Cristo sigue llamando


Cristo sigue llamando




Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de octubre de 2002 nº 20












U NA PROPUESTA DIFERENTE

Estamos a punto de comenzar el mes de los santos. Y llevamos una temporada oyendo hablar de la santidad. En los foros salesianos, particularmente desde el Rector Mayor, se ha repetido una y otra vez esta particular exigencia. Y es que, como dice D. Pascual Chávez, la santidad es "un patrimonio permanente de familia". ¿Lo teníamos un poco olvidado? ¡Quién sabe! Ojalá seamos capaces de retomar con fuerza el camino y recrear todas las características de nuestra propia espiritualidad: un modo de vivir que nace de la caridad pastoral, que se expresa a través de la humildad activa, una espiritualidad de lo cotidiano, una espiritualidad que armoniza contemplación y acción, oblativa, equilibrada y que todo lo reviste de alegría. Dice D. Pascual: "Una espiritualidad de las relaciones y del espíritu de familia, que todo lo reviste de alegría. Y pensamos en seguida en un Don Cimatti: «Cuando él aparecía -afirma marcadamente un testigo- sonreían hasta las paredes»". Y si continuáramos apostando por hacer consistir la santidad en estar siempre alegres…¡Feliz mes de noviembre!


_______________________________________________




















ÍNDICE



  1. Retiro ……………..3-17

  2. Formación………..18-32

  3. Comunicación.…..33-35

  4. El anaquel………..36-38

  • El queso……………….….36-38



Revista fundada en el 2000


Edita y dirige:

Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"

Avda. de Antibióticos, 126

Apdo. 425

24080 LEÓN

Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254


Maqueta y coordina: José Luis Guzón.

Redacción: Segundo Cousido.

Depósito Legal: LE 1436-2002








RETIRO



ESPIRITUALIDAD SALESIANA

Energía motriz para la evangelización de los jóvenes

LA SANTIDAD OBJETIVO PERSONAL Y COMUNITARIO.


1

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1.1 Filiberto Rodríguez, sdb

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1.El joven y el hombre de hoy nos exigen espiritualidad.



Tres son los puntos que centran la reflexión salesiana de final de siglo.

  • El propósito de insertarnos eficazmente en el movimiento eclesial de la nueva evangelización.

  • La convicción y constatación de que la imprescindible energía motriz de la acción evangelizadora es la espiritualidad.

  • Que ésta se debe vivir y hacer visible en la comunidad religiosa: como fidelidad a la alianza con el Señor, como fraternidad evangélica, como disponibilidad para la misión, como hombres libres en el seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto.


El texto del CG23 de los SDB, presentaba la espiritualidad como el secreto del éxito de la educación de los jóvenes en la fe. Según él, esta tarea presupone muchas cualidades y competencias en el educador; pero ninguna puede suplir a la espiritualidad. Por tanto debemos conceder una verdadera prioridad a la renovación personal mediante una auténtica espiritualidad religiosa y salesiana.


Me atrevo a decir que espiritualidad, santidad, primado de Cristo, son las palabras más pronunciadas, la necesidad más sentida, en medios eclesiásticos y religiosos en este final e inicio de milenios. Pensemos en la Convocatoria y realización del gran Jubileo del 2000, en la exhortación apostólica Vita Consecrata, en la Novo Milennio Ineunte, en las peticiones de los jóvenes en las grandes Convocatorias Mundiales, en los jóvenes de nuestros Campobosco, Forum Mundial o Confronto Europeo. Un punto de referencia inmediato para nosotros, ha sido la preparación, desarrollo y documentación emanada de nuestro CG25. Me atrevo a decir que la columna vertebral de todo este proceso, ha sido el sentimiento de la necesidad de renovación espiritual. Renovación que se debe obtener y garantizar a través de una profunda y contextualizada formación inicial y permanente. Todos los capitulares vibraban en la misma longitud de onda cuando se constataba la urgencia de la renovación espiritual de las comunidades y de cada uno de los hermanos.


Al hablar de espiritualidad, en modo alguno, pretendemos refugiarnos en un tema teórico para eludir las dificultades de nuestra vida práctica. Es precisamente a partir del análisis de la realidad de las comunidades, de los retos que nos plantea la evangelización de los jóvenes, la animación de la Familia Salesiana, los seglares, y del Pueblo de Dios, donde captamos la imprescindible necesidad de equiparnos con una profunda espiritualidad, o en salesiano, con una profunda interioridad apostólica. “Para nosotros la recuperación de la espiritualidad no puede ser algo separado de la misión, si no queremos ceder al peligro de la evasión. Dios nos espera en los jóvenes para darnos la gracia de encontrarnos con El1


Uno de los más graves problemas de Occidente es que comunitariamente no hemos captado el cambio de cultura, de ambiente, de destinatarios acaecido en estos últimos años o, quizá, no hayamos sabido reaccionar adecuadamente. Corporativamente podemos permanecer inmóviles (actitud burguesa) sin captar que ha cambiado el contexto cultural de la fe y que es urgente saber delinear y hacer que aparezca, en nosotros y en los destinatarios, el nuevo rostro del creyente con convicciones profundas, con motivaciones de actualidad y con compromisos concretos en el estilo de vida. El “Rema mar adentro”, “hacia el mar abierto y hacia aguas profundas”, “La medida alta en la vida cristiana” son expresiones con las que el Papa y Don Vecchi en su “Aguinaldo-testamento” nos invitan a llegar hasta el fondo en este compromiso de santidad, como “el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes2”. “Queridos salesianos,... sed santos. La santidad es –lo sabéis muy bien- vuestra tarea esencial”3


Ya el Decreto Perfectae Caritatis del Vaticano II recordaba que "las mejores acomodaciones a las necesidades de nuestro tiempo no surtirán efectos, si no están animadas de una renovación espiritual a la que siempre hay que conceder el primer lugar, aún en la promoción de las obras externas"4.


Y esta espiritualidad no es sólo para ser vivida, sino también para ser propuesta y enseñada. Juan Pablo II nos ha recordado: "La originalidad y audacia de la propuesta de una santidad juvenil es intrínseca al arte de educador -de san Juan Bosco-, que con razón puede definirse como maestro de espiritualidad juvenil". Y en el mensaje a la Asamblea Capitular: "Un aspecto que debéis profundizar con esmero es la espiritualidad juvenil, ética humana... Hay que suscitar convicciones personales profundas que conduzcan a una vida inspirada en los perennes valores del Evange­lio"5.


Al comentar el Aguinaldo de 1990, Don Egidio Viganó apelaba al testimonio de la comunidad: "El sistema preventivo -decía- requiere espiritualidad. El camino "de la fe a la fe" se recorre a partir de educadores llenos de espiritualidad, que no es energía sólo para selectos”. Y al concluir el informe del estado de la Congregación de los años 84-90, el mismo Don Viganó proponía la espiritualidad como el gran secreto para lograr nuestra renovación: "La condición de fondo más urgente para nuestra actividad salesiana se formula con una palabra, que para nosotros es un reclamo: espiritualidad"6.


El reflexionar sobre lo imprescindible que es la espiritualidad para las comunidades y para los agentes de pastoral y el obrar en consecuencia, es fundamental. Se han emprendido otros caminos y se ha logrado una buena organización pastoral, pero no siempre han sido buenos los resultados. Y es cierto que sin una conversión del corazón, sin una renovada y profunda espiritualidad, las comunidades nunca serán núcleo de animación, ni escuelas de fe en la educación de los jóvenes, ni suscitarán seglares comprometidos con la misión salesiana.

Don Pascual Chávez en el discurso de clausura del CG-25 confesaba: “Mirando el camino recorrido por la Congregación en estos treinta años, se puede notar que el cambio no siempre ha sido lineal. Creo que la mayor resistencia no ha venido de la renovación de las Constituciones o de las estructuras de gobierno o de la práctica pastoral, sino de la renovación espiritual, que obliga a una profunda conversión interior7. Efectivamente la Congregación no dará ningún paso adelante, si no es a partir de la renovación espiritual, que comporta, tanto la conversión personal, como el testimonio comunitario.


Como resumen de esta parte introductoria, que podríamos alargar con interminables citas de documentos eclesiales, salesianos, de Don Vecchi y sobre todo de Don Viganó, bástenos recordar que la renovación espiritual de cada salesiano es el primer objetivo que el Rector Mayor, Don Pascual Chávez, propone en el discurso de clausura del 25-CG. Y que éste es el núcleo fundamental de la Instrucción de la Congregación para los Institutos de vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica: “Partir de Cristo: un renovado empeño de la vida religiosa en el Tercer Milenio”.



2.Espiritualidad, energía imprescindible para el camino de la fe


La Biblia nos enseña que las situaciones de crisis se suelen resolver con la aparición de algún “personaje” que de manera indiscutible testimonia la presencia de Dios en medio de su pueblo; presencia que como fuerza motriz, dinamizadora, cambia actitudes, desencadena procesos que conducen a la liberación, a la fidelidad, a la salvación. Esa peculiar energía motriz es para nosotros la espiritualidad.


No se trata de un recetario, ni de un baúl lleno de fórmulas. Es por el contrario un modo de afrontar los problemas y de discernirlos a la luz de la fe. Es una fuente de entusiasmo y un modo típico de vivir el evangelio dentro de la situación real; por ello es esencialmente creativa, siempre en diálogo con la vida concreta; es incluso audaz. (¡Es libre y profética!).


La espiritualidad lleva consigo una intrínseca fuerza transformadora porque es expresión de una fe concebida como energía de la historia. La espiritualidad es la actitud propia de los creyentes comprometidos. "saber cultivar en la comunidad una verdadera espiritualidad nueva y hacer que surja en nuestras presencias una gradual espiritualidad juvenil significa vivificar la fe para lanzarla como flecha, en la familia, en el barrio, en la sociedad a fin de orientar el devenir de modo que esté más en consonancia con el plan del Creador"8.


El éxito de las ideologías de ayer, y el secularismo de hoy, hacen pensar en lo débil que es la formación de nuestra fe, en una insuficiencia pedagógica y pastoral al presentar la Pascua del Señor como punto central de la historia. Y es muy difícil poder hablar de espiritualidad donde falta una formación al menos suficiente. La fe del carbonero, sólo vale para los carboneros y hoy ya no existen. Hoy hay que saber dar razón de la fe que se profesa. El fenómeno religioso, acaecido últimamente en España, es consecuencia de la convivencia de una Iglesia muy influyente en el ámbito social y político con unos cristianos muy ignorantes y poco fundamentados en su fe, y en este marco, el secularismo se lo ha llevado todo por delante.


Por todo esto decimos que no queremos hablar de un espiritualismo de fuga, sino de una espiritualidad de frontera, de búsqueda, de iniciativa, de valentía; en una palabra, de realismo. Esto no aminora las dificultades; sino que, en vez de eludirlas, toma conciencia de ellas, las analiza y las afronta.


Y si la personalización de una formación adecuada es importante para el cristiano, lo es mucho más para el religioso. El citado documento “Partir de Cristo” recuerda que las realidades existenciales son desafíos que deben ser afrontados con una nueva calidad de vida consagrada, lograda a través de un proceso de formación que comprometa a todos: a los superiores, a las comunidades y a cada uno de los hermanos.


El empeño por la formación es otro de los objetivos para la animación del sexenio, según la Programación del Rector Mayor y su Consejo. Formarse adecuadamente es la primera respuesta exigida por nuestra vocación y misión, puesto que la finalidad de la formación es precisamente, “mantener en forma” la vocación (la mente = renovación cultural, el corazón = actitud positiva y dialogante ante los acontecimientos y ante las personas). Se lleva mucho tiempo hablando de formación permanente; es hora de afrontarla con decisión y con método. Aún contando con la fragilidad humana, debemos redescubrir aquel gozoso entusiasmo por la calidad evangélica de nuestra vida y misión, que la vuelve capaz de atraer nuevas vocaciones y que da nuevo vigor y amplitud de horizontes a la formación inicial. Los jóvenes no pueden captar ni la propuesta vocacional, ni los mismos procesos de la formación inicial, si todo ello no viene respaldado por el testimonio que los adultos -de los de votos perpetuos- viven personal y comunitariamente sostenidos por una inteligente formación permanente9.



3.La realidad lleva consigo motivos de desorientación


La hora histórica que vivimos es compleja y densa en perspectivas de futuro en bien y en mal. La Biblia nos sugiere que la conciencia de una situación de crisis es la condición para comenzar el camino de superación: Éxodo, Hijo Pródigo... La vida eclesial de los últimos años se caracteriza en los países occidentales por una constante reducción de la praxis religiosa. La fe parece evaporarse, su transmisión en las familias y en la sociedad se ha interrumpido; no se da la incorporación de nuevas generaciones a la Iglesia. “Lo normal en nuestros días es que un hombre adulto y razonablemente instruido no sea creyente ni incrédulo, sino que se despreocupe de estas cuestiones. Y si en el ámbito personal, alguien razonablemente instruido sigue siendo creyente, se da por supuesto que esa misma persona, en cuanto normal y partícipe de los cánones teóricos y prácticos vigentes, orientará su vida prescindiendo de tal religiosidad”10. Por ello el CG23 partió de los contextos en los que se encuentran los jóvenes y de la debilidad, impotencia o ineficacia educativa de las instituciones ante la situación. Es verdad que hay que comenzar aceptando la dificultad, pero como un reto que espolea nuestra vocación de educadores en la fe. Son oportunidades cargadas de posibilidades reales, pero que hay que buscar con creatividad y coraje. La nueva evangelización es sobre todo esto: entender que estamos ante una nueva época de anuncio, con nuevo ardor, y con nueva metodología.


Si comparamos nuestros lenguajes, con la cara, los gestos diarios de nuestros jóvenes, nos puede entrar una sensación de impotencia que nos hace dudar de la posibilidad de llegar a alguna de las metas que nos proponemos. A los jóvenes o no les interesan nuestros discursos o no entienden nuestros gestos. O no tienen hambre o no le brindamos el pan en los moldes adecuados. “Vivís en otro planeta”, me dijo un hermano al escucharme hablar de la necesidad personal de santidad y de la clara oferta de espiritualidad que debemos hacer a los jóvenes. Yo digo que nadie vive en otro planeta y que naturalmente se conoce la realidad de la cultura que respiran los jóvenes y se captan las dificultades que supone trabajar en esta realidad. Pero debemos tener claro que nuestra propia santificación y el llevar a los jóvenes a Cristo, son la justificación de la misma congregación salesiana. Y no intentar vivir interiormente en esta clave sería firmar el acta de defunción de nuestro carisma en la Iglesia.


