3.08 Carlos Mesters Maria Madre de Jesus

Carlos Mesters oc



MARIA, LA MADRE DE JESUS




Contenido:


1.- Entusiasmo por la Virgen, Nuestra Señora

Ser de Dios y del pueblo

La imagen de María es pobre y sencilla


2.-Los tres retratos que la Virgen nos conservó

de la Madre de Jesús.

Primer retrato: María era de Dios

Segundo retrato: María era del pueblo

Tercer retrato: María se reúne en oración


3.-¡Ave, María, llena de gracia!

La vida de Nazaret

La vida en familia

La vida de los “pobres de Dios”

“Dios está contigo, María”

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti”

María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios


4.-La lucha entre la Mujer y el Dragón de Maldad

El nacimiento de Jesús

Herodes y los magos

Las dos señales en el cielo: la mujer y el dragón.

Dios interviene a favor de la vida


5.-La historia de María continúa hasta hoy

Víspera de Navidad: Embarazada de Jesús

Navidad: Dio a luz un niño

Belén: Puso al niño en un pesebre

La huida a Egipto: Herodes continúa matando niños

La estrella de Belén: Los magos ofrecen sus dones

Nazaret: El niño crecía y estaba sujeto a sus padres

Al pie de la cruz: “Ahí tienes a tu madre”

Pascua: La extraña fuerza de la Resurrección


6.- El homenaje del pueblo a la Madre de Jesús

Los nombres que el pueblo dio a María

Las fiestas del pueblo en honor de la Virgen María






© Carlos Mesters oc.


Con las debidas licencias


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María nuestra del Magníficat:

queremos cantar contigo la grandeza del Señor:

que derriba de su trono a todos los dictadores

y sostiene la marcha de los oprimidos,

que rompen estructuras en busca de la LiberaciónÉ

(Pedro Casaldáliga)



1.

Entusiasmo por la Virgen,

Nuestra Señora


El nombre de María


Es costumbre en nuestro pueblo llamar a las mujeres con el nombre de María. Cuando alguien va por la calle y no sabe el nombre de una mujer la llama así. “María, oye, ven acá”. Casi siempre se acierta y ellas no se quejan ni reclaman. El nombre de María no sólo sirve para llamar a las mujeres, sino que también muchas mujeres tienen de hecho este nombre. Difícilmente se encuentra una familia que no tenga alguna de sus mujeres con el nombre de la Virgen: Ana María, María José, María Elena, Fátima, Concepción, Carmen, Piedad, Rosario, Consuelo, Asunción, Mercedes, Estrella, Gracia, Pilar, Dulcenombre, María Teresa, María Luisa, o simplemente María.


Estos y otros muchos nombres tienen todos el mismo origen. Vienen del nombre de la Madre de Jesús, que se llamaba María. Ella era una joven pobre y humilde. Vivió hace ya casi dos mil años. Pero todavía hoy al pueblo le agrada llamarse con su mismo nombre. Le gusta rezarle e invocarla con una corta oración muy antigua que se llama el Ave María.


¡Ave María!


La primera parte de esta oración viene del ángel Gabriel, cuando saludó a María invitándola a ser Madre de Jesús. El ángel entró en casa:


Ave María, llena de gracia

el Señor está contigo”. Lc 1,28


La otra parte la pronunció Isabel, prima de María. ésta fue a visitarla, y cuando se encontró con ella, le dijo:


Bendita eres tú entre las mujeres.

Y bendito es el fruto de tu vientre”. Lc 1, 42


Después los cristianos completaron los saludos del ángel y de Isabel con estas palabras:


Santa María, Madre de Dios,

ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora de nuestra muerte!”.


Después del Padre Nuestro, el Ave María es la oración más conocida de todos los cristianos. Hace siglos que millones de personas la repiten sin cesar. Cuando se reza el rosario se repite cincuenta veces.


Es difícil encontrar en el mundo cristiano a alguien que no haya rezado nunca o no sepa rezar el Ave María. Mucha gente comienza su instrucción religiosa aprendiendo a rezar el Ave María.


Entusiasmo por

la Virgen,

Nuestra Señora


La historia de nuestro pueblo cristiano parece un inmenso caminar con entusiasmo y fervor hacia la Virgen María, Madre y Señora nuestra, que ha conquistado los corazones. Un fervor vivido ardientemente, a través de los siglos por la gente sencilla y humilde.


Aunque no lo parezca, aunque la gente no lleve un letrero con el nombre de María, sin embargo, sí lleva en lo más íntimo de su corazón a María; por eso adornan sus altares y ponen flores con fervor a la imagen de la Virgen. Por todas partes se ve el nombre y la imagen de la Virgen Santísima, aclamada e invocada por millares de voces que en el fondo de su alma la invocan continuamente y con entusiasmo, con estas palabras: ¡Ave María!.


Llevando en su corazón el amor a la Virgen, el pueblo expresa en la veneración a María su esperanza de poder llegar a donde ya llegó ella, o sea, a gozar de la total libertad de los hijos de Dios, en el cielo. Venerando públicamente la imagen de la Virgen María, el pueblo da a todos la prueba concreta de que, caminando con Dios, es posible realizar esta esperanza.


La historia de María es el modelo de la historia del pueblo humilde. Es una historia que todavía no ha terminado. Continúa hasta hoy, en las pequeñas y grandes historias de este pueblo que camina en la vida, llevando en su corazón su amor y devoción a la Virgen, rezando sin parar: ¡Ave María!


Los Grandes y los Pequeños


María, joven humilde de un pueblecito del interior de Palestina, es venerada, hasta hoy por millones de personas. Todo el pueblo la venera y la invoca. Ella mismo lo predijo y manifestó a Isabel: “Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las naciones” (Lc 1, 48). ¿Cómo se explica esto?


La pregunta no es tan sencilla como podría parecer. Fijémonos. Cuando el ángel visitó a la Virgen, todas las naciones de las que ella hablaba estaban dominadas por Augusto, Emperador de Roma, dueño del mundo. El Emperador Augusto no sabía nada de aquellas visitas del ángel a María, y de María a Isabel, ni tampoco fue consultado, aunque se trata de un asunto muy importante relacionado con el destino de esas naciones que él dominaba. Aún más, casi nadie se enteró de ello. Dios no hace propaganda de las cosas que realiza.


Si en aquel día alguien hubiese avisado al Emperador: “Señor Emperador: allí en Palestina, una joven acaba de tener la visita de un ángel" Es necesario, Señor, poner remedio, pues la cosa parece muy seria. Esta joven anuncia que va a ser proclamada bienaventurada por todas las naciones del mundo. Dice que los poderosos serán derribados de sus tronos” (Lc 1, 52). ¿Cuál habría sido la respuesta del Emperador? Tal vez hubiese dicho: “Por favor, no seas ridículo. Un ángel y una chica joven no son una amenaza para mí y para mi trono. Es a mí a quien las naciones están llamando bienaventurado. Mi trono está firme, no se preocupen. Tengo enemigos más serios que combatir”.


Sin embargo, la joven de Nazaret tenía razón. Muchos años después el emperador Augusto cayó de su trono y en el lugar donde estaba el templo de la diosa de Roma, surgió una iglesia en honor de Santa María de la Victoria.


¿Cómo se explica esto?


Ser de Dios y del Pueblo


Esto se explica muy sencillamente. Por dos motivos. Primero: María era mucho más que una joven sencilla. Era portadora de la esperanza de todo un Pueblo, ¡del Pueblo de Dios!


Segundo motivo: María, además de ser del Pueblo, era también de Dios totalmente, y Dios estaba con ella.


¡Hija de Dios y del Pueblo! Estos dos puntos marcan la vida de Nuestra Señora. Por eso el Pueblo la venera con tanto entusiasmo, caminando en pos de ella por los caminos de la vida e invocando su nombre con fervor. ¡Por eso exactamente el pueblo espera en los que trabajan por su liberación!


Para poder ser del pueblo, tiene que ser de Dios. Para poder ser de Dios tiene que ser del pueblo. Eso es lo que Dios y el pueblo anhelan.


¡Hija de Dios y del pueblo! Son estos dos grandes retratos los que la Biblia nos da de Nuestra Señora y que la Iglesia conserva en su álbum. En un tercer retrato, la Biblia muestra cómo María sabe unir en su vida su amor a Dios y al pueblo.


Vamos a abrir ahora el álbum de la Iglesia y ver con detalle estos tres retratos de nuestra Madre. Abrir el álbum de la Iglesia y ver con detalle estas fotos de María es como contemplar detalladamente la imagen de la Virgen.


La imagen de María es pobre y sencilla


La imagen de Nuestra Señora que se venera en muchos santuarios del mundo suele ser pequeña, cubierta de un manto azul, manto precioso, ricamente adornado. ¡Regalo del Pueblo! Porque al pueblo le agrada adornar y enriquecer a quien venera y ama. Pero el manto rico acaba por esconder gran parte de la imagen pobre y sencilla de María. Solamente mirando a la Imagen descubierta es como el pueblo sencillo se da cuenta de que María es humilde y pobre. El manto es bonito y bueno. No se puede tirar. Pero la gente viéndolo no puede darse cuenta de que la imagen de la Virgen es sencilla y humilde, como tantas otras jóvenes del pueblo que la gente encuentra por la calle.


Aquello que sucedió con su imagen, sucede con la misma Virgen María. Glorificada por el pueblo y por la Iglesia como Madre de Dios, ella recibe un manto de gloria, regalo de la fe del pueblo. Pero el manto de gloria acaba escondiendo gran parte de la sencillez y humildad que ella tiene.


La hace una persona diferente; y la gente casi olvida que la Virgen fue y es todavía una joven pobre y sencilla de pueblo.


Solamente contemplando abiertamente los retratos que la Iglesia conserva en su álbum, la gente puede ver que María en la Biblia es pobre y sencilla, muy semejante a la mayoría de nuestro pueblo.


La Biblia habla muy poco de la Virgen María, pero lo poco que dice es muy importante. Es lo suficiente para que la gente pueda conocer la grandeza de su sencillez y la riqueza de su pobreza. Es lo suficiente para que la gente pueda descubrir su mensaje para nosotros.




2.

Los tres retratos que la Biblia nos conservó

de la Madre de Jesús



Primer Retrato:

María era de Dios


Oír, Creer y Vivir la Palabra de Dios


Durante la visita a Isabel, María mostró su gratitud a Dios, haciendo un cántico que aún hoy cantamos: “El Señor ha hecho en mí maravillas, su Nombre es Santo!” (Lc 1,49). Ahora bien, este cántico todo entero está hecho con frases escogidas de la Biblia (cfr. Lc 1, 46-55). Sólo una persona que conoce la Biblia y la guarda en su corazón es capaz de hacer semejante cántico.


Esto demuestra que María conocía muy bien la Biblia. Ella meditaba la Palabra de Dios, leyéndola en casa, o participando de las reuniones con el pueblo. Conocía la historia de Abrahán y del éxodo, la Ley de Moisés, las promesas de los profetas, los salmos de David. Estaba de acuerdo con el plan de Dios descrito en la Biblia (cfr. Lc 1, 54-55).


Y no era sólo eso. Ella, no sólo oía y meditaba la Palabra de Dios, sino también procuraba vivirla, para así ayudar en la realización del plan de Dios. Es lo que demuestra en la visita del ángel. Cuando el ángel Gabriel le presentó la Palabra de Dios, María no tuvo duda. Aceptó y se puso a la disposición de Dios: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). O sea: “Que esta Palabra de Dios se realice en mí”. Por eso precisamente la elogió Isabel: “María, ¡dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).


