MECANISMOS DE DEFENSA |
Inspectoría
Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 marzo de
2005 nº 43
EL TIEMPO DE LOS TESTIGOS
En estos tiempos difíciles que vivimos el testimonio claro, fehaciente, de los testigos es una guía segura en nuestro camino de búsqueda de nuevos senderos de fidelidad al Evangelio. A los veinticinco años de su muerte la voz cada vez se oye más clara: “He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirles que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad.
Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador. El martirio es una gracia que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan.
Ojalá sí se convenzan que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”.
ÍNDICE
Retiro ……………………….3-19
Formación…………………20-27
Comunicación.…….........28-33
El anaquel……………......34-55
Revista fundada en el 2000
Edita y dirige:
Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"
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Apdo. 425
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Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254
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Maqueta y coordina: José Luis Guzón.
Redacción: Segundo Cousido y Mateo González
Depósito Legal: LE 1436-2002
ISSN 1695-3681
RETIRO
Los bloqueos afectivos en las comunidades
Una mirada incompleta a nuestras comunidades
Las personas somos afectivas. Mucho más de lo que nos creemos. Porque lo somos decimos cosas bellas de nuestras comunidades, pero no es raro oír expresiones como éstas:
“Solo en casa tengo frío”. Esto decía un hermano que comentaba con pena que en su apostolado sentía el calor de las personas y los grupos. Le estimaban y le querían. Sin embargo, entrar en su comunidad significaba hallar indiferencia, frialdad. Era como pasar de un ambiente caldeado por el afecto de las personas a un ambiente frío por la indiferencia de los hermanos.
“Mi pensión se llama comunidad salesiana de...”. Esto decía con humor amargo otro religioso hablando de su comunidad. Su casa era una pensión más que una casa (aunque materialmente fuera un hotel de cuatro estrellas) porque no encontraba en ella el calor y el cariño de los hermanos.
“Mi comunidad en el comedor es benedictina”, casi nadie habla y cuando se habla el tema es común: fútbol o política. Los silencios son normales y los zarpazos bucales de algunos, cuando intentas hacerles hablar o comentas con sencillez algo, son frecuentes.
Quizá más de una vez hayamos oído estas frases u otras semejantes en nuestras comunidades. Estas frases proceden de hermanos bloqueados afectivamente que tratan de compensar su situación soltando estas expresiones o también de hermanos cálidos y acogedores que sufren en sus propias carnes la frialdad de la comunidad en la que viven1 y comentan, sin acritud, la situación comunitaria.
El Capítulo General Especial denunciaba, con otras palabras. la frialdad afectiva de alguna de nuestras comunidades cuando decía que “con mucho realismo, los hermanos han denunciado, por un lado, frialdad y superficialidad de relaciones, con lo que la vida comunitaria ni llena sus aspiraciones, ni favorece las relaciones fraternas y el trabajo apostólico, ni promueve las vocaciones. Por otra parte, lamentan también el retraimiento de muchos para participar en las manifestaciones y encuentros comunitarios.
Los hermanos piden, pues, que se forme en la comunidad un ambiente:
de mayor calor humano, característico de la vida de familia;
de amistad práctica, fundada en el respeto y aprecio mutuos;
de corresponsabilidad apostólica, con la participación de todos en el diálogo, en la programación y en las decisiones comunitarias;
de apertura al mundo, a la Iglesia, a la Congregación.
Piensan ellos en una caridad muy concreta, que se encarne en las exigencias de las situaciones, ambientes, actividades, tiempos, hombres, de modo que sea posible la realización de la amistad fraterna”2
Sin embargo, es injusto decir que la realidad de nuestras comunidades sea siempre ésta. En la vida hay más luz que sombras, más afecto que zarpazos, aunque sea verdad que, a veces, experimentamos alguna de estas situaciones. Esto nos duele. Nos gustaría ser tratados de otra manera, encontrar más cariño en nuestras comunidades, sentirnos queridos, acogidos, comprendidos. Nos agradaría que fuera una realidad en nuestras comunidades la hermosa descripción que hace el artículo 49 de las Constituciones: “Por eso nos amamos hasta compartirlo todo en espíritu de familia y construimos la comunión de las personas. En la comunidad se refleja el misterio de la Trinidad; en ella encontramos respuesta a las aspiraciones profundas del corazón...” Sin embargo, junto a las luces hay también sombras. Existen, por ejemplo, bloqueos afectivos que impiden la fraternidad. Por eso es bueno reflexionar sobre ellos, especialmente para conocernos y ver si utilizamos frases o conductas que bloquean el afecto en la comunidad. Porque en este caso tengo que dar un paso hacia delante y decidirme a cambiar.