Decimos que nuestra época busca la eficacia. Creo que hablando de las cosas del Reino tenemos claro que es Dios, quien da el incremento. Pero no somos capaces de obrar en consecuencia con nuestras convicciones. Seguimos creyendo que son nuestras técnicas y ajetreos las que aseguran el éxito. Hablando del justo dice el salmista “y lo que emprende tiene buen fin”, porque Dios toma como suya su causa. La santidad personal es la mejor es el mejor apoyo a la propuesta pastoral.


Resulta interesante que al caracterizar Juan Pablo II la Nueva Evangelización, pusiera de manifiesto como primera nota “nueva en su ardor”, expresión que bíblicamente nos sugiere un nuevo Pentecostés en la Iglesia y en cada uno de los evangelizadores. El nuevo Pentecostés se transforma en una nueva espiritualidad en la Congregación, cuando la comunidad y cada uno de sus miembros, se abren y se dejan invadir por la vida y la fuerza de su consagración apostólica.


Podemos añadir aquí las dificultades intrínsecas a la vida religiosa y salesiana de hoy y hablar de envejecimiento, de disminución de vocaciones, de escasa calidad pastoral, de falta de formación para afrontar el impacto cultural, de falta de visión a la hora de discernir los signos de los tiempos, de superficialidad espiritual, de genericismo, de cansancios y desánimos... ¿Con este lastre, se podrá despegar el vuelo?


Podemos hacer referencia también a cierto pesimismo reinante en la misma Iglesia a causa de las graves ambivalencias que encierra la cultura emergente: ciencia y fe, naturaleza y gracia, cultura y evangelio, técnica y ética, teología y magisterio, religión y política... Los bancos de niebla aumentan en el camino. Por doquier aparecen opiniones de teólogos, hombres de Iglesia aparentemente extraordinarios y que siembran el desconcierto entre los fieles y entre los pastores que no siempre saben a qué atenerse. Aparece así en los religiosos, educadores, presbíteros una situación de “desvalimiento” (Mons. Uriarte) y de “malestar” (Juan Martín de Dios Velasco), de intemperie, que sólo con una fuerte espiritualidad, con un adecuado acompañamiento comunitario o personal se logra superar.


Ya en la Evangelii Nuntiandi, Pablo VI denunciaba como uno de los obstáculos más graves de nuestro tiempo para desarrollar la misión evangelizadora, la falta de fervor: “tanto más grave cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y en la desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés y sobre todo en la falta de alegría y esperanza. Por ello, a todos aquellos que por cualquier título o en cualquier grado tienen la obligación de evangelizar, Nos los exhortamos a alimentar siempre el fervor del Espíritu”11.


Hoy está de moda hablar de crisis y quizá sea lo más indicado si nos dejamos llevar de los signos externos. Pero debemos pensar que el “ardor” no puede entenderse simplemente como “entusiasmo humano”; debe ser “ardor de santidad”, es decir testimonio de amor con el que aman los santos. Dice Mons. Uriarte que no son éstos buenos tiempos para una espiritualidad del entusiasmo y del optimismo, sino para una espiritualidad de la confianza. El sentido es evidente. La fuerza no está en nosotros, está en nuestra interioridad que descubre la acción del Espíritu Santo en el mundo y se presta a ser sacramento de esta acción.


Somos conscientes de que Dios nos envía ahora y a nuestro mundo y de que tenemos que construir el Reino comprometiéndonos en el momento histórico que nos ha tocado vivir, con retos, pero preñado de posibilidades (laicado, voluntariado, animadores, promoción de la mujer, respeto por la creación... proyectos educativo pastorales, familia salesiana...)


Tenemos que estar fundamentalmente convencidos de la potencia del Espíritu: " Sería ingenuo refugiarse en la nostalgia de situaciones irreversibles. El Señor nos ha consagrado para el futuro de los jóvenes; nos ha enviado a una tarea fascinante y nos acompaña constantemente en su realización; nos quiere protagonistas de una renovada hora de fe cristiana que sea levadura histórica para el comienzo del tercer milenio"12.




4.Nuestras raíces se hallan en la potencia del Espíritu Santo


Con el término espiritualidad el CG 23 se proponía hablar de una vivencia de Dios. El Santo Padre en el saludo dirigido en el aula a los capitulares del CG.23 precisó el término espiritualidad:significa -afirmó- participación viva en la potencia del Espíritu Santo, recibida en el sacramento del Bautismo y llevada a plenitud en el sacramento de la Confirmación13, lo cual comporta el ejercicio de aquella vida teologal de fe, esperanza y caridad que es fruto de la inhabitación del Espíritu Santo en nosotros14. Jesús nos garantiza esta potencia: “Recibiréis una fuerza, la del Espíritu Santo, que bajará sobre vosotros y seréis mis testigos... hasta los últimos confines de la tierra”15.


Afirma Santa Catalina de Siena que, cuando es débil el ejercicio de las virtudes teologales, el semblante de la Iglesia palidece. ¡Sin vitalidad de fe, es imposible evangelizar y educar en la fe!


En el camino de la evangelización, el salesiano se siente llamado de nuevo por Dios; reconsidera la misión recibida, está convencido de que Dios actúa en la historia, sabe que la vivencia de Don Bosco fue profética y que sigue siendo válida y descubre que nuestro sistema educativo es fundamentalmente proyecto de espiritualidad. "Comprende que debe proceder "de la fe a la fe", de la propia espiritualidad comunitaria a la de los jóvenes"16.


La primera respuesta a tanto desafío comienza en los salesianos que están profundamente animados por una mística apostólica, dirigida a suscitar una gradual espiritualidad juvenil. "Frente a la gravedad de los retos, deberemos asumir la urgencia de ser hombres espirituales en el sentido proclamado por el apóstol Pablo" 17 (los que se dejan dirigir por la carne, tienden a lo carnal; en cambio, los que se dejan dirigir por el Espíritu tienden a lo espiritual y “vosotros no estáis bajo el dominio de la carne, sino del Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros”18.


Se trata, pues, de adquirir una auténtica personalidad nueva construida, unificada y estructurada en el creyente de manera totalmente original. El Espíritu crea en él una nueva conciencia: la de hijo de Dios, que se ha manifestado en Jesús y que emerge también en la dimensión psicológica.


El Espíritu Santo engendra en el creyente una nueva inteligencia; es la inteligencia de la fe, que es capaz de percibir el misterio de Dios y de descubrir el sentido que tienen el mundo y los acontecimientos de la historia.


El Espíritu sugiere una nueva relación humana, por encima de la nacionalidad, raza, cultura, religión, estado económico: es el amor, participación del amor de Dios.


El Espíritu nos enseña un lenguaje nuevo que nos permite dirigirnos a Dios expresando los sentimientos filiales y nos inspira lo que debemos decir. En una palabra, el Espíritu recrea la estructura interior de la persona: le da el sentido de su identidad, la posibilidad de obrar en el mundo con el estilo de las bienaventuranzas, de esperar la gran manifestación por la cual toda la creación alcanzará su condición perfecta19.


Más aún; quien ha nacido del Espíritu está llamado a desarrollarse según un proyecto de vida. No ha recibido sólo algunas cualidades estáticas. Posee una especie de código genético según el cual él va creciendo. La existencia cristiana, como toda vida, tiene una ley interna: la del desarrollo. En el bautismo se recibe su semilla: a la muerte se tiene el resultado final. Lo que está comprendido entre estos extremos está confiado a nuestra voluntad y capacidad de crecer, como sucede con nuestra inteligencia y con nuestra personalidad. Hay un estado germinal, hay una madurez y se pasa de un estado a otro por la iluminación progresiva, la adhesión a la verdad y por la purificación de las dependencias y esclavitudes, egoísmos y pasiones, hasta alcanzar la libertad interior. Todo esto nos lleva a configurarnos con Cristo que es la finalidad que perseguimos: educar en el pensamiento de Cristo, en ver la historia como Él, en escoger y amar como Él, en esperar con su esperanza, en vivir como Él la comunión con el Padre. Es, con otras palabras, lo que expresaba San Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí20. El resultado es el hombre espiritual empapado de Dios y ordenado a Él, es el hombre nuevo de la nueva creación, surgido en la mañana de la Resurrección.


En el fondo se trata del descubrimiento personal y comunitario de un Dios que está en la historia y en la propia vida. Ojalá podamos gritar con el converso: "Dios existe, yo lo he encontrado" (André Frossard) y ser en el mundo y entre los jóvenes testigos de su abrasadora presencia.


La verdadera espiritualidad implica, pues, entusiasmo y valentía, porque tiene conciencia de la animación del Espíritu Santo, que es fuerza de amor unificante. Con Él es posible la síntesis entre fe y cultura, la unidad en la distinción y la distinción en la unidad. La espiritualidad va más allá de las modas e ideologías, supera los conservadurismos y los progresismos... "Lo que ahora parece urgente es la tarea de intensificar el clima espiritual en cada comunidad y en cada salesiano; dar juntos testimonio de la presencia del Espíritu Santo mediante una caridad pastoral que nos haga vivir a diario el 'da mihi animas' y por la que podamos repetir con el salmista: 'con Dios haremos proezas, Él pisoteará a nuestros enemigos'21. Es impresionante constatar la simple y profunda conciencia con la que nuestros tres nuevos beatos –Variara, Zatti, María Romero- sentían la presencia de Dios en sí mismos y en sus destinatarios y la energía para la acción que este convencimiento le proporcionaba.



5.El gran cauce de la “espiritualidad salesiana”


A nuestra espiritualidad le damos el calificativo de “salesiana”. Y el término remite a San Francisco de Sales una de las figuras más altas de la espiritualidad cristiana.


Don Bosco se proponía inspirarse en la bondad y en el celo del santo, dando el primer lugar a las actitudes de afecto, alegría, diálogo, convivencia, amistad y paciente constancia, según el rico humanismo que había caracterizado la vida y la acción del infatigable obispo de Ginebra.


No se trata de un título exclusivista o competitivo, sino de un título de identificación evangélica, en la órbita de una opción espiritual reconocida y amplia en la Iglesia y particularmente actual por su sintonía con las orientaciones conciliares y postconciliares (basta pensar en la exhortación Christifideles Laici).


San Francisco de Sales hizo amable la práctica del Evangelio en el mundo, valorando todas las condiciones y estados de vida; armonizó la interioridad con la actividad externa; dio importancia a lo cotidiano; luchó contra el rigor que caracterizaría al jansenismo; insistió en la necesidad para todos de una espiritualidad concreta. O sea, un nivel de caridad que impulsa a actuar con esmero, frecuencia y prontitud, una especie de agilidad y viveza espiritual. No olvidemos que él es el doctor de la caridad pastoral, centro y síntesis de nuestro espíritu apostólico.


Con san Juan Bosco, que tomó a San Francisco de Sales como patrono y eligió su lema como síntesis de su propia espiritualidad, sentimos que avanzamos en una corriente espiritual muy amplia, a la que San Francisco de Sales imprimió, de forma dinámica y encarnada, el sello supremo del amor peculiar de la caridad apostólica. Se trata, pues, de una apelativo que se propone relanzar entre los jóvenes y en los ambientes populares el gusto de Dios, la fiesta de la vida, el compromiso por la historia, la responsabilidad por lo creado y una generosa corresponsabilidad eclesial.


Pero nuestra espiritualidad nos remite, sobre todo, a la experiencia vivida por Don Bosco y Madre Mazzarello en Valdocco y en Mornese. Orientada por la doctrina de San Francisco de Sales, tiene, sin embargo, características propias, con una fuerte dimensión pedagógica, juvenil y popular, impresa por nuestros fundadores. Tales características especifican de modo original los rasgos de su semblante.


¿Que tipo de espiritualidad nos especifica?. Nos interesa tener una especie de fotografía de nuestra fisonomía espiritual, pues en ella nos interesa concentrar nuestros esfuerzos de renovación. El Espíritu Santo nos ha ayudado a sacar esa fotografía mediante el acompañamiento en el esfuerzo de renovación llevado a cabo en los últimos capítulos generales. Nuestro carné en la Iglesia son las Constituciones renovadas.


En repetidas ocasiones el Rector Mayor nos ha recordado la urgencia de conocer en profundidad a Don Bosco y el sentido la experiencia vivida en Valdocco con los jóvenes y colaboradores. Las Constituciones nos ofrecen la oportunidad de vivir la experiencia fundante de nuestro carisma ya contextualizado y traducido a las coordenadas culturales y eclesiales del hoy. También en la Programación vemos reflejada esta preocupación22.


El CG23 SDB nos ofrece la oportunidad de considerar los elementos específicos de nuestra espiritualidad a partir de la óptica de la espiritualidad juvenil, que es una espiritualidad de iniciación y obedece a las leyes de la gradualidad, y que está sujeta a la progresión del tiempo y a los altibajos de la inestabilidad juvenil.


El texto capitular los llama núcleos fundamentales y, sin ser exclusivo, propone los siguientes:

  • Una base de realismo práctico centrada en lo cotidiano.

  • Una actitud de esperanza impregnada de alegría.

  • Una amistad fuerte y personal con Cristo.

  • Un sentido cada vez más responsable y valiente de pertenencia a la Iglesia.

  • Un compromiso concreto que abunde en obras de bien.

  • Y como clima familiar de crecimiento, la dimensión mariana.


Estos núcleos y la consideración de las áreas del camino de la fe, nos invitan a considerar de nuevo el sistema preventivo como expresión viva y praxis pedagógica de nuestra espiritualidad específica, es decir, como modo de vivir y de trabajar para comunicar el Evangelio.


Desde la óptica del camino de la fe de los jóvenes enumeramos los principales elementos de nuestro semblante espiritual:


* Ante todo, la interioridad apostólica.


Es nuestro dinamismo espiritual de base. La gracia de unidad, propia de la caridad pastoral, nos coloca en la vertiente de la espiritualidad de vida activa, uniendo desde dentro consagración y misión en síntesis de vida plenamente apostólica. Entre ambos aspectos existe para nosotros mutua implicación y verdadera reciproci­dad; sin embargo su fuente se halla en la vida personal de unión con Dios. “Sabemos, por experiencia, que aquí en la interioridad apostólica se encuentra un punto estratégico de nuestra autenticidad espiritual”23.


