El pecado de restringir el propio mundo |
Inspectoría
Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24
noviembre de 2003 nº 30
PAZ PARA TODOS. ¡FELIZ NAVIDAD!
¡Fecundo misterio!
¡Dios
ha nacido!
¡Todo el que nace padece y muere!
¡Curad al
niño!
¡Ved cómo llora lloro de pena
Llanto divino!
Gustó la vida:
Vierte
sobre ella santo rocío.
Todo el que nace padece y
muere;
sufrirá el niño
Pasión y muerte.
La rosa
viva que está buscando
Humana leche,
Hiel y vinagre
Para
su sed de amor ardiente
Tendrá al ajarse.
Miguel de Unamuno
ÍNDICE
Retiro ………………….3-10
Formación……………11-19
Comunicación.……...20-23
El anaquel……………23-39
Resiliencia……………24-30
Reseña…………………….31
Necrologio Salesiano32-39
Revista fundada en el 2000
Edita y dirige:
Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"
Avda. de Antibióticos, 126
Apdo. 425
24080 LEÓN
Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254
Maqueta y coordina: José Luis Guzón.
Redacción: Segundo Cousido y Mateo González
Depósito Legal: LE 1436-2002
ISSN 1695-3681
RETIRO
EL PROYECTO PERSONAL DE VIDA
El proyecto personal de vida es una orientación operativa del CG25, que tratando del tema “vida fraterna, don y profecía de comunión”, vio en el proyecto personal un modo concreto y eficaz de promover la comunión fraterna. De hecho, el CG25 señaló los diversos elementos del proyecto personal que favorecen la vida comunitaria:
la maduración humana, espiritual y salesiana;
el conocimiento y la práctica de la espiritualidad del Sistema Preventivo, fuente de nuevas relaciones en la vida fraterna;
la progresiva maduración de la identidad carismática salesiana;
la presencia, activa y cordial, en los encuentros ordinarios y extraordinarios que marcan el ritmo de la vida comunitaria;
la apertura al otro y la disponibilidad para compartir. (CG25 # 14)
Indudablemente lo que contribuye de manera decisiva a construir la vida fraterna en comunidad es la calidad de vida de cada uno de sus miembros. Por eso, el CG25 invita a todos los salesianos a asumir seriamente su compromiso de crecer en la propia vocación salesiana.
Estos apuntes quieren ofrecer sobre todo a los Inspectores y a los delegados de formación una ayuda a modo de motivaciones, condiciones y sugerencias que pueden servir a su tarea de animar a los hermanos respecto al proyecto personal.
1. Porqué un proyecto personal de vida
En pocas palabras, el proyecto personal, como su mismo nombre indica, es una proyección de la persona hacia el futuro. Como cualquier proyecto, pues, señala las metas a alcanzar y los pasos que se han de dar para lograrlas.
Pero, ¿por qué proyectar la propia vida?
Porque, teológicamente hablando, la vida del hombre, de cada hombre, es un proyecto, un ser en construcción del que Dios tiene el plano. Dios tiene su propio proyecto para cada una de sus criaturas; Él llama a cada uno por su nombre. En nuestro caso forma parte de su designio nuestra vocación cristiana y salesiana como camino que conduce a nuestra santidad. Entonces, en primer lugar, el proyecto personal es un acto de discernimiento de este camino. Se quiere descubrir el designio de Dios respecto a uno mismo para adherirse a él, con la convicción de que sólo siguiéndolo se logrará la propia realización plena y la felicidad.
Esta visión de nuestro futuro que obtenemos como resultado de un discernimiento constituye la dirección para nuestra vida presente. Proporciona un sentido y un valor a todos los elementos – las actividades, las relaciones, las experiencias, las actitudes, las energías – que forman parte de nuestra existencia cuotidiana, y no permite que se rompa en pedazos y, sobre todo, que se deje arrastrar por la corriente.
Estando orientada hacia una meta, la vida se vuelve más unificada. Es un hecho que conforme se va avanzando en edad, pasando de una fase de formación a otra, asumiendo nuevos roles y responsabilidades, estamos haciendo siempre nuevas experiencias – agradables o tristes – que requieren el ser integradas bien en una nueva síntesis de nuestra vida. Cada nueva situación en que se encuentra la persona requiere un repensar y un nuevo planteamiento de su vida. Llegar a ser director de una escuela, por ejemplo, es una nueva experiencia que requiere encontrar el modo en que ejerciendo esta nueva tarea se pueda crecer en la propia vocación – en la vida de comunión, en la interioridad apostólica, en la santidad. El proyecto personal es precisamente ese instrumento de unificación.
