va a ir a favor de reducir las desigualdades, aposte­mos por ellas, pero si la flexibilidad es un elemento que va descuidar aspectos fun­damentales (amparada en un paternalismo aparentemente benévolo) se ha de tener cuidado y reflexionar acerca de al servicio de quién / qué está la flexibilidad.



El Relativismo y la Provisionalidad

La sobreinformación a la que aludíamos antes y sobre la que intentamos "nave­gar", junto con la rápida evolución a la que estamos expuestos nos conducen a una situación de duda e incertidumbre continua: relativismo. Sin esperar conseguir la unidad propia de un sistema filosófico21, sólo se aspira a un saber residual en una sociedad sin criterios absolutos, y propicia a buscar sólo consensos locales.

Este hecho pensamos que ha traído algunas consecuencias positivas a la escue­la. Así la cultura postmoderna ha roto con las "recetas" y las "intervenciones univer­sales" para todo contexto educativo por las que la modernidad apostaba. De ésta manera, desechados los moldes, la postmodernidad se abre a una cultura plural, en la que la escuela ha de dar respuesta a una realidad multicultural y con fuertes desi­gualdades sociales. La tendencia que observamos en la escuela es la de apostar por la Atención a la Diversidad; por hacer flexibles y adaptables las estrategias de aprendizaje a las características de los educandos; por acercar el conocimiento a sus intereses y necesidades; por considerar cada aula –incluso dentro del mismo centro- como un lugar idiosincrásico y ecológico de aprendizaje. Todo esto creemos que contribuye notablemente a reducir las desigualdades sociales, culturales,... siempre y cuando se pacten unos mínimos educativos que así mismo garanticen la no generación de mayores desigualdades, es decir, siempre que la Atención a la Diversidad sea compaginada con la Comprensividad.

Por otro lado el relativismo se hace latente en una falta de grandes valores en la escuela en particular, y en la sociedad en general. De esto tenemos noticias todos los días con los grandes problemas de disciplina, de comunicación educador edu­cando, de violencia,... que hace levantar las voces de padres y profesores –sobre to­do de secundaria- reivindicando una asignatura de educación cívica. Nosotros, sin embargo, nos decantamos porque todos los docentes trabajen desde sus áreas de conocimiento el tema de los valores. Pensamos que además de una asignatura de educación cívica, es necesario un aprendizaje en valores de manera interdisciplinar, en cada una de las horas que el alumno pasa en el centro. Ahora bien, para esto es imprescindible que el educador sea el primero que haga consciente la relevancia y significación que los valores tienen en su vida, así como cuál es su jerarquía de va­lores. Difícilmente se podrá educar en valores, si uno mismo no es el primero que emprende este camino consigo mismo, si uno no hace una reflexión interiorizada axiológica.



Educar en una sociedad Individualista y Hedonista


Como hemos dicho hasta ahora vivimos sumidos en la fragmentación, en la que sólo son posibles consensos locales y provisionales. La moral está hoy fragmenta­da, y tras la pérdida de la fe en la verdad, el centro de la acción es ahora el Yo. El ideal de la autonomía del hombre ha sido sustituido por el ideal de la autosuficiencia, más acorde con la fragmentación del orden social individualista. Así la nueva socie­dad postmoderna promueve nuevos fines: hedonismo, respeto por las diferencias, culto a la liberación personal,...


Pero ¿cómo educar en el individualismo hedonista y narcisista? Creemos que es necesario generar en la escuela unos espacios y unos tiempos que nos vayan ayu­dando a sentar unas normas morales comunes consensuadas, por medio de esa racionalidad comunicativa ala que aludíamos antes22, que nos vayan forzando a ser más solidarios, corresponsables...


Por otro lado también es preciso tener en cuenta que la modernidad con su ra­cionalismo mutiló la persona en detrimento del sentimiento; la postmodernidad ha hecho otro tanto, pero a la inversa; ha mutilado la razón a favor del sentimiento. Ambos extremos, por su unilateralidadd, son igualmente desechables desde una vi­sión armónica de la educación. Ni intelectualismo, ni sentimentalismo; más bien, sentimiento y razón. La integración armónica razón-afecto ha sido y es el reto de la educación23.