Perdonadme si llamo la atención sobre la palabra y significado de interioridad. Sin interioridad no hay hombre espiritual. “Dios no está lejos de cada uno de nosotros”24. El encuentro con Dios –nos dice San Juan de la Cruz- tiene lugar “del alma en el más profundo centro”; pero a veces el hombre está muy lejos de sí mismo, de ese centro; vive en la superficie. En efecto, nos amenaza constantemente el riesgo de vivir en la distracción, a la que nos lleva la monotonía y rutina cotidianas, nuestras obsesiones o compensaciones emocionales, el activismo aunque lo camuflemos de actividad pastoral, la dispersión o alienación de nuestros quehaceres.


En mis relaciones con los hermanos, sobre todo con los más jóvenes, me ha sorprendido la capacidad de proyectar hacia los demás, de poner fuera de uno mismo (sobre todo cuando se trata de culpabilidades), aquello que es interior, que se debe asumir como responsabilidad personal y resolver en el interior del propio corazón. Se huye de uno mismo, porque no se está a gusto con uno mismo. El hombre ha perdido su interioridad, se ha vaciado y busca frenéticamente llenar ese vacío, compensarse. Urge, por tanto, recuperar los “espacios interiores” poniendo en el centro la libertad, la capacidad de proyectar, la creatividad, la responsabilidad personal. Porque cada uno debe dialogar con el Dios de su propia historia, que habla en el silencio, como hablaba con Adán y Eva en el paraíso, "a la hora de la brisa"25. La capacidad de contemplación es asignatura pendiente en la sociedad y en la congregación salesiana. A este fenómeno don Viganó lo llamaba superficialidad


En cambio, la profundidad espiritual o interioridad, nos acerca a Dios, y al acercarnos a El nos acerca a nosotros mismos y da consistencia, clarividencia y eficacia a lo que hacemos.


A menudo se oye decir que alguien está "muy volcado" en su trabajo, en sus negocios, en sus empresas, o en su pastoral. Estar volcado significa estar "dado la vuelta", “estar al revés”, o sea, estar convertido a sus cosas, y por lo tanto, alejado de sí mismo.


Tendríamos que "dar la vuelta" de 180 grados -la CONVERSION - para reencon­trarnos con nosotros mismos. Ese "dar la vuelta" o CONVERSION, es lo que pide Jesús a las personas volcadas en las cosas exteriores. Es la condición indispensa­ble para acercarse al Reino de Dios, que comienza en el propio CORAZON. Tener en paz nuestro corazón es nuestra primera misión.


Nuestro ajetreo, nos hace vivir en la superficie de las realidades, ajenos al misterio de Dios y al misterio del hombre y del mundo junto a los cuales transcurre su existencia. Se vive en la superficialidad de los acontecimientos sin saber interpretarlos a la luz de la fe y por ello, sin darles la densidad salvífica que llevan dentro.


Por supuesto que el camino de la vida interior comporta escuchar las llamadas a la superación de una vida instalada en una situación de ilusión, de inautenticidad. No olvidemos “que el camino de la conversión del hijo pródigo tuvo su primer paso en una vuelta sobre sí mismo: “recapacitó”26



* En segundo lugar, el testimonio de la centralidad de Cristo, revelador del Padre y Buen Pastor.


Jesucristo es el centro vivo y existencial de nuestra vida consagrada: el seguimiento de Cristo, obediente, pobre y casto. Todos los consagrados se centran en Cristo; Juan Pablo II nos recordará que el “primer testimonio que la vida religiosa debe dar, es el de haber escogido a Cristo como prioridad en su vida”27. El fundamento de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo vivido en el horizonte de la comunidad y de la misión, pero ni la comunidad ni la misión justifican la vida religiosa. Es Cristo quien llama. Ningún otro nos da la vocación ni nos asegura las fuerzas para seguirla. Nuestro testimonio específico se caracteriza por el aspecto pedagógico-pastoral con que miramos a Cristo como Buen Pastor, que creó al hombre y ama sus cualidades, que se entregó por él hasta la muerte y lo redimió, que le busca, perdona sus pecados, le envuelve en su misericordia y lo hace nueva criatura por medio de su Espíritu. Esta centralidad de Cristo-pastor debe brillar como sol en nuestros ambientes en las dos columnas educativas: eucaristía y reconciliación y por medio de otras muchas iniciativas, que expresan el modo cotidiano de vivir y de educar que "informan nuestras relaciones con Dios, el trato personal con los demás y la vida de comunidad en la práctica de una caridad que sabe hacerse amar"28.


El hecho de subrayar a Cristo como Buen Pastor supone ciertamente la generosidad en la entrega a la misión hasta la cruz; pero también evidencia la actitud “que conquista con la mansedumbre”, con la bondad, el afecto y la amistad, desarrollando toda una ascesis espiritual del "hacerse querer", propia del corazón oratoriano. Nuestra santidad consiste en amar hasta que se note.


Este primer paso que el salesiano debe dar siempre de salir al encuentro para comenzar juntos el camino, se llama presencia: ¡un valor que hay que recuperar! No cualquier presencia, sino la presencia pastoral, o, si se quiere, ministerial, o también sacramental, porque debe ser portadora de Cristo; atenta a los sentimientos y aspiraciones de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero llena, en sí misma, de claros mensajes evangélicos y de perceptible amor de caridad. Por eso la Programación en su tercera prioridad nos hablará de una manera nueva de estar entre los jóvenes: es decir con toda su carga sacramental, haciendo visible, inteligible y eficaz el amor de Dios entre los jóvenes más necesitados29



* Otro elemento: la tarea educativa como misión.


Nuestra misión en la Iglesia se especifica en la praxis educativa. "Don Bosco nos enseñó a reconocer la presencia operante de Dios en nuestro quehacer educativo y a sentirla como vida y amor”30. Sabemos que "la misión da a toda nuestra existencia su tonalidad concreta, especifica nuestra función en la Iglesia y determina el lugar que ocupamos entre las familias religiosas"31.


Así pues, para nuestra espiritualidad el campo y la dimensión educativos es "el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Dios"32. No olvidemos que Don Bosco no fue un educador que decía misa a los jóvenes, sino un sacerdote, que escogió el campo de la educación para ejercer su sacerdocio. Por eso hablamos de dimensión educativa, que hay que cultivar en cualquier ambiente y presencia y no simplemente de docencia que hace referencia exclusivamente a la escuela.


Al ser educativa, nuestra espiritualidad debe prestar atención al contexto del mundo y a los retos de la juventud: requiere flexibilidad, creatividad y equilibrio, y busca con seriedad la preparación pedagógica más apropiada. He escrito muchas veces, que si como Pastores no podemos renunciar a la meta de llevar a los jóvenes a Cristo, como educadores no debemos equivocarnos en el método, en el proceso.



* Cultivo de un sentido eclesial concreto.


La vida y la obra salesiana son una vivencia concreta de Iglesia: nos consideramos "en el corazón de la Iglesia"33; "nos sentimos parte viva de ella y cultivamos, personal y comunitariamente, una renovada conciencia de Iglesia. La demostramos con nuestra filial fidelidad al sucesor de Pedro y a su magisterio, y con la voluntad de vivir en comunión y colaboración con los obispos, el clero, los religiosos y los seglares".34 Este sentido de la comunión eclesial vitaliza también todo el campo de la actividad vocacional.


Una espiritualidad, por tanto, que nos hace sentir y ser objetivamente, incluso ante la opinión de nuestros creyentes, verdadero don del Espíritu a la Iglesia para intensificar su comunión y colaborar en su misión. "Las necesidades de los jóvenes y de los ambientes populares -afirma el artículo 7 de las Constituciones- y la voluntad de actuar con la Iglesia y en su nombre, mueven y orientan nuestra acción pastoral por el advenimiento de un mundo más justo y más fraterno en Cristo"35.



* Otro elemento específico es la alegría en la laboriosidad.


Es un aspecto inherente al estilo oratoriano y a la psicología abierta al futuro propia del corazón adolescente. Nacimos en la colina de las bienaventuranzas juveniles y ahora sembramos sus riquezas evangélicas por todo el mundo. Vivimos una espiritualidad de alegría y de familia, compartida "en clima de mutua confianza y de perdón diario"36, y empapada de esperanza, que "difunde alegría y sabe educar en el gozo de la vida cristiana y en el sentido de la fiesta"37, porque seguimos una pedagogía que "cree en los recursos naturales y sobrenaturales del hombre, aunque no ignora su debilidad"38. Este clima de alegría y optimismo no se debe a ingenuidad o superficialidad; es fruto de verdadera esperanza teologal y de consciente sintonía pedagógica con los innumerables valores positivos depositados por el Creador en el corazón de los jóvenes. Por eso el primer testimonio que como salesianos y como comunidad debemos dar, es el de nuestra alegría vocacional. Cuantos nos observen, sobre todo los jóvenes, deben comprender que el seguimiento de Cristo, según el espíritu de Don Bosco, es suficiente para llenar nuestra vida.



* Y, en fin, la dimensión mariana.


Nuestra misión evangelizadora es participación en la maternidad eclesial de María. Los títulos de Inmaculada e Auxiliadora llenaron la vida del Oratorio y suscitaron en los jóvenes los mejores ideales de santidad y de compromiso cristiano. María siempre es modelo a imitar en la escucha, meditación y seguimiento de la Palabra, en la fidelidad a su Hijo; pero es también madre amorosa que protege e intercede, anima y guía. Somos hijos de grandes devotos de María. También en este campo debemos recuperar terreno. Volver a los orígenes, si queremos seguir sabiendo lo que son milagros: todo lo ha hecho Ella.



6.Formamos comunidades evangelizadoras.


La comunidad es el sujeto de la misión salesiana, a ella le incumbe la responsabilidad y el compromiso de realizar el camino de fe para los jóvenes y para nuestros destinatarios. Debe manifestar que la espiritualidad es por tanto comunitaria. Nuestro rostro espiritual es comunitario.


Indicamos tres aspectos complementarios que hay que cuidar:


* La comunidad como signo de fe exige la autenticidad del propio testimonio evangélico. Ahí está la condición de fondo: vivir y trabajar juntos como grupo de creyentes con estilo salesiano, que proclaman existencialmente el misterio de Cristo Buen Pastor viviendo las propias constituciones. La comunidad se hace fe-signo cuando sus miembros encarnan con alegría y constancia en su vida cotidiana los valores de la espiritualidad salesiana plenamente dirigida a la misión39.


El CG 23 insiste en el cuidado de la interioridad apostólica y D. Felipe Rinaldi nos indica tres elementos importantes de la misma: "Respirar por las almas (el hermoso comentario al da mihi ánimas), incansable trabajo apostólico y fidelidad cotidiana a la oración"40. Son elementos que deben entrar en el contenido de los programas de formación permanente, como respuesta a los retos, si de verdad queremos ser "signos y portadores del amor a Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres". Seremos, así, hombres y comunidades espirituales, capaces de suscitar y animar con actualidad una espiritualidad salesiana concreta.


* La comunidad como escuela de fe es la que "hace de la misión su razón de ser y de actuar". Aquí entra en juego la dimensión pedagógica de la actividad comunitaria. Para ser evangelizador válido hay que incluir en la interioridad apostólica mayor conocimiento y presencia del mundo actual; es un aspecto que distingue cualquiera de nuestras actividades, que deben ser simultáneamente espirituales, pastorales y pedagógicas. "Se trata de dar un verdadero salto de calidad, una vuelta a los jóvenes con renovada sensibilidad pastoral y con mayor competencia educativa"41. No basta ser especialista en una materia y darla con competencia. La especialidad que como salesianos se nos exige es el tener un corazón educativo y pastoral, que se sabe acercar a la realidad concreta de cada joven y se ofrece con competencia a ser su compañero de viaje.


Para ser escuela de fe, hoy es imprescindible que vayan juntos ser signo y ser amigo, llevar fuego en el corazón y sacrificio en la entrega, cultivar a la vez unión con Dios y la experiencia directa del mundo escuchando sus aspiraciones, adquiriendo su cultura y su lenguaje, y la disponibilidad necesaria para compartir experiencias y proyectos pensados no sólo para los destinatarios, sino también, y sobre todo, con ellos"42. No se trata de quitar fuerza al signo, sino de hacerlo pedagógica­mente significativo. Si no tenemos significación pastoral y pedagógica en la zona y en la Iglesia, nuestra presencia no podrá considerarse escuela de fe.


Pero es asimismo imprescindible, para ser verdaderamente tal, que la comunidad sea ex­periencia viva de Iglesia y, en concreto, de la Iglesia local: parroquia, diócesis, conferencia e­pisco­pal. Por consiguiente, "debe participar con claridad en los proyectos y propuestas de pasto­ral de la Iglesia local. Debe aprender a recibir de ella estímulos, pero también a comuni­carle sus experiencias"43. Sólo en una comunidad que sea escuela de fe, podrá florecer una e­ducación que sea pedagogía de santidad. Se decía en una de las últimas asambleas de superiores generales: Sólo la Familia Religiosa que es capaz de ser hoy escuela de espiritualidad en la Iglesia, tiene razón de existir.


* La comunidad como centro de comunión y participación se refiere tanto a la más amplia comunidad cristiana, como a los diferentes grupos de la familia salesiana y a las diversas asociaciones y a los jóvenes individuales. He ahí una perspectiva lanzada ya por los capítulos generales anteriores y que el CG-25 nos invita a realizar con una voluntad más compartida y con mayor eficacia y entrega. Las decisiones capitulares son claras y vinculantes. No ponerlas en práctica indicaría incapacidad o desatención, o exceso de comodidad: en definitiva, falta de espirituali­dad salesiana. ¡Sería triste asistir al ocaso de algunas presencias por falta de fuego en el corazón de los salesianos! El hombre espiritual es posible en todas las edades y en todas las condiciones de vida: el corazón oratoriano es condición salesiana desde la primera profesión hasta el último suspiro.


El punto fuerte de este tercer compromiso comunitario es la implicación de los seglares. La implicación y valoración de los seglares requiere, en los salesianos, capacidad de entablar con ellos relaciones de corresponsabilidad madura, según la naturaleza de los grupos. No es fácil; comporta un profundo cambio de mentalidad y de una adecuada modalidad de trato y relaciones. Pero, sobre todo, necesita saber emprender con ellos "un serio camino de formación". Las experiencias hechas hasta ahora garantizan, a pesar de algunas dificultades, resultados satisfactorios. El ejemplo de Don Bosco nos animo a trabajar “adultamente” con los seglares, con madurez, respetándolos y valorando todo lo que pueden aportar.