La Palabra de Dios en la Biblia y en la Vida


Y aquí debemos notar lo siguiente: aquella Palabra de Dios que el ángel llevó a María no estaba escrita en la Biblia, sino que era un hecho nuevo que estaba sucediendo en aquel mismo momento. Para María, Dios hablaba no sólo por la Biblia, sino también por los hechos de vida. Ella fue capaz de reconocer la Palabra de Dios escrita en la Biblia. La meditación de la palabra escrita purifica los ojos y hace descubrir la palabra viva de Dios en la vida. “Felices los que tienen su mirada limpia porque verán a Dios”, diría Jesús unos treinta años más tarde (Mt 5,8). Es en esta atención constante a la Palabra de Dios en la Biblia y en la vida donde está la causa de la grandeza de María. En una ocasión, cuando Jesús estaba echando un sermón al pueblo, una mujer no pudo contenerse más y elogió a su madre: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc 11, 27). Pero Jesús no estaba muy de acuerdo, e hizo otro elogio a su madre: “Dichosos lo que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28).


La causa de la grandeza de María no estaba en el hecho de que era la Madre de Jesús, de haberlo llevado en su seno nueve meses y haberlo alimentado con sus pechos. Eso era la consecuencia. La causa estaba en el hecho de que ella escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica. Porque fue obediente a la Palabra de Dios, ella dijo al ángel: “hágase en mí según tu palabra”. Y en ese momento ella comenzó a ser la madre de Dios. Y todavía conviene recordar que Jesús no dijo: “Dichosos lo que leen la Biblia y la ponen en práctica”. Sino que dijo: “Felices los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. La Palabra de Dios no está solamente en la Biblia. Ella se revela tanto en la Biblia como en la vida.


A pesar del sufrimiento

Nadie debe pensar que todo fue fácil para la Virgen María. En su firme voluntad de oír y practicar la Palabra de Dios ella encontraba no sólo su felicidad y su paz, sino también la fuente de su sufrimiento. Muchas de las cosas que Dios exigía de ella, no las llegaba a entender plenamente. Procuraba entenderlo, pero no siempre lo conseguía. Así, ante la Palabra de Dios algunas veces se quedaba con miedo. El ángel tuvo que decirle: “No tengas miedo, María!” (Lc 1, 30). Otras veces ella se quedaba admirada, por ejemplo cuando el anciano Simeón dijo que Jesús era la luz de las naciones (Lc 2, 32-33). Ella tenía que haberse quedado muy preocupada, cuando el mismo Simeón le dijo: “Una espada de dolor atravesará tu corazón!” (Lc 2,35). Se quedó sin entender también la invitación del ángel para ser la madre de Jesús (Lc 1, 34). Y no entendió las palabras que Jesús le dijo, después que ella lo buscó durante tres días y lo encontró en el templo en medio de los doctores (Lc 2, 50).


María debe haber sufrido horriblemente cuando, por causa de su fidelidad a la Palabra de Dios, provocó aquella duda en San José (Mt 1, 18-19). La Biblia dice que María lo escuchaba todo y lo guardaba en su corazón. Se quedaba recordando, rumiando y meditando las cosas grandes y pequeñas de la Biblia y de la vida (cfr Lc 2, 19. 51). No lo sabía todo. No lo entendía. Había mucha obscuridad. ¡La luz se fue haciendo en el camino!


Un Resumen de la vida de María


La Palabra de Dios tenía puerta abierta en la vida de María, y en ella no encontraba ningún obstáculo. Encontraba un corazón abierto y una voluntad dispuesta, que decía: “Yo soy la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra!”. O sea: “Estoy aquí, a las órdenes de Dios”. Estas palabras son como un resumen de la vida de María. Por todo esto, ella ya no se pertenecía más a sí misma. Pertenecía a Dios. Era de Dios totalmente. “El Señor está contigo”, decía el ángel.


Dios no era para María apenas una idea bonita, sino alguien sin el cual ella ya no podía vivir. Ella se amarró a Dios y se llamaba su empleada o sirvienta (cfr Lc 1, 38. 48). Dios tomó posesión de la vida de María y ella dejó que él tomase posesión de su vida. No puso ninguna resistencia, nunca, ni siquiera un poco.


Como para Abrahán, el padre del pueblo al que ella pertenecía, así para María, no fue fácil aceptar y vivir la Palabra de Dios en su vida. Fue motivo de mucho sufrimiento y duda, de mucha tristeza y obscuridad. Pero ella permaneció firme, como permaneció firme su padre Abrahán. ¡De tal padre, tal hija!


Desde la Concepción hasta la Asunción


La Iglesia enseña que Dios cuidó de la vida de María desde su primer momento hasta su último fin, desde el momento en que ella fue concebida hasta el momento en que fue elevada al cielo. Esto es, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción a los cielos.


Estas dos verdades enseñadas por la Iglesia son la confirmación de lo que la Biblia enseña abiertamente: la Palabra de Dios influyó en María desde el principio al final de su vida. Ella era de Dios total y radicalmente. Nunca hubo en ella algo que fuese contrario a Dios. Dios reinaba en María. En ella el Reino de Dios era ya un hecho. Aquel pecado de Adán por el cual el hombre se separó de Dios, nunca tuvo lugar en María.


Todo esto nosotros lo celebramos todos los años en dos grandes fiestas: la fiesta de la Inmaculada Concepción -8 de diciembre- y la fiesta de la Asunción -15 de agosto-.



Segundo retrato:

María era del pueblo

Atenta y preocupada por los otros


La amplia acogida de la Palabra de Dios en la vida de María no hizo de ella una persona etérea, desligada de las cosas de la vida y del pueblo. Al contrario, hizo de ella una persona muy atenta y preocupada por los problemas de los otros. Por ejemplo, cuando María aceptó la Palabra de Dios, transmitida por el ángel, su primer pensamiento no fue para sí misma, sino para su prima Isabel. El ángel le había informado que Isabel, señora ya de cierta edad, estaba embarazada por primera vez (Lc 1, 36).


Isabel necesitaba ayuda. María no lo dudó y se marchó para Judea, a más de 120 kilómetros de Nazaret. Hizo el viaje solamente para poder ayudar a su prima en los tres últimos meses de embarazo (cfr Lc 1, 39-56). Y en aquel tiempo no había tren ni autobús.


Un campesino, al leer este trozo del Evangelio, dijo: “Siempre que voy a visitar a mi madre llego a casa diciendo que voy a estar poco tiempo, pues voy apurado. Veo a mi madre en sus tareas de casa; cuando va a buscar y recoger leña, a la pobre le cuesta mucho trabajo y apenas consigue la que necesita. La próxima vez que vaya a verla en su casa, voy a hacer como la Virgen María, y me voy a quedar más tiempo con mi madre para ayudarle”.


En otra ocasión María fue invitada a una fiesta de bodas en Caná (Jn 2,1). Jesús también estaba allá. En las fiestas de boda en aquel tiempo se comía y se bebía mucho, a discreción. Llegó el momento en que María se dio cuenta de que les estaba faltando vino. Y ella, no sólo notó la falta de vino, sino que hizo lo posible para conseguirles más vino, y habló con Jesús: “Estos no tienen más vino” (Jn 2,3). Y así fue como María consiguió que Jesús hiciese su primer milagro en favor de una familia pobre, para que no quedasen en ridículo ante los invitados a su fiesta (Jn 2, 6-11).


En vez de permanecer ella pensando sólo en sí misma y en su salvación, la Palabra de Dios hizo que María saliese de sí misma y se olvidase de sus problemas para pensar en los problemas de los otros y ayudarles.


No abandona a los amigos en la hora de la necesidad


Aunque María no siempre entendía todo lo que Jesús hablaba y hacía, ella siempre lo apoyó. Y por eso, tuvo problemas con sus parientes. ¿Quién es el que no los tiene?


Sus familiares estaban preocupados con Jesús y se lo achacaban a que María lo dejaba demasiado; que Jesús había perdido el juicio (Mc 3,11). Querían traerlo y recogerlo en su casa (Mc 3, 21). Y consiguieron que María lo buscase para decírselo (Mc 3, 31-32).


Pero Jesús no hizo caso, y les hizo saber a los parientes que ellos no tenían ninguna autoridad sobre él. Sólo Dios tenía autoridad, y lo importante era hacer su voluntad (cfr Mc 3,33-35). En otra ocasión, los parientes querían que Jesús fuese un poco más atrevido y que se fuese hasta Jerusalén, la capital, para conseguir más fama (cfr Jn 7, 2-4).


En el fondo, los parientes no querían a Jesús (cfr Jn 7, 5). Eran oportunistas. Sólo querían aprovecharse de su primo famoso. Es lo que Jesús dijo: “Los enemigos del hombre serán sus propios familiares” (Mt 10,36). Es lo que estaba pasando con él mismo, dentro de su propia familia. ¡María debe haber sufrido mucho con esto!


Pero cuando, al final, apresaron a Jesús como un malhechor (Lc 23,2) y lo condenaron como un hereje (Mt 26, 65-66), los parientes se callarán todos y no habo ninguno que diera la cara, a no ser algunas mujeres.


Pero María siguió fiel. No huyó ni tuvo miedo. Hasta los apóstoles, menos Juan, huyeron todos (Mt 26,56). Ella no. Se quedó con Jesús y lo apoyó. Fue con él hasta el Calvario y allí estuvo firme, asistiendo a su agonía (Jn 19,25). Eso hacía parte de su misión, asumida delante del ángel: “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.


Las autoridades condenarán a Jesús como anti-Dios y anti-Pueblo (enemigo de Dios y del pueblo). A María no le importó. Fue la única persona de la familia que no lo abandonó. Ella no abandona a las personas en la hora de la necesidad, de la prueba y del dolor. ¡Va con ellos hasta el fin!


Lo mismo hizo con los apóstoles. Aunque todos huyeron, ella no los abandonó. Estuvo con ellos perseverando en la oración, durante nueve días, para que la fuerza de Dios les ayudase a superar el miedo que los inmovilizaba y los hacía huir (Hch 1,14).



Era del pueblo por decisión propia y por condición de vida


Todo esto demuestra que María no solamente era de Dios, sino también del Pueblo de Dios.


¿Qué significaba para ella ser del Pueblo de Dios?


Para María eso significaba ser del pueblo pobre y vivir sus problemas.


María era del pueblo pobre, no como quien desciende de lo alto del trono para dar una pequeña ayuda o limosna a los pobres necesitados, allá abajo. Era del pueblo porque vivía la misma vida de todos. No era rica, ni poderosa (cfr Lc 1, 52-53). Para los pobres como ella, no había lugar en los hoteles y sólo tenía el abrigo de los animales, las grutas y los barrancos (Lc 2,7).


Pero existen pobres que, a pesar de ser pobres, están al lado de los ricos y de los poderosos, y desprecian a sus compañeros pobres. María no era así. El canto hecho por ella en casa de Isabel demuestra muy bien de qué lado escogía ella vivir: en el lado de los humildes (Lc 1,52), de los que pasan hambre (Lc 1,53), de los que temen a Dios (Lc 1,50).


Aparte de esto, ella se separó claramente de los orgullosos (Lc 1,51), de los poderosos (Lc 1,52) y de los ricos (Lc 1,53). Para María, ser del Pueblo de Dios significaba vivir una vida pobre y asumir la causa de los pobres, que es la causa de la justicia y de la liberación.


