C ómo ser discípulos salesianos misioneros en el mundo de hoy
Curso de Formación para laicos / SSCC Patagonia Norte (ABB)
Documentos para profundizar lo abordado en cada encuentro
3.10 La Eucaristía como obra de teatro - ANSELM GRÜN, OSB1
La Eucaristía como obra de teatro,
-como “teatro-visión” y “juego-visión”-2
En conversaciones sostenidas con cristianos inquietos que están en búsqueda espiritual, vuelvo siempre a escuchar la queja de que la celebración de la Eucaristía no les es ocasión de encuentro con Dios. Les resulta más importante el silencio. Encuentran la misa demasiado ruidosa y falta de sosiego; dicen que resulta imposible llegar durante su celebración a la calma interior. Por mucho que pueda comprender dichas quejas, -(sobre todo) cuando desde los últimos bancos participo, como silencioso espectador, en la asamblea litúrgica de alguna comunidad-, no dejan de dolerme. Eso me pasa porque percibo que detrás de dichas quejas se esconde un profundo malentendido sobre la contemplación y la auténtica experiencia espiritual. La experiencia espiritual no se logra únicamente por el camino del silencio. Entre los griegos la mística fue siempre una mística de la visión. Por eso en este artículo quiero proporcionar una explicación de la Eucaristía como camino de experiencia espiritual, basándome en la categoría teológica griega de la visión. Lo que escribo sobre la celebración de la Eucaristía es válido para el rito católico tal como se celebra a partir de la reforma del Vaticano II. Pero puede que estimule también a nuestros hermanos y hermanas evangélicos, para que dejando de lado la pesada y sesuda aridez de ciertos servicios litúrgicos, vuelvan a darle relevancia a los elementos visivos.
Dios para los griegos es esencialmente aquel que es visto: Theos deriva de theastai = ser visto. Dios es visto en la belleza de la creación y en el rostro del ser humano. Dios es visto en la luz interna que brilla en todo hombre. Llegar a ver esa luz interna es para la mística griega la cumbre de la contemplación. La meta del camino espiritual es la contemplación, la percepción de esa luz interna. Ya no me dejo dispersar por la multitud de imágenes, pasando apresuradamente de una a otra. Al mirar hacia mi interior logro el sosiego llegando a unificarme con Dios. En la contemplación no miro nada específico, limitado, sino que veo el cimiento del mundo. Veo lo escondido, lo invisible. El camino hacia esta visión interna pasa a través de imágenes externas. En las imágenes de la creación, en las del arte y en las del ser humano, veo a Dios que está más allá de toda imagen, contemplando en todas las imágenes a la “imagen–primordial”3, a Dios sin imagen, fundamento de toda imagen.
1. La función purificadora de la representación teatral
El teatro, para los griegos, tenía una función crucial en su experiencia de Dios, siendo al mismo tiempo camino de humanización. Los griegos amaban el teatro. En él se ponen en escena los conflictos humanos con toda la gama de pasiones y emociones que aquellos logran sacar a la luz. Al asistir a la representación teatral el espectador entra en contacto con sus propias pasiones y emociones, esas que en él yacen sepultadas. Queda así al descubierto el impenetrable abismo del propio corazón. Se hace entonces posible reconocer los límites, los anhelos y las amenazas que nos asechan, como también esa conflictividad que desgarra interiormente. Ese conocimiento no es de naturaleza meramente racional. La mirada interior provoca en el ser humano una suerte de purificación interna. Los griegos hablan de los efectos catárticos del teatro. Aristóteles define la “tragedia” como aquella que logra la purificación de los afectos a través de la compasión y del temor4. La tragedia provoca en el hombre compasión y temor. Los sentimientos de compasión y temor tienen un efecto purificador sobre el ser humano, tanto sobre sus afectos como sobre sus pasiones.
“Catarsis” es un concepto central de la filosofía griega, y lo era igualmente para su religiosidad. Platón anhela la purificación del espíritu. Sufre al comprobar que nuestro pensar y sentir están tantas veces contaminados por motivaciones egocéntricas. Es como si lo que en nosotros hubiera de sucio y contaminado atrajera la suciedad que flota por la atmósfera. Aquello que, basado en su filosofía, afirma Platón acerca de la purificación del alma a partir del cuerpo, hoy lo explicaríamos a partir de la psicología. Todo lo que hacemos está con demasiada frecuencia contaminado y mezclado de deseos posesivos, animosidad, resentimientos, amarguras y desengaños. La meta de la maduración humana es lograr purificarse de esas impurezas. La mística ha visto la purificación (= “catarsis”)5, como un primer paso en el camino hacia Dios.
