Inspectoría
Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de abril
de 2006 nº 53
MARÍA DE NAZARET, SEÑORA DE LA ESPERANZA
Señora
de la Esperanza,
porque diste a la luz la Vida.
Señora
de la Esperanza,
porque viviste la Muerte.
Señora
de la Esperanza,
porque creíste en la Pascua,
porque palpaste la Pascua,
porque comiste la Pascua,
porque moriste en la Pascua,
porque eres Pascua en la Pascua (P. Casaldáliga)
ÍNDICE
Retiro ………………………..…3-8
Formación………………….…9-16
Comunicación.……...........17-21
El anaquel……………........22-37
Revista fundada en el 2000
Edita y dirige:
Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"
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Maqueta y coordina: José Luis Guzón.
Redacción: Segundo Cousido y Mateo González
Depósito Legal: LE 1436-2002
ISSN 1695-3681
RETIRO
CONTEMPLAMOS E IMITAMOS SU FE
El
título nos lo sugieren las Constituciones: “María... es modelo de
oración y de caridad pastoral, maestra de sabiduría y guía de
nuestra Familia.., contemplamos
e imitamos su fe” (C
92). De eso precisamente se trata: orar es, ante todo, contemplar; de
la contemplación ardiente brota la imitación; en este caso queremos
contemplar e imitar la fe de María. Los sucesivos pasos de la
meditación se inspiran en la encíclica Redemptoris
Mater (1987)
de Juan Pablo II.
Don
Bosco confió nuestra Sociedad de manera especial a María (cf. C 9);
por eso tenemos la firme convicción de que cada una de nuestras
comunidades permanece confiada a Ella. Es posible, por tanto, que la
meditación de hoy sobre la fe de la Virgen Madre sea estimulante
invitación a acoger con corazón abierto a cada uno de los hermanos
de la comunidad y a aceptarlo tal como es (C 52);
tal
vez nos permita contemplar con ojos de fe esta realidad humana en la
que vivimos y trabajamos juntos cada día y en la que “se refleja
el misterio de la Trinidad” (C 49). En efecto, la comunidad
religiosa es “ante todo un misterio, que ha de ser contemplado y
acogido con un corazón lleno de recogimiento, en una límpida
dimensión de fe” (Vida
fraterna en comunidad, 12).
Pero necesitamos además su inefable amor de Madre para esperar
siempre -con alegre y firme esperanza- que el Espíritu Santo,
admirable constructor de comunión y unidad, haga de nuestras
comunidades el Cuerpo de Cristo vivo y visible, que Ella concibió y
aumentó en sus entrañas virginales.
1. “BENDITO EL FRUTO DE TU VIENTRE”
Cuando
se quiere conocer totalmente un árbol, se mira también al suelo, al
terreno en que se hunden sus raíces y de dónde le sube la savia al
tronco y a las ramas, a la flor y al fruto. El fruto del vientre de
María es Jesús. “Bendito el fruto de tu vientre” le repetimos
siempre, sin cansamos, admirados, orgullosos de ella, una de nuestra
raza.
Sabemos
que cada persona es algo único, señero, irrepetible. Las
circunstancias exteriores de su existencia no penetran su verdadero
ser, cuyo misterio sólo Dios y ella misma llegan a comprender. Es
cierto, pero la grandeza y la sublimidad de las personas depende
muchas veces de la calidad de su familia. Y de la educación
recibida. “De tal palo tal astilla”, dice el refrán. María es
la familia de Jesús; más aún es su madre: el tronco de donde brota
el retoño de Jacob. “Se te parece en todo” podemos imaginar que
le decían sus amigas a María observando a Jesús. María es la
explicación necesaria de Jesús; si queremos conocerlo bien debemos
mirar atentamente a su madre.
2.
“UNA ESPADA
TE
ATRAVESARÁ EL ALMA” (Lc 2,35)
La
respuesta que María dio al mensaje del ángel en la mañana de la
Anunciación respiraba generosidad y nobleza por todos sus poros. Lo
que se le pedía significaba entregarse a Dios a ciegas y sin
límites. Y ella lo hizo con la serena grandeza de quien sabe
prescindir de sí misma.
Y desde entonces el destino de María quedó indisolublemente ligado al de su hijo. Como nuestro destino, que desde el momento del bautismo y de la sucesiva profesión religiosa ya no puede separarse del de Cristo y se va modelando a lo largo de nuestra vida sobre el proyecto existencial de Jesús.
La
parte dolorosa del destino de María se inaugura con la duda de José,
su prometido, que amarga los inicios de aquella relación entre
jóvenes esposos... la partida hacia Belén y allí, entre pobreza y
angustia, el nacimiento del niño... la huida a Egipto, donde se ve
obligada a vivir entre extranjeros, lejos de la seguridad del propio
hogar, hasta que puede volver a su patria.
Cuando
a los doce años su hijo se queda en el templo y ella lo encuentra
tras una búsqueda angustiosa, María vislumbra, por primera vez, que
su hijo, el centro de su vida, forma parte de un misterioso proyecto
de Dios. Al reproche tan natural: “Hijo, ¿por qué nos has hecho
esto? Mira que tu padre y yo, asustados, andábamos buscándote”,
contesta el niño: “,por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo
ocuparme de las cosas de mi Padre”. María presintió, en aquél
mismo momento, que se iba a cumplir la profecía de Simeón: “Una
espada te atravesará el alma” (Lc 2,35). Esa es la sensación que
nos produce la respuesta que a su madre angustiada da un niño de 12
años con absoluta tranquilidad. No nos extraña que el evangelio
prosiga: “y ellos no entendieron las palabras que les dijo.”
A
renglón seguido se añade: “y su madre conservaba todo esto en su
corazón”, sin entenderlo, como la tierra cobija una simiente
preciosa que germinará en su seno.
Luego
vendrán dieciocho años de silencio. Nada nos dicen los evangelios
acerca de ellos. Pero este silencio es muy elocuente para quien sabe
escuchar. Son dieciocho años de silencio que transcurrieron en el
interior de su corazón. El relato sólo nos dice que el niño vivía
“sujeto a ellos” y que “crecía en sabiduría y edad y gracia
ante Dios y ante los hombres.” Es un acontecer callado, profundo,
envuelto en el amor de la más santa de las madres.
3. TODA LA VIDA DE JESÚS SUMERGIDA EN LA CERCANÍA DE SU MADRE
Sigue
la salida de Jesús de su casa hacia su destino, para cumplir su
misión. Pero su madre no se aparta de El; al principio de su vida
pública, en las bodas de Caná, se percibe un último gesto de
solicitud y vigilancia maternas... En otra ocasión llega a Nazaret
un rumor inquietante sobre la salud mental de su Jesús, y María
sale en su busca, y espera ansiosa delante de la puerta (Mc
3,21.31-35)... y de nuevo vuelve a estar a su lado en los últimos
días soportando valientemente el dolor al pie de la cruz. Toda la
vida de Jesús está sumergida, abrazada en la maternal cercanía de
su madre. Y lo más hondo y fuerte de ella hacia El se expresa
precisamente en su Silencio próximo, solícito, que nunca falla.
María
estuvo siempre junto a Jesús. Vivió intensamente todo cuanto le
concernía, ya que la vida de su hijo era la suya propia. Compartió
su destino. Modeló toda su existencia sobre la de su hijo. Pero no
fue porque su mente llegara a comprenderlo. Ella se lo ha dado todo,
su corazón, su honor, su sangre, toda su capacidad de amar. Ella lo
abrazó con ternura infinita de madre, pero Jesús, desde su seno,
creció por encima y más allá de ella y se alejaba cada vez más de
su madre hasta quedar en la lejanía, fuera de su alcance. Durante la
agonía en la cruz, María está a su lado, destrozado el corazón
por el sufrimiento. Está esperando una palabra de su hijo, que dice
mirando a Juan: “Mujer, he ahí a tu hijo.” Y al discípulo: “He
ahí a tu madre” (Jn 19,26-27). Quedaba expresada en estas palabras
la solicitud del hijo agonizante, pero el corazón supersensible de
María capta, ante todo, otro sentido: “Mujer, he ahí
a
tu hijo.” El la aleja de sí. El está ahora enteramente en la
“hora”, que ha llegado, grande y terrible; reclamándolo todo de
El.
4. “DICHOSA TÚ QUE HAS CREIDO” (Lc 1,45)
María
no llegó a comprender nunca del todo la profundidad de la vida de
Jesús. ¡Cómo iba a comprender ella el misterio del Dios viviente!
Pero hizo algo mejor y más importante: en lugar de comprender creyó,
tuvo fe. Y su fe fue creciendo y fortaleciéndose y es más honda que
la de cualquier ser humano. ¡“Dichosa tú que has creido”, madre
de los creyentes, que siempre fuiste fiel! Unos días después de la
Anunciación, su prima Isabel llena de Espíritu Santo se da cuenta y
se lo dice con admiración: “Dichosa tú que has creído”
(Lc1,45).
San
Pablo deja claro que cuando Dios se revela hay que prestarle la
obediencia de la fe (Rm 16,26); esa fe por la que la persona se
confia libre y totalmente a Dios (DV 5).
La
fe de María, proclamada por su prima Isabel en la Visitación,
indica cómo la Virgen de Nazaret ha respondido a la llamada de Dios:
con todo su yo humano y femenino y una disponibilidad perfecta a la
acción del Espíritu Santo.
Abrahán
fue grande por la firmeza de su fe; es, según el NT, “nuestro
padre en la fe” (cf Rm 4,12); en el camino de María se encuentran
sorprendentes analogías con la fe de Abrahán; sin embargo a María
se le exigió aún más que al patriarca, porque se le pidió que no
dudara del Hijo al que había dado vida y que iba creciendo y
separándose de ella al sumergirse en la lejanía de su misión. Y se
le pedía que, como mujer, no se desorientase ante la grandeza de
Aquel a quien ella había dado a luz y criado y visto en el desamparo
de la niñez..., y que tampoco se desorientara en su amor, al ver que
se substraía a su protección..., y creer que todo estaba bien y que
en ello se cumplía la voluntad de Dios..., y, con todo, no
desalentarse, no desviarse, no empequeñecerse, sino perseverar y
seguir la ruta incomprensible, trazada por su Hijo, alentada por la
fuerza de la fe. Se le pidió, sobre todo, que a los pies de la cruz
se uniese por su fe al desconcertante misterio de la muerte redentora
de su Hijo. Es tal vez el acto de fe más grande en la historia de la
humanidad. He aquí su grandeza.
María
dio con su fe los mismos pasos que el Señor iba dando para llegar a
su destino y realizar la misión que el Padre le había encomendado.
Resulta impresionante saber que aún hallándose tantos años al lado
del Hijo, bajo un mismo techo y manteniendo fielmente la unión con
él, su madre vivía el misterio de la vida de su Hijo sólo por
medio de la fe. Y así sucedió a lo largo de toda la vida pública
de Jesús. Ella veía que Jesús vivía del misterio de Dios, que se
alejaba de ella. Al elevarse Jesús más y más sobre su misión de
Mesías, María empezó a sentir el dolor de la espada; pero, a pesar
de eso, ella volvía a ponerse a la altura de Jesús, a compartir su
destino junto a El y a seguirlo con su fe inquebrantable, hasta que
llegó el momento en que Jesús no pudo seguir siendo ni hijo suyo
siquiera y se hace sustituir por el discípulo que estaba junto a
María. Jesús estaba solo, en lo alto de la cruz, sobre la arista
más punzante de la creación, solo ante la misericordia del Padre.