La experiencia nos enseña que hacer el proyecto es el modo más eficaz para realizar el cambio en la propia vida, porque, como se ha visto, el proyecto crea desde dentro una dinámica de cambio de vida: la clarificación y revitalización de la propia identidad se convierte en el motor del progreso y desarrollo en la propia vida. Convencido de la necesidad e importancia del nuevo planteamiento que quiere dar a su propia existencia, la persona se ve impulsada a hacer cualquier esfuerzo, aún a costa de sacrificios, para transformarse, trabajar sobre sí misma, tomas decisiones difíciles, precisamente para asegurar la realización de aquella identidad que lo atrae y le promete gozo y satisfacción.
El proyecto, por tanto, es el modo en que uno vive la aventura de su propia vida, asumiendo la responsabilidad ante la propia vocación y el crecimiento en ella hacia la santidad. Asistido por la gracia de Dios, ejerce plenamente la propia libertad, y de esta forma, construye la propia persona, convirtiéndose en un proyecto humano-divino.
A primera vista se podría tener la impresión de que el proyecto personal sea algo nuevo en la Congregación, quizás debido al tiempo en que vivimos. Pero, no es así. He aquí, por ejemplo, la “conclusión de los ejercicios hechos en preparación a la celebración de mi primera santa Misa”, escrita por Don Bosco en un cuaderno: “Il prete non va solo al cielo, né va solo all’inferno. Se fa bene, andrà al cielo colle anime da lui salvate col suo buon esempio; se fa male, se dà scandalo, andrà alla perdizione colle anime dannate pel suo scandalo. Quindi metterò ogni impegno per osservare le seguenti risoluzioni”.
Y siguen luego nueve propósitos que hizo Don Bosco, como, por ejemplo, emplear rigurosamente el tiempo; sufrir, hacer, humillarse en todo y siempre, cuando se trate de salvar las almas; dejarse guiar en cada cosa por la caridad y la mansedumbre de S. Francisco de Sales; dedicar algún tiempo cada día a la meditación y a la lectura espiritual, y a lo largo del día hacer alguna breve visita al SS. Sacramento, etc. (cf. Mem. Vigor. I, 518-519).
Actualmente los términos son nuevos, y nuevos son también algunos detalles de forma, pero tenemos aquí una especie de proyecto personal de vida hecho por nuestro Padre y Fundador, precisamente como un compromiso de vivir plenamente su sacerdocio.
2. Presupuestos para disponerse a trazar un proyecto personal
La formular del propio proyecto personal de vida es una tarea que se apoya en algunos presupuestos:
En primer lugar, es necesario tener claro la finalidad del proyecto personal de vida. No es una simple declaración de buenas intenciones o de buenos deseos; no es tampoco un plan de cualificación y especialización que un hermano formula para sí mismo y sobre el cual quiere dialogar con su Inspector. No. El proyecto personal de vida tiene como centro el crecimiento del salesiano en su vocación. Esta vocación de salesiano consagrado apóstol comprende algunos elementos fundamentales: la misión hacia la juventud, la vida de comunión con los hermanos en comunidad, la práctica de los tres votos religiosos de obediencia, pobreza y castidad, el diálogo con el Señor en la oración, y el compromiso personal de la propia formación.
Y la meta de este crecimiento es la santidad, o sea, “el amor perfecto a Dios y a los hombres” (C 25). De hecho, mediante nuestra profesión religiosa, entramos en el “camino de la santificación” (ibid.)
Sobre estos elementos centrales de nuestra vocación, por tanto, se basa el proyecto personal de vida, y ellos constituyen la base de toda la reflexión y el esfuerzo de crecimiento en la propia vocación.
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Siendo el proyecto primariamente un acto de discernimiento, uno se puede preguntar cómo Dios da a conocer sus designios sobre nosotros. Lo hace sirviéndose de mediaciones.
Nuestras Constituciones y la Ratio, por ejemplo, trazan la figura del salesiano consagrado, presbítero o coadjutor, que Dios nos llama a ser.
El proyecto inspectorial de formación describe la actualización de aquella identidad dentro de un particular contexto socio-cultural y religioso en un determinado territorio.
Y el proyecto comunitario presenta un marco aún más preciso de lo que Dios espera de un grupo de hermanos que, por la obediencia, ha puesto en una casa para realizar la misión entre los jóvenes de aquella zona.
Estas son todas las indicaciones con las que Dios señala sus designios, y por eso son referencias que no se pueden ignorar a la hora de formular el propio proyecto personal.
