Inspectoría
Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de
febrero de 2006 nº 51
CAMINO HACIA LA PASCUA
CUARENTA DÍAS CON LOS CUARENTA ÚLTIMOS
Me ha parecido interesante el título de esta campaña: “Cuarenta días con los cuarenta últimos”, cuyo propósito es el de acercarse en cuaresma a los últimos, a los países que están a la cola del Desarrollo, los cuarenta países con menor Índice de Desarrollo Humano (IDH). Sin duda para Dios son "los cuarenta principales", los preferidos, no por ser mejores que otros sino precisamente por ser "los últimos".
La campaña invita a dedicar cada día de la cuaresma a cada uno de estos países, empezando por el final de la tabla del Índice de Desarrollo Humano que cada año elabora el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Esperamos así:
-Mostrar nuestra sensibilidad por los que son los últimos en todo y crecer en esta sensibilidad: los últimos de la sociedad, los últimos de la clase, los últimos del barrio... los preferidos de Dios; nuestros preferidos.
-Conocer un poco mejor la realidad de estos países. Y conocer también mejor, por contraste, la realidad de nuestro país.
-Llevar a nuestra oración a estas personas y estos pueblos. Presentar al Señor sus necesidades, dar gracias por los que trabajan directamente en su favor, pedir perdón por la parte de pecado colectivo que nos corresponde, suplicar la gracia de estar disponibles y atentos...
-Preguntarnos por qué son pobres los países pobres. Por qué son estos países y no otros los que están a la cola del desarrollo. Preguntarnos por los mecanismos del desarrollo y del subdesarrollo. Y preguntarnos también qué podemos hacer ante estas desigualdades.
-Cambiar en algo nuestra vida –siquiera en gestos pequeños–, expresando así que estamos dispuestos a que nuestra preocupación por el Reino de Dios nos afecte algo más que al sentimiento, la oración y la reflexión
ÍNDICE
Retiro …………………………3-10
Formación…………………..11-20
Comunicación.……..........21-29
El anaquel…………….......30-57
Revista fundada en el 2000
Edita y dirige:
Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"
Avda. de Antibióticos, 126
Apdo. 425
24080 LEÓN
Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254
e-mail: formacion@salesianos-leon.com
Maqueta y coordina: José Luis Guzón.
Redacción: Segundo Cousido y Mateo González
Depósito Legal: LE 1436-2002
ISSN 1695-3681
RETIRO
“LLAMADOS, CONSAGRADOS, APÓSTOLES”
Basilio Díaz Rollán
PUNTO DE PARTIDA: ARTÍCULO 3 DE LAS CONSTITUCIONES
INTRODUCCIÓN: EL MESÍAS
Comienzo con una historia: Un famoso y floreciente monasterio había ido decayendo en el número y fervor de sus monjes. Así que l abad decidió salir a pedir consejo y orientación a un sabio maestro espiritual. Habiéndole explicado la situación del monasterio, el sabio le contesto: “La causa de esta situación es consecuencia de un pecado que habéis cometido, un pecado de ignorancia: un monje de la comunidad es el Mesías disfrazado y no lo sabéis” .
Durante el viaje de regreso al monasterio, el abad sentía como su corazón se desbocaba al pensar que el Mesías, el mismísimo Mesías, se encontraba en el monasterio, pero, claro, “disfrazado”. Y aunque en el monasterio todos tenían defectos, a pesar de todo, uno de ellos tenía que ser el Mesías. Pero, ¿quién?. Todos los monjes, al ser informados, se preguntaban lo mismo. Sin embargo una cosa era cierta: si el Mesías estaba allí disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De manera que empezaron todos a tratarse con respeto, consideración y hasta afecto. “Nunca se sabe, pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje, tal vez sea éste...”
El resultado no se hizo esperar. El monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir decenas de jóvenes pidiendo ser admitidos en la Orden y en la Iglesia volvió a escucharse el jubiloso canto de los monjes, radiantes de alegría y felicidad.
1. LLAMADOS: LA VIDA COMO VOCACIÓN
En nuestra sociedad materialista, el tener se ha convertido en la suprema e incontenible aspiración de mucha gente. Y en aras del tener se sacrifica el ser, que es el supremo valor de la persona. La riqueza no está en lo que se tiene, sino en lo que se es. Además, como para tener hay que hacer, se está anteponiendo también el valor del hacer al supremo valor del ser. En una sociedad como la nuestra, tecnificada y competitiva, se valora el rendimiento y la eficacia. Y así se ha elevado a gran ideal el hacer junto al tener. Pero lo definitivo y lo que da plenitud, no es lo que hacemos o tenemos, sino lo que somos.
Esta confusión de valores crea en la actualidad, principalmente en muchos jóvenes, pero también nos puede afectar a nosotros, religiosos, desorientación y evasivas frente a una opción vocacional de por vida.
A.- Los ideales: Porque toda vocación firme se asienta y tiende a la realización de un ideal. Decía Chesterton: “Toda la grandeza del individuo radica en su ideal”. El ideal, por tanto, es un valor fundamental de cada persona y de cada grupo. Es un poderoso motor que nos impulsa a la acción y a una acertada orientación en la vida. Nunca podremos alcanzarlo del todo, pero, para lograr metas, hay que poner alto el listón de los ideales. Aunque el ideal tiene su proyección hacia el futuro, hacia metas aún no alcanzadas, es el que da sentido al presente.
En el presente se va realizando el proceso de consecución del ideal y se debe llegar a adoptar un valor como norma de vida personal. Precisamente he de lograr el mayor grado de interiorización del valor cuando lo acepto como norma de mi vida y lo desarrollo, lo defiendo y me comprometo con él. La primacía de ese valor me lleva a someter todos los demás valores – jerarquía de valores – a la consecución de ese valor prioritario. Es lo que se llama el ideal: una idea-valor que centra todos los esfuerzos e ilusiones para lograr la autorrealización personal, y que ayuda a luchar, a soñar y a alcanzar una meta en la vida. En cierto modo se identifica con la vocación. Lo que da sentido y orientación a la vida es dedicarla a aquello a lo que nos llama Dios a través de nuestra voz interior, que se sirve de diversas mediaciones.
B.- Proceso personal, ideal y fe : Siempre se ha dado mucha importancia al ideal. Para orientar bien la vida bastaba simplemente con plantear correctamente los ideales u objetivos, partiendo de un orden establecido por Dios, y de responder con generosidad tratando de acomodar la propia subjetividad a los valores preconcebidos. Sin embargo, en la actualidad se da mayor importancia al proceso personal, a la subjetividad, a los sentimientos, y no se perciben tan claramente los valores como algo objetivo y previo. La gran ventaja de acentuar el proceso es que la persona toma la vida n sus propias manos y vive desde las opciones personales, dando así a la vida un sentido de autenticidad y coherencia. Pero tiene el peligro de instalarse en el subjetivismo, sin tolerar que se le imponga nada desde fuera. Mientras que la importancia del ideal radica en que lleva a la persona a abrirse al sentido absoluto de la existencia, y le empuja a no quedarse al vaivén de los sentimientos y de lo relativo y superficial. Sin embargo, si se acentúa demasiado el ideal, se corre el peligro de no poner las bases necesarias para dar solidez a las opciones personales y, puede ocurrir, que se construya demasiado pronto el tejado y nos olvidemos de los cimientos. Porque lo que da equilibrio y realiza la síntesis entre el proceso personal e ideal es la fe. Porque las grandes opciones de la vida difícilmente se hacen por procesos. Es necesario también el salto de la fe, que, a veces, se convierte en un salto en el vacío. Por eso la fe es una aventura.
C.- Llamada vocacional: Cada persona tiene una misión particular en el mundo, es decir, está “para algo”. Ese “estar para algo”, que, en definitiva, es “para alguien”, es lo que normalmente llamamos vocación. Para aceptarla con responsabilidad tendré que cultivar unos valores fundamentales que me ayuden a hacer una elección acertada. Además para un cristiano que abre la Biblia, está claro que Dios llama a cada uno a su misión concreta y particular. Lo hace de diversas maneras, pero, sobre todo, a través de mediaciones. Para descubrirlas y descifrarlas se requiere mucha atención e ilusión. También hay que tener en cuenta que nunca se ve del todo claro y, en ocasiones, habrá que dar un verdadero salto en el vacío para tomar la decisión vocacional adecuada .
Pero corremos el riesgo de que encerrados en nosotros mismos, sin ideales que valgan la pena, buscamos seguridades. Encadenados a nuestros miedos y complejos, somos incapaces de arriesgarnos. Para aceptar la vocación personal es necesario mirar hacia nuestro ideal y, a pesar de los riesgos, ponerse en camino.
2. CONSAGRADOS
La vida consagrada debe responder a los signos de los tiempos desde su misión profética. “Remar mar adentro” es la actitud que ha pedido Juan Pablo II, y nos ha recordado el Rector Mayor, con frecuencia, en el inicio de este tercer milenio de nuestra era. Y esto hay que hacerlo desde la fidelidad, la audacia y la creatividad que deben caracterizar la vida consagrada.
A.- Tres fidelidades: El 70% de las congregaciones religiosas fundadas desde el comienzo de la Iglesia han desaparecido. ¿ Qué dinámica o vitalidad interna hace que otras se revitalicen o permanezcan durante siglos? ¿ Qué les permite vivir y florecer a unas mientras otras desaparecen?... Se cree que depende de tres fidelidades: fidelidad a Cristo, fidelidad al carisma, fidelidad al mundo. Así lo expresó el Concilio Vaticano II: “La adecuada renovación de la vida religiosa implica dos procesos simultáneos: un retorno permanente a las fuentes de toda vida cristiana y al carisma original propio de una comunidad y la adecuación de esa comunidad a las circunstancias de los tiempos” Y concreta aún más al decir: “Por cuanto la norma fundamental de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo tal como lo propone el Evangelio, éste ha de considerarse por todas las comunidades como suprema ley”.
No pude ser de otra manera, ya que el darse por entero al Señor, seguirle y continuar su misión es la razón de la vida consagrada. Además la inspiración y el carisma del fundador determina la forma concreta y peculiar de ese seguimiento y de u misión en el mundo. Por otro lado, la adaptación a las necesidades de los tiempos es fundamental para que la vida religiosa sea significativa para cada época y lugar. Debe responder a las aspiraciones y necesidades del mundo sin caer en el “espíritu del mundo”. Los religiosos somos enviados al mundo para transformarlo llevando los valores del Evangelio, y no para ser vencidos por él. Estamos llamados a testimoniar la trascendencia de Dios y la encarnación del Verbo, la fraternidad en una vida comunitaria auténtica, el amor a la oración y a la contemplación, llevando un estilo de vida sencillo y evangélico. Y en un mundo con tanta opresión y pobreza tendremos que ser testigos de la alegría y la esperanza y, sobre todo, de la presencia liberadora de Cristo Jesús.
B.- Fidelidad y audacia: La exhortación apostólica “Vita Consecrata” pide a los consagrados comprometerse en la tarea con “fidelidad y audacia” para responder a los retos y necesidades del mundo actual. Y para que miremos con optimismo al futuro, nos anima con estas palabras: Vosotros, no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino también una gran historia que construir. ¡ Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo en vosotros grandes cosas!”
La religiosa Joan Chittister, analizando la situación actual de la vida consagrada escribe: “ No es la pérdida de las instituciones lo que los religiosos deben temer, es la pérdida del fuego, el carisma mismo. Es la pérdida potencial de la presencia profética que golpea hoy la raíz de la vida religiosa. La vida religiosa debe recordar al mundo lo que puede ser, lo que debe ser, lo que mayormente debe ser, en lo más profundo, en lo mejor de él mismo, en lo más humano. La vida religiosa vive en la frontera de la sociedad para criticarla, en lo más profundo para confortarla, en elepicentro de la sociedad para interpelarla. La vida religiosa debe recordar al mundo la voluntad de Dios. El carisma es el fuego en el ojo de Dios, que se fija en el nuestro. ¿ Quién va a preguntar los porqués de la vida en cada tiempo si no son los religiosos en la Iglesia? ¿Quiénes pueden ser llamados religiosos si no lo hacen?” Hasta aquí la cita de libro “El fuego en estas cenizas”.
C.- Inmersos en el misterio de Cristo: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer más que vivir para El. Mi vocación religiosa data del mismo momento que mi fe” Así escribía Carlos de Foucauld, que está a punto de ser beatificado y cuyo itinerario espiritual tuvo una enorme influencia en la Iglesia del siglo XX. Desde el desierto del Sáhara describía de esta manera el aspecto de su sacerdocio con el que más se identificaba: “Mi apostolado tiene que ser el de la bondad. Tengo que conseguir que las gentes digan cuando me vean: Este hombre es tan bueno que su religión tiene que ser buena. Si alguien me pregunta porqué soy amable y bueno, tengo que responder: porque sirvo a alguien que es mucho más bueno que yo.
El religioso debe buscar la orientación y el paradigma en Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres. Cristo es la figura radical de todo religioso.
D.- Vida contemplativa: La vida religiosa contemplativa testimonia y vive radicalmente lo que todos necesitamos: contemplar desde nuestra luz interior el amor inmenso de Dios, en la oración, en la meditación, en la liturgia, en el trabajo diario, en la alegría de compartir la vida de cada día. Teresa de Lisieux gran contemplativa y gran misionera, halla la solución en lo que es la quintaesencia de su vida contemplativa: desempeñar en el corazón de la Iglesia el servicio del amor.
E.- Vida profética: La vida consagrada es profética. Nace como carisma, como don del Espíritu en el seguimiento radical de Jesús, para la gloria del Padre. Tiene un carácter auténticamente trinitario y debe mantener el equilibrio evangélico de estar en el mundo, sin ser del mundo. Eso quiere decir que se siente “ cordialmente dentro y críticamente fuera”, según expresión de Bonhöeffer para juzgar sabiamente a la luz de la fe, los acontecimientos del mundo actual. Y para encontrarse y colaborar con la fuerza del Espíritu, que, sin duda, trabaja activamente dentro de este mundo. Todos los consagrados tienen que vivir una realización concreta del profetismo. Juan Pablo II la ha descrito así: “La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en su interior la pasión por la santidad de Dios, y, tras haber acogido la Palabra en el diálogo y en la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado. (V. C. Nº 84)
F.- Santidad: Esta es la voluntad de Dios: que os santifiquéis. El Espíritu de Dios comunica a la Iglesia y a toda la humanidad su luz y su amor a través de los santos que llenan la historia. Empezando por María de Nazaret, la primera discípula de Jesús y la primera cristiana. La mayoría han sido y son personas sencillas que viven el Evangelio de Jesús y lo muestran en las obras. Y es que sigue habiendo muchos santos auténticos entre nosotros. Hay “apóstoles” que dedican su tiempo a enseñar, a educar, a evangelizar. Hay “mártires”, que, de diversas maneras, superan todo tipo de dificultades y dolores por vivir en cristiano en el mundo de hoy. Hay hombres y mujeres, esposos y padres, y muchos jóvenes que hacen de su vida un sí permanente al amor a Dios y al prójimo.
Nuestra vida religiosa consagrada debe ser escuela de santidad, o no será nada.
G.- Comunidad: La práctica del Evangelio no se puede realizar a solas. Nadie puede servir a Cristo viviendo aislado. Los que compartimos la misma fe en Cristo Resucitado, nos reunimos en su nombre, celebramos la Eucaristía y vivimos en los sacramentos su presencia viva. Ponemos en común nuestras angustias y esperanzas, nuestras alegrías y nuestras penas y nos ayudamos mutuamente. Y, juntos, nos sentimos responsables del anuncio del Evangelio. Formamos comunidades tratando de que Jesús sea el centro que les da luz y calor.
La comunidad auténtica no solamente tolera la diversidad, sino que la necesita. No se impone un modelo uniforme que no deje desarrollar la propia libertad y responsabilidad. Por el contrario, debe ser un espacio donde se ponen en común los talentos, los carismas, las propias ideas e iniciativas respetando las diferencias. Todo ello para seguir dando testimonio de Jesucristo en el mundo actual.
3. ENVIADOS: APÓSTOLES
Jesús tenía la certeza y casi la obsesión de ser enviado por el Padre. El evangelio de Juan lo repite hasta cuarenta veces. Y su envío lo trasmite a sus discípulos: “Yo los he enviado al mundo como Tú me enviaste a mí”. Este envío se repite y actualiza constantemente. Nuestra misión viene del Padre, por Jesucristo, por la fuerza del Espíritu Santo, a través de la Iglesia. Su finalidad es la construcción del Reino de Dios, que es realidad más amplia que la Iglesia.