(“Os dispersaréis cada cual por su lado y a mi me dejaréis solo;
pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre”). Pero entonces
María, asociándose a su pasión suprema, acepta la separación de
su Hijo y con este acto de fe volvió a colocarse a su lado en la
misión de salvar al mundo.
No
lo dudemos; María está más cerca de Cristo y coopera más
profundamente en la obra de la salvación por su fe qüe por todos
los milagros que se le atribuyen. Las historias de milagros nos
cautivan y encandilan, pero no podemos vivir de ellas. Lo que se nos
pide es que luchemos valientemente por mantener firme y encendida la
fe. No estamos para frivolidades ni ligerezas; una fe recia y dura es
lo que nos exigen estos tiempos de increencia.
A
medida que vayamos comprendiendo en toda su pureza la figura de la
Virgen en los evangelios, iremos viviendo con mayor conciencia la
grandeza de nuestra vida consagrada. Si Abrahán es nuestro padre en
la fe, María es con todo derecho nuestra Madre
en la fe. La
Auxiliadora de nuestra fe inmadura, cobarde y retirada a los
cuarteles de invierno de la vida privada; Auxiliadora de nuestra fe
sin relieve, descomprometida, sin la formación continuada
adecuada...
Un detalle más: la fe de María no se vio transformada en comprensión más plena hasta el día de Pentecostés. Sólo entonces entendió todo cuanto tenía guardado en su corazón por la fe. El Espíritu Santo completa y lleva a su plenitud nuestra fe. Esta no es sólo un mero profundizar, aumentar o refinar el conocimiento y la inteligencia natural; tampoco una forma de vivencia o creencia religiosa, sino la respuesta personal que cada creyente da a la persona y a la palabra de Jesucristo.
5.
MARÍA CONCIBE POR EL ESPÍRITU SANTO
En
la vida de María comienzan a anticiparse como primicias todas las
maravillas que el Espíritu va a realizar luego en Cristo y en la
Iglesia; o sea, en ella vemos como en un espejo todo cuanto Cristo y
el Espíritu pueden hacer, y de hecho hacen, en cada uno de nosotros,
si les somos tan fieles y leales como lo fue María; si le otorgamos
nuestro libre asentimiento y nuestra colaboración como lo hizo
María: la esposa del Espíritu Santo.
Por
ejemplo, Pentecostés tiene su precedente en la Anunciación, o sea,
el momento en que el Espíritu desciende sobre María de manera
eficaz para operar en sus entrañas la encarnación del Hijo de Dios.
Su virginidad se convierte en fecundidad por medio del poder del
Espíritu y de la fe de María. El Pentecostés de María, podríamos
decir; el momento excepcional de la historia en el que el Padre
encuentra finalmente una morada digna en la que el Hijo y el Espíritu
puedan poner su tienda entre los hombres. Así, el Espíritu Santo, a
través de María y en María, sin encontrar ninguna resistencia, ha
podido introducir en la historia al Hijo eterno del Padre, ha unido
lo visible y lo Invisible, ha hecho fecundo su seno virginal. Ha
empezado la historia de la salvación. Conviene que cada uno de
nosotros tenga también su propio pentecostés de colaboración
estrecha, corresponsable, con el Espíritu; y también el gran
Pentecostés en el seno de la Iglesia.
El
Espíritu Santo tuvo necesidad, en aquel momento de la Encarnación,
no sólo del seno de María, sino también de su libre y personal
colaboración, su consentimiento (LG 56);
San
Agustín llega a decir que la Virgen concibió en su espíritu antes
que en su seno. Sólo así Jesús pudo nacer como hermano universal y
Salvador de todos los hombres y mujeres de todas las épocas.
Y hay todavía más: la libre cooperación de María con el Espíritu no se limitó a concebir y a dar a luz a Jesús sino que continúa todavía hoy y la hace ser no sólo madre de Jesús sino también madre del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Nuestra madre.
En
resumen: María fue verdaderamente una mujer extraordinaria, pero sin
la acción del Espíritu Santo hubiera sido sólo una anónima mujer
de Palestina. Por otra parte, su libre y decisiva colaboración con
el Espíritu hace de ella el modelo de toda relación con el Espíritu
Santo.
Aquí
estamos reunidos un grupo de personas que -por el bautismo y la
confirmación- vivimos del Espíritu; participamos de la vida nueva y
plena que nos hace capaces de vivir “no según la carne, sino
conforme al Espíritu”. Imitando la fidelidad de María al Espíritu
queremos también todos nosotros madurar el hombre interior,
espiritual. No sólo en el orden de los conocimientos, más bien en
el orden del ser, en lo referente a la experiencia de Dios, en la
identidad cristiana vivida en toda su integridad; queremos, a ejemplo
de María, entender el ejercicio de nuestra vida de cada día como
una experiencia ininterrumpida del Espíritu.
Queremos
encontrar las huellas de su paso y las señales de su presencia en
nuestra vida cotidiana y en las realidades que forman nuestro mundo,
en los sacramentos, los carismas y los ministerios de la Iglesia, en
el ejercicio concreto y constante de nuestra vocación salesiana
consagrada, en el discernimiento continuo y audaz para saber leer e
interpretar los signos de los tiempos y los nuevos espacios en los
que el Espíritu de Dios se hace presente y nos llama. En nuestra
comunidad, en fin, que queremos ir configurando cada día según el
modelo de la familia de María, la Familia de Nazaret, “lugar que
las comunidades religiosas deben frecuentar espiritualmente, porque
allí se vivió de un modo admirable el Evangelio de la comunión y
de la fraternidad” (Vida
fraterna en comunidad, 18).
«Te
pido, oh Virgen Santa, que yo obtenga a Jesús de aquel Espíritu de
quien tú misma lo has engendrado. Reciba mi alma a Jesús por obra
de Aquel Espíritu, por el Cual tu carne ha concebido al mismo
Jesús... Que yo ame a Jesús con Aquel mismo Espíritu en el Cual tú
lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo.» (San Ildefonso de
Toledo).
PISTAS
PARA LA ORACIÓN PERSONAL
1.
Recorre
el camino de fe de María junto con el tuyo: ve siguiendo el
itinerario de la Virgen y compara con tu vida de creyente...
2.
¿Cómo influye tu fe en tu vida ordinaria: opciones, estilos, modo
de enfrentarte a la realidad, consejos evangélicos, celo
pastoral...?
3.
¿Qué actitudes podemos poner cada uno para vivir en nuestras
comunidades, como en Nazaret, el Evangelio de la comunión y la
fraternidad?
FORMACIÓN
La
vida religiosa en la
actualidad1
Sea
lo que fuere de las anteriores definiciones perspectivas históricas
y visiones teológicas, la vida consagrada está cruzando una
situación difícil, como lo atestigua, entre otros factores, la
cuestión de las vocaciones, porque en este mundo de los consagrados,
acreditado por su estabilidad a través de las conmociones de tiempos
pasados, ha cambiado notablemente, al menos desde el Vaticano II, y
debe seguir cambiando si quiere tomar parte en la evangelización de
nuestro tiempo. Salvo en las formas renacientes (vírgenes y
eremitas) o todavía sin reconocimiento (orden de las viudas, nuevas
asociaciones de vida evangélica), sí que afecta seriamente al
futuro de la espinosa cuestión de las vocaciones. Pero ¿qué
significa exactamente tal disminución vocacional?.
El
general descenso de la natalidad, la apertura femenina a todo un
abanico de profesiones, la decadente práctica cristiana, la
indiferencia ante el compromiso civil y político: he ahí una serie
de factores que no son de inmediata responsabilidad de los mismos
consagrados. Su relativa falta de herederos no debiera, pues,
medirse, como casi siempre se hace, pensando en el floreciente pasado
del siglo XIX, único en la historia y que, como ya hemos dicho, no
puede considerarse normativo. El combate pudiera terminar, en no
pocos lugares, por falta de combatientes, en el momento mismo en que
el inmenso esfuerzo de renovación evangélica solicitada por el
Concilio comenzase a dar sus frutos de sencillez, cercanía, de
discreta complementariedad.
En
lo concretamente relativo a este punto de las vocaciones, apelaría
al excelente documento de trabajo del congreso de Roma, entre los
días 5-10 de mayo de 1997, “La pastoral de las vocaciones en las
iglesias particulares de Europa”. Pero daré, igualmente, una idea
del documento final de dicho congreso, que considero menos elaborado
que el primero.
El Documento “La pastoral de las vocaciones en la Iglesias particulares de Europa”
Este
texto, tan escasamente conocido, no es el único, a este propósito,
después del concilio. Pero tiene el mérito de ser reciente y de
haber emanado de diversos dicasterios romanos convocados por “La
obra pontificia para las vocaciones eclesiásticas” en el congreso
de Roma: la educación católica, las Iglesias orientales, los
institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.
Este documento se distingue, además, por lo claro y profundo de su
diagnóstico sobre el superficial estilo con que demasiado
habitualmente se suele abordar este no pocas veces doloroso tema.
Su
objetivo es claro: “hacer un balance comparativo a nivel europeo”
(n. 2) y, bajo este aspecto, es sumamente instructivo en cuanto a las
situaciones belga y francesa, sobre las que nos detendremos un poco
más. Se basan sus cifras en sólidas fuentes (n. 3); y es muy
adecuado su modo de abordarlo (nn. 5-6): nunca, como hoy, se ha
trabajado tanto por las vocaciones; pero existe un abismo entre los
esfuerzos llevados a cabo y los resultados concretos. Hay, sí,
iglesias
fecundas en nuevos gérmenes vocacionales, pero también iglesias
mayores en apuros. “Por qué?”.
El
documento tiene dos partes: analiza la primera década 1985-1995, y
trata la segunda de abrir horizontes de futuro. Demos una rápida
mirada a esas páginas.
La década 1985-1995
1.
La tendencia numérica de las vocaciones es diversa, según las
situaciones. Aumenta globalmente la población católica en Europa;
pero un 61 por ciento de católicos lo representan solamente cinco
naciones: Italia, Francia, España, Polonia y Alemania. La
disminución global de sacerdotes diocesanos y de religiosos es de un
13 por ciento: 31 en Bélgica y 27 en Francia. Las ordenaciones
sacerdotales crecen en un 37 por ciento, pero no cubren las pérdidas,
y va en aumento la edad media del clero. Crece también el número de
seminaristas mayores, lo mismo que el de los hermanos. Europa cuenta
habitualmente con el 50 por ciento de las religiosas de todo el
mundo; pero ha bajado su número en un 25 por ciento entre 1978 y
1994, como en baja se hallan las cifras de novicios, hombres y
mujeres.
2.
Frente a la crisis, se han contrastado las reacciones: desaliento por
parte de los animadores vocacionales; resignación ante el declive de
las comunidades religiosas; cuestionamiento del celibato sacerdotal.
Pero también reacciones más positivas: oración más frecuente, y
planes más eficáces a pesar de lo difícil que va a ser llegar a
las capas periféricas de las comunidades parroquiales: “Bélgica
reconoce ser más grave sus crisis, sobre todo en las diócesis
flamencas” (n. 18), y se declara, con otras regiones, incapaz de
cambiar la tendencia, sin dejar al mismo tiempo de expresar “su
gran simpatía por las opciones radicales, como lo atestigua la
notable presencia de jóvenes en las comunidades monásticas de vieja
tradición o en las nuevas formas de vida consagrada”. Sin pensar,
de momento, en la Europa del Este y demás situaciones particulares,
se advierte una cierta inversión de tendencia en diócesis donde se
trabaja metódicamente desde hace años y siguiendo un plan bien
orientado.
