Presentación |
Inspectoría
Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24
noviembre de 2004 nº 39
Los suyos no le recibieron
«Los suyos no le recibieron» (Jn 1,11) En fin de cuentas, nosotros preferimos nuestra terca desesperación a la bondad de Dios, la cual, partiendo de Belén, podría tocar nuestro corazón. En fin de cuentas, somos demasiado soberbios para dejarnos salvar y redimir.
«Los suyos no le recibieron»; el abismo de esta frase no se agota con la historia de la búsqueda de alojamiento, que nuestros nacimientos representan y actualizan con tanto amor. Tampoco se agota con el llamamiento moral a pensar en los que no tienen techo en todo lo ancho de la tierra y también aquí en nuestras ciudades, por muy importante que sea esa llamada. Esta frase apunta y afecta a algo más profundo de nosotros, a la causa más profunda de que la tierra no ofrezca a muchos ningún cobijo o techo: nuestra soberbia cierra las puertas a Dios y de esa manera también a los hombres1.
Intentemos una Navidad diferente, algo más acogedora.
ÍNDICE
Retiro ………………………3-29
Formación………………..30-38
Comunicación.……........39-45
El anaquel…………….....46-56
Revista fundada en el 2000
Edita y dirige:
Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"
Avda. de Antibióticos, 126
Apdo. 425
24080 LEÓN
Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254
e-mail: formacion@salesianos-leon.com
Maqueta y coordina: José Luis Guzón.
Redacción: Segundo Cousido y Mateo González
Depósito Legal: LE 1436-2002
ISSN 1695-3681
RETIRO
La santidad en la vida cotidiana
Retiro Espiritual para las Comunidades Salesianas
Francisco Santos
En Enero de 2004, del 22 al 25 de enero tuvo lugar en Roma el Encuentro de las XXII Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana bajo el título “Santidad cotidiana”. Las ponencias, debates, encuentros y reflexionas recogidas en estas jornadas nos sirven de base para este retiro.
La santidad no es un slogan que se cambia cada año cuando cambia el aguinaldo, sino que es algo permanente en la vida del creyente. Reflexionar sobre lo que significa la santidad y su cotidianeidad hace que se viva de modo profundo el compromiso cristiano de ser en el mundo testigos de la presencia de Dios en nuestras vidas2.
1 Introducción |
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Comenzamos este retiro poniéndonos en la presencia de Dios. Nuestra vida espiritual está reflejada en el texto de la canción que vamos a escuchar y en los textos que se proponen. Démonos unos minutos para disponer nuestro interior a la reflexión, la escucha y la meditación en la presencia del Señor.
1.1 Canción: MOLDEA ESTE BARRO (Javier F. Chento) Disco: Liberación |
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Moldea este barro y haz en mí tu voluntad,
tu voluntad, no la mía,
no la mía: haz en mí tu voluntad.
Moldea este barro y haz en mí tu voluntad,
tu voluntad, no la mía,
no la mía: haz en mí tu voluntad.
Dame tu valor en el peligro,
lléname de fuerza en la debilidad.
Infúndeme tu espíritu.
Obra en mí.
Guíame por sendas de alegría.
Hazme constructor de la felicidad.
Infúndeme tu espíritu.
Obra en mí.
1.2 Textos bíblicos |
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“Como la arcilla del alfarero está en su mano ‑y todos los caminos en su voluntad así los hombres en manos de su hacedor, que a cada uno da según su juicio” (Ecl 33, 13).
“Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, Israel” (Jr 18, 6).
“Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»” (Lc 22, 41-42).
1.3 Reflexión inicial |
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• ¿De qué manera dejo que Dios tome las riendas en mi vida? ¿Puedo decir que Dios tiene la primacía en mi vida? ¿Cuáles son mis resistencias?
• ¿Siento el apoyo, el valor y la fuerza de Dios en las dificultades de actualizar su mensaje a los jóvenes de hoy?
• ¿Estoy alegre y soy constructor de felicidad a mi alrededor, en la comunidad, en el trabajo diario?
2 Primera parte: |
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3 Un modelo de santidad. “Historizar” la fe. |
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Ofrecemos a continuación una reflexión que intenta ofrecer un modelo de santidad a partir de la tradición cristiana, eclesial y salesiana y de la experiencia personal que vamos teniendo. Entrelazamos esta realidad con la del mundo que vivimos, en el que descubrimos los retos que nos presenta la situación que vivimos y cómo debemos hacer un esfuerzo por unir los dos elementos de nuestro retiro: la santidad, y la vida cotidiana.
Nos preguntamos en primer lugar por el modelo de santidad en los distintos ámbitos que conforman nuestra vida: la vida religiosa y sacerdotal, la vida salesiana y la misión educativa.
3.1 Para la vida religiosa y sacerdotal3 |
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Nuestra reflexión se centra en la santidad cotidiana, desde lo que somos y vivimos. Por eso, el punto de partida es lo que cada uno de nosotros somos: religiosos salesianos y sacerdotes de la Iglesia. En esta vida, elegida por vocación, el Señor nos ofrece un modo de encontrarnos con Él y de llegar a Él. Esto es la santidad. Por tanto, debemos tener en cuenta nuestra realidad y el contexto en que vivimos.
La santidad, tal y como la presentamos en esta reflexión consiste en dejarnos modelar por la misión que Dios nos ofrece hoy entre los jóvenes, actualizando los elementos que recibimos carismáticos y vocacionales en cada momento. Esto requiere de nosotros una docilidad y una relación con Dios tal que nos consienta adaptarnos en métodos y modos, pero también en mentalidad y hábitos con la intención clara de hacer VISIBLE HOY a los jóvenes que Dios nos ama y que su amor bien vale la pena ser tenido en cuenta en un proyecto de vida.
En nuestra sociedad actual, hoy es todavía más evidente que un sacerdote, un religioso, no se puede considerar satisfecho y con la conciencia recta, simplemente porque profesa unos votos, sino que debe interrogarse continuamente si su vida religiosa consigue dar testimonio de la nostalgia de Dios, si es capaz de dar a entender que amar a Dios no es una ley, ni fatiga, o renuncia, o violencia a la naturaleza, que es bueno porque te abre el corazón y te abre de par en par hacia los otros.
El modelo de religioso consagrado, no es ni puede ser hoy un religioso con una ascesis que haga verle triste, serio, casi asocial, sino una ascesis, por poner un ejemplo concreto, como la de un San Francisco que llega hasta en un punto de su vida a abrazar a un leproso. Eso es lo que hace quien ha consagrado su vida a Dios: transforma el corazón, lo hace capaz de sentir una atracción que no es simplemente humana, una vida así tiene mucho que decir a esta sociedad y a su «desorden amoroso».
El religioso, lo sabemos muy bien, no renuncia de ninguna manera al mandamiento más importante para el cristiano, el mandamiento del amor. A veces ocurre, y quizá ha sucedido más en el pasado que en el presente, que la preocupación por la custodia de la castidad o la pobreza o la obediencia, implica unas medidas en el estilo de vida del religioso, en su forma de relacionarse que pueden hacer que la persona sea casta, pobre y obediente, pero no necesariamente virgen o célibe, pobre y obediente por el Reino.
Con respecto a nuestra vida de consagrados célibes, forma parte de nuestro camino de santidad llegar a integrar la sexualidad en un proyecto de vida célibe. Esto significa, sobre todo, ver la concepción positiva de la sexualidad como energía preciosa creada por Dios y donde habita el Espíritu Santo. Una energía que sale de nosotros mismos y que se vive en relación al otro dando fecundidad a la vida y a cada relación interpersonal. Integrar esta energía en el propio celibato quiere decir aprender a vivir el instinto o impulso sexual según su naturaleza y su finalidad, en este caso, llegar a liberar la presencia del Espíritu que habita en nuestra carne. Hay que recordar que la sexualidad pasa a través del misterio de la muerte y la resurrección.
3.2 Para la vida salesiana4 |
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De un modo particular, nuestra vida religiosa y consagrada tiene matices carismáticos que no debemos olvidar a la hora de perfilar nuestro modo cotidiano de vivir la santidad. Enumeramos algunos elementos que nos pueden servir de soporte para la construcción de un proyecto salesiano de santidad. Son elementos relacionados directamente con nuestra misión, el lugar donde vivimos esta santidad y en el que encontramos a su vez los recursos para ser santos:
En un contexto de globalización estamos llamados a desarrollar una visión abierta de la vida y de las relaciones.
En un contexto secularizado no está de moda hablar de santidad. El problema es el testimonio creíble. Los jóvenes ven inmediatamente si lo que se dice es tuyo o es algo aprendido. La necesidad más grande que tiene la gente de hoy es encontrar "calor", humano y cristiano. ¿Por qué todos querían ver a Jesús? El mundo tiene sed de relaciones, de ser buscado y de ser amado. La cultura occidental se ha cerrado en un individualismo, o en un colectivismo hermético, y desea salir de allí a pesar de que no sabe cómo hacerlo. La propuesta evangélica es precisamente la del calor humano, la de la vida de la comunidad y la de la familia unida.
El hombre y la mujer de hoy son sensibles a los signos y a los símbolos, tal vez más que a las palabras, buscan el silencio, tal vez más que el ruido, desean la comunión y la concentración en temas y símbolos atrayentes. Buscan sentido en las palabras, también en las de las escrituras, y ciertamente buscan personas que se las expliquen.
La Iglesia propone un camino de santidad dentro de unos carismas, a través de la vida de los santos fundadores, con los procesos educativos y formativos que éstos proponen. Uno de los mayores esfuerzos del Papa Juan Pablo II durante estos últimos 25 años ha sido presentar al mundo figuras que pueden interpretar el mensaje evangélico de forma comprensible al mundo de hoy.
Un educador, en el contexto salesiano, está llamado a unir siempre la educación con la propuesta de fe. El proyecto educativo salesiano es siempre una combinación de pedagogía y de evangelización. El educador salesiano es consciente de que debe ir a la búsqueda del joven allí donde se encuentra con el objetivo de llevarlo a Cristo. Esto invita a una santidad pedagógica. La primera característica de ésta es que el educador-profesor no se preocupa en primer lugar de la “ciencia” que quiere comunicar a los jóvenes, aunque nunca debe disminuir mínimamente su importancia, lo que quiere es encontrarse con los jóvenes y transmitirles su mensaje a través de y dentro de la conciencia.
Un segundo aspecto es que está en la vida con una actitud positiva. Un salesiano no se lamenta de sus tiempos o de las personas, y si bien puede ser consciente de encontrarse en un tiempo de crisis, no "vende" la crisis. Si bien sabe que en las personas y en el ambiente hay aspectos que mejorar, no "murmura". Don Bosco era severísimo con las murmuraciones.
El objetivo de la educación salesiana es formar personalidades robustas. "Hazte humilde, fuerte y robusto" fue el mensaje inicial dado desde el cielo a Juanito Bosco. Gente con nervio, con una columna vertebral fuerte, con energía y entusiasmo por la vida.
A los jóvenes se les propone un camino de santidad que implica preocuparse por los demás jóvenes. La expresión "centinelas de la mañana", usada por el Papa con ocasión de las Jornadas Mundiales de la Juventud, expresa muy bien todo lo que se les pide: Vigilar y anunciar una nueva aurora como tarea. No tienen que ponerse a llorar, o a darse una vuelta más antes de levantarse. Es una invitación para estar prontos a caminar, y a marchar, con el dinamismo propio de la juventud. La sociedad tiene el compromiso de decir y recordar esto a los jóvenes, expresándoles la confianza que tenemos al poner el futuro en sus manos. Esto evidentemente llama al “deber”, tal como Don Bosco hacía al darles un trabajo que realizar, una responsabilidad que tomar dentro del grupo, un estudio que aprovechar, y una disciplina que cumplir para que en el ambiente se respirara un orden contagioso.
El joven debe estar invitado a tender hacia el bien pues la felicidad no está en ir cuesta abajo. Jóvenes con temperamento son capaces de tirar del carro de la casa, de la familia, y nunca dicen "esto no me corresponde a mí". En el grupo son animadores, y cultivan un clima de alegría, de felicidad y de fiesta. La bondad es contagiosa, constructiva, y, además, invita a la imitación y al seguimiento.
Poner de manifiesto y al alcance de los jóvenes algunos de los elementos que vivimos en nuestras comunidades y de los que hacemos experiencia cotidiana:
la celebración eucarística, la oración comunitaria en adoración, en silencio, viviendo la mística de la vida;
la Palabra de Dios, examinada, explicada, y acogida;
la comunidad que se manifiesta a través del canto y la oración de intercesión pidiendo por las necesidades y los problemas del mundo;
la participación en la Cruz de Cristo que se entrega por nuestra salvación;
la alegría de estar juntos a partir de la fe, que " es el arma para vencer al mundo" como dice San Juan en su primera carta.
Los jóvenes pueden así llegar a comprender que el amor que buscan proviene de Dios, que no basta con amar impulsados por la simpatía sino que es necesario reconocer que la fuente del amor está en Dios y que Dios se acerca a través de la fe.
Todo esto comporta una fuerte y comprometida llamada al educador salesiano y a todo miembro de la Familia Salesiana, pues, el fundamento de la santidad no está sólo en amar al prójimo, sino que es necesario el complemento de que para ser creíbles en el amor es necesario saber de dónde viene éste, es necesario ser capaz de encontrar el pozo y la fuente, a fin de que los jóvenes de hoy puedan refrescarse en aquel agua bienhechora que es la presencia de Cristo en nuestra vida.
3.3 En la misión salesiana, actualizando el método de Don Bosco5. |
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Como salesianos debemos estar dispuestos a actualizar los códigos manejados carismáticamente por Don Bosco (DB) y posteriormente nuestra congregación sin perder la finalidad y el contacto directo con los destinatarios actuales de nuestra acción educativa.
Desde aquí, entender la santidad cotidiana hoy pasa por actualizar los elementos y pilares de nuestro sistema preventivo (SP). Algunos elementos de actualización podemos enumerar en relación a una comprensión actualizada de la “santidad cotidiana” en la labor educativa de los jóvenes:
El SP de DB se funda en una visión del hombre, del ciudadano y del cristiano tradicional, simple, propia de una época histórica que ya no es la nuestra y que hoy revela todos sus límites.
El honrado ciudadano del tercer milenio no es el que entendía DB, hijo de un tiempo en el que no se concebía una “política activa” sino como obra de una minoría rica privilegiada, de la que difícilmente habrían formado parte los preadolescentes pobres o de la clase media acogidos en sus casas. Ni siquiera es el que, en el análisis y en la valoración de las problemáticas y del malestar social, tiende, como DB, a buscar las causas únicamente en las responsabilidades morales y religiosas de cada uno y no en los condicionamientos y determinismos de índole económica, política, social, jurídica, etc. Y ni siquiera es sólo aquel más bien pasivo que obedece a las leyes, no da problemas a la justicia, piensa únicamente en “sus cosas”. El paso del absolutismo monárquico al parlamentarismo liberal antes y a la democracia después, el surgir de la “cuestión social” con el socialismo, el marxismo, el sindicalismo, la doctrina social de la Iglesia, la demanda universal de ciudadanía activa y democrática, etc., han dejado pesadamente su huella. Así como la dejan hoy el imparable avance del pluralismo, de la globalización, de las modernas tecnologías informáticas y telemáticas, de la pluricultura tan difundida.
En la misma perspectiva es evidente también que el buen cristiano de hoy ya no es el que concebía DB y tantos como él: un mínimo de formación religiosa, recepción consuetudinaria de los sacramentos, devociones a los santos como modelos e ideales de vida cristiana, lectura exclusiva de “buenos” libros, obediencia absoluta a las legítimas autoridades eclesiásticas dentro de la única arca de salvación (la Iglesia católica), una vida de progreso en las virtudes que luego se habría felizmente concluido con una muerte virtuosa. Un siglo de reflexión teológica y un Concilio Vaticano II habrían pasado en vano y la multirreligiosidad y multiconfesionalidad del mundo de hoy no indicarían nada.
Es preciso, pues, tener en cuenta que la bien conocida fórmula de “honrados ciudadanos y buenos cristianos” hay que refundarla hoy en el plano antropológico y en el teológico; hay que reinterpretarla histórica y políticamente.
Una renovada antropología debería individuar, entre los valores de la tradición, cuáles hay que subrayar en la sociedad postmoderna y cuáles otros nuevos, en cambio, hay que proponer; una renovada reflexión teológica debería precisar las relaciones entre fe y política, entre diversas confesiones de fe; un renovado análisis histórico-político debería vincular educación y política, educación y compromiso social, política y sociedad civil.