Todos los bautizados somos enviados. Lo importante en la misión, más que lo que hay que hacer , es la dependencia y unión con el que envía. Y esta misión se realiza en comunidad y, a la vez, crea comunidad. El religioso ha de recuperar continuamente la conciencia de enviado. Lo que ha de hacer, no es tanto tarea de él, sino de quien le envió. La eficacia, el éxito queda en manos del Dueño de la mies. De ahí la necesidad de responder con fidelidad, como “servidores de Cristo”. A la vez, esta actitud nos ayuda a superar la sensación de impotencia frente a la magnitud de la misión. Cuando no podemos pescar, hemos de recordar que el Señor de la barca y de la misión es Jesús. Allí donde nosotros no podemos, Él puede. En realidad, los religiosos somos enviados para ser testigos del amor del Padre.
A.- Raíces de la misión: Saberse enviado significa estar unido a Dios. Si nos quedamos al margen de la misión, sin sabernos enviados, no es posible la unión con Dios. La misión tiene raíces tan profundas que llega hasta el misterio de la Trinidad. Allí nace. En el hecho de que el Hijo procede del Padre está el origen de nuestra misión. Al llegar la plenitud de los tiempos, esa “procedencia” se convirtió en “misión”: el Hijo fue enviado a este mundo. Y, en Jesús, todos somos enviados con la fuerza del Espíritu Santo.
La misión supone renuncia porque hay que dar la vida. Y también la renuncia pertenece al misterio de la Trinidad, en el que el Padre se da totalmente al Hijo y el Hijo al Padre. Por lo que el envío, la misión del Hijo, está bajo el signo de la renuncia: “Se despojó de su rango, tomando la condición de esclavo... se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de Cruz”, nos dice San Pablo en su carta a los Filipenses. También la beata madre Teresa de Calcuta decía: “Siempre pienso que soy un pequeño lápiz en las manos de Dios. Él piensa y escribe. Él lo hace todo y en ocasiones le resulta francamente difícil, porque, a veces, el lápiz no tiene punta y Él tiene que sacarle punta nuevamente”. Cada día hemos de asumir nuestra misión pues se nos puede pedir algo nuevo, porque Dios amanece cada día con un rostro nuevo.
B.- Portadores de la Buena Nueva: ¡Llevar la Buena Nueva! Esa es la misión de los religiosos. Dios quiere la felicidad para todos y todos los hombres y mujeres del mundo desean ser felices. La felicidad debería ser el pan de cada día: consiste en tener lo necesario para vivir, recibir el consuelo cuando la vida es demasiado dura, amar y ser amado, contar con la amistad, la paz, la libertad, la justicia, la fe,... Pero constatamos que en esta tierra son demasiados los pobres, los marginados, los perseguidos,... Y, mientras tanto hay personas que no quieren compartir, que todo lo acaparan y hasta lo roban para ellos mismos. Se diría que hay quienes quieren impedir que otros sean felices.
Sin embargo, en el mundo hay también muchos hombres y mujeres de corazón abierto y que no se cruzan de brazos. Buscan la paz, practican la justicia y la solidaridad, respetan la dignidad y los derechos de los demás, luchan contra el hambre y construyen un mundo más fraterno. ¡Son portadores de la Buena Nueva ¡ De esta manera los cristianos, y, en especial, los religiosos, ponemos en práctica nuestro amor a Dios y nuestra fe en Jesucristo. Se trata sencillamente de seguir el camino y el programa de las Bienaventuranzas propuestas por Jesús.
C.- Terapia de Shock: La vida consagrada tiene en la Iglesia la misión de presentar “modelos eficaces” de seguimiento de Jesús en cada tiempo y lugar. Debe ser significativa, de tal manera que muestre lo que haría Jesús en las circunstancias actuales. Por ejemplo, frente una sociedad de consumo injusta y causante de una pobreza masiva, la opción preferencial por los pobres y marginados del mundo será un signo claro de seguimiento de Jesús y de vivencia del Evangelio. Quienes se comprometan a vivir radicalmente esta opción ayudarán a la Iglesia a descubrir mejor quién es Jesús y quién es el Dios de Jesús.
Pero corremos el peligro de adaptarnos a la sociedad de consumo, haciendo así llevadero el Evangelio, de manera que no incomode demasiado a nadie. En esta situación, nosotros los consagrados, estamos llamados, desde nuestra función profética, a provocar una “terapia de shock” para la Iglesia y la sociedad. Igualmente debemos detectar y señalar las nuevas situaciones en que el Espíritu Santo quiere que entre y se comprometa la Iglesia. De lo contrario, si también los religiosos nos instalamos confortablemente en el marco de la Iglesia y de la sociedad, desvirtuamos nuestra vocación profética y, consecuentemente, el sentido mismo de nuestra vida consagrada. Sólo la experiencia de Dios, en un seguimiento radical de Jesús, acorde con las necesidades del mundo, proporcionará modelos actuales de seguimiento. Parece que un testimonio fundamental y necesario hoy es el de la vida comunitaria, como signo claro de que Dios es comunión, de que la Iglesia es comunidad cristiana, y de que es posible crear comunidades que vivan en paz, justicia, amor y verdadera fraternidad.
4. CONCLUSIÓN: EL EQUILIBRISTA
Para concluir una historia, que quizá ya conozcáis: EL EQUILIBRISTA:
Un equilibrista tendió la cuerda entre dos edificios muy altos que distaban cuarenta metros entre sí. Ante un numeroso público, y pidiendo fe y confianza en él, se subió dispuesto a caminar sobre la cuerda desde un edificio a otro. El público le manifestó su confianza y el equilibrista logró realizar su hazaña. Y dirigiéndose a la multitud que le aplaudía dijo: “Ahora voy a pasar por segunda vez sobre la cuerda, pero sin la ayuda de la vara. Con más razón necesito su fe y confianza en mí”. La gente, asombrada y aplaudiendo con entusiasmo, observaba cómo el equilibrista caminaba sobre la cuerda.
Realizada con éxito esta segunda prueba, anunció la tercera: “Ahora viene lo más difícil: pasaré por última vez, pero empujando una carretilla sobre la cuerda. Necesito más que antes que confíen y crean en mí”. La multitud guardó silencio y nadie se atrevía a creer que fuera posible. “Basta que una sola persona crea en mí y lo haré...” Entonces alguien que estaba detrás gritó: “Sí, yo creo que puedes hacerlo y confío en ti. El equilibrista, para estar seguro de su confianza, le emplazó: “Si de veras confías en mí, ven conmigo y súbete a la carretilla”.
“Subir a la carretilla”, podría se una metáfora de nuestro compromiso de llamados, consagrados y enviados, que confiamos plenamente en Dios.
FORMACIÓN
Evaluación
pastoral:
“para reanimar la esperanza”1
El
presente capítulo forma una cierta unidad con el primero, sobre la
actualidad de la vida religiosa, y con el último, sobre los ejes de
la vida consagrada. Dejando, pues, el tema de las vocaciones y el de
los ejes, reflexionemos de momento sobre las cuestiones mayores que
nos pone a la vista la situación de la vida consagrada: ¿cómo
afrontar problemas, generalmente bastante nuevos, a saber: el
envejecimiento de sus miembros, la relación hombre-mujer, la
cuestión del sacerdocio común y ministerial y, como resumen de
tales cuestiones, nuestra fe en la resurrección de la carne?
“¿Cómo,
joven, guardar puro su camino?” (Sal 119, 9)
El
analista de la vida consagrada de estos veinte o treinta últimos
años claramente ha podido constatar cómo el desequilibrio
demográfico que ha tenido lugar en Occidente parece manifestarse con
mayor gravedad en los institutos de vida consagrada; en los femeninos
más aún que en los masculinos. En no pocos países es preocupante
la situación, como hemos dicho, no solamente por la escasez de
jóvenes levas, sino también, y sobre todo, por el peso de un
personal de edad que no cesa de hacerse sentir cada vez más. Una
situación como ésta, que por primera vez parece haberse dado en su
historia, espera evidentemente de la vida consagrada reacciones más
rápidas y más pertinentes que nunca.
No
vamos a abordar la cuestión del envejecimiento por la vía de
análisis estadísticos, tan aleatorios, casi siempre, corno ya se
diera a entender en la introducción. Va ahora más lejos nuestro
propósito. Vivir en comunidades envejecientes, más que un primer
desafío para los jóvenes —ya que el triple desafío que les pone
delante la Iglesia, en Vita
consecrata, se
decide en el campo de los votos vividos comunitariamente—, es un
desafío para todos, comenzando por la sociedad de los fieles.
En
efecto es la misma comunidad cristiana, como portadora en su seno de
todas las vocaciones y todos los ministerios, la que se ve hondamente
afectada por estos fenómenos característicos de la colectividad
global. Y, bajo este aspecto, no parece que las iglesias de Europa,
sobre todo las aquejadas por el problema, hayan tomado medidas ni
buscado sus oportunas soluciones.
Pablo
VI juzgó oportuno poner límite a la elección de los cardenales; y
Juan Pablo II juzgó igualmente oportuno aprobar la norma que pide a
los obispos, como a los sacerdotes, presentar su renuncia al cumplir
los setenta y cinco años. Medidas audaces, y hasta necesarias, que
no se han introducido en las nuevas constituciones de los institutos
de vida consagrada.
Sin
embargo, los religiosos, concretamente, cuentan con un arsenal
jurídico y una sabia tradición que les aconsejan no nombrar, salva
excepción, superiores vitalicios, y que les ordenan, a su vez,
limitar la repetición de ciertos mandatos: medidas, en última
instancia, tanto más necesarias cuanto más difíciles de llevar a
la práctica.
El
envejecimiento no es, pues, un fenómeno exclusivo de la vida
consagrada o religiosa; es fenómeno eclesial y, sobre todo, social,
claro en Europa y Norteamérica. La cuestión es entonces saber qué
soluciones originales, por ejemplo, va a poder aportar en este campo
la vida religiosa, como lo ha hecho en tantos otros a los que no
dejarían de afectar hoy las consecuencias de una situación
demográfica jamás conocida en la historia de la humanidad.
Creo
necesario precisar dos cosas: renunciando a la gerontocracia que la
amenaza, la vida consagrada debe abrir un camino de vida por el que
ni se vea obligada a cuidados extraordinarios, ni caiga en la
tentación de la eutanasia.
1.
Ese renunciar a hacer depender todas las decisiones de una clase de
avanzada edad —siempre la misma desde decenas de años— sería
para la vida consagrada una auténtica vía de salvación. No se
puede, efectivamente, sea cual fuere la santidad, abnegación y
competencia de cada cual, confiar los institutos al gobierno3 de las
mismas personas durante décadas.
Una
amplia distribución de los cargos, con un máximo plazo de mando,
parece tanto más necesaria cuanto menos numeroso es su relevo: ¿cómo
hacerlo de otra forma sino dándoles responsabilidades y ayudándoles
a sobre- llevarlas al cese de tales servicios? A veces cree estar uno
soñando al conocer la edad de la primera generación de un instituto
con pesadas responsabilidades —rector, incluso superior mayor o
formador antes de sus treinta años y se libera uno del sueño con
simplemente saber que todavía subsisten tales fundaciones.
2.
Hacer patente en las iglesias del Norte y en la sociedad occidental
un logrado modelo de integración entre mayores y jóvenes viene a
ser otro de los desafíos. El primer peligro es el de una excesiva
medicación ante los más mínimos fallos en la salud, seguido de un
obstinado empeño por curarse, que obliga a veces a interrogarse
sobre la realidad de una fe en la vida eterna: ¿es querer rehuir la
muerte —que jamás se ha de temer— el mayor tiempo posible no
importa a qué precio?. Al comprobar, después, la ineficacia de tan
extremados esfuerzos, surgirá la tentación de la eutanasia para
quienes debieran haber contado con más que sus propias fuerzas y sus
esperanzas.
¿Se
va a someter a los jóvenes religiosos al cuidado de la salud de los
más avanzados en edad, de tal manera que, para sobrevivir, no tengan
más solución que liberarse de esta carga? ¿Qué contramodelo
cultural podemos ofrecer bajo este aspecto tan concreto de nuestra
vida en sociedad? ¿Y qué hace exactamente la generación intermedia
para que los mayores aprendan a morir y aprendan los jóvenes a
vivir? Sobre la generación de estos “jóvenes jubilados”
descansa hoy la salud mental de la mayoría de los institutos.
Ahora
bien, dicha generación está muy gastada, y el resto está
frecuentemente demasiado preocupado por su propio control espiritual,
su formación, su cambio de ritmo apostólico, etc., al sentirse
interpelado por una tarea que ha de asumir merced a sus fuerzas y a
sus recursos actuales.
Ser hombre o mujer
Punto
también éste difícil: la elección que cada cual puede y debe
hacer de su propia identidad sexual. Desde el preciso momento en que
las mujeres se asemejan cada vez más a los hombres y los hombres a
las mujeres, puede uno preguntarse —y hablo como mujer— si no se
han visto, bajo no pocos aspectos, invadidas la vida consagrada y la
vida religiosa por los dinamismos narcisistas, infantiles, de la
omnipotencia que se le ha de arrebatar al otro. Ahora bien, uno de
los problemas más difíciles para la Iglesia del mañana no será el
del papel de los mayores, sino el del puesto todavía reservado a los
hombres para ser ellos mismos según Dios.
Sobre
esta relación hombre-mujer en la Iglesia he hablado ya también en
otro lugar7. La situación pastoral, a este nivel, es la de una
paternidad denegada en primer término por las mismas mujeres: la
cuestión de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, es efectiva y
primeramente una cuestión planteada por el hombre, que no reconoce
ya “a la que es carne de su carne y hueso de sus huesos” (Gen 2,
23).
Al
adoptar casi literalmente el modelo masculino de educación, de vida
profesional y afectiva, incluso de vestimenta, la mujer ha logrado
ciertamente una igualdad, si no de hecho, sí de derecho, en relación
con los hombres de su edad y de su ambiente.
Pero
ha aceptado igualmente que, por así decirlo, se borren como propias
de su historia femenina, o se consideren como algo de ayer —lo que
pudieron mi madre y mi abuela ya no lo quiero yo— o como una
posibilidad del mañana —cuando esté disponible, podré...— su
identidad más profunda y su diferencia con respecto al hombre.
El
resultado de tal alienación es claramente perceptible en la drástica
reducción del número de hijos en los matrimonios: un hecho que
muestra hasta qué punto la mujer ha renunciado a una maternidad en
la que daría, sin embargo, cumplimiento a su vocación originaria
(1Tim 2, 15), pero que indica al mismo tiempo el origen del deterioro
de muchos hombres, en perjuicio de su paternidad.
Para
ser como el hombre, la mujer impone así al hombre ser menos que sí
mismo. Y el hombre, por una especie de afecto al revés, permite a la
mujer entrar, con él, en ese mundo narcisista donde cada uno hace
infecundo al otro, a fuerza de parecerse a él.
Es
la nuestra una civilización sin padre ni madre, porque es una
civilización sin Dios. ¿Quién quisiera, efectivamente, dar vida si
no es para la eternidad? ¿Qué hombre puede pedir a su mujer el gozo
y los dolores del alumbramiento, si no puede él soportarlos más
allá de su paternidad? ¿Y qué mujer pudiera imponer a su marido la
reserva y la fuerza de su maternidad, si no puede hacerle efectivo el
amor en un más allá de todas las razones? Cuando la mujer se pone a
imitar la fuerza del hombre, no puede ya el hombre sino imitar la
debilidad de la mujer, con lo que todo retorna a su originaria
indeterminación (Gén 1, 2).
Ahora
bien, de la mujer es darse al hombre a sí mismo haciéndole esposo y
padre, como es del hombre darse a la mujer a sí misma en el amor y
la maternidad. La mujer cristiana aparece aquí más responsable que
nunca de la salvación del mundo. Cuando el hombre no puede ya ser
padre, por no querer ya ser madre la mujer, es la paternidad misma de
Dios la rechazada y, con ella, la unión indisoluble del hombre y de
la mujer en el respeto y el amor.