Es importante, al principio de esta reflexión, recordar que aquí no se juzga a nadie en concreto. Son los actos, las situaciones, los hechos los que analizamos, no las personas. Digo esto porque sería una pena que por vernos retratados, en cierto modo, en algunas situaciones que vamos a describir, pensáramos que se nos está sometiendo a una crítica personal. No es esa nuestra pretensión. Sólo quiero que caigamos en la cuenta del peligro que todos tenemos de convivir desde estas posturas inadecuadas con los consiguientes problemas para cada uno de nosotros y también para la comunidad. Hay que leer estas líneas con una actitud sencilla, dialogante, comprensiva...de modo que ayuden al conocimiento y al cambio personal.
El bloqueo afectivo
“La afectividad sigue siendo, también en la vida religiosa, el más grave de los problemas, porque afecta a la urdimbre misma de la persona. Y cuando la urdimbre está deteriorada, la persona en su totalidad está deteriorada. Por eso, los demás problemas personales brotan del problema afectivo: el descontento habitual, la crítica sistemática, el espíritu de contradicción, la amargura como actitud, el autoritarismo, la insensibilidad o la sensibilidad exagerada, la envidia, el descontrol de la propia sexualidad, etc. Todas éstas son manifestaciones y expresiones de un solo problema: la inmadurez afectiva”3.
La vida religiosa exige una madurez afectiva, al menos, igual que la que se requiere para el matrimonio. En ambos casos, hay que proponerse amar más que ser amado. El estilo conyugal de la dimensión afectiva tiene, sin embargo, el aspecto específico de una comunión total, afectiva y corporal con el cónyuge y la exclusividad de esta comunión. El estilo religioso de la afectividad comporta una relación de confianza conyugal con Dios y una relación de fraternidad con las personas. Este segundo estilo de afectividad requiere unas determinadas actitudes y no todo el mundo es apto para él. La afectividad es una flor, a menudo, muy frágil; su desarrollo está ampliamente condicionado, entre otras cosas, por el hecho de no haber recibido suficiente afecto en la familia, en el entorno social. La frustración afectiva de base, es el origen de graves dificultades en la vida fraterna. Todas las personas necesitamos afecto y el que se bloquea ante él vivirá la vida comunitaria en clave de amargor, malestar, victimismo, persecución y con una actitud avinagrada4.
El concepto de bloqueo afectivo se utiliza bastante. Pero, ¿ qué quiere decir estar bloqueado afectivamente? Según Mercedes Navarro Puerto es “una incapacidad actual de la persona para una relación amorosa – en el sentido más amplio del término – consigo misma y con los demás”. Como se ve se resaltan dos dimensiones: la intrapersonal y la interpersonal. La persona bloqueada afectivamente encuentra una dificultad muy grande para amarse a sí misma y para amar a los demás, y en consecuencia, para percibir y aceptar sus sentimientos, emociones y actitudes afectivas y también las de los otros. Esta incapacidad, dificulta y distorsiona las relaciones interpersonales afectivas. El problema está dentro de uno, pero las consecuencias se experimentan también en el campo de las relaciones con los demás5.