Las distintas expresiones para “purificación” usadas en los tres idiomas (griego, latín y alemán6) remiten cada una a experiencias distintas. Katharsis es para los griegos un proceso de limpieza, de purificación. Llego a la purificación si “entro–en–el–juego”, y me someto al silencio, permitiendo que una palabra penetre en mí. Jesús dice en el Evangelio de Juan: Ustedes están ya limpios gracias a la Palabra que les he anunciado7. Una palabra puede purificarme, haciendo que me sienta en armonía conmigo mismo. Evidentemente que Jesús sabía hablar de tal manera que los escuchas se sentían puros, limpios, puestos en orden, transparentes. Ver y escuchar llevan a la purificación. Mi participación en este proceso de limpieza consiste en permitir que la imagen y la palabra penetren en mi mugriento interior, para que pueda así ser purificado. En latín purgare viene de purum agüere. Logro que algo se purifique limpiándolo, sacándole la mugre. Aquí se subraya más la influencia del obrar de cada uno. Tengo que fregar y limpiar de manera que la incontaminada imagen primigenia vuelva a relucir. Es la concepción de que la suciedad, como algo externo a mi persona, se ha depositado en mí. Debe, por lo tanto, ser eliminada. La concepción griega considera más bien que lo contaminado son mis emociones, que mezcladas con mis pasiones entenebrecen el espíritu. La palabra alemana reinigen (= limpiar, purgar) proviene de una raíz que en sus orígenes significaba separar, examinar, cernir. Se trata entonces de que en mí lo sucio debe ser separado de lo puro. Es lo que se ve con meridiana claridad en el uso del cernidor. Cuando mi realidad interior es cernida a través de un cernidor, todo lo que en mí hay de sucio y tosco es retenido, -es “discernido”-. Únicamente lo que posee la medida apropiada pasa a través de la malla del cernidor.
Los griegos no sólo conocen la “catarsis” en el ámbito teatral, sino también en el del culto. Todo acto de culto estaba asociado a ritos de purificación. Apolo era considerado el dios de la purificación. Sólo podías acercártele si te purificabas interior y exteriormente. La purificación se obraba a través de ritos determinados (como por ejemplo ritos de aspersión o de lavado), e igualmente a través del silencio. El silencio constituía, sobre todo para Pitágoras, un importante camino de purificación. El anhelo de catarsis, tan sentido por los griegos, era al mismo tiempo anhelo de redención. Aquel que está purificado no se halla ya bajo el dominio de las pasiones y se encuentra disponible para dios, siendo capaz de unificarse con él. De esta manera se halla preparado para ser iluminado por dios (photismos) y para unificarse con él (henosis).
El evangelista Lucas, que “traduce” el mensaje de Jesús para hacerlo comprensible a la mentalidad griega, utiliza la imagen del teatro con el fin de aclarar los efectos redentores de su vida y de su muerte. Entiende la vida de Jesús como si fuera una obra de teatro. La culminación de la obra es la muerte en cruz. Los efectos que dicha muerte provoca en los espectadores Lucas los describe de la siguiente manera: la multitud de los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que sucedía, se volvían turbados, golpeándose el pecho8. Aquí sucede precisamente aquello que Aristóteles describe (como efecto) de la tragedia griega. Los espectadores reaccionan ante la crucifixión con compasión y temor. Estas dos emociones son las que los purifican de sus pasiones. Lo que ven los induce a golpearse el pecho. Esto es signo de profundo dolor y, al mismo tiempo, señal de que lo observado en el exterior llega y toca el corazón. Penetra en su corazón purificándolo de toda pasión y de todo pensamiento impuro. Los espectadores, al ser testigos de la envidia y del odio extremos que se ceban con toda su violencia en el Crucificado, se ven liberados de dichas pasiones. Y los espectadores se alejan turbados. La palabra griega hypestrephon significa conversión interior9. La visión ha transformado a los espectadores. Se convierten, alejándose del camino de perdición, para desde ahora transitar también ellos el camino de Jesús, quien a través de muchas tribulaciones los llevará a la gloria de Dios.
