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CEFERINO NAMUNCURÁ (1886-1905). Beatificación (11.11.2007)
“Sin mí, nada pueden hacer”, dice Jesús. En esta realidad, estuvo fuertemente anclada el alma de Ceferino, dotado de una sensibilidad religiosa típicamente mapuche, transfigurada por el Evangelio. Jesús es una presencia, podríamos decir “tangible” en su experiencia cotidiana. Porque aparece muy claro que, desde que Ceferino comienza a entender el sentido del misterio cristiano, vive, diariamente, “en la presencia de Dios”. Pero, sobre todo, vive muy intensamente la amistad con Jesucristo. Su espíritu de oración es continuo, atento, afectuoso. “Siente” la cercanía de Jesús. Vibra en el encuentro eucarístico, en la misa de todos los días, en la adoración, en las visitas frecuentes. Lo encuentra, también, como el Mediador que lo lleva al encuentro del rostro misericordioso del Padre, al abrazo del perdón en el sacramento de la Reconciliación. Tenía, además, el proverbial sentido del silencio que posee el indígena, y esa capacidad de escucha que es propia de los creyentes que han entendido por dónde pasa la obediencia de la fe.
Al
olmo viejo, hendido por el rayo
y en
su mitad podrido,
con
las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas
hojas verdes le han salido.
Antes
que te derribe, olmo del Duero,
con
su hacha el leñador, y el carpintero
te
convierta en melena de campana,
lanza
de carro o yugo de carreta.
Olmo,
quiero anotar en mi cartera
la
gracia de tu rama verdecida.
Mi
corazón espera
también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro
milagro de la primavera.
Retiro ………………….………......... 3 - 14
Formación…………….………........ 15 - 21
Comunicación.….…................ 21 - 30
4. El anaquel……….……................31 - 45
Revista
fundada en el año 2000
Segunda
época
Dirige:
José Luis Guzón
C\\
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Redacción:
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Asesoramiento:
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Legal: LE 1436-2002
ISSN:
1695-3681
Hasta el último aliento por Cristo y los jóvenes.
63 beatos mártires salesianos
Lorenzo Ramos, sdb
A.- Introducción
Mensaje con motivo de la Beatificación de 498 mártires del siglo XX en España. LXXXIX Asamblea plenaria de CEE.
Los mártires, signo de esperanza:
“Los mártires están por encima de las trágicas circunstancias que les llevaron a la muerte. Con su beatificación se ha tratado, ante todo, de glorificar a Dios por la fe que vence al mundo (1 Jn 5,4) y que transciende las oscuridades de la historia y las culpas de los hombres. Los mártires “vencieron en virtud de la Sangre del Cordero, y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12, 11).
Al releer su vida y escuchar el testimonio de los que convivieron con ellos comprendemos que ellos se han convertido para nosotros en signos de amor, de perdón y de paz. A la vez en un ejemplo de vida diaria que da como resultado la santidad anónima del que convive a nuestro lado y su quehacer y su proyecto de vida santo pasa desapercibido para nosotros.
“Quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia: son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo... más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza.” (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal: Ecclesia in Europa. 13)
2. Rasgos comunes de los nuevos mártires
Fueron hombres y mujeres de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Santísima Virgen; por ello, mientras les fue posible, incluso en el cautiverio, participaban en la Santa Misa, comulgaban e invocaban a María con el rezo del Rosario; eran apóstoles y fueron valientes cuando tuvieron que confesar su condición de creyentes; disponibles para confrontar y sostener a sus compañeros de prisión; rechazaron las propuesta que significaban minusvalorar o renunciar a su identidad cristiana; fueron fuertes cuando eran maltratados y torturados; perdonaron a sus verdugos y rezaron por ellos; a la hora del sacrificio, mostraron serenidad y profunda paz, alabaron a Dios y proclamaron a Cristo como el único Señor.
3. Martirio como coherencia de vida cristiana
El cristiano vive profundamente su compromiso con el mundo y en el mundo en que Dios le coloca. Recibe unos talentos de los que debe dar cuenta. No puede hacer abstracción de su condición de ciudadano para ser cristiano y no se avergüenza de ser creyente en ninguna de sus funciones. No sólo porque sabe que el Maestro dijo que él también se avergonzaría ante su Padre de los que se avergüenzan de confesar su amistad con él delante de los hombres. Sino porque vive su vida de cristiano sin trampas, sin mentira, con una autenticidad que le hace amar a quien dice que ama y ser fiel íntegramente a quien profesa como único destinatario de su fe. Esto nos lleva a dar en cada momento todo de nuestro ser para mostrarnos coherentes con nuestra fe. Esta totalidad implica llegar a dar la vida por el que se ama como hizo el maestro. Es el punto culminante del testimonio.