Todo esto puede chocar a los ricos y a los poderosos a quienes también les agrada ir detrás de la Santísima Virgen María con devoción y fervor, como también lo hace el pueblo humilde. Pero ésta es la verdad. Si no se convencen, que lean y reflexionen en el Evangelio el Cántico de María (Lc 1,46-55).


Finalmente, María era del pueblo, porque llevaba en sí la misma esperanza de todos, la misma fe y el mismo amor.


Todo lo pasado, desde Abrahán, corría por sus venas y le hacía actuar (cfr Lc 1,54-55).



Tercer retrato:

María se reúne en oración con los amigos


¿De dónde sacaba María la fuerza

para ser siempre de Dios y del Pueblo?


Hay dos pasajes en la Biblia que dan respuesta a esta pregunta.


Primer Pasaje


La Biblia nos dice que María, después de subir Jesús al cielo, se quedó con los apóstoles y permaneció con ellos nueve días en oración, hasta el día de Pentecostés (Hch 1,14). Aquí está el secreto de su fuerza: ¡en la oración! Ella estuvo en oración nueve días seguidos con aquellos hombres miedosos. El efecto de la oración fue la venida del Espíritu Santo que los transformó en hombres valientes y fuertes. Perdieron el miedo. Ya no se asustaban por las amenazas (Hch 4, 18-21), ni con las prisiones (Hch 5, 17-21), y torturas (Hch 5, 40-42).


María hizo lo que Jesús recomendaba: “Pues si ustedes, malos como son, saben dar cosas buenas a sus niños, ¿cuánto más su Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lc 11,13). Gracias a la oración de María, hecha junto con los apóstoles, el Espíritu Santo descendió con aquella abundancia y fundó la Iglesia en el día de Pentecostés (cfr Hch 2,1; 4,31).


Segundo Pasaje


El otro pasaje es el mismo cántico de la Virgen María (Lc 1,46-55). En este cántico hay varias frases de salmos del Antiguo Testamento. De tanto rezar los salmos, María los sabía de corazón y llegaba a usarlos para expresar su propia gratitud a Dios. Por su oración constante, ella atraía los dones del Espíritu Santo, no solamente sobre sí misma, sino también sobre el pueblo. Es el Espíritu Santo el que hizo nacer no solo a la Iglesia, sino también al mismo Jesús (cfr Lc 1,35).


Los dones del Espíritu Santo son: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, conocimiento y respeto del Señor (Is 11,2). María poseía estos dones en alto grado, como fruto de su oración. Por la oración, ella estaba unida a Dios y al Pueblo.


Estos pasajes que la Biblia nos conserva de la Madre de Dios nos dan una idea de aquella joven que recibió la visita del ángel Gabriel y que hasta hoy es aclamada y venerada por todo el pueblo.





3.

Ave, María, llena de gracia


La vida en Nazaret


El lugar


Nazaret, el lugar donde el ángel fue a visitar a María, era un lugar pequeño, un pueblo del interior. Estaba medio perdido en lo alto de los cerros de Galilea, un poco encima del lago. Lugar de poco prestigio, pues el pueblo decía: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46).


La condición de vida del pueblo


Las casas eran pobres, cavadas en parte en el lado de la montaña. Pocas casas, poca gente. Todo el mundo se conocía, todo el mundo sabía la vida de cada uno. Tanto es así que, cuando Jesús volvió para allá, anunciando el Evangelio después del bautismo en el río Jordán, el pueblo quedó admirado con él y decía: “¿De dónde saca éste eso? ¿Qué saber le han enseñado a éste, para que tales milagros le salgan de las manos? ¡Si es el carpintero, el hijo de María!” (Mc 6,2-3).


En realidad es así. Cualquier cosa que uno hace diferente de los otros, el pueblo enseguida lo comenta.


Nazaret tenía una sola fuente de agua para el abastecimiento de todos. La vertiente era un lugar de encuentro para las mujeres que iban por agua. Desde allá las noticias se extendían por el pueblo, mezcladas con los comentarios de la gente, como hasta ahora sucede en muchos poblados y aldeas del interior de Palestina.


Las reuniones del Pueblo en torno a la Biblia


Había allá una casa de oración llamada sinagoga (cfr Lc 4,16), donde el pueblo se reunía todos los sábados para rezar y escuchar la lectura de la Biblia, explicada y comentada por el coordinador de la Comunidad o por uno de los presentes, invitado para eso por el coordinador.


Así, una vez Jesús, que no era coordinador de la Comunidad de Nazaret, fue invitado para hacer la lectura y dar una explicación al pueblo (Lc 4, 16-22).


Junto a la sinagoga, la Comunidad tenía una escuela, donde los niños aprendían a leer la Biblia en hebreo. El pueblo hablaba el arameo.


El Trabajo


La Población de Nazaret vivía sobre todo del trabajo en el campo. Labraban la tierra. Alguno que otro, como Jesús, prestaba además su servicio a la comunidad como carpintero o herrero. Por esto Jesús contaba tantas parábolas sobre el campo, la simiente, los árboles y las flores. El conocía todas estas cosas por propia experiencia.


La tierra no era de ellos. Ellos sólo eran arrendatarios. Había una especie de latifundio. Los dueños de la tierra vivían en la ciudad de Tiberíades, que estaba junto al lago.


Las mujeres, como la María, vivían en su casa una vida más retirada cuidando de los hijos y de los quehaceres domésticos. Salían para buscar agua a la fuente con que llenar los cántaros y vasijas de la casa.


La Situación del país


A primera vista, Nazaret parece que debía haber sido un pueblito simpático y tranquilo. Pero en realidad no era tan tranquilo. El país estaba ocupado por los romanos extranjeros que exigían al pueblo impuestos pesados, que eran cobrados por unos fiscales a los que el Evangelio les da el nombre de publicanos. La mayoría de los publicanos eran gente deshonesta que robaba mucho.


Los romanos ordenaron que se hiciese un empadronamiento (Lc 2,1) para cobrar impuestos. Los terratenientes hacían amistad con los romanos y se arreglaban bien. El pueblo pobre era el que sufría. Por eso comenzó a surgir un movimiento para luchar contra los romanos. Los miembros de este movimiento de liberación se llamaban zelotes. La mayor parte de ellos procedía de Galilea. Era gente violenta. Cuando podían, mataban a los soldados romanos, sobre todo en la oscuridad de la noche. Esto provocaba represiones violentas en las que corría mucha sangre. El pueblo comentaba en voz baja éstas y otras cosas, cuando iban a buscar agua a la fuente. Era la noticia del día, sobre todo en Galilea. Muchos galileos pertenecían a este movimiento, de tal manera que en el sur la palabra galileo significaba enemigo de los romanos. Quien nos informa de todas estas cosas es Flavio José, un señor que vivía en aquel tiempo y se dio el trabajo de escribir la historia del pueblo de Palestina.


Por lo tanto, Nazaret no era un lugar tan tranquilo para vivir: estaba en una región explosiva. El tiempo en que vivía la Virgen María era un tiempo incierto e inseguro.


La vida en Familia


En la casa de sus padres


Poco sabemos de esta vida. La Biblia casi no dice nada. La vida de María debe haber sido como la de cualquier otra joven de Nazaret: traer agua, arreglar la casa, ayudar en la educación de los hermanos menores, conversar en la fuente, leer y meditar la Biblia, rezar a Dios en silencio, participar de las fiestas y de los rezos del puebloÉ Nosotros la llamamos María, pero en aquel tiempo el pueblo la llamaba MIRIAM.


La Biblia no dice nada sobre los padres de Miriam, pero los cristianos sabemos por la tradición que se llamaban Joaquín y Ana. De sus padres ella recibió su fe en Dios, su amor a la vida y la esperanza en el futuro de su pueblo.


Como las otras jóvenes del lugar


Como todas las jóvenes de su tiempo, ella llevaba en sí la esperanza del pueblo, alimentada por las profecías, la esperanza de que un día tendría que nacer el libertador, el Mesías.


Como todas las jóvenes de su pueblo, ella debe haber tenido el deseo de poder contribuir para la realización de esta esperanza. ¿De qué manera? Siendo madre, teniendo hijos, pues en un futuro próximo o remoto tendría que nacer el libertador del pueblo. Y, tal vez, como tantas otras, ella debía alimentar en sí el deseo secreto de ser la escogida de Dios para ser madre de ese futuro libertador.


Además, conforme a los cálculos realizados por los doctores de aquel tiempo, todo indicaba que el día de su nacimiento debía estar muy cercano.


El noviazgo con José


En Nazaret vivía un joven llamado José. Su familia no era de allí. Era del sur, de Belén (Mt 1,19). En aquel tiempo, mucha gente se venía del sur para llevar una vida mejor en el norte, en Galilea. José era uno de ellos. Era emigrante o hijo de emigrantes. Persona pobre, pero honesta. La Biblia dice que era justo, esto es, era del grupo que Dios quería (Mt 1,19).


María y José estaban ya prometidos (cfr Mt 1,18). Se iban a casar pronto, a realizar su sueño, como tantos otros jóvenes y muchachas de su tiempo. Nada de extraordinario hay en esto. Pero los hombres hacen sus planes y Dios interviene y dispone las cosas de otro modo. El ángel Gabriel vino, y todo cambió totalmente para los dos. ¡Y no fue un cambio fácil! ¡Costó mucho sufrimiento!


El sufrimiento de José y María


El ángel Gabriel no fue a pedir licencia a José para que le permitiera que María, su prometida esposa, se hiciese la madre de Jesús. Fue a hablar directamente con María. María aceptó la invitación y quedó encinta por obra y gracia del Espíritu Santo, sin que lo supiese José (Mt 1, 18-19). Además, nadie lo sabía. Solo ella misma y su prima Isabel (Mt 1, 43-45).


José se quedó perplejo ante la gravidez de María. No sabía qué hacer y pensaba en abandonarla (Mt 1,19). Al fin, iluminado por Dios, descubre su misión junto a la Virgen María, y acepta pasar por padre del Niño que va a nacer (Mt 1,20-24; Lc 3, 23).


Pero no fue sólo San José el que se dio cuenta de que María iba a ser madre. ¡El pueblo también! Ciertamente en los corros, junto a la fuente, lo comentarían las mujeres. ¿Y sus parientes? Todos, pueblo y parientes, deben haber desconfiado y pensado que María iba a ser madre soltera. “¡Y aquel viaje de tres meses al sur! ¿Será sólo que fue a visitar a su prima Isabel?”. La lengua del pueblo en un lugar pequeño corta más que cuchillo de carnicero.


Tanto debió ser el rumor que José, cuando tuvo que ir a Belén por causa del censo, prefirió llevar a María consigo en vez de dejarla en Nazaret (Lc 2,4-5). No era necesario que María fuese con José a Belén, porque solamente José era de allá. María se podría haber quedado en Nazaret con sus parientes. Así le hubieran ayudado las mujeres a la hora del parto. Eso hubiera sido lo normal. Pero María prefirió la compañía de José, que la aceptó como esposa y sabía el secreto, antes que la compañía de las mujeres que, probablemente pensaban con desconfianza y hacían comentarios. Ella prefirió las dificultades de un largo viaje y de un parto lejos de casa, a la relativa comodidad de Nazaret, pero sin el apoyo de José.