3.
Desde el punto de vista cualitativo, las nuevas vocaciones proceden
de diversos horizontes, están polarizadas por ciertos sólidos
valores, al lado de una vida moral marcada por las fragilidades y las
caídas. Se impone, pues, un serio discernimiento; y a su vez, debe
el centro educativo ser tanto más competente cuanto más reducido es
(“en realidad, y frecuentemente, es todo lo contrario lo que
sucede”). En los jóvenes coexiste mucha generosidad con cierta
inestabilidad, además de su tendencia a querer ser siempre los
protagonistas de la escena. Dos son los tipos bastante clásicos, que
aparecen aquí: más piadoso el uno y más social el otro. Entre sus
muchas dificultades, citaríamos la relativa a la aceptación de los
problemas de la vida fraterna concreta.
4.
La categoría más evocadora para hablar de los jóvenes dentro de
una perspectiva vocacional sería la de ambigüedad: se plantean
pocas cuestiones; les cuesta dar su paso desde las experiencias a las
decisiones, etc., aun cuando les seduzcan “nuevos valores”:
añoranza del silencio, fomento de la soledad, atractivo por los
modelos evangélicos. La pastoral vocacional oscila también entre
dos extremos: el de unas propuestas de interés —carentes de
psicología— y el de una simple propuesta de experiencias sin
opción decisiva, faltas, en este caso, de espiritualidad.
5.
Pero no dejan de alumbrarse nuevas sensibilidades. El signo más
relevante es el de las nuevas iniciativas de oración. Otro signo
positivo es el amplio magisterio episcopal sobre las vocaciones. En
ciertos casos, como en Francia, se ha realizado un nuevo esfuerzo por
parte de las parroquias, ellas mismas en pleno cambio.
Otro
reciente signo es la pregunta religiosa de hombres y mujeres en busca
de orientación de las esperanzas de los jóvenes que buscan a Dios y
un sentido a su vida. Para los religiosos belgas, “es impensable
una pastoral vocacional sin el complemento de una pastoral juvenil”,
pero el punto débil es el período que sigue a la confirmación.
Finalmente, la pastoral vocacional busca la vinculación con la
pastoral familiar (ante el número de familias cristianas que
rechazan o no aprueban la opción de sus hijos).
6.
Los superiores y superioras mayores de Europa han aportado sus
observaciones a este cuadro; por ejemplo, que los religiosos sin
cargo de actividades pastorales difícilmente logran vocaciones. En
Bélgica hay no pocas familias religiosas que, de veinticinco años a
esta parte, no tienen ya vocaciones; incluso, más preocupados por la
calidad que por el número, cuando el novicio se ve solo, “la falta
de otros candidatos es un obstáculo que no puede subestimarse”.
Ahora
bien, por lo general, los obispos y sacerdotes no parecen
sensibilizados a una pastoral atenta a la vida religiosa: no existe
rechazo, pero tampoco hay apoyo. Las colaboraciones en torno al plan
de discernimiento y a la formación se han pactado, además, con los
laicos y la comunidad cristiana, incluso dentro de las diversas
provincias de un mismo instituto. Una gran mayoría cree necesario
que los religiosos de vida apostólica utilicen lo mejor de sus
energías en la pastoral juvenil, desde el momento en que los
candidatos a la vida religiosa no proceden ya de los seminarios
menores, sino directamente de las familias.
Numerosas
“provincias” disponen de una comunidad o de una estructura
operativa, mantenida por las demás comunidades. Aparece una nueva
figura, la del animador vocacional de las comunidades —no ya la del
aislado promotor de vocaciones—, que fomenta la participación de
la espiritualidad del instituto en la iglesia local. Pero hay otra
novedad que preocupa a más de un instituto: los abandonos a lo largo
de los primeros años de vida apostólica, indudablemente provocados
por el derrumbe de ideales frente a la realidad.
Dos
tercios de las familias religiosas interpeladas no han elaborado
todavía su plan pastoral por las vocaciones. Entre los resultados
más significativos, bien merece subrayarse la atención de quien se
ha prestado al acompañamiento espiritual personal, que traza
itinerarios de fe y de vida cristiana capaces de llevar a opciones
maduras y motivadas. Dentro del amplio cuadro de dificultades mayores
(n. 46), anotamos: el insuficiente testimonio de las comunidades, la
falta de sólidas propuestas de crecimiento cristiano, la
incertidumbre en lo relativo al papel de la mujer en la Iglesia, las
dudas sobre la identidad del hermano, la incomprensión de la
vocación a un monasterio de clausura.
7.
Las observaciones relativas. a los institutos seculares añaden
además la característica dificultad de la ignorancia —el
documento habla de “desinformación”— acerca de tan discreta
forma de vida consagrada.
¿Qué
inferir de un diagnóstico tan contrastado? La situación varía de
país a país. Bélgica, por ejemplo, que pertenece al núcleo más
católico de Europa, está más seriamente afectada todavía que
otros países por la crisis vocacional; y la vida religiosa está
allí más en retroceso que la vida sacerdotal, sobre todo entre los
no-sacerdotes (lo mismo que entre las mujeres). Y dígase más o
menos lo propio en el caso de Francia o de España.
La
descripción de los jóvenes de hoy parece realista a pesar del
incesante balanceo de fuerzas y de desalientos que dejan al
descubierto un rostro indefinido. Aparecen claramente nuevos agentes,
como la familia, la parroquia, los medios de la pastoral, la Iglesia
local: se han utilizado con cierto éxito nuevos métodos. ¿Cómo,
pues, afrontar el futuro? La lectura de la segunda parte del
documento puede ser una buena orientación.
Construir el futuro
1.
“En el plano de la reflexión teológica, son cuatro los aspectos
que exigen ser profundizados y reforzados por una sólida práctica y
pedagógica pastoral” (n. 55): el itinerario de la fe debe llevar a
un encuentro con Jesús capaz de transformar toda la vida; el
conocimiento bíblico y cristológico comportará una definitiva
opción de existencia cristiana; la sequela
Christi se
comprende dentro del contexto vivo de la iglesia particular (toda
vocación es un signo del misterio que une a Cristo y a la Iglesia);
la pastoral vocacional debe clarificar las relaciones entre el
ministerio ordenado, la “vocación de especial consagración” y
las demás vocaciones.
2.
En las iglesias particulares, la pastoral vocacional es una de las
opciones pastorales más delicadas —“toda pastoral, en especial
la juvenil, es obviamente una pastoral vocacional”—, que ha de
considerarse como central, revitalizarse y revigorizarse
espiritualmente, insertarse plenamente en la pastoral “ordinaria”,
especialmente en la familia cristiana (no se le pide exponer sino
crear un “clima” propicio).
Las
propuestas que hace han de ser fruto de la palabra y del ejemplo de
vida, algo tan distinto de lo que pudieran denominarse vagos
discursos. La primacía del espíritu se revela en la oración, en
los ejercicios espirituales, las jornadas de desierto, la adoración
incluso nocturna del Santísimo sacramento. Son, sí, de provecho las
semanas de oración por las vocaciones, la simple frecuencia del
ciclo litúrgico, los itinerarios en torno a la confirmación; pero
un buen número de vocaciones procede de grupos caracterizados por
una explícita búsqueda de dichas vocaciones (inspiradas por
seminarios y casas religiosas).
Se
acentúa la necesidad de una dirección espiritual personalizada, si
bien con demasiada frecuencia faltan educadores preparados para tal
ministerio, “sobre todo sacerdotes procedentes de un seminario”.
Se valora, finalmente, la relación con la escuela: “el mundo de la
escuela no ha sido, generalmente, muy explotado mediante la reflexión
más explícita y más decisiva”.
Las vocaciones femeninas experimentan una penuria especial, incluso donde existen grupos específicos que parecen ser los únicos espacios eclesiales en los que se refleja la misión histórica de la mujer frente a los grandes retos de nuestra cultura.
3.
En las comunidades cristianas, “una de las fronteras de la
profecía... es la educación”; pero es precisamente uno de los
puntos débiles de la pastoral juvenil y vocacional, por falta de
adecuados guías y formadores. Faltan, igualmente, en el Este, los
organismos pastorales que marquen seguros itinerarios y, en general,
que promuevan la coordinación entre los centros diocesanos y las
iniciativas propias de los religiosos.
Sabemos
que la iglesia particular es el auténtico lugar de los carismas y de
las vocaciones; pero no basta que un grupo eclesial sea el ámbito de
la amistad gratificante para convertirse en instrumento de desarrollo
humano y espiritual. La mediación educativa —equivalente a la
presencia de educadores— va vinculada, más que a un vago
altruismo, a la conciencia de ser testigo de Cristo y servidor del
plan de Dios en el corazón de cada uno.
Los
jóvenes deben respirar una atmósfera de aprecio de todas las
vocaciones que forman la comunidad eclesial. El año litúrgico es
una escuela permanente en la que, paso a paso, se forma uno ante las
exigencias del Señor. Son muy para tener en cuenta ciertas agudas
observaciones sobre los centros diocesanos de vocaciones, así como
la contribución de los religiosos y religiosas a los programas de la
diócesis, que no deja de ser “un poco más difícil”, dada su
tendencia a programar ellos y ellas sus específicas actividades.
4.
La Europa de las vocaciones debe, pues, mirar hacia el futuro e
insistir en la confianza que pueden despertar en los jóvenes y en
los valores de que son portadores. Son previsibles ciertos cambios
entre las iglesias de Europa, pero se trata, sobre todo, de
configurar otra imagen de la Iglesia menos clerical y más laical.
El
mensaje a proclamar con más fuerza es el del radicalismo evangélico
—sine
glossa—; es,
además, urgente superar “la patología de la fatiga” en los
sacerdotes y religiosos, “redescubriendo en lo más íntimo de su
llamada el porqué de su semblante pascual”. En segundo lugar, son
necesarios nuevos educadores, dada la empobrecida situación de
numerosos ambientes pedagógicos. Finalmente, “se exige un gran
esfuerzo en hacer entrar la propuesta en la pastoral ordinaria”. En
el campo vocacional, la esperanza es la más necesaria, de suerte que
se dé lugar “de hecho, a este ministerio dentro de la Iglesia,
conocido con el nombre de ministerio de animación”.
Se
proponen, a modo de conclusión, dos cuestiones —materia también
de examen de conciencia— y se brindan otras ocho en orden a la
buena marcha del congreso, finalizando con un detallado apéndice
sobre unas estadísticas relativas a las vocaciones dentro del
continente europeo.
El
futuro, pues, se construye a partir de una teología más explícita
y más radical, supone una pastoral juvenil dinámica, pide una
mediación educativa en la que se adopte como norma la colaboración,
y corresponde a quienes ejercen un verdadero ministerio de
consolación. Tras esta lectura de la situación y del futuro que se
prepara, podemos hacer ya un recorrido más rápido a través del
documento final publicado después del congreso.
Nuevas vocaciones para una nueva Europa (“in verbo tuo”). Documento final del congreso europeo
Como
el texto es doblemente más largo, sólo daremos su índice de
materias, deteniéndonos en lo que allí se denomina “pastoral”
y, sobre todo, “pedagogía” de las vocaciones.