2. La Eucaristía como teatro, como “teatro-visión”
Los Padres griegos describieron la fracción del pan, de la que habla Lucas en los Hechos de los Apóstoles, según sus propias categorías. Para los griegos nunca fue sólo cuestión de definir la transformación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Para ellos es más importante la cuestión de la presencia real de Cristo durante toda la celebración. Para lograr describirla se sirvieron por una parte de la categoría de “misterio” y por otra de la de teatro, de la de “juego-visión”. Para ellos la Eucaristía es un acontecimiento en el que los participantes al ser “co-envueltos” e “in-cluidos” son transformados. La enseñanza sobre la Eucaristía de los Padres griegos tiene aun hoy validez para la Iglesia católica. Sólo que ha sido como arrumbada en la trastienda por la teología escolástica de un Tomás de Aquino. En vistas al diálogo ecuménico la encuentro de suma utilidad para así poder superar la cuestión de si en la consagración se trata sólo de transubstanciación o más bien de consubstanciación.
La palabra griega mysterion designa un acontecimiento cultual. En Grecia existían muchos cultos mistéricos en los que se describía la historia de un dios. La persona que participaba en ellos debía mantener silencio sobre ello (myein = “punto en boca” = “mantener la boca cerrada”). El culto mistérico iniciaba al participante en el misterio del dios y en el misterio de la propia vida. Lo hacía partícipe en la salud y en la salvación (soteria) que el dios así honrado no sólo había obrado, -en aquel tiempo-, en la historia, sino que lo hacía ahora en él, mediante el acto de culto. En la filosofía griega “mysterion” se entendía más bien como una enseñanza que introduce e inicia a la persona en lo divino. No se trataba de un saber externo, sino de un conocimiento secreto que abre los ojos a la visión de dios, de modo que al verlo se llegara a ser uno con él. En el culto mistérico se trataba tanto de la visión de lo representado como de la escucha de la enseñanza secreta del dios. Ambas tienen por meta la deificación del ser humano. La liturgia cristiana asume estos dos aspectos de misterio. Por una parte ella representa la vida de Jesús, que nace, anuncia a los hombres la Buena Noticia, cura sus enfermedades y finalmente muere en la cruz, es resucitado por Dios al tercer día y es llevado al cielo. Por otra parte la Eucaristía es asimismo enseñanza mistérica para el cristiano, abriéndole los ojos al conocimiento del auténtico sentido de su existencia.
El concepto de teatro completó el de misterio. La Eucaristía es un “juego-teatro” en el que mediante ritos simples se representa la vida de Jesús. Quien participa en una liturgia griega puede experimentar la cantidad de ritos que hay en ella, aptos para representar la vida de Jesús, su nacimiento, su muerte, su resurrección. Así, por ejemplo, el viernes santo se extiende un paño negro sobre el pavimento, señalando así el lugar de la tumba. En pascua ese paño se retira. Acto seguido el ícono de Cristo es llevado festivamente alrededor de la iglesia. ¡La resurrección de Cristo no se proclama solamente con palabras! Si bien es cierto que en el rito latino se han conservado menos rituales que remitan al teatro griego, algunos existen. También en este ámbito subsisten rituales que señalan momentos10 en los que es necesario fijar la vista, de modo que al mirar veamos y gracias a esa visión seamos introducidos en el salvífico y redentor “teatro-visivo” de Jesús, en la “obra” de su muerte y resurrección.
3. La visión en la Eucaristía
Pretendo ahora, con la ayuda de algunos ritos, mostrar concretamente aquello que los participantes pueden ver en la Eucaristía. Ciertamente, se trata de un mirar activo. No soy un mirón, -un espectador-, que deja que algo ocurra. Al contrario, al mirar soy transformado en aquello que contemplo. Gracias a la visión de Jesús en los ritos, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos, así es como actúa el Señor por el Espíritu11. Pero en el “juego-visión” no se trata sólo de mirar, sino de “entrar-en-el-juego”, de jugar. Al realizar los creyentes ciertos ritos se convierten en actores que entran en el divino juego12 de la redención.
El primer rito, con el que la Eucaristía se inicia, es el de entrada. Los fieles ya están en el templo. Observan que celebrante y acólitos entran festivamente a la iglesia. Van precedidos por velas encendidas. El diácono, -o en su defecto el celebrante-, sostiene bien en alto el evangeliario, introduciéndolo así festivamente en la celebración. Con el evangeliario es Cristo mismo, -presente en su Palabra- quien entra en nuestra celebración. No se trata entonces de justipreciar lo mal o lo bien que entraron los acólitos, sino permitir que Jesús entre en nuestro corazón. Tenemos que salir de la barahúnda cotidiana y despojarnos de esa multitud de imágenes que nos persiguen, para poder entrar en aquella tierra que Dios nos tiene prometida, en el ámbito de la salvación. Se trata de permitir que Cristo entre en el propio corazón con el fin de que en nosotros la salud y la salvación puedan tener lugar.