Épocas
indudablemente se han dado en las que el reinado del hombre lo fue en
detrimento de la mujer, y épocas culturales, a la inversa, con
dominio de la mujer sobre el hombre. Pero hoy es otra la violencia
amenazante: la de ver al hombre y a la mujer, en nombre de la
igualdad y de las funciones, concretamente sexuales, engullirse el
uno por el otro. Un vértigo que sostiene el genio médico, con sus
osadías en bioética, pero que denuncia el demógrafo como suicida,
en términos de civilización.
Así
como el hombre da a la mujer un hablar y un actuar, en el silencio de
la renuncia, así también la mujer da al hombre un amar y un ser
amado en la presencia del ocultamiento. Y así es como se prepara,
respetuosamente, todo hombre para adherirse a su única mujer, y
como, en la entrega, atiende la mujer al esposo que le descubre la
fuente de su gozo. La verdad de lo prometido se hace todavía más
realidad al final: el misterio de la alianza esponsal regula y
acompasa por entero el atractivo del hombre y de la mujer en todas
sus relaciones.
Se
habrán de evocar aquí los cuatro pasajes escriturísticos que Karl
Barth juzgaba fundamentales en una antropología bíblica en lo
concerniente al hombre y a la mujer: Génesis 1 y 2 y Cantar de los
cantares, a los que añadiría él el capítulo II de la Primera
carta a los corintios y el capítulo quinto de la carta a los efesios
9. Es, efectivamente, en el corpus paulino, sabiamente leído, donde
se encuentra la teología de la plenitud de la alianza que los
preámbulos del Pentateuco y la Sabiduría de Salomón proféticamente
celebraron en el amor humano.
Adviértase
cómo, en el aludido capítulo II de la Primera carta a los
corintios, la relación entre el hombre y la mujer aparece inserta en
lo que se dice sobre la asamblea cristiana (11, 2-16) y, más
propiamente todavía, sobre el discernimiento de la asamblea
eucarística (11, 17-34): a falta de una detallada exégesis del
texto, no estará de más subrayar cómo la disposición cristológica
del versículo tercero, según la cual el hombre y la mujer desde el
principio fueron creados diferentes, debe hacerse visible en la
disposición eclesial.
Con
el mantenimiento de las costumbres judaicas en la oración corintia
(vv. 4-6), no es una forma cultural la que defiende Pablo, sino el
fundamento cristológico que aquí se ve comprometido y cuestionado
por las costumbres paganas. Remontándose al orden de la creación
(vv. 7-10), indica el apóstol que puede la mujer descubrirse como
gloria y don divinos que se le han hecho al hombre, mientras que
aparece invitado el hombre por la mujer a volverse por entero hacia
Aquél cuya gloria lo es él.
Como
eco al versículo tercero, los versículos 11 y 12 constituyen el
punto de equilibrio del discurso: “ni la mujer sin el hombre ni el
hombre sin la mujer en el Señor”. Tal unidad viene teológicamente
definida en términos originarios: “así como la mujer procede del
hombre (ek),
así
también el hombre viene a la existencia por la mujer (día)”.
En
la generación de la mujer por el hombre se manifiesta la creación
por Dios; recíprocamente, la maternidad adquirida por el hombre, lo
es ante todo por Dios (Gén 4, 1): “todo viene de Dios” (ek).
Se
invocan en apoyo al razonamiento las costumbres helénicas (vv.
13-15).
Pero
son, sobre todo, la vida de las Iglesias y las tradiciones
apostólicas (v.16) la norma de vida que regula la oración y la
ética cristianas. La disposición eclesial celebra en su verdad
originaria el orden de la creación, de la misma manera que la
asamblea eucarística (vv. 17-34) discierne en el Cuerpo de Cristo
entregado el advenimiento final de nuestra comunión.
La
conclusión es, pues, que toda reflexión cristiana sobre el hombre y
la mujer debe inscribirse no solamente en una teología de la
creación y de la alianza, sino también en una cristología de la
redención. Lo cual significa que su forma pertenece a la
eclesiología y que su lugar es la eucaristía, como pudiera
indicarlo la reflexión conciliar sobre el capítulo quinto de la
carta a los efesios. Hemos hablado ya sobre el particular.
La
cristología paulina y la eclesiología vaticana encuentran, como la
teología de la creación y de la alianza, su centro de gravedad en
la revelación evangélica, en particular según san Juan. La hora de
la mujer se extiende aquí no solamente a la bienaventurada pasión
de Jesucristo, sino también a la gloria todavía velada de su
resurrección y de su exaltación a la derecha del Padre. Cuando se
trata de ver y de comprender, de sentir, gustar y tocar al Señor,
definitivamente presente entre nosotros en la intimidad del Espíritu,
por parte de “María” y de las demás mujeres, es cuando la
Iglesia recibe este Cuerpo espiritual que ellas buscaron y
encontraron en la luminosa tiniebla de la esperanza y de la fe.
La
comunidad eclesial debe tomar conciencia de tal reciprocidad en honor
de su responsabilidad sobre las nacientes o vacilantes vocaciones
sacerdotales. Y los ministros ordenados podrán servir mejor a Cristo
y a la Iglesia reconociendo la especificidad de su misión. Pero
¿cómo llevarlo a la práctica cuando cada uno pretende apropiarse
de lo más específico del otro o cuando, a la inversa, abandona él
su propia elección? Promover la unión en la distinción entre el
hombre y la mujer es, para la Iglesia, ser fiel a su propia
constitución, y es para la vida religiosa fidelidad a su vocación.
Una “terapia espiritual”, un “ministerio de animación”
El
misterio eucarístico, que es memorial, ofrenda, Sacrificio y
comunión, viene a encontrarse así como envuelto en la maternidad de
gracia de Aquélla que, como primera y llena de esa gracia, pudo
decir del resucitado lo que había aprendido a decir en la Natividad
y después en la Pascua: he ahí mi cuerpo verdaderamente entregado.
Bajo
este aspecto, el sacerdocio común de los fieles se presenta como la
condición, en cierto modo mariana, de la Iglesia y, por tanto, como
preliminar necesario —de necesidad divina— del sacerdocio
ministerial. Si éste asume en la Iglesia el papel capital crístico
—el sacerdote actúa in
persona Christi capitis—, lo
desempeña igualmente in
nomine Eclesial, es
decir, en Íntima unión con el ser sacerdotal de la asamblea
cristiana, congregada por el Señor para gozar de su presencia
(Perfectae
caritatis 15).
La
cuestión es cómo simbolizan entre sí el sacerdocio común y el
sacerdocio ministerial. Según Lumen
gentium 10,
uno y otro participan inmediatamente —y no el uno mediante el otro—
del único sacerdocio de Cristo. Pero la maternidad de la Iglesia,
como signo del sacerdocio común, es algo así como la condición de
posibilidad del sacerdocio ministerial: todos son christfídeles
antes
de ser sacerdotes o laicos.
Según
esto, la cuestión del papel de las mujeres es análoga a la cuestión
planteada a propósito de los hermanos en los institutos considerados
como mixtos. Conviene, sí, apelar aquí al carisma del instituto
para poder realizar el discernimiento —el caso de la Compañía de
Jesús, por ejemplo, es enteramente distinto del de la Orden
franciscana—, pero hay que apelar igualmente al fundamento de todo
ministerio institucional: la maternidad mariana, la paternidad o
maternidad espiritual de la Iglesia en la que tiene su fuente,
anterior a los ministerios, la diaconía del amor está siempre muy
por encima de las funciones en la Iglesia (1 Cor 13).
Volveremos sobre la cuestión de los carismas y de los ministerios. Añadamos ahora solamente que esta cuestión sobre la índole sacerdotal de toda existencia cristiana no parece todavía enteramente asumida por los teólogos pos- conciliares ni aun hoy por todos los estudiosos de teología. Cierto es, no obstante, que todo el esfuerzo del concilio —con lo que creen algunos haber tenido lugar una protestantización de la Iglesia romana, por haber, concretamente, reintegrado la triple función de Cristo y de los cristianos en la teología católica— ha sido asociar a la vez, en la consagración episcopal, la plenitud del sacramento del orden y de la jurisdicción, ésta como consecuencia de aquella.
Es,
pues, el obispo ordenado quien tiene la potestad de gobierno sobre
las almas, no el obispo que pudiera haber recibido de la autoridad
romana la misión canónica: la entrada en la sucesión apostólica,
la participación en el colegio episcopal es obra del sacramento del
orden, no primariamente de jurisdicción.
Pero
orden y jurisdicción, o mejor, sacerdocio y poder gubernativo,
pueden ser siempre distintos, como es el caso de una superiora
religiosa que, en nombre de la Iglesia, recibe los votos de las
profesas y que ejerce por tanto auténtica autoridad sobre las
personas. Y lo confirma igualmente el hecho de que, a partir del
nuevo código, pueden los laicos actuar como jueces en los tribunales
eclesiásticos para las causas matrimoniales.
Pero
la cuestión es, las más de las veces, saber si puede un obispo
conferir a un no-sacerdote un poder que, por su ordenación, posee él
como obispo: es el espinoso caso de los delegados “laicos” para
la vida consagrada, que desempeñan una función de vicario episcopal
sin estar ordenados.
Repitámoslo: lo que se le pide a la vida consagrada no es nunca sustituir a otros estados de vida, sino profundizar en su identidad. Para decirlo con una sola palabra, yo mantengo las dos fórmulas del presente apartado: la primera procede de Vita consecrata, y reza así:
Aquéllos
que siguen los consejos evangélicos al mismo tiempo que buscan su
propia santificación proponen, por así decirlo, una terapia
espiritual para
la humanidad, puesto que rechazan la idolatría de las criaturas y
hacen visible de algún modo al Dios viviente (VC 87).
La segunda nos viene dada al final del largo documento sobre la pastoral de las vocaciones religiosas y sacerdotales en Europa (n. 88), cuestión abordada ya en el primer capítulo de la presente obra. Se dice allí que,
para formar a los jóvenes y hacerles redescubrir la pasión por la vida, hay que ser samaritanos de la esperanza. Es, pues, necesario regenerarla en los sacerdotes, los educadores, las familias cristianas, las familias religiosas, los institutos seculares; en suma, en todos cuantos están al servicio de la vida al lado de las nuevas generaciones. La esperanza exige dar cabida a este ministerio, de hecho ya conocido dentro de la Iglesia con el nombre de ministerio de animación, motivado evangélicamente, sobre todo, por la garante palabra del Señor resucitado: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Así
es como la vida consagrada vendrá a ser medida por sus posibilidades
terapéuticas y valorada por la esperanza que sea capaz de poner en
práctica, consolando y fortaleciendo los corazones de todos cuantos
buscan la presencia del Señor.
“Y en mi carne veré a Dios” (Job 19, 26)
Como
cierre
del
presente capítulo pastoral, vamos a fijar la atención en una
problemática que no deja, para muchos, de ser muy secundaria, la del
hábito, traje o vestimenta religiosa. Creo hallarnos aquí frente a
una cuestión simbólica de la situación pastoral de transición, al
mismo tiempo que simbólica de un lugar donde se juega la ya inicial
visibilidad de la vida eterna. No se olvide que la vida consagrada
es, por su misma existencia, una especie de aval sobre la certidumbre
cristiana de que la eternidad ha triunfado aquí sobre el tiempo.
Esta visibilidad a través de su común comportamiento, de su
hábitat, es lo particularmente esperado de los religiosos.
Concretamente,
la cuestión del hábito, entendido como vestimenta común de toda
una familia religiosa, no ha dejado de ser durante los últimos
cincuenta años una fuente de sufrimiento en los institutos, sobre
todo femeninos. Para responder a las invitaciones, de Pío XII
primeramente, y del concilio después, muchas hermanas abandonaron,
muy a su pesar, la ves te simbólica de su historia sagrada por un
hábito simplificado que vino a transformarse después —sin duda
por insuficientemente adaptado— en un prét-a-porter
cada
vez más indiferenciado.
En
algunos casos se ha podido optar por un signo distintivo común a
todo el instituto, pero sin querer ya, por lo demás, distinguirse de
las personas del entorno, las más de las veces por motivaciones
apostólicas de renovada presencia en los ambientes alejados de la
Iglesia o molestos y hasta heridos por lo que ella hubiera podido
tener de impositivo. Evidentemente, no se retornará a lo que no
podría figurar sino como símbolo de un mundo ya pasado.
Sin
embargo, el vestido —para el hombre como para la mujer— es, desde
sus orígenes, expresión de un mundo simbólico, sin dejar de ser al
mismo tiempo signo de la fragilidad del hombre alejado de Dios y del
pudor que tal condición impone. Sabido es cómo el pueblo de Israel,
basado en su monoteísmo, se distingue de los pueblos circundantes
por su vestimenta se mantendrá en particular que la veste de los
hijos de Abraham, más que mostrarlo, proteja el cuerpo y permita
distinguir a primera vista al hombre de la mujer, frente y contra las
exhibiciones y confusiones paganas.
El
simbolismo del vestido cristiano se inspira en esta tradición, pero
también el hecho de que Cristo, vestido con una túnica sin costura,
se verá sin embargo despojado de la misma en el momento de su
muerte. La gloria de la resurrección podía ciertamente volver este
vestido “blanco como no lo puede blanquear lavandero sobre la
tierra” (Mc 9, 3); asimismo según el Apocalipsis, las túnicas de
los santos están lavadas y blanqueadas en la sangre del Cordero (Ap
7, 1; 22, 24).
Pero
no es el hombre quien viste a la mujer; es Dios quien viste al uno y
a la otra como signo de misericordia (Gén 2-3) y de exquisita piedad
y ternura (cf. Ez 16). En nuestras culturas, es las más de las veces
la mujer la que escoge los vestidos del hombre y el hombre no viste a
su imagen más que al esclavo o a la prostituta, mientras que la
esposa se viste para él. Porque la mujer sensata —no hablamos de
la jovencita seducida por su propia imagen— se viste siempre para
aquél a quien ama, bien para complacerle, bien para mostrar a los
demás quién sea su referente favorito.
Si
la vida religiosa se encuentra en etapa de transición en búsqueda
de su vestimenta, hay que animarla a encontrar aquí un nuevo
lenguaje dirigido al mundo de hoy, y no someterla a una hipocresía
consistente en ocultar su interioridad tras una convencional
exterioridad. La cuestión del tocado o peinado debe distinguirse de
la del vestido.
La
segunda guerra mundial dio como resultado, en Europa, ver a las
mujeres dejar de cubrirse la cabeza mientras seguían supliendo a los
hombres ausentes; sin duda ya no volvieron a encontrar, después de
tanta carnicería, el gusto por la fiesta que les permitía adornarse
así. La irrupción del velo islámico en nuestras culturas ha
modificado, además fundamentalmente, la situación.
El criterio y la pretensión del magisterio de la Iglesia sobre el vestido religioso —a juzgar por ciertas referencias en textos recientes— implican en su punto de mira también a los hombres y no sólo a las mujeres, así como a los sacerdotes y seminaristas e igualmente a los religiosos. Debiera asimismo reexaminarse la cuestión sobre el vestido —cuasilitúrgico— del sacerdote. Observo sobre este punto que nuestros modelos están inspirados en el judaísmo y en el antiguo Oriente. También aquí podría ofrecer nuevos frutos la inculturación del evangelio.
Tal
vez convendría añadir que la vida consagrada debe también mostrar
la belleza y la novedad que tuvieron lugar en la resurrección de
Cristo. Tal belleza y tal novedad de Dios son una realidad en la
gloria del cuerpo resucitado, como son manifiestas en la Eucaristía
su sencillez y su humildad. ¿Cómo, pues, mantener entre un pasado y
un futuro la verdad del presente en el que estamos obligados a
inventar los signos de la transfiguración de este mundo cuya figura
está ya pasada en Dios?
Conclusión.
Herida y
curación
Entendida por Vita consecrata como la propuesta de una “terapia espiritual” de la humanidad (VC 87), la vida consagrada se entiende igualmente, en Caminar desde Cristo (nn. 5-10), como consecuencia de una “cuasiterapia espiritual para los males de nuestro tiempo”. Inspirado por un tiempo ávido de curaciones, tal vocabulario no puede sino significar que la vida consagrada escaparía, por principio, a los males que afectan a la humanidad.
En
cambio cabe pensar que la experiencia de Dios que en la vida
consagrada comporta la opción por el celibato puede también
interpretarse como prueba de una herida incurable, la de un amor que
trasciende el tiempo y las figuras. Por paradójico que parezca, la
salvación cristiana no se identifica sin más con una curación
incluso interior; es ciertamente recuperación de una libertad
originaria, pero que no dispensa de sufrir ni de morir. Simplemente,
permite que sufrimiento y muerte cambien de sentido, y que sean desde
ahora el lugar de un amado reencuentro y sirvan así a la salvación
de todos.