En nuestras obras hemos llegado a un grado muy alto de organización: funcionan los órganos colegiados y personales... están organizados los claustros de profesores, los gabinetes de orientación, las tutorías, las Juntas de APAs, hasta está organizada la formación del profesorado y animadores, los grupos juveniles y el asociacionismo... Pero no se está transmitiendo vida, porque no se llega a los corazones que es donde se construye y avanza el Reino.





7.Algunos elementos metodológicos


Soy consciente de que el tema está resultando muy largo, sin embargo me permito, para que todo esto no quede en papel mojado, reclamar vuestra atención sobre tres puntos muy concretos a los que también hace alusión la programación para el próximo sexenio:


a.Recalco la importancia de la oración personal. La oración es la expresión de la fe y su alimento. Por eso cuando la fe entra en crisis, entra también en crisis la oración y cuando la oración personal enmudece en la vida de una persona, es señal de que su vida religiosa se está apagando. Por ello no es posible despertar y fortalecer la fe sin reavivar nuestra oración personal. Invito a los hermanos a releer el capítulo VII de las Constituciones: en diálogo con el Señor y os recuerdo lo que afirmaba Don Viganó al tratar del relanzamiento de nuestro carisma: "Sin oración no hay, para nadie, síntesis entre fe y vida; no hay, para nadie, reciprocidad entre evangelio y oración; no hay unidad entre consagración y profesionalidad; no hay corresponden­cia entre interioridad y trabajo. Es decir sin el aliento interior de la oración, el trabajo no es santificante, la competencia humana no es testimonio evangélico, los quehaceres educativos no son pastorales y el vivir cotidiano no es religioso".../... La ausencia de verdadera oración sería, para nosotros, un fracaso en todos los frentes"44. Recordamos la carta de don Vecchi en la que habla no tanto sobre la oración comunitaria, cuanto de esa actitud personal que hace de cada salesiano un hombre de oración (ACG- 374). No olvidemos tampoco el compromiso de hacer de cada comunidad una escuela de oración para jóvenes y adultos. Nuestra creatividad pedagógica sabrá buscar la adecuada metodología.


b.El sacramento de la reconciliación y la dirección de conciencia siguen siendo vitales para quien pretenda avanzar por el camino de la vida espiritual. Por ello se debe asegurar en las comunidades la presencia de confesores ordinarios y extraordinarios (al menos en los días de retiros...). Cfer. RG 174. Es este un punto al que hay que prestar mayor atención personal y comunitaria. La frecuencia y periodicidad en la recepción de este sacramento contribuyen, sobre manera, a conservar la sensibilidad religiosa y la delicadeza de conciencia “... recibido con frecuencia... nos proporciona el gozo del perdón del Padre, reconstruye la comunión fraterna y purifica las intenciones apostólicas” (Con. 90. Cfer C.36). El P. Pío comparaba este sacramento al baño y decía “¡qué menos que tomemos uno cada semana!”. A pesar de que los hermanos se confiesen poco, el dar todas las posibilidades es una obligación del director que no puede pasar por alto.


En nuestro método educativo, el sacramento de la Reconciliación sigue siendo columna fundamental.


c.La Lectio divina: lectura, meditación, oración. En muchos de nuestros ambientes esto suena a novedad, sin embargo la lectio divina era la manera de hacer teología en la Iglesia primitiva y los “Santos Padres fueron sublimes hacedores de este método”45. Es una experiencia de Dios, una manera de comprender el misterio de Dios escondido en las páginas de la Sagrada Escritura, que conduce a una experiencia de la propia vida, pues la Palabra da sentido a la vida. La Biblia, leída correctamente, no es un libro del pasado, sino del presente, de la vida cotidiana a la que ilumina con una luz siempre nueva. Necesitamos la iluminación de la Palabra y el discernimiento para captar la densidad salvífica que tiene cuanto acontece a nuestro alrededor.




8.Pistas para la reflexión personal


¿Puedo decir que soy un hombre de fe?

¿Es la caridad pastoral el motor de mi vida y de mi actividad?

¿Lucho por configurar mi vida con la de Cristo?

¿En la praxis educativa y pastoral trato de configurarme con la persona del Buen Pastor?







FORMACIÓN



Cristo sigue llamando

a los jóvenes en esta nueva cultura46


Las posibilidades de un agente de Pastoral Juvenil

ante el reto que le plantea el nuevo modo

que tienen de vivir los jóvenes en el mundo



Antonio García Rubio47



¿QUÉ TENDRÍA QUE HACER?


LO PRIMERO: Llenar de significado la vida religiosa. Los religiosos que trabajan con los jóvenes han de transparentar a Cristo.


Lo primero que han de tener en cuenta los agentes de pastoral juvenil que, desde las congregaciones religiosas, se plantean salir al encuentro de los jóvenes herederos de la cultura postmoderna, son algunos elementos fundamentales sin los cuales no es posible trabajar en la actualidad. Por lo tanto, comencemos por dirigir nuestra mirada hacia lo más hondo y auténtico de los religiosos, por mirar si la vida religiosa resulta hoy significativa para nuestra sociedad y para nuestros jóvenes. Un examen de conciencia es lo primordial. ¿Cómo pueden los religiosos recomponerse para transparentar a Cristo?


Si detenemos la mirada en el significado de la vida religiosa hoy, deducimos lo que sigue, tanto en una mirada negativa, como sobre todo en una apuesta positiva, y que he analizado más detenidamente en una revista sobre la Vida Religiosa.


Ojo con la sal mojada


Tomemos conciencia de que la "sal mojada" de la que habla el Sermón de la Montaña, debería alertar a los que pretenden hacerse presentes en el medio juvenil actual. Ojo con la vida religiosa que parece estarse mojando peligrosamente según apreciación de muchos religiosos y religiosas.


Ojo con ser unos ciudadanos más


Los religiosos se han hecho como los demás ciudadanos: unos ciudadanos más, perdidos entre la masa uniformada de esta sociedad. Para mucha gente parecen vivir como ocultos en medio de la noche de nuestra cultura y, a la vez, al margen de ella. Son ciudadanos que parecen participar de los mismos beneficios y ventajas de la sociedad de consumo y, por tanto, sin contornos definidos, aunque ellos parezcan tener la pretensión de ser diferentes; pero al ser realmente percibidos como todos, son difícilmente identificables. Los hay que habitan en buenas mansiones, tienen buenos coches, están a la última en el manejo de los medios técnicos, visten con marcas...






Ojo con el poco carisma


¿Cuál es el carisma específico de los religiosos? Hacen de todo y hacen cosas contradictorias. ¿Cuál es su cometido? ¿Cuál es su fondo? La falta de definición del carisma es un handicap para un trabajo serio en nuestra sociedad y entre los jóvenes.


Ojo con la poca radicalidad


La radicalidad de quienes han prometido radicalidad de vida no se percibe suficientemente, a ojos vista de los laicos. La radicalidad de los votos no se traduce a través de la visión externa que ofrecen muchas comunidades religiosas. Y eso no es atractivo para nadie.


Llamados a ser la sal, eso sí


"Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo". Observamos como positivo y abierto a un futuro esperanzador, que la vida de algunos religiosos, entregados al Evangelio, a la comunidad y a los pobres, nos hace vislumbrar el camino por el que se debería andar, el que nos lleve a crear una verdadera alternativa en medio del mundo.


Fomentando la vida comunitaria


Frente al individualismo, la sociedad y los jóvenes necesitan personas que ofrezcan el atractivo de una vida distinta. La vida comunitaria es la referencia para crear una nueva humanidad. La vida religiosa ha de alentar el sueño de la comunidad haciéndola visible y posible.


Siendo testigos de Dios


La raíz del hombre corre el riesgo de secarse. Hace falta agua. El agua de la fe en Dios Padre; hacen falta testigos de esa fe y de ese Dios, de lo contrario las nuevas generaciones se secarán antes de tiempo.


Aportando la coherencia de la pobreza


En medio de un consumo abusivo hay señales de alerta en muchos hombres y mujeres, y en ciertos ambientes juveniles, que dicen que hay que cambiar este sistema de valores basado en la riqueza de unos y en la miseria de la mayoría. La coherencia de la pobreza es la gran aportación que pueden hacer los religiosos a los jóvenes y a la sociedad.


Volviendo al pueblo


El pueblo sencillo del que suelen nacer los religiosos es el que precisa más y más el aliento y la gracia que es la vida religiosa. Hay que vivir en el centro mismo de la vida del pueblo llano. Vivir en el pueblo supone vivir como el pueblo. Ahí está el reto. La inmensa mayoría de los jóvenes son hijos del pueblo llano y con ellos hay que desgastar la vida.


Viviendo para los jóvenes


Los religiosos deben hacer una opción seria por el futuro, y el futuro son los jóvenes. Ahí es donde la Iglesia se juega un futuro más o menos prometedor. Hoy por hoy los jóvenes están muy abandonados por la Iglesia y muy alejados de su ser. Sólo los religiosos pueden tener la energía suficiente como para dedicarse a esta tarea apasionante.



Trabajando por el Reino


La humanidad necesita de hombres y mujeres valientes que se jueguen e hipotequen su vida por el Reino. La vocación religiosa es la que da alas para hacer posible la realización del sueño de Cristo. Per­sonas que entreguen la vida, pa­cientemente, por amor y sólo por amor, acabarán horadando en el co­razón de los jóvenes.


Mostrando que son personas enamoradas


Los jóvenes ven el mundo a tra­vés de un fino enamoramiento, cambiante y buscador, pero enamo­ramiento. Y los religiosos viven su vida como una entrega enamorada, y cuando es verdadera da fruto y fruto abundante. Ésta es una buena hora para abandonar lo viejo y abrir­nos a lo nuevo. Los jóvenes entien­den el lenguaje de¡ corazón y el len­guaje de la verdad. Los religiosos, por su sana entrega, abnegada por sus votos, tienen el corazón prepa­rado para el amor.


Dando Evangelio y sólo Evangelio


Los religiosos que viven la radi­calidad de su vocación tienen unas posibilidades únicas para entender a los jóvenes y para conectar con ellos. Pero, eso sí, han de creer en sus enormes posibilidades y ayu­darles a ponerlas en práctica. La vida religiosa está llamada a pre­servar, cuidar y guardar el Evangelio de Jesucristo. Pero, a guardarlo no sólo en la letra, sino fundamen­talmente en el espíritu personal y comunitario, en el estilo de vida y en la praxis diaria de la fe. Los reli­giosos han de vivir a tope el Evan­gelio y ofrecérselo a los jóvenes, y sólo el Evangelio.


Partiendo de estos presupues­tos sobre la vida religiosa, y, por lo tanto, sobre el fundamento necesa­rio para salir al encuentro de los jó­venes, ahora hemos de pasarnos al otro lado para ver qué jóvenes y qué propuesta hemos de hacerlos.



SEGUNDO: A los jóvenes cris­tianos hay que darles la oportuni­dad de hacerse semejantes a Cristo y de adquirir su figura. Para lo que es fundamental que los re­ligiosos que trabajan con los jó­venes transparenten a Cristo.


El religioso que trabaja con los jóvenes ha de ayudarles a cre­cer en su ser y en el Señor, ofre­ciéndoles acompañamiento hu­mano, personalizado y de fe. Y ha de ayudarles a conformarse con Cristo, ofreciéndoles un camino de Espiritualidad y de Mística, bien a través de la vida consagra­da y comunitaria o bien a través de¡ matrimonio y de la vida fami­liar.


Este planteamiento es, sin lugar a dudas, uno de los más bellos y sig­nificativos. He optado por plantear la meta más alta, conformarse con Cristo, no con la intención de que na­die se la plantee como una adquisi­ción moral o fruto M esfuerzo, sino como la belleza posible que Dios da y regala a cuantos ponemos la mira­da enamorada en Jesucristo. Nos planteamos, al hablar de los jóvenes, el ser de su fe en Cristo como un es­tilo de vida lleno de belleza, pues la fe hemos de plantearla, y más en la edad joven, como un camino de be­lleza.





La belleza como atracción


Todos los seres humanos anda­mos tras la belleza, y eso les pasa a los jóvenes de un modo acentua­do. La búsqueda de la belleza es como la expresión de nuestro de­seo de trascender las formas y lle­gar a la plenitud y armonía con todo lo creado.


La belleza supone una gran atracción para toda la humanidad. Depende mucho de las modas y M ambiente que se generen en cada época para que nos atraigan unas formas u otras de belleza; pero to­das estas formas, en el fondo, cuan­do las analizamos, nos hablan de la otra belleza, de la que está a la base, en la raíz y en el fondo de to­das las formas, pues todas evocan la belleza y nos transportan un poco más allá.


La belleza hace que el ser hu­mano esté siempre en actitud de búsqueda, en actitud inconformista. La belleza hace que la vida le resul­te enormemente atractiva y que se desee apresarla, poseerla, engan­charla y hacerla nuestra. Cuando algo deseado, evocador de belleza, se ha conquistado, se desea lo si­guiente, pues lo adquirido no acaba de saciar al hombre. Y así siempre se desea más y más, siempre se de­sean nuevas cosas, nuevas metas y nuevas conquistas.


La sociedad de consumo está basada en el diseño y en la belleza que se pretende evocar con él. Nun­ca los jóvenes han tenido tantas oportunidades de poseer formas de la belleza. Cada día que pasa, los diseñadores se han de esmerar más y más para enlazar sus ventas con la exigencia de belleza más y más refinada de los compradores y con la atracción desmedida que ex­perimentan por las cosas. Y todo basado en ese deseo ferviente del ser humano de atrapar para sí la belleza y el poder.


También es evidente que esta época resulta significativa por la re­ducción de¡ deseo de belleza al en­torno de las cosas materiales y de todo aquello que se puede adquirir por dinero. Lo que no vale dinero no es bello. Lo que no se puede com­prar es despreciado. Así los grandes valores que han sustentado la histo­ria de la humanidad hoy ya no resul­tan atractivos. Tampoco los valores basados en la fuerza resultan hoy los más convincentes. Un mundo de lujo, cómodo, superfluo y lleno de vanidad se apodera del corazón humano. No hay más que darse una vuelta por los centros comerciales y mirar en los rostros el ansia desmedida de consumir y de comprar.


En este nivel de competencia, de lucha por la belleza, y de pelea por el poder que la facilita, se viven hoy muchas de las relaciones humanas.