En otra línea urge fomentar actitudes de cooperación en la escuela. Hay que propiciar la autonomía del niño, pero evitando actitudes de autosuficiencia. Hay que hacer ver a nuestros alumnos los beneficios del contar con los demás, de tra­bajar cooperativamente, de que de esta manera podemos enriquecernos muchos y enriquecer a los demás. Sin duda esto es importante que los primeros que lo asumamos seamos los maestros, padres y demás miembros de la comunidad educativa. Pero es necesario que seamos los maestros los primeros en "bajarnos de la parra", que seamos capaces de aprender de los compañeros, de aprender incluso de nuestros alumnos. Actitudes de trabajo y preocupación por los proble­mas comunes y por los ajenos. Y actitudes que deben impregnar desde nuestras programaciones y proyectos más formales y burocratizados..., hasta todos nuestros pequeños y a primera vista insignificantes actos, actitudes, hábitos, lenguaje, costumbres de trabajo en el aula y en el centro, tanto con los compañeros de traba­jo como con nuestros propios alumnos.


Frente a este individualismo hedonista también hoy se ha de carear el tan aureo­lado desarrollo profesional del docente. Y es que pensamos que la búsqueda de la autenticidad personal es positiva siempre y cuando no se cierre en sí misma y tenga ideales de luchar por los bienes comunes. Pero si esta búsqueda de autorrealización personal no tiene en cuenta a los demás y es narcisista, mal asunto... Puesto que esto conducirá a otras de las características que definen nuestro tiempo: la irrespon­sable falta de participación social y política. Ésta, como decíamos antes, genera una falta de compromiso por los problemas sociales, unas actuaciones fragmentarias y localistas, que más que atacar los problemas sociales de raíz generan soluciones-parches, que además de acallar conciencias, también acalla las voces de los margi­nados con remedios mediocres y temporales.


En nuestro ámbito cabe preguntarse si el desarrollo profesional del docente es un signo más de esta ansia de individualismo y desarrollo personal. Si es así, es­ta actitud puede acarrear varios problemas. Uno de ellos el autoerigirnos como "supermaestros" o "supereducadores". Esta concepción puede desembocar en grandes decepciones y frustraciones cuando no alcanzamos los superobjetivos previstos. Y es que, como ya se ha comentado en varias ocasiones, no tenemos en cuenta que el contexto social exige de la intervención de otros ámbitos (eco­nomía, política,...) y otros profesionales como los trabajadores sociales, los psi­cólogos,... Por otro lado esta concepción del "supermaestro" nos va hacer exigir a nuestros compañeros más de lo que realmente pueden y deben hacer, y a fin de cuentas encontrarnos con que cargamos más las tintas -(de lo que ya lo ha­ce la sociedad en general)- sobre las responsabilidades y funciones de nuestra profesión.

Cultura del vacío, la estética sobre la ética. El desencanto por la escuela como ámbito de lo público

Hemos argumentado cómo la sociedad postmoderna vive dentro de lo que po­dríamos denominar "cultura de la apariencia". Ésta, preocupada más por el cuidado de la forma, descuida la esencia. Con ello se genera otra de las características que invaden nuestra sociedad: el nihilismo. Como hemos dicho, todas las instituciones, todos los grandes valores y finalidades que organizaron las épocas pasadas se es­tán vaciando progresivamente de sustancia: una deserción que transforma a la so­ciedad en un organismo abandonado. El saber, el poder, el trabajo, el ejército, la fa­milia, la iglesia, los partidos, la escuela... han dejado globalmente de funcionar como principios absolutos.

La escuela obligatoria, que nace como una institución primordialmente modernis­ta y cuya función inicial es la transmisión de una serie de conocimientos, ha perdido su gran razón de ser. En la sociedad postmoderna de la sobreinformación y de la pérdida de los grandes valores, parece que la escuela, obsesionada en la mencionada función, "ha perdido el norte"y por ello vive en unos momentos de desconcierto. Como bien acierta a decir el filósofo francés Alain Finkielkraut "la escuela es moder­na, los alumnos son posmodernos"24.