El
desafío demográfico al que la vida consagrada debe responder entre
nosotros, la identidad sexual de la que cada cual debe beneficiarse
para el logro de “unidad de los dos”, la diaconía del amor que
fundamenta en la esperanza todos los ministerios, el simbolismo
escatológico del vestido cristiano y religioso, trazan unas líneas
en el espacio donde pueden hoy nuevamente vivir los miembros de la
vida consagrada.
Se
trata en todos estos casos de un compromiso del cuerpo como
testimonio del Espíritu, o si se quiere, de una manera de significar
al Espíritu en la endeble carne de nuestra edad, de nuestro sexo, de
nuestras actuaciones o de nuestras apariencias. La visibilidad que
aquí se postula no es en manera alguna la de la lucha por las
identidades sin más; busca cómo honrar el misterio de una
bienaventurada encarnación que nos vuelve a perpetuar así: en la
velada gloria de una resurrección ya empeñada y comprometida.
COMUNICACIÓN
LA CRISIS VOCACIONAL
Los jóvenes españoles y la religión2
Herminio Otero
El informe sociológico publicado por la Fundación Santa María revela el alejamiento de los jóvenes de las enseñanzas de la Iglesia católica en un grado superior al que cabría prever». Así comenzaba un editorial del diario ABC Jóvenes y religión (26.2.04) comentando los datos de la investigación. Y ese parece ser el resumen más exacto, aunque haya molestado a algunos que esperaban mejores resultados.
Esta
investigación había nacido de la preocupación ante un problema
planteado por los anteriores Informes sobre la juventud: «¿Cómo ha
sido posible un cambio tan rápido y tan brusco de los indicadores de
religiosidad en el mundo juvenil español, y hacia qué futuro apunta
la brecha entre esos parámetros de religiosidad juveniles y los que
corresponden a la población general?»
La
pregunta tiene múltiples respuestas. Nos centramos en la recepción
y respuesta juvenil a los tres mensajes de la oferta religiosa de la
Iglesia católica (sentido, de salvación y comunidad moral) y
presentamos un resumen de la tipología socioreligiosa de los jóvenes
españoles. No entramos en las claves de esa misma socialización ni
en la sugerente investigación sobre jóvenes y vocación a la vida
consagrada.
1. El mensaje de sentido y las creencias religiosas
El
mensaje de la Iglesia no llega a los jóvenes o les llega
distorsionado. Desde 1989 el mensaje es cada vez más opaco. En 1989
el 16% de los jóvenes españoles veían a la Iglesia como lugar
donde se dicen las cosas importantes para su interpretación del
mundo. Diez años más tarde, el Informe reveló que sólo lo decían
el 3%.
•
Y ¿por qué creen los jóvenes españoles que creen? Según el
informe Jóvenes
2000 y religión, el
35% de los jóvenes da una respuesta de sentido común: «Me parece
que es mejor creer en algo que no creer». Para el 29% hay motivos
más valiosos: «Por convencimiento propio, por fe». Un porcentaje
parecido (29%) habla de la enseñanza «desde pequeño». Todas las
demás razones son minoritarias.
•
¿Y cómo y en qué creen los jóvenes españoles? La mayor parte de
los jóvenes no ha profundizado mucho en la solidez de sus creencias:
es una cuestión que no les interesa demasiado, al menos al 41%.
Además, una quinta parte reconoce la existencia de dudas. Es lógico:
sólo la creencia en Dios se salva. En 1999 creían en Dios el 81% de
los españoles, según la Encuesta Europea de Valores; entre los
jóvenes, un 69%. Las demás creencias son víctimas no de dudas sino
de mayoritarias negaciones: así se rechaza la creencia en el
infierno (64%), en la resurrección de los muertos (61%) o en el
pecado (41%). Un dato curioso: la creencia en una vida después de la
muerte goza de mayor aceptación en el universo juvenil: la mantiene
un 48% frente al 40% de la población española. Tantas informaciones
sobre las experiencias y contactos después de la muerte y tantos
relatos de ciencia ficción han podido hacer mella en el imaginario
juvenil.
•
La creencia en Dios está contaminada por la imagen de «un Dios a la
carta, semipanteísta, según la cual todo es Dios y nada lo es
propiamente», a decir de Amando de Miguel. Se trata de un Dios
impersonal, algo así como la Energía Universal, aunque aún
predomina la idea cristiana de Dios: Padre bueno que nos cuida y ama,
Dios que se ha dado a conocer en la persona de Jesucristo y “Ser
superior que creó todo, de quien depende todo y Juez supremo”.
El
pragmatismo de los jóvenes españoles se traslada a su concepción
de las realidades sobrenaturales. La tercera parte de los jóvenes
quedan atraídos por la idea de un Dios próximo y atento a sus
problemas, que se preocupa por ellos y comparte sus alegrías y
sufrimientos... Todo eso, hasta que abandonan la práctica religiosa
o hasta que olvidan la religión. O puede ser al revés: los vacíos
religiosos son estimulados por la imagen de un Dios alejado y
despreocupado de la suerte de los hombres.
•
Y ¿qué pasa con Jesucristo?
Su
existencia real se acepta mayoritariamente (el 75%); su divinidad
divide a los jóvenes, aunque prevalecen, con un 55%, los que creen
en ella; su influencia decisiva en la historia ha suscitado una
respuesta mayoritariamente afirmativa, un 75%. No está nada mal para
los tiempos que vivimos.
•
En cuanto a la Virgen María, los jóvenes españoles aceptan en su
mayoría, unos dos tercios, su existencia real, la mitad reconocen su
condición de Madre de Dios, y una tercera parte declaran que tienen
alguna forma de devoción mariana. El género de los jóvenes y su
edad juegan un papel importante en la configuración de estas
creencias y actitudes, a favor, digámoslo así, de las mujeres y de
los más jóvenes.
2. Mensaje de salvación y prácticas religiosas
Los
ritos cristianos se han visto sacudidos por la secularización, que
ha tenido un efecto devastador en los sacramentos, en la oración y
en otras prácticas religiosas, convertidas en obligaciones tediosas
y prácticas sin sentido.
La
salvación del alma ha desaparecido prácticamente del imaginario
juvenil, como lo han hecho casi al mismo tiempo la gracia y, para
muchos, el mismo pecado.
Desde
una perspectiva cristiana la salvación es liberación de los pecados
y de la muerte en cuanto fruto del pecado; y el camino que a aquella
conduce no se aparta demasiado del común que existe en muchas
religiones: ritos, sacramentos y otras prácticas religiosas, la
oración y las buenas obras, la imitación del modelo supremo,
Cristo, y la intercesión de la Virgen María y de los santos.
El mensaje católico de salvación ha puesto un énfasis especial en la intervención sacramental de la Iglesia, pero ahora los dos grandes medios para alcanzar la salvación (ritos-sacramentos, oración) han perdido gran parte de su atractivo, precisamente cuando la persistencia de lo sagrado ha creado un proceso de consagración de lo profano que en muchos casos ha cautivado la mente juvenil: han surgido nuevos ritos, ceremonias y liturgias procedentes de las diversas formas de la religión civil, los fundamentalismos, los movimientos de protesta contra la globalización, las nuevas sectas y movimientos religiosos, el culto al cuerpo, el consumismo, la ecología, etc.
Los
rituales católicos se presentan despojados de la capacidad
euforizante y creadora de comunidad que tuvieron en otros tiempos y
que sí tienen los nuevos ritos profanos, con los que entran en
competencia en el mercado espiritual libre.
•
Los sacramentos: El Informe centró su atención en los sacramentos
de la Penitencia y la Confirmación y, de manera especial, de la
Eucaristía. Los datos generales muestran el gran debilitamiento del
sacramento de la Penitencia, un cierto vigor de la Confirmación, y
la práctica reducción de la asistencia regular a Misa a una quinta
parte de los jóvenes: Reciben el sacramento de la Penitencia
con
alguna periodicidad o «siempre que es necesario» el 24% de los
jóvenes, pero no lo reciben nunca o casi nunca el 79%. Las
diferencias más considerables están entre los 13 y 14 años y el
resto de edades. En la actualidad este sacramento parece carecer de
significado para una buena mayoría de los jóvenes españoles, con
las únicas y previsibles excepciones de los católicos de práctica
religiosa regular.
Han
recibido el sacramento de la Confirmación
el
31% de los jóvenes, porcentaje que se eleva al 42% entre los que
siguen estudios universitarios. Por grupos, hay diferencias a favor
de las chicas y, lógicamente, entre los católicos practicantes y el
resto, aunque es desconcertante el número de jóvenes que aseguran
haber recibido la Confirmación y se dicen indiferentes (21%),
agnósticos (23%), ateos (11%) y creyentes de otras religiones (29%).
La mitad de quienes se han confirmado dicen haberlo hecho por la
importancia para la vida cristiana y una tercera parte por
recomendación familiar o por el ejemplo de algún amigo. ¿Y para
qué les ha servido? Un 28% de quienes se confirmaron dice que <‘ha
sido una gran experiencia en mi vida cristiana», pero para el 39%
‘<fue una experiencia religiosa más» y el 30% sostiene que
‘<no creo que sirviera para nada». No es de extrañar que la
continuidad no está asegurada:
sólo uno de cada seis
confirmados continúa asistiendo a las prácticas religiosas, aunque
una cuarta parte reconoce una asistencia ocasional.
Asisten
a la Eucaristía
al
menos una vez al mes el 21%, mientras que un 57% (48% de chicas y 64%
de chicos) no lo hacen nunca o casi nunca, con las previsibles
excepciones de los católicos de práctica religiosa regular.
La
edad influye de manera lineal: los practicantes de 13-14 años
asisten regularmente, una vez al mes por lo menos, 18 puntos por
encima de la media. Y por comunidades autónomas destaca Andalucía
por sus elevados porcentajes de asistencia dominical (quizás detrás
de ello se encuentran todo lo relacionado con la participación en
las cofradías) y Castilla y León retiene a duras penas sus pautas
de seria religiosidad.
•
Las prácticas religiosas no institucionales, como las visitas a los
santuarios y la participación en procesiones, romerías y fiestas
patronales, las convivencias espirituales, la oración y la lectura
de libros religiosos, forman también parte del mensaje de salvación
de la Iglesia Católica. Las actitudes y comportamientos de los
jóvenes en esos campos ofrecen resultados para todos los gustos.
Las
visitas a santuarios y la participación en romerías, procesiones y
fiestas patronales conciernen a algo menos de la mitad de los
jóvenes, entre los que destacan los de las comunidades autónomas de
Andalucía y Castilla y León, y mucho menos a los de Cataluña,
Madrid y el País Vasco. Llama la atención que una pequeña pero
significativa minoría de jóvenes que se declaran indiferentes,
agnósticos y ateos participan en estas actividades, como el 12% de
ateos que reconocen visitas a santuarios y el 10% que participan en
romerías o procesiones. Los católicos practicantes son los más
devotos de estas prácticas, lo que puede significar que la hipótesis
de que están reemplazando a las prácticas institucionales, sobre
todo ala misa, es bastante dudosa.
A las convivencias religiosas asiste una pequeña minoría de jóvenes: un 12% ha declarado que «varias veces» y un 7% que «una vez». Donde más florece esta práctica es en Andalucía, Castilla y León y el País Vasco.
La práctica personal y libre de la oración resultó una sorpresa para los autores: los jóvenes siguen rezando, aunque con menor frecuencia y presencia que en años anteriores. En las últimas semanas habían rezado con frecuencia la tercera parte, unas pocas veces el 11% y nunca o casi nunca algo más de la mitad. Rezan más las chicas que los chicos: hay que atribuirlo a su mayor religiosidad, constatada con frecuencia a lo largo del Informe. La casi totalidad de los indiferentes, agnósticos y ateos aseguran que no rezan ni piensan en Dios nunca, aunque no son totalmente ajenos al mundo de la oración. ¿Y cómo rezan fuera de la iglesia? Los dos primeros lugares los ocupan las fórmulas tradicionales (padrenuestro y avemaría) y la oración libre y espontánea. En esta segunda forma de oración los agnósticos y ateos figuran con un 45 y un 61%.
La
lectura de libros religiosos o
de índole espiritual no es práctica frecuente entre los jóvenes: 8
de cada 10 nunca leen libros de orientación o contenido religioso.
Pero con mayor o menor frecuencia leen la Biblia el 19%, los
Evangelios el 16%, algún libro cristiano el 16%, libros de otras
religiones el 7% y libros de ayuda personal el 18%.
3. La Iglesia y los grupos religiosos juveniles
•
Individualismo religioso: La Iglesia presenta también su mensaje y
oferta de comunidad moral, fundamentado en valores evangélicos, que
hoy se enfrenta con un nuevo individualismo religioso, cuya forma más
significativa es el movimiento de la Nueva Era (New
Age):
persigue el desarrollo espiritual del individuo sin dogmas,
organizaciones ni magisterios. La libertad personal es el valor
supremo, y la voz interior es la guía soberana.
El
mensaje de comunidad moral de la Iglesia tiene como competidores al
grupo de amigos, la pandilla, la red casual y pasajera, los
encuentros en torno al botellón o la música, los movimientos de
protesta...
•
La imagen de la Iglesia: Un dato interesante: la imagen de la Iglesia
como institución que defiende las tradiciones y los valores,
dedicada a ayudar a los pobres y necesitados, buena educadora de
niños y adolescentes, y solícita de la vida moral del hombre con
sus normas de conducta, es más bien positiva. En estos cuatro
valores coinciden más de la mitad de los jóvenes. En los otros dos
de la lista propuesta hay más discordancia: sólo una quinta parte
reconoce que la Iglesia católica despierta la conciencia de los
políticos con sus palabras, y sólo un 37% está de acuerdo en que
en ella se puede descubrir el sentido de la vida.
Además,
el imaginario juvenil sigue penetrado de acusaciones
contra
la Iglesia: rigidez e inflexibilidad en la vida sexual, excesiva
riqueza y fijación en el pasado (el 80% de jóvenes está de
acuerdo). La mayoría piensa que la Iglesia se aferra en demasía a
las viejas tradiciones y sólo unos pocos creen que se ha adaptado a
los tiempos actuales. Y se reafirma el tradicional reproche a la
riqueza de la Iglesia: en relación con los datos de 1992 se observa
que la crítica juvenil se ha agudizado: el 79% piensan que los
obispos viven mejor que el español medio, el 43% afirman lo mismo
del cura de ciudad, y el 32% deI cura de pueblo. Los jóvenes más
acerbos en su crítica son los que estudian o han estudiado en
centros públicos, y los poco o nada religiosos. La opinión de los
jóvenes es muy positiva ante la información de los medios de
comunicación sobre la vida de los
misioneros, «que
arriesgan su vida o la pierden por los pobres y marginados»: las
tres reacciones positivas («Me hace pensar en la importancia de la
religión y de Dios para esas personas», «Me hace sentirme un poco
egoísta, inútil», y «Me da cierta envidia y ganas de imitarles»
logra un 102%, mientras que las dos negativas reúnen el mínimo
(17%): «Me deja indiferente» y «Me parece bastante inútil». Pero
es significativo el dato de quienes les quisieran imitar, pues es el
17% de seis o siete millones, lo que equivale a más de un millón de
jóvenes. Respecto a los
viajes de Juan Pablo II han
conseguido reunir un 67% de respuestas favorables las tres frases
positivas («hacen un gran bien a los jóvenes», «los jóvenes
necesitan oír esas cosas», y «a mí me ha servido de mucho para
profundizar mi vida cristiana»), pero un 129% en la suma de las tres
cuestiones negativas («no sirven para nada», «todo esto me deja
frío» y «en el fondo no influyen en la gente»).
• Actitudes frente a su iglesia:
Se
dice que los jóvenes tienden a construir su
iglesia
al margen de la iglesia oficial, la iglesia-comunidad (la parroquia,
los grupos de cristianos, los curas y religiosos con los que
tratan...) frente a la iglesia-institución (la de las normas, el
magisterio, la cúpula eclesiástica, las encíclicas...). Los datos
son positivos: la mitad de los jóvenes «se consideran miembros de
la Iglesia y piensan seguir siéndolo», aunque un 60% conceda que
«ser miembros de la Iglesia no tiene mucho sentido para mí» y un
75% subscribe la idea de que «incluso sin la Iglesia puedo creer en
Dios».