En otros términos deberían responder a las siguientes preguntas:
a. ¿qué significa ser “hombre”, “mujer”, “joven”, “cristiano”, “miembro de la Iglesia” en esta aurora del tercer milenio?
b. ¿qué significa hoy el concepto bisecular de “deber de ciudadano”? ¿Se corresponde –y en qué modo- con el moderno de “responsabilidad” moral y social a nivel supranacional?
c. ¿son aceptables todavía hoy, en un contexto secularizado, pluralista, pluriétnico y plurirreligioso, la subordinación del fin temporal al transcendente, la preeminencia de los valores individuales respecto de los sociales, de los factores religiosos respecto de los terrenos, de los elementos católicos respecto de los simplemente cristianos o ni siquiera cristianos, de los “valores” europeos respecto de los propios de otras áreas geográficas?
d. ¿cómo superar la casi total carencia en la experiencia de Don Bosco –que con la intención de formar buenos ciudadanos tendía a “separar” a los educandos del contacto cotidiano con la realidad externa a la obra salesiana- de una educación verdadera y propia en lo “social” y en lo “político”?
e. ¿cómo llenar modernamente las enormes lagunas del SP de DB en tema de educación juvenil para la afectividad, la sexualidad, el amor humano, desde el momento que éste, practicado en un ambiente no mixto según la costumbre de los tiempos, estuvo siempre al reparo reticente, únicamente orientado al simple control y al “silencio”, aunque hiciera del “cariño” uno de sus puntos fundamentales?
En la teleología pedagógica donbosquiana la salvación del alma es el motivo inspirador que da vida a su dinamismo y a su método educativo, en plena sintonía con la pastoral del 800, que del ansia por la salvación hacía un imperativo categórico del propio obrar.
El fin último de la educación preventiva de DB –que hoy definiríamos una existencia humana individual, social y religiosa lograda- está históricamente expresado en la clásica fórmula de “salvación del alma”. Ésta es el punto de llegada de un largo camino iniciado en esta tierra a través de una vida de gracia de la que es garante la Iglesia, que puede crecer hasta formas heroicas de amor de Dios y del prójimo. En tal caso estamos frente a la santidad de altar, a la santidad canonizada.
Pero santidad igualmente verdadera y propia, la más difundida –la “cotidiana”- es también la de quien vive en estado de gracia habitual porque ha logrado, con su esfuerzo personal y con la ayuda del Espíritu, evitar el pecado en las formas más comunes de los jóvenes: malos compañeros, malas conversaciones, impureza, escándalo, robo, intemperancia, soberbia, respeto humano, faltar a los deberes religiosos...
La capacidad de conseguir tal “salvación-santidad” está condicionada por las diversas disposiciones o disponibilidades de las indicadas categorías de jóvenes “díscolos, disipados, buenos”. Por tanto, es sabia pedagogía la del SP de DB, que, en relación con las diversas capacidades de comprender, asimilar y vivir, actúa con gradualidad, diferenciación jerarquización de fines, de contenidos y de propuestas.
La “santidad” cotidiana no es un objetivo propuesto a determinado muchacho “bueno”, a cierta élite aristocrática, sino a todos los jóvenes de Valdocco, estudiantes y artesanos indiferentemente: “es voluntad de Dios que todos seamos santos; es fácil conseguirlo; a los santos les está preparado un gran premio en el cielo”. Sólo que los mejores tomaron al pie de la letra tal vocación; uno por todos, Domingo Savio, que había vivido en el “pequeño seminario de Valdocco” (“yo siento la necesidad de hacerme santo, y si no me hago santo, nada hago. Dios quiere que sea santo y yo he de hacerme tal”); otros lo realizaron de forma apreciable (Francisco Besucco, Miguel Magone), otros como podían. Y será luego DB quien indicará a cada uno el itinerario adecuado, desde las formas más altas de constante contacto con el Señor a otras, más sencillas, de cumplimiento del propio deber cotidiano.
a. El educador en sintonía con DB cree que la razón es don de Dios y gracias a ella se pueden descubrir los valores del bien, fijar los objetivos que conseguir y encontrar los medios y los modos para conseguirlos. A la razón y a la racionabilidad (que se hace fácilmente sentido común, sano realismo, auténtico respeto de las personas) se une la capacidad del educador de adaptarse a los diversos ambientes y situaciones en que está trabajando, de prestar una atención diversa a cada uno de los jóvenes. En el SP la razón aparece como un medio educativo fundamental en cuanto que ella debe dominar siempre sobre el planteamiento violento, sobre la aceptación indiscutida del mandato. Una razón que debe ser también educada por medio del estudio, la escuela, la instrucción, respetuosa de los valores humanos y cristianos. En la introducción de uno de sus primeros libros, la Historia Sagrada, DB escribió: “En cada pagina tuve siempre fijo el principio: iluminar la mente para hacer bueno el corazón”.
Pero también la razón, como las otras dos palabras del trinomio, deben ser releídas a la luz de evidentes revoluciones de conceptos y de mentalidades. En la época de DB y en gran parte del siglo sucesivo, la “cultura” salesiana se ha manifestado muy tradicional, conservadora, y ordinariamente sólo funcional en orden a una profesión estudiantil o artesana; también la modalidad de transmisión de tal “cultura” ha sido prevalentemente autoritaria, cerrada a lecturas libres, a la búsqueda personal, al confronto y al debate.
Hoy, frente a la racionalidad tecnológica, de la evasión en lo emocional inmediato, de la llegada del “pensamiento débil” y juntamente con la demanda de “pensamiento crítico” dentro de una “sociedad líquida”, la razón está invitada a recuperar la plenitud de su significado y de sus funciones: observar, reflexionar, comprender, probar, verificar, cambiar, adaptarse, decidir, desarrollar, asimilar prontamente, y de modo flexible, todas las propuestas y las sugerencias provenientes del “campo de trabajo educativo” y de la reflexión académica.
Y es precisamente con la “razón” con la que se construye la antropología actualizada e integral de la que hemos hablado, con la que el educador lee atentamente los signos de los tiempos y deduce sus valores emergentes que atraen hoy a los jóvenes: la paz, la libertad, la justicia, la solidaridad, la participación, la promoción de la mujer, las urgencias ecológicas...
b. La forma más alta de la razón-racionabilidad humana es la aceptación del misterio de Dios. Para DB la religión constituye el objetivo máximo, el elemento unificador de todo su sistema de educación. La religión, entendida sea como religiosidad o como religión positiva, se pone en la cumbre del proceso educativo, pero al mismo tiempo es instrumento de educación, funcional para una vida cristiana orientada a la comunicación con Dios creador y Jesús redentor. DB está convencido de que no es posible una verdadera educación sin una apertura a lo transcendente.
No se trata de una religión especulativa y abstracta, sino de una fe viva, arraigada en la realidad, hecha de presencia y de comunión, de escucha y de docilidad a la gracia. No por nada “las columnas” del edificio educativo son la Eucaristía, la Penitencia, la devoción a la Virgen, el amor a la Iglesia y a sus pastores. La educación es entonces un “itinerario” de oración, de liturgia, de vida sacramental, de dirección espiritual: para algunos, respuesta a la vocación de especial consagración; para todos, la perspectiva y el logro de la santidad.
Lo que fue la preocupación de DB frente a los fenómenos del indiferentismo, del anticlericalismo, de la irreligiosidad, del proselitismo protestante, del paganismo, no debería ser muy diversa de la de los educadores de hoy, a los cuales se pide una confrontación mucho más sólida y profunda entre cultura y fe, aunque no fuera más que por el hecho de que entre ellos y Don Bosco se coloca, como ya se ha dicho, el siglo que ha visto el modernismo, el movimiento litúrgico, la fundación y el reforzamiento de la moral y de la espiritualidad, la vuelta a las fuentes del mensaje cristiano anunciado en la Escritura, el Concilio Vaticano II, el ecumenismo, el redescubrimiento del papel de los seglares en la Iglesia...; y también, contemporáneamente, guerras y revoluciones políticas y sociales de dimensiones planetarias, difusión de una mentalidad relativista en los campos tanto del saber como del vivir, fundamentalismos y cortocircuitos entre religión, estado, política, crisis del derecho internacional...
c. El término cariño (“amorevolezza”) es omnipresente en la literatura salesiana, aunque entendido con modalidades diversas. Está constituido por una verdadera disponibilidad hacia los jóvenes, simpatía profunda por ellos, capacidad de diálogo, bondad, cordialidad, comprensión. Propio del educador preventivo, se traduce en el compromiso de ser una persona “consagrada” al bien de los educandos, siempre presente en medio de ellos, dispuesta a afrontar sacrificios y trabajos en el cumplimiento de la propia misión.
Hemos llegado así a otro término “mítico”: la asistencia, muchas veces únicamente entendida como fastidiante y omnipresencia física en condiciones de defender a un menor y proteger a un débil indefenso, sin poner suficiente atención al peligro de bloquear el natural y legítimo proceso de autonomía en maduración.
En la perspectiva del cariño quedan privilegiadas las relaciones personales. A DB le gusta usar el término familiaridad para definir la relación correcta entre educadores y jóvenes. El cuadro de las finalidades que se quieren alcanzar, el programa y las orientaciones metodológicas que seguir, adquieren sentido concreto y eficacia, si están marcados con genuino espíritu de familia, es decir, vividos en ambientes serenos, alegres, estimulantes. A este propósito hay que recordar al menos el amplio espacio y la dignidad dados por DB al momento de la recreación, al deporte, a la música, al teatro y al patio. Es en la espontaneidad y la alegría de las relaciones donde el educador sagaz encuentra modos de intervención, tan sencillos en las expresiones como eficaces en los resultados para la continuidad y para el clima de amistad en que se realizan. Para no hablar de la experiencia de grupo, elemento fundamental de la tradición pedagógica salesiana.
Hoy el cariño tradicional debería ser repensado tanto acerca de sus fundamentos como en sus contenidos y en sus manifestaciones. Lo exigen la inédita relación entre adultos y jóvenes y la autoconciencia de éstos, cada vez más atentos a dejarse “capturar” afectiva y peligrosamente por los adultos (pedofilia), la crítica situación de sus familias, caracterizada por la falta de relaciones fraternas (hijos únicos), de constante presencia de la madre (inserta en el mercado del trabajo), de relaciones duraderas entre los padres (divorcios, separaciones).
Se hace así mucho más necesario “inventar una concreta y articulada ‘pedagogía preventiva familiar’, que vuelva a aplicar, con especial preocupación crítica, en situaciones ya cambiadas, los conceptos claves del ‘sistema’, en especial el problemático ‘cariño’, oscilante entre creatividad afectiva, sentido tranquilizador de pertenencia, captatividad ansiosa, violencia” (P. Braido, Prevenir, no reprimir, CCS, Madrid, 2001, p. 444).
Y como el mismo “espíritu de familia”, revivido y actualizado, debería superar las formas de paternalismo y de familiarismo propias del pasado para llegar a actuar relaciones “libres” y liberadoras, auténticamente personalizantes, también “la asistencia”, entendida como “cerrazón de puertas y ventanas” del ambiente juvenil y presencia constante del educador al lado del joven, debería contar con jóvenes que autónomamente navegan en Internet, se comunican con móviles, se relacionan con centenares de canales televisivos, se encuentran donde y como quieren.
La eficacia del SP está en la capacidad del educador: programar, actuar, controlar los contenidos de la propia intervención; en otros términos: saber exactamente qué quiere, qué hay que hacer y buscar. En cierto modo se podría decir que el SP es el educador. La expresión podría parecer exagerada si no fuese porque en la mente de Don Bosco el educador es el detentador incontestado de todo el sistema.
El primer deber del educador es, pues, el de estar allí y no estar fuera del campo donde está en juego la educación. Si es verdad que en el educando se dan todas las disposiciones para realizar su vida plena, es igualmente verdad que, dejado a sí mismo, podría correr el peligro de no actuar todas o completamente sus posibilidades de crecimiento.
El educador seguro y asegurador, consciente del propio deber y responsable, con autoridad, aunque no autoritario, trata de instaurar un auténtico diálogo y una constructiva confrontación con un joven. Vitalmente implicado en la relación educativa, su personalidad, su pasado, sus miedos, sus ansias inciden en la formación del educando. Es su obra la que educa.
Hoy, lo acabamos de decir, las relaciones jóvenes-adulto se han transformado profundamente respecto de lo que eran en los tiempos de DB, lo cual comporta también en esta perspectiva un modo radicalmente nuevo de interpretar y experimentar la idea y el papel mismo de educador “padre”, “hermano” y “amigo”. Ante todo, es necesario que, no considerándose ya posesor e intérprete único del sistema, y así imponer o proponer certezas preconfeccionadas, él se sienta capaz de interpretar las necesidades juveniles difícilmente expresables por ellos mismos, de acompañarlos en su no fácil búsqueda de las respuestas a las preguntas fundamentales de la vida, de respetarlos en su derecho de ser y sentirse protagonistas, de reducir la propia función predominante para educarse mientras educa, sea en el terreno fácil de la confrontación, sea en el más difícil, pero igualmente útil, del inevitable choque.
En el educador el joven no busca ya tanto al padre que piensa en todo en su lugar, al amigo que le organiza el tiempo libre, al hermano que se interesa por su crecimiento, al adulto que imparte órdenes, o al vigilante que amenaza castigos, sino al hombre capaz de ponerse a su lado, más atento a su persona que a las exigencias genéricas de la educación, más disponible para ofrecerle una aportación positiva para el desarrollo de sus potencialidades no manifestadas, que atento a neutralizar únicamente los elementos negativos y contraproducentes.
La santidad en la vida cotidiana
Retiro Espiritual para las Comunidades Salesianas
Francisco Santos
4 Segunda parte: |
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5 Un modelo de vida cotidiana. “Evangelizar” la vida. |
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No nos basta con indicar un modelo de santidad en el que sentirnos cómodos y carismaticamente identificados. Se trata además de que, como venimos viendo, nuestra propuesta de santidad implique a los jóvenes en su proceso de maduración como personas. Este aspecto de madurez humana y cristiana está presente en el modelo de santidad para la vida cotidiana. ¿De qué manera se vive un proyecto de santidad en el día a día, en las cosas que hacemos, sin tener que “salir de este mundo”. Ofrecemos algunas pistas para la reflexión a partir de documentos recientes de diversa índole, tratados bajo un mismo prisma: llevar a la vida cotidiana los deseos de plenitud en Cristo.
5.1 Para la vida de los jóvenes6 |
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Con motivo del próximo encuentro de la Jornada Mundial de la Juventud, en Colonia, el Papa Juan Pablo II ha escrito un mensaje que nos resulta oportuno para presentar un modo de evangelizar la vida de los jóvenes, haciéndoles propuestas serias y graduales de caminar con Cristo. Bajo la guía del texto evangélico de la adoración de los Magos, cuyos cuerpos según la tradición se conservan en la Catedral de Colonia, se nos ofrecen claves de evangelización en las que el Papa insiste:
Es importante aprender a escrutar los signos con los que Dios nos llama y nos guía. Cuando se es consciente de ser guiado por Él, el corazón experimenta una auténtica y profunda alegría acompañada de un vivo deseo de encontrarlo y de un esfuerzo perseverante de seguirlo dócilmente.
El Niño, colocado suavemente en el pesebre por María, es el Hombre-Dios que veremos clavado en la Cruz. El mismo Redentor está presente en el sacramento de la Eucaristía. En el establo de Belén se dejó adorar, bajo la pobre apariencia de un neonato, por María, José y los pastores; en la Hostia consagrada lo adoramos sacramentalmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad, y Él se ofrece a nosotros como alimento de vida eterna.
La santa Misa se convierte ahora en un verdadero encuentro de amor con Aquel que se nos ha dado enteramente. No dudéis, queridos jóvenes, en responderle cuando os invita "al banquete de bodas del Cordero" (cfr. Ap 19,9). Escuchadlo, preparaos adecuadamente y acercaos al Sacramento del Altar, especialmente en este Año de la Eucaristía (octubre 2004-2005) que he querido declarar para toda la Iglesia.
"Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt 2,11). Los dones que los Reyes Magos ofrecen al Mesías simbolizan la verdadera adoración. Por medio del oro subrayan la divinidad real; con el incienso lo reconocen como sacerdote de la nueva Alianza; al ofrecerle la mirra celebran al profeta que derramará la propia sangre para reconciliar la humanidad con el Padre.
Ofreced también vosotros al Señor el oro de vuestra existencia, o sea la libertad de seguirlo por amor respondiendo fielmente a su llamada; elevad hacia Él el incienso de vuestra oración ardiente, para alabanza de su gloria; ofrecedle la mirra, es decir el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero Hombre, que nos ha amado hasta morir como un malhechor en el Gólgota.
¡Sed adoradores del único y verdadero Dios, reconociéndole el primer puesto en vuestra existencia! La idolatría es una tentación constante del hombre. Desgraciadamente hay gente que busca la solución de los problemas en prácticas religiosas incompatibles con la fe cristiana. Es fuerte el impulso de creer en los falsos mitos del éxito y del poder; es peligroso abrazar conceptos evanescentes de lo sagrado que presentan a Dios bajo la forma de energía cósmica, o de otras maneras no concordes con la doctrina católica.
¡Jóvenes, no creáis en falaces ilusiones y modas efímeras que no pocas veces dejan un trágico vacío espiritual! Rechazad las seducciones del dinero, del consumismo y de la violencia solapada que a veces ejercen los medios de comunicación.