Muy
entusiasta y muy lírico, el documento parte, desde su misma
introducción y en su primera parte, de la situación vocacional hoy
en Europa. El objetivo es mostrar, según el título del congreso, la
necesidad de “nuevas vocaciones para una nueva Europa”, es decir,
para evangelizar: sólo cuando “la vocación llegue a ser el
corazón mismo de la nueva evangelización de los umbrales del tercer
milenio” podrá germinar “una cultura de la vocación”. “Europa
necesita nuevos confesores de la fe y de la belleza de creer,
testigos que sean creyentes fidedignos, valientes hasta el martirio;
vírgenes que lo sean no sólo para sí mismas...”. En una palabra,
superando la “patología de la fatiga”..., y atreviéndose a
plantear las legítimas cuestiones (n. 13 d.)
La
segunda parte aborda con mayor amplitud la teología de la vocación
partiendo del sentido mismo de la vida (“el primer momento
vocacional es el del nacimiento”, nota 30); se va del Padre al Hijo
y al Espíritu y se designa a la Iglesia como la madre de las
vocaciones: “la crisis vocacional de los llamados es igualmente,
hoy, crisis de los que llaman” (n. 19). De hecho se habla de todas
las vocaciones, con una llamada a las Iglesias de Europa a dar
testimonio de acogida y de atención a las mismas.
En
la tercera parte, sobre la pastoral vocacional, se nos da lo que el
número 9 anuncia como “grandes estrategias de intervención”
pastoral, a partir de la imagen —muy agustiniana— de la Iglesia
primitiva. Los “principios generales de la pastoral vocacional”,
expuestos con amplitud, se enuncian de esta manera: la pastoral
vocacional es:
•
la perspectiva original de la pastoral en general;
• la vocación de la pastoral hoy día;
• gradual y convergente ; general y específica a la vez;
• universal y permanente;
• personal y comunitaria;
• finalmente, la perspectiva unitaria y sintética de la pastoral.
Se
proponen múltiples y concretos caminos comunitarios: la liturgia y
la oración (“toda vocación nace de la in-vocación”);
la
comunión eclesial, el servicio de la caridad, el testimonio del
evangelio. Tales itinerarios pastorales terminan permitiendo una
llamada personal (“el joven debe ante todo realizar lo que a todos
se les pide, si quiere ser él mismo”), merced a la revalorización
de la comunidad parroquial, pero también por mediación de los
“lugares-signos”: comunidades monásticas, comunidades religiosas
apostólicas, fraternidades de institutos seculares; y de los
“lugares pedagógicos”: grupos, movimientos, asociaciones e
incluso
la
escuela. Serán además necesarios formadores. Organismos de pastoral
vocacional bien coordinados, incluso un centro unitario supranacional
de dicha pastoral vocacional.
La
cuarta parte, centrada en esta pedagogía de las vocaciones, intenta
fijar pistas de orientación en la práctica de cada día; Basándose
en Jesús —a quien muestran los evangelios mas como formador que
como animador —, sugiere cinco características nucleares del
ministerio vocacional, tal y como se expresan con los siguientes
verbos: “sembrar” (por doquier, en su oportuno momento, etc.);
“acompañar” (deteniéndose en los pozos de agua viva,
con-vocando); “educar” (en el conocimiento de sí mismo, en el
misterio en la lectura de la vida, en la oración); “formar”
(para reconocer a Jesús y reconocerse discípulo suyo); y
finalmente, “discernir”, es decir, optar efectivamente.
Y
se dan unos criterios de tal discernimiento: la apertura al misterio,
la identidad vocacional, la relación entre memoria y proyecto, la
fidelidad a la vocación recibida. Se dedica un breve pero puntual y
exacto pasaje a las condiciones necesarias para acoger con la debida
prudencia la solicitud de vocaciones jóvenes con específicas
inestabilidades en el campo de las relaciones afectivas y sexuales.
Como
conclusión, el documento expresa dos convicciones: únicamente
superaremos las crisis convirtiéndonos sinceramente a la llamada
recibida; tal vez no exista ningún otro sector de la Iglesia que,
como éste de las vocaciones, necesite más abrirse a la esperanza.
La propuesta final es una oración al Señor y dueño de la mies, que
empalma con la dirigida a continuación a las tres personas divinas.
No
obstante su propósito de ser un himno a la esperanza, el documento
final es tal vez menos avanzado que el documento de trabajo, en el
sentido de haberse extendido mucho en la definición de vocación y
de haber partido siempre de muy lejos en la formulación de sus
sugerencias. Se tiene la impresión de que las “pastorales
específicas” —es decir, las de los institutos religiosos— son
consideradas siempre como parciales y poco menos que contrarias al
interés general. Tal diagnóstico no puede, sin embargo,
dispensarnos de “buscar y hallar”, como diría san Ignacio, las
vocaciones que Dios prepara para este modelo de consagración que
ahora nos preocupa.
Conclusión: vino nuevo, odres nuevos
Tales
análisis y recomendaciones a propósito de las vocaciones
—religiosas y sacerdotales— muy bien pueden ser signo de la
actualidad de la vida consagrada, ya que está en juego el futuro, no
por el lado de los que parten ni de los que quedan, si así se puede
hablar, sino por el lado de los que llegan. El recorrido que, desde
el punto de vista historico-teológico, hemos realizado muestra, sin
duda, lo que hay de la vida consagrada, hoy en crisis numérica, en
el preciso momento en que finalmente recibe sus credenciales de
nobleza doctrinal.
La
vida consagrada se ha visto inserta, desde la Lumen
gentium, en
el corazón mismo del misterio de la Iglesia, lo cual representa para
dicho proyecto de vida una revolución tan copernicana como lo ha
sido para la mariología la inserción del tratado sobre la Virgen
María en la misma cristología dogmática. Incluso antes de
preguntarnos si no está ya un vino nuevo exigiendo sus nuevos odres
—es decir, si no tiene todavía por delante mucho en qué
evolucionar la vida consagrada—, reconozcamos el momento en que la
vida consagrada descubre la fundamental actualidad de sus fuentes en
Cristo, en la Iglesia, en el Espíritu. El sínodo general de 1994 es
su más excelsa ilustración.
COMUNICACIÓN
El primer areópago de los tiempos modernos2
Silvio Sassi
El
binomio «Iglesia y cogisterio de Juan Pablo II es el tema explícito
y central en los mensajes publicados con ocasión de la Jornada
mundial de las comunicaciones sociales, pero también aparece en
textos dedicados a otros temas importantes.
Ya
Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelli
nuntiandi (8.12.1975)
publicada a raíz del Sínodo sobre la evangelización, vinculaba la
comunicación con la misión esencial de la Iglesia. En el n. 45
Pablo VI implicaba a la Iglesia con tres afirmaciones que serían,
posteriormente, un constante punto de referencia para otros
documentos. Ante todo es la evangelización en su totalidad la que
puede llevarse a cabo con los medios de comunicación: «El primer
anuncio, la catequesis o la profundización ulterior de la fe». Los
medios modernos se consideran «medios indispensables» para todas
las dimensiones de la evangelización Pablo VI, además, declaraba
que sería «una culpa» para la Iglesia no usar estos medios: «La
Iglesia se sentiría culpable ante su Señor si no empleara esos
potentes medios». Finalmente el Papa recogía «el desafío»
esencial de los medios para la evangelización: «Llegar a las
muchedumbres, pero con capacidad para penetrar en las conciencias,
para posarse en el corazón de cada hombre en particular».
Juan
Pablo II, en la exhortación apostólica Catechesi
tradendae (16.10.1979),
publicada a raíz del Sínodo sobre la catequesis, entre los caminos
y los medios de la catequesis enumera los medios de comunicación:
«Mi pensamiento se dirige espontáneamente a las grandes
posibilidades que ofrecen los medios de comunicación social y los
medios de comunicación grupales: televisión, radio, prensa, discos,
cintas magnetofónicas, todo el sector de los audiovisuales». Estos
medios son de «capital importancia» para la catequesis (n. 46).
Después del Sínodo sobre la familia, la exhortación apostólica
Familiaris
consortio (22.11.1981)
trata de la comunicación con referencia a la familia en la sección
que se refiere a los agentes de la pastoral familiar. Citando
expresamente frases de mensajes para la Jornada mundial de las
comunicaciones sociales de Pablo VI (1969) y del mismo Juan Pablo II
(1980-1981), el n. 76 llama la atención sobre la ambigüedad de los
influjos de los medios sobre la familia. Existe un influjo positivo,
pero hay que constatar también que los medios se convierten en
«vehículo de ideologías disgregadoras y de visiones deformadas de
la vida, de la familia, de la religión, de la moralidad, que no
respetan la verdadera dignidad y el destino del hombre».
La
exhortación apostólica Christifideles
laici (30.12.1988),
publicada a raíz del Sínodo dedicado a los laicos, hace referencia
al estrecho vínculo entre cultura y comunicación: «Actualmente el
camino privilegiado para la creación y para la transmisión de la
cultura son los instrumentos de comunicación social. También el
mundo de los mass media, como consecuencia del acelerado desarrollo
innovador y del influjo, a la vez planetario y capilar, sobre la
formación de la mentalidad y de las costumbres, representa una nueva
frontera de la misión de la Iglesia». El Papa concluye: «Tampoco
en esta acción de defensa termina la responsabilidad apostólica de
los fieles laicos. En todos los caminos del mundo, también en
aquellos principales de la prensa, del cine, de la radio, de la
televisión y del teatro, debe ser anunciado el Evangelio que salva»
(n. 44).
La encíclica Redemptoris
missio (7.12.1990),
movilizando toda la Iglesia para la «nueva evangelización», ofrece
la visión más lúcida del magisterio papal sobre el tema. La cita
del n. 37c es obligada, porque constituye todavía hoy la punta más
avanzada de la reflexión magisterial sobre la comunicación. A pesar
de que los documentos sucesivos, de valor inferior, han ignorado o
minusvalorado cuanto el Papa afirma en ese texto, queda el hecho de
que la frontera marcada exige el coraje de seguir, no de replegarse.
Una nueva cultura
Enumerando
las áreas culturales o areópagos modernos de la nueva
evangelización, Juan Pablo II declara a la comunicación «el primer
areópago de los tiempos modernos». «Los medios de comunicación
social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal
instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración
para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las
nuevas generaciones, sobre todo, crecen de modo condicionado por
estos medios... El trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene
solamente el objetivo de multiplicar el anuncio: se trata de un hecho
más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna
depende en gran parte de su influjo. No basta usarlos para difundir
el mensaje cristiano y el magisterio de la Iglesia, sino que conviene
integrar el mensaje mismo en esta «nueva cultura» creada por la
comunicación moderna.
Es
un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los
contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de
comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos
comportamientos sicológicos. Mi predecesor Pablo VI decía que “la
ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de
nuestra época”, y el campo de la comunicación actual confirma
plenamente este juicio» (EN 37c).