B.- El martirio: la última palabra del profeta
El profeta absentista es aquel que denuncia y propone gestos proféticos, pero guarda sus formas y, desde luego, su ropa para no comprometerse. Hace de profeta, pero no es profeta. Sufre, pero su última palabra no es el martirio. Se le pueden aplicar determinadas características:
Profetismo de dirección única que señala cambios estructurales e institucionales fundamentados en la vida exterior de las congregaciones o de la vida de la Iglesia, rara vez dedicado a la denuncia de fallos en la vida interior y comunitaria o en la radical fidelidad al carisma y a las promesas hechas a Dios.
“Profetismo anti” generalmente antiautoridad. No es un profetismo de salvación (Cómo ser mejores), sino de corrección, de reformas muy originales.
Profetismo de opiniones personales fundamentado en algo que se ha oído o que se comentó, difícilmente surgido de la lectura meditada de la Escritura o de los comentarios de las Constituciones, Cartas del Rector Mayor y otras fuentes de nuestra vida salesiana.
Profetas verbales o gestuales no vivenciales. No sacan su postura del sentimiento vivo de su alma como ese “fuego que he traído a la tierra y no quiero sino que arda.” ( Lc 12, 49).
Profetas del grito y la proclama. Mucho slogan, mucha propaganda y buena representación. No es algo que ha trasformado su vida, sino algo que la acomoda a su manera de querer vivir.
Este profetismo chinchante también hace sufrir a los que lo intentan. No logran los cambios, el choque con la autoridad produce amargura, el enfrentamiento con la realidad les lleva a la depresión. Luego, el paso del tiempo les acomodó y pasaron de ser “rebeldes sin causa” a rebeldes con causa: como no se lograron los ideales que proponían, ahora se abstienen de entrar en esta situación tradicional y colaborar.
El Profeta como testigo y mártir es aquel que se parece a los profetas bíblicos y que en síntesis tiene estas características:
Es alguien invadido por Dios y tiene un mensaje de su parte. Este mensaje se ha hecho centro de su alma, de su vida. Es un puro órgano transmisor y se ha convertido en un mero instrumento de Dios. El profeta es el obediente por excelencia. La salvación que aporta nunca será suya, por eso no hay profecía si ésta no va precedida por un radical conocimiento experimental de Dios.
Es alguien “trastornado por el mensaje” recibido. Primero cambia su vida y le convierte en otro hombre. Dice lo que jamás ha pensado y siempre ha tenido miedo de decir. Estudiemos las vocaciones de Amós, Isaías, Jeremías, Ezequiel. En todos los casos hay una “ruptura” con el hombre que eran, con la vida que hacían. El que no cambia en su alma antes de profetizar, no es profeta.
Ningún profeta presume de serlo. Todos se defienden de la vocación profética. Ponen mil disculpas, enarbolan mil razones. Ser profeta no es un orgullo, sino una tragedia que aceptan libremente, pero cuyas consecuencias no desean en modo alguno y contra las que patalean durante toda su función profetizadora. Saben que en todos sus mensajes el primer herido será el propio mensajero.
El profeta es alguien que busca la salvación, no la crítica por la crítica y menos la crítica por el placer de hacer daño al criticado. El profeta no se siente valiente al profetizar; sufre verdaderamente por obligación de tener que profetizar; “busca la curación del mal” y aunque haga daño, no quiere hacer daño. Debemos recordar los momentos en que hemos intentado hacer una corrección fraterna.
La vida del profeta es siempre dura. Por eso se pasa la vida tratando de huir de su vocación, a veces de modo espectacular como Jonás, pero en todos los casos percibe la mano de Dios que le “obliga”, que no le deja jamás escapar, incluso de las circunstancias de un martirio.
Son inevitablemente incomprendidos por los jefes, los reyes, los sacerdotes y el mismo pueblo. Elías no encuentra a muchos que le comprendan; el aislamiento de Jeremías es completo; se ve solo contra el mundo; Ezequiel escandaliza al pueblo. No existe un profeta demagogo.
El profeta es solidario con aquellos que denuncia. Es solidario con los que no le aceptan y les quiere de veras. Sufre más por su sordera que por su maldad. El profeta está de parte de Dios, pero al mismo tiempo se convierte siempre en intercesor del pueblo ante Dios. Los mártires perdonaron a sus verdugos.
Por lo tanto. Toda la vida profética es un martirio. No sólo su muerte, también su vida. Pero especialmente el desenlace de esta: siempre será fracasado y trágico. Estos profetas del S. XX cumplieron con su vocación y en su labor diaria fueron acumulando la gracia suficiente para poder decir su última palabra de coherencia y compromiso. El martirio es la consecuencia de seguir a Cristo sabiendo cargar con la cruz de cada día. Nuestra vida profética está destinada a decir su última palabra siempre con el sufrimiento.