La adoración del Dios verdadero constituye un auténtico acto de resistencia contra toda forma de idolatría. Adorad a Cristo: Él es la Roca sobre la que construir vuestro futuro y un mundo más justo y solidario. Jesús es el Príncipe de la paz, la fuente del perdón y de la reconciliación, que puede hacer hermanos a todos los miembros de la familia humana.
"Se retiraron a su país por otro camino" (Mt 2,12). El Evangelio precisa que, después de haber encontrado a Cristo, los Reyes Magos regresaron a su país "por otro camino". Tal cambio de ruta puede simbolizar la conversión a la que están llamados los que encuentran a Jesús para convertirse en los verdaderos adoradores que Él desea (cfr. Jn 4,23-24). Esto conlleva la imitación de su modo de actuar transformándose, como escribe el apóstol Pablo, en una "hostia viva, santa, grata a Dios". Añade después el apóstol de no conformarse a la mentalidad de este siglo, sino de transformarse por la renovación de la mente, "para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta" (cfr. Rom 12,1-2).
Escuchar a Cristo y adorarlo lleva a hacer elecciones valerosas, a tomar decisiones a veces heroicas. Jesús es exigente porque quiere nuestra auténtica felicidad. Llama a algunos a dejar todo para que le sigan en la vida sacerdotal o consagrada. Quien advierte esta invitación no tenga miedo de responderle "sí" y le siga generosamente. Pero más allá de las vocaciones de especial consagración, está la vocación propia de todo bautizado: también es esta una vocación a aquel "alto grado" de la vida cristiana ordinaria que se expresa en la santidad (cfr. Novo millennio ineunte, 31). Cuando se encuentra a Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno es empujado a comunicar a los demás la propia experiencia.
Son tantos compañeros que todavía no conocen el amor de Dios, o buscan llenarse el corazón con sucedáneos insignificantes. Por lo tanto, es urgente ser testigos del amor contemplado en Cristo. La invitación a participar en la Jornada Mundial de la Juventud es también para vosotros, queridos amigos que no estáis bautizados o que no os identificáis con la Iglesia. ¿No será que también vosotros tenéis sed del Absoluto y estáis en la búsqueda de "algo" que dé significado a vuestra existencia? Dirigíos a Cristo y no seréis defraudados.
La Iglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad. En este camino de heroísmo evangélico nos han precedido tantos, y es a su intercesión a la que os exhorto recurrir a menudo. Al encontraros en Colonia, aprenderéis a conocer mejor a algunos de ellos, como a san Bonifacio, el apóstol de Alemania, a los Santos de Colonia, en particular a Úrsula, Alberto Magno, Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) y al beato Adolfo Kolping. Entre éstos quisiera citar en modo particular a san Alberto y a santa Teresa Benedicta de la Cruz que, con la misma actitud interior de los Reyes Magos, buscaron la verdad apasionadamente. No dudaron en poner sus capacidades intelectuales al servicio de la fe, testimoniando así que la fe y la razón están ligadas y se atraen recíprocamente.
5.2 Para la vida en la Iglesia7 |
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El Aguinaldo del Rector Mayor para el año 2005, nos invita a reflexionar en la santidad desde la óptica eclesial. Nuestra labor educativa y carismática nos invita a ser fieles a Don Bosco. Él trabajó mucho por la Iglesia, como dignísimo hijo, y cuando se dio cuenta que había mucha hostilidad contra ella, quiso darla a conocer a sus muchachos, a través de innumerables publicaciones sobre temas eclesiales. Durante su primera visita al Vaticano quedó profundamente impresionado por el esplendor de la Iglesia hasta tal punto que expresó el deseo de tener allí con él a sus muchachos para que disfrutaran de este esplendor y de la alegría de pertenecer al Pueblo de Dios. Todavía hoy sigue siendo para nosotros un compromiso prioritario y carismático dar a conocer a la Iglesia y hacer que la conozcan, y la amen como se ama a una Madre: fascinante en su belleza y en sus atenciones; una madre que ama y que merece ser amada.
La propuesta de la santidad juvenil encuentra en el actual Aguinaldo un gran apoyo, pues es otro modo que vivir el compromiso de la santidad, contribuyendo a la construcción de la Iglesia y de la sociedad.
El tema del Aguinaldo de este año toma la idea de una cita de Efesios 5, 25-27: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,… para prepararse una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada". En estos versículos se encuentra un gran mensaje: amar a la Iglesia, y entregarse por ella. Tal como Cristo la amó y se entregó por Ella, estamos llamados también nosotros y nuestros destinatarios a hacer otro tanto, para hacer que sea más joven, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, como dice Pablo. ¡Es un texto programático!
No se trata de hacer un lifting, una operación cosmética, sino de comprometerse a injertar en ella nuevas energías para hacerla más hermosa y más atrayente. Y esto se obtiene en la medida en que hacemos lo que dijo Jesús: Amar a la iglesia y entregarse por ella. La hermosura de su rostro se explica reflejando el rostro de su Señor. La nueva Jerusalén no es sólo una imagen escatológica, sino que debe ser prefigurada y anticipada aquí y ahora.
Nuestra tarea, pues, es estar en la Iglesia, más aún, ser Iglesia, trabajar con y para ella, y nuestro reto consiste en hacer que las personas, especialmente los jóvenes, se enamoren de ella haciendo que se asemeje a la Jerusalén celestial que desciende del cielo, adornada como una esposa para su esposo. Esto es posible en la medida en que la Iglesia se convierte en una comunidad de creyentes, renovada por el soplo del Espíritu que la anima, por que Él es quien hace nuevas todas las cosas, y por tanto la puede rejuvenecer. Una comunidad enriquecida de múltiples vocaciones, carismas y ministerios que la mantienen viva y dinámica. Una comunidad abierta y acogedora sobre todo con los pobres que son los que realmente la pueden hacer creíble en el mundo. Una comunidad que vive la pasión por la vida, por la justicia y por la solidaridad, que son los grandes valores hacia los que es sensible la humanidad. Una comunidad que es levadura de esperanza para una sociedad digna del hombre y para una cultura rica en valores éticos y espirituales. Una Iglesia joven, en la que los jóvenes se encuentran como en casa y en familia.
¿Qué quiere decir, pues, rejuvenecer la Iglesia? Quiere decir hacer que retorne a los orígenes, a su juventud, para que pueda adquirir nuevamente credibilidad y capacidad de escucha. Una iglesia diseñada por la "Martirìa", es decir por el testimonio que se vive en la vida diaria y que puede llegar al límite de la entrega de la vida. Una Iglesia caracterizada por la "euangelìa", porque es una Iglesia nacida para anunciar el Evangelio. Diez años después de la conclusión del Concilio Vaticano II, Pablo VI escribió el documento más importante que jamás se haya escrito sobre la evangelización: la Evangelii Nuntiandi. En este precioso documento se afirma explícitamente que la razón de ser de la Iglesia es la evangelización. Una Iglesia que celebra la "Leitourgìa", por que la salvación no es una conquista que lograr sino una realidad que celebrar, con reconocimiento, actualizándola y compartiéndola con los demás. Una Iglesia, finalmente, caracterizada por la "diakonìa", de la cual la Gaudium et Spes trazó claramente el significado: la Iglesia no es una señora sino sierva del mundo. Las características arriba indicadas además se insertan en la línea trazada por los Hechos de los Apóstoles.
Rejuvenecer la Iglesia es también hacer que sea casa para los jóvenes. Será joven si los jóvenes están en ella. Por consiguiente es necesario buscar un camino "mistagógico" que hay que hacer con ellos para introducirles, conducirles a la Iglesia y hacer que sean Iglesia. Aquí podría resultar esclarecedora la imagen de los discípulos de Emaús, que nos ayuda a entender la Iglesia como casa de todos los que creen en Jesús y quieren compartir y testimoniar en su vida esta fe común. El Aguinaldo es, pues, una exhortación a hacer joven la Iglesia y hacer que los jóvenes sean Iglesia.
5.3 Para la vida del cristiano del futuro8 |
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La situación de indiferencia ‑y credulidad‑ actual nos interpela. ¿Es posible hacer una propuesta creíble y acorde con las necesidades actuales que pueda servir de base también para un cristiano en el futuro? J. M. Mardones nos ofrece una reflexión que hemos adaptado a nuestro recorrido sobre la santidad. Conocer cómo serán los santos del mañana pasa por establecer una vida cristiana hoy. Algunos aspectos que este autor propone nos pueden iluminar. En primer lugar, reconocer que no se puede caminar con nostalgias de un pasado que ya no volverá. No se puede vivir ya lo religioso con la actitud de la posesión o la naturalidad de lo habitado en una sociedad y hasta cosmos ordenado «cristianamente». Hay que hacer camino nuevo. Estamos forzados a emprender la exploración de nuevas vías. No es seguro que acertemos a la primera. Prácticamente nada en la vida humana sale a la primera. La complejidad y la incertidumbre nos rodean. Habrá que arriesgarse y tantear. Habrá que contar con el fracaso, la corrección necesaria y la vuelta a emprender nuevas rutas.
El cristianismo limitado por la increencia y la indiferencia religiosa, el fin de la era cristiana de «cristiandad» es y debe ser una ocasión para recrear la fe de acuerdo al Evangelio de Jesús. De hecho, la categoría socio‑religiosa «signos de los tiempos» o, al menos, de la época, tiene un profundo significado de reto esperanzador. Quiere decir en terminología religiosa: no hay ningún tiempo cerrado al Espíritu. Este penetra todos los tiempos y situaciones. Es decir, los reduce a su condición humana ambigua, abierta a la acción fecundante del Espíritu. Ninguno de los momentos de la historia merece ser sacralizado ni ninguno demonizado. En todos, está mezclada la cizaña y el trigo; en todos, se abre paso el cuchillo del Espíritu hendiendo el futuro a través de los dolores de parto de una humanidad que otea un horizonte mejor.
El cristianismo de hoy y de mañana o tiene experiencia del Misterio o está condenado al fracaso. No hay posibilidad de mantener un cristianismo de mera referencia cultural o por adherencia basada en la tradición. Entiéndase bien, persistirán restos de este tipo de cristianismo en España, pero no será el decisivo y cada vez más será un cristianismo residual llamado a pasar a una condición de afirmación personal explícita.
El cristianismo con visos de futuro será un cristianismo que sabe por experiencia de lo que habla y confiesa. Ha "saboreado" de alguna manera la cercanía de la presencia elusiva del Dios de Jesús y se siente animado a comunicarlo a otros, o a vivirlo con la tranquila e insegura confianza de quien ha sido tocado por la cercanía de lo Inefable e Inmanipulable.
Este cristianismo tendrá necesariamente un carácter personalizado. Tendrá un acento puesto en el individuo, la persona, y su aventura de búsqueda y experiencia personal. En un tiempo de pluralismo religioso, donde no sirven los protectores generales o la fuerza social de los grandes números, será la confianza en la experiencia interior lo determinante. Sin este pilar no hay cimiento para resistir los embates del pluralismo y del materialismo consumista de sensaciones.
Este cristianismo experiencial es un cristianismo en búsqueda. Le ronda la inquietud de la exploración del Misterio amoroso, inagotable. No quiere tanto respuestas hechas como compañeros de aventura espiritual. Es un cristianismo del peregrinaje espiritual. Quizá hasta de la recuperación del sentido profundo de la peregrinación como camino a seguir y persecución de un anhelo que se descubre siempre incipiente, nunca final de nada. El Camino de Santiago no será más que la metáfora de una actitud interior que quiere andar caminos, como los magos, en busca de la Estrella que nos señala Jesús de Nazaret.
Este cristianismo experiencial y peregrinante solicita acompañantes más que teóricos que responden desde «fuera». Precisa y necesita maestros en la iniciación al Misterio. Pide Escuelas de Fe y Oración, grupos cristianos donde la fe no sólo se comente, sino se viva y ejerza en la intercomunicación y la oración en común, en los momentos fuertes, los retiros y días de desierto.
Este cristianismo de hoy y de mañana tiene que ser profundamente encarnado. La espiritualidad que lo anima rastrea y descubre a Dios en el interior y la profundidad de lo humano. No hay que salirse del mundo para encontrar a Dios. Hay que penetrar en sus junturas; en la profundidad miserable o excelsa de lo humano tocamos a Dios. El Espíritu de Jesús «tocaba» lo excluido y levantaba lo caído, expulsaba lo «demoníaco» que minaba la libertad y autonomía humana y, ahí mismo, mostraba la cercanía del Reino de Dios. Dios estaba acercándose, se acerca de hecho, está en el corazón de lo humano que pugna por ser realmente humano. La espiritualidad cristiana es encarnada, secular. Vive y descubre a Dios por los caminos de la mundanidad humana.
El cristianismo apasionado por lo humano descubre inmediatamente el «mundo roto» en que vivimos y las profundas desigualdades, injusticias y víctimas de nuestro tiempo de la globalización neoliberal y mañana de la inhumanidad de turno. El cristianismo lleva en sus entrañas una mirada obsesiva respecto a las víctimas.
Es partidista y lleva consigo algo de traumático, como dice S. Zizek9. De ahí que su mirada sea siempre a contrapelo de la historia. Mira, como el Ángel de la Historia, hacia los restos y las víctimas que va dejando la pretendida Modernidad, Globalización, Desarrollo, etc. Es un mirar hacia atrás, de espaldas a la historia, para ver bien la barbarie que lleva aneja toda pretendida civilización.
A la fe cristiana de hoy y mañana le pertenece una lucidez crítica respecto a este mundo. En razón del ser humano, de lo sagrado que anida en él. No tolerará la manipulación ni instrumentalización de que son víctima millones de seres humanos en su desvalimiento frente a los poderes de este mundo, al funcionamiento del sistema o cualquier clase de explotación.
Este sensibilidad se traducirá no sólo en compasión afectiva, sino efectiva., es decir, en acciones en orden a superar esas situaciones de desigualdad y opresión. De ahí que se diga que el cristianismo sea impulsado desde su dinamismo más profundado hacia la solidaridad. El cristiano no es solidario por moda o por exigencia moralista ‑una forma todavía externa de solidaridad‑, sino por impulso nacido desde su misma fe. Es compasivo por «parecerse» al Padre, por experimentar el amor de Dios. Se es solidario «por amor de Dios».
La solidaridad en su ejercicio pide inteligencia, además de, buena voluntad. En razón de la eficiencia que busca en pro del otro será generoso y calculador. No basta por eso la mera solidaridad asistencial que suele dar la primacía a la compasión y la respuesta inmediata. En este tiempo de conocimiento de las dimensiones estructurales de los fenómenos ‑para no ser tachado, con razón, de «lubricante del sistema»‑ deberá de analizar las dimensiones políticas, estructurales de los problemas. El cristiano se ve impelido a ser «político» en razón de su misma fe y de la ayuda eficaz que quiere realizar con la víctima y el caído. Hoy ya no se puede ser responsablemente solidario y negar o pasar por alto la dimensión política de la fe y el compromiso estructural.
Este tipo de caridad política es más fría y compensa menos que la asistencial que suele ser más cálida e interpersonal. Por esta razón necesita ser referida constantemente a la vivencia de la fe. Necesita ser orada, calentada al abrigo del amor de
Dios. De lo contrario, pierde brillo y el trabajo o militancia política decae bajo la rutina y el gris de los escasos resultados y aún fracasos.
Todo lo cristiano remite a la estructura trinitaria profunda que recorre toda la realidad como un reflejo de Dios mismo. Y el Dios de Jesucristo que decimos trinitario, es radicalmente relacional. Dios es comunidad, no como algo estático, sino como amor (communio) que es una unidad amorosa en la interpenetración trialógica. Desde ahí la comunicación, la preocupación por el otro, la solidaridad, la relación con los otros se descubren como momentos que reflejan y apuntan a la Realidad más sublime y consistente de todo, a Dios mismo. Dios es relación, comunidad, fraternidad intimísima. El cristiano, todo hombre, barrunta en sus relaciones que lo constituyen el exceso hacia el que apuntan.
De ahí que podamos decir que la fraternidad es una característica profundamente humana y cristiana. Hacer un mundo más humano, humanizar, significa crear más fraternidad. Y allí donde crece la fraternidad está Dios. Incluso la propuesta secularizada de la Revolución francesa tiene sabor y raíces cristianas. Hoy día se advierte como una característica profunda de la verdadera democracia, pero también se sabe de su dificultad.
En un mundo de masas, duro y frío, captamos, a menudo por carencia, la importancia de la fraternidad. Necesitamos calor de hogar. La ola comunitarista que recorre nuestro mundo, desde el pensamiento hasta las propuestas de recuperación de calor, acogida, cercanía, «hogar», nos habla de la necesidad humana del momento. No es extraño que asistamos a propuestas enloquecidas y desvaríos sectarios que conducen al suicidio colectivo. Urge crear comunidades, fraternidades, que ofrezcan acogida, protección, al mismo tiempo que dejen a los individuos su libertad y responsabilidad. El peligro comunitarista, especialmente religioso, es que chantajee al individuo ofreciéndole tanta protección, orientación y calor que asfixie su responsabilidad. La verdadera fraternidad deja crecer y ser a cada uno todo lo más que pueda ser; no crea dependencias infantiles ni minorías de edad.