Como
puede observarse, la comunicación no se describe de modo
tecnológico, sino en sus consecuencias socio-cultura les. Se trata
de una nueva cultura, una civilización inédita que se dirige a todo
el hombre, a toda la sociedad y a todos los pueblos. Superada la
visión «instrumental», el Papa describe la comunicación como
«nueva civilización». La obra de evangelización, por tanto, no
podrá relegarse al simple «difundir el mensaje cristiano y el
magisterio de la Iglesia», sino que será necesario «integrar el
mensaje mismo en esta nueva cultura». La comunicación no es el
conjunto de medios de transmisión vacíos que basta llenar de
«mensaje cristiano y magisterio de la Iglesia», sino que es una
civilización autónoma y completa que hay que estudiar en sí misma
para después anunciar en ella el Evangelio. La evangelización,
entonces, no es una transposición en los medios de comunicación de
cuanto sucede en una parroquia o en una diócesis, sino una
inculturación original de la fe en la comunicación, que tiene sus
lenguajes, sus ritos, sus leyes, sus símbolos, sus valores, sus
categorías de espacio, tiempo, verdad, realidad, simulación, etc.
La inculturación es el camino de la evangelización no sólo para
las civilizaciones consideradas por la antropología, sino también
para la civilización producida por la comunicación.
Habiendo
descubierto en la inculturación el camino para un encuentro
fructífero entre Iglesia y comunicación, Juan Pablo II afronta en
estos términos su reflexión en las exhortaciones apostólicas
publicadas a raíz de los Sínodos continentales previstos en la
carta apostólica Tertio
millenio adveniente (10.9.1994,
n. 21). La exhortación apostólica Ecclesia
in Africa (14.9.1955)
trata de la comunicación en el núm. 71: «Los mass
media
han llamado la atención del Sínodo bajo dos aspectos importantes y
complementarios: como universo cultural nuevo y emergente y como un
conjunto de medios al servicio de la comunicación. Ellos constituyen
desde el principio una cultura nueva que tiene su lenguaje propio y,
sobre todo, sus valores y contravalores específicos. Por esto, como
todas las culturas, tienen necesidad de ser evangelizados. Pues hasta
nuestros días, los mass
media
constituyen no sólo un mundo, sino una cultura y una civilización.
Y es a este mundo al que la Iglesia está invitada a llevar la Buena
Noticia de la salvación. Los heraldos del Evangelio deben entrar en
él para dejar- se empapar de esta nueva civilización y cultura,
pero con el fin de saber servirse oportunamente de él».
Merece
la pena reseñarse lo que en el mismo texto aparece en cursiva: la
metodología de la inculturación. Los anunciadores del Evangelio
están in-vitados, ante todo, a sumergirse en la civilización de la
comunicación para dejarse empapar; es necesario partir del
conocimiento y de la realidad de la comunicación para poder
anunciar, de forma adecuada, el Evangelio. La comunicación exige una
evangelización acorde con su actual fisonomía; de poco sirve querer
trasportar a esta civilización las categorías válidas para otras
culturas. Estamos ante un punto irreversible que hace que sean sólo
nostálgicas las operaciones para recuperar un pasado ya lejano.
Ecclesia
in Africa trata
también de la comunicación en el n. 122 (Cristo comunicador, punto
de partida teológico), en el n. 123 (formas tradicionales de
comunicación), en el n. 124 (contenidos de la comunicación), en el
n. 125 (posibilidades y dificultades de la Iglesia africana en
relación con los medios) y en el n. 126 (coordinación de las
iniciativas).
Con
la exhortación apostólica Vita
consecrata (25.3.1996),
a raíz del Sínodo dedicado a los religiosos, Juan Pablo II implica
en la nueva evangelización a todos los institutos religiosos: «La
nueva evangelización exige a los consagrados y consagradas plena
conciencia del sentido teológico de los desafíos de nuestro tiempo.
Estos desafíos deben examinarse con atento y unánime
discernimiento, con vistas a renovar la misión» (n. 81). Los
consagrados son «interpelados de modo nuevo por la exigencia de
testimoniar el Evangelio a través de los medios de comunicación
social... Sobre todo cuando por carisma institucional actúan en este
campo, están obligados a adquirir un serio conocimiento del lenguaje
propio de tales medios, para hablar de modo eficaz de Cristo a los
hombres de hoy» (n. 99).
En
1997 se celebra el Sínodo continental de América, y en la
exhortación apostólica Ecclesia
in America la
comunicación se sitúa en el contexto de la nueva evangelización.
«Es fundamental, para la eficacia de la nueva evangelización, un
profundo conocimiento de la cultura actual, en la que los medios de
comunicación tienen un gran influjo: Conocer y usar estos medios, ya
sea en sus formas tradicionales, ya en las introducidas más
recientemente por el progreso tecnológico, resulta, por tanto,
indispensable. La realidad actual exige que se sepa dominar el
lenguaje, la naturaleza y las características de los mass media.
Usándolos de manera correcta y competente, se puede llevar a cabo
una auténtica inculturación del Evangelio. Estos mismos medios
contribuyen a modelar la cultura y la mentalidad de los hombres y
mujeres de nuestro tiempo; razón por la que los que trabajan en el
campo de los instrumentos de comunicación social deben ser
destinatarios de una especial acción pastoral» (n. 72).
En
1998 se celebran los Sínodos continentales de Asia y Oceanía. La
exhortación apostólica Ecciesia
in Asia (6.11.1999)
trata de la comunicación en el capítulo «Testigos del Evangelio».
Refiriéndose al n. 37c de la Redemptoris
missio para
recordar que la comunicación, también en Asia, es una nueva
civilización, la exhortación precisa: «A tal fin, la Iglesia
necesita explorar nuevos modos de integrar cuidadosamente los mass
media en la planificación y en las actividades pastorales, de tal
modo que, mediante su uso eficaz, la fuerza del Evangelio llegue a
más personas y a enteras poblaciones, infundiendo en las culturas de
Asia los valores del Reino» (n. 48).
La
exhortación apostólica Ecclesia
in Oceania (22.11.2001)
habla de los medios de comunicación como agentes de modernización y
reconoce su «fuerte impacto sobre la vida de las personas, sobre su
cultura, su pensamiento moral y su comportamiento religioso»,
augurando «un plan pastoral para las comunicaciones a nivel
nacional, diocesano y parroquial» y reconociendo que «la
coordinación de los esfuerzos eclesiales es necesario para
garantizar la preparación de cuantos representan a la Iglesia en los
mass media y también para animar a los laicos de fe probada a entrar
en ese mundo como respuesta a una vocación» (n. 21). Y recuerda que
«la misión de la Iglesia de «anunciar la verdad de Jesucristo»..,
le exige renovar la catequesis, la instrucción y la formación en la
fe. El impacto de los mass media en la vida de las personas ilustra
lo fuertemente que una nueva realidad social exige modos innovadores
de presentar la fe» (n. 22).
En
de 1999 tuvo lugar el Sínodo de los obispos de Europa, con el lema:
«Jesucristo vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para europa».
En la exhortación apostólica Ecciesia
in Europa (28.6.2003),
Juan Pablo II reconoce que «asistimos al nacimiento de una nueva
cultura, influenciada
en gran parte por los medios de comunicación social, con
características y contenidos que a menudo contrastan con el
Evangelio y con la dignidad de la persona humana..., que hunde sus
raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los
derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de
esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo que
se puede llamar una “cultura de muerte”» (n. 9). De ahí que «la
evangelización de la cultura debe
mostrar también que hoy, en esta Europa, es posible vivir en
plenitud el Evangelio como itinerario que da sentido a la existencia»
(n. 58).
Y
dedica todo un apartado a los medios de comunicación social: «Dada
su importancia, la Iglesia en Europa ha de prestar particular
atención al multiforme mundo de los medios de comunicación social.
Entre otras cosas, esto comporta la adecuada formación de los
cristianos que trabajan en ellos y de los usuarios de los mismos, con
el fin de alcanzar un buen dominio de los nuevos lenguajes. Se ha de
poner un cuidado especial en la elección de personas competentes
para la comunicación del mensaje a través de estos medios... Y no
se debe descuidar la creación de medios de comunicación social
locales, incluso en el ámbito parroquial. Al mismo tiempo —sigue
diciendo el Papa—, hay que tratar de introducirse en los procesos
de la comunicación social para hacer que se respete mejor la verdad
de la información y la dignidad de la persona humana» (n. 63).
Hay
que concluir afirmando rotundamente que, en textos importantes como
las encíclicas y las exhortaciones apostólicas posinodales, Juan
Pablo II ha indicado a toda la Iglesia la actitud necesaria para
construir un puente entre Iglesia y comunicación: el proceso de
inculturación.
El
ANAQUEL
PARABOLA DÉCIMA
Luis Lozano
JOSUE Y CALEB Y OTROS EXPLORADORES
Cada día era nuevo en el cielo. Lo eterno también tiene tiempos, también tiene secuencias. Nada más aburrido que una línea recta; divertido es el meandro del río, el atajo del camino; hermosa es la luna que oculta el sol; bellas las estrellas que olvidan el día . Dios era nuevo cada día para los bienaventurados.
LOS PEREGRINOS DE DIOS
Todos los salvados fueron en algún momento peregrinos de algún camino. Allí estaban los desterrados de su tierra, los emigrantes, los perseguidos, los buscadores de nuevos mundos, los iluminados por nuevos caminos.
Era hermoso ver, ya de mañana eterna, a Santiago escuchando a Alonso Quijano. Comentaban cómo sus caminos fueron en su diversidad los mismos: buscaban la salvación, la felicidad, el bien, la solidaridad.
Con ellos se juntaron exploradores de todos los tiempos, los buscadores de oro del Oeste, los Dióscuros del Vellocino de Oro, los Descubridores de continentes, conquistadores de tierras nuevas.
Venían todos a la llamada de las trompetas angélicas para empezar una Asamblea específica de los interesados en exploración profética. Eran los hombres de la ilusión y el deseo; los hombres y mujeres de los sueños; incluso había santas y santos de la utopía y el espejismo.
Castor y Pólux conversaban con Junípero Serra, mientras Núñez de Balboa , que volvía de asomarse al Pacífico, escuchaba a Pizarro que hablaba de El Dorado.
Y entremezclados a los famosos, chiquillos boyscouts seguían con su banderas en alto y las pañoletas en sus cuellos.
Allí estaban, desde luego, los exploradores bíblicos de Jericó, agradecidos a Rahab la cortesana; y entre todos, descollaban Josué y Caleb, que presidían la sesión por derecho propio.
LOS EXPLORADOS OPTIMISTAS
Está claro, decía Pedro antes de dar la palabra a Josué, que Dios Padre habló antiguamente en el camino; todos nosotros fuimos peregrinos, exploradores – ver, probar y elegir – buscadores de una meta. Dios habla en los caminos: con el ansia, con la utopía, con la promesa, con la esperanza.
A Moisés le hablaba cara a cara – era la contemplación mística - ; a María y Arón con visiones y sueños- era la profecía- ; a Josué y Caleb, con la promesa. Era la esperanza.
Porque creyó en la tierra prometida, todas las buenas promesas, todas las buenas palabras de Josué se han cumplido. Era profeta verdadero.
Creer en la promesa, es la esperanza; creer en los sueños, es la fe; creer en la palabra es amor. No hay conquista sin el sueño de la razón; no hay éxito sin el sueño de la voluntad. No hay futuro sin la utopía de la esperanza.
EN EL CIELO VIVE LA ESPERANZA
Era evidente, comentaba PedroSobreEstaPiedra, que aquí no tenemos ya la fe : vemos al Padre cara a cara; ver a Dios – lo recuerdo en la montaña - es amor; conocemos la eternidad tal cual es; pero se nota en muchos signados que viven aún en la esperanza.
Los que vivieron la tribulación, el martirio viven la esperanza como si estuvieran en el camino.