El
hallazgo fundamental es la persistencia de la adhesión personal a la
Iglesia, debido quizás, a la dedicación de la Iglesia a los más
débiles y pobres.
Y
respecto a la parroquia, las respuestas son sorprendentes por lo
positivas: para la mitad de los jóvenes la parroquia es bastante
familiar: la conocen el 89%, ha hablado alguna vez con el cura el
52%, ha ido a ella solo o con su familia y amigos el 42%. Esa
familiaridad se reduce a una cuarta parte cuando se trata de una
presencia personal activa, y a poco más de la décima parte si se
habla de colaboración frecuente.
TIPOLOGÍA SOCIORELIGIOSA DE LOS JÓVENES
Según esta distribución, el 71,2% de los jóvenes españoles se dicen católicos (en tres modalidades bien distintas) frente a un 28,7% que cabe situar globalmente como no creyentes, también en dos modalidades diferentes. Por otro lado, como eclesiales (confiando y sintiéndose como parte de la Iglesia católica) hay claramente un grupo con algo más del 2O% de los jóvenes y, muy moderadamente, otro 26%. El resto, el 55%, con intensidades diversas, se manifiesta claramente no eclesial.
1.
Católicos eclesiales: son los más practicantes, los más creyentes,
los que más oran, los que más confían y valoran a la Iglesia
católica, los que en mayor grado piensan educar a sus hijos en la fe
católica. Ellos mismos son los que en mayor grado han sido educados
en esa fe sin perderla a lo largo de su vida. Desmarcados de los
hábitos mayoritarios de los jóvenes actuales.
2.
Católicos terrenales: joven católico, practicante irregular,
creyente en Dios pero con dudas especialmente en el más allá.
Educados en la fe católica, se han mantenido en ella y piensan
educar a sus hijos. Actitud positiva hacia la Iglesia, especialmente
hacia las obras de ayuda a los necesitados. Distanciados de las
normas de la Iglesia en lo referente a las relaciones sexuales.
Piensan mucho en su promoción personal (ganar dinero) y valoran
fuertemente la relaciones de amistad.
3.
Católicos no eclesiales: católicos sociológicos, light, influidos
por la ósmosis social. Practicantes circunstanciales. Con educación
religiosa poco seria: muchos han dejado de ser religiosos y sólo uno
de cada tres piensa educar a sus hijos religiosamente. Nada
eclesiales: piensan que la Iglesia está anclada en el pasado y
tienen planteamientos anticuados en la moral sexual.
4.
Incrédulos hedonistas: marcados por la vida hedonista, que
justifican y buscan y que, según dicen, les ayuda a vivir. Dimensión
religiosa ausente de sus vidas. Nada eclesiales, sin educación
católica porque no la han tenido o la han perdido. Tampoco piensan
transmitirla a sus hijos.
5.
No creyentes: no creyentes (90%) aunque sólo el 36% se dice ateo y
otros tantos indiferentes, y el 13% agnósticos. Sólo uno de cada
cuatro dice haber sido educado en la fe católica con cierto rigor, y
sólo el 3% ha mantenido toda su vida planteamientos religiosos. No
practicantes, muy críticos con la Iglesia. La quinta parte cree en
la reencarnación (sólo el 2% en la resurrección). Pero el 33% dice
que bautizaría a sus hijos y el l6% los llevaría a catequesis. No
creyentes (ateos o indiferentes), transmitirán su no religiosidad a
sus hijos.
Hay
razones para el optimismo
Los
autores del Informe, cuyos trabajos anteriores han sido unánimemente
recibidos y valorados, se confiesan sinceramente preocupados por la
situación espiritual de la juventud española y algo más que
comprometidos con su elevación moral y religiosa.
Por
eso han tenido que salir en defensa propia ante los ataques al
Informe que se hicieron desde dos o tres puntos del espacio clerical
español. Desde algunos estamentos eclesiales, tal vez asustados por
algunos datos estratégicos, concretamente los que versan sobre la
identificación y la práctica religiosa, y tal vez sin haber leído
el Informe con detenimiento, se hicieron descalificaciones
metodológicas y se puso en duda la validez de la encuesta:
intentaban matar al mensajero. Los autores del Informe respondieron a
esas descalificaciones haciendo ver su inconsistencia y les
recordaron que, a pesar de algunos resultados, hay razones para el
optimismo: en el informe Jóvenes
2000 y
religión
hay
«hallazgos sociológicos que invitan a la esperanza en el futuro
religioso de los jóvenes españoles y que los autores han reseñado
en el estudio para quien con objetividad y buena fe los lea».
RADIOGRAFÍA DE LA JUVENTUD ESPAÑOLA
1. La juventud española se encuentra todavía lejos de la secularización típica de las sociedades humanistas seculares, como Francia, cuyo porcentaje de practicantes regulares se sitúa en torno al 5%;
2. Se va dibujando la presencia de una minoría juvenil católica, seria y comprometida, y cuya religiosidad personal es un factor que influye fuertemente en su vida moral, en sus altas tasas de asociacionismo y pertenencia a organizaciones benéficas, de ayuda al Tercer Mundo y pro Derechos Humanos, y, en general, en sus niveles superiores de satisfacción vital: con el trabajo, los estudios, los amigos, etc.;
3. La mayoría de los jóvenes —un 69%— creen en Dios, y la mitad en una vida después de la muerte, aunque estas creencias no se reflejan en niveles similares de pertenencia religiosa, como ocurre en los países europeos. La tercera parte de los jóvenes creen en un Dios próximo y atento a sus problemas personales, lo que sugiere una religiosidad seria, aunque minoritaria;
4. Más de la mitad de los jóvenes, un 55%, creen en la divinidad de Jesucristo, dogma central en el catolicismo, y la mitad en la Virgen María como Madre de Dios;
5. Han recibido el Sacramento de la Confirmación la tercera parte de los jóvenes, porcentaje que se eleva a un 42% entre los universitarios;
6. Además del l5% de jóvenes que asisten a Misa todos los domingos —un 3% lo hacen más de una vez por semana—, el 27% lo hace en fechas significativas y el 7% en ocasiones comprometidas;
7. La tercera parte de los jóvenes españoles se acerca a Dios a través de la oración, y lo hace con cierta frecuencia;
8. Ante la Iglesia Católica, tantas veces el gran escollo para la religiosidad de jóvenes y mayores, la actitud de los primeros presenta bastantes signos positivos: más de la mitad coinciden en que es una institución que defiende tradiciones y valores, que está dedicada a ayudar a los pobres y necesitados, y que protege la vida moral de la gente con sus normas de conducta, y algo más de la mitad se consideran miembros de la Iglesi, y, a pesar de no pocos pesares, piensan seguir siéndolo. Como tantos mayores.
9. Contra muchas apariencias, la parroquia es un espacio religioso familiar para, aproximadamente, la mitad de los jóvenes entrevistados: el 89% la conoce personalmente, el 52% ha hablado alguna vez con el cura, el 42% ha ido a ella, solo o con la familia y amigos;
10. En el marco general de un asociacionismo endémicamente muy endeble, el 9% de los jóvenes dicen pertenecer a grupos parroquiales, el 8% a grupos de voluntariado social y el 6% a otros movimientos religiosos;
11. Los jóvenes españoles tienen una imagen más bien positiva de los sacerdotes, religiosos y religiosas: el 40% así lo asegura, un 50% califica ese recuerdo de indiferente, y sólo un 10% lo tacha de negativo.
12. Un 6% de jóvenes, que equivale a un número absoluto sobrecogedor, más de 300.000, admite que ha pensado alguna vez en su vida en la vocación sacerdotal o religiosa, y de ellos un 0,7% que lo ha hecho con «cierta seriedad», en torno a unos 40.000 jóvenes. (Recuérdese que en toda España sólo hay unos 2.000 seminaristas). No falta cantera, faltan otras cosas...
Juan González-Anleo, Pedro Glez. Blasco, Javier
El
ANAQUEL
PARABOLA OCTAVA
Luis Lozano
ARÓN, INTÉRPRETE DE LA PALABRA
Era llegado el tiempo- este era ya- de dar el galardón a los siervos de Dios, a los Profetas; de los que hablaban en nombre de Dios con su testimonio y su palabra.
Reunida la Asamblea, era digno de ver allí a los Profetas grandes y a los menores; y entre Isaías, Ezequiel y Juan.. a la Sibila de Cumas, muchos adivinos de Delfos, a la pobre Casandra.. Incluso había sacerdotes de Júpiter que escrutaban el porvenir en las entrañas de los ánsares del Capitolio romano. No había echadores de cartas, ni mediums ni nigromantes ni hechiceros....
Todo el cielo estaba ocupado por la muchedumbre de mártires porque el testimonio fue y es siempre, profecía.
Fueron testigos en el valle de lo que habían visto en el monte; testigos en la sombra de lo que habían visto en la luz. Eran videntes en el espejo de lo que ahora veían cara a cara; soñadores de la realidad divina que ahora veían tal cual era.
Era ARÓN, eminente paradigma de interpretación de la voz de Dios Padre; pero este llamó a los dos testigos – vestidos aún de saco – los dos olivos, dos candeleros que alumbraban el Empíreo. Sabía Dios Padre que seguirían profetizando durante mil doscientos sesenta días; días milenarios de Dios. Los dos dieron testimonio de la Ley y de la Profecía: Elías y Moisés.
El moderador Pedro explicó a la Asamblea de Comunión que ya tenía levantadas en el valle de la Luz del Paraíso las tres tiendas que soñó en el Tabor. De vez en cuando Juan, Santiago y él se reunían con los dos testigos para comentar la marcha espiritual del mundo. Nunca faltaba el Primogénito cuando no estaba recorriendo su Reino.
EMPIEZA LA ASAMBLEA
El tema era interesante. La Asamblea la empezó cantando con una gran voz de muchedumbre: Llegó la salvación, el poder y el reino y la autoridad del Ungido, porque fue precipitado el acusador de nuestros profetas.
Y todos los cielos se regocijaron y todos los justos, que moraban en ellos.
Dios Padre indicó a Pedro que diera la palabra a Elías y Moisés para que hablaran del ministerio profético y sacerdotal.
Y ARóN , ornamentado con el efod de lino y oro, pectoral y diadema de oro, portaba aún el bastón egipcio de su hermano Moisés. Era la vara que Dios Padre había hecho florecer y echar yemas y frutos porque había vuelto al testimonio.
Laoconte, el sacerdote de Apolo, dios del Sol en Troya, comentó con Sócrates que el tal bastón se parecía al caduceo, vara con serpiente enroscada, que portaba Hermes mercurino.
Melquisedec, sin antepasados conocidos, hizo señal de asentimiento.
Moisés, que seguía tartamudo, pidió a ARÓN que explicara todo lo concerniente a la interpretación y profecía.
ARÓN SE EXPLICA
Empezó pidiendo que constara en las actas celestes sus excusas por la traición del becerro de oro. Pedro se lo indicó a Lucas.
El profeta, siguió diciendo con voz clara y sonora, necesita asamblea, pueblo de Dios. Como la idea precisa de la palabra, y la palabra necesita la voz. Porque ¿ cómo va a creer el hombre del mundo si no se le comunica la palabra, y quién la comunicará si no hay mensajeros que la publiquen?
El profeta es un poeta; usa tropos y metáforas, gestos y símbolos. Ve lo que no ven los otros; habla de lo que no ha estudiado; predica lo que Dios pone en su boca porque él ve al Invisible, sabe la palabra inefable, vive en el espíritu.
Milcíades el vencedor de Artajerjes y que también estaba escuchando, interrumpió para comparar al profeta con el mensajero que mandó desde Maratón para avisar de la victoria; como Feidipides, el profeta corre y corre para anunciar la noticia, aunque muera en el intento y solo pueda, como el atleta, decir la sola palabra: ¡Ganamos!.
Jeremías también aclaró que el profeta tiene que comerse la palabra, tragarse el libro. Y en su estómago siente alternativamente el amargor y la dulzura de la miel, el acíbar y el azúcar de la palabra divina.
EL RIESGO DE SER ESCOGIDO
EL QUE ERA escogió a mi hermano Moisés como testigo, pero entonces tenía cuentas pendientes con el Faraón y además, no sabía hablar. Como había sido criado con la hija del monarca, no practicó la lengua materna; por eso a veces se le trababa la lengua. Seguía comentando ARÓN.
Así que Yavé le dio a Moisés como único bagaje para la Pascua futura un bastón y un hermano hablador. Faraón no creyó ni al intérprete ni al bastón. Lo de siempre.
El que escucha la profecía siempre tiene muchas preguntas que hacer. ¿ Por qué he de escucharte, quién es tu dios? Después te acusa de distraer los hombres de su trabajo de adobes, de su tarea de construir la ciudad, de alterar el orden, de violar la ley del que manda. Además, el poder siempre tiene magos que manejan las varas mágicas de la ambivalencia y el engaño; varas que disputan el milagro a la verdad.
Así que nos pasábamos los días clamando en el desierto egipcio de Keós, Kefrén y Micerinos, que escuchaban mudas, inmutables, amenazadoras, nuestro mensaje.
EL PODER SACERDOTAL
Laoconte, que había estado charlando durante el descanso con Casandra y ARÓN, comentó la coincidencia peculiar del mensaje de los tres. No eran creídos. Casandra fue castigada por Júpiter a que su mensaje no fuera creído. Laoconte, sacerdote de Apolo en Troya, no fue creído por los teucros cuando insistía en que introducir en la ciudad el caballo que el astuto Ulises les regalaba sería su ruina. Y hasta Atenea le castigó mandando desde el mar dos serpientes que le estrangularon a él y sus hijos.
Y ARÓN recordaba la setenta veces siete que tuvo que ir al palacio faraónico sin que el Rey del Sol le hiciera caso, a pesar de las muchas plagas de su vara mágica.
Nada de cambiar, nada de salir de la esclavitud, nada de celebraciones de pascuas; su trabajo es hacer adobes para poder comer los tasajos de carnero y cebollas y ajos de las huertas del Nilo. Era el lenguaje del Faraón.
Yo, siguió ARÓN, fui escogido por mi hermano Moisés de entre la tribu de Leví y dotado de signos de distinción.
Mi hermano me dio vestiduras sagradas para mi gloria y ornamento; vestidos con placas de oro, jacinto, púrpura, carmesí y de hilo torzal de lino.
El Sacerdote de Yavé tendría el poder de imponer las manos sobre las víctimas del holocausto; tendría el poder de santificar y ofrecer las ofrendas del sacrificio eucarístico para el perdón de los pecados del pueblo de la Alianza, aunque yo mismo fui pecador y hube de ofrecer sacrificios por mis propios pecados.
Yo no había visto a Dios como mi hermano. Moisés hablaba con el de tú a tú, le escuchaba en el Monte, y volvía iluminado de su esplendor divino.
Yo, siguió ARÓN, no comprendía qué dios era el YO SOY EL QUE SOY; mi hermano me lo explicaba una y otra vez . Era un Dios sin rostro ni nombre. ¿ Y qué es algo sin figura ni nombre? La nada. Así que tuve muchas dudas entonces. Me pillaron en un mal momento cuando los jefecillos influyentes del pueblo, en ausencia de mi hermano, me pidieron que les facilitara un dios con rostro para que les guiara.
No sé cómo me dejé convencer, pero les pedí que me entregaran todo el oro y perlas que llevaban sus hijos e hijas en las orejas. Eran símbolo de su dureza de oído que no escuchaba la palabra de Yavé.
INTERVIENE ELíAS
El otro testigo de Dios Padre quiso intervenir porque él era también sacerdote y profeta. Y recordó su inflexible dureza con los adoradores de Baal, a los que pasó a cuchillo por falsos profetas que no podían cumplir lo que profetizaban
Y dirigiéndose a ARÓN le recordó cómo hizo beber el oro molido en las aguas de Meribá a los israelitas. Bebieron sus dioses de oro, hechura de manos humanas, que no podían guiarlos en el desierto. Era la bebida del rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba: ojos de oro, corazón de piedra.
ARÓN seguía explicando su función levítica.
Yo inmolaba los becerros cebados y con su sangre asperjaba el altar y al pueblo.
De entre este pueblo algunos tuvieron envidia de los privilegios concedidos a los sacerdotes. Ya entonces empezó la calumnia interminable, la sospecha sediciosa, la secreta esperanza de venganza. Muchos años después, explicó Pedro, esto se llamaría anticlericalismo.