Para poder ser madre de Jesús, el libertador del pueblo, María corrió un doble riesgo: perder su honra en boca del pueblo y tener que pasar el resto de su vida como madre soltera en caso de que José no la hubiera aceptado en su casa. Pero José aguantó la situación, recibió a María en su casa, como esposa (Mt 1,24), e impidió así que la honra de María fuese tirada a la calle. Los amigos tal vez se reirían de él: “¡Dónde se ha visto! ¡Casarse con una futura madre soltera!”. Pero José no se preocupó y asumió su misión.


¡José fue grande! Por amor a su esposa y amor a Dios y al pueblo, él aguantó la incomprensión del propio pueblo.


Dios no pide licencia


Para realizar su plan, Dios no pide licencia ni a José, ni al Sumo Sacerdote, ni al Emperador Augusto, ni a la moral o a las normas de la sociedad, ni siquiera a nuestra lógica. Por ejemplo, la misma madre de Jesús corrió el riesgo de pasar por mujer infiel a los ojos de los otros. Además de esto, en la lista de los antepasados de Jesús, el nombre de María aparece al lado de los nombres de otras cuatro mujeres. La primera, Tamar, (Mt 1,3) se hizo pasar por prostituta para poder tener un hijo (cfr Gn 38,1 30). Rahab, la segunda (Mt 1,5), era una prostituta de la ciudad de Jericó (cfr Jos 2,1). Rut, la tercera (Mt 1,5), era una extranjera (cfr Rut 1,1-4). La cuarta era la mujer de Urías (Mt 1,6), con la que David cometió adulterio (cfr 2 Sam 11, 1-27). La quinta de la lista es María, “de la cual nació Jesús llamado Cristo” (Mt 1,16).


Esta simple lista de nombres (Mt 1, 1-16) muestra que Dios realmente no pide licencia a las normas que los hombres establecen. Pide licencia, eso sí, a la persona en cuestión, a María, para que ésta pueda dar una respuesta libre.


Dios es libre, obra libremente, y donde se manifiesta su libertad tienen que modificarse las ideas y los planes de los hombres. Así fue cómo José y María tuvieron que cambiar sus planes, para que su vida pudiera entrar dentro del plan de Dios. María se hace madre de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo, y José asume, ante la ley judaica la paternidad de Jesús.


La Vida de los “Pobres de Dios”


La decepción sufrida con los grandes


El pueblo dice: “El pobre no tiene sitio”. La Biblia dice: “El rico ofende y encima se ufana, el pobre es ofendido y encima pide perdón” (Eclo 13,4). De hecho, el pobre nunca tiene sitio, a pesar de las promesas de los grandes. Y al final del Antiguo Testamento, ya casi en tiempo de Jesús los fariseos llegaron al colmo del abuso. Los ricos abusaban del dinero de los pobres. Los poderosos les arrebataron el poder y la participación en la vida. Los fariseos y los doctores de la ley, acabarán de completar el robo y les quitarán el saber (cfr Jn 7,49; 9,34). ¡Sólo ellos, los fariseos, eran los que sabían las cosas!. De tanto oírlo, el pueblo pobre acabó creyendo lo que decían los doctores y se creía que era ignorante!


Su único apoyo era Dios


Así, un numeroso grupo de personas, la mayoría del pueblo, quedó sin voz y sin sitio. Por eso, ya en el Antiguo Testamento, los pobres fueron perdiendo por completo la fe en las palabras y en las promesas de los hombres, de los grandes. Decían: “No confíen en los grandes, en los poderosos, en hombres que no pueden salvar” (Sal 145,3). Ni siquiera se fiaban de los zelotes que luchaban por la liberación del pueblo contra los romanos. Además, en el fondo, los zelotes no tenían fe en el pueblo, sino sólo en sus propias ideas sobre el pueblo. El único verdadero apoyo que quedaba a los pobres eran las palabras y las promesas de Dios.


El Profeta Sofonías describe a este pueblo despreciado y oprimido como “un pueblo humilde y pobre que busca su esperanza únicamente en Dios” (Sof 3,12). Ellos eran llamados los pobres de Dios (cfr SaI 73, 19;149,4) y aparecen en el Antiguo Testamento como un pueblo sin sitio dentro del sistema organizado de la nación.


Dios escoge a los pobres


Pero, cuando Dios finalmente comenzó a realizar sus promesas, no escogió a los ricos, ni a los poderosos, ni a los sabios, ni a los sacerdotes, ni a los fariseos, ni a los zelotes. Escogió a personas de este “pueblo humilde y pobre”, para poder realizar con ellos su plan de salvación. Los pobres reciben de Dios una misión importante. ¿Pero, es que los pobres saben mucho de esto? ¿Aceptan ellos su misión?


María y José, y la mayor parte de los apóstoles, pertenecían a estos pobres de Dios. Jesús mismo nace, crece y se forma en medio de estos pobres, participando de todo el desprecio con que los grandes y los sabios trataban a ese pueblo. Y cuando llegó el tiempo de proclamar la Buena Nueva, Jesús grita a los cuatro vientos: “Dichosos ustedes los pobres porque tienen a Dios por Rey” (Lc 6,20). Y una de las señales de que llegó el Reino, era el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (Mt 11,5). ¡Dichoso el que no se escandalice de este gesto de Dios! (cfr Mt 11,6).


En el plano de Dios, los pobres tienen voz y sitio. Dios está con ellos.


Dios está contigo, María!”


Como en la vida de las grandes figuras del Antiguo Testamento, Dios se hizo presente en la vida de María. El ángel Gabriel vino y le dijo: “¡Ave María, llena de gracia! ¡El Señor está contigo!”. Traduciendo mejor estas palabras para la gente, pueden decir: “¡Alégrate, María, favorecida por la gracia! ¡El Señor está contigo!” (Lc 1,28).


María quedó muy impresionada con este saludo del ángel y no sabía bien lo que significaban aquellas palabras (Lc 1,29). Y no era para menos, pues se trataba de dos asuntos muy importantes:


1. “Favorecida por la Gracia”


En la Biblia, la palabra gracia indica el amor y el cariño con que Dios ama a su pueblo, la fidelidad con que él lo sustenta y el compromiso que él asumió consigo mismo de estar siempre con ese pueblo para liberarlo.


No debemos pensar que el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios es una especie de recompensa por el buen comportamiento del pueblo. ¡No! ¡No es merecimiento del pueblo! En ese caso ya no sería gracia. Dios ama porque quiere amar y hacer bien al pueblo. Dios hace esto, para que el pueblo “humilde y pobre” se acuerde y descubra su valor de personas. Dios ama, para que también el pueblo comience a amar con un amor verdadero, y comience a liberarse de todo cuanto impide la manifestación de este amor.


En el Antiguo Testamento, el pueblo siempre fue objeto de este amor fiel de Dios. María lo sabía muy bien, pues conocía la historia de su pueblo. Y ahora, conforme a las palabras del ángel, toda esta carga de amor fiel de Dios para con su pueblo y todo este compromiso de libertar a los oprimidos estaban siendo concentrados en su persona. Ella, María, era “favorecida por la gracia”. Era objeto de aquella gracia con que Dios quería beneficiar a su pueblo.


2. “Dios está contigo”


En el Antiguo Testamento Dios siempre estuvo con su pueblo. Cuando él llamaba a alguien para una misión importante para su pueblo, la palabra de garantía era siempre la misma: “Yo estoy contigo”. Así fue con Moisés (Ex 3,12), con Jeremías (Jer 1,8-19) y con tantos otros. Y ahora, el ángel declara que este mismo Dios libertador estaba con María.


Algo muy importante iba a suceder. Toda la historia, conducida por Dios con tanto amor, y llevada adelante por el pueblo con tanta dificultad y sufrimiento, confluyó en la persona de María y parecía estar llegando a su punto decisivo. Ella era, en aquel momento, la representante de todo el pueblo. No nos puede extrañar que María, persona humilde y pobre, se quedase confusa e impresionada ante el saludo del ángel.



¡No tengas miedo!


El ángel enseguida, para tranquilizarla, le dijo: “Tranquilízate, María, que Dios te ha concedido su favor. Pues mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin” (Lc 1, 30-33).


Con esta respuesta del ángel todo quedó claro. María supo que ella era escogida de Dios para ser madre del libertador del pueblo, esperado desde tantos siglos. ¡La esperanza de todos iba a realizarse!


Pero, eliminada una dificultad, surge luego otra: “¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?” (Lc 1,34).


María todavía no estaba casada. ¿Cómo ser madre del libertador del pueblo en este caso? María puso esta dificultad porque pensaba que los planes de Dios se realizarían dentro de las normas comunes de la lógica humana. Pensaba que el niño nacería como todos los niños, a través de la unión del padre y de la madre.


Pero, para poder entender los caminos de Dios, la lógica humana por sí sola no basta. ¿Por qué? Porque quien realiza las cosas de Dios es el Espíritu Santo. Solamente el mismo Espíritu de Dios es capaz de hacernos comprender los caminos de Dios (cfr 1 Cor 2, 10-14).


El Espíritu Santo vendrá sobre ti!”


Ante la dificultad de María, el ángel le contestó: “El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán “consagrado”, Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel; a pesar de su vejez ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 35-37).


Cuando Sara, esposa de Abrahán, recibió la promesa de que iba a ser madre, ella no lo creyó y se echó a reír (Gn 18, 12). La lógica humana de Sara decía: “Un niño no puede nacer de una mujer vieja que nunca tuvo hijos”. Pero Sara tuvo que oír: “¿Acaso existe algo imposible para Dios?” (Gn 18,14).


A María también se le dijo lo mismo: “Para Dios nada haya imposible” (Lc 1, 37). Lo que el ángel le dice, no podía comprenderlo María, como tampoco Abrahán podía comprender el mandato de sacrificar a su hijo (Gn 22, 1-2). Pero Abrahán creyó y obedeció. María hizo como Abrahán, no se echó a reír como Sara, sino que aceptó con fe la invitación del ángel, se puso a la disposición de Dios y dio una respuesta muy sencilla: “Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho” (Lc 1,38). Exactamente en este momento, a través de la fe y la fidelidad de María, la Palabra de Dios se realizó, “se hizo hombre, acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Llegó la plenitud de los tiempos (cfr GáI 4,4). El plan de Dios entró en su fase final. ¡Dios se hizo hombre! Un hombre llegó a ser Dios.


En la hora en que el ángel preguntaba a María si ella quería ser la madre del libertador del pueblo, era como si la historia de la humanidad quedase parada por un momento, suspensa ante la respuesta de aquella joven Miriam. Dios permitió que la respuesta libre de una joven “humilde y pobre” decidiese el futuro de la humanidad. Y ella no le decepcionó.


María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios


¿Cómo entender la acción del Espíritu Santo en María?


Mucha gente se pregunta: ¿Será verdad que Jesús nació de una virgen? No acaban de creerlo porque los niños siempre se sabe que no nacen de vírgenes.


Estas personas son como María, que preguntaba: ¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?” (Lc 1,34). Son como Nicodemo, que preguntaba: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Podrá entrar otra vez en el vientre de su madre y volver a nacer?” (Jn 3,4). Satisfechas de su ciencia, tales personas no pueden entender la acción del Espíritu Santo.


Para que se pueda entender la acción del Espíritu Santo en María, no basta solo la ciencia. Debemos fijarnos también en lo que este mismo Espíritu está realizando hoy. Dios no cambia tan fácilmente. Lo que la Biblia afirma sobre María, es lo que en la actualidad está sucediendo también con el pueblo humilde que, como María, se abre a la Palabra de Dios y procura vivirla.