Es tan fuerte la esperanza en la tierra que se lleva a la eternidad. Como el labrador, dijo el otro Santiago, espera los preciosos frutos , el creyente espera el cumplimiento de la palabra del Señor.
Así que en el cielo está la razón de su esperanza. Abraham, que seguía contando estrellas y Sara riéndose sin pausa, dieron testimonio de que conservaban aún la esperanza, ellos que creyeron contra toda evidencia en la promesa.
El bienaventurado pobre sigue esperando el Reino para todos los pobres; los perseguidos por la justicia en la tierra esperan la defensa ante el tribunal injusto; los santos mansos esperan la posesión de la paz. La esperanza colmada se hace eternidad en el Reino del cielo.
LA TIERRA DE LA PROMESA
Pedro dio la palabra a Josué . Este recordó la expedición a la tierra de Caná. El y Caleb volvieron optimistas hablando de una tierra con racimos de mucho peso, una tierra que manaba leche y miel; llena de higueras, y viñedos, de rebaños y boyadas..
Es verdad que había gigantes, hijos de Enac, pero les dije que podíamos con ellos. Subamos, les dije a los israelitas; pero los que me acompañaron – uno por cada tribu – maldecían mi intención: nos devorará esa tierra, nos derrotarán esos gigantes de Enac.
Caleb explicaba que los exiliados de Egipto no querían salir de la esclavitud; no tenían ninguna esperanza en la promesa. Los exploradores que disuadían al pueblo de avanzar, querían quedarse en el desierto: ese era el final de su camino.
Echaban de menos la servidumbre del adobe, tenían nostalgia de los ajos y cebollas de la esclavitud; no esperaban la tierra que manaba leche y miel.
El desesperanzado se aferra a lo poco que posee; no cree en lo mucho que puede alcanzar.
Prefiere aún hoy, el candil a la bombilla; bebe el agua en el arroyo, no echa de menos la fuente. Está contento bajo la luz de la luna, no espera el brillante esplendor del sol .
Esa fue la razón de que pidieran un becerro de oro, apuntó Arón vestido de levita. No creían en el Dios de la promesa: no tenía voz ni rostro; quien no tiene rostro no invita a la esperanza. El hombre ve; el creyente espera; quien se queda en la cuneta, olvida el camino; el ciudadano duerme, el profeta sueña, el peregrino espera.
INTERVIENE EL PADRE
Yo di al hombre condición de peregrino – homo viator – Quise que fuera tierra en tierra, de sueño en sueño. El hombre necesitaría salir para llegar; dejar uno para encontrar otro camino.
En el camino siempre lo encuentro. Me cuesta hablarle en la ciudad. En el camino le hablo por el viento y la lluvia, por el sol y las estrellas; le hablo en los torrentes y le espero en los recodos del camino.
En el templo me construye siempre el templo; a veces hace el templo para encerrarme. Se acostumbra a Dios para buscarse a sí mismo. Domestica a Dios , le hace suyo, lo posee.
El peregrino espera siempre el encuentro con Dios y los hombres; está abierto al milagro, a la escucha . En el camino hice saltar el agua de las rocas, llover el maná, vadearon el mar sin anegarse.
El hombre en camino siempre es pródigo que busca al Padre, siempre es pobre y desvalido que espera, El asentado en la ciudad no espera llegar a ninguna parte; el peregrino busca su origen y el encuentro definitivo con Dios Padre.
LOS SOÑADORES UTÓPICOS
Arón, que seguía las explicaciones, dijo a Josué que su mensaje era demasiado optimista, que la gente no creía en los racimos que debían traer entre dos, en el anuncio de la tierra llena de rebaños de ovejas, colmada de miel en sus colmenas.
Es, decía Arón, lo que sucede al que exagera para ser creído: no le creen.
Además, las gentes oyeron que había gigantes de Enac y que la tierra montañosa y desértica en muchos sitios devoraría al pueblo que acampaba en el desierto de Farán.
El nómada del desierto ve oasis donde hay dunas; padece espejismo crónico.
Pero a eso se llama esperanza, apuntó Caleb. Sí , es esperanza que nunca se pierde; pero que a veces es pura utopía, ensueño, ilusión..
Dios Padre amaba a Alonso Quijano porque representaba lo más cercano a sus amigos los profetas soñadores. Josué le llamó para que testificara a su favor.
Yo, dijo Don Quijote, adornado aún con el yelmo de Mambrino mientras se acicalaba el mostacho, creo que los molinos de viento eran gigantes alevosos que dominan el mundo. Eran los instrumentos que construyen los cuerdos para dominar a la gente. Son el poder, el dinero, la soberbia y el egoísmo.
Yo creo en la belleza de Aldonza Lorenzo porque el amor supera olores, roñas y arrugas; yo amaba en Dulcinea la belleza, el amor, la gentileza de alma. Los necios no superan sus sentidos; no ven porque no sueñan; no esperan porque no aman.
Que no mueran los soñadores, optimistas y poetas; que existan Argonautas que creen en el carnero alado de Vellocino de Oro; que sueñen los exploradores que esperan encontrar El Dorado; los montañeros que esperan alcanzar el Everest; los que creen en las tierras que manan leche y miel; los que creen en oasis, los que hacen camino en el desierto..
Agradó a Josué el discurso de Don Quijote porque era un discurso optimista. Los que no creyeron, siguió Josué, perecieron en las arenas de sus desconfianzas. Los que soñamos la tierra de leche y miel llegamos a las rosaledas de Jericó, al torrente y oasis del Negueb, a las laderas del Hermón, llenas de vacas y toros; a las suaves aguas del religioso Jordán.
Sancho Panza, que estaba siempre con su amo y señor natural, le dijo socarrón a Josué, que se parecía mucho a su amo; confundía desierto con oasis y dijo que derribó a cientos de miles de enemigos, en un país que apenas tenía habitantes de aldeas; mató a reyes numerosos que en realidad eran jefecillos tribales; destruyó a fereceos, jebuseos, amorreos...; y cuando se murió, todos esos pueblos hostigaban a Israel que terminó por aceptar sus costumbres, incluso sus dioses.
Como aquellos desconfiados, yo me atengo a la realidad que esperaba: mi Ínsula Barataria...
Puso un poco de orden en la conversación Moisés diciendo que los soñadores hacen realidad en el trabajo sus sueños. Espera quien trabaja, desespera quien se cruza de manos.
Quien no espera nada de la vida presente, pierde la futura; quien lo espera todo de la vida futura, pierde la presente.
En el camino quien cree que ha llegado, jamás alcanzará la meta; quien desespera de llegar a la meta, se quedará en el camino. Sólo el explorador y el poeta sueñan el camino, y lo hacen.
Los que desconfían de las utopías no saben que tras la utopía está la verdad; no se llega a ninguna verdad sin creer en la utopía. Creer en la utopía, no es creer en lo imposible; es sencillamente, esperar.
ESPERANDO A DIOS
La mayoría de los justos confesaban que su vida fue una espera de Dios. La diferencia entre los que esperan en Dios y los que esperan en el hombre es que aquellos lo encuentran; estos quedan defraudados. No llegará la bendición a los que esperan en el hombre; su dulzura se colmará para los que esperan en Dios.
Defraudados quedan los que esperan en Etiopía y Egipto para su salvación, decía Isaías; dichosos los que esperan en la sabiduría. Quedarán esperando a alguien que no llega, como dijo aquel hirsuto irlandés Beckett: Esperando a Godot ; esperan a alguien que nunca llega por muy cercano que lo sientan.
El siervo de Dios, por el contrario, apuntó Junípero Serra, es como la cierva que espera junto a las corrientes de las aguas; su alma espera a Dios, al Dios vivo, como la tierra reseca, agostada , sin agua espera el rocío .
Dios Padre les llenaba de esperanza, les guiaba por la nube de día, por el fuego de noche; ante su desesperanza, hice brotar agua en Masá y Meribá; para su desesperanza de comida, les lloví codornices.
Dios Padre colma los sueños de los que creen en El. Josué y Caleb fueron los únicos que entraron en la tierra en que esperaron. No entró Moisés – dudó de la promesa- no entró Arón – desconfió de Yavé. Los huesos de los desesperados siembran el camino. En la cuneta solo quedan sepulcros de vencidos.
Moisés consiguió subir al Monte Horeb y desde allí suspirando, pudo contemplar las llanuras de Jericó. Solo quien cree que puede vencer a los gigantes de Enac, desbaratar las aspas de los molinos, pueden entrar en la promesa, cruzar el Jordán y derribar los muros de Jericó; vencerán a los reyes Hog de Basán y a Sijón, rey de los amorreos, ocuparán Siquem, parcelarán el valle de Sucot, usarán a Moab para lavar sus pies; los que no esperaron quedaron para siempre en las arenas de Edom o en las aguas amargas de Meribá.
Al final, dijo Josué, constaté lo difícil que cuesta esperar; la esperanza es al fin , creer, fiarse. Mi pueblo – el pueblo de Dios hoy – se distrae y confía más en sus ídolos. Espera ser librado por dioses que no pueden salvar. Esperan en el dinero que les haga felices; en la ciencia que les resuelva su enfermedad; en las armas que les dé la victoria sobre sus enemigos; esperan hasta en la suerte, en adivinos, magos y augures.
Por eso, concluyó Josué, al final tuve que presentar al pueblo un dilema. Les insté a que eligieran entre los dioses falsos que adoraban en los altozanos cuando estaban al otro lado del Jordán, entre los dioses egipcios y el Dios que salva que les sacó de la esclavitud.
El pueblo eligió servir a Yavé, pero guardó subrepticiamente idolillos de oro, madera, que les prometían sin cumplirlo, salud, bienestar, poder, riquezas...
INTERVIENE LA SABIDURÍA DE DIOS
El hombre , dijo, es un ser en camino. Necesita salir de sí mismo, necesita andar, buscar , ir hacia lo desconocido. Quien cree que ha hecho ya todo el camino, está preparándose para la muerte.
Los que no quieren avanzar, se quedan en la cuneta llorando; los que en el camino vuelven la vista atrás, no son dignos de alcanzar el Reino prometido; prefirieron los ajos y cebollas de lo inmediato a la leche y miel de la promesa .
Están en marcha las tierras nuevas, los cielos nuevos; es necesario cambiar las arenas del éxodo por torrentes de aguas vivas que saltan hasta los cielos; es necesario cambiar las tiendas de lona por la casa de Dios cuyas paredes están cubiertas de piedras preciosas; trocar se ha la nube y el fuego del éxodo por la luminaria perenne que sale del trono del Cordero.
Esa es la profecía de la esperanza; esta el la parábola del Dios Padre para los que viven y para los que mueren.
***
Del trono del Cordero, a esas horas, salía un río de agua clara como el cristal. Junto a su corriente, un árbol de doce frutos. Era el árbol del bien, porque aquel árbol del Edén seguía en la tierra con su bien y su mal; pero en este Paraíso solo vivía el árbol del bien: el árbol de no ya muerte, de no ya lágrimas, no ya dolor, de no más noche...
Era el árbol de la esperanza; sus hojas colmaban todas las promesas, esperanzas y sueños de los que hicieron el camino exploratorio de Dios.
Y como todos los días, al caer de la tarde en el cielo, el incienso de oraciones que ascendía de la tierra, se mezclaba con los himnos de triunfo de los signados, que seguían cantando: ¡ Honor, poder, gloria, justicia, misericordia, bondad porque el Señor Dios alumbra el cielo y su Reino durará por los siglos de los siglos”!.