C.- El martirio último testimonio del testigo
Así sucedió con los profetas. En el Antiguo Testamento Zacarías inaugura la serie de los profetas asesinados. Una tradición judía atribuye a Isaías una muerte dictada por Yoyaquín, Amasías condenó, también, a muerte a Amos. Hur, el sustituto de Moisés, cayó asesinado en el asunto del becerro de oro. Los profetas contemporáneos de Elías perecieron bajo la espada de Jezabel. Miqueas se consumió en la cárcel. Casi todos encontraron en su muerte el último servicio a su vocación profética. Casi ninguno presenció en su vida el resultado de su obra.
Hoy dar la vida es consumirse en servicio a Cristo y al Evangelio. Hoy dar la vida es llevar hasta las últimas consecuencias el compromiso adquirido en nuestra profesión religiosa. Hoy dar la vida supone la generosidad del que da todo a aquel ideal al que se consagró.
En las circunstancias de nuestro descreído mundo social, en el encuadre histórico que se nos va presentando, ¿si un religioso no es un profeta, qué es?. ¿Qué le queda de su vocación religiosa si no es un testigo hiriente de lo sobrenatural? La denuncia de lo sobrenatural, hoy día, no le va a dar mucha fama, ni éxito, ni publicidad; al contrario va ser motivo de mofa y befa como le pasó al Maestro y ahí está: ser coherente con la idea de ser profeta de lo sobrenatural y de lo espiritual es un martirio. Supone un vida llena de sinsabores, de amargura, de pesimismo, de oscuridad y de lucha. Por eso la vida religiosa, hoy más que nunca implica estas características:
El testimonio del religioso hoy supone una radicalidad evangélica. El religioso es el cristiano que toma el evangelio por donde más quema. En él no cabe un semi-evangelio. No cabe un evangelio suavizado. O es radical, o no es nada.
Su función específica es defender con su vida los valores permanentes en un mundo sin valores. Su profecía, su testimonio y su martirio es gritar con su vida que ciertos valores evangélicos como la entrega total a Dios, la pobreza, la castidad, la obediencia no son mitos o camelos imposibles. Nuestra profecía no va contra ningún grupo social o eclesial, sino va contra la secularización de la vida religiosa, contra el materialismo craso de la sociedad. Un religioso “adaptado” está muy lejos de ser un testimonio y Dios rechaza a los mediocres.
Este testimonio, naturalmente, sólo se da con la vida y no tanto con la palabra. Sabemos muy bien que las palabras se las lleva el viento y cada día tienen menos credibilidad. Hemos aprendido muy bien de nuestros políticos cómo las palabras se han vuelto estériles. Sólo con su vida diaria, vivida en coherencia y con alegría, el religioso es profeta, testigo y mártir.
Vive su profetismo porque cree en él, no porque espere nada de esa situación y menos porque le va a solucionar la vida. La verdadera pobreza que supone el despego es la que da al religioso el verdadero poder. Quien no busca nada, quien no espera nada personal, ese es verdaderamente libre y, en un momento determinado, puede entregar la vida física si Dios le da esa gracia.
Los religiosos deberán asumir su vocación al profetismo como una vocación al martirio. No al martirio soñado espectacular o anónimo como mucho de nuestros mártires, sino al martirio diario. El martirio de amar y servir sin mirar las consecuencias. Ser religioso, hoy día, es el arte de morir cada día, el de no ser comprendido nunca, el de vivir permanentemente contra corriente. Un religioso que es demasiado comprendido por el mundo forzosamente será una sal que no sala. El verdadero profeta sabe que nadie le entenderá, “porque los tartufos de derechas nunca nos perdonarán que digamos la verdad y los tartufos de izquierdas no nos perdonarán que la digamos entera” (Bernanos).
Todo esto es muy difícil, pero no olvides que los cobardes necesitan hombres así para fundamentar su vida cristiana.
D.- Cristo: profeta, testigo y mártir
Una lectura del Evangelio nos descubre sencillamente que todo lo reflexionado aquí se concentra en la vida de Cristo y que nosotros, sus seguidores, debemos entender así su vida:
Cristo fue obediente por excelencia al mensaje del Padre, ya que su vida consistió siempre en hacer su voluntad y no la propia.
Fue trastornado por ese mensaje e invadido por él y dedicó toda su vida a desarrollarlo en medio de grandes dificultades.
No tomó su tarea como orgullo personal, sino que hubiera querido que ese cáliz pasara de Él.
Toda su labor profética se realizó para la salvación de los hombres y para librarles y salvarles, no como una simple crítica amarga que lleva a los hombres a una inútil rebeldía.
Su vida fue dura y difícil, teniendo siempre presente una voz que marcaba “su hora”.
Entendió que su existencia sería corta y que sólo sería entendido después de su muerte.
Fue incomprendido por todos: sumos sacerdotes, apóstoles, familiares y el pueblo.
Sentía compasión por los mismos a los que trataba de salvar.
Supo siempre que el martirio sería el desenlace lógico de su vida.
1 E.- D. Bosco siervo y “varón de dolores” |
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