Desde una fraternidad sana se podrá incluso dialogar con los hombres que han desertado de toda fe pero que no han renunciado al humanismo de la fraternidad y la justicia. El signo de la fraternidad es y será un atractivo que habla elogiosamente de la humanidad de la fe cristiana.
El cristianismo de hoy y mañana no puede ser falsamente ingenuo. Es hasta de mal gusto el presentarse como un creyente ignorante y bobalicón. Frente a las críticas y el desprecio ilustrado que, decíamos, todavía queda mucho en esta España de intelectuales «progres» decimonónicos, el cristiano no puede dar el gusto a sus detractores de justificar ni siquiera mínimamente sus críticas. Hacemos un mal servicio a la fe con nuestra ignorancia e ingenuidad. Incluso servimos a la insignificancia cultural a la que empuja el dinamismo secularizador de nuestro tiempo.
El momento presente ‑tras el 11‑S‑ añade un elemento de llamada la atención ante la «peligrosidad de la religión». Nos las tenemos que ver con un fenómeno profundamente ambiguo y peligroso. Se presta fácilmente a la manipulación. Y por ello resulta inflamable en las confrontaciones ideológicas, políticas, nacionales, etc. La mejor manera para evitar estos usos perversos de lo religioso es mantener una vigilancia crítica y autocrítica sobre la misma fe, sobre la religión. La importancia y hondura de la religión, que toca los estratos profundos del ser humano, apelan a esta vigilancia y lucidez del creyente.
Si el creyente no quiere ser visto como un fanático potencial y un peligro para la paz y la estabilidad social y mundial, tiene que presentarse en público de manera responsable y ha de poder hacer respetable su fe. Para ello ha de tener una fe formada y crítica. El cristianismo de hoy y de mañana tiene que compaginar ilustración y piedad, fervor y crítica.
La herencia de la modernidad ilustrada que hay que proseguir o realizar, es justamente revalorizar la razón dentro de la fe. No hay fe de espaldas a la razón. No se puede creer contra la razón ni al margen de ella. La tradición cristiana avala la confianza en la razón como instrumento para depurar la misma fe. La fe y la razón se ayudan, estimulan y depuran mutuamente.
La situación presente que hemos descrito como de credulidad no es propicia para este ejercicio de conjunción entre fe y razón.
Ni por el lado de la razón raciocinante y funcional que tiende a situar la fe en el ámbito de lo emocional o lo irracional emotivo e incontrolable, como por el lado de la nebulosa neo‑mística y neo-esotérica que nos viene en forma de new age o new‑new age, etc., no hay muchos incentivos para una fe lúcida y crítica. Tampoco dentro de la misma iglesia disfrutamos de un momento crítico, más bien, las propuestas que se apartan del racionalismo neo‑escolástico del Catecismo son vistas con malos ojos y la denuncia y delación está a flor de labios. Estamos, por tanto, ante un momento que, mirando hacia afuera y hacia adentro hay tarea: no está ganada la batalla de una fe formada y adulta. Todavía hay mucha irracionalidad e ideas impresentables de Dios ante la sana racionalidad humana.
La tarea de construir un cristianismo adulto y crítico está llamada a ser uno de los lugares sensibles de la lucha contra la indiferencia ilustrada y la increencia de raíz agnóstica.
Una religiosidad sin capacidad de sugerencia está mustio y muerto. La religión vive de la evocación y anticipa ya la degustación de lo que será definitivo. Sin este vislumbre y experiencia no hay futuro para ninguna religiosidad, tampoco para el cristianismo.
El cristianismo de hoy y de mañana, capaz de atravesar la coraza de esta sociedad de sensaciones y entretenimiento generalizado, será la vivencia anticipada del Futuro que ya ha comenzado mediante la celebración y la fiesta. En la alegría de la celebración y la fiesta, en su profundidad y fraternidad, en el canto, la música y el silencio, se hará presente algo que sobrepasa el goce momentáneo y más superficial del ocio comercial y la fiesta aderezada con «éxtasis». La vivencia religiosa u ofrece más «felicidad» y sentido profundo que el hedonismo consumista y el materialismo de la frívola levedad de la vida, o tendrá que capitular ante esta sociedad del espectáculo.
Hay aquí una gran llamada a recrear las celebraciones dentro de nuestra comunidad cristiana. Es tiempo de una profunda creatividad litúrgica. La reforma litúrgica se ha quedado corta y vieja. No sirve ni está a la altura de los desafíos modernos. Ofrece un rostro arrugado, acartonado, rígido, sin capacidad de sugerencia. No hay a menudo ni música, ni signos, ni participación; domina una especie de teatro repetitivo y cada vez en lenguaje más estereotipado y menos comprensible. Las celebraciones son también hoy lugares que expanden cansancio y hasta hastío. Una fuente más de indiferencia e increencia.
Urge revitalizar la celebración, la fiesta, recuperar el símbolo, la capacidad evocativa del Misterio ausente. Sin fiesta y sin disfrute conjunto de la ruptura del gris cotidiano, de la ramplonería de la vida diaria, el joven y el mayor se volverán hacia rituales y liturgias seculares en forma de deporte, partidos de fútbol, conciertos musicales, o el culto al shopping. Sin duda el cristianismo del futuro ya no podrá aspirar a tener la sociedad centrada en el domingo cristiano, la misa mayor y las vísperas. Ya pasó este tiempo cristiano. La iglesia ya no configura el espacio ni el tiempo festivo. Pero estamos desafiados a encontrar el hueco significativo y sugeridor en un mundo estructurado ya desde otros parámetros que los religiosos y concretamente los cristianos. Y los creyentes tenemos que vivir la dimensión anticipadora, escatológica, que tiene la fe. El Futuro de Jesucristo hay que gustarlo y disfrutarlo ya ahora.
Haríamos bien empezando a recuperar un poco la fiesta y el símbolo con más alegría, más música y estética y menos verborrea.
6 Conclusión |
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La pretensión de este retiro ha sido doble: reflexionar sobre la actualización que estamos realizando a partir de los acontecimientos de nuestra vida y descubrir las nuevas posibilidades que se nos ofrecen para abrirnos a la trascendencia en la realidad que vivimos10.
A partir de estas consideraciones, tal vez nos planteemos que es posible hacer experiencia de Dios en la vida cotidiana y vivirla santamente. Se trata de descubrir que el lugar del encuentro con Dios es la sociedad, el propio trabajo, la comunidad, el patio, la clase... Respondemos a Dios, correspondiendo, es decir, respondiendo con Él. A Dios solamente se le responde integrándose en la respuesta que él da al mundo, haciendo la historia con Él. En la misión.
A modo de ejemplo, y como conclusión de lo que queremos expresar, este texto:
La trascendencia se da principalmente en el encuentro con las personas. A veces sucede que estás sumido en una crisis existencial, sin rumbo, y te encuentras con alguien que tiene palabras cordiales, que te enciende una luz, que te pone una mano en el hombro y te indica un camino. No como el maestro que se limita a decirte: «Ve por ahí»; sino despertando al maestro escondido que hay en ti y ayudándolo a definir un camino con sentido. Entonces tienes una experiencia de trascendencia, de ruptura de tu círculo cerrado, de apoyo existencial liberador. Surge entonces el sentimiento de veneración por esa persona que, por un momento, se transforma en maestro capaz de despertar tu héroe interior adormecido.
No me resisto a ofrecer una experiencia personal de trascendencia con ocasión de un encuentro. En 1998 fui a visitar a Dom Hélder Cámara en Recife, en su pequeña iglesia de las Candelas y en la humilde casa donde vivía pobremente. Siempre fuimos muy amigos. Jamás olvidaré la nota manuscrita que nos hizo llegar a mí y a mi hermano Clodovis, también teólogo (a quien Dom Hélder consideraba como un hijo querido). Habíamos quedado en vemos a las diez de la mañana. Cuando llegué, la religiosa que cuidaba de él me dijo: «Mira, Dom Hélder estaba hecho polvo y se ha ido a descansar. Creo que se ha dormido. Si quieres, puedes ver cómo duerme». Y fui a verlo. Me quedé diez minutos, tal vez quince, contemplando a aquel pajarillo dormido. Con su sotana blanca, que dejaba ver sus delgadas piernas, parecía un Gandhi respirando profundamente. Yo me quedé extasiado, porque despedía tanta luz, tanta levedad, tanta santidad, tanta trascendencia, que parecía algo como de otro mundo. Le hice una reverencia al modo hindú, inclinándome profundamente, salí sin hacer ruido y le dije a la religiosa: «¿Sabes?, de todos los diálogos que he tenido con Dom Hélder, éste ha sido el más profundo». Ésta es la imagen que quiero recordar de él. El sueño de un profeta, de un Gandhi, de un ángel de la paz. Hay personas iluminadas, y en la vida todos nos encontramos con alguna de ellas. Puede ser un abuelo o una abuela, o un tío que ha sufrido mucho, o un amigo entrañable, o una amiga confidente... A veces puede serlo el vendedor de maíz, o la manicura, que escuchan y ponderan y opinan sabiamente, con sorprendentes intuiciones realmente fantásticas. Tengo algunos amigos muy sencillos y humildes que me parecen verdaderamente geniales. Ellos deberían estar dando clases en las universidades y predicando en los púlpitos, y nosotros escuchando y aprendiendo11.
7 Guión para el Retiro |
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La santidad en la vida cotidiana
7.1 |
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7.2 Introducción |
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Comenzamos este retiro poniéndonos en la presencia de Dios. Nuestra vida espiritual está reflejada en el texto de la canción que vamos a escuchar y en los textos que se proponen. Démonos unos minutos para disponer nuestro interior a la reflexión, la escucha y la meditación en la presencia del Señor.
7.3 C anción: MOLDEA ESTE BARRO |
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(Javier F. Chento) Disco: Liberación
Moldea este barro y haz en mí tu voluntad,
tu voluntad, no la mía,
no la mía: haz en mí tu voluntad.
Moldea este barro y haz en mí tu voluntad,
tu voluntad, no la mía,
no la mía: haz en mí tu voluntad.
Dame tu valor en el peligro,
lléname de fuerza en la debilidad.
Infúndeme tu espíritu.
Obra en mí.
Guíame por sendas de alegría.
Hazme constructor de la felicidad.
Infúndeme tu espíritu.
Obra en mí.
7.4 Textos bíblicos |
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“Como la arcilla del alfarero está en su mano ‑y todos los caminos en su voluntad así los hombres en manos de su hacedor, que a cada uno da según su juicio” (Ecl 33, 13).
“Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, Israel” (Jr 18, 6).
“Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»” (Lc 22, 41-42).
7.5 Reflexión inicial |
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• ¿De qué manera dejo que Dios tome las riendas en mi vida? ¿Puedo decir que Dios tiene la primacía en mi vida? ¿Cuáles son mis resistencias?
• ¿Siento el apoyo, el valor y la fuerza de Dios en las dificultades de actualizar su mensaje a los jóvenes de hoy?
• ¿Estoy alegre y soy constructor de felicidad a mi alrededor, en la comunidad, en el trabajo diario?
7.6 P rimera parte |
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7.7 Un modelo de santidad. “Historizar” la fe. |
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1. Dar un testimonio creíble
2. Ser educadores con propuestas de fe
3. Caminar con los jóvenes
4. Ofrecer signos de santidad
En la misión salesiana, actualizando el método de Don Bosco14
1.- Un nuevo fundamento antropológico y teológico del “honrado ciudadano y buen cristiano”
2.- Ofrecer a los jóvenes una nueva comprensión de Santidad y salvación hoy
3.- Actualizar en nuestro quehacer el trinomio: razón, religión y amor
4.- El educador salesiano: padre, hermano y amigo de los jóvenes
7.8 Segunda parte |
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7.9 Un modelo de vida cotidiana: “Evangelizar” la vida. |
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Para la vida de los jóvenes15
1.- Aprender a escrutar los signos con los que Dios llama y guía
2.- La Eucaristía
3.- Ofrecer a Dios lo mejor de uno mismo
4.- Resistir toda forma de idolatría
5.- Hacer elecciones valerosas
6.- Auténticos testigos
Para la vida en la Iglesia16
1.- Amar a la Iglesia
2.- Rejuvenecer a la Iglesia, comunidad de creyentes
3.- Adquirir credibilidad y capacidad de escucha
4.- Casa para los jóvenes
Para la vida del cristiano del futuro17
1.- Un cristianismo inquieto y rastreador del Misterio de Dios manifestado en Cristo
2.- Un cristianismo apasionado por la justicia
3.- El cristianismo es comunitario y fraterno
4.- Un cristianismo lúcido y crítico
5.- Un cristianismo festivo y celebrativo
7.10 Conclusión |
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A partir de estas consideraciones, tal vez nos planteemos que es posible hacer experiencia de Dios en la vida cotidiana y vivirla santamente. Se trata de descubrir que el lugar del encuentro con Dios es la sociedad, el propio trabajo, la comunidad, el patio, la clase... Respondemos a Dios, correspondiendo, es decir, respondiendo con Él. A Dios solamente se le responde integrándose en la respuesta que él da al mundo, haciendo la historia con Él. En la misión.
FORMACIÓN
La profecía de la resistencia18
Los lectores de las reflexiones teológicas de José Cristo Rey García Paredes estamos acostumbrados a sus chispazos creativos y brillantes. En uno de sus últimos artículos escribe: “En mis encuentros con religiosos he constatado que se mantiene en ellos viva la llama de la ilusión vocacional, a pesar de las dificultades. Da la impresión en que cuando pensamos en la profecía de la vida religiosa nos volvemos hacia otros países (América, África, Asia), como reconociendo que aquí en Europa no hay profecía. Sin embargo descubro un profetismo que yo llamaría de la resistencia y de la perseverancia, y otro profetismo de la vida ordinaria”.
Un nuevo profetismo
La exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata (VC) ofrece una, difícilmente superable, descripción de lo que es la profecía de la vida consagrada, y llama la atención sobre su importancia para el mundo contemporáneo: “Los Padres sinodales han destacado el carácter profético de la vida consagrada, como una forma especial de participación en la función profética de Cristo, comunicada por el Espíritu Santo a todo el pueblo de Dios. Es un profetismo inherente a la vida consagrada en cuanto tal, por el radical seguimiento de Jesús y la consiguiente entrega a la misión que la caracteriza” (VC 84a). “En nuestro mundo, en el que parece haberse perdido el rostro de Dios, es urgente un audaz testimonio profético por parte de las personas consagradas” (VC 85). La exhortación señala, en los números siguientes, los tres desafíos principales que el mundo contemporáneo lanza con nuevas y radicales formas.
Estos desafíos que atañen directamente a los consejos evangélicos, obligan a plantearse su significatividad, desde una perspectiva principalmente antropológica. Esto lo tenemos que tener muy en cuenta, porque se constata cada vez más que el tema de la significatividad tiene que ser prioritario. De nada sirve tener la luz encendida si está tapada con una manta. Tiene que relampaguear para que una sociedad ensimismada en sus intereses y egoísmos terrenos pueda ser interpelada. Situados en este marco, los teólogos de la vida religiosa intentan descubrir los signos prioritarios que se deben tener en cuenta.
Quizá porque hay que situarse en otras coordenadas, los especialistas no detienen su atención en el signo, que creo importante, de la Resistencia. Solamente, al menos que yo conozca, García Paredes y como de pasada. Sería iluminador que un teólogo tan creativo como él, dedicase su atención al tema que él mismo ha destapado: la Profecía de la Resistencia. Mientras esperamos ese estudio me atrevo a ofrecer algunas sugerencias.
¿Qué es la profecía de la resistencia?
No se puede comprender a fondo la exhortación Vita Consecrata sin conocer el Instrumentum Laboris que previamente se ofreció a los Padres sinodales. Releyéndolo encontramos la palabra resistencia. Dice el número 25: “Es necesario un gran discernimiento evangélico para buscar la voluntad del Señor en estos tiempos. Se han dejado obras apostólicas sin una deliberación madura, se han impuesto cambios con una atención preponderante a las estructuras más que al espíritu que debía informarlas. No es, pues, extraño que un cierto tradicionalismo no se haya abierto al diálogo y haya opuesto resistencia a los cambios, considerando sagrados e inmutables usos, formas y obras consolidadas en el tiempo”19.
Parece evidente que García Paredes no se refiere a esas resistencias, ni menos se les pueda calificar de proféticas.
Poco tiempo después de advertir que la profecía de la resistencia no está catalogada entre las muy importantes que Vita Consecrata reclama a los consagrados, leía el libro de Judit. En él me pareció vislumbrar un paradigma de la Resistencia al mismo tiempo que unas llamadas de atención que no debemos menospreciar. No se trata de hacer una exégesis científica. Solamente quiero resaltar unas interpelaciones -que podríamos llamar sapienciales-, que me parecen iluminadoras para el momento actual de las congregaciones religiosas.