Pero, Dios nos habla no sólo a través de documentos que son fruto de un discernimiento de su voluntad a nivel de Congregación, de Inspectoría y de la Comunidad local. Nos habla también a través de personas y situaciones, ya sean personas con autoridad o directores espirituales y confesores, o sean también nuestros mismos colaboradores o nuestros destinatarios (cuando, por ejemplo, manifiestan cómo desearían ver a los salesianos entre ellos o realizan un feedback de lo que piensan sobre nosotros…).
Se requiere, por tanto, apertura a las diversas voces a través de las cuales Dios nos habla, la humildad de solicitar el feedback de los demás sobre nosotros, y la confianza para abrir nuestro corazón con sencillez a personas que, como el director espiritual, pueden ayudarnos a comprendernos mejor a nosotros mismos y guiar nuestros pasos por los caminos del Señor.
Hacen falta también esos momentos de silencio para entrar en nosotros mismos, sopesar los estímulos que nos vienen de fuera, y dejar resonar la voz del Señor dirigida a nosotros personalmente.
Pero, el proyecto personal requiere además otras disposiciones personales.
No es posible disponerse a formular el propio proyecto si uno no está dispuesto a ser brutalmente (sic) honesto consigo mismo por lo que respecta a las propias acciones, comportamientos y motivaciones. Uno ha de confrontarse con toda autenticidad y además evaluar equilibradamente las propias capacidades y posibilidades si quiere proceder con planes adecuados a la propia realidad.
Y se necesita la voluntad, la determinación de progresar en la propia vocación, caminando hacia la santidad, como hemos dicho, que es la única y verdadera meta de nuestra vida consagrada.
Tal vez, el problema más grave que se afronta en este asunto del proyecto personal de vida es una cierta apatía o desinterés por el propio crecimiento. Se piensa que ya se ha llegado a un nivel espiritual satisfactorio en la propia vida, o bien se declara que ya no es posible cambiar. El desafío para los animadores – Inspector, Delegado inspectorial de formación, Directores- es el de convencer a los hermanos de su responsabilidad consigo mismos, con sus comunidades y con la Iglesia de ofrecer un testimonio vivo y gozoso de Cristo, creciendo en su vocación. Y el medio más eficaz para crecer es precisamente señalarse metas y trabajando por lograrlas.
Los pasos de la formulación del proyecto personal
Precisamente porque fundamentalmente el proyecto personal de vida es un discernimiento, es necesario que sea hehco en un tiempo de silencio y recogimiento, como sería, por ejemplo el retiro mensual o los ejercicios espirituales, especialmente al principio del año. Es en este tiempo tranquilo de oración que uno se pone ante el Señor y se dice en palabras de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”
Creado un clima espiritual de silencio y de oración, y asegurada la libre voluntad de hacer el proyecto para progresar en la propia vocación, cada cual realiza el primer paso del proyecto preguntándose lo que quiere Dios que él sea en el puesto en que se encuentra por obediencia con determinadas tareas y responsabilidades. Para no andar por las nubes, uno se pregunta qué identidad de salesiano Dios le llama a construir en el espacio del año que está por comenzar.
Es muy importante para este paso escuchar las mociones del Espíritu dentro de sí mismo y en los otros. Ayuda, en este proceso, el recordar aquellos momentos clave de la propia vida, como la primera profesión o la profesión perpetua, o la ordenación sacerdotal (los momentos de fervor, los propósitos que se tomaron entonces), y preguntarse qué querría el Señor de él en este momento. Si uno tiene un Diario en que escribe día a día sus experiencias, sus sentimientos y sus reflexiones, le ayudará mucho dar una ojeada a lo que escribió y ver qué sale como un mensaje del Señor.
Repetimos lo que ya hemos dicho antes: en el proyecto personal de vida se trata del ser – no del hacer – es decir, se trata de la identidad que, conforme a las Constituciones, abarca la misión salesiana entre los jóvenes, la vida fraterna de comunidad, la práctica de los votos religiosos de obediencia, pobreza y castidad, el diálogo con el Señor en la oración, y el compromiso por la propia formación – y todo esto para ser vivido en una de las formas de sacerdote o laico salesiano. Pues bien, cada cual se interroga sobre los aspectos en que se siente invitado por Dios a progresar en la propia vida. ¿A ser qué cosa me llama Dios en este momento?
Por ejemplo, uno podría sentirse llamado a ser un verdadero hermano para con los tirocinantes de su comunidad; o a ser casto especialmente respecto a lo que lee o ve; o a ser un sacerdote de interioridad apostólica en el ministerio que realiza cada día.