Ante esta situación nos parece muy interesante que se replanteara a todos los niveles (desde padres y alumnos, hasta los políticos de la educación pasando por el profesorado) cuál debe ser la misión primordial de la escuela: la Socializadora o la Educativa. En función de la respuesta que le demos, la escuela habrá de renovar sus estructuras, los tiempos y espacios, tendrá que definir el tipo de hombre que as­pira a educar,... Pero para todo esto antes es necesario dos cosas:

- Por un lado que el maestro, los padres y todos los miembros de la comunidad educativa emprendan un camino hacia la búsqueda de los valores y del tipo de ser humano que queremos educar. En efecto, resulta una irresponsabilidad, ya sea a causa del activismo o del borreguismo, no tener claro el tipo de hombre y mujer que queremos educar. De esta manera se corre el riesgo de formar el modelo de persona que se puede imponer "desde arriba" por una racionalidad técnica, o de formar un hombre fragmentado, indefinido, amparado en un relativismo absoluto. Por eso resulta fundamental que los educadores, tanto padres como maestros, realicen un ejercicio de reflexión personal, a fin de revisar cuál es el estado de au­tonomía moral25.

- Y en segundo lugar es necesario que juntos, todos los miembros de la comuni­dad educativa, participen realmente en la construcción y desarrollo de un proyecto común. Para esto es necesario crear nuevos espacios y ámbitos de relación de pa­dres, profesores y alumnos. Sin embargo, parece difícil crear estos ámbitos de parti­cipación, si antes no se salvan dos grandes obstáculos. Por un lado el eficientismo que parece obsesionar a los padres de los alumnos, cuando lo único que parece que les preocupa es que su hijo apruebe la asignatura como sea, para poder pasar de curso. Y por otro, el profesionalismo de los docentes, que creemos que merece mención aparte.

Creemos que el gran problema del profesionalismo radica en la defensa del pres­tigio social y del status socioeconómico. Desde nuestro punto de vista, el profesio­nalismo se construye a costa de otros, puesto que parece lógico que, para que tú estés por encima, ha de existir otros que necesariamente estén por abajo, y otros que ya estén en la situación que tú anhelas. Por esta sencilla explicación, pensa­mos que se cometen muchos errores que van en beneficio de unos o de otros, pero no del bien común.

Un ejemplo de todo esto es el uso que se hace del lenguaje tecnicista, cuando lo convertimos más en un medio de defensa y/o marginación contra otros profesiona­les o para marginar a los padres, más que en palabras llenas de un verdadero contenido científico que sirvan a los expertos para dialogar y avanzar en una ciencia de la que luego son capaces de hacer partícipes a los demás.

Es innegable, a la vez que necesaria, la existencia de un lenguaje - conocimiento pedagógico vulgar y otro científico. Si bien parece evidente la existencia y necesidad del conocimiento pedagógico científico, la existencia del vulgar también es demos­trable. En efecto, todos los seres humanos a lo largo de nuestras vidas hemos vivi­dos en diversos ámbitos -experiencias educativas, por lo tanto todos sabemos algo de educación. Todo esto al mismo tiempo se hace necesario, si de verdad queremos que la educación no sólo se limite a la que denominamos formal o no formal (más propias de los profesionales de la educación), sino también a la informal. Sin em­bargo este conocimiento pedagógico vulgar parece ser "enemigo combatible", pues­to que se cree va en detrimento del prestigio, del status, en definitiva del elitismo. Opinamos que la educación, como la filosofía o cualquier otro tipo de saber, no sólo puede ser poseída por unos cuantos, por cuanto esto supone no sólo un peligro, si­no además un empobrecimiento y una irresponsabilidad. Todos somos co-respon­sables de la formación del tipo de persona y sociedad que deseamos, y si todos aportamos la parte que nos corresponde, el resultado final será mucho más enri­quecedor.