Judit o la Profecía de la Resistencia
Toda Sagrada Escritura, nos recuerda Juan Pablo II, es útil para enseñar, y fuente límpida y perenne de la vida espiritual (Cf. VC 94). A este recuerdo hay que añadir las variadas voces del magisterio que nos advierten que la exégesis no será completa hasta que no se aplique a las realidades que vivimos ahora. El libro de Judit puede entenderse como una prefiguración que la vida religiosa de las viejas cristiandades, establecidas casi siempre en el primer mundo superdesarrollado, debería adoptar.
El asedio de Betulia
La estrategia aceptada por Holofernes, según el consejo de los jefes de Moab, era “que tus soldados ocupen la fuente de agua que mana al pie del monte, ya que allí se abastecen de agua todos los habitantes de Betulia. Los acosará la sed y entregarán la ciudad” (Jd 7, 12-13).
Leer despacio el asedio es maravillarse de la garra literaria del autor del libro de Judit. Escribe un poema épico empujado por el fervor nacional que había despertado la rebelión de los Macabeos.
Sin duda es un resistente a la política y cultura helenística a la que, en esa coordenada histórica, estaba sometida la nación judía. Para su objetivo canta la victoria del pueblo judío protegido por Yahwé. Victoria que viene de la mano de una mujer simbólica: Judit, es decir , “la Judía”.
Con evidente maestría describe los efectos de las cisternas vacías. Ni un solo día podían calmar su sed con el agua racionada. Los niños, los adolescentes, las mujeres, desfallecían y caían faltos de fuerzas, en las plazas y a las salidas de la puertas de la ciudad.
En consecuencia emerge un gran clamor que exige a Ozías y a los jefes de la ciudad que se entreguen, porque es preferible ser esclavos que perder la vida “y no tendremos que ver con nuestros propios ojos cómo mueren nuestros pequeños, ni cómo expiran nuestras mujeres y nuestros hijos” (Jd 7, 27).
Ozías, presionado, cede, aunque se agarra a un clavo ardiendo: “Tened paciencia, hermanos; necesitamos todavía cinco días, durante los cuales el Señor volverá a mostrarnos su misericordia. Seguro que no nos abandonará definitivamente. Si pasan estos cinco días y no nos llega ayuda, haré lo que habéis dicho” (Jd 7, 27).
Judit y los ancianos
El autor, al presentar a Judit, cuida de mostrar en su genealogía hasta dieciséis ascendientes que la entroncan con Israel. Es, pues, de pura raza y representante auténtica del pueblo judío.
Judit se entera de la respuesta de Ozías y decide intervenir. Las palabras que dirige a Jabris y Jarmís son una síntesis de la teología que atraviesa en diagonal todo el Antiguo Testamento.
Las guerras en la Biblia son más confrontaciones teológicas que duelos bélicos. Siempre aparece la desproporción de fuerzas y subyace la teología de la Gracia, que repite una y otra vez que las victorias se deben, no tanto a los efectivos humanos, cuanto a la acción de Dios. Como dice el primer libro de Samuel: “El Señor puede dar una victoria con muchos o con pocos” (14, 6). Es el caso de Gedeón frente a los madianitas (Jue 7); de David frente a Goliat (1 Sam 17), o de Judit frente a Holofernes (Jd 10, 11, 13).
Es la paradoja de la Gracia que formula San Pablo: “Te basta mi Gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad... Cuando me siento débil es cuando soy fuerte” (2Cor 12, 9-10).
Oración de Judit
En la súplica que, rostro en tierra y cubierta de ceniza, Judit eleva al Señor, se alude a los paganos, que, en su presunción, fiados en sus escudos, lanzas, arcos y espadas, no reconocen al Señor. En cambio, Judit sí es consciente de que “no está en el número tu fuerza, ni tu poder en los valientes, sino que eres el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados” (Jd 9, 11).
Toda la oración que el autor -un resistente lleno de fe- pone en boca de Judit, es una confirmación de la teología que ha nadado siempre en las turbulentas aguas de la azarosa trayectoria del pueblo israelita. Culmina, con maestría literaria, en la hazaña que “abate la soberbia por mano de una mujer” (Jd 9, 10). Y por encima de todo, subraya la lección que debe transmitir a sus compatriotas y que nos transmite ahora a todos nosotros: “Jamás tu confianza faltará en el corazón de los hombres que recordarán la fuerza de Dios eternamente”.
Aparecen por fin las palabras pletóricas de júbilo, que el pueblo entero pronuncia en alabanza de Judit, y que con gran acierto la Iglesia aplica a María, la verdadera vencedora de las batallas: “Tu eres la gloria de Jerusalén, Tú el orgullo de Israel, Tú el honor de nuestra raza” (Jd 15, 9).
El que tenga oídos que oiga
En el año 1956 se celebró en Madrid el llamado Congreso de Perfección y Apostolado. Apuntaban, ya entonces, variedad de inquietudes que más o menos encontraron cauce en el Concilio convocado seis años después.
Asistieron un buen número de obispos, sacerdotes seculares y religiosos hasta sobrepasar los tres mil. Lo presidió el Cardenal Valerio Valeri, Prefecto de la Congregación de Religiosos, asistido por el entonces secretario de la misma congregación, el claretiano P. Arcadio Larraona, que junto con el Presidente de la Confer Nacional, el dominico P. Aniceto Fernández, fueron los principales motores del Congreso.
Pululaban ya corrientes pastoralistas de laboratorio, que pugnaban por imponer la idea de que las congregaciones religiosas habían hecho grandes servicios a la Iglesia, pero que llegaba la hora de pasar a la historia. Lo más podrían concentrarse en cuatro grandes congregaciones dedicadas a la vida contemplativa, a la educación, a la acción caritativa y al ministerio itinerante. Y así se hizo de manifiesto cuando uno de los congresistas interpeló a la presidencia, en uno de los coloquios, pidiendo explicaciones por la práctica de la aprobación de nuevos institutos, en un momento en que la realidad eclesial caminaba por otros derroteros.
El Cardenal Valeri, con un gesto de cabeza, indicó al P. Larraona que respondiese. El secretario de la Congregación de Religiosos con aplomo, sencillez y su tonillo romano, contestó escuetamente:
-¿Por qué seguimos aprobando nuevas congregaciones? Pues muy sencillo, porque no podemos con el Espíritu Santo.
El P. Larraona se adelantaba al Concilio que afirmaría que la vida religiosa es un don para la Iglesia. Y a lo que diría, más explícitamente después, Juan Pablo II: “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas del Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu” (VC 1).
Años después, predicaba los ejercicios espirituales a los Siervos de María y de los pobres, fundados en Alcuescar (Badajoz) por el Siervo de Dios, Rvdo D. Leocadio Galán, que dejó escritas sus intenciones de fundador en el libro En las entrañas de un mundo peor. Ahí cuenta D. Leocadio que asistió en Madrid al Congreso de Perfección y Apostolado, con el espíritu angustiado y con la esperanza de encontrar algo de luz. La razón de su angustia era la opinión que le manifestaban continuamente sus compañeros sacerdotes de que se empeñaba en una fundación sin futuro. Los religiosos -le decían- están ya en camino de pasar a la historia.
La rotunda afirmación del P. Larraona le ofreció la luz y la esperanza que necesitaba. Las anécdotas las podría multiplicar. Pero bastará recordar que el documento Vita Consecrata intenta parar las corrientes, más o menos subterráneas, que tratan de ningunear la vida religiosa. Por primera vez, un documento del Magisterio afirma tajantemente la presencia de los religiosos en la Iglesia: “La profesión de los consejos evangélicos pertenece indiscutiblemente a la vida y a la santidad de la Iglesia. Esto significa que la vida consagrada, presente desde el comienzo, no podrá faltar nunca a la Iglesia como uno de sus elementos irrenunciables y característicos, como expresión de su misma naturaleza... El concepto de una Iglesia formada únicamente por ministros sagrados y laicos no corresponde, por tanto, a las intenciones de su divino Fundador tal y como resulta de los Evangelios y de los demás escritos neotestamentarios” (VC 29).
Otra manera de enfocar el tema, curioso y discutible, es el de la teóloga yanqui Sandra Schneider. Frente a los que dicen que la vida religiosa es como un dinosaurio que se está muriendo y que desaparecerá, ella recuerda que, desde la perspectiva de la evolución, los dinosaurios no desaparecieron, sino que se transformaron en lo que hoy son los pájaros, más pequeños y adaptados a las actuales condiciones. No se trata de morir aunque pueda parecerlo, sino de una transformación.
Puestos a buscar comparaciones, ninguna llega de lejos a la lección del libro de Judit, pero quizá una lección que viene del Oriente ayudará a mantener el ritmo de la pastoral vocacional y la esperanza: una vez sembrada, de la semilla del bambú chino, no se ve nada durante cinco años, excepto un diminuto brote. Todo su crecimiento es subterráneo. Su compleja raíz se extiende vertical y horizontalmente bajo tierra. Al final del quinto año aparece y crece hasta la altura de veinticinco metros.
En la pastoral vocacional puede ocurrir algo parecido. No hay que dejar el trabajo; hay que cultivar y nutrir la tierra. Sobre todo hay que cultivar la resistencia y la fe del sembrador, con la seguridad de que el Señor cuida de los que confían.
Los asirios y los moabitas del siglo XXI
No se pueden ocultar, ni se deben, los “asedios” que sufren hoy las congregaciones religiosas. Así lo reconoce Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica: “En estos años de renovación, la vida consagrada ha atravesado, como también otras formas de vida en la Iglesia, un periodo delicado y duro... no exento de tensiones y pruebas, en el que experiencias, incluso siendo generosas, no siempre se han visto coronadas por resultados positivos. Las dificultades no deben, sin embargo, inducir al desánimo. Es preciso más bien comprometerse con nuevo ímpetu, porque la Iglesia necesita la aportación espiritual y apostólica de una vida renovada y fortalecida” (VC 13).
Son varios los asedios que, aunque vencidos una y otra vez, vuelven a atacar a Betulia, porque no fácilmente aparece una Judit que corte la cabeza de Holofernes. Centraré la atención solamente en dos que me parecen de los más peligrosos.
La secularización
Sin entrar en profundizaciones teológicas, creo que se puede afirmar que el mundo secularizado se basta a sí mismo, se aleja de Dios y seca el alma porque impide que llegue “el agua viva” a refrescarla.
Esta situación ambiental es un desafío a la vida religiosa, que debe crear oasis exuberantes donde puedan saciarse los sedientos de Dios. Este oasis ha sido llamado por los teólogos “significatividad”. Urge que la vida religiosa presente signos, que deben ser exagerados para que los capten los seducidos por la triple concupiscencia ansiosa de dominio, de dinero y de placer.
El signo que tiene que ser contrapunto para esta borrachera de sí mismo es la espiritualidad. Es decir, la vida en el Espíritu. El tema no es nuevo, porque ya San Pablo anima a los Efesios: “ No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje, sino llenaos más bien del Espíritu” (5, 18). Quien se embriaga con vino vacila y no se tiene en pie; pero el que se embriaga del Espíritu, se enraíza en Cristo. “Es una santa embriaguez que obra la sobriedad del corazón”, dice San Ambrosio. De ahí su célebre exclamación: “Bebamos con gozo la abundancia sobria del Espíritu”. Esta sobria embriaguez es paradoja y tema poético, pero sobre todo está llena de significado y de verdad.
Hoy la vida religiosa tiene que ofrecer al mundo una borrachera de espiritualidad, Así lo entendió la Unión de Superiores Generales, que afrontó el tema en una de sus últimas asambleas. Entre pasillos, un periodista preguntó al superior general de la Compañía de Jesús cuál es hoy el mayor problema de los jesuitas. Recibió una contestación lacónica: la espiritualidad.
El gobierno general de los Misioneros Claretianos promovió en todas las comunidades una intensa reflexión sobre la espiritualidad claretiana que culminó en un congreso internacional. La preocupación por impulsar la vida en el Espíritu ha llevado al capítulo general, celebrado el verano del año 2003, a crear una prefectura general de espiritualidad.
Se puede afirmar que, tanto la vida religiosa femenina como la masculina, han aceptado la responsabilidad, propuesta por Juan Pablo II, de ser “interlocutores privilegiados de aquella búsqueda de Dios, cuya presencia aletea siempre en el corazón humano, llevándolo a múltiples formas de ascesis y espiritualidad” (VC103).
La vida religiosa, por pertenecer a la vida y la santidad de la Iglesia, es esencialmente carismática, es decir, vida en el Espíritu. Y ante la nostalgia de Dios la experiencia mística es el aporte más específico que los consagrados deben a la humanidad.
La escasez de vocaciones
De auténtico desafío es señalado este problema por Vita Consecrata. Interpela directamente a los Institutos, pero concierne a toda la Iglesia. La exhortación comprueba que los resultados no siempre corresponden a los esfuerzos y las energías que se emplean para solucionarlo. Constata además un hecho: las vocaciones florecen en las Iglesias jóvenes y escasean en países tradicionalmente ricos en vocaciones (Cf. VC 64).
Analizar las causas es prolijo, y lo han hecho innumerables capítulos generales y provinciales. El P. Peter Hans Kolvenbach, preguntado en una reciente entrevista por el remedio para paliar la crisis de vocaciones, contesta: “¿Una fórmula mágica? No creo que haya un único modo de enfrentarse a esta situación. Más que nunca, es indispensable un testimonio claro de cristianos que proclamen la riqueza de la vida humana cuando Dios entra en ella. Además, no hay que olvidar que las vocaciones son una gracia de Dios, tanto para el que es llamado como para la Iglesia a la que tiene que servir. Es muy posible que detrás de esa escasez de vocaciones se esconda un plan providencial que nosotros no percibimos. Si faltan sacerdotes, otros miembros de la Iglesia pueden apostar por una vocación misionera y asumir su responsabilidad”.
En el fondo el P. Kolvenbach dice lo que Judit a los ancianos: “Os habéis atrevido a poner a prueba al Dios todopoderoso, vosotros que no sabéis nada de nada. Si no sois capaces de descubrir el fondo del corazón del hombre ni de captar sus pensamientos, ¿cómo queréis comprender a Dios, creador de todas las cosas?, ¿cómo vais a penetrar su pensamiento y conocer su designio?”
Podemos no obstante señalar algunas causas:
- El descenso de la natalidad. A veces una anécdota ilustra más de diez reflexiones. Una monja keniata, con ya cinco años de vida en España, comentaba: “Padre, yo le insisto a nuestra Madre Priora que cuanto antes debemos ir a fundar a nuestro país, porque allí también llegará pronto el control de la natalidad y se presentarán las mismas dificultades que en Europa”.
-La pérdida de valores. Y también la dificultad en transmitirlos, porque los mayores han perdido su seguridad y certeza para comunicarlos. Y el miedo a ser considerados “carcas” por no comulgar con los talantes de los personajes de la televisión o del cine, que les seducen. Con pena se ve desfilar a la juventud al ritmo de sus tambores. “Por eso -afirma Kolvenbach- es más urgente que nunca que los padres y educadores contribuyamos al relevo de las generaciones mostrando con la palabra y el ejemplo, por amor a esos jóvenes, la imperiosa necesidad de vivir y morir de cara a valores personalmente adoptados. Los jóvenes de hoy no podrán ser centinelas del mañana si no tienen los pies en el hoy; si no viven con ansia de plenitud humana, y si no están dispuestos a comprometer su vida por encima de atracciones fáciles”.
-Del centrismo al pluricentrismo. Muchas congregaciones han visto -como la Iglesia- un desplazamiento que afecta a culturas, legislación y conductas nacidas con mentalidad europea. El Sínodo Universal sobre la Evangelización fue un momento fuerte de la irrupción de las Iglesias jóvenes. Es prioritaria la vida del diálogo intercultural para acertar en estructuras, instituciones y estilos de vida. Hay que aceptar con gozo que las carabelas están de vuelta. Si no se hace así se producirán sufrimientos inútiles y se dificultará la transfusión de sangre joven a la anemia europea.
Mirando el futuro
Como nos exhorta el Papa, pongamos los ojos en el futuro hacia el que el Espíritu nos impulsa. Con la disponibilidad del Corazón de María y de su mano, firmes en el camino.
COMUNICACIÓN
La solidaridad se educa
con los «Medios»20
«El individuo que no se interesa por sus semejantes es quien tiene las mayores dificultades en la vida y causa las mayores heridas en los demás. De esos individuos surgen los fracasos humanos».
En lugar de una reflexión teórica, en abstracto, quiero partir de la realidad cotidiana, en los Medios de hoy. Al escribir estas notas no pienso en los profesionales de los medios; estoy reflexionando al lado de los educadores, animadores/as de grupo, pastores, catequistas...
Elijo como camino y cauce de mi reflexión los días de la semana.
Al plantear un comportamiento ético, me gustaría que no olvidásemos los valores estéticos, lo bien hecho, la belleza, el arte. La estética no es camuflar o falsear la realidad.