Al trazar sobre sí mismos la señal de la cruz los participantes “entran-en-el-juego”, se convierten en actores del “juego-visión”. Ya en el siglo primero los cristianos se marcaban con la cruz. Al hacerlo, es como si tallaran y grabaran en todo su ser el amor con el que Jesucristo nos amó hasta el extremo, muriendo por nosotros en la cruz. (Al trazar sobre nosotros la cruz) la burilamos en toda la amplitud del cuerpo: sobre la frente (los pensamientos), en el bajo vientre (la vitalidad, la sexualidad), sobre el hombro izquierdo (el inconsciente, lo femenino, el corazón), en el hombro derecho (lo consciente, lo masculino, el actuar). Al hacer la señal de la cruz aseguramos y anticipamos aquello que celebraremos en la Eucaristía: que seremos tocados por el amor de Cristo y que nada en nosotros queda excluido de ese amor. En la Eucaristía Jesucristo imprime su amor salvífico y liberador en todos los ámbitos de nuestro cuerpo y de nuestra alma, para que todo en nosotros espeje su luz y su amor.
La liturgia de la palabra podría entenderse, de acuerdo con el modelo platónico, como una iniciación a los misterios de la vida. Las palabras de la Sagrada Escritura nos revelan quiénes somos realmente. Nos abren los ojos para que seamos capaces de ver la profundidad de las cosas, descubriendo nuestro ser auténtico, aquel que nos viene de Dios. Las palabras de la Escritura también nos inician en una auténtica vida exitosa, ya que nos muestran qué es eso de vivir auténticamente como hijos e hijas de Dios. Si dejamos que las palabras de Jesús penetren no sólo en nuestros pensamientos, sino también en nuestros sentimientos y hasta en nuestro inconsciente, podremos hacer nuestra la experiencia de los discípulos durante la Última Cena: ustedes están ya limpios gracias a la Palabra que les he anunciado13.
También el ofertorio está constituido por ritos visivos. En algunas comunidades se acostumbra realizar la procesión de ofrendas. Miembros de la comunidad acercan los dones de pan y vino, llevándolos desde la nave al altar. Cuando en nuestra iglesia abacial el jueves santo veinticuatro jóvenes llevan lenta y solemnemente hacia el altar los copones conteniendo hostias y los cálices con vino, dicha procesión es un “juego-visivo”. Esos jóvenes saben muy bien que al cargar con el pan, cargan con los quebrantos y esfuerzos cotidianos de tantos contemporáneos suyos, que al ser transferirlos a la esfera divina serán transformados. Y son totalmente conscientes de que acercando el cáliz llevan hacia Dios el sufrimiento del mundo. Pero el cáliz con el vino se constituye igualmente en símbolo de nuestro amor. Con tanta frecuencia experimentamos un amor demasiado mezclado: (se nos presenta) como deseo posesivo, como ansias de sometimiento y deseos de controlar... A Dios le ofrecemos todas las vivencias de amor de los seres humanos, tanto en su dimensión de alegre felicidad, como también esas frustraciones que dejan tan malheridos, y lo hacemos para que él las transforme según la matriz de su amor puro y transparente. El sacerdote recibe esos dones y al elevarlos los introduce en la esfera divina. El celebrante mezcla (en el cáliz) un poco de agua con el vino. Este rito, en apariencia tan insignificante, muestra con meridiana claridad que en la Eucaristía nuestra vida se mezcla con la vida de Dios. En la antigüedad lo mezclado no podía ya volver a separarse. En la Eucaristía quedamos tan inseparablemente unidos con Dios, como inseparablemente unidos quedaron el vino con el agua. La unión con Dios nos purifica. Cuando Dios nos embebe, todo lo que en nosotros hay de impuro queda transfigurado14.