Como se ve, se está apuntando a lo que uno se siente llamado a llegar a ser en el espacio de un año con la gracia de Dios y su esfuerzo constante. Es una meta que promete un sentido de gozo y satisfacción en la propia vida, y representa un paso adelante en el camino hacia la propia santidad.
Es de señalar esta insistencia sobre el ser, y no sobre el hacer (esto vendrá más tarde). Y aquello que se quiere llegar a ser no ha de ser descrito como algo teórico o frío, sino como algo que entusiasma a la persona, como algo que atrae, estimula y es realista, que responde a sus deseos y a sus expectativas, que indica la posibilidad que puede resultar de su esfuerzo y sacrificio.
Una vez identificado lo que se quiere llegar a ser, viene ahora el momento de considerar el punto en que uno se encuentra en este camino, cuáles son los progresos realizados y cuáles las debilidades, las capacidades y las posibilidades, las limitaciones y los condicionamientos negativos. (Ejemplo. “Me dedico a mis tareas de enseñanza y no ahorro ningún esfuerzo para asegurar el éxito de mis alumnos, pero me doy cuenta de que soy algo severo en mis relaciones con los tirocinantes: los corrijo a menudo, pero pocas veces tengo con ellos expresiones de aprecio, agradecimiento o de ánimo”.
Frecuentemente se tiende a hablar directamente de las debilidades o aspectos negativos; sin embargo, parece una mejor estrategia, tener en cuenta primero los “éxitos” y los propios recursos en relación con el futuro deseado. Este modo de proceder crea un clima positivo para todo el proceso y sirve de estímulo, por cuanto se ven elementos ya realizados o realizables. Luego se pasa a ver las dificultades, o las debilidades propias, los elementos que tiene necesidad de ser mejorados en vistas a los objetivos propuestos.
Es posible que especialmente por lo que respecta a nuestras debilidades, no siempre es fácil detectarlas por nosotros mismos. Existe siempre un mecanismo de defensa con que se tiende a minimizar tales debilidades o a echar la culpa a otros. Por eso, es útil invitar a alguien a darnos un feedback sincero que puede, a veces, abrirnos los ojos ante nuestra realidad que quizás tendemos a ignorar.
En cualquier caso, es importante recordar que no sirve hacer una lista interminable de todos los puntos, positivos o negativos, en todo su detalle. Un buen proyecto presupone la capacidad de identificar aquellos tres o cuatro puntos que son decisivos y que prácticamente determinan todo lo demás; se trata de captar los retos fundamentales que hay que afrontar en nuestra vida.
Finalmente, a la luz de este conocimiento de sí mismo, se eligen las líneas de actuación que se quieren realizar durante este año para llegar a las metas que se han fijado (paso 1). Es deseable que las líneas de actuación sean realistas (que se puedan realizar dentro de un año), que sean pocas, pero esenciales, es decir: que toquen algunos aspectos importantes de la identidad salesiana y que, una vez realizadas, producirán una diferencia notable en la propia vida. Ayuda, por consiguiente, que el plan de acción contenga pasos graduales – semana tras semana, cada mes… Haciendo estos pasos uno tras otro, se crea una cierta confianza en sí mismo y se hace uno más animoso y optimista, viendo el progreso que se está haciendo.
Es útil expresar estas líneas de actuación en términos de objetivos, estrategias e intervenciones.
Los objetivos son la concretización de la visión del futuro, y las expresiones en forma de metas verificables: son indicadores para decirnos un día si y hasta qué punto hemos logrado realizar nuestras propios recursos. Una línea de acción como ser hermano para con los tirocinantes, podría tener como indicadores de éxito los elementos siguientes: sentirse a gusto de compartir conmigo sus problemas y sus dificultades; de lo tirocinantes recibo una colaboración amistosa y generosa; veo que los tirocinantes no me tienen miedo, al contrario, me quieren y sabemos entretenernos amigablemente. Mañana cuando se debe revisar hasta qué punto hemos logrado obtener la meta, estos objetivos con los puntos que nos ayudarán a evaluar el logro más o menos exitoso de los esfuerzos realizados.
Las estrategias o procesos son los principales aspectos que es preciso cuidar para lograr la meta-
Y las intervenciones son las acciones a realizar.
Es posible también considerar las líneas de acción a nivel humano, espiritual, intelectual y pastoral.
Hemos descrito lo que debería ser el procedimiento normal en la formulación del proyecto personal… Pero pueden darse casos (como, por ejemplo, hermanos de edad avanzada) que no se sienten de seguir todos estos pasos uno tras otro. El animador haría bien en sugerirles que hagan de un modo más sencillo su proyecto, formulándose sus propósitos prácticos de mejorar su vida.