La belleza de la fe, nuestro reto


Y en este nivel de competencia por la belleza de las formas en el que está sumergida nuestra sociedad hemos de plantearnos el tema, menor para este mundo, de la belleza de la fe. Aquí, en esta sociedad y en esta cultura, hemos de desplegar la fortaleza y la belleza de la fe cristiana.


Una primera mirada sobre la realidad necesariamente nos pone pesimistas sobre las posibilidades evocadores de la belleza y de la fortaleza de la fe, tal y como, en líneas generales, se conoce hoy la fe cristiana, pues dicho conocimiento es malo, deforme e interesado.


Es mucho lo que podemos aportar sobre nuestras torpezas a la hora de analizar cómo vivimos la fe y cómo la han vivido las generaciones anteriores a nosotros. También es mucho lo que aparece ante nuestros ojos a la hora de mirar detenidamente cuál ha sido y es el significado que ha tenido la fe cristiana en la vida de muchos pueblos, a lo largo de veinte siglos. Ese significado algunos pretenden que aparezca a los ojos del mundo y de los jóvenes como feo y decadente.


No podemos negar que es feo y decadente lo que evoca la historia de la fe cristiana para los críticos de nuestra sociedad: represión, fe ciega, infantilismo, cultualismo populista, autoritarismo, clericalismo, falta de libertad, borreguismo, manipulación, etc.


En la actualidad, sobre todo entre los jóvenes, y debido a la desvinculación creciente de los éstos con relación a la Iglesia, se está produciendo una falta de comprensión mayor y un alejamiento generalizado que les hace ver, aún más torcidamente, la realidad de la Iglesia, que los Medios de Comunicación acaban por enfatizar.


Entre los errores de la Iglesia, que como institución humana no son pocos, y la visión negativa que se transmite de ella a través de dichos Medios, e impulsada por sus enemigos y por el desconocimiento real de la vida de la Iglesia que tiene la sociedad, vivimos un momento poco propicio para poder mostrar la belleza y el poder seductor que tiene la fe cristiana sobre la conciencia humana, llevada por la mano del Espíritu de Jesucristo.


A pesar de todo, y quizá porque el reto es grandísimo, hemos de buscar una implicación mayor de los religiosos y religiosas a la hora de vivir una experiencia cristiana que sea capaz de aportar la novedad y la belleza del hecho de creer. Y esto hemos de hacerlo en medio de una sociedad que se mueve, desde el punto de vista cultural y del gusto escénico, por caminos de atracción y de búsqueda, en medio de la noche, de lo que resulta sugerente, de lo misterioso, de lo escondido y de lo oculto.



La atracción por la noche


Estamos en un momento en que hay más atracción por la noche y por el secreto sugerente de la misma, que por las obras de la luz y por el sol. No hay más que mirar el comportamiento de los jóvenes, atraídos de modo fascinante por la noche y por todo lo que ésta sugiere, para ver que algo sustancial está cambiando en el comportamiento externo y quizá en la esencia de dicho comportamiento.


La Iglesia, que se sabe hija de la Luz y del Día, se empeña en caminar a través de los instrumentos de una cultura solar. La sociedad se encaminar cada día más por una cultura lunar. La cultura solar es la cultura de las grandes verdades que se imponen por sí solas, porque así están determinadas por una dogmática o por una costumbre. La cultura de la noche no se vale de verdades, sino de sugerencias y de búsquedas, muchas veces irracionales. El ser humano, especialmente los jóvenes, parecen cansados de la imposición del día, del poder sofocante, del poder frustrante, del poder de los poderosos, de la posible mentira que se esconde detrás de aparentes verdades, afirmadas, eso sí, con absoluta rotundidad. Hoy se busca la complicidad de la noche, para así liberarse, para deshinibirse, para comunicarse, para encantarse, para susurrarse, para explayarse, para sentir el gozo de ser libres y de poder mezclarse con otros seres humanos.


Una religiosidad del día, de la institucionalización y de la dogmática de la verdad, de las grandes celebraciones repetitivas y sin alma, frías y sin emoción, no dice nada a los hombres y mujeres que crecen al amparo de la cultura lunar, de la cultura de la noche.


Hemos de preguntarnos si en el arca cristiana no existe nada más que esta religiosidad del sol. La respuesta puede darnos algunas claves para recomenzar un trabajo impresionante, una nueva evangelización, basada en la cultura lunar en la que nos movemos. El cristianismo ha tenido que ir encontrando su sitio en las culturas en las que ha sobrevivido. Esta cultura, concretamente, nos hace descubrir aspectos de la fe que habían quedado olvidados en el anterior posicionamiento cristiano, en la cultura del sol. Y eso es lo que torpe, incipiente y aventureramente pretendo iniciar en los próximos comentarios.


Los religiosos han de ayudar a los jóvenes a crecer en el Señor, mediante un acompañamiento sugerente, de igual a igual, basado en la sinceridad del corazón, en la transparencia y en la comunicación vital. Y a su vez, ha de ayudarles, por ese camino del crecimiento y del acompañamiento, a Conformarse con Cristo; y todo eso, trabajando con dedicación nocturna un camino de Espiritualidad. Una nueva Mística, que pueda ser vivida de un modo universal, por la inmensa mayoría de los Jóvenes y del pueblo, es lo que hemos de buscar en la noche, y acabar susurrándoles al oído. Sin grandezas ni artificialidades, pero con un inmenso poder de sugerencia y de belleza.



TERCERO: ¿Cómo pueden asumir los religiosos este reto?


Creer en la noche


El religioso puede situarse de tal manera en lo puramente institucional, moral, dogmático o formal, en la claridad del día y de la doctrina, que sin querer puede acabar perdiendo el contacto directo con la realidad humana, esa realidad de pensamientos, emociones, sentimientos y sensaciones que se cuece y se conforma en el interior de la persona humana, en el silencio de¡ corazón, amasada con sufrimientos normalmente no expresados; con la realidad del joven nocturno, del joven que no cree que el día le pueda aportar ninguna solución a sus problemas reales, a los que a él verdaderamente le preocupan: el joven que no acepta las instituciones ni a las personas que las componen y que se identifican con ellas, pero que tiene el corazón caliente y rebosante de vida, probablemente confusa, pero vida y vida abundante y desbordante.


El religioso que quiera entrar en el corazón de los jóvenes y poder crear lazos de comprensión y de acogida por parte de esos jóvenes, con relación al mensaje del Evangelio que lleva consigo, le hace falta abandonar posturas estereotipadas y comenzar una especie de acompañamiento desestructurado y lleno de compasión por unos hermanos que han de ser tratados como acompañantes y compañeros de camino. Toda sensación de superioridad ha de dar paso a la del hermano sugerente que busca en la misma dirección y que tiene la paciencia ¡limitada de esperar a que sea el joven el que vaya haciendo su propio camino, y en último extremo el camino del Evangelio.


Todo esto no se puede hacer con el descaro del día. Los jóvenes no entienden el día. Para ellos las obras del día son las obras de los que les explotan, de quienes les manipulan, de quienes quieren manejarlos y lle­varlos por unos u otros caminos desagradables. El día es el tiempo de la explotación. Los que creen en el día son los explotadores. Sólo se puede creer en los colegas con los que se comparte la noche, con los que se compar­ten las aventuras, con los que se comparte una cierta complicidad liberadora que desata la atadura y la opresión del día. La noche es el momento de la liberación de las ca­denas y de las ataduras. Dado que el sol advierte y enseña que no se pue­de uno liberar de ningún modo de los señores del día y de su opresión, ya que lo tienen todo "atado y bien ata­do", se concluye pensando inteli­gentemente que, después de pagar el tributo del trabajo, esa especie de esclavitud diurna, se llega a la noche en la que uno es dueño y señor, en la que uno se puede liberar de la gran carga insoportable. Para eso, normalmente, es preciso gastar los ahorros del día con el fin de ayudarse a hacer de la noche una buena movida y una buena liberación. De ahí el fenómeno, del alcohol, de la droga y de todos los hábitos que sin querer o queriendo van entrando en el comportamiento nocturno de los jóvenes.


Los jóvenes nocturnos pasan a sentir una necesidad cada día más urgente de vivir el presente a tope, con todas las consecuencias, porque no se sabe qué es lo que puede pasar al día siguiente.



El religioso debe enamorarse de la noche y debe hacerse presente entre los jóvenes en el centro de la noche. Debe creer en la noche y en las posibilidades que tiene el mensaje de Jesús, un mensaje absolutamente sugerente con relación a la felicidad de¡ ser humano, para entrar en lo profundo del corazón abierto, relajado y expectante del joven. Creer en la noche, en las actuales circunstancias es creer en los jóvenes, es creer que hay un lugar en el que se puede enganchar con su ser, con sus sentimientos, con sus pensamientos, con sus emociones, con sus atracciones, con sus proyectos...


El mensaje de Cristo es susceptible de ser expresado en las noches. Los relatos de¡ Evangelio son más propios de la noche que del día. No hace falta mucha imaginación para imaginarse a Cristo hablando en el centro de la noche con sus discípulos. Los que vivían en común, llegaría la noche, y después de las actividades del día, se reunirían en torno al fuego y allí comenzaría la gran escuela, la gran comunicación el momento de las sugerencias, de las historias. Aún recuerdo las noches de mi infancia en torno al fogón o a la lumbre baja, en todas las casas, cuando aún no había televisión, noches llenas de historias, de aprendizaje, de repaso de lo sucedido en el día, de cuentos magníficos... ¿Qué no les sucedería a todo el grupo de los discípulos del Maestro? Hombres generalmente jóvenes y llenos de vida, esperando que Jesús hablase, enseñase, sugiriese, dijese, manifestase... "La noche es tiempo de salvación", cantamos y recitamos los cristianos. Todas las grandes obras de salvación comenzando por la creación fueron hechas en el centro de la noche y es en la noche donde fraguan las grandes vocaciones y las grandes llamadas. Lo mismo que le pasó a Elí, les ha pasado y les sigue pasando a muchos creyentes. La noche tiene una magia para la comunicación de la que carece el día. En la noche se fraguan los grandes amigos y los grandes amores, en ella se han fraguado las mayores ideas políticas y aquellas que movieron ideológicamente a la humanidad.


Jesucristo es vivenciado por la misma Iglesia, en los grandes acontecimientos en el centro mismo de la magia nocturna. Los grandes acontecimientos de la Pascua, de la Navidad, de la Semana Santa, se desarrollan durante la noche y son expresados magníficamente en la liturgia de la Iglesia. El contagio que provoca la noche es muy difícil que lo provoque el día.



CUARTO: Pero, ¿qué buscan los jóvenes en la noche? Y, ¿qué les pueden ofrecer los Agentes de Pastoral Juvenil?


Es posible que no busquen lo que nosotros bucólicamente pudiéramos imaginar, pero sí es evidente que la noche se ha convertido en un camino de búsqueda para ellos. Pero, ¿de qué? Podemos sintetizar en cuatro los elementos esenciales de su búsqueda. Esta búsqueda es generalmente inconsciente y no suele suponer en el joven común ningún planteamiento previo de reflexión.


¿Qué buscan, pues?


1. Emociones nuevas, que superen la sensación de aburrimiento que acaban provocándoles los medios técnicos. Ante esta situación, la respuesta creyente podría ser la del Crecimiento.


2. Una relación afectiva con otros jóvenes, que supere la sensación de soledad en la que están inmersos, a pesar de los medios increíbles de comunicación con los que se cuenta. Ante esta situación, la respuesta creyente podría ser la del Acompañamiento.


3. Saber quienes son, su identidad, de modo que se supere el anonimato de la gran ciudad, de la cultura postmoderna. Ante esta situación, la respuesta creyente podría ser la de la Configuración con Cristo.


4. Liberación sensitiva y puntual, de modo que se pueda superar la sensación de control efectivo en la que viven durante el día. Ante esta situación, la respuesta creyente podría ser la de la Mística.


Crecimiento, Acompañamiento, Configuración con Cristo y Mística son las cuatro palabras que nos hablan de la belleza y el poder de sugerencia de la fe cristiana. Todo el entramado de la fe cristiana está centrado en la atracción personal, en la relación interpersonal, lunar y nocturna, con Cristo. También él gustaba de la noche para los encuentros en la soledad, en un tú a tú, vividos de un modo nocturno y podíamos llamar lunar. Son muchos los encuentros que narra el Evangelio: Jn 3: Nicodemo en la noche. La Cena Pascua¡ y Getsemaní: Mt 26,20 ss., 36 22. La parábola de la gran cena, en la noche: Lc 14, 15 ss. Se va en la noche a orar y camina sobre las aguas como un fantasma: Mc 6,45 ss.


La comunidad de Jesús vive de una enseñanza que ha de ser contrastada de modo permanente, hasta que ésta llega a calar en el hondón de su corazón. Cada hermano ha de ir haciendo suya esta enseñanza, y la comunidad aparece, así planteada, como una comunidad lunar, que vive, zozobra y se mantiene fiel en medio de la noche. Los religiosos que pretenden ofrecer el camino de la Buena Noticia a los jóvenes han de saber valorar la situación en la que viven y los momentos oportunos para poder hacerse presentes, de un modo sugerente y efectivo, en sus vidas. Y para eso, no hay duda, hemos de aprovechar la noche, pues es el tiempo que ellos han privilegiado para poder estar mínimamente en actitud de acogida y de escucha de cualquier tipo de sugerencia que toque su corazón.


Vamos a detenernos ante cada una de estas palabras:



Crecimiento


Los jóvenes buscan emociones nuevas que superen la sensación de aburrimiento que acaban provocándoles los medios técnicos en los que están ya afincados. Estos jóvenes deberían encontrar en la noche una propuesta, desde los labios y la vida de los agentes de pastoral y misioneros cristianos, que les ayudase a realizar un crecimiento espiritual y humano, integral, partiendo de la llamada del Señor.


Los jóvenes que van buscando en la noche emociones nuevas, necesi­tan ver que el aburrimiento del día, pasado en torno a la luz que controla, mani­pula y deprime, tiene solu­ciones en el presente. No les sirven las promesas del futuro, pues su sangre joven necesita des­bordarse en el momento presente. ¿Puede ser Jesucristo la emoción nueva que precisan encontrar los jóvenes que buscan sin saber bien qué es lo que buscan?