La belleza habla, potencia la verdad. Tiene más carga de llamada e invitación. La belleza no se confunde con lo light, puede ser fuerte, dura, dolorosa. «Lo cutre» o «la cutrez» es otra cosa.
Lunes al sol
Empiezo por el lunes y por el cine. Fernando León acaba de ganar la Concha de oro en San Sebastián con este film: «Los lunes al sol». Sobre el drama del paro. Los parados son tratados no sólo con respeto; también con solidaridad. No falta humor en el drama. El resultado es una cinta rebosante de gracia y de verdad. «La película pretende arrojar luz sobre la vida de las personas que están en paro. Es una manera de entrar en el dormitorio y en la casa de las personas que viven esta situación».
Dos slogans de promoción: «Divierte, emociona, libera, embauca, alcanza la genialidad» (El País).
El otro: «Se puede hablar interminablemente de ella con los amigos» (El Mundo). La película presenta a un grupo de hombres sin trabajo, «daños colaterales de una economía globalizada, que caminan por los callejones del sistema buscándole a la vida las salidas de emergencia». Es una rebelión, un desafío fílmico y moral frente a la situación. También «un espejo para dar cuenta de los refugios en los que se recluyen los parados de la historia». (Carlos F. Heredero, El Cultural).
El cine, además de ventana sobre una situación iluminada por la cámara, aporta arrastre emocional.
Soy solidario/a, voy a ser hermano/a, porque les he visto, he sentido con ellos, he vivido con ellos.
Quien pasa 120 minutos, intensos, utópicos, divertidos con Amelie (Director, Jean-Pierre Jeunet), saborea lo que es «la solidaridad»: La muchacha dispuesta a alegrar la vida de los demás. La risueña camarera de Montmartre que se convierte en samaritana de todos los que andan por ahí solos, abandonados, con problemas.
Los valores no se aprenden teóricamente, se viven, se sienten, se experimentan... Los Medios tienen la ventaja de brindarnos «los valores encarnados» en las personas. Si vivo las andanzas de Erin Brokovich, sé lo que es la defensa de los explotados o expoliados... Julia Roberts, durante un par de horas, nos permite experimentarlo con Erin Brockovich (Película de Steven Soderbergh). Un merecido Oscar por la tenacidad y coraje en la solidaridad y defensa de las víctimas.
Podemos montar en la segadora con remolque de Alvin Strigh, un viejo granjero, y recorrer con él un largo viaje de 500 kilómetros para abrazar al hermano moribundo, pedirle perdón y mirar con él las estrellas (Una historia verdadera, de David Lynch). O podemos viajar con Javier Corcuera a La espalda del mundo. Con tres protagonistas que viven donde indica el título: Guinder, el niño peruano; el exiliado kurdo que espera la liberación de su mujer parlamentaria, perseguida y encarcelada; Thomas Miller, en el corredor de la muerte. Testimonio vivo de los olvidados, de los desheredados de la tierra. Otra película reciente: Cadena de favores de Mimi Leder, un buen reflejo de fraternidad y solidaridad.
En martes ni te cases ni te embarques
Día aciago: «martes y trece». Nada de eso, fuera la superstición. Un día más, para ver diarios, prensa.
La primera página de los periódicos es cada día llamada a la solidaridad porque señala problemas diariamente, porque nos dice dónde sangra nuestra tierra, porque nos muestra las heridas del mundo.
La prensa y otros Medios revitalizan Campañas solidarias: catástrofes, terremotos, inundaciones, guerras, etc. ¿Por qué respondemos? Porque hemos percibido un estímulo. Hemos escuchado una llamada de emergencia. Posiblemente en un primer momento no analizamos la situación, viendo causas e implicaciones... Eso debe llegar posteriormente, en un proceso educativo. Análisis estructural, que no niega el arrastre de lo emotivo. Nos hace solidarios la emoción y el análisis.
Es hoy noticia: Arcadi Espada gana el Premio Espasa de Ensayo con Diarios, una reflexión sobre el periodismo. Es periodista de El País y profesor de periodismo en la Universidad Pompeu Fabra. Su ensayo adquiere la forma de diario personal. Lo que él hace deberíamos hacerlo los educadores: reflexionar en grupo sobre las noticias que diariamente nos brindan los periódicos. Arcadi Espada reflexiona sobre cómo reflejan los periódicos el tema del terrorismo y concretamente el de ETA. El autor realiza una «crítica radical a los intentos de mezclar realidad y ficción, algo que me parece el cáncer del periodismo». Invitación y reto a los educadores que pretendemos educar, utilizando los Medios, concretamente la prensa, en vistas a promover la solidaridad y la fraternidad.
Otro ejemplo: Se ha celebrado en Johannesburgo la Segunda Cumbre de la Tierra para tratar los modelos de desarrollo humano, equilibrado y sostenido a favor de todas las personas y de todos los países de la tierra. ¿Qué sería de nuestra solidaridad y fraternidad si no viésemos a tantas personas que sufren la pobreza y el hambre, si no nos entrase por los ojos el deterioro del medio ambiente, el horror de la represión y de la guerra? ¡Qué lejanas y desvaídas quedarían las palabras del correspondiente Informe de la ONU, sin las imágenes que nos muestra la tele! Muchos, si no saliese en la tele, creerían que la pobreza no existe ya.
Los Medios despiertan y avivan la conciencia de que existen los otros. Diariamente nos llaman a comprometernos y embarcarnos. Martes...
Miércoles, día del espectador
O del radioyente, o televidente. Todos los días somos radio-escuchas y televidentes; todos los días respiramos el aire de los Medios.
¿Cómo voy a ser solidario con... si nunca les he mirado a la cara? ¿Cómo voy a ser hermano/a si ni siquiera he visto a mis hermanos/as?¡Ojo! No quedarnos en meros espectadores.
Canal Plus: 4 de octubre, 19.45 h. Personajes famosos hablan de inmigración. Dentro del programa, con título genérico, «Europa en construcción», nos llegan «Mensajes para la reflexión». Participan, entre otros, Imanol Uribe, Montxo Armendariz, Sergi López, Emilio Aragón y Javier Cansado, que hablan de la integración de los inmigrantes. Importa el testigo, la opinión y toma de postura de personas líderes. «La emigración no es una película, pero estamos a tiempo de escribir el guión».
El espectador se enfrenta a la otra cara, negativa, de la realidad, de la tele. ¿De quién nos propone que seamos solidarios? ¿Trata de promover la fraternidad con los pasados y futuros habitantes de la casa de Gran Hermano? ¿Nos invita a entrar en esa casa, para vivir allí la fraternidad? Con el efecto multiplicador de otros programas y de otras revistas. No es eso, no, por favor. No hablamos de «los 12 hermanos» de Gran Hermano, en «una casa» con 46 cámaras y 60 micrófonos. Nos interesa la aventura de otros hermanos, de los hombres y mujeres del mundo.
Reflexionemos: El espectador se puede encontrar ante un mensaje impactante, sensacionalista. No tiene por qué ser agresivo, aunque llame a las puertas de la sensibilidad. El espectador expectante percibe una llamada. El mensaje no es indescifrable. Son códigos conocidos, que todos aprendemos al abrir los ojos. Percibimos el mensaje. Es más, algunos, desde su fe, saben quién llama. Es Él quien llama al radioyente, al televidente, al espectador. El que tenga oídos… ¡Ojalá oigáis hoy su voz!
«Los Medios» son ventanas para ver la realidad... y no mirar para otro lado. Abre tu ventana, abre tu balcón. Porque ojos que no ven, corazón que no siente.
No es cosa del otro jueves
No es nada extraordinario. No son cosas del otro mundo. Me gustaría llevar la reflexión al terreno de los «medios grupales», los pequeños medios cercanos, los Mini-media o Group-media: Pósters, vídeos, montajes, carteles, etc. Los audiovisuales, por lenguaje, por concepción como «medios de comunicación», son muy aptos para llevarnos al terreno de la solidaridad y la fraternidad. Y, junto a ellos, esas pequeñas ventanas en los Grandes Medios, la viñeta, la tira cómica, el chiste de cada día, Máximo, Forges, el Roto, Gallego y Rey, Mingote...
¡Bien venidos todos los medios de comunicación que nos llevan de la mano al bien común, al bien de la comunidad! Hacen realidad la aldea global. ¿Quién, en «la aldea», es ajeno a lo que le pasa al vecino? ¿Quién, en la aldea, no echa una mano al anciano inválido? ¿Quién, en la aldea, no visita alguna vez al que está solo? ¡Cómo voy a dejar desangrarse a quien vive al otro lado de la calle, cómo voy a quedarme sentado, tranquilo, impasible si un vecino se muere de hambre!
En este jueves –«no es cosa del otro jueves»– me permito situar en nuestro contexto, un detalle, el móvil e Internet. Mensajes en el móvil... a mi hermano que está lejos. No resulta «caro» –y es solidaridad y fraternidad– chatear un rato alguna noche con la hermana Asunción que está perdida en el centro de África. No concebimos «hermanos» que no se hablan; los medios nos permiten «hablar con los hermanos», verlos, escucharlos, oír sus risas o su llanto. Así nos hacemos «más hermanos».
El mensajero en la Edad Media tardaba meses en llegar, con su mensaje, al destinatario. En el siglo pasado tardaba días. Hoy no tarda nada. El mensaje llega al instante. La llamada se hace urgente. La respuesta y solidaridad puede ser inmediata. Leo: «Velocidad récord en una transmisión de datos entre Eslovenia y Madrid». El 27 de septiembre 675 megabytes de información salieron de Lubliana con destino a Madrid, pasando por Viena, Ginebra y Milán. Se quería batir el récord de velocidad en la transmisión de datos. Lo lograron: en menos de 12 segundos la información estaba en Madrid. Con la mejor conexión ADSL, para trasladar esa información de 675 megabytes se necesitaban, como mínimo 2.700 segundos; es decir, 230 veces más de lo que se tardó. La experiencia se llevó a cabo en el contexto de una red de conexión de datos que une las universidades europeas.
Viernes de dolores
De los Éxodos y otras historias. Para «dolerse con», para com-padecer. Para vivir con la humanidad el camino doloroso, el éxodo permanente, el via-crucis de todos los días. Las estaciones nos las brinda la prensa, los telediarios, los informativos, cada hora. Imágenes que nos brindan los medios. Fotos que nos revelan la siempre cercana realidad. Pateras, en la oscuridad de la noche, cuando cruzan el Estrecho, cadáveres a la luz del día en las costas españolas. Sebastián Salgado lleva sus fotos de «Éxodos» a lo largo y ancho del planeta. En libros también. «Este libro cuenta la historia de la humanidad en tránsito... A lo largo de seis años y en 40 países, he trabajado con estos fugitivos, en las carreteras, en los campos de refugiados y en los barrios de chabolas que eran los lugares de destino de casi todos ellos». La gran mayoría estaban asustados, debilitados y humillados, pero Salgado dice que se dejaban fotografiar porque querían denunciar su situación. «Nosotros poseemos la llave de nuestro futuro, pero para acceder a él debemos primero comprender el presente. Estas fotografías muestran una parte de este presente. No podemos permitirnos pasar de largo». Quizás no es suficiente con estar informados. Quizás es necesario ver y sentir. Que la vida por medio de los ojos nos llegue hasta el corazón. Es en ese centro del ser humano donde nace y crece el árbol de la solidaridad y la fraternidad.
En un volumen más reducido Sebastián Salgado presenta «Retratos de los niños del Éxodo», dedicado a todos los niños que al ver estas fotografías «se paran a pensar en las vidas que hay detrás de los rostros». En la cubierta última de ambos libros figuran dos textos. Uno, de José Saramago, apunta que Dante, hoy, descendería al infierno con una cámara fotográfica... El otro, de Eduardo Galeano, dice refiriéndose a Salgado: «Él es un artista: un hombre que ve y viendo nos ayuda a ver».
En esta obra de arte nos describe la gran odisea de nuestro tiempo: «este viaje con más náufragos que navegantes».
Otra referencia: estos días hay en Madrid una Exposición de Fotografías de Fernando Moleres, con el significativo título Esclavos del siglo XX. (Sala Municipal de Exposiciones).
Fotografías: Huellas de lo real. Memoria viva. Guardar en la memoria. Archivo en la conciencia, soporte de fraternidad y solidaridad.
Sábado de gloria, Domingo fiesta
Hay también un lado festivo, la cara buena que nos brindan los Medios, para vivir la solidaridad y la fraternidad. El entretenimiento, la diversión, las imágenes alegres, las noticias esperanzadas, los testimonios interpelantes y «esperanzadores». La música del mundo, las canciones pequeñas, los video-clips que invitan a la danza…
De pronto un sábado de gloria, un domingo de fiesta, te descubres solidario y hermano. Y sabes, lo sientes, lo crees, que los gozos y las alegrías, las tristezas y esperanzas de los hombres y mujeres de la tierra, son tus gozos y esperanzas, tus tristezas y alegrías. Gracias a los Medios. Es la música del mundo.
La FNAC, con su cadena de tiendas de ocio, lanza una serie de discos de iniciación a las músicas del mundo. Son productos con precio reducido, que se venden sólo en esas tiendas; junto a cada disco se brindan textos complementarios a quienes buscan documentarse sobre esas expresiones culturales del mundo. Cito dos últimas aportaciones, porque sólo con los títulos se percibe la relación con el tema que tratamos: La música de los gitanos de Europa, Las músicas del Japón. Mundos distintos y distantes. En el primero Macedonia, Grecia, Francia, Turquía; en el segundo, desconocidos y exóticos sonidos nipones tradicionales y modernos. Esta iniciación a las distintas músicas es ya, felizmente a nuestro alcance, una experiencia multicultural y solidaria. La música nos hermana.
Entretenimiento, diversión, descanso... Que no se identifica con evasión. ¡No vayamos a buscar en los Medios vacunas, ni anestesias! Por ejemplo, son divertidas, sin nada de escapismo, Las noticias del guiñol: los muñecos que analizan los acontecimientos más importantes de la actualidad y unen a la mirada ácida y crítica sus gotas de humor. No falsifican la realidad, aunque nos hagan reír. Humor y fiesta, canción y música, no están reñidos con la solidaridad.
El que acude al médico es en este caso un comentarista, con columna diaria sobre los Medios, en un diario importante. Acude enfermo de tanta exposición al medio. El médico le invita a mirar el lado bueno de la vida: «yo no leo los periódicos ni escucho la radio». ¡Estamos listos! «La forma de ver sólo el lado bueno de la vida es no ver la vida», concluirá Eduardo Haro Tecglen.
«La bondad y la maldad están diseminadas equitativamente por todo el mundo» (Ian Mc Ewan). También por los Medios.
El
ANAQUEL
La religiosidad de los jóvenes21
"La reciente publicación del informe Jóvenes 2000 y Religión ha despertado un interés inusual en este tipo de estudios y ha animado un debate que deja abiertos varios interrogantes. Conviene recuperar el hilo de la discusión para intentar comprender cuál es el problema de fondo, especialmente por parte de quienes han reaccionado negativamente ante el mismo. Parece que está en juego el acceso mejor a la realidad social la posible lectura teológica de los «signos de los tiempos», y con ello, se plantea el modelo de Iglesia más apropiado en un ambiente secularizado y las estrategias pastorales más convenientes.
La religiosidad de los jóvenes ha sido a menudo una cuestión para toda teoría que ha tratado de tematizarla. Por un lado los jóvenes desconciertan por su inestabilidad e incoherencia; sus sistemas de valores son demasiado volubles; ante ellos se respira un aire de desconfianza y sospecha, que ya se hizo patente en tiempos de Platón. Sus expresiones religiosas adolecen de los límites normales debidos a su inmadurez y a su situación vital, todavía indefinida, abierta a múltiples posibilidades. Por otro lado, la juventud ha sido exaltada muchas veces como una «edad dorada», llena de creatividad, fuerza y entusiasmo; el ambiente juvenil ha seducido por muchos motivos y sigue haciéndolo hoy, en particular a una cultura de la imagen, de la apariencia y del consumo. Puede decirse que la cultura contemporánea en las sociedades avanzadas sigue fascinada ante la juventud, que es particularmente mimada, aunque al mismo tiempo crece la preocupación ante los signos evidentes de su deterioro.
Desde el punto de vista eclesial el tema de la juventud es más problemático si cabe. Se trata del estrato de población más sensible a las modas culturales, y seguramente el más afectado por la secularización ambiental. El trato con los jóvenes ha sido siempre complejo desde el punto de vista cristiano, su condición antropológica les ha hecho siempre desconfiados respecto de toda autoridad y tradición, remisos ante las imposiciones morales. Es cierto que durante siglos se han conocido muchos casos de entusiasmo religioso juvenil, de verdadera pasión en el seguimiento de Cristo. Tantas historias de santidad iniciaron en medio de la efervescencia y de las crisis juveniles; basta citar los ejemplos de S. Francisco de Asís y de S. Ignacio de Loyola. Las llamadas vocacionales han aprovechado siempre el arrojo y la generosidad de las edades jóvenes de su afán de aventura y entrega; y todavía hoy la juventud sorprende por su capacidad de movilización y de admiración ante ciertas figuras eclesiales, como el Papa. Sin embargo, tenemos la impresión de que los jóvenes de hoy, en buena parte del mundo occidental, son aún menos religiosos de lo que fueron los jóvenes de décadas pasadas, lo que plantea un serio problema de fondo, sobre la capacidad de evangelizarlos, sobre el escenario socio-religioso al que apunta la situación actual, y sobre la idea de una «Iglesia de los jóvenes».