Y, ¿esto por qué? Abraham Maslow, uno de los grandes padres de la psicología humanista, dice que los seres humanos (los religiosos también lo somos) necesitamos cubrir una serie de necesidades para alcanzar la paz, la felicidad, la alegría. El traza la pirámide de las necesidades y las concreta en las siguientes:
Necesidades fisiológicas: comer, beber, respirar, dormir, bienestar material
Necesidades de seguridad: Protección y refugio frente frío, lluvia, calamidades, sin temor a posibles atentados
Necesidades afectivas de amor y pertenencia: Necesidad de amar y ser amado, de pertenecer a una familia, país, grupo donde ser reconocido y aceptado
Necesidades de estima y reconocimiento: autoestima, valoración de lo que somos y hacemos
Necesidades de autorrealización: Necesidad de ser yo mismo
Normalmente las necesidades superiores surgen cuando ya se tienen satisfechas las necesidades de nivel inferior. En nuestro caso las necesidades inferiores: las fisiológicas y de seguridad las tenemos cubiertas. El problema surge cuando se trata de cubrir las necesidades superiores: ser reconocido y aceptado, amar y ser amado, la autoestima, la autorrealización. Según él, todos nos sentimos impulsados a conseguir estos objetivos o metas6. Si se alcanzan, lo normal, es la paz, la felicidad, la satisfacción. Si no las cubrimos surgen las frustraciones. Ante ellas sólo caben dos respuestas. Una adecuada y otra inadecuada. La primera, los mecanismos de superación, supone saber aceptar la realidad, encajar el golpe, afrontar la situación desde el sentido común. Cuando reaccionamos así crecemos como personas y aunque los hechos sean desagradables sabemos vivirlos, aún doliéndonos, con serenidad y paz. Este proceso es positivo y nos ayuda a madurar porque el fracaso o la no satisfacción de una necesidad aceptada racional y afectivamente se convierte en un motivo para el crecimiento personal. “El fracaso es la antesala del éxito”, dijo un autor. Y es verdad. Porque sólo los que aceptan los fracasos normales que la vida ofrece son personas aptas para luchar y afrontar con serenidad y positivamente la vida y como consecuencia triunfar. Pero si no se asumen “los fracasos” de la vida nos bloqueamos afectivamente y reaccionamos de un modo inadecuado.
Un mecanismo de defensa es una actividad psíquica mediante la cual las personas, de forma consciente o inconsciente, impedimos, mediante ellos, que la frustración, que nos amenaza, deteriore nuestra estructura psicológica. Defensa indica autoprotección contra todo aquello que amenaza la propia autoconsideración. Es un defender o recuperar la estima de si pero sobre bases incorrectas, es decir, eludiendo el problema. Los mecanismos de defensa tienen tres características comunes:
Niegan, falsifican o deforman la realidad interna y externa.
Son automáticos y no actos deliberados.
Actúan en el inconsciente de modo que la persona no es consciente de lo que acontece.
Es claro que la existencia de estos mecanismos no comporta ninguna valoración moral de la persona que los usa porque, al ser inconscientes, no son observables directamente, sino por sus efectos. Pero tienen importancia porque dan lugar a estilos defensivos, que pueden concretarse en actitudes o en actos como la rigidez, la sonrisa estereotipada, la ironía, la arrogancia, la intolerancia, el silencio...que dinamitan los procesos afectivos en las comunidades. Estos mecanismos dan origen a modos de actuar constantes en la persona, identificables a través de una serie de actos concretos. Se manifiestan en un estilo duro, hecho de reacciones automáticas, repetitivas y crónicas. Para ello es suficiente observar no sólo el contenido (lo que se ha hecho) sino sobre todo el estilo del acto (cómo se ha hecho). Estas defensas alteran la percepción de la realidad interna y externa7 y no nos ayudan a crecer. Momentáneamente resuelven el problema, pero por caminos equivocados. Estas defensas son inmaduras, inadecuadas mientras que las anteriores son defensas adecuadas y sanas. Unos son, según D. Lagache,“mecanismos de defensa” y otros “mecanismos de superación”. En nuestro caso el bloqueo afectivo tiene que ver con las defensas inmaduras o inadecuadas8, es decir con los mecanismos de defensa.
Sintetizando la diferencia entre unos y otros podemos decir que9:
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