Después de la formulación
Tras haber formulado el proyecto personal de vida, es aconsejable que se presente al propio Director (cf. CG25 # 62) o al Director espiritual o incluso a un hermano de confianza, para recibir de él con sinceridad un feedback sobre el proyecto y las eventuales críticas o sugerencias.
Y luego, para asegurar seriamente el compromiso de alcanzar las metas, se revisa el proyecto de vez en cuando, especialmente con ocasión de los retiros o de los ejercicios espirituales. La evaluación ayuda a asegurarse de que estamos en el camino justo y de que hacemos progresos, y da pie a proyectar ulteriormente en el próximo año.
Y si se advierte de no haber progresado, la evaluación es el momento de buscar las causas del escaso resultado: quizás los problemas no se analizaron bien (uno se ha quedado en la superficie sin ahondar en las verdaderas causa), o tal vez, no se ha atendido a todos los aspectos del problema, o las líneas de acción eran demasiado genéricas y no bien enfocadas o concretas.
Una de las cosas que se debe tener en cuenta es la de armonizar el progreso personal con el proyecto comunitario (cf. CG25 # 74); como hemos señalado, ha de tenerse en cuenta el proyecto comunitario a la hora de formular el propio proyecto personal. Existe una relación de interdependencia entre amos: se refuerzan y se ayudan recíprocamente.
A veces se pregunta si el proyecto personal se debe compartir con otros. Puesto que se trata de un proyecto personal, no se puede pedir que sea compartido con otros, al menos que su autor espontáneamente opta por hacer a los demás partícipes de él, por ejemplo, en la comunidad.
Concluyamos: El proyecto personal de vida es un instrumento ofertado por la Congregación (y adquirido de su experiencia mundial) para ayudarnos a crecer en nuestra vocación salesiana. Se trata de apreciarlo y aceptarlo con alegría, dejándonos transformar por él nuestra vida.
FORMACIÓN
Los “otros” pecados contra la castidad1
Gonzalo Fernández Sanz, cmf.2
Las palabras pecado y falta contra la castidad han aparecido tan unidas y han levantado tanta controversia que el título de este artículo podría considerarse improcedente. ¿Es que puede haber todavía ‘más’ pecados en esta materia? El autor no se detiene en la casuística, ni busca alimentar morbosamente una lista engordada durante siglos. Estas páginas sólo pretenden ayudarnos a afinar y a aquilatar..., y lo logran.
A muchas personas les resulta difícil admitir que haya unos cuantos miles de hombres y mujeres que, en virtud de una experiencia religiosa particular, renuncien a ejercer su sexualidad como se supone que deben ejercerla todas las personas "normales. Sospechan que hay un abismo entre la vida pública, ajustada a la imagen de personas continentes, y la vida privada, que puede discurrir por otros cauces más anchos. Incluso están dispuestas a tolerar esta incoherencia con tal de que se mantenga dentro de ciertos límites y no salpique en forma de abuso o escándalo. Una incoherencia aceptada socialmente neutraliza eficazmente cualquier "veleidad profética".
Cuesta entender el significado del carisma de la castidad. No hay que poner las cosas más difíciles de lo que son, pero tampoco hay que obsesionarse por explicarlo todo y por disfrutar de plausibilidad social. Recuerdo a este respecto una simpática anécdota vivida cuando era estudiante de teología. Durante un verano participé con otros compañeros en los trabajos de reparación del tejado de nuestra casa. A quince metros del suelo, en traje faena, uno de los albañiles jóvenes nos preguntó con picardía: "Pero vosotros, ¿nada de nada?” Un compañero respondió dudar: "Nada". Difícilmente se puede insinuar más con menos palabras. El campo de la sexualidad se presta como pocos a las piruetas lingüísticas. El primer “nada" aludía a la intensidad (mucho, algo, nada). El segundo se refería a la especie (esto, aquello, nada). A nuestro compañero albañil le resultaba imposible entender dos "nadas" en los sumandos y una "nada" superlativa en el resultado. El diálogo acabó en un intercambio de risas porque un tejado no daba para más argumentos. Pero la cuestión estaba servida.