En la epíclesis el sacerdote extiende las manos sobre los dones del pan y del vino, en un gesto claramente expresivo, pues pide que el Espíritu Santo descienda y transforme al pan y al vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. El acontecer del Espíritu se representa de manera gráfica para que creyendo nos adhiramos a él con todos nuestros sentidos y de todo corazón. Durante la consagración el sacerdote eleva el pan y el vino. Lo hace para que los fieles al mirarlos sepan y crean que ya no son simples dones terrenales, sino que están transidos del amor de Dios, pues se han convertido en el cuerpo y sangre de Cristo. La transubstanciación se visibiliza. Alzando los ojos hacia la hostia transubstanciada contemplamos nuestra propia transubstanciación15. También en nosotros Cristo es el núcleo más íntimo. En Jesús somos elevados hacia el Padre. Al mirar elevarse el cáliz aumenta en nosotros la esperanza de que nuestro amor egoísta logrará, a pesar de todo, transparentar algo del puro amor de Dios.
Al culminar el canon el sacerdote sostiene la hostia sobre el cáliz, mientras dice: Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén. Se trata de un rito de resurrección, un rito en el que el misterio de la resurrección aparece con toda claridad ante nuestros ojos. La redonda hostia es imagen del sol de la resurrección que al levantarse sobre el cáliz, se eleva sobre los abismos de sufrimiento y desesperanza, que son la impronta más propia de este nuestro mundo. Al contemplar el misterio de la resurrección confesamos y reconocemos que la gloria de Dios en Jesucristo justamente resplandece sobre el más acerbo dolor, llegando a su cumplimiento en la cruz.
Antes de la comunión tenemos otro pequeño rito que ilustra el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Al mirarlo somos hechos partícipes del misterio de la resurrección de Cristo. El sacerdote parte16 la hostia. Al mirar cómo el pan es quebrado contemplamos el misterio de la muerte de Jesús. En la muerte en cruz Jesús fue quebrantado con el fin de que todo lo que en nosotros hay de roto, herido y quebrado quedara sanado y soldado. El pan partido nos trae a la memoria a todos esos seres quebrados en este nuestro mundo, a tantos corazones quebrantados. Al partir el pan se nos hace patente el misterio de la muerte de Jesús. Jesús no se quiebra la cabeza con el fin de encontrar soluciones para nuestros problemas, sino que quebranta su corazón para así lograr doblegar (quebrar) la dureza del nuestro. Él se parte y reparte entre nosotros; se entrega por nosotros. Con este rito también queremos expresar que en nosotros existen tantas realidades que necesitan ser eliminadas (quebrantadas) para que Cristo pueda sanarlas y soldarlas. Así por ejemplo, esa manera tan egoísta con la que usamos a Dios, necesita ser vencida (quebrada), para que en nosotros resplandezca el misterio de la nueva vida, que con la resurrección empieza a iluminarnos. Se nos invita a romper nuestro encierro para salir en seguimiento de Jesús. Él se dejó quebrantar en favor nuestro para soldar y sanar nuestro ser quebrado y dividido, curándonos de nuestra decrepitud. La fracción del pan nos recuerda que Jesús cargó sobre sí, en la cruz, todos nuestros crímenes, neutralizando gracias a su amor todo su maléfico poder.
Cuando en la cruz el cuerpo de Jesús fue quebrantado, brotó para nosotros la fuente de la salvación. De su corazón traspasado brotó sangre y agua, imágenes del Espíritu vivificante y sanador de Jesucristo, que con su muerte es derramado sobre todos nosotros. Un pequeño rito recuerda esta escena: cuando el celebrante, al partir el pan, sumerge un pequeño fragmento de la hostia en el cáliz. Es esta una imagen de la resurrección. Lo separado (por la muerte) vuelve a unirse. Con la muerte el quebrantado cuerpo de Cristo es sumergido en el amor de Dios. Pero en este rito contemplamos igualmente el misterio de nuestra propia resurrección. Nuestra vida mortal y efímera es sumergida en el eterno e inmortal amor de Dios. Lo que en nosotros hay de quebrado es sanado por la sangre de Jesucristo.