Hemos de partir de que la esen­cia de la vida religiosa es anunciar a Cristo. Lo cual supone la existencia de unas comunidades religiosas que viven mirando a Cristo y que se orientan, cada día y cada noche, en medio de los peligros de la historia, hacia la plenitud del encuentro defi­nitivo con Él. Cada religioso cristia­no, una vez que ha recibido la llama­da al seguimiento del Señor, fruto del anuncio que alguien previamente le ha hecho, ha de cuidar la luz reci­bida para que no se apague, confor­me recomienda Jesús en el evange­lio en la parábola de las doncellas prudentes y en otros pasajes más, y cuidar también su vocación y orien­tarla constantemente, de modo pro­gresivo, hacia el conocimiento y vi­vencia plena del Señor, hacia ese encuentro definitivo con Él.


Consideramos la vida de la fe de unos religiosos como una vida de crecimiento continuo. Así le su­cede al grano de trigo que, deposi­tado en tierra, ha de llegar a su ma­durez. Todo en la vida es crecimien­to, y lo mismo le sucede a la vida de fe de cualquier creyente y de cualquier religioso. La Vida Religio­sa ha de cuidar el crecimiento en la fe de cada uno de sus hijos, y para ello ha de poner en marcha todos los medios que sea capaz de dispo­ner. Todos estos medios, sin dejar de ser medios, y sin que se convier­tan nunca en fines, han de servir para un crecimiento acompasado y equilibrado de los religiosos en el camino del Reino.


Cualquier joven que, en el con­tacto nocturno con la vida de los re­ligiosos, descubra la fe en el Señor resucitado, y que sea bautizado en el nombre de la Trinidad Santa, o renueve su propio y olvidado bautis­mo, aprende pronto que su vida es, como dice San Pablo, una carrera para llegar a una meta, una carrera peculiar, en la que interviene su libertad y la gracia que Dios le da. Una semilla se siembra en el alma, y el Espíritu, si el joven se deja, se encarga de hacerla fructificar y de dar fruto abundante. La conjunción de la gracia y de la libertad, una vez que se ha descubierto el camino a seguir, que no es otro que Cristo, "camino, verdad y vida", supone un gran trabajo para el joven, y supone el uso constante de todos los medios posibles que la Iglesia puede ofrecer al joven. Una vida que así se llena de novedades y se abre de par en par. Quien aprende a vivir a Jesucristo y su gracia, aprende que Él es un permanente embite para su crecimiento.


El pequeño grupo comunitario en el que comenzar a hacer un recorrido creyente por los Sacramentos y la Palabra de Dios nos abre de par en par las puestas de la formación y sobre todo de la oración. Así iremos poniendo en marcha la práctica de la caridad y de la esperanza. No puede aparecer la fe como un camino aburrido o de personas desocupadas. Al contrario, la fe ha de manifestarse en la noche con una vitalidad nueva, capaz e hacer que desaparezca lo viejo y aparezca siempre lo nuevo. Cuando el Señor entra en el corazón joven la emoción de vivir se dispara y el sentimiento se percibe dislocado de la realidad amorfa y agobiante M día, de la luz solar, que es la luz de los poderes de este mundo.


Si el mundo familiar falla, la comunidad cristiana es el instrumento privilegiado para poder crecer en la fe. Y eso hay que valorarlo de modo que se establezcan comunidades lunares de creyente.


Una reflexión sosegada entre religiosos que se dedican a trabajar con jóvenes iría en la línea de entrever cuáles, de los medios que utilizamos en la dinámica pastoral actual con los jóvenes, están en consonancia con lo que hemos dicho sobre la noche, cuáles sirven para que los jóvenes crezcan hacia el Señor, y cuales son los que paralizan ese crecimiento. Cuáles son medios de calidad y cuáles están devaluados por el aburrimiento de una religiosidad de planteamiento solar. Cuáles conviene desterrar y cuáles pueden ser objeto de planteamiento novedoso o de reforma para que sirvan a los fines propuestos.


Por ejemplo:


¿Nuestras misas sirven para el crecimiento espiritual de los jóvenes tal y como las tenemos planteadas?


¿Nuestros colegios, templos y nuestras instalaciones sirven al crecimiento espiritual de los jóvenes?


¿Nuestras catequesis sirven para el crecimiento espiritual de nuestros muchachos?


¿Algo de todo esto está planteado hacia la noche?


Acompañamiento


Una relación afectiva y profunda con otros jóvenes, que supere la sensación de soledad en la que están inmersos, a pesar de los medios increíbles de comunicación con los que cuentan, es fundamental. La relación afectiva es un paso imprescindible, generalmente, para que un joven se adentre hoy en cualquier mundo diferente del suyo, pues no es nada asequible que algo nuevo penetre en él o en ella en las actuales circunstancias, en este momento cultural que estamos viviendo, en este inicio del siglo XXI.


La propuesta que hacemos es la del acompañamiento. Es necesario, eso sí, mirar a Jesucristo para no acabar haciendo aberraciones en algo que es tan evidente pero que puede resultar enormemente manipulador. Está claro que los jóvenes necesitan ser acompañados en los grandes momentos y en los grandes procesos de su vida. El crecimiento en la fe, por sí mismo, aconseja el acompañamiento por parte de otros que ya hayan realizado el camino y que puedan ir orientando y acompañando todo ese, a veces largo, trayecto de la vida.


Los religiosos que se dedican a los jóvenes deberían promocionar todos los medios a su alcance para que sea posible un buen acompañamiento en el camino de crecimiento espiritual e integral de la fe en las horas de la noche, cuando los jóvenes están más abiertos a dejarse sugerir y susurrar al oído una palabra de sanación.


Existe un acompañamiento próximo y un acompañamiento remoto.


El acompañamiento remoto es tan importante como el próximo: Supone el testimonio vivo de la co­munidad religiosa, dirigido a todos aquellos jóvenes que quieran parti­cipar de la plenitud de ser discípulos de Cris­to. Todo acompaña­miento

individual que no esté bien insertado en un testimonio pú­blico, en una vivencia verdaderamente comunitaria de la fe aca­bará siendo algo irreal o creando pequeños monstruitos individua­lizados, que habrán de inventarse una Iglesia irreal, de papel, de pan­dereta, de estructuras sin corazón y de autoritarismo absurdo. Por eso es tan importante que la comuni­dad religiosa sea seria y sea verda­dera seguidora de Cristo en pobre­za y en los pobres, en su apertura al mundo y en su misión.


La comunidad está para ir purifi­cando, poco a poco, la vida de todos aquellos que la componen. No ha de ser una comunidad de perfectos, sino una comunidad de hombres y mujeres que buscan el Reino de Dios con sus debili­dades y con su deseo de servir a Cristo en la humildad. La buena comuni­dad es la verdadera acompañante decada cristiano individualmente tratado. La buena comunidad se refleja en las estructuras simples que crea, como pequeños grupos de vida, que acompañan de un modo real. Cuando una comunidad está volcada en la misión de Cristo y en el testimonio de Cristo se convierte en acompañante básico de cualquier joven que quiere servir y comenzar un proceso de crecimiento. La Co­munidad religiosa puede y debe ejercer de buena comunidad de acompañamiento, viviendo en sí misma el ideal comunitario y generando pequeños grupos para que los jóvenes vivan la fe. Si no lo hace está sobrando, "aunque hable las lenguas de los ángeles y de los hombres, aunque esté llena de gen­te que se deje quemar viva". De nada sirve. Y hay mucha comunidad religiosa que no da fe de ser una co­munidad de referencia. Y así no hay Iglesia compañera, aunque un joven tenga un buen director espiritual para su individualismo religioso o piadoso.


Al lado de este acompañamien­to remoto, los religiosos han de procurar, en la me­dida de lo posible, un acompañamien­to próximo, que no tiene porque ser identificado con la Dirección Espiritual estrictamente plan­teada.


Lo lógico es que en la comunidad re­ligiosa se vaya de­sarrollando el minis­terio del acompañamiento persona­lizado, que puede pasar por muchas etapas y que pretende dar cobertu­ra de acompañamiento humano y de fe a los jóvenes que van descu­briendo en Jesucristo el camino de sus vidas. No se está suficiente­mente acostumbrado a esta tarea. No existe praxis en las comunida­des religiosas de ofrecer este tipo de acompañamiento posible, aunque no sea muy estructurado, y que en no pocas ocasiones puede parecer una pérdida de tiempo.


Un religioso o una religiosa que comparte charla semanal o quincenal con un joven o una joven, que se deja seducir por sus aportaciones y propone una buena base de lecturas, de escritos, de comentarios, etc., está labrando, en lo profundo de la noche y de la tierra, un fruto maduro para mañana. Durante el tiempo que sea necesario, normalmente hasta que el joven o la joven puedan andar por sí mismos. Para este proceso, debido a la apertura y permeabilidad que ofrece la noche, ésta se vuelve imprescindible.


Un buen nivel de diálogo para los religiosos que trabajan con los jóvenes, debe ir en línea de buscar soluciones efectivas para poder adecuar nuestras comunidades religiosas de modo que sean acompañantes de los jóvenes, abiertas al mundo de la noche. Y también ver el modo de potenciar el ministerio o el carisma de¡ acompañamiento en religiosos concretos y la génesis de grupos pequeños de fe para los jóvenes.


¿Es la Comunidad religiosa en la que vivo un buen instrumento para acompañar a los jóvenes en su fe?


¿Conocemos comunidades que tengan un buen plan de acompañamiento en la fe de los jóvenes? ¿Existen re­ligiosos y religiosas liberados para esta tarea?


¿Cómo pueden las comunidades religiosas facilitar la creación de pequeños grupos de jóvenes cristianos en medio de la noche?


Configuración con Cristo


Los jóvenes necesitan saber quienes son, su identidad, de modo que se supere el anonimato de la gran ciudad y de la cultura postmoderna. Es algo que acaba rascando el alma joven el hecho de verse inmerso en un mundo cultural que le roba su identidad. Los jóvenes se ven sometidos generalmente a los mismos gustos, a los mismos hábitos y a los mismos caprichos que otros muchos jóvenes, y sienten que se les cierran las salidas y las posibilidades de alcanzar una identidad propia, salvo en las formas externas, que, al final de un tiempo, acaban pareciéndoles todas ensayadas y repetitivas. Esta situación puede acabar hiriendo al hombre o la mujer joven, y ese es el momento oportuno, justo en medio del desbloqueo que produce la noche, para que el agente de pastoral pueda aportar lo que él considera que es la verdadera y única identidad que no se desgasta y no desgasta al ser humano: la Configuración con Cristo. El objetivo del crecimiento en la fe de la Iglesia es llegar a ser, en formulación paulina, otros Cristos. Configurarse con Cristo. Adquirir la figura de Cristo.


La Iglesia no debe quedarse en medias tintas. El objetivo y el fin deben estar siempre claros y presentes en el corazón de todo aquel que comienza la andadura cristiana. Queremos ser como Cristo, queremos identificarnos con Él, llegar a tener "los sentimientos de Cristo Jesús". Éste es un objetivo irrenunciable. No podemos aspirar a unos jóvenes cristianos que se conformen con picotear como gallinas, cuando están llamados a ser águilas que surquen los cielos.


Cuando un joven comienza su aventura creyente se le debe explicar cual es el alcance M intento que se le propone, que no es otro que "ser como Cristo". Sólo eso y nada más que eso. Todo en la vida M joven, desde que se haya consagrado a Cristo, mediante el bautismo, habrá de ir encaminado a conseguir este objetivo: ser otro Cristo. Lo que pretende la vida cristiana no puede ser objeto de la pelea del ego humano. Nada más lejos. El ego humano debe desaparecer para que Cristo crezca y se desarrolle y despliegue en el joven creyente. El Señor que comenzó en ti la obra buena, él mismo la ¡leve a término". Son palabras que resuenan en nuestros oídos y que tienen para nosotros una fuerza permanente y decisiva. No se trata de nuestras fuerzas, son ridículas para conseguir este fin. Sabemos que aquí sólo y principalmente cuenta la gracia de Dios. No se puede decir que Dios puede intentar esta aventura sin el consentimiento del hombre y su colaboración, pero sentado ese presupuesto, lo demás, lo sabemos, es obra de la gracia de Dios.


En la pastoral con los jóvenes, en el centro de la noche liberadora, todo debería estar preparado para que sirviese a este fin, y todo lo que no sirva debería hacerse desaparecer. Los agentes de pastoral, con un cierto tacto, deben ser radicales. Todo lo que no sirva para que la gracia de Dios nos configure con Cristo no es necesario y por lo tanto se puedesuprimir. Lo que más nos configura con Cristo es la vida misma, la noche misma. Ahí es donde ha de solidificarse una nue­va identidad, que no se queda en el hue­co estéril del corazón humano, sino que se centra en Cristo. No se trata de que la pastoral de jóvenes cree historias artificiales, creadas en el laborato­rio o en el ordenador. No. Se trata de que ayude al joven a entender y comprender la vida real, la vida en medio del mundo, la vida en medio de la noche, la vida en lo cotidiano, en lo solar, en lo opresivo, pues sólo desde esa comprensión se puede llegar a un camino de confi­guración con el Señor.


Cuando menos artificial sea la vida, mejor. Lo artificial acaba generando mundos irreales. Por eso, hemos de ayudar a los jóvenes a edificar una identidad que esté centrada en la vida, que aprenda a vivir, en medio del desierto de la luz de lo cotidiano, la raíz y el sentido de la fe. Cristo se ha quedado con nosotros y a su vez necesita voz, pies y manos para seguir desarrollando su tarea salvadora en medio de la noche del mundo. Eso se lo pueden prestar a Cristo los jóvenes, del mismo modo que Él les da su identidad.


Ser pobre, como Cristo y servir a los pobres como Él. Vivir las Bienaventuranzas en primer lugar, en primera persona, y servir fuego al mundo de los bienaventurados, de los pobres, de los que lloran, de los que pasan hambre, de los que sufren, de los limpios de corazón. Ahí está el camino apasionante y novedoso que se ha de descubrir, como nueva identidad, una vez adquirida la figura de Cristo, en medio de las sugerencias y susurros de la noche.


La reflexión del agente de pastoral juvenil ha de comenzar por reconocer la realidad en la que se encuentra la identidad de los jóvenes.


¿Cuántos "Cristos" tenemos en nuestras comunidades religiosas?


¿Qué existe en la vida religiosa que favorezca la configuración con Cristo?


¿Qué es lo que impide esta configuración en los jóvenes actuales?