¿Qué significa pecar contra la castidad? ¿En qué estamos pensando cuando hablamos de los pecados contra este voto? Antiguos libros sobre vida religiosa ofrecían respuestas en las que se precisaba claramente entre pecados mortales y veniales, pecados contra el voto y pecados contra la virtud, etc.3. En esas respuestas se abordan los pecados en los que espontáneamente pensamos cuando nos referimos a este voto y que coinciden, naturalmente, con los aireados por la literatura, el cine y los medios de comunicación social. La lista es grande, pero relativamente cerrada. Va desde la masturbación hasta las relaciones sexuales de diverso género pasando por la pornografía, los malos pensamientos y deseos y otra porción de actitudes y conductas. ¿No tenemos bastante con esta lista como para imaginar que, además de estos pecados, pueden existir "otros"? ¿No hemos sufrido suficientes torturas de conciencia en este campo como para andar ahora multiplicando las especies?
No me resulta cómodo expresarme en los términos propuestos para este artículo, pero, aceptado el desafío, podemos vencer la tiranía de las palabras y, aunque sea desde la vertiente negativa (el título utiliza el término "pecado"), asomarnos a las inmensas posibilidades que se nos regalan con el carisma de la castidad y que tal vez frustramos por no prestar la debida atención a esos "otros" pecados que parecen de segunda fila en comparación con los "grandes" y que, sin embargo, revelan un gran reduccionismo en la vivencia de la castidad consagrada. Basta exponer un manojo de siete para espolear la reflexión.
Jesús fue célibe. Pero no fue una persona cerrada. Al contrario, su radical pertenencia al Padre le permitió una continua ampliación del horizonte vital. Fue capaz de establecer relaciones con todos los sectores de la sociedad, desde los más marginados (leprosos, publícanos, prostitutas) hasta los más influyentes (sacerdotes, escribas, oficiales romanos, ricos). Tuvo amigos y amigas. Estuvo cerca de los niños y de los ancianos. Habló con judíos y con gentiles. Pisó la tierra de Israel y traspasó, siquiera tímidamente, sus fronteras. Su experiencia del Dios "siempre mayor" o condujo a vivir en un mundo "siempre nayor". La cristología actual no tiene re-)aros en hablar de la evolución de la conciencia de Jesús, de su continuo proceso le aprendizaje.
Un célibe que quiere vivir como Jesús no puede anclarse en la restricción neurótica de su campo vital. Si así fuera, estaría manifestando que su centro es demasiado débil como para sostener su vida. En otras palabras: estaría manifestando que su centro no es Dios sino unos cuantos anclajes idolátricos. ¿Cómo se puede convertir la castidad en "icono del Tú divino" cuando no genera conductas expansivas sino defensivas, cuando no moviliza nuestros recursos personales sino que nos somete a un proceso de "encogimiento"?
En la vida de las personas consagradas se dan a veces síntomas de restricción del propio mundo. La renuencia a cultivar la formación permanente, la repetición de esquemas comunitarios, la dificultad para revisar posiciones apostólicas y estructuras organizativas, el apego al propio destino, los obstáculos a una misión compartida con los laicos, son actitudes que, aunque no lo parezca a primera vista, tienen que ver con castidad. Y, sin embargo, es más común confesarse de conductas sexuales que de las que manifiestan cerrazón y repliegue. Pero, ¿no es la castidad un carisma del Espíritu para vivir en la onda de Jesús? ¿No implica, por lo tanto, una actitud expansiva que busca salir de los intereses del propio yo para estar disponibles a las necesidades de los demás?
Esta disponibilidad reviste hoy formas muy variadas. Tiene mucho que ver con la actitud de búsqueda intelectual, con la pasión por encontrar nuevas respuestas a los muchos problemas que hoy tiene planteados la humanidad y que producen sufrimiento a las personas. Tiene que ver también con la sensibilidad ante las formas de convivencia social que se derivan de la creciente multiculturalidad. No teme reflexionar con más hondura sobre la identidad masculina y femenina, sobre los nuevos roles del hombre y de la mujer, sobre las diversas configuraciones familiares.
La razón es siempre la misma: quien vive intensamente la experiencia de Dios como centro de su vida está preparado para adentrarse en territorios de alto riesgo en los que fácilmente olvidamos a quién pertenecemos. El carisma de la castidad es, en este sentido, un carisma de vanguardia. El pecado consiste, pues, en vivirlo en protegida retaguardia.