La acción del Espíritu Santo en María y en el Pueblo


María dice: “¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?” Y el ángel respondió: “El Espíritu Santo bajará sobre ti”. Ella creyó, concibió por obra y gracia del Espíritu Santo y “la Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14).


El pueblo “humilde y pobre” siempre dice: “¿Qué somos nosotros? ¿Cómo podemos ser Iglesia de Cristo, si no tenemos recursos, si no sabemos nada, si somos débiles?”. Y Dios le responde por el anuncio del Evangelio: “El Espíritu bajará sobre ti”. El pueblo creyó en este mensaje, concibió del Espíritu Santo, y la Iglesia ya está naciendo. Es en la vida y en el testimonio de esta Iglesia donde la Palabra de Dios se hace carne y nos revela su imagen.


En el seno de María crecía Jesús, como fuerza y esperanza de liberación. José intentaba comprender aquel embarazo, pero no había modo de comprenderlo. Y como no quería llevarla a juicio, resolvió abandonarla. Pero no todos eran como José. Los libros antiguos relatan las calumnias de los malvados: “Es una prostituta; ¡durmió con un soldado romano!”. Eso era lo que los enemigos decían de la Santísima Virgen.


Hoy, en el seno del pueblo pobre nace y crece la Iglesia como fuerza y esperanza de liberación. Mucha gente intenta explicar este “embarazo” con argumentos sacados solamente de la ciencia, pero no lo consiguen.


Solamente lo comprende la gente sencilla, como José. Otros, sin embargo, son maliciosos o esparcen calumnias: “Esta Iglesia de los pobres -dicen- es el comunismo. Lo han hecho con dinero extranjero”.


Estas afirmaciones no explican nada. Son de gente que no creen en nada, y no es sencilla y clara. Se ve que solamente creen en sus propias ideas. Y lo que no encaja con sus ideas le dan de lado o simplemente, lo niegan. Estos se consideran “doctores de la ley”, únicos poseedores de la verdad. Por eso mismo no pueden creer en el Espíritu Santo que enseña que la fuerza nace de la flaqueza, que la sabiduría brota de la ignorancia, que la vida nueva nace de una virgen, que la iglesia servidora surge del pueblo humilde.


Como en María, así hoy el Espíritu Santo viene al mundo. Hace nacer a Jesús de la Virgen María y hace nacer a la Iglesia del pueblo pobre como de una virgen.


María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios


María, ¡Madre y Virgen! Eso es mucho más que una cuestión biológica, mucho más que una cuestión científica. Es el retrato fiel del modo de obrar de Dios con su pueblo.


Cuando Dios actúa, siempre realiza algo totalmente nuevo. Lo que Dios realiza no cabe en ninguno de nuestros esquemas. Dios es creador. Hace las cosas sin recursos. No depende de nosotros, ni nos viene a consultar si estamos de acuerdo con él o si su acción encaja en los esquemas de nuestra ciencia. Nosotros sí dependemos de él. Dios nos amó primero. Es él el que siempre toma la iniciativa. Cuando Dios entra en escena, todo lo cambia. Siempre sorprende. El es libre. Y donde existe el Espíritu del Señor, allí comienza a existir la libertad (2 Cor 3,17).


No es fácil entender los caminos de Dios. Nos pide conversión no sólo en nuestro comportamiento. Esto no es tan difícil: basta que tengamos fuerte voluntad. Pero Dios nos pide que cambiemos en nuestro modo de pensar: hay que caer del caballo como San Pablo. También hay que creer que Dios es capaz de realizar lo imposible, lo mismo hoy que siempre. Hay que reconocer que él es más potente que nuestra ciencia, “mayor que nuestro corazón” (1Jn 3,20).


Suena la hora en que tenemos que desconfiar un poco de nuestras ideas y reconocer que lo que nace del pueblo es mayor que nuestra lógica, es capaz de explicarlo todo; así estaremos en condiciones de comenzar a entender lo que la Biblia quiere afirmar cuando dice que María quedó embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo (Mt 1,18).


La incomprensión del propio pueblo


¡Pero no conviene mitificar al “pueblo humilde y pobre”, como si bastase a cualquiera ser de este pueblo pobre, para poder ser salvado y comprender las cosas de Dios! Por el contrario. No eran sólo los enemigos los que no comprendieron el embarazo de la Virgen María. Fue el mismo pueblo el que no lo comprendía e hizo sufrir a María, forzándola a hacer aquel viaje, embarazada e incómoda, en compañía de José, el único que le fue siempre fiel. El pueblo solamente pudo comprender el embarazo de la Virgen María después de que Jesús se manifestó como Mesías. Y aun así, delante de Pilatos, el mismo pueblo se echó atrás y pidió su muerte (Mc 15, 6-15).


No por el hecho de que alguien pertenezca al pueblo pobre, tiene ya la llave para comprender el misterio de Dios presente en la vida. La historia de María demuestra lo contrario. A veces, los prejuicios del pueblo son tan grandes, que le impiden ver las cosas que están ocurriendo. Una virgen pone en peligro su honra por la liberación del pueblo. Y el propio pueblo no quiere entender este sacrificio. El sufrimiento que de esto resulta para María, debe haber sido mucho mayor que todo el sufrimiento causado por la incomprensión de los “orgullosos”, de los “poderosos” y de los “ricos”, de los que ella habla en su cántico (Lc 1, 51-53).


Dios pide la conversión de todos, tanto de los pobres como de los ricos, de los pequeños y de los poderosos, de los humildes y de los orgullosos. Solamente que, dentro del plan de Dios, son precisamente los pobres, los pequeños y humildes los que entienden el mensaje del Evangelio y lo aceptan. “Si, Padre, porque así fue de tu agrado” (Mt 11,26).


Los Hermanos de Jesús


Hay una discusión entre católicos y protestantes en torno a “los hermanos de Jesús”. Esta expresión sale varias veces en los evangelios.


Los protestantes, apoyándose en su propia tradición, explican esta expresión al pie de la letra y dicen: “María tuvo más hijos. No es virgen”. De hecho, San Marcos dice que los hermanos de Jesús eran cuatro y da los nombres: “Santiago, José, Judas y Simón” (Mc 6,3). Además, también habla de “las hermanas de Jesús”. Así, junto con Jesús serían al menos siete hermanos, todos hijos de José y María”.


Los católicos , apoyándose en su propia tradición muy antigua, dicen que la Virgen María sólo tuvo un único hijo, Jesús, y que ella permaneció virgen hasta el fin de su vida. Los católicos también tienen sus argumentos: dicen que no se puede entender al pie de la letra la expresión “hermanos de Jesús”, pues en la lengua de Jesús la palabra “hermano” era muy elástica. Dentro de esta palabra “hermano” cabía mucha gente, no sólo los hermanos, hijos de los mismos padres, sino también los primos y otros parientes. Era, más o menos, como la palabra “primo” hoy en nuestra lengua. La gente no puede tomar al pie de la letra la palabra “primo”. Es también una palabra muy elástica. Por ejemplo, llega uno y empieza a hablar con otro, y te dice después: “Este es un primo mío”. Si tomas al pie de la letra esta palabra, le preguntas: “Entonces, es hijo de un hermano de tu padre o de tu madre?”. Y te responde: ¡“Nada! Es hijo del hermano de un tío de mi abuelo”.


Realmente no podemos tomar al pie de la letra la palabra “primo”. Lo mismo podemos decir de la palabra “hermano” en tiempo de Jesús.


Si le hubiésemos preguntado a San Marcos : “Entonces, aquellos cuatro hermanos de Jesús son todos hijos de José y María?” Marcos hubiese respondido: ‘Nada. Son hijos de una prima o de una hermana de la Madre de Jesús”. De hecho, el mismo Marcos dice de Santiago que era hermano de Jesús (Mc 6,3), pero hijo de “otra María” (Mt 16,1). San Mateo dice claramente que se trataba de “otra María (Mt 28,1). Se hablaba mucho de este Santiago “hermano del Señor” (GáI 1,19) porque ocupaba cargos importantes en la Iglesia de los primeros cristianos.


Así, aquellas personas llamadas hermanos o hermanas de Jesús, eran primos y primas. Además, si Jesús hubiese tenido más hermanos y hermanas, a la hora de morir en la cruz, ¿iba a entregar a su madre al apóstol Juan, que era un extraño y no pertenecía a la familia? (cfr Jn 19,27). ¿Hubieran permitido esto sus hermanos y sobre todo, sus hermanas?


De todas maneras, tanto los católicos como los protestantes ambos tienen sus argumentos. Pero no conviene pelear por esto, ni perder mucho tiempo en discusiones, pues unos no van a convencer a los otros. Cada cual se quedará con su opinión, que en el fondo, no depende de los argumentos, sino del amor. Lo importante es imitar el ejemplo de María.










4.

La lucha entre la mujer

y el dragón de maldad


El Nacimiento de Jesús


Nueve meses después de la visita del ángel, Jesús nació en el portal de Belén. Para recordar este acontecimiento, hacemos hoy fiestas y arreglamos lindos belenes. Esto es bueno. Pero no conviene olvidar que el portal de Belén no fue tan lindo. Era pobre, duro y escandaloso.


Era pobre


La orden del emperador, venida desde Roma, era clara. Todos tenían que inscribirse en el censo de la ciudad donde habían nacido (Lc 2,1-3). Era el modo de hacer un censo del pueblo en aquel tiempo. Por eso, José se puso en viaje hacia Belén, su tierra, junto con María, su esposa, que estaba embarazada (Lc 2,4). Viaje con más de 130 kilómetros por caminos difíciles.


Cuando llegaron a Belén, no encontraron alojamiento en la posada (Lc 2,7). O todo estaba ya ocupado o los dueños no querían dar posada a gente pobre. Se fueron a una cueva que servía para recoger a los animales. Y allí María dio a luz.


Cuando hoy una joven esposa tiene su primer hijo, su madre está junto a ella para ayudarle. En Belén no había nadie. La familia de María estaba lejos, allá en Nazaret. El niño nació, fue envuelto en unos pañales y dejado en un pesebre sobre la paja (Lc 2,7). Unos pastores vinieron a hacerle una visita (Lc 2, 8-12). No apareció ninguna persona importante en la cueva. Sólo gente pobre. Todo pobre.


Era duro y chocante


Imagínate que vas a hablar con los doctores de aquel tiempo, con los sacerdotes del templo, con los ricos latifundistas de Galilea o con los gobernantes del pueblo, y les dices: “ Miren, acaba de nacer el Mesías, allí en Belén. Está puesto en el pesebre en un establo”. ¿Cabría eso en su cabeza? Tal vez se enojarían y pensarían que estás queriendo tomarles el pelo. ¡Creer que Dios estaba cumpliendo su promesa con aquella pobre joven de Nazaret, sin hablar con ellos los doctores y que aquel niño recién nacido acostado en las pajas de un pesebre en un establo del campo de Belén, fuese el Mesías!É No, eso nunca. ¡Es imposible!


Solamente la gente pobre como los pastores y la gente humilde como los magos pueden tomar en serio esta noticia y creer en ella.


Herodes y los Magos del Oriente


El único importante del país que parece que tomó en serio esta noticia fue Herodes. Pero no se la creyó, ni fue a verlo. La tomó en serio para todo lo contrario, para combatirlo y matarlo. Herodes se creía dueño del pueblo y de la religión.