¿Cómo podríamos elaborar un plan de trabajo que nos ayudase en este camino nocturno de la configuración con Cristo de los jóvenes?





Mística


La búsqueda de liberación sensitiva y puntual para poder superar la sensación de control efectivo en la que viven los jóvenes durante el día es uno de los grandes atractivos de la noche y de la cultura que la noche encierra. La cultura lunar que resulta sumamente atractiva, sugerente y llena de frentes refrescantes para el corazón y para el alma cansados del sofoco del día.


Los agentes de pastoral que salen al encuentro nocturno de los jóvenes tienen una propuesta ambiciosa que presentar, es un camino de verdadera liberación. A este camino le vamos a poner un nombre y lo vamos a reconocer como "mística". El siglo que vamos a comenzar, han anunciado los profetas del recién acabado siglo XX: "o será místico o no será nada".


El problema que se plantea a la pastoral juvenil no es, pues, estudiar cómo hacer y qué hacer para mantener la Iglesia ante los jóvenes como una estructura férrea de poder, como un poder espiritual en medio de otros poderes del día, de los que agobian a los jóvenes. No se plantea entre los jóvenes de la noche una Iglesia que sepa competir con las otras muchas estructuras minoritarias o mayoritarias de poder en el mundo, tal y como está planteada, en la actualidad, la sociedad humana. Los grupos, los lobees, las mafias, organizadísimos, que están controlando el poder de este mundo o que se preparan para el asalto al mismo, son una realidad cada día más tangible, agotadora realidad de la que muchos pretenden liberarse en la noche.


Existe una tentación en la que no se debe caer: siempre se ha creído en el régimen de cristiandad y en el de los modernos medios que quien controla los círculos esenciales de poder, puede controlar una parte importante de las decisiones de¡ mundo. Y eso, claro está, es una gran tentación para algunos religiosos. Pues determinados círculos eclesiásticos tienen miedo a que si nos confiamos en la Iglesia a angelismos y evangelismos podamos acabar siendo un grupo minoritario en esta sociedad confusa.


El problema que tiene la pastoral juvenil no debe ser planteado como un problema de control de¡ poder, sino como lo que es en realidad: un problema de vivencia de la fe, de autenticidad de la misma, de arraigo de la fe cristiana en el mundo juvenil, un mundo pluriforme y pluricultural. Es un problema fundamentalmente místico, de profundidad, de calado, de hondura.


En cualquier caso, es evidente que el camino que se va recorriendo nos indica un cierto desmoronamiento de la fe entre los jóvenes, y eso está marcando al catolicismo y haciéndole tener la sensación de acabar siendo una minoría sin futuro en esta sociedad.


No puede ser el miedo a perder poder y prestigio en la sociedad el que haya de guiar nuestra pastoral juvenil. El miedo más profundo no puede ser no tener relevancia social, si no el hecho de creer o no creer en Jesucristo, de creer o no creer en que su mensaje siga siendo "el camino la verdad y la vida" para nuestro mundo, para nuestros jóvenes.


El tablero de juego católicos está planteado entre esas dos grandes corrientes:


1. La que tiene miedo al mundo y se organiza al modo del mundo, se organiza al modo de los pequeños grupos poderosos, que pretenden acumular poder para poder influir en la sociedad. Con esta corriente estamos entrando en un régimen de competencia, a modo de pelea feroz con otras fuerzas sociales, políticas, económicas o religiosas, a ver quien gana sobre quien.


2. La otra corriente es la evangélica, también la de siempre, que se preocupa de vivir la plenitud de la fe desde la hondura y la transparencia, desde la vivencia y la experiencia, y que sabe que sólo cuenta con el poder de¡ Espíritu y el poder del propio testimonio, apoyado directamente por el Señor. Esta postura cree en el poder de Dios y se confía, como lo hicieron los Apóstoles y las primeras comunidades cristianas, en las manos del Dios Altísimo.


Esta postura es la que vamos a conocer con el nombre de mística. Pretende conseguir que las nuevas generaciones de cristianos bautizados, estos jóvenes que viven inmersos en la noche y huyen del día, asuman de modo responsable la fe de la Iglesia y la vivan, sin padrinos poderosos, con el sólo apoyo del Espíritu Santo, en medio de la vida cotidiana, en medio de la noche y del día que habrán de asumir.


Esto supone que la pastoral juvenil ha de entrar en una dinámica de pura fe y de testimonio de vida, y no se puede permitir el lujo de que los agentes de pastoral, los religiosos y religiosas que trabajan junto a los jóvenes, transgredan lo que es esencial a la fe cristiana. El camino es experiencia¡, tiene que ver directamente con cada persona. La fe es una vocación personal. La fe es un camino que cada uno, dentro de la Iglesia, ha de recorrer, a través del desarrollo y crecimiento de una Sociedad justa y fraterna, del Reino de Dios, hasta llegar al Encuentro definitivo con el Señor, cuando desaparezcan definitivamente la noche y el día.


La mística no puede ser considerada el privilegio de unos cuantos jóvenes especiales, raritos y enchufados, sino la realidad con aspiración a ser común entre los jóvenes que se acogen a la noche y en ella buscan un nuevo camino para la vida. Todos, los jóvenes también, estamos llamados a la santidad y todos hemos de gozar ante la posibilidad de realizar ese sueño de la santidad.


Aquí volvemos a plantear la necesidad imperante de hacer del camino cristiano un camino atractivo y lleno de resonancias positivas para cada joven. La fe ha de vivir entre grandes riesgos, pues sólo así será interesante para el joven audaz que busca ser feliz en la oscuridad clarificadora de la noche. Esto supone para los agentes de pastoral y para los jóvenes que escuchen la propuesta del Evangelio un camino comprometido y arriesgado, pero vivido en medio de la noche y de la cultura lunar de la que estamos hablando.


La mística es el camino que facilita un encuentro orante y alucinante con el Misterio del Dios Trinitario. Es verdad que supone un camino lleno de descalabros para el joven individualista y ansioso de poder y de placer que pretende imponer la sociedad burguesa, pero es igualmente verdad que es el camino más apasionante y más lleno de belleza de cuantos se puedan intentar. La mística ha de ser un camino de realización humana y de liberación completa, en el que entran de lleno todos los aspectos de la persona y de la sociedad. Pues la mística no pretende transformar al joven y dejar la sociedad como está sino que pretende provocar, con el impulso del Espíritu Santo, el gran cambio social, la gran transformación positiva que está siempre esperando la vida humana en esta tierra, la irrupción definitiva de los nuevos cielos y la nueva tierra.


La Pastoral Juve­nil debe ser un cami­no privilegiado para que los jóvenes cristianos, desde la vivencia profunda de la mística común del Evangelio, se reencuen­tren juntos, con fe, con coraje, con ánimo y con deseos de transfor­mar el mundo; la liberación desea­da y buscada con ansia en la no­che ha de abrirse paso mediante la mística, pues ella les ha de aportar, además de un gran objeti­vo para sus vidas cansinas, explo­tadas y oprimidas por los que ma­nejan el día, los medios atractivos para conseguirlo.


La mística supone que son muchos los que han de recorrer previamente este camino para que después puedan venir otros a continuarlo. En ese sentido la mística ha ­de organizarse en movimiento, en fraternidad, en identidad, en acogida, en unidad, en estilo de vida, en sabiduría y, sobre todo, en oración, en contemplación, en mirada limpia y novedosa sobre Jesucristo y sobre el ser humano. Todos aquellos jóvenes que van adquiriendo una vivencia de la fe en este sentido deberían unir sus esfuerzos y sus estudios para conseguir abrir una nueva brecha en la interpretación de la vida entre los jóvenes nocturnos, vividores y buscadores de la felicidad.


El diálogo a mantener sobre este aspecto, que está íntimamente ligado a lo anterior, ha de provocarnos a pensar si el camino a seguir por la Iglesia y por la Pastoral Juvenil ha ser la mística. Dependerá mucho del camino que se elija para que así se nos abran unas u otras posibilidades.


¿Nos aferramos a una pastoral del miedo o damos el paso a la libertad del Evangelio y de la mística en medio de la noche, de la mano de la gracia?


En caso de elegir el camino de la gracia:


¿Qué pasos ha de dar la Pastoral Juvenil para que sirva al establecimiento de un movimiento juvenil en el que sea posible lo que hemos llamado "experiencia mística"?


¿Qué otros caminos se nos ocurre plantear desde nuestras comunidades religiosas para que sea posible el crecimiento del espíritu místico en los jóvenes?



QUINTO: Conclusión


Algo aparece como cierto entre todas estas palabras que sólo pretenden animar y empujar: que la crisis profunda que vivimos requiere de caminos radicalmente nuevos, y que, a su vez, estén bien fundamentados en la tradición viva de la Iglesia. Y la mística es la que nos ofrece estas posibilidades.


La Pastoral Juvenil puede y debe asumir este reto y hacer de la mística un camino para el común denominador de los jóvenes cristianos, una mística, eso sí, a pie de calle, basada en lo esencial de fe y de la experiencia que comienza viviéndose en fraternidad. Si los religiosos y religiosas que tienen su misión entre los jóvenes siguen perdiendo el tiempo miserablemente con sus campañas estériles, con su aparente activismo de papeles y papeles y con sus intrigas y enfrentamientos entre grupos, no serán más que sal mojada que no sirve más que para que la pisen los jóvenes.


En medio de la noche unos pobres hombres y mujeres que han consagrado su vida al Señor se adentran en el misterio del alma humana de unos chicos y chicas despistados y alejados de la Fuente que mana y corre, pero que están ahí, que siguen con la sangre caliente y con el corazón bullicioso, a la espera de que alguien les comunique una Palabra que les haga amanecer a un nuevo día, a aquel día al que ya no hay que tener miedo, pues está pensado y soñado por Dios para el amor y sólo para el amor de unos hacia los otros y de todos con Él.




COMUNICACIÓN



LA IGLESIA Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL


UNA AMISTAD NECESARIA48



José Mª GIL TAMAYO49



Hay que reconocer que las relaciones de la Iglesia con los medios no ha sido fácil, por las grandes diferencias existentes entre la doctrina de la Iglesia y la que postulan los medios, al dictado de las diferentes ideologías a las que sirven o de los intereses del poder económico que los sustenta. «Pero no existe razón para que las diferencias hagan imposible la amistad y el diálogo —afirma el Papa—. En muchas amistades profundas son precisamente las diferencias las que alientan la creatividad y establecen lazos». La amistad es intercambio de bienes, por lo que Iglesia y medios de comunicación han de prestarse lo más valioso que cada cual posee, en favor de la persona humana, a la que ambas quieren servir.


La preparación para el 2000 aniversario del nacimiento del Salvador se ha convertido en la clave de interpretación de lo que el Espíritu Santo está diciendo a la Iglesia y a las Iglesias en este momento (cf. TMA 23). «Los medios de comunicación social tienen que desempeñar un papel importante en la proclamación y difusión de esta gracia en la comunidad cristiana y en el mundo en general». Estas palabras de Juan Pablo 11, que constituyen una invitación a que los mass media se sumen a la consecución del «objetivo, fundamental del Jubileo: el fortalecimiento de la fe y del testimonio cristiano» (ib.), no han caído en saco roto a lo largo de estos años, como lo testifican las respectivas celebraciones de las jornadas mundiales de las comunicaciones sociales. Ellas han servido para que los cristianos vayan tomando cada vez más conciencia de que en la sociedad de hoy no es posible una nueva evangelización sin el recurso a las comunicaciones sociales.



La sociedad de la información


Esta consecuencia nace de la evidente percepción de que nuestra época, la del mundo que está a punto de concluir el segundo milenio y estrena el tercero, es fundamentalmente mediática. Estamos metidos plenamente en lo que se ha venido a llamar sociedad de la información.


Los medios han dejado de ser algo instrumental y se han convertido en cultura, en elementos conformadores del ser humano y de la vida social en todas sus dimensiones. Como bien constata la instrucción pastoral Aetatis novae, del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, «el cambio que hoy se ha producido en las comunicaciones supone, más que una simple revolución técnica, la completa transformación de aquello a través de lo cual la humanidad capta el mundo que le rodea y que la percepción verifica y expresa... La revolución de las comunicaciones afecta incluso a la percepción que se puede tener de la Iglesia y contribuye a formar sus propias estructuras y funcionamiento. Todo esto tiene importantes consecuencias pastorales» (nº 4).



Un acento para cada año


Precisamente en torno a los posibles retos pastorales, nacidos de la sociedad de la información, han girado las exigencias que, a lo largo de los tres años inmediatos que preceden al Jubileo del 2000, el Papa ha ido señalando en sus mensajes con motivo de la Jornada mundial de las comunicaciones sociales: en 1997 Juan Pablo Il proponía que «comunicar a Jesús: el camino, la verdad y la vida», podía ser «uno, de los mejores regalos que podemos ofrecer a Jesucristo en el 2000 aniversario de su nacimiento»; en 1998 su petición apuntaba a que, «animados por el Espíritu, comuniquemos la esperanza», invitando así a los comunicadores a poner una mayor atención a la espiritualidad propia como condición para poder ofrecer, de manera convincente, «el mensaje de esperanza a los hombres y mujeres de nuestro tiempo con la fuerza de la verdad».


En este año de 1999, con el lema «Los medios de comunicación: presencia amiga para quien busca a Dios Padre», Juan Pablo U desea en su mensaje «que los responsables del mundo de las comunicaciones sociales se comprometan cada vez más a ayudar, en vez de impedir, la búsqueda de sentido que es parte esencial de la vida humana». Concibe la vida de todo ser humano como un caminar en busca de plenitud y de sentido.


Además, tomando como base su reciente encíclica Fides et ratio, llega a decir que «toda búsqueda humana es, en definitiva, una búsqueda de Dios», que «ha. puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la verdad sobre sí mismo».



Oscurecimiento de lo religioso


Pero resulta que el mundo actual es el de una sociedad secularizada, en la que la dimensión trascendente y religiosa del ser humano ha sido relegada, no sin la cooperación de los medios de comunicación, a los ámbitos de lo privado, sin posibilidad efectiva de que la fe se convierta en un elemento transformador de la vida social y cultural.


Por esto no es extraño que el Papa invite en su mensaje a dar precisamente respuesta a dos interrogantes: «¿Cómo podrían los medios trabajar con Dios en vez de contra él? Y ¿cómo podrían constituirse los medios en compañeros gratos para aquellos que buscan la presencia del amor de Dios en sus vidas?»