El pecado de los “aliviaderos”
La pulsión sexual se puede satisfacer, sublimar o reprimir, pero no se puede eliminar. Un célibe acepta libremente no satisfacer esta pulsión mediante las relaciones sexuales. Ahora bien, si no se ha adiestrado en la sublimación4, no le queda más alternativa que la represión. Esta última salida desequilibra a la persona porque no canaliza la energía sino e simplemente la retiene. Naturalmente la energía reprimida busca sus aliviaros. Dos de los más frecuentes entre los célibes son el autoritarismo (que consiste en sustituir la autoridad por el mando) y el mal humor (que consiste en sustituir la esperanza por la agresividad). Dejemos que algunos ejemplos lo ilustren más claramente. Cuando subo a la segunda planta de un hospital regentado por religiosas y una, desde el fondo del pasillo, me grita que qué pinto allí sin autorización, que si no he leído el cartel que dice que se han terminado las visitas, lo primero que pienso es que a esta monja-sargento el celibato no le sienta nada bien. Puedo entender sus objeciones, pero no sus modales. Perfectamente podría haber comenzado preguntándome con amabilidad qué deseo y en qué puede ayudarme. Y también amablemente podría haberme advertido sobre el horario de visitas. Si reacciona con violencia y mal humor, si exhibe su autoridad con aires cuarteleros, me está diciendo sin decirlo que no sabe cómo demonios canalizar su energía. Aunque no lo pretenda, me pone las cosas difíciles para que yo pueda entender la fuerza liberadora de su celibato y su cacareada opción de servicio a las personas.
Cambiemos de escenario. Si un religioso párroco, por ejemplo, preside el consejo pastoral de la parroquia encomendada a su comunidad y se pasa toda la reunión recordando que él es el último responsable, uno sospecha que tal despliegue de autoridad no nace precisamente de la caridad pastoral sino quizá de una insana represión y de la necesidad neurótica de autoafirmarse. Naturalmente, a los miembros del consejo se les hace cuesta arriba entender eso de que "el celibato libera y no te altera" y zarandajas por el estilo.
En ninguna de estas conductas se advierten claros ingredientes sexuales. Y, sin embargo, es posible calificarlas como pecados contra la castidad, en el sentido de que en ellas el amor oblativo, que es la esencia de la castidad, ha sido sustituido por el poder. Podemos alegar todas las eximentes que consideremos oportunas, pero la dinámica interna está bastante clara.
Existe un sexto sentido para desenmascarar los revestimientos del poder. A veces, el poder, particularmente en los célibes varones, adopta la forma de criticismo. ¿Cuántas veces hemos oído lanzar diatribas sobre el editorial de un periódico, sobre una película de estreno o sobre un líder político que no es de la cuerda de quien habla? La diferencia entre la capacidad crítica y el criticismo reside, a mi modo de ver, en que la primera toma en cuenta el conjunto de una realidad y trata de desentrañar sus elementos positivos y negativos. La segunda, por el contrario, se coloca siempre por encima, emite juicios absolutos y, por lo general, salta del plano de los datos objetivos al juicio sobre las personas.
La tentación del poder se disfraza también de orgullo individualista o corporativista, según los casos. Consiste en una exaltación de "lo mío" o de "lo nuestro" en detrimento de "lo otro" o de "lo de todos". La tendencia a anteponer nuestros intereses personales al proyecto comunitario, las obstrucciones a la colaboración intercongregacional, los excesivos recelos en la misión compartida son algunas manifestaciones visibles. En todos estos casos la persona célibe queda frustrada porque los sustitutivos del amor no logran integrar la personalidad. En vez de abrir a la persona a la alteridad la cierran en las muchas formas del narcisismo.
Pecado de la “exquisita distancia”
Un célibe consagrado es una persona carismáticamente habilitada para una vida relacional. En principio, tendría que manejarse bien en las "distancias cortas”, especialmente en las que se establecen con los "excluidos afectivos" de nuestras sociedades: ancianos solos, niños con problemas familiares, jóvenes desarraigados, personas sin techo, enfermos crónicos desprotegidos, solitarios de diverso género, etc. Y, de hecho, hay muchos religiosos y religiosas que son expertos en cercanía y cuyas historias habría que contar porque son verdaderas parábolas del Reino.
El pecado consiste en huir de esta cercanía sanadora y practicar un tipo de distancia que no nace del respeto al otro sino del deseo de no complicarnos la vida con personas y situaciones que rompen nuestros hábitos y "hieren" nuestras sensibilidades. Si la adjetivamos de "exquisita" no es por sus formas delicadas sino por las razones "espléndidas" que solemos aducir para justificarla y que son, en realidad, racionalizaciones: "Mire, hoy no dispongo de tiempo porque tengo que dar clase, pero no se preocupe porque mañana...". "Yo no valgo para estar con esta gente, hay otros que lo pueden hacer mejor", "Demasiados problemas tenemos ya aquí como para que encima me preocupe de lo de allí", etc.