CÓMO ACERCARSE A LA PALABRA DE DIOS CON SENTIDO PASTORAL Y JUVENIL
Antonio Jesús Rodríguez de Rojas
La intención de estas páginas es cualquiera, menos dar recetas para confeccionar píldoras pastorales que eviten al animador de una comunidad de fe, sobre todo si es juvenil, hacer la correspondiente reflexión de adaptación a la realidad de los destinatarios. Para ese tipo de consejos ya hay abundante literatura.
El objetivo es otro. Se trata de ofrecer al responsable de pastoral unos criterios de lectura, aclaración personal y asimilación de un texto determinado de la Biblia, y así hacer que esté en disposición de aportar a los destinatarios su experiencia de fe rica en sí, que sirva a la vez como vehículo, estímulo y paradigma de vida cristiana, sencillamente, sin pretensiones: nada más y nada menos.
Parto del supuesto de que se quiere hacer una explicación de un pasaje bíblico en concreto. Esto no tiene nada que ver con otras formas igualmente válidas de catequesis cristiana, a partir de la experiencia que luego es iluminada por la fe, etc.: no se trata de esto en esta reflexión, sino de cómo hacer una exégesis lo más adecuada posible a las vivencias de un grupo cristiano, en especial, juvenil, sin aburrirlo..., que ya tiene su mérito...!
1.Sobre lo que no hay que hacer con la Sagrada Escritura.
De entrada, la Palabra de Dios, inspirada y Revelada en la Sagrada Escritura lo es porque una determinada comunidad humana y de fe (el pueblo de Israel o la comunidad cristiana primitiva en cuestión) ha puesto por escrito su vida, su experiencia, su historia o sus sentimientos y deseos, sus proyectos, o todo eso a la vez, tal como los ha vivido a la luz y contando con la fuerza de Dios, con su inspiración. El vehículo de transmisión que utiliza Dios es la vida de las personas, de las comunidades religiosas autoras humanas de la Biblia, tal como éstas viven y entienden el mensaje de Dios: con sus límites y aciertos de todo tipo. Esto se llama ‘condescendencia’ de Dios.
Por tanto:
a) No se puede empezar la explicación de una lectura bíblica yendo de entrada directamente a lo que nos parece el contenido, el mensaje de Dios. Ésa es la mejor forma de traicionarlo, de desvirtuarlo, porque actuando así se le descarna, se le saca de su contexto, con lo que pierde el ‘aroma’, la frescura de la vida comunitaria donde nació esa Palabra. Como Dios no envía discursos, no lanza e-mail, sino que se mete dentro de la historia, no se puede entender y aplicar a la vida actual un texto del A.T. o del N.T. si se le descontextualiza, si no se le recibe en y desde la experiencia humana en que nació por designio de Dios.
Hay que superar la evasiva de que hablar del contexto, lugar, destinatarios, autor o autores en el tiempo de un texto concreto, de la intención del escritor sagrado, etc. son manías de especialistas, formas de marear la perdiz, ‘¡porque hay que ir al grano!’ Pues bien, la única forma de ir al grano es escuchar y acoger el mensaje de Dios recogido en la Escritura (o en la Tradición de la Iglesia) tal como Él nos lo ofrece, es decir, a partir de la experiencia de fe vivida y expresada por la comunidad que pone por escrito su sentir religioso y humano a la vez.
b. Es importante evitar la utilización de un texto bíblico para confirmar una idea teológica previa: se corre el riesgo de hacer decir a la Palabra de Dios lo que no dice. Este procedimiento es válido cuando los teólogos especulativos lo emplean dosificadamente; pero nunca puede ser pauta de conducta para un agente de pastoral, por el riesgo de manipular la Biblia con la mejor de las intenciones. A la larga se consigue que los destinatarios perciban que la Palabra de Dios es una ‘pastilla’ que sirve para todo tipo de dolores, una especie de recetario para salir del paso.
Es cierto que la celebración de la Palabra de Dios en la liturgia pide una lectura actual de la misma (la ‘lectio divina’ y su técnica enseña cómo hacerlo). Es más, se da un auténtico ‘sensus plenior’ (significado más hondo) de los textos bíblicos, cuando se lee, por ej., el A.T. a la luz del N.T., como hace el redactor del Evangelio haciendo ver que una profecía se cumple en Jesús. La Comunidad cristiana, donde nace la Sagrada Escritura, está capacitada para leerla en su seno correctamente en cada momento de la historia, para iluminar y dar fuerza a los creyentes (cf.Rom.1, 16). Esto no tiene nada que ver con la manipulación espontánea de los pasajes bíblicos, por muy buena voluntad que se tenga.
c. El anuncio del Reino es la buena noticia que Cristo nos trae. De aquí se deduce que, al mirar un texto, al ‘rezarlo’ antes de exponérselo a nuestros destinatarios, especialmente si son jóvenes, necesitamos cuidar mucho descubrir qué aspecto de la Buena Noticia nos trae el pasaje, qué realidad nueva se nos invita a ‘ser’. Sólo desde la alegría de la salvación vista, experimentada y asumida como lo hizo la comunidad en que nace ese pasaje en cuestión puede darse el paso a sacar las conclusiones parenéticas (morales) pertinentes. Empezar exhortando a comportarse de una forma determinada, sin fundamentar dicha conducta en la experiencia de salvación que trae Cristo puede confundir a los jóvenes, y da además la sensación de ‘moralina’, que tan indigesta resulta siempre.
d. Esto conlleva evitar un lenguaje apocalíptico, de amenazas más o menos veladas, de atribuirse la interpretación catastrofista de la voluntad de Dios. Mucho menos, erigirse en indiscutido intérprete de la Palabra, en vez de dejarse interpelar por ella.
e. Los medios de comunicación y las técnicas audiovisuales son un estupendo instrumento al servicio del anuncio de la Palabra. Sólo algunas consideraciones a tener en cuenta:
La técnica jamás sustituye un estudio sereno del texto, una oración previa a la explicación a los destinatarios. Improvisar y utilizar a la vez muchos aparatos audiovisuales lo único a que conduce es a atraer la atención de los destinatarios sobre el vehículo, no sobre el objetivo de la cuestión (aunque la mona se vista de seda...). Se deben utilizar todos los medios de que se disponga; pero no sobra decir que estamos hablando de instrumentos, no de mensaje: ése ha de ser preparado cuidadosamente.
Junto a una posible desviación en este aspecto, no está de más sugerir que conviene implicar a todo la persona del destinatario para ponerla directamente en contacto con la experiencia de la comunidad cristiana que asumió o creó un pasaje bíblico concreto bajo la inspiración de Dios. De aquí que no sólo se trata de llegar a los sentidos o al mundo afectivo de los jóvenes (lo que es esencial), sino a su memoria, a la inteligencia, al sentido comunitario, a su voluntad, a sus intereses, a sus proyectos... Abusar de los sentidos correría el riesgo de desviar la atención del mensaje de Dios.
2. Sobre la forma de acercarse a la Biblia, para transmitirla a otros
Leyendo por contraste lo anterior, se pueden extraer algunas conclusiones:
a. No hace falta ser un especialista para situarse en el tiempo, el género literario de que se trata, el tipo de comunidad en que nace el escrito sagrado, el o los autores, sus destinatarios, los fines que los mueven, etc. Dios se nos comunica a través de la vida humana de los hombres religiosos (Israel o la Iglesia o una porción de ellos), leída sostenida, impulsada e interpretada por ellos mismos a la luz de Dios. Ello conlleva saber de sus límites, sus deficiencias, etc.
Dios se nos comunica a nosotros en esa experiencia que podemos llamar ‘fundante’: No lo hace directamente a nosotros, como si hubiera dictado unas ideas o un reglamento a cumplir siempre y en todas partes, sin el más mínimo matiz. Puede esto sonar a caricatura literaria; pero lo peor es que esas actitudes se dan en algunos agentes de pastoral, por lo que se ve. La Palabra de Dios no se debe ‘usar’ para nada ni para nadie. Por tanto, no sobra una preparación remota, oración, sentido de los propios límites, preparación próxima, utilización de las técnicas pedagógicas, medios de comunicación, dinámica personal o de grupos, etc., pero sobre la base de un acercamiento mínimamente serio al texto bíblico.
b. Desde aquí, el agente de pastoral sólo debe orientar básicamente a los destinatarios, no decírselo todo, no darles una clase de Biblia. Más bien se trata de irles sugiriendo el contexto, el mensaje, el aspecto de realidad nueva del Reino de Dios que se nos ofrece, y la respuesta concreta aquí y ahora que cada uno debe dar a Dios que le interpela a través de la experiencia humana y religiosa de la primitiva comunidad cristiana. Poner a los destinatarios en contacto con esa experiencia fundante, sugerir los modos y los aspectos de más conexión, etc. es la tarea del animador que recurre a la Biblia. Todo, menos hacer de vocero o propagandista de un producto que, a simple vista, y si el animador no lo evita, resulta más que caduco a los jóvenes destinatarios.
c. El uso de un adecuado lenguaje que traduzca el sentido de los textos debe ser una preocupación del catequista bíblico. Surge aquí la difícil cuestión del vocabulario bíblico: ¿qué hacer con él?; ¿se le barre?; ¿se le sustituye definitivamente porque está anticuado? Más, aun: si el lenguaje es anticuado, ¿no lo serán también las propuestas y mensaje del mismo texto bíblico?. Son cuestiones importantes. El lenguaje debe ser explicado y traducido, sin cambiarlo, por respeto incluso cultural a la comunidad humana donde nació. Aquí hay que evitar cualquier exceso de puritanismo lingüístico más allá del sentido común. Es lo que se hace en los comentarios de texto literarios de cualquier lengua, moderna o no. Sobre el problema de la experiencia de fe, si se ayuda a los destinatarios con el estudio suficiente del contexto y lo que éste implica, se verá que el mensaje de Cristo es para siempre, válido y universal, más allá de los esquemas culturales o sociales donde nació, y precisamente gracias a éstos. Nunca el animador debe con fundir el mensaje religiosos con los elementos culturales en que viene expresado. Esto es un principio hermenéutico siempre válido; pero lo es especialmente cuando se tiene entre manos un texto de género literario histórico. El mensaje religioso de la Biblia es un contenido de fe, no la veracidad científicamente histórica, comprobable o no del vehículo lingüístico en que aquel mensaje religioso viene expresado. Dicho de otro modo más claro: un mensaje de fe no es ‘más de fe’ porque el pasaje bíblico donde se comunica sea más histórico que simplemente narrativo o novelístico, por ejemplo. Entre otras cosas, el mensaje de la Biblia es lo religioso, no lo científicamente histórico. Es cuestión de información y de formación básica: así lo dice la experiencia de muchos años dedicados a esta tarea.
d.Por último, es bueno recordar que para todo esto no hay que ser un especialista. La tarea de los exegetas consiste en brindarnos los medios más adecuados a los demás.Y los medios están. En concreto, hay Biblias con magníficos estudios, sencillos, claros, asequibles. Por ejemplo, La Biblia de Jerusalén, la de la Casa de la Biblia, etc.
Sólo se trata de convencerse del tema y de no pretender que nadie te lo dé todo en píldoras; la labor de oración con la Palabra de Dios y de preparación básica (no hace falta que sea especializada y exhaustiva) del animador son esenciales. No conviene olvidar que la tarea principal es de Dios. Tampoco hay que ‘acabarlo’ todo, como si tuviéramos la llave de la sabiduría en la mano. La Biblia interpela más que da respuestas hechas, suscita la fe y la conducta del creyente, no agota la iniciativa de éste y el sentido de búsqueda. ¡Gracias a Dios que nos ha hecho así!