Por eso Dios Padre tuvo que mostrar con signos su predilección por el sacerdocio levítico, aunque todo hijo de Dios tenía impronta de sacerdote y de profeta.
Moisés intervino para explicar cómo tuvo que `pedir a Yavé un prodigio: que floreciera la vara de ARÓN, de la casa de Leví, y diera fruto, mientras las varas de los otros escogidos de las tribus restantes, quedaban secos. ARÓN era el ungido por Moisés para que ofreciera sacrificios de expiación . Y Dios Padre le entregó todo lo sagrado de Israel por razón de su unción.
Y el pueblo de Israel ofrecía carneros, toros y corderos de expiación; pero su corazón seguía duro, y de vez en cuando seguían pidiendo a sus levitas becerros de oro para adorarlos. Si es que no llegaban algunos hijos de Helí para apropiarse de las mejores piezas.
Porque Dios, anotó Elías, seguía pidiendo que cumplieran sus votos, que guardaran la Ley, defendieran al pobre y a la viuda; que cambiaran su corazón de piedra en corazón de carne. Escoger las vidas antes que las cosas.
Pero el pueblo sabía que llegaría tiempo en que se ofrecería una hostia pura de Oriente a Occidente, de Norte al Sur del mundo.
ARÓN murió en lo alto del monte Or. No se anotó la edad, porque el sacerdocio no se cuenta en años, en genealogías. Murió como Moisés mirando la tierra prometida, pero no entró en ella, porque el profeta anuncia el cumplimiento, pero no asiste a la realización. Como en el maratón, el mensajero anuncia la victoria y calla.
Eliazar, su hijo heredó su espíritu y sus ornamentos, anotaba Elías Tesbita. Como hice con mi amigo Eliseo dejándole el manto, ARÓN dejó a su hijo y descendientes el oficio, el ministerio y la gracia.
EL SACERDOCIO ETERNO
León Magno que escuchó toda la relación muy atento, apuntó que ese sacerdocio era demasiado solemne, lo que le hacía arcaico.
Pero ejemplifica el poder y la gloria de Dios, se atrevió a añadir Teresa de Ávila. Hasta los ángeles se rebelaron contra ese privilegio porque Dios Padre ponía más poder y gloria en manos del sacerdote que en ellos; ponía a su mismo Hijo en sus manos. Solo la Madre María llegó a tanto.
Juan de Ávila intervino para decir que, en efecto, su oficio era oficio de ángeles: solo María y los sacerdotes trataron esos misterios.
Un revuelo de almidón y baberos, hábitos y cíngulos se escuchó en la Asamblea: millones de mujeres que sirvieron a Cristo en sus caminos, agradecían tantas bendiciones, palabras, perdones y cultos con que ellas pudieron servir a Dios Padre por el ministerio de sus ministros consagrados.
A ese coro de agradecimiento se unió el bueno del Bosquetto, siempre rodeado de chavales; él había entregado a la Iglesia de Dios cientos de sacerdotes santos.
Juan de Ávila, que estaba a su lado, le hizo la consideración de que nunca muchos pueden ser perfectos.
Juan Bosco no se atrevía a decir que tal vez por eso, en los tiempos que corrían, no hubiera muchos jóvenes que se atrevieran a consagrarse a Dios.
HABLA DIOS PADRE
Hermosa historia del culto habéis desgranado, comentaba Dios Padre; toda la profecía lleva mi sello; y toda anunciaba los tiempos venideros en que se ofrecería el sacrificio redentor. Muchas veces os dije que no tenía predilección por toros y carneros: míos eran los cedros del Líbano y todas las bestias de los campos; los montes me ofrecían holocaustos de expiación: No era yo quien exigiera sangre, solo les pedía corazón dócil.
Pero ya que la Humanidad y mi pueblo de Israel había hecho del sacrificio cruento, culto de expiación por sus desobediencias, aproveché ese modelo para la redención del pecado de la familia de Adán. Por eso mi Hijo se ofreció a ser enviado para la misión; redimir al hombre suponía entonces derramamiento de sangre.
Estaba ya a punto de cerrarse la sesión de la mañana eterna y seguía hablando Dios Padre, cuando Pedro le señaló que alguien había levantado una mano brillante como un lucero. Era María de Nazaret, la Reina de los Cielos.
Los asistentes, sus espíritus atentos, se levantaron para aplaudirla. María más alegre que nunca por Dios su Salvador, pidió la venia al Padre y empezó a hablar.
Quiero hablar, Señor, del sacerdocio de la mujer.
Juan Ventitrés dejó escapar un grito; Francisco de Asís, que se consideraba indigno de ser sacerdote, levantó sus manos llagadas; pero Teresa de Jesús se arremangó dispuesta aplaudir a la Señora.
Muchos varones se sentaron expectantes; Juan Bosco miró a Margarita Occhiena
La sacralización excesiva del culto ha creado ese temor del varón al sacerdocio de la mujer. Durante siglos era ley la secundariedad femenina; pero en los tiempos modernos se ha instaurado la igualdad del hombre y la mujer modernos.
Dios Padre escuchó estas palabras de la Señora y añadió: fue la causa que el hombre dibujó a su Dios varón, anciano. Ya sé que no tenían otra analogía a mano; pero Dios como sabéis no es masculino ni femenino.
DIOS UNO Y TRINO
Yo creé al hombre uno y distinto, a imagen nuestra. Adán era uno y quiso ser distinto en la mujer. Pero el ser humano es unidad. El varón y la hembra fue una distinción hermosa del caos confuso inicial. Como en el cielo y la tierra, el mar y la mar, hay distinción en la unidad. El globo terráqueo es tierra y mar .
Pero flor es la rosa y flor es el lirio; flor es la azucena y flor es el jacinto; como piedra es la amatista y piedra preciosa es el crisólito; robusto es el roble, poderosa es la encina; hermosa es la palabra, activo es el verbo; tiembla la llama, acaricia el fuego...
El género distingue e identifica al mismo tiempo.
Hice al primer hombre único; lo desdoblé en varón y hembra. De su seno surge la vida: entra el hombre en la mujer y deja su semilla . ¿ Quién es más creador el hombre o la mujer? A vuestro Dios lo quise llamar EL QUE ES ; fue el hombre el que masculinizó al Creador. Mi Unigénito aceptó el lenguaje vuestro y os dijo que llamarais al Dios Abba – Padre. Pero Dios Padre es Padre cuando crea, protege, defiende, guía...; y es Madre cuando engendra, acaricia, consuela, besa, acoge, perdona...
Dios Padre retuvo su palabra preocupado de no ser entendido. Paréntesis que aprovechó Sócrates para intervenir. Tengo que apuntar, dijo, que el mundo pagano promocionó a sus diosas más que el mundo creyente. Poderoso era Júpiter, pero eminente Venus; poderoso era Apolo, pero hermosa era Afrodita; temible Plutón, pero fuerte Proserpina. Astutos eran los faunos, pero graciosas eran las musas; sagrados eran los sacerdotes del Capitolio; influyentes eran las vestales del Palatino; deleznables eran los sicofantes del Erebo, pero alegres eran las bacantes y ménades de Dionisos. Arúspices y augures alternaban con pitonisas y sibilas. Se puede decir, terminó Sócrates, que el mundo pagano instauró la igualdad de sexos. Ubi tu Gaius, ego Gaia era el contrato nupcial de las mujeres romanas..
MARíA TOMA LA PALABRA DE NUEVO
Era de ver el interés suscitado en el mundo celeste. Daba la impresión de que muchos pensaban que se hablaba de una cuestión no resuelta en sus tiempos.
Mateo se atrevió a preguntar al Pedro: ¿ qué sexo tenemos los bienaventurados en el Paraíso? Pedro se sonrió picaresco ante la pregunta retórica del publicano. Y sin responder, pidió a la Madre que expusiera su discurso.
Conviene precisar, empezó la Virgen, que el sacerdocio de la mujer no es una cuestión de teología – cuestión de Dios Padre- sino una cuestión de práctica. Mi Hijo fue sacerdote según la orden de Melquisedec ; sin genealogía. Era lo que comprendería la generación en la que cumplió su promesa.
Pero El fue la Víctima, yo fui su altar; El se ofreció al Padre, yo le ofrecí al mundo. El derramó su sangre, pero yo se la di en mi vientre: sangre de mujer, es decir de hombre.
Os acordáis de cómo en Caná le hice cambiar simbólicamente el agua en vino que El ofreció a la alegría de los amigos; yo ofrecí en la cruz al Padre la víctima inocente.
Sabéis cómo mi antepasado David cogió los panes de la proposición guardados en el Arca, privilegio de sacerdotes, porque tenía que alimentar a los suyos.
Dios Padre miró la humildad de su esclava, la mujer, y la exaltó al poder; a la estéril la hizo fértil, a la humilde la exaltó. No quiero, terminó, definir que la mujer puede ser sacerdote; pero aliento a los siervos de los siervos de Dios a que reflexionen sobre el tema; los hombres de hoy acusan al pueblo de Dios de machista, y cuando la mujer va consiguiendo la igualdad social, sólo nuestra Iglesia amada mantiene cierta discriminación de la mujer.
Un aplauso sonoro se levantó de las filas donde se apiñaban las mujeres santas. Teresa de Ávila trataba de convencer al de la Cruz, mientras un grupo de papas sin tiara, escuchaba a Juan Ventitrés que les comentaba la necesidad de enviar mensajes a los báculos y tiaras de la Iglesia de que era llegado el tiempo de reformar la práctica secular del sacerdocio cúltico.
HABLAN LAS MUJERES
Una comisión de mujeres excelsas se concentró en un receso del ámbito celeste.
Allí se podían ver a Rea Silvia, sacerdotisa de Vesta, la vieja Sibila de Cumas junto con Judit, Ester, Débora...
Eva que se acercó interesada, empezó diciendo que el hombre convierte en tentación lo que le agrada. Se refería precisamente a la mujer.
Intervino Ana, la profetisa. Contó a las reunidas cómo ella ejercía de profetisa cuando eran pocas las visiones en Jerusalén. Y explicó cómo permanecía en el templo como ministra de la palabra y hablaba a todos de la llegada del Mesías.
Débora comentaba cómo era juez del pueblo y ofrecía a Dios cánticos de alabanza. Yo canté a Yavé, Dios de Israel.
Dios Padre escuchaba con interés a Juan Ruiz el Arcipreste y se sonreía. Le decía entre burlón y serio que era mejor que cada cura tuviera su mujer para que dejara de molestar a la del vecino.
ARÓN estaba también, por ver lo que decía su hermana María.. Los dos habían murmurado de su hermano Moisés porque tomó una esposa cusita; por eso y porque envidiaban la profecía de su hermano; Yavé hablaba con ellos por sueños y visiones, pero con Moisés hablaba cara a cara. Y el Señor le envió la lepra a María.
María estaba orgullosa de su hermano. Decía que la profecía y el sacerdocio de ambos fueron su sacerdocio y profecía. Miles de mujeres, madres, hermanas y amigas de miles de sacerdotes santos – tales como Teresa de Ávila o Juana Francisca de Chantal- gozaron con la reflexión de María , profetisa de la tribu de Leví.
En los tiempos antiguos, siguió ARÓN, era sacerdote el cabeza de tribu o de familia; nadie más, fuera hombre o mujer, podía aspirar a ejercer el ministerio.
En los nuevos tiempos, se ha creado un problema con la mujer. Por un lado se ha suscitado el problema del sacerdocio de la mujer; por otro subsiste la ley del celibato.
La mujer, que no puede ser sacerdote, es acusada del fracaso de muchos sacerdotes.
Los viejos papas santos y los miles de sacerdotes bienaventurados brillaban sobre todas las estrellas de Dios Padre por su altísima dignidad y su fidelidad virginal.
Así que ARÓN terminó diciendo que era un problema que se debía estudiar, dado el cambio de mentalidad del mundo moderno. Nada solucionable debía alejar a los creyentes del servicio de Dios. Todo creyente es de algún modo sacerdote y profeta; y en esta tarde del mundo, lo importante es el incienso que sube como una oración, de las manos del hombre y de la mujer, oración que se alza hacia el cielo de Dios Padre.
Y de nuevo se escuchaba el murmullo ingente de los que seguían llegando al Paraíso. Pedro explicaba a Sócrates que la Madre había instado a su Unigénito a que activara muchas actas de justos que estaban hace tiempo retenidas en el Purgatorio, y había resuelto expedientes y litigios de mucha buena gente que tenía problemas para entrar en el cielo, porque sus ángeles ostiarios eran más celosos del bien y la virtud que el mismo Dios Padre.
Que si no habían ido a misa todos los domingos, que si habían vivido juntos antes de casarse, que si habían tenido amores, que si estaban divorciados.
Pedro apuntaba que al Señor Jesús le costaba más convencer a los arcángeles para que dejaran entrar a los ricos y epulones, a los invertidos y blasfemos.
Y comentaba también por lo bajito, que tuvo alguna dulce discusión con su Madre, que quería meter a todos en le cielo.
Y desde la nube donde está la puerta del Paraíso, llegaba a la misma tierra de los creyentes la estruendosa voz de bienvenida a los justos.
¡Bienaventurados los que mueren en el Señor, que descansen de sus trabajos porque sus obras los siguen.!
Y en la nube estaba sentado el Hijo del Hombre con una corona de oro en la cabeza, como Primogénito de los muertos y de los vivos.
Y todo el orbe terrestre y celeste clamaba a una voz: ¡Amén! ¡Gloria ¡ ¡Aleluya!
Más allá de la demonización de la tele
Fco. Javier Valiente
Cada cierto tiempo aparecen informes en los medios de comunicación sobre el consumo televisivo de nuestros niños y jóvenes. Cada vez pasan más tiempo delante del televisor y de otras pantallas. Y si nos alarma el consumo televisivo de nuestros alumnos, nos alarma más aún el tipo de tele que ven. Hasta la llamamos telebasura, una televisión que cada vez hace más concesiones para atraer a la audiencia.
Existe una preocupación en la sociedad y entre la clase política por la tele que vemos. Muchos gobiernos, el nuestro hasta creó un comité de sabios, se han embarcado en una cruzada para cambiarla. Interés que nace, además, de la alarma que suscita la proliferación de contenidos de muy bajo nivel y, sobre todo, de la convicción de la fuerte influencia que el medio televisivo tiene como agente socializador.
1. Vemos la televisión... que no nos gusta
Y es que la televisión es la reina entre los medios de comunicación. El 99’5 % de los hogares españoles tiene un receptor y, de media, dedicamos 3 horas y 30 minutos a ver televisión. Aún sigue conservando un puesto central en los salones de nuestras casas y, como polo de atracción, reúne a la familia alrededor suyo. Aunque, también es cierto que ya son numerosos los hogares, más del 60%, que disponen de dos o más aparatos de televisión y que el consumo es, cada vez, más individual.
Confirma esta tendencia el Anuario de la Televisión del Gabinete de Estudios de la Comunicación Audiovisual de 2003, que señala que de esas tres horas y media que pasamos delante del televisor, el 44%, unos 96 minutos, es consumo individual; un consumo solitario.
Por otra parte, es habitual oír invectivas hacia el actual modelo televisivo, a lo que nos ofrecen las distintas cadenas. En los periódicos y tertulias de radio, en las charlas de café entre amigos, oímos con frecuencia fuertes críticas a lo que conocemos como telebasura. Las críticas, sin embargo, coinciden con el alto índice de audiencia de muchos de los programas criticados. Parece que pensamos que ese tipo de contenidos influye negativamente... pero en los demás.
Nos movemos, pues, en la paradoja de estar consumiendo una televisión que no nos gusta. Y los índices de audiencia suben. Esos índices de audiencia son, precisamente, el argumento utilizado por productores y responsables de esos programas para justificar la existencia de dichos programas. La gente ve lo que quiere, se dice, y la televisión ofrece lo que la gente quiere ver. Los consumidores, por su parte, suelen aducir que la oferta es prácticamente igual entre las cadenas, a todas horas lo mismo, se comenta. Pero, ¿quién es capaz de apagar el televisor?
2. Audiencia infantil y juvenil y consumo televisivo
Y si los adultos, más maduros y, se supone, con criterio más formado consumimos tanta (mala) televisión, ¿qué pasa en el mundo infantil y juvenil? Señalemos algunos datos que deben hacernos pensar.