De repente, llegaron a Jerusalén algunos extranjeros, magos venidos de oriente con la noticia de que había nacido el Rey de los Judíos (Mt 2, 1-2). Herodes se alarmó. ¡Se sintió amenazado en su poder por un niño recién nacido! ¿Cómo es posible que pueda nacer un Rey sin que hablasen con él que era el Rey del pueblo? Sintió su trono amenazado, como ya lo había cantado María en casa de Isabel (Lc 1,52).


Ante la noticia traída por los Magos, Herodes elaboró un plan. Fingió sumisión y mucha fe y procuró aprovecharse de aquellos extranjeros (Mt 2, 7-8). Pero la humildad de los magos frustró el plan de Herodes. A ellos no les fue difícil adorar a Jesús, cuando lo encontraron humilde y pobre en Belén (Mt 2, 10-11). Pues ellos eran humildes, y su amor a la verdad era mayor que el amor que tenían a sus propias ideas. En ellos se realizó la palabra de Jesús: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37). Ellos percibirán la presencia de Dios en la pobreza de aquella casa, escucharán su voz, descubrirán la falsedad del plan de Herodes y se volverán a casa por otro camino (Mt 2,12).


Viendo Herodes que su plan ya no lo podía realizar, recurrió a las armas de los poderosos, que son la fuerza bruta y la violencia: mandó matar a todos los niños de Belén. José y María tuvieron que proteger al niño Jesús huyendo apurados hacia Egipto (Mt 2, 13-18). Así comenzó la fase final de la lucha entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte, entre la mujer y el dragón.


Las dos señales del cielo: la mujer y el dragón


En el capítulo doce del Apocalipsis, el último libro de la Biblia, aparecen dos grandes señales en el cielo. De un lado, aparece una mujer vestida como el sol, teniendo la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza (Ap 12,1). Está embarazada y grita atormentada por los dolores de parto (Ap 12,2).


Por otro lado, aparece un dragón inmenso color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos. Cada cabeza tiene una corona (Ap 12,3). Es la “antigua serpiente que aquí es ya un dragón, tan fuerte que con la fuerza de su cola derrumba una tercera parte de las estrellas” (Ap 12,4).


Entre la mujer y el dragón va a comenzar una lucha. El dragón se coloca en posición de combate ante la mujer. Quiere devorar al niño en el momento en que va a nacer (Ap 12,4). Humanamente hablando, la lucha está decidida ya antes de comenzar. Quien va a ganar es el dragón, pues la mujer, en el momento de dar a luz no tiene fuerzas para luchar. Digo humanamente hablando.


¿Quién es la mujer?


La mujer que aparece aquí, en el último libro de la Biblia, es aquella de quien se habla en la primera página de la Biblia, donde Dios dice a la serpiente: “Enemistades pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje. Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su talón” (Gn 3,15).


Con otras palabras, la mujer es Eva, la primera mujer. Es la humanidad toda en cuanto que engendra hijos que luchan contra las fuerzas de muerte y de maldición. Es el pueblo de Dios, llamado para defender la vida humana, transmitir la bendición de Dios a todos los hombres (cfr Gn 12, 1-3), y poner paz en el mundo destrozado por la maldición. La mujer es también la Virgen María, en quien se concentra toda esta lucha contra la maldición y la muerte. Es María, la joven humilde y pobre de Nazaret, en cuanto nos da al Niño Jesús, esperanza de liberación para todos.


Esta mujer, gritando con dolores de parto, representa la esperanza de vida que existe en el corazón de todos, sobre todo de los pobres. Esperanza, al mismo tiempo, frágil y fuerte. Es frágil, como frágil es la mujer a la hora de dar a luz; no tiene defensas, no puede luchar, pues está totalmente entregada a dar vida nueva a un nuevo ser humano. Pero, por eso mismo, ella es fuerte, el ser más fuerte del mundo.


Pues bien, aquella lucha anunciada por Dios desde la primera página de la Biblia, llega ahora a su punto decisivo en María, que da a luz al niño Jesús. María representa a todas las madres que engendran hijos y que garantizan así el futuro de la humanidad. Las madres que luchan para transmitir a los hijos su esperanza, su voluntad inmensa de ser personas. María representa a todas aquellas personas que dan testimonio del bien en la vida, que luchan para que la vida pueda vencer a la maldición que entró en el mundo por la serpiente. Ella representa sobre todo al “pueblo humilde y pobre que busca su esperanza únicamente en Dios” (Sof 3, 12).


¿Quién es el dragón?


El Dragón es el poder del mal, “el Diablo o Satanás, el seductor del mundo entero” (Ap 12, 9). Es aquella misma “antigua serpiente” que está perturbando la vida de los hombres desde el comienzo, intentando apartarlos de Dios Padre y queriendo provocar la violencia asesina de Caín, la superstición del diluvio y la opresión de la Torre de Babel.


Pero, más en concreto, ¿quién es este dragón? El libro del Apocalipsis dice que el dragón transmitió su poder a una Bestia feroz (Ap 13, 1-3). Esta Bestia feroz adquirió así gran poder y autoridad en el mundo entero (Ap 13, 3-4). Enseguida, la Biblia descubre todas las maravillas que esta Bestia realiza (Ap 13, 5-17). Y al final dice que la Bestia feroz tiene un número “de hombre” que es el 666 (Ap 13,18).


¿Cuál es el significado de este número 666? ¿Qué indica este número ? En el tiempo en el que se escribió el Apocalippsis el pueblo de Dios era perseguido por el gobierno del Imperio Romano. Lo mismo que Herodes había perseguido al niño Jesús, también el emperador romano perseguía a los cristianos. El Imperio Romano quería destruir la Iglesia que estaba naciendo en medio del pueblo pobre. Pero los cristianos no se desanimaban. Sufrían mucho, pero sabían que el sufrimiento era como el dolor de parto, comienzo de una nueva vida. Sabían que Dios estaba con ellos, lo mismo que había estado con la Virgen María, cuando ésta tuvo que huir de Herodes. Para ellos la situación estaba clara, la Bestia feroz que había recibido su poder del Dragón de la Maldad, era el Emperador Romano. Pero ellos no eran tontos para decir esto abiertamente. Hubieran sido acusados como subversivos. Sabían ser prudentes e inventaron un medio discreto para decir esta verdad a los otros. Decían “aquí es preciso el discernimiento. Quien es inteligente puede calcular el número de la Bestia feroz, pues el número representa el nombre de un hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis” (Ap 13, 18).


Ahora bien, quien sabe hacer los cálculos que ellos hacían sabe que este número indicaba exactamente al emperador romano, que estaba persiguiendo a los cristianos. En aquellos tiempos había la costumbre de dar un número a cada letra. Así, sumando los números de cada letra del nombre de César-Neron, el total de la suma daba exactamente 666. César Nerón era exactamente el nombre del Emperador de Roma que perseguía a los cristianos.


La Biblia muestra así que el poder del mal no existe suelto en el aire, sino dentro de las personas y dentro de las instituciones que estas personas organizan para luchar contra la vida y contra la esperanza. Concretamente, para la Biblia, la Bestia feroz que recibió el poder del Dragón es el poder organizado del Imperio Romano, poder anti-Dios, anti-Cristo, anti-vida, anti-esperanza, poder del mal y de maldición.


¿Quién va a ganar esta lucha?


De un lado, está la mujer, o sea, la humanidad en cuanto sigue en el futuro la lucha de la mujer; está el pueblo de Dios, sobre todo el pueblo humilde del que habla la Virgen María en su cántico (Lc 1,46-55); está María, la madre de Jesús. La “mujer” representa a todos aquellos que creen en Dios y en su palabra, y que intentan suscitar vida nueva. Ellos sufren por esta causa, pero no les importa, pues saben que sus dolores son dolores de parto. Promesa de vida y de esperanza.


De otro lado está el dragón, o sea, la humanidad en cuanto cree sólo en su propio poder y saber, y en sus propias riquezas. Está el Imperio Romano, los ricos orgullosos y los poderosos de que habla el mismo cántico de María. Ya no creen en Dios, ni en la vida. No les interesa el futuro, a no ser en cuanto sirve para conservar el poder y la riqueza que ellos ya poseen. Ellos matan la vida y la esperanza para poder defender sus propios intereses. El dolor que sufren en esta lucha no es dolor de parto sino estertor de muerte: el anuncio del fin.


La enemistad que existe entre la mujer y el dragón viene desde el comienzo. Siempre existió. Los dos lados en lucha saben que la paz entre ellos no es posible. No es posible un tratado de paz entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte, entre la justicia y la injusticia, entre el bien y el mal. Esta enemistad entre los dos solamente podrá ser superada y eliminada por la victoria completa de uno sobre el otro.


¿Quién va a ganar esta lucha? ¿La mujer o el dragón? ¿La vida o la muerte, la bendición o la maldición? ¿María que da la vida a Jesús o Herodes que quiere matarlo? ¿Los cristianos o el Imperio Romano? ¿La flaqueza o la fuerza? Humanamente hablando, la mujer va a perderÉ


Dios interviene en favor de la vida


El Apocalipsis cuenta que la mujer dio a luz al niño y aquel niño fue arrebatado al cielo (Ap 12, 5-6). ésta es la descripción más breve de la vida de Jesús: nació de María en el portal de Belén, vivió treinta años después, casi fue devorado por el dragón que lo condenó a muerte y lo mató en la cruz, pero intervino Dios y lo resucitó. Lo arrebató de la muerte por medio de la boca del Dragón de Maldad y lo llevó al cielo donde lo sentó a su derecha (Ap 12,5). Allá en el cielo él recibió todo el poder y se convirtió en el Señor de la Historia (Ap 12, 10-12).


Humanamente hablando, la mujer iba a perder. Pero Dios vino y se colocó al lado de la vida. La mujer venció y la vida venció. El Dragón de Maldad y de muerte fue derrotado. No tiene explicación humana: la flaqueza venció a la fuerza.


Esta victoria de Dios nos garantiza la victoria final del bien, en esta lucha contra el mal que continúa hasta hoy. Dios tomó partido y definió su posición. El Dragón de Maldad será derrotado.


Toda esta lucha inmensa comenzó muy humildemente, con la visita del ángel a la casa de María en Nazaret y con el nacimiento tan pobre de Jesús en Belén. Cuando el ángel vino. Augusto, el Emperador no supo nada. Nadie se enteró. Pero las cosas grandes de Dios suelen suceder en lo escondido de la vida de las personas humildes que creen que para Dios nada es imposible. Personas que merecen el elogio de Isabel a la Virgen María: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”. Así estas personas sencillas realizan las cosas realmente grandes, sin que casi se note.


¡Felices ustedes los pobres!” (Lc 6,2)


Cuando Jesús nació sólo vinieron a adorarle unos despreciados pastores. Solamente los pobres consiguen descubrir la riqueza escondida dentro de la pobreza. Si a un campesino de nuestros pueblos le hubiesen invitado a visitar al niño Jesús en el portal de Belén, hubiese exclamado: “Virgen María, un niño ha nacido, el mundo vuelve a comenzar”. En cada niño que nace, débil, desnudo y sin defensa, la gente ve algo del poder y de la grandeza de Dios.


Sólo los pobres y los humildes reconocen la grandeza del poder de Dios presente en la flaqueza de las cosas humanas. Jesús mismo decía al Padre: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues así te ha parecido bien” (Mt 11, 25-26).