La situación invita a la reflexión, por lo que me he decidido a estudiar detenidamente el informe citado, para revisar su metodología y resultados a la luz de las críticas que ha recibido. También quiero ofrecer mi propia lectura sociológica y teológica de esos datos, aunque creo que el problema principal es otro, y no quisiera desaprovechar la ocasión para plantearlo: en qué modo debe la Iglesia leer los signos de los tiempos, y cómo debe reaccionar ante un panorama que parece indicar un cambio profundo en su contexto demográfico y cultural, que quizás la obligue a replantear el fondo y la forma de sus relaciones con la sociedad, así como su modelo de eclesialización.
El panorama religioso de los jóvenes españoles al inicio del siglo XXI
A grandes rasgos, el estudio Jóvenes 2000 y religión22 presenta un cuadro descriptivo de las dimensiones que definen el comportamiento religioso en esa edad: creencias, participación, valores, socialización religiosa, pertenencia y expresión religiosa. Se ha realizado sobre la base de una encuesta a 1.075 jóvenes de edades comprendidas entre los 13 y los 24 años. A todos ellos se les ha pasado un cuestionario de 64 preguntas, la mayor parte de ellas cerradas, por medio de un entrevistados La encuesta se efectuó en los meses de Abril y Mayo de 2002.
La obra contiene varios estudios de interés. Juan González-Anleo propone la primera parte, también la más abundante (pp. 9-117), en la que se analizan y comentan en profundidad los datos obtenidos en la encuesta, cotejándolos a menudo con otras fuentes y estudios del mismo tipo en España y en otros países. Las referencias evidencian el dominio de la bibliografía sociológica internacional más relevante en este campo.
Los resultados no deberían sorprender a quien esté familiarizado con el ambiente juvenil, lo que incluye también a quienes trabajan en los colegios católicos. Quizás sean más sorprendentes para quien contacta sólo a jóvenes que asisten a las parroquias, a la catcquesis de confirmación o a los grupos y movimientos eclesiales. En general se comprueba el incremento de los indicadores de secularización en ese segmento de la población, y sobre todo, el alejamiento de la Iglesia como institución, que pierde prestigio y valor a los ojos de los jóvenes. En la misma línea, las creencias religiosas se pluralizan y siguen cada vez menos el canon eclesial; además, caen paulatinamente los niveles de práctica religiosa: sacramentos y oración.
El análisis de los datos recogidos indica algunas pautas de interés. En primer lugar, se descubre la pérdida de los mecanismos tradicionales de socialización religiosa, a excepción de la familia, que aún sigue siendo la «agencia» fundamental de transmisión de creencias y valores religiosos; se observa sin embargo el retroceso en el protagonismo de los actores eclesiales y del sistema de enseñanza en el proceso de acompañamiento religioso, a no ser que su influencia se detecte de forma indirecta.
Algunos factores demográficos entran también en lo previsible: son en general más religiosas las chicas que los chicos, los adolescentes de 13-14 años que sus compañeros mayores; algunas regiones, como Castilla-León y Andalucía, son más religiosas que Cataluña, País Vasco y Madrid. No se observan diferencias significativas en cuanto a clase social, aunque parece que las clases más bajas sufren más desatención religiosa. Otro dato de interés es que las diferencias de religiosidad entre los jóvenes formados en la escuela pública y la privada católica no son -desde un punto de vista estadístico- demasiado relevantes: se trata en general de pocos puntos de diferencia, a favor los centros católicos, claro.
Resulta un panorama de la juventud que puede organizarse en tres grupos de parecidas proporciones: los católicos practicantes (38%), los no practicantes (28%) y los no religiosos (32%). El problema es que en el curso de los años se registra una disminución de los religiosos, aunque quizás en la recta final se aprecie una posible estabilización.
Un dato positivo a señalar -desde el punto de vista creyente- es que los niveles de satisfacción de los jóvenes guardan una elevada correlación con su religiosidad, y así resultan más satisfechos, por ejemplo con sus estudios, los más religiosos.
La presentación de González-Anleo aporta también algunas comparaciones con otros estudios del mismo tipo en otros países europeos y con los Estados Unidos, lo que ayuda a situar mejor el «caso español»; por ejemplo arrojan mejores resultados los jóvenes norteamericanos y peores sus coetáneos franceses.
El segundo ensayo del libro lo firma Pedro González Blasco, y se dedica a la socialización religiosa de los jóvenes. Tras hacer un repaso de «las experiencias que más ayudan a vivir y sentirse plenos» -sobre todo relaciónales y materialistas- se profundiza en las agencias de socialización religiosa, que se reducen fundamentalmente a la familia, aunque también los sacerdotes tienen un cierto papel, sobre todo entre los practicantes, y los colegios. El nivel de asociacionismo registrado es más bien bajo. El autor se cuestiona la «calidad de la educación católica» y ofrece su impresión de que «la socialización religiosa, católica, ha sido muy insuficiente en esta sociedad» (p.140).
El tercer estudio, de Javier Elzo, expone una tipología sociorreligiosa de los jóvenes españoles, divididos en cinco tipos: católico eclesial, católico terrenal, católico no eclesial, incrédulos hedonistas, y no creyentes.
El mismo Elzo ofrece un estudio de gran interés sobre «Los jóvenes españoles y la vocación a la vida consagrada», un aspecto al que la presente encuesta dedicó cierta atención. Repasa la situación actual y las claves de la crisis, con cifras que evidencian la evolución negativa en buena parte de los institutos de consagrados y en las diócesis. También la imagen social del sacerdote es objeto de análisis, que parece ser bastante positiva a pesar de todo, aunque sin embargo se aprecia poco su «utilidad social». Los datos muestran que los jóvenes españoles se plantean escasamente la posible vocación religiosa o sacerdotal, aunque los pocos datos disponibles ofrecen la ocasión de un análisis exhaustivo, útil para todos los implicados en el tema. Son interesantes también las propuestas para «fomentar las vocaciones»: destaca el problema que supone para los encuestados el celibato obligatorio, aunque el mismo autor es consciente de lo limitado de las respuestas y de la población a la hora de sacar conclusiones prácticas.
El último estudio, de Francisco José Carmona Fernández, presenta un repaso de la religiosidad de los jóvenes españoles a luz de los datos empíricos disponibles, desde 1935 a 2000, agrupados en tres fases: el franquismo, los años del cambio (1961-1982) y la plena democracia. El diagnóstico final del autor es un tanto crudo y pesimista: «En resumen, la religiosidad de los jóvenes españoles refleja la posición marginal de la Iglesia en España, la pobreza de medios humanos de la estructura eclesiástica y la situación de conflicto que vive la Iglesia» (331). Sus opiniones conclusivas, recogidas en las últimas páginas del libro, no ahorran el tono polémico en torno a la posible responsabilidad de la Iglesia en la deriva que sufre el cristianismo en nuestro ambiente, señalando un virtual «fracaso de un modelo concreto de Iglesia» (332), aparte del peso negativo que puedan haber tenido las culturas moderna y postmoderna. Lo que está en tela de juicio, en definitiva, es el «proyecto concreto de Iglesia» que se ha materializado en nuestro país, y que, a la luz de los resultados, reclama urgente revisión, aunque la dirección o estrategias de ese cambio son apenas sugeridas por Carmona, y la impresión es que apunta más bien a completar procesos de modernización pendientes.
Cierra el libro un apéndice informativo sobre las características técnicas del sondeo, la muestra y el cuestionario.
La mayor parte de los resultados expuestos son conocidos desde hace algunos años. Informes anteriores patrocinados por la Fundación Santa María y datos de otras encuestas, como el Estudio Europeo de los Valores, ponían de manifiesto la dinámica secularizante que afecta a la población española desde hace tres décadas, y que parece repercutir más en buena parte de la juventud. Las reacciones de desconcierto y las abiertas críticas que se han formulado ante el informe invitan a profundizar en el mismo y a proseguir el debate que motivan algunos de sus autores.
Cuestiones de método y de contenido
Una de las críticas que más se han vertido en contra del Informe se refiere al método utilizado para su realización. Ante todo una consideración previa: un estudio empírico en ciencias sociales no es una hipótesis ni una teoría, que pueden ser discutidas dentro de un marco especulativo y a partir de argumentos, sino una descripción de datos recogidos con cierto método de observación. Se suele decir que la mejor forma de contrastar un estudio empírico es otro estudio empírico sobre la misma población y aplicando métodos similares; es lo que suele llamarse «replicar un experimento», sea para verificar los resultados, o bien para rebatirlos, o como dicen otros, usando un término de Karl Popper, para «falsificarlos».
De todos modos, no es necesario replicar una investigación para darse cuenta de sus errores y límites. En nuestro caso éstos pueden referirse fundamentalmente a dos cuestiones: defectos en la elección y aplicación del método; y problemas en torno a la interpretación de los datos obtenidos. En cuanto al primer factor pueden relevarse defectos en la selección de la muestra y en su tamaño, errores de tabulación y de proyección. Se ha apuntado sobre todo al carácter poco representativo de la muestra sobre la que se confecciona la encuesta. A la crítica cabe responder de dos modos: uno teórico, recurriendo a las indicaciones sobre la elaboración de muestras estadísticas, y otro práctico, simplemente comparando este sondeo con otros de características similares y de reconocido prestigio en la comunidad sociológica internacional.
La primera pista me ha llevado a repasar los manuales de investigación sociológica y a comparar sus indicaciones con la descripción que reporta el apéndice de nuestro libro. Deseo ahorrar al lector complicaciones técnicas. En general, cuando una población o universo son muy amplios (varios millones de personas), se recurre a una muestra reducida que pueda reflejar en sus opiniones, de forma bastante fiel, al conjunto de la población. El secreto está, en primer lugar, en el balance entre medios disponibles y objetivos: lo ideal sería que la muestra fuera lo más amplia posible, cuantos más mejor; pero no siempre se dispone de medios suficientes para financiar tantas encuestas, lo que obliga a «ajustarse al presupuesto» y a buscar una vía media entre conveniencia y disponibilidad real; además, cuando se sobrepasa cierto umbral de error, muchos más casos añaden pocas variaciones a la pauta de los resultados. La segunda condición es lo que se llama «representatividad»: no por más número de cuestionarios compilados se asegura una mayor fidelidad de la muestra; ésta, por el contrario, aunque no sea muy amplia, debe representar proporcionalmente los distintos factores demográficos que entran en juego en la muestra: hombres y mujeres, de las distintas zonas geográficas, de los distintos niveles sociales y de estudios, de las diferentes edades... Sólo en esa medida se garantiza que las respuestas recogidas reflejen fielmente al conjunto de la población23.
La lectura del apéndice nos asegura que se han observado de forma escrupulosa las normas estandarizadas de confección de la muestra para que ésta sea lo más representativa posible. Los niveles de error son tenidos en cuenta y reseñados según los protocolos del método científico.
Por otro lado, podernos recurrir a la comparación con otros estudios de esta índole, sobre todo en el campo de la sociología de la religión. La encuesta actual se ha realizado con una muestra de 1.075 casos sobre una población total de 6.171.649 jóvenes españoles de edades comprendidas entre 13 y 24 años. La proporción es de 1 por cada 5.741. Ciertamente este resultado está algo lejos del anterior estudio sobre la juventud española, Jóvenes españoles 99, que dirigieron los mismos autores, en el que se realizaron 3.853 entrevistas para un total de 6.352.500 jóvenes de 15 a 24 años, con una proporción de 1 por 1648. No obstante conviene comparar con otras encuestas similares. El sondeo que realizó un grupo de sociólogos italianos, por encargo de la Universidad Católica de Milán, sobre la religiosidad en Italia en 199524, utilizó una muestra de 5.000 casos sobre una población total de 57.500.000 personas, es decir, 1 de cada 11.500. El «National Study of Youth and Religión», promovido por Christian Smith, componía su muestra con 3.200 casos de jóvenes entre 13 y 17 años y padres, entrevistados por teléfono, y 250 entrevistas abiertas25; sólo he encontrado datos del censo USA de 2000 de la franja de 15-19 años, que asumo muy similar a la del estudio; son un total de 20.220.000 jóvenes, lo que arroja una proporción de 1 por cada 6.318. Otro estudio de fama internacional es el European Valúes Study, dirigido por Loek Halman26. En este caso las proporciones de las muestras oscilan de país en país, de los 32 que comprende la encuesta. Entre los que arrojan ratios más elevadas -o menos proporcionales- están: Alemania, 1 por cada 40.275; Francia: 1 por cada 36.656; Italia, 1 por cada 28.750; España, 1 por cada 33.250. Ciertamente, también hay casos de pequeños países con coeficientes menores en la ratio entre muestra y población: Luxemburgo, 1 por cada 393; Malta, 1 por cada 399; Lituania 1 por cada 3.634. Pero de todos modos llama la atención que para los grandes países la ratio sea varias veces más elevada y no se cuestione la cientificidad de los resultados. En conclusión, el sondeo que nos ocupa no presenta diferencias significativas de representatividad en relación con otros sondeos considerados normativos en el ambiente sociológico internacional. Por otro lado, los resultados no se desvían excesivamente de los disponibles en la encuesta anterior Jóvenes españoles 99, y si lo hacen es en sentido algo positivo para los indicadores religiosos. Por tanto, considero que los resultados son ampliamente fidedignos dentro del margen de error que sus mismos autores admiten.
También se ha hablado de la confección del cuestionario y de su posible tendenciosidad. Los sociólogos que lo han elaborado son profesionales con mucha experiencia acumulada en ese campo, a quienes se recurre a la hora de plantear instrumentos similares. Es cierto que el cuestionario cerrado plantea siempre limitaciones. Es vieja la discusión entre las técnicas cuantitativas, más precisas, pero que simplifican demasiado y fuerzan la experiencia de los entrevistados; y los métodos cualitativos, más abiertos y flexibles, pero que pierden en precisión27. La cantidad de preguntas -un total de 64- y la amplitud de las dimensiones tratadas pueden obviar un tanto el problema del método cuantitativo. El «sesgo» que se atribuye a algunas de las preguntas sólo puede ser confutado a partir de otro cuestionario con preguntas diferentes; personalmente no identifico un tono parcial o un sesgo que pueda confundir u orientar las respuestas en un sentido o en otro.
Otras limitaciones del estudio pueden asociarse con la interpretación de los datos obtenidos en la encuesta. Toda interpretación asume un componente subjetivo que no puede ser descartado completamente. Se trata de verificar hasta qué punto las interpretaciones ofrecidas no violentan los datos, responden a las expectativas normales y presentan una razonable capacidad explicativa de lo que ocurre y predictiva en cuanto a las tendencias. Además hay que tener en cuenta que las interpretaciones se dan a varios niveles: desde el más inmediato y sencillo, que se limita a poco más que la lectura y traducción explicativa de los datos estadísticos; e interpretaciones más a fondo, y que señalan grandes líneas de tendencia o la implicación de distintos factores. Respecto de las primeras, la obra expone de forma muy didáctica y asequible los resultados, sin for zarlos en absoluto, y reflejando para cada caso las variables que pueden resultar más significativas: el sexo, la edad, la formación, la clase social y los niveles de religiosidad.
Respecto de las interpretaciones de fondo, la cuestión es más difícil y sobre todo más sujeta a opiniones. Cuando se toca el tema de la secularización, tropezamos con la gran división que enfrenta a muchos de los especialistas. En general se registran dos grandes tendencias en la comunidad científica: la que atribuye la crisis religiosa a los procesos de modernización, que se producen en el ambiente social y cultural de las sociedades occidentales, independientemente de cómo reaccione el «sistema religioso»; y, la segunda, que asocia la crisis religiosa a una mala gestión de las instituciones que «proveen religión», que conduce a un «desajuste entre la demanda y la oferta religiosa». El debate ha madurado en los últimos años y no se puede decir que se vislumbre un vencedor; da la impresión de que ambas teorías tienen parte de razón, lo que obliga quizás a distinguir entre «secularización externa» o social, y «secularización interna» o asociada al ambiente eclesial.
El libro que presentamos recoge en su introducción las cinco hipótesis que han orientado, como en todo buen trabajo empírico, el estudio. La primera y la segunda pueden entenderse como causas externas de la crisis religiosa: quiebra de la socialización religiosa y secularización ambiental o «silencio religioso». La tercera y la cuarta van en el otro sentido y apuntan más bien a los factores eclesiales: la oferta eclesial de sentido es poco atractiva para los jóvenes; y esa oferta «carece de los medios adecuados para que su penetración [en el mundo juvenil] se traduzca en fidelidades y en proyectos cristianos y eclesiales» (13). La quinta hipótesis va más bien en el sentido de las causas culturales, y apunta a la «consagración de lo profano».