Este rito del mezclado17 nos muestra cómo, gracias a la participación en la muerte y resurrección de Jesucristo, todo en nosotros puede volver a unificarse. Para C. G. Jung el pan simboliza lo femenino y el vino lo masculino. Ambos son mezclados. Muchas veces nos vemos desgarrados en nuestras relaciones mutuas, pero también ocurre que en nosotros mismos anima y animus tironean y se entrechocan. Con este pequeño gesto expresamos nuestro ardiente deseo de que aquello que con tanta frecuencia está en nosotros en discordia y como desgarrado, sea reunificado por Jesucristo: varón y mujer, espíritu y materia, consciente e inconsciente, cielo y tierra. Nuestra vida, tan herida y vulnerable, se ve así sopada y embebida, -en y junto con ese pequeño trozo de pan-, en el amor de Dios. Anticipamos de esto modo, en este sencillo rito, aquello que después sucederá en nosotros al comer el pan y al beber el vino. Un pequeño rito visivo penetra a veces más profundamente en el alma que grandes discursos acerca del amor de Dios. Pues en muchos sermones que hablan de él, no se percibe amor alguno en el predicador, y ni su rostro ni el timbre de su voz trasuntan lo que tanto cacarean. El rito silencioso expresa ese amor. Al contemplar este sencillo rito no puedo hacer otra cosa que confirmarlo: ¡sí, así es, mi fragilidad ha sido sumergida en el amor de Dios! Hay palabras que coadyuvan a que un rito visivo penetre más profundamente en el corazón. Me gusta acompañar este pequeño rito con palabras a las que he sido inducido por una oración proveniente de la liturgia siríaca: Dios bueno y misericordioso, te damos gracias por la muerte y la resurrección de tu Hijo. En él has mezclado nuestra mortalidad con tu inmortalidad y nuestra transitoriedad con tu eternidad. Sumerge nuestra vida lacerada y herida en ese tu amor sanador y salvador.
Aquello que ocurrirá en la comunión, al comer el pan y beber el cáliz, lo anticipamos en forma de “teatro-visión” gracias a este pequeño rito de la conmixtio. En todos los cultos mistéricos comer y beber constituían la culminación de la celebración. Al comer y beber nos unimos y unificamos. En los sueños el comer representa la integración de valores espirituales en la conciencia. Al comer y beber integramos a Cristo, en toda su persona, en nuestro pensar y sentir, en nuestro consciente e inconsciente. Nos hacemos inextricablemente uno con Cristo. Su cuerpo, tal como el pan, nos vigoriza, su sangre nos embebe como el vino, colmándonos de un sabor nuevo. Los místicos de la Edad Media hablan de la dulcedo dei, de la dulzura de Dios de la que quedamos colmados al beber el vino. Más dulce que el vino es tu amor, le dice el esposo a la esposa en el Cantar de los Cantares18. Jesús deja en nosotros un sabor nuevo, el dulce sabor del amor. La cuestión es saber si me llevaré a casa este “sabor-Jesús”, si mi entera vida transmitirá ese sabor, o más bien transmitiré aquel “sabor-amargura” del que estoy colmado. Al conversar con ciertas personas se tiene la sensación de que te dejan un dejo insulso o un resabio desagradable. Evidentemente que en ese caso no se trata de la dulzura con la que Jesús nos colma en la comunión.
Con y en la comunión llega a su cumplimiento el sentido de toda la obra, del “juego-teatro” todo entero: la catarsis, la purificación del ser humano. En la Eucaristía hemos recorrido los senderos de Jesús, hemos escuchado su palabra. En el Evangelio hemos asistido a su encuentro con los hombres, sobre todo con los pecadores y los enfermos. Mediante pequeños ritos hemos hecho visible la quintaesencia de la vida de Cristo, tal y cual se halla abreviada en su muerte y resurrección. Viendo nos hacemos partícipes de lo mirado. Todo esto lleva a la purificación de los sentimientos y las emociones. La catarsis del ‘teatro-de-Dios’ debe llevarnos a aquella pureza de corazón que nos hace capaces de recibir a Dios y de ser total y absolutamente colmados por su amor. Esto, para la mística griega, es redención. Pues para ella redención es, ante todo y sobre todo, divinización. Pero ser divinizado conlleva, al mismo tiempo, la purificación de cualquier humana turbiedad. Casiano, el más importante autor monástico de Occidente, habla de la puritas cordis, de la pureza del corazón. Un corazón puro espeja la divinización del ser humano. Un corazón puro es para Casiano aquel que está tan lleno de ese amor puro y límpido que se encuentra así capacitado para amar verdadera y realmente.