Por otro lado todo, este profesionalismo crea un clima de relaciones basadas en la desconfianza. Esto se puede trasladar tanto a las relaciones humanas, como a las profesionales. Si entre los miembros implicados en el mundo de la enseñanza (ma­estros, padres....) existen ciertos resquemores, difícilmente se podrá crear un clima basado en la confianza, generador de una cultura de participación que a su vez re­dunde en una mejora de la calidad socioeducativa.

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2 Cooperador Paulino 138 (2007) 18-22.

3 Sinite 147 (2008) 159-164.

4 Revista de Ciencias de la Educación 213 (2008) 7-21.

5 AYUSTE, A. y TRILLA, J., "Pedagogías de la modernidad y discursos postmodernos sobre la educa­ción" en Revista de Educación 336 (2005); GERVILLA, E., Postmodernidad y Educación, Dykinson, Madrid 1993; GIMENO SACRISTÁN, J., "El futuro de la educación desde su controvertido presente", Revista de Educación, Núm. Extraordinario (2002) 271-292; PÉREZ GÓMEZ, A.I., "La cultura escolar en la sociedad postmoderna", Cuadernos de Pedagogía 225 (1994) 80-85.



6 Cf. LIPOVETSKI, G: La era del vacío, Anagrama, Barcelona 1990, p. 113.


7 Cf. AYUSTE, A. y TRILLA, J: "Pedagogías de la modernidad y discursos postmodernos sobre la edu­cación", Revista de Educación, núm. 336 (2005) pp. 219-248.


8 GERVILLA, E., Postmodernidad y Educación, Dykinson, Madrid 1993, p.42.


9 LIPOVETSKI, G., La era del vacío, Anagrama, Barcelona 1990, p. 41.

10 LIPOVETSKI, G., La era del vacío, Anagrama, Barcelona 1990, p. 41.


11 Cf. GERVILLA, E., Postmodernidad y Educación, Dykinson, Madrid 1993, p.57.

12 LIPOVETSKI, G.: La era del vacío, Barcelona, Anagrama, Barcelona 1990, p. 36.


13 Cf. GIMENO SACRISTÁN, J., El alumno como invención, Morata, Madrid 2003, p. 245.


14 Cf. MORÍN, E., Los sietes saberes necesarios para la educación del futuro, Paidós, Barcelona 2001.


15 HARGREAVES, A., "El malestar de la postmodernidad: el pretexto para el cambio", en Profesorado, cultura y postmodernidad, Morata, Madrid 1996, p. 85.


16 Cf. RUIZ ROMÁN, C., Educación intercultural. Una visión crítica de la cultura, Octaedro, Barcelona 2003.


17 Cf. GIMENO SACRISTÁN , J., "El futuro de la educación desde su controvertido presente", en Revista de Educación, núm. Extraordinario (2002) 291.


18 PÉREZ GÓMEZ, A.I., "La sociedad postmoderna y la función educativa de la escuela", en AA.VV.: Escuela pública y sociedad neoliberal, Aula Libre, Málaga 1997.


19 Cf. HABERMAS, J., Teoría de la acción comunicativa. Vol.1. Racionalidad de la acción y raciona­lización social, Taurus, Madrid 1987.


20 Cf. RUIZ ROMÁN, C., Educación intercultural. Una visión crítica de la cultura, Octaedro, Barcelona 2003.


21 Cf. OLIMPO SUÁREZ, J., "Postmodernidad y educación: ¿qué esta en juego?", en TOVAR, L. (Ed), La postmodernidad a debate, USTA, Bogotá 2002, p. 167.


22 Cf. HABERMAS, J.: Teoría de la acción comunicativa. Vol.1., Racionalidad de la acción y raciona­lización social, Taurus, Madrid 1987.


23 Gervilla, E.: Postmodernidad y Educación, Madrid, Dykinson, 1993.


24 FINKIELKRAUT, A., La derrota del pensamiento, Anagrama, Barcelona 1.987, p. 131.

25 Cf. RUIZ ROMÁN, C., Educación intercultural. Una visión crítica de la cultura, Octaedro, Barcelona 2003.

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