¿QUÉ QUIERE EXPRESAR UN JOVEN CUANDO DICE: “AQUÍ ME ENCUENTRO EN CASA”?
Josep Mascaró
El Hermano Héctor, de la Comunidad de Taizé, ha participado en el Foro “Jóvenes religiosidad y Evangelio” que ofrece el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Don Bosco, de Barcelona. De su conferencia entresacamos algunas apreciaciones.
Se le pidió al Hermano Héctor, de la Comunidad Ecuménica de Taizé, cómo ven a los jóvenes, ellos que están tan estrechamente relacionados con el mundo juvenil de muchos países.
Llegar a Taizé el mes de agosto supone encontrar entre 3.000 a 5.000 jóvenes de 70 nacionalidades. “Entre ellos encontraréis católicos, luteranos, anglicanos, reformados, ortodoxos y otras confesiones cristianas. Jóvenes que se dicen agnósticos o incluso ateos. Jóvenes muy comprometidos en la iglesia como también alejados de ella. Jóvenes que vienen buscando un sentido a la vida, y jóvenes que vienen por curiosidad o porque un amigo les ha dicho que es un lugar simpático para encontrar a otros jóvenes”
Cuando a finales de los años cincuenta empezaron a acudir cantidad de jóvenes, al principio no hubo un “sí” entusiasta de la Comunidad sino más bien una duda y un interrogante: “¿la acogida de jóvenes se compagina con una vida comunitaria de esencia monástica? Los cimientos de Taizé descansan en este proyecto: realizar una “parábola de comunidad”. Esta parábola, los hermanos lo han sabido desde siempre, sólo podía realizarse si unos hombres estaban dispuestos a dar su vida, toda su vida, a causa de Cristo y del Evangelio. Cuando los primeros hermanos comenzaron la vida comunitaria después de la segunda guerra mundial e hicieron su compromiso de vida en el 1949, aceptaban de antemano no ver los resultados de semejante aventura.”
Hoy, en el momento de la acogida de los jóvenes, se les entrega un papel con estas palabras: “Cristo, unido a cada ser humano sin excepción, espera de cada uno de nosotros una respuesta totalmente simple, totalmente libre.
Venir a Taizé, es ser invitado a una búsqueda de la comunión con Dios por medio de la oración, el canto, el silencio y el compartir.
Cada uno está aquí para descubrir o redescubrir un sentido a su vida para dejar que el Evangelio ilumine nuestra propia vida y retomar aliento. Estar en Taizé significa también prepararse para asumir responsabilidades al regresar a casa, en vistas a ser portador de paz y de confianza”
¿Qué quiere decir un joven cuando dice “Aquí me encuentro en mi casa”?
A menudo los jóvenes que van a Taizé les dicen: “Aquí me encuentro en mi casa”. “Es un comentario bastante simple, casi banal – afirma el hermano Héctor - , pero que nos interroga”. Y más cuando se tienen presentes las condiciones de vida en Taizé, el comentario tiene motivos para resultar extraño. Ni la comida, ni el alojamiento pueden recordar el confort de la casa.
Quizás “mi casa” es en primer lugar el despertar a lo que San Pablo llama “el hombre interior”, su auténtico yo, lo que la Biblia llama también el “corazón”.
Quizás en Taizé se sienten en casa porque descubren toda una vida interior que no se daban cuenta que tenían. Descubren un corazón lleno de preguntas, dudas, esperanzas e ilusiones. Descubren que tomamos en serio todo lo que ese corazón contiene.
El universo cotidiano de la mayoría de los jóvenes y adultos evade el misterio. No se cuestionan sobre ellos mismos. Van de una cosa a otra, y no tienen tiempo simplemente para plantearse las preguntas fundamentales de la vida. En un lugar como Taizé, si el joven lo quiere, puede interrogarse, buscarse a sí mismo.
Mientras nos quedemos en la superficie de las cosas, hablaremos del “ambiente” que a los jóvenes les gusta de Taizé, pero en realidad se trata de algo más profundo, que muchas veces los jóvenes no llegan a formular. En un lugar en el que la cuestión del hombre está abierta y donde el misterio, que nosotros somos para nosotros mismos, puede ser iluminado por el misterio de Cristo encarnado... algo inesperado puede suceder. “Creo que es esto lo que sucede en Taizé. El joven puede escuchar a Cristo que, al igual que preguntó a sus primeros discípulos, le pregunta: ¿qué quieres?, ¿qué buscas? ¿ qué puedo hacer por ti?”
Muchos descubren en Taizé que sólo existen si su existencia está ligada a Dios; un Dios que sólo puede amarles. Como dijo el Hermano Roger en uno de sus escritos: “El Hombre no se realiza más que en presencia de Dios”. “Aquí me siento en mi casa” significa entonces que el misterio de Cristo ha iluminado lo más personal de ellos. Este misterio de Cristo es una presencia que les perdona y les acoge tal y como ellos son. Es porque se saben amados que también se sienten en casa”.
¿Dónde hacen este descubrimiento? Ante todo en la oración común
Cuando al final se le pregunta a un joven: ¿qué es lo que más te ha marcado en esta semana? Muchas veces responden: la oración. Ahí, más que en otra parte, los jóvenes pueden descubrir el misterio de Cristo. Y si descubren el misterio de Cristo, también descubrirán el misterio del Hombre y de Dios.
“La oración es el corazón de nuestra vida en Taizé. Tres veces al día se para toda actividad y nos encontramos en la Iglesia de la Reconciliación. Es ante todo la oración de nuestra comunidad. Pero la llegada de los jóvenes nos ha empujado a buscar cómo hacerla asequible a los demás”.
A través de los años, han comprendido que la belleza sencilla, capaz de sugerir la acogida de Dios, es muy importante en la oración. Esa belleza se tiene que ver, en primer lugar, en cómo disponemos el espacio de la iglesia. “Nuestra iglesia está poco iluminada, tiene algunos iconos, que son los principales puntos de luz, recordando la Encarnación, el bautismo de Jesús, la Transfiguración, la Resurrección, la presencia de María. Para muchos, los iconos representan un descubrimiento. La reserva eucarística nos invita a la adoración”.
Esta búsqueda de una belleza sencilla también les llevó a transformar la música. Con algunos compositores como Jacques Berthier y el Padre Joseph Gélineau se buscó facilitar una participación más activa de los jóvenes en la oración. Un hermano se apasionó por este trabajo y descubrió que en algunos lugares de peregrinación, en la Edad Media, se rezaba a menudo con algunas palabras solamente, utilizando el canon como forma musical. Por ejemplo, en Montserrat.
“Los cantos con pocas palabras que se repiten nos ayudaron a superar el problema de las lenguas pero también nos ayudaron a interiorizar. Para las personas que llevan una vida agitada, el recogimiento suele ser difícil y puede ser facilitado por la repetición de unas palabras”.
Esto ha permitido que miles de jóvenes descubran que pueden rezar y que incluso les gusta rezar. Que la oración no está reservada para un grupo de élites. Este descubrimiento es importante. Si para un joven la fe aparece como algo más allá de su alcance, se desanima. El Hermano Roger fue muy sensible a este punto. Se dio cuenta de que muchas de las dificultades que la gente tiene con respecto a la fe y la iglesia vienen por el sobrecargo de ideas y tradiciones que en sí son buenas, pero que para un joven que inicia el camino pueden ser un obstáculo. Es por eso que constantemente les decía cosas como: “El simple deseo de Dios ya es oración, ya es la fe”; “una sola palabra es suficiente para rezar”; “Dios es amor, si comprendiéramos solamente estas tres palabras, iríamos lejos, muy lejos.” No creo que el Hermano Roger fuera ingenuo, sino que en un mundo muy complicado se atrevió a ser sencillo de corazón. Esa sencillez de corazón es la que nos permite ver y acoger las situaciones complicadas de la existencia con esperanza, porque las vemos desde el interior, con el corazón, con los ojos de la fe y la esperanza.
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CARR, Allen
ES FÁCIL DEJAR DE FUMAR, SI SABES CÓMO
Madrid, Editorial Espasa Calpe,S.A., 2004
Col.: Espasa Práctico - 229 pp
Tít. Orig.: The Easy Way to Stop Smoking
Traducc.: Geoffrey Molloy y Rhea Sivi
El autor del presente libro, Allen Carr, era un próspero asesor financiero y un fumador empedernido. Un día de 1983 dejó de fumar y, no mucho después, también su asesoría. Emprendió una cruzada contra el tabaco y encontró en ella su particular mina de oro. Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo se ha difundido por los cinco continentes con millones de ejemplares vendidos. Otros títulos que confirman su apostolado contra el tabaquismo son: Cómo hacer que los hijos dejen de fumar y Es fácil que las mujeres dejen de fumar.
El autor tiene mucha fe en él. De hecho asegura que más del 70 por ciento de sus lectores acaban dejando el tabaco. La portada, como reclamo publicitario reza: El libro más recomendado para dejar de fumar. ¿Es verdad? Bueno, yo conozco a varias personas que tras haberlo leído se han convertido en exfumadoras en las condiciones que su autor promete, es decir: Inmediatamente; permanentemente; sin emplear la fuerza de voluntad; sin sufrir síndrome de abstinencia; sin utilizar tácticas de choque, píldoras, parches u otros artilugios.
Emplea un lenguaje convincente. Es curioso, no te obliga a dejarlo ya, a las primeras de cambio. Al contrario, te aconseja que no lo hagas hasta que hayas terminado su lectura, cuando se supone que estás mejor preparado, más convencido. Te dice por ejemplo, que no utilices el método de ir fumando progresivamente menos. Lo único que vas a conseguir con ello es sufrir más esperando la hora del siguiente cigarrillo. No te digas a ti mismo: Bueno, hoy es un día especial. Sólo uno. Te habrás puesto de nuevo en la pendiente por la que pronto te despeñarás. Para dejar de fumar, asegura, es preciso estar completamente convencido y decidido.
El libro, que tiene poco más de doscientas páginas de lectura, consta de 44 capítulos. Esto quiere decir que son cortos y que no son farragosos los argumentos que esgrime. Otra ventaja es que te permite leerlo con provecho fragmentaria e intermitentemente. Allen Carr se muestra muy reiterativo y machacón en sus argumentos. Poco a poco va grabando en la mente del lector la necesidad de dejarlo; de que no es tan difícil como él mismo se cree; le va haciendo entender que en ello sólo hay ventajas y que no hacerlo es una completa estupidez.
No sé qué me ha movido a leer este libro ni cuál es la razón por la que hago este comentario en un foro como éste donde los posibles lectores se supone que son abstemios. Hasta puede haber quien piense que es un despropósito. Pero si desde él se han recomendado lecturas como El Código da Vinci o Ángeles y demonios del ínclito Dan Brown, pienso que Es fácil dejar de fumar es, para todos, mucho más inocuo y, al menos para algunos, de gran utilidad y servicio. A mí me convence el argumento.
Ildefonso Gª Nebreda
1 N. HAUSMAN, Inútil y preciosa. Ensayo sobre el futuro de la vida consagrada en Occidente, PC, Madrid 2005, 51-67.
2 Cooperador Paulino 129 (2005) 18-22.