4. El concepto de catarsis en psicología
Catarsis es un concepto que actualmente también es usado en psicología. Sigmund Freud habló con mucha asiduidad de catarsis. Él denominaba a su propio método terapéutico, catártico. El objetivo del método consiste en liberar al ser humano de aquellos afectos que lo enferman, permitiéndole así conocer y aceptar la realidad y conocerse y aceptarse a sí mismo. Según Freud la catarsis tiene lugar cuando la persona logra recordar aquellas situaciones traumáticas en las cuales sus afectos quedaron como aprisionados, pudiendo de este modo privarlas de su fuerza y neutralizarlas. Según C. G. Jung el alma del ser humano puede purificarse si logra expresar aquello que lo oprime interiormente exteriorizándolo, sea que lo haga a través de palabras, de la pintura, del baile o del juego. Aquí, de facto, se da una mayor cercanía con la forma en que actúa y opera el teatro. Mucho mayor aún es la cercanía entre los efectos de la terapia catártica y el antiguo concepto del teatro considerado como psicodrama, tal y como lo desarrolló J. L. Moreno. La catarsis ocurre allí gracias a la representación dramática de los conflictos. Al hacerlo no es que se repita el pasado. El pasado está muerto. Se trata más bien de una actualización del pasado trayéndolo al presente. Estos son conceptos y representaciones que son igualmente válidos para el teatro-visión de la Eucaristía. Los conflictos que en el pasado suscitara la persona de Jesús se hacen presentes para nosotros hoy, gracias a la palabra. Dichos conflictos son representados en diversos ritos. Nosotros tomamos parte en ellos. Gracias a dicha participación nuestras emociones pueden ser purificadas, ya que muchas veces quedaron ancladas en situaciones traumáticas del pasado. La celebración de la muerte y de la resurrección es la celebración del mayor conflicto que los seres humanos podamos llegar a conocer. Al hacerlo, las cadenas interiores se aflojan. Quedamos liberados de ataduras. A. Schutzenberger denomina al psicodrama el teatro del ser humano liberado19.
El “juego-visión” de la Eucaristía puede ser entendido de manera similar: en ella se “juega”, se visualiza y representa, nuestra liberación, nuestra redención. En ella es como que vamos-entrando-en-el-juego de nuestra redención. En ella podemos experimentar la liberación y purificación de fijaciones y turbulencias provocadas en nosotros por la vivencia de experiencias traumáticas. Por supuesto que esto no lo experimentamos en la celebración de cada Eucaristía. Pero a mí me ayudan estos préstamos tomados de la filosofía griega, del mundo del teatro y de la psicología moderna para poder entender mejor el misterio de la Eucaristía. Son muchos los que hoy afirman quejumbrosamente de que con la Eucaristía nada se puede lograr, ya que nos transporta a un mundo que poco o nada tiene que ver con el nuestro. También una obra de teatro nos transporta a otro mundo. Pero en ese “contra-mundo” somos confrontados con nosotros mismos. También en el teatro moderno se juega y trabaja con el extrañamiento. Al ver nuestra vida representada desde un punto de vista absolutamente distinto y que nos extraña tanto, podemos conocer en dónde está el verdadero problema de nuestra existencia humana. Experimentamos el peligro de nuestra fragilidad tal como claramente aparece en la muerte en cruz de Jesús. Y presentimos la liberación y la transformación obradas por la resurrección de Jesucristo que se hace presente en el juego santo.
Conclusión
Al aproximarnos a la Eucaristía guiados por imágenes tales como catarsis, “teatro-visión” o “juego-visión”, las expresiones como aquella de: en la Eucaristía celebramos nuestra redención, dejan de ser huecas palabras. Si entramos-en-el-juego santo de la Eucaristía realmente tienen lugar en nosotros la redención, la liberación y la purificación. ¡Cierto!, el acontecimiento redentor nos es dado. No tenemos que repetirlo. Nuestra tarea consiste en mirar aquello que celebramos, dándonos permiso para entrar-en-el-juego-santo. Entonces algo del actuar salvífico de Jesús penetrará en nosotros. Saldremos de la celebración más limpios y más libres, aunque no siempre nos demos cuenta de ello. La catarsis no puede ser reconocida de inmediato. Tampoco se deja cuantificar. Pero podemos confiar que de lo más profundo de nuestra alma se desprenderán suciedades e impurezas, parálisis y turbulencias, dejándonos más limpios y puros. Nuestras emociones quedan purificadas. Sin embargo la purificación y limpieza obradas por el “juego-visión” necesitan en la vida cotidiana de una decisión consciente en favor de aquello puro y limpio que existe en nosotros. Es necesario que en el día a día de nuestra existencia expongamos a la luz de Cristo todas nuestras emociones, muchas veces nada puras, para que, sobre todo cuando se nos quieran adherir impurezas y turbulencias, la luz de Jesús brille a través nuestro.