Un estudio realizado por el Consejo Audiovisual de Cataluña en 2004 señalaba que los niños entre 4 y 12 años pasan 990 horas delante de pantallas electrónicas -fundamentalmente televisión, pero también videoconsolas y ordenador- y 960 en la escuela (La Vanguardia 25-01-2004). Aunque los datos se refieren al ámbito de la Comunidad Catalana, no dejan de ser significativos: 19 horas semanales ante el televisor; 30 si se añaden otros dispositivos electrónicos. Y esto teniendo en cuenta, además, que sólo un 25% de ese tiempo corresponde a programas infantiles.
En el citado estudio se señala, también, que la franja horaria en la que más pequeños se concentran ante el televisor es de la que va desde las 9 de la noche a las 24’00 horas. Es decir, fuera del horario que, normalmente, se considera como horario protegido.
En una respuesta a Coalición Canaria, por otra parte, el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio señalaba que los niños de entre cuatro y doce años están una media diaria de dos horas y 48 minutos delante del televisor (El Mundo, 2-06-2004). 750.000 niños ven televisión después de las 10 de la noche y, unos 20.000, después de las 24 horas. Últimos estudios hablan ya de 218 minutos diarios (3 horas y 40 minutos) los que dedican nuestros niños y jóvenes a ver la pequeña pantalla. También entre los más jóvenes de la audiencia está aumentando el consumo individual, pues el 31’3 % de los niños españoles dispone de televisor en su cuarto. Según las encuestas, el 30 % de los padres ve siempre o casi siempre la televisión con sus hijos.
También hay que señalar que el consumo televisivo desciende entre los jóvenes. En esos sectores de edad se da una mayor diversificación en el consumo de medios de comunicación y en las formas de ocupar el tiempo libre. De todas maneras, la televisión se ha convertido en la niñera del hogar, la otra maestra que educa y modela las conductas de la audiencia, especialmente de niños y jóvenes.
En muchos hogares, y para muchos niños y jóvenes, la televisión se ha convertido en un fondo, siempre encendida que se consume aunque no se esté mirando. Suele ser un gesto bastante frecuente llegar a casa y encender el televisor, y ponerse a realizar otras actividades. Se trata de un consumo casi ‘radiofónico’ que refuerza el carácter omnipresente de este medio. Con la comodidad añadida del mando a distancia, que permite pasar de un canal a otro, se produce un consumo compulsivo buscando aquellos programas, aquellos estímulos, que satisfagan la curiosidad, la necesidad de entretenimiento o diversión en ese momento.
3. La Tele nuestra de cada día
Este es el ecosistema televisivo en el que estamos inmersos. Obviamente no todo en televisión puede ser catalogado como telebasura, sería injusto. Hay buenos programas, incluso entre los destinados a los niños, y buenos profesionales que realizan su trabajo con competencia y hacen que la televisión siga informando, entreteniendo y educando. Aunque más raro en nuestro país, existen programas educativos de calidad. Y no hay que pensar que la buena televisión sólo son los sesudos debates o películas en versión original. Buena televisión no es sólo televisión para minorías. Dentro de cada género, puede haber buenos programas informativos, de variedades y espectáculo, series televisivas y telefilmes, concursos o programas de cocina, por citar algunos.
Pero en los últimos tiempos se está produciendo una carrera por conseguir más audiencia. No olvidemos que la televisión es una industria, una empresa que se rige por la cuenta de resultados. Tener más audiencia significa tener más ingresos por publicidad y aumentar, así, los beneficios. Y para conseguir la audiencia se hace todo lo que sea preciso: programas a bajos costes, donde escasea la imaginación, abunda el mal gusto y sobra violencia gratuita.
Una televisión donde el espectador, parece, es el protagonista, pues compite en los concursos, manda los vídeos que llenan horas de programación, participa en los debates y cuenta su propia historia en los numerosos programas testimonio. En programas que buscan las experiencias más fuertes, más raras, más impactantes, más espectaculares. Porque de eso se trata: convertir todo en espectáculo, en entretenimiento, fuegos artificiales para atraer a la audiencia, no vaya a ser que cambie de cadena. Y todo ello aderezado con una pléyade de famosos que, sin ningún pudor, pululan por las emisoras contando los aspectos más escabrosos de sus relaciones.
Esta es la televisión que vemos, que ven nuestros hijos o nuestros alumnos. Y si hay un medio de comunicación que, a la vez, sea un potente medio de educación, es la televisión. La pequeña pantalla se ha convertido en la maestra televisión.
3.1. ¿Para qué vemos la tele?
Los estudios sobre el medio televisivo, especialmente los referidos a los consumidores más jóvenes, ponen de manifiesto algunas motivaciones que impulsan a ver televisión. Se subraya, especialmente, el entretenimiento, la obtención de información y la utilidad social. Siguiendo a García Galera (2000: 64 ss.) podemos señalar algunas razones por las que los niños ven la televisión:
Pasar el tiempo, entretenerse. La televisión divierte, ofrece un mundo de fantasía, divertido
Es fuente de información, vehículo para el conocimiento de nuevas ideas, formas de ver el mundo, cómo comportarse y cómo actuar en determinadas situaciones.
La televisión actúa como acompañante pues, señalábamos más arriba, en muchas ocasiones el consumo es individual y los niños ven la televisión solos. La tele es la niñera que entretiene y mantiene tranquilos a los más pequeños.
Vía de escape de la vida ordinaria. Por la pequeña pantalla se suceden aventuras fantásticas, personajes maravillosos, sobre los que construir los propios sueños. Especialmente los niños con problemas familiares o en el colegio, o con dificultades para relacionare con los amigos, encuentran en la televisión una aliada para tener ocupada sus mentes y no pensar en las situaciones difíciles que viven.
3.2. Organiza nuestro tiempo
La tele nos acompaña a lo largo del día, y va marcando los ritmos de nuestra jornada. Es bastante frecuente que los ritos de cada día, estén marcados por las pautas que la televisión nos marca. Bastaría pensar si, en ocasiones, no hemos alterado la marcha de nuestra jornada para llegar a tiempo a ver tal o cual programa. La programación televisiva está pensada para conseguir la fidelidad de la audiencia y lograr que nos sentemos, a determinadas horas, para ver nuestros programas favoritos. Y que no sintamos la tentación de cambiar de emisora, claro.
Para conseguir esto se elaboran precisas estrategias de programación en la que se repiten los programas y se sitúan de forma que la audiencia que un programa consigue pase al siguiente.
3.3. Organiza nuestra agenda
Pero no sólo el tiempo, también la pequeña pantalla nos marca los asuntos sobre los que discutimos, opinamos. Los estudiosos de los medios de comunicación hablan de una teoría, denominada la agenda temática, para explicar la influencia de los mass media en general, y de la televisión claro, en la formación de la opinión pública. Los informativos, programas de debates, los denominados talk shows, van centrando los temas sobre los que nos preocupamos.
Hace poco tiempo, por citar un ejemplo, apareció la película Mar adentro. El estreno de este film puso en la arena del debate público la cuestión de la eutanasia. No era un asunto previsto ni siquiera en la agenda política, pero los medios lograron colocarlo como uno de los temas importantes al que se dedicaron tertulias, reportajes, informaciones. Comenzaron a aparecer testimonios de personas en la misma situación que el protagonista de la película de Amenábar y los expertos y famosos, siempre hay algún famoso cerca al que preguntar, se pronunciaron sobre el asunto. Hasta el gobierno tuvo que señalar su posición en este debate.
La televisión señala las prioridades, selecciona los aspectos de la realidad sobre los que focalizamos nuestra atención. En este sentido, entonces, podemos decir que construye la realidad. Y sería un error confundir la realidad con la realidad mediática que aparece en las pantallas.
3.4. Propone modelos de vida
La televisión es una escuela donde es posible aprender modelos de comportamientos, valores, ideas, actitudes. A través de los dibujos animados, los documentales, una serie de ficción, una película... es posible aprender valores como la tolerancia, la solidaridad o el respeto. Cuando vemos televisión tendemos a identificarnos con los modelos que allí aparecen. Si estos son positivos, pueden ayudar a adquirir actitudes positivas, formas de relación auténticas y enriquecedoras, y promover conductas válidas para integrarnos en la sociedad.
La cruz de esta realidad es que, también, se proponen modelos que no representan los valores antes indicados. A veces abundan más los modelos de personajes que buscan el éxito fácil, que recurren a la violencia o al engaño para conseguir sus objetivos. Se exaltan modas y comportamientos que hacen que se resalte el tener, el placer, el poseer, la satisfacción en primer lugar de los propios deseos. Por desgracia, estos mensajes suelen estar más presentes en los contenidos televisivos.
No hay que pensar, sin embargo, que la exposición a este tipo de mensajes y de modelos propuestos moldee automáticamente la conducta y el carácter de la audiencia, sobre todo de los más jóvenes. También influyen otro tipo de factores, como el entorno familiar, la educación recibida o las características propias de la persona. Pero sí que influyen en la configuración de la persona, en mayor o menor medida, especialmente cuando no existen otros modelos. A través de lo que ve en la pantalla, el espectador puede realizar un aprendizaje vicario de cómo comportarse en determinadas situaciones, cómo resolver conflictos, cómo relacionarse con los demás y con el entorno.
La televisión es hoy uno de los agentes socializadores más importantes de nuestra sociedad. Compite, y sale ganando muchas veces, con la familia y la escuela a la hora de ofrecer “un conocimiento sobre las normas y valores básicos para la convivencia dentro del grupo al que pertenece” (García Galera, 2000:74). La televisión interviene en el proceso de socialización del niño presentando conductas que pueden imitarse, proporcionando imágenes que pueden provocar determinadas acciones y permite a los individuos familiarizarse con los valores de ocio y consumo de la sociedad (Cf., García Galera, 2000: 75).
4. Aprender a ver televisión
Ante el panorama que venimos describiendo se hace evidente la necesidad de una alfabetización audiovisual dentro de la escuela. En siglos pasados se emprendió la alfabetización lecto-escritora para que la ciudadanía pudiera participar de la cultura y de la vida social. No estar alfabetizado, no saber leer ni escribir, suponía estar al margen en una sociedad que tenía, y sigue teniendo, en el texto escrito la base de la información o de la transmisión del conocimiento. Información, transmisión de conocimiento, de valores, de formas de vida, de visión del mundo que hoy, además, nos llegan por los medios audiovisuales, especialmente la televisión.
Comenzando por la audiencia más joven, hay que enseñarles a recibir de forma crítica los mensajes televisivos. Lo mismo que necesitamos saber leer para comprender el contenido de un libro, también hay que saber leer los textos audiovisuales. Las familias y la escuela, especialmente, deben empeñarse en esta tarea.
Es preciso señalar que el problema no son tanto los contenidos, siendo estos importantes, sino cómo se ven, en qué contextos, con quién se ven esos programas.
Nos parece que, cada vez, va a ser más difícil controlar el acceso de los niños y jóvenes a la televisión. Además del aumento de número de receptores en los hogares, la televisión está comenzando a llegar a través de otros medios. En cualquier ordenador es posible, ya, recibir la señal de televisión. Están aumentando los sitios en Internet que ofrecen vídeos y programas de televisión, se han empezado a realizar pruebas de telenovelas cuyos capítulos se envían por el móvil, que se irá convirtiendo, cada vez más, en un auténtico centro de comunicación donde confluyan medios diversos (telefonía, Internet, radio, televisión...).
4.1. En la escuela...
Nuestros centros, nuestros profesores, han sido y siguen siendo sensibles a todo lo relacionado con los medios audiovisuales y, ahora, con las nuevas tecnologías. Poco a poco se van integrando en el proceso educativo. Se han hecho importantes inversiones en retroproyectores, proyectores de diapositivas, videocasetes, televisiones, ahora reproductores de DVD, ordenadores y videoproyectores... y las correspondientes colecciones de materiales para las distintas asignaturas.
Hemos ido metiendo los medios audiovisuales en el aula. Los seguimos utilizando para motivar a nuestros alumnos, presentarles algún tema, acompañar nuestras explicaciones, etc. Pero esto solo no basta.
En medios pedagógicos se habla de la educomunicación como una respuesta a los retos que plantea una sociedad en la que los medios, y especialmente la televisión, tienen un papel tan importante e influyen de una forma tan decisiva en la formación de la cultura y en la construcción de las personas. Entendemos que la enseñanza de los medios no debe limitarse a la televisión; el cine, la prensa, la radio, deben entrar dentro de la escuela y no sólo como herramientas para enseñar otras asignaturas.
Ya en algunas asignaturas aparecen unidades temáticas que abordan el estudio de los medios de comunicación en general y de la televisión en particular. Se analiza el medio desde la historia o la lengua. Pero habría que dar algunos pasos más. Es preciso una educación sistemática “en” los medios de comunicación y sería necesario que en la escuela se programara tiempo e itinerarios para hacerlo.
Algunas materias optativas, como Los procesos de Comunicación, Imagen y Expresión o Comunicación Audiovisual, permiten un tratamiento más específico y amplio de todo lo referente a los medios de comunicación, la sociedad de la información y de la televisión. Sería interesante, por otro lado, preparar unidades didácticas relacionadas con el medio televisivo abordándolo desde distintas materias: el lenguaje, la estética y gramática del medio y de lo audiovisual, etc.
Nos parece importante que en el Plan de Acción Tutorial se deberían recoger algunas intervenciones para llevar adelante la educación en los medios y, algún año concretamente, la educación en el medio televisivo.
Al menos, siguiendo a Masterman, habría que trabajar para que las intervenciones en el aula, a lo largo del itinerario educativo de los alumnos, abordaran algunos núcleos importantes:
a.- Por un lado analizar las instituciones de los medios, las empresas y la estructura productiva, quiénes son los creadores de los mensajes y los contenidos.
b.- También, la retórica del medio, el lenguaje audiovisual, sus características, qué técnicas se utilizan, los distintos formatos y géneros de los programas, cómo se compone la parrilla de la programación...
c.- Sobre todo con alumnos más mayores, analizar la ideología que está detrás de los distintos emisores, las ideas fundamentales que se transmiten, incluso en los programas más frívolos, los valores que se hacen pasar en los contenidos que recibimos y que pueden estar representados en los personajes que aparecen en las series o películas, en las informaciones que se seleccionan, etc.
d.- Otro núcleo habría que centrarlo en la audiencia, cómo se reciben los mensajes producidos por los medios, qué influencia pueden tener en los individuos y en la sociedad, qué efectos, qué tipo de realidad construimos por los contenidos que se reciben.
Un método que podemos utilizar es el de análisis de contenidos aplicado a los mensajes que recibimos a través de la televisión. Este método de trabajo podemos aplicarlo a los informativos, series, películas, programas de variedades, publicidad... Para ello hay que analizar textos televisivos, llevar al aula fragmentos de los distintos programas para desmenuzarlos con los alumnos, teniendo en cuenta la edad y el momento evolutivo de los chicos y chicas con los que se trabaja. Grabar y ver con ellos los programas de moda y de mayor audiencia, estudiar los personajes que en ese momento se proponen como modelos, convirtiendo lo que ven en casa en objeto de estudio y análisis.
Pero no todo tiene que ser análisis y reflexión sobre los contenidos televisivos. También se puede iniciar a los alumnos a preparar sus propios productos. Seguramente es más sencillo preparar revistas, carteles, elaborar publicidad o producir incluso programas de radio. A pesar de las dificultades técnicas, también sería interesante que en la escuela se aprenda a realizar vídeos, sencillos montajes. Cuanto más se conozca el medio, y no sólo de forma teórica sino también a nivel práctico, mejor preparado estará el niño o el joven para convertirse en un espectador más responsable.
Lo mismo que se educa el oído para escuchar la música o la vista para contemplar la pintura, haciendo este tipo de actividades en el aula, los jóvenes se irán habituando a un consumo menos pasivo de la televisión y estaremos formando audiencias más críticas. Si conseguimos algo en este sentido, habremos logrado mucho.
4.2. ... y en casa
Las familias no pueden abdicar de su deber de educar a los hijos, también, en este campo. No se puede ignorar la televisión puesto que sus mensajes forman parte del universo de sentido de los niños desde muy temprana edad. Donde primero se aprenden los hábitos y pautas de comportamiento, en relación con la televisión, es en la familia. La intervención de los padres no tiene porqué ser únicamente prohibitiva sino, más bien, interactuando con los hijos, convirtiendo la televisión en una ocasión para dialogar con ellos. Así pues sugerimos algunas ideas para los padres:
Cuando los niños son pequeños, elegir los programas que pueden ver; nosotros somos los dueños del tiempo de la televisión. Es necesario señalar qué se ve en casa y qué no. Obviamente esto hay que hacerlo dialogando con los propios hijos, señalando las normas de convivencia con la televisión que nos damos todos en la casa. Y en esto, los padres tienen la primera responsabilidad.