Por eso mismo, los pobres pueden considerarse felices, porque grande es la misión que deben realizar. Deben descubrir y anunciar a los otros la Buena Nueva de la liberación que viene de Dios.


Por todo esto, el pueblo sencillo siempre acude con fervor al amparo y protección de la Virgen María y pone su confianza y esperanza en el nombre de María. Es en María en quien los pobres se reconocen. María es para el pueblo el espejo que Dios nos presenta. En este espejo de la vida de María, el pueblo descubre su ejemplo y modelo de la misión que debe cumplir. La historia de este pueblo pobre, es la historia de María, que continúa viviendo hasta hoy. Hasta hoy continúa entre nosotros la misma lucha de la mujer contra el dragón de maldad, llenando el corazón de toda una nueva esperanza. La mujer va a vencer porque Dios está con ella. Vamos ahora a ver más de cerca algunos de estos hechos de vida de hoy en los que continúa la historia de María y que nos ayudan a conocer la importancia de nuestra vida y de nuestra historia dentro del plan de Dios.





5.

La historia de María

vivida en el mundo actual


Víspera de Navidad: Embarazada de Jesús


La mujer entró y se presentó: “Yo me llamo María”. Se sentó, se puso a llorar y en seguida, comenzó a hablar: “Este año he sufrido horrores. ¡Son tantas las cosas que hacen sufrir a la gente! No quedan ganas ni para contarlo. Varias veces me han entrado ganas de matarme. En la semana pasada, víspera de Navidad, yo no aguantaba más. El deseo de acabar con la vida era tan fuerte que casi me venció. No sé cómo sigo viva hoy. Lo que me ayudó fue este pensamiento que entró en mi cabeza así, no sé como. Tal vez porque era la fiesta de Navidad. Yo me decía a mí misma: “María, tú no puedes morir, tú tienes que vivir. Estás embarazada de Jesús. Si tú te matas, matas a Jesús. él no puede morir. él tiene que nacer”. Este pensamiento me ayudó. Yo vencí. Estoy viva”.


Esta mujer de pueblo, como María, se enfrentó al Dragón de maldad y de muerte, y lo venció. Se unió al Señor Jesús y a la Virgen María, y pudo más. Venció, a pesar de los horribles dolores que sufría que, en este caso, eran dolores de parto.


¡Cuántas pequeñas luchas, como ésta, estallan en el interior de las personas! Nadie se da cuenta de nada, su cara no lo revela. Pequeñas luchas victoriosas, como las pequeñas raíces que alimentan y hacen crecer el gran árbol de la libertad.


Navidad:

Dio a luz un niño


Otro día, ya hace algún tiempo, una mujer embarazada entró en el consultorio médico de una Parroquia y dio a luz allí mismo. Un niño fuerte y hermoso. Sólo había gente pobre para acoger al recién nacido. No pude saber el nombre de la madre. Ella vivía en un barrio de chozas.


Viendo a aquellas mujeres, todas queriendo ayudar a la madre y al niño, quedé triste. Pensaba en los millares de niños abandonados. ¡Pero para crecer en la miseria, sin casa y sin cariño! ¿Cuál sería el futuro de este niño a quien le pusieron el nombre de Jesús?”. Esto pensaba yo.


A pesar de todo, no noté tristeza alguna en aquellas pobres mujeres. No me hablaban nada, pero su manera de portarse me hablaba más alto que cualquier palabra. Era como si gritasen: “¡Niño Jesús, seas bien venido. Hay sitio para ti. Tal vez en el pesebre estás un poco apretado, la gente no te hará un rinconcito. Pero en el corazón tendrás amplio sitio!”.


Era como si denunciasen mi tristeza: “¿Por qué te pones contra el nacimiento de este niño? ¡él tiene tanto derecho a vivir como tú! ¡Te pareces a Herodes, que quería matar al Niño Jesús!”.


Una de aquellas mujeres tomó al niño en brazos y, levantándose, les dijo a las demás: “¡ésta es nuestra riqueza. Nuestra única riqueza. No tiene precio!”. La gente no la vende ni por millones.


Belén:

Puso al niño en un pesebre


La señora Luisa recibió esta carta escrita en una hoja arrancada de un cuaderno.


San Miguel, 19 de octubre de 1995


Amiga Luisa: Le escribo estas pocas líneas solamente para darle mis noticias de que hasta hoy, gracias a Dios, estoy con salud y que he tenido una niña, linda como una estrella del alba, pero tan pobre que no tengo una cunita para acostarla. Espero que usted consiga una cunita para mi niña, y disculpe mi ignorancia.


Cuando yo estaba embarazada, mi pensamiento y deseo era que usted fuese la madrina de mi niña. Quiero saber si quiere ser madrina de ella o no. Nada más. Raimunda Sosa”.


Raimunda es madre de cuatro hijos. El padre casi nunca aparece por casa. Ella vive en una casa que no tiene ni piso, ni paredes, ni tejado. El piso es de tierra, que no está ni nivelada siquiera. Las paredes son un entretejido de palos con barro y latas. El tejado es una sombra hecha con ramas y hojas de cañas, con un plástico encima, que casi sólo sirve para quitar la luz del sol. La lluvia pasa y lo moja todo. La casa no tiene puerta, solo tiene dos agujeros desprotegidos para entrar y salir. El viento frío de las noches pasa libremente. Todo muy pobre, como en la cueva de Belén.


Meciendo a la niña, ella dice: “Esta niña tiene cuatro madres. Me tiene a mí. Tiene a ésa (y señala a la abuela). Tiene a aquélla (y señala a la comadrona) y tiene a la de arriba (y señala al cielo)”.


Para visitar a la madre y a la niña en el día del bautizo, sólo venía gente pobre, como fueron pobres los pastores de Belén. De reyes magos, ya más ricos y sabios, sólo tenía a la señora Luisa y a mí.


La estrella era la alegría del pueblo allí reunido.


La huida a Egipto:

Herodes continúa matando niños


Bauticé a María del Socorro. La bauticé antes que a los otros niños porque se estaba muriendo en brazos de su hermana mayor. La madre había muerto del parto, trece días antes. El padre se fue de la casa hace poco tiempo. Quedaba sólo Raimunda, la hermana mayor, y sus nueve hermanos para acoger a su hermanita que se estaba muriendo. Raimunda tenía unos dieciséis años.


Por la tarde, fui a visitarlos. Casa pobre de barro prensado. En la obscuridad vi a los hermanitos todos de pie, alrededor de Raimunda que estaba sentada con María del Socorro en los brazos. María se estaba muriendo con los mismos vestidos del bautismo. Un hermanito iluminaba con una vela encendida en las manos. Era la vela del bautismo encendida en el Cirio Pascual, símbolo de la victoria de la vida sobre la muerte.


Les pregunté:

- ¿Murió?

- No ha muerto. Hace un ratito que dio un suspiro.

- ¿Nació enferma?

- No, nació sana y fuerte.

- Entonces, ¿qué pasó?

- Hace unos días, le dio una diarrea. Por eso está así.

- ¿Y qué le estás dando?

- La gente da lo que tiene. Un poco de leche o un te de yuyos.

- ¿Sólo eso?

- Solamente eso.


Poco después, Raimundo cerró los ojos de María del Socorro y dijo: “Ha muerto porque no mueve los ojos”. Y todos los hermanitos decían: “Ha muerto”.


Aquí el dragón ha vencido. Mató a la mujer y a la hija. Fue como en Belén, en aquella noche de la matanza de los inocentes. La Biblia dice:


Un clamor se ha oído en Ramá,

mucho llanto y lamento;

es Raquel que llora a sus hijos,

y no quiere consolarse,

porque ya no existen (Mt 2,18).


Este llanto se oyó cuando Jesús acababa de nacer, para defender la vida. Hoy, el mismo llanto se mezcla con los hechos en todas partes. ¿Dónde renace hoy Jesús para reasumir la defensa de la vida contra el Dragón de Maldad?


Herodes perdió. Ya no se nombra, pero se continúa matando a los niños. Se mató a María del Socorro. El Herodes de entonces podía ser acusado porque su crimen era bien conocido. Los Herodes de hoy siguen libremente y pasan por honrados, ninguno los acusa, porque no dan la cara. Ya no se nombra a Herodes, pero continúa vivo actuando en el mundo entero, matando a los niños, esterilizando a las mujeres pobres, privando al pueblo pobre de los recursos más elementales en materia de higiene y de salud.


¿Quién es el responsable de la muerte de María del Socorro? ¿Quién es el Herodes que mata? Es el salario de hambre, es el jefe que expulsa al pueblo, el que roba y mata, es el progreso que sólo se fija en el lucro y no se interesa por el hombre que construye el progreso con la fuerza de su trabajo. Es la abundancia de los ricos la que roba a los pobres. Es el sistema que margina al pueblo, como ignorante, sin voz. Y tantas otras cosasÉ


La estrella de Belén:

Los magos ofrecen sus dones


María del Carmen estudió en la universidad, cursó medicina. Tenía delante de sí un brillante futuro. Podía ganar y tener mucho dinero, si quisiese. Pero lo rehusó. Hizo una especie de voto de pobreza, ella y su marido, de común acuerdo. Ahora ellos sólo quieren lo necesario para vivir y criar a sus hijos. Viven muy sencillamente en un barrio popular y dedican su vida a los hermanos pobres. Ella misma lo confesó: “Dejé mucha riqueza atrás, pero encontré otra mucho mayor. Lo que yo dejé no tiene comparación, ni de lejos, con lo que ahora poseo. Antes, yo era rica, tenía todo, pero tenía también la conciencia intranquila. Sentía una necesidad muy grande de perdón. Pero sentía también, no sé por qué, que no me faltaba solamente el perdón de Dios. Mi riqueza era demasiado grande cuando veía a tantos pobres, hermanos míos, hijos del mismo Padre. Entonces pensé: “Los únicos que me pueden perdonar son los pobres”. Allí me fui. Lo dejamos todo, mi marido y yo. Y le digo al Señor: “Ellos perdonan setenta veces siete”.


La estrella apareció en la vida de María, cuando ésta se apartó de donde vivía Herodes. Exactamente como sucedió con los reyes magos (Mt 2,9). Ella encontró la estrella del perdón y de la paz junto a los pobres a los que ahora ofrece sus dones (cfr Mt 2,16). Advertida por Dios, ella no volvió más por donde vivía Herodes, sino que siguió por otro camino, indicado por Dios y por su conciencia (cfr Mt 2,12).


Nazaret:

El niño crecía y estaba sujeto a sus padres


José Domínguez se casó con María. Tuvieron varios hijos e hijas. Pero los niños murieron todos, con gran tristeza de sus padres. Sólo quedaron las niñas. “Los médicos no consiguen que vivan los varones. No sé por qué”, decía José.


José era campesino. Su casa, aunque pobre, siempre estaba muy limpia; María, su esposa, era muy limpia y trabajadora. Sus hijas son lindas, verdadero capricho de la naturaleza: Oscarina, Cristina y Concepción.


Por fin nació un niño y José dijo a su esposa: “María, este niño tiene que vivir, ¡no puede morir!”


María le miró, medio desanimada, como si quisiera decirle: “Pero, ¿cómo José? Eso no depende de los hombres. Depende de Dios”.


José adivinó el pensamiento de su esposa y respondió: “Pues eso es, María, eso mismo es. Dios nos tiene que ayudar”.


La gente le llaman al niño “Nazareno”.


Los parientes les decían que eso era un nombre raro, que no se le suele poner a los niños en nuestro pueblo. Pero José insistió: “Tiene que ser Nazareno, porque tiene que vivir”.