A lo largo del libro no he encontrado una verificación sistemática -o una refutación- de todas las hipótesis formuladas, pero se recogen afirmaciones que van a menudo en la línea de las mismas. Está claro en lo que respecta a la primera: se registra una «quiebra de la socialización religiosa»; es difícil probar la segundadla tercera está más que probada en las páginas que González-Anleo dedica a comentar las opiniones de los jóvenes sobre la Iglesia. La cuarta también resulta difícil de probar y sigue siendo más bien hipotética; lo mismo cabe decir de la quinta. La lectura de los distintos ensayos que componen el informe deja la impresión de cierto equilibrio, es decir, parece que la crisis religiosa actual se debe en primer lugar a factores ambientales, como los procesos de secularización social y cultural, o bien a las tendencias individualistas y narcisistas, francamente alejadas de los ideales cristianos. Pero también se debe a insuficiencias en la gestión eclesial, que a menudo aparece como responsable de la crisis. Ciertamente ambas causas no se excluyen, y más bien se complementan; aunque cabe plantear una lectura que justifique a la organización eclesial, que se siente un tanto impotente ante el avance de una sociedad cada vez más secularizada.
Es curioso que en ocasiones se señala que algunos teólogos y agentes eclesiales están implicados en las campañas de mala imagen eclesial, al haber «suministrado munición» a un resucitado anticlericalismo español, con sus críticas a la institución eclesial (106).
Lo más discutible son seguramente las opiniones de Francisco Carmona al final de su repaso a varias décadas de estudios sobre la religión de los jóvenes, pues la crítica se dirige a la evolución histórica de la Iglesia española en ese mismo periodo, a las dificultades de adaptación a los nuevos tiempos tras los esfuerzos de renovación que impulsó el concilio Vaticano II. Se insinúa la conocida tesis de la «modernización incumplida» o de las «expectativas frustradas». El autor señala como elemento de comparación otras sociedades que sí han sabido adecuarse a la modernización social y han generado un modelo distinto de eclesialización. Si se refiere al caso norteamericano, entonces la cosa está poco clara, o bien lo único claro son las diferencias que ha señalado desde hace tiempo Rodney Stark y su grupo: las Iglesias que operan en régimen de monopolio presentan peores resultados que las que lo hacen en régimen de concurrencia o de un «mercado religioso no regulado». Ahora bien, esto tiene poco que ver con las cuestiones de renovación eclesial a las que apunta Carmona; la comparación sigue siendo muy útil, pero en la medida que se toman en consideración los factores de vitalidad que señalan esos autores, y que apuntan probablemente en otra dirección.
El reto que plantea la observación de la situación religiosa a la Iglesia española
En principio considero «normal» la dificultad de ciertos sectores de la Iglesia a la hora de aceptar descripciones empíricas del panorama religioso. Para empezar, la sociología en general ha sido vista desde siempre como una teoría secularizadora, y seguramente hay motivos objetivos e históricos que justifican esta prevención eclesial. Hubo además un tiempo en el que el recurso a las ciencias sociales se identificaba con la asunción de posturas muy progresistas, con la teología política y con una agenda particular de sesgo secularizante.
La investigación empírica plantea otros problemas; se considera un abuso el intento de observar lo que por definición es inobservable: la experiencia religiosa de la persona, la acción de la gracia, el diálogo del alma con Dios. Se trataría de una empresa imposible e incluso ofensiva para la sensibilidad creyente. Todavía peor si esa ciencia transmite mensajes negativos sobre la situación religiosa y de la Iglesia; sus patrocinadores se convierten en «profetas de malos augurios» a los que es mejor no escuchar.
La obra que hemos recensionado da pie a varias cuestiones importantes. La primera concierne la utilidad de la investigación sociológica empírica; la segunda apunta a la revisión de las relaciones entre Iglesia y sociedad en España a la luz de los datos disponibles; y la tercera revisa el modelo de Iglesia actual, así como las estrategias pastorales que derivan.
En primer lugar creo que es importante desmontar el malentendido que asocia el interés sociológico con la agenda progresista y secularizadora. De hecho hay movimientos eclesiales que se han servido de una descripción de la sociedad afectada por la secularización, la pérdida de la fe cristiana y la crisis de identidad de los católicos, para replantear todo el modelo de cristianización y, sobre todo, el de Iglesia. A la luz de su particular «observación sociológica», estos movimientos conciben a la Iglesia del futuro más bien como una red de comunidades de fe más definida, nutridas por creyentes bien formados y que viven su identidad de forma claramente diferenciada respecto de un contexto cultural descristianizado. Ese diagnóstico podrá ser discutido, así como la terapia que sugiere, pero es una prueba de que los datos sociológicos pueden ser utilizados de otra forma.
La cuestión básica es si la observación sociológica empírica puede ser un instrumento apropiado de lectura de los «signos de los tiempos», una urgencia a la que nos convocaba el Concilio Vaticano II. Mi respuesta es positiva, siempre que se observen algunas cautelas. La primera es que el «uso teológico de la sociología empírica» debe seguir el modelo de las ciencias terapéuticas, es decir, debe respetar los estándares de salud, para después buscar los remedios más adecuados a las patologías observadas. No es conveniente, por ejemplo, dictaminar una orientación eclesial sólo a la luz de las apetencias de la mayoría o de las modas culturales, como no se puede cambiar el estándar del colesterol aceptable sólo porque la gente ingiere ahora más grasas. Sólo en la fidelidad a sus propios cánones puede la Iglesia encontrar la fuerza creativa para afrontar nuevos desafíos.
La segunda norma invita a seguir el método pragmático: a la luz de los resultados conviene corregir los errores y probar nuevas formas, hasta que se acierte en el modelo más justo de transmisión de la fe y de constitución de la comunidad cristiana. La observación empírica debería servir para verificar las teologías y los proyectos pastorales que utilizamos, cosa que ocurre raramente.
Desde la orientación descrita, la sociología empírica puede convertirse en una buena aliada de la teología y de la labor pastoral de la Iglesia.
Respecto de la recomposición del marco de relaciones entre Iglesia y sociedad, la cosa es más problemática. En primer lugar, la situación de las sociedades ampliamente secularizadas invita a revisar la premisa sobre la que han funcionado los esquemas eclesiales en nuestro país: la que concibe al catolicismo como la «religión de la sociedad» y a la Iglesia como «Iglesia de todos». La «opción de defecto», cuando viene alguien a casarse a la Iglesia, ha sido presuponer su condición medianamente creyente y consciente de lo que significa ese sacramento. Hoy, por el contrario, la «opción de defecto» más realista cuando alguien acude a la Iglesia para solicitar ritos de paso, es que se trata de personas alejadas de la fe y de la práctica eclesial, y que requieren una fuerte catequesis y una reintegración en el ambiente de los sacramentos. Sería hora de que se comprendiera esta consecuencia, fruto de la observación empírica más elemental.
Sin embargo, no estoy del todo de acuerdo con algunas deducciones que hace el libro que nos ocupa. En primer lugar echamos de menos un dato, que cabría llamar apologético. Ciertamente la juventud española es la que se describe en el estudio, pero hay que preguntarse por el tono general que viven esos jóvenes un tanto descreídos y alejados de la Iglesia; ¿puede decirse que, al menos, han ganado en los niveles de satisfacción, seguridad, madurez y capacidad de asumir las responsabilidades del futuro? Una respuesta la da el estudio anterior ya citado, Jóvenes españoles 99, donde se señalaba la inmadurez y la carencia de valores que afectan a buena parte de esa juventud28. Habría que analizar mejor si hay una correlación entre niveles de fe y práctica religiosa, por un lado, y sentido de la responsabilidad, expectativas de futuro, disponibilidad solidaria y coraje moral, por otro.
No está claro, ni mucho que la Iglesia pueda seguir desempeñando la función de una agencia religiosa general y que alcanza a la casi totalidad de la población. Desde mi punto de vista resulta una pretensión excesiva solicitar que la Iglesia y su mensaje salvífico lleguen a una buena parte de los jóvenes, y que sea identificada como agencia de esperanza y amor, cuando sucumbe bajo un fuerte estrés cultural adverso y el descrédito mediático. Por otro lado estoy en contra de que la Iglesia intente «satisfacer» las expectativas de los jóvenes. No es precisamente ésa la misión de la Iglesia, y sería su ruina si tratara de adaptarse a los gustos del estrato de población menos maduro. No obstante, no estaría mal que la Iglesia asumiera su lenguaje, y también el tono de radicalidad, las distinciones netas, que tanto gustan a la juventud, y que les dijera claramente dónde está la salvación y qué lleva a la perdición. Además, sería hora de que algunos sectores eclesiales se despabilaran y aceptaran el reto que les plantean sus críticos -que actúan con total impunidad- y reaccionaran de la única forma que cabe reaccionar: entrando al trapo de la «guerra cultural» que desde hace años nos han declarado; así al menos los jóvenes tendrían oportunidad de escoger de qué parte están, algo difícil en este momento, pues el «partido de la resistencia eclesial» es percibido como exiguo o inexistente, y la línea del frente no está claramente trazada.
Conectando con las últimas afirmaciones, parece que va siendo hora de repensar quiénes son los destinatarios de la oferta de salvación y de la misión, y de ajustar el modelo eclesial a las condiciones que se revelan en los estudios empíricos. Se trata de algo en lo que insisto desde hace años: la fe cristiana puede superar el actual bache y la Iglesia puede regenerarse si cambia de estrategia y se dirige cada vez más a la religiosidad de mayor intensidad, a cultivar un sentido claro y culturalmente diferenciado de la identidad cristiana. Es una ilusión pretender volver a atraer la atención de todos los jóvenes, pero todavía resta un stock bastante amplio con el que cabe emprender una tarea de definición cristiana consciente, que asuma su superioridad moral, más allá de los complejos y de la falta de autoestima con la que ha crecido toda una generación de creyentes, a los que se nos ha culpabilizado de casi todo, y se proyecte en una visión ambiciosa de la vida personal y social, capaz de competir con otras visiones más seculares.
La encuesta con su análisis da a veces la impresión de que comprende a la fe religiosa y a la Iglesia como componentes sociales, elementos de un paisaje cultural, más o menos apreciados. La Iglesia debe esforzarse en cambiar de esquema: la fe religiosa y la cultura que genera como «otra cosa», es una realidad distinta, minoritaria seguramente, pero mucho más definida y esperanzada, con la conciencia clara de que sus pocos miembros son los que impiden -contra viento y marea- que el mundo, sobre todo juvenil, se hunda.
La Iglesia se va convirtiendo en una de las pocas realidades sociales que no intenta halagar a los jóvenes. Su situación actual la debería animar a ser uno de los pocos ambientes que se dirige a ese sector con completa sinceridad, pues en definitiva, y vistas como están las cosas, ya le queda muy poco que perder. La cosa se pone más candente si se tiene en cuenta que otras muchas realidades sociales ya han cedido, incluida en muchos casos la familia. Al menos que alguien pueda decirles a los pocos jóvenes que quieran escucharlo dónde pueden encontrar esperanza y qué les llevará a la ruina, aunque el resto de voces del mundo, en su cacofonía, sigan ofreciéndoles mensajes halagadores.
1 Cf. web de Aciprensa.
2 El texto que ofrecemos es excesivo para las dimensiones de un retiro tal y como lo realizamos habitualmente. Hemos preferido mantener el texto base de la reflexión para que se pueda profundizar en momentos posteriores al retiro. Sin embargo, consideramos el retiro en un todo, al menos en los elementos que componen su índice.
3 Cfr. ZENIT, 18.09.04. El celibato sacerdotal no es una imposición, sino un don. Entrevista a Amedeo Cencini. Hemos ampliado a la vida religiosa lo que ofrece este autor sobre el celibato.
4 Cfr. Conferencia de D. Luc Van Looy “La santidad de cada día” en las 22 jornadas de espiritualidad de la familia salesiana. Roma 22-25 Enero 2004.
5 Cfr. Conferencia de D. Francesco Motto “Elementos de actualidad en el sistema preventivo de Don Bosco” en las 22 jornadas de espiritualidad de la familia salesiana. Roma 22-25 Enero 2004. Referimos los elementos que nos parecen más adaptados al tema que nos ocupa, no tanto el sistema preventivo en su globalidad cuanto la santidad salesiana vivida y ofrecida a los jóvenes.
6 Cfr. MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS JÓVENES DEL MUNDO CON OCASIÓN DE LA XX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2005, Desde Castel Gandolfo, 6 de agosto de 2004. http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/messages/youth/documents/hf_jp-ii_mes_20040806_xx-world-youth-day_sp.html
7 Cfr. Pascual Chávez, «Rejuvenecer el rostro de la Iglesia que es Madre» ANSMAG (Junio-Julio 2004).
8 Cfr. José María Mardones, La indiferencia religiosa en España. ¿Qué futuro tiene el cristianismo?, Hoac, Madrid 2004, 157-174.
9 S. Zizek, El frágil Absoluto o ¿Por qué merece la pena luchar por el legado cristiano?, Pre‑textos, Valencia, 2002.
10 La trascendencia se produce en experiencias de lo cotidiano banal, de nuestro día a día. Para una cultura más elaborada puede haber experiencia de trascendencia ante una obra de teatro, un libro o una película, manifestamos nuestra fascinación por la belleza de la obra o la interpretación el artista... Cfr. L. Boff, Tiempo de Trascendencia. El ser humano como un proyecto infinito, Sal Terrae Breve, Santander 2002, 47-54.
11 L. Boff, Tiempo de Trascendencia. El ser humano como un proyecto infinito, Sal Terrae Breve, Santander 2002, p. 52-53.
12 Cfr. ZENIT, 18.09.04. El celibato sacerdotal no es una imposición, sino un don. Entrevista a Amedeo Cencini. Hemos ampliado a la vida religiosa lo que ofrece este autor sobre el celibato.
13 Cfr. Conferencia de D. Luc Van Looy “La santidad de cada día” en las 22 jornadas de espiritualidad de la familia salesiana. Roma 22-25 Enero 2004.
14 Cfr. Conferencia de D. Francesco Motto “Elementos de actualidad en el sistema preventivo de Don Bosco” en las 22 jornadas de espiritualidad de la familia salesiana. Roma 22-25 Enero 2004. Referimos los elementos que nos parecen más adaptados al tema que nos ocupa, no tanto el sistema preventivo en su globalidad cuanto la santidad salesiana vivida y ofrecida a los jóvenes.
15 Cfr. MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS JÓVENES DEL MUNDO CON OCASIÓN DE LA XX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2005, Desde Castel Gandolfo, 6 de agosto de 2004. http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/messages/youth/documents/hf_jp-ii_mes_20040806_xx-world-youth-day_sp.html
16 Cfr. Pascual Chávez, «Rejuvenecer el rostro de la Iglesia que es Madre» ANSMAG (Junio-Julio 2004).
17 Cfr. José María Mardones, La indiferencia religiosa en España. ¿Qué futuro tiene el cristianismo?, Hoac, Madrid 2004, 157-174.
18 Alfredo María Pérez Oliver, cmf (Zaragoza-España), En Vida Religiosa. Buen conocedor de la vida religiosa americana y europea, secretario general de Confer España en la década de los 80, el autor ve en la profecía de la resistencia una palabra importante que la vida consagrada puede ofrecer al mundo actual. La experiencia bíblica de Judit puede iluminar este camino.
19 J.C.R. García Paredes (2003) ‘El gobierno religioso ante los desafíos en el ámbito de la obediencia’, Confer XLII, 369-405; cit. 394.
20 Demetrio González, en Cooperador Paulino. Nº 116, noviembre-diciembre 2002. pp 6-11
21 Lluis Oviedo Torró, En Razón y fe, junio de 2004.
22 J. González-Anleo, P. González Blasco, J. Elzo Imaz, E Carmena Fernández, Jóvenes 2000 y religión, Fundación Santa María, Madrid, 2004.
23 Se puede consultar el manual: R. Biorcio, S. Pagani, Introduzione alla ricerca sociale, Caroca, Roma, 2001 - 3a ed., p. 107-122.
24 V. Cesáreo, R. Cipriani e.a., La religiosità in Italia, Mondadori, Milano 1995.
25 Datos obtenidos de la página web: http://www.youthandreligion.org/research, el 4 de Mayo 2004.
26 L. Halman, The European Valúes Study: A Third Wave (1999/2000), EVS - WORC - Tilburg University, Tilburg, 2001.
27 Se puede consultar el manual: R. Biorcio, S. Pagani, Introduzione alla ricerca sociale, Carocci, Roma, 2001 - 3a ed., p.107-122.
28 Personalmente no creo que haya muchos motivos para estar orgullosos de nuestros jóvenes, independientemente de lo poco que aprecien a la Iglesia; sólo a guisa de ejemplo: no conozco ningún otro país occidental donde los jóvenes consuman tanto alcohol tan temprano, ni estén gastando su tiempo y energías hasta tan tarde fuera de sus hogares.