Según la edad, conviene establecer una dieta televisiva estableciendo límites de tiempo que los niños y jóvenes pueden dedicar a ver televisión. Hablar con ellos la distribución del tiempo entre las distintas tareas que tienen que realizar, teniendo en cuenta el tiempo libre, fines de semana, vacaciones, etc.
No es conveniente que los niños más pequeños, menos de tres o dos años, vean la televisión. Para niños más mayores, algunos especialistas señalan que no es conveniente ver más de dos, a lo largo del día, de televisión. Y, por supuesto, hay horas en las que los niños deben estar en la cama y no delante del televisor.
No dejar que la programación televisiva condicione la participación en otras actividades, o cambie el ritmo de la vida de la familia. Elegir los programas que se quieren ver, mirar antes la programación y enterarse de qué tratan esos programas o películas.
No dejar a los niños solos frente al televisor. Aunque cueste a los adultos, hay que ver la televisión con ellos. Así se podrá dialogar con ellos sobre lo que ven. Comentar escenas, actitudes, comportamientos que aparecen, explicar porqué y ayudarles a comprender lo que están viendo: tanto cuando ven ficción televisiva (películas, dibujos animados, series) como cuando ven informativos. Ayudarles a entender qué está pasando. Esto es especialmente necesario cuando se trate de escenas violentas o de fuerte contenido sexual.
Siempre que sea posible, evitar tener encendida la televisión durante las comidas. Ese puede ser un buen momento para dialogar en familia. Otro tanto cabe decir del momento en el que los chicos están haciendo los deberes o estudiando. La televisión encendida sólo puede favorecer la distracción de los muchachos.
El ejemplo es la mejor forma de educación. De nada sirve decirle a los niños que no pueden ver determinado programa, mandar a los hijos a otra habitación y quedarse, los padres, viéndolo. Se crea, así, un mayor deseo en los hijos de ver ese programa.
No todo es televisión. Hay otras alternativas para entretenerse y divertirse. El juego, la lectura, la música, el consumo de otros medios de comunicación (periódicos, cine, radio...), etc., y si además acompañamos a los chicos y chicas en esas actividades, mucho mejor.
4.3. Institucionalmente, la sociedad civil
Pero además de la educación de nuestros destinatarios, además de prepararles para ser audiencias críticas, también como ciudadanos podemos incidir en los contenidos y mensajes que se transmiten por televisión. La sociedad civil, y nosotros formamos parte de ella, puede enviar un feedback ante los programas que vemos. Debemos convertirnos en audiencia crítica, nosotros mismos y hacer llegar nuestras opiniones a las emisoras. Llamadas telefónicas, mensajes por e-mail, mensajes a las empresas cuyos productos se anuncian en determinados programas, pueden ser medios a través de los cuales hacer llegar nuestro descontento ante contenidos, tratamiento de determinados temas, imágenes, tipo de programas o de publicidad, que nos llegan a través de la pequeña pantalla.
Sería recomendable que también institucionalmente, como organización representativa de una buena parte del ámbito educativo de nuestro país, se hiciera llegar la voz (y no sólo de queja, también de aprobación) a las empresas del sector audiovisual sobre lo que nuestros chicos ven en la tele. A empresas y a los organismos oficiales de los que pudieran depender.
No podemos vivir al margen de la televisión. Sería pobre el servicio que prestamos a nuestros alumnos si, únicamente, nos dedicamos a criticar lo que ellos ven, las series que les gustan, los personajes que en cada momento son sus ídolos. Así conseguiremos separarnos más de ellos y abrir, en este terreno, una brecha entre nosotros y ellos.
Para saber más
CASTELLS, P. – BOFARULL, I. (2002), Enganchados a las pantallas. Televisión, videojuegos, Internet y móviles. Barcelona: Planeta.
CORTÉS, J. A. (1999), La estrategia de la seducción. La programación en la neotelevisión. Pamplona: Eunsa.
FERRERÓS, Mª. L. (2005), Enséñale a ver la tele. Barcelona: Planeta.
GARCÍA, Mª C. (2000), Televisión, violencia e infancia. Barcelona: Gedisa.
LACALLE, C. (2001), El espectador televisivo. Barcelona: Gedisa.
LÓPEZ, J. A. (1998), Cómo librarse de la tele y sus semejantes. Madrid: CCS.
MARTA, C. (2005), La televisión en la mirada de los niños. Madrid: Fragua.
MORCELLINI, M. (1999), La TV fa bene ai bambini. Roma: Meltemi.
PÉREZ, Mª A.(2004), Los nuevos lenguajes de la comunicación. Enseñar y aprender con los medios, , Barcelona: Paidós.
SARTORI ,G. (1998), Homo videns: la sociedad teledirigida. Madrid: Taurus.
La otra mirada de la Tele: (Grupo Comunicar)
http://www2.uhu.es/comunicar/biblioteca/libros/01.htm
Aprende a ver la tele
http://www.rtve.es/oficial/iortv/aprende/
Televisión Educativa (MECD)
http://www.cnice.mecd.es/tv_mav/index.html
El Papa escoge el tema para la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales
‘Los Medios: red de comunicación, comunión y cooperación’
Zenit.org. Ciudad del Vaticano.
Benedicto XVI ha escogido como tema para la 40ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará en 2006, “Los Medios: red de comunicación, comunión y cooperación”.
Así lo ha revelado en un comunicado de prensa el arzobispo John P. Foley, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, constatando que con esta elección el Papa demuestra “su aprecio por la capacidad de los medios de comunicación no sólo de dar a conocer la información necesaria, sino también de promover una fructuosa cooperación”.
La Jornada de las Comunicaciones Sociales, la única celebración mundial establecida por el Concilio Vaticano II (Inter mirifica, 1963), se celebra en la mayoría de los países del mundo, según las disposiciones de los obispos, el domingo antes de Pentecostés (en 2006, el 28 de mayo).
El anuncio del tema suele darse el 29 de septiembre, fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, patronos de quienes trabajan en la radio.
El mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales se publica tradicionalmente en la memoria de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, el 24 de enero.
De este modo, las conferencias episcopales y las diócesis pueden tener tiempo para preparar materiales para la celebración de la Jornada a nivel nacional y local.
Vidal César
E spaña frente al Islam. De Mahoma a Bin Laden
La Esfera de los Libros, Madrid 2005.
Este libro pretende realizar un extenso estudio histórico de la relación existente entre España y el Islam desde la fundación de éste hasta la actual guerra de Irak y derrocamiento del régimen de Saddam Hussein. La orientación de este ensayo está clara desde el principio. Se asienta en una clara repulsa del fenómeno “Islam” y de todo lo que implica para la actual situación política (eminentemente) de España.
El estudio histórico, como decimos, es amplio en extensión. Asimismo las fuentes empleadas son muy abundantes. El autor concluye la obra presentando un nutrido número de documentos que ratifican las afirmaciones con que se van jalonando los treinta y un capítulos de este libro.
La obra se divide en tres partes, a saber: “El enemigo derrotado”, “El enemigo amenazante”, y “El enemigo reivindicativo”. De éstas, la más amplia es la primera, que comprende desde la fundación del Islam hasta la conquista del Reino Nazarí de Granada. En la segunda parte, se presentan los conflictos bélicos existentes entre el Reino de España y diversos grupos musulmanes (mudéjares, berberiscos y piratas turcos), hasta la mitad del siglo XIX. Por último, en la tercera parte, se narran los enfrentamientos con países islámicos. En esta parte se hace especial hincapié en las guerras contra Marruecos y en los enfrentamientos con Irak. Se hace mención, también, al conflicto con el terrorismo islamista internacional. Concluye el libro, haciendo una reflexión acerca de los problemas y retos que plantea el Islam a nuestro país, especialmente después de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004.
En nuestra opinión, éste es un libro que merece la pena leer. Resulta ser un estudio histórico de gran amplitud e interés, especialmente por la actualidad del tema “Islam”. Sin embargo, hay que tener en cuenta otras obras a la hora de leer ésta. Si bien, el autor hace un recorrido histórico muy extenso (en cuanto al tiempo), nos parece que no trata las etapas históricas con suficiente profundidad y rigor científico. Llama la atención, al respecto de esto, que sólo estudie, de manera histórica y ciertamente fiel, los enfrentamientos bélicos. Deja de lado otros muchos hechos históricos importantes y clarificadores a la hora de entender el fenómeno “Islam”. Es notable, asimismo, que no mencione en ningún capítulo nada del florecer intelectual que, sin lugar a dudas, ocurrió en España durante el periodo islámico: pensadores, poetas, arquitectos, médicos… No nos parece honrado, por otra parte, que el autor realice abundantes menciones a la similitud entre acontecimientos históricos y acontecimientos actuales, pues parece que pretende delinear una tendencia que, desde el punto de vista científico, no sería del todo admisible o apodíctica. El autor jalona, nos parece que en exceso, su obra científico-histórica con opiniones, alusiones, e ideas, en ocasiones anacrónicas. Tildar a Mahoma de precursor del terrorismo islámico, nos parece, de todo punto, excesivo y poco adecuado para dirimir un conflicto en el que lo sentimental puede nublar lo razonable.
Ciertamente, tras leer este libro queda un regusto controvertido. Los que se consideren “atacados” por el Islam, visto éste como un “enemigo” (véanse los títulos de los apartados del libro), quedarán más convencidos aún de su opinión, tanto más cuanto que el autor les dota de argumentos históricos en los que apoyarse. Los que consideren que el Islam no es un “enemigo”, sino un fenómeno religioso y social, podrán quedar aturdidos por la profusión de datos negativos y la total ausencia de elementos positivos o esperanzadores que presenta el autor de la obra.
Por supuesto, no queremos privar a nadie de la opción personal de leer este libro. Más aún, lo recomendamos encarecidamente. No obstante esto, animamos a que no sea el único libro sobre el Islam que se lea. Hágase uso de la nutrida bibliografía que presenta D. César Vidal, así como de otros libros (que ya se han comentado en este foro), como El Islam entre nosotros. Cristianismo e Islam en España, Sánchez Nogales José Luis, mucho más ecuánime y conciliador que el libro que hemos comentado en esta ocasión.
LEWIS, Clive Staples
SOBRINO DEL MAGO, El (1)
LEÓN, LA BRUJA Y EL ARMARIO, El(2)
(Las Crónicas de Narnia)
Barcelona, Destino Infantil y Juvenil (Grupo Planeta), 2005
Tít. Orig.: The Chronicles of Narnia:
The Magician’s Nephew (1) – The Lion, The Witch and The Wardrobe (2)
Traducc.: Gemma Gallart
C.S. Lewis nació en Belfast en 1898. Huérfano a los pocos años, se vio obligado a recorrer varios internados. En su juventud, junto con un ateismo militante, vive obsesionado con el tema del ocultismo, que más adelante dejará cierta huella en su obra. En 1929, por influencia de su gran amigo y ferviente católico Tolkien (El Señor de los anillos), se convierte a la fe cristiana. Fue profesor de Lengua y Literatura inglesas en Oxford y Cambridge. Muere en 1963. Si bien hoy lo recordamos por Las Crónicas de Narnia, Lewis fue un autor prolífico, tanto por el número de sus obras como por la variedad de los temas que aborda. Así, junto a libros de carácter fantástico, escribió no pocas obras nacidas del deseo de extender su fe cristiana y penetrantes ensayos sobre literatura medieval. Se pueden contar entre sus lectores dos personajes de excepción, Juan Pablo II y el hoy papa Benedicto XVI, que en más de una ocasión expresaron su admiración por él.
Las Crónicas de Narnia comenzaron su aventura editorial en 1950. Desde entonces, más de 60 millones de lectores han pasado por sus páginas. La reciente película sobre el segundo de los siete tomos que componen la serie ha reactivado sus ediciones y alguno de ellos, agotado, está a la espera de una nueva reedición. Me voy a referir a los dos primeros. El sobrino del mago, que hoy encabeza la saga, fue publicado originariamente el sexto. En una ordenación posterior, se le dio este lugar porque encabeza la cronología interna de Las Crónicas. El propio Lewis estaba de acuerdo con este orden.
Es sabido que Tolkien y Lewis eran grandes amigos y que en su club de escritores (The Inklings), junto a otros amigos, se leían mutuamente escritos que publicarían más tarde. Sin duda, Tolkien ha superado en fama y ediciones a Lewis pero también lo es que Tolkien admitió la influencia que Lewis ejercía sobre sus propios escritos. La autora del famosísimo Harry Potter afirmó hace poco ser deudora del autor de Las Crónicas. Ello nos da a entender la no escasa influencia que C.S. Lewis sigue teniendo en la actual literatura fantástica.
“Dos amigos -Polly y Digory- víctimas del poder de unos anillos mágicos, son arrojados a otro mundo en el que una malvada hechicera -Jadis- intenta convertirlos en esclavos. Pero entonces aparece Aslan -el León- y con su canción va hilando el tejido de un nuevo mundo que recibirá el nombre de Narnia. Narnia, donde todo puede suceder”.
“Narnia… un mundo congelado… una tierra que aguarda la liberación. Cuatro niños descubren un armario que les sirve de puerta de acceso a Narnia, un país congelado en un invierno eterno y sin Navidad. Entonces, cumpliendo las viejas profecías, los niños -junto con el León Aslan- serán los encargados de liberar al reino de la tiranía de la Bruja Blanca y recuperar el verano, la luz y la alegría para todos los habitantes de Narnia. Narnia, la tierra donde todo puede suceder”.
Estos dos párrafos anteriores corresponden, respectivamente al brevísimo resumen que las contraportadas de El sobrino del mago y de El león, la bruja y el armario nos ofrecen para ponernos en situación. Pero, a decir verdad, la intención del autor debió ser mucho más ambiciosa que lo que las palabras precedentes nos indican. Con un lenguaje sencillo y adecuado al público juvenil, al que en principio se dirigía, Lewis logra unas páginas llenas de fascinación y de magia al concebir un mundo fantástico poblado de faunos, brujas, unicornios, dragones, hombres lobo, caballos que hablan… En el escenario de Narnia ha relacionado figuras y personajes que no guardan homogeneidad entre sí, pues son deudores de diferentes mitologías, pero que dan como resultado una colosal pero uniforme fantasmagoría.
En cierta ocasión, Lewis dijo que “un libro no merece ser leído a los diez años si no merece ser leído a los cincuenta”. Tanto en El sobrino del mago como en El león, la bruja y el armario se nos ofrece un calidoscopio o prisma, que, según desde qué posición lo observemos nos da una serie no pequeña de pistas para interpretarlo: podemos ver un gran mural en el que se refleja la eterna lucha entre el bien y el mal; una simpática fábula para niños con animales fantásticos que hablan; un relato para adultos entretejido de significados simbólicos y religiosos en clara referencia al cristianismo… Así, en el primero, una mediana formación cristiana fácilmente hallará alusiones a la creación, la inocencia primitiva, al pecado original, a la tentación de la fruta prohibida del paraíso y al pecado; o, en el segundo, la evocación alegórica a los misterios de la crucifixión, de la resurrección de Cristo, y a los pasajes de la traición y de la redención. Los jóvenes lectores encontraran en estos libros un increíble escenario donde personajes fantásticos libran épicas batallas entre buenos y malos; los mayores hallarán una alegoría cristiana: el león Aslan, llevado al supremo sacrificio, que lucha, muere y resucita para vencer al mal es una evidente alusión a Cristo.
Es por eso que, como decía antes, Las Crónicas de Narnia resultan ser lo que su autor quiso que fueran: el libro que merece ser leído a los diez años y a los cincuenta (o más, como es mi caso). Creo que lo expuesto es suficiente para invitar a la lectura de esta serie. El ritmo de la narración y su capacidad creativa engancharán al lector más escéptico. Así que ¡A leer…!
Ildefonso Gª Nebreda
1 N. HAUSMAN, Inútil y preciosa, Publicaciones Claretianas, Madrid 2005, pp. 149-167.
2 Cooperador Paulino 125 (2004) 6-10.