Después que Nazareno nació, María estaba muy nerviosa. Todo el tiempo preocupada por el niño, viviendo de día y de noche, pendiente de él. Las hijas, todas pequeñas aún, ayudan a la madre. Y Nazareno está creciendo en sabiduría y en edad, delante de Dios y de los hombres, vivo y fuerte en su casa, en su pueblo (cfr Lc 2, 52).


Al pie de la Cruz:

Ahí tienes a tu madre!”


Todas las cosas que contamos aquí son historias verdaderas del pueblo “humilde y pobre”, que camina, con amor y devoción a la Virgen María, por los caminos de la vida. Camina hacia el Calvario, donde Jesús está colgado en la Cruz (cfr Jn 19, 25-26). El pueblo no huye, ni tiene miedo de sufrir. ¡Sufre tanto! Pero no se desalienta. Camina con la virgen María, venerando su imagen, para estar junto a Jesús, que está muriendo, en estos días, en tantos hermanosÉ


Llegando al Calvario, el pueblo no habla. Sólo se queda allí fijo, presente. Jesús tampoco habla. Solo reza colgado en la Cruz. Y allí, en el silencio de aquel dolor, los ojos de Jesús repiten también hoy todavía las mismas palabras que se oyeron por primera vez en el Calvario de Palestina: “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo (al pueblo) a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijoí. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madreí. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27).


Desde que Jesús, desde lo alto de la cruz, poco antes de morir, pronunció aquellas palabras, el pueblo humilde nunca más se separó de la Virgen. La lleva consigo, dentro de su corazón, dentro de su casa, a donde quiera que va. Jesús lo mandó. Fue su última voluntad.





Pascua: La extraña fuerza de la Resurrección


Estos hechos históricos demuestran cómo la historia de María continúa hasta hoy en las pequeñas y grandes luchas de nuestra vida. Silencioso y sin nombre, el pueblo va siguiendo a la Virgen María por las calles y plazas de la vida con fervor y esperanza. Casi nadie le conoce por su nombre; el pueblo no habla. ¿Hablar, para qué?, si nadie le escucha. Solo se oye el murmullo de su voz, allá debajo del “paso” de la Virgen en la procesión, mezclado con las voces de millares de hombres y de mujeres de todas las lenguas y naciones, llorando y rezando sin parar: ¡Ave María!


Pero aquél que sabe escuchar la voz del silencio del pueblo y de su dedicación a la vida, ése capta su mensaje y comienza a entender algo de la extraña fuerza de resurrección que hay en la cruz. La cruz de Cristo, la cruz del pueblo, escándalo para unos y locura para otros, pero para nosotros expresión de la sabiduría y del poder de Dios (1 Cor 1, 18. 23).


El comienza a comprender que de los que aplastan la vida, no puede venir la fuerza de vida. De éstos sólo viene la muerte, pues ellos mismos están muertos, envueltos de pensamientos de muerte, sin vida. Ellos mismos necesitan la redención y la liberación, que sólo podrá venir de los débiles y de los oprimidos. Pues la fuerza de vida sólo nace allí donde la vida está crucificada y oprimida, torturada y perseguida. Y sólo allí aparece la fuerza de la Resurrección. Sólo resucita quien muere primero.


A muchos les gustaría que el pueblo no tuviese que pasar por el Viernes Santo, sino llegar directamente al Domingo de Resurrección. ¿Vivir como si el Viernes Santo continuase también hoy en la vida del pueblo? ¿Abandonar el Calvario antes de tiempo y dejar a los hermanos solos sufriendo en la cruz? Por el simple hecho de que el pueblo se quede al pie de la Cruz, junto con la Virgen María, ella anuncia a todos su fe en la resurrección y en la vida. Si no lo creyesen, la vida ya hubiese cesado hace mucho tiempo sobre la faz de la tierra.


Hablar así parece “locura y escándalo” (1 Cor 18. 23). Pero hay motivo para eso. Lo mismo que el “pueblo humilde y pobre” del tiempo del profeta Sofonías (Sof 3, 12), así nuestro pueblo parece que no cree más en ideas y promesas humanas, por muy buenas que sean. Ha sido engañado durante siglos enteros. Sufre demasiado para poder creer todavía en los hombres que prometen un futuro mejor. Solamente cree en Dios y en la vida: solamente con estos dos -con Dios y con la vida- se comprometen ellos. El pueblo adquirió una sabiduría y una sabia desconfianza que no se deshace con sermones y discursos políticos. Para que los pobres puedan creer, exigen pruebas y testimonios concretos. Solo así el pueblo acepta y se compromete. Antes que alguien quiera que el pueblo crea en él, debe merecer esta fe del pueblo con su testimonio personal. La Virgen María la mereció.


Por eso mismo, a pesar de estar oprimido este pueblo, es libre. Libre, tanto frente a sus opresores, como a sus libertadores, y a ambos los juzga.














6.

El homenaje del pueblo

a la Madre de Jesús


Los nombres que el pueblo dio a María


Es el amor el que inventa los nombres. El nombre es lo que más le gusta decir a la persona amada. Cuanto más se le quiere, más nombres se le dicen.


El amor del pueblo inventó los nombres para la Madre de Jesús. Son tantos que no cabrían en muchas páginas. Solo pongo algunos: Concepción, Nuestra Señora del Buen Parto, Nuestra Señora del Buen Viaje, Nuestra Señora del Destierro, la Virgen del Perpetuo Socorro, del Buen Consejo, del Amparo, de los Remedios, de la Salud, Nuestra Señora de la Ayuda, de Guía, Virgen de los Navegantes, Nuestra Señora de Consolación, de los Dolores, de la Buena Muerte, de la Soledad, de la Piedad, de las Victorias, de las Gracias, de las Mercedes, de la Asunción, de la Gloria, del Rosario, de la AlegríaÉ


Tiene nombres para todos los momentos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Nuestra Señora acompaña al pueblo en el “destierro” y en la “soledad”, en los “dolores” y en la “muerte”. Va con ella en todo canto y en ella alimenta la “esperanza” con su “ayuda”, con sus “consejos”, con su “consolación”. Ella “ayuda” y “ampara”, “guía” y “socorre”, da “remedios” y “libertad”, conduce a la “victoria” e introduce en la “gloria”, comunicando a todos su “alegría”.


Tiene también nombres ligados a los lugares donde ella vivió y donde es venerada: Nuestra Señora de Nazaret, de Belén, de Loreto, de Caacupé, de Itatí, de Luján, de Fátima, de Lourdes, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora Aparecida.


Centenas de municipios y millares de poblados en todas las naciones cristianas tienen nombres ligados a Santa Ana, la madre de la Virgen, y a San José, su esposo.


La imagen de la Virgen con el niño Jesús en sus brazos, o la imagen de la Purísima Concepción, que pisa la cabeza de la serpiente, está colocada en todas las casas de nuestro pueblo, pintada o copiada de mil maneras. Es la imagen de las madres cristianas que tienen a sus hijos y creen en la vida, derrotando al dragón de maldad.


Las fiestas del pueblo en honor de la Virgen María


Los santuarios marianos, hacia donde el pueblo acude de todas partes, están repartidos por todos los pueblos del mundo cristiano. Ríos de coches y de autobuses, carreteras de romeros cruzan las calles en todas direcciones. Van cantando y rezando un rosario después de otro a la Virgen María. En las plazas, frente a los santuarios, se encuentran amigos y conocidos, se hacen nuevas amistades, se ríe, se conversa. Todo es una gran fiesta, anticipo de la fiesta final.


Doña Raimunda, viuda, madre de 17 hijos, diez fallecidos y siete vivos, lo dice todo en una sola frase. Le pregunté: “¿Señora, por qué hace esta romería? ¿Qué va a hacer en el Santuario?”. Y ella respondió: “Voy a gozar del cielo de cerca”.


Quien no puede ir tan lejos, se queda en casa y hace la novena en su propio pueblo. Va a la procesión, hace el mes de mayo en honor de María, asiste a la novena y a la misa solemne en la fiesta de la Virgen.


¡Son tantas las maneras que el pueblo tiene para demostrar su devoción! Novenas y rosarios, mes de mayo y coronaciones, cantos y fiestas, imágenes, procesiones, letanías y bendición, santuarios y ermitas, sin hablar de la devoción personal de cada uno.


Naciones enteras que se reúnen en millares de lugares, para rendir homenaje a María, en las fiestas de la Madre de Dios. dicen que debajo de una montaña existe un río subterráneo que, si fuese posible aprovechar su agua, daría para convertir toda las regiones desiertas en un jardín verde y florido. Tan inmenso es el río. Existe en el pueblo un río subterráneo que fluye por aquí y por allá. Es la inmensa devoción de siglos que el pueblo tiene a la Virgen María. Pero su agua aún no está bien aprovechada. Si fuese posible canalizar esta agua de Dios y todo lo que ella representa para el pueblo, la vida del pueblo se transformaría en un jardín verde y florido, y el pueblo cantaría hoy el cántico de María, como se cantó por primera vez.


Sería la llegada del Reino que Dios prometió y para cuya realización, él quiso y todavía quiere depender, no del consentimiento del emperador romano, o del Gobierno, sino del pueblo humilde y de aquella mujer joven, muy pobre, del interior de Galilea, llamada María.


La imagen de Nuestra Señora


El tiempo estropea las imágenes. Estas requieren mucho cuidado. Deben ser protegidas contra los ladrones que conocen su gran valor. Deben ser restauradas, para que aparezca de nuevo la belleza que el artista colocó en ellas.


Todo esto es un símbolo y nos sirve de comparación. El tiempo ha ido estropeando la imagen que el pueblo tiene de la Virgen María. Los responsables no tuvieron el cuidado suficiente. Vinieron ladrones y robaron sus joyas. Ya no es tan fácil reconocer toda la belleza que Dios, el artista, colocó en ella, cuando dijo: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 27).


¡Si fuese posible restaurar y renovar la Imagen de la Virgen, sin destruirla y sin deformarla!É Restaurarla de tal manera que en ella se transparente mejor el mensaje de Dios al pueblo y que apareciese muy claramente a los ojos de todos, el testimonio que María nos da de su fe en Dios y de su dedicación de vida.


Renovarla de tal manera que se transformase en un espejo limpio y no empañado para que el pueblo pueda contemplar en ella su rostro de persona, de hijo de Dios, y descubrir en ella su misión en el mundo de hoy.


¡Si fuese posible limpiar este espejo!


Un día este sueño se volverá realidad. Lo mismo que, por ahora, aún no somos capaces de ver toda la belleza de la Imagen de la Virgen, la gente sabe que dentro de ella está la belleza, e intuye que María tiene en sí un secreto muy importante para nuestra vidaÉ Por eso, el pueblo la lleva consigo a todos sitios donde va, sabiendo que la devoción a María nos atrae su protección. No juzga sobre lo que todavía no comprende. Sabe que la vida es más profunda de lo que podemos comprender. Espera el día en que alguien le ayude a descubrir el secreto de la Imagen de María.


Cuando llegue ese día, será el día de los grandes milagros jamás sucedidos, que hará coincidir el Viernes Santo con el domingo de Pascua y transformará la gran procesión del Señor muerto, en la triunfal procesión festiva de la Resurrección y de la Vida.


¡Virgen de la Liberación, ruega por nosotros! ¡Virgen de las Victorias, ruega por nosotros!

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