En un tiempo como el actual, en el que la prensa nos informa cada día sobre nuevos hechos de corrupción y de cómo hasta las grandes corporaciones falsean sus balances, crecen los anhelos y deseos de transparencia y limpieza. De bien poca ayuda es el señalar con el dedo índice a los demás, pretendiendo moralizarlos. Todos sabemos y sentimos que en nosotros existe lo poco limpio, lo turbio, lo mezclado, lo poco claro. La Eucaristía responde a nuestras ansias de transparencia. Le presentamos a Dios nuestro turbio yo, nuestro amor impuro y las sucias mezquindades de nuestra vida, para que mediante el “juego-visión” de la muerte y resurrección de Jesús experimentemos la catarsis, ese proceso purificador. Cuando nuestras emociones y nuestro inconsciente se hacen más límpidos y puros, crece en nosotros el instinto, el olfato, para lo puro y limpio. La Eucaristía no es una celebración sólo para nosotros. En ella presentamos a Dios la impureza de este mundo, para que por medio del “juego-santo” de la Eucaristía el mundo sea más y más embebido y purificado por el Espíritu de Jesús.
D -97359 Münsterschwarzach Abtei
Alemania
1 Anselm Grün es monje benedictino de la abadía de Münsterschwarzach (Alemania). Reconocido como maestro espiritual de nuestro tiempo y autor de numerosos libros: La mitad de la vida como tarea espiritual; Nuestras propias sombras; Buscar a Jesús en lo cotidiano; La oración como encuentro y otros.
2 Traducción del alemán realizada por el P. Max Alexander, osb (Monasterio Benedictino Santa María, Los Toldos, Pcia. de Buenos Aires. Argentina).
El autor le puso por título a este artículo: Die Eucharistie als Schauspiel = La Eucaristía como obra de teatro. La palabra Schauspiel quiere decir: “obra de teatro”, pero para quien escucha el título en el idioma de Wagner, la resonancia del idioma lo lleva a realidades como visión, como teatro y como juego. Por lo que podría y debería traducirse, -con neologismos acuñados según el modelo de televisión-, por: “teatro-visión” o “juego-visión”; en consecuencia el título del artículo, para que resonara en nosotros tal como lo hace en alemán, quedaría algo así como: La Eucaristía como teatro-visión y juego-visión (NdT).
3 “Imagen–primordial” = en alemán: “Urbild” (NdT).
4 TRE 36.
5 Ese primer paso en el “camino hacia Dios”, se denomina catarsis en Dionisio el Areopagita, y en la tradición latina se lo designa con la expresión: vía purgativa.
6 La etimología castellana remite a la latina. Aunque no hablemos alemán no nos pareció correcto suprimir las referencias que están detrás de la experiencia de la lengua alemana, ya que son enriquecedoras y no están del todo alejadas de las imágenes castellanas (NdT).
7 Jn 15,3.
8 Lc 23,48. Traducción calcada sobre la del autor.
9 En la cita de Lucas esa palabra griega está traducida como: se volvían, aunque habría que traducir, para que quedara claro lo que el autor afirma:... se volvían turbados y convertidos interiormente. (NdT).
10 “Zeigerituale” = etimológicamente: rituales que señalan o rituales que hacen señas (NdT).
11 2 Cor 3,18.
12 Es importante recordar aquí a Romano Guardini y su fundamental obra: El espíritu de la Liturgia (Vom Geist der Liturgie), que tiene un capítulo cuyo título es: La liturgia como juego. Ver A. Grün y M. Reepen, Año litúrgico sanador, -El año litúrgico como psicodrama-, Verbo Divino, Estella 2002, especialmente las páginas 17 a 36 (NdT).
13 Jn 15,3.
14 Casi, casi, se podría traducir, si no diera lugar a malentendidos, como: queda transubstanciado (NdT).
15 El alemán permite el juego de palabras de modo que queden asociados “transformado” y “transustanciado” (NdT).
16 En alemán hay todo un juego de asonancias y resonancias entre partir, quebrar, romper, quebrantar, partido, dividido, fracción, parte, reparte.., que es imposible mantener en castellano. En alguna de las frases hemos forzado un poco el sentido para intentar algo semejante en la traducción... (NdT).
17 Técnicamente denominado conmixtio (NdT).
18 Ct 4,10.
19 Catarsis en Dictionnaire de Spiritualité, 8,1688.