Desea que los medios sean puestos al servicio de la dimensión religiosa del ser humano y que el evangelio pueda inculturarse en la sociedad de la información. Esta reivindicación nace, no sólo en virtud del inviolable derecho de la presencia de Dios en lo humano, sino también por el no menos importante derecho de la persona a vivir su dimensión religiosa ya que ello es condición de su misma humanidad plena.


La tarea no es fácil en un universo mediático que de hecho ha convertido el gran tema de Dios en una cuestión marginal, ausente de los contenidos que aparecen en los medios. Salen en ellos, en cambio, todo un muestrario de sucedáneos de la fe religiosa, como son el recurso a adivinos, echadores de cartas, horóscopos, y un sinfín de traficantes de la credulidad, etc. Incluso llega a darse la paradoja de que, cuando los medios se hacen eco de las acciones heroicas de los misioneros y de la acción social y caritativa de organizaciones católicas, se silencia la identidad religiosa o la confesionalidad de estos. Además los medios pertenecen a una cultura de pensamiento débil, por el cual se rechaza a quien pregone y proponga a la opinión pública certezas sobre Dios, el hombre y el mundo, como hace la Iglesia con su doctrina.


El Papa quiere que este oscurecimiento mediático de lo religioso sea superado por el bien de la persona, y es por ello por lo que afirma con toda claridad en su mensaje que «la Iglesia desea la amistad con estos medios». No se puede continuar por los derroteros del desencuentro.


Así de claro. Reconoce al mismo tiempo que la historia de las relaciones de la Iglesia con los medios no ha sido fácil, por las grandes diferencias existentes entre la doctrina de la Iglesia y la que postulan los medios, al dictado de las diferentes ideologías a las que sirven o de los intereses del poder económico que los sustenta. «Pero no existe razón para que las diferencias hagan imposible la amistad y el diálogo. En muchas amistades profundas son precisamente las diferencias las que alientan la creatividad y establecen lazos.»



Intercambio de bienes


La amistad es intercambio de bienes, por lo que Iglesia y medios de comunicación han de prestarse lo más valioso de cada uno de ellos en favor de la persona humana a la que quieren servir ambas; así «la cultura del memorial de la Iglesia puede salvar a la cultura de la fugacidad de la noticia que nos trae la comunicación moderna, del olvido que corroe la esperanza; los medios, en cambio, pueden ayudar a la Iglesia a proclamar el Evangelio en toda su perdurable actualidad, en la realidad de cada día de la vida de las personas. La cultura de sabiduría de la Iglesia puede salvar a la cultura de información de los mass‑media de convertirse en una acumulación de hechos sin sentido; y los medios pueden ayudar a la sabiduría de la Iglesia a permanecer alerta ante los impresionantes nuevos conocimientos que ahora emergen. La cultura de alegría de la Iglesia puede salvar la cultura de entretenimiento de los medios de convertirse en una fuga desalmada de la verdad y la responsabilidad; y los medios pueden ayudar a la Iglesia a comprender mejor cómo comunicar con la gente de forma atractiva y que a la vez deleite. Estos son los ejemplos de cómo una cooperación más estrecha en un espíritu de amistad y a un nivel más profundo puede ayudar a ambos, la Iglesia y los medios de comunicación social, a servir a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo en su búsqueda del sentido y la realización». Se trata, en definitiva, de desandar la pendiente a la que nos ha llevado la información, según el admirado poeta Thomas Eliot, cuando escribe: «¿Dónde está la sabiduría que se diluye en conocimiento? ¿dónde está el conocimiento que se arrumba en información». (Choruses from The Rock).


La información puede y debe ser, en la sociedad que lleva su nombre ‑la nuestra- el primer peldaño por el que se asciende al conocimiento, para después alcanzar la sabiduría y con ello no sólo posibilite al hombre una mejor vida social, sino también el sentido y las razones profundas del vivir. «Esto asegurará —como afirma el Papa—, que el mundo de los medios sea cada vez más un agradable compañero para todas las personas, presentándose a ellas con noticias unidas al recuerdo, la información unida a la sabiduría y el entretenimiento unido a la alegría».


De este modo, también se asegurará un mundo donde la Iglesia y los medios podrán trabajar juntos por el bien de la humanidad. Esto es lo que se necesita para que el poder de los medios no sea una fuerza destructiva, sino un amor creativo, un amor que refleje el amor de Dios «que es Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos» (Ef 4,6). Ojalá sea así. La oración por ello es otro de los cometidos de la Jornada mundial de las comunicaciones sociales.






El anaquel


2 ¿Quién se ha llevado mi Queso?

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3 Parte 9: La superación, momento de la aventura50

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3.1 Desde dentro, hacia arriba y hacia adelante

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A medida que Haw seguía buscando, y no hallaba nada de importante valor, se sentía tan vacío como el cavernoso laberinto. Se sentía cada vez más débil y el miedo le volvía a la cabeza. Con un impulso esperanzador escribió en la pared: “El movimiento hacia una nueva dirección te ayuda a encontrar Queso Nuevo”. Pero le daba miedo seguir... de repente se echo a reír porque se sentía libre al dejar atrás sus temores. Se sentía bien. Se imaginó cómo disfrutaría con el Queso Nuevo que estaba buscando.


Estaba fascinado con los tipos de queso que estaba encontrando, disfrutaba con lo que hacía, pero se apenaba de no haberse dado cuenta antes del cambio. Se sentía tan bien que decidió volver a buscar a Hem por si éste hubiese cambiado de opinión. Y escribió “Cuanto más rápidamente te olvides del Queso Viejo, antes encontrarás el nuevo”.


Otra vez frente al laberinto. Mientras no consigamos realmente y plenamente nuestra misión las dudas nos asaltan: qué es más realista, el desencanto de la vida o la esperanza confiada.


Los resultados de la vigorosa búsqueda que ha emprendido Haw no parecen ser tan satisfactorios como esperaba, ¿qué hacer?, ¿está equivocado? De nuevo aparece la sonrisa, porque él sabe que su esperanza no se la quitará nadie; aunque la situación de vacío del laberinto parezca imponerse sobre su actuar, él no vacila más de la cuenta.


Pero esa fuerza interior que Haw demuestra, en nuestra vida sabemos que no sólo es cosa nuestra. Tenemos un momento privilegiado: el diálogo con Dios que nos ama y guía nuestro pasos desde una oración confiada. No sé si los liliputienses creen en Dios, pero seguro que no creen sólo en sí mismos —siempre hay Alguien que desde el silencio orienta en el laberinto, seguro—. «Dios vive en nosotros cuando por la gracia estamos a Él unidos»51, así las actitudes externas se confunden, porque no se sabe si nos dejamos guiar por la gracia o por nosotros; sólo se sabrá después en momentos de claridad de nuestra conciencia, ya que a veces es tal el grado de esa especial unión que es la esencia misma del Espíritu quien actúa en nosotros52.


Dios, además de su Palabra —que es Palabra de vida (cf. Jn 1, 1-14)— nos da muchas muestras que nos ayudan a seguir adelante —el significado de «rema mar adentro» (Lc 5, 4) que nos repite el Papa53—. Desde una oración sincera y esclarecedora nos damos cuenta de que Dios ha puesto a nuestro alcance variedades de “quesos” que nunca habíamos probado y que resultan ser más sabrosos que aquel viejo Queso, rancio por la falta de cuidado —queso del que nos habíamos apoderado—. Lo humano y lo divino se entrecruzan, y cómo no hacerlo si con la Encarnación, el mismo hijo de Dios se ha hecho hombre (cf. Jn i, 14; Filp. 2, 6-12). Es el Espíritu quien, en la oración, da a comprender a nuestra inteligencia el poder de darnos cuenta del alcance y el significado de las palabras y de los hechos con los que Dios se manifiesta y nos impulsa, como respuesta a lo que Él mismo nos presenta en nuestro camino: una relación de amor que es lo que llamamos fe54.

Los pasos que vamos dando en nuestra vida tienen que pasar por el silencio de nuestra oración (cf. Éx. 34, 33). Oración en la que la vida se concentra y en la que se prolonga y plasma todas sus dimensiones y realidades. La persona entera plasma su realidad ante Dios y ante los hermanos en la oración —la exhortación Vita consecrata define la vida como un “combate espiritual” entre oración y ascesis55—. Es el medio idóneo para orientar nuestra vida, para reforzar nuestra esperanza. La oración personal y comunitaria nos enfrenta con nuestra realidad y con la realidad de Dios, realidad de la que estamos llamados a vivir y ser signos.


¿Cómo ha de ser nuestra oración si no nos queremos diluir en el laberinto? Ante todo, una oración inundada de la gracia, la gracia es el nombre de la presencia de Dios que reconocemos día a día en nuestra vida56. Es una oración llena de rostros humanos, de todos aquellos con los que nos encontramos o vivimos —después de su momento de “planteamiento y reflexión” y de descubrir la presencia cada vez más segura de su esperanza real Haw piensa en el solitario Hem que se ha quedado en el depósito—. Es una oración que se renueva y que siempre encuentra cauces de tensión espiritual desde lo ordinario que va haciendo todos los días, una oración que sabe verse renovada y con una frescura tal que compromete nuestro pensar y nuestro actuar57. Hasta aquí la enumeración ya que fácilmente se nos ocurren más características de la oración58.


La oración no es una parcela de nuestra vida, atraviesa de lleno todas nuestras dimensiones. Por la oración nos conocemos, «la oración es síntesis de nuestra relación con Dios, podríamos decir que nosotros somos lo que oramos; el nivel de nuestra fe es el nivel de nuestra oración»59. Si por el modo de hablar de una persona se nota el grado de confianza y de relación que tenemos con ella, también por la manera de hablar de la oración estamos dando a conocer como es nuestra relación con Dios60.


Esto tiene aplicaciones a la hora de valorar nuestra significatividad en la comunidad y en la misión común. Si realmente estamos convencidos de que la oración es fundamental en nuestro ritmo de vida estamos llamados a anunciarlo como lo hizo Jesús —hombre y maestro de oración—. El mensaje de Jesús y del Reino no sólo se basa en una serie de valores aplicables a este u otro contexto, es un mensaje de auténtica relación con el Padre que nos ama y que nos ha dado como genuino mediador a Cristo, su Hijo. Estamos obligados a transmitir nuestras convicciones de fe íntegras, no descafeinarlas ante un secularismo amenazante —¿qué tipo de Queso queremos ofrecer? ¿sintético? ¿o curado?—. Sólo veremos tras de nosotros a jóvenes cristianos si les hemos sabido dar auténticos resortes internos que les hagan moverse en clave de fe, movidos por una esperanza que se cultiva en una relación filial con Cristo.


La tentación más fácil nos viene continuamente a la cabeza: nuestras seguridades vanas. La respuesta puede ser doble: o superarla y ayudar a los demás a superarla —lo que intentará hacer Haw con su amigo, si no hermano, Hem— o volver a lo mismo, una vida rutinaria, entre sufrimientos estériles y sin vida más allá de la propia situación.


Sólo en el encuentro con nosotros mismos y con Dios, ésa es la oración, logramos ponernos a caminar por el camino que nos da garantías de esperanza. La respuesta es nuestra, sabemos que no podemos engañar a Dios ni a nosotros mismos. También contamos con la seguridad de que no estamos solos, y encontramos muestras de esa compañía amorosa en nuestro caminar diario, siempre en constante cambio. De nuestra situación miramos al cielo para poder seguir mirando adelante, valga la metáfora.


1 D. Chávez, CG-25, 191

2 Const. 25

3 Audiencia del Santo Padre al CG-25

4 PC 2e

5 Juan Pablo II. Mensaje CG-23

6 ACG 243, pág 11

7 Don Chávez. CG-25, 190

8 Don Viganò. Aguinaldo 1990

9 CdC, 15-19

10 J. Sábada, citado por Juan J. Bartolomé en La Contemplación de Dios, tarea apostólica (Madrid 2001).

11 Pablo VI, EN, 80

12 ACG 334, 17.

13 OR 2/3 mayo 1990

14 Cfr. Aguinaldo 1.981.

15 Hechos 1,8.

16 ACG 334, 18.

17 Ibidem pág. 18

18 Rm 8,8.

19 cf. Rm 8,19-22.

20 Gal 2,20.

21 ACG 334, 22.

22 Programación RM y Consejo. 1ª Área Prioritaria. 2º objetivo, estrategia.

23 D. Viganò, Interioridad Apostólica, 12.

24 Hch 17,27

25 Gen 3,8

26 Juan Martín Velasco, “La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea” 93.

27 Cfr. Vita Consecrata

28 Const. 20

29 Programación 3ª prioridad.

30 CG23, 94

31 Const. 3

32 CG23, 95

33 Const. 6

34 Ibidem 13

35 Const 7

36 Const. 16.

37 Const. 17

38 Ibidem

39 Cfr. CG 23

40 Viganò. Cfr. ACG 332 37ss.

41 CG23, 225

42 Ibidem

43 CG23, 226

44 ACG 338, 6

45 Antonio Llamas, “Orar con la Biblia”, 9.

46 Todos Uno, nº 145, enero-marzo 2001.

47 Sacerdote diocesano, Párroco de Asunción de Ntra. Señora, Colmenar Viejo (Madrid).

48 En Cooperador paulino nº 98, marzo-abril 1999.

49 Director del Secretariado de la Conferencia episcopal de medios de comunicación social.

50 Cf. Spencer Johnson (242001). ¿Quién se ha llevado mi Queso? Barcelona: Empresa activa. 58-67.

51 E. Ceria (42001). Don Bosco con Dios. Madrid: CCS. 234

52 Cf. ib.

53 Cf. Novo millennio ineunte (NMI) 1. 58-59.

54 Cf. Juan E. Vecchi (22000). Rasgos de espiritualidad salesiana. Ejercicios espirituales. Madrid: CCS. 21.

55 Cf. VC 38.

56 Cf. Judith A. Merkle (2001). Un “toque” diferente. Santander: Sal Terrae. 78-82.

57 Cf. Juan Martín Velasco (1994). Invitación a orar. Madrid: Narcea. 11-60.

58 Para una aplicación más directa a lo salesiano cf. C. 85-95 y su comentario en el PVSDB.

59 C. Carretto (1964). Lettere dal deserto. Brescia: Editrice La Scuola. 47.

60 Cf. Juan E. Vecchi (22000). Op. Cit. 98.

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