A muchos laicos les cuesta comprender que quienes hemos profesado vivir como Jesús tomemos tantas precauciones a la hora de relacionamos con los demás, especialmente con aquellos de los que no cabe esperar de entrada una respuesta agradecida. A los religiosos y religiosas se nos suele considerar personas activas, pero no siempre cercanas. Es más: el exceso de trabajo se convierte a menudo en excusa frecuente para no dedicar tiempo a las distancias cortas, que son las que propician los verdaderos encuentros interpersonales y las que mejor ponen a prueba la consistencia personal.
La experiencia nos dice que las distancias cortas entrañan riesgos de todo tipo: transferencias, dependencias, enamoramientos, manipulación, etc. No podemos cerrar los ojos. La virtud de la prudencia nos ayuda a sopesar en cada caso en qué medida los riesgos superan a las posibilidades. Pero nunca un mal ejercicio de la prudencia debería convertirse en una estrategia para la retirada, porque eso significaría renunciar a los mejores frutos de la castidad consagrada: la ternura, el consuelo, la confidencia, la intimidad, la lucha compartida... y la transmisión de la fe.
En efecto, existe una evangelización de las "distancias cortas" que es tal vez la más adecuada para nuestro tiempo. Muchos de los medios tradicionales de evangelización están pensados para grupos grandes. La mayoría conservan su sentido, pero dejan fuera a las personas que no se sienten muy identificadas con las mediaciones eclesiales y que, sin embargo, se hallan en una nación de búsqueda religiosa. En estos casos, cada vez más frecuentes, el manejo de las distancias cortas es esencial. Supone la capacidad de escuchar con paciencia, de entrar en un diálogo sincero, de dejarse cuestionar por los otros, de acoger perplejidades, de comunicar oportunamente la propia experiencia, de rastrear la huella de Dios en los pliegues de nuestras complejas experiencias humanas; en suma, de acompañar itinerarios de fe. ¿Por qué refugiarnos en la distancia del profesional de la religión cuando estamos habilitados para la cercanía del testigo?
El pecado de la “excesiva cercanía”
Aquí el peso de la exageración cae sobre el otro platillo de la balanza. La cercanía es propia del amor. Si le pegamos el adjetivo "excesiva" es porque existe un tipo de cercanía que no sabe respetar el espacio autónomo de los otros, que rompe la barrera de la alteridad, y que es parasitaria. Hay célibes que "se atan" a una relación para disfrazar la soledad inherente a la vida consagrada. Pasan sus vacaciones con una familia amiga "que todos los años me invitan porque no saben moverse sin mí". Buscan el consuelo en sobrinos que aprecian al tío o a la tía religiosos, sin caer en la cuenta de que estos adorables sobrinos suspiran secretamente por liberarse un poco de su atosigante presencia. Consideran que son imprescindibles para todo bautizo, matrimonio o funeral que suceda en su ancho radio de acción, "porque a mis conocidos les gusta mucho que yo presida los acontecimientos familiares". Cuando se acerca la Navidad, dedican horas y horas a escribir tarjetas de felicitación "porque tengo un montón de compromisos que no puedo descuidar". El día de su cumpleaños anotan cuidadosamente todas las llamadas telefónicas que reciben ... y también los correos electrónicos. En fin, que miden su amor por la suma de dependencias afectivas que han ido acumulando con el paso de los años.
Es evidente que la castidad no es aislamiento sino relación. Pero la castidad implica soledad. Hay un tipo de soledad que es inherente a toda experiencia de encuentro. Seguimos al Jesús entregado y también al Jesús solo, al Jesús que toca a la multitud y al Jesús que sabe retirarse.
Todos los seres humanos estamos confrontados con el misterio de la soledad. En el caso de los consagrados, hay una dotación carismática para vivir esta soledad no como vacío absoluto sino como espacio habitado, como experiencia en la que Dios planta su tienda en el corazón humano. El célibe que no ha aprendido a entrar en comunión desde la soledad fecunda fácilmente instrumentaliza las relaciones familiares, pastorales, o de amistad. No nos acercamos a los otros para rellenar los vacíos producidos por un voto sino para compartir con ellos una búsqueda común, para abrirnos juntos al misterio del Dios Amor, la referencia esencial de toda construcción humana.
1 El pecado de la doblez |
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2 El pecado de la profanación |
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3 Aspectos generales: origen del concepto de resiliencia |
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4 Definiciones de resiliencia |
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5 Concepto de competencia |
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6 Procesos de vulnerabilidad y protección |
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7 Características psicosociales de los niños y niñas resilientes |
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8 Factores que promueven la resiliencia |
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9 Importancia del modelo conceptual de resiliencia |
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