Memorias Biográficas de San Juan Bosco vol 6
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CAPITULO 
I


1858 -QUIEN ERA DON BOSCO: SU AMABILIDAD CORRESPONDIDA POR LOS ALUMNOS -COMO POBRE, TIENE 
PREDILECCION POR LOS POBRES -VIRTUD DE MIGUEL MAGONE: SU CONFIANZA EN LA SANTISIMA VIRGEN; SU 
CARIDAD -SU CARTA A DON BOSCO -CINCO RECUERDOS A LOS JOVENES PARA GUARDAR LA VIRTUD DE LA 
PUREZA -EL PAÑUELO BLANCO -PLATICA SOBRE LA VIRTUD DE LA OBEDIENCIA -TRES ESTAMPAS DE LA VIRGEN 
LECTURAS CATOLICAS 

UN venerable sacerdote, que vivió bastantes años en el Orato rio, primero como alumno y después como clérigo, que pre servó con su 
celo a muchos chicos de los peligros a que está expuesta su inexperta edad, nos dejó escritas, en 1889, las impresio nes que él recibió de 
su convivencia con don Bosco. 

«»Quién fue don Bosco? Don Bosco fue un sacerdote que enseñó con el ejemplo y con la palabra el amor con que cada uno debe servir 
fielmente al Señor según su estado. Qui... fecerit et docuerit, hic magnus vocabitur in regno coelorum (Será lla mado grande en el reino 
de los cielos el que hiciere y enseñare) (Mat. V. 19). Esta es la razón por la cual, con mucha verdad, puede y debe considerarse a don 
Bosco como un hombre insigne entre las más grandes figuras no sólo ((2)) del siglo diecinueve, sino también de la Era cristiana. Sin 
poseer nada, levantó un edificio tan oso que llena de estupor el presente y llenará de admiración al mundo en los siglos venideros. Fue 
instrumento de Dios para esta gran obra, y por esto Dios la conservará y llevará a término según sus misteriosos designios, aun cuando 
pueda ser imperfecto el elemento que la realice; cuanto más defectuoso pueda ser éste, tanto más pondrá El de su propia mano. 

Don Juan Bosco fue un hombre misterioso, enviado por Dios para probar con los hechos cuánto puede aquél que confia plenamente en 
El. Profundo conocedor de los hombres y de sus tiempos, de carácter firme, tenaz en sus propósitos, penetrando en los secretos del futuro 
con mirada aguda y certera, hombre de tacto finísimo en el trato con los hombres y las cosas, de ilimitada confianza en la divina 
Providencia, todo lo que concebía en su mente, de amplios horizontes, lo realizaba aun cuando parecían insuperables los obstáculos en 
que tendría que tropezar, y lo llevaba a feliz término, como por ensalmo, con estupor de todos, confiando en estas palabras: Deus 
providebit (Dios proveerá). 

Parece que también para él, como para el gran Napoleón, no existía la palabra imposible, si bien éste disponía de otros medios y se 
guiaba por otros fines. 

Los obstáculos que se opusieron a don Bosco para la fundación de su obra, sólo Dios puede conocerlos. 
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Para este fin, por disposición divina, estaba dotado por naturaleza de un temple recio, de cuerpo bien formado, aunque algo cargado de 
hombros, de talla más bien mediana, de complexión fuerte y resistente. Su modo de andar, moderado y sencillo, era el de un hombre 
pensativo, pero tranquilo, a la buena, tanto que nadie podía imaginar quién era. Más aún, si me es lícita la comparación, diría que su 
marcha era un poco oscilante a un lado y otro como la del amigo del labrador, el buey, del que pareció tomar la mansedumbre de carácter 
y la fuerza y constancia en el hacer, siempre igual hasta alcanzar la meta, sin preocuparse de los gruesos troncos que a veces se oponen 
bajo tierra, ni de ningún otro tropiezo a campo abierto. 

Pero lo que más llamaba la atención en don Bosco era su mirada, dulce, es verdad, pero penetrante hasta lo más íntimo del corazón, 
tanto que a duras penas se podía resistir. Por esto, se puede afirmar que con ella atraía, estremecía, aterraba según los casos, y en las 
vueltas que di ((3)) por el mundo no conocí a nadie que más me fascinase con la mirada. En general, sus retratos y cuadros no reproducen 
este rasgo singular y dan de él la impresión de un hombre bueno. 

En medio del trastorno de tantas vicisitudes y adversidades humanas, don Bosco era siempre dueño de sí mismo; mantenía su carácter 
moderadamente alegre y jocoso, y rarísima vez (acaso nunca) le vi pasar los límites de la susceptibilidad, a pesar de su gran sensibilidad 
de espíritu y de corazón. Todas estas atrayentes prerrogativas juntas, hacían de don Bosco una persona simpática y admirable hasta la 
veneración para todos los que tuvieron la suerte de tratarlo de cerca y que por afecto se convertían, más que en servidores, en esclavos 
suyos. 

Su talante alegre y jovial en medio de sus queridos hijos le abría caminos y le prestaba aliento en sus graves y espinosas empresas; por 
eso veíasele a veces como sacudirse de un gran peso y desahogábase de improviso con estas palabras: íEa!... íSalga como quiera, con tal 
que salga bien! 

Otras veces, con el disgusto que le causaban las habladurías y persecuciones contra su persona y sus obras, llamaba por su nombre al 
chico, que en aquel momento le estaba más cerca, y le decía así: í Vamos, fulano! Laetare et bene facere e lasciar cantar le passere (Estáte 
alegre, haz el bien y deja cantar a los gorriones) -Vosotros sois mis queridos pilluelos: íse está m uy b ien en las casas de los señores, 
donde nada falta; pero allí no estáis vosotros! 

Don Bosco tenía una gran satisfacción cuando se veía rodeado de sus hijos, que le querían con amor sincero, pues, sin darse ellos 
cuenta, le arrancaban las punzantes espinas de la vida y tenían el mérito de aliviar y consevar una tan preciosa existencia que, tal vez, sin 
su eficaz contribución hubiera sucumbido precozmente bajo el peso de tantos sufrimientos. 

Sin embargo, él era muy cauto en no dejar traslucir a sus queridos amigos ni lo más mínimo de sus angustias y congojas por las 
innumerables contrariedades que encontraba en su escabrosa misión. 

Para su alivio había compuesto una alegre cancioncilla cuyo recuerdo se guarda todavía en el Oratorio como preciosa reliquia, así como 
también se recuerda el coro: íVamos, compañeros.! Me parece estar viendo a don Bosco entre nosotros y oírle todavía: 

-»Está Chiapale? 

-Sí, señor, está. 

((4)) -Bueno... »Cantamos nuestra canción?... Empieza. 

Y él mismo nos acompañaba con su voz dulce y suave, y seguía hasta el fin de la 
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canción como quien llega a gozar la belleza de un consolador oasis en el abrasado desierto. 

Servite Domino in laetitia (Servid al Señor con alegría), era uno de sus cantares preferidos y esta santa alegría constituía la base de su 
edificio social para la segura educación de la juventud. Enemigo de la tristeza y de los rincones escondidos quería que los muchachos se 
ejercitaran, durante el tiempo de recreo especialmente, en la gimnasia y en la música, en las que él mismo tomaba parte y muy gustoso, 
hasta para desengañar a los que por un mal entendido espíritu o por escrúpulo se apartaban de ellas. 

-Deseo, decía él, ver a mis muchachos corriendo y saltando alegremente en el recreo, porque así estoy seguro de que las cosas marchan 
bien. 
por eso confiaba a los más expertos en aquellos ejercicios a los apocados y esquivos, para que los animaran poco a poco a tomar parte 
alegremente en las diversiones con los demás. 

Al mismo tiempo, como era muy amigo del canto y de la música, había organizado clases para ello después de cenar. El mismo había 
adaptado la música de canciones populares a diversas coplas religiosas, y había compuesto un sencillo Tantum ergo para cantar en las 
fiestas solemnes en los primeros tiempos del Oratorio. También yo tuve el gusto de cantarlo con mis siempre queridos compañeros de 
aquel tiempo (1858). Creo que todavía se guarda en el archivo musical del Oratorio». 

Así, pues, se mantenía viva una santa y continua reciprocidad de afectos entre los alumnos del Oratorio y don Bosco, no sólo por el 
buen ejemplo de sus muchas y grandes virtudes y por gratitud, sino también porque los muchachos le tenían por su Superior y padre, que 
seguía voluntariamente pobre, exactamente como uno de ellos. Pobre a imitación de Jesús, don Bosco, lo mismo que El, tenía 
predilección por los pobres y escogía sus discípulos entre los hijos del pueblo. Es digno de notar el motivo por el cual no aceptaba a un 
niño que le recomendaba el barón Feliciano Ricci. 

((5)) Benemérito y queridísimo señor Barón: 

Me ha causado gran sentimiento la llegada de Rosso y haber tenido que enviarlo otra vez a su pueblo. 

No es posible encontrarle un puesto, por ahora. 

Por otra parte, su madre se presentó tan elegantemente vestida como para invitarme a pedirle limosna. Yo no puedo aceptar, entre 
muchachos totalmente abandonados, otros, cuyos padres piden caridad con traje de gala. El segundo motivo es una sencilla reflexión: la 
razón por la que no lo he aceptado es la imposibilidad. 

Confío que, por su bondad, querrá perdonarme que no haya podido cumplir enseguida su caritativo deseo. Dígnese rogar a Dios por mí, 
mientras, invocando la gracia del Señor sobre usted y toda su familia, me profeso con verdadera gratitud. 

De V.S. Benemérita 

Turín, 4 de mayo de 1858 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

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Don Bosco prefería a los más necesitados y humildes, entre los cuales poseía verdaderos tesoros de virtud. Baste un solo ejemplo. 

Miguel Magone que, durante las primeras semanas de su estancia en el Oratorio, parecía un potro salvaje, se volvió tan paciente con la 
frecuencia de los sacramentos que, cuando iba a confesarse con don Bosco, se preparaba estando recogido e inmóvil, de rodillas sobre el 
desnudo pavimento, a veces hasta cuatro y cinco horas, dejando que otros pasasen antes que él. Después de la confesión, comunión y 
funciones sagradas, se quedaba ante el altar del Santísimo Sacramento o el de la Santísima Virgen, alargando sus oraciones. A veces los 
compañeros, que salían en bandadas de la iglesia, lo empujaban, tropezaban con sus pies, e incluso lo pisaban, pero él parecía insensible 
y ((6)) seguía rezando tranquilamente sus oraciones. Pero, en el recreo, corrían sus pies por todos los rincones del amplio patio, y no 
había juego en el que no se llevara la palma; sin embargo, al primer toque de campana acudía al lugar de la llamada. En aquel primer año 
fue tan grande su aplicación que pasó los primeros cursos de latín, aprobó los exámenes y fue admitido para el tercero. La razón de su 
progreso era su ardiente devoción a la Virgen. Habiéndole preguntado cómo lograba vencer ciertas dificultades de las tareas escolares, 
respondió: 

-Recurro a mi divina Maestra que me lo dice todo, y pone en mi mente muchas cosas que, por mis propias fuerzas, no las hubiera 
sabido. 

Había escrito en una estampa de la Virgen, que guardaba dentro de un libro y sacaba al ponerse a estudiar: 

-Virgo parens, studiis semper adesto meis (Virgen madre, asísteme siempre en mis estudios). 

Y en todos sus cuadernos, apuntes, libros, e incluso sobre el pupitre escribía a pluma o a lápiz: Sedes sapientiae, ora pro me (Asiento de 
la Sabiduría, ruega por mí). 

Para su gloria y la de su divino Hijo había aprendido música y, con su voz argentina y agradable, cantaba en las funciones solemnes de 
iglesia. Mientras don Bosco estuvo en Roma, hizo los ejercicios espirituales, predicados por Pascua a los externos del Oratorio, y terminó 
con una confesión general; luego escribió a don Bosco una cartita, diciéndole que la Virgen le había hecho oír su voz, que lo invitaba a 
hacerse bueno y que Ella misma quería enseñarle la manera de temer a Dios, amarle y servirle. 

Cuando don Bosco volvió a Turín, pidióle permiso para hacer voto de no perder jamás un momento de tiempo; pero no se lo permitió 

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y quiso que se conformase con una simple promesa. La gracia de Dios inspiraba a aquel jovencito un vivo deseo de perfección. 

((7)) Durante el mes de mayo de aquel año 1858 se propuso hacer cuanto pudiera para honrar a María. Mortificó del todo sus ojos, su 
lengua y los demás sentidos. Quiso privarse de algo de recreo, ayunar, pasar parte de la noche en oración, pero no le fue permitido por no 

ser compatible con su edad. 

A fines del mes se presentó a don Bosco y le dijo: 

-Si usted está de acuerdo, quiero hacer algo muy bonito en honor de la Santísima Virgen. Yo sé que san Luis Gonzaga agradó mucho a 

María porque le consagró desde niño la virtud de la pureza. Yo también quisiera ofrecerle este don, y por esto deseo hacer el voto de 
hacerme sacerdote y guardar perpetua castidad. 

Don Bosco le contestó que no tenía todavía edad para hacer un voto de tanta importancia. 

-Sin embargo, interrumpió él, siento en mí una firme voluntad de entregarme plenamente a María; y, si me consagro a Ella, ciertamente 
Ella me ayudará a cumplir mi promesa. 

-Vas a hacer así, añadió don Bosco; en vez de un voto, limítate a hacer la ple promesa de abrazar el estado sacerdotal, siempre y 
cuando, al acabar los cursos de latín, se vean claras señales de que eres llamado al mismo. En lugar del voto de castidad promete 
únicamente a Dios que, en adelante, pondrás el mayor cuidado en no hacer nunca cosa alguna, ni decir palabra, ni un chiste siquiera, que 
sea en lo más mínimo contrario a esta virtud. Pide cada día a María, con alguna oración particular, que te ayude a mantener esta promesa. 

Quedó conforme con lo que se le proponía, y unos días después le dio don Bosco un papelito diciéndole: 

-Léelo y practícalo. 

Magone lo abrió y leyó: 
((8)) Cinco recuerdos que san Felipe Neri daba a los muchachos para guardar la virtud de la pureza. Apartarse de las malas compañías. 
No alimentar el cuerpo con manjares delicados. Evitar el ocio. Frecuente oración. Frecuencia de los Sacramentos, especialmente de la 
confesión. 

Lo que allí le decía en pocas palabras, se lo expuso otras veces más ampliamente. En efecto, le dijo: 

1. Ponte con filial confianza bajo la protección de María; confía en Ella; espera en Ella. Jamás se ha oído decir que alguno de los que 
han acudido con confianza a María no haya sido escuchado. Ella será tu defensora en los asaltos que el demonio lanzará contra tu alma. 
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2. Cuando adviertas que eres tentado, ponte enseguida a hacer algo. La ociosidad y la modestia no pueden vivir juntas. Por eso, 
evitando el ocio, vencerás también las tentaciones contra esta virtud. 
3. Besa a menudo la medalla o el crucifijo, santíguate con viva fe, diciendo: Jesús, José y María, ayudadme a salvar el alma mía. Estos 
son los tres nombres más terribles y formidables para el demonio. 
4. Y, si el peligro persiste, acude a María con la oración que nos propone la Santa Iglesia, a saber: Santa María, Madre de Dios, ruega 
por nosotros pecadores. 
5. Además de no alimentar con manjares delicados el cuerpo, además de la guarda de los sentidos, especialmente de los ojos, guárdate 
también de toda clase de malas lecturas. Más aún, si algunas cosas indiferentes fueran para ti ocasión de peligro, déjalas enseguida; lee 
con gusto libros buenos y con preferencia los que hablan de las glorias de María y del Santísimo Sacramento. 
6. Apártate de los malos compañeros, elige por el contrario compañeros buenos, es decir, aquéllos que, por su buena conducta, merecen 
las alabanzas de tus superiores. Habla con ellos, ((9)) toma parte en sus juegos, pero procura imitarlos en su manera de hablar, en el 
cumplimiento de los deberes y sobre todo en las práticas de piedad. 
7 . Confiésate y comulga con la frecuencia que te lo consienta el confesor; y, si lo permiten tus ocupaciones, visita a menudo a Jesús 
Sacramentado. 
Don Bosco daba continuamente estos consejos en público y en privado, de viva voz y por escrito, y añadía: 

-Tal vez diga alguno que estas prácticas piadosas son demasiado vulgares. Pero yo advierto que así como el brillo de la virtud de que 
hablamos puede empañarse y perderse al más ligero soplo de tentación, así también debe estimarse en mucho cualquier cosa por pequeña 
que sea, que contribuya a conservarla. Por eso yo aconsejaría una cuidadosa vigilancia para proponer cosas fáciles, que no asusten, ni 
cansen a los fieles cristianos, sobre todo si son jóvenes. Los ayunos, las oraciones prolongadas y otras rígidas austeridades suelen dejarse 

o se hacen de mala gana y con negligencia. Atengámonos a lo fácil, pero hagámoslo con perseverancia. 
Esta fue la senda que llevó a nuestro Miguel hasta un maravilloso grado de perfección. Y hacíase patente en su gran caridad con el 
prójimo. Estaba siempre dispuesto a escribir las cartas de los que lo necesitaban, a prestar a sus compañeros cualquier servicio: barrer, 
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hacer las camas, limpiar los trajes, explicar las dificultades de las lecciones; a consolar a los afligidos con buenas maneras, contándoles 
historietas, haciéndoles de mediador con los superiores; a dar clase de catecismo a los externos y enseñarles a cantar; a servir a los 
enfermos y asistirlos de noche; a perdonar ((10)) de buen grado cualquier ofensa. Con estos buenos modos habíase ganado las simpatías 
de todos y se valía de esta influencia para el bien de las almas con avisos, invitaciones, ruegos, y promesas, regalos, cartitas, bromas y 
prudentes reproches. íSólo Dios sabe el mal que impedía y el bien que hacía! No nos entretenemos en referir hechos particulares, pero no 
podemos omitir un documento inédito que merece se conserve. 

Cierto condiscípulo de Magone, Mateo Galleano, escribió a don Bosco una carta, de la que entresacamos dos hermosos hechos: 

El primero es que, en cierta ocasión, tenía Magone en la mano una velita como de cuatro dedos de larga y me invitó a ir con él a la 
iglesia para rezar por los pecadores. Movido por sus amables palabras, acepté. Una vez en la iglesia, fuimos al altar de la Virgen, y 
después de encender la vela, rezamos la tercera parte del rosario. Estaba yo cansado de rezar y me iba a marchar, cuando él, con mucho 
garbo, me exhortó a seguir y rezamos hasta que se consumió toda la vela. 

El segundo hecho es el siguiente. Un sábado por la noche, después de cenar, estaban en el locutorio muchos alumnos de la sección de 
aprendices; tocó la campanilla para las confesiones, pero ellos no querían ir y seguían jugando a la «morra». 1 Magone, saludó 
amablemente a unos y otros; los animó a ir a reconciliarse con el Señor, pero en vano. Entonces se puso a jugar con ellos como un cuarto 
de hora y después les dijo: 

-Venid conmigo al mirador del segundo piso. 

Todos se fueron con él, creyendo que quería seguir jugando en aquel lugar. Pero él que los llevaba allí intencionadamente, al llegar a la 
puerta del cuarto de don Bosco, tanto insistió que los metió a confesarse. 

((11)) La encantadora bondad de Magone y de otros de sus compañeros florecía y daba opimos frutos gracias a la obediencia que 
prestaban, no sólo a los mandatos, sino hasta a los consejos de don Bosco. 

1 La motta. Juego entre dos personas que a un mismo tiempo dicen cada una un número que no pase de diez e indican otro con los 
dedos de la mano, y gana el que acierta el número que coincide con el que resulta de la suma de los indicados por los dedos. (N. del T.) 
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Una tarde hacía ya largo rato que se encontraba con sus muchachos a la hora de recreo y se sentía cansado. Después de haberles hecho 
caminar un poco, sacó fuera del pórtico a todos los que estaban formando corro en su derredor. Los hizo sentarse en el suelo, y él con 
ellos. Aunque los muchachos se encontraban incómodos, ninguno se atrevía a moverse, por su interés de oír a don Bosco y no perder ni 
un instante del tiempo que él había destinado a estar con ellos. El siervo de Dios, después de hablar del gran bien que quedaba por hacer a 
las almas en el mundo, de la necesidad de hacerlo proto, y de cómo deseaba el Señor que los chicos del Oratorio lo ayudaran, añadió: 

-íCuánto bien se podría hacer, si yo tuviera diez o doce buenos sacerdotes para enviarlos en medio del mundo! 

-íYo, yo! -respondieron todos a coro. 

La entusiasta respuesta hizo sonreír a don Bosco, que siguió diciendo: 

-Pero, si queréis venir conmigo, es preciso que os pongáis a mis órdenes, y me dejéis hacer con vosotros lo que estoy haciendo con el 
pañuelo, que tengo en las manos. 

Y, al decir esto, como solía hacer, y ya lo hemos contado otras veces, sacó del bolsillo un pañuelo blanco y lo fue doblando de uno y 
otro modo; lo pasó a la mano izquierda y lo frotó hasta hacer con él un ovillo; hizo después un nudo y lo deshizo echándolo al aire para 
volver a plegarlo de otra forma. Los chicos contemplaban atónitos aquella extraña mímica de don Bosco y muchos no lo comprendían. 
Entonces él, tomando de nuevo la palabra, dijo: 

-Todo será posible, si dejáis ((12)) hacer con vosotros lo que me habéis visto hacer con el pañuelo: Si me obedecéis, si hacéis mi 
voluntad, la voluntad de Dios, veréis que El hará milagros por medio de los muchachos del Oratorio. 

Y muchos de ellos se pusieron resueltamente a sus órdenes para cooperar en la gran misión. 

Por lo demás, don Bosco inculcaba continuamente a sus alumnos la virtud de la obediencia y la predicó un domingo por la tarde, al 
tener que suplir al teólogo Borel. Sus palabras, recogidas a vuela pluma por el clérigo Juan Bonetti, fueron las siguientes: 

Todos los que quieren ejercer un oficio deben pasar por un aprendizaje para aprenderlo bien. Hay un antiguo refrán que dice: nadie 
nace maestro. Por esto, si uno quiere ser albañil, es preciso que durante dos o tres años se resigne a llevar el cubo, los ladrillos, las piedras 
y hacer otros pesados servicios como éstos, para aprender después a manejar la paleta y levantar casas, sin miedo a que luego caigan 
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sobre la cabeza de los que habrán de habitarlas. Así mismo, ícuántos trabajos debe realizar un muchacho para llegar a ser un buen 
carpintero! Si uno que quiere aprender este oficio se pusiera inmediatamente a hacer un armario, un escritorio o cualquier otro mueble, 
perdería el tiempo y el trabajo, echaría a perder madera y herramientas, y, en vez de aprender de carpintero, aprendería el oficio de 
destructor. Pues bien, lo que decimos de quienes desean aprender un oficio, digámoslo también de nosotros. Sí, también nosotros hemos 
de aprender nuestro oficio, a saber, el de cristianos. Jamás podremos salir airosos en esta profesión, si no la aprendemos de antemano. Y 
como para aprender esta nuestra profesión cada uno de nosotros tiene que obedecer a Dios, al Papa y a los sagrados ministros de la Iglesia 
y cada uno según su estado, por eso quiero hablar de la virtud de la obediencia. 

»Qué quiere dedir obediencia? La palabra obediencia viene del latín ab audientia, algo escuchado, oído de la boca ((13)) de otro, y por 
eso cuando oímos la orden de un superior y la cumplimos, ejercitamos la obediencia. »Y qué es la virtud de la obediencia? Santo Tomás 
de Aquino, el mayor de los teólogos, hombre sapientísimo, que escribió muchas cosas y muy hermosas, dice que la obediencia es una 
virtud que dispone al hombre para cumplir todo mandato y la voluntad del Superior: Obedientia est virus hominem efficiens promptum ad 
exequendum praeceptum aut voluntatem superioris. 

»Pero esta virtud se nos infunde con el santo Bautismo? Esta no es una virtud teologal que tenga sólo a Dios por objeto, sino que es una 
virtud moral que nosotros, ayudados por la gracia de Dios, podemos adquirir con el ejercicio de nuestras fuerzas, es decir, con la 
repetición de actos de 
obediencia. 

»Cuántas clases de obediencia hay? Hay cinco clases. La obediencia divina, la eclesiástica, la política, la doméstica y la religiosa. La 
obediencia divina mira a obedecer a Dios. Dado que Dios es creador de cielo y tierra, rey de reyes, señor de todos los hombres y de todas 
las cosas, es muy justo que sea obedecido por nosotros antes que todos los demás. Dios nos manda que le honremos a El sólo como Dios, 
y nosotros debemos obedecerle. Dios nos manda no nombrarle en vano, no injuriarle, y nosotros debemos obedecerle. Y así siguiendo, 
debemos obedecerle observando los diez mandamientos, que es lo que Dios nos manda. 

Pero no sólo debemos obedecer a Dios, sino que debemos también observar la obediencia eclesiástica, es decir, debemos obedecer 
también a la Santa Madre Iglesia, porque Dios dijo a Pedro: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. El mismo Jesucristo, 
que dio a Pedro la facultad de atar y desatar, le dio también poder de hacer leyes que pudieran contribuir a mayor gloria de Dios y a la 
salvación de las almas. Por esto es nuestro deber que, después de Dios, obedezcamos al Papa, que es el verdadero sucesor de San Pedro; 
debemos obedecer a la Iglesia y por consiguiente guardar sus mandamientos; oír la santa misa todos los días festivos, no comer carne el 
viernes y el sabado,1 confesarse al menos una vez al año y comulgar por Pascua de Resurrección, y no quebrantar los preceptos. 

((14)) Con la obediencia política obedecemos al Jefe de Estado, pero sólo en lo temporal, nunca en lo que atañe a la religión. Por 
ejemplo, debemos obedecer al Soberano pagando los consumos o extendiendo un documento con valor legal en papel timbrado, y lo 
mismo en todo lo que se 
refiere a las leyes del Estado. Pero, si el poder temporal nos quisiera mandar en cosas de religión, y éstas no fueran aprobadas 

1 Don Bosco explicaba el precepto general de la Iglesia sobre abstinencia; no las normas especiales para España y otras naciones y 
grupos. (N. del T.) 
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por la Iglesia, jamás debemos obedecer. En tal caso debemos dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios; y nunca, por 
obedecer al Gobierno, desobedecer a Dios, haciendo algo contra su ley o contra la Iglesia, que es la esposa de Jesús y hace en la tierra las 
veces de Dios. 

Existe, además, la obediencia doméstica: se refiere ésta al padre y a la madre, a los amos, a los superiores, etc. Así, pues, un hijo debe 
obedecer a sus padres, que son los primeros después de Dios; un criado, un dependiente debe obedecer a su jefe, que hace las veces del 
padre y de la madre; y así cada uno debe obedecer a sus superiores, que tienen el deber de vigilar sobre él. Pero en todo lo que atañe a la 
obligación de obedecer, debemos someternos solamente a lo que no sea contrario a la 
Ley de Dios o de la Iglesia. Si alguna vez un padre o una madre o un jefe os mandare algo malo, entonces no estáis obligados a obedecer, 
al contrario, pecáis también vosotros si los obedecéis. íAy de aquel padre, de aquella madre que, inducidos por el demonio, movieran a 
sus hijos a hacer el mal! íAy también de aquel hijo, que sabiendo que le mandan algo malo, sin embargo, obedece! 

En cuanto a la obediencia religiosa, no hace al caso hablar de ella, pues no sois trapenses ni franciscanos. 

Al tratar de la obediencia, hay que considerar el objeto y el sujeto. No os asustéis por estas palabras campanudas: objeto y sujeto. Si no 
las entendéis, os las explicaré. Se llama objeto de la obediencia, la materia de la misma, es decir, lo que se os manda hacer. Y siempre 
que nos mandan algo malo, aun cuando lo mandara un ángel venido del cielo, no debemos obedecer. Hace algunos días dijo un jefe a uno 
de sus dependientes: 

-»No sabes cómo hacerte con dinero? Si quieres, te lo enseñaré. Yo te debo entregar ocho ((15)) perras 1 al día, »no es verdad? Pues 
bien, te daré sólo seis, las otras dos te las daré para ti. Cuando don Bosco te las pida tú le dirás: el amo me ha dado sólo seis. 

-Ahora bien, decidme; »podría en este caso obedecer aquel muchacho? No, porque es algo ilícito. Efectivamente, aquel buen chico no 
obedeció, con lo que dio una buena lección y un buen ejemplo a aquel jefe desaprensivo. 

Por sujeto de la obediencia se entiende el que manda. En este caso el que manda tiene que ser superior al que obedece, y todas las veces 
que el que manda es un superior, estamos obligados a obedecer. 

Pero, me preguntaréis: »es una gran virtud la obediencia? íSí! La virtud de la obediencia abraza y comprende a todas las demás 
virtudes, como dice san Gregorio Magno: Est virtus quae omnes virtutes inserit, insertasque custodit. Las guarda de modo que ya no se 
pierdan. La virtud de la obediencia es el acto más agradable que podemos hacer a Dios. De todos los dones que nos hizo Dios, el más 
grande es la libertad, a saber el habernos creado libres. Pues bien, cuando obedecemos hacemos el sacrificio de esta libre voluntad. 
sujetándola al querer de otro; pero la voluntad es la cosa más preciosa que tiene el hombre; por lo tanto éste es el sacrificio más agradable 
que podemos ofrecer a Dios. Mas para que esta obediencia sea grata a Dios, debe ser voluntaria. No puede agradar a Dios la obediencia 
de quien obedece de mala gana, por miedo a ser castigado por los superiores, pues a Dios no gusta lo que se hace a la fuerza. El es Dios 
de amor y quiere que todo se haga por amor. Por tanto, 

1 Perra chica. -Va cayendo en desuso: era una moneda de cobre que valía cinco céntimos de peseta. (N. del T.) 
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cuando se nos manda algo, tranquilicemos enseguida nuestro corazón y obedezcamos con prontitud, porque Dios estará con nosotros. Iba 
el rey Saúl a entrar en batalla contra los filisteos y díjole el profeta Samuel: 

-Ve al campo y espera allí hasta que yo llegue para ofrecer un sacrificio y guárdate de empezar antes la batalla. 

Fue Saúl, aguardó, pero Samuel tardaba en llegar, avanzaban ya los enemigos y sus soldados retrocedían por no poder entrar en 
combate mientras no estuviese ofrecido el sacrificio. Entonces, al ver Saúl que su ejército empezaba a desbandarse y que Samuel no 
llegaba todavía, mandó preparar la víctima, y usurpando el oficio de sacerdote, ((16)) sacrificó él mismo la víctima. Mas, apenas 
terminado el sacrificio, llegó Samuel, y al ver éste que Saúl, contraviniendo su mandato, había sacrificado, le dijo indignado: 

-»Qué has hecho, Saúl? 

-Lo hice porque veía que tú no llegabas, respondió Saúl. El enemigo avanzaba más y más contra nosotros y los nuestros se daban a la 
fuga; sólo por esta razón ofrecí el sacrificio. 

-Inique egisti, inique egisti: has obrado inicuamente. 

-Pero ya íbamos a ser derrotados y aniquilados sin remedio. No había tiempo que perder. 

-Has obrado inicuamente. Te había mandado esperarme y no lo has hecho, obraste inicuamente. 

Por lo tanto, cuando por cualquier motivo se nos manda alguna cosa, obedezcamos. Para probaros cómo premia Dios al obediente aún 
en este mundo, voy a contaros un bonito ejemplo que nos relata san Gregorio Magno. Se lee en la vida de san Benito que este santo 
mandó un día a uno de sus queridos discípulos, a los que enseñaba el camino del paraíso, y que se llamaba Plácido, a sacar agua con un 
pozal en un riachuelo cercano. Fue el joven, pero el pobrecito, ya fuera porque puso el pie en falso, ya fuera porque el pozal lo venciera 
con el peso, cayó al agua y, junto con el pozal, era arrastrado por la corriente. Al ver esto san Benito desde una ventana, llamó al 
momento a otro discípulo, Mauro, y le dijo: 

-Ve a sacar a Plácido del agua, pues acaba de caer al río y la corriente lo arrastra. 

Mauro, acostumbrado a obedecer, sin mirar al peligro, corrió al punto y, al llegar a la orilla del río, se echó a andar sobre las aguas 
como si fueran tierra firme, se acercó a Plácido que estaba luchando contra la corriente, lo agarró por los cabellos, lo sacó afuera y volvió 
a la orilla sin mojarse siquiera los pies. Añade el mismo san Gregorio Magno que Mauro no se dio cuenta de que había caminado sobre 
las aguas, no advirtió el peligro de ahogarse, al que se había expuesto. He aquí como Dios premió la obediencia pronta. 

Acabado el mes de mayo, don Bosco, no sabemos por qué motivo, colgó en la pared de su habitación un cartón, en cuya parte superior 
estaba litografiado el ((17)) polvorín, pocos momentos después de la explosión del año 1852, visto desde la plaza de Manuel Filiberto, 
con las tropas que acudían con el rey. En la parte inferior se veía el retrato de Pablo Sacchi, y a sus lados había pegado don Bosco dos 
estampas de la Virgen, que tenía en sus brazos al Niño Jesús. 
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En una de ellas estaba impreso: 

Recuerdo del mes mariano en la iglesia de la Santísima Trinidad en Turín en el año 1858. Debajo estaba escrito: -Madre del Amor 
hermoso, yo le amo, tú lo sabes-;te lo suplico, haz que le ame cada vez más. 

En la segunda estampa se leía arriba: Recuerdo del mes de María celebrado en la iglesia de las Adoratrices, 1858. Y debajo: Virgen 
María, Madre de Jesús, hacednos santos. 

Colgaba del cartón una tercera estampa de María Inmaculada con las manos juntas y llevaba esta inscripción: Oh Virgen Inmaculada, 
Tú que sola alcanzaste la victoria sobre todas las herejías, acude ahora en nuestra ayuda; nosotros acudimos a ti de corazón. Auxilium 
christianorum, ora pro nobis. Y había añadido don Bosco a lápiz: Terribilis ut castrorum acies ordinata. (Terrible como un ejército 
ordenado para la batalla). 

Tal vez estaba destinado este cartón a sustituir al que Francisco Giacomelli había sustraído ocultamente para guardarlo como recuerdo 
de don Bosco. Pero el segundo, por igual motivo, corrió la misma suerte del primero, y también por manos del mismo Giacomelli, que lo 
restituyó al Oratorio algunos años después de la muerte de don Bosco. Don Francisco Giacomelli conocía muy bien el amor que su santo 
amigo tenía a la Virgen. 

Al mismo tiempo seguía don Bosco trabajando con las Lecturas Católicas. Para el mes de junio, estaba impreso un bonito cuento: José 
e Isidoro, o el peligro de los malos compañeros, opúsculo del padre Marcelo. Engañado y traicionado por Isidoro, el jovencito José huye 
de casa de sus padres, pero raptados los dos por un pirata, corren primero los riesgos del mar y ((18)) de los combates, y después se ven 
obligados a trabajar en una cueva con unos falsificadores de moneda. José, vuelve a Dios, soporta con resignación los sufrimientos de 
aquella terrible esclavitud y, a través de una intrincada serie de peripecias extraordinarias, logra volver a su pueblo natal. Isidoro, 
obstinado en su mala vida y alejado de la religión, acaba sus días con una muerte desgraciada. 

Mientras se procedía al envío de esta entrega de las Lecturas Católicas, don Bosco, el 2 de junio, escribía a don Carlos Vaschetti, 
teniente cura en Beinasco: -No deje usted de pedir a Dios que se digne bendecirnos en lo espiritual y en lo temporal y haremos grandes 
cosas. Consígame un millón de suscriptores de las Lecturas Católicas. 

La difusión de estas Lecturas era siempre una de sus grandes preocupaciones. 
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((19)
)


CAPITULO II 

CUENTA A LOS MUCHACHOS COSAS DE PIO IX -FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA Y MERIENDA DADA EN LOS TRES 
ORATORIOS FESTIVOS, GRACIAS A LA GENEROSIDAD DEL PAPA -LA FIESTA DE SAN LUIS Y EL ARTICULO DEL 
CONDE DE CAMBURZANO EN ARMONIA -SECRETOS DE UNA CONCIENCIA REVELADOS -LECTURAS CATOLICAS: 
VADEMECUM CRISTIANO -DON BOSCO MEDITA SOBRE LA CONVENIENCIA DE VOLVER A ROMA: CARTA DEL 
CONDE DE-MAISTRE. 

DURANTE su estancia en Roma, don Bosco fue tomando nota de todo cuanto se refería al Sumo Pontífice, especialmente de aquello 
donde se manifestaba su carácter alegre, bondadoso y caritativo. De cuando en cuando iba contando algo de ello a sus muchachos, que lo 
escuchaban con mucho agrado. Don Miguel Rúa nos conservó dos anécdotas. 

Contaba una tarde don Bosco: 

Sucedióle al Santo Padre un gracioso episodio mientras estaba yo en Roma. Un patricio romano, el conde de Spalla, fue a visitar al 
Papa y, después de hablar sobre algunos importantes asuntos, díjole al despedirse: 

-Quisiera, Santidad algún recuerdo. 

El Santo Padre le respondió solícito: 

-Pedid lo que queráis y procuraré complaceros. 

-Algo extraordinario. 

((20)) -Pedid. 

-Quisiera vuestra tabaquera. 

-Pero... está llena de tabaco de la peor calidad. 

-No importa, me hará mucha ilusión. 

-Tomadla, os la regalo de corazón. 

Salió el conde de Spalla más contento con la tabaquera que con un gran tesoro. Era sencilla, de asta de búfalo, unida con dos anillos de 
latón por cuyo valor yo no daría cuatro perras chicas, pero preciosísima por ser de quien era. El conde la enseñaba a sus amigos como 
algo digno de toda veneración. El tabaco era realmente de última calidad. 

Otro caso curioso acaecióle al augusto Pontífice. 

Viajaba el año pasado por sus Estados y pasaba por los alrededores de Viterbo. Una pobre chiquilla había recogido un haz de leña; al 
ver allí parada la carroza pontificia, pensó que sus dueños querrían comprar su haz. Corrió hacia ellos: 

-Señor, dijo al Santo Padre, comprádmelo, la leña está muy seca. 

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El Santo Padre respondió: 

-No la necesitamos. 

-Comprádmelo, os lo doy por tres bayocos. 

-Toma tres bayocos y quédate con tu haz. 

El Santo Padre le dio tres escudos y subió a la carroza. La buena chiquilla quería a toda costa que el Santo Padre metiese el haz en el 
coche y le decía: 

-Tomadlo, quedaréis satisfechos, en vuestro coche hay sitio suficiente. 

Mientras el Santo Padre y los de su séquito reían ante la insistencia de la chiquilla, su madre que trabajaba en un campo cercano, se 
acercó gritando: 

-Santo Padre, Santo Padre, perdonad a esta chiquita que es mi hija. No os conoce. Tened piedad de nosotros que vivimos en gran 
miseria. 

El Santo Padre añadió seis escudos más y después siguió su viaje. Al saberse en la ciudad lo sucedido, iban todos a porfía para ensalzar 
a la Divina Providencia, que les había concedido un Soberano tan piadoso y caritativo. 

Entretanto había determinado don Bosco que el 24 de junio se celebrase una fiesta en honor de Pío IX en los Oratorios de san Francisco 
de Sales, san Luis y el Santo Angel. ((21)) Como aquel día era fiesta de precepto en la archidiócesis de Turín, quiso que los muchachos 
que acudían a los tres Oratorios gozaran de los favores que les había concedido el Santo Padre. 

Ya hemos dicho que el Vicario de Cristo había otorgado benignamente dos gracias en la visita que don Bosco le había hecho en Roma. 
Con la bendición apostólica para los muchachos les había concedido una indulgencia plenaria para el día en que confesaran y 
comulgaran: esto para el alma. Había añadido después una bonita suma de dinero para que se les diera a todos una merienda. El dinero 
había aumentado notablemente, gracias a la generosidad de algunos señores de Turín, que quisieron adquirir algunos de los escudos 
regalados por el Papa, desembolsando una cantidad proporcionada a su vivo deseo de conservar un recuerdo del afecto de Pío IX a los 
muchachos piamonteses. Don Bosco podía disponer de quinientas liras. 

El domingo anterior a la fiesta fueron avisados los muchachos por sus respectivos directores. Don Bosco los animó contándoles que Pío 
IX había hablado de ellos con gran bondad y que les había proporcionado aquellos regalos para alentarlos a perseverar en el camino de 
los mandamientos de Dios. El día de la fiesta de san Juan Bautista acudieron numerosísimos muchachos a sus respectivos Oratorios para 
recibir los Santos Sacramentos, y enriquecer así su alma con los favores espirituales, y para saborear al mismo tiempo la merienda que les 
había proporcionado el cariñoso Pontífice. La fiesta no podía resultar más hermosa ni más alegre. 
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Pero en el Oratorio de Valdocco la solemnidad tuvo un matiz muy especial. Don Bosco había mandado grabar una litografía de Jesús 
Crucificado y encargó la reproducción de quinientas cincuenta ((22)) estampas al litógrafo Cattaneo, para regalárselas a sus bienhechores. 
El patio apareció adornado con los acostumbrados gallardetes y ramajes. El veintitrés por la tarde los alumnos celebraron el día 
onomástico de don Bosco con una velada literario-musical. Se declamaron poesías y discursitos escritos por los mismos jóvenes. El 
clérigo Juan Cagliero había compuesto por vez primera un himno, y la banda de música lo interpretó bajo la dirección del maestro Massa. 
Don Bosco dio las gracias, habló del Papa, y al día siguiente quiso que su nombre quedara eclipsado ante el de Pío IX. 

Casi mil muchachos, entre internos y externos, formaron filas ante la iglesia después de las sagradas funciones litúrgicas. Los cantores, 
que ya estaban preparados, ejecutaron primero una cantata compuesta por el clérigo Juan Francesia, alternada con pasajes recitados para 
expresar el gozo que todos sentían por las muestras de amor, las bendiciones y los dones dispensados a la juventud por el Romano 
Pontífice. La primera estrofa decía: 

Al labio y al rostro, de gozo encendidos,
lleguen los latidos de mi corazón;
que el día más bello, solemne y festivo
al balcón de oriente hoy se asomó.


Después, dos muchachos, en un diálogo en verso, contaron el motivo de aquella fiesta tan bonita. Y terminaron así: 

íQue viva el Papa!
íViva Pío nono!
A quién dar las gracias
sino a Vos?
En las entrañas
del corazón
queda grabado
vuestro favor.


((23)) Y el coro respondía: 

Llenos de júbilo,
llenos de fe
todos besamos
tu augusto pie.
Mañana y tarde
con gran fervor
juntos oramos
a Dios, por Vos.


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Y entonces la voz vibrante de un soprano, acompañada por los coros, elevaba a Dios una plegaria, pidiendo que todos los hombres 
venerasen a su Vicario y le obedecieran; que se formase en la tierra un solo rebaño bajo un solo pastor y que todos los muchachos del 
Oratorio pudieran un día hacer corona a Pío IX en el cielo. 

Terminados los cantos, todos los muchachos, a una señal de don Bosco, ocuparon su puesto para la abundante merienda. Cada uno 
manifestaba su gratitud al Papa como mejor sabía. Sucedíanse sin cesar alegres brindis, gritos, vítores y aplausos. 

Terminada la merienda, cantaron los coros un himno a Pío IX: 

De la vida en los vaivenes,
en los trances del dolor
el recuerdo de los bienes
que hoy llenan el corazón,
volverá con dulce imagen
a llenar el pensamiento.
Volverá a llenar nuestra alma
de pobres y abandonados
que recogió en su casa
aquel hombre, que apoyado
((24)) por el Papa Pío nono
nos puso en el buen sendero.
Juntos con su bendición
alcemos la vista al cielo
que es nuestro, lo dijo Dios:
Es para el pobre el consuelo,
es la patria de quien vive
en fraterna caridad.


Estuvo presente un redactor del periódico Armonía, y publicó una relación del acto, que terminaba con estas palabras: 

Resulta difícil expresar con palabras la dulce emoción que despertaba en el corazón la vista de tantos jóvenes, que, con cantos y música, 
lo mismo en el templo que fuera de él, en prosa y en verso, exteriorizaban esa viva y reposada alegría, que sólo puede brotar de una 
conciencia, que puede decirse a sí misma: Estoy en paz con Dios. 

Por doquier resonaban los aplausos y vítores de íViva el Papa! íViva su gran bondad! Pero una gran sorpresa nos esperaba al caer de la 
tarde, cuando ya estaba para dispersarse la reunión y encaminarse cada cual a su casa. Movidos por un incontenible entusiasmo, se 
juntaron en derredor de su Director y exclamaron a una voz: gracias Santo Padre, gracias; que Dios os lo pague. Quién podrá ir a darle las 
gracias dignamente por nosotros? Señor Director, comunique al Santo Padre nuestro reconocimiento, que lo amamos con toda la efusión 
de nuestro corazón, que veneramos en su persona al Vicario de Jesucristo y que todos nosotros deseamos y queremos vivir y morir en la 
religión, que tiene a Dios por cabeza invisible y tiene un tan tierno y buen Padre, al gran Pío IX, como Vicario en la tierra. 
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Así concluía una jornada que dejará en el corazón de aquellos buenos jóvenes un recuerdo imborrable de la paternal bondad del Santo 
Padre. Esos pobrecitos, no acostumbrados a recibir caricias de los hombres, y que llevan una vida de penuria y privaciones, sienten 
vivísimo agradecimiento al Jefe de la Iglesia que desde su altísimo puesto, lejos de olvidar a los hijos ((25)) del pueblo, como lo hacen 
los aduladores del mismo pueblo, se muestra y se da a conocer como verdadero padre suyo, de la misma manera que lo es de los grandes 
de la tierra y de los príncipes. 

Así terminaba Armonía del 29 de junio de 1858. 

A la fiesta de san Juan Bautista sucedió en el Oratorio la de san Luis, que solía celebrarse en la solemnidad de los santos apóstoles 
Pedro y Pablo. El amor que tenía don Bosco a este angélico joven hacíale celoso propagandista de su devoción y fundador de 
asociaciones en su honor, hasta fuera del Oratorio, por los pueblos adonde iba a predicar. Poirino fue uno de éstos. Invitado por el teólogo 
don Esteban Giorda, párroco de Santa María la Mayor, había ido don Bosco en octubre de 1855, y con una función conmovedora, había 
inscrito en la Compañía de San Luis a los chicos de aquella parroquia. En muchos lugares florecen todavía hoy estas piadosas 
asociaciones fundadas por él, y la de Poirino celebró en 1905 el cincuentenario de su existencia. 

Dedúzcase de ello el empeño que don Bosco tenía por mantener encendido este fuego sagrado en el Oratorio, especialmente mediante 
dicha solemnidad. 

Apenas si hemos mencionado esta fiesta en años anteriores cuando no había ningún hecho extraordinario, pese a que, a decir verdad, lo 
extraordinario era algo habitual. Mas no podemos pasar por alto la del 1858, con la descripción de la misma y las reflexiones que 
brotaron de la valiente pluma de un ilustre patricio, que publicó un artículo en Armonía del 4 de julio. En verdad merece figurar por 
entero aquí. 

El 29 de junio en el Oratorio de Valdocco 

Amanecen a veces en la vida ciertos días plácidos y serenos, que alivian las penas y proporcionan al espíritu fatigado grandes alegrías y 
esperanzas inenarrables. Estas ((26)) horas, es verdad, brillan y escapan como un relámpago, pero dejan tras sí un recuerdo duradero en el 
pensamiento, que se deleita después evocándolas, se alimenta de ellas y hace casi su néctar, cuando ya no existen. 

Conmemorábase en el Oratorio de Valdocco el aniversario del día consagrado a los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo, y se festejaba 
a la vez al angelical san Luis. En Turín, como en cualquier otra ciudad populosa, donde más compacta se apiña la familia humana, están 
siempre juntos y marchan a la par, entremezclándose de continuo por todas partes, según los arcanos y adorables designios de Dios, 
dolores 
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y goces, pobreza y riqueza, vicio y virtud. La verdadera caridad, ni palabrera ni sierva de la moda, sino sencilla y sincera como la fe, 
consiste principalmente en sacrificarse a sí mismo en pro de los que sufren y juntar en un solo haz el alivio espiritual y material. Y no 
bastan para esto las prudentes leyes y las más estudiadas medidas de la humana sabiduría, si no las vivifica aquel fuego que sólo se 
enciende en el corazón de los que, al pie de la cruz, comprendieron el inefable precepto del amor. Por eso yo no puedo resignarme al ver 
en nuestros días, por no sé qué perversidad de juicio o malhadado partidismo, hecho blanco de las iras y mofas de algunos al clero 
católico que en toda época y en todas partes realizó tan grandes e inauditos prodigios de caridad. Y he aquí que, pasando por alto a otros 
muchos, tenemos en nuestra Turín a un humilde sacerdote que, confiando únicamente en la Providencia, concibió la caritativa empresa de 
reunir a su alrededor a cuantos muchachos encuentra vagabundeando por las calles, entregados al ocio, faltos de recursos, desconocedores 
de su origen divino y de la preciosa herencia para la que fueron creados. No se desalienta ante las dificultades que tropieza a cada paso, 
sacrifica todo lo que para sí pudiera ganar, y actuando con una solicitud, que no conoce reposo ni cansancio, consigue ver cumplido en 
parte un santo deseo y premiada su constancia. A su voz de apóstol, a la afectuosa elocuencia que brota de su corazón, doblégase 
obediente la bulliciosa juventud, se apiña a su alrededor y escucha con respeto sus consejos. 

La rústica casita de antaño, mal defendida de los vientos y de los abrasadores rayos del sol, se va agrandando como el grano de mostaza 
del Evangelio y se va acondicionando para más cómoda vivienda. La diminuta familia crece hasta alcanzar más de doscientos jóvenes a 
los que, ((27)) como a las avecillas de la floresta, provee Dios del sustento necesario. Contigua al internado se levanta una iglesita a 
donde va el huerfanito a verter sus lágrimas y sus plegarias a los pies de la Virgen, las cuales, más agradables que los perfumes e 
inciensos, recaen como lluvia de celestes gracias sobre los bienhechores de la niñez desvalida. 

Hay allí escuelas de bellas artes y una palestra literaria, estudios clásicos y toda fuente de lo bello y de lo bueno, lo cual será motivo de 
satisfacción para la patria, acarreará ventaja y honra a las familias pobres, y el ver frutos tan abundantes cuando sólo se comenzaba a 
esperarlos, será para el solícito Director un anticipado premio a sus virtudes. Tal vez para alguno de estos muchachos deslizábase triste y 
afanosa la vida entre las paredes de su casa; sin la alegría de los padres, sin la ternura de una madre, sin la sonrisa de los familiares; sólo 
con gritos, miseria y sufrimientos que enturbiaban la serenidad. Lo vio el apóstol, lo estrechó entre sus brazos con amor de padre y lo 
acogió gozoso en el Oratorio, donde con gran ternura se educan las mentes tiernecitas y se doblan temprano al suave yugo del Señor, se 
las encamina con solicitud por el recto sendero, según atestiguan los muchos que ya salieron convertidos en piadosos y celosos 
eclesiásticos, en religiosos y misioneros por lejanas tierras, en militares intachables en medio del licencioso ambiente de los 
campamentos, en honrados y diestros obreros, padres de familia, ejemplo de sus hijos en toda virtud pública y privada. 

Pues bien, entre todos los días del año hay uno por mucho tiempo esperado, saludado y aclamado con transportes de júbilo por los 
muchachos de Valdocco. Es el día de la fiesta de san Luis Gonzaga, patrono de la juventud. 

Para celebrarlo se ponen en movimiento, con mucho tiempo de anticipación, los instrumentos de música y laúdes, panderetas y 
violonchelos armonizan dulcísimas sinfonías, y se inspira el genio de los poetas para cantar al Santo tutelar. Ya para las 
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primeras vísperas de la vigilia se adorna la iglesia con colgaduras, franjas doradas recorren la cornisa, lámparas y arañas de luz cuelgan de 
los muros, el altar se reviste con todas sus galas, todo son luces, flores y armonía. 

Al día siguiente, con las primeras luces de la aurora, comenzó el incruento sacrificio; sucedíanse los sacerdotes en el altar y repartíase a 
la numerosa muchedumbre el Pan de los Angeles, ((28)) mientras las argentinas voces del coro juvenil se unían a las graves y prolongadas 
notas del órgano, extasiaban el alma y la embriagaban de delicia sobrehumana. Alternábanse de este modo las horas de oración con las de 
recreo; hubo, después, misa solemne, vísperas cantadas, panegírico del Santo. Cerró los actos religiosos una solemne y devota procesión 
que fue como la corona de todos ellos. Era un espectáculo conmovedor ver a aquellos muchachos del pueblo, alineados en dos filas, que 
marchaban con aire modesto y recogido, mientras unos hacían sonar los instrumentos de la banda, otros cantaban himnos y finalmente 
algunos llevaban a hombros la estatua del Santo Patrono. Cerró el solemne acto la bendición con el Santísimo impartida a la nutrida 
muchedumbre. 

Después de ofrecer a Dios las primicias, y la mayor parte de la jornada, llegó la hora de las alegres diversiones. Reuniéronse todos en el 
espacioso patio, donde en lo alto de un balcón extraíanse y se proclamaban entre alegre gritería los números de la rifa, para la cual se 
habían repartido gratuitamente un poco antes los billetes. El afortunado podía escoger libremente el premio entre los mil diversos objetos 
expuestos en mesas oportunamente preparadas, mientras latía fuertemente el corazón y temblaba la mirada de los espectadores, no 
favorecidos todavía por la suerte, víctimas del ansia mal reprimida. 

Mientras tanto se van apiñando los espectadores en otra sala. Se encienden las luces, la orquesta afina y prepara los instrumentos, y por 
fin, se levanta el telón. Y he aquí a los alumnos de don Bosco, transformados en actores para representar con gracia y desenvoltura 
admirable: allí, el cómico con todos los secretos de una mímica perfecta, tan al vivo, tan al natural, que no se podría pedir más al artista 
consumado; allí, el padre noble, el viejo criado; allí, el personaje que canta y habla a las mil maravillas. El público aplaude con frenesí y 
quisiera parar al día en su rápida carrera. Pero el espectáculo teatral toca a su fin y, como todo lo mortal, pasa y fenece. 

Ya empezaba la noche a desplegar su manto y hacíase cada vez más densa la oscuridad, cuando de pronto se oyó un estampido y el 
silbar de los cohetes que rasgaban las tinieblas con repentino fulgor. Cintas de fuego trazaban sus espléndidas curvas bajo la bóveda del 
cielo y estallaban esparciendo haces de centelleantes estrellitas. Cortada la cuerda que lo tenía preso, se lanzó a lo alto un globo 
aerostático que subió al espacio y se perdió entre las oscuras tinieblas, mientras la muchedumbre arrobada tendía la mirada y aplaudía sin 
cesar. 

((29)) Difícil trabajo sería querer expresar con palabras el gozo que se traslucía en todos, la alegría de la multitud de padres y parientes 
que habían acudido, el orden que reinaba en todas partes, los solícitos cuidados de don Bosco y de sus colaboradores, para que resultara 
lo más espléndida y agradable posible aquella fiesta de familia. 

iAh!, sin duda puede con razón envidiar estas diversiones sencillas e inocentes la edad provecta arrebatada por el turbión del mundo, 
donde se ríe a flor de labios, mientras el corazón está desgarrado y, donde a los vanos placeres, sigue frecuentemente con pie veloz el 
aburrimiento y un remordimiento duradero. 

Hubiera yo deseado que estuvieran presentes en el Oratorio de Valdocco, como 
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en magnífica escuela de virtud, los que con hueras palabras, desmentidas las más de las veces por los hechos, están sentando cátedra de 
supuesta democracia, explotando la credulidad del pueblo para escabel de sus ambiciones. Allí aprenderían cómo y con cuánta ventaja 
para los individuos y para la comunidad, se ennoblecen los ánimos, informados por la religión, cómo se elevan, digámoslo así, sobre su 
natural manera de ser, y llegan a ser capaces de grandes cosas. En el Oratorio de Valdocco está como en su casa la santa y hacendosa 
fraternidad, que a todos une en apretado y dulcísimo vínculo, porque todos son hijos de un mismo rescate, y a todos protege, anima y 
amaestra por igual. 

Al Apóstol de la juventud de Turín, al humilde sacerdote, que multiplicó entre nosotros los grandes ejemplos de Felipe Neri y de 
Vicente de Paúl, como a insigne bienhechor de la humanidad, debemos eterna gratitud, y es nuestra herencia y nuestro deber de 
ciudadanos mantener su gloria y propagarla. 

Conde VICTOR DE CAMBURZANO Diputado 

El conde de Camburzano, apodado el Montalembert de Italia, adicto amigo y bienhechor del Oratorio, fue testigo aquel año de cómo 
descubría don Bosco los secretos de los corazones desde lejos. Estaba veraneando en Niza cuando un día tuvo ocasión de hablar de él en 
una tertulia, donde se encontraban personas de la alta sociedad, cuya religiosidad era bastante ((30)) postiza o ajada. Las maravillas que 
contaba el Conde hicieron asomar a los labios de aquellos señores más de una sonrisa burlona, y una dama lo interrumpió con estas 
palabras: 

-Me gustaría ver si ese reverendo sabe decirme el estado de mi conciencia; y si lo adivina, os aseguro que creeré todo lo que queráis. 

Aplaudieron los presentes y se determinó hacer la prueba. 

La señora, escribió allí mismo a don Bosco. El Conde metió la carta cerrada dentro de un sobre con una hoja en la que le rogaba diera 
alguna palabra de consuelo a aquella pobre dama. Efectivamente ella se sentía habitualmente víctima de profunda aflicción. 

Don Bosco respondió con su acostumbrada puntualidad al Conde: 

-Diga a esa señora que, para alcanzar la paz, debe reconciliarse con su marido del que se ha separado. 

Y en una esquelita para la dama, añadía: 

-Su Señoría puede quedar tranquila arreglando sus confesiones, desde hace veinte años hasta el presente; y corrigiendo los defectos 
cometidos en el pasado. 

La noticia de que aquella señora estuviera separada del marido resultó completamente extraña y nueva para el conde de Camburzano, 
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puesto que él y muchos otros de sus conocidos la tenían por viuda. Pero, cumplido el recado, hubo de reconocer que don Bosco estaba 
realmente iluminado por Dios, pues, la misma señora le aseguró que estaba separada de su marido; y, muy sorprendida por la esquela 
recibida, no puso ninguna dificultad en reconocer que el hombre de Dios le había escrito cosas absolutamente verdaderas. 

Algún año después aseguraba el conde al caballero Federico Oreglia di Santo Stefano que don Bosco nunca había conocido a aquella 
persona. 

Otra cosa maravillosa de don Bosco era también su constancia en la difusión de las Lecturas Católicas. 

La entrega ((31)) para el mes de julio llevaba el título: Vademécum del Cristiano: avisos importantes acerca de los deberes del Cristiano 
para que cada uno pueda alcanzar la salvación en el estado en que se encuentra. Turín, Paravía 1858. 

AL LECTOR 

Este librito se titula Vademécum del Cristiano, porque puede servir de fiel compañero a todo el que desea salvarse en el estado en que 
se encuentra. La materia, que en él se contiene, no es una instrucción razonada, sino únicamente una colección de avisos adaptados a las 
diversas condiciones de los hombres. Estos avisos han sido sacados de la Biblia, de los Santos Padres, y especialmente de las obras de 
san Carlos Borromeo, san Vicente de Paúl, san Francisco de Sales, san Felipe Neri y el beato Sebastián Valfré. Si estos avisos acarrearon 
mucho provecho espiritual a las almas que tuvieron la dicha de oírlos de labios de estos gloriosos santos, hay motivo para esperar que no 
quedarán sin fruto los que los lean impresos. Recomiendo a los padres, a las madres, a los párrocos y a todos los que se interesan por la 
salvación de las almas, que, no sólo los lean, sino que los hagan leer a los que están a su cuidado. Si estos avisos se introducen en las 
familias cristianas, no será ciertamente escaso su fruto, lo mismo en lo espiritual que en lo material; y pienso que podrán llamarse 
dichosas aquéllas, en las que sean leídos y practicados. Secunde Dios mis deseos y derrame abundantes bendiciones sobre todos los que 
los leyeren, para que sea copioso el fruto que espero puedan producir a las almas por la gracia de Dios. 

Afmo. en Jesucristo
JUAN BOSCO, Pbro.


Algunos de estos avisos sobre los deberes del cristiano, eran generales para todos los fieles, y otros especiales para los cabezas de 
familia y para las madres, para los jóvenes, las muchachas y las personas de servicio. 

Donde se guarda íntegra la moralidad, no es posible que languidezca la fe y triunfe la herejía. 
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((32)) Había pensado don Bosco volver a Roma aquel mes, pero después renunció a ello. No nos consta cuál fuera el motivo de este 
proyecto: tal vez un servicio a la Sede Apostólica, tal vez los asuntos de las Lecturas Católicas. Es probable que confiara a otros el 
despacho de los importantes asuntos que llevaba entre manos. Se deduce su intención de una carta que escribió el conde De Maistre a un 
canónigo de Roma. 

Veneradísimo Sr. Canónigo: 

Don Juan Bosco, al que usted conoció en nuestra casa, prepara un nuevo viaje a Roma para despachar algunos asuntos que dejó 
pendientes por haber anticipado la salida. He pensado que no sería indiscreción por mi parte acudir a la probada cortesía de V.S. Ilma. 
para con nosotros, pidiéndole, si acaso estuviere todavía disponible, la habitación en casa de su señor hermano, donde tuvo la bondad de 
recibir al señor barón de Morgan; de no ser así, le quedaría muy agradecido si quisiera encargarse de buscar otra habitación decente, en la 
que pudiera don Juan Bosco pasar dos o tres semanas y, pagando la pensión, encontrar también la comida. Usted, señor Canónigo 
Veneradísimo, que conoce a don Bosco, sabe que es un huésped fácil de contentar, de amena y piadosa convivencia y nuestro dignísimo 
amigo: siendo usted también, como creo y espero, nuestro buen amigo, no le resultará desagradable atender mi ruego y hacernos este 
buen servicio. 

Salgo para Francia, por lo que, si usted me quiere honrar con una agradable respuesta, tenga la bondad de enviarla a Francisca, o 
también a mi mujer (en Chieri, provincia de Turín). Espero que su señora madre goce siempre de buena salud y que no haya sufrido con 
el excesivo calor; ofrézcale por favor, mis obsequiosos saludos y acepte también usted, Veneradísimo Señor, el testimonio de mi 
afectuoso respeto. 

Turín, a 2 de julio de 1858. 

Humildísimo y devotísimo servidor Conde DE MAISTRE 

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((33)
)


CAPITULO III 

CONVERSIONES EN PUNTO DE MUERTE 

EL bien que don Bosco hacía a través de las Lecturas Católicas le había otorgado tal fama de virtud y de saber, que hacía pusieran en él 
su esperanza las almas buenas que deseaban la conversión de los pecadores obstinados en los últimos instantes de su vida. A los hechos 
ya contados, añadimos los siguientes. 

Encontrábase gravemente enfermo en Turín cierto empleado del Gobierno, que había intervenido en la ejecución de ciertas leyes contra 
los derechos de la Iglesia. Hacía tiempo que vivía alejado de los sacramentos: la lectura continua de pésimos diarios había apagado en su 
corazón todo sentimiento de fe. El farmacéutico había hecho saber al párroco que el médico de cabecera había dicho en su rebotica que 
aquel señor no llegaría a la noche del día siguiente. Como el párroco sabía a ciencia cierta que el tal enfermo no quería saber nada de 
curas y, convencido de que le rechazaría, envió recado a don Bosco rogándole que intentara salvar aquella pobre alma. 

Don Bosco consintió y, he aquí que, al entrar en la casa, se encontró con la sorpresa de que salió a su encuentro un jovencito muy 
avispado con grandes muestras de afecto y alegría. 

((34)) Era uno de los chicos más asiduos del Oratorio festivo de Valdocco e hijo del enfermo, al que su padre profesaba un cariño 
entrañable; constituía todo su bien y felicidad en este mundo, y, aunque irreligioso, se dejaba dominar por su chiquito. Este tomaba a 
menudo el crucifijo, se lo daba a besar y su padre, para no disgustarlo, no lo rechazaba. 

Decíale a veces su hijo: 

-Quieres que vaya a llamar a don Bosco para que venga a darte la bendición? La bendición hace mucho bien y te curará. 
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El padre contestaba que no, pero de modo que su hijo no se disgustara; y barbotaba después para sus adentros:
-íCuántas supersticiones meten en la cabeza de los muchachos estos curas!
El chiquillo, pues, en cuanto vio a don Bosco, se abalanzó sobre él.
-Don Bosco, venga, venga, mi papá está muy malo.
-De veras? Dile, entonces, si quiere que pase a hacerle una visita.
-íSí, sí, papá está conforme!
Y sin más entró en la habitación.
-íPapá, papá, aquí está don Bosco! Estás conforme en que pase, verdad?
Y sin guardar contestación, de un brinco salió y agarró a don Bosco por la mano:
-Venga, venga; papá le espera, venga a darle la bendición.
Don Bosco insistía en que volviera a anunciarlo de otra manera más cumplida, quería preguntarle qué había respondido su padre, pero


el muchacho no le dejaba hablar y lo empujó hasta dentro de la habitación. Cuando aquel señor vio a don Bosco, le miró con los ojos 
hechos ascuas. Don Bosco no perdió la serenidad y presuroso le preguntó: 
-Cómo se encuentra? 
-Como me ve, respondió secamente el enfermo. 
((35)) -íAnimo! Alberto rezará mucho por usted. Yo me uniré a él... 
-Don Bosco, no creo en esos cuentos; no me hable de ello. 
El hijo, desconcertado por la manera descortés con que había sido recibido don Bosco, salió de la habitación. El Siervo de Dios 
aprovechando la circunstancia de haber quedado a solas con el enfermo, sin pérdida de tiempo, prosiguió: 
-No cree Su Señoría en la eficacia de la oración de un inocente?... Por lo demás, yo no he venido aquí a molestarle; me encontraba por 
este barrio y consideré para mí un honor hacerle una visita por el gran aprecio que le profeso. 
Y con su estilo amable y gracioso contó unas anécdotas amenas de actualidad, con lo que se entabló un diálogo, que regocijó al pobre 
enfermo y serenó un poco su ceñuda frente. 
Cuando don Bosco vio que le interesaba la conversación, díjole de pronto: 
-Se me hace tarde, no quiero molestarle por más tiempo; pero permite que le dé una bendición antes de marcharme? 
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Aquel señor, sin enojarse, contestó fríamente:
-Haga como le plazca.
Entonces don Bosco llamó al chico:
-íAlberto!
Y él replicó:
-Por qué llama a mi hijo?
-Quiero que diga conmigo una avemaría por su papá.
-No hace falta... No se moleste.
Pero don Bosco volvió a llamar:
-íAlberto!
Llegó el chico y le dijo don Bosco:
-Escucha, Alberto; recemos una avemaría por tu papá. Mira, está malo, muy malo, y es preciso que Dios te lo conserve. Qué harías tú si


lo perdieras? Quedarías solo, abandonado, sin tu primero y más querido amigo, sin ((36)) tu apoyo, sin tu fiel consejero. íCuántas 
ocasiones en medio del mundo, cuántos compañeros desleales, cuántos libros malos encontrarías con peligro para tu inocencia! Nadie te 
alertaría, nadie te alargaría la mano para socorrerte. Tu inexperiencia te llevaría a dar algún mal paso. íPobre Alberto! Y después, en 
punto de muerte, ícuántos remordimientos por no haber tenido a tu lado quien te hiciera de ángel custodio! Y en la eternidad, ítal vez 
tuvieras que estar separado para siempre de tu padre! 

Vertía estas y parecidas ideas con frases breves, prudentes, enérgicas; hablaba al hijo para que entendiera el padre. Contaba lo que le 
había sucedido al mismo enfermo, huérfano desde la niñez, haciendo un compendio de su vida. Alberto lloraba, el padre se contenía, pero 
se veía que estaba hondamente conmovido. Don Bosco acabó diciendo: 

-Ea, pongámonos de rodillas y recemos no una, sino tres avemarías.
Luego mandó al chico que se retirara y dijo al enfermo:
-Santígüese.
Hizo el enfermo la señal de la cruz con indiferencia y don Bosco le dio la bendición. Y pasó después a preguntarle con naturalidad por


sus estudios, por los cargos que había ocupado, haciéndole hablar de los años de su adolescencia, de su juventud, de su edad madura. 
Comenzó el enfermo a soltar alguna confidencia y don Bosco, sin dar muestras de que investigaba, bromeando y compadeciendo las 
flaquezas humanas, arrancó de sus labios cuanto bastaba para formarse un somero juicio del estado de su alma. Entonces, viéndolo muy 
cansado, le dijo: 
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-Ahora, si usted quiere, le doy la absolución.
-La absolución? Pero antes de la absolución hay que confesarse y yo no quiero hacerlo.
((37)) -Pero usted ya se ha confesado, y yo lo he comprendido todo.
-Y basta esto?
-Basta. Rece el acto de contrición.
-Es posible?
-Sí. Dios le perdona todo. Es así de bueno y de misericordioso con los que se arrepienten sinceramente.
El enfermo rompió a llorar y a decir con pena:
-íAh, sí; Dios es verdaderamente bueno!
Y se quedó sin fuerzas de un modo alarmante. Comprendiendo don Bosco que le restaban pocas horas de vida, apoyándose en las


declaraciones del médico, se dio prisa. Hízole todavía algunas preguntas y, persuadido de que estaba dispuesto a hacer lo que le pedía la 
Iglesia, lo absolvió. Por último, después de prometerle que se cuidaría de Alberto, se apresuró a enviar recado al párroco de San Agustín 
para que le administrara el santo Viático. 

El párroco acudió inmediatamente y llevó también consigo los Santos Oleos, que sólo pudo darle sub unica unctione (bajo una unción 
sola), porque el pobrecito expiraba. 

En otra ocasión fue invitado don Bosco a visitar a un notario enfermo, feligrés de la parroquia del Carmen. Habían resultado inútiles 
todos los esfuerzos de los sacerdotes para reconciliarlo con Dios. Don Bosco, que en algún tiempo había estado en relación con él, aceptó 
el ir a visitarlo. Fue recibido muy cortésmente, pero con toda frialdad. Según su costumbre, se apresuró a pedir noticias sobre la 
enfermedad, consoló afectuosamente al paciente, y le alegró jovialmente con su amena conversación. El notario quedó encantado. Pasó 
después don Bosco a tratar de las cosas del alma, pero aquel señor, poniéndose en guardia, le interrumpió: 

-Cambiemos de conversación; ya conoce usted mis ideas... Jamás me dejaré convencer para confesarme.
-Y eso, por qué?
((38)) -Porque no creo en la religión. Mire los libros que tengo sobre la mesa.
Acercóse don Bosco y tomó uno de aquellos volúmenes: eran las obras de Voltaire. Volvióse al enfermo y preguntóle:
-Y con eso, qué?
-íCompréndalo! Uno que tenga las convicciones de este ilustre escritor, jamás tendrá la debilidad de confesarse.


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-Usted llama debilidad a la confesión? Y no sabe que este hombre, cuyas ideas dice compartir..., este hombre a quien llama ilustre, 
quería confesarse a la hora de la muerte? 

-íEso además! 

-Eso es cierto; y se hubiera confesado, si sus amigos no se lo hubiesen impedido brutalmente. 

Y don Bosco le narró cómo fue la muerte de Voltaire. 

El caballero escuchaba con interés y conmoción que crecía por momentos. Don Bosco concluyó: 

-íY ahora le diré por qué espero que Voltaire se haya salvado! 

-Es posible?, exclamó el enfermo temblando de pies a cabeza. 

-íMuy posible! La Sagrada Escritura sólo de uno afirma claramente que se haya condenado: Judas. De los demás no quiso nuestro 
Señor que conociéramos la suerte eterna, para que tuviéramos la esperanza de la salvación de todos. 

-Se puede creer que Voltaire se haya salvado después de todo lo que dijo, hizo y escribió? 

-íDios es tan bueno y tan misericordioso! Querido amigo, un solo acto de amor basta para borrar cualquier culpa. 

-íVoltaire salvado! 

-Yo puedo tener mi opinión. Por tanto puedo considerar ((39)) como cierto que se haya salvado. En efecto, qué le faltó? Tenía deseo de 
confesarse, su dolor era desgarrador; sólo tuvo la desdicha de no tener al sacerdote. Pero en el momento que antecedió a su muerte, 
cuando se vio próximo a perderse, si, calmado el horror de la desesperación, hubiera concebido un acto de amor a Dios, y por tanto, de 
verdadero arrepentimiento, es cierto, es de fe que se salvó. 

El enfermo callaba y, después de meditar un rato, exclamó resueltamente: 

-Quiero confesarme. Tome esos libros, no los quiero en mi casa: haga de ellos lo que quiera. 

Se confesó, a las ocho de la tarde recibió el Santo Viático, a las diez se le administró la Unción de los enfermos, le dieron la bendición 

papal y, antes de media noche, murió con verdaderos sentimientos de fe, de dolor, de esperanza y de amor a Dios, dejando en todos la 
más consoladora certeza de su eterna salvación. 

Don Bosco volvió al Oratorio con su fardo de libros prohibidos, que al instante entregó a las llamas, diciendo a sus muchachos: 

-Demos gracias a Dios por todo. 

También abrió don Bosco las puertas del cielo a otros que hubieran 
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muerto impenitentes; tenemos sobrada razón para esperarlo así. Juan Bisio, que desde 1864 hasta 1871 estuvo prestando servicio en su 
antesala, nos aseguró: 

-Puedo afirmar que don Bosco recibía muchas llamadas para ir a confesar en la ciudad a pecadores enfermos y obstinados, y al 
preguntarle a su regreso al Oratorio, me contestaba: 

-íSe ha confesado! 

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((40)
)


CAPITULO IV 

NUMERO DE ALUMNOS EN EL ORATORIO -CARTA DE DON BOSCO AL CLERIGO RUA DESDE SAN IGNACIO -COMETA 
Y PREVISION DE AZOTES SOBRE ITALIA -DOS LECTURAS CATOLICAS -EXCAVACIONES DEBAJO DE LA IGLESIA 
PARA UN NUEVO REFECTORIO -ALQUILER Y REPARACIONES EN EL ORATORIO DE VANCHIGLIA -DON BOSCO VA A 
PREDICAR A PALASAZZO JUNTO A CUNEO -ANUNCIA LA CIRCULAR DEL CARDENAL VICARIO RECOMENDANDO 
LAS LECTURAS CATOLICAS -LA CIRCULAR DEL CARDENAL -UNA FIESTA Y UNA PEREGRINACION A LA VIRGEN DEL 
CAMPO -DON BOSCO PREDICE A UN ALUMNO DE LAS ESCUELAS ESTATALES QUE SERA SACERDOTE -SINGULAR 
ACEPTACION DE FRANCISCO PROVERA EN EL ORATORIO 

HABIA terminado el año escolar 1857-58. El Oratorio había tenido ciento noventa y nueve alumnos; ciento veintiún estudiantes y setenta 
y ocho aprendices, según dejó anotado don Bosco en sus registros. A continuación subía con don José Cafasso a San Ignacio para hacer 
ejercicios espirituales. Desde aquel santuario escribió varias cartas de respuesta a las que le enviaron sus alumnos. He aquí la que dirigió 
al clérigo Miguel Rúa: 

Fili mi: 

Gaudium et gratia Domini Nostri Jesu Christi sit semper in cordibus nostris. Nonnulla monita salutis postulasti; libenterfaciam et paucis 
verbis. 

((41)) Scito ergo et animadverte quod non sint condignae passiones hujus temporis adfuturam gloriam quae revelabitur in nobis. 
Ideoque hanc gloriam incessanti animo et labore quaeramus. 

Vita hominis super terram est vapor ad modicum parens; vestigium nubis quae fugit; umbra quae apparuit et non est; unda quaefluit. 
Bona igitur hujus vitae parvi habenda, coelestia studiose optanda. 

Laetare in Domino: sive manduces, sive bibas, sive quid aliud facias, omnia ad maiorem Dei gloriam fac. 

Vale, fili mi, et deprecare pro me ad Dominum Deum nostrum. 

S. Ignatti apud Lanceum, 26 julii 1858 
Tuus sodalis
Sac. BOSCO


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Hijo mío: 

La alegría y la gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre en nuestros corazones. Pediste algunos saludables avisos; lo haré con 
gusto y en pocas palabras. 

Entiende, pues, y advierte que los padecimientos de esta vida no guardan proporción con la gloria futura, que se manifestará en 

nosotros. Busquemos, por lo tanto, esta gloria con anhelo y trabajo incesante. 

La vida del hombre sobre la tierra es vapor que pronto se disipa; paso de nube que huye; sombra que apareció y ya no es; ola que fluye. 

Se deben, pues, tener en poco los bienes de esta vida, y desear con afán los del cielo. 

Alégrate en el Señor: ya comas ya bebas, ya hagas cualquier otra cosa, hazlo todo a la mayor gloria de Dios. 

Vale, hijo mío, y ruega por mí a nuestro Dios y Señor. 

San Ignacio, a 26 de julio de 1858 

Tu amigo Sac. BOSCO 

De regreso a Turín y, hallándose en medio de un nutrido corro de muchachos, decía José Reano que había aparecido en el cielo un 
cometa de extraordinaria magnitud. 

-Sea ello o no presagio de calamidades, le contestó don Bosco, por desgracia debe caer sobre Italia algún azote, que traerá gran daño a 
nuestra patria. 

El mes de agosto aparecía en las Lecturas Católicas un cuento conmovedor anónimo, Antonio, el Huerfanito de Florencia. Se trata de 
un chico vendido a una compañía ecuestre de titiriteros, que se mantiene virtuoso en medio de pruebas terribles, y consigue por fin volver 
a su pueblo, después de sorprendentes aventuras. 

Con los trabajos de la inteligencia se entrelazaban los materiales. A todo lo largo de la iglesia de san Francisco de Sales se excavó un 
subterráneo, para trasladar allí el refectorio de los muchachos. Hubo que renovar el piso de la iglesia y, para sostenerlo, se construyó una 
bóveda. El antiguo refectorio se convirtió en cocina. 

((42)) También había que hacer grandes gastos en el Oratorio del Angel Custodio en Vanchiglia. Escribía don Bosco sobre ello a uno 
de los propietarios, el señor Alejandro Bronzini Zappelloni: 

Ilustrísimo Señor Abogado: 

Tan pronto como recibí su respetable carta, me apresuré a comunicar el contenido de la misma al teólogo Murialdo, con quien después 
de ponderarlo todo diligentemente, hemos llegado a esta conclusión: 

También nosotros queremos disminuir los gastos lo más posible; por consiguiente, como los trabajos propuestos son imprescindibles, 
hemos deliberado contribuir 

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de este modo: daremos cuatrocientas liras para ayuda de los gastos a hacer; o también nos comprometemos a realizar nosotros las obras 
con los medios de que disponemos, siempre que usted, nos reintegre mil quinientas liras; lo cual no le será molesto, teniendo ya 
entregadas ochocientas liras a cuenta, al teólogo Murialdo. 

Pero nótese que desistimos de la petición de cubrir el techo con tablas, con tal de que quede defendida contra el agua del mismo techo 
la bóveda de la iglesia. Entre los trabajos que tenemos intención de tomar a nuestro cargo, no contamos con la reparación del techo, que 
corresponde efectuar al propietario, prescindiendo del estado del Oratorio. 

Advierto también que los alquileres han disminuido realmente, como usted sabe ciertamente mejor que yo, que arriendo aquí un edificio 
por el que pagaba novecientas cincuenta liras y ahora queda reducida esta suma a quinientas; lo mismo sucedió también en el Oratorio de 
Puerta Nueva y en otros edificios. 

Esta es la respuesta que podemos darle: hacer mayores gastos supera nuestras fuerzas. Pero yo sería del parecer que se considerara este 
Oratorio como una obra de beneficiencia que debe ser sostenida por todos; nosotros le dedicamos nuestro trabajo y los haberes que 
podemos. Es necesario que también usted y el señor abogado Daziani hagan algún sacrificio; y estamos convencidos de que esta obra será 
muy apreciada ante Dios, que no dejará de ((43)) recompensarlos, aún durante esta vida, bendiciendo sus negocios y sus familias. 

Con el mayor aprecio considero un honor para mí poderme declarar, 

De V.S. Ilma. 

Turín desde mi casa, 1 de agosto de 1858 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

A pesar de tener que atender estas gestiones y muchos otros trabajos, don Bosco aceptaba predicar fuera del Oratorio, en iglesias 
públicas y en oratorios privados. En efecto, escribía así al conde Pío Galleani de Agliano: 

Benemérito señor Conde: 

En cumplimiento de mi promesa prevengo a V.S. que voy a ir a su casa para el panegírico de Santa Filomena. Saldré el domingo, en el 
primer convoy después del mediodía. Llegado a Cúneo iré al Palacio Episcopal y, después, al «Gran Palacio». 

Pero no puedo complacerle del todo. El martes en el vapor de las dos de la tarde tengo que volver a Turín; por lo cual no puedo predicar 
el sermón de la Natividad de María Santísima. La gran escasez de sacerdotes en la ciudad y diversos asuntos, que tengo pendientes, me 
obligan a renunciar al gusto de quedarme ahí toda la semana, como había pensado. 

Que Dios le bendiga a usted, a la señora condesa y a toda la familia, mientras me profeso con sincera gratitud, 

De V.S. 

Turín, 1 de septiembre de 1858 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

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Quizá tenía también prisa por el envío del opúsculo de septiembre que se titulaba: Guía de la juventud por los caminos de la salvación, 
obra de ((44)) CLAUDIO ARVISENET, publicada en Bruselas por la sociedad nacional de la propagación de los buenos libros. 

Era una traducción del francés. El autor, después de un afectuoso prólogo dirigido a los jóvenes, presenta para su meditación las 
verdades eternas; la necesidad de empezar a tiempo a servir a Dios que los ama; las penas, aun temporales, con que son castigados los 
jóvenes que viven en pecado; la obediencia que deben a los padres y a los superiores; la devoción a María; las virtudes que han de 
practicar y los peligros que deben evitar; la frecuencia de los sacramentos recibidos dignamente; la sumisión al Papa, a la Iglesia y a sus 
pastores; la devoción al santo Angel de la Guarda y al Santo protector, cuyo nombre lleva cada uno. 

Esta entrega llevaba en sus primeras páginas un documento importantísimo, prueba evidente de la benevolencia de Pío IX y de su 
especial aprecio a las Lecturas Católicas. Don Bosco había obtenido el gran favor de que Su Santidad ordenara a su Vicario, el 
eminentísimo cardenal Patrizi, que, con una circular expresa, recomendase esta publicación periódica a todos los arzobispos y obispos de 
los Estados Pontificios y la introdujeran en sus diócesis. La circular llevaba fecha del veintidós de mayo. 

Al imprimirla, don Bosco la encabezó con unas palabras de presentación: 

A los beneméritos suscriptores y a los benévolos lectores de las Lecturas Católicas. 

Hace pocos meses que esta Dirección, llena de satisfacción, os daba la noticia de que Su Santidad el Papa reinante Pío IX, por su gran 
bondad, dignábase impartir la bendición apostólica a todos los que trabajan en la difusión de las Lecturas Católicas. Con no menor 
consuelo os participo ahora que su Santidad misma se ha dignado favorecer la difusión ((45)) de estos libritos de muchas otras maneras. 
Dio orden al eminentísimo cardenal Vicario de enviar una circular a los Obispos y Arzobispos de los Estados Pontificios para que 
emplearan su paternal solicitud a fin de introducirlos en sus respectivas diócesis, dispensó de los derechos de aduanas y del franqueo 
postal lo mismo los paquetes postales que los ejemplares sueltos dirigidos a sus Estados. La voz del Supremo Jerarca de la Iglesia obtuvo 
el efecto deseado. Arzobispos, Obispos, Vicarios Generales, Párrocos y otros celosos personajes se preocuparon de dar a conocer estas 
Lecturas y los asociados aumentaron hasta llegar a doce mil, sólo en los Estados Pontificios. 

Todo esto sirve de consuelo para vosotros como lo es para nosotros. Nuestros humildes trabajos y vuestras constantes preocupaciones, 
bendecidas por el Vicario de Jesucristo, no dejarán de dar frutos proporcionados a las necesidades. 
46 

Fin de Página 46 


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La Dirección tiene gran esperanza de que la voz del Padre común de los fieles será escuchada también por nosotros y nos servirá de 
consuelo a nosotros y a vosotros, beneméritos suscriptores y amables lectores, para perseverar en la santa empresa de dar a conocer cada 
vez más estas publicaciones populares, industriándonos para que se difundan por donde todavía no se conocen. 

Recibiréis también un ejemplar de la circular de su eminencia reverendísima el Cardenal Vicario en favor de las Lecturas Católicas. 

La bendición del Sumo Jerarca de la Iglesia os colme a todos de gracias y favores del cielo, como de todo corazón os deseamos, 
mientras tenemos el gusto de podernos profesar con gratitud. 

Turín, 15 de septiembre de 1858 

Por la Dirección JUAN BOSCO, Pbro. 

Y he aquí la circular: 

Ilustrísimo y Reverendísimo Señor: 

Es un hecho innegable que los hombres perversos trabajan con todo su ahínco para desmoralizar los pueblos, tenerlos preparados para 
secundar sus pésimos planes y así alcanzar sus intentos. 

((46)) Para esto acuden a diversos medios, entre los cuales les resulta muy eficaz la difusión de libros e impresos corruptores y a 
menudo contrarios a los dogmas de nuestra santa religión. El daño no está al descubierto, sino a la sombra de una sutil hipocresía, bajo la 
dorada capa de un estilo elegante y ameno, y haciendo alarde de tratar temas tan interesantes y atrayentes que rápidamente llegan a manos 
de muchísimos incautos de todas las clases sociales, los cuales beben de este modo casi inadvertidamente el veneno que tal vez les 
acarree un daño irreparable. 

Y esto no sucede sólo en las grandes ciudades, sino también en los más humildes y remotos lugares, donde la antigua costumbre de 
pasar algún rato, especialmente en la estación invernal, leyendo trozos de la Historia Sagrada o de otro libro bueno y religioso, queda 
substituido por la lectura de librejos lascivos e inmorales. 

Pero nunca ha sucedido que los buenos católicos no hayan intentado oponerse a los esfuerzos de los impíos. Efectivamente, para 
combatir el grave mal que acabamos de mencionar, se ha organizado una sociedad de doctas y piadosas personas eclesiásticas o seglares, 
que se proponen impedir los desórdenes, que hemos de lamentar al presente, mediante la publicación mensual de libritos con el título de 
Lecturas Católicas que, por sus variados temas y su estilo sencillo, agraden y estén al alcance de todos. El único fin de estas Lecturas es 
el de conservar en el ánimo de los católicos la integridad de la fe, la santidad de las costumbres y aumentar en ellos el amor y respeto 
sincerísimo, que se debe a la sagrada persona del Sumo Pontífice Padre universal de todos los fieles, así como también unirlos más y más 
a sus obispos. 

Su Santidad el Papa, atento siempre al bien de todos y ampliamente informado del bien conseguido con estas Lecturas Católicas en los 
lugarse donde se han abierto paso, ha aprobado y alabado la piadosa iniciativa de introducirlas también en los Estados Pontificios y, con 
este fin, me ha autorizado a invitar a los Arzobispos y Obispos de esos mismos Estados a ayudar y sostener tan laudable empresa 
difundiéndola 
47 

Fin de Página 47 


VOLUMEN VI Página: 48 

lo más posible por todas las ciudades y villas sujetas a su espiritual jurisdicción. 

Este es el motivo por el cual, para el cumplimiento de los deseos de Su Santidad, participo todo esto a V.S. Ilustrísima y 
Reverendísima, rogándole, ((47)) al mismo tiempo aceptar los sentimientos de mi más distinguida consideración, mientras beso con 
afecto cordial la mano, 

De V.S.I. y Rev. 

Roma, 22 de mayo de 1858 

Su seguro servidor CONSTANTlNO, Card. Vic. 

Esta carta circular obtuvo el efecto deseado; desde entonces comenzaron a difundirse las Lecturas Católicas, no sólo por los Estados 
Pontificios, sino por casi todas las diócesis de Italia, ya que muchos obispos, siguiendo el ejemplo del Vicario de Jesucristo, las 
recomendaron a sus párrocos y éstos a los fieles. Con ello se alcanzaron ventajas: el bien espiritual de mayor número de almas, que 
adquirieron más cultura religiosa para crecer en la virtud y una fuente de beneficencia para nuestro Oratorio, pues, al aumentar los 
suscriptores a estas Lecturas, creció, por una parte, el trabajo para emplear a más aprendices y, por otra, la módica ganancia que se sacaba 
facilitó a don Bosco los recursos para admitir más muchachos pobres en su internado y proporcionarles alimento y vestido, junto con una 
buena educación. 

Por éste y otros insignes favores que María Santísima había hecho a don Bosco al inspirarle el viaje a Roma, contraía el Oratorio la 
obligación de rendirle especial acción de gracias. Así parecía lógica la idea de una nueva peregrinación a la Virgen del Campo. En efecto, 
en aquel santuario habíase obtenido el año 1846 la sede estable en la casa Pinardi, y aquel año parecía asegurada, después de la adhesión 
del Papa a los planes de don Bosco, la perpetuidad de la Institución. Una invitación al párroco de dicho santuario marcó la fecha. Leemos 
en Armonía del 21 de septiembre: 

((48)) En la parroquia de la Virgen del Campo, de los alrededores de Turín, se celebró el doce del mes corriente la fiesta del Santísimo 
Nombre de María. Hubo una gran concurrencia de fieles lo mismo a la comunión general que a las sagradas funciones de la mañana y de 
la tarde. Y si bien se ha celebrado siempre esta fiesta en esta pequeña parroquia, con manifestaciones de piedad y devoción, este año fue 
más conmovedora que de costumbre, por cuanto las sagradas funciones fueron acompañadas con los dulces cantos y la armoniosa música 
de los muchachos del Oratorio de San Francisco de Sales, dirigidos y educados por el incansable y celosísimo don Bosco. Muchos 
feligreses lloraban de emoción y todos encomiaban su habilidad. 
48 

Fin de Página 48 


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El jueves siguiente tuvo lugar otra edificante función, ya que el mencionado don Bosco fue a celebrar la misa a esta parroquia, 
acompañado de unos ochenta alumnos, que comulgaron con gran admiración de todos los presentes, al contemplar la devoción de estos 
muchachos. Después de la misa, el buen Padre guardián les obsequió con un frugal desayuno. 

Entre los que tomaron parte en esta peregrinación, hubo un joven al que don Bosco había profetizado su porvenir. He aquí cómo 
sucedió. 

Habían ido a confesarse con don Bosco unos estudiantes de las escuelas del Carmen. A uno de ellos, apellidado Coccone, díjole el buen 
siervo de Dios: 

-Tú serás sacerdote. 

No le hizo gracia al muchacho tal anuncio, pues tenía cierta aversión al estado clerical, y habló de ello a los compañeros, los cuales, de 
vez en cuando, se burlaban de él. Don Bosco tratando de ganárselo, se lo llevó con alguno de sus compañeros a la romería de la Virgen 
del Campo, juntamente con los muchachos del Oratorio, pero después de algún tiempo, casi un año, Coccone no apareció por el Oratorio. 
Don ((49)) Pablo Albera se encontró con él, clérigo ya y condiscípulo suyo en 1861 en los cursos de filosofía. 

Pasaron quince años desde el día que hablo con don Bosco por vez primera y, siendo ya sacerdote, encontróse con él un día, en la 
colina, cuando se dirigía a San Vito. Lo saludó, lo acompañó, habló con él de diversas cuestiones, pero no se dio a conocer. De repente, 
paróse don Bosco, lo miró y le dijo: 

-Usted es aquel joven a quien hace quince años le dije que se haría sacerdote. 

-Es verdad, contestó Coccone maravillado. 

Este joven estaba destinado por Dios para hacer muchísimo bien en las cárceles. 

En aquel mismo mes de septiembe de 1858, llevaba Dios al Oratorio, por caminos imprevistos, a otro joven que había de ayudar mucho 
a don Bosco. De este modo lo escribía el señor Angel Gámbara, desde Mirabello: 

«Mi paisano Francisco Provera era hijo de unos comerciantes honrados y cristianos. Deseaba él ser sacerdote, aunque su padre le quería 
para el comercio, dada su mucha maña para los negocios. Su confesor don José Ricaldone le aconsejaba que no chocara con el padre, que 
esperara hasta conocer el resultado del sorteo militar y que rezara. Sacó un buen número en el reclutamiento y no tuvo que ir al cuartel. 
Entonces don José Ricaldone, que conocía si no de visu 
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al menos de fama la Obra del Cottolengo, y sabía que allí se buscaban jóvenes con buenas disposiciones para seguir la carrera sacerdotal, 
envió al joven Provera a Turín con una carta en la que daba de él los mejores informes y rogaba fuera admitido en la Pequeña Casa para 
estudiar. Nada decía sobre la pensión pensando que el mismo Francisco trataría de palabra mejor que él este asunto. Advierto que en 
aquel tiempo en Mirabello no se sabía todavía nada o muy poco de don Bosco. Francisco Provera partió para Turín, ((50)) y unos días 
después volvió al pueblo. Se presentó a don José Ricaldone, el cual al verle muy alegre, le dijo: 

-Así, pues, has sido admitido en el Cottolengo?
Y Provera respondió:
-No; me dijeron que no hay sitio.
-Que no hay sitio? Pero, no has dicho que podías pagar algo?
-No; no me lo preguntaron y yo no dije nada.
-Entonces, vuelve enseguida a Turín; te daré otra carta más explícita y verás cómo te aceptarán enseguida.
-No hace falta, contestó Provera; he encontrado otro sitio.
-Dónde?
-Al salir del Cottolengo me encaminaba hacia la estación del ferrocarril, cuando vi a un sacerdote que jugaba con unos muchachos, me


paré a mirarlos y el cura, al verme, me llamó, me hizo unas preguntas; le conté el motivo por el que me encontraba allí, y me dijo que 
fuera con él y le prometí que iría. 
Pocos días después partía Francisco Provera para Turín y llegó a ser el salesiano que todos conocen. 
Más de una vez me contaron el hecho don José Ricaldone, la familia Provera y el mismo don Francisco». 
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((51)
)


CAPITULO V 

LECTURAS CATOLICAS -VIDA DEL SUMO PONTIFICE SAN CALIXTO PRIMERO -VENERACION DE LOS ALUMNOS DE 
DON BOSCO A MONSEÑOR FRANSONI -MIGUEL MAGONE Y LOS PELIGROS DE LAS VACACIONES -EL PASEO 
OTOÑAL -AGASAJOS EN CHIERI -AGRADECIMIENTO DE MAGONE A SUS BIENHECHORES Y A DON BOSCO 
PREDISPOSICIONES -HUMILDES ORACIONES A DIOS Y LAGRIMAS DE MAGONE -LA FIESTA DEL SANTO ROSARIO 
EXCURSIONES A VARIOS PUEBLOS ALREDEDOR DE MORIALDO -VISITA A LA TUMBA DE DOMINGO SAVIO Y 
BANQUETE EN CASA DEL TEOLOGO CINZANO -REGRESO A TURIN -SUPLICA AL MINISTERIO DE LA GUERRA PARA 
OBTENER PRENDAS DE VESTIR INSERVIBLES DE LOS ALMACENES DEL EJERCITO -PETICION DE SUBSIDIO A LA 
OBRA PIA DE SAN PABLO PARA LOS GASTOS DE LOS SUBTERRANEOS DE LA IGLESIA -PLATICA SOBRE LA VIRTUD 
DE LA PUREZA 

SE aproximaba la fecha de la excursión a I Becchi, a tiempo que acababan de imprimir las Lecturas Católicas correspondientes a octubre 
y noviembre. La de octubre se titulaba: La lámpara del Santuario, por el Cardenal Wiseman, traducción del inglés. Es una narración 
ingenua y conmovedora. 

La llamecita de la lámpara de plata ((52)) ante el altar de la Virgen lanzaba su luz a través de los vidrios de la ventana, en las horas de la 
noche, sobre un recodo del sendero montañoso, donde se abría un profundo barranco. Una jovencita consagrada a María y, por Ella 
curada milagrosamente, subía una noche al santuario. En aquel momento su perverso padre apagaba la lámpara para robar, llegó la 
jovencita al lugar del peligro y, al no ver la acostumbrada luz, siguió el camino, puso el pie en falso, se despeñó y murió. Pero su muerte 
convirtió al padre. 

La del mes de noviembre era la Vida del Sumo Pontífice San Calixto primero, original del sacerdote Juan Bosco. Describe la iglesia de 
Santa María del otro lado del Tíber, el martirio de san Calixto y exhorta a los cristianos a profesar intrépidamente la fe, venciendo las 
pasiones, los halagos del mundo y el respeto humano. 

Estas breves biografías de los Papas, que don Bosco solía contar 
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desde el púlpito, inspiraban a sus jóvenes oyentes gran respeto y sumisión a las prescripciones del Sumo Pontífice, de todos los obispos y 
especialmente a las del Arzobispo de Turín. La conducta de monseñor Fransoni había sido juzgada poco rectamente por una parte del 
clero; pero los muchachos educados por don Bosco se habían mantenido firmes y fieles en su veneración y defensa. Sucedió aquel año 
que, encontrándose uno de sus clérigos en casa del párroco de Airasca con otros sacerdotes, que tomaban parte en una fiesta, cierto 
maestro-sacerdote de Turín, comenzó a criticar a monseñor Fransoni, afirmando que bien se merecía el destierro por su injustificada 
obstinación contra el ministro Santa Rosa, al negarle el Viático por no haber querido retractarse de los errores, por los que había incurrido 
en censura. Como ninguno se levantara a defender la conducta ((53)) recta y conforme a los cánones del Arzobispo, alzóse el clérigo para 
protestar y defenderlo, y lo hizo con tal elocuencia y ardor que, asombrado el maestro-sacerdote, preguntó quién era su joven adversario. 
Al enterarse de que era un clérigo de don Bosco, dijo: 

-Oh, con los de don Bosco hay que ir con cuidado, antes de tocar ciertos temas. 

El clérigo era Juan Cagliero. 

Entretanto comenzaba la novena de la fiesta del Rosario. Miguel Magone había ido a casa de su madre, a la que profesaba mucho 
cariño, durante la Pascua de Resurrección, pero no quiso volver en las vacaciones otoñales, también porque se lo había aconsejado don 
Bosco. Le preguntaron varias veces el motivo, pero él esquivaba la respuesta riendo. 

Por fin, un día descubrió el secreto a un amigo suyo. 

-Fui una vez, díjole, a pasar unos días de vacación a casa; pero en adelante, si no me veo obligado a ello, no iré. 

-Por qué?, preguntó el compañero. 

-Porque en casa se encuentra uno con los peligros de antes. Los lugares, las diversiones, los compañeros me arrastran a vivir como lo 
hacía antaño y yo no quiero que vuelva a suceder lo mismo. 

-Hay que ir con buena voluntad y practicar los avisos que nos dan nuestros superiores antes de salir. 

-La buena voluntad es como una niebla, que desaparece poco a poco a medida que vivo lejos del Oratorio; los avisos sirven unos días; 
después, los compañeros me los hacen olvidar. 

-Entonces según tú, nadie tendría que ir de vacaciones a su casa a ver a los padres? 

-Entonces, según yo pienso, vaya en hora buena a vacaciones 
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quien se sienta con fuerzas para vencer los peligros; yo no soy bastante ((54)) fuerte. Lo que yo pienso y creo es que si los compañeros 
pudiesen ver su interior, muchos se darían cuenta de que van a casa con alas de ángeles y, a su regreso, llevan dos cuernos en la frente 
como unos diablillos. 

Pero don Bosco no permitió que Magone quedara privado de la necesaria recuperación de fuerzas y, a título de premio, quiso que le 
acompañara al acostumbrado paseo de I Becchi, con el primer grupo de excursionistas, entre los cuales se hallaba don Juan Garino, 
testigo de lo que narramos. Se emprendió el viaje el día treinta de septiembre, fiesta de san Jerónimo. Durante el camino tuvo don Bosco 
oportunidad de conversar largo y tendido con Magone y descubrir en él un grado de virtud muy superior a lo que se esperaba. 

Los pilló un inesperado aguacero y llegaron a Chieri totalmente calados. Fueron a casa del caballero Marcos Gonella, que solía recibir 
bondadosamente a los muchachos del Oratorio siempre que iban y volvían a Castelnuovo de Asti. Proporcionó a don Bosco y a sus 
acompañantes lo que les hacía falta para la vestimenta, y luego los obsequió con una comida por todo lo alto. 

Después de unas horas de descanso, volvieron a emprender la marcha. Al cabo de un rato, Magone quedó rezagado, y uno de los 
compañeros, creído que estaba cansado, se le fue acercando y se dio cuenta de que susurraba en voz baja. Y le dijo: 

-Estás cansado amigo Magone, verdad? No aguantan tus piernas el peso de este viaje? 

-íQuita allá! Yo cansado? De ningún modo, iría todavía hasta Milán. 

-Qué estabas diciendo ahora cuando caminabas hablando bajito a solas? 

((55)) -Iba rezando el rosario de la Santísima Virgen por ese señor que nos ha tratado tan estupendamente; no puedo pagárselo de otra 
manera, y por eso ruego al Señor y a la Santísima Virgen que derramen sus bendiciones sobre esa casa y les den cien veces más de lo que 
nos han dado a nosotros. 

Resulta difícil decir cómo agradecía Magone cualquier favor recibido. Muchas veces apretaba afectuosamente la mano de don Bosco y, 
mirándolo con los ojos arrasados en lágrimas, decía: 

-No sé cómo expresar mi gratitud por la gran caridad que tuvo conmigo al aceptarme en el Oratorio. Me esforzaré por recompensárselo 
con mi buena conducta y pidiendo a Dios que le bendiga a usted y sus trabajos. 
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De camino se detuvieron en Buttigliera, donde la condesa de Miglino tenía preparada la merienda para los muchachos, y al anochecer 
llegaban, entre aclamaciones y gritos de alegría, a I Becchi, donde don Miguel Angel Chiatellino predicaba la novena del Rosario. 
Uno de aquellos días fue don Bosco a una aldea cercana para hablar con el párroco, amigo suyo, de algo que le interesaba. 

Tenía éste una ama vieja, tan avara en el cuidado de los intereses de su dueño que, no sólo le había alejado los amigos con su mala cara 
y sirviéndoles en las comidas platos escasos y mal preparados, sino que hasta escatimaba la comida a su propio dueño, al extremo de 
privarle de lo necesario. Como el cura sabía que era muy fiel, discreta en hablar y verdaderamente buena cristiana, la toleraba y dejaba 
hacer. Muchas veces habíale hecho observar los inconvenientes de su proceder, pero eran palabras que se llevaba el viento. 

Sabiendo, pues, don Bosco con quién tenía que vérselas, llamó a la puerta de la casa parroquial.
Asomóse el ama y preguntó bruscamente:
-A quién busca?
((56)) -Está en casa el párroco?
-Ha salido.
-Tardará mucho en volver?
-No lo sé. Puede que tarde una hora.
-Si me lo permite, le esperaré. Mientras tanto tengo el gusto de poder saludar a usted. He oído muchas veces hablar muy bien de usted..
.
-De mí?, replicó la criada calmándose.
-íSí, sí! No es usted la señora Dominga?
-Yo soy, cómo sabe mi nombre? Quién se lo dijo?
-Quién me lo dijo?, he oído alabarla muchas veces. Y sé que la señora Dominga es una excelente cocinera, una buena señora, muy hábil


y de buen corazón. 
-Y usted quién es? 
-Soy don Bosco. 
-Don Bosco? Don Bosco el de I Becchi? 
-El mismo. 
-íDon Bosco! íDon Bosco! Pase, pase... 
-No quisiera molestar a usted... 
-No, ninguna molestia, con mucho gusto... íTome asiento, don Bosco! 
Y lo introdujo, mientras don Bosco seguía deshaciéndose en cumplidos. 

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-Se quedará a comer con nosotros? 

-Si la señora Dominga tiene la bondad de darme un poco de sopa... 

-Figúrese: con mucho gusto. Si se marchara antes de la comida, nos ofendería. 

En tanto volvió el párroco; y apenas puso los pies en el umbral, anuncióle el ama la llegada de don Bosco y volvió corriendo a la 

cocina. El buen sacerdote rindió a su amigo los más cordiales agasajos, pero estaba preocupado pensando en ((57)) el mezquino yantar 
que habría preparado Dominga: y confirmóse en su opinión cuando al toque del mediodía, todavía no estaba preparada la comida. 

Mas he aquí que llega la criada, rebosante de alegría, y anuncia que la sopa estaba en la mesa. Quedó atónito el párroco al ver unos 
entremeses variados y abundantes, y después platos y más platos... 

-íBravo! íViva la señora Dominga que sabe preparar un banquete tan bueno!, repetía de cuando en cuando don Bosco. 

-íSi yo hubiera sabido que usted iba a venir... pero así tan de repente... no he tenido tiempo para preparar nada!..., exclamaba Dominga. 

Y recordaba al párroco, uno tras otro, los vinos de mejor calidad que guardaba en la bodega. 

-Pero, cómo has podido domesticar así a esta buena mujer?, decía por lo bajo el párroco a don Bosco, cuando Dominga volvió a la 
cocina; enséñame el secreto. 

-Después te lo diré: ahora come y alégrate. 

-Sí, sí; estoy satisfechísimo de tu venida; más aún, te ruego que vengas a visitarme una vez a la semana. 

-Por qué? 

-Porque así podré interrumpir de vez en cuando mi eterna cuaresma. 

Las alabanzas y singularmente el título de señora Dominga habían producido el milagro. 

De este modo lograba don Bosco su plan, que era preparar el ánimo de la buena ama en favor de sus alumnos para cuando fueran de 
paseo a aquella aldea. Y hasta le dio una buena propina por su trabajo. 

Al atardecer volvía don Bosco a juntarse con sus muchachos, que habían tenido ocasión de admirar un hermoso acto de ((58)) virtud del 
querido Magone. Habían ido a divertirse por la floresta próxima a la casa. Unos buscaban setas, otros nueces o castañas, algunos 
amontonaban hojarasca o leña, lo que era para ellos un agradable entretenimiento. 
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Estaban todos embelesados en sus diversiones cuando, de pronto, Magone se alejó de los compañeros y, a la chita callando, se fue a casa. 
Uno lo vio y, temiendo que le pasara algo, lo siguió. Miguel, creído que nadie lo veía, entró en casa, no buscó a nadie, ni dijo nada a 
ninguno, sino que se fue derecho a la iglesia. El que le seguía lo encontró solito y de rodillas ante el altar del Santísimo Sacramento, 
rezando con envidiable recogimiento. 

Habiéndole preguntado después por qué había dejado a sus compañeros tan inesperadamente para ir a visitar al Santísimo Sacramento, 
respondió sinceramente: 

-Temo mucho volver a ofender a Dios, y por eso voy a suplicar a Jesús en el Sagrario para que me dé fuerza y me ayude a perseverar en 
su santa gracia. 

Sucedió otro curioso episodio por aquellos mismos días. Estaban ya una noche todos descansando, cuando oyó don Bosco llorar. Se 
asomó despacito a la ventana y vio a Magone en una esquina de la era que miraba al cielo y suspiraba llorando. 

-Qué tienes, Magone, te encuentras mal?, le preguntó. 

El, que se creía solo y suponía que nadie le veía, se desconcertó y no supo qué responder. Pero como don Bosco repitiera la pregunta, 
Magone contestó con estas precisas palabras: 

-Lloro al mirar la luna y las estrellas, que hace tantos siglos aparecen regularmente para iluminar las tinieblas de la noche, sin 
desobedecer nunca las órdenes del Creador, mientras yo, que soy tan joven, yo que soy un ser ((59)) racional, que debía haber sido 
fidelísimo a las leyes de mi Dios, le he desobedecido muchas veces y le he ofendido de mil modos. 

Y dicho esto, se echó a llorar de nuevo; don Bosco lo consoló con unas palabras que calmaron su conmoción, y volvió a acostarse. 

Era ya la víspera de la fiesta del Rosario. Unos sesenta muchachos del Oratorio, los músicos entre ellos, llegaron a I Becchi, siguiendo 
el itinerario del primer grupo. La solemnidad del día siguiente fue sobremanera edificante, al ver a aquellos jóvenes acercarse tan 
devotamente a la sagrada mesa, junto con muchas otras personas de los alrededores. La música de la misa solemne y de la bendición con 
el Santísimo Sacramento resultó fervorosa y espléndida. Don Bosco predicó: 

Antes de la fiesta habían ido los muchachos a visitar algunos pueblecitos próximos a I Becchi, pero las grandes excursiones, como 
pomposamente las calificaron los alumnos, siempre estaban reservadas para después de la solemnidad del Rosario. Aquel año todavía, 
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duraban sólo medio día o un día entero, y se regresaba al anochecer a I Becchi, donde residía el cuartel general. Montiglio, Passerano, 
Primeglio, Marmorito, Piea, Moncucco, Albugnano, Montafía, Cortazzone, Pino de Asti recibieron con aplausos, por otoño, a los 
muchachos guiados por don Bosco. 

Fueron varias veces a visitar el Santuario del Vezolano, cuya leyenda les contaba el siervo de Dios. Estas excursiones duraban más o 
menos días, según el tiempo de que disponía don Bosco. 

La última visita fue a Mondonio, a la tumba de Domingo Savio de quien algunos de sus compañeros habían obtenido señaladas gracias 
invocándolo; y, antes de abandonar ((60)) Castelnuovo, fueron a despedirse del teólogo Cinzano, que los había invitado a una alegre 
comida en su casa. Cuando llegaron al Oratorio por la noche de aquel día dijo Miguel Magone a don Bosco: 

-Si usted me lo permite, mañana comulgaré por el señor Arcipreste, que hoy nos ha alegrado tanto. 

Don Bosco no sólo se lo permitió, sino que exhortó a los demás a hacer otro tanto, como solía recomendar en ocasiones similares, por 
los bienhechores del Oratorio. 

Ya de regreso a Valdocco, fue su primera preocupación la de encontrar ropas para defender del frío a sus internos y dinero para pagar 
los trabajos del nuevo refectorio que, a fines de diciembre, comenzó a servir también para salón de teatro. Por estas razones escribió dos 
cartas. 

Una, al marqués de Lamármora, Ministro de la Guerra. 

Ilustrísimo y Benemérito señor Ministro: 

Al acercarse el invierno, me doy cuenta de la gran necesidad de proporcionar vestimenta a mis pobres muchachos. Este año casi llegan 
a doscientos los internos; más numerosos son los que frecuentan las escuelas externas diurnas y nocturnas, y muchos más los que acuden 
sólo los días festivos para asistir a las funciones sagradas, para divertirse, o para que se les busque un patrono que les dé trabajo. Pero 
estos muchachos, quién más, quién menos, todos necesitan algún socorro. 

En nombre de ellos acudo a V.E. suplicándole tenga a bien concederles alguna prenda: mantas, sábanas, zapatos, calzoncillos, camisas, 
chaquetas, pantalones, etc., de cualquier talla o color; no importa que se encuentren deterioradas o rotas porque aquí se las repara y se les 
hace servir para cubrir y abrigar contra el frío a pobres muchachos y ponerlos así en condiciones de poderse colocar a las órdenes de 
algún amo. 

((61)) Confiando también este año en su ayuda, y muy agradecido a los favores recibidos, 
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le deseo todas las bendiciones del Cielo, al tiempo que, con la mayor consideración, me profeso, 

De V.E. 

Turín, 14 de octubre 1858 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

P. S. Los dos chicos Berardi y Litardi, que su caridad recomendó, siguen en esta casa y los dos aprenden un oficio. 
Don Bosco dirigió otra carta al Presidente de la Obra Pía de San Pablo. 

Ilustrísimo Señor: 

Siempre que me he encontrado en una grave necesidad y he acudido a la Pía Obra de San Pablo para obtener subsidios en favor del 
Oratorio de San Francisco de Sales, he sido atendido. Un caso excepcional me obliga, también este año, a recurrir a esa fuente de 
beneficencia. 

La humedad de la iglesia, que le mencioné en otra carta, la hizo verdaderamente insalubre para los pobres muchachos que se reunían en 
ella y deterioraba los objetos y ornamentos destinados al culto divino. En consecuencia se hizo construir una bóveda, con la consiguiente 
excavación bajo el pavimento. Este trabajo, que en un principio no parecía muy costoso, ha supuesto tal cantidad de dinero, que 
sobrepasa mis fuerzas y las ofrendas de algunos piadosos bienhechores. El gasto total llega a seis mil liras; la Divina Providencia ya ha 
abierto el camino para cuatro mil. Faltan todavía dos mil liras que necesito urgentemente, y que no sé dónde encontrar; sin ellas tendría 
que suspender los trabajos con grave perjuicio. 

Por eso acudo humildemente a la bondad de V. S., suplicándole quiera, ((62)) socorrerme también esta vez, ayudándome así a llevar a 
cabo una obra que únicamente tiende a promover el culto divino entre los fieles cristianos y especialmente entre la juventud abandonada. 

Lleno de confianza en la experimentada bondad de V.S., le deseo todo el bien del Cielo, al tiempo que, con la mayor gratitud y 
consideración, me profeso, 

De V.S., Ilma. 

Turín, 15 de octubre 1858 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Es de notar el hecho de que don Bosco; aún teniendo que atender a continuos y apremiantes cuidados materiales, no perdía su unión 
con Dios, como lo prueba su disposición constante para cualquier oficio del sagrado ministerio. Don Juan Bonetti nos conservó el esbozo 
completo de una plática que dio don Bosco aquel año sobre la virtud de la pureza. Al meditarla se percibe la eficacia latente bajo el velo 
de sus períodos, aunque falte la expresión de su voz, de su mirada y la de sus descripciones. Así habló don Bosco a sus muchachos. 

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La Santa Madre Iglesia dedica buena parte del mes de octubre 1 a María Santísima. El primer domingo está destinado a la Virgen del 
Rosario en recuerdo de las innumerables gracias obtenidas y de los maravillosos prodigios obrados merced a su intercesión: gracias y 
favores que la Santísima Virgen, invocada con este título, concedió a sus devotos. En el segundo domingo se celebra la Maternidad de 
María recordando a los cristianos que María es nuestra Madre y todos nosotros somos sus hijos queridos. El tercer domingo, que es hoy, 
se celebra su pureza, virtud que la hizo tan grande ante Dios y que formó de ella la más hermosa criatura. Como ya hace dos domingos 
seguidos que me oís hablar de las glorias de María, esta tarde, en lugar de hablaros de la bienaventurada Virgen María, os hablaré de la 
bella virtud, demostrándoos en cuánta estimación la tiene el ((63)) mismo Dios. íQué feliz sería yo si esta tarde pudiese insinuar en 
vuestros tiernos corazones el amor a esta angélica virtud! íPrestadme atención! 

Qué es la virtud de la pureza? Dicen los teólogos que por pureza se entiende odio, aversión a todo lo que va contra el sexto 
mandamiento, de modo que todos, cada uno en su propio estado, pueden guardar la virtud de la pureza. La pureza es tan agradable a Dios, 
que en todo tiempo premió con los más estupendos prodigios a los que la guardaron y castigó con los más severos castigos a los que se 
entregaron al vicio opuesto. Desde los primeros tiempos del mundo, a pesar de que los hombres no se habían multiplicado mucho, pues se 
entregaron al desorden, Enoc guardó puro su corazón a Dios. Por esto no quiso el Señor que permaneciera entre gente viciosa, y unos 
ángeles, enviados por El, arrebataron a Enoc del consorcio de los nombres y lo trasladaron a un lugar misterioso, desde donde después de 
su muerte será llevado al cielo por Jesucristo. 

Sigamos adelante. Los hombres se nabían multiplicado sobre la tierra; olvidándose de su Creador, se habían engolfado en los vicios 
más abominables: Omnis caro corruperat viam suam. Indignado Dios por tamaña iniquidad, determinó arrasar a todo el género humano 
con un diluvio universal. Pero salvó a Noé con su mujer y a sus tres hijos con sus esposas. Por qué esta preferencia con ellos? Porque 
guardaron la bella e inestimable virtud de la pureza. 

Demos un paso más. Después del diluvio, los habitantes de Sodoma y Gomorra se entregaron a toda suerte de desórdenes. Dios 
determinó exterminarlos, no con un diluvio de agua, sino con un diluvio de fuego. Pero qué hizo antes? Volvió sus ojos hacia aquellas 
infelices ciudades y vio que Lot con su familia se había mantenido virtuoso. Y enseguida envió un ángel para que advirtiera a Lot que se 
alejara de aquellas ciudades con todos sus familiares. Obedeció Lot, y tan pronto como salió, un mar de fuego, con horrendo fragor y 
relámpagos y truenos, cayó sobre aquellas míseras ciudades y las hundió con todos sus habitantes. Lot y su familia estaban a salvo, pero 
su mujer, vencida por la curiosidad, se ganó la indignación de Dios. El ángel había prohidido a los fugitivos volverse hacia atrás al oír el 
fragor del castigo de Dios. Pues bien, la mujer de Lot cuando oyó aquel estruendo ((64)) tan espantoso, que parecía que todo el infierno 
iba a precipitarse en aquel valle, no pudo contenerse de mirar hacia atrás; y en el instante quedó transformada en una estatua de sal. Así, 
aunque Dios la había salvado de la común destrucción por su pureza, sin embargo la castigó por la inmodestia de sus ojos. Con esto quiso 
Dios enseñarnos 

1 El calendario litúrgico de hoy es así: la fiesta de la Virgen del Rosario ha quedado como fija el día siete de octubre; la Maternidad de 
María el 1.° de enero y su Pureza, el dieciséis de octubre. (N. del T.) 
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que debemos guardar recatados los ojos y no saciar nuestra curiosidad, para no ser víctimas del cuerpo, como lo fue la mujer de Lot, y 
también del alma. Los ojos son dos puertas por las que suele entrar el demonio. 

Pero sigamos adelante. Trasladaos con el pensamiento a Egipto. Allí os encontraréis con un jovencito que, por no haber querido 
condescencer a cometer una mala acción, sufre persecuciones, calumnias y cárcel. Pero permitirá Dios que perezca José? íNo! Esperad un 
poco de tiempo y le veréis en el trono de Egipto, salvando con sus consejos de la muerte, no sólo a los Egipcios, sino también a Siria, 
Palestina, Mesopotamia y muchas otras naciones. De dónde le vino tanta gloria? De Dios, que quiso premiar su amor heroico a la virtud 
de la pureza. 

Sería cosa de nunca acabar si quisiera contaros las glorias de las almas puras. De Judit, que liberó a Betulia de los ejércitos extranjeros; 
de Susana, ensalzada hasta el cielo por su inquebrantable virtud; de Ester, que salvó a su nación; de los tres niños ilesos en medio de las 
llamas de un horno; de Daniel, incólume en la cueva de los leones. Por qué Dios obró estos prodigios en su favor? íPor su pureza, por su 
pureza! Sí, la virtud de la pureza es tan hermosa, tan agradable a los ojos de Dios, que en todo tiempo y en todas circunstancias protegió a 
los que la poseían. 

Pero vayamos adelante, que esto no basta. Llegó el tiempo deseado en que debía nacer el Salvador del mundo. Quién tendrá la alegría 
de ser su madre? Vuelve Dios la mirada hacia todas las hijas de Sión y encuentra una sola digna de tan gran prerrogativa: la Virgen 
María. De ella nació Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. Mas por qué tan grande prodigio y privilegio? Como premio a la pureza de 
María, que fue la más pura, la más casta de todas las criaturas. Por qué motivo creéis vosotros que a Jesucristo le gustaba tanto estar 
((65)) con los niños, conversar con ellos y acariciarlos, sino porque no habían perdido todavía la bella virtud de la pureza? Los Apóstoles 
querían echarlos porque tenían los oídos ensordecidos con sus gritos, pero el Divino Salvador les reprendió y mandó que los dejaran 
acercarse a El. Sinite parvulos venire ad me, talium est enim regnum coelorum (dejad que los pequeñuelos vengan a mí, pues de ellos es 
el reino de los cielos), y añadió, además, que ellos, los apóstoles, no entrarían en el reino de los cielos si no se hacían sencillos, puros y 
castos como aquel los niños. 

El Divino Salvador resucitó a un niño y a una niña; por qué? Porque, así lo interpretan los Santos Padres, no habían perdido la pureza. 

Por qué Jesucristo tuvo tanta predilección por san Juan? 

Sube al monte Tabor para transfigurarse y lleva como testigo a san Juan. Va a pescar con los apóstoles y prefiere subir a la barca de 
Juan. En la última cena deja que Juan recline la cabeza sobre su pecho, lo quiere por compañero en el Huerto de Getsemaní, lo quiere 
como testigo de su pasión y muerte en el Calvario. Ya clavado en la cruz, se vuelve a Juan y le dice: 

-Hijo, he ahí a tu madre; mujer, he ahí a tu hijo. 

Así le confía Jesús a su Madre, la criatura más grande de cuantas jamás salieron y saldrán de las manos de Dios. Por qué tan singular 
preferencia? Por qué? Porque san Juan tenía, queridos jóvenes, un título que le hacía acreedor al afecto especial de Jesús, su virginal 
pureza. Este amor de predilección de Jesús a Juan era tal que despertó celos en los otros apóstoles, hasta el punto de inducirlos a creer 
que Juan no moriría, porque había dicho Jesús a Pedro: 

-Y si yo quisiera que éste viviese hasta que yo venga, a ti qué te importa? 

-Efectivamente, san Juan fue un apóstol que sobrepasó en muchos años a todos los demás y a él manifestó Jesucristo la gloria que 
gozan en el cielo los que en este 
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mundo han guardado la bella virtud de la pureza. Este mismo apóstol dejó escrito en su Apocalipsis que, habiendo entrado en el último 
cielo, vio una gran muchedumbre de almas vestidas de blanco con un cinturón de oro y llevando una palma en la mano. Estas almas 
estaban continuamente con el Cordero Divino y le seguían adonde quiera que fuese. Cantaban un himno tan bello, tan suave, que Juan, no 
pudiendo resistir tanta dulzura de armonía, vuelto al ángel que le acompañaba, le dijo: 

-Quiénes son éstos que rodean al Cordero y cantan un himno tan bello que ((66)) ningún otro santo puede cantar? 

El ángel respondió: 

-Son las almas, que han guardado la bella virtud de la pureza, virgines enim sunt (pues son vírgenes). 

íOh, almas dichosas que todavía no habéis perdido la bella virtud de la pureza, redoblad, os lo suplico, vuestros esfuerzos para 
conservarla! Guardad los sentidos, invocad a menudo a Jesús y a María, visitad a Jesús en el sagrario, comulgad con frecuencia, 
obedeced, rezad. Poseéis un tesoro tan hermoso, tan grande, que los ángeles mismos os lo envidian. Vosotros sois, como afirma nuestro 
mismo redentor Jesucristo, sois semejantes a los ángeles: erunt sicut angeli Dei in coelo (serán como ángeles de Dios en el cielo). 

Y vosotros, los que desgraciadamente la habéis perdido, no os desaniméis; las jaculatorias, las frecuentes y buenas confesiones, el 
evitar las ocasiones, las visitas a Jesús os ayudarán a recobrarla. Luchad con todas vuestras fuerzas, no temáis, la victoria será vuestra, 
pues nunca os faltará la gracia de Dios. Verdad es que ya no tendréis la gran suerte de pertenecer a aquel séquito de santos que en el 
paraíso tienen un puesto reservado, ya no podréis cantar el himno que sólo los vírgenes pueden cantar, pero esto no es un obstáculo para 
vuestra futura perfecta felicidad. Queda todavía un lugar para vosotros en el cielo, tan hermoso, tan majestuoso, que a su lado son como 
de barro y desaparecen los tronos de los más ricos príncipes y más poderosos emperadores, que fueron y podrán ser en esta tierra. Estaréis 
rodeados de tanta gloria que ninguna lengua humana ni angélica podrá jamás expresar. Podréis todavía gozar de la querida y dulce 
compañía de Jesús y de María, de esta nuestra buena Madre que allá nos espera ansiosa; de la compañía de todos los santos, de todos lo 
ángeles, que ahora y siempre están prontos a ayudarnos con tal de que tomemos a pechos guardar la bella virtud de la pureza. 
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((67)) 

CAPITULO VI 

DON BOSCO ENVIA ALUMNOS ESTUDIANTES AL COTTOLENGO -LOS PRIMEROS TRES CURSOS DE LATIN EN EL 
ORATORIO -AVISO A LOS PROFESORES Y A LOS ASISTENTES -CONFERENCIA A TODOS LOS CLERIGOS -ASISTENCIA 
CONTINUA Y PRUDENTE A LOS ALUMNOS -LOS MUCHACHOS ALREDEDOR DE DON BOSCO DURANTE LA COMIDA 
-LAS CLASES DE FILOSOFIA Y UN INCONVENIENTE -MAXIMAS ETERNAS RECORDADAS A LOS MUCHACHOS -LA 
VIDA DE LOS PAPAS DESDE EL PULPITO -SERMON DE SANTA CECILIA -MUERTE DEL ABATE APORTI 

LLEGAMOS a la inauguración del curso escolar 1858-59. Cerrada ya la matrícula de alumnos nuevos, entre los que figuraba Pablo 
Albera, natural de None, destinado por Dios a ser uno de los principales Superiores de la Pía Sociedad, don Bosco seguía seleccionando 
muchachos para la clase de los estudiantes en el Cottolengo, a cada uno de los cuales entregaba una cartita de presentación. Una de éstas 
ha llegado hasta nosotros; va dirigida al clérigo Frattini, asistente de los Tomasinos,1 en la Pequeña Casa de la Divina Providencia. 

Carísimo Frattini: 

El jovencito Antonio Meotti ha venido a ver si hay alguna esperanza para él en la Casa de la Divina Providencia. Tú lo puedes ver y 
presentarle a la bondad de vuestro venerado Padre ((68)) y después harás lo que a él y a ti mejor os parezca ante el Señor. 

El padre del muchacho está dispuesto a pagar diez liras mensuales. 

Que Dios te bendiga a ti y a tu trabajo; reza por mí, que de corazón soy tuyo. 

Desde casa, 22 de octubre 1858. 

Afmo.
JUAN BOSCO, Pbro.


Los estudiantes de humanidades y retórica del Oratorio seguían yendo a clase a la escuela de don Mateo Picco. En casa fungían 

1 Tomasino: con tal nombre designaban a los estudiantes para sacerdotes en la Pequeña Casa de la Divina Providencia. (N. del T.) 
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como profesores: de primer curso de latín, el clérigo Segundo Pettiva; de segundo curso, el clérigo Juan Turchi; y del tercero, el clérigo 
Juan Francesia. 

Al principio del año escolar, y varias veces a lo largo del mismo, solía don Bosco dar una conferencia a los asistentes y a los maestros 
de estudiantes y aprendices, inculcándoles vivamente el cuidado del alma de sus alumnos. Les decía: 

-Nuestros muchachos vienen al Oratorio; sus padres y bienhechores nos los confían con la intención de que aprendan letras y ciencias, 
artes y oficios; pero Dios nos los envía para que nos interesemos por su alma y encuentren aquí el camino de la salvación eterna. Por 
consiguiente, todo lo demás hemos de considerarlo como un medio; nuestro fin supremo es hacerlos buenos, salvarlos para siempre. 

Se conserva una nota escrita de una de estas conferencias, dada a todos los clérigos del Oratorio a fines de 1858: 

En ocasiones tengo el gusto de hablar a todos los hijos del Oratorio juntos, otras solamente a los internos, a menudo a los estudiantes o 
a los aprendices solos y a veces a los clérigos en particular. 

((69)) Ya podemos decir que nuestro año escolar ha comenzado definitivamente, y por eso tengo un gran deseo de empezar, como 
hacíamos el año pasado, a entretenerme un rato con vosotros, al menos una vez a la semana. El mejor momento que tenemos es éste, 
después de las oraciones de la noche. 

No pretendo predicaros un sermón; lo que quiero deciros, lo que deseo de todo corazón, lo que os recomiendo es que practiquéis lo que 
tantas veces recomendaba san Pablo, o mejor lo que Dios mismo recomendó a Moisés cuando bajaba del monte. 

Sed modelos, verdaderos modelos para todos los hijos del Oratorio. Debéis er como falsillas, sobre cuyas líneas deben escribir y 
caminar todos los demás. Debéis obrar de modo que los otros, al mirarse en vosotros como en verdaderos espejos, puedan quedar 
edificados. Debéis procurar aprovecharles no sólo con vuestros consejos, sino con vuestras obras, con vuestro ejemplo. De qué sirve que 
recomendéis a los demás que frecuenten los santos Sacramentos, si observan que vosotros los recibís con escasa frecuencia? Si ven que 
os acercáis devotamente a los sacramentos, si os ven recogidos y modestos en la iglesia, íah! entonces sí que podrán sacar de vuestro 
ejemplo normas de conducta que alimenten sus almas. Si por desgracia oyesen a un clérigo sostener conversaciones poco modestas, o que 
suelta una palabrita en algo contraria a la bella virtud de la pureza, íay de nosotros, ay de nosotros! íQué daño, qué escandalo! 

Dice san Juan Crisólogo que un ministro del Señor es semejante a una planta. íOh, qué hermoso ver, dice este santo, una planta en un 
ameno jardín, esparciendo sus frondosas ramas cargadas de óptimos frutos! Todo el que se acerca queda satisfecho al ver sus ramas 
cargadas de tan ricos frutos. Por el contrario, colocad esa planta en un bonito jardín, alta y esbelta, atrayendo a todos los que la miran, 
pero 
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falta totalmente de hermosos frutos, y entonces veréis que todos, indignados, la maldecirán porque ocupa inútilmente un lugar tan bello. 

Los pueblos vuelven a nosotros sus ojos esperando ver buenos frutos, y si no los ven, ícómo se escandalizan! 

San Ambrosio nos compara con la luna. Dice que debemos ser como ella. La luna no brilla con luz propia, sino que la toma del sol, se 
sirve de ella y después la da a la tierra. Así somos nosotros. No tenemos nada nuestro, sino que hemos de recibir de ((70)) Dios, sol de 
justicia, la divina palabra que ilumina las inteligencias, y después de habernos servido de ella para nuestra santificación, debemos 
esparcirla para iluminar a todos los hombres, los cuales esperan que nosotros les guiemos por el camino que conduce al cielo. 

San Agustín añadía: queréis saber qué indica la toga que visten los jóvenes romanos? No creáis que solamente significa que aquel joven 
ha cumplido ya los diecisiete años; indica que bajo aquella toga están la ciencia, la virtud y todas las buenas prendas que deben adornar a 
los que la quieren vestir. Lo mismo nos sucede a nosotros. Bajo el hábito debemos llevar las virtudes que corresponden a un hábito tan 
divino. 

Tenía Josué que pasar el Jordán. Díjole Dios: 

-Envía delante a los sacerdotes con el arca: entren en el río llevándola a hombros y las aguas del Jordán se abrirán y pasará tu ejército. 
Así lo hicieron los sacerdotes, y las aguas se dividieron; las de un lado se levantaron como un alto muro, las del otro siguieron su camino, 
quedó seco el lecho, y todo el ejército de Israel pasó al otro lado del Jordán. Lo mismo tenemos que hacer nosotros. Con el arca de la 
divina alianza, con la santa religión, con buenas máximas, con palabras amables, con santos ejemplos, debemos actuar de modo que los 
hombres pasen sanos y salvos de este mundo a la eternidad. 

Hagamos, pues, todo lo que podamos para bien de las almas. A vuestro alrededor hay muchos jóvenes, que os vigilan continuamente; 
dedicaos con todas vuestras fuerzas a encaminarlos al bien con el buen ejemplo y con las palabras, con los consejos y advertencias 
caritativas. Si lo hacéis así durante este año, aun cuando no sois en número más que los años pasados, yo estaré satisfecho; y no dejará el 
Señor de bendecirnos a mí, a vosotros y a toda la casa, y seguirá como siempre ayudándonos con su poderoso brazo, sacando mucho fruto 
de nuestros trabajos. Amén. Así sea. 

No se cansaba de recomendarles en las conferencias una asistencia concienzuda a los chicos, pues hubiera sido ignorar al mundo, 
pretender que las debilidades humanas no traspasasen el umbral del Oratorio. Y él les ((71)) daba ejemplo. Vigilaba siempre como 
centinela constante, pero prudente, a fin de prevenir el mal o vencerlo cuando había echado alguna raíz en la casa. Durante los primeros 
veinte años del Oratorio aparecía por todas partes, y a veces cuando menos se le esperaba. En los dormitorios, en los talleres, en las aulas, 
en los comedores, en los lugares menos frecuentados y más apartados. Todo lo observaba, hasta en los últimos detalles. Quería saberlo 
todo y verlo todo. 

Dos chicos se quedaban solos unos instantes en su refectorio, 
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después de la comida, examinando el libro de lectura. Eran tenidos por buenos; mas he aquí que se oía la amable voz de don Bosco que 
los llamaba. 

Otros se habían alejado de los demás para tratar un proyecto, preparar una merienda o algún juego con dinero, y llegaba de improviso 
don Bosco: 

-Qué hacéis aquí? Id a jugar con vuestros compañeros. 

Se paseaba un alumno teniendo de la mano a un compañero o echándole un brazo a la espalda. Don Bosco se les acercaba y bromeando 
les daba un golpe en el brazo o en los dedos, diciendo: 

-No sabéis la norma de no ponerse las manos encima? Juegos de manos, juegos de villanos. 

Vio un día a un muchacho en el patio que llevaba su brazo cruzado con el de un asistente, el cual le dejó hacer. Don Bosco aguardó a 
que aquel clérigo estuviera solo y, llamándolo, le dijo: 

-íHoy me sentí tentado de darte un par de bofetadas en público! Has entendido? 

-íSí, señor! 

-Con esto me basta; pero ten cuidado. 

En este punto don Bosco era delicadísimo. 

((72)) En muchas ocasiones su vigilancia era inexplicable, y parecía que gozara de una potencia visiva especial, de la que daremos más 
adelante mayores explicaciones. Muchas veces, mientras escribía atentamente, rezaba en la iglesia, se entretenía con los chicos, o aun 
mientras comía, llamaba de pronto a uno de sus antiguos ayudantes y le decía en secreto: 

-Vete a tal dependencia; allí hay tres (y decía sus nombres) que, a puerta cerrada, están leyendo un periódico no muy bueno; diles que 
salgan enseguida. 

Una vez dijo a un alumno juicioso: 

-Ve corriendo a decir al asistente que en tal lugar, detrás del pórtico, hay unos escondidos; que los mande salir fuera. 

Y otras veces a algún clérigo: 

-Sube a lo alto de la escalera, encontrarás a fulano y a zutano. Diles que don Bosco lo sabe todo. 

Estos hechos se repitieron frecuentemente y siempre se comprobó que don Bosco había acertado lugares, personas y circunstancias. 
Pero, de cualquier modo que cumpliera el oficio del Angel Custodio, imitaba la paciente y discreta conducta de este divino mensajero. 
Como sus apariciones tenían visos de los pretextos más naturales del mundo, debido también a su bondad y sencillez, a sus continuas 
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pruebas de afecto y aprecio a todos sin excepción, al olvido de las faltas descubiertas y perdonadas, no se despertaba en los muchachos 
ninguna desconfianza. En efecto, bastaba que se presentase en cualquier parte de la casa para que corrieran a su alrededor. 

Era conmovedor el espectáculo que todos los días, desde el principio del internado hasta el año 1870 aproximadamente, tenía lugar 
después de comer y especialmente después de cenar, salvo que hubiese algún forastero de respeto en el refectorio de los superiores. 
Estaba éste en una sala subterránea, larga y baja, con una simple fila de mesas en medio. ((73)) Al salir los alumnos de su comedor se 
agolpaban a la entrada del de don Bosco, a la espera de que los clérigos terminaran la oración de acción de gracias. Apenas oían el: 
Dominus det nobis suam pacem. Amen (dénos el Señor su paz. Amén), empujaban la puerta y se precipitaban dentro. 

Tenía lugar un gracioso choque, si licet parva componere magnis (si se nos permite comparar lo pequeño con lo grande), semejante al 
Orinoco con el flujo del Atlántico. Los muchachos querían entrar y los clérigos salir, pero ganaban los muchachos que corrían a porfía 
para llegar los primeros junto a don Bosco, sentado en el extremo de la sala al fondo. Los clérigos veíanse obligados a apoyarse contra las 
paredes laterales para dejarlos pasar y no ser arrollados. 

Ocurría entonces una escena indescriptible. Los más afortunados se apretujaban en derredor de don Bosco, de tal modo que los más 
próximos apoyaban la cabeza sobre sus hombros. Detrás de él se veía como un seto vivo de caritas alegres, que formaban un ancho 
respaldo. Mientras tanto iban tomando por asalto la hilera de mesas, despejadas de antemano a toda prisa, y en la que estaba en frente de 
don Bosco se sentaban varias filas de muchachos con las piernas cruzadas al estilo oriental; detrás de éstos, muchos otros y, por último, 
siempre sobre las mesas, un tropel de pie. El que no podía subir, tomaba los bancos, los arrimaba a la pared y se subía encima; y se 
formaban dos largas hileras de ojos vivaces clavados en don Bosco. Los más rezagados llenaban el espacio entre los bancos y las mesas. 
Parecía que ya ninguno podía llegar a aproximarse a don Bosco; sin embargo, algunos pequeñitos lo intentaban. Se echaban a correr a 
gatas por debajo de las mesas y de pronto asomaban sus cabecitas entre la mesa y don Bosco, que los recibía con una caricia. 

A menudo don Bosco, entretenido en su despacho por algún trabajo apremiante, acababa de empezar entonces ((74)) a comer. A pesar 
de todo los recibía alborozado y, ensordecido con sus cantos y sus gritos, en aquel ambiente de aire viciado, donde a duras penas 
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quedaba encendida la luz, terminaba su pobre comida, dirigiendo una sonrisa afectuosa, una mirada amable, una palabra de aliento, a 
unos y a otros Nunca mostraba la menor contrariedad ante la insistente importunidad de sus hijos; al contrario, sentía pesar si una visita 
innecesaria venía a romper el encanto de aquellos entretenimientos familiares. 

Hacía a veces señal de querer hablar a todos y, al instante, cesaba aquel barullo ensordecedor; en medio del más absoluto silencio 
contaba una breve anécdota, proponía una cuestión, hacía una pregunta, hasta que la campana disolvía la asamblea llamando a la clase de 
canto o a las oraciones. 

La confianza de los muchachos no padecía menoscabo alguno con la continua vigilancia del superior, más agradable que la de otros 
asistentes. 

Entretanto también los clérigos habían comenzado sus clases en el seminario, ocupado todavía por la autoridad militar, que no había 
dejado libre más que un amplio entresuelo para la clase de los estudiantes de teología. Así que los profesores de los cursos de filosofía 
daban las clases en su propia casa a hora muy temprana e incómoda para los alumnos. Por este motivo, don Bosco escribió una respetuosa 
carta al canónigo Vogliotti, Provicario diocesano y Rector del Seminario. 

Ilustrísimo Señor: 

Acudo a su reconocida bondad para un favor que se refiere a nuestros estudiantes de filosofía. La hora actualmente señalada para la 
clase no coincide con el horario de la casa, especialmente con la misa. ((75)) Si los señores profesores T. Mottura y C. Farina pudieran 
tener la bondad de comenzar su clase a las nueve de la mañana, todo quedaría arreglado. 

Pero si esto fuera de estorbo para las ocupaciones de los señores mencionados, ya me las arreglaría de otro modo para uniformarme a 
sus lecciones. 

Siempre con el mayor aprecio y gratitud, me profeso. 

De V.S. Ilma. 

Desde casa, 16 noviembre 1858. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Pero don Bosco remediaba estos y otros inconvenientes, que podían menoscabar la necesaria vigilancia, con la fuerza de su palabra. Las 
verdades eternas eran siempre y sin falta lo primero que anunciaba a los nuevos alumnos. José Reano, nos transmitió la plática recogida 
de labios del mismo don Bosco una noche del mes de noviembre de 1858: 
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-«Yo sólo temo dos cosas: el pecado mortal, que mata al alma, y la muerte corporal del que no está en gracia de Dios. 

Hizo después una pausa, por la extremada conmoción que lo agitaba y, tras un instante, prosiguió: 

-íTemo que alguno de mis hijos llegue a ser víctima de su descuido en los asuntos del alma!... La muerte no perdona a nadie... Desde el 
principio del mundo hasta nuestros días, ícuántos patriarcas, príncipes, reyes, conquistadores (e iba enumerando algunos) se presentaron 
en esta tierra y bajaron a la tumba con todas las multitudes de pueblos entonces existentes! íMiles de millones de hombres que no son 
más que polvo! Persuadámonos, queridos jóvenes, de que también llegará para nosotros el día en que la muerte vendrá como un ((76)) 
ladrón!... Cuando uno menos lo piensa, entra en casa y deja caer la guadaña sobre el hilo de la vida... Arreglemos, pues, nuestras cuentas 
con una buena confesión... La muerte no hace antesala con nadie, ni siquiera con el rey, ni con los papas... íAtención!... Mors non tardat 
(la muerte no espera). Y después?... íLa eternidad!...» 

Y el santo temor de Dios, inspirado por las palabras de don Bosco, servía de guía y de freno a la conducta de los muchachos, los 
educaba reciamente en la virtud y los hacía dignos de la protección de María Santísima. 

Mantenía también vivo en sus corazones el amor a la Iglesia y al Papado con la narración de las vidas de los Papas, que les hacía cada 
domingo por la mañana. Cuando llegó al papa san Urbano I, se detuvo tres días festivos consecutivos describiendo el heroísmo de santa 
Cecilia. Como don Bosco conocía perfectamente la topografía de la Roma imperial, la estructura de los palacios patricios con sus atrios, 
pórticos, salones, fuentes y las costumbres de los antiguos romanos, sabía presentarlos al vivo para la ardiente imaginación de sus 
oyentes. Intentó el clérigo Juan Bonetti reproducir sobre el papel una de estas conferencias, y nos la envió unos treinta años más tarde. 
Escribió lo que recordó y es suficiente para darnos una idea del método descriptivo y de los diálogos, que don Bosco solía mantener 
desde el púlpito, aprovechando hasta la más insignificante circunstancia para hacer más atrayentes sus narraciones. Juzgue de ello el 
lector. 

Durante el imperio de Alejandro Severo sufrió la Iglesia una terrible persecución. El papa Urbano I, para evitar todo peligro, habíase 
refugiado en las catacumbas, a tres millas de Roma. Son estas catacumbas unos lugares subterráneos donde se ((77)) sepultaban los 
cuerpos de los santos mártires y donde se escondían los cristianos 
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en tiempo de persecución. Vivía por aquellos tiempos una doncella perteneciente a una de las más nobles familias de Roma. Llamábase 
Cecilia y profesaba ocultamente la religión cristiana, puesto que sus padres eran paganos. Le gustaba mucho la música y tocaba el órgano, 
instrumento distinto del que ahora usamos; cantantibus organis Caecilia Domino decantabat. Cantaba himnos de alabanza al Señor, y 
nada deseaba más que entretenerse con su Dios y decirle: «Sea siempre inmaculado mi corazón para no ser confundida». Esta joven se 
había consagrado con voto a Jesucristo, prometiéndole conservarse virgen durante toda la vida. Pero sus padres habían pensado casarla 
con Valeriano, joven patricio de muy noble alcurnia. Así que se enteró Cecilia de que sus padres la habían prometido a un esposo de esta 
tierra, quedó desconcertada, y meditaba cómo salir de aquel apuro. Estaba ella siempre retirada en sus habitaciones, huía de los 
espectáculos y tenía consigo día y noche los santos evangelios, que eran su delicia. Rogaba continuamente al Señor para que la ayudase 
en aquella difícil situación. De pronto se sintió animada e inspirada a abandonarse con plena confianza en las manos de su amado esposo 
Jesús, y exclamó: 

-Soy feliz, me siento segura; íya sé lo que debo hacer!
Acercábase en tanto el día de la boda. Fue Valeriano a verla y, ella, sacándolo aparte, le dijo:
-Valeriano, tengo que descubrirte un secreto.
Contestóle presuroso Valeriano:
-Dime pues, Cecilia, lo que quieres porque yo seré siempre tu fiel compañero.
-Te confiaré mi secreto, pero prométeme que no lo descubrirás a nadie.
-Dímelo todo sin temor, pues nadie sabrá jamás por mí tu secreto.
Entonces Cecilia le habló en estos términos:
-Valeriano, yo me he consagrado a otro esposo, a un esposo celeste. Si tú te acercaras a mí para ultrajarme, tengo un ángel que me


guarda constantemente, y éste te fulminaría al instante. 
-Tienes siempre un ángel a tu lado? Yo no lo veo. 
-Quieres verlo? 
((78)) -Lo deseo ardientemente. 
-Si quieres ver a mi ángel, antes tienes que creer en Jesucristo, Hijo de Dios, que por salvar a los hombres bajó del cielo a la tierra y 

derramó su sangre por nosotros. Tienes que creer que hay un solo Dios creador del cielo y de la tierra y de todo lo que hay en ellos; que 
este Dios premia a los buenos y castiga a los malos. Después debes lavarte con las aguas que purifican y, sólo después de este bautismo, 
podrás ver a mi ángel. 

Valeriano, que nunca había oído hablar de Jesucristo, ardiendo en deseos de ver al ángel, exclamó:
-A quién debo ir para purificarme?
Y Cecilia respondió:
-Si quieres realmente ser purificado, vete por la vía Apia hasta tres millas de la ciudad tertio ab urbe lapide... (en el tercer miliario desde


la ciudad). 1 Allí encontrarás a unos pobres que te pedirán limosna y tú les dirás: 

1 Había en los caminos romanos unas columnas o piedras, que señalaban la distancia de mil pasos, o sea, una milla (la milla romana 
antigua tenía 1.480 m.), y que se llaman miliar o piedra miliaria. (N. del T.). 

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-Dónde está el venerable anciano? 

Ellos te enseñarán al punto dónde se encuentra y te acompañarán hasta él.Cuando el anciano te haya purificado, vuelve y verás a mi 
ángel. 

Así lo hizo. La palabra venerable anciano era la contraseña de los cristianos para indicar al Papa y mantener oculto a los gentiles el 
refugio de Urbano I. Llegó Valeriano al tercer miliario y se encontró con el grupo de mendigos, que no eran tales, sino cristianos 
disfrazados y les dijo: 

-Dónde está el venerable anciano? 

Contestóle uno de ellos: 

-íVen conmigo, sígueme! 

Allí cerca había la entrada de una caverna, oculta tras un grupo de árboles y de largas ramas colgantes. Apartó el guía las ramas y, 
seguido de Valeriano, llegó a un pasadizo oscuro. Tomó el guía una lámpara, la encendió, se metieron los dos por un estrecho corredor, y, 
después de dar unas vueltas, encontraron una escalera empinada, que se hundía en los entrantes de la tierra. Pronto bajaron hasta su pie. 
Allí comenzaban las catacumbas, o sea, el lugar donde sepultaban a los mártires. Tienen una extensión de muchas millas. Avanzaba 
Valeriano por aquella galería a la que desembocaban centenares de corredores. La lámpara del guía iluminaba escasamente aquellos 
subterráneos. A derecha e izquierda se veían, unas sobre otras, empotradas en los nichos de la pared, las tumbas de los mártires, que 
tenían esculpidos o pintados sobre losas los signos de su martirio. 

-Este, decía el guía señalando una tumba, fue decapitado por el verdugo; ((79)) este otro fue despedazado por las fieras en el anfiteatro; 
aquél fue quemado a fuego lento; ése murió echándole plomo derretido por la boca. 

Y así seguía, indicándole los distintos géneros de suplicios, varas, parrillas, cruces, con los que habían confesado a Jesucristo los que 
dormían para siempre en aquellos subterráneos. En medio de aquellas gloriosas tumbas tenían los cristianos sus asambleas, celebraban 
sus ritos y muchas veces comían y dormían. 

Valeriano, al ver unos trofeos de virtud tan sublimes, cuyo valor todavía no conocía, casi se desmayaba de horror y pensaba para sus 
adentros: 

-íAy de mí, en qué lugar me he metido! 

No obstante se reanimó y siguió el camino. Llegó por fin a un lugar algo más espacioso, donde se cruzaban varias galerías y que tenía el 
aspecto de un templo. Había allí un altar, muchas lámparas encendidas y un nutrido grupo de cristianos que asistían a las sagradas 
funciones. 

El guía llevó enseguida a Valeriano ante el pontífice Urbano, que estaba sentado en una cátedra rodeada por el clero. La fisonomía del 
Papa, con marcado aire de benevolencia y mirada serena, afectuosa, consoló y alentó mucho a Valeriano. El Papa, al ver a aquel 
desconocido, que todavía no se había repuesto de su estupor, lo reanimó con palabras dulces y amables y, cuando le preguntó por qué 
motivo había pedido hablar con él, Valeriano contestó: 

-Yo soy el esposo de Cecilia. Me ha contado que tiene a su lado un ángel invisible que la defiende. Yo deseaba ver a este ángel del 
cielo y ella me ha contestado que, para verlo, era necesario que me presentase a ti y me hicieras purificar. 

Cuando Urbano oyó el nombre de Cecilia y que era ella quien había mandado allí a Valeriano, profundamente conmovido, se postró en 
tierra y oró. Todos los cristianos imitaron al Pontífice y rezaban. Mas he ahí que apareció de improviso un venerable anciano, con 
semblante majestuoso, imponente, celestial. Valeriano comprendió que aquél era un personaje sobrenatural y, vencido por el miedo, cayó 
al 

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suelo. Quién era el aparecido? Era el apostol san Pablo que acudía a consolar a Urbano en sus tribulaciones y a animar a Valeriano. 

-íLevántate, Valeriano, y cobra valor!, dijo san Pablo. 

También Valeriano, esforzado guerrero y hombre valeroso, temblaba en aquel momento como un niño. 

Al oír que le llamaban por su nombre, alzó ((80)) un poco la cabeza, dirigió la mirada a aquel ser misterioso y se levantó. Entonces san 

Pablo le ofreció un libro diciéndole: 

-íLee! 

Valeriano abrió el libro y leyó en él estas palabras: Una sola ley, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios omnipotente, creador de 

cielo y tierra; un solo señor y redentor, Jesucristo. 

-Crees esto?, le preguntó san Pablo. 

-íSí, lo creo con toda mi alma!, repuso Valeriano. 

-Si lo crees, puedes recibir el santo bautismo y después volver a Cecilia y ver al ángel. 

Dicho esto, san Pablo desapareció. 

Entonces el papa Urbano administró el bautismo al convertido, lo vistió con la túnica blanca y, como apuntaban ya las primeras luces 

de la aurora, lo envió, así vestido, a Cecilia. 

Llegó Valeriano a la puerta del palacio de Cecilia, asediada de numerosos clientes llegados para saludar al amo y recibir la 
gratificación, sin hallar a aquella hora ningún obstáculo por parte de los siervos ostiarios. Atravesó los atrios y fuese derecho a la 
habitación de la santa virgen. Detúvose ante el umbral, levantó un poco la cortina que tapaba la entrada. íQué espectáculo contemplaron 
sus ojos! Cecilia rezaba de rodillas y estaba a su lado, en pie, su ángel. Aquel ángel despedía una luz tan clara como el sol, que iluminaba 
la habitación. La hermosura de su rostro, la riqueza de sus vestidos, el magnífico esplendor de sus alas, pintadas de varios colores, era tal 
que resulta imposible describirlo con lengua humana. Las alas nacían de las espaldas con toda suerte de admirables trenzados, obra de 
manos divinas, y acababan en sus extremidades con vivísimos colores irisados. Ante aquella visión dudaba Valeriano si debía entrar, pero 
ya casi acostumbrado a la presencia de los habitantes del cielo, con la reciente aparición de san Pablo, se animó y entró. Fue en seguida a 
arrodillarse junto al ángel, de modo que éste quedó en medio entre Cecilia y Valeriano. Valeriano, aunque estaba poseído de intenso 
fervor, con todo, deslumbrado por aquella luz fulgurante, rezaba a duras penas y su atención quedaba distraída con el celeste personaje. 
Después de un rato de oración, el ángel sacó dos bellísimas coronas de rosas y las colocó sobre las cabezas de Cecilia y Valeriano. Luego 
dijo: 

-Guardad, jóvenes míos, estas coronas que os he traído del jardín del ((81)) Paraíso, con la pureza del corazón y la santidad de la vida. 

Vuestras oraciones han sido escuchadas por el Señor; pedid lo que deseáis y se os concederá. 

Entonces Valeriano dijo: 

-Te pido la conversión de mi hermano Tiburcio. 

-Si sólo deseas esto, contestó el ángel, ya está concedido. 

Y desapareció. En aquel instante se oyeron los pasos de Tiburcio, que se acercaba a la puerta, y abrió. 

-íOh, qué fragancia tan deliciosa se percibe en esta sala! Qué flores, qué aromas despiden este perfume? En mi vida he experimentado 

nada semejante. 
Entonces Valeriano respondió: 

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-Nosotros sabemos de dónde viene. Has de saber que hace poco bajó un ángel del cielo y puso dos coronas de rosas sobre nuestras 
cabezas. 
-Dónde están, que yo no las veo?, exclamó Tiburcio mirando a un lado y a otro sin ver nada. Dónde están esas rosas que decís? Siento 
su olor, pero las coronas, que me gustaría ver, no las veo. 
Y no se calmaba. Entonces dijo Cecilia: 

-Si quieres ver estas coronas, antes debes creer que hay un solo Dios creador de cielo y tierra, que este Dios ha enviado del cielo a su 
divino hijo Jesús, el cual fundó una religión santísima, purísima; y después tienes que ser lavado con una agua que purifique tu alma de 
toda mancha. 

-Cómo? Hay todavía un Dios más poderoso que los dioses de Roma?
Contestóle Valeriano:
-íTiburcio, mucho me extraña que con tu mucho saber, creas que nuestros ídolos son poderosos! íEstán hechos por los hombres!
-Es verdad lo que dices; pero, quién me dará esa agua?
-Un venerable anciano, que se llama Urbano.
-Urbano? Ese a quien oigo llamar el papa de los cristianos?
-Exactamente.
-No soy tan necio como para presentarme a él. Si me descubrieran los pretorianos, sería inmediatamente condenado a muerte. Además


ícorren voces tan perversas a costa de los cristianos! 
-Calumnias de los malvados, querido hermano. Urbano es un ángel. En mi vida encontré un hombre más afectuoso, más sencillo y más 
docto. Ve a verlo, háblale y quedarás encantado. 
((82)) -A lo que parece, también tú..., pero no es posible... Soy joven..., quiero gozar de la vida... No sabes que la muerte está pendiente 
sobre la cabeza de quien trata con los cristianos?... No; yo no iré nunca a ver a Urbano. 
-Aguarda, Tiburcio, aguarda. Tu temor sería razonable, si hubiésemos de vivir solamente en este mundo, si todo acabara con la muerte. 
Pero has de saber que nuestra alma es inmortal, que Dios todopoderoso, que ha hecho cielo y tierra, ha creado también un paraíso donde 
disfrutan eternamente de una felicidad inexplicable sólo los que le hayan servido en esta vida; y has de saber también que hay un lugar 
donde, después de la muerte, sufren todos los tormentos que puedas imaginar, aquéllos que no quisieron conocer, adorar, amar y obedecer 

a este Dios. 
-Pero, quién puede asegurarme que exista otra vida? 
Intervino entonces Cecilia, y como era muy culta, presentó las pruebas tomadas de la razón, de la revelación y de los mismos autores 

paganos para demostrar la existencia de la vida futura, la eterna felicidad reservada a los justos y la eterna desdicha adonde irán a parar 
los inicuos. Tiburcio, joven de agudo ingenio y gran corazón, comprendió con el auxilio de la gracia de Dios, la fuerza de aquellos 
argumentos, se convenció y, despreciando la muerte, exclamó: 

-Decidme, entonces, dónde vive Urbano e iré a verle enseguida para alcanzar yo también la felicidad eterna y evitar la muerte sin fin.
Entonces Valeriano, le dijo:
-Ven conmigo, yo te acompañaré. Estáte seguro de que, después de ese lavado de salvación, experimentarás una alegría que nunca


tuviste, ni mente humana puede imaginar. 
Fueron; Tiburcio fue bautizado y, también él vio al ángel. 

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Hasta aquí Juan Bonetti. 

El 24 de noviembre, que era domingo, celebraron los músicos la fiesta de santa Cecilia, y predicó el panegírico el diácono José Re, hoy 
canónigo en la catedral de Turín. 

Pocos días después, el 29, fallecía en Turín, víctima de un ataque de apoplejía fulminante, el abate Fernando Aporti, quien, como ya 
dijimos, había introducido en Piamonte los nuevos métodos ((83)) de enseñanza y las escuelas normales. Fue senador del reino y estuvo 
propuesto, mas no fue aceptado por el Papa, para arzobispo de Génova. Desempeñó el cargo de Presidente de la Real Universidad de 
Turín hasta la proclamación de la ley de 22 de junio de 1857. No obstante, ciertas opiniones suyas y sus costumbres mundanas, hay que 
decir en su alabanza que no tomó parte en ninguna ley contra la Iglesia, por lo que, en más de una ocasión, le pusieron mala cara los 
diarios impíos. 

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((84)
)


CAPITULO VII


LECTURAS CATOLICAS -NOVENA DE PREPARACION A LA NAVIDAD DEL SEÑOR, POR EL BEATO SEBASTIAN 
VALFRE -AVISOS IMPORTANTES PARA HACER CON PROVECHO ESTA NOVENA -CIRCULARES EN FAVOR DE LAS 
LECTURAS CATOLICAS DEL OBISPO DE SALUZZO Y DEL ARZOBISPO DE VERCELLI -APARICION DE LA SANTISIMA 
VIRGEN EN LOURDES -LA NOVENA DE LA INMACULADA EN EL ORATORIO 

A principios del mes de diciembre hacía José Buzzetti, los envíos del almanaque El Hombre de Bien, junto con el último número de las 
Lecturas Católicas de aquel año: Novena de preparación a la Navidad del Señor, por el beato Sebastián Valfré, de la Congregación del 
Oratorio de Turín (Paravía). 

Esta novena, a la que siguen unas consideraciones para cada día de la octava, está toda ella impregnada de esa devota unción que eleva 
el alma a Dios y la alienta con las más dulces esperanzas. Cerrábase el fascículo con las profecías, el himno, las antífonas mayores y los 
salmos, lo mismo que en el devocionario Il Giovane Provveduto (El Joven Cristiano), con el suplemento de unos villancicos al Niño 
Jesús. 

Añadió don Bosco a manera de introducción este importante aviso: 

Para hacer la novena con gusto, con agrado de Dios y provecho de quien la practica, es preciso empezarla en estado de gracia, por lo 
que sería muy oportuno anteponer la ((85)) confesión sacramental o, al menos, un acto de contrición, con propósito de confesarse cuanto 
antes. 

Será bueno rezar cada día nueve veces el padrenuestro y el avemaría, el gloria patri y el ángel de Dios. Y ello como recuerdo de los 
nueve meses que la Virgen llevó en su santísimo seno al dulcísimo y amabilísimo Jesús; como invitación a los nueve coros angélicos para 
que nos ayuden a reverenciar tan gran misterio y, también como renovación de todos los actos de devoción y ardientes suspiros que, 
durante siglos, elevaron al cielo los patriarcas y padres de la antigüedad, deseosos de ver nacido al Mesías, y suplicando a la Santísima 
Virgen que junte nuestros pobres corazones con el suyo, tan lleno de amor divino, a fin de que nuestra novena resulte más grata a Jesús... 

El añadir cada día tres actos de arrepentimiento por haber ofendido a Dios, tres actos de amor de Dios, tres actos de ofrecimiento de sí 
mismo a Dios para mejor disponerse 
74 

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a entrar en el portal de Belén, será un complemento que hará más aceptable la novena. Y el que se compromete a propagar entre los 
crístianos estos y otros actos parecidos, hará algo muy útil, si advierte a todos que dispongan sus devociones y ejercicios de modo que se 
ajusten al estado y vocación a la que Dios los ha llamado. 

Y el que se propusiera practicar diariamente una virtud en particular y corregirse también de un defecto en concreto, a más del deseo 
general de adquirir todas las virtudes y huir de todos los vicios, podría esperar del Cielo muchos favores y, por tanto, para facilitar esta 
práctica, se propondrá para cada día una virtud a practicar y un defecto a evitar. 

Y para que la novena así comenzada tenga un óptimo fin, se recuerda a todos la devoción y modestia con que se debe estar en la iglesia, 
sobre todo durante los divinos oficios y el sublime y adorable sacrificio de la misa. Y el que vele durante la noche de Navidad para 
prepararse a la solemnidad de este misterio tan tierno, tan sagrado, tan santo, absténgase de las bromas, juergas, diversiones, en 
conclusión, de los pecados, y entreténgase en la lectura de libros espirituales, en cantar villancicos, en rezar oraciones... 

Y el que no sienta la devoción de velar en la noche de Navidad, o deseándolo, no le fuera posible por cualquier circunstancia, sea 
diligente ((86)) en levantarse por la mañana del día solemne, para hacer lo mejor que sepa todos los actos que le dicte la devoción de su 
corazón... 1 

El querer aguardar todos el mismo día de Navidad para confesar y comulgar, no es factible; por consiguiente, tome cada uno sus 
medidas y dé comodidad a la servidumbre para poder tomar parte en la novena... 

En este librito se compendian nueve ejemplos devotos para aficionar a todos al amor del amabilísimo Jesús y podrá leerse uno cada día. 
Y con la piadosa oración, colocada al final del libro, se concluirá esta novena. Se ruega a todos que durante la novena encomienden a 
Dios muchos importantes asuntos que tocan a la honra de Dios, al bienestar público y al provecho de las almas. 

A este ejemplar se añadieron dos circulares episcopales recomendando las Lecturas Católicas, que ya habían sido publicadas en el 
número de octubre. Iba en primer lugar un extracto de la carta pastoral de monseñor Juan Antonio Gianotti, arzobispo y obispo de 
Saluzzo, a los venerables párrocos de su diócesis. 

...Antes de poner fin a esta nuestra carta no podemos menos de excitar vuestro celo por la propagación de un librito periódico, cuya 
lectura, atendidas las circunstancias del momento, creemos sumamente útil para las familias cristianas. 

Ya sabéis, venerables hermanos, que hace algunos años mostrábamos en una carta pastoral, expresamente dirigida a los fieles de nuestra 
diócesis, los gravísimos daños que causan a la fe y a las buenas costumbres, tantos libros y folletos impíos y libertinos como inundan 
nuestros pueblos. 

Viendo ahora que, por desgracia, se han de lamentar todavía estos males, os exhortamos a unir vuestra solicitud a la nuestra y vigilar no 
sólo para impedir que el 

1 Como puede apreciarse por las palabras de don Bosco, se dirige a un público de costumbres distintas a las de otras nacionalidades, 
con motivo de las fiestas de la Nochebuena y Navidad. (N. del T.) 
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enemigo de las almas siembre a escondidas la cizaña en el campo evangélico, sino que os dediquéis con la más industriosa caridad a 
esparcir por doquiera la buena semilla de la palabra de Dios y de la doctrina católica. 

Todo ello, podréis realizarlo no sólo con las adjuntas instrucciones, que haréis en la iglesia, sino también ((87)) propagando entre las 
familias el mencionado librito titulado Lecturas Católicas, que ya otras veces os hemos recomendado. Por la selección de los temas, la 
claridad de la exposición y de estilo, y también por su módico precio, nos parece muy acomodado a la inteligencia y a las necesidades del 
pueblo. 

Podréis poner todo vuestro entusiasmo para recomendar la lectura, sabiendo que el mismo supremo jerarca de la Iglesia, Pío IX, se 
dignó animar a los colaboradores de la piadosa empresa a perseverar en ella y además excitar, con una circular de Su Eminencia el 
Cardenal Vicario, a todos los arzobispos y obispos de los Estados Pontificios a la difusión de estas Lecturas Católicas por todas las 
ciudades y villas sujetas a su jurisdicción espiritual. 

Pidamos, venerables hermanos, al Dios de las misericordias que vuelva su compasiva mirada a las aflicciones de su Iglesia, y haga lucir 
sobre nuestra querida patria días más serenos y tranquilos para nuestra santa religión católica, y, al mismo tiempo, nos conceda la 
paciencia, el valor y el celo que, como ministros fieles suyos, necesitamos para combatir sus batallas, triunfar de sus enemigos y conducir 
las almas, confiadas a nuestro cuidado espiritual, hasta el ansiado puerto de la bienaventurada eternidad. 

Saluzzo, 9 de octubre de 1858. 

JUAN Arzob. Obispo 

G. GARNERl Secretario 
El canónigo arcipreste de nuestra catedral se encarga de la asociación y distribución mensual de la revista. 

Había otra carta circular de su excelencia reverendísima el arzobispo de Vercelli dirigida a los muy reverendos párrocos de su diócesis. 

Muy Ilustre y Reverendo Señor: 

Está fuera de toda duda que, cuando la impiedad se esfuerza para difundir sus perniciosos escritos, no hay, ni puede haber obra mas 
santa y más saludable que la de proporcionar ((88)) buenos libros que tiendan a conservar en el ánimo de los católicos la integridad de la 
fe y la santidad de las costumbres. 

Y esto es mucho más necesario cuando se trata de alejar del peligro de seducción a la porción escogida del cristianismo que es más 
grata a Dios por la sencillez de su fe y de sus costumbres pero, a la par, la más expuesta al peligro de ser envenenada por los falsos 
principios, que la falta de religión y el libertinaje andan diseminando continuamente. 

De ahí que siempre merecerá el elogio de los verdaderos amigos del pueblo, aquél que opone al veneno, propinado por los escritos 
impíos, el eficaz antídoto de unos libros que, por su estilo fácil, por su amena narración y por su módico precio, pueden llegar fácilmente 
a manos de la clase menos culta y acaudalada y ser leídos con gran provecho espiritual. 

Fin de Página 76 


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Pues bien, la necesidad de poner un dique al creciente aluvión de librejos contrarios a nuestra santa fe y a las buenas costumbres de 
nuestros pueblos fue vivamente sentida por un piadoso, docto y celoso sacerdote, que fundó con este fin en Turín, hace seis años, la 
utilísima suscripción a esas Lecturas que, por proponerse el fortalecimiento de los espíritus y los corazones en la verdadera fe y la sana 
moral, son verdaderamente dignas del glorioso título de Católicas, que llevan. 

Los números que mensualmente se han publicado hasta ahora, no sólo han cumplido el fin que se proponía la dirección, sino que hasta 
lo han rebasado. Admiramos, en efecto, su estilo llano, su variedad y amenidad de temas, su forma frecuentemente dialogada, las vidas de 
santos alternando con materias instructivas y apologéticas, los cuentos que sirven admirablemente para inspirar amor a una virtud y horror 
a un vicio. Si, finalmente, tenemos además en cuenta su módico precio de suscripción anual por 1,80 liras, habremos de concluir diciendo 
que, si nada podía ser más oportuno para los tiempos que corren y más ventajoso para los fieles, tampoco podía desearse nada mejor para 
que las Lecturas Católicas estuvieran al alcance de todos y a la fácil adquisición de todo el mundo. 

Ya mencioné a V.S. Ilma. esta tan recomendable asociación el año pasado, con ocasión del envío de ((89)) una Pastoral sobre la Fe 
Católica en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y le recomendé que la promoviera entre sus feligreses. Pero ahora, que veo que no 
cejan los esfuerzos de la impiedad, sino que se hacen cada vez, más osados y abren camino a libros y diarios pésimos, hasta en las aldeas, 
pienso que faltaría a un sagrado deber, si no volviera a repetir la invitación y recomendar estas Lecturas a su grey con todo celo; 
persuadido de que siempre, pero especialmente en la estación invernal a la que nos acercamos y en la que las labores del campo cesan o 
disminuyen, se podrán recoger abundantemente de estas Lecturas los preciosos frutos, que por sí mismas han de producir en el corazón de 
los que se dediquen a su lectura. 

Repito muy gustoso esta invitación porque acabo de ver en el número VII de las Lecturas Católicas de este año, que el Eminentísimo 
Cardenal Vicario, por orden del Sumo Pontífice Reinante, ha enviado en el próximo pasado mayo una circular en la que se leen estas 
palabras: «La Santidad de nuestro Señor siempre atenta al verdadero bien de todos y plenamente informada de los frutos obtenidos por 
estas Lecturas Católicas en los lugares donde se han abierto camino, ha aprobado y alabado la piadosa determinación de introducirlas 
también en los Estados Pontificios, y a este fin me ha autorizado para invitar a los arzobispos y obispos de los Estados Pontificios a que 
ayuden y sostengan tan hermosa empresa, difundiéndola lo más posible por las ciudades y villas sometidas a su jurisdicción espiritual». 

Por estas palabras que demuestran claramente el aprecio del Sumo Pontífice por las Lecturas Católicas y cuánto le interesa su máxima 
difusión, creo superfluo añadir nuevas razones para mover a V.S. Ilma. a recomendar con entusiasmo la mencionada publicación. 

Pero si el especialísimo aprecio que el Santo Padre tiene por las Lecturas Católicas, basta con creces para que yo tenga la seguridad de 
que éstas, por la cooperación de V.S., serán difundidas más ampliamente en su parroquia, sin embargo, no puedo ni debo dejar de 
invitarla a vigilar con la mayor solicitud para que no se introduzcan en su pueblo escritos impíos y libertinos y, al mismo tiempo, pedir 
que se hagan continuas y fervientes oraciones para la extirpación de las herejías y la propagación de la fe católica. 

((90)) Así pues, con la firme confianza de que, merced a sus cuidados, encontrarán 
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las Lecturas Católicas muchos asociados entre sus feligreses, tengo el honor de declararme con la mayor estimación, 

De V. M. Ilustre y Rda. Señoría. 

Vercelli, 18 de octubre 1858. 

Seguro y afmo. Servidor ALEJANDRO, Arz. 

D. MOMO, Secr. 
Don Bosco, rebosando alegría con tales recomendaciones, celebró la fiesta de la Inmaculada Concepción. Tanto más cuanto que aquel 
año un portentoso acontecimiento había hecho resonar por todo el mundo la gloria y la bondad de la Madre celestial. Don Bosco lo había 
contado varias veces a sus muchachos y más tarde imprimía su relato. 

El 11 de febrero de 1858 una inocente pastorcilla de catorce años, Bernardita Soubirous, salía de Lourdes, pequeña ciudad a los pies de 
los Pirineos, para ir al campo a recoger un poco de leña para la cocina de su casa. No sabía leer ni escribir: toda su instrucción se reducía 
al padrenuestro, avemaría, gloria y credo. No había recibido todavía la primera comunión. 

Al llegar a la falda de la gruta de Massabielle e intentar pasar el canal casi seco de un molino, he aquí que oye un ruido, un soplo como 
de viento impetuoso, quedando, sin embargo, inmóviles todas las ramas de las plantas. Extrañada, vuelve Bernardita la mirada hacia la 
gruta y, temblando de pies a cabeza, se pone de rodillas en el suelo. Encima de aquélla, en un nicho rústico, al que llegaban las largas 
ramas de un rosal silvestre, en medio del esplendor de una luz magnífica, estaba en pie, suspendida en el aire, una Señora lindísima, por 
encima de toda imaginación, maravillosamente luminosa y bella. 

((91)) Tenía el aspecto de una doncella de unos veinte años, de mediana estatura, cara ovalada, perfectamente regular, ojos azules, 
suaves y dulces sobre toda ponderación. Resplandecía en su rostro una belleza, una gracia, una majestad y gravedad, una sabiduría, una 
virtud superior a toda imaginación. Su vestido era blanco como la nieve: llevaba ceñida una faja azul celeste que, anudada por delante, 
colgaba en dos cintas hasta los pies. Rodeábale la cabeza un velo blanco que caía por detrás cubriéndole las espaldas y todo lo largo de su 
persona. Sus pies se apoyaban suavemente sobre las ramas del rosal sin doblarlas, y había sobre cada uno de sus pies una rosa florecida. 
Sus manos, devotamente juntas, sostenían un rosario, cuyas blancas cuentas parecían ensartadas en un cordoncillo de oro. Parecía 
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que rezaba esta oración, porque se veían correr las cuentas entre sus dedos, pero sus labios no se movían, y tenía los ojos fijos en 
Bernardita. 

Esta, asustada en el primer momento, sacó su rosario, pero no tuvo fuerzas para hacer la señal de la cruz; la Señora se santiguó como 
para animarla. 

La muchacha sintió entonces desvanecerse todo su temor y con gran alegría comenzó a rezar el rosario. Cuando lo terminó desapareció 
la visión. 

Desde el once de febrero al dieciséis de julio, tuvo Bernardita, ella sola, y en el mismo lugar, dieciocho apariciones. El dieciocho de 
febrero la Señora dejóle oír su voz, por vez primera, diciendo: 

-Hazme el favor de venir aquí durante quince días seguidos. 

De entre las pocas palabras que la Señora pronunció, ora sonriente, ora triste, son memorables las siguientes: 

-Yo no te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro. 
Deseo que venga aquí mucha gente. íRezad por los pecadores! ((92)) íPenitencia, penitencia, penitencia! íHija, comunica de mi parte a 
los sacerdotes que deseo me levanten aquí una capilla! 

El veinticinco de febrero Bernardita, obedeciendo el mandato de la Señora, excavó con las manos un hoyito en el suelo, en un rincón 
árido y oscuro de la gruta y brotó una fuente de agua perenne, que aún al presente mana unos cinco mil litros de agua por hora. El 
veinticinco de marzo, después de preguntarle por tres veces su nombre, respondió con inefable dulzura: 

-Yo soy la Inmaculada Concepción. 

Ya, desde la primera aparición, la gente enterada de lo ocurrido, acudía a la gruta por millares; el agua de la fuente operaba 
innumerables milagros más claros que el mismo sol, y no daban abasto los confesores para atender a los fieles que deseaban reconciliarse 
con Dios. Así comenzó esa serie de maravillas que hicieron del santuario de Lourdes un testimonio continuo del poder de la Virgen 
María. 

Los muchachos del Oratorio, cada vez más enardecidos de amor a la Virgen con estos relatos, celebraron aquel año la novena y la fiesta 
de la Inmaculada con particular fervor y muchos escribieron los actos de piedad, que propusieron hacer en aquellos días. Habíalo 
aconsejado don Bosco. Magone, escribió sus propósitos que eran los siguientes: 

«Yo Miguel Magone, quiero hacer bien esta novena y prometo: 

1. Despegar mi corazón de todas las cosas del mundo para darlo todo a la Virgen. 
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2. Hacer confesión general para tener la conciencia tranquila en punto de muerte. 
3. Dejar cada día el desayuno como penitencia de mis pecados, o rezar los siete gozos de María para ((93)) merecer su asistencia en las 
últimas horas de mi agonía. 
4. Comulgar diariamente contando con el consejo del confesor. 
5. Contar cada día a mis compañeros un ejemplo en honor de María. 
6. Llevaré este escrito a los pies de la imagen de la Virgen y con este acto quiero consagrarme enteramente a Ella, y propongo ser en 
adelante todo suyo, hasta el último instante de mi vida». 
Permitióle don Bosco hacer estos propósitos, excepto la confesión general, que ya había hecho poco tiempo antes, y abstenerse del 
desayuno, que le conmutó por el rezo diario de un De profundis en sufragio de las almas del Purgatorio. 
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((94)) 

CAPITULO VIII 

LA PLATIQUITA DE LA NOCHE 1 -DON BOSCO DIRIGIENDO LA PALABRA -SU ELOCUENCIA -INDUSTRIAS PARA DAR 
PABULO A LA IMAGINACION DE LOS CHICOS -SEIS PLATICAS DEL MES DE DICIEMBRE -NAPOLEON: EL CATECISMO 
Y LA PRIMERA COMUNION -GREGORIO NA CIANCENO, BASILIO Y JULIANO EL APOSTATA ESTUDIANTES EN 
ATENAS -CORRECCION DE LOS DEFECTOS Y DE LAS FALTAS LIGERAS -NO ENVANECERSE POR LAS ALABANZAS Y 
TENER CALMA Y PACIENCIA POR LAS CORRECCIONES -UNA VICTORIA SOBRE EL RESPETO HUMANO PREMIADA 
-NO AVERGONZARSE DE OBEDECER A DIOS -DESPUES DE LA PLATIQUITA -SALON DESTINADO A LAS 
REPRESENTACIONES TEATRALES -REGLAMENTO PARA EL TEATRO 

EL edificio moral del Oratorio se mantenía sólido y espléndido: era su clave la platiquita de cada noche después de las oraciones. Don 
Bosco no la cedía a nadie, porque la consideraba como un deber suyo personal, salvo que fuera totalmente imposible; y no quería que su 
suplente hablase más de tres o cinco minutos, de acuerdo con la necesidad y la circunstancia. Su consigna era: -Pocas palabras; una sola 
idea importante, pero que impresione, de modo que los muchachos vayan a dormir perfectamente enterados de la verdad que se les ha 
expuesto. 

((95)) Pero el deseo de los muchachos era oír al que tanto los quería. 

Así se expresa el teólogo Ballesio, en su Vida íntima de don Juan Bosco. «Terminada la clase nocturna, de canto y de música para unos 
y de gramática y de aritmética para otros, a la vibrante y argentina llamada de la campanilla, nos reuníamos para la oración. Esperado y 
sublime momento: ími corazón se alboroza de gozo sólo al recordarlo! Se entonaba una canción y trescientos muchachos formaban un 
coro imponente que los de la ciudad oían desde lejos. 

1 Así comenzó a llamar don Bosco lo que hoy se conoce con el clásico nombre de buenas noches. Y así ha de entenderse a lo largo de 
estas Memorias, aun cuando, por respeto al texto original, seguimos traduciendo «platiquita» o plática de la noche. (N. del T.) 
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Rezábamos todos en alta voz con don Bosco, en medio de nosotros, arrodillado sobre el pavimento de piedra, en el locutorio, o en el 
pórtico. íQué encantador y santamente modesto estaba don Bosco en aquellos momentos! Acabada la oración, suavemente ayudado por 
nosotros, subía a una pequeña tribuna y, al verle comparecer en alto, con aquella su mirada paternalmente amable y sonriente que giraba 
sobre nosotros, percibíase en toda aquella gran familia una sensación, una voz, un suave murmullo, un hondo respiro de satisfacción y 
alegría. Después, con religioso silencio, se clavaban los ojos de todos en él». 

En aquel momento algunos alumnos le presentaban los objetos perdidos y encontrados, que se anunciaban y devolvían a sus dueños. 
Luego comenzaba a hablar. Su semblante decía claramente: cuanto yo hago, no es más que un medio para lograr vuestra eterna salvación, 
y los trabajos y dificultades que aguanto son para vuestras almas. A mí, que soy vuestro padre, escuchadme, hijos, y obrad así para 
salvaros.1 Y don Bosco daba ((96)) avisos para el día siguiente, recomendaba alguna obra de piedad, recordaba algún bienhechor difunto, 
explicaba brevemente algún punto del catecismo. Aprovechaba todas las ocasiones para recomendar a los alumnos la frecuencia de los 
santos sacramentos, pero dejando a todos en plena libertad; los invitaba, sin embargo, con tanta suavidad, los inflamaba con tanto ardor, 
que conseguía lo que deseaba; promovía, con fervor sin igual, la visita al Santísimo Sacramento, arrobaba hablando de la bondad, 
providencia y misericoria de Dios; aludía a la pasión de Jesucristo, y entonces se le veía a veces entusiasmarse y otras conmoverse hasta 
el punto de quedar ahogada su voz. 

Era de una variedad sorprendente, de suerte que su palabra nunca causaba tedio o disgusto. 

Había recogido un tesoro inagotable de hechos y sentencias de la sagrada Biblia, de la Historia Eclesiástica y de muchísimas historias 
profanas de pueblos antiguos y modernos; de las vidas de los santos, de los filósofos, de los artistas célebres; de las obras del Magister 
sententiarum, Juan Gersón, célebre canciller de la universidad de París; de los Bolandistas, y de muchísimos otros autores y sabía 
exponerlas admirablemente cuando venían a cuento para su tema. 

Contaba también acontecimientos contemporáneos privados y públicos, acompañándolos con una reflexión adaptada a la necesidad y 
amaestramiento de los muchachos. 

1 Ecclesiástico III, 1. 
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VOLUMEN VI Página: 83 

Pero cuando don Bosco hablaba. no se proponía únicamente el orden moral y el progreso espiritual, sino que también procuraba, con 
múltiples y adecuados medios, adueñarse de la mente de los jóvenes, para frenar su volubilidad. Baste de momento un solo hecho para 
adivinar muchos otros que a su debido tiempo expondremos. 

((97)) Cuando don Bosco había determinado conceder una excursión u otra diversión semejante a los jóvenes, se ponía de acuerdo con 
un sacerdote, el cual interrumpía su platiquita preguntándole si no le parecía conveniente conceder a los muchachos aquel pasatiempo. 
Don Bosco ponía algunas objeciones y observaciones, como dudando si concederla o no. El otro insistía. Los muchachos, como es 
natural, seguían con vivísimo interés una disputa que esperaban concluyera a su favor, y finalmente don Bosco acababa concediendo. 
Estos diálogos servían para obtener la promesa de un comportamiento mejor, para manifestar ciertos desórdenes que había que remediar, 
para reprochar determinadas faltas contra el reglamento, pero sin ofender a nadie, como quien bromea, mas con la seguridad de obtener 
una gran mejora. Con este ardid se entretenían las mentes de los muchachos, que cavilaban durante varias semanas sobre lo que se les 
había anunciado, y se convertía en el tema de sus conversaciones, escribían sobre ello a sus casas, aguardaban con ansia el día esperado, 
formaban sus alegres planes y quedaban así, lejos de su corazón, otras imaginaciones que hubieran podido perjudicar a sus almas. Por el 
mismo motivo promovía y anunciaba, con las más seductoras descripciones, las fiestas religiosas, las veladas, las funciones de teatro, las 
rifas. A veces contaba acontecimientos portentosos, describía sueños de incomparable belleza o manifestaba los grandiosos proyectos que 
iba planeando. 

Los muchachos y los clérigos quedaban tan impresionados con estas pláticas de don Bosco, que al día siguiente algunos las escribían en 
un cuaderno, para conservar los avisos oídos y, al releerlas, sacar provecho de ellas. A nuestras manos llegaron muchos de ((98)) estos 
escritos, que nos enviaron venerandos sacerdotes de nuestra Pía Sociedad, sacerdotes diocesanos e ilustres seglares, antiguos alumnos 
nuestros, que los guardan como queridos recuerdos de su niñez, para que sacáramos copia. Son sencillos bosquejos, pero a veces prolijos: 
falta, aunque no del todo, la santa unción del hombre de Dios; se pierde la fuerza de su palabra; sin embargo, hay mucho de su espíritu, y 
nos hacen revivir aquellos años benditos que ellos tuvieron la fortuna inestimable de vivir con él. 

Este es el motivo por el cual presentaremos, de vez en cuando, 
83 

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los preciosos compendios de las charlas de nuestro querido padre, comenzando por algunas que dio en el mes de diciembre, en seis 
noches distintas. Y como el manuscrito original no precisa la fecha, las distinguiremos con números romanos. 

Napoleón Bonaparte, aunque enemigo del Papa, soberbio e inmensamente ambicioso, tenía, sin embargo, fe y, confinado en Santa 
Elena, hablaba de Dios y discurría de tal modo que todos quedaban encantados. 

En cierta ocasión le dijo uno de sus generales: 

-Habláis de Dios como si lo estuvierais viendo; yo, en cambio, no puedo convencerme de que Dios exista. 

Napoleón, al oír estas palabras, replicó: 

-íTomad un compás y medid el cielo! 

-No es posible, contestó el general. 

-Pues bien, concluyó el Emperador; negad entonces que el cielo existe. 

En esta ocasión, dándose cuenta de que otro de sus generales sabía poco de religión, comenzó a hablarle de este tema, y terminó 
diciendo: 

-Habéis comprendido? 

-Muy poco, respondió el otro. 

-No habéis comprendido? íQué poco talento tenéis! Me equivoqué al haceros general. 

((99)) Napoleón tenía un gran talento y algunas de las páginas que escribió pudieron colocarse al lado de las que escribieron los Santos 
Padres. Al fin de su vida se convirtió y murió como un buen cristiano. Pero sabéis por qué? De jovencito había estudiado bien el 
catecismo y había hecho bien la primera comunión. 

II 

Vivían en Atenas dos estudiantes; llamábase el uno Gregorio y el otro Basilio. Los dos compañeros se amaban tiernamente y el fin de 
su amistad era edificarse el uno al otro y adelantar cada vez más en la virtud. Era delicioso ver su comportamiento en la iglesia, oír cómo 
cantaban las alabanzas del Señor, cómo rezaban, admirar sus progresos en las ciencias. Vivía con ellos otro compañero, Juliano. Su cara 
delataba la maldad, su mirada revelaba una perversidad precoz, asomaba a los labios una sonrisa maligna. Los dos buenos amigos, se 
dieron cuenta de que aquel joven era un compañero malo y huían de él constantemente, a pesar de que trataba de acercarse a ellos. Juliano 
se burlaba de ellos siempre que los veía ir a confesarse, comulgar y hacer otras prácticas de piedad. Le decía un día Gregorio a Basilio: 

-íAy de la Iglesia, si éste subiera un día al trono de los Césares! Sería el más terrible perseguidor de los cristianos. 

Juliano era sobrino del emperador Constancio. Y la ocurrencia fue realidad. Juliano llegó a emperador, fue llamado el apóstata y se 
convirtió en feroz enemigo de Jesucristo. Pero no escapó al enojo del Señor, pues, a los pocos años de gobierno, pereció en una batalla, 
blasfemando del nombre de Aquél a quien no había querido confesar como Dios. Gregorio y Basilio, por el contrario, fueron creciendo en 
virtud a medida que avanzaban en edad y llegaron a ser dos grandes lumbreras de la religión. Los dos son venerados ahora en los altares, 
y los dos son doctores de la Iglesia. 

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Ved ahí, queridos jóvenes, cómo el que quiere realmente llegar a ser grande, ha de comenzar desde joven a recorrer con valentía el 
camino de la virtud. El que empieza bien de joven puede esperar que el Señor le ayude en todas las circunstancias de la vida; pero, si 
durante la juventud no cuida sus deberes religiosos, ((100)) sino que encima se burla de los que practican, éste debe temer, y mucho, que 
tarde o temprano, caiga sobre él la ira de Dios. 

Cuando san Felipe Neri era todavía jovencito, vivía en Florencia y solía ir a menudo al convento de los dominicos, donde había un 
fraile que, más de una vez, le contó el siguiente hecho: 

Había dos religiosos que tenían la costumbre de confesarse mutuamente antes de ir al coro a rezar maitines. Una noche quiso el 
demonio burlarse de ellos. A la hora señalada fue a llamar a la puerta de uno de los dos frailes, invitándolo a bajar a la iglesia. Creyendo 
el fraile que le había llamado el compañero, bajó y a llegar al coro vio a uno, que por su aspecto, por el hábito, por su andar parecía 
exactamente su compañero, que iba a sentarse en el confesonario. Se acercó él a la rejilla para confesarse según su costumbre. Mientras 
iba diciendo sus faltas, oyó extrañado que le respondía: 

-íEso no es nada! 

Siguió su acusación, manifestó una falta más grave y oyó la voz del confesor que repetía: 

-íEso no es nada! 

Entonces, sospechando que allí había alguna trampa, se santiguó y al momento calló la voz del confesor. Hizo una pregunta y nadie 
respondió. Miró y el confesor, es decir, el diablo, había desaparecido. 

Queridos hijos, no olvidéis la palabra que suele emplear el demonio cuando quiere induciros al pecado: íeso no es nada! 

Ante ciertas amistades demasiado apasionadas, que desagradan a los superiores: íeso no es nada! Ante ciertas murmuraciones contra los 
compañeros o contra el reglamento: íeso no es nada! Frente a las desobediencias a ciertos mandatos, las meriendas clandestinas: íeso no 
es nada! Se presentan a veces dudas graves sobre ciertas acciones o pensamientos, que nos ruboriza confesar y: íeso no es nada! 

No os digo que toméis por grave lo que es leve, pero os pongo sobre aviso para que no prestéis oído al demonio, cuando os repita que 
eso no es nada. Una falta nunca deja de serlo y, por tanto, hay que corregirse. Y después no olvidéis que qui spernit modica, paulatim 
decidet (el que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco caerá). 

((101)) 

IV 

Cierto día se presentó un joven a san Macario para que le aceptara como discípulo. San Macario lo recibió amablemente y le dijo: 

-Ves aquel cementerio? 

-Sí, lo veo. 

-Bueno, pues ve allá, métete entre las tumbas y lanza todas las imprecaciones, todos los improperios, todas las palabras de burla que 
sepas y puedas inventar. 

-íEnseguida!, contestó el joven. 

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Fue e hizo lo que san Macario le había mandado. Después de una hora volvió y el santo le preguntó: 

-Has hecho lo que te dije? 

-Sí, lo hice. 

-Vuelve entonces a las mismas tumbas y empieza a decirles todos los elogios, los cumplidos, alabanzas y lisonjas que sepas y puedas 
inventar. 

Volvió el joven al cementerio y, a voz en grito, se puso a alabar a aquellos muertos como si fuesen héroes de la ciencia, del valor, de la 
virtud, de la santidad. Después se presentó a san Macario. 

Este le preguntó de nuevo: 

-Has cumplido la obediencia? 

-íSí, señor! 

-Qué respondieron aquellas tumbas a tus injurias y a tus alabanzas? 

-íNada! 

-Pues bien, si quieres ser mi discípulo, debes mostrarte impasible y muerto, como aquellas tumbas, ante las injurias y alabanzas que te 
puedan hacer de aquí en adelante. 

Queridos amigos, es una gran virtud la indiferencia, lo mismo para lo bueno que para lo malo que pueda sucedernos, y esto por amor a 
Dios. No es que yo quiera exigiros la perfección en esta virtud; pero, sí, deseo que seáis menos sensibles a las alabanzas y a las críticas. Y 
esto frente a Dios y frente a los hombres. Hay, a veces, algún muchacho que ha recibido de Dios un don especial por haber tenido éxito 
en su trabajo o porque alcanzó un buen puesto,en clase o una buena calificación en los exámenes, y se pavonea, se engalla por el honor 
conseguido, se cree ya un gran personaje, ((102)) va en busca de fulano y de zutano para que le repitan el panegírico, tiene en menos a sus 
compañeros y se da por ofendido, si no le guardan las consideraciones que cree merecer. Esto es soberbia, que acarrea desprecio y 
provoca la burla a nuestras espaldas, pues ofendemos la susceptibilidad ajena y, más tarde o más temprano, Dios nos humillará. 

Hay también muchachos que no saben aguantar una broma y mucho menos una burla, un gesto mordaz, una palabra injuriosa; se ponen 
colorados como un tomate, se enfadan, devuelven la pelota, golpean y íay de quien los mire! Esto es soberbia, que nos hace faltar a la 
caridad, nos hace olvidar el precepto del perdón, nos enajena la simpatía de los compañeros y nos hace odiosos a todos, mientras no 
encontremos a uno más fuerte que nosotros que nos vuelva las tornas. Y entonces, disgustos, rencillas, arrebatos y malos papeles. 

Así pues, si nos alaban, si todo lo nuestro va bien, demos gracias a Dios por ello; pero seamos humildes pensando que todo nos viene 
de Dios, que puede quitárnoslo en un instante. Si nos regañan, observemos si la censura o el reproche es razonable y corrijámonos; si no 
lo merecemos, tengamos paciencia y calma, soportémoslo por amor a Jesús que fue humillado por nosotros. Acostumbraos a saber 
frenaros vosotros mismos, que es la manera de tener muchos amigos y ningún enemigo. Y si hubiese alguno tan pesado que no os 
quisiese dejar en paz, para eso están los superiores que saldrán en vuestra defensa. Tened en cuenta, además, que el humilde y amable 
siempre será bien visto por todos, por Dios y por los hombres. Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra. 
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Léese de un soldado que solía hacer con plena libertad sus devociones y, aun cuando sus compañeros daban poca o ninguna 
importancia a la piedad, él, sin embargo, la practicaba valientemente. La primera noche que sus compañeros le vieron arrodillarse y rezar 
sus oraciones antes de acostarse, se deshicieron largo rato en voces, silbidos y burlas, tildándole de beato, jesuita e hipócrita. Pero él no 
se alteró y siguió rezando tranquilamente sus oraciones. ((103)) Al ver que aguantaba impasible aquella batahola, los demás fueron 
callando uno tras otro. La noche siguiente volvieron a las burlas, aunque no tan rabiosamente como el día anterior, y, poco a poco, antes 
de acabarse el mes, le dejaron en plena libertad de hacer lo que le viniese en gana. 

Entretanto, como se prestaba para cualquier servicio, escribir cartas, asistir a los enfermos, sustituir a los compañeros en alguna de sus 
incumbencias, comenzó el cuartel a prodigar alabanzas a su favor, y todos los soldados querían ser sus amigos. Era justo que el Señor, 
que nunca deja sin premio a sus fieles servidores, a los que no se ruborizan de confesarse, de comulgar, de oír misa, le diera alguna 
prueba de su protección. 

Estalló la guerra, y Belsoggiorno, que así se llamaba nuestro soldado, partió con su regimiento. Llegó el día de la batalla. Todo el 
ejército se disponía a ocupar las posiciones fijadas de antemano. Se veía al enemigo avanzar de lejos como manchas negras, entre las 
cuales brillaban a los rayos del sol las bayonetas. De pronto, la compañía de Belsoggiorno se detuvo. Las tropas enemigas avanzaban pero 
todavía estaban lejos. En aquel instante, se acordó Belsoggiorno de que aún no había rezado los siete padrenuestros, avemarías y glorias 
que solía decir cada mañana en honor de los siete dolores de la Virgen. Aprovechó la parada y se arrodilló en el mismo lugar donde 
estaba. Sus compañeros, al verle, indignados por lo que ellos calificaban de cobardía, exclamaron: 

-Mirad ahí a nuestro guerrero, está rezando cuando es hora de luchar. 

Y le apostrofaban con su rico vocabulario de vulgares insultos. Pero él seguía rezando sus padrenuestros. De improviso se oyó una 
formidable detonación, y una estridente granizada de hierro pasó sobre la cabeza de Belsoggiorno. Los enemigos habían camuflado en 
avanzada una batería de cañones. Los gritos desesperados de los heridos, el estertor de los moribundos resonaban en derredor de nuestro 
soldado. Este, despavorido en los primeros momentos, alzó después un poco la cabeza, que había tenido inclinada hasta el suelo mientras 
rezaba, y se dio cuenta de haber quedado vivo él solo, mientras yacían los demás tendidos por tierra muertos o moribundos. 

Ved ahí, queridos hijos míos, cómo Dios socorre a los que no temen las críticas del mundo y no se avergüenzan de dar testimonio de su 
fe cristiana. 

((104)) VI 

La última vez que tuve el gusto de hablaros, os conté cómo Dios protegió a un soldado que no se avergonzaba de rezar en público. Esta 
noche voy a haceros una observación sobre el respeto humano. íCuántos cristianos, en la situación de aquel soldado, no tendrían el valor 
de manifestar de la misma manera su amor a Dios! El hombre a veces no teme hacer frente a los cañones, no tiene miedo a las armas, a 
las fieras, al mar borrascoso, ni a los viajes a través de inmensas florestas o desiertos sin límites; en cambio, no tiene valor para vencer un 
simple y cobarde respeto humano, 
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un cobarde rubor... íLe asusta una burla, una sonrisa maliciosa! Y eso que se trata de obedecer a Dios y a su santa Iglesia en cosas 
gravísimas, como oír misa en los días festivos, abstenerse de comer carne en viernes y en sábado, acercarse a los sacramentos por Pascua, 
no aplaudir a los que sostienen conversaciones obscenas y otras cosas por el estilo. íY al obrar diversamente se juega uno la eterna 
salvación! No es esto una locura? Perder el alma por las vulgares palabras de un necio, que se reirá de vuestra ruindad! Acordaos de lo 
que dijo Jesucristo: «El que se avergüence de mí y mis palabras, el Hijo del Hombre se avergonzará de él, cuando venga con su 
majestad... y la del Padre y los santos ángeles... Y a todo el que me niegue ante los hombres, yo también le negaré ante el Padre, que está 
en los cielos». 

íMirad a san Pablo e imitadle! Cuando fue a la ciudad de Damasco y entró en la sinagoga, declaró él mismo su conversión, diciendo 
francamente ante todos: 

-Yo soy aquél que perseguía a los cristianos; pero ahora también soy cristiano. Jesús es el Mesías prometido. El es el verdadero Hijo de 
Dios. 

Todos quedaron atónitos al oír su profesión de fe, especialmente cuando contemplaron sus milagros. Los enfermos curaban al contacto 
de sus manos, o al besar su pañuelo o cualquier objeto suyo. Así premiaba Dios la generosidad con que había obedecido su mandato, y el 
fabricante de tiendas de piel para los soldados se convirtió en el gran apóstol de las gentes. En él se cumplió la palabra del Salvador: «Al 
que me confiese ante los hombres, también yo lo confesaré ante mi Padre que está en los cielos». 

((105)) En estos términos habló don Bosco durante las primeras semanas de diciembre. Al término de cada platiquita, se despedía de los 
muchachos, como un padre de sus hijos, con el augurio de: «íBuenas noches!», al que todos los muchachos correspondían con el saludo 
cordial y sonoro de «ígracias!»1. 

Al bajar de la pequeña tribuna, los muchachos le rodeaban deseando cada uno de ellos oír de sus labios una palabra confidencial. Y él, 
con toda calma y bondad, los complacía. Declara el canónigo Anfossi: «Siendo muchacho, me sucedió más de una vez percibir un amable 
reproche o advertencia con su sola mirada acompañada de un apretón de manos; y estando yo angustiado, sin decirle palabra me 
comprendía y consolaba con alguna máxima moral. Y lo que hacía conmigo, hacíalo con la misma amabilidad con todos, de modo que los 
muchachos se despedían de él para ir al dormitorio en silencio, recogidos y satisfechos». 

El augurio de don Bosco los acompañaba, porque la buena noche iba preparada con sus palabras y envuelta en sus prescripciones. 

1 Las buenas noches: En los colegios salesianos de España se introdujo, desde un principio, una costumbre que todavia los acompaña. 
Se empiezan las «buenas noches, buenos días o buenas tardes», que tales son las ocasiones hoy en día, con el clásico saludo de: «Ave 
María Purísima», por parte de quien las da, y se cierran con la despedida: «Buenas noches... nos dé Dios», por parte de quienes las 
reciben. (N. del T.) 
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Apenas entraban los muchachos en el dormitorio, y mientras se acostaban, un lector leía durante diez minutos un libro espiritual y 
terminaba diciendo: Tu autem, Domine, miserere nobis (y Tú Señor, ten piedad de nosotros) a lo que no todos contestaban Deo gratias 
(gracias a Dios) porque ya estaban dormidos; y se dejaban las luces medio apagadas. Por la mañana, sonaba la campana, se oían las 
palmadas del asistente y el Benedicamus Domino (Bendigamos al Señor) despertaba a los jóvenes que respondían Deo gratias (gracias a 
Dios), por haberles conservado la vida el Señor. 

Entretanto se habían acabado los trabajos del subterráneo de la iglesia, destinado a refectorio. Como quiera que por su amplitud tenía 
capacidad para gran número de personas, se determinó que sirviera también de salón teatro. El escenario se preparaba ((106)) vez por vez, 
y en él actuaron brillantemente Domingo Bongiovanni, verdadero «gianduya», Gastini, Tomatis, Cora y muchos otros. Los dramas 
conmovedores y grandiosos, las comedias con escenas de familia, los graciosos sainetes, la música selecta, los trozos de ópera clásica, las 
célebres romanzas del clérigo Cagliero, las poesías jocosas en piamontés de José Bongiovanni atraían las más aristocráticas familias de 
Turín a las que se invitaba. Estas representaciones se hicieron en el refectorio hasta 1866; después, se destinó a este fin la sala de estudio. 

Don Bosco se apresuró a preparar un reglamento para el teatro. 

Reglamento para el Teatro 

1. El fin del teatro es alegrar, educar, instruir a los jóvenes lo más moralmente posible. 
2. Se establece que haya un jefe de teatro, el cual debe tener informado, vez por vez, al Director de la Casa de lo que se quiere 
representar, del día a fijar, y de tomar acuerdos con el mismo para la elección de representaciones y de los jóvenes que deben salir a 
escena. 
3. Prefiéranse para recitar, los muchachos de mejor conducta y, para despertar la emulación de todos, sean sustituidos de vez en cuando 
por otros compañeros. 
4. Procúrese que los que pertenecen al coro o a la banda de música no tomen parte en la recitación; pero podrán declamar alguna poesía 
u otros textos literarios en los entreactos. 
5. Por cuanto ello sea posible, no se dediquen a la recitación los maestros de taller. 
6. Procúrese que las obras sean amenas y aptas para recrear y divertir, pero siempre instructivas, morales y breves. La excesiva 
duración, además de dar mucho trabajo en los ensayos, suele cansar al auditorio, menoscaba el valor de la representación y cansa hasta en 
lo que es digno de estima. 
((107)) 7. Evítense las obras que representan escenas atroces. Puede tolerarse alguna 
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escena un poco fuerte, pero exclúyanse las expresiones poco cristianas y las palabras que, dichas en otro ambiente, serían tenidas por 
groseras y plebeyas. 

8. El jefe de escena esté siempre presente a los ensayos y, cuando éstos se hagan después de la cena, no se prolonguen más allá de las 
diez. Acabado el ensayo, vigile para que vaya cada uno inmediatamente en silencio a descansar, sin entretenerse en conversaciones, que 
suelen ser dañosas y causan molestia a los que están ya descansando. 
9. Cuide el jefe de escena de que se prepare el escenario la víspera de la representación, para no tener que trabajar en día festivo. 
10. Sea riguroso en proveer vestuario decente y poco costoso. 
11. Entiéndase para cada sesión con los maestros de canto y música, para las piezas a ejecutar durante los intermedios. 
12. No permita a nadie, sin justo motivo, la entrada en el escenario y menos en el camarín de los actores; vigile, además, para que 
durante la recitación no se entretengan por uno y otro lado en conversaciones particulares. Cuide también de que se guarde la mayor 
decencia posible. 
13. Tome las medidas oportunas para que el teatro no cause trastorno en el horario acostumbrado; si hubiese necesidad de algún 
cambio, hable antes con el Superior de la Casa. 
14. Ninguno vaya a cenar aparte; no se den premios o señales de aprecio o alabanzas a los que recibieron de Dios especial aptitud para 
declamar, cantar o tocar. Ya reciben suficiente premio con el tiempo libre que se les concede y con las lecciones que se les dan para su 
provecho. 
15. Al preparar el escenario y al quitarlo después de la representación, impida, hasta donde sea posible, las roturas y desperfectos en la 
vestimenta y demás material del teatrito. 
16. Guarde con esmero en la pequeña biblioteca teatral los dramas y las representaciones reducidas y adaptadas para uso de nuestros 
colegios. 
17. No pudiendo el jefe cumplir por sí solo todo lo que prescribe este reglamento, se le dará un ayudante que es el llamado apuntador. 
((108)) 18. Recomiende a los actores entonación natural, pronunciación clara, gesticulación desenvuelta y decidida, lo cual se logrará 
fácilmente si se aprenden bien los papeles. 

19. Téngase en cuenta que lo agradable y característico de nuestros teatritos consiste en la brevedad de los entreactos y en la 
declamación de composiciones bien preparadas y sacadas de buenos autores. 
JUAN BOSCO,Pbro.
Rector


N. B. En caso de necesidad, podría el jefe confiar a un profesor de los estudiantes o a un asistente de los aprendices, el encargo de 
ejercitar a sus alumnos en estudiar y representar algún sainete o pequeño drama. 
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((109)) 
CAPITULO IX 
IMPRUDENTE EXCLAMACION DE UNA MADRE -ORDENACION SACERDOTAL DE DON JOSE ROCCHIETTI -GENEROSA 
CARIDAD DE DON BOSCO -FIESTAS DE NAVIDAD: DON BOSCO ANUNCIA QUE NO PASARA DE LOS CINCUENTA 
AÑOS, SI LOS MUCHACHOS NO REZAN POR EL -RESPUESTA DE DON BOSCO A LA FELICITACION DEL CLERIGO 

DOMINGO RUFFINO -RECUERDOS Y AVISOS A LOS ALUMNOS EN EL ULTIMO DIA DEL AÑO: 
ANUNCIA QUE UNO DE ELLOS MORIRA ANTES DEL CARNAVAL -NECROLOGIO 
EL celo con que don Bosco cultivaba las vocaciones para el estado eclesiástico consumía casi todas sus energías; sus pensamientos, sus 

obras y palabras estaban en continua actividad para alcanzar este fin. Es difícil hacerse una idea de la veneración que don Bosco tenía por 
tan sublime estado. Acaeció en aquel momento un hecho que lo demuestra con luz meridiana y que prueba, al mismo tiempo, que no cabe 
la menor duda de que don Bosco veía el futuro de muchos que acudían a él para recibir bendición. 

Cierto día fue a verle la condesa D... L... acompañada de cuatro hijitos suyos y le rogó los bendijera. Después le pidió:
-Dígame, por favor, qué será de ellos en el porvenir.
((110)) -Me hace usted una pregunta muy difícil; sólo Dios conoce el porvenir, respondió don Bosco.
-Lo comprendo, replicó la condesa; de todos modos, dígame algo de ellos, al menos a manera de augurio.
Entonces don Bosco, bromeando, hizo pasar uno por uno a aquellos niños y dijo:
-Este llegará a ser un gran general; de este otro haremos un gran hombre de gobierno; Enrique será un doctor de gran fama..
.
La madre, regocijándose por tan felices pronósticos, animaba a sus hijos a esperar que se cumplieran, y decía:
-íHijos míos, no seréis los únicos de la familia, que ocuparon altísimos puestos en la sociedad!
Estaba el cuarto niño delante de don Bosco esperando su parte de


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profecía. La madre aguardaba ansiosa. Don Bosco tenía la mano derecha sobre la cabeza del niño y lo miraba fijamente y con afecto. 

-Y cuál será la suerte de este último?, preguntó la señora. 

-No sé si le gustará a la señora condesa la suerte de este último. 

-Diga tranquilamente qué le parece. Es todo una broma: 

-Pues bien, de éste haremos un excelente sacerdote. 

La noble dama palideció y, aunque en realidad era una buena cristiana, sin embargo, como si considerase una deshonra tener un 

sacerdote en su familia, por los prejuicios del mundo, que hacen tanta mella en el ánimo de los grandes, estrechó contra su corazón al 
niño como para salvarlo de una desgracia y, fuera de sí, exclamó: 

-Mi hijo sacerdote? íAntes que abrace semejante estado, pido a Dios que se lo lleve consigo! 

Fue tan grande el doloroso estupor que hirió a don Bosco, al oír estas palabras, que se levantó para retirarse. La señora ((111)) en aquel 
momento de exaltación no se había dado cuenta siquiera del grave insulto que lanzaba contra quien estaba adornado del carácter 
sacerdotal. 

-Por qué quiere usted marcharse?, dijo confundida la condesa ante el gesto de don Bosco. 

-Creo, respondió él, que no tengo nada que hacer con una persona que tiene tan ruin concepto del estado más hermoso, más noble que 
pueda existir en la tierra, y estoy seguro de que Dios escuchará su insolente oración. 

Consternada la condesa ante aquellas palabras resueltas y aquella amenaza, balbució todavía alguna disculpa para suavizar la injuria, 
pero se concluyó pronto y muy secamente el coloquio. Al día siguiente, después de reflexionar sobre el disparate que había dicho, la 
noble dama volvía a ver a don Bosco. 

-Perdóneme, le dijo, mi impetuosa falta de consideración; compadezca mi posición. Es verdad que, si mi hijo se hiciese sacerdote, nos 
acarrearía a mí y a mi familia una gran pérdida; pero no quiero oponerme a la voluntad de Dios; estoy dispuesta, me resigno a obedecer. 
-Señora condesa, respondió don Bosco, usted desprecia el don más grande que Dios puede hacer a usted y a su familia, como es el de 

una vocación tan sublime. Es una deshonra ser elegido para el servicio de Dios? 

-Vuelvo a pedirle perdón; ruegue por mí. 

-Rezaré; pero su palabra fue tomada en cuenta por Dios en el mismo momento en que la pronunció. 

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La pobre señora volvió a casa más afligida que antes. Pasaron algunos meses desde aquella visita, cuando he aquí que un pariente de la 
señora se presentó a don Bosco rogándole fuera a su palacio para bendecir a aquel hijo que se había puesto enfermo. Don Bosco ((112)) 
se negó. Pero a la mañana siguiente volvieron a suplicárselo otros familiares y amigos, la madre en persona, diciéndole entre sollozos que 
el enfermito se agravaba por momentos. Los médicos, reunidos en consulta, declararon que ignoraban completamente la naturaleza de la 
enfermedad. Don Bosco, aunque contra su voluntad, condescendió finalmente. Entró en la habitación del moribundo. El pobre niño tomó 
la mano de don Bosco y se la besó; luego estuvo mirando con los ojos apagados y tristes a don Bosco y a su madre sin decir palabra: era 
una escena que partía el corazón. Después de un largo rato de silencio, el hijo hizo un esfuerzo y extendiendo la mano descarnada hacia 
su madre, exclamó: -Mamá, te acuerdas... allá con don Bosco:... Eres tú... y el Señor me lleva consigo. 

Al oír la queja del hijo, lanzó la madre un grito y rompió a llorar sin consuelo, diciendo: 

-No, hijo mío, fue el amor que te tengo lo que me hizo hablar de aquella manera... Hijo mío, vive para el amor de tu madre... Pide, pide 
a don Bosco que te cure. 

Don Bosco, conmovido, no podía articular palabra. Sugirió, por fin, unos pensamientos de consuelo a la madre, bendijo al enfermo y 
salió. El decreto de Dios fue irrevocable. 

La preciosa herencia del Señor, perdida para el hijo de la noble dama, le tocó a un pobrecito del Oratorio. El clérigo José Rocchietti era 
ordenado sacerdote, con indecible alegría de don Bosco, en las témporas de Adviento de aquel año. Era el segundo sacerdote elegido por 
Dios entre los alumnos de Valdocco. 

Rocchietti, como todos sus compañeros, había experimentado en sí mismo la gran caridad de don Bosco. 

Cierto día, teniendo absoluta necesidad de una sotana, ((113)) fue a don Bosco para pedírsela. Ya no tenía padres y carecía de toda 
suerte de recursos. Aquella misma mañana le habían llevado a don Bosco una sotana nueva que le hacía mucha falta. Pues bien, después 
de oír la petición del clérigo Rocchietti, le dijo con su acostumbrada sonrisa: 

-Aquí tienes una que me han mandado ex profeso para ti. Mira a ver si te está a la medida. 

Y se la dio. El clérigo Anfossi se encontró con Rocchietti cuando 
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éste volvía la mar de satisfecho a su celda y le oyó contar el acto de caridad de don Bosco. 

El nuevo sacerdote amaba a don Bosco y, aunque enfermizo, deseaba quedarse con él. Por su semblante se parecía a san Alfonso de 
Ligorio; y resultaba difícil explicar con palabras su viva piedad, su ardorosa predicación y sus constantes buenas obras. 

La fiesta de su primera misa, celebrada el 19 de diciembre, sirvió a los muchachos de preparación para la Navidad, que celebraron a 
media noche con un fervor y recogimiento mayores que de costumbre, pues habían quedado profundamente impresionados por unas 
palabras de don Bosco. Les había dicho que su vida, al tenor de las leyes naturales, no podía sobrepasar los cincuenta años, y que la 
prolongación de la misma sería concedida a las oraciones de los muchachos. 

Desde aquel día le tocó a don José Rocchietti, en las fiestas, celebrar la misa de las diez de la mañana antes del sermón. Hasta entonces 
la había celebrado don Bosco, el cual comenzó a decirla desde aquel día a las cinco de la mañana, excepto cuando tenía que suplir a 
Rocchietti. A las siete de la mañana salía al altar don Víctor Alasonatti y comulgaban muchos internos y externos. Antes de esta misa 
estaba prohibida toda clase de juegos. 

Tenía don Bosco por aquellos días una pesada ocupación: ((114)) la de escribir cartas de felicitación a muchos bienhechores y contestar 
a las que le llegaban de todas partes. Y no olvidaba a sus jóvenes amigos. 

Al clérigo Ruffino en el Seminario de Bra. 

Queridísimo Ruffino: 

Te agradezco la felicitación que me envías; centuplique Dios para ti lo que le pides para mí. Cuida de crecer en edad y en el temor de 
Dios. Que la ciencia de la teología, unida al santo temor de Dios, sean el objeto de tus cuidados. 

Viriliter age: non coronabitur nisi qui legitime certaverit, sed singula hujus vitae certamina sunt totidem coronae, quae nobis a Domino 
parantur in coelo. Ora pro me. (Actúa varonilmente: no será coronado más que quien bien peleare, pero cada una de las peleas de esta 
vida son otras tantas coronas que el Señor nos prepara en el cielo. Ruega por mí.) 

28 de diciembre 1858 

Tuus Sacerdos
Bosco


Llegó a su término el mes de diciembre y la última noche del 1858 dio don Bosco, en el nuevo comedor, después de las oraciones, los 
siguientes recuerdos a los muchachos de la casa: 
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«Pasarán siglos y siglos antes del fin del mundo, aparecerán otros pueblos y otras naciones sobre la tierra, pero el año 1858 no volverá 
más. El tiempo y los hombres se hunden en la eternidad. Este es mi primer pensamiento. El segundo se refiere al año 1859 que empieza y, 
como suelen hacer todos en estos días, también yo os deseo una larga vida. Pero no es una larga vida lo que más deseo auguraros. 
También los santos solían en esta ocasión augurarse felicidades unos a otros, mas sus augurios eran muy diversos de los que hace el 
mundo. Decían: 

-Que en este año esté siempre con vosotros la gracia de nuestro Señor; que podáis hacer siempre la voluntad de Dios; que la Virgen os 
tenga siempre bajo su ((115)) amparo; que crezcáis en méritos con vuestras buenas obras. 

Así pues, también yo quiero dejaros esta noche algunos recuerdos para provecho del alma, y son éstos: 

A los clérigos, el buen ejemplo, recordándose siempre de que son lumen Christi (luz de Cristo). A los estudiantes, la mayor frecuencia 
posible de la eucaristía. A los aprendices, como no pueden acercarse a los sacramentos durante los días de la semana, hacerlo en los días 
festivos. Además a todos en general: buenas confesiones, abrir cándidamente vuestro corazón al confesor, porque, si el demonio consigue 
inducir a un joven a callar un pecado en la confesión, éste se encuentra en un desgraciado estado y cargado de sacrilegios, está al borde de 
su eterna perdición. Por tanto, confesaos bien y, además de la sinceridad, no falten nunca el dolor y el propósito firme: de lo contrario, 
sería inútil, o más bien, perjudicial el acercarse al tribunal de la penitencia; en lugar de bendiciones atraeríamos sobre nuestras cabezas la 
maldición. Pero tenemos entre nosotros un tesoro especialísimo, y no lo conocemos bastante; la protección de la Virgen María. Y cuán 
eficaz es acudir a esta buena Madre. Rezad, pues, y familiarizaos con aquellas hermosas palabras que dijo el ángel: Ave, Maria, gratia 
plena (Dios te salve, María, llena eres de gracia) y las otras que repite a menudo la Iglesia: Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis. Cada 
noche al acostaros repetid: Sancta Maria, Mater Dei ora pro nobis. Por la mañana, al despertaros, decid siempre: Ave, Maria y palparéis 
el admirable efecto de esta invocación. Haga cada uno de vosotros lo que he dicho y que nuestro Señor os conceda toda suerte de 
felicidades en el año que va a comenzar. Además no os olvidéis de dar gracias a la bondad de Dios por los muchos beneficios que os 
dispensó durante el tiempo ya transcurrido». 
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((116)) Dicho esto, calló don Bosco un instante, paseó la mirada afectuosa sobre los muchachos y siguió diciendo: 

-«Aplicaos todos con santo empeño a pasar el año nuevo en gracia de Dios, porque tal vez para alguno de nosotros será el último año de 
su vida. Diré más, añadió: hay entre los aquí presentes un muchacho que pasará a la eternidad antes de que termine el Carnaval». 

Mientras esto decía tenía puesta su mano sobre la cabeza del que estaba más cerca de él, que era Magone. Este, clavando en su cara los 

ojos, que resplandecían con pureza angelical, le preguntó: 

-Dígame, soy yo? 

Don Bosco no contestó. 

-He comprendido, replicó Magone; soy yo quien debe preparar la maleta para la eternidad; bien, me mantendré preparado. 

Los compañeros se rieron al oír estas palabras, pero no las olvidaron. Tampoco Magone las olvidó, mas no cambió su alegría y su 

jovialidad; siguió cumpliendo con la mayor diligencia los deberes de su estado. Así terminaba don Bosco el año 1858. 

Durante aquel año no hubo ningún funeral en el Oratorio. 

Sólo un joven había fallecido, José Morgando, natural de Turín, que entregó el alma a Dios en el hospital del Cottolengo el 24 de 
noviembre, a la edad de diecisiete años. 
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((117)) 

CAPITULO X 

1859 -SE CONFIRMA EL CUMPLIMIENTO DE LA PROFECIA DE DON BOSCO -ENFERMEDAD, SANTA MUERTE Y 
FUNERALES DE MIGUEL MAGONE -NUEVAS DISPOSICIONES DEL PARROCO PARA LOS FUNERALES DE LOS 
ALUMNOS DEL ORATORIO -LA FIESTA DE SAN FRANCISCO DE SALES -MUERE CONSTANCIO BERARDI -DOCUMENTO 
ATRASADO EN ALABANZA DE DON BOSCO -EPITAFIO DE DON BOSCO PARA LA TUMBA DEL PADRE DE DON 
MIGUEL ANGEL CHIATELLINO 

EL efecto que produjeron en los muchachos las palabras de don Bosco en la última noche del año fue tan grande como el amor que le 
tenían. El canónigo Ballesio, estudiante a la sazón, que las oyó y fue testigo de su cumplimiento, escribe así: 

«Aunque don Bosco tenía entre nosotros fama de hombre ricamente dotado de dones naturales de alma y cuerpo, como talento, 
memoria pronta, feliz y tenaz, gran bondad de ánimo, fuerza y destreza física; a pesar de que lo creíamos con razón dotado de mucho y 
variado saber, sin embargo, por lo que más le queríamos y venerábamos era porque estábamos persuadidos de que Dios le había 
concedido muchos dones extraordinarios y sobrenaturales. Es notorio, y todos nosotros lo creemos firmemente y con razón, que don 
Bosco tenía en muchos casos el don de profecía. 

((118)) »Más de una vez nos anunció públicamente que dentro de un determinado tiempo, como por ejemplo un mes, uno de los de su 
ya numerosa familia, que gozaba a la sazón de óptima salud, iba a morir. Y daba este paternal anuncio de una manera tan grave y 
prudente, acompañándolo de tales consejos, que nosotros quedábamos provechosamente impresionados. Cada uno ponía en orden sus 
cosas y, sin que cesara nuestra habitual y clamorosa alegría, nos comportábamos mejor, trabajábamos y estudiábamos más, y el único que 
cargaba con el peso de la profecía era el propio profeta, a quien le tocaba mucho más trabajo oyendo confesiones, que se hacían con 
propósitos más firmes y contestando a las muchas preguntas que, naturalmente, le dirigían. 

»He oído decir que don Bosco, primero sin dárselo a entender 
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y, después, a su tiempo y con prudencia, preparaba al interesado. Los hechos confirmaban siempre la profecía, y por eso nosotros le 
prestábamos fe». 

Y vamos ya a la memorable profecía. 

La noche del 31 de diciembre, un muchacho que estaba cerca de don Bosco había oído la pregunta de Magone. Se llamaba Constancio 
Bernardi, natural de Chiusa de Cúneo y tenía dieciséis años. Con las palabras de don Bosco se formó en su corazón la firme persuasión de 
que era él el designado, y comenzó a decir: -íMe toca a mí! 

Por lo cual, después de prepararse con una buena confesión, escribió sin más una carta a sus padres pidiendo perdón por las faltas que 
había cometido cuando estaba en casa y despidiéndose de ellos porque, afirmaba, tenía que partir para la otra vida. Pidió y obtuvo 
permiso para ir al Cottolengo, donde había vivido dos años, para saludar por última vez al canónigo Anglesio y a sus antiguos amigos. 
Hablaba francamente del gran ((119)) viaje, afirmando que había llegado el fin de sus días. Todos los que conocía en el Oratorio y fuera 
de él, lo tomaron por maniático. Algunos muchachos fueron a contar a don Bosco la idea fija de Berardi, pero don Bosco, sin dar 
muestras de sorpresa, contestó con un: «hum», que no significaba ni sí ni no. 

De ello corrió por la casa la sospecha de que realmente era Berardi el que había de morir. El seguía repitiendo muy tranquilo: -íMe toca 
a mí morir! 

«Una semana más tarde, contó don Juan Garino, estaba yo con otros compañeros míos una mañana, en derredor de don Bosco, mientras 
tomaba una tacita de café en el comedor. Nos encontrábamos como de costumbre apiñados junto a él, riendo y bromeando, deseosos de 
oírle decir algo. No sé cómo, empezaron algunos a preguntarle cuántos años íbamos a vivir cada uno. También yo le pregunté y don 
Bosco me tocó la mano, examinó atentamente la palma, como solía hacer cuando uno le preguntaba cuántos años de vida le quedaban, y 
me dijo bromeando cierto número. Lo mismo que a mí, respondió a otros compañeros míos, salvo a uno sólo. Este fue el santo jovencito 
Miguel Magone, condiscípulo mío, quien no sabía explicarse aquella excepción». 

Los otros muchachos, que también observaban con atención cada palabra y cada gesto de don Bosco notaron que no había hecho caso a 
Magone, que le alargaba la mano, y hubo varias opiniones referentes al cumplimiento de la predicción. 

Llegó el domingo dieciséis de enero y los socios de la compañía 
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del Santísimo Sacramento, a la que pertenecía Magone, se reunieron como solían hacer todos los días festivos. Después de la 
acostumbrada oración y lectura, una vez dados los avisos ((120)) que parecían más oportunos a las circunstancias del momento, uno de 
los compañeros tomó la bolsita de las florecillas, es decir, de los papelitos en los que estaba escrita una máxima para practicar durante la 
semana. Dio la vuelta entre los socios y cada uno sacó uno a suerte. Magone abrió el suyo y vio escritas estas impresionantes palabras: 
«En el juicio estaré a solas con Dios». Las leyó y, con ademán de sorpresa, las comunicó a los compañeros diciendo: 

-Creo que esto es un aviso del Señor para advertirme que esté preparado. 

Fue después a don Bosco y le presentó la florecilla con mucha ansiedad, diciéndole que la consideraba una llamada de Dios que lo 
citaba a comparecer ante El. Don Bosco lo animó a vivir tranquilo y estar preparado, no en fuerza de aquel papelito, sino en virtud de las 
repetidas recomendaciones que Jesucristo nos hace en el Evangelio, para que estemos preparados en todos los momentos de la vida. 

-Dígame, pues, replicó Magone, cuánto tiempo me queda de vida? 

-Viviremos mientras Dios nos conserve la vida. 

-Pero, viviré todavía todo este año?, dijo algo conmovido. 

-Serénate, no te angusties. Nuestra vida está en manos del Señor, que es un buen padre; El sabe hasta cuándo nos la ha de conservar. 
Además, no es necesario saber el día de la muerte para ir al paraíso; sino prepararnos con buenas obras. 

Entonces dijo Magone tristemente: 

-Cuando no quiere decírmelo, es señal de que estoy cerca. 

-No creo, replicó don Bosco, que estés tan próximo: pero aunque fuera así, tendrías miedo de ir a visitar a la Santísima Virgen en el 
Cielo? 

((121)) -Es verdad, es verdad. 

Y volviendo a su habitual jovialidad, marchó al recreo. 

Fue la única vez que don Bosco, confiando en la virtud y amor a Dios verdaderamente grandes, que adornaban el corazón de este joven, 
se dejó escapar algunas palabras más, que le indicaban, aunque obscuramente, que estaba próximo su último día. Pero la turbación que 
advirtió en él, aunque fuera por breves momentos, fue tal, que hizo firme propósito de no dejar ya traslucir semejantes secretos a los 
jovencitos, que Dios le revelaba estaban maduros para la eternidad. 
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Llegaron a conocimiento de muchos las palabras que don Bosco había dicho a Magone, y Berardi, cambiando de opinión, comenzó a 
decir: 

-Entonces... íno soy yo el que debe morir! 

Lunes, martes y miércoles por la mañana Magone gozó de buena salud, de su habitual alegría y cumplió con regularidad todos sus 
deberes. 

Pero el miércoles, después de comer, le vio don Bosco en la galería mirando cómo jugaban los demás, sin bajar a unirse a ellos; era 
algo insólito e indicio indudable de que su estado de salud no era normal. 

Por la tarde, le preguntó don Bosco qué le pasaba, y él contestó que se sentía algo molesto por las lombrices, su enfermedad crónica. Le 
visitó el médico y le prescribió los remedios usuales, mas no descubrió en él síntoma de gravedad. Pero el viernes por la mañana no pudo 
levantarse de la cama porque se hallaba grave. A las dos de la tarde fue don Bosco a verle y advirtió que, a la dificultad de la respiración 
se había añadido la tos y que los esputos estaban teñidos de sangre. Mandó llamar a toda prisa al médico. En aquel instante llegó su 
madre: 

-Miguel, le dijo, mientras ((122)) esperamos al médico te gustaría confesarte? 

-Sí, madre querida, con mucho gusto. Me confesé ayer por la mañana y también comulgué, mas, ya que la enfermedad se agrava, deseo 
confesarme. 

Se preparó unos minutos, hizo señas a don Bosco para que se acercara y se confesó. Después, con aire sereno, dijo riendo a don Bosco 

y a su madre: 

-Quién sabe si esta confesión es un ejercicio más de la buena muerte, o bien es en realidad el de mi muerte? 

-Qué te parece?, le respondió don Bosco; quieres curar o ir al paraíso? 

-El Señor sabe lo que más me conviene; yo no quiero hacer sino lo que a El le agrada. 

-Y si el Señor te diese a elegir entre curar o ir al paraíso qué elegirías? 

-Quién sería tan loco como para no elegir el paraíso? 

-Quieres ir al paraíso? 

-Que si lo quiero? Con toda mi alma; es lo que pido continuamente a Dios desde hace algún tiempo. 

-Cuándo querrías ir? 

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-Ahora mismo, si así lo quiere el Señor. 

-Bueno; digamos todos juntos: hágase en todo, en la vida y en la muerte, la santa y adorable voluntad del Señor. 

En aquel instante llegó el médico, el cual encontró totalmente cambiado el cuadro de la enfermedad. 

-Esto va mal, dijo; un flujo fatal de sangre invade el estómago, y no sé si encontraremos remedio. 

Hízose cuanto puede sugerir la ciencia en semejantes ocasiones. Sangrías, vesicantes, bebidas, a todo se acudió para ((123)) desviar la 

sangre que tendía violenta a cortarle la respiración. Todo fue inútil. 

A las nueve de la noche, Magone pedía con vehemencia el santo Viático. Antes de recibirlo, dijo a don Bosco: 

-íEncomiéndeme a las oraciones de mis compañeros! 

Se lo administraron. Después de un cuarto de hora de acción de gracias pareció apoderarse de él una repentina pérdida de fuerzas. Pero, 

a los pocos minutos, con aire jovial y casi como en broma, hizo ademán de que le escucharan y dijo: 

-En el papelito del domingo había un error. Decía: En el juicio estaré a solas con Dios, y no es verdad; no estaré sólo, estará también la 
Santísima Virgen que me asistirá; ya no tengo nada que temer; vamos, pues, cuando Dios quiera. La Santísima Virgen quiere 
acompañarme al juicio. 

Eran las diez y el mal parecía cada vez más amenazador. Como se temía perderlo aquella misma noche, dispuso don Bosco que el 
sacerdote don Agustín Zattini, que había entrado en el Oratorio en 1858, y un joven clérigo enfermero pasaran con él la mitad de la 
noche;y que don Víctor Alasonatti, administrador de la casa, con otro clérigo y otro enfermero, le asistieran durante la segunda mitad de 

la noche hasta el día siguiente. Don Bosco por su parte, no viendo ningún peligro inminente, dijo al enfermo: 

-Magone, procura descansar un poco, yo voy unos instantes a mi habitación y luego vengo. 

-No, replicó el muchacho; no me deje. 

-Sólo voy a rezar una parte del breviario y después volveré a tu lado. 

-Vuelva lo antes posible. 

Pero, apenas entró don Bosco en su cuarto, le llamaron a toda prisa porque parecía que el enfermo entraba ((124)) en agonía. En aquel 
instante el sacerdote Agustín Zattini le administraba la unción de los enfermos, mientras el moribundo añadía una jaculatoria a cada 
unción. Le dieron la bendición papal con indulgencia plenaria. Pareció 
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entonces que quisiera dormir un momento, pero se despertó en seguida. Aunque el pulso daba a entender que se encontraba ya en las 
últimas y la rotura de una víscera debía causarle un sufrimiento general en todas las facultades mentales y físicas, sin embargo, la 
serenidad del semblante, la jovialidad, la sonrisa, el juicio eran los de una persona sana. De vez en cuando recitaba devotas jaculatorias. 

Sonaban las diez y tres cuartos cuando llamó a don Bosco por su nombre y le dijo: 

-Ha llegado la hora, íayúdeme! 

-Descansa tranquilo, le respondió don Bosco; yo no te abandonaré hasta que estés con el Señor en el paraíso. Pero, ya que dices que vas 

a partir de este mundo, no quieres dar el último adiós a tu madre? 

Su madre, que le había asistido todo el día, descansaba un rato en la habitación contigua. 

-No, respondió Magone, no quiero causarle dolor tan grande. íPobre madre mía! íMe quiere tanto! 

-No me das siquiera algún recado para ella? 

-Sí, dígale que me perdone todos los disgustos que le he dado en mi vida. Estoy arrepentido. Dígale que la quiero, que se anime a 

perseverar en sus buenas obras, que yo muero resignado y feliz, que me voy del mundo con Jesús y con María y que la espero en el 
paraíso. 

Sus palabras conmovieron a todos los presentes. Y don Bosco, recobrando la serenidad y para aprovechar con buenos pensamientos 
aquellos últimos momentos, le iba haciendo, de cuando en cuando, algunas preguntas. 

-Qué quieres que diga a tus compañeros? 

((125)) -Que procuren confesarse siempre bien. 

-Qué es lo que te causa más satisfacción en estos momentos de todo lo que has hecho en la vida? 

-Lo que más me satisface en estos momentos es lo que hice, aunque fuera poco, en honor de María. Sí; ésta es mi mayor satisfacción. 
íOh María, María, qué felices son tus devotos en el momento de la muerte! 

Como corrigiéndose, añadió: 

-Pero hay una cosa que me molesta: cuando mi alma se separe del cuerpo y me disponga a entrar en el paraíso, qué tengo que decir? A 
quién debo dirigirme? 

-Si la Virgen Santísima quisiera acompañarte al juicio, deja a 
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Ella todo cuidado. Pero, antes de que salgas para el paraíso, quisiera darte un recado. 

-Diga lo que guste; yo haré todo lo que pueda para obedecerle. 

-Cuando estés en el paraíso y hayas visto a la Santísima Virgen María, preséntale un humilde y respetuoso saludo de mi parte y de la de 

todos los que viven en esta casa. Ruégale que se digne darnos su santa bendición; que nos ampare a todos bajo su poderosa protección y 
nos ayude de manera que ninguno de los que están, o que la Divina Providencia mandará a esta casa, se pierda. 

-Haré con gusto este recado y qué más? 

-Por ahora nada más, descansa un poco. 

En efecto, parecía que quisiera dormirse. Pero, aun cuando conservaba su acostumbrada calma y la palabra, no obstante los síntomas 
anunciaban su muerte inminente. Por lo cual se comenzó la lectura del proficiscere (emprende el camino). Hacia la mitad de esta oración 
de despedida del alma, Magone, como si despertara de un profundo sueño, con la habitual serenidad de rostro y con la sonrisa en los 
labios, dijo a don Bosco: 

-Dentro de unos instantes haré su recado, procuraré hacerlo exactamente; diga a mis compañeros que los espero a todos en el paraíso. 

((126)) Después estrechó entre sus manos el crucifijo, lo besó tres veces y profirió sus últimas palabras: 

-Jesús, José y María, en vuestras manos pongo el alma mía. 

Y abriendo los labios como para sonreír, plácidamente expiró. 

Eran las once de la noche del viernes 21 de enero de 1859. Apenas si tenía catorce años y, aquella alma afortunada abandonaba este 

mundo para volar al cielo como piadosamene esperamos. 

Al llegar el día, se dio la noticia de que Magone había muerto. Los muchachos rompieron a llorar, y repetían: 

-En este momento Magone está ya con Domingo Savio en el cielo. 

Se rezaron muchos rosarios, se celebró el oficio de difuntos y hubo gran número de confesiones y comuniones. Todos buscaban algún 

objeto que le hubiera pertenecido, como cuadernos y sus páginas, para guardarlos como reliquias. Y para dar una prueba exterior del gran 
afecto que todos tenían al amigo difunto, le hicieron un entierro tan solemne como lo permitía la humilde condición de la casa. 

Con cirios encendidos, cantos fúnebres, música instrumental y vocal acompañaron sus restos mortales hasta el camposanto, donde, 
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pidiendo por su eterno descanso, le dieron el último adiós con la dulce esperanza de ser un día sus compañeros en otra vida mejor que la 
presente. Fue enterrado en el cuadrado norte, fila setenta, sepultura veintidós, según atestiguó el reverendo vicecapellán Fissore. 

No concluyeron con esto las honras fúnebres, pues, en atención a sus extraordinarias virtudes, se celebró en el Oratorio una misa 
solemne de trigésima, en la que el reverendo Zattini, célebre orador, tejió, en una oración fúnebre patética y elegante, el elogio de Miguel 
Magone. Pero don Bosco queriendo impedir que ((127)) el funeral de Magone fuera motivo para crear una costumbre impropia de una 
casa de pobres, estableció, de acuerdo con el párroco, que los entierros de los fallecidos en el Oratorio se harían de caridad, esto es, more 
pauperum (al estilo de los pobres). El permiso concedido por el párroco estaba redactado en estos términos: 

1. Se dispone el traslado del cadáver desde el final del porticado, pasando por la calle San Pedro ad Víncula con cuatro acompañantes, 
entre sacerdotes y clérigos, revestidos de sobrepelliz y acompañamiento de luces. 
2. Se determina acompañar hasta allá rezando en alta voz, pero sin cantar. 
3. Al llegar allí, se retiran los clérigos en seguida. Se quedan los seglares con antorchas y velas. Acompañen al féretro hasta la iglesia y, 
terminada la ceremonia, llévense su cera a casa. 
4. Lleven el ataúd de la forma que se prefiera. 
5. Aquí en la parroquia se cantará la misa de cuerpo presente. 
Algún tiempo después se obtuvo poder celebrar el entierro en el Oratorio y llevar directamente el féretro al cementerio, pero sin 
acompañamiento de clero. 

A los días de luto siguió un día de fiesta. El treinta de enero se celebró en el Oratorio de Valdocco la solemnidad de San Francisco de 
Sales. Fue su mayordomo el señor Juvenal Delponte, al cual se dedicó e imprimió un hermoso soneto en honor del santo Patrono. Existe 
una copia de la invitación a la fiesta que nos conserva el recuerdo y el orden de aquella solemnidad.1 

((128)) Podrá parecer superfluo que entre tantos programas, casi todos semejantes, de nuestras múltiples fiestas religiosas, hayamos 
reproducido éste. Pero nos induce a perpetuarlo un motivo especial. 

1 INVITACION 

El domingo, treinta de enero, se celebra la fiesta de San Francisco de Sales, titular del orarorio. 

Su Santidad el Papa Pío IX concede indulgencia plenaria a todos los que, confesando y comulgando en este día, visiten este Oratorio y 
recen por las necesidades de la Iglesia. Decreto dado en Roma el 28 de septiembre de 1850. 
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Nuestro querido Santo daba formalmente su nombre a la Pía Sociedad Salesiana, convocada como tal en este año por vez primera. Este 
nombre durará como nuestra insignia y programa siglos y siglos, si es del agrado de Dios y de su Santísima Madre. 

Mientras sucedían estos hechos, Constancio Berardi, una vez que murió Magone, dejó de pensar en sus pronósticos. Pero había el 
presentimiento entre muchos jovencitos del Oratorio de que algún otro iba a morir pronto. Cuando he aquí que el veinticinco de enero 
anunciaba don Bosco en las «buenas noches» que no era Magone el que había querido indicar como próximo a la eternidad; que, por 
consiguiente, estuvieran todos preparados para que el que debía morir no fuese sorprendido por la muerte en un mal momento: 

-Esto sucederá antes de que transcurra un mes. Seré yo? Será uno de vosotros? Estemos preparados. 

Entonces Berardi, con una seguridad que sorprendió a todos volvió a su primer estribillo: 

-Por consiguiente me toca a mí estar ((129)) preparado. 

Y acercándose a don Bosco, le preguntó: 

-Soy yo quien debe morir? 

Don Bosco no le respondió. Estaba sano, tomaba parte en los juegos, cumplía sus obligaciones como cualquier otro. 

Nunca había abundado tanta salud entre los jóvenes de la casa como en aquellos días y, como no hubiera ningún enfermo al fin de 
enero, más de uno iba diciendo: 

-Esta vez se equivoca don Bosco; nadie morirá en este mes. Reinaba, por tanto, una gran expectación. 

El siete de febrero, después de comer, Constancio Berardi tomó parte en el recreo con sus compañeros, y después fue a clase con los 
demás. El alumno Garino, que también esperaba con ansiedad a ver si se cumplía la palabra de don Bosco, nos contaba: 

HORARIO 

Durante la mañana abundante número de misas y administración de los Santos Sacramentos. 

A las 8. Comunión general. 

A las 9. Recreo. 

A las 10. Misa solemne cantada por los alumnos del Oratorio. 

TARDE 

A la 1. Diversiones variadas. 

A las 2 1/2. Vísperas solemnes. Panegírico. Bendición con el Santísimo Sacramento. 

A las 4. Rifa de varios objetos. 

A las 5 1/2. Distribución de premios a los catorce alumnos de mejor conducta. 

A las 6. Diversión especial. 

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«Estaba mi clase en la primera planta. Tenía yo al lado a mi derecha, un compañero mayor que yo, que se llamaba Berardi. Se nos había 
dado como ejercicio de prueba una versión. Atendíamos cada uno a nuestro trabajo cuando, hacia la mitad de la clase, se vuelve a mí el 
tal Berardi y me dice: 

-Mira lo que tengo aquí -y me mostró con el dedo el labio superior, sobre el que empezaba a formarse un granito-.Oye, siguió 
diciéndome, y si esto fuera un mal peligroso? Don Bosco ha dicho que este mes debe morir uno; después de Magone, aún no ha muerto 
ninguno, a ver si soy yo el aludido. 

Y al decir esto, casi lloraba. Entre tanto, a fuerza de rascarlo, se le fue irritando el granito hasta que brotó sangre». 

Después de clase tomó todavía parte en el recreo de la merienda, fue luego al salón de estudio quejándose con el chico Pablo Albera, de 
que crecía el grano del labio y le dolía mucho. Por la noche le vino fiebre y, a la mañana siguiente, no se levantó ((130)) de la cama. A 
Pedro Enría, que le llevó una tacita de caldo, le pareció que aquello no tenía importancia. Pero don Bosco mandó a toda prisa llamar al 
médico. Habiendo comprobado éste que se trataba de carbunclo en la boca, lo hizo llevar inmediatamente al hospital Mauriciano. A pesar 
de todos los cuidados, Berardi fallecía, totalmente desfigurado, un día después, nueve de febrero, precisamente antes de que pasara un 
mes tras la muerte de Magone y antes del Carnaval, según el anuncio que don Bosco había dado el último día de 1858. 

Don Miguel Rúa es uno de los doscientos testigos del cumplimiento de estas predicciones. 

Le tocó a don Bosco por aquellos días tener que asistir a un tercer duelo. Había estado varias veces en Carignano, hasta con un grupo de 
sus cantores. El párroco don José Capriolo, el clero y los vecinos le apreciaban mucho. Lo mismo sucedía con la familia del senador 
conde de Mola de Larissé, que siempre recordaba con pesar que don Bosco no pudo aceptar el cargo de preceptor de sus ilustres hijos por 
haberle destinado don José Cafasso al Hospitalillo de la marquesa Barolo.1 Pero atraíale a aquella ciudad sobre todo su amistad con don 
Miguel Angel Chiatellino. Habiendo fallecido el 

1 Ilustrísimo Señor Conde: 

Quisiera poder aclarar con palabras suficientemente significativas a Vuestra Señoría Ilustrísima cuánto me pesa no poder atender a mi 
querido Luis en estos días especialmente, en los que se hace cada vez más inminente su examen. Le aseguro que este pensamiento agrava 
cada día más mi dolencia, y me encuentro ahora sumido en una languidez tal, que me quita gran parte de las fuerzas físicas y morales... 
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venerable ((131)) anciano padre de este santo sacerdote, el hijo y otros amigos se dirigieron a don Bosco para que redactase un epitafio 
para grabarlo en la losa de su tumba. Aceptó don Bosco y lo redactó en términos que el fúnebre mármol predicase el amor a la Iglesia 
Católica. 

DOMINGO CHIATELLINO -MODELO DE VIDA CRISTIANA-EJEMPLAR PADRE DE FAMILIA -FERVIENTE DEFENSOR DE 
LA MUSICA SAGRADA -CELOSO DEL DECORO EN LAS FUNCIONES SAGRADAS -GRAN LIMOSNERO DE LOS POBRES 
-AUNQUE DE ESCASA FORTUNA -CATOLICO FERVIENTE -CONSTANTE EN EL AMOR AL SUMO PONTIFICE-AMADO DE 
CUANTOS LO CONOCIERON -LLORADO POR PARIENTES Y AMIGOS -A LA MADURA EDAD DE 80 ANOS -FALLECIA EL 
23 DE ENERO DE 1859 -RECEMOS PARA QUE SU ALMA -DESCANSE EN LA BIENAVENTURADA ETERNIDAD -SIGAMOS 
NOSOTROS SUS EJEMPLOS. 

Si a Vuestra Señoría Ilustrísima le agrada, yo le mandaría un sacerdote, amigo mío y paisano (se llama don Bosco), a quien no le falta 
ninguna de las prendas que corresponden a un excelente sacerdote. ((131)) Virtud, doctrina y sencillez de costumbres van en él a porfía 
para hacerlo amable a cuantos le conocen. 

Este es el que resolví proponer a V.S. Ilma. para que le acepte en su noble casa, donde podrá hacer mis veces; no necesito 
recomendárselo, pues cuando lo conozca, estoy seguro de que sus propios méritos serán la más eficaz recomendación. 

En cuanto V.S. Ilma. trate este asunto con la señora Condesa, espero tenga la amabilidad de darme a conocer su intención. Tenga por 
fin la bondad de aceptar mis vivos y sinceros saludos y hacerlos extensivos a toda su noble familia. Y pongo fin a mi escrito porque ya no 
rige mi pobre cerebro, que con cualquier ocupación, por mínima que sea, casi llega al delirio. Tengo el honor de profesarme de V.S. Ilma. 

Desde mi casa, a 29 de julio de 1844. 

Su seguro y humilde servidor ILUMINADO ALLAMANO 

Al Señor 
Monsieur le Comte Sénateur Mola de Latissé 

TURIN 

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((132)
)


CAPITULO XI


EL PIAMONTE PREPARADO PARA LA GUERRA CONTRA AUSTRIA -DOS CLERIGOS DEL ORATORIO NO FIGURAN 
ENTRE LOS EXENTOS DEL SERVICIO MILITAR -CONSEJO PROVIDENCIAL DEL MINISTRO DE CULTOS A DON BOSCO 
-DERECHO DE EXENCION ASEGURADO A LOS DOS CLERIGOS -UN RECLUTADOR DE VOLUNTARIOS EN EL 
ORATORIO 

DURANTE los últimos meses de 1858 y los primeros de 1859 maduraban ciertos acontecimientos, que iban a mudar la suerte de los 
italianos y que prestarían ocasión a don Bosco para ejercitar su prudencia y su caridad. Corrían insistentes voces de guerra, que se venía 
preparando hacía largo tiempo. 

El gobierno piamontés había puesto al ejército en pie de guerra, había abastecido el erario, buscaba alianzas poderosas, había construido 
ferrocarriles y nuevas carreteras de comunicación entre las provincias, para volver a intentar echar a los austriacos de Lombardía y el 
Véneto. Cuando los tribunales de hacienda austriacos embargaron los bienes de los prófugos lombardos, tenidos por cómplices del 
sangriento levantamiento acaecido en Milán en febrero de 1853, el gobierno piamontés reclamó enérgicamente ante las potencias 
europeas. Y el Parlamento votó un crédito para indemnizar a los expatriados del daño sufrido. Esto dio lugar a que Piamonte y Austria 
retiraran sus embajadores. 

Y después, en el Congreso de París, que, en febrero de 1856, ((133)) determinó las condiciones de paz con Rusia, el conde de Cavour 
lanzó graves acusaciones contra el gobierno de Nápoles, propuso separar de Roma la administración de las Legaciones Pontificias, es 
decir, las provincias de Bolonia, Rávena y Ferrara y poner fin a la ocupación austriaca en Italia. Ante las sectas, Austria era reo de una 
gran culpa. La de haber acudido en defensa del poder temporal del Papa siempre que lo veía amenazado. 

El Congreso no tomó ninguna determinación; pero Cavour debió obtener promesas de ayuda por parte de Francia e Inglaterra. 
Efectivamente, los sectarios empezaron a soliviantar por uno y otro lado a 
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las provincias italianas y a cerrar las filas de la revolución. Algunos gobiernos readmitieron ingenuamente en puestos delicados e 
importantes del Estado a liberales convictos de haber conjurado contra ellos mismos, creyendo que no volverían a traicionarlos. Y así 
preparaban su propia ruina. El soldado Agesilao Milano intentó matar de un bayonetazo a Fernando II, y algunas bandas armadas 
desembarcaron en las costas del reino de Nápoles; pero tuvieron mala suerte. 

Finalmente, la explosión de las bombas Orsini determinó a Napoleón a obedecer a las imposiciones de los jefes de las sectas; y en el 
verano de 1858, de acuerdo con Cavour, a quien invitó al balneario de Plombières, se estableció verbalmente la Unidad de Italia, bajo la 
monarquía de Saboya, la usurpación de la Santa Sede relegando al Papa a la ciudad de Roma, con un pequeño estado, y la cesión a 
Francia de Niza y Saboya, como compensación de la ayuda prestada por el ejército imperial a los piamonteses. 

Estas disposiciones se guardaban con el mayor secreto, hasta que Napoleón III, en su discurso al cuerpo diplomático, el día primero del 
año 1859, dirigiéndose al embajador de Austria le dijo: 

-Me duele ((134)) que nuestras relaciones con vuestro Gobierno no sean tan buenas como en el pasado. 

Y todos entendieron que la guerra estaba próxima. 

Como un eco de Napoleón, decía el rey Víctor Manuel el 10 de enero, al inaugurarse las sesiones del Parlamento: 

-El horizonte del nuevo año no está completamente sereno... y no somos insensibles al grito de dolor que nos llega desde muchas partes 
de Italia... 

El 18 de enero Cavour y Lamármora en nombre del rey, el príncipe Napoleón y el general Niel en nombre del Emperador, firmaban en 
Turín un tratado de alianza defensiva entre Francia y Piamonte. El 17 de febrero votaban las cámaras un empréstito de cincuenta millones 
para la defensa nacional, y eran llamados a filas los nuevos reclutas. 

Entre éstos debieron haberse alistado los clérigos Cagliero y Francesia, inscritos de la quinta de 1858, de no haber encontrado don 
Bosco la manera de salvarlos. 

La ley de 1854 concedía derecho a las Curias Episcopales para presentar al Gobierno cada año la lista de los seminaristas que debían 
quedar libres del servicio militar, es decir, uno por cada veinte mil diocesanos. El clérigo Cagliero se presentó a la de Turín para notificar 
que él y Francesia no debían quedar excluidos de aquella exención; y el Rector del Seminario, el canónigo Vogliotti, le aseguró 
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que los dos serían incluidos en la lista. Pero, distraído por sus muchas preocupaciones, se le pasó a Cagliero que debía avisar a la Curia 
del cumplimiento de la promesa mediante una petición escrita, antes de expirar el plazo fijado para la presentación de la lista de exentos. 
Entretanto un oficial de la curia había extendido la lista completa, omitiendo los nombres de Cagliero y Francesia. Estos, por olvido e 
inexperiencia, no habían retirado desde 1855 el certificado de la toma de ((135)) sotana y, por tanto, no estaban inscritos en el elenco de 
los eclesiásticos diocesanos. De donde la causa de aquella omisión. 

Así que, un mes después llegó hasta el Oratorio una orden de la autoridad militar a Cagliero y Francesia para presentarse, en el plazo de 
diez días, en los cuarteles a que habían sido destinados. Don Bosco, que había recibido el parte, lo presentó a los dos clérigos. Cagliero 
quedó muy sorprendido y no sabía cómo explicárselo; corrió a la Curia para informarse de lo ocurrido, pero recibió la correspondiente 
reprimenda por no haber retirado los certificados de la imposición de sotana. 

-íHabéis llegado demasiado tarde!, le dijo el oficial de la Curia. 

-Por qué? 

-Porque ya fue presentada al Ministerio la lista de los que se pide la exención. 

-Y no podrían enviar un suplemento? 

-Está completo el número. 

-Y si tuvieran la bondad de averiguar si en otras diócesis, por ejemplo en Susa, Alba, Asti, no estuviere completo el número concedido 
por la ley y se nos inscribiere entre los de esas diócesis? 

-Ya no hay tiempo. 

-Así, nosotros tendremos que partir para la guerra... 

-Lo sentimos, pero no sabemos qué remedio poner. 

-Escuche, concluyó Cagliero. Usted sabía que nosotros éramos clérigos. Consta nuestra edad por los certificados de nacimiento y de 
bautismo que hemos entregado; se nos ha impuesto la sotana con su licencia; nos hemos presentado a los exámenes, y con buen resultado, 
después de asistir durante cinco años a las clases. Si nos hemos descuidado en presentarnos por segunda vez para renovar la petición, es 
porque no caímos en la cuenta de esta necesidad; tanto más que estábamos tranquilos con la respuesta del canónigo Vogliotti. Pero es 
extraño que ustedes se hayan olvidado de nosotros, figurando nuestros nombres registrados con los ((136)) de los demás seminaristas en 
los registros escolares del seminario. Pero no importa; volveremos a don Bosco y él lo arreglará. 
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-Teniendo a don Bosco, ya no necesitan de nosotros, contestó el oficial de Curia, y veremos cómo se las arreglan.
Si es verdad que los unos tenían razón, también lo es que los otros estaban en su derecho; pero la bondad de Dios así lo disponía para


que se viera que no le faltaba a don Bosco su ayuda, lo mismo en las grandes que en las pequeñas dificultades. 
Volvió el clérigo Cagliero al Oratorio, contó lo sucedido a don Bosco y, al verle pensativo, añadió: 
-Si hay que ir a la guerra iré; Víctor Manuel tendrá un soldado más y, o pierdo allá la cabeza o vuelvo con los galones puestos, mas no 

quiero que usted se moleste por mí. 
-Pero es que yo quiero molestarme y, precisamente por ti, añadió don Bosco. 
Y entonces, aconsejó al clérigo Francesia que se presentase al canónigo Vogliotti pidiéndole consejo sobre lo que había de hacer. El 

canónigo, cortésmente, le aseguró que la Curia ya no podía hacer nada, pues había cumplido en todas sus partes las diligencias oficiales 
con el Gobierno y aquel mismo día había expirado el plazo para aquella presentación; que le pesaba la omisión por olvido involuntario y 
que los dos del Oratorio debían industriarse para salvarse como mejor pudieran. 

Cuando el clérigo Francesia llegaba al Oratorio, estaba don Bosco a punto de salir:
-Qué tal?, le preguntó.
-Nada, respondió Francesia.
-Entonces acudiré al Ministro de la Guerra.
Pero, antes de ir, acudió a Dios con la oración. Don Bosco ya había comprobado la influencia de ésta para inclinar a sus deseos el


ánimo de los poderosos, siempre que había tenido que tratar con ellos; y siguió haciendo lo mismo durante toda su vida en semejantes 
circunstancias. 
Con este medio, ((137)) nos decía, si la cosa es para bien, se obtiene lo que se desea y, se obtendrá aun cuando se pida a los que no nos 
aprecian ni estiman; porque Dios tocará en este momento su corazón de modo que escuche favorablemente nuestra petición. 
En efecto, Nehemías se expresaba en estos términos al contar cómo expuso una petición de mucha importancia a Artajerjes: Invoqué al 
Dios del cielo y respondí al Rey... y el Rey me lo concedió todo, pues la mano bondadosa de mi Dios estaba conmigo.1 

1 Nehemías,II, 4,8. 
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El general de artillería Leopoldo Valfré di Bonzo, uno de los más altos empleados del Ministerio de la Guerra, recibió a don Bosco con 
la mayor cortesía. Contó el siervo de Dios su caso y le rogó le sugiriera, si era posible librar a sus clérigos en aquella situación o, al 
menos, no permitir que fueran alejados de Turín. 

-Si estuviéramos en tiempo de paz, respondió amablemente el general, borraría a sus clérigos de la lista de reclutas de un simple 
plumazo; pero, siendo inminente la guerra, no puedo hacerlo. Le aseguro, sin embargo, que sus clérigos no serán enviados a la línea de 
fuego, sino que los destinaré a una oficina del arsenal en Turín, como agregados al Estado Mayor. Con todo me parece oportuno que se 
presente al Ministro de Asuntos Eclesiásticos, de Gracia y Justicia quien, mejor que yo, podría darle un consejo adecuado en este asunto 
que es de su competencia. 

Don Bosco fue entonces al Ministerio de Gracia y Justicia. Era Ministro Guardasellos 1 el conde Juan de Foresta abogado y Senador 
del Reino, que había dado muchas veces ((138)) motivo a las quejas de los Obispos y del Sumo Pontífice. Don Bosco pidió audiencia y la 
obtuvo casi inmediatamente. El Ministro lo recibió muy bien, se alegró de que se le ofreciera la ocasión de conocerlo personalmente, 
admiró y aprobó el bien que hacía educando a tantos pobres jovencitos y concluyó: 

-En qué puedo servirle? 

Don Bosco, que había temido un recibimiento muy diverso, al oír estas palabras se sintió aliviado y dijo: 

-Excelencia, me encuentro en un gran apuro y necesito su ayuda: tengo dos clérigos, que formé y eduqué para que me asistiesen en mis 
obras, y hace seis o siete años que trabajan conmigo. La Curia no los incluyó en la lista de los que tienen derecho a quedar exentos del 
servicio militar y ésta ya fue presentada al Ministerio. Si mis clérigos parten para la guerra, me quedo privado de su ayuda para la 
asistencia de varios centenares de muchachos. Me dicen que es difícil hallar un medio para conseguir su exención y por eso suplico 
encarecidamente a Su Excelencia me ayude en tan angustioso trance. 

-Me gustaría mucho podérselos salvar... Vamos a ver qué se puede hacer. 

Tiró del cordón de la campanilla, apareció un ujier y le ordenó: 

1 El Ministro Guardasellos era quien ponía el sello del Estado a los documentos públicos. (N. del T.) 
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-Diga al conde Miguel de Castellamonte que pase por aquí un momento. 

Acudió éste y respondió que las listas de las Curias habían llegado y que la de Turín estaba al completo. 

Reflexionó un instante el Ministro y después dijo a don Bosco: 

-Le han dicho que sus clérigos no pueden ser dispensados del servicio militar. Pero me parece que su exención es la cosa más fácil de 
este mundo sin violar la ley. Siga mi consejo. Persuada a la Curia para que examine la lista presentada al Gobierno y quite de ella a los 
que quedarían exentos por otros motivos que no sean ((139)) el del estado clerical; es decir por razón de familia, de salud o de algún 
defecto físico y ya verá cómo también habrá puesto para sus recomendados. 

Marchó don Bosco rápidamente a la Curia con este fin; pero el Canciller rehusó escribir a las familias de los seminaristas presentados, 
pretextando que se lo impedían otros trabajos urgentes. Entonces don Bosco se ofreció a tomar sobre sí esta incumbencia. El Canciller le 
entregó la lista, y en seguida escribió él veintiuna cartas, correspondientes a otros tantos clérigos, y tuvo la suerte de encontrar que dos de 
ellos estaban también exentos por ser hijos únicos de madre viuda. Volvió entonces don Bosco al ministro De Foresta y éste extendió 
oficialmente los documentos necesarios para que Cagliero y Francesia sustituyeran a los exentos por ley. 

Este asunto le costó al buen padre tres días de trabajo, con gran pena de su corazón, porque, de los clérigos que tenía en el Oratorio, 
eran Cagliero y Francesia aquéllos en quienes más podía confiar. 

Entretanto el clérigo Cagliero, que había visto aquellos días desde el mirador, millares de reclutas que partían para los campamentos, 
como tuvo que ir a legalizar y retirar algunos documentos necesarios, dijo al Oficial de la Curia: 

-Estoy muy satisfecho, porque así todo lo debo únicamente a don Bosco. 

Cagliero sintió siempre cualquier repulsa y humillación que tuviera que sufrir don Bosco. Pero éste, si le veía a veces triste y 
malhumorado por tal motivo, le sonreía y alegraba con una de sus bromas. 

-íGolosón, que no sabes vivir sin dulces! Hay que acostumbrarse a trabajar en medio de contrariedades que robustecen el pecho. 

Por aquellos mismos días se enviaban emisarios por los diversos estados de Italia para animar a los jóvenes a ir al Piamonte y alistarse 
en el ejército como voluntarios. Hubo millares, en su mayoría 
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lombardos, que fueron enviados a Cúneo, donde se organizaba una división militar, destinada a ser ((140)) mandada por el general 
Garibaldi. Otros reclutadores se movían entre la juventud piamontesa, que todavía no estaba en edad militar, halagándola con la 
esperanza de un fácil ascenso a los altos grados militares y la obtención de honores y gloria. Precisamente por este motivo corrió don 
Bosco un grave riesgo durante aquellos alborotados días. 

Había entrado en el Oratorio un mocetón con desparpajo y buena presencia, so pretexto de ver a cierto alumno de su pueblo. Se 
presentaba como comisario de reclutamiento y logró hablar a escondidas largo rato con algunos jóvenes, animándolos a alistarse como 
voluntarios en el ejército. Ya habían dado algunos su consentimiento, cuando don Bosco se enteró. Con su acostumbrada serenidad pensó 
bien primeramente qué convenía hacer, y después, para conjurar el peligro, lo mismo para él y para la casa que para los muchachos, actuó 
de la siguiente manera. 

Llamó a su habitación a aquel comisario, el cual, al darse cuenta de que don Bosco estaba al tanto de todo, aprovechando su facilidad 
de palabra, se introdujo con desenvoltura. Habló del amor a la patria, de la guerra, de la necesidad de que se alistaran muchos mozos 
resueltos y valientes; afirmó que en el Oratorio había muchos, capaces y deseosos de ello; que ya tenía cinco inscritos; que se lo decía sin 
ambages, pues sabía cuánto amaba don Bosco a la patria; e iba espetando sin parar razones y palabras campanudas. Don Bosco le dejó 
hablar como una media hora, para enterarse bien de todo. El comisario, dejándose llevar por su tema, llegó al extremo de proponer: 

-No es mi intención obligar a ninguno, pero si don Bosco me lo permite, yo hablaría de ello en público a todos los alumnos reunidos, 
únicamente para dar oportunidad a los que deseen formar parte del ejército. 

Al llegar a este punto le interrumpió don Bosco diciendo: 

-Yo amo a la patria de verdad y no quiero oponerme a nada que pueda serle útil, mas aquí, para estos jóvenes hay una sola ((141)) 
dificultad, y es que no soy su dueño sino únicamente su educador. Tienen sus padres o sus tutores. Ellos me los entregaron y es preciso 
que yo se los devuelva: Pero el asunto tiene perfecto arreglo: yo devuelvo a sus propios padres a los jóvenes reclutas de que me habló y, 
desde sus casas, podrán ponerse en relación con usted, y hasta partir para la guerra, si así lo desean sus padres. 

-No diga eso, don Bosco; sus padres y sus madres no querrán o 
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pondrán dificultades. Ya he enviado los nombres de cinco de sus alumnos a la oficina de reclutamiento y tienen su número de matrícula. 
Ahora no queda más que hablarles una vez más, entregar a cada uno su propio número y el asunto queda terminado. 

-Mejor aún; hagamos así: dígame su nombre y apellido y su domicilio de usted aquí en Turín. Yo envío inmediatamente esos jóvenes a 
su casa y comunico a sus padres que se pongan en relación directa con usted. Por tanto, desde este mismo momento queda usted en 
completa libertad, al cesar el motivo que le induce a permanecer por más tiempo en esta casa. 

-Pero, ni siquiera puedo hablar una vez a estos jóvenes? 

-Ni una vez siquiera. Y ahora mismo voy a dar las órdenes oportunas para que los jóvenes vayan a las clases y a los talleres, y apenas se 

hayan retirado, su señoría puede marcharse. 

-Pero sepa usted que sus jóvenes son amigos de Garibaldi y quisieran... 

-También yo soy amigo de Garibaldi y pido a Dios que pueda encontrarse tranquilo y en su gracia en punto de muerte. 

En el intervalo los muchachos salieron del patio. 

Don Bosco acompañó al intruso hasta la portería, lo saludó cortésmente ((142)) y dio orden al portero de no dejarle entrar más en casa 

ni permitirle hablar con nadie. 

Sin embargo, como en el Oratorio se había despertado un poco de excitación y se hablaba de amor patrio, de guerra y de voluntariado, 
don Bosco mandó llamar a los jóvenes comprometidos. No los riñó, sino que les dijo con calma: 

-Ya no deseáis permanecer en el Oratorio, pues queréis alistaros como voluntarios. Pues bien, como vuestros padres os confiaron a mí, 
podéis volver a vuestras casas. Yo no me opongo a vuestra intención: presentaos a ellos, exponedles vuestro deseo y haced lo que ellos os 

indiquen. 

Y les dio prisa para que salieran en seguida. 

-Pero así quedamos expulsados del Oratorio?, decían los jóvenes. 

-No os echo, replicó don Bosco; id únicamente a consultar a vuestros padres y, si después queréis volver, escribid sobre este asunto y 

veré qué se hace. Pero ícuidado!, no volváis antes de haber recibido una carta de ingreso; porque, para volver a entrar se requiere una 
nueva aceptación formal. 

Aquellos muchachos tuvieron que salir. 

De no haber tratado bien don Bosco a aquel comisario de reclutamiento, 
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o de no haberle expuesto la consideración de la dependencia de los padres, habrían podido surgir graves contratiempos. Desde aquel 
mismo día hubieran estallado tumultos populares ante las puertas del Oratorio. 
Los otros alumnos no hablaron más del asunto y se disipó aquella agitación. 

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((143)) 

CAPITULO XII 

LECTURAS CATOLICAS: VIDA DEL JOVENCITO DOMINGO SAVIO -NORMAS DE DON BOSCO SOBRE LA COMUNION 
FRECUENTE -LOS ALUMNOS DEL ORATORIO OBSERVAN DESPREOCUPADAMENTE LAS ACCIONES DE DON BOSCO 
-SU MEMORABLE REFUTACION DE LA CRITICA LANZADA CONTRA LA BIOGRAFIA DE DOMINGO SAVIO -VIDA DEL 
SUMO PONTIFICE URBANO I -EL VICARIO GENERAL DE TURIN ESCRIBE UNA CIRCULAR A LOS PARROCOS 
RECOMENDANDOLES LAS LECTURAS CATOLICAS -CARTA A DON BOSCO DEL CARDENAL ARZOBISPO DE BOLONIA 
-UNA EXPLICACION DEL EVANGELIO POR DON BOSCO 

A principios del año 1859 todo el Oratorio estaba conmovido por la muerte edificante de Miguel Magone. Aquel mes de enero aparecía el 
número de las Lecturas Católicas con la Vida del jovencito Domingo Savio, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales, por el 
sacerdote Juan Bosco. La dedicaba a sus hijos con el siguiente prólogo. 

Muy queridos jóvenes: 

Más de una vez me habéis pedido que os escriba algo acerca de vuestro compañero Domingo Savio; y, haciendo todo lo posible para 
satisfacer vuestro ((144)) deseo, os presento ahora su vida, escrita con la brevedad y sencillez que son de vuestro agrado. 

Dos obstáculos se oponían a que publicase esta obrita; en primer lugar, la crítica a que naturalmente está expuesto quien escribe ciertas 
cosas que se relacionan con personas que viven todavía. Este inconveniente creo haberlo superado concretándome a narrar solamente 
aquello de lo que vosotros y yo hemos sido testigos oculares, que conservo escrito casi todo y firmado por vuestra misma mano. 

Es el otro obstáculo, tener que hablar más de una vez de mí mismo, porque, habiendo vivido dicho joven cerca de tres años en esta casa, 
me veré muchas veces en la necesidad de referir hechos en los que he tomado parte. Creo haberlo vencido también ateniéndome al deber 
del historiador, que es el de exponer la verdad de los hechos, sin reparar en las personas. Con todo, si notáis que alguna vez hablo de mí 
mismo con cierta complacencia, atribuidlo al gran afecto que tenía a vuestro difunto compañero y al que os tengo a vosotros; afecto que 
me mueve a manifestaros hasta lo más íntimo de mi corazón, como lo haría un padre con sus queridos hijos. 

Alguno de vosotros preguntará por qué he escrito la vida de Domingo Savio y no 
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la de otros jóvenes que vivieron entre nosotros con fama de acendrada virtud. A la verdad, queridos míos, la divina providencia se dignó 
mandarnos algunos que han sido dechados de virtud, tales como Gabriel Fascio, Luis Rúa, Camilo Gavio, Juan Massaglia y otros; pero 
sus hechos no fueron tan notables como los de Savio, cuyo tenor de vida fue claramente maravilloso. 

Por otra parte, si Dios me da salud y gracia, es mi intención recoger por escrito las acciones de estos compañeros vuestros para 
satisfacer vuestros deseos y los míos, al presentároslas para leer e imitar en lo que es compatible con vuestro estado. 

Aprovechad las enseñanzas de cuanto os iré narrando y repetid en vuestro corazón lo que san Agustín decía: Si él sí, por qué yo no? Si 
un compañero mío de mi misma edad, en el mismo lugar, expuesto a semejantes y quizás mayores peligros que yo, supo ser fiel discípulo 
de Cristo, por qué no podré yo conseguir otro tanto? Pero acordaos de que la verdadera religión no consiste sólo en palabras; es menester 
pasar a las obras. Por lo tanto, hallando cosas dignas de admiración, no os contentéis con decir: «íBravo! íMe gusta!». Decid más bien: 

((145)) -«Voy a empeñarme en hacer lo que leo de otros y que tanto excita mi admiración y tanto me maravilla». 

Que Dios os dé a vosotros y a cuantos leyeren este librito salud y gracia para sacar gran provecho de él; y la Santísima Virgen, de la 
cual fue Domingo Savio ferviente devoto, nos alcance que podamos formar un solo corazón y una alma sola para amar a nuestro Creador, 
que es el único digno de ser amado sobre todas las cosas y fielmente servido todos los días de nuestra vida. 

No es el caso tejer aquí el elogio de una obrita de la que se han impreso innumerables ejemplares en muchas lenguas, que corren por las 
manos de medio mundo con incalculable ventaja de la juventud. Pero, no queremos pasar por alto una cosa, a saber, cómo entendía don 
Bosco que se debía regular la comunión frecuente, tal como resulta del sistema que empleó en la dirección espiritual de Domingo Savio. 
Se lee en el capítulo catorce. 

Está probado por la experiencia que el mejor apoyo de la juventud lo constituyen los sacramentos de la confesión y la comunión. 
Dadme un chico que se acerque con frecuencia a estos sacramentos y lo veréis crecer en su juventud, llegar a la edad madura y alcanzar, 
si Dios quiere, la más avanzada ancianidad con una conducta que servirá de ejemplo a cuantos le conozcan. 

Persuádanse los jóvenes de esto para ponerlo en práctica; compréndanlo cuantos trabajan en la educación de la juventud, para que lo 
puedan aconsejar. 

Antes de su venida al Oratorio, Domingo se acercaba a estos sacramentos una vez al mes, como se acostumbraba en las escuelas. Más 
tarde aumentó la frecuencia; pero como un día oyera predicar esta máxima: «Si queréis, queridos jóvenes, perseverar en el camino del 
cielo, os aconsejo tres cosas: acercaos a menudo al sacramento de la confesión, frecuentad la sagrada comunión y elegíos un confesor a 
quien abráis enteramente el corazón y no lo cambiéis sin necesidad», Domingo acabó de comprender la importancia de estos consejos. 

((146)) Comenzó por elegir un confesor fijo, con el cual se confesó regularmente durante todo el tiempo que estuvo entre nosotros; y 
para que pudiese éste formarse 
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un juicio cabal de su conciencia, quiso, según dijimos, hacer con él la confesión general. Comenzó a confesarse de quince en quince días, 
después cada ocho, y a comulgar con la misma frecuencia. Como viera el confesor el gran provecho que sacaba de las cosas espirituales, 
le aconsejó comulgar tres veces por semana, y, al cabo del año, le permitió hacerlo diariamente. 

Esta biografía, que llevaba un grabado con el retrato del santo jovencito, dibujado por Carlos Tomatis e impreso por el litógrafo 
Hummel, exponía las pruebas de una verdad consoladora. Domingo Savio había sido para el Oratorio un acontecimiento, puesto que, si la 
belleza y fragancia de una flor demuestra la buena calidad de la tierra que le da vida, si la belleza y suavidad de un fruto descubre la 
bondad del árbol que lo lleva, bien puede afirmarse que la santidad de Domingo Savio es una prueba indudable de la bondad de la 
institución del Oratorio, que le sirvió de escala para subir a tan alta perfección. 

Por esto el espíritu del mal intentó desacreditar las áureas páginas de aquella biografía. 

Se repartió el librito a los alumnos internos, que lo esperaban con viva curiosidad. Pero esta vez no podían faltar los críticos en un 
centro tan numeroso, sobre todo porque don Bosco permitía una razonable libertad para que cada cual expresara su propia opinión. 

Sus muchachos, sin dejar de ser respetuosos, eran sinceros y expeditos en el decir, pues así los formaba la educación que recibían, que 
no toleraba timideces, hipocresías o adulaciones, y esto es digno de notar, pues de ahí nace una gran verdad. 

Los muchachos no eran tan fanáticos de don Bosco como para creer ciegamente lo que él afirmaba, sino que lo amaban por la realidad 
de sus virtudes, que ellos observaban y juzgaban atentamente. Nadie ponía ((147)) en duda el cumplimiento de su predicción de aquellos 
días, y era evidente para todos que don Bosco no había podido conocer el futuro por ciencia humana. Sin embargo, en aquellos mismos 
días habían surgido contestaciones sobre la veracidad de algunos hechos, narrados por don Bosco en el librito. Todos reconocían que 
Savio había sido un muchacho de virtudes extraordinarias, pero algunos no querían ver nada de sobrenatural en ciertas acciones suyas, 
porque ignoraban lo que la humildad y la prudencia habían mantenido oculto hasta entonces. 

Otros añadían que don Bosco había inventado ciertos episodios con la buena intención de proponer a los cristianos un modelo de 
muchacho perfecto; y como más de la tercera parte de los alumnos habían ingresado en el Oratorio después de la muerte de Savio, la 
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opinión de quienes habían vivido con él podía causar daño, insinuando dudas en muchos de ellos. Sobresalía entre los que se atrevían a 
hablar sin respeto y con mayor libertad de esta biografía cierto clérigo. Los alumnos andaban divididos con distintas opiniones. Pero 
muchos procuraban vivir alejados de aquellos críticos y no querían tomar parte en sus discusiones. 

En esto, se hizo público un hecho que parecía dar razón a los contradictores de don Bosco. Este había contado la invitación hecha a 
Domingo Savio para ir a nadar y había omitido el detalle de que el jovencito cedió la primera vez a las instancias de un compañero. 

Resultó que este compañero y paisano suyo, un tal Z..., era estudiante en el Oratorio y salió negando abiertamente que Savio hubiera 
rechazado ir a bañarse, puesto que lo había invitado él mismo y había ido con él. El tarambana se vanagloriaba de ello como de una gran 
proeza. Se armó, pues, un escándalo. El edificio de virtudes, aunque verdaderas, levantado por don Bosco parecía derrumbarse. 
Demostrada la falsedad de un hecho, podían negarse también los demás. Pero don Bosco, ((148)) durante varios días, no dijo una palabra 
en su defensa, ni aun en privado, aunque estaba perfectamente enterado de las habladurías. 

Por fin una noche, después de las oraciones rezadas en el comedor, subió a una silla, con el rostro tan serio como pocas veces se le 
había visto. Había que salvar la verdad, y empezó a hablar sin preámbulos y con su acostumbrada calma: 

-Cuando Savio murió, invité a sus compañeros a decirme si en los tres años, que moró entre nosotros, habían apreciado en su conducta 
algún defecto a corregir o si le faltaba alguna virtud que sugerir; pero todos estuvieron de acuerdo en que nunca habían encontrado en él 
nada que mereciese corrección, y que no sabrían qué virtud añadirle. Yo mismo fui testigo de todo lo que he escrito, o lo supe por 
personas de la casa, aquí presentes, o ajenas a la misma, pero dignas de fe. 

Al comienzo de la plática alguno intentó sonreír, pero su sonrisa se apagó en seguida en los labios al ver el continente grave de los que 
le rodeaban. Don Bosco prosiguió: 

-A pesar de todo habéis oído estos días algunas observaciones sobre ciertos hechos de la vida de Domingo Savio, vuestro compañero, y, 
entre otras cosas, se me culpa de haber dicho una mentira. Se ha negado que Savio rehusara ir a bañarse. Sí, es verdad: ífue a bañarse!... 
Pero en el relato hay que notar dos circunstancias. Fue invitado dos veces. La primera se dejó llevar, pero, al volver a casa, y 
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contar a su madre lo que le había sucedido, le advirtió su madre que no volviera más. Y el pobre Savio se deshizo en llanto ícuando supo 
que había hecho mal! Pero, invitado por segunda vez, se negó resueltamente. Yo quise mencionar y publicar sólo la segunda invitación, 
porque está en el Oratorio el compañero que le había llevado una vez e intentó llevarlo otra. Esperaba así haber salvado a ése de la ((149)) 
vergüenza; creía yo que este individuo reconocería su yerro y agradecería mi silencio; quiso, en cambio, pillarme en contradicción, darme 
un mentís y causar al compañero una afrenta que no merecía. Sabed, pues, que por ahorrar un mal papel al compañero viviente y tapar lo 
que debía ser para éste motivo de eterno remordimiento, es decir, el peligro a que se había expuesto de traicionar a un amigo, relaté sólo 
el segundo hecho. El ha querido descubrirse a sí mismo. Si tiene motivo para ruborizarse, solamente suya es la culpa. Después de haber 
traicionado a su compañero en vida, quiso hacer lo mismo después de muerto. Entonces se puso en el peligro de arrebatarle la inocencia, 
ahora el honor. 

El joven aludido estaba presente. Su confusión era extrema, pues todos los compañeros tenían los ojos clavados en él. Pocas veces 
habló don Bosco de esta forma, pero es indecible la impresión que causó en todos. 

Cuando hubo terminado, un cuchicheo general llenó el ambiente de aprobación y, desde aquel momento cesaron las habladurías. Pero 
don Bosco ordenó la reedición de la biografía, añadiendo el hecho omitido con los comentarios del caso. 

En el mes de febrero recibieron los suscriptores de las Lecturas Católicas la Vida del Sumo Pontífice San Urbano I, por el sacerdote 
Juan Bosco (H). En ella describe el martirio de santa Cecilia y de sus compañeros, y concluye demostrando contra los protestantes que la 
veneración de las reliquias de los santos y su invocación son aprobadas por la Sagrada Escritura y por los milagros obrados por Dios 
merced a ellas. Armonía, del veintiséis de febrero, anunciaba este nuevo número. 

Vemos con agrado que las Lecturas Católicas, publicadas por el sacerdote Juan Bosco, tan benemérito por su obra en favor de la 
juventud cristiana, siguen siempre prosperando con gran aplauso. Las ((150)) Vidas de los Romanos Pontífices, que se alternan con otras 
obritas de gran utilidad, han llegado a la vida del Sumo Pontífice San Urbano I, que subió a la cátedra de san Pedro el año 226 de la era 
vulgar. No añadimos palabras de alabanza a esta excelente publicación popular, cuyos méritos todos conocen. 
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Con este número se cerraba la serie del año sexto de las Lecturas Católicas y se publicaba un extracto en su favor en la circular 
cuaresmal del Vicario General de la ciudad y diócesis de Turín, dirigida a los reverendos señores Párrocos. 

...Al tiempo que menciono los actuales desórdenes y las necesidades y medios para remediarlos, se me ofrece la oportunidad, que muy 
gustoso aprovecho, de indicaros otro medio eficaz, por el que se interesa mucho el Vicario de Cristo. Bien sabéis y deploráis que hoy en 
día, especialmente a través de la prensa, se insinúa el error, se difunden máximas perversas, se corrompen las costumbres y, que los 
impíos se afanan en preparar y propinar con periódicos y libros antirreligiosos cebo y veneno para toda clase y condición de personas y 
cómo las publicaciones de ese jaez se venden a buen precio y hasta se reparten gratuitamente. 

Por su parte, también los buenos se industrian para desenmascarar el error, amaestrar al pueblo y mostrarle la belleza de la virtud y 
hacerla amar, con la prensa y la difusión de libros buenos. Esta es la intención de las Lecturas Católicas. Ya se os recomendaron en otra 
ocasión, cuentan en su haber el mucho bien que van haciendo, y tienen además el honor de gozar de la aprobación del Sumo Pontífice, 
acompañada de su deseo de que sean propagadas. Tengo ante mis ojos la circular de S.E. el Cardenal Vicario de Roma, invitando, según 
la mente de Su Santidad, a los arzobispos y obispos de los Estados Pontificios a activar la difusión de las Lecturas Católicas en sus 
diócesis; y siento en mí un renovado impulso a volverlas a recomendar, especialmente en los lugares donde todavía no son bastante 
((151)) conocidas, y estoy persuadido de que también vosotros lo sentiréis como yo, y, por lo tanto, las propondréis con solicitud a 
vuestras poblaciones. Los temas que tratan, al alcance de cualquier inteligencia, su estilo popular, su módico precio me permiten esperar 
que esta labor os resultará fácil. 

Bendiga Dios desde el cielo vuestras oraciones, vuestros trabajos y vuestro celo, y esté con todos vosotros la gracia de Jesucristo. 

Gratia Domini nostri Jesu Christi vobiscum (Rom. XVI, 20). 

CELESTINO FISSORE
Vic. Gen.


Don Bosco llevaba al mismo tiempo otro trabajo entre manos, como se deduce de la siguiente carta; era el de añadir algunas biografías 
de hombres ilustres a una nueva edición de la Historia de Italia. 

Muy Reverendo Señor: 

Me es grato complacer el deseo de V.S.M.R. enviándole una biografía del cardenal Mezzofanti para las noticias que desea. 

Más aún, aprovecho la ocasión para poner en su conocimiento el programa de un trabajo, que pronto saldrá a la luz sobre la vida y 
estudios de este eminentísimo cardenal, trabajo confiado a personas merecedoras de entera confianza y, por consiguiente, digno de la 
atención de todos los doctos. 
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Cuento con las oraciones que generosamente me promete y le aseguro mi estimación. 

De V. S. Reverendísima. 

Bolonia, 12 febrero 1859. 

Afectísimo en el Señor OCTAVIO VIALE Card. Arz. 

Sin embargo, por lo que más se interesó siempre fue por las vidas de los Papas, que exponía de tal modo, que despertaba en los oyentes 
la mayor curiosidad e interés. Con este fin, cuando acababa una de éstas, la mandaba a la imprenta y, antes de comenzar otra, ((152)) se 
entretenía casi un mes explicando temas variados y, especialmente sobre el santo Evangelio. Esta espera avivaba más el deseo de los 
muchachos que reclamaban ansiosos nuevos fastos de la Iglesia. Efectivamente, cuando concluyó la vida de san Urbano I, dio la siguiente 
plática, que escribió el clérigo Juan Bonetti. 

Esta mañana, en vez de seguir nuestro curso de Historia Eclesiástica sobre la vida de los Papas, puesto que hemos terminado la de san 
Urbano, quiero, antes de comenzar la del Papa que le sucedió, explicaros el evangelio de este domingo. Es muy apropiado para vosotros, 
mis queridos jóvenes. 

Oíd, pues, la narración del santo evangelio. Había ido a predicar Nuestro Señor Jesucristo a una montaña muy alta y, como no todos 
podían subir hasta allá, deseoso de que ninguno quedara privado de su palabra de paraíso, bajó a la llanura. Vivía por aquellos 
alrededores un pobre enfermo cargado de lepra, que es una de las enfermedades más repugnantes y contagiosas, como sería la que 
vulgarmente llamamos roña. Este pobre hombre, echado de la ciudad, separado del trato con parientes y amigos, privado de su hacienda, 
veíase obligado a vivir al descampado buscando el alimento dónde y cómo mejor podía, aborrecido y esquivado por todos. Enterado de 
que Jesús de Nazaret hacía grandes milagros en el monte próximo, él también deseaba ir allá para obtener la gracia de curar de una 
enfermedad tan triste; mas he aquí que le llegó la noticia de que nuestro Señor bajaba a la llanura. Entonces fue muy alegre a esperarlo y, 
cuando vio acercarse la muchedumbre, abriéndose paso por en medio de ella, fue a echarse a sus pies adorándolo: Et veniens adorabat 
eum. 

Es de notar aquí que va a Jesús adorans, adorándolo. Por donde se ve que aquel leproso estaba persuadido, creía que Jesús era 
verdadero Dios, pues sólo a Dios se debe adoración. A los santos, a los ángeles, a María Santísima, no los adoramos, sino que los 
respetamos, los veneramos, les rogamos que intercedan por nosotros. Sólo se adora a Dios. 

Seguramente que cuando Jesús vio a aquel pobre hombre arrodillado a sus pies, teniendo tanta compasión como tenía por los 
desgraciados, tanta mansedumbre hasta con los pecadores, le preguntó ((153)) amablemente por su pueblo, por sus parientes, por sus 
dolores y, quizá también, por el estado de su alma. El Evangelio no dice nada de esto; sólo nos cuenta que el leproso prorrumpió en estas 
palabras: 

-Domine, si vis, potes me mundare. (Señor, si quieres, puedes curarme.) Sólo con que tú quieras, yo quedaré limpio al momento. 
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Domine! (íSeñor!). Mirad cómo en seguida lo llama Señor, reconociéndolo como Rey de reyes, Señor de los señores, Amo de los amos. 
Si vis, potes me mundare. Si quieres, puedes curarme. íVed qué fe! No va diciendo: si pides a tu Eterno Padre, Este, por tus oraciones me 
sanará, no. Sino que él dice: si Tú lo quieres, yo sanaré. 

Al ver que aquel desgraciado tenía el corazón tan bien dispuesto (porque Jesús quiere el corazón), resuelto a contentarlo y a premiar su 
fe, le dijo: 

-Volo, mundare! íLo quiero! íQueda limpio! 

No dijo: quiero que te cures, sino quiero y, después lo mandó: íqueda limpio!; imperativo: mundare. No había acabado Jesús sus 
palabras, cuando las llagas, que formaban como una costra sobre todo el cuerpo del leproso cayeron como escamas y su piel quedó 
instantáneamente blanca como la nieve. íFiguraos la alegría de aquel hombre! íQué rendidas gracias no daría a su libertador! 

Jesús, al despedirlo, le dijo: 

-Vade, ostende te sacerdoti. Ve y preséntate al sacerdote para que te vea. 

Quería decir con esto: es verdad que yo te he curado, pero a condición de que te presentes al sacerdote; de no ser así, seguirás como 
antes. Es de saber que en aquellos tiempos los leprosos eran excomulgados por el sacerdote, es decir separados del pueblo y obligados a 
vivir en el campo hasta quedar curados. Una vez sanos, para poder volver a sus casas y vivir con sus conciudadanos, tenían que 
presentarse antes al sacerdote, el cual, después de reconocer su curación, podía admitirlos a vivir con el pueblo. 

He aquí, mis queridos muchachos, el sentido de este hecho. La lepra es el pecado que vuelve tan asquerosa nuestra alma, que el Señor 
ya no nos considera hijos suyos, nos excomulga, nos borra del número de sus hijos. Es horrible, es nauseabunda ante Dios el alma que 
está en pecado. Qué hace falta para quedar libres de esta lepra: Ostende te sacerdoti, dice el Señor: Ve, que te vea, preséntate al sacerdote. 
Si queremos quedar curados ((154)) del pecado, quedar limpios de esta asquerosa enfermedad, debemos acercarnos al sacerdote, que ha 
recibido de Dios el poder de limpiarnos de nuestro pecado. Hubiera podido Jesucristo decir al leproso: queda limpio, sin añadir que fuera 
a presentarse al sacerdote? Sin duda; pero no quiso, para demostrar que, si bien él podía perdonar sin que fuéramos al sacerdote, sin 
embargo, no nos perdona, si no nos acercamos a él, confesando con sinceridad nuestros pecados a sus pies. Hay muchos que van 
diciendo: 

-No necesita el Señor que vayamos a contar nuestros pecados al confesor para perdonarnos; puede perdonarnos sin necesidad de esto. 

Yo les diría a éstos, si por acaso hubiese alguno aquí entre los que me escucháis: el Señor podría muy bien hacer que el grano naciera 
maduro y fuera por sí mismo al granero, sin tantos trabajos para los pobres labradores. Por qué Dios, que es omnipotente, que ha creado 
de la nada cuanto hay en la tierra y en el cielo y ha creado con una sola palabra tantos cuerpos tan hermosos, tan grandes, tan magníficos 
como los que vemos en el firmamento en la noche serena; por qué, repito, no podría hacer que el grano naciera maduro y fuera al granero 
sin necesidad de la mano del hombre? Ciertamente podía hacerlo; por qué no lo hace? Preguntádselo a El; El os lo dirá. 

Yo os aseguro entretanto que, si queréis veros libres del pecado, no tenéis más remedio que la confesión; y que Dios está dispuesto a 
perdonaros cualquier pecado, con tal de que, con corazón contrito, os confeséis humildemente al confesor, al sacerdote ministro de Dios. 
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Por último, mandó Jesús al leproso curado que no dijera nada a nadie. íAdmirad la humildad de Jesús! No quiere que se sepa un 
milagro tan estupendo. Verdadera lección para nosotros que deseamos la alabanza de los otros por el bien que hacemos por insignificante 
que sea, y vamos a contar a fulano y a zutano nuestros méritos y virtudes, para que nos tengan por hombres de bien, por personas 
honradas. Jesús no hizo así, no; quería que sólo su Padre supiese el bien que realizaba. Lo mismo tenemos que hacer nosotros: no hay que 
obrar bien para que nos vean y nos alaben, sino únicamente para agradar a Dios y, por cuanto se pueda, ocultar a los hombres lo poco 
bueno que hagamos. Si no podemos ocultarlo, dejemos en hora buena que los hombres lo vean, pero andemos alerta para no 
enorgullecernos, pues destruiríamos ante Dios lo que hubiéremos hecho. 

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((155)) 

CAPITULO XIII 

LA CUARESMA -EL ORATORIO DE SAN LUIS: ILUSTRES CATEQUISTAS: CELO Y GENEROSIDAD DEL TEOLOGO 
MURIALDO; LAS ESCUELAS DIURNAS; LOS MAESTROS LLEVAN A CONFESARSE CON DON BOSCO A LOS 
MUCHACHOS MAS IGNORANTES; CLASE Y REGLAMENTO PARA LA BANDA DE MUSICA, QUE SE DISUELVE MAS 
TARDE -EL ORATORIO DE VANCHIGLIA: EL TEATRO -EL ORATORIO DE VALDOCCO: DON BOSCO REGALA UNA CRUZ 
A UN NOBLE CATEQUISTA: VIRTUDES DEL MAESTRO DE LA ESCUELA DIURNA: LAS EXCURSIONES DE LOS 
ORATORIANOS MAS RARAS Y MAS CORTAS: CAUSA DE LA DISMINUCION DE ESTOS MUCHACHOS -FUNDACION DEL 
ORATORIO DE SAN JOSE -EL OBISPO DE NIZA DA CLASE DE CATECISMO EN VALDOCCO -DON BOSCO EN BUSCA DE 
MUCHACHOS PARA QUE SE CONFIESEN -UN MUCHACHO ENFERMO, VISITADO POR DON BOSCO PERSUADE A SUS 
PADRES PARA QUE SE RECONCILIEN CON DIOS -CONTINUAS INSIDIAS DE LOS PROTESTANTES CONTRA LOS 
CATOLICOS -ARREPENTIMIENTO DE UN VENDEDOR DE LIBROS HERETICOS -LECTURAS CATOLICAS: EXHORTACION 
A LOS SUSCRIPTORES -DON BOSCO LIQUIDA SU ANTIGUA DEUDA CON LOS ROSMINIANOS -SU AVERSION A LOS 
PLEITOS 

LA cuaresma del año 1859 empezó el día 2 de marzo y terminó el 24 de abril. El Oratorio de San Luis con sus numerosos oratorianos 
estaba bajo la dirección del teólogo Murialdo, el cual, debido a la estrechez de los locales, incómodos y ((156)) ruinosos, gastaba mucho 
de lo suyo en reparaciones y enriquecía la mísera capilla con su sagrario y peldaños de mármol. Hacía florecer las buenas costumbres 
entre los muchachos mediante la frecuencia de los sacramentos y, en algunos de ellos, se manifestaron sólidas vocaciones eclesiásticas. 
Sus catequistas y asistentes iban desde el Oratorio de Valdocco, enviados por don Bosco, y dependían con ejemplar humildad del teólogo 
Murialdo. Cabe contar entre éstos a Miguel Rúa, Celestino Durando, José Lazzero, Francisco Cerruti, 
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Francisco Dalmazzo, Pablo Albera y Angel Savio. De entre los seglares se distinguieron por su celo verdaderamente admirable, además 
del abogado Cayetano Bellingeri ya mencionado, el conde Francisco de Viancino, justamente aclamado posteriormente como campeón 
del laicado católico piamontés, el abogado Ernesto Murialdo, hermano de Leonardo, el marqués de Scarampi de Pruney, el conde de 
Pensa, y durante algún tiempo el ingeniero Juan Bautista Ferrante, hombres todos ellos dotados de gran espíritu de sacrificio, inflamado 
de sincera caridad por los muchachos pobres. 

Los trabajos de estos celosos cristianos resultaron mucho más eficaces cuando se abrieron en el Oratorio las escuelas diurnas. 

Estas escuelas, a las que acudía más de un centenar de muchachos, en su mayoría rechazados por las escuelas municipales y tan 
necesitados de educación como de pan y vestido, siguieron haciendo un gran bien, aun después de dejar el Oratorio el teólogo Leonardo 
Murialdo, para tomar la dirección de la Obra Pía de los Artesanitos. Pero mientras él permaneció al frente del Oratorio de San Luis, 
además de preocuparse de mantenerlas florecientes, socorría de su bolsillo a muchas familias de los alumnos para que no se dejasen llevar 
por la herejía. Su caridad produjo frutos maravillosos. Este santo sacerdote, como don Bosco y con él todos los celosos y generosos 
sacerdotes, ((157)) practicaba la doctrina de san Pablo: Non prius quod spiritale est, sed quod animale: deinde quod spiritale. (Mas no es 
lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego lo espiritual) 1. 

Optimos eran los maestros y entre ellos recordamos al señor Formica. Este excelente profesor ayudaba poderosamente a los clérigos y 
al Director en los días festivos; asistía a los chicos y les daba clase de catecismo. Como deseaba la salvación de las almas, pidió un día 
consejo a don Bosco sobre la manera más eficaz para invitar a los muchachos a confesarse y persuadirlos al mismo tiempo de lo fácil que 
era hacerlo bien, Don Bosco le dio algunas normas y concluyó: 

-A los mayores me los traes a Valdocco. Ellos dirán que no saben confesarse y que por eso no van. Diles que una buena confesión es lo 
más fácil. Basta que me respondan solamente tres palabras: sí, no, sai nen (no sé); lo demás lo dirá todo don Bosco y ellos no tendrán 
ninguna dificultad ni miedo a enredarse. 

De este modo el celo de los maestros hizo provechosas sus escuelas por unos veinte años, oponiéndose directamente a las que los 

1 1.ª Cor. XV, 46, 
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valdenses habían abierto en la calle del Arco; e impidió que centenares, y tal vez millares de muchachos, se dejaran ganar por la herejía. 

Para más atraer a los mayorcitos al Oratorio, fundó el teólogo Murialdo una escuela de canto por las noches de los días laborales y 
encargó de ella al maestro Elzario Scala; y los muchachos instruidos en el canto coral llegaron a cantar misas solemnes en la humilde 
capilla de san Luis. 

Se decidió también a organizar una banda de música y, después de hablar de ello con don Bosco, le presentó, para que diera su parecer, 
un reglamento, cuyo contenido era el siguiente: 

((158)) La escuela de música y de canto, establecida en el oratorio de san Luis, tiene por fin atraer a los muchachos al Oratorio para que 
asistan a él en los días festivos, se acostumbren a cumplir los deberes religiosos y tengan una conducta cristiana y moral. 

Quedarán, pues, excluidos de ella los negligentes en la asistencia a las funciones religiosas del Oratorio, los que notoriamente tengan 
mala conducta o sean causa de graves desconciertos entre los compañeros y reacios a las órdenes y a la disciplina establecida. 

Para impetrar el auxilio divino sobre esta obra, se rezarán en común las oraciones de la noche después de las clases. 

Durante las clases se mantendrá silencio y sólo se podrá dirigir la palabra al maestro. Habrá que llegar puntuales a la clase y no salir 
antes de tiempo sin permiso. No será lícito tomar y tocar el instrumento de otro sin su permiso. La infracción de esta norma se castiga con 
la multa de una perra chica hasta cuatro. 

Por consiguiente cada uno tendrá que aportar un fondo de veinte perras chicas para la eventualidad de la multa. Agotado el fondo, no 
podrá seguir asistiendo a las clases, si no lo renueva. 

El que recibe un instrumento del director de la banda tiene que abonar mes por mes la cuota estipulada, de lo contrario se le quitará el 
instrumento y no se le devolverá hasta que no se ponga al corriente de los acuerdos concertados. 

El Teólogo, obtenido el consentimiento de don Bosco, pues en su maravillosa humildad no hacía nada por su propio arbitrio, junto con 
el abogado Bellingeri, compró los instrumentos, sometiéndose a un notable gasto. Pero deseando que todo procediera con orden, asistían 
él y el abogado a los ensayos, ayudaban al maestro y animaban a los incipientes músicos. Pero la banda no correspondió al fin que se 
proponía, pues ocasionaba más desórdenes que edificación y hubo que disolverla. Don Bosco ya no permitió nunca la banda de música en 
los Oratorios festivos de Turín, porque le bastaba la de Valdocco para el servicio musical de las fiestas. Sólo en sus últimos años, 
achacoso y apremiado por las insistencias, cedió a pesar suyo y dejó hacer. 
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((159)) Lo mismo que el Oratorio de Puerta Nueva, también el de Vanchiglia estaba atestado de chicos. Don Bosco había mandado 
hacer reparaciones y mejoras en los pobres cobertizos adaptados a salas, en una de las cuales había un teatrito que atraía muchedumbres 
juveniles a las funciones sagradas y a la catequesis. Desde Valdocco iban allí directores, catequistas, maestros, asistentes y entre ellos el 
clérigo Cagliero. 

Pero el Oratorio de San Francisco de Sales mantenía siempre la primacía sobre los otros por el número y la piedad de sus muchachos. 
El apoyo que le prestaban nobles señores era recompensado por don Bosco con señales de vivo afecto, pequeños regalos y cartitas, que 
eran recibidas con mucho agrado. Así el 2 de marzo de 1859 escribía al caballero Javier Provana de Collegno: «Le envío el crucifijo 
bendecido. Si Dios me oye, él colmará de bendiciones y temor de Dios a quien lo llevare consigo. Auguro a usted, a papá y a toda su 
familia, salud y gracia del Señor, mientras me profeso agradecido». 

También las escuelas diurnas elementales estaban bien organizadas en Valdocco. La enseñanza estaba confiada a don Agustín Zattini, 
de Brescia. Este, que era profesor de filosofía, se sometió con admirable paciencia y humildad, casi por dos años, al duro trabajo de 
enseñar el abecedario y los rudimentos de la gramática italiana a una numerosa clase de chicos mal educados y a veces burlones. Como él 
ignoraba el dialecto piamontés, eran frecuentes las confusiones. 

-Digo pera, exclamaba hablando con los clérigos del Oratorio, y entienden piedra; digo bara (ataúd) entienden bastón. Tal era la 
significación de aquellas palabras en dialecto. 

Don Bosco proporcionaba siempre a sus muchachos diversiones variadas, pero las excursiones eran menos frecuentes, especialmente 
las de un día entero y muy pronto ((160)) se suspendieron. Desde que tuvo una capilla estable, exigía que todos asistieran a las funciones 
sagradas, porque de lo contrario quedaba perjudicada la regular instrucción de los sermones y de la catequesis, y sufría la frecuencia de 
los sacramentos. Por esto el Oratorio de Vanchiglia y el de Puerta Nueva nunca tuvieron las excursiones generales de todos los 
muchachos juntos. 

Pero había en Valdocco una costumbre que era preciso respetar, un premio que don Bosco concedía siempre a los chicos externos. 
Consistía en un paseo de media jornada festiva hasta una iglesia próxima a la ciudad. Si era por la mañana, salían los muchachos 
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formados en filas, rezando o cantando coplas religiosas. Al llegar al lugar señalado, se cumplían las prácticas piadosas, repartía don 
Bosco el desayuno, que llevaba con algunos borriquillos, y cada cual se marchaba por su cuenta. 

Si el paseo se daba por la tarde, entonces se iba a una colina, con algún instrumento musical, se repartía la merienda y se asistía en 
alguna iglesia al sermón y a la bendición. Al anochecer bajaban todos voceando y cantando, hasta la entrada de Turín donde cesaba el 
jaleo y desde allí se desparramaban en grupos por las calles que llevaban a sus casas. 

Don Bosco proporcionaba este esparcimiento a sus oratorianos dos o tres veces al año, según nos contaba quien tomó parte en los de 
1855 a 1861, y los chicos pasaban siempre de trescientos. Don Bosco proveía con abundancia de lo necesario, pero como había 
muchachos de familias acomodadas, advertía a unos que llevaran de su casa pan y companage, invitaba a otros a cotizar una lira por 
cabeza para ayudar, siquiera en parte, a la necesidad de muchos pobrecitos que no tenían nada; y ((161)) aquellos muchachos le 
complacían de muy buena gana, satisfechos con el pensamiento de la buena obra que hacían y la sincera alegría que les proporcionaba 
aquella diversión en compañía de don Bosco. 

De esta manera se industriaba él para atraer al Oratorio festivo a los muchachos que, si bien seguían siendo todavía numerosos, sin 
embargo, veía que mermaban de año en año desde 1859 a 1870. Y las causas de estas deserciones no se podían evitar. Era la primera vez 
que los alumnos del internado, que iban en aumento continuamente, ocupaban poco a poco casi toda la iglesia de san Francisco de Sales, 
y también para ellos resultaban pequeños los patios de recreo; y la segunda, que los amos de los talleres sin temor de Dios obligaban a los 
aprendices a trabajar también los domingos. 

Sin embargo, en su conjunto, no menguaba el bien que la juventud recibía de don Bosco, pues en 1859 abría en la barriada de san 
Salvario de Turín un cuarto Oratorio festivo, dedicado a san José. El caballero Carlos Occelletti destinó parte de su casa a este nobilísimo 
fin; había en ella un amplio patio y una linda y amplia capilla en la que ejercían el sagrado ministerio los sacerdotes de la parroquia de 
san Pedro y san Pablo. Pidió a don Bosco, íntimo amigo suyo, unos clérigos y sacerdotes para dirigir el nuevo Oratorio y él aceptó 
solícito y empezó en 1863 a enviar todos los domingos a don Juan Francesia y más tarde a don Juan Tamietti y a otros sacerdotes para 
celebrar allí la santa misa, confesar y predicar. Por las tardes iban a 
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prestar sus servicios los coadjutores de la parroquia. El caballero Occelletti sufragaba todos los gastos del Oratorio, en el que era 
incansable catequista y asistente; y los hijos de don Bosco siguieron llevando siempre la dirección espiritual del mismo. 

((162)) Hemos dicho que los oratorianos habían disminuido los domingos, pero hay que hacer notar que su número volvía a aumentar 
en la época de la catequesis diaria cuaresmal, pues al no asistir los alumnos internos, ellos llenaban la iglesia de san Francisco. Así las 
cosas, se apiñaban en ella, también los domingos, cuantos podían caber, y resultaba un espectáculo digno de admirar, como afirmaron 
ilustres prelados. 

Cierto día entró de improviso en la iglesia monseñor Sola, Obispo de Niza, a tiempo que se daba el catecismo. Contempló conmovido 
aquella multitud, se adelantó, tomó el libro de la Doctrina Cristiana de las manos de un catequista y él mismo siguió explicándola a los 
chicos. Lo mismo hicieron otros obispos en diversas circunstancias con gran contento de los hijos del pueblo. 

Don Bosco iba en busca de éstos y rara vez volvía a casa solo, especialmente los sábados por la tarde. De intento pasaba por los lugares 
donde más fácilmente podía topar con ellos. Mas aún, en los alrededores del Oratorio, como le eran conocidos, entraba en los patios y en 
las mismas casas, preguntando afablemente a las madres: 

-Tenéis hijos para vender? 

Y les rogaba que los dejasen ir con él. De este modo iba juntando un buen grupo de acá y de allá y los persuadía para ir a confesarse. 
Después se los llevaba al Oratorio, les daba unas lecciones de catecismo, los confesaba, se informaba de su situación con palabras y 
hechos, proveía al bien de sus almas. Siguió dedicándose a estas cacerías espirituales hasta 1864, es decir, hasta que el gran número de 
alumnos internos de la casa no le permitió este apostolado. 

Pero nunca olvidaba a los jovencitos obreros, que ((163)) habían dejado el Oratorio festivo o no aparecían por él más que de tarde en 
tarde. Con éstos, y particularmente con los que sabía que se hallaban en algún peligro y descuidaban los asuntos del alma, tenía un trato 
singularmente amable, casi inimitable. Al encontrarse con alguno de éstos, después de haberse entretenido un ratito con él acerca de su 
oficio, salud, familia, se despedía con una dulzura que robaba el corazón, diciéndole: 

-íVen otro rato a verme! 

El muchacho comprendía en seguida, prometía y esperaba. Don Bosco siempre estaba dispuesto a confesarlos todas las veces que se 
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le presentaban, aun en medio de los internos que llenaban la sacristía, y los invitaba a pasar los primeros. 
El bien que don Bosco prodigaba a los oratorianos, redundaba en favor de sus padres, como ya lo hemos dicho en otra parte. El mismo 
contaba el 14 de septiembre de 1862 el hecho siguiente, conversando con sus alumnos después de la comida: 
«Hace unos dos años fui a confesar a un sobrinito del dueño de un café, muchacho de muy buenas esperanzas que frecuentaba el 
Oratorio. Tío y tía lo querían entrañablemente. El chiquito, después de confesarse, al ver a sus tíos junto a su cama tristes y 
desconsolados, porque su mal iba empeorando cada día más, se volvió a ellos y les dijo: 
»-No me consuela precisamente vuestro cariño; si queréis dar una satisfacción a mi corazón preparaos para hacer una buena confesión; 
eso sí que me agradaría. 
»íFiguraos! Tío y tía, que oyeron hablar de aquel modo al único consuelo que tenían en el mundo y que tanto querían, se conmovieron 

hasta verter lágrimas. 
»-Pues bien, dijo el tío; si esto es lo único que puede consolarte, quiero darte ese consuelo. 
»Y al momento ((164)) él, su mujer, y todos los dependientes se fueron arrodillando y se confesaron. He de advertiros que, como suele 

ocurrir con la gente de este oficio, eran poco aficionados a la confesión y la descuidaban. Ya se habían confesado los hombres, quedaba 
únicamente la mujer y ésta me tenía perplejo. Qué arreglo cabía? Decirle que viniera después a mi casa, no convenía, pues podía darse 
que, enfriado aquel fervor, se entibiase también el buen propósito. Qué hice? Agarré las cortinas de la cama y las arreglé de modo que 
sirviesen de rejilla. Pero al verme la buena mujer me dijo: 

»-Qué quiere usted hacer?
»-íHago de tapicero!
»-Déjelo, replicó. íMe confesaré como los demás!
»-íNo puede ser!
»-Qué falta hacen tantas ceremonias?
»-No son ceremonias; está mandado así; para las mujeres hay que usar rejillas y, como aquí no las hay, tenemos que arreglarnos de otro


modo. 
»-Bueno; ísi es así, haga como le plazca! 
»En cuanto tuve preparado, lo mejor que pude, aquel confesonario, le dije: 
»-Arrodíllese aquí, un poco apartada. 

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»Así lo hizo y se confesó. 

»Queridos míos, demos gracias al Señor. Es evidente que Dios produce a veces con su gracia verdaderos prodigios. Dichosos los que 
corresponden a ella, pero desgraciados los que oyen llamar a la puerta de su corazón y la cierran; corren grave peligro de que no vuelva y 
de morirse con su pecado, como amenaza hacerlo Dios mismo en la Escritura: Quaeretis me et non invenietis... et in peccato vestro 
moriemini. (Me buscaréis y no me encontraréis... y moriréis en vuestro pecado). Desde entonces, lo mismo el amo que sus dependientes 
siguieron ((165)) confesándose con regularidad. Venían al Oratorio a hacerlo y, cuando no podían, me pasaban aviso e iba yo a confesar a 
su casa.» 

Otro muchacho del Oratorio festivo fue ocasión de la salvación espiritual de su padre. La propaganda protestante seguía perpetrando en 
Piamonte sus atentados contra la religión católica y había fundado en Turín la sociedad de los tratados religiosos para Italia con una 
librería evangélica, desde la que puso en circulación treinta y un mil trescientos setenta y dos ejemplares de obras heréticas entre grandes 
y pequeños, veintisiete mil ciento veinticuatro en italiano y cuatro mil doscientos cuarenta y ocho en francés. Los libros procedían de 
París, Dublín y Londres y, de Londres también, grandes sumas de dinero. Esta sociedad abrió además en Turín una tipografía para la 
publicación del periódico La Buona novella (La Buena noticia), que en ocho meses dio a luz no menos de dos millones y medio de 
páginas blasfemas y calumniosas. Un gran número de emisarios se encargaba de su difusión, recorriendo ciudades y aldeas, acudiendo a 
los mercados, sosteniendo puestos, o abriendo establecimientos donde despachar aquella mercancía envenenada. 

Pues bien, el hijo de uno de aquellos emisarios y encubridores frecuentaba el Oratorio y su padre, con el afán de mayor ganancia, 
vendía en Turín periódicos y libros pésimos. 

Los oratorianos no tardaron en enterarse de ello, y como don Bosco les había dicho varias veces que tales emisarios cooperaban directa 
e inmediatamente al mal, corrieron a manifestárselo. El entonces habló con el pobre muchacho, se informó más ampliamente del caso y, 
ante el ruego de que intentara apartar a su padre de aquel detestable oficio, marchó a su tienda. De buenas maneras tanto le dijo y tanto 
hizo, que le convenció para que le cediese toda aquella mercancía herética y se la llevara al Oratorio. Hizo un gran montón con libros y 
((166)) periódicos protestantes en medio del patio y en presencia de los muchachos los pegó fuego y los redujo a cenizas. A 
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cambio de ellos, se apresuró a enviar al librero otra cantidad de libros buenos, cuantos cupieron en un carretoncillo bastante capaz. Entre 
éstos figuraba el Joven cristiano. El Católico instruido en su religión y otros muchísimos opúsculos de las Lecturas Católicas. 

Veía don Bosco la urgente necesidad de éstas, por lo que seguía con toda diligencia su labor. El número de marzo fue recibido con 
entusiasmo por los muchachos y los suscriptores. Se trataba de la narración anónima: La cruz a la vera del camino. Cuenta las aventuras 
de un muchacho tirolés que, por la manía de viajar, huye de sus montañas; pero , arrepentido de haber proporcionado tan gran disgusto a 
su padre y a su madre, muda de vida ante una cruz plantada junto a su choza. Después de muchas aventuras, tristes y alegres, visita unas 
misiones católicas de América, recupera una respetable fortuna que le había sido robada, y vuelve para consolar a sus ancianos padres. 

Don Bosco hacía sabias advertencias, recalcando a los lectores la importancia de los beneficios recibidos por el mundo, merced a la 
predicación del Evangelio y la diferencia entre las misiones de la Iglesia Católica en tierras de infieles, guiadas por Dios y las de los 
protestantes emisarios del demonio. 

Comenzaba el opúsculo con este preámbulo: 

A los beneméritos corresponsales y suscriptores de las Lecturas Católicas. 

Con el presente número entramos entusiasmados en el séptimo año de nuestras publicaciones populares, esperando que los señores 
corresponsales y suscriptores querrán seguir favoreciéndonos como en años anteriores, con su deseada cooperación. 

Espera la Dirección haber cumplido el fin que se había propuesto y, si todavía no pudo alcanzar todo el bien que desea, se alegra, sin 
embargo, de saber que no es escaso el mal que ha impedido. 

((167)) Corren tiempos más difíciles que nunca, pero con nuestra confianza puesta en Aquél que todo lo puede y en nuestros 
beneméritos corresponsales y suscriptores, esperamos superarlos. 

Por esto con todo tesón seguiremos nuestro cometido, pues sabemos que hacemos una cosa óptima; no sólo contamos con la 
aprobación, sino con el más apremiante y apreciado estímulo del Padre de los fieles, el Sumo Pontífice Pío IX, que no sólo quiso se 
introdujeran las Lecturas Católicas en los Estados Pontificios, sino que se publicase en Roma una edición expresamente preparada, con el 
mismo título, fin y formato. 

Damos gracias a todos los que nos ayudaron y propagaron de algún modo las Lecturas Católicas, y les rogamos encarecidamente que no 
nos dejen faltar su apoyo. Nosotros prometemos por nuestra parte, en la medida de nuestras fuerzas, introducir las posibles mejoras en los 
temas a tratar, para hacerlas cada vez más interesantes. 

La Dirección 

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Al tiempo que don Bosco defendía de este modo el reino de Dios y hacía volver muchas almas a la Iglesia, Dios daba a su Oratorio una 
estabilidad cada vez mayor por medio de don José Cafasso. El padre Pagani, superior del Instituto de la Caridad, le había pedido 
reembolsase las veinte mil liras prestadas por el abate Rosmini, juntamente con la parte de los intereses vencidos y aún no pagados. 
Declaró don Bosco que devolvería el capital, pero en cuanto a los intereses afirmó que el abate Rosmini, poco antes de morir, habíale 
dado a entender que no quería hablar más de ellos. Añadió que el difunto padre Gilardi no había insistido sobre el pago de los mismos, 
por cuanto conocía los motivos que habían inclinado al Superior a aquella condonación. 

El padre Pagani dio entonces a conocer a don Bosco la situación que atravesaba su Instituto y él aceptó el arreglo que se le proponía. 

El día 11 de marzo de 1859, con escritura otorgada ante el notario Turvano don Bosco y don José Cafasso entregaron quince mil liras al 
teólogo ((168)) Bertetti como saldo de la deuda que tenían con el abate Antonio Rosmini, por el préstamo hecho por dicho abate para la 
compra de la finca Pinardi. La escritura advierte que don Bosco extinguía la deuda con dinero común con don José Cafasso. Poco antes se 
habían pagado cinco mil liras. El campo de los sueños seguía siendo propiedad de los Rosminianos. 

Todavía hubo alguna discusión de poca monta con el encargado de negocios del Instituto de la Caridad, según se deduce de una carta de 
don Bosco, que da fe de lo lejos que andaba de los pleitos. 

Al apreciadísimo señor José Zaiotti, del respetable Instituto de la Caridad.-STRESA. 

Apreciadísimo Señor: 

Que el Señor nos dé la santa virtud de la paciencia. Su carta me proporcionó gran disgusto. Singularmente por las palabras 
amenazadoras de acudir a medios legales por las cien liras con las que le pareció haber incurrido en error. Tuve que suspender mis 
ocupaciones y dedicar bastante tiempo a este asunto. Ante todo debo anticiparle que hace dieciocho años que trato asuntos con el Instituto 
de la Caridad y jamás hubo sombra de sospecha ni de enfriamiento; antes bien, el llorado don Carlos Gilardi, siempre de grata memoria, 
hacía de secretario para mí y para él, y yo me remitía a las cuentas que me daba sin hacer observaciones de ninguna 
clase. Estas cuentas quedaron ajustadas el 10 de julio de 1857; y usted habla de una carta mía con fecha 10 de febrero de 1855, según la 
cual se cometió un error. Sería lo mismo que decir que don Carlos y yo habíamos hecho las cuentas a tontas y a locas; puesto que 
generalmente éstas se ajustaban estando los dos presentes y poníamos el 
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mayor esmero en contar hasta el céntimo, por miedo recíproco a causar el menor daño a una de las partes. 

Advierta también que cuando yo hacía algún pago lo comunicaba por carta a don Carlos, mas para las cuentas, aquellas cartas ((169)) 
servían de simple recordatorio y se tomaba nota, aparte, de deudas y créditos. Tengo la impresión de que buscar el error cometido 
anteriormente, en cuentas ajustadas de esta manera, es buscar disgustos, donde no hay causa ni motivo de ninguna clase para ello. Sin 
embargo, a pesar de mi firme y plena persuasión de que estas cien liras ya fueron incluidas en el ajuste de cuentas 1856-57, ruégole diga a 
quien actúa como Superior en estos asuntos que yo no quiero de ningún modo llegar a medios legales y que con un simple aviso enviaré 
por correo un giro de cien liras con tal que sea ésta la voluntad de su Superior. 

Por lo que hace a una lira con sesenta céntimos por no llevar moneda suelta para saldar la cuenta en el despacho del notario Turvano; 
estaba yo completamente persuadido de haber liquidado todo, con el cambio que hice de una moneda de catorce liras con cincuenta 
céntimos, y me parece haberle dado tres monedas de ocho sueldos, una de cuatro y dos sueldos. Sin embargo, a pesar de que no se me 
hizo ninguna advertencia habiendo yo podido equivocarme, como usted afirma, sin dificultad alguna, le envío el giro postal 
correspondiente. 

Para ahorrar molestias, ruégole no se preocupe ni de mi culpa ni de mi razón; dígame simplemente si debo enviar las cien liras; en caso 
contrario, ni hace falta que me conteste. Concédale Dios salud y gracia y augurándole bendiciones del cielo sobre todo el Instituto, me 
declaro con la estima debida. 

De V. S. apreciadísima. 

Turín, 4 de abril de 1859 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

P.S. Ruégole tenga a bien enviarme copia de la escritura firmada por el teólogo Murialdo, Borel, Cafasso, Bosco. La he buscado en el 
despacho del notario Turvano y no se ha encontrado. 
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((170)) 

CAPITULO XIV 

DON BOSCO INSTRUMENTO EN LAS MANOS DE DIOS -SU CONFIANZA EN LA DIVINA PROVIDENCIA Y SU 
ABANDONO A ELLA -LOS MUCHACHOS INVITADOS A REZAR PARA ATENDER A LAS NECESIDADES MATERIALES 
DEL ORATORIO -EFECTOS MARAVILLOSOS DE LA ORACION -LIMOSNAS GENEROSAS Y PROVIDENCIALES DE LOS 
RICOS -OFERTAS DE LOS POBRECITOS -ALGUNOS HECHOS 

LA espléndida generosidad de don José Cafasso con el Oratorio no sólo se inspiraba en su ardiente amor de Dios y del prójimo, sino 
también en la persuasión de que cooperaba a una empresa que duraría siglos; por esto quiso tener todo el mérito de la compra de la Casa 
Pinardi, poniendo de este modo los cimientos de un edificio que llegaría a ser mundial. Conocía las rectas intenciones, la fidelidad de su 
discípulo a los designios de la Divina Providencia y estaba seguro de que correspondería plenamente a su vocación. Admiraba sobre todo 
en él la firmísima confianza de obtener de Dios todos los auxilios necesarios para llevar a cabo sus grandes obras de religión y de caridad. 

En efecto, una vez que don Bosco emprendía una de estas obras, ya no la abandonaba, aunque careciera de los medios requeridos por la 
prudencia humana, ni aunque se presentaran dificultades, ni frente a juicios y opiniones contrarias, la maldad o las burlas de los ((171)) 
hombres, ni por las desgracias o los contratiempos que ocurrieran. Nunca dudó de que Dios acudiría a socorrerle; y hasta en los mayores 
aprietos, repetía alegre y tranquilo: 

-Dios es un buen padre, que provee a los pájaros del aire, y ciertamente no dejará de proveer a las necesidades de la Institución. 

Y solía dar la razón de su confianza: 

-Yo no soy más que un humilde instrumento de estas obras; el autor es Dios. Y corresponde al autor, que no al instrumento, proveer los 
medios para sostenerlas y llevarlas a feliz término. El lo hará cuando y como mejor le plazca; a mí sólo me corresponde ser dócil y 
flexible en sus manos. 

En consecuencia no se angustiaba ante el porvenir; y si un bienhechor 
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le dejaba una finca, no tardaba en vender edificios y terrenos para dedicar su valor a las necesidades urgentes de la casa o a obras nuevas. 
Día a día gastaba lo que recibía y no guardaba nada porque constantemente se veía apremiado por los acreedores. A menudo le 
aconsejaban los prudentes que no arriesgara la existencia del Oratorio con tantas deudas; pero él, demostrando estar seguro de lo que 
afirmaba, dijo más de una vez: 

-Después de mi muerte esta Institución no perecerá, sino que prosperará cada día más y se difundirá por todo el mundo. 

«Su confianza en Dios y en la Santísima Virgen era portentosa, afirma monseñor Cagliero. Durante los treinta y cinco años que estuve a 
su lado, no recuerdo haberlo visto disgustado, desalentado o desazonado por las deudas que pesaban sobre él, aun cuando se trataba del 
sustento de sus chicos». 

Don Bosco no poseía nada, absolutamente nada, pero su cajero era Dios, que tiene por agentes todas las ((172)) personas buenas y 
generosas, que saben que el dinero no es fin, sino un medio que les fue concedido para hacer obras buenas en favor de sí mismas y de sus 
semejantes. 

Así que él se dirigía a Dios para que le enviase a esos buenos ángeles de la tierra, y a menudo decía en la platiquita de la noche a los 
alumnos: 

-Rezad, y, los que puedan, comulguen según mi intención. Os aseguro que yo también rezo y más que vosotros. Me encuentro en 
grandes apuros. Necesito una gracia. Os diré después cuál es. 

Y algunas noches después contaba, por ejemplo, que un rico señor le había llevado una gran cantidad de dinero igual a la que 
necesitaba y añadía: 

-Hoy, hoy mismo nos ha obtenido la Santísima Virgen un señalado favor. Démosle gracias de corazón y seguid rezando que el Señor no 
nos abandonará. Pero íay de nosotros! si entra el pecado en casa, el Señor ya no nos socorrería. Atentos, pues, a rechazar las asechanzas 
del demonio y a recibir los sacramentos. 

Tenía por esto muchísimo interés en que los alumnos rezasen bien. 

Solía, siempre que podía, ir a rezar con los estudiantes las oraciones de la noche. Más de una vez, cuando por algún motivo tenía que 
retrasar su cena hasta después de las oraciones o entretenerse en el refectorio, dejaba, ya a uno ya a otro, el encargo de ir a vigilar o 
advertir a ciertos alumnos que dormían o charlaban en vez de rezar las oraciones. 
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A veces se levantaba de la mesa a toda prisa e iba él mismo a dirigir las oraciones por lo mucho que le interesaba la devota recitación de 
las mismas. No podía tolerar que los chicos, durante este tiempo, se apoyaran contra la pared o se sentaran sobre los talones, como los 
perritos, según él decía. 

((173)) Hubo quien hizo a don Bosco esta sugerencia: 

-No sería mejor que, en lugar de rezar los muchachos las oraciones en común y en alta voz, las rezase cada cual en voz baja y así se 
acostumbrarían un poco a la oración mental? 

Don Bosco respondió: 

-Los muchachos son de tal condición que, si no rezan en alta voz con los demás y se les deja a su talante, no lo hacen ni vocal ni 
mentalmente. Por lo tanto, aun cuando sólo rezaran materialmente y distraídos, mientras pronuncian las palabras, no pueden hablar con 
los compañeros, y las mismas palabras, que dicen materialmente, sirven para tener al demonio lejos de ellos. 

Insistía también mucho en que, mientras los muchachos estaban reunidos para las oraciones en común, nadie estuviese de recreo o 
conversando o paseando por el patio o por el pórtico. Quería que todos los clérigos y sacerdotes fueran a rezar las oraciones con los 
muchachos o se retirase a la iglesia o a su habitación, y el obrar de otro modo lo consideraba como un escándalo que se debía evitar a 
toda costa. Exigía perfecto silencio después de las oraciones de la noche hasta la mañana siguiente después de la santa misa. Tenía este 
silencio por muy necesario para que los ánimos, no distraídos, pudieran alcanzar todo el fruto de la oración. 

En cierta ocasión bajaba don Bosco de su habitación para ir a confesar y se encontró con un grupo de muchachos estudiantes, que iban 
a la iglesia para oír la santa misa. Como vio que algunos charlaban en voz alta tranquilamente, les advirtió con una palabra o por señas 
que callaran. Uno de ellos no se dio por entendido. Entonces don Bosco se acercó a él y lo castigó él mismo, manifestando después su 
pesar porque los asistentes no ((174)) exigían el silencio que él había recomendado tantas veces. 

Gracias a estos solícitos cuidados, las oraciones de la comunidad subían gratas al trono de Dios, cumpliéndose las palabras del profeta 
Isaías: «No se fatigarán en vano ni tendrán hijos para sobresalto, pues serán raza bendita de Yahvéh ellos y sus retoños con ellos. Antes 
que me llamen, yo responderé; aún estarán hablando y yo les escucharé» . 

1 Isaías LXV, 23-24. 
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El día 20 de enero de 1858, don Bosco debía liquidar una cuantiosa deuda y no tenía ni un céntimo. El acreedor había esperado algún 
tiempo, mas ya no admitía dilación. Llegó el día doce y seguía don Bosco sin el menor asomo de esperanza. Al verse en aquellos aprietos, 
dijo a unos muchachos aparte: 

-Hoy necesito una gracia particular: voy a Turín, quiero que durante el tiempo que estaré fuera, haya uno de vosotros en la iglesia 
orando. 

Así se hizo. Don Bosco salió a la ciudad y los muchachos se turnaron para rezar en la iglesia. 

Caminaba don Bosco por Turín; ya cerca de la iglesia de los Lazaristas se le presentó un señor desconocido y después de saludarlo, le 
preguntó: 

-íDon Bosco! Es verdad que le hace falta dinero? 

-íNo sólo me hace falta, tengo verdadera necesidad! 

-Pues si es así, tome. 

Y le entregó un sobre que contenía varios billetes de mil liras. Don Bosco quedó asombrado por el donativo y vacilaba en aceptarlo, 
creyendo que aquel señor estaba loco o se chanceaba. 

((175)) -Pero, a título de qué me entrega esta cantidad? 

-Tome, le replicó, y aprovéchela para sus muchachos. 

-íGracias, y que la Virgen se lo pague!... Y si usted quiere le doy un recibo. 

-No es necesario. 

Tomó don Bosco los billetes que el desconocido le entregaba y añadió: 

-Dígame al menos su nombre para conocer a mi bienhechor. 

-íNo averigüe más! El donante no quiere ser conocido. Sólo desea que se rece por él... Puede usted hacer lo que quiera con este dinero... 
y no se preocupe. 

Así diciendo se marchó a toda prisa. 

Era un rasgo evidente de la divina Providencia. Don Bosco envió en seguida el dinero a su acreedor. 

Contaba monseñor Cagliero: «Cierto día del año 1859, bajó don Bosco al refectorio al mediodía, mas no para comer; llevaba manteo y 
sombrero como quien iba a salir a la calle. Extrañados le dijimos: 

»-Don Bosco, no come hoy con nosotros? 

»-No puedo, respondió, comer hoy a la hora de costumbre; antes bien necesito que cuando acabéis de comer (y volvióse al prefecto, el 
padre Alasonatti, a don Miguel Rúa, a mí y a otros clérigos) necesito que os encarguéis de que esta tarde hasta las tres, haya 

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siempre alguno de vosotros y algunos de los mejores muchachos ante el Santísimo Sacramento. Esta noche, si obtengo la gracia que 
necesitamos, os explicaré la razón de esta oración. 

»Cumplimos su orden y estuvimos rezando hasta las tres. Al anochecer volvió don Bosco tranquilo y sereno como cuando salió al 
mediodía. Y dijo respondiendo a nuestras ((176)) importunas y curiosas preguntas: 

»-Hoy a las tres expiraba el plazo para liquidar diez mil liras al librero Paravía: de no cumplirlo se ocasionaban graves daños para él y 
para el Oratorio. Urgía también saldar otras deudas que tenemos con distintos acreedores y que no admiten dilación; suman éstas otras 
diez mil liras. Salí en busca de providencia, sin saber a dónde dirigirme. Al llegar al santuario de Nuestra Señora de la Consolación entré 
y rogué a la Santísima Virgen que tuviera a bien consolarme y no me abandonase en aquel trance. Volví a la calle y anduve de un barrio a 
otro desde la una hasta las dos, en que llegaba a una callejuela, junto a la iglesia de santo Tomás, que sale a la calle del Arsenal. Se me 
acercó un hombre bien trajeado y me dijo: 

»-Si no me equivoco, usted es don Bosco. 

»-Sí, en qué puedo servirle?, respondí. 

»-Mire, precisamente iba en su busca y, de no haberle encontrado, hubiera tenido que ir hasta el Oratorio. Me ahorra un paseo. Mi amo 
me ha encargado entregarle este sobre. 

»-Y qué contiene? 

»-No lo sé, dijo el criado. 

»Lo abrí y me encontré con acciones de la deuda pública. 

»-Quién envía estas acciones?, pregunté. 

»-No debo decirlo... y ahora mi recado está cumplido. Que usted siga bien. 

»Y sin más se fue. Entonces me dirigí a casa de Paravía, examiné el paquete de acciones y encontré suficiente dinero para pagarle a él 
las diez mil liras por la impresión de las Lecturas Católicas, y también para cumplir con los otros compromisos urgentes. íHijos míos! 
íQué grande es la divina Providencia! íCuánto nos quiere! íQué agradecidos debemos estarle! íSed siempre buenos! Amad siempre al 
Señor, no le ofendáis nunca y El no dejará que nos falte lo necesario. 

((177)) »Veíamos en aquel instante que su rostro era más radiante que de ordinario, su voz más afectuosa y suave, no tanto por la 
alegría y la maravilla, cuanto por gratitud y amor a Dios. Y nosotros también estábamos sorprendidos de estupor y agradecimiento y 
crecía nuestra admiración hacia nuestro buen padre. 
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»Prodigiosos rasgos de la divina Providencia semejantes a éstos se repitieron después muchas otras veces en favor del Oratorio y de las 
otras casas de la Congregación». 

Un sábado o víspera de fiesta del año 1860, se presentó a don Bosco hacia las once de la mañana el panadero diciéndole bruscamente 
que, si no le pagaba inmediatamente, no enviaba el pan para la cena de aquel día. Y en casa no había más que lo estrictamente necesario 
para la comida. No valieron las buenas palabras ni las promesas para calmarlo. 

Después de comer mandó don Bosco que le bajaran el sombrero y el manteo. Era la una y media de la tarde cuando el clérigo Turchi 
juntamente con Anfossi y otros compañeros, entre los que estaba Juan Garino, conversaban en el pórtico junto a la escalera que conducía 
al refectorio. De pronto, apareció don Bosco dispuesto a salir de casa. Se acercó a los clérigos y les dijo: 

-Hacedme un favor, id enseguida a la iglesia y rezad durante unos veinte minutos ante el Sagrario, según mi intención. Alternaos de dos 
en dos, hasta la hora de ir a clase. Hoy me encuentro en un gran apuro. 

Los clérigos, aunque desconocían el motivo, cumplieron al punto los deseos de don Bosco, el cual regresó al Oratorio mientras estaban 
en clase. 

Nos contaba don Juan Turchi: 

-Al atardecer estaba yo ansioso por saber el resultado de todo aquello, pero como don Bosco tenía que atender a las confesiones, ni 
siquiera fue a cenar con la comunidad ((178)) como solía hacer en las vigilias de las fiestas. Pregunté al prefecto don Víctor Alasonatti si 
sabía algo del resultado de nuestras oraciones, y me contestó: 

-Sí, sí; todo salió bien y ya hablará don Bosco de ello. 

Al día siguiente, después de las oraciones, nos dijo don Bosco: 

-Os agradezco las oraciones de ayer. Tenía que entregar una gran cantidad de dinero al panadero Magra, proveedor del Oratorio, el cual 
protestaba que no podía seguir suministrando pan, si no se le pagaba, y yo no tenía dinero ni sabía adónde acudir para encontrarlo. 
Mientras vosotros rezabais en la iglesia, daba yo vueltas por la ciudad, discurriendo adónde podría dirigirme, cuando de repente oí la voz 
de un hombre que me llamó, me alcanzó y me dijo: 

-Don Bosco, iba yo precisamente en su busca por encargo de mi amo, que está enfermo y desea hablar con usted. 

Me puse en seguida a su disposición y el criado me acompañó hasta la casa de un buen señor, que guardaba cama hacía tiempo. 
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Me recibió bondadosamente, me pidió noticias del Oratorio y, después de entretenerme con otros temas, me entregó un sobre que 
contenía el dinero que necesitaba. Y de este modo hemos podido saldar en el día la deuda con el panadero. 

Otra noche contaba don Bosco a los alumnos que habían rezado por él: 

«-Me había encaminado para buscar fortuna. Yo sabía que en la parroquia de los Mártires vivía una señora acaudalada y sin familia, que 
no quería saber nada de obras de beneficencia. Como me hallaba en grandes apuros fui a preguntar a don Bruno, el párroco, si no llevaría 
a mal que me presentase en casa de aquella feligresa suya para pedirle algún socorro. El párroco me dijo; 

-Vaya, vaya; será usted muy afortunado si logra sacarle algo. Yo lo he intentado varias veces para las necesidades de la parroquia y 
nunca he obtenido ni un céntimo. 

A pesar de todo quise intentarlo. Fui y la señora, compadecida de mí y de vosotros, me dio diez mil liras. Al encontrarme ((179)) 
después con el párroco y contarle lo que había obtenido, se quedó como quien ve visiones». 

Hacia el año 1862 tenía don Bosco que pagar varias facturas al empresario de las obras y a los proveedores de madera, hierros, pieles, 
telas y demás materiales para los talleres. 

En tan apurado trance, mientras los muchachos estaban en clase, lleno de confianza en la divina Providencia, rogó al jefe de cocina 
Gaia y a otras piadosas personas de la Casa que fueran a la iglesia y rezaran el santo Rosario. Y salió de casa en busca de socorros. Pero a 
los pocos pasos del Oratorio encontró en la avenida que corre a lo largo del manicomio a una persona desconocida que le entregó un 
envoltorio sellado y le dijo: 

-íPara sus obras! 

Y sin añadir palabra, se marchó. Don Bosco abrió el paquete y se encontró siete mil liras. Dando gracias a la amabilísima Providencia 
de Dios, lleno de alegría, se volvió a casa. 

Pero, si cien veces iba en busca de la divina Providencia, las cien salía a su encuentro como una madre amorosa con su socorro. 

El año 1861 el panadero Magra, a quien don Bosco debía doce mil liras por el pan servido se negó a enviarle más. También esa vez 
mandó don Bosco a decirle, como solía hacer siempre con sus acreedores, que no dudara, pues la divina Providencia no había quebrado 
nunca, que siguiera enviando el pan a sus muchachos, y que ya pensaría el Señor en mandarle el dinero. 
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El señor Magra mandó el pan, pero fue en persona a cobrar sus haberes o al menos algo a cuenta. 

En casa no había ni un céntimo. Era un día de fiesta, por la mañana; estaba don Bosco en la sacristía confesando a un gran número de 
chicos, cuando llegó el acreedor diciendo al sacristán que a toda costa quería hablar con don Bosco. El sacristán intentó impedir ((180)) 
aquel atrevimiento, pero el panadero abrióse paso entre los muchachos, plantóse frente a don Bosco y empezó a insistir afirmando que 
imperiosamente necesitaba el dinero que se le debía. Miróle don Bosco con calma y le dijo: 

-Espere unos momentos, mientras acabo de confesar. 

Pero el otro replicó: 

-De ningún modo; no puedo aguardar, necesito que me pague en seguida. 
Por toda respuesta don Bosco siguió confesando y el panadero, viendo que no se daba por entendido de sus protestas, se apartó mirando a 
don Bosco casi con estupor. Salió despúes a pasearse por los pórticos, aguardando a que él saliera. Así que acabó don Bosco de confesar, 
suplicó al Señor que le ayudara en tan angustioso trance. En aquel preciso momento entraba en la sacristía un señor desconocido que le 
entregaba una carta cerrada y, después de saludarlo cortésmente, se marchaba sin más. Don Bosco metió la carta en el breviario, celebró 
la santa misa y se dirigió al refectorio acompañado de don Angel Savio y otras personas externas. Recordóle entonces el padre Savio la 
deuda urgente y don Bosco, sin desconcertarse, empezó a decirle que era preciso aguardar otro momento, pues entonces no tenía nada. 
Pero, en aquel instante, le entregaban el correo recién llegado y se acordó de la carta que había recibido en la sacristía: la abrió y encontró 
una cantidad considerable, que entregó inmediatamente a don Angel Savio para contentar al panadero, a quien poco después decía: 

-Ve usted? La Providencia es grande y vino en nuestro socorro. Ahora le manda una cantidad a cuenta, y pronto le remitirá el saldo. 
Demos gracias a la Virgen. 

Así nos lo contaron monseñor Cagliero, don Angel Savio, Enría y el mismo don Bosco. 

Don Angel Savio, que era el administrador del Oratorio, añadía a éste, otros hechos. 

-Cierto acreedor, después de un arrebato de cólera por no haber sido pagado todavía, estaba ya a punto de ir ((181)) a la habitación de 
don Bosco, amenazando con hacer dictar un apercibimiento judicial 
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contra él, cuando he aquí que un bienhechor se presentó a don Bosco, y entregó tres mil liras, exactamente la cantidad necesaria para 
saldar aquella deuda. 

-En otra ocasión tenía yo que pagar el jornal a los albañiles: acudí a don Bosco, pero él no tenía nada para darme. Mientras me 
despedía, diciéndome que volviera más tarde, entró en su cuarto, si mal no recuerdo, el conde de Callori, el cual entregó una cantidad 
notable, que vino como miel sobre hojuelas en aquella crítica circunstancia. 

Se desprende de cuanto acabamos de referir, la eficacia de la oración y la sorprendente caridad de las almas buenas; pero al mismo 
tiempo ocultan estos hechos un misterio de sufrimientos, preocupaciones y angustias sin fin, que todos pueden suponer, y que don Bosco 
soportaba casi bromeando. Un día escribió al canónigo Anfossi una esquela en estos términos: 

-«Querido mío; estoy cargado de deudas, haz una colecta para mí, de lo contrario me declaro en quiebra». 

Y el mismo canónigo Anfossi, habiendo ido a verle para entregarle una limosna en los últimos años de su vida, oyó de sus labios estas 
palabras: 

-Sólo en este año hemos gastado ya cuatro millones y, gracias a Dios, todos se pagaron: muchos pocos hacen un mucho; necesito que 
me ayuden como haces tú ahora, aún con limosnas pequeñas». 

Y, en efecto llegaban a él limosnas de las manos de personas pobrecitas y de humilde condición; pero eran tantas, que superaban con 
mucho lo que habían dado todos los ricos juntos. Léese en el libro de los Proverbios: 

«Lo que se desea en un hombre es la bondad, más vale un pobre que un 
mentiroso». 1 Por millones se sucedieron los pequeños, pero heroicos actos de beneficencia de estos humildes mensajeros de la divina 
Providencia. Seleccionamos dos de ellos. 

((182)) Estaba don Bosco angustiado por una deuda de trescientas liras que no admitía demora. Entró de pronto en el patio del Oratorio 
un hombre de edad madura, se acercó a él y le dijo: 

-Soy un empleado gubernativo retirado. He hecho unos ahorros con mi pensión y he pensado hacer algún bien por mi alma. 

Y, así diciendo, entregó a don Bosco una bolsa. 

-Pero usted, se ha guardado algo para el caso de enfermedad?, preguntó don Bosco. 

1 Prov. XIX, 22. 
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-Hay Providencia, replicó el buen hombre: y además, antes de morir, quiero enviar por delante algún mérito a la eternidad. Si caigo 
enfermo, están los hospitales. 

Y sin añadir más se marchó. 

La bolsa contenía exactamente trescientas liras. 

Cierto día llegó al Oratorio para hablar con don Bosco una anciana de setenta y cinco años. Creía él que iba a rogar que se le escribiera 
alguna instancia para presentarla a una autoridad o a un rico señor. 

-No, contestó, necesito hablar con don Bosco. 

Don Bosco la llevó aparte, la invitó a sentarse, y ella comenzó a decir: 

-Soy una pobre anciana; siempre he tenido que trabajar para poder vivir. Tenía un hijo y se me ha muerto; ya no me queda más que 
morir yo también. No tengo herederos forzosos; mi hijo antes de morir me dijo que diera de limosna todo lo que me sobrara. Helo aquí: 
tengo cien liras, son el ahorro de cincuenta años de trabajo continuo y se los entrego a su señoría. Tengo todavía quince liras y las guardo 
para pagar el ataúd cuando me muera. Tengo además otra pequeña cantidad para pagar al médico. Esta tarde voy a acostarme y será cosa 
de pocos días. 

((183)) -Tomo estas cien liras, respondió don Bosco, y se las agradezco; pero le aseguro que no las tocaré hasta después de su muerte; 
por tanto, si pasa cualquier cosa, venga cuando quiera que son suyas. 

-No; es mejor así: yo doy mi limosna y tengo mi mérito; emplee usted ese dinero. Si yo me encontrare necesitada, vendré a pedirle 
limosna y usted, al dármela, tendrá también su mérito. Pero, vendrá usted después a verme cuando esté enferma? 

-íNo faltaba más!, contestó don Bosco. 

Al día siguiente don Bosco, impresionado por la ingenua caridad de aquella pobrecita, pensaba ir a visitarla, pero ya no recordaba la 
calle ni el número de la casa. Pasaron dos días y otra mujer vino a llamarlo. Don Bosco acudió en seguida. Tan pronto como entró en la 
estancia reconoció a la anciana, la cual sonriendo le hizo señas de que no necesitaba nada. 

-Sí, exclamó don Bosco, usted necesita algo; de no ser así no me habría llamado. 

-Sí; necesito recibir los Santos Sacramentos. 

Los recibió todos con viva fe y murió en la paz del Señor. 

íOh, amable caridad! Don Bosco pudo repetir todos los días de su vida: 

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-íQué bueno es el Señor! Sabía que estábamos necesitados e inspiró a personas caritativas que acudieran a socorrernos!
Y al mismo tiempo cumplíase la promesa del salmo:
«Temed a Yahvéh vosotros, santos suyos, que a quienes le temen no les falta nada. Los ricos quedan pobres y hambrientos, mas los que


buscan a Yahvéh de ningún bien carecen». 1 

1 Salmos, XXXIV, 10, 11. 

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((184)) 

CAPITULO XV 

LAS DIVERSAS COMPAÑIAS DEL ORATORIO -EXTRAVIO DE SUS ACTAS -DOS CONFERENCIAS DE DON BOSCO A LA 
COMPAÑIA DEL SANTISIMO SACRAMENTO -NECESIDAD DE UNA NUEVA COMPAÑIA PARA LOS APRENDICES -UN 
MUCHACHO SE CONVIERTE REZANDO UNA ORACION EN HONOR DE SAN JOSE -DEVOCION DE DON BOSCO AL 
SANTO PATRIARCA -JOSEFINA PELLICO TRADUCE DEL FRANCES PARA DON BOSCO LOS SIETE DOMINGOS DE SAN 
JOSE -INSTITUCION DE LA COMPAÑIA DE SAN JOSE Y SU REGLAMENTO -FRUTOS CONSOLA DORES -DON BOSCO 
ESCRIBE Y PROMETE UNO DE SUS APRENDICES PARA UN HOSPICIO INCIPIENTE -LOS CLERIGOS APOYAN LAS 
COMPAÑIAS -DOS CARTAS DE DON BOSCO AL RECTOR DEL SEMINARIO Y SU JUICIO SOBRE LA CONDUCTA DE 
CIERTO CLERIGO 

UN medio eficacísimo para mantener viva la devoción eran las Compañías de San Luis, de la Inmaculada y del Santísimo Sacramento. 
Don Bosco acudía a ellas para hacer oír a los congregantes su deseada y persuasiva palabra. 

Los secretarios de cada Compañía procuraban trasladarla lo más fielmente posible a sus actas que redactaban vez por vez. Acumulaban 
de este modo un verdadero tesoro de máximas, ejemplos, consejos y exhortaciones ((185)) para transmitirlo a sus sucesores año tras año. 
Pero desgraciadamente sus actas no llegaron hasta nosotros; en vano las hemos buscado con toda diligencia. El cambio de locales donde 
se reunían aquellas queridas asambleas, debido a las continuas construcciones de nuevos edificios; el traspaso de estos documentos de 
unos a otros, en manos privadas, que los guardaban con las cosas propias, pues las salas servían para diversos usos; la muerte de alguno 
de ellos, cuyos escritos pasaban inadvertidos o se extraviaban; la santa avidez de los que, al volver a sus casas, se apoderaban de ellos 
para llevar consigo un recuerdo de su niñez y de don Bosco; en fin, el traslado de oficinas y de casa de los secretarios fueron causa de que 
ahora estén perdidas para nosotros. 

Hemos encontrado sólo el resumen de dos conferencias, que dio 
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don Bosco a la Compañía del Santísimo Sacramento el año 1859. En éstas, como siempre, don Bosco tiene por mira en primer lugar la 
instrucción religiosa de los muchachos, para que, apoyándose en ella, se mantenga más firme su fe. También nuestros lectores se 
alegrarán de que aseguremos la perpetuidad de estas ideas de don Bosco; por eso las insertamos aquí. 

CONFERENCIA PRIMERA 

El profeta Isaías había anunciado que con la venida del Señor se agitarían los montes y se encenderían en amor los corazones más 
duros, y así fue. Pero, si hoy dirigiese su mirada a la tierra desde el reino de los bienaventurados, íqué frío encontraría el sagrado 
entusiasmo, que él tal vez esperaba sería duradero, intenso y siempre creciente hasta el fin de los siglos! 

Los Patriarcas y todo el pueblo hebreo deseaban ver los días de Jesucristo, anhelaban tenerle entre ellos, ((186)) ser bendecidos por él. 
Y nosotros, que lo poseemos, que lo tenemos continuamente en nuestras iglesias, que podemos adorarlo presente, recibirlo en nuestro 
corazón, hablar con El, pedirle todo, porque El es dueño de todo, cómo lo tratamos? Para sacudir nuestra ingratitud, nuestra indiferencia, 
hagámonos estas dos preguntas: 

1.-Qué hace por nosotros Jesús en el Sacramento de la Eucaristía? 

2.-Qué debemos hacer nosotros en consecuencia por El? 

Qué hace por nosotros Jesús, oculto en el Santísimo Sacramento? Permanece en un continuo acto de profunda humildad, para darnos 
ejemplo de esta virtud tan necesaria. Verdad es que toda su vida mortal fue una humillación constante; pero, si lo miro nacido en un 
portal, recostado entre pajas, oigo a la par el canto de los ángeles, veo una brillante estrella que lo anuncia a los grandes de la tierra, a los 
Reyes Magos, que al instante emprenden un largo viaje para ir a adorarlo; si lo contemplo entre la muchedumbre, despreciado, 
escarnecido por Escribas y Fariseos, veo también que, por donde quiera que pasa, lo acompañan los más estrepitosos milagros; si lo 
observo colgado de la cruz, veo que, ante su dolor, se contrista y desquicia el firmamento, niega el sol su luz; tiembla y vacila la tierra 
bajo el pie de la cruz; salen los muertos de sus tumbas; la naturaleza trastornada anuncia al universo la muerte de Dios hecho hombre. En 
cambio, en el Santísimo Sacramento del altar no veo nada que de algún modo me indique que allí está oculto un Dios todopoderoso y tan 
terrible en sus justos juicios como infinitamente bueno en sus misericordias. Y esto por qué? íPor amor a los hombres! Para poder 
quedarse con nosotros, casi como un igual, para enseñarnos a ser humildes... Si El dejase brillar un solo rayo de su majestad, quién podría 
aguantar ante El?... 

Y además, si así fuese, qué mérito tendría el cristiano? El mérito está en la fe; mas si este Dios se manifestara visiblemente en nuestros 
altares, quedaría reducido a la nada todo nuestro mérito de creyentes. Quiere El darnos una ocasión fácil y afectuosa para adquirir este 
mérito prestando fe a sus palabras, que son palabras de un amigo divino. Pero, qué suerte de fe encuentra en nosotros? 

Ante un Dios tan bueno qué juicio tendremos que hacer de nuestra indiferencia para con su caridad? Se entra en la iglesia 
distraídamente, no se considera al Sagrario digno de una genuflexión, ((187)) o se le hace una inclinación sólo a medias; 
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algunos se parecen a aquellos judíos que, después de tapar los ojos a Jesús, íse arrodillaban ante El por burla! Queridos míos, al entrar en 
la iglesia poned vuestros ojos en el Sagrario donde está Jesucristo. Aunque no lo veis íallí está El! Avivad vuestra fe; pensad que allí 
habita Aquel, ante el cual tiemblan las legiones de los ángeles y todas las muchedumbres de los santos están con la frente pegada al suelo. 

Vuelvo a preguntar: qué hace nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar? Ruega continuamente al eterno Padre por 
nosotros: detiene los castigos, los rayos que nos lanzaría por nuestros pecados. Si ya no se ven ni se padecen en el mundo los terribles 
castigos que caían sobre el pueblo hebreo en tiempos de la antigua ley, no es porque nuestros pecados no sean tan grandes o porque sea 
menor su número. También vosotros sabéis cuántos hombres impíos viven entre nosotros quién detiene el brazo de la justicia eterna cada 
día, a cada momento, sin descanso? Es Jesús desde nuestros altares quien, especialmente en la santa misa, se ofrece como víctima por 
nosotros. A la vista de sus llagas el ángel exterminador envaina la espada... 

SEGUNDA CONFERENCIA 

Oísteis en la última conferencia lo que hace Jesús por nosotros en el Santísimo Sacramento: queda ahora por examinar lo que debemos 
hacer nosotros por El. El, que está en nuestros altares en continua humillación, se inmola, ruega por nosotros; y nosotros debemos: 1, 
demostrar agradecimiento por su humillación, con nuestra verdadera fe; 2, agradecimiento por sus padecimientos, con nuestro encendido 
amor; 3, agradecimiento por las oraciones que ofrece continuamente por nosotros, con actos de perfecta contrición. 

1. El, que es un Dios tan grande, está escondido, aniquilándose bajo las especies de un poquito de pan y un poquito de vino. Esta 
humillación debería estimular a los hombres a creerlo más firmemente Dios de amor, que sólo por amor, y amor a quien tan poco lo ama, 
tanto se humilla. Y sin embargo, ícuántos herejes hay que precisamente por no ver ninguna apariencia divina, se atreven a negar la 
presencia real de Jesús en el Sacramento!... 
((188)) Quisieran ver con sus propios ojos el divino rostro de Jesucristo, quisieran oír las angélicas armonías de todos los espíritus 
bienaventurados que le hacen corona de continuo. Pero sepan estos herejes que quien no cree en la palabra de Jesucristo, no verá nunca su 
rostro, y será condenado. Desagradecidos, ingratos, de dura cerviz, de la misma raza que aquellos pérfidos hebreos que, no pudiendo 
negar los milagros que Jesús realizaba ante sus ojos, decían que los obraba con el poder del demonio. Así os pagan los hombres, oh 
divino Salvador, vuestra humillación? Jesús mío, es verdad que hay algunos tan ingratos que no os reconocen, pero en medio de tanta 
ingratitud hay muchísimas almas, están todos estos jovencitos que creen, con toda la fuerza de su corazón, que estás vivo y realmente 
presente en el Santísimo Sacramento. Sí, creen que tú eres hijo del Eterno Padre, del Dios vivo, dueño absoluto de toda la creación; te 
creen verdadero hijo de María, de quien naciste para librarnos de las garras del infernal enemigo... 

2. íOh tiempos felices los de la Iglesia primitiva, en la que los fervientes campeones de Cristo tanto se distinguían por su caridad, qué 
de menos os echamos en nuestros días! Por la historia puede saberse cuán grande era el amor de los primeros cristianos a Jesucristo en el 
Santísimo Sacramento. Ni por un instante olvidaban el 
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Calvario y la Cruz. íCon qué reverencia y adoración, con qué devoto recogimiento estaban en su presencia, iban a visitarlo, asistían al 
santo Sacrificio y comulgaban! En aquellos sagrados templos, unos lloraban de gozo, otros lanzaban ardientes suspiros desde lo hondo de 
su pecho y algunos quedaban arrobados en éxtasis. Virgencitas y niños inocentes cantaban himnos al Divino Cordero, como los ángeles 
en la celestial Sión, y les parecía que tardaba en llegar el dichoso instante de poder abrazarse con su amado Jesús. Y con El en el corazón, 
por amor a El, los veis marchar heroicamente al encuentro de un glorioso martirio y dar gracias a Jesús con la sangre y con su vida, por la 
sangre y por la vida que El consumó en la cruz para ellos. Pero íay de mí! Si desde aquellos cristianos vuelvo la mirada a los de hoy, íqué 
espectáculo más distinto se me ofrece! íQué relajamiento, qué frialdad, qué negligencia en la mortificación de los sentidos! Y, si no 
bastara para inflamar nuestros corazones todo lo que hizo y ((189)) sufrió por nosotros el divino Salvador, que podrá encenderlos?... 

3. Por último, las oraciones de Jesús por nosotros deben movernos a demostrar nuestro agradecimiento con una perfecta contrición. 
Quién no tiene que reprocharse alguna falta de respeto si repasa con el pensamiento su vida pasada? íCuántas irreverencias en su 
presencia, cuántas distracciones! íCuántas comuniones recibidas con un corazón frío, indiferente, hechas tal vez sólo por motivos 
humanos, para no llamar la atención! íQuién sabe si alguna vez, incluso, no se repitió la traición de Judas con el sacrilegio! íY Jesús 
siempre tan bueno, tan compasivo con nuestra ruindad! íAh! reflexione cada cual un poco sobre cómo ha tratado a Jesús y resuelva para 
el porvenir encender agradecido en su corazón una fe viva en reconocimiento a tantas humillaciones como sufrió por nuestro amor el 
buen Dios; arder el corazón de amor al buen Jesús por los daños que recibe en el Santísimo Sacramento de los hijos ingratos; excitarnos a 
un verdadero arrepentimiento de todos nuestros pecados, en reconocimiento a las oraciones que ofrece a su Eterno Padre por nosotros... 
Mientras don Bosco animaba de este modo al bien a los socios del Santísimo Sacramento, veía que con las Compañías aún no se habían 
remediado las necesidades de todas las categorías de alumnos. Los internos de virtud probada tenían la Compañía de la Inmaculada, que 
los ejercitaba en la caridad espiritual con los compañeros; ya oímos a don Bosco cómo les proponía afectuosamente por modelo a san 
Juan Evangelista, que había merecido por su inocencia y por su celo recibir bajo su tutela a la santísima Virgen. Los catequistas, lo 
mismo internos que externos, tenían las conferencias anejas de san Vicente de Paúl, cuya industriosa caridad él describía. Los estudiantes 
tenían la Compañía del Santísimo Sacramento y el Clero Infantil. La de san Luis debería ser para todos, internos y externos, pero el gran 
número de estudiantes ((190)) inscritos en ella, la diferencia de horarios, la prudente medida de no privar a los muchachos de parte del 
recreo en los días festivos, la diversidad de inclinaciones, instrucción y amistades, hacían que fueran pocos los aprendices que a veces 
intervinieran en las reuniones. 
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Entonces determinó don Bosco que también los aprendices tuvieran una compañía propia, formada por los más deseosos del bien. Esta 
fue la de San José, modelo del obrero, bueno, trabajador y cristiano. Don Bosco estaba seguro de que sus queridos aprendices, si 
escuchaban en las conferencias instrucciones adecuadas a su condición, se sentirían movidos a la piedad y devoción. 

Una noche les contaba cuánto quería san José a los jovencitos. 

-Hace pocos años, decía, un pobre muchacho de Turín, que no había recibido ninguna instrucción religiosa, fue un día a comprar una 
cajetilla de tabaco. Al volver con sus compañeros, que lo aguardaban, quiso leer la parte impresa en el envoltorio del tabaco. Era una 
oración a san José para obtener una buena muerte. Se le hacía difícil al buen muchacho comprender el sentido, pero estaba tan conmovido 
con lo poco que entendía, que no sabía apartar los ojos del papel. Sus amigos, movidos por la curiosidad, hubieran querido leerlo ellos 
también, mas él se lo escondió en el seno y se puso a jugar. Pero estaba impaciente por releer aquella oración, pues había experimentado 
una inefable dulzura con la primera lectura. Tanto la estudió que la aprendió de memoria y la rezaba cada día, casi materialmente, sin 
intención formal de alcanzar ninguna gracia. 

San José no quedó insensible ante aquel homenaje en cierto modo involuntario; tocó el corazón del pobre joven, que ((191)) se presentó 
a don Bosco, el cual le proporcionó la inestimable fortuna de llevarlo a Dios. El joven correspondió a la gracia; tuvo oportunidad de 
instruirse en la religión que había descuidado hasta entonces por ignorarla, y pudo hacer bien su primera comunión; pero al poco tiempo 
cayó enfermo y murió invocando el nombre de san José, que le había obtenido la paz y el consuelo en aquellos últimos momentos. 

La palabra de don Bosco abrasaba las almas, porque iba acompañada del ejemplo. Resulta difícil explicar su amor a san José: lo 
demostró continuamente a lo largo de su vida, según atestiguan muy ilustres alumnos de todos sus tiempos. Lo eligió como uno de los 
patronos del Oratorio, colocó a los alumnos artesanos bajo su protección y lo proclamó protector de los exámenes para los estudiantes. A 
él recurría en sus apuros y exhortaba a los demás a invocarlo. Varias veces al año hablaba en la platiquita de la noche de la eficacia de su 
intercesión, hacía celebrar la fiesta del Patrocinio de san José el tercer domingo después de Pascua, y solía preparar a ella a los alumnos 
con breves charlas llenas de fervor. Los jóvenes santificaban el mes dedicado a este santo en la iglesia, individualmente o por grupos 
libres, 
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pues no había de ello prescripción alguna reglamentaria, pero era tan grande la devoción que les había inspirado que casi todos tomaban 
parte en aquella piadosa práctica. Don Bosco quiso siempre que hubiese un altar dedicado a san José en todas las iglesias que él levantó. 
Tuvo una gran alegría y exteriorizó su contento, cuando el papa Pío IX lo proclamó Patrono de la Iglesia Universal; y estableció en 1871 
que en todas sus casas, lo mismo estudiantes que aprendices, debían celebrar su fiesta el diecinueve de marzo, guardando completo 
descanso de todo trabajo. Por aquellos años, el diecinueve de marzo no era día festivo. 

((192)) El 1859 daba don Bosco una prueba de su constante devoción a san José, añadiendo en el devocionario «El Joven Cristiano» 
una práctica piadosa en memoria de los siete dolores y gozos de san José; una oración al mismo santo para obtener la virtud de la pureza; 
otra para impetrar una buena muerte y unas hermosas canciones religiosas en su honor. Además incluyó en el reglamento del Oratorio 
festivo, la siguiente nota en el capítulo 5.° de la 3.ª parte: «Durante los siete domingos que anteceden a la fiesta de san José hay 
Indulgencia Plenaria para los que confiesen y comulguen; dése por tanto aviso de ello con tiempo y prepárese a los muchachos con unas 
palabras especiales de aliento». 

No contento con ello encargó a la hermana de Silvio Péllico que tradujera del francés un librito titulado Los siete Domingos de San 
José, que quería imprimir y divulgar entre el pueblo. Publicamos una carta de esta excelente señora, escrita a principios del invierno, 
sobre este librito. 

Ilmo. y Rvdmo.: 

Ya que se malogró mi esperanza de ver a V.S. Ilma. en mi casa de campo, permítame le agradezca el honor que se dignó concederme. 

Como me parecía que, para corregir mi pobre traducción de los Siete Domingos de San José necesitaba usted el texto francés, hice 
buscar en Turín ese librito, pero no lo hay. Le envío por tanto el ejemplar adjunto, el cual, aunque sea de poca monta, desearía volviese a 
mis manos, porque, como puede usted ver, me fue regalado por el autor; por eso se lo encarezco. 

V.S. Ilma., que conoce a tantas personas, mire, se lo suplico, si hay manera de hospedar a Hinger durante el invierno que se avecina. 
Cómo se arreglará el pobre, sin nada? Quisiera trabajar, pero sin nada, nada se puede hacer. 
((193)) Dirá V.S. con razón, que soy pesada; pero no, no lo dirá porque V.R. tiene caridad en el corazón, y a estas horas sabrá por el 
mismo Hinger que, por haber hecho por él todo lo que pude, ando ahora endeudada, y que hace ya más de cuatro años que me persiguen 
el granizo y otras calamidades. Alabado sea por ello el Señor; pero ya no me quedan recursos para seguir ayudando a este pobrecito. 
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Qué tengo que ver yo con ello, me dirá V.R. y qué puedo yo hacer? íAh, tome a pechos el asunto y la Providencia le ayudará! 

Perdóneme, por el amor de san José, socorra a Hinger por amor a san José y el santo protegerá cada día más a su Institución y bendecirá 
sus trabajos. Con la más viva confianza tengo el honor de repetirme con profundo respeto. 

De V. S. Ilma. y Rvdma. 

27 de octubre de 1859 

Su humilde y segura servidora JOSEFINA PELLICO 

Así, pues, por la veneración que don Bosco profesaba a san José, se preparaba a fundar una compañía en su honor. El clérigo Juan 
Bonetti, que había estudiado un año de filosofía en el seminario de Chieri, atraído por el amor que tenía a don Bosco y el recuerdo de la 
encantadora vida de familia que se disfrutaba junto a él, había vuelto al Oratorio. Se le confió la asistencia de los aprendices y, como 
conocía las intenciones de don Bosco, pidió y obtuvo autorización para comenzar y organizar la Compañía de San José. Anunció el 
proyecto a los aprendices y éstos lo recibieron con gran entusiasmo. Muchísimos se apresuraron a responder a la invitación y el día de la 
inscripción, probablemente el veinte de marzo, domingo, hubo una hermosa fiesta religiosa y recreativa. Desde entonces la Compañía de 
San José tuvo vida continua y próspera hasta nuestros días. 

((194)) Don Juan Bonetti puso las bases con un reglamento, inspirado y corregido por don Bosco, en el que se introdujeron después 
algunos cambios, pero el espíritu siguió siendo siempre el mismo. 

La nueva compañía quedaba estructurada de la manera siguiente: 

I 

FIN DE LA COMPAÑIA DE SAN JOSE 

El fin de esta Compañía es promover la gloria de Dios y la práctica de las virtudes cristianas, especialmente entre los jóvenes 
aprendices, que se educan en el Oratorio de San Francisco de Sales. 

II 

MIEMBROS DE LA COMPAÑIA 

La Compañía se compondrá de un Presidente, Vicepresidente y Secretario, nombrados por el Director de la Institución. 

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Miembros efectivos podrán ser los aprendices, sus Maestros, Asistentes, Catequistas y todos los que cumplan las condiciones que a 
continuación se indican. 

CONDICIONES DE ACEPTACION
Para formar parte de esta Compañía es necesario:


1. Que el joven haga expresa petición, directamente o por medio de otro, al Presidente. 
2. Que haya sido admitido a la sagrada comunión. 
3. Que haya observado buena conducta durante dos meses. 
4. Que sea juzgado apto por los miembros de la Dirección de la Compañía y cuente con la aprobación del Superior de la Casa. 
5. Que haya leído el Reglamento de la misma y prometa cumplirlo. 
6. Hará un aspirantado de dos meses, después de los cuales, si hubiere dado pruebas de aptitud, será inscrito en el registro de los socios 
efectivos. 
7. El día de su aceptación se acercará a los santos sacramentos, recibirá la medalla bendecida de san José, junto con el certificado de 
admisión. 
((195)) Se recomienda a todos llevar devotamente al cuello esta medalla, para ganar las muchas indulgencias anejas a ella. 

IV
REGLAS GENERALES


Los jóvenes que forman parte de la Compañía de San José, confiando en el poderoso auxilio de este gran Santo, prometen: 

1. Observar diligentemente el Reglamento de la Casa. 
2. Prestar exacta obediencia a los Superiores, a los cuales se someten con ilimitada confianza, y edificar a los compañeros con el buen 
ejemplo, amonestándolos caritativamente siempre que se presente la ocasión, animándolos al bien y apartándolos del mal. 
3. Esmerarse con toda caridad para impedir las riñas y toda clase de discordias entre compañeros en cualquier lugar o circunstancia. 
4. Evitar rigurosamente o impedir, por sí o por medio de otros, las malas conversaciones y cualquier cosa contraria a la modestia. 
5. Huir del ocio y procurar que estén bien ocupados todos los momentos del día. 
6. Vencer el respeto humano y no ser esclavos de vanos o imaginarios temores. 
7. Mortificar los sentidos para conservarse puros y castos de pensamiento, palabra y obra, a imitación de san José, que fue el primero en 
ofrecer a Dios con voto su pureza, y mereció ser el guardián de la misma pureza, Jesucristo. 
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REGLAS PARTICULARES
No hay oraciones especiales; pero recomendamos estas pocas prácticas:


1. Recepción de los santos sacramentos una vez a la semana o por lo menos cada quince días. 
2. Honrar de un modo particular a nuestro patrono san José en sus fiestas, como son: sus desposorios ((196)) (23 de enero), su 
preciosísima muerte (19 de marzo), y su patrocinio (el tercer domingo después de Pascua). Será muy bueno prepararse a estas fiestas con 
un novenario de comuniones en honor del Santo. 
3. Hacer alguna práctica piadosa durante el mes de san José, a la que podrán unirse también los que no pertenecen a la Compañía. 
4. En todas las solemnidades del año los socios de la compañía de san José procurarán comulgar devotamente. 
5. Si cayese enfermo alguno de los socios, el Presidente lo comunicará en la primera conferencia, para que se hagan oraciones 
especiales por él. 
6. Si fuese oportuna la asistencia nocturna, el Presidente podrá exhortar a dos miembros de la Compañía para prestar esta obra de 
caridad; y si el enfermo siguiera necesitándola, los socios cumplirán este servicio, dos cada noche, de acuerdo con el parecer del Director. 
7. Si el compañero enfermo falleciera, los socios, con el consentimiento del Director de la Casa, asistirán al funeral y acompañarán los 
restos mortales al cementerio. Cada uno de los socios comulgará en sufragio del alma del difunto y, durante la siguiente conferencia, se 
recitará la tercera parte del Rosario en lugar de cualquier otra obra de caridad. 
Para tranquilidad de todos se declara que este reglamento no obliga por sí mismo bajo culpa de pecado, ni siquiera venial, a no ser en 
aquello que ya estuviese mandado o prohibido por los preceptos de Dios o de la Iglesia. 

VI
REGLAMENTO PARA LAS CONFERENCIAS


1. Los miembros de la compañía de san José se reunirán una vez por semana, asistidos por el Presidente. Durante el tiempo de espera 
para la entrada se leerá un trozo de la vida de san José, o de algún otro libro edificante. 
2. Se empezará la conferencia con la invocación del Espíritu Santo y se pasará lista de todos los socios efectivos y aspirantes. 
3. En la conferencia se tratarán temas relacionados con el culto de san José, la imitación de sus virtudes, la difusión de buenos ((197)) 
libros; en fin, se inculcará todo lo referente al bienestar material y espiritual de los socios de la Compañía. 
4. En las conferencias se admitirán propuestas de postulantes, y los miembros que componen la Dirección podrán dar su parecer sobre 
la aceptación de los aspirantes, que el Presidente tendrá en cuenta; pero siempre podrá diferir la aceptación o admitirla, como mejor lo 
juzgue ante el Señor. 
5. Las conferencias, en general, serán breves y se concluirán con el rezo de un padrenuestro, avemaría, gloriapatri, versículo y oración 
en honor de san José. 
6. Cada mes se dará cuenta al Superior de la Casa de lo tratado en las 
Conferencias, 
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VOLUMEN VI Página: 157 

del aumento o disminución de los socios, de la observancia del reglamento y del progreso de la Compañía. 

Este fue el reglamento de la Compañía de San José, el cual señalaba las ocupaciones siguientes para los miembros que componían la 
Dirección: 

-Tocaba al Presidente convocar las reuniones de la Compañía, cuidarse de la instrucción religiosa de los socios y promover, con todos 
los medios sugeridos por la prudencia, el mayor progreso material y espiritual posible entre los hermanos. 

-El Vicepresidente tenía que suplir al Presidente siempre que éste no pudiera presidir las reuniones, y ayudarle en todo aquello que no 
pudiera despachar él solo. 

-El Secretario estaba encargado de tomar nota de los socios y aspirantes ausentes, hacer un resumen del tema tratad en cada conferencia 
anotando los puntos principales, extender el acta y trasladarla a un registro a propósito. A él correspondía también tomar nota de todo lo 
relacionado con la compañía y tener al día la lista exacta de los socios y aspirantes. 

-Los Consejeros y Decuriones debían velar para que los socios observaran exactamente el Reglamento de la Compañía. 

((198)) Para dar a esta Compañía la merecida importancia fueron nombrados miembros honorarios los Superiores mayores del Oratorio 
y fue equiparada a la de san Luis. Y así, mientras para ser miembro de las Compañías de la Inmaculada, del Santísimo Sacramento y del 
Clero Infantil, bastaba la simple inscripción, para permanecer a la de san José había que pronunciar la fórmula de adhesión. 1 

Los excelentes resultados de esta nueva Compañía irán apareciendo con evidencia en nuestras páginas, pues ya entonces se 

1 Colocábanse los postulantes de rodillas ante el altar o una estatua del Santo. Un sacerdote, revestido de roquete y estola, invocaba al 
Espíritu Santo con el canto del Veni Creator, versículo y oración, y dirigía a los postulantes y sostenía con ellos el siguiente diálogo: 

P. Hermanos míos, qué pedís? 
R. Pedimos ser admitidos en la Compañía de San José. 
P. Conocéis las reglas de esta Compañía? 
R. Las conocemos, por haberlas leído atentamente y, con la ayuda de Dios y de María santísima, esperamos poder cumplirlas. 
P. Por qué motivo queréis inscribiros en esta Compañía? 
R. Para llevar una vida cristiana bajo la protección de san José, imitándole en sus virtudes, principalmente en la castidad y en la 
obediencia. 
P. Cuál es el fin principal que más os estimula a ingresar en esta Compañía? 
R. El fin principal es el de ganarnos la protección de san José en los peligros de la vida y sobre todo su asistencia en la hora de la 
muerte. 
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podían vislumbrar por la buena conducta de una gran parte de los aprendices. Tanto se extendió la fama de esta Compañía, que pedían 
informes de ella desde diversos talleres e Instituciones del Piamonte, y más tarde de Italia, y de muchas otras partes del mundo. Con los 
nombres de todos ellos podría hacerse un catálogo sorprendente. 

((199)) Ha llegado hasta nosotros una carta de aquel año escrita por don Bosco al fundador de un centro de caridad que le pedía un 
aprendiz. 

Carísimo en el Señor: 

El turbio panorama político me ha obligado a demorar un poco la respuesta a su respetable carta. Diré, pues: 

Si se mantiene el mencionado proyecto, yo le podría enviar uno de mis jóvenes, que no es un famoso zapatero, pero, sí, capaz de cortar 
y confeccionar la pieza de su arte. Tocante a la conducta, espero que no habrá quejas, a no ser que cambie en su actual modo de vivir. 
Haré que saquen copia del reglamento de esta casa y se la enviaré. Para la reunión festiva sería menester ((200)) que habláramos; por 
tanto, si por acaso viene usted a Turín, haga por pasar un día de fiesta con nosotros y verá cómo nos las arreglamos in nomine Domini (en 
el nombre del Señor). Cuando se llegue a una conclusión concreta, dígamelo y, si Dominus dederit, (si Dios quiere) iré a verle. 

Si usted prefiere un muchacho sastre, también se lo podría proporcionar. 

Sacerdote. Bendiga el Señor vuestro buen propósito y que la Santísima Virgen os ayude a cumplirlo hasta el fin de vuestra vida. Poned 
todos empeño en observar el Reglamento de la Compañía, y estad seguros de que san José os protegerá durante la vida y especialmente a 
la hora de la muerte. 

A continuación los postulantes pronunciaban la siguiente fórmula: 

Yo... prometo hacer cuanto pueda para imitar a san José, esposo de María, la más pura de las vírgenes; y en consecuencia, huir de los 
malos compañeros, evitar las conversaciones obscenas, animar a los demás a la virtud con la palabra y el ejemplo. Prometo también 
observar el Reglamento de la Compañía. Todo ello espero cumplirlo con la ayuda del Señor y la protección del Santo. 

Después de esta solemne promesa, decían todos los nuevos socios: 

En nuestras necesidades espirituales y temporales acudiremos con ilimitada confianza al Santo y le diremos: 

Glorioso san José, nuestro protector, os suplicamos volváis benigno vuestros ojos sobre nuestras presentes necesidades y nos concedáis 
los mejores socorros para la salvación de nuestra alma. Acordaos, oh purísimo esposo de María Virgen y dulce protector nuestro san José, 
de que nunca se oyó decir que ninguno que haya implorado vuestra protección y ayuda, no haya sido atendido. Con esta confianza 
recurrimos y nos recomendamos fervorosamente a Vos. No despreciéis nuestras plegarias, oh Padre putativo del Redentor, antes 
recibidlas piadosamente y escuchadlas. Así sea. 

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús, José y María asistidme a mi última agonía. Jesús, José y María expire en 
vuestros brazos en paz el alma mía. 

Los nuevos socios, después de inscribir su nombre y apellido en el Registro, recibían la medalla de san José; dirigía el sacerdote una 
breve plática moral y terminaba la función con el salmo: Laudate Dominun omnes gentes. (Alabad al Señor todas las naciones.) 

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Humildes saludos al intrépido reverendo Fenoglio. Muchos ánimos para los dos en el Señor. Búsqueme un millón de suscriptores a las 
Lecturas Católicas; rece por mí y por mis pobres hijos, mientras me ofrezco. 

De V. S. Carísima en el Señor. 

Turín, 3 de abril de 1859 

Seguro Servidor y amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Cerramos este capítulo con una observación. Si el alma de la Compañía de San José y de las otras era la comunión frecuente, la 
formación, el incremento y el vínculo que unía a los miembros de aquellas instituciones, hay que atribuirlos al celo y al buen ejemplo de 
los clérigos. 

Casi todas las semanas los reunía don Bosco en su habitación y sostenía con ellos íntimas conversaciones, en las que les inculcaba sus 
ideas, les daba normas para que mantuviesen una conducta ejemplar; y al describir las virtudes de san Francisco de Sales, frecuentemente 
hacía calurosos elogios de su dulzura, pureza y espíritu de sacrificio al afanarse e industriarse de mil maneras, aun a costa de su propia 
vida, por la salvación de las almas. 

Estos clérigos, objeto de sus más tiernos cuidados, habían sido educados y formados por él desde su niñez y correspondían a las 
enseñanzas recibidas. Y no podía ser de otro modo; pues él no admitía en su clero ni en el de los seminarios, más que a los jóvenes que 
presagiaban un feliz resultado; y los ayudaba por todos los medios para alcanzar sus santos deseos. 

((201)) Prueba de ello es la carta que escribía al canónigo Vogliotti, Rector del Seminario y Provicario diocesano: 

Ilmo. Señor Rector: 

El clérigo Alasia de Sommariva, seminarista en Chieri, me escribe que le reclaman el pago de la pensión. Fue al Seminario con la 
esperanza de estar gratuitamente de acuerdo con las esperanzas que usted me dio. Suplico acuda usted en su socorro, porque de otro 
modo, como no puede pagar ni un sueldo, se vería obligado a volver a su casa. El clérigo Bonetti disfrutaba el año pasado de beca entera 
y usted me dio a entender que al aceptar en mi casa a Bonetti, transferiría la beca al clérigo Alasia. 

Confiando plenamente en su bondad, me profeso con toda estima. 

De V.S. Ilma. 

En casa, 6 de abril de 1859 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

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A los estudiantes seminaristas que no observaban buena conducta los excluía sin miramientos del estado clerical y pasaba informes 
sinceros al Superior eclesiástico. Respondía a una pregunta del antedicho Rector del Seminario, en los siguientes términos: 

Ilmo. y Muy Rvdo. Señor Rector: 

Siento cierta dificultad para informar sobre el joven... de... Diré coram Domino (ante el Señor) las cosas tal y como yo las conozco. En 
los estudios, bien; su conducta, mediocre, y fue despedido de esta casa por razones que está vedado nombrar entre cristianos. Aquí 
estudió hasta acabar el curso de Retórica; y puede darse que en los dos años de su ausencia de ésta, haya observado mejor conducta y 
merezca una recomendación favorable especial. 

((202)) Creo que bastarán estos informes, aunque siempre estoy a su disposición para explicar más detalladamente las cosas si fuere 
menester, a la vez que me profeso con gratitud. 

De V.S. Ilma. 

Desde casa, 15 de marzo 1859 

Seguro Servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

N.B. Cuando dicho joven se presentó a examen para la toma de sotana, yo le negué el certificado de buena conducta, y él fue a 
pedírselo a su Párroco. 
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((203)) 

CAPITULO XVI 

ALGUNAS NORMAS A LOS CATEQUISTAS PARA LA ENSEÑANZA DE LA DOCTRINA CRISTIANA -ESTUDIO Y 
EXPLICACION DEL NUEVO TESTAMENTO: LECCIONES DE ORATORIA SAGRADA: EL PREDICADOR SIN PREPARACION 
-LA CLASE DE CEREMONIAS LITURGICAS -DIVERSAS CONFERENCIAS SEMANALES A TODOS LOS ESTUDIANTES 
-INSTRUCCIONES ACERCA DE LA BUENA EDUCACION Y SU CONVENIENCIA -DON BOSCO MODELO DE PERFECTA 
EDUCACION -URBANIDAD Y CARIDAD AL HABLAR Y AMONESTAR -CALLAR Y REFLEXIONAR, CUANDO EL ANIMO 
ESTA AGITADO: UN RIDICULO ARREBATO -BUENA EDUCACION EN LAS ACCIONES: DON BOSCO Y EL JUEGO DE LA 
PIDOLA -DELICADEZA DE DON BOSCO PARA AVISAR A LOS MUCHACHOS POR ALGUN ACTO GROSERO 
-ATENCIONES AL RECIBIR EN CASA A LAS VISITAS -ESQUEMA DE UNA COMEDIA, PARA ENSEÑAR URBANIDAD 
-LOS MUCHACHOS APROVECHAN LAS EXHOR TACIONES DE DON BOSCO -ELOGIO 

EL hombre prudente se hace amable con sus palabras, dice el Eclesiástico; por eso convence y arrastra a los oyentes a hacer su voluntad. 
Así era don Bosco, e inculcaba esta amabilidad a sus ayudantes, a quienes repetía para asegurar la buena marcha de la comunidad: 

-íHablad, hablad! 

Con este santo fin multiplicaba las ocasiones de hablar ((204)) no sólo él, sino también los Superiores de la Casa y otros santos 
sacerdotes de la ciudad, impregnados de su espíritu, a los que invitaba a conversar y pasar algún rato en el Oratorio. Estos le suplían en 
sus ausencias o cuando algún asunto se lo impedía, se hacían eco de su palabra recordando sus máximas, y se esforzaban para que se 
cumplieran sus deseos. 

Así pues, don Bosco, además de los sermones, la narración de la vida de los Papas, la platiquita de la noche, las conferencias a las 
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Compañías, la lectura semanal de las calificaciones obtenidas por los estudiantes, la exposición y explicación del reglamento de la Casa, 
reunía a sus alumnos para comunicarles temas de mucha importancia relacionados con la educación religiosa y civil. Son cosas que no 
conviene olvidar y que exponemos aquí porque no encajarían en otro lugar. 

En primer término hablaremos del catecismo. 

Durante veinte años por lo menos, de 1846 a 1866, solía don Bosco juntar de vez en cuando a los clérigos y a los jóvenes mayores y 
mejores para enseñarles la manera de dar con fruto la clase de catecismo a sus compañeros externos e internos. La sacristía era el lugar 
preferido para estas reuniones. A menudo explicaba el Reglamento de los Oratorios festivos. Recomendaba a los maestros que estuvieran 
de pie durante la clase para dominar con su presencia a los chicos sentados, tener a todos bajo su mirada y obtener con facilidad el 
silencio. Insistía en que se añadiera a las respuestas del catecismo alguna reflexión brevísima, sin perderse en explicaciones que no serían 
entendidas. 

Don Angel Savio y Juan Villa nos contaban el enorme bien que hacían estas reuniones y añadían que él, en las clases dominicales y 
nocturnas, dedicaba varias horas cada semana para contar a los muchachos, con mucho gusto y respeto, los hechos de la Sagrada ((205)) 
Escritura y citaba los libros santos para razonar con la misma palabra del Señor. De este modo continuaba y completaba las enseñanzas 
que habían aprendido en la iglesia de boca de los eminentes teólogos de la Residencia Sacerdotal, que enviaba los domingos don José 
Cafasso. 

También los internos, divididos por clases, tenían en la iglesia el catecismo dominical. Pero, además de esto, procuraba don Bosco que 
se les señalase cada semana un capítulo de la Doctrina Cristiana para estudiarlo de memoria y que tenían que recitar los aprendices en la 
clase que recibían cada domingo por la tarde, y los estudiantes en sus aulas. Estos, no eran admitidos a los exámenes finales de las 
diversas asignaturas escolares, si antes no habían aprobado el examen de catecismo, ante los mismos maestros ordinarios, o bien ante un 
tribunal presidido por ellos. Se hacía así para que los alumnos se acostumbraran a dar primacía a la enseñanza religiosa sobre el italiano, 
el latín, el griego y las demás asignaturas accesorias. 

Había mandado, además, que los clérigos estudiantes de teología y los de los dos cursos de filosofía estudiaran cada semana diez 
versículos 
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del Nuevo Testamento y los recitaran a la letra los jueves por la mañana, en el refectorio, a la hora del desayuno. 

Esta costumbre empezó en 1853. Cuando don Bosco entró en el refectorio para inaugurarla, todos los clérigos tenían en la mano el 
volumen de la versión latina de la Biblia y lo habían abierto con los ojos puestos en los primeros renglones del Evangelio de San Mateo. 
Liber generationis Jesu Christi filii David. (Libro de la genealogía de Jesucristo hijo de David.) 

Parecía que necesariamente tenía que haber comenzado don Bosco por allí, pero, después de rezar la oración Actiones, dijo: 

-Evangelio de San Mateo-, capítulo XVI, versículo dieciocho Et ego dico tibi, quia tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo 
Ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam. Et tibi dabo ((206)) claves regni coelorum; et quodcumque ligaveris 
super terram, erit ligatum et in coelis; et quodcumque solveris super terram, erit solutum et in coelis. (Y yo te digo que tú eres Pedro y 
sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y 
lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.) 

Después de trazar un breve esquema de la autoridad del Romano Pontífice, señaló para estudiar durante aquella primera semana los diez 
primeros versículos del Evangelio que tenían en su manos. Durante varios años presidió él mismo esta recitación; daba una breve 
explicación literal con pocos pero magníficos comentarios y concluía con una máxima que movía al amor de Dios y servía de norma de 
conducta. Su palabra docta y atrayente gustaba tanto a los clérigos que pasaban la semana deseando que llegara el jueves. 

Hacia 1857, por causa de las confesiones que debía atender hasta hora muy avanzada, se hizo sustituir por el clérigo Miguel Rúa; en 
1863 encargó de ello a don Domingo Ruffino y después sucesivamente a otros, pero él asistía de cuando en cuando a estas reuniones y a 
veces las presidía. 

A este ejercicio, que se llamó vulgarmente Testamentino 1, añadía él a veces alguna observación sobre la importancia y la manera de 
anunciar la palabra de Dios, recomendando sencillez y claridad, apta para impresionar los corazones. La salvación de las almas, solía 
decir, ha de ser el único fin del predicador. 

1 Testamentino: fue la expresión familiar, durante muchos años, para indicar la reunión semanal de los clérigos salesianos, en la que 
recitaban diez versículos, previamente señalados por el Director de la Casa, y sacados del Nuevo Testamento. (N. del T.). 
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Por este motivo salió un día de sus labios una expresión singular, que oyó don Francisco Cerruti. Reíanse los clérigos delante de don 
Bosco de las exageraciones que se leen en los sermonarios del siglo diecisiete, y él les decía: 

-Y si en aquel siglo eran necesarios ese estilo y esas figuras para cautivar la atención del pueblo y hacer el bien a las almas, habría por 
qué reír? Yo creo que habría hecho mal, quien hubiese procedido de otro modo. 

((207)) Hablaba en otra ocasión de la necesidad de una diligente preparación y del orden de la materia a tratar, antes de subir al púlpito. 
Y salpicaba su conversación con hechos graciosos, que demostraban el triste papel a que se expone el sacerdote descuidado o inepto en el 
cumplimiento de este grave deber. 

Quien escribe estas páginas estaba presente cuando don Bosco contaba: 

-Cierto capellán era conocido por su gran simplicidad. Para retratarlo basta recordar el método clásico, sobre toda ponderación, que 
seguía en la predicación. Subía al púlpito y con los ojos cerrados y las manos agarradas a la barandilla hacía el exordio. En cada sermón 
pasaba revista al decálogo: 

-Mirad, empezaba, seré corto, muy corto. Habéis de saber que el Evangelio de hoy... (íay con esas mujeres!... ya sé yo muy bien que 
vosotras las mujeres tenéis mucho pico, pero al menos durante el sermón estad calladas...). Decía, pues, que el Evangelio de hoy cuenta la 
multiplicación de los panes. Por eso, procurad confesaros, porque también este precepto se puede sacar del Evangelio de hoy. Comenzad 
el examen por el primer mandamiento... (Pero... eh, tú sacristán, agarra el apagavelas y dale un par de cañazos a aquella muchacha...) y al 
hacer el examen de conciencia, después de mirar el primer mandamiento, pasáis a reflexionar sobre el segundo... (Pero, es que no hay 
modo de que se estén quietos esos chiquillos del altar mayor?...) Siguiendo nuestro tema, mirad si habéis cumplido el tercer precepto... 

Y por este estilo seguía adelante, recitando, que no explicando, los diez mandamientos. Decía que sería corto y, en efecto, lo era, pues 
nunca estaba en el púlpito más de diez minutos. Cuando el pueblo creía que iba a comenzar, ya estaba bajando. Qué os parece este 
modelo de oratoria? Qué frutos puede traer? íIndignación, risas ((208)) o sueño! Y esto es lo que siempre sucede a quien, por un motivo u 
otro, sube al púlpito sin preparación, con gran menoscabo para las almas y una tremenda responsabilidad ante el tribunal de Dios. 
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Hay que reconocer este deber del sacerdote para recolectar muchas mieses. Ya está escrito en el capítulo dieciséis de los Proverbios: 
«Toca al hombre forjar planes en el corazón (con el estudio, la meditación y la oración), y al Señor gobernar la lengua (con su gracia)». 

Puede contarse entre las conferencias la clase de ceremonias litúrgicas a los clérigos. La inauguró don Bosco en persona y la continuó 
por algún tiempo el teólogo Juan Bautista Bertagna. Hacia 1857 se encargó de ella el reverendo Gherardi, teniente cura de Santa María, 
que se brindó él mismo a darla porque los clérigos del Oratorio habían sido agregados al clero de su parroquia, donde acudían en las 
fiestas solemnes para prestar servicio en las sagradas funciones. 

Cuando tenía tiempo libre, también enseñaba a ayudar a la misa rezada a los muchachos internos, aun cuando había otros maestros 
encargados de prepararlos para este nobilísimo servicio. Pues don Bosco quería que todos sus alumnos ayudaran a misa y supieran 
ayudarla bien. Los clérigos apreciaban a los reverendos Bertagna y Gherardi por su amabilidad y la admirable exactitud de su enseñanza, 
y más de uno de los antiguos nos contaba cómo corrían afectuosamente a su encuentro para besarles la mano cuando llegaban al Oratorio. 

A Gherardi le sucedió nuestro queridísimo compañero don José Rocchietti, que continuó hasta 1862, cuando tuvo que salir, muy a pesar 
suyo, del Oratorio por su delicada salud. 

Se encargó entonces de las ceremonias don Juan Cagliero y después don José Bongiovanni, cuya labor continuaron otros más tarde. 

((209)) Don Bosco empezó también a dar una conferencia los miércoles por la tarde a los muchachos estudiantes para que, a medida 
que adelantaban en los estudios, no descuidaran los otros deberes, y, como no podía darla personalmente con regularidad, rogaba a 
diversos sacerdotes amigos suyos que lo suplieran. Durante el curso 1856-57, le suplió el padre Casassa, sacerdote venerable por su edad 
y sus virtudes y director de las Hermanas de Santa Ana. Daba su conferencia los viernes, siempre revestido con roquete y estola, en la 
sala de estudio y, más a menudo, en la capilla de san Luis. Trataba del pecado, de la virtud y de los sacramentos. Su conferencia moral 
resultaba muy agradable a los muchachos y no duraba más de media hora. Predicó además los domingos por la tarde hasta 1863, 
alternando con el teólogo Borel y el canónigo Borsarelli. 

En el curso 1857-58, a fin de que los estudiantes cantaran los 
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himnos de la Iglesia comprendiendo bien el sentido, invitó al sacerdote y profesor Mateo Picco para que se los explicara todos los jueves; 
a estas explicaciones acudían también los estudiantes del Cottolengo. 

El año 1859 se encargó de esta conferencia don Agustín Zattini, natural de Brescia, aspirante a la Pía Sociedad, el cual explicaba a 
veces los miércoles y a veces los domingos después de la segunda misa, el salmo y las demás oraciones y respuestas de los ayudantes al 
Sacrificio de la Misa, para que entendieran bien lo que decían. 

Durante los años 1860-61-62-63 continuó esta costumbre de los miércoles el teólogo Borel en un salón en ángulo, uno de cuyos brazos 
correspondía a la actual enfermería, y el otro caía bajo la habitación de don Bosco. En el vértice del ángulo, formado por las dos salas, se 
sentaba el teólogo revestido de roquete y estola y todos los estudiantes y los clérigos estaban alineados a su derecha y a su izquierda. 
Exponía el catecismo en forma razonada. Habló un año entero de la fe, con tal claridad que todos le entendían. Fides sine operibus 
mortua est: sine fide impossibile est ((210)) placere Deo. (La fe sin obras está muerta; sin la fe es imposible agradar a Dios.) Resultaba 
verdaderamente sublime cuando describía la belleza de esta virtud teologal, nos dijo el profesor don Juan Garino que estaba presente. 

Algún año dio don José Bongiovanni estas lecciones de moral en el salón de estudio, y después desapareció esta costumbre. 

Por último mencionaremos la conferencia o clase de urbanidad que se impartía una vez a la semana en el salón de estudio, los jueves 
por la mañana y, a veces, los domingos antes de comer. Esta incumbencia correspondía al Prefecto de la Casa y fue el primero en 
desempeñarla don Víctor Alasonatti en 1855. Era como la coronación de la educación cristiana, ya que los muchachos, llegados del 
campo o del taller, no habían aprendido las buenas maneras para comportarse con garbo en sociedad. 

Las normas se sacaban de los libros santos del Nuevo y Antiguo Testamento, que hablan de cómo portarse en la mesa, de no sentarse 
cuando otros están de pie, del comportamiento al presentarse a los superiores, al estar entre los compañeros, al conversar con personas de 
respeto, en los recreos; en conclusión, de la manera como hay que conducirse en cualquier circunstancia de la vida. La actitud de una 
persona es un tácito intérprete del corazón y de esto se puede conjeturar cómo es su carácter natural. Dice el Espíritu Santo en el 
Eclesiástico: «Por la mirada se reconoce al hombre, por el aspecto 
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del rostro se reconoce al pensador; el atuendo del hombre proclama lo que hace, su caminar revela lo que es»1. 

Por eso don Bosco quería que sus alumnos fueran juiciosos y que la compostura en todos sus actos, el garbo, la ingenuidad y un 
honesto pudor les merecieran el aprecio y la benevolencia de la gente. A veces se prestaba él mismo a ocupar la cátedra del salón de 
estudio, en lugar del Prefecto ((211)) y más que sus palabras, era entonces su ejemplo una continua lección de urbanidad. Porque él era 
un modelo del hombre bien educado; prestaba atención a todos sus gestos y palabras, y no ofendía a nadie con su mirada, ni el oído de 
ninguno, pues trataba a todos con máximo respeto, como enseña San Pablo: Cui honor, honor (Dése honor a quien lo merece). No 
ahorraba ninguna delicadeza con cuantos iban a visitarle. Los de la nobleza, que le observaban atentamente, quedaban admirados de él y 
más de una vez se les oyó exclamar: 

-Pero, dónde aprendió tan exquisita cortesía? íEs todo un caballero! 

Don Pablo Albera oyó repetir mil veces frases como éstas en Francia, y era ésta una de las razones, secundaria si se quiere, pero real, 
por la que los grandes señores deseaban hospedarlo en sus palacios. Empleaba la misma cortesía en su trato con los pobres, en cuya casa 
no entraba sin descubrirse la cabeza. Hasta con los alumnos era de una encantadora delicadeza. 

-Quisiera encargarte de tal cosa: ...qué te parece? -Por favor podrías hacerme este recado? -Permites que te dé un aviso? -Podrías 
ayudarme en este trabajo? 

Y no había en sus maneras ninguna afectación, porque estaban inspiradas en la caridad de Nuestro Señor, como corresponde a un 
sacerdote. 

Los muchachos se miraban como en un espejo en los modales de don Bosco, el cual, lo mismo en público que en privado, no cesaba de 
corregirles y darles los avisos oportunos. Veía él en la cortesía el germen de muchas virtudes, y, en consecuencia, su habilidad educadora 
le señalaba el momento de hablar y el momento de callar. Advertía a los alumnos que se guardaran de manifestar la aversión que 
despiertan las formas groseras, presuntuosas, demasiado engreídas o burlonas de algunos; que no contaran jamás al compañero lo malo 
que otro había dicho de él; que prestaran oídos de mercader a cualquier palabra satírica lanzada; que no insistieran, ((212)) aun con los 

1 Eclesiástico, XIX, 29, 30. 
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iguales y con obstinación, en mantener su propio parecer. Que nunca pretendieran ponerse por modelos diciendo: «Yo habría hecho de 
otro modo», al oír contar algo no vituperable del prójimo. Que no contradijeran al que manifiesta sus propios sentimientos. Que 
escucharan sin muestras de aburrimiento, antes al contrario demostrando interés, cuando alguien repite un suceso, que ya contó otras 
veces, como si fuera una novedad, y tener esa atención especialmente con los ancianos; no permanecer siempre mudos en una 
conversación entre amigos, no interrumpir a quien habla, ni responder sin ser preguntado, y templar y moderar siempre la respuesta con 
las palabras: me parece o pienso que; no dando nunca una sentencia absoluta, cuando no se trata de una verdad religiosa. En las 
cuestiones de diversos pareceres no levantar la voz muchos a la vez, porfiando por sobresalir unos sobre otros, sino más bien esperar el 
turno para abrir la boca. 

Cuando un alumno olvidaba sus avisos, don Bosco tenía un método especial de corregir y dar una lección. Si el que hablabla con él 
cometía un error gramatical, le dolía que los presentes lo criticaran o se burlasen, y entonces él le respondía procurando meter en la 
respuesta la palabra errada corrigiéndola sin hacer la menor observación, de modo que uno y otros entendían. 

En cierta ocasión exponía don Bosco sus pensamientos a un grupo de clérigos veteranos acerca de algunas medidas que se iban a tomar. 
Hubo uno, que apenas oyó de qué se trataba, dijo con poca cortesía: que era una idea inoportuna en grado superlativo, y que presentaba 
dificultades insuperables. Sin alterarse, preguntóle don Bosco: 

-Quid est hyperbole? (qué es hipérbole?) 

Todos se echaron a reír, pero don Bosco no añadió palabra; ((213)) quería tal vez dar a entender a aquel tal que, mientras se tratara 
únicamente de figuras gramaticales o de cuestiones literarias, podía ser juez competente. Fue una palabra enigmática, pero graciosa para 
no mortificar a quien hacía una objeción imprudente. 

Cuando alguno emitía proposiciones equivocadas, tocante a ciencias o a historia, él, con toda calma, hacía señas de desaprobación y 
replicaba: 

-Tu es magister in Israel et haec ignoras? (Eres maestro en Israel e ignoras esto?). 

Pero no decía una palabra que pudiese dejar mal al interlocutor. 

Recomendaba que, antes de hablar, se pensase dos veces lo que se tenía que decir, recordando la sentencia del Eclesiástico: En la 
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boca de los necios está su corazón (es decir, hablan sin pensar), pero el corazón de los sabios es su boca (piensan y consideran lo que 
deben decir) 1. Y demostraba cuán necesaria era la reflexión para obtener lo que se desea, para no decir disparates, para no violar 
secretos, para no crearnos enemigos, para no acarrearnos daños a nosotros mismos, para no ofender al Señor. 

No omitía una consideración sobre ciertos caracteres atolondrados, suspicaces, impetuosos, que si no se les pone freno prorrumpen 
fácilmente en arrebatos de cólera, insultan a sus presuntos ofensores, interpretan desfavorablemente las intenciones de los demás y 
pretenden tener siempre toda la razón. Con lo cual pierden amistades, se hacen antipáticos en sociedad y son la comidilla de todos. Se 
encuentran muchos de estos sujetos mal educados, los cuales no harían el ridículo si prestaran atención a no precipitarse en el hablar, 
((214)) dejando que su imaginación se calmara disimulando y callando. 

Don Bosco confirmaba su lección con algunos ejemplos, entre los cuales contaba el siguiente: 

Estaba yo un día en la sacristía de san Francisco de Asís, a tiempo que llegó cierto sacerdote, el reverendo Corradi. Olvidándose de la 
esclavina que llevaba sobre los hombros, se revistió los ornamentos sagrados y salió a celebrar. Después de la acción de gracias, tomó el 
sombrero para salir de la iglesia y buscó inútilmente la esclavina. Preguntó al sacristán, el cual se echó a reír sin contestar. El reverendo 
Corradi se enfadó: 

-Dónde me la ha escondido? 

La buscó por todos los rincones de la sacristía, y volvió al sacristán, amenazándolo si no decía dónde la había escondido o quién se la 
había llevado. El sacristán seguía riendo y aseguraba no haberla tocado, ni haber visto a nadie que se la llevara. Se dirigió entonces a mí, 
y a los demás presentes, preguntando por la esclavina, y sin aguardar respuesta mandó llamar al encargado de la iglesia. Este, al oír aquel 
jaleo, preguntóle qué pasaba, y él contestó: 

-Estos me agarraron... me escondieron la esclavina, y ahora tengo que ir a casa, y no me la quieren dar; solamente el sacristán puede ser 
capaz de semejante guasa y encima se ríe y se burla de mí. 

El encargado, que se dio cuenta de todo en seguida, fingió no saber nada y con toda calma llamó al sacristán: 

-Es verdad que has tomado su esclavina? O se la ha escondido algún otro? Dásela, porque tiene que volver a casa. 

1 Eclesiástico, XXI, 26. 
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Como todos protestaran que no la habían tocado, el reverendo Corradi, aún más agitado, recorrió de nuevo todos los rincones y dijo: 

((215)) -Yo la dejé aquí... y no está..., en este otro lugar tampoco... Cómo ha podido desaparecer? 

En aquel momento llegó don José Cafasso. Al ver la sacristía tan revuelta y con tanto polvo, preguntó la causa a Corradi, el cual dio la 
misma contestación de antes. 

-Pero dígame, replicó don José Cafasso, tiene usted dos esclavinas? 

-No, una sola, una sola. 

-Entonces qué busca usted? 

-La esclavina. 

-Pero, ísi la lleva puesta! 

El reverendo Corradi levantó sus manos a los hombros y tocó y alzó la orla de la esclavina. Se quedó como de piedra, víctima de la 
confusión; no dijo una palabra, mas no se atrevió a mirar a nadie, escondió la cara, salió disparado por la puerta que daba afuera y 
desapareció. 

Pero don Bosco quería buena educación en las palabras y en los actos. Siempre modelo de dignidad cristiana en la compostura de la 
persona, aborrecía toda broma grosera, todo juego que comportase poner las manos encima de los compañeros y toda suerte de 
familiaridad menos decente, como, por ejemplo, caminar de bracete, agarrándose las manos y posturas semejantes. Afirmaba que estos 
modales eran contrarios a la urbanidad y a la buena educación, y recomendaba a los asistentes que vigilasen para que todos cumpliesen 
con exactitud estos avisos. También para este caso tenía su anécdota jocosa para que todos entendieran bien lo que deseaba. 

-Cuando yo era un muchacho e iba a la escuela de Castelnuovo, tenía aversión al juego de la pídola y, no sólo rehusé siempre tomar 
parte en él, sino que reprendía a los compañeros que, antes o después de clase, se divertían de aquel modo. Pues bien, sucedió cierto día 
que, como tardase en llegar a la escuela el maestro ((216)) Don Nicolás Moglia, estaba yo delante de mi banco arreglando algunos libros, 
cuando he aquí que uno de los compañeros saltó de repente sobre mis hombros, en seguida otro encima del primero y luego un tercero. 
Yo no pronuncié palabra, pero agarré con toda mi fuerza las piernas del último, las apreté contra los costados de los dos que estaban 
debajo, de forma que ninguno pudiese moverse, y después, con la mayor facilidad, salí del aula con aquel extraño fardo. 
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Los chicos, a quienes llevaba en vilo de aquella manera, al sentirse fuertemente oprimidos y ahogándose, pedían piedad y misericordia. 
Yo no les hacía caso y seguía adelante por las calles del pueblo con mi trofeo. La gente corría asombrada y gritando a mi paso. Los 
condiscípulos me seguían silbando y aplaudiendo. Llegué hasta la plaza de la iglesia y volví por el mismo camino. Los pobrecitos que 
iban sobre mis hombros chillaban y suplicaban: 

-Bosco, suéltanos; no volveremos a saltar sobre ti, no volveremos a jugar a la pídola. 

Pero yo seguía callando y a paso seguro y tranquilo volví hasta la escuela donde el maestro aguardaba a los alumnos para comenzar la 
clase. 

El maestro, que había sido informado de lo sucedido, soltó la carcajada al ver aquella torre viviente y deambulante, y a duras penas 

logró decirme: 

-Suéltalos. 

Pero los pobrecitos estaban tan entumecidos que no podían bajar. Entonces fui a posarlos uno a uno sobre los bancos y parándome ante 

ellos, les dije: 

-Os gusta el juego de la pídola? 

Aquella lección de buena educación los convenció para dejarme en paz. 

En medio del patio de recreo veía y notaba las acciones de sus alumnos y daba a cada uno en voz baja el aviso oportuno. Decíale a éste: 

-Hay que andar derechos, no te dobles ((217)) de esa manera; parece que estés jorobado. 

A otros: 

-No hundas la cabeza entre los hombros que pareces un mochuelo. 

-No muevas esos brazos tan torpemente; parece que no sepas qué hacer con ellos. 

-Saca las manos de los bolsillos; es un signo descarado de autoridad. 

A menudo corregía a un atolondrado con un simple gesto sin que los demás se dieran cuenta, para no mortificarlo. Por ejemplo, si 
escupía en el suelo ante personas de respeto, o en el pavimento de una habitación, él fingía la misma necesidad y llevaba el pañuelo a la 
boca. Lo mismo hacía si alguno tosía, estornudaba o bostezaba groseramente. Si veía que uno no se limpiaba los labios después de comer, 
pasaba él sobre los suyos la servilleta con un significativo movimiento 
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de la cabeza. Si alguien tenía una mancha en el vestido, se lo indicaba con una sonrisa, poniendo el dedo en ella; y esto bastaba. 

Nos contó el canónigo Sorasio que fue don Bosco a Caramagna para la imposición de sotana del joven Fusero. Estaba don Bosco en la 
sacristía con los sacerdotes de la parroquia y con Fusero que apoyaba el codo sobre la mesa de los ornamentos sagrados y la cabeza en la 
mano. Don Bosco se acercó a él despacito, le tomó por el brazo y se lo apartó con tal cortesía que el canónigo, a la sazón seglar, admiró 
tan gran delicadeza, y nunca la olvidó. 

Entre estas y otras lecciones continuas de urbanidad que daba don Bosco, recuerda José Reano una de cierta importancia. 

El 28 de abril de 1858 recomendaba a los alumnos que saludaran, quitándose la gorra, a los forasteros distinguidos y especialmente a 
los sacerdotes que encontraran en el Oratorio; y que usaran finos y corteses modales con todos, especialmente con las personas que 
pidiesen hablar con el ((218)) Superior, acompañándolas hasta su habitación con la cabeza descubierta, y respondiendo con garbo a sus 
preguntas. 

Describía después lo que le pasó a él mismo con ocasión de una visita hecha el 18 de febrero de aquel mismo año. Entró en una casa 
donde le recibieron tan fríamente que, aunque no se dio por ofendido, sí quedó algo mortificado. Pensó entonces en la impresión que 
debían experimentar los bienhechores si al llegar al Oratorio fueran recibidos de aquella manera, con las consecuencias que se podrían 
seguir. Y advertía: 

-Cuando se va a una casa para pasar el rato con el amo, si se presentase un chiquillo a abrir la puerta, y con buenas maneras os dijese: 
-Los señores no están en casa, siento mucho que se haya molestado inútilmente; puede volver a tal hora-;el que es recibido con ésta o 
parecida cortesía, queda favorablemente impresionado, se forma buen concepto y guarda buen recuerdo de aquella familia. 

Añadiremos que don Bosco preparó por aquellos años una comedia en tres actos, que era como un compendio de faltas contra la 
urbanidad. No nos quedó más que un esbozo hallado entre sus papeles. Su argumento es éste. Desde una aldea de la montaña un tal Silvio 
envía a París a dos hijos suyos, para que se ganen la vida, el uno como limpiachimeneas y el otro como titiritero. Algún tiempo antes 
Silvio se había comprado un traje usado y, al repararlo, se encontró cosidos en el forro unos títulos al portador con una renta anual de 
veinte mil liras. Como era persona honrada, dio parte a la autoridad 
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de su hallazgo que fue publicado en los periódicos, tal y como manda la ley. Al no presentarse nadie reclamando el tesoro con suficientes 
datos de identidad, el Magistrado adjudicó a Silvio su fortuna. Entonces éste fue a ver a un abogado, paisano suyo, que se había 
establecido ((219)) en la ciudad, hombre probo y de su misma edad, y le pidió consejo sobre el destino que debía dar a aquel capital. El 
abogado le sugirió que buscara a sus hijos, les proveyese de un educador y maestro, para que aprendieran los rudimentos de la gramática, 
corrigieran los modales rudos y llegaran a ser unos jóvenes modosos, y al mismo tiempo que comprara una finca. Un abogado, un 
médico, el maestro, el educador, un criado, un aparcero de la granja y los hijos, que el padre vuelve a encontrar después de extrañas 
aventuras, son los personajes de la comedia. Los dos muchachos, trajeados elegantemente durante el desarrollo de la acción, aparecen 
sucesivamente sentados en clase con el profesor, jugando en el jardín durante el recreo, comiendo con su padre y los amigos de la familia, 
reunidos en el salón en tertulia con los notables del pueblo. Uno se indigesta por tragón, el otro es más moderado y más dócil, pero los 
dos son la rudeza personificada. Mil lindezas de mala índole se suceden una tras otra, como rascarse la cabeza, meter las manos entre los 
cabellos, caminar con los zapatos en la mano, meterse los dedos en la nariz, no quitarse nunca el sombrero, no emplear el pañuelo, 
limpiarse el sudor con la manga, caminar arrastrando los pies. La escena de la comida hace reventar de risa. Los sabios consejos del 
educador van como pegados a cada grosería, ora en prosa ora en verso, acompañados de algún refrán. Los dos alumnos se enojan, 
barbotan entre ellos y con los criados, pero se sosiegan fácilmente ante los reproches del padre, las observaciones de los amigos, o las 
buenas maneras del maestro, que dará comienzo a su instrucción religiosa. Prometen aprender las reglas de urbanidad, granjearse muchos 
amigos, tratando con respeto a todos los que se les acerquen y dando gracias al Señor por haber trocado su condición. Con la invitación a 
un modesto banquete se cierra la comedia de la que cabe afirmar con mucha razón que castigat ridendo mores (corrige las costumbres 
riendo). 

((220)) La clase de urbanidad constituyó una preciosa regla de conducta para los que la aprovecharon. Un distinguido abogado, antiguo 
alumno nuestro, y otros con él, nos aseguraron que, al salir del Oratorio, les bastó el recuerdo de las normas de buena educación 
aprendidas en la escuela de don Bosco, para saber vivir honrosamente en sociedad y ser considerados como personas corteses y 
cumplidas. 
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Y ahora concluimos preguntando: 

Qué más podía hacer don Bosco para educar a sus hijos? Puede muy bien aplicársele el elogio de San Juan Crisóstomo: Ciertamente 
considero mucho más excelente que un pintor, más que un escultor, más que cualquier artista de este género, al que sabe plasmar las alma 
de los jóvenes. 

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((221)) 

CAPITULO XVII 

PREPARATIVOS DE GUERRA EN PIAMONTE CONTRA AUSTRIA -LA RESIDENCIA SACERDOTAL CONVERTIDA EN 
HOSPITAL MILITAR -DON JOSE CAFASSO ADVIERTE A SUS ALUMNOS QUE NO SE METAN EN ASUNTOS POLITICOS 
-EL CATECISMO CUARESMAL MOLESTADO POR LA EXCITACION GUERRERA DE LOS MUCHACHOS EXTERNOS -DON 
BOSCO PONE TERMINO A UNA PEDREA -TRES LECTURAS CATOLICAS -EL ARZOBISPO DE GENOVA Y LOS OBISPOS 
DE MONDOVI Y DE CUNEO LAS RECOMIENDAN A SUS DIOCESANOS -GRACIAS OBTENIDAS POR DOMINGO SAVIO 
-CARTA DE DON BOSCO A UN PARROCO DE LA DIOCESIS DE ASTI -INSPECCION GUBERNATIVA DEL ORATORIO 
PARA ALOJAMIENTO MILITAR -SE DECLARA LA GUERRA Y ENTRA EN ITALIA EL EJERCITO FRANCES -TURIN 
AMENAZADA POR LOS AUSTRIACOS: DON BOSCO DICE A SUS MUCHACHOS QUE NO TEMAN -CUARTA TOMBOLA DE 
DON BOSCO Y DOS CIRCULARES -DON BOSCO ANUNCIA A SUS ALUMNOS LA CONSTRUCCION DE UNA IGLESIA CON 
UNA GRAN CUPULA EN EL ORATORIO -UN HUERTO LIBRADO DE LAS ORUGAS 

DE las pacíficas conferencias del Oratorio pasamos a los rumores de guerra. A fines de marzo el ejército regular de Piamonte, formado 
por ochenta mil hombres, estaba escalonado en la frontera entre Alessandria y el Tesino. En las plazas de diversas ciudades se ejercitaban 
continuamente los voluntarios de Garibaldi en las maniobras y el manejo ((222)) de las armas. Los legionarios de la guardia nacional 
defendían los baluartes de los lugares fortificados. Las poblaciones veían, sufrían, callaban y aguardaban con ansiedad los 
acontecimientos. Turín estaba inundada de propaganda política y de periódicos liberales, que excitaban los ánimos a la guerra. Recorrían 
las calles las consabidas pandillas de la plebe, enfurecidas y clamorosas. Pero el Gobierno fingía ganas de paz y quería obligar a Austria a 
que se lanzase al ataque, para aparecer como provocado y obligado a la defensa. Todo estaba preparado 
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para la guerra, incluso los edificios destinados para alojamiento militar y atención de heridos. La Residencia Sacerdotal de San Francisco 
de Asís estaba destinada a hospital militar y don José Cafasso decía a sus alumnos al despedirlos: 

-No os entusiasméis con la política. La política del sacerdote es la del Evangelio y de la caridad. Encontraréis mucha agitación en los 
pueblos, porque en todas partes se habla de política y de guerra. Sed prudentes. Si por acaso, en conversación o yendo de viaje, alguien os 
preguntare: -Señor cura, qué dice usted de todo esto?, responded: -Yo no digo nada, yo rezo. -Y por quién reza, por nuestros soldados o 
por los austríacos? -Rezo para que todo vaya bien. Así se esquiva toda contestación. Las mismas advertencias prácticas daba don Bosco, 
como lo hizo siempre, a sus clérigos, para que no se metiesen en cuestiones políticas. 

Pero la política amenazaba mientras tanto con dejar vacías las catequesis cuaresmales. 

Contaba Pedro Enría: «En 1859 se despertó en los muchachos de la calle de Turín un ambiente de guerra semejante al de 1848 y 1849. 
Por centenares se reunían en los campos de los alrededores de la ciudad, se dividían en dos bandos y, para dar prueba de su valor, 
acometía el uno al otro con escaramuzas ((223)) que ellos llamaban simulacros de batallas, pero que enardecían los ánimos y acababan 
siempre en verdaderas tempestades de piedras. Estos juegos peligrosos se repetían casi todos los días festivos, y yo fui espectador de los 
mismos más de una vez. 

»Un domingo entró don Bosco en la iglesia para dar el catecismo y, con gran sorpresa suya, no encontró más que a los alumnos 
internos. 

»-Dónde están los demás? -preguntó. 

»Pero nadie supo decírselo. Salió entonces al camino de La Jardinera y 
vio una multitud de muchachos que, en el campo, donde más tarde se construyó la iglesia de María Auxiliadora, combatían 
encarnizadamente. Había más de trescientos, todos entre los quince y los dieciocho años, y se lanzaban gruesas piedras. Entonces don 
Bosco se metió en medio de la refriega. Yo estaba mirando desde lejos y temía ver a don Bosco herido por las muchas piedras que caían a 
su alrededor, mas no fue así. No le tocó ni una y tuve que convencerme de que la Santísima Virgen le cubría con su manto como con un 
escudo. Avanzó unos cincuenta pasos y, cuando todos lo vieron, se pararon a su invitación, se acercaron a él y con buenos modos los 
persuadió para entrar en la iglesia. Ninguno intentó escapar y don 
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Bosco, sonriente, como si nada hubiese pasado, dio principio a la lección de catecismo.» 

Al mismo tiempo, en medio de aquellos trastornos, seguía trabajando en la publicación de las Lecturas Católicas. 

El número del mes de abril era una Colección de sucesos edificantes. -Huberto, o el escultor de los Alpes. -Historia de un mendigo: 
gran perdón. -No es necesario ser rico para dar limosna. -Infancia de Alberto. -La confesión. -Eficacia de una avemaría. -El general 
Gerard, devoto de María, no entró nunca en combate sin invocar a Nuestra Señora. -Tres de estos hechos pertenecen a la historia de 
Francia. 

((224)) Unidas a este número iban las cartas de recomendación de dos obispos para la difusión de las Lecturas Católicas, a las que 
añadimos nosotros una tercera. 

Monseñor Charvaz, arzobispo de Génova y martillo de los valdenses, había escrito el 19 de febrero de 1859 en su carta pastoral para la 
cuaresma: 

Advertimos a los señores párrocos que es nuestro vivo deseo tengan a bien procurar la difusión de las Lecturas Católicas que, con la 
aprobación del Sumo Pontífice, se publican mensualmente en Turín. El fin de estas Lecturas es contribuir a mantener la integridad de la 
fe y la santidad de las costumbres en el pueblo contra los esfuerzos de los impíos, que con hojas sueltas y librejos se esfuerzan por 
pervertirlo y corromperlo por todos los medios. 

El obispo de Mondoví, en la misma ocasión y con el mismo fin, escribía: 

Aprovechamos esta ocasión para recomendar especialmente al clero que promueva la suscripción a las Lecturas Católicas. 

También el obispo de Cúneo, monseñor Clemente Manzini, al anunciar a sus diocesanos el indulto cuaresmal el 15 de febrero de 1859, 
expresaba su deseo en estos términos: 

Recomendamos encarecidamente a nuestro clero y especialmente a los señores párrocos una obra emprendida y promovida con espíritu 
verdaderamente católico, y que no puede dejar de ser de gran ventaja para las almas. Esta obra es la de las Lecturas Católicas, que 
quisiéramos ver más difundidas entre el pueblo porque estamos convencidos de los preciosos frutos que de ellas sacarían, ya que, a la par 
que se apartaría a los fieles de esos librejos y diarios envenenados con los que se intenta corromper su fe con las más diabólicas mañas, se 
les proporcionaría por otro ((225)) lado un buen alimento, apto para consolidar y mejorar sus costumbres. Queda esto garantizado con la 
aprobación alcanzada del Santo Padre, el cual, con cartas del 
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Emmo. Cardenal Vicario del mayo próximo pasado, las recomendaba encarecidamente y las quería introducir y difundir en el Estado 
Pontificio. 

Para recibir las suscripciones a las Lecturas Católicas está designado en esta diócesis el M.R. Borgarino, capellán de la Cofradía de San 
Sebastián en esta ciudad. 

Para el mes de mayo estaba preparada una obrita del santo sacerdote José Frassinetti, prior de Santa Sabina en Génova. Se trataba de las 
Memorias de la vida de la piadosa doncella Rosa Cordone, fallecida en Génova el 26 de noviembre de 1858. El autor demuestra en esta 
biografía que un cristiano puede llegar a la máxima perfección y unión con Dios, aun sin estar enriquecido con gracias y dones 
extraordinarios y sin largas oraciones y ásperas penitencias. 

Para el mes de junio enviaba don Bosco a la imprenta una obrita anónima: El Santuario de la Bassa y sus alrededores; recuerdos de una 
fiesta. En la portada llevaba el verso: Tot tibi sunt dotes, Virgo, quot sidera Coeli (Tus virtudes, oh Virgen, son tantas como las estrellas 
del cielo). Es un santuario del Piamonte, situado en los montes de Rubiana, que atestigua las grandezas de la bondad de María al escuchar 
las súplicas de los que a Ella acuden. 

Mientras don Bosco corregía sus pruebas de imprenta, que trataban de las más humildes y tranquilas virtudes, como un sedante de la 
violentas pasiones, que agitaban por todo el reino los espíritus, recibía el gran consuelo de las pruebas de la amable protección que 
Domingo Savio dispensaba desde el cielo al Oratorio, a sus antiguos compañeros y a los alumnos. Una noche del mes de abril leyó a toda 
la comunidad reunida una carta de Mateo Galleano, en la que daba fe de que a primeros del mes, oprimido por un atroz malestar de 
cabeza y un agudo dolor ((226)) de muelas, después de dos días de sufrimientos decidió recurrir al buen Domingo. Rezó en su honor un 
padrenuestro, y al llegar a las palabras: mas Iíbranos del mal, instantáneamente sintió desvanecerse todo dolor y desaparecer la hinchazón. 

Estaba presente a esta lectura Carlos Dematteis, que sufría dolor de muelas desde hacía varias semanas sin lograr calmarlo con las 
medicinas. Animado por el afortunado caso del compañero, preguntó a don Bosco: 

-Tendré que intentar yo también la prueba de encomendarme a Savio? 

-Sí, hazlo, contestó don Bosco; rézale esta misma noche un padrenuestro y una avemaría y confía en él. 

Dematteis fue al dormitorio, rezó la oración y se acostó. Al contrario 
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de las noches anteriores, que las había pasado desvelado por el dolor, se durmió en seguida y no se despertó hasta que sonó la campana 
para levantarse. Estaba totalmente curado. A partir de entonces no tuvo más dolor de muelas. 

Jacinto Mazzucco llevaba casi un mes atormentado por un dolor de ojos que le obligaba a salirse de clase. El miércoles santo, veinte de 
abril, dijo a don Bosco: 

-Tengo que encomendarme yo también a Savio? Ha curado a otros que ni siquiera le conocieron, no querrá obtenerme la gracia de la 
curación a mí, que fui compañero suyo? íTanto más, cuanto que tengo que trabajar para preparar en la iglesia el Monumento! 

Don Bosco le contestó: 

-Bien, rézale un padrenuestro y una avemaría y mañana, plenamente confiado en él, ejecuta los trabajos que tienes que hacer; pero 
cuida de ofrecerlos para honor de Dios. 

((227)) Mazzucco rezó aquella noche la breve oración, y a la mañana siguiente se encontró tan mejorado que pudo cumplir su trabajo y 
preparar el Monumento sin la menor dificultad. El sábado santo estaba curado del todo. 

Estas gracias aliviaban a don Bosco de los disgustos que a veces le causaba la poca correspondencia de algún alumno a sus desvelos, y 
al mismo tiempo le tranquilizaban en medio de las molestias y angustias que podía ocasionarle la guerra ya inminente. 

A estos sinsabores y disgustos alude en una carta dirigida a don Juan 
Bautista Torchio, arcipreste de San Martín Alfieri en Asti. 

Reverendísimo y apreciadísimo en el Señor: 

Estamos en Pascua y, para celebrarla bien, debo arreglar las cosas con V.S. a quien debo algunas respuestas, especialmente con relación 
al muchacho B... 

Para norma y satisfacción recíproca le diré que no he hecho lo que usted deseaba, porque la conducta de este muchacho, al que siempre 
tuve especial afecto, fue siempre dudosa. En el estudio, en la clase, en la piedad fue tan mediocre que no me ofreció garantías para 
recomendarlo a personas beneméritas, como V.S., su padre, que es una óptima persona, y yo mismo deseábamos. Por esta razón no he 
podido satisfacer sus esperanzas. 

Tocante a Saglietti debo decirle que, por ahora, no puedo recibirlo. Por qué? Porque el Gobierno ha mandado hacer una inspección para 
saber cuántos soldados podrían dormir en el Oratorio en caso de necesidad, lo cual indica que de un momento a otro puedo encontrarme 
en trance de tener que hacer las maletas. Las noticias políticas de hoy son graves y muy alarmantes. 

Si viene a Turín, pase a verme. Le aseguro que siempre haré cuanto pueda en su favor. 
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((228)) Ruegue por mí y por mis pobres muchachos y cuénteme siempre en el número de los que se profesan. 

De V.S. Muy Rda. 

Turín, 22 de abril de 1859. 

Afmo. seguro servidor y amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Alude don Bosco en esta carta a la visita que la autoridad gubernativa había mandado hacer al Oratorio de Valdocco. En efecto, a 
primeros del mes de abril se presentaron dos peritos para realizar una inspección con objeto de averiguar si el edificio se prestaba para 
alojar soldados, para convertirlo en hospital de heridos, o bien para hospedaje militar de oficiales. Don Bosco recibió cortésmente a 
aquellos señores y los acompañó a ver toda la casa: Después les dijo: 

-Ahora les rogaría tuviesen a bien presentar a quien los ha enviado los ientos de don Bosco y la súplica que les hace sobre este 
particular. En los peligros y necesidades de la patria todo ciudadano tiene que ofrecer la ayuda que le permiten sus fuerzas, y por ello don 
Bosco se halla dispuesto a hacer cuanto pueda: lo hizo cuando el cólera hace seis años, sabrá repetirlo ahora en tiempo de guerra. Pero 
también he de advertir que esta casa alberga casi a trescientos muchachos de los más pobres y abandonados y, en consecuencia, ruego al 
Gobierno que por favor me ahorre el gran disgusto de tener que dejarlos en la calle. Creo que no faltan en Turín edificios públicos que 
pueden servir para cuartel o para hospital mucho mejor que éste que, como ustedes ven, carece de muchas comodidades, y tiene escaleras 
y corredores demasiado estrechos. 

Al construir la casa, don Bosco había previsto esta eventualidad. 

No sabemos qué informes dieron los dos peritos al Gobierno, ((229)) pero el hecho es que el Oratorio no fue molestado, y sus alumnos 
siguieron tranquilos en él. 

Por lo demás, don Bosco prestó en aquella ocasión un servicio mucho más útil que otros. La imprevista llamada a las armas de algunas 
quintas licenciadas por tiempo indefinido, lo mismo que la de los que con ocasión de la guerra de Crimea habían pasado de segunda 
categoría a la primera, consternó a los pueblos. La mayor parte de ellos ya se habían casado. Tuvieron que partir en plena primavera, 
precisamente cuando llegaba la época de las labores del campo. Por consiguiente muchas familias quedaron privadas de los robustos 
brazos que les proporcionaban el sustento, y muchas madres, cargadas de hijos, se encontraron en la miseria. Tanto fue así que en las 
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ciudades principales hubo que crear diversas comisiones, encargadas de promover colectas para socorrer a las familias más necesitadas. 
Pues bien, qué hizo don Bosco? Aunque, por la circunstancia de la guerra y la subida de precio de los víveres, se encontraba en grandes 
estrecheces, sin embargo, aceptó en su casa a varios hijos de los pobres soldados. 

Resonó por fin el primer grito de guerra, y Austria, cansada de las intrigas del Gobierno piamontés, amenazó el veintitrés de abril con 
declarársela, si en el plazo de tres días no desarmaba y licenciaba a los voluntarios. La contestación fue una rotunda negativa, y el día 
veintiséis avistaba el puerto de Génova la armada francesa cargada de tropas. Estallaba entretanto la revolución en Toscana y el Gran 
Duque se veía obligado a retirarse, por lo que Víctor Manuel nombraba comisario con plenos poderes a Buoncompagni. El veintiocho de 
abril el Rey de Saboya, con los oficiales del Estado, los miembros del Senado y de la Cámara de Diputados, acudía a la Catedral 
Metropolitana de Turín para asistir a las solemnes plegarias por el éxito de la guerra. El día treinta el ejército austríaco, con más de 
((230)) doscientos mil hombres al mando del general Francisco Conte Giulay, pasó el Tesino, se apoderó de Novara y penetró en las 
fértiles llanuras que se extienden entre los ríos Tesino, Po y Sesia. Víctor Manuel partía al campo de operaciones y Napoleón III, escribía 
el primero de mayo a Pío IX: 

«...Quiero declarar francamente a Su Santidad que en mi corazón no separo la religión y el poder temporal de la Santa Sede de la 
cuestión de la independencia de Italia; debo confesar que quiero por igual a la una y a la otra». 

Habíale invitado el Papa a retirar de Roma a sus soldados, allí acuartelados desde 1849, declarándole que, aunque débil, confiaba en la 
Providencia que no lo abandonaría. Por toda contestación, Napoleón había hecho desembarcar más tropas en Civitavecchia. Quería 
montar la guardia junto al Papa para facilitar y asegurar más su expoliación e impedir que otros lo socorriesen. 

En el ínterin los austríacos se apoderaron de Vercelli el dos de mayo y, para pasar el Po, acometieron a los piamonteses en Frassineto y 
Valenza, donde fueron rechazados por la artillería. Pero lograron atravesarlo por Cornale y avanzar el tres de mayo hasta Tortona. 

Estaban divididos en tres cuerpos: uno entre Casale y Alessandria, otro en las orillas derecha e izquierda del Po, el tercero en Vercelli, 
donde se fortificaba y parecía querer atacar a Turín. Por 
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aquellos días desembarcaban en Génova ciento ochenta mil soldados franceses, bajaban del monte Cenís y del Montginevre, y desde Niza 
llegaban a desembarcar en Génova para unirse al ejército sardo. 

Mientras tanto el general Giulay, que se había apoderado de Mortara y Vigévano, lanzaba desde Vercelli un cuerpo de ejército contra 
Santhià, Livorno y Biella; otra parte de sus tropas ocupaba Trino el nueve de mayo y parecía que se preparaba para marchar contra la 
capital del Piamonte, que fácilmente hubiera caído en su ((231))poder. Se temía en Turín que los austríacos se apoderaran de la ciudad de 
un momento a otro. Hasta en el Oratorio hablaban los muchachos del inminente peligro, pero don Bosco les dijo, estando presente el 
clérigo Anfossi: 

-No temáis; aun cuando llegara el enemigo, el Oratorio quedará ileso porque está defendido por los santos mártires Solutor, Adventor y 
Octavio. 

Don Bosco sentía profunda devoción por estos santos, que sufrieron el martirio junto al Oratorio, y confiaba tanto en su protección, que 
estaba organizando una tómbola como si reinase la paz absoluta en el Estado. En aquel ambiente de miseria universal era preciso atender 
a sus muchachos. Por eso en el mes de abril trató el asunto con los miembros de la Comisión de la lotería de 1857, cuyo presidente había 
sido el conde Carlos Cays de Giletta, y tomaron las oportunas determinaciones. En consecuencia expuso el asunto a la autoridad civil y 
obtuvo la correspondiente autorización. Don Bosco se dedicó a buscar y numerar los premios, a hacer escribir a mano los billetes con el 
sello del Oratorio, a imprimir circulares y enviarlas a las personas simpatizantes con su Obra, una en abril y otra a primeros de mayo. 
Cada circular iba acompañada de una hoja con la lista de los premios, al pie de la cual mandó escribir don Bosco la siguiente nota: Para 
mayor comodidad puede enviarse el importe de los billetes a alguno de los miembros de la Comisión de la Tómbola anterior. 

Y a continuación iban los nombres de dichos miembros escritos a pluma. La circular decía así: 

Ilustrísimo Señor: 

Lo que hoy recomiendo a su reconocida bondad no es una verdadera tómbola; es una liquidación de los objetos sobrantes de la anterior 
más otros que nos han sido ofrecidos a favor del Oratorio ((232)) de san Francisco de Sales en Valdocco, el de san Luis en Puerta Nueva 
y del santo Angel Custodio en Vanchiglia. 
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He seleccionado quinientos de esos objetos, he sumado sus respectivos precios, de acuerdo con la tasación aprobada por la Delegación 
de Hacienda y, después de rebajar el total en un tercio, he dividido esta suma en quinientas partes, tantas como objetos. El precio 
resultante para cada billete es de cinco liras, pero todos los billetes tienen asegurado un premio con la eventualidad de que éste puede 
tener un valor mayor o menor, según el resultado del sorteo. 

Este sorteo se celebrará el día veintiséis del próximo mayo, en el Oratorio de San Francisco de Sales. 

Le envío X... billetes, rogándole tenga a bien aceptarlos. Pero, si usted y las caritativas personas de su conocimiento no pensaran 
quedarse con todos, ruégole, con el mayor respeto, perdone la molestia y haga remitir los restantes a esta casa algunos días antes del 
sorteo. El objeto premiado será llevado a domicilio. 

Estos objetos se podían haber puesto a la venta, pero habría sido un plan muy largo y no se habría obtenido la ayuda tan pronta como 
las actuales estrecheces de esta casa requieren. 

De todos modos, deseo que usted no tenga otra mira más que la de hacer una obra de caridad; por mi parte me uno a los pobres chicos 
que frecuentan estos oratorios para pedir a Dios y a la Virgen Santísima sus gracias y bendiciones, que son el céntuplo que Dios promete 
a quien hace obras de caridad en la vida presente, con la añadidura de la eterna felicidad en la otra. 

Muy agradecido y con todo mi aprecio me profeso 

De V.S. Ilma. 

Turín, 5 de mayo de 1859. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Una vez realizado el sorteo de la tómbola, que alcanzó el éxito que don Bosco deseaba, se avisó a los que habían comprado los billetes 
y se les entregaron los premios que les habían caído en suerte. 

((233)) Ilustrísimo Señor:
Me creo en el deber de enviar a V. S. Ilma. los objetos obtenidos en el sorteo del día veintiséis de los corrientes, efectuado en esta casa


en presencia de la Comisión de la tómbola anterior. 

Al N... corresponde el N... 

Ruégole tenga a bien aceptarlos tal como son; y espero que usted tendrá más en cuenta la obra de caridad que el valor material de los 

mismos. 

Por mi parte no dejaré de pedir al cielo que derrame sobre usted salud y gracia; y mientras me encomiendo a sus devotas oraciones, 
juntamente con los sacerdotes y todos los muchachos que reciben en estos oratorios el beneficio de su caridad, me profeso con la más 

profunda gratitud. 

De V.S. Ilma. 

Turín, 31 de mayo de 1859. 

Seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

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Por este medio aseguró don Bosco, por algún tiempo, el pan de cada día de sus muchachos, a la par que presentaba ante su imaginación 
un porvenir risueño y estupendo, preparado por la divina Providencia. Nos contó el clérigo Anfossi: 

«Recuerdo exactamente que un día, cuando todavía no se hablaba ni siquiera de los cimientos de la iglesia de María Auxiliadora, 
estando yo a su lado en el patio, dijo don Bosco: 

»-Allí (y señalaba el lugar donde hoy se alza la iglesia) íse construirá un gran templo! 

»Y levantando los ojos, como si ya existiera la cúpula y la estuviera viendo, siguió diciendo: 

»-Esta iglesia tendrá una gran cúpula y se celebrarán en ella extraordinarias solemnidades. 

»En aquellos momentos tales palabras producían en nuestro ánimo una enorme impresión de maravilla, máxime porque sabíamos 
perfectamente cuán corto andaba de dinero ((234)) nuestro don Bosco por entonces, que carecía hasta de lo necesario para pagar el pan. A 
pesar de todo, y casi bromeando, comenzó más tarde a invitar al clérigo Ghivarello, a quien faltaba todavía mucho para llegar a 
arquitecto, a trazar el plano de la futura iglesia, cuyas dimensiones amplió él después, invitando al mismo clérigo a hacer un segundo 
plano, que fue presentado más tarde al ingeniero Spezia». 

Por aquellos mismos días obtuvo don Bosco con la bendición sacerdotal una victoria singular que hizo reír mucho a los alumnos, los 
cuales decían: 

-íLástima que don Bosco no sea general! íHa encontrado un medio fácil para arrojar al enemigo del territorio por él ocupado! 

José Reano envió una relación escrita del hecho a don Juan Bonetti: 

«Llegó un día para ver a don Bosco una vieja campesina que tenía alquilado un huerto cerca del Oratorio. Decía la mar de afligida: 

»-Mi huerto está plagado de orugas que me destrozan plantas y verduras. 

»-íY qué quiere usted que le haga, buena mujer!, dijo don Bosco. 

»-Quiero que eche fuera a todos esos animalejos que tengo en el huerto; me lo destruyen todo, me van a dejar en la miseria; déles la 
bendición y haga que se mueran. 

»Y don Bosco respondió sonriendo: 

»-Y por qué hacer morir a estos pobres animalitos? Les daré la bendición y les mandaré a otra parte, donde no puedan hacer daño a 
nadie. 
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»Al día siguiente fui yo con Buzzetti a un huertecito sin cultivar, situado junto a la iglesia de san Francisco, cerrado por una tapia de 
casi tres metros de alta que pertenecía al Oratorio. Allí vimos una infinita cantidad de orugas quietas y pegadas a la pared y cubriendo 
también unas vigas tendidas por el suelo, pilas de ladrillos y piedras amontonadas y unos arbolillos raquíticos: Todo aparecía cubierto y 
el huerto de la vieja estaba totalmente libre de aquella invasión». 

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((235)) 

CAPITULO XVIII 

LOS FRANCESES EN TURIN -AFLICCION DE DON BOSCO-PRIMEROS ENCUENTROS BELICOS -MONTEBELLO, 
PALESTRO, MAGENTA -LOS HERIDOS AUSTRIACOS EN LA RESIDENCIA SACERDOTAL -DON BOSCO CON LOS 
SOLDADOS EN COLLEGNO -CONJURACIONES Y REVUELTAS EN LOS DUCADOS Y EN EL ESTADO PONTIFICIO -LAS 
FIESTAS EN EL ORATORIO: DEMOSTRACIONES DE AGRADECIMIENTO A DON BOSCO Y A LOS MAESTROS 
-ESCUELAS Y TALLERES CRISTIANOS 

LOS habitantes de Turín habían temido la invasión de su ciudad por el ejército austríaco; así que se volvieron locos de alegría al ver a los 
batallones franceses y los recibieron con aplausos y flores. 

Don Bosco andaba pensativo y triste al enterarse de la continua llegada de regimientos a Italia para marchar contra Austria. Se le oyó 
decir varias veces: 

-Todos son hombres que vienen contra el Papa. Se trata de comenzar su destronamiento y quitarle con esta guerra toda ayuda extranjera 
y nacional. 

Los austríacos, que estaban a punto de lanzarse contra Ivrea, al saber la llegada de los franceses, comenzaron el nueve de mayo a 
retroceder y se iban concentrando entre los ríos Sesia, Tesino y Po hacia Stradella y Piacenza, a la espera de los movimientos aliados. El 
diecinueve de mayo Giulay abandonaba Vercelli y trasladaba su cuartel general a Mortara. 

((236)) El doce desembarcaba en Génova el emperador Napoleón y dos días después llegaba a Alessandria como jefe supremo de los 
ejércitos. En su arenga a las tropas había dicho: 

-No vamos a Italia para fomentar desórdenes, ni a derribar del poder al Santo Padre, a quien hemos repuesto en el trono, sino a liberarlo 
de la presión extranjera que pesa sobre toda la península. 

El veinte de mayo tuvo lugar el primer encuentro de importancia en Montebello, entre Voghera y Casteggio. Los franco-sardos 
perdieron setecientos hombres, pero obligaron a los austríacos a retirarse. Los vencidos cruzaron el Po y se trasladaron a Pavía, 
abandonando en el campo a siete mil de los suyos. Al mismo tiempo salía Garibaldi 
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de Biella al frente de seis batallones de voluntarios y, dando un largo rodeo sobre Novara, ocupada por los austríacos, marchaba hasta 
Arona. De allí bajó a Castelletto, cruzó el Tesino, durante la noche del veintidós al veintitrés de mayo, y llegó a Varese. El veinticuatro 
sostuvo un afortunado combate contra el general Urban, que había acudido desde Milán, y lo desalojó de Como. Visconti Venosta, 
Comisario Real, proclamaba a Víctor Manuel por Rey y Señor de aquellas tierras. 

Pero Urban, después de reconquistar Varese, volvía a Como para la revancha, cuando recibió orden de juntarse con el grueso del 
ejército. 

Se pronosticaba que la guerra sería más sangrienta de lo previsto. 
Víctor Manuel, que se veía a cada instante en peligro de muerte, escribía al Papa el veinticinco de mayo prometiendo y suplicando que lo 
absolviese de las censuras. Pío IX lo absolvía, pero le recordaba que solamente era válida la absolución, si iba acompañada del propósito 
de reparar lo mejor posible los daños causados a la Iglesia, y de la voluntad de abstenerse de causar otros en lo porvenir. 

((237)) El treinta de mayo fueron atacadas en Palestro las avanzadas austríacas, atrincheradas entre Vercelli y Bobbio, que se vieron 
obligados a desalojar. El ejército piamontés daba pruebas de gran valor. Tres de sus brigadas arrojaban al enemigo de Vinzaglio y 
Confienza y ocupaban Casalino. Al día siguiente intentaban los austríacos reconquistar estas posiciones, pero no lo lograban. Al fin del 
combate habían perdido mil seiscientos hombres, y casi seiscientos los aliados. 

Todo el ejército francés estaba ya concentrado entre Vercelli y Novara; una división avanzaba hasta Trecate y la otra hasta Galliate en 
la orilla derecha del Tesino. Al darse cuenta Giulay de que amenazaban a Milán, mandaba pasar en seguida a todo su ejército, desde 
Vigevano y Garlasco, a la orilla izquierda del Tesino y lo concentraba en Magenta. Los aliados cruzaban sobre dos puentes el mismo río, 
y el cuatro de junio se entablaba la batalla. Fue un largo y terrible encuentro, pero consiguieron la victoria. Austria perdió diez mil 
soldados entre muertos y heridos y siete mil prisioneros; los franceses, cuatro mil entre muertos y heridos y mil prisioneros. 

El día cinco comenzaron los austríacos la retirada pasando el río Mincio, abandonaron Milán y se prepararon para oponer fuerte 
resitencia en el cuadrilátero 1. Allí se juntaron ciento cincuenta mil 

1 Se refiere al espacio, históricamente famoso, defendido por las cuatro plazas fuertes de Verona, Mantua, Legnano y Peschiera, (N. del 
T.). 
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soldados, cuyo mando supremo asumió el mismo emperador Francisco José. 

El ocho de junio derrotaban los franceses a la retaguardia austríaca en Melegnano a orillas del Adda, y morían dos mil doscientos 
hombres entre los dos bandos. Garibaldi ocupaba Bérgamo y desalojaba de Seriate a un batallón enemigo. Aquel mismo día entraban 
triunfalmente en Milán Víctor Manuel y Napoleón. 

A petición del Consejo de Ministros se cantó en todas las iglesias del Piamonte el himno de acción de gracias, y el príncipe 
lugarteniente, Eugenio de Saboya ((238)) Carignano, asistió con los miembros y oficiales del Gobierno a la Catedral Metropolitana. 

Entre tanto los heridos que pudieron resistir el viaje fueron hospitalizados en diversas ciudades. Los hospitales de Turín estaban 
abarrotados y en ninguno faltaron los socorros de la ciencia y de la religión y el celo de las Hijas de la Caridad. 

Los heridos y prisioneros austríacos fueron llevados a la Residencia Sacerdotal. Cuando don Bosco iba a ver a don José Cafasso, a 
quien el Gobierno había dejado algunas dependencias, se entretenía con ellos dirigiéndoles palabras de compasión y de consuelo 
religioso. Se los encontraba por el patio con la cabeza vendada, con el brazo en cabestrillo o con una pierna de madera, reunidos en 
grupos a la sombra del edificio. Eran húngaros, polacos, tiroleses y casi todos sabían suficiente latín para poder mantener un poquillo de 
conversación. 

Con los soldados franceses, en cambio, mantuvo don Bosco mayores relaciones, y el Oratorio se convirtió en lugar de cita para los 
residentes en Turín, especialmente para los inválidos. Un alumno de los mayores, que hablaba discretamente francés, comenzó a estrechar 
relación con algunos de ellos, les habló de don Bosco y los llevó a verle. Don Bosco recibió a aquellos militares con gran amabilidad, se 
entretuvo con ellos en agradable conversación, los invitó a ir al Oratorio con plena libertad y hasta les encargó que llevaran a todos los 
compañeros que desearan ir. 

-Podéis venir, les dijo, para escribir a vuestros padres; aquí encontraréis papel, pluma, tinta y sellos; podéis venir para leer libros en 
francés que abundan en nuestra biblioteca y, si alguno deseara aprender italiano o aritmética, yo le pondré un maestro. Y como estamos 
todavía en tiempo pascual, añadió don Bosco, y pudiera ser ((239)) que no todos hayáis tenido todavía oportunidad para cumplir el 
precepto de la Iglesia, os advierto que en nuestra capilla encontraréis confesores que conocen vuestra lengua, y se prestarán gustosos para 
bien de vuestras almas. 
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Aquel cortés recibimiento y aquellas palabras entusiasmaron a los queridos hijos de Francia, quienes al volver al cuartel contaron lo 
sucedido a sus conmilitones y despertaron en muchos vivo deseo de ir ellos también al Oratorio. Efectivamente, al cabo de unos días 
veíase a las horas libres una procesión de soldados franceses que iban a Valdocco para entretenerse con don Bosco y sus alumnos como si 
fuesen hermanos. Algunos centenares de ellos se acercaron a los sacramentos con un porte tan edificante que demostraba pertenecían a 
familias muy piadosas y religiosas. Don Bosco, la mar de satisfecho, invitaba de vez en cuando a algunos a comer con él; era un gracioso 
espectáculo ver los pantalones rojos entre las negras sotanas y contemplar a clérigos, sacerdotes y soldados en franca camaradería, yendo 
a porfía los unos en hablar francés y los otros en chapurrear italiano. Algún oficial se comportaba con tal familiaridad que parecía uno 
más de casa. 

Al cabo de algún tiempo eran tantos los que conocían a don Bosco personalmente, que difícilmente andaba él por Turín sin que se le 
viera acompañado o detenido de vez en cuando por algún soldado francés. 

Un día, decía don Juan Turchi, se encontró con un grupo por la calle; le saludaron gritando: íViva Italia!, y él se les acercó, díjoles unas 
buenas palabras y los invitó a ir a su Oratorio. Aceptaron la invitación y don Bosco les ofreció un refresco con tanta cordialidad, que 
quedaron ((240)) admirados. 

En otra ocasión debía ir a visitar a un enfermo a Collegno, población situada a cuatro millas de Turín. Cuando he aquí que, al llegar a la 
calle de Rívoli, salió a su encuentro una docena de soldados, convalecientes unos, heridos otros en un brazo o en la mano. Como iban de 
paseo, pidiéronle a don Bosco que les dejara acompañarle durante un trecho del camino, a lo que el asintió gustoso. De conversación en 
conversación y a la sombra de los añosos olmos que flanquean la carretera, pareció tan corto el camino que la alegre brigada llegó hasta 
Collegno casi sin darse cuenta. Una vez allá, los soldados querían volver atrás, pero don Bosco les dijo: 

-Puesto que, como inválidos, tenéis permiso de vuestros jefes, esperadme un poco; yo acabaré pronto, y volveremos juntos a Turín. 

Ellos se quedaron. Pero, como contra su esperanza don Bosco no pudo acabar tan presto como imaginaba, resultó que cuando salió de 
la casa del enfermo el reloj marcaba las doce del mediodía. Al llegar junto a sus compañeros de viaje les dijo: 

-Siento haberos hecho esperar tanto tiempo: como veis ya es 
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mediodía: naturalmente tendréis apetito, los convalecientes necesitarán un alivio y no conviene que nos pongamos de nuevo en camino 
con el estómago vacío: por tanto, venid conmigo e iremos a hacer, como vosotros decís, no une ribote (una comilona), sino una modesta 
comida. 

Dicho esto, los llevó a una hostería, les pagó una comida, comió con ellos y les hizo pasar uno de los días más alegres de su vida. 
Resulta imposible expresar la alegría de aquellos hombres. De regreso en la ciudad contaron lo sucedido a su jefe, el cual quedó tan 
admirado de ello, que al día siguiente se presentó en el Oratorio para dar gracias a don Bosco, con palabras inspiradas en el más vivo 
reconocimiento y con una elegancia verdaderamente francesa. 

Al mismo tiempo enviaba don Bosco al clérigo Celestino Durando en busca de donativos a casa de muchos sacerdotes y otros ((241)) 
distinguidos señores, para poder comprar una gran cantidad de libros instructivos y amenos escritos en francés. El mismo se los llevaba a 
los soldados o se los hacía entregar a las Hijas de la Caridad que prestaban sus servicios en los hospitales. Lo mismo hacía con los 
soldados austríacos, recogidos y hospitalizados en la Residencia Sacerdotal, a los que repartía libros de religión en alemán. 

Por estas y otras razones los soldados de Francia, que residieron por entonces entre nosotros, cobraron tanto afecto al Oratorio que, al 
recibir la orden de partida de Turín, pasaron a despedirse de don Bosco y sus maestros, llenos de profundo agradecimiento y gran 
emoción. Algunos de ellos siguieron carteándose mucho tiempo con don Bosco y con otros de la casa, especialmente con don Miguel 
Rúa, que fue su maestro de aritmética. 

Entretanto los liberales de los otros Estados de Italia, siguiendo las instrucciones ocultas de Napoleón III y de Cavour, promovían 
disturbios. Era un triste presagio de los sucesos preparados, la muerte del Rey Fernando de Nápoles, que murió envenenado el veintidós 
de mayo. El nueve de junio, tras un mes de agitaciones populares e incertidumbres, la Duquesa de Parma, que oyó las victorias de los 
aliados, abandonaba sus dominios en los cuales se enarbolaba inmediatamente la bandera piamontesa. El once, el Duque de Módena, a la 
vista de la rebelión de Massa y Carrara, ocupadas inmediatamente por los soldados sardos, sabedor de que una división francesa se 
acercaba a sus Estados desde Toscana, se marchó; y después de un voto de unión al Piamonte, el Rey Víctor enviaba allí, como comisario 
para Emilia, a Carlos Luis Farini. La división francesa estaba mandada por el príncipe Napoleón, enemigo acérrimo del Papa, 
expresamente 
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enviado para tener a raya a los fautores del orden. El día doce estallaba la revolución en Bolonia, después de haberse retirado los mil 
austríacos de su guarnición. Era cabecilla del partido unionista el marqués Pépoli, primo de Napoleón III. ((242)) Se armó a la plebe, se 
organizó un gobierno provisional y se intimó al legado pontificio que partiera. 

También fueron abandonadas por las tropas de Austria las legaciones de Rávena y Ferrara, que se habían rebelado, por lo que en 
seguida el Ministerio piamontés enviaba a Máximo D'Azeglio como comisario de Bolonia. 

En Perusa el partido de la Unión con el Piamonte, a cuyo frente estaba María Bonaparte, condesa Valentini, prima de Napoleón III, 
ayudado por una escuadra armada, llegada desde Toscana, echaba al delegado y sustraía la ciudad al dominio del Papa. 

Pero el veinte de junio un regimiento papal de suizos la recuperó para su legítimo Soberano, pese a la defensa encarnizada de los 
insurrectos. En otras ciudades de Las Marcas y de Umbría habían buscado los sectarios soliviantar al populacho, pero después de aquel 
suceso todo volvió a la calma. 

También en Lombardía había cesado por el momento el estruendo de las armas desde hacía unos días, y en Valdocco se oraba por el 
Papa, por el Rey, por el ejército y por la paz. Pero en él se alternaban también las alegrías y las fiestas, cuyo motor era el afecto y la 
gratitud. Esa fue siempre la nota característica del Oratorio. La devoción y la frecuencia de los sacramentos eran su principio y su motor. 
Se desparramaban los alumnos fuera de la iglesia y llenaban los patios de cantos, músicas, aplausos y gritos de alegría. La poesía, sobre 
todo, se esforzaba por hacer más encantadores aquellos días bastante frecuentes. El día onomástico de los superiores, las honras a los 
mayordomos en las fiestas de los santos patronos, el santo titular de cada dormitorio, las excursiones con motivo de la solemnidad en 
alguna parroquia eran otras tantas ocasiones para encender el estro de los cultivadores de las musas. Hemos reunido y conservamos 
cientos de aquellas poesías por ser algo muy querido todo lo que nos trae el recuerdo de ((243)) los antiguos compañeros. Algunas son 
bastante toscas, otras sinceramente hermosas, pero en todas habla el lenguaje del corazón. 

La más solemne de todas estas fiestas, que podíamos llamar caseras, era siempre la del día onomástico de don Bosco. Era el día del 
sitial adornado a manera de trono, del patio espléndidamente iluminado, de la ofrenda de graciosos regalos, del himno distinto cada año 
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por su letra y por su música y de las composiciones en verso y en prosa en diversas lenguas. Tendremos oportunidad para hablar 
ampliamente del entusiasmo de los muchachos en aquella ocasión al referir los hechos de los años sucesivos. 

Fuéronse añadiendo posteriormente a las fiestas, que se celebraban en honor de don Bosco, las que cada una de las clases de estudiantes 

o de aprendices dedicaban a sus propios maestros con ocasión de su día onomástico. Cada maestro representaba a don Bosco ante los 
muchachos que se le habían confiado y, por consiguiente, huelga decir cuán alegres resultaban estas fiestecitas parciales. Un ramo de 
flores, un modesto regalo comprado por suscripción y que sirviera de recuerdo, unos pasteles, poesías y discursos eran medios para 
estrechar cada vez más los corazones. Aquel día se adornaba de algún modo la cátedra de la escuela o el banco del taller. Algunas veces 
asistía don Bosco, pero no como norma fija. La fiesta comenzaba con la comunión general de los alumnos de la clase. Por la tarde se 
hacía media vacación y coronaba la alegría de todos un paseo con el maestro. Por los abusos que se fueron introduciendo aboliéronse más 
tarde la media vacación, el paseo, la merienda y las suscripciones. Aquel día tenía ocasión el maestro para adueñarse de algún corazón 
que se mantenía cerrado, para reconcilarse con algún alumno que se había apartado de él, para animar a un negligente que se había 
desalentado, prometiéndole una ayuda especial, para perdonar alguna falta a quien temía que ésta ((244)) tendría desagradables 
consecuencias para él al fin del año. Como quiera que aquel día era más viva la expansión de los alumnos, fácilmente se manifestaban y 
desaparecían ciertas sombras, ciertas susceptibilidades, ciertos celos, y hasta algún desorden que de otro modo hubiera quedado oculto 
con perjuicio para la disciplina y a veces para las almas. 
El fin que don Bosco se proponía con estas demostraciones de afecto y gratitud era siempre la vida eterna. Este fin quedaba manifiesto 
en las expresiones de los muchachos, en sus composiciones literarias y en sus promesas, lo mismo que en las respuestas del maestro a las 
palabras de los alumnos. El maestro no dejaba de recomendar una buena confesión y pedir afectuosamente a los muchachos que se 
pusieran en gracia de Dios, si no lo estaban. Les decía claramente que si alguno había callado algún pecado por vergüenza, fuera a 
confesarlo aquel mismo día para que Jesús recibiera de todos este consuelo, y que era el mayor disgusto para el maestro pensar que uno 
sólo de sus alumnos pudiera estar privado en aquel momento de la amistad de Dios, un disgusto tan grande como para empañar 
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toda alegría. Los chicos comprendían que aquél era el mejor regalo para el maestro y sólo Dios sabe el bien que hacían en semejante 
ocasión las palabras de quien los amaba. 

Por lo que se podía descubrir, grandísimo era también el fruto para las vocaciones. Los muchachos quedaban como electrizados y más 
de uno, antes de ponerse el sol, tomaba aparte al maestro y le decía: 

-Estoy contento, sabe?; pero que muy contento. 

La escuela de aquellos tiempos era como un pequeño santuario, pues igual que al presente, frente al Crucifijo había un altarcito con la 
estatua de la Virgen Santísima, donde nunca faltaban luces y flores. Al terminar las clases de los sábados, se rezaban ante Ella las 
letanías; en el mes de mayo se hacía cada día una breve oración en común; las vísperas de todas las fiestas de la Virgen, el maestro las 
anunciaba a los alumnos, ((245)) y les exhortaba para recibir los sacramentos. Del mismo modo se anunciaban las fiestas principales del 
año, pues era notorio que don Bosco no concebía una buena fiesta sin confesión y comunión. No era ningún sermón, sino un simple 
anuncio, con poquísimas palabras. 

Por todo cuanto se ha dicho se puede comprender el orden, y por ende la aplicación reinante en tales escuelas y talleres, ya que también 
en ellos se tenían las mismas costumbres. Donde reina la caridad, reina la felicidad, y por eso al final del año escolar, aun cuando los 
muchachos ansiaban volver a sus casas, sentían, sin embargo, separarse de sus maestros. 
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((246)) 

CAPITULO XIX 

LA BATALLA DE SOLFERINO -DON BOSCO PREDICE LA INMINENCIA DEL TRATADO DE PAZ -NUEVA EDICION DE LA 
HISTORIA DE ITALIA -CARTA DEL ALCALDE DE TURIN, QUE ACEPTA UN EJEMPLAR COMO REGALO -LECTURAS 
CATOLICAS: LA VIDA DE LOS SUMOS PONTIFICES SAN PONCIANO, SAN ANTERO Y SAN FABIAN -DON BOSCO 
DEVUELVE UN HIJO PRODIGO A LA CASA PATERNA -CONSEJOS A UN MUCHACHO SOBRE LA PRUDENCIA PARA 
LEER CIERTOS LIBROS 

LOS clérigos del Oratorio habían terminado el curso escolar. A partir del año 1859 se conservan en nuestros archivos sus calificaciones 
obtenidas en los exámenes, en el Seminario de Turín; por ellas se ve con qué diligencia se entregaban al estudio de la filosofía y de la 
teología. El veintitrés de junio por la tarde se festejó a don Bosco y al día siguiente se celebró la festividad de San Juan Bautista; pero al 
atardecer de aquel día las primeras noticias de una espantosa batalla cambiaron la alegría en dolor. 

El día veintitrés reemprendieron la ofensiva los austríacos. Pasaron a la orilla derecha del Mincio y fortificaron Solferino y San Martín 
como centro de acción. Al mismo tiempo los aliados cruzaron el río Chiese. El día veinticuatro se entabló la batalla. Durante catorce 
horas combatieron sin descanso doscientos setenta y cuatro mil hombres. ((247)) La suerte de las armas se inclinaba a favor de los 
franco-sardos, que habían quedado dueños de las disputadas alturas. Pero de repente una horrible tormenta de viento, tinieblas espantosas, 
lluvia torrencial, granizo, acompañado por el fragor de los truenos y el estallido de los rayos, acallaba el estruendo de setecientos cañones 
y ponía fin a la contienda. Los campos, narra César Cantú, estaban cubiertos con casi cuarenta mil soldados muertos o heridos, trece mil 
de los cuales eran austríacos y mil quinientos oficiales con tres mariscales. 

La dolorosa impresión causada por tantas víctimas quedó aligerada en el Oratorio por las oraciones y comuniones con que quiso don 
Bosco sufragar las almas del Purgatorio, y la fiesta de san Luis Gonzaga que se celebró solemnemente el veintinueve de junio. Fue prioste 
el señor Juvenal Delponte. El himno a él dedicado, compuesto 
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por el clérigo José Bongiovanni, en honor del santo patrono de la juventud, manifiesta el talento poético nada común del autor. 

En las familias se lloraba a los muertos en batalla, o temblaban por la suerte de los supervivientes. Parecía que la guerra iba a ser larga. 
Las tropas aliadas cruzaron el Mincio y acamparon frente a plazas formidablemente fortificadas, difíciles de expugnar, si no era después 
de largo asedio. Todos preveían junto a Verona otra sangrienta batalla como la de Solferino. Los barcos de guerra franceses habían 
entrado en el Adriático y se unían con la escuadra sarda en Antívari. 

Se había fijado el diez de julio para asaltar Venecia. En medio de la agitación general don Bosco anunciaba la paz. Así nos lo escribía 
la Condesita Sor Filomena Cravosio: 

«El año 1859 hervía la guerra en Lombardía. Mi pobre madre, que tenía en el ejército a un hijo y a un hermano ya herido, con el 
corazón destrozado por el dolor y el temor del porvenir pintado en el rostro, ((248)) me rogó una tarde que la acompañara para visitar a 
don Bosco. Sucedió algo extraordinario: don Bosco nos hizo pasar al refectorio, donde acababa de cenar con sus sacerdotes, los cuales 
estaban todavía a su alrededor. Un poco más lejos había unos alumnos sentados, quién sobre una mesa, quién sobre un tosco banco, que 
ensayaban un canto con los papeles de música en la mano. De vez en cuando se acercaba un muchachito a don Bosco, le decía una 
palabrita al oído y él respondía con la misma reserva. Nos saludó con muy pocas palabras y nos hizo sentar junto a él. Habló de cosas 
indiferentes, y de cuando en cuando dirigía a mi madre una expresiva mirada. Cuando hubieron salido del refectorio todos los sacerdotes, 
dijo a mi madre: 

»-Señora Condesa, sé lo que usted quiere decirme, pero sea valiente. (Y bajó el tono de voz.) Esta misma noche firmará Napoleón la 
paz y la guerra habrá terminado. 

»Y mi madre replicó: 

»-íEsto es imposible! Usted lo dice para consolarme, pero la realidad es muy diferente. 

»Al día siguiente íbamos mi madre y yo, a eso de las siete de la mañana, a oír misa en la iglesia de San Dalmacio. Al atravesar la calle 
Garibaldi, entonces llamada Dora Grossa, oímos vocear a los vendedores de periódicos: 

»íLa paz de Villafranca firmada esta noche por el Emperador Napoleón, Víctor Manuel y el Emperador Francisco II de Austria! 
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»Después de misa volvimos a ver a don Bosco. Estaba en el patio, salió a nuestro encuentro y nos dijo en seguida: 

»-Demos gracias a Dios: se han aceptado los pactos. 

»Y nos acompañó a la capilla, donde rezamos un ratito.» 

Que había ocurrido? La condesa de Cravosio había hablado con don Bosco hacia las ocho de la tarde del seis de julio. Napoleón III se 
encontraba en Villafranca, en su cuartel general; estaba asustado por la carnicería de Solferino y preocupado ((249)) por las noticias que 
llegaban de Alemania, advirtiéndole que algunas potencias estaban preparadas para acudir en ayuda de Austria. Aquella misma noche, 
hacia las nueve, sentado a la mesa, mandó llamar al general Fleury: diole algunas instrucciones y le entregó una carta en la que pedía una 
tregua al Soberano de Austria. El general entraba en Verona a las diez y media. El Emperador Francisco José estaba acostado y fueron a 
despertarlo. Vistióse a toda prisa y pasó a su presencia el general Fleury. Al leer la carta de Napoleón dibujáronse en su rostro la emoción 
y la sorpresa y, oídas las explicaciones del General, declaró que eran justas y aceptaba al día siguiente las propuestas. El once de julio se 
reunían en Villafranca los dos emperadores, convenían las condiciones y firmaban la paz.1 He aquí las condiciones: 

»Concesión de Lombardía al Emperador de Francia, el cual la entregaría al Rey de Cerdeña; Mantua, Roccaforte y Peschiera quedaban 
en poder de Austria. 

»Venecia seguía bajo la dominación austríaca, pero junto con todos los Estados italianos formaría una confederación bajo la presidencia 
honoraria del Papa. 

»No se pondrá obstáculo al regreso de los príncipes destronados a sus dominios y se ampliarán los territorios del Gran Ducado de 
Toscana. 

»Amnistía general por ambas partes.» 

De las Legaciones Pontificias y del Ducado de Parma, ni palabra. 

Esta convención fue sancionada en Zurich (Suiza) el 10 de noviembre de 1859, y se facultaba a las corporaciones religiosas de 
Lombardía para disponer de sus bienes siempre y cuando las leyes ((250)) del Estado al que pasaban no los mantuviesen en su poder. 
Pero de todas estas condiciones sólo se observaron las concernientes a la cesión de las tierras lombardas y a la amnistía. Las demás fueron 
letra muerta. 

El quince de julio entraban en Turín el Rey Napoleón III en me 

1 Indépendance Belge. 
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dio de grandes festejos. El Emperador salía en seguida para París y le acompañaba el Rey hasta Susa. 

Mas ni la paz ni la guerra podían detener de ningún modo la actividad de don Bosco. En el mes de junio hacía imprimir a Paravía dos 
mil quinientos ejemplares de la segunda edición de su Historia de Italia con algunas añadiduras. Importa repetir cómo en este libro 
narraba el origen del poder temporal de los Papas, defendía el derecho al mismo y demostraba sus ventajas; y que regaló muchos 
ejemplares a distinguidos personajes del clero y del laicado, entre otros al alcalde de Turín, que se lo agradecía en los siguientes términos: 

CIUDAD DE TURIN 

Turín, 16 de julio de 1859 

El preciado regalo que V. S. Ilma. acaba de hacerme con la Historia de Italia contada a la juventud desde sus primeros pobladores hasta 
nuestros días, le hace merecedor de verdadera gratitud por parte de esta Administración Civil; y el Alcalde, que suscribe, se considera 
muy feliz al interpretar los sentimientos de la misma, al tiempo que le da las más rendidas gracias por su cooperación a la realizacióri de 
una biblioteca pública municipal, que será positivamente provechosa a la población de Turín. 

Tenga a bien aceptar el testimonio del muy distinguido saludo de quien tiene el honor de profesarse. 

De V.S. Ilma. 

Afectísimo y seguro servidor El alcalde NOTTA 

((251)) Durante la primera quincena de julio anduvo atareado con los exámenes, el reparto de premios, las papeletas de calificaciones, 
los sorteos públicos y las despedidas de cada uno de los alumnos, a quienes llamaban los padres a sus casas para las vacaciones. 

A principios del mes, ayudado por el joven Chiala, don Bosco había distribuido el número de las Lecturas Católicas correspondiente a 
julio, que se titulaba: Antonio y Fernando, o el triunfo de la inocencia. Cuenta la historia de un estudiante, hijo de unos pobres artesanos, 
que cursa con éxito los estudios, pero amargado por la prepotencia de un rival, hijo de familia noble, a quien se le otorgan los premios, 
que sólo a él correspondían. Amparado por un bienhechor desconocido, que resulta ser el Ministro de Estado, consigue licenciarse en 
derecho, profesión que honra rechazando las insidiosas promesas de quien quería convertirle en instrumento de injusticia. Es calumniado, 
condenado a prisión, pero al fin se abre paso la 
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verdad, y se le confiere un cargo importantísimo y lucrativo. La narración demuestra que la divina Providencia permite a veces que 
nuestra vida sea víctima de las opresiones de los malvados, pero cuando menos lo esperamos, acude en nuestra ayuda. La virtud es 
premiada aun en esta vida y en la futura recibirá con toda seguridad una recompensa eterna en la patria de los bienaventurados. 

Para el mes de agosto preparó: La vida de los sumos Pontífices San Ponciano, San Antero y San Fabián, por el sacerdote Juan Bosco 
(H). Era un trabajo totalmente suyo. Al exponer la historia de estos Papas, que vertieron su sangre por la fe, describe la conversión, la 
santa vida y el martirio del senador Poncio, el bautismo del emperador Filipo y de su hijo y la sumisión de Orígenes a la Iglesia. 

Cuando acabó la corrección de este número, don Bosco fue ((252)) a San Ignacio, donde se encontraría con una ovejita descarriada a la 
que iba buscando hacía años. 

El jovencito Francisco D... de ingenio despejado, estudiante de bachillerato, había frecuentado el Oratorio de Valdocco. Pertenecía a 
una familia rica en bienes materiales y virtudes. Su padre y su madre habían infundido en su corazón el santo temor de Dios, y don Bosco 
secundaba sus desvelos recomendando al muchacho entera obediencia a sus padres. Francisco no tenía secretos para él. Cuando volvía del 
Oratorio a casa gozaba contando todo lo que había dicho y hecho don Bosco y repetía su nombre a cada momento, de modo que sus 
padres esperaban un gran bien de aquella santa amistad. 

Pero Francisco estaba poseído de una insaciable curiosidad, por leer, saber y conocer. Prestáronle los compañeros una novela, que sin 
ser inmoral, calentaba sin medida la fantasía, y él se apasionó tanto por aquellas lecturas, que se enfrió en la piedad, en el estudio y se 
cansó del Oratorio. 

El padre que se dio cuenta del cambio, averiguó la causa, reprendió al hijo, quitóle aquellos libros, y no encontrando en él la debida 
docilidad, le amenazó con un severo castigo. El muchacho, desequilibrado con aquellas lecturas, obstinado y amedrentado, huyó de casa. 
Después de rodar por las colinas de Superga, por miedo a que le dieran alcance, se detuvo frente a la era de un cortijo donde los 
labradores, suspendida la trilla, merendaban alegremente a la sombra de un árbol copudo. Extenuado por el calor, la sed y el hambre, los 
contempló un instante con envidia. El amor propio le detenía, la necesidad le empujaba, hasta que, armándose de valor, se acercó a ellos 
y les pidió unas pocas gachas de harina de maíz. 

((253)) Se extrañaron los labriegos de que un jovencito, cuya fisonomía 
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y atuendo manifestaban ser de condición acomodada, les pidiera limosna y le preguntaron quién era y de dónde venía. Francisco supo 
inventar una historieta que conmovió a aquellos corazones sencillos. Les dijo que era huérfano de padre y madre, los cuales, por quiebra 
en los negocios, lo habían dejado en extrema miseria y que por eso, por vergüenza de pedir limosna en una ciudad donde era conocido, 
había resuelto marchar a pueblos lejanos. Recibió entonces su porción de gachas, y uno de los labriegos le dijo: 

-Y cómo te las vas a arreglar para vivir en adelante? Tendrás que ponerte a trabajar. 

-Si me aceptáis con vosotros, aquí me tenéis, respondió Francisco. 

-Tú, tan fino, manejando pala y azadón? 

Y soltaron todos una carcajada. 

-Por qué no? -replicó Francisco-íprobadme! 

-Bueno, toma este trillo... y íadelante! 

Se quitó Francisco la chaqueta y empezó a trillar. Aunque no estaba acostumbrado a trabajos manuales, lo hacía con tanto ahínco que 
aquellos buenos campesinos, compadecidos, le dijeron: 

-Bien, quédate con nosotros; pan y polenta no te faltarán. En el pajar tienes tu sitio para dormir conforme? 

Allí se quedó Francisco dos semanas, cumpliendo cuanto le mandaban, pero importunando a sus amos para que lo pusieran a servir en 
otro cortijo más distante de Turín. Y aquella buena familia lo envió a casa de unos parientes suyos, que vivían en Sciolse. Allí se sometió 
Francisco a toda suerte de trabajos y humillaciones, con inquebrantable energía de voluntad. Una loca vergüenza y un temor absurdo le 
impedían volver a la casa paterna. 

((254)) Entretanto su padre, antiguo magistrado, hacía pesquisas para encontrarle con ansia desgarradora, mas no lograba dar con él. 
Fue a ver a don Bosco en busca de consuelo y éste, aunque sorprendido por la extraña noticia, le aseguró que la Santísima Virgen 
protegería a su hijo y lo devolvería al hogar; al mismo tiempo le prometió que en el Oratorio se rezaría por él. 

Pasaron dos años sin tener la menor noticia de Francisco, cuando he aquí que don Bosco tuvo que ir a Sciolse a pasar unos días en el 
castillo del conde de Roasenda para predicar en la parroquia de aquel lugar. Quiso el conde llevarlo en coche para visitar una gran 
hacienda de su propiedad cultivada con mucho esmero. Después de examinarlo todo minuciosamente, se sentaron a descansar en un lugar 
delicioso, desde donde se disfrutaba un hermoso panorama. Mientras 
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el Conde se alejó un poco para examinar un cobertizo recién construido, atrajo la atención de don Bosco cierto muchacho de rostro 
bronceado por el sol, de constitución robusta, con el pelo al rape y un tupé que le cubría la frente. Estaba a poca distancia, en un prado 
más bajo, amontonando con una horca el estiércol sacado de las cuadras. Cuanto más lo miraba, tanto más le parecía haberlo visto otras 
veces, pero no lograba determinar con precisión sus recuerdos. En aquel instante levantó los ojos el muchacho, hizo un gesto de sorpresa, 
y continuó su trabajo, volviendo intencionadamente la cara de modo que quedara oculta a don Bosco. Este se movió para bajar por el 
ribazo y el muchacho se alejó a paso apresurado. Iluminóse entonces la mente de don Bosco, y pensó: 

-Quizás es Francisco. 

En el entretanto se había acercado el colono y don Bosco le preguntó por aquel muchacho. Su respuesta fue: 

-Es trabajador, obediente y de buena conducta. 

Añadió que se llamaba José, y se lo habían recomendado unos parientes suyos, por lo que no había ((255)) creído necesario pedir 
informes. Pensó don Bosco que el muchacho se había cambiado de nombre y dijo al colono: 

-Hágame el favor de interrogarle con prudencia; procure conocer su apellido, cuándo salió de su pueblo y dígame después el resultado 
de sus averiguaciones. 

Mientras tanto, el muchacho escondido entre las vides observó cómo don Bosco hablaba con el colono; sospechó el tema de la 
conversación, decidió escapar y, sin más, subió a la casa para ponerse su gastado traje y tomar el poco dinero fruto de sus ahorros. 

El conde y don Bosco daban la vuelta en el coche al flanco de la colina, que estaba inculta, pedregosa y escarpada por aquel lado. De 
pronto, en un recodo del camino apareció bajando a toda prisa y corriendo el muchacho que había creído poder adelantarse a don Bosco. 
El caballo se encabritó, saltó el conde y lo metió en freno; don Bosco bajó en seguida e intentó agarrar a Francisco por un brazo, al 
brincar al camino. Pero no consiguió detenerlo dado el ímpetu de su carrera. Y el muchacho gritó: 

-íDéjeme, déjeme marchar! 

Resbaló ribazo abajo y se escabulló por entre los árboles del barranco. 

Ya había transcurrido casi un año desde aquel encuentro. Se hallaba don Bosco en el santuario de San Ignacio, junto a Lanzo, haciendo 
ejercicios espirituales. Salió un día, después de comer, a la 
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explanada que se abre ante la iglesia y se puso a pasear rodeado de un nutrido grupo de señores y jóvenes a quienes entretenía en amena 
conversación. Al llegar al pretil de la muralla que sostiene el terraplén, miró por casualidad abajo y vio sentada la habitual muchedumbre 
de pobres mujeres, viejos y niños, hacinados ante la portezuela de la cocina a la ra de que el cocinero les repartiera las sobras de la 
comida. Con gran estupor, reconoció al punto entre ellos a Francisco ((256)) descalzo y sin chaqueta, esperando con una escudilla en la 
mano su ración. Don Bosco se echó hacia atrás en seguida para que Francisco no le viera, fue al otro lado de la explanada y dijo a los que 
estaban con él: 

-Señores, os pido vuestra ayuda para poder realizar una hermosa empresa. 

-Usted dirá, don Bosco; aquí estamos para obedecerle. 

-Dividíos en dos grupos, bajad en pequeñas partidas, unos por este lado y otros por el otro hasta la mitad de la colina, como si fuerais 
tranquilamente de paseo. Formad después una cadena de modo que cada uno no diste de los de al lado más de seis o siete pasos; y subid 
luego hacia el santuario. Bajará huyendo un muchacho, agarradlo y traédmelo a mí. 

Sus órdenes fueron puntualmente cumplidas, y cuando vio que sus amigos comenzaban a subir, se asomó al pretil y llamó: 

-íFrancisco! 

Volverse el muchacho y echar a correr cuesta abajo fue cosa de un instante, pero no pudo atravesar la cadena de aquellos señores, que 
lo atraparon y lo llevaron adonde don Bosco lo esperaba, sin apenas ofrecer resistencia. 

Don Bosco lo tomó por la mano y le dijo: 

-Esta vez ya no te escapas. Ven con don Bosco y quedarás contento. 

Y lo llevó a su celda, mandó que le dieran de comer y le hizo un amable interrogatorio. 

Supo por sus respuestas que, después de escapar de Sciolse, se internó en la montaña, y unas veces de pastor, otras de campesino, ya de 
criado en casa de un párroco, ya de mendigo, había ido tirando en medio de extrañas aventuras, pero que siempre había tenido la suerte de 
encontrarse con personas de buenas costumbres. Al principio no pasó por su mente la idea del mal hecho, pero al calmarse la fiebre que le 
trastornó el cerebro, ((257)) había reconocido la enormidad de su acción. Sin embargo, su misma culpa, que le presentaba la imagen de su 
padre justamente indignado, le impedía con una fuerza 
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invencible volver a él; no podía ni siquiera pensar en ello. Pero, a menudo, sentía su corazón oprimido con el recuerdo de su madre y de 
su hermana. También había rezado y llorado, mas nunca se había atrevido a manifestar a nadie su situación y sus penas. 

-Pero ahora, decía, pasado el primer susto, me siento feliz al encontrarme en tan buenas manos. 

Entonces don Bosco le prometió que le reconciliaría con su padre y le invitó a reconciliarse antes con Dios, lo que hizo Francisco muy 
gustoso. Se entrevistó con el reverendo Begliati, ecónomo de la Residencia Sacerdotal de San Francisco y de los ejercitantes en San 
Ignacio, le contó el suceso y se le asignó una celda al muchacho. Al día siguiente hizo el reverendo Begliati que enviaran de Turín lo 
necesario para vestirlo conforme a su condición. Terminados los ejercicios, don Bosco volvió al Oratorio con Francisco y se apresuró a 
dar la inesperada noticia a sus desolados padres. Después de preparar sus ánimos, concluyó con estas palabras: 

-Demos gracias a Dios, íFrancisco ha sido hallado! 

Estalló un grito unánime de júbilo en la casa, seguido de un ansioso preguntar: 

-Dónde, cuándo, cómo? 

Narró don Bosco brevemente lo ocurrido y después, viendo al padre pensativo, añadió: 

-Recobraréis, pues, a vuestro hijo; pero a condición de no hacerle ningún reproche. Olvídese completamente el pasado y recíbasele en 
casa como si nunca se hubiese marchado. De lo contrario, añadió sonriendo, no os lo dejo ver. 

El padre asintió y don Bosco invitó a toda la familia a ir al Oratorio el día siguiente por la mañana. No es para dicho con qué ansiedad 
esperaron aquel momento. Entró primero la madre junto con la hermana ((258)) de Francisco en la habitación de don Bosco, pero apenas 
vio al hijo llorando sentado al lado del siervo de Dios, sintió faltarle las fuerzas, sentóse con la hija y ambas rompieron a llorar. Poco 
después entraba el padre; con porte serio y enjugándose las lágrimas sentóse también sin hablar. Francisco no se había movido. Don 
Bosco no interrumpió aquel primer desahogo y, cuando los vio mas sosegados, dijo: 

-Bendita sea la Virgen que os devuelve al hijo... Francisco pide perdón a su padre y a su madre por los disgustos que les ha causado... 

Y dicho esto, lo tomó de la mano y lo llevó junto a su padre que, sollozando, le dio un beso en la frente. 
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-Y ahora, señores, llévenselo a casa, concluyó don Bosco. Yo les aseguro que recibirán de él muchos consuelos. 

Y así fue. Reanudó los estudios y, aprovechando el gran talento que tenía, recuperó en pocos años el tiempo perdido, se doctoró en 
derecho y ascendió a uno de los más altos cargos del Estado. 

El mismo don Bosco nos contó este hecho que demuestra cuán peligrosos resultan para los jóvenes muchos libros que, sin ser 
perversos, excitan la fantasía y avivan la sensibilidad. Por eso don Bosco era tan severo al imponer a sus alumnos que presentaran al 
juicio del Superior los libros que llevaban de sus casas y los que adquirían durante el año. 

Nos consta que también aconsejaba a muchos jovencitos de la clase acomodada y de la nobleza que dieran a examinar todo libro que 
cayera en sus manos, a personas probas e inteligentes, antes de leerlos. Y eso porque en las mismas escuelas había profesores poco 
prudentes, y a veces irreligiosos, que aconsejaban a los alumnos lecturas poco recomendables. 

((259)) Así que había estudiantes de la ciudad que le llevaban o enviaban sus libros para que les diera su aprobación o desaprobación. 
Poseemos una carta suya sobre este asunto. 

Muy querido Octavio: 

Aquí tienes los libros que he mandado revisar. Verdaderamente no hay en ellos nada prohibido: los libros no están en el índice. Con 
todo contienen algunas cosas bastante peligrosas para la moralidad de un joven; por tanto, puedes leerlos, pero vigila sobre ti mismo y, si 
te dieres cuenta de que perjudican a tu corazón, suspende su lectura, o por lo menos salta los trozos que relativamente pueden ser 
peligrosos. 

Hice esperar al criado porque había muchos aguardando audiencia. Que Dios te conceda salud y gracia. Muchos saludos a mamá y a tu 
hermana. Reza también por mí que siempre seré en el Señor. 

Turín, 11 de agosto de 1859. 

Tu afectísimo amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Para el noble joven Octavio Bosco de Ruffino. 
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((260)
)


CAPITULO XX 

UN ENCUENTRO DE DON BOSCO EN TROFFARELLO -DOS PREDICCIONES -DOS LECTURAS CATOLICAS -SUBSIDIOS 
DEL REY Y DEL MINISTRO DE GOBERNACION -CONSTRUCCION DE ESCUELAS; LAVADERO Y LEÑERA -DON BOSCO 
EN I BECCHI CON LOS MUCHACHOS -LAS EXCURSIONES: PROGRAMA PREVIO, PREPARATIVOS, MARCHAS, 
HISTORIA DE LOS PUEBLOS, CASOS ALEGRES, ENTRADA EN UN PUEBLO, HOSPITALIDAD, ESCENAS COMICAS, LAS 
FUNCIONES EN LA IGLESIA, EL TEATRO, LA PARTIDA, GENEROSIDAD DE DON BOSCO, ENCUENTROS INOPINADOS 
-HACIA MARETTO -LLEGADA A VILLA SAN SECONDO -UNA ESPINA DEL PARROCO -UNA VISITA A CORSIONE, 
COSSOMBRATO Y RINCO -FIESTA DE LA VIRGEN DE LAS GRACIAS -EL TEATRO Y UN BAILE IMPEDIDO -FIESTA DE 
LA MATERNIDAD DE LA VIRGEN -SALIDA DE VILLA SAN SECONDO -PARADA EN PIEA -VIAJE NOCTURNO -LLEGADA 
A I BECCHI -UN MUCHACHO PERDIDO -VISITA A LA TUMBA DE DOMINGO SAVIO -REGRESO AL ORATORIO 

L»ESE en el Eclesiástico: «La boca del sensato es buscada en la asamblea, sus palabras se meditan de corazón» 1. 

Cierto día del mes de agosto partía don Bosco para Cambiano donde había sido invitado a predicar; mas, al llegar a Troffarello, se 
encontró con que el tren no seguía más allá. Los viajes no ((261)) eran regulares por el continuo transporte de material de guerra y de 
soldados desde Alessandria a Turín; así que se vio obligado a seguir el camino a pie. Llovía y no tenía paraguas. Del mismo tren había 
bajado el diputado Tomás Villa, que se encaminaba al mismo pueblo. Tomó un coche y muy pronto alcanzó a don Bosco. Al ver a aquel 
pobre cura que caminaba intentando defenderse de la lluvia con el manteo por pantalla, compadecido, le invitó a subir al coche. Don 
Bosco aceptó agradecido. El señor Villa quedó admirado de sus finos modales y de la discreción y cortesía de su conversación. Cuando 

1 Eclesiástico, XXI, 20. 
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do llegaron a Cambiano le preguntó si pernoctaría en el pueblo, o si volvía a Turín aquella misma tarde. Al saber que debía volver, le 
invitó a encontrarse en un lugar determinado y a una hora fija, para aprovecharse de su coche. Don Bosco aceptó, diole las gracias y, en 
cuanto acabó el sermón, estuvo puntual a la cita. Durante el camino de vuelta preguntóle el diputado Villa: 

-Por favor, podría decirme su nombre? 

-Don Bosco, contestó el cura. 

-El de Valdocco? 

-Sí, señor; y usted? 

-Soy el abogado Villa. 

Fue el mismo abogado quien contó a don Miguel Rúa este encuentro añadiendo que, a partir de aquel momento, siguió manteniendo 
siempre relaciones con don Bosco. 

Lo mismo sucedía con cualquier otro que tuviese la fortuna de encontrarse con él. Las familias católicas de Turín le querían mucho 
porque reconocían en él a un hombre de Dios y se convencían cada día más de que el cielo le favorecía con dones extraordinarios. 

Desde los primeros tiempos del internado en San Francisco de Sales, iba don Bosco de vez en cuando a visitar la familia ((262)) del 
conde de Cravosio, muy distinguida por su piedad y generosidad. La condesa y su hijas, deseosas de emplearse en obras de beneficiencia, 
se dedicaban especialmente a remendar la ropa blanca de los pobrecitos de Valdocco. Una de estas nobles doncellas, cuyo testimonio 
sobre la predicción de la paz de Villafranca hemos referido en el capítulo anterior, escribió a don Miguel Rúa el hecho siguiente: 

El 30 de agosto de 1859, día de santa Rosa, era el de mi fiesta onomastica. Mi madre, siempre preocupada por mi bien, para darme una 
alegría me regaló, entre otras cosas, una hermosa estatuita de Maria Inmaculada y después, a eso de las nueve, me llevó a ver a don Bosco 
con el que nos entretuvimos un ratito. Don Bosco nos prometió ir a cenar con nosotros a las seis, y cumplió su palabra. Durante la comida 
me dirigió unos simples augurios referentes a mi salud. Después de cenar le rogué que pasara conmigo a mi habitación. Había colocado la 
estatuita de la Virgen sobre una rinconera y supliqué a don Bosco que la bendijera y le pidiera para mí una gracia especial, sin dar más 
explicaciones. Era la de encontrar la manera de seguir mi vocación religiosa. 

Don Bosco juntó las manos y de pie ante la imagen de María hizo en silencio sobre ella la señal de la santa cruz y luego rezó; por fin, 
sin variar su piadoso continente y sin apartar la mirada de la estatuita, dijo: 

íOh!, Virgen Inmaculada, bendecid y consolad a Rosina, a la que veo vestida de blanco. 

-Pero don Bosco -le interrumpí-, yo no estoy vestida de blanco; y más, no me gusta vestirme de ese color (tenía yo entonces diecinueve 
años), son las niñas las 
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que visten de blanco, pero a mi edad no cae bien (y en mi interior sentía cierta repugnancia a hacerme dominica precisamente por el 
hábito). 

Entonces don Bosco replicó: 

-Sí, Rosina vestida de blanco. 

Y repetía con acento profético las mismas palabras, cuando he aquí que se oyó la voz de mi padre que le llamaba a la sala para tomar el 
café. 

Dos años más tarde, el 16 de agosto de 1861, el Señor me abría ((263)) las puertas del Instituto de las religiosas dominicas en Mondoví 
Carassone y la Virgen Inmaculada escuchaba al mismo tiempo los deseos de mi corazón y la oración de don Bosco, realizando claramente 
su profética palabra. 

Pero hay más. Hacía ya unos años que me encontraba en Mondoví y todo marchaba muy bien, cuando vino el demonio a sembrar el 
desorden en nuestra querida comunidad de Mondoví Carassone, con lo que perdió un buen número de alumnas. En aquel trance, me pidió 
nuestra buena Madre Manfredini que escribiera a don Bosco, enviándole una pequeña limosna y rogándole que hiciera una novena para 
obtener que nuestra comunidad volviera a su floreciente estado anterior. Pocos días después contestó don Bosco, como él solía hacer, con 
palabras de agradecimiento, de consejo y de aliento. Más de veinte alumnas vinieron pronto a aumentar nuestro colegio, se reprimió 
suavemente todo desorden y la calma, la alegría y la virtud volvieron a reinar entre nosotras. 

He aquí, reverendísimo don Miguel Rúa, mis recuerdos sobre don Bosco, tan simplemente como los tengo en la mente. 

Sor FlLOMENA CRAVOSIO 

También predijo don Bosco el porvenir a otra muy noble doncella, cuyo nombre diremos a su tiempo. Sentíase ella llamada por Dios a 
la vida religiosa y, no encontrando obstáculos por parte de sus padres para cumplir sus deseos, consultó a don Bosco sobre el particular. 
Contestóle el siervo de Dios: 

-Sí; usted se hará religiosa, pero después de mucho tiempo de espera y pasando por trances imprevisibles al presente. 

Y así sucedió. Al poco tiempo moría una hermana suya dejando un hijo de tierna edad. Ella se casó con el cuñado por la necesidad de 
dar un corazón de madre al niño. Muy pronto quedó huérfano de padre que murió del cólera. La buena madrastra cuidó con nobilísimo 
sacrificio su educación religiosa y cívica y el rico patrimonio; y cuando hubo cumplido esta santa misión, y ((264)) lo hubo colocado en 
la espléndida carrera que le aguardaba, se retiró del mundo y se hizo religiosa. 

Como estaban a fines de agosto dióse prisa don Bosco para imprimir el número de las Lecturas Católicas correspondiente al mes de 
septiembre. Presentaba a los suscriptores El Valle de Almería, de autor anónimo. Narrábanse en él las vicisitudes de una familia 
perseguida 
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y dispersada por el odio y la violencia de sus enemigos y que se reúne después maravillosamente por la bondad de Dios. 

Para octubre preparó El cielo abierto con la comunión frecuente, resumen de una obra francesa del célebre misionero de Saboya el abate 
Favre, escrito por el padre Carlos Felipe de Poirino, capuchino. Expone las razones que deben estimular al cristiano para comulgar a 
menudo; refuta los pretextos que aducen muchos fieles para abstenerse de la comunión frecuente; trata de la primera comunión, de la 
comunión pascual y de la que se recibe como viático. Expone las disposiciones necesarias para la comunión en general y para la 
comunión frecuente; demuestra que la comunión semanal no puede calificarse de comunión frecuente, ateniéndose a los principios 
admitidos por la Iglesia. 

Pero, mientras repartía a los demás el alimento para el espíritu, carecía de pan material para sus hijos. Don Juan Bonetti nos legó 
escrito: 

«La guerra dejó a muchos niños sin padre, y bien que lo notó nuestro Oratorio. Casi todos los días veíamos llegar compañeros nuevos y 
juntarse cada vez más las camas para hacer sitio al recién llegado. Pero el aumento de bocas que devoraban pan sin medida, hizo crecer 
los gastos y aumentar las deudas, con lo que don Bosco se encontró pronto en grandes apuros. Cierto es que confiaba en la divina 
Providencia, pero al mismo tiempo no dejaba de emplear los medios que sugería la prudencia.» Por eso ((265)) hizo llegar a su majestad 
el rey Víctor Manuel, a través del conde de Cibrario, la humilde solicitud de una subvención para sus muchachos; y el treinta y uno de 
agosto recibía una carta del mismo Conde redactada en los términos siguientes: 

GRAN MAESTRAZGO 

DE LA ORDEN DE LOS SANTOS 

MAURICIO Y LAZARO 

Turín, 31 de agosto de 1859 

He tenido el honor de hablar con su Majestad sobre la difícil situación en que al presente se halla la Pía obra por usted fundada para 
albergar a los muchachos abandonados, por la lejanía de los bienhechores y por los gastos extraordinarios ocasionados con el insólito 
número de muchachos, que tuvo que admitir con motivo de la incorporación al ejército de muchos padres de familia. Su Majestad, 
queriendo acudir una vez más en su favor, se ha dignado concederle amablemente, después de mi proposición, una subvención 
extraordinaria de doscientas liras con cargo a la Tesorería Mauriciana. 
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Mientras tengo el gusto de poderle dar esta buena noticia y notificarle que la correspondiente orden de pago está ya a su disposición en 
la Tesorería de la Orden, debo también advertir a usted que es una subvención totalmente excepcional y sin ninguna clase de 
consecuencias, por lo que no podría considerarse como un precedente para los años siguientes, ya que está motivada únicamente por las 
extraordinarias circunstancias de este año. 

Le renuevo los sentimientos de mi particular aprecio. 

El Primer Secretario de S.M.
Primer Presidente
CIBRARIO


Algunos meses después, el 12 de enero de 1860, concedíale otro subsidio de doscientas liras el Ministro de Gobernación Rattazzi, que 
el secretario Capriolo le notificaba en los términos siguientes: 

((266)) Con motivo de ayudar a la administración del internado para muchachos pobres abandonados de esta ciudad, ha determinado 
este Ministerio conceder a su fundador y director don Juan Bosco la subvención de doscientas liras, y ha dado orden de despachar el 
correspondiente mandato a tal destino. 

Este mandato será exigible a su tiempo, en la Tesorería del distrito de Turín. 

Estos auxilios evidentemente no guardaban proporción con la necesidad; pero, teniendo en cuenta los grandes gastos de la guerra, 
tampoco eran despreciables. Demostraban por lo menos que el Rey y su gobierno reconocían la utilidad de la Obra y espoleaban a los 
ciudadanos privados a socorrerla con sus propias dádivas. 

Mientras tanto don Bosco, como el número de muchachos internos iba en aumento, hizo construir aquel año al empresario Juvenal 
Delponte un edificio de una sola planta en la estrecha parcela del patio orientada al norte, apoyado contra la tapia y paralelo al antiguo 
cobertizo transformado en capilla. Lo dividió en tres salas bastante grandes, para emplearlas como aulas. En la misma línea, a la derecha 
del zaguán que se abría en el centro del Internado, se levantó otro barracón con el lavadero y un cobertizo antiguo para leñera. Estas 
construcciones se mantuvieron en pie hasta 1873. 

A la par de estos trabajos, se hacían en el Oratorio los preparativos para la excursión a I Becchi. Los muchachos estaban locos de 
alegría, pues don Bosco les había anunciado que la excursión de aquel año sería algo extraordinario. El maestro de la banda ensayaba con 
los músicos, pequeños y grandes, todo un nuevo repertorio de marchas, sinfonías y piezas por él compuestas; y adaptaba para la misma 
banda el acompañamiento de una misa, unas vísperas y algunos Tantum ergo para la reserva solemne de la Eucaristía, en las 
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localidades que carecieran de órgano. Los cantores ensayaban sin cesar en su clase ((267)) las partituras de música sagrada y profana para 
la iglesia y el teatro. Algunos habían hecho una pequeña colección de dramas, comedias, sainetes y pantomimas, para poderlas 
representar dos y más veces en un mismo lugar, sin tener que repetir las ya representadas, y ensayaban sin cesar a los cómicos. 

Los tramoyistas embalaban decorados, atrezzo y vestuario para los actores, todo lo cual llevarían después ellos mismos sobre sus 
espaldas. Este trabajo no impedía, sin embargo, las clases de vacaciones. 

Don Bosco se adelantó yendo a I Becchi con Garino, Chiapale y algunos más. Allí predicaba la novena del Rosario don Miguel Angel 
Chiatellino y él confesaba; resultaba una verdadera misión para los caseríos de los alrededores. 

El sábado, día primero de octubre, salió del Oratorio el grupo de cantores, músicos y demás alumnos. Cada uno llevaba su hatillo de 
ropa blanca para mudarse durante los días de excursión y además algunos panes, queso y fruta. 

Cerca de Buttigliera, el padre del estudiante Tomás Chiuso, que fue más tarde canónigo de la Catedral de Turín, les obsequió, como 
hortelano que era, con una variada y bien aderezada ensalada que apagó la sed ardiente que les había causado el largo camino; y al 
atardecer llegaron a I Becchi, donde José Bosco les tenía preparada la cena. 

El domingo, dos de octubre, se celebró la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. 

Al día siguiente empezaron las excursiones que, con todo derecho, merecen el apelativo de clásicas y únicas en su género, pues duraban 
diez, veinte y más días; iban de una a otra aldea y seguían el itinerario de un plan bien programado. Comenzaremos dando de ellas una 
((268)) idea general, para contar a su tiempo los sucesos particulares de cada una de las jornadas. 

Hacía ya tiempo que estaban señalados los lugares donde había que pernoctar; siempre en casa de un párroco amigo, o de un eximio 
bienhechor, los cuales preparaban alojamiento para todos ellos y proporcionaban a sus expensas lo necesario para dormir y comer; 
aguardaban ansiosos el día de la llegada de don Bosco y gozaban lo indecible ofreciéndole cuanto necesitaba. Formaba la marcha un 
centenar de muchachos, acompañados por algún clérigo, que llevaban la alegría de la música y del teatro y la edificación de la piedad a 
los pueblos por donde pasaban. Eran los que don Bosco quería premiar 
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de un modo especial proporcionándoles un apreciado y saludable solaz. Aquellas excursiones satisfacían además el frenesí que por 
entonces dominaba a la mayoría de los muchachos sujetos a novedades, agitación, tambores y armas que daban pábulo a la fantasía 
llenándola primero de deseos y esperanzas, y después de recuerdos y relatos. 

Esta diversión exigía a don Bosco un gran espíritu de sacrificio, por tanto como había de preparar y por la continua vigilancia que debía 
prestar. Era excesivamente larga a veces la caminata y los chicos habían agotado las provisiones; otras los sorprendía el mal tiempo, y 
gracias a que la providencia acudía en su ayuda a través de almas generosas, sobre todo párrocos o capellanes, que salían a su encuentro y 
los invitaban a descansar en su casa. 

Eran unas marchas románticas: aquí un grupo cantaba a coro una canción, allá se oía una trompeta que daba las órdenes de las 
evoluciones o tocaba la diana. Más allá sonaban cuatro o cinco trompetas marcando el paso acelerado de los «bersaglieri». ((269)) El 
tambor redoblaba sin parar y a veces, por algún fuerte golpe de bombo, retozaba la becerra o la oveja que pacía en la pradera. En 
retaguardia iban los portadores de todo lo necesario para montar la escena en el teatro preparado por la gente del pueblo. 

De ordinario don Bosco iba el último acompañado por alumnos y clérigos. 

De cada uno de los pueblos adonde se encaminaban, había estudiado previamente los orígenes, los avatares políticos, los príncipes que 
los habían gobernado, los personajes que los habían hecho famosos, los sucesos venturosos, las desdichas, los monumentos, las obras de 
arte o las maravillas de la naturaleza, si las había, aprovechándose de la enciclopedia de Casalis, de las memorias monográficas de aquel 
lugar y también de la historia eclesiástica. Y después, sobre la marcha o en las paradas, instruía y deleitaba a los alumnos contándoles lo 
aprendido en los libros. Los muchachos no se cansaban de oírle y las personas instruidas de aquellos lugares se maravillaban de que don 
Bosco hablase de cosas de su tierra, que ellos mismos ignoraban por completo. 

Cuando don Bosco no podía tener a su alrededor a los muchachos, sustituíale Carlos Tomatis, protagonista de todas las farsas teatrales, 
alma de la compañía, héroe de todas las aventuras, capaz de mantenerlos alegres con sus inagotables bromas y ocurrencias doquiera se 
encontrasen. Don Bosco, que no podía tolerar caras mustias y tristes, el aislamiento o las conversaciones en voz baja y casi 
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sospechosas, gozaba con ello enormemente. Y Tomatis secundaba con creces sus deseos, de la mañana a la noche y de la noche a la 
mañana, logrando que las risas de los muchachos y sus aplausos subieran hasta las nubes. 

Pero la verdad sea dicha, no solamente el humorismo de Tomatis excitaba la hilaridad. Sucedían tantos hechos amenos, que parecían 
preparados de intento para aumentar el buen humor. Sería demasiado prolijo contarlos todos; baste uno sólo. Iba cierto viejito 

-íQué bonita música!, exclamó el viejo, manifestando con gestos su gran alegría, íqué música más bonita! 

Llegaron entretanto los músicos y el borrico, que oyó las notas fragorosas de un trombón, dio unas coces, amusgó las orejas, rebuznó, 
salió disparado y las manzanas rodaron por el suelo. El amo, corriendo tras él, se volvió a los muchachos y gritó rabioso: 

-íAl demonio con la música! 

Cuando se acercaban a un pueblo, callaban todos, formaban filas y, precedidos por la banda de música, entraban solemnemente. A 
menudo salían el párroco y el alcalde a su encuentro y recibían a don Bosco y a la comitiva con los mayores agasajos. 

«Siempre recuerdo, escribe el canónigo Anfossi, aquellos viajes llenos de aventuras, que despertaban maravilla, alegría y edificación. 
Fui testigo, a la par de otros muchos, de la fama de santidad que gozaba don Bosco cuando, invitado por él mismo, lo acompañé de 1854 
a 1860 por las colinas del Monferrato. Su llegada a aquellas aldeas era un triunfo. Los párrocos de los contornos salían a su paso y, en 
general, también las autoridades civiles. Los aldeanos se asomaban a las ventanas o salían a la puerta de sus casas, otros seguían sus 
pasos, los campesinos dejaban sus labores para verle. Las madres se acercaban a presentarle a sus niños y algunas arrodilladas en el suelo, 
le pedían la bendición. Nos parecía asistir a las escenas del Evangelio que narran el entusiasmo de las muchedumbres al paso del divino 
Maestro. 

»Era su costumbre ir directamente a la iglesia parroquial para adorar a Jesús Sacramentado; ((271)) y en seguida se llenaba ésta de 
gente. Don Bosco subía al púlpito y saludaba a todos con una plática invitándoles a acercarse a los sacramentos. Se cantaba después el 
Tantum ergo con música instrumental y se daba la bendición.» 

El párroco o algún noble señor del pueblo invitaba a don Bosco y a los clérigos a comer o a cenar, según la hora, en su casa. Servían 
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también a los muchachos abundante comida, pobre unas veces, espléndida otras, según las posibilidades de quien les alojaba, pero 
siempre reinaba franca alegría en todos. 

Dormían en cama en alguna ocasión, repartidos entre muchas familias, o bien sobre colchones o jergones, pero de ordinario en la paja o 
en bancos colocados en plantas bajas o cobertizos abrigados. 

En los casos en que era casi imposible conciliar el sueño entraba en escena Tomatis con su repertorio, imitaba a la perfección la voz de 
cualquier animal y lograba que el lugar destinado al reposo se convirtiera en una arca de Noé. 

Una vez le pusieron con los demás en el pajar de un castillo. Había un perrazo guardián a la puerta. Aguardó Tomatis a que reinara el 
más profundo silencio y empezó a imitar un débil y triste ladrido. El perro contestaba y Tomatis, después de repetir el juego a intervalos, 
acabó por excitar con su voz al can a ladrar furiosamente. El portero intentó acallar a su perro dos o tres veces y como no cesaba, salió 
gritanto: 

-Qué diantre le pasa esta noche a mi perro? 

Tomatis calló fingiendo dormir y calló también el perro. 

Al ver que habían cesado los ladridos, volvió a acostarse el portero. Pero al cabo de un cuarto de hora, empezó otra vez la misma 
música. Como el portero no podía dormir después de una hora, salió furioso gritando: 

-íNo ((272)) hay manera de pegar el ojo! íTuso, calla! 

Pero era inútil; Tomatis seguía azuzando al perro por lo bajo. Comenzó entonces el portero a lanzar piedras al inquieto mastín. La 
comedia duró hasta la medianoche y los muchachos a duras penas contenían la risa para que no se descubriera la farsa. 

Otra vez dormía Gastini con un compañero en una habitación y Tomatis con otros muchachos descansaba en una sala grande contigua; 
fingían dormir, pero estaban al acecho para hacerle una broma planeada con tiempo. A cierta hora, como solía hacer, se levantó Gastini, 
salió de la habitación y bajó a la era para respirar el aire fresco de la noche. Saltó Tomatis de la cama, corrió a despertar al compañero, se 
llevaron las dos camas y la mesita de noche y dejaron tan sólo las sillas en medio del cuarto. 

Todo estaba a oscuras. Entró Gastini, tropezó con las sillas y empezó a rezongar, se acercó adonde estaba la cama y no la halló, creyó 
haberse equivocado de habitación, dio vueltas en derredor, buscó al compañero y no lo encontró. Encendió una cerilla y no reconoció el 
lugar. Hablaba a solas consigo mismo expresando sus 
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sentimientos de duda y de extrañeza. Los compañeros, que se habían acurrucado en la habitación, no pudieron ya aguantar la risa y, al oír 
Gastini sus carcajadas mal reprimidas, se dio cuenta de la burla y comenzó a vocear. Por un buen rato se paseó a la luna de Valencia. 

A la mañana siguiente reanudaba Tomatis sus bromas buscando las piernas que decía haber perdido en la excursión del día anterior. Y 
pensaba en las sorpresas serias o jocosas que daba al amo de la casa, que de momento causaban asombro, pero después un regocijo que 
no tenía fin. Don Bosco celebraba aquellas humoradas, porque distraían a los muchachos de todo pensamiento inoportuno. 

La alegría no apartaba a los chicos de las prácticas de piedad. El día siguiente a su llegada era para aquellos pueblos ((273)) una de las 
más hermosas solemnidades: un buen número de vecinos confesaba y comulgaba, ya que don Bosco se estaba largas horas oyendo 
confesiones; se cantaba la misa con acompañamiento de música instrumental, tomando parte en ella el pueblo. Después de la comida iba 
la banda a tocar ante la casa del Alcalde y de los señores principales. Por la tarde volvía a predicar don Bosco y, después del canto de las 
letanías con acompañamiento de la música, se daba la bendición con su Divina Majestad. Terminadas las sagradas funciones, los 
muchachos divertían al pueblo con cantos y piezas de música y la representación de alguna comedia moral, en un lugar donde pudieran 
asistir cuantos quisieren. 

Los dramas, los cantos, la declamación de poesías en dialecto piamontés eran un espectáculo digno de una ciudad, por la calidad 
artística de los actores Bongiovanni, Gastini, Tomatis y otros. Las personas cultas quedaban más que satisfechas, mas para dejar 
embelesadas a las gentes sencillas del pueblo se requería la actuación de Tomatis. Tenía éste todo un repertorio suyo particular de 
parodias, muecas, gestos, posturas, saltos y chistes de una gracia incomparable. Por ejemplo, declamaba un día y llevaba a la cabeza un 
sombrero de copa muy alto. Sacudió la cabeza y se lo metió hasta el cuello, hacía inútiles esfuerzos por sacárselo y entre las carcajadas 
estrepitosas de los espectadores no podía o, mejor dicho, fingía no poder salir del apuro. Corrió entonces Gastini para ayudarlo y fue 
aquello una farsa completa. Alguien dirá: ípayasadas!. 

Es verdad; pero aquellas representaciones dejaron siempre en todas partes un agradable recuerdo. 

Cuando llegaba la hora de salir para otra aldea, todos los muchachos se juntaban para despedirse de su huésped. Uno de ellos leía un 
simpático saludo con algunas frases de ocasión compuestas por don 
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Bosco para darle las gracias, en ((274)) nombre de todos los compañeros, por cuanto había hecho en su favor y por amor a Dios. Y don 
Bosco concluía: 

-Le prometo que mañana en la santa misa tendré un recuerdo especial para usted, para su parroquia y su familia, y que mis queridos 
muchachos rezarán el rosario uniéndose a mí para impetrarle todo bien de Dios. Y a usted le pido que, al favor que nos hizo hoy, añada 
una oración por mí y por mis muchachos, asegurándole que jamás olvidaremos a usted y la hermosa jornada que nos hizo pasar. 

No es para dicha la emoción del huésped al oír estas palabras. Después de agradecer a don Bosco la visita, solía decir a los jóvenes: 

-Que el Señor os conceda un feliz viaje y éxito en vuestros estudios y aprendizajes. El ya pensó en vuestro bien al daros un guía tan 
sabio como vuestro don Bosco; pensad vosotros ahora en corresponder. 

Incluso hubo quien aplicó a don Bosco las palabras del rey de Tiro a Salomón: «Por el amor que tiene Yavéh a su pueblo, te ha hecho 
rey sobre ellos» 1. 

Recordaba don Bosco los avisos del Espíritu Santo en el capítulo veintidós del libro de los Proverbios: «El de buena intención será 
bendito, porque da de su pan al débil». Por eso al despedirse, nunca dejaba sin una propina generosa, que a menudo no aceptaban, a las 
personas que habían recibido el encargo de servirlo. A veces la depositaba dentro de un sobre sobre la mesita de noche de la habitación 
donde había dormido. Si su húesped, de corazón generoso, andaba escaso de bienes de fortuna, encontraba la manera de recompensarlo 
con la más exquisita cortesía y prudencia. Cierto día uno de sus sacerdotes había ido, estando de viaje, con unos veinte muchachos a casa 
de un buen párroco, que les dio de comer. 

-Y tú, qué le has dado en recompensa?, preguntó don ((275)) Bosco al sacerdote que le contaba el hospitalario recibimiento. 

-Yo? Qué había de darle? 

-Ese buen párroco pasaba grandes estrecheces. Tenías que haberle entregado un billete de cien liras dentro de un sobre cerrado, 
rogándole que celebrara una misa por ti y tus muchachos. Sírvate esto de norma, pues en ciertos casos es necesario obrar a mano abierta. 
Por lo demás ya sabré remediar tu descuido. 

Don Bosco era pobre de solemnidad pero generso como un rey. 

Entretanto los muchachos habían reemprendido la marcha hacia 

1 II Crónicas, II, 10. 
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una parada, a veces muy lejana, por lo que entraban en las aldeas que encontraban al paso o se desviaban un poco del camino prefijado, 
por cuanto don Bosco había aceptado el ofrecimiento cordial de un buen párroco que había preparado una merienda para los alumnos. Al 
aparecer tantos muchachos, cuya llegada no había sido anunciada, acudía corriendo la gente. 

-Son los de Garibaldi, decían unos. 

-No puede ser, replicaban otros; van curas con ellos. 

-Serán alumnos de algún colegio? 

-íQué va! No veis que llevan instrumentos de música? 

-íPues serán salteadores de caminos! 

Y reían todos. 

Así pues, el día 3 de octubre de 1859, que era lunes, salía don Bosco de I Becchi a las diez de la mañana. Pasando por Capriglio y 
Montafía, llegó a Maretto. Allí se hizo la primera estación. Fue recibido al son de las campanas y hospedado por el párroco, su gran 
amigo don Juan Ciattino. Después de la función de iglesia, la población gozó lo indecible con una comedia, cuyo protagonista era 
Gianduya 1. 

Al día siguiente hubo muchas comuniones; se celebró ((276)) un oficio fúnebre por los difuntos del pueblo, los muchachos cantaron la 
misa del maestro Madonno y a continuación don Bosco bendijo el estandarte de la compañía de San Luis, compuesta por un buen número 
de niños. Después de comer, la comitiva partió hacia Villa San Secondo, pasando por Cortandone y Montechiaro. En el primer pueblo 
tuvieron los muchachos una opípara merienda preparada por el buen párroco don Nadal Vergano. 

Ya avanzada la tarde, entraban triunfalmente en Villa San Secondo a los acordes de la banda. El párroco, teólogo Mateo Barbero, que 
era muy amigo de don Bosco, lo recibió lleno de júbilo. Por su ciencia y su piedad, fue nombrado más tarde canónigo de la catedral de 
Asti, donde desarrolló una gran labor apostólica. 

Los muchachos se albergaron en casa del párroco y de las familias Perucatti y Bosco, que les brindaron un trato realmente espléndido. 

Don Bosco pasó todo el miércoles, cinco de octubre, con el teólogo Barbero, que deseaba entretenerse con el Siervo de Dios y 
agasajarlo con las mayores atenciones posibles. Este había determinado 

1 Gianduya: personaje cómico, especie del arlequín del antiguo teatro piamontés. (N. del T.) 
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quedarse en su casa unos diez días, haciendo de Villa San Secondo el centro o cuartel general para ir sucesivamente por los pueblos 
esparcidos a la redonda. 

Pero la razón principal de la invitación había sido la fiesta de la Virgen de las Gracias. Se celebraba ésta en una capilla situada en el 
centro de la villa el día ocho de octubre, en cumplimiento del voto hecho por la población, por haber sido librada del cólera. Allí acudía 
la gente de todos los pueblos colindantes. 

Pero el teólogo Barbero tenía una espina clavada en el corazón: a su despecho se había organizado un baile público en el pueblo con 
ocasión de la fiesta. Lenguas maldicientes esparcían antipáticos rumores contra el párroco porque trataba de impedirlo. ((277)) Todos 
conocen la afición a bailar de los Monferrinos 1. Apenás llegó don Bosco, manifestóle el párroco su disgusto y el Siervo de Dios 
contestó: 

-Déjelo de mi cuenta y no diga nada. 

Así que no dio a entender a nadie que quisiera impedir el baile y mandó a los muchachos preparar el teatro en un amplio patio de la 
familia Perucatti. Gastini, Buzzetti, Tomatis y Enría pusieron manos a la obra y quedó preparado el escenario. 

Entretanto don Bosco organizaba las metas de las excursiones. El día seis, invitado por los padres de un alumno muy apreciado, fue con 
todos sus muchachos a Corsione, donde se estaba demoliendo una parte del antiguo castillo, muy a pesar de los arqueólogos. 

Por la tarde se acercaron a Cossombrato para obsequiar a los condes de Pelletta y visitar su antiguo castillo, cuyas macizas murallas se 
erguían como torres con sus almenas. El párroco de la aldea, don Segundo Gribaudi, les hizo una buena acogida. 

Al atardecer regresaban a Villa San Secondo. 

El viernes fueron a Rinco, diócesis de Casale, invitados por el conde Pallio de Rinco. Resultó una marcha pesada, porque les pilló una 
tormenta con agua, relámpagos y truenos, que duró toda la mañana. Los muchachos llegaron al castillo calados y con barro hasta las 
rodillas. Parecióle prudente al mayordomo, encargado de la recepción, que no entraran para no dejar enlodada la escalera de honor y el 
pavimento de los salones. Como seguía lloviendo se refugiaron en una cuadra, bajo un cobertizo y algunos al amparo de las 

1 Monferrino: gentilicio correspondiente a los habitantes de la región del Monferrato, donde queda enclavado Villa San Secondo. Goza 
de fama la danza popular de la zona monferrina. (N. del T.) 
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tupidas copas de viejos árboles. Se les preparó una comida a base de polenta y bacalao; pero con aquel tiempo fastidioso todo parecía 
malo. 

La banda, como de costumbre, tocó durante la comida del conde con don Bosco, el cual sufría sin duda al ver la incomodidad de sus 
muchachos. 
((278)) El sábado, ocho de octubre, se celebraba la fiesta de la Virgen de las Gracias. Don Bosco dedicó toda la mañana a confesar a sus 
muchachos y a otras personas del pueblo. En la iglesia parroquial se celebraba una sola misa o dos, ya que la fiesta se concentraba en la 
capilla. Delante de la puerta de la iglesita se extendía un gran toldo para defender del sol a la gente. En la plaza se había levantado un 
palco para los músicos. A las diez se colocaron en él los muchachos del Oratorio y se cantó la misa. Toda la población estaba 
entusiasmada. Asistía el Ayuntamiento en pleno. 

Después de las vísperas hubo procesión y bendición. A continuación comenzó a tocar en la plaza la banda del Oratorio. Con la rapidez 
del rayo corrióse la voz de que estaba preparado un teatro en el patio de Perucatti y toda la gente se desplazó allí para gozar del 
espectáculo. Detrás fueron los músicos y ocuparon su puesto. 

En el lugar preparado para el baile empezaban a sonar los violines y alguna trompeta, pero el campo quedó desierto. 

Se representó una comedia de Genoíno 1. Salió a escena también Gianduya, quien, chistoso y correcto, entusiasmó al innumerable 
auditorio. Un buen señor, hábil violinista, llegado de Turín con la compañía para complacer a don Bosco, interpretó una pieza estupenda. 

Entretanto los empresarios del baile popular, después de esperar más de media hora a la gente que no acudía, se preguntaron unos a 
otros: 

-Qué hacemos aquí solos? 

Y fueron ellos también a ver la comedia. Amargados como estaban, querían ver a don Bosco y pedirle cuentas de por qué les había 
robado a la gente del baile. Pero no les fue posible hablar con él, pues había quedado en la casa del párroco para concluir unos escritos. 

1 Julio Genoíno: Comediógrafo y poeta italiano, nacido en Frattamaggiore el 13 de mayo de 1778 y muerto en Napoles el 8 de abril de 
1856. Perteneció a los ermitaños de San Jerónimo: al ser suprimida la orden por los franceses, pasó a ser capellan militar. Posteriormente 
le fue encomendada la censura teatral. Sus comedias, todas ellas con fines educativos, fueron agrupadas con el título de «Etica 
drammatica» (Parma 1862). En 1884 colgó los hábitos sacerdotales. (N. del T.) 
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El domingo, fiesta de la Maternidad de María, los muchachos del Oratorio hicieron comunión general y ((279)) acompañaron con 
música las funciones. Después de vísperas don Bosco predicó durante casi tres cuartos de hora. 
Y quiso obsequiar aquella misma tarde a todo el pueblo con otra representación teatral. Habían pedido con insistencia la repetición del 
programa de la tarde anterior e, invitados, acudieron también muchos señores de Turín, dueños de las quintas de los alrededores. 

Pero los empresarios del baile, que habían esperado un desquite, no se resignaron ante tal fracaso y se presentaron a don Bosco 
exigiéndole reparación del daño ocasionado por los gastos habidos con los músicos, las bebidas preparadas, la ornamentación y todo lo 
demás. 

Don Bosco, que los había recibido en su habitación con la mayor cortesía, les dijo:
-Habéis venido vosotros también a la función de nuestro teatro?
-íSí, señor! Quién no hubiera hecho lo mismo? íNos habíamos quedado solos!
-Y os habéis divertido?
-Estuvimos hasta acabarse la función.
-Pues bien, concluyó don Bosco. Qué daños queréis que yo repare? La gente era libre de ir adonde quisiera. Yo no he ido a vuestro


baile y nada os pido; vosotros os habéis divertido en mi teatro y no me pagáis. Qué queréis, pues, y con qué derecho pedís? 
-Es verdad, tiene usted razón. 
Y se marcharon. 
La meta del paseo del día diez fue Alfiano, donde esperaban a don Bosco el párroco, don José Pellato, y su hermano coadjutor, grandes 

amigos suyos y tíos de un clérigo del Oratorio llamado Capra. Allí se repitieron las alegrías religiosas, domésticas y populares, que se 
habían visto en todos los pueblos donde ponía sus pies don Bosco. 

((280)) El martes se dirigieron a Frinco, adonde don Bosco y algunos muchachos ya habían ido varias veces en años anteriores. El 
párroco, don Segundo Penna, había preparado un agradable recibimiento. En su iglesia, dedicada a la Natividad de María, resonaron 
aquel día cánticos sagrados jamás oídos, que conmovieron a los buenos y laboriosos campesinos. Visitaron el vetusto castillo, recuerdo 
de glorias y desdichas, testigo de asedios y batallas. 

El doce de octubre por la mañana salía don Bosco con sus alumnos 
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de Villa San Secondo. El cura párroco de Corsione, don Juan Bautista Roggero, sabedor de que iba a quedarse todavía en casa del teólogo 
Barbero, suplicóle que volviese por segunda vez a su parroquia con todos los chicos. Quería que pasara un día entero con él. Había hecho 
abundante provisión de todo lo necesario para agasajar a los deseados huéspedes; y don Bosco tuvo que ceder a sus instancias. 

El jueves, después de cantar una misa en sufragio de los difuntos del pueblo y tras un opíparo banquete al que asistieron los párrocos de 
los pueblos circunvecinos, al son de la banda y cercados de la gente que aplaudía, acompañados por el párroco durante un buen trecho de 
camino, los alumnos del Oratorio dejaban Villa San Secondo y se encaminaban de vuelta a I Becchi. 

A las cuatro de la tarde llegaban a Piea, antiquísimo castillo, con amplios salones, restaurados en 1600, donde el caballero Gonella, 
pariente del bienhechor de Chieri, les ofrecía en su casa solariega una buena merienda y después, con el párroco don Bartolomé Varino, 
que deseaba entretenerse un rato con don Bosco, reanudaban la marcha. 

Les sorprendió la noche muy lejos todavía de I Becchi. Resplandecía la luna llena y caminaban por los senderos de las viñas, por medio 
de los bosques, después de haber ((281)) cantado y dado una serenata musical a las aves del campo. Todos avanzaban alegre y lentamente 
hacia casa. Santiago Costamagna llevaba a cuestas el bombo y don Bosco iba tocando en él con el puño en lugar de hacerlo con la maza. 
Evidentemente no lo hacía por diversión, pues debía causarle vivo dolor. »Quería, quizás, advertir a los muchachos con los golpes que 
iban oyendo que siguieran sin perderse por los senderos que subían, bajaban y se cruzaban, o pretendía, tal vez, que aquel sonido fuera 
como un toque de atención en el oído de alguno? 

Llegaron a I Becchi avanzada la noche. Pasaron lista y resultó que faltaba uno. Un tal Lorenzo Boccallo, que quiso adelantarse a los 
otros, se extravió y no se dio cuenta de su error hasta después de un largo trecho. Intentó orientarse, pero no lo consiguió. Todo estaba 
desierto a su alrededor. Anduvo vagando por valles y colinas hasta las dos de la mañana, en que oyó unas voces. Era gente que cocía el 
pan. Se acercó a ellos. Cuando éstos vieron a aquel muchacho con su hato a la bandolera, lo tomaron por un salteador de caminos y 
arremetieron contra él con la pala y el hierro de las brasas. El muchacho despavorido temblaba; los campesinos le dieron el alto y le 
preguntaron en dialecto: 
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-Quién eres? 

Como no era piamontés no entendía qué le decían y callaba aterrado. 
Aquellos hombres, confirmándose cada vez más en sus sospechas, se le acercaron y, al observar que llevaba algo a la bandolera, creyeron 

que fueran armas y gritaron: 

-Qué llevas ahí? 

-El hato de mi ropa. 

Al oír esta respuesta y verle la cara más de cerca, comprendieron su equivocación y le preguntaron: 

-A dónde vas? 

-íA I Becchi! 

((282)) Preguntáronse unos a otros y nadie supo decir dónde quedaba I Becchi. Pero comprendieron que se trataba de un muchacho 

extraviado. 

-Con quién ibas? 

-íCon don Bosco! 

-íAhora entendemos! 

Soltaron una sonora carcajada, y siguieron diciendo: 

-Espera; en cuanto terminemos de cocer el pan, uno de nosotros te acompañará. Tendrás hambre, verdad? 

Le metieron en casa y le dieron de comer. Acabado su trabajo, lo acompañaron un trecho y le dieron las indicaciones necesarias para 

seguir adelante. 

-Para no equivocarte, pregunta siempre dónde está don Bosco y no dónde está I Becchi, de lo contrario nadie te comprenderá. 

Emprendió otra vez el camino, pero lo perdió por segunda vez y fue a parar a las alquerías de Capriglio. 

Entretanto en I Becchi reinaba gran ansiedad por su desaparición; inútilmente le buscaron por los alrededores. Por la mañana, después 
de oír misa, se disponían los muchachos a desayunar, cuando a eso de las ocho aparecía Boccallo deshecho y medio muerto de sueño. Le 
recibieron todos con un fuerte aplauso y él corrió a dormir, que buena falta le hacía. 

La última excursión de los muchachos fue a Mondonio, a la tumba de Domingo Savio, pues reconocían haber obtenido grandes favores 
de Dios por intercesión de su santo compañero. El párroco, don Domingo Grasso, los llevó al cementerio. Allí se encontraron con que un 
piadoso señor de Génova, que había leído y admirado las virtudes descritas por don Bosco en la biografía de Domingo Savio, había 
mandado colocar sobre su tumba una losa de mármol con su 
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correspondiente inscripción en agradecimiento a haber implorado su auxilio en un trance apurado y haber sido escuchado. 

((283)) Aquel quince de octubre llegaban a I Becchi, para sumarse a los del Oratorio, los dos hermanos Perucatti, testigos también de la 
excursión de aquel año a Villa San Secondo, su pueblo natal. 

El dieciséis de octubre, sábado, a las diez de la mañana, salió don Bosco con toda su comitiva de I Becchi, pasó por Buttigliera de Asti, 
donde saludó a los bienhechores y al párroco, teólogo José Vaccarino; se detuvo un rato en Chieri, y al anochecer estaba de regreso en el 
Oratorio, donde le aguardaban para las confesiones. 

El clérigo Domingo Ruffino, estudiante de teología en el seminario de Bra, se quedaba a vivir definitivamente en el Oratorio poco 
tiempo después. 

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((284)) 

CAPITULO XXI 

DON BOSCO ENVIA AL REY VICTOR MANUEL UNA CARTA DE PIO IX -EL CLERO EXCLUIDO DE LOS CONSEJOS 
PROVINCIALES Y MUNICIPALES -ARTICULO DE LA GACETA DEL PUEBLO CONTRA LA HISTORIA DE ITALIA DE DON 
BOSCO -JUICIO DE NICOLAS TOMMASEO Y DE LA CIVILTA CATTOLICA SOBRE ESTA HISTORIA -LECTURAS 
CATOLICAS: LA PERSECUCION DE DECID Y EL PONTIFICADO DE SAN CORNELIO I PAPA -IMPOSICIONES DEL HABITO 
TALAR DIGNAS DE MENCION 

A la vuelta de don Bosco a Turín, se le presentó un noble señor llegado de Roma. El Sumo Pontífice, conocedor de la fidelidad a toda 
prueba y de la adhesión de don Bosco a su persona, le confiaba un delicado encargo. El mensajero entregaba al Siervo de Dios dos cartas 
de Pío IX: una secretísima dirigida a Víctor Manuel, y otra, escrita de su puño y letra, en la que rogaba a don Bosco buscara la manera de 
entregar al Rey aquel pliego sellado, ya fuera por su propia mano, ya fuera por medio de persona de su confianza; si llegaba el pliego a su 
destino, pedíale se lo notificara sin dilación; si por cualquier contrariedad no fuese posible hacerlo llegar al Soberano, se le devolviera a 
Roma. El Rey se encontraba a la sazón en una partida de caza en Courmayeur, en el Valle de Aosta. 

((285)) Don Bosco, después de estudiar la manera de cumplir prudentemente la comisión del Papa, pidió audiencia al caballero 
Aghemo, secretario privado del Rey, que se encontraba en Turín en aquel momento. El caballlero se adelantó a don Bosco y fue en 
seguida en persona al Oratorio. Don Bosco le dijo: 

-Tengo una carta de un altísimo personaje dirigida al Rey y debo hacérsela llegar. Pido a usted consejo para que me diga si ello es 
factible. 

-Facilísimo. 

-Cree que puede haber alguna desviación, algún obstáculo? 

-Tenga la seguridad de que el Rey la recibirá. 

-Yo no sé nada del contenido de esta carta, ni quiero saberlo. Sólo le pido que me dé un recibo certificando que yo se la entregué, para 
poder dar testimonio de que he cumplido mi encargo. 
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-Sí, con mucho gusto. 

-Podría entonces dejarme unas horas de tiempo para despachar antes alguna otra incumbencia que me apremia? 

-Es usted muy dueño. 

-Tendría la bondad de volver aquí esta misma tarde? 

-Sí, con mucho gusto. 

Tal vez tenía guardada la carta en otra parte, y al caer de la tarde don Bosco se la entregó al caballero Aghemo. El Rey la recibió y su 
respuesta al Papa fue llevada a Turín por el teólogo Roberto Murialdo, capellán de corte, y de allí fue enviada a Roma. 

El Papa no se había fiado para entregar su carta, que tal vez era aquélla grave del veintinueve de septiembre, al abate Stellardi, llegado a 
Roma para hablar con él en nombre de Víctor Manuel. Faltaba al abate la prudencia necesaria en las palabras, respiraba más aires 
palaciegos que eclesiásticos y era más celoso de los ((286)) intereses del César que de los derechos de Dios. Y la respuesta no fue 
ciertamente como para consolar al afligido Pontífice. 

Entretanto las Cámaras, en cuanto cesaron las preocupaciones de la guerra, volvieron a las hostilidades contra la Iglesia, restringiendo 
los derechos que la Constitución concedía a los sacerdotes, como libres ciudadanos. Una ley del 23 de octubre de 1859, empeorada el 20 
de marzo del 1865, cerraba a gran parte del clero la entrada en los Consejos Municipales y Provinciales, declarando no elegibles a los 
eclesiásticos que tenían jurisdicción o cura de almas, a sus vicarios y a los miembros de los cabildos de catedrales y colegiatas. 

Al mismo tiempo diose cuenta don Bosco de que también él era personalmente blanco de sus ataques. Los enemigos de Roma conocían 
su inquebrantable fidelidad al Sumo Pontífice y tenían pruebas de ello en las Lecturas Católicas. 

Así que resolvieron en sus reuniones clandestinas declararle la guerra a él y a su institución, desacreditando su Historia de Italia. 

En efecto, la Gaceta del Pueblo, del dieciocho de octubre, publicaba un artículo preparatorio de la dolorosa persecución de don Bosco 
al año siguiente. Era una intimación a las Autoridades del Estado. 
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PADRE LORIQUET REDIVIVO 1 

Quién no ha oído hablar de la famosa historia del padre Loriquet, cuyos acontecimientos más conocidos y clamorosos fueron 
disfrazados de la manera más jesuítica y grotesca ad maiorem Botteghae gloriam? 2. 

Parecía imposible que aquel jesuita llegara a ser superado algún día, pero la palabra imposible, ya borrada del vocabulario francés, tiene 
que serlo también del italiano. 

Hubiéramos podido publicar esta noticia algún tiempo antes, pero hubo que dejar paso a otras algo más urgentes. ((287)) Por lo demás, 
deseábamos que el Ministro de Instrucción Pública se encontrara por fin algo más libre en medio del cúmulo de asuntos, con los que el 
engrandecimiento del Estado ha obstruido también su ministerio, ya que pudiera darse que tuviese él que proveer. 

El milagro de superar al padre Loriquet se ha realizado en Turín por el sacerdote Juan Bosco, autor de una Historia de Italia contada a 
la juventud. 

Don Bosco era muy dueño de escribir un pésimo libro, pero se nos asegura que este libro fue escrito para uso de algunas escuelas; y se 
lee en la cubierta que se vende a beneficio de los Oratorios de San Luis, del Angel Custodio y de San Francisco de Sales. El asunto es, 
pues, más serio, de modo que vale la pena examinar un tantico sus tendencias. 

Pasaremos por alto los tiempos antiguos y la narración sui generis que Don Bosco hace de los movimientos de 1821 y de 1831, que 
según su expresión (pág. 48 3), tendían a hacer una sola república de toda Italia. 

Demos un salto hasta 1847. 

«Los autores de la revolución (dice Don Bosco) supieron aprovechar aquel entusiasmo (por Pío IX) para divulgar de nuevo por toda 
Italia el pensamiento de hacer un solo reino echando de Lombardía a los austríacos, que eran formidables rivales de los rebeldes.» 

He aquí, pues, que, según Don Bosco, los austríacos ya no eran enemigos de Italia, sino formidables rivales de los rebeldes, de los 
amantes de la revolución, los cuales querían divulgar de nuevo (es decir, como en 1821 y 1831 ) el pensamiento de hacer un solo reino de 
toda Italia. 

Verdad es que en la página anterior Don Bosco achacaba a los rebeldes de 1821 el pensamiento de hacer una república y no un reino. 

Pero Loriquet no da importancia a las contradicciones. 

Don Bosco se las despacha en dos páginas del mismo estilo con la historia de 1848. La campaña del 1849 la describe de la manera 
siguiente: 

«Los dos ejércitos se encontraron en las llanuras de Novara. Hubo algunos ataques parciales en parte favorables a los piamonteses; pero 
el tercer día (23 de marzo de 1849) se entabló una batalla campal junto al arrabal llamado de la Bicocca». 

No sabíais que la batalla de los llanos de Novara hubiera ((288)) durado tres días, pero Don Bosco hace otros admirables milagros de 
exactitud y de elegancia histórica al narrar los sucesos de Roma y de otras partes de Italia, en los que puede desahogarse 

1 JUAN NICOLAS LORIQUET (1767-1845): Jesuita francés, que se dedicó a la enseñanza. Escribió muchas obras que firmaba 

A.M.D.G. (N. del T.) 
2 Botteghae: Plural de bottega, que en italiano significa tienda, almacén, comercio, negocio... (N. del T.) 
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mucho más animosamente contra los rebeldes, que de nuevo divulgan el pensamiento de hacer de Italia un solo reino. 

Pero con ocasión de la guerra de Crimea Don Bosco se supera a sí mismo en el exceso de lo grotesco y en la admiración de Austria. 

La verdad es que los anglo-franceses desembarcados en Crimea no encontraron al ejército ruso hasta llegar a orillas del río Alma. En 
cambio, según Don Bosco, los rusos se opusieron animosamente para impedir que los aliados pusieran pie en tierra y la batalla de Cernaia 
es uno de los varios encuentros que los piamonteses sostuvieron con los rusos en aquella península. Pero esto no es nada. 

La verdad es que el Emperador de Austria firmó un tratado con las potencias occidentales, pero esto impediría a Don Bosco presentarlo 
como el dios de las tragedias griegas; y he aquí, por tanto, cómo expone el hecho el nuevo Loriquet: «a la vista de tanta sangre 
derramada... el Emperador de Austria se ofreció como mediador entre las potencias beligerantes...». 

Resulta, pues, que Don Bosco tiene la comodidad de añadir que en el acuerdo de paz nosotros somos casi totalmente deudores a 
AUSTRIA y a Francia... 

Pero primero a Austria, nótese esto bien, porque Don Bosco necesita aprovechar esta ocasión para declarar que la Providencia protege a 
Austria como premio al célebre Concordato, etc... 

Don Bosco, abusando del nombre de la Providencia para entonar un himno en prosa a Quico Pepe (Francisco José de Austria), resultó 
un mal profeta de la campaña de 1859. 

Pero con el sistema histórico, por él adoptado, le será fácil describir las batallas de Palestro y San Martín como grandes triunfos de 
Austria contra los piamonteses y, íesto siempre a título de premio por el Concordato! 

La Historia de Don Bosco termina con un himno de alabanza en honor de Austria, de la que, por lo demás, es toda ella de punta a cabo 
un panegírico casi continuo en estilo macarrónico. 

Se dice que este grotesco librejo sirva de texto y sea repartido en ciertas escuelas de Turín. 

((289)) Hemos puesto sobre aviso al Ministro de Instrucción Pública y creemos por el momento que no hace falta más. 

Sería un grave ultraje a la patria, a la verdad y al sentido moral permitir que, aun en mínima parte, circularan por las escuelas 
desvergonzadas torpezas al estilo de la Historia de Italia contada a la juventud por el Loriquet redivivo. 

Al leer este artículo queda uno sorprendido ante la acritud y la malignidad que manifiesta en cada renglón. Pero no es de extrañar: la 
Gaceta del Pueblo, órgano oficial de las sectas, era violenta contra quien quiera que no fuera de su partido. Siempre lanzó contra don 
Bosco muchísimos artículos con escarnios, insultos y calumnias; no reconoció en él mérito alguno y ni siquiera se dignó dar la noticia de 
su muerte. Desde sus comienzos hasta nuestros días no hizo más que falsear continuamente la historia antigua y la moderna para 
desahogar su odio contra la religión, la Iglesia y el Papa, y por eso tenía entonces la osadía de reprochar descaradamente a don Bosco 
errores históricos deliberados. 
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Fácilmente habrá descubierto el. lector la mala fe, los equívocos, las falsas interpretaciones de este artículo, pero conviene que, de 
acuerdo con todos los historiadores, rebatamos las acusaciones siguiendo el mismo orden. 

En efecto: de 1820 a 1848 un partido quería una Italia unida en un solo reino, otro en una sola república y se intentaron varias 
revoluciones para alcanzar estos dos fines. Por fin en 1848 los liberales constitucionales se decidieron por el reino itálico, mientras que 
los seguidores de José Mazzini querían una república. Con relación a esto, la Gaceta del Pueblo, queriendo demostrar, al citar las páginas 
cuatrocientos ochenta y tres y cuatrocientos ochenta y cuatro, no advierte que en la página cuatrocientos ochenta y dos dice don Bosco 
que las miras de todos aquellos movimientos eran formar un solo reino o una república. 

((290)) Referente a la guerra de 1849, fueron realmente tres los días de combate. Los hechos se desarrollaron así. 

Los austriacos, salidos de Pavía, pasaron el Tesino, y el día veintiuno de marzo entablaron duelo de cañones contra la artillería 
piamontesa en Mezzana Corti. El día veintidós hubo ferocísimos combates en el poblado de San Siro, en la Sforzesca y en Mortara, de la 
que se apoderaron los austriacos por la tarde. El día veintitrés tuvo lugar la batalla de Novara, singularmente terrible en Olengo y en 
Bicocca. 

En Crimea, y ésta es la verdad, los rusos habían establecido campos militares y artillería en los principales lugares del Quersoneso y en 
las orillas de los ríos Katcha y Alma. 

El catorce de septiembre las tropas de las potencias aliadas comenzaron el desembarco junto a Eupatoria, mientras tres fragatas inglesas 
y cinco francesas simulaban un desembarco en Katcha, que dista cinco leguas. Estaba preparado para la defensa un campo con unos seis 
mil rusos, pero las fragatas, después de un prolongado cañoneo, volvieron a Eupatoria. Entretanto desde los altos del Alma cincuenta mil 
rusos vigilaban y molestaban con escuadrones de caballería y artillería a caballo al enemigo, el cual, lanzándose al asalto el veinte de 
septiembre, les causó una sangrienta derrota, abriéndose camino. 

Los intrépidos soldados piamonteses, además de la defensa junto al Cernaia, donde se cubrieron de gloria inmortal, tomaron parte en la 
batalla que se trabó a algunas millas de Balaclava 1 y en el asalto a 

1 La Marmora, Un p\_ di luce, pág. 133. 
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Sebastopol, donde ocuparon su puesto de batalla y lo mantuvieron durante varias horas haciendo frente al enemigo, aun cuando las 
vicisitudes del combate no requirieron las pruebas de su conocido valor. El Barón de Bazancourt escribió en su historia L'Expédition de 
Crimée: «Nuestros valientes aliados sardos, mandados por el general Cialdini, celosos de verter también ((291)) su sangre en aquella 
gloriosa jornada, se estremecían de impaciencia aguardando la señal para lanzarse al asalto del bastión del MÔt, pero el general supremo 
del ejército francés, juzgando que la conquista del bastión de Malakoff determinaría la suerte de todos los demás, sin excesivo 
derramamiento de una sangre preciosa, ordenó suspender todo nuevo intento de asalto por el ala izquierda» 1. 

En lo tocante a Austria como intermediaria de paz, nos remitimos a César Cantú, Cronistoria VIII, parte 1, pág. 96. 

Creemos haber logrado con estas observaciones el fin que nos propusimos. Por lo demás, considérese la opinión emitida por un 
distinguido y docto emigrado liberal, tan distinta de la de la Gaceta. 

El número 219 (año XII, 1859) de Armonía, publicaba el siguiente artículo: 

Hemos recibido con los merecidos elogios la hermosa y jugosa Historia de Italia contada a la juventud por el sacerdote Juan Bosco y, a 
una con nosotros, otros periódicos aplaudieron esta obrita de grandísima utilidad para la juventud a fin de precaverla ante la permanente 
conjuración contra la verdad, que ha llegado a ser la historia desde hace tres siglos a esta parte. Mas, como podrían algunos sospechar que 
este nuestro juicio favorable haya sido, si no dictado por entero, al menos arreglado por razón de partidismo, nos parece oportuno traer 
aquí la opinión de una persona a la que no se le podrá hacer ciertamente la susodicha reconvención. Se trata de Nicolás Tommaseo, el 
cual escribe el siguiente artículo acerca de la Historia de don Bosco en el Institutore: 

Si los libros se juzgaran por la utilidad que verdaderamente prestan, se tendría en ellos una medida más justa que la que suelen usar los 
literatos y se corregirían, o por lo menos se moderarían muchos de sus pareceres que pecan de servil admiración o de tirano desprecio. He 
aquí un libro modesto que los eruditos a la violeta y los historiadores severos apenas se dignarían mirarlo, ((292)) pero que puede cumplir 
en las escuelas el cometido de la historia mucho mejor que ciertas obras de gran fama. Para componer libros para uso de la juventud, 
ciertamente no basta la experiencia de enseñar, pero ayuda y complementa las demás dotes requeridas para tan difícil ministerio. Difícil 
especialmente cuando se trata de compendios, que deben ser obras completas en su género, sin mutilar los conceptos, ni presentar un 
árido esqueleto. 

El abate Bosco ofrece la historia completa de Italia en un sencillo volumen con 

1 Deuxième partie, livre Deuxième, pág. 362. Milán, chez l'éditeur Charles Turati MDCCCLVI. 
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sus hechos más memorables, que sabe seleccionar y rodear de luz vivísima. Presenta a sus piamonteses los hechos que atañen más 
particularmente al Piamonte y enseña a hacer otro tanto a los otros maestros, es decir, a ilustrar las cosas menos conocidas y más lejanas 
con las más conocidas y más próximas. 

Se entiende, pues, que cada profesor debe saber rehacer, al menos en parte, para su propio uso y el de sus discípulos, los libros 
escolares, por muy bien hechos que estén; debe saber animar en la escuela con nuevos colores las narraciones del libro, por muy vivas 
que sean, y aplicar, dentro de lo posible, lo mismo la historia que cualquier otra enseñanza a cada uno de sus alumnos. 

En la gran cantidad de cosas a contar, el abate Bosco guarda aquel orden y claridad, que, procedentes de una mente serena, van 
insinuando en las almas juveniles agradable serenidad. Ayuda mucho a la claridad, en mi opinión, el poner en capítulo aparte las 
consideraciones sobre la religión y las instituciones de los pueblos, sus usos y costumbres. Es el método empleado por algunos 
historiadores del siglo pasado; y era necesario que estas noticias fueran introducidas oportunamente en la misma narración para darle 
movimiento y plenitud de vida. 

No quiero decir que toda observación general se deba separar de la exposición de los hechos, lo cual haría imperfecto lo uno y lo otro; 
pero digo que también los historiadores antiguos, maestros dignos de imitación en esto, o anteponían o interponían a los hechos una 
descripción sumaria de las costumbres; y digo que, especialmente en los libros para uso de la juventud, este cuidado es subsidio para la 
memoria y para la inteligencia. Y no es posible, a propósito de tal o cual caso, indicar con la necesaria evidencia cuanto se refiere a la 
índole constante de los pueblos, sin que se presente la enojosa necesidad de repetir a cada paso las mismas nociones. 

((293)) No diré que el autor no pudiera a veces aprovechar más las noticias históricas que la ciencia moderna ha comprobado, 
estudiando mejor las fuentes; no diré que todos sus juicios acerca de los hechos me parecen indudables, ni que todos los hechos son 
narrados exactamente; pero me veo obligado a añadir que no pocos de los cacareados descubrimientos de la crítica moderna siguen siendo 
dudosos ellos también y se refieren muchas veces a circunstancias no esenciales a la íntima verdad de la historia; y añadiré que los más de 
los juicios del autor me parecen conformes a un tiempo, a una verdadera civilización, a una segura moralidad. En el coloquio casi 
familiar, que mantiene con sus muchachos, mira con sabio acuerdo los asuntos públicos por el lado de moral privada más accesible a 
todos y más directamente provechosa. 

Querer hacer de los niños hombres de Estado y enseñarles a dictaminar acerca de la suerte de los imperios y las causas que dieron la 
victoria a tal o cual capitán en una batalla campal, resulta una pedantería no siempre inocente. Porque acostumbra a las mentes inexpertas 
a juzgar, apoyadas en la palabra ajena, lo que no pueden entender; porque de este modo los conduce a formarse una falsa conciencia; 
porque no los adiestra a aplicar modestamente los documentos de la historia a la práctica de la vida común. 

Vemos, por el contrario, a los grandes historiadores y a los grandes poetas antiguos complacerse en retratar al hombre privado bajo la 
bandera y casi diríamos bajo la máscara del hombre público; y en el juzgar al padre, al hijo; al hermano a través del ciudadano y del 
príncipe. De ahí que, junto a la sabiduría y la utilidad, está la mayor belleza de las obras históricas y poéticas de los antiguos. Por el 
contrario, no pocos de los modernos, lo mismo en la historia que en la poesía misma, se proponen demostrar un tema y ponen en él su 
mira del principio al fin; y de acuerdo 
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con él, tuercen y ajustan hechos y efectos, haciendo siempre ostentación de sí mismos y de sus ideas fijas, en los más diversos aspectos de 
su tema, obstinándose en hacer aparecer siempre su misma visión y repitiendo lo mismo bajo formas diferentes hasta la saciedad; no son 
narradores ni pintores, sino inoportunos declamadores. Y no se dan cuenta de que la historia, y toda la naturaleza, es una especie de 
parábola propuesta a los hombres por Dios; y querer darle una ¨nica aplicación, coarta la inagotable fecundidad de la verdad, empobrece 
el concepto divino. 

((294)) Nicolás Tommaseo, literato ilustre, que tan elogiosamente escribía de don Bosco, cuando iba a Turín no dejaba nunca de 
visitarle e incluso aconsejarse con él; tanta era la estima en que le tenía. 

Ya antes que Tommaseo, la Civiltà Cattolica (año VIII, serie III, vol. V, pág. 482) había publicado el juicio siguiente: 

El nombre del insigne sacerdote don Bosco es hoy día una prenda más que suficiente de la bondad de sus escritos, todos ellos 
impregnados de celo y encaminados a la cultura de la juventud, para cuyo bien trabaja hace tantos años con laudabilísimo tesón. Su 
Historia de Italia particularmente merece ser elogiada por la rara discreción con que fue escrita, de manera que en el reducido espacio de 
quinientas cincuenta y ocho páginas en dieciseisavo están diligentemente recogidos los principales acontecimientos de nuestra patria. Así 
pues, hacemos votos para que, dando de lado a tantas historias de Italia, escritas a la ligera y hasta con perverso fin, corra ésta de don 
Bosco por las manos de los jóvenes, que emprenden el estudio de las vicisitudes de nuestra bellísima Península. 

Don Bosco, sin preocuparse lo más mínimo de los insultos de la Gaceta del Pueblo, seguía entretanto escribiendo, como lo demuestra la 
ininterrumpida serie de las Lecturas Católicas. 

En el mes de noviembre publicaba el cuento: Agustín, o sea el triunfo de la religión, de un autor anónimo. Trata de la conversión de un 
noble y riquísimo señor que, para expiar su incredulidad y sus culpas, emplea todas sus riquezas en obras buenas, se hace 
voluntariamente pobre y vive limosneando en Alemania, adonde va a parar para no ser conocido; salva la vida a dos condenados a muerte 
y por último muere él mismo por defender a la Santísima Eucaristía de los ultrajes de unos ladrones herejes. Hubo que hacer varias 
ediciones de este opúsculo. 

Y ya estaba preparado también el número de diciembre: ((295)) La persecución de Decio y el pontificado de San Cornelio I, Papa, por 
el sacerdote Juan Bosco (I). En estas páginas se hace alusión a la supremacía, aún sede vacante, de la Iglesia Romana sobre las demás 
Iglesias católicas del mundo. Se narra el heroísmo de muchos mártires y la historia de los siete durmientes; el respeto de San Cipriano, 
obispo de Cartago, al Sumo Pontífice a quien acude en busca de consejo 
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y orientación para combatir el cisma de Novaciano y se cita su célebre sentencia: «No puede tener a Dios como padre, quien no tiene a la 
Iglesia como madre». Se demuestra también, con una carta de este obispo y mártir a los fieles de Cartago, que son los pecados los que 
han traído la tormenta de la persecución sobre los cristianos y que su principal cuidado debe ser aplacar la cólera de Dios con humildes 
oraciones y toda suerte de penitencias; haciendo esto, muy pronto volverá la paz a la Iglesia. 

Por último don Bosco, después de describir la vida y el martirio de San Cornelio y el culto prestado a sus reliquias, expone la doctrina 
católica acerca de este culto, y concluye: «El odio de los protestantes contra las reliquias de los santos parece que procede de no tener 
ellos en sus sectas ni uno solo, cuyas acciones o hechos gloriosos, obrados después de su muerte, hayan hecho sus restos mortales dignos 
de especial culto». 

En los meses de octubre y noviembre vistieron la sotana los jóvenes del Oratorio Francisco Cerruti, Carlos Ghivarello, Francisco 
Provera y José Lazzero. 
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((296)) 

CAPITULO XXII 

SEMINARISTAS DE LA ARCHIDIOCESIS EN EL ORATORIO-TODOS LOS CURSOS DEL BACHILLERATO EN CASA 
-ACEPTACIONES DE ALGUNOS ALUMNOS DIGNAS DE ESPECIAL MENCION -EL INTERNADO A TOPE -CARTAS DE 
PESAME AL PAPA -PRESENTIMIENTO DE CALAMIDADES PUBLICAS -SUEÑO DE LA MARMOTITA -MEDIOS PARA 
ALCANZAR LARGA VIDA -DOTES NECESARIAS PARA UN DIRECTOR DE COLEGIO -EFICACIA DE LA PALABRA Y LA 
MIRADA DE DON BOSCO -TEMOR DE ABUSOS Y CONCESIONES -FIRMEZA DE DON BOSCO PARA DESPEDIR A UN 
ESCANDALOSO Y REPRENDER A UN DESOBEDIENTE-SE DISUELVE Y SE REORGANIZA LA BANDA -UN MUCHACHO 
PERDONADO -PETICION DE ROPA AL MINISTRO DE LA GUERRA 

AL comenzar el curso escolar 1859-60 había en el Oratorio unos veinte seminaristas pertenecientes a la Archidiócesis de Turín, y don 
Bosco lograba realizar su plan de implantar todos los cursos de bachillerato en Valdocco para no verse en la necesidad de enviar a sus 
muchachos a las clases de los distinguidos y caritativos profesores Picco y Bonzanino. Había en primer curso noventa y seis alumnos, 
cuyo profesor era el clérigo Celestino Durando; dirigía el segundo, el clérigo Segundo Pettiva; el tercero, el clérigo Juan Turchi; y el 
cuarto y quinto, el clérigo Juan Bautista Francesia. Sucedieron ((297)) a éstos en la nobilísima palestra otros más que, instruidos y hechos 
maestros, se vieron rodeados de numerosísimos muchachos, esperanzas de la Iglesia y gérmenes de la futura Congregación. De este modo 
veíase revivir a don Bosco en sus jóvenes clérigos, que habían aprendido de él y hecho suyo el espíritu de piedad y sacrificio. 

Ya Santa Teresa daba más importancia a la acción que a la oración sola, y decía: «El provecho del alma no consiste en pensar mucho, 
sino en amar mucho y, si se me pregunta cómo se puede adquirir este amor, respondo que determinándose a trabajar y sufrir por Dios y 
llevándolo luego a efecto, cuando se presente ocasión para ello, especialmente cuando se han de ejecutar actos de obediencia». 
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Así se cumplieron los deseos y trabajos soportados por don Bosco. 

El Oratorio se había poblado de nuevo con los muchachos que habían vuelto de las vacaciones y con los nuevos. Resulta graciosa la 
manera como uno de éstos logró inscribirse en la sección de estudiantes. 

Era el mes de octubre. Un muchacho de catorce años, llamado Domingo Parigi, salió de casa de sus padres totalmente solo, llegó al 
Oratorio atraído por la fama de don Bosco y subió a la estancia del Superior. Don Bosco vio plantarse ante él a un jovencito desconocido, 

en cuyo rostro brillaban la pureza y la inocencia. 

-Quién eres tú, amigo? 

-Domingo Parigi, de Chieri. 

-Y qué quieres? 

-Que me deje estar aquí en el Oratorio con usted. 

-Pero si aún no has sido admitido... 

-Y eso qué importa? Admítame ahora. 

-Mira: vamos a hacer las cosas de acuerdo con los reglamentos. Vuelve a ((298)) Chieri, di a tus padres que te acompañen hasta aquí: 

hablaremos y estableceremos las condiciones oportunas. 

-Yo no vuelvo más a casa. 

-Entonces, escribe una carta. 

-Yo no escribo; íescriba usted! 

Don Bosco le miró un instante, sonrió ante tanta franqueza y dijo: 

-Bueno, pues escribiré yo. 

Y el muchacho se quedó, hizo los cursos de latinidad, estudió filosofía y teología en el seminario y murió siendo párroco de San 

Francisco del Campo en 1899. 

Otra aceptación digna de mención fue la del jovencito judío Jarach de trece años. Don Bosco ya se había interesado por la conversión 
de varios judíos más y los había bautizado en su iglesia. El padre de Jarach, docto rabino de Ivrea, se había convertido hacía algunos 
años. Monseñor Moreno le había colocado en el seminario, donde pasó su vida enseñando hebreo a los seminaristas y dándoles clase de 
Sagrada Escritura. El Obispo había amparado también a una hija suya, la cual abrazó la fe cristiana, ingresó en un convento e hizo la 
profesión religiosa. 

Recordaremos también que el veinte de octubre llegaba al Oratorio José Rossi, natural de Gambarana Lomellina. Frisaba los 
veinticuatro años y había decidido irse con don Bosco después de leer el 

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Joven Cristiano (El Joven Instruido). Dejó escrito: «Cuando por vez primera me encontré con don Bosco y vi su paternal benevolencia y 
la afabilidad con que me recibió, quedé altamente edificado y experimenté una honda y cordial impresión y un sentimiento de afecto filial 
hacia él». Desde aquel momento Rossi fue un émulo de Buzzetti en su amor a don Bosco y en su ayuda para la marcha material del 
Oratorio. Cuando él entró había ya unos trescientos internos. 

((299)) El concepto que la gente tenía del Oratorio queda patente con las siguientes cartas. Escribía don Bosco en estos términos al 
barón Feliciano Ricci, de Cúneo: 

Queridísimo Señor Barón: 

La divina Providencia no dejará de ayudarnos a todos. Después de leer su carta, que demuestra la absoluta necesidad de internar al 
joven Magliano, he determinado hacerle pasar por delante del millar de peticionarios y reservarle una plaza para el primer lunes después 
de la Epifanía de 1860. Comunique esta noticia al benemérito señor Ferraris y dígale que, como presidente de la Sociedad de San 
Vicente, está obligado a pagar con una avemaría la aceptación de su recomendado. 

No fijo cuota alguna para su entrada; me limito a decirle que las especiales necesidades en que se encuentra esta casa son graves, por lo 
que la recomiendo a su caridad, benemérito señor barón, a la del caballero Ferraris y a la de la misma Conferencia de San Vicente. Si 
todavía no los ha recibido, pronto tendrá usted los libros que se dignó pedirme. 

A usted en particular, señor Barón, deseo la santa virtud de la paciencia, y recomendándome a mí y a mis pobres muchachos a la 
caridad de sus devotas oraciones, me profeso con toda estima. 

De V.S. queridísima. 

Turín, 16 de diciembre 1859. 

Su afectísimo y seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Unos días después contestaba don Bosco a otro ilustre personaje. 

Queridísimo en el Señor: 

Por mucho que discurra, no me es posible encontrar sitio en esta casa, literalmente atestada. Es más, durante el verano envié a algunos 
al campo, a casa de mi hermano, que en el invierno no sabe ((300)) en qué emplearlos. Por lo tanto, a medida que queda algún puesto 
libre, será preciso que recoja a esos pobrecitos, que holgazanearían en la ociosidad y en el abandono. íQué le vamos a hacer! Rogaré al 
Señor para que ayude a usted y a su madre, a fin de que entre todos puedan salvar el alma de ese muchacho. Que Dios bendiga a usted y 
sus muchos asuntos y, en lo que yo pueda, créame siempre. 

Turín, 21 de diciembre de 1859. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


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Después de la inauguración del curso escolar, el primer acto solemne de don Bosco fue dar al Sumo Pontífice una prueba del ardiente 
afecto que le profesaba el Oratorio de Valdocco y la parte que tomaba en su dolor por las revueltas, la irreligión, la corrupción de 
costumbres y la persecución del clero, introducidas oficialmente en la Romaña. Para esto, el nueve de noviembre, en nombre propio y en 
el de sus muchachos, escribía al papa Pío IX una carta respetuosa, en la que expresaba sus sentimientos de pésame por los sucesos 
acaecidos y que seguían acaeciendo con daño para la religión y la Santa Sede; y al mismo tiempo exponía lo que hacían los buenos para 
poner un dique a la avalancha de males que por doquiera lo invadían todo. Terminaba prometiendo que sus alumnos acudían 
continuamente al trono de la gracia para obtenerle el auxilio de Dios en medio de tantas angustias. 

Hízola firmar a todos sus muchachos y la envió por manos seguras. 

Pero en aquellos días, asegura el padre Ruffino, don Bosco parecía preocupado. Habíales contado haber visto en sueños a un hombre de 
gran talla dando vueltas por las calles de Turín y tocando con dos dedos en la cara a unos y a otros ciudadanos. Los tocados se ponían 
negros y caían muertos. Era acaso el anuncio de una epidemia mortal? 

((301)) Seguía el buen padre dando cada noche su platiquita a la comunidad. Un viejo amigo de aquellos tiempos nos contaba: 

«Una de las primeras charlas que oí a don Bosco (1859) fue sobre la frecuencia de los sacramentos. Esta, en general, no estaba todavía 
bien organizada entre los muchachos recién llegados de sus casas. El contó un sueño. Le pareció hallarse cerca de la puerta del Oratorio 
observando a los muchachos a medida que iban regresando. 

»Veía el estado de alma en que cada uno se hallaba a los ojos de Dios. 

»Cuando he aquí que penetró en el patio un hombre que llevaba una cajita. Se metió entre los muchachos. Llegó la hora de las 
confesiones, y el hombre aquel abrió la cajita, sacó una marmotita y la hacía bailar. Los muchachos, en vez de entrar en la iglesia, 
formaron corro a su alrededor, riendo y aplaudiendo sus muecas, mientras el tal se iba retirando cada vez más hacia el lado del patio más 
alejado de la iglesia. 

»Don Bosco describió en primer término, sin nombrar a nadie, el estado de la conciencia de algunos jóvenes; después puso de relieve 
los esfuerzos e insidias empleadas por el demonio para distraerlos y apartarlos de la confesión. 
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»Hablando de aquel animalito hizo reír mucho a su auditorio, pero también le obligó a reflexionar seriamente sobre las cosas del alma. 
Tanto más cuanto que, después, manifestaba privadamente a los que se lo pedían lo que ellos creían que nadie sabía. Y cuanto don Bosco 
decía y manifestaba era cierto. 

»Este sueño indujo a la mayor parte de los muchachos a confesarse con frecuencia, generalmente cada semana, llegando a ser las 
comuniones muy numerosas. 

»Recuerdo también que hablando don Bosco de la salud del cuerpo y de la importancia de acudir a los medios convenientes para no 
perderla, el clérigo José Bongiovanni pidió la palabra y habiéndola obtenido, preguntó: 

»-Qué hay que hacer, pues, para ((302)) conservar la salud y vivir una larga vida? 

»Don Bosco le contestó dirigiendo la palabra a los jóvenes: 

»-Os descubriré un secreto, es decir, una receta, que servirá de respuesta al clérigo Bongiovanni y será de gran utilidad para todos 
vosotros. Para conservar la salud y vivir muchos años es necesario: 1.º Conciencia serena, es decir, acostarse tranquilos por la noche, sin 
miedo a la eternidad. 2.º Mesa frugal. 3.º Vida activa. 4.º Buenas compañías, o sea, huir de los viciosos. Y explicó brevemente los cuatro 
puntos». 

La palabra de don Bosco dirigía sabiamente la casa. Un tal José Zerega, natural de Liguria, empleado en el arsenal de Turín, iba en 
1859 muy a menudo al Oratorio, donde era recibido como un apreciado amigo, y se maravillaba de la facilidad con que don Bosco guiaba 
a tantos muchachos. Era un hombre sencillo, pero hábil mecánico y pensaba interesarse por los jóvenes obreros cuando regresara a 
Génova; deseaba abrazar el estado eclesiástico y, en efecto, murió siendo sacerdote, párroco y cargado de méritos. Un día preguntó a don 
Bosco qué dotes necesitaba un director para regir bien un colegio o un internado. Don Bosco le contestó: 

-Es necesario que el director tenga influencia plena sobre los muchachos, y para ello es menester: 1.º que se le tenga por santo; 
2.º que se le considere docto en todas las ramas del saber, especialmente en aquello que interesa a los muchachos. Si le preguntan algo y 
no sabe responder, diga al joven: «Ahora no tengo tiempo, mañana te daré la respuesta». Y precisa paciencia para informarse bien sobre 
el particular para poder responder con exactitud; 3.º que los muchachos sepan que se les quiere. 

La maravillosa autoridad de don Bosco consistía en que tenía en 
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sus manos el corazón de sus jóvenes Una simple palabra suya los ponía alegres, del mismo modo ((303)) que la sombra de un reproche 
los sumía en profunda tristeza. Nos limitamos a referir algunos de los muchos hechos que conocemos. 

Una noche terminaron las oraciones y los muchachos, todavía afectados por la disipación de las vacaciones, no guardaban silencio 
después de dar la señal. Don Bosco subió a la tribuna y, tras esperar algún minuto, exclamó con toda calma: 

-Pero... sabéis que no estoy contento de vosotros? 

Y los mandó a la cama sin permitir que le besaran la mano. Era el castigo más duro y más temido que pudiera dar el buen padre a sus 
hijos, porque era el más sensible. Y no hizo falta más; desde aquel día memorable bastaba que apareciera don Bosco para que se pudiese 
oír el volar de una mosca; la campanilla, que hasta entonces sonaba un rato para acallar el alboroto, se hizo innecesaria, pues tamblaban 
los muchachos sólo al pensar que se pudiera repetir aquel castigo. 

Como necesitara una poesía para el día onomástico de una bienhechora, encargó a uno de sus alumnos que compusiera unos versos. 
Pero llegó la noche y éste aún no había cumplido el encargo. Mas, no queriendo ir a acostarse sin besar la mano a don Bosco, se acercó a 
él con aire desenvuelto, aunque algo preocupado, para darle las buenas noches, creído de que se habría olvidado del encargo. Y don 
Bosco, apenas lo vio, le preguntó: 

-Y la poesía? 

-Es que... 

-Entonces ya sabré a quién acudir para otra vez. 

El pobre muchacho quedó tan consternado que fue menester toda la industriosa solicitud de don Bosco para disipar la dolorosa 
impresión. 

((304)) Era lo que solía hacer cuando advertía que alguno se aturullaba por una advertencia algo seria; cortaba en seguida y daba al 
alumno una muestra de afecto, para quitarle toda suerte de amargura. 

Otra anécdota de distinto género nos lleva a la misma conclusión. Don Bosco, reconociendo la grave necesidad, ordenó que en los días 
de ayuno se sirviera a los clérigos café con leche. El cocinero, que era un tipo original (ípequeñeces de la vida!), preparaba tazas pequeñas 
y tan poca cantidad de leche que no llegaba para todos. Los clérigos pidiéronle que les sirviera su leche en cantidad suficiente, pero el 
cocinero contestó bruscamente que no debían pretender 
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más. Acudieron entonces al representante del ecónomo y éste, aunque los clérigos le dijeron que era una concesión hecha por el mismo 
don Bosco, respondió que se trataba de una novedad y que él no sabía nada de tales disposiciones. Deliberaron entonces acudir a don 
Bosco y subieron tres a su habitación. Dos se quedaron fuera, de modo que podían oír, y entró el otro para exponer las quejas de todos. 
Pero echó a perder la cuestión, porque, atolondradamente y dirigiendo en su intención la palabra al cocinero y no a don Bosco, concluyó 
la narración de aquel agravio diciendo: 

-íPorque, después de todo, sepa, don Bosco, que en nuestra casa todavía tenemos un plato de polenta! 

Los dos que estaban fuera al oír esta fanfarronada , escaparon a toda prisa. Don Bosco, herido en lo hondo de su corazón, quedó 
perplejo y angustiado, miró a su interlocutor con los ojos arrasados en lágrimas y no dijo una palabra. Entonces aquel pobrecito pidió 
perdón y se alejó. íCuántas veces una sola mirada suave y benigna de don Bosco calmaba impaciencias y prontos, precipitados o 
justificados, porque sabía tolerar y olvidar! Por eso precisamente, los ánimos, exasperados en algún momento, no disminuían el afecto 
que le profesaban. 

((305)) Parecían escritas para ellos aquellas palabras del Eclesiástico: «Quien hiere el ojo, hace correr las lágrimas, quien hiere el 
corazón, descubre el sentimiento... Si has sacado la espada contra tu amigo, no desesperes, que aún puede volver. Si contra tu amigo has 
abierto la boca, no te inquietes, que aún cabe reconciliación salvo caso de ultraje, altanería, revelación de secreto, golpe traidor, que ante 
esto se marcha todo amigo» 1. 

No tardó don Bosco en mandar al cocinero que cumpliera, sin economías ridículas, las disposiciones dadas. Lo que siempre sostenía y 
consolaba a sus clérigos era que conocían la caridad de quien los había adoptado como hijos. Era tan tierno su corazón que no sabía dar 
una negativa cuando le pedían un favor. Sin embargo, como temía los abusos y no los quería en absoluto, evitaba que se recurriese a él, 
en lo tocante a dispensas del reglamento, en las cosas relacionadas con la vida material y los enviaba al Prefecto. Entonces era fácil en 
conceder, pero indirectamente. El sabía adelantarse a una petición cuando la consideraba justa. Muchas veces, cuando veía en el 
refectorio que alguno de aquellos sus buenos hijos no aguantaba el plato de la comunidad, decía por lo bajo una palabra al Prefecto 

1 Eclesiástico, XXII, 19, 21, 22. 
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para que se lo hiciera cambiar. La misma conducta observaba en otros casos parecidos, con lo que clérigos y muchachos quedaban 
penetrados de afecto por aquellos rasgos de exquisita bondad. 

Escribió el canónigo Ballesio: «Se veía que don Bosco no tenía en su trato con nosotros más preocupación ni más deseo que la gloria de 
Dios y nuestro bien moral, religioso y civil, con una gravedad, dulzura y prudencia características ajenas a toda exageración». 

No se advertía en sus acciones violencia ni debilidad. ((306)) Parecía incapaz de enojarse; tan pronto como se encendía en él el primer 
impulso de cólera lo frenaba al momento y, haciéndose violencia a sí mismo, se moderaba y dejaba asomar a sus labios una ligera sonrisa. 
Pero al mismo tiempo, y esto era también caridad, daba pruebas de una fortaleza habitual, resuelta en el ejercicio de la virtud de la 
justicia, defendiendo los derechos de la moralidad y del orden disciplinario. Afirmar lo contrario sería falsear el carácter de don Bosco. 

Nos escribía monseñor Cagliero: «Siendo yo clérigo, hubo un jovencito sencillo e inocente, mi ayudante en la sacristía, que fue víctima 
de escándalo por culpa de un adulto. Tan pronto como lo supo don Bosco, sintió agudísimo dolor, se estremeció y lloró en mi presencia. 
Se apresuró después a reparar la inocencia traicionada con paternal dulzura; pero, con igual fortaleza, tomó las medidas para que se 
despidiera en seguida del Oratorio al culpable». 

Don Bosco era siempre muy suave, pero no dejaba pasar fácilmente las faltas de disciplina. El clérigo Marcello, aunque era asistente, 
no llegaba nunca puntualmente a la lectura espiritual y a la bendición eucarística que se daba por las tardes del mes de mayo. Don Bosco 
no había dejado de amonestarlo por esta y otras faltas disciplinares. 

Iba este clérigo al Oratorio de Vanchiglia todos los días festivos y, contra la voluntad de los superiores, llevaba consigo a alguno de 
casa. Fue avisado, pero sin resultado. 

Un domingo por la mañana se celebraba en Vanchiglia no sé qué solemnidad, y él, sin pedir licencia ni a don Bosco ni a don Víctor 
Alasonatti, se llevó a varios nuchachos. Quiso don Bosco acabar con aquel desorden que todos conocían y quitar un mal ejemplo que 
fácilmente podía encontrar imitadores. 

Así las cosas, después de las oraciones de la noche y delante de toda la comunidad, trajo a colación el hecho de la grave desobediencia 
que cometía el que ((307)) sacaba fuera de casa a los muchachos sin permiso. Después, hablando en dialecto piamontés -cosa insólita, a 
aquella hora-, y con un tono lleno de amargura, empezó a 
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preguntar públicamente, llamando por su nombre a cada uno de los muchachos arriba mencionados: 

-Dónde has estado esta mañana? 

-En el Oratorio de Vanchiglia. 

-Y quién te llevó? 

-El clérigo Marcello. 

De la misma manera fue preguntando a los demás, los cuales daban la misma respuesta. En medio de un profundo silencio sonaban, a 
cortos intervalos, lentamente, las palabras: 

-Y tú?... íMarcello! 

Acabado el interrogatorio, don Bosco expresó su vivo disgusto en pocas y secas frases, pero con calma. Estaba presente, entre otros, 
don Pablo Albera. 

Semejante fortaleza empleaba para exigir obediencia a sus órdenes y para castigar al obstinado que intentara rebelarse. Había en el 
grupo de música instrumental, numeroso y bien adiestrado, un relevante organista, que vivía a pensión en el Oratorio, daba muchas 
lecciones de piano en la ciudad y era cumplidamente retribuido. Parecía y era bueno, pero perdía a veces la cabeza y le costaba obedecer. 
Los muchachos músicos habían contraído gran familiaridad con este compañero y admirado maestro de música y a veces se dejaban guiar 
por ciertas máximas suyas, contrarias a la sumisión debida a los superiores. En consecuencia, advertíase entre ellos algún acto de 
indisciplina, aunque ligero, y pareció que una advertencia de don Bosco pondría remedio al incipiente mal. 

A pesar de todo don Bosco vigilaba. Algún año, por motivos especiales, les había permitido celebrar la fiesta de Santa Cecilia, cuando 
caía en día laborable, con un paseo y una comida campestre en un lugar ((308)) designado por él. Mas aquel año comenzó a prohibir esta 
diversión. Los muchachos músicos no protestaron, pero intrigados por alguno de sus jefes, con la promesa de obtener el permiso de don 
Bosco, y también con la esperanza de la impunidad, la mitad de ellos resolvió salir del Oratorio y celebrar una comida, algunas semanas 
antes de la fiesta de Santa Cecilia. Habían tomado esta determinación para que don Bosco no estuviese prevenido y pusiera obstáculos. 

Así pues, uno de los últimos días de octubre fueron a un figoncillo cercano. Solo Buzzetti, invitado a última hora, se negó a unirse con 
aquellos desobedientes y fue a informar de ello a don Bosco. Con toda calma disolvió el Siervo de Dios la banda de música y dio orden a 
Buzzetti de retirar y guardar los instrumentos y pensar a qué 
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nuevos alumnos convenía entregarlos para que aprendieran y se ejercitaran. 

Al día siguiente por la mañana llamó uno por uno a todos los músicos rebeldes y se lamentó con ellos de que le obligaran a ser severo. 
Dioles después unos avisos para la salvación del alma y, sin más, envió unos a su casa, otros a sus bienhechores y recomendó los demás a 
diversos dueños de talleres. Una carta de don Bosco al barón Feliciano Ricci, de Cúneo, fechada el 3 noviembre de 1859, da razón de su 
proceder. 

Ilustrísimo y Benemérito Señor: 

He recibido con verdadero agrado su venerada carta recomendando con su acostumbrada caridad al joven Rossi. Este pobre muchacho, 
a más de otras cosas, se comprometió con otros de esta casa, contra mi prohibición, a ir a comer fuera de ella en un lugar que no se puede 
permitir, es decir, en un fonducho. Los mandé llamar mientras comían, hice repetir la llamada después de la comida porque me dolía 
((309)) demasiado tener que tomar medidas severas contra unos veinte muchachos descarriados. Sólo cuatro de ellos se sometieron y 
humillaron; los demás fueron aún más atrevidos. Después de comer se marcharon a rodar por la ciudad; por la noche volvieron a cenar al 
mismo lugar y regresaron a casa avanzada la noche y medio borrachos; entre estos últimos estaba Rossi. Como ya los había amenazado s 
veces con echarlos de casa, si se obstinaban, tuve que hacerlo asi muy a pesar mio. Sin embargo, en atención a su carta, tendré a Rossi en 
casa por algunos días y veré si consigo colocarlo en otra parte, como espero. Tocante al otro muchacho del que me habla, trataremos el 
caso de palabra o le escribiré en otra ocasión, tan pronto como estén organizados los muchos alumnos que acaban de ingresar. 

Le agradezco con toda mi alma su generosa limosna en favor de esta casa y le aseguro que no dejaré de rogar al Señor para que bendiga 
a usted y a su familia, mientras con la mayor estima me profeso. 

De vuestra benemérita Señoría. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Uno fue perdonado. Era experto en cocina, barbero, blanqueador, factotum, en una palabra, para el teatro, las fiestas y cualquier trabajo 
manual. 

Aquella noche cuando don Bosco acabó de hablar con los muchachos, he aquí que el clérigo Rúa dijo: 

-Don Bosco, si usted lo permite, yo quería defender una causa que me duele mucho. 

-Y cuál es? 

-El alumno Pedro E... ha sido despedido. Es justo el castigo que se dio a los que no quisieron obedecer. Pero el pobrecito, inexperto por 
su edad, se dejó engañar por los compañeros, que le aseguraron 
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tenían permiso de usted. Por tanto, no faltó por malicia a su prohibición. ((310)) Le pido perdón y gracia en su nombre. 

Estaba presente el muchacho en medio de sus compañeros con la cabeza gacha y lleno de vergüenza. Don Bosco contestó: 

-E... no debería haber creído las afirmaciones de los compañeros... Había oído claramente la orden que yo di... Sabía que no acostumbro 
mudar de parecer... No vale para disculpa la razón que se aduce. Sin embargo, por ser tú quien intercede por él, suspenderé la orden de 
enviarlo a su casa..., lo tendremos todavía por algún tiempo a prueba... y ya veremos. 

Por aquellos días pedía don Bosco al Ministro de la Guerra, general La Mármora, ropas para sus muchachos. Le fueron concedidas, 
pero ignoramos la cantidad. 

Ilustrísimo Señor Ministro: 

Expongo con el mayor respeto a V.S. Ilma. que cuando me veía en la necesidad de proporcionar lo necesario a más de cien jovencitos 
internados en la casa aneja al Oratorio de San Francisco de Sales, y también a más de mil quinientos que frecuentan los Oratorios 
masculinos de Valdocco, Puerta Nueva y Vanchiglia, yo acudía al Ministerio de la Guerra para obtener, a título de subsidio, algunas 
prendas que por su forma, o por muy gastadas, no pueden ya servir para uso de la tropa. Siempre fue acogida favorablemente la petición y 
ese benemérito Ministerio acudió en mi socorro. Como las estrecheces del presente año me ponen en situación más apremiante que los 
años pasados, me encuentro en la necesidad de recurrir a Vuestra Excelencia Ilustrísima, suplicándole tenga a bien tomar en 
consideración el infeliz estado de estos pobres y abandonados muchachos y concederles las prendas de vestir que les son de primera 
necesidad para defenderse del frío en el próximo invierno y poder de este modo seguir trabajando y ganarse el sustento con algún honesto 
oficio. 

Me limito a advertir que, dada la absoluta pobreza de éstos, se recibirá con la mayor gratitud cualquier género de vestuario ((311)) lo 
mismo zapatos, que capotes, chaquetas, camisas, calzoncillos, sábanas, mantas, pantalones, aunque estén usados y deteriorados, aun 
cuando fueran jirones de mantas o de otra cosa, pues aquí se arreglan y se hacen servir para cubrir nuestra necesidad. 

Lleno de confianza en su conocida bondad, con los sentimientos de la más viva y sincera gratitud, me profeso también en nombre de 
estos estos muchachos. 

De V.S. Ilma. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

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((312)) 

CAPITULO XXIII 

LA LEY CASATI -CURACION OBTENIDA POR INTERCESION DE DOMINGO SAVIO -NOVENA DE LA INMACULADA 
-PLATIQUITAS DE DON BOSCO DESPUES DE LAS ORACIONES DE LA NOCHE: ANUNCIO DE LA NOVENA; DAR UN 
BUEN CONSEJO A LOS COMPAÑEROS; VISITA AL SANTISIMO SACRAMENTO; CONFIANZA CON LOS SUPERIORES; 
SINCERIDAD EN LA CONFESION -MEMORABLE AMONESTACION DE DON BOSCO 

UNOS artículos de la legislación escolar, que nunca fueron abrogados, imponían a los centros educativos, dirigidos por Congregaciones 
religiosas, la obligación de seguir los programas del Gobierno sobre exámenes, tasas, idoneidad del profesorado e inspección de los 
Delegados reales de enseñanza. Las escuelas de don Bosco no estaban incluidas hasta entonces, por lo menos oficialmente, en esta 
categoría. El Delegado, profesor Muratori, no había ejercido todavía ningún acto de autoridad. Pero el Siervo de Dios andaba preocupado 
por un porvenir que ciertamente no parecía de color de rosa. Mas de pronto surgió una alegre esperanza para los que se dedicaban a la 
educación cristiana y a la instrucción de la juventud. 

El 13 de noviembre de 1859 se promulgaba la ley Casati, que se convirtió después en ley orgánica de Instrucción pública para todo el 
reino de Italia. Con ella demostró el Gobierno que quería emprender resueltamente el camino de la libertad de enseñanza. ((313)) En ella 
se daba un puesto honroso a la enseñanza privada. El artículo tercero determinaba con toda claridad que el Ministro gobierna ciertamente 
la enseñanza estatal, pero tocante a la privada, sólo la supervisa para tutelar la moralidad y la higiene, las instituciones del Estado y el 
orden público. Ello constituía por sí mismo una notable garantía de libertad, sustrayendo al monopolio del Estado un considerable 
número de jóvenes estudiantes y de instituciones educativas. Pero la ley Casati llegaba mucho más allá en el camino real y espléndido de 
la libertad: los artículos doscientos cincuenta y uno y doscientos cincuenta y dos libraban de toda sujeción a la inspección estatal a la 
enseñanza secundaria familiar, dada en el seno de la misma, 
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y a la de varios padres de familia asociados fuera de ella. En cuanto a la enseñanza elemental, dejaba en el artículo trescientos veintiséis, 
a los padres y a los que hacían sus veces, la facultad de proporcionar a los hijos de ambos sexos la enseñanza de la manera que creyeren 
más conveniente. Encargaba de la enseñanza elemental, pública y gratuita a los ayuntamientos, proporcionalmente a sus facultades Y 
según las necesidades de sus habitantes, como lo dice literalmente el artículo ciento cuarenta y siete. 

Se echaba de ver con claridad meridiana que el concepto general, inspirador de todas estas disposiciones, era el de la libertad de 
enseñanza. Más aún, de manera explícita decía el ministro Casati que había aceptado la norma de la libertad de enseñanza por ser la más 
justa, la más conforme a las condiciones modernas de civilización, la más universalmente agradable a la opinión pública; y pedía excusas 
por no poder aplicarla enteramente de momento, pero hacía votos para que se progresara cada vez más por este camino, ensanchando más 
y más las férreas mallas del monopolio en favor de la libertad. 

((314)) Por lo que se refiere a la religión, el artículo trescientos quince, título quinto, capítulo primero, señalaba las materias propias 
para la enseñanza elemental en sus dos grados, inferior y superior, y ponía en primer lugar la enseñanza religiosa. Y en el artículo 
trescientos diecisiete, la misma ley imponía a los ayuntamientos la obligación de impartir gratuitamente esta instrucción, en proporción a 
sus facultades y de acuerdo con las necesidades de sus habitantes. Era, pues, evidente, en general, que los ayuntamientos debían, en 
fuerza de la ley Casati, proveer para que en las escuelas elementales se impartiera la enseñanza religiosa. Era también certísimo que esta 
enseñanza debía darse en las mismas escuelas, de conformidad con el Catecismo diocesano aprobado por el Obispo, puesto que en el 
artículo primero de la Constitución fundamental se proclamaba como religión del Estado la católica; y en el artículo veintiocho de la 
misma Constitución se reservaba en exclusiva a la autoridad y competencia de los obispos el permiso y la prohibición de imprimir los 
catecismos y otros textos de religión. Es ésta una deducción estrictamente lógica, perfectamente legal, e irrefutable por sí misma. 

El artículo trescientos veinticinco establecía que hubiera un examen de religión al fin de cada semestre, lo mismo que de otras materias, 
y quería que fuera examinador el párroco. 

Los artículos trescientos veintiséis y trescientos veintisiete especificaban la obligación de padres, tutores y procuradores de 
proporcionar 
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a los niños la enseñanza impartida en las escuelas elementales de grado inferior, amenazando a los negligentes obstinados con los castigos 
de la ley. 

Por consiguiente, para quitar todo pretexto de infringir y eludir la ley, el artículo trescientos setenta y cuatro dispensaba de seguir las 
clases de religión y de asistir a los consiguientes ejercicios a los alumnos cuyos padres hubieran declarado que se cuidaban ellos ((315)) 
mismos de su instrucción religiosa, con lo cual se salvaba la libertad de las pocas familias no católicas. 

Un reglamento posterior del 15 de septiembre de 1860, para la enseñanza elemental, destinado a aplicar las disposiciones de la ley 
Casati, prescribía en su artículo segundo la enseñanza del catecismo, según las diversas diócesis del Reino; en el cual, aun dejando al 
Consejo Provincial y a otros la distribución de las partes del catecismo mismo para cada curso, determinaba, sin embargo, que esta 
distribución se hiciera de modo que «en dos o tres años tengan los niños comodidad para estudiar y aprender bien las partes más 
importantes de la doctrina cristiana». 

Esta ley abría el camino a muy buenas esperanzas, pero no pasó mucho tiempo sin que escritores, periodistas y hombres de Estado, 
movidos por pasiones sectarias y antirreligiosas, se opusieran a ella de forma continua y encarnizada; fue ásperamente tratada, censurada 
y presentada como una antigualla discordante con las nuevas ideas y necesidades de la instrucción pública. Se detestaba la equitativa 
libertad dejada a la enseñanza privada, y en particular a la católica. Por esto los sucesores de Casati no hicieron más que dar marcha atrás, 
suprimiendo con decretos y métodos injustos y a veces brutales, una tras otra, las libertades que la ley había concedido. No les bastó a los 
innumerables ministros, masones casi todos, que pasaron como meteoros sangrientos o como granizadas exterminadoras por las oficinas 
de la instrucción pública, hacer guerra enconadísima a todos los centros católicos que dependían o estaban dirigidos de alguna manera por 
religiosos y sacerdotes, con continua hipocresía, fingiendo respetar incólumes sus derechos legales y quitándoles entretanto el sustento y 
la respiración con nuevos artilugios administrativos, impuestos y vejámenes. 

((316)) Aborrecían sobre todo las disposiciones favorables a la enseñanza religiosa. Quien repasara las actas del Parlamento encontraría 
motivos para horrorizarse con las muchas y atroces blasfemias de los señores diputados, particularmente contra el Catecismo y la Historia 
Sagrada, coreadas con bravos y vivas de la izquierda. 
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Pero a pesar de tantas tormentas, la ley Casati siguió siendo ley orgánica y constitutiva de la enseñanza, puesto que ni el Parlamento ni 
los ministros tuvieron nunca valor para proponer otra. Cien veces la condenaron a muerte, pero nunca osaron ejecutar la setencia y 
declarar abrogadas las disposiciones relativas a la enseñanza del catecismo. 

Hemos expuesto algunos datos acerca de la ley Casati y de los cambios que le hicieron los que hubieran debido respetarla y hacerla 
cumplir, para que se tenga un criterio al juzgar ciertas persecuciones que a su tiempo iremos relatando. 

Pero cualesquiera que fueran las disposiciones de las leyes, don Bosco no perdía su calma habitual, fiado en la protección de María 
Santísima y en la intercesión de Domingo Savio, de cuya eficacia tuvo una prueba por aquellos días. 

Hacía año y medio que Eduardo Donato, alumno del Oratorio, padecía tales molestias en los ojos, que hubo de suspender los estudios 
en marzo de 1859. Ni el aire de su pueblo, ni las múltiples medicinas, ni las sangrías y emplastos detrás de las orejas, ni los cuidados de 
los mejores especialistas dieron ningún resultado. Pasaba los días en una habitación oscura. A fines de octubre, parecióle experimentar 
alguna mejoría y quiso volver a Valdocco, pero la enfermedad se reactivó. El muchacho se acercaba a menudo a don Bosco para que le 
consolase con aquellas palabras que él sabía eran ((317)) útiles temporal y espiritualmente, animándole a tener paciencia y dándole alguna 
esperanza de próxima curación. Una noche, mientras cantaban todos sus compañeros, reunidos en las clases, estaba él pensativo y triste, 
con la cara entre las manos, sentado en el refectorio de los Superiores y apoyado en la mesa, donde cenaba don Bosco. Cuando el Siervo 
de Dios terminó, se levantó, se acercó a él muy despacito y, dándole una palmadita en el hombro, le dijo: 

-Será posible que no podamos librarte de ese mal? Hay que acabar con él de una vez. Vamos a agarrar a Domingo Savio por los 
cabellos y no lo vamos a soltar hasta que nos obtenga de Dios tu curación. 

Al oír estas palabras, el muchacho lo miró fijamente a la cara sin pronunciar palabra. Don Bosco siguió diciendo: 

-Sí, reza todos los días de esta novena (era la noche del primer día de la novena de la Inmaculada) a Domingo Savio para que interceda 
por ti y te alcance esta gracia. Procura vivir de forma que puedas comulgar cada mañana. Por la noche, antes de acostarte, dirás así: 
«Domingo Savio, ruega por mí» y añadirás una avemaría. 
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Prometió Donato hacer punto por punto lo que le había dicho, y don Bosco añadió: 

-íBueno! Tú haz lo que yo te he dicho y yo me acordaré cada día de ti en la santa misa. Verás como esta vez no se nos escapa Domingo 
Savio sin que tú estés curado. 

El mismo día que comenzó Donato a hacer su novena, notó alguna mejoría y siguió haciendo con más fervor las prácticas de piedad. 
Sus ojos curaron del todo en pocos días y no volvió la enfermedad. 

Mientras sucedía este hecho consolador, invitaba don Bosco a sus alumnos a hacer bien la novena de María Inmaculada. ((318)) No se 
celebraban funciones en la iglesia, pero cada uno procuraba honrar a la Santísima Virgen con las obras de piedad que su propia devoción 
le sugería. Don Bosco presentaba cada noche una florecilla para practicar y daba la acostumbrada platiquita. Don Juan Bonetti nos 
conservó algunas, que copiamos a continuación, con la fecha del día en que las pronunció el Siervo de Dios. 

29 de noviembre 

Un día más y llegamos al fin del mes. íYa se ha pasado un mes del curso! íY qué deprisa! Pues bien; así de rápidos pasarán los otros 
meses. Pero al llegar cada mes a su ocaso, cuidemos que cada uno de nosotros pueda decirse a sí mismo: 

-Un mes más del que tendré que dar cuenta a Dios; pero, por cuanto de mí dependió, hice todo lo que pude, y la conciencia no me 
reprocha de haber perdido el tiempo. 

Ahora ya habéis probado vuestra fuerza en clase. Habéis visto lo que sabéis y lo que queda por aprender; unos estáis más adelantados y 
otros más atrasados en los mismos estudios, y conocéis lo que os falta para ocupar los primeros puestos de la clase. Poned, pues, toda 
vuestra buena voluntad, sobre todo ahora que comenzamos la novena de María Santísima Inmaculada. Ella es nuestra Madre y nos ama 
infinitamente más de lo que puedan amarnos todos los corazones juntos de las madres de esta tierra. Ella ama entrañablemente a todos los 
cristianos, ha dado siempre pruebas de un afecto especial a los chicos del Oratorio. Hay miles de hechos, algunos extraordinarios, que lo 
demuestran; pero, sea como fuere, es cierto que Ella demuestra un afecto particular a todos los que la honran. Ego diligentes me diligo 
(amo a los que me aman). Mostrad, por tanto, con vuestra buena conducta que sois dignos hijos suyos y poned vuestros estudios bajo su 
protección. Para esto cuidad de portaros bien en esta novena. 

Y de qué manera, preguntaréis, podremos honrar a María en estos días para merecer su protección? No os recomendaré la frecuencia de 
los Sacramentos. Don Bosco no desea nada más vivamente que esto. 

Pero os sugiero dos cosas especiales para honrar a María: 1.ª Que cada uno ((319)) se decida a hacer con verdadera buena voluntad esta 
novena. 2.ª Preparar un 
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ramillete de florecillas para ofrecérselo después a María el día de su fiesta. De qué modo? Recogiendo una cada día. Y cómo hacerlo 
ahora que no hay flores en el campo? En vuestro corazón. Y qué flor? Una pequeña virtud para practicar cada día en honor de María 
Santísima Inmaculada. Cumplid todos esta florecilla de modo que el día de la gran fiesta haya tantos ramilletes cuantos sois vosotros, y 
que en ninguno falte una flor. Estad seguros de que le será muy grato a María Santísima vuestro regalo. 

30 de noviembre 

La florecilla para mañana será: Daré un buen consejo a un compañero. Hay mil ocasiones para hacer esta obra de caridad. Si un 
perezoso, un murmurador, uno poco recatado en sus palabras, un pendenciero tuviera a su lado quien le dijera una buena palabra, ícuánto 
mal podría impedirse, cuánto bien podría realizarse! Aconsejar una visita a la iglesia, ir a confesarse, hacer una buena lectura, ícuántas 
veces es el principio de la eterna salvación de un muchacho! Y el que recibe el consejo, recíbalo bien. No siempre se puede encontrar un 
buen consejo, y debemos considerarnos afortunados cuando lo podemos tener. Si alguno de vosotros me lo da a mi, me dará un gran 
gusto y le prometo gratitud eterna. 

Mientras tanto yo os lo doy a vosotros. Daré uno en general para todos y otro en particular para cada uno. El general es éste: Ad quid 
venisti? (A qué has venido?) Cuando san Bernardo dejó la casa paterna para retirarse a hacer una vida santa en un convento, escribió en 
todos los lugares por donde debía pasar: Ad quid venisti? Y pensad: Ad quid venisti a este mundo? Para amar y servir a Dios y ganarte el 
Paraíso. Si haces otra cosa estás fuera de camino. Ad quid venisti a este Oratorio? He venido para estudiar, para adelantar en la ciencia y 
en la piedad, para conocer cuál es mi vocación; si no saco este provecho, he perdido el tiempo. 

((320)) 1 de diciembre 

La florecilla para mañana es ésta: Haré una visita a Jesús Sacramentado. Si una persona tenida por veraz fuera a una plaza y dijera a la 
gente que está allí en ociosa conversación: Id a aquella colina y encontraréis una riquísima mina del oro más puro y podréis juntar sin 
ningún trabajo cuanto queráis; decidme: habría uno sólo que, alzando lo hombros, dijera que le importan poco aquellas riquezas? Todos 
correrían a porfía. 

Pues bien, no está en el Sagrario el tesoro más grande que pueda hallarse en el cielo y en la tierra? Por desgracia los hombres ciegos no 
lo conocen, pero es cierto, certísimo, es de fe que hay en él inmensas riquezas. Los hombres sudan por alcanzar dinero; pues bien, en el 
Sagrario está el dueño de todo el mundo. Todo lo que le pidáis y os sea necesario, El os lo concederá. Necesitáis salud? Necesitáis 
memoria, entender las lecciones, hacer bien los deberes? Necesitáis fuerza para soportar las tribulaciones, auxilio para vencer las 
tentaciones? Está amenazada vuestra familia por una desgracia, preocupada por alguna enfermedad de alguien, necesitada de una gracia 
especial? De quién depende la pequeña fortuna de vuestra casa?Quién manda al viento, a la lluvia, al granizo, a la tempestad, a las 
estaciones? No 
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es dueño absoluto de todo Nuestro Señor Jesucristo? Id, pues, y pedid, y se os concederá. Llamad a la puerta y se os abrirá. Jesús desea 
dispensaros sus gracias, y en primer lugar las que se refieren al alma. 

Vio una santa sobre el altar al Niño Jesús que, arremangándose el vestido, sostenía una enorme cantidad de perlas preciosísimas. Estaba 
triste. 

-Por qué estás tan triste, Señor mío?, preguntó la santa. 

-Porque nadie viene a pedirme las gracias que tengo preparadas; nadie las quiere. íNo sé a quién dárselas! 

2 de diciembre 

La florecilla que hoy propongo es muy importante: Procuraré tener mucha confianza con los Superiores. Nosotros no queremos ser 
temidos, deseamos ser amados y que tengáis plena confianza ((321)) en nosotros. Hay algo más hermoso en una casa que el que los 
superiores gocen de la confianza de los inferiores? Este es el único medio para lograr que el Oratorio sea un paraíso terrenal, es el único 
medio para que no haya en casa ningún descontento. Don Bosco está aquí sólo para vuestro bien temporal y espiritual. Cuando el superior 
desea algo de vosotros, os lo dice enseguida; por tanto, cuando vosotros deseáis algo de él, no lo encerréis en vuestro corazón; 
manifestadlo. Si lo hacéis así, todo marchará bien y estaréis satisfechos. Ve uno que un alimento le hace daño? No tiene suficiente abrigo 
en la cama? Necesita ropa para defenderse del frío durante el día? Dígamelo a mí y yo procuraré complacerle en todas sus peticiones 
razonables, en la medida que me lo permita la pobreza de nuestra casa. Que otro no se encuentra bien de salud? Que tiene alguna 
dificultad en la escuela? Que hubo un quid pro quo con el profesor o con el asistente? Parécele que alguien le ha agraviado? Aquí estoy 
yo para remediarlo todo, y estad seguros además de que guardaré vuestros secretos sólo para mí y para vuestro provecho. Mas, por favor, 
no haya nunca entre vosotros muchachos que se quejen de algo. En vez de quejaros y criticar, venid a hablar conmigo. Nosotros 
deseamos contentaros y de este modo se podrá evitar una cantidad infinita de inconvenientes. 

Quede esto dicho no sólo para las cosas materiales, sino también, y mucho más, para las cosas espirituales. A veces el demonio os 
agobia con una gran melancolía con el recuerdo de la familia, la sospecha de no gozar de la simpatía de los superiores, el miedo a que se 
descubra una falta y sea castigada, el agobio de no gozar del aprecio de los compañeros, el desaliento por no poder adelantar en los 
estudios. Pues bien, queréis sacudiros el peso de esta melancolía? Venid a verme y ya encontraremos la manera de echarla y poner 
remedio. 

Pero lo que os recomiendo, sobre todo, es que cuando el demonio venga a tentaros, no os desaniméis. Queréis aseguraros la victoria? El 
mejor medio es manifestar en seguida la tentación a vuestro director espiritual. El demonio es amigo de las tinieblas y trabaja siempre en 
la oscuridad. Si se le descubre, está vencido. 

Un muchacho era muy tentado, hacía todo lo posible para resistir, pero había llegado a un punto tal que le parecía ((322)) imposible 
continuar aquella lucha. Se encontró por casualidad con su superior, el cual, por su rostro turbado, adivinó la causa de su angustia. 
Llamóle aparte y le dijo: 

-Por qué estás tan triste? Seguramente que el demonio te hace la guerra. 

Miró el muchacho estupefacto al superior, abrió su corazón y dijo: 

-íSí! 

Decir sí y cesar toda molestia fue lo mismo. 

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3 de diciembre 

De la confianza en general con los superiores pasé ayer a hablaros de la particular que debéis tener con el confesor; por tanto, la flor 
será ésta: Sinceridad plena, absoluta, con el confesor. No tengáis miedo de decirle vuestros defectos, vuestras faltas. 

Ser bueno no quiere decir no cometer ninguna falta, no; por desgracia todos estamos inclinados a cometerlas. Ser bueno consiste en 
tener voluntad de enmendarse. Por eso, cuando el penitente manifiesta una falta al confesor, aun cuando sea ésta grave, el confesor tiene 
en cuenta la voluntad, y no se extraña; al contrario, experimenta el mayor consuelo que pueda disfrutar en este mundo, viendo que el 
penitente le tiene confianza, que desea vencer al demonio y ponerse en gracia de Dios, y que quiere adelantar en la virtud. Nada, queridos 
amigos míos, os quite esta confianza. Ni la vergüenza, pues es cosa ya sabida que las miserias humanas son miserias humanas. íNo vayáis 
a confesaros para contar milagros! Sería menester que el confesor os tuviese por impecables, y vosotros mismos os reiríais de su opinión. 
Ni el miedo a que el confesor pueda descubrir un secreto tan terrible para él, pues la menor venialidad que él manifestara bastaría para ser 
condenado al infierno. Ni el temor de que recuerde después lo que habéis confesado; fuera de la confesión es deber suyo no pensar en 
ello. 

El Señor ha permitido ya toda suerte de delitos. Ha permitido que Judas lo traicionara, que Pedro lo negara, que algunos sacerdotes se 
hicieran protestantes, pero nunca ha permitido que un confesor descubriera la más pequeña cosa oída en confesión. íAnimo, pues, amigos 
míos; no hagamos reír al demonio. Confesaos bien, diciéndolo todo. Alguien preguntará: Y qué debe hacer para remediarlo el que 
hubiese callado algún pecado en la confesión? ((323)) Mirad: si al ponerme por la mañana la sotana y abrocharme me salto un botón, qué 
hago? Desabrocho la sotana hasta llegar al botón que me salté. Así también el que tiene que remediar un pecado callado vuelva a hacer 
todas las confesiones hasta llegar a aquélla en la que calló el pecado y de este modo todos los botones quedarán en su sitio y la sotana no 
hará arrugas. 

Así lo dice el Catecismo: desde la última confesión bien hecha hasta la que se va a hacer. íAmigos míos, a ser valientes! Se trata de 
escaparos del infierno y ganaros el paraíso con una sola palabra. Es cosa de un momento: el confesor os ayudará, y vosotros ya sabéis que 
somos amigos y que yo no deseo más que una sola cosa: la salvación de vuestra alma. 

Iban todos a porfía en el Oratorio para honrar a María Santísima y don Bosco cumplía mientras tanto un acto nobilísimo de su misión. 
El 10 de noviembre de 1859 se habían concertado formalmente en Zurich las conversaciones de Villafranca y Verona, pero el Siervo de 
Dios había comprendido enseguida que aquella paz era sólo momentánea. Todo le demostraba que ya no se le devolverían al Papa las 
Legaciones y que la presidencia honoraria del mismo sobre la Confederación de los Estados Italianos era un pretexto y una ironía. Veía 
cómo el Pontífice escribía cartas y más cartas de súplica, de consejo y de protesta al Emperador de Francia y al Rey del Piamonte, 
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y que no se hacía de ellas caso alguno. Antes al contrario, los emisarios de las sectas seguían sus conjeturas para sublevar las ciudades de 
Umbría y de las Marcas; se intentaba seducir a los soldados pontificios, que estaban de guarnición en ellas, y se introducía gran cantidad 
de armas, pólvora, dinero y prensa subversiva. Garibaldi estaba en Bolonia dispuesto a entrar en liza. Los diarios liberales calumniaban al 
Gobierno Pontificio y entre otras cosas escribían que se había mandado encarcelar y se insultaba a los voluntarios romanos que volvían de 
la guerra de la independencia, cuando, por el contrario, Pío IX había socorrido generosamente a los más necesitados de entre ellos. 

((324)) Era también evidente que la finalidad de los sectarios era la de derribar el poder espiritual del Papa, y lo habían anunciado ya 
mil veces en sus libros y periódicos, aunque no siempre abiertamente. Pero lo que entonces se tramaba, hasta por una tenebrosa 
diplomacia, quedó descubierto unos años después ante el mundo entero. 

El Derecho, periódico de la democracia italiana, cuyo director, el diputado Civinini, era carne y uña con el Gran Oriente de Italia, 
publicaba el día 11 de agosto de 1863 con letra bastardilla: «Nuestra revolución tiende a destruir el edificio de la Iglesia Católica, debe 
destruirlo y no puede dejar de destruirlo sin perecer. Nacionalidad, unidad, libertad política son medios para este fin; medios útiles para 
nosotros, pero, con respecto a la humanidad, nada más que medios para alcanzar nuestro fin, a saber, la total destrucción de la Edad 
Media en su última forma, el Catolicismo». 

Y antes, el 8 de marzo de 1863, había publicado: «El día que entremos en Roma, no sólo habremos hecho Italia, sino que habremos 
deshecho el Papado. Y si aquello nos concierne a nosotros, nos es útil y es nuestro honor, esto concierne al mundo entero, es útil para 
todos y es el progreso de toda la humanidad». 

Estas palabras eran una conclusión explícita de las que Bettino, barón de Ricasoli, presidente del Consejo de Ministros, ídolo incensado 
por todo el liberalismo monárquico y conservador, había pronunciado en las Cámaras, cuando el primero de julio de 1861 dijo: 

-La revolución italiana es una gran revolución, precisamente porque funda una nueva era. Italia ha tenido el gran cometido de echar las 
bases, no de su propio porvenir, sino de la humanidad entera. (Actas oficiales, página novecientos quince.) 

Don Bosco se dirigió al Rey, y pese a la prohibición que se le había hecho unos años antes, y a su promesa, le escribió ((325)) una carta 
para apartarlo del abismo en que iba a lanzarse, o más exactamente, 
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hacia el cual lo arrastraban los agitadores. Obedecía a un mandato que venía ab alto (de lo alto). Su misión era la de Jeremías a los 
príncipes de Judá; manifestó a don Miguel Rúa y a algún otro de sus más íntimos confidentes el contenido de la comunicación, que debía 
hacer al Rey, para disuadirlo de la nueva guerra que iba a emprenderse contra los Estados Pontificios. 

La carta, de la que parece no haberse guardado copia alguna, comenzaba con estas palabras: -Dicit Dominus: Regi nostro, vita brevis... 
(Dice el Señor: para nuestro Rey, vida breve...), y hacía alusión a las nuevas desgracias que sobrevendrían a la dinastía de Saboya, si se 
continuaba la guerra contra la Iglesia, rogando a Su Majestad que apartara la tempestad cada vez más amenazadora contra el Papa. Eran 
pocas frases lacónicas, imperiosas y tales, que dejaban honda impresión en el ánimo. 

Quedó turbado el Soberano con la lectura de aquel pliego, pero sus palabras no tuvieron efecto. Pasada la primera impresión, siguió 
preparándose la desgraciada empresa. Los acontecimientos empujaban, y el Monarca no tenía ya ánimos, ni medios, ni voluntad para 
oponerse a la revolución. 

El Rey enseñó la carta a los Ministros, Urbano Rattazzi entre ellos, y éstos comunicaron su contenido a algunos funcionarios de sus 
ministerios. La noticia corrió de unos a otros por todas las esferas gubernativas y salió a la ciudad. Decíase que don Bosco había 
amenazado de muerte a Víctor Manuel. Pero el Siervo de Dios, exponiendo a don Miguel Rúa y a otros, como antes hemos dicho, el tema 
de la carta, había añadido la expresión: Vita brevis, que puede explicarse de muchos modos sin atribuirle un sentido estrictamente 
material. 

El barón Bianco de Barbania, adicto como todos los nobles piamonteses a la Casa Real, dijo al que escribe estas páginas, en el año 
((326)) 1875: 

-Yo tuve en mis manos la carta de don Bosco al Rey. Leí con mis propios ojos las palabras Regi nostro, vita brevis, y desde aquel 
momento estuve siempre esperando los acontecimientos... 

A través de ellos, narrados después en la Historia, y siguiendo nuestras Memorias Biográficas, se podrán juzgar las enigmáticas 
palabras de don Bosco. Al mismo tiempo se tendrá una prueba más del afecto sincero que el Siervo de Dios profesaba a su rey Víctor 
Manuel y a la dinastía de Saboya. 
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((327)) 

CAPITULO XXIV 

CONFERENCIA DE DON BOSCO A LOS COLABORADORES, QUE ESPERA QUEDARAN EN EL ORATORIO: SER POCOS Y 
POBRES NO IMPIDE LAS GRANDES EMPRESAS; PREMIO DE LA OBEDIENCIA; NADIE ES PROFETA EN SU PATRIA -DON 
BOSCO PROPONE A SUS COLABORADORES CONSTITUIRSE EN SOCIEDAD RELIGIOSA -COMENTARIOS, 
PREDICCIONES Y RESOLUCIONES -QUEDA CONSTITUIDA LA PIA SOCIEDAD DE SAN FRANCISCO DE SALES -ACTA DE 
PROCLAMACION DEL RECTOR MAYOR Y DE LA ELECCION DE LOS MIEMBROS DEL PRIMER CAPITULO O CONSEJO 

YA hemos dicho que don Bosco había seleccionado y formado un pequeño grupo de sacerdotes, clérigos y jóvenes, a quienes había 
revelado su pensamiento de fundar una Congregación Religiosa. Los considera como el principal sostén del Oratorio, como sus fieles 
colaboradores. Algunos habían hecho, a manera de prueba y por un año sólo, los tres votos; otros, una simple promesa de perseverancia 
para ayudar a don Bosco, y todos ellos asistían a conferencias especiales para mantener vivo el propio espíritu y el de la casa. 

Advertimos que aquellas conferencias de don Bosco, en cuanto a los socios que intervenían, no eran deliberativas, sino más bien 
consultivas o explicativas; es decir, ((328)) consistían en que el Superior explicaba claramente su voluntad, hasta ser claramente 
entendida. De este modo grababa en todos la misma idea y tan profundamente que, cuando a sus sacerdotes se les anunciaba: -íLo ha 
dicho don Bosco! íDon Bosco lo quiere!, a ninguno se le ocurría sustraerse o dudar de la obediencia. 

Este es el carácter que deseaba tuvieran todas las futuras conferencias de sus casas. Que no fueran muchos a deliberar los asuntos que, 
según la regla, competen al Superior. Uno sólo piense y explique su idea: el Director. Los demás obedezcan. 

En estas reuniones les había hablado varias veces don Bosco de obras importantes, que sus hijos, reunidos en sociedad, podrían llevar a 
cabo. A veces le contestaba alguno: 
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-Pero cómo podremos hacer tantas cosas, siendo tan pocos? 

Y él replicaba: 

-Te responderé con una máxima de San Vicente de Paúl: «En las necesidades graves es cuando hay que demostrar que realmente 
confiamos en Dios. Creedme: tres obreros hacen más que diez, cuando Dios pone su mano; y la pone siempre que nos coloca en la 
necesidad de hacer algo superior a nuestras fuerzas». 

Otro exclamaba: 

-íSomos tan pobres! 

Y don Bosco decía: 

-«íLa pobreza es nuestra fortuna, es la bendición de Dios! Más aún, pidamos al Señor que nos mantenga en pobreza voluntaria. No 
empezó Jesucristo en un pesebre y terminó en la cruz?... El que es rico prefiere el reposo, y, en consecuencia, ama las comodidades y 
satisfacciones y la vida ociosa. El espíritu de sacrificio se apaga. Leed la Historia Eclesiástica y encontraréis infinidad de ejemplos para 
demostrar que la abundancia de los bienes temporales fue siempre la causa de la ruina de comunidades enteras, las cuales, por no haber 
conservado fielmente su primer espíritu de pobreza, ((329)) cayeron en el colmo de las desgracias. En cambio las que se mantuvieron 
pobres, florecieron maravillosamente. El que es pobre piensa en Dios y recurre a El, y os aseguro que Dios provee siempre de lo 
necesario, sea poco o sea mucho. Por el contrario, el que vive en la abundancia, fácilmente se olvida del Señor. Y no os parece una gran 
suerte verse obligados a rezar? Nos faltó hasta ahora algo necesario? No lo dudéis, nunca nos faltarán los medios proporcionados a 
nuestras necesidades y a las de nuestros muchachos». 

En el mes de noviembre ceñía sus razonamientos refiriéndose a la dificultad que algunos experimentan para dejar su propia casa. Y 
decía: 

-«Abraham vivía en la ciudad de Ur, en Caldea. Eligióle Dios para comenzar sus misericordiosos designios de redención del mundo. Se 
le apareció y le dijo: -íAbraham! Sal de tu tierra, abandona a tus parientes y la casa de tu padre, deja tus posesiones y tus amigos y ven a 
la tierra que yo te mostraré. Te haré jefe de una gran nación, te bendeciré, haré grande tu nombre y serás bendecido. 

»Hubiera podido muy bien decir el Señor a Abraham que viviera solamente un poco más separado del tumulto del mundo y de los 
asuntos de una región contaminada por la idolatría. Pero, no; Dios lo quiso obediente, dispuesto a abandonar su patria y a exponerse a una 
larga y desgraciada peregrinación por su amor. Esta es la condición 
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puesta por Dios al Patriarca para conseguir la gloria prometida. 

»Y Abraham no dudó y partió sin saber adónde iba: Veni in terram quam monstrabo tibi (Ven a la tierra que yo te mostraré). Y 
perseveró obediente hasta estar dispuesto al sacrificio de su único hijo. íY qué gloria mereció por ello! -Por mí mismo juro, dijo el 
Señor-, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu 
descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la ((330)) playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus 
enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz 1. Habiéndolo 
encontrado Dios dispuesto a dejarlo todo por El, lo hizo señor de un reino entero y le reveló sus más altos designios, manifestándole los 
arcanos decretos de su justicia y su misericordia». 

Con este ejemplo demostraba don Bosco la necesidad y las ventajas que cada uno tiene de seguir la vocación del cielo a costa de 
cualquier sacrificio, aun de los mismos afectos de familia, según el propio Jesucristo que dijo: «Todo aquel que haya dejado casas, 
hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. El que ama a su 
padre o a su madre... más que a mí no es digno de mí». 

En otra ocasión, tratando este tema, había expuesto una razón de conveniencia para la vida eclesiástica o religiosa, lejos del propio 
pueblo. Y había dicho: 

-«Casi todos los profetas, al llegar el momento de ejercer su excelso ministerio, se alejaban de los lugares donde habían habitado en su 
niñez. Enviados por Dios, iban a tierras remotas, donde eran bien acogidos y predicaban a los pueblos. Por el contrario, en su patria 
muchas veces no eran recibidos o eran perseguidos, encarcelados, golpeados y, si lograban escapar de una muerte cruel, se retiraban a un 
desierto. No fue en su patria donde Elías y Eliseo resucitaron a los muertos, multiplicaron el aceite y el vino y obraron otros portentos. 

»Cuando el mismo Jesucristo se presentó públicamente por vez primera en su patria, Nazaret, a explicar la Biblia en la sinagoga, sus 
paisanos admiraron por un instante su ((331)) sabiduría, pero muy pronto protestaron indignados ante algún justo reproche suyo: 

1 Génesis, XXII, 16, 17, 18. 
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»-No es éste el hijo de José, el carpintero? Y quiere hacerse el doctor en medio de nosotros? 

»Y poniendo en duda sus milagros, le gritaban: 

»-Todo eso que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu pueblo. 

»Y Jesús les respondió: 

»-Amen dico vobis, quia nemo propheta acceptus est in patria sua. (En verdad os digo que ningún profeta fue recibido en su patria.) 

»Sus paisanos ya no quisieron escucharlo, se levantaron, lo echaron furiosos fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte, 
donde se asentaba Nazaret, para despeñarlo. 

»Y Jesús, con un milagro evidente, impide que pongan sus manos sobre él, pasa por entre aquel tropel de insensatos y baja a Cafarnaún. 
Ya no volvió jamás a Nazaret. Iba a pasar la noche y a comer en casa de Pedro, de Lázaro, de Nicodemo y de José de Arimatea, según 
algunos, o bien en casa de alguna otra persona caritativa, pero nunca a comer o a dormir en casa de su madre. 

»Era ésta una lección que daba el Divino Salvador a sus discípulos. En efecto, la envidia, los celos, la malignidad, el amor propio 
herido, las disensiones entre las familias, los intereses materiales, los partidos políticos, las consecuencias mismas de un celo auténtico 
por el bien de las almas y de la Iglesia combaten casi siempre, y a veces terriblemente, al religioso que vive en su patria, por santo que 
sea. 

»Y si no fuere siempre santo? Entonces se puede afirmar con absoluta certeza que, humanamente hablando, no podrá hacer mucho bien 
en su patria. La razón es clara. Cada uno pasó en su pueblo la edad de la niñez y sabido es que en esa edad todos, aun los más virtuosos, 
quien más ((332)) quien menos, han tenido sus fallos pequeños o grandes, que pueden ser divulgados por los que los conocen. 

»Por ejemplo, uno puede haber tenido un violento altercado con otro; haber empinado el codo más de lo justo en alguna circunstancia; 
haber sido amigo de un mal compañero; haber sostenido conversaciones menos buenas; haber ido a nadar al río o tal vez haber robado 
fruta por el campo, o algún dinerillo en casa, o cualquier chiquillada por el estilo. Ahora bien, por muy predicador que salga este 
religioso, si sube al púlpito en su pueblo y grita contra algún pecado, siempre habrá alguién que pueda decir: 

»-También tú lo hiciste. Hiciste eso conmigo, hiciste aquello, dijiste 
esto o aquello. 

»Y estas habladurías repetidas, aun sin malicia, en público, destruyen 
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la mayor parte del buen efecto de los sermones y a veces neutralizan y anulan todo el bien que se hubiera podido conseguir. Muchas 
veces son cosas sin importancia, chiquilladas, pero todas juntas, en semejante ocasión, resultan perniciosísimas. 

»Me encontré en un pueblo en medio de una conversación entre personas distinguidas. Predicaba en la parroquia una tanda de ejercicios 
espirituales un predicador digno de toda alabanza por su piedad, su elocuencia y su doctrina, pero era en su pueblo natal y la conversación 
recayó sobre él. Un contertulio que estaba a mi lado saltó diciéndo: 

»-Ese predicador, cuando chavales, era un niño bonito y yo le crucé la cara. 

»-Sí? Cómo fue?, preguntaron todos. 

»-Me insultó y yo le di un par de sopapos. Vinieron sus padres a mi casa y discutieron con los míos; y yo aguardé a aquel descarado 
fuera del poblado y añadí otras cuatro bofetadas a las dos primeras. Sí, sí; de pequeño hacía de las suyas; ahora, la verdad, es bueno, pero 
entonces, ah, entonces... 

»Y no explicó su última frase. 

((333)) »Yo quedé contristado por aquellas palabras, y acabé diciendo para mis adentros: esto confirma una vez más que nemo propheta 
in patria sua». 

A continuación, después de mencionar los gravísimos peligros que puede encontrar en su pueblo un clérigo bueno, pero poco firme en 
la virtud, preguntaba don Bosco: 

«-Y adónde irá el que quisiera alejarse de su patria? Con qué medios se sustentará? Dónde encontrará el apoyo, el guía que le conduzca 
por un camino seguro?» 

Y después de enumerar las necesidades espirituales y temporales de un sacerdote secular, pasó a demostrar que una congregación 
religiosa era el puerto seguro donde cualquiera, que tuviese vocación y deseo de guardarla, podía refugiarse. Allí encontraría paz, 
seguridad y todo otro bien, aun material. 

Entretanto se celebró solemnemente en el Oratorio la fiesta de la Inmaculada Concepción, y aquella noche anunció don Bosco en 
público que al día siguiente, viernes, tendría una conferencia especial en su habitación después de que los muchachos se fueran a 
descansar. Los que debían asistir a ella entendieron la invitación. Los sacerdotes, clérigos y seglares, que cooperaban con don Bosco en 
sus trabajos en el Oratorio y estaban al tanto de los secretos del Padre, presentían que aquella reunión iba a ser importante. 
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Así pues, el 9 de diciembre de 1859 se reunieron. 

Después de invocar con las oraciones de costumbre las luces del Espíritu Santo y la asistencia de María Santísima, recordó don Bosco 
brevemente lo expuesto en las conferencias anteriores y a continuación describió qué era una congregación religiosa, su belleza, el honor 
inmortal de quien se consagra enteramente a Dios, la facilidad de salvar la propia alma, el inestimable cúmulo de méritos ((334)) que se 
pueden alcanzar con la obediencia, la gloria imperecedera y la doble corona, reservada al religioso en el paraíso. 

Después, visiblemente conmovido, anunció que había llegado la hora de dar forma a la Congregación, que desde mucho tiempo atrás 
meditaba instituir y había sido el objeto principal de todos sus afanes; Pío IX le había animado y alabado; que ya existía con la 
observancia de los reglamentos tradicionales, aun cuando no habían sido declarados todavía obligatorios en conciencia; y que a ella 
pertenecían ya la mayoría de ellos, al menos en espíritu, y algunos por promesa o voto temporal. Añadió que en aquella Congregación 
sólo serían inscritos los que, después de madura reflexión, tuviesen intención de emitir a su tiempo los votos de castidad, pobreza y 
obediencia. 

Concluyó diciendo que había llegado el momento para todos los que asistían a sus conferencias de declarar si querían o no inscribirse 
en la Pía Sociedad, que tomaría, o mejor conservaría, el nombre de San Francisco de Sales. Rogaba a los que no tuvieran intención de 
pertenecer a ella que ya no acudieran a las conferencias que se tendrían en adelante. El hecho de no presentarse sería, sin más, la señal de 
su no adhesión. Daba a todos una semana de tiempo para reflexionar y tratar con Dios tan importante asunto. 

Cuando don Bosco terminó, se rezó la oración de acción de gracias y se disolvió la asamblea en profundo silencio. Así que salieron de 
la habitación, al llegar al patio, más de uno dijo en voz baja: 

-íDon Bosco nos quiere hacer frailes a todos! 

El clérigo Juan Cagliero estaba indeciso en si debía o no tomar parte en la nueva Congregación. Paseó una larga hora bajo los pórticos, 
agitado por varios pensamientos. Finalmente exclamó, dirigiéndose a un amigo: 

-Fraile o no, ((335)) es lo mismo. íEstoy decidido, como siempre lo estuve, a no separarme nunca de don Bosco! 

Escribió después un papelito a don Bosco, en el que decía que se sometía totalmente al consejo y a la decisión de su superior. Cuando 
don Bosco se encontró con él, lo miró sonriendo y le dijo: 
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-íVen, ven; éste es tu camino! 

La conferencia de adhesión a la Pía Sociedad se celebró el 18 de diciembre de 1859. Sólo dos no se presentaron. Lo que se hizo nos lo 
da a conocer la siguiente acta que se conserva en nuestros archivos. 

«En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén. 

El año del Señor mil ochocientos cincuenta y nueve, a dieciocho de diciembre, en este Oratorio de San Francisco de Sales, en el 
aposento del sacerdote Juan Bosco, a las nueve de la noche, se reunieron con él: el sacerdote Víctor Alasonatti, los clérigos Angel Savio, 
diácono, Miguel Rúa, subdiácono, Juan Cagliero, Juan Bautista Francesia, Francisco Provera, Carlos Ghivarello, José Lazzero, Juan 
Bonetti, Juan Anfossi, Luis Marcellino, Francisco Cerruti, Celestino Durando, Segundo Pettiva, Antonio Rovetto, César José 
Bongiovanni y el joven Luis Chiapale, todos con el mismo fin y ánimo de promover y conservar el espíritu de verdadera caridad que se 
requiere en la obra de los Oratorios para la juventud abandonada y en peligro, la cual en estos calamitosos tiempos es seducida de mil 
modos, con perjuicio para la sociedad, y arrastrada a la impiedad e irreligión. 

Pareció bien a los congregados organizarse en Sociedad o Congregación, que juntamente con el fin de una recíproca ayuda para la 
santificación propia, se propusiera promover la gloria de Dios y la salvación de las almas, especialmente de las más necesitadas de 
instrucción y educación; y aprobado de común acuerdo el fin propuesto, hecha una breve oración e invocadas las luces del Espíritu Santo, 
se procedió a la elección de los miembros que debían constituir el cuerpo directivo de la Sociedad de ésta y de nuevas Congregaciones, si 
a Dios pluguiere favorecer su incremento. 

Por unanimidad rogáronle a él, que era el indicador y promotor, tuviera a bien aceptar el cargo de Superior Mayor, pues le correspondía 
por todo concepto. ((336)) Y él aceptó con la condición de que le fuera reservada la facultad de nombrarse al Prefecto, y puesto que 
ninguno se opuso a ello, declaró que le parecía no se debía remover del cargo de Prefecto al que esto escribe, que hasta el presente tenía 
este cargo en la casa. 

Se pensó a continuación en la manera de elegir a los otros socios que intervienen en la dirección; y se convino en adoptar la votación 
por sufragios secretos, por ser el camino más corto, para constituir el Consejo que debía componerse de un Director Espiritual, el 
Ecónomo y tres Consejeros, juntamente con los dos cargos anteriormente expresados. 

Elegido secretario para este fin el que redacta la presente acta, declara haber cumplido fielmente el encargo encomendado por la 
confianza de todos, atribuyendo el sufragio a cada uno de los socios, a medida que era nombrado en votación. En la elección para 
Director Espiritual resultó elegido por unanimidad el clérigo subdiácono Miguel Rúa, que no rehusó aceptar. Repetido el procedimiento 
para la elección del Ecónomo, salió elegido y fue reconocido como tal el diácono Angel Savio, que prometió también asumir el 
correspondiente cargo. 

Quedaba por elegir todavía los tres consejeros. El primero de ellos, hecha la acostumbrada votación, resultó el clérigo Juan Cagliero. 
Segundo consejero salió elegido el clérigo Juan Bonetti. Para el tercero y último hubo empate a favor de los clérigos Carlos Ghivarello y 
Francisco Provera; una segunda votación dio la mayoría al clérigo Ghivarello; y así quedó definitivamente constituido el cuerpo de 
administración de nuestra Sociedad. 
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Este hecho, tal como queda expuesto en su conjunto hasta aquí, fue leído en plena Congregación de todos los socios antes mencionados 
y de los miembros del Consejo recién elegidos, los cuales, reconocida su veracidad, determinaron que se conservara el original del Acta, 
para autenticidad de la cual firman al pie de la misma, el Superior Mayor y el redactor como secretario. 

JUAN BOSCO, Pbro.
VICTOR ALASONATTl, Pbro. Prefecto


Así quedó constituido el primer Capítulo, que después se denominó Capítulo Superior, mientras todos los primeros socios que 
intervinieron en su elección recibieron el nombre de miembros natos de la ((337)) Pía Sociedad. Los que no se adhirieron a la inscripción 
quedaron en plena libertad para seguir sus inclinaciones, continuaron disfrutando de la beneficencia del Oratorio, acabaron felizmente sus 
estudios, alcanzaron la dignidad sacerdotal y fueron siempre amigos de don Bosco. 

A medida que avancemos en nuestras históricas memorias, mencionaremos las sesiones del Capítulo hasta el año 1865; no es posible 
traspasar este límite, pues se multiplicaría hasta lo infinito el tema. Pero nombraremos, no sólo a los que en estos seis años fueron 
aceptados en la Sociedad Salesiana y se matuvieron fieles a sus promesas, sino también a los que se inscribieron, pero que, al no estar 
ligados por un verdadero compromiso, juzgaron después que eran llamados a otro campo por la divina Providencia. Es un deber hacer 
honrosa mención de éstos, puesto que, antes de retirarse, trabajaron incansables por un tiempo considerable al lado de don Bosco, para 
educar e instruir a sus muchachos; y aún separados con el título de cooperadores, se glorían de haber militado bajo la gloriosa bandera de 
san Francisco de Sales. 

Mas no dejaremos de seguir paso a paso el crecer, el multiplicarse y extenderse de la Familia Salesiana, que puede y debe llamarse 
Institución de María Santísima, y veremos el valor y la constancia que tuvo don Bosco en el cumplimiento de la misión que le había 
confiado la Madre de los Cielos, en medio de persecuciones, sufrimientos y desengaños. 
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((338)) 

CAPITULO XXV 

CRITICAS CONTRA DON BOSCO: POR LAS FRECUENTES COMUNIONES DE SUS MUCHACHOS; POR SUS MAESTROS 
QUE NO VAN A LAS CLASES DEL SEMINARIO; POR LOS ESTUDIOS TEOLOGICOS TENIDOS COMO INSUFICIENTES 
-TEMOR DE QUE SE QUEDEN CON DON BOSCO LOS MEJORES SEMINARISTAS Y MANEJOS PARA SEPARARLOS DE EL 
-CARTA DE DON BOSCO AL CANONIGO VOGLIOTTI SOBRE EL SERVICIO EN LA CATEDRAL-DON BOSCO ACUSADO 
DE QUERER INDEPENDIZARSE DE LA AUTORIDAD ECLESIASTICA -NO ESTA BIEN VISTO QUE LOS SEMINARISTAS SE 
PREPAREN PARA OBTENER DIPLOMAS DE MAESTRO Y LICENCIADO -LOS PELIGROS DE LA UNIVERSIDAD -ENVIAN 
ACUSACIONES CONTRA DON BOSCO A MONSEÑOR FRANSONI Y DEFENSA DEL CANONIGO NASI -PALABRAS DEL 
ARZOBISPO EN ALABANZA DE DON BOSCO -LOS QUE AMAN EL BIEN SON AMIGOS DE DON BOSCO 

LAS relaciones de don Bosco con las autoridades de la Diócesis eran óptimas. Los Vicarios generales Ravina y Fissore siempre lo 
apoyaron, y al mismo tiempo tenía un amigo en el canónigo Zappata. La mayor parte de los sacerdotes le favorecía. El estaba tranquilo y 
seguro en todo lo que hacía porque contaba con la aprobación absoluta de don José Cafasso. Pero no le faltaban contrarios entre 
miembros influyentes del clero, personas pías y doctas. Esta oposición, más o menos intensa, comenzó en 1844 ((339)) y duró hasta 
1883. Se cumplía aquella antigua sentencia: «Al cura malo, lo castigan; al bueno, lo toleran; y al santo, le hacen guerra». 
Y es natural; el sacerdote santo demuestra serlo con acciones extraordinarias, y mientras no se le conozca bien, una prudencia elemental 
enseña que es preciso ser cautos en juzgar; además, este hombre superior a los demás parece a veces que se sale del molde establecido, al 
que se conforman todos sus compañeros, y el distinguirse de las costumbres comunes, parece ostentación y novedad reprensible. Y 
además... además, aunque sea sólo un poco, entra también inadvertida la miseria humana. 
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La primera acusación contra don Bosco era que concedía con demasiada facilidad la comunión a los muchachos. Efectivamente la 
recomendaba siempre a los que iban a sus Oratorios festivos y fue el primero que introdujo la comunión diaria en un instituto para 
muchachos. Esta costumbre era censurada por algunos eclesiásticos de Turín y por directores de Seminarios, ya que el jansenismo tenía 
todavía muchas raíces en el clero. 

Don Bosco pertenecía a la escuela de don José Cafasso y, por ende, a la de san Alfonso; su espíritu era el de la Iglesia Católica, como 
se evidencia desde el Concilio de Trento hasta las últimas declaraciones de Pío X. Pero no se enfrascó en áridas disputas; su vida era más 
práctica que teórica. Respondía con pocas palabras a sus opositores. Cierto día se presentó uno de éstos para hacerle una observación: 

-Quién puede gozar de unas disposiciones como para comulgar cada día, cuando el propio san Luis no comulgaba más que una vez a la 
semana? 

-Cuando se encuentre uno, contestóle don Bosco, tan perfecto y fervoroso como san Luis, entonces puede bastarle la comunión una sola 
vez a la semana, pues este santo ((340)) solía emplear tres días para prepararse y se pasaba otros tres en continua acción de gracias; por 
consiguiente, a él le bastaba comulgar cada ocho días para mantener encendido el fervor de su corazón. 

A otro que le recordaba las palabras de san Francisco de Sales, que ni alaba ni vitupera la comunión diaria, respondióle don Bosco: 

-Y entonces, por qué la censura usted? No la desapruebe tampoco usted. 

Pero estos señores no observaban el gran cuidado que don Bosco tenía de que las comuniones se hicieran bien. Su principio era que 
sólo el pecado mortal era el verdadero obstáculo para comulgar; no permitía la comunión diaria al que tuviera afecto al pecado venial. Y 
sugería un límite a la frecuencia de la confesión, recomendando a los sacerdotes, a los clérigos y a los alumnos que ordinariamente se 
confesaran una sola vez a la semana y tuvieran un confesor fijo. Sin embargo, añadía, sobre todo a los jovencitos: 

-Pero antes que confesar y comulgar sacrílegamente, cambiad de confesor, si es preciso, todas las veces que os confeséis. 

Mas los importunos consejeros no cesaban en sus intentos de hacerle cambiar de sistema. Nos escribió el canónigo Anfossi: «Una tarde 
ya avanzado el otoño, no sé precisar el año, pero debió ser hacia 1858 ó 1859, entró en el Oratorio el sacerdote C..., muy apreciado 
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e influyente en sociedad. Era un hombre de carácter arisco, que no sabía hacerse querer por los muchachos, siempre desafortunado en sus 
empresas por falta de buen espíritu. Defendía este señor que no se debían comenzar fundaciones de caridad sin el beneplácito y el apoyo 
del Gobierno. íQué distinto de don Bosco que siempre y únicamente buscó la aprobación de la Iglesia y la bendición del Papa! Vi entrar a 
este señor en el Oratorio de ((341 )) san Francisco; se hallaba el patio desierto porque los muchachos estaban en el estudio o en los 
talleres. Me acerqué a él, y al decirme que quería hablar con don Bosco, lo acompañé a la salita de visitas del primer piso, junto al 
despacho de don Víctor Alasonatti, y fui después a buscar a don Bosco. Terminada la conversación, yo mismo, que estaba esperando 
afuera, acompañé al sacerdote hasta la portería y volví después a toda prisa a don Bosco, el cual me dijo: 

-Sabes qué vino a decirme ese sacerdote? 

-No, señor; respondí. 

-Vino a reprocharme, añadió, de que incito a mis muchachos a recibir con demasiada frecuencia los sacramentos; dice que basta en las 
fiestas principales del año, y que de no ser así, se hacen unos impostores. Le repliqué que los resultados de la educación religiosa que yo 
daba a los muchachos, me proporcionaban consuelos y frutos grandísimos de virtud y que ésta era la doctrina de los más grandes santos. 
Pero don C... se mantenía en sus trece. Entonces yo me levanté invitándole a exponer sus ideas a don José Cafasso. 

Pero a buen seguro que don C... no se presentó a don José Cafasso. 

Este señor era uno de los que acusaban a don Bosco de rechazar los consejos de las personas prudentes». 

Además de esta crítica, estos hombres prudentes lanzaban otra contra don Bosco. No se quería tener en cuenta que el Oratorio fue 
durante muchos años, y seguía siéndolo todavía, el lugar donde se refugiaban muchos seminaristas de la Archidiócesis, porque el 
Seminario de Turín seguía ocupado por el Gobierno. No se reconocía la naturaleza de la institución de don Bosco, que miraba 
principalmente a ayudar a las vocaciones al estado eclesiástico. No se comprendía la importancia de una obra destinada a proporcionar 
sacerdotes a todas las diócesis del Piamonte y de otros Estados, incluso fuera de Italia. Por consiguiente se miraba, con más o menos 
frialdad, ((342)) que don Bosco se dedicase a la educación de estudiantes y seminaristas además de los pobres aprendices. Aureolados de 
sabiduría, le juzgaban inepto para la educación de los aspirantes al sacerdocio. 
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El malhumor aumentó cuando don Bosco se vio obligado a no enviar a las clases de teología del Seminario y a retener en casa a algunos 
clérigos, absolutamente necesarios para atender las clases de los muchachos. Aunque había hablado de este asunto con el Vicario 
General, recibió un aviso, que sonaba a reproche, de la Curia arzobispal, como si él quisiera en este caso sustraerse a las disposiciones 
emanadas de la autoridad eclesiástica. Pero el Siervo de Dios o tenía que servirse de sus propios medios, es decir, de aquellos clérigos, ya 
que no podía encontrar otros profesores, o resignarse a suspender su obra, en lugar de desarrollarla y ampliarla como estaba firmemente 
decidido a hacer. La Curia concedió la dispensa pedida después de oír sus razones; y don Bosco recomendó con insistencia a dichos 
clérigos-maestros que estudiaran a fondo los tratados, impuestos por el programa del Seminario, y los enviaba regularmente a examinarse 
en la Curia. Y no los dejaba abandonados a sí mismos, pues el teólogo Berta les daba clase en su propia casa los domingos y días de 
vacación. 

Pero todos los demás clérigos, que no estaban dedicados a las escuelas del Oratorio, los tuvo sometidos, sin excepción durante muchos 
años, a los reglamentos diocesanos. 

Murmurábase también que los clérigos de don Bosco, distraídos por sus variadas y graves ocupaciones, no podían alcanzar la ciencia 
teológica necesaria. «Pero yo, por el contrario, puedo atestiguar, escribió el teólogo Domingo Bongiovanni, que los clérigos del Oratorio 
daban pruebas de continuo estudio y muchos de ellos sobresalieron después por su saber entre los mismos seminaristas y se prepararon 
para alcanzar el doctorado también en teología.» 

((443)) Los registros de las calificaciones, por ellos obtenidas en los exámenes, son una prueba de esta afirmación. 

Había también quien miraba con ojos recelosos y desconfiados y se decía que don Bosco, al quedárselos consigo y para su pequeña 
Congregación, quitaba a la diócesis los sujetos más capaces y de mayores esperanzas. No se quería comprender que era muy lógico que 
retuviera a aquéllos con los que más podía contar. Por otra parte, mientras privaba a una diócesis de un sacerdote o de un seminarista, 
sacaba por su medio para el seminario, gratuitamente o a pensión reducida, todo un centenar de sujetos, que sin don Bosco, no hubieran 
podido emprender los estudios, y los hubiera perdido la Iglesia. Pero ciertas mentes celosas no podían convencerse de ello, estando como 
estaba el porvenir sólo en las manos de Dios. Por eso tendían asechanzas, que ellos juzgaban actos de caridad, a aquellos 
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pocos que se quedaban en el Oratorio como colaboradores necesarios para continuar la gran obra, y que tanto dinero y tantos trabajos 
habían costado a don Bosco. Trataban de halagarlos para que abandonaran a su bienhechor con promesas de pensiones en el Seminario, 
de beneficios lucrativos, de carreras honrosas. Para estos enredos, hasta se aliaban con los padres de los clérigos, y no pocas veces 
triunfaron en su intento. Fueron grandes las amarguras que don Bosco experimentó con tal motivo, y si el Oratorio no se vino abajo fue 
por obra de la Santísima Virgen. 

Aquel mismo año de 1859 surgió una nueva dificultad con motivo del servicio que el Oratorio prestaba en las funciones de la Catedral. 
El canónigo Vogliotti, rector del Seminario y provicario, mandó llamar a don Bosco y le pidió que se continuase aquella prestación a los 
canónigos. Don Bosco aguardó unos días para reflexionar, y después le escribió en los siguientes términos: 

((344)) Benemérito Señor Rector: 

He pensado y reflexionado sobre cómo poder dejar libres a algunos clérigos para el servicio religioso, según usted me habló; pero 
resulta que la hora en que deberían ausentarse coincide precisamente con la de las funciones en los Oratorios, donde todos ellos están 
repartidos y empleados. 

La falta de ayuda de otros sacerdotes y de otros clérigos es causa de que los míos estén ocupados de la mañana a la noche atendiendo a 
la catequesis, a la escuela festiva, a la asistencia de los muchachos en la iglesia y fuera de ella, lo mismo en esta casa que en las iglesias 
de Vanchiglia y Puerta Nueva. 

Me he quedado solamente con los clérigos estrictamente necesarios. Pero, si se celebran solemnidades para las que sean necesarios más 
clérigos, con gusto me las arreglaré como pueda para que estén libres los que le hagan falta. 

El canónigo Anglesio tiene un buen número de clérigos que no tienen el fárrago de cosas que nosotros tenemos. Le parece bien acudir a 
él? Piénselo un poco. 

El señor T. Gaude habló con el clérigo Molino para ayudar al clero de San Felipe; pero aquí tenemos ceremonias, servicio, etc., y lo que 
más pesa, es que le necesito. Por lo que le ruego tenga a bien dispensarlo. 

Le envío el certificado de buena conducta de nuestros clérigos durante las vacaciones; y me encomiendo para la revisión de San 
Cornelio 1, mientras con la mayor gratitud me profeso. 

De V. S. Benemérita. 

Turín, 12 de noviembre de 1859 

Su seguro servidor JUAN BOSCO Pbro. 

1 Se refiere don Bosco a su obrita de «lecturas católicas» con el título de Vida del papa san Cornelio. Quiere decirle que se dé prisa en 
darle una ojeada; pues, antes de imprimir una obra, solía pasarla a otra persona, para que se la leyera. (N. del T.) 
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Con motivo de estas controversias, aunque corteses y respetuosas, en torno a los clérigos del Oratorio, hubo quienes, ignorando el 
estado de las cosas, no dejaban de murmurar, acusando a don Bosco de querer tener la primacía en la diócesis y buscar artificios de toda 
clase para no estar sujeto a sus ((345)) superiores. En efecto, alguna vez, aunque don Bosco tuviera siempre un recto fin en todos sus 
actos, pareció dar algún motivo a los criticones. Su Pía Sociedad no estaba todavía aprobada, y la Curia toleraba de mala gana ciertos 
actos, que, sin embargo, eran necesarios para que no se agostara su incipiente obra. Por otra parte, después de los consejos del Papa y de 
su Arzobispo, tampoco podía don Bosco dejar de emplear los medios a propósito para alcanzar su fin. Todo ello daba ocasión a algunos 
equívocos. Alguna vez, yendo a la Curia para obtener un permiso, se le negó; y él, sin mencionar su misión ni sus proyectos, soltó un día 
estas palabras: 

-íPero, señores, yo no pido nada para mí; ténganlo presente! Sirvo a la diócesis y no recibo ningún estipendio; trabajo únicamente por el 
bien de las almas; no pido más que poder trabajar por la gloria de Dios. 

Cuando oía a uno que interpretaba torcidamente sus intenciones, como si actuase por espíritu de independencia, replicaba: 

-Examínense mis obras y mis escritos y se verá qué espíritu me anima. Mírese cuanto se quiera mi vida pública y lo que voy haciendo y, 
si hay algo que merezca reproche, estoy dispuesto a corregirlo. Sólo pido que se me advierta, pero en términos concretos y no vagos e 
indeterminados. 

Por último tampoco faltaron los que encontraban motivo de crítica y manifestaban extrañeza de una sabia determinación de don Bosco. 
Era evidente para él que los políticos, a despecho de la ley Casati, serían más hostiles año tras año a la libertad de enseñanza y que 
pondrían graves estorbos para que los religiosos y los sacerdotes en general no pudieran dedicarse más a la enseñanza pública o privada, 
científica o literaria. 

-Eso ya no tiene remedio, iba diciendo don Bosco; los tiempos ((346)) son malos y no cambiarán tan pronto. Dentro de unos años 
tendremos que cerrar nuestras escuelas, o disponer de profesores titulados para enseñar. 

Por eso él ya había puesto a estudiar a algunos de sus clérigos, para que pudieran presentarse a los exámenes de los cursos de 
magisterio y alcanzar el título oficial para las escuelas elementales. A tal fin se entendió con un buen profesor que acudía al Oratorio en 
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vacaciones para darles con regularidad sus lecciones, de modo que muchos de ellos alcanzaron excelente resultado. 

Asimismo preparaba a algunos de los más dotados para la licenciatura y el doctorado; y entre los Superiores de Congregaciones 
religiosas fue el primero, y a la sazón el único en tomar esta medida, matriculando en la Real Universidad de Turín a sus alumnos para 
cursar Letras, Filosofía y Matemáticas, como nos lo confirma el canónigo Anfossi, que fue uno de ellos. Pero nunca los dispensó de 
presentarse a los exámenes anuales de Teología. 

Con esta medida demostraba don Bosco la necesidad de que el clero se armara con la exigencia de las leyes, para oponerse hasta donde 
fuera posible a la instrucción laica, impía y escandalosa; tutelaba un gran número de vocaciones eclesiásticas, demostraba frente al mundo 
la importancia que daba a los estudios y preparaba la expansión, también fuera de Turín, de su Pía Sociedad, la cual de no ser así, no 
hubiera podido seguir enseñando en el Oratorio. 

Don Bosco había tomado esta determinación de acuerdo con el Vicario General de la Diócesis, según el testimonio de don Miguel Rúa; 
pero no todos los eclesiásticos, aun algunos muy piadosos, vieron con buenos ojos esta medida. Algunos obispos la desaprobaban, casi 
condenando al buen sacerdote por haberse doblegado a las injustas pretensiones del Gobierno. Y ellos no permitían que ((347)) su clero 
se presentara a tales exámenes. Pero más tarde, considerando las consecuencias que su opinión producía en perjuicio de las almas, se 
dieron cuenta de la gran prudencia con que él había actuado en favor de los intereses de la Iglesia. Don Bosco los había exhortado a 
rendirse ante aquella necesidad, aduciéndoles la razón de que sin esta medida el clero perdería todas sus escuelas; y muy pronto imitaron 
su ejemplo. También aconsejó a los Superiores de varias Ordenes religiosas que proporcionaran a sus Centros profesores titulados de la 
propia orden; al principio quedaron sorprendidos, pero más tarde reconocieron que no se podía proceder de otra forma. De esta manera, 
por iniciativa de don Bosco, hubo muchos sacerdotes y clérigos, además de los suyos, que alcanzaron los títulos legales para la enseñanza 
clásica elemental y superior. 

Para salir airoso en esta empresa no ahorró trabajos, gastos ni disgustos. Son realmente increíbles las dificultades que arrostró, pero a 
cada obstáculo que encontraba cobraba nuevas fuerzas. 

A pesar de todo, al principio acusábase también a don Bosco de imprevisión, porque el atender a estos estudios, no estaba exento de 
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peligros para la juventud eclesiástica. El profesor Tomás Vallauri decía a don Juan Bautista Francesia: 

-Sigue don Bosco pensando en enviar a sus clérigos a la Universidad? Dígale de mi parte que aquí se respira un aire pestilencial. 

Pero don Bosco abrigaba la seguridad de que sus hijos tenían profundamente arraigados en su corazón los principios católicos, y 
además estaban prevenidos con sus continuos avisos. 

-Queréis ser fuertes para luchar contra el demonio y sus tentaciones? Amad a la Iglesia, venerad al Sumo Pontífice, frecuentad los 
Sacramentos, haced frecuentes visitas a Jesús en el Sagrario, sed muy devotos de la Virgen, ofrecedle vuestro corazón y así superaréis 
todos los combates y todos los halagos del ((348)) mundo. Cuando se trata de hacer el bien, de rechazar o combatir el error, poned vuestra 
confianza en Jesús y María, y entonces estaréis preparados para vencer el respeto humano e, incluso, para sufrir el martirio. 

Y por esto, guiado por su iluminada prudencia, dejó a sus hijos como norma y testamento que siguieran asegurando la existencia de sus 
escuelas, proporcionando a los sacerdotes y a los clérigos la oportunidad de conseguir los títulos oficiales para la enseñanza. 

Acabamos, pues, de exponer las principales observaciones que, durante algunos años, se oyeron repetir para desacreditar a don Bosco, y 
las razones en defensa de su conducta. Verdad es que por entonces no podían sus detractores prever y ponderar las rectas intenciones y las 
consecuencias de los actos de don Bosco; sin embargo, no podían ignorar que él se mantenía siempre firme en procurar el mayor bien 
posible de la juventud, y de una manera heroica. En la marcha general de sus obras habrán encontrado también algunos defectos 
inevitables en toda empresa humana, que el mismo don Bosco lamentaba y se esforzaba por corregir hasta donde le era posible; pero no 
prestaban oído al aviso del Espíritu Santo, que encontramos en el libro de los Proverbios: «No pongas, malvado, asechanzas a la mansión 
del justo, no hagas violencia a su morada» 1. 

Por el contrario, en otras ocasiones estos señores enviaban a monseñor Fransoni informes contra don Bosco. Cuando el canónigo Nasi 
fue a Lyon a ver al Arzobispo, éste le preguntó: 

-Pero, en resumidas cuentas, a qué se dedica don Bosco, a hacer el bien o a hacer el mal? 

Dióle el canónigo las explicaciones que un amigo sincero del Oratorio podía dar; el Arzobispo quedó contento con ellas, y muy 

1 Prov. XXIV, 15. 
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pronto se le presentó la oportunidad de dar pruebas de su satisfacción. 

Fue a visitarle una comisión de tres sacerdotes; tras haber hablado de muchos asuntos relacionados con la diócesis, ((349)) acabaron 
exponiéndole varias acusaciones contra el Oratorio. Decían, entre otras cosas, que don Bosco pensaba fundar un Seminario por cuenta 
propia con los muchachos estudiantes que él educaba y los clérigos que vivían en su internado, para proveer de personal a su Institución; 
que este Seminario perjudicaría a los Seminarios diocesanos y, por ende, serviría de vergüenza y burla de los derechos episcopales. 
Hubieran querido presionar el ánimo del buen Prelado hasta inducirle a escribir una carta prohibiendo a don Bosco que prosiguiera su 
plan, y hasta insinuándole el cierre del internado de Valdocco. Monseñor Fransoni, que conocía las intenciones de don Bosco, después de 
dejarles decir cuanto quisieron, exclamó: 

-He pedido informes precisos a persona de confianza; nada me dijo de lo que vosotros afirmáis, y he sabido que en el Oratorio se hace 
mucho bien. Dejad, pues, que haya en Turín quien siga haciendo bien a las almas, dado que yo no lo puedo hacer. 

Terminaremos con un juicio del teólogo y canónigo Ballesio: «Me parece poder afirmar que los enemigos y adversarios de don Bosco, 
de su nombre y de sus obras, fueron y siguen siendo enemigos del bien. Por lo demás, recuerdo siempre haber visto que todas las 
personas amantes del bien, aunque podían no estar de acuerdo con él en algún punto accidental, o tenían algo que decir de sus obras, 
todos estaban de acuerdo con él y lo aprobaban en lo esencial e importante de sus empresas. Aconteció, especialmente en los primeros 
tiempos del Oratorio, que personajes respetables del clero recelaron del Siervo de Dios y de sus empresas e, incluso, se mostraron 
contrarios; pero, por cuanto yo sé, estas personas mudaron de opinión cuando conocieron toda la verdad de las cosas, y casi siempre se 
convirtieron en amigos y bienhechores suyos». 
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((350)) 

CAPITULO XXVI 

PLATIQUITAS DE DON BOSCO -ANUNCIO DE LA NOVENA DE NAVIDAD: MEDIOS PARA SANTIFICARLA -ESTUDIAR 
SIGNIFICA SER BUENO -NO HURTAR -NO DECIR PALABRAS GROSERAS -OBEDECER AL CONFESOR -SINCERIDAD EN 
LA CONFESION -SUGERENCIAS PARA LA FIESTA DE NAVIDAD 

ERA el mes de diciembre de 1859. Iba a comenzar la novena de Navidad y don Bosco no descuidaba, por cierto, una ocasión tan 
oportuna para enamorar a sus alumnos del inefable misterio. 

Habló siete veces, puesto que algunas tardes tuvo que estar en el confesonario hasta hora muy avazada. Uno de los clérigos tomó nota 
de sus platiquitas, comprendidas las de fin de año, nos las transmitió y las brindamos al lector. Están encabezadas con una frase del 
Cantar de los Cantares: «Sicut vitta coccinea labia tua: et eloquium tuum dulce» (tus labios una cinta de escarlata: y tu hablar, 
encantador». Con este versículo se quiso indicar el afecto que brotaba de los labios de don Bosco, teñidos cada mañana con la sangre de 
Jesucristo, afecto y unción que no pueden expresarse de otro modo. 

((351)) 

15 de diciembre 

Mañana empieza la novena de Navidad. Cuéntase que cierto día un devoto del Niño Jesús, viajando por una selva en invierno, oyó 
como un gemido de niño, y avanzando por el bosque hacia el lugar de donde salía la voz, vio un hermosísimo niño que lloraba. 
Compadecido dijo: 

-íPobre niño, cómo estás aquí abandonado en la nieve? 

El niño contestó: 

-íAy de mí! Cómo no voy a llorar, estando aquí abandonado de todos sin que nadie tenga compasión de mí? 

Y desapareció. Comprendió entonces aquel buen viajero que era el mismo Niño Jesús quien se quejaba de la ingratitud y frialdad de los 
hombres. 

Os he narrado este hecho para que procuremos que Jesús no tenga que quejarse también de nosotros. Preparémonos, pues, a hacer bien 
esta novena. 
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Por la mañana, a la hora de la misa, se cantarán las profecías, habrá una platiquita y después la bendición con Su Divina Majestad. 

Os aconsejo dos cosas para estos días, a fin de hacer santamente la novena. 

1. Acordaos a menudo del Niño Jesús, del amor que os tiene y de las pruebas que de ello os ha dado muriendo por vosotros. Al 
levantaros en seguida al toque de campana y sentir el frío, acordaos del Niño Jesús que temblaba de frío sobre unas pajas. A lo largo del 
día animaos a estudiar bien las lecciones, a hacer bien el trabajo, a estar atentos en clase por amor a Jesús. No olvidéis que Jesús crecía en 
sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres. Y sobre todo guardaos por amor a Jesús de caer en cualquier falta que 
pueda disgustarle. 
2. Id a visitarle a menudo. Envidiamos a los pastores que fueron al portal de Belén, le vieron recién nacido, le besaron las manitas y le 
ofrecieron sus dones. 
Afortunados pastores, decimos nosotros, y, sin embargo, no tenemos nada que envidiar, pues poseemos la misma suerte que ellos. El 
mismo Jesús, visitado por ellos en su pesebre, está aquí en el Sagrario. La única diferencia es que los pastores lo vieron con los ojos de la 
cara y nosotros sólo le vemos con la fe. No podemos hacer nada que más le agrade, que ir a visitarle a menudo. Y de qué manera ((352)) 
ir a visitarle? Primero con la comunión frecuente. En el Oratorio, especialmente durante esta novena, hubo siempre gran interés y gran 
fervor por la comunión; yo espero que haréis lo mismo vosotros este año. Otra manera es ir alguna vez a la iglesia durante el día, aun 
cuando no fuera más que un minuto, y rezar un Gloria Patri. Habéis entendido? Haremos dos cosas para santificar esta novena. Cuáles 
son? Quién sabe repetirlas? Acordarse a menudo del Niño Jesús, acercarse a El con la santa comunión y con la visita en la iglesia. 

16 de diciembre 

Me alegro al ver que las calificaciones de aplicación son buenas porque, siendo así, quiere decir que se estudia y estudiando indicáis 
dos cosas. La primera, que triunfaréis, la segunda, que sois buenos muchachos. Por consiguiente, este año todos triunfaréis, y no sólo 
aprobaréis los exámenes finales, sino que ganaréis un premio. Me diréis: 

-Cómo nos van a premiar a todos? Sólo se dan premios a algunos; de otro modo, don Bosco se arruinaba totalmente si hubiera de 
premiar a todos nosotros. 

-Pero yo os respondo que no serán premiados sólo algunos, sino todos los lo merezcan. Si todos merecen premio, todos lo tendrán y el 
último día del curso invi-taremos a los padres, a los párrocos, a los alcaldes, a los amigos y íqué hermoso triunfo tendrá entonces el que 
haya estudiado! Además, si no todos obtuvieran sobresaliente en todas las asignaturas, no es un hermoso premio poder decir: hice cuanto 
pude, Dios está contento de mí, mi conciencia rebosa de consuelo, he enriquecido mi mente con útiles conocimientos? 

Pero he dicho también que las buenas notas indican que sois buenos, porque el medio que más estimula al estudio es la piedad. Esto 
significa que la novena de Navidad se hace con fruto y que el Niño Jesús os ha enardecido para hacer el bien. íAnimo, pues! Que este 
fuego no sea solamente para una semana, sino para todas. Los que merezcan un optime (sobresaliente), que lo sigan mereciendo siempre; 
los que saquen una nota suficiente, aunque inferior al sobresaliente, anímense y díganse a sí mismos: si éste y aquél ((353)) han sacado 
sobresaliente, por qué no lo puedo sacar yo también? No quiero quedarme atrás de los demás. 
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Si supierais la suerte que tenéis pudiendo estudiar, pondríais todo vuestro empeño para no perder ni siquiera un segundo de tiempo. 
íCuántos mayores hay a quienes se les oye suspirar y decir a menudo: íoh, si yo pudiera volver atrás y rehacer los años de mi juventud 
que perdí inútilmente, qué bien los emplearía ahora! Si lo hubiera hecho entonces, que era el tiempo para ello, ahora poseería muchos 
conocimientos que no tengo; y en la hora de la muerte sobre todo dirán: ahora tendría más méritos para el paraíso. íCuántos jóvenes de 
vuestra edad estudiarían día y noche si poseyeran los medios que tenéis vosotros para estudiar! Se cuentan por millares los que piden ser 
admitidos en esta casa y dan muestras de tener verdaderamente buena voluntad, pero no hay sitio para todos. Y vosotros fuisteis los 
preferidos por la divina Providencia. Si hubiera entre vosotros alguno que no quisiera estudiar y prefiriera la holgazanería, a pesar de los 
grandes sacrificios de los padres, de los superiores, que hacen cuanto pueden para ayudaros y también de los compañeros que os dan tan 
buenos ejemplos, íqué cuenta más rigurosa deberéis dar a Dios, si no aprovecháis el tiempo que tenéis! El Señor nos pedirá cuenta hasta 
de un solo minuto perdido. Pensad la que habrá de dar quien pierde horas, y a veces sesiones enteras de estudio, sin hacer nada. íAnimo, 
pues! Seguid el buen camino que habéis emprendido, pero no olvidéis nunca que para estudiar bien, hay que empezar ab alto, (desde lo 
alto). 

Al poneros a estudiar rezad con devoción una oración de ofrecimiento de actos como la rezaban san Luis, Comollo y Domingo Savio. 

17 de diciembre 

La entrega que se realiza cada noche de los objetos hallados, hasta de los más pequeños, hace suponer que nadie se permite guardar lo 
que no es suyo. Sin embargo, como el demonio es muy listo y podría engañar a alguno, acordaos siempre que apropiarse de lo ajeno es el 
vicio más deshonroso del mundo. 

Tenido por ladrón, difícilmente se quita de encima este sambenito. ((354))-íFulanito es un ladrón! -dirán los compañeros al llegar a sus 
casas-íFulanito es un ladrón!, repetirán los de su pueblo; y todos huirán de él. Pero lo que más espanta es aquella sentencia del Espíritu 
Santo: Fures regnum Dei non possidebunt. (Los ladrones no poseerán el reino de Dios.) Los ladrones jamás entrarán en el paraíso. Todos 
sabéis que en un ojo no cabe una mota. Pues lo mismo sucede en el paraíso. Allí no entra ni una pajita ajena. Si uno muriese después de 
robar una aguja, esto bastaría para no dejarlo entrar en el paraíso. Verdad es que una aguja es materia ligera de pecado, pero tendría que 
pagarlo muy caro en el purgatorio. San Agustín dice: «Non remittitur peccatum, nisi restituatur ablatum» (no se perdona el pecado, si no 
se restituye lo robado). Puede uno confesar el pecado, sí; pero no se le perdonará mientras no restituya, en el bien entendido de que pueda 
devolver y sea materia grave lo robado; y si no pudiera hacerlo, debe tener voluntad verdadera y eficaz de restituir. Pero, ícuidado! 
Porque muchas materias ligeras, al sumarse, pueden llegar a formar poco a poco materia grave. Diez céntimos hoy, mañana una corbata, 
un libro otro día, luego un cuaderno, y después un poco de fruta..., hacen pronto una cuenta seria ante el tribunal de Dios. Así pues, si no 
queremos exponernos al peligro de ser deshonrados ante todo el mundo, si no queremos cargar nuestra conciencia, tengamos mucho 
cuidado de no tocar nada que no sea nuestro. Debemos considerar lo ajeno como si fuera fuego. Si nos cae encima una chispa, la 
sacudimos al momento. Así también, si vemos cerca de nosotros algo que no es 
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nuestro, aunque sea de escasísimo valor, como por ejemplo una hoja, una plumilla, un lápiz, dejémoslo donde está. Necesitáis una cosa 
en aquel momento? Pedírsela a los compañeros; son suficientemente atentos para dárosla. Por lo demás, están los superiores; ellos os 
proporcionarán lo que os hace falta. 

18 de diciembre 

Si alguien os dijera: 

-Eres un ganapán, un limpiabotas, un destripaterrones, un chapucero, os daríais por ofendidos y con razón. Sin embargo, mientras 
algunos Protestarían Por semejantes títulos, no se ruborizan de aparecer merecedores de los mismos con los hechos, soltando ciertas 
palabras que sólo las dicen los carreteros, los mozos de cuerda y gente de esa ralea; porque ((355)) accidenti, contacc, va sulla forca, etc. 
1, son palabras que dejan mala impresión en los que las oyen. Por consiguiente, el que no quiera ser tenido por grosero o plebeyo, debe 
abstenerse de semejantes palabras. No es mi intención despreciar a los obreros ni a los demás braceros, que son hombres como nosotros; 
son dignos de compasión si sus modales son toscos, pues carecen de cultura y educación, y andan siempre en cosas materiales. Pero 
vosotros, que poseéis más instrucción y os ocupáis en cosas más elevadas, no debéis emplear palabras y modales bastos, sino demostrar 
con los hechos vuestra educación. Por eso os recomiendo que no digáis ciertas palabras. Alguién replicará: 

-Yo no cometo ningún pecado pronunciando ciertas palabras. 

-Bien, oídme: tampoco comete pecado un limpiabotas; por qué no vais vosotros también a hacer este oficio? Alguno más atrevido podrá 
pensar: -Lo que es pecado no puede ni debe hacerse, pero es lícito hacer todo lo que no es pecado. Decidme: Les gustaría a vuestros 
padres oíros decir esta palabrotas? íCómo sufrirían de tener un hijo tan mal educado! Ya me sucedió oír decir a uno semejantes 
palabrotas, mientras pasaba a su lado cierto señor. Aquel forastero podía ser una persona importante: qué idea se formaría de nuestros 
jóvenes? Guardad, pues, bien grabado en la mente el aviso que acabo de daros y practicadlo. Puede que aún haya alguno que diga: 

-Don Bosco tiene razón, pero es una costumbre... no quisiera 
decirlo ..., se me escapa sin querer... 

-Lo comprendo, respondo yo; pero comenzad por hacer el propósito de no decirlo aposta... Después prestad atención en los momentos 
en que acostumbráis hacerlo. Los asistentes os llamarán la atención y vosotros aceptad su advertencia. Rogad a vuestros propios 
compañeros que tengan la bondad de avisaros cuando se os escape alguna palabra gorda y ya veréis cómo poquito a poco os iréis 
corrigiendo de este defecto. Hacedlo en honor del Niño Jesús. 

19 de diciembre 

Un consejo que don Bosco suele dar a menudo es de la obediencia. Pero esta noche me limito a hablaros de la obediencia al confesor. 
Si es verdad que cuando un superior os habla, lo hace en nombre del Señor, y vosotros debéis obedecerle como 

1 Son expresiones plebeyas italianas, cuya traducción directa en castellano no dice nada; no nos parece necesario sustituirlas por otras 
de la misma jerga que tanto abundan, por desgracia, en nuestro lenguaje vulgar. (N. del T.) 

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se ((356)) obedece al Señor, esto debe observarse de una manera particular con relación al confesor, que de una manera más especial hace 
las ve es de Dios. Por consiguiente, debéis dar mucha importancia a sus palabras y considerarlas exactamente como palabras del Señor. 
Para que comprendáis cuánto estima El la obediencia al confesor, oíd el hecho siguiente. 

Dios favorecía a Santa Teresa con gracias especiales, pero creyendo el confesor que aquellas apariciones eran cosa del demonio, mandó 
a la Santa que las es cupiera. Y he aquí que se le aparece Jesús; ella pidió primero disculpa y luego cumplió la obediencia. El Señor alabó 
mucho aquel acto que parecía desprecio y era virtud. Si os confesáis bien, no es fácil que el confesor se equivoque, pero aun cuando se 
equivocara al mandaros algo, vosotros no os equivocaréis nunca, si le obedecéis. Los consejos que os dé en la confesión no os contentéis 
con oírlos en el confesonario pensad en ellos y resolved: me dijo esto y esto otro; por tanto, me esforzaré por cumplirlo. Volved a 
recordarlos por la noche al hacer el examen de conciencia, pensando especialmente si habéis sido obedientes. Si en aquel momento no os 
da tiempo, hacedlo mientras vais a descansar, renovando el propósito, si descubrís que habéis faltado. ímismo cuando vais a la iglesia a 
oír misa o a hacer una visita, prometed a Jesús: 

-Por vuestro amor haré lo que me ha dicho el confesor. 

Si cumplís lo que os digo, estad seguros de que avanzaréis mucho por el camino de la virtud. 

20 de diciembre 

El lazo con el que ordinariamente suele el demonio cazar a los jóvenes es precisamente éste: les llena de vergüenza a la hora de 
confesar sus pecados. Pero, cuando los tienta para cometerlos, les quita toda vergüenza y les hace creer que son cosas sin importancia. 
Después, cuando se trata de confesarlos, les restituye la vergüenza y hasta se la aumenta, intentando meterles en la cabeza que el confesor 
se asombrará al verlos caídos de ese modo y no les tendrá el aprecio de antes. De esta manera trabaja por empujar más y más a las almas 
al abismo de la eterna perdición. íOh, cuántas almas, especialmente de jóvenes, roba el demonio al Señor y a menudo para siempre! Pero 
vosotros, queridos míos, acordaos de que el confesor no se extraña nunca de los pecados que uno haya cometido, aun cuando fuera 
((357)) un santo al que se confiesa. Sabe que la fragilidad humana es grande y que un momento de descuido puede ser fatal para todos. 
Por consiguiente, es indulgente. Una madre demuestra más cariño a su hijo cuando éste se halla enfermo. El pecado es una enfermedad. 
Si el hijo muere, íqué alegría tendría la madre si pudiera resucitarlo! El pecado es la muerte del alma; íqué alegría la del confesor al poder 
resucitarla! Acordaos, queridos muchachos, de que no se sorprende el confesor por un pecado que cometáis, antes, al contrario, se alegra 
de vuestra conversión, le conmueve vuestra confianza y os quiere y os aprecia más que antes. 

Dice el Señor que los ángeles del cielo hacen más fiesta por un pecador que se convierte que por la perseverancia de noventa y nueve 
justos. Lo mismo le sucede al confesor. Os diré más: no temáis acercaros a él aun fuera de la confesión, porque después de haberos 
confesado, ya no piensa en ello, ni recuerda nada. Es éste un hecho que me sucede a mí mismo continuamente. Además, si se acordara, 
tendría un motivo más para aumentar su alegría y su afecto hacia vosotros, pues podría pensar: 

-A este muchacho lo he salvado yo, y un día podré presentarlo puro y santo ante 
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Dios en el paraíso. El es una prenda de mi eterna salvación y me quedará agradecido y rezará por mí. 

Y no sería, además, una gran suerte tener en el momento de la muerte a nuestro lado un confesor que nos conozca bien y pueda 
confesarnos con una sola palabra: 

A propósito de la estima que tíene el confesor a su penítente, os contaré dos hechos que le sucedieron a san Francisco de Sales. Un día 
cierto penitente suyo que le había confesado todos los desórdenes de su juventud, dijo al buen Obispo, que le daba los avisos oportunos 

con gran efusión de corazón: 

-Sin duda que me habláis así por compasión, pero en lo íntimo del alma me tenéis un gran desprecio. 

-Sería yo culpable, contestó san Francisco, si después de una confesión tan buena os tuviera todavía por pecador, cuando, por el 
contrario, os veo más blanco que la nieve, semejante a Naamán al salir del Jordán. Os amo como a hijo mío, puesto que mi ministerio os 
ha hecho renacer a la gracia, os tengo una estimación tan grande como el afecto que os profeso, al ver que de vaso de ignominia que erais, 
os habéis convertido en vaso de honor y santidad. íAh, cuán querido me es vuestro corazón, ahora que ama a Dios con todas su veras! 

((358)) preguntóle casi lo mismo cierta penitente que se había confesado de muchos pecados, y respondió: 

-Ahora os miro como a una santa. 

-Pero, replicó ella, vuestra conciencia os dirá lo contrario. 

-No, añadió él, os hablo según mi conciencia. Antes de vuestra confesión, sabía de vos muchas cosas desagradables, que corrían por 

todas partes, y esto me dolía, por la ofensa a Dios y por respeto a vuestra reputación; pero ahora sé qué responder a cuanto se pueda decir 
contra vos. Diré que sois una santa y diré la verdad. 

-Pero, padre, el pasado sigue siendo verdad. 

-De ningún modo, porque si los hombres os juzgaren como el fariseo juzgó a la Magdalena después de su conversión, tendréis por 
defensores a Jesucristo y a vuestra conciencia. 

-Pero, en fin, padre mío, qué pensáis vos de mi pasado? 

-Os aseguro que no pienso nada, porque, cómo queréis vos que mi pensamiento se detenga en lo que ya no existe ante Dios? No pensaré 
más que en alabar a Dios y celebrar la fiesta de vuestra conversión. Sí, quiero celebrar esta hermosa fiesta con los ángeles del cielo, que 
celebran el cambio de vuestro corazón. 

Y como quiera que al decir esto, tenía el rostro bañado en lágrimas, le dijo la penitente: 

-Sin duda que estáis llorando por mi vida abominable. 

-No, replicó el santo Prelado, lloro de alegría por vuestra resurrección a la vida de la gracia. 

Habéis entendido, mis queridos amigos? Sin embargo, si aún después de todas estas razones no os sentís con ánimos para abrir 

completamente la conciencia a vuestro confesor, antes que cometer un sacrilegio, cambiadlo e id a otro. 

23 de diciembre 

Quiero que estéis alegres en las fiestas de Navidad, muy alegres. Recomendaremos al señor Prefecto que dé las órdenes oportunas al 
cocinero. Os gusta así? Yo miraré por la alegría del cuerpo y vosotros, juntamente conmigo, miraréis por la alegría del alma. El Niño 
Jesús que nació en estos días, y quiere volver a nacer cada 

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año en vuestros corazones, espera de vosotros algo especial. Ya habéis ((359)) oído en las pláticas de estos días cuánto hizo El por 
nosotros. Notad que no fue por todos en general, sino por cada uno de nosotros en particular. Muchos Santos Padres nos dicen que el 
Señor hubiera nacido y muerto igualmente, si hubiera habido uno sólo a quien salvar. Por tanto, lo que sufrió por todos, lo hubiera sufrido 
por cada uno de nosotros. Cada uno puede por consiguiente decir para sí mismo: íeste Niño nació y murió expresamente por mí; por mí 
ha sufrido tanto! Qué muestras de gratitud le daré? íEste querido Niño espera algo de nosotros, algún regalo especial! Qué le vais a dar? 
Os sugiero dos cosas: 

1. Una buena confesión y una buena comunión, con la promesa de serle siempre fieles. 
2. Quien no lo haya hecho todavía, escriba una hermosa carta a sus padres, pero no diciéndoles: enviadme salchichón, enviadme dulces, 
higos secos, pasas, manzanas, etc., que los padres conocen vuestros deseos y os contentarán. Escribidles una carta, como corresponde a 
hijos cristianos, augurándoles unas felices Pascuas, asegurándoles que rezáis por ellos, dándoles gracias por los sacrificios que hacen por 
vosotros, pidiéndoles perdón por si alguna vez les faltasteis al respeto debido, prometiéndoles que seréis siempre hijos obedientes, 
saludándoles de mi parte y con mis mejores augurios de unas buenas Navidades y un feliz Año Nuevo. 
Si les escribís en estos o parecidos términos, les daréis una gran satisfacción y ello agradará mucho a Jesús, porque con esta carta 
honraréis a vuestro padre y a vuestra madre. No olvidéis tampoco a vuestros bienhechores y a vuestro párroco, quienes verán de este 
modo que sois muchachos de buen corazón, agradecidos y bien educados. Termino deseándoos a todos unas felices navidades. 
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((360)) 

CAPITULO XXVII 

INDULGENCIA PLENARIA PARA UN SANTUARIO EN CASELETTE -PALABRAS DE DON BOSCO A LOS MUCHACHOS 
SOBRE EL AÑO QUE TERMINA -RECUERDOS A TODA LA COMUNIDAD -LA ULTIMA NOCHE DEL AÑO -ALUMNOS 
FALLECIDOS DURANTE EL AÑO 1859 -AGUINALDOS PERSONALES DE DON BOSCO A SUS ALUMNOS Y DE ESTOS A EL 

AL celebrar la misa de Nochebuena no olvidó don Bosco a ninguno de sus bienhechores, contando entre los primeros al conde Carlos 
Cays. Proporcionábale así una ansiada y viva satisfacción. 

En la orilla izquierda del río Dora Riparia, hacia la mitad de la ladera del monte Asinaro, se asienta el pueblo de Caselette con el 
castillo del conde Cays. En tiempos antiquísimos habíase levantado allí una capilla en honor del niño Habacuc, de su hermano Audifaz y 
de sus padres Mario y Marta, mártires de la nobleza persa. Fue restaurada y ampliada en 1817, y decorada y ampliada en 1851 y en 1855 
merced a las aportaciones de las Reinas y de todo el pueblo. En 1856 se levantaron a lo largo del camino, que conducía al santuario, 
quince capillitas con pinturas de los misterios del Vía Crucis y del Santo Rosario. Estos mártires eran tenidos como protectores especiales 
contra las fiebres y obraban maravillosos portentos en favor de los que los invocaban. 

((361)) El Conde, para favorecer al ayuntamiento de Caselette, había insistido a don Bosco para que suplicase al Papa que concediera 
una indulgencia plenaria a todos los que el día diecinueve de enero, desde las primeras vísperas hasta la caída del sol del mismo día, 
visitaran dicha capilla. Pío IX otorgó la indulgencia con las condiciones de costumbre, con fecha 20 de diciemre de 1859, y mandó 
transmitir el Rescripto a don Bosco. El día veintinueve de diciembre el Vicario 
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general canónigo Celestino Fissore, permitía que se publicase y se mandara imprimir 1. 

La noche de aquel mismo día veintinueve hablaba don Bosco a sus muchachos en los siguientes términos: 

-Este año no lo volveremos a ver nunca más; el tiempo pasado ((362)) no vuelve más. Si lo hemos empleado bien, allá estará para 
nuestra gloria eternamente; si lo hemos empleado mal, allá estará eternamente para nuestra infamia. 

Ahora lo que está hecho, ya no se puede deshacer. En este último caso procuremos ponerle un buen término, es decir, pasar bien los 
días que nos quedan todavía, renunciando a algún defecto, practicando alguna virtud, para que podamos decir por lo menos: en el año 
1859 corregí un defecto y practiqué una virtud. Tomás de Kempis dice así: «Pronto seríamos santos si no hiciéramos cada año más que 
corregir un solo defecto y practicar una sola virtud». 

Este aviso era como el exordio de lo que diría la última noche del 1859. Así se explicaba el treinta y uno de diciembre: 

1 «PIUS P.P. IX» 

Ad perpetuam rei memoriam. 

Ad augendam fidelium religionem, animarumque salutem coelestibus Ecclesiae thesauris pia chatitate intenti, omnibus et singulis 
uttiusque sexus Christi fidelibus vere poenitentibus, et confessis, ac S. Communione refectis, qui Ecclesiam in honorem SS. Marii, 
Marthae, Audifacis et Habacuc M.M. sitam intra fines paroeciae loci «Caselette» nuncupatae Taurinens. Dioec. die decimo nono mensis 
Januarii a primis Vesperis usque ad occasum solis diei huiusmodi singulis annis visitaverint, et ibi pro Christianorum Principum 
concordia, haeresum extirpatione ac S. Matris Ecclesiae exaltatione pias Deum preces effuderint, plenariam omnium peccatorum suorum 
indulgentiam et remissionem; quam etiam animabus Christi fidelium, quae Dei in charitate conjunctae ab hac luce migraverint per 
modum suffraggi applicari posse, misericorditer in Domino concedimus. In contrarium faciend. non obstant. quibuscumque praesentibus, 
perpertuis, futuris temporibus valituris. 

Datum Romae apud S. Petrum sub annulo Piscatoris die XX decembris MDCCCLIX. Pontificatus Nostri Anno Decimoquarto. 

Pro. D.no. Card. MACCHI I. B. BRANCALEONI CASTELLANI 

Vis. Publicari et quatenus opus typis edi permittimus. 

Taurini. die 29 decembris 1859. 

CELESTINUS FISSORE Vic.Gen. 

1 «PIO P. P. IX» 

Para perpetua memoria. 

Para el aumento de la religión de los fieles y salvación de las almas con los celestiales tesoros de la Iglesia, impulsados por piadosa 
caridad, concedemos misericordiosamente en el Señor a cuantos cristianos de uno y otro sexo, verdaderamente 

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Queridos hijos míos, sabéis cuánto os quiero en el Señor y cómo me he consagrado totalmente a haceros todo el bien que puedo. La 
poca ciencia, la poca experiencia que he adquirido, cuanto soy y poseo, oraciones, trabajos, salud, mi propia vida, todo deseo emplearlo 
para vuestro servicio. Todos los días y para cualquier cosa podéis contar conmigo, pero especialmente para las cosas del alma. Por mi 
parte os entrego como aguinaldo a todo mí mismo; será cosa baladí, pero cuando os doy todo, quiero decir que no me guardo nada para 
mí. 

Y vamos ahora a los recuerdos. A todos en general. Haced bien la señal de la cruz; no volváis la cabeza atrás cuando ayudéis a misa; 
recomiendo el silencio en el dormitorio, no hagáis contratos sin permiso, dejad las lecturas malas o prohibidas. Tan pronto como uno 
dude de la bondad de un libro, manifieste su duda a algún superior. 

Espero que pondréis en práctica mis avisos y estoy tan seguro de ello que quiero acabe el año con perfecto amor y santa alegría. Por 
esto, os perdono falta que podáis haber cometido y también vosotros perdonaos mutuamente las ofensas que acaso hayáis recibido. 
Quiero que comencéis el año 1860 ((363)) sin malhumor y sin penas. Si hay alguno con un castigo fijo, me gustaría que se le perdonase. 
Estoy dispuesto a borrar de un plumazo todas vuestras faltas, prometo no echárselas en cara a nadie y olvidarlas; pero me gustaría que 
hicierais lo mismo entre vosotros. 
Mas no se trata de perdonar una ofensa y a los diez o a los quince días, si se presenta la ocasión, echar en cara al que os ofendió aquella 
palabra, aquella falta, aquella amonetación recibida, aquel descuido. No, así no; perdonar quiere decir que se olvida para siempre. 

Prescindiendo de lo particular, diré a los estudiantes que procuren buscar en la ciencia terrena la del cielo, la virtud y practicarla. 

A los aprendices les diré que, ya que no disponen de tiempo para pensar mucho en el alma durante los días laborables, piensen en ella al 
menos en los días festivos oyendo bien la misa, escuchando con atención las instrucciones, recibiendo devotamente 

arrepentidos y confesados y habiendo recibido la sagrada comunión, visitaran el 19 de enero de cada año, a partir de las primeras vísperas 
hasta la puesta del sol de ese día, la iglesia erigida en honor de los Santos Mártires Mario, Marta, Audifaz y Habacuc, sita en la 
circunscripción parroquial del lugar llamado «Caselette», en la Diócesis de Turín, y rogaren allí por la concordia de los Príncipes 
cristianos, la extirpación de las herejías y la exaltación de la Santa Madre Iglesia, indulgencia plenaria y la remisión de todos sus pecados, 
aplicable también, a modo de sufragio, en favor de las almas de los fieles difuntos que pasaron a la otra vida unidas en caridad con Dios. 

No obstante cualquier cosa en contrario. 

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 20 de diciembre de 1859, año décimo cuarto de Nuestro 
Pontificado. 

Pro. Card. MACCHI 

I. B. BRANCALEONI CASTELLANI 
Permitimos publicarlo e imprimirlo. 

Turín, 29 de diciembre de 1859 

Celestino Fissore, Vic. Gen. 

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mente la bendición. Y que procuren acercarse a los santos sacramentos los domingos y fiestas principales. 

A los clérigos les recuerdo que están vendidos al cielo y, por lo tanto, no piensen ya en esta tierra; que todo su afán sea buscar la mayor 
gloria de Dios y la salvación de las almas. A este propósito recomiendo a todos que se ayuden unos a otros a salvar el alma; primero, con 
el buen ejemplo y después, con los buenos consejos, teniéndonos por felices siempre que podamos impedir entre nuestros compañeros un 
solo pecado venial; prestando buenos libros de lectura, exhortando a la obediencia, avisando cuando descubráis un lobo en el aprisco; en 
conclusión, acordándonos que un gran santo dice: divinorum divinissimum est cooperari in salutem animarum (entre las cosas divinas lo 
más divino es cooperar a la salvación de las almas). 

A los sacerdotes, aunque sean pocos, les recomiendo que se esfuercen por mantener encendida en su alma la llama de un ardiente amor 
a las almas. 

Y qué me diré a mí mismo? Diré (y hablaba casi sollozando, y con palabras entrecortadas) que siento sobre mis hombros el peso de un 
año más, cuando el 18 59 está para desaparecer con los siglos pasados. Es un año menos de vida y seríamos unos desgraciados, si lo 
hubiésemos pasado inútilmente. Siento lo grave de mi responsabilidad, que aumenta cada día, al tener que dar estrecha cuenta al Señor 
del alma de cada uno de vosotros. Yo hago lo que puedo, pero ayudadme vosotros, mis queridos muchachos. 

((364)) Finalmente, mientras todos nosotros prometemos al Señor emplear bien el resto de nuestra vida amándole y sirviéndole, 
démosle gracias por los muchos beneficios que nos ha concedido y por habernos conservado hasta el año 1860. No concedió esta gracia a 
todos. Dónde están, que no los veo entre nosotros, Magone, Berardi, Capra, Rosato, Odetti y otros más? Pasaron a la eternidad para dar 
cuenta al Señor de lo que hicieron. Por eso os recomiendo a todos que tengáis preparada vuestra conciencia, porque el Señor puede 
llamaros este año a su tribunal. Recomiendo además, a los que por miedo o por vergüenza no se atreven a confesarse con su propio 
confesor, que lo cambien, que vayan a otro; pero, por amor de Dios, que no dejen de arreglar sus cuentas con El. Seguro que el año 
próximo no nos encontraremos aquí todos en este mismo día. Por lo tanto, os invito a rezar un padrenuestro por todos los que morirán 
durante el próximo año y por los que fallecieron en éste que está acabando. 

En la lista de los queridos difuntos de la casa figuraba la fecha en que habían pasado a la eternidad. 

Carlos Rosato, de Turín, el tres de mayo en el hospital Cottolengo, a los cuarenta y tres años de edad. 

Francisco Capra, de Centallo, a los dieciséis años de edad, en el hospital Mauriciano durante el mes de junio. 

Juan Zucca, de Cavour, en su casa paterna el quince de agosto, a la edad de veintiséis años. 

Bartolomé Odetti, de Vigone, en el hospital Cottolengo, a los dieciocho años. 

Don Bosco, después de rezar un padrenuestro, avemaría y requiem con todos sus chicos arrodillados delante de él, bajó de la 
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tribuna y según su costumbre, comenzó a repartir aquella noche, y siguió durante los días siguientes, el aguinaldo de Navidad para cada 
alumno en particular. Consistía éste en un consejo, expresado con breves y lapidarias palabras, para ser ((365)) entendidas según la 
necesidad o utilidad del destinatario. Este consejo era siempre tan apropiado que quedaba grabado en la mente y en el corazón del que lo 
recibía. Resultaba algo maravilloso, pues eran casi trescientos los que recibían el aguinaldo. 

Al mismo tiempo, cada uno de los muchachos daba a don Bosco su aguinaldo, consistente en una cartita en la que exponía una 
necesidad, un secreto confidencial, pedía un consejo, daba una explicación, avisaba de algún inconveniente acaecido, y había quien se 
atrevía a sugerir un respetuoso aviso. Otros simplemente prometían mejorar su conducta, ser más aplicados, más activos y diligentes en el 
trabajo, o aseguraban que rezarían por su superior. 

El clérigo Juan Bonetti anotó en sus Memorias de aquel año: 

«Después de entregar a don Bosco mi aguinaldo en una carta, la noche del treinta y uno de diciembre de 1859, él, igual que solía hacer 
cada año, me dijo al oído las siguientes palabras, que eran su aguinaldo para mí: ``Humildad y trabajo''». 
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((366)) 

CAPITULO XXVIII 

EL PROLOGO DEL HOMBRE DE BIEN, ALMANAQUE PARA EL AÑO 1860 -LA GUERRA EN LOMBARDIA Y LAS 
AVENTURAS DEL HOMBRE DE BIEN -SUS PROFECIAS -DON BOSCO ES LLAMADO AL MINISTERIO DE GOBERNACION 
PARA DAR EXPLICACIONES ACERCA DE LAS PROFECIAS DEL ALMANAQUE 

A finales del año 1859 se publicaba y repartía El Hombre de Bien, precedido de un singular y variado prólogo. Había en él unas 
predicciones para el año 1860 y años sucesivos. Iban precedidas de un largo relato de las aventuras de El Hombre de Bien, semicómicas, 
ingenuas y ridículas, quizá para que las predicciones no tuvieran un tono destacado de profecía, quizá para no asustar a los hombres de la 
política, si por acaso caía en sus manos el librito. Esperaba don Bosco que no lo considerarían como obra de un hombre serio y de gran 
inteligencia y a lo sumo le compadecerían o se burlarían de él como de una frivolidad más. Entretanto acarrearía a los suscriptores de las 
Lecturas Católicas y a otros el gran bien que se deseaba. Pero sus precauciones no tuvieron éxito, pues el almanaque dio mucho que 
hablar por largo tiempo, no sólo en las casas de los particulares, sino hasta en los palacios de los gobernantes. 

Decía así el prólogo: 

((367)) 

I 

El hombre de bien -Almanaque piamontés-lombardo para el año bisiesto 1860 -El hombre de bien a sus amigos. 

Antes de empezar a hablar con vosotros, respetables amigos, creo oportuno daros razón de algunas novedades. Veréis que en mi 
portada, en lugar de A lmanaque Nacional, he puesto Almanaque piamontés-lombardo. Lo he hecho para indicar que también yo voto por 
la aceptación de este reino. De este modo será completa la dedición del mismo y quiero dar a conocer también con ello que hombres de 
bien no son contrarios a la unión de Lombardía con Piamonte. Me vais a ver este año un tanto reaccionario y sabréis a continuación la 
terrible razón de ello. No hablo de ferias 
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y mercados porque todavía no conozco bien el tiempo, lugar y modo de cómo suelen hacerse las ferias y mercados en nuestros nuevos 
estados. Para no tener parcialidades y disparatar suspendo el hablar de todo ello. Pero puedo asegurar que lo que os voy a decir lo 
considero de mucha mayor importancia; son cosas para llorar y a veces para reír. Os contaré mis hazañas guerreras; voy a hacer de 
historiador y exponeros el pasado; haré de político y os hablaré del presente; haré de profeta y os anunciaré el futuro y, después de una 
serie de hechos curiosos, me ingeniaré para divertiros un poquito, cantándoos una canción. 

Un saludo -La guerra -Negocio de refrescos -Encuentro con un general francés en Montebello -Cosas de Palestro -Un zuavo. 

Os saludo cordial y respetuosamente, apreciados amigos, y lo hago de todo corazón, porque mucho me temía no poder volver a veros. 
La terrible guerra del año pasado, en la que también yo tomé parte, me quitaba casi todas las esperanzas de poder volver a veros. 

Sí, queridos amigos, tomé parte en algunas batallas; estuve ((368)) en Montebello, en Palestro, en Magenta, en Marignano y sobre todo 
en Solferino. Por doquiera demostré lo que vale un hombre de bien. Verdad es que no sirvo para manejar el fusil ni la espada y, si queréis 
que os lo diga, tengo miedo de los vivos y de los muertos. Pero fui a la guerra, es decir: deseoso de hacer el bien para mí y para los demás 
me puse a vender refrescos entre el ejército; bien entendido que después de obtener el correspondiente permiso que, a base de dinero, 
logré fácilmente. Este oficio, que parece servir de poco, fue útil para muchos: para mí por lo que gané, para mí y para mis hijos, que 
aunque creciditos no están capacitados todavía para ganarse el sustento; resultó útil también para otros, porque muchas veces, gracias a 
mis refrescos, apagué la sed de los sanos, de los enfermos y de los moribundos. Recuerdo precisamente que en Montebello había un 
general francés que se moría de sed. Tan pronto como me vio se puso a gritar: Galant homme, galant homme, donnez moi a boire 
(caballero, caballero déme de beber). Yo que también sé algo de francés, le contesté al momento: Oui, monsieur; tome, beba a su gusto, 
bien raisonnable; os lo doy de buena gana, pero pour l'argent, por dinero. Bebió y, aliviado con mis excelentes refrescos, acudió a 
socorrer a los que ya huían, los animó y luchando con ellos intrépidamente, los nuestros alcanzaron en poco tiempo la victoria. De modo 
que la victoria de Montebello se debe atribuir en buena parte a la virtud de mis refrescos. 

En Palestro estaba el suelo cubierto de muertos y heridos; y puedo asegurar sin mentir que el número de muertos hubiera sido mucho 
mayor de no haber acudido yo en su socorro, dando de beber a los sanos y aliviando a los heridos, que morían de sed reclamando piedad 
y misericordia. Más de cien heridos, repuestos con mis refrescos, pudieron recobrarse y ser trasladados al hospital. Un zuavo no podía 
respirar por falta de bebida; le di un vasito y se repuso prodigiosamente; quedó tan agradecido que me regaló doce cigarros de excelente 
tabaco. Pero yo que no estoy ni estaré jamás habituado al tabaco, pues aborrezco hasta el humo, agarré los puros y se los regalé a otros 
soldados, que suspiraban por fumar y no podían hacerlo. Hace pocos días uno de ellos me golpeó las espaldas diciéndome: 
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-Bravo, hombre de bien: tus refrescos me dieron la vida; sin ellos hubiera muerto de sed en Palestro. 

((369)) III 

Cosas de Magenta -Caridad y consejos -Un capuchino -La providencia -Quince napoleones. 

En Magenta tomaron las cosas un cariz más terrible. Llegué allí al día siguiente de la batalla y vi tantos muertos y heridos, que 
temblaba de pies a cabeza. Resuelto a hacer un sacrificio por la patria, fuí repartiendo refrescos a los pobres heridos mientras tuve; 
después me puse a ayudar a trasladar heridos al hospital y por ultimo a enterrar muertos. Cómo, dirá alguno, el hombre de bien enterrando 
muertos?Ni más ni menos, lo hice y lo volvería a hacer. Tobías no era un hombre de bien? 
Y a pesar de ello, dejaba la comida para ir a enterrar a los muertos. 

En medio de mis trabajos y fatigas recibí grandes consuelos de muchos moribundos, que se recomendaban su propia alma y yo les di a 
besar mi crucifijo muchas veces. Pero daba lástima ver a muchos soldados que pedían confesarse y no había bastantes sacerdotes para 
contentar a todos. Como no se podía hacer más, yo les sugería que hicieran un sincero acto de contrición; y después les decía que podían 
ir tranquilos al otro mundo, porque Dios les perdonaría. Muchos me pedían que los confesara yo; pero yo no podía oírlos en confesión ni 
absolverlos. Hubo uno que me dijo: -Hombre de bien, te confieso mis pecados y tú se los confiesas luego a un sacerdote. -No, le contesté, 
pesan tanto los míos que me hacen caminar con giba; figúrate, si añado los tuyos. Reza el acto de contrición y vete tranquilo. 

Después de la batalla de Magenta quería seguir al ejército, pero no tenía refrescos ni dinero para nuevas provisiones, porque lo había 
gastado todo para remediar tantas necesidades. Caminaba triste hacia Milán preocupado de cómo continuar el negocio, cuando se me 
acercó un capuchino y me dijo: 

-Qué te pasa, hombre de bien, que caminas tan preocupado? Te han herido en Magenta? 

-No me han herido en el cuerpo, pero sí en la bolsa; no me queda dinero ni refrescos para vender. 

-Nadie te debe nada? 

-No, sólo yo tengo algunas deudas en Turín. 

((370)) -Qué hiciste con lo que ganaste hasta ahora en tu negocio? 

-Se lo di a los pobres soldados, que cansados o heridos desfallecían de sed. 

-Has hecho una buena obra. Dios te la premiará; El suele dar cien veces más por cada obra buena en esta vida y una recompensa eterna 
tras la muerte. 

-Es verdad; yo no he tenido nunca coches, ni caballos, salvo un borriquito, cuando me dedicaba a vender cebollas. Sin embargo, he ido 
adelante tan campante. Siempre he andado corto de dinero y nunca me faltó la comida, pero ahora no me queda nada... 

-Espera, reza y después... 

Mientras estaba entretenido en esta conversación, oí la voz de uno que corría para alcanzarme y decía: 

-Para, aguárdame, aguarda...Al primer momento temí que fuera alguien que me tomaba por un bandido y 

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quería saludarme con un disparo de escopeta, o que se trataba de algún guardia de la frontera, de esos que suelen echar el guante incluso 
en verano a ciertos hombres de bien para llevarme a ese lugar donde nadie paga pensión y que se llama cárcel. Sin embargo, me paré, me 
armé de valor y me volví diciendo: 

-Quién me busca? Quién me reclama? Yo no hago mal a nadie.
-No temas. Vengo a buscarte para tu bien. No eres tú el Hombre de Bien?
-Sí, así me llaman y por la gracia de Dios soy Hombre de Bien.
-Eres tú el que trabajó en Magenta para dar de beber a los sedientos heridos y moribundos?
-Sí, sí, pero yo no hice ningún mal.
-Eres tú el que para vendar la herida a un capitán que perdía toda su sangre, te quitaste la camisa e hiciste vendas con ella para restañar


la sangre de aquel infeliz que estaba en trance de perder la vida? 
-Sí, lo hice y volvería a repetirlo si fuere menester. 
-Aquel capitán me envía para darte las gracias. Reconoce que te debe la vida y en señal de gratitud ruega que aceptes este paquete. 
Imaginaba que fuera un paquete de medallas, por lo que lo acepté gustoso con intención de repartirlas a los valientes soldados ante la 

inminencia de la batalla. Pero al abrirlo me encontré quince brillantes ((371)) napoleones de oro. 
-No, grité al instante, no los quiero; cuando hice aquella obra de caridad, cumplí con mi deber y las obras de caridad no se hacen por 

dinero. 
Pero aquel hombre ya había reemprendido su camino sin parar mientes en mis palabras. El capuchino me consoló diciendo: 
-Toma en hora buena este dinero como enviado por la divina Providencia. Cuando llegues a Milán, podrás hacer las deseadas 

provisiones. Tú realizaste una obra de caridad desinteresadamente, pero Dios inspiró a tu socorrido para ayudarte en tu presente 
necesidad. 
Estas palabras me tranquilizaron y me eché al bolsillo los providenciales napoleones. 

IV 
Milán -Las iglesias -La montaña de mármol -Los cafés -Panorama de Marignano. 

Siguiendo mi camino llegué a Milán, que me pareció una ciudad muy bonita. Pero las calles y las plazas no son tan bonitas como las de 
Turín. Las nuestras son rectas, bien encuadradas; allí son torcidas y con recovecos por todas partes. Pero las iglesias son más hermosas 
que las nuestras. La catedral parece una alta montaña de mármol fino labrado con maestría. Ganamos a los milaneses en la elegancia de 
los cafés y en el lujo de la plaza Carlina, donde abunda toda clase de buenos vinos. 
También hay caballos de bronce con una cabeza mayor que la de los nuestros, pero no tienen el caballo de mármol. Pasé en Milán todo 
un día de fiesta; y, como hacía tiempo que no había tenido oportunidad para arreglar los asuntos del alma, aproveché la ocasión para 
cumplir con mis devociones. 

Al lunes siguiente hice las provisiones necesarias para mis refrescos y me puse en camino para alcanzar a los ejércitos. Llegué a 
Marignano cuatro días después de la batalla que se dio allí y vi todavía los espantosos restos de aquella jornada. Estaba el 

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suelo cubierto de sangre humana y había de vez en cuando trozos de cadáveres, que se iban recogiendo y echando en cestos para llevarlos 
a enterrar. Movido a compasión recé un de profundis por los que habían muerto y una salve por la curación de los heridos; después seguí 
mi camino. 

((372)) V 

Rumores de la batalla de Solferino -El día onomástico -Estruendo infernal -Temporal -Victoria -Campo de batalla -Combates -Muertos y 
heridos. 

Os aseguro, queridos amigos, que, cuando yo iba a la escuela y también cuando iba a apacentar el ganado con mis compañeros, tuve 
que sostener grandes batallas, a pedradas unas veces y a palos otras; en alguna ocasión a puñetazos y mordiscos, pero aquéllas no eran 
nada en comparación con la batalla de Solferino. Sólo os cuento lo que a mí me pasó y dejo a otros más capacitados que escriban todo lo 
que ocurrió en aquella memorable jornada. 

El día veintitrés de junio corrían rumores por todas partes de que era inminente una batalla que decidiría la suerte de los austriacos y de 
los aliados. Que nosotros atacáramos a los austriacos o que ellos atacaran a los nuestros iba a ser lo mismo. El día veinticuatro, día de san 
Juan, que es mi santo, oí al amanecer un gran estruendo de cañones. Primero pensé que era para celebrar mi día onomástico, pero pronto 
me convencí de que eran los austriacos que avanzaban contra los nuestros y que los nuestros se disponían a recibirlos con todos los 
honores. 

Agarré entonces mi cesto con unas cuantas botellas de jarabe, y, llevando la mayor cantidad posible de agua, avancé hacia los 
combatientes. Decía entre mí: hoy hace mucho calor, combatiendo hay que beber mucho; y yo vendiendo mis vasitos lleno mi bolso de 
dinero contante y sonante. Por algún rato todo iba bien y vendí la mayor parte de mis bebidas. Pero a las diez de la mañana oí gritar: 

-íAtrás, atrás, nos atacan de costado! 

Como no quería jugar a correr con los soldados me retiré a un lado del camino y, colocándome sobre un cerro próximo, dejé que los 
nuestros se retiraran para situarse en mejor posición. Pero íay de mí! en aquel momento me encontré casi entre el fuego de los 
piamonteses y los austriacos. Las balas de fusil y también las de cañón caían a mi alrededor como caen las nueces muy maduras, cuando 
se varea el árbol. Vi a los austriacos hacer correr a los nuestros y vi a los nuestros repeler a los austriacos; pero no paraban las descargas 
de fusilería, los cañonazos, ((373)) los bayonetazos, los gritos de los que animaban, los ayes de los heridos y de los moribundos. Aquel 
ruido, aquellos gritos, aquellos lamentos juntos formaban un estruendo infernal. Por fin, al caer de la tarde, se levantó un gran temporal, 
que favoreció mucho a los nuestros e hizo inútiles los esfuerzos de los enemigos que se vieron obligados a retirarse. Intenté entonces 
bajar al valle, pero no me dejó un involuntario terror. Doquiera volvía mis ojos, no veía más que muertos, heridos y moribundos que 
pedían auxilio. Hubiera querido acudir a todos, socorrer a todos, pero era imposible. Me uní a los otros y estuvimos trabajando ocho días 
para trasladar los heridos al hospital y enterrar a los muertos. 

Un general piamontés, que dirigía el traslado de los heridos, afirmó que una batalla como aquélla no tenía igual en la historia. Eran casi 
trescientos mil entre franceses y piamonteses, contra trescientos mil austriacos. Ambos bandos lucharon 
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con valor y entre muertos y heridos quedaron fuera de combate más de cincuenta mil hombres. Me aseguran que Napoleón dijo: 

-Los austriacos han perdido el terreno, nosotros hemos perdido los hombres. 

Quería significar que hubo más pérdidas en nuestro bando, pero nosotros sabíamos que no hay guerra sin muertos de una y otra parte. 
Lo mismo que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos, tampoco se puede hacer una guerra sin muertes. Desde que vi la 
batalla de Solferino siempre he dicho que la guerra es algo que causa horror y yo creo que es totalmente contraria a la caridad. Pero, fuera 
como fuera la batalla, la victoria se inclinó de nuestro lado y los austriacos se vieron obligados a atravesar el Mincio, que es un río que 
separa Lombardía de Venecia. 

VI 

El cesto -El sombrero -La coleta -El silbido de las balas y las jaculatorias -La paz -Un regalo -Una merienda. 

Vosotros, mis queridos amigos, preguntaréis: Y no fuiste herido en medio de tantos combates? Gracias a Dios quedé salvo, pero fue por 
milagro. Mientras estaba en el cerro rodeado de enemigos, buscaba siempre cómo esconderme junto a las plantas, detrás ((374)) de las 
rocas, al amparo de las escarpas o en los hoyos. Hubo un momento en que me creí muerto. Pasó una bala de cañón rozándome y se llevó 
por delante mi canasto con vasos y botellas. 

-íA los ladrones, empecé a gritar, a los ladrones! 

Y he aquí que una bala de fusil, sin pedirme permiso, me quitó el sombrero de la cabeza. 

-íEa, grité desconcertado sin ver a persona humana, dejadme en paz, que yo no hago daño a nadie! 

Y en aquel mismo momento un casco de metralla pasó rozando mis hombros y me llevó enterita la coleta. 

-íPobre coleta mía, exclamé, cómo me las compondré para dar fe de que el Hombre de Bien no ha perdido la cabeza? 

Volví la mirada para verla por última vez, pero con gran pena ya no la vi. Con la pérdida de mi coleta, tuve aún un consuelo; porque 
todavía me quedó la cabeza sobre los hombros; y esto no es poco. 

Temiendo entonces que una pelotita de plomo tuviera la humorada de venir a arrancarme la cabeza de los hombros, me acurruqué en un 
hoyo, me cubrí de tierra hasta el cuello, coloqué la cabeza junto a dos gruesas piedras y allí me estuve hasta que llegó la noche. Oía silbar 
las balas que a cada instante pasaban sobre mi cabeza. Y yo decía: 

-íJesús mío, misericordia!, y besaba la medalla. 

Fuera por la gracia del Señor, fuera por la especial protección de la Virgen, es un hecho que me salvé y pude, una vez más, volver a 
estar con vosotros para contaros algunas de mis peripecias. 

Pocos días después de la batalla de Solferino, Napoleón escribió una carta al emperador de Austria; después le visitó, hablaron y los dos 
reconocieron que era mejor la paz que la guerra, que era mejor ser amigos y conservar la vida de sus soldados, que ser enemigos y 
matarse unos a otros. Ahora ya está definitivamente concertada y firmada la paz y, si los hombres no la alteran, ya no habrá más guerra. 
Napoleón 

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ha sido muy amable con nosotros. Nos regaló Lombardía y nosotros, como muestra de gratitud, le hemos regalado sesenta millones, no
para compensarle de los gastos hechos, sino para que dé una comida a sus soldados a nuestra salud. Bien entendido:
tomarán parte en esta comida solamente aquellos que no murieron en batalla, ya que los muertos no necesitan nada, como no sea un
Requiem aeternam.


((375)) VII


Cierto e incierto -Deseos de paz -Temor a la guerra -Un sermón -Tristes presagios.


Puede que alguno de vosotros me pregunte: 

-Hombre de Bien, este año tendremos paz o guerra? Os contestaré entre lo rto y lo incierto. Es cierto que si los hombres no hacen la 
guerra, nosotros tendremos paz; también es cierto que si los hombres hacen la guerra, no tendremos paz. De manera que la paz y la guerra 
están en manos de los hombres. Digo esto discurriendo al estilo de un almanaque. 

Pero si he de manifestar mis deseos, diré de todo corazón: -De toda guerra libera nos, Domine (Iíbranos Señor); Señor, danos la paz per 
omnia saecula saeculorum (por los siglos de los siglos). Porque es horrible ver a jóvenes sanos y robustos, fuertes como Sansón y que son 
en sus casas la delicia de la familia, lanzarse unos contra otros, dispararse cañonazos, fusilarse, traspasarse a bayonetazos, degollarse, 
desgarrarse las carnes y morir en medio de los campos como las fieras. íAy, es algo de horror! Todos los que tomaron parte en una guerra 

o que saben qué es la guerra, dicen: -de toda guerra libera nos, Domine, estos son mis más vivos deseos. 
-Pero, cuáles son tus presentimientos, Hombre de Bien? Qué piensas tú de todo esto? Tendremos paz este año o tendremos guerra? 

-Si queréis saber mi pensamiento de buen amigo, os lo diré. Os anticipo que no puedo aseguraros que las cosas sucedan como yo 
pienso. Sólo os diré cómo pienso y cómo temo que suceda. Prestadme, pues, atención. 

Temo que en el presente año haya guerra otra vez. Mi profecía se apoya en lo que decía mi madre. Recuerdo que ella, cuando vivía 
todavía, siempre decía: La guerra es un azote que Dios manda a los hombres por sus pecados. Los pecados se cometen todavía. Os 
aseguro que cuando estuve con los soldados, encontré entre ellos a muchos buenos que se encomendaban al Señor. Pero oí a otros hablar 
mal de la religión, contra el Papa, contra los obispos, contra los curas. Oí a otros que blasfemaban cuando peleaban, cuando ((376)) 
estaban heridos, y hasta cuando morían. Y oí blasfemar en francés, en italiano y en piamontés. 

Al volver de la guerra a casa, me figuraba que iba a encontrar las iglesias atestadas de gente, dando gracias a Dios por haber cesado la 
guerra. Por el contrario, me encontré a muchos descontentos, que parecían desear (íbobalicones!) más la guerra que la paz. Pero lo más 
grave es que seguían oyéndose por todas partes blasfemias e imprecaciones mucho más impías que entre los soldados. Se trabaja y se 
manda trabajar en los días festivos. Se predican sermones y muchos no van; hay sacerdotes y confesonarios y muchos por no causarles 
molestia, muchos (que no son herejes ni judíos) se acercan rara vez, y no pocos no van nunca a confesarse y algunos llegan al extremo de 
burlarse del bien que otros hacen. 

íTontos de capirote! Creéis que el Señor es una marioneta y que proclamó sus 
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preceptos en el Sinaí por pasatiempo? No; los dio y quiere que se observen. Quien los observe será bendecido por El y recibirá el premio 
en esta vida y en la futura; quien los desprecie, será por El castigado en la vida presente y condenado después con los demonios al fuego 
del infierno, adonde, quieras que no, irán a parar todos los que no observan la ley de Dios. Perdonadme este arrebato. Cuando hablo de 
religión me excito y a duras penas si puedo apagar el fuego que arde en mí y me mueve a hablar. 

Ahora voy a anunciaros otros azotes, que temo vengan a afligirnos este año. 

Tendremos otra guerra sangrienta que, si no derramará tanta sangre, enviará más almas al infierno. Tendremos dos terribles 
enfermedades, que no quiero nombrar y cuyos pavorosos efectos veréis. Desaparecerán del teatro del mundo político, junto con su gloria, 
dos personajes eminentes. 

Muchos padres y muchas madres no sabrán resignarse ante la rebeldía de sus hijos, llorarán por los disgustos que les darán, lamentarán 
las discordias que ocasionarán a sus familias. Buscarán el remedio y no encontrarán más que veneno, pues el único remedio es la religión, 
que ellos mismos descuidan. 

Tendréis el vino más barato y el pan más caro. Un pueblo quedará destruido por el terremoto, otros serán asolados por las heladas, el 
granizo y la sequía. 

((377)) Querría deciros más cosas aún pero no me atrevo. Sólo os digo que los males son graves, que van a comenzar este año y que el 
único remedio para alejarlos o, al menos, aligerarlos es la observancia de la religión y la fuga del mal. 

Estos son mis presentimientos. Vosotros me diréis: 

-Tú, Hombre de Bien, ya eres viejo y por eso tienes miedo a todo, hasta cuando no hay motivo para ello. 

Y yo os respondo: 

-Es verdad que por ser algo viejo, me he vuelto miedoso como los otros viejos, mas no perdáis de vista que el miedo de los viejos se 
funda en la experiencia y la experiencia es madre de la ciencia. 

Pero deseo de todo corazón que mis profecías no se cumplan y que al año que viene, cuando vuelva a haceros una visita si me encuentro 
todavía con vida, podáis decirme vosotros que fui mal profeta y yo tendré la satisfacción de poder disculparme diciéndoos que soy un 
profeta de Almanaque. 

Después del prólogo, presentaba el Almanaque algunos graciosos cuentos, como El regreso de un recluta herido en Palestro, el cual 
describe el valor de los piamonteses, avivado con la presencia de Víctor Manuel y la conmoción del Rey, hasta derramar lágrimas, al 
visitar al día siguiente el campo de batalla. 

Terminaba con un soneto sobre la coleta de Gianduya. 

El Almanaque no pasó inadvertido a los sabuesos de la policía y despertó recelos en el Gobierno. 

Se estaba maquinando para el año siguiente una nueva invasión de los Estados Pontificios'y la anexión del reino de Nápoles al 
Piamonte. Los preparativos para estas expediciones estaban envueltos en el más misterioso secreto. Las ideas del Hombre de Bien, un 
tanto obscuras, para que los ingenuos no comprendiesen, estaban tan claras 

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como el sol, para los que se ingeniaban astutamente para triunfar en sus proyectos. De ahí su temor de que en sus filas se ocultaran 
traidores y quisieran saber ((378)) del mismo don Bosco, qué motivos le habían inducido a escribir. 

Así que se vio llamado por el Ministro de Gobernación. Fue recibido por un empleado del ministerio, el cual, después de manifestarle 
cortésmente que la carta por él escrita al Rey era, a su juicio, poco respetuosa, pasó a hablar de las profecías del Hombre de Bien. 

-Es usted quien las publica? 

-Sí señor, soy yo. 

-Por qué escribe esas cosas que despiertan inquietud en muchos? Qué sabe usted del futuro? Por qué quiere pasar por profeta? 

-Le advierto que escribo para un almanaque. 

-Pero de dónde ha sacado las noticias que anuncia con tanta seguridad? 

-He dicho algo contra la verdad? 

-íDe ningún modo! Yo le pregunto cómo consiguió saberlas; usted debe tener revelaciones confidenciales. 

-No sé qué responderle. Nadie ha venido a descubrirme secretos de Estado. Pero creo que no he hecho ningún mal escribiendo lo que he 
escrito. 

-No diga esto. Usted debe de tener algún fundamento donde apoyar sus predicciones. Seguramente habría hecho mejor no 
inmiscuyéndose en estos hechos y en semejantes asuntos. 

-íOh!, si ello es así... si yo lo hubiese sabido... tenga usted la seguridad de que no quiero causarles ningún disgusto. Por lo demás, le 
repito que nadie puede quedar comprometido por mi culpa. 

-íY qué! Pretenderá usted entonces que yo crea que lee en el porvenir? 

-Es dueño de creer lo que le plazca. 

-En conclusión, le he hecho llamar para decirle que no es ((379)) conveniente, más aún, que es peligroso meterse en controversias, que 
pueden preocupar al Gobierno. 

-Perdone, caballero, no veo motivo de peligros y preocupaciones: o el Ministerio me cree profeta y entonces tome las medidas que pide 
el bien del Estado, o no me cree profeta y entonces, desprécieme. 

Sonrióse el funcionario y recomendándole que fuera más prudente en adelante, lo despidió. 
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((380)) 

CAPITULO XXIX 

EL SISTEMA PREVENTIVO EN PRACTICA -SANTAS INDUSTRIAS -COMO RECIBE DON BOSCO A LOS ALUMNOS AL 
INGRESAR EN EL ORATORIO -SU PRIMERA PALABRA ES PARA EL ALMA -EFECTO DE ESTA PALABRA -EL 
MAESTRO DE LA REFORMA MORAL -LA CONFESION Y LA COMUNION -ALGUNOS MEDIOS PARA PROMOVER LA 
FRECUENCIA DE LOS SACRAMENTOS -AVISOS A LOS SUPERIORES DEL ORATORIO -CALMA Y MODERACION EN 
LOS CASTIGOS -DOS CLASES DE MUCHACHOS PELIGROSOS -DON BOSCO QUIERE ESTAR INFORMADO DE CUANTO 
SUCEDE EN EL ORATORIO -LAS LISTAS DE CALIFICACIONES -DILIGENCIA DE LOS ASISTENTES Y SU AFECTO A 
DON BOSCO -IMPORTANCIA QUE DAN LOS ALUMNOS A LAS CALIFICACIONES -COMO EXAMINA DON BOSCO LOS 
MOTIVOS DEL ESCASO PROVECHO DE ALGUNOS EN LOS ESTUDIOS -UN REGISTRO REVELADOR DE LA CONDUCTA 
OCULTA DE CIERTOS ALUMNOS -LA ULTIMA PALABRA DE DON BOSCO A LOS ALUMNOS QUE SALEN DEL 
ORATORIO -SU CARIDAD CON ELLOS -INTERESANTE Y PRUDENTE COMPORTAMIENTO AL ENCONTRARSE CON UN 
ANTIGUO ALUMNO 

AL disponernos a entrar en el año 1860 con nuestros relatos, juzgamos oportuno exponer las variadas y santas industrias de don Bosco 
para guiar por el camino del bien a sus alumnos, que crecían en número de año en año. Todo lo que hemos contado hasta el presente 
sobre ((381)) él y su apostolado ya es mucho, considerado en sí mismo; pero no lo es todo porque la caridad creadora de don Bosco era 
inagotable. 

Muchas personas le preguntaron en distintas épocas de su vida por el sistema de educación que empleaba para conducir a los jóvenes 
tan felizmente por el camino de la virtud. Don Bosco solía responder: 

-íEl sistema preventivo: la caridad! 

Al verse presionado para dar más explicaciones y sugerir los medios que se podrían emplear para hacer triunfar esta caridad, replicó en 
cierta ocasión: 
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-El santo temor de Dios infundido en los corazones. 

-Pero el santo temor de Dios no es más que el principio de la Sabiduría, escribíale el Rector del Seminario de Montpellier en 1886; 
haga el favor de explicarme su secreto para poder aprovecharlo en favor de mis seminaristas. 

Cuando don Bosco leyó esta carta, dijo a los miembros del Consejo, que le rodeaban: 

-íQuieren que exponga mi sistema! íPero si ni siquiera yo mismo lo sé. He ido siempre adelante sin sistemas, según me lo inspiraba el 
Señor y lo exigían las circunstancias! 

Podemos, afirmar, sin embargo, que tenía un sistema peculiar, que 
puede plasmarse así: caridad, temor de Dios, confianza con el superior, frecuencia de los sacramentos de la confesión y comunión, gran 
comodidad para que los jóvenes se puedan confesar. Verdad es que, como ya hemos visto y aún veremos, Dios le asistía continuamente, y 
esta asistencia especial, que formaba como la base de su sistema, no era algo que otros pudieran pretender; pero en aquello que puede 
considerarse como medio ordinario y humano, ya aparece él fácilmente imitable por un director sacerdote, convencido de su imperioso 
deber de salvar las almas. 

Don Bosco repetía siempre: 

-Cada palabra del sacerdote debe ser sal de vida eterna, en todo lugar y con cualquier persona. El que se acerca a un sacerdote debe 
sacar siempre de su trato con él alguna verdad que sea de provecho para ((382)) el alma. 

Fiel a sí mismo en el uso de esta gran norma, la practicaba con afecto y eficacia con toda clase de personas aún extrañas y con los 
muchachos internados en el Oratorio. 

Considerábales a todos como un precioso depósito que Dios mismo le había confiado y solía decir lleno de santa alegría cuando 
hablaba de ellos: 

-Dios nos ha enviado, Dios nos envía, Dios nos enviará muchos jóvenes. 
Atendámosles. íCuántos otros muchachos nos mandará el Señor en lo porvenir, si sabemos corresponder solícitamente a sus gracias! 
Pongámonos de veras a educarlos y salvarlos con ardor y sacrificio. 

Cuando aparecía en su estancia un muchacho recién ingresado, la primera palabra que le decía era siempre acerca del alma y de la 
eterna salvación. La amabilidad de sus modales paternales, su rostro sereno, su habitual sonrisa predisponían los corazones e inspiraban 
respeto y confianza. Para alegrarlo y aliviarle la pena que generalmente 
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se experimenta al separarse de los seres queridos, empezaba diciendo: 

-íQué dicha verte aquí! Has venido con gusto no es verdad? Ea, dime: cómo te llamas? De qué pueblo eres? 

El muchacho contestaba. 

-Qué tal te encuentras de salud?, añadía. 

-Muy bien. 

-Y tus familiares? Tienes todavía padre y madre? Están bien? 

-Sí, señor. 

-Tienes hermanos? 

-Sí, señor. 

-Y tu párroco? 

-Me ha dicho que le salude. 

((383)) -Te gustan los panecillos? Comes con ganas? 

-Sí, señor. 

Y así, abriéndose paso con éstas o parecidas preguntas, pasaba en seguida a lo más importante y, tomando un aire un tanto grave, entre 

serio y sonriente, muy peculiar suyo, decía bajando un poco la voz, en actitud confidencial: 

-Bueno, bueno, íhablemos de lo más importante! íQuiero que seamos amigos, eh! Quieres ser amigo mío? íYo quiero ayudarte a salvar 
tu alma! Cómo andamos del alma? Eras bueno en casa? Pero aquí te harás mejor, no es cierto? Te has confesado ya? Te confesabas bien 
en casa? Me abrirás tu corazón, verdad? íQuiero que vayamos juntos al paraíso! Comprendes lo que quiero de ti? Vendrás a verme? Mira: 
hablaremos con toda confianza; yo te diré cosas bonitas que te van a gustar, quedarás satisfecho. 

El muchacho sonreía, asentía con la cabeza, contestaba con algún monosílabo o bajaba los ojos y se ruborizaba a medida que se 
sucedían las preguntas que, sin embargo, no eran insistentes, ni aguardaban respuesta. Entretanto, los ojos escudriñadores de don Bosco 

penetraban todo su ser y adivinaba su carácter, su talento y su corazón. 

Si veía a uno dotado de inteligencia perspicaz, preguntaba a veces: 

-Me das la llave? 

-Qué llave?, preguntaba el chico sorprendido; la del baúl? 

-íLa de tu corazón! respondía don Bosco, tomando un porte afablemente majestuoso. 

-Sí, sí, ícon mucho gusto, en seguida!, mejor: ya se la he dado. 

De este modo se ganaba don Bosco dulce y fuertemente el ánimo 

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del muchacho, que, bajo su experta mano, como arpa armoniosa, despedía notas de santos propósitos. 
((384)) A menudo eran los padres mismos quienes le presentaban a su hijo y, al retirarse conmovidos por el cordial recibimiento y 

quedarse él a solas con el muchacho, decíale: 

-Quiero de veras ser muy amigo tuyo. Sabes qué quiero decir? 

-Que usted me dará de comer. 

-íNo es eso! 

-Que me dará buenos consejos. 

-No es eso todo. 

-Que me enseñará las letras, un oficio. 

Y dejaba el chico correr la imaginación para responder. 

-íNo lo olvides, los superiores de la casa y yo te haremos todo el bien que podamos y ningún mal. Comprendes? 

-Creo que sí; pero no lo entiendo bien. 

-Quiero decir que los superiores y yo haremos todo el bien que podamos a tu alma. 

Y después explicaba brevemente estas palabras. 

A veces encontraba en el patio a un alumno nuevo, al que no había visto todavía y, después de las acostumbradas preguntas y alguna 

broma, seguía diciendo. 

-Quiero que seas gran amigo mío. Sabes qué significa ser amigo de don Bosco? 

-Quiere decir que sea obediente. 

-Es demasiado genérica tu respuesta. Ser amigo de don Bosco quiere decir que me tienes que ayudar. 

-A qué? 

-A una cosa: tienes que ayudarme a salvar tu alma. Lo demás me importa poco. Y sabes qué quiere decir ayudarme a salvar tu alma? 

-Quiere decir hacerme bueno. 

-No es eso. Dime algo más explícito. 

((385)) -No sé. 

-Quiere decir que tienes que hacer en seguida y con diligencia todo lo que yo te mande para el bien de tu alma. 

En general los jóvenes quedaban tan impresionados con estas palabras y tan fuera de sí, que parecían embobados; no acertaban con la 
puerta para salir de la habitación de don Bosco o para separarse de él, si la conversación había tenido lugar en el pórtico; e íbanse luego a 
un rincón del patio a meditar en la soledad lo que habían oído. Unos lo habían entendido todo, otros a medias, algunos poco o 

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nada, pero quedaban bajo una misteriosa impresión que los obligaba a pensar. En general aquella entrada en el Oratorio los resolvía a 
hacerse verdaderamente buenos. 

Cuando don Bosco bajaba al patio y le rodeaba en seguida un tropel de alumnos, que hacía ya tiempo vivían en el Oratorio, los recién 
llegados se agolpaban detrás de ellos, unos por no atreverse a acercarse a don Bosco y otros para abrirse paso y llegar junto a él. Entonces 
don Bosco los llamaba y en voz baja, con santa confianza, decía ora a uno, ora a otro de ellos: 

-Si eres bueno, seremos amigos. Don Bosco te quiere y desea ayudarte a salvar el alma. El Señor te ha traído aquí para que seas cada 
vez mejor y más virtuoso. La Virgen espera que le regales tu corazón. El Señor quiere hacer de ti un san Luis. 

Aseguraba don Bosco que los muchachos tratados de este modo se sienten contentos, abren su corazón, empiezan a portarse bien, se 
hacen amigos del Superior y quedan conquistados, porque ponen en él toda su confianza. El decirles en seguida y claramente, sin 
ambages, lo que se pretende de ellos para el bien de su alma, concede la victoria sobre sus corazones. Don Bosco encontró muy pocos 
que se resistieran a este modo de obrar. Aseguraba que si al ingreso de un muchacho, el Superior no demuestra amor por su eterna ((386)) 
salvación; si teme introducir prudentemente en la conversación temas relacionados con la conciencia; si al hablar del alma lo hace a 
medias tintas o con términos vagos y ambiguos, como ser buenos, salir con honra, obedecer, estudiar, trabajar, no produce ningún efecto 
provechoso, deja las cosas como estaban, no se gana el afecto del joven, y, equivocado el primer paso, no resulta fácil corregirlo. Esta 
advertencia es fruto de la experiencia de muchos años. 

Solía decir a menudo don Bosco: 

-El joven quiere, más de lo que se piensa, que se le hable de sus intereses eternos, y por ahí comprende quién le quiere bien y quién no 
le quiere. Que os vean, pues, interesados por su eterna salvación. 

Con estos modos invitaba don Bosco a los muchachos a confesarse, porque el pensamiento del alma tiene estrechísima correlación con 
el de la confesión; y ellos entendían que, si querían aprovecharse de su ministerio, les ayudaría muy gustoso. Pero al hacer esta invitación 
procedía con singular destreza y moderación, recordando la sabia norma de que la confianza se gana, pero no se impone. Por eso ajustaba 
sus advertencias a la diversa índole de los individuos de modo que no resultaran molestas, sino suaves y alentadoras. 

Cuando descubría que uno era un tanto reacio a dar este primer 
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paso, solía decirle bromeando, para vencer su repugnancia a confesarse: 

-Cuándo te prepararás para hacer la confesión general de la vida futura? 

Contestaba el joven sonriendo: 

-De la vida futura? íEso no puede hacerse! 

-Tienes razón, replicaba entonces don Bosco. La haremos de la vida pasada; pero, estáte tranquilo. Lo que tú no sepas decir, lo sabe don 
Bosco. 

A veces ponía junto a tales muchachos un buen compañero ((387)) que, al jugar con ellos, les sugiriera algún consejo oportuno y los 
invitara con garbo a acompañarle cuando él fuese a confesarse tal día, a tal hora; y con estas y otras amables industrias los ganaba o los 
conservaba para Dios, haciéndolos incluso, modelos de virtudes y perfección cristianas. 

Sufría mucho al ver a veces a algunos recién llegados que andaban solitarios y con aire tristón, pues temía las insidias del enemigo del 
bien. Entonces los llamaba, les hacía amablemente unas preguntas, los presentaba con singular interés a alguno de los mejores alumnos, 
de quien tejía los mejores elogios, y le recomendaba que buscase la diversión más agradable para los nuevos amigos. No descansaba hasta 
verlos aficionados a su persona, a la casa, encarrilados en sus ocupaciones y principalmente en las prácticas religiosas. 

Así pues, lo primero que don Bosco exigía de un muchacho, al ingresar en el colegio, era su reforma moral, cuyo principio está en una 
buena confesión. Con mucha razón se podía decir que era maestro de esta reforma y en todo se conocía la admirable eficacia de sus 
consejos. Además de esto, era un modelo de cristiana y paternal amabilidad. El teólogo y canónigo Jacinto Ballesio se expresa así en su 
Vida íntima de don Juan Bosco: 

«Afectuoso y expansivo, evitaba en su trato con nosotros el formalismo artificial y el rigorismo que abre una especie de abismo entre 
quien manda y quien obedece; y ejercía la autoridad inspirando respeto, confianza y amor. Nuestras almas se le abrían con íntimo, jovial 
y total abandono. Todos queríamos confesarnos con él, santo y duro trabajo al que consagraba de dieciséis a veinte horas a la semana, a 
pesar de sus múltiples quehaceres y por tantos años. Era un sistema, diría yo, más unico que raro entre superiores y subordinados; sistema 
de los santos (y sólo de éstos) que ((388)) ofrece oportunidad para conocer la propia índole, doblegarla sabiamente y dar rienda suelta a 
sus ocultas energías». 
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La confesión era también preparación a la comunión, y ésta, muy frecuente, es un medio absolutamente necesario para conservar la 
moralidad en un centro de educación. Merced a sus continuas exhortaciones había un crecido número de muchachos que la recibían 
diariamente; otros, más numerosos, varias veces a la semana; casi todos, al menos los domingos, y los más negligentes cada quince días o 
una vez al mes. Don Bosco se cuidaba de proporcionar ocasiones frecuentes y periódicas que excitaran los corazones a acercarse a la 
sagrada mesa con la debida preparación. Mencionamos algunas de éstas, ambientadas con sentidos actos de piedad. 

El ejercicio de la buena muerte en el primer jueves de cada mes, casi siempre precedido con el anuncio dado por don Bosco de que 
alguno de los muchachos iba a ser llamado a la eternidad. Precisaba el tiempo, a veces las circunstancias, que acompañarían aquella 
muerte y en otras ocasiones la inicial del apellido del que iba a morir. El mismo don Bosco leía de rodillas al pie del altar las oraciones de 
esta conmovedora práctica de piedad. 

Se celebraban devotamente todas las novenas solemnes de la Virgen. Don Bosco instaba vivamente a que se hicieran bien la de la 
Inmaculada y la de Navidad, diciendo: 

-No olvidéis que de estas novenas bien celebradas depende en su mayor parte el éxito de todo el año. 

La visita al Santísimo Sacramento era libre, sin obligación de ninguna clase, ni molestas presiones. Y era tal el continente de los chicos 
en la iglesia, que bastaba verlos para encender la piedad en los corazones más fríos. El artista que esculpió la estatua de san Luis colocada 
en un altar del Oratorio festivo de san Francisco de Sales, reprodujo ((389)) en el rostro del santo la fisonomía de uno de aquellos buenos 
chicos. 

Las diversas Compañías eran verdaderos hogares de caridad y jardines de virtudes. 

Seleccionaba los libros de lectura para el comedor y el dormitorio. Quería don Bosco que estos últimos trataran de la vida ejemplar de 
algún jovencito, apta para ser imitada. 

Hacía el Vía Crucis con toda solemnidad todos los viernes de marzo. 

Predicaba un triduo al principio del año escolar, otro como preparación a la Pascua de Resurrección y cinco días de ejercicios 
espirituales cada año. 

Pero, además de los sacramentos y de las prácticas de piedad, tenía él, para mantener el bien e impedir el mal, otros medios, que 
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diríamos racionales, para la buena marcha del Oratorio, sugeridos por el continuo estudio de la vida común, la agudeza de su ingenio y su 
larga experiencia. Estos los exponía en conferencias a los superiores de la casa, a quienes decía a menudo: 

-Para el prestigio de vuestra palabra y para que obtenga el efecto deseado, es necesario que cada superior destruya en toda circunstancia 
el propio yo. Los muchachos son finos observadores, y si advierten que en un superior hay celos, envidia, soberbia, manía de aparecer y 
de sobresalir, está perdida su influencia sobre su espíritu. La falta de humildad perjudica a la unidad; el amor propio de un Superior 
arruina un colegio. íAh, sí! Siempre florecerán los antiguos tiempos del Oratorio, si no se tiene más mira que la gloria de Dios; si, por el 
contrario, buscamos la nuestra, nacerá el descontento, la división y el desorden. Los hermanos deben formar un solo cuerpo con el 
Superior y éste un solo corazón con todos sus subordinados, sin segundas intenciones que no sirven para nuestro ((390)) santo fin. 

Por esto les recomendaba tuvieran gran mesura en las palabras al tratar con los hermanos y demás personas subordinadas. 

-Para mandar, repetía, hay que emplear siempre estas u otras 
expresiones semejantes: -Podrías hacerme el favor? Quieres hacerme una cosa grata? Estarías dispuesto a hacerme un favor? Te vendría 
bien hacer esto? No hay que usar nunca la voz de mando; no se diga jamás yo quiero, ni se manden cosas superiores a las fuerzas de un 
individuo, perjudiciales para la salud, o contrarias al bien espiritual de aquél a quien se quiere inducir a una obra o aceptar un cargo. 

Inculcaba a los maestros: -Sed los primeros en llegar al aula y los últimos en salir. -Cuidad con particular atención a los más atrasados. 
-Para la ación escolar no contéis con el comportamiento de vuestros alumnos en el recreo. -No echéis nunca del aula a los muchachos 
negligentes y tolerad mucho su disipación. -La víspera de las fiestas anunciadlas brevemente con una exhortación a la comunión, al 
terminar las clases de la tarde. Es mucha la influencia de la palabra del maestro sobre los alumnos, cuando éstos le quieren. -No se lean 
las calificaciones de conducta los sábados, para no disminuir la frecuencia y serenidad de las confesiones con el mal humor de los que la 
tuvieran baja. Los domingos por la tarde sustitúyase la lectura del libro recreativo, que suele hacerse en el salón de estudio durante el 
último cuarto de hora, por la de un capítulo del Reglamento, que sirva de recuerdo para perseverar en los buenos propósitos hechos por la 
mañana. 
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Daba a los asistentes estos avisos; -Vigilad continuamente a los muchachos doquiera se encuentren, poniéndoles casi en la 
imposibilidad de portarse mal; y de un modo particular por la noche después de cenar, y prevenir de este modo aun el ((391)) menor 
desorden. -El sábado por la tarde o la víspera de cualquier fiesta vigílese a los muchachos al salir del estudio o de los talleres, para que no 
se paren o anden por escaleras, corredores y patios so pretexto de ir a confesarse; y procúrese que lleve cada uno consigo El Joven 
Cristiano, para prepararse y dar gracias después de la confesión. 

Recomendaba a todos los que ocupan un puesto de mando: 

-No peguéis nunca a los muchachos por ningún motivo. -No se tolere jamás la inmoralidad, ni la blasfemia, ni el hurto. Cuando haya 
pruebas ciertas de que un alumno es escandaloso o peligroso, remítasele al Prefecto, el cual lo alejará del Oratorio sin tardar. -Si se trata 
de faltas pequeñas, téngase en cuenta la ligereza de la edad juvenil. Por ejemplo, es difícil encontrar muchachos que no digan mentiras, o 
que no cometan pequeños hurtos de comestibles, dada la ocasión. -Cuando estáis excitados o enfadados, absteneos de reprender o 
corregir, para que no piensen los muchachos que obráis por pasión; esperad, incluso algunos días, hasta que se haya apagado toda 
indignación o cólera, o haya desaparecido aquella impresión violenta. -Asimismo, cuando hay que corregir, reprender o hacer una 
observación a un muchacho, procúrese llamarlo aparte y cuando no se encuentre agitado y enfadado: aguárdese hasta que esté sosegado y 
tranquilo; avísesele entonces y despídasele siempre con alguna buena palabra; por ejemplo, diciéndole que en adelante queréis ser su 
amigo y ayudarle en todo lo que podáis, etc. 

Y añadía: -Cuando un alumno se muestra arrepentido de una falta, perdonadle en seguida y perdonad de corazón: Echadlo todo al 
olvido. -Y después, que nadie diga jamás a un muchacho o a otro que ha desobedecido, que ha dicho una palabra insolente, o faltado 
((392)) de otra manera al respeto: íYa me las pagarás! Porque este lenguaje no es cristiano. -No se den castigos graves por faltas leves, 
pues el alumno que se considera castigado sin razón, guardará el recuerdo de ello en su corazón, y a veces también el deseo de venganza, 
y, si no puede vengarse, echará pestes contra aquel maestro y aquel asistente. Hay ejemplos espantosos de esos odios guardados largos 
años. -Cuando es inevitable castigar a un muchacho, procúrese llevarle aparte, hacerle reconocer su falta y, al mismo tiempo, darle a 
entender el disgusto que se experimenta al tener que castigarle. -No se impongan nunca castigos generales a toda una clase o 
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todo un dormitorio, sino háganse diligencias para descubrir a los autores del desorden y, si es preciso, despídaselos de casa; pero sepárese 
la causa de los buenos de la de los malos, que siempre son pocos; para que, por culpa de unos pocos, no tengan que sufrir muchos. Pero 
díganse al mismo tiempo a los culpables, que tienen buena voluntad, unas palabras de aliento, dejando siempre lugar al arrepentimiento 
para que vuelvan al buen camino. 

Daba, además, don Bosco dos normas muy sabias a sus colaboradores para descubrir y alejar del Oratorio a ciertos alumnos. Decía: 

-Para conocer a los jóvenes moralmente peligrosos, desde el principio del año escolar, yo los divido en dos clases: los malos de 
costumbres corrompidas y los que habitualmente se sustraen a la observancia del reglamento. En cuanto a los malos, diré algo que parece 
imposible, pero que es tal como lo afirmo. Supongamos que entre los quinientos alumnos de un colegio haya uno sólo de costumbres 
corrompidas y que ingrese otro nuevo también inficionado por el vicio. Ambos son de distinto pueblo, de otra provincia, hasta de diversa 
nación, de otro curso, de diferente dormitorio; nunca se han conocido, ni visto; y, con todo, al segundo día de ((393)) permanencia en el 
colegio, y a veces a las pocas horas, los veréis juntos al llegar el recreo. Como si un maléfico instinto los guiara para descubrir a los 
manchados con la misma pez o un imán endemoniado los atrajera para trabar amistad. El «dime con quién andas, y te diré quién eres» es 
un medio facilísimo para descubrir una mala pécora antes de que se convierta en lobo. 

Hay también otra clase de alumnos que no deben estar en casa. Cuando tengáis un jovencito que parece bueno, pero que es un 
zascandil: se ausenta fácilmente de los lugares designados por el reglamento, le encontráis a menudo solo por los rincones del patio, por 
las escaleras, en la terraza, en los escondrijos, en fin en cualquier lugar oculto a la mirada del superior, sospechad siempre. No os dejéis 
ilusionar por las apariencias de timidez, de natural solitario, de ligereza o de ingenuidad. Porque o sabe fingir muy bien o sin falta 
encontrará a quien lo corromperá. Estos sujetos son peligrosísimos. 

Pero no se contentaba don Bosco con dar normas a los demás; el trabajo principal para mantener el orden en casa lo reservaba para sí. 
Pedía a los asistentes y maestros que le entregaran semanal y mensualmente las listas con las calificaciones de conducta y aplicación de 
cada alumno, tantas listas como profesores, incluidos los de las escuelas nocturnas, los jefes de dormitorio y los de taller. Cada lista iba 
firmada por el que debía presentarla al Superior. Las primeras 
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listas de calificaciones que se conservan se remontan al curso 1857-58. Al margen de las mismas siempre aparece alguna observación. 

Además de estos informes mencionados, don Bosco pedía otros especiales. Quería que le presentaran cada semana las calificaciones 
obtenidas por los alumnos del Cottolengo que asistían a sus escuelas como externos y las de los clérigos que eran asistidos por un 
decurión especial. 

((394)) Cuando se veía obligado a salir de Turín durante algunas semanas, no tardaba en pedir noticias detalladas de sus alumnos. 
Guardamos una relación con las calificaciones de conducta de los alumnos del segundo curso, de los que ocupaban los siete dormitorios, 
y de los admitidos en la Compañía de San Luis. El clérigo que había recibido este encargo, escribía a don Bosco al pie de la hoja: 

Muy querido Señor y Padre en J. C.: 

Tendría mucho que contarle, ya que todavía no tuve ocasión de hablar con usted particularmente, desde que volví a su lado al acabar las 
vacaciones. Pero aquí no me parece bien decirle lo que desearía. Por ahora tengo el gusto de presentarle, según su deseo, la lista de mis 
alumnos e hijos suyos queridísimos, por la que podrá usted ver que todos marchan todavía bastante bien, si se exceptúan unos pocos. 
Mentiría si le dijese que no me apena su larga ausencia. Pero bien sabe Dios que mi pesar disminuye con el pensamiento de que usted 
ganará con sus fatigas alguna alma para Cristo y que usted trabaja por la salvación de nuestro prójimo, de nuestros hermanos. 

Basta: venga pronto con nosotros. Yo le echo de menos, todos le buscan y desean vivamente su venida: se nos hace muy larga la espera 
de volver a verle entre nosotros, de que llegue nuestro Padre querido. 

Con la firme esperanza de que se acuerde siempre de mí y de todos sus hijos a quienes ama usted más que a sí mismo, le ofrezco mis 
cordiales saludos y los de todos mis compañeros y hermanos y tengo el gusto de profesarme. 

De V. S. Ilma. 

Su hijo en J. C.
FRANCISCO VASCHETTI


Esta carta es un testimonio de lo mucho que querían a don Bosco los maestros y asistentes y de su afán por cumplir su deber. En efecto, 
en las listas de calificaciones que enviaban al Siervo de Dios, escribían al pie ((395)) algún pensamiento que expresaba devoción e interés 
especial por darle gusto. Vamos a referir algunas de estas anotaciones. Dice la primera: 

-El asistente que suscribe, movido por filial obediencia y afecto hacia su bondad, de nuevo le suplica que le amoneste de sus faltas y 
defectos. 
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Otro clérigo escribía: 

-El ejemplarísmo Rúa y el atento Danussi son oficialmente los monitores de mis faltas: al primero, además, le toca ser mi asistente y 
anotar mi puntuación. 

Un tercero cerraba la lista de calificaciones escribiendo: 

-Después de haberla leído, si vuestra señoría ilustrísima muy querida me lo permite, iré a decirle dos palabras. 

Y don Bosco mandaba llamar muchas veces a los asistentes, a los maestros, al jefe de estudio, al Catequista, al Prefecto y se entretenía 
con ellos hablando de lo que habían observado en la casa. Este continuo cambio de ideas y observaciones animaba a los que habían de 
estar con los muchachos y tenía al Superior informado de todo. 

Entretanto, como sabían los alumnos que sus calificaciones eran revisadas por don Bosco y veían que todos los domingos le entregaban 
las de aplicación, daban muchísima importancia a las mismas. El diez, es decir, el óptime, era la nota más corriente; el nueve o fere 
óptime (casi óptimamente) arrancaba lágrimas a quien lo había merecido; el bene y mucho más el medie, o sea, el ocho y el siete de 
aplicación eran notas tan deficientes, como para poder ser castigadas con la expulsión de la casa. Conviene advertir que estas notas se 
daban con cierto rigor, pues era norma general que quien vivía de la caridad debía ser digno de ella. Pero don Bosco entonces pedía las 
calificaciones obtenidas por el joven en clase, las comparaba con la de ((396)) aplicación en el estudio y a veces encontraba que el 
profesor y el jefe de estudio eran de distinta opinión. Por eso, y así nos lo aseguró monseñor Cagliero, ante estas calificaciones 
deficientes don Bosco no formaba de momento un juicio definitivo, sino que investigaba la causa, la cual no siempre dependía del 
alumno. Se culpaba a uno de estar habitualmente distraído en el salón de estudio. Otro, después de una horita de trabajo, buscaba un 
chisme con que entretenerse o leía libros amenos. Un tercero no acababa nunca los deberes, un cuarto no aprendía toda la lección. Don 
Bosco los mandaba subir a su habitación uno tras otro, en días distintos y les señalaba unas páginas para aprender de memoria o les 
mandaba hacer una pequeña redacción; y después les preguntaba. A éste disculpábale su escaso talento, de modo que con dificultad podía 
seguir al paso de los demás. En aquél descubría una memoria portentosa, que le reducía a entender las cosas sin reflexionar en ellas. El 
otro tenía poca memoria, pero un criterio justo. Y daba a cada uno las normas para aprovechar bien el tiempo. Luego, advertía a los 
clérigos que, cuando viesen a alguno distraído o dormitando, se le acercaran amablemente 
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y en voz baja le preguntaran si había entendido lo que estaba estudiando, si encontraba dificultad en las tareas; y le dijeran: 

-Quieres que te ayude? 

De este modo algunos, que al principio parecían incapacitados para los estudios, alcanzaron excelentes resultados. 

Así que eran pocos los estudiantes que merecían reproche. Nadie podrá jamás imaginar el afán por el estudio de aquellos tiempos. 
Cuando estaban los chicos en el comedor tenían a su lado el libro abierto; acortaban el recreo y se retiraban a un rincón del patio para 
repasar la lección; de noche buscaban un sitio próximo a la luz para poder dedicar al estudio el mayor tiempo posible. Eran necesarios 
avisos continuos para impedir abusos que podían perjudicar a su salud. 

((397)) Don Bosco se servía, con provecho moral para la casa, de los registros de notas de conducta y de los informes de los asistentes, 
para descubrir de manera sorprendente a los que sabían ocultar su malicia a los ojos de los Superiores. Además del registro oficial de 
conducta, tenía él otro registro particular de todos los jóvenes, y siempre que oía un informe poco honroso, una falta ligera, pero de las 
que ponen en guardia a un hombre prudente ante la seria sospecha sobre la conducta de un alumno, colocaba al lado del nombre de éste 
una de sus señales convencionales, que sólo él entendía y que especificaba la cualidad del mal de que se le acusaba. A veces había un 
nombre que en un solo mes llegaba a tener diez o quince señales, que a lo mejor indicaban todas lo mismo. Don Bosco repasaba 
atentamente de vez en cuando este registro. De cien alumnos, había noventa que no tenían señal alguna, pero diez o doce llevaban su 
nombre señalado varias veces. Entonces dedicaba todos sus cuidados a estos últimos, indagaba minuciosamente su conducta, los ponía 
bajo una vigilancia especial, observaba quiénes eran sus compañeros más frecuentes, hacía que alguien les preguntara y él mismo los 
interrogaba, y muy difícilmente podía el demonio mantener ocultas sus asechanzas y sus amistades. 

Don Bosco recomendaba a menudo este sistema a sus directores y les aseguraba que lo había encontrado muy ventajoso y casi infalible 
en sus dictámenes. 

Con su registro en la mano, al llegar el mes de junio, al fin de curso, tomaba las medidas oportunas para proteger la moralidad al año 
siguiente. Escribía una nota con los nombres de los que no habían de volver más, se la entregaba al Prefecto, y le encargaba de que se 
quedaran en sus casas para el año próximo. Guardamos todavía la lista de los que debían ser expulsados, fechada al 15 de mayo de 
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1859. Hay que hacer notar que aquel año hubo las insubordinaciones ((398)) causadas por la guerra. Pues bien; de trescientos jóvenes hay 
en lista sólo quince, de los cuales cuatro nombres tienen al lado la palabra duda. Esta nota honra grandemente al Oratorio. Anotaba 
también los nombres de los alumnos que no debían continuar como estudiantes y que convenía dedicar a un oficio; de los aprendices que 
merecían pasar a estudiantes; y de aquéllos que, por su conducta no muy satisfactoria, podían ser readmitidos después de las vacaciones y 
someterlos todavía a otra prueba. 

Pero si era el alma, como hemos dicho, la primera palabra de don Bosco cuando un muchacho entraba en el Oratorio, era también la 
última cuando salía de él. «Y fueron casi quince mil, asegura monseñor Cagliero, los que don Bosco albergó, mantuvo y educó solamente 
en el internado de Turín, e instruyó y catequizó en los Oratorios festivos de esta ciudad como externos: todos gozaron del beneficio de 
sus bendiciones paternales y sacerdotales.» 

Con todos ellos mostró su ternísima caridad, y no sólo con los buenos, lo mismo estudiantes que artesanos, que por diversos motivos 
volvían a sus pueblos por haber terminado sus estudios o su aprendizaje; no sólo con los externos que iban a despedirse de él antes de 
marcharse de Turín, sino también con los que no habían correspondido a sus ciudados y en los que tal vez había puesto sus esperanzas. El 
recibía o llamaba a todos antes de partir y, con singular benevolencia, les daba los consejos necesarios para prosperar en el estado que 
eligieran; les bendecía y los exhortaba a volver con frecuencia por el Oratorio, a seguir siendo virtuosos y dignos hijos de don Bosco; en 
conclusión, a salvar su alma. 

Nunca los olvidaba y, si se enteraba que alguno de ellos se encontraba en apuros, con paternal amabilidad ((399)) los socorría o les 
buscaba ayuda entre personas caritativas. Le decía don Bosco a uno de los nuestros, zapatero y soldado, cuya familia era pobre y que fue 
a visitarle: 

-Te han dado dinero en casa? 

Ante su respuesta negativa, añadió, poniendo en su mano unas monedas: 

-Toma y no digas nada a nadie. Si te encuentras falto de recursos, ven a mí. 

íCuántos hechos semejantes se podrían escribir! 

Con estos actos de beneficencia seguía siendo el dueño de sus corazones para darlos a Dios; era su buen padre de siempre, el que había 
alegrado su corazón juvenil. Por eso, cuando después de muchos 
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años se los encontraba, les repetía con franqueza la misma palabra con que les había dicho al despedirse: íel alma!, y añadía. 

-íBueno, antaño eras un buen chico! Verdad? 

-No sabría qué decirle... 

-Y ahora sigues siéndolo? 

-Ahora... sabe usted... estamos en medio del mundo... 

-Vas a confesarte? 

-O también: 

-Cuándo volverás a verme? 

Y añadía alguna palabra en voz baja, de acuerdo con la respuesta. 

Exhortaba don Bosco también a sus Directores a seguir este método al 

encontrarse con los jóvenes, ya hombres, o que volvían a visitar el colegio. Decirles sonriendo: 

-Has cumplido el precepto pascual? -Cuándo te has confesado? 

-Pero haced estas recomendaciones sin esos preámbulos de Quisiera decirte... Si no lo llevas a mal... Si me lo permites... Nada de eso; 
lanzad la palabra como una flecha y pasad en seguida a otro tema. Eso deja buena impresión; de otro modo, no. Podría añadirse: Verdad 
que soy curioso?, u otra frase por el estilo, pero no más. 
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((400)) 

CAPITULO XXX 

SANTAS INDUSTRIAS -DON BOSCO CON LOS JOVENES: SU CARIDAD PATERNAL Y CARIÑO FILIAL DE SUS 
MUCHACHOS -LOS RECREOS CLAMOROSOS -SABIOS CONSEJOS Y OBSERVACIONES -RECUERDOS EN VERSO 
-VERSOS LATINOS -PROPUESTAS DIFICILES DE ENTENDER -EL DANTE -LAS REGLAS GRAMATICALES -UNA 
OPERACION ALGEBRAICA -SABIAS RESPUESTAS DE GIANDUYA -LECCIONES DE HIGIENE -ACERTIJOS Y PREGUNTAS 
MISTERIOSAS -LOS JOVENES RODEANDO A DON BOSCO -LA PALABRA AL OIDO -LA MIRADA QUE HABLA -LOS 
CACHETES 

«LA caridad sugería a don Bosco tantas santas industrias para ganar almas a Dios, que hablar de todas ellas y de su paciencia, sería 
asunto muy difícil. Fueron tantas y tan grandes que superan todo elogio». Así lo afirmaba solemnemente monseñor Bertagna; y nosotros 
añadiremos otras a las muchas ya descritas, que todavía mencionaremos para mayor aclaración y orden de la narración, y que los lectores 
conocerán con gusto y admiración. 

La primera industria era la de actuar su lema; Servite Domino in laetitia (Servid al Señor con alegria). El temor de Dios, el trabajo y el 
estudio incesantes, envueltos en santa alegría, eran la vida ((401)) del Oratorio. Este admirable conjunto hacía que los alumnos de 
Valdocco pasaran sus días alegremente, con entusiasmo, y para casi todos, inefablemente tranquilos. Quien no lo vio, difícilmente puede 
formarse una idea cabal del bullicio, de la ingenua inconsciencia de los juegos, de la alegría de aquellos recreos. El patio era pateado 
palmo a palmo con desenfrenadas carreras, y don Bosco, que era el alma de todas aquellas diversiones, queridas y promovidas por él, 
gozaba lo indecible. Y los muchachos, sabedores de que, siempre que podía, tomaba parte en sus juegos y conversaciones, alzaban de vez 
en cuando los ojos hacia la habitación del buen padre y, si le veían aparecer en la galería descubierta, alzábase un grito unánime de 
alegría. Un buen grupo de chicos corría a su encuentro a los pies de la escalera para besar su mano. 
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Pocos hubo en el mundo, creemos nosotros, que atrajeran de tal modo a los niños y supieran aprovechar este afecto para su bien. Don 
Bosco en medio de los muchachos era la amabilidad personificada. Monseñor Cagliero, los clérigos y los mismos jóvenes decían de él: 
Apparuit benignitas Salvatoris nostri (Apareció la bondad de nuestro Salvador). 

Comenzaba diciendo don Bosco a quien se le presentaba con cara triste y sombría: 

-íEa, alegría! 

Y estas dos palabras, dichas por él, producían un efecto mágico, disipaban la tristeza, y el muchacho se sentía dispuesto y deseoso de 
cumplir el deber. 

-Cómo estás? -preguntaba a otro. 

Y, si hacía al caso, se enteraba de si sufría por falta de algún cuidado. Durante el invierno, si le parecía que un chiquillo tenía frío, 
tentaba sus brazos con los dedos para enterarse de si llevaba un jersey de lana y luego le decía: 

-íNo estás bien abrigado! Y tienes mantas para no pasar frío en la cama? 

((402)) Y lo enviaba al ropero para que le proporcionara lo necesario. Así hacía con cuantos encontraba, cuando le parecía que sufrían, 
aún con aquéllos a quienes debían proveer los padres. 

Ya a uno, ya a otro, siempre daba a entender que tomaba a pechos cuanto podía interesarles. Les pedía noticias de sus padres y de su 
familia, del párroco, del maestro de la escuela y de los paisanos que él conocía; les decía que cuando escribiesen a su casa dieran 
recuerdos de su parte a fulano, a zutano y especialmente a su padre y a su madre; les contaba algún suceso memorable de su pueblo, pues 
sabía de memoria los acontecimientos más notables de muchas ciudades y villas del Piamonte; les hablaba de la iglesia parroquial, del 
campanario, en fin, de todo lo que puede interesar a un jovencito, los cuales rebosaban de alegría con aquellos recuerdos y quedaban 
agradecidos a su amabilidad. 

Estas conversaciones eran cortísimas, cuando bajaba al patio, porque sabía que no todos se hubiesen resignado a estar parados 
escuchándole y porque le gustaba verlos en movimiento. Por eso no quería ver a los estudiantes ocupados en juegos que exigieran 
demasiada atención mental y prohibía que se colocaran en los patios bancos para sentarse. No consentía los juegos de naipes, damas, 
dominó y ajedrez, porque: 

-La mente necesita descansar, decía. 
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Como sapiente educador los prevenía, invitándolos a juegos que ejercitaban sus fuerzas físicas. Y él mismo se asociaba a sus 
diversiones y a veces los desafiaba a una carrera. 

Otras veces invitaba a todos a jugar al marro y hacía que le colocara la suerte en uno de los bandos, cuando veía en el otro a un 
determinado jugador, que llevaba tiempo [403] con una conducta dudosa y se industriaba por estar alejado de él y así no ser amonestado. 
Empezaba el juego, y cuando estaba encarrilado y era máxima la confusión de los jugadores, don Bosco, puestos sus ojos en la presa, 
salía a tiempo de su trinchera y, esquivando todo obstáculo, la agarraba, mientras todos gritaban: íPreso, preso! Y entonces le decía don 
Bosco bromeando una de aquellas palabras, que le ganaban los corazones. 

Si no se sentía con fuerzas para este juego, colocaba a los muchachos en fila de dos en dos, se ponía él a la cabeza del batallón, abría 
después de la marcha y íadelante! Entonaba el estribillo piamontés: Un, doi, polenta e coi (uno, dos, polenta y coles); los chicos lo 
repetían cientos de veces, marchando a paso acompasado, batiendo palmas y golpeando el suelo bajo los pórticos con tanto ruido como 
para hacer temblar la tierra. Salían al patio, volvían a entrar bajo las arcadas; giraban a la derecha, a la izquierda; subían las escaleras por 
un lado, pasaban por un corredor, bajaban por otra escalera. Y siempre batiendo palmas y levantando la voz, de acuerdo con el ejemplo 
que don Bosco les daba. Por fin, cansados pero alegres, oían con pesar el sonido de la campanilla que los llamaba a sus deberes. Este 
paseo hacía el papel de una ronda de inspección. 

Muchísimas veces, particularmente el curso de 1859-1860, alineaba don Bosco a centenares de muchachos en mitad del patio en fila 
india; se ponía él a la cabeza y después de decir: -Siempre detrás de mí; hay que poner el pie sobre la huella del que va delante-, abría la 
marcha batiendo palmas a compás, imitado por los que le segúian. Y ahora giraba a la dercha, ahora a la izquierda, ahora marchaba en 
línea recta, ahora trazaba una oblicua y, al cambiar de dirección, formaba un ángulo agudo, un ángulo recto o una circunferencia. De 
repente decía. íAlto! Y los muchachos, que le había seguido en todos aquellos rodeos ((404)) caprichosos, quedaban colocados, uno junto 
a otro, en grupos extraños cuyo significado no hubiera podido explicar un observador. Pero otros muchachos, que comprendían la 
intención de don Bosco con aquellos movimientos, subían a la galería, veían cómo cada grupo formaba una letra de enorme tamaño y 
leían claramente las palabras: VIVA PIO NONO. 
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Como no era prudente por aquellos años lanzar este grito, mientras el Papa era amenazado y atacado, él lo escribía con las cabezas de 
sus chicos. Otras veces formaba un VIVA MARIA, o bien un VIVA SAN LUIS. Aún en 1861 realizó todavía este juego; pero un día en 
que los chavales le aguardaban ansiosos para continuarlo, él se puso a pasear bajo los pórticos, habló con unos y con otros, y por fin se 
retiró a su habitación. Desde aquel momento ya no habló más de ello. Tal vez le costaba mucho estudio aquella maniobra. Así lo refiere 
don Pablo Albera. 

No siempre jugaba don Bosco, pero entonces, situado en medio de ellos, no callaba nunca porque quería a toda costa ocupar su mente: 
resulta imposible decir lo agradable que era su conversación, rica en frases llenas de gracia y de amenas narraciones. Empecemos por 
contar algunos de sus dichos, dirigidos a los sacerdotes, clérigos o algunos que le rodeaban en el refectorio o que se tropezaba al paso, 
aún fuera de las horas de recreo. Los verdaderos hijos de don Bosco no tenían secretos para él; por eso a menudo decíale a uno que sabía 
se encontraba en un aprieto: 

-íNada te turbe!, decía Santa Teresa. 

A otro que estaba angustiado con tribulaciones materiales o espirituales: 

-íTodo pasa! 

A aquél que no aguantaba las molestias que le causaban ciertos compañeros: 

-Vince in bono malum. Alter alterius onera portate (Vence el mal con el bien. Llevad los unos las cargas de los otros). 

((405)) Encontraba uno dificultades en los estudios o en el aprendizaje del oficio y le decía: 

-Sobre la marcha se acomoda la carga al borriquillo, es decir: 
trabajando se vencen las dificultades. Y todos sabían que él ponía manos a la obra sin aguardar a que las dificultades, a veces grandes, 
quedaran allanadas del todo. 

Si le preguntaban acerca de algún doloroso suceso que le había disgustado, observaba: 

-Ya decía mi madre que no hay ningún país donde sucedan tantas calamidades, como en este mundo. 

Hablábase a veces de empresas guerreras arriesgadas, pero afortunadas; de nuevas tierras descubiertas después de viajes peligrosos y 
llenos de dificultades; de inventos científicos o mecánicos, fruto de largos estudios y después de fracasos, envidias e injusticias, y alguno 
preguntaba a don Bosco: 
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-Y usted? Y las obras que ha emprendido? 

Y él, con la peculiar sonrisa y el aire jovial que sabía mantener tan bien, contestaba con cierta solemnidad: 

-El mundo es de quien lo pilla. Los atrevidos obtienen lo que quieren. Audaces fortuna iuvat. Tradidit Deus terram disputationibus 
eorum. (La fortuna ayuda a los audaces. Dios entregó la tierra a sus discusiones). 

Cuando se hablaba de cosas grandiosas, de fortunas, de gloria, de fama, de riquezas, de empresas logradas, repetía: 

-Vanitas vanitatum, et omnia vanitas, praeter amare Deum et illi soli servire. (Vanidad de vanidades y todo vanidad, salvo amar a Dios 
y servirle a El solo). 

El que se acercaba a don Bosco aprendía siempre algo nuevo y recibía lecciones provechosas. 

Recitaba versos a menudo en pleno patio. Después de repetir la sentencia: Tempora mutantur et nos mutamur in illis (Cambian los 
tiempos y cambiamos nosotros con ellos), hablaba de la fugacidad del tiempo con los siguientes versos: 

El tiempo pasa sin parar su pie, 

va la muerte detrás de sus jornadas, 

y las cosas presentes, las pasadas 

y futuras me apenan también. 

O bien: Fugit irreparabile tempus. Tempora labuntur tacitisque senescimus annis. (Huye irreparable el tiempo. Deslízanse los tiempos y 
nosotros envejecemos al silencioso correr de los años). 

((406)) Cuando quería enseñar a sus alumnos que no hay que dejarse engañar por las hermosas apariencias para juzgar de la felicidad 
ajena, solía repetir a menudo estos versos de Metastasio: 

Se a ciascún l'interno affanno (íSi en el rostro de cada uno Si vedesse in volto scritto, se viese escrita la angustia interior, quanti 
mai che invidia fanno cuántos que nos dan envidia, 
Ci farebbero pietá! nos darían lástima! 

Si vedria che i lor nemici Se vería que tienen a sus enemigos Hanno in seno; e si riduce en el pecho; y toda su felicidad se 
reduce Nel parere a noi felici a que nos parecen felices.) 
Ogni lor felicitá! 

Otras veces improvisaba unos versos poniendo en ellos el nombre del chico que se le acercaba a besar su mano: 
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Ad Antonio perchè buono (A Antonio por ser bueno 
Sarà dato il cielo in dono. se le dará el cielo como premio. 
Ma se tu sarai cattivo, Pero como seas malo, 
Del bel cielo sarai privo. quedarás privado del hermoso cielo.) 

Y volviéndose a otro: 

Se Carlin non sarà buono (Si Carlitos no es bueno, 
Non avrà il cielo in dono. no tendrá el premio del cielo). ' 

Y decía a un tercero: 

Se sarà buono Roberto (Si Roberto es bueno, 
Premio in cielo avrà di certo. tendrá ciertamente premio en el cielo.) 

A un alumno que tenía muy buen corazón, pero la cabeza de chorlito, con gran sorpresa de todos le dijo cantando: 

íOh Francesco,Francesco,Francesco! (Ay, Francisco, Francisco,Francisco,
Su nel cielo un gran bene ci aspetta, un gran premio nos aguarda arriba en el cielo. Là godremo
una pace perfetta, allá gozaremos paz perfecta
E quel gaudio che fine non ha. y un gozo que no tiene fin)
.


Y después se reía y hacía reír a los que lo rodeaban. 

Otras veces, para distraerse de pensamientos demasiado serios, o ((407)) para interrumpir la narración de algo exagerado o 
desagradable, de alguna cosa contra la caridad y la justicia, salía con aquel verso de Virgilio: Quadrupedante putrem sonitu quatit ungula 
campum (Con cuadrúpedo son bate el casco el blando campo). O repetía con Tibulo: Tum ferri rigor, atque argutae lamina serrae 
(entonces la rigidez del hierro y la hoja de la estridente sierra). Y a veces: Me mea paupertas vitae traducit inerti (a mí me arrastra mi 
pobreza por la inerte vida). 

Y después ponía de relieve la armonía imitativa de estos versos con gran gusto de los alumnos de las clases superiores, que veían cómo 
don Bosco recordaba a las mil maravillas los estudios hechos de jovencito, y que eran los mismos que ellos cursaban entonces. 

También les pedía la traducción de sencillas frases latinas, cuyas palabras, poco usadas, tenían doble sentido y por tanto ofrecían 
dificultad para entenderlas. 

-Vamos a ver, decía: quién de vosotros me traduce al italiano la frase: Homo ne, si vis esse, o esta otra: Ne mater suam. 
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Las más de las veces los alumnos no daban con la traducción y aguardaban una explicación de don Bosco, que no se hacía esperar: 

-Hela aquí: la primera frase dice: Hombre teje, si quieres comer. La segunda: Hila madre, yo coseré. 

Proponía otras más de las que recordamos dos: Non est peccatum occidere patrem suum. Deus non est in coelo. El tropel de muchachos 
pensaba, preguntaba, disparataba, bromeaba y voceaba diciendo: 

-íDígalo usted, don Bosco! 

El, después de obtener silencio, daba la explicación: 

-No es pecado matar al padre de los cerdos. Dios no come en el cielo. 

Palmadas y sonoras carcajadas coreaban la respuesta. 

De cuando en cuando los invitaba a recitar un trozo de los poetas clásicos italianos, especialmente de la Divina Comedia. ((408)) El 
mismo recitaba algún terceto y a veces un canto entero, dando la impresión de que lo supiese todo de memoria. Efectivamente, le gustaba 
mucho este admirable poema, y durante sus paseos otoñales, lo mismo que en las visitas a las casas de su Congregación, sobre todo de 
1874 a 1882, no dejaba de llevarlo en la maleta para recrear su espíritu. 

Las mismas reglas de la gramática latina, puestas en versos octosílabos por el nuevo método, a pesar de los retorcidos que eran y de su 
no fácil comprensión, le servían para entretener agradablemente a los estudiantes, particularmente a los del tercer curso de gimnasio 
(bachillerato). Repetía las estrofas, las explicaba, las hacía repetir a los muchachos que tenían que aprenderlas de memoria en clase. Así, 
aquel rato de recreo producía útiles enseñanzas y despertaba el deseo de sacar provecho de ellas, porque después don Bosco no dejaba de 
preguntar a alguno. 

Pero lo más sorprendente es que aquellas mismas reglas, de un modo o de otro, directa o indirectamente, le servían de conclusión para 
algunos avisos suyos. Así, a un asistente que no ponía mucho empeño en el cumplimiento de su deber, le decía: 

-Acuérdate: 

En la activa, infinitivo,
te dará el imperativo.


Al observar que se produce desorden en cosas necesarias, si no hay armonía entre quien manda y quien obedece o también si falta 
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unión entre dos que deben dedicar su actividad a un único fin, afirmaba: 

-Esta es una falta gramatical: 

Entiéndase ante todo (y no olvide, por si acaso)
concertar el adjetivo
con su nombre sustantivo
en género, número y caso.


((409)) Y volviéndose hacia uno de los alumnos o de los clérigos seguía diciendo: 

Nadie tenga que decir
que es muy larga tu nariz.


Y añadía después:
-Sabéis qué quiere decir esto?
A veces decíale don Bosco a un alumno de la clase de filosofía:
-Sabes algo de álgebra?
-Sí, señor.
-Resuélveme entonces este problema: A » B -M. Qué significa eso?
Pensaba el joven, soltaba lo primero que se le ocurría, pero no entendía.
-Pues fíjate bien: yo te diré lo que tú no sabes. A quiere decir alegre, B significa bueno, M1 indica malo; a saber: sé alegre, más bueno,


menos malo, o, si lo prefieres, nunca malo. 
En otras ocasiones volvíase a uno y le espetaba: 
-Acuérdate de las tres eses. 
-Qué son las tres eses? 
-Salud, sabiduría y santidad. 
Y a un clérigo: 
-Tampoco tú te olvides: Salve, salvando, sálvate. 
Rodeado de aprendices, si le preguntaban cómo había que ingeniarse para tener siempre dinero en el bolsillo, contestaba: 
-Gianduya solía decir: Si quieres tener siempre dinero, cuando tengas ocho monedas en el bolsillo, gasta sólo cuatro; y no gastes ocho, 

cuando no tengas más que cuatro, sino dos solamente y así nunca estarás sin dinero. 
Hablando de este prototipo del campesino piamontés, contaba episodios populares llenos de gracia. 
1 M: en el original es una C, correspondiente a Cattivo o malo, en italiano. (N. del T.) 

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((410)) -Estaba un día Gianduya en el teatrito de la plaza muy triste y pensativo; no quería hablar.
-Qué te pasa, Gianduya, que no hablas esta tarde?
-Estoy triste y preocupado porque este año hubo mala cosecha.
-Qué quieres decir con eso?
-No estás viendo que el Altísimo de allá arriba nos envía tempestades por nuestros pecados y que el Altísimo de aquí abajo nos quita lo


que queda con los impuestos? Y nosotros entretanto en medio de dos altísimos quedamos paupérrimos? 

íPobre Gianduya! Después de estas palabras fue detenido y le metieron en chirona. 

-Comprendéis qué le sucede al que habla mal del Gobierno? 

Estaba otra vez Gianduya en el escenario y le preguntaron: 

-Gianduya, por favor: qué vino te gusta más?, es decir, cuál es el mejor? 

Y el callaba. 

-Te gusta más el Barbera de Asti? 

Gianduya dijo que no con una mueca. 

-El Barolo? 

-No. 

-El moscatel de Strevi? 

-No. 

-El de Siracusa? 

-No. 

-El Burdeos? El Nebbiolo? El de Malvasía? 

-íNo, no!. 

-El de Rin? El champán? El de Alicante? 

-íNo, no, no! 

-El Tokái? El vino santo? El Caluso?1 

-íNo! 

Y acompañaba cada una de sus negativas con un gesto tan gracioso que hacía desternillar de risa a la gente. 

((411)) Pues cuál es el vino que más te gusta? 

-íEl vino que más me gusta es el que tengo en mi vaso; es el que yo puedo beber! Qué me importa que me nombres tantas clases de 

vinos excelentes, si yo no puedo comprarlos ni catarlos? 

1 Tokai es una población del norte de Hungría. Y Caluso es un pueblo situado entre Turín e Ivrea. Ambas famosas por sus vinos. Las 
vides de Tokai fueron cultivadas en el norte de Italia, sobre todo en la zona de Venecia: su vino, un poco espumoso, es muy apreciado, 
singularmente el de Udine. A su vez, el vino de Caluso es un vino dulce, hecho de pasas y soleado. (N. del T.) 

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Don Bosco alternaba estas chanzas con saludables avisos. 

Si uno se quejaba de ligeras indisposiciones, le decía: 

-Pitágoras prescribía siempre estos tres remedios para toda clase de males: dieta, agua fresca y movimiento. 

En ocasiones repetía esta otra receta: quies, mens hilaris, dieta (reposo, ánimo alegre, dieta). 

A uno que tenía miedo de caer enfermo le contaba: 

-Había un convaleciente, que por miedo a que algo le hiciera daño, quería que le asistiera siempre el médico durante la comida. Pues 
bien, sucedió que en cierta ocasión le presentaron un pollo. El médico comenzó a observarlo para quitar las partes que creía podían 
perjudicar al enfermo. Al cortar las alas, dijo: Ala mala (el ala es mala) y colocó las dos en su propio plato; Coxa noxa (las patas son 
dañosas) e hizo lo mismo. Testa, infesta (la cabeza está infectada), y la misma canción repitió con la pechuga y demás partes, hasta que 
finalmente exclamó: Collum sine pelle, bonum (el cuello sin piel es bueno) y lo largó despellejado a su cliente. El médico fue el que se 
tragó la piel y todo lo demás, has entendido? Deja, pues, de lado temores y precauciones no necesarias. Confía más en la Providencia de 
Dios. Acude a la protección de la Santísima Virgen y, íadelante con tranquilidad! 

Variaba continuamente sus bromas proponiendo acertijos a los alumnos e invitándoles a adivinarlos. Algunos eran de su propia 
cosecha. 

-íHuy, qué color tienes! -decíale a uno-.Me parece que estás enfermo. 

-Yo? íEstoy la mar de bien! 

((412)) -Y sin embargo te digo que tienes mal color: estás verde. 

-No lo entiendo. 

-íPiénsalo y lo entenderás! 

El muchacho se retiraba, pensaba, hablaba con los compañeros, y después volvía: 

-Don Bosco, ya he entendido qué significa estar verde: quiere decir que soy como una planta sin fruto, verdad? 

-Por fin lo has entendido, contestábale don Bosco sonriendo. 

-Pero, me esforzaré, créame; en adelante quiero ser mejor. 

Después de algunos días presentábase el jovencito a don Bosco: 

-Míreme y dígame: tengo todavía mal color? 

-No; ya tienes buen color; se ve que estás mejor, pero hay que hacer todavía algún esfuerzo más. 

-Es verdad; pero, ya verá usted, ya verá... 

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-íBravo! siempre he dicho yo que eres una buena pieza.
A veces llamaba a uno de los que esperaba admitir en su Congregación y le decía después de mirarle fijamente:
-Est caput plectendum (hay que doblar la cabeza); o también: Caput amputandum (hay que cortar la cabeza)
.
Y el muchacho, que había penetrado el sentido de la frase latina, respondía con una sonrisa.
A otro le decía:
-Te quiero cocer sabes?
O también:
-No estás bastante cocido.
Palabras con las que expresaba su deseo de ver en él un comportamiento más perfecto, un amor a Dios más fuerte y sincero.
A uno, a quien había visto distraído en la iglesia durante el sermón, le preguntaba:
-Dime, te duelen las muelas? íPobrecito!
-íNo, no, a mí no!
-Pues me parecía que tenías dolor de muelas.
Y con estas palabras, como después le explicaba, quería dar a entender que ((413)) masticaba con dificultad la palabra de Dios, que no


la saboreaba y, naturalmente, no sacaba ningún fruto de ella. Y decía: 
-íPobrecito, te duele la cabeza! Para indicarle los caprichos y las desobediencias. 
Le era muy peculiar la expresión de: -Cuándo comenzarás a hacer milagros? 
Dirigía estas frases, a veces de improviso, a alguno que estaba pensativo o que parecía distraído en otra cosa, o bien cuando uno 

hablaba al oído a un compañero del corro que le rodeaba. 
Un día le dijo a un muchacho, que llevaba unos meses sin acercarse a los sacramentos: 
-íHola, amigo! Estarías dispuesto a comer conmigo mañana? 
A su respuesta afirmativa, añadió: 
-íMira, que yo como mañana por la mañana a las siete y media!, aludiendo a la mesa eucarística de la misa. 
Era un espectáculo conmovedor contemplar a don Bosco, rodeado de un nutrido corro de alumnos, a los que, mientras conversaba, 

examinaba uno por uno con sus ojos; y tenía una palabra especial para todos. A éste: -Qué tal estás?; a aquél: -Eres bueno?; al recién 
llegado: -Eres un angelito de veras? Y cerrando la mano levantaba el índice y el meñique como si fueran unos cuernos. Y los 

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chicos reían e imitaban el mismo gesto sobre la cabeza del compañero que tenían delante. A un chiquillo, que apoyaba silencioso la 
cabeza en su brazo, le decía: -íCállate! Y a otro: -íAh, bribonzuelo! -y le amenazaba bromeando con el dedo-.A otros muchachos:-Quiero 
que seamos amigos: pero de veras, no en broma. Respóndeme, eres sinceramente mi amigo? Y a alguno: -Cuándo nos veremos?, y el 
joven comprendía que se trataba de hablar de los asuntos del alma y de la vocación. 

A veces daba un aviso a un jovencito y, volviéndose de repente a otro, decía: -Has entendido? ((414)) Sucedía en ocasiones que uno se 
le acercaba para besarle la mano y él agarraba la del muchacho y sin soltarla decía: 

-Vete, vete a jugar. 

Y seguía hablando con los que le rodeaban; volvíase de nuevo al pequeño prisionero y repetía: 

-Vete; qué haces aquí? 

-íPero si usted no me suelta! 

Don Bosco sonreía, seguía reteniéndolo, conversando y después: -íEa!, vete, vete, todavía estás aquí? 

El chico también sonreía y entonces don Bosco le soltaba y le dejaba ir a correr y saltar. Empleaba estas maneras especialmente con los 
que al parecer andaban algo apartados de él. 

A los que veía silenciosos y pensativos, sospechando que rumiaban algún pensamiento de murmuración, les preguntaba de repente: 

-Qué dices? 

-Yo? íNada! 

-Creía que habías hablado. 

De este modo les sorprendía y desvanecía su imaginación. 

Todas estas frases y maneras acababan generalmente con una palabra confidencial que los chicos llamaban: LA PALABRITA AL 
OIDO. Pero, en qué consistía esta palabra que ya hemos mencionado varias veces en nuestras Memorias Biográficas? 

Era algo así como el eco de la palabra de Dios: «viva, y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las 
fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» 1. 

De este modo don Bosco, lleno de celo y prudencia, lo gobernaba todo con su consejo, se informaba de todo, conocía a todos los 
alumnos internos y externos, ((415)) los distinguía por su nombre y su 

1 Hebr. IV, 12. 
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carácter, y sabía dar siempre con irresistible amabilidad un aviso acomodado a las necesidades de cada cual. Pero lo que confería 
muchísima eficacia a su palabra era que, muchas veces indicaba a un muchacho cosas secretas que sólo él conocía y a menudo 
acontecimientos futuros relacionados con su persona, que después se verificaban exactamente. Por eso los alumnos daban suma 
importancia a esta su santa industria y costumbre, y de ello se puede argüir, mas sin conocer en toda su extensión, los admirables efectos 
que producían en aumento de la virtud y de la salvación de las almas. 

A menudo decía don Bosco a un joven: -quieres que te diga una palabra? O bien los mismos jóvenes le pedían: -íDígame una palabra! 
Y don Bosco, colocando una mano sobre la cabeza del joven e inclinándose hasta su oreja, le hablaba en secreto haciendo pantalla con la 
otra para que nadie pudiera oír. Era digno de ver el distinto aspecto que tomaban las fisonomías de los muchachos en aquel momento: 
sonrientes unas, otras serias; alguno se ponía rojo como un tomate, otro rompía a llorar, éste daba a entender un sí, aquél, un no, quién se 
retiraba pensativo a pasear él solo, quién decía gracias y corría a jugar, quién se dirigía en seguida a la iglesia para visitar a Jesús 
Sacramentado. Los había que, después de oír la palabrita, no sabían separarse de don Bosco y se quedaban como absortos en una idea 
grandiosa y quiénes, haciendo pantalla con su mano ante la boca, contestaban al oído de don Bosco o le hacían alguna pregunta. La 
palabra que don Bosco decía a cada uno no duraba más que unos segundos. Pero era como un dardo de fuego que traspasaba el corazón y 
quedaba clavado de manera que era imposible arrancarlo. Ora era un consejo, ora una observación, un estímulo al bien y también un 
reproche. En efecto no solía don Bosco ((416)) reprochar ásperamente y mucho menos en público. Nunca daba a conocer que tenía en 
poco a un joven y, aun los que reconocían no merecer consideraciones, sabían que don Bosco no los avergonzaría de ningún modo. En 
toda su vida no humilló nunca a nadie, salvo el caso en que se tratase de reparar un escándalo público. De ahí nacía la confianza y la 
entrega al superior de la casi totalidad de los chicos del Oratorio. Por eso el aviso amistoso no deshonraba, producía buen efecto y 
alentaba a la perseverancia en el bien. Dicen los Proverbios «anillo de oro y collar de oro fino es la reprensión sabia en oído atento» 1. 

Estas palabras frecuentemente eran así: -Podrías ofrecer como 

1 Proverb. XXV, 12. 
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florecilla a la Virgen estudiar más la lección? -Jesús espera tu visita en la iglesia. -Quítate la costumbre de poner las manos encima de los 
demás. -Te has confesado bien? -Por qué no vas a comulgar más a menudo? -íAy, esos compañeros! -íAnimo, invoca a María y Ella te 
ayudará! -íSi pudieras ver el estado de tu alma! -Sigue así, la Virgen está satisfecha de ti. -No lo olvides: Dios te ve.-Antes morir que 
pecar. -Sé bueno y nos encontraremos juntos en el paraíso. -Procura hacer una buena confesión y tendrás una gran alegría. -Qui faciunt 
peccata, hostes sunt animae suae (Los que cometen pecados son enemigos de su propia alma) -Reza cinco padrenuestros a las llagas de 
Jesús para obtener que ninguno de los que mueran hoy vaya al infierno. -Ayúdame a salvar tu alma. -íAlégrate!, un día estaremos juntos 
con el Señor. -Sé obediente y serás santo. -Pide a la Virgen la gracia de no caer en pecado en tu vida. -Vas a poder dormir tranquilo esta 
noche? 

Y cien frases más de este estilo que variaban según las circunstancias. Un ojo avizor descubría a veces ((417)) el efecto inmediato; en 
unos, porque se acercaban a los sacramentos; en otros, porque tenían más recogimiento en la oración, mayor diligencia en el 
cumplimiento de sus deberes, en dejar ciertas envidias, ciertos modos violentos, descorteses o molestos con los condiscípulos. Y hubo 
muchos, cuyos nombres podríamos citar, que llegaron a tales fervores de piedad y se dieron a penitencias tan extraordinarias, que don 
Bosco tuvo que frenarlos. 

Pero los primeros en percatarse de la eficacia de esta palabra eran los mismos a los que iba dirigida. 

Nos contaba un venerable sacerdote: -«Soy testigo de un hecho admirable que me sucedió repetidas veces siendo yo jovencito. Cuando 
don Bosco me veía preocupado durante el recreo, sabía sugerirme palabras tan oportunas que yo me sentía libre de los pensamientos 
molestos, y puedo decir que hasta de las tentaciones, que tal vez me hubieran arrastrado al mal. Y así, sin darme cuenta de ello, volvía la 
paz a mi corazón y me encontraba bien. Y lo que hacía conmigo lo hacía con todos y también después de las oraciones, cuando nos 
acercábamos a él para darle las buenas noches, pues ninguno se iba a descansar sin haberle besado antes la mano». 

Advertiremos aquí que sus insinuantes y amables maneras produjeron hasta más allá del año 1860 un gracioso y singular fenómeno. 
Los muchachos abrían confiadamente su corazón a don Bosco en cualquier lugar donde se encontrara, hasta en mitad del patio; si algo 
turbaba su conciencia, no iban a acostarse, si no lo confesaban 
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a don Bosco mismo. Antes preferían velar junto a su puerta y llamar suavemente, hasta que se les abriera: con el pecado en la conciencia 
no podían dormir tranquilos. 

Pero no todos los alumnos se acercaban con tan ((418)) filial afecto a don Bosco. Había notables excepciones, pero aún entonces la 
palabra de don Bosco producía sus efectos, porque a menudo llegaba inesperadamente al oído de sus hijos. 

Veía, a veces, en medio de un corro a un muchacho algo disipado que defendía acaloradamente su opinión. Le interrumpía, le llamaba y 
le decía: 

-Quiero que hagamos algo muy bonito. 

Y al preguntarle el chico de qué se trataba, decíale al oído: 

-Quiero que hagamos un buen lavado para que puedas llegar a ser amigo de Dios y protegido por la santísima Virgen. 

Corría otro desalado por el patio, totalmente abstraído en el juego, sin darse cuenta de en qué mundo estaba, y de pronto parábale don 
Bosco: 

-Qué tal estás? 

-íMuy bien! 

-También del alma? 

Ante pregunta tan imprevista, miraba el muchacho a don Bosco un poco embarazado, bajaba los ojos, sacudía la cabeza, se rascaba, y: 

-Es verdad... pero... 

-Si murieras mañana, esta noche, hoy: estarías contento? 

-No mucho. 

-Cuándo, pues, vendrás a confesarte? 

-íMañana por la mañana! 

Y en general cumplían la palabra. 

Algún muchacho malicioso se industriaba para no encontrarse con don Bosco, por falta de valor para soportar su mirada. Don Bosco 
seguía sus pasos y, cuando el otro se creía seguro y estaba conversando acaloradamente en un corro de compañeros, sentía de repente que 
dos manos tapaban sus ojos y sostenían inmóvil su ((419)) cabeza, sin dejarle volverse. Estaba el joven muy lejos de suponer quién era el 
que le gastaba semejante broma y, creyendo se trataba de algún compañero, empezaba primero a nombrar a alguno intentando adivinar, se 
impacientaba después y gritaba por fin: -Dejadme en paz; y acababa, a veces, lanzando insultos, palabras injuriosas, e incluso soltando 
puntapiés. Entonces destapaban las dos manos los ojos del muchacho, volvíase éste rápido y salía casi temblando de su boca una 
exclamación: 

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-íOh, don Bosco!
La confusión y el apuro en que se encontraba el pobre joven no son para descritos. Se quedaba inmóvil, con la cara encendida como una


brasa y la cabeza baja. Entonces don Bosco, mientras el muchacho tomaba su mano para besársela, le decía: 

-Por qué huyes de mí? 

-íYo no! 

-Así, seremos amigos? Oye una palabra. 

Y mientras le hablaba al oído, el muchacho decía que sí con la cabeza. 

Cuando don Bosco regresaba de viaje, los muchachos corrían a su encuentro con gran entusiasmo y se apretaban a su alrededor. Pero 
alguno se quedaba atrás alejado de los demás. Era ello una señal infalible de que tenía algún secreto oculto en su corazón. Durante 
muchos años éstos no pasaron de dos o tres cada vez; prueba consoladora de que en el Oratorio las cosas marchaban bien. Es fácil 
imaginar que don Bosco dedicaba a éstos toda su atención, pues el quedarse alejados de él era indicio evidente de una conciencia 
desarreglada. 

En tales circunstancias, al ver que los que se habían metido en algún lío, le estaban contemplando desde atrás del tropel de los 
compañeros, pero separados de éstos cuatro o cinco pasos, salía diciendo: 

-íHe traído un bonito regalo para algunos de vosotros! 

Y los muchachos, picados por la curiosidad, esperaban ver aquel regalo. 

((420)) -Y sabéis a quién se lo quiero dar? 

Los muchachos iban nombrando a los mejores. 

-Quiero dárselo a íaquéllos que están allí! 

Todos miraban hacia atrás, extrañados de que se tratara de quienes a su entender no eran dignos de premio. Los que estaban apartados 
se quedaban como petrificados, pero don Bosco los iba llamando por su nombre, uno a uno, los invitaba a acercarse, mientras los 
compañeros les abrían paso. Los pájaros quedaban presos en la red; una palabra suave se deslizaba lentamente en sus oídos y no pasaba la 
tarde, o bien la mañana siguiente, sin que acudieran a confesarse. 

Concluimos este tema con el testimonio de monseñor Cagliero: 

«A menudo salía esta palabra al oído como una inflamada jaculatoria con ardientes suspiros, y los que estábamos a su lado nos 
sentíamos inflamados de amor a Dios y a él, que tanto nos amaba en 
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el Señor. íTodo por el Señor y por su gloria!, era su estribillo diario, que resonó en mis oídos mil veces y que él repetía en alta voz desde 
el púlpito, en el confesonario y en las conversaciones privadas. Este fue el ardiente anhelo de su vida». 

Habíale Dios concedido el don de la palabra tan abundantemente que todo lo suyo se convertía en lenguaje: su mirar, su hablar, sus 
movimientos. Especialmente con sus ojos actualizaba, a un mismo tiempo, las potencias de la mente y del corazón. Con su mirada 
mesurada, tranquila, serena, se adueñaba del pensamiento ajeno con irresistible atracción; y cuando quería, hacía comprender el suyo a 
los demás con la misma fuerza. A menudo una palabra, una sonrisa, acompañada de su penetrante mirada, valía por una pregunta, una 
respuesta, una invitación, todo un discurso. 

((421)) Nos aseguraba don Domingo Belmonte que oyó contar tal maravilla a muchos testigos, pero que además él mismo la comprobó 
por experiencia propia siendo alumno y posteriormente de clérigo y sacerdote. «íCuántas veces, nos dijo, miraba don Bosco a un 
muchacho de un modo tan singular que sus ojos decían lo que no expresaban sus labios en aquel momento y le daba a entender lo que 
deseaba de él. Y, al responder de palabra el muchacho, sorprendía que hubiera comprendido perfectamente el razonamiento intelectual de 
don Bosco. Tratábase a veces de cosas que no guardaban relación alguna con lo que antes se había dicho, o bien con lo visto o hecho en 
aquel instante; era una pregunta que nada tenía que ver personalmente con el interrogado: una orden, un aviso, un consejo para la clase, el 
recreo u otra cosa cualquiera. Y se entendía perfectamente». 

A menudo seguía con la mirada a un muchacho a cualquier parte del patio o de los pórticos a donde se dirigiera, mientras conversaba 
tranquilamente con otros. Pero de pronto la mirada de aquel muchacho se cruzaba con la de don Bosco, y leyendo en aquellos ojos tan 
claros el deseo de hablarle, iba a preguntarle qué quería de él. Y don Bosco se lo decía al oído. 

Frecuentemente, y teniendo muchos alumnos delante, fijaba la vista en uno o dos poniendo la mano por visera de sus ojos, como quien 
mira contra luz y quiere ver mejor, y parecía que penetraba en lo recóndito de sus corazones. Ellos quedaban turbados, se apagaba la 
palabra en sus labios y percibían en su interior que él conocía algún secreto de su conciencia. En efecto, atisbaba en su semblante alguna 
nube de culpa o de remordimiento. Entonces bastaba un ligero movimiento de su cabeza, no hacía falta otra invitación; sólo quedaba por 
concertar el momento de la confesión. 
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((422)) Miraba también don Bosco de esta manera cuando alguno le hacía una promesa que sabía no sería cumplida, o le decía algo 
contrario a la verdad. Pero aquel ademán significaba claramente en tal ocasión una duda, un reproche o una negativa y era como el avance 
de un aviso interesante. 

Sucedía en alguna ocasión que, mientras confesaba don Bosco en las sacristía, pasaba algún muchacho que no tenía ninguna intención 
de confesarse, aún cuando lo necesitaba. Pues bien, si don Bosco le miraba fija y bondadosamente a la cara, acontecía lo que se cuenta 
del ruiseñor que queda fascinado por la serpiente. El muchacho ya no era capaz de alejarse. Se paraba indeciso, daba todavía unos pasos 
hacia la puerta, volvía atrás, se acercaba a don Bosco, caía de rodillas y esperaba su vez para confesarse. Se había sentido atraído hacia él 
por una amable fuerza, se había disipado toda repugnancia y se había despertado de repente en su corazón la confianza filial. Hemos 
sabido esto de boca de amigos íntimos, que experimentaron tan benéfico influjo. 

Si veía durante el recreo que uno tenía demasiada curiosidad por saber lo que otro hacía o decía, o por escuchar un chiste o 
conversación inconveniente, le apretaba ligeramente con su índice el lóbulo de la oreja sobre el pabellón como para taparlo. Si veía que 
otro era algo libre en sus miradas, tocábale casi en broma los párpados y se los bajaba como para cerrarle los ojos. A un tercero le tomaba 
los dos labios con el pulgar y el índice y le cerraba la boca, queriéndole indicar de este modo que no la abriera para murmurar. Hacía todo 
esto con una delicadeza sin par, sin pronunciar palabra, pero su mirada lo decía todo. Eran advertencias elocuentísimas e imborrables. 

íQué grande era el poder de la mirada de don Bosco! Cierto alumno ((423)) no podía conciliar el sueño ya avanzada la noche. 
Desasosegado, volvíase de un lado para otro. Suspiraba a cada instante, resoplaba con fuerza y, de cuando en cuando, mordía las sábanas. 
El compañero, que dormía a su lado, se despertó y le preguntó: 

-íOye, amigo! Qué te pasa? 

Pero el otro no le respondió y siguió gimiendo. 

-Qué tienes?, insistió. 

-Que qué tengo? íAyer por la tarde me miró don Bosco! 

-Y eso qué? íVaya una novedad! 

-Es que me miró de una manera... íConozco yo muy bien las miradas de don Bosco! 

-Te habrás equivocado. Ten paciencia y no molestes a todo el dormitorio, -concluyó diciendo aquel muchacho. 
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A la mañana siguiente preguntó a don Bosco si había mirado la tarde anterior a aquel compañero con alguna intención especial. Y don 
Bosco le respondió: 

-Pregúntale qué le dice la conciencia sobre ello. 

Y la conciencia respondió de tal modo, que el pobrecito fue a confesarse y quedó tranquilo. 

Unía don Bosco a la mirada unos modales ingeniosos para grabar en la memoria sus avisos. Para estimular a uno a perseverar en la 
virtud, solía emplear con cierta gravedad, mezclada con una indefinible sonrisa a flor de labios, una industriosa ceremonia de su 
invención con la siguiente fórmula: Fe, esperanza, caridad, buenas obras, amistad. Al decir la palabra fe, tocábale ligeramente con la 
extremidad de los dedos de una mano en la mejilla derecha; al decir esperanza, le tocaba en la izquierda; cuando pronunciaba caridad, le 
daba un golpecito en la barbilla; en la nariz, a las palabras buenas obras; y golpeando un poco más fuerte la mejilla derecha, decía 
amistad. Todos quedaban más contentos con esta broma que si hubiesen recibido el premio más apetecido, y sentíanse muy animados a 
ser buenos, según lo aseguraban todos a una. 

((424)) Tenía siempre a flor de labios otro misterioso juego de palabras. Preguntábale a veces un clérigo o un estudiante cómo se las 
componía para saber el futuro y adivinar tantas cosas secretas de todo género. 

-Escúchame: el medio es éste y se explica con Otis, Botis, Pía, Tutis. Sabes qué significan estas palabras? 

-Yo no. 

-Pues está atento. Son palabras griegas. 

Y repetía silabeando: 

-O, tis... Bo, tis... Pí, a... Tu, tis. Entiendes? 

-Es un asunto difícil de entender. 

-Bien lo sé yo. Yo mismo no he querido nunca descubrir a nadie el significado de este apotegma. Y nadie lo sabe ni se sabrá jamás, 
porque no me conviene decirlo. Este es mi gran secreto, con el que realizo todas las cosas extraordinarias; con él leo en las conciencias, 
por su medio se me abren todos los misterios. Pero si tú eres pícaro, mira a ver si puedes comprender algo. 

Y repetía las cuatro palabras apoyando sucesivamente al pronunciar cada una de ellas la punta del dedo índice en la frente, en la boca, 
en la barbilla, en el pecho del muchacho y terminaba dándole de repente un ligero cachete. 

El muchacho reía, le besaba la mano, pero insistía: 
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-Tradúzcame por lo menos a la lengua vulgar las cuatro palabras.
-Puedo traducirlas, pero no entenderás la traducción.
Y chanceando le decía en dialecto piamontés:
-Cuando te dan palos, agárralos todos 1.
Los presentes soltaban la carcajada al oír la conclusión.
Estos ligeros cachetes producían otro efecto saludable. Cuando don Bosco se encontraba con un joven melancólico le llamaba y le


preguntaba el motivo de ((425)) su tristeza; advertíale que san Felipe Neri enseñaba que la melancolía era el octavo pecado capital; y 
consolándole con buenas palabras y promesas, acababa dándole uno de aquellos cachetes y diciéndole: 
-íSiempre alegre! 
Y sólo con esto, cosa admirable, le devolvía la alegría de antes. Esta forma de consolar era tan conocida y experimentada por todos los 
alumnos que, si les sucedía algo que los ponía tristes acudían en seguida a don Bosco para obtener una de sus tranquilizadoras sonrisas. 
Había, a veces, algún muchacho entre los compañeros que no ponía atención a lo que decían o hacían los demás, de modo que parecía 
vivir en otro mundo, y de pronto dábale don Bosco un cachete en la cara. 
El muchacho, como desmemoriado, se volvía a don Bosco y le decía: 
-Qué hace? 
-Así hacía san Felipe Neri con sus muchachos, diciendo: No soy yo quien te pega, sino el demonio que te tienta. 
Y nosotros estábamos persuadidos, nos dijo monseñor Cagliero, de que don Bosco sabía que a aquel muchacho le rondaba por la cabeza 
una tentación. 
Además de esto, tenían los alumnos la firme convicción de que los cachetes de don Bosco poseían la virtud de hacerlos fuertes contra el 
demonio. Por eso don Bosco daba a menudo algún cachete a quien se lo pedía, y bromeando decía: 
-Por hoy no vendrá a tocarte el demonio. 
Algunos le pedían que les diese unos cuantos y don Bosco les aseguraba, en son de chanza, que el espíritu del mal los dejaría tranquilos 
durante seis meses. Un día pidióle un chico que le diera más 

1 Otis Botis: «Botte» es el plural de «botta»: golpe, bastonazo. De donde sacamos la posible traducción de la frase en piamontés. (N. 
del T.). 
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cachetes y lo asegurara para siempre. Contestóle sonriendo don Bosco: 

-Hasta seis meses, conforme; pero más, no. 

Después, con semblante más serio, siguió diciendo: 

-Un muchacho al que no le habían valido para vencerse la oración, la penitencia, ni la buena voluntad, logró alcanzar ((426)) lo que se 

proponía, recibiendo cada día un cachete de don Bosco. 

Veíase a veces a algún jovencito afligido por alguna perturbación interior que se acercaba a don Bosco en medio de los compañeros y 
sin proferir palabra presentábale la mejilla para recibir un cachete. Una vez recibido, se marchaba corriendo alegre como unas pascuas. 
Esto sucedía todos los días. 

El año 1861, antes de las vacaciones de Pascua, un alumno pidió a don Bosco un recuerdo. Este, sin decir palabra, dióle un cachetito y 

le dijo: 

-Vete a casa en hora buena, porque el demonio no te tocará. 

Al volver de vacaciones declaró el muchacho que el cachete recibido le había producido un gran beneficio y que cuantas veces debiese 

marchar a casa, pediría el mismo recuerdo. 
Tenemos una cartita que alude a estas bromas de don Bosco, si así quieren llamarse. 

Mi querido Padre: 

íOjalá fuera yo siempre hijo de don Bosco, no sólo de nombre sino de hecho! Bajo bandera tan hermosa se pelea y se vence. El último 
cachete que me regaló ha quedado marcado para siempre en mi cara y cuando pienso en él, me ruborizo y me parece realmente tener la 
huella de sus dedos cariñosos. Mándeme, por favor, algunos de esos lindos cachetes que yo espero. 

Quiero más a don Bosco que a todo el mundo. No lo cree? Pues es así. Y, si en el transcurso de la jornada se me presenta una tristeza o 
un mal pensamiento, me siento libre al punto con sólo recordar a mi querido don Juan. íQuerido don Bosco! Heme aquí postrado ante 
usted: ofrézcole todo cuando puede pedirme; se lo regalo todo. Acépteme como el último de sus siervos y no borre del gran libro de sus 
hijos al que lo es en Jesucristo. 

JOSE PITTALUGA, Clérigo. 

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((427)) 

CAPITULO XXXI 

SANTAS INDUSTRIAS -FE Y CARIDAD -EFECTO DE UNA CONVERSACION CON DON BOSCO -LOS MUCHACHOS 
SENTADOS A SU ALREDEDOR -FABULAS Y CUENTOS AMENOS -EL CANTO -NUEVA QUIROMANCIA -LA MEDIDA DE 
LAS MANOS -LAS PALMADAS -EJERCICIOS DE DESTREZA -ALEGRE Y PRUDENTE VIGILANCIA -LOS MEJORES 
ALUMNOS INVITADOS A COMER -AUDIENCIAS PRIVADAS CONCEDIDAS POR DON BOSCO A LOS ALUMNOS EN SU 
HABITACION: MANERA DE PRESENTARSE Y RECEPCION: INVITACION AL ESTADO RELIGIOSO: REPROCHES 
INDIRECTOS: CONSUELOS A LOS AFLIGIDOS -LAS TRES EXCURSIONES -AVISOS POR ESCRITO Y CARTAS 
SORPRENDENTES DE DON BOSCO A LOS MUCHACHOS -LAS CARTITAS CON LOS PROPOSITOS -CONFIANZA PEDIDA 
A LOS ALUMNOS Y SACRIFICIOS PARA CONSERVARLA -LA CARTITA DE LLAMADA AL BUEN CAMINO -ALGUNOS 
PROPOSITOS ENTREGADOS A DON BOSCO Y GUARDADOS POR EL -RESULTADO DE LAS SANTAS INDUSTRIAS 

EN su carta católica escribió el Apóstol Santiago refiriéndose a Abraham que Fides cooperabatur operibus illius (la fe cooperaba con sus 
obras). Lo mismo diremos de don Bosco, pues la fe daba forma substancial a todas sus obras y palabras, encaminadas al bien de la 
juventud. El no reparaba en sacrificios y Dios le aumentaba sus dones extraordinarios. Podrá alguien juzgar a su manera ciertos medios 
empleados por don Bosco, ((428)) pero siempre podremos contestar que infirma mundi elegit Deus ut confundat fortia (Dios eligió lo 
débil para humillar y rendir a los fuertes). Y estos fuertes son los espíritus de las tinieblas. 

Sigamos, pues, hablando de las industrias empleadas por don Bosco, sencillas como su corazón, pero eficaces para alejar, en lo posible, 
todo enemigo espiritual de sus alumnos. Todo lo vence el amor, y más aún el amor inspirado únicamente en la fe; éste vence los 
corazones. 

Todos veían que don Bosco, fatigado, enfermizo, débil de estómago, 
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con la garganta congestionada, a menudo con esputos sanguinolentos, no cesaba de hablar de la mañana a la noche, para tenerlos junto a 
sí; y también de esto deducían cuánto los amaba. Para explicar las fatigas físicas y morales que debía soportar por ellos, nos vimos 
obligados en el capítulo anterior a ser un tanto prolijos; así lo exigían la verdad y el fin de estas Memorias. 

Reanudamos nuestro tema. 

Veíase a menudo a don Bosco paseando bajo los pórticos en medio de un centenar de muchachos y clérigos. Unos iban por detrás, 
otros, los más, por delante, caminando de espaldas con la cara vuelta a él para oír lo que decía; y don Bosco, con su alegre conversación, 
los entretenía contando ejemplos, aventuras y las antiguas vicisitudes del Oratorio, que producían en todos saludables impresiones. 

Afirmaba don Miguel Rúa: «También yo tuve que decir varias veces lo mismo que decían muchos de mis compañeros: que una 
conversación con don Bosco valía tanto como unos ejercicios espirituales y aún más. Después de sus charlas y conversaciones le gustaba 
regalarnos diversos libros y folletos compuestos por él y, en circunstancias especiales, ((429)) los que había escrito contra los 
protestantes, para preservanos de caer en sus lazos y errores». 

Durante las tardes del verano, cuando los recreos de los días festivos eran más largos y perdían animación los juegos por el cansancio, 
don Bosco se sentaba en el suelo del patio junto a una pared del edificio. Corrían a él inmediatamente los chicos y se sentaban también 
formando a su alrededor siete u ocho amplios círculos de rostros alegres, fijos todos en él. Un ilustre abogado expresó la impresión que le 
causó este espectáculo, que se repitió infinitas veces desde 1850 hasta más allá de 1866, en los términos siguientes: 

«Eran una estampa viva que hablaba por sí misma de la inocencia más sincera, modesta y alegre. Sus ojos, abiertos. de par en par, no 
tenían nada que ocultar, porque sus almas buenas no albergaban el menor mal pensamiento; y los fijaban ingenuamente en la cara de 
quienquiera que se les presentara, comunicando a todos la paz serena que nunca desfallecía en su hermoso corazón. Y para los mismos 
chicos era todo un espectáculo observar a don Bosco». 

El sacerdote Emilio Sacco, párroco de San Esteban, en Pallanza, y discípulo suyo, escribía a don Miguel Rúa en el 1888: «íCómo 
queríamos a don Bosco! íQué virtuoso y qué santo era! Todavía me parece verle cuando me sonreía, cuando oía sus dulces palabras, 
cuando contemplaba su rostro admirable en el que aparecía claramente reflejada la belleza de su alma!». 
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Don Bosco reservaba sus charlas más amenas para estas sesiones al aire libre. Contaba a su manera el diálogo entre un tintero y un 
candil, escrito por el conde Gaspar Gozzi 1. Inventaba él otro, entre la pluma y el tintero; entre un zapatero y una bota rota que no quería 
ser remendada en domingo, sino en lunes; entre él mismo y su lamparilla que no ((430)) quería alumbrar y era partidaria de los 
protestantes. Recitaba a veces algunos sonetos jocosos y, entre ellos uno que él había compuesto siendo semiriarista sobre la hoja de su 
navajilla y que siempre retuvo en la memoria, como nos cuenta el Padre Garino, que lo oyó de sus propios labios en Valsálice. 

Otras veces narraba fábulas maravillosas, que llenaban la fantasía de los oyentes. Describía al gigante Gargantúa con sus asombrosas 
aventuras, sucedidas en el campo del imposible y, después, su muerte y su entierro, al que acudieron miles de personas, las cuales no 
pudieron cubrirlo de tierra, a pesar de haber excavado una fosa profundísima de un kilómetro de larga. 

-Y quedó al descubierto su nariz, que todavía puede verse, exclamaba: 

-Aún se ve? -gritaban todos. 

-Miradla: íes el monte Blanco! 2. 

La vida que prestaba a sus descripciones y los constantes diálogos animaban las diversas escenas de sus fábulas, amenizadas también 
con las curiosas preguntas de los chicos que tomaban parte en ellas. 

El reverendo Piano y otros antiguos alumnos más, todavía las cuentan a los cincuenta años de habérselas oído a don Bosco, alegrando 
lo indecible a los amigos. 

Pero no siempre eran fábulas las narraciones de aquellas horas. Al contrario, para entusiasmar a los muchachos con el apostolado 
evangélico, solía hablarles de las misiones católicas en países de infieles, en Asia, Africa y América. Las tenía constantemente presentes 
en su pensamiento y las tomaba muy a pechos: describía muchas veces los trabajos y sufrimientos de los misioneros, sus gloriosas 
empresas, los pueblos convertidos y los martirios sufridos por amor a Jesucristo. Pero en los recreos prefería exponer hechos curiosos y 
divertidos, 

1 Gaspar Gozzi (1713-86) fue un fecundo escritor italiano, nacido en Venecia y fallecido en Padua. Fundó varias publicaciones y 
escribió El mundo moral su obra maestra, alegórica, en tres volúmenes. (N. del T.). 

2 Monte Blanco: el pico culminante de las montañas de los Alpes que limitan el norte de Italia y que, a simple vista, se contemplan 
desde Turín. (N. del T.). 
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leídos en las cartas edificantes de la Propagación de la Fe o también en relaciones privadas. 

((431)) A menudo interrumpía su narración el tintineo de la campanilla que ponía fin al recreo y dejaba colgado al impaciente auditorio 
con la curiosidad de escuchar la continuación a la tarde siguiente, que no siempre podía ser satisfecha, por estar don Bosco entretenido en 
su habitación con algún asunto, o por encontrarse rendido de haber hablado mucho durante todo el día. Pero, aun entonces, no dejaba de 
ir adonde le esperaban con ansia, y su mente fecunda sabía inventar recursos sencillísimos para ocupar aquel tiempo con fruto. 

Y lo mismo entonaba una canción sagrada, la cual seguían centenares de voces, que improvisaba un juego que no necesitaba 
movimiento. 

Los muchachos le pedían muchas veces que dijera a cada uno los años que iba a vivir, y don Bosco les contestaba, haciéndoles 
comprender que se trataba de una broma. Hemos de advertir aquí que la instrucción y educación que se daba en el Oratorio excluía la más 
mínima superstición y que durante los cuarenta y tres años que hemos conocido en él a miles de jovencitos, hemos admirado en ellos una 
fe sencilla y franca, que aborrecía toda engañifa. 

Pues bien, don Bosco mandábales abrir la palma de las manos y empezaba a mirar los surcos trazados en ellas, especialmente los del 
medio, que parecen formar una M. Esta letra le daba ocasión para observar que todo hombre lleva consigo un memorándum continuo de 
la muerte, hacia la que camina. Después preguntaba: 

-Cuántos años de vida llevas ya pasados? 

Uno respondía: tengo doce; otro, diecisiete; éste, catorce y aquél veintiuno. 

Entonces reflexionaba, añadiendo después con aire un tanto misterioso a uno y a otro: 

-Antes de que tú tengas treinta años... cuando ((432)) llegues a los treinta y cinco... íoh! si tú llegas a los cuarenta... quién sabe... 
íveremos!... Algo sucederá. 

Y se ponía a considerar los surcos con afectada seriedad y con enigmáticas y graciosas palabras, y con algún chascarrillo condimentado 
siempre con un buen pensamiento, decía a uno: 

-Escucha con atención. Tienes quince años, verdad? Pues calcula. Quince, más diez, menos siete, más doce, menos diecinueve: cuánto 
es? Adivínalo. 

Y así seguía embrollando, variando números y dando a cada uno 
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de los presentes su horóscopo. Pero uno no podía seguir la complicada operación aritmética, otro olvidaba un número e insistía para que 
don Bosco lo repitiera, un tercero pedía lápiz y papel para calcular la respuesta. Alguno de ingenio más perspicaz lograba descifrar el 
enredo y quería que don Bosco confirmara el resultado obtenido; mas él añadía un pero, un si condicional, un veremos, un con tal que 
sigas siendo bueno, que inutilizaba el cálculo. Reía él, reía también la mayor parte de los chicos; mientras unos quedaban amoscados y 
otros pensativos. No todos querían creer que don Bosco hiciera aquello por pasatiempo, sino que se obstinaban en que con aquel artificio 
quería ocultarles la gracia que le concedía el Señor de conocer el porvenir. Por eso tomaban nota de cada una de las palabras que les había 
dicho al respective. Tanto más cuanto que, en apariencia, o en realidad, como podemos atestiguar nosotros mismos, se había cumplido 
exactamente el pronóstico en más de una ocasión. De cualquier modo que ello fuera, como todos sin distinción le tenían por santo, 
resultaba que aún los que querían aparentar indiferencia, y hasta escepticismo, se veía cómo grababan en su mente las palabras de don 
Bosco, y después de cuarenta o cincuenta años, al llegar la época en que les parecía haberles sido anunciado el término ((433)) de su vida, 
se preparaban seriamente a bien morir. Lo cual fue un gran bien para algunos, incluso sacerdotes. 

Los entretenía también de mil diversos modos, como nos refirió José Brosio. Cuando don Bosco tenía un regalo para repartir a los 
alumnos y no podía o no quería sortearlo o darlo como premio a los vencedores de una partida de juego, acudía a un ardid que excitase la 
risa y despertase la curiosidad. Varias veces llegó al patio llevando consigo fruta, pasteles o caramelos y no sabiendo en aquel momento 
qué juego escoger, propuso dar todo aquello a quien tuviera el palmo más largo que el suyo. Todos aceptaron el desafío. Midióse a todos 
la distancia de la punta del pulgar a la del meñique, y como don Bosco tenía las manos muy pequeñas, ganaron muchos la apuesta y 
alcanzaron el premio entre las carcajadas de los presentes. En efecto, la medida de cientos de manos, pocas de las cuales eran rechazadas, 
pero que después llenaba don Bosco con alguna golosina, despertaba la atención, provocaba gracias, bromas y las inagotables chanzas de 
don Bosco. Otras veces daba el regalo a quienes tenían el palmo más pequeño que el suyo. 

No se limitaban a esto los artificios fruto de su caridad. Solía en otras circunstancias tomar la mano de un muchacho, extenderla sobre 
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su palma izquierda con el dorso vuelto hacia arriba; y la golpeaba con su derecha abierta. Si el golpe producía un chasquido sonoro, 
decía: 

-Bien, bien; vamos de acuerdo. 

Si el chasquido era tal que demostraba que no se había comprimido el aire de la manera esperada, exclamaba: 

-íEh! Entre tú y yo, las cosas van así, así. 

Y si el golpe resultaba sordo, entonces don Bosco sacudía la cabeza, sonreía y decía: 

-Qué quieres? íNo vamos de acuerdo! 

((434)) Muchas veces estas últimas palabras eran una broma para hacer reír, pero muchísimas otras las pronunciaba para dar un aviso a 
quien lo necesitaba, sin que fueran menester más explicaciones, como por ejemplo a un soberbio, a un perezoso en el estudio o en el 
trabajo, a uno que descuidaba la frecuecia de los sacramentos o daba motivo para sospechar de una mala conducta moral. 

Evidentemente el chasquido resultaba según el querer de don Bosco, que regulaba el golpe. Pero la frasecita: «No vamos de acuerdo», 
acompañada de su mirada impregnada de ternura, producía el efecto deseado. En aquellos instantes, unos alumnos palidecían, se 
ruborizaban otros y algunos bajaban sus ojos. En cambio, cuando don Bosco decía: «Bien, bien, vamos de acuerdo», era grande la alegría 
de los chicos. 

Mencionaremos también otra de sus habilidades. Ya hemos dicho en los volúmenes anteriores, que don Bosco daba en algunas fiestas 
maravillosos espectáculos de prestidigitación, delante de todos los muchachos y que la última vez fue en 1864. Pero los juegos que sólo 
pedían destreza de manos no los dejó tan pronto y los mezclaba, a veces en los recreos ordinarios, con otras habilidades. 

Recordamos que cierto día entró un señor para hablar con don Bosco en el refectorio después de la comida. Después de charlar un rato, 
salió el siervo de Dios a los pórticos y los chicos acudieron a él como de costumbre y se apiñaron a su alrededor. Don Bosco los apartó un 
poco y los invitó a sentarse formando un amplio círculo. 

Sentóse él también en el suelo y rogó a aquel señor, que le observaba extrañado, le dejara un instante su bastón; mandó llevarle un 
taburete y le invitó a sentarse. Después comenzó a hacer juegos dificilísimos con el bastón ((435)) pasándolo de la punta de un dedo a la 
de otro, por los brazos, por los codos, por los hombros, por la nariz sin tocarlo y sin dejarlo caer. Los muchachos le contemplaban 
maravillados y su mente estaba libre de todo pensamiento. 
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Estos juegos y habilidades no distraían su vigilancia sobre el rebaño, cuyas ovejitas conocía perfectamente. Por eso, cuando advertía 
durante el recreo ciertos corrillos y sospechaba que se entretenían en conversaciones inconvenientes o murmuraciones, llamaba a uno y le 
decía: 

-Necesito que me hagas un favor; ten la llave de mi habitación, busca en la estantería tal libro y tráemelo. 

Iba el chico corriendo a buscarlo, pero a veces el libro no aparecía, volvía al final del recreo, don Bosco le daba las gracias y le 
mandaba ir a clase. 

Otras veces enviaba a uno a la portería para ver si había llegado determinado forastero; a otro, a buscar a un compañero con quien decía 
tener que hablar; a un tercero, a enterarse de si el Prefecto estaba en su despacho; a un cuarto, a buscar un bonete, a llevar una carta, o 
bien a pedir a un profesor las hojas de los ejercicios de clase. Era sagacísimo para tales ardides. Los muchachos, obligados a rendir 
cuentas del encargo cumplido, iban de un lado para otro, satisfechos de prestar un servicio a don Bosco, sin advertir el fin por el cual se 
lo había encomendado. 

Era admirable su prudencia. Un superior desconfiado, siempre es causa de murmuraciones, irrita a los que no son muy buenos, hace 
desconfiados a los que se portan bien y pierde el aprecio de todos. 

Algunas tardes, en lugar de dejar que se quedaran a su alrededor los muchachos que se acercaban en tropel, los colocaba en una larga 
hilera, se ponía él ((436)) a la cabeza y ordenaba que todos imitaran los gestos que él iría haciendo. Ora golpeaba las palmas de las manos 
una contra otra, ora saltaba con un solo pie, ya caminaba encorvado, ya con los brazos en alto, ahora haciendo mil movimientos con los 
dedos, ahora doblando las rodillas de tal modo que, al querer hacer lo mismo los chiquillos, caían de bruces por el suelo. Los otros 
compañeros, esparcidos acá y allá, acudían a contemplar el espectáculo y reían y aplaudían sin parar. Finalmente poníanse todos en 
marcha detrás de don Bosco, que daba cien extrañas vueltas alrededor de todas las pilastras, por los rincones escondidos, por los lugares 
del patio adonde no llegaba la luz de los faroles, o que solían quedar más desiertos; y, de este modo, cantando, riendo, gesticulando, se 
aseguraba por sus propios ojos de que nada malo sucedía. 

Hasta fuera del Oratorio llegaba su vigilancia. Acompañaba muchas veces a los chicos durante el paseo y estudiaba si había algo que 
corregir en él. No quería que se desparramaran, que entraran en las tiendas a comprar o que fueran a visitar a sus parientes. Volvía un 
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día del 1856, con todos ellos de la Crocetta, suburbio situado entonces lejos de Turín. Atravesaban los alumnos por aquellos campos 
incultos, unos en grupos separados y otros escuchando a don Bosco. De pronto, algunos que no eran de los mejores, se apartaron de los 
compañeros y tomaron otros senderos. Si los mandaba llamar para juntarse con los demás del grupo podía hacer pensar que don Bosco 
abrigaba alguna sospecha. Así que esperó un rato, y apenas llegaron a la Plaza de Armas, desierta a aquella hora, alzó la voz e invitó a 
todos a seguirle. Hizo una carrera con ellos y atravesó el amplio espacio hasta las primeras casas de la ciudad. Allí, como de costumbre, 
formaron filas, se colocó cada uno junto al compañero asignado y volvieron al Oratorio. 

((437)) De los inconvenientes que don Bosco descubría con todas las industrias que empleaba, informaba detalladamente a sus clérigos, 
dándoles avisos y normas de acuerdo con los casos, al tiempo que multiplicaba sus habilidades para ganarse a los muchachos en cuyos 
corazones ansiaba tener indudable influencia para su progreso en la virtud y aun para la perfección cristiana. 

Por eso cada domingo invitaba por turno a comer a su mesa a los alumnos que habían obtenido las mejores calificaciones de conducta: 
primero, los de cada curso de estudiantes por su orden, y después, los aprendices de cada uno de los talleres. De este modo resultaba que 
casi tres veces al año estaba representado en el comedor de los Superiores, cada curso de estudiantes y cada sección de aprendices. 
Después de la comida, se entretenían los muchachos con don Bosco, que les daba algún dulce. A veces, también como premio y muestra 
de confianza, invitaba a alguno de ellos a salir en su compañía por la ciudad y así podía hablarle libremente sobre la vocación. 

El Jueves Santo de cada año lavaba los pies a trece muchachos escogidos entre los mejores en la función de la tarde, y después los 
llevaba a cenar en su compañía; cortesía que ellos agradecían muchísimo. 

Para dar una prueba del aprecio en que tenía a los que ayudaban a misa, sin la menor distinción entre los menos aplicados y los más 
cumplidores del deber, hacía que todos los domingos fueran a comer con los clérigos los dos ayudantes de la misa comunitaria durante la 
semana anterior. Pero estos dos alumnos no eran presentados a don Bosco después de la comida. Sin embargo, constituía un estímulo 
para ellos el merecer otras señales de especial benevolencia; al mismo tiempo que el haber sido testigos del continente mortificado de 
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don Bosco, servía para darles a conocer una de sus eminentes virtudes. 

((438)) Pero él sobre todo, pese a sus múltiples y graves ocupaciones, estaba siempre dispuesto a recibir en su habitación con corazón 
de padre a los muchachos que le pedían audiencia particular. Más aún, quería que lo trataran con familiaridad y no se quejaba nunca de la 
indiscreción con que a veces le importunaban. 

Nunca se advertían en él gestos de sorpresa, expresiones precipitadas, ni movimientos violentos, sino más bien calma inalterable y 
comportamiento constantemente uniforme; todos se presentaban a él de buen grado, con el corazón en la mano, por lo que no es de 
extrañar que ejerciera tanto poder, incluso hasta en el ánimo de los más reacios. Dejaba a todos plena libertad para preguntar, exponer 
dificultades, defensas y disculpas. Cierto día, preguntóle uno de sus sacerdotes por qué aguantaba tanto y él, ocultando su virtud, le 
contestó bromeando: 

-Sabes qué significa ser pícaro? íSaber hacerse el bonachón! Y eso hago yo: dejo decir cuanto se les antoja, oigo a uno, atiendo a otro, 
escucho bien sus palabras y, a la postre, a la hora de decidir, tengo todo en cuenta, logro conocer perfectamente todo. 

Cuando acudían los alumnos a la audiencia, no omitían ningún detalle de urbanidad y de las atenciones debidas al Superior. Como don 
Bosco era irreprochable en el aseo de su persona, exigía la misma pulcritud en los demás. Sabían los muchachos, cuando se presentaban 
ante él, que examinaba su chaqueta y su cuello, que daba una mirada a sus zapatos y, si no los encontraba decentes, los enviaba a 
arreglarse. Se presentaban, por tanto, de forma que don Bosco no tuviese nada que observar. 

Al entrar en su habitación, él los recibía con el mismo respeto con que trataba a los grandes señores. Los invitaba a sentarse en el sofá 
mientras él se sentaba ante el escritorio y los escuchaba ((439)) con la mayor atención, como si lo que le exponían fuera de gran 
importancia. A veces se levantaba y paseaba con ellos por el aposento. Acabado el coloquio, los acompañaba hasta el umbral, abría él 
mismo la puerta y los despedía diciendo: 

-Siempre amigos, »verdad? 

Bajaban los muchachos la escalera rebosando alegría, ya que no son para dichas la singular discreción y cordura de don Bosco para dar 
consejos oportunos que, practicados, producían provechoso y beneficioso efecto. íCuántas vocaciones nacieron en aquella habitación! 
íCuántos mejoraron su vida con aquellas visitas! 
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Dijo un día a un buen muchacho: 

-Quiero que hagamos un contrato juntos. 

-Qué contrato? 

-Te lo diré otro día. 

Pasó el muchacho una semana la mar de preocupado, fue a confesarse con don Bosco, y le preguntó: 

-íDígame! Qué clase de contrato quiere hacer conmigo? 

-Dime tú, respondió don Bosco; te gustaría quedarte en el Oratorio para estar siempre con don Bosco? 

-íOjalá!, exclamó el muchacho, sin comprender el alcance de la propuesta. 

-Pues bien, vete a don Miguel Rúa y dile que yo quiero hacer contrato 

contigo. 

Cumplió el muchacho el encargo. Quedóse Rúa un poco perplejo porque de golpe no captó el alcance; pero, después, lo llevó a una 
conferencia que don Bosco daba a los Salesianos. Asistió el muchacho a ella y a otras más, se inscribió en la pía Sociedad y es hoy un 
celoso sacerdote Salesiano. 

No dejaba de reconvenir amablemente a quien lo merecía; pero, si temía que el reproche no iba a ser bien recibido, ((440)) procuraba 
que junto con aquel puntilloso se encontrase otro compañero juicioso, a veces prevenido y a veces no. Dirigía la corrección a éste y así el 
otro amigo recibía la observación correspondiente y comprendía cuál era su obligación, sin darse cuenta, por lo menos en el momento, del 
ardid empleado. Pero no faltaba el buen efecto y, reflexionando, se daba cuenta de que don Bosco llevaba razón y volvía más tarde a él 
para pedirle perdón y prometer una conducta más ejemplar. 

Sucedía en ocasiones una escena de risa. Porque, a veces, el conocedor del ardid de don Bosco no se mantenía dueño de sí mismo en el 
momento del reproche y se quedaba turbado, pero callaba por respeto al Superior. Mas después, al quedar a solas con él, hubiera querido 

defenderse, y don Bosco le interrumpía con estas sencillas palabras: 

-íNo me has entendido! 

Esto bastaba para disipar la nube y al mismo tiempo le daba a entender que hubiera deseado algo más de humildad. 

Tenía también un tacto especial para consolar a los afligidos por una desgracia familiar, a los achacosos, a los enfadados por cualquier 
cuestión, a los escrupulosos, a los que querían dejar el Oratorio por disgustos allí tenidos, según decían, o por otro motivo. Tan 
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pronto como entraban en su aposento, comenzaba a calmarlos con una sonrisa y con una de aquellas miradas suyas que calaban el 
corazón, y después, con una broma ocurrente, que sólo él sabía decir con tino, acallaba en ellos toda pasión y los hacía reír; luego, los 
invitaba a sentarse y a exponerle lo que querían decirle. Así que habían terminado, aquellos pobrecitos, las más de las veces quedaban 
consolados con sus avisos y consejos. 

Si se trataba de algo que dependía de otros, les decía: 

-Vete a fulano en mi nombre y dile: don Bosco ha dicho ((441)) esto y 
lo otro. 

O bien: 

-Di a mengano que me hable del asunto, y puedes estar seguro de que no me olvidaré de ti. Por lo demás, sigue siendo amigo de don 
Bosco y no temas; todo se arreglará. 

Otras entrevistas concluían con el regalo de una estampa, una medalla, un librito, un crucifijo, o una fruta; y a veces, como muestra de 
confianza, le daba un recado de su parte para algún Superior o compañero. 

De este modo ponía paz en los corazones y tranquilidad en la casa. Y para que reinara la paz en ella mandaba rezar cada día una 
avemaría por la mañana y por la noche en las oraciones de la comunidad. 

Don Julio Constantino, sucesor del teólogo Murialdo en la dirección de la Pía Obra de los Artesanitos en Turín, decía hace ya muchos 
años a algunos salesianos: 

-Vosotros poseéis en vuestra casa un tesoro que nadie más tiene en Turín, ni siquiera las otras comunidades religiosas. Poseéis una 
habitación en la que quien entra afligido, sale radiante de alegría: íes la habitación de don Bosco! 

Millares de nosotros hemos comprobado esta verdad. 

Pero, a veces, la caridad de don Bosco no conseguía plenamente sus intentos con estos coloquios, y entonces recurría a una medicina o 
expediente, que él llamaba la de los tres paseos. Cuando había un desacuerdo o disensión muy acentuada entre dos muchachos mayores y 
veía que era difícil poner paz entre ellos, invitaba a uno a ir de paseo con él. Este acto de amistad calmaba aquel corazón alterado, y 
entretanto don Bosco le dejaba contar toda la historia de los agravios, que creía le habían hecho. Otro día invitaba al segundo a dar un 
buen paseo y le permitía que dijiese cuanto quisiera contra el compañero. ((442)) Por supuesto que, con sus afables razones, trataba de 
disipar los prejuicios de uno y de otro, pero sin contrariar sus sentimientos. 
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Por último invitaba a los dos juntos a salir con él y pasar un rato de distracción. Al principio hacían algún gesto de contrariedad, pero no 
se atrevían a decir que no a don Bosco. 

Le seguían silenciosos y vacilantes. No tardaba él en tomar la palabra, los hacía llegar a darse alguna explicación, los alegraba, los 
hacía reír y, cuando regresaban al Oratorio, eran amigos de nuevo. 

A las ya descritas, debemos añadir otras industrias. 

No dándose por satisfecho con las máximas que sugería confidencialmente de palabra, escribía otras en papelitos que hacía llegar 
oportunamente a los muchachos en muchísimas ocasiones. Por ejemplo: -Procura que todo lo que haces, hablas o piensas, sea para bien 
de tu alma.-Sufre algo con gusto por aquel Dios, que tanto sufrió por ti. -No olvides en los trabajos y sufrimientos que tenemos 
preparado en el cielo un gran premio. -Quiero que nos ayudemos mutuamente a salvar el alma. -El que no es obediente carecerá de toda 
virtud. -El que anda con los buenos, irá al paraíso. -En la hora de la muerte te pesará haber perdido tanto tiempo sin provecho alguno 
para tu alma. -No merece compasión quien abusa de la misericordia del Señor para ofenderlo. -Si pierdes el alma, todo está perdido. 
»Qué te ha hecho el Señor para que le trates tan mal? -íEn guardia! Quien no está preparado hoy para bien morir, corre gran riesgo de 
morir mal. -Guarda tus ojos para contemplar un día en el paraíso el rostro de la Virgen María. 

Escribía otros consejos por centenares y centenares que no se nos entregaron por ser muy confidenciales. Más aún, llegó a escribir 
varias veces un papelito particular para ((443)) cada uno de los que vivían en casa, cuando su número llegaba casi al millar. 

Y no se contentaba con sencillos papelitos, sino que, en algunas circunstancias del año, solía escribir a sus muchachos hermosísimas 
cartas, generalmente en latín a los clérigos, entretejidas con sentencias tomadas de los Evangelios, de los Santos Padres y de la Imitación 
de Cristo. Solía ir cada año al Santuario de San Ignacio, en Lanzo, para hacer los ejercicios espirituales y, si bien estaba allí ocupadísimo 
atendiendo al confesonario, aún encontraba tiempo para dirigir muchísimas cartas al Oratorio. Lo confirma un piadoso y docto sacerdote 
antiguo alumno: «Yo guardo algunas y puedo dar fe de que los pensamientos contenidos en ellas, y expresados por don Bosco desde un 
lugar lejano, llegaban tan oportunamente para las necesidades de mi alma, como si fueran de una persona que viviese a mi lado». Lo 
mismo hacía cuando iba a pasar una semana a otros lugares. Desde uno de éstos escribió a uno de sus sacerdotes adivinando 
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sus pensamientos y consolándole en diversas aflicciones. Aquel sacerdote quedó maravillado de que don Bosco hubiera elegido tan 
oportunamente el momento para escribirle y, cuando el siervo de Dios estuvo de vuelta, se extrañó al oírle decir: 

-Te vi en tu aposento tan afligido y melancólico que me resolví a enviarte aquella carta para consolarte. 

Don Domingo Bongiovanni daba testimonio por escrito de varios hechos semejantes con estas palabras: 

«Realmente don Bosco escribió cartas al Oratorio por hechos allí sucedidos y que no podía conocerlos sino de una manera sobrenatural; 
y por ellas tenemos muchas pruebas de que él, estando lejos, venía a visitar invisiblemente a sus hijos». 

Contestaba, además, muy pronto a las cartas que éstos le enviaban a cualquier lugar donde se ((444)) encontrara, aunque no tuvieran 
ninguna importancia. Más aún, los animaba a escribirle y, cuando durante las vacaciones otoñales recibía las noticias de diversos alumnos 
contándole sus cosas, a uno recomendaba que estudiara un poco más, a otro que jugara y descansara por más tiempo, a aquél que fuera 
fiel a las normas que él le dio al despedirse. A los alumnos y clérigos de familias muy pobres les preguntaba si necesitaban algo y añadía 
que, tan pronto como llegase a casa, le escribieran en seguida con toda libertad. 

Pero las cartas de los muchachos sugirieron a don Bosco un nuevo medio para asegurar más y más su perseverancia en la virtud. De 
ellas nacieron los papelitos o cartitas, que en ocasiones especiales les pedía como un padre que, para norma propia y ventaja de ellos, 
deseaba su confianza. 

Alguno de los que condescendían con el deseo del Padre expresaba en estos papelitos su propósito de practicar una virtud especial que 
le parecía más necesaria; o de corregir un defecto o vicio en el que más frecuentemente incurría. No había obligación alguna de escribir 
tales papelitos, sólo se aconsejaba y no se molestaba de ningún modo a quien era de distinto parecer; había plena, absoluta libertad. Pero 
don Bosco prometía guardar secreto y bastantes muchachos escribían con toda sinceridad sus propósitos. Como ello exigía un acto firme 
de voluntad y de madura reflexión sobre lo que prometían, un repasar, aun cuando no fuera más que con una sola mirada, su vida pasada 
y su estado presente, servían estos papelitos de estímulo para una reforma espiritual. Cerraditos, se ponían en manos del mismo don 
Bosco, el cual los leía y después los recordaba oportunamente 
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en privado a cada uno, exhortándoles a cumplirlos y amonestándoles si luego faltaban a ellos. 

íCómo se interesaba para poseer los corazones y llevarlos a ((445)) Dios! A fines del 1861 manifestó a los muchachos el deseo de 
recibir sus papelitos, y todos los escribieron y entregaron. Unos días después, les hablaba así en su plática diaria: 

-He leído vuestros papelitos; he encontrado en ellos bonitas expresiones, promesas de oraciones y de buena conducta, pero no he visto 
en ninguno lo que yo tanto deseaba. Y, sin embargo, hay aquí en casa un muchacho, cuyo apellido debía haberos recordado mi deseo. 
»No está aquí Do (doy), el sobrino del canónigo Marengo? Pues bien; yo esperaba de todos esta palabra: don Bosco, le doy la llave de mi 
corazón! 

Estaba don Bosco firmemente persuadido de que la confianza con el Superior era remedio eficaz contra las pasiones y antídoto contra 
muchos males morales, y que cada acto de confianza cierto equivalía a una gran victoria contra el demonio. 

Cierto joven excelente, nos refirió don Pablo Albera, había contraído una fuerte amistad con otro compañero y, aunque era muy 
honesta, estaba intranquilo. Sin embargo, no dijo nada de ello a don Bosco durante algunos meses. Finalmente, como la afición iba 
creciendo en él, empezó a sentir escrúpulos y confió a don Bosco el secreto de su corazón. Contestóle el Siervo de Dios: 

-Me había dado cuenta de ello y estaba yo algo preocupado por ti; mas ahora que te has abierto, ya no temo. 

Don Bosco se ganaba la confianza de la mayoría de sus muchachos, porque no manifestaba en modo alguno lo que le confiaban y 
porque toleraba siempre, por amor a Dios, con heroica paciencia e hilaridad los gritos, las molestias, la irreflexión, la variedad de 
temperamentos y demás defectos juveniles, físicos e intelectuales, hijos de una vulgar y hasta mala educación. 

Al hablar de estos papelitos, hemos de advertir también que don Bosco guardaba cuidadosamente los más importantes, como ((446)) 
reclamo para el porvenir. íCuántas veces algún muchacho, olvidado ya de las promesas hechas al Señor e inclinándose al mal, veía que le 
ponían delante aquel papelito, que le reprochaba dulcemente su infidelidad! íCuántas otras hubo quien, ya en su casa, cuando menos lo 
esperaba, cuando ni siquiera pensaba en el Oratorio, engolfado en sus negocios, entregado a la disipación e incluso a una vida libre, 
recibió por correo aquel papelito tan elocuente, recuerdo de los años de gracia y estímulo para volver al buen camino! 
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A la muerte de don Bosco se encontraron todavía algunos de estos papelitos en su cajón, escritos en ocasiones solemnes, por 
muchachos que llegaron a ser verdaderos modelos de virtud. Todos los demás habían sido destruidos por el buen padre. Transcribimos 
algunos de los que guardó, para edificación de quienes leyeren estas Memorias. 

Un papelito alude a los cuidados especiales que don Bosco tenía con los afortunados niños que recibían la primera Comunión. 

Recuerdos que el querido don Bosco me dio con ocasión de mi primera Comunión.
GRACIAS A PEDIR


1. Morir en gracia de Dios. 
2. Poder recibir los sacramentos antes de morir. 
3. Modestia y horror al vicio contrario. 
PROMESAS
Para hacer a Jesús Sacramentado que vino a mi corazón:


1. Confesarme una vez al mes y también más a menudo, según el consejo de mi confesor. 
2. Rigurosa santificación de las fiestas. 
((447)) RECUERDOS 

1. No tratar con malos compañeros. 
2. No estar ocioso. 
3. Recuerdo fundamental: obediencia a los padres. 
JUAN ROGGERO
No queremos pasar por alto el escrito de un buen alumno del bachillerato superior, cuyas palabras respiran amable ingenuidad.


Reglas que me propongo observar con el auxilio de María y el consejo del confesor; 18 de septiembre de 1857.
Una de dos: o penitencia en este mundo, o sin penitencia para siempre.
Ahora breve penitencia; después penitencia eterna.
Tras haber pensado bien todo esto, determino hacer lo que sigue, en penitencia de mis pecados:


1. Por cuanto me sea permitido, no dormiré más de seis horas y aún menos y tan incómodamente como pueda. 
2. Ayunaré todos los sábados en honor de María Santísima, todas las vigilias de precepto y todos los días de la cuaresma; y cuando me 
den alguna cosa agradable al paladar, la ofreceré a la Virgen, privándome de ella del todo o en parte; y cuando 
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coma alguna cosa muy sabrosa, compararé este manjar con la hiel que bebió Nuestro Señor Jesucristo. 

3. Haré cada día una visita al Santísimo Sacramento, rezaré cada día el Acordaos, oh piadosísima Virgen María, besaré por la mañana y 
por la noche el crucifijo y rezaré las otras oraciones que tengo por costumbre. Haré cada mes el ejercicio de la buena muerte. Me acercaré 
a recibir los sacramentos un día a la semana o diariamente, según el consejo del confesor. 
4. Me guardaré mucho de ofender a los compañeros y procuraré reparar los escándalos dados. 
5. No perderé el tiempo en el estudio, ocupando cuando pueda también el recreo. 
((448)) 6. Elegiré todos los meses un santo como protector particular. Así: san Francisco de Sales para enero, san Gregorio Papa para 
febrero, san José para marzo y san Marcos para abril. 

Otro papelito está redactado en los siguientes términos: 

Yo, Santiago R... con el auxilio de Dios y de María Santísima, prometo guardar estos propósitos a partir de la fiesta de todos los Santos, 
en cuyo día, decimoséptimo aniversario de mi nacimiento, espero poder vestir el hábito eclesiástico. 

1. Pediré cada día al Señor que me haga morir, antes que me permita cometer un pecado mortal. 
2. Me consagro enteramente a El, poniéndome en las manos de mis Superiores y considerando como suyo todo mandato, aun el más 
pequeño que de ellos venga. 
3. Cumpliré con la mayor precisión todos mis deberes, lo mismo temporales que espirituales. 
4. Trataré de vencer todo respeto humano y me esforzaré por dar buen ejemplo. 
5. Me confesaré cada semana y comulgaré más a menudo. 
6. Haré cada día una visita al Santísimo Sacramento y a María Santísima. 
7. Cada sábado haré una mortificación en honor de María. 
8. Celebraré con particular devoción sus fiestas y haré algún ayuno la víspera. 
9. Rezaré cada día por mis padres, bienhechores y superiores. 
10. Si tuviere la suerte de llegar a ser sacerdote, me dedicaré con el mayor celo a la salvación de las almas y anunciaré a los pueblos las 
glorias de María, a quien reconozco debo mi cambio de vida. 
11. Pediré siempre al Señor que me conceda la perseverancia final. Todo lo puedo en el que me da la fuerza.
En la muerte y en el juicio veré si los he guardado.
Por último, en la carta de un joven clérigo, además de las promesas específicas de cumplir exactamente las reglas de la ((449)) Pía 
Sociedad y las obligaciones del estado clerical, se leen estos dos artículos. 

1. Elegiré un monitor secreto y le rogaré que me observe atentamente y me reprenda siempre que advierta en mí alguna falta. 
2. Antes de comenzar cualquier estudio leeré un capítulo de la vida de Luis Comollo, de Domingo Savio, de san Luis Gonzaga, o de 
otros piadosos jóvenes para 
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imitar sus virtudes. Terminada la lectura de estos libritos, volveré a leerlos desde el principio. 

Quién no se emocionará al imaginarse el momento en que aquellos buenos jóvenes, con la pluma en la mano y la hoja de papel delante, 
escribían estos renglones en los que fijaban su suerte para una eternidad feliz, como debemos esperar? íNos parece ver sus semblantes 
juveniles, graves y recogidos, con los ojos levantados a lo alto en busca de la frase; y después aquel candor que se traslucía en su ademán 
al entregar a don Bosco el papel de sus secretos! íAh! que el Señor os bendiga, queridos jóvenes y un día os presente vuestros papelitos 
como título de gloria. 

Cuál era el resultado de tales industrias, preguntáis: Responde el canónigo Jacinto Ballesio en su oración fúnebre: La vida íntima de 
don Bosco: 

«Don Bosco gobernaba su Oratorio, o mejor dicho, nuestro querido Oratorio con el santo temor de Dios, con el amor y con la fuerza del 
buen ejemplo. Alguien llamará teocrático a este sistema de gobierno. Nosotros lo llamamos gobierno de la persuasión y del amor, el más 
digno del 
hombre. íNo son para dichos los admirables efectos de tal régimen! Aquellos centenares de jóvenes estudiantes y aprendices cumplían 
con ardor y exactitud sus deberes. Y un buen número de ellos no sólo eran buenos, sino óptimos, verdaderos modelos de piedad, de 
estudio, de dulzura, de ((450)) mortificación, guía amabilísima, ejemplo esplendoros y eficaz. Jóvenes que no habrían cometido ni un 
solo pecado venial deliberado por nada del mundo. Jóvenes de una devoción tan sólida y tierna, que llegaba a lo extraordinario. íEra 
encantador verlos en la iglesia arrobados en éxtasis beatífico y celestial! íCuántas veces acudían al Oratorio algunos aristócratas de la 
ciudad en compañía de sus hijos para que se mirasen en el espejo de los hijos del pueblo, convertidos inconscientemente en nobles y 
grandes pro su piedad! Estos eran los predilectos de don Bosco, que llenos de su espíritu, lo ayudaban poderosamente y ejercían sobre sus 
compañeros una enorme y saludable influencia. En el Oratorio se vieron exquisitas y bellas virtudes: la inocencia, la sencillez, la felicidad 
cristiana, las mismas que fascinaron los principios de santo Domingo y de san Francisco de Asís con sus discípulos. Y que el profano 
llamaría leyenda, es una historia verdadera». 
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((451)) 

CAPITULO XXXII 

LAS SANTAS INDUSTRIAS -SU CAUSA Y FINALIDAD: LA ETERNIDAD Y LA SALVACION DE LAS ALMAS 
-COOPERACION DE DIOS -CONTRA LOS HECHOS NO VALEN RAZONES -DON BOSCO LEE EN LAS CONCIENCIAS 
-TESTIMONIO UNIVERSAL DE LOS MUCHACHOS -CASOS ADMIRABLES EN EL TRIBUNAL DE LA PENITENCIA 
-SECRETAS ANSIEDADES ESPIRITUALES CALMADAS -INCREDULOS VENCIDOS POR LA EVIDENCIA DE HECHOS 
PERSONALES -LOS HIPOCRITAS DESENMASCARADOS -OTRAS PRUEBAS DE QUE DON BOSCO LEE EN LA FRENTE 
LOS SECRETOS DE LOS CORAZONES -LOS INMODESTOS -QUIEN NO TIENE LA CONCIENCIA EN REGLA BUSCA ESTAR 
LEJOS DE DON BOSCO -SOLICITUD DE DON BOSCO PARA VOLVERLOS A DIOS -AVISOS MISTERIOSOS POR ESCRITO 
-UN TESTIMONIO DE DON MIGUEL RUA -DON BOSCO DESCUBRE EN LAS MENTES OTRAS CLASES DE 
PENSAMIENTOS -VE MEJOR CUANDO NO MIRA 

TODAS las industrias anteriormente descritas, bendecidas por el Señor, no tenían más fin que la salvación de las almas. Don Bosco 
llevaba fija en la mente la idea de la espantosa e incomprensible eternidad de los condenados; la justicia de Dios que no mudará jamás, ni 
suavizará la sentencia dada; el fuego en que arden y que nunca se extingue, el gusano que los roe y nunca muere; la muerte que a gritos 
invocan los infelices y no llega a poner término a sus tormentos. Al mismo tiempo contemplaba ((452)) al Redentor en la cruz, bañado en 
sangre, muriendo por la salvación de los pecadores, y el sacramento de la penitencia, fruto de su pasión, medio descubierto por su 
misericordia infinita para facilitar la conversión de los que de otro modo se perderían. Observaba también que los mayores pecadores son 
aquéllos en los cuales infunde el Señor más abundantemente sus gracias, siempre y cuando no se opongan a ellas voluntariamente, como 
le sucedió a san Agustín y a otros muchos. 

Plenamente convencido de estos pensamientos, temblaba por la suerte desdichada que tal vez encontrarán muchos jovencitos; preveía 
sus combates espirituales, causa frecuente de tristes derrotas; 
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sentía en sí mismo el poder inefable de perdonar los pecados; estaba seguro de que por su mediación no pocos habían llegado al puerto de 
la eterna salvación. Además, amaba apasionadamente a las almas para conducirlas a Jesucristo. Estas son las razones por las que don 
Bosco, sin hacer caso de ciertos miramientos humanos, invitaba, a tiempo y a destiempo, a muchos al saludable baño de la confesión. 

Tenga siempre el lector ante sus ojos el móvil de estas invitaciones de don Bosco y hallará la explicación de muchísimos hechos que 
vamos a ir refiriendo en los siguientes volúmenes. Al mismo tiempo se convencerá de que Dios no sólo aprobaba el proceder de don 
Bosco para la salvación de las almas, sino que cooperaba a su ardiente celo de una manera maravillosa. Afírmase en el libro de los 
Proverbios: «Como en las aguas se reflejan las caras de los que se miran en ellas, así se descubren a los sabios los corazones de los 
hombres» 1. 

Pero la paciencia de don Bosco iba más lejos, puesto que, teniendo ante los ojos el pasado y el porvenir de tantos jóvenes, se servía de 
ello para dirigirlos y ponerlos en guardia contra los peligros que iban a encontrar. 

((453)) Pasemos, pues, a nuevos testimonios y en primer lugar al que dejó por escrito en 1861 el profesor de literatura don Juan Turchi, 
hombre cauto para prestar fe y crítico severo. 

«Lo que voy a contar, empieza diciendo, puede parecer invento de un supersticioso, de un fanático, y el que por ventura leyere esta 
página, tal vez me tache, por lo menos, de ligero y demasiado crédulo. Perdono la opinión, puesto que yo mismo no sé explicarme, ni 
cómo juzgar ciertas cosas que veo en don Bosco. Mas a pesar de todo, qué valor tienen las razones contra los hechos? Un hecho no pierde 
nada de su valor, aun cuando guste de traer razones en contra. Cuando se trata de hechos, no se puede hacer más que examinar su verdad, 
a través de testimonios seguros e indudables y, si no es posible comprenderlo intrínsecamente, hay que achacarlo a nuestra insuficiencia, 
considerando que nunca es absurdo lo que ha sucedido. Con esta premisa, expongo: 

»Durante los diez años que estuve en el Oratorio oí decir mil veces a don Bosco: -Presentadme un muchacho a quien yo nunca haya 
conocido en modo alguno y mirándole a la frente le revelaré sus pecados comenzando a enumerar los de su niñez. 

»A veces añadía: -Al confesar veo a menudo las conciencias de los muchachos abiertas ante mí como un libro en el que puedo leer. 

1 Prov. XXVII, 19. 
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Esto sucede especialmente con ocasión de fiestas solemnes y de ejercicios espirituales. Dichosos los que entonces se aprovechan de mis 
avisos, especialmente en el sacramento de la penitencia. Pero en otras ocasiones no veo nada. Este fenómeno se repite a intervalos más o 
menos largos. 

»Es decir, siempre que lo exigía la salvación de las almas. 

»Pero, en general, don Bosco templaba la impresión que ((454)) podían dar sus palabras, desviando la idea de un don sobrenatural y 
decía sonriendo: -Cuando confieso, deseo, si es de noche, que la luz esté colocada de modo que yo pueda ver la frente de los muchachos 
y, si es de día, prefiero que se coloquen delante, porque así los confieso más aprisa. 

»El veía las conciencias de sus muchachos sin velo alguno como en un espejo; estoy seguro de ello y he visto repetirse el hecho cientos 

de veces. 

»Esto es lo que los alumnos llamaban leer en la frente. 

»No quiero pronunciar juicios de ninguna clase, me basta contar las cosas tal como yo las sé y conmigo todos los alumnos del 

Oratorio». 

Estaba tan arraigada en todos las persuasión de que don Bosco leía en la conciencia, no sólo los pecados externos, sino hasta los 
pensamientos más recónditos, que la mayor parte de ellos se confesaba más a gusto con él que con los otros sacerdotes. Y decían: 

-Yendo con don Bosco estamos más seguros de hacer buenas confesiones y comuniones porque, si acaso nos olvidásemos de algún 

pecado, él nos lo recordaría. 

Por eso siempre había una gran muchedumbre rodeando su confesonario. 

Cierto día, una persona muy celosa y prudente, al ver tanta afluencia, dijo a don Bosco que él debería abstenerse de confesar a sus 

alumnos, pues era fácil que, por temor o por vergüenza, callaran los pecados. Contestóle don Bosco ingenuamente: 

-íNo faltaba más que yo se los dejara callar! 

Y ésta era la convicción general de todos los alumnos a quienes cientos de veces se los oyó exclamar: 

-Es inútil callar o esconder los pecados a don Bosco, porque los conoce lo mismo. 

((455)) En efecto, son innumerables los que todavía, al día de hoy, afirman que les sucedió varias veces experimentar en la confesión 
cómo descubría y enumeraba sus pecados uno tras otro de manera tan clara, como si los tuviera ante sus ojos escritos en un cuaderno. 
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Manifestaba a los penitentes los pecados que habían olvidado o que no se atrevían a confesar. Solía decir: 

-Y no te acusas de tal pecado? Ya no te acuerdas de este otro? 

Pero lo más admirable es que don Bosco al manifestar a un muchacho su pecado, añadía a veces, como para confirmarlo en la pesuasión 
de que ya lo sabía todo: 

-Tenías tú tantos años, en aquella ocasión, en aquel lugar, en aquellas circunstancias, e hiciste esto y aquello. 

Y precisaba con exactitud el número de faltas, sin equivocarse. 

Así nos lo atestiguaron varios de nuestros amigos, lo mismo que también se lo confiaron a monseñor Cagliero muchos de sus 
compañeros, pasmados al ver descubiertos los más ocultos secretos de su alma. 

Pero no acaban aquí las maravillas. Sigue afirmando don Juan Turchi: 

«He conocido a muchos jóvenes que me dijeron: -Fui a confesarme con don Bosco, el cual me preguntó: -Quieres hablar tú o quieres 
que hable yo? Le dejé hablar y me fue diciendo, uno tras otro, los pecados que había cometido. Yo no tenía más que contestar sí, sí; más 
aún, algunas cosas que ya se habían borrado de mi mente, me las recordó sin equivocarse nada. 

»No es para dicho cuánto satisfacía este método de confesar a aquellos pequeños penitentes, que querían hacer confesión general y se 
encontraban en apuro para encontrar el cabo de su madeja enmarañada. Acudían a don Bosco y le decían: -íHable usted! -Y don Bosco 
descubría rápidamente, con orden y punto por punto, su historia secreta; no tenían más que responder afirmativamente para acusarse». 

((456)) En consecuencia, cuando se hallaban con una tentación, o preocupados por cualquier otra pena del espíritu, desconfiando de sí 
mismos, iban, después de las oraciones de la noche, a ponerse delante de don Bosco y le miraban a la cara sin proferir palabra, para así 
llamar su atención de modo que pudiera fijar sus ojos en ellos. Si no les decía nada, ellos, seguros de que había leído en sus corazones y 
de que no tenían ni sombra de pecado, se retiraban a descansar tranquilos. 

Frecuentemente, si don Bosco los veía por el día ponerse delante, los tranquilizaba con un sencillo ademán de mano o de cabeza, con 
una simple mirada o una palabra, sin que ellos dijeran nada. Los muchachos sentían que se desvanecía su pena interior y, si antes estaban 
tristes, se les veía marchar serenos y sonrientes, como cuando el sol ahuyenta la oscuridad con su luz. 
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Un clérigo estaba atormentado por los escrúpulos, dudando si podía o no, comulgar; le parecía por un lado que podía acercarse a la 
mesa eucarística y, por otro, temía cometer un sacrilegio. Esperaba una noche su turno para confesarse con don Bosco en el coro de la 
iglesia de san Francisco de Sales. Como no había más luz que la de la lámpara, quedaba el coro envuelto en la penumbra. Con ella era 
ciertamente imposible que don Bosco distinguiera, ni aun a corta distancia, a ninguno de los numerosos muchachos arrodillados en su 
derredor. El clérigo, angustiado por su pesar interior, no podía aguantar pensando en su confesión, cuando he aquí que de repente se le 
ocurrió una idea: -íCuánto me alegraría que don Bosco leyera en mi corazón y me llamara antes de confesarme, me dijera que estuviese 
tranquilo y me mandara comulgar mañana sin confesarme! íSería una señal segura de que las cosas de mi alma marchan bien! Yo no me 
preocuparía de mis inquietudes y quedaría curado. 

((457)) Seguía arrodillado ante el confesonario y todavía no le llegaba su vez; pero, apenas terminó este soliloquio interior, sintió que 
una mano tocaba suavemente su hombro, se levantó y oyó la voz de don Bosco que le susurró al oído, como respondiendo a su 
pensamiento: -Vete en hora buena a comulgar mañana por la mañana, sin confesarte y queda tranquilo. 

El clérigo obedeció y desde aquel día, no padeció más de escrúpulos. 

Pero no sólo durante el 1861 sucedieron maravillas parecidas a éstas; toda su vida estuvo entretejida de hechos prodigiosos semejantes. 
Don Joaquín Berto escribió la siguiente página: 

«Vi muchas veces a muchachos que llevaban horas aguardando turno para confesarse con don Bosco; les parecía tener muy embrollada 
la conciencia: pero él llamaba a intervalos junto a él, ora a uno, ora a otro y les decía al oído: Ve tranquilo a comulgar. 

»Como todos sabíamos por experiencia que él poseía luces sobrenaturales, obedecían ciegamente a una señal o a una palabra suya. De 
esta manera lograba librar de escrúpulos a muchos jovencitos. Si a lo largo del día se encontraba con alguno de ellos, le decía al oído: -Te 
mandé esta mañana a comulgar sin confesarte porque vi que tu conciencia estaba limpia. O bien: -Lo que querías confesar no es pecado. 

»Yo mismo soy testigo personal de estos hechos, pues los he experimentado varias veces y los oí contar a algunos compañeros míos, 
cuyo nombre callo por prudencia». 

Más de uno puede preguntarnos al llegar a este punto, si todos 
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estaban convencidos en el Oratorio de esta virtud de don Bosco, y si no surgieron nunca dudas acerca de la veracidad de la cuestión. 
((458)) Es de advertir que los suspicaces, los propensos a interpretar de la peor manera todo dicho o hecho ajeno, no podían ciertamente 
faltar en una comunidad tan numerosa, en la que había cada año bastantes alumnos nuevos, muchos de los cuales tenían dieciséis y veinte 
años y no conocían a don Bosco más que de nombre. Pero, el ya mencionado profesor Turchi responde en su manuscrito: «Sé que hubo 
muchos que se rieron de lo de leer en la frente, pero también sé que éstos se dieron por vencidos ante la evidencia de los hechos. 
Mencionaré por brevedad solamente algunos casos. Hubo en los primeros años del Oratorio un muchacho natural de Biella, apellidado 
Ro... el cual, al llegar a Turín, entró a confesarse en la iglesia de la Consolación y después fue al internado de Valdocco, donde había sido 
aceptado en calidad de estudiante. El Prefecto lo recibió con bondad y después de comer lo presentó a don Bosco, que no lo conocía en 
absoluto, pues era la primera vez que se encontraba con él. 
Estaba don Bosco hablando con los muchachos que le rodeaban sobre el discernimiento de los corazones y le recordaban ellos alguna 
revelación sorprendente de ciertos secretos, que él había hecho. Escuchaba el alumno recién llegado la conversación, y de repente se 
atrevió a decir: 

»-Don Bosco, le desafío a leer mis pecados; más aún, le invito a decirlos en alta voz y que todos los oigan. 

»Respondióle don Bosco: 

»-Acércate. 

»Cuando lo tuvo al lado, lo miró a la frente y le dijo unas palabras al oído. La cara del muchacho se encendió como una brasa. Volvió 
don Bosco a mirarlo a la frente y díjole de nuevo alguna otra palabra en secreto, que tal vez precisaba de una manera pormenorizada su 
vida pasada. El muchacho se echó a llorar y gritó: 

»-Usted es el que me confesó esta mañana en la iglesia de la Consolación, esto no se puede hacer. 

»-íImposible!, interrumpieron los compañeros; don Bosco no ha salido de casa esta mañana; ni podía ((459)) saber que tú te hubieras 
confesado. Estás muy lejos de la verdad, porque todavía no sabes quién es don Bosco. íEsto es cosa de todos los días! 

»Ante aquellas evidentes razones el buen muchacho se tranquilizó y desde aquel instante puso toda su confianza en don Bosco. Yo 
presencié el hecho; y también da testimonio del mismo don Miguel Rúa. 
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»Parecida sorpresa experimentó un jovencito de los alrededores de Buttigliera. Había ya comenzado el curso escolar, cuando me 
encontraba un día yo con otros alumnos, Francisco Cerruti, entre ellos, más don Miguel Rúa y el clérigo Cagliero, en torno a don Bosco. 
Le pedíamos un consejo que nos sirviese de norma para progresar en la virtud y sobre todo que nos iluminara respecto a las necesidades 
del alma de cada uno en particular. En aquel momento se presentó un chico de unos trece años, en cuya casa había parado don Bosco más 
de una vez y que se llamaba César B... Como había oído contar a sus compañeros que don Bosco conocía los pecados secretos de las 
conciencias, se presentó a él y, con cierto desenfado le dijo: 

»-íA que no adivina usted mi interior! 

»Entonces don Bosco, que estaba sentado, se acercó a él en presencia de todos y le habló un momento al oído. En cuanto hubo acabado, 
levantó el muchacho la cabeza y volviéndose a todos los presentes, hondamente conmovido, nos dijo con admirable ingenuidad: 

»-Don Bosco ha acertado. íSe trata de una cosa que nunca he dicho a nadie, ni siquiera en confesión! 

»Después se separó de él prometiendo ir pronto a confesarse. 

»Otro día, estaba don Bosco en el comedor después del desayuno. Le rodeábamos algunos de nosotros, como de costumbre, y él nos 
miraba sonriendo amablemente, y decía que conocía el interior de nuestro corazón. Un estudiante, cuyo nombre creo debo callar, que 
habitaba en la ciudad y ((460)) venía a menudo al Oratorio, casi despreciando lo que él juzgaba imposible, lo interrumpió diciéndole: 

»-íPues bien, dígame mis pensamientos! 

»Don Bosco pidió que se acercara y le habló en voz baja. No hemos sabido qué le dijo, pero el hecho es que el muchacho quedó 
desconcertado y confuso y no se atrevió a chistar. Yo estaba presente. 

»Un compañero mío, estudiante de teología fue, hace ahora dos años, a pasar unos días de campo con cierto señor honrado y religioso 
en un pueblo a unas diez o más millas de Turín. Al volver, fue a confesarse con don Bosco y me contó después: 

»-He de decirte algo sorprendente. Antes de venir a Turín, tenía un pecado en la conciencia; como no me atrevía a descubrirlo después a 
don Bosco, me confesé con el párroco del pueblo, donde estaba. Ahora bien, hace pocos días fui a confesarme con don Bosco, el cual, 
terminada la confesión, me dijo: 
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»-Mira, yo sé perfectamente que tú has hecho esto y esto (y me dijo el pecado tal como era). 

»Estoy fuera de mí, siguió diciendo mi compañero, y, asombrado, he aprendido a mis expensas que cuando uno ha hecho una travesura 
gorda no vale la pena de ir a confesarse con otro, puesto que don Bosco lo sabe igual». 

Hasta aquí don Juan Turchi, que no fue el único en dar un testimonio semejante sobre don Bosco. 

El profesor don Juan Garino nos entregó la relación siguiente: 

«Era el año 1858 ó 1859. Una mañana de invierno rodeábamos unos cuantos a don Bosco, mientras él tomaba una tacita de café. 
Estábamos apretados a su alrededor, unos en frente apoyados sobre una larga mesa a cuya cabecera se sentaba él, otros a los lados, otros a 
sus espaldas. 

»Todos reían gastándole bromas confiadamente, pero con respeto, como suelen los buenos hijos que quieren a su ((461)) padre. Entre 
otras muchas cosas, alguien empezó a decir que don Bosco veía el futuro, que sabía cuándo uno tenía que morir, y otras cosas por el 
estilo. Recuerdo que aquella misma mañana y en aquel mismo lugar, dijo don Bosco al oído de uno y de otro ciertos secretos, de los que 
todos quedaban muy maravillados. A su derecha se sentaba sobre un pequeño banco Evaristo C... Era un muchacho despejado, pero no de 
los más ejemplares; se reía de lo que don Bosco y sus compañeros decían y hacían, con cierto aire de desprecio, dando a entender lo que 
él pensaba de todo aquello. De pronto dijo: 

»-Don Bosco, yo no creo que usted vea las cosas ocultas. Dígame... 

»Y provocaba a don Bosco a que le dijera no sé qué secreto suyo. 

»Don Bosco le tomó por la palabra, e inclinando la cabeza hasta su oreja le susurró unas palabras, que nosotros no oímos. Pero el 
muchacho enrojeció, calló, se puso serio y no se atrevió a repetir que don Bosco no veía o no conocía las cosas secretas». 

Contaba Pedro Enría: -Confióme un compañero que en cierta ocasión cometió una falta grave y no quería dejarse ver por don Bosco. 
Pero que, habiéndose encontrado casualmente con él, oyó que le decía con paternal afabilidad: -íNo te atreves a dejarte ver, porque has 
cometido un pecado! -Y se lo refirió detalladamente. Nadie en absoluto hubiera podido enterarse de su falta por lo que, aturdido y 
arrepentido, rogó a don Bosco que lo oyera en confesión y cambió de vida. Otras veces, durante el recreo de después de la cena, 
acercábase don Bosco a uno, decíale unas palabras al oído y éste, apenas 
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terminaban las oraciones, antes de acostarse, iba a la sacristía o subía a la habitación de don Bosco y se confesaba. 

Este don que el Señor concedió a don Bosco de conocer ((462)) el estado espiritual de algunos muchachos lo tuvo durante toda su vida; 
de modo que no vacilaba en recordarlo de vez en cuando a los mismos alumnos. Una noche del 1869 hablaba después de las oraciones a 
toda la comunidad, que llegaba entonces a las novecientas personas, entre las que se contaban más de cien hombres cultos y de gran 
cordura, y les decía: 

-He recibido del Señor el don de conocer a los hipócritas. Cuando uno de ellos se me acerca, siento unas náuseas que no puedo 

remediar. Ellos advierten mi sufrimiento, se dan cuenta de que los conozco por lo que son; y por este motivo huyen de mí. 

Y los hechos seguían dando testimonio de ello. 

Una mañana del 1870 salía don Bosco de la iglesia, y los muchachos, apenas lo vieron, corrieron en gran número a su alrededor. 

Aunque algunos sacerdotes le habían ayudado a confesar, estaba muy cansado por la muchedumbre de sus penitentes. A pesar de todo 
hablaba donosamente con todos. De pronto se volvió a uno y pasando por su frente el índice de la mano derecha, le dijo sonriendo: 

-Esta mañana no te has lavado la cara. 

-Que sí, don Bosco. 

Y don Bosco, siempre sonriendo, replicó: 

-Que nooo, que nooo, arrastrando cariñosamente la voz sobre la O. 

Y comenzó después a hablarle al oído y el muchacho a bajar la cabeza, pensativo. Decíale don Bosco que no había ido a confesarse y 
que tenía necesidad de ello. Estaba presente don Agustín Parigi, que fue quien nos contó después lo sucedido. 

El que escribe estas páginas fue testigo de otro caso parecido: 

Durante los ejercicios espirituales del año 1870 había un muchacho mayor, altanero y no muy bueno que, antes de ir a confesarse, 
((463)) alardeaba ante sus compañeros de que jamás sabría don Bosco sus pecados. 

-Haz la prueba, -le dijeron sus amigos. 

-Sí que la haré, porque todo lo que se dice de don Bosco es un puro cuento. 

Y despreocupado, riendo, entró en la iglesia y se arrodilló a los pies de don Bosco. Su confesión fue bastante larga. Los compañeros lo 
aguardaban en el patio. Salió con los cabellos desgreñados, enrojecidos los ojos, casi fuera de sí. Rodeáronle los compañeros: 
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-Qué tal, qué tal?
-íDejadme en paz!
-Qué te ha dicho don Bosco?
-Os digo que me dejéis en paz.
-Eran cuentos los que te contábamos de don Bosco?
-Cuentos?, íme lo ha dicho todo, todo; aún lo que se me había olvidado! Pero dejadme solo.
Y se puso a pasear por los pórticos repitiendo entre dientes:
-íMe lo ha dicho todo, todo!
Cuando más tarde alguien se chanceaba del carisma de don Bosco, éste le defendía a ultranza y repetía:
-íDecidme a mí que no es verdad!
Podríamos traer aquí muchos más casos semejantes a éstos, mas, por estar relacionados con acontecimientos de suma importancia, los


expondremos donde lo pida el orden de la narración. 
Sin embargo y como broche de los hechos referidos, repetiremos lo que una noche del año 1871 oímos de labios de don Bosco en el 
comedor. 
Se habían ya retirado los muchachos y quedaron junto a él don Miguel Rúa y otros Superiores, que llevaron la conversación a ciertos 
males morales, causa principal de la ruina de muchos jóvenes. Después de escuchar, don Bosco se expresó en los siguientes términos: 
((464)) -La dificultad para curar ciertos males está en conocerlos. 
Sin embargo, el Señor se muestra muy misericordioso con nuestros jóvenes. Cuando me encuentro en medio de ellos, basta que haya uno 
deshonesto, para que advierta el hedor insoportable que despide; y si se acerca a mí y puedo ver su cara, estoy seguro de no equivocarme 
en mi juicio. 
Por esto precisamente algunos muchachos, temerosos de que les leyera en su frente, se quedaban lejos de él. Y si, por cualquier motivo 

o porque los llamaba, tenían que acercársele, al descubrirse la cabeza por respeto solían tapar su frente con la gorra o dejar caer los 
cabellos sobre la misma, como si ello bastara para esconder la conciencia. 
Esto sucedía particularmente a principio del curso escolar, cuando los chicos, llegados de vacaciones, aún no habían arreglado las 
cuentas con Dios; de modo que cuando aparecía don Bosco en el patio, era aquello como una desbandada de pájaros, y quedábanse con él 
sólo los buenos, que afortunadamente eran muchos. Huían los que tenían la conciencia sucia: -Porque, decían, don Bosco nos 
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mira a la frente y lo lee todo. Y cuando, por ejemplo, veían los compañeros por la noche a alguno en los pórticos después del rezo de 
oraciones, que se escondía detrás de los otros y le preguntaban por qué no permanecía en su lugar, respondía apurado: 

-Porque don Bosco me lee en los ojos los pecados. 

Pero él lanzaba sus santas redes para pescarlos y en cuanto lograba decirles una palabra, podía darse por segura la victoria. Con frases 
prudentes, un tanto encubiertas, corregía faltas secretas; por ejemplo: 

-Tienes por arreglar las cuentas con Dios. 

Otras veces, al ver a uno triste, le decía: 

-Amigo mío, hay que echar del corazón al demonio si quieres vivir tranquilo. 

«Sé de un muchacho, afirmaba ((465)) don Juan Bonetti, que después de haber cometido un pecado y creído que nadie lo sabía, pasó 
una noche junto a don Bosco, el cual lo llamó y le dijo en voz baja: -Y si murieres esta noche, qué sería de ti? 

Aquel muchacho no pudo conciliar el sueño, y a la mañana siguiente corrió a hacer una buena confesión.» Muchas veces llamaba en el 
recreo a un muchacho, sugeríale que fuera a confesarse de tal y tal pecado, y su sugerencia resultaba sorprendentemente oportuna. Y le 
amonestaba, le advertía que sentara la cabeza y le suplicaba que consolara el corazón misericordioso de Dios. 

Pero cuando no lograba acercarse a algunos muchachos, entonces acudía a otros medios para sacudir las conciencias de su letargo. Uno 
de éstos era colocar una cartita o un papelito debajo de la almohada del que lo necesitaba. Es indescriptible la impresión que causaba 
aquel papel. 

Hacía algún tiempo que don Bosco empleaba las mayores y más cordiales solicitudes con cierto muchacho, el cual, a despecho de tanta 
ternura, mantenía su corazón obstinadamente cerrado. 

Pues bien, una noche, al ir a acostarse, se encontró una cartita sosobre la cama. La agarró: estaba firmada por don Bosco, conocía su 
letra, la leyó: Si esta noche tuvieses la desgracia de morir, adónde irías? 

El muchacho se quedó yerto; permaneció un momento en pie junto a la cama aterrado, convulso; después corrió a la habitación de don 
Bosco y llamó. Eran las diez de la noche. Salió don Bosco a abrir y el muchacho entró exclamando: 

-íDon Bosco!, Quiere confesarme, por favor? 

Le recibió conmovido don Bosco. Cayó de rodillas el jovencito y se confesó. 
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Cuando hubo terminado la confesión, rebosando alegría corrió a acostarse. Tan pronto como se levantó a la mañana siguiente, le contó 
lo sucedido a ((466)) Juan Bautista Piano, manifestándole que realmente necesitaba confesarse y que don Bosco había conocido con 
precisión el estado de su conciencia. Y añadió que pocas noches había pasado tan tranquilas como aquélla. 

Otro muchacho, al preparar el embozo de la sábana para acostarse, se tropezó con un papel: 

-Qué es esto?, exclamó en alta voz. íSi serán los números de la lotería! 

Lleno de curiosidad fue hasta el medio del dormitorio debajo de la luz para leerlo. El papelito estaba escrito por don Bosco y no 
contenía más que el nombre del muchacho repetido dos veces con un signo ortográfico de admiración. Lo leyó, lo volvió a leer y 
exclamó: 

-íCaramba! 

Volvió junto a la cama, se puso la chaqueta, que ya se había quitado, y sin más corrió a confesarse. 

Dedúcese de todo esto que cuando don Bosco sabía que alguien había cometido un pecado grave, no podía de ningún modo sufrir que 
fuera a dormir en tal estado, con peligro de no despertarse ya. Don Miguel Rúa sabe también de otros que se encontraron bajo la 
almohada un papelito con estas sencillas palabras: -Y si murieras esta noche? -O también: -Y si murieses esta noche, qué sería de tu 
alma? Estás seguro de ir al Paraíso? -Y también: -Estarías tranquilo, si tuvieses que morir? -Y con estas y semejantes sentencias los 
impelía a ponerse al momento en gracia de Dios. 

Podría alguien decir, afirmó justamente monseñor Cagliero, adelantándose a una objeción, que don Bosco habría sido previamente 
enterado por los asistentes de las faltas de aquellos muchachos; pero es de advertir que en los primeros tiempos del Oratorio, durante diez 
y aún más años, no existieron todavía los asistentes fijos y, por lo tanto, no podía enterarse por medio de ellos. Yo puedo asegurar además 
que los que recibían aquellos avisos están persuadidos de que ((467)) don Bosco no conocía sus defectos más que por virtud divina. Así 
pues, el espíritu que iluminaba a don Bosco durante los diez primeros años es el mismo que lo guió durante todos los años siguientes. 

Añadiremos también que don Bosco, no sólo leía en la frente los pecados, dudas y escrúpulos de las personas, sino también muchos 
pensamientos de distinta clase. A menudo daba avisos a un alumno, según sus necesidades interiores, causadas por una preocupación, 
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por el éxito dudoso en los estudios, o asuntos molestos de familia.
Otras veces disipaba un malhumor oculto, procedente de excesiva timidez, de celos, de rencor o de desconfianza. A lo mejor daba de
repente un consejo que no se le había pedido, pero que se deseaba pedir, y con una precisión que correspondía exactamente al deseo.


Don Bosco se servía de esta intuición para resolver o disuadir a los jóvenes, que titubeaban en si debían o no seguir una vocación que 
parecía llamarlos al estado eclesiástico. A muchos salesianos de hoy, y dichosos de serlo, les dijo francamente: 
-Si quieres salvarte, no tienes más que tomar este camino. Dios te llama por él. 

También las personas ajenas a la casa gozaron de esta bendición. Nos atestiguaba don Miguel Rúa: -«Muchas de éstas me refirieron que 
don Bosco adivinaba la causa de ciertas penas que les angustiaban y que les proporcionaba suave consuelo aún antes de que abrieran sus 
labios». 

Deberíamos poner punto final, porque se trata de un tema inagotable, si quisiéramos presentar los testimonios de monseñor Cagliero, 
del teólogo Piano, del canónigo Ballesio, de José Buzzetti, de Juan Villa y muchos otros. Mas, para terminar, recordaremos todavía un 
hecho. 

Hablaba don Bosco ante algunos sacerdotes y clérigos sobre la manera de dar publicidad a ciertas obras suyas. Estaba presente un 
hermano coadjutor de más de cuarenta años, que profesaba a don Bosco ((468)) la mayor veneración, y, sin embargo, en aquel instante, 
sin que nada manifestara su pensamiento, pensó para sus adentros: -íCharlatanerías! 

Cuando don Bosco acabó de hablar, se marcharon todos menos aquel coadjutor, a quien se volvió don Bosco sonriendo:
-Con que, todo charlatanerías?
-íPero si yo...
!
-Tienes razón. Don Bosco es un charlatán.
Y con toda la amabilidad del mundo pasó a otros temas muy importantes y confidenciales.
Fueron múltiples las revelaciones semejantes a ésta. Hubo una vez quien en su presencia notó que no se le escapaba nada de cuanto


sucedía a su alrededor, aun cuando tuviese casi continuamente los ojos bajos. Y contestó: 
-íEs que veo mejor sin mirar! 
Efectivamente, veía con los ojos del espíritu iluminados por la oración. 

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((469)) 

CAPITULO XXXIII 

1860 -LECTURAS CATOLICAS -AVISOS DE DON BOSCO A LOS SUSCRIPTORES PARA ALEJAR LOS MALES PRESENTES 
Y PRECAVERSE DE LOS FUTUROS -CARTA DE PIO IX A DON BOSCO -EL OBOLO DE SAN PEDRO -CONVERSION DE 
DOS MUCHACHOS ANGLICANOS Y UN JUDIO -EL OBISPO DE IVREA EN EL ORATORIO -ATENCIONES DE DON BOSCO 
CON UN MINISTRO PROTESTANTE -UN NEOFITO RECOMENDADO AL ORATORIO POR EL ARCIPRESTE DE LA 
CATEDRAL DE VERCELLI -LA FIESTA DE SAN FRANCISCO DE SALES 

EMPEZABA el año 1860 trayendo a don Bosco nuevos trabajos, alegrías y tribulaciones. El primer número de las Lecturas Católicas 
para enero, de autor anónimo, describía: El momento de la gracia o las últimas horas de un condenado a muerte. El impresor seguía 
siendo Paravía. 

Como apéndice de este número, añadía don Bosco unos avisos que parecían referirse a las previsiones descritas por El Hombre de Bien 
al cerrar el 1859. 

MEDIO FACIL Y EFICACISIMO PARA ALEJAR LOS MALES PRESENTES Y PRESERVARNOS DE LOS FUTUROS. 

Invitación al pueblo cristiano 

Gemimos hace ya mucho tiempo bajo los azotes que nos hieren, y hay buenos motivos para temer otros mayores. Todos se apenan por 
ello, ((470)) muchos se indignan y, lo que es peor, prorrumpen en amargas quejas. Mas, por desgracia, raros son los que conocen su 
verdadera causa y trabajan por poner el remedio necesario. 

íEntendámoslo bien, cristianos! 

La verdadera causa de todos los males es el pecado. El pecado hace infelices a los pueblos. El hombre se atreve a ofender y ultrajar a 
Dios y Dios, ofendido y ultrajado por el hombre, lo castiga, lo corrige. Así nos lo enseña la razón, así lo enseña la fe. Sólo el necio puede 
ponerlo en duda. 

Queremos, pues, alejar los males que nos afligen y guardarnos de los que nos amenazan? Alejemos su causa, el pecado: 
reconciliémonos con Dios, aplaquemos su ira, demos satisfacción a su justicia. 

Dios, rico en misericordia, por la excesiva caridad con que nos ama, nos da en 
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Jesucristo, su Hijo, un medio fácil y seguro para nuestra reconciliación. Este medio costó a Jesucristo toda su sangre, a nosotros sólo nos 
cuesta la buena voluntad de aprovecharnos de ella; se encuentra en la confesión sacramental. Así nos lo asegura la fe y, animados por 
ella, durante todos los siglos de la Iglesia, siempre se han aprovechado de ella los fieles de todo el mundo y han sacado grandes ventajas. 

Pero, íoh Dios mío! Cuántos infelices pecadores no se aprovechan de este medio fácil y, en lugar de reconciliarse con Dios, le ofenden 
y provocan más su justicia a castigos cada vez mayores, a los que seguirán otros mucho más espantosos por toda la eternidad en el 
infierno. 

íAh, cristianos! Cómo podremos mirar con indiferencia la ruina de tantos hermanos nuestros y dejar que se encienda cada vez más la ira 
de Dios y aumentar día a día los castigos, incluso temporales, contra ellos y contra todos nosotros? 

Preferimos implorar la divina misericordia, queremos aplacar su ira y satisfacer plenamente su justicia? Avivemos nuestra fe... 

Sigue luego don Bosco excitando más y más al amor a Jesucristo y promoviendo la frecuente asistencia a la santa misa. 

((471)) Compensaba ampliamente su celo y le causaba gran alegría una carta de Pío IX respondiendo a la que él le había escrito en 
nombre propio y en el de todos sus alumnos a primeros de noviembre. El glorioso Pontífice, sumamente agradecido al testimonio de 
obsequio filial y fidelidad inalterable, en un acto de insigne bondad, contestó a don Bosco con fecha 7 de enero de 1860 con un Breve que 
será monumento imperecedero de la benevolencia de Pío IX con el Oratorio. Tan pronto como recibió don Bosco el precioso documento, 
lo tradujo del latín al italiano y lo leyó después a todos los alumnos reunidos, haciéndoles partícipes de su satisfacción. La traducción del 
Breve fue publicada en Armonía. 1. 

1 Dilecto Filio presbitero JOANNI BOSCO 

AUGUSTAM TAURINORUM 

PIUS P. P. IX 

Dilecte Fili, salutem et apostolicam benedictionem. 

In litteris tuis, V Idus Novembris proximi datis, novum invenimus eximiae tuae in Nos et Supremam Dignitatem Nostram fidei, pietatis 
et observantiae testimonium. Facile intelligimus, dilecte Fili, qui tuus aliorumque ecclesiasticorum hominum sit animi dolor in ingenti 
hoc Italiae tumultu, rerumque pubblicarum conversione, ac rebellione provinciarum quarumdam temporalis nostri Status. Hanc, ut omnes 
norunt, externae moverunt incitationes et machinationes, eamque omni data opera fovent tuenturque. Accessit nunc lucubratio sparsa in 
vulgus hypocrisi plenissima ad homines simplices decipiendos, ad communem christiani orbis in vindicando civili Sedis Apostolicae 
Principatu consensum extenuandum. Fides ipsa Italicae regionis adducitur in discrimen: colluvies pravorum librorum et ephemeridum 
non modo urbes, sed et pagos etiam Italiae pervasit, nec subalpinis istis regionibus tantum, sed et Hetruriae finitimis que provinciis 
protestantes virus evomunt pravitatis suae, scholis sive clandestinis, sive pubblicis institutis; ad quas proemiis etiam adolescentes 
pauperes student allicere. Verum 
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((472)) Al amado Hijo JUAN BOSCO, sacerdote. Turín. 

PIO P.P. IX. 

AL AMADO HIJO, SALUD Y APOSTOLICA BENDICION 

En la carta que Nos escribiste el día nueve de noviembre próximo pasado recibimos nueva prueba de tu singular fe, piedad y respeto a 
Nos y a Nuestra suprema dignidad. Fácilmente comprendemos, amado hijo, cuán grande es el dolor de tu alma y ((473)) de los otros 
eclesiásticos ante el gran trastorno de Italia y el desconcierto de los asuntos públicos y la rebelión de algunas provincias de nuestro 
dominio temporal. Esta rebelión, como todos saben, fue provocada por instigaciones y maquinaciones externas y fomentada y sostenida 
con medios de toda clase. Añádese ahora un escrito repleto de hipocresía, que, difundido entre el pueblo, tiende a engañar a los sencillos 
y a mermar el común asentimiento del orbe cristiano para la defensa del Principado civil de la Sede Apostólica. La fe misma de toda la 
península de Italia corre peligro; todo un diluvio de libros y diarios perversos corre por ciudades y aldeas de las tierras del Piamonte, de 
Toscana y Provincias colindantes; los protestantes vomitan el veneno de su perversidad por medio de las escuelas instituidas para tal fin, 
unas clandestinas, otras públicas, a las que se esfuerzan por atraer, 

in saevissima hac, quam satanas excitavit, tempestate, summas in humilitate cordis Deo gratias persolvimus, qui Italiae Episcopos 
roborat, et gratia sua confortat ad fidei depositum in suo quique grege strenue custodiendum. Solatio cordi nostro sunt summa animorum 
concordia qua et Clerus tristissimo hoc tempore in salutem animarum incumbit, animique firmitas et constantia quibus pro Dei et 
Ecclesiae causa adversa quaeque perfet et sustinet. Haud vero possumus consolationem verbis explicare, quam Nobis attulit illa litterarum 
tuarum pars qua intelleximus tibi, Dilecte Fili, aliisque viris Ecclesiasticis maiorem praesentes huius temporis aerumnas alacritatem 
addidisse. Hinc qua praedicatione verbi Dei, qua bonis libris et scriptis distributis, coniunctis animis et studiis, hostium Ecclesiae 
machinamentis obsistere alacriter contenditis. Nihil hac agendi ratione praestantius, nihilque utilius ad populi pietatem fovendam, 
acuendamque. Neque fructu eximia illa tua solertia caruit, qua adolescentes plurimi in sacra oratoria diebus festis atque ad scholas 
quotidie opportunis horis convenientes institutione christiana, ac sacramentorum frequentia evenerunt usque ferventiores. Cura, quam 
geris in pauperes iuvenes hospitio exceptos, feliciore in dies successu locupletatur, numerumque auget eorum qui utiles Ecclesiae ministri 
aliquando esse possunt. Perge, Dilecte Fili, cursum tenere, quem ad Dei gloriam et Ecclesiae utilitatem coepisti; perfer, si gravior 
tribulatio incubuerit, et sustine magno animo angustias et tribulationes huius temporis. Spes nostra in Deo est, qui, protegente nos 
coelorum Regina ac mundi Domina, Maria Virgine Immaculata, de tantis his malis eripiet, contristatamque Ecclesiam de sua in hostibus 
victoria consolabitur. Minime dubitamus quin in hunc finem, atque ad impetrandam infirmitati Nostrae praesentissimam Dei opem et 
auxilium pergas, Dilecte Fili, una cum tibi Nobisque carissimis hospitii tui alumnis ac discipulis, in omni oratione et obsecratione Deum 
ipsum maiore usque studio obtestari. 
Eundem Nos summis precamur votis, ut Te atque illos in sua pace custodiat, dextera sua tegat, et brachio sancto suo defendat. Coelestis 
huius praesidii auspicem esse cupimus Apostolicam Benedictionem, quam tibi, Dilecte Fili, iisdemque alumnis ac discipulis, atque 
omnibus, qui una tecum in pia illa opera incumbunt vel ea frequentant, effuso paterni cordis affectu, et amanter impertimur. 

Datum Romae apud S. Petrum die 7 Januarii, An. 1860. 

Pontificatus nostri anno XIV. 

PIUS P. P. IX 

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hasta con premios, a la pobre e incauta juventud. Pero en esta impetuosa tormenta desencadenada por Satanás, Nos, con humildad de 
corazón, damos rendidas gracias a Dios, que, con su favor y auxilio, presta valor y aliento a los Obispos de Italia para guardar 
intrépidamente, cada uno dentro de su propia grey, el depósito de la fe. Sirven de alivio a nuestro corazón la estrechísima concordia de los 
espíritus, con que también el Clero atiende en este tristísimo momento a la salvación de las almas y la firmeza y constancia de ánimo con 
que lleva y sostiene toda suerte de adversidades por la causa de Dios y de la Iglesia. Y no podemos expresar con palabras el consuelo que 
nos proporcionó la parte de tu carta, que nos dio a conocer que las presentes calamidades de este tiempo han aumentado tus ánimos, 
amado hijo, y los de otras personas eclesiásticas. Y en consecuencia, os esforzáis enérgicamente con la predicación de la palabra de Dios, 
con la difusión de buenos libros y escritos y uniendo ánimos y actividades, para oponeros a las maquinaciones de los enemigos de la 
Iglesia. No hay nada superior a este modo de obrar, nada más útil para promover y enardecer la piedad del pueblo. Ni quedó falta de 
buenos resultados esa tu excelente solicitud, merced a la cual son muchísimos los jóvenes que van a los benditos Oratorios en los días 
festivos y cotidianamente a las escuelas, a su hora oportuna, y se hacen cada vez más fervorosos mediante la educación cristiana y la 
frecuencia de los Sacramentos. El cuidado que tienes de los muchachos pobres, ((474)) por ti recogidos, obtiene cada día éxitos más 
halagüeños, y aumenta el número de los que un día podrán ser útiles ministros de la Iglesia. Sigue, amado hijo, el camino que has 
emprendido para la gloria de Dios y provecho de la Iglesia. Soporta las tribulaciones, que te sobrevinieren, aunque fueren graves, y sufre 
con magnanimidad las calamidades de este tiempo. Ponemos nuestra esperanza en Dios, el cual por la protección de la Reina del Cielo y 
Señora del mundo, la Madre de Dios María Virgen Inmaculada, nos librará de estos males tan grandes y consolará a su afligida Iglesia 
haciendo que triunfe de sus enemigos. No dudamos lo más mínimo que con este fin y para obtener a nuestra debilidad, muy prontamente, 
el auxilio y socorro de Dios, seguirás, amado hijo, junto con los alumnos y colaboradores de tu internado, por ti y por Nos muy amados, 
suplicando a Dios con fervor cada vez mayor, con toda suerte de oraciones. Nos, calurosísimamente, rogamos también a Dios que os 
mantenga a ti y a ellos en su paz, os cubra con su diestra y os defienda con su santo brazo. Prenda de este auxilio celeste deseamos que 
sea la Bendición Apostólica, que con efusión y afecto de corazón paterno y con amor impartimos para ti, amado hijo, y para los alumnos 
y colaboradores, así como también para todos los que contigo trabajan en favor de estas piadosas obras, o las frecuentan. 

Dado en Roma, junto a San Pedro, a 7 de enero de 1860. 

Año décimo cuarto de nuestro Pontificado. 

PIO P.P. IX 

Mientras el Sumo Pontífice escribía esta afectuosa carta a don Bosco, el periódico Armonía abría en su número diecinueve de 1860 una 
nueva lista de suscripciones de ofertas al Papa bajo el nombre de Obolo de San Pedro y, en poco más de un año, reunió trescientas mil 
liras. La suscripción había sido inspirada e impulsada por la duquesa 
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de Montmorency, y don Bosco fue de los primeros en presentar su ofrenda, a la que siguieron después muchas otras. Era una invitación a 
los fieles: Qui Domini sunt iungantur vobis (los que son del Señor júntense con vosotros). 

Ello, indignó a los liberales y, aprovechando el tema para sus invectivas, presentaron una ley prohibiendo la suscripción ((475)) 
mediante colectas con un fin religioso, pero fue rechazada por el Parlamento. 

La adhesión al supremo Pastor, por parte de los buenos y de don Bosco, era también intenso amor a las ovejas extraviadas fuera del 
aprisco, para traerlas a él. 

El día 24 de enero publicaba Armonía la siguiente noticia: 

BAUTISMO DE UN MUCHACHO ISRAELITA 

Hace ya cuatro meses que dos muchachos hermanos, de religión anglicana, fueron bautizados en el Oratorio de San Francisco de Sales. 
Después de una serie de extrañas peripecias, los dos muchachos nacidos en Londres, guiados por la Providencia de Dios, habían venido a 
parar aquí, al internado anejo a esta iglesia, donde encontraron el pan de la vida eterna junto con el alimento material. 

El domingo, día quince de los corrientes, se administró en este mismo Oratorio el sacramento del Bautismo a un muchacho israelita de 
Ivrea. Es hijo del rabino Iarach, persona erudita, que renunció, ha diez años, al hebraísmo y vive como ferviente cristiano. Su hijo estuvo 
siempre dispuesto para hacerse cristiano, pero siempre se oponía la madre. Contaba ya catorce años, y cuanto más avanzaba en edad, más 
vivas eran sus instancias para hacerse cristiano. Por fin el padre, para satisfacer los vivos deseos de su hijo, lo llevó al Oratorio de 
Valdocco, donde, completando los conocimientos que ya tenía del cristianismo, y con la instrucción allí recibida, pronto se encontró 
bastante preparado para recibir los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación. Monseñor Moreno, obispo de Ivrea, insigne 
bienhechor de la familia Iarach, con bondad paterna vino a recoger el fruto de sus cuidados. El venerando Prelado comenzó la misa a las 
diez, en la que un nutrido grupo de jovencitos se acercó a la mesa eucarística. Siguió el interesante rito del bautizo del muchacho Iarach. 
Su porte, la franqueza de sus respuestas, su gozo y recogimiento demostraban que había logrado satisfacer el ardiente deseo que 
alimentaba de tiempo atrás. ((476)) Tomó los nombres de Tomás, Luis, María; fue su padrino el duque Tomás Scotti y madrina, la 
marquesa María Fassati. 

Después del bautismo se administró la sagrada confirmación al novel cristiano y a casi trescientos muchachos más. Llamaban la 
atención entre ellos veinticinco limpiachimeneas que, por iniciativa y solicitud de la Sociedad de San Vicente de Paúl, fueron instruidos 
en el Oratorio del Angel Custodio de Vanchiglia. Estos pobres muchachos, que por su condición no se atreven a presentarse en las 
iglesias públicas, quién sabe el tiempo que tal vez hubieran pasado sin confirmarse si la caridad cristiana no hubiera ido en su busca para 
juntarlos, instruirlos y hacerlos así cristianos. 
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Fue padrino de los confirmados el diputado conde Cays. 

Después de la confirmación, el señor obispo alentó al neófito con animadas y conmovedoras expresiones a apreciar el gran don de la fe, 
que acababa de recibir. Animó después a todos los confirmados a mostrarse verdaderos soldados de Jesucristo, cumpliendo con firmeza y 
valor sus deberes cristianos sin respeto humano. 

Las diversas partes de la sagrada función fueron alegradas con los cantos de un coro de voces blancas, que despertaban celestes 
pensamientos en el corazón de los asistentes. Concluyó la función con la bendición de Su Divina Majestad a la una y media de la tarde. 

Nos consignó por escrito José Reano: «Después de la comida manifestó Monseñor a don Bosco la inmensa alegría que había 
experimentado aquel día, asegurándole que, cuando se presentase otra ocasión semejante, no era menester invitarle; bastaría un simple 
aviso y acudiría con mucho gusto. Se había conmovido hasta verter lágrimas viendo tanta devoción en aquellos jovencitos». 

Ocasiones semejantes no faltarían, puesto que el Oratorio de San Francisco de Sales era el puerto donde se refugiaban muchos de los 
que volvían de las sectas al regazo de la Iglesia. La amabilidad de don Bosco y su admirable paciencia para aguantar cuestiones vulgares 
y ((477)) hasta insultos, vencieron más de una vez la dureza de ciertos corazones. Su lema era: pasar por encima de toda ofensa para la 
gloria de Dios y para ganarle almas. 

Con este atractivo adquiría gran ascendiente sobre los pobres descarriados. Entre otros, acudía a menudo al Oratorio para discutir con 
don Bosco cierto ministro protestante, en otro tiempo sacerdote católico. La primera vez que acudió, afirmaba que era necesario poner la 
Biblia como base de los puntos a discutir. 

-Pero qué Biblia?, le respondió don Bosco; la vuestra o la nuestra? Quién nos la ha conservado durante tantos siglos? íVosotros habéis 
nacido ayer! Y quién guardó celosamente este tesoro?, Vosotros? Sólo la Iglesia Católica, con su tradición, puede aportaros las pruebas 
de la autenticidad de los libros sagrados. 

El pobrecito no sabía qué responder y don Bosco lo invitó a comer como un amigo y continuó invitándolo siempre que iba a presentarle 
sus objeciones. Es testigo de estas relaciones Reano, el cual contaba también que cierto día fue a discutir con don Bosco un valdense. 
Como se prolongara demasiado la entrevista y Reano tuviera miedo de algún desmán, entreabrió la puerta para espiar y vio al apóstata de 
rodillas confesándose. 

Por aquel tiempo admitió don Bosco en su casa a un muchacho convertido de la herejía. 
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Muy querido y venerado amigo: 

El portador de la presente es un neófito, que fue catequizado por mi óptimo compañero el canónigo Barberis, a quien vuestra señoría 
carísima conoce: el miércoles hizo su abjuración y recibió el bautismo bajo condición. Es un muchacho de muy buenas esperanzas; V. S. 
que sabe conocer tan bien el corazón de la juventud se convencerá de ello fácilmente sólo con que hable un rato con él. 

Lo recomiendo a su caridad. Procure colocarle ((478)) junto a un maestro de arte piadoso. Creo que haría usted una óptima obra si lo 
internase en su casa; estoy convencido de que tendrá un gran consuelo, dado el buen resultado que espero dará mi recomendado. 

Ayer recibí su gratísima carta. Le escribiré en otra ocasión sobre el tema de la misma. 

Acuérdese de mí y considéreme como me complazco en suscribirme. 

Vercelli, 23 de enero de 1860. 

Afmo. servidor y amigo DEGAUDENZI, Arcipreste 

Así pues, cuatro muchachos, uno hebreo y tres protestantes, redimidos por las aguas del bautismo, celebraban por vez primera en el 
Oratorio la fiesta de san Francisco de Sales, cuyo prioste fue el caballero Bosco de Ruffino. El pagó los gastos de la comida para todos 
los alumnos, internos y externos. Por la tarde se celebró el reparto de premios a los alumnos mejores por su conducta. 

Participó en esta fiesta el joven músico Domingo Belmonte de diecisiete años, natural de Genola, diócesis de Fossano. Había ingresado 
en el Oratorio aquel mismo mes, con la finalidad de llegar a ser un buen organista; pero, víctima de la nostalgia de los primeros días, 
rondó por su imaginación la idea de escaparse a su casa. Mas, adivinando don Bosco que llegaría a ser uno de sus hijos más fieles y 
virtuosos, disipó fácilmente en él toda sombra de tristeza y le aconsejó se dedicara también al estudio de la lengua latina. Y Belmonte 
emprendió aquel estudio con firme propósito y buena voluntad. 
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((479)) 

CAPITULO XXXIV 

SESION DEL CAPITULO: ADMISION DEL PRIMER SOCIO EN LA PIA SOCIEDAD -PALABRA DE DON BOSCO -LECTURAS 
CATOLICAS -EL PAPA: ASUNTOS DEL DIA -RECOMENDACION A LOS SUSCRIPTORES DE LAS LECTURAS -DON BOSCO 
DEFENSOR DE LOS DERECHOS DE LA SANTA SEDE -EL MINISTRO FARINI PIDE LA ADMISION DE UN MUCHACHO EN 
EL ORATORIO -LA DIPLOMACIA DE DON BOSCO -SE IMPONE LA LENGUA ITALIANA COMO LENGUA DEL ORATORIO 
EN LAS CONVERSACIONES FAMILIARES -MUCHACHOS TRAVIESOS LLEVADOS POR DON BOSCO AL ORATORIO -UNA 
MEMORABLE CONVERSION -CARTA PASTORAL DEL VICARIO CAPITULAR DE ASTI RECOMENDANDO LAS 
LECTURAS CATOLICAS -UNA SOCIEDAD PARA LA PROPAGACION DE LOS BUENOS LIBROS 

HABIASE constituido, como ya hemos dicho, la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, con la elección de los miembros del Capítulo. 
Hoy vemos a éstos reunidos para examinar la petición del primer joven que desea formar parte de la Congregación. He aquí el acta 
redactada por don Víctor Alasonatti. 

El 2 de febrero del año del Señor mil ochocientos sesenta, a las nueve y media de la noche, se reunía en la habitación del Rector del 
Oratorio de San Francisco de Sales el Capítulo de la Sociedad del mismo título, compuesto por el sacerdote Juan Bosco, rector; por el 
sacerdote Víctor Alasonatti, prefecto; el subdiácono Miguel Rúa, director espiritual; el diácono ((480)) Angel Savio, ecónomo; el clérigo 
Juan Cagliero, primer consejero; el clérigo Juan Bonetti, segundo consejero; el clérigo Carlos Ghivarello, tercer consejero, para tratar de 
la admisión del joven José de Mateo Rossi, de Mezzanabigli. 

Después de una breve oración, con la invocación al Espíritu Santo, el rector dio comienzo a la votación. Terminada ésta y hecho el 
escrutinio, obtuvo dicho joven todos los votos a favor. Por lo que fue admitido a la práctica de las reglas de dicha Sociedad. 

Habló don Bosco aquella noche, citó el texto de Isaías: Urbs fortitudinis nostrae Sion; Salvator ponetur in ea murus et antemurale 1 

1 Isaías, XXVI, 1. 
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(Sión es la ciudad de nuestra fortaleza; el Salvador pondráse en ella como muro y antemural) y dijo que el muro era la ley de Dios, el 
antemural, las reglas de la Sociedad. Y tocante a éstas, añadió con santo Tomás de Aquino que: Difficile est quod homo praecepta servet 
quibus intratur in regnum, nisi sequens consilia, divitias relinquat (Es difícil que el hombre cumpla los preceptos por los que entra en el 
reino, a no ser que, siguiendo los consejos evangélicos, renuncie a las riquezas). Concluyó con san Agustín y demostró que las reglas de 
la Sociedad son las alas con las que se vuela, las ruedas con las que se conduce el carro. 

A continuación se nombró a José Rossi proveedor general de la Pía Sociedad para los asuntos materiales. 

En tanto, enviábase a los suscriptores el número de las Lecturas Católicas correspondiente al mes de febrero: Industrias espirituales 
según las necesidades de los tiempos, por José Frassinetti, prior de santa Sabina en Génova. 

Escribe el mismo Frassinetti en la introducción: «Este libro enseña muchos recursos y diversos artificios e ingenios, con los que podrá 
el lector evitar el mal más fácilmente, hacer el bien, ayudar al prójimo, y hasta burlarse del mundo y del demonio logrando, a su pesar, lo 
que ellos no quisieran. Algunas de estas industrias son cosas muy vulgares y comunes, mas no por eso merecedoras de poco aprecio, 
puesto que al contrario, tienen un valor ((481)) singular, no bastante conocido por poco ponderado. Otras son cosas especiales, propias de 
personas de espíritu, pero tan sencillas y naturales como para que las puedan practicar todos los que tengan buena voluntad». 

Don Bosco unió a este fascículo a propósito, para producir un inmenso bien en la santificación de las almas, una obrita de monseñor 
Segur, un poco retocada por él mismo. El Papa: cuestiones del día: .-Quién es el Papa?.-Por qué el Papa es rey temporal?.-Dios así lo 
quiere y es necesario que lo sea para bien de los pueblos, y porque, este su poder es un derecho incontestable.-Pío IX ha dicho: No se 
ataca mi poder temporal, sino porque yo soy Papa.-El Papa, como príncipe, tiene el derecho y el deber de rechazar con las armas la 
rebelión.-Los estados temporales de la Santa Sede son bienes sagrados.-El Concilio de Trento fulminó la excomunión contra todo el que, 
constituido en cualquier dignidad, aun la real e imperial, intente apropiarse de los bienes de la Iglesia.-Qué terrible pena es la 
excomunión.-Todos los incrédulos, los impíos, los 
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socialistas, 1 los herejes, son los que atacan el poder temporal.-Los católicos, al difundir estas doctrinas, no se mezclan en política, sino 
que defienden un interés religioso.-No es posible ser buenos católicos, si no se presta obediencia también en esto al Papa.-Todo el que la 
emprende contra el Papa, dése por perdido. 

Don Bosco había encabezado el librito con esta nota: 

«El presente escrito trata de religión y no de política, y me interesa que todos así lo entiendan. Hace una llamada al sentido común y a 
la buena fe del pueblo, por lo que espero sea bien recibido por ti, mi querido lector. Si te hablo del poder temporal del Papa, no lo hago 
más que desde el punto de vista de la religión y de la conciencia, que inútilmente se quisiera limitar a las cosas invisibles. Lee estas 
((482)) pocas páginas sin prejuicio alguno, y verás cómo la verdad hablará más fuerte que todos los sofismas». Al final de la obrita, 
añadió esta otra nota: «Al lector: Manténte, querido lector, inviolablemente unido al Papa y a la Iglesia. No te dejes acobardar por el furor 
y las amenazas del enemigo, ni engañar por sus elegantes palabras. Desconfía sobre todo de los términos moderados que suelen usar los 
impíos para insinuarse en las almas buenas. Defiende con valor tu fe y tus convicciones. No temas; Dios está con la Iglesia siempre hasta 
el final de los siglos; son los malos los que deben temblar ante los buenos y no los buenos frente a los malos». 

Leíase también en este número una recomendación para los suscriptores: 

Se cumple el séptimo año de nuestras Lecturas Católicas, y tenemos la satisfacción de anunciar a nuestros lectores la continuación de 
las mismas. Pero, si en los años anteriores era manifiesta la necesidad de propagar buenos libros, en éste se hace sentir con la máxima 
urgencia. 

Por ello suplicamos a cuantos quieren la prosperidad de nuestra santa religión católica, nos tiendan su mano para dar a conocer estos 
libritos a las personas y en los lugares donde, según su prudencia y celo, juzguen que será para mayor gloria de Dios y utilidad de las 
almas. 

Y para animar a todo cristiano a tomar parte en esta cruzada, entresacaba algunas palabras en favor de estas Lecturas de las cartas de 

S.S. Pío IX, del cardenal Vicario y de monseñor Gianotti, que ya hemos expuesto anteriormente. 
Los opúsculos de estas Lecturas certifican el afecto generoso de don Bosco a la Santa Sede. El, para defenderla estuvo siempre, como 

1 Hay que remontarse a los tiempos del autor para valorizar estos términos en su justa medida. (N. del T.) 
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suele decirse, en la brecha. En un fascículo del año 1855 había anunciado los castigos de Dios a los que usurpaban los bienes de la Iglesia 
y en el mismo defiende ((483)) el poder civil de los Papas. Era en aquellos tiempos un acto que requería un valor nada común, y que 
podía acarrearle peligros gravísimos, como en efecto ocurrió. Pero la divina Providencia predispuso ciertos acontecimientos que don 
Bosco supo aprovechar. Tenía su guía, su apoyo en la Santísima Virgen, y sabía, aunque es tan difícil, acoplar admirablemente sencillez y 
prudencia: «Hoc est enim philosophiae culmen, simplicem esse cum prudentia» (pues ésta es la cumbre de la filosofía, ser sencillo con 
prudencia), como afirma san Juan Crisóstomo. 

El primer hilo conductor, que llegó a sus manos y que debía guiarlo por el difícil sendero, fue una carta de S.E. el doctor Luis Carlos 
Farini. Hacía pocos días había asumido el cargo de Ministro de Gobernación, después de la dimisión de Rattazzi. 

MINISTERIO DE GOBERNACION 
5.ª División, N. 84 

Turín, 4 de febrero de 1860 

El Señor Alcalde del Ayuntamiento de Lagnasco suplica a este Ministerio que interponga sus buenos oficios para que sea internado en 
el Oratorio de Valdocco de esta Capital el muchacho de catorce años Domingo Gorla, huérfano del difunto Miguel Angel y natural de 
dicho Ayuntamiento; pues careciendo de medios de subsistencia y siendo huérfano de padre y madre, ha reclamado el apoyo de la caridad 
pública. El que suscribe no puede menos de apoyar la petición por tratarse de colocar a un muchacho que, por sus buenas costumbres y 
sana complexión, puede ser encaminado hacia un arte u oficio con sensible ventaja moral y material para él mismo. 

Confía, pues, el que esto escribe al sacerdote don Juan Bosco, director de dicho Oratorio, que él no querrá permanecer al margen del 
acto benéfico que se le propone y en todo caso espera de su benevolencia una solícita respuesta. 

Por Orden del Ministro SALINO 

((484)) Farini era un hombre como para mover dura guerra al Oratorio; sin embargo, tan pronto como subió al poder, uno de sus 
primeros actos fue recomendar la aceptación de un muchacho. Podrá parecer extraño y, sin embargo, tiene fácil explicación. Era fruto de 
la perspicacia de don Bosco. Dado que él hacía, en su momento, que los que deseaban ingresar en el Oratorio dirigieran la súplica a un 
Ministro, preveía que su Excelencia, indiferente ante un asunto que no le causaba molestias ni gastos, concedería fácilmente la 
recomendación que se le pedía. Tanto más cuanto que todos los trámites 
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corrían a cargo del secretario, al cual frecuentemente le entregaban, según parece, los papeles para evitar molestias, sin que ningún otro 
tuviera siquiera conocimiento del asunto; y en aquellas secretarías tenía don Bosco amigos de gran consideración. Más de una vez era el 
mismo Ministro quien, por diversos motivos, tenía interés en hacer recomendaciones, con las cuales quedaba en cierto modo 
comprometido con el Oratorio. 

En todos estos casos don Bosco se apresuraba a aceptar aquellas instancias; y respondía personalmente al Ministro, a quien luego sabía 
pedir protección o ayuda en tiempo oportuno. 

Así pues, él, que probablemente había insinuado al Alcalde de Lagnasco dirigiera la súplica al Ministerio de Gobernación, contestó a 
Farini en términos atentos y respetuosos, conservó la carta del Ministro y el muchacho entró como aprendiz en el Oratorio, donde se 
encontró con que los alumnos por amor a la patria común, Italia, hablaban en italiano. 

En efecto el día 13 de febrero, una comisión de aprendices de la casa, inducidos por alguien que conocía las intenciones de don Bosco, 
se presentó a él a la hora del recreo de después de la comida, mientras se entretenía con los clérigos y estudiantes, y le pidió que tuviese a 
bien introducir en el Oratorio el uso de la lengua italiana en la conversación ordinaria. Don Bosco se adhirió a la propuesta, previendo 
((485)) que, de no ser así, pronto se introducirían en Valdocco los dialectos de todas las regiones de Italia; es más, lo declaró obligatorio 
para los estudiantes, y al día siguiente ya no se oyó hablar a los muchachos en dialecto piamontés. Componían la comisión Fassino, Roda, 
Giani, Biletta, Cora y Variolato. Pero los aprendices se rindieron muy pronto, pues la mayoría temía las burlas de los otros por los 
frecuentes disparates y les parecía además que hablando la lengua italiana se daban aire de señoritos. 

Aquel mismo día, 13 de febrero, aumentó el número de los aprendices. Hay que pensar en que don Bosco solía invitar por compasión a 
vivir con él a muchachos vulgares, sin religión, que, especialmente por los alrededores de Puerta Nueva, se dedicaban a vender cerillas, 
limpiar zapatos y llevar las maletas de los viajeros. Pero aquellos vagabundos, que no querían oír hablar del alma ni de disciplina, 
rehusaban seguirle con gran disgusto del Siervo de Dios. 

Mas he aquí que aquel día volvía don Bosco de la ciudad al Oratorio, cuando vio en medio de una plaza, a poca distancia, a siete 
muchachotes de unos dieciocho años, ociosos, vagabundos, capaces de cualquier desmán, los cuales, juntándose con otros de los que 
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ellos eran cabecillas, formaban una pandilla para cometer atropellos y fechorías. Tan pronto como vieron a don Bosco comenzaron a 
burlarse. Pero él se les acercó y con amables maneras les preguntó de dónde eran y qué hacían. Respondieron que no tenían trabajo y que 
tampoco lo buscaban. Entonces don Bosco los invitó a ir a una casa donde encontrarían albergue, trabajo y comida. Los muchachos 
preguntaron: 

-Quiere usted llevarnos a su Oratorio? 

-Eso es, respondió don Bosco; si queréis, venid conmigo. 

Uno de los mozos repitió la propuesta: 

-Vamos? 

Uno tras otro asintieron y don Bosco ((486)) se los llevó al Oratorio. Reunidos los alumnos a su alrededor, en un rincón del patio, les 
dijo: 

-íHabrá que emplear mucha paciencia con los recién llegados! Tened cuidado. 

En efecto, cada palabra que salía de su boca era una blasfemia o una obscenidad. Al llegar la noche y entrar en el dormitorio, reían a 
carcajadas, voceaban, interrumpían la lectura, silbaban al clérigo asistente que les invitaba a callar. Alguno, en cuanto se vio calzado y 
vestido, desapareció del Oratorio unos días después; los que quedaron, se encarrilaron hacia un oficio. Resulta fácil imaginar lo que costó 
acostumbrarlos al bien obrar. Con todo don Bosco no tardó mucho tiempo, a fuerza de hacerse querer, en llevarlos por el buen camino. 
Nos refirió José Rossi: «Yo no los perdía de vista y fui testigo de su gratitud por los beneficios recibidos y los veía ir a porfía para 
estimularse mutuamente a portarse bien, trabajar y cumplir los avisos y mandatos de don Bosco». 

Pero un buen clérigo anticipó el momento de su conversión. Compadecido de la vida desgraciada de aquellos muchachos y movido por 
las irreverencias que cometían en la iglesia, rogaba con toda su alma a la Santísima Virgen para que quisiera tocar su corazón durante el 
mes de mayo. Pasaron unos días, y he aquí que uno de ellos, una tarde después de la función eucarística, fue en busca de dicho clérigo y 
hondamente conmovido le rogó que le enseñara la manera de cambiar de vida y añadió que, estando en la iglesia, mientras se cantaba el 
Bendita sea la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, le había parecido ver a la Virgen que le tendía amablemente 
los brazos desde su altar. Aconsejóle el clérigo que hiciera una confesión general; y se confesó. Desde aquel momento el afortunado 
joven empezó a ser, y siguió ((487)) siéndolo durante los 
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años siguientes, un verdadero modelo para los demás, especialmente en su comportamiento en la iglesia. 

Para el mes de marzo estaba preparado el ejemplar de las Lecturas Católicas: Isabel o la caridad del pobre premiada, por M. D'Esoville. 
Este número llevaba unida la carta pastoral del Vicario General de la diócesis de Asti sobre las funestas consecuencias de los malos 
libros. Era el primer fascículo del octavo año. 

La interesante narración expone las peripecias de un chiquillo abandonado por su madre; vagabundo y en la más triste miseria, es 
recogido y educado por una pobre mujer, que ya ejercitó la misma obra de caridad con otros niños huérfanos. 

La mencionada pastoral del monseñor Antonio Vitaliano Sossi, recomendaba la difusión de las Lecturas Católicas con estas palabras: 

Aprovechando la oportunidad de condenar y prohibir la mala prensa, recomiendo a todos los que quieren ocupar su tiempo libre en 
lecturas aptas para enriquecer la mente con útiles conocimientos, corregir y mejorar los corazones, ayudar a las almas a adelantar en el 
conocimiento de la verdad, en la práctica del bien y en el servicio de Dios, recomiendo, repito, las Lecturas Católicas, que se publican en 
Turín bajo la dirección del piadoso y celoso educador de la juventud, el sacerdote Juan Bosco. Dichosos los pastores de almas que, 
extirpando de sus parroquias la peste de los libros y diarios irreligiosos, logren sustituirlos por las edificantes y sanas Lecturas Católicas. 

Asti, 10 de febrero de 1860. 

A. V. SOSSI 
Aprovechaba don Bosco esta circular para anunciar un nuevo proyecto. 

En el año 1859 había pensado formar una ((488)) sociedad que le ayudara a oponerse a la difusión de los libros malos con la mayor 
cantidad posible de libros buenos. Con este intento escribió el siguiente programa: 

SOCIEDAD PARA LA DIFUSION DE LAS LECTURAS CATOLICAS
Y OTROS LIBROS BUENOS


1. Esta sociedad tiene por fin la propagación de las Lecturas Católicas en aquellos lugares y entre aquellas personas donde todavía no se 
conocen. 
2. Cuando se posean los medios oportunos, la sociedad se encargará de imprimir libros católicos por su cuenta y los difundirá 
gratuitamente o promoverá su venta al menor precio posible. 
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3. Cada socio se preocupará de impedir la lectura de libros malos a sus dependientes y a todos aquéllos de quienes se pueda, a su juicio, 
sacar alguna ventaja. 
4. Todos pueden formar parte de esta sociedad. Pero se invita a cada uno a aportar anualmente la contribución que, en la medida de su 
caridad, estimará más a propósito, con tal de que no sea inferior a dos liras. 
5. Cada socio procurará determinar alguna localidad o grupo de personas, entre las cuales pueda difundir buenas lecturas e impedir la 
distribución de las malas. 
6. No se imprimirán libros sin la revisión eclesiástica; ni tampoco se llevará a efecto este plan de reglamento sin antes ser aprobado por 
el Superior Eclesiástico. 
7. La Sociedad está representada por una dirección compuesta de presidente, vice-presidente, secretario y cuatro consejeros; esta misma 
dirección á a los miembros que cesaren. 
Una vez constituida la Sociedad, buscó en el año 1860 personas que supliesen los gastos de imprenta con sus donativos. Preparó 
después cuadernos donde los socios debían anotar las suscripciones de los bienhechores. Cada folio llevaba el sello del Oratorio. Todavía 
existen algunos con la suscripción y la cantidad entregada por don José Cafasso, el caballero Carlos Giriodi, el conde Aleramo Bosco, 
((489)) Cándida Bosco, teólogo Juan Bautista Bertagna, teólogo Félix Golzio, condesa Bosco apellidada Riccardo, condesa Casazza, 
Teresa Racca, presbítero P. Vallauri, conde Víctor Francesetti, abogado Viglietti Professore, el vicario foráneo de Frebola Soprana, el 
barón Cantono de Ceva y otros más. 

Estos cuadernos llevaban manuscrito en su segundo folio el siguiente prólogo o circular: 

Donativos para la difusión de libros buenos. 

El año pasado se asociaron algunas buenas personas con el fin de recoger donativos, destinados a repartir libros buenos en los 
hospitales, especialmente a los militares. Todo resultó bastante bien; se recogieron muchos libros malos que fueron pasto de las llamas, y 
se substituyeron por otros buenos. 

Continúa al presente una campaña de propaganda de impresos perversos, y son muchos los sacerdotes y religiosos predicadores de 
cuaresma, triduos y ejercicios espirituales, como también otros párrocos y sacerdotes que, queriendo oponerse al mal creciente, piden 
libros religiosos u otros objetos de devoción para repartirlos provechosamente en las lecciones de catecismo y en muchas otras ocasiones, 
pero carecen de medios para adquirirlos. 

Con tal motivo acudimos a la caridad de los católicos y les invitamos a tomar parte en esta buena obra y a inscribirse por la cantidad 
que les parezca oportuna de acuerdo con las necesidades de estos tiempos. El que suscribe, junto con otros sacerdotes, se industriará para 
atender los diversos pedidos que se hacen sobre el particular. 

Dios Nuestro Señor no dejará de compensar con largueza lo que se hace en favor de nuestra santa religión católica. 

Turín, 6 de marzo de 1860. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

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((490)) 

CAPITULO XXXV 

UNA CAMPANA NUEVA EN VANCHIGLIA -EL MAESTRO JUAN MOSCA CATEQUISTA -ELOGIOS DEL CONDE CAYS A 
LAS CONFERENCIAS ANEJAS DE LOS ORATORIOS FESTIVOS -DON BOSCO Y LAS NECESIDADES DE LA SANTA 
MADRE IGLESIA -VIDA Y MARTIRIO DE LOS SUMOS PONTIFICES SAN LUCIO I Y SAN ESTEBAN I -IMPORTANCIA DE 
LAS CRONICAS DE DON DOMINGO RUFFINO Y DON JUAN BONETTI PARA LA BIOGRAFIA DE DON BOSCO -EMILIA Y 
TOSCANA ANEXIONADAS AL PIAMONTE -BILLETE GRATUITO PARA LOS VIAJES POR FERROCARRIL Y EL 
CABALLERO BONA -CARTA DE UN JOVEN ARTESANO A DON BOSCO 

COMENZABA la cuaresma el 22 de febrero y se disponían los tres Oratorios festivos para la catequesis. En el de Vanchiglia ya no se oía 
el sonido de la campana, llamando a los muchachos, porque unos ladrones escalaron el tejado y se la llevaron. La caridad de un insigne 
bienhechor remedió el daño. 

Leíase el 19 de febrero en Armonía: 

BENEFICENCIA DE MONSEÑOR FRANSONI 

Aunque nuestro querido Arzobispo sigue obligado a vivir lejos de su grey y está despojado de los bienes de la mesa episcopal, no deja 
de socorrer a sus diocesanos. ((491)) Apenas se enteró de que había sido robada la pequeña campana del Oratorio del Santo Angel 
Custodio en Vanchiglia, sabedor como es de las estrecheces en que se encuentra la Obra de los Oratorios de don Bosco, envió en seguida 
la bonita suma de doscientas liras para que se comprara otra, con la que pudieran ser llamados los muchachos regularmente al 
cumplimiento de sus deberes religiosos. 

El Oratorio de San Luis Gonzaga de Puerta Nueva adquiría un nuevo catequista en la persona del incomparable maestro municipal Juan 
Mosca, natural de Alba. Dedicábase éste con todo interés a enseñar el camino de la piedad a los muchachos que tenía confiados a sus 
cuidados, y no satisfecho con la escuela como campo de su celo, atendía asiduamente a los Oratorios festivos, particularmente al de san 
Luis, donde también asistía el abate Scolari de Maggiate con 
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otros señores. Se le encontraba con don Bosco en los ejercicios espirituales de san Ignacio. Para conocer en todo su valor el mérito de
este hombre añadiremos que en 1876, víctima de una enfermedad en los órganos vocales, tras veinte años de dedicación a la docencia,
pidió el retiro y vistió el hábito eclesiástico a los cincuenta años de su edad.
Murió el 1904 a los ochenta, en Turín, siendo Rector de la Santísima Trinidad. Con ardiente celo atendió asiduamente al ministerio de la
confesión, diríase que casi emulando al Cura de Ars, porque le afligía sobremanera el estado de las almas en pecado mortal.


Al frente del Oratorio de San Francisco de Sales estaba don Bosco. 

Junto con la catequesis continuaban en estos Oratorios las conferencias anejas a la Sociedad de san Vicente de Paúl. 

En la relación oficial del 11 de marzo de 1894, que lleva por título: Noces dor de la Société de Saint Vincent de Paul à Nice 1844-1894 
(Bodas de oro de la Sociedad de San Vicente de Paúl en Niza), se leen en la página treinta y seis estas palabras: «Asiste a la Asamblea 
General del 19 de febrero (1860) el conde Cays, presidente ((492)) del Consejo Superior de las conferencias en el Piamonte, el cual da las 
siguientes noticias sobre las conferencias de Turín: 

«La ciudad de Turín cuenta con diez conferencias, cuyas obras aumentan cada día. Están agregadas a éstas otras tres, compuestas de 
muchachos, hijos de familias muy pobres, que en su mayoría son visitadas por los miembros de nuestra sociedad. 

»Estas tres pequeñas conferencias siguen el reglamento ordinario bajo la dirección del piadoso y caritativo sacerdote Juan Bosco. 
Ofrecía dificultades el artículo del reglamento que impone la colecta en cada sesión. Qué se podía pedir para los pobres, a unos 
muchachos que también son pobres? Pues bien, no sólo se hace la colecta, sino que cada uno de estos muchachos pobres da todo lo que 
puede ahorrar, aun en las cosas más necesarias; y lo que no puede dar materialmente lo da en afecto y espíritu de sacrificio. 

»No hay nada tan conmovedor como ver a estos muchachos prodigando los más tiernos cuidados, algunos casi maternales, a otros 
chicos más jóvenes, más débiles, más pobres, que les son confiados; ejercen sobre ellos en todo momento y ocasión una atenta y benévola 
protección. Vigilan su educación, más aún que sus necesidades materiales. Les enseñan a escribir y se convierten en sus verdaderos 
maestros. 

»El conde Cays terminó su intervención invitando a todos a reflexionar seriamente en que la importancia de las Conferencias noradica, 
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tanto en los recursos materiales, cuanto en el celo y el espíritu de sacrificio, que son los que producen el bien». 

Mientras los muchachos de los Oratorios eran tan vivamente animados por el espíritu de don Bosco, éste no cesaba un instante de tomar 
parte en las dolorosas angustias del Romano ((493)) Pontífice Pío IX veía acampar amenazadores batallones ante las reducidas fronteras 
de sus provincias; le amargaba la execrable y desleal doblez de Napoleón III; le asqueaban mortalmente las artes, engañosas e insolentes 
de una diplomacia, que repetía con él la fábula del lobo y el cordero. Muchos diarios italianos y extranjeros, impíos y desvergonzados, 
convertidos en fraguas de la mentira, le insultaban y calumniaban amenazándole atrozmente. En la misma Roma había conciliábulos 
sectarios, espléndidamente pagados por Turín, para que, aún con los medios más perversos, intentaran sublevar al pueblo. Algunos 
funcionarios de la más alta categoría del Gobierno Pontificio pasaban al enemigo, con la mayor deslealtad, las cartas más secretas. 
Cavour meditaba y tuvo después la osadía de proponer a los cardenales Santini y Antonelli un tratado de conciliación en cuyo primer 
artículo se pedía al Papa que renunciara al dominio temporal de todos sus Estados. Si el plan triunfaba, les prometía amplios beneficios 
para ellos y los suyos. 

Don Bosco, que solía decir «no debemos desaprovechar ninguna ocasión que el Señor nos depare para hacer el bien», no podía 
evidentemente dejar de ofrecer al Vicario de Jesucristo todos los consuelos que podía. No era asunto fácil para el Papa por aquellos años 
relacionarse con los obispos, pues todo lo que salía de Roma, o iba a ella, hacía sospechar a los adversarios de la Sede Apostólica. Por 
eso don Bosco, al tiempo que mandaba rezar cada día a sus alumnos un padrenuestro, avemaría y gloria por las necesidades de la Santa 
Madre Iglesia, escribía con singular prudencia, de vez en cuando, sobre temas delicadísimos, casos de conciencia, normas de conducta, de 
principios teológicos o de derecho canónico, unas veces a monseñor Fransoni y otras a las Sagradas Congregaciones; entregaba la carta 
((494)) a una persona segura, o la enviaba expresamente por medio de un recadero. Generalmente no guardaba consigo las respuestas, 
consejos o avisos de tales personajes, sino que los depositaba en manos de quienes podían esconderlos sin despertar sospechas, 
instándoles sobre todo para que quedara a salvo la Autoridad eclesiástica. 

En cuanto a la venerada persona del Sumo Pontífice se industriaba por aliviarlo y consolarlo con todos los medios a su alcance. Le 
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dirigía cartas impregnadas de amor filial y ponía en su conocimiento las tramas que maquinaban las sectas contra él. Nos contó don Angel 
Savio: «Por aquellos años me envió don Bosco en cierta ocasión a monseñor Tortone, que habitaba en Turín y se encargaba de los 
negocios ante la Santa Sede, para comunicarle de viva voz noticias sobre este asunto, que no consideraba prudente participárselas por 
escrito». Más tarde fue encargado don Pablo Albera de esos recados. 

Don Bosco consideraba como suyos los intereses del Papa, y decía: «Su palabra debe ser nuestra norma en todo y por todo». Ordenaba 
en consecuencia que se leyeran en el refectorio las encíclicas y otros documentos pontificios, e incluso hacía traducir algunos al italiano 
para que los aprendieran de memoria. 

No disimulaba sus principios, sino que los defendía con ardor ante los adversarios que se oponían a ellos. Y precisamente en aquellos 
días glorificaba al Papado con la pluma. 

La editorial Paravía preparaba para el mes de abril el librito: Vida y martirio de los Sumos Pontífices San Lucio I y San Esteban I por el 
sacerdote Juan Bosco. 

En este número, después de publicar por entero el Breve de su Santidad, fechado al 7 de enero, demuestra con estas dos vidas cómo 
((495)) los Papas, por tener jurisdicción universal sobre la Iglesia, reconocida formalmente por san Cipriano, consagraban en Roma 
nuevos obispos y los enviaban a fundar diócesis en todas las partes del mundo; y cómo san Esteban deponía de sus sedes, por indignos, a 
algunos obispos de Francia y de España. Se pone de relieve cómo san Lucio exigía que los jóvenes aspirantes al estado eclesiástico fueran 
de probada castidad y lanzaba la excomunión contra los cristianos que se apoderaban de los bienes de la Iglesia. Se habla de los milagros 
obrados por las reliquias de estos dos Pontífices mártires y se los compara con las de Jesucristo y de los apóstoles. Por último, se describe 
el glorioso martirio de algunos contemporáneos suyos por confesar la fe. 

Pero los acontecimientos públicos se sucedían, cada vez con mayor daño para la Iglesia. 

Al llegar a este punto, y antes de continuar nuestra narración, hemos de dar razón a los lectores de cuanto vamos a referir. Domingo 
Ruffino, que fue ordenado sacerdote en 1863 y estaba dotado de ciencia teológica, virtud, piedad, talento y criterio nada comunes, 
comenzó, en 1859, a tomar diligente nota de cuantos dichos y hechos, de don Bosco, era testigo; sus profecías de acontecimientos 
públicos y privados, y de fallecimientos de los muchachos de la casa, señalando 
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con exactitud año, mes y día, lo mismo de la profecía que de su cumplimiento. Para dar una idea más completa de este amadísimo 
hermano, añadiremos que en el curso académico 1861-62, fue nombrado profesor de religión para todos los cursos de bachillerato; en el 
1862-63 enseñó a los clérigos Historia Eclesiástica, de la que tenía amplios conocimientos: se preparaba la lección todos los días, no 
subía a la cátedra por humildad, sino que se mantenía en pie junto a ella; en el 1863-64 asumió el cargo de consejero ((496)) escolástico, 
es decir, director de estudios en las escuelas del Oratorio. En octubre de 1864 le envió don Bosco a abrir y dirigir el colegio de Lanzo y 
tuvo que dejar de redactar sus preciosas memorias que comprenden un período de cinco años. 

Don Juan Bonetti autor de Cinco lustros de Historia del Oratorio Salesiano, ordenado sacerdote en el 1864, de acuerdo con el padre 
Ruffino, escribió una crónica de los acontecimientos del Oratorio, sucedidos desde 1858 hasta otoño del 1863, fecha en la que también él 
tuvo que dejar de hacerlo por haber sido enviado como profesor al colegio de Mirabello. Todos nuestros hermanos conocen la vasta 
doctrina teológica del padre Bonetti, los altos cargos que por la confianza de don Bosco y la estimación de los Capítulos Generales 
ocupó; y los grandes méritos que adquirió cooperando con don Bosco a la dirección de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales y, del 
Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. 

Ruffino y Bonetti son dos testigos dignos de todo crédito; a su autoridad hemos acudido en los capítulos precedentes. En adelante 
juntaremos en una sus crónicas de forma que se completen. Citaremos los nombres de los dos cronistas, cuando los hechos referidos sean 
diversos, y nos limitaremos a la Crónica cuando ambos coincidan. A sus testimonios añadiremos los autorizadísimos de don Miguel Rúa, 
monseñor Cagliero, y otros veteranos sacerdotes y coadjutores de nuestra Congregación. Por nuestra parte no omitiremos las pruebas 
históricas de cuanto contemos. 

Mientras tanto, reanudamos nuestro relato siguiendo los pasos de los dos mencionados manuscritos. 

Escribe don Domingo Ruffino: «Durante los primeros días de enero de 1860 ((497)) hablaba don Bosco de las dolorosas pruebas que 
amenazaban a la Santa Sede y del estado político de Italia cuando dijo: íAguardemos al mes de marzo! Los muchachos, que no perdían 
una sola palabra de don Bosco, esperaron con ansia el mes de marzo y vieron confirmadas sus palabras con dos hechos. 

»El 11 y el 12 de marzo se invitó a las poblaciones de Toscana y 
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Emilia, o sea Parma, Módena y Legaciones, a manifestar a través de un referéndum sus deseos sobre el Gobierno de preferencia, y se 
obtuvo el resultado apetecido, que era de prever. Una inmensa mayoría votó por la anexión al Piamonte. El caballero Farini, dictador de 
Emilia, presentaba ante el Rey del Piamonte los votos del referéndum, el 18 de marzo, y lo mismo hacía con los de Toscana, el día 22 de 
marzo, su dictador el barón de Ricasoli. Ambos fueron recibidos jubilosamente en presencia de las primeras autoridades del Gobierno y 
quedó sancionada la deseada unión por medio de dos decretos que las declaraban provincias integrantes del Reino de Saboya. 

»Aquellas noches se iluminaron los edificios públicos de Turín, pero fueron muy pocos los privados que, a pesar de la invitación del 
Alcalde, pusieron luces en sus ventanas. El Ministerio había manifestado a la Curia su deseo de que el domingo, 25 de marzo, se cantara 
un tedéum en la catedral, pero el Vicario General, el canónigo Fissore, se negó rotundamente a ello. Sin embargo, lo cantó en Turín un 
párroco con su título de caballero y en Chieri, el Cabildo de la Cátedral junto con el Rector del Seminario, que fue depuesto en seguida de 
su cargo por la Curia diocesana. Quiso el Gobierno que se festejaran aquellas anexiones por todo el Reino. En Milán se echaron las 
campanas a vuelo, pero ((498)) al primer volteo cayóse el badajo de una campana y se rompió la cuerda de otra. La campana mayor de la 
Torre de Génova, que sonaba en tiempos de la República para la reunión de asambleas populares y al presente en las fiestas de la 
Constitución y de la Iglesia, aquel día se hendió al primer toque. 

»El día 24 de marzo el Rey cedía Niza y Saboya a Francia, por medio de un tratado que se aprobaba el 29 de mayo por las Cámaras y se 
confirmaba por un plebiscito que dio el resultado que quiso Napoleón, acompañado de promesas y amenazas. Era el premio por haber 
ayudado al Piamonte en su empresa. 

»Finalmente, el día 4 de abril se celebró la primera sesión del Parlamento bajo la presidencia del general Zanón Quaglia, decano por 
edad; pero aquel mismo día sucedió un caso terrorífico dentro y fuera del salón de sesiones. A eso de las tres y media de la tarde, después 
que el Presidente hubo proclamado los diputados de Bolonia y de Rávena, capitales de las Legaciones Pontificias, fulminado por un 
ataque apoplético, se desmayó y cayó; hubo que cerrar al momento la sesión. Los cuestores y secretarios llevaron semivivo al Presidente 
a una sala próxima, donde le hicieron sangrías; pero el pobrecito moría dos días más tarde.» 

Entretanto don Bosco, para extender más su radio de acción 
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en favor de los muchachos pobres y abandonados, y acaso también para tantear el terreno y conocer cuáles eran los sentimientos del 
Ministerio de Gobernación con respecto a él, elevó una súplica a Farini para obtener un pase personal gratuito en los ferrocarriles. El 
Ministro transmitió la petición al Ministerio de Obras Públicas, y de éste recibió don Bosco la respuesta siguiente: 

((499)) MINISTERIO DE OBRAS PUBLICAS 
Dirección de Ferrocarriles 

Turín, 22 de marzo, 1860 

Considerando el laudable fin a que tiende la petición presentada por V.S. al Ministerio de Gobernación, se ha determinado el que 
suscribe a concederle un pase gratuito para circular en los ferrocarriles del Estado, valedero para el año en curso. 

Se complace, pues, el firmante en enviarle el correspondiente billete, que fue concedido en su favor con fecha de hoy. 

El Director General BONA 

El caballero Bartolomé Bona, senador del Reino, que había sido Director General en el Ministerio de Obras Públicas en 1855-56-57; 
inistro y secretario de Estado en los años 1858-59, y que ahora ocupaba el importante cargo de Director General de Ferrocarriles, 
favoreció generosamente a don Bosco. Durante muchos años concedió, para él y su acompañante, un billete gratuito de segunda clase por 
todas las líneas ferroviarias de Piamonte; y a todos los alumnos del Oratorio un 75 por ciento de rebaja. A veces puso a disposición de 
don Bosco uno o dos vagones gratuitos, para conducir a los muchachos durante los paseos otoñales; y por este motivo, en más de una 
ocasión, hubo algún grupo de éstos que, dejando el camino de Chieri, para ir a I Becchi, se apeaba en Villanueva de Asti, aunque todavía 
había que andar a pie un trecho bastante largo. Pero don Bosco recompensaba aquella benevolencia con una gran caridad, que con 
anterioridad ya había producido sus efectos. Cuando la desgracia causaba la muerte prematura de algún empleado de ferrocarriles y 
quedaban niños huérfanos privados de todo y a veces en la calle, don Bosco recogía a muchos en su colegio. Había jefes de división 
((500)) que lo conocían personalmente y se prestaban gustosos a recomendarlos, y don Bosco satisfacía solícitamente sus deseos. Esta 
obra de beneficiencia le ganaba las simpatías de todo el personal subalterno. 

Por su parte el caballero Bona, que gozaba de gran influencia en 
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todos los departamentos gubernamentales, le profesaba verdadero afecto, se declaraba íntimo amigo suyo, le gustaba conversar a menudo 
con él y a veces le daba abundantes limosnas. Poco tiempo antes de su muerte, fue un día a visitarlo al Oratorio, y don Bosco se entretuvo 
con él durante varias horas en la biblioteca. íSeguramente que el siervo de Dios no dejó de decirle alguna palabra sobre la vida eterna! 

Nos parece, pues, que con estos méritos y con la benevolencia del caballero Bona, podía don Bosco contar también con ayuda y defensa 
en cualquier circunstancia. 

Pero su confianza no se apoyaba en las esperanzas humanas, sino en la protección de la Virgen María y en las oraciones de sus 
alumnos. Uno de éstos, un aprendiz, modelo de piedad y de vida intachable, le escribió en el mes de abril una carta confidencial que don 
Bosco guardó por la gran estimación y amor que le tenía. 

Reverendísimo Superior: 

Vi una noche ante mis ojos un hombre pobre, pero decentemente vestido, que con rostro bondadoso, pero irradiando majestad y 
sabiduría, se me acercaba con un bastón en la mano y sandalias en los pies. 

Aquel personaje, después de haberme mostrado varias cosas futuras, tendiendo el brazo izquierdo hacia el suelo, me dijo: -Sigue mis 
pisadas. Las seguí y entramos en un lugar desconocido para mí. Aquí me hizo comprender claramente y grabar ((501)) en mi mente que el 
Oratorio verá aumentar el número de sus alumnos, florecerá, triunfará para bien de la Iglesia, si se atiende con asiduidad a la oración, si 
todos rezan devotamente. Pero cuando los ejercicios de piedad cristiana empiecen a causar hastío, cuando se descuide la frecuencia de los 
sacramentos, cuando se recen distraídamente las oraciones, mascullando las palabras; en suma, cuando se deje de amar a Dios, para ir en 
busca de las vanas satisfacciones del mundo (como desgraciadamente ya hacen algunos), entonces mermará el número de alumnos y del 
clero y llorarán amargamente y vivirán apenados los que sean testigos de los ultrajes con los que se hiere a Dios mismo. El Superior 
perderá la estimación de los subordinados, será despreciado e, incluso, perseguido, como si quisiera destruir las antiguas costumbres de la 
religión en el Oratorio; y esto infundirá amenazador espanto en quien conozca las causas de ello. 

Esté persuadido de que no existe este peligro por ahora, pues hay muchachos que, con su óptima conducta e inocencia, le pueden 
ayudar mucho. 
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((502)) 

CAPITULO XXXVI 

LECTURAS CATOLICAS -CARTA DEL ARZOBISPO DE FLORENCIA ALABANDO LAS LECTURAS CATOLICAS -LA 
PASCUA: DON BOSCO SOSTIENE A UN ALBAÑIL PARA QUE NO CAIGA -LOS JOVENES DEL ORATORIO ENVIAN AL 
PAPA UNA PROTESTA DE FIDELIDAD Y EL IMPORTE DE UN ALMUERZO PARA EL OBOLO DE SAN PEDRO -CARTA DE 
DON BOSCO AL PAPA -TRES ANUNCIOS DE ACONTECIMIENTOS FUTUROS -CASTIGO DE UNO QUE SE MOFABA DE LA 
SEÑAL DE LA SANTA CRUZ -CARTA DEL CARDENAL MARINI Y DISPENSA DE EDAD A DON MIGUEL RUA PARA 
ORDENARSE -PREDICCION DE MUERTE DE UN MUCHACHO Y SU CUMPLIMIENTO -COMO HACE DON BOSCO PARA 
PREDECIR LAS MUERTES -PREDICCION A CARLOS GASTINI -PERDIDA DEL REINO DE LAS DOS SICILIAS Y PARTIDA 
DEL CLERIGO CASTELLANO HACIA EL PARAISO -RESPUESTA DEL CARDENAL ANTONELLI A DON BOSCO EN 
NOMBRE DEL PAPA -DOS ACTAS DEL CAPITULO: ACEPTACION DE SOCIOS -EJERCICIOS ESPIRITUALES, RECUERDOS 
Y MES DE MARIA -GARIBALDI PARTE PARA LA EXPEDICION DE SICILIA -EL CARDENAL ANTONELLI Y LOS 
VOLUNTARIOS PONTIFICIOS PIAMONTESES 

PARA las Lecturas Católicas de mayo había preparado el librito anónimo: Angelina o una buena niña instruida en la verdadera devoción 
a la Virgen. MI JORNADA CON MARIA era el tema desarrollado en varios capítulos en los que ((503)) se propone a la Madre 
Santísima del Salvador como modelo y auxilio en cada acción común y espiritual del día. Hay un capítulo que trata de la Iglesia de 
Jesucristo. 

Interesaba al Arzobispo de Florencia la difusión de estos libritos; con tal motivo respondió a una carta de don Bosco en estos términos: 

Apreciadísimo Señor: 

Tan pronto como recibí su estimada carta del 31 de marzo, mandé llamar al presbítero Jerónimo Carloni, canónigo en la Basílica de San 
Lorenzo de esta ciudad, 
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y le encargué comunicara a usted los datos que desea de este hermoso templo. Estos días se encuentra muy atareado, pero tan pronto 
como termine la Pascua, se ocupará de ello y le escribirá directamente. 

Me complace mucho poder servirle y ser útil a sus piadosas empresas en favor de nuestra santa religión. En estos días se han reimpreso 
aquí en Florencia las Conversaciones entre un abogado y un párroco, que usted compuso sobre el sacramento de la confesión. Es un libro 
óptimo que ya ha comenzado a producir buen efecto, poniendo en buen camino a alguna alma descarriada. Me complazco en 
comunicárselo para gloria de Dios y para su satisfacción. 

Me cuidaré también de que se difundan por aquí las excelentes Lecturas Católicas, que se publican en Turín, cuya propaganda para el 
año octavo me envió. Siga mandándome con plena libertad. Tenga un recuerdo para mí en sus oraciones y me considere como me 
suscribo, lleno de respeto y estimación. 

De usted, apreciadísimo señor, 

Florencia, 2 de abril de 1860. 

Su seguro servidor JOAQUIN, Arzobispo de Florencia 

Fue esta carta el comienzo de una afectuosa correspondencia, a través de la cual concertaron, poco tiempo después, don Bosco y el 
distinguido Prelado la manera de frenar la propaganda de los ((504)) protestantes, que se habían establecido en un arrabal de Florencia. 
Así lo refiere monseñor Cagliero. 

Pero mientras don Bosco trabajaba de tantos modos para la salvación de los pueblos, se industriaba por llevar a Dios los individuos que 
componen las muchedumbres y pueblos, es decir, todos aquellos con los que topaba y que él mismo andaba buscando. Era ésta una obra 
que pedía más humildad y sacrificio que la primera. íA cuántos de éstos, invitados por él a confesarse y después reconciliados por él con 
Dios, se los vio el día de Pascua, 8 de abril, comulgando en el Oratorio junto con los muchachos! 

Nos contó el teólogo Reviglio: «Se encontró don Bosco, allí donde la calle de Santo Domingo desemboca en la de Milán, con un viejo 
albañil, que resbaló en aquel momento de tal modo que se hubiera lastimado al caer. Sostúvolo el siervo de Dios y el viejo exclamó 
agradecido: 

»-íSi no llega a ser por usted, que me agarró, hubiera caído al suelo! 

»Replicóle don Bosco: 

»-íOjalá pudiera yo agarrarle e impedir que cayera en el infierno! 

»Tanta impresión hicieron estas palabras en el obrero, que, como iluminado por un relámpago, reconoció el lastimoso estado de 
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su alma, que ciertamente le hubiera precipitado en los abismos del infierno, si no se convertía. Tocado por la gracia de Dios, quiso 
confesarse en seguida con don Bosco, el cual tuvo de este modo el consuelo de preservarlo de la caída del cuerpo y de la del alma. El 
albañil se sintió tan feliz que saludaba a don Bosco siempre que se lo encontraba». 

Mientras tanto don Bosco escribió e hizo que los jóvenes de los Oratorios escribieran una protesta de fidelidad al Papa, con setecientas 
diez firmas, y la envió el 11 de abril, junto con ciento sesenta y tres liras y cuarenta céntimos, para el Obolo de San Pedro. 

Dio ocasión a la ofrenda el siguiente hecho. Una persona caritativa había regalado aquella cantidad al Oratorio y don Bosco, al 
comunicar a los muchachos la buena noticia, ((505)) añadió que la donante deseaba que aquel dinero sirviese para darles un sabroso 
almuerzo. Entonces se levantó una voz unánime: 

-íEnvíese al Santo Padre! 

Observóles don Bosco que el regalo había sido hecho para los muchachos y no para el Papa. Pero ellos replicaron: 

-Nosotros renunciamos de buena gana y si es preciso ayunaremos aquel día, pero queremos enviar ese dinero al Santo Padre. íYa nos ha 
hecho él muchos regalos! 

La persona caritativa, informada de la generosa determinación de aquellos pobres muchachos, envió otra suma igual a la primera a fin 
de que, como premio por su veneración al Romano Pontífice, tuviesen también el sabroso y merecido almuerzo. 

Don Bosco unió a la protesta de los muchachos una carta al Papa, comunicándole: «que estaba a punto de caer sobre la Iglesia una 
grave desgracia que pondría en peligro la fe de muchos, y que debería ser defendida con la sangre de los más fieles. Pero que se 
consolara, pues María Santísima preparaba para la Iglesia un gran triunfo, cuya fecha no estaba muy lejos». 

Con estas palabras, tomadas de la crónica de Ruffino, parece que aludía don Bosco a los voluntarios pontificios y al triunfo de la 
canonización de los mártires japoneses, pues él (como veremos) siempre creyó firmemente que andaba muy lejos toda esperanza de 
restauración política. 

El día siguiente, 12 de abril, don Bosco hizo públicamente algún comentario a lo que se había realizado para alivio del Vicario de 
Cristo y añadió: 

-En el mes de enero yo decía: esperemos el mes de marzo; y ahora digo: íesperemos el mes de agosto! 
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Y luego, después de exhortar a los muchachos a ser siempre leales y generosos cristianos, les dijo: 

((506)) Voy a contaros un ejemplo terrible, que tiene por testigo a todo un pueblo. Un alumno del Oratorio fue a su casa antes de las 
vacaciones de Pascua. Entre otras recomendaciones recibió la de santiguarse antes y después de las comidas. Este muchacho, que era 
estupendo, se prestó fácilmente a cumplir todas las recomendaciones, pero la última le pareció demasiado difícil ponerla en práctica en su 
casa, donde no había esta costumbre, y preveía que podía ser el blanco de muchas burlas. Díjole entonces don Bosco: 

-Por qué has de temer? Si tus parientes te ponen algún reparo, tú les dirás: estamos en tiempos de Constitución y por tanto hay libertad 
para todos. 

-Bien, haré lo que usted me dice, respondió el muchacho sonriendo y salió para su pueblo. 

Llegó allí, fue recibido con muchos agasajos y le comieron a preguntas, especialmente sobre lo que había aprendido en Turín. 
Presentóse por fin la esperada hora de cenar. Se sentaron todos a la mesa como los animales, sin levantar la mente a Dios, devorando con 
ojos glotones antes que con la boca lo que había sido preparado. Nuestro muchacho ruborizado, pero lleno de valor, se santiguó y rezó; 
después se sentó. Ante aquel acto religioso díjole un hermano suyo, bastante mayor que él: 

-Qué haces? 

Y empezó a motejarlo, disparatando contra las prácticas piadosas: 

-Todo eso es lo que has aprendido en Turín? íVaya! Tú que has ido a la escuela y que pretendes saber tanto, te dejas dominar todavía 
por esos prejuicios? Si no has aprendido más que a ser un beato, podías haberte quedado en casa. 

-Querido Domingo (que así se llamaba el hermano mayor), no son prejuicios, sino prácticas religiosas, que ya nos enseñaron nuestros 
abuelos, nuestros maestros y nuestro párroco. 

-Son mitos, y los mitos no sirven para nuestros tiempos; come y deja de lado esas antiguallas. 

-No sé dónde has aprendido esa forma de hablar. Yo encuentro que están muy en su sitio ciertos actos de piedad. El catecismo nos 
enseña que debemos santiguarnos antes y después de las comidas y tiene razón, porque sólo los animales comen y beben sin hacer nunca 
caso de su Creador. Pero nosotros no somos bestias, somos criaturas racionales, nosotros ((507)) debemos reconocer la mano del Creador 
en todo, a cada momento del día y especialmente cuando vamos a recibir los alimentos que Dios nos da para conservar esta vida, que 
también él nos ha dado y puede arrebatarnos en cualquier momento. 

-Bobadas, tonterías -replicó Domingo, coreado por los demás hermanos. 

Pasóse después a otras cosas y por aquella noche la cosa quedó así. 

Pero al día siguiente sería la batalla campal. Para festejar la llegada del estudiante, la madre viuda y bastante descuidada en lo referente 
a religión, invitó a comer a parientes y amigos. Cuando llegó el momento de sentarse a la mesa, estaba nuestro hombre lleno de miedo y 
confusión, pero cuando todos:hubieron tomado su asiento alrededor de la mesa sin orar, él no quiso faltar a sus promesas. Apenas 
comenzó a santiguarse, estallaron por doquier las risas, burlas e insultos en vez de las felicitaciones y cumplidos de estas ocasiones. 
Cuando se calmó el barullo, su hermano Domingo, cabecilla del alboroto, díjole en son de burla: 

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-íOye!, dime: quieres que hagamos un pacto tú y yo?
-Qué pacto?
-El que te voy a decir: tú vas haciendo señales de la cruz, rezas tus padrenuestros y yo me voy comiendo tu ración. Ya veremos después


de comer quién ha sido más bendecido y quién ha comido mejor. 

-íComo quieras! Si así te gusta, estoy conforme con dejarte mi parte. Me bastan la sopa, pan y queso, con tal que me dejen en libertad 
para cumplir mis prácticas religiosas. Tocante a rezar padrenuestros, es suficiente cumplir sencillamente mi deber. 

Así se hizo: Domingo comió entre chanzas y burlas su ración y después se puso delante la que su hermano le cedió. Los comensales, 

gente vulgar, reían burlonamente. 

A la hora de cenar, repitió Domingo a su hermano: 

-Entendidos: tú haz la señal de la cruz y reza cuanto quieras; mi oración consistirá en comer tu ración. 

-No me duele dejártela, tómala en hora buena; pero siento que hayas perdido la religión de este modo. Créeme, hermano, lo siento 
mucho; pero si no quieres ((508)) practicarla, al menos no te burles de ella, porque don Bosco me ha dicho y me lo ha repetido muchas 
veces, que con Dios no se juega y que la religión es una espada de dos filos, que hiere a quien intenta impugnarla. Créeme, con el Señor 
no se juega. 

Mientras cenaban, entraron en la estancia unos cuantos muchachotes que se unieron a Domingo para mofarse de su hermano. No quiero 
repetir aquí sus tonterías y las sensatas respuestas que daba nuestro muchacho. Me limito a decir que las cosas llegaron a tal punto, que 
todos voceaban a una, mientras el pobrecito no podía repetir más que: Con el Señor no se juega. 

Acabada la cena, dijo aquel desgraciado a su hermano: 

-Qué? Has cenado con ganas? 

-Sí, estoy la mar de bien; es verdad que no tengo el estómago tan lleno como el tuyo, pero espero hacer la digestión más fácilmente. 

-íYa, ya! íTú digieres fácilmente los padrenuestros!, replicó el incauto, que aún no había terminado la frase, cuando comenzó a 

palidecer y a retorcerse: apretábase el vientre y decía: 

-Me duele la barriga... aumenta el dolor... tengo escalofríos... íayudadme! 

Eran las diez de la noche y sus compañeros, que ya iban a marcharse, le rodearon; mas, al ver que no volvía en sí, lo llevaron en vilo a 
la cama. Acometiéronle violentas convulsiones; agudísimos dolores de intestinos le obligaban a lanzar gritos espantosos. Sus camaradas 
estaban aturdidos y la madre mandó en seguida a llamar al médico, pues no sabía qué remedios prestarle. Entonces el buen hermano se 
acercó al enfermo y le preguntó si quería que fuera a llamar al párroco. Domingo, en un arrebato de cólera le amenazó con darle un 
bofetón, mas se abstuvo de ello; al rato le volvió a llamar y, por señas, le indicó que fuera en seguida adonde había dicho. 

Poco después, casi a un tiempo llegaron el párroco y el médico y el enfermo murió a la noche siguiente ahogado por las convulsiones y 
con grandes dolores en el pecho. Pero había reconocido y detestado su falta, y fueron éstas sus últimas palabras: 

-Compañeros, no despreciéis jamás la religión; con el Señor no se juega; muero herido por la mano de Dios, en castigo de mi 
intemperancia y de las blasfemias que lancé contra El. 

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Esperamos que este joven haya muerto en los brazos de la misericordia del ((509)) Señor. Pero su muerte fue una terrible lección para 
sus compañeros que pensaron no poder hacer cosa mejor que ir lo antes posible a un convento de Capuchinos para confesarse y recibir la 
Comunión pascual. 

El hermano llora la muerte de este pobrecito y reza cada día por el descanso de su alma. 

Mientras don Bosco esparcía de este modo la buena semilla, ya estaba por fin seguro de que nuevos y valientes obreros le ayudarían a 
recoger el fruto. Don Miguel Rúa se hallaba a punto de acabar los cursos de Teología. Se había pedido a Roma dispensa de edad para las 
sagradas Ordenes y fue afectuosa la respuesta que don Bosco recibió 

Reverendo Señor: 

Me resulta grato haber podido cumplir con sus deseos. Unida a la presente, envíole la dispensa en favor del óptimo sujeto, su protegido 
y cooperador en las Obras de Caridad y Religión, don Miguel Rúa. El Santo Padre, para darle una prueba más de su benevolencia, ha 
concedido la gracia pedida por el simple rescripto, que le incluyo en la presente, y por ende exonerado de todo gasto. 

Es mi constante deseo prestarme donde pueda; ruego a usted no me olvide en sus oraciones, mientras le saludo atentamente y me 
profeso con la mayor estimación. 

De usted. 

Roma, 20 de abril de 1960 

Su seguro servidor y verdadero amigo P. MARINI, Cardenal 

Pero la dispensa llegó tarde, pues en aquel entonces se necesitaba el placet regio para la ejecución del Rescripto. Así que le tocó a 
Miguel Rúa aguardar todavía dos meses para poder cumplir sus ardientes deseos. 

Juntamente con sus dones, daba mientras tanto el Señor a don Bosco ((510)) una prueba de su agrado por cuanto hacía para su gloria. 
Anota Ruffino con fecha 7 de abril: «Durante los días anteriores anunció don Bosco varias veces: -Alguno de la casa tendrá que morir en 
este mes. 

»El 24 de abril fallecía, a los catorce años de edad, Alejandro Trona. Era natural de Turín y había ingresado en el Oratorio con un 
hermano suyo el día 8. Les había colocado un tal Gianoglio para alejarlos de la mala vida que les tocaba pasar en casa de su padre. El 
primer domingo que pasó aquí, o sea, el domingo in albis, 15 de abril, cumplió con Pascua. No se había confesado desde los siete años. 
Al día siguiente se acostó enfermo; el día 22, domingo, recibió 
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el viático; el lunes, la unción de los enfermos y el martes moría de tifus, a eso de las nueve y media de la mañana». 
Como se hablara mucho en casa de estos frecuentes anuncios, dijo don Bosco estando presente don Juan Bautista Francesia: -«íSi 

supierais cuánto me cuesta prever el porvenir de los otros!» 
De donde se deduce que debía de haber alguna condición misteriosa o sacrificio extraordinario y que esto fuera efecto de sus oraciones. 
Un día le preguntaron: 
-Cómo hace usted para saber los muchachos que tienen que morir? 
-A veces, contestó, veo muchos senderos; por cada uno de ellos va un joven y el sendero está cortado por un hoyo a la mitad, a un 

tercio o a un cuarto del camino; otras veces leo sobre estos senderos, a cierto punto de los mismos, las cifras del año, del mes, del día. 
Fue Carlos Gastini a preguntar a don Bosco hasta qué edad viviría y don Bosco respondióle: 
-Hasta los setenta años. 
El buen Gastini recordó esta predicción mil veces, lo mismo en prosa que en verso, y la conocían todos en el Oratorio y aún fuera del 

mismo. Murió ((511)) el año 1901, asistido por don Miguel Rúa, precisamente un día después de haber comenzado su septuagésimo año. 
Sucedíanse las previsiones una tras otra. Anota Ruffino en su crónica: «El día 25 de abril dijo don Bosco privadamente: -Dos cosas 

están decididas: la caída de las dos Sicilias y la salida del clérigo Castellano para el paraíso». 
Habíase retirado este clérigo enfermizo a su casa, en Turín, para someterse a un tratamiento especial. 
Entretanto, mientras se preparaban secretamente en Piamonte hombres y armas para la conquista de Italia meridional, Pío IX mandaba 

responder a la carta de don Bosco: 

Ilmo. Señor: 

Entregué gustoso al Santo Padre el pliego que V.S. Ilma. me envió con su carta del 25 de abril y cuyo contenido me dio a conocer. Su 
Santidad recibió el escrito con verdadero agrado, conocedor como es del celo filial que lo dictaba. Implora entretanto sobre usted y los 
jovencitos confiados a su dirección abundantes bendiciones celestiales. Y exhortándole a no cejar en la oración que tanto se necesita, 
tengo el gusto de confirmarme con sentimientos de distinguido aprecio. 

De V.S. Ilma. 
Roma, 17 de mayo de 1860 Su seguro servidor 
Sr. D. Juan Bosco.-Turín. ANTONELLI, Cardenal 
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Don Bosco recibía la bendición del Papa a tiempo que agregaba nuevos socios a su Pía Sociedad, según se lee en las dos actas 
siguientes de las sesiones del Capítulo: 

El 1 de mayo del año del Señor 1860, se reunió el Capítulo de la Sociedad de San Francisco de Sales para la aceptación de los jóvenes 
Pedro Capra, hijo de Francisco y natural de Alfiano, Pablo Albera ((512)) hijo de Juan Bautista y natural de None, Juan Garino, hijo de 
Antonio y natural de Busca, Gabriel Momo, hijo de José y natural de Saluggia, todos ellos propuestos por el rector don Bosco en la 
sesión anterior. Por tanto, después de la acostumbrada oración e invocación del Espíritu Santo, se procedió a la votación. Pedro Capra 
obtuvo todos los votos afirmativos; los demás alcanzaron un voto negativo de los siete totales. Por consiguiente, fueron admitidos todos a 
la práctica de las reglas de la Sociedad. 

Dos días después celebró el Consejo otra sesión. 

El 3 de mayo del año del Señor 1860, a las diez de la noche, reunióse el Capítulo de la Pía Socíedad de san Francisco de Sales para la 
aceptación de los jóvenes Domingo Ruffino, clérigo, hijo de Miguel y natural de Giaveno, Francisco Vaschetti, clérigo, hijo de Pedro y 
natural de Avigliana, Eduardo Donato, hijo de Carlos y natural de Saluggia. Celebrada como de costumbre la votación, el clérigo Ruffino 
obtuvo seis votos afirmativos de los siete totales, el clérigo Vaschetti cinco, el joven Donato los siete. Por lo tanto, fueron admitidos 
todos a la práctica de las reglas de dicha Sociedad. 

Todos los arriba mencionados sobresalían en el Oratorio por su talento, aplicación, piedad y conducta. Los había formado don Bosco, a 
su imagen y semejanza, con el candor, la actividad y firmeza de propósitos. No servían para él los indecisos, los débiles de voluntad, 
sobre todo si se los habían recomendado para estudiar. Escribía por aquellos días a la señorita Adela Daviso de Chieri. 

Apreciadísima Señora: 

La gracia de N.S. Jesucristo esté siempre con nosotros. 

Para que el jovencito Rossi pueda ser admitido en esta casa, es necesario que piense a qué quiere dedicarse una vez terminados sus 
estudios; pues él no sabe si prefiere un oficio o el estudio. En tal estado de duda, usted podría dirigirlo al canónigo Caselle, que sabrá 
estudiarlo y aconsejarlo en su vocación; yo estoy ((513)) siempre dispuesto a hacer por su recomendado lo que mejor parezca para mayor 
gloria de Dios y bien de su alma. 

Recomiendo mi persona y mis jovencitos a la caridad de sus devotas oraciones, mientras con el debido aprecio me profeso en el Señor. 

De V.S. muy apreciada, 

Turín, 24 de abril de 1860 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

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Léese en la Crónica de Bonetti: «Era la época de los ejercicios espirituales: comenzaron el 30 de abril y terminaron el 4 de mayo. 
Además de los recuerdos que los predicadores dieron a los muchachos, quiso también don Bosco darles los suyos por la noche. Nos dio 
dos efes (F) y una ese (S). Explicó que la primera efe (F), significaba frecuencia de los Sacramentos de la Confesión y Comunión. La 
segunda (F) fuga de los malos compañeros y frecuencia de los buenos, que pueden enseñarnos el camino de la virtud y el espíritu de 
piedad. La ese (S) sencillez y sinceridad en la confesión. Y siguió diciendo: 

»-Queridos hijos míos, si practicáis estas recomendaciones, os aseguro que el demonio se declarará en quiebra». 

Con los ejercicios espirituales comenzó el mes consagrado a la Virgen. En este mes, según el testimonio del canónigo Ballesio, 
proponía don Bosco una flor espiritual para todo el mes y otra particular cada noche para el día siguiente. Estas florecillas eran 
diligentemente observadas, con gran provecho para los muchachos y la disciplina de la casa. 

Mientras don Bosco educaba para la virtud el espíritu de sus alumnos, Garibaldi reunía sus voluntarios y con mil de ellos arrebató con 
simulada violencia dos barcos a la sociedad Rubattino, y se embarcó en Quarto, en las proximidades de Génova, el 5 de mayo. Cavour le 
suministraba secretamente armas y dinero. Protegido por barcos de guerra ingleses, arribaba el 11 de mayo a ((514)) Marsala. Se 
sublevaba Sicilia, soliviantada por muchos emisarios; los soldados del rey de Nápoles, amedrentados o traicionados, se dejaban vencer en 
Calatafimi, Palermo y Milazzo. Y el 28 de julio podía entrar Garibaldi en Mesina. Los barcos de guerra napolitanos fueron entregados 
por sus comandantes al almirante piamontés Persano. Francisco II, rey de Nápoles, era demasiado débil e inexperto frente a tantos como 
conspiraban contra su trono. 

Entre tanto, viéndose, por indicios bastante claros, que la guerra iría a parar contra el Papa, afluían a Roma generosos jóvenes de 
diversas naciones, y muchos de la alta nobleza francesa y belga, para enrolarse en su defensa en el ejército pontificio. También algunos 
piamonteses se trasladaron a Roma para alistarse bajo aquellas banderas, pero no fueron admitidos. Díjoles el cardenal Antonelli que 
pidieran una carta de recomendación a don Bosco. 
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((515)) 

CAPITULO XXXVII 

DON BOSCO VA A BERGAMO -SUS OBSERVACIONES SOBRE LA LECTURA DE UN DIARIO MALO -CONFIESA A UN 
VIAJERO EN EL TREN -SUCESOS AMENOS A SU LLEGADA Y EN CASA DEL OBISPO DE BERGAMO -ATENCIONES 
PATERNAS DE MONSEÑOR SPERANZA -LA SANTA MISA EN LA CATEDRAL -SE FUNDA UNA CONFERENCIA DE SAN 
VICENTE DE PAUL -DON BOSCO LLEVA A TERNO AL PARROCO BAGINI SALIDO DE LA CARCEL -ALEGRES 
AGASAJOS -DON BOSCO VISITA EL SEMINARIO DE BOTTANUCO -PROMETE AL OBISPO PREDICAR AL AÑO 
SIGUIENTE LOS EJERCICIOS A LOS SEMINARISTAS: LE ANIMA PARA QUE PRESENTE A SUS SACERDOTES Y 
SEMINARISTAS A LOS EXAMENES PARA OBTENER DIPLOMAS Y TITULOS ACADEMICOS 

EL día 6 de mayo salió don Bosco hacia Bérgamo. La situación del clero en aquella diócesis era sobre manera deplorable. Como quiera 
que los sacerdotes de la región sobresalían en toda Lombardía por su doctrina y ejemplaridad, se convertían en blanco de las iras 
revolucionarias. Una chusma frenética y dada al pillaje había invadido el año anterior el palacio episcopal y había maltratado 
sacrílegamente la misma persona del obispo. Cada día aparecía escrito sobre los muros de las casas: ímueran los curas! Y era lo peor que 
los mismos empleados del gobierno no se avergonzaban de ensañarse contra sacerdotes inocentes. Algunos habían sido arrastrados 
((516)) públicamente a las cárceles de los malhechores con gran escándalo y dolor de aquella buena población. Se los acusaba de 
conspiraciones tramadas por medio de asociaciones públicas, de oraciones, del óbolo de san Pedro y cosas por el estilo. 

Así las cosas, don Bosco se puso en viaje para consolar a monseñor Pedro Luis Speranza, obispo de Bérgamo. De vuelta a Turín, al 
cabo de unos días, contó a sus alumnos cuanto le había ocurrido. Acostumbraba hacer lo mismo siempre que pasaba algún tiempo fuera 
del Oratorio, pues los muchachos vivían su vida. Esto le ofrecía ocasión de proporcionarles alguna nueva enseñanza y de enriquecer su 
fantasía, gracias a su estilo rico y alegre. He aquí la descripción 
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con que entretuvo durante varias noches a la Comunidad; puede parecer prolija y demasiado detallada, pero era su estilo en semejantes 
circunstancias. La reproducimos exactamente tal y como la refiere la Crónica de Bonetti. 

El 6 de mayo, subí al tren en Turín y me encontré con dos viajeros más. Uno de ellos se quejaba de que, habiendo venido a Turín para 
hablar con don Bosco sobre un hijo suyo, que quería internar en el Oratorio, no había podido dar con él. Le pregunté si conocía a don 
Bosco y me respondió que lo conocía muy bien. Pasé a interrogarle sobre el chico y hablamos de ello casi hasta llegar a Saluggia. 
Entonces, dejando ya el incógnito, me descubrí a aquel señor diciéndole mi nombre, causándole con ello sorpresa y consuelo, junto a 
grandes risas de ambas partes. Al llegar a Saluggia bajamos todos, y aprovechando el tiempo de la parada quiso mi compañero visitar 
algo del pueblo. Llegó la hora de la partida, y el tercero en cuestión, sin darse cuenta de que había dejado en el vagón el paraguas y la, 
maleta, subióse a otro. Así que nos quedamos los dos solos. Mi compañero era una persona de buen fondo, pero estaba imbuido de 
prejuicios, hijos de la ignorancia y de la lectura de los ((517)) diarios malos, llenos de veneno anticlerical y especialmente contra el Papa. 
En aquel entretanto había comprado el diario La Opinión; lo abrió, dio una ojeada y después, por cortesía, me lo ofreció para que lo 
leyera: 

-Gracias, amigo mío, pero yo no leo semejantes periódicos, y me extraña que usted lo haya comprado. 

-Por qué? 

-No ve usted que es un periódico malo, que habla mal de la religión y de sus ministros? 

-Eso ya se sabe; tratándose de periódicos no se para uno en tantas menudencias. 

-El bien es siempre el bien y el mal nunca deja de ser mal. 

-Pero, no sabe que todo el mundo lee este diario? 

-Despacio amigo; ídice usted todo el mundo! De novecientos mil cristianos, pongamos por caso, no encontrará dos mil que lean esta 
porquería. 

-Diga lo que usted quiera; lo leen muchos, luego no es malo. 

-íNo diga eso! Muchos lo leen, pues muchos obran mal, y sepa que, si en este momento pudiéramos abrir las puertas del infierno, 
oiríamos los gritos de muchos que se han condenado sólo por haber leído libros o diarios malos. 

-Sabe usted que me da miedo? Si es así, al diablo con La Opinión, que yo no quiero ir allá. 

Y agarrando el diario, lo hizo pedazos y lo arrojó por la ventanilla. Después de aquella buena acción, traté de ganarme su confianza y, 
al poco rato, me abrió su corazón. Me dijo al fin: 

-Quisiera confesarme. 

Y yo, feliz como un príncipe, no dudé un instante, le tomé por la palabra y le dije que se preparase. Condescendió: en el trecho de 
Magenta a Milán se confesó, dejando en mí las mejores esperanzas de su conversión. 

Ya veis lo que puede obrar la gracia de Dios. Me sentía aquel día tan feliz por aquel hecho que no cabía en el pellejo; sobre todo porque 
había visto un rasgo especial de la divina Providencia al disponer que el otro señor no se preocupara de volver a subir a nuestro coche, 
donde tenía sus cosas, a pesar de las muchas paradas 

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del tren. Si hubiese vuelto a juntarse con nosotros, seguramente no hubiera sido posible remediar las necesidades de aquella alma, pues 
no habríamos podido hablar en ((518)) confianza. Aquel tercer compañero vino después a saludarme y a tomar sus bártulos cuando 
llegamos a Milán. 

Algunos de vosotros preguntarán: 

Tenía don Bosco licencias para confesar fuera de la diócesis? 

-Estad tranquilos, tenía permiso; lo obtuve de Su Santidad Pío IX cuando fui a Roma. El Papa me facultó para confesar en todas partes 

sin limitación alguna. 

Llegué a Bérgamo a las ocho de la noche. Llovía. Pregunté a un muchacho si quería acompañarme a casa del Obispo y se echó a gritar 
tan fuerte que los que estaban conmigo se espantaron. Yo no sé si le asusté o qué vería o pensaría, el hecho es que no quiso guiarme. 
Tomé, pues, un simón o tartana que me llevó muy bien, porque el cochero no profirió ni una blasfemia. Le pregunté cuánto le debía por el 

transporte, y me contestó: 

-Un florín. 

-Déjese de florines y dígame cuántas liras. 

-Dos liras y media. 

Abrí mi portamonedas, saqué un escudo y le dije que me devolviese un florín; pero contestó que no llevaba suelto. Saqué piezas de 

ocho perrillas (40 céntimos) para pagarle con ellas; pero como él daba a nuestras perras chicas el valor de las monedas austriacas, no 
podíamos ponernos de acuerdo porque, según él, con mis buenas monedas me tocaba pagar una lira de más. 

-Tenga paciencia, le dije, cuando estemos con el obispo ajustaremos las cuentas. 

-Sí, sí, contestó. 

Llegamos al palacio episcopal, rogué al obispo que se las entendiera con el cochero y el asunto quedó zanjado al instante, porque el 
obispo encargó a su criado, quien le dio un florín, moneda que el cochero conocía. Pasamos aquella tarde en continua risa con el obispo y 
los de su casa, pues gozaban haciéndome contar la escena del cochero. Llegó la hora de cenar; pero yo no sentía ganas de comer, aunque 
me encontraba perfectamente. El obispo acostumbra rezar el rosario todas las noches antes de acostarse. Fui yo también con él. Para 
llegar más pronto a la capilla había que atravesar un corredor, pero yo, a un cierto punto, me di en la cabeza un golpe tan fuerte que creí 
habérmela roto. 

-Tenga cuidado, dijo el venerando prelado; aquí el techo es algo más bajo. 

((519)) -íYa me he dado perfecta cuenta de ello!, respondí. 

Y me coloqué junto al obispo que llevaba en la mano el candil. Llegamos a un sitio donde había que descender dos peldaños. El obispo 

tenía bastante con mirar por sí mismo y no podía atenderme a mí; el resultado fue que salté los dos peldaños de un golpe y caí sobre el 
Obispo. 

-Pero qué hace usted? -dijo el obispo. No tiene miedo de incurrir en excomunión echándose por encima de un obispo de este modo? 

-Incurrimos en excomunión los dos, contesté, porque hemos chocado uno contra otro. 

-Bueno será que nos perdonemos recíprocamente por esta vez. 

Reímos de nuevo un rato, pero me dolía la cabeza y me hacía daño la rodilla, pues me había dado un golpe contra un peldaño. 

Rezamos el rosario; después el obispo en persona tomó la luz y quiso 
acompañarme hasta la habitación que me habían destinado. Entré en una gran sala 

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ricamente amueblada, pasé a otra todavía más espléndida y a una tercera donde la magnificencia no podía ser mayor. Y me indicó el 
obispo una cama donde hubieran podido dormir cómodamente una docena de personas. Quedé estupefacto al ver preparada para mí una 
cama en la que brillaban el oro y la plata: más que cama, aquello parecía un trono real. Dije, pues, al obispo: 

-Monseñor, no tiene otra cama?
-No, don Bosco; si tuviese otra mejor, se la daría de buen grado.
-Monseñor, no es eso lo que le pido. No tendría una habitación donde echar la ropa sucia? Yo no puedo dormir en esta cama, no me


atrevo. 
-No haga cumplidos; adáptese. 
-No; dormiré mejor sobre este sofá; pero no tocaré esa cama. 
-Déjese de bromas, añadió el obispo: ahora está bajo mi jurisdicción; acuéstese, se lo mando y hágalo en virtud de santa obediencia. 
-Si es así, me acuesto. 
El buen obispo, después de unas palabras, me dio las buenas noches y se retiró. Acababa yo de acostarme, hacía un instante que había 

apagado la luz, cuando oí que alguien se acercaba a mi habitación y llamaba a la puerta. 
-íAdelante!, dije. 
Era el obispo. 
((520)) -Perdone, don Bosco; olvidé asegurarme de si había suficiente ropa. 
-íMonseñor, su Excelencia me confunde! Por qué tanta molestia? íEstoy mejor servido que un emperador! 
En efecto, en aquella cama había dormido el Emperador de Austria. 
Inspeccionó de nuevo el obispo las ventanas para cerciorarse de que estaban bien cerradas, miró a ver si faltaba algo, palmatoria, 

fósforos; una madre no podía hacer más por su hijo queridísimo. A pesar de tan hermosa y blanda cama, pude dormir poco porque seguía 
doliéndome la cabeza y la rodilla también. Por la mañana me levanté de un brinco muy temprano y tuve mucho tiempo para trabajar 
sentado al escritorio. Monseñor me envió un criado, que me acompañó hasta la sacristía de la catedral. Acercóse éste al jefe de la sacristía 
y le dijo que yo quería decir misa y que era enviado por Monseñor. Al oír que era enviado por el obispo, toda una turba de sacristanes se 
puso en movimiento. Apartaron el cáliz que ya estaba preparado y pusieron otro más precioso, cambiaron los ornamentos y sacaron una 
casulla estupenda. En cuanto acabé de revestirme, me preguntaron: 

-Eminencia, dónde quiere celebrar?
-En cualquier lado, con tal de que haya un altar y se encuentren el Señor y la Virgen.
-Quiere ir al altar del sagrado Corazón de María?
-íSí!
-íHabrá que dar la comunión!
-Esto es lo que yo deseo.
Y así fue. Repartí la comunión a muchas personas. Acabada la misa, volví a la sacristía. Tan pronto como me quité los ornamentos 
y


empecé la acción de gracias, oí que decían acá y allá: 
-Quién será? íA saber de dónde vendrá! íUn cardenal no puede ser! 
Y hacían mil conjeturas. No atreviéndose a preguntarme quién era, así que acabé de dar gracias, me dijeron: 

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-íExcelencia! (ya no Eminencia). Es costumbre que los sacerdotes que vienen aquí a celebrar, escriban en este cuaderno su nombre y el 
altar donde celebraron. 

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-Muy bien; también yo lo haré. Y escribí: Missam celebravi ad altare B. V.Sacerdos. (Celebré la misa en el altar de la Virgen 
Bienaventurada. Sacerdote). 

-Pero, por favor, ponga también el nombre. 

-Es verdaderamente necesario? 

((521)) -Así lo hacen todos. 

Cuanto más me oponía yo a escribir mi nombre, tanto más crecía en ellos el deseo de saberlo. Acabé diciendo: 

-Oigan ustedes, no tengo realmente ninguna gana de poner mi nombre; es el del primer ermitaño del mundo. 

Y lo escribí. En seguida se decían uno a otro: 

-íEs don Bosco, don Bosco, don Bosco! 

Y se armó un cuchicheo más que regular, aunque nadie sabía quién era aquel don Bosco. 

Pero volví a casa del señor obispo, donde ya se encontraba un párroco a quien aquél había mandado llamar para que yo concertara con 
él cómo introducir la Sociedad de San Vicente de Paúl. Esta no existía todavía en Bérgamo y el obispo tenía gran deseo de fundarla. 
Resolví las dificultades que me pusieron, preguntando: 

-No podría hallarse en toda esta ciudad un par de buenos muchachos? 

-No hay dificultad alguna para ello. Y no sólo dos, sino que puedo preparar muchos y verdaderos modelos de jóvenes. 

-Pues bien, eso basta. Júntelos en su casa, yo iré esta tarde y daremos comienzo a la obra. 

Así lo hice. Por la tarde estaban reunidos en casa del párroco dieciocho jóvenes; los animé demostrándoles cuánto bien podían hacer en 
favor de los pobres y de sus almas; exhortándoles a despreciar el respeto humano con el pensamiento de que no es el mundo quien nos 
galardonará, sino Dios, que premiará toda obra buena con el céntuplo en esta vida y con la vida eterna en el cielo. Todos quedaron 
entusiasmados y me prometieron volver a la tarde siguiente para constituir nuestro Consejo. 
Volvieron y aquella tarde se celebró la primera sesión. 

Pero tornemos a casa del obispo y sentémonos a comer. Mientras comíamos, y era el día 8, oímos de pronto exclamar a los criados: 

-íEstá aquí, ya ha llegado, ha salido de la cárcel el arcipreste de Terno! 

Pocos instantes después entraba en nuestra sala un venerando sacerdote, don Fernando Bagini, que se adelantó en seguida a besar la 
mano del obispo, el cual no cabía en sí de gozo por la inesperada aparición. Después se acercó a mí aquel párroco y creyéndose que era 
yo quien había venido expresamente de Turín para él y que le había obtenido la liberación, como decía la gente, me daba las gracias una y 
mil veces. 

((522)) Inútilmente aseguraba y protestaba que yo no había intervenido en absoluto en aquel asunto; él, tomando mis palabras como un 
acto de humildad, me colmaba de tantas finezas y acciones de gracias que yo estaba perplejo. 

El celosísimo arcipreste había estado encarcelado dos meses y medio por haber mandado imprimir una oración, con la que se imploraba 
el auxilio de Dios para el Papa, y haber recomendado el óbolo de san Pedro. Tenía en su contra al gobierno y al partido liberal. Algunos 
perversos, interpretando malintencionadamente su proceder, le habían acusado por odio; y de ahí el encarcelamiento desde el 22 de 
febrero hasta el 8 de mayo. Pero aquel día el tribunal había sometido el caso a un corto debate y, habiendo quedado manifiesta la 
insuficiencia de la acusación, lo puso en libertad, libre de todo gasto, con declaración de que no había lugar a enjuiciamiento. 

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Después de los primeros agasajos, seguimos comiendo; pero yo me di cuenta de que el obispo estaba pensativo y no pude por menos de 
preguntarle qué le preocupaba. Respondióme que aquel arcipreste tenía que volver al día siguiente a su parroquia y que, como el partido 
liberal estaba predispuesto contra él, era de temerse algún tumulto. Que era conveniente lo acompañara el obispo mismo, pero que por 
este motivo y porque el gobierno espiaba todos sus pasos y palabras para descargar el golpe contra él, se le hacía pesadísimo aquel viaje, 
del que prescindiría de buen grado. 

-íOh!, si no es más que esto, respondí, iré yo mismo a acompañar a este sacerdote a su parroquia para librar de ese apuro a Monseñor. 

-íGracias!, exclamó el obispo respirando; será un gran favor que haga usted mis veces, pues le aseguro que me angustiaba el temor de 
tener que comprometer mi persona y mi autoridad. 

Aquella determinación no me causaba la menor incomodidad. Era un camino, que yo quería hacer. Al día siguiente yo tenía que 
dirigirme a Bottanuco, parroquia de la misma diócesis, que distaba unas diez millas de Bérgamo, para predicar y visitar el Seminario. 
Para ir a aquel pueblo había que pasar por Terno, que se hallaba como a dos tercios del trayecto. 

Pasamos alegremente lo que quedaba del día. Habíame propuesto el Obispo me sirviera de su carroza para el viaje. ((523)) La acepté 
muy gustoso, pues no me sentía con ánimo de hacerlo a pie. 

Por la mañana del día 9 subieron conmigo a la carroza otros dos sacerdotes, uno secretario del obispo, el otro profesor del seminario y 
el arcipreste Bagini. Apenas salimos de la ciudad, presentóse un hombre, jinete sobre un caballejo que parecía un borrico. Venía de Terno 

y nos preguntó: 

-Está nuestro arcipreste con ustedes? 

-Sí, está, se respondió. 

-íEsto me basta!, exclamó. 

Dio media vuelta a su rocín y a todo galope, con los brazos abiertos, de modo que yo no sabía cómo podía aguantarse en el sillín, voló a 

llevar la noticia de la llegada del arcipreste a todos los que encontraba. 
Habríamos recorrido medio kilómetro, cuando nos encontramos con un gran grupo de muchachos descalzos y con el pantalón 

arremangado, que habían andado aquel largo camino para ser los primeros en saludar a su pastor: 

-Está aquí nuestro párroco?, gritaron todos a una voz. 

-Sí, está, está. 

-íViva nuestro arcipreste! íViva! 

Mientras tanto galopaban los caballos y los muchachos querían a toda costa seguir corriendo detrás de la carroza. Inútil fue decirles una 

y otra vez: 

-íNo os canséis! Seguidnos despacio; llegaréis a tiempo. 

No hubo forma de convencerlos. Ellos iban a todo correr. 

A medida que nos acercábamos a Terno se hallaban grupos de gente, en su mayoría ancianos encanecidos, viejecitas que no podían 

caminar sin un bastón, niños y niñas. Dejando las labores de casa y del campo, acudían a la carretera al encuentro del glorioso prisionero 
y todos, llorando de alegría, exclamaban: 

-íViva nuestro párroco! Que el Señor nos lo conserve, que nadie vuelva a molestarlo, a arrancarlo de nuestros brazos. 

Ante las lágrimas, los gestos, las voces de aquella buena gente me sentía embargado de honda conmoción, lo mismo que el secretario y 
el profesor. El arcipreste 

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lloraba a lágrima viva. Recordaba la escena dolorosa y lúgubre de su partida cuando fue encarcelado y la comparaba con el regocijo de la 
vuelta presente a su querida parroquia. 

Pero en medio de aquel espectáculo conmovedor hubo también su nota cómica. 

Como íbamos en la carroza del Obispo, ((524)) aquella gente sencilla, que veía la librea del cochero, creía que dentro estaba también el 
Prelado y se arrodillaba para que los bendijese. Yo le decía al párroco que lo hiciera, y él pretendía que lo hiciera yo. Yo me rehusaba; 
hasta que el arcipreste agarró mi brazo y me forzaba de vez en cuando a trazar cruces en el aire, y la gente, que veía la mano, inclinaba la 
frente y se santiguaba. 

Finalmente aparecieron el campanario y las casas de Terno. 

Veíanse los fieles, de todas las aldeas circunvecinas, todos los párrocos y muchos sacerdotes del arciprestazgo y de otras parroquias, 
llegados a caballo, y a pie, para honrar a don Fernando Bagini. Las campanas tocaban a fiesta y resonaban continuos disparos de 
morteretes. 

A la entrada del pueblo esperaba una enorme muchedumbre de gente de toda edad y condición. La fachada de la parroquia, las casas, 
los arcos triunfales, todo estaba tapizado con colgaduras de mil colores. En la plaza de la iglesia, esperaban el Alcalde y los Concejales y 
la plana mayor de la feligresía. Allí estaban preparadas las ovaciones. 

Al aparecer la carroza, oyóse un sordo murmullo, mas no voces hostiles, procedente de algún corro de liberales; pero pronto cesó, 
cuando éstos y todos los demás vieron al lado del párroco otro personaje, que llevaba un sombrero diferente del que usan los sacerdotes 
lombardos. Preguntábanse unos a otros quién era aquel cura y manifestaban su extrañeza por mi sombrero piamontés, que con sus tres 
picos y las alas estrechamente abarquilladas contrastaba singularmente con el de los otros eclesiásticos, cuyas alas se elevaban 
majestuosamente como tres velas. También ellos creyeron que yo era el libertador del párroco. 

En el primer momento no se oyeron aplausos, pero así que avanzamos entre las casas del poblado, la guardia nacional, alineada y en 
uniforme de gala, presentó armas, disparó al aire y a la salva se unió la banda municipal. Los aplausos y os gritos de alegría subían a las 
estrellas y ahogaban el sonido de la banda. 

-íViva nuestro párroco!, prorrumpían miles de pechos. 

Yo pensaba para mis adentros: 

-íSanta religión católica, qué fuerza y qué poder tienes en el corazón del hombre! íCuántos habrá aquí, quizá con el alma endurecida por 
el pecado, y sin embargo, movidos por un irresistible impulso interior, ((525)) no pueden dejar de rendir tributo de respeto y veneración a 
los siervos del Señor! 

Pero, como la carroza no podía avanzar en medio de la apiñada muchedumbre, dio una larga vuelta, abandonando el camino principal, y 
fuimos a parar al pie de la tapia del huerto parroquial. El pueblo aguardaba al lado opuesto de las edificaciones en la plaza de la iglesia. 
Hicimos traer una escalerita y subimos a la tapia, pero cuando estábamos sobre ella, vino el apuro. Cómo bajar? Por la parte interior no 
había escalera. Era preciso, pues, que uno de nosotros se descolgase y bajase primero. 

-Baja usted o bajo yo?, nos preguntábamos mutuamente. Descendió uno, por fin, dándose una pequeña costalada, y ayudó luego a los 
demás a bajar. Pero al llegar al suelo, he aquí que la gente, que se dio cuenta de la maniobra, irrumpió en el huerto y lo llenó hasta los 
topes, de modo que no nos podíamos mover. No sabíamos 

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cómo poder llegar a la iglesia, cuando oportunamente vino en nuestro socorro el campanero y, tras inauditos esfuerzos, pudimos penetrar 
en la sacristía por una portezuela. Allí estaban reunidos los párrocos de los alrededores. 

La iglesia se hallaba abarrotada de gente, ansiosa de oír la voz de su or; pero éste, profundamente emocionado, no podía articular 
palabra. Entonces indiqué yo a todos aquellos sacerdotes que era conveniente decir algo al pueblo. Invité en particular a algunos de 
aquellos reverendos a subir al púlpito, pero todos rehusaron. 

-No estoy preparado; nadie pensaba que iba a haber sermón; es demasiado fácil comprometerse; es una circunstancia espinosa; hable 
usted. 

-Bueno, concluí al ver que todas las miradas se clavaban en mí; ísubiré yo! 

Y aparecí ante el auditorio con el sombrero en mi izquierda y el manteo sobre el brazo derecho. Comencé agradeciendo a los fieles el 
recibimiento hecho al Arcipreste; los invité a dar gracias a la divina Providencia que permite a menudo tribulaciones, las cuales, aun en 
esta vida, son a veces recompensadas por Dios con grandes consuelos; les recomendé que continuaran venerando a un sacerdote tan digno 
y reconociendo siempre en sus palabras la voz de Dios, a quien representa; 
me referí a los deberes de los fieles con su pastor y concluí hablando de la caridad, vínculo de unión entre el párroco y sus feligreses. 

((526)) Mientras yo hablaba, oíanse en la iglesia continuos sollozos y, a duras penas, si podía contener las lágrimas. 

Entonóse después un solemne tedéum y se acabó impartiendo la bendición con Su Divina Majestad. Tan pronto como se hizo la reserva 
del Santísimo Sacramento, la gente se apresuró a salir de la iglesia, pues nadie quería volver a su casa sin haber saludado filialmente al 
padre de sus almas. En un abrir y cerrar de ojos quedó asediada la casa rectoral por la muchedumbre que quería ver al párroco. 

En vano intentaron los números de la guardia nacional contener aquella 
aglomeración tumultuosa que podía ser peligrosa. Decidióse entonces que se colocara el párroco en un lugar por donde todos pudieran 
pasar a besarle la mano. Subió don Bosco a un poyo e, imponiendo silencio al inmenso gentío, dijo: 

-íOídme! Ahora se pondrá vuestro párroco aquí en un lugar donde todos podréis verlo y besarle la mano. 

-íMuy bien! íBravo! íBien pensado! Gritaba la gente. 

Yo añadí: 

-Os recomiendo que no os abalancéis todos a una, porque, como veis, está tan cansado que no puede tenerse en pie, y si encima lo 
fatigáis, le vais a matar. Venid, pues, despacio, uno a uno, a besarle la mano. 

Dicho esto, bajé, y el párroco se colocó contra una pared, para que no lo tiraran al suelo. Primero de pie, y después sentado, tendía la 
mano a sus feligreses, siempre llorando al ver la devoción que le profesaba su pueblo. El desfile duró dos horas. 

El sermón, gracias a Dios, había logrado el efecto deseado. Los ánimos hostiles al párroco se inclinaron a la benevolencia, puesto que 
no se habían hecho recriminaciones ni alusiones; la mayoría del pueblo, que lo amaba entrañablemente, no cabía en sí de gozo; fue aquél 
un día de alegría y de fiesta para todos. 

Después de comer, partí en seguida hacia Bottanuco con el profesor y el secretario. El Obispo había instalado en este pueblo en el 
Seminario Menor, a los seminaristas estudiantes de Filosofía y Teología, ya que los franceses habían ocupado el Seminario Mayor de 
Bérgamo durante la guerra y habían prolongado después por mucho tiempo su permanencia en él. 

Yo estaba satisfecho. Tan pronto como llegué, me entretuve afablemente con los 

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seminaristas y en seguida nos hicimos amigos. Fuimos después a cenar. A continuación les dirigí una platiquita y por fin fui a dormir, 
como lo vais a hacer también vosotros esta noche. Buenas noches. 

Hasta aquí don Bosco. 

((527)) Añadiremos nosotros lo que don Bosco no dijo a los muchachos. También había estado en Chiuduno, cuyo párroco José Calvi 
había provocado contra sí, por su celo, las iras de los malos. Al volver a casa de monseñor Speranza, diole cuenta del resultado de la 
misión que le había confiado y de las oposiciones que podría encontrar don Fernando Bagini. Su encarcelamiento era debido 
especialmente a las reiteradas acusaciones de cierto sacerdote depravado, a quien el obispo mandó, una vez descubierta la trama, so pena 
de suspensión, salir en el plazo de pocas horas del término parroquial de Terno. 

También habló don Bosco con el Obispo de su visita a los seminaristas y él mismo le propuso volver al año siguiente para predicar los 
ejercicios en el seminario de Bérgamo. Su ofrecimiento fue aceptado con satisfacción, que celebraron los seminaristas. Don Bosco les 
había dirigido en Bottanuco palabras tan dulces y consoladoras que todos quedaron entusiasmados y advirtieron la santidad y sabiduría 
con que había enriquecido el Señor a su siervo. 

Expuso don Bosco a Monseñor el proyecto de preparar maestros y profesores para su diócesis, enviando sacerdotes y seminaristas a 
examinarse para obtener el mayor número posible de títulos académicos. El obispo, que era de parecer contrario e intransigente en todo lo 
que concernía a su jurisdicción, contestó que su conciencia no le permitía doblegarse de manera alguna ante los perseguidores de la 
Iglesia. Sin embargo, no dejaba de reconocer las ventajas de aquel proyecto. Quedó pensativo y durante la comida volvió a entablar 
conversación con don Bosco sobre el asunto y le expuso que no creía lícito someter a sus sacerdotes a la inspección secular para ser 
profesores y maestros, que pertenecía a los obispos dirigir la instrucción del pueblo y no podían ellos renunciar a sus derechos. 

((528)) Don Bosco replicó: 

-Diré pocas palabras para no entrar en polémicas. O los pastores de la Iglesia se lanzan a primera línea y vuelven a tener en sus manos, 
por este medio, la instrucción de la juventud, tomando la delantera a los seglares y consiguiendo que las cosas marchen por buen camino, 

o se retiran y quedan inactivos, y entonces, dentro de diez años habrá triunfado la impiedad en las escuelas. 
Creía el obispo, como otros muchos, que aquella revolución era 
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la crisis de un momento y que pronto recobraría el orden su antiguo puesto. Por el contrario, don Bosco insistió asegurando que la 
revolución, sostenida con todos los medios poderosos de que puede disponer un gobierno estable, había alcanzado posición permanente 
en nuestras tierras y sólo Dios podía saber cuándo, después de muchos años, podría efectuarse, con su ayuda, una restauración de la 
autoridad eclesiástica. Ya se habían desvanecido todas las esperanzas humanas y no percibía atisbo alguno, ni lejano siquiera, que 
ofreciera indicios de que iba a desaparecer aquel estado de cosas, pues todos los gobiernos eran enemigos de la Iglesia. 

No quiso Monseñor renunciar a sus ilusiones y siguió negando crédito a los pronósticos de don Bosco; pero a los pocos años le 
escribía: 

-Tenía usted razón; ahora, tal vez, es demasiado tarde. 

Don Bosco, siempre agradecido a la familia De Maistre, visitó en Bérgamo a la hija del conde Rodolfo, viuda a los diecinueve años del 
conde de Medolago, y se apresuró a darle noticias de ella pues sabía que el conde, su padre, ya muy avanzado en años y que se 
encontraba en Beaumesnil, en Francia, las deseaba vivamente. 
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((529)) 

CAPITULO XXXVIII 

REGRESO DE DON BOSCO A TURIN -UN JOVEN MORIBUNDO EN EL HOSPITAL SE RECOBRA AL APROXIMARSE DON 
BOSCO Y SE CONFIESA -LA ORACION ACTIVA -DON BOSCO DESEA TENER SACERDOTES PARA LOS PRESOS -UNA 
HOZ PARA EL CLERIGO RUFFINO -ESTAMOS SOLO AL COMIENZO DE LOS MALES: VEJAMENES CONTRA EL CLERO 
EN LOS ESTADOS ANEXIONADOS -EL CARDENAL CORSI PRISIONERO EN TURIN Y SU COLOQUIO CON DON BOSCO 
-UN ALUMNO NECESITA PREPARARSE PARA MORIR -CARTA DE PIO IX A DON BOSCO -LECTURAS CATOLICAS 

ERAN muchos los que esperaban en Turín a don Bosco. Dedúcese esto de las cartas que se conservan y entre ellas una del ilustre literato 
padre M. Conobbio de los Barnabitas de Moncalieri, que cuando le escribía se firmaba: Afectísimo hijo. Deseaba un favor que le 
interesaba mucho y que no le fue negado. 

Mientras estaba en Bérgamo sufrieron una grave desgracia dos jóvenes, antiguos alumnos del Oratorio, de donde hacía algún tiempo 
habían salido para aprender el oficio de albañil. 

Un día se vino abajo la bóveda recién terminada de una casa en construcción y los dos jóvenes quedaron sepultados entre los 
escombros. Uno fue extraído ((530)) ya cadáver; el otro, con la cabeza fracturada, privado de los sentidos y del habla, fue llevado al 
hospital de Cottolengo. Allí seguía en su triste mudez y sin el menor indicio de entender lo que se le decía. 

El 14 de mayo fue don Bosco al hospital; hacía ya una semana que el joven yacía en una de las salas en aquel estado; pero, apenas entró 
don Bosco en ella, recobróse el enfermo, lo vio cuando todavía estaba lejos y, haciendo un esfuerzo, gritó en alta voz diciendo: 

-íDon Bosco! íDon Bosco! 

Todos los circunstantes quedaron extrañados. Un capuchino, que se encontraba en la sala, contó que aquel joven no había pronunciado 
una palabra desde el momento de la caída hasta entonces. 

Acercósele don Bosco y el joven quiso confesarse inmediatamente. Lo escuchó, lo absolvió, le dijo unas palabras que serenaron su 
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rostro, y después recorrió la sala visitando a los demás enfermos. En aquel lapso de tiempo el joven volvió a perder el habla y cuando don 
Bosco, acabada la vuelta, llegó otra vez a la cabecera del pobrecito, éste expiraba. Como en otro tiempo a san Felipe Neri, había Dios 
conducido a don Bosco y éste había llegado en el día e instante único, oportuno para salvar al alma de uno de sus queridos hijos. Este 
hecho nos lo contó José Reano. 

El Señor guiaba los pasos de don Bosco, hombre de oración continua, aun cuando no tenía ninguna de esas exterioridades y prácticas 
que generalmente se ven en otros santos. Su oración era activa; consistía en estar continuamente en la presencia de Dios, no sólo con el 
fin de servirle, sino gozando y alegrándose en medio de las propias ocupaciones al ver cumplirse la voluntad de Dios en lo que se está 
haciendo. 

((531)) Ya escribió san Francisco de Sales: «Hay una manera de rezar, muy fácil, muy útil, y que consiste en acostumbrar a nuestra 
alma a estar en la presencia de Dios, de modo que ésta produzca en nosotros una unión íntima, desnuda, sencilla y perfecta. íQué preciosa 
es esta oración!» 

Así, pues, don Bosco, lo mismo en casa que fuera de ella, promovía con obras y palabras la gloria de Dios con espíritu y con gran 
sencillez. 

El seguía haciendo apostolado en los hospitales y en las cárceles. El 18 de mayo, después de cenar, se quedaron muchos clérigos a su 
alrededor en el comedor. Se habló de varios asuntos, y, entre otros, de la necesidad de buenos y valientes sacerdotes para los pobres 
presos. Reflexionando don Bosco sobre estos infelices, necesitados de la palabra de Dios para librarse de la oprobiosa esclavitud del 
vicio, quedóse un rato pensativo. De pronto tomó entre sus manos las del clérigo Ruffino y, mirándolo a la cara como para reconocerlo, 
apoyando después los codos sobre la mesa, colocó su frente sobre la mano del clérigo y estuvo así unos minutos. Levantó luego la cabeza 
y le dijo: 

-Animo, necesitas tener un brazo fuerte para manejar diestramente la hoz. 

Se refería a la siega en el campo evangélico. 

Al día siguiente dijo a los clérigos, hablando de los acontecimientos públicos: 

-Creo que estamos solamente al principio de los males. 

Y, sin embargo, parecía que ya eran muy graves. Se había dado amplia libertad a los protestantes para abrir templos, escuelas y 
blasfemar a su voluntad. Se permitía la difusión de libelos infames y 
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la representación de obras teatrales soeces contra la religión y el Sumo Pontífice. En todas las provincias anexionadas debía cumplirse 
((532)) la ley del año 1855 contra las órdenes religiosas, a las que entre tanto se les prohibía admitir novicios. íAy del clero, si de 
cualquier manera hubiese manifestado opiniones contrarias al nuevo orden de cosas, defendido los derechos de la Iglesia, publicado bulas 
u otras disposiciones pontificias! Se conminaron penas gravísimas, y muchos sacerdotes, después de ser sometidos a proceso, fueron 
condenados, unos a la cárcel y otros al destierro. Oponíanse los obispos a la invasión de la inmoralidad y la irreligión y, por sus justas 
quejas, algunos fueron encarcelados y otros condenados a domicilio forzoso y vigilado en alguna de sus quintas. 

El cardenal Corsi, arzobispo de Pisa, que protestó contra los vejámenes, a que el gobierno sometía al clero, fue conducido a Turín, 
acompañado de un capitán de carabineros, por orden de Cavour. Llegó a la estación el 21 de mayo a las diez de la noche. Allí lo 
entregaron al abate Vacchetta, que lo llevó en coche a los lazaristas, los cuales le recibieron con gran veneración y le hospedaron con todo 
género de cordiales atenciones. 

El día 22 fue acompañado por el abate Vacchetta al despacho del Ministro de Gracia y Justicia, Juan B. Cassinis, que lo esperaba para 
darle una severa reprimenda. El Cardenal no dejó escapar una palabra que pudiera ofender a nadie durante el tiempo de su 
encarcelamiento, que duró dos meses; respondió en los interrogatorios de sus jueces como el divino Salvador, a saber, callando casi 
siempre. Había dicho al Abate carcelero: 

-Yo no me defenderé, no acusaré a nadie, pero tampoco pediré perdón. De lo que yo hice, sólo debo dar cuenta a Dios, a quien tendrán 
que darla también vuestros ministros. Ellos podrán hacer de mi cuerpo lo que quieran, pero no conturbarán mi espíritu. 

((533)) Al mismo abate Vacchetta, que le autorizaba para visitar Turín y sus alrededores, contestó: 

-Soy prisionero y me portaré como tal. 

Y, siempre tranquilo y alegre, no salió nunca a ninguna parte sino cediendo a los apremios de la fuerza. Recibía a los que iban a 
visitarle con la afabilidad de un padre afectuoso. Don Bosco acudió la noche de su llegada y sostuvo un coloquio de dos horas con Su 
Eminencia. Contóle el Cardenal toda la historia de su captura y cómo al acercarse a Turín recitó con el Secretario el Tedéum para dar 
gracias a Dios por haberlo considerado digno de padecer algo por su nombre y por su fe. 
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Don Bosco quedó encantado de tanta fortaleza de ánimo y se despidió después de haber conseguido de él la promesa de que iría al 
Oratorio para impartir la bendición. 

El 24 de mayo, se lee en la crónica que dijo don Bosco en público por la noche: 

-íUn alumno necesita prepararse para morir! 

Estos anuncios, aunque dados de una manera tan general, producían saludables efectos e inducían a los alumnos a hacer pronósticos 
para adivinar a quién aludía don Bosco. 

En efecto, el clérigo Ruffino escribió con fecha 25 de mayo: 

«Tenemos a Gilardi con calentura, a Perona en el hospital del Cottolengo, a Bocca en el de los Caballeros juntamente con Bolei; a Enría 
y Ravizza les duele un poco la cabeza; Botto tiene la frente hinchada. Si será alguno de éstos?» 

En estos mismos días enviaba el Santo Padre Pío IX a don Bosco un autógrafo agradeciéndole su carta y el saludo junto con la colecta 
enviada a Roma por los muchachos de los Oratorios. 

((534)) Amado hijo, salud y bendición apostólica: 1 

Nos fueron muy gratas tu carta fechada a 13 del próximo pasado mes de abril y la otra que nos enviaste, escrita por esos tus jóvenes 
alumnos. Puesto que por ellas hemos podido conocer cuál y cuán grande es en ti y en los mismos jóvenes la fidelidad, amor y obsequio 
filial para con Nos y con esta Cátedra de Pedro y cuán agudo el dolor y el luto por los inicuos y sacrílegos atentados contra Nuestro 
principado civil y el de esta Sede Apostólica, cometidos por hombres que, haciendo fierísima guerra a la Iglesia Católica y a la misma 
Sede, no tienen reparo en conculcar todo derecho divino y humano. 

Con toda verdad, estos tus nobles sentimientos y los de los mismos jóvenes, dignos ciertamente de todo elogio, fueron para Nos causa 
de mucho consuelo en medio de las grandísimas amarguras que nos oprimen. Y deseamos ardientemente que sigas elevando sin descanso 
con los mismos jóvenes fervientes plegarias a Dios, rico en misericordia, para que aleje tantas y tan graves calamidades de su Santa 
Iglesia y 

1 Dilecto filio Presbitero Ioanni Bosco Augustam Taurinorum... Pius P. P. IX. 

Dilecte Fili, salutem et apostolicam benedictionem. Gratae Nobis fuere tum litterae, a Te die 13 proximi mensis Aprilis datae, tum 
aliae, quas Nobis scripserunt isti juvenes Tuae institutioni traditi, quasque ad Nos misisti. Namque ex iisdem litteris novimus quae 
quantaque sit Filialis tua et eorumdem juvenum erga Nos, et hanc Petri Cathedram fides, pietas et observantia et quam acerbus tuus et 
illorum dolor ac luctus propter nequissimos sacrilegosque ausus contra civilem Nostrum, et huius Apostolicae Sedis principatum, ab iis 
hominibus admissos qui acerrimum catholicae Ecclesiae, eidemque Sedi bellum inferentes, jura omnia divina et humana conculcare non 
dubitant. Equidem hujusmodi egregii Tui, et eorumdem juvenum sensus omni certe laude digni non leve nobis attulerunt solatium inter 
maximas, quibus premimur, amaritudines. Optamus autem vehementer ut pergas cum eisdem juvenibus ferventissima 
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adorne y ensalce con nuevos y más espléndidos triunfos por todo el mundo y Nos ayude y consuele en todas nuestras tribulaciones. Y 
mientras os damos a ti y a los mismos jóvenes las merecidas gracias por el regalo que Nos has enviado, de todo corazón y con la mayor 
benevolencia impartimos para Ti y para dichos jóvenes la Bendición apostólica, como presagio de todo favor celestial y particular 
testimonio de Nuestro Paternal afecto. 

Dado en Roma junto a San Pedro el día 21 de mayo de 1860 

Año décimo cuarto de nuestro Pontificado. 

PIO IX, Papa 

((535)) En el Oratorio se rezaba y se trabajaba por la Iglesia. 

La Lectura Católica preparada para junio se titulaba: Alejo o el joven artista, más algunos hechos edificantes. Es la historia de un 
pintor, excelente católico y amantísimo de sus padres; en ella se cumple la promesa del cuarto mandamiento: «Honra al padre y a la 
madre y tendrás larga vida en la tierra». 

Los hechos edificantes son: 

1. Dos gracias señaladas de María Santísima; la primera de ellas es una conversión del protestantismo. 
2. «La propia fe no se vende», es decir, una familia pobre renuncia a una cuantiosa herencia antes que hacerse protestante. 
3. Un labrador chino pasa por toda clase de privaciones y economiza dos mil escudos para levantar una iglesia en su aldea. 
4. Un episodio del año 1797, es decir, el heroísmo de unas monjas, ((536)) que prefieren la muerte antes que prestar el juramento 
cismático. 
Para el mes de julio se estaba componiendo el opúsculo: La fiel observancia de los mandamientos de la Iglesia con ejemplos apropiados 
para cada precepto. En la portada se lee: Si Ecclesiam non audierit sit tibi sicut ethnicus et publicanus (Mat. 18. 17): (Y si ni a la 
comunidad hace caso, considéralo ya como al gentil y al publicano). En estas páginas se llama la atención sobre el espíritu de 
insubordinación 
diviti in misericordia Deo sine intermissione fundere preces, ut ab Ecclesia sua sancta tot tantasque avertat calamitates, eamque novis ac 
splendidioribus ubique terrarum exornet et augeat triumphis, Nosque adiuvet et consoletur in omni tribulatione Nostra. Dum autem 
debitas Tibi, iisdemque juvenibus agimus gratias pro munere ad Nos misso, caelestium omnium munerum auspicem, et praecipue 
Paternae Nostrae charitatis testem Apostolicam Benedictionem intimo cordis affectu Tibi et commemoratis juvenibus peramanter 
impertimus. 

Datum. Romae apud S. Petrum die 21 Maii Anno 1860.
Pontificatus Nostri Anno Decimoquarto.


PIUS. PP. IX. 

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nación que reina en los pueblos; se demuestra que la Iglesia tiene autoridad de Dios para hacer leyes; se inculca el amor y la obediencia 
que la deben los cristianos. 

Acerca de estos opúsculos publicaba Armonía el 20 de junio, en su número ciento cuarenta y tres, el siguiente artículo: 

Nuestros lectores conocen cuán beneméritas de la instrucción y educación del pueblo son las Lecturas Católicas del óptimo sacerdote 
don Bosco. No podemos informar cada mes de los números que publica esta excelente colección. Pero diremos de una manera general 
que, lo mismo por la variedad de sus temas que por el estilo llano, perfecto, ameno con que generalmente están escritas estas obritas, son 
un alimento apropiado para las presentes necesidades del pueblo. Más valor que nuestras palabras tendrá la siguiente recomendación que 
hace de ellas el venerable Obispo de Biella en una reciente pastoral: «Nunca podremos recomendar como se lo merece, y así volvemos a 
recomendar a los señores párrocos, al clero y a personas acomodadas la suscripción de las Lecturas Católicas. Por lo módico del precio, 
por lo ameno de los temas tratados y por el fin que se proponen, no pueden menos de encontrar la aceptación de la mayoría y conseguir 
óptimos resultados para el buen orden y la moralidad pública». 
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((537)) 

CAPITULO XXXIX 

LA VIRTUD DE LA FORTALEZA -DON BOSCO OBEDECE A LAS AUTORIDADES CIVILES -SU PRUDENCIA EN LOS 
ASUNTOS POLITICOS -SOSPECHAS DEL GOBIERNO Y DENUNCIAS CALUMNIOSAS -EL MINISTRO FARINI -DON BOSCO 
VIGILADO POR LA POLICIA -LA OFICINA DE COMPROBACION EN CORREOS -DON BOSCO ADVERTIDO DEL PELIGRO 
QUE AMENAZA AL ORATORIO -ARTICULOS AIRADOS DE LOS DIARIOS PIDIENDO EL CIERRE DEL ORATORIO 
-DECRETO DE ALLANAMIENTO DE MORADA PERMITIDO POR CAVOUR -SECUESTRO DE UNA CARTA DE MONSEÑOR 
FRANSONI -SUEÑO PROVIDENCIAL -DESTRUCCION DE PRECIOSOS DOCUMENTOS -DON BOSCO ESCRIBE Y 
CONSERVA LAS MEMORIAS DE LOS REGISTROS -INTRODUCCION AL MANUSCRITO 

«HAZTE humilde, fuerte y robusto», era el mandato que don Bosco recibió de la Santísima Virgen en el sueño. Y él llegó a serlo con el 
ejercicio de las más arduas virtudes y tal se mantuvo en las muchas empresas que la misión de Dios le impuso. 

Nos escribía el canónigo Ballesio: «La fortaleza cristiana se mostró tan admirable en don Bosco que a nosotros, que estábamos casi 
siempre a su alrededor, se nos antojaba como inmune de toda miseria humana. Fuerte contra todas las tentaciones del espíritu y de la 
carne, fuerte contra el descorazonamiento en las dificultades de toda suerte que cercaban su obra, fuerte ((538)) contra la soberbia y la 
vanidad, contra las amenazas y los halagos de los herejes». 

Nos repetía monseñor Cagliero: «Yo, que viví a su lado tantos años, siempre observé en él una rara imperturbabilidad y grandeza de 
ánimo para comenzar y mantener en medio de mil contradicciones sus muchas empresas para la gloria de Dios y salvación de las almas. 
No perdía nunca la calma habitual, ni la dulzura y la serenidad de su mente y de su corazón frente a las más graves calumnias, punzantes 
ingratitudes, agobiadores trabajos y quehaceres, repetidos ataques a su persona y a su Congregación. Nos decía a menudo: Est Deus in 
Israel! (íEstá Dios en Israel!) íNada te turbe!» 
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Advertiremos también con don Francisco Cerruti: «Parecía aún más brillante su heroica fortaleza en las penas morales y físicas, más o 
menos graves, que le acompañaron durante toda su vida. Era algo admirable y de gran consuelo para nosotros verle tranquilo y sonríente 
en medio de los mayores disgustos, las más amargas humillaciones, los más grandes trabajos; se mantenía firme y constante hasta en los 
momentos en que Dios lo sometía a pruebas inesperadas o parecía que le iban faltando los socorros de la caridad pública. Era un milagro 
que no sucumbiera, y es algo que no sé explicar sin reconocer la intervención de la divina Providencia». 

De semejante fortaleza, que es el complemento de todas las virtudes, puesto que no se llega a tal grado de heroísmo si no es a fuerza de 
mortificaciones y de una constante conformidad con el querer de Dios, daba él también aquel año una espléndida prueba. Su inmenso 
amor al Sumo Pontífice, que era como su segunda vida; iba a ser ocasión de gran peligro para su obra. 

Pero antes de narrar los hechos, haremos observar que en don ((539)) Bosco se unían en sumo grado la justicia y la prudencia a la virtud 
de la fortaleza. En aquellos tiempos tan difíciles supo comportarse de tal modo que cumplió siempre y por doquiera su deber de sacerdote 
y de católico sin faltar a las necesarias atenciones con la autoridad constituida: sabía distinguir entre ésta y los hombres que la ejercen. 
Pueden los hombres abusar de ella, pero de este abuso no se sigue, como legítima consecuencia, que esté permitido despreciar a la 
autoridad misma y que sea lícita a los súbditos la revolución. 

San Pedro, primer Papa, escribió en su carta dirigida a los Hebreos de Asia Menor, convertidos a la fe de Jesucristo: «Sed sumisos, a 
causa del Señor, sea al rey como soberano, sea a los gobernantes, como enviados por él... Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a 
Dios, honrad al Rey» 1. íY el rey de aquellos años era Nerón! 

Estos eran los principios que don Bosco seguía y a pesar de las muchas oposiciones que tuvo de las autoridades civiles, siempre les fue 
sumiso en todo lo que no iba contra la ley de Dios y de la Iglesia. Cuando se le presentaba ocasión, recomendaba obediencia y respeto a 
los gobernantes. Nunca dejaba escapar una palabra de desprecio contra ellos, e imponía a sus colaboradores la misma atención. Solía 
invitar a los gobernadores de la ciudad y a los alcaldes a que visitaran el Oratorio y siempre los recibía con muestras de gran respeto. 

Siempre se prestaba a contribuir, hasta donde lo permitían sus 

1 1.ª de San Pedro, II, 13-17. 
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fuerzas, para aliviar las calamidades públicas. Ofrecíase de buen grado, cuando se necesitaba de su colaboración ((540)) en ciertos 
momentos para servir a personajes constituidos en dignidad, mientras no quedara comprometida su conciencia y su carácter sacerdotal. 
De esto fue muchas veces sabedor don Miguel Rúa. 

Mandaba rezar «pro regibus et omnibus qui in sublimitate sunt, ut quietam et tranquillam vitam agamus» (por los reyes y por todos los 
que ocupan altos cargos para que llevemos una vida reposada y tranquila) 1. 

«Déjenme en paz, solía decir, para poder trabajar y hacer algún bien a la juventud.» Y rezaba por su augusto y legítimo Soberano, por la 
familia real y por todos los miembros del gobierno a fin de que Dios les concediera las luces y las fuerzas necesarias a quien está al frente 
de los intereses públicos. 

Pero él no se metía en cuestiones de confederaciones itálicas, de intervenciones extranjeras ni de formas de gobierno. Exhortaba a los 
clérigos a no ocuparse de la política, ni a aparecer en público con diarios que tratasen de esta materia; y guardaba y hacía observar otras 
prudentes precauciones semejantes. Era muy cauteloso en las obras impresas, que se publicaban con su nombre y bajo su responsabilidad, 
suprimiendo toda expresión, que pudiera dar motivo a malas interpretaciones, y exponía la razón de tales precauciones. 

-íEstamos en tiempos muy difíciles! Los adversarios tienen la espada en la mano y de un solo tajo pueden quitarnos la posibilidad de 
hacer el bien. 

A pesar de todo, ni la leal sumisión a las leyes justas de su patria, ni las necesarias medidas, que tomó guiado por una sabia prudencia, 
le substrajeron de los golpes del partido sectario. Era notoria su grande e ilimitada adhesión a la Santa Sede y a cuanto sirviese para 
promoverla entre los fieles. Por esto fue considerado como uno de los jefes del partido católico y se temió que pudiera estorbar los 
nuevos ((541)) ataques que se planeaban contra el Papa. De aquí la guerra que se le declaró el año 1860; y don Bosco pudo repetir con 
razón al Señor las palabras del salmo dieciséis: Propter verba labiorum tuorum ego custodivi vias duras (La palabra de tus labios he 
guardado por las sendas trazadas)2. 

En el ánimo de algunos hombres del Gobierno, a pesar de sus magníficas obras, que causaban admiración y le habían ganado el favor 
de muchos de los llamados liberales, se habían despertado 

1 1.ª a Timoteo, II.2. 

2 Salmos, XVII, 4. 
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sospechas de que en el Oratorio existiera un foco de conspiración y un centro de activa propaganda contra el Estado. Ciertos enemigos 
ocultos y vulgares delatores, para granjearse el favor de los ministros, susurraban a sus oídos que don Bosco guardaba secretas y 
comprometedoras relaciones con los jesuitas, con el arzobispo monseñor Fransoni, con el cardenal Antonelli, con Pío IX y hasta con 
Austria con el fin de sembrar el descontento en el pueblo y preparar una reacción contra el presente orden de los asuntos públicos. Creían 
que don Bosco informaba continuamente al Papa sobre los acontecimientos que desde el año 1848 se habían sucedido en favor de la 
independencia de Italia, y que le señalaba, por así decirlo, las etapas que la revolución iba haciendo. El Breve, que Pío IX le había 
enviado con fecha siete de enero, hacía suponer una correspondencia que hostilizara al Gobierno. 

Se llegó incluso a hacer suponer que en el Oratorio había una dependencia llena de fusiles, para armar con ellos a los jóvenes en 
determinadas circunstancias; pero evidentemente los delatores habían tomado el almacén del pan por el de las armas. 

Repetidas veces le habían asegurado al doctor Carlos Luis Farini, ministro de Gobernación, promotor principal de las revoluciones 
italianas, desde su rica quinta de Saluggia, donde reunía frecuentemente a sus amigos para conspirar, que en el Oratorio de Valdocco 
existían pruebas de la complicidad de don Bosco con los enemigos de Italia. 

((542)) Velaba sus ojos la aversión al Papa, pues estaba escribiendo la cuarta parte de su historia del Estado Romano, en la que 
calumniaba al Papado y a Pío IX y esparcía falsas interpretaciones de los hechos y de las intenciones. 

Dio, pues, órdenes a la policía de vigilar a don Bosco. Ya había sufrido el Oratorio diversas molestias en otras circunstancias, como 
vimos en los primeros volúmenes de nuestras Memorias; pero procedían entonces de personas privadas o del Ayuntamiento; las 
autoridades del Reino salían en defensa de don Bosco, como lo hizo el mismo rey Carlos Alberto. Más tarde había sido llamado varias 
veces por las autoridades para rendir cuentas de su proceder, pero todo se había reducido a corteses reproches y consejos. Pero ahora 
tomaba la cosa un cariz completamente diverso, pues entraba en la lucha contra el Oratorio un enemigo que representaba al Gobierno y 
tenía la fuerza en sus manos. 

Don Bosco sospechaba algo, pues no le habían sido entregadas algunas cartas de eminentes personajes. Estaba muy en boga en aquel 
tiempo secuestrar la correspondecia en las oficinas del correo, 
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como lo demostraron algunos hechos; más aún, en cada apartado postal se había establecido incluso una oficina a propósito llamada 
oficina de comprobación, una de cuyas atribuciones, la más importante, era precisamente la de comprobar si salían o llegaban cartas 
dirigidas a personas consideradas, según se decía, como enemigas del nuevo orden de cosas. Y todo esto se hacía a despecho del Estatuto 
y para honra y gloria de la libertad. 

Al mismo tiempo, a principios de año, algunas personas metidas en los asuntos políticos habían advertido a don Bosco que en las logias 
masónicas se le había declarado la guerra para impedir que llevase adelante una misión tan contraria a sus siniestras miras. Un alto 
funcionario del Ministerio de Gobernación, amigo suyo, le comunicó ((543)) que estaba decidido el cierre del Oratorio y que, por tanto, 
se preparara y buscara la manera de evitar el peligro. 

Un mes después de haberle llegado estos avisos, empezaron los periódicos liberales a escribir encarnizadamente en su contra. 
Denigraban con violentas invectivas, calumnias y frases soeces la obra de don Bosco, como contraria a la libertad, a la independencia de 
Italia, y a él como enemigo de la patria y de las instituciones que la gobernaban. Describían el Oratorio como una guarida de 
conspiradores a sueldo del Papa, y pedían su cierre a voz en grito. 

Un diario de mala lacha escribía que en la casa de don Bosco existían culpables documentos; que bastaba buscarlos con toda diligencia 
y se encontrarían: 

-Envíe allá el Gobierno hombres preparados y sin prejuicios, y descubrirá los hilos de la trama urdida, escribía uno de los portavoces de 
la secta. 

Y la Gaceta del Pueblo, como cortando por lo sano, se expresaba en estos términos: «El Oratorio de San Francisco de Sales es el centro 
de la reacción; el Ministerio no logrará jamás alejar el peligro que le amenaza, mientras permita subsistir la guarida de Valdocco». 

De este modo se iba formando la opinión pública y se preparaba el camino al Gobierno, para que, sin excesiva odiosidad, pudiese 
descargar el golpe que meditaba. Con una imprevista inspección a la casa del Oratorio se esperaba descubrir algún documento sospechoso 
y que sirviera de base para formarle causa. La más insignificante frase dudosa de una carta debía bastar. Teníase la seguridad de alcanzar 
el fin propuesto, porque se pretendía encontrarle culpable a toda costa y encarcelarlo o desterrarlo a un lugar determinado. Corría, pues, 
peligro de quedar destruida como por un turbión la obra del Oratorio, que en el transcurso de diecinueve años había costado 
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tantos cuidados, tantos trabajos y sudores a don Bosco y a sus colaboradores. ((544)) Corrían rumores amenazadores de que iban a 
encarcelar al proveedor de pan para los internos, a quienes proporcionaba un porvenir honrado; temíase el cierre de la institución, la 
dispersión de todos los alumnos, echándolos a la calle o devolviéndolos a sus pobres familias, tronchando de este modo sus esperanzas. 
Crecían estos temores por la clausura en aquellos mismos días de otros centros de educación y el encarcelamiento de honrados personajes 
del clero secular y regular. 

Pero don Bosco sin turbarse, como consta también en los capítulos precedentes, esperaba la intervención de la Virgen. 

Por fin Farini, después de dar largas al asunto, mandó al Jefe de Policía que efectuara una visita de inspección al Oratorio. 

Pero no fue él el único responsable de los vejámenes que sufrió el Instituto; tuvo también su parte de responsabilidad el conde Camilo 
de Cavour. Era así su carácter: buenas palabras, zalamerías y después malas faenas por la espalda. No firmó el decreto de allanamiento y 
requisa, pero estaba al tanto de todo y, como presidente del Gobierno, hubiera podido y debido impedirlo. Decimos debido, porque le 
constaba que el Oratorio no era como lo pintaban los calumniadores y los periódicos, pues conocía a don Bosco de muchos años atrás y 
tenía buenas pruebas de la condición pacífica y benéfica de la institución. Más aún, como ya hemos referido, en los comienzos del 
Oratorio iba él mismo a entretenerse con los chicos en los días festivos, conversaba con ellos, se deleitaba presenciando sus recreos. Qué 
más? Tomaba parte en sus funciones religiosas y solemnidades, y más de una vez intervino en la procesión en honor de san Luis 
Gonzaga, con la vela en una mano y el devocionario en la otra, cantando con nosotros el himno: Infensus hostis gloriae (acérrimo 
enemigo de la gloria) en honor del ((545)) Santo. íCuántas veces había presionado a don Bosco para que fuera a comer a su casa, donde le 
recibía con la más exquisita amabilidad y pasaba la tarde con él en largas conversaciones, preguntándole por el Oratorio, por sus alumnos 
y su sistema educativo! A pesar de todo esto, él, sumiso a las sectas, permitió los registros, y tal y como por aquellos mismos días le 
contaron a don Bosco, se limitó a decir a sus colegas: 

-Yo creo que es inútil registrar la casa de don Bosco, porque es más listo que nosotros y, o no se ha comprometido, o ya ha tomado sus 
precauciones a estas horas; de todos modos, haced como os parezca. 

Había dado pie a esta tiránica determinación una carta de monseñor Luis Fransoni, dirigida a don Bosco desde Lyon, en la que el 
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ilustre desterrado le advertía que contaba con él para un asunto delicado que le interesaba muchísimo y con el que haría un gran servicio a 
la Archidiócesis. Rogábale, por tanto, se encargara de hacer llegar a los párrocos una carta pastoral, confidencial, en la que les daba 
ciertas normas necesarias acerca de cómo tenían que conducirse en medio de tantas luchas como debían aguantar por la justicia. Al 
mismo tiempo rogaba le indicara cómo podía hacerle llegar con seguridad aquellas circulares, sin miedo a que cayeran en manos del 
Gobierno. Si tenía dificultades o temor de comprometerse, se lo hiciera saber. De todos modos le pedía una respuesta rápida. 

La carta no llegó a su destino. Pero algún tiempo después recibió don Bosco una esquela del Arzobispo mismo, llevada a mano por un 
amigo, en la que se lamentaba el Prelado de que no hubiera contestado don Bosco; y le decía que ya no necesitaba el servicio que le había 
pedido, porque se había dirigido a otras personas para hacer llegar a su destino aquellas instrucciones. 

((546)) Sólo algún año después pudo conocer don Bosco esta nueva prueba de confianza que le había dado su Arzobispo. 

Pero, cómo se había perdido la primera carta? La habían reconocido y abierto en la oficina de correos y fue secuestrada por orden del 
Ministerio. 

Don Bosco, que no sabía nada de un asunto tan comprometedor, vivía tranquilo, cuando he aquí que tres días antes del registro, durante 
la noche del miércoles al jueves, tuvo un sueño, que, interprétese como se quiera, le resultó muy útil. Así lo contó él mismo: 

«Parecióme ver entrar en mi habitación una cuadrilla de salteadores que se adueñaron de mí y, después de revisar todas mis cartas y 
papeles, registraron los armarios y revolvieron todos los escritos. 

»Entonces uno de ellos, con aire bondadoso me dijo: 

»-Por qué no habéis quitado de en medio tal y tal escrito? Os gustaría que se encontrasen aquellas cartas del Arzobispo que os podrían 
proporcionar serios disgustos a vos y a él? Y aquellas otras de Roma, que ya casi olvidadas están aquí -e indicaba el sitio-y aquellas otras 
que están allá? Si las hubieseis hecho desaparecer os habríais librado de muchas molestias. 

»Al hacerse de día, en plan de broma, conté el sueño, que consideré como un engendro de mi fantasía. Mas, a pesar de ello, puse en 
orden algunas cosas y quité de en medio algunos escritos, cuya lectura me podía perjudicar. 

»Estos escritos eran cartas confidenciales, que en realidad nada 
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tenían que ver con la política ni con el gobierno. Pero podía ser considerada como delito toda instrucción recibida del Papa o del 
Arzobispo sobre la manera de comportarse los sacerdotes respecto a ciertas dudas de conciencia. Así que, cuando empezaron los 
registros, yo había trasladado ya a otra parte todo lo que ((547)) hubiera podido dar el más mínimo pretexto para sospechar que había 
relaciones o alusiones políticas en nuestros asuntos». 

Esta es la causa de la desaparición de ciertas cartas autógrafas de los primeros tiempos del Oratorio. Para este traslado de papeles, don 
Bosco hubo de servirse de los jóvenes de su mayor confianza, los cuales, en su precipitación, no habiendo entendido bien las órdenes 
recibidas, quemaron parte de los escritos, escondieron algunos y otros los entregaron a personas de confianza de Turín. Por eso, la mayor 
parte de los preciosos documentos que se refieren a las relaciones con la Sede Apostólica; algunas cartas de Pío IX; las copias de las 
cartas de don Bosco al Papa; la correspondencia del 1851 con el Arzobispo de Turín; las relaciones epistolares con algunos hombres de 
Estado, especialmente con los ministros; las memorias y apuntes sobre los sueños, que don Bosco solía escribir y conservar para su 
consuelo; la narración de gracias concedidas por la Virgen, de hechos milagrosos y de acciones extraordinarias de los jóvenes, como 
también datos de pura curiosidad se perdieron para siempre. 

No hubo tiempo para hacer una juiciosa selección antes del traslado. 

Varios de estos documentos más antiguos los conservaba consigo José Buzzetti y, sin pensar en nada más, los destruyó preocupado 
únicamente por la seguridad personal de don Bosco. 

Llegóse incluso a olvidar el lugar donde fueron escondidos muchos de estos papeles, y años después fueron encontrados bajo una viga 
de la Iglesia de San Francisco de Sales. 

No debe maravillarnos este lamentable despilfarro, pues los hechos nos demuestran que tal celeridad en el obrar fue cosa obligada; y lo 
que más llamó la atención de don Bosco, fue que los allanadores buscaron y hurgaron, especialmente, en aquellos sitios en los que antes 
habían estado dichas cartas; esto es, en los lugares indicados en el sueño. 

De estos dolorosos acontecimientos tomó nota don Bosco, lo mismo que de otros registros que tuvieron lugar tres años después. ((548)) 
En el prólogo, que don Bosco escribió de su puño y letra, hay unas frases de las que se puede deducir que tenía intención de dar mayor 
desarrollo a su trabajito y tratar de las condiciones en que se 
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encontraba entonces la Iglesia, en Italia en general, y particularmente en el Piamonte. Exponer después los diversos motivos del rencor 
sectario contra el Papa y el clero, que le era fiel y rendía obsequio a la antigua ley de disciplina: Miles pro duce; Dux pro causa militat (el 
soldado milita en defensa del soberano; el soberano por la causa). 

Pero, o no tuvo tiempo de acabar el trabajillo, o bien cambió de parecer y se limitó a la escueta narración de los hechos; y conservó para 
sí aquel manuscrito del que sacamos nosotros lo expuesto y lo que vamos a exponer, añadiendo algunas circunstancias, por él omitidas, 
que hemos sabido por los alumnos de aquellos tiempos. 

Ofrecemos al lector el prólogo mencionado, que lleva por título: Motivo de este escrito. 

Para responder a los muchos ruegos, que repetidas veces se me han hecho, y conservar el recuerdo de algunos acontecimientos del año 
1860, he juzgado oportuno escribir las cosas principales ocurridas en los registros que hicieron las autoridades gubernativas en la casa de 
Valdocco. 

Es mi intención presentar una exposición fiel de lo que sucedió en aquellos momentos de prueba; lo narraré literalmente conforme a la 
verdad, sin pretender absolver, ni condenar a nadie. Si, por acaso, me equivoco en algo o expreso pensamientos u opiniones que no dicen 
bien con un sacerdote católico, es mi intención retractar todo lo que, con relación a la religión, pudiera encontrarse aquí merecedor de 
reproche. 

Lo escribo para mis hijos, los Salesianos, y espero que les ha de servir de norma y advertencia. De norma. Cuando la divina 
Providencia permitiera que alguno de nuestros socios se halle en parecidas circunstancias, trate de hablar con las primeras autoridades. He 
notado que en ciertas medidas odiosas, cuya ejecución se prolonga para daño de los católicos, los Ministros se limitan a dar los primeros 
pasos y después ya no se cuidan más que de ir hasta las últimas ((549)) consecuencias de sus órdenes. Eran casi siempre sus subalternos 
los que llevaban a extremos desmedidos sus indignos vejámenes. 

Estos son siempre los más trapisondistas, alardean de celosos esperando progresar en su carrera; les importa poco aplastar a un hombre; 
a menudo desfiguran los hechos para dar prueba de imparcialidad: quieren que se alabe su circunspección; so pretexto de que no son ellos 
quienes hicieron las leyes o dieron las órdenes, se muestran inflexibles y, a veces, groseros. Por el contrario, los Jefes, ya sea porque no 
hay superior alguno a quien rendir cuentas de su gestión, ya sea porque no tienen nada que esperar, pues han alcanzado la meta apetecida, 
ya sea también por la popularidad que desean y ambicionan para mantenerse en su puesto, el amor a la paz necesaria para disfrutar de su 
posición, a veces el regusto de verse alabados y de que se acuda a ellos con confianza en su lealtad más o menos verdadera, el 
pensamiento de que un día pueden necesitar del peticionario o de la corporación a la que pertenece, la educación que han recibido, el 
buen nombre y estimación que desean conquistar, el respeto humano, la bondad natural, la urbanidad, hacen que se muestren mucho más 
humanos, razonables y flexibles que sus subalternos, y cuando la 
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justicia es evidente puede haber esperanza de obtenerla. Desde luego es necesario, por amor a Jesucristo, no tener miedo a las 
humillaciones. 

Así, pues, nosotros, visitándolos y razonando con ellos, alcanzaremos mucho más con pocas palabras que con muchas páginas elegante 
y sabiamente escritas. 

Siguiendo esta regla se podrá dar razón de nuestro proceder, ya sea en lo hecho, ya ses en lo por hacer, pues la explicación personal de 
nuestras buenas intenciones aminora mucho y a menudo disipa las siniestras ideas que pueden haberse formado en la mente de algunos. 
Este proceder es muy conciliador y no pocas veces hace benévolos a los adversarios. Y esto no es más que la recomendación del Espíritu 
Santo: Responsio mollis frangit iram (la blanda respuesta quebranta la ira). 

En segundo lugar, sirvan estas páginas de advertencia para mantenernos estrictamente ajenos a la política, aun cuando se presenta con 
capa de bien. Pero en todo caso, en toda circunstancia difícil acúdase a la oración, récense de corazón frecuentes jaculatorias para 
alcanzar de Dios luces y favor, y después declárese con franqueza la verdad y contéstese a las autoridades con respeto, pero con claridad y 
firmeza a todas sus preguntas. Más aún, cuando se nos conceda la oportunidad ((550)) de hablar, aprovechémonos de ella para llevar la 
conversación a cosas que puedan justificar nuestras acciones. Y al tratar con personas del mundo, es preciso aludir en seguida a los 
motivos religiosos y poner de relieve con preferencia la honestidad de las acciones y de las personas y las obras que el mundo llama 
filantropía, pero que nuestra santa religión llama caridad. 

Ayúdenos Dios a superar las dificultades que por desgracia son inevitables en este mundo, el cual, en frase del Evangelio, está todo él 
inmerso en el mal. Mundus in maligno positus est totus. Obténganos la Santísima Virgen de su Divino Hijo disfrutar días de paz en el 
tiempo, para poder amar y servir a Dios en la tierra e ir algún día a vivir para siempre en la bienaventurada eternidad. Así sea. 

Corría el año 1860. Los acontecimientos políticos agitaban a toda Europa, e Italia era el centro de los mismos. Un partido, o mejor, una 
facción con el nombre de liberales demócratas, o sencillamente de italianos, había promovido el espíritu revolucionario, desde la corte de 
los Soberanos hasta la choza del rudo campesino y del pobre artesano. Suprimidas las corporaciones religiosas de ambos sexos, 
menospreciada toda ley de la Iglesia y la autoridad del mismo Papa, abolido el fuero eclesiástico, expropiados los bienes de las 
colegiatas, seminarios y rentas episcopales, fueron también invadidos la mayor parte de los Estados Pontificios. Los administradores de 
los intereses públicos, para amedrentar a todos y alardear de que no temían a nadie, dieron comienzo a los destierros y a los registros. 

Los sospechosos de ser contrarios a su política, las más de las veces eran encarcelados o desterrados a un lugar determinado para todo 
el tiempo que les viniera en ganas fijar a las autoridades gubernativas. Efectuábase esto sin oír al acusado, es decir, sin darle oportunidad 
de hacer valer su inocencia o sus razones. 

De ordinario precedía el registro, que venía a ser un homicidio legal, al destierro forzoso. So capa de legalidad, el fisco visitaba las 
casas de los ciudadanos denunciados como culpables, es a saber, como no partidarios de la revolución. En estas ocasiones tenía el fisco 
que hacer las más detalladas indagaciones con el fin de descubrir cartas, proyectos o cualquier otro escrito contra el Gobierno, que solíase 
llamar cuerpo del delito. 

((551)) Once veces tuvo nuestra casa el honor de recibir estas visitas domiciliarias. Describiré una de ellas, por la que puede 
conjeturarse el estilo de las demás. 
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Pero la fortaleza de don Bosco triunfó de todas. Léese en el Eclesiástico 1: «El maderamen bien trabado de una casa, ni por un 
terremoto es dislocado; así un corazón firme por reflexión madura, llegado el momento, no se achica... Así el corazón del necio, falto de 
reflexión ante un miedo cualquiera no resiste». 

1 Eclesiástico, XXII, 16, 22. 

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((552)) 

CAPITULO XL 

DOS JESUITAS ENCARCELADOS -DON BOSCO Y UN MUCHACHO RECOMENDADO POR EL MINISTRO FARINI 
-LLEGADA DE LOS AGENTES DE LA FISCALIA AL ORATORIO -PRIMER ENCUENTRO CON DON BOSCO Y CUESTION 
SOBRE EL MANDATO PARA EL ALLANAMIENTO DOMICILIARIO -LOS GUARDIAS: RESISTENCIA JUSTIFICADA, 
AMENAZAS, BENEFICENCIA Y MALEVOLENCIA -AGITACION ENTRE LOS MUCHACHOS -PALABRAS DE DON BOSCO 
-ANGUSTIAS DE DON VICTOR ALASONATTI -ESCENAS COMICAS Y SERIAS ENTRE LOS GUARDIAS Y LOS ALUMNOS 
-EL FAJIN DE COMISARIO DE POLICIA Y EL DECRETO DE REGISTRO -BURLA INDECOROSA REPARADA -CACHEO 
PERSONAL -LA PAPELERA Y EL ABOGADO -UN TELEGRAMA OLVIDADO -REVISION DE LAS CARTAS -EPISODIOS 
-LAS FACTURAS DE LAS DEUDAS -EL BREVE PONTIFICIO -EN LA BIBLIOTECA 

ERA el día veintiséis de mayo, vigilia de la gran solemnidad de Pentecostés. Durante la tarde anterior había hecho la policía una visita 
fiscal en la casa habitada por dos jesuitas, los padres Protasi y Sapetti, que estaba enfermo; los dos fueron detenidos y encerrados un día y 
dos noches en un calabozo subterráneo del palacio Madama. 

Después de su frugal comida hacia las dos de la tarde, subía don Bosco las escaleras para retirarse a su habitación, cuando ((553)) he 
aquí que, al entrar en los pórticos, se le presenta una pobre madre, con un hijo suyo, y esta carta del Ministro de Gobernación: 

Ministerio de Gobernación.-5. ª División -N. ° 1.345 

Turín, 21 de mayo de 1860 

El teólogo Leonardo Murialdo notificó al que suscribe que el muchacho Tomás Pellegrino ha sido admitido en el Oratorio de San 
Francisco de Sales en Valdocco. 

Al tiempo que el abajo firmante expresa su agradecimiento al sacerdote don Juan Bosco, Rector de dicho Oratorio, por la aceptación de 
la recomendación que se le hizo, le anuncia con referencia a su carta del 27 de abril ppdo., haber dispuesto 
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se asigne a dicho Oratorio un subsidio de cien liras con cargo a los fondos de este Ministerio, que podrá cobrar en la Tesorería provincial 

de esta ciudad. 

Por Orden del Ministro C. SALINO 

Mientras leía esta carta, con el clérigo Cagliero a su lado, llegaron tres hombres elegantemente vestidos, uno de los cuales interrumpió a 
don Bosco diciendo: 

-Necesitamos hablar con don Bosco. 

-Aquí me tienen, respondió él; pero aguarden un momento. En cuanto arregle lo que concierne a este muchacho, me tendrán a sus 
órdenes. 

-No podemos aguardar, replicó secamente aquél. 

-En qué puedo servirle, pues, si tanta es su prisa? 

-Tenemos que hablar en secreto. 

-Bien, vengan aquí cerquita, al despacho del Prefecto. 

-En el despacho del Prefecto no; sino en el suyo. 

-Ahora no puedo ir. 

((554)) -Pues debe usted ir; es algo imprescindible. 

-Pero, quiénes son ustedes y qué quieren de mí? 

-Venimos para hacer una visita fiscal. 

Entonces comprendió claramente don Bosco lo que sólo había barruntado a las primeras. El otro siguió diciendo: 

-Sí, señor; tenemos orden de registrar su Oratorio por todos los rincones, hasta el desván y hacer una relación para el Gobierno de todo 
cuanto aquí se pueda hallar que comprometa la seguridad del Estado. Sentimos mucho causarle esta molestia, pero una voluntad superior 
a la nuestra nos impone cumplir con este paso enojoso. 

-Y ustedes creen que don Bosco se entromete en política? 

-Nosotros no creemos nada, pero hemos de obedecer. Haga el favor de acompañarnos. 

-Yo? Pero, quiénes son ustedes?; comenzó entonces don Bosco a replicar resueltamente. 

-Cómo? No me conoce? Usted tiene ganas de broma. Hace años que nos conocemos y nos tratamos. 

-No, señor; yo no le conozco a usted, ni tampoco a ninguno de estos señores. 

-íBien!, replicó resentido el que parecía ser el jefe. Soy el abogado Grasso, delegado de Policía; y estos dos son el abogado Túa y el 

abogado Grasselli, representantes de la fiscalía. 

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-Traen ustedes algún documento acreditativo, como prescribe la ley?
-íNo!
-Entonces, quién les autoriza para hacer esta visita fiscal?
-Las autoridades no necesitan autorización de nadie.
-Perdonen, señores. Creo que ustedes son personas de bien, pero podría estar equivocado. Mientras no me presenten su mandato, con


los límites del mismo, ((555)) no tengo por qué recibirles a ustedes en mi despacho, ni en ningún otro lugar de esta casa... y sabré 
defenderme. 
-íCómo! Se atrevería a rebelarse contra la autoridad? 
-Soy un súbdito fiel; respeto la autoridad y la hago respetar a los demás; pero no quiero abusos. 
-Aquí no hay abusos. Quiere usted obligarnos a hacer uso de la fuerza? 
-Se guardarán muy mucho de emplear la fuerza en mi casa. La Constitución garantiza la inviolabilidad del domicilio a los ciudadanos 
pacíficos y yo consideraría como violación de domicilio cualquier violencia que se me hiciese y presentaría querella contra la misma. 

El Delegado y sus dos secuaces se miraron entre sí. No habían llevado consigo ningún mandato, pensando que bastaría su presencia 
para atemorizar a un pobre cura y forzarlo a hacer todo lo que ellos quisieran. O tal vez también, con toda intención y obedeciendo 
instrucciones recibidas, habían dejado el mandato en la oficina del Jefe de Policía. 

-Entonces, replicaron aquellos señores, no cree don Bosco en nuestras palabras?
-Yo no digo que no crea; sólo digo que si ustedes quieren entrar en mi casa, han de presentarme el mandato.
Mientras duraba este altercado entre don Bosco y aquellos señores, se desparramaron por el patio y las escaleras dieciocho guardias de


la seguridad pública, uniformados unos y disfrazados otros y un grupo de ellos se quedó de centinela, fuera del Oratorio, impidiendo la 
entrada a los extraños. Parecía que la policía hubiese confundido una pobre casa de huerfanitos con una fortaleza de austriacos, que 
hubiese de tomarse al asalto. 

El delegado Grasso, impaciente por el largo coloquio o tal vez para atemorizar a don Bosco, mandó que se acercaran algunos policías y 
después en tono elevado y severo replicó: 
-Nos acompaña, pues, a su despacho? 
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((556)) -No puedo hacerlo y no lo haré hasta que no me hayan mostrado quién los manda, con qué autoridad y por qué motivo. Y 
guárdense mucho de pasar a los hechos, porque en tal caso gritaré: íladrones, ladrones!, por todo el Oratorio; haré tocar a rebato, llamaré 
a mis queridos muchachos y vecinos en mi ayuda y considerándoles a ustedes como agresores y violadores del domicilio ajeno, les 
obligaré a alejarse de aquí para su daño. Verdad es que ustedes podrán intentar llevarme preso, pero en tal caso cometerán una acción 
reprobable ante Dios y ante los hombres. 

Habló manteniendo siempre su calma e igualdad de ánimo. Cuando terminó, se le acercó un guardia para ponerle las manos encima, 
pero como Túa y Grasselli reflexionaron finalmente, que era justo lo que don Bosco pedía, el delegado entró en razón y se lo impidió 
replicando: 

-Por cuanto sea posible, hagamos las cosas sin litigios. 

Dijo después a uno de sus colegas: 

-Vaya usted por el decreto que hemos olvidado en el despacho del jefe. 
Salió en seguida aquel abogado, pero pasó una media hora larga antes de volver. 

Durante aquel rato terminó don Bosco el coloquio con el muchacho recomendado y con la madre, que no se había movido de allí, 
asombrados ante la inesperada discusión que habían contemplado y cuyo alcance ignoraban. 

Don Bosco, por su parte, no sabía cómo compaginar la recomendación del Ministro, aunque prevista, con un mandamiento de registro y 
amenaza de arresto por parte del Gobierno. Era aquello un acto de hipocresía? Era una trampa? O bien había sido dictado el decreto por 
una autoridad subalterna y sin conocimiento del Ministro de Gobernación? 

De todos modos don Bosco, después de tratar con la madre de algunas condiciones para la aceptación, no dudó ni un momento ((557)) 
en admitir definitivamente al pobre muchacho entre sus alumnos diciéndole: 

-Hijo mío, te quedas aquí conmigo y comerás el pan de don Bosco. 

Sintióse feliz de que la divina Providencia le ofreciese la ocasión de devolver bien por mal a los que, en lugar de agradecerle lo que 
hacía para reducir el número de golfillos, y dar a la sociedad ciudadanos cultos y honrados, se lo pagaban con actos hostiles, tratándole 
como a un conspirador y perturbador del orden público. 
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Entretanto los alumnos, después de sonar las dos de la tarde, se habían retirado a sus respectivas aulas y talleres. Pero algunos que se 
quedaron en el patio o salieron fuera de los locales de trabajo o de estudio, no tardaron en darse cuenta de que algo grave podía suceder; 
bastaba para convencerse de ello la presencia de tantos guardias, que parecían estar al acecho para cazar un ladrón o un asesino. Así, 
pues, como la pólvora, corrió por todas partes la voz de que querían llevarse a don Bosco preso; efectivamente, había un coche a la puerta 
esperando. La voz sembró la alarma y la consternación por toda la casa: los muchachos no querían seguir en las aulas ni en los talleres; y 
unos a voz en grito, otros llorando, pedían salir para defender al propio padre e ir con él a la cárcel. Fue tan conmovedora la escena 
durante algunos instantes que, aún hoy, los antiguos alumnos que la presenciaron no pueden contener las lágrimas al recordarla. Costó 
mucho trabajo a profesores y jefes de taller contenerlos y persuadirlos de que no había ningún peligro para don Bosco y que de haberlo, 
ellos mismos los avisarían y guiarían a su defensa. Tuvo que acudir el clérigo Juan Cagliero a exhortar a unos y otros para que estuvieran 
tranquilos y recomendar a todos que rezaran. 

Con todo se concedió la salida a algunos de los mayores, ((558)) los cuales se acercaron a don Bosco y uno le preguntó en voz baja: 

-Permite que nos deshagamos de esa gentuza? 

-No, respondió él, os prohíbo toda palabra, todo gesto que pueda ofender a nadie. No tengáis ningún temor; yo lo arreglaré todo; 
vosotros id en hora buena a cumplir con vuestros deberes y animad a vuestros compañeros a que estén tranquilos. 

Sin estas palabras de prudencia y de paz, aquella tarde hubiera sucedido algún desastre, pues reinaba tal acaloramiento en aquellos 
corazones juveniles que se habrían dejado descuartizar para defender a don Bosco. 

Angustiadísimo estaba también el querido prefecto don Víctor Alasonatti, brazo derecho de don Bosco. Temía su encarcelamiento y el 
de los alumnos; y explicaba el motivo. 

-Entre tantas cartas, decía, como don Bosco recibe en estos días, puede que alguna trate de política contraria al Gobierno, y repruebe la 
anexión de la Romaña 1. Un escrito de esta índole, aún cuando no hubiese salido de su pluma, les bastaría, sin embargo, a éstos en esta 
ocasión de pretexto para emplear la violencia contra él. íPobre de mí, si sucediera semejante desgracia! Qué puedo hacer 

1 Región que formaba parte de los Estados Pontificios. (N. del T.) 
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yo en esta casa sin don Bosco? Sería mejor que me encarcelaran a mí. 

Al decir esto enternecíase el digno sacerdote hasta verter lágrimas y proponía ir él a la cárcel en lugar de don Bosco. 

Los guardias, entre tanto, habían subido a las distintas plantas de la casa y se habían situado frente a las puertas de los rellanos, en los 
ángulos de los corredores, ante las puertas de los servicios. Vigilaban aquí especialmente para impedir que echaran cartas a la cloaca. 
Esto dio ocasión a escenas y diálogos molestos y ridículos, cuando alguien quería entrar y el guardia pretendía ((559)) impedirlo. Otros 
guardias se acercaban a los corros que se habían formado en el patio, sin perder de vista a don Bosco. Cacheaban minuciosamente a los 
muchachos que entraban en casa a su vuelta del trabajo en la ciudad y a los que salían para algún recado, hurgando en sus bolsillos y 
hasta haciéndoles quitarse los zapatos. 

Llegó por fin el enviado en busca del decreto; y entonces el Delegado, bien ceñido el fajín policíaco y cercado de cinco guardias, dijo 
con voz bronca y solemne: 

-En nombre de la ley ordeno el registro domiciliario al sacerdote Juan Bosco. 

Dicho esto, dióle a leer el famoso decreto por el que se ordenaba también el registro al canónigo Ortalda, al sacerdote José Cafasso y al 
conde Cays. Los dos primeros lo tendrían unos días después y el tercero lo sufría más tarde en febrero de 1862. Tal vez, para no dar a 
conocer a don Bosco estas órdenes, el Delegado había dejado en su oficina el famoso decreto. 

La parte concerniente a don Bosco estaba redactada en los términos siguientes: «Por orden del Ministerio de Gobernación procédase a 
un diligente registro en casa del teólogo Juan Bosco, y háganse minuciosas investigaciones por todos los rincones del edificio. Es 
sospechoso de comprometedoras relaciones con los jesuitas, con el arzobispo Fransoni y con la Corte Pontificia. Si se se encuentra algo 
que pueda interesar gravemente a los fines fiscales, procédase al inmediato arresto de la persona registrada». 

Leídas estas palabras y devuelto el escrito, replicó don Bosco: 

-Así las cosas, les permito ejercer su autoridad, porque se me impone por la fuerza. Vamos, pues, a mi despacho: advierto, sin embargo, 
que aún podría oponer resistencia legal, porque en la orden de registro está equivocada la calificación de la persona y dice: 

((560)) Diligente registro en casa del teólogo Juan Bosco. Señores, yo no soy teólogo y hay otro sacerdote en Turín que lleva mi mismo 
apellido y es doctor en teología. 
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En aquel instante llegó el Jefe de la Policía, juez Chiappusso, informado quizá de las dificultades que oponía don Bosco a la ejecución 
de las órdenes de la Superioridad y al oír las últimas palabras, exclamó: 

-Entonces; tenemos que recitificar antes los títulos? íVaya! íProcédase al momento! 

Subieron todos hasta la puerta de la habitación de don Bosco, seguidos por tres guardias. 

Sobre el dintel de la puerta, que daba acceso a la biblioteca estaban escritas las palabras: Alabados sean por siempre los Santísimos 
Nombres de Jesús y María. Al llegar allí, el abogado Túa las leyó en son de burla; y don Bosco, parándose, añadió: Y sea por siempre 
alabado; pero antes de concluir la jaculatoria, que acostumbraba cantarse entre nosotros, y que también campeaba sobre el dintel de la 
puerta contigua que daba a la habitación, volviéndose hacia atrás, intimó a todos a descubrirse. Como ninguno obedeciera, replicó: 

-Ustedes han empezado en son de chunga y ahora deben acabar con el debido respeto; por consiguiente ordeno que todos se descubran. 

Ante su resuelta actitud se resignaron a obedecer, y entonces don Bosco terminó diciendo: el Nombre de Jesús Verbo encarnado. 

Entró en la habitación con los tres señores, a los que se sumaron dos guardias de servicio, entregóse don Bosco a su arbitrio y comenzó 
la vergonzosa escena. Aquellos fiscales pusieron sobre él sus manos. Todo fue objeto de sus pesquisas: los bolsillos, la agenda, el 
portamonedas, la sotana, los pantalones, el chaleco, el ribete de las prendas, hasta la borla del bonete. íEra un registro domiciliario, con el 
fin de encontrar, como ellos decían, el cuerpo del delito! Como estas operaciones se hacían groseramente zarandeando al ((561)) pobre 
sacerdote y registrándolo sin consideración alguna, dejó don Bosco escapar estas palabras: Et cum sceleratis reputatus est (y fue 
considerado como un criminal). 

-Qué dice?, preguntó uno de ellos. 

Don Bosco, clavando en ellos su penetrante mirada contestó: 

-Digo que están haciendo conmigo lo mismo que otrora hicieron algunos al divino Salvador. 

Después del registro personal pasaron al de las dos habitaciones, una de las cuales servía de biblioteca. Lo primero que cayó en sus 
manos fiscalizadoras fue una papelera atestada de papeles rotos, sobres, trapos, barreduras y otros desperdicios. Como el abogado 
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Grasselli pusiera sus ojos en aquel cesto y viera un sobre de carta con el sello del Estado Pontificio, gritó al instante: 

-Esto para mí; nadie lo toque. 

-íAtención, guardias!, añadió el Delegado, y que no se escape nada. 

Entonces el jefe, asistido por los colegas, esperando encontrar alguna carta del Papa, comenzó a mirar uno por uno los sobres de cartas, 
los trozos de papel y todos los objetos, escarbando en las barreduras y en el polvo, como quien busca un tesoro. Con tal vil trabajo el 
pobre hombre se ensuciaba su elegante traje, se le manchaba la cara, que chorreaba sudor, y parecía uno de esos andrajosos que andan 
rebuscando en las inmundicias de la calle, con la esperanza de encontrar una monedita con que comprar un trozo de pan para matar el 
hambre. 

-Lo siento mucho, dijo don Bosco. 

-Qué siente?, preguntó Grasselli. 

-Siento ver a uno como usted en tan vil oficio. 

-Tiene razón; pero el empleo, el honor, el deber... 

-Les compadezco a ustedes, siguió don Bosco; estoy convencido de que, si gozaran de libertad, no se rebajarían de este ((562)) modo. 
En cuanto a mí les aseguro que preferiría trabajar de barrendero, antes que ensuciarme así la ropa y la persona. íY además, todo un 
abogado, un juez, un funcionario del Estado, un hombre que obtuvo honorablemente en la Universidad Real el doctorado, tan distinguido 
en el decir de todos, honra del foro y con una posición independiente, verse ahora obligado a embadurnarse de esta manera!... 

-íEs verdad, es verdad...! íMaldita necesidad! 

-íBasta ya!, replicó entonces el Delegado; bueno será aligerar las cosas. Dénos, don Bosco, los papeles que buscamos, y nosotros nos 

marcharemos al instante. 

-Tengan la amabilidad de decirme qué papeles buscan en mi casa. 

-Los que pueden interesar a la fiscalía. 

-No puedo dar lo que no tengo. 

-Pero usted puede negar que tiene papeles, que pueden interesar a la fiscalía? Escritos, por ejemplo, que conciernen a los jesuitas, a 

Fransoni, al Papa? 

-Voy a contestarles; pero díganme antes si van a creerme. 

-Le creeremos con tal de que nos diga la verdad. 

-Eso quiere decir que no están dispuestos a creerme; por tanto, es inútil todo lo que yo afirme. 

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-Sí que le creemos, replicó el abogado Grasselli. 

-Le creemos como al Evangelio, añadieron los otros. 

-Si me creen, prosiguió don Bosco ya pueden marcharse, porque ni en mi habitación, ni en ningún rincón de esta casa encontrarán nada 
que desdiga de un sacerdote honrado y, por tanto, nada que les pueda interesar. 

-Y, sin embargo, replicó el abogado Túa, se nos aseguró que en esta casa está el cuerpo del delito, y a fuerza de indagaciones daremos 
con él. 

((563)) -Si no quieren creerme, a qué tanto preguntar y hacerme hablar? Pero, díganme, por favor, creen ustedes que yo soy un imbécil? 

-No, por cierto. 

-Pues si no soy ningún tonto, seguramente no habré dejado nada comprometedor y que pudiera caer en sus manos; y si lo hubiese 
tenido, lo habría roto o hecho desaparecer hace tiempo. Y ahora sigan su registro, y ya verán por sus propios ojos que soy sincero. 

Después de revolver inútilmente el cesto de los papeles, acercáronse los tres señores a la mesa para examinar los escritos que sobre ella 
estaban. Don Bosco se había dado cuenta poco antes de un descuido, que podía ocasionar graves consecuencias. Tenía sobre el escritorio 
una hojita, copia de un telegrama cifrado, que el Gobierno había enviado, unas semanas antes, a ciertas autoridades del Reino. Había 
caído en sus manos por una singular casualidad. Un joven telegrafista, que tiempo atrás había frecuentado el Oratorio, al expedir aquel 
telegrama lo había copiado por capricho sin entender nada y lo guardaba en su cartera. Se encontró con don Bosco por el camino, se lo 
enseñó y don Bosco, que era experto en descifrar aquellos signos, le rogó que se lo diera. 

-Tómelo y diviértase -dijo sonriendo el telegrafista. 

Ya en casa, púsose don Bosco a estudiar aquellas cifras y no tardó mucho en dar con la clave. Se trataba de cinco o seis grupos de cifras 
arábigas precedidas de las palabras se dé, cuyo significado era: -No se dé nada a Garibaldi, niéguesele todo lo que pide, pero déjesele 
tomar todo lo que quiera. 

En efecto, Garibaldi se había lanzado a la conquista de Sicilia, llevándose de alguna batería marítima armas y municiones; mientras los 
centinelas tenían la consigna de no ver. 

((564)) Pues bien, aquel telegrama estaba allí abierto sobre el escritorio junto a su traducción, porque don Bosco quería enviarlo al 
Obispo de Ivrea, que era aficionado a los documentos históricos. Si 
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caía en manos de los que hacían el registro podría comprometer al telegrafista, por violación del secreto; y al mismo don Bosco, pues 
daría motivo a sospechar que se trataba de una conjuración para poner sobre aviso a aquéllos contra los cuales se hacía la guerra. Don 
Bosco se sentó con cautelosa destreza, hizo resbalar la hojita hasta su mano, la redujo entre sus dedos a una pequeñísima pelotita, la dejó 
caer al suelo y puso un pie sobre ella. Nadie se dio cuenta de su juego de prestidigitación. 

Abrieron armarios, baúles, cofres, y revisaron todos los papeles, aun los más pequeños, todos los objetos, confidenciales o no, con una 
diligencia digna de mejor causa. 

Viendo don Bosco que la cosa iba para largo, creyó oportuno aprovechar el tiempo en algo útil, y con esa calma que nunca abandona al 
hombre justo y confiado en Dios les dijo: 

-Señores, hagan con plena libertad lo que tienen que hacer; yo despacharé mi correspondencia; así no perderemos tiempo. 

Y se sentó al escritorio para contestar algunas cartas, cuya respuesta estaba en retraso. Al ver esto, díjole el abogado Grasselli: 

-Usted, no puede escribir nada sin nuestra revisión. 

-Son ustedes muy dueños, replicó don Bosco; vean en hora buena y lean lo que yo escribo. 

Así, pues, él escribía y los cinco leían, uno tras otro, sus cartas. 
Pero sucedía que, antes de que una hubiera sido leída por todos, él, ya tenía otra preparadita para presentar a revisión; por lo que hubo de 
decir el Delegado: 

((565)) -Qué estamos haciendo? Perdemos el tiempo leyendo las cartas que don Bosco escribe y no atendemos al trabajo para el que 
hemos venido. Vamos a aguardar hasta que don Bosco acabe de despachar su correspondencia? No es tan necio como para escribir ante 
nuestras narices lo que puede ser materia de acusación contra él. Vamos, pues, a hacer lo siguiente: que uno lea las cartas y los demás 
sigan el registro. 

Y así lo hicieron. 

Aquí ocurrieron algunos episodios que sirvieron para levantar los ánimos y convertir en comedia lo que tenía visos de tragedia. Al 

querer abrir un cajón lo encontraron cerrado con llave: 

-Qué hay aquí?, preguntaron apresuradamente. 

-Cosas confidenciales, cosas secretas, contestó don Bosco desde su escritorio; no quiero que nadie se entere. 

-íQué confidencias, ni qué secretos! Venga en seguida a abrir. 

-De ninguna manera. Todo el mundo tiene derecho a guardar 

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escondido algo que puede honrarle o difamarle; así que les ruego que pasen a otra cosa; respeten los secretos de familia. 
-íQué secretos, ni qué niño muerto! Venga a abrir o rompemos el cajón. 
-Puesto que amenazan con la fuerza, yo cedo y les complazco. 
Levantóse don Bosco y fue a abrir la cerradura. Volvió después al escritorio, dejándoles que lo examinasen a su gusto. Los cinco 

inquisidores, seguros de que habían dado con el cuerpo del delito, corrieron ansiosos a rodear el cajón como si temiesen que se les 
escapara. Abrieron sus ojos y vieron un paquete de papeles. El abogado Túa se hizo con ellos para examinarlos y alborozado parecía 
decir: -íAquí está, aquí está! Empezó a sacar una hoja y leyó ((566)) en alta voz: 

-Pan entregado a don Bosco por el panadero Magra: adeuda siete mil ochocientas liras.
-íBah! Esto no interesa al fiscal, dijo el abogado echándolo a un lado.
Sacó otro y leyó:
-Por piel suministrada al taller de zapatería de don Bosco: adeuda dos mil ciento cincuenta liras.
-Pero, qué papeles son éstos?, preguntó a don Bosco.
-Puesto que ha comenzado, respondió, siga su trabajo y lo sabrá.
Desdoblaron una tercera hoja, la cuarta, otras más y se les cayó la cara de vergüenza al darse cuenta de que aquellos papeles no eran


más que las cuentas del aceite, del arroz, de las pastas y otros comestibles; ífacturas sin pagar! 
-Por qué se burla de nosotros de este modo?, dijo el Delegado a don Bosco, después del chasco que se había llevado. 
-No me burlo de nadie. No quería que descubrieran mis deudas, pero ustedes se han empeñado en verlo y saberlo todo; ípaciencia! Si 

les place pagarme alguna de estas facturas, harán una buena obra de caridad. Más aún, pondrían broche de oro, si las presentaran al 
Ministerio de Gobernación. 
Aquellos señores se echaron a reír y pasaron a otra cosa. 
Entre otros papeles encontraron en el archivo el ya mencionado Breve del Santo Padre Pío IX y querían llevárselo. 
-No lo permito, replicó don Bosco, porque es un texto original. 
-Precisamente porque es un texto original, contestó el Delegado tenemos que secuestrarlo. 
-Les daré una copia. 
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-Dónde está la copia?
-Hela aquí, impresa en esta hoja, y en este número de las Lecturas Católicas.
((567)) -Pero no es el original.
-Es idéntica.
-Es una traducción.
-Pero va acompañada del texto auténtico.
-Veamos, replicó el abogado Grasselli; y se puso a cotejar, renglón por renglón, palabra por palabra. Cuando vio que el impreso estaba


conforme con el original, concluyó: 
-Para nosotros es mejor tener esta copia, en la que hay latín e italiano, que es más fácil de entender. 
Y se conformaron con el impreso, dejando el original manuscrito que don Bosco guardaba como precioso recuerdo. 
Después de remover todos los papeles, se obstinaron aquellos señores en encontrar, a toda costa, algo que pudiera interesar a la fiscalía 

para vanagloriarse de ello ante sus jefes, y se dedicaron a buscar en el cuarto contiguo, destinado a biblioteca. Empezaron, pues, a sacar 
libros, queriendo hojearlos todos para asegurarse de que no contenían documentos. Levantóse una polvareda regular. Entonces don Bosco 
dejó la silla donde había estado sentado hasta entonces, teniendo escondido bajo el pie aquel telegrama, que ya estaba cubierto con el 
polvo que formaban los ladrillos del pavimento. Entró en la biblioteca y exclamó. 

-íBravo, señores!, les agradezco que hayan desempolvado mis libros. Hace mucho que no he podido cumplir este trabajo por mis 
muchas ocupaciones. Quién sabe cuántos meses y quizá años hubiera tenido que esperar mi biblioteca esta limpieza, de no haber sido por 
su bondad que los ha movido a tomarse esa molestia. 

Mordiéronse los labios los inquisidores, disimulando la pulla que les escocía. Pero la franqueza de don Bosco los dominaba. Uno de 
ellos había encontrado un papel en el que estaba escrita esta sentencia tal vez demasiado ((568)) clerical: en todo tiempo, cuando se quiso 
destruir la religión, se comenzó por perseguir a sus ministros. Ya se estaban alegrando de este descubrimiento, cuando he aquí que uno 
leyó al pie de ella las dos palabras Marco Aurelio; y preguntó al compañero: 

-Sabes tú quién es Marco Aurelio?
No obtuvo contestación, y murmuraban entre ellos:
-íMarco Aurelio, Marco Aurelio!
-Si quieren ustedes ver el tomo de donde está sacada esta sentencia, ahí lo tienen, dijo don Bosco señalándolo.


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Uno de ellos agarró el tomo y leyendo dijo:
-íMarco Aurelio! Quién era Marco Aurelio?
-Señores míos, contestó don Bosco, Marco Aurelio fue uno de los perseguidores de los cristianos, uno de los que se valían de la fuerza


para oprimir la debilidad y la inocencia. 
-Es, pues, por este libro, por donde podremos conocer sus sentimientos? 
-Lean, lean en hora buena, y encontrarán que Marco Aurelio mandaba hacer registros en las casas de los cristianos y en sus catacumbas 

buscando pruebas para condenarlos. 
Todos se habían agrupado alrededor de aquel libro, deseosos de examinarlo. 
-íBien dicho! íEs muy oportuno!, decíanse entre dientes unos a otros. 

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((569)) 

CAPITULO XLI 

SIGUE EL TEMA DE LOS REGISTROS -OPORTUNA INTERVENCION DEL CANONIGO ANGLESIO PARA ALENTAR A DON 
BOSCO -LOS BOLANDISTAS -LA CONFESION -SOSPECHAS DE UN ESCONDRIJO -OTRA RECOMENDACION DE FARINI 
PARA INTERNAR A UN MUCHACHO -JUEGO DE LA PROVIDENCIA -SE DESCORCHA UNA BOTELLA; LOS BRINDIS -FIN 
DE LOS REGISTROS -ACTAS Y PRUEBA DE INOCENCIA -SE VAN LOS DE LA FISCALIA: ALEGRIA DE LOS MUCHACHOS 
-ORACIONES POR DON BOSCO EN TODAS LAS INSTITUCIONES -DELIRIO DE UN JOVEN ANTE LA FALSA NOTICIA DE 
QUE DON BOSCO ESTA EN LA CARCEL -DON BOSCO AVISA A DON JOSE CAFASSO DE LAS ORDENES MINISTERIALES 
DADAS AL FISCO -DON BOSCO COMPRA UNA HOJA, QUE HABLA MAL DE EL -CONTINUAS VISITAS DE 
CONDOLENCIA AL ORATORIO -ARTICULOS EN ARMONIA Y EN LA GACETA DEL PUEBLO -DON BOSCO PIENSA 
AMPLIAR EL ORATORIO -CONFERENCIA AL CAPITULO SOBRE ESTE PROYECTO -GESTIONES PARA COMPRAR LA 
CASA FILIPPI -GENEROSA OFERTA DEL CABALLERO COTTA -MOTIVO DEL VALOR DE DON BOSCO EN ESTAS 
AMPLIACIONES 

A las cuatro de la tarde, después de las clases para los muchachos externos, fue José Reano a la habitación de don Bosco para ver cómo 
seguían las cosas. Nos dejó escrito: «Le hallé de pie, a punto de corregir las pruebas de imprenta de las Lecturas Católicas, y le oí 
exclamar: 

»-Pero, qué quieren encontrar en casa de un pobre sacerdote? 

((570)) »Contestóle el Delegado: 

»-Y no sabe que, a veces, puede darse con el cuerpo del delito, sin que usted sepa siquiera que lo tiene en su casa? Además de usted no 
hay nadie más en este Oratorio? Y, por qué no se ve en estas habitaciones el retrato de Víctor Manuel? 

»Replicó don Bosco: 

»-Porque no hay ley que me obligue a ello. Observen bien los señores y tampoco verán el de Pío IX. 
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«Así que salí de la habitación de don Bosco, me hizo llamar don Víctor Alasonatti y me entregó doscientas liras para llevarlas al 
constructor Delponte. Pero a cada paso que uno daba en casa se topaba con guardias de orden público, lo mismo en el patio, que en la 
puerta y a la sombra de las moreras, en el prado de delante del Oratorio. Cuando intenté salir, los guardias me lo impidieron; pero, a 
fuerza de insistir, de exponer la urgencia de saldar una deuda y con un buen empujón dado a tiempo, me las piré. Cuando, al cabo de 
media hora, cumplidos los recados, volví a casa y subí a la habitación de don Bosco para asegurarme de que no había habido novedad, los 
del registro seguían haciéndole un sinfín de preguntas». 

Al mismo tiempo hubo uno de los más apreciados personajes de la ciudad que quiso prestar un caritativo servicio a don Bosco. Fue éste 
el canónigo Luis Anglesio, Superior de la Pequeña Casa de la Divina Providencia. Por la vecindad del lugar, enteróse el santo varón de lo 
ocurrido y fue inmediatamente al Oratorio para hablar con don Bosco; pero, al llegar a la puerta, los guardias le prohibieron entrar por ser 
persona ajena a la casa. Dijo entonces al portero: 

-Ve, llama a don Bosco y dile que tengo que hablar con él de asuntos urgentes. 

El portero fue, pero don Bosco estaba con los inspectores y no podía alejarse; por otra parte no se lo hubiera permitido el Delegado. 
Volvió el portero diciendo que no ((571)) le había sido posible acercarse a don Bosco y rogó al canónigo que tuviera a bien esperarle. 

-Tengo prisa, no puedo aguantar, respondió el canónigo, y al ver al clérigo Juan Boggero, lo llamó y le dijo: 

-Vaya a don Bosco y dígale de mi parte que cobre ánimo y tenga confianza. Hoy pone el Señor a prueba al Oratorio de San Francisco 
de Sales; pero desde este momento lo bendice de una manera especial y se consolida su obra. De aquí en adelante tomará tal desarrollo e 
incremento que llevará su beneficiosa influencia fuera de Turín y a muchas partes del mundo. 

Sus palabras fueron una profecía. 

Entretanto seguían los hombres del Fisco quitando libros de los estantes; y uno de ellos, teniendo en la mano un grueso volumen de los 
Bolandistas, preguntó a don Bosco: 

-Qué son estos librajos? 

-Son libros de los jesuitas, que no les interesan a ustedes para nada; déjenlos y pasen a otra cosa. 
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-íLibros de los jesuitas! Exclamó el otro; ítodos secuestrados! 

-No, objetó el Delegado, son demasiado gruesos y se necesitaría un mulo para llevarlos; véase antes su contenido. 

Aquél, para no dar a entender que no sabía leer en los libros voluminosos, abrió el tomo que tenía entre las manos y estuvo leyendo 

durante casi una media hora. Al fin dijo: 

-íAl diablo con estos libros y quien los escribió! No se entiende ni jota; están todos en latín. Si yo fuera rey, aboliría el latín y prohibiría 
imprimir libros de esta lengua. En conclusión, qué contienen estos volúmenes? De qué tratan? 

-Son las vidas de los Santos. Ese que usted lee, respondió don Bosco, contiene la vida de san Simón Estilita. Oigan todos un instante: 
((572)) este hombre extraordinario, horrorizado ante el pensamiento del infierno, pensando que no tenía más que una sola alma y 
temiendo perderla, dejó la patria, los parientes y amigos y fue a hacer una vida santa en el desierto. 

Subióse después a una columna y sobre ella vivió muchos años, gritando siempre contra esos hombres del mundo, que sólo piensan en 

gozar, sin hacer caso de las penas eternas, que están preparadas en la otra vida para los que viven mal en la tierra. 

Y, hojeando aquel volumen, prosiguió: 

-Trata también, véanlo ustedes, de otras buenas personas, que por no ir a vivir con el diablo, obedecieron las leyes de Dios y de la 

Iglesia. Fíjense en este santo, y señalaba la portada de la página: este santo se confesaba una vez a la semana. Este otro, y mostraba el 
principio de otro capítulo, se confesaba dos veces por semana. Este otro, se confesaba cada día y éste que viene a continuación... 

-íBasta, basta, don Bosco!... 

-íBasta, si quieren! Pero adviertan que todos ésos cuyas gestas se leen en estos libros, cumplieron con Pascua cada año, como supongo 
harán también ustedes, señores míos. 

Al oír este disparo a quemarropa, aquellos buenos señores contestaron: 

-íClaro, claro...! íNo faltaba más...! íQué diantre! No vaya usted a creer que nosotros... íseguro! 

Y los Bolandistas volvieron a ser colocados en su sitio. 

En el ínterin uno de ellos le dijo: 

-Don Bosco, si sigue usted un poco más con sus sermones, tendremos que ir todos a confesarnos. 

-Precisamente, ni más ni menos, respondió don Bosco. Hoy es sábado y mañana la solemnísima fiesta de Pentecostés. A eso de las 
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cinco empiezan las confesiones de mis queridos muchachos. íQué buen ejemplo les darían, si fueran ustedes los primeros! 

-Verdaderamente sería algo digno de pasar ((573)) a la posteridad, observó el abogado Túa, si nuestro registro acabara en el 
confesonario. 

-íBien! íEstupendo! Prepárense, pues, prosiguió don Bosco y yo muy gustoso emplearé para su provecho toda la tarde, en un trabajo 

mucho más ventajoso que el registro. 

-Sí; mas para mí sería inútil, replicó el abogado Grasso; por ahora me falta el arrepentimiento. 

Don Bosco sonreía. 

-Pero, cómo se explica esto?, observaron aquellos señores; en todas las casas adonde vamos, se asiste a escenas de horror. Una señora 

se desmaya, a otra le dan ataques convulsivos, uno llora en un rincón, alguien grita en otro lado, mientras que usted se ríe, está tranquilo y 
nos tiene a todos alegres. Por qué? 

-Que por qué estoy tranquilo?, respondió don Bosco; porque no tengo miedo. No es posible que encuentren en mi casa nada que me 
comprometa. Su visita es una broma de mal gusto, pero nada más. 

Aquellos señores tenían toda su ropa cubierta de polvo, de telarañas y jalbegue. de las paredes. Limpiábanse las manos con los 
pañuelos, torcían el cuello para mirar sus propias espaldas y frotaban y sacudían ligeramente sus trajes. Contemplaba don Bosco con aire 
de compasión, y el abogado Túa murmuraba: 

-Si no fuera por la esperanza de un ascenso... 

Mientras iban y venían de este modo por la habitación, parecióle a uno que debajo del pavimento había un hueco que resonaba y 

sospechó que se trataba de un escondrijo: 

-Qué hay aquí debajo?, preguntó. 

-Qué quiere usted que haya? 

-Esto retumba; aquí hay un hueco. 

-Es natural; el pavimento es pavimento. 

-Bueno, mande llamar a un albañil. 

-Y qué haremos con el albañil? 

((574)) -Abrir un boquete y ver qué hay aquí debajo. 

-íBravo, señores! Tómense ustedes ese trabajo que yo no tengo ganas de arruinar mi habitación. 

E iba aquel tipo dando golpes sobre las baldosas con el tacón, para cerciorarse. Entonces volvióse don Bosco a los demás y les dijo 

sonriendo: 

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-Perdonen, voy a gastarles una broma: pero es que ese señor, que golpea el pavimento con tanto ruido, lleva herraduras en los pies? 

Al oír estas palabras, cuyo alcance comprendieron perfectamente, dijeron al compañero: 

-íTrágala!, la alusión es muy justa; te va como anillo al dedo. Pero usted, don Bosco, díganos: es realmente cierto que aquí debajo no 
hay escondrijo alguno? 

-Si quieren saberlo, ya saben cómo hacer. Mírenlo. 

-Habla con tanta franqueza que podemos ahorrarnos este fastidio. 

En aquel instante entró el cartero con un grueso paquete de cartas de aquel día. Se apoderaron al punto de él los de la fiscalía y 
empezaron a abrirlas. Y he aquí que la primera era ni más ni menos que del mismísimo Ministro de Gobernación, recomendando a otro 
muchacho. Carlos Luis Farini, que temía que don Bosco pusiese en riesgo la futura suerte del reino de Italia, le recomendaba al mismo 
tiempo a sus protegidos por tercera vez. 

He aquí el texto de la nueva recomendación: 

Ministerio de Gobernación.-5. ª División. N. ° 1470. 

Turín, 23 de mayo de 1860. 

José Raspino, de Govone, ha instado verbalmente varias veces al Ministro para que éste quisiera tramitar una súplica al reverendo don 
Bosco con el fin de internar en el Oratorio de San Francisco de Sales, en Valdocco, a su sobrino Fulgencio Craveri, de unos diez años, 
que pertenece a una honrada familia pobre y numerosa, ((575)) es huérfano de padre y, además, su madre sufre ataques de locura; no está 
en grado de aprender una profesión que lo sitúe en la honrosa posición, que ocupaba su padre. 

Y, como quiera que el Hospicio dirigido por el reverendo don Bosco responde eminentemente a este fin, el que suscribe se adhiere de 
buen grado al deseo del solicitante y le transmite su solicitud, acompañada de la partida de nacimiento del niño Craveri y de un 
certificado de buena conducta en su favor otorgado por el Ayuntamiento de Govone, con la esperanza de que el señor Director se digne, 
también en este caso, aceptar en su internado, en un espacio de tiempo más o menos próximo, al huérfano Craveri, como ya se prestó a 
ello, aún en fecha reciente para otros casos semejantes. 

Cuando quede decidida la aceptación, no dejará este Ministerio de dar órdenes para contribuir al sustento con la suma de ciento 
cincuenta liras, por una sola vez, a cargo del Estado, después de que se realice el ingreso de Craveri en dicho internado. 

Por oden del Ministro SALINO 

Al Reverendo Sacerdote Juan Bosco, Director del Hospicio de San Francisco de Sales en Valdocco-Turín. 
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-íMal rayo te parta!, gritó el que la tenía en la mano; ímirad! Nos mandan hacer registros, nos obligan a llevar una vida aperreada y 
luego se cartean con los mismos registrados. 

-íSeñores!, exclamó don Bosco, han conocido esa firma? Les parece leal y noble esa manera de proceder? Los recomendados en esta 
casa por el Ministerio, o por personas empleadas en sus oficinas o en las del Ayuntamiento, son quince. Pero yo lo perdono todo y quiero 
pagar la maldad con un acto de caridad. 

Los hombres aquellos lanzaron entonces las otras cartas, aún sin abrir, sobre el escritorio, sin preocuparse de examinarlas. De haberlas 
abierto, se hubieran tropezado con una expedida desde Roma, la cual, aunque inocentísima por sí misma, habría podido, sin embargo, 
((576)) convertirse en cuerpo del delito y levantar castillos en el aire sobre Dios sabe qué conspiraciones contra las instituciones del 
Estado. íQué bueno es el Señor y cómo juega de mil modos para ayudar a los que El quiere! 

Ya habían pasado casi tres horas de inútil registro; los cinco pesquisidores, por culpa del ajetreo de su ingrato cometido, del polvo que 
habían tenido que tragar al remover y trashojar libros viejos, y del calor que hacía en aquella habitación, tenían el garguero seco y 
abrasado por la sed. Diose cuenta de ello don Bosco y se compadeció. Hacía un poco que había entrado en la habitación José Buzzetti, so 
pretexto de dar un recado a don Bosco, pero en realidad para ver qué necesitaba y ordenóle don Bosco que llevara algo para beber. Los 
escolares ya habían salido de sus aulas y hacían recreo casi en silencio. Acá y acullá veíanse grupos que conversaban entre temores y 
esperanzas; otros iban y venían a la iglesia para rezar por el feliz resultado de la cuestión; todos, en fin, estaban ansiosos por ver el 
desenlace de aquel asunto tan fastidioso que los llevaba de cabeza. Cuando vieron a Buzzetti con una bandeja en la mano, vasos y botella, 
abrióse su corazón a la esperanza y dieron señales de alegría pensando que ya no había peligro para don Bosco. 

Los indagadores, convencidos por fin de que don Bosco no era hombre tal como para inspirar temores al Gobierno, al ver la bondad y 
cortesía que usaba con ellos, en el mismo momento en que cumplían un encargo antipatiquísimo contra él, acabaron por concebir aprecio 
y admiración en su favor; diéronle gracias y bebieron todos juntos alegremente, brindando a su salud. 

Este rasgo de caridad, las bromas anteriores y las amables palabras que de vez en cuando les había dirigido, habían hecho ((577)) que 
don Bosco se adueñase en cierto modo del corazón de sus pesquisidores; 
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y así, después de beber, les hizo notar que había llegado la hora en que, como todos los sábados, él debía ir a confesar. Les rogó, pues, 
que dejasen subir a los muchachos a la habitación como solían, o empezaran ellos a hacer su propia confesión. 

-Yo lo necesito, dijo uno. 

-Yo también, replicó otro. 

-Y yo más que ninguno, concluyó el abogado Grasselli. 

-Entonces, dijo don Bosco, empecemos. 

-Si hiciéramos esto, observó el Delegado, qué dirían los periódicos? 

-Y si vais al infierno, repitió don Bosco, irán acaso a sacaros los periódicos y los periodistas? 

-Tiene usted razón, pero... basta ícaramba! Otro día... otro día... 

Mientras tanto, entre una cosa y otra, sonaron las seis de la tarde. 
Habían rebuscado por todos los rincones de la habitación de don Bosco y de la contigua biblioteca, pero sus pesquisas habían resultado 
inútiles. Aquellos hombres ya tenían hambre. Don Bosco recibía llamadas insistentes de unos y de otros de la casa para un sinfín de 
asuntos de la familia; a más, los muchachos que solían confesarse con él querían entrar en la habitación y empezaban a porfiar con los 
guardias que no los dejaban pasar. En vista de lo cual los del tribunal mandaron a los guardias retirarse de los puestos donde habían sido 
colocados y determinaron llegar a una transacción y concluir aquel negocio marchándose del Oratorio, pero don Bosco se opuso. 

-Levanten acta de lo realizado, les dijo, y después pueden marcharse. 

-La haremos en la oficina, contestó el Delegado. 

((578)) -Esto no les conviene a ustedes ni a mí, replicó don Bosco. 

-Por qué? 

-Porque ustedes podrían cambiar el estado de las cosas, lo mismo que podría hacerlo yo también; por lo tanto extiéndase aquí el acta en 

debida forma. 

-Pero si no hemos encontrado nada. 

-Hagan constar en su acta que no encontraron nada. 

-La firmará usted también? 

-Extiéndala de acuerdo con la verdad, y también yo la firmaré. 

Y así se hizo. He aquí el documento. 

El 26 de mayo del año 1860, en Turín, en casa del muy reverendo don Juan Bosco, propietario de un internado de muchachos 
aprendices y estudiantes, situado en la calle Cottolengo. 

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En cumplimiento de la respetable ordenanza de hoy, dictada por el ilustrísimo señor Jefe de Policía de Turín, abogado Chiapuzzi, por la 
que se mandaba proceder a una minuciosa inspección domiciliaria en dicha casa, nosotros los abajo firmantes Sabino Grasso, delegado de 
Policía, Esteban Túa, abogado, y Antonio Grasselli, abogado, inspectores, el primero de la zona Borgo Dora y el otro de la de 
Moncenisio, y con la escolta de guardias de seguridad, nos hemos presentado en la susodicha localidad, donde, llegados ante la presencia 
del citado sacerdote don Juan Bosco, se notificó al mismo la finalidad de la visita y después, en consecuencia, se pasó con su concurso a 
una diligente inspección de todos los rincones, escondrijos, papeles y libros existentes de las dos estancias que sirven de habitación del 
mismo; pero, pese a las más minuciosas pesquisas, no se encontró nada que pueda interesar a los fines fiscales. 

De cuya operación se da cuenta con la presente acta, que para su confirmación fue firmada por todos los que intervinieron, anotando 
que se entregó una copia exacta al ya mencionado sacerdote, a petición del mismo. Firman: SABINO GRASSO, delegado -ESTEBAN 
TUA, abogado inspector -ANTONIO GRASSELLI, abogado inspector. 

((579)) Hacia las seis y media se marchaban del Oratorio los famosos inspectores, llevando consigo a la Dirección General de 
Seguridad el original de la declaración; y los guardias levantaban el asedio. 

Apenas salieron, don Bosco fue objeto de las más afectuosas atenciones de sus queridos muchachos, que hicieron con él lo mismo que 
un día los ángeles en el desierto con el divino Salvador, cuando fue librado de ciertas asechanzas de las que nos habla el Evangelio. Uno 
le preguntaba si necesitaba algo, otro lloraba de alegría al verle libre, éste quería saber qué habían hecho y dicho aquellos señores durante 
aquellas larguísimas horas, aquél condenaba la extraña acción y así por el estilo. El, sereno y con la sonrisa en los labios, respondía a 
unos, consolaba a otros, mandaba callar al que murmuraba e invitaba a todos a dar gracias a Dios, que los había considerado dignos de 
padecer algo por su amor. 

Esta fue la primera inspección, que no alcanzó más resultado que el de satisfacer el bolsillo de algún espía del Gobierno, calmar la 
venganza de algún delator y molestar a la casa. Quedaba claramente demostrada la inocencia de don Bosco y la de todos los que vivían en 
el Oratorio. El acta, cuya copia se guardó en nuestros Archivos, hubiera debido convencer a ciertos representantes del Gobierno para 
dejar en paz a don Bosco; pero, desgraciadamente, no iba a ser así. 

Don Bosco había salido incólume del primero y duro aprieto, ya que la finalidad de la visita policíaca era ni más ni menos la de hallar 
un pretexto para acabar con su obra. Pero las oraciones de millares de almas buenas desbarataron los deseos de los pecadores. 

El carpintero Coriasco, apodado Juanín, que vivía en su casita 
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junto ((580)) al Oratorio, situada donde actualmente se encuentra nuestra librería, al aparecer los guardias se echó a correr excitado y 
llorando al Cottolengo, al Refugio, a la Obra de San Pedro, a las Huérfanas y a otros piadosos Institutos, diciendo a todos: 
-íRecen, recen; están haciendo un registro a don Bosco; quieren llevárselo a la cárcel! 
Volvió después a su casita y, después de estar en acecho e inquirir noticias, rehacía cada media hora su ronda, corriendo y repitiendo: 
-íRecen, recen!; ítodavía están los guardias en el Oratorio! 
Por fin al toque del Avemaría apareció radiante de alegría a las puertas de aquellas benditas casas anunciando: 
-íDen gracias al Señor! Se han marchado los guardias y don Bosco está libre. 

Fue ésta una verdadera gracia de la Virgen, pues estaba tan decidido el encarcelamiento de don Bosco que el diario La Perseverancia, 
de aquella misma mañana, había dado la gran noticia de que don Bosco había sido recluido en la cárcel del Senado. La noticia fue causa 
de una escena conmovedora. El joven Gastini, que juntamente con otros muchachos del Oratorio iba cada día a trabajar fuera con 
maestros de la ciudad en sus talleres, volvía a su puesto de trabajo, después de comer en el Oratorio, sin la menor sospecha de que la 
envidiable paz de la casa iba a ser turbada tan gravemente al cabo de unos instantes. 

Mientras, trabajaba, se le acercó de pronto un compañero y le dijo:
-Tengo que darte una noticia. Tu don Bosco está en la cárcel.
A Gastini se le cayeron las herramientas de las manos y gritó angustiado:
-Qué dices?
-Que don Bosco está en la cárcel; lee esta hoja.
Y se la dio.
Gastini leyó, palideció, salió del taller y corrió desalado al Oratorio. Entró con los ojos desorbitados, gritando:
-Dónde está don Bosco, dónde está don Bosco? Quiero verlo.
((581)) Se hallaba don Bosco todavía en los pórticos, pero Gastini andaba tan fuera de sí que no lo vio y seguía preguntando:
-Dónde está don Bosco, dónde está don Bosco?
Los compañeros se lo señalaron y lo acompañaron hasta donde estaba. En el primer momento Gastini no lo reconoció, pero, después,


fue calmándose poquito a poco, rompió a llorar y se echó en sus brazos, exclamando: 
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-íDon Bosco! Pero es usted de veras? 

Juan Villa también, oída la voz esparcida por Turín, y que llevaba la prensa diaria, acerca del encarcelamiento de don Bosco, al día 
siguiente, solemnidad de Pentecostés, corrió al Oratorio para enterarse de lo sucedido y lo encontró confesando en la iglesia. Regresó al 
Oratorio después de comer, lo vio en medio de más de doscientos muchachos, se acercó a él y le dijo: 

-Va la gente diciendo por Turín que don Bosco está en la cárcel; y don Bosco está aquí prisionero de sus chicos. 

Al día siguiente apresuróse don Bosco a trasladarse a la Residencia Eclesiástica de San Francisco de Asís para poner sobre aviso a don 
José Cafasso y sugerirle las precauciones que debía tomar para eludir una inspección, que parecía inminente. Cuando don José Cafasso 
oyó los términos precisos de la orden ministerial, no se turbó. Se limitó a exclamar: 

-Si clavaron a Jesús en la cruz, por qué van a perdonarnos a nosotros? 

La gente que iba y venía por la calle se paraba maravillada mirando a don Bosco, a quien todos creían encarcelado. 

Efectivamente, iba don Bosco por la ciudad, acompañado del joven estudiane Juan Garino, y al llegar al comienzo de la entonces calle 
de san Mauricio, entrando por la calle de santa Teresa, oyó a los vendedores de periódicos que gritaban: 

-Don Bosco en la cárcel: a cinco céntimos el ejemplar. 

Era una hojita impresa por sus dos caras. Todos la compraban por la curiosidad de leer la gran noticia. Dio don Bosco dos ((582)) 
perras chicas a Garino para comprar dos ejemplares y rióse con todas sus ganas. A buen seguro que el vendedor andaba muy lejos de 
sospechar que el comprador era el mismísimo don Bosco. 

Esparcióse la noticia de la inspección en el Oratorio por la ciudad, y se organizó en seguida una procesión de personas de toda clase y 
condición, eclesiásticos y seglares, nobles y plebeyos, que iban al Oratorio para visitar a don Bosco y condolerse con él de la afrenta 
recibida, y felicitarle por el fracaso de la trama. Uno de los primeros fue el Marqués de Fassati. La numerosísima afluencia de visitantes 
se prolongó durante varios días. Todos emitían juicios muy severos contra los que habían ordenado aquel acto ilegal. 

El martes, veintinueve de mayo, apareció en el diario Armonía el siguiente artículo: 
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Un registro en el Oratorio de San Francisco de Sales. 

No pasa día sin que, en esta bendita tierra de la libertad, no tengamos que registrar el arresto de obispos o cardenales, el procesamiento 

o encarcelamiento de párrocos, canónigos o simples sacerdotes, o, por fin, algún registro domiciliario. 
El sábado, a las dos de la tarde, tocóle la vez al gran conspirador, el sacerdote Juan Bosco, el cual, como todos saben, conspira dando 
amparo a la miseria, asilando y educando a los hijos de los pobres obreros, y desgastando sus fuerzas en el ejercicio de la caridad y en el 
ministerio sacerdotal. 

Imaginó el fisco que en el Oratorio de San Francisco de Sales iba a encontrar papeles que interesaran a las cuestiones fiscales. Y envió 
una cuadrilla de alguaciles, capitaneados por un delegado de la seguridad pública y dos abogados inspectores, con la orden de proceder a 
un minucioso registro domiciliario. 

Estaba precisamente don Bosco gestionando la aceptación de un pobre muchacho, recomendado por el ministro, cuando llegó la 
inesperada visita. Recibió con su acostumbrada afabilidad a los encargados de la ((583)) fuerza pública y, aunque había mucho que decir 
sobre la legalidad de la orden, sin embargo, desplegó de par en par ante sus ojos los papeles y las cartas que había en su habitación. 

El registro duró desde las dos hasta más allá de las seis de la tarde y el sacerdote Bosco, que a aquella hora tenía que ponerse a confesar 
por ser sábado y víspera de Pentecostés, se vio obligado a atender las operaciones de la policía. Y asistió a ellas con la jovialidad que es 
hija de la conciencia tranquila, tratando de sacar fruto de aquellas horas de ocio involuntario con alguna consideración oportuna y 
cristiana, reflexión que hizo a los policías, y demostrando a los abogados no ser muy gloriosa la empresa a que se dedicaban. 

Huelga decir que fueron inútiles los más minuciosos registros. No son los sacerdotes los que conspiran, lo saben muy bien los 
ministros. Algo dieron que pensar a los guardias dos papeles de entre los muchos de don Bosco. En uno se encontraba una máxima 
demasiado clerical. Pero se llegó a descubrir que era de Marco Aurelio. El otro era un Breve del Papa al sacerdote Bosco, pero resultó 
que aquel Breve ya había sido publicado por la prensa. 

Pasadas las seis, la policía abandonó el Oratorio de San Francisco de Sales, entregando a su Director la siguiente declaración. 

Que es la misma que hemos consignado más arriba. Los periódicos copiaban los juicios de Armonía, pero la prensa sectaria de todas 
partes gritaba contra la Casa y la Obra de don Bosco con el pérfido intento de azuzar al pueblo contra él. 

Con mayor saña y veneno, la Gaceta del Pueblo no titubeó en volver a la carga escribiendo: «El Fisco ha procedido a una inspección en 
casa del conocido don Bosco, director de una partida de mojigatos en Valdocco; dícese que no apareció nada comprometedor. Pues, qué? 
No le basta al Fisco la Historia de Italia de ese moderno padre Loriquet, para convencerle de lo peligroso que puede resultar un preceptor 
de esa calaña?» 

No menos groseras eran las expresiones con que rellenaba otros 
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artículos más, motejando siempre al Oratorio de centro de reacción y vivero de curas. 

((584)) Pero don Bosco experimentaba la eficacia de aquella promesa: Ego eripiam te de affligentibus te (yo te arrancaré de las garras 
de los que te afligen), y resolvió ampliar el Oratorio. La tranquilidad de su ánimo demostraba su inalterable esperanza en la protección del 
cielo. 

Ya hacía tiempo que había proyectado, con el venerable padre Anglesio, la adquisición de los edificios y terrenos adyacentes para 
doblar el número de internos. Con ese fin citó una noche a los miembros del Capítulo y les dijo: 

-La inspección dio ocasión a los periódicos, amigos y enemigos, para hablar de nosotros y de nuestras obras. He aquí, pues, un 
momento oportuno para ampliarlas. Con estas molestias ha querido el Señor que el mundo nos conozca; aprovechémoslas. Han intentado 
los enemigos cerrar el Oratorio; la causa principal de tantos fastidios fueron las delaciones de cierto sujeto, que ha sido muy favorecido 
por esta casa y que, sin embargo, quiso aparentar desaprensión en asuntos de religión con tal de alcanzar un ascenso en su carrera; y 
nosotros mañana vamos a proceder a la adquisición de los locales contiguos de la señora Ganna, viuda de Filippi. El gasto será de ochenta 
mil liras. Estad tranquilos, el próximo año tendremos un gran número de alumnos. 

Atestiguan haberle oído decir estas palabras, don Miguel Rúa, don Angel Savio y otros. 

En efecto, Dios había abierto el camino a don Bosco para llegar a esta meta. Al este del Oratorio había un edificio destinado a la sazón 
a fábrica de seda, propiedad del hijo de la viuda de Filippi. Con la intención de verse libre de las molestias de las obreras, había hecho 
don Bosco diversas gestiones para adquirirlo, mas sin resultado alguno. Cuando he aquí que, después del registro, el mismo propietario 
preguntó a don Bosco si todavía quería comprarlo. 

-Sí, contestó don Bosco, pero ahora no tengo dinero. 

-No se preocupe por esto, replicó el buen señor; ((585)) si hoy no puede, mañana será otro día. Yo no tengo prisa. 

Poco después pasó por el Oratorio el caballero Cotta; hablóle don Bosco de la compra de la casa de los Filippi y del importe de la 
misma. El señor Cotta aprobó la operación y sin más, añadió: 

-Hágalo; la mitad corre de mi cuenta. Y en seguida se firmó el compromiso, estando presentes don Juan Bautista Francesia y don 
Francisco Vaschetti, que se maravillaron de la generosa oferta. 
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Pero después de la compra era necesario adaptar aquellos locales, y don Bosco hablaba de este asunto con dos de sus alumnos, 
haciendo notar que el gasto no bajaría de las cien mil liras. Uno de ellos, que sabía muy bien lo lejos que él andaba de poseer una suma 
tan grande, le dijo: 

-íDon Bosco! Parece muy útil comprar esa casa y adaptarla; de acuerdo; pero, y los dineros? 

-íVerdaderamente sois hombes materiales! No sabéis que para el Señor es una misma cosa inspirarle a uno una buena idea que darle los 
medios para realizarla? Más aún, es mucho más difícil crear la idea que dar los medios para llevarla a cabo. En todo lo mío parto siempre 
de esta base. Busco primero si la obra será para la mayor gloria de Dios y provecho de las almas: si es así, voy adelante seguro, porqúe el 
Señor no deja faltar su asistencia; pero, si no va a ser lo que yo imagino, es más, lo creo así, entonces échese todo a perder y yo quedo tan 
satisfecho y conforme. 

Así esperaba y así hablaba don Bosco, mientras todos los buenos temían por él, y algunos, incluso, lo censuraban por demasiado audaz. 
«Pero él, escribió el canónigo Anfossi, andaba con dignidad y siempre sonriente por su camino, y yo, que viví con él muchos años, me iba 
persuadiendo de que cada una de sus determinaciones no era más que la realización de un consejo recibido de lo alto. Sub tuum 
praesidium confugimus Sancta Dei Genitrix (a tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios)». 
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((586)) 

CAPITULO XLII 

EL DIA DESPUES DEL REGISTRO EN EL ORATORIO -SE APARECE AL REY DE NAPOLES SU SANTA MADRE DIFUNTA 
-ALGUNAS PREVISIONES DE DON BOSCO SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS PUBLICOS -EL SECRETARIO DEL 
CARDENAL CORSI EN EL ORATORIO -ORDENACION SACERDOTAL DE DON ANGEL SAVIO -LOS CLERIGOS DEL 
ORATORIO VAN A OBSEQUIAR AL CARDENAL -DON JOSE CAFASSO PRESIENTE CERCANA SU MUERTE -ARMONIA 
DESMIENTE LA FALSA NOTICIA DEL ENCARCELAMIENTO DE DON BOSCO -SEGURIDAD Y TRANQUILIDAD EN EL 
ORATORIO -CARTA DE UN SEMINARISTA A DON BOSCO PARA QUE LE DESCUBRA SU INTERIOR Y LE CURE DE UNA 
ENFERMEDAD -LA VIDA DE FAMILIA EN EL ORATORIO -GENEROSA CARIDAD DE DON BOSCO CON SUS ALUMNOS 

CONTINUAMOS nuestra narración refiriendo algunas anotaciones de la crónica de Ruffino con toda su genuina sencillez. 

«El 27 de mayo, fiesta de Pentecostés, vino al Oratorio el canónigo Anglesio para congratularse con don Bosco por el resultado del 
registro sufrido, y le repitió: 

»-Alégrese en el Señor, mi querido don Bosco. Su Obra ha sido probada. Cuando comenzó la persecución contra los Apóstoles, éstos 
salieron de Jerusalén y fueron a llevar la fe a otras ciudades y regiones; lo mismo sucederá con su institución». 

((587)) «Hoy vinieron dos guardias disfrazados para asistir al sermón de la mañana y otros dos al de la tarde. Don Bosco tuvo, entre 
otras visitas, la del canónigo Nasi y aprovechó la ocasión para invitarle a predicar el sermón de la mañana. El canónigo habló del aprecio 
en que se debe tener al alma: 1.°, por su origen, inmortalidad, encarnación del Hijo de Dios, por haberle sido asignado un ángel custodio 
para guardarla, por las inspiraciones divinas, esto es, por la estimación en que la tiene el mismo Dios; 2.°, por el aprecio en que la tiene el 
demonio; 3.°, por la estimación en que la tienen los santos, por la constancia de los mártires, por los trabajos de los misioneros y por la 
conversión de los pueblos. 
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»En el sermón de la tarde don Bosco se limitó a narrar sencillamente la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Entre las muchas 
personas ilustres que, después de la plática, llegaron al Oratorio, hay que contar a dos columnas de la Iglesia; el teólogo Margotti, director 
de Armonía y el presbítero Ferrando, director de Campanario. Después de las oraciones, era tal la alegría de toda la casa que resonaba sin 
parar por toda ella: íViva don Bosco! Los jefes de dormitorios y del salón de estudio concedieron amnistía general a todos los que habían 
obtenido alguna nota deficiente. El júbilo llegó al delirio. Nuestra alegría por el triunfo era tanto mayor, cuanto que un traidor, que se 
hacía pasar por amigo y frecuentaba la Casa, había ido al Ministerio y había contado mil mentiras contra don Bosco. Y el registro de 
inspección había sido un humillante mentís para él. 

»Por la noche don Bosco contó cómo velan nuestros santos protectores sobre nosotros, y añadió: 

»-El rey de Nápoles vio en sueños a su madre, la venerable María Cristina de Saboya, la cual le dijo: -íAnimo! Nápoles está tranquila; 
tú, hijo mío, ayuna rigurosamente mañana que es viernes-.A la mañana siguiente, lleváronle según costumbre el café con leche, pero no 
quiso tomarlo. Volvieron a llevárselo más tarde ((588)) y lo rehusó. Todos los de casa estaban extrañados y alguno pareció preocupado 
por ello. Entonces el Rey comenzó a sospechar y dijo: 

»-Acérquese aquí alguien que tome este café. 

»Al ver que todos rehusaban, diciendo que ya habían desayunado, replicó: 

»-Llamad al farmacéutico. 

»Fueron a llamarle, éste se presentó. Mandóle el Rey examinar químicamente aquel café. Obedeció, y al poco rato volvió a decirle que 
había encontrado dentro cierta dosis de veneno. 

»Dos días más tarde, como se hablara de las gestas de Garibaldi en Sicilia, observó don Bosco: 

»-Si no interviene la mano de Dios o la fuerza de una potencia extranjera, Nápoles no puede sostenerse por sí misma. 

»El 28 de mayo llegó al Oratorio el Secretario del cardenal Cosme Corsi, arzobispo de Pisa, para visitar la Casa con el abad Tortone y 
prometió a don Bosco que también vendría su Eminencia en cuanto fuera puesto en libertad. 

»El 2 de junio recibía la ordenación sacerdotal don Angel Savio, en la iglesia de las Hermanas de San José, de manos de monseñor 
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Balma, arzobispo titular de Tolemaida y que moraba en Turín. Se hizo una gran fiesta en el Oratorio, ya que don Angel Savio era el 
segundo alumno de la Casa que seguía con don Bosco, después de ordenarse. 

»El 4 de junio envió don Bosco a todos los clérigos del Oratorio a hacer una visita de cortesía al cardenal Corsi. Cuando volvieron se 
pusieron a hablar del estado de la Iglesia y don Bosco añadió: 

»-Disminuyeron los males en duración, pero crecieron en intensidad». 

Hasta aquí la Crónica. 

Al temor de los males que se agolpaban sobre la Iglesia añadíase otro muy amargo para el corazón de don Bosco. Es él mismo quien 
escribió: «Don José Cafasso iba ya a cumplir sus cincuenta años, edad en la que el hombre ha podido ser amaestrado ((589)) por la 
experiencia acerca de las cosas del mundo. Aunque cenceño de constitución, vivía en continua actividad, y gozaba de suficiente grado de 
salud exenta de molestias; casi nunca había estado enfermo. Pero en los últimos meses, bien que gastado por los trabajos, enflaquecido 
por las penitencias y ayunos, no cesaba de asumir trabajos apostólicos de diverso género. Mas he aquí que, de pronto, cambia su manera 
de hablar, de pensar y de obrar. Manda llamar a un sacerdote con el que se había comprometido para predicar una tanda de ejercicios 
espirituales en san Ignacio, en Lanzo, y le dice que él no puede ir. Le preguntan por qué, y se limita a decir: 

»-Más tarde lo sabréis. 

»Renuncia a toda ocupación ajena a la Residencia Sacerdotal; a los mismos enfermos, a quienes solía visitar con gran caridad, los 
recomienda y confía a otro sacerdote para que se cuide de ellos, y él, casi siempre encerrado en su habitación, termina sus disposiciones 
testamentarias y pone en orden todas sus cosas, como si hubiese de partir para la eternidad». 

Don Bosco andaba pensativo; rezaba y mandaba rezar. 

También rezaban por el mismo don Bosco sus numerosos amigos, esparcidos ya por muchas regiones de Italia, pues no sabían cuáles 
podrían ser las consecuencias de los registros y la suerte que le esperaba al siervo de Dios, a quien muchos seguían creyéndole en la 
cárcel. Fue, pues, menester, para calmar los ánimos alarmados de muchos y buenos cristianos, dar un mentís rotundo a los periódicos 
sectarios. En consecuencia, publicó Armonía del 3 de junio el siguiente articulito: 
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Se ha hecho correr la voz de que ha sido encarcelado el óptimo sacerdote don Bosco. Podemos asegurar que, hasta la hora en que 
escribimos esto, la noticia es falsa. Y decimos: «hasta la hora», porque muy bien podría suceder que, cuando nuestros lectores lean lo que 
escribimos, resulte que don Bosco ((590)) esté encarcelado. No es que exista el menor motivo o pretexto para ello, pues todos saben 
quién es don Bosco; pero hoy día un sacerdote está al margen de la ley; por tanto es lícito cualquier cosa en su contra. 

Resulta fácil comprender que estas pocas líneas no podían tranquilizar del todo a los bienhechores del Oratorio, los cuales imaginaban 
que los muchachos internos se encontraban preocupados por su porvenir. Pero éstos estaban tranquilos, porque don Bosco les había 
tranquilizado y prestaban fe ciega a sus palabras, convencidos de que eran palabras de un santo, que poseía el espíritu de profecía. «En 
don Bosco, dejó escrito el canónigo Ballesio, este espíritu no era un instantáneo fulgor como el de un relámpago; daba más bien la 
impresión de que había llegado a ser la habitual condición de su mente, de modo que profetizaba cuando oraba, cuando conversaba, 
cuando bromeaba; y profetizaba casi sin darse cuenta de que lo hacía, ni él ni los demás». Juzgue el lector la verdad de esta afirmación 
por lo que irá viendo en los futuros volúmenes. 

Pero, además del espíritu de profecía, confirmaban los muchachos en su firme confianza otros dones extraordinarios del Señor, que 
veían resplandecer en él. Refleja el aprecio que todos tenían al Siervo de Dios esta carta que un clérigo muy bueno, pero enfermo, 
escribía a don Bosco por aquellos días: 

Ilustrísimo y Reverendísimo Señor: 

Escribo la presente carta para darle cuenta de mi enfermedad y pedirle consuelo. Abrigué la esperanza de que esto iba a terminar y hasta 
pronto, pero desgraciadamente me doy cuenta de que se apodera de mí cada vez más. Me esfuerzo por estar alegre, pero la sonrisa, que a 
pesar de todo me acompaña todavía, es la del que se dio un martillazo en los dedos. Habrá de ser siempre así? Don Bosco, usted obtuvo 
muchos favores para otros, que, como yo, sufrían molestias; no podría obtenerme también la curación a mí? Sé que no la merezco, pero 
sé ((591)) que el Señor concede aún las gracias más señaladas a quien sabe pedírselas y las pide como conviene. 

En una ocasión, ya hace dos meses, le dije: -íDon Bosco, sueñe conmigo! 

Y usted me respondió: «Esta noche iré a visitarte en espíritu». 

Aquella noche me desperté y, si mal no recuerdo, pedí al Señor que enviase a don Bosco el sueño que yo deseaba. Tenía yo verdadera 
necesidad de hablar y no quería hacerlo; y mientras alimentaba en mí el deseo de que usted llegara a conocer, a través del sueño deseado, 
lo que yo no le había dicho, discurría para mí: 

«O don Bosco sueña y lo sabrá, o no sueña y no sabrá nada y yo no le hablaré». 

Pero don Bosco soñó y me llamó y, después de haberme contado un extraño accidente que me sucedió, a saber, que estaba yo 
caminando río abajo por el cauce del 
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Po, y lo que es más, acompañado por el mismo don Bosco, me dijo: -Donato, tranquilo, procura mantener tu alma en calma. 

Estas palabras eran muy bonitas, pero yo esperaba otras; mas he aquí que usted prosiguió: -En cuanto a lo que deseas saber, me limitaré 
a decirte: Ne timeas ubi non est metus (no temas donde no hay motivo para temer). Estas últimas palabras me consolaron... 

Un hecho reciente me da motivo para esperar mi bienestar. No hace más de cuatro semanas que usted preguntaba a uno que padecía una 
molestia: -Quieres curar de tu enfermedad? 

A su respuesta afirmativa, añadió usted: -En cuántos días? -Y el mal desapareció en el tiempo que le fijó. 

Estos y otros hechos semejantes son demasiado halagüeños como para no sentirme yo movido a acudir a usted en mi enfermedad. Es 
más, le aseguro que ha nacido en mí tal esperanza de obtener un feliz resultado recurriendo a usted, que, sólo al pensarlo, me siento 
satisfecho. Y en cierta ocasión en que yo lloraba desconsolado, experimenté verdadero alivio al pensar que podía recurrir a don Bosco. 
Qué mayor consuelo puede disfrutar un hijo que el de verter sus penas sobre el pecho de su padre? Esta prueba me aprovechará al menos 
para conocer la voluntad de Dios tocante a mí. Me concederá el Señor que yo sane? Se lo agradeceré de todo corazón y me atrevería a 
prometer que ((592)) no me haré indigno de tan gran favor. Si a El pluguiera que yo permanezca en el estado en que me encuentro, me 
resignaré; si, por un lado me resultaría doloroso, por otro me sería grato, sabiendo que el Señor lo permitiría para mi mayor bien. 

No añado más. Bien sabe don Bosco lo que yo deseo, y lo que me es necesario en el Señor. Por tanto le ruego que con el método que le 
caracteriza me magnetice, penetre en mi interior y halle la manera de consolarme. Tenga la bondad de perdonarme si mi modo de decir es 
demasido familiar y créame. 

De su Ilustrísima y Reverendísima Señoría. 

Desde el salón de estudio, a 3 de junio. 

Su afectísimo hijo EDUARDO DONATO, clérigo 

Al señor don Juan Bosco. 

Así se vivía en el Oratorio, sin ningún temor y con mucha paz y alegría. Allí se respiraba un aire de familia que alegraba. Don Bosco 
concedía a sus alumnos toda esa libertad, que no es peligrosa para la disciplina y la moral. Por esto no se exigía formar filas para 
trasladarse hasta donde llamaba la campana; y se toleraba en los días de calor que en el salón de estudio se quitaran la corbata y la 
chaqueta. 
Más de una vez hiciéronle observar los asistentes que el orden y el decoro exigían poner remedio. Pero don Bosco, a duras penas se 
adaptaba a esas protestas, pues le gustaba mucho proceder con naturalidad y espontaneidad, de modo que todo supiera a familia. Sólo 
años después consintió, cuando el número de alumnos aumentó extraordinariamente. 
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Todos los antiguos alumnos recuerdan con indecible ternura aquellos tiempos y afirman que siempre les parecía encontrarse en su 
propia casa con sus padres. Y dedicaban a su buen padre todas aquellas atenciones, que sabe inspirar un afecto filial. Cierto día llevaba ya 
don Bosco ((593)) cinco horas en el confesonario y, había todavía a su alrededor muchos penitentes. Un tal Merlone, pensando en que el 
buen Padre necesitaba algún refrigerio, fue a la cocina para que le prepararan una tacita de manzanilla y se la llevó a la iglesia. Don 
Bosco se lo agradeció mucho y díjole con su característica bondad: 

-Que Dios te pague esta atención dándote mensuram bonam, confertam, coagitatam, superefluentem... (una buena porción apretada, 
sacudida, colmada...) en este mundo y en el otro. 

Ponía los cinco sentidos para proveer a las necesidades de sus alumnos. «Si uno de ellos, escribió Pedro Enría, estaba algo indispuesto, 
don Bosco le preguntaba a toda prisa: 

»-Cómo te encuentras? Si hace falta, mandamos llamar al médico en seguida... Si no es más que una ligera indisposición, diré al señor 
Prefecto que te pongan otra comida. 

»Recuerdo que un clérigo, compañero mío, tuvo que marchar a su pueblo por orden del médico. Fue a despedirse de don Bosco, y lo 
primero que el buen padre le preguntó fue: 

»-Tienes dinero para el viaje? 

»-Sí, respondió el clérigo; me lo ha dado el señor Prefecto. 

»-No tienes más que para el viaje? 

»-No señor; nada más. 

»-Y cuánto tiempo vas a estar en casa? 

»-Ha dicho el médico que me estuviera dos meses por lo menos, pero creo que no van a ser suficientes para reponerme. 

»-Tus padres no son ricos, cómo te las vas a arreglar para no sufrir privaciones? íAh!, no consiento que seas una carga para tus padres: 
toma. 

»Y le dio doscientas cincuenta liras, añadiendo: 

»-Tan pronto como se te acaben, escríbeme y te enviaré más; preocúpate sólo de hacer lo que el médico te ha prescrito. Cuídate y no te 
((594)) canses. Saluda a tus padres de mi parte; yo te encomiendo al Señor cada mañana en la santa misa.» 

También don Juan Garino atestigua: «Resulta algo singular que en medio de sus múltiples ocupaciones pudiera hallar tiempo para 
cuidar tanto de los clérigos y de su salud. A lo más cada dos meses, preguntaba a los que no podían ser ayudados por los padres si 
necesitaban 
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ropa, zapatos y otros objetos personales, y él, de ser así, hablaba o escribía a alguna rica dama para que le proveyese. Para otros 
muchachos o clérigos, el mismo don Bosco buscaba protectores que abonasen por ellos alguna pensión también en el Seminario. 

»Cuando encontraba a un muchacho afligido por una grave enfermedad o por la muerte de su padre, lo consolaba diciéndole: 

»-De hoy en adelante, yo te haré de padre. 

»Y a un clérigo ya inscrito en la Pía Sociedad, que hecho un mar de lágrimas y siendo ya huérfano de padre fue a anunciarle el 
fallecimiento de su madre, le calmó con estas palabras: 

»-No lo dudes, la Congregación será tu madre». 

íBendito don Bosco! Su caridad recreaba al espíritu, alimentaba al alma, nutría y daba fuerzas al cuerpo, de modo que pueden referirse 
a él las palabras de los Proverbios: -El corazón del sabio está atento a su boca, y aumenta el saber de sus labios. Palabras suaves, panal de 
miel: dulces al alma, saludables al cuerpo. 1 

1 Proverbios XVI, 23, 24. 
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((595)) 

CAPITULO XLIII 

CONSTRUCCION DE LA PORTERIA Y DE LA NUEVA SACRISTIA -CARLOS BUZZETTI, MAESTRO DE OBRAS DEL 
ORATORIO -GENEROSOS DONATIVOS DE DON JOSE CAFASSO PARA LAS NUEVAS OBRAS Y SU ULTIMA VISITA AL 
ORATORIO -REGLAMENTO DE LA PORTERIA -PROYECTO DE UNA BECA EN OBLIGACIONES POR VALOR DE 
QUINIENTAS LIRAS, POR LA QUE UN MUCHACHO TENDRA DERECHO A ESTAR EN EL ORATORIO HASTA ACABAR SU 
INSTRUCCION: CIRCULAR; OBSERVACION DE DON JOSE CAFASSO -RESPUESTA A CIERTOS CRITICONES -CAUSA DE 
LA ACTIVIDAD DE DON BOSCO -SE PROPONE A DON BOSCO LA ACEPTACION DEL COLEGIO DE CAVOUR -EL 
SEMINARIO MENOR DE GIAVENO Y LA CAUSA DE SU DECADENCIA -EL CANONIGO VOGLIOTTI PIDE A DON BOSCO 
UN SACERDOTE Y UN CLERIGO PARA GIAVENO; CONSEJO DE DON JOSE CAFASSO -PLANES DEL AYUNTAMIENTO 
ACERCA DEL SEMINARIO MENOR Y SU OFRECIMIENTO A DON BOSCO -EL CANONIGO VOGLIOTTI PROMUEVE UN 
ACUERDO ENTRE LOS INTERESES DE LA CURIA Y LOS DEL MUNICIPIO -DON BOSCO ACEPTA CONDICIONALMENTE 
LA PROPUESTA DEL CANONIGO, QUE QUISIERA CONFIARLE LA DIRECCION DEL SEMINARIO MENOR -DON BOSCO 
ESCRIBE AL ALCALDE DE GIAVENO -OTRA CARTA AL CANONIGO VOGLIOTTI; SE ESPERA UNA RESPUESTA DE 
GIAVENO 

DESDE que empezaron a rumorearse las primeras voces de los registros, don Bosco se estaba preparando valientemente para efectuar 
nuevos planes. Fue el primero el siguiente. 

((596)) Por el lado de la iglesia, junto al portón de entrada, estaban las dos clases para los externos y un cuartito para el portero, como 
ya hemos dicho. Faltaba, pues, una portería adecuada, y don Bosco la mandó construir a fines del año 1859. Constaba de una planta baja, 
algo mayor que las clases, a levante del portón, y separada unos metros del antiguo cobertizo alquilado por el señor Filippi al señor Visca. 
Se componía de tres piezas sucesivas, a saber, un atrio 
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cubierto, que daba acceso al despacho del portero y por éste se pasaba a un salón, que servía de recibidor para los parientes de los 
alumnos. Por tanto, quedaba, entre las escuelas y la portería, un espacio a la intemperie que conducía desde el portón hasta el patio, para 
el paso de carruajes, y don Bosco determinó cubrirlo con una gran bóveda de ladrillos. 

Llamó al empresario, pidióle hiciera un presupuesto, y luego que ejecutara la obra. Aquél advirtió a don Bosco que solamente la 
armadura del techo le iba a costar unas dos mil liras. 

-Haga el cálculo total de gastos, replicó don Bosco; que no faltará lo que sea necesario. 

Estaba presente al diálogo el joven Carlos Buzzetti, a la sazón simple albañil. Indignado al ver cómo engañaba a don Bosco un hombre 
que no buscaba más que su propio lucro, esperó a que el empresario se alejase, y dijo a don Bosco: 

-Ese señor, si no me equivoco, quiere enriquecerse a expensas de don Bosco. 

-Qué dices? 

-Digo que dos mil liras son un disparate. 

-En cuánto tasas tú esta obra? 

-Creo que se puede hacer con seiscientas o setecientas liras. 

-La armadura? 

-No, toda la obra. 

((597)) -Pues bien, te doy mil a ti, si eres capaz de ejecutar mi plan... 

-Mil son demasiadas liras. Tal vez basten quinientas. 

-Si te atreves, hazlo, hazlo en hora buena. 

Buzzetti aceptó. Convencido don Bosco de que el empresario abusaba de su buena fe, decidió despedirlo; pero no en seguida y, además, 
con delicadeza. Como quiera que todavía debía acabar algunas reparaciones en casa, suspendió el reciente encargo y le dijo que 
necesitaba que sus albañiles atendieran a lo que era más apremiante. 

Carlos Buzzetti puso manos a la obra, como había prometido, y en breve la acabó. 

Los gastos de esta obra corrieron a cargo de don José Cafasso, que había entregado a don Bosco una importante cantidad, 
probablemente para la compra de la propiedad de los Filippi. La revista El Apologista Católico de septiembre de 1860, afirmaba que el 
montante pasaba de cuarenta y cinco mil liras. Don Bosco habló varias veces con don Juan Cagliero de este importante donativo, 
añadiendo que don José Cafasso le había mandado que no lo dijera a nadie. Sin 
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embargo, él solía repetir a sus jóvenes que don José Cafasso era un gran bienhechor de la casa y que le había entregado varias veces 
cuantiosas limosnas. 

La última vez que don José Cafasso visitó el Oratorio, fue precisamente para dar un vistazo a los trabajos de la portería, cuyos planos 
había examinado ya, y para llevar su bendición al Instituto, pues hasta entonces no se le había visto casi nunca por la zona de Valdocco. 

Una vez inauguradas y arregladas aquellas dependencias, mandó don Bosco colocar, en un cuadro preparado a propósito, un reglamento 
redactado por él mismo. 

((598)) REGLAMENTO DEL LOCUTORIO 

1. No se permite a los alumnos del Oratorio hablar con nadie, sin permiso explícito del Superior o del encargado. No pueden ser 
llamados al locutorio más de dos veces al mes, y solamente desde las doce y media a las catorce, todos los días, excepto los festivos. 
2. Nunca se permite la salida particular, ni con los parientes, ni con otros. 
3. No está permitido a los alumnos recibir vino o licores, ni guardar dinero consigo; quien reciba dinero deberá entregarlo al Prefecto, 
que se lo suministrará cuando sea menester. 
4. Tampoco pueden recibir ni entregar nada a sus parientes, si no es a través del portero. 
5. En el locutorio está prohibido fumar y comer ninguna clase de comestibles. 
6. Terminado el tiempo de locutorio, debe dejarse libres en seguida a los alumnos. 
7. No se permite a los parientes entrar en los dormitorios de los alumnos. 
8. El único lugar para hablar con los alumnos es el locutorio; por tanto, no es lícito entrar en los patios sin permiso de los Superiores. 
Tan pronto como Carlos Buzzetti terminó su primera obra, le confió don Bosco la de la pequeña sacristía a poniente de la iglesia de san 
Francisco, junto al presbiterio. Esta, lo mismo que la habitación de encima, estaba destinada al clero infantil. Ocupaba una parte del 
huertecillo, propiedad de don Bosco, que se prolongaba hasta la tapia en la calle de La Jardinera. 

Buzzetti terminó la sacristía aquel mismo año de 1860, pero le tocó sorber después el amargo veneno de la calumnia. El ingeniero 
arquitecto le acusó ante don Bosco de hombre de mala fe que buscaba la manera de engañar a don Bosco ((599)) en la compra de 
materiales. El ingeniero era un buen católico, caritativo y miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl, pero al mismo tiempo, 
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demasiado fácil a prestar fe a los informes de los mal intencionados, envidiosos de la suerte de los demás, y obstinado en sus
prevenciones.
Pero don Bosco tenía tan buen concepto de Buzzetti, que no quiso creer las repetidas afirmaciones del ingeniero, por lo que éste renunció
a prestar sus servicios en el Oratorio, pues siempre se le oía decir:


-Conozco a Buzzetti, no está capacitado para esto. 

Buzzetti, perfectamente enterado de las voces que corrían sobre él, calló siempre, porque tenía puesta plena confianza en don Bosco. 

En efecto, mientras se intentaba echarle del Oratorio, fue despedido el antiguo empresario. Buzzetti ocupó su puesto en calidad de 
maestro de obras y ahí comenzó su fortuna. Confióle don Bosco la construcción de todos sus edificios durante treinta años, de suerte que 
llegó a ser uno de los más estimados constructores y empresarios de edificios e iglesias en Turín. 

El segundo propósito de don Bosco fue aumentar el número de sus alumnos, especialmente para la formación del Clero. Para satisfacer 
las necesidades que le exponían desde todos los ángulos del Piamonte, esperando alguna ayuda, determinó don Bosco proponer a familias 
acomodadas y a personas caritativas, que si querían enviarle muchachos capacitados para comenzar ya los cursos del gimnasio o 
bachillerato, él se encargaría de hacerles cursar los cinco cursos con el pago adelantado de sólo quinientas liras por una vez. Al mismo 
tiempo, y para mayor estímulo de la caridad, pensaba prometer que, parte de aquella suma, se emplearía para levantar el nuevo edificio de 
Valdocco. 

Había quien lo disuadía de semejante proyecto, como de algo ruinoso; estaba entre ellos don José Cafasso, el cual, después de oír sus 
razones y haberse asegurado de que ((600)) la idea había sido bendecida por Dios, decía: 

-Es inútil, quiere obrar a su manera; pero hay que dejarle hacer porque, hasta cuando un proyecto fuera desaconsejable, a don Bosco le 
sale bien. 

Así, pues, don Bosco preparó una circular, en la que presentó la propuesta de aquel favor también para los muchachos que deseasen 
aprender un arte o un oficio, y algunos meses después la publicó y envió a muchas ciudades y pueblos. 

Ilustrísimo Señor: 

El vivo deseo de proveer a la necesidad, cada día mayor, de la educación moral de la juventud y el gran número de jovencitos que piden 
ser admitidos en esta casa, llamada Oratorio de San Francisco de Sales, hacen doloroso el tener que rechazar 
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cada día a pobres muchachos, que, abandonados a sí mismos, hacen esperar para ellos un triste porvenir. 

El edificio actual, especialmente desde que se han establecido en su interior los talleres, no permite aumentar el número de los alumnos, 
y no teniendo medios para ampliarlo, he trazado un proyecto que creo será del agrado de su Señoría, y al mismo tiempo útil para 
acumular los medios necesarios para preparar un local que permita admitir un número de alumnos mucho mayor que el actual. 

Se trataría de emitir un determinado número de obligaciones de quinientas liras, pagaderas en los próximos meses de la siguiente forma: 

Agosto yseptiembre...................200liras Enenerode1861.................. 200liras En julio de1861.. 
. .. . .. . .. . .. . .. .. 100liras 

Total. . .. . .. . 500liras 

Cada obligacionista adquiriría el derecho de enviar a esta casa al jovencito que él piense dedicar al estudio, o al aprendizaje de un 
oficio, según las aptitudes y las inclinaciones del sujeto. (Véanse las condiciones al pie). 

De este modo su Señoría contribuiría a dos obras de caridad: ((601)) agrandar una casa, destinada a albergar a muchachos pobres, y 
ayudar a un jovencito, al que usted juzgue digno de este favor. Con lo cual, además de la recompensa que recibirá de Dios, tendrá en esta 
Casa alguien que bendecirá su benéfica mano, que le arrancó de los peligros y colocó en el camino que lleva a la vida cristiana. 

Si el proyecto que le propongo merece su aprobación y se resuelve a tomar parte en él, quédole muy agradecido desde este mismo 
momento, y ruégole tenga a bien participármelo lo antes posible, para mi norma. Ruégole también humildemente haga sabedores del 
asunto de esta carta a aquéllos que usted cree bien dispuestos a participar en esta obra de beneficencia pública. 

En caso contrario, le suplico que perdone la molestia que le he causado con la presente, y acepte mis augurios de toda suerte de bienes 
celestiales, al tiempo que con la mayor estimación me profeso. 

De Vuestra Señoría. 

Turín, ......... de ......... 1860


Su Seguro Servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

CONDICIONES PARA EL JOVENCITO, QUE CADA OBLIGACIONISTA
PODRIA ENVIAR A LA CASA LLAMADA ORATORIO DE SAN FRANCISCO DE SALES


Aunque las condiciones para aceptar a un alumno en esta casa son de ordinario bastante diversas, sin embargo, en el presente caso, se 
reducen a la siguientes: 

El joven presentado puede ser destinado a los estudios o al aprendizaje de un oficio. 

1.° Para el aprendizaje se requiere que esté sano y robusto, que tenga doce años cumplidos y no pase de los dieciocho. La casa se 
compromete a darle habitación, comida, instrucción moral y religiosa, hasta terminar el aprendizaje de la profesión, que quiera abrazar de 
entre las que se enseñan en la casa. 

2.° Para seguir estudios se requiere que haya cursado las escuelas elementales y pueda presentar un certificado de buena conducta 
moral, que esté sano y exento de deformidades exteriores. La casa le proporcionará habitación, alimento, escuela para los cursos clásicos 

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de latinidad; es decir, desde el primer año de gramática latina, inclusive, hasta filosofía exclusive. 

3.° En ambos casos el alumno tendrá que uniformarse al régimen de alimentación, a la disciplina, instrucción y a las profesiones 
compatibles con el plan de reglamento practicado en esta casa. 

((602)) FORMULA DE OBLIGACION 

El que subscribe, domiciliado en ............ calle ................. 
n.°....para contribuir a la ampliación de la casa llamada ORATORIO DE SAN FRANCISCO DE SALES en Turín, zona de Valdocco, se 

obliga a tomar ........ obligaciones, cuyos dos quintos pagará en el próximo trimestre de agosto y septiembre del año corriente 1860.


Dos quintos más en enero de 1861. 

El quinto restante en julio del mismo año 1861. 

Es mi intención adquirir el derecho de enviar a dicha casa a un alumno en el tiempo que me parezca más oportuno, de acuerdo con las 

condiciones expresadas para la aceptación. 
En ....... a .......... del mes de .............1860 

Firma del Suscriptor 

N.B. Se ruega a los suscriptores que firmen la presente cédula y la envíen al sacerdote JUAN BOSCO -Turín. 
Fueron muchos los que respondieron a esta llamada. Todavía se conservan las siguientes subscripciones de adhesión y oferta con fecha 
de los años 1860 y 1861: 

María Sophie Vibert de la Pierre. -» Juan Arzobispo de Saluzzo. -
Conde Pedro Juan Gloria. -Conde Aleramo Bosco de Ruffino. -Reverendo canónigo Camilo Peletta, limosnero del Rey. -Canónigo 
Celestino Fissore, Vicario general. -Canónigo José Ortalda. -Jorge Oreglia, canónigo arcipreste de Fossano. -Antonio Giulio Ajachini, 
cura párroco de Santa María de la Salud de los Huertos de Alessandria. 

Don Bosco había ideado también estas obligaciones de quinientas liras para crear un estado de cosas, que hiciese casi imposible el 
cierre de su Centro. Estaba convencido de que el derecho de terceros haría vacilar a sus adversarios en la ejecución de su intento. 

Pero ciertas personas, que se creían hombres prudentes, criticaban estas y otras iniciativas de don Bosco. 

((603)) Un teólogo insigne, docto y piadoso, solía, sin embargo, decirles, como aseguró don Juan Turchi: 

-Es fácil criticar, pero, entre tanto, nosotros no somos capaces de realizar la centésima parte de lo que él hace sin unos medios 
garantizados. 

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Don Bosco es un hombre extraordinario y por tanto no se le puede juzgar por el mismo rasero que a los demás. 

A su vez don Bosco contestaba un sinfín de veces, de viva voz o por carta, a los que reprochaban su iniciativa: 

-Cuando yo sepa que el demonio ha dejado de acechar contra las almas también yo dejaré de buscar nuevos medios para salvarlas de 
sus insidias y sus trampas. 

El tercer plan, el de extender fuera de Turín su incipiente Congregación y confiarle un colegio de estudiantes, era uno de los más 
atrevidos para aquellos tiempos. La Providencia de Dios guiaba los acontecimientos, y el Ayuntamiento de Cavour le ofreció la dirección 
de su antiguo Colegio Municipal, cerrado hacía algún tiempo, y que quería volver a abrir. Casi al mismo tiempo, el canónigo Celestino 
Fissore, Vicario general y más tarde Arzobispo de Vercelli, le había dado a conocer su vivo deseo de que pensara en dirigir el Seminario 
Menor de Giaveno. 

Este Seminario, fundado poco después del Concilio de Trento y regido según las normas de sus sabios decretos, había sido durante casi 
tres siglos vivero del Clero, primero para la Abadía de San Miguel de la Chiusa, a la que pertenecía, y después para la Archidiócesis de 
Turín, a la que fue incorporado a principios del siglo diecinueve. Habían florecido en él por mucho tiempo los estudios de todo el 
bachillerato, únicos entonces en la diócesis destinados a promover las vocaciones. En los últimos años había mermado tanto el alumnado 
que el Seminario estaba a punto de ser cerrado y expropiado por el Gobierno. 

El clérigo Anfossi, que fue a visitarlo en 1859, quedó maravillado del silencio que en él reinaba, y le dijeron que no ((604)) había más 
que unos veinte alumnos; estaban abandonados los estudios y su Vicerrector y Ecónomo a la vez, sólo para los asuntos internos, el 
teólogo Alejandro Pogolotto, vivía en un palacete contiguo. El verdadero Rector, representante de la Curia y con plena autoridad, era el 
arcipreste canónigo de la insigne Colegiata de San Lorenzo. A él correspondía la aceptación de los alumnos, la alta vigilancia y la 
administración de los bienes del Seminario y de las pensiones. Los siete profesores del Seminario residían en el Colegio, pero no tenían 
más cometido que la enseñanza; y hacía un año que no percibían sueldo alguno, porque las rentas no daban lo necesario. Había dos 
clérigos encargados de la vigilancia, disciplina y estudio, y uno de ellos tenía que substituir al profesor de las clases elementales, cuando 
por cualquier motivo no pudiera ir a clase. Estas eran tres; iban a 
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ellas colegiales y chicos del pueblo; tenían habilitadas las salas de una parte del mismo Seminario. Los profesores, pagados por el 
Ayuntamiento, dependían de él. Además, el clero de Giaveno se había entrometido siempre en los asuntos del Colegio con perjuicio para 
la disciplina, pues el Vicerrector tenía las manos atadas y había de condescender con las exigencias de aquellos señores. 

Esta era una de las causas por las que el Seminario se encontraba en mala situación. También había hecho sentir su nefasta influencia la 
triste condición de los tiempos. Podíase comparar aquel colegio con un Lázaro muerto de cuatro días, y estaba tan desacreditado ante la 
opinión pública que nadie quería colocar en él a sus hijos. No había ninguna esperanza de poder aumentar el número de los alumnos para 
el año siguiente. 

Esta es la auténtica relación que nos dio uno de los profesores que hubo por aquellos años en el Seminario. 

((605)) Los superiores eclesiásticos pensaban cerrarlo para no tener que pagar a profesores destinados a dar clase en escuelas sin 
alumnos. Pero, antes de llevar a efecto esta determinación, el canónigo Vogliotti, Provicario y Rector del Seminario metropolitano, fue a 
suplicar a don Bosco que buscase una solución para volver a dar vida a aquel pobre colegio. Sólo le pedía un sacerdote idóneo como 
Director y un clérigo hábil para la asistencia. 

Don Bosco pidió tiempo para reflexionar, pues andaba en tratos con los de Cavour; y fue a hablar del asunto con don José Cafasso, el 
cual dudó en sugerirle ninguna determinación, pues tal vez conocía ciertas intrigas, que no eran desconocidas a don Bosco. Preguntóle: 

-A quién enviaría usted a Giaveno como Director? 

-Como yo no tengo, respondió don Bosco, sacerdotes disponibles en el Oratorio, he pensado enviar al sacerdote diocesano fulano, 
amigo mío, uno de los que en el Seminario de Chieri estaban siempre conmigo. Es piadoso, docto e intachable en punto a moralidad. 

-íNo le sirve! -replicó don Cafasso, que no erraba al juzgar a las personas-.íEs demasiado fogoso y de mal genio! 

El Ayuntamiento, que preveía el cierre y liquidación del Seminario, estaba a la espera, pues deseaba adueñarse de él para instalar mejor 
las escuelas municipales, carentes de locales aptos y decorosos. Era su derecho, según se afirmaba, en el caso de cesar el fin principal 
para el que estaba destinado aquel edificio. La dirección del Seminario, informada de estos planes, pasaba grandes angustias al ver que el 
peligro de perder aquel magnífico edificio era inminente. 

Pero el alcalde de Giaveno, José Schioppo, tenía miras aún más 
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amplias, y decidió, además de instalar las escuelas elementales, instituir en el antiguo Seminario un colegio o escuela municipal ((606)) 
de bachillerato y confiar la dirección a don Bosco. La propuesta fue hecha a fines de mayo, y don Bosco dio cuenta de ella a la Curia. El 
canónigo Vogliotti, que buscaba cómo concertar una transacción para conciliar la posesión de aquel edificio eclesiástico con los deseos y 
ambiciosos planes del Ayuntamiento, mandó llamar a don Bosco. Después de exponerle el estado de la situación, le aconsejó, haciéndole 
por su parte amplias promesas, que no rehusara aquel encargo. Don Bosco no puso dificultades, pues se trataba del bien de la diócesis, y 
aseguró al canónigo que, si las condiciones para el convenio, ofrecidas por la Junta Municipal de Giaveno, eran aceptables, discurriría la 
manera de cumplir sus deseos. 

Escribió entonces don Bosco al alcalde de Giaveno pidiendo que el Ayuntamiento formulara un convenio y determinara la tasa con la 
que pensaba cooperar para el establecimiento del nuevo colegio en beneficio del pueblo. Pero no había renunciado todavía al proyecto de 
Cavour. 

Estaba impaciente el canónigo Vogliotti por obtener una respuesta sobre el resultado de las diligencias, y don Bosco le contestó con un 
pliego, cuyo contexto puede deducirse de la carta del Rector del Seminario de Turín. En ésta, como en todas sus otras cartas, don Bosco 
defiende siempre la causa de sus queridos hijos. 

Benemérito Señor Rector: 

Ante todo le doy las más rendidas gracias por cuanto ha hecho y está usted dispuesto a hacer en favor de estos jovencitos. Tocante al 
clérigo Berutto, no hubo más acuerdo que el de que yo tendría conmigo a Ruffino y usted haría la misma caridad asignando pensión 
gratuita para Berutto en el Seminario de Chieri. 

Aquí nunca estuvo en condiciones de pagar ni una perra chica, por lo que siempre estuvo gratis y a gusto por su enorme y buena 
voluntad. ((607)) Una tía suya se cuidaba y sigue cuidando de su ropa. Si es absolutamente imposible concederle pensión totalmente 
gratuita haga usted cuanto esté de su parte, y yo supliré después en lo que no se pueda prescindir. 

Esperaré la contestación sobre Giaveno antes de comprometerme con Cavour. Gracias por la casulla verde que nos promete; nosotros 
estamos sin un ochavo. 

Hasta el presente no he puesto el pie en la cárcel. Su señoría y el Vicario General cuiden de hacer lo mismo. 

Con el mayor aprecio y gratitud, me ofrezco a usted en lo que puedo. 

De V.S.Ilma. 

Turín, 5 de junio de 1860. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

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((608)) 

CAPITULO XLIV 

ENCARCELAMIENTO DEL CANONIGO ORTALDA -REGISTRO A DON JOSE CAFASSO -REFLEXIONES DE DON BOSCO 
-SEGUNDO REGISTRO EN EL ORATORIO -DON BOSCO SE EXTRAVIA EN TURIN Y LA DIVINA PROVIDENCIA LE GUIA 
A CASA -INSPECCION EN LAS ESCUELAS EXTERNAS -ESCENA DOLOROSA: DON VICTOR ALASONATTI SE DESMAYA 
-LLEGADA DE DON BOSCO -AMENAZA DE ENCARCELAMIENTO -REPROCHE A LOS INVESTIGADORES -QUITAN A 
LOS GUARDIAS -DECLARACION SOBRE LOS DERECHOS DEL PAPA -VISITA A LAS ESCUELAS -MINUCIOSA 
INSPECCION DE LA CASA -PREGUNTAS INSIDIOSAS Y FRANCAS RESPUESTAS -SECUESTRO DE LOS CUADERNOS 
-ACCION DE GRACIAS AL SEÑOR -DOS CONSUELOS 

MIENTRAS tanto el Gobierno temía y perseguía a los sacerdotes. Sus adversarios habían acumulado contra ellos tantas acusaciones 
calumniosas que Farini, Ministro de Gobernación, juzgó necesario proseguir en Turín las pesquisas fiscales para llegar al cabo de la 
temida trama y estar prevenido contra un golpe de mano. A la mayoría le parecía un misterio que algunos sacerdotes, dedicados a obras 
de caridad, pudieran infundir tanto miedo al Gobierno, que disponía de batallones de soldados y pelotones de guardias; y sin embargo, es 
un hecho histórico. 

En aquellos días había sido encarcelado el canónigo Ortalda después de haberle registrado su casa. Como fracasó toda ((609)) 
indagación de tramas revolucionarias, se le imputó como delito, según dijo don Bosco, el haber trasladado sin permiso una prensa de la 
imprenta Falletti hasta Santo Tomás, para emplearla en su periódico El Museo de las Misiones. 

Y he aquí que el seis de junio mandó el Jefe de Policía hacer un registro en la Residencia Sacerdotal de San Francisco de Asís. Las 
vicisitudes político-religiosas habían aumentado también contra ella las antiguas sospechas. Don José Cafasso no había descuidado 
ninguna de la precauciones que don Bosco le sugirió. Los delegados entraron en su casa y él los esperó sentado en su despacho. Dos 
policías 
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se quedaron al pie de la escalera, otros dos en la antesala y dos más anduvieron hurgando con sumo rigor durante dos días por la 
habitación, en todos los rincones y escondrijos. No encontraron nada que pudiera justificar los temores del Gobierno. 

Defraudadas sus esperanzas con el registro de la Residencia Sacerdotal, se ilusionaron con tener mejor suerte en el Oratorio. Así lo dejó 
escrito don Bosco: «Creía yo que el registro hecho hubiera desengañado a todas las autoridades sobre la ridícula suposición de reacción y 
que, por tanto, ninguno volvería a turbar de aquel modo nuestro pacífico domicilio. Por el contrario, habiéndole tomado gusto a la 
primera, los señores del Gobierno repitieron hasta diez veces la misma función, pero siempre con distintos empleados. Para no alargarme 
demasiado con prolijos pormenores, me limitaré a mencionar lo más importante del segundo registro, bendiciendo siempre al Señor que 
nos protegió de una manera verdaderamente patente en aquellas pruebas. Sicut pulli, volantibus desuper milvis, ad gallinae alas accurrunt, 
ita et nos sub velamento alarum tuarum abscondimur (como los pollitos, al revolotear en la altura sobre ellos los gavilanes, corren a 
cobijarse bajo las alas de la clueca, así también nosotros nos refugiamos al amparo de tus alas)». 

Nosotros, siguiendo las huellas de su narración, la iremos ampliando con otros testimonios. 

((610)) Eran las diez de la mañana del nueve de junio, quince días después del primer registro, cuando, escoltados por la policía, 
llegaron al Oratorio tres señores. Eran el señor Malusardi, secretario del ministro Farini, el caballero Gatti, inspector general en el 
ministerio de Instrucción Pública y el profesor Petitti, doctorado en teología, pero seglar. El primero debía examinar los libros de cuentas 
e inspeccionar los locales; el segundo, visitar las escuelas e interrogar a los alumnos; y el tercero, tomar nota taquigráfica de preguntas y 
respuestas. Les acompañaban otros empleados de los ministerios, y algunos guardias vigilando fuera de la puerta del Instituto. 

Desgraciadamente don Bosco había salido poco antes a la ciudad, sin dejar dicho a nadie dónde tenía intención de ir aquella mañana. 
Fueron enviados al instante en su busca varios jóvenes, José Buzzetti entre ellos; pero recorrieron Turín en todas direcciones sin resultado 
alguno. 

Los inspectores comenzaron por visitar la escuela del maestro Reano que estaba junto a la portería. En ella había casi noventa y tres 
muchachos externos, casi todos expulsados de las escuelas municipales, por demasiado rebeldes o demasiado sucios, que empezaban 
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a aprender a leer y escribir. Era necesaria toda la paciencia de Job para dominarlos. Narra el maestro Reano: «Entró en mi clase un señor 
de la comisaría general de policía, acercóse a mí, me preguntó si tenía el diploma de maestro, y contesté que no. Después quiso saber al 
detalle qué enseñaba. Para satisfacer su deseo le presenté también un cuaderno en el que había escrito una colección de máximas morales, 
que yo dictaba a aquellos pobres muchachos, para que aprendieran a ser buenos cristianos y buenos ciudadanos. Preguntóme aquel señor 
qué castigos se aplicaban a los indisciplinados y le contesté: 

»-Ninguno; ninguno en absoluto. 

((611)) »-Es posible?, exclamó aquel señor. 

»-Y muy posible, respondí. El castigo que impongo, de acuerdo con las órdenes del Superior de la Casa, consiste en que ciertos días de 
la semana reparto unos bonos para pan, valederos en la panadería Magra de la calle Pellicciai, a los alumnos que mejor se portan, ya que 
todos son hijos de padres muy pobres; y a los revoltosos no les doy ninguno. Este es el único castigo de la escuela. Además, para 
atraerlos y estimularlos a venir, don Bosco les prepara de vez en cuando algún premio, como por ejemplo, prendas de vestir. 

»Aquel señor se despidió y pareció que no tenía nada que observar». 

Los tres inspectores entraron en el patio, subieron a la primera planta de la casa y, como no estaba don Bosco, se presentaron a don 
Víctor Alasonatti, que hacía sus veces en calidad de prefecto. Le declararon quiénes eran y expusieron su misión. El señor Malusardi 
comenzó diciendo: 

-Muéstrenos ante todo el libro de cuentas. 

-Aquí lo tiene, contestó el buen sacerdote; éste es el mayor, con el nombre y apellidos, filiación y lugar de nacimiento de cada alumno; 
este otro es el diario; y en este tercero están anotadas las condiciones de aceptación. 

Aquellos señores tomaron los registros, los hojearon acá y allá y, después de unos minutos, dijo el Secretario: 

-Con esta contabilidad no se entiende ni jota. 

-Si no lo entienden, yo no tengo la culpa, respondió el padre Alasonatti. Si tienen la bondad de escucharme con paciencia, se lo 
explicaré todo. 

-Sí, queremos saberlo todo y en pocas palabras. Díganos, primero, cuántos alumnos residen en esta casa. 

-Los muchachos externos, que acuden al Oratorio pasan de setecientos, 
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los internos suman trescientos, divididos en dos categorías: estudiantes ((612)) y aprendices. De éstos hay cuarenta huérfanos de padre y 
madre y ciento veintisiete no tienen padre o madre. 

-Qué pensión pagan? 

-Sólo diecisiete alumnos y dos clérigos pagan pensión normal. 

La mayor parte, por ser pobres de solemnidad y abandonados, no pagan nada; más aún, hay que calzarlos y vestirlos; los demás pagan 
algo, según las posibilidades de su familia. 

-Y cuanto es ese algo? 

-Diez o doce liras al mes, alguna brenta (cincuenta litros) de vino al año, un saco de arroz, de maíz, de castañas u otras cosas por el 
estilo. 

-Esto no basta, a todas luces, para mantener a tantos muchachos todo un año; cómo se hace, pues, frente a los gastos? 

-El Ayuntamiento de Turín da trescientas liras al año; la Orden de san Mauricio y san Lázaro, quinientas y la Curia Arzobispal, mil. 

-Todo esto junto no suma mas que mil ochocientas liras, que no pueden cubrir los gastos de alimentación, vestido y conservación del 
edificio. Entonces, con qué otros medios se abastece esta Casa? 

-En los comienzos proporcionaron lo que faltaba, en parte don Bosco y su madre con la venta de su hacienda, en parte la caridad de 
personas piadosas. Hoy día se puede decir que todos nuestros recursos proceden de las limosnas de los bienhechores. 

-Quiénes son estos bienhechores? 

-A muchos no los conozco, a otros no les gusta que se les dé a conocer, y, por tanto, no estoy en condiciones de responder a su 
pregunta. 

-Dónde guardan el dinero? 

-Ni tenemos caja donde guardarlo, pues ((613)) tan pronto como llega una cantidad, la empleamos para pagar alguna de las deudas 
vencidas o a punto de vencer. 

Las concienzudas y veraces palabras de nuestro buen Prefecto no agradaron a los tres inquisidores. Estos, adoctrinados por sus jefes, 
tenían metido en la mollera que don Bosco poseía grandes cantidades de dinero, que le enviaban el Papa y los Príncipes destronados, so 
pretexto de abastecer a los muchachos, pero en realidad para enrolar soldados y promover la guerra contra el Gobierno. Esta idea fija era 
alimentada por los periódicos sectarios, que propalaban a los cuatro vientos la falsa noticia, según la cual el fisco había descubierto en las 
residencias de los jesuitas en Turín grandes tesoros y documentos importantes, que revelaban la existencia de una vasta conjuración. 

«Ahora don Bosco está en relación con los jesuitas, iban diciendo 
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sus enemigos, y por consiguiente, concluían: también en su casa tiene que hallarse el cuerpo del delito.» 

Imbuidos de tales prejuicios, los tres inspectores pretendían a toda costa que don Víctor les indicase el tesoro. Hasta que Malusardi para 
atemorizarle, le dijo con voz violenta: 

-Usted nos engaña; usted tiene el dinero y nos lo quiere ocultar; usted es un jesuita; pero tendrá que vérselas con nosotros. 

Y mientras esto decían, lo agarraron por los brazos, lo sacudieron, lo zarandearon por la habitación, despreciando en su persona la 
dignidad sacerdotal. Con tan viles tratos aquel hombre de Dios, siempre agobiado por el trabajo y delicado de salud, sintió que le faltaban 
las fuerzas. 

-Pero yo, señores, no les hago a ustedes ningún mal, dijo, y se desmayó. 

Su inesperado desfallecimiento hizo avergonzar a aquellos ilustrísimos señores que, al darse cuenta de que no habían procedido como 
honrados funcionarios, sino como unos tristes salteadores, intentaron remediar el desafuero, sosteniendo al desmayado y recostándolo en 
una silla. 

((614)) Y don Bosco? Había salido de casa leyendo tranquilamente la ley sobre la enseñanza escolar. Aquella mañana tenía que ir a dos 
sitios: a la Magistratura para arreglar ciertas dificultades relacionadas con la compra de la casa de los Filippi; y después al palacio del 
marqués de Fassati donde le esperaban a una hora fija para comer, con la promesa de una ayuda en dinero. Pero, ícosa extraña!, al salir de 
la Magistratura, dispuesto a ir a casa del Marqués, se distrajo de tal modo que perdió el rumbo de a donde iba. En vez de avanzar hacia el 
centro de la ciudad, pasó lentamente de una a otra calle, de una plaza a otra en dirección opuesta, y fue a dar, como desmemoriado, a la 
calle Cottolengo. Ya había andado un buen trecho de ésta, cuando se dio cuenta de su error. 

-íPobre de mí!, pensó, a dónde voy? Siento retornar a casa, porque me esperan aquellos Señores... Pero volver atrás me resulta pesado y 
temo no llegar a la hora fijada... Por otra parte, mañana es domingo, esta tarde hay confesiones y es preciso que me encuentre en mi 
puesto temprano. 

Y mientras así discurría seguía caminando, hasta que por fin resolvió: 

-Sea lo que fuere; ya estoy cerca de casa y quiero ir a ella. 

Y he aquí que vio aparecer de improviso a Duina, Martano y Mellica, los cuales al verle, corrieron a él y le dijeron: 
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-íVenga, don Bosco, venga a toda prisa, que hay otro registro! íEl Oratorio está atestado de guardias! 

Entonces reflexionó don Bosco: 

-Ahora comprendo por qué he errado el camino. La mano visible de la Providencia me ha traído hasta casa, donde es necesaria mi 
presencia. El Señor veía más lejos que yo. 

Y se apresuró a entrar en el Oratorio, en el momento preciso en que se le esperaba como a un ángel libertador. En aquel instante sucedía 
la dolorosa escena de don Víctor Alasonatti. 

((615)) Estaban todos los muchachos espantados. Más aún cuando vieron que los guardias habían impedido bruscamente la salida del 
clérigo Juan Cagliero, que iba a sus lecciones de música con el maestro Cerrutti, llevando consigo alguna partitura musical. Parte de ellos 
se juntó en la iglesia a rezar, y unía a sus oraciones las de miles de personas recogidas en el Cottolengo por mandato del canónigo 
Anglesio. Este aguardaba con ansiedad el resultado de aquel abuso de poder. 

Tan pronto como don Bosco subió la escalera, algunos aprendices se plantaron al pie de la misma dispuestos a oponer resistencia e 
impedir que se llevaran a don Bosco. El clérigo Anfossi no supo contenerse y penetró corriendo en el despacho del Prefecto, detrás de 
don Bosco. Era precisamente el momento en que se desmayaba don Víctor. Al ver en aquel deplorable estado a su querido y digno 
ayudante, experimentó una profunda pena. Se acercó a él, tomó su mano y le llamó por su nombre. A la voz de don Bosco, pareció 
recobrarse un poco, y con voz apagada contestó: 

-Don Bosco... ayúdeme... 

-No se apure, añadió éste; estoy yo, y me ocuparé de todo; íánimo! 

-Vim patior (soy víctima de la violencia), replicó a duras penas el buen Prefecto. 

-Ya veo, por desgracia, que sufre violencia, continuó don Bosco. Lo siento en el alma; pero recuerde que regnum coelorum vim patitur 
et violenti rapiunt illud (el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo conquistan). 

Después de estas palabras de aliento al pobre paciente, volvióse don Bosco a los requirentes y les preguntó qué pretendían. Anfossi oyó 
que uno de ellos respondió: 

-Que se nos entreguen las cuentas exactas del balance de la casa y del dinero que guarda en su poder; de no ser así, tenemos orden de 
arrestarle. 
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A lo que contestó con sencillez: 

-Déjenme un minuto para dar la bendición ((616)) a mis hijos, y después estaré a sus órdenes. Ustedes quieren lo que yo no tengo, 
porque nosotros vivimos de la Providencia. 

Mientras decía esto, pareció que don Víctor Alasonatti se desmayaba de nuevo; y entonces, volviéndose don Bosco a los investigadores, 
díjoles justamente indignado: 

-Ustedes abusan de su poder; deben ser jueces y se convierten en verdugos. Su proceder no les merecerá las bendiciones de Dios, ni el 
aprecio de los hombres; será una página indigna de la historia. Han sido enviados aquí para buscar algo que pueda interesar al fisco? 
Cumplan en hora buena su cometido; pero sin oprimir a los ciudadanos honrados en su pacífico domicilio. Yo protestaré contra ustedes 

ante los ministros, ante el mismo Rey, y espero que no sean insensibles a mis reclamaciones. 

Ante aquellas palabras, tan fuertes, el caballero Gatti respondió con ademán humilde y cortés: 

-Perdone, don Bosco, no hemos venido aquí para perjudicar a nadie: no hemos hecho más que pedir explicaciones. 

-Las explicaciones se piden a quien puede darlas. El Superior responsable de esta Institución soy yo, pídanme a mí y no a los 

subalternos, que no están en condiciones de satisfacer sus requerimientos. Le ruego que a éstos los dejen en paz. 

-Discúlpenos, dijeron a su vez el señor Malusardi y el profesor Petitti, y convénzase de que lo sucedido fue contra nuestra intención. 

Y con estas palabras acabó el incidente. 

Entonces don Bosco encargó a algunos de casa que atendieran al pobre don Víctor. Hizo luego pasar a los inspectores a la habitación 

contigua para apartar de la presencia del buen Prefecto a los autores de su mal. Estos expusieron a don Bosco ((617)) que tenían orden de 
inspeccionar la casa y visitar las escuelas, y de hacerlo todo de manera amistosa y cortés. 

-Si tenían orden de hacerlo de manera amistosa y cortés, observó don Bosco, no hacía falta venir acompañados de una escolta de 
policías y asustar de este modo a mis pobres muchachos. 

-Puede estar usted seguro, contestó el señor Malusardi, de que los guardias no tocarán ni un cabello a ninguno de los suyos; han venido 
como simple acompañamiento. 

-Los policías, los soldados y los guardias de orden público, replicó don Bosco, sólo están como de simple comparsa en la plaza de 
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armas; en las casas particulares suelen personarse para arrestar a los malhechores. Me parece increíble que hombres sensatos y 
constitucionales como deben ser los señores ministros admitan, sin prueba alguna, que en este centro pueda haber malhechores, 
conculcando los artículos de la Constitución que garantizan la inviolabilidad del domicilio y la inmunidad de las personas. 

Su franqueza desconcertó al triunvirato inquisidor, el cual dio pronto pruebas de que hacía muchas cosas a su libre albedrío; puesto que, 
después de las observaciones de don Bosco, los guardias salieron uno tras otro de la habitación y fueron a estacionarse en los campos 
desiertos que a la sazón rodeaban el Oratorio. 

La conversación de don Bosco con aquellos señores se prolongó más de media hora y ellos, después de intentar hacerle incurrir en 
contradicción con lo que había dicho don Víctor Alasonatti, obtuvieron de él los informes suficientes para convencerlos de que el 
Gobierno nada tenía que temer de su Instituto. 

-Pero, en resumidas cuentas, qué piensa usted de las recientes anexiones de las Provincias Romanas al Piamonte? 

((618)) A tal pregunta alzó la voz don Bosco y exclamó con energía: 

-Como ciudadano que soy, estoy dispuesto a defender a mi patria, aún a costa de la vida, pero, como cristiano y como sacerdote, nunca 
podré aprobar estas cosas. 

El clérigo Ghivarello, que estaba en la habitación contigua, oyó claramente estas últimas palabras. 

Entonces los agentes del Gobierno, halagados con la esperanza de encontrar en el Oratorio algún indicio, aunque fuera mínimo, que, 
descubierto y comprobado, les proporcionase la oportunidad de hacer alarde de ello ante sus jefes, pidieron visitar las escuelas, y don 
Bosco satisfizo su deseo. Quiso acompañarlos también el mismo don Víctor Alasonatti, recobrado ya y reanimado. Los alumnos estaban 
en sus clases: ciento setenta y seis internos y diez externos. 

Conviene notar aquí que el caballero Gatti, que se presentaba como encargado de visitar especialmente las escuelas, sabía poco latín y 
griego, pues había sido simplemente profesor de historia y geografía en un colegio nacional y tenía a la sazón en el ministerio de 
Instrucción Pública el cargo de inspector de las escuelas elementales. Se limitaba, por consiguiente, a interrogar a los alumnos sobre 
nociones de geografía e historia, con preguntas insinuantes y engañosas. El señor Malusardi, sentado a la cabecera de los bancos, hacía a 
los muchachos que estaban más cerca preguntas confidenciales; 
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el profesor Petitti, ya tomaba notas, ya examinaba los cuadernos. Daban la impresión de que pretendían arrancar de boca de los escolares 
alguna palabra o dar con un escrito que pudiese interpretarse como contrario al Rey, o a las instituciones libres y que les sirviera de 
pretexto para acusar a don Bosco de que mandaba impartir una enseñanza dañosa o peligrosa para el Estado. 

Quisieron examinar todos los libros, preguntaban qué decía don Bosco de la Constitución, del ejército, de Italia. El mismo catecismo 
les sirvió de pretexto para hacer las más extrañas ((619)) y maliciosas preguntas, que llevaron a los muchachos a conclusiones que jamás 
habían pasado por su mente. Era su intención sorprender qué ideas les insinuaban los superiores o llevarles a afirmar lo contrario de la 
realidad. 

Hacemos aquí un pequeño resumen de su interrogatorio. 

En el primer curso, cuyo maestro era el clérigo Celestino Durando, el caballero Gatti hizo al alumno Ricchiardi estas preguntas de 

geografía y de los límites de Italia: 

-Cuántas clases de gobierno monárquico hay? 

-Dos: gobierno monárquico absoluto y gobierno monárquico constitucional. 

-Cuál es el mejor de los dos? 

El pobre muchacho, que oyó aquella pregunta muy superior a sus fuerzas, no sabía qué responder. Diose cuenta de ello Gatti, y como 

quien ansía oír una expresión contra el gobierno constitucional, le hizo esta insinuación: 

-No te parece que es mejor el gobierno absoluto, en el cual el Rey hace por sí mismo lo que mejor le parece? 

Ante tales sugestiones el profesor Durando se creyó obligado a observar a Gatti que aquéllas no eran preguntas para un alumno del 

primer curso. 
-Cómo puede pretender, le dijo, de un niño una respuesta adecuada a un problema, que daría que pensar seriamente a una persona 

provecta y versada en política? 

Pero el escolarcito, como si le hubiese apuntado un ángel, respondió: 

-Me parece que cualquier forma de gobierno es buena, si los que mandan son hombres de bien. 

Aquella respuesta, tan cabal y oportuna, dejó a Gatti y a sus colegas con un palmo de narices y fue el tema de las conversaciones de la 

Casa, durante mucho tiempo. 

((620)) Los inspectores preguntaron al profesor si tenía el diploma, 
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y al oír que no, tomaron nota de su nombre. Era un pretexto para seguir haciendo la visita en las escuelas. Examinaron por último los 
libros del Profesor y le quitaron y se llevaron consigo la biografía de Domingo Savio. 

Gatti reservó las preguntas más capciosas para los alumnos de cuarto y quinto curso, cuyo profesor era el clérigo Juan Bautista 
Francesia: 

-Qué curso haces? 

-El quinto de bachillerato. 

-Has estudiado la historia romana? 

-Sí, señor; he estudiado la parte que, según el programa escolar, será materia del examen final. 

-Sabrías decirme quién mató a Julio César? 

-Julio César fue asesinado por Junio Bruto y otros conjurados. 

-Bruto hizo sin duda algo bueno, al matar al opresor de la libertad, a un tirano del pueblo, qué dices a eso? 

-Al contrario, digo que Bruto obró mal, porque un súbdito nunca debe rebelarse contra el Soberano y menos aún quitarle la vida. 

-Y cuando un Soberano hace el mal? 

-Si obra mal, también él será juzgado y castigado por Dios, pero los súbditos deben respetarlo. 

-Pero, dime en confianza: no se podría atentar contra Víctor Manuel, para que deje en paz a los frailes, a las monjas, a los curas, a los 
Obispos y al Papa? 

-Caballero, dijo entonces don Víctor Alasonatti, estas preguntas no son para muchachos escolares; esto no es un examen, sino una 
trampa; y me veré obligado a prohibir a los muchachos contestar. 

((621)) Sin darse por entendido, el inquisidor insistió, y el jovencito respondió: 

-No, señor; no se puede. Si un rey obra mal, a su tiempo dará cuenta a Dios, pero los súbditos no pueden en conciencia causarle daño 
alguno. Más bien, deben rogar al Señor que tenga misericordia de él, le toque el corazón y lo convierta y, entre tanto, tener paciencia. 

-Si debemos pedir a Dios que le toque el corazón y lo convierta, será porque es malo; no es así? 

-Pero yo no he dicho que el Rey sea malo; he hablado en general y nada más. 

Dicho esto, el muchacho, preso de turbación, se echó a llorar, y el caballero Gatti le preguntó: 

-Por qué lloras? 
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-Porque usted me pregunta cosas que no tienen nada que ver con la historia y temo contestar mal.
-Tranquilo, tranquilo, concluyó Gatti; me has contestado bien.
Y tal vez, muy a su pesar, podemos afirmar nosotros que el examinador no podía decir otra cosa.
En la misma clase preguntó el caballero a otro alumno:
-Cómo te llamas?
-Rópolo, de Villafranca.
-Qué curso haces?
-Cuarto curso de bachillerato.
-Conoces al Rey?
-Nunca le he visto, pero sé que Víctor Manuel es nuestro Soberano.
-Soberano perverso que persigue a la Iglesia, verdad?
-Esto no pertenece a la historia que debemos estudiar y, por tanto, no sé qué responderle.
((622)) -Si no lo has estudiado en la historia, lo habrás oído contar. íOs lo ha dicho don Bosco tantas veces! No es cierto?
-Nunca lo he oído; al contrario, la historia de Italia escrita por don Bosco, que nos sirve de texto, hace un gran elogio de Víctor Manuel


y de sus antepasados. 
-En conclusión, los perseguidores de la religión son malvados, replicó otro de los tres; y es así que Víctor Manuel es un perseguidor de 
la religión, luego es un malvado. 
-Usted, señor, conoce los hechos mejor que yo, y podrá razonar de esta manera; pero yo nunca he dicho ni oído decir, ni a don Bosco, 
ni a mi profesor, que el Rey sea un malvado. Lo que yo sé es que hace tiempo, habiendo caído enfermo el Rey, ordenó don Bosco que se 

hicieran oraciones por su curación y por la salud de su alma, y yo también recé. 
-Tú contestas lo que te han dicho. 
-No señor; digo la verdad, según lo que me dicta el corazón. Nadie me sugirió nada porque ninguno pudo imaginar que usted me iba a 

hacer preguntas semejantes. 
En el tercer curso del bachillerato, donde enseñaba el clérigo Juan Turchi, las preguntas versaron sobre la geografía de Italia, y el 
examinador pareció satisfecho por las prontas y adecuadas respuestas del alumno Luis Jarach. Después se dirigió al profesor. 
«Me preguntaron -escribe Turchi-:qué castigos empleaba para mantener el orden; recuerdo haber contestado que, a excepción de alguno 
que otro muy ligero, no necesitaba acudir a ningún castigo.» 

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Pero los alumnos sometidos a una verdadera tortura fueron los del segundo curso de bachiller, cuyo profesor era el clérigo Segundo 
((623)) Pettiva. En este curso lograron los inspectores encontrar algo de qué ufanarse. Al examinar los cuadernos de los alumnos, 
descubrieron que el profesor había dictado, para ser traducido, un trozo de una carta redactada en latín por el Papa Pío IX, que había sido 
publicado ya en la prensa. 

-Cómo?, preguntó Gatti; se dictan a los alumnos las cartas del Papa? 

-Observe, caballero, contestó el maestro, que no es una carta, sino sólo un trozo de carta, y que es un fragmento de prosa latina tan pura, 
que parece extractada de una obra de Cicerón. 

El caballero, no muy ducho en latín, no se detuvo a examinar el párrafo, ni poco ni mucho, y replicó: 

-Sea como fuere, no son éstos los autores a proponer como modelo en las escuelas. 

-Yo no he presentado de ningún modo los escritos del Papa a mis alumnos; sino que únicamente he dictado unos renglones para 
traducir como ejercicio de los exámenes que llamamos de prueba, para la clasificación de puestos en la clase. Para estos ejercicios, que 
suelen darse una vez a la semana, generalmente elijo temas al azar de cualquier autor: me vino a las manos este trozo, que me pareció 
adaptado a la capacidad de mis alumnos, y lo dicté. Creo no haber violado con esto ninguna ley escolástica. 

Estas razones no sirvieron para nada: los tres inspectores recogieron aquellas páginas y, creyendo haber descubierto por fin el hilo de la 
trama que buscaban, quisieron examinar, del primero al último, a todos los alumnos de aquella clase; pero, como los chicos tenían que ir 
a comer, se dejó la inspección para las horas de la tarde. 

Era el mediodía. Clérigos, asistentes, jefes de taller, profesores y alumnos fueron a comer, y los inquisidores, acompañados por don 
Bosco, que había substituido a don Víctor Alasonatti, aprovecharon aquel tiempo para dar una vuelta por la casa a caza del cuerpo del 
fantástico delito. 

((624)) No dejaron rincón ni escondrijo por escudriñar; todo lo que daba el más leve motivo de sospecha, era removido y sacado de su 
sitio. Entraron en el refectorio, presente José Rossi, mientras comían los colegiales: examinaron los manjares y preguntaron a uno y a otro 
si pasaban hambre. Visitaron después la cocina y pidieron al cocinero minuciosos informes sobre la comida. Probaron la sopa y el pan, e 
hicieron muchas preguntas a los sirvientes, siempre encaprichados 
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con que todos estaban conjurados contra las instituciones del Estado. Volcaron las ollas, hicieron abrir los armarios y llevaron su 
escrutadora mirada hasta la zafra del aceite y un saco de arroz. Es más, el caballero Gatti, que parecía el más celoso de los tres, vio una 
baldosa recién puesta, sospechó al punto, que debajo se escondía el cuerpo del delito y se colocó encima golpeando con el pie y 
escuchando a ver si sonaba a hueco. En el mismo lugar, al abrir una alacena, saltaron dos ratones, y don Bosco se echó a reír. 

-Por qué se ríe?, preguntó el señor Malusardi. 

-La verdad es que debería lamentar el derroche de autoridad y de dignidad que ustedes hacen con tan pueriles pesquisas; pero me río 
porque espantan a los ratones. 

Bajaron a la bodega en la que se registraron los rincones más obscuros, y también los toneles. Al ver una gran cuba, preguntó el señor 
Malusardi si estaba vacía o llena. 

-Desgraciadamente vacía, contestó don Bosco. 

Entonces él miró dentro, como si sospechara que estaba llena de dinero o de armas, o quizá también de conjurados, como el caballo de 
Troya. Disgustados y acobardados por no encontrar lo que buscaban, los tres exploradores se consolaban diciendo: 

((625)) -Se nos aseguró que en esta casa está el cuerpo del delito; por lo tanto, buscando, tendremos que dar con él. 

-Y yo les aseguro, añadió don Bosco, que en esta casa no hubo, ni hay cuerpo alguno de delito; por consiguiente no lo hallarán, aun 
cuando lo estén buscando hasta el día del juicio. 

De allí pasaron a inspeccionar detalladamente la iglesia, y los talleres, las salas de estudio; abrieron pupitres y mesas; no dejaron nada 
sin mirar y, por equivocación, o por exceso de celo, destaparon incluso las letrinas. 

Quedaban por registrar los dormitorios y se los llevó allí, manosearon las almohadas, revolvieron los jergones; pero los pobrecitos no 
lograron encontrar más que alguna pulga y llevársela consigo, a pesar suyo. 

Dieron las dos de la tarde y los muchachos, terminado su angustioso recreo, entraron: los aprendices en sus talleres y los estudiantes en 
sus respectivas aulas. 

Entonces los funcionarios suspendieron su indecorosa tarea y reanudaron el examen de los alumnos, dando muestras de ser más 
agradables. En este momento don Bosco los dejó y fue a tomar un bocado, pues estaba todavía en ayunas. 

Para actuar más libremente los examinadores se trasladaron a la 
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antesala del Prefecto y mandaron llamar allí, uno por uno, a todos los alumnos del segundo curso de bachillerato, menos numeroso que 
los otros. Preguntaban: 

-Dime: qué añadió de su cosecha el profesor antes o después de dictar aquel trozo de la carta pontificia? 

Algunos afirmaron que no había añadido nada. Cuatro no estaban en clase cuando se dictó el tema de latín y nada podían decir, los 
demás no dieron respuesta que satisficiese su viva expectación. 

-Pero, es posible, decían a un tal Rebuffo, ((626)) que no os haya dicho nada? Dime: no os ha dicho nada sobre ese machinationibus, 
ese afflictionibus del Papa, o ese patrare (perpetrar)? 

-Yo no recuerdo: sé que dijo el italiano muy de prisa y que después salió del aula. 

Y no mentía, pues el profesor Pettiva, por tener que dar aquella tarde una lección de canto, y ser ya muy tarde, dictó el trozo en latín de 
una hoja que tenía en la mano y contenía la carta del Papa, para que lo vertieran al italiano; y a toda prisa salió de clase. Sin embargo, el 
mismo profesor Pettiva, comprendiendo la intención de aquellas preguntas, entró en la habitación y dijo al caballero Gatti: 

-Oiga, en nuestra escuela no se acostumbra hablar de política y, por lo tanto, prescinda de hacer estas preguntas. 

Después de éstos, fueron llamados otros mas de diversas clases y sometidos a la tortura de tales preguntas que dejaban tamañita toda 
inquisición: 

-A quién pertenecen las Legaciones, las Marcas, y la Umbría? Qué es el dominio temporal del Papa? Quién manda en Italia? Qué libros 
estudiáis? 

Y viendo que corría por las manos de los muchachos la Historia de Italia de don Bosco, se lo reprochaban, como si se tratara de una 

culpa. 

No tuvieron el menor miramiento. Es un buen botón de muestra el interrogatorio al que sometieron al joven Costanzo: 

-Con quién te confiesas? 

-Con don Bosco. 

-Hace mucho tiempo? 

-Durante los dos años que estoy en esta casa, siempre he ido con él. 

-Vas a gusto? 

-Muy a gusto. 

-Qué te dice de bueno en la confesión? 

-Me da buenos consejos. 

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((627)) -Dime alguno; tengo muchas ganas de saberlos. 

-He oído decir que no es bueno contar a nadie lo oído en la confesión. De todos modos, si usted desea oír buenos consejos, puede ir a 
confesarse con don Bosco, y estoy seguro de que le dará tantos como quiera. 

-Ahora no tengo tiempo. Pero, dime: no te dice que el Papa es un santo? 

-Dice que el Papa se llama Santo Padre; y creo realmente que lo es, pues es muy bueno y es el Vicario de Jesucristo. 

-No te dice que son unos criminales los que le han quitado una parte de sus Estados? 

-Esto no pertenece a la confesión. 

-Pero esto, no es pecado? 

-Si lo es, que lo piensen los culpables, cuando vayan a confesarse. Yo no lo he hecho y, por tanto, no tengo que confesarlo. 

Baste lo narrado para que cada uno pueda formarse idea del resto. Y, ya fuera por el cansancio, ya fuera por la convicción de no poder 
encontrar el cuerpo del delito, los inspectores, después de casi siete horas de trabajo inútil, desistieron de la innoble empresa y resolvieron 
marcharse. Sin embargo, secuestraron un paquete de cuadernos, sacados de cada una de las clases, para mejor examinarlos en su 
despacho, Gatti añadió un ejemplar de la Vida de Domingo Savio, que encontró a un alumno de primer curso de Bachillerato; y don 
Bosco, para que la medida quedara bien colmada, agregó también un ejemplar de los reglamentos de la Casa, por aquel entonces sólo 
manuscritos. 

-Por estos reglamentos de la casa, dijóles don Bosco al entregárselos, podrán ver los Señores Ministros, en qué principios y máximas 
morales se apoya la educación, que yo imparto a mis alumnos, y podrán convencerse de que este Centro, lejos de crear fastidios al 
Gobierno, coopera, por el contrario, al bienestar de las familias y de la sociedad, ((628)) formando buenos hijos y honestos ciudadanos. 
Quiero, pues, esperar, añadió, que me dejarán a mí y a mis pobres muchachos. 

Así que se vio libre, volvió don Bosco a juntarse con sus jóvenes, e invitó a todos a ir a la iglesia para dar gracias al Señor. 

Pero le desagradaba al clérigo Durando que se llevaran las autoridades los cuadernos secuestrados a los alumnos, y se los reclamó por 
medio de los mismos alumnos. Alegaron éstos la necesidad que tenían de ellos para la clase y para los exámenes finales; y, además, que 
eran de su propiedad. Y se los devolvieron. 
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Por su parte, don Bosco tuvo después una gran satisfacción. Dos de los principales promotores de aquella doble visita, fueron a verle 
para arreglar los asuntos de su alma. Así nos lo atestigua el canónigo Ballesio. 

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CAPITULO XLV 

DON BOSCO DURANTE LA TRIBULACION -SE LEEN EN LA ASAMBLEA DE LOS SOCIOS LAS REGLAS DE LA PIA 
SOCIEDAD -PREVISIONES SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS PUBLICOS -LAS REGLAS DE LA PIA SOCIEDAD FIRMADAS 
POR TODOS LOS SOCIOS Y ENVIADAS A MONSEÑOR FRANSONI -RESPUESTA DEL ARZOBISPO -LA COMISARIA 
GENERAL DE POLICIA Y LOS EMPLEADOS EN EL SERVICIO DOMESTICO DEL ORATORIO -LA POLITICA Y LAS 
RIQUEZAS DE DON BOSCO -JUICIOS DE URBANO RATTAZZI -EXPOSICION Y SUPLICA DE DON BOSCO A DOS 
MINISTROS -AUDIENCIA NO CONCEDIDA -DON BOSCO SE MUESTRA MAS ALEGRE CUANDO MAYORES SON SUS 
DISGUSTOS -CINCO MUCHACHOS RECOMENDADOS POR EL MINISTRO DE GOBERNACION 

DURANTE los registros domiciliarios, parecía que don Bosco tenía cada día más ánimos, en vez de perderlos. Les decía a sus 
colaboradores reunidos: 

-No temáis; el Señor no nos abandonará. Nuestra humilde sociedad irá adelante con su ayuda. íHaec est nostra salus, vita, spes, 
consilium, refugium, auxilium nostrum, María! (Esta es nuestra salvación, vida, esperanza, consejo, refugio, auxilio nuestro, María). 

En efecto, como si viviese en plena paz, preparaba un acto importantísimo para el progreso de su Congregación. 

El 7 de junio, dos días antes de la segunda inspección de la policía, don Bosco había convocado la reunión de los miembros de la 
Congregación de San Francisco de Sales, que eran ((630)) veintiséis. Hizo leer el reglamento, e invitó a todos a suscribirlo en la siguiente 
sesión, porque tenía intención de enviarlo al arzobispo Fransoni para que lo aprobara. Alguno propuso que se concediera a don Bosco el 
derecho de elegir a los consejeros del Capítulo; pero él, después de presentar sabias razones, afirmó que los consejeros debían ser 
elegidos por toda la Pía Sociedad. Narra la crónica de Ruffino que, acabada la reunión, les dijo a algunos que se quedaron con él, que 
tenía siempre presentes los avatares que agitaban a la Iglesia y al Estado: 
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-Desde este año mudará la actual situación de Italia. 

Con estas palabras indicaba claramente una Italia gobernada por un solo soberano. 

El día 11, después del rezo de las oraciones de la noche, volvió don Bosco a reunir a todos los socios de la Congregación. Y los ángeles 
volvieron a contemplar el espectáculo que habían presenciado en Egipto, la noche que el pueblo de Israel iba a salir para la tierra de 
Canaán. Todos habían prometido no separarse nunca uno del otro por ningún motivo, estar todos unidos entre sí y con Dios. «Los santos, 
hijos de los justos, ofrecieron sacrificios en secreto y establecieron unánime esta ley divina: que los Santos correrían en común las 
mismas venturas y riesgos, y, para comenzar, cantaron ya los himnos de los Padres 1. 

Léese, en efecto, en la crónica de Ruffino: 

«El día 11 de junio hemos firmado las reglas de la Congregación de San Francisco de Sales para enviarlas al arzobispo Fransoni, e 
hicimos entre nosotros solemne promesa de que, si por mala ventura a causa de los malos tiempos que corren, no se pudiesen hacer los 
votos, cada uno, donde quiera que se encontrase, aun cuando todos nuestros compañeros estuvieran dispersos, y no existieran ((631)) más 
que dos y no quedara más que uno sólo, éste se esforzaría por promover la Pía Sociedad y por observar siempre, hasta donde fuera 
posible, las reglas». 

He aquí el precioso documento. 

Excelencia Reverendísima: 

Nosotros, los abajo firmantes, movidos únicamente por el deseo de asegurar nuestra eterna salvación, nos hemos unido para hacer vida 
común, con el fin de poder atender con más comodidad a las cosas que miran a la gloria de Dios y a la salvación de las almas. 

Para mantener la unidad de espíritu, de disciplina y poner en práctica los medios que se consideran útiles al fin propuesto, hemos 
formulado unas reglas a manera de Sociedad Religiosa, que excluyendo toda máxima relacionada con la política, tienda únicamente a 
santificar a sus miembros, especialmente en el ejercicio de la caridad con el prójimo. Hemos ensayado ya estas reglas y las hemos 
encontrado compatibles con nuestras fuerzas, y útiles para nuestras almas. 

Pero sabemos que la mente de las personas está demasiado sujeta a ilusiones y, a menudo, a equivocarse, si no es guiada por la 
autoridad establecida por Dios sobre la tierra, es a saber, la santa Madre Iglesia. Este es el motivo por el cual recurrimos humildemente a 
Vuestra Excelencia Reverendísima con el humilde ruego de que tenga a bien leer el adjunto plan de Reglamento, cambiar, quitar, añadir, 
corregir 

1 Sab. XVIII, 9. 
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todo lo que le inspire el Señor para su mayor gloria, y sea compatible con stras fuerzas. 

Reconocemos en Su Excelencia Reverendísima, al Pastor, que nos une con el supremo Jerarca de la Iglesia de Jesucristo. Hable Vuestra 
Excelencia y en su voz reconoceremos la voluntad del Señor. 

Mientras suplicamos a Vuestra Excelencia que dé buena acogida a esta nuestra petición, postrados a sus pies, pedimos su santa 
bendición y rogamos a Vuestra Excelencia se digne leer el adjunto plan de reglamento, a cuyo pie firmamos todos: 

Sac. Juan Bosco, Rector provisional. 

Sac. Víctor Alasonatti, Prefecto. 

Sac. Angel Savio, Ecónomo. ((632)) Diác. Miguel Rúa, Director Espiritual. 

Clér. Juan Cagliero, Consejero, 3.° curso de Teología. 

Clér. Juan Bonetti, Consejero, 1.° curso de Teología. 

Clér. Carlos Ghivarello, Consejero, 2.° curso de Filosofía. 

Clér. Juan Bautista Francesia, 3.° curso de Teología. 

Clér. Segundo Pettiva, Estudiante de 2.° curso de Teología. 

Clér. José Bongiovanni, Estudiante de 2.° curso de Teología. 

Clér. Domingo Ruffino, Estudiante de 2.° curso de Teología. 

Clér. Pedro Celestino Durando, 1.° curso de Teología. 

Clér. Juan Bautista Anfossi, 1.° curso de Teología. 

Clér. Francisco Vaschetti, 1.° curso de Teología. 

Clér. Antonio Rovetto, 2.° curso de Filosofía. 

Clér. Francisco Cerruti, 1.° curso de Filosofía. 

Clér. José Lazzero, 1.° curso de Filosofía. 

Clér. Francisco Provera, 1.° curso de Filosofía. 

Clér. Luis Chiapale, Estudiante de 2.° de Retórica. 

Clér. Juan Garino, Estudiante de 2.° de Retórica. 

Clér. Pedro Capra, Estudiante de 2.° de Retórica. 

Clér. Eduardo Donato, Estudiante de 2.° de Retórica. 

Clér. Gabriel Momo, Estudiante de 2.° de Retórica. 

Pablo Albera, Estudiante de 1.° de Retórica. 

José Rossi, Coadjutor. 

José Gaia, Coadjutor. 

Monseñor Fransoni contestó a Don Bosco con la siguiente carta: 

Muy Reverendo Señor: 

Recibí con retraso su carta del día 13 del pasado junio con las adjuntas Constituciones, que ya he leído una vez, pero pienso aguardar 
todavía para ponderarlas mejor, esperando después una ocasión oportuna para devolvérselas a Turín;juzgo conveniente también consultar 
a alguna persona más entendida que yo en lo que toca a la vida de comunidad, y entre tanto le doy esta breve noticia para su norma. 

He visto con gran disgusto los vejámenes, a los que fue sometido; doy gracias a Dios de que no haya sufrido por ello mucho daño su 
salud. 

((633)) Escribo a vuela pluma por encontrarme muy atareado. Pido al Cielo las 

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más abundantes bendiciones para usted y todos los miembros de la pía asociación, me recomiendo a las oraciones de todos y me profeso 

con la más perfecta y cordial estima. 

Lyon, 7 de julio de 1860. 

Su afectísimo y seguro Servidor LUIS, Arzobispo de Turín. 

Esta fue la respuesta que don Bosco dio a las amenazas del mundo, que perseveraba en sus obras malvadas. 

Pocos días después del referido registro, el Jefe de Policía Chiapussi, por encargo de no se sabe quién, mandó llamar a su despacho a 
varios hombres, que sabía habían prestado sus servicios en el Oratorio, algunos de los cuales todavía trabajaban en él como jefes de taller 

o como empleados, y a otros que estaban colocados en algún negocio o taller de Turín. Cuando llegaron a la Comisaría, hízoles a todos, 
poco más o menos, las mismas preguntas. Quería saber cuál era la política de don Bosco, si Pío IX le enviaba mucho dinero para reclutar 
soldados, de dónde sacaba el dinero necesario para efectuar tantas empresas y quiénes eran sus principales bienhechores. Ninguno de 
ellos pudo afirmar nada que comprometiera al Oratorio. Todos dijeron lo mismo: 
-Nunca hemos oído a don Bosco hablar de armas, ni de guerras; cuando no tiene dinero da vueltas por todas partes hasta encontrar 
quién le dé una limosna. 

Uno de los interpelados fue un tal Domingo Goffi, en algún tiempo jefe de la zapatería y portero. Frisaba en los cuarenta, conocía a don 
Bosco de muchos años atrás, tenía torcidas las piernas, pero muy suelta la lengua. Aunque nunca se había encontrado frente a las 
Autoridades públicas no se acobardó, y con el corazón en la mano y con toda franqueza contestó: 

-Señor Jefe, usted me pregunta por la política ((634)) de don Bosco; la conozco desde hace muchos años y le respondo que su política 
consiste en pensar dónde hallar pan para sus muchachos. 

-Pero no os habló nunca de alistaros como soldados del Papa para hacer la guerra a nuestro Rey? 

-A mí no me hizo nunca semejante proposición, porque soy cojo y tendrían que llevarme; pero, en mi condición de portero, yo trataba 
con todos mis compañeros y con los alumnos más crecidos del Oratorio, lo mismo internos que externos, y puedo asegurar que nunca oí 
decir a nadie que don Bosco haya hablado de cosas semejantes. El habla a menudo de hacer guerra al diablo, con las armas 
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de la oración y la frecuencia de los Sacramentos, pero jamás se mete en asunto de guerras y soldados de este mundo. 

-Corren voces de que Pío IX le ha mandado mucho dinero. No sabe usted algo de eso? 

-Sé que el año 1858, cuando don Bosco fue a Roma, Pío IX le entregó una cantidad para que alegrara un día a todos los chicos de los 
tres Oratorios de Valdocco, Puerta Nueva y Vanchiglia; pero no sé, ni creo que después le haya enviado ese dinero que usted dice. Si así 
fuera, no se le vería salir tan a menudo para ir a pedir limosna por Turín para sus huerfanitos, ni estaría tan acosado por sus acreedores. 
Imagínese, señor Jefe, que, de vez en cuando, he asistido en la portería a escenas que de veras me daban lástima. Acudían los acreedores, 
que sabían la hora en que tenía que salir o entrar en casa, lo esperaban allí, y entonces unos rogaban, otros gritaban y algunos amenazaban 
diciendo que querían cobrar. El pobre hombre prometía pagar a todos, que no dejaría perder un ochavo a ninguno, pero que, por el 
momento, ((635)) tuvieran paciencia, porque no disponía de nada, absolutamente de nada. Yo fui también jefe de la zapatería y sé que el 
proveedor de pieles no quería a veces suministrarle porque don Bosco no podía pagar a tiempo. Puede usted creerme, señor Jefe; si don 
Bosco tuviese tanto dinero como cuentan, no lo gastaría ante todo para librarse de tantos fastidios? 

-Y el dinero que manda a sus hermanos, que compran fincas, construyen casas y palacios, de dónde lo saca? 

-Esto no es verdad, señor Jefe, porque don Bosco no tiene padre, ni madre, ni hermanas; sólo tiene un hermano que trabaja la tierra con 
sus hijos. 

-Sin embargo, me han contado que durante las vacaciones lleva de excursión a sus muchachos a Castelnuovo de Asti; a casa de quién 
los lleva? 

-Los lleva a su casa, que no es ningún palacio ni una gran finca; es tan pequeña que, a duras penas, si los muchachos pueden 
resguardarse de la intemperie, amontonados en la cuadra y en el pajar. 

-Será como usted dice, pero no se puede negar que don Bosco recibe dinero. Sabría usted decirme quiénes son sus principales 
bienhechores? 

-También yo creo que don Bosco tiene en Turín bienhechores que le socorren porque, de otro modo, tendría que dejar morir de hambre 
a cientos de pobres jovencitos o abandonados en la calle. Todas las personas caritativas lo ayudan; pero yo no sé quiénes son éstas. Por lo 
demás confieso que me gustaría que todos los turineses 
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fueran bienhechores de don Bosco, incluido el señor Jefe de Policía y los policías. Si pueden, ayúdenle ustedes también y tengan la 
seguridad de que su caridad quedará muy bien empleada. 

((636)) Las bondadosas palabras de aquel buen hombre hicieron reír a los presentes y un guardia dijo bromeando: 

-Se llama Goffi 1, pero habla como un sabio. 

Estas persecuciones eran una verdadera tribulación mas, por disposición de la bondad de Dios, acarrearon muchas ventajas. Y no fue la 
menor de éstas haberse ganado don Bosco y sus alumnos la simpatía de los buenos, y aun de los que no andaban muy de acuerdo con él 
en materia de religión, pero que pasaban por personas honradas y amantes de la verdadera libertad. 

Los promotores de esta segunda persecución querían que se mantuviera oculta e impusieron silencio a los interpelados, pero obtuvieron 
el resultado contrario. El hecho corrió como la pólvora y por doquiera se iba diciendo ser pura perversidad que un Gobierno, so capa de 
ley, pretendiera tener derecho a registrar las casas de los ciudadanos, haciéndose de este modo odioso a sí mismo. 

Hasta algunos diputados no dudaban en calificar de abuso de poder aquellas molestias y las tildaban de acto ilegal e impolítico: ilegal, 
por ser contrario a la Constitución; e impolítico, por ser perpetrado con perjuicio de una institución que proporcionaba techo, pan e 
instrucción a centenares de muchachos abandonados, muchos de los cuales, sin esta institución benéfica, habrían causado graves fastidios 
al Gobierno. 

Urbano Rattazzi, que a la sazón era simplemente diputado, mandó llamar a don Bosco y, en cuanto llegó a su casa, le hizo contar de 
cabo a rabo todo lo que habían dicho y hecho los inquisidores. Se mostró muy indignado al oír las escenas ocurridas, declaró que aquellos 
registros eran una infamia y se ofreció para interpelar sobre este asunto al ministro en el Parlamento. ((637)) Decía: 

-Yo no soy partidario del clericalismo, pero me gusta el bien, venga de quien venga, y pertenezca al partido que fuere. El ministro que 
molesta o permite que sus subordinados molesten a estas Instituciones, se hace reo de esa filantropía, y comete una injusticia tal, que 
merece ser denunciada ante todas las naciones civilizadas. 

Agradeció don Bosco al ex-ministro su buena intención en favor del Oratorio, pero creyó que no debía consentir que diese a aquellos 
hechos gran publicidad en la Cámara de Diputados; prefería que su 

1 Goffi. es el plural de goffo, que quiere decir tonto, torpe. (N. del T.) 
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causa quedara en manos de la divina Providencia, y acudir a medios pacíficos. Con este fin escribió y envió al Ministro de Gobernación, 
Luis Farini, y al de Instrucción Pública, Terencio Mamiani, una breve exposición en forma de súplica en los siguientes términos. 

Ilustrísimo Señor Ministro: 

Ruego con el mayor respeto a V. S. Ilma. tenga la bondad de leer lo que brevemente expongo, referente a la Casa del Oratorio de San 
Francisco de Sales en Valdocco. El sabado, día 9 de los corrientes, por orden de ese Ministerio, se registraron las aulas, dormitorios, 
comedor, cocina, despensa, libros contables de entradas y salidas de la Casa, y la procedencia de los medios con se sostiene esta obra. No 
he logrado saber los motivos que dieron lugar a esta medida gubernativa, pero si V. S. 
tuviese a bien decírmelos, le aseguro que yo estaría dispuesto a satisfacerla con franqueza y de acuerdo con la verdad, sin molestar a las 
Autoridades gubernativas y sin causar perjuicio, tal vez irreparable, a la obra de los Oratorios. 

Con este motivo ruego humildemente tenga a bien persuadirse de que yo: 

1. Hace veinte años que estoy en Turín, y he dedicado cada uno de los momentos de mi vida al ministerio sacerdotal en las cárceles, en 
los hospitales, recorriendo plazas y calles para apartar de los peligros a los niños abandonados y encaminarlos a la moralidad, al ((638)) 
trabajo y los estudios, según su capacidad e inclinación. 
2. Siempre he trabajado en el cumplimiento de mi deber sacerdotal, sin percibir, ni pedir recompensa alguna. Es más, he gastado, y lo 
volvería a hacer de nuevo con mucho gusto, todos mis haberes para construir el edificio actual y sustentar a los muchachos en él 
albergados. 
3. Me he mantenido siempre apartado totalmente de la política; y no me he mezclado, ni a favor, ni en contra de nadie, en las 
vicisitudes actuales. Al contrario, para cortar de raíz todo asomo de partidos, siempre estuvo y sigue estando prohibido en esta Casa 
hablar de política en ningún sentido. Por lo tanto, ninguno de esta Casa estuvo jamás suscrito a ningún periódico. Me ha movido a obrar 
así la persuasión de que, en esas condiciones, un sacerdote puede siempre ejercer el piadoso ministerio sacerdotal de caridad con su 
prójimo, en todo tiempo y lugar, y con cualquier clase de Gobierno. Pero, a la par que le aseguro haber sido siempre ajeno a la política, 
puedo con igual franqueza afirmar que nunca he dicho, ni hecho, ni insinuado cosa alguna contra las leyes del Gobierno. 
4. Mis escuelas nunca han sido aprobadas legalmente, por ser escuelas de beneficencia. Pero los Delegados Provinciales de Enseñanza, 
los Inspectores y los mismos ministros de Instrucción Pública han estado siempre informados y dieron su tácita aprobación con visitas 
personales, asistiendo a los exámenes, como varias veces lo hicieron el caballero Baricco, el inspector Nigra, el caballero Aporti, y otros. 
Dieron también su aprobación con donativos en dinero y libros, a veces con la dispensa del impuesto y hasta con cartas laudatorias. Me 
limito a incluir en la presente copia de una de ellas, del Ministro Lanza, en la que elogia y alienta la obra de los Oratorios y de las 
escuelas anejas. Este favor del Ministro de Instrucción Pública estaba relacionado en parte con dos órdenes, una de la Cámara de los 
Senadores y la otra de los Diputados, en las que se recomendaba al Gobierno del Rey sostener y promover la obra, tema de la presente. 
Verdad es que la ley Casati somete la enseñanza a ciertas formalidades, que yo ya había iniciado con aquel ministro, 
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que fue y sigue siendo nuestro insigne bienhechor. Y estas formalidades ya las habría cumplido, sin duda antes de que se inaugurara el 
curso escolar 1860-61, dentro del cual debe cumplirse la aplicación general de la ley, art. 379. 

((639)) 5. Desde hace algunos años los talleres resultan pequeños para las muchas peticiones de los que desean ingresar, por lo que he 
destinado un mayor número de ellos a los estudios. Ahora tengo bastantes que se ganan el pan para vivir en otra parte, unos como 
maestros diplomados, otros como músicos profesionales, y varios, habiendo acabado la carrera eclesiástica, trabajan en el Sagrado 
Ministerio en diversos pueblos. 

Si V.S. Ilma., después de leer la presente, juzga oportuno tomar alguna determinación sobre el particular, no tengo dificultad en 
someterme a ella. Sólo adelanto mi humilde ruego, de que esto lo haga privadamente como un padre, que desea que las obras se lleven a 
término de la mejor manera posible; pero no con actos amenazadores, que a veces causan daño irreparable a las mismas. 

Y, ya que he expuesto lo que más me interesaba, recomiendo, por último, estos mis pobres muchachos, a su clemencia; y, rogándole se 
complazca perdonar la molestia que le he causado, constituye mi mayor satisfacción poder desearle toda clase de bienes celestiales, 
considerándome muy honrado al poderme profesar con la más profunda estima y gratitud. 

Turín, 12 de junio de 1860. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Esta exposición iba acompañada de un cuadro exacto y detallado del estado del Oratorio, del que no nos queda más que el esbozo, 
totalmente de acuerdo con las respuestas, que don Víctor Alasonatti y don Bosco dieron a los inspectores. 

La carta, que don Bosco dirigió al Ministro Farini, obtuvo la siguiente respuesta. 

MINISTERIO DE GOBERNACION -DESPACHO PARTICULAR 

El Ministro de Gobernación ha recibido la carta del sacerdote don Bosco, y no siéndole posible, por ahora, responder a la misma por 
escrito, pone en su conocimiento que si él quisiera ((640)) personarse en este Ministerio antes de las cinco de hoy, o mañana por la 
mañana, hablará con él directamente. 

De orden del Ministro. 

Turín, 13 de junio de 1860. 

El Secretario particular G. BORROMEO 

Don Bosco acudió puntualmente al Palacio Ministerial. Pero la frialdad con que lo atendieron los empleados, el anuncio de que el 
Ministro no podía recibirlo por estar ocupado en asuntos de Estado 

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imprevistos, le hicieron comprender que la tempestad que se cernía sobre el Oratorio no se había disipado todavía. 

Volvió, pues, al Oratorio persuadido de que iba a tener que arrostrar otras, y acaso más duras pruebas. Ante la obstinada insistencia de 
sus enemigos, comenzó a reflexionar sobre las futuras posibles complicaciones, y se sintió angustiado. 

-Qué va a ser de mí y del Oratorio?... Querrá el Señor permitir, al menos por ahora, su destrucción? 

Y no lograba aclarar aquella obscuridad. No es que dudase del éxito de su misión; pero Dios permitía aquella turbación para que se 
comprendiera que sólo de El le venía toda fuerza. Sin embargo, el recuerdo de las palabras, que le había dicho el canónigo Anglesio 
cuando el primer allanamiento, le producían gran alivio; y brillaba en su rostro siempre la paz, lo que constituía para don Miguel Rúa una 
señal inequívoca de que sus fastidios habían llegado a su estado más álgido, cuando añadía la broma a la sonrisa. 

En estas circunstancias solía preguntar sobre una u otra historieta. Decíale a uno: 

-Cuéntame la historia de Gianduya. Y a otro: -Cuéntame tú la de la torre de la Casa Consistorial. Y a otros: -Tenéis noticias de 
Garibaldi? 

Y se reía. 

((641)) También hubiera podido decir: 

-Qué hace Su Excelencia Farini? Risum teneatis amici (aguantad la risa, amigos). 

Desde el quinto negociado del Ministerio de Gobernación seguían llegándole por aquellos mismos días cinco recomendaciones para que 
aceptase en el Oratorio a muchachos pobres y abandonados. 

El 20 de junio recibía por correo una petición hecha al Ministro en favor del niño de diez años Lorenzo Quaranta, natural de Vernante, 
y huérfano de padre y madre, al pie de la cual estaba escrito: «Al reverendo don Bosco, director del Pío Instituto, rogándole vea la manera 
de admitir en él, al niño que mencionamos; por orden del Ministro, Salino». Este documento lleva el número mil setecientos setenta. 

El 25 y el 29 de junio, y señaladas con los números 1.823 y 1.874, le enviaban otras dos solicitudes. Una la presentaba G.B. 
Guglielmetto, nacido en Susa en 1848, y que había perdido a su padre en un accidente ferroviario; la otra escrita por José Gallo, de doce 
años de edad, natural de Collereto Castelnuovo (Ivrea) el cual deseaba aprender un oficio en la escuela de don Bosco. 
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Al pie de estas dos solicitudes se leía: «Al Reverendo don Juan Bosco, Director del Pío Instituto de San Francisco de Sales, en 
Valdocco, arrabal de Turín, por los especiales miramientos que merece el caso. Por orden del Ministro, Salino». 

Para el cuarto muchacho no se contentó el Ministro con una simple apostilla, como la de las solicitudes arriba mencionadas. 

Turín, a 25 de junio de 1860 

Ministerio de Gobernación, Negociado 5, n.° 1817 

Acaba de llegar a este Ministerio la instancia, que acompaña la presente, junto con los certificados oportunos para conseguir el ingreso 
gratuito en el Pío Instituto de San Francisco de Sales en Valdocco, arrabal de esta ((642)) Capital, del jovencito Julio Paroncini, hijo de 
Petronila Paroncini. 

Considerando las circunstancias que aquí se exponen, y habida cuenta de que la permanencia del mismo chico en dicho Pío Instituto se 
limitaría a poco más de dos años, puesto que al cumplir los catorce podrá ser admitido en el Colegio Militar de Racconigi, el que suscribe 
no puede dejar de recomendarlo a la caritativa atención del sacerdote Bosco, Director de dicho Pío Instituto. 

Confiando, pues, que también en este caso querrá el sacerdote Bosco dar favorable acogida a esta especial petición, dando las 
necesarias disposiciones para la pronta admisión de este muchacho en ese Instituto, el Ministerio se encarga, tan pronto como sea 
informado de su efectiva aceptación, de que le sea asignada una subvención de sesenta liras, por una sola vez, teniendo en cuenta la corta 
asistencia, que de esta manera será prestada a dicho jovencito. 

Por orden del Ministro SALINO 

En aquel mismo día volvió Su Excelencia a suplicar a don Bosco que aceptara al joven Fulgencio Craveri, cuya admisión ya había sido 
pedida en la carta que llegó al Oratorio, precisamente durante el primer registro. Don Bosco lo había aceptado, pero difiriendo su ingreso 
hasta que hubiese cumplido los doce años. 

Turín, a 25 de junio de 1860 

Ministerio de Gobernación, Negociado 5, n.° 1470 

Después de haber participado a José Raspino, de Govone, la respuesta que envió a este Ministerio el sacerdote Juan Bosco, Director del 
Pío Instituto de San Francisco de Sales en Valdocco, mediante su carta del 2 de los corrientes, en orden a su ingreso en el mismo Pío 
Instituto del joven Fulgencio Craveri vuelve ahora el mismo solicitante a presentar nueva ((643)) instancia para que este pobre huérfano 
sea aceptado en este mismo Hospicio inmediatamente, no obstante la falta de edad indicada en su dicha carta. 

Volviendo, pues, a confirmar al reverendo sacerdote Bosco lo que el que suscribe 

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hubo de observarle al respecto en el despacho del 23 de mayo próximo pasado, n.° 1470, ruégole busque una manera para ver si le es 
posible cumplir el piadoso deseo del dicho Raspino, tío del pobre Craveri, de quien se trata. 

Por orden del Ministro SALINO 

Don Bosco lo aceptó para el primero de marzo de 1861, fecha de ingreso de los nuevos aprendices. 

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((644)) 

CAPITULO XLVI 

ENFERMEDAD DE DON JOSE CAFASSO Y SUS CAUSAS -DON BOSCO JUNTO AL LECHO DE SU BIENHECHOR -MUERTE 
DE DON JOSE CAFASSO Y DOLOR DE DON BOSCO -EN EL ORATORIO SE TRASLADA LA FIESTA DE SAN JUAN 
-FUNERALES -EL TESTAMENTO Y UN LEGADO -HONORES A UN SANTO Y TRISTE FIN DE UN ENEMIGO DEL PAPA -LA 
FIESTA DE SAN LUIS EN EL ORATORIO -MISA DE DIFUNTOS POR DON JOSE CAFASSO -EL CANONIGO GALLETTI Y EL 
TEOLOGO GOLZIO 

AQUEL mes de junio, Turín, el Piamonte y la Iglesia sufrirían la pérdida de una vida tan útil y preciosa como la de don José Cafasso. Le 
asaltaron muchos males. La náusea del mundo y el pensamiento de la eternidad acompañaban todos sus pasos. 

El lunes, día once, un recadero de la Residencia Sacerdotal llevaba al Oratorio una noticia alarmante. Don José Cafasso, mientras 
confesaba, sintió que le faltaban las fuerzas y, para no caer extenuado, se acostó una hora antes de comer. Su mal, que procedía de una 
afección pulmonar, acompañada de un flujo de sangre al estómago, era causado en gran parte por el dolor que le producían los registros 
de la policía en el Oratorio de San Francisco de Sales y en la Residencia, y las afrentas que se perpetraban en Italia contra la Iglesia y 
((645)) la religión. En varias ciudades se encarcelaba a muchos religiosos, sacerdotes y seminaristas. Estaban en la cárcel el cardenal 
Baluffi, obispo de Imola, y los obispos de Carpi, Ferrara y Faenza. El obispo de Piacenza, monseñor Antonio Ranza, había sido 
conducido a Turín por los guardias el nueve de junio, como un prisionero del Estado. Llevado a presencia del Ministro de Gracia y 
Justicia, el Pastor de la Iglesia sufrió la humillación de tener que oír una lección de Evangelio de labios de semejante pécora y fue 
confinado en casa de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Estos venerables servidores del Señor sufrían tales vejámenes por no querer 
cantar el Tedéum en determinadas circunstancias. También a los seglares les llegaban las caricias del Gobierno, que mandó hurgar en 
Borgo Cornalense por todos los rincones del palacio de la duquesa de Montmorency, la 
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insigne bienhechora de don José Cafasso y de don Bosco, lo mismo que la vivienda del conde de Collobiano, que iba a visitar a menudo 
al Arzobispo de Pisa. Pero no se encontró ni el más corto hilo de la supuesta trama clerical. 

Don José Cafasso suavizaba el dolor que le causaban estas noticias, con sus continuas aspiraciones al Paraíso. Preveía su muerte con tal 
claridad que parecía haber tenido revelación del día, hora y demás pormenores de la misma, a pesar de que los más acreditados peritos del 
arte médico, haciendo cuanto podía sugerirles el afecto y el deber, alimentaron durante una semana la esperanza de la curación. Llegaban 
al heroísmo su tranquilidad, paciencia, resignación y viva fe. 

Don Bosco iba cada día a visitarle y una vez le dijo don José Cafasso que ordenara especiales oraciones por él en el Oratorio. 

-Ya lo hemos hecho, respondió don Bosco, y seguiremos haciéndolo; pero he dicho a mis muchachos que usted vendría un día de fiesta 
a impartirnos la bendición con el Santísimo Sacramento. 

Replicó don José Cafasso: 

-Esté usted tranquilo; ((646)) vaya, rece y diga a sus muchachos que les bendeciré desde el Paraíso. 

Preguntóle entonces don Bosco si tenía algún recado que mandar, algo que escribir, alguna orden que dar. Contestó riendo: 

-No faltaba más que yo, que siempre prediqué a los demás que un sacerdote debe arreglar cada noche sus cosas como si fuera aquella la 
última de su vida, resultara que yo no lo hubiera hecho y hubiera aguardado hasta este momento para arreglar todo lo mío. Todo está 
arreglado, todo está en regla. Sólo una cosa que queda todavía que tratar y es lo que se refiere al Paraíso, que pronto alcanzaré. 

Todos notaban que recibía con su acostumbrada bondad a quienes se acercaban a su lecho; pero unos minutos después, 
encomendándose a las oraciones de los visitantes, mostraba su deseo de que se marcharan. No quería que nadie se entretuviera con él, 
más tiempo del que pedía la estricta necesidad. Ansiaba estar solo para entretenerse más libremente con Dios, hasta cuando la enfermedad 
iba extinguiendo su vida. Es más, no daba señales de agrado, ni siquiera cuando le sugerían jaculatorias, como si estas oraciones 
interrumpieran sus ordinarios coloquios con Jesucristo, con la Madre del Salvador, con su Angel Custodio y con san José. 

Le molestaba la continua asistencia del enfermero. Sin embargo, don Bosco, habiendo quedado un día a solas con él, se atrevió a decirle 
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que era bueno tener normalmente alguna persona al lado para servirle, y también para recibir alguna palabra de aliento. 

-No, contestó al punto; no. 

Y después exclamó: 

-No sabéis que toda palabra dicha a los hombres es una palabra robada al Señor? 

((647)) Don Bosco, al retirarse, le observaba algunas veces desde la puerta entreabierta de su cuarto y lo veía juntar las manos, besar 
una y otra vez el crucifijo, y después, con la mirada vuelta al cielo, hablar ininterrumpidamente como en una conversación familiar. 

El viernes 22 de junio, después de recibir el Viático solemnemente, manifestó el mismo don José Cafasso su deseo de que se preparara 
roquete, estola y ritual para recibir el sacramento de los enfermos y la bendición papal. Quiso que estuviesen presentes al sagrado rito los 
residentes, de los que sólo quedaban en casa veinticinco por motivos particulares, o por el servicio de la Iglesia. Los demás, habían 
marchado a sus casas, después de los exámenes de fin de curso. 

Al caer de la tarde, fue don Bosco a pedir la última bendición a su padre espiritual y bienhechor. Fue aquélla una escena conmovedora. 

Nos dejó escrito monseñor Cagliero: «Cuando don José Cafasso se encontraba en los últimos momentos de su vida, nos tropezamos con 
don Bosco que volvía de visitarle por última vez. Estaba sumido en el más profundo dolor; y nosotros no estábamos menos afligidos que 
él. Para consolarnos, nos dijo que pronto lo tendríamos como protector en el cielo. Y nos habló de él como un santo sabe hablar de otro 
santo, de sus raras virtudes, de los dones extraordinarios que había recibido de Dios. Nos describía su devoción a la Virgen, cómo el 
sábado era para él un día enteramente consagrado a María, en el que guardaba riguroso ayuno; y cómo Ella le concedía prontamente en 
aquel día cualquier gracia que le pidiese». 

Amaneció el 23 de junio. Muy de mañana quiso don José Cafasso que se celebrara la santa misa en el oratorio anejo a su habitación y 
comulgó en ella, como lo había hecho en los días anteriores. Era sábado, y él, que había trabajado tanto para la gloria de María, deseaba 
morir en un ((648)) día a Ella consagrado. Había dicho a menudo y lo dejaba escrito: «íQué hermoso morir por amor a María! Morir 
nombrando a María. Morir en el momento más glorioso para María. Expirar en los brazos de María. Salir para el paraíso con María. 
Permanecer eternamente junto a María». 

A eso de las nueve de la mañana entró en agonía, poniendo los 
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brazos en cruz. Y he aquí que, dadas las diez, próximo ya a expirar, mientras se rezaba el Proficíscere (ímarcha ya, alma...!), de pronto 
dio una sacudida, se volvió, como si hubiese oído que le llamaban por su nombre, y se vio sensiblemente cómo su cuerpo se levantaba del 
lecho y quedaba en el aire sobre un lado, con los ojos abiertos y tan vivos que causaban estupor. Y extendió los brazos amorosamente 
hacia un objeto invisible y misterioso. Era la Virgen, como puede creerse con toda razón, que se le aparecía visiblemente para consolarle 
en aquellos últimos suspiros, concediéndole la gracia que por tantos años había implorado con esta oración: 

-íQuiero lanzarme a tus brazos en el último instante de mi vida! 

La mirada del moribundo estaba vuelta hacia los pies del lecho y clavada en el cuadro que representaba la muerte de san José. Poco 
después expiró. Atestiguaron el hecho los dos sacerdotes residentes, reverendos Allachis y Bonino, que estaban presentes, y monseñor 
Cagliero, que lo oyó de labios de don Bosco. 

A toda prisa notificaron a éste que don José Cafasso se encontraba en sus últimos momentos. El siervo de Dios acudió en seguida, 
acompañado por el joven Francisco Cerruti, y llegó pocos instantes después de expirar. Cayó de rodillas junto a su cama y rompió a llorar 
a lágrima viva. 

Por la noche comunicó a los muchachos la dolorosa noticia, hizo el elogio de don José Cafasso, prometió que escribiría ((649)) su 
biografía y ordenó que la fiesta de san Juan Bautista se trasladaba para el domingo, día primero de julio, después de la solemnidad de san 
Luis, que debía celebrarse el 29 de junio. 

La habitación de don José Cafasso se transformó en capilla ardiente durante los días 23 y 24 de junio. Acudió gran concurso de gente 
para contemplar el cuerpo del santo sacerdote, cuyo rostro irradiaba aire de paraíso. Besaban sus manos, cortaban sus ropas, sus vestidos, 
sus cabellos, tocaban su cuerpo con objetos, que se estimaban preciosos por este contacto. Todos querían reliquias. 

El día 24 por la tarde sus despojos mortales, encerrados en un ataúd de nogal, fueron trasladados a la iglesia de san Francisco de Asís, 
rodeados de una muchedumbre extraordinaria que besaba los lienzos fúnebres. Ante las apremiantes instancias del pueblo, destapóse el 
ataúd, se dejó ver el cadáver y se volvió a tapar. 

El día 25 por la mañana al rayar el alba, después de rezar los residentes el oficio de difuntos, cantó la misa de Requiem el teólogo 
Golzio. La gente se agolpaba, muchos lloraban y algunos colocaban flores y azucenas sobre el féretro. Era un espectáculo conmovedor. 
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Llegada la hora del sepelio, desfiló el cortejo fúnebre. Formaban en él diversas cofradías, los franciscanos, una representación del 
Oratorio de Valdocco y una hilera de unos doscientos sacerdotes, entre ellos don Bosco, más los muchachos que iban detrás del féretro. A 
lo largo del camino estaban apiñados miles de ciudadanos. Don Bosco oía por todas partes elogios, oraciones y sollozos. 

Al llegar a la parroquia de los Santos Mártires, atestada también de público, se cantó la misa, se celebraron la exequias y después los 
cofrades de san Roque cargaron sobre sus hombros el precioso depósito y se encaminaron hacia el camposanto. Mucha gente de toda 
clase fue siguiendo el féretro, ((650)) rezando oraciones y rosarios, alternando con los sacerdotes. La capilla del cementerio no pudo dar 
cabida a la muchedumbre que seguía los venerables restos mortales. 
Impartida la absolución fúnebre, el féretro fue llevado al depósito donde los fieles a porfía se adueñaron de las flores colocadas sobre el 
ataúd, como preciosos recuerdos del difunto sacerdote. 

Durante los días siguientes continuaron las visitas a su sepulcro de las personas que él había favorecido. También acudió don Bosco y 
dejó escrito: «El cementerio cristiano, perenne y elocuente maestro para quien entra en él con espíritu de fe y con la oración, se convierte 
en un lugar indispensable al corazón, cuando entre aquellas tumbas descansan las cenizas de nuestros queridos bienhechores». 

Según acta del 25 de junio de 1860 de la Audiencia Territorial se abrió el testamento secreto de don José Cafasso, fechado al 10 de 
octubre de 1856. El siervo de Dios dejaba los bienes patrimoniales a sus parientes y lo heredado del teólogo Guala a la Pequeña Casa de 
la Divina Providencia. Entre los muchos legados figuraba el artículo catorce en favor de don Bosco y de sus muchachos: «Dejo al 
sacerdote don Juan Bosco, de Castelnuovo de Asti, y domiciliado en Turín, lo que es de mi propiedad por terreno y edificación contiguo 
al Oratorio de San Francisco de Sales en esta capital en la zona de Valdocco, más cinco mil liras. Condono al mismo todas las deudas, 
que tuviere conmigo en el momento de mi fallecimiento, rasgando por consiguiente o entregándole cualquier documento relativo al caso». 

Con este testamento quedó don Bosco como propietario único de lo que había comprado al señor Pinardi. 

Por la noche refirió don Bosco a los muchachos que don José Cafasso les había dejado en testamento un recuerdo de ((651)) su caridad, 
describió el magnífico funeral que atestiguaba sus virtudes, reconocidas 
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por todo el mundo, resaltó la saludable impresión, que deja en las almas piadosas la muerte del justo y el horror que despierta la del 
malvado, puesta en evidencia por un suceso terriblemente trágico ocurrido por aquellos días. 

«Un impetuoso revolucionario entró en un café de Prato, sacó dos pistolas y dijo: -Con una quiero matar a Pío IX y con la otra al 
párroco de la Catedral. Después, para confirmar con el gesto su infame propósito, dio un golpe contra la mesa con la culata de una de las 
dos pistolas. Desgraciadamente, como estaba cargada, se soltó el gatillo, disparó y la bala fue a clavarse en la cabeza de aquel 
desgradiado. Corrieron en busca de un sacerdote y el primero que se tropezaron fue precisamente el párroco de la Catedral, a quien aquel 
infeliz quería matar. Voló a toda prisa el párroco, pero no encontró más que un cadáver.» 

El 29 de junio, anota Ruffino, se celebró en el Oratorio la fiesta de san Luis. Repartiéronse a los jóvenes unas medallas con la imagen 
de san Luis en el anverso, y la del Angel de la Guarda en el reverso. Todos se la cosieron al vestido, incluso los clérigos y los sacerdotes. 
Predicó el sermón el reverendo Ciattino, párroco de Maretto y habló de la importancia que debe darse a las cosas pequeñas. Gustó mucho. 
A primera hora después de la comida, hubo una representación teatral. Y al caer de la tarde se hizo la procesión. Todos los muchachos 
llevaban su medalla. Como en otras ocasiones, había algunos vestidos de santos; uno iba representando a san Juan Bautista. Al anochecer 
hubo globos aerostáticos, cohetes y fuegos artificiales. 

El 30 de junio se cantó la misa de difuntos por el alma de don José Cafasso, en la iglesia de san Francisco de Asís, con una función 
muy modesta. Don Bosco participaba en todos los sufragios por el alma de su santo paisano y hallaba siempre su consuelo en la 
Residencia Sacerdotal. Eligió para nuevo ((652)) confesor al teólogo Golzio, con quien siguió confesándose regularmente cada ocho días. 
También Golzio estaba convencido de que el Señor llevaba a don Bosco por caminos extraordinarios y no se opuso a su método de 
dirección espiritual ni siquiera cuando el Oratorio se llenó de alumnos internos y de clérigos. Afirma don Albera: 

«Era muy grande el respeto que don Bosco le tenía y era tan sincera la veneración y el amor que el teólogo Golzio profesaba a don 
Bosco que resolvió dejarlo heredero de sus bienes». 

El Rector, que sucedió a don José Cafasso en la Residencia Sacerdotal fue el canónigo Eugenio Galletti, el cual por amor de 
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Dios había renunciado ya a su canonjía para encerrarse entre los pobres de la Pequeña Casa del Cottolengo. Este digno sacerdote también 
era amigo de don Bosco, que siguió teniendo en la Residencia, por concesión suya, una habitación y la biblioteca a su disposición, para 
poder retirarse libremente a escribir sus libros, dado que era un lugar tranquilo. Accediendo a su voluntad, continuó don Bosco yendo, 
también aquel año de 1860 y los siguientes, a los ejercicios espirituales de san Ignacio. 

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((653)) 

CAPITULO XLVII 

EL DIA ONOMASTICO DE DON BOSCO -CURACION DEL CLERIGO CASTELLANO -FUNERALES POR EL ALMA DE DON 
JOSE CAFASSO EN EL ORATORIO -DON BOSCO LEE LA ORACION FUNEBRE Y LA MANDA IMPRIMIR CON EL TITULO: 
RECUERDO HISTORICO FUNEBRE DE DON JOSE CAFASSO -LECTURAS CATOLICAS: PONTIFICADO DE SAN SIXTO II Y 
GLORIAS DE SAN LORENZO MARTIR -EL CARDENAL CORSI EN EL ORATORIO 

EL primer domingo de julio, se celebró en el patio del Oratorio, con la solemnidad de costumbre, el día onomástico de don Bosco; hubo 
música, cantos y poesías. Era también una necesidad de los muchachos exteriorizar su afecto con algún regalo. 

Dejó escrito Pedro Enría: «Don Bosco no se preocupaba jamás de si su sotana estaba bien cortada y ajustada a su talle, si era de paño 
grueso en el invierno o fino en el verano, con tal de que no desdijese de la dignidad sacerdotal, es decir, limpia y decente. Por eso durante 
los primeros años, con ocasión de su día onomástico, los alumnos ofrecían una cuota para costearle un obsequio y alguna vez le 
presentaban prendas sacerdotales que le faltaban, acomodadas a la estación». 

«El 4 de julio, leemos en la crónica de Ruffino: se puso bueno el clérigo Luis Castellano de la siguiente manera. Estaba tan enfermo, 
que el médico le había dado ya por desahuciado y ((654)) había dejado casi de visitarlo. Se llamó a otro médico, el cual fue de la misma 
opinión que el primero; y a un tercero, que tampoco dio esperanza alguna. Fue don Bosco a verle y también él, atendido el estado del 
enfermo, juzgó el caso desesperado. Desde el 25 de abril había dicho y repetido don Bosco: 

»-Dos cosas son inevitables: la caída de las Sicilias (Sicilia y Nápoles) y la ida del clérigo Castellano al paraíso. 

»Con todo, después de confesarlo, le dio la bendición y exclamó: 

»-Si Domingo Savio obtiene de Dios su curación, será una prueba cierta de su santidad. 

»Y aquel mismo día le desapareció la fiebre al clérigo y, al poco tiempo, volvió al Oratorio.» 
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Pero la predicción de don Bosco, como veremos más adelante, se cumpliría. 

No se podía mientras tanto dejar de honrar la memoria de don José Cafasso en el Oratorio. La pérdida del insigne bienhechor había sido 
muy sentida por los alumnos y, aunque ya se habían serenado, seguían haciéndose oraciones especiales y diversos oficios piadosos en 
sufragio de su alma. Era, sin embargo, deseo de todos tributarle un acto de reconocimiento público con un solemne funeral, dentro de los 
límites de su humilde condición. 

Así, pues, se eligió para darle esta señal de gratitud el día 10, diecisiete días después de su fallecimiento. Toda la iglesia estaba cubierta 
de paños fúnebres, se colocaron dos inscripciones a las entradas de la iglesia y otras en el interior de la misma en derredor del túmulo. 

La de la fachada de la iglesia decía: 

DETENTE, VIANDANTE -Y LEE UN CASO DOLOROSO -EL MODELO DE VIDA SACERDOTAL -MAESTRO POR 
EXCELENCIA DEL CLERO -PADRE DE LOS POBRES -CONSEJERO DE LOS QUE DUDAN -CONSOLADOR DE LOS 
ENFERMOS -CONSUELO DE LOS AGONIZANTES -ALIVIO DE LOS ENCARCELADOS -SALVADOR DE LOS CONDENADOS 
AL ((655)) PATIBULO -EL AMIGO DE TODOS -EL GRAN BIENHECHOR DE LA HUMANIDAD -EL SACERDOTE JOSE 
CAFASSO -MURIO -A LA EDAD DE SOLO CUARENTA Y NUEVE AÑOS -23 DE JUNIO DE 1860 -PERO CONSOLEMONOS 
-VOLO AL CIELO -Y SERA NUESTRO PROTECTOR. 

Sobre la puerta lateral que da al patio: 

IOSEPHO CAFASSO -SACERDOTI -EGREGIO INTEGERRIMO -OPTIME DE NOBIS MERITO -QUI FATO IMMATURE 
CONCESSIT -IUVENES PARENTATUM -AEDEM INGREDIMINI MOESTI -GRATI ANIMI ERGO. 

(A JOSE CAFASSO -sacerdote egregio integérrimo -que mereció nuestras alabanzas -que prematuramente murió -jóvenes, para 
rendirle honores fúnebres -en el templo entrad apesadumbrados -con agradecido corazón.) 

A los pies del túmulo: 

VERE -SAL TERRAE -LUX MUNDI -FUIT -(Matt. V, 13). 

(Verdaderamente fue sal de la tierra, luz del mundo.) 
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A la derecha: 

QUIA AD IUSTITIAM -ERUDIVIT MULTOS -FULGEBIT QUASI STELLA -IN PERPETUAS AETERNITATES (Dan. 
XII, 3). 

(Porque para la justicia -educó a muchos -brillará como astro -por eternidades sin término. ) 

A la izquierda: 

LABIA IOSEPHI CUSTODIERE -SCIENTIAM -ET LEGEM REQUIREBANT -EX ORE EIUS. (Malach. II, 7). 

(Los labios de José guardaron -la ciencia -y la ley pedían -a su boca.) 

A la cabecera: 

CORONA SENUM -FILII EJUS -ET GLORIA FILIORUM -PATER EORUM (Prov. XXVII, 5). 

(Corona de los ancianos, sus hijos y gloria de los hijos, su padre.) 

Cada una de las inscripciones del túmulo iba acompañada de alegorías alusivas a sus insignes méritos. Los mismos jóvenes prepararon 
la música con el mayor esmero posible. Se rezaron antes y durante la sagrada función algunas oraciones. A las seis y media de la mañana 
comenzó la misa solemne, cantada por el teólogo Borel. Según la costumbre del Oratorio, los alumnos, después de la debida reparación, 
((656)) recibieron en la misa la santa comunión, que ciertamente es uno de los medios más eficaces para sufragar las almas de los 
difuntos. Con nuestros alumnos y algunos distinguidos personajes, amigos y admiradores del difunto, se llenó la iglesia. 

Después de la misa, don Bosco leyó la biografía de don José Cafasso, acomodada a la condición y al deseo de los oyentes. Le saltaron 
varias veces las lágrimas y arrebató al auditorio con sus palabras de tal modo que éste sintió que acabara. 

Esta biografía fue publicada en agosto de aquel año por la tipografía de Paravía. Su título era: Recuerdo histórico-fúnebre de los 
alumnos del Oratorio de San Francisco de Sales en honor del Sacerdote José Cafasso, su insigne bienhechor, por el Sacerdote Juan 
Bosco. Dividió su discurso en capítulos: -Juventud de don José Ca-fasso -Su vida de seminarista -Su vida sacerdotal pública -Su vida de 
mortificación -Su vida sacerdotal privada -Su santa muerte. 

Y decía en el prólogo de la biografía: 
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No era mi intención publicar esta oración fúnebre, sencilla y familiar, que dirigía a una reunión de amigos y de jovencitos a quienes 
tengo el gusto de llamar mis queridos hijos en el Señor, pero las repetidas instancias de personas autorizadas me han determinado a 
hacerlo. Esta biografía es un compendio de la vida de don José Cafasso, que pienso escribir, si el Señor misericordioso me concede salud 
y gracia. 

Sabedor de que las personas devotas están muy interesadas en poseer algún recuerdo de don José Cafasso, he querido satisfacer su 
deseo añadiendo en forma de apéndice dos ejercicios de piedad compuestos y practicados por él mismo. Y son: Ultima voluntad de 
preparación para la muerte, o sea ejercicio de la buena ((657)) muerte, que él solía hacer una vez al mes y Visita al Santísimo Sacramento 
para cada día de la semana, la cual hacía él cada día sin falta. 

El Señor Dios, que en sus inescrutables designios nos ha querido privar de un amigo tan único y valioso como él, haga por lo menos 
que sus acciones y escritos nos sirvan de acicate para imitarle en su gran caridad y demás virtudes. De este modo espero que tendremos la 
seguridad de recorrer como él el camino que conduce a la eterna felicidad. 

Armonía del 15 de septiembre añadía: 

Oración fúnebre dedicada a don José Cafasso 

La tipografía de J. B. Paravía ha publicado un librito de cien páginas en dieciseisavo, que ha de ser muy del gusto de los turineses y de 
muchísimos de la provincia que lloran la muerte del ejemplar sacerdote don José Cafasso. Contiene el librito la oración fúnebre, que don 
Bosco pronunció en el Oratorio de San Francisco de Sales, donde se celebraron unos funerales solemnes por el llorado extinto. El 
discurso, presentado con el calor y profundo sentimiento de afecto, que la amistad entre hombres virtuosos suele despertar, es un 
compendio de la vida de don José Cafasso, enteramente consagrado a la salvación de las almas y al alivio de los pobres. Acompañan a la 
oración fúnebre dos breves escritos espirituales de don José Cafasso, que serán muy del agrado de todas las personas piadosas. Se vende 
al precio de cincuenta céntimos, en favor de los alumnos del Oratorio de San Francisco de Sales, de los que don José Cafasso fue insigne 
bienhechor. 

A la par que don Bosco escribía esta oración fúnebre, preparaba la publicación de tres números de las Lecturas Católicas para agosto, 
septiembre y octubre. 

El primero continuaba la vida de los Papas: Pontificado de San Sixto II y glorias de San Lorenzo Mártir, por el Sacerdote Juan Bosco 
(K). 

Se trata ampliamente en él de las reliquias, milagros ((658)) y santuarios del heroico diácono; se traza un plan de vida cristiana para 
cada día, cada semana, cada mes y cada año y en todo tiempo, según san Alfonso María de Ligorio, plan sencillo de vida espiritual, 
fundamento de la que don Bosco había propuesto a los miembros de su Pía Sociedad. Hay un apéndice con el relato de dos muertes 
instantáneas: 
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la de uno que maldecía al Papa y la de otro que hacía mofa de la excomunión. 

El segundo número se debía a la pluma de un gran amigo de don Bosco: El modelo de la pobre joven Rosina Pedemonte, muerta en 
Génova a la edad de veinte años, el día 30 de enero de 1860, por José Frassinetti, Prior de Santa Sabina en Génova. Es un ramillete de 
hermosas y perfumadas virtudes ordinarias, tan fáciles de practicar, como puede desearse. Estaba Rosina inscrita en la Pía Unión de las 
Hijas de María Inmaculada en Génova, constituida en Mornese, pueblo del Monferrato, diócesis de Acqui el año 1855, aprobada 
posteriormente por el Obispo de la diócesis con decreto del 20 de mayo de 1857. Después de un año de inscripción, considerado como 
noviciado, estas buenas jóvenes hacían una especie de profesión religiosa prometiendo observar el reglamento. 

Don Bosco añadió como novedad dos hechos: -Ejercicios espirituales de un antiguo militar, y -Gracia obtenida por la intercesión del 
beato Benedicto Labre. 

El tercer número, destinado para el mes de octubre, era el siguiente: El cielo abierto con la confesión sincera. Su autor era fray Carlos 
Felipe de Poirino, sacerdote capuchino. Expone en él las múltiples razones que obligan a un cristiano a declarar todos sus pecados en la 
confesión. Enseña la manera de hacer el examen de conciencia para reparar las confesiones mal hechas. Responde a los pretextos ((659)) 
que suelen aducirse para no acusarse de ciertos pecados. Presenta ejemplos espantosos de confesiones sacrílegas castigadas. 

Por aquellos días, sigue refiriendo la crónica, permitió el Gobierno a Su Eminencia el Cardenal Arzobispo de Pisa que regresara a su 
Sede. Tan pronto como quedó en libertad, el augusto purpurado fue el 14 de julio a visitar el Oratorio. Entró a las seis y media de la 
mañana por la puerta de la iglesia, acompañado por el secretario y un familiar. Celebró la santa misa, asistido por los canónigos Ortalda y 
Alasia y por los presbíteros Dadesso, Corsi y Alasonatti. Después del evangelio dirigió una breve homilía y, antes de la comunión, un 
conmovedor fervorín; después distribuyó la eucaristía a todos los jóvenes. Acabada la misa impartió la bendición. El Cardenal desayunó, 
mientras los chicos consumían una abundante ración de cerezas, que el Purpurado les había regalado. Acto seguido, sentóse en un trono, 
preparado en los pórticos, y escuchó muy complacido las músicas, las poesías de los clérigos Francesia y Bongiovanni y un discursito que 
leyó don Miguel Rúa, que había sido escrito por el mismo don Bosco. 
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Eminencia Reverendísima: 

Antes de que partáis de nuestra humilde mansión, Eminencia Reverendísima, permitid que os exprese algunos sentimientos de sincera 
gratitud en nombre de mis venerados superiores, y que recoja los pensamientos de mis amados compañeros para deciros que éste es el 
más hermoso día para nuestro Oratorio, día glorioso, como tal vez no volvamos a ver. Verdad es, Eminencia, que en medio de tanto 
regocijo estamos confusos porque nuestra condición, el tiempo, el lugar no han permitido agasajaros como fuera nuestro deseo, pero nos 
consuela el pensamiento de que la bondad que Vuestra Eminencia ha tenido al llegar hasta nosotros para dirigirnos dulces y consoladoras 
palabras de vida eterna, perdonará nuestra pequeñez... 

((660)) Permitidme ahora, os exponga un deseo que nos es común a todos. Eminencia, humildemente os rogamos que os dignéis ofrecer 
una súplica por nosotros al Señor, para que podamos salir ilesos de las duras borrascas de esta vida y llegar al puerto de nuestra salvación. 
Os rogamos que nos bendigáis, no sólo mientras estáis aquí con nosotros, sino también cuando, de vuelta a vuestra muy querida diócesis, 
os sentéis de nuevo en la cátedra, a la que Dios sapientísimo os destinó. Por nuestra parte, nosotros os prometemos elevar nuestros 
débiles pero fervientes votos al trono de misericordia y justicia para que desciendan sobre Vuestra Eminencia las más abundantes 
bendiciones. Dignese Dios concedenos muchos años de vida para el bien de la Iglesia, que Vos edificáis con el ejemplo y la palabra, y 
ceñir vuestra frente con la corona que merece el que ha combatido valerosamente las batallas del Señor... 

Otro favor me queda por pediros, Eminencia, y es que toméis a nuestro Oratorio bajo vuestra poderosa protección y que sigáis 
favoreciéndonos ante el Santo Padre, que es la persona de la mayor veneración, amor y ternura de nuestro corazón. Y Vos, Eminencia, la 
primera vez que veáis el amable rostro de nuestro tierno y santo Padre, decidle que los muchachos de los Oratorios de esta ciudad le 
agradecen los grandes favores espirituales y temporales que les ha concedido; decidle que rece por nosotros y nos dé su santa bendición, 
decidle que le queremos mucho, y que ésta es la expresión de más de un millar de compañeros míos que, si se tratara de dar por El y por 
la Santísima Religión de la que es Cabeza, bienes, salud y vida, todos estaríamos dispuestos a ofrecernos generosamente. 

Muchísimas cosas más quisiera deciros, pero temo abusar de vuestra paciencia; por esto, mientas me doy por satisfecho de haber 
podido hablar, me callo ahora confundido de no haberlo hecho como hubiera debido; y dejaré la oportunidad a mis compañeros para que 
unánimes y al unísono expresen los afectos del corazón. 

íViva Pío IX, nuestro Beatísimo Padre! 

íViva su Eminencia el Cardenal Corsi, que en este instante lo representa en nuestro Oratorio! 

((661)) Respondió Su Eminencia que, a partir de aquel momento, hacía partícipe al Oratorio de todas las oraciones que por su 
disposición se harían en su diócesis, y que, cuando fuera a ver al Santo Padre, no se olvidaría de los hijos de don Bosco. Entonces se 
acercaron tres jovencitos y le ofrecieron la colección completa de las Lecturas Católicas. Uno de ellos díjole que, puesto que las Lecturas 
Católicas habían sido muy recomendadas por el Santo Padre, le rogaba 
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tuviera a bien darlas a conocer a sus diocesanos, si pensaba que ello servía para honor y gloria de Dios y salvación de las almas. 

-Dichosos nosotros, concluyó, si Su Eminencia aceptara este obsequio. 

Su Eminencia hizo ademán de aprobación y afirmación. Visitó después la casa, pasó por los dormitorios, el salón de estudio, los 
talleres, el comedor de los clérigos y la cocina, la cual bendijo, diciendo: Provea el Señor con abundancia para todos. 

Salió de la casa a las diez y media entre los gritos de: íViva Pío IX! íViva el Cardenal Cosme Corsi! Formaron los muchachos dos filas 
entre las que pasó la comitiva, desde el pórtico hasta el coche, que estaba esperando en la puerta, y el Cardenal iba bendiciendo a todos 
con fervor y emoción. 

Dijo el canónigo Alasia que nunca había presenciado función como aquélla y que no había podido contener las lágrimas. Lo mismo 
afirmó el canónigo Ortalda. 

De allí pasó el Cardenal al Refugio, donde no se había hecho ningún preparativo para recibirlo; entró como un simple sacerdote, no dijo 
palabra, dio la bendición con el Santísimo Sacramento y a continuación fue, con la marquesa de Barolo, a visitar el santuario de la 
Consolación para dar gracias a la Virgen por su liberación. El 21 de julio emprendía viaje de vuelta hacia Pisa. 
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((662)) 

CAPITULO XLVIII 

MALICIOSAS INTERPRETACIONES DE LA PRENSA DIARIA CON PERJUICIO PARA EL ORATORIO -DON BOSCO NO ES 
RECIBIDO EN LAS OFICINAS DEL MINISTERIO -VALOR Y CONFIANZA EN DIOS -LARGA Y PACIENTE ESPERA EN LA 
ANTESALA DEL SECRETARIO GENERAL -DON BOSCO ES ADMITIDO A LA AUDIENCIA POR EL SECRETARIO: 
DESCORTESIA Y FORZADA DEFERENCIA -MAS ALUMNOS RECOMENDADOS POR EL MINISTERIO 

EL Arzobispo de Pisa se veía libre de angustias, pero no así don Bosco. En tiempos normales era lógico esperar que la declaración 
enviada al Ministerio y la aceptación de tantos huérfanos, recomendados por él mismo, podían dar seguridad al Gobierno e inducirlo a 
suspender las molestias contra el Oratorio. Pero no cabía esta esperanza en aquellos tiempos, por las diarias instigaciones y violentas 
arremetidas de la prensa malvada, que inventaba y difundía libremente las más extrañas acusaciones y se esforzaba para descarriar la 
opinión pública y azuzar a las autoridades civiles contra el Oratorio. De este modo encendían también las depravadas pasiones del pueblo. 
Un día cruzaba don Bosco la plaza Saboya, acompañado del joven Garino, cuando se encontró con dos personas, que le espetaron 
insolentemente a la cara: 

-A estos curas, hay que colgarlos a todos. 

Don Bosco sonriendo les contestó: 

-Cuando tengan vuestros méritos para ello. 

No faltaban escritores sensatos que ponían en evidencia ((663)) la ridiculez de semejantes acusaciones y la injusticia e insolencia de tan 
absurdos ataques, y hubo varios periódicos que salieron en defensa de la verdad y la justicia; pero los diarios sectarios, como obedeciendo 
a una consigna, disimulaban las razones y las defensas e iban repitiendo sus calumnias, estimulando al Gobierno a acabar con el Oratorio 
y, por desgracia, dado el carácter de los hombres que tenían en sus manos la dirección del Estado, no se podía esperar mucho de su 
equidad. Como ellos no estaban plenamente seguros del triunfo de la causa que defendían sobre la futura suerte de Italia, se dejaban 
engañar con facilidad por sus agentes y veían a menudo enemigos y 
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peligros donde no existían; o también, movidos por el miedo, intentaban amedrentar a aquéllos de quienes sospechaban que pretendían
estorbar sus planes. Era, pues, de temer que algún día tomasen una medida extrema y ordenaran el cierre del Oratorio de Valdocco. Ya
sabía don Bosco que se había tomado la determinación de exiliarlo;
pero personas influyentes y de gran autoridad habían desbaratado el plan trazado.


Había, pues, que tomar precauciones. 

-Pero, cómo?, decía don Bosco; escribir protestas? No me contestan. Volver a pedir audiencia a Farini? Estoy convencido de que, si me 
presento a él en persona, podría demostrarle fácilmente mi inocencia. Mas, por desgracia, el Ministro no quiere concedérmela. Con todo, 
es necesario intentar todos los medios. 

Había pedido audiencia una y otra vez, pero en vano. En las llamadas esferas gubernativas se temía extraordinariamente un encuentro 
con don Bosco, porque su palabra tenía grandísimo poder hasta sobre los corazones peor dispuestos; por consiguiente se habían tomado 
todas las medidas para que no fuera recibido por ningún ministro. 

Pero él resolvió vencer con calma y valor todo obstáculo. Hubiera dado no sólo su vida, ((664)) sino revuelto Roma con Santiago, antes 
de permitir que le fueran arrebatados de su lado sus muchachos, pues sin él, humanamente hablando, podía darse por perdido el Oratorio. 

Por tanto, al no serle posible presentarse a Farini, dirigióse don Bosco al caballero Silvio Spaventa, Secretario General del Ministerio 
de Gobernación; pero también éste rehusaba recibirlo y, a fin de cansarlo y evitar su encuentro, difería la audiencia por medio de los 
ordenanzas, de un día para otro, de la mañana a la tarde y de la tarde a la mañana del día siguiente. Mas, por fin, tuvo que recibirlo y he 
aquí de qué modo. 

Era el 14 de julio; el Secretario habíale dado esperanza de que a las once de la mañana le daría audiencia. Los muchachos del Oratorio 
temblaban por su suerte. Don Bosco afligido, mas sin perder la calma, llamó al clérigo Juan Cagliero y le dijo: 

-Acompáñame al Ministerio. 

Al llegar a la calle Palatina, se detuvo un instante, y exclamó: 

-íQué malo es el mundo! Esos señores del Gobierno tienen muchas ganas de cerrar el Oratorio y acabar con él a toda costa. íPobrecitos! 
Se equivocan. No se saldrán con la suya. Creen que han de vérselas tan sólo con don Bosco y no saben que han de medir sus 
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fuerzas con quien puede más que ellos: con la Virgen y con Dios mismo, que desbaratará sus planes. íNo, no conseguirán cerrarlo! 

A la hora fijada llegó don Bosco al Ministerio; entró en la sala de espera y se hizo anunciar. Pero el Secretario Spaventa, olvidado o 
arrepentido de la palabra dada, mandó a decir que le sería difícil poder recibirlo, dados los gravísimos asuntos que tenía entre manos. Don 

Bosco respondió al recado: 

-Aguardaré, hasta que el señor Secretario pueda recibirme. 

Y resuelto a esperar el tiempo que fuera menester para ser recibido, con una tranquilidad inigualable, sin acordarse del calor ni de la 
necesidad ((665)) de comer y apagar la sed, se quedó esperando hasta las seis de la tarde. Durante aquellas siete horas fue llenándose el 
salón continuamente de muchísimas personas de toda clase y condición, que pasaban, una tras otra, al despacho del Secretario, hasta los 
últimos llegados; pero a don Bosco no le tocaba nunca el turno. Los ordenanzas iban y venían atravesando la sala, miraban al pobre cura 
con aire burlón, sonreían maliciosamente y al encontrarse se guiñaban el ojo y movían la cabeza. 

Los señores que aguardaban su turno miraban extrañados a aquel sacerdote sentado en un rincón, con el clérigo Cagliero a su lado al 
principio, y después con el sacerdote Angel Savio, que había ido a substituir al compañero para que éste fuera a comer. 

De cuando en cuando, don Bosco se levantaba, se acercaba a uno de los ordenanzas, renovaba su petición e insistía para ser admitido a 
audiencia. Luego, con inalterable paciencia, volvía a su puesto. Llegó a ser tan amarga aquella situación que los mismos ordenanzas 
empezaron a compadecerse de él. 

Por fin, el caballero Spaventa, avergonzado quizá de tratar de aquel modo a un ciudadano, que, aunque fuera sacerdote, era con todo 
igual que los demás ante la ley, se decidió a dejarse ver. Así que, después de barbotar, de modo que don Angel Savio pudo oírlo: 

-Qué quiere ese importuno? 

Se presentó a la puerta del despacho y le dijo con rudos modales: 

-Don Bosco, qué sucede para insistir tanto en hablarme? 

Al verle y oír aquellas palabras, todos los presentes, incluso los empleados y ordenanzas presentes en la sala, volvieron sus ojos hacia el 
pobre sacerdote, que respondió de esta manera: 

-Necesito hablar unos instantes con Su Señoría. 

((666)) -Qué quiere? 

-Quisiera hablarle confidencialmente. 
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-Hágalo aquí mismo, pero sea breve; los presentes son gente de confianza. 

Entonces don Bosco, sin tomar en cuenta la descortesía, dijo en voz alta: 

-Caballero, tengo quinientos muchachos abandonados a los que mantener, y desde este momento los pongo en sus manos, y le ruego 

que provea a su porvenir. 

-Quiénes son esos muchachos? 

-Son chicos pobres y huérfanos o abandonados, que el Gobierno me ha enviado hace ya algún tiempo, y ahora quiere volver a echarlos a 

la calle. 

-Dónde se encuentran? 

-Recogidos en mi casa. 

-Quién los mantiene? 

-La caridad de algunos bienhechores. 

-No paga pensión para ellos el Gobierno? 

-Pensión? Ni un céntimo. 

Ante aquel diálogo de preguntas y respuestas tan breves, tan rápidas e interesantes, todos los que estaban en la sala se acercaron y 
rodearon a don Bosco, maravillados y curiosos por ver en qué terminaba aquello, y al mismo tiempo daban muestras de indignación por 
el desprecio con que era recibido un hombre tan venerable. Al darse cuenta Spaventa del mal papel que hacía su proceder, cambió de 
táctica; sobre todo, después de que don Bosco se acercó a él y le dijo en voz baja: 

-Tenga la bondad de escucharme y pronto; de otro modo se arrepentirá antes de que anochezca mañana. 

El Secretario, sorprendido ante aquellas palabras, se decidió a concederle audiencia privada y lo tomó de la mano diciéndole ((667)) 

cortésmente: 

-íPase, pase! Y le hizo entrar en su despacho. 

Nos contó después don Angel Savio: -Cuando la puerta se cerró tras de los dos ya no vi nada ni oí una palabra. Unos instantes más 

tarde, volvió Spaventa a la antesala, demudado y agitado, y dirigiéndose a secretarios, diplomáticos y otros distinguidos personajes, que 
habían ido para conferenciar con él sobre asuntos de Estado, les dijo: 

-Perdonen, tengo un asunto importantísimo que despachar, y que no admite dilación. Hoy no puedo recibirles. Vuelvan mañana. 

Y se retiró de nuevo, cerrando tras sí la puerta de su despacho. Don Bosco estuvo allí durante muchísimo tiempo. Pero jamás se 
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supo qué le pudo decir a Spaventa para producirle semejante cambio. 
Contó después don Bosco a sus colaboradores sólo la parte del coloquio que se refería al Oratorio, y por sus palabras se pudo 

reconstruir el diálogo. 

Invitó el Secretario a don Bosco a sentarse junto a él y después, en tono amable y bondadoso, le dijo: 

-Sé que usted hace mucho bien; dígame, pues, en qué puedo servirle, puesto que, por cuanto de mí dependa, lo haré muy gustoso. 

-Pido con todo respeto, respondió don Bosco, que me diga el por qué de los registros; más aún, de las persecuciones, que ordena el 

Gobierno contra mí. 

-Es que usted sigue una política... tiene un espíritu... Pero, yo no estoy en condiciones de decirle todo. Hay cosas reservadas al señor 
Ministro. Habría que hablar con él. Puedo decirle, con todo, que se pondría inmediatamente término a todas las molestias, si usted 

quisiera hablar claro y revelar los secretos. 

-No sé, caballero, a qué secretos pretende aludir. 

-A los secretos jesuíticos, por culpa de los cuales se le hicieron los registros de que usted se lamenta. 

((668)) -Ignoro en absoluto tales secretos y ansío conocerlos para hacer las aclaraciones oportunas, si está en mi poder. Hábleme Su 

Señoría con toda franqueza y yo le responderé con la misma sinceridad. 

-Yo no puedo entrometerme en eso; pregúnteselo al Señor Ministro y se lo dirá todo. 

-Si Su Señoría cree que no puede decirme lo que pregunto, hágame al menos una excelente obra de caridad. 

-Cuál sería? 

-Obtenerme una audiencia del Señor Ministro. 

-Sí, haré por obtenérsela; pero a estas horas es muy difícil. Voy, sin embargo, a intentarlo. Espere aquí un momento, pero no hable con 

nadie de este asunto, porque podría ser mal entendido y peor interpretado, con mayor daño para usted. 
Dicho esto, salió el señor Spaventa del despacho, fue a hablar con el comendador Farini, y media hora después volvió. Díjole entonces 

a don Bosco: 

-El Ministro está ocupado, y no puede por ahora recibirle, pero mañana le avisará cuándo podrá hacerlo. 

Diole don Bosco las gracias y salió sereno y sonriente. El Secretario, 

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serio y respetuoso, le acompañó hasta las escaleras. Los ordenanzas, al ver el acto de cortesía de su jefe con don Bosco, apenas se retiró a 
su despacho, empezaron a hacer reverencias al pobre cura, lo rodearon, algunos le besaron la mano y hubo quien lo acompañó hasta la 
misma puerta. 

Don Bosco volvió al Oratorio con don Angel Savio. Eran las ocho de la noche, y aún no había comido. 

Pero antes de ir a descansar, abrió la cartas llegadas aquel día y se encontró con unas ((669)) líneas del caballero Salino en favor del 
huérfano Alberto Tasso, de Oneglia, y con el número de orden dos mil noventa y uno y fecha del 13 de julio. El día 10 ya había recibido 
otras dos en favor de los huérfanos de padre, Reydet y Penchienatti, recomendados por el dicho caballero en nombre del Ministro, con los 
respectivos números de protocolo dos mil treinta y nueve y dos mil cuarenta y cuatro. 

En una de éstas, lo mismo que en otras anteriores, leíase expresado en distintos modos lo siguiente: «Me atrevo a rogar a Su Señoría 
tenga a bien aceptar a nuestro recomendado en algún centro de caridad de esta ciudad, por ejemplo en el dirigido por don Juan Bosco, el 
cual, si le presentan el caso, no tendrá dificultad en aceptarlo y atenderlo». 

Tomó nota don Bosco para la admisión, aunque no le parecía que su condescendencia pudiera alejar el peligro que le amenazaba. 

Sin duda que aquella tarde el siervo de Dios debió de elevar más de una vez al Señor con todo fervor el ruego que Ester dirigió al Rey 
Asuero: Si inveni gratiam in oculis tuis, o Rex, et si tibi placet, dona mihi populum meum pro quo obsecro. (Si he hallado gracia a tus 
ojos, oh rey, y si al rey le place, concédeme la vida de mi pueblo: esta es mi petición).' 

1 Ester, VII, 3. 
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((670)
)


CAPITULO XLIX 

EL MINISTRO DE GOBERNACION CONCEDE AUDIENCIA, PREVIAMENTE FIJADA, Y ORACIONES EN EL 
ORATORIO-IMPORTANTE CONFERENCIA DE DON BOSCO CON LOS MINISTROS FARINI Y CAVOUR -PROMESAS Y 
ESPERANZAS DE PAZ -COMPRA DE LA CASA DE LOS FILIPPI -ANUNCIO DE ESTA COMPRA A LOS MUCHACHOS 

EL 15 de julio recibió don Bosco una carta del conde Guido Borromeo, notificándole que al día siguiente, hacia las once de la mañana, 
sería recibido por el ministro Farini. 

En la platiquita de después de las oraciones de la noche, recomendó don Bosco que al día siguiente rezasen todos por un asunto de gran 
importancia, que oyeran la misa con más devoción que de costumbre y, los que pudieran, se acercasen a comulgar según su intención; y 
ordenó que todos los alumnos pasaran por turno a hacer una visita al Santísimo Sacramento hasta que él estuviera de vuelta en casa. 

Su palabra no cayó en saco roto: 

Al día siguiente, 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, salió don Bosco del Oratorio lleno de confianza en la protección de la 
Santísima Virgen. Un día le explicó a monseñor Cagliero el motivo de tanta seguridad: 

-Yo nunca dejo de hacer una obra, que sé es buena y necesaria, por muchas y grandes que sean las dificultades ((671)) que se presenten. 
Que se trata de ir a visitar a un gran personaje a sabiendas de que es mi adversario? íVoy sin más! Pero antes de lanzarme a la empresa, 
rezo una avemaría; siempre la rezo antes de presentarme a cualquier persona. Y después, venga lo que viniere. Yo pongo todo lo que está 
de mi parte, el resto lo dejo para el Señor. 

Así, pues, rezó don Bosco su avemaría y se presentó puntualmente en el palacio del Ministerio, adonde había llegado también, poco 
antes de la hora fijada, el comendador Farini. Por los clérigos J. B. Francesia y J. B. Anfossi, que le acompañaron, hemos sabido que el 
Ministro, tan pronto como lo vio estrechó su mano con palabras 
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llenas de cortesía, lo llevó a un salón donde había unos secretarios escribiendo, y allí tuvo lugar una de las más importantes conferencias, 
porque de ella dependía la vida o la muerte del Oratorio. 

Farini era uno de esos que «hablan de paz a su vecino, mas la maldad está en su corazón; no comprenden las obras del Señor».1 

Comenzó pues, Farini. 

-Así que usted es el abate Bosco. Nos vimos ya una vez en Stresa, en casa del abate Rosmini y tengo el gusto de volver a saludarle. 
Estoy enterado del mucho bien que usted hace a los muchachos pobres, y el Gobierno le está muy agradecido por el servicio que le presta 
con esta obra filantrópica y social. Dígame ahora qué desea. 

-Deseo saber el motivo de los reiterados registros, que se hicieron en mi casa en estos últimos meses. 

-Se lo diré con la misma sinceridad con que deseo que usted me responda. Mientras ((672)) usted se ocupó de los niños pobres, fue el 
ídolo de las autoridades gubernativas; pero, desde que dejó el campo de la caridad para entrar en el de la política, nos vemos obligados a 
vigilarle y seguir sus pasos. 

-Esto es precisamente lo que me interesa saber, añadió don Bosco. Siempre fue mi mayor deseo vivir apartado de la política, y por eso 
ansío conocer qué hechos pueden comprometerme en esta materia. 

-Los artículos que usted escribe para el periódico Armonía, las reuniones reaccionarias que tiene en su casa, la correspondencia con los 
enemigos de la patria, he ahí los hechos que preocupan al Gobierno con respecto a su persona. 

-Si Su Excelencia me lo permite, haré algunas observaciones acerca de cuanto ha tenido a bien confiarme y hablaré con la sinceridad 
que me pide. Ante todo le adelanto que ninguna ley, que yo sepa, prohíbe escribir artículos en Armonía, ni en ningún otro periódico; no 
obstante, puedo asegurar a Su Excelencia que yo no escribo en ninguno y ni tan siquiera estoy suscrito. 

-Puede usted negar lo que quiera, pero es un hecho real y comprobado que buena parte de los artículos publicados en ese diario salen de 
la pluma de don Bosco. Lo que afirmo está apoyado en tales razones que nadie puede ponerlo en duda. 

-Razones que yo no temo, señor Ministro, y afirmo francamente que no existen. 

1 Salmos, XXVIII, 3. 
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-Quiere usted decir tal vez que yo le imputo hechos inexistentes y que soy un mentiroso y calumniador? 

-Yo no digo eso, puesto que Su Excelencia relata refert, refiere lo que le han contado; pero, si lo que le contraron no es verdad, por su 
propia naturaleza tampoco son verdaderos los hechos que le contaron. En este caso la calumnia recae en desdoro de quien la hizo y no del 
que la recibió de buena fe. 

((673)) -Convénzase de que nuestros empleados son personas honradas, incapaces de decir una cosa por otra. Y son éstos quienes le 
acusan. 

-Y sin embargo, se han equivocado. 

-Entonces, usted se atreve a acusar al Gobierno de tener a su servicio personas sin honor, capaces de falsas y calumniadoras denuncias. 

-No digo eso; sólo afirmo que se dijeron falsedades sobre mi persona. 

-Pero, en resumidas cuentas, señor Abate; hablando así, usted censura a los funcionarios públicos y privados, censura al mismo 
Gobierno, y yo le invito a corregir sus expresiones. 

-Cambiaré de opinión y corregiré mis afirmaciones, si Su Excelencia me demuestra que yo no he dicho la verdad. 

-No es propio de un buen ciudadano censurar y calumniar a las autoridades públicas. 

-Perdone, señor Comendador; no es mi intención censurar a ninguna Autoridad, sino únicamente decir la verdad, con la sinceridad de 
un hombre honrado, que se defiende contra falsas acusaciones y con el valor del buen ciudadano, que pone sobre aviso al Gobierno, para 
que no se deje arrastrar a formar juicios y a cometer actos injustos contra súbditos fieles, infamándolos ante la gente. Pues bien, a fuer de 
hombre honrado y buen ciudadano, debo decir, y siempre lo diré, que declararme autor de artículos de periódicos, que yo ni siquiera he 
imaginado, llamar a mi casa de beneficiencia lugar de reuniones revolucionarias, hacerme pasar por corresponsal de los enemigos del 
Estado, todo esto es calumniarme. Semejantes acusaciones son puras invenciones de hombres malvados, denunciadas para engañar a las 
autoridades e impulsarlas a cometer disparates garrafales con desdoro de la justicia y de la libertad. 

((674)) La franqueza de expresión de don Bosco impresionó a Farini, el cual, asombrado y al mismo tiempo pesaroso, pensó que debía 
amedrentarlo tomando un tono autoritario y un ceño amenazador, y continuó: 
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-Usted, señor Abate Bosco, se deja arrastrar por el acaloramiento y por un celo indiscreto; y se compromete, pues olvida que habla con 
el Ministro. 

-Haga lo que quiera; yo no tengo miedo. 

-Pero, no ve usted que me basta una sola palabra para mandarle encerrar en la cárcel? 

-Replico que esto no me asusta. 

Volvióse Farini al secretario particular, conde de Borromeo, y a los otros que habían dejado de escribir y escuchaban el diálogo: 

-Romeo, Romeo. 

El Conde y los otros se acercaron a Farini que les dijo: 

-Oigan, oigan lo que dice don Bosco. 

-Sí, replicó don Bosco, no temo ni poco ni mucho lo que puedan hacerme los hombres, por haber dicho la verdad; sólo temo lo que 
puede hacerme Dios, si dijere una mentira. Por lo demás, Su Excelencia es muy amigo de la justicia y del honor y no se atreverá nunca a 
cometer la infamia de encerrar en la cárcel a un ciudadano inocente, que lleva veinte años consagrando su vida y su hacienda al provecho 
del prójimo. 

-Y si yo hiciera precisamente esto? 

-No creo posible que la honradez del comendador Farini se trueque en vileza, y si tal ocurriese, tengo medios para hacer valer mis 

razones. 

-De qué modo? 

-Imitando su ejemplo. 

-Es decir? 

-Su Excelencia ha escrito obras de historia y en ellas señaló para pública ((675)) reprobación a ciertos personajes que juzgaba 

culpables. Yo también he escrito la Historia de Italia; no tendré más que añadir un capítulo, publicando lo que ocurrió entre nosotros. 

-Eso... además... 

-Pues qué? replicó don Bosco con una sonrisa; no podría hacer yo otro tanto, y perpetuar el recuerdo de los registros hechos en el 

Oratorio? Diré a todo el mundo cómo hubo un Ministro del reino, que empleó todo su poder para asustar a los muchachos de un centro de 
caridad para aniquilarlo. 

-íPero usted no hará tal cosa! 

-Que no lo haré? Eso depende de mí. Pero sepa Su Excelencia que no se ha comportado como un señor tan cumplido como realmente lo 
es, ni tan rico en prendas tan escogidas como yo le reconozco. El golpe de las armas, que ha dirigido contra mí, recaería 

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sobre esos pobres muchachos socorridos por mis manos. Yo no esperaba que se recompensarían de este modo mis solícitas 
condescendencias... Pero, basta; Dios justo y todopoderoso vengará a su tiempo al inocente oprimido. 

Los secretarios se miraban unos a otros; unos sonreían, otros se quedaban pensativos. 

Entretanto, Farini repetía: 

-Usted está loco, señor abate, usted está loco. Si yo le mando encarcelar, cómo va a poder escribir y enviar todo eso a la imprenta? 

-Aun encarcelado, creo que Su Excelencia me dejaría para mi consuelo por lo menos una pluma, tinta y papel; mas si hasta de esto 
estuviese privado, incluso, de la vida, surgirían bien seguro otros escritores para hacer mis veces en su momento. 

((676)) -Y usted se atrevería a transmitir a la historia hechos que pudiesen infamar a un Ministro y a un Gobierno? 

-Quien no quiera ser infamado no tiene más que obrar honradamente. Por otra parte, creo que escribir y publicar la verdad es un 
derecho y un deber de todo buen ciudadano y, además, un servicio que se presta a la sociedad civil; y este cometido, lejos de ser 
reprobable, es muy recomendable; más aún, es una gloria. Por mi parte me alegro al pensar que también estas consideraciones movieron a 
Su Excelencia a escribir algunas de sus obras, sobre todo El Estado Romano. 

Farini calló; por un instante pareció que estuviera sumido en una seria reflexión, y después, volviendo al tono anterior y dejando de 
amenazar, tornó al fondo de la cuestión y preguntó: 

-Pero usted, señor abate, podría afirmar en conciencia que en su casa no se sostienen reuniones reaccionarias y que usted no mantiene 
correspondencia epistolar con los jesuitas, con el arzobispo Fransoni y con la Corte Romana con fines políticos? 

-Excelencia, si ama la verdad y la sinceridad, permita que le diga que me siento indignado, no contra usted, a quien respeto como 
autoridad, sino contra esas personas, que le denunciaron semejantes mentiras contra mí; contra esos menguados que, por una torpe 
ganancia, conculcan todo principio de honestidad y de conciencia y trafican con el honor y la tranquilidad de ciudadanos pacíficos. Sí, le 
repito y aseguro sobre mi conciencia, que yo no he hecho nada de cuanto le han denunciado contra mí y mi Instituto, y aguardo de Su 
Excelencia alguna prueba, aun cuando no fuera más que una sola, que desmienta mi afirmación. 
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-Pero las cartas... 

-Que no existen. 

((677)) -Y las relaciones políticas con los jesuitas y con Fransoni y con el cardenal Antonelli... 

-Que ni las hay, ni las hubo jamás. Hasta ignoro el domicilio de los jesuitas; y con monseñor Fransoni y con la Santa Sede no he tenido 
nunca más relaciones, que las que un sacerdote debe mantener con sus superiores eclesiásticos, para aquello que pertenece al sagrado 
ministerio. 

-Sin embargo, tenemos cartas, tenemos testimonios. 

-Pues si hay cartas, si hay testimonios contra mí, por qué no me presenta una? Así las cosas, señor Ministro, yo no pido gracia, sino que 
exijo justicia. Pido justicia a usted y al Gobierno; no para mí, sino para muchos pobres, consternados por los repetidos registros e 
inspecciones y la aparición de la policía en su pacífico hogar, que lloran y tiemblan por su porvenir. Mi corazón no puede aguantar la 
pena que lo oprime al verlos en ese estado, y hechos, por la prensa, blanco de la censura pública. Para ellos, pues, pido justicia y exigo 
reparación del honor, para que no llegue a faltarles el pan con que sustentarse. 

Al oír las últimas palabras Farini se turbó y casi se conmovió. Se puso en pie y empezó a pasear en silencio por la sala. Tenía en su 
poder la carta del arzobispo Fransoni secuestrada; hubiera podido presentársela a don Bosco, pero seguramente se lo impidió la vergüenza 
de haber violado el secreto postal. Por otra parte aquella carta no probaba nada, pues no había sido escrita por don Bosco, sino por 
monseñor Fransoni. Hubiera tenido que reconocer en consecuencia que uno de los motivos, por los que el Gobierno sospechaba de don 
Bosco, era un hecho totalmente ajeno a su responsabilidad. 

((678)) Algunos minutos después abrióse de improviso una puerta y apareció el conde Camilo de Cavour, a la sazón Ministro de 
Asuntos Exteriores y Presidente del Consejo. Con aire sonriente y frotándose las manos: 

-Qué pasa?, preguntó como si nada supiera. 

-íVaya! tengamos un poco de consideración con el pobre don Bosco, siguió diciendo en tono bonachón; arreglemos las cosas 
amistosamente. Yo siempre he querido a don Bosco y sigo queriéndolo todavía. Qué sucede, pues?, replicó tomándole de la mano e 
invitándolo a sentarse. Puede saberse de qué líos se trata? 

Al ver a Cavour y oír sus bondadosas palabras, previó don Bosco 
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que el asunto iba a tener feliz desenlace, no porque Cavour fuera mejor que Farini en política, pues no quedaba el uno a la zaga del otro, 
sino porque había tenido buenas relaciones con don Bosco y conocía la naturaleza y el fin del Oratorio. Por esto contestó con entereza: 

-Señor Conde, quieren destruir la casa de Valdocco, que usted visitó, alabó y socorrió tantas veces; quieren echar de nuevo a la calle y a 
los peligros de la mala vida a los pobres muchachos recogidos por calles y plazas, a los que allí se encamina a una vida laboriosa y 
honrada y que fueron ya objeto de sus complacencias; se trata a aquel sacerdote, que Su Excelencia levantó hasta las nubes tan a menudo 
con sus inmerecidos elogios, como a un reaccionario, más aún, como a un jefe de rebeldes. Y lo que más que ninguna otra cosa me apena 
es que, sin presentarme la menor razón, fui registrado, molestado, deshonrado públicamente con grave daño para mi institución, sostenida 
hasta ahora por la caridad, gracias a la buena fama de que goza. Es más, los agentes del Gobierno se burlaron en mi casa y ((679)) en 
presencia de los muchachos, que quedaron escandalizados, de la moral, la religión y los sacramentos. Callo otras cosas gravísimas, que 
me parece imposible hayan sido ordenadas con el asentimiento de Su Excelencia. No sé qué será de mí; pero estos hechos no pueden 
quedar ocultos mucho tiempo a los hombres y más tarde o más temprano serán castigados por Dios. 

-Quede tranquilo, replicó Cavour, quede tranquilo, querido don Bosco, y convénzase de que ninguno de nosotros le quiere mal. 
Además, nosotros dos somos amigos de siempre, y quiero que sigamos siéndolo en lo porvenir. Pero usted, querido don Bosco, ha sido 
engañado y algunos, abusando de su buen corazón, le han llevado a seguir una política que conduce a tristes consecuencias. 

-íQué política ni qué consecuencias! El sacerdote católico no tiene más política que la del santo evangelio y no teme consecuencias de 
ninguna clase. Entre tanto los Ministros me suponen culpable y me tildan de tal a los cuatro vientos, sin presentar una prueba de las 
acusaciones que se propalan contra mí y mi Instituto. 

-Puesto que quiere obligarme a hablar, replicó Cavour, hablaré y afirmo claramente que de algún tiempo acá el espíritu que domina en 
usted y en su institución es incompatible con la política que sigue el Gobierno; por lo cual razono así: usted está con el Papa, pero el 
Gobierno está contra el Papa; por consiguiente usted está contra el Gobierno y no hay escapatoria posible. 

-Sin embargo, yo escaparé de su silogismo, señor Conde. Observo 
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ante todo, que si yo estoy con el Papa y el Gobierno está contra el Papa, de aquí no se sigue que yo esté contra el Gobierno, sino más bien 
que el Gobierno está también en contra mía. Pero dejo esto de lado, y digo: en cuanto a religión yo estoy con el Papa y con el Papa pienso 
quedarme, ((680)) como un buen católico, hasta la muerte; pero esto no me impide en absoluto ser también un buen ciudadano, pues no 
siendo mi profesión tratar asuntos de política, no me entrometo y nada hago contra el Gobierno. Hace veinte años que vivo en Turín, he 
escrito, hablado, actuado públicamente y desafío a quien quiera que sea, a que presente un renglón, una palabra, un hecho, que merezca 
ser censurado por la autoridad gubernativa. Si no es así, que se demuestre; si soy culpable, que se me castigue en hora buena; pero, si no 
lo soy, déjeme atender en paz a mi obra. 

-Por mucho que diga, señor abate, terció Farini, nunca podrá darme a entender que comparte nuestras ideas, las ideas del Gobierno. 

-Y qué, señor Ministro? En tiempos de libertad de opiniones, se podría pretender, incluso, agraviar a un ciudadano porque 
privadamente piensa como más le gusta? Querríase llevar la tiranía hasta imponerle o encadenarle a unas ideas? 

-Pero no puedo convencerme de que, viviendo usted en un país, cuyas leyes son completamente contrarias a sus opiniones, se esté 
arrinconado como un fantoche. 

-Y no podrá una persona cualquiera pensar en su fuero interno que un determinado sujeto obra mal, y entretanto no decir, ni hacer cosa 
alguna contra él, ya porque oponérsele resultaría inútil o perjudicial, ya porque semejante cometido no le pertenece? Ahora bien, 
cualquiera que sea mi opinión privada acerca de la conducta del Gobierno, en ciertos asuntos del día, repito que, ni fuera, ni dentro de mi 
casa he dicho, ni he hecho nunca cosa alguna, que pueda ofrecer un pretexto para tratarme como enemigo de la patria, y esto debe bastar a 
las Autoridades. Pero yo hago algo más, Excelencia; porque, albergando en mi casa a centenares de niños pobres y abandonados y 
encarrilándolos ((681)) hacia una profesión u oficio honrado, estoy cooperando con el Gobierno al bienestar de muchas familias y de toda 
la sociedad, haciendo que disminuya el número de vagabundos y holgazanes, y que aumente el de los ciudadanos laboriosos, instruidos, y 
de buenas costumbres. Esta es mi política y no tengo otra. 

Los dos Ministros tuvieron que encontrar válida la respuesta de don Bosco, puesto que estaba corroborada por los hechos; pero Cavour, 
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alardeando de versado en religión y doctrina evangélica, le espetó, a fuer de buen sofista, este otro silogismo: 

-No cabe duda de que don Bosco cree en el Evangelio; pero el Evangelio dice que el que está con Cristo, no puede estar con el mundo; 
por tanto, si usted está con el Papa y por consiguiente con Cristo, no puede estar con el Gobierno. Sit sermo vester: est est, non non. (Sea 
vuestra palabras sí sí, no no). Seamos sinceros: o con Dios o con el diablo. 

-Con este razonamiento, contestó don Bosco, parece que el señor Conde quiere hacernos creer que el Gobierno está, no sólo contra el 
Papa, sino contra el Evangelio, contra Jesucristo mismo. 

Por lo que a mí toca, me cuesta convecerme de que el conde Cavour y el comendador Farini hayan llegado a tal exceso de impiedad 
como para renunciar incluso a la Religión en que nacieron y se educaron y con la cual, a través de la palabra y los escritos, demostraron 
en más de una ocasión su respeto y admiración. Pero, sea ello como fuere, la cita evangélica de S.E. responde exactamente a nuestra 
dificultad, cuando Jesucristo dice: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Por lo tanto, según el Evangelio, un 
súbdito de cualquier Estado puede ser buen católico, estar con Jesucristo, pensar como el Papa, socorrer al prójimo, y al mismo tiempo 
estar con el César, es a saber, observar las leyes del Gobierno, a no ser que tuviese que vérselas con: perseguidores de la religión, o con 
tiranos de la conciencia y de la libertad. 

((682)) -Pero el est est, non non, no obliga acaso a un católico a declararse sinceramente por qué partido lucha, si por Cristo o contra 
El? 

-El est est, non non, es una sentencia evangélica, que yo, como sacerdote, estoy en condición de explicar a Sus Excelencias. Estas 
palabras no tienen nada que ver con la política; significan que, aun cuando es lícito el juramento para confirmar la verdad, sin embargo, 
no se debe emplear sino cuando lo pide la necesidad; significan que a una persona honesta, para ser creída, le basta afirmar sencillamente 
si la cosa es o no es, sin necesidad alguna de acudir al juramento; significan, por fin, que las personas honradas y seglares deben presentar 
fe al que afirma de esta manera, sin pretender que jure. Proceder diversamente es indicio de desconfianza en los unos, o de mala fe en los 
otros, y de poco o ningún respeto en todos al santo nombre de Dios, a quien nunca debe invocarse en vano, es decir, inútilmente y sin 
necesidad. Ahora bien, aplicando esta sentencia a nuestro caso y, pese a mis afirmaciones, cree acaso el señor Conde 
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que don Bosco es un conspirador, un enemigo de la patria, un mentiroso? 

-De ningún modo, jamás. Al contrario, siempre he reconocido en usted el modelo del hombre de bien; por eso quiero que, a partir de 
este momento, se dé por concluido todo litigio y se le deje a usted en paz. 

-Sí, repitió Farini: acábese todo y vuelva don Bosco a su casa, a ocuparse tranquilamente de sus muchachos y haciéndolo así, no sólo no 
será molestado, sino que gozará del agradecimiento y protección del Gobierno y del Rey. Pero prudencia, señor abate, prudencia, porque 
los tiempos son difíciles y un mosquito puede parecer un camello. 

-Puedo, entonces estar seguro de que ya no seré molestado por parte del Gobierno?, preguntó don Bosco. Puedo creer que el Gobierno 
está desengañado tocante a mi actuación, ((683)) persuadido de que en mi casa no hubo ni hay nada que pueda interesar a la fiscalía? 

-Sí, le aseguramos, contestó Farini, que nadie le causará la menor molestia, y estamos todos convencidos de su honradez personal y de 
la condición benéfica de su institución; pero le advierto que se guarde de algunos que se hacen pasar por amigos, cuando en realidad son 
unos traidores. 

-Y ahora le ruego, señor Ministro, que si tiene algún consejo, aviso o prevención que darme para el Oratorio lo haga, como padre que 
desea el bien de sus hijos; pero no con amenazas, porque esto perjudicaría irreparablemente una obra, que costó solicitudes al Gobierno y 

a los particulares. En efecto, en mis necesidades excepcionales siempre acudí a los Ministros y siempre obtuve su ayuda económica. 

-Estamos de acuerdo... pero manténgase lejos de la política. 

-Yo no puedo mantenerme lejos de la política, porque nunca estuve en ella. No pertenezco a ningún partido. 

Se levantaron, se estrecharon los dos las manos y concluyó Cavour: 

-Así, pues, estamos de acuerdo, seremos siempre amigos, también en lo porvenir; y usted... rece por nosotros. 

-Sí, pediré a Dios que los ayude en la vida y en la muerte, terminó diciendo don Bosco. 

Y volvió a Valdocco, lleno su corazón de gratitud al Señor por haberle asistido en aquel riesgo que hubiera podido resultar fatal para él 
y sobre todo para los muchachos que vivían a la sombra de su caridad. 
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Entró en el Oratorio a eso de las dos de la tarde, y en el mismo día en que se temblaba por la suerte del Oratorio, parecía que el Señor 
bromeaba haciendo inútil la mala voluntad de los hombres. Así se lee en la crónica del Oratorio. 

((684)) «Por escritura del 16 de julio de 1860, otorgada por el notario Lomello, la señora Lucía, hija de Cayetano Ganna, viuda de 
Filippi y sus hijos Cayetano y Rita venden a don Bosco 1,1014 Ha. de terreno, comprendidos casa, patio, cobertizos, huerta y prado por el 
precio de sesenta y cinco mil liras». Aquella misma tarde anunció don Bosco a los muchachos: 

-Mirad los primeros efectos de las persecuciones. Yo quería años atrás comprar la casa de los Filippi, visité a los dueños, les propuse 
condiciones muy ventajosas, pero se me respondió que a ningún precio se me haría aquella venta, Y ahora, sin realizar yo gestión alguna, 
vino el señor Filippi a proponerme la venta de su casa y me pidió una cantidad inferior a la que yo le ofrecí. Al responderle que de 
momento no tenía dinero, me tranquilizó diciendo que no tenía prisa y que esperaría hasta que yo tuviera oportunidad. Y así quedó 
estipulado el contrato. Este hecho es una prenda de la protección de María. 
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((685)) 

CAPITULO L 

VALOR DE DON BOSCO AL PRESENTARSE A LOS MINISTROS -EL BIEN SACADO DEL MAL -AUMENTAN
CONTINUAMENTE EN NUMERO LOS ALUMNOS DEL ORATORIO-PETICIONES DE LAS AUTORIDADES A DON BOSCO
PARA QUE ADMITA A MUCHACHOS POBRES -MONSEÑOR BONOMELLI, DON BOSCO Y LA POLITICA -FIN
DESGRACIADO DE ALGUNOS JUECES PESQUISIDORES -DON BOSCO NO GUARDA RENCOR Y PERDONA A SUS
ADVERSARIOS


LA prolija narración escrita por don Bosco, las notas recogidas por don Juan Bautista Bonetti y la crónica de don Domingo Ruffino nos
han dejado una relación completa del memorable coloquio de nuestro fundador con los dos Ministros. Ruffino añade una observación:
-«Don Bosco sabía aguantar las persecuciones sin cansarse, pero poseía también una valentía casi única para presentarse a cualquier
autoridad por alta que fuese. No se amedrentaba; no se asustaba por nada. Era franco en sus respuestas.
Razonaba, suplicaba, reprochaba y amenazaba incluso, cuando lo creía necesario. Siempre firme, pero sereno; a veces serio, pero amable,
nunca ofensivo, frecuentemente sonriente. Su misma voz no cambiaba de tono»
.


Con estas maneras, unidas al conocimiento y a la práctica ((686)) de todos los medios justos, rectos y legales, para tutelar sus derechos, 
y al cuidado para evitar que se enconasen ciertas contradicciones, encontraba la manera de sacar provecho en su favor de las mismas 
dificultades que surgían contra su institución. Constituye una clara prueba de ello lo que consiguió superar durante tantos años. Más de 
una vez hemos oído decir a personas extrañas, a más de las que le conocían de cerca: 

-Es algo verdaderamente singular; este hombre se las sabe todas. 

Y a veces exclamaban: 

-íQué pícaro es don Bosco! íResultaría un buen ministro de Estado! íEstos santos son todos listos! 

Debido a ello también logró su fin en esta ocasión; es más, se 
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cumplió aquel refrán de: no hay mal que por bien no venga, y la afirmación de San Pablo, de que todo se convierte en beneficio para los 
que aman a Dios: Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum. 

El Oratorio tuvo ocasión de experimentar la verdad de estas palabras, puesto que las persecuciones del Gobierno y los cobardes ataques 
de la mala prensa le resultaron beneficiosos. En efecto, aquellas antipáticas, y a la vez llamativas inspecciones, dieron a conocer mejor a 
don Bosco y su obra; prestaron ocasión a las Autoridades públicas para convencerse de que nada habían de temer de su política; antes al 
contrario, hicieron que se le enviara de muchas partes un número tan grande de alumnos que, en poco tiempo, pasaron de quinientos a 
seiscientos, setecientos y finalmente hasta mil. 

El Oratorio se convirtió en una ciudad de los muchachos, llena de halagüeñas esperanzas para la Iglesia y para la sociedad civil. No sólo 
los padres y los párrocos, sino hasta los alcaldes, gobernadores o delegados empezaron a enviar, en mayor número que antes, a los hijos 
de sus empleados difuntos y de otros necesitados, que recurrían a ellos para ingresar en un centro de beneficiencia. 

Algunos gobernantes apreciaban tanto a don Bosco y al Oratorio que les parecía no encontrar ((687)) en todo el Estado una persona y 
un lugar más seguro para sus recomendados. 

Farini mismo volvía el 18 de julio a hacer sus recomendaciones. Con esta fecha, enviaba el caballero Salino una súplica, con el número 
de oficio dos mil ciento cincuenta y cinco, en favor de Pablo Bertino, de trece años, natural de Levone. La presentaba aquel 
Ayuntamiento, apoyada por el párroco y por el Diputado, a fin de que el Ministro obtuviese de don Bosco una plaza gratuita de 
estudiantes en su centro para el joven recomendado. 

Le siguieron otras recomendaciones. Tenemos a la vista muchas cartas de Ministros y de sus Secretarios 1 en las que se insta a don 
Bosco para que admita en el Oratorio a muchachos huérfanos y desamparados, con expresiones de gran encomio y promesa de ayuda a su 
obra. Este hecho sirvió al Oratorio de firme apoyo en aquellos tiempos en los que bastaba que una institución, por buena que fuera, cayera 
en sospecha al Gobierno, para que se encontrase en seguida expuesta a guerras atroces y en peligro de sucumbir a las violencias de quien 
blandía la espada o manejaba la pluma. 

Pero don Bosco mantenía la más estricta reserva para no meterse en asuntos o temas de política, tanto más que la fórmula adoptada 

1 Véase el apéndice del presente volumen. 
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después por los católicos: ni elegidos, ni electores, le dio un buen asidero para quedar neutral en las luchas de los partidos. Comprendía, 
atendidos los tiempos, que el sacerdote tiene que ser el consolador de todos, y le convenía tener abiertas las puertas de todas las casas, 
para que, cuando fuera preciso, llamado o no llamado, pudiera entrar llevando los saludables consuelos de la religión. 

((688)) Monseñor Bonomelli escribió: 

«Un día, aún no hace muchos años, conversaba yo familiarmente con aquel hombre de Dios que fue el sacerdote Juan Bosco, verdadero 
apóstol de la juventud, y cuyo nombre será siempre bendecido por todos. Con su comportamiento sencillo y penetrado de un fino sentido 
de lo práctico, me dijo estas textuales palabras que jamás olvidaré: -En el año 1848 me di cuenta de que, si yo quería hacer algún bien, 
tenía que dar de lado a toda política. Siempre me he guardado de ella y así he podido realizar algo y no he encontrado obstáculos, antes, 
al contrario, ayudas, incluso donde menos las esperaba. Esta norma es el fruto de la experiencia y no necesita comentarios».1 

Sin embargo, a pesar de su prudencia, no pudo don Bosco quedar libre de las odiosas violencias de las sectas y ello porque no se trataba 
de política humana, sino de los sagrados derechos de la Iglesia, que él defendía denodadamente. Pero si aquellas violencias fueron para él 
fuente de bendición, no podemos afirmar lo mismo para los que las ordenaron y ejecutaron. Y nos parece que éste es precisamente el 
lugar oportuno para llamar la atención sobre algunos hechos, en los que se advierte que la justicia de Dios cargó la mano sobre los que 
más culpablemente habían intentado la destrucción del Oratorio. «Mis enemigos retroceden, está escrito en el Salmo IX, flaquean, 
perecen delante de tu rostro, has llevado mi juicio y mi sentencia, sentándote en el trono cual juez justo.» 

El comendador Carlos Luis Farini, el hombre de mano de hierro y corazón de piedra, firmó el decreto que sumió por muchas horas en 
cruel angustia, y casi diríase en moral agonía a los moradores del Oratorio; pero fue el último decreto de ((689)) esta clase, según se cree, 
que firmó. Llegó al extremo de amenazar a don Bosco con la cárcel y tratarle de loco; pero unos meses después, en el año 1861, 
extenuado por la lucha sostenida para apaciguar las revueltas del sur de Italia y oponer resistencia a la anarquía, cayó de la cumbre del 
poder hasta un nivel tan bajo en la apreciación de sus propios cómplices, 

2 Cuestiones religiosas, morales y sociales del día. Vol. VI, pág. 310. 
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que se convenció de que no podía triunfar en su empeño. Por lo que renunció a la autoridad casi real de lugarteniente, con la que se había 
hecho investir en Nápoles; y, atacado de ictericia, comenzó a dar indicios de que a veces tenía trastornada la imaginación y el juicio 
desquiciado. El día 11 de diciembre de 1862 fue nombrado presidente de Ministros. Medio imbécil e inepto para el trabajo, a primeros de 
1863, fue acometido de un temor que lo hacía ridículo e insociable. Se figuraba que todos se le habían rebelado, que Europa se había 
levantado en armas contra Italia, y profería extravagancias inconcebibles. En el mes de marzo, completamente enloquecido y con la 
fantasía exaltada por los sucesos de Polonia, se presentó al rey Víctor Manuel. Apuntóle a su pecho con una pistola, según contaron los 
periódicos de entonces, y le intimó a movilizar al instante el ejército en auxilio de los polacos, o morir. Al punto dióse cuenta el Rey de 
que tenía ante sí un loco y se ofreció a ejecutar inmediatamente lo que le pedía, con lo que le desarmó. 

En sus delirios iba gritando Farini: 

-Francia es grande y generosa; mirad, sus ejércitos atraviesan Europa; Polonia y Hungría están a salvo; ya no existe el Papa. 

El pobre loco, había encargado un coche de ferrocarril para ir a París a hablar con el Emperador Napoleón III; pero la noche del 20 de 
marzo fue acompañado hasta la estación y conducido después al convento de la Novalesa junto a Susa, recién transformado en 
manicomio. Este convento, uno de los más célebres ((690)) en toda la historia de la civilización de Italia, pertenecía a los benedictinos, 
que con su piedad y ciencia le habían ganado una fama inmortal. Fue respetado durante diez siglos por los extranjeros y los bárbaros, y 
vio arrojados a sus religiosos en 1856 por el Gobierno, en nombre de la libertad. Transformado en manicomio, uno de los primeros en 
ingresar fue un Ministro del Reino. 

Pocos días después se le trasladó a la casa de campo Cristina, que era un manicomio especial. El infeliz estuvo allí algún tiempo; 
contemplaba a Turín y aseguraba ser la ciudad de Varsovia; pero como no diera esperanza alguna de curación, fue sacado de allí y llevado 
a Quarto, en la costa del mar, junto a Génova. Después de una vida peor que la misma muerte, apartado de todo consorcio humano, 
falleció el día 1 de agosto de 1866, sin haber recobrado el juicio. En medio de las riquezas, que había acumulado, repitió por todas partes 
que quería morir pobre y así sucedió en efecto. Durante su juventud, y en los años de su poder, había hecho beber hiel y mirra a la Iglesia 
y a sus más fieles defensores, lanzando contra ellos calumnias deshonrosas; 
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pues bien, atestiguaron testimonios oculares que, en los excesos de su furiosa locura, quería alimentarse con sus propias heces y en ellas 
se revolcaba día y noche. íQue Dios haya tenido misericordia de él! 

También a los instigadores y ejecutores de sus odiosas órdenes les tocó sufrir una suerte desgraciada. 

Dos de ellos, que dieron prueba de su gran celo en estos registros y en otros, hechos a distintas familias de la ciudad, fueron enviados 
en premio a su actuación poco más tarde a Bolonia como delegados de policía. Mientras redoblaban allí su solicitud para mostrarse 
dignos del ascenso recibido, una noche, al salir de la comisaría, ((691)) fueron ambos alcanzados por el disparo de un trabuco, 
maniobrado por mano desconocida, y los dos cayeron muertos en el acto. 

«Otro más, escribe don Juan Turchi, el más hostil de todos durante aquellas inspecciones, fue asesinado años más tarde en su propio 
despacho por un subalterno en Rávena, si mal no recuerdo. Por estos y otros sucesos se solía decir entonces, y aún se sigue diciendo, que 
quien persigue a don Bosco, más tarde o más temprano, las paga y acaba mal. » 

Pero don Bosco tenía siempre compasión de sus enemigos, lo mismo públicos que privados. Presentamos algunos testimonios, que nos 
dieron de palabra y por escrito. 

Don Juan Bonetti: «Durante los días en que más encarnizadamente nos afligían nuestros enemigos, don Bosco nos aseguraba que todo 
sería para nuestro bien y nos recomendaba que rezáramos por ellos, para que abrieran los ojos y reconocieran su error, dieran entrada en 
su corazón a sentimientos de humanidad y no se hicieran indignos de la misericordia de Dios». 

Monseñor Cagliero: «Durante todas las luchas y persecuciones, don Bosco se mantuvo sereno, sosegado y confiado en Dios, y solía 
decir: -El que Dios permita que el Oratorio pase por estas pruebas y tribulaciones es indicio de que quiere sacar de ello un gran bien. Se 
necesita valor, sacrificio y paciencia, pero debemos ir siempre adelante confiando en El. -No guardaba rencor contra los enemigos y 
perseguidores de sus obras, y no le oí nunca hablar mal de ellos. Recuerdo que alguno de nosotros, indignado por el inicuo proceder de 
las autoridades, hubiera querido, como los hijos del Zebedeo, invocar fuego del cielo sobre los autores de tantas molestias. Pero solía 
decirnos el siervo de Dios, sonriente y tranquilo: -Vosotros sois unos muchachos, no tenéis experiencia; es preciso dejarlo todo en las 
manos de Dios. El, que lo permite, sabrá desbaratar 
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sus malvados planes; mientras tanto, recemos y no ((692)) temamos. Y cuando se hablaba del triste final de los que habían contrariado la 
obra de los Oratorios y de las desgracias que les habían caído en suerte, levantando los ojos al cielo, exclamaba: -íQué terribles son los 
juicios de Dios contra los que persiguieron a nuestro Oratorio! íOjalá haya tenido Dios misericordia de sus almas! -Calumniado por 
ciertos diarios, tales como la Gaceta del Pueblo, no permitió contestarles, ni tener resentimiento contra los indignos escritores, ni proferir 
palabras que supieran a insulto contra ellos o contra sus inspiradores. Antes al contrario, solía decir: -íTengamos paciencia! También 
pasará esta tormenta. íSon gente despistada que la emprende contra don Bosco, que no quiere más que hacer un poco de bien! Vamos, 
pues, a dejar que se pierdan las almas? íSin quererlo, contrarían la obra de Dios! íYa sabrá El desbaratar sus planes!» 

El canónigo Anfossi: -«Me tocó a veces, al verle tratar con ciertos amigos sospechosos, tener que avisarlo: 

»-íGuárdese mucho de ese tal que no va a su favor! 

»El me contestaba: 

»-No soy de tu parecer, pues vino a verme en alguna ocasión para recomendarme muchachos y yo hice todo lo posible para 

complacerle. 

»Y solía dar esta razón cuando caía la conversación sobre sus adversarios, que hablaban mal de él: 

»-Hablan así y opinan así porque no conocen a don Bosco; generalmente son personas que nunca vinieron a nuestro Oratorio; mas si se 

acercaran, dejarían de contrariarnos. 

»Difícilmente creía cuando se le decía que alguien era enemigo suyo». 

Don Francisco Dalmazzo: «Una cosa que siempre me ha sorprendido, fue el ver con qué dulzura y caridad trataba don Bosco a personas 

notoriamente contrarias a él, que se sabía desacreditaban a su Instituto y hablaban y escribían mal de él, contando falsedades. 
Habiéndosele preguntado una ((693)) vez por qué se mostraba tan bondadoso con aquellas personas enemigas, respondía: 

»-Porque es nuestro deber amar a todos, incluso a los enemigos. 

»Y si se trataba de hombres poderosos, que pertenecían al Gobierno de la nación, añadía: 

»-Y también ne noceant (para que no hagan daño). 

»Igualmente noté que se portaba de la misma manera con ciertos jóvenes, que después de haber sido educados y mantenidos por él, 
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durante muchos años, hasta obtener títulos universitarios, dejaban el Oratorio y se convertían en enemigos suyos, vencidos por sus 
pasiones, por respeto humano o por opiniones políticas; don Bosco hablaba siempre bien de ellos, los saludaba cariñosamente cuando se 
encontraba con ellos y obtuvo para algunos puestos honoríficos y lucrativos, después de haberle maltratado. 

»Uno de éstos, que durante muchos años le injurió y perjudicó gravemente,y que vivió siempre apartado de él, fue a visitarle un día, 
después de la comida, para cierto asunto de su propio interés, mas no para pedirle perdón. Lo anunció el sirviente, y los que estábamos 
presentes sentimos curiosidad por asistir a aquel encuentro. Don Bosco al oír aquel nombre, contestó sin alterarse: 

»-A qué viene aquí...? Dile que me deje en paz.
»Pero aquél, de improviso y sin ser notado, entró en la sala, llegó hasta sus espaldas, y le dijo:
»-íDon Bosco!
»Don Bosco no se estremeció, no cambió de color, no hizo el menor gesto de impaciencia y exclamó:
»-íHola! Tú por aquí?
»Y entabló conversación con él, como si hubiesen estado siempre en óptimas relaciones»
.
Don Francisco Cerruti: «No conocía el rencor, ni la venganza. Esta es la convicción que de él tuvieron cuantos le conocieron de cerca.


Su venganza consistía en buscar cómo hacer algún servicio a sus enemigos y disfrutaba mucho siempre que se le presentaba la ocasión. 
De este modo se ganó y hasta convirtió en bienhechores suyos, a muchos, que antes lo contrariaban». 
((694)) Don Miguel Rúa, don Joaquín Berto y don Juan Turchi, todos a una, repetían: 

«Don Bosco hizo brillar su gran caridad perdonando las ofensas públicas y privadas, tratando con dulzura a sus ofensores y rezando por 
ellos; no recordaba los insultos recibidos en las más desagradables circunstancias. Cuando hablaba con sus alumnos dábales, entre otras, 
estas normas: 

»-Sed siempre fáciles en juzgar bien al prójimo y, si no podéis hacer más, interpretad bien sus intenciones, disculpándole al menos por 
éstas; no echéis nunca en cara las ofensas ya perdonadas. Haced bien a todos y mal a ninguno. 

»Efectivamente, él se portaba con gran mansedumbre, cuando le tocaba sufrir algún daño para sus obras o sus muchachos; se defendía, 
sí, con buenas razones, pero no guardaba resentimiento personal; 
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al contrario, socorría, si se lo pedían, a los que le habían causado algún daño o le habían injuriado. Y decía a quienes protestaban por los 
malos tratos que recibía, y se manifestaban dispuestos a tomar represalia: 

»-Noli vinci a malo, sed vince in bono malum (no te dejes vencer por el mal, sino vence tú al mal con el bien). 

»Este ejercicio de mansedumbre, llevado hasta el heroísmo, era la causa de su profunda, constante tranquilidad de ánimo, que le impelía 
a hacer siempre cada cosa como si no tuviese otra que hacer; era el secreto para salir bien en todo lo que emprendía, despertando 
maravilla en todos los que lo conocían. Manteníase imperturbable, no sólo ante las oposiciones y censuras, sino también ante las 
alabanzas, que suelen posesionarse del espíritu con sus halagüeños atractivos. Un día, estando nosotros presentes, exclamó: 

»-Hablad en hora buena de mí como os cuadre, bien o mal, con tal de que sea para bien de alguna alma. De esta manera, lo mismo la 
alabanza que el vituperio, serán siempre de mi mayor gusto». 
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((695)
)


CAPITULO LI


INVITAN A DON BOSCO A FUNDAR UN COLEGIO EN MIRABELLO -ES ATORMENTADO POR UN FLEMON EN EL 
CUELLO -NO REZA POR SU CURACION -SE DESMAYA EN EL SANTUARIO DE SAN IGNACIO -CONVERSION DE UN 
JOVEN CABALLERO -CARTAS DE DON BOSCO A VARIOS CLERIGOS Y ALUMNOS -DON MIGUEL RUA EN LOS 
EJERCICIOS ESPIRITUALES EN LA CASA DE LOS PAULES Y GENEROSIDAD DEL CANONIGO VOGLIOTTI 
-DESASTROSO FIN DEL AÑO ESCOLAR EN GIAVENO -NUEVAS INSTANCIAS DEL VICARIO GENERAL A DON BOSCO 
PARA QUE ACEPTE LA DIRECCION DE AQUEL SEMINARIO -NEGOCIACIONES CON EL AYUNTAMIENTO DE GIAVENO 
Y CARTA DE DON BOSCO AL CANONIGO VOGLIOTTI EXPONIENDO SUS PROPOSICIONES -DON BOSCO ESCRIBE 
OTRA CARTA ACEPTANDO ACOMPAÑAR AL CANONIGO A GIAVENO PARA TOMAR ACUERDOS CON EL 
AYUNTAMIENTO -FRACASO DE LAS NEGOCIACIONES -SAGRADA ORDENACION Y PRIMERA MISA DE DON MIGUEL 
RUA -PARECER DE DON BOSCO SOBRE LA COSTUMBRE DE BESARSE EN SEÑAL DE AMISTAD 

DURANTE el mes de julio empezaron a desarrollarse algunos acontecimientos de gran importancia para la nueva Pía Sociedad. Había 
recibido don Bosco muchas invitaciones para que no limitase su apostolado a los muchachos de la diócesis de Turín. El hubiera querido 
aceptar los diversos ofrecimientos que le llegaban del Monferrato para que fundara un colegio en aquella región con ayuda ((696)) de 
alguna persona caritativa; pero aguardaba a que la divina Providencia le indicase el tiempo y el lugar. Y he aquí que en aquellos días 
llegaba al Oratorio don Félix Coppo, párroco de Mirabello, en la diócesis de Casale, instándole vivamente para construir un edificio 
escolar con internado en su parroquia. Don Bosco se convenció ante sus razones, apoyadas también por el clérigo Francisco Provera, y 
consintió en estudiar las bases de aquella negociación, a pesar de que se resentía físicamente de las muchas luchas y fatigas sostenidas 
aquel año. Añádase a esto que se le había 
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formado un grueso flemón en el cuello, que le causaba grave fastidio y dolor. 

Don Félix Coppo, al verle sufriendo de aquella manera le dijo: 

-Pero, usted, que ha logrado la curación de tantos enfermos, por medio de la intercesión de María Santísima, por qué no pide a la 

Virgen que lo cure? 

Contestóle don Bosco: 

-Mire, aun cuando yo supiera que bastaba una avemaría para curarme, no la rezaría. Dejemos que se haga la voluntad de Dios. 

Concluido este asunto, don Bosco, sin preocuparse de sus dolorosas molestias, fue a los ejercicios espirituales del Santuario de San 
Ignacio, dispuesto a atender al sagrado ministerio. Llevóse consigo a los clérigos Boggero, Durando y Francesia. Al toque de campana 
para las sagradas funciones, don Bosco acudió a la iglesia. A su lado se colocó un joven caballero, que no le era desconocido y que de 
mucho tiempo atrás andaba engolfado en las más extravagantes aventuras del mundo elegante. Había subido a san Ignacio para contentar 
a su desconsolada madre, que le había prometido pagar sus deudas. Pues bien, sucedió que faltáronle las fuerzas a don Bosco para seguir 
de rodillas, como lo exigía el rito de la función y, habiéndosele reventado el flemón, cayó desmayado. 

El Caballero que vio a don Bosco desmayado, se sintió movido por una compasión que nunca había experimentado. Lo levantó ((697)) 
en brazos y lo llevó cuidadosamente a la habitación, en donde no tardó en recobrar el sentido con los cuidados que se le prodigaron. 
Cuando don Bosco volvió en sí, vio al pie de la cama al Caballero llorando. 

Le pidió que se acercase a su lado, lo tomó por la barbilla, se lo acercó despacito hasta el pecho y con acento afectuoso le dijo: 

-íAhora está usted en mis manos. Qué debo hacer? 

Añadió unas palabras más y el noble joven, conmovido por aquella caricia tan paternal, se puso desde aquel momento enteramente a su 

disposición. 

Cediendo al impulso de la gracia, se confesó; y renunció a su vida disipada con santos propósitos de constancia y de fe. 

Desde san Ignacio, contestó don Bosco a los muchachos que le habían escrito cartas desde el Oratorio o desde sus pueblos. He aquí 

algunas. 

Al cumplidísimo joven señor Esteban Rossetti, estudiante de primero de Retórica. Montafia. 
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Amadísimo hijito: 

Me ha gustado mucho la carta que me has escrito; con ella demuestras que has comprendido bien cuál es mi ánimo para contigo. 

Sí, amigo mío, te quiero con toda mi alma y mi amor tiende a hacer cuanto puedo para lograr que progreses en los estudios y en la 
piedad, y guiarte por el camino del Cielo. 

Recuerda los muchos avisos que te he dado en diversas circunstancias; que estés siempre alegre, pero tu alegría sea verdadera como lo 
es la de una conciencia limpia de pecado. Dedícate al estudio para llegar a ser muy rico, pero rico en virtudes, pues la mayor riqueza es el 
santo temor de Dios. Huye de los malos, sé amigo de los buenos; ponte en manos de tu señor Arcipreste, sigue sus consejos y todo te irá 
bien. 

Saluda de mi parte a tus padres; ruega al Señor por mí ((698)) y durante todo el tiempo que el Señor te tenga lejos de mí, le pido te 
conserve siempre suyo, hasta que vuelvas a estar con nosotros. Mientras tanto, soy tuyo con afecto de padre. 

San Ignacio de Lanzo, 25 de julio de 1860. 

Afectísimo
JUAN BOSCO, Pbro.


Al joven Domingo Parigi 

Parigi, fili, fili mi. 

Si vis progredi in viam mandatorum Dei perge quemadmodum aliquo ab hinc tempore cepisti. Quod si volueris animam tuam pretiosis 
margaritis exornare, amicitiam institue cum humilitate, caritate et castitate. Eo sanctior eris quo strictior erit haec amicitia. 

Ora pro me. Vale. 

Sancti Ignatii, 25 julii 1860. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

(Si quieres avanzar por el camino de los mandamientos de Dios, sigue como empezaste de algún tiempo acá. Y si quieres adornar tu 
alma con preciosas joyas, traba amistad con la humildad, la caridad y la castidad. Tanto más santo serás, cuanto más estrecha fuere esta 
amistad. 

Ruega por mí. Salud.) 

Al clérigo Juan Anfossi 

Dilecto filio Anfossi salutem in Domino. 

Ut recipiam fratrem tuum domi apud nos per epistolam postulasti. Hic et nunc absolutum responsum dare non possem; sed cum venero 
ad te disponam quomodo satius in Dominofieri potuerit. 

Interim, fili mi, praedica verbum importune et opportune, argue, obsecra, increpa in omni patientia et doctrina. At cave a magistris, et 
sunt, qui a verbo Dei auditum 

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avertunt, ad fabulas autem convertuntur; hos devita. Audi constanter verba oris mei et spera in Domino esse futura verba et monita 
salutis. 

Ora pro me. Vale. 

S. Ignatii apud Lanceum, 25 julii 1860.
JUAN BOSCO, Pbro.
(Al querido hijo Anfossi, salud en el Señor. 

Me has pedido por carta que reciba a tu hermano en casa con nosotros. De momento no podría darte una respuesta definitiva; pero 
cuando yo vaya junto a ti, dispondré la manera que mejor pueda proveerse en el Señor. 

Entretanto, hijo mío, predica la palabra importuna y oportunamente, denuncia, ruega, increpa con toda paciencia y doctrina. Pero 
guárdate de los maestros, y los hay, que apartan el oído de la palabra de Dios, y en cambio, lo abren a las fábulas; evítalos. Oye 
constantemente las palabras de mi boca y espera en el Señor que serán palabras y avisos de salvación. 

Reza por mí. Salud.) 

((699)) Al joven Juan Garino 

Garino fili mi. 

Magnam rem, fili mi, obtulisti per epistolam tuam; in manus meas voluntatem tuam commendasti; hoc frustra non erit. Praebe mihi 
etiam cor tuum; et ego duo tibi promitto. Rogabo Dominum ut quotidie intendat in adiutorium tuum, et totis viribus agam ut cor tuum 

semper immaculatum coram Domino permaneat. 

Bono animo esto; res magni momenti te expectat: cum venero apud te nexum resolvam. 

Ora pro me ne in vacuum gratiam Dei recipiam. Vale. 

S. Ignatii apud Lanceum, 25 julii 1860. 
JUAN BOSCO, Pbro. 

(Garino, hijo mío: 

Gran cosa, hijo mío, ofreciste por medio de tu carta; has entregado tu voluntad en mis manos; esto no será en vano. Entrégame también 
tu corazón; y yo te prometo dos cosas. Pediré al Señor que cada día vaya en tu auxilio y yo emplearé todas mis fuerzas para que tu 

corazón se conserve siempre inmaculado delante del Señor. 

Ten confianza; te espera un asunto de gran importancia; cuando yo vuelva a tu lado, tendrás la solución. 

Ruega por mí para que no sea en vano la gracia que recibo de Dios. Salud. 

San Ignacio de Lanzo, 25 julio 1860. 

JUAN BOSCO, Pbro.) 

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Al clérigo Carlos Ghivarello 

Dilecto filio Ghivarello salutem in Domino. 

Si propter dentis deficientiam verborum articulatio et pronunciatio impeditur, utique concedo ut eidem alium ab artis perito substituere 
valeas. Cave tantum ne res melioris boni gratia incoepta in pejus vertatur. 

Interim, fili mi, praebe teipsum exemplum bonorum operum. Cura ut scientia, gratia, et benedictio Dei quotidie augeatur in corde tuo, 
adeo ut eas de virtute in virtutem donec videas Deum Deorum in Sion. 

Ama me in Domino, sicuti ego amo te. Vale. 

S. Ignatii apud Lanceum, 25 julii 1860. 
Sac. BOSCO IOANNES 

(Al amado hijo Ghivarello, salud en el Señor. 

Si por falta del diente queda impedida la articulación de las palabras y su pronunciación, te concedo de buen grado que puedas 
sustituirlo con otro por un perito en el arte. Ten cuidado tan sólo de que la cosa comenzada para un bien mejor, no venga a dar en algo 
peor. 

Entretanto, hijo mío, muéstrate ejemplo de buenas obras. Cuida de que aumente cada día en tu corazón la ciencia, la gracia y la 
bendición de Dios, de suerte que vayas de virtud en virtud hasta ver al Dios de los dioses en Sión. 

Amame en el Señor, como yo te amo. Salud. 

San Ignacio de Lanzo, 25 de julio 1860. 

JUAN BOSCO, Pbro.) 

A D.Miguel Rúa 

Dilecto filio Rua MichaÙli salutem in Domino. 

Litteris gallicis conscriptam epistolam ad me misisti; et bene fecisti. Esto gallus tantum lingua et sermone; sed animo, corde et opere 
Romanus intrepidus et generosus. 

((700)) Scito ergo et animadverte sermonem. Multae tribulationes te expectant; sed in his magnas consolationes dabit tibi Dominus 

Deus noster. Praebe teipsum exemplum bonorum operum; vigila in petendis consiliis; quod bonum est in oculis Domini constanter facito. 

Pugna contra diabolum; spera in Deo: et si quid valeo totus tuus ero. 

Gratia Domini N. J. C. sit semper nobiscum. Vale. 

S. Ignatii apud Laceum, 27 julii 1860. 
Sac. BOSCO IOANNES 

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VOLUMEN VI Página: 528 

(Al amado hijo Miguel Rúa, salud en el Señor. 

Me has enviado una carta escrita en idioma francés; y has hecho bien. Que seas francés sólo por la lengua y la palabra; pero de alma, 
corazón y obra, sé romano intrépido y generoso. 

Aprende, pues, y observa esta palabra. Te esperan muchas tribulaciones; pero en éstas, nuestro Señor Jesucristo te dará muchos 
consuelos. Muéstrate ejemplo de buenas obras; vigila en pedir consejos; haz constantemente lo que es bueno a los ojos del Señor. 

Lucha contra el demonio; espera en Dios; y si algo puedo, seré todo tuyo. 

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté siempre con nosotros. Salud. 

San Ignacio de Lanzo, 27 de julio 1860. 

JUAN BOSCO, Pbro.) 

Por aquellos días encontrábase don Miguel Rúa haciendo ejercicios espirituales en casa de los Paúles, de Turín, preparándose para la 
sagrada orden del Sacerdocio. El canónigo Vogliotti pagaba por él a aquellos religiosos, no sólo la pensión tasada para los diez días de 
retiro, como lo había hecho ya antes para el subdiaconado y el diaconado, sino que desembolsaba, casi por entero, la cantidad bastante 
considerable que se debía a la real cancillería por el placet otorgado a la dispensa de edad, concedida por Roma. Esto consta en una carta 
de don Miguel Rúa, escrita para dar las gracias al Canónigo, el cual, mientras con este acto generoso hacía una notable obra de caridad, 
ponía la mira en otro santo fin, a saber, mover a don Bosco en favor de Giaveno. 

Todavía no había resuelto don Bosco aceptar el Seminario. Este, a fines del año escolar 1859-1860, antes del 12 de agosto, fecha de 
clausura del curso según el Reglamento, y ya con poquísimos alumnos, anunció por medio de sus superiores, al despedirlos, que 
probablemente no se abrirían las escuelas para el siguiente año. 

Parecía perdida toda esperanza de devolver la vida a aquel Instituto, donde tanto clero había recibido su primera ((701)) educación. A 
monseñor Fransoni le dolía mucho este hecho, pero no sabiendo cómo remediarlo, al encontrarse ausente y lejos, dejaba al pleno arbitrio 
del Vicario General la solución del problema. Entonces el Vicario no encontró mejor partido que el de instar nuevamente a don Bosco 
esperando que éste, con la fama de su nombre y la labor de sus hijos, daría nueva vida de florecimiento a aquel Seminario, conservándolo 
para la Iglesia. Así, que, interpretando la intención del Arzobispo, rogóle aceptara aquel encargo. Condescendió don Bosco con los 
deseos de su Superior y aceptó de buen grado el ofrecimiento, 
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VOLUMEN VI Página: 529 

dichosísimo de poder cooperar de aquel modo mucho mejor al bien de la Archidiócesis, pero no sin ciertas reservas prudentes, como más 
adelante veremos. 

Suspendió, por consiguiente, las negociaciones con el Colegio de Cavour, dejando su reanudación para más adelante, pero tuvo que 
aguardar durante más de un mes la respuesta del Ayuntamiento de Giaveno, sin la cual no era conveniente tomar una determinación 
definitiva. Llegó ésta por fin a la Curia con un plan de convenio por escrito, tal y como había pedido don Bosco al Alcalde. Lo examinó 
el canónigo Vogliotti y lo envió a Lanzo, donde estaba don Bosco. Este lo devolvió con las siguientes advertencias: 

Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Rector: 

He leído atentamente la respuesta, o mejor dicho, el proyecto del Ayuntamiento de Giaveno, y aunque veo la buena voluntad de éste y 
yo, por mi parte, estoy dispuesto a hacer quidquid valeo (todo lo que puedo), sin embargo, no puedo asumir y garantizar todas las cargas, 
que se quieren imponer con la cantidad de mil liras. 

Lo único que me parece factible, y en lo que yo pondría cuanto puedo en el Señor, es estudiar la manera de montar un seminario 
únicamente para muchachos que aspiran al estado eclesiástico; ((702)) y, renunciando a toda negociación con dicho Ayuntamiento, 
quedar plenamente libres para el profesorado, limitándonos a algunos titulados. 

Las determinaciones tomadas sobre este punto me parece que se pueden ensayar por un año, y ver lo que querrá disponer de nosotros la 
divina Providencia. El viernes, día 27 del corriente, estaré de vuelta en Turín, y me apresuraré para ir a verle. 

Concédale Dios salud y gracia y créame, como con gratitud me profeso. 

De su Señoría Ilustrísima y Reverendísima. 

Lanzo, 18 julio, 1860. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

El canónigo Vogliotti, que, por amor a la paz, temía chocar con el Ayuntamiento, si las negociaciones no llegaban a buen término, 
resolvió trasladarse personalmente a Giaveno, e intentar llegar por todos los medios a una conclusión favorable para ambas partes. Era un 
paso necesario, porque el Ayuntamiento ya había hecho una solicitud formal al Ministerio de Instrucción pública para la cesión de aquel 
edificio escolar, apoyado por el Ministro de Gracia y Justicia. Se decía que ya estaban redactados los necesarios decretos. Escribió, pues, 
a don Bosco, invitándolo a que le acompañara en su viaje a Giaveno. Y don Bosco contestó: 
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VOLUMEN VI Página: 530 

Ilustrísimo y Reverendísimo Señor: 

Iré con mucho gusto en su compañía a Giaveno, pero creo que se logrará poco. La razón fundamental es ésta: don Bosco fue 
inspeccionado dos veces y, por consiguiente es sospechoso para el Gobierno. El Ayuntamiento quisiera desligarse del compromiso, 
contraído primeramente con don Bosco por aquella especie de ofrecimiento, y desearía hacerlo bien. 

Y aun cuando yo fuera a Giaveno y se me confiara el Seminario, por ser éste el parecer de mis Superiores, estaríamos tal vez chocando 
continuamente con todos los que, etc. 

((703)) He juzgado prudente manifestarle este pensamiento, quedando, empero, siempre dispuesto a hacer todo lo posible para 
favorecer a usted en cuanto le pareciere ser para mayor gloria de Dios y salvación de las almas. 

Con la máxima estimación y gratitud, me profeso 

de S.S. Ilma. y Rvdma. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

El 27 de julio partió don Bosco de San Ignacio, acompañado de sus tres clérigos, para obedecer a la invitación del canónigo Vogliotti 
de ir con él a Giaveno. Pero no fue posible llegar a ninguna conclusión, porque los señores del Consejo Municipal se mantuvieron firmes 
en no introducir cambios en el convenio propuesto, aduciendo como causa las estrecheces económicas. Entonces, don Bosco rompió toda 
negociación. 

El día 29, domingo, don Miguel Rúa era ordenado sacerdote por monseñor Balma, en Caselle, en la casa de campo del barón Bianco de 
Barbania, llamada «Santa Ana». En la capilla de este ilustre bienhechor, íntimo amigo de don Bosco, ayudaron al sagrado rito los clérigos 
Durando y Anfossi. 

El día 30 de julio celebró don Miguel Rúa en el Oratorio, sin ninguna solemnidad, su primera misa, y por la noche, después de las 
oraciones, dirigió la platiquita en lugar de don Bosco; manifestó su emoción, su agradecimiento por los alegres agasajos y suplicó a todos 
pidieran por él a Jesús y a María, para que le ayudaran a llevar dignamente el peso que suponía para él su nueva condición de sacerdote. 
En efecto, durante todo el día habían estado los alumnos continuamente a su alrededor para besarle afectuosamente la mano. Este acto de 
atenta cortesía y obligado respeto, dio ocasión entre los clérigos a una cuestión acerca de la costumbre de besarse recíprocamente en 
determinadas circunstancias. Refiere la crónica: 

«El día 31 de julio, fue preguntado ((704)) don Bosco, que regresaba a casa, y éste respondió: 
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»-1. Cuando se trata del padre y de la madre, o de alguno que nos trata con afecto paterno, recibamos y devolvamos el beso. 

»2. Besemos cuando hay una utilidad o conveniencia, por ejemplo, cuando con este acto se podría extinguir un odio, o expresar 
ausencia de enemistad, pero excluyendo siempre a las personas del otro sexo. 

»3. Cuando se trata de una persona amiga, a quien no hemos visto hace mucho tiempo. Fuera de estos casos todos los que gobiernan 
comunidades y atienden a la educación de la juventud, prohiben ponerse las manos encima, besarse, tomarse de las manos, a no ser al 
despedirse para un largo viaje, o al volverse a ver después de una ausencia prolongada». 

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VOLUMEN VI Página: 532 

((705)) 

CAPITULO LII 

EL DIA ONOMASTICO DE DON VICTOR ALASONATTI -MISA SOLEMNE DE DON MIGUEL RUA EN EL ORATORIO: 
FESTEJOS, PRONOSTICOS, ELOGIOS -LOS MARQUESES DE FASSATI CONSTITUIDOS PATRONOS DEL ALTAR DE LA 
VIRGEN EN LA IGLESIA DE VALDOCCO -EL SUEÑO DE LAS CATORCE MESAS, EXPLICACIONES -DON BOSCO SALE 
PARA STRAMBINO; DIALOGOS DURANTE EL VIAJE EN EL TREN -PIDE LA LIMOSNA CON OCASION DEL PANEGIRICO 
DE S. ROQUE -FUNERAL DE TRIGESIMA POR EL ALMA DE DON JOSE CAFASSO EN SAN FRANCISCO DE ASIS: DON 
BOSCO PRONUNCIA LA ORACION FUNEBRE; SU CONTINUO RECUERDO DEL QUERIDO BIENHECHOR-GARIBALDI 
LLEGA A NAPOLES -INVASION DE LAS MARCAS Y UMBRIA POR LOS PIAMONTESES; BATALLA DE CASTELFIDARDO 
Y CONQUISTA DE ANCONA -CONSEJO DE DON BOSCO A LOS SOLDADOS QUE PARTIAN PARA LA GUERRA -EL 
CARDENAL DE ANGELIS PRISIONERO EN TURIN -EL EJERCITO PIAMONTES EN LA REGION NAPOLITANA; VICTORIA 
A ORILLAS DEL GARELLANO Y OCUPACION DE CAPUA -DESTINO DE AUSTRIA 

EL día 3 de agosto se conmemoró en el Oratorio el día onomástico de don Víctor Alasonatti. Esta demostración anual de gratitud se 
celebró inmediatamente después de la comida, puesto que el buen Prefecto tenía que salir para ir a confesar a San Ignacio. En aquellos 
días subían muchos fieles en romería al Santuario. 

((706)) El día 5, domingo, solemnidad de la Virgen de las Nieves, se celebró la primera misa cantada de don Miguel Rúa, asistido por 
don Bosco. Todos los alumnos, estudiantes y aprendices, acudieron a comulgar, pues sabían era aquél el más vivo deseo del misacantano. 
Fue tal el regocijo, que resulta difícil imaginarlo a quien no estuvo presente. Un entusiasmo desbordante animaba a todos, que no sabían 
cómo manifestar su afecto a don Miguel Rúa. Los chicos externos le ofrecieron también un ramillete de flores. Se leyeron en la velada 
músico-literaria veintisiete composiciones, de entre las que 
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VOLUMEN VI Página: 533 

sobresalió una poesía del clérigo Francesia, digna de Petrarca. Oyóse repetir durante el acto académico una singular afirmación. El clérigo 
Francisco Vaschetti entre los elogios leyó las siguientes frases: 

«Tú, eres modelo de sacerdotes, maestro de clérigos por tu virtud y ciencia, consejero de estudiantes, guía de aprendices, alivio de los 
enfermos, consuelo de los afligidos, la alegría de todos. En una palabra, tú, querido y admirado por todos, llevas en ti el corazón de otro 
don Bosco y todos te señalan con el dedo como muy digno sucesor suyo». 

Un poeta termina así su oda: 

«Y por los niños sientes tanto amor 

que tú arrastras al más deforme y tosco, 

y por eso serás el sucesor 

del buen don Bosco». 

Todo el día fue un continuo gritar: íViva don Miguel Rúa!; y él se esforzaba por dirigir aquellas ovaciones a don Bosco. Fue una 
estampa viva del triunfo de la caridad. En las palabras de clausura del acto académico, don Miguel Rúa llamó hermanos a los muchachos, 
les dio las gracias, les pidió oraciones y perdón por si alguna vez había tenido que reprender a alguno para su bien, les prometió un afecto 
inagotable y eficaz, les suplicó que lo avisaran con ((707)) plena confianza cada vez que les pareciera que faltaba a esta promesa y 
terminó ensalzando a don Bosco, padre querido por él y por todos. 

Desde entonces quedó en manos de don Miguel Rúa una gran parte del gobierno de los Oratorios, que él ejerció con su invencible 
firmeza de carácter. En él se juntaban una profunda humildad y las más eminentes cualidades. Su espíritu era el más recto y práctico 
posible. Y don Bosco, que conocía su capacidad para salir de apuros, no tardó en darle amplia facultad de iniciativa en las obras, si bien 
nunca se apartaba de la más rigurosa obediencia. Por aquel cúmulo de espléndidas virtudes afirmó don Bosco varias veces de él: -Don 
Miguel podría hacer milagros si quisiera. 

Aquel mismo día quiso don Bosco testimoniar solemnemente su agradecimiento a una familia de insignes bienhechores, que habían 
tomado parte en la alegría del Oratorio con motivo de la fiesta en honor de don Miguel Rúa. Les confirió el patronato de un altar de su 
iglesia. He aquí el documento. 

Declaración de Patronato en favor del señor Marqués Domingo Fassati y de la señora Marquesa María De Maistre. 
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Fin de Página 533 


VOLUMEN VI Página: 534 

El que suscribe, como prenda de gratitud a los señores esposos Marqueses Domingo y María Fassati, por los caritativos donativos 
hechos en diversos momentos en favor de los muchachos pobres del Oratorio de San Francisco de Sales, ha deliberado por su libre y 
espontánea voluntad la siguiente declaración de Patronato. 

Por cuanto los arriba mencionados señores cónyuges han concurrido con cuantiosas ofertas a la edificación y ornamentación de esta 
iglesia, llamada Oratorio de San Francisco de Sales, y habiendo hecho construir por entero a sus expensas muros, pavimento, altar, 
barandilla y adornar con una elegante estatua de la Virgen con el Niño y demás accesorios la capilla dedicada a Ella, el que suscribe, 
rector de la iglesia y de la casa aneja, constituye a los mencionados señores Marqueses Domingo y María Fassati y a sus herederos ((708)) 
patronos de dicha Capilla de María Santísima, dándoles facultad de mandarla decorar, adornar y hacer celebrar en ella todas las sagradas 
funciones, que les pareciere hayan de servir para la mayor gloria de Dios y provecho de las almas. 

Los patronos se obligarían por su parte a mantener, por lo menos el altar, en estado decente, como para poder servir al culto de Dios. 

La presente declaración, autorizada con el sello del Oratorio, se envía a los nuevos Patronos, valedera para ellos y sus herederos 
siempre que ejerzan algún derecho en los límites y forma arriba descritos. Pero, lo mismo el que suscribe que los Patronos, quieren 
conformarse con todo lo que prescriben los Sagrados Cánones, o fuere mandado por la Santa Madre Iglesia, de la que así el otorgante 
como los Patronos se profesan obedientísimos hijos. 

Turín, 5 de agosto, fiesta de la Virgen de las Nieves, 1860 

JUAN BOSCO, Pbro. 

Y el Marqués entregó una cantidad para proveer de los medios necesarios para todas las futuras eventualidades de aquella capilla. 

Don Bosco cerró la jornada narrando después de las oraciones de la noche el siguiente sueño: 

«Encontrábanse todos mis jóvenes en un lugar tan ameno como el más hermoso de los jardines, sentados ante unas mesas que, 
ascendiendo desde la tierra en forma de gradas, se elevaban tanto que casi no se divisaban las últimas. Dichas mesas, largas y espaciosas, 
eran catorce, dispuestas en un amplio anfiteatro y divididas en tres órdenes, sostenido cada uno por una especie de muro en forma de 
terraplén. 

En la parte baja, alrededor de una mesa colocada en el suelo desnudo y desprovista de todo adorno y sin vajilla alguna, vi a cierto 
número de jóvenes. Aparecían tristes; comían de mala gana y tenían delante de sí un pan semejante al de munición que les dan a los 
soldados, pero tan rancio y lleno de moho que causaba asco. Este pan estaba en el centro de la mesa mezclado con suciedades e 
inmundicias. Aquellos pobrecitos se encontraban como los animales inmundos en la pocilga. Yo les quise decir que arrojasen lejos aquel 
pan, pero me hube de contentar con preguntar por qué tenían ante sí tan nauseabundo alimento. 

Me respondieron: 

-Hemos ((709)) de comer el pan que nosotros mismos nos hemos preparado, pues no tenemos otro. 
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Fin de Página 534 


VOLUMEN VI Página: 535 

Aquello representaba a los que están en pecado mortal. 

Dicen los Proverbios en el Capítulo 1: «Odiaron la disciplina y no abrazaron el temor de Dios y no prestaron atención a mis consejos, y 
se mofaron de todas mis correcciones. Comerán, por tanto, el fruto de sus obras y se saciarán de sus pensamientos».1 

Mas a medida que las mesas subían, los jóvenes se mostraban más alegres y comían un pan de mejor calidad. Eran los comensales 
hermosísimos; dotados de una belleza cada vez más esplendorosa. Las riquísimas mesas a las cuales se sentaban, estaban cubiertas de 
manteles raramente trabajados, sobre los cuales brillaban candeleros, ánforas, tazas, floreros de un valor indescriptible, platos con viandas 
exquisitas, objetos de un precio inestimable. El número de estos jóvenes era crecidísimo. 

Finalmente, las últimas mesas colocadas en lo más alto, tenían un pan que no sabría describir. Parecía amarillo... rojo... y el mismo 
color del pan era el de los vestidos y el de la cara de los jóvenes que resplandecía circundada de una luz suavísima. Estos gozaban de una 
alegría extraordinaria y cada uno procuraba hacer partícipe de su gozo al compañero. Por su belleza, luminosidad y esplendor superaban 
en mucho a cuantos ocupaban puestos inferiores. 

Esto representaba el estado de inocencia. 

De los inocentes y de los convertidos afirma el Espíritu Santo en el Capítulo I de los Proverbios: «El que me escucha vivirá seguro, 
tranquilo, sin temor de la desgracia». 

Pero lo más sorprendente es que reconocía a todos aquellos jóvenes, desde el primero hasta el último, de forma que al ver a cada uno de 
ellos me parece contemplarlo allá sentado en su sitio en la mesa que le correspondía. Mientras no podía ocultar mi maravilla ante tal 
espectáculo, imposible de comprender, vi a un hombre allá a lo lejos. 

Corrí a hacerle algunas preguntas, pero tropecé con algo y me desperté, encontrándome en el lecho. 

Vosotros me habéis pedido que os contase un sueño y yo os he complacido, pero al mismo tiempo os recomiendo que no le hagáis más 
caso que el que los sueños se merecen. 

Al día siguiente, don Bosco indicó a cada uno el lugar que ocupaba en las mesas. Para manifestar el orden que cada cual tenía, 
comenzaba por la mesa ((710)) más alta bajando hasta la inferior. 

Se le preguntó si uno podía subir de una mesa inferior a otra superior. Respondió que sí, menos a aquella que estaba por encima de 
todas, pues los que descendían de ella no podían volver a ocupar más aquel lugar de privilegio. Era el puesto reservado a los que 
conservaban la inocencia bautismal. El número de los tales era tan exiguo como grande el de los segundos y terceros. 

1 Dice así, a la letra, el texto sagrado, según LA BIBLIA DE JERUSALEN que seguimos para todas las citas de la Sagrada Escritura: 
«Porque tuvieron odio a la ciencia y no eligieron el temor de Yahvéh, no hicieron caso de mi consejo, ni admitieron de mi ninguna 
reprensión; comerán del fruto de su conducta, de sus propios consejos se hartarán». (N. del T.) 
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Fin de Página 535 


VOLUMEN VI Página: 536 

Don Domingo Ruffino y Don Juan Turchi, que estaban presentes y que oyeron el relato del sueño, nos legaron testimonio del mismo y 
los nombres de algunos de los que estaban sentados en la primera mesa. 

El 15 de agosto dejó don Bosco el Oratorio para ir a Strambino. Lo acompañaba José Reano, que dejó relación escrita del viaje. Tan 
pronto como don Bosco tomó asiento en el coche con otros viajeros, entró un hombre que por las trazas parecía un rico negociante. En 
seguida se puso a fumar, aunque estaba prohibido en aquel departamento. Pero antes de encender el cigarro pidió licencia a don Bosco, 
preguntándole si no le molestaba el humo. Contestó don Bosco que si iba a fumar un ratito, lo podría aguantar. El comerciante fumó un 
cigarro y en cuanto lo hubo acabado, se disponía a encender otro. Entonces don Bosco con su acostumbrada jovialidad, le dijo: 

-Perdone, señor, hasta ahora yo he hecho penitencia por usted tragando su humo; ahora desearía que hiciera usted un poco de penitencia 
por mí, no fumando. 

-Tiene usted razón, contestó el comerciante guardando el cigarro; y se entabló conversación entre los dos sobre Turín y otras cosas. Por 
último el comerciante llevó la conversación al tema de las Obras pías, de la caridad de los curas y finalmente del Oratorio de Valdocco y 
de don Bosco. Afirmaba que aquel buen sacerdote albergaba más de trescientos muchachos en su casa y que tenían allí una disciplina 
adaptada ((711)) a su edad; y lo que más importa, la enseñanza de aquel Hospicio era buena y buena también la educación, pues se 
enseñaba la ciencia y la moral. 

-íUn día -exclamó-quiero ir a ver esa casa y aquellos muchachos! 

Don Bosco escuchaba sonriente y callaba. El tren llegó a Montanaro, y el buen comerciante bajó. 

Entre Montanaro y Strambino subió otro viajero, que comenzó en seguida a hablar con don Bosco familiarmente, y no tardó en sacar a 
colación el tema de los curas, pero de distinta manera, diciendo de ellos que eran personas inútiles para la sociedad, que disfrutaban de 
sus prebendas y no seguían las máximas del Evangelio. 

Interrumpióle don Bosco con gracia: 

-Perdone, le gustaría a usted tal vez que no hubiese ningún cura en el mundo? 

-Eso no; íes evidente que debe haber una religión! 

-Entonces, cómo lo arreglaría usted? 

-Haría colgar los hábitos a la mitad. 
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-Y a quiénes haría colgar los hábitos? A los buenos o a los malos?
A los malos.
-Y qué haría con ellos?
-Haría que se dedicaran a otro oficio.
-Conoce usted a muchos curas?
-Más de cincuenta.
-Y de estos cincuenta cuántos malos conoce?
-La mitad.
-Sabría usted decirme sus nombres?
-íClaro que sí; de muchos!
Sacó entonces don Bosco su agenda, y dispuesto a escribir con su lápiz en la mano, le dijo:
-Dígame el nombre de estos curas malos y le prometo hacerlos suspender a todos ((712)) del ejercicio del sagrado ministerio.
Los viajeros volvieron su mirada hacia don Bosco y hacia su interlocutor, curiosos por ver el desenlace de aquel desafío; y en sus caras


se dibujaba simpatía por aquel sacerdote. 
-íEa, pues! -añadió don Bosco, siempre dispuesto a escribir. 
Comenzó aquel criticón a apurarse y don Bosco repitió: 
-Quiénes son esos curas? 
Aquel señor comenzó a retorcer las puntas de sus bigotes, y balbuciendo palabras inconexas, dijo tímidamente: 
-Conozco a uno que... en fin, dicen que es un retrógrado... que envía dinero al Papa en lugar de dárselo a los pobres... 
-Y los otros? 
-Otro también es contrario a la política del Gobierno... enemigo de Italia, critica las leyes aprobadas por el Parlamento... 
-Pero éstos no son delitos, exclamó don Bosco. 
Y aquel buen hombre, que tal vez nunca había hablado con un sacerdote y que sólo había aprendido a acusarlos por las lecturas de los 

periódicos sectarios, no se atrevió a proseguir. No sabiendo cómo salir del apuro, y molesto ante la insistencia de don Bosco, cortó 
bruscamente: 
-íHablemos de otra cosa! 
Entonces don Bosco le espetó un sermoncito apropiado al lugar y a la persona, que produjo buen efecto en todos los compañeros de 
viaje. 
En Strambino, don Bosco predicó las glorias de la Asunción de María y el día siguiente hizo el panegírico de San Roque en la plaza de 
la capilla dedicada a este santo. 

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Los mayordomos le preguntaron cuánto quería cobrar por los honorarios y don Bosco respondió que, por ser tan pobre la capilla, no 
pedía nada. Invitáronle después de la función a tomar un vaso de vino en su compañía y don Bosco, siempre dispuesto a condescender, 
contestó sonriente: 

-íPor un vasito, estoy aquí! 

Fue la comitiva a ((713)) casa de uno de los mayordomos, donde ya tenían preparados pasteles, dulces y botellas de buen vino. De allí 
pasaron a casa de otro mayordomo, donde también se repitieron los dulces y los vinos. Por último toda la comitiva de los principales 
personajes de la población entró en una gran sala, en cuyo centro había una mesa ricamente preparada. Don Bosco hizo señal de querer 
hablar y con su natural aire bonachón exclamó: 

-Yo creía que trataba con gente pobre, pero me doy cuenta de que sois ricos. Os ruego, pues, que me deis la limosna que 
acostumbrabais entregar al predicador de san Roque en años anteriores; no es justo que yo deje de pedir un socorro para mis hijos pobres. 

-Riéronse todos por la ocurrencia y se la dieron al momento. 

Habíase constituido una Comisión para el funeral de trigésima de don José Cafasso en san Francisco de Asís, y en poco tiempo recogió 
cinco mil liras. Había dos pareceres para la oración fúnebre: unos se inclinaban por el canónigo Giordano y otros por don Bosco. 
Prevalecieron los últimos, dado que el Superior del Oratorio de Valdocco había conocido al difunto desde joven y lo había acompañado 
durante toda su vida. 

Refiere don Domingo Ruffino: «El 30 de agosto se celebró en la iglesia de san Francisco de Asís un funeral solemne por don José 
Cafasso. La iglesia, extraordinariamente enlutada, ostentaba preciosas y artísticas colgaduras. El profesor don Carlos Ferreri, redactó las 
ocho inscripciones que se colocaron en la puerta del templo y en derredor del catafalco. 

»Durante toda la mañana se celebraron muchas misas y fueron muchísimos los fieles que se acercaron a recibir la sagrada eucaristía en 
sufragio de aquella alma bendita. Acudieron también los alumnos del Oratorio y comulgaron. Cantó la misa el canónigo Anglesio. 
Asistían al funeral trescientos sacerdotes que, revestidos de roquete, formaban dos filas ((714)) a lo largo de toda la iglesia, desde el 
presbiterio hasta la puerta. Hubo música escogida del maestro Rossi que dirigió él mismo la gran orquesta. Acudió una gran 
muchedumbre de toda la ciudad. Después del Santo Sacrificio pronunció don Bosco la oración fúnebre y muchos lloraron con él. Escogió 
como tema las 
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palabras del capítulo treinta y uno, versículo veinte, del segundo libro de los Paralipómenos: Operatus est bonum et rectum et verum... in 
universa cultura ministerii domus Domini. (Obró lo bueno y lo recto, lo verdadero... en el universal y perfecto cumplimiento del servicio 
de la casa de Dios). 

»Expuso fielmente las virtudes y excelentes prerrogativas de don José Cafasso». 

El periódico Armonía describió el funeral y calificó la oración fúnebre de «sencilla, afectuosa, patética, leída por el sacerdote Bosco, 
uno de los más íntimos discípulos y amigos del difunto». Concluía el artículo anunciando: «Se espera poder entregar impresa dentro de 
poco la oración fúnebre, junto con las inscripciones del catafalco y de la puerta». 

Fue este el segundo opúsculo que don Bosco preparó para perpetuar la memoria de su incomparable maestro; de él puede deducirse que 
lo tenía por un gran santo. Deseaba escribir su vida con mayor amplitud, e hizo diligencias para recoger testimonios de sus hechos dignos 
de memoria y de sus virtudes; pero, no pudiendo dedicar a ello tiempo y trabajo por sus muchos y apremiantes compromisos, encargó a 
varios teólogos el cumplimiento de su deseo; mas, por diversas dificultades, quedó malogrado su intento. 

Por lo demás don Bosco guardó siempre consigo como recuerdo, consuelo y norma, los reglamentos de la Residencia Sacerdotal. Por 
veneración y gratitud hacia su Maestro por los beneficios recibidos, adornó las paredes de su habitación con el retrato de don José 
Cafasso que cuidó con cariño. íCuántas veces le oyeron los muchachos hablar conmovido de éste su segundo padre! Se lo proponía como 
modelo, recordaba ((715)) sus sabios consejos, especialmente el de conformarse con la voluntad de Dios. Decía: «Hay que tener la 
intención de hacer la voluntad de Dios en todo, de modo que habitualmente estemos prontos a dejar cualquier cosa al saber que no es de 
su agrado; prontos, en cambio, a hacerla cuando la quiera Dios, pese a cualquier dificultad. Y para conocer la voluntad de Dios se 
requieren tres cosas: rezar, aguardar y aconsejarse». 

Ya hemos dicho que en la crónica de don Domingo Ruffino se lee la nota siguiente: «El 12 de abril dijo don Bosco públicamente: -Os 
decía en el mes enero: esperemos al mes de marzo; y ahora os digo: esperemos al mes de agosto». 

Con esta frase había contestado a las preguntas de quienes querían saber el éxito de los acontecimientos que turbaban a Italia y 
amenazaban al Papa. En el Oratorio reinaba el temor, y he aquí que 
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Garibaldi, el 19 de agosto, después de conquistar Sicilia, cruzó el estrecho de Mesina con diecisiete mil voluntarios y entró en las 
provincias napolitanas, convertidas en un hervidero revolucionario por obra de las sectas. En Reggio Calabria el general borbónico Vial 
combatía al frente de treinta mil soldados sólo para salvar las apariencias y dejaba la victoria al enemigo. Sin disparar un tiro, Garibaldi 
era aclamado por todas las ciudades y pueblos donde pasaba. El 6 de septiembre el rey de Nápoles, traicionado, se refugiaba en Gaeta, y 
Garibaldi era recibido triunfalmente el día 7 en la capital. Desde allí amenazó al Estado Romano, que fue invadido por bandas de 
voluntarios y desterrados. La primera horda entró el 8 de septiembre. 

El general Lamoricière con trece mil soldados pontificios, en su mayor parte voluntarios, y muchos de ellos de la más alta nobleza de 
Francia y Bélgica, hubiera podido oponerles una victoriosa resistencia, pero el Gobierno Piamontés aprovechó la segunda coyuntura. El 
27 de agosto Napoleón, que había ((716)) declarado oficialmente que quería fueran respetados los derechos del Papa sobre los dominios 
que le quedaban, dio al ministro Farini, que se había trasladado para ello a Chambery, el permiso, pedido de antemano, para ocupar las 
Marcas y Umbría, con las famosas palabras: 

-Daos prisa, pero no toquéis a Roma. 

Al mismo tiempo prometió al Papa su ayuda, declarándose pronto a oponerse con la fuerza a una invasión piamontesa. 

Confiando en esta desleal promesa, Lamoricière y sus soldados se aprestaron a luchar valerosamente; mas he aquí que el 11 de 
septiembre Fanti y Cialdini entraban con treinta y tres mil hombres desde Toscana en la plaza fuerte de Cattolica. Precedidos por veinte 
mil voluntarios y seguidos de otros treinta mil soldados regulares, se apoderaron de Pésaro y varias ciudades más. El 18 de septiembre 
fueron derrotados los soldados pontificios en Castelfidardo y el día 27, después de ocho días de bombardeo por mar y por tierra, se rendía 
Ancona, después de una valerosa resistencia. Napoleón se había declarado en favor de la no intervención, y las Marcas y Umbría fueron 
anexionadas al Piamonte. En estas dos provincias, en virtud de los decretos de los Comisarios reales Lorenzo Valerio y Joaquín Pépoli, 
comenzó la incautación de los monasterios. 

En aquellos días don Bosco tuvo que proceder con gran prudencia. Fueron muchos a preguntarle, unos sinceramente, otros 
insidiosamente, si los soldados piamonteses podían en conciencia atacar y 
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combatir contra los defensores del Papa; si era lícito a los reclutas no presentarse en los cuarteles y desertar. Don Bosco respondía: 

-Vayan a hacer una buena confesión. Es el mejor consejo que yo puedo dar. 

En aquellos trastornos sufrieron gravísimos daños e injurias, obispos, sacerdotes y religiosos. El 28 de septiembre fue arrestado el 
cardenal De Angelis, arzobispo de Fermo, para ser deportado a Turín, adonde llegó el 5 de octubre y fue conducido a ((717)) la residencia 
de los Paúles, donde ocupó dependencias abandonadas por el cardenal Corsi. 

Entretanto el ejército piamontés pasaba de los Estados del Papa al reino de Nápoles para socorrer a Garibaldi a quien ponían en gran 
aprieto los soldados borbónicos. Pero éstos, vencidos el 2 de noviembre a orillas del Garellano, y expulsados de Capua después de un 
breve sitio, unos se dispersaron y otros se retiraron a Gaeta junto a su Soberano Francisco II, traicionado por Napoleón, abandonado por 
su aliada Rusia y perdida ya toda esperanza de ayuda por parte de Austria. Don Bosco había manifestado alguna opinión suya particular 
sobre el porvenir de este último imperio, pero no nos ha sido posible conocerla, a pesar de haber preguntado a varios de sus más íntimos 
antiguos alumnos. Traslúcese esto de una indicación de la crónica de Ruffino expresada en estos términos: 

« 19 de septiembre. Don Bosco soñó: 

Mira: una gran victoria
alcanza el valor de Austria;
mas después con esa gloria
el trono también caerá»
.


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((718)) 

CAPITULO LIII 

DON BOSCO ACEPTA LA DIRECCION DEL COLEGIO DE GIAVENO -CONDICIONES PROPUESTAS POR EL Y ACEPTADAS 
POR EL PROVICARIO -ELECCION DE UN NUEVO RECTOR -SELECCION DE ASISTENTES -CONFERENCIA DE DON 
BOSCO A LOS SOCIOS DE LA CONGREGACION: ESTA PRONTO A SOMETERSE A LA VOLUNTAD DE DIOS SI NO FUESE 
APROBADA LA PIA SOCIEDAD: NO SE INTRODUZCAN NOVEDADES EN LAS COSTUMBRES DE LA CASA: NO SE DE 
LUGAR A SOSPECHAR QUE ELLO CAUSARA MENGUA DEL AFECTO DEL SUPERIOR: ANUNCIA QUE HA SIDO 
DELEGADO EL QUE DEBE EXAMINAR LAS CONSTITUCIONES -CARTA DE MONSEÑOR FRANSONI A DON BOSCO 
NOTIFICANDOLE DICHA DELEGACION -JUICIOS DEL EXAMINADOR -CARTA DEL CARDENAL GAUDE QUE RECIBIO 
LAS CONSTITUCIONES -ESTADO DESOLADOR DEL SEMINARIO DE GIAVENO -INGRESO EN EL ORATORIO DEL 
CABALLERO FEDERICO OREGLIA DI SANTO STEFANO -CALCULOS DE D. BOSCO SOBRE EL IMPORTE PARA LA 
FUNDACION DE UN COLEGIO -NUEVO PROGRAMA DE GIAVENO Y NINGUNA SOLICITUD DE INGRESO -DON BOSCO 
ENCUENTRA LA MANERA DE QUE ENTREN MUCHOS ALUMNOS -EL ALCALDE DESILUSIONADO EN SUS PLANES 
-LLEGADA AL SEMINARIO MENOR DE SEMINARISTAS Y ALUMNOS -LAS ESCUELAS ORGANIZADAS -ELOGIOS A DON 
BOSCO -AVISO IMPORTANTE QUEDA DON BOSCO AL NUEVO RECTOR 

ROTAS definitivamente las negociaciones con el Ayuntamiento de Giaveno, no pareció infundado a la Autoridad Eclesiástica el temor de 
que el Alcalde pudiese decidirse a entablar nuevas conversaciones con algún ((719)) profesor más flexible y más grato que don Bosco al 
partido dominante. Por lo tanto decidió atenerse a don Bosco como a la única tabla de salvación. 

El Provicario, canónigo Vogliotti, y el teólogo Inocencio Arduino, canónigo arcipreste de Giaveno, fueron al Oratorio en el mes de 
agosto a suplicar a don Bosco con las más conmovedoras razones 
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que se diera prisa en socorrer a aquel colegio. Don Bosco declaróse dispuesto a hacer cuanto estuviese a su alcance, pero deseaba saber 
qué condiciones pensaban exigirle. Le contestaron: 

-Ninguna; se le da plena libertad de acción; póngase al frente de todo; haga y deshaga, como si se tratara de un asunto totalmente suyo; 
determine el personal; nombre el Director, acepte en el Colegio a quien quiera, imponga reglamentos: ísalir a flote es nuestro plan; eso es 
todo! 

Entonces aceptó don Bosco y, agradeciéndoselo cordialmente, confirmáronle los dos canónigos su plena autoridad en la dirección del 
Colegio. 

-Pero con qué medios piensa lograr su intento?, preguntáronle todavía aquellos señores. 

-Déjenlo de mi cuenta; ya verán. Volveremos a abrir las escuelas en noviembre, con cien alumnos, por lo menos. 

Manifestó el canónigo Vogliotti que le parecía imposible alcanzar aquel número al comienzo del curso; pero don Bosco confirmó la 
promesa y expuso su plan. Se reservaba para sí, según atestigua don Francisco Vaschetti, la alta dirección del Seminario, mas sin asumir 
la investidura oficial, que efectivamente nunca ostentó. Puso después la condición absoluta de que el Rector interno tenía que ser 
independiente del Arcipreste y de todos los demás sacerdotes del pueblo; y que no reconocería más Superior que la suprema autoridad 
diocesana. Pidió además que la Curia declarara esta independencia con un decreto. 

((720)) Y el Canónigo aceptó aquellas condiciones. 

Deseaba don Bosco enviar a don Víctor Alasonatti como Rector a Giaveno; pero, dado que su presencia en Turín era indispensable, 
nombró para este cargo a su amigo don Juan Grassino, teniente cura de Cavallermaggiore, que había vivido seis meses en el Oratorio y 
conocía su método de educación. 

El Provicario asintió, y el antiguo vicerrector y ecónomo, teólogo Alejandro Pogolotto, no tardó en ser nombrado Canónigo de la 
Colegiata de Chieri. 

Avisado don Juan Grassino del honroso, pero difícil cargo que se le quería confiar, se presentó en el Oratorio declarando que no lo 
aceptaba; pero se sosegó con las razones de don Bosco. Prometióle éste que le daría como auxiliares algunos clérigos modelos de virtud y 
un Prefecto entendido en economía, en enseñanza clásica, y que sería su brazo derecho para la disciplina. Aseguróle, además, que lo 
asistiría constantemente de obra y de palabra. 
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Cuando ya estuvo todo de acuerdo, discurría don Bosco a quiénes enviar para los cargos inferiores del Seminario menor. En el Oratorio 
se hablaba de Giaveno todo el día y había más de uno, entre los clérigos, que deseaba ir allí y lo pidió. Pero don Bosco, que sabía el valer 
de cada uno, y hasta por qué camino lo llamaba el Señor, desilusionaba a los que no estaban capacitados para estas ocupaciones. 

Uno de éstos fue el óptimo clérigo Juan Baravalle, que exponía a don Bosco sus inquietudes acerca de su porvenir y por eso le 
manifestaba su voluntad de ir el año siguiente al seminario de Giaveno. Tenía plena confianza en don Bosco porque la primera vez que se 
había presentado a él, sin apenas conocerle, al exponerle el deseo de tratar con él de un asunto que ((721)) le interesaba vivamente, con 
gran maravilla de su parte le había contestado el siervo de Dios: 

-También yo deseaba hablar de este mismo asunto desde hace mucho tiempo. 

Y comprobó aquel clérigo que don Bosco conocía perfectamente sus problemas. 

Y ahora, ante la petición de ir a Giaveno para el año siguiente, don Bosco, sin darle respuesta negativa, le dijo: 

-íEl próximo año! íEl próximo año! Y si este año te tocase ir un poco al paraíso, te conformarías? 

El clérigo respondió que sí. 

-Entonces, a qué preocuparte? 

Y no añadió más. El clérigo confió lo que le había sucedido al compañero Domingo Ruffino, el cual tomó nota de ello en su crónica. 
Dios llamó a Baravalle a la Orden de San Francisco, en la que ingresó a su tiempo y fue sostén y lustre de la misma. 

Mientras don Bosco trabajaba para realizar los deseos del Vicario General, el día 6 de septimbre hubo reunión de la Pía Sociedad. Don 
Bosco manifestó su pensamiento en los siguientes términos: 

Si nuestras reglas, si nuestra Congregación no han de redundar a la mayor gloria de Dios, estoy completamente conforme con que el 
Señor suscite dificultades, que hagan imposible la aprobación de aquéllas y ésta. 

Entretanto os digo: no se introduzca ninguna novedad en casa; aun cuando parezca que sería mejor otra cosa, no importa. Demos de 
lado a lo mejor y atengámonos sencillamente a lo bueno. No se haga interpretación alguna, ni violencia a las reglas; no se den por 
caducadas ciertas prácticas de piedad para sustituirlas por otras nuevas. Por ejemplo, hay quien quisiera establecer la compañía religiosa 
del Sagrado Corazón de María: me gusta esta compañía, la deseo, pero como sería en menoscabo de la de San Luis, que ahora se sostiene 
con dificultad, dejemos estos 
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proyectos, muy buenos por sí mismos, y procuremos tan sólo excitar la devoción a la Virgen. 

Añado un aviso de poca importancia. 

((722)) Cuando alguien recibe una advertencia de los Superiores por algún defecto o falta, no la considere como disminución de aprecio 
por parte de los mismos. Ni es así, ni puede serlo. Todos pueden fallar, pero la advertencia procede de un amigo que ama sinceramente; y 
quien ama, aprecia. Asimismo, no deduzcamos de la mirada del Superior, si gozamos o no de su favor. A veces, por parecernos que el 
Superior no nos ha sonreído como solía, o que no nos ha dirigido la palabra, o saludado, nos entristecemos, e indagamos el motivo. Esto 
puede suceder por otra razón muy distinta de la de no estar satisfecho de vuestra conducta. Puede ser una inadvertencia, una preocupación 
de la mente, que distrae al Superior y que le impide fijarse en vosotros. Pero nunca, porque tenga algo contra vosotros. Cuando no se os 
hace ninguna amonestación es señal de que no hay nada a vuestro cargo. Cuando hay que hacer un reproche, no acostumbramos aguardar 
a que se repita la falta para que la corrección tenga más fuerza. No; cuando hay algo que decir, se dice en seguida. 

De hoy en adelante deseo que estas conferencias coincidan con los días en que cae alguna festividad de la Virgen. Entretanto os anuncio 
que el padre Durando, sacerdote de la Misión, ha sido elegido para examinar nuestras reglas y recabar su aprobación del Arzobispo. 

Del encargo confiado al padre Durando y llegado a conocimiento de don Bosco por confidencias de amigos, le hablaba también 
monseñor Fransoni en respuesta a una carta suya. 

Ginebra, 12 de septiembre 1860 

Queridísimo don Bosco: 

Su carta, fechada a 7 de julio, creo que fue escrita el 7 de agosto; pero, aunque fuera así, me ha llegado con mucho retraso, ya que la 
recibí ayer desde Lyon, a donde debe de haber llegado poco antes, pues la semana anterior me enviaron otras. Siento, debido a mi 
ausencia, no haber podido ver a la señora Losanna, a la que creo conocer, y no he tenido oportunidad de saber cuáles son las ((723)) 
nuevas facultades que desea, como ampliación del Rescripto Pontificio, para el Oratorio privado. Con respecto al Reglamento, aguardo 
respuesta de Turín, pues, como creo haberle escrito, he mandado examinarlo a eclesiásticos entendidos en materia de comunidades; yo 
me he limitado a una ligera advertencia. Pero, si usted tuviese algo que objetar acerca de las variaciones que se hicieran, me las puede 
proponer libremente. 

Me alegro de que los Oratorios sigan bien y espero que el Señor no permitirá lo que usted teme, aun cuando, por desgracia, tenga 
fundamento para ello. 

Le ruego me salude a los tres eclesiásticos, que me menciona, y créame, como de todo corazón tengo el gusto de profesarme una vez 
más, 

Su seguro y afectísimo servidor LUIS, Arzob. de Turín 

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El reverendo padre Durando envió al Arzobispo sus observaciones sobre las reglas de la Pía Sociedad. Dios ponía a prueba la humildad 
de don Bosco, permitiendo que aparecieran las primeras dificultades para la aprobación de estas reglas. 

Reglas o Constituciones cuya obsevancia se propone a la Congregación de San Francisco de Sales. 

Si hubiese que examinar uno a uno los artículos de las Reglas, habría que hacer muchas observaciones, pues unos son inexactos, otros 
piden mayor desarrollo y algunos son, además, inconvenientes al fin. Pero, de una manera general, puede decirse: 

I. La Congregación de San Francisco de Sales puede y podrá ser aprobada por la Iglesia, pero a causa de las actuales leyes del Gobierno 
y el espíritu del mundo, contrario a todo lo que tiene apariencia de corporación religiosa, nunca tendrá sanción civil, que le dé existencia; 
y sin embargo, según estas Reglas y Constituciones, la Congregación de San Francisco de Sales posee casas, muebles y puede poseer 
bienes. Ahora bien: cómo puede poseer una Congregación que no tiene existencia civil? Cómo y de qué modo puede conservarlos? Todo 
está a nombre del M.R.D. 
Bosco, y, después de la muerte de la persona, a la que pueda él constituir heredero, qué será de todo ello? ((724)) Tanto más, cuanto que 
el Rector mayor acaba su mandato cada doce años. Este punto es muy importante y debe ser entendido, explicado en las mismas reglas o 
en alguna constitución aparte. 
II. El fin principal, o por lo menos uno de los fines de la Congregación, es la instrucción del clero joven y su formación en la virtud y 
en la ciencia, pero no se explica suficientemente la dependencia del Ordinario y la jurisdicción que debe ejercer en ella; asimismo no se 
habla de las relaciones que necesariamente debe haber entre el Rector y el Ordinario, ya sea para aceptar a los jóvenes o para licenciarlos, 
ya sea para la necesaria relación que tendría que hacerse sobre el aprovechamiento, la conducta, etc. Tampoco dice nada sobre las clases, 
ciencias y método o plan a seguir para formarlos en la piedad. En las reglas no hay más que expresiones generales, que dejan todo en un 
buen deseo, pero no dan seguridad alguna para el presente y mucho menos para el porvenir. 
III. Se hace mención en las Reglas de Colegios para la instrucción de muchachos pobres, de seminaristas, y por el contexto de las 
mismas parece deducirse que reciben una educación común y viven juntos, cuando es del todo necesario que estén separados, que tengan 
directores especiales y reglamentos convenientes a la vocación y al decoro del estado eclesiástico. Qué puede esperarse de seminaristas, 
que no tienen dirección, ni reglamentos especiales, y viven mezclados con un gran número de muchachos pobres, sin educación, y que no 
aspiran más que a aprender un arte u oficio? Parece que las cosas son así, no sólo por las Reglas, sino en la realidad y en la práctica. 
IV. No teniendo más que votos trienales, y dependiendo de la libertad de cada cual el hacerlos perpetuos, no pueden ser ordenados, si 
no tienen patrimonio eclesiástico, pues a las Congregaciones que tienen votos perpetuos se les concede la ordenación título paupertatis o 
título mensae communis. Con este sistema habrá muchos jóvenes, que entrarán en la Congregación únicamente para hacer los estudios y 
recibir la ordenación, todo a título de pobreza o de mesa común gratuitamente, 
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y después se saldrán y serán una carga para los Obispos y tal vez también de poca edificación para el pueblo. 

V. El éxito o, mejor dicho, el porvenir de una Congregación, cualquiera que ella sea, depende de sus comienzos. Si, actualmente, no se 
ve de hecho una separación entre seminaristas y los demás jóvenes, si no hay normas fijas para unos y para ((725)) otros, si la misma 
Congregación no tiene su Noviciado y estudios separados del resto y no tiene normas y reglas especiales para su formación en el espíritu 
del Instituto, no puede esperarse ni una durable existencia, ni un éxito feliz. 
VI. Lo que se dice acerca de los votos no es suficiente, especialmente sobre la pobreza; por lo cual nacerán naturalmente dudas. 
En cuanto al régimen de la Congregación, a las atribuciones del Rector Mayor, de los Superiores locales, Consejeros, Prefectos, etc., no 
se ve la cosa clara y resulta difícil entender bien la armonía, la unión, la dependencia, el género de administración, etc.; igualmente 
tampoco está bastante claro el método de elección del Rector Mayor y de los otros que deben dirigir y gobernar las casas, es decir los 
colegios. 

ANTONIO MARIA DURANDO, Pbro.
Visitador de los Sacerdotes de la Misión


No era, pues, muy favorable la opinión del Padre Durando. Mientras el Arzobispo sólo había encontrado una observación que hacer, él 
no aprobaba el conjunto de las Reglas. Pero el santo y docto lazarista 1 no comprendía el espíritu, el pensamiento, la actuación de don 
Bosco. No se trataba de una Orden religiosa, sino de una Congregación que, de acuerdo con las necesidades de los nuevos tiempos, debía 
tener una forma especial. Pío IX había reconocido esta necesidad. Don Bosco admitía la importancia de un noviciado, pero dentro de los 
límites de lo posible. Y la educación religiosa que se impartía a los clérigos, no se podía calificar de inferior a la que se da en cualquier 
noviciado fervoroso; por eso los que entonces salieron del Oratorio para ingresar en la diócesis no eran una carga, sino una valiosa ayuda 
para los Obispos. Más aún, las virtudes y el ejercicio, que adquirían conviviendo con los jóvenes, los adiestraban para regir una 
población. Daremos otras razones y explicaciones siguiendo el desarrollo de la narración. Desde luego don Bosco ((726)) tenía que hacer 
alguna añadidura o corrección a los artículos, y volvía a meditar a menudo sobre este trabajo. Su ideal era el que describe el Eclesiástico: 
Filii sapientiae ecclesia justorum, et natio illorum obedientia et dilectio (Los hijos de la Sabiduría son congregación de justos y su linaje 
es obediencia y amor)2. 

1 Llámanse lazaristas o paúles a los socios de la Congregación de sacerdotes de la misión, fundada por San Vicente de Paúl en 1625. 

(N. del T.) 
2 Ecles. III, 1. 
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Entre tanto esperaba don Bosco de Roma una contestación sobre las Constituciones, que llegó en octubre. 

Muy apreciado don Bosco: 

En mi poder su pliego con el escrito acerca de la Sociedad de San Francisco de Sales, junto con su carta y la del clérigo Boggero. Con 
mucho gusto acepto el encargo de leer el proyecto de Reglamento de dicha Sociedad y de hacerle, si fuera menester, las observaciones de 
la manera que usted me indicó; mas, por ahora, no puedo cumplirlo, pues no sólo no me he repuesto aún del mal del pasado julio, sino 
que se me añadió otro, por el que ya me han tenido que hacer cinco sangrías. Y aunque me encuentro algo mejor, no obstante, por 
prescripción de los médicos, debo cuidarme mucho y sobre todo abstenerme de cualquier ocupación, y eso será por algunos meses. Así, 
pues, si el examen del mencionado documento, que incluyó en su carta, puede diferirse, sin perjuicio para ustedes, haré cuanto esté en mi 
mano; en caso contrario, podrá usted dirigirse a quien juzgue más oportuno ante el Señor. Esto le escribo para su norma. 

Me hará, pues, el favor de comunicar a mi paisano el clérigo Boggero, que agradezco de corazón su carta y el interés que manifiesta por 
tener mis noticias y ver mi letra. Cuando me haya repuesto y pueda dedicarme a escribir, no dejaré de complacerle: y entretanto que me 
encomiende al Señor, y siga rezando por mí, como espero lo hará también usted con sus inscritos en la mencionada Sociedad. 

Y al exteriorizar los sentimientos de mi estimación, paso a suscribirme. 

De usted, 

Roma, 14 de octubre 1860 

Afectísimo de corazón F. GAUDE, Card. 

((727)) Fue la última carta del Cardenal a don Bosco. Este su fiel consejero y alto protector falleció el 14 de diciembre de 1860, y su 
muerte fue causa de que se retardara más de lo necesario la aprobación de la Pía Sociedad y de las Constituciones. 

Pero el asunto que más preocupaba por aquellos meses a don Bosco era dar nueva vida al Seminario Menor de Giaveno. Iremos 
exponiendo este acontecimiento desde sus comienzos hasta el fin, con las mismas palabras que nos dijo don Francisco Vaschetti en 
presencia de don Julio Barberis. Algunos otros detalles nos los comunicaron don Miguel Rúa, don Juan Bonetti, don Celestino Durando, 
el canónigo Anfossi, el señor Tamone, de Giaveno, y algunos otros testigos contemporáneos. 

El día 25 de septiembre don Bosco envió a Giaveno al clérigo Vaschetti con el cargo de Prefecto (Administrador o Ecónomo). Al llegar 
allí, se encontró con las desnudas paredes del Seminario, que había sido despojado de todo. Ni un cuadro ni un trozo de madera, 
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ni una cuchara. La capilla era tan pequeña y pobre que resultaba poco adaptada para el culto divino. No quedaba más que un solo alumno, 
Peracchione, de Collegno, huérfano, pero muy rico, a quien el tutor no había llevado a su casa. 

Al ver tanta desolación, Vaschetti volvió a Turín al día siguiente, habló con el canónigo Fissore, Vicario General, el cual, enterado del 
estado de la situación, le entregó cuatrocientas liras para las provisiones más necesarias. Y el canónigo Vogliotti le llevó trescientas para 
los primeros gastos. 

Faltaba todo y de todo hubo que abastecerse. Comenzó don Bosco por enviar a Giaveno los enseres necesarios para la cocina y sillas; 
mandó surtir el almacén de papelería y librería, la despensa, la cantina, la leñera. 

Se encargó de todo ello el caballero Federico Oreglia di San Stéfano. 

((728)) Este señor era conocido en toda la ciudad por su talento, y desenvoltura, su nobleza de espíritu y su temple sin miedo a nada. 
Se había encontrado con don Bosco en los ejercicios espirituales de San Ignacio, y había quedado tan prendado de sus razonamientos que 
resolvió consagrarse a Dios con una vida cristianamente perfecta. 

Después de los ejercicios pasó cerca de un mes como huésped de los padres Rosminianos en Stresa, pero como sus ideas discreparan de 
las opiniones de alguno de ellos, determinó retirarse al Oratorio de San Francisco de Sales para estudiar allí su vocación y prestar, al 
mismo tiempo, los servicios que le fuera posible. En efecto, se sujetaba de buen grado a todos los sacrificios con entera abnegación, y 
pronto se convirtió en ejemplo de humildad y paciencia para toda la casa. Su decisión de vivir en la sociedad de Valdocco obtuvo el 
aplauso de muchos, aun por cartas, de entre las cuales seleccionamos dos. 

Ilustrísimo Señor: 

A mi regreso de Stresa me fue entregada la apreciadísima de S. S. Ilma. y Carísima del 14 de septiembre. Me consoló mucho la 
determinación, que tomó S.S. de quedarse con el insigne don Bosco, pues no podría encontrarse en mejores manos. 

Demos gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a María Santísima. Ahí tiene todos los medios para hacerse santo y un gran santo. En mi 
poquedad no dejaré de recordarle en mis oraciones, particularmente en el santo sacrificio de la misa; espero tenga usted la caridad de 
ayudarme con las suyas. 

Le agradezco la cordialidad que me manifiesta. Será siempre un honor y un favor para la casa de San Miguel cada visita con que usted 
nos regale. 
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Rogándole comunique mi respetuoso saludo al querido don Bosco, me honro en profesarme, con el más cordial respeto. 

De S. S. Ilma. 

Desde la Sacra de San Miguel, 20 de septiembre de 1860 

Su afectísimo y seguro servidor JOSE JOAQUIN CAPPA, Rector. 

((729)) El conde Víctor de Camburzano le escribió desde L'Ermitage, cerca de Niza: 

«No cerraré esta carta sin ofrecerle mis parabienes por haber encontrado la manera de convivir con nuestro redivivo san Vicente de 
Paúl: es ésta una fortuna que muchos, y yo el primero, le envidiamos sinceramente. Tenga a bien pedirle, buen Caballero, una bendición 
para nosotros y nos encomiende a sus oraciones.» 

Mientras el caballero Oreglia estaba en Giaveno para la organización de los locales, don Bosco calculaba aproximadamente la cantidad 
necesaria para fundar y organizar un colegio nuevo, cálculos que todavía existen entre nuestros papeles. Estos estudios habían de servirle 
admirablemente para cuando fundara las muchas casas, que le confiaría la Providencia. 

Preparó también el programa escolar, tomado en parte del que estaba ya en vigor en el Seminario Menor. Pero se establecían dos 
pensiones: la primera de treinta liras mensuales y la segunda de veintidós, pagaderas por trimestres anticipados, más seis liras anuales 
para gastos de capilla; y dos con cincuenta céntimos al mes, para los que deseasen encargar al Seminario el lavado, planchado y remiendo 
de la ropa. El Seminario debía seguir abierto durante las vacaciones otoñales en favor de los alumnos que quisieran aprovechar las clases, 
que se darían durante aquellos meses. La enseñanza de aquel año, 1860-61, abarcaba solamente los tres primeros cursos del bachillerato y 
las clases elementales. 

Don Bosco presentó este programa y el Provicario lo mandó imprimir a Paravía, publicando y enviando un ejemplar a todos los 
párrocos de la Archidiócesis. Las peticiones para la matrícula de los alumnos debían dirigirse al Rector del Seminario Metropolitano, o al 
Superior local ((730)) de Giaveno, es decir a don Juan Grassino. Esta invitación no dio resultado. A los viente días de su difusión aún no 
había ninguna petición. 

Entonces don Bosco, que tenía centenares de peticiones de alumnos para su Oratorio, decidió enviar un buen número de éstos a 
Giaveno. En consecuencia mandaba contestar afirmativamente todas 
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las peticiones. Y cuando llegaban a Valdocco los padres con sus hijos, aconsejaba a muchos que tuvieran a bien colocarlos en Giaveno. 
En principio se negaban rotundamente. Pero don Bosco les aseguraba que el ambiente del Seminario Menor sería en adelante el mismo 
del Oratorio, la comida todavía mejor y el aire bonísimo. Al enterarse los padres de que aquel colegio iba a ser dirigido por don Bosco, 
prestaban su consentimiento y se daban por satisfechos, pues era ilimitada la confianza que les inspiraba su nombre. Estas propuestas las 
hacía a los más acomodados, de forma que todos pagaban la pensión completa con no ligero detrimento para las finanzas del Oratorio, 
que reservaba para sí a los más pobres. 

Algún tiempo antes fue don Bosco a Giaveno. Como el Alcalde estuviera persuadido de que, por falta de alumnos, sería cerrado el 
Colegio sin esperanza alguna de poder volver a abrirlo, fue al Seminario para hablar con el teólogo Pogolotto, ignorando las últimas 
decisiones de la Curia. Llevaba consigo una carta del Ministerio, en la que se reconocía el derecho del Ayuntamiento a la posesión de 
aquel edificio escolar. Al encontrarse con don Bosco, le preguntó: 

-Dónde está el Rector? Tengo que comunicarle un asunto muy importante. 

-Puede usted hablar; el Rector soy yo. 

-Usted, don Bosco? Pero no se cerró el Colegio definitivamente? 

((731)) -El Colegio no se cerró y seguirá funcionando para el fin que se fundó. 

-Pero no está sin alumnado desde hace mucho? 

-Sin alumnado? El Colegio está lleno de muchachos. Ya hay muchos matriculados que llegarán esta misma semana. Vuelva dentro de 
unos días y los verá aparecer por todas partes. 

Enmudeció el Alcalde, observó los preparativos que se hacían para comenzar las clases y se retiró. No se esperaba semejante sorpresa. 

En efecto, además del clérigo Vaschetti, Prefecto de disciplina y de la administración, llegaron los clérigos Juan Boggero y Felipe 
Turletti, destinados como asistentes y elegidos para trasplantar a aquella comunidad el espíritu del Oratorio. Don José Rocchietti ocuparía 
el cargo de director espiritual y se trasladaría de vez en cuando desde Turín. Resultaba, pues, que don Bosco se sacrificaba para el bien de 
la diócesis y se privaba de un personal óptimo, que le hubiera sido de gran ayuda en su Oratorio, que iba siempre en aumento. 
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Después de los clérigos, no tardaron en llegar los alumnos a primeros de octubre. 

El clérigo Vaschetti condujo desde Turín el primer grupo, compuesto por veintidós alumnos, algunos de los cuales eran de los mejores, 
elegidos entre los que llevaban algunos años de formación en el Oratorio, para que siguieran sus estudios en aquel Colegio. Cada semana 
emprendían viaje hacia Giaveno, ora José Rossi, ora Buzzetti, ora el clérigo Anfossi acompañando a quince, veinte, o treinta alumnos 
nuevos cada vez. A mediados de noviembre, el número de los alumnos había subido a ciento diez. Desde aquel momento, al divulgarse la 
noticia de que don Bosco asumía la dirección de aquel Seminario, ((732)) comenzaron a llover peticiones de todas partes. Antes de que 
acabase el año escolar fueron ciento cincuenta los matriculados. 

Al acercarse el comienzo del curso 1860-61, de acuerdo con don Bosco, se llamó a tres profesores de los antiguos. Cinco estudiantes 
presentaron instancia a la Curia para que se les concediera cursar Retórica en Giaveno, haciendo una excepción al programa; el Vicario 
General, Fissore, encargó al clérigo Vaschetti que diera aquella clase; y aquellos jóvenes llegaron a ser excelentes sacerdotes. 

Se abrió el curso el día señalado, 4 de noviembre. Reinaba una perfecta disciplina, moralidad, aplicación y religiosidad. El señor 
Bargetto, empleado en la Residencia Sacerdotal, oyó más de una vez a don Juan Grassino decir: 

-De no haber sido por don Bosco, jamás se hubiera podido volver a levantar el Colegio de Giaveno. 

Esta fue la primera experiencia, hecha por don Bosco, de su sistema de educación fuera de Turín. El clérigo Cagliero, enviado por él a 
fines de noviembre para visitar oficialmente el Seminario Menor, después de examinarlo todo, dio un informe muy halagüeño. 

El Vicario General, el Provicario, los canónigos de la catedral de Turín, el clero de la parroquia de Giaveno, todo el pueblo estaban 
maravillados. Les faltaban palabras para poner por las nubes a don Bosco. 

Uno de los que disfrutaron de aquel éxito fue el Arcipreste Arduino, que tanto había deplorado en años anteriores la decadencia de 
aquel Colegio: Pues bien, no obstante el aprecio en que tenía a don Bosco, creía tan difícil una restauración completa, que afirmaba 
insistentemente que, si lograba elevar a cincuenta el número de alumnos, mandaría colocar su retrato con los de los más insignes 
bienhechores del Seminario del pueblo. Cuando vio ((733)) que 
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el resultado superaba sus esperanzas y las de los demás, exclamó: 

-íNo sólo un retrato, sino una estatua se merece don Bosco! 

También el canónigo Vogliotti fue a visitar el Seminario, ya avanzado el curso escolar, y quedó muy satisfecho y admirado de la 

reforma; al ver en el patio los columpios, las paralelas y otros aparatos gimnásticos, dijo: 

-íYa se conoce que don Bosco ha entrado aquí! 

Pero don Bosco, deseando que nadie turbara el orden que había entrado con él, dio esta consigna a don Juan Grassino y al clérigo 

Vaschetti: 

-No cedáis ni un ápice de vuestra autoridad, que debe ser total y absoluta, porque de lo contrario no haréis nada. 

Y recomendaba al clérigo que atendiese y aconsejase al Rector, cuando se inclinase de algún modo a doblegarse ante las insistencias de 
ciertos personajes influyentes del pueblo. Al mismo tiempo le daba prisa para que insistiera ante la Curia que mantuviera su promesa de 
redactar y publicar el decreto por el que se confería al Rector interno una autoridad independiente de cualquier otra extraña ingerencia. 

Vaschetti obedeció; don Bosco formalizó en Turín los requisitos que le correspondían; pero la Curia tardó seis meses en publicar el 
decreto. 
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((734)
)


CAPITULO LIV 

PROYECTO PARA LA CONTRUCCION DE UN COLEGIO EN MIRABELLO -DON BOSCO VA A CASALE PARA OBTENER 
LA APROBACION DEL OBISPO -DESAGRADABLE ENCUENTRO DURANTE EL VIAJE -EL BENEDICITE ANTES DE LA 
COMIDA -DON BOSCO EN ASTI: PROPONE AL VICARIO GENERAL LLEVAR A SUS CLERIGOS AL ORATORIO POR 
ESTAR SU SEMINARIO OCUPADO POR EL GOBIERNO: TRAMITES POR ESCRITO: LLEGADA A VALDOCCO DE 
AQUELLOS SEMINARISTAS-MAL HUMOR DISIPADO: FELIZ RESULTADO -DON BOSCO QUIERE QUE LOS ALUMNOS 
ESTEN OCUPADOS TAMBIEN EN TIEMPO DE VACACIONES -LOS PRIMEROS GRUPOS DE ALUMNOS QUE VAN A I 
BECCHI -EL CLERIGO CAGLIERO DEFIENDE EN CASTELNUOVO LOS DERECHOS DEL PAPA -PREVISIONES 
CUMPLIDAS ACERCA DEL REINO DE NAPOLES 

LA devolución de la antigua prosperidad al Seminario Menor de Giaveno no fue la única preocupación de don Bosco en aquellos meses 
para asegurar vocaciones al estado eclesiástico. 

Dirigió también su pensamiento a la diócesis de Casale. El clérigo Francisco Provera, después de la visita de su párroco a don Bosco, 
no había dejado de rezar para que se abriera en Mirabello una casa para la educación cristiana de la juventud. Su padre, hombre de alma 
generosa, se resolvió a secundar el noble proyecto de su hijo y ofreció, para comenzar la construcción, una casita de su propiedad, situada 
en medio de ((735)) un terreno próximo a la población y que había heredado de su padre. En tiempos remotos había sido propiedad de 
unos religiosos, y él había determinado que de alguna manera volviera la Iglesia a tomar posesión de ella, aunque había sido adquirida 
por su familia con licencia de la autoridad eclesiástica. Meditó don Bosco el proyecto y vio que se podía realizar, levantando cerca de 
aquella casita un edificio espacioso; pero no quiso apalabrarse sin pedir antes el parecer y la licencia al Obispo monseñor Luis de los 
Condes de Calabiana, con quien le unía íntima relación desde hacía ya diez años. Partió, pues, hacia Casale, y 
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en el último trecho del camino tuvo por compañeros de viaje a un sacerdote y a un fraile franciscano del convento de San Antonio. Los 
dos comenzaron a hablar sobre algunos sacerdotes, que se distinguían en Piamonte por sus obras de caridad, y cayó la conversación sobre 
don Bosco. 

-Después de todo, éste no es el hombre que la fama pregona, dijo el frailecito; es un verdadero estafador, un mentiroso; conoce a las mil 
maravillas el arte de hacerse con el dinero ajeno para enriquecer a sus sobrinos, que, de pobres campesinos que eran, viven ahora a lo 
grande, pues ha fabricado para ellos todo un palacio en su aldea. 

Don Bosco, sin darse a conocer y conservando su habitual serenidad, le preguntó si había visto alguna vez a aquel sacerdote, a quien tan 
severamente juzgaba y si había visitado su Casa en Valdocco. Dijo el fraile que no, pero que todo lo que había dicho, se lo habían 
contado personas dignas de crédito. E insistía en sus dislates, mientras don Bosco se limitaba a exhortarlo a que se asegurase 
personalmente de la verdad de lo oído, yendo a ver el Oratorio para conocer a don Bosco y conversar con él. Decíale: 

-Mire, yo he ido a esos lugares donde usted dice que don Bosco ha levantado un palacio y nunca he oído contar a nadie semejantes 
dislates. 

((736)) Entretenidos en estas conversaciones llegaron a Casale, donde algunos eclesiásticos aguardaban a don Bosco, y he aquí que don 
Oclerio Provera, preceptor de los hijos de la condesa de Callori, abrió la portezuela del coche y subió para ayudar a don Bosco a bajar, 
mientras los otros sacerdotes, tan pronto como lo vieron, le saludaron por su nombre con alegría y regocijo. El frailecito se dio cuenta 
entonces de que su compañero de viaje era precisamente el mismo de quien tanto había hablado y, lleno de confusión, fue tras él. Cuando 
lo alcanzó pidióle perdón diciendo que no había intentado ofenderle, pues no sabía quién era. Ocupado don Bosco en responder a los 
agasajos de sus amigos, pareció de buenas a primeras que no hacía caso de sus palabras, pero no tardó en volverse a él con cierta seriedad 
y decirle: 

-Conforme; pero en otra ocasión no hable de lo que no conoce y no se atreva nunca a murmurar del prójimo; se lo recomiendo. 

Llegado al palacio episcopal, donde le habían preparado hospedaje, fue recibido con grandes agasajos por el Obispo y por su viejo 
amigo el teólogo Juan Bautista Alvigini, Canónigo Penitenciario de la Catedral y Rector del Seminario. Después de hablar sobre diversos 
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asuntos, relacionados con la Diócesis, expuso don Bosco el proyecto de construir un colegio en Mirabello, donde poder cultivar 
especialmente las vocaciones eclesiásticas, que escaseaban. Recibió el Prelado la propuesta con la mayor satisfacción, la aprobó, la 
bendijo y dio gracias a Dios por ello. Quedóse don Bosco en Casale unos días, reservándose el exponer oportunamente la conveniencia y 
utilidad de dar a aquel colegio el carácter de Seminario Menor diocesano. 

Pues bien, sucedió que fue invitado a un banquete al que también debían asistir el Obispo, muchos sacerdotes y varios seglares 
constituidos en dignidad. Notificóse a don Bosco, que era amigo y confidente de la mayor parte de los comensales, ((737)) que en 
semejantes ocasiones no se solía bendecir la mesa, y que esto causaba mala impresión a algunas personas piadosas. Como don Bosco no 
experimentaba molestia ni temor alguno, cuando se trataba de la mayor gloria de Dios, pensó en una broma que sirviera de aviso. Llegó la 
hora de la comida; los convidados tomaron asiento y se sirvieron los entremeses. En aquel instante, don Bosco, que adrede entró el 
último, se acercó a su sitio en actitud de excusar su enojoso retraso, rezó el Benedicite en voz baja pero clara y, al final, volviéndose al 
Obispo e inclinando la cabeza, concluyo diciendo: Iube, Domne, benedícere. Por un instante hízose en la sala un profundo silencio, y 
díjole el Obispo sonriendo: 

-íEso nos faltaba todavía, don Bosco! 

Cuando el buen Prelado se quedó a solas con él le dijo: 

-Ha sido una buena lección la que nos ha dado; jamás se me olvidará. 

Don Juan Bonetti recordó este suceso en sus crónicas, añadiendo que don Bosco, cuando exhortaba a sus muchachos a ser francos, pero 
respetuosos y medidos en las palabras, en cualquier circunstancia, solía decir: 

-íHay que tener valor, y eso basta! 

En cuanto don Bosco informó a don Félix Coppo, párroco de Mirabello, y al padre del clérigo Francisco Provera sobre la plena 
aprobación de sus proyectos por parte de monseñor de Calabiana, partió de Casale, pues le interesaba también la diócesis de Asti. Estaba 
ésta vacante por muerte de monseñor Felipe Artico, acaecida en Roma el 21 de diciembre de 1859. El seminario había sido ocupado por 
el Gobierno y por consiguiente los pocos seminaristas, estudiantes de teología y filosofía, ya no podían reunirse allí para dedicarse con 
sosiego a sus estudios. Los alumnos de los cursos superiores de latinidad se encontraban en gran peligro de perder su vocación. La 
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Curia les había proporcionado ((738)) escuelas y maestros, pero no sabía a qué carta quedarse para remediar los graves inconvenientes. 
Algunos ya habían dejado la carrera emprendida. Así, pues, don Bosco, al enterarse de los apuros de aquella Curia, había escrito al 
Vicario Capitular ofreciéndole el Oratorio para refugio de sus seminaristas. Contestóle el Vicario invitándole a ir a Asti para exponer de 
palabra su intención. 

Fue allí don Bosco, presentó su programa para la buena educación e instrucción de aquellos seminaristas y volvió a Turín, satisfecho de 
haber realizado una obra excelente para la Iglesia. Pero él ya tenía en Turín, entre los diversos alumnos de Asti, tres seminaristas, los 
cuales, acabados en el Oratorio los cursos del bachillerato y vestido el hábito talar, continuaban los estudios en el Seminario 
Metropolitano. Estos eran Juan Molino, Segundo Merlone y Carlos Viale, que habían ido de vacaciones a sus casas. 

Entendiendo don Bosco que sus inclinaciones no los llevaban a dedicarse a los estudios, ni a inscribirse en la Pía Sociedad; 
considerando que podrían ayudar mucho a los jóvenes paisanos, que iban a llegar de Asti, mediante la asistencia y el buen ejemplo; y 
estando seguro de que, formando con ellos un solo cuerpo unido y bien trabado, los encarrilarían a la observancia de los reglamentos y 
costumbres del Oratorio con mucha facilidad, escribió al canónigo penitenciario Juan Cerutti, para que concediera permiso a éstos para 
volver al Oratorio por un año y el favor de una pensión, como se había convenido para los demás. 

Contestóle el Canónigo en los términos siguientes: 

Rev. Sr. Don Juan Bosco: 

Con mucho gusto me encargué de defender, ante el Rev. Señor Vicario General, la cuestión de los seminaristas recomendados por V. S. 
No se ha perdido toda esperanza de recuperar el Seminario; pero, de ((739)) todos modos, el Superior está muy de acuerdo con que los 
seminaristas nombrados pasen un año escolar en esa su Casa, donde no dejarán de recibir continuos ejemplos de virtud. En cuanto a la 
pensión de estos clérigos, el mencionado señor Vicario General dio muestras de estar muy favorablemente dispuesto y me encargó le 
dijera que antes de Todos los Santos hablará sobre el asunto con S.S. en Turín. 

Tocante a la circular en favor de las Lecturas Católicas, que fue preparada con anterioridad, como le había notificado, se difirió su 
publicación para dar lugar a otras de mayor urgencia. Pero le aseguro que la cuestión no queda en el olvido. 

Me encomiendo a sus oraciones y me declaro de corazón. 

De S.S. 

Desde la Curia Capitular de Asti a 2 de octubre de 1860 

Seguro servidor 

J. CERUTTI, Canónigo 
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Pero el Vicario General tardaba en notificarle sus decisiones, porque tal vez había que vencer alguna oposición, reconocer dificultades 
financieras y, desde luego, participar la propuesta a los padres y obtener su consentimiento para que los clérigos fueran trasladados a 
Turín. Vino por fin la esperada respuesta: 

Mi querido Don Bosco: 

A consecuencia de las determinaciones tomadas ya hace tiempo con usted, cuando le hablé aquí en Asti, y de la carta, que últimamente 
escribió a nuestro distinguido amigo y colega el Canónigo Penitenciario, he deteminado cerrar las clases de Retórica y enviar a S.S. 
carísima los alumnos de las mismas. Son una docena más o menos; algunos pueden pagar la pensión, aunque pocos; el Seminario fijara a 
la mayoría un subsidio mensual para cada uno. Tenga la bondad de notificarme por escrito cuál sería el precio mínimo de la pensión, para 
que yo pueda dar las oportunas ((740)) disposiciones; y hágame de estos jóvenes unos buenos y celosos sacerdotes. 

Pida a Dios por mí y me considere siempre como quien soy y quiero ser. 

Asti, 22 octubre de 1860 

Afectísimo servidor y amigo A. V. SOSSI, Vic. Gral. Capit. 

Fueron finalmente al Oratorio los seminaristas del Seminario de Asti; eran diecisiete, pero no todos pertenecían al curso de retórica. 
Los guiaban los tres alumnos ya mencionados, de modo que entre todos eran veinte. Se los agasajó con una alegre recepción y don Bosco, 
al notificar su llegada al Vicario Capitular, le mandaba la relación de los queridos nuevos alumnos. 

Los clérigos enviados por el Seminario de Asti, eran: Juan Molino, de San Damián, del segundo curso de Teología; Segundo Merlone, 
de San Damián, del primer curso de filosofía; Carlos Viale, de Montechiaro; Antonio Vespa, de Agliano; José Fagnano, de Rochetta 
Tánaro; Esteban Delaude, de Rocchetta; Jacinto Sartoris, de Montegrasso; José Riccio, de Agliano; José Barbero, de Albugnano; Esteban 
Messidonio, de Villafranca; José Ricca, de Camerano; Jaime Gay, de Costiglione; Carlos Canta, de Villanova; Juan Pedro Fasolis, de 
Asti; José Ponte, de Rocchetta; Alberto Borio, de Costigliole; Antonio Fagiani, de Rocchetta Tánaro; Esteban Gaddo, de Viarigi; José 
Damiasso, de San Damiano; Crosetti. 

El Vicario General acusóle recibo: 

Carísimo Don Bosco: 

Le agradezco su carta del 16 de los corrientes, y la relación de los clérigos, que pasé al teólogo Mussa... 
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Según habíamos convenido, todos los clérigos que ((741)) disfrutaban de plaza gratuita en el Seminario, o reciben de él un subsidio 
mensual, tendrán que ponerse de acuerdo con este señor Ecónomo, que pagará la pensión entera de treinta y siete liras mensuales por cada 
uno a S. S. Y tan pronto como el mencionado señor Ecónomo esté de vuelta de una fiesta, que se celebra en su pueblo, le diré que remita 
a ésa una cantidad a cuenta. 

Le recomiendo encarecidamente a esos clérigos; hágamelos buenos y piadosos, pues esta diócesis tiene extrema necesidad de ellos. 
Dios le bendiga y recompense con su gracia el gran bien que hace a la Iglesia. Consérveme su benevolencia y ruegue por mí. Todo suyo. 

Curia Capitular. Asti, 19 noviembre 1860 

Su seguro servidor y amigo A. V. Can. SOSSI, Vic. Gen. Cap. 

Los seminaristas de Asti correspondieron a los solícitos cuidados de don Bosco, aunque en los dos primeros meses pareció que algún 
mal entendido amenazaba su tranquilidad. Era de prever. El encontrarse juntos muchos de una misma región, que casi constituían como 
un ente moral distinto, en una casa extraña, y recién llegados entre los demás, que eran más numerosos y disfrutaban de prioridad de 
antigüedad, causaba cierto malhumor, como si se los considerase inferiores y menos estimados. Unos a otros se comunicaban su propia 
melancolía y daban pie a las habladurías. 

Fue su tabla de salvación el gran aprecio que tenían de la equidad de don Bosco, el cual, conocedor del corazón humano, sabía 
compadecerlos y consolarlos. El 27 de enero de 1861 se presentaron a él, quejándose de que no eran tratados con justicia en las 
calificaciones de conducta y aplicación. Don Bosco los calmó con pocas palabras: 

-Cumplid vuestro deber, les dijo; y no os preocupéis por la puntuación que os den, cualquiera que ella sea; yo os conozco a todos, no 
sólo por fuera, sino también por dentro. 

La razón ((742)) era concluyente, pues aquellos clérigos tenían pruebas indudables, en aquellos mismos días de lo que él afirmaba, 
como dentro de poco veremos. 

Habían aprendido a querer a don Bosco, que les prodigaba toda suerte de cuidados, aun a costa de grandes sacrificios, y en ningún 
tiempo dejaron de manifestarle su afecto. Estaba determinado que pasaran en el Oratorio el curso escolar 1860-61 para retornar después a 
su seminario, si éste era devuelto a la Curia. Pero no todos aquellos seminaristas dieron el mismo resultado. Tres de ellos cayeron 
enfermos y se vieron obligados a interrumpir los estudios; otros dos, por no poseer las virtudes necesarias para el estado eclesiástico, 
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dejaron la sotana; los otros obtuvieron buenas calificaciones en los exámenes finales y volvieron al Seminario, donde recibieron las 
sagradas órdenes. Varios de ellos, nombrados párrocos, trabajaron con gran éxito en el sagrado ministerio. Dos se quedaron en el 
Oratorio: uno, muy prendado de don Bosco y aficionado a la vida de comunidad, permaneció algunos años, aun después de su ordenación 
sacerdotal, hasta que resolvió aceptar un cargo en la Diócesis. El otro, don José Fagnano, se inscribió en la Pía Sociedad de San Francisco 
de Sales y es hoy Prefecto Apostólico de la Patagonia Meridional y Tierra de Fuego 1. 

Confirma lo que hemos dicho, por traer un testimonio, el Canónigo Anfossi, que conoció a todos estos clérigos. 

Así, pues, don Bosco dedicó la segunda midad de año 1860 a asegurar las vocaciones eclesiásticas de tres diócesis, al mismo tiempo 
que no descuidaba de ningún modo a sus alumnos, ni en la época de las vacaciones. Escribió don Juan Bonetti: «Aborrecía el ocio y 
enseñaba con el ejemplo que nuestra jornada debe dedicarse al Señor. Sobre el dintel de la puerta de su habitación estaba escrito: -CADA 
MOMENTO DE TIEMPO ES UN TESORO. No se le vio perder nunca un instante, ((743)) lo mismo en casa que fuera de ella. Como 
salía casi a diario, para visitar enfermos o para pedir limosnas, aprovechaba aquel tiempo para llevarse consigo a sacerdotes, clérigos o 
seglares de la casa y hablar con ellos. Si alguna vez iba solo, como sucedía en los viajes, leía cartas, corregía a lápiz pruebas de imprenta, 
continuaba la composición interrumpida de algún libro, o bien rezaba. El mismo plan seguía en los paseos otoñales cuando acompañaba a 
los alumnos». 

A los mismos muchachos que enviaba a I Becchi alguna semana antes de la fiesta del Rosario, les exigía que no estuviesen ociosos. 
Estaba conforme con que hicieran excursiones a Mondonio, Capriglio, Albugnano y otros lugares, o que ayudaran a vendimiar a su 
hermano José; pero, además, quería que observaran exactamente el reglamento diario del Oratorio en cuanto a las práticas de piedad; que 
dedicaran diariamente alguna hora al repaso de las asignaturas 

1 MONSEÑOR JOSE FAGNANO formó parte del primer grupo de misioneros salesianos que salieron para Argentina el 14-XI-1875. 
Aparece sentado en primer plano, en una foto en la que también está don Bosco y monseñor Cagliero. 

Fue nombrado Prefecto Apostólico de la Patagonia Meridional y Tierra de Fuego el 2-XII-1883. 

Falleció el 18 de septiembre de 1916. 

Fue todo un misionero. (N. del T.) 
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escolares del curso terminado, o a tantear lo que iban a estudiar en el curso, al que habían conseguido pasar. Iba siempre con ellos algún 
clérigo o profesor, al que podían acudir para resolver las dificultades. Alguna vez tuvieron también clases de francés. 

Aquel año de 1860 se aproximaban ya los días en los que solía prepararse todo lo necesario para la gran excursión. El 15 de septiembre 
salía para I Becchi el primer grupo de alumnos, y tres días más tarde llegaba la noticia de la batalla de Castelfidardo. Algunos del 
Oratorio se temían que don Bosco renunciaría aquel año a las excursiones de otoño; pero no era éste su pensamiento, si bien parecía 
afligido por las angustias que atormentaban al Sumo Pontífice. Deploraba él aquellos acontecimientos y con él se dolían sus discípulos. 

((744)) En efecto, el 27 de septiembre el clérigo Juan Cagliero, después de acompañar otro pequeño grupo a I Becchi, se trasladaba a 
Castelnuovo para ver a su madre. Sucedióle allí lo que él mismo nos describe: 

«Un sacerdote, antiguo maestro mío, sostenía y defendía en una conversación la conducta del Gobierno por haber invadido las Marcas y 
Umbría, y añadía que bien podía el Papa, sin menoscabo para la religión, dejar Roma, fijar su residencia en Jerusalén o en otro lugar. Así 
quedaría Italia una e independiente. Yo no pude callarme, sino que me opuse tan acaloradamente que creí haber faltado al respeto que le 
debía, por lo que al día siguiente fui a pedirle disculpa. El, sin prestarme oídos, dijo: 

-Te compadezco, don Bosco os calienta tanto la cabeza en lo tocante al Papa, que seríais capaces de sufrir el martirio por su causa». 

Por aquellos días y en el Oratorio se acercaban a don Bosco los clérigos después de comer y cenar para hablar de los acontecimientos 
que agitaban a Italia, y como el esfuerzo más grande de la lucha se dirigía contra el reino de Nápoles, le preguntaban con ansiosa 
curiosidad cuál iba a ser su resultado. La respuesta la encontramos en la crónica de don Domingo Ruffino: «El día primero de octubre 
dijo don Bosco: Los asuntos políticos de aquellas regiones quedarán todos arreglados en 1862; en el 1861 terminará la crisis». 

Y no fallaban las previsiones de don Bosco. Basta recordar la historia; y ante todo la crisis, a saber, el cambio de Gobierno. El 21 de 
septiembre de 1860 hubo en Nápoles y en Sicilia un plebiscito para la unión con el Piamonte. El 5 de octubre, entró Víctor Manuel 
solemnemente 
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en Nápoles y un mes después en Palermo. El 13 de febrero de 1861, después de tres meses y medio de heroica resistencia, se rendía Gaeta 
a los piamonteses y el rey Francisco II se refugiaba en Roma con la reina Sofía, como huésped de Pío IX en el Quirinal. El 26 de febrero 
Víctor Manuel II ((745)) era proclamado en el Parlamento Rey de Italia, estando presentes todos los diputados de las provincias italianas, 
menos los de Roma y Venecia. El 13 de marzo de 1861, después de cuatro días de bombardeo, apareció la bandera blanca en la ciudad de 
Mesina y lo mismo sucedió en Civitella del Tronto en los Abruzos el 20 de marzo. Así se cumplía la conquista de las dos Sicilias y 
quedaba derrotado y deshecho el ejército borbónico. El principio de la No intervención, proclamado por Francia e Inglaterra, aseguraba al 
Piamonte contra cualquier enemigo del exterior. 

Resuelta la crisis monárquica, había que conservar y organizar la conquista; pero esto no se alcanzó sino después de increíbles 
violencias. En las provincias continentales había continuas revueltas. Los soldados borbónicos, partidarios de sus anteriores soberanos 
organizaron bandas contra los invasores, los cuales tenían que repeler sus continuas acometidas y correr a desalojarlos de las montañas y 
selvas. Fueron feroces sobre toda ponderación y a menudo injustas sus venganzas. Baste decir el resultado; es totalmente cierto que, 
desde comienzo de las sublevaciones hasta agosto de 1861, se fusilaron en aquellas provincias hasta ocho mil novecientas sesenta y ocho 
personas, cayeron heridas diez mil seiscientas cuatro, se quemaron novecientas dieciocho casas, siendo incendiados más de ocho 
poblados, y casi veinte mil personas fueron encarceladas. Estas matanzas duraron sin tregua dos años y cayeron muertos también muchos 
soldados piamonteses. A mediados del 1862 cesó la insurrección dinástica. Pero las bandas de salteadores, aunque ya no tenían carácter 
ni finalidad política, seguían, sin embargo, combatiendo ferozmente por desesperación. Los sospechosos y los denunciados por los espías 
como cómplices, como estaban seguros de ser fusilados sin proceso alguno, corrían a engrosar sus bandas. Aquella gente carecía de todo; 
de ahí los chantajes, las emboscadas, las rapiñas, los asaltos a las poblaciones y las represalias. 

Más de ciento veinte mil soldados piamonteses, cuyo número iba ((746)) en continuo aumento, custodiaban lo conquistado. Algunos 
regimientos franceses tenían un cuartel en Roma y en el Patrimonio de San Pedro, porque Napoleón temía que, si los retiraba, sería 
llamada Austria para sustituirlos. 
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Francia primero y después Inglaterra, Bélgica, Portugal, Suiza, Holanda, Estados Unidos de América, Grecia, Prusia y Turquía habían 
reconocido el reino de Italia. La última en reconocerlo fue Rusia el 6 de agosto de 1862. 

Eran, pues, exactas las previsiones de don Bosco. 

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((747)) 

CAPITULO LV 

DON BOSCO Y LOS AMIGOS DE CHIERI -EN I BECCHI -EL PORVENIR DE DOS MUCHACHOS -LA EXCURSION OTOÑAL 
-LOS SERMONES -LAS CONFESIONES: BUEN EJEMPLO DE LOS ALUMNOS DEL ORATORIO -CONFIANZA DE LOS 
PADRES EN DON BOSCO -LOS CHIQUILLOS DEL PUEBLO ACOMPAÑAN A DON BOSCO Y A SUS ALUMNOS 
-CONFIANZA DE ESTOS CON DON BOSCO DURANTE LAS EXCURSIONES -POCAS VOCACIONES PARA EL ORATORIO; 
NORMA, LA SOLA VOLUNTAD DE DIOS -UNA VIRTUD QUE NO RESISTE LA PRUEBA -RECONCILIACION EGRESO A 
TURIN 

DON Bosco resolvió ir a I Becchi el 5 octubre. Después de oír la santa misa, los jóvenes Jarach, Costanzo, Cerruti y Albera salieron a pie 
de Turín. En Chieri fueron a comer a casa del canónigo Calosso. 

Por la tarde llegó don Bosco en coche a Chieri y se detuvo para alojarse en casa del caballero Marcos Gonella, donde fue recibido con 
mil agasajos por aquella buena familia. Allí acudieron también los cuatro jovencitos. Como faltaran unas horas para comer, entablaron 
alegres e instructivas conversaciones y don Bosco, que era todo amabilidad, hablaba, sonreía en medio de la jubilosa algarabía. Pero, 
aprovechando un momento en que los amos de casa salieron de la sala para ver si estaba todo a punto para la cena, dijo don Bosco a 
((748)) Albera, que se sentaba a su lado: 

-Si me dieran papel, pluma y tintero, empezaría a preparar el número de las Lecturas Católicas. Pero hay que tener paciencia y hacer 
compañía a estos buenos señores. 

Cenaron, y tres de los muchachos fueron a dormir en casa del canónigo Calosso; Albera quedó allí y le prepararon una cama en la 
antesala de la habitación destinada a don Bosco. Por la mañana, don Bosco, con la proverbial delicadeza que siempre tenía en toda 
circunstancia al tratar con sus muchachos, dejó oír su voz antes de abrir la puerta: 

-Albera, te has levantado ya? 

-Sí, don Bosco; ya estoy vestido. 
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Salió entonces don Bosco a la antecámara y dijo: 

-Vamos a la capilla; si Cerruti no viene, tú rezarás las oraciones durante la misa. 

Así lo disponía siempre don Bosco, cuando llevaba consigo alguno de sus muchachos, para edificación de sus huéspedes y de los demás 
fieles. 

En aquella ocasión nunca dejaba él de ir a visitar al canónigo Cottolengo, hermano del venerable fundador de la Pequeña Casa de la 
Divina Providencia, en cuya casa se reunían muchos amigos para entretenerse con él. Iba también a saludar al antiguo profesor de 
Retórica, que llevaba su mismo nombre y apellido. Era doctor, agregado al Claustro de Filosofía y Letras en la real Academia militar. Ya 
dejamos dicho que había trabado una íntima e inmutable amistad con su discípulo, desde que conoció en la escuela sus raras prendas. 

Otra de sus visitas predilectas era la que don Bosco hacía con sus muchachos a la tumba de Luis Comollo en la iglesia de San Felipe. 

Aquel día continuó don Bosco con sus cuatro alumnos el viaje a pie; y, pasando por Riva di Chieri, llegó a Buttigliera. ((749)) Allí 
habían salido a su encuentro los muchachos que había enviado a I Becchi. Después de descansar y tomar un bocado en casa del párroco, 
prosiguieron el camino. Durante el mismo hubo un alumno que atravesó un gusano con la punta de su bastón. Don Bosco, que lo vio, le 
dijo: 

-Por qué matar así a ese pobre animal? La vida es el mayor don que ellos han recibido de Dios; en ellos todo acaba con la muerte. 

Avanzada la tarde, llegaron a I Becchi los músicos, los cantores, los que habían merecido aquel premio especial de la excursión y otros 
que necesitaban de aquel aliciente para perseverar en sus buenos propósitos. 

El 7 de octubre, que era domingo, se celebró la fiesta del santo Rosario con las acostumbradas funciones solemnes religiosas y con las 
diversiones de siempre. 

El día 8 fue toda la comitiva a comer en casa del párroco de Castelnuovo. Allí se encontró don Bosco con Bernardo Arato, un rapazuelo 
del pueblo, de casi diez años. Le miró sonriendo, le acarició y después marcó delicadamente en su frente una cruz con el pulgar, diciendo: 

-Sigue siendo bueno; un día serás sacerdote y harás mucho bien. 
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El niño no entendió en aquel momento qué significaban aquellas palabras y las olvidó; pero más tarde, cuando entró en el Oratorio, 
bastó su primer encuentro con don Bosco para que se despertara en su mente el recuerdo de las palabras oídas; y habiendo venido con él 
un primo suyo, lo llevó a la habitación de don Bosco y le preguntó: 

-Será sacerdote él también? 

Don Bosco no respondió, miró al muchacho con una mirada llena de bondad y después añadió: 

-No, tu primo no llegará a ser sacerdote, aunque vestirá por algún tiempo la sotana. Está destinado a hacer mucho bien en el mundo. 

El primero fue, en efecto, sacerdote y párroco insigne, y su primo se dedicó a la enseñanza, después de dejar la sotana clerical, y goza 
de merecida fama de hábil maestro cristiano. 

((750)) Regresó la comitiva a I Becchi y el día 9, después de preparar todos su hatillo, comenzaba la excursión que duró poco más de 
una semana. Para no repetir escenas semejantes a las ya contadas, describiremos en pocos rasgos las de la presente excursión, remitiendo 
a nuestros lectores a las advertencias, que hicimos en el paseo de 1859, y al relato de los otros más cortos de los años anteriores, cuando 
los muchachos volvían cada noche a su cuartel general de I Becchi. 

Hízose, pues, un alto en Passerano, pasando por Mondonio, en el castillo del conde Radicati, donde estaba de párroco don Juan 
Allamano, muy amigos los dos de don Bosco. Ya en los años anteriores habían sido invitados por el Conde para ir a verle en su castillo, 
donde siempre eran agasajados con generosa cordialidad. 

Otra parada fue la de Primeglio, donde los hospedaron la marquesa Doando y el marqués, que pasaba de los noventa años. Habían 
mandado matar un ternero, así que hubo carne asada en abundancia. Se cantó una misa de difuntos, acompañada por la banda de música, 
sin órgano y sin partituras por no haber pensado en ello en Turín. Celebró el parroco don José Prinotti. 

Estuvieron un día entero en Montechiaro con los dos párrocos, don Santiago Belussi y don José Aluffi. 

También les recibió Montiglio con gran regocijo del Vicario foráneo, don Vicente Roberto. 

En Marmorito los acogió triunfalmente su párroco, el teólogo Carlos Valfredo, depués de haber visitado otras aldeas. 

Por doquiera que iba don Bosco era esperado siempre por una extraordinaria muchedumbre. La banda, las representaciones teatrales, 
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las solemnes ceremonias y los cantos en la iglesia ejercían sin duda una gran atracción; pero era sobre todo la palabra de Dios la que 
triunfaba en aquellos ((751)) días. Don Bosco convertía aquellos paseos en verdaderas misiones apostólicas de un nuevo tipo. Predicaba 
continuamente muy a su gusto y en toda ocasión, convencido de que ello era un estricto deber suyo. 

Sus sentimientos, manifestados en diversos momentos y maneras, eran los de San Pablo: «Predicar el evangelio no es para mí ningún 
motivo de gloria: es más bien un deber que me incumbe. Y íay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, 
ciertamente tendría derecho a una recompensa, mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado» 1. 

Y después de un sermón, que había brotado de su corazón, se sentaba a confesar. 

Al caer de la tarde, tenía lugar la escena más variada y conmovedora. Los muchachos del Oratorio preparaban el tablado para el teatro, 
llevaban y colocaban en orden las mesas en el lugar destinado para cenar; uno tocaba un instrumento de música, otro cantaba, alguno iba 
a confesarse con don Bosco. Los hombres del pueblo, al entrar en la iglesia y ver aquellos chicos tan devotamente recogidos, que 

preparaban y hacían su confesión, movidos por el ejemplo iban ellos también a los pies de don Bosco. 

-Pero, por qué has venido?, les preguntaba don Bosco. 

-Como he visto a esos muchachos... Tengo que confesarme. 

Los mozos, movidos por la curiosidad, iban a ver un espectáculo, al que no estaban muy acostumbrados, y el buen ejemplo fue para 

muchos un estímulo para ponerse en gracia de Dios. 
Una tarde uno de ellos se quedó contemplando a don Bosco y a sus penitentes; se alejó, volvió; por fin ((752)) se acercó resueltamente 

a don Bosco y se le presentó diciendo: 

-íYa no puedo seguir así! Quiero quitarme de encima mis pecados. 

Y lloraba. Entonces don Bosco le dijo: 

-Qué es lo que ha herido tu corazón? 

-Estos muchachos inocentes, he dicho en mis adentros, se están confesando tan bien; y yo que soy un pecador, tendré que seguir en este 

estado? Quiero confesarme. 

Y seguía llorando. 

Al día siguiente fueron tantos los que recibieron la sagrada hostia 

1 1.ª Cor., IX, 16-17. 
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que llenaron varias veces seguidas el comulgatorio y se observó después en muchísimos una grande y duradera reforma religiosa y moral. 

La gente de los pueblos admiraba a los alumnos del Oratorio tan despabilados, piadosos y de tan buenas costumbres, que por la tarde 
divertían a todo el pueblo y por la mañana se acercaban a comulgar. 

Don Bosco, entretanto, preocupado continuamente por sus jóvenes, se mezclaba con ellos en los recreos, y cuando emprendían la 
marcha, les iba dirigiendo a cada paso alguna palabra que les recordaba a Dios, a la Virgen, o una virtud a practicar. Su porte era siempre 
el de un santo. 

La gente, que veía sus continuos cuidados paternos, concebía gran estimación por los sacerdotes, y eran muchos los padres que se 
animaban a confiarle sus propios hijos para que los educase. Los chicos de aquellos pueblos estaban entusiasmados y se agolpaban a 
alrededor de la comitiva del Oratorio, atraídos por las buenas y afectuosas maneras de don Bosco, por las amables y eficaces palabras que 
sabía dirigirles. Parecía el buen Jesús cuando exclamaba: Sinite parvulos venire ad me (Dejad que los pequeños vengan a mí). Más aún, 
había quienes seguían la comitiva durante todo el día participando en la comida, en las diversiones, en las prácticas piadosas, y al 
atardecer ((753)) volvían a sus casas; algunos no sabían separarse de sus nuevos amigos y, al término de la jornada, se hospedaban con 
ellos. Más de uno acompañaba de etapa en etapa a la alegre tropa durante varios días, arreglándose como podía por las alquerías, cuando 
no encontraba sitio en la casa del huésped. Algunos prolongaban la marcha con don Bosco hasta el fin de la excursión y, al llegar a Turín, 
ya no querían volver a sus casas. 

Escribió el canónigo Jacinto Ballesio: «Don Bosco hacía de este modo, durante estas poéticas excursiones su redada, pescaba a los 
chicos de aquellas aldeas, los impulsaba al bien para hacerlos instrumentos de sus santas empresas. Tenía en esto un criterio fino y 
delicadísimo». Y lo aplicaba especialmente a sus alumnos internos. Estos, uno tras otro, iban a porfía por acompañarlo en aquellas 
larguísimas caminatas y tenían tiempo y oportunidad para abrirle su corazón; y con la íntima familiaridad con que los tenía atados, no le 
ocultaban nada de lo que habían hecho o pensado, oído o visto. A veces dedicaba todo el tiempo a dialogar con un solo muchacho. Su 
conversación giraba casi siempre en torno a la vocación o a la manera de llegar a conocerla. En efecto «sabiduría del cauto es atender a su 
conducta; la necedad de los tontos es engaño, es decir, sale fuera 
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de camino y lo equivoca, descarriada por la pasión, por la vanidad, por el interés». Así dicen los Proverbios 1. 

íCuántas conmovedoras anécdotas se podrían contar! Narra un sacerdote que un día de su primer año de clérigo, don Bosco, después de 
mandar adelante toda la comitiva hacia Passerano hasta el castillo del conde Radicati, le invitó a quedarse con él para acompañarlo, 
alguna hora después, hasta llegar a la casa de aquel mismo ((754)) señor. Estando en la cumbre de una colina, decíale don Bosco que 

muchos de sus jóvenes marchaban por el camino de la virtud, pero que muy pocos se quedarían en el Oratorio. 

Entonces aprovechó su acompañante la ocasión para preguntarle: 

-Y yo perseveraré en la Congregación? 

Y después de unos instantes, al ver que, absorto en profundos pensamientos, no contestaba, añadió: 

-Dígame siquiera si seré siempre bueno. 

Entonces don Bosco, sonriendo, contestó a las dos preguntas: 

-íSí, sí! 

La mente de don Bosco andaba siempre pensando en la gran necesidad que tenía de numerosos ayudantes; tanto más que era muy cauto 
para hacer una invitación, cuando no estaba seguro de una vocación. Más aún, si le parecía que un joven estaba llamado por Dios a seguir 
otro camino, para su mayor gloria, no vacilaba en notificárselo. En efecto, el año 1860, y precisamente el 28 de octubre, dijo don Bosco a 
Domingo Ruffino: 

-Los clérigos Duino y Becchio no están llamados para quedarse con nosotros. Su vocación sería la de hacerse dominicos. Yo les di este 
consejo; pensaron en ello, pero no fue de su agrado. Por eso recomendé y entregué a Duino a su Obispo, que lo recibió de buen grado en 
el Seminario de Pinerolo. 

A los que pedían quedarse con él, solía someterlos a algunas pruebas. 

Durante una de estas excursiones, Jerónimo Suttil había solicitado con ahínco, como ya otras veces, que lo recibiese don Bosco entre 
sus Salesianos. Contestábale don Bosco: 

-Pero, cómo vas a acostumbrarte a las mortificaciones, a las humillaciones, a los trabajos y a las estrecheces que tiene que padecer un 
Salesiano? 

1 Proverbios XIV, 8. 
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-Póngame a prueba, decía el joven, y verá cómo soy capaz de soportarlo todo.
((755)) -No lo lograrás, te lo repito.
-Póngame a prueba.
-Pues bien, te tomo por la palabra, añadió don Bosco.
-íAcepto!
A partir de aquel momento, don Bosco no le dijo nada que aludiese a aquella especie de desafío; pero cuando fue a Buttigliera para


saludar a la Condesa bienhechora de siempre y pasar allí el día, lo sometió a prueba. 
Había una mesa suntuosa preparada en una magnífica sala para don Bosco y los más notables de la compañía, y el joven Suttil, 

habilísimo pianista, comenzó a tocar algunas piezas difíciles, tan estupendamente que obtuvo grandes aplausos. 
Llegó la hora de la comida. El grueso de la comitiva tenía su puesto preparado en una sala de la planta baja. 
Suttil solía sentarse a la mesa de honor. Mandóle llamar don Bosco y le dijo: 
-Escucha: necesito que tú, que eres hombre de juicio, me hagas un favor. Vete abajo, asiste a los muchachos; díles que coman con 

libertad, pero que no alboroten ni se excedan en la comida y en la bebida. Si tú estás con ellos, yo quedo tranquilo. Y tú comerás con 
ellos. 

Suttil no respondió palabra y bajó las escaleras. Estaba serio; se sentó a la mesa, pero pronto se levantó y se paseaba arriba y abajo por 
entre las mesas, mientras los chicos comían alegremente. Se esforzaba por aparentar tranquilidad; pero no pudiendo ya ocultar la tristeza 
y el despecho que le agitaban, salió al patio y siguió paseando solito. 

-Qué le pasará a Jerónimo? -decíanse unos a otros los muchachos-.Estará enfermo? Habrá tenido algún disgusto? íNo es el de siempre! 
((756)) Terminado el banquete, bajó don Bosco con los otros señores y se mezcló con los muchachos, los cuales le contaron que 

Jerónimo no había comido y estaba triste. Acercósele don Bosco. 
-Qué te pasa, querido? Te han hecho algún agravio los compañeros? Estás malo? 
Suttil no contestaba, pero después de unas cuantas preguntas más de don Bosco, haciendo un esfuerzo salió con estas palabras: 
-Se lo digo con franqueza: el verme excluido de la compañía de sus acostumbrados comensales, ha sido para mí un golpe demasiado 

fuerte. 
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-íAh!, exclamó don Bosco; no me habías dicho que te pusiera a prueba? 

-Aquel joven alzó los ojos, que hasta entonces había tenido clavados en el suelo, miró a don Bosco, se echó a reír y respondió: 

-Si me lo hubiese dicho, me hubiera puesto en guardia y habría resistido el golpe. 

-íBravo; íSi lo hubieras sabido, ya no era una prueba! 

-Tiene razón. 

Y siguió riendo, recobrando su jovialidad. 

Este joven no fue aceptado en la Congregación; fue a Francia y, de vuelta después de muchos años al Oratorio, murió en medio de los 
Salesianos. 

También en aquel año de 1860, después de haber vuelto don Bosco a I Becchi, y visitado la querida tumba de Mondonio, se acercó a 
Chieri, donde había preparado el banquete la señorita Pozzo. 

Desde aquí envió a Turín al joven Pablo Albera con un compañero, para comunicar a don Víctor Alasonatti que no llegaría la comitiva 
al Oratorio aquella tarde. 

Después de la comida, con todo el equipo de músicos y demás jóvenes, prosiguió la marcha por la acostumbrada carretera provincial de 
Turín, pero cuando estaba a poca distancia del Santuario de la Virgen del Pilar y del Po, torció a la derecha y subió a Pino Turinés. Allí 
estaba ((757)) de párroco don Santiago Aubert con quien le unía una antigua amistad. Desde el 1845 ejercía el sagrado ministerio en 
aquella parroquia rural y había descubierto la vocación de algunos jovencitos y los había encaminado a la carrera eclesiástica. Aquí 
conoció al jovencito Del Mastro, al que envió al Cottolengo para estudiar con los Tomasinos, que a la sazón no pasaban de diez. Y Del 
Mastro llegó a ser un santo y docto párroco. 

Vivía también en Pino la familia Ghivarello, cuyo hijo Carlos era alumno del Oratorio hacía algunos años. A menudo, cuando los 
condiscípulos de Carlos iban a Chieri, pocos o muchos, hacían allí una breve parada y eran tratados con generosa cordialidad. Entre los 
diversos amigos, que tenía don Bosco en este pueblo, había un anciano campesino y rico propietario. Este, por cierto equívoco de 
palabras, que juzgaba ofensivas a su honor, guardaba algún rencor al párroco y había roto hacía ya unos años toda relación con él; 
esquivaba las ocasiones de encontrarle y hablar. Pero don Bosco meditaba la manera de cómo lograr una reconciliación. Pues bien, aquel 
hombre, tozudo, pero no malo, le había invitado aquel año para que fuera con sus muchachos a Pino y pasar con ellos todo el día en su 
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casa. Había aceptado don Bosco e iba de buena gana, movido por sus santos fines. El viejo, fuera de sí por la alegría, preparó una buena 
cena, los jóvenes ejecutaron sus piezas de música y representaron una función teatral. Allí pasaron la noche. Hizo don Bosco todo lo 
posible para ganarse el corazón de aquel hombre. Después buscó la ocasión para llegar al tema y logró en algún momento llevar la 
conversación a la necesidad de hacer la paz y de la dulzura que se encuentra en ella. El viejo repetía que quería perdonar al párroco, pero 
que no se sentía con valor para volver a entablar relaciones con él, y don Bosco le decía: 

-Entonces, hasta cuándo quiere usted seguir así? Está ((758)) con un pie en la sepultura y quiere comparecer ante el tribunal de Dios 
con esos rencores? Por qué no volver a ser amigo del párroco, que después de todo es un hombre de bien, y yo sé que le quiere y habla 
muy bien de usted? 

Pero era inútil. El viejo seguía en sus trece y no daba el brazo a torcer. 

Al marcharse a la mañana siguiente, don Bosco invitó a su huésped a acompañarlo un trecho; y, sin que él se diera cuenta ni pudiera 
después escabullirse, hizo que su comitiva se encaminara hacia la casa parroquial so pretexto de tocar una serenata bajo su ventana, como 
lo pedían las circunstancias. Llegados allá, el párroco que estaba avisado de antemano, salió al encuentro de don Bosco y le invitó a 
entrar en casa. Al viejo se le hizo cuesta arriba, pero no pudo zafarse a la invitación que, alegre y cordialmente, se le hacía y penetró en la 
rectoral donde fue recibido con toda suerte de atenciones. Había preparado el párroco su mejor vino y pidió al anciano que volviera a 
honrarle con su amistad. Ante tales ruegos y las nuevas y repetidas instancias de don Bosco, no supo resistir, hizo las paces y de esta 
manera vio ampliamente compensada la hospitalidad concedida a don Bosco. 

Al caer de la tarde, entraba en el Oratorio la feliz comitiva. 
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((759)) 

CAPITULO LVI 

INNOVACIONES EN LOS DORMITORIOS -NUEVO PROGRAMA PARA LA ACEPTACION DE ESTUDIANTES -OCUPACION 
DE LA CASA FILIPPI Y DESCRIPCION DE LA MISMA -UN PUENTE DE MADERA -DIVERSOS MOTIVOS PARA LA 
ADMISION DE ALGUNOS ALUMNOS EN EL ORATORIO; UNA INVITACION DE DON BOSCO; UNA ORACION 
ESCUCHADA; EL TOQUE DEL AVEMARIA Y UNA VOZ CONSOLADORA -FANTASIAS FATIDICAS Y CONSOLADORAS 
DE DOS JOVENES -LA VIRGEN Y EL DON DE LA MEMORIA -EXAMENES Y CALIFICACIONES DE LOS CLERIGOS 
-SOLEMNE LECTURA DEL REGLAMENTO DEL ORATORIO -COMIENZO DE LAS CLASES Y PRIMERA LECCION DE LOS 
PROFESORES -BOLETIN DE CALIFICACIONES TRIMESTRALES -DOS AVISOS A LOS CLERIGOS 

EN el Oratorio se hacían los preparativos para la inauguración del curso escolar 1860-61, con mayores gastos que en años anteriores. 

Se uniformaron las camas de los alumnos en los dormitorios ya que, hasta entonces, unos dormían en camitas llevadas de sus casas, 
otros en un catre. Había quien colocaba el jergón o el colchón sobre tablas sostenidas por caballetes de madera o de hierro y hasta alguno 
se conformaba con un jergón de paja sobre el pavimento. Escribió José Reano: «Fue la señora Rópolo, madre de un alumno, quien dio el 
primer impulso a esta reforma. Llegó al Oratorio, se encontró con don Bosco y después de hablar con él sobre su hijo y sus estudios, le 
dijo con franqueza: 

((760)) -Don Bosco, he visto las camas de los dormitorios; son muy pobres; por qué no pone camas de hierro? 

Contestóle don Bosco: 

-En cuanto me toque el gordo de la lotería pondremos bonitas camas de hierro en todos los dormitorios. 

Necesitaba más de cuatrocientas y el gasto era serio. 

Mas he aquí que, pocas semanas después de aquella conversación, don Bosco encargó al señor Chiusani, que tenía un taller junto a las 
fuentes de Santa Bárbara, que fabricara y llevara al Oratorio 
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veinte camas de hierro cada semana, hasta que cada alumno tuviese la suya. En unos meses quedó satisfecho el deseo de la señora 
Rópolo. Desde luego don Bosco no había obtenido ningún premio de la lotería, pero había pasado la Divina Providencia. En efecto, las 
camas estaban pagadas. 

Esta innovación, que comenzó por los dormitorios de los estudiantes, obligó a don Bosco a redactar un nuevo prospecto para la 
admisión de alumnos, cuyos padres solicitaban su ingreso en el Oratorio para cursar estudios. Y como las peticiones eran muchas y se 
necesitaba una garantía, que diera tiempo para conocer la condición y las intenciones de los padres y las disposiciones de los alumnos, 
por su conducta moral e intelectual, impuso una cuota fija para los dos primeros meses de estancia en el Oratorio. Era una medida 
necesaria para impedir que corrieran a cargo del Oratorio los que no merecían disfrutar de la beneficencia. Claro que don Bosco, movido 
por su caridad, sabía hacer muchas excepciones. 

He aquí las condiciones que imprimió y distribuyó; eran las siguientes: 

PARA LOS APRENDICES 

1. Ser huérfanos de padre y madre. 
2. Tener doce años cumplidos y no pasar de los dieciocho. 
3. Ser pobres y desamparados. 
((761)) PARA LOS ESTUDIANTES 

1. Haber terminado los estudios elementales y querer cursar el bachillerato. 
2. Ser recomendables por su capacidad intelectual y conducta moral. 
3. Hacer una prueba de dos meses, con veinticuatro liras mensuales de pensión, después de los cuales se tomará una decisión definitiva. 
DISPOSICIONES GENERALES 

1. Está rigurosamente prohibido a los alumnos guardar dinero consigo. El que lo tenga, entréguelo al Prefecto de la casa; éste lo 
devolverá, a petición, según la necesidad. 
2. Todo pago, cualquiera que sea según lo convenido, debera hacerse por trimestres anticipados. 
3. El Centro proporcionará a los alumnos cama de hierro con jergón. Toda otra prenda de vestir y la ropa de cama corren a cargo de los 
alumnos, a excepción de quienes hagan constar su imposibilidad, por pobreza. 
Por aquellos días entró don Bosco en posesión del inmueble que le había vendido la familia Filippi. Se trataba de un cuadrilátero 
irregular de terreno, separado del patio del Oratorio por una tapia. 

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Al mediodía se extendía un cobertizo a todo lo largo de la calle de La Jardinera, y en el extremo de éste, a levante, abríase un portón para 
los carros. En el lado que formaba ángulo con esta puerta, se veían las cuadras con los pajares, donde muchos vagabundos solían 
pernoctar, y un lienzo de pared. Al norte, casi en línea recta con el cuerpo principal del Oratorio, se levantaba una casa de planta baja y 
dos pisos. La planta baja estaba destinada a fábrica de seda. Tenía treinta y cinco metros de larga y siete y medio de ancha por casi once 
de altura. En sus dos extremidades salían dos alas de la misma altura, de trece metros de anchas, y se extendían paralelamente hacia el sur 
en una longitud de ocho metros, y ((762)) encerraban una plazoleta de nueve metros y medio de anchura. Se llegaba al edifico a través de 
un sendero flanqueado por tupidos y altos setos. 

Pero don Bosco no pudo utilizar de momento, del nuevo edificio recién adquirido, nada más que el piso superior que destinó a 
dormitorios. Las habitaciones inferiores estaban todavía ocupadas por los antiguos inquilinos; y el cobertizo, las cuadras y el patio por el 
señor Visca, hasta el vencimiento de sus alquileres. Por consiguiente, durante más de un año, no se derribó la tapia que dividía los dos 
inmuebles. Debido a esto, se construyó a la altura del último piso un puente provisional, de vigas y tablas, para pasar de uno a otro 
edificio. Por debajo del mismo había un camino que conducía al prado anejo a la finca por su lado posterior. Como quiera que entre las 
dos casas había una distancia de siete metros, los alumnos, tomando aquel espacio como si fuera un estrecho de mar, y ese nombre le 
dieron, apodaron al nuevo edificio con la palabra que se hizo famosa, Sicilia, por estar separado del cuerpo principal de la casa, es decir, 
del «continente». 

Muchos jóvenes estaban persuadidos de que el mismo Dios les había preparado aquel refugio con su amorosa misericordia, dándoles de 
ello, en su opinión, una prueba evidente. Otros, que la Virgen les había concedido aquella gracia tan grande y los había llevado como de 
la mano para enriquecerlos con sus bendiciones. Bastantes de ellos se encontraban en el Oratorio atraídos de una manera admirable por 
una invitación del Siervo de Dios y de María que sentíanse suavemente obligados a aceptar. 

Comenzando por estos últimos, expondremos un hecho sencillo, que de diversas maneras se repitió cientos de veces al correr de los 
años, tal como nos lo contó una buena madre. 

El año 1860 llegó a Turín la señora Rosa Rostagno, hija de los Masino, procedente de Pinerolo, con su hijo ((763)) Severino, de quince 
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años. Después de despachar algunos asuntos, se presentó a don Bosco, a quien deseaba conocer. Quedó encantada de su afabilidad: tomó 
aparte a Severino y le dijo al oído algunas de aquellas palabras misteriosas, que obraban tantas maravillas. Ella, que había quedado a 
cierta distancia, no podía oír, pero quedó asombrada al ver el efecto que hacían aquellas palabras en su hijo. Había quedado como 
arrobado, electrizado. Partieron los dos del Oratorio felices de haber visto a don Bosco. 

Pero el hijo mantuvo el secreto de las palabras de don Bosco y no quiso revelarlas nunca a nadie, llevándose consigo a la tumba su 
secreto. Ni la madre pudo penetrarlo. 

Al despedir a Severino, don Bosco le dijo: 

-Escríbeme alguna vez, y yo te contestaré. 

El jovencito titubeaba en escribirle; pues, enfermizo como era, iba algo retrasado en los estudios y le ruborizaba la idea de no saber 
escribir bien. 

La madre le instaba, y él se echaba para atrás, aunque afirmaba que tenía un sinfín de cosas que decir a don Bosco. 

-Pues bien, concluía la madre, hazte cuenta de que estás delante de don Bosco y le escribes como si le hablaras. 

Por fin rindióse a la idea Severino y escribió a don Bosco, el cual le contestó en los términos siguientes: 

Queridísimo amigo mío: 

Me ha gustado mucho tu carta. Si tú experimentaste un gran consuelo por el poco rato que estuvimos hablando, qué alegría sera la 
nuestra cuando, con la ayuda de Dios, vivamos para siempre felices en el cielo, donde a una voz alabaremos a nuestro Creador por toda la 
eternidad? 

((764)) Animo, pues, amigo mío; manténte firme en la fe, crece cada día mas en el santo temor de Dios; guardate de los malos 
compañeros como de serpientes venenosas, frecuenta los sacramentos de la confesión y comunión; sé devoto de la Santísima Virgen y 
ciertamente serás feliz. 

Cuando te vi, me pareció descubrir en ti algún designio de la divina Providencia; todavía no te lo digo; si vienes otra vez a verme, 
hablaré mas claramente y sabrás la razón de ciertas palabras que te dije entonces. 

Que el Señor os conceda, a ti y a tu madre, salud y gracia; reza por mí que de corazón soy tu 

Turín, 5 de septiembre 1860. 

Afectísimo amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Al señor Severino Rostagno, estudiante, calle del Pino, casa Valetti. Pinerolo. 

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Después de recibir Severino esta carta, estaba impaciente por ir a ver a don Bosco, pero la madre, por sus quehaceres, tardaba en 
llevarlo. Por fin, la víspera de la fiesta de san Severino, dijo el jovencito a su madre: 

-Como regalo del día de mi santo, llévame a ver a don Bosco. 

La madre le dio ese gusto. Al día siguiente, fue a Turín, habló largo y tendido con don Bosco y concluyó instando a su madre para que 
confiase a don Bosco su educación. Había dificultades, pero fueron vencidas con la siguiente carta: 

Carísimo en el Señor: 

Si como buen militar tienes el valor de aguantar la pensión ordinaria, te la daré gratuita, pero dejando a cargo de tu madre los gastos 
menudos de los libros y ropa; para lo que se necesita de equipo, pregunta a los que ya han estado aquí con nosotros. 

((765)) Si esto te va bien, ven pronto y trabajaremos de todo corazón para el bien de tu alma. 

Dios te bendiga, y créeme tuyo 

Turín, 9 de octubre 1860 

Afectísimo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

Aquel joven voló al Oratorio. 

A estas invitaciones se unían las inspiraciones de la Virgen. 

Enrique Bonetti, de veinticuatro años, natural de Caprino, provincia de Bérgamo, después de vestir la sotana tuvo que dejarla más tarde 
ante una gravísima dificultad que se atravesó en su camino hacia el sacerdocio. Hubo, por tanto, de buscar el pan con el fruto de su 
trabajo y llegó a Turín, donde encontró un empleo. Pero las antiguas aspiraciones, que seguían vivas en él, la compañía de gente 
descreída y viciosa en la casa donde vivía, la obligación de prestar servicio en su trabajo en los días festivos, las dificultades que 
encontraba para el ejercicio de las prácticas de piedad, le hacían penosa la vida. Estaba ocupadísimo durante toda la semana, y cuando 
tenía media hora libre iba al Santuario de Nuestra Señora de la Consolación para suplicar a su dulcísima Madre que le concediera pronto 
poder retirarse de los peligros del mundo. 

La Virgen escuchó sus fervientes deseos. Un domingo por la tarde encontrábase más triste que de costumbre y para distraerse se 
encaminó por una de las alamedas próximas al Oratorio. De pronto llegó a sus oídos un fuerte, alegre y confuso griterío juvenil. Paróse 
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un instante ante la iglesia de san Francisco de Sales, bajó la cabeza hondamente conmovido y dijo llorando: 

-Qué felices deben ser estos muchachos. 

Preguntó entonces a un viandante, que pasaba por allí, qué centro ((766)) era aquél con tanto sabor a fiesta, y le contestó: 

-El Oratorio de don Bosco. 

Sin más, pidió que le dejaran entrar, se presentó a don Bosco, abrió su corazón al hombre de Dios y le manifestó que las estrecheces de 

su familia no le permitían pagar la pensión en el Seminario. Fue aceptado, entró algún tiempo después a vivir entre los felices moradores 
del Oratorio y a los pocos meses declaró su deseo de consagrarse enteramente para toda su vida a la obra del Oratorio. 

Don Bosco que conoció la virtud, el talento y la ciencia de aquel joven, no sólo le condonó toda la pensión, sino que le proveyó de todo 
lo necesario para vestir y estudiar. 

Enrique Bonetti fue un verdadero tesoro para el Oratorio, llegó al sacerdocio y, lleno de gratitud, no se cansaba de contar el beneficio 
que le había concedido la Virgen. 

Otro joven de la misma edad que Enrique Bonetti, pero de distinta provincia, manifestó un día a un sacerdote de su confianza la 
inclinación que sentía para ingresar en alguna Orden o Congregación religiosa, pero que, por un motivo o por otro, no daba con una que 
cuadrase con su temperamento. 

Contestóle aquel sacerdote: 

-Pues mira; la Virgen te quiere tanto que, si no encuentras una Orden o Congregación que te guste, inventará una para ti, y que sea de tu 
gusto. Ya verás si no es cierto lo que te digo. 

Con que un día de fiesta iba aquel joven, que deseaba sinceramente conocer la voluntad de Dios en torno a su porvenir, a rezar el 
rosario ante el altar de la Virgen en la iglesia de su pueblo. Pedía a la Santísima Virgen María que le iluminase para conocer su vocación. 

((767)) Se retiró a descansar y, al amanecer, cuando todavía no estaba bien despierto, mientras sonaba la campana del alba, oyó una voz 

clara, que le decía al oído: 

-Vete a L... y encontrarás a don Bosco. 

Se levantó el joven con aquellas palabras grabadas en la mente. Había oído hablar de don Bosco más de una vez; un día había ido a 
Turín para pedirle consejo, pero no le encontró; le conocía como fundador del Oratorio, pero no sabía nada de la Pía Sociedad de San 
Francisco de Sales. No conocía en su pueblo a ningún amigo de don 
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Bosco; le parecía más fácil ver al Papa en su pueblo que a don Bosco, tan a trasmano pillaba su comarca. 

Fue en seguida a confiar el extraño fenómeno de la voz que había oído a tres buenos amigos suyos, los cuales le dijeron: 

-El pueblo de L... no dista de aquí más que una hora y puedes fácilmente resolver esa quimera... 

Le pareció bien al joven y al día siguiente fue a L..., acompañado de uno de los tres amigos. 

Como no conocía al párroco, se encaminó a casa de un viejo capellán, que había sido maestro en su pueblo, el cual le recibió 
cordialmente. Preguntóle si tenía noticias de don Bosco y el capellán dijo que no, pero añadió que el arcipreste estaba en relación con el 
fundador del Oratorio de Turín. Fue entonces a ver al párroco y, al decirle que en Turín no había encontrado a don Bosco en casa, con 
gran maravilla oyó decir al párroco: 

-Don Bosco estará aquí dentro de ocho días. 

Rebosando alegría volvía a su pueblo. Se encontró con los dos amigos, que salían a su encuentro, riendo por la supuesta desilusión, y 

todavía lejos, le gritaron: 

-Con que viene don Bosco? 

Y el joven en son de triunfo respondió con su acompañante: 

((768)) -íSí, viene, viene! 

La realidad elevó al colmo su estupor. Tan pronto como llegó don Bosco, se le presentó el joven. Miróle a la cara el siervo de Dios y le 

preguntó: 

-Cómo te llamas? 

El joven le dijo su nombre, y al fin concluyó: 

-Ven conmigo a Turín. 

Y él, sin más consideraciones, lo siguió. Nótese que, ni entonces, ni después, reveló a nadie más la misteriosa voz que había oído 

mientras sonaba la campana matutina. Y, llegado al Oratorio, encontró allí la Congregación que la Virgen había preparado también para 
él, a la medida de sus inclinaciones, y en ella vive feliz. 

Varios jovencitos recibieron una gran satisfacción y estímulo para hacer el bien con ciertas fantasías muy consoladoras, que sin guardar 
relación alguna con ideas preconcebidas, se ofrecieron de repente a su imaginación. 

Frecuentaba las escuelas públicas un muchacho de gran talento y feliz memoria. Sujetábase con dificultad a la disciplina y era 
negligente en el cumplimiento de sus deberes. Hablando una tarde su padre con algunos amigos sobre el comportamiento de su hijo, 
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poco amigo de estudiar, y de su escasez de recursos, que no le permitían enviarle a un colegio para una completa educación e instrucción, 
diéronle éstos noticias de cierto sacerdote que había abierto un hospicio en Valdocco, donde con pocos gastos los alumnos obtenían buen 
resultado. Presentábales el padre la dificultad de que su hijo no se conformaría con esta determinación, pero éste, que estaba presente, 
dijo de pronto: 

-Papá, póngame allá y verá como sí que estaré conforme. 

Pero el muchacho, después de reflexionar sobre su promesa, e impresionado por la inminente pérdida de su ((769)) libertad, al quedar 
encerrado entre cuatro paredes, fue a dormir. Aquella noche soñó. Le pareció que se encontraba en medio de un patio con unos papeles en 
las manos; que veía a muchos chicos aplaudiendo a un sacerdote que estaba en el balcón de una casa; y que él subía las escaleras e iba a 
besar la mano a aquel sacerdote. 

Algunos meses después entraba en el Oratorio. Había olvidado por completo el sueño y con alguna dificultad se adaptaba a la vida de 
colegio. Todavía no había visto a don Bosco, que había salido de Turín y debía estar ausente unas semanas. Un día le llamó el profesor de 
su clase durante el tiempo de recreo y le entregó un fajo de papeles para llevarlos a uno de los superiores. Mientras bajaba las escaleras 
oyó frenéticos y prolongados aplausos y corrió al patio, aplaudiendo y gritando él también: íviva! 

Don Bosco, que había vuelto de su viaje, estaba asomado al balcón. Hacíase realidad el sueño. El mismo patio, la misma muchedumbre 
de jóvenes, la misma casa, el mismo sacerdote que se le había aparecido; y él con los papeles en la mano. Se acordó entonces de todos los 
pormenores del sueño y, queriendo que se realizara completamente, subió al balcón y besó la mano a don Bosco. Fue este beso como una 
protesta de perpetuo afecto filial, como él mismo nos afirmaba profundamente conmovido, ya avanzado en años. 

Otro hecho parecido pertenece a estos tiempos. El mismo a quien le pasó, nos lo describió en los términos siguientes: 

«Tendría yo entonces diez años. Hacía días que me preocupaba el pensamiento de lo que debía ser en mi vida. Mientras dormía vi a un 
sacerdote, que estaba a la entrada de un magnífico jardín. Me acerqué a la verja y el sacerdote me tomó por un brazo y me invitó 
amablemente a entrar: 

»-Sé cuerdo, me dijo; aquí ((770)) pasarás tu vida. 

»Me hizo tanta impresión aquel sueño que, durante varios días, lo recuerdo muy bien, anduve retirado, devoto y más asiduo a la 
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iglesia. Han pasado muchos años y todavía tengo grabado en la mente el recuerdo de aquella escena. Cuando vine después al Oratorio, 
descubrí en el que me recibió paternalmente al sacerdote del sueño y comprendí muy pronto que el jardín era nuestra Pía Sociedad». 

Serán éstas puras fantasías, que se producían en la mente de jóvenes nacidos y criados en tierras diversas, y coincidiendo todas en 
señalarles un mismo camino, que había de conducirlos a la realización de su vocación? Ellos no las consideraron imaginaciones casuales 
y, alentados por aquellos recuerdos, recibieron las sagradas órdenes y perseveraron resueltamente durante muchos años trabajando en la 
educación de la juventud, que les confiara don Bosco mismo. 

Compañero de éstos fue José Rollini, que ingresó en el Oratorio para seguir sus estudios de pintura en la Academia Albertina, y le cupo 
después la suerte de decorar con su pincel las capillas y la cúpula de la basílica de María Auxiliadora. 

Junto con Rollini entraba en el Oratorio, el seis de noviembre de 1860, Pedro Racca, de Volvera, de diecisiete años de edad. Llevaba en 
su rostro la sencillez de quien ha pasado su niñez en el campo y era a veces burlado a causa de sus modales por algún condiscípulo 
ciertamente menos virtuoso que él. Pero el joven Racca, nunca se quejó; antes, al contrario, lo sufría todo con paciencia; y la constante 
alegría de su rostro demostraba claramente que no sólo no guardaba resentimiento alguno contra los que le hacían burla, sino que los 
quería y se ofrecía para cualquier cosa que fuera de su agrado. Era de escaso talento y memoria poco feliz; y como no había ((771)) 
aprendido bien en la escuela de su pueblo los primeros elementos de latín, sucedía frecuentemente que no sabía la lección en clase, a 
pesar de haber dedicado mucho tiempo a su estudio. El lo sentía mucho, porque aquel fallo podía impedirle seguir los estudios y llegar al 
sacerdocio. Por eso rezaba y acudía a menudo a la Virgen, de la que era fervoroso devoto, para que le ayudara. Y no fue vana su oración. 

En efecto, una mañana, mientras los alumnos aguardaban en el aula al profesor y repasaban sus lecciones, he aquí que entró Racca más 
alegre que de costumbre, de modo que parecía que le había sucedido algo agradable. Preguntóle un compañero la causa de su alegría, y él, 
con toda sencillez, empezó a contarle que en la noche anterior se le había aparecido la Virgen y le había concedido el don de la memoria. 
Al oír aquello, algunos se quedaron admirados, otros se echaron a reír como si tuviera por verdadero lo que era un sueño y efecto de la 
imaginación. No se dio por ofendido el joven, ni replicó. 
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Llamóle a la cátedra el profesor Juan Francesia y recitó la lección tan estupendamente que dejó estupefactos a todos los alumnos. Desde 
entonces ya no tuvo que lamentarse de que hallara dificultad para aprender las lecciones, antes al contrario, empezó a distinguirse entre 
los compañeros por su feliz memoria, más que ordinaria. Creemos que este cambio improviso no puede atribuirse a otra causa más que a 
una gracia singular, que quiso concederle la Virgen, cuya devoción no se cansaba de infundir y recomendar con ardor a todos los que 
estaban en relaciones con él. Tanto más cuanto que aquel don le duró todo el tiempo de su vida, como lo demuestran los estudios 
posteriores, a los que después se dedicó con gran éxito, y dan testimonio de ello todos los que tuvieron ocasión ((772)) de conocerlo de 
cerca, entre ellos el profesor, don Juan Garino. 

Tendremos ocasión de hablar diversas veces de otras gracias extraordinarias, que la Virgen concedió a jovencitos que invocaban su 
maternal auxilio; ahora queremos situar al lector en los comienzos del curso escolar 1860-61. 

El tres de noviembre se presentaron los clérigos a examen en el Seminario. Eran veintidós, y consta en las actas de calificaciones que 
dos obtuvieron egregie (insigne), dieciséis optime (muy bien), tres fere optime (casi muy bien), uno sólo bene (bien). Los maestros 
ordinarios de los alumnos fueron considerados entre los mejores, indicando con ello que los estudios literarios no habían perjudicado a 
los estudios teológicos; y se dispusieron a comenzar las clases. El reglamento de la casa, todavía sin imprimir, fue leído solemnemente a 
los alumnos, estando presentes todos los superiores con don Bosco. Además, en cada una de las aulas, la primera hora de clase estaba 
dedicada a dar una lección sobre la importancia de los estudios, los medios para lograr ventajosos y duraderos progresos, la necesidad y el 
mérito de una buena conducta, la obediencia para corresponder a los cuidados de los profesores, sin olvidar los puntos principales, a 
saber: la eterna salvación del alma, el amor a la Iglesia, la obediencia al Papa y la vocación al sacerdocio. Los profesores, cualquiera que 
fuese la materia que trataran, hablaban animados por el espíritu de don Bosco. Siempre hacían digna mención de él. El clérigo Anfossi, al 
concluir su lección, exclamó ante sus discípulos del segundo curso de bachillerato: 

-íVosotros, amigos, estáis reunidos, para vuestra gran dicha, en el Arca de la preservación! En esta casa os preparó el Señor un padre, 
un siervo suyo para vuestra custodia. Con luz divina os apartará del mal, del abismo de perdición; con su santidad hará que os enamoréis 
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de Dios y de su inmaculada ((773)) Madre, él os transformará en ángeles en la tierra, dignos del triunfo que os espera en el cielo. 
íAfortunados vosotros! Pero, a esta bendición debe contribuir vuestra firme voluntad. 

En estas palabras compendiaba él la opinión de todos los moradores del Oratorio acerca de las virtudes de don Bosco, que ofrecía a los 
jóvenes un conciso programa para aprovechar con mérito y fruto el año escolar. 

Las papeletas destinadas a dar cuenta a las familias de las calificaciones trimestrales de sus hijos, firmadas por don Bosco, estaban 
encabezadas con dos versículos de la Biblia. Al lado derecho se leía: 
Initium sapientiae timor Domini: el principio de toda sabiduría es el temor de Dios (Salmo 110). -Y en el izquierdo: Quae in juventute tua 
non congregasti, quomodo in senectute tua invenies?: Lo que no recogiste en la juventud, cómo podrás disfrutarlo en la vejez? (Ecles. 
XXV, 5). 

Dos advertencias hacía don Bosco también a los clérigos para mantener el buen espíritu en la Casa. Formulaba la primera con esta 
sentencia de san Vicente de Paúl: -Una comunidad que observa con exactitud el silencio a la hora establecida, es ciertamente fiel a las 
demás constituciones; si por el contrario, cada cual habla a su talante, de ordinario no se observan ni las reglas, ni el orden. 

La segunda la repetía recomendando la asistencia de los muchachos: -Cuando no tengáis ninguna ocupación, dad cada día durante el 
recreo una vuelta por los corredores y las escaleras, tendréis el mismo mérito que si hubieseis salvado una alma. 
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((774)) 

CAPITULO LVII 

SUPLICAS DE SUBSIDIO A LOS MINISTROS DE GOBERNACION Y DE LA GUERRA: RESPUESTAS -LA MULTIPLICACION 
DE LOS PANES -UNA CURACION MARAVILLOSA-ANUNCIO DE LA FUTURA MUERTE DE UN GRAN PERSONAJE 
POLITICO -DON BOSCO PREDICE EL PORVENIR A ALGUNOS ALUMNOS 

A fines de octubre, dirigióse don Bosco en demanda de una subvención al Ministerio de Gobernación, que mandó se le contestara en los 
siguientes términos: 

Turín, 1 de noviembre 1860. 

MINISTERIO DE GOBERNACION -División 5.ª, N.° 3.435 

Ha llegado a este Ministerio la apreciada carta del sacerdote don Juan Bosco, en demanda de una subvención en favor de la benéfica 
Casa, dirigida por el mismo, llamada Oratorio de San Francisco de Sales, en Valdocco. 

El que suscribe siente mucho tener que declarar que los límites puestos al balance de este Ministerio para el ejercicio del año corriente, 
no le permiten, como sería su deseo, atender la súplica, cuya finalidad no necesita palabras de encomio. Sin embargo, se precia el 
firmante de prevenir desde ahora al benemérito don Juan Bosco que al fin del año, si resultare en el balance algún superávit, podrá ser 
decretada sobre él una asignación en favor de la mencionada ((775)) Casa, y que se renovará también al año próximo, siempre que se 
verifique algún ahorro sobre las cantidades destinadas a la correspondiente categoría. 

Por el Ministro, 

C. SALINO, Secretario 
Presentó otra petición al Ministro de la Guerra, Manfredo Fanti, lugarteniente general. 

Excelencia: 

El sacerdote Juan Bosco, Director del Instituto de San Francisco de Sales, en Valdocco, recurre respetuosamente a Su Excelencia en 
demanda de una subvención de ropas para los muchachos pobres internados en esta Casa. Son unos cuatrocientos 
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y necesitan de todo, particularmente guardarse del frío en la estación del invierno que se avecina. 

Cualquier prenda de vestir o de ropa blanca, mantas, sábanas, camisas, gabanes, chaquetas, pantalones, zapatos, aunque deteriorada y 
rota, será recibida con la mayor gratitud. Cualquier trapo, cosido con otro, nos sirve para guardar del frío a un muchacho pobre. 

Con este favor S. E. prestaría auxilio también a algunos muchachos, enviados por este Ministerio a esta casa, y el suplicante aceptaría 
de buen grado a otros que le fueren recomendados por Su Excelencia. 

Con plena gratitud y esperanza se profesa, 

Su humilde y seguro servidor 1860. JUAN BOSCO, Pbro. 

El Ministro satisfizo su petición. 

MINISTERIO DE LA GUERRA 

Turín, 5 de diciembre 1860 

Dirección general de la Administración militar, N.° 7.818 

Este Ministerio, conmovido ante la petición que usted presenta, para que le sea suministrada ropa con que atender ((776)) a los pobres 
internados en ésa, ha dado las oportunas disposiciones al almacén de mercancías, para que le sean entregadas las piezas que se indican al 
margen. 

Puede por tanto proceder a recogerlas, depositando recibo al Director de dicho almacén. 

Por el Ministro
INCISA


Pantalones de paño usados, 304.
Chaquetas afelpadas, 100.
Camisas de algodón, 107.
Pares de calcetines lana, 1.000.
Pares de zapatos, 150.
Mantas lana fuera de uso, 140.
Mantas grises usadas, 40.


El recibo, con el testimonio de agradecimiento, va firmado por el Prefecto, don Víctor Alasonatti. 

Pero, además de la ropa, era necesario el pan que nunca faltaba a los muchachos, porque Dios les socorría hasta de manera prodigiosa. 

El jovencito Francisco Dalmazzo, de quince años, natural de Cavour, había cursado sus estudios en el Colegio de Pinerolo y aquel año 
había sido aprobado para pasar al curso de Retórica. Nos dejó 

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escrito de su puño y letra: «Habiendo yo leído varios números de las Lecturas Católicas, escritas por don Bosco, pregunté quién era este 
sacerdote. Varias personas me contestaron que era un santo sacerdote, que había fundado en Turín un centro para jovencitos. Resolví 
entonces dejar el Colegio donde estaba yo, para sumarme a sus alumnos. Ingresé en el Oratorio el 22 de octubre de 1860, y oí que todos 
mis compañeros hablaban de don Bosco como de un santo y contaban de él hechos extraordinarios y milagrosos. Me contaba, entre otros, 
el clérigo Domingo Ruffino que ((777)) don Bosco había resucitado a un muchacho del Oratorio festivo, para confesarlo; que había 
multiplicado las sagradas hostias y las castañas; y que, una vez fueron los chicos del Oratorio al santuario de la Virgen del Campo, 
guiados por él, y a su llegada repicaron las campanas solas sin mano que las moviera... Esto me persuadió más aún de la santidad de don 
Bosco. Añadiré que mi opinión fue creciendo a medida que me acercaba a él y era testigo de sus virtudes y de las cosas extraordinarias 
que Dios obraba por su medio. Puede bastar el hecho siguiente: 

»Hacía pocos días que yo había ingresado en el Oratorio, pero acostumbrado a la vida regalada de mi casa, no podía adaptarme a la 
comida demasiado modesta de la mesa común y a las costumbres del colegio. Por consiguiente, escribí a mi madre para que viniera a 
buscarme, pues quería a todo trance volver a casa. La mañana destinada para la salida, deseaba ir antes a confesarme una vez más con don 
Bosco. Fui al coro, donde él confesaba, rodeado de un nutrido grupo de muchachos. En aquellos tiempos solíase hacer la meditación 
antes de la misa, que de ordinario celebraba don Víctor Alasonatti. Después de la misa se repartía un panecillo para el desayuno a cada 
uno de los alumnos. 

»Mientras yo aguardaba la vez para confesarme, y se leían en la iglesia los puntos de la meditación, he aquí que llegaron dos mozos, 
encargados de repartir el pan, los cuales dijeron a don Bosco: 

»-No se puede dar el desayuno porque no hay pan en casa. 

»-Y con eso qué?, respondió don Bosco; qué queréis que le haga yo? Id al señor Magra, nuestro panadero, y decid que dé lo necesario. 

»-El señor Magra no quiere dárnoslo; no lo envió desde ayer y no quiere volver a traerlo, y va diciendo que, ((778)) si no se le paga, 
nunca más dará nada. Y es hombre que cumple lo que promete. 

»-Pensaremos en ello y lo remediaremos, contestó don Bosco. 

»Yo oí este diálogo que habían mantenido en voz baja, y, no sé cómo, me invadió el presentimiento de que yo podía presenciar cosas 
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extraordinarias. Los dos empleados de la cocina se retiraron. Entre tanto, llegó mi vez y comencé a confesarme. La misa estaba ya en la 
consagración, y uno de los dos empleados volvió a don Bosco y repitió: 

»-La misa está ya avanzada, qué daremos a los chicos? 

»-íPero!... íQué ganas de molestar tenéis! Dejadme confesar en paz, y ya veremos!, dijo don Bosco. 

»Y añadió: 

»-Id a la despensa y buscad lo que haya, recoged también lo que pueda encontrarse abandonado por los comedores. 

»El mozo se fue y yo seguí mi confesión, sin preocuparme mucho de que pudiera faltarme el desayuno, pues tenía que marcharme para 
Cavour pocos momentos después. Acababa yo de confesarme, cuando por tercera vez volvió el mismo individuo diciendo de nuevo a don 
Bosco: 

»-La misa va a terminar y no hay pan. Hemos recogido todo lo que se encontró y hay unos pocos panecillos, que no bastan para lo que 
se necesita. 

»Y metía prisa a don Bosco, que seguía confesando con toda calma, para que diera las órdenes que pedía el caso. Hízole señas don 
Bosco para que no se apurase y añadió: 

»-Meted en el cesto los panecillos que quedan todavía y dentro de unos instantes iré yo mismo a repartirlos. 

»En efecto, después de confesar al chico que estaba arrodillado a su lado, se levantó y se acercó a la puerta por donde salían los jóvenes 
de la iglesia al patio, que era la que está detrás del altar de la Virgen. Allí se solía repartir el desayuno y delante del umbral estaba ya la 
canasta ((779)) del pan. Yo entonces, repasando en mi mente los hechos milagrosos que había oído contar de don Bosco y, picado por la 
curiosidad, me adelanté a él para ir a situarme en un lugar oportuno, que me permitiera ver bien y observarlo todo a mis anchas. Al salir 
encontré a mi madre a la puerta; llamada por carta a Turín, había venido para llevarme a casa y me dijo: 

»-Ven, Francisco. 

»Yo le hice ademán de que se retirara y añadí: 

»-Mamá, antes quiero ver una cosa, y después iré en seguida contigo. 

»Mi madre se retiró a los pórticos. Yo fui el primero en tomar mi panecillo y al mismo tiempo miré al cesto y vi que quedarían unos 
quince o veinte panecillos, a lo sumo. Después me coloqué, sin ser visto, exactamente detrás de don Bosco en un lugar más elevado, 
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es decir sobre el peldaño, observándolo todo con los ojos bien abiertos. Entre tanto don Bosco se había aprestado a repartir el pan. Los 
muchachos iban desfilando ante él, felices por recibirlo de su mano, y se la besaban al tiempo que él decía a cada uno una palabra o le 
dedicaba una sonrisa. 

»Todos los alumnos, casi cuatrocientos, recibieron su panecillo. Al acabar la distribución, quise examinar de nuevo la canasta y con 
gran admiración, comprobé que había en ella la misma cantidad de pan que antes del reparto, sin que hubieran llevado más panes o 
cambiado la canasta. Quedé atónito y corrí derecho a mi madre que replicaba: 

»-íVamos! 

»Pero le contesté sin más: 

»-Ya no voy; no quiero marcharme, me quedo aquí. Perdóneme haberle causado esta molestia haciéndola venir a Turín. 

»Después le conté lo que había visto con mis propios ojos, diciéndole: 

»-No es posible que yo abandone una casa tan bendecida por Dios y a un hombre tan santo como don Bosco. 

»Y fue éste el único motivo que me indujo a ((780)) permanecer en el Oratorio y más tarde a asociarme a sus hijos». 

De otro prodigio fue testigo el joven Dalmazzo. 

El 10 de noviembre de 1861, acaeció en el Oratorio una curación, de la que dio un amplio informe escrito el caballero Oreglia di Santo 
Stefano: 

«Eran poco más de las seis de la tarde, cuando se me presentó a toda prisa una persona, destinada al servicio de la casa, para avisarme 
de que el joven Modesto Davico, aprendiz de zapatero, había sido atacado de un mal repentino; llevado a la cama por sus compañeros, se 
agitaba y sacudía sentado en ella, sin que fuera posible lograr que se desnudara y se acostase. Acudí corriendo a la cama del joven y, a 
decir verdad, quedé sorprendido de los extraños síntomas producidos por el mal. Lo mismo daba gritos forzados e intempestivos, que 
chillaba y se quejaba prolongadamente o soltaba voces inconexas y palabras sin sentido, que salían de sus labios acompañadas de 
frecuentes contorsiones, con las que oponía resistencia a los que lo asistían. Pareció en algún momento que se calmaba el mal, puesto 
que, invitado a acostarse, se dejó desnudar, mientras se quejaba de un frío extraordinario en los costados y singularmente en las 
extremidades de las piernas. Le acostaron en una cama bien caliente, le abrigaron con varias mantas dobladas, y colocaron a poca 
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distancia de sus pies un calentador, pero él seguía quejándose y gritando que se le dejaba morir de frío. Muy pronto volvió a repetirse e ir 
creciendo su delirio, y, a la par que se desahogaba en gritos desgarradores, hacía esfuerzos por echarse de la cama. Entre tanto el pulso 
acusaba un gran desfallecimiento. Los que lo rodeaban discurrían cuál podía ser su ((781)) mal; decían unos que sería porque no había 
tomado alimento en todo el día, y que serían convulsiones nerviosas; otros pensaban que sería efecto de las lombrices intestinales, que 
con tanta frecuencia afectan a los jóvenes; quién suponía se trataba de una calentura maligna, quién de un flujo de sangre a la cabeza. Yo 
confieso que no entendía el caso y ni ahora tampoco sabría decir de qué enfermedad se trataba. Seguía el enfermo quejándose del 
muchísimo frío que pasaba, aun después de la extraordinaria y repentina transpiración que le tenía empapado de sudor de pies a cabeza. Y 
pedía continuamente, con gran insistencia, que le diesen de beber agua fría para quitarse un estorbo que decía sentir, ya en el estómago, 
ya en la garganta. Pero de nada servían los remedios que se le suministraban. Habían transcurrido dos horas, y el enfermo seguía 
empeorando. Toda la casa estaba asustada por el caso. Creyóse entonces prudente nombrarle al Superior del Oratorio, como para 
recordarle delicadamente a su confesor. Y ello tuvo su buen resultado, pues Davico, apenas oyó el nombre de don Bosco, insistió, aun en 
medio de sus dolores y lamentos en que lo llamaran. Yo, entre tanto, temiendo por su vida, corrí a la iglesia para advertir a algún 
sacerdote que tuviera preparado lo necesario para la unción de los enfermos; y mientras avisaba a don Víctor Alasonatti, entraba don 
Bosco por la portería, cuando serían las ocho de la noche, de regreso de la ciudad. Díjole don Víctor: 

»-Si quiere ver a Davico todavía vivo, corra, porque es un milagro si a estas horas no ha expirado ya. 

»Sonrió don Bosco y contestó: 

»-No, no; Davico no se va todavía; no le he firmado yo el pasaporte. 

»Don Bosco fue a la cabecera del enfermo y yo le seguí. Todos los que estaban en la habitación, superiores y alumnos, rezaban. Davico 
parecía ya en el estertor de la agonía. Se acercó don Bosco a la cama, le miró unos instantes a la cara, vio la gravedad de su estado y, 
((782)) luego, le habló al oído en voz baja, de modo que nadie entendió. Después invitó a los presentes a rezar un Pater, Ave y Gloria a 
Domingo Savio. Todos se pusieron de rodillas. Extendió don Bosco las manos sobre el enfermo y lo bendijo. El joven, que en aquel 
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mismísimo instante deliraba entre espasmódicos dolores, se sentó de pronto en la cama, miró alrededor y, completamente sereno y jovial, 
exclamó: 

»-íEstoy curado! 

»Y volviéndose a don Bosco, preguntó: 

»-Y ahora qué tengo que hacer? 

»-íLevántate en seguida y ven conmigo a cenar!, -contestó don Bosco. 

»Quería don Víctor Alasonatti ayudarle a vestirse, pero don Bosco le dijo: 

»-No, si quiere estar curado, que se levante por sí solo. 

»Los presentes le advirtieron que, dejar sin más la cama tan de repente, sería peligroso por la gran transpiración que todavía 
experimentaba. 

»-No importa, replicó don Bosco; levántate, Davico; Domingo Savio no concede las gracias a medias; levántate y ven a cenar. 

»Al oír estas palabras de don Bosco, todos comprendieron que, al hablar en voz baja al oído de Davico, no había hecho más que 
exhortarle a pedir su curación a Domingo Savio. Yo quise ayudarle a defenderse del aire frío, pero don Bosco me invitó a seguirle 
diciéndome: 

»Déjele arreglarse por sí mismo, que ya es capaz de hacerlo. 

»Para colmo de nuestro estupor, tan pronto como Davico salió de la cama, vomitó todas las medicinas que se le habían dado, de modo 
que no se puede atribuir la curación más que a la intercesión del santo joven Domingo Savio. 

»En cuanto se vistió, todos alegres, y bendiciendo al Señor, bajamos con él al patio donde los alumnos, que se habían enterado de lo 
sucedido, habían acudido para verle. El llevaba todavía en la cabeza el gorro blanco de dormir y hablaba y reía ((783)) con todos. Entró 
en el refectorio, sentóse al lado de don Bosco y cenó con mucho apetito; después, volvió a acostarse. Al día siguiente se levantó con los 

demás, y ahora se encuentra tan bien como antes. íGracias a Dios!». 

La relación está firmada por el caballero Federico Oreglia di Santo Stefano y el clérigo Domingo Ruffino. 

También Francisco Dalmazzo dio amplio testimonio de esta curación repentina; y el mismo Modesto Davico, más tarde sacerdote, nos 

confirmó este hecho, en los últimos años de su vida, atribuyendo su curación a la viva fe de don Bosco. 

Estos hechos atraían hacia don Bosco la continua, reverencial, pero sagaz curiosidad y atención de todos los alumnos, especialmente 
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de los que acababan de entrar en el Oratorio; y muchos escribían todo lo que veían en él de notable y la impresión que les causaban los 
prodigios obrados por él. El mismo Francisco Dalmazzo, ya mencionado, fue testigo de una solemne predicción, que, aquel mismo mes, 
anunció don Bosco. 

El día 11 de octubre de aquel año 1860 declaró el conde Camilo de Cavour, Jefe de Gobierno, ante el Parlamento: 

-Nuestra estrella y norte es lograr que la Ciudad Eterna, en la que veinte siglos han acumulado toda suerte de glorias, llegue a ser la 
espléndida capital del Reino de Italia. 

Don Bosco veía con dolor que la revolución no estaría satisfecha hasta arrebatar al Papa el último jirón de sus dominios, y, poco tiempo 
después, dijo una noche, sin hacer ninguna alusión concreta, que en el próximo año 1861 moriría un gran personaje, un famoso 
diplomático de muerte inexplicable e imprevista y que de ello se hablaría por toda Europa como de un hecho de mucha gravedad. 

Intentaron los alumnos adivinar quién podía ser aquel personaje. Se barajaban diversos nombres, incluso el del Emperador ((784)) de 
Francia, que tenía el mundo en sus manos. Mas los señalados estaban, humanamente hablando, en la flor de la edad y podían vivir todavía 
muchos años. Fue interrogado don Bosco muchas veces, pero siempre mantuvo el más riguroso secreto. Se comprendía, de una manera 
confusa, que don Bosco había hablado para infundir un saludable temor a los castigos de Dios. 

Nadie pensaba en el conde de Cavour, que, a pesar de su robustez y de su temprana edad de cincuenta y un años, a fines del año 1860 
empezaba a padecer de accesos de sangre, que a veces le hacían salir de sus casillas y disparatar. Agotadas sus fuerzas con las agitaciones 
políticas y los pesados trabajos soportados por la causa nacional, estaba poseído de grandísimo temor ante la enorme dificultad de 
dominar la revolución por él desencadenada. Incluso corrieron voces de que quería abandonar el ministerio; pero, recobrado del todo, 
siguió al frente del gobierno del Estado, usando y abusando de su poder. 

Del cumplimiento de esta predicción estaban convencidos los más antiguos de la casa. 

Sigue diciendo la Crónica del padre Ruffino: «El 1 de noviembre, después de cenar, estaba don Bosco en el comedor. Hallábanse a su 
alrededor Jarach, Costanzo, el clérigo Cagliero, Suttil y otros. Todos le preguntaban qué sería de ellos en el futuro. Don Bosco contestó: 
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-Dos de vosotros serán muy malos, y me darán disgustos; otros serán seglares, pero buenos cristianos; otros buenos sacerdotes.
Y pasando la mano, levantada sobre sus cabezas, añadió:
-Y uno de vosotros será Obispo»
.


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((785)) 

CAPITULO LVIII 

NOTAS DE LA CRONICA DE DON DOMINGO RUFFINO -UNA RELIQUIA DE DOMINGO SAVIO CURA DE LOS OJOS A UN 
CLERIGO -ACONSEJA A LOS APRENDICES QUE HABLEN EN ITALIANO -LA VIRGEN EN SUS NOVENAS APARTA LA 
CIZAÑA DEL ORATORIO: LA MUERTE LLEGA CUANDO MENOS SE ESPERA: EL ANGEL CUSTODIO -DON BOSCO 
CONSUELA A UNA FAMILIA AFLIGIDA POR LA MUERTE REPENTINA DEL PADRE -LA NOVENA DE LA INMACULADA 
-EL ESPIRITU DE DON BOSCO AL PREDICAR Y CONFESAR EN CUALQUIER CIRCUNSTANCIA -CARTA AL TEOLOGO 
APPENDINO PARA UNA MISION EN SALUGGIA -UNA AMONESTACION A QUIEN TRATABA A LOS MISIONEROS CON 
POCO MIRAMIENTO -CONFERENCIA A LOS CLERIGOS SOBRE LA VOCACION Y EXHORTACION PARA PERSEVERAR 
EN ELLA 

DADO que los temas que vamos a tratar en este capítulo y en el siguiente son bastante diversos, a fin de reducirlos a cierta unidad, vamos 
a seguir las notas de algunos hechos y palabras de don Bosco durante los meses de noviembre y de diciembre, guardando el orden de sus 
respectivas fechas, tal y como aparecen en la Crónica de don Domingo Ruffino. 

Añadiremos observaciones explicativas y algunas circunstancias omitidas, en ciertos sucesos, en determinadas pláticas a los chicos o en 
relaciones de testigos de cuya fe no se puede dudar. 

((786)) Comenzamos exponiendo una nueva prueba de la protección que Domingo Savio prestaba a aquellos antiguos amigos, que le 
invocaban con fe. El sacerdote salesiano y profesor Juan Garino escribió y firmó la siguiente relación que nos fue confirmada por el 
mismo don Bosco. 

«Era el año 1860, y yo me encontraba atacado por una enfermedad a los ojos tan grave que no podía seguir los estudios. Al mismo 
tiempo padecían también de los ojos algunos compañeros míos, que acudieron a buenos médicos y curaron. También yo hubiera podido ir 
a ellos, pero no me decidí, al oír contar a mis compañeros lo que les tocaba sufrir en las curas. Entonces manifesté 
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mi mal a don Bosco, el cual me dijo que la madre de don Miguel Rúa, que estaba en el Oratorio, guardaba un retazo de seda negra, con el 
que Domingo Savio se cubría los ojos, cuando los tenía enfermos. En seguida pedí a dicha señora aquella tela y, en cuanto la tuve, me 
eché en cama a descansar un rato, mientras mis compañeros estaban en clase. Me eché tal y como estaba, pero antes apliqué a mis ojos la 
pieza de seda prestada por la señora Rúa. Contra toda esperanza, me dormí inmediatamente y dormí profundamente durante unas dos 
horas, es decir, hasta que me despertó la campanilla que señalaba el fin de las clases. Tan pronto como desperté, me quité el trozo de seda 
negra de los ojos y me los lavé con agua fresca. Desde aquel momento me encontré completamente curado y con los ojos tan sanos como 
si nunca hubiera sufrido el menor mal. Atribuí y sigo atribuyendo todavía esta gracia, obtenida tan rápidamente, sólo a la intercesión de 
Domingo Savio, a quien invoqué en aquella circunstancia». 

Después de este relato pasamos a la Crónica. 

((787)) «27 de noviembre.-Aconsejó don Bosco a todos los muchachos, también a los aprendices, que hablasen en lengua italiana, y 
dijo además: -Estamos comenzando la novena de la Inmaculada. Cada novena es fatal para alguno en el Oratorio. Es el tiempo en que la 
Virgen hace la separación del trigo y la cizaña y aleja a los obstinados en el mal. Recordemos entre tanto que la muerte viene cuando 
menos lo esperamos. Sucedió en Turín que mientras una señora, sentada junto al fuego, se entretenía en agradable conversación con sus 
parientes, la llama alcanzó su vestido y, a pesar de todos los esfuerzos para apagar el fuego, no lo consiguieron. La pobre señora murió en 
pocos instantes. » 

Contaba él frecuentemente alguna de estas muertes imprevistas, demostrando la necesidad de estar preparados. Al mismo tiempo 
recomendaba una gran devoción al Angel Custodio, porque, él, que ama a los que le son confiados, a menudo suele darles aviso de su fin 
inminente, ora con presentimientos interiores, ora con sueños o visiones. Y contaba lo que le ocurrió a cierto jovencito que, habiendo 
callado por vergüenza un pecado grave en la confesión, contempló a la noche siguiente a su Angel Custodio en una terrible visión, 
notificándole que, si no confesaba aquel pecado, estaría cerrado para él el paraíso y se perdería eternamente. Al despertarse, corrió el 
joven presuroso a los pies del confesor, declaró lo que había callado, y, pocos días después, una muerte repentina le abría las puertas de la 
eternidad. 
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Pero añadía don Bosco que no debe temer la muerte quien vive habitualmente en gracia de Dios; ni tiene motivo para una excesiva 
ansiedad quien hubiese perdido en iguales circunstancias a un pariente o a un amigo que vivió como buen cristiano, sin poder recibir los 
últimos Sacramentos. Por consiguiente, recordando la inefable misericordia y bondad del Señor, sabía consolar a la familia del difunto. 

((788)) Habiendo fallecido casi de repente el conde M..., bienhechor del Oratorio, sus hijos, consternados por tan grave pérdida, 
mandaron llamar a don Bosco. Encontró éste a la familia sumida en la más profunda desolación. Tan pronto como entró en la capilla 
ardiente, echáronse a sus pies llorando todos los parientes. El se limitó a decirles: 

-Y dónde está vuestra fe? 

Para compensar la fuerza de aquellas palabras, es preciso saber que la vida del difunto había sino una continua preparación para la 
muerte, pues comulgaba a diario y se confesaba semanalmente. Volvió, pues, inmediatamente la calma a aquellos corazones angustiados 
y a los sentimientos de desesperación sucedió la resignación. 

«El día 28 de noviembre -sigue diciendo Ruffino-empezó don Bosco a anunciar las florecillas para la novena de la Inmaculada. Fueron 
las mismas del año 1857; y la primera que recomendó fue la de hacer bien la señal de la cruz.» 

«El domingo día 2 de diciembre, por ausencia del teólogo Borel, que acostumbraba dirigir la instrucción de la tarde a los muchachos de 
la iglesia, subió al púlpito don Bosco, e improvisó una conmovedora plática sobre la necesidad de entregarse a Dios desde los años 
juveniles y, desarrolló brevemente estos tres puntos: que si se deja para más adelante, se corre el peligro de que falte el tiempo, la 
voluntad, o la gracia.» 

El estaba preparado en todo momento para predicar e improvisar en cualquier reunión y dar conferencias a los miembros de la Pía 
Sociedad, casi siempre a las nueve y media de la noche. Pero no le movía a ello únicamente la necesidad, ni la regularidad de las 
funciones religiosas, sino un constante y ardiente amor a Dios, por el cual su corazón no cesaba de latir ni un instante. Era prueba de ello 
la facilidad que tenía para hablar de El en cualquier circunstancia, por inoportuna que fuera. Baste decir que sucedió a menudo, durante 
todo el ((789)) tiempo de su vida, que los sacerdotes de la casa, especialmente los superiores, iban a confesarse con él cuando no podían a 
otras horas, precisamente en el momento en que estaba 
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despachando la correspondencia o tratando graves asuntos temporales, o después de larguísimas y cansadas audiencias. Y don Bosco 
sugería en aquellas confesiones a los penitentes unos pensamientos tales, y con tal unción, como quien acaba de celebrar. Nos aseguraba 
don Luis Piscetta: 

«Todas sus palabras eran de Dios. Nunca me acerqué a él que no me hablara del Señor y de las cosas de Dios. Lo mismo me aseguraban 
muchos de mis hermanos. Por esta su íntima unión con Dios trabajaba viviendo plenamente abandonado a la bondad de su Creador y no 
lo apartaban de la constancia en sus heroicos trabajos ni el cansancio, ni sus achaques». 

«Antes al contrario, narra la Crónica, el 9 de noviembre decía: -Hace quince años que no rezo ni siquiera una jaculatoria por mi salud 
física, no tomo ninguna medicina ni he guardado un solo día de cama. » 

En efecto, aquellos mismos días, aunque indispuesto, había aceptado el compromiso de ir a predicar en Saluggia donde le esperaba con 
grandes deseos el arcipreste don Juan Fontana. Pero aproximándose el día de cumplir la promesa, se sintió tan postrado de fuerzas que no 
se atrevió a resistir las fatigas del viaje. Buscó entonces a un sacerdote que aceptase suplirle y dirigióse al teólogo Appendini de 
Villastellone. 

Queridísimo señor Teólogo: 

Veamos si puede sacarme de un apuro. 

Yo tendría que ir a predicar unos Ejercicios Espirituales a Saluggia (una meditación diaria) el día de la Inmaculada ((790)) Concepción, 
pero mi estado de salud me lo impide. Podría usted suplirme? Es un buen pueblo y un buen párroco; le escribo después de aconsejarme 
con el canónigo Anglesio. Si me escribe pronto, me hace un gran favor y quedaré más tranquilo. 

Tomasito está bien y se porta admirablemente. 

Que el Señor le acompañe y créame siempre suyo. 

Seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

En el Oratorio debieron alegrarse de esta determinación de don Bosco, pues cuando se alejaba de ellos, especialmente en invierno, 
quedaban preocupados por su salud. El frío de la estación y otros inconvenientes inevitables, hacían más duros los trabajos del púlpito y 
del confesonario. Tanto más cuanto que de nada se quejaba, nada pedía, aunque a veces, sin perder su jovialidad, sabía hacer una 
advertencia, 
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si se trataba de una falta de atención voluntaria, que ofendía la caridad. 

La Crónica nos cuenta un episodio acaecido aquellos años. «En el mes de diciembre fue don Bosco a predicar la misión a una aldea de 
los Apeninos. El camino fue largo y fatigoso, y llegó a casa del párroco rendido de cansancio, empapado de sudor y cubierto de nieve. El 
párroco estaba en la iglesia y su hermana, que recibió a don Bosco con no muy buena cara, no le ofreció nada, ni siquiera una tacita de 
caldo o un vasito de vino. Aparentó don Bosco no tomar en cuenta aquella falta de cortesía, pero, llegada la noche, mientras estaba junto 
al fuego para calentarse con el párroco y la hermana, comenzó a contar sucesos, que movían a risa e impresionaban la fantasía. La buena 
señora, aunque malhumorada, era todo oídos, cuando pasó a hablar de las misiones, que había predicado en muchos pueblos ((791)) y 
contaba cómo habían sido castigadas las criadas, que por malicia, por tacañería o por antipatía, habían negado a los predicadores lo 
necesario. Ante aquella indirecta, la hermana del cura bajó los ojos y se quedó pensativa. Seguía contando don Bosco que más de una vez 
les habían acometido a esas personas cólicos u otros males violentos; palideció entonces la cicatera señora y empezó a temblar como si 
tuviera fiebre. Llegó la hora de ir a descansar y se retiró cada cual a su habitación, mas he aquí que, a cierta hora de la noche, se oyeron 
gritos desgarradores en el cuarto de la hermana del párroco. Acudió la criada y encontró a la pobre señora delirando por no poder ya 
aguantar los agudos dolores; tan pronto como alboreó, quiso que sin demora fuera don Bosco a bendecirla. Cesaron sus dolores, pero 
desde aquel instante comenzó a tratarle a él y a todos los misioneros que fueron llegando para ayudarle, con tales atenciones y 
generosidad que no se podían desear más.» 

«El 3 de diciembre, sigue la Crónica, don Bosco reunió a los clérigos y les dirigió una breve plática sobre la vocación y la manera 
especial de conocer si hay vocación, a saber, por la manera de hablar, de caminar, por la asiduidad y el comportamiento en la iglesia, por 
la humildad, la caridad y la castidad.» 

«En otra ocasión los exhortó a perseverar en la Pía Sociedad y, después de desarrollar diversos temas, expuso el hecho siguiente. El 
célebre Liffardo, hijo de familia noble, que abrazó después la vida religiosa, recibió de los superiores, para ejercicio de humildad, la 
orden de prestar los más bajos servicios del convento. Durante algunos años, Liffardo se mantuvo firme en puesto, dando gran ejemplo de 
virtud. Pero un día el espíritu del mal lo tentó de soberbia, representándole 
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el vituperio que constituía para su ilustre condición estar dedicado a tan vil servicio. Llegó a ser tan violenta la tentación que el pobre 
((792)) monje estaba resuelto a colgar los hábitos y huir del claustro. Pero, mientras lo agitaban estos pensamientos, apareciósele de 
noche su ángel custodio, en forma de hombre, y le dijo: 

»-íVen y sígueme! 

»Obedeció Liffardo y le acompañó hasta el cementerio. A sus primeros pasos entre aquellas pavorosas hileras de tumbas, a la vista de 
algunos esqueletos, con el hedor de tanta podredumbre, se sintió víctima de tan grande horror, que pidió al ángel el favor de retirarse. El 
celestial guía obligóle a seguir adelante un trecho más; después, volviéndose a él, reprochóle su inconstancia diciéndole: 

»-Tú también serás dentro de poco un hervidero de gusanos, un montón de ceniza. Mira, pues, si puede resultarte dar entrada en tu 
corazón a la soberbia, volviendo las espaldas a Dios por no querer soportar un acto de humillación, con el que puedes comprarte una 
corona de gloria eterna. 

»Al oír estos reproches, Liffardo se echó a llorar, pidió perdón por su falta y prometió mayor fidelidad a su vocación. Acompañóle de 
nuevo el ángel a su celda y desapareció, quedando el monje firme en sus sinceros propósitos hasta la muerte». 
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((793)) 

CAPITULO LIX 

DON BOSCO PROHIBE A LOS ALUMNOS DARSE LAS MANOS -COLABORADORES DE DON BOSCO PARA ESCRIBIR Y 
TRADUCIR LIBROS -LECTURAS CATOLICAS: BIOGRAFIA DEL SACERDOTE JOSE CAFASSO, EXPUESTA EN DOS 
ORACIONES FUNEBRES -ESTUDIO DE LA GEOGRAFIA DE PAISES DE INFIELES POR EL AFAN DE CONVERTIRLOS 
REPRESENTACION TEATRAL -DON BOSCO VA A SALUGGIA DONDE PREDICA Y CONFIESA -PREDICCION DE LA 
MUERTE DE UN CLERIGO Y DE UN JOVENCITO Y SU CUMPLIMIENTO -APARICION DE UNA ALMA DEL PURGATORIO 
A UN PRINCIPE DESCREIDO -CARTA DE UN CLERIGO DESDE GIAVENO -FLORECILLAS PARA LA NOVENA DE 
NAVIDAD -PLATICA DE DON BOSCO: INTERCESION DE DOMINGO SAVIO: DOS ALUMNOS MORIRAN DENTRO DE 
ALGUNOS MESES: UNO DE NUESTROS DIFUNTOS NECESITA ORACIONES -MONSEÑOR GHILARDI PREDICA EN EL 
ORATORIO-LOS OBISPOS APRECIAN A DON BOSCO -AGUINALDOS DE DON BOSCO PARA LOS CLERIGOS -PIDE A LOS 
JOVENES QUE CADA UNO LE DE POR AGUINALDO UNA COMUNION -FELICITACIONES A LOS BIENHECHORES 
-RESULTADOS DE LA EDUCACION QUE RECIBEN LOS JOVENES EN EL ORATORIO DE VALDOCCO 

DON Domingo Ruffino seguía exponiendo en la Crónica los hechos más notables. 

«El 4 de diciembre por la noche, después de las oraciones, prohibió a los alumnos darse las manos, salvo después de una larga ausencia. 
Esta prohibición ya la había hecho otras dos veces. 

((794)) »Turchi trabaja en estos días para contestar al programa escolar de nociones sobre la antigüedad romana. Don Miguel Rúa se 
ocupa de la historia y don Angel Savio de la geografía». 

También encargaba don Bosco a las personas ajenas a la casa, pero conocidas y de talento, algunos trabajos para la gloria de Dios, y así 
había señores y señoras que le ayudaban a traducir sus obras o las de otros autores a diversas lenguas. Esto se colige claro de la presente 
carta: 
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Muy Reverendo Señor:
Por fin le envío el libro que V.S. me dejó para traducir. Hubiera querido cumplir antes mi deber, pero los muchos sinsabores que me


han afectado este año me lo han impedido; espero que usted, conocedor de mis circunstancias, perdone tan prolongado retraso. 
Si me cree capaz de prestarle algún otro servicio, mándeme, pues me tendré siempre por muy honrada en servirle. 
Entre tanto, ruegue al Señor por mí y créame siempre, 
De V.S. 

4 de diciembre 1860
Humilde y segura servidora CAROLINA GLORIA


También el venerable y docto sacerdote José Frassinetti, excelente colaborador en la redacción de las Lecturas Católicas, preparaba la 
edición de dos preciosas obritas: La perla de las niñas cristianas, o sea la santa virginidad, y La misión de las niñas, cuentos 
contemporáneos. 

A su vez don Bosco volvió a publicar el opúsculo con su oración fúnebre sobre don José Cafasso, leído en la iglesia del Oratorio, 
añadiendo el que había predicado en la iglesia de San Francisco de Asís. 
Estaba destinado a las Lecturas Católicas de noviembre y diciembre y se titulaba: Biografía del Sacerdote ((795)) José Cafasso, expuesta 
en dos oraciones fúnebres, por el sacerdote Juan Bosco. Los temas de la segunda estaban repartidos de las siguiente manera: -Principios 
del Sacerdote Cafasso. -La Residencia Sacerdotal de San Francisco. -Trabajos apostólicos en las cárceles. -Cosas maravillosas de don 
José Cafasso. -Sus secretos para hacer el bien. -Su preciosa muerte. 

En estos trabajos, además del de la continua correspondencia, no miraba el cansancio físico o mental. Una noche, afirma la Crónica, 
después de acabar de escribir a hora muy avanzada, se levantó de la silla, presa de una especie de ilusión, causada por una congestión 
cerebral. Al alzar los ojos le pareció ver a un clérigo en un rincón de la estancia: 

-Quién eres?, preguntó. 

No hubo respuesta. 

-Habla, no respondes? 

Siempre el silencio. Entonces, se acercó él y lo agarró... Era la percha con el manteo colgado y el sombrero encima. 

Este mismo año se preocupó seriamente de otro estudio. Sirviéndose de la historia de las misiones católiccas, iba considerando los 
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países que todavía vivían en la idolatría; y un día, hablando con el clérigo Bonetti, se le escaparon estas palabras: 

-Me gustaría mucho tener sacerdotes para enviarlos a llevar la luz de la fe a muchos pueblos salvajes. 

Manifestaba este mismo ardiente deseo muy a menudo desde los comienzos de su Congregación; y de haber contado con medios, habría 
comenzado en seguida las sagradas Misiones. 

Volvemos a la Crónica. 

«El 6 de diciembre, jueves, hubo función de teatro en el Oratorio. Se representó la comedia: Baldini. Asistió don Bosco con el profesor 
don Mateo Picco.» De cuando en cuando don Bosco alegraba y distraía a sus alumnos con representaciones teatrales. Don Carlos ((796)) 
Gilardi, rosminiano, que siempre apreció a nuestro Oratorio, escribió para él dos hermosas comedias: El Pastor y Juanito. La segunda se 
representó muchísimas veces, por ser merecidamente preferida por los jóvenes espectadores. 

Dos días después, la fiesta de la Inmaculada Concepción llenó de alegría al Oratorio, y don Bosco, sintiendo algún tanto recuperadas 
sus fuerzas, determinó ir a Saluggia, ante la redoblada insistencia de su buen arcipreste. Llegó poco antes de acabar la misión. Don 
Francisco Cerruti, que lo acompañó, escribe: 

«En diciembre de 1860, fue don Bosco a Saluggia, a tiempo que se predicaban los ejercicios espirituales, y estuvo allí dos días. Fue 
recibido con mucha alegría por el pueblo, que aún mucho tiempo después, al recordar aquellos ejercicios, le era imposible no hablar de 
don Bosco y de su manera de predicar. 

»Arrebataba a todos, decían, la amabilidad y dulzura con que confesaba, acercando la cabeza del penitente a su pecho, con singular 
ternura. Nosotros, declaran algunos, hacíamos lo posible para resolver nuestros asuntos y correr al pueblo y observar en él aquel aire de 
paraíso que enamoraba y la suma afabilidad de maneras, con que trataba a cualquiera que se le acercase. 

»Baste decir que, sólo en los días que pasó en Saluggia, casi no hizo otra cosa que confesar mañana y tarde; iban a él como si una 
fuerza irresistible los atrajera, y muchos hacía varios años que no se confesaban». 

Durante aquel tiempo hubo dos acontecimientos extraordinarios que conmovieron a los alumnos del Oratorio, los cuales no olvidaban 
las palabras de don Bosco. 

Ya hemos contado más arriba cómo en el mes de abril anunció 
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don Bosco ser cosa decidida que el clérigo Luis Castellano se fuera al paraíso y, que en julio, mientras estaba éste ((797)) enfermo y 
desahuciado por los médicos, fue a bendecirlo y lo curó. Pues ahora, narra el clérigo Ruffino en su Crónica del mes de noviembre: «Por 
estos días murió en Turín, en su casa, el clérigo Luis Castellano». Y añade: «El 25 de noviembre anunció don Bosco que, dentro de poco 
tiempo, morirá un muchacho». Y después: «El 13 de diciembre muere en el Oratorio el alumno Juan Racca, natural de Marene, de doce 
años de edad, después de ocho días de enfermedad. Se había acostado por un simple resfriado». 

Raras veces llamaba don Bosco la atención de los jóvenes sobre el cumplimiento de estas predicciones; se limitaba a encomendar a las 
oraciones de la comunidad el alma de aquellos queridos difuntos demostrando cuán agradables son al Señor. En esta ocasión contó un 
hecho muy bonito, que le había escrito, en francés, la duquesa de Laval-Montmorency y que presentamos aquí traducido. 

«En un salón de Roma, donde se reunían para conversar unos extranjeros, cayó la conversación sobre fenómenos de orden espiritual: la 
doble visión, los sueños proféticos, las apariciones de los muertos, etc. 

Cada uno tenía su historia para contar; y la más interesante fue sin duda la de la condesa polaca R... Hela aquí tal como la contó. 

A principios del siglo diecisiete, vivía en Polonia el Príncipe Lubomirski, de la antigua e ilustre familia de este nombre. Era un gran 
señor, dueño de inmensa fortuna; tenía pajes y toda una corte para él solo; su influencia alcanzaba muy lejos y su nombre corría de boca 
en boca. Desgraciadamente le faltaba la fe. Todos sus estudios se habían encaminado contra la religión de sus padres y en la época en que 
acaeció el hecho, que voy a contar, negaba la inmortalidad del alma en un escrito para la prensa. Esto constituía su ocupación favorita, 
empleando en ello las sutilezas de los más estudiados sofismas para defender su paradoja y las fuerzas de su talento ((798)) para echar por 
tierra una verdad, que es la gloria y el consuelo de la naturaleza humana. 

Una hermosa tarde de verano, cansado de su trabajo, quiso darse un paseo para gozar del aire libre. Seguíanle dos pajes. A cierta 
distancia de su castillo, hízoles señas para que le aguardaran y siguió adelante él solo por el campo. En el recodo de una senda se 
encontró con una mujer llorosa que caminaba detrás de un carrito arrastrado por un caballo. 

-Buena señora, le dijo: qué le ha sucedido para llorar tan desconsolada? 

-Señor, tengo un gran motivo para ello. Este carro lleva a la tumba a mi pobre marido, que era mi único sostén y todo mi consuelo en 
este mundo. 

Movido a compasión, el príncipe echó mano al bolsillo, sacó una cantidad de monedas de oro y se las regaló a la pobre viuda: 

-Tome usted, buena señora, tome estas monedas. 

Y, empleando una frase común que le salió espontánea, añadió sin parar mientes en lo que decía: 
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-Mande celebrar misas por su finado. 

Algunos días después, ya anochecido, estaba sentado en su despacho, levantó los ojos y vio ante sí a un hombre, cuya entrada no había 

advertido, y gritó: 

-íHola! 

Acudieron los criados de la dependencia contigua: 

-Por qué habéis introducido aquí a un hombre sin anunciarlo? 

-A quién, Príncipe? Aquí no ha entrado nadie; estáis solo. 

En efecto, aquel hombre había desaparecido. 

-Será, replicó Lubomirski, una ilusión de mis ojos. 

Los criados se retiraron; pero un instante después volvió a aparecer delante de él el mismo individuo. 

-íHola! -gritó el príncipe por segunda vez. 

Pero el aparecido desapareció inmediatamente y los criados quedaron aturdidos, por no saber explicarse la alucinación del amo, si no 

era achacándola a una congestión cerebral, causada por el exceso de trabajo. Aquel hombre fuerte no podía admitir que él fuera un 
visionario y se ruborizaba de parecerlo. 

Mientras reflexionaba sobre aquella inexplicable aparición, presentósele por tercera vez y, al hacer el Príncipe el ademán para llamar 
gente, díjole el misterioso personaje: 

-No llaméis a nadie, lo que debo deciros no tiene que oírlo nadie más ((799)) que vos; yo soy el marido de aquella pobre viuda, a la que 
disteis el dinero para mandar celebrar misas por el descanso de mi alma. Gracias a este socorro, estoy en el paraíso y, en recompensa de 
vuestra caridad, obtuve del Señor la gracia de venir a deciros de su parte que el alma es inmortal. 

Al oír estas palabras el Príncipe agarró el manuscrito, lo rasgó y, sinceramente convertido, hízose ardiente defensor de la fe, una 
lumbrera de Polonia por sus virtudes y doctos escritos, que le merecieron ser llamado el Salomón del Norte. El manuscrito blasfemo, 
rasgado por la midad, lo guarda celosamente la familia Lubomirski». 

El día 16 recibía don Bosco una carta procedente de Giaveno, que nos da a conocer el espíritu que animaba uno de los clérigos puesto 
por él para trabajar en el Seminario Menor. 

Muy Reverendo Señor y Padre Carísimo en Cristo: 

Vivir y morir todo por Jesús y María. Este es mi único deseo y a tal fin van dirigidas mis acciones y oraciones. Vivir y morir en el 
servicio del Señor, mirando de este modo por mi eterna salvación y, hasta donde yo pueda, por la de mis hermanos, sin regateo alguno de 
cansancio y trabajo. Si en el pasado necesité conocer y hacer la voluntad de Dios, ahora es y será siempre para mí una estricta necesidad; 
y esta dirección, que siempre, y en usted sólo encontré, suplico con viva instancia que siga proporcionándomela. 

En la nueva Sociedad de San Francisco de Sales, existente en esta Casa del Oratorio, parece que encuentra paz y descanso mi corazón. 
Ya he leído y meditado las reglas y me someto a todas y espero observarlas con la ayuda de Dios. Aquí tiene las súplicas de un hijo 
prendado de ella, que pide ser admitido y contado entre los hermanos de dicha Sociedad, si a usted le parece bien y si soy digno de tan 
gran favor. 

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No lo soy ciertamente por mis méritos, y me reconozco por tal, pero puedo serlo merced a su gran bondad y caridad. No se niegue, pues, 
a escuchar los ruegos de quien hace a Dios sacrificio de sí mismo, ofreciéndolo, por mediación suya, en el acto en que pone su voluntad 
en sus manos. 

((800)) Puedo, pues, esperar que, dentro de poco, tendrá la Sociedad de San Francisco de Sales un nuevo hermano que quiere su propia 
salvación y la de los demás y que se declara siervo de los siervos? Mándeme, Padre, y estaré pronto a sus órdenes. Dígame lo que debo 
hacer y cómo tengo que conducirme, pues ya desde este momento dependo en todo de usted. 

En la confianza de que será escuchada mi súplica, humildemente le ofrezco mi afecto y, al besar su mano con los sentimientos de mi 
mayor estimación y cariño, me profeso. 

Giaveno, 15 de diciembre de 1860. 

Su obediente hijo en Jesucristo JUAN BOGGERO 

Estas y otras muchas cartas parecidas, que a fines del año le escribían sus queridos clérigos, consolaban a don Bosco, mientras él con 
una florecilla, que daba cada día de la novena, preparaba a sus hijos para la conmovedora solemnidad de Navidad. 

1.ª Obediencia pronta en todas las cosas, agradables o no.
2.ª Humildad: en el vestido, en el peinado, en la conversación, en la obediencia, en las cosas desagradables.
3.ª Caridad: soportar los defectos ajenos y procurar no ofender a nadie.
4.ª Caridad: consolar a los afligidos, servir y hacer el bien a quien se pueda; el mal, a nadie.
5.ª Caridad: avisar a los negligentes, corregir con bondad a quien dijere o propusiere algo malo.
6.ª Caridad: perdonar a los enemigos y darles buenos consejos, si se ofrece la ocasión.
7.ª Apartarse de los que hablan mal.
8.ª Evitar el ocio y poner diligencia en el cumplimiento de los deberes.
((801)) 9.ª Confesión, como si fuese la última de la vida.
Día de la fiesta. Comunión fervorosa con la promesa de recibirla frecuentemente.
»


Escribe Ruffino: «La víspera de Navidad contó don Bosco a los jóvenes el hecho siguiente. 

La sobrina del párroco de Saluggia declaró que, hacía muchos años, estaba atormentada por un agudo dolor de muelas, las cuales se le 
habían caído dejando las encías al descubierto. Se encomendó a 

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Domingo Savio y, al poco tiempo, se restañó la sangre que salía de las encías y desapareció todo dolor. 

Añadió después algo muy importante: 

-Hay entre nosotros algunos alumnos que, dentro de unos meses, ya no estarán aquí... Hay uno... que no se preocupa de ello. 
Procuraremos prepararle el fardel, antes de que se marche. También os diré que Castellano está en el paraíso, pero Racca necesita mucho 
de nuestras oraciones». 

Hemos mirado las fichas necrológicas del Oratorio y encontramos que, en el mes de abril de 1861, murieron dos alumnos y uno de ellos 
casi de repente. 

Don Bosco escribía a la condesa de Camburzano, que invernaba en Niza, sobre la celebración de la Navidad del Señor de la siguiente 
forma: 

Benemérita Señora: 

He recibido su apreciada carta llena de sentimientos cristianos, que me sirven para infundir fe y valor a mi pobre alma y a la de mis 
muchachos. 

He rezado y he hecho rezar por las intenciones del señor marqués de Massoni. Su determinación es buena por sí misma, pero va 
acompañada de espinosísimas circunstancias. Haga de esta manera: examine si él reconoce en esto el bien del alma y la gloria de Dios. Si 
le parece que sí, ponga por obra la determinación; de lo contrario, suspenda su ejecución. 

((802)) Hemos celebrado nuestra fiesta de Navidad con gran satisfacción. En la Nochebuena celebramos las tres misas, la primera 
cantada por un centenar de nuestros alumnos. Comulgaron más de seiscientos, entre internos y externos. La función terminó a las dos. 

Que Jesús, Señor de las gracias, derrame sus dones sobre usted y el conde Víctor y sobre toda su familia y amigos, mientras con la 
mayor estimación me profeso. 

De V.S. 

Turín, 26 diciembre de 1860. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

«El día 28 de diciembre, seguimos siempre la Crónica, después de la comida llegó inesperadamente al Oratorio monseñor Ghilardi, 
obispo de Mondoví. Se ofreció a predicar y dar la bendición eucarística. Su sermón versó sobre la utilidad y preciosidad de la fe. Dedujo 
la grandiosidad de su escasez al considerar los ochocientos millones de hombres que no la poseen contra sólo los doscientos que la 
tienen, entre los que por fortuna nos contamos. Prometió venir el jueves a celebrar la santa misa». 

Invitados por don Bosco, iban a menudo al Oratorio Obispos o 
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Prelados para celebrar la misa de Comunidad. Recuerda don Juan Garino, además de los ya mencionados en el curso de nuestras 
Memorias, al teólogo Andrés Ighina, canónigo de la catedral de Mondoví, a monseñor Oreglia di Santo Stefano, hoy cardenal, a su paso 
por Turín camino de la Nunciatura de La Haya, en Holanda, y a monseñor Juan Pardo Sola, obispo de Niza. Tenían en gran estima las 
virtudes del siervo de Dios. Certificó el canónigo Anfossi: 

«Yo recuerdo que, siendo todavía clérigo, me envió don Bosco a varios obispos para misiones particulares. En aquellas ocasiones, yo 
mismo ((803)) quedaba asombrado de las expresiones de aprecio que oía sobre la santidad y las obras del siervo de Dios. Recuerdo a 
monseñor D'Angennes, arzobispo de Vercelli, que me recibió con particulares muestras de afecto, el cual se hacía lenguas de don Bosco 
ante varios canónigos por el mucho bien que realizaba en pro de la juventud y principalmente multiplicando las vocaciones sacerdotales. 
Monseñor Losanna, obispo de Biella, mi insigne bienhechor, comenzó a apreciar grandemente a don Bosco ya en los comienzos de su 
institución y conocía a fondo el bien que hacía a la juventud desvalida con los oratorios festivos. Y siempre que Monseñor iba a Turín, 
invitaba a don Bosco a ir a su casa o pasaba él mismo por el Oratorio para entretenerse con él. Omito otros testimonios de veneración de 
los que yo fui testigo, que dieron de don Bosco muchos otros obispos». 

Volvamos a la Crónica. A fines del año don Bosco daba, de viva voz o por escrito, sus aguinaldos a los clérigos y a alguno de los 
alumnos mayores. Hemos tenido la suerte de encontrar algunos en latín: 

Pone finem in voluntate peccandi et invenies Mariam: (acaba con la voluntad de pecar y encontrarás a María). Plus Maria desiderat 
facere tibi bonum, et largiri gratiam, quam tu accipere concupiscas: (más desea María hacerte bien y prodigarte la gracia, que tú recibirla). 
Scire et cognoscere te, Virgo María, est via immortalitatis: narrare virtutes tuas est via salutis: (saber y conocerte, Virgen María, es el 
camino de la inmortalidad; contar tus virtudes es camino de salvación). 

«Don Bosco, escribe Ruffino, me dio este aguinaldo el 29 de diciembre: Adiuva me in lucro animarum (ayúdame a ganar almas); y yo 
le di por entero la llave de mi corazón, poniendo en él toda mi confianza. 

»El día 30 de diciembre, pidió don Bosco a todos los muchachos que le diera cada uno como aguinaldo una comunión hecha según su 
intención». 
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((804)) Y no dejaba de felicitar el Año Nuevo a los bienhechores, empleando para ello un mes entero. Ha llegado hasta nosotros una de 
estas cartas dirigidas al conde Pío Galleani de Agliano. 

Ilustrísimo Señor: 

Los sacerdotes, clérigos y alumnos del Oratorio de San Francisco de Sales desean a su ilustre bienhechor el señor conde Pío de Agliano 
feliz término y buen principio de año y ruegan a Dios que derrame abundantes bendiciones del cielo sobre usted y toda su distinguida 
familia. 

Con la más sincera gratitud, en nombre de éstos, se profesa con respeto. 

Turín, 31 diciembre de 1860. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO Pbro. 

El 31 de diciembre de 1860 llegaban a cerca de cuatrocientos setenta los internos en la casa de Valdocco. En el campo de don Bosco 
crecían cada vez más los rubios trigales; y él, sin mencionar los que abrazaban la carrera sacerdotal, daba a conocer los resultados 
obtenidos con los muchachos desde los primeros años hasta 1860, con estas palabras: 

«Para darse cuenta de los resultados obtenidos por estas escuelas, oratorios y este internado, hay que dividir a los alumnos en tres 
categorías: díscolos, disipados y buenos. Los buenos se conservan y adelantan en el bien maravillosamente. Los disipados, es decir, los 
acostumbrados a vagabundear y trabajar poco, se dejan guiar hasta lograr un buen resultado con el aprendizaje, la asistencia y el trabajo. 
Los díscolos dan mucho que hacer. Si se logra que se aficionen al trabajo, en general se los gana con los medios señalados. Se han 
obtenido algunos resultados que pueden expresarse así: 

((805)) » 1.º No empeoran. 

»2.º Muchos llegan a sentar la cabeza y, por consiguiente, a ganarse el pan honradamente. 

»3.º Los mismos que se muestran insensibles a los cuidados de la vigilancia, andando el tiempo dejan que los buenos principios 
alcanzados lleguen a producir sus buenos efectos más tarde. 

»Por lo cual cada año se ha logrado colocar algunos centenares de jovencitos al servicio de buenos maestros, que les enseñaron un 
oficio. Muchos volvían a sus casas, de donde habían escapado, y ahora son más dóciles y obedientes. Muchos se colocaron para trabajar 
en familias honradas. 

»Salen y entran en esta casa del Oratorio casi trescientos muchachos 
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por año. Algunos de ellos son admitidos en la banda de música de la guardia nacional o en las del ejército; otros siguen ejerciendo el 
oficio aprendido en nuestra casa; un número considerable de ellos se dedica a la enseñanza y, después de pasar sus exámenes regulares, 
quedan aquí en casa o van en calidad de maestros a los pueblos que los piden». 

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((806)
)


CAPITULO LX


EL HOMBRE DE BIEN -EXPLICACION DE LAS PROFECIAS IMPRESAS EL AÑO PASADO EN ESTE ALMANAQUE 
-ALUSION A LOS ACONTECIMIENTOS FUTUROS -PREDICCIONES DE LA MONJA DE TAGGIA 

LA última obra que Speirani publicó para don Bosco aquel año fue el almanaque que se titulaba: El Hombre de bien, almanaque 
piamontés-lombardo para el año 1861. Llevaba un prólogo importante. 

El Hombre de Bien a sus amigos. Las profecías del año pasado 1860. 

Vosotros, mis queridos amigos, habéis estado ojo avizor durante el curso del año 1860 para ver si se cumplían mis profecías y así 
tildarme de almanaque bueno o malo. Mas aún, ha habido algunos que me han pedido con impaciencia aclaraciones sobre el caso. Y 
tenían razón para ello, pues cuando un hombre de bien da una palabra, debe estar seguro de cumplirla. Pues bien, creo llegada la hora de 
dar satisfacción a todos, indicando aquí cómo se cumplieron las profecías del año pasado, añadiendo después algo relacionado con los 
sucesos para 1861. 

Sólo debo recordar las palabras con las que el año pasado anunciaba estas profecías, a saber, que debían comenzar en el año 1860, y 
tener su perfecto cumplimiento en los años siguientes. Aclarado esto, heme aquí con vosotros. 

Dije el año pasado: este año tendremos otra guerra, que si no hará derramar tanta sangre como la del 1859, enviará sin embargo más 
almas al infierno. Las vicisitudes ((807)) que tuvieron lugar en 1860 son un literal y triste cumplimiento de estas palabras. 

Tendremos dos enfermedades terribles, cuyos gravísimos efectos veréis: estas dos enfermedades son el indiferentismo religioso y el 
progreso del protestantismo. Quien considere a qué punto ha llegado el desprecio de la religión, de los sagrados ministros, de obispos, 
cardenales y hasta del mismo Papa, reconocerá ciertamente que los efectos de estas dos enfermedades son terribles. 

Dos ilustres personajes desaparecerán de la faz del mundo político: estos dos personajes son el gran Duque de Toscana y el Duque de 
Módena que, por la anexión en el mes de marzo de sus Estados al Piamonte, se consideran como si ya no existieran en el mundo político. 

Muchos padres y madres llorarán los disgustos que les darán sus hijos y llorarán las discordias causadas en sus familias. Respuesta: más 
de treinta mil voluntarios, 
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que marcharon con Garibaldi, la orden de incorporación a filas de todos los hombres de los veinte a los treinta años, dos quintas llamadas 
en dos meses hablan por sí mismas y me dispensan de dar más explicaciones. 

Veréis el vino más barato, pero el pan más caro. Respuesta: -El vino, es decir la sangre humana, será derramada a buen precio, o sea en 
abundancia; dicen algunos, que se acercan a cien mil los italianos muertos o heridos en el campo de batalla; éstos, al morir, hacen que se 
venda caro el pan, que es el cuerpo humano, pues ahora los hombres escasean, lo mismo para el servicio militar que para otros trabajos de 
la vida. El gasto de un voluntario que sienta plaza es cuatro veces mayor que en tiempo normal. 

Algunos pueblos quedarán asolados por el granizo. Respuesta: -Además de los muchos destrozos, que hizo el granizo en muchos 
lugares, está el famoso temporal, que devastó los campos de manera espantosa, desde Moncalieri a Casale; otro, de Milán a Brescia. 

Un pueblo quedará destruido por el terremoto, otros asolados por el hielo y la sequía. 

Esto sucederá el próximo año. 

Pero no penséis que ésta es la entera explicación de mis profecías; no me conviene hacer más comentarios. Tal vez ((808)) alguien se 
reirá de las profecías y de la explicación de las mismas, y yo me alegro de que mi almanaque sirva para hacer reír a algunos amigos míos. 
Pero yo os aseguro que las profecías y su explicación son motivo de lágrimas. 

Presentimientos para el año 1861 

No me conviene decir muchas cosas del año 1861. Lo que diré será breve, pero claro y positivo. En el transcurso de este año habrá 
acontecimientos tales que el mundo quedará atónito. Pero los buenos se consolarán porque, después de una espantosa catástrofe, se dejará 
de derramar sangre y comenzará la era de la paz. Los hombres entregados al mal quedarán pasmados ante acontecimientos inesperados y 
casi en contra de los intereses humanos y se verán obligados a confesar: dígitus Dei est hic: aquí está el dedo de Dios. Ante estas 
palabras, queridos amigos, querríais hacerme muchas preguntas, que yo comprendo fácilmente cuáles pueden ser, pero tengo un candado 
que me cierra la boca y me obliga a callar. 

Mas, para daros una satisfacción y contentar vuestro gran deseo de conocer el futuro, os expondré aquí las célebres predicciones de la 
monja de Taggia. Las transcribo tal como existían y fueron publicadas en el año 1849. 

Predicciones de sor Rosa Columba Asdente -Religiosa Dominica de Taggia. 

(Falleció en el monasterio de Santa Catalina el 6 de junio de 1847. Compendio de la relación fehaciente en la curia episcopal de 
Ventimiglia y copiada fielmente en febrero de 1850). 

Esta buena religiosa supo, durante el transcurso de su larga vida, ocultar tan bien su virtud, bajo ciertas apariencias de locura, que nada 
extraordinario se traslucía de ella. Admirábase su exactitud en el cumplimiento de todos sus deberes, su espíritu de oración, sus lágrimas, 
sus mortificaciones; pero, como acompañaba muchas de sus obras con algunas extravagancias, no se hacía caso de ellas y casi era el 
hazmerreír de las demás religiosas. 

Vivía todavía monseñor Maggioli y predijo al padre Angel Dania, dominico, 

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que sería Obispo de Albenga, ((809)) y que demostraría la inocencia del canónigo Cairaschi, injustamente acusado. Lo que se cumplió al 
pie de la letra, y el padre Dania, ya Obispo, dio testimonio de ello ante las religiosas, como lo refiere sor Luisa Rosa que estaba entonces 
presente, y muchas otras hermanas atestiguan haberlo oído contar a las más ancianas. 

Predijo además que a Gregorio XVI le sucedería un Papa Pío, de nombre, de índole y de costumbres, el cual perdería el trono, pero lo 
recobraría por mediación de Napoleón. Esta predicción fue atestiguada con juramento por muchas personas, que la oyeron repetir varias 
veces, y especialmente por el abogado Felipe Ghu, de Taggia, procurador del monasterio, el cual decía a menudo bromenado a Sor Rosa: 

-Entonces, veremos pronto resucitar a Napoleón? Y ella respondía: 

-Usted no lo sabe, pero verá al Papa repuesto por Napoleón en su trono. Veis aquella estrella?, repetía muchas veces a las monjas 
señalando la estrella de la tarde; me recuerda la reluciente cruz que el Papa dará en agradecimiento a Napoleón después de restablecerlo 
en su sede. 

Monseñor Dealbertis, obispo de Ventimiglia, cuando Pío IX huyó de Roma, escribió que creería en las profecías de sor Rosa, cuando 
viese al Papa respuesto en el trono por Napoleón. 

«íPobre Luis Felipe!, repetía a menudo. Huirá de Francia, irá a morir desterrado en Inglaterra. Saldrán muchas banderas tricolores con 
la del Papa y obligarán a los sacerdotes a bendecirlas; ésta será la señal de la guerra que estallará poco después; el rey del Piamonte, 
Carlos Alberto, acudirá el primero al combate y será vencido y obligado a huir desterrado; morirá en los confines de España 1 y le 
sucederá su joven hijo primogénito, etc., etc.,». 

Y después de decir otras cosas más, continúa prediciendo sor Rosa: «El reinado de Napoleón durará poco. Se levantará una gran 
persecución contra la Iglesia, que será obra de sus mismos hijos; aparecerá un perseguidor (al que ella llamaba Anticristo, y decía que 
había nacido ya); éste se llamará el redentor de Italia, a él se unirán muchos sectarios, que perseguirán a la Iglesia con falsas doctrinas y 
con la fuerza y tendrán una malicia tan refinada que engañarán a muchos buenos con su astucia». 

Añadía: «El Sumo Pontífice será despojado de su ((810)) poder temporal, y llamado sencillamente Obispo de Roma. Esto sucederá en 
Italia, donde habrá muchos mártires durante una guerra muy sangrienta contra la religión». 

Y después, hablando en particular de Taggia, añadió: «No todas las religiosas perseverarán, pero las que se mantengan firmes serán 
crucificadas en el monte Olivete (un lugar así llamado dentro del recinto del claustro), junto con otras muchas personas, que se refugiarán 
en el monasterio. En estas situaciones de peligro, los confesores de Cristo se verán alentados por piadosos y doctos sacerdotes, 
especialmente de la orden de Santo Domingo». 

Volviendo después a hablar en general sigue diciendo: «Algunos obispos apostatarán de la fe, pero muchos otros se mantendrán firmes 
y padecerán mucho por la Iglesia, e Inglaterra volverá a la unidad». 

Decía también más arriba que «los rusos serán amonestados por el Sumo Pontífice 

1 CARLOS ALBERTO: (1798-1849) nació y murió en Oporto (Portugal). Fue rey de Cerdeña y Piamonte hasta la derrota de Novara, 
tras la que abdicó en su hijo Víctor Manuel II. Se retiró a Oporto, donde murió cuatro meses después. Sin duda, pues, dijo «confines de 
España», en lugar de «península Ibérica». (N. del T.) 

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y se volverán más humanos con los católicos (en efecto, el Papa Gregorio XVI amonestó solemnemente al emperador Nicolás, 
reprochándole su persecución contra los católicos que, desde entonces, se suavizó mucho); y afirmaba que por fin los turcos abrazarían la 
fe católica». (Cuatro millones y medio de búlgaros súbditos de Turquía se convirtieron a la fe católica en noviembre de 1860.) 

Predicaba frecuentemente (así consta en la relación) que: «serán confiscados los bienes de los religiosos y también de los buenos 
seglares; serán encarcelados muchos nobles y dominará un espíritu de vértigo democrático; habrá grandes trastornos en Europa, y no 
volverá la paz mientras no sea devuelta al trono de Francia la flor blanca, es decir, el lirio de los descendientes de San Luis, y esto 
sucederá. La Iglesia, purgada con las persecuciones, resurgirá más bella; disminuirá el número de los fieles, pero serán más fervorosos 
que antes». 

Añadía que «rusos y prusianos llevarán la guerra a Italia, transformarán las iglesias en cuadras; y se instalarán los caballos en la nueva 
iglesia del monasterio de Taggia». Se empezaba entonces la construcción de esta iglesia; y, a propósito de la misma, cabe decir que ella, 
sor Rosa, nunca quiso dar su voto favorable por los motivos mencionados; y cuando la familia religiosa decidió construirla, dijo que 
nunca iría a oír misa en aquella iglesia; lo cual sucedió, en efecto, pues murió pocos días antes de ser bendecida. 

((811)) Se lee en dicha relación: «decía que la perseción comenzará con la supresión de los jesuitas, que resurgirán otra vez, y de nuevo 
serán suprimidos para no volver a levantarse más; y por fin, después de una furiosa tempestad contra la Iglesia, no quedarán más que dos 
órdenes religiosas, capuchinos y dominicos junto con los hospitalarios, que hospedarán a los peregrinos que irán a visitar a los mártires 
muertos en Italia durante la persecución». 

Y hacia el fin de la relación se lee: la guerra futura que predecía, la anunciaba con expresiones enérgicas, diciendo: habrá una gran 
confusión de los pueblos contra los pueblos, con estrépito de armas y tambores; añadía qué sobrevendrían grandes males a Italia, a la que 
compadecía a menudo, indicando que sus palabras se referían especialmente a esta nación; que Austria, Rusia y Prusia se aliarían contra 
los rebeldes, y esta última se sometería a la Iglesia. 

Anunciando su muerte decía de sí misma que «quedaría antes agotada y como transparente, a manera de esqueleto, y moriría mientras 
los dominicos harían la procesión del Santísimo Sacramento en el domingo dentro de la octava del Corpus Christi». Lo cual se cumplió 
en todos sus pormenores. 

Repetía llorando que muchos pecados inundaban la tierra y amenazaban a Italia males espantosos; que no podía estar alegre, ni de buen 
temple; que si las religiosas hubiesen visto lo que ella sabía estarían tan doloridas como ella. 

Se sabe por otras personas informadas de todas sus predicciones 1 que decía a menudo que en las Persecuciones contra la Iglesia los 
curas y los frailes serían descuartizados como bueyes 2 y que, con su sangre, se regaría la tierra, especialmente la de Italia. 

1 Hemos preguntado a un venerando religioso dominico, que trató durante varios años con sor Colomba Asdente, el cual nos aseguró 
que él mismo había oído mil veces de sus propios labios ora una, ora otra de dichas predicciones; pero no las decía una tras otra, sino con 
interrupciones; y que añadía ella, al ver que él no las prestaba fe: pues bien, usted mismo verá su cumplimiento en parte. 

2 Las palabras que van en cursiva son totalmente suyas. 
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((812)) 

CAPITULO LXI 

1861 -SU PRINCIPIO -NUMERO DE INSCRITOS EN LA PIA SOCIEDAD -BUEN COMPORTAMIENTO DE LOS MUCHACHOS 
-SANTAS INDUSTRIAS -CAZADORES Y PESCADORES DE ALMAS -EL BUEN EJEMPLO DE DON BOSCO -EL SUEÑO DE 
LAS CONCIENCIAS: DON JOSE CAFASSO, SILVIO PELLICO Y EL CONDE CAYS; LAS CUENTAS EN CIFRAS, 
PRESENTADAS POR LOS MUCHACHOS; ESPECTACULO LASTIMOSO; UNA ESPLENDIDA MESA; EL AGUINALDO 
GENERAL -REFLEXIONES ACERCA DEL SUEÑO 

LOS inscritos en la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, a primeros del año 1861, eran veintiséis, a los que se añadió el caballero 
Federico Oreglia di Santo Stefano. Cuatro de ellos eran sacerdotes. Vivían además en el Oratorio otros dos sacerdotes y algunos 
seminaristas de diversas diócesis, pero no pertenecían a la Congregación. Alboreaba aquel año con buenos auspicios para los alumnos de 
don Bosco. Don Juan Bonetti escribe así en sus Cinco lustros del Oratorio Salesiano: 

«Los Oratorios festivos de los tres puntos principales, eran muy concurridos, el internado de Valdocco estaba atestado de jóvenes, y 
florecían la piedad y la moral. Había muchachos, lo mismo entre los aprendices que entre los estudiantes, tan virtuosos que eran un 
retrato de Domingo Savio y reproducían entre nosotros las obras maravillosas, y aun sobrenaturales, de aquel nuestro angélico compañero 
y amigo. Los muchachos se querían como hermanos; no reñían entre sí, no había discordias ni sinsabores, sino que todos formaban 
((813)) un solo corazón y una sola alma para amar a Dios y consolar a don Bosco. 

Era tan grande el empeño de todos en portarse bien moral y religiosamente que, al fin de la semana, cuando se leían públicamente las 
calificaciones, otorgadas a cada cual por maestros y asistentes, sucedía que rara vez se oía un nueve, pues todos merecían diez, es decir, 
que nadie daba motivo para la menor queja sobre piedad, aplicación y conducta en clase, en el dormitorio, en el patio y demás ambientes. 
El nueve, es decir la calificación correspondiente a una conducta casi óptima, era tan desestimado que, cuando un alumno, más por 
ligereza que por maldad, lo había merecido, lloraba a lágrima viva y de ordinario ya no sacaba otro en todo el año. 

La verdad sea dicha que a esta emulación y a este envidiable estado de cosas, contribuyeron varios hechos extraordinarios, de los que 
hablará el biógrafo de don Bosco; pero desempeñaron también un gran papel el celo y las industrias de don 
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Bosco y de sus ayudantes. Generalmente, después de comer y después de cenar, don Bosco estaba en el patio con nosotros. Y unas veces 
de pie, otras sentado sobre una mesita o sobre el duro suelo, rodeado siempre de un gran corro de muchachos, nos deleitaba contándonos 
sucesos graciosos y ejemplos edificantes. En ocasiones decía una palabra de aliento a uno que la necesitaba o dirigía una palabra 
confidencial al oído de otro; y como cambiaban a cada hora los muchachos de su alrededor y se sucedían unos a los otros, por el gusto de 
estar junto a él, ocurría que todos o casi todos recibían en pocos días, como pollitos de la solícita clueca, cada uno su porción, que les 
daba o conservaba la vida. Otras veces mandaba llamar a alguno o iba él mismo en su busca, porque sabía que estaba más o menos 
necesitado de ser impulsado al bien o apartado del mal y, a solas, con una bondad inimitable, decíale algunas palabras que hacían en su 
ánimo más efecto que una tanda de ejercicios espirituales. 

Y como, después del rezo de las oraciones de la noche, al acabar la corta platiquita, se apiñaban los muchachos a su alrededor para 
darle las buenas noches o exponerle una duda y pedirle un consejo, él aprovechaba presuroso la ocasión y decía a éste y a aquél una 
palabra confidencial, que era guardada como un tesoro y practicada con mucha fidelidad. Estas y otras ((814)) iniciativas parecidas las 
había introducido don Bosco desde los primeros años del Oratorio; pero, al ver por experiencia los efectos saludables que producían, 
comenzó a emplearlas con más frecuencia aquel año y, por lo tanto, con inmensa ventaja nuestra. 

Don Víctor Alasonatti, prefecto de la casa y nuestro segundo padre, que no tenía el don de la palabra de don Bosco, atendía de otra 
manera al bienestar de los muchachos. Vigilaba para que no se introdujeran abusos entre nosotros, tomaba a su cargo el dar avisos o 
reproches y el imponer ligeros castigos y suplía con esto la eficacia de los medios más blandos de persuasión, cuando éstos no alcanzaban 
su intento con algunos reacios y obstinados. Y esto lo hacía con tanta caridad, calma y discreción que se hacía temer, mas no odiar, pues 
mezclaba lo amargo con lo dulce, la fortaleza con la mansedumbre, hermanaba la razón y el castigo con la misericordia y la benevolencia. 
Ante todo examinaba atenta y prudentemente el asunto, hacía razonar al culpable y, cuando bastaba el aviso, no empleaba el reproche, y 
si éste era insuficiente, no acudía a la amenaza, ni al castigo, siguiendo fielmente la regla dada por el mismo Dios con estas palabras: Pro 
mensura peccati erit et plagarum modus (La cantidad del castigo estará de acuerdo con la medida de la culpa). De todos modos, en todos 
los casos, daba muestras de que nunca obraba por rencor, sino por amor, no por capricho y resentimiento, sino por deber y por el deseo de 
hacer bien al culpable. 

Pero la buena conducta y educación de los muchachos eran también el fruto del trabajo durante las horas de recreo de los auxiliares de 
don Bosco que eran los clérigos, los maestros, los jefes de taller, los asistentes y no pocos alumnos, que seguían las huellas de Domingo 
Savio, haciéndose como él cazadores y pescadores de almas. Repartidos acá y allá, tomaban parte en los juegos y se convertían en alma 
de todas las diversiones y lo hacían con un interés y actividad tales que dejaban muy atrás a los más aficionados al juego. Quien no 
conocía la buena intención y la noble finalidad de aquellos muchachos y clérigos, los habría tachado de disipados y descuidados en 
guardar su propio decoro; pero la realidad era muy otra. 

Ellos promovían los juegos y les infundían calor y entusiasmo para darles importancia y atraer a los más indiferentes a sacudir su 
melancolía y desarrollar su vida física y moral; ((815)) se ponían a la cabeza de los mismos para dominarlos y ser 
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como árbitros, para, en los casos de protesta, poder ponerlos de acuerdo fácilmente entre sí e impedir contiendas, altercados y riñas y por 
tanto la ofensa a Dios. Pasaban horas y horas en este ejercicio y, a menudo, con gran sacrificio y abnegación, pero satisfechos de poder 
conocer mejor en aquel ambiente a los jóvenes, su índole, sus defectos y tener oportunidad de decirles una palabra de salvación. 

Mientras unos atendían de este modo a las diversiones generales, otros se desparramaban por el patio, vigilaban a este o a aquel 
muchacho que andaba solo, le invitaban a jugar o a pasear con ellos, siempre con el laudable intento de promover la honesta alegría y 
tener a mano la ocasión de dar un buen consejo y despertar el deseo de estudiar, de trabajar y de rezar. Después de haberse entretenido un 
rato con aquel muchacho, estudiante o aprendiz, después de haber hablado con él, como suele decirse del tiempo y de la lluvia, el buen 
clérigo solía preguntarle delicadamente sobre algo que le concerniera más de cerca, por ejemplo: 

-Tienes padres todavía y procuras consolarlos con tu buena conducta y rezar por ellos? -Qué calificaciones sacaste la semana pasada? 
-Cuánto tiempo hace que no te confiesas? -Yo necesitaría obtener de Dios una gracia; quieres venir mañana conmigo a confesarte y 
comulgar según mi intención? -Quieres que vayamos a ver a don Bosco? Vamos y le pedimos que nos diga una palabrita al oído. Y así 
otras preguntas por este estilo. 

Al mismo blanco dirigían sus dardos los profesores en la clase y los asistentes y jefes de dormitorio y de taller. Todos procuraban guiar 
a sus alumnos al cumplimiento de los deberes, al buen orden, al trabajo, al estudio, a la virtud, más por amor que por miedo, más mirando 
al alma que al cuerpo, más con los ojos en el cielo que en la tierra. Inspirados en los ejemplos y en las palabras de don Bosco, todos 
querían y procuraban buscar, promover y conducir a Dios a los alumnos del Oratorio y salvar sus almas. Uno de los planes más fielmente 
practicado era el de hacer que Dios penetrara en el corazón de los muchachos, no sólo por la puerta ((816)) de la iglesia, sino por la de la 
clase o del taller. Y se ingeniaban para conseguirlo, pero con tanta prudencia y moderación que los chicos casi no se daban cuenta, pero 
sentían y experimentaban perfectamente que era mucho más agradable ser piadosos y virtuosos que indiferentes y aviesos. Consideraban 
al Oratorio como su casa preferida y querían a los superiores como amigos del alma. 

El ejemplo de don Bosco les servía sobre todo de eficacísimo acicate para el bien. Ganaba a todos en el cumplimiento de sus deberes, 
en la práctica de los consejos evangélicos y en buscar la gloria de Dios en todo, de modo que podía decir con sinceridad al Señor: Zelus 
domus tuae comedit me (me devora el celo por tu casa). Don Francisco Dalmazzo escribe: «Advierto una apreciación, que muchos de mis 
hermanos y yo mismo hacemos, y es que, con el frecuente e íntimo trato familiar con el siervo de Dios, contrariamente a lo que sucede 
con los demás hombres, siempre se descubría en él una nueva virtud o un rasgo digno de admiración, que antes no se había advertido. 
Durante los casi treinta años que le traté de cerca, he de confesar ingenuamente que, no sólo no encontré nunca en él algo que mereciera 
reproche, sino que hube de admirar constantemente 
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la práctica de todas las virtudes cristianas, de suerte que hube de convencerme, por lo que yo vi y oí, que era verdad lo que decía de él la 
fama: Es un santo». 

A pesar de todo ello, no resulta fácil explicar el florecimiento y la perseverancia de tantas virtudes en la admirable casa de don Bosco 
sólo con el empleo de los medios ordinarios que sugieren la religión y una santa pedagogía. Había algo más maravilloso aún, que 
completaba lo que faltaba a la insuficiencia humana, pues sólo Dios escudriña los corazones y descubre a veces el mal donde los hombres 
creen ver la perfección. En el primer libro de Samuel, (capítulo XVI, versículo 7), leemos estas palabras del ((817)) Señor a Samuel, 
tocante a Eliab: «No mires su apariencia ni su gran estatura... La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira 
las apariencias pero Yavéh mira el corazón». Y, por eso, su bondad se manifiesta de modo extraordinario en proporción al ardiente celo 
de su fiel siervo en promover la salvación de las almas. A esta divina bondad aludía Bonetti al referirse a los hechos extraordinarios, que 
serían contados por el biógrafo de don Bosco. 

El primero de este año lo sacamos de la Crónica de don Domingo Ruffino y de las Memorias de don Juan Bonetti. 

Durante las noches correspondientes a las fechas comprendidas entre el 28 y el 30 de diciembre de 1860, don Bosco tuvo tres sueños, 
como él los llama y que nosotros, por cuanto hemos visto, oído y comprobado, podemos calificar, con toda seguridad, de auténticas 
visiones celestiales. 

Se trata de un mismo sueño tres veces repetido, aunque acompañado de circunstancias diversas. 

He aquí el resumen del mismo, tal como salió de los labios del siervo de Dios en la noche postrera del año 1860, al relatarlo a todos los 
jóvenes reunidos: 

Parecióme estar durante tres noches en un campo, en Rivalta, en compañía de don José Cafasso, de Silvio Pellico y del conde Cays. 

Pasamos la primera noche discurriendo sobre ciertos puntos de religión relacionados con los tiempos actuales. La segunda la dedicamos 
a conferencias morales en las que proponíamos y resolvíamos diversos casos de conciencia, referentes principalmente a la dirección de la 
juventud. 

Al comprobar que durante dos noches consecutivas había tenido el mismo sueño, determiné contarlo a mis queridos hijos si por acaso 
volvía a soñar lo mismo por tercera vez. 

Y he aquí que en la noche del 30 al 31 de diciembre, me pareció estar nuevamente en el mismo lugar y en compañía de los mismos 
personajes. 

Dejando aparte otra preocupación, me vino a la mente el pensamiento de que al día siguiente, último del año, tenía que dar el aguinaldo, 

o sea, los recuerdos a mis queridos hijos. Por eso, dirigiéndome a don José Cafasso, le dije: 
-Usted que es tan amigo mío, déme el aguinaldo para mis hijos. 
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((818)) El me replicó: 

-Despacio. Si quiere que yo le dé el aguinaldo para sus jóvenes, vaya primero a decirles que preparen y ajusten bien sus cuentas. 

Nos encontrábamos a la sazón en una gran sala, en medio de la cual había una mesa. Don José Cafasso, Silvio Pellico y el conde Cays 
fueron a sentarse junto a ella. Yo, para obedecer al primero, salí de la habitación y fui a llamar a mis muchachos, que estaban fuera, 
haciendo cada uno una suma en un papel que tenían en la mano. 

Los jóvenes comenzaron a entrar en la sala uno por uno, llevando consigo sus papeles en los que se veían muchas cantidades para 
sumar; y presentándose a los mencionados personajes, les enseñaban sus cuentas. Aquellos señores comprobaban el resultado, y si la 
suma era exacta y los números estaban claros, se los devolvían a cada uno. Pero si las cifras estaban emborronadas ni se dignaban 
mirarlas. 

Los primeros representaban a aquéllos que tienen sus cuentas ajustadas; los segundos, los de conciencia embrollada. Estos últimos eran 
bastante numerosos. Los que salían con sus cuentas aprobadas marchaban contentos de la sala y se dirigían al patio a jugar; los otros, en 
cambio, se iban tristes y angustiados. 

Una gran multitud de jóvenes esperaba a la puerta de aquel salón con el papel en la mano a que le llegase el turno. 

Largo tiempo duró esta tarea, hasta que finalmente no se presentó nadie. 

Parecía que habían desfilado por allí todos los jóvenes, cuando don Bosco, al ver a algunos que estaban esperando y no se presentaban 
preguntó a don José Cafasso: 

-Y éstos que hacen? 

-Estos, replicó don José Cafasso, no tienen ningún número escrito en el papel, por tanto no pueden hacer ninguna suma; pues aquí se 
trata de saber el total de lo que se posee, de lo que se ha hecho. Por eso estos jóvenes deben ir primero a llenar el papel de números y que 
vengan después, que entonces podrán hacer la adición. 

De esta manera terminó aquella gran visión de cuentas. 

Entonces salí de la sala con los tres personajes, y me dirigí al patio, donde vi un gran número de jóvenes: eran aquéllos cuyos papeles 
estaban llenos de cifras colocadas en orden. Se entretenían en correr, saltar y jugar en medio de una alegría extraordinaria. Eran tan 
felices como otros tantos príncipes. No os podéis imaginar la alegría que yo experimentaba al verlos tan contentos. 

Pero había cierto número de jóvenes que no participaban en los juegos de los demás, sino que se distraían, contemplando a sus 
compañeros. Estos no parecían muy alegres. Entre ellos, había unos que tenían una venda en los ojos, otros ((819)) una densa niebla, 
otros una nube oscura alrededor de la cabeza. Algunos echaban humo por la cabeza, otros tenían el corazón lleno de tierra, otros vacío de 
las cosas de Dios. Yo los vi y los conocí perfectamente; de forma que podría nombrarlos uno a uno, desde el primero al último. 

Entretanto me di cuenta de que en el patio faltaban muchos de mis muchachos y dije, para mis adentros, después de haber reflexionado 
un poco: Dónde están aquéllos que tenían el papel completamente en blanco? 

Mirando hacia una y otra parte, al fin fijé la vista en un rincón del patio y íoh, terrible espectáculo! Vi a uno de los jóvenes tendido en 
el suelo y pálido como la muerte. Otros estaban sentados sobre un escaño bajo y sucio, otros echados sobre un jergón de paja, otros 
tirados sobre el desnudo suelo, otros recostados sobre las mismas piedras. Eran todos aquellos que no tenían sus cuentas ajustadas. Les 
aquejaba una grave enfermedad que les afectaba bien a los ojos, a la lengua, a los oídos; los 

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órganos atacados aparecían roídos de gusanos. Había uno que tenía la lengua completamente podrida, otro con la boca llena de fango y 
otro de cuya garganta salía un hedor insoportable. Diversas eran las enfermedades de algunos infelices. Quién tenía el corazón carcomido, 
débil, corrompido; quién padecía una úlcera, quién otra; había uno en completo estado de descomposición. Aquello parecía un verdadero 
hospital. 

En presencia de semejante espectáculo quedé completamente desconcertado, sin poder dar crédito a cuanto estaba viendo. Entonces 
exclamé: 

-íOh! Pero, qué es esto? 

Y acercándome a uno de aquellos desgraciados, le pregunté: 

-Pero, no eres tú N. N. ? 

-Sí -me replicó-soy yo. 

-Y cómo es que te encuentras en tan deplorable estado? 

-Qué quiere? -me dijo-.Harina de mi costal. íYa ve! Este es el fruto de mis desórdenes. 

Me acerqué a otro y obtuve la misma respuesta. Tal espectáculo me producía en el corazón el efecto de una agudísima espina, cuyo 
dolor se me hizo más tolerable al contemplar lo que seguidamente os voy a contar. 

Con el corazón lleno de dolor me dirigí a don José Cafasso y le pregunté en tono de súplica: 

-Qué remedio debo emplear para curar a estos mis pobres hijos? 

-Usted sabe como yo lo que se debe hacer -me replicó don José Cafasso-.No necesita que se lo diga. Medite un poco. Ingéniese. 

((820)) Después me hizo señal de que le siguiese y, acercándose al palacio del cual habíamos salido, abrió una puerta. He aquí que 
entonces me encontré en un magnífico salón, adornado de oro, de plata y de toda suerte de filigranas; iluminado por millares de lámparas, 
cada una de las cuales despedía una luz tal que mi vista no podía resistir su resplandor. 

Tanto la anchura como la longitud de aquel local eran considerables. En medio de aquel salón, verdaderamente regio, había una amplia 
mesa colmada de confituras de todas las especies. 

Había almendras recubiertas de azúcar de un tamaño extraordinario; bizcochos descomunales, de manera que uno solo habría sido 
suficiente para saciar a un joven. Al ver esto intenté salir precipitadamente para llamar a mis jóvenes e invitarles a que viniesen a ver 
aquella mesa, y para que contemplasen el magnífico espectáculo que ofrecía aquel salón. Pero don José Cafasso me detuvo 
inmediatamente exclamando: 

-íDespacio! No todos pueden comer de estos bizcochos y de estas almendras.Llame solamente a los que tienen sus cuentas en orden. 

Así lo hice y, en un abrir y cerrar de ojos, la sala se vio atestada de muchachos. 

Entonces me dispuse a partir y distribuir aquellos bizcochos y aquellas pastas y almendras artísticamente confeccionados. Pero don José 

Cafasso se opuso diciendo: 

-íCalma, despacio, don Bosco! No todos los que están aquí son dignos de gustar estos pasteles; no todos pueden participar de ellos. Y 
me indicó quiénes eran los indignos. 

Entre éstos nombró en primer lugar a los que estaban cubiertos de llagas, los cuales no se encontraban en la sala con los demás porque 
no tenían sus cuentas en regla. Después me indicó los que, a pesar de tener sus cuentas en orden, tenían una niebla delante de los ojos, o 
el corazón lleno de tierra o vacío de las cosas del cielo. 

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Yo le dije inmediatamente con aire de súplica: 

-Deje que dé un poco a estos últimos; también son hijos míos muy queridos, tanto más que hay mucha abundancia de dulces y no hay 
peligro alguno de que lleguen a faltar. 

-No, no -continuó diciendo-, sólo los que tienen la boca sana pueden gustarlos; los demás, no; no están en condiciones de saborear tales 
dulzuras pues como tienen la boca enferma y llena de amargor, las cosas dulces les producirían repugnancia y, por tanto, no las pueden 
comer. 

((821)) Me resigné a hacer lo que me decía y seguidamente comencé a distribuir los dulces sólo entre aquellos que me habían sido 
indicados. Una vez que hube repartido entre ellos bizcochos y almendras en abundancia, comencé nuevamente la distribución, dando a 
cada uno una buena cantidad. Os aseguro que sentía gran complacencia al ver a mis jóvenes comer, tan a su gusto, aquellas golosinas. En 
el rostro de cada uno se reflejaba una gran alegría; no parecían los muchachos del Oratorio; tan transfigurados estaban. 

Los que permaneciendo en la sala se habían quedado sin dulces, estaban en un rincón de la misma, tristes y disgustados. Lleno de 
compasión hacia ellos, me dirigí nuevamente a don José Cafasso y le rogué con insistencia me permitiese distribuir también algunos 
dulces entre éstos, para que los pudiesen probar. 

-No, no -replicó don José Cafasso-, éstos no pueden comerlos. Haga usted primero que sanen de sus dolencias y los podrán saborear 
también ellos. 

Yo miraba a aquellos pobrecillos. También observaba a los muchos que habían quedado fuera llenos de melancolía y a los cuales no se 

les había dado nada. Los reconocí a todos y para mayor tormento mío me di cuenta de que algunos tenían el corazón carcomido. 

Continué, pues, diciendo a don José Cafasso: 

-Dígame, qué remedio debo emplear; qué debo hacer para curar a estos mis hijitos? 

Nuevamente me replicó: 

-íReflexione, ingéniese; usted sabe lo que tiene que hacer! 

Entonces le pedí que me diese el aguinaldo prometido para mis jóvenes. 

-íBien -replicó-, se lo daré! 

Y adoptando la actitud de una persona que se dispone a partir, dijo tres veces en tono cada vez más elevado: 

-íEstad atentos, estad atentos, estad atentos! 

Y diciendo esto desapareció con sus compañeros y se desvaneció el sueño. Entonces quedé tan despierto como en este momento en que 

os hablo y me encontré sentado en la cama con la espalda tan fría como el hielo. 

Este fue mi sueño. Interprételo cada uno como quiera, pero sepa darle el peso que se merece un sueño. 

Sin embargo, si en esto hay algo que pueda ser útil a nuestras almas, aprovechémoslo. No me agradaría con todo, que alguno contase 
algo fuera de casa. Yo os lo he referido a vosotros porque sois mis hijos, pero no quiero que vosotros lo deis a conocer a los demás. Entre 
tanto os puedo asegurar que os tengo ((822)) todavía presentes a cada uno de vosotros tal como os vi en el sueño; sabría decir quién 
estaba enfermo, quién no; quién comía, quién no. Ahora no quiero ponerme a manifestar aquí en público el estado de cada uno, sino que 
lo diré en particular a quien así lo desee. 

El aguinaldo que os doy en general a todos los del Oratorio, es el siguiente: frecuente y sincera confesión; frecuente y devota 
Comunión. 

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Permítasenos hacer tres reflexiones sobre este sueño. 

La primera empleando palabras del mismo Ruffino: «Don Bosco -dice-cuenta solamente el resumen de sus sueños, lo que se refiere e 
interesa a los jóvenes. Si hubiese querido narrar el sueño completo en cada circunstancia, habría necesitado de un grueso volumen. Todas 
las veces que se le preguntó prudentemente sobre alguno de sus sueños o visiones se obtuvieron numerosísimas ideas nuevas y nuevos 
detalles que duplicaban o triplicaban la materia. E incluso, cuando no era interrogado, en ciertas ocasiones dejaba escapar palabras que 
indicaban sus conocimientos sobre muchos acontecimientos futuros, de una manera confusa, sin saber dar más explicaciones sobre los 
mismos». 

Estas palabras fueron escritas por Ruffino con fecha 30 de enero de 1861, y de ellas se infiere que anteriormente don Bosco había 
narrado otros muchos sueños, cuyos textos originales se perdieron, o, al menos, que los que hemos esbozado en los volúmenes 
precedentes, fueron por él desarrollados con mayor amplitud y abundancia de pensamientos y amonestaciones. Por lo demás, hemos de 
hacer nuestras estas afirmaciones, pues nosotros mismos, más de cien veces, al escuchar estos relatos de labios de don Bosco, llegamos a 
las mismas conclusiones. 

La segunda sugerencia es de don Miguel Rúa y se refiere a la realidad de los conocimientos que don Bosco adquiría durante tales 
sueños, sobre el estado de las conciencias de sus jóvenes. 

«Tal vez alguno -escribe-podría suponer que don Bosco, al poner de manifiesto la conducta de los jóvenes y otras cosas ocultas, 
pudiese servirse de revelaciones hechas por los mismos jóvenes o por los ((823)) asistentes. Yo, en cambio, puedo asegurar con toda 
certeza que jamás, en los muchos años que viví a su lado, ni yo, ni ninguno de mis compañeros pudimos darnos cuenta de tal cosa. Por 
otra parte, siendo nosotros entonces jóvenes y estando en medio de los jóvenes, al cabo de breve tiempo podríamos haber descubierto con 
mucha facilidad que el siervo de Dios hacía uso de confidencias hechas por alguno de la casa, ya que los muchachos difícilmente saben 
guardar un secreto. 

»Era tan común entre nosotros la persuasión de que don Bosco nos leía los pecados en la frente que, cuando alguno cometía una falta, 
procuraba evitar el encuentro con él, hasta después de haberse confesado; y esto sucedía mucho más frecuentemente después de la 
narración de un sueño. Tal persuasión nacía en los alumnos del hecho que, yéndose a confesar con él, aunque se tratase de jóvenes que 
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le eran desconocidos, encontraba en ellos y ponía de manifiesto culpas en las que no habían reparado o que pretendían ocultar. 

»Finalmente haré observar que, además del estado de las conciencias, don Bosco anunciaba en los sueños cosas que era imposible 
conocer naturalmente con sólo los medios humanos; por ejemplo, la predicción de algunas muertes y de otros hechos futuros. Por mi 
parte, a medida que avanzaba en edad, al considerar estos hechos y revelaciones de don Bosco, tanto más me convencía de que estuvo 
dotado por el Señor del espíritu de profecía». 

La tercer reflexión es la nuestra, y es que, de este sueño, se deduce que don José Cafasso hacía el papel de juez de todo lo referente a la 
religión y a la moralidad; Silvio Pellico dictaminaba sobre la diligencia en el cumplimiento de los deberes escolásticos y profesionales, y 
el conde Cays, sobre obediencia y disciplina. 

En los dulces nos parece descubrir el alimento de aquéllos que comienzan a andar por los caminos del Señor; y en la pasta de 
almendras, a los que están ya en vía de mayor perfección. De unos y de otros se podría decir con el salmista: «Y a él le sustentaría con la 
flor del trigo, le saciaría con la miel de la peña. (Salmo LXXI, 17). 
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((824)) 

CAPITULO LXII 

LUCHAS ESPIRITUALES -DON BOSCO EXPLICA EN PARTICULAR A CADA UNO DE LOS MUCHACHOS LO QUE LE 
CORRESPONDE EN EL SUEÑO -AGUINALDOS -CONFESIONES ARREGLADAS -MUCHACHOS TRISTES Y MUCHACHOS 
ALEGRES Y SANTOS -MUERTE INMINENTE EVlTADA -CONFESIONES GENERALES DE LOS APRENDICES -SE 
PREGUNTA LA CAUSA DE LOS DOLOROSOS DESCUBRIMIENTOS HECHOS DESPUES DE LAS COMUNIONES DE 
NAVIDAD -DON BOSCO DA EN PUBLICO LA EXPLICACION DEL SUEÑO -POR QUE DON BOSCO ESPERO ALGUNOS 
DIAS ANTES DE CONTAR EL SUEÑO -LA GRACIA Y LA GLORIA DE DIOS -UNA PREGUNTA ACERCA DE LA 
NATURALEZA DEL SUEÑO -UNA VOCACION -DON BOSCO Y LA CONCIENCIA DE LOS MUCHACHOS AUSENTES 
-FELICIDAD DEL QUE SE HA CONFESADO BIEN -CARTAS DE DON BOSCO: UN LIBRO PARA UN JOVENCITO DE 
FAMILIA NOBLE Y UN VESTIDO PARA UN NEOFITO -LECTURAS CATOLICAS -LLAMADA A LOS SUSCRIPTORES Y A 
LOS CORRESPONSALES DE ESTAS LECTURAS 

CAUSA verdadero estupor el comprobar los efectos producidos en los alumnos de don Bosco durante meses y meses, por el sueño que 
acabamos de transcribir. 

Ruffino y Bonetti conservaron recuerdo de ello en sus respectivas Memorias, las cuales se complementan recíprocamente. Su lectura 
refleja lo que sucedió entonces en el Oratorio en el terreno espiritual; las luchas continuas mantenidas entre la virtud y el vicio, entre 
((825)) el espíritu de Dios y el espíritu de las tinieblas; el sucederse alterno en el campo de las almas, de las victorias y de las derrotas, de 
las caídas y del resurgir de las mismas; de la labor de un sacerdote dotado de un celo ardiente y que, sostenido por una luz especial y por 
una energía divina, en medio de aquellas formidables y misteriosas batallas, infunde valor y fuerza a quienes luchan varonilmente, 
socorre a los vencidos y aleja al enemigo obstinado. 

Pero el admirable campo ultraterreno de estos acontecimientos aparecerá cada vez más amplio con el sucederse, en este mismo año, 
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de otros sueños y de otros sucesos, que se refieren no sólo a los combates espirituales de los individuos, sino además a las indicadas 
vocaciones de éstos a la Pía Sociedad y al sacerdocio y, en el porvenir, a los azares de su vida, al desarrollo de la Congregación y a otras 
maravillas, que expondremos dentro de poco. Nos servirán de guía las dos consabidas crónicas, conservando su forma de diario, de forma 
que resulte evidente que nos atenemos estrictamente a la verdad. 

Empecemos, pues, la narración. 

Bonetti «1.° de enero de 1861. Don Bosco no podía quitarse a los jóvenes de encima. Uno quería que le dijese si se encontraba entre los 
enfermos; otro, si le había visto con el corazón lleno de tierra; un tercero, si sus cuentas estaban en regla o si se encontraba en el número 
de aquéllos que comían los bizcochos y las pastas de almendra. El, cual padre amoroso, deseoso de complacer a todos, pasó casi todo el 
día atendiendo a los que, uno tras otro, fueron a preguntarle confidencialmente el estado de la propia alma. Y el siervo de Dios les 
indicaba el lugar que ocupaban en el sueño dándoles un aguinaldo particular. El que dio al clérigo Juan Bonetti, fue el siguiente: «Quaere 
animas, et dabis animam tuam Domino» (busca almas y darás tu alma al Señor). 

íCuánto bien produjera este sueño entre los jóvenes ((826)) no se puede calcular! Baste saber que incluso aquéllos que, hasta entonces, 
no habían cambiado de manera de pensar, ni se habían dejado influir por los buenos ejemplos de los compañeros, ni por los saludables 
avisos y consejos de los superiores, ni por varias tandas de ejercicios espirituales, al oir este sueño, no pudieron resistir más, y todos 
fueron a porfía a hacer su confesión general con el mismo don Bosco, el cual sentía su corazón inundado de alegría al comprobar cómo el 
Señor favorecía de aquella manera a sus queridos hijos. 

En esta ocasión, llevado del deseo de que todos los jovencitos se aprovechasen de aquel favor del cielo, nos dijo tales cosas, que no nos 
quedó lugar a duda de que aquel sueño misterioso era uno de los que el Señor suele infundir de vez en cuando a las almas elegidas». 

Y continúa la Crónica de Bonetti con fecha del 10 de enero: «En el día de hoy un nuevo acontecimiento ha venido a afirmar a los 
jóvenes en su creencia de que con aquel sueño misterioso, el Señor quiso revelar a Don Bosco el estado de las conciencias de sus hijos. 

»He aquí una prueba contundente de ello: un joven había callado varias veces un pecado en la confesión. En estos días de salud, 
atormentado por el pensamiento del estado lamentable de su alma, determinó hacer una confesión general, y para ello se presentó a don 
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Mateo Picco, el cual, precisamente en aquellos días, comenzaba a acudir al Oratorio para ayudar a don Bosco en las confesiones de los 
jóvenes. El muchacho en cuestión hizo una confesión de toda su vida pasada, pero al llegar a aquel pecado que había callado ya varias 
veces, no se atrevió a confesarlo y lo calló nuevamente. Esta mañana, al bajar don Bosco de su habitación para ir a la sacristía, se 
encontró en la escalera al pobre muchacho y le dijo: 

-Cuándo vendrás a hacer tu confesión general? 

-Ya la he hecho -le respondió. 

-íNo me digas! -replicó don Bosco. 

((827)) -Sí, la hice anteayer con don Mateo Picco. 

-No, no has hecho tu confesión general. Y, si no, dime: por qué has callado el tal pecado? 

Al oír estas palabras, el jovencito bajó la cabeza y se le llenaron los ojos de lágrimas; después comenzó a llorar a todo trapo y bajando a 
la sacristía hizo su confesión de la manera más sincera». 

El clérigo Juan Cagliero, que había estado presente cuando don Bosco relataba el sueño y era amigo de todos los alumnos, habló con 
este alumno, el cual, aunque de mala gana, le contó cuanto don Bosco le había dicho. 

El siervo de Dios jamás revelaba a nadie más que al interesado cuanto sabía o conocía por medio de los sueños; pero de las mutuas 
confidencias que se hacían los jóvenes, que habían sido objeto de su exquisita caridad, se ponía siempre en claro que Dios hablaba por su 
boca. 

En la crónica de Ruffino, correspondiente al 11 de enero, se lee: 

«Muchos jóvenes están preocupados; bastantes se preparan para hacer una confesión general. Muchísimos desean hablar con don 
Bosco, el cual comunica a cada uno de ellos cosas importantísimas relacionadas con lo más íntimo de sus conciencias. A algunos, yo 
mismo los he visto llorar como si se les hubiese comunicado una gran desgracia. Otros están contentos porque han podido oír una palabra 
de seguridad sobre su estado. 

»Un clérigo, al cual conozco muy bien, pidió le dijese algo sobre el estado de conciencia en que se encontraba, y don Bosco se lo 
expuso así: 

»-No te desanimes, procura apartar tu corazón de las cosas del mundo. Abre bien los ojos para alejar las tinieblas de tu mente y para 
conocer la verdadera piedad que se opone a la propia gloria. Procura, con la medicina de la Confesión, remover todo obstáculo que 
pudiera hacerte enfermar. ((828)) Revisa tu fe, la cual te hará conocer y amar la vida de piedad. Aquí tienes descrito tu estado. 
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»En el Oratorio se siente un gran bienestar. Don Bosco dijo en medio de un gran corro de muchachos en tiempo de recreo: 

»-Hay jóvenes en la casa que aventajan en piedad a Domingo Savio. Uno especialmente, poco conocido, me supo decir después de la 

misa los pensamientos y distracciones que yo tuve durante la misma». 

Escriben Ruffino y Bonetti el 12 de enero: «Esta mañana don Bosco llamó a un joven a su habitación y le dijo: 

»-La noche pasada vi a la muerte que te amenazaba. Cuando estuvo a tu lado la observé en actitud de descargar un golpe terrible sobre 

ti con su tremenda guadaña. Al ver esto, corrí inmediatamente a detener su brazo; pero ella, dirigiéndose a mí, me dijo: 
»-Déjame. Este no es digno de vivir. Por qué se ha de tolerar que siga en el mundo quien no corresponde a tus cuidados y abusa de tal 

forma de las gracias del Señor? 

»Mas yo insistí para que te perdonara y al fin te dejó». 

Aquel pobrecito, al oír el relato de este sueño, quedó tan preocupado y conmovido que, entre lágrimas y sollozos, hizo su confesión y 

formuló numerosos propósitos. 

Don Bosco contó aquella misma noche el sueño y todo lo sucedido a la comunidad, sin decir que había sido él quien había tenido el 
sueño ni indicar la relación del mismo con un alumno del Oratorio. 

Todo habría quedado en secreto si el joven Bartolomé C., apenas bajó don Bosco de la tribuna no se hubiese acercado al clérigo Bonetti 
para comunicarle, en el seno de la confianza, que había sido el mismo don Bosco quien había tenido aquel sueño y que él era el joven a 
quien el siervo de Dios había llamado aquella mañana. 

El muchacho terminó asegurando, con la mayor candidez, que, desde que hiciera la primera comunión, no se había confesado bien, pero 

que, afortunadamente, al presente sus cuentas con Dios estaban completamente arregladas. 

((829)) La crónica de Ruffino, con fecha 13 de enero continúa: 

«Un buen número de aprendices, especialmente los encuadernadores, han ido a hacer su confesión general, sin que nadie les incite a 

ello. 

»Un alumno, habiéndose encontrado con Don Bosco en el patio, le preguntó: 

»-Dígame, cómo es que, habiéndose confesado casi todos el día de Navidad, vio usted a tantos en el sueño en tan deplorable estado? 

»-Me has preguntado una cosa, replicó don Bosco, que no puedo aclarar; yo lo sé, pero, aunque no estoy obligado a secreto, en 

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público no lo diré nunca; hay con todo muchas otras que no puedo decirlas ni en privado». 

Este mismo día 13 dijo don Bosco después de las oraciones: 

-«Al punto a que han llegado las cosas, me veo obligado a hablar y a descorrer el velo de este sueño. Os dije que lo tuve durante tres 
noches consecutivas. La primera vez en la noche del 28 de diciembre, repitiéndose en las fechas del 29 y del 30. En la primera noche se 
trataron puntos y cuestiones de teología referentes al tiempo presente, o sea, cosas de actualidad, y os aseguro que recibí muchas 
ilustraciones del cielo. 

»La segunda noche hablamos sobre diversos temas de moral, también relacionados con casos de conciencia referentes a jóvenes del 
Oratorio. 

»La tercera noche se trataron casos prácticos, por los cuales conocí el estado moral de cada joven en particular. 

»El primer día no quise hacer caso del sueño porque el Señor nos lo prohíbe en la Sagrada Escritura. Pero, en estos días pasados, 
después de haber hecho algunas experiencias, tras haber hablado con varios jóvenes en particular y de haberles expuesto las cosas tal y 
como las vi, y de que ellos me asegurasen que todo era como yo les decía, ya no pude seguir dudando, llegando a la convicción de que se 
trataba de una gracia ((830)) extraordinaria que el Señor concede a todos los hijos del Oratorio. 

»Por eso me encuentro en la obligación de deciros que el Señor os llama y os hace sentir su voz y íay de aquéllos que cierren los oídos a 
sus reclamos! 

»Don José Cafasso, pues, hizo entrar a todos en una sala y a todos proporcionó un pliego. Algunos tenían sus cuentas ajustadas por 
completo. Otros nada más que los números, pero les faltaba por hacer la suma. 

»-Y aceptaron todos el pliego que se les ofrecía? 

-No, porque muchos se habían quedado fuera, recostados en las yacijas de paja, otros sentados en los escaños; quienes tendidos por el 
suelo o echados sobre el fango: algunos estaban tan cubiertos de heridas y de llagas que causaban repugnancia. 

»Los que recibieron el papel, salieron a hacer recreo, pero no todos jugaban, pues muchos de ellos tenían los ojos rodeados de una 
niebla que les impedía ver claro; otros los tenían vendados, no faltando quienes mostraban el corazón carcomido. 

»Los que tenían sus cuentas ajustadas representan a los de conciencia recta. 
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»Los que tenían el papel con los números escritos, pero sin la suma hecha, son los que tienen la conciencia en regla, pero les falta la 
adición de la última confesión. 

»Los que tenían los ojos circundados de niebla o vendados, son los que se dejan dominar por el espíritu de soberbia y por el amor 
propio. Los que estaban tirados por los suelos podría nombrarlos uno a uno y decirles por qué se encontraban sobre las yacijas de paja, 
sentados en los escaños o en el mismo suelo. Vi también el interior de los corazones. Muchos los tenían llenos de cosas bellas; de rosas, 
de azucenas, de fragantísimas violetas. Estas flores simbolizan las distintas virtudes. íOtros en cambio!... El corazón carcomido 
representaba a los que alimentan odios, rencores, envidias, antipatías, etc. 

»Algunos tenían el corazón lleno de víboras, símbolo de los pecados mortales; otros lleno de tierra, representación del apego a las cosas 
del mundo y a los placeres sensuales. 

((831)) »Bastantes eran también los de corazón vacío, o sea los que, a pesar de estar en gracia de Dios y alejados de las cosas del 
mundo y de los placeres sensuales, al mismo tiempo no procuran llenar el corazón con la piedad y con el santo temor de Dios. Estos tales 
viven a la buena y, si no caen en el primer lazo que les tiende el demonio, no tardarán mucho en malearse. 

»Por lo tanto, todos aquéllos que no tienen aún en orden las cosas de su alma, íah!, que no aguarden más tiempo a ajustarlas. Que 
vengan a mí y me prometan responder sinceramente a cuanto les pregunte y si no se sienten con ánimo para hablar, hablaré yo por ellos. 
Por fortuna me encuentro en condiciones de poder decir a cada uno su pasado, su presente y algo del futuro. 

»Os estoy diciendo cosas que no os debiera decir. íAh, queridos jóvenes! Hay un pensamiento que me llena de horror. Os aseguro que 
jamás habría creído que hubiese en nuestra casa un tan crecido número de jóvenes con las conciencias tan desordenadas, tan 
desarregladas. íJamás lo hubiera creído! 

»íCuántos con el cuerpo cubierto de llagas y tendidos por los suelos! Creedme que pasé noches y días terribles. 

»Una palabra de pláceme a aquéllos que han pensado ya en arreglar su conciencia; pero, aún hay muchos que no se han determinado a 
hacerlo. 

»Al decir esto, se notaba en su voz la emoción que le embargaba y gruesas lágrimas rodaban de sus ojos. No pocos de los jóvenes 
lloraban también. Las palabras del siervo de Dios consiguieron el efecto deseado». 
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En su crónica del 15 de enero, dejó Ruffino consignado:
«Los aprendices continúan haciendo su confesión general.
»Hoy, algunos hicieron a don Bosco la siguiente pregunta:
»-Cómo es que habiendo tenido este sueño en vísperas de la fiesta de Navidad, tardó tanto en contarlo en público?
»-Os repetiré lo que os dije en otra ocasión -replicó don Bosco-;después de tener este sueño, no quise por una parte dar importancia 
a


cuanto en él había visto, pero por otra ((832)) me parecía que la tenía; por eso hube de reflexionar durante algunos días sobre la conducta 
que debía seguir. Después llamé a un joven de los que había visto en el mismo horriblemente cubierto de llagas y le dije: 
»-Tú te encuentras en tal estado de conciencia. Lo deducía del estado en que lo había visto. 

»El tal me respondió que, efectivamente, era así como yo decía. Llamé a otro y me dio la misma respuesta; coincidiendo su 
contestación con lo que yo había observado. Vi que también se cumplía en un tercero cuanto yo había visto. Entonces no me cupo ya la 
menor duda. En aquel sueño se me había manifestado el estado de las conciencias de todos los jóvenes; el estado presente y hasta el 
futuro de muchos de ellos». 

Don Bosco aseguró también a algunos de sus íntimos:
«Adquirí más conocimientos teológicos en aquellas tres noches, que durante todo el tiempo de estudio en el Seminario.
»
Y prosigue Ruffino en su crónica, correspondiente al 16 de enero:
«Hablando don Bosco con algunos después de la comida, les decía:
»-Cuando se trata de la ofensa de Dios, no hay que tener nada en consideración con tal de que se llegue a impedirla.
»Don Miguel Rúa entonces le preguntó:
»-Lo que nos ha contado es sueño o realidad?
»-Ni yo mismo lo sabría precisar. Lo cierto es que ((833)) cuando hubo terminado, me encontraba sentado en la cama y por cierto que


sentía mucho frío. 
»Y al decir esto, sonreía. 
»Que cuanto don Bosco contaba no eran simples sueños, lo demuestran los efectos de sus relatos. 
»Cuando Francisco Dalmazzo llegó al Oratorio, don Bosco le preguntó: 
»-Qué quieres ser cuando hayas terminado aquí los estudios? 
»-Farmacéutico o algo parecido -respondió el jovencito. 

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»-No te gustaría ser sacerdote?
»-No.
»-Con todo, quiero hacerte sacerdote.


»Dalmazzo miró a don Bosco sonriendo y replicó:
»-íOh! No lo conseguirá.
»Han pasado ya tres largos meses del curso, y Dalmazzo es uno de los más aficionados a don Bosco, al que dice ya reiteradamente:
»-Si a usted le place, me haré sacerdote.» Continúa la crónica de Ruffino:
«26 de enero. Parece ser que don Bosco vio en sueños a otros jóvenes que ahora no están en el Oratorio.
»Como le rodeasen algunos de sus confidentes, recordando el siervo de Dios a ciertos jóvenes que habían estado en el Oratorio y que al


presente llevaban mala vida, exclamó: 
»-íOh, si les pudiese hablar! Yo creo que al ver sus faltas puestas al descubierto se enmendarían... Por ejemplo, a Ard... jamás lo he 

conocido y, sin embargo, le podría decir el estado de su conciencia. 
»Dicho esto, guardó silencio y después de permanecer algún tiempo pensativo, continuó: 
»-Si por la noche pudiese ver como por la mañana, confesaría a un triple número de jóvenes. Por la mañana, mientras confieso a uno, 

tengo a muchos delante de mí aguardando turno. A todos los tengo confesados, aunque no me hayan hablado. 
((834)) »A este conocimiento sobre el estado de las conciencias, se añadía la bondad con que acogía a los penitentes. 
»En cierta ocasión fue a confesarse con él cierto joven. Una vez terminada la confesión, el penitente le dijo: 
»-Tendría todavía una cosa que decirle. 
»-Que? 
»-Desearía que me permitiese besarle los pies. 
»-No hace falta. Bésame solamente la mano según se acostumbra hacer al sacerdote. 
»El joven comenzó a llorar copiosamente añadiendo: 
»-íFeliz de mí si en el pasado hubiese abierto los ojos como al presente! Usted me ha hecho ver claro esta noche. 
»Y se marchó sollozando. Cuando se hubo serenado, volvió para tratar con don Bosco sobre las cosas de su alma.» 
Por aquellos días interesábase también don Bosco por los muchachos que no pertenecían al Oratorio, según tenía por costumbre; con tal 

motivo escribió a la Marquesa de Fassati. 

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Benemérita Señora: 

El jueves por la tarde me olvidé de hablar con usted y con el señor Marqués de dos cosas: 

1.ª Pedirle que busque un devocionario para las prácticas diarias de la iglesia, en inglés; es una petición del hijo de la condesa Bosco. 

2.ª Concierne al joven neófito Domingo Landon. Tendría que salir mañana para Biella, como asistente de un hospicio de jóvenes; está 

así convenido con monseñor Losana. Pero necesita alguna prenda de vestir; y, para remediar esta necesidad, lo recomiendo a la caridad 
del padrino y de la madrina. Como respuesta basta que diga una sola palabra al clérigo Turchi. 
Que el Señor le depare un feliz día y bendiga a toda esa querida familia, a la vez que, con el mayor aprecio me profeso 
De V.S., 
Turín, Epifanía de 1861. 
Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 
((835)) Tan pronto como recibió respuesta, se la comunicó al joven Octavio Bosco de Ruffino. 

Carísimo Octavio: 

La señora marquesa de Fassati no ha podido encontrar un devocionario en inglés como deseaba. Mientras lo busca, me da la «Práctica 
de amar a Jesucristo» de san Alfonso; dice que es una traducción excelente y con buen estilo y pureza de lenguaje. 

Querido Octavio: ánimo, precaución con los malos compañeros y apártate de ellos; busca a los buenos e imítalos. El mayor tesoro es la 

gracia de Dios; la primera riqueza, el santo temor de Dios. 

Pide a Dios por mí; saluda a mamá y a tu hermana de mi parte; y tenme siempre, como de corazón me profeso por ti. 

Turín, 9 de enero de 1861. 

Afectísimo amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

A la par de los cuidados por los jóvenes, iban los trabajos de las Lecturas Católicas. El mes de enero salió de la tipografía de Paravía el 
librito: Los hijos virtuosos, por Luis Friedel. Son sencillas y afectuosas escenas de familia. 

Al principio de la obrita, leíase la siguiente advertencia: 

A LOS SUSCRIPTORES Y CORRESPONSALES
DE LAS LECTURAS CATOLICAS


Ya al término del año octavo de nuestras publicaciones populares, sentimos la necesidad de decir unas palabras a nuestros suscriptores 
y a los beneméritos señores 

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corresponsales. Ante todo nuestro agradecimiento a unos y otros. A los primeros por habernos ayudado con su óbolo a hacer más ligero el 
sacrificio y menos duro nuestro pobre trabajo en esta obra de economía social y católica. A los otros, por haber colaborado a la 
propagación y difusión de estas publicaciones y haber compartido el peso y las molestias. No podemos por menos que agradecérselo 
cordialmente; el premio, que su cooperación merece, ((836)) les será concedido abundantemente por Dios, pues hemos defendido y 
seguimos defendiendo de común acuerdo su causa y la del prójimo. 

Son ya más de dos millones los ejemplares de estas Lecturas, que contienen principios morales y católicos, los que hemos puesto 
durante estos ocho años en las manos del pueblo, que es la parte más interesante de la sociedad por la sencillez de costumbres y por su 
apego a la religión católica. 

Esperamos que nuestros trabajos y sacrificios no hayan sido estériles, antes al contrario hayan producido algún bien e impedido el mal. 

Nadie ignora que los enemigos del catolicismo y de la sociedad misma se han industriado con todos los medios para difundir impresos 
inmorales, anticatólicos, preparados expresamente para corromper el corazón y envenenar la inteligencia; y, según nuestras noticias, los 
libros y folletos publicados y esparcidos durante los dos últimos lustros por Italia suman más de treinta millones, sin contar los que llegan 
del extranjero y los diarios de toda especie. Ahora bien, si no hubiese habido un antídoto en estos tiempos en que hay, valga la palabra, 
una verdadera manía de leer, sabe Dios los estragos que esta horrible peste habría hecho en la sociedad y particularmente en las aldeas. 

Por tanto, no creemos haber hecho lo bastante, sino que hemos de convencernos cada día más de la imperiosa necesidad de redoblar los 
esfuerzos y sacrificios para oponer un dique a la inmoralidad que avanza como un gigante. Por esto, hacemos una nueva llamada a todos 
los buenos, y principalmente a los suscriptores y a los señores corresponsales, para redoblar el celo y hacer que sean conocidas las 
Lecturas Católicas en todas las aldeas y por todos. 

Para alcanzar esta mayor difusión, hemos determinado someternos a un nuevo sacrificio con la esperanza de que seremos compensados 
y ayudados por los señores corresponsales. Hemos, pues, determinado no variar el precio de suscripción, a pesar de haber subido 
notablemente los gastos de imprenta. 

Rogamos, pues, a los señores corresponsales que tengan a bien notificarnos con tiempo y antes del fin de febrero el número preciso de 
sus suscriptores para nuestra norma, de cara a la imprenta y de cara a su rápido envío. 

Advertimos, además, que hemos tomado las oportunas disposiciones con el impresor para que de hoy en adelante los opúsculos sean 
impresos ((837)) con tiempo y despachados antes del día 20 de cada mes; con lo cual se evitará todo retraso. 

Anunciamos, por último, que hemos seleccionado para el próximo año obritas, originales unas y traducidas otras, que, según 
esperamos, serán del gusto de los suscriptores, pues, al mismo tiempo que ofrecen temas recreativos y divertidos, abundan en útiles 
conocimientos. 

Para el mes de febrero salía de la tipografía de Paravía la obrita del Beato Leonardo de Porto Mauricio: El tesoro escondido, o sea 
prendas y excelencia de la santa misa, y una manera práctica y devota para oírla con fruto. 
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El Beato demuestra su afirmación con muchos ejemplos y repite con insistencia: No dejéis que se os escape la escandalosa frase: «misa 
más, misa menos, poco importa». 

La tipografía de Luis Ferrando preparaba para el mes de marzo: Vida del Santo Mártir Toscio Cecilio Cipriano, Obispo de Cartago, 
contada al pueblo por el Sacerdote Re. Dedúcese de esta vida que, a finales del siglo tercero de la era cristiana, creíase en la Iglesia todo 
lo que se cree hoy día y, en particular, la unidad de la Iglesia, la supremacía del Papa, las indulgencias, la santa misa, el purgatorio. 

En este año de 1860 las Lecturas Católicas llegan a Cerdeña: Alghero, Cagliari, Iglesias. 

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((838)) 

CAPITULO LXIII 

SE REUNE EL CAPITULO PARA LA ACEPTACION DE UN SOCIO: DON BOSCO DA ALGUNAS EXPLICACIONES SOBRE 
LA PROFECIA DEL FIN DEL MUNDO; ANUNCIA UNA GRAN HAMBRE Y MORTANDAD -REFLEXIONES SOBRE LAS 
PROFECIAS BIBLICAS -PROYECTOS PARA LA AMPLIACION DEL ORATORIO -LA FIESTA DE SAN FRANCISCO DE 
SALES -DON BOSCO PREDICA LOS EJERCICIOS EN EL SEMINARIO DE BERGAMO: EFECTOS DE SU PALABRA: VE LO 
QUE SUCEDE EN EL ORATORIO: CON LOS SEMINARISTAS -CARTA QUE RECUERDA ESTOS EJERCICIOS -REGRESO DE 
DON BOSCO A TURIN: PONE EN LIBERTAD A LOS QUE HABIAN SIDO ATRAPADOS POR EL DEMONIO -COMO SE LAS 
ARREGLA DON BOSCO PARA VER LAS COSAS LEJANAS: SU DEBER ES TRABAJAR MUCHO -SIGUEN LAS 
CONSECUENCIAS DEL SUEÑO -DON BOSCO ANUNCIA QUE DIRA A CADA ALUMNO ALGO ACERCA DE SU PORVENIR 
Y DE LOS ENEMIGOS DE QUE DEBE GUARDARSE -CONFESIONES MARAVILLOSAS -LA CONFIANZA EN DOMINGO 
SAVIO Y LA BENDICION DE DON BOSCO CURAN A UN ENFERMO -COMO RECIBE DON BOSCO LAS ALABANZAS Y 
LAS CENSURAS -TRES ARDIDES ESPIRITUALES -CAPITULO Y ACEPTACION DE UN NUEVO SOCIO 

EL 23 de enero, fiesta de los Desposorios de la Virgen María con San José, condescendía don Bosco con la petición que, a fines del año, 
le había enviado su clérigo Boggero, destinado al seminario menor de Giaveno. Léese en las Actas del Capítulo: 

((839)) El año del Señor de 1861, a 23 de enero, se reunió el Capítulo de la Sociedad de San Francisco de Sales para la aceptación del 
clérigo Juan Boggero, natural de Cambiano, hijo de Miguel. Después de invocar al Espíritu Santo, procedióse a la votación, que resultó 
favorable por unanimidad. Por lo que dicho clérigo, Juan Boggero, fue admitido a la práctica de las Reglas de la Sociedad. 

Grande era la satisfacción de don Bosco con estas admisiones. Además de su buena y ejemplar conducta, veía en sus clérigos un 
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gran interés por los estudios de filosofía y teología, de suerte que tenía motivo para prever que llegarían a ser valiosos ministros del 
Señor. El les animaba a adquirir nuevos conocimientos de Sagrada Escritura y mantenía la costumbre de la reunión llamada del 
«testamentino». Todas las semanas, como ya hemos referido, les señalaba para aprender de memoria algunos versículos del Nuevo 
Testamento y los reunía después el jueves, los recitaban y a veces él mismo comentaba brevemente lo que habían estudiado. 

«El 31 de enero, escribe Ruffino, con ocasión de esta reunión, don Bosco comentó algunos versículos de San Lucas en el capítulo 21: 
Surget gens contra gentem, et regnum adversus regnum. Et terraemotus magni erunt per loca et pestilentiae et fames, terroresque de coelo, 
et signa magna erunt. Sed, ante haec omnia, injicient vobis manus suas, etc. (Se levantará nación contra nación y reino contra reino. 
Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo. Pero, antes de todo 
esto, os echarán mano, etc.). Y, después de hablar del fin del mundo, decía: 

»-Si se hubiese de prestar fe a ciertas revelaciones y profecías, parecería que este acontecimiento puede que tenga lugar a fines de este 
siglo. Podría decirse que muchos de los signos antedichos ya se manifiestan. Se suceden las guerras por todas partes, gens contra gentem 
(nación contra nación) el hermano contra el hermano, la Iglesia oprimida, los sacerdotes perseguidos, encarcelados, muertos, sacrilegios 
vandálicos y legalmente cometidos, etc., etc. También el Papa San Gregorio argüía por muchos indicios que, en sus ((840)) tiempos, no 
estaba lejos la venida del Salvador a la tierra, para juzgar a todas las naciones. No acertó este gran santo y no acertarán los otros. Es un 
secreto que Dios ha reservado para sí. Sin embargo, hay que tomar en cuenta estos signos, pues la sucesión de tan espantosos trastornos y 
de tantas calamidades no es más que un triste y lento preludio de la inevitable catástrofe final, y un recuerdo continuo del gran día de las 
justicias de Dios. 

»Y añadía: -Tocante a pestilentiae et fames (pestes y hambres), tendremos, yo no sé si este año o el próximo o quizá dentro de dos o 
tres años, carestía y mortandad. Juzgo que esta mortandad no es solamente la de la guerra actual, sino una peste o un cólera tal, que habrá 
gente que pedirá pan y no lo podrá alcanzar; y habrá pan, pero no habrá gente que lo coma». 

Don Bosco aludía, sin duda, a alguna revelación, si así se quiere llamar este presagio, pues, en diversos sueños, menciona a menudo 
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pestes, hambre y guerra, mas sin especificar el tiempo, aun cuando parece que deban de ser contemporáneas. 

Y puesto que de aquí en adelante nos encontraremos con muchas descripciones que hizo don Bosco sobre los acontecimientos futuros, 
creemos oportuno, para norma de los lectores, presentar algunas observaciones que hace Vigouroux 1, tomadas de los Santos Padres, en 
su «Diccionario de la Biblia», tomo segundo, parte tercera, capítulo primero, artículo primero, número 899, acerca de los vaticinios de los 
Profetas del Antiguo Testamento. Estos podrían adaptarse a nuestro caso, siempre que no disienta de nuestra opinión el juicio de los 
únicos que tienen facultad de reconocer en los siervos de Dios la inspiración sobrenatural. 

Dice, pues, el autor, que acabamos de citar: «Las profecías están a menudo envueltas por la obscuridad; lo cual procede de muchas 
causas: 

((841)) »1.° Una de las principales es nuestra ignorancia... 

»2.° Una parte de la obscuridad de las profecías procede de las profecías mismas, pues es intrínseco a su naturaleza el no ser del todo 
claras y precisas, ya que predicen acontecimientos, que no serán realizados todavía; y, por lo tanto, no los pueden dar a conocer más que 
de una manera general, sin indicar muchas circunstancias accesorias; de manera que dan un esbozo del porvenir y no un cuadro acabado. 
En consecuencia, son un tanto indeterminadas, de formas y contornos inciertos y casi envueltos en una especie de nube. De la misma 
manera que algunos hechos antiguos nos resultan obscuros, porque no conocemos más que unos pocos rasgos; por ejemplo, la historia de 
Lamek en el cuarto capítulo del Génesis. Así también los acontecimientos futuros, anunciados por los profetas, se presentan 
indeterminados a nuestra mente, pues no tenemos más que unas pocas indicaciones de los mismos. 

»3.° Otra causa de la obscuridad de las profecías es la falta de distinción de tiempos en las predicciones del futuro. Son como cuadros 
sin perspectiva. A menudo Dios revelaba a los profetas, a un mismo tiempo, acontecimientos diversos, que habían de cumplirse en 
tiempos distintos y, sin embargo, se los mostraba en un mismo dibujo, cualquiera que fuese la fecha de su realización, mezclando los más 
próximos con los más remotos; por ejemplo, la ruina de Jerusalén 

1 F. GREGORIO VIGOUROUX (1837-1915), exegeta francés, que fue profesor de Sagrada Escritura y Hebreo en el Instituto Católico 
de París; secretario de la comisión Bíblica de Roma y director del Diccionario de la Biblia (1891-1912). (N. del T.) 
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y el fin del mundo en San Mateo, capítulo 24. Esto hace que sea muy difícil despejarlos». 

Volvamos a nuestro relato. Se hacía la novena de san Francisco de Sales, cuya fiesta solíase celebrar en el Oratorio el domingo 
siguiente al día 29 de enero. Así pues, el día primero de febrero, después de encomendar al santo patrono del Oratorio un plan de 
ampliación del mismo, don Bosco pidió permiso al alcalde de Turín para ocupar un tramo del camino municipal que conducía a una 
fragua ((842)) de fusiles, y para cerrar la calle de La Jardinera. Y, el 15 de febrero, devolvía el alcalde la petición, acompañada del 
parecer de las oficinas para las construcciones públicas, a fin de que don Bosco concertara el proyecto con los otros propietarios 
interesados. 

Después de las oraciones de la noche del 1 de febrero, dijo don Bosco a los muchachos: 

«El próximo domingo celebraremos una hermosa fiesta. Además del aseo del cuerpo conviene hacer el del alma. La verdad es que todos 
tenéis vuestras cuentas en regla, pues, de un mes a esta parte, no hacéis más que confesaros, y hay confesiones generales y confesiones 
particulares de todo tipo; sin embargo, yo deseo que todos los muchachos del mundo y especialmente los del Oratorio, ganen la 
indulgencia plenaria. Digo que todos tenéis las cuentas en regla, pero no es verdad; hay algunos todavía que se hacen los sordos y se 
resisten a la voz del Señor. No les basta oírla, se necesita algo más para moverlos; afortunadamente el número de los que se resisten es tan 
pequeño que apenas si llega al plural. Pero qué desdichados son los que no aprovechan tantas gracias y ocasiones extraordinarias para 
provecho de su alma. Por lo que a mí toca, aprendí más en aquellas tres noches de que hemos hablado que en toda mi vida. Escuchen, 
pues, también esos desdichados el aviso del Señor y, si tardan todavía en arreglar su conciencia, yo mismo los llamaré a mi cuarto». Así 
consta en las crónicas de Ruffino y Bonetti. 

El 3 de febrero se celebró la fiesta de san Francisco de Sales. Cuenta Armonía en su número el día 6. 

«El domingo pasado hemos asistido a una fiesta fervorosa y edificante. Los alumnos del Oratorio de San Francisco de Sales, fundado 
por el celosísimo apóstol y padre de la juventud don Bosco, celebraban ((843)) la fiesta de su Patrono. Y la celebraron con ejercicios de 
piedad, acercándose a los santos sacramentos, con funciones solemnísimas, con un conmovedor discurso pronunciado por el canónigo 
Galletti y con conciertos musicales y una representación teatral. Los hijos de san Francisco de Sales, probaron la verdad de las palabras 
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de san Pablo ante los numerosos turineses que acudieron a tomar parte en aquellas funciones: ``La piedad es útil para todo, pues tiene las 
promesas de la vida presente y la futura''.» 

El lunes, día 4 de febrero, salía don Bosco de Turín para ir a predicar los ejercicios espirituales en el seminario de Bérgamo, invitado 
por monseñor Speranza. Fue encargado de acompañarlo, de su habitación al púlpito, el seminarista Locatelli, que más tarde fue vicario de 
san Alejandro, iglesia aneja a la Catedral; y éste nos refirió los efectos de la sencilla e incomparable elocuencia de don Bosco y cómo 
cortó a la mitad el sermón sobre el infierno por la emoción que le impedía hablar y los sollozos que no podía frenar. Fue enorme la 
impresión que produjo en los oyentes. 

«En estos días, escriben Bonetti y Ruffino, acaeció un hecho, que nos convence cada día más de que don Bosco ve las cosas lejanas. El 
miércoles, a eso de las seis de la tarde, escribía una carta a don Víctor Alasonatti en la que se leían estos renglones: 

»-Ayer martes hizo el demonio su ``agosto'' entre los muchachos del Oratorio y temo que hoy haga el resto. 

»Mientras escribía vio a los dos alumnos del Oratorio, Jarach y Parigi, que en aquel mismo momento le escribían un papelito y después 
corrían uno tras otro por el patio. Don Bosco terminó su carta enviando sus recuerdos para Jarach y Parigi. 

»Estaba cenando aquella noche con los superiores del Seminario y, como tenía ganas de reír y hacer reír, les dijo: 

((844)) »-Mientras escribía esta tarde a casa, he visto a dos de mis alumnos del Oratorio que me escribían. 

»-Cómo puede ser esto?, exclamaron riendo aquellos superiores. 

»-íPues mañana verán si es verdad o no! 

»Al día siguiente, jueves, día en que don Víctor Alasonatti recibía la carta, mientras en el Seminario de Bérgamo estaban todos 
comiendo, he aquí que un empleado entregó el correo para don Bosco. 

»-íHe aquí, dijo, una carta para don Bosco, procedente de Turín! 

»Don Bosco la abrió y sacó del sobre dos papelitos escritos por Jarach y Parigi. Los superiores se miraron unos a otros extrañados, y 
don Bosco se reía de su extrañeza. 

»Aquella misma noche leía don Víctor Alasonatti públicamente en el locutorio la carta de don Bosco, que causó en los alumnos 
dolorosa sorpresa. Y, sin embargo, don Bosco daba la noticia de un hecho real. 
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»Seguían entre tanto en Bérgamo los ejercicios. Con sus amables maneras, se ganó don Bosco el corazón de todos los seminaristas, no 
sólo por la fuerza de su predicación, sino por la familiaridad con que los trataba. Estaba con ellos durante los recreos, los alegraba con sus 
bromas moderadas, les contaba algún hecho sentado por el suelo en el patio, mientras los jóvenes se sentaban también a su alrededor, El 
Rector del Seminario rezongaba un poco ante aquellas maneras, que, según él, parecían contrarias a la gravedad sacerdotal y exclamaba 
en voz baja: 

»-íMe parece que esto no se puede tolerar, esto no se puede consentir! 

»Pero, de haberles sido posible a aquellos jóvenes partir, todos se hubieran ido con él al Oratorio. 

((845)) »No es para dicho el fruto que alcanzó». 

Hay una carta recordando estos ejercicios, la cual transcribimos a continuación: 

Muy Reverendo Señor: 

Muy satisfecho de poder presentar también yo mi pequeño tributo de estimación y agradecimiento a la santa memoria de don Bosco, le 
narro un hecho, que tal vez no sea inútil para quien tenga la gran suerte de escribir su biografía. 

El año 1861 estuvo el veneradísimo don Bosco predicando los ejercicios espirituales a los seminaristas del Seminario Episcopal de 
Bérgamo, entre los cuales me contaba yo. 

Pues bien, en una de sus platicas, nos dijo poco mas o menos así: «En cierta ocasión pude pedir a María Santísima la gracia de tener 
conmigo en el paraíso varios miles de jóvenes (me parece que dijo también el número de millares, pero no lo recuerdo), y la Santísima 
Virgen me lo prometió. Si también vosotros deseáis pertenecer a este número, tendré muchísimo gusto en inscribiros, a condición de que, 
todos los días de vuestra vida, recéis una avemaría, y la recéis posiblemente al oír la santa misa y más aún en el mismo momento de la 
consagración». 

No sé qué caso hicieron los demás de esta propuesta; yo por mi parte la acepté con gozo, dada la grandísima estimación que, en 
aquellos días, me había inspirado don Bosco, y aún no he dejado ni un día, que yo me acuerde, de rezar el avemaría, según dicha 
intención. Pero, al correr de los años, me asaltó una duda, que me hice resolver por el mismo don Bosco de la siguiente manera. 

En la tarde del 3 de enero de 1882, me encontraba yo en Turín, camino de Chieri, para ingresar en el Noviciado de la Compañía de 
Jesús: pedí y obtuve permiso para hablar con don Bosco. Me recibió con gran bondad y, al comunicarle que iba a ingresar en el 
Noviciado de la Compañía, dijo: 

-íCuánto me alegro! Cuando oigo decir que alguien ingresa en la Compañía de Jesús, experimento tanto gusto, como si ingresara con 
mis salesianos. 

Después le dije: 

-Si me lo permite, quisiera pedirle aclaraciones acerca de un asunto, que me interesa 
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muy de cerca. Dígame, ((846)) se acuerda de cuando fue al Seminario de Bérgamo a predicarnos los ejercicios espirituales? 

-Sí, lo recuerdo. 

Recuerda habernos hablado de una gracia, que, pedida a la Virgen, etc.? 

Y le recordé sus palabras, su propuesta, etc. 

-Sí, lo recuerdo. 

-Pues bien, yo he rezado siempre aquella avemaría; seguiré rezándola... pero... nos habló de millares de jóvenes; yo estoy ya fuera de 

esta categoría... y por consiguiente temo no pertenecer al número afortunado. 

Y don Bosco, con gran seguridad, respondió: 

-Siga rezando el avemaría y nos encontraremos juntos en el paraíso. 

Después, recibida su santa bendición, besé con afecto su mano y marché lleno de satisfacción y dulce esperanza de que un día me 

encontraría con él en el paraíso. 

Si V.S. cree que esto pueda servir de alguna gloria a Dios y de algún honor a la santa memoria de don Bosco, sepa que yo estoy 
dispuesto a confirmarlo bajo juramento. 

Lomello, 4 de marzo de 1891. 

Su humilde y seguro servidor V. ESTEBAN SCAINI, S.J. 

«El 9 de febrero de 1861, anota Bonetti, volvía don Bosco de Bérgamo. Esperábanle algunos con ansiedad y con gran alegría todos los 
demás. Como era sabado, apresuróse don Bosco para avisar a aquellos muchachos que habían caído en el lazo del demonio. Dijo, al día 
siguiente, que algunos de ellos ya habían ido a verle, que a otros los mandaría llamar; y que había otros que huían de él apenas lo veían. 
Habiendo encontrado a lo largo del día a algunos de éstos les decía: 

»-Pero y cómo fue aquello? 

»Los pobrecitos, al oír esta pregunta, rompían a llorar e iban a confesarse.» 

«10 de febrero, domingo. Esta tarde encontrándonos cuatro o cinco de nosotros en la habitación de don Bosco, mientras la comunidad 

estaba en el teatro, yo (Bonetti), le pregunté cómo hacía para ver las cosas desde lejos. Y él dijo: 

»-íMirad! Parece como si hubiese ((847)) un hilo telegráfico que saliera de mi cabeza. Para establecer la comunicación basta que yo 
lleve mi pensamiento al punto deseado, y al instante veo lo que allí pasa. Por ejemplo, ahora estoy en mi habitación: pues bien, si yo 

quiero, veo a un muchacho en el pórtico. 

»-Pero esto no tiene explicación, le replicamos. 

»Y él añadió: 

»-Bueno, es que vosotros no conocéis mis picardías, no sabéis gimnasia, ni juegos de prestidigitación. 

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»Y con estas palabras se desentendió de nosotros y nos hizo reír la mar. Después, echándonos una mirada, en la que brillaba la más tierna 
complacencia, agrupándonos aún más en torno a él, nos dijo: 

»-íDichosos vosotros, que todavía sois jóvenes y tenéis por delante mucho tiempo para hacer hermosas obras para el Señor y ganar 
méritos para el paraíso; yo, en cambio, (y lo decía conmovido) ya soy viejo, pronto tendré que irme a la hoya y presentarme al Señor con 
las manos vacías. 

»Entonces uno de nosotros observó: 

»-No diga usted eso; usted trabaja día y noche, no se da un momento de reposo y, por tanto, no puede decir que tiene las manos vacías. 

»-íSí, sí! -replicó él-, pero lo que yo hago, debo hacerlo en cumplimiento de mi deber: soy sacerdote y aun cuando yo diera mi vida, no 
haría más que mi estricto deber. 

»-Si ello es así, añadió uno, entonces es mejor no hacerse sacerdote. 

»-íDespacio, amigo! Y cuando el Señor nos hace sentir que lo quiere así? No se puede resistir, hay que obedecer. Por lo demás, me 
tranquiliza el pensamiento de que el Señor es rico en misericordia y que, cuando nos presentemos ante El y le podamos decir fecimus 
quod jussisti (hicimos lo que mandaste), no podrá menos de dirigirnos aquellas consoladoras palabras: Euge, serve bone et fidelis, quia 
super pauca fuisti fidelis, super multa te constituam; intra in gaudium Domini tui (Ea, siervo bueno y fiel, porque fuiste fiel en lo poco, te 
colocaré en alto lugar; entra a gozar de tu Señor)». 

((848)) «17 de febrero. Hoy domingo, dijo don Bosco: 

»-Esta vez el demonio sufre bancarrota en el Oratorio; podemos decir que queda casi totalmente arruinado. Cierto que es un enemigo 
que nunca se da por vencido: volverá a acometernos, nos atacará uno a uno en guerra de guerrillas; por lo tanto es preciso que cada cual 
esté alerta; mas, por ahora, ha recibido una buena paliza, como tal vez no la recibió nunca de una comunidad. Os digo sinceramente que 
el efecto de aquel sueño es un hecho tal, cual no se lee en la historia; íes algo nunca oído! Ante el mundo es una necedad, pero ante Dios 
os aseguro que no se podría desear más. Por mucho que dure el Oratorio, no se volverá a ver nunca un hecho parecido. íDeo gratias! 

»Le invitamos entonces a escribir el sueño y respondió: 

»-No, no puedo por dos motivos. Primero, porque hay cosas que no puedo contar por escrito, ya por lo que a mí se refiere, ya por 
consideración a determinadas personas. El segundo motivo es porque 
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muchas cosas todavía no se comprenderían. Lo que haré será escribir las cuestiones de teología de las dos primeras noches; dejaré de 
mencionar los hechos prácticos y expondré las teorías. Tocante a lo que sucedió la tercera noche, desde luego no lo escribiré, pero lo que 
puede escribirse, y es para mayor gloria de Dios, lo diré a alguno en particular. 

»Luego nos contó un hecho que le sucedió aquel mismo día. Fue éste: 

»-Quedaba todavía un muchacho, que no quería hacer confesión general, porque no se atrevía. Lo mandé llamar, encargando que 
dijeran que, si no quería confesarse conmigo, que viniera sin embargo a verme, pues tenía que decirle algo para el bien de su alma. Se 
resistió; pero un amigo caritativo me lo trajo, convenciéndole con buenas maneras. Al llegar a mi cuarto, abrióse paso entre los que 

((849)) me rodeaban para confesarse y me preguntó: 

»-Qué quiere usted? 

»-Quién eres?, le pregunté. 

»-Soy fulano. 

»-íAh, eres fulano! Bien, oye: como dices que no quieres confesarte conmigo, sólo te diré lo que debes confesar; y después estoy 

contentísimo de que vayas a confesarte con otro. Por consiguiente, mira, vuelve a comenzar tu confesión desde tal época, así y así; 
confiesa tal pecado y tal otro, y le dije todo. Al oír aquello, el pobre muchacho quedó como fuera de sí y exclamó: 

»-íAh, no!, me confieso ahora mismo con usted, no quiero ir a contar esas cosas a otro. 

»-Si es así, le dije, vete; vendrás mañana por la tarde; ahora, ya lo ves, tengo mucho que hacer, pues es sábado y no queda tiempo. 
Mañana por la tarde, de cinco a ocho, vienes aquí a mi cuarto y arreglaremos las cuentas. 

»Así lo hizo; esta tarde ha venido y se fue tan campante que daba envidia verlo». 

«Este hecho lo contó don Bosco sólo a tres o cuatro, mas no en público. 

»Don Bosco habló también a todos los alumnos después del rezo de oraciones de la noche: 

»-Hasta ahora os he dicho un sinfín de cosas referentes a la vida pasada; ahora tendré algo que decir a todos en particular, con respecto 
al porvenir; y acerca de los enemigos, de los que debe guardarse cada uno. Si las personas del mundo llegaran a saber lo que se hace o se 
dice en nuestra casa, que ciertamente es algo singular y que 
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debe quedar entre nosotros, lo tendrían por fábula. Pero tenemos como norma que, siempre que una cosa redunda en bien de las almas, 
viene ciertamente de Dios y no pude ser cosa del demonio. 

((850)) »Tengo que daros una noticia singular y es que el demonio quedó totalmente derrotado en esta casa, y, si seguimos por este 
camino, tendrá que declararse en bancarrota absoluta.» Es de advertir un hecho mil veces sucedido en el Oratorio. Los chicos, al ir a 
confesarse con don Bosco, ya fuera por no estar bien preparados en cuanto al examen, ya porque necesitaban ánimos para manifestar algo 
que los ruborizaba, ya por tener embrollada la conciencia o, también, por ir más aprisa, después de arrodillarse a sus pies, y en lugar de 
comenzar la acusación, decían a don Bosco: 

-íDiga usted! 

Y don Bosco manifestaba a cada uno lo que había hecho, sin añadir ni quitar detalles, con maravillosa exactitud. Tenemos de esto 
testimonios sinceros por centenares; entre otros los de don Modesto Davico y don Domingo Belmonte. A veces llegaba don Bosco a la 
sacristía y la encontraba atestada de muchachos que querían confesarse. Echaba una mirada alrededor, y decía a uno: 

-Vete a comulgar. 

Y lo mismo decía sucesivamente a muchos otros, haciéndoles una señal de que podían marchar. 

Sabía él que sus conciencias estaban limpias y los muchachos marchaban contentos, firmemente persuadidos de que don Bosco leía en 
sus corazones. Nos sucedió a menudo tener que salir de la sacristía para celebrar la santa misa y encontrar mucha dificultad para 
atravesarla, dada la cantidad de jóvenes arrodillados que la llenaban. Al regresar la encontrábamos desierta y a don Bosco solo 
preparándose para celebrar. 

No raras veces, al confesar, acaecíale otro hecho singular. En medio de la muchedumbre de jóvenes veía a uno arrodillado lejos en un 
rincón y, sin hacer caso de los demás, le hacía una seña, y él, extrañado por la inesperada invitación, avanzaba por entre los compañeros, 
que le abrían paso hasta don Bosco, y se confesaba ((851)) el primero. A alguno, que observó con atención y gozaba de la confianza de 
los compañeros, le resultó que en estos casos había algún titubeo en volver a ponerse en gracia de Dios. 

Pero don Bosco no sólo daba la salud espiritual a sus alumnos, sino a veces también la corporal. 

Cuenta Ruffino «que el joven Rebuffo, en 1861, estaba en malas condiciones de salud hacía un año. Llevaba un mes atormentado, 
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por lo cual tuvo que dejar de asistir a clase. Por fin, estando más afligido que nunca, aconsejóle un amigo que escribiera una carta a don
Bosco. Se dispuso a ello, pero no fue capaz de escribir dos líneas.
Tuvo que acudir al amigo que se lo había aconsejado y rogarle que se la escribiera él. Así lo hicieron. La carta estaba redactada en los
siguientes términos.


Reverendísimo Señor: 

Agravado por mi mal, que parece ir creciendo a causa de los remedios que me aplican, apesadumbrado aún mas por la larga 
interrupción de mis estudios, me veo obligado a manifestarle mis sentimientos. 

Estoy persuadido de que si usted quiere, puede hacer que yo cure al instante; tenga, pues, compasión de mí y consuéleme siquiera, si 
soy digno de tanto favor, pues adivino en usted, de algún tiempo a esta parte, como un pensamiento misterioso sobre mí. No se ande con 
misterios, manifiésteme sin enigmas lo que piensa sobre mí y así quedaré más tranquilo. 

Perdóneme, querido padre, si me atrevo a hablar de esta manera, pero este lenguaje me lo inspira usted mismo: por eso espero que me 
escuchará. 

»Pasaron dos días, y don Bosco lo llamó a su habitación, lo confesó, lo exhortó a confiar en Domingo Savio y le dio su bendición. Pero 
el mal no cesaba y le dolía la cabeza más que nunca. Entonces don Bosco le dijo: 

((852)) »-Mañana irás a clase y a comer con los demás y después harás una novena en honor de Domingo Savio. 

»Rebuffo salió de la habitación de don Bosco; pero qué sucedió? Apenas traspasó el umbral, notó que habían desaparecido todos sus 
males: la cabeza despejada; el estómago con todo su vigor y sin ninguna otra molestia. Hizo después lo que le dijo don Bosco y sigue 
hasta ahora sano y alegre». 

A las anotaciones de Ruffino siguen las de Bonetti: «Don Bosco agradecía al Señor los muchos favores de que le hacía instrumento en 
favor de sus alumnos, pero como ciertos dones, evidentemente sobrenaturales, que resplandecían. en él, y aún más sus virtudes, le 
ganaban gran estima entre los muchachos y también entre los extraños, decía a menudo: 

»-Soy indiferente a las alabanzas y a las censuras; pues, cuando me alaban, dicen lo que debo ser y cuando me censuran, dicen lo que 
soy. 

»El 18 de febrero comenzaba en los oratorios festivos la catequesis cuaresmal, y el 22 dio como florecilla a la Comunidad la de 
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hablar en italiano hasta el día de Pascua, lamentándose de que ya no se hablaba nuestra hermosa lengua como él creía. 

»25 de febrero. Don Bosco nos prometió enseñarnos cada noche una picardía. 

» 1.ª picardía. Cuál es el medio más eficaz y más seguro para no caer nunca en el pecado? -Es poner en práctica todos los avisos del 
confesor. 

»26 de febrero. 2.ª picardía. Cuál es el tiempo más propicio para obtener con seguridad las gracias que pedimos al Señor? -Es el tiempo 
de la elevación de la sagrada hostia y el cáliz en la santa misa. Por eso quería don Bosco que en ese momento cesaran los cantos y las 
oraciones en alta voz y, si fuera posible, hasta el órgano. 

((853)) »27 de febrero. 3.ª picardía. Cuál es la mejor manera, la más sencilla y las más fácil para oír bien la santa misa? -Es la que 
propone el Beato Leonardo, a saber, dividir la santa misa en tres partes, es decir en tres «Pes»: la primera roja, la segunda negra, la tercera 
blanca. La PE roja es la pasión de Jesucristo, meditarla hasta la consagración. La PE negra son los pecados; recordarlos y dolernos de 
ellos porque fueron la causa de la pasión del Salvador, desde el alzar hasta la Comunión. La PE blanca es el propósito, es decir, proponer 
no pecar más en el porvenir; y esto se hará desde la Comunión hasta el final de la misa». 

Esta noche, día 27, se reunió el Capítulo de la Sociedad de San Francisco de Sales, y procedió a la admisión del sacerdote José 
Rocchietti, hijo de Pedro, ya difunto, natural de Turín. La admisión, según costumbre, se sometió a votación, que fue favorable por 
unanimidad. Por consiguiente, como nuevo socio, fue admitido a la práctica de las reglas de la Sociedad. 

Don José Rocchietti había vuelto al Oratorio porque le parecía que había mejorado bastante su salud. 
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((854)) 

CAPITULO LXIV 

DON BOSCO PREDICE EL FUTURO A LOS MUCHACHOS Y QUE EL, YA PROXIMO A MORIR, IRA A ROMA CON DIEZ 
ALUMNOS -OBISPOS ENCARCELADOS, SACERDOTES ASESINADOS, CONVENTOS CERRADOS -VICTOR MANUEL, 
PROCLAMADO REY DE ITALIA, CON ROMA -POR CAPITAL -CARTA DE DON BOSCO AL PAPA: PREVISIONES 
CONCERNIENTES A ROMA -ANUNCIA TRES ESPINAS PARA EL ORATORIO -DESDE FOSSANO AVISA A DON VICTOR 
ALASONATTI DE QUE, EN EL ORATORIO, NO MARCHAN BIEN LAS COSAS -NO PUEDE IR A PREDICAR EN SUSA 
-DESCUBRE A CADA UNO DE LOS JOVENES CUALES SON SUS ENEMIGOS -PROPONE A ALGUNOS INGRESAR EN LA 
CONGREGACION -MUERTE DE UN PRIMER ALUMNO, SEGUN LA PREDICCION -LECTURAS CATOLICAS -ARTICULO 
DEL PERIODICO ARMONIA -UN LLAMAMIENTO A LOS CATOLICOS -COMISION PARA COLECCIONAR LOS HECHOS Y 
DICHOS DE DON BOSCO 

DON Bosco había prometido a los muchachos que anunciaría el porvenir de aquéllos que se lo pidiesen. Mucho habría que decir sobre 
esta cuestión, pero nos limitamos a tres casos, ocurridos por aquellos días, para no prolongar excesivamente esta materia. 

Había dicho al clérigo Juan Turchi: 

-Mira, si te quedas conmigo, no te faltará nada, y no tendrás más que obedecer. Por el contrario, si dejas el Oratorio, te encontrarás con 
graves disgustos. 

Y después de darle algún aviso, que le sirviera de norma de conducta, añadió: 

-Tú, que luego tendrás que dar muchas vueltas por el mundo... 

((855)) El mismo don Juan Turchi, nuestro buen amigo, nos contaba, después de la muerte de don Bosco, aquella predicción y nos 
aseguraba: 

-En cuanto a dar vueltas por el mundo, habité en Bolonia y en Roma, viví algún tiempo en Francia, en Austria, en Baviera, en Inglaterra 
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y en Escocia. En cuanto a disgustos, después de dejar el Oratorio, los he tenido y bastante graves. 

Así nos lo contaba, sin poder prever todavía lo que le quedaba por sufrir. Como licenciado en Filosofía y Letras que era, fue durante 
muchos años preceptor en casa de familias nobles, profesor de retórica en varios Seminarios, director de un Colegio; pero, al fin, por 
diversas circunstancias, se vio obligado a pedir una plaza de capellán en Nuestra Señora de la Consolación, y, al caer enfermo, retiróse a 
la Pequeña Casa de la Divina Providencia. 

Añade la crónica de Ruffino. «10 de febrero. Hoy dijo don Bosco al joven Francisco Dalmazzo: -Vivirás cuarenta y nueve años, vestirás 
el hábito clerical y te quedarás en el Oratorio. Después de la muerte de don Bosco, te harán canónigo». (Nació el 18 de julio de 1845 y 
murió el 10 de marzo de 1895, siendo Rector del Seminario de Catanzaro). 

Algunas semanas después, don Bosco vaticinaba sobre sí mismo de una manera sorprendente. Leemos en las memorias de Ruffino: «y 
dijo don Bosco: cuando los tiempos sean tranquilos y esté la Iglesia libre, iré a Roma con diez jóvenes, y después ícantaré el Nunc 
dimittis! 

»-Y se quedará en Roma? 

»-íOh, no! íVolveré! 

»Esto lo dijo a unos pocos». 

La profecía se cumplió con gran precisión, pues fue a Roma para la consagración del templo por él levantado y dedicado al Sagrado 
Corazón de Jesús, como lo demostraremos a su tiempo. En 188 7 muy bien podía decirse que eran tranquilos los tiempos y que la Iglesia 
estaba libre en comparación con las violencias del 1861. En efecto, monseñor Gallo, obispo de Avellino, arrestado en Nápoles el 24 
((856)) de febrero de 1861, fue conducido violentamente a Turín después de un largo y desastroso viaje, parte por mar y parte por tierra. 
Aquí fue llevado a lo que fue la casa de los Padres de la Misión, junto al Cardenal De Angelis, donde quedaron recluidos los dos hasta 
1866. Su presencia en las propias diócesis hacía sombra al Gobierno. 

Eran días muy tristes para la Iglesia. Más de setenta obispos fueron alejados de su sede o encarcelados. Un sinnúmero de sacerdotes fue 
hecho prisionero. Fusilaron a sesenta y cuatro de ellos y a veintidós religiosos. El comisario Pépoli abolió en diciembre de 1860 las 
órdenes religiosas y confiscó los bienes eclesiásticos en Umbría; y fue imitado en las Marcas por el comisario Valerio. En el reino de 
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Nápoles comenzó Mancini, en febrero de 1861, la misma persecución. Se extendió a este reino la ley de 1855 con sus salvedades, y se 
cerraron setecientos veintiún conventos, dispersaron unos doce mil religiosos y monjas, confiscaron los bienes de ciento cuatro iglesias 
colegiatas. Por entonces quedó inmune Sicilia, pues se temía una terrible resistencia popular en aquel país. Como si esto no bastara, con 
fecha 31 de marzo de 1861, el Ministerio sustraía todos los cementerios a la jurisdicción de la autoridad eclesiástica. 

Entretanto, el 17 de marzo se engalanaba con banderas la ciudad de Turín; todo era en ella fiesta, músicas y jolgorio. Los patriotas 
enloquecían arrebatados por un delirio de regocijo. Víctor Manuel II había sido proclamado rey de Italia, y Cavour declaraba el día 25 en 
la Cámara de Diputados y en el Senado: 

«-Roma debe ser la capital de Italia, porque no se puede comprender una Italia sin Roma». 

Sigue diciendo la crónica de Ruffino: «Don Bosco escribió a Pío IX, pero no le dio noticias muy consoladoras, antes al contrario, le 
comunicó que sería una gracia especial de la Virgen, si no se veía obligado a renunciar a Roma. 

»El 7 de marzo don Bosco notificó al clérigo Vaschetti en Giaveno: 

((857)) »Una borrasca terrible amenaza al Oratorio. 

»Añadió que las espinas que tendremos que soportar son dos «M» y una «R», es decir Malattie (enfermedades), Moralidad, y Rivalidad. 

»El 14 de marzo, desde Fossano, adonde don Bosco había ido por motivos de salud, escribió a don Víctor Alasonatti diciéndole: 

»-Los asuntos de nuestra casa no marchan bien, especialmente para algunos jóvenes cuyo apellido empieza por «F». Diga al señor 
Oreglia, a don Miguel Rúa y a Turchi, etc., etc., que nos tocará caminar un rato sobre espinas, pero después cortaremos olorosísimas 
rosas». 

Escribió don Bosco también al canónigo Rosaz, que le había invitado para predicar en Susa. 

Mi querido Señor Canónigo: 

Un poco de paciencia aprovecha a todos. Sufro molestias de estómago, y no puedo predicar: he salido unos días de Turín, pero no basta. 
Si usted está de acuerdo, yo buscaré otro para el sermón de la Santa Infancia. Si usted puede arreglarse ahí mismo, hágalo in nomine 
Domini (en el nombre del Señor). 
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Fiat (hágase) por esta vez y mándeme otras; tal vez vaya, mas no para predicar. 

Consérvenos a todos el Señor en su santa gracia y créame suyo. 

Fossano, 15 marzo de 1861. 

Año 1.°, día 2.° del Reino de Italia. 

Afectísimo amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

»Al regreso de Fossano, anota Ruffino, don Bosco anda ocupado, durante todos los recreos, diciendo al oído a cada uno de los 
muchachos quiénes son sus propios enemigos. A mí me dijo: tus enemigos serán los malos consejeros. 

»Don Bosco cortó la cabeza, como él dice, a Costamagna ((858)) y a otros cuatro, es decir les propuso entrar en la Congregación. 

»7 de abril. Murió en el Oratorio el alumno de once años Lorenzo Quaranta, de Vernante». 

Ya, en la víspera de Navidad, había anunciado don Bosco que, pasados unos meses, fallecerían algunos alumnos; y se realizaba la 
primera «EME» (Malattíe, enfermedades) como había predicho al clérigo Vaschetti. A los pocos días bajaba a la tumba otro muchacho. 

Entre tanto, Paravía había impreso para el mes de abril el número de las Lecturas Católicas: Ejemplos edificantes propuestos a la 
juventud. Flores de lengua. 

Son cien narraciones, especialmente dedicadas a los estudiantes, que exponen una serie de circunstancias en las que puede encontrarse 
un muchacho, y cada una va acompañada de una breve y oportuna reflexión, como norma de conducta. Los ejemplos están sacados de 
Bártoli, Ségneri, Belcari, Cavalca, vidas de los santos Padres, Passavanti y Césari. 

Don Bosco explica la razón por la que presenta a los jóvenes este libro. «Es difícil llevar una manzana podrida al estado de su primera 
madurez; será, pues, más fácil sembrar las semillas que lleva en su interior, las cuales darán a su tiempo fruto sazonado y sano. Esto 
quiere decir que no hay otra manera de esperar la reforma de la sociedad más que dedicarse a educar bien a la juventud, la cual después 
traerá una universal mejora en los pueblos». 

El prólogo de la obrita se expresaba en los siguientes términos: 

A NUESTROS LECTORES 

Aunque el fin de las Lecturas Católicas sea publicar obritas de estilo sencillo y adaptadas especialmente a la clase menos erudita del 
pueblo, sin embargo nos ha 
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parecido útil imprimir una serie ((859)) de hechos curiosos, edificantes, que, a la par de poder ser útiles para personas de toda condición, 
vayan particularmente dirigidos a la juventud. Estos ejemplos fueron sacados de autores clásicos de nuestro idioma italiano, a fin de que 
los jóvenes estudiosos encuentren, además de la utilidad moral, un modelo de lenguaje, de frases y períodos a imitar con seguridad en 
temas científicos y literarios. 

Tendremos así una doble satisfacción: la de promover el bien de nuestra santa religión católica, objeto constante de nuestra solicitud, y 
la de cooperar al conocimiento, al menos en parte, de los escritores, cuyo ingenio y obras servirán siempre de admiración y modelo para 
quien ama nuestra hermosa lengua italiana. 

El Señor os bendiga a todos y que viváis siempre felices. 

Armonía, recomendaba en su número del 5 de abril, viernes: 

LAS LECTURAS CATOLICAS -AÑO IX 

Con verdadera satisfacción anunciamos a nuestros lectores que continúa la publicación de las Lecturas Católicas. Las personas que la 
dirigen, las calurosas recomendaciones hechas por el papa reinante Pío IX y en general por todos los obispos, valen más que todos los 
discursos para alentar a los buenos católicos a que favorezcan esta publicación. Lo más apreciable de estos libritos es su popularidad, 
hermanada con una pureza de lenguaje y claridad de ideas, que facilita su comprensión a toda clase de personas. No hablan de política. 
Exponen la verdad católica en forma de diálogos y de cuentos amenos, dando de lado a hechos y nombres que pudieran indicar algún 
espíritu partidista. Su módico precio demuestra que se busca el bien y no el lucro... 

Para el mes de mayo la tipografía de Luis Ferrando imprimió el opúsculo: La Iglesia, por monseñor Segur, con un apéndice de diversas 
cosas. 

En un apéndice se explica quién es el Papa, por qué tiene ((860)) poder temporal y que la obediencia al Romano Pontífice es necesaria 
para salvarse. 

Dábase, además, este prudente aviso a los lectores: «Piensa que los que tienen conversaciones contra el Papa y su poder temporal a lo 
mejor no son más que personas engañadas o ignorantes, pero no malas. Por lo tanto, si no puedes hacer más, reza por ellos para que Dios 
los ilumine y reconozcan la verdad y la justicia. 

«Imita la celestial caridad del Santo Pontífice Pío IX, el cual, al mismo tiempo que se ve obligado a fulminar la excomunión mayor 
contra los invasores del patrimonio de San Pedro, reza ardientemente por ellos, e invita a toda la Iglesia a rezar para recibirlos otra vez, 
enmendados y arrepentidos, en el aprisco de Cristo, y abrazarlos con su corazón de padre. Así lo sea para ellos y para todos los hombres». 

La obrita terminaba con la página siguiente: 
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UNA LLAMADA A LOS CATOLICOS 

No es ya ningún secreto, que se hace la guerra al Jefe de la Iglesia Católica para destruir, si posible fuera, a la misma Iglesia y extender 
el protestantismo por toda Italia. Así se predica, sin tapujo alguno, en miles de librajos, folletos y papeluchos. Incluso en los almanaques, 
en los que se sirven a los lectores los más burdos errores de los católicos, como si fueran verdades evangélicas. Se esparce a manos llenas 
el escarnio, el desprecio, el ludibrio contra el Romano Pontífice y se añade, a las trasnochadas calumnias, el descaro de presentarlas como 
noticias de última hora, para hacerlo despreciable y, por ende, abandonado de todos. Todos somos soldados en esta guerra contra Dios; 
todos los verdaderos católicos deben unirse para defender al Romano Pontífice, es decir, la Religión Católica, todos tenemos que cerrar 
filas en unión de espíritu con las normas siguientes: 

1. Tener siempre sumo aprecio y profundo respeto al Romano Pontífice, aborreciendo los errores que se siembran sobre su condición de 
Jefe de la Iglesia, pues son herejías. 
2. Hablar siempre de él con sumo respeto, reprendiendo, ((861)) aun severamente, a quien habla mal de él en nuestra presencia, y 
refutando, según las posibilidades de cada cual, los errores y calumnias que se divulgan contra él. 
3. Rechazar y mantener alejados los malvados escritos, que se publican contra el Papa, su autoridad y jurisdicción, destruyéndolos, 
impugnándolos, oponiéndose a ellos y difundiendo buenos escritos, aun con sacrificio de dinero. 
4. No asistir nunca a representaciones teatrales, donde se ridiculice y desacredite a la religión, al Papa, a los cardenales, obispos, 
sacerdotes y religiosos. 
5. Exhortar a otros para unirse a esta asociación y, cuando fuera posible, emprender la publicación de alguna revista verdaderamente 
católica, ayudar a sus gastos y difusión. 
6. Aliviar, mediante la pía obra del óbolo de San la necesidad en que ahora se encuentra el Santo Padre por haber sido despojado del 
patrimonio temporal, que le asignó la Providencia de Dios para su independencia. 
7. Orar cada día por la Iglesia, por el Romano Pontífice, rezando un padrenuestro, avemaría y gloria y las palabras: credo sanctam 
catholicam ecclesiam (creo en la santa iglesia católica) para hacer con ello un acto de fe en la divinidad de la Iglesia, de la que el Papa es 
cabeza visible y en la que hace las veces de Jesucristo. 
Italianos, sois eminentemente católicos; declaraos tales, también en este supremo momento, y sea vuestra más gloriosa consigna: 
Católicos con el Papa. 

Mientras don Bosco trabajaba incansablemente, algunos de sus amantes hijos se habían reunido en 1861 para tomar nota de los hechos 
y dichos más dignos de memoria de su queridísimo Superior y transmitirlos a la posteridad. En años anteriores, varios jóvenes y clérigos, 
especialmente Ruffino y Bonetti, habían escrito memorias prolijas de cuanto vieron y oyeron, pero ahora se querían examinar y cribar sus 
escritos al mismo tiempo que se deseaba continuar esta obra tan preciosa y útil. En una reunión preliminar, don Domingo Ruffino 
organizó y escribió sus intenciones. 

((862)) «Las grandes y luminosas dotes que resplandecen en don 
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Bosco, los hechos extraordinarios que sucedieron y admiramos constantemente, su singular manera de conducir a los muchachos por los 
arduos caminos de la virtud, los grandes planes que manifiesta estar meditando para el porvenir, nos revelan en él algo sobrenatural y nos 
hacen presagiar días más gloriosos para él y para el Oratorio. Todo esto nos impone un estrecho deber de gratitud, la obligación de 
impedir que nada de lo que pertenece a don Bosco caiga en el olvido y hacer todo cuanto está en nuestras manos para perpetuar su 
recuerdo, para que brille algún día como faro luminoso, que alumbre al mundo en favor de la juventud. Este es el fin que se propone la 
Comisión que hoy establecemos. Consta de los miembros siguientes: don Víctor Alasonatti, don Miguel Rúa, don Angel Savio, don Juan 
Turchi, el caballero Federico Oreglia di Santo Stefano, el clérigo Cagliero, los clérigos Francesia, Durando, Anfossi, Provera, Bonetti, 
Ghivarello y Ruffino. 

»En la primera sesión se designó a tres, como principales secretarios anotadores de los hechos: los clérigos Ghivarello, Bonetti y 
Ruffino. 

»En la segunda sesión, tenida el 3 de marzo, y estando ausentes Cagliero, Anfossi y Durando, se votaron los cargos de presidente, 
vicepresidente y secretario de la Comisión. Fueron elegidos para ellos, primero, don Miguel Rúa; segundo, don Juan Turchi; y tercero, 
don Domingo Ruffino. Leyóse en esta sesión algo de lo ya escrito, a saber, el sueño de don Bosco del 28 de diciembre; todos convinieron 
en lo esencial y determinaron buscar aclaraciones sobre algunos detalles accidentales. Se levantó la sesión y se convocó la tercera para el 
primero de abril. Firmado: Miguel Rúa, sacerdote. 

»1.° de abril. La sesión comenzó a las dos de la tarde, estando presentes ocho miembros. Se leyó el acta de la anterior sesión y ((863)) 
fue aprobada. Se leyeron algunos párrafos de varias cosas sucedidas el 3 de enero y el 10 de febrero, a saber, la profecía con ocasión de la 
recitación del Nuevo Testamento, la curación de Rebuffo, las picardías enseñadas por don Bosco. Todo ello fue aprobado. Se levantó la 
sesión y se fijó la cuarta para el sábado siguiente, después de cenar. 

»8 de abril. Abierta la sesión, a las dos y media de la tarde, y estando presentes trece miembros, se leyó la primera parte del sueño del 3, 
4 y 5 de abril, y fue aprobada con algunas correcciones y añadiduras, que se introdujeron. Se determinó rogar al teólogo Borel que nos 
proporcionara noticias de don Bosco tocante a los principios del Oratorio. 
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»1.° de mayo. Comenzó la sesión, a la una y media de la tarde con ocho miembros. Don Juan Turchi, anotador de lo antiguo, leyó el 
hecho de las lunas y el perro, que fue aprobado. Se levantó la sesión a las dos. 

»7 de mayo. Se abrió la sesión a la una y media, con asistencia de siete miembros. Se leyó la mitad del sueño del día 2 de mayo y fue 
aprobada». 

En otras sesiones continuó la Comisión oyendo la lectura de la segunda mitad del sueño del 2 de mayo y se aprobó con algunas 
correcciones. Se siguió examinando la crónica de don Juan Turchi, muy limitada, y que hicimos nuestra en los tomos anteriores a éste, 
junto con las de Ruffino y Bonetti. Podemos, pues, estar seguros de la verdad de cuanto nos transmitieron estos testigos, dignos por sí 
mismos de toda fe. En el transcurso de los años se inscribieron otros para continuar el trabajo de éstos con el mismo afecto por don Bosco 
y la verdad; de modo que nosotros, sin miedo a ser desmentidos en lo que decimos de don Bosco, podemos aplicarnos la frase de los 
historiadores sagrados: Nonne haec scripta sunt in libro sermonum dierum... ? (No están escritas estas cosas en el libro de la historia de 
los días...?). 
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((864)) 

CAPITULO LXV 

SUEÑO: UN PASEO AL PARAISO -UNA COLINA ENCANTADORA -UNA MESETA -LAGOS: SANGRE, AGUA, FUEGO, 
FIERAS -UN PASO ESTRECHO -REGRESO: UNA INMENSA LLANURA -ESPECTACULO REPUGNANTE -UN JARDIN 
ENGAÑADOR -MUCHEDUMBRES ALEGRES QUE CAMINAN A LA PERDICION -SE VUELVE A EMPRENDER LA SUBIDA: 
UN PASO ESTRECHO: UN PUENTE DE MADERA -DIFICIL SUBIDA AL MONTE -UN LUGAR DE DOLOR -CERCA DE LA 
CUMBRE: CANTOS CELESTIALES -LOS JOVENES DESALENTADOS Y CANSADOS SE PARAN A MITAD DEL CAMINO O 
VUELVEN ATRAS -ESFUERZOS DE DON BOSCO PARA QUE VUELVAN A SUBIR -EXPLICACIONES Y OBSERVACIONES 
-DON BOSCO CUENTA EL SUEÑO AL CARDENAL DE ANGELIS 

VAMOS a proceder a la narración de otro hermoso sueño que tuvo don Bosco durante las noches del 3, 4 y 5 de abril del año 1861. 

«Varias circunstancias que en él se admiran -comenta don Juan Bonetti-convencerán plenamente al lector de que se trata de uno de 
esos sueños que el Señor se complace en infundir de vez en cuando a sus fieles siervos.» 

Bonetti y Ruffino lo describen con todo detalle tal y como nosotros lo exponemos seguidamente: 

En la noche del 7 de abril de 1861, después de las oraciones, subió don Bosco a la tribuna, desde donde solía hablar, para decir una 
buena palabra a los jovencitos y comenzó así: 

-Tengo algo muy curioso que contaros. Se trata de un sueño. Un sueño no es una cosa ((865)) real. Os lo digo para que no le deis mayor 
importancia de la que merece. Antes de comenzar mi narración debo hacer algunas observaciones. Yo os lo cuento todo, de la misma 
manera que me agrada me digáis todas vuestras cosas.Sabéis que no tengo secretos para vosotros, pero lo que se dice aquí debe quedar 
entre nosotros. No me atrevería a asegurar que se haga reo de pecado quien lo contase a personas extrañas, pero es mejor que estas cosas 
no pasen del dintel del Oratorio. Comentadlo entre vosotros, reíd, bromead, sobre cuanto os voy a decir, cuanto os plazca, pero sólo con 
aquellas personas que sean de vuestra confianza y que creáis pueden sacar de ello algún provecho, si las consideráis convenientemente 
capacitadas para ello. 
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El sueño consta de tres partes; lo tuve durante tres noches consecutivas; por eso, hoy os contaré una parte y las otras dos en las noches 
siguientes. Lo que más admiración me produjo fue que reanudé el sueño la segunda y tercera noche en el punto preciso en que había 
quedado la noche precedente al despertarme. 

PRIMERA PARTE 

Los sueños se tienen durmiendo y por tanto, yo dormía al comenzar a soñar. 

Algunos días antes había estado fuera de Turín, y pasé muy cerca de las colinas de Moncalieri. El espectáculo de aquellas colinas que 
comenzaban a cubrirse de verdor, me quedó impreso en la mente, y, por tanto, bien pudo ser que las noches siguientes, al dormir, la idea 
de aquel hermoso espectáculo viniese de nuevo a impresionar mi fantasía y ésta avivase en mí el deseo de dar un paseo. 

Lo cierto es que, en sueños contemplé una amplia y dilatada llanura: ante mis ojos se levantaba una alta y extensa colina. Estábamos 
todos parados cuando, de pronto, hice a mis jóvenes la siguiente propuesta: 

-Vamos a dar un buen paseo? 

-Pero, adónde? 

Nos miramos los unos a los otros; reflexionamos unos instantes y después, no sé por qué causa extraña, alguno comenzó a decir: 

-Vamos al Paraíso? 

-Sí, sí; vamos a dar un paseo al Paraíso -replicaron los demás. 

((866)) -íBien, bien! íVamos! -exclamaron todos a una. 

Partiendo de la llanura, después de caminar un poco, nos encontramos al pie de la colina. Al comenzar a subir por un sendero íqué 
admirable espectáculo! Sobre toda la extensión que podíamos abarcar con la vista, la dilatada ladera de aquella colina estaba cubierta de 
bellísimas plantas de todas las especies: frágiles y bajas, fuertes y robustas; con todo, estas últimas no eran más gruesas que un brazo. 
Había perales, manzanos, cerezos, ciruelos, vides de variadísimos aspectos, etc., etc. Lo más singular era que en cada una de las plantas 
se veían flores que comenzaban a brotar y otras plenamente formadas y dotadas de bellísimos colores; frutos pequeños y verdes y otros 
gruesos y maduros; de forma que en aquellas plantas había cuanto de hermoso producen la primavera, el estío y el otoño. La abundancia 
de frutos era tal, que parecía que las ramas no podrían resistir el peso. 

Los muchachos se acercaban a mí llenos de curiosidad y me preguntaban la explicación de aquel fenómeno, pues no sabían darse razón 
de semejante milagro.Recuerdo que, para satisfacerles un poco, les di la siguiente respuesta: 

-Tened presente que el paraíso no es como nuestra tierra, donde cambian las temperaturas y las estaciones. Habéis de saber que aquí no 
hay cambio alguno; la temperatura es siempre igual, suavísima, adaptada a las exigencias de cada planta. Por eso cada una de éstas recoge 
en sí cuanto de hermoso y bueno hay en cada estación del año. 

Quedamos, pues, completamente extáticos, contemplando aquel jardín encantador. Soplaba una suave brisa; en la atmósfera reinaba la 
más completa calma; se percibía un sosiego, un ambiente de suavísimos perfumes que penetraba por todos nuestros sentidos, haciéndonos 
comprender que estábamos gustando de las delicias de todas aquellas frutas. Los jóvenes tomaban de aquí una pera, de allá una manzana, 
de acullá una ciruela o un racimo de uvas, mientras que, al mismo tiempo, seguíamos subiendo todos juntos la colina. 

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Cuando llegamos a la cumbre creíamos estar en el Paraíso; en cambio, estábamos bien distantes de él... Desde aquella elevación, y del 
otro lado de una gran llanura o explanada que estaba en el centro de una extensa altiplanicie, se divisaba una montaña tan alta que su 
cúspide tocaba a las nubes. Por ella subía trepando trabajosamente, pero con gran celeridad, una gran multitud de gentes y en lo más 
elevado estaba El que invitaba a los que subían a que continuasen sin desmayo la ascensión. 

Veíamos a otros descender desde la cumbre a lo más bajo para ayudar a los que estaban ((867)) ya muy cansados, por haber escalado un 
paraje difícil y escarpado. Los que, finalmente, llegaban a la meta eran recibidos con gran júbilo, con extraordinario regocijo. 

Todos nos dimos cuenta de que el Paraíso estaba allá y, encaminándonos hacia la altiplanicie, proseguimos después en dirección a la 
montaña para intentar la subida. Ya habíamos recorrido un buen trozo de camino, cuando numerosos jóvenes, emprendieron una veloz 
carrera, para llegar antes, se adelantaron mucho a la multitud de sus compañeros. 

Mas, antes de llegar a la falda de aquella montaña, vimos en la altiplanicie un lago lleno de sangre, de una extensión como desde el 
Oratorio a la Plaza Castillo. Alrededor de este lago, en sus orillas, había manos, pies, y brazos cortados; piernas, cráneos y miembros 
descuartizados. íQué horrible espectáculo! Parecía que en aquel paraje se hubiera reñido una cruenta batalla. 

Los jóvenes que se habían adelantado corriendo y que habían sido los primeros en llegar, estaban horrorizados. Yo, que me encontraba 
aún muy lejos, y que de nada me había dado cuenta, al observar sus gestos de estupor, y que se habían detenido con una gran melancolía 
reflejada en sus rostros, les grité: 

-Por qué esa tristeza? Qué os sucede? íSeguid adelante! 

-Sí? Que sigamos adelante? Venga, venga a ver, -me respondieron. 

Apresuré el paso y pude contemplar aquel espectáculo. 

Todos los demás jóvenes que acababan de llegar, y que poco antes estaban tan alegres, quedaron silenciosos y llenos de melancolía. 

Yo, entretanto, erguido sobre la playa del lago misterioso, observaba a mi alrededor. No era posible seguir adelante. De frente, en la 
orilla opuesta, se veía escrito en grandes caracteres: «PER SANGUINEM». 

Los jóvenes se preguntaban unos a otros: 

-Qué es esto? Qué quiere decir todo esto? 

Entonces pregunté a UNO que ahora no recuerdo quién era, el cual me dijo: 

-Aquí está la sangre vertida por tantos y tantos que alcanzaron ya la cumbre de la montaña que ahora están en el Paraíso. íEsta es la 
sangre de los mártires! íAquí está la sangre de Jesucristo, con la que fueron rociados los cuerpos de aquéllos que dieron testimonio de la 
fe! Nadie puede ir al Paraíso sin pasar por este lago y sin ser rociado con esta sangre. Esta sangre, defensora de la Santa Montaña, 
representa a la Iglesia Católica. Todo aquel que intente asaltarla morirá víctima de su locura. Todas estas manos y todos estos pies 
truncados, estas calaveras deshechas, los miembros cortados en pedazos que veis diseminados por las orillas ((868)) son los restos 
miserables de los enemigos que quisieron combatir contra la Iglesia. íTodos fueron destrozados! íTodos perecieron en este lago! 

Aquel joven, en el curso de su conversación, nombró a numerosos mártires, entre los cuales también a los soldados del Papa, caídos en 
el campo de batalla por defender el poder temporal del Pontificado. 

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Dicho esto, señalando hacia nuestra derecha, en dirección Este, nos indicó un inmenso valle, cuatro o cinco veces más extenso que el 
valle de sangre, y añadió: 

-Veis allá aquel valle? Pues allá irá a parar la sangre de aquéllos que, siguiendo este camino, escalarán la montaña; la sangre de los 
justos, de los que morirán por la fe en los tiempos venideros. 

Yo procuraba animar a mis jóvenes, que no podían disimular el terror que los invadía al ver y escuchar aquellas cosas, diciéndoles que 
si moríamos mártires, nuestra sangre sería recogida en aquel valle, pero que nuestros miembros no serían arrojados a las orillas como los 
que habíamos visto. 

Entretanto, los muchachos se apresuraron a ponerse en marcha. Bordeando las orillas del lago, teníamos a nuestra izquierda la cumbre 
de la colina que habíamos cruzado y a la derecha el lago y la montaña. A cierta distancia, donde terminaba el lago de sangre, había un 
paraje plantado de encinas, laureles, palmeras y otras plantas diversas. Nos introdujimos en él para comprobar si era posible el acceso a la 
montaña; pero, he aquí que ante nuestra vista se ofreció otro nuevo espectáculo. Vimos otro lago enorme, lleno de agua, y en ella una 
gran cantidad de miembros partidos y descuartizados. En la orilla se veía escrito en caracteres cubitales: «PER AQUAM». 

-Qué es esto? Quién nos explicará el significado de esto? 

-En este lago está, -nos dijo UNO-el agua que brotó del costado de Jesucristo, la cual fue poca en cantidad, pero aumentó en forma 
considerable y sigue aumentando y aumentará en el futuro. Esta es el agua del Santo Bautismo, con el cual fueron lavados y purificados 
los que escalaron ya esta montaña y con la que deberán ser bautizados y purificados los que han de subir a ella en el porvenir. En ella 
tendrán que ser bañados todos aquellos que quieran ir al Paraíso. Al Paraíso se llega, o por medio de la inocencia o por medio de la 
penitencia. Nadie puede salvarse sin haberse bañado en esta agua. 

Seguidamente, señalando los restos humanos, prosiguió: 

-Estos miembros ((869)) pertenecen a aquellos que atacaron a la Iglesia en el tiempo presente. 

Seguidamente vimos mucha gente y también a algunos de nuestros jóvenes caminando sobre las aguas con una celeridad extraordinaria; 
con una rapidez, que apenas si tocaban la superficie con la punta de los pies y, casi sin mojarse, llegaban a la otra orilla. 

Nosotros contemplábamos atónitos aquel portento, cuando nos fue dicho: 

-Estos son los justos, porque el alma de los santos, cuando está separada del cuerpo, y el mismo cuerpo cuando está glorificado, no sólo 
puede caminar ligera y velozmente sobre el agua, sino también volar por el mismo aire. 

Entonces, todos los jóvenes desearon correr sobre las aguas del lago, como aquéllos a los cuales habían visto. Después me miraron 
como para interrogarme con la mirada, pero ninguno se atrevía a iniciar la marcha. Yo les dije: 

-Por mi parte, no me atrevo; es una temeridad creerse tan justos como para poder cruzar sobre esas aguas sin hundirse. 

Entonces todos exclamaron: 

-íSi usted no se atreve, mucho menos nosotros! 

Proseguimos adelante, siempre girando alrededor de la montaña, cuando he aquí que llegamos a un tercer lago, amplio como el primero 
y lleno de fuego, en el cual se veían trozos de miembros humanos despedazados. 

En la orilla opuesta se leía un cartel: «PER IGNEM». 

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-Aquí, nos dijo el mismo intérprete, está el fuego de la caridad de Dios y de los santos; las llamas del amor y del deseo, por las que 
deben pasar los que no lo hicieron por la sangre y el agua. Este es también el fuego con que fueron atormentados y consumidos por los 
tiranos los cuerpos de tantos mártires. Muchos son los que tuvieron que pasar por aquí para llegar a la cumbre de la montaña. Estas 
llamas servirán también de suplicio a los enemigos de la Iglesia. 

Por tercera vez veíamos triturados a los enemigos del Señor en el campo de sus derrotas. 

Nos apresuramos, pues, a seguir adelante y del lado de allá de este lago vimos otro a manera de amplísimo anfiteatro que ofrecía un 
aspecto aún más horrible. Estaba lleno de bestias feroces, de lobos, osos, tigres, leones, panteras, serpientes, perros, gatos y otros 
muchísimos monstruos que estaban con sus fauces abiertas prestos a devorar a quien se acercase. Vimos mucha gente caminando sobre 
sus cabezas. Algunos jóvenes ((870)) comenzaron a correr sobre ellos, pasando sin temor sobre las cabezas de aquellas alimañas sin sufrir 
el menor daño. Yo quise llamarlos, y les gritaba con todas mis fuerzas. 

-íNo! íPor caridad! íDeteneos! íNo prosigáis! No veis cómo esos animales están dispuestos a destrozaros y devoraros después? 

Pero mi voz no fue escuchada y continuaron caminando sobre los dientes y sobre las cabezas de aquellos animales, como sobre la más 
segura de las sendas. 

El intérprete de siempre me dijo entonces: 

-Estos animales son los demonios, los peligros y los lazos del mundo. Los que pasan impunemente sobre las cabezas de las alimañas 
son las almas justas, los inocentes. No recuerdas que está escrito? Super aspidem et basiliscum ambulabunt et conculcabunt leonem et 
draconem? (Caminarán sobre el áspid y el basilisco y pisotearán al león y al dragón?). A estas almas se refería el profeta David. Y en el 
Evangelio se lee: Ecce dedi vobis potestatem calcandi supra serpentes et scorpiones et super omnem virtutem inimici: et nihil vobis 
nocebit. (He aquí que os he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y sobre los más esforzados enemigos, y no os harán 
el menor daño). 

Entonces nos preguntamos: 

-Cómo haremos para pasar al lado de allá? Tendremos que caminar también nosotros sobre esas horribles cabezas? 

-íSí, sí, vamos! -me dijo uno. 

-íOh! Yo no me siento con valor para hacerlo -respondí-, sería una presunción el suponerse tan justo como para poder pasar ileso sobre 
las cabezas de esos monstruos feroces. Id vosotros, si queréis; yo no voy. 

Y los muchachos volvieron a exclamar: 

-íAh, si usted no se atreve, mucho menos nosotros! 

Nos alejamos del lago de las bestias y a poco contemplamos una extensa zona de terreno, ocupada por una gran muchedumbre. Parecía 

o era realidad que a algunos les faltaban las narices, a otros las orejas, algunos tenían la cabeza cortada; quienes estaban sin brazos; éstos 
sin piernas, aquéllos sin manos o sin pies. Unos no tenían lengua y a otros les habían sacado los ojos. Los jóvenes estaban maravillados 
de ver a toda aquella pobre gente tan mal parada, cuando UNO nos dijo: 
-Estos son los amigos de Dios; los que por salvarse mortificaron sus sentidos: el oído, la vista, la lengua, haciendo además muchas 
obras buenas. Gran número de ellos perdieron las partes del cuerpo de que se ven privados, por las grandes obras de penitencia a que se 
entregaron o por el trabajo a que se dieron en aras de amor a 

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Dios o al prójimo. Los de la cabeza cortada son los que se consagraron al Señor de una manera particular. 

Mientras considerábamos estas cosas, vimos una gran muchedumbre de personas, parte de las cuales habían atravesado el lago y subían 
la montaña poniéndose en contacto con otros que, habiendo llegado antes a la cumbre, descendían para darles la mano ((871)) y les 

animaban a que subiesen. Después, éstos aplaudían exclamando: 

-íBien! íBravo! 

Al oír aquel ruido de aplausos y aquellas voces, me desperté y me di cuenta de que estaba en la cama. 

Esta es la primera parte del sueño, esto es, lo que soñé la primera noche.En la noche del 8 de abril don Bosco se presentó ante los 

muchachos que estaban deseosos de oír la continuación del sueño. 
Comenzó recordando la prohibición de ponerse las manos encima y también les prohibió moverse de sitio en la sala de estudio y dar 

vueltas de acá para allá, yendo de una a otra mesa. Y añadió: 

-El que deba salir del estudio por cualquier motivo, pida siempre permiso al jefe de la mesa. 

El siervo de Dios se dio cuenta de la impaciencia de los jóvenes.. y, echando una mirada a su alrededor, prosiguió, después de una 

breve pausa, con aspecto sonriente: 

SEGUNDA PARTE 

íRecordaréis que había un gran lago que había de llenarse de sangre, al fondo del valle, cerca del primer lago! 

Después de haber eontemplado las varias escenas anteriormente descritas y de recorrer la altiplanicie de que os hablé, nos encontramos 
ante un paso libre por el que poder proseguir nuestro camino. 

Proseguimos, pues, adelante mis muchachos y yo, a través de un valle que nos llevó a una gran plaza. Penetramos en ella; la entrada de 
dicha plaza era ancha y espaciosa, pero después se iba estrechando cada vez más, de forma que al fondo, cerca ya de la montaña, 
terminaba en un sendero abierto entre dos rocas, por el que apenas si podía pasar un hombre. La plaza estaba llena de gente alegre que se 
divertía despreocupadamente, dirigiéndose al mismo tiempo al sendero que llevaba a la montaña. 

Nosotros nos preguntábamos unos a otros: 

-Será éste el camino que conduce al Paraíso? 

Entre tanto, los que se encontraban en aquel lugar se dirigían uno tras otro con la idea de pasar por aquella angostura, y para 
conseguirlo tenían que recogerse bien las ropas, encoger los miembros cuanto podían e incluso abandonar el equipaje o cuanto llevaban 
consigo. 

Esto me dio a entender que, en realidad, aquél era el camino del Paraíso, puesto que para ir al cielo no basta solamente estar libre de 
pecado, sino también de todo pensamiento, ((872)) de todo afecto terrenal, según el dicho del Apóstol: Nihil coinquinatum intrabit in ea. 
(Nada contaminado entrará en ella). 

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Nosotros estuvimos observando a los que pasaban por espacio como de una hora. Pero ícuán necio fui! En vez de intentar el paso de 
aquel sendero, preferimos volver atrás para ver lo que había al otro lado de la plaza. Habíamos divisado otra muchedumbre de gente en 
aquel lugar y deseábamos saber qué era lo que hacían.Atravesamos, pues, por un camino muy ancho y cuyo fin no podía ser apreciado por 
el ojo humano. Allí contemplamos un extraño espectáculo. Vimos a numerosos hombres y también a bastantes de nuestros jóvenes 
uncidos con animales de diversas especies. Algunos estaban emparejados con bueyes. Yo pensaba: 

-Qué querrá decir esto? 

Entonces recordé que el buey es el símbolo de la pereza, y deduje que aquellos jóvenes eran los perezosos. Los conocía a todos: eran 
los lentos, los flojos en el cumplimiento de sus deberes. Y al verlos me decía a mí mismo: 

-Sí, sí; les está muy bien empleado. No quieren hacer nada y ahora tienen que soportar la compañía de ese animal. 

Vi a otros uncidos con asnos. Eran los testarudos. Así emparejados tenían que soportar pesadas cargas o pacer en compañía de aquellos 
animales. Eran los que no hacían caso de los consejos ni de las órdenes de los superiores. Vi a otros uncidos con mulos y con caballos y 
recordé lo que dice el Señor: Factus est sicut equus et mulus quibus non est intelectus. (Hízose como caballo y mulo, que no tienen 
inteligencia). Eran los que no quieren pensar nunca en las cosas del alma: los desgraciados sin seso. 

Vi a otros que pacían en compañía de los puercos: se revolcaban en las inmundicias y en el fango como esos animales y como ellos 
hozaban en el cieno. Eran los que se alimentan solamente de cosas terrenas; los que viven entregados a las bajas pasiones; los que están 
alejados del Padre Celestial. íOh lamentable espectáculo! Entonces me acordé de lo que dice el Evangelio del Hijo pródigo: que quedó 
reducido al más miserable de los estados luxuriose vivendo (viviendo lujuriosamente). 

Vi después a muchísima gente y a numerosos jóvenes en compañía de gatos, perros, gallos, conejos, etc.; o sea, a los ladrones, a los 
escandalosos, a los soberbios, a los tímidos por respeto humano, y así sucesivamente. 

Al contemplar esta variedad de escenas, nos dimos cuenta de que el gran valle representaba el mundo. Observé detenidamente a cada 
uno de aquellos jóvenes y desde allí nos dirigimos a otro lugar también muy espacioso, que formaba parte de la inmensa llanura. El 
terreno ofrecía un poco de pendiente, de forma que caminábamos casi sin darnos cuenta. 

((873)) A cierta distancia vimos que el paraje tomaba el aspecto de un jardín y nos dijimos: 

-Vamos a ver qué es aquello? 

-íVamos! -exclamaron todos. 

Y comenzamos a encontrar hermosísimas rosas encarnadas. 

-íOh, qué bellas rosas! íOh, qué bellas rosas! -gritaban los jóvenes mientras corrían a cortarlas-. Pero, apenas las tuvieron en sus manos, 
se dieron cuenta de que despedían un olor desagradable en extremo. Los muchachos no pudieron disimular su desagrado. Vimos también 
numerosísimas violetas, en apariencia lozanas y que creímos despedirían agradable fragancia; pero cuando nos acercamos a cortarlas para 
formar algunos ramilletes, nos dimos cuenta de que sus tallos estaban marchitos y que despedían un olor hediondo. 

Proseguimos siempre adelante y he aquí que nos encontramos en unos encantadores bosquecillos cubiertos de árboles tan cargados de 
frutos que era un placer el 

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contemplarlos. En especial, los manzanos, íqué deliciosa apariencia tenían! Un joven corrió inmediatamente y cortó de una rama una 
hermosa fruta de apariencia fragante y madura, mas apenas le hubo clavado los dientes, la arrojó indignado lejos de sí. Estaba llena de 
tierra y de arena y al gustarla sintió deseos de vomitar. 

-Pero, qué es esto? -nos preguntamos. 

Uno de nuestros jóvenes, cuyo nombre no recuerdo, nos dijo: 

-Esto significa la belleza y la bondad aparente del mundo. íTodo en él es insípido, engañoso! 

Mientras estábamos pensando adónde nos conduciría nuestro sendero, nos dimos cuenta de que el camino que llevábamos descendía 

casi insensiblemente. Entonces un jovencito observó: 

-Por aquí vamos bajando cada vez más; me parece que no vamos bien. 

-Ya veremos -le respondí. 

Y seguidamente apareció una muchedumbre incalculable que corría por aquel mismo camino que llevábamos nosotros. Unos iban en 

coche, otros a caballo, otros a pie. Algunos saltaban, brincaban, cantaban y danzaban al son de la música y al compás de los tambores. El 
ruido y la algarabía eran ensordecedores. 

-Vamos a detenernos un poco -nos dijimos-y observemos a esta gente antes de proseguir en su compañía. 

Entonces un joven descubrió en medio de aquella multitud ((874)) a algunos que parecían dirigir a cada una de las comparsas. Eran 
individuos de agradable apariencia, vestidos de una manera elegante, pero por debajo del sombrero asomaban los cuernos. Aquella 
llanura, pues, era el mundo pervertido dirigido por el maligno. Est via quae videtur recta, et novissima ejus ducunt ad mortem. (Es un 
camino que al hombre parece recto, pero sus postrinerías conducen a la muerte)1. 

De pronto UNO nos dijo: 

-Mirad cómo los hombres van a parar al infierno casi sin darse cuenta de ello. 

Después de haber contemplado esto y de oír estas palabras, llamé a los jóvenes que iban delante de mí, los cuales vinieron a mi 

encuentro corriendo y gritando. 

-íNosotros no queremos seguir por ahí! 

Y seguidamente volvieron precipitadamente hacia atrás deshaciendo el camino recorrido y dejándome solo. 

-Sí, tenéis razón -les dije cuando me uní a ellos-; huyamos pronto de aquí; volvamos atrás; de otra manera, sin darnos cuenta, iremos 

también a parar al infierno. 

Quisimos, pues, volver a la plaza de la que habíamos partido y seguir el sendero que nos conduciría a la montaña del Paraíso; pero cuál 
no sería nuestra sorpresa cuando, tras un largo caminar, nos encontramos en un prado. Nos volvimos a una y otra parte sin lograr 

orientarnos. 

Algunos decían: 

-Hemos equivocado el camino. 

Otros gritaban: 

-No; no nos hemos equivocado: el camino es éste. 

Mientras los jóvenes discutían entre sí y cada uno quería mantener el propio parecer, yo me desperté. 

Esta es la segunda parte del sueño correspondiente a la segunda noche. Mas, antes de que os retiréis, escuchad. No quiero que deis 

importancia a mi sueño, pero 

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1 Proverbios XVI, 25. 

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recordad que los placeres que conducen a la perdición no son más que aparentes; sólo ofrecen la belleza exterior. Estad en guardia contra 
aquellos vicios que nos hacen semejantes a los animales, hasta el punto de emparejarnos con ellos; especialmente ícuidado con ciertos 
pecados que nos asemejan a los animales inmundos! íOh, cuán deshonroso es para una criatura racional, tener que ser comparada, a los 
bueyes y a los asnos! íCuán abominable es para quien fue creado a ((875)) imagen y semejanza de Dios y constituido heredero del 
Paraíso, revolcarse en el fango como los cerdos al cometer aquellos pecados que la Escritura señala al decir: Luxuriose vivendo! 

Solamente os he contado las circunstancias principales del sueño y de forma resumida; pues, si os lo hubiese expuesto tal y como fue, 
hubiera sido demasiado largo. Igualmente, ayer por la noche solamente os hice un resumen de cuanto vi. Mañana os contaré la tercera 
parte. 

En efecto: en la noche del sábado 9 de abril, don Bosco continuaba la narración. 

TERCERA PARTE 

No querría contaros mis sueños. Antes de ayer, apenas hube comenzado mi narración, me arrepentí de la promesa que os hice; y yo 
habría deseado no haber dado principio a la exposición de lo que deseáis saber. Pero he de decir que si callo, guardando mi secreto para 
mí, sufro mucho, y, en cambio, publicándolo, me proporciono un desahogo que me hace mucho bien. Por tanto, proseguiré el relato. 

Mas antes he de advertir que, en las noches precedentes, hube de suprimir muchas cosas, de las que no era conveniente hablaros, 
pasando por alto otras, que se pueden ver con los ojos, pero que no se pueden expresar con palabras. 

Después de contemplar, pues, como de corrida, todas aquellas escenas ya descritas; después de haber visto lugares diversos y las 
maneras de ir al infierno, nosotros queríamos a toda costa llegar al Paraíso. Pero yendo de una parte a otra, nos desviamos del camino, 
atraídos por otras cosas. Finalmente, después de adivinar la senda que debíamos seguir, llegamos a la plaza en la que había concentrada 
tanta gente, toda ella dispuesta a llegar a la montaña; me refiero a aquella plaza de tan colosales proporciones que terminaba en un paso 
estrecho y difícil entre dos rocas. El que lo atravesaba, apenas había salido a la otra parte, debía pasar un puente bastante largo, muy 
estrecho y sin barandilla, debajo del cual se abría un espantoso abismo. 

-íOh! Allá está el camino que conduce al Paraíso -nos dijimos-; aquél es. íVamos! 

Y nos dirigimos hacia él. Algunos ((876)) jóvenes comenzaron a correr dejándonos atrás. Yo hubiera querido que me esperasen, pero 
ellos estaban empeñados en llegar antes que nosotros; mas al llegar al paso estrecho, se detuvieron asustados sin atreverse a seguir 
adelante. Yo les animaba, incitándoles a pasar: 

-íAdelante! íAdelante! Qué hacéis? 

-Sí, sí -me respondieron-; venga usted y haga la prueba. Nos estremece la idea de tener que pasar por un lugar tan estrecho y después 
tener que atravesar el puente; si diésemos un paso en falso, caeríamos dentro de aquellas aguas turbulentas, encajonadas en el abismo, y 
nadie daría ya con nosotros. 

Pero, finalmente, hubo uno que se decidió a ser el primero en avanzar, siguiéndole 
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después otro, y así todos pasamos del lado de allá, encontrándonos al pie de la montaña. Dispuestos a emprender la subida no 
encontramos sendero alguno que nos la facilitase, y, al bordear la falda, nos salieron al paso multitud de dificultades e impedimentos. 
Unas veces era una serie de macizos desordenadamente dispuestos; otras, una roca que era necesario salvar; ora, un precipicio; ya, un seto 
espinoso que se oponía a nuestro paso. La subida se ofrecía cada vez más empinada, por lo que nos dimos cuenta de que era grande la 
fatiga que nos aguardaba. A pesar de ello, no nos desanimamos, comenzando la escalada con el mayor denuedo. Después de un corto 
espacio de penosa ascensión, en la que lo mismo nos servíamos de las manos que de los pies, ayudándonos recíprocamente, los 
obstáculos comenzaron a desaparecer y, al fin nos encontramos ante un sendero practicable por el que pudimos subir cómodamente. 

Cuando he aquí que llegamos a cierto lugar de la montaña en el que vimos a numerosa gente que sufría de manera horrible; grande fue 
nuestra sorpresa y compasión al observar tan extraño espectáculo. No os puedo decir lo que vi, porque os causaría una pena demasiado 
intensa y, por otra parte, no seríais capaces de resistir mi descripción. Nada, pues, os diré sobre esto, prosiguiendo adelante mi relato. 

Entre tanto vimos también a otras numerosas personas que subían por las laderas de la montaña hasta llegar a la cumbre, donde eran 
acogidas por los que las aguardaban con manifestaciones de júbilo y grandes aplausos. Al mismo tiempo, oímos una música 
verdaderamente divina: un conjunto de voces dulcísimas que modulaban suavísimos himnos. Esto nos animaba más y más a continuar la 
subida. Mientras proseguíamos adelante yo pensaba y les decía a mis muchachos: 

-Pero nosotros que queremos llegar al Paraíso, estamos ya muertos? ((877)) Siempre he oído decir que antes es necesario ser juzgado. Y 
nosotros hemos sido juzgados? 

-No -me respondieron-. Nosotros estamos todavía vivos; aún no hemos sido juzgados. Y reíamos al hacer tales comentarios. 

-Sea como fuere -volví a decir-; vivos o muertos prosigamos adelante para poder ver lo que hay allá arriba; algo habrá. 

Y aceleramos la marcha. 

A fuerza de caminar, llegamos por fin a la cumbre de la montaña. Los que estaban ya en la cima, se aprestaban a festejar nuestra 
llegada, cuando me volví hacia atrás para comprobar si estaban conmigo todos los jóvenes; pero con gran dolor pude constatar que me 
encontraba casi solo. De todos mis compañeros, sólo tres o cuatro habían permanecido junto a mí. 

-Y los demás? -pregunté, mientras me detenía bastante contrariado. 

-íOh! -me dijeron-; se han quedado por el camino, quienes en una parte, quienes en otra; pero tal vez lleguen aquí. 

Miré hacia abajo y los vi esparcidos por la montaña, entretenidos unos en buscar caracoles entre las piedras; otros, en hacer ramos de 
flores silvestres; éstos, en arrancar frutas verdes; aquéllos, en perseguir mariposas; algunos, en perseguir grillos, no faltando quienes se 
habían sentado a descansar sobre un matorral bajo la sombra de una planta. 

Entonces comencé a gritar con todas mis fuerzas mientras me desconyuntaba los brazos por atraer la atención de aquellos muchachos, 
llamándoles al mismo tiempo a cada uno por su nombre, incitándoles a que se diesen prisa, pues no era aquel el momento más oportuno 
para detenerse. 

Algunos atendieron a mis indicaciones, llegando a ocho los que se juntaron a mí, pero los demás no me hicieron caso y continuaron 
ocupados en aquellas bagatelas, 
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sin preocuparse de momento por escalar la cumbre. Yo no quería de ninguna manera llegar al Paraíso con tan exiguo acompañamiento; 
por eso, resuelto a ir en busca de los remisos, dije a los que me acompañaban: 

-Voy a bajar en busca de aquéllos; quedaos vosotros aquí. 

Dicho y hecho. A cuantos encontraba en mi bajada les ordenaba proseguir hacia arriba. A unos les hacía una advertencia; a otros, un 
amable reproche; a éste le daba una reprimenda; a aquél, una palmada; al otro, un empujón. 

-Seguid para arriba, por caridad -les decía afanosamente-; no os detengáis con esas bagatelas. 

De esta manera al encontrarme de nuevo al pie de la montaña ya había avisado a casi todos y me encontraba entre las breñas ((878)) del 
monte que habíamos subido con tanto trabajo. Vi a algunos que, cansados por la fatiga de la ascensión y desanimados por lo que aún les 
quedaba por escalar, habían resuelto volver hacia abajo. Por mi parte, determiné emprender de nuevo la subida para reunirme con los 
jóvenes que habían quedado en la cumbre, pero tropecé con una piedra y me desperté. 

Ya os he contado el sueño. Sólo deseo de vosotros dos cosas. Os vuelvo a repetir que no contéis fuera de casa, a ninguna persona 
extraña, nada de cuanto os he dicho; pues, si algún extraño oyese estas cosas, tal vez las tomaría a risa. Yo os las cuento para haceros 
pasar un rato agradable. Comentad, pues, el sueño entre vosotros cuanto queráis, pero deseo que no le deis más importancia que la que se 
puede dar a los sueños. Además quiero recomendaros otra cosa y es, que ninguno venga a preguntarme si estaba o no estaba, quién era o 
quién no era; qué hacía o qué dejaba de hacer, si se hallaba entre los pocos o entre los muchos, qué lugar ocupaba, etc.; porque sería 
repetir la música de este invierno. El contestar a tantas preguntas podría ser para algunos más perjudicial que útil y yo no quiero inquietar 
las conciencias. 

Solamente os quiero hacer presente que si el sueño no hubiese sido un sueño, sino una realidad, y en verdad hubiésemos tenido que 
morir entonces, entre tantos jóvenes como estáis aquí reunidos; si nos hubiésemos dirigido al Paraíso, sólo un número insignificante 
habría llegado a la meta. De setecientos o tal vez ochocientos, quizá tres o cuatro. Pero, no os alarméis; entendámonos. Os explicaré esta 
exorbitante desproporción: quiero decir que sólo tres o cuatro habrían llegado directamente al Paraíso, sin pasar algún tiempo por las 
llamas del Purgatorio. Algunos permanecerían en este lugar de expiación algunos minutos; otros, tal vez un día; otros, varios días o varias 
semanas; en resumen, que casi todos tenían que pasar un período más o menos largo allí. 

Queréis saber qué es lo que hay que hacer para evitar el Purgatorio? Procurad ganar todas las indulgencias que podáis. Si practicáis 
aquellas devociones a las que van anejas indulgencias, tras cumplir los requisitos señalados se entiende; si ganáis indulgencias plenarias, 
iréis directamente al Paraíso. 

Don Bosco no dio de este sueño explicación alguna personal y práctica a cada uno de los alumnos, como en otras ocasiones; haciendo 
muy contadas reflexiones sobre las distintas escenas presentadas en el mismo. No era cosa fácil el hacerlo. Se trataba, como ((879)) 
probaremos más adelante, de ideas plasmadas en múltiples cuadros; que lo mismo se sucedían unas a otras que aparecían 
simultáneamente, 
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representando el Oratorio del presente y del futuro; a todos los alumnos de entonces en el Oratorio y a los que vendrían después, con su 
retrato moral y su suerte en el porvenir; a la Pía Sociedad Salesiana con su crecimiento, sus peripecias y azares; a la Iglesia Católica con 
las odiosas persecuciones preparadas por sus enemigos, y los triunfos que alcanzaría; y así sucesivamente con referencia a otros hechos 
particulares o generales. 

Ante perspectivas tan amplias, entrelazándose y confundiéndose, en el desarrollo de las escenas, hechos, personas y cosas, no podía don 
Bosco, no sabía exponer por entero lo que se había desarrollado tan vivamente ante su imaginación; y era conveniente, y aun justo, callar 
muchas cosas o manifestarlas sólo a personas prudentes, a las que podía servir este secreto de consuelo o de aviso. 

Así, pues, al exponer don Bosco a los muchachos varios sueños, de los que a su tiempo tendremos que hablar, elegía lo que les podía 
ser más útil, por ser ésta la intención del que inspiraba aquellas misteriosas revelaciones. Pero, de vez en cuando, don Bosco, por la honda 
impresión que había recibido, y también por el estudio de la selección, aludía confusamente y de pasada a otros hechos, cosas, e ideas, a 
veces diríase que incoherentes y ajenas a su relato, pero que revelaban ser mucho más lo que callaba que lo que decía. 

Esto había hecho precisamente en aquellos días al describir su magnífico paseo; y nosotros trataremos de explicarlo brevemente, ya con 
algunas palabras de don Bosco, ya con algunas reflexiones nuestras, que sometemos al discreto examen de los lectores. Diremos pues: 

1.° La colina que don Bosco encuentra al principio ((880)) de su camino, parece que representa el Oratorio. Prevalece en ella una 
vegetación joven. No existen árboles añosos de tronco alto y grueso. 
En todas las estaciones se recogen flores y frutos; lo mismo sucederá en el Oratorio. Este, como todas las obras de Dios, se mantiene de la 
beneficiencia, de la cual dice el Eclesiástico en el Capítulo XL, que es como un jardín bendecido por Dios que da preciosos frutos; frutos 
de inmortalidad, semejante al Paraíso terrenal; entre los demás árboles estaba el árbol de la vida. 

2.° El que sube a la montaña es el hombre dichoso descrito en el Salmo LXXXIII, cuya fortaleza radica toda en el Señor. A pesar de 
encontrarse en esta tierra, en este valle de lágrimas, ascensiones in corde suo disposuit (determinó en su corazón subir), está dispuesto a 
subir continuamente hasta llegar al tabernáculo del Altísimo, o sea, al cielo. Y en su compañía otros muchos. Y el legislador, Jesucristo, 
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le bendecirá, le colmará de gracias celestiales e irá de virtud en virtud y llegará a ver a Dios en la bienaventurada Sión y será eternamente 
feliz. 

3.° Los lagos son como el compendio de la historia de la Iglesia. 
Aquellos miembros innumerables, que se veían descuartizados a las orillas de los mismos, pertenecen a los perseguidores de la Iglesia, a 
los herejes, a los cismáticos y a los cristianos rebeldes. 

De ciertas palabras del sueño se deduce que don Bosco había visto algunos acontecimientos presentes y futuros.
«A unos cuantos en privado -dice la crónica-al hablarles el siervo de Dios de aquel valle vacío, que estaba del otro lado del lago de


sangre, les dijo: Ese valle se ha de llenar especialmente con la sangre de los sacerdotes y pudiera ser que pronto.» 
«Estos días -continúa la crónica-don Bosco ha ido a visitar al Cardenal De Angelis. Su Eminencia le dijo: 
»-Cuénteme algo que me cause alegría. 
»-Le contaré un sueño -le replicó don Bosco. 
((881)) »-Le escucharé con sumo gusto. 
»El siervo de Dios comenzó a narrar lo que anteriormente hemos descrito, pero con mayor número de detalles y consideraciones; pero, 

al llegar a la descripción del lago de sangre, el Cardenal se tornó serio y melancólico. Entonces don Bosco interrumpió el relato diciendo: 
»-íAquí termino! 
»-Prosiga, prosiga -le dijo el Cardenal. 
»-Basta, ya basta -concluyó don Bosco y prosiguió hablando de cosas amenas.» 
4.° La escena que representa el paso estrechísimo entre las dos rocas, el puentecillo de madera, símbolo de la Cruz de Jesucristo, la 

seguridad de pasar a la otra parte en quien está sostenido por la fe, el peligro de caer en el precipicio al avanzar sin rectitud de intención, 
los obstáculos de toda suerte hasta llegar al lugar en que el sendero se hace más practicable; todo esto, si no estamos en un error, se 
refiere a las vocaciones religiosas. 

Los que estaban en la plaza debían ser jovencitos llamados por Dios a servirle en la Sociedad Salesiana. En efecto, se hace constar que 
la gente que estaba esperando en el momento de entrar por el sendero que conducía al Paraíso, estaba contenta, parecía feliz y se divertía: 
características todas aplicadas de una manera especial a la juventud. Añadamos que, al subir la montaña, unos se detenían y otros volvían 
atrás. No representa esto el enfriamiento en la propia 
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vocación? Don Bosco dio a esta parte del sueño un significado que indirectamente podía aplicarse a la vocación, pero no creyó oportuno 
hablar más explícitamente de ello. 

5.° En la montaña, apenas vencidos los obstáculos que se ofrecieron en su falda, el siervo de Dios vio una multitud víctima del 
sufrimiento. 

«Algunos le preguntaron privadamente -escribe don Juan Bonetti-y él les respondió: Este lugar representa al Purgatorio. Si tuviese que 
hacer una plática sobre dicho tema, no haría más que describir ((882)) lo que vi. 

»Son cosas que meten miedo. Sólo diré que, entre las diversas clases de tormentos, vi a unos que eran aplastados por prensas; debajo de 
las cuales veíanse asomar las manos, los pies, la cabeza y los ojos se les salían de las órbitas. Quedaban deslomados, triturados e 
infundían un terror indescriptible en el corazón de quien los miraba.» 

Añadimos una postrera e importante observación, aplicable a este sueño y a todos los demás. En estos sueños o visiones, por así 
llamarlos, entra casi siempre en escena un personaje misterioso que hace de guía y de intérprete a don Bosco. 

-Quien podrá ser? 

He aquí la parte más sorprendente y bella de estos sueños que don Bosco, tras narrarlos, conservaba en el secreto de su corazón. 
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((883)) 

CAPITULO LXVI 

COMEDIA DEL PADRE PALUMBO EN LATIN -POR QUE NO IMPRESIONO A LOS MUCHACHOS LA MUERTE DEL 
ALUMNO QUARANTA -CONSECUENCIAS DEL SUEÑO DEL ULTIMO DIA DEL AÑO 1860 -LOS MUCHACHOS CALLAN 
FACILMENTE EN LA CONFESION -CONCIENCIAS REVELADAS -EL CAPITULO ACEPTA NUEVOS SOCIOS -PLATIQUITA: 
COMO PUEDE UNO DIVERTIRSE ESTANDO EN PECADO? -MUERTE DE OTRO ALUMNO ANUNCIADA POR DON BOSCO; 
SE CUMPLE LA PREDICCION -INCANSABLE TRABAJO DE DON BOSCO -PLATIQUITA PARA LOS QUE VIVEN 
APARTADOS DE DON BOSCO -CONFERENCIA A LOS SOCIOS: CARIDAD AL HABLAR CON LOS FORASTEROS, CON LOS 
ALUMNOS Y CON LOS HERMANOS -LOS CLERIGOS QUIEREN QUEDARSE SIEMPRE CON DON BOSCO: PERSONAS 
EXTRAÑAS, QUE LOS RECONOCEN COMO ALUMNOS DEL ORATORIO POR SU COMPORTAMIENTO -NO SE LOGRA 
SACAR LA FOTOGRAFIA DE DON BOSCO -EJERCICIOS ESPIRITUALES -VIRTUD DE DON BOSCO Y APRECIO EN QUE 
LO TIENE EL CLERO -AFORTUNADOS LOS JOVENES QUE VIVIERON CON DON BOSCO -HUMILDAD -REZO DEL 
MISERERE TODAS LAS TARDES -RESPUESTA DE DON BOSCO A UN SACERDOTE DE OSIMO Y A LOS PARROCOS QUE 
LE PIDEN CONSEJO -SUBSIDIOS DEL MINISTERIO DE GOBERNACION 

LOS acontecimientos de los últimos tres meses en el Oratorio, no le habían hecho perder su aspecto habitualmente sereno y alegre. Con 
el ritmo de costumbre se alternaron las solemnidades litúrgicas, los recreos animados, las honestas diversiones del carnaval, las frecuentes 
representaciones teatrales, ((884)) y otras distracciones. Las momentáneas y saludables preocupaciones espirituales de un crecido número 
de alumnos se trocaron, con la recobrada paz de la conciencia, en alegre regocijo, que hacía más agradables los pasatiempos. Y don 
Bosco les proporcionaba siempre otros nuevos. Así lo trae la crónica de Ruffino: «El día 11 del mes de abril, 
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después de muchos estudios y ensayos, hábilmente dirigidos por el clérigo Juan Bautista Francesia, los estudiantes representaron una 
comedia en latín, original del distinguido padre jesuita, Palumbo. Se conserva un recuerdo en un ejemplar de la invitación escrita por el 
mismo autor, que se envió a los bienhechores aficionados a las obras clásicas. 

Sacerdos Bosco Xaverio Provana Equiti a Collegno S. D. 

Latina prodit in scenam fabula, quam agent
Qui domi a Sancto Francisco dictae scholas
Celebrant. Minerval dicitur: nam ut possit
Magistro discipulus Minerval solvere,
Quod obliguriit, cum a patre acceperit,
Furtum facere cum sociis inducit animum.
Illam apud nos alumni agent, die
Prima post decimam mensis; de prandio
Secunda hora. At pauci spectatores erunt;
Sed qui paucis placere student, illi optimis
Placent. Deinde satis multi erunt si tu adsies
Qui ex paucis es; fac igitur intersis. Vale.


Augustae Taurinorum quarto idus Aprilis an. MDCCCLXI. 

(El sacerdote Bosco saluda al Caballero Javier Provana de Collegno. 

Sale a escena una comedia latina, que representarán los estudiantes de la casa llamada de San Francisco. Titúlase Estipendio: pues un 
alumno para poder pagar al maestro el estipendio, que derrochó, después de haberlo recibido de su padre, se decide a cometer un robo de 
acuerdo con los compañeros. La representarán los alumnos en nuestra casa, el día 11 del mes, después de la comida, a las dos de la tarde. 
Pocos serán los espectadores; mas los que agradar pretenden a pocos, agradan a los mejores. Además, serán suficientes, si tú, que eres de 
los pocos, estás presente; haz pues, por asistir. Vale. 

Turín 11 de abril año 1861). 

La prudencia de don Bosco no permitía que las fantasías se desataran con pavorosas y dañosas aprensiones. Y en sopesada dosis, no 
dejaba de suministrar a quien la necesitaba la medicina para el alma; pero con esa suavidad que siempre produce bien y nunca hace mal. 

((885)) «El 12 de abril, sigue la crónica de Ruffino, quedóse don Bosco conversando, como suele, con sus queridos clérigos. Uno de 
ellos le preguntó: 

»-Cómo se explica que la muerte de Quaranta no haya causado ninguna impresión en los alumnos? 
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»Contestó: 

»-Tampoco hice yo nada por despertarla, puesto que no hacía falta en casa. Y esto por diversos motivos. Primero, porque hay algunos 
chicos que, si no voy con cuidado, se dejan desmoronar por los escrúpulos. Si hubiese querido sacar provecho de esta muerte para causar 
impresión, se hubieran colocado cortinas negras a la puerta, se hubiese instalado la capilla ardiente dando libertad para ir a visitar el 
cadáver a quien hubiera querido, hubieran ido pasando sucesivamente todos los alumnos por la iglesia para rezar el oficio de difuntos; 
pero, como nadie pidió que se hiciesen oraciones especiales, opté por no hacer nada de todo ello. 

»-Desde luego, después del sueño del último día del año, sobraban todos los sermones, observó un clérigo; aquel sueño hizo mucho 
bien en la casa. 

»Y don Bosco, dirigiéndose a éste, añadió: 

»-Sí, es verdad; el sueño y sus consecuencias hicieron mucho bien porque había muchas cosas, que yo no podía decir en público, pero 
las manifestaba en particular. Sucedía muchas veces que yo mandaba llamar a un muchacho y no venía. Pero, al fin, me tropezaba con él 
y le preguntaba: 

»-Por qué no has venido todavía a verme? Por qué quieres tener esa (y la especificaba) serpiente en tu corazón? 

»Entonces el muchacho demudaba el semblante y sollozando decía: 

»-Cuándo... cuándo tengo que ir a confesarme? 

»Otro clérigo se extrañó de la facilidad con la que muchos suelen callar los pecados en la confesión, ((886)) hasta cuando hay 
abundancia de confesores. Don Bosco le contestó: 

»-No todos los confesores tienen habilidad, experiencia y medios para escudriñar las conciencias y expulsar las zorras que roen los 
corazones. Así, por ejemplo, para un determinado sacerdote puede ser el pan de cada día confesar, pero no a muchachos, sino a adultos. 
Para confesar a los chicos hay que acercarse muchísimo a ellos, tratarles frecuentemente, conocerlos bien, estudiar su carácter y, cuando 
van a confesarse, muchas veces hay que hacer el examen de conciencia con ellos; hay que saber relacionar que éste dio motivo a cierta 
queja, ése tiene cierto defecto, aquél tiene otro; porque los muchachos callan, sí, callan fácilmente. Hay dos grandes escollos: la 
vergüenza y el miedo a perder el aprecio del confesor. 

»Al principio del año escolar ingresó en el Oratorio cierto joven, el cual la primera vez que fue a hablarme, dijo: 
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»-Aquí se hacen también sacerdotes? 

»-íSí! 

»-Yo no quiero serlo. Obligan a ello? 

»-No, antes al contrario, se concede como una gracia especial, porque es preciso que los muchachos den claras señales de vocación; 

de no ser así, no se les permite vestir la sotana. 

»-Eso me basta; yo vengo aquí con tal de que no me hagan sacerdote. 

»-Puedes estar tranquilo, nadie te dirá una palabra, si no tienes vocación. 

»-Es que, aunque tuviera vocación, yo no quiero que me hagan. 

»Algún tiempo después trataba de confesarse, y quería ir a hacerlo con algún sacerdote desconocido, a los frailes del Monte o, por lo 

menos, al santuario de la Consolación. Díjole don Bosco: 

»-Te dejo ir de buena gana, me limitaré a enviar a alguno que te acompañe, ípero con una condición! 

»-Cuál? 

((887)) »-Que digas al confesor esto y aquello. 

»Y se lo indiqué. 

»Quedó el joven estupefacto, al manifestarle los pecados que nunca había confesado, y dijo: 

»-Ya no necesito ir a otra parte, pues son éstos los pecados que precisamente yo me proponía no confesar. 

»Actualmente, cuando todavía no hemos llegado a la mitad del curso escolar, es uno de los más animados a hacerse sacerdote.» Efecto 
del último sueño fue que algunos alumnos se sintieron movidos a pedir ser inscritos en la Pía Sociedad, según se deduce de las Actas de 
los Capítulos. 

El día 16 de abril de 1861, se reunió el Consejo de la Sociedad de San Francisco de Sales para la admisión de los miembros siguientes: 
José Reano, de Foglizzo, hijo de Felipe; Jacinto Perucatti, hijo de José, de Villa San Secondo; Tomás Luis Jarach, hijo de Carlos Luis; 
Alejandro Fabre, de Caselle, hijo de Luis. Todos ellos fueron admitidos, por unanimidad de votos, a la práctica de las Reglas. 

Lo que animaba a estos jóvenes a unirse a los colaboradores de la Obra de los Oratorios era el gran pensamiento de salvar con muchos 
méritos el alma y cooperar a la regeneración de muchos jóvenes pobres. No podía ser de otro modo, ya que don Bosco hablaba siempre 
de las cosas del alma. 

Decía así el 17 de abril por la noche: 

«Carlos, rey de Francia, acometido por todas partes por el ejército 

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inglés, dejaba a sus soldados el cuidado de la guerra, mientras él se estaba tranquilamente en su palacio. Rápidamente, a una batalla 
sucedía otra y siempre con la derrota de los suyos. Estaban ya en poder del enemigo muchas provincias. Podía darse por perdido el reino. 
Enviaron entonces los generales al rey un distinguido oficial para que le sacudiera ((888)) de su inercia, haciéndole presente el peligroso 
extremo en que se encontraba e induciéndole a aprovechar los últimos recursos para la defensa. Al llegar a palacio, fue detenido el oficial 
a la puerta, y allí estuvo aguardando dos o tres horas, antes de ser admitido en audiencia. Entre tanto el rey bailaba, jugaba y bebía 
alegremente. Por fin fue introducido el oficial. Recibióle el rey con suma cortesía; en lugar de preguntarle por la suerte de la guerra, 
empezó a hablarle de cacerías y banquetes y acabó señalándole una mesa e invitándole a jugar a los naipes con él. 

»Miró extrañado el oficial a su soberano, sin proferir palabra y permaneció inmóvil en pie. 

-Habéis entendido?, replicó el rey, qué estáis pensando en este momento? 

»-Majestad, respondió el oficial, estoy asombrado. íNunca he visto a nadie caminar hacia la ruina tan alegremente como Vos! 

»Queridos hijos míos; ía cuántos, que tienen el pecado en la conciencia y, sin embargo, juegan, ríen, comen, beben, se divierten y 
tienen el infierno abierto bajo sus pies, se podrían aplicar estas palabras!» 

La muerte de un alumno venía a poner sobre aviso en el Oratorio a quien tal vez lo necesitaba. 

Escribe Ruffino: «Antes de alborear el día 21 de abril, domingo, fiesta del Patrocinio de San José, a las tres y media, murió el joven 
Carlos Maffei, de Buttigliera de Asti, de diecinueve años de edad, después de dos días de enfermedad, por dolores en la columna 
vertebral, causados por un resfriado. 

»El día 24 de diciembre de 1860 don Bosco había anunciado: -Hay algunos entre nosotros que dentro de pocos meses ya no estarán 
aquí. Hay uno... y éste no piensa en ello. 

»Y Maffei murió de improviso. Como en la muerte del alumno Quaranta, tampoco hizo don Bosco reflexiones inoportunas, ((889)) no 
aludió a predicciones cumplidas y todo pasó tranquilamente sin angustias de espíritu. 

»Pero algunos clérigos, conmovidos por aquellas dos muertes, viendo a don Bosco siempre delicado y temiendo por su vida, le 
exhortaron a cuidarse y, por tanto, a no trabajar tan intensamente. Uno de ellos, para convencerlo, le dijo: 
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»-No sería mejor que usted viviera, por ejemplo, unos diez años más sin trabajar tanto, ayudándonos sólo con sus consejos, en lugar de 
desgastarse con ese continuo trabajo y vivir menos? 

»Don Bosco respondió: 

»-Sí... Y quién me asegura que, trabajando menos, viviré diez años más? íAh, no! Mientras pueda, quiero emplear todas mis fuerzas 
trabajando por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Sin arruinarme, eso sí; pero haciendo todo lo que puedo. 

»Aquella misma noche don Bosco, después de haber recomendado a todos, estudiantes y aprendices, los acostumbrados sufragios por el 
alma de Maffei, les habló en estos términos: -Tengo que decir una cosa y no quisiera decirla; pero me veo obligado a ello. Es ésta. Hay 
unos cuantos jóvenes, que están aquí en el Oratorio desde el comienzo del curso y yo apenas los conozco. Esto me desagrada. En la casa 
hay los dos extremos. Unos, que siempre están a mi alrededor; otros, que no sólo no se acercan a mí, sino que huyen tan pronto como me 
ven. Esto me duele y, sabéis por qué? Preguntad por qué un padre quiere ver a sus hijos queridos; es más, para mí hay un amor aún mayor 
que el del padre: yo quiero ardientemente salvar vuestras almas y por eso deseo ver a ésos tales, para poder decirles una palabra. En 
conclusión: queréis que se os diga algo más? 
Hay algunos que deben arreglar las cuentas de su alma; y yo no puedo tenerlos a mi lado. Los mando a llamar y no vienen; habrá que 
amenazarlos? ((890)) A mí me gusta que los muchachos no estén siempre a mi alrededor, más aún, yo quiero que todos hagan por entero 
el recreo. Sólo deseo que no huyan de mí cuando los encuentro. Que no suceda más lo que a veces contemplo: me asomo al patio, todo un 
hormiguero de chicos que corren a mí, y después no veo a esos cuatro o cinco, que son precisamente los que yo quería ver. Ellos también 
se mueven, mas para alejarse... Quede, pues, bien claro esto. Tendría que exponeros todavía muchas cosas, pero no puedo hacerlo aquí en 
público. Baste esto. Buenas noches. 

»En cuanto los jóvenes se retiraron a sus dormitorios, se reunió la conferencia de los miembros de la Sociedad de San Francisco de 
Sales. Fueron presentados a la asamblea cuatro nuevos socios: Reano, Perucatti, Jarach y Fabre. Don Bosco habló de la caridad con el 
prójimo, especialmente con los jóvenes. Con respecto al prójimo, dijo: -Procúrese que cualquiera que trate con nosotros, se despida 
satisfecho; que siempre que hablemos con alguno, éste sea un amigo más, ganado a nuestra causa: porque hemos de buscar la manera de 
aumentar el número de nuestros amigos y disminuir el de los enemigos, 
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pues hay que hacer el bien a todos. Recibiremos siempre bien y con dulzura a los forasteros, pues esto es lo que ellos desean y esperan, 
sean éstos señores o sean pobres; es más, los que se encuentran en condición de inferioridad exigen, aún más que los otros, ser tratados 
con respeto. 

»En cuanto a los jóvenes debemos tener caridad con ellos y, tratarlos siempre con dulzura; que nadie tenga motivo para decir de 
ninguno de nosotros: fulano es riguroso y severo. íNo!, que nunca pueda nadie formarse tal concepto de alguno de nosotros. Si hemos de 
reprender a alguno, llevémoslo aparte, hagámosle comprender por las buenas su falta, su deshonra, su daño, la ofensa de Dios; porque 
((891)) si procedemos de otro modo bajará la cabeza al oír nuestras duras palabras, temblará, pero hará siempre por escapar de nosotros y 
será escaso el provecho obtenido con amonestaciones de esta clase. Si sorprendemos con las manos en la masa a algún despistado, 
agarrémosle por un brazo y digámosle resueltamente: 

»-Mira lo que haces, considera lo que merecerías, y si yo te llevara al Superior, qué pasaría?, etc. 

»Pero de una manera especial tengamos caridad entre nosotros; 
cuando uno tiene que decir algo al compañero, dígaselo enseguida sin miedo. No se guarde resentimiento o rencor en el corazón. Puede 

que sea inoportuna la advertencia; no importa; hágase en seguida. 

»La palabra de don Bosco tenía un atractivo singular para los clérigos. Al salir de su habitación, decía el que había entrado: 

»-íYo estaré siempre con don Bosco! 

»Preguntaba después a algún compañero: 

»-Y tú? 

»-Yo también, repetían los demás». 

Un día se encontraron unos clérigos de don Bosco con el Abate Vacchetta, el cual les preguntó: 

-Por qué estáis allá abajo en Valdocco con don Bosco? 

-Porque nos gusta, -respondieron. 

La marca que en ellos dejaba la educación de don Bosco, hacía que se distinguieran de los otros seminaristas, no pertenecientes al 

Oratorio. Bajaba un día el canónigo César Ronzini por la carrera de Valdocco junto al hospital San Luis, y como viera en la acera 
contraria al clérigo Garino, hízole señas con la mano para que se acercara. Llegóse a él y le preguntó: 

-Qué manda el señor Canónigo? 

-Nada; quería saber si usted es de los de don Bosco. 

-íSí, señor! 
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-Me alegro de no haberme equivocado ((892)) porque al ver un clérigo de aspecto jovial, respetuoso y sencillo, nunca me he equivocado 
pensando que era de los de don Bosco, y al detenerlo y preguntárselo, siempre obtuve contestación afirmativa. 

Este canónigo era un gran admirador de don Bosco. 

«Estos buenos clérigos, especialmente los más antiguos de la casa, intentaron varias veces durante los meses pasados hacer un retrato de 
don Bosco, mas sin resultado. Parecía que el lápiz y el pincel se negaran a cumplir su función. La fisonomía del buen padre quedaba 
siempre desfigurada, imposible de reconocer. Lo llevaron al fotógrafo, pero éste no pudo nunca conseguir retratarlo, aun cuando don 
Bosco no daba muestras exteriores de no querer. Era un hecho muy extraño. Un día, hablando de esto ante él mismo, dijo: 

»-Si el sacarme un retrato fuera útil para la salvación de las almas, entonces sí; en caso contrario, no hace falta». 

Así lo cuenta Ruffino, el cual añade en su crónica: «Las almas, eso era lo que le importaba. 

»El día 29 de abril, lunes, empiezan los ejercicios espirituales a las tres de la tarde, predicados por el reverendo Ciattino, párroco de 
Maretto, que habla con estilo muy agradable y siempre sonriente. Un joven hizo el propósito de no hablar durante todo el tiempo de los 
ejercicios y lo cumplió. Terminarán el día 2 de mayo. 

»Antes de los ejercicios espirituales don Bosco mandó llamar a los jóvenes Francisco Ghivarello y José Dalmazzo, que estaban en sus 
pueblos, para que viniesen a casa a tomar parte en estos días de retiro espiritual. Vinieron y ya no quisieron volver a sus casas. 

»Por la noche del 28 de abril dijo don Bosco a los jóvenes: -Ahora comenzamos los Ejercicios para echar muy lejos de nosotros al 
demonio. En general ya no puede ((893)) estar el demonio con ninguno de la casa, porque todos lo echan. Sin embargo, hay unos pocos, 
tras de los cuales puede esconderse; no delante, pero sí a sus espaldas. 

»Durante los dos días de ejercicios don Bosco confesó casi siempre unas seis horas seguidas por la tarde, y tres o cuatro por la mañana. 

»En el último sermón del día primero de mayo, el predicador bendijo a los jóvenes, después de implorar las bendiciones de Dios sobre 
el Rey, los Senadores, el Parlamento, etc., para que sean siempre fuertes en la paz y en la guerra. Pero cuando intentó tomar el crucifijo 
del púlpito para dar la bendición acostumbrada, no pudo sacarlo. Hizo entonces una llamada a los pecadores, que todavía se resistían 
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a convertirse, causa tal vez de que no pudiera bendecir a la asamblea. Los suplicó, los invitó a manifestarse, pues él bajaría del púlpito e 
iría a echarse a sus pies, rogándoles en nombre de Jesucristo que se convirtieran. Acabó diciendo que éstos tenían todavía tiempo para 
confesarse aquella misma tarde y el día siguiente por la mañana. Este rasgo oratorio causó óptima impresión. Preguntado después 
privadamente el predicador, dijo que había aparentado adrede no poder extraer el crucifijo. Añadió que ya había empleado otras veces 
esta estratagema y siempre había causado buena impresión en el auditorio». Observaremos a este propósito que diligentibus Deum omnia 
cooperantur in bonum (para los que aman a Dios todo redunda en bien). 

«El reverendo Ciattino habló también de don Bosco, poniendo de relieve a los jóvenes la gracia que Dios les había concedido al 
disponer que fueran enviados a educarse bajo la dirección de un hombre, que gozaba de merecida fama de santidad, y advirtiendo que 
llegaría un día en que los venideros envidiarían su suerte de haber vivido con don Bosco.» 

«Su fama de santidad, escribió el canónigo Anfossi, fue ((894)) siempre en aumento, al crecer y ampliarse sus obras. Veníale de su vida 
ejemplarísima, de las virtudes que ejercía en grado heroico, y de los dones especiales, de los que se le veía enriquecido por el Señor. 
íCuántas veces he visto a sacerdotes y a personajes muy distinguidos arrodillarse a sus pies pidiendo su bendición!» 

Y el teólogo Reviglio advertía: «Siempre que iba a su casa, observaba en él algún acto particular de virtud, y me persuadía de que el 
justo se perfecciona de día en día hasta recibir la celestial recompensa». 

Pero especialmente resplandecía su humildad en los más pequeños actos. «El 4 de mayo, dejó escrito Ruffino, vino a hablar con don 
Bosco un conspicuo señor para que aceptara en su casa a un jovencito. En su conversación dio a conocer que él creía que el Oratorio 
había sido fundado por un ilustre Obispo, al que lógicamente debía estar agradecida la ciudad de Turín por tan grande beneficio. 
Concluyó diciendo que había ido para recomendar su protegido a don Bosco, esperando que él tuviese facultad para aceptar muchachos. 
Escuchóle don Bosco con toda calma, no intentó corregir su error y lo dejó en su persuasión. Por tanto, trató el asunto como si realmente 
tuviese él que depender y dar cuenta a algún Superior suyo. 

»Aquel personaje salió satisfecho y admirado de los agasajos, que había recibido de don Bosco. El amor propio no habría permitido a 
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nadie callar en aquella circunstancia; mientras que nosotros vimos en don Bosco innumerables ejemplos de esta virtud. No era posible 
otro proceder en un sacerdote continuamente abismado en el pensamiento de la muerte y de la eternidad. Después de acostarse, para 
dormirse rezaba siempre el salmo miserere.» 

Ya por aquellos tiempos corría por toda Italia la fama de su santidad, ((895)) como lo asegura Juan Villa. 

«En 1862, escribe, encontrándome yo en Osimo, en calidad de soldado del décimo regimiento de infantería, fui testigo de esta fama, y 
oí a un sacerdote, sobrino del Vicario General, hablar de don Bosco como de un santo sacerdote. Otro buen cura joven de aquella tierra, 
un tal don Salvador, cuyo apellido no recuerdo, me preguntó por el secreto de don Bosco para atraer tan poderosamente el corazón de los 
jóvenes, y me encargó que se lo preguntara. Al poco tiempo regresé con licencia a Turín y comuniqué a don Bosco el encargo. El me 
contestó: 

»-Yo lo ignoro. Si ese buen sacerdote ama a Dios, también él logrará éxitos en eso, mucho mejor que yo.» 

Movidos por esta estimación, acudían a menudo los sacerdotes a pedir consejo a don Bosco para la dirección espiritual de las diversas 
clases de personas, especialmente los párrocos, que iban a tomar posesión de su parroquia o hacía poco tiempo que lo habían hecho. En 
1867 daba a uno de éstos la siguiente norma de conducta: Debes cuidar de los niños, de los enfermos y de los ancianos. El Obispo de 
Cúneo había nombrado al presbítero Calandra párroco de Boves, cuyos feligreses habían forzado al antecesor a escapar. El Prelado lloró 
al confiarle aquella difícil misión. Y él se presentó en el Oratorio para preguntar a don Bosco cómo tenía que habérselas. Don Bosco le 
dio y explicó el consejo arriba mencionado: 

-Parar a los niños por la calle, acariciarlos, encargarles que saluden de su parte a los padres; dar a los ancianos el trato que un buen hijo 
da al padre y a la madre, ser el primero en saludarlos, interesarse por su salud; asiduidad e interés en visitar a los enfermos, proporcionar 
lo más necesario a los pobres. El presbítero Calandra siguió los consejos de don Bosco y en seguida llegó a ser el ídolo de sus feligreses. 
Nos contaba en 1888 que para la iglesia, el hospital, el asilo infantil, la residencia ((896)) de los ancianos, sus feligreses le habían dado en 
limosnas la bonita suma de un millón doscientas mil liras. 

Grande era, pues, la fama de santidad y sabiduría, que había alcanzado don Bosco por su celo apostólico ante la sociedad cristiana; 
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y al mismo tiempo el Ministro Miglietti reconocía sus méritos en pro de la sociedad civil. 

MINISTERIO DE GOBERNACION 

N.° 30.901 del protocolo general. 
N.° 3.664 de la división. 

Turín, 27 de abril de 1861. 

Habiendo sido puesta a disposición de este Ministerio, por persona benéfica, una suma para ser repartida en favor de las Instituciones 
Pías más necesitadas de esta capital, el que suscribe ha creído deber suyo comprender en el reparto a ese Centro, adjudicándole la 
cantidad de cuatrocientas liras. 

Al ofrecer esta participación al Rdo. Sr. Director del Pío Instituto, le participo, al mismo tiempo, que la mencionada suma le será 
entregada por simple demanda a la caja de este Ministerio. 

Por el Ministro BORROMEO 

A don Bosco. 
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((897)) 

CAPITULO LXVII 

EL SUEÑO DE LA RUEDA -UN PERSONAJE DESCONOCIDO -HIGUERAS Y UNA VIÑA -SE ACERCA LA NOCHE -EL 
HERMANO JOSE -MAQUINA CON UNA RUEDA DE LENTE -LAS CONCIENCIAS: LOS BUENOS Y LOS MALOS; LOS 
ENCADENADOS; EL CANDADO EN LOS LABIOS; LOS MONOS SOBRE LAS ESPALDAS; LAS DIFICILES CONVERSIONES 
-NUEVOS MNOS QUE DIOS QUIERE DAR A DON BOSCO -LAS VOCACIONES: LOS LABRADORES DEL CAMPO; EL 
CAMPO DE ESPIGAS MADURAS Y LOS SEGADORES; MARAVILLOSAS INDICACIONES -LOS PRIMEROS CINCO 
FUTUROS DECENIOS DE LA PIA SOCIEDAD -PROGRESIVA DESAPARICION DEL MUNDO DE LOS PRIMEROS ALUMNOS 
SALESIANOS -SUS SUCESORES Y NUEVOS INNUMERABLES ALUMNOS -HUMILDE CONCLUSION DEL SUEÑO 

EL corazón del sabio sabe el cuándo y el cómo. Porque todo asunto tiene su cuándo y su cómo. Pues es grande el peligro que acecha al 
hombre, ya que éste ignora lo que está por venir, pues lo que está por venir, quién va a anunciárselo?»1. 

Que don Bosco poseía este conocimiento propio del corazón del sabio y no le era oculto lo que le interesaba del pasado ni del futuro, 
nos lo demuestra una vez más la persuasión que inspiró las crónicas de don Domingo Ruffino, don Juan Bonetti ((898)) y las memorias 
escritas por don Juan Cagliero, por don César Chiala y otros, testigos todos ellos que oyeron las palabras del siervo de Dios. Con singular 
concordancia nos exponen otro sueño contado por él, en el cual vio su Oratorio de Valdocco y los frutos que producía, la condición de los 
alumnos ante los ojos de Dios; a los que eran llamados al estado eclesiástico o al estado religioso en la Pía Sociedad, o a vivir en el 
estado laical y el porvenir de la naciente Congregación. 

Soñó, pues, don Bosco la noche precedente al 2 de mayo y el sueño le duró casi seis horas. Apenas amaneció, levantóse del lecho para 
tomar algunos apuntes sobre las escenas principales y anotar 

1 Eclesiastés, VIII, 6, 7. 
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los nombres de algunos personajes que había visto desfilar a través de su fantasía mientras dormía. 
En la narración de dicho sueño invirtió tres sesiones consecutivas, hablando a sus jóvenes desde la tribuna que le solían colocar debajo 

del pórtico, una vez rezadas las oraciones de costumbre. 

El 2 de mayo estuvo hablando por espacio de unos tres cuartos de hora. 

El exordio, como sucedía siempre que comenzaba una de estas narraciones, parece un poco confuso y extraño, lo que juzgamos natural, 

por razones que hemos expuesto ya en otros lugares, y las que ofreceremos al juicio de nuestros lectores. 
Comenzó, pues, el siervo de Dios a hablar así a los jóvenes. 

Este sueño se refiere solamente a los estudiantes. Muchísimas cosas de las que vi en él no sería capaz de describirlas, por falta de 
inteligencia y por insuficiencia de palabras. 

Me parecía haber salido de mi casa de I Becchi. Me dirigía por un sendero que conducía a un pueblo próximo a Castelnuovo, llamado 
Capriglio. Quería visitar un campo arenoso de nuestra propiedad, que estaba situado en un vallecillo detrás del caserío llamado 
Valcappone; la cosecha de este campo apenas si produce para pagar los impuestos. En mi niñez estuve varias veces trabajando en aquel 
sitio. 

Había recorrido ya un buen trecho de camino, cuando cerca de aquel campo me encontré con un buen hombre, como de unos cuarenta 
años, de estatura ordinaria, barba larga y bien cuidada y de rostro moreno. Vestía un traje que le llegaba hasta las ((899)) rodillas, llevaba 
ceñidos los costados y sobre la cabeza una especie de gorrito blanco. Se hallaba en actitud de quien espera a alguien. El tal me saludó 
familiarmente como si yo fuese para él persona conocida desde mucho tiempo; después me preguntó: 

-Adónde vas? 

Mientras detenía el paso, le repliqué: 

-Voy a ver un campo que tenemos por estos contornos. Y tú, qué haces aquí? 

-No seas curioso -me contestó-. No necesitas saberlo. 

-Bien. Pero al menos haz el favor de decirme tu nombre y quién eres, pues me he dado cuenta de que me conoces. Yo, en cambio, no te 

conozco. 

-No hace falta que te diga ni mi nombre, ni mis cualidades. Ven. Prosigamos juntos. 

Me puse en camino con él y, después de avanzar unos pasos, me vi en un extenso campo cubierto de higueras. Mi compañero me dijo: 

-No ves qué hermosos higos hay aquí? Si quieres puedes tomar y comer los que quieras. 

Yo le respondí maravillado: 

-En este campo nunca hubo higos. 

Y él respondió: 

-Pues ahora los hay; ahí los tienes. 

-Pero no están maduros; todavía no es tiempo de higos. 

-Pues a pesar de ello, mira; los hay ya muy hermosos y en su punto; si quieres probarlos date prisa porque se hace tarde. 

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Y como yo no me moviese, mi amigo insitió:
-Date prisa; no pierdas tiempo, que se acerca la noche.
-Pero por qué me das tanta prisa? No, no quiero higos; me agrada verlos, regalarlos, pero no me son agradables al paladar.
-Si es así, sigamos adelante; pero recuerda lo que dice el Evangelio de San Mateo, cuando habla de los grandes acontecimientos que


sucederán a Jerusalén. Decía Cristo a los Apóstoles: Ab arbore fici discite parabolam. Cum jam ramus ejus tener fuerit et folia nata, scitis 

quia prope est aestas. (Aprended la enseñanza de la higuera: cuando ya esté tierna su rama y salgan las hojas, sabed que ya está cerca el 

verano). Y ahora está muy cerca, puesto que los higos comienzan a madurar. 
Reemprendimos la marcha y he aquí que apareció otro campo plantado de viñas. El desconocido me dijo inmediatamente: 
-Quieres uvas? Si no te agradan los higos, ahí tienes uvas: toma y come. 
-íOh! Ya las cortaremos a su tiempo de la cepa. 
-Pues aquí también las hay. 
-íA su tiempo!, -le respondí. 
((900)) -Pero no ves cuánta uva madura? 
-Posible? Y en esta estación? 
-Date prisa, que se hace tarde y no hay tiempo que perder. 
-Qué prisa tenemos? Con tal de que al final del día me encuentre en mi casa... 
-Te repito que te des prisa, pues pronto se hace de noche. 
-Si se hace de noche volverá otra vez el día. 
-No es cierto; ya no volverá otra vez el día. 
-Cómo? Qué es lo que quieres decir? 
-Que se acerca la noche. 
-Pero de qué noche me estás hablando? Quieres decir que debo preparar la maleta para partir? Que debo ir pronto a mi eternidad? 
-Se aproxima la noche: dispones de muy poco tiempo. 
-Dime al menos si será pronto. Cuándo he de partir? 
-No seas tan curioso. Non plus sápere quam oportet sápere. (No saber más de lo que es necesario saber). 
-Así decía mi madre a los entrometidos, pensé para mí, y después proseguí en alta voz. 
-Por ahora no quiero uvas. 
Seguimos avanzando lentamente y, tras breve caminar, llegamos al campo de nuestra propiedad, en el que encontramos a mi hermano 

José cargando un carro. Al verme se acercó para saludarme; después saludó a mi compañero, pero viendo que éste no respondía al saludo 

ni le hacía caso, me preguntó si el tal había sido condiscípulo mío: 
-No, -le dije-es la primera vez que le veo. 
Entonces José le dirigió de nuevo la palabra diciéndole: 

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-Oiga, por favor, dígame su nombre; tenga la bondad de contestarme; que yo sepa con quien hablo.
Pero el guía continuaba sin hacerle caso. Mi hermano, extrañado, se dirigió nuevamente a mí para preguntarme:
-Pero quién es éste?
-No lo sé, no ha querido decírmelo.
Ambos insistimos para que nos dijese de dónde venía, pero el otro volvió a repetir: Non plus sápere quam oportet sápere.


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Entretanto mi hermano se había alejado y no volví a verle, mientras que el desconocido, dirigiéndose a mí, me dijo: 

-Quieres ver algo extraordinario? 

-De buena gana, -respondí. 

((901)) -Quieres ver a tus muchachos tal y como son actualmente? Cómo serán en el futuro? Quieres contarlos? 

-íOh!, sí, sí. 

-Pues, ven. 

I 

Entonces sacó no sé de donde una gran máquina, que no sabría describir, la cual constaba de una gran rueda. Y mientras la colocaba en 
el suelo le pregunté: 

-Qué significa esa rueda? 

-La eternidad en las manos de Dios, -me respondió. 

Y tomando la manivela de aquella rueda, la hizo girar. Después me dijo: 

-Toma el manubrio y dale una vuelta. 

Así lo hice y después mi acompañante añadió: 

-Ahora mira dentro. 

Observé la máquina y vi que tenía un gran cristal en forma de lente, casi de un metro y medio de diámetro, emplazado en el centro de la 
misma y fijo en la rueda. Alrededor de la lente se leía: Hic est oculus qui humilia respicit in coelo et in terra. (Este es el ojo que ve las 
cosas humildes en el cielo y en la tierra). Inmediatamente apliqué la cara a la lente. Miré y íoh, espectáculo maravilloso! Vi en el interior 
de aquel artefacto a todos mis jóvenes del Oratorio. 

-Pero cómo es posible? -me decía para mí. Hasta ahora no vi a ninguno de mis hijos en esta región y ahora los contemplo a todos 
reunidos. Pero no están en Turín? 

Miré por encima y por los lados de la máquina, pero fuera de la lente no veía a nadie. Levanté el rostro para expresar mi admiración al 
compañero, pero, apenas pasados unos instantes, me ordenó que diese una segunda vuelta a la manivela, y vi una singular y extraña 
separación de jóvenes. A un lado los buenos y a otro los malos. Los primeros radiantes de felicidad; los otros, que afortunadamente no 
eran muchos, daban compasión. Yo los reconocí a todos, pero íqué distintos eran de lo que los compañeros creían! Unos tenían la lengua 
agujereada; otros los ojos completamente extraviados; quienes sufrían dolor de cabeza producido por repugnantes úlceras, no faltando los 
que tenían el corazón roído por los gusanos. Cuanto mas los miraba, mas afligido me sentía. 

-Pero es posible que estos sean mis hijos? -exclamé-. No comprendo lo que pueden significar estas extrañas enfermedades. 

Al escuchar estas palabras, el que me había conducido a la rueda me dijo: 

-Escúchame: la lengua agujereada significa las malas conversaciones; la vista extraviada, los que interpretan o juzgan de una manera 
torcida ((902)) los designios de Dios, prefiriendo la tierra al cielo; la cabeza enferma representa el menosprecio de tus avisos y consejos y 
la satisfacción de los propios caprichos; los gusanos son las malas pasiones que corroen el corazón; también están ahí los sordos, los que 
no quieren escuchar tus palabras para no ponerlas en práctica. 

Después me hizo una señal, y yo, dando una tercera vuelta a la rueda apliqué el ojo a la lente del aparato. Vi entonces a cuatro jóvenes 
atados con gruesas cadenas. 

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Los observé atentamente y los conocí a los cuatro. Pedí explicación al desconocido y me respondió: 
-Lo puedes comprender fácilmente: son los que no escuchan tus consejos y, si no cambian de conducta, corren el peligro de ir a parar a 

la cárcel y acabar en ella sus días por sus delitos o graves desobediencias. 

-Desearía tomar nota de sus nombres para no olvidarlos -le dije-, pero el amigo me respondió: 

-No hace falta; están ya todos anotados; aquí los tienes escritos en este cuaderno. 

Entonces me di cuenta de que mi acompañante tenía un cuadernillo en la mano. Me ordenó que diese otra vuelta al manubrio y, después 
de hacerlo, me puse nuevamente a mirar. Vi a otros siete jóvenes, todos de aspecto huraño y desconocido, con un candado que les cerraba 
los labios. Tres de ellos se tapaban también los oídos con las manos. Me separé entonces del cristal y quise anotar con lápiz sus nombres, 
pero aquel hombre me volvió a decir: 

-No hace falta; aquí los tienes escritos en este cuaderno que llevo siempre conmigo. Y se opuso en absoluto a que escribiese. Yo, lleno 
de estupor y dolorido por aquella actitud, pregunté el significado de aquel candado que cerraba los labios de aquellos infelices. 

El me respondió: 

-No lo entiendes? Estos son los que se callan. 

-Pero qué es lo que callan? 

-íCallan! 

Entonces comprendí que se trataba de la Confesión. Eran los que incluso, cuando el confesor les pregunta, no responden, o responden 
evasivamente, o faltan a la verdad. Dicen sí cuando deben responder no y viceversa. 

El amigo continuó: 

-Ves aquellos tres que, ademas de llevar un candado en la boca, se tapan los oídos con las manos? íQué condición tan deplorable la 
suya! Esos son los que no solamente callan pecados en la confesión, sino que ademas no quieren escuchar de ninguna manera los avisos, 
los consejos, las órdenes del confesor. Son los que no prestarán oído a tus palabras, aunque parezca que las escuchan y que están 
dispuestos a obrar diversamente. ((903)) Podrían quitarse las manos de donde las tienen, pero no quieren hacerlo. Los otros cuatro 
escucharon tus consejos, tus exhortaciones, pero no se aprovecharon de ellas. 

-Y cómo haría para quitarles ese candado? 

-Ejiciatur superbia e cordibus eorum. (Echese la soberbia de sus corazones). 

-Amonestaré a éstos, -proseguí-, pero para los que se tapan los oídos con las manos hay pocas esperanzas. 

Aquel hombre me dio después un consejo; a saber, que cuando dijese dos palabras desde el púlpito, una fuera sobre la manera de 
confesarse bien; y por mi parte prometí obedecerle. No diré que solamente hablaré de esto, porque me haría pesado, pero sí que inculcaré 
con frecuencia una práctica tan necesaria. En efecto, es mucho mayor el número de los que se condenan por confesarse mal que los que 
van al infierno por no confesarse, porque aun los malos alguna vez se confiesan, pero son muchísimos los que no se confiesan bien. 

El personaje misterioso me hizo dar otra vuelta a la manivela. 

Miré depués y vi a otros tres jóvenes en una situación espantosa. 

Cada uno de ellos tenía un mono enorme sobre las espaldas. Al observar atentamente pude comprobar que aquellos animales tenían 

cuernos. Cada uno de ellos 

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con las patas delanteras apretaba fuertemente las gargantas de sus infelices víctimas, de forma que el rostro de aquellos desgraciados 
muchachos se tornaba de un color rojo sanguinolento, y sus ojos, inyectados en sangre, parecía que iban a saltar de sus órbitas. Con las 
patas de atrás les apretaban los muslos de manera que a duras penas les consentían moverse, y con la cola, que les llegaba hasta el suelo, 
les enredaban las piernas hasta el punto que les hacían imposible el caminar. Esto representaba a los jóvenes que después de los ejercicios 
espirituales continúan en pecado mortal, especialmente contra la pureza y la modestia, habiéndose hecho reos en materia grave contra el 
sexto mandamiento. El demonio les apretaba la garganta para no dejarles hablar cuando debían hacerlo; les hacía enrojecer hasta perder la 
cabeza, y proceder de una manera irracional, haciéndoles esclavos de una vergüenza fatídica, que, en lugar de inducirlos a la salvación, 
los lleva a la ruina. Mediante sus estratagemas les hacen saltar los ojos de las órbitas, para que no puedan ver sus miserias y los medios 
para salir del estado miserable en que se encuentran, haciéndoles víctimas de su aprensión ((904)) y repugnancia hacia los Santos 
Sacramentos. Los tienen aprisionados por los muslos y por las piernas, para que no puedan moverse ni dar un paso por el camino del 
bien; tal es el procedimiento de la pasión, a causa del hábito contraído, que llegan a creer imposible la enmienda. 

Os aseguro, queridos jóvenes, que derramé abundantes lágrimas al contemplar aquel espectáculo. Habría deseado precipitarme a salvar 
a aquellos infelices, pero apenas me separaba de la lente, nada veía. Quise entonces tomar nota de los nombres de los tres desgraciados, 
pero el amigo me replicó: 

-Es inútil, pues están ya escritos en este libro que tengo en la mano. 

Entonces, con el corazón lleno de una emoción indecible y con lagrimas en los ojos, me volví al compañero y le dije: 

-Pero es posible que se encuentren en semejante estado estos tres pobres jóvenes a los cuales he dado tantos consejos y a los que tantos 
cuidados he dedicado en la confesión y fuera de ella? 

Y seguidamente le pregunté qué es lo que deberían hacer para arrojar de encima a tan horribles monstruos. Entonces, mi compañero, 
comenzó a decir muy de prisa y entre dientes estas palabras: Labor, sudor, fervor. (Trabajo, sudor, fervor). 

-Es inútil; si hablas así no te entenderé nada. 

-íVaya! Estás acostumbrado al empleo de la gramática y al uso de las construcciones en las clases y no comprendes? Presta atención: 
Labor, punto y coma; sudor, punto y coma; fervor, punto. Has entendido? 

-He comprendido el sentido material de las palabras, pero es necesario que tú me digas el significado. 

Y el guía continuó: 

-Labor in assiduis operibus; sudor in poenitentiis continuis; fervor in orationibus ferventibus et perseverantibus. (Trabajo en las obras 
asiduas; sudor en las penitencias continuas; fervor en las oraciones fervorosas y perseverantes). Pero, por éstos es inútil que te sacrifiques, 
no conseguirás ganartelos, pues no quieren sacudir el yugo de Satanas, del cual son esclavos. 

Entretanto, yo seguía mirando por la lente y me atormentaba pensando: 

-Pero todos éstos se han de perder irremisiblemente? Es posible? Aun después de haber hecho los ejercicios espirituales? También 
aquéllos? Y aquellos otros? Después de haber hecho tanto por ellos..., después de haber trabajado tanto..., después de tantos sermones..., 
después de tantos consejos como les he dado...?, 
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íy de tantas promesas!..., después de haberles avisado tantas veces? íJamás me habría esperado semejante desengaño! -Y no encontraba 
punto de reposo. 
((905)) Entonces mi intérprete comenzó a reprenderme: 

-íMira el soberbio éste! Y quién eres tú para pretender convertir a las almas con tu trabajo? Porque amas a los jóvenes pretendes que 
correspondan a tus desvelos? Acaso crees que amas más a las almas que Nuestro Divino Salvador y que has sufrido y padecido por ellas 
más que El? Piensas que tu palabra es más eficaz que la de Jesucristo? Acaso predicas tú mejor que El? Te imaginas que has tenido 
mayor caridad y que tu solicitud ha sido más grande para con tus jóvenes que la que El empleó para con sus Apóstoles? Tú sabes que 
vivían con El continuamente, que gozaban ininterrumpidamente del cúmulo de sus beneficios, que oían día y noche sus amonestaciones y 
los preceptos de su doctrina, que contemplaban sus obras que debían ser un vivo estímulo para la santificación de sus costumbres. 
íCuánto no hizo y dijo en favor de Judas! Y, con todo, Judas le traicionó y murió impenitente. Eres tú acaso mejor que los Apóstoles? 
Pues bien, los Apóstoles eligieron siete diáconos, sólamente siete, seleccionados con la mayor solicitud, y, con todo, uno prevaricó. Y tú, 
entre quinientos, te maravillas de este pequeño número que no corresponde a tus cuidados? Pretendes conseguir que entre ellos no haya 
ninguno malo, ningún pervertido? íVaya con el soberbio éste! 

Al oír esto callé, pero no sin sentir mi alma oprimida por el dolor.
-Por lo demás, consuélate, -prosiguió aquel hombre, viéndome tan abatido. Y me hizo dar otra vuelta a la rueda, mientras decía:
-íAdmira la generosidad de Dios! Observa cuántas almas te quiere regalar. Ves ese gran número de jóvenes?
Volví a mirar a través de la lente y vi una muchedumbre inmensa de jóvenes, a los cuales desconocía por completo.
-Sí, los veo, -respondí-, pero no los conozco.
-Pues bien, éstos son los que el Señor te dará en lugar de aquéllos que no corresponden a tus cuidados. Ten presente que por cada uno


de ellos el Señor te dará cien. 
-íAh! ípobre de mí!, -exclamé-; tengo la casa llena; dónde colocaré a todos estos jóvenes nuevos? 
-No te preocupes. Por ahora tienes sitio para todos. Más adelante, Aquel que te los envía, te indicará dónde los tienes que albergar. El 

mismo te proporcionará el sitio. 
-No es tanto el lugar donde colocarlos lo que me preocupa, cuanto la manera de darles de comer. 
((906)) -No pienses ahora en eso; el Señor proveerá. 
-Sí es así, perfectamente, -repliqué lleno de consuelo. 
Y observando durante largo rato y con gran complacencia a aquellos jóvenes, retuve la fisonomía de muchos de ellos, de forma que 

ahora los reconocería si los volviera a ver. 
Y así terminó de hablar don Bosco en la noche del 2 de mayo. 

II
En la noche del 3 de mayo prosiguió su relato.
A través de aquel cristal pudo ver la vocación de cada uno de sus


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alumnos. En esta ocasión fue conciso y categórico en sus palabras. No dio nombre alguno, dejando para otra ocasión las preguntas que 
hizo a su guía y las explicaciones que oyó de labios de éste en relación con ciertos símbolos y alegorías que habían desfilado ante su 
vista. 

El clérigo Ruffino nos legó algunos nombres sirviéndose de las confidencias que le hicieran algunos de los mismos jóvenes a quienes 
don Bosco había dicho lo que sobre ellos había visto en el sueño, dejando constancia de ello. Dicha nota lleva fecha de 1861. 

Nosotros entretanto para mayor claridad en la exposición y para evitar demasiadas repeticiones, formaremos un todo único, 
introduciendo en el relato los nombres omitidos y las explicaciones dadas; pero éstas, en la mayoría de los casos, no serán presentadas en 
forma dialogada. Con todo seremos exactos, citando literalmente cuanto escribió el cronista. 

Don Bosco, pues, comenzó a decir: 

El desconocido continuaba junto al aparato de la rueda y de la lente. Yo me sentía muy contento por haber visto a tantos jovencitos que 
vendrían a vivir con nosotros, cuando me fue dicho: 

-Quieres contemplar algo más hermoso? 

-Sí, sí, veamos. 

-íDa una vuelta a la rueda! 

Así lo hice, mirando después a través de la lente. Vi a todos mis jóvenes divididos en numerosos grupos, algo distantes los unos ((907)) 
de los otros y ocupando una amplia extensión. Hacia una parte divisé un terreno sembrado de legumbres y hortalizas y cubierto en parte 
de pastos, en cuyos linderos crecían algunas hileras de vides silvestres. En dicho campo, los jóvenes de uno de los grupos trabajaban la 
tierra empleando azadas, palas, horcas, picos y rastrillos. Estaban, además, divididos en cuadrillas que tenían sus respectivos jefes. Les 
presidía el caballero Oreglia di Santo Stefano, el cual distribuía entre ellos herramientas de labor de toda suerte y obligaba a trabajar a los 
que no tenían ganas de hacerlo. A lo lejos, al fondo de aquel terreno, vi a algunos jóvenes arrojando la simiente a la tierra. 

El segundo campo se encontraba en la otra parte, en un extenso campo de trigo cubierto de doradas espigas. Un largo foso servía de 
lindero entre éste y los demás campos cultivados que se veían por doquier y cuyos límites se perdían en el horizonte lejano. Los jóvenes 
que trabajaban en él se dedicaban a recoger las mieses, pero no todos realizaban la misma labor. Unos segaban y hacían grandes gavillas; 
otros las amontonaban; quiénes espigaban, quién conducía un carro; éste trillaba, aquél arreglaba las hoces, el otro las distribuía, el de 
más allá tocaba la guitarra. Os aseguro que era un hermoso espectáculo de sorprendente variedad. 

En aquel campo, a la sombra de añosos árboles, se veían numerosas mesas con el alimento necesario para toda aquella gente; y más 
allá, a poca distancia, un amplio y magnífico jardín cercado de abundante sombra y cubierto de macizos de las más bellas y variadas 
flores. 
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La separación entre los que labraban la tierra y los segadores representaba a los que abrazan el estado eclesiástico y a los que no siguen 
esta vocación. Yo, con todo, no entendía aquel misterio y volviéndome a mi guía, le dije: 

-Qué significa esto? Quiénes son los que cavan? 

-Aún no lo entiendes?, -me replicó-. Los que cavan son los que trabajan solamente para sí mismos, esto es, los que no son llamados al 
estado eclesiástico sino al laical. 

Y entonces comprendí inmediatamente que aquellos trabajadores eran los artesanos, a los cuales, en su estado, les basta pensar en la 
salvación de la propia alma, sin que tengan especial obligación de dedicarse a la de los demás. 

-Y los segadores que se encuentran en la otra parte del campo?, -repliqué. 

Y pronto supe que eran los llamados ((908)) al estado eclesiástico, de forma que ahora sabría decir quién se hará sacerdote y quién 
seguirá otra carrera. 

Mientras yo contemplaba con verdadera curiosidad aquel campo de trigo, vi que Provera distribuía las hoces entre los segadores, lo que 
significaba que podría llegar a ser Rector del Seminario o Director de una Comunidad religiosa o de una casa de estudios o algo más. Ha 
de notarse que no todos los que trabajaban recibían la hoz de sus manos, ya que los que acudían a él eran solamente los que formarían 
parte de nuestra Congregación; los demas la recibían de otros distribuidores que no eran de los nuestros, lo que quería indicar que estos 
últimos se harían sacerdotes, pero para dedicarse al Sagrado Ministerio fuera del Oratorio. La hoz es símbolo de la palabra de Dios. 

Provera no entregaba la hoz inmediatamente a quienes se la pedían. A algunos les ordenaba que fuesen antes a comer, y, en efecto, los 
tales iban a tomar un bocado aquí y allá: símbolo de la piedad y el estudio. 
A Santiago Rossi le mandó que fuese a tomar un bocado. Aquellos a quienes se les daba esta orden se dirigían a un bosquecillo donde 
estaba el clérigo Durando muy ocupado, entre otras cosas, preparando las mesas para los segadores y dándoles de comer. Esta ocupación 
indicaba a los destinados de una manera especial a promover la devoción al Santísimo Sacramento. 

Mateo Galliano era el encargado de dar de beber a los segadores. 

Costamagna se presentó también pidiendo una hoz, pero Provera lo mandó al jardín por dos flores. Lo mismo sucedió a Quattróccolo. 
A Rebuffo se le ordenó que fuese por tres flores, prometiéndole, en cambio que después se le entregaría la hoz. También estaba allí 
Olivero. 

Entre tanto los jóvenes se habían desparramado por entre las espigas. Muchos estaban alineados; otros, delante de un ancho cantero; 
algunos, junto a otro mas estrecho. El reverendo Ciattino, parroco de Maretto, segaba con la hoz que le había entregado Provera. Lo 
mismo hacían Francesia y Vibert, Jacinto Perucatti, Merlone, Momo, Garino, Iarach, los cuales habrían de dedicarse a la salvación de las 
almas, mediante el ministerio de la predicación, si correspondían a su vocación. 

Quiénes segaban más, quiénes menos. Bondioni trabajaba desesperadamente, pero nada violento puede ser de mucha duración. Otros 
manejaban las hoces con todas sus fuerzas, sin lograr cortar la mies. Vaschetti empuñó una hoz y comenzó a segar hasta que se salió fuera 
del campo ((909)) yéndose a trabajar a otra parte. A otros varios les sucedió lo mismo. Entre los que segaban había muchos que no tenían 
la hoz afilada; a algunas hoces les faltaba la punta. Algunos las tenían tan gastadas que al querer emplearlas destrozaban y estropeaban la 
miés. 

A Domingo Ruffino se le encargó que segara un bancal muy ancho; su hoz cortaba 

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muy bien, pero le faltaba la punta, símbolo de la humildad; era el deseo de ocupar el grado más elevado entre los iguales. Acudió a 
Francisco Cerruti para que se la arreglara. En efecto, vi a Cerruti arreglando algunas hoces; señal de que debía de inculcar en los 
corazones ciencia y piedad, lo que quería decir que sería profesor, por eso se le veía manejar diestramente el martillo. Golpear con esta 
herramienta quería decir dedicarse a la enseñanza del clero. Provera le presentaba las hoces estropeadas. Don José Rochietti y otros 
recibían las que necesitaban ser afiladas, pues se dedicaban a esto. El oficio de afilar representaba a los que se encargaban de formar al 
clero en la piedad. Viale fue a tomar una hoz que no estaba afilada, pero Provera le dio otra que acababa de ser pasada por la piedra. Vi 
también a un herrero preparando las herramientas de metal, empleadas en la agricultura: era Costanzo. 

Mientras todos se entregaban con ardor, cada uno a su trabajo, Fusero hacía las gavillas, lo que indicaba la conservación de las 
conciencias en la gracia de Dios; pero, detallando aún más y viendo en las gavillas representados a los simples fieles, no destinados al 
estado religioso, se sobrentendía que ocuparía en el porvenir un puesto de maestro en la instrucción de los clérigos. 

Había algunos que le ayudaban a atar las gavillas, y recuerdo haber visto, entre otros, a don Juan Turchi y a Ghivarello. Esto representa 
a los destinados a poner orden en las conciencias, especialmente mediante la práctica del ministerio de la Confesión, entre los adeptos o 
aspirantes al estado eclesiástico. 

Otros transportaban gavillas en un carro, símbolo de la gracia de Dios. Los pecadores convertidos han de montar en este carro para 
seguir la recta vía de la salvación, que tiene como término el cielo. 

El carro comenzó a moverse cuando estuvo completamente cargado de gavillas. Tiraban de él, no los jóvenes, sino dos bueyes, símbolo 
de la fuerza o esfuerzo perseverante. Algunos iban conduciéndolo. Delante de todos ellos don Miguel Rúa, que era el que guiaba, lo que 
quiere decir que su ((910)) misión sería dirigir las almas hacia el cielo. Don Angel Savio seguía detrás con una escoba atrapando las 
espigas y las gavillas que se caían. 

Esparcidos por el campo estaban los espigadores, entre los cuales Juan Bonetti y José Bongiovanni; esto es: los que atendían a los 
pecadores obstinados. Bonetti especialmente está designado por el Señor para buscar a los desgraciados que han escapado de la hoz de los 
segadores. 

Fusero y Anfossi amontonaban gavillas, en el campo, para que fuesen trilladas a su debido tiempo; esto tal vez quería decir que a su 
debido tiempo desempeñarían alguna cátedra. 

Otros, como don Víctor Alasonatti, ataban las gavillas, representación de los que administran el dinero, vigilan para que se cumplan las 
reglas; enseñan las oraciones y el canto sagrado, cooperando, en suma, moral y materialmente, a encaminar a las almas hacia la meta de la 
salvación. 

Un espacio de terreno estaba preparado como para trillar las gavillas en él. Don Juan Cagliero, que se había dirigido al jardín en busca 
de algunas flores, las distribuía entre los compañeros y él, con un ramito en la mano, se encaminó hacia la era para comenzar la faena. 
Esta labor simboliza a los destinados por Dios para la instrucción del pueblo llano. 

A lo lejos se divisaban unas negras humaredas que levantaban sus penachos al cielo. Era el efecto de la labor de los que atropaban los 
yerbajos y, sacándolos fuera del campo sembrado de espigas, los amontonaban y les prendían fuego. Esto 
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simboliza a los destinados a separar a los buenos de los malos, labor reservada a los directores de nuestras futuras casas. Entre éstos 
estaban don Francisco Cerruti, Juan Tamietti, Domingo Belmonte, Pablo Albera y otros que actualmente cursan sus primeros estudios, 
porque son aún muy jóvenes. 

Todas las escenas anteriormente descritas se desarrollaban al mismo tiempo. Entre aquella multitud de jóvenes vi a algunos que 
llevaban unas antorchas encendidas para alumbrar a los demás, a pesar de que era pleno día. Eran los que habían de servir de ejemplo a 
los demás obreros del Evangelio, iluminando al clero con su conducta. Entre ellos estaba Pablo Albera, el cual, además de llevar la 
antorcha, tocaba también la guitarra, indicio de que indicaría el camino a seguir a los sacerdotes animándoles al cumplimiento de su 
misión. Se aludía a algún otro cargo que ocuparía en la Iglesia. 

((911)) Mas, en medio de tanto movimiento, no todos los jóvenes al alcance de mi vista se ocupaban de algún trabajo. Uno de ellos 
tenía una pistola en la mano, esto es, tenía vocación militar, pero aún no se había decidido a seguirla. 

Algunos otros, con las manos a la cintura, observaban a los segadores, dispuestos a seguir su ejemplo; otros parecían indecisos, pero al 
considerar la dureza del trabajo, no se resolvían a empuñar la hoz. No faltaban tampoco quienes acudían presurosos a la faena. Algunos, 
al llegar el momento de tener que comenzar a segar, permanecían ociosos; otros empuñaban la hoz al revés, entre ellos Molino: símbolo 
de los que hacen lo contrario de lo que deben hacer. Muchísimos se alejaban para tomar uvas silvestres, representando a los que pierden 
el tiempo en cosas extrañas a su ministerio. 

Mientras yo contemplaba lo que sucedía en el el campo de trigo, vi un grupo de jóvenes cavando la tierra; ofrecían un espectáculo 
singular. La mayor parte de aquellos muchachos trabajaba con singular interés, mas tampoco faltaban los negligentes. Algunos manejaban 
la azada al revés; otros golpeaban la tierra, pero la herramienta no penetraba en ella; no faltaban quienes a cada azadonazo se les salía la 
pala del mango. El mango representaba la rectitud de intención. 

Observé entonces que algunos, que al presente son aprendices, estaban en el campo de los que segaban, y, en cambio, otros, que ahora 
son estudiantes, se encontraban entre los que cavaban la tierra. Intenté tomar nota de cuanto veía, pero mi intérprete me mostraba siempre 
el cuaderno y no me permitía escribir. 

Al mismo tiempo vi también a muchos jóvenes que estaban sin hacer nada, no sabían resolver si ponerse a segar o a cavar la tierra. 

Los dos Dalmazzo, Primo Gariglio y Monasterolo con otros muchos, estaban mirando, pero ya habían tomado una decisión. 

También me di cuenta de que algunos, saliendo del grupo de los cavadores, mostraban deseos de ir a segar. Uno corrió al campo de 
trigo tan decidido que no se preocupó antes de adquirir una hoz. Avergonzado de aquel necio proceder, volvió atrás para pedirla. El que 
las distribuía no quería dársela y el tal le urgía para que se la proporcionase. 

-Aún no es tiempo, -le respondió el distribuidor. 

((912)) -Sí que lo es, dámela. 

-No; ve antes a tomar dos flores del jardín. 

-íBueno!, exclamó el solicitante encogiéndose de hombros; iré a tomar todas las flores que quieras. 

-No; solamente dos. 

Se dirigió seguidamente al jardín, pero al llegar a él se dio cuenta de que no había 

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preguntado qué flores eran las que tenía que cortar, y se apresuró a desandar el camino. 

-Has de cortar, -le dijeron-la flor de la caridad y la flor de la humildad. 

-Ya las tengo. 

-Eso es lo que te dice tu presunción, pero en realidad no las tienes. 

Y aquel joven se revolvía en un acceso de cólera y daba saltos impulsado por la ira que le dominaba. 

-No es este el momento más oportuno para enfadarse de esa manera, -le dijo el distribuidor-, negándose resueltamente a entregarle la 

herramienta que le había pedido. Ante tal actitud, el infeliz se mordía los puños de rabia. 
Al contemplar semejante espectáculo, aparté la vista de la lente, a través de la cual había contemplado tantas cosas, sintiéndome lleno 

de emoción por las aplicaciones morales que me había sugerido mi amigo. 

Quise rogarle aún que me diese algunas explicaciones mas y él añadió: 

-El campo sembrado de trigo representa a la Iglesia: la mies es el fruto de la cosecha; la hoz es el símbolo de los medios empleados para 
conseguir dicho fruto, sobre todo la palabra de Dios; la hoz sin punta representa la falta de piedad, y sin filo la carencia de humildad; 
salirse del campo mientras se siega, quiere decir abandonar el Oratorio o la Pía Sociedad. 

III 

La noche del 4 de mayo don Bosco se disponía a finalizar la narración del sueño en el que había visto representados en el primer grupo 
a los alumnos estudiantes del Oratorio y en el segundo a los que eran llamados al estado eclesiástico. 

Hemos llegado, pues, al tercer cuadro o visión en la que, en apariciones sucesivas don Bosco vio a todos los que en 1861 dieron su 
nombre a la Pía Sociedad de San Francisco de Sales; el prodigioso engrandecimiento de la misma y el lento ocaso de los ((913)) primeros 
salesianos a los que habían de seguir los continuadores de la Obra. 

Don Bosco habló así: 

Después de haber contemplado a mi placer la escena de la siega, tan rica en detalles, el amable desconocido me dijo. 

-Ahora dale diez vueltas a la rueda; cuéntalas y después mira a través de la lente. 

Me puse a hacer lo que me había sido ordenado y, tras haber dado la décima vuelta, me puse a mirar a través del cristal. Y he aquí que 

vi los mismos jóvenes, a los que recordaba haber contemplado días antes en edad adolescente, convertidos en adultos de aspecto viril; a 
otros con larga barba o con cabellos blancos. 

-Pero cómo puede ser esto? Hace apenas unos días aquél era un niño al que casi se le podía tomar en brazos, y hoy es ya tan mayor? 

El amigo me contestó: 

-Es natural; cuántas vueltas has dado? 

-Diez. 

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-Pues bien: del 61 al 71. Todos tienen ya diez años más de edad. 

-íAh! íComprendido! 

Y como continuase observando a través de la lente pude ver panoramas desconocidos, casas nuevas que nos pertenecían y a muchos 
jóvenes dirigidos por mis queridos hijos del Oratorio, convertidos ya en sacerdotes, en maestros, en directores, que se dedicaban a instruir 
y proporcionarles honestas diversiones. 

-Vuelve a dar otras diez vueltas -me dijo el personaje-y llegaremos al 1881. Tomé el manubrio y la rueda dio otras diez vueltas. Miré y 
solamente vi a la mitad de los jóvenes que había contemplado la primera vez, casi todos ya con el pelo blanco y algunos un poco 
encorvados. 

-Y los otros, dónde están?, -pregunté. 

-Ya forman parte del número de los más, -me respondió el guía. 

Esta considerable disminución del número de mis muchachos me causó un vivo desasosiego, pero me consoló el contemplar, en un 

cuadro inmenso, países nuevos y regiones desconocidas y una gran multitud de jóvenes bajo la custodia y dirección de nuestros maestros 
que dependían aún de mis primeros alumnos. 

Después di otras diez vueltas a la rueda y he aquí que ((914)) solamente vi una cuarta parte de los jóvenes que había contemplado pocos 
momentos antes; todos ellos se habían trocado en ancianos de barbas y cabellos blancos. 

-Y todos los demás?, -pregunté. 

-Forman parte ya del número de los más. Estamos en 1891. 

Y he aquí que ante mi vista se desarrolló una escena conmovedora. 

Mis hijos sacerdotes, agotados por la fatiga, estaban rodeados de niños, a los cuales yo no había visto nunca; muchos de fisonomía y de 
color distinto de los que habitualmente viven en nuestros países. 

Di aún otras diez vueltas a la rueda y solamente pude ver un tercio de mis primitivos jóvenes, ya decrépitos, cargados de espaldas, 
desfigurados, macilentos, en los últimos años de su vida. Entre otros, recuerdo haber visto a don Miguel Rúa, tan viejo y desfigurado que 
era difícil reconocerlo, ítanto había cambiado! 

-Y los demás?, -pregunté. 

-Pertenecen ya al número de los más. Estamos en 1901. 
En algunas casas no encontré a ninguno de los antiguos; maestros y directores me eran completamente desconocidos; la muchedumbre de 
los jóvenes era cada vez más numerosa; las casas aumentaban cada vez más y el personal directivo había crecido también de una manera 
admirable. 

-Ahora, -continuó mi amable intérprete-darás otras diez vueltas y verás cosas que te llenarán de consuelo las unas, y otras que te 

proporcionarán una gran angustia. 

Y di otras diez vueltas. 

-íEstamos en 1911 -exclamó el misterioso amigo. 

-íAh, mis queridos jóvenes! Vi nuevas casas, jóvenes nuevos, directores y maestros con hábitos y costumbres nuevas. 

Y mis jóvenes del Oratorio de Turín? Busqué una y otra vez entre una gran muchedumbre de muchachos y solamente pude ver a uno de 
vosotros con los cabellos blancos, consumido por la edad, rodeado de una hermosa corona de jóvenes, a los cuales contaba los comienzos 
de nuestro Oratorio, recordándoles y repitiéndoles las cosas aprendidas de labios de don Bosco; y les enseñaba una fotografía que estaba 
colgada de la pared del locutorio. Y los otros alumnos ancianos, los superiores de las casas que había visto ya envejecidos? 

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Tras una nueva señal tomé el manubrio y di algunas vueltas más. Después, solamente vi una llanura desolada sin ser viviente alguno: 

-íOh!, -exclamé aterrado-. íYa no veo ninguno de los míos! Dónde están, pues, ahora todos los jóvenes a los cuales atendí y que eran 
tan vivarachos y robustos y los que se encuentran actualmente conmigo en el Oratorio? 

((915)) -Pertenecen ya al número de los más. Has de saber que han pasado diez años cada vez que hacías girar la rueda otras tantas 
veces. 

Hice la cuenta y resultó que habían transcurrido cincuenta años y que alrededor del 1911 todos los alumnos actuales del Oratorio 
habrían muerto. 

-Quieres ver ahora otro espectáculo sorprendente?, -me dijo aquel buen hombre. 

-Sí, -respondí yo. 

-Entonces presta atención, si te agrada ver y saber algo más. Da una vuelta a la rueda en sentido contrario, y ahora cuenta tantas vueltas 
cuantas has dado anteriormente. 

La rueda giró. 

-íAhora mira!, -me dijo el guía. 

Miré y he aquí que vi ante mí una cantidad inmensa de jovencitos, todos desconocidos, de una infinita variedad de costumbres, pueblos, 
fisonomías y lenguas, de forma que por mucho que me esforcé sólo pude apreciar una mínima parte de ellos con sus superiores, 
directores, maestros y asistentes. 

-A éstos, en realidad, no los conozco, -dije a mi guía. 

-Pues a pesar de ello, -me respondió-, son hijos tuyos. Escúchalos, hablan de ti y de tus primeros hijos que fueron sus superiores y que 
ya no existen; recuerdan las enseñanzas que de ti y de ellos recibieron. 

Seguí observando con atención, pero cuando aparté la vista de la lente, la rueda comenzó a girar por si sola a tanta velocidad y haciendo 
tal ruido, que me desperté, encontrándome en el lecho presa de un cansancio mortal. 

Ahora que os he contado estas cosas, vosotros pensaréis: 

-íQuién sabe! A lo mejor don Bosco es un hombre extraordinario, un personaje, tal vez un santo. Mis queridos jóvenes: para impedir 
que se susciten conversaciones necias en torno a mi persona, os dejo en plena libertad de creer o no creer en estas cosas, de darles mas o 
menos importancia; sólo os ruego que no toméis nada de cuanto os he referido a risa al comentarlo, ya con los compañeros ya con 
personas de fuera. Me complace el deciros que el Señor dispone de muchos medios para manifestar a los hombres su voluntad. A veces se 
sirve de los instrumentos más ineptos e indignos, como se sirvió en otro tiempo de la burra de Balaán, haciéndola hablar, y del falso 
profeta del mismo nombre, que predijo muchas cosas referentes al Mesías. 

Por eso, lo mismo puede suceder conmigo. Os digo además que no os fiéis de mis ((916)) obras para regular las vuestras. Lo que debéis 
hacer es tomar en cuenta lo que os digo, pues tengo la certeza de que de esa forma cumpliréis la voluntad de Dios y todo redundará en 
provecho de vuestras almas. Respecto a lo que hago, no digáis nunca: -Lo ha hecho don Bosco y, por tanto, está bien; no. Observad 
Primero mis acciones, si veis que son buenas, imitadlas; si acaso me veis hacer algo que no está bien, guardaos mucho de imitarlo: 
desechadlo como cosa mal hecha. 

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((917)) 

CAPITULO LXVIII 

TESTIMONIOS DE LA NARRACION DEL SUEÑO Y ALGUNAS PRUEBAS DEL CUMPLIMIENTO DE LOS HECHOS 
ANUNCIADOS Y DE LA REALIDAD DE LAS COSAS VISTAS -DON BOSCO MANIFIESTA EN PARTICULAR, A LOS QUE SE 
LO PREGUNTAN, COMO LOS VIO EN EL SUEÑO -LOS ALUMNOS INTERPELAN EN PUBLICO A DON BOSCO PARA QUE 
LES EXPLIQUE LA SIGNIFICACION DE LAS DIVERSAS APARICIONES DE LA LENTE -DOS DE LOS ALUMNOS 
PRESENTES SERAN OBISPOS -ALGUNOS APRENDICES PASAN A LA SECCION DE ESTUDIANTES -EL MES DE MARIA 
EN EL ORATORIO -DON BOSCO ENSEÑA CANCIONES SAGRADAS -ESTADO DELICADO DE SU SALUD, PERO SU 
TRABAJO ES INCESANTE -CONFERENCIA: CARIDAD CON LA OBEDIENCIA -LAS NOVENAS RELIGIOSAS, FATALES 
PARA LOS MALOS 

EL efecto que produjo en el Oratorio el relato de este sueño lo sabremos por los que escucharon su relato de labios de don Bosco. 

El canónigo Jacinto Ballesio en su obrita: Vida íntima de don Juan Bosco, añade algunos detalles, omitidos por la Crónica, y escribe al 
comentar el sueño precedente: «Don Bosco era todo para nosotros e incluso durante el brevísimo tiempo que dedicaba al descanso, su 
pensamiento estaba fijo en sus hijos. El poeta cantó que ``sogna il guerrier le schiere''1; don Bosco soñaba con sus jóvenes. Pero qué digo 
soñar?, las de don Bosco eran visiones celestiales. El las narraba como sueños, pero yo y todos estábamos persuadidos de que se trataba 
((918)) de auténticas, de sorprendentes visiones. Recuerdo aquella en la que vio a los cuatrocientos muchachos del Oratorio, estudiantes y 
artesanos, en diversas actitudes y en circunstancias diferentes, que representaban el estado moral de cada uno. El siervo de Dios contó 
cuanto había visto, durante varias noches consecutivas, después de las oraciones, y lo hizo con tal viveza de colorido y con tal fuerza 
expresiva, que parecía un anuncio profético. A algunos los 

1 (Sueña el guerrero sus falanges). 
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vio resplandecientes de luz; a otros, con el alma y el corazón lleno de tierra; a otros, asediados, acompañados o atacados por animales 
diversos, símbolo de las tentaciones, de las ocasiones peligrosas y de los pecados. Este relato, expuesto por don Bosco con sencillez, 
gravedad y afecto paterno, dando al mismo tiempo mucha importancia a lo que decía, causó en todos la mayor y más saludable impresión. 
Todos los presentes, uno después de otro, quisieron saber de labios del siervo de Dios lo que sobre cada uno había visto, pudiendo 
comprobar con gran admiración que cuanto el buen padre les decía se adaptaba perfectamente a la más estricta realidad. 

»En el Oratorio fue tan grande el saludable efecto de este relato, según se pudo apreciar por la conducta de los jóvenes, que mayor no se 
habría podido esperar de la más fructífera de las misiones. Todas estas cosas extraordinarias, que apenas si he mencionado, no se pueden 
achacar a una atenta observación de la vida ordinaria o a los conocimientos que el mismo don Bosco hubiese podido recabar de las 
confidencias que le hacían los jóvenes o de las relaciones con sus colaboradores. El siervo de Dios hablaba y obraba estas maravillas de 
tal modo, que a nosotros, que ya no éramos niños, no se nos ocurría otra explicación plausible o razonable, sino que se trataba de dones 
extraordinarios que el cielo le concedía. Y refiriéndonos simplemente al sueño o visión que acabamos de indicar, cómo habría podido ver 
y recordar con tal exactitud el estado de cada uno de los cuatrocientos ((919)) jóvenes, entre los cuales se hallaban los que acababan de 
ingresar en el Oratorio y otros muchos que no se confesaban con él, los cuales, al oír de labios del siervo de Dios, la descripción viva e 
íntima de sus almas, de sus inclinaciones y pasiones, de sus actos más ocultos, reconocían que les había dicho la verdad?». 

Escribe monseñor Cagliero: «Yo me encontraba presente cuando don Bosco, en el año 1861, contó el sueño de la rueda, en el cual vio 
el porvenir de nuestra naciente Congregación. Narraba estos sueños, porque habiéndose aconsejado con don José Cafasso éste le había 
dicho que siguiese adelante tuta conscientia, (con conciencia tranquila), en darle importancia, pues juzgaba que era para gloria de Dios y 
bien de las almas. Tal opinión la supimos de labios de don Bosco a sus amigos más íntimos, poco antes de la muerte de don José Cafasso. 

»La atención que prestaban los jóvenes a sus palabras causaba sorpresa e imponía en gran manera. 

»Entretanto don Bosco, haciendo gala de una prodigiosa memoria y de una extraordinaria lucidez mental, al ser interrogado sobre 
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el particular reservadamente, sabía indicar el nombre del interesado y el oficio que en el campo de trigo desempeñábamos muchísimos de 
nosotros, dando al mismo tiempo la oportuna explicación. 

»Empleó el siervo de Dios en contar este sueño tres noches consecutivas, sirviendo su relato para nuestros comentarios generales y 
dando pie para frecuentes conversaciones entre los jóvenes del Oratorio y nuestro buen padre, quedando todos persuadidos de que en él se 
le había manifestado, no sólo el porvenir del Oratorio, sino también el de toda la Congregación. Don Bosco se complacía en repetir a sus 
íntimos las descripciones del campo, cubierto de mieses ondulantes, de las diversas actitudes de los segadores y de los que distribuían las 
hoces. 

»Aseguraba entonces que nuestra Pía Sociedad, tan combatida y obstaculizada, sería aprobada a pesar de todas las probabilidades en 
contra, y pese al parecer de muchos, considerados como personas doctas y prudentes, subsistiría, progresaría grandemente alcanzando un 
gran incremento; cosas todas que yo ((920)) oí a mis compañeros y repetidas veces al mismo siervo de Dios». 

Respecto a los tres jóvenes que tenían el monazo sobre las espaldas, don Francisco Dalmazzo atestiguaba bajo juramento; «Recuerdo 
muy bien que don Bosco, hablando de éstos, añadía que, si deseaban saber algo más concreto, se apresurasen a entrevistarse con él. Más 
de cincuenta muchachos del Oratorio se presentaron al buen padre, temerosos de tener en la conciencia alguna cosa oculta; pero don 
Bosco dijo a cada uno de ellos. 

»-No eres tú. 

»Habiéndose encontrado después, casualmente, en el patio, en ocasiones distintas, con aquellos tres infelices, les advirtió de la realidad 
del desgraciado estado en que se encontraban. Uno de ellos era condiscípulo mío y me lo dijo a mí confidencialmente, manifestándome 
su admiración de que don Bosco pudiese conocer aquellas cosas. 

»Por otra parte, yo también tuve algunas pruebas personales sobre la facilidad con que don Bosco escudriñaba los corazones, pues 
repetidas veces me reveló el estado de mi conciencia, sin que yo le hubiese preguntado nada. La misma impresión tenían algunos de mis 
compañeros, los cuales confesaron ingenuamente que, a pesar de haber callado en la confesión pecados graves, don Bosco había sabido 
ponerles de manifiesto con toda precisión, el estado en que se encontraban». 

De uno de los cuatro encadenados tuvimos noticias por el teólogo Borel. 
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Habiendo ido dicho teólogo en 1866 a ejercer su ministerio en las cárceles, al regresar al Oratorio traía a don Bosco un encargo de parte 
del joven Bec... de...; condenado por desertor del ejército. El prisionero pedía al siervo de Dios «El joven cristiano» y al mismo tiempo le 
mandaba a decir: 

-Recuerda que me dijo que en el sueño de la rueda me había visto encadenado? Ciertamente yo era uno de los cuatro; pero he de 
comunicarle para su consuelo, que me encuentro en la prisión, no por haber cometido un delito, sino por haber huido del cuartel por 
serme insoportable la rigidez de la vida militar. 

Don Bosco fue a visitarlo, llevándole al mismo tiempo el libro que le había pedido. 

((921)) Además de la prisión, el siervo de Dios, después de aquel sueño, le pronosticó que sufriría otras vicisitudes. Al terminar sus 
estudios, se había despedido del buen padre, diciéndole que tenía intención de entrar en una Congregación religiosa. 

-íQuédate con nosotros! -le aconsejó don Bosco, queriéndole inducir a formar parte de la familia del Oratorio-. No te alejes de mí; aquí 
tendrás lo que deseas. 

Pero el joven estaba resuelto a marcharse. 

-Si es así, marchate -concluyó el siervo de Dios-. Te harás jesuita, pero te mandarán a tu casa. Entrarás en los capuchinos y no 
perseverarás. Finalmente, acuciado por el hambre y después de varias peripecias, volverás al Oratorio en demanda de un trozo de pan. 

Todo esto parecía poco verosímil, pues el joven en cuestión disponía de un patrimonio de unas 60.000 liras y su familia era la mas 
acomodada del pueblo. Mas, a pesar de todo, sucedió al pie de la letra cuanto don Bosco le había predicho. 

Habiendo entrado primeramente en los jesuitas y después en los capuchinos, no pudo adaptarse a las reglas, siendo despedido tras un 
breve lapso de tiempo. Gastó el dinero de que disponía y, después de algunos años, apareció en el Oratorio en la más extrema miseria. 
Fue amablemente acogido, permaneció en él un año y se volvió a marchar, pues era muy amigo de la vida bohemia. El mismo interesado 
contaba el cumplimiento de esta profecía en el año 1901. 

Entretanto, clérigos y alumnos habían comenzado a asediar a don Bosco desde el 4 de mayo, preguntándole en qué parte del campo les 
había visto, si entre los que cavaban o entre los segadores, y qué ocupación desempeñaban. El buen padre satisfizo a todos. Al exponer el 
sueño hemos dado a conocer algunas de sus respuestas; 
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no pocas de ellas, como se pudo constatar después, fueron verdaderas predicciones. 

Don Bosco había visto al clérigo Molino, ocioso, con la hoz en la mano, observando cómo trabajaban los demás; luego pudo apreciar 
((922)) cómo se acercaba al foso que rodeaba el campo y, después de saltarlo y arrojar el sombrero, le vio salir corriendo. Molino pidió a 

don Bosco explicación de todo aquello y escuchó de sus labios esta respuesta: 

-Tú cursarás, no cinco sino seis años de teología y después dejarás la sotana. 

Molino quedó estupefacto, al escuchar estas palabras, que le parecieron extrañas y lejos de la realidad; pero los hechos comprobaron 
que don Bosco tenía razón. Dicho joven cursó cuatro años de teología en el Oratorio y otros dos en Asti y, después de hacer los ejercicios 
espirituales para la ordenación, habiendo ido a San Damián de Asti, que era su pueblo natal para pasar solamente un día y poner en claro 
cierto asunto, dejó la sotana y no volvió más. 

El clérigo Vaschetti era considerado con toda razón como una de las columnas del Colegio de Giaveno. Cuando don Bosco le dijo que 
lo había visto salir del campo y saltar el foso, le respondió con despecho: 

-íSe ve que ha soñado! 

En efecto, por entonces no pensaba abandonar a don Bosco. Habiendo salido del Oratorio, pues era libre de hacerlo, y como visitase a 
don Bosco, siendo ya joven sacerdote, el siervo de Dios le recordó su respuesta brusca pero filial. 

-íMe acuerdo, es cierto! -replicó Vaschetti. 

Y don Bosco añadió: 

-Era aquí en el Oratorio adonde Dios te llamaba. Por lo demás espero que el Señor te dará sus gracias; pero tendrás que luchar. 

Y en efecto, Dios ayudó a Vaschetti, el cual hizo mucho bien como párroco. 

El clérigo Fagnano no quería preguntar a don Bosco el lugar que ocupaba en el sueño, bien por cortedad, bien porque, habiendo llegado 
al Oratorio hacía pocos meses del Seminario de Asti, no creía mucho en aquellas revelaciones. Acuciado, sin embargo, por los 
compañeros, se acercó al siervo de Dios ((923)) y le preguntó qué había visto a través de aquella lente, relacionado con él. 

-Te vi en el campo, pero tan distante que apenas si te podía reconocer. Estabas trabajando en medio de hombres desnudos. 

El clérigo Fagnano no dio demasiada importancia a aquellas palabras, 
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pero las recordó cuando un día, el de la festividad de María Auxiliadora, se vio en una playa en el Estrecho de Magallanes, comiendo 
moluscos durante dos días y con el barco a la vista, que no se podía aproximar a causa de la tempestad. Y vio a los hombres desnudos de 
la Tierra del Fuego, lugar en que plantó la Cruz y levantó su misión. 

A don Angel Savio, don Bosco le aseguró que le había visto en países muy lejanos.
A las preguntas de Domingo Belmonte, contestó:
-Tú darás gloria a Dios con la música.
Y seguidamente añadió una palabra que causó en el joven profunda impresión; pero después que se hubo alejado unos pasos, se borró


por completo de su memoria, y, por mucho que recapacitó, no volvió a recordarla. Don Bosco lo había visto conduciendo un carro tirado 
por cinco mulos. El fruto de sus fatigas sería prodigioso. 

Maestro y asistente general en el Colegio de Mirabello, profesor en el de Alassio, primeramente prefecto y después director en Borgo 
San Martino; director y párroco en Sampierdarena, con todos estos cargos también desempeñó el de maestro de música, contribuyendo al 
esplendor y decoro de las funciones religiosas. Finalmente, fue prefecto general de la Sociedad y director del Oratorio de Turín, contando 
siempre con el afecto y la confianza de los hermanos y de los alumnos. 

«Don Bosco -leemos en la Crónica-dijo también a Avanzino el oficio que desempeñaba en el sueño; después añadió:
»-Dios quiere que hagas eso.
»Avanzino, que no manifestó a nadie el oficio o misión, ((924)) a que según el sueño estaba destinado, porque no quería someterse 
a


ella, decía después confidencialmente a algunos de sus íntimos: 
»-Don Bosco me descubrió cosas que yo no había dicho a nadie en el mundo. 
»A Go... le dijo también don Bosco: 
»-Tú serías llamado al estado eclesiástico, pero te faltan tres virtudes: humildad, caridad y castidad. 
»Añadió que la hoz no se la proporcionaría don Francisco Provera. 
»El joven Ferrari, que decía querer abrazar al estado eclesiástico, no fue a preguntar el porvenir que le aguardaba según el sueño; por el 

contrario, seguía tomándolo a broma, a pesar de que muchos le insistían para que se presentase al siervo de Dios. Al fin, se encontró en 
circunstancias tales que no pudo evitar el encuentro con don Bosco, 
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el cual le dijo que lo había visto en el campo de trigo y que, a despecho de aquéllos que lo habían enviado a cortar flores, comenzó a 
segar con entusiasmo, pero que al final volvió la vista atrás y pudo comprobar que no había hecho nada. 

»-Qué quiere decir esto? -preguntó entonces el joven. 

»-Pues, quiere decir -replicó don Bosco-que si no cambias de estilo, esto es, si sigues obrando según tu capricho, llegarás a ser un 
sacerdote negligente o un religioso reducido al estado laical.» 

Pero los jóvenes del Oratorio no se contentaban con las noticias dadas a cada uno en particular. Deseaban tener más amplias 
explicaciones del sueño, que se les resolviesen ciertas dificultades que no habían comprendido, que se les satisficiese plenamente la 
curiosidad que sentían, cosas todas que les mantenían en cierto estado de nerviosismo. 

Había algunos, dotados de gran ingenio, inteligencia y tan listos que habrían puesto en un gran aprieto a otro que no hubiese estado tan 
seguro de la realidad de su relato, como el siervo de Dios. 

Don Bosco, por su parte, no temía caer en contradicción y en «la noche del 4 de mayo -dice la Crónica-habló, dando facultad a cada 
uno de los alumnos para que preguntasen cuanto quisiesen, ((925)) pues él mismo deseaba aclarar algunas cosas referentes al sueño, que 
no hubiesen entendido bien. 

»En la noche del 5 de mayo muchos manifestaron sus dificultades. 

»-En primer lugar: qué representa la noche? -preguntaron algunos. 

»Don Bosco respondió: 

»-La noche representa la muerte que se acerca: venit nox quando nemo potest operari, ha dicho Nuestro Señor (llega la noche, cuando 

nadie pueda ya trabajar). 

»Los jóvenes entendieron que estaban próximos los últimos días del buen padre y, después de unos minutos de penoso silencio, 
requirieron de él les dijese los medios que tenían que poner en práctica para que aquella noche se alejase lo más posible. 

»-Hay dos medios para conseguirlo, replicó don Bosco. El primero sería, no tener más esta clase de sueños, pues, me arruinan 
extraordinariamente la salud. Y el segundo, que los empedernidos en el mal no obligasen en cierta manera al Señor a obrar de una forma 

violenta para librarlos del pecado. 

»-Y los higos y las uvas, qué simbolizan? 

»-Las uvas y los higos, que en parte estaban maduros y en parte 

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no, quieren decir que algunos hechos, que precedieron a la noche, se cumplieron ya y que otros se cumplirán. A su tiempo os diré cuáles 
son los hechos ya cumplidos. Los higos indican grandes acontecimientos que tendrán lugar muy pronto en el Oratorio. A este respecto 
tendría muchas cosas que deciros, pero no es conveniente que os las comunique por ahora, lo haré más adelante. Os puedo añadir que los 
higos, como símbolo de los jóvenes, pueden significar también dos cosas: o maduros por haberse ofrecido a Dios en el sagrado 
ministerio, o maduros para ofrecerse a Dios en la eternidad». 

Séanos permitido exponer una idea nuestra personal, a saber, que entre los higos ciertamente había algunos amargos al paladar, por eso 
don Bosco no los quiso tomar, aunque se excusase de hacerlo aduciendo un pretexto diferente. 

((926)) Cuenta el profeta Jeremías una visión suya, en el capítulo XXIV, en estos términos: «Vi un par de cestos de higos colocados 
delante del Templo de Yahvéh... Un cesto era de higos muy buenos, como los primerizos; y el otro de higos malos, tan malos que no se 
podían comer». El primer cesto representaba a los arrepentidos de sus culpas, a los que prometía el Señor tener misericordia con ellos. El 
otro, a los impenitentes, que serán exterminados por Dios, el cual protesta (capítulo XXIX, 17): «los pondré como aquellos higos 
reventados, tan malos que no se podrán comer». 

Que el Valle de Valcappone representase el Oratorio nos parece muy lógico, pues en él tuvo origen, o al menos en la región en que está 
enclavado, la Obra de don Bosco. Lo mismo representan el carro del hermano José, que fue siempre un generoso bienhechor de don 
Bosco y la rueda con la lente, a través de la cual vio todo lo anteriormente escrito. 

Los alumnos continuaron haciendo sus preguntas. 

Prosigue don Domingo Ruffino: 

»-Y los que tenían los monos sobre las espaldas, qué quiere decir? 

»-Representa, respondió don Bosco, el demonio de la deshonestidad. Este demonio, cuando quiere arrojarse encima de alguno, no se 
presenta por delante, sino por la espalda, esto es, oculta la fealdad del pecado, no la deja ver, lo hace aparecer como cosa de nada. Estos 
monos gigantescos aprietan el cuello de sus víctimas, ahogando la palabra cuando los tales desgraciados quisieran confesarse. Aquellos 
infelices tenían los ojos desorbitados para indicar que, quien es víctima de este pecado, no puede ver las cosas del cielo. Mis queridos 
jóvenes: No olvidéis aquellas tres palabras: Labor, sudor, fervor, 
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y podréis alcanzar la más completa victoria sobre todos los demonios que os vengan a tentar contra la virtud de la modestia. 

((927)) »-Y qué medios para quitar el candado de la boca? 

Don Bosco respondió las mismas palabras que le había dicho aquel amigo misterioso: auferatur superbia de cordibus eorum (quítese la 
soberbia de sus corazones). 

»Dirigiéronle otras preguntas respecto al trabajo que cada uno realizaba, pidiéndole las correspondientes explicaciones: 

»-Qué más nos puede decir sobre el campo de trigo? 

»-Los que en él trabajaban son los llamados al estado eclesiástico; de forma que sé quién se hará sacerdote y quién no. Mas no penséis 
que los que estaban cavando eran los excluidos absolutamente del ministerio. íOh no! Vi a algunos aprendices segar el trigo con los 
demás. A los tales los reconocí y los dedicaré a estudiar. Algún otro iba a agarrar la hoz, pero el que las distribuía no se la quiso dar, 
porque le faltaba alguna virtud. Si las adquiere, el Señor le llamará, si no se hace indigno de la vocación. Pero, tanto los que cavaban 
como los que segaban, cumplían la voluntad de Dios y estaban en el camino de la salvación. 

»-Qué significaban los bocados de comida y las flores? 

»-Había quienes iban al campo y deseaban segar, pero Provera no les quería proporcionar la hoz, porque no estaban aún capacitados 
para trabajar y, en cambio, les decía: 

»-A tí te falta una flor. O bien: te faltan dos flores. Debes tomar todavía un par de bocados. 

»Estas flores simbolizaban, bien la virtud de la caridad, bien la virtud de la humildad, bien la pureza. Los bocados de alimento 
significan el estudio y la piedad. Al oír esto, los jóvenes iban a cortar las flores indicadas o a comer los bocados que les habían dicho y 
después volvían en busca de la hoz. 

»También le preguntaron sobre las escenas que había visto cada vez ((928)) que daba diez vueltas a la rueda, relacionadas con el 
desarrollo de la Pía Sociedad. 

»Don Bosco respondió: 

»-Un largo intervalo de tiempo separaba a cada diez vueltas de la rueda, para que yo pudiese examinar tranquilamente todos los detalles 
de las escenas que se ofrecían a mi vista. Desde el principio después de las primeras vueltas, contemplé a la Congregación ya formada y 
bien ordenada y a un buen número de hermanos y de jóvenes ocupando las distintas casas. Al sucederse las vueltas, apreciaba, vez por 
vez, un nuevo espectáculo. Ya no veía a muchos de 
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los que había contemplado anteriormente; después aparecían otros individuos para mí completamente desconocidos, y los que una vez 
viera jóvenes, los veía más tarde viejos y decrépitos. El número de los muchachos crecía cada vez de una manera más rápida y 
desorbitada. 

»Los alumnos le recordaron también que el personaje del sueño le había dicho: Verás cosas que te servirán de consuelo y otras que te 
llenarán de angustia. Por eso le preguntaron si, a cada diez vueltas había visto a sus hijos en la misma condición, en el mismo oficio, 
siguiendo una misma línea de conducta o si habían cambiado a peor en las escenas sucesivas. Don Bosco no quiso decirlo; con todo, 
exclamó: 

»-Causa pena y llena el alma de desolación el ver las muchas vicisitudes a que uno ha de someterse en el curso de la vida. Os aseguro 
que si en mi juventud hubiese previsto las peripecias que habría tenido que soportar, desde hace algunos años a esta parte, me habría 
dejado ganar por el desaliento. 

»-Los alumnos se mostraban también maravillados por el número de casas y colegios que el siervo de Dios aseguró tendría en el futuro, 
ya que al presente sólo contaba con el Oratorio de Valdocco. Pero el buen padre repetía: 

»-íYa veréis, ya veréis! 

((929)) »Don Bosco hablaba de esta forma tan familiar a toda la comunidad, pero se reservó algunas cosas para decirlas solamente a sus 
clérigos. En efecto, les manifestó que entre los que estaban trabajando en el campo de trigo, había visto a dos que llegarían a ser obispos. 
Esta noticia cundió por el Oratorio en un abrir y cerrar de ojos. Los alumnos comenzaron a hacer cábalas, intentando adivinar los 
nombres de los candidatos. Don Bosco no había querido ser más explícito, mientras los muchachos pasaban revista a los nombres de 
todos los clérigos. Al fin se pusieron de acuerdo en que el primer obispo sería el clérigo Juan Cagliero, y manifestaron sus sospechas de 
que el segundo fuese Pablo Albera. Estas voces corrieron por la casa durante mucho tiempo». Hasta aquí Ruffino. 

Nosotros podemos añadir que nadie pensó en el estudiante Santiago Costamagna ni sospechó lo más mínimo que a él le reservaba el 
Señor una mitra. 

«Don Bosco, entre tanto, continúa la Crónica, dijo que pondría a estudiar a algunos aprendices que había visto segando o agavillando 
en el campo, y, en efecto, desde el día que contó el sueño el aprendiz Craverio comenzó a estudiar. Este, que no deseaba otra cosa, se 
preparó 
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satisfechísimo para ingresar en el primer curso. La misma propuesta hizo a Tamone, natural de Giaveno y zapatero: -Porque, le dijo: te vi 
segando, pero no lo hacías a gusto. Otro artesano, a la sazón encuadernador, pasó también a la sección de los estudiantes. 

»El siervo de Dios no dio a conocer su nombre. 

»El cuarto fue un alumno que había entrado en el Oratorio como artesano y que estaba aprendiendo el oficio de sastre; a éste le vio don 
Bosco en el sueño arrancando la hierba nociva. El mismo joven manifestó confidencialmente al clérigo Ruffino que su conducta pasada 
había dejado algo que desear, pero que en poco tiempo demostró tal espíritu de piedad que fue propuesto como modelo y se le vio 
practicar ((930)) actos de virtud, especialmente de humildad, difíciles de olvidar. Estando en la sección de estudiantes, sucedió, por dos 
veces, que habiendo otro alumno que llevaba un nombre semejante al suyo, ocasionó que en la nota semanal del estudio, por error del 
encargado, obtuviera un bene y un fere óptime. Cuando se dan estos casos de equivocación, sucede casi siempre que los jóvenes, incluso 
los mejores, suelen reclamar contra la injusticia involuntaria, y si no se lamentan, al menos procuran hacer reconocer su inocencia y la 
rectificación de la nota. 

»Pero nuestro jovencito, sin inmutarse por nada, a los que le manifestaban su extrañeza, pues el error había sido manifiesto, 
induciéndole, por tanto, a reclamar, les decía simplemente: 

»-íMe lo mereceré! 

»Y nada hizo para que se rectificase aquella nota, estando dispuesto a someterse a la privación del premio prometido a quienes a lo 
largo del año hubiesen sacado óptime todas las semanas. 

»El mes de mayo, que había empezado tan felizmente, atraía a las almas hacia las cosas celestiales. El joven Parigi, que fue después un 
santo sacerdote, un día en que se hablaba en clase del paraíso, quedó tan absorto en el pensamiento de la celestial mansión, que los 
compañeros tuvieron que sacudirlo para que atendiera a la lección». Y don Bosco se industriaba para infundir en sus alumnos una 
devoción tierna y sólida a María Santísima y les enseñaba a amarla como a madre cariñosa y honrarla e invocarla como a reina poderosa. 

Escribe Bonetti en el Capítulo Ll de los Cinco Lustros de Historia del Oratorio Salesiano: 

«Me es grato mencionar aquí las principales prácticas, públicas y privadas, que tenían lugar entre nosotros durante dicho mes, tan 
querido por los devotos de María. Todas las tardes, reunidos en la iglesia de San Francisco de Sales, se entonaba 
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una canción a la Virgen, ((931)) hacíase después la lectura del día en un librito expresamente compuesto y mandado imprimir por don 
Bosco; dábase después la bendición con el Santísimo Sacramento. Por la mañana el tribunal de la penitencia estaba atestado de 
muchachos, ansiosos de reconciliarse con Dios, y era tan frecuentada la Mesa de los Angeles que la Comunión parecía diariamente 
general. En el curso de los diversos recreos del día era de ver a los muchachos agolparse continuamente en la iglesia ante el altar de la 
Virgen y no pocos sacrificaban una parte notable del recreo para estarse rezando o leyendo algún libro, que trataba de las glorias de 
María. Los clérigos y los jóvenes más industriosos hacían colección de bonitos ejemplos e iban contando por lo menos uno cada día, hoy 
en éste, mañana en aquel corro de compañeros, tratando de dar a conocer las prerrogativas, las virtudes y misericordias de la Madre de 
Dios, para aumentar el número de sus hijos y encenderlos en celestial amor hacia Ella. 

Después de cenar y antes de las oraciones de la noche, muchos, reunidos en el patio y en los pórticos, se divertían entonando canciones 
a María, yendo de este modo a porfía para ensalzar a la que después de Dios, llenaba aquel mes nuestra mente y nuestro corazón. Todos, 
estudiantes y aprendices, iban a porfía para guardar una conducta intachable en todo sentido, para tener el consuelo y el honor de ofrecer 
a la augusta Reina del Cielo, al fin del mes, una corona de sobresalientes. 

Como si estas prácticas no bastaran todavía para desahogar plenamente la piedad de los muchachos hacia su dulcísima Madre, hacían 
en cada dormitorio un altarcito, en el que campeaba su graciosa imagen, rodeada de flores, lámparas y candeleros. 

Los muchachos se encargaban de costear los gastos necesarios; los aprendices, entregando una parte de la propina que les tocaba el fin 
de cada semana; los estudiantes, ofreciendo dinero u otros objetos de su libre disposición. Después del rezo de las oraciones comunitarias 
de la noche, el clérigo asistente de cada dormitorio reunía a los jóvenes, antes de acostarse, ante el altarcito y, alternando con ellos, rezaba 
siete avemarías en recuerdo de los siete gozos y dolores de la Virgen; después de lo cual cada uno, como si hubiese dado un saludo filial 
y obtenido la bendición de su propia Madre, iba alegre a descansar. En los días festivos y en la clausura del mes, un clérigo ((932)) 
encargado de antemano, predicaba una platiquita en honor de María haciendo de este modo en un dormitorio los primeros ensayos para la 
predicación, bajo los auspicios de la que merecidamente es llamada Reina de los Apóstoles. 

El Señor bendijo estos industriosos medios de caridad y religión y los coronó de frutos saludables. A decir verdad, no recuerdo tiempo 
alguno en que la piedad y la moralidad florecieran entre nosotros más que entonces, fueran los aprendices más activos y aficionados al 
trabajo, los estudiantes más aplicados en sus deberes escolares, y los profesores y asistentes más afectuosamente correspondidos en sus 
desvelos. Ello fue una prueba clarísima de que la religión es fundamento y medio eficacísimo de una sabia educación; que la caridad, el 
celo apostólico y las buenas maneras del que dirige y enseña, logran siempre ganar la mente y el corazón de los alumnos, alejarlos del 
vicio, aficionarlos a la virtud y hacerlos buenos cristianos y probos ciudadanos; y que en la educación de las almas para el bien, el método 
preventivo es preferible al represivo. Fue aquel año, digámoslo así, la edad de oro de nuestro Oratorio, y con razón los sucesores de don 
Bosco pueden hacer ardientes votos para que, ésa vuelva y se extienda a todos nuestros institutos presentes y futuros. 
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«La bondad de los jóvenes, sigue diciendo la Crónica, era mérito de don Bosco, pero sus fuerzas languidecían y su organismo estaba 
agobiado por la fatiga. A pesar de todo, el día 7 de mayo por la tarde, enseñó a los jóvenes la manera de entonar bien la canción íSomos 
hijos de María! La cantó él por entero, y después hizo que la repitieran todos a coro. 

»Como los alumnos le preguntaran por su salud, respondió: 

»-Si yo hubiese tenido que dar un consejo a quien se encontrase en mis condiciones, le hubiera mandado acostarse, recomendándole 
que llamara al médico; mas yo no lo quise hacer, porque seguramente los médicos me habrían recetado un montón de medicinas, me 
habrían aplicado sangrías y me hubieran obligado a descansar; tanto más que se trata de flujo ((933)) de sangre al estómago, mal al que 
dan los médicos muchísima importancia. 

«Cuando los jóvenes se hubieron retirado a sus dormitorios, dijo a los sacerdotes y clérigos que lo acompañaron a su habitación: 

»-Yo no pienso nunca que la muerte puede truncar mis planes, sino que hago cada cosa como si fuera la última de mi vida. Comenzaré 
una empresa, tal vez no tendré tiempo suficiente para llevarla a cabo, pero no importa; haré cuanto pueda, aun cuando fuese aquél el 
último de mis días. Trabajo sin descanso, como si hubiese de vivir todavía muchos años. 

»El domingo, 12 de mayo, después de la función de iglesia, a eso de las seis de la tarde, se celebró la conferencia de san Francisco de 
Sales. Don Bosco habló en los términos siguientes: 

»-En la última conferencia hemos tratado de la caridad, pero de la que nos es común con todas las personas del mundo; es decir, 
aumentar el número de los amigos y disminuir el de los enemigos. Pero nosotros debemos practicar otra de orden muy superior. Tenemos 
que imitar a nuestro Salvador que coepit facere et docere (comenzó a hacer y a enseñar): primero hacer, primero practicar la caridad con 
nosotros mismos para nuestra salvación, vencernos a nosotros mismos, vencer nuestra soberbia. Habrá alguna regla que desagrada, algún 
cargo u otra cosa que nos repugna; no nos dejemos desalentar, venzamos esa disposición desfavorable del ánimo por amor a nuestro 
Señor Jesucristo y al premio que nos espera... Haciendo así, vendrá luego la verdadera obediencia. Este es el eje en torno al que gira toda 
la vira religiosa: Qui vult venire post me abneget semetipsum, tollat crucem suam et sequatur me. (Quien quiera venir en pos de mí 
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame). Renegar a nuestra voluntad, llevar la cruz cada día, como dice san Lucas, y seguir al 
Salvador. 
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»Después de la conferencia los clérigos rodearon a don Bosco y le pidieron afanosamente noticias de su salud. El contestó: 

»-Me había propuesto hacer esta florecilla: ((934)) levantarme al primer toque de la campanilla y después trabajar hasta las seis y 
cuarenta y cinco; pero hasta ahora no lo he podido hacer. Quise comenzar el viernes, día 10; parecíame que ya me había repuesto; me 
levanté a la hora reglamentaria, pero después comenzaron a dolerme los ojos y no pude hacer nada. Al día siguiente me pasó lo mismo; al 
tercer día tuve que quedarme en cama hasta más tarde. 

»Después del rezo de las oraciones de la noche, subió don Bosco a la pequeña cátedra. Por aquellos días habían sido despedidos del 
Oratorio, o habían salido espontáneamente, algunos alumnos que no daban muestras de querer mejorar su conducta. Don Bosco dijo: 

»-Las novenas y triduos son siempre fatales para algunos alumnos. No recuerdo que se haya celebrado una novena sin que se marchase 
alguno de esta casa. Ahora estamos escasamente a la mitad de la novena de Pentecostés y ya salieron cuatro. Rúa: sabrías decirme por 
qué? 

»Don Miguel Rúa respondió públicamente: 

»-Yo creo que porque en las novenas hacemos oraciones particulares, que miran al bien de la casa, y el Señor las escucha haciendo que 
se marchen los más díscolos; de suerte que las novenas son una especie de purgante para la casa. 

»-Bien, replicó don Bosco. El Señor tiene con nosotros especiales rasgos de bondad. El ya puso su santa mano y señaló con el dedo a 
los que partieron; púsole también sobre algún otro que está todavía aquí. Yo les hice oír la voz del Señor; les dije: queréis recapacitar y 
sentar la cabeza? Pero no la quisieron escuchar; ídesdichados ellos! Mientras, nosotros haremos mañana esta florecilla: pensar cómo 
hemos correspondido en el pasado a las gracias del Señor y cómo queremos corresponder en adelante». 
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((935)) 

CAPITULO LXIX 

TERCERA AMPLIACION DEL EDIFICIO DEL ORATORIO -PALABRAS DE DON BOSCO EN LA NOCHE DEL 15 DE MAYO 
-TRISTES PRONOSTICOS -TRES AVEMARIAS REZADAS EN EL DORMITORIO DE SAN LUIS -CAIDA DEL RAYO -RUINAS 
Y PROTECCION DEL CIELO -UNA BROMA SINGULAR -ACCION DE GRACIAS -EL PARABIEN DEL CANONIGO 
ANGLESIO -INSULTOS Y MENTIRAS DE LA PRENSA -CAIDA DE UNA BOVEDA -GRACIOSO SUEÑO -IMPORTANCIA DE 
UN HOSPITAL PARA EL ORATORIO -LAS INSCRIPCIONES EN EL NUEVO PORTICO HACIA LEVANTE 

DON Bosco había determinado ampliar su internado y había señalado los trabajos a realizar. La plazoleta de casa Filippi, situada entre las 
dos alas ya descritas, tenía que ser anexionada a aquel edificio mediante un grueso muro, destinado a sostener dos pisos tan altos como 
los de la casa antigua, todavía subsistentes, y un tercer piso, a saber, el salón destinado a estudio, de treinta y cinco metros de longitud por 
ocho de anchura, y alguna otra habitación. El brazo del Oratorio hacia levante, paralelo a la iglesia de San Francisco de Sales, quedaría 
duplicado en anchura con pórticos a levante, un dormitorio en el segundo piso, una habitación para don Bosco en el tercero, con dos 
ventanas, una al sur y otra al este y, contigua a él, una amplia sala para biblioteca; y por último buhardillas habitables. La antigua 
habitación del siervo de Dios se convertiría en ((936)) salita de espera para las visitas. El nuevo pórtico daría acceso a una gran escalinata, 
que ocuparía el espacio entre las dos casas (Pinardi y Filippi) y por ella se bajaría a los sótanos o bodegas y se subiría a la biblioteca, a las 
habitaciones y al salón de estudio. 

Don Bosco había trazado su proyecto con el maestro de obras Carlos Buzzetti, y el 15 de mayo quedó firmado el contrato entre ambas 
partes para estas construcciones. Buzzetti, tenía que comenzar en seguida las obras. 

Pero estaba como escrito que, al comienzo de cada ampliación de la casa, sucediesen graves desgracias. Parecía que la buena conducta 
de tantos muchachos y el celo de los Superiores por su bienestar 
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religioso y moral, eran insoportables para el infierno, el cual, con permiso de Dios, intentaba vengarse atrozmente.Y así sucedió también 
esta vez, como vamos a contar. Nuestra narración está tomada de los escritos de don Juan Bonetti, don Domingo Ruffino, José Reano, 
Pedro Enría y otros testigos. 

Era la noche del día 15 de mayo. «Don Bosco, escribe Pedro Enría, antes de despedirnos para ir a dormir nos dijo: 

»-Rezad y estad siempre preparados para la muerte, que puede llegar en cualquier momento. Mirad; todos los días suceden desgracias; 
uno que se cae desde una gran altura, otro que es acometido por unos asesinos, éste que muere ahogado, ése de un síncope, aquél herido 
por un rayo... y otros de distinto modo; pero si estamos preparados no hemos de temer a la muerte, venga como venga. 

»Parecía que don Bosco presagiara algún mal y mandó rezar aquella noche tres avemarías para que no ocurrieran desgracias durante la 
noche». 

Los muchachos subieron a sus dormitorios. En el dedicado a san Luis, en el último piso del edificio, mirando ((937)) al nordeste y al 
mediodía, y correspondiente en parte con la habitación de don Bosco, que estaba debajo, se celebraba como en los otros, el mes de María. 
Dormían en él unos sesenta aprendices y el clérigo Juan Bonetti era su asistente. Antes de acostarse, se arrodillaron todos ante el altarcito 
adornado con luces y flores y, después de rezar como de costumbre las siete avemarías en honor de los siete dolores de la Santísima 
Virgen, el clérigo Bonetti movido no sabemos por qué sentimiento, invitó a los jóvenes a añadir otras tres, diciendo: 

-Recemos tres avemarías más para que la bienaventurada Virgen nos libre de toda desgracia. 

Los muchachos, sorprendidos por la novedad, las rezaron con toda devoción, y se acostaron. 

Aquella noche no se decidía don Bosco a ir a descansar. Subió las escaleras con evidente desgana y, cuando estuvo en la habitación, se 
puso a escribir. Pero, no pudiendo seguir aquel trabajo porque le dolían los ojos, y como le repugnara acostarse, se estuvo paseando por la 
habitación hasta que, a eso de las once, se acostó. Tan pronto como se durmió le parecía que le tiraban de los pelos como si quisieran 
arrancárselos, Soñaba que tenía en derredor de su cabeza unos animales que le mordían, forcejeaba con la mano por librarse de sus garras, 
pero no le era posible. 

Poco después de media noche, cuando toda la comunidad estaba sumida en el primer sueño, se levantó una gran tempestad y 
comenzaron 
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a brillar los relámpagos y a retumbar espantosamente los truenos. José Rossi y José Reano dormían en una de las habitaciones, junto a la 
de don Bosco, de la que los separaba una pequeña biblioteca. Rossi, que a las doce y media aún no había podido cerrar los ojos, despertó 
a Reano, diciéndole: 

-Oyes?... 

Reano le contestó: 

-Tienes demasiado miedo. Duerme tranquilo. ((938)) Y se volvió del otro lado, durmiéndose de nuevo. 

Pero apenas transcurrido un cuarto de hora, oyóse un formidable estruendo, que sacudió desde sus cimientos la casa, que apareció al 
mismo tiempo como envuelta en llamas. Después todo volvió a quedar en tinieblas y siguió un silencio sepulcral, que no duró más de un 
minuto. De pronto oyóse sonar la campanilla en la habitación de don Bosco. Reano y Rossi exclamaron: 

-íAy de nosotros, una desgracia! 

Se vistieron a toda prisa, encendieron una luz y corrieron presurosos y temblando. 

En aquel momento pasaba don Bosco un mal momento. El rayo había penetrado por la chimenea, que bajaba hasta su cuarto; rompió la 
pared, removió la columna del hogar, echó por tierra la estantería de los libros, volcó el escritorio con todo lo que había encima; y la 
corriente eléctrica se comunicó a su cama de hierro colado, la levantó del suelo más de un metro y la trasladó hacia el lado opuesto, 
envolviéndola en una intensísima luz deslumbradora. 

A los pocos segundos apagóse toda luz y la cama, al chocar sobre un reclinatorio, se desplomó con tal ímpetu que, de rebote, cayó don 
Bosco al suelo. Quedó unos instantes casi sin sentido. De buenas a primeras parecióle que, junto con su cama, se había hundido en el 
salón de estudio de debajo. Sentado en el suelo, cansado por la emoción experimentada, tentó a su alrededor y su mano tropezaba con 
piedras, ladrillos y cascotes. Se puso de pie y a tientas fue avanzando y tocando acá y allá para saber dónde se encontraba, con el alma en 
un hilo, temiendo hundirse por algún agujero o que le cayera encima una pared ruinosa. A Dios gracias, a los pocos pasos tropezó su 
mano con un cuadrito y la pileta del agua bendita, que colgaban de la pared a la cabecera de la cama; cercioróse entonces ((939)) de que 
estaba todavía en su habitación y agarrando la cuerdecilla, que bajaba por un lado, dio el fuerte campanillazo que hizo acudieran Reano y 
Rossi. Don Bosco, envuelto en unas mantas para resguardarse del aire frío, y sentado en la cama, estaba esperando. Entre tanto su 
pensamiento 
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corrió a sus queridos muchachos, que dormían en el piso superior, y los encomendó a la bienaventurada Virgen María. 

Llegaron Rossi y Reano temblando de miedo de que don Bosco hubiese sufrido algún daño, pero cuando estuvieron junto a su cama, él 
los miró sonriendo y les dijo con toda tranquilidad y calma: 

-Mirad a ver qué hay en medio de la habitación. 

El había oído un gran ruido, y quería saber el motivo. Reano vio cinco o seis ladrillos negros por el hollín, que habían caído con extraño 
ímpetu de la chimenea. Entonces él, después de contar brevemente a los dos jóvenes lo que le había sucedido, añadió con su 
acostumbrada jovialidad: 

-íUn rayo mal educado! Sin pedir permiso ha entrado en mi cuarto, lo ha revuelto todo, ha echado la cama a un lado y a mí al otro. 
Habrá que ponerlo a comer en la mesa de los castigados; verdad, Rossi? íHoy lo pondrás a pan y agua y nada más! 

Mientras esto sucedía en la habitación de don Bosco, en el dormitorio superior de los aprendices había un enorme y doloroso 
desbarajuste. El rayo, al caer sobre el remate de la fachada al sur del dormitorio, había derribado y lanzado al patio dos chimeneas. Sufrió 
desperfectos una parte del tejado, que dejaba ver el cielo por algunos agujeros, y cayeron sobre las camas tejas, ladrillos y cascotes. Es 
imposible describir la consternación general. Unos lloraban, otros se quejaban, quién invocaba a la Virgen, quién llamaba a don Bosco, 
éste huía, aquél tropezaba y caía, aquello parecía el fin del mundo. 

Al estruendo y alboroto, el clérigo Juan Bonetti saltó de la cama aterrorizado, encendió la luz que se había apagado ((940)) comenzó a 
pasar de una a otra cama para prestar los primeros auxilios. Y en cuanto vio a algunos cubiertos de escombros y a otro, Julio Perroncini, 
que parecía muerto, mandó en seguida al aprendiz Santiago Ballario a informar a don Bosco del siniestro y pedirle asistencia y ayuda. 

«-Y don Bosco?, pregunta José Reano en el manuscrito que entregó a don Juan Bonetti. 

»Don Bosco no había acabado de hablar conmigo y con Rossi, cuando llamaron con furia a la puerta. Abrí y se me presentó el joven 
Ballario, que jadeaba y apenas si podía hablar: 

»-Reano, me dijo, por favor, avise en seguida a don Bosco para que venga corriendo a nuestro dormitorio; ha caído un rayo... se ha 
desplomado el techo sobre los muchachos y muchos han muerto. 

»Al oír don Bosco confusamente las palabras del joven, volvió a llamarme y me preguntó qué había sucedido. Al enterarse exclamó con 
un acento que destrozaba el corazón: 
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»-íDios mío!, pero tú lo has querido así, Señor, y yo adoro tus decretos. 

»Y después ordenó: 

»-Vete en seguida a ver, vuelve inmediatamente e infórmarme de todo. 

»Corrí al piso superior y, apenas puse el pie en el dormitorio, sentí un olor insoportable a azufre; y, al avanzar más hacia dentro, oí 
gritos, gemidos y llantos. El dormitorio era muy largo y tenía dos hileras de camas. Dos tercios del tejado se habían derrumbado. Al 
llegar hacia el fondo del dormitorio, encontré algo peor; unos jóvenes tenían la cara cubierta de sangre, otros aturdidos por la sacudida 
eléctrica parecían atontados, el joven Modesto Davico tenía la cara chamuscada. Un zapatero, Juan Vairolati, que tocaba estupendamente 
la trompa, estaba sin sentido en la cama y dos compañeros lo rociaban con agua ((941)) intentando inútilmente hacerle volver en sí; 
parecía moribundo. Otros, no obstante el gran alboroto, no se movían y parecían muertos. 

»Volví entonces a don Bosco para contarle lo que había visto y él, que había podido vestirse en el ínterin, con una tranquilidad que me 
sorprendió, se encaminó inmediatamente al lugar del desastre. 

»Subía las escaleras, cuando de pronto salióle al encuentro un joven y le dijo: 

»-Ha caído un rayo y han muerto unos treinta muchachos. 

»-Vuelve y fíjate un poco más, le respondió don Bosco. 

»Después de un instante volvió el mismo joven a toda prisa: 

»-Los muertos son solamente siete u ocho. 

»-Vuelve a mirar -replicó don Bosco. 

»Y entró en el dormitorio con semblante sereno, sonriente y animando a todos: 

»-No tengáis miedo; tenemos en el cielo un buen Padre y una buena Madre, que velan por nosotros». 

Al verlo, los jóvenes respiraron como si hubiese entrado un ángel consolador. Los que se habían levantado corrieron a él y le rodearon. 
Se acercó a la cama de los que parecían malheridos y en seguida se dio cuenta de que el daño no era tan grande como le habían dicho en 
los primeros momentos. No se trataba más que de rasguños y aturdimiento. Mandó llevar en seguida agua y vinagre, y con sus propias 
manos lavó las heridas y contusiones de los pacientes. Acercóse después a Vairolati, que seguía inmóvil, le llamó dos o tres veces en voz 
alta y el pobrecito, que hasta entonces no había abierto los ojos, ni había dicho palabra, los abrió, lanzó 
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un largo suspiro y con voz débil y cansada, pero bastante inteligible, dijo: 

-íOh, don Bosco! 

Al poco rato se recobró completamente y se unió a los compañeros. 

((942)) Por fin se acercó don Bosco a Perroncini, que todavía seguía inmóvil en su cama. Temían todos que hubiera sido alcanzado por 
el rayo, por lo que nadie hasta entonces se había atrevido a sacudirlo, temiendo tal vez tener que comprobar que era cadáver. Don Bosco 
mandó acercar más la luz, lo examinó y vio que el pobre joven tenía una herida en la cara y que una pequeña astilla de caña, mezclada 
con los escombros del tejado derribado, se le había clavado en la mejilla hasta asomar a flor de piel junto al párpado inferior del ojo 
derecho. Intentó sacársela con la puntas de los dedos, pero no pudo; pidió entonces unas tijeras y con ellas, empleándolas como pinzas, se 
la sacó. El dolor de la extracción sacudió al presunto muerto y, creyéndose que le molestaba algún compañero, dio un puñetazo a don 
Bosco, gritando en dialecto piamontés: 

-íBribón, déjame dormir! 

Resulta más fácil imaginar que describir el regocijo que invadió a todos los circunstantes al oír aquella voz y aquella expresión; 
soltaron todos, junto con don Bosco, una gran carcajada por la alegría y el alivio que experimentaron al quedar completamente seguros de 
que en tamaño desastre no había ninguna víctima. 

El trabajo de las primeras curas de los muchachos duró casi una hora, y cuando don Bosco advirtió que había quedado a salvo la vida de 
todos, desahogó su corazón con un afectuoso Deo gratias, y exclamó: 

-íDemos gracias de corazón al Señor y a su santísima Madre! íNos han salvado a todos de un gran peligro! íAy, si se hubiese declarado 
el fuego en la casa! Quién habría podido salvarse? 

Y ante el altarcito del dormitorio se rezaron las letanías de la Santísima Virgen. 

Después de esto, aun cuando todavía no habían dado las dos, los de aquel dormitorio ya no quisieron volver a la cama y bajaron con 
don Bosco a la iglesia. Se quedó solamente don Víctor Alasonatti acabando de curar a los que lo necesitaban y ((943)) disponiendo luego 
lo que procedía para el caso. Mientras tanto, todos aquellos aprendices se confesaron, asistieron a la santa misa, celebrada por don Miguel 
Rúa, y comulgaron. A las cinco de la mañana, cuando sonó la hora de levantarse la comunidad, los compañeros de los otros 
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dormitorios se extrañaron al ver a tanto muchacho en el patio; y se apresuraron a bajar. 

-No habéis oído nada esta noche? -preguntaban los aprendices a los estudiantes. 

-Qué ha pasado? -contestaban éstos. 

En sus dormitorios habían dormido todos tranquilos. Y los aprendices contaban las aventuras y las emociones pasadas durante la noche, 
e iban diciendo y repitiendo una y mil veces: 

-Es verdaderamente la Virgen, a quien rezamos anoche, la que nos ha salvado. 

Entretanto don Bosco acababa de confesar a los últimos aprendices, cuando llegaron los estudiantes, de suerte que puede decirse que 
hubo comunión general en la misa, celebrada a las siete por el mismo don Bosco. 

-Fue un espectáculo conmovedor, -nos dijo el canónigo Anfossi. 

Cuando volvió don Bosco a su cuarto, los clérigos fueron a verle para asegurarse de que no le había sucedido percance alguno, y los 
recibió paternalmente con su acostumbrada sonrisa en los labios: 

-Es la tercera vez -les dijo-, que el rayo se toma la molestia de fastidiarme. Las dos primeras sufrí lo mío, pues por algún tiempo no 
pude leer ni escribir largo rato sin sentirme acometido de un molesto sopor, del que curé dando paseos un tanto forzados. Pero temo que 
la sacudida de esta noche va a ser mucho peor para mi salud. Sin embargo, ya se lo dije al rayo cuando estalló: -íSiquiera algo más de 
garbo! 

-Y añadió después: 

-Esta es una de las mayores gracias que nos obtuvo la Santísima Virgen Madre del Señor. 

Tuvo de ello una prueba evidente poco después, cuando subió a examinar los daños de la noche. El cielo raso del dormitorio era ((944)) 
de tablas cubiertas con un entramado de cañas atadas con alambres, clavadas y revocadas con cal. Ahora bien, el rayo, zigzagueando por 
los alambres, los había fundido y la mayor parte del cañizo revocado había caído en diversos lugares, en forma de amplias planchas, sin 
causar daño a ninguno. Los bienhechores mismos y los amigos, que vinieron a lo largo del día a ver la catástrofe, afirmaban que, según 
las probabilidades, el rayo debía haber causado una carnicería entre los jóvenes; y marchaban ensalzando la bondad de Dios y de la 
Virgen. 

Después de la comida estaba don Bosco en los pórticos, rodeado 
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de clérigos y estudiantes, y, narrando lo acaecido y atribuyéndolo al demonio, decía bromeando: 

-Ese grosero no conoce las reglas de la buena educación, es un bellaco; da unas sacudidas como para descoyuntar los huesos. En 
materia de música es un estúpido; no sabe llevar la batuta e ignora la armonía, marca el compás a destiempo y mete un ruido infernal, 
como para romper el tímpano, incluso de los que duermen. 

Del mismo parecer fue el canónigo Anglesio, que felicitó a don Bosco por la caída del rayo, diciéndole: 

-Patente de enemistad que otorga el diablo a don Bosco. Este hecho me resulta más agradable que cualquier favor o fortuna aún muy 
señalada, que hubiera podido recibir de los hombres. 

Por aquellos días algunos diarios mal intencionados, al dar la noticia de la caída de un rayo sobre la casa de don Bosco, se complacían 
propalando que había habido muertos. La Gaceta del Pueblo, cuyos redactores, por carta del 18 de mayo, habían advertido a don Bosco 
que se guardase de seguir escandalizando con sus opiniones retrógradas y que procurase ser más italiano, manifestando de este modo, a 
pesar de querer ocultarlo, el rencor que nutría al Oratorio, por no haber logrado hacerlo cerrar el año anterior, ((945)) publicaba con su 
acostumbrada jerga indecente e impía, en el número ciento treinta y nueve, del lunes 20 de mayo de 1861, estas maliciosas y embusteras 
palabras: 

«En la noche del lunes al martes pasado, cayó un rayo acertaríais dónde...? Precisamente sobre ese vivero de infelices, que el teólogo 
Bosco (el moderno Loriquet, famoso por su historia de Italia, entrañablemente adicta a Austria) recoge por las aldeas e instruye según sus 
principios para poblar el país de santurrones. 

»Uno de esos infelices alumnos pereció, otros quedaron heridos. Si se hubiese tratado de un colegio liberal, hubieran exclamado los 
curas: ``He aquí el dedo de Dios''. 

»Nosotros, con un poco más de respeto a ese dedo, jamás le echaremos la culpa de un homicidio». 

Escribe don Juan Bonetti: «A este propósito notamos, sólo de paso, que la liberal Gaceta publicaba estos renglones en Turín seis días 
después del hecho, es decir, cuando había tenido cien oportunidades para conocer perfectamente la verdad. Mas, para ciertos diarios, la 
mentira es su vida, y la blasfemia y la calumnia, su oficio y fuente de ganancia. En cuanto a los insultos, que entonces lanzó contra el 
Oratorio, nosotros ahora con las pruebas clarísimas a los ojos del mundo, estamos en condiciones de contestarle que aquellos 
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santurrones de don Bosco, instruidos en un arte u oficio o encaminados a los estudios, llevan hoy día una vida digna en la sociedad, 
satisfechos y dichosos todos ellos de la educación que recibieron, y son distinguidos industriales, abogados, profesores, oficiales del 
ejército, sacerdotes ejemplares, útiles para sí mismos y para sus hermanos. Más aún, no pocos de ellos, renunciando generosamente a sus 
comodidades e incluso prodigando su vida, penetraron ya en la Patagonia, llevando la luz de la religión y los beneficios de la civilización 
a tribus bárbaras y salvajes, haciéndose de este modo verdaderos bienhechores de la pobre humanidad. Notaremos también que algunos 
de ellos alcanzaron las más ((946)) altas dignidades en la Iglesia, en la magistratura y en el gobierno del Estado. Tenemos, pues, muchos 
motivos para creer que el dedo de Dios, en aquella noche y en lo sucesivo, estuvo en favor nuestro e invitamos a la Gaceta a tenerle 
realmente un poco más de respeto, admirando sus grandes portentos». 

El domingo de Pentecostés, 19 de mayo, después de vísperas y de la plática, se cantó un solemne Tedéum, en el que tomaron parte los 
alumnos internos y externos del Oratorio y muchos bienhechores. Pero esto no les bastaba a los protegidos de María Santísima. La caída 
del rayo había despertado en algunos superiores del Oratorio el deseo de que don Bosco mandara colocar sobre la casa un pararrayos y le 
hablaron de ello. 

-Sí, -contestó-colocaremos una estatua de la Virgen. María nos defendió tan bien del rayo que cometeríamos una ingratitud, si 
confiáramos y acudiéramos a otros antes que a ella. 

Y su protección apareció muy visible otra vez aquel mismo año. Carlos Buzzetti puso manos a las nuevas construcciones, que le habían 
sido confiadas, y llevaba adelante los trabajos con tal rapidez que en el mes de noviembre estaban terminadas las obras. Quedaba todavía 
por arreglar el sótano, destinado a bodega, cuando he aquí que, estando en estos trabajos, uno de los arcos cedió. Era pleno día y 
trabajaban allí cuatro albañiles quitando la armadura. Uno de ellos quedó suspendido en el aire sobre un travesaño y avanzando a 
horcajadas sobre él pudo llegar hasta el vano de una ventana. Otro se encontraba en un rincón donde no se hundió la bóveda. El tercero se 
salvó por una viga, que le cayó casi encima, pero que, al quedar apoyada contra la pared, le sirvió de defensa. El cuarto quedó sepultado 
bajo los cascotes. Al oír el estruendo producido por el derrumbamiento, acudieron de todas partes de la casa. Temíase que el cuarto 
albañil estuviera aplastado y muerto bajo ((947)) el peso de los 
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cascotes. Con gran inquietud se empezó el desescombro. íGracia singular de María! El obrero fue extraído sin ninguna herida grave. Las 
pocas contusiones sufridas curaron en breve y su salud no sufrió quebranto alguno. 

También don Bosco, al oír lo acaecido, acudió inmediatamente,-nos refirió Anfossi-, pero al encontrarse con Buzzetti, que ya iba a 
comunicarle que no había sucedido desgracia alguna, sonriendo, como de costumbre, dijo: 

-Una vez más quiso el demonio hacer una de las suyas, pero... íadelante, no hay que temer! 

Algunas noches después de este incidente tuvo don Bosco un sueño, que le recordó otro habido en 1856, cuando se derrumbó parte del 
edificio en construcción. 

Le pareció encontrarse en su habitación preocupado por aquella catástrofe, cuando vio entrar al canónigo Gastaldi, que le dijo: 

-No se aflija porque se le haya caído la casa. 

Don Bosco lo miró fijamente, extrañado de aquellas palabras, y el canónigo, después de mirarle a él, continuó: 

-No se aflija porque se le haya caído la casa; surgirán dos: una para los sanos y otra para los enfermos. 

El siervo de Dios recordó siempre este sueño y esta promesa, persuadido de que con el tiempo se levantaría cerca del Oratorio una 
Casa-hospital, grande o pequeña, no importa, provista de todo lo necesario para atender a los salesianos y a los alumnos enfermos. 

En los años anteriores y en los siguientes se lamentaba don Bosco de verse obligado por la necesidad o por graves inconvenientes a 
mandar parte de sus enfermos a los hospitales públicos. Vigilaban los administradores, los directores, los médicos, las monjas y el 
capellán; pero desgraciadamente era motivo de escándalo la inmoralidad y la irreligiosidad de ciertos enfermos. 

Baste un botón de muestra. Murió en 1886 el jovencito Enría en el hospital de San Juan. Los enfermos, que estaban en las camas 
((948)) junto a la suya, con pullas y conversaciones obscenas habían comenzado a tentarlo, mas él, que temía al Señor, no les hizo caso y 
se limitó a responder: 

-íNada sé de lo que decís! 

Estalló una carcajada de aquellos malvados. Cuando pidió los Sacramentos volvieron a la carga con nuevas mofas, pero él: 

-Yo no os molesto a vosotros y vosotros no debéis molestarme a mí; piense cada cual en sí mismo. 

Recibidos los auxilios de la religión con mucha piedad, comenzó 

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a entrar en el período agónico; y entonces sus vecinos, le iban repitiendo entre blasfemias contra Dios: 
-Has invocado a Dios, has sido bueno y ímira cómo te escucha! íMuérete, muérete, tú también; como los demás a pudrirte en la hoya! 

De qué te sirve haber mandado llamar al cura: 
El jovencito no contestó; pero sintiéndose próximo a morir, dijo al enfermero: 
-íLlámeme a alguno que recite las oraciones de los moribundos; avise a mi hermano (que estaba sirviendo en el hospital); íme muero! 
Y como nadie le sugería oración alguna y su hermano tardaba en llegar, estrechó el crucifijo y comenzó a rezar el De profundis. Antes 

de acabar el salmo expiró. 
Así, pues, don Bosco era del parecer de que se debía construir un edificio expresamente para los enfermos del Oratorio y de la Pía 
Sociedad, pero no pudo cumplirse su deseo, y confió a la divina Providencia la ejecución de su proyecto. 
Acabada la nueva construcción, mandó don Bosco inscribir en las paredes del nuevo pórtico, mirando a levante, las siguientes frases: 

I. Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam. (Mat. XVI, 18.
)
(Tú eres Pedro, y sobre esta piedra levantaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
)
II. Viam aquilae in coelo, viam colubri super petram, viam navis in medio maris et viam viri in adolescentia. (Proverbios XXX, 19.) 
(El camino del águila en el cielo, el camino de la serpiente por la roca, el camino del navío en alta mar y el camino del hombre en la 
adolescencia.) 

III. Nemo adolescentiam tuam contemnat; sed exemplum esto fidelium, in verbo, in conversatione, in charitate, in fide, in castitate. (I 
ad Tim. IV, 12.) 
(Que nadie menosprecie tu juventud, procura en cambio ser modelo para los fieles en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, 
en la fe, en la pureza.) 

IV. Ossa ejus implebuntur vitiis adolescentiae ejus et cum eo in pulvere dormient. (Job. XX, 11.) 
(Sus huesos, llenos aún de juvenil vigor, yacerán con él en el polvo). 
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V. Bonum est viro, cum portaverit iugum ab adolescentia sua. (Jer. Lam. III, 27.
)
(Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud.
)
VI. Confiteberis vivens, vivus et sanus confiteberis et laudabis Deum et gloriaberis in miserationibus illius. (Eccl. XVII, 27). 
(Vivo alabarás a Dios, vivo y sano le darás alabanza y honor y te gloriarás en sus misericordias.) 
VII. Et baptizabantur ab eo in Jordane, confitentes peccata sua. (Mat. III, 6.) 
(Y eran batizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.) 
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((950)) 

CAPITULO LXX 

ENFERMOS EN EL ORATORIO -ADMIRABLES CURACIONES DE LOS OJOS -VOCACION NO CORRESPONDIDA -SE SACA 
EL RETRATO DE DON BOSCO -SUEÑO: LOS DOS PINOS -DOS PROMESAS FRUTO DEL MES DE MARIA -ACEPTACION 
DE NUEVOS SOCIOS DE LA PIA SOCIEDAD -LA LLUVIA PROMETIDA Y ORACIONES PARA LA PRESERVACION DEL 
GRANIZO -LECTURAS CATOLICAS -REPETICION DE LA COMEDIA LATINA -UNA PRIMERA MISA -CLAUSURA DEL 
MES DE MARIA Y UNA CONFESION BIEN HECHA 

LAS consecuencias de la caída del rayo y los acontecimientos que acompañaron la construcción del nuevo edificio nos han desviado un 
tanto del orden que nos habíamos prefijado, a saber, la continuación de los hechos según el orden cronológico. Volvemos de nuevo a 
encarrilarnos en él. 

Sucedíanse en el Oratorio las enfermedades anunciadas por don Bosco el día 7 de marzo de aquel año. Dos de ellas, como ya hemos 
contado, fueron mortales y el «17 de mayo, como anota Ruffino, se administró el santo Viático a un tal Pavesi, ya en trance de muerte. 
Pero este muchacho, de robusta complexión, pudo rehacerse y, después de una larga convalecencia, curó del todo. 

((951)) »Mas he aquí que, a fines de mayo, apareció en la casa un molesto mal a los ojos, que en el mes de junio atacó a muchos, 
prolongando sus perniciosos efectos hasta avanzado julio. Entonces don Bosco mismo se las ingenió para preparar una medicina con la 
cual quedaba asegurada la curación en tres días. Pero lo esencial de su remedio estaba en la manera de emplearlo. Por la noche, antes de 
acostarse, tenía el enfermo que bañarse con él los ojos, diciendo: -íSanta María ruega por mí! 

»íFue algo admirable! Al principio, cuando don Bosco comenzó a aplicar este medicamento, sugería algunas veces a un muchacho que 
dijera con filial confianza: Santa María, ruega por mí, y en seguida. Y he aquí que al momento veíanse los ojos del enfermo lagrimear 
abundamentemente, y en menos de un cuarto de hora quedaban limpios y sanos. Mas ahora (a primeros de julio) ya no sugiere 
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que se pida la curación súbita; pero en general, a los tres días, quedan los enfermos sanos. También yo soy testigo de este hecho y don 
Bosco mismo me lo confirmó; era evidente para todos que la Madre del cielo miraba por la salud corporal de sus hijos». 

También don Bosco, que estaba sujeto a continuas y no ligeras dolencias, sufrió el malestar a los ojos. Pero él no quiso emplear el 
remedio que aconsejaba a los demás, porque aceptaba aquel fastidio de la mano de Dios como ejercicio de penitencia, remitiéndose a su 
beneplácito. 

De esta enfermedad de don Bosco tenemos otra prueba por sus mismas palabras, que nos refiere la Crónica: «Don Bosco dijo una tarde 
de junio a los clérigos: -Estaba yo en mi habitación, sin poder trabajar por mi mal a los ojos y me quedé dormido. Parecióme entonces ver 
delante de mí a un clérigo, que me dijo: 

»-Quiero dejar la sotana. 

((952)) »Yo le respondí: 

»-Yo mismo te lo quería decir hace tiempo; sin embargo, antes de hacerlo pide a Dios que te manifieste su voluntad. 

»Parecióme que el clérigo salía de mi cuarto y al mismo tiempo me desperté. Este clérigo no es de los que estuvieron en nuestra casa, 
sino que es uno de los que están. 

»El clérigo comprendió muy bien aquel aviso que se refería a él y empezó a pensar con seriedad en sus intereses». 

Hemos dicho más arriba que los clérigos habían buscado de mil maneras cómo lograr que se le hiciera un retrato a don Bosco; pero 
fracasó todo intento. Ahora leemos en la crónica de Ruffino: «Hoy 19 de mayo, día de Pentecostés, Francisco Serra, alumno del Oratorio, 
fotografió a don Bosco por medio del daguerrotipo 1. Primero le retrató a él solo, y después acompañado de los alumnos Jarach, 
Costanzo, Fabre, Bracco y Albera y, por último, con más de ciencuenta alumnos. Dos días después le retrató en actitud de confesar; los 
penitentes más próximos eran Reano, Albera y Viale; muchos otros estaban más atrás en actitud de prepararse. 

»Don Bosco no consintió sino después de repetidas instancias de Serra. 

»Pero estos retratos fueron destinados exclusivamente al Oratorio y no quiso don Bosco que fueran reproducidos. Bellisio los copió a 
lápiz». 

1 Daguerrotipo: Aparato de la técnica daguerrotipia para fijar en chapas metálicas las imágenes recogidas con la cámara obscura: el 
retrato así obtenido se llamaba daguerrotipo, nombre tomado de Daguerre (1789-1851), su inventor francés, y de tipo. (N. del T.) 
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Este suceso fue acompañado de ciertos detalles, que lo hicieron ameno, sorprendente, y dieron materia para la conversación y recreo de 
los muchachos. 

Dejó escrito Bonetti: «Se me aseguró que, pese a toda suerte de instancias, don Bosco no quería salir de su habitación para este fin. 
Pero entonces un joven, antiguo en la casa, el clérigo Juan Cagliero, se arrodilló a sus pies y le rogó en nombre de todos los alumnos que 
les diera aquel gusto pues sería para nosotros una gran pena, dado el caso ((953)) que faltase, no tener su retrato. Pero, antes de posar para 
retratarse, don Bosco se volvió a Serra, y le dijo: 

»-Quiero que sepas que ya van tres o cuatro veces, en las que, tras muchas instancias y ruegos de algunas familias de Turín, consentí 
que se me retratara; pero hasta ahora no se consiguió obtener tal retrato. UItimamente fui con algunos muchachos al mejor litógrafo de 
Turín, el señor Dubois. Hizo aquel artista todo lo que supo, lo intentaron sus ayudantes; pero todo fracasó. Estaban todos desconcertados, 
y decían que nunca les había ocurrido cosa semejante. Yo reía y decía: -Miren, ustedes; si quieren sacarme el retrato, vayan primero a 
hacer una buena confesión; vengan después y podrán sacármelo. 

»Creían ellos que yo hablaba en broma y se reían, pero, después de más de una hora de inútiles pruebas, tuvieron que dejarme ir sin 
poder sacarme el retrato. Lo mismo te digo ahora: si estás en gracia de Dios, bien; sigue adelante; de otro modo, déjalo, porque 
perderemos el tiempo. 

»Serra puso manos a la obra, le retrató una vez, pero no le salió muy bien; volvió a retratarlo por segunda y tercera vez y el resultado 
fue estupendo. Entonces todos los jóvenes prorrumpieron unánimes gritando: 

»-íSerra está en gracia de Dios! íSerra está en gracia de Dios! 

»Cuando le retrató, junto con un nutrido grupo de jóvenes, dijo: -Los que no tengan la conciencia muy limpia no se coloquen delante 
del objetivo porque saldrían muy feos». 

De este modo don Bosco, aun en sus bromas, tenía por fin grabar muy hondo en la mente de sus muchachos cuán grande desdicha es no 
estar en gracia de Dios, pues el pecado hace fea y deforme al alma, aun en un cuerpo de buena presencia. 

«Por aquellos mismos días, escribe Ruffino, nos contó don Bosco en pocas ((954)) palabras el siguiente sueño: 

»Parecióme encontrarme en Castelnuovo, en medio de unos prados, en compañía de algunos jóvenes, esperando algo con qué 
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obsequiar a Pío IX en su fiesta onomástica, cuando he aquí que vimos venir por el aire de la parte de Buttigliera un gran pino. Era tan 
grande como dos manzanas de casas de Turín juntas y de una altura extraordinaria. 

»El pino se acercaba a nosotros en posición horizontal, después se enderezó, adoptando la vertical, osciló y pareció que iba a caer 
encima de los que lo contemplábamos. Asustados, quisimos huir y nos santiguamos, cuando he aquí que sopló un viento impetuoso que 
transformó a aquel árbol en un temporal de relámpagos, truenos, rayos y granizo. 

»Poco después vimos otro pino menos grueso que el anterior, avanzando en la misma dirección, y que se colocaba encima de nosotros; 
después, siempre en posición horizontal, comenzó a descender. Nosotros huimos temiendo ser aplastados, mientras nos santiguábamos 
más y más veces. El pino descendió casi a ras del suelo, permaneciendo suspendido en el aire; sólo sus ramas tocaban la tierra. Mientras 
estábamos observándolo, he aquí que sopló un vientecillo que lo transformó en lluvia. No comprendiendo el significado de aquel 
fenómeno, nos preguntábamos unos a otros: 

»-Qué quiere decir esto? 

»Y he aquí que uno, a quien no conocía, dijo: 

»-Haec est pluvia quam dabit Deus tempore suo. (Esta es la lluvia que dará Dios a su tiempo). 

»Después, otro desconocido, añadió: 

»-Hic est pinus ad ornandum locum habitationis meae. (Este es el pino para adornar el lugar de mi morada). 

Y me citó el lugar de la Sagrada Escritura en el que se lee este versículo, pero no lo recuerdo». 

Yo creo que el primer pino era símbolo de las persecuciones, de las tempestades que caen sobre aquéllos que permanecen fieles a la 
Iglesia. 

((955)) El segundo representa a la misma Iglesia, que será como lluvia fecunda y benéfica para aquéllos que le sean fieles. 

El siervo de Dios no añadió más explicación y nosotros no vamos a discutir si el sueño admite o no otro sentido, limitándonos a hacer 
una comparación. 

El pino de tamaño colosal y de un diámetro excepcional, que se levanta erguido en medio de la tierra, no se asemeja al árbol que vio 
Nabucodonosor y que describe el profeta Daniel, cuya altura llegaba al cielo, tan rico en ramas verdes y frondosas que desde lejos parecía 
una floresta: No es símbolo de un poderío extraordinario, 
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de una actitud de desafío y de rebelión contra Dios y de una amenaza de exterminio dirigida a sus siervos? Pero desaparece de la tierra, 
herido por la ira del Señor: un viento ardiente e impetuoso seca sus ramas, lo envuelve en la tempestad y lo consume con el fuego. 

El pino segundo, que también era alto y esbelto, pero no en tanto grado como el anterior, representaba tal vez no tanto a la Iglesia en 
general cuanto a una porción elegida de la misma, como sería una congregación religiosa, por ejemplo, la Sociedad de San Francisco de 
Sales. Esto parece indicar el lugar que sirvió de escenario a este espectáculo. La posición horizontal de este árbol, en contraposición con 
la vertical del primero, es símbolo de la humildad, virtud fundamental. El versículo a que alude don Bosco es el 13 del capítulo LX de 
Isaías: Gloria Libani ad te veniet, abies et buxus et pinus simul, ad ornandum locum sanctificationis meae; et locum pedum meorum 
glorificabo. (Vendrá a ti la gloria del Líbano, el abeto y el boj y el pino juntamente, para adornar mi lugar santo; y glorificaré el lugar de 
mis pies). 

Los días del mes de mayo se sucedían ricos en sorprendentes hechos, y el sueño de la rueda despertaba en los corazones nuevas 
decisiones y vocaciones. «Por esto, escribe Ruffino, el día 20 dijo don Bosco, después del rezo de las oraciones de la noche: 

»-Me sería muy grato que cada uno de vosotros, como fruto del mes de María, se resolviera a prometer dos ((956)) cosas: una a Dios, la 
otra a mí; escribid estas promesas en un papelito con vuestro nombre, y entregádmelo. Yo haré lo mismo: prometeré una cosa a Dios y os 
la diré; prometeré otra a vosotros y se la diré a algunos en particular, y a otros en general. Lo que digo no es una imposición, no hay 
ninguna obligación de hacerlo; pero, si lo hacéis, me daréis un alegrón». 

E iba aumentando el número de los que generosamente se prestaron a cooperar por algunos años con don Bosco para bien del Oratorio 
y de la juventud. Leemos en las actas del Capítulo: 

El día 21 de mayo de 1861 se reunió el Capítulo en la habitación de don Bosco para la admisión de dos miembros: don Juan Ciattino, 
de Portacomarro, párroco de Maretto en la Diócesis de Asti, que había sido propuesto ya en la sesión del 12 de mayo, y Antonio Tresso, 
de Francisco de Front. Don Juan Ciattino fue admitido por unanimidad; pero como terciario (que hoy día llamaremos cooperador), ya que 
no podía presentarse en seguida en la Sociedad. Tresso obtuvo sólo un voto negativo. 

El día 3 de junio de 1861, se reunió el Capítulo de la Sociedad de San Francisco de Sales, y después de una invocación y breve oración 
al Espíritu Santo, se procedió a la admisión de los tres miembros siguientes: R. Costanzo de Busca, hijo de José; 
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Domingo Parigi, de Chieri, hijo de Octavio; Francisco Rebuffo, de Génova, hijo del difunto Santiago. Los dos primeros, Costanzo y 
Parigi, fueron admitidos por unanimidad; el tercero, Rebuffo, obtuvo un voto negativo. Por lo tanto fueron admitidos todos para practicar 
las reglas. 

Parigi tenía dieciséis años, los otros dos quince. 

«El mismo día que fue aceptado en la Pía Sociedad el santo sacerdote don Juan Ciattino, se encontraba en el Oratorio su amigo el 

teólogo Barbero, párroco de Villa San Secondo. Este dijo a don Bosco: 

»-Hay sequía en nuestros campos. Necesitamos que usted haga llover un poco. 

((957)) »-Vaya usted a su casa, respondió don Bosco, mande hacer una novena; rece alguna oración por la mañana y ofrezca algún acto 
de obsequio y de adoración al Santísimo Sacramento; por la tarde reúna a la gente para alguna práctica de piedad en honor de María 
Santísima. Invite al pueblo diciéndole: -Hagamos esta novena; quiero que le den calabazas a don Bosco, que ha prometido la lluvia-.Diga 
esto en broma; pero añada después, diciéndolo seriamente: que, por lo menos durante la novena, no cometan pecados. 

»-Y cómo podré conseguir esto? Cómo comprobar si la gente ha seguido su consejo? Esto parecerá una escapatoria: habrá unos 
doscientos que se abstendrán del pecado; y por culpa de algunos tendrán luego que sufrir los demás? 

»-Es que cometer el pecado, ya es rechazar abiertamente el beneficio, es negar haberlo recibido. 

»-Pues bien, haré lo que me dice; pero, si no llueve, vendrá usted por lo menos a decirnos por culpa de quién no llovió. 

»-Sí, sí, iré a olisquear, encontraré a los pecadores. 

»Empezóse la novena tan pronto como estuvo de vuelta en el pueblo el párroco, el cual la comenzó con una charla sobre lo que don 
Bosco le había dicho. Llovió antes de acabar la novena. 

»Don Bosco tenía que ir en otoño a Villa San Secondo juntamente con sus jóvenes». 

Así lo cuenta Ruffino en su Crónica, y añade: «Algunos días antes de la llegada del reverendo Barbero, había recomendado don Bosco 
a un amigo suyo, que iba al caserío de I Becchi: -Diga a aquellas gentes que recen de corazón a la Virgen, que se junten todas las noches 
a rezar el Rosario; de no hacerlo así, un temporal les causará muy pronto grandes destrozos». 

Y los aldeanos, que conocían por experiencia la importancia de 
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esos avisos, rezaron a la Virgen, al tiempo que don Bosco ((958)) comenzaba a hacer popular el título de la que fue llamada su Virgen, la 
Virgen de don Bosco. En el almanaque del Hombre de Bien de 1860 había señalado por vez primera: -24 de mayo: La Bienaventurada 
Virgen Auxiliadora. Y en el de 1861 para el mismo día: La Santísima Virgen bajo el bien merecido título de: íAuxiliadora de los 
Cristianos, Auxilium Christianorum! 

De este modo las Lecturas Católicas, que estaban destinadas a celebrar las glorias y las gracias de María Santísima, Auxilio de los 
Cristianos, tuvieron el honor de adelantarse a todos los almanaques populares e indicar constantemente cada año a sus subscriptores y 
lectores el día fijado para esta solemnidad. Para el mes de junio salía el número correspondiente impreso por Paravía: Victorina y 
Eugenia, o la cortesía y la caridad. Es un cuento sencillo en el que se demuestra que la cortesía para con todos, sin excepción, debe ser 
consecuencia de la caridad en las acciones exteriores, que recomienda y manda a los hombres el Espíritu Santo en la Sagrada Escritura. 
En un apéndice se relatan algunas anécdotas de la vida de Pío IX. 

Mientras tanto, se despertaba la alegría y el regocijo en los últimos días de mayo con una representación dramática y fiestas religiosas. 
Sigue refiriendo Ruffino: «El 23 de mayo se representó por segunda vez la comedia en latín Minerval con otra invitación compuesta por 
el padre Palumbo, que fue enviada a los bienhechores. 

Sacerdos Bosco Equiti Amplissimo Xaverio Provana in Domino Salutem 

Minerval quod placuit refertur denuo 

Multorum oratu. Dábitur mensis huius 

Die vigesima tertia, a prandio, 

Ad aedem Sancti Francisci nomine dictam, 

Secunda hora. Schedula haec erit tibi téssera, 

Quam ostendes, ut fiat spectandi copia. 

((959)) Quum expectarem paucos, venère plurimi: 

Nunc plurimos expecto ne faxis sient 

Pauci. Si primum interfuisti, pervelim 

Te iterum adesse: hinc tibi placuisse fabulam 

Intelligam. Sin abfuisti, te rogo 

Ut nunc saltem adsies. Te ergo expecto. 

Vale. 

Augustae Taurinorum XIII Calendas junii anno MDCCCLXI 

(El Sacerdote Bosco, saluda en el Señor al ilustre Caballero Javier Provana. 

Porque agradó el Estipendio, se representa de nuevo a 
petición de muchos. Se recitará el día veintitrés 
de este mes, después de la comida. 
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En la casa que tiene el nombre de San Francisco,
A las dos horas. Este billete te servirá de ficha,
Que exhibirás, para que se te dé permiso de asistir.
Esperaba a pocos y vinieron muchos;
Ahora espero a muchísimos: no hagas tú
que sean pocos. Si asististe la primera vez, desearía
ardientemente que asistieras otra vez.
Si estuviste ausente, te ruego que estés presente
ahora por lo menos. Así, pues, te espero.


Vale. 

Turín, el día 13 antes de las Calendas de junio del año 1861). 

«El día 26 de mayo don Juan Turchi cantó su primera misa. Después de la comida se leyeron algunos saludos y se ofreció un ramillete 
de flores al novel sacerdote. Después del canto de vísperas y demás funciones sagradas, al caer de la tarde, hubo música, fuegos 
artificiales y lanzamiento de globos. 

»Fue ocasión de consuelos la solemne clausura del mes de María. El joven Bo... contó a un sacerdote amigo suyo uno de esos hechos, 
ya casi diarios en el Oratorio, que le había acaecido a él mismo y que el sacerdote refirió al clérigo Ruffino. 

»Don Bosco llamó aparte a aquel jovencito y le pregunto: 

»-Fuiste a confesarte? 

»-Sí, señor; con el sacerdote N... 

»-Te dio la absolución? 

»-íSí! 

»-Posible? No puede ser. 

»-Sí, me la dio. Por qué me hace esta pregunta? 

»-Porque no le has dicho todo en la confesión. 

»-Yo lo he confesado todo. 

»-Y si yo te digo que no? 

»-Va usted a saberlo mejor que yo? 

»-No pretendo saberlo mejor que tú, pero sí sé que no lo confesaste todo; por ejemplo esto... y aquello... no es verdad que no lo 
confesaste? 

((960)) »-íEs que yo no me atrevo a confesar eso! 

»Y se fue refunfuñando: 

»-Don Bosco lo sabe siempre todo. 

»Pero don Bosco no lo perdió de vista y un día, tomándolo otra vez aparte, le dijo: 

»-íEa!, quiero arreglar tu conciencia. 

»-íPero yo no quiero confesarme con usted! 

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»-Ni yo quiero que tú te confieses; te confesaré yo a ti tus pecados sin que tú tengas que decir palabra. 

»Así lo hizo y le espetó, con todos sus pormenores, todo lo que nunca había confesado. El joven no tuvo más que decir que sí para ser 
absuelto y, cuando don Bosco hubo terminado, quedó el pobrecito tan feliz como nunca se había sentido en su vida; hoy es uno de los 
alumnos más alegres y joviales». 

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((961)) 

CAPITULO LXXI 

LA FIESTA DE LA UNIDAD DE ITALIA -LAS AUTORIDADES CIVILES DEJAN DE TOMAR PARTE EN LA PROCESION DEL 
CORPUS CHRISTI -LOS ALUMNOS DEL ORATORIO EN LA PROCESION DE LA CATEDRAL -MUERTE Y ENTIERRO DEL 
CONDE DE CAVOUR -PALABRAS DE DON BOSCO: UN JOVEN YA NO VOLVERA A HACER OTRO EJERCICIO DE LA 
BUENA MUERTE -ANUNCIO DE LA MUERTE DE CAVOUR: AMENAZA PARA LOS QUE NO QUIEREN CONVERTIRSE -UN 
DEMONIO SOBRE LAS ESPALDAS DE QUIEN CALLA PECADOS EN LA CONFESION -CONVERSACION FAMILIAR DE 
DON BOSCO: JOVENCITOS SANTOS: UN GLOBO MISTERIOSO: JESUS CRUCIFICADO: LA VIRGEN: PREVISION DE LA 
MUERTE DE UN PARROCO: DESGRACIA DE UNA PERSONA, QUE, DESPUES DE RECIBIR DE DIOS GRACIAS 
ESPECIALES, CAE EN EL PECADO DE SOBERBIA: MULTIPLICACION DE LAS HOSTIAS CONSAGRADAS -DON BOSCO 
RECOMIENDA EN PUBLICO ORACIONES ESPECIALES POR LOS PECADORES -SUEÑO: EL PAÑUELO PRECIOSO Y LA 
VIRTUD DE LA PUREZA -AFECTUOSOS AGASAJOS A UN APOSTATA -RESPUESTA DEL ARZOBISPO DE FLORENCIA A 
DON BOSCO, QUE LO AVISA SOBRE LAS INSIDIAS DE LOS PROTESTANTES 

EN la ciudad de Turín siempre había sido espléndida y majestuosa la procesión del Corpus Christi. Le prestaba gran realce la presencia 
del Rey, de los Ministros, Senadores y Diputados, y de todas las demás autoridades civiles y militares. Pero aquel año las autoridades del 
reino dejaban de tributar este debido homenaje al Santísimo Sacramento. ((962)) Pretexto para ello fue el siguiente. La fiesta de la 
proclamación de la Constitución, que se solía celebrar el segundo domingo de mayo, se trasladó aquel año, por ley, al primer domingo de 
junio. El clero católico había participado siempre en estos regocijos con las ceremonias religiosas; pero, aquel año la inmensa mayoría del 
clero rehusó prestar su sagrado ministerio en esta ocasión. En efecto, la nueva fiesta había sido instituida 
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para conmemorar solemnemente la unidad italiana y no podía ser grata al Papa, víctima de tantos vejámenes. 

Por lo tanto, queriendo vengarse el Gobierno de este desacato, a mediados de mayo el conde Camilo de Cavour, presidente del Consejo 
de Ministros, envió una circular, prohibiendo a las autoridades del Estado intervenir en la procesión anual del Santísimo Sacramento. Al 
mismo tiempo el Conde, que acababa de cumplir sus cincuenta años, gozaba de excelente salud y se había recuperado de ciertas 
molestias, parecía que había de vivir todavía muchos años y promovía con todas sus fuerzas la fiesta de la Unidad Nacional, que se 
celebraba por vez primera. El, que era el principal promotor y artífice de esta unidad, recibiría los primeros honores y obtendría de la baja 
y alta democracia los más calurosos aplausos. 

Pero Dios, en sus designios, disponía los acontecimientos de otro modo. 

Cavour, después de una agitadísima sesión en la Cámara de Diputados, en la que fue el blanco de mordaces y violentas diatribas, la 
tarde del 29 de mayo, vigilia del Corpus Christi, volvió a su casa y, víctima de un síncope, se desplomó por tierra. Fue llevado al lecho, se 
le hicieron muchas sangrías y pareció recobrarse. 

Pero, al día siguiente, ya no se oyeron las bandas de música de las milicias por las plazas y calles, no retumbaron las salvas de artillería, 
ni comparecieron los espléndidos uniformes de la Corte, ni el Soberano, ni las otras dignidades ((963)) para llevar las varas del palio. 
Escribe el canónigo Ballesio: «Salió la procesión sin más pompa que la eclesiástica y, en lugar de los Senadores y Diputados, desfilaban 
detrás del Santísimo Sacramento centenares de jóvenes del Oratorio. Don Bosco había obtenido enviar al solemne acto a sus hijos por él 
preparados para practicar la religión a cara descubierta y con sencilla franqueza. La gente, al ver aquel desfile de jovencitos en lugar de 
los magnates, al mirarlos piadosos y recogidos, al oír sus suaves y devotos cantos, quedaba atónita y edificada. Dios bendijo aquella 
piedad, aquel ejemplo. Pues tuvimos como sucesores para obsequiar a Jesucristo en el Santísimo Sacramento a la aristrocracia y a las 
Sociedades Católicas de Turín». 

El 2 de junio, domingo, mientras por todos los rincones del reino se festejaba civilmente la Unidad Nacional, Cavour gemía en su lecho 
atormentado por crueles dolores y se agravaba mortalmente víctima de un segundo y más violento ataque apoplético. 

«El día 3 -escribe Ruffino-, don Bosco, después de haber invitado a sus alumnos a rezar por el Ministro moribundo, dijo a todos: 
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-El jueves haremos el ejercicio de la buena muerte. Deseo que lo hagáis bien, pues hay uno que no podrá volver a repetirlo. 

»El día 6 de junio, jueves, octava del Corpus Christi y aniversario del milagro del Santísimo Sacramento, acaecido en Turín en 1453, y 
a la misma hora de aquel gran portento, el conde de Cavour pasaba a la eternidad. íQué coincidencia! Había subido al más alto grado de 
la escala social y de pronto la mano del Todopoderoso lo precipitaba en la tumba. Apenas si habían transcurrido seis meses desde el día 
en que preguntó a la Cámara de Diputatos: -Sabéis qué sucederá en Europa dentro de seis meses? -El pensamiento de Cavour era que en 
el término de seis meses se apoderaría de Roma. Y antes de cumplirse el plazo, había desaparecido de la escena ((964)) de este mundo, y 
sin reparar de ningún modo las ofensas causadas a la religión. 

»Aquel día, con ocasión del ejercicio de la buena muerte, hubo comunión general en el Oratorio. Por la noche comunicaba don Bosco a 
la comunidad la muerte de Cavour. Y comentó: -Es digno de lástima el noble Conde, pues no encontró en sus últimos momentos un 
verdadero amigo de su alma. Pero nos consuela la esperanza de que, por la intercesión de san Francisco de Sales, de quien descendía por 
parte de su madre, y era por tanto su pariente, Dios le haya tocado el corazón a tiempo y concedido el perdón». 

Recordaban los muchachos la predicción hecha por don Bosco a fines del año anterior, 1860, y fue, y es todavía hoy día 1 persuasión de 
todos los que lo oyeron, que él había previsto aquella muerte. 

El día 7 por la tarde, fue enterrado con grandioso acompañamiento; pero obscurecióse el cielo, y llovió torrencialmente, de suerte que, 
contra toda previsión, fue perturbado el cortejo fúnebre. La cámara, el senado, la magistratura, el ejército y el ayuntamiento, que habían 
rehusado acompañar a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, tuvieron que ir procesionalmente detrás de un féretro, con aquel tiempo 
endiablado. 

Aquella misma noche se refirió don Bosco a la preciosidad del alma y dijo a la comunidad: 

-Hay algunos que, a pesar de todos los esfuerzos hechos para ponerlos en el buen camino, no quieren convertirse. Esperaré todavía un 
poco, y después me veré obligado a descubrirlos aquí en público. 

Esto equivalía a ser expulsados de la casa, si eran peligrosos para 

1 Escribe Lemoyne en 1907. (N. del T.) 
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los compañeros. Era ésta la segunda espina anunciada por don Bosco el 7 de marzo de aquel año, e indicada con la letra «M», es decir, 
moralidad. 

((965)) Diremos ahora que uno de los antes mencionados y que frecuentaba poco los Sacramentos, un sábado por la tarde al anochecer, 
se presentó a don Bosco en el coro de la iglesia para confesarse. 
La silla del confesor y los reclinatorios laterales para los penitentes se apoyaban contra la parte posterior del altar, y en frente se levantaba 
el entarimado, desde donde se entonaban las vísperas los domingos. Rodeaban el confesionario algunos alumnos, que se preparaban y 
aguardaban turno. Tan pronto como don Bosco tuvo ante sí aquel muchacho, vio claramente el infeliz estado de su alma y, después de 
escuchar lo que quiso decirle, preguntóle: 

-No tienes nada más que decir?
-Nada más, respondió aquél.
-Y sin embargo pudiera ser que tuvieras todavía alguna cosa. íPiénsalo mejor!
-íNo tengo nada!, replicó el muchacho.
Pero don Bosco insistió:
-Date prisa, ea, ánimo; confiésalo todo.
El muchacho se hacía el sordo y no se decidía a soltar palabra. En aquel momento vio don Bosco aparecer sobre el entarimado a un


horrible mono gigantesco que, pasando por entre los muchachos que le rodeaban, se abalanzó y de un salto se echó sobre las espaldas de 
aquel pobrecito, le apretó el cuello con sus garras y asomó el hocico entre su cara y la del joven. Al ver esto don Bosco se estremeció de 
espanto, le saltaron las lágrimas a los ojos por la compasión y volvió a preguntar al muchacho: 

-De verdad que no tienes nada que decirme?
El infeliz joven, oprimido por las maléficas garras del demonio, contestó resueltamente.
-No recuerdo nada más.
-íMi querido hijito, cómo puede ser esto? Dices que no tienes nada más que confesar, mientras yo estoy viendo un enorme mono sobre


sus espaldas? íMira, por favor!, exclamó con viveza. 
((966)) E hizo ademán de querer levantarse pues le repugnaba estar cerca de aquel horrible animal. El joven, hondamente conmovido 
por sus lágrimas y las palabras oídas, al darse cuenta de lo que tenía sobre sus espaldas, se volvió, lanzó un grito ahogado de espanto, 
rompió a llorar y, agarrando a don Bosco por la sotana, repetía: 
-íNo me abandone, no me abandone! 
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-Si no quieres que yo huya, dímelo todo, replicó don Bosco. 

Entonces aquel pobre muchacho se animó, se abrazó al confesor al tiempo que desapareció aquel monstruo, y confesó el pecado que 
había tratado de ocultar. 

Este hecho lo contó don Bosco una noche a algunos clérigos, entre los que estaban Ruffino y Bonetti, los cuales tomaron nota de él. Sus 
palabras causaron honda impresión, porque recordaban el sueño de pocos meses antes, en el que había visto a tres jóvenes con un mono 
agarrado al cuello. 

Poco a poco se divulgó la noticia de este hecho, de modo que, al ser invitado, don Bosco expuso con las necesarias cautelas la 
repugnante aparición a toda la comunidad. En este relato, como también en otros de este género, mudaba las circunstancias de tiempo, 
lugar y personas, y a veces exponía el hecho como actual siendo así, por el contrario, que había ocurrido incluso años antes. En efecto, 
nunca se pudo saber el nombre del protagonista; es más, al correr de los años, más de uno calificaba este mismo hecho de historieta 
fabulosa. 

Pero cuarenta y cuatro años después, se vino inesperadamente en conocimiento de una prueba de la veracidad de la narración. El 
Hermano Edmundo, de las Escuelas Cristianas, asistía en septiembre de 1904 en Turín al Congreso Católico de Juventudes, y en aquellas 
reuniones se encontró con algunos salesianos, entre los cuales estaban don Juan Bautista Francesia y el padre Blanco, misionero en la 
República Argentina. Al hablar con ellos de don Bosco, al que había conocido en 1850, contó que lo había visto ((967)) reunir a los 
chicos en la plaza Manuel Filiberto y que tomaba parte en sus Congregaciones. Se reunían en éstas casi setecientos muchachos para 
confesarse y se invitaba a diez o quince confesores para atenderlos; pero la mayoría de ellos preferían a don Bosco e iban pocos a los 
demás sacerdotes. Notaba además que, después de tan prolongadas confesiones, se ofrecía a don Bosco algún refresco, pero el santo 
sacerdote nunca lo aceptaba. 

Pasó después el Hermano Edmundo a alabar la habilidad de don Bosco en conseguir que las confesiones fueran provechosas, y 
ponderar cómo Dios le ayudaba en aquel sagrado ministerio con gracias sorprendentes; y para traer una prueba de su afirmación contó 
precisamente el hecho del mono. 

Los salesianos, que lo escuchaban extrañados, al oír esta conclusión, le preguntaron cómo había llegado a saber el caso y respondió: 

-Lo supe en Parma porque me lo contó el mismo joven (y dijo 
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su nombre), que recibió esta grave advertencia. Hacía tres o cuatro años que por vergüenza había dejado de confesar su culpa. 

Pero junto a algunas almas necesitadas de auxilio, había en el Oratorio otras muy hermosas. La noche del 10 de junio, que era lunes, 
después del rezo de las oraciones, cuando los muchachos ya se habían ido a dormir, encontróse don Bosco en el pórtico con algunos 
clérigos. Estaban entre ellos Ruffino y Bonetti, los cuales enriquecieron sus crónicas con lo que dijo en aquella ocasión, que ellos 
anotaron y nosotros traemos aquí. 

Comenzó diciendo: 

-íCuántos hechos graciosos tendría que contaros! 

-Cuente, cuente, diga, diga, -exclamaron todos. 

-Actualmente tenemos aquí en nuestra casa muchachos favorecidos por Dios con dones especiales los cuales nos demuestran que el 
Señor está con nosotros. Uno de éstos, que es tenido por uno de los mejores, aunque ((968)) hay otros que en apariencia ostentan más 
virtud, vio al tiempo de la Comunión un globo, que llenaba toda la iglesia. Poco a poco se hizo tan pequeño como una avellana y fue a 
posarse sobre el copón, quedando suspendido en el aire; después se agrandó un poco; por fin, achicándose como antes, desapareció. 
Pregunté a este joven si entendía la significación de la aparición y me contestó negativamente, añadiendo: 

-Y usted qué piensa de ello? 

Yo le conteste: 

-Yo no sabría decirlo. 

Como estáis viendo, no hice caso de su confidencia, pero se le podría dar esta interpretación. Aquel globo fue visto el día dos del mes y 
el día seis murió Cavour, y éste con su poder y su nombre llenó el mundo; cuando su estrella iba ya declinando, quiso enaltecerse hasta 
por encima del Santísimo Sacramento y se hinchó, pero se desinfló y desapareció. Podríase también dar otra explicación, a saber, que el 
globo representa una rebelión contra la Iglesia; pero cuando parece que la Iglesia va a quedar deshecha, la revolución queda reducida a la 
nada y desaparece de la vista del que la mira preocupado; vista de lejos, parece grande, pero se va deshaciendo hasta desvanecerse por 
completo. 

Preguntaron los clérigos quién era el muchacho que había visto el globo, pero don Bosco no lo dio a conocer. Sino que siguió diciendo: 

-Otro joven contempló, al alzar la Hostia, al divino Salvador crucificado. Al principio era bellísimo, majestuoso, lleno de vigor; pero 
después fue desmedrando y dando señales de estar agobiado por extremados sufrimientos, hasta enflaquecer y causar lástima. Parecióle 
entonces ver que todos los muchachos iban al encuentro de Jesucristo, le rodeaban con gran afecto, le ofrecían alimento y refrigerio y le 
preguntaban ansiosamente cuál era la causa de sus sufrimientos y de su extenuación. 
Jesús contestó: 

-íQueridos hijos míos! íEsta es la voluntad de mi eterno Padre! 

Así terminó la visión. Lo que me causó gran satisfacción fue que el muchacho me la escribió llanamente y sin dar importancia a la cosa 
en una hoja de papel, que guardo arriba en mi cuarto. Le pregunté si sabía el significado de lo que había visto, 

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y de la extenuación de nuestro Señor, y me contestó negativamente; pero que le había parecido que indicaba una carestía (material o 
espiritual), que tendría lugar, mas no inmediatamente, sino tal vez dentro de algún año. ((969)) La explicación más obvia es que Jesús 
ahora sufre en la persona de su Iglesia. 

Algunos interrumpieron a don Bosco preguntándole: 

-Quién es éste? 

Negóse don Bosco a declararlo y siguió: 

-Hay otro muchacho, a quien vi en el sueño de las mesas en el reducido grupo de aquéllos cuya alma es verdaderamente inocente, y que 
resplandece todavía con el hermoso candor de la estola bautismal. Con él se complace la Virgen en conversar y le manifiesta cosas 
lejanas y ocultas. Yo mismo, cuando deseo saber algo, incluso acerca del porvenir, acudo a él, pero de manera que no se despierte en él el 
amor propio. Y él, después de consultar a María Santísima, sabe decírmelo con toda sencillez. Lo mismo sucede cuando necesito obtener 
alguna gracia. Jovencitos como éste hay más de uno. Es éste un hecho muy singular; pero estoy observando adónde irá a parar todo esto, 
porque no son imposibles las ilusiones. Lo cierto es que María nos quiere. Os diré todavía acerca de un cuarto compañero vuestro una 
cosa naturalmente inexplicable. Antes de las vacaciones de Pascua, pidió permiso para ir a pasar unos días en su casa. No se le quería 
dejar ir, pero insistía diciendo que quería asistir a la muerte de su párroco. Por fin se le concedió el permiso y fue con esta obsesión. Los 
padres, a quienes se la había manifestado, la consideraron una locura, y escribieron al Oratorio preguntando si su hijo, atacado de tan 
manifiesta manía, había salido ya de Turín, pues el párroco gozaba de perfecta salud. Pero qué pasó? A los pocos días cayó enfermo, 
arregló los asuntos de su conciencia y murió. 

Todos encontrábamos todo esto muy extraño y le preguntábamos con insistencia quiénes eran aquellos muchachos afortunados que 
vivían con nosotros sin conocerlos. Se limitó a contestar: 

-Es realmente el caso de decir: Abscondisti haec a sapientibus et prudentibus et revelasti ea parvulis... quoniam sic fuit placitum ante te. 
(Ocultaste estas cosas a sabios y prudentes, y las has revelado a pequeños... pues tal fue tu beneplácito). Aquí no hay ciencia, ni buena 
voluntad que valga; el Señor reparte sus dones como le place. Pero yo prefiero una virtud constante a las gracias extraordinarias, porque 
estas muestras de predilección son muy peligrosas; y más, si son frecuentes, pues es fácil dejarse vencer por las tentaciones de la 
soberbia. Dios opone resistencia a los soberbios, en cambio, dispensa sus gracias a los humildes. ((970)) Los que se encuentran en esta 
condición leerán a veces u oirán contar desde el púlpito la visión de un santo o alguna otra cosa sobrenatural. Esta narración impresionará 
al que nunca gozó de estos carismas, en cambio, a uno de éstos que decimos, no les causará ninguna impresión; antes al contrario hay 
peligro de que piensen para sus adentros: 

-íVaya! eso no es ninguna gran cosa; también yo he disfrutado de tales favores. Y entonces íay, ay! Es que falta la humildad. íAy de 
ellos, si atribuyendo estos carismas a sus propios méritos, se glorían de ellos, aun cuando sea por poco tiempo! Hace algunos años 
teníamos un muchacho aquí en esta casa, que, estando enfermo, aseguró haber visto a la Virgen, de la que había aprendido mil maravillas. 
Y dio de ello algunas pruebas; entre ellas, conocer quiénes de sus compañeros habían ido a confesarse y quiénes no; y a éstos últimos, el 
sábado por la tarde, los mandaba a los pies del confesor. Otra buena prueba de aquella visión fue la buena conducta que comenzó a tener 
después de su curación. Sin embargo, corriendo el tiempo, fue empeorando 
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cada vez más hasta el extremo de que nos vimos obligados a despedirlo.
Pero de todos modos es evidente que hemos recibido, especialmente este año, muchas pruebas de la bondad de Dios con el Oratorio.
Todos estos hechos demuestran que el Señor reina en nuestra casa, que nos protege y nos defiende, que pone en marcha y hace avanzar
todas nuestras cosas. íAy de nosotros, si no correspondemos!


Siguió hablando de las visiones mencionadas, contestando a lo que le habían preguntado los clérigos: 

-Tocante a la Santa Hostia, yo nunca fui favorecido con signos sensibles o apariciones, excepto la multiplicación de las hostias. íFue 
realmente un hecho hermoso y sorprendente! 

-Es verdaderamente cierto este hecho?, preguntó uno. 

-íSí!; es cierto. Una mañana, cuando no había en casa más sacerdote que yo (1854), celebraba la misa de la comunidad, como de 
costumbre. Después de consumir la hostia y el cáliz, empecé a repartir la santísima comunión a los muchachos. Había en el copón unas 
pocas Hostias, tal vez diez o doce. Al principio, como se presentaron pocos, no vi la necesidad de partirlas, pero, después de comulgar los 
primeros, llegaron otros y luego más, de modo que se llenó el comulgatorio tres o cuatro veces. Hubo por lo menos cincuenta 
comuniones. Yo quería volver al altar, después de comulgar los primeros, para partir las partículas que quedaban; pero, como me parecía 
((971)) que estaba viendo en el copón siempre la misma cantidad, seguí repartiendo la comunión. Y así continué sin advertir que 
disminuyeran las partículas y, cuando llegué al último de los que querían comulgar, encontré en el copón, con enorme sorpresa, una sola 
y con ésta le di la comunión. 

Y repitió: 

-Sin saber cómo, yo había visto multiplicarse aquellas hostias. 

Al llegar a este punto de su relato, escribe don Juan Bonetti. «Las últimas palabras de don Bosco demuestran dos cosas: primera, que el 
hecho de la multiplicación de las hostias consagradas es cierto; segundo, que, de la narración de este hecho, por él repetido en otras 
circunstancias a los hermanos de la comunidad, y por ciertas expresiones suyas, debe deducirse que, además de éste, recibió otras veces 
favores del mismo género, que no llegaron a nuestro conocimiento.» Y concluye: «De todos modos, confieso que esta media hora de 
conversación con don Bosco aprovechó a mi alma y a la de mis compañeros, como ellos me aseguraron sinceramente, más que diez días 
de ejercicios espirituales. Al día siguiente se hicieron pesquisas, con toda cautela, para llegar a averiguar o por lo menos a sospechar con 
algún fundamento, quiénes eran aquellos jóvenes tan afortunados a los que se había referido don Bosco. 

»Decían unos: -Me parece que debe de ser fulano. -Y otros: -Me parece que es mengano. Mas nada de cierto se logró saber. Pero yo 
supe por un amigo, al que confió el secreto del mismo sujeto que tuvo la aparición del globo, el nombre que deseaba conocer. 
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Tomé buena nota, que guardé para mí, y tuve una prueba de que era verdad lo que contaba don Bosco». 

Las grandes virtudes estaban ocultas en el Oratorio. En un ambiente de ideas espirituales, donde eran algo continuo los hechos 
sorprendentes, los sueños marcados con el sello de lo sobrenatural, las predicciones, la revelación de conciencias y los anuncios de 
muertes futuras, todo lo cual parecía que había de exaltar la fantasía, no ((972)) hubo entre los millares de jóvenes educados en el 
Oratorio, ni visionarios, ni maniaticos por la religión, ni beatos, ni pusilanimes, ni supersticiosos. Desarrollabase, pues, un orden de cosas 
que se fundaba en la verdadera devoción y evidentemente era querido por Dios. Confirma esta aserción don Pablo Albera y con él 
muchísimos otros. 

«El 16 de junio dio don Bosco como flor a los jóvenes rezar una oración especial para que Dios hiciera mudar de vida a los del mono, 
que según dijo apenas si llegaban al número plural; y la noche del 18 de junio, contó la siguiente historia o sueño, como lo definió en otra 
ocasión. Su forma de narrar era siempre tal que bien pudo decir el clérigo Ruffino, al recordarla, lo que Baruc de las visiones de Jeremías: 
El me recitaba todas estas palabras y yo las iba escribiendo en el libro con tinta»1. 

Don Bosco, pues, habló así: 

Era la noche del 14 al 15 de junio. Después que me hube acostado, apenas había comenzado a dormirme, sentí un gran golpe en la 
cabecera, algo así como si alguien diese en ella con un bastón. Me incorporé rápidamente y me acordé en seguida del rayo; miré hacia una 
y otra parte y nada vi. Por eso, persuadido de que había sido una ilusión y de que nada había de real en todo aquello, volví a acostarme. 

Pero apenas había comenzado a conciliar el sueño cuando, he aquí que el ruido de un segundo golpe, hirió mis oídos despertándome de 
nuevo. Me incorporé otra vez, bajé del lecho, busqué, observé debajo de la cama y de la mesa de trabajo, escudriñé los rincones de la 
habitación; pero nada vi. 

Entonces, me puse en las manos del Señor; tomé agua bendita y me volví a acostar. Fue entonces cuando mi imaginación, yendo de una 
parte a otra, vio lo que ahora os voy a contar. 

Me pareció encontrarme en el púlpito de nuestra iglesia dispuesto a comenzar una plática. Los jóvenes estaban todos sentados en sus 
sitios con la mirada fija en mí, esperando con toda atención que yo les hablase. Mas yo no sabía de qué tema hablar y cómo comenzar el 
sermón. ((973)) Por más esfuerzos de memoria que hacía, ésta permanecía en un estado de completa pasividad. Así estuve por espacio de 
un poco de tiempo, confundido y angustiado, no habiéndome ocurrido cosa semejante 

1 Jeremías, XXXVI, 18. 
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en tantos años de predicación. Mas, he aquí que poco después veo la iglesia convertida en un gran valle. Yo buscaba con la vista los 
muros de la misma y no los veía, como tampoco a ningún joven. Estaba fuera de mí por la admiración, sin saberme explicar aquel cambio 
de escena. 

-Pero qué significa todo esto? -me dije a mí mismo-.Hace un momento estaba en el púlpito y ahora me encuentro en este valle. Es que 
sueño? Qué hago? 

Entonces me decidí a caminar por aquel valle. Mientras lo recorría busqué a alguien a quien manifestarle mi extrañeza y pedirle al 
mismo tiempo alguna explicación. Pronto vi ante mí un hermoso palacio con grandes balcones y amplias terrazas o como se quieran 
llamar, que formaban un conjunto admirable. Delante del palacio se extendía una plaza. En un ángulo de ella, a la derecha, descubrí un 
gran número de jóvenes agrupados, los cuales rodeaban a una Señora que estaba entregando un pañuelo a cada uno de ellos. 

Aquellos jóvenes, después de recibir el pañuelo, subían y se disponían en fila uno detrás de otro en la terraza que estaba cercada por 
una balaustrada. 

Yo también me acerqué a la Señora y pude oír que en el momento de entregar los pañuelos, decía a todos y a cada uno de los jóvenes 
estas palabras: 

-No lo abráis cuando sople el viento, y si éste os sorprende mientras lo s extendiendo, volveos inmediatamente hacia la derecha, nunca 
a la izquierda. 

Yo observaba a todos aquellos jóvenes, pero por el momento no conocí a ninguno. Terminada la distribución de los pañuelos, cuando 
todos los muchachos estuvieron en la terraza, formaron unos detrás de otros una larga fila, permaneciendo derechos sin decir una palabra. 
Yo continué observando y vi a un joven que comenzaba a sacar su pañuelo extendiéndolo; después comprobé cómo también los demás 
jóvenes iban sacando poco a poco los suyos y los desdoblaban, hasta que todos tuvieron el pañuelo extendido. Eran los pañuelos muy 
anchos, bordados en oro con unas labores de elevadísimo precio y se leían en ellos estas palabras, también bordadas en oro: Regina 
virtutum. 

Cuando he aquí que del septentrión, esto es, de la izquierda, comenzó a soplar suavemente un poco de aire, que fue arreciando cada 
((974)) vez más hasta convertirse en un viento impetuoso. Apenas comenzó a soplar este viento, vi que algunos jóvenes doblaban el 
pañuelo y lo guardaban; otros se volvían del lado derecho. Pero una parte permaneció impasible con el pañuelo desplegado. Cuando el 
viento se hizo más impetuoso comenzó a aparecer y a extenderse una nube que pronto cubrió todo el cielo. Seguidamente se desencadenó 
un furioso temporal, oyéndose el fragoroso rodar del trueno; después comenzó a caer granizo, a llover y finalmente a nevar. 

Entretanto, muchos jóvenes permanecían con el pañuelo extendido, y el granizo, cayendo sobre él, lo agujereaba traspasándolo de parte 
a parte; el mismo efecto producía la lluvia, cuyas gotas parecía que tuviesen punta; el mismo daño causaban los copos de nieve. En un 
momento todos aquellos pañuelos quedaron estropeados y acribillados, perdieron toda su hermosura. 

Este hecho despertó en mí tal estupor que no sabía qué explicación dar a lo que había visto. Lo peor fue que, habiéndome acercado a 
aquellos jóvenes a los cuales no había conocido antes, ahora, al mirarlos con mayor atención, los reconocí a todos distintamente. Eran 
mis jóvenes del Oratorio. Aproximándome aún más, les pregunté: 

-Qué haces tú aquí? Eres tú fulano? 

-Sí, aquí estoy. Mire, también está fulano, y el otro y el otro. 

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Fui entonces adonde estaba la Señora que distribuía los pañuelos; cerca de Ella había algunos hombres a los cuales dije:
-Qué significa todo esto?
La Señora, volviéndose a mí, me contestó:
-No leíste lo que estaba escrito en aquellos pañuelos?
-Sí: Regina virtutum.
-No sabes por qué?
-Sí que lo sé.
-Pues bien, aquellos jóvenes expusieron la virtud de la pureza al viento de las tentaciones. Los primeros, apenas se dieron cuenta del


peligro huyeron, son los que guardaron el pañuelo; otros, sorprendidos y no habiendo tenido tiempo de guardarlo, se volvieron a la 
derecha; son los que en el peligro recurren al Señor volviendo la espalda al enemigo. Otros, permanecieron con el pañuelo extendido ante 
el ímpetu de la tentación que les hizo caer en el pecado. 

Ante semejante espectáculo me sentí profundamente abatido y estaba para dejarme llevar de la desesperación, al comprobar cuán pocos 
eran los que habían conservado la bella virtud, cuando prorrumpí en ((975)) un doloroso llanto. Después de haberme serenado un tanto, 
proseguí: 

-Pero cómo es que los pañuelos fueron agujereados no sólo por la tempestad, sino también por la lluvia y por la nieve? Las gotas de 
agua y los copos de nieve no indican acaso los pecados pequeños, o sea, las faltas veniales? 
-Pero no sabes que en esto non datur parvitas materiae? (no se da parvedad de materia?). Con todo, no te aflijas tanto, ven a ver. 
Uno de aquellos hombres avanzó entonces hacia el balcón, hizo una señal con la mano a los jóvenes y gritó: 
-íA la derecha! 

Casi todos los muchachos se volvieron a la derecha, pero algunos no se movieron de su sitio y su pañuelo terminó por quedar 
completamente destrozado. Entonces vi el pañuelo de los que se habían vuelto hacia la derecha disminuir de tamaño, con zurcidos y 
remiendos, pero sin agujero alguno. Con todo, estaban en tan deplorable estado que daba compasión el verlos; habían perdido su forma 
regular. Unos medían tres palmos, otros dos, otros uno. 

La Señora añadió: 
-Estos son los que tuvieron la desgracia de perder la bella virtud, pero remedian sus caídas con la confesión. Los que no se movieron 
son los que continúan en pecado y, tal vez, tal vez, caminan irremediablemente a su perdición. 
Al fin, dijo: Nemini dicito, sed tantum admone. (No lo digas a nadie, solamente amonesta). 

«En este mismo día, cuenta Ruffino, el Señor premió el celo de don Bosco llevándole una ovejita descarriada. Estaba él en el patio en 
medio de los muchachos cuando se le presentó un señor diciendo que tenía que hablarle de un asunto importante. Llevóle don Bosco a su 
habitación, y aquel señor, tan pronto como llegó allí, comenzó a contarle: 

»-Soy sacerdote, fui párroco; abandoné el sagrado ministerio para enrolarme en las milicias de Garibaldi. Engañado dejé arrastrarme 

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hasta apostatar de la fe y asociarme a los protestantes. Pero soy un desgraciado, como lo fui desde el primer instante de mi aberración, y 
ya ((976)) no podré jamás acallar los remordimientos de mi conciencia. Ahora me encuentro en un estado lastimoso, no sólo por el alma, 
sino también por el cuerpo. Quisiera volver a mi Obispo, pero no sé cómo hacerlo. 

»Don Bosco conocía por la fama a aquel pobrecito y le contestó: 

»-Vaya en hora buena, el Obispo está enterado y está dispuesto a recibirle. Tiene dinero? 

»-Nada; peor aún, ímire! 

»Y al decir esto descubrióse y dejó ver que traía puesta una camisa de señora. 

»Esta camisa la encontré el sábado pasado sobre la cama para mudarme. Seguramente que mis compañeros lo hicieron así para burlarse 
de mí, pues ya se habían percatado de mi descontento. 

»Don Bosco le dio dinero para el viaje y camisa para mudarse. Al despedirse, aquel pobre sacerdote pidió un libro a don Bosco. 

»-Sí, con mucho gusto, le dijo, pero ahora no tengo más libro que el breviario. 

»-Precisamente el breviario; es el que yo deseo. íQué infelices son los que se alejan del camino del cielo!». 

Parece que este sacerdote para reparar, hasta donde le era posible, sus yerros, descubrió a don Bosco las tramas que los protestantes 
habían preparado contra las almas en Florencia. Probablemente aquel mismo día escribió don Bosco a aquel Arzobispo sobre el asunto. 
Contestóle el Prelado en estos términos: 

Muy apreciado y reverendo Señor: 

La señora marquesa de Villarios, a su regreso a Florencia, me trajo en seguida su carta del 18 del mes corriente, la cual me resultó muy 
grata. El pensar que usted reza y hace rezar a sus muchachos por mí, me ha conmovido profundamente y es ésta una prueba de la gran 
bondad de su alma. Tengo verdadera necesidad de ello en estos tiempos turbulentos y en la dificilísima posición en que me encuentro, 
rodeado de tantas dificultades y oprimido por tan gran peso. 

((977)) La molestia, que se me causó con ocasión de la octava del Corpus Christi, fue exagerada tal vez por la prensa; y el pésimo diario 
florentino La Nación ha dicho de mí ciertas cosas, que no existen, y yo creí que era mi deber desmentir. Si al volver de la iglesia al 
palacio arzobispal, después de la procesión, recibí algún insulto y me lanzaron gritos salvajes, tuve al mismo tiempo vivas 
demostraciones de devoción y afecto por gran parte de mi pueblo. Pero lo que más siento es que hubiera personas tan descaradas y 
perversas que perturbaran el orden de una solemnidad dedicada al culto de Jesús en el Santísimo Sacramento y desasosegaran y 
atemorizaran 
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a las buenas personas, que en número extraordinario acudieron para acompañar devotamente al Santísimo. Esta sacrílega irreverencia es 
lo que más pena da; por su infinita misericordia dígnese Dios iluminar y perdonar a los profanadores. 

Las noticias, que ha tenido a bien darme sobre la propaganda protestante, me son agradabilísimas, y más aún los buenos consejos que 
me sugiere para oponer un dique de la manera más adecuada. Hace diez años que aquí se hacen intentos para corromper la fe de este 
pueblo; primero, trabajaron secretamente, pero, de dos años a esta parte, actúan abiertamente. Gracias a Dios, van perdiendo crédito cada 
día y no han ganado más que ciertos sujetos de la hez de la sociedad, algunos de los cuales, engañados ya, han comenzado a volver 
arrepentidos al redil de la Iglesia. Confío que, si vigilamos y los sacerdotes se mantienen unidos a sus Obispos, resultarán casi inútiles los 
esfuerzos de estos falsos evangelizadores. Pero no me faltan aflicciones por parte de los eclesiásticos. A primeros de este mes, hube de 
condenar a unos cuantos que se había unido con tristes intenciones. Afortunadamente han escuchado mi voz, excepto trece desgraciados 
que se han cargado con la suspensión a divinis. Casi todos eran exfrailes o sacerdotes de otras diócesis, aquí refugiados desde hacía 
algunos años y desacreditados. 

Pero, si usted viene a Florencia, según las esperanzas que de ello me dio la mencionada señora Marquesa, podremos hablar más 
despacio de estos asuntos. Deseo vivamente conocerle personalmente y si ((978)) no le desagrada aposentarle en este Palacio donde 
encontrará siempre una habitación a su disposición. 

Deseandole entre tanto toda suerte de bienes y pidiendo a Dios bendiga cada vez más sus trabajos apostólicos y su caritativo Instituto, 
tengo el honor de reafirmarme con rendido obsequio y distinguida estimación. 

De Su Muy Reverenda Señoría. 

Florencia, a 28 de junio de 1861. 

Su seguro servidor.
» JOAQUIN, Arzobispo de Florencia.


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((979)) 

CAPITULO LXXII 

LECTURAS CATOLICAS -ARTICULO EN ARMONIA PARA RENOVACION DE LAS SUSCRIPCIONES A ESTAS LECTURAS 
-LA FIESTA DE SAN JUAN Y LA DE SAN LUIS: COMO SE QUERIAN LOS ANTIGUOS ALUMNOS -EL SEMINARIO MENOR 
DE GIAVENO Y EL EXITO DE SUS ALUMNOS -VISITAS DE DON BOSCO A GIAVENO -RIVALIDADES -CLERIGOS 
INSTIGADOS A ABANDONAR A DON BOSCO -DESALIENTO DEL CLERIGO BOGGERO Y SU CARTA A DON BOSCO 
-CONSEJOS DE DON BOSCO A BOGGERO -COLOQUIO DE DON BOSCO CON EL PROVICARIO -DON BOSCO EN SAN 
IGNACIO -CARTA DEL CABALLERO OREGLIA A DON VICTOR ALASONATTI: LOS ENFERMOS -CARTA DE DON BOSCO 
A LOS ALUMNOS DEL ORATORIO -ANUNCIA HABER VISTO DESDE LANZO A LOS QUE NO SIRVEN PARA LA CASA 
-REPARTO DE PREMIOS: ESQUELA DE TOMAS VALLAURI A DON BOSCO -JOVENES PREPARADOS PARA TOMAR LA 
SOTANA 

DE la editorial de Paravía salió el número de Lecturas Católicas correspondiente al mes de julio. Descanso laboral en los días festivos por 

M. D. Olivieri, antiguo miembro de la asamblea legislativa de Francia. Se demuestra en él la necesidad moral, física, comercial y 
universal del descanso dominical. 
En los apéndices se exponen las antiguas leyes sardas de Su Majestad Carlos Manuel sobre las fiestas de guardar y el compendio 
((980)) de una monografía enológica de monseñor Losana, Obispo de Biella, acerca del empleo del azufre en la viña. Observa el ilustre 
prelado que hace ya diez años que la enfermedad de la uva empobrece a provincias enteras; que la Virgen aparecida en los montes de La 
Salette ya había anunciado que las uvas se pudrirían por culpa de los pecados de los hombres y especialmente por la profanación de los 
días festivos; y que se repitió el castigo con el que Dios había castigado en otro tiempo al pueblo hebreo: «El mosto estaba triste, la viña 
mustia; se trocaron en suspiros todas las alegrías del corazón... 
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No beben vino cantando 1: No hay racimos en la vid y están mustias sus hojas» 2. 

Armonía publicó en su número del 17 de julio el artículo siguiente: 

LAS LECTURAS CATOLICAS DE TURIN 

Repetidas veces hemos recomendado a nuestros lectores, y en general a todos los buenos, las beneméritas Lecturas Católicas, que hace 
ya algunos años se publican en Turín con gran provecho del pueblo. Pero, ahora, nuevos y particulares motivos nos animan a volver a 
recomendarlas con mayor insistencia. Aparte de que es éste precisamente el tiempo destinado para renovar las suscripciones, todos 
conocen ya sobradamente el ardor y la tenacidad con que los protestantes se afanan durante estos días para insinuar con sus pérfidas 
industrias el veneno de sus impías doctrinas en el corazón de los fieles incautos. Ahora bien, si tanto hacen los enemigos de la Iglesia 
para corromper la fe de Jesucristo, ícuánto más tendrían que trabajar los buenos católicos para la defensa de la más grande y santa de las 
causas! Toleraremos que los herejes manifiesten más celo para pervertir las almas que nosotros para salvarlas? Por lo demás, cuando 
vemos a todo el episcopado italiano y al mismo Vicario de Jesucristo, el pontífice Pío IX, recomendar vivamente la difusión de estos 
libritos, diciendo precisamente que en estos tiempos no hay nada mejor, ni más útil, nihil praestantius, nihil ((981)) utilius, debe 
considerarse sobrante todo lo que se diga de más. De ahí es que, persuadidos como estamos de que los buenos católicos volverán a 
encender su celo por la cristiana educación del pueblo, cuanto más son los peligros que lo rodean, reproducimos las condiciones de 
suscripción, que son las siguientes, etc. 

Las suscripciones en Turín se reciben por los herederos de Ormea, en los pórticos del Palacio Municipal y en la Oficina de las Lecturas 
Católicas, calle Santo Domingo, número 11, planta baja. 

Mientras tanto, en el mes de junio, mandaba don Bosco imprimir cuatro mil estampas de san Luis Gonzaga; y el caballero Oreglia 
describía a Severino Rostagno, que había vuelto a Pinerolo, las fiestas del Oratorio. Pocos meses había vivido este buen joven en 
Valdocco por su delicada salud. Don Bosco y los demás superiores tenían con él las mayores atenciones; el caballero Oreglia lo tomaba 
muchas veces consigo y se lo llevaba a pasear; pero la vida de comunidad no se armonizaba con el temperamento de Severino. Prefería 
los juegos infantiles con los chicos más pequeños, o pasear con los superiores u otras personas provectas; raras veces se le veía con 
alumnos de su edad. Cuando volvió a su casa, los compañeros fueron 

1 Isaías XXIV, 7. 

2 Jeremías VIII, 13. 
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escribiéndole cartas afectuosas, que su buena madre conservaba todavía en 1891. Estaba entre ellas la siguiente del caballero Oreglia: 

Mi querido amigo: 

Aunque acostumbro pensar bien de todos, sin embargo, debo dudar mucho de ti por tu prolongado silencio; la verdad es que, si 
estuvieras bueno, creería imposible que no hubieras escrito todavía ninguna carta a mí ni a ninguno de la casa. Temo, pues, mucho que tu 
salud esté más que medianamente comprometida; por lo cual, cualquiera que sea tu respuesta, lo mismo yo que tus compañeros, 
desearíamos que se nos disipara esta duda. También tú desearás saber cómo van por aquí nuestras cosas. Por lo poco que puedo, intentaré 
decirte algo. Por lo que se refiere ((982)) a la vida de cada día, así de los estudiantes como de los aprendices, no hay novedad alguna, 
salvo pequeñas variaciones en el horario, en virtud de las cuales, las horas calurosas de después de la comida quedan repartidas de manera 
que puedan descansar, para así poder dedicarse al estudio y divertirse en las horas de la tarde. 

Pero más podrá interesarte cómo han transcurrido las fiestas de San Juan, el 24, y de San Luis, el 30 de junio. Comenzando por la 
primera te diré que los muchachos regalaron a don Bosco un reloj para la torre de la iglesia, por lo cual, cuando vuelvas, oirás dar las 
horas y así no tendrás que ir en busca de alguien que te la diga. Y como el gasto es considerable, los alumnos no han podido todavía 
cubrirlo completamente; pero, por fortuna, el vendedor nos dio un año de plazo para pagarlo. Te digo esto para que si, por acaso, tienes la 
suerte de encontrarte con algún admirador de las virtudes de don Bosco y sostienes con él relaciones de amistad y confianza, puedas 
invitarle para que ayude a los pobres muchachos a hacer el último esfuerzo. Dicho sea esto entre nosotros para reír un poco. 

Por la mañana hubo Comunión general; después dispuso don Bosco que se sirviera café con leche a todos los de la casa y de los otros 
oratorios y a todos los externos que acudieron a las funciones; figúrate que fueron menester más de cien litros de leche, sin contar la fruta, 
el salchichón y el pan para los externos. Hubo después una solemne misa cantada por don Bosco, a la que siguió una espléndida comida 
(more pauperum) al estilo de los pobres, con música, poesías y brindis; más tarde, se celebraron diversas piñatas y otros juegos hasta la 
hora de las funciones de la tarde, en las que ofició de nuevo don Bosco a toda orquesta, lo mismo por la mañana que por la tarde. Después 
de la exposición y bendición con su Divina Majestad, hubo confetti, fruta para merendar, fuegos artificiales, globos, cohetes, un derroche 
de poemas leídos por los alumnos, regalos variados presentados por los muchachos, particularmente los externos, y por los señores de la 
ciudad; en fin, querido Severino, sólo faltabas tú; de haber estado, hubiera sido completa la fiesta. Después de todo esto, a las once de la 
noche nos fuimos a la cama la mar de satisfechos y bien cansados, sobre todo don Bosco, que ya no podía más. 

Salto de un vuelo a San Luis, porque de otro modo me faltaría el tiempo y también el papel. Contribuyeron a la pomposa celebración de 
esta fiesta el Vicario General de Turín, que vino a celebrar la misa de comunión general y repartió más de setecientas comuniones; el 
Vicario ((983)) Capitular de Asti, que celebró la misa solemne, dio la bendición e hizo el panegírico de san Luis; el conde de Collegno, 
que fue el Prioste de la fiesta, costeó el desayuno de la mañana, que se dio a todos los asistentes a la misa, y no bastaron mil raciones; 
hubo después, como para san Juan, una comida más abundante, con música, etc.; por la tarde, una lotería en la que todos 
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ganaron algo; después, globos y fuegos sin número, y tanto concurso de señores y parientes, que casi ya no se veía nuestra familia. Duró 
la fiesta hasta más tarde de las diez; después se rezaron las oraciones, con las que concluyó la fiesta y la jornada. También aquí faltó 
Severino; los amigos preguntaban repetidas veces por el compañero Rostagno. Lo cual quiere decir que las distancias no separan ni 
dividen a los amigos que se quieren en el Señor. 

Ahí tienes lo poco que puedo contarte de nuestras fiestas, que si no ofrecen nada delicioso a los ojos del mundo, son, sin embargo, 
queridas y apreciadas por los que conocen y viven el espíritu de esta casa y la pureza de intención en la santa alegría. 

Supongo te agradará saber esto poco que te cuento. Se habla y se reza a menudo de ti y por ti, se espera tenerte pronto entre nosotros, 
mientras tanto no te olvides de nosotros ante el Señor y especialmente de mí ante María refugio de los pecadores; y te ruego en particular 
que tengas a bien rezarle por mí la salve, que rezarás después del rosario. 

Que el Señor te asista y te ayude a llevar tu cruz; que El alivie su peso y, si quisiera que yo la compartiese contigo, la aceptaría con 
gusto; pero tal vez no sea yo digno de ella, y no la llevaría con resignación, y el Señor, por su misericordia, me ahorra tantas 
impaciencias. 

Los compañeros, especialmente los mejores y los que están más unidos contigo al Señor, te saludan; don Bosco, e igualmente todos los 
superiores, te desean resignación en el presente y confianza en el porvenir. Te saludo de corazón y, rogándote que presentes mis 
obsequios a tu señora madre, me profeso en Jesús y María. 

1 de julio de 1861. 

Tu afectísimo y sincero amigo FEDERICO OREGLIA 

Al señor Severino Rostagno-Pinerolo. 

((984)) Llegaba a su fin el curso escolar, pero no sin añadir a las dos «M» (Malattie) enfermedades y moralidad, una «R», es decir 
deplorable rivalidad, como lo había anunciado don Bosco. Bajo su dirección y administración y la de sus clérigos, con la disciplina y 
método de educación, que se empleaba en el Oratorio, el Seminario menor de Giaveno se había encaminado tan bien que recibía las más 
consoladoras noticias del curso 1860-61, por el número de alumnos, la conducta moral de los mismos y el éxito en sus exámenes. 

«Entre el Oratorio y el Seminario de Giaveno, nos escribía el canónigo Anfossi, había un continuo ir y venir de profesores y asistentes. 
Considerábamos a Giaveno como una sola cosa con el Oratorio. Yo mismo fui allá algunas veces para acompañar a algún grupo de 
muchachos. El clérigo Durando, enviado por don Bosco, iba allí a asistir a los exámenes semestrales y finales; también fue encargado una 
vez de este cometido el clérigo Cerruti». 

Don Bosco, como superior que era y como tal reconocido por la comunidad, había hecho dos visitas a los alumnos del Seminario 
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menor, a los que con derecho podía llamar hijos suyos por diversos títulos; y recibió los agasajos que merecía un padre amantísimo. Estas 
visitas fueron verdaderos triunfos; don Bosco predicó, les habló después del rezo de las oraciones de la noche, hízose el ejercicio de la 
buena muerte y todos quisieron confesarse con él, que dirigía aquel Centro educacional de vocaciones. No se cansaban los jóvenes de 
acercarse a él para recibir un buen consejo. 

Pero el afecto y los aplausos de los alumnos hirieron la susceptibilidad del nuevo Rector, y su ánimo no tardó en sentirse influenciado 
por los celos. Resolvió, por consiguiente, sustraerse a la dependencia, que había de prestar a la autoridad de don Bosco y hacerse 
reconocer como único Superior del ((985)) Seminario. Así, pues, confiando en sí mismo y en la continuidad de la presente prosperidad, 
quiso tratar directamente con la Curia arzobispal, sabiendo que había quien favorecería sus planes. 

Fue, pues, a Turín como para obsequiar a las autoridades eclesiásticas; y en su propio nombre, sin comunicar nada a don Bosco, les 
entregó el registro de las condiciones para la admisión de los alumnos, el del resultado de los exámenes y del estado económico del 
primer trimestre. Habiendo sido bien recibido por quien no puso mientes en el agravio, que hacía a don Bosco, volvía el Rector de vez en 
cuando a Turín para referir todo lo que don Bosco disponía, hacía o decía. Favorecía sus intentos la observación de que el Seminario de 
Giaveno no debía considerarse como una dependencia del Oratorio. Su alarde de tanto celo por los intereses de la diócesis tendía a 
conseguir dos fines: deshacerse de don Bosco, que era para él como humo en los ojos, y obtener, con el andar del tiempo, como premio 
una buena parroquia, para cuyo gobierno tenía en verdad las cualidades necesarias. 

Mas, por entonces, obstaculizaba sus deseos de independencia la imposibilidad de encontrar personal para la asistencia de los alumnos. 
Por lo cual no rompió abiertamente con el Superior y encontró que era una táctica sagaz tomar un camino encubierto, es decir, instigar a 
los clérigos de don Bosco, que tenía consigo, para inducirlos a desertar de la familia del Oratorio. Gozaba de toda clase de preferencias, 
aquél que le daba esperanzas de condescender, mientras cargaba todo el peso de la asistencia, sin recibir ninguna prueba de afecto y 
confianza, al que le ofrecía dudas o certeza de que se mantendría fiel a don Bosco. Pero no manifestaba los motivos de este sistema; sin 
embargo, eran tales las maneras que los mismos alumnos y los empleados se daban cuenta de su misteriosa conducta. Por 
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lo que se había abierto camino en el Seminario al mal humor y a la desconfianza. 

((986)) Don Bosco era sabedor de estos intentos y manejos, pero lo que más le dolía era que en Giaveno ya no seguían todas sus ideas 
sobre la manera de educar a los alumnos. Cuando llegaron a Turín para la fiesta de San Juan los clérigos Vaschetti y Boggero, don Bosco 
tuvo con ellos una larga conferencia la tarde anterior de su regreso al Seminario, con vistas a la conducta de aquel Rector y discurriendo 
la manera de hacerlos volver al Oratorio con algún plausible pretexto. Concluyó así: 

-Desde el momento en que el reverendo Grassini no piensa ya como don Bosco, dejaré que él, de acuerdo con el Provicario, busquen 
quien se haga cargo de la asistencia. 

Refirió el clérigo Vaschetti al Rector lo que le había dicho don Bosco. Apresuróse el Rector a ir al Oratorio para conjurar el peligro de 
quedar solo al frente de los alumnos. Trató de defenderse, se disculpó, pareció acatar los consejos que daba don Bosco, pero aquel mismo 
día obtuvo audiencia del Provicario, a quien se quejó de las pretensiones de don Bosco al querer imponer un método de educación que, 
según él, podía traer graves inconvenientes, y no estaba adaptado a los tiempos: observó que su injerencia impedía el libre ejercicio de su 
gobierno y le convenció de la necesidad de impedir que le quitaran a Vaschetti y Boggero. Le insinuó que el medio más expedito para 
asegurar la asistencia era obligar a los clérigos, pertenecientes a la archidiócesis de Turín, a separarse de don Bosco y de la Pía Sociedad. 

Volvía el Rector a Giaveno persuadido de haber obtenido un éxito diplomático. Esperábanle, ansiosos de conocer las decisiones 
tomadas sobre ellos, Vaschetti y Boggero, a quien había dicho el primero: 

-Espero que todo se arregle sin que se nos haga volver al Oratorio. 

En efecto el Rector les contó que había hablado por lo largo con don ((987)) Bosco. 

-Y a qué conclusión se llegó con respecto a nosotros?, preguntó Vaschetti. 

-He hablado de vosotros y de la Pía Sociedad, a la que pertenecéis, con el canónigo Provicario: 

Pero, después de haber dicho a medias unas palabras más, arrepentido quizá de haber hablado demasiado, se calló. 

-Y don Bosco?, siguieron preguntando los clérigos; volverá a proporcionarnos asistentes: 
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Sonrióse el Rector y no respondió. 

Ello dio pie al clérigo Boggero para que escribiera al caballero Oreglia una carta, fechada a 5 de julio, en la que exponía muy por 
extenso cuanto hemos contado. El clérigo estaba sumido en gran tristeza. Decía en su carta: «Me parece a mí que las cosas no toman buen 
cariz... Hay un concierto entre el Rector y algún asistente, que yo creo irrompible; por eso me encuentro solo, fuera de nuestra casa, sin 
poder hablar confidencialmente con ninguno... Si yo manifestara alguna duda, o esperanza, o cualquier otra cosa relacionada con nuestra 
Pía Sociedad, tengo más que suficientes datos para creer con fundamento que el Rector se enterará de ello... He aquí en qué condiciones 
me encuentro... No sé manifestar ni siquiera la menor necesidad, debido especialmente a la conducta ambigua del Rector». 

Y terminaba su carta en estos términos: 

«Lo que le he escrito a usted hubiera querido escribírselo a don Bosco la misma tarde que volvió de Turín el Rector, pues él me dijo 
que le escribiera tan pronto como tuviera alguna novedad; pero no me atreví, porque supongo que le causaría mucha pena. Pero, si usted 
cree que conviene que don Bosco esté enterado del asunto, notifíqueselo todo. Pero ruéguele que mida bien sus pasos para que yo no 
caiga en desgracia de los rectores de este Seminario; ((988)) temo tener que marchar de aquí tan pronto, teniendo en cuenta que el 
canónigo Vogliotti y el Rector han dicho que Vaschetti y yo éramos necesarios por ahora...» 

El caballero Oreglia entregó la carta a don Bosco, el cual no tardó en consolar a Boggero con una esquelita de pocas, pero preciosas 
palabras: Suma prudencia unida a una gran paciencia; resignación a la voluntad de Dios y confianza en El. 

Entretanto nada se traslucía a los extraños sobre esta desdichada rivalidad; algún clérigo del Oratorio fue en el mes de agosto al 
Seminario de Giaveno para reponerse; y algún otro, con el clérigo Francesia, pasaron allí unas semanas de vacaciones como en su propia 
casa. Pero el Rector, con razones y alusiones indirectas, los tentaba para dejar a don Bosco y unirse a él, dándoles esperanzas de 
conseguir el apoyo de la Curia para una segura y lucrativa posición en la diócesis. 

Hacía ya algún tiempo que el Rector no había vuelto a Turín, cuando don Bosco fue a visitar al canónigo Vogliotti para tratar de las 
enojosas desavenencias de Giaveno. Encontró al Provicario impresionado ante las sugestiones del Rector y ante la noticia de que don 
Bosco pensaba hacer volver al Oratorio a Vaschetti y a Boggero. 
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En efecto, el canónigo comenzó en seguida a declarar que le eran necesarios aquellos dos clérigos para la buena marcha del Seminario 
Menor. Don Bosco, siempre cortés, no le llevó la contraria, pero le demostró que podrían ser sustituidos por otros clérigos, si el caso lo 
pedía. Pasaron después a otras consideraciones fáciles de suponer por la carta que aquí trasladamos. 

Benemérito señor Rector: 

Le envío nota de algunos clérigos formados en esta casa; puede usted elegir entre ellos los que mejor le parezca para enviarlos a 
Giaveno. No puedo menos de someter a su consideración una humilde observación ((989)) acerca de la razón que me presentó ayer, por la 
que no quiere que se diga que el Oratorio y el Seminario de Giaveno son una sola cosa, a saber, que se llame jesuitas a las personas y 
jesuitismo a la enseñanza. No se deje cegar los ojos por esa fruslería, pues tanto los buenos como los malos están convencidos de que 
estas palabras suenan a garantía de moralidad. Considere, en efecto, lo que era el año pasado el Seminario de Giaveno y lo que es ahora. 
Todos los que hemos enviado de aquí se han resignado a ir allí sólo cuando se les dijo que el Oratorio y Giaveno eran una sola cosa. 

Podría usted preguntar cómo y cuántos son los jóvenes enviados por el Oratorio o por las personas de nuestra confianza, y cuáles han 
sido enviados por otros; y esto le convencerá de que las palabras dichas no son para asustar al mundo. Otra palabra fue que los 
seminaristas de otras diócesis, como norma general, se devolviesen preferiblemente a sus Obispos. Esto va contra lo que hacen o procuran 
hacer los otros Obispos, que cuando tienen un buen sujeto, hacen lo posible por conservarlo. Tengo de ello pruebas reales y tangibles: 
Francesia es de Ivrea, Cerruti de Vercelli, Durando de Mondoví, Provera de Casale, y éstos son excelentes profesores, que yo no tendría y 
quizá no harían el bien que hacen de haber sido devueltos a sus diócesis. 

Dirá usted que doy lecciones a quien no las ha de menester. 

No pretendo tanto. Quiero sólo decir lo que me parece es para mayor gloria de Dios. Tampoco hay que pensar que ambicione meterme 
en los asuntos de Giaveno;bastante quehacer tengo aquí en Turín en todo sentido; es mi ardiente deseo que usted se ocupe y siga 
manteniendo la marcha tan bien emprendida en Giaveno. 

Por lo demás ya sabe que llevo veinte años trabajando y sigo todavía y espero continuar haciéndolo toda mi vida por nuestra Diócesis; y 
siempre he reconocido la voz de Dios en la del Superior eclesiástico. 

Perdone esta charla y acepte mis mejores deseos de toda suerte de bienes del cielo, profesándome. 

De V.S. 

Turín, 3 de septiembre 1861. 

Seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

((990)) En el ínterin había estado don Bosco en los ejercicios espirituales, en la alpestre y solitaria cumbre del Santuario de san Ignacio. 
Había llevado consigo al caballero Oreglia, que en carta fechada el 18 de julio escribía así a don Víctor Alasonatti: 
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«Me dice don Bosco que espera escribirle mañana. Entretanto parece que los aires le sostienen y le ayudan a reponerse... A todos 
nuestros queridos muchachos muchísimos saludos de nuestra parte, particularmente de don Bosco, con el que hablamos de ellos siempre 
que nos encontramos juntos; la verdad es que ya me parece que hace mucho tiempo que no los veo. Recomiéndeles que recen por la salud 
de nuestro querido don Bosco, por mi conversión y por la mayor perfección de los compañeros, pero particularmente de nuestros queridos 
hermanos. Interpreto la intención de don Bosco, si le ruego que ponga freno al excesivo afán de estudiar de los más celosos y permítame 
añadir que también los profesores descansen de su excesivo trabajo, sobre todo el clérigo Cerruti que, pobrecito, mucho me temo que 
caiga enfermo... 

»Salude particularmente a mis queridos enfermos que siento no haber podido curar... 

»Ruégole ofrezca mis obsequios a mis inmediatos y principales superiores, don Miguel Rúa, don Angel Savio, don Juan Turchi, don 
José Rocchietti, al tiempo que me encomiendo a sus oraciones.» 

A su vez don Bosco alegraba y amonestaba a sus alumnos de Turín con esta carta: 

Queridísimos amigos míos: 

La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea siempre con nosotros. 

Hace pocos días que vivo separado de vosotros, amados hijos míos, y me parece que ya han pasado unos meses. Sois, en verdad, mi 
delicia y mi consuelo, y me faltan la una y el otro cuando estoy lejos de vosotros. 

Me ha comunicado don Víctor Alasonatti que habéis rezado por mí y os lo agradezco; también yo cada mañana, recomiendo en la santa 
misa vuestras almas al Señor ((991)) de una manera particular. Pero debo deciros que paso con vosotros la mayor parte del tiempo, 
observando en general y en particular todo lo que vais haciendo y pensando. En cuanto a las cosas particulares, desgraciadamente las hay 
graves; hablaré después con cada uno según lo pida la necesidad, tan pronto como llegue a casa. Por lo que se refiere a las cosas 
generales, estoy bastante contento y también vosotros tenéis motivos para estarlo. Pero hay una cosa muy importante que necesita reforma 
y es la manera precipitada con que rezáis las oraciones comunitarias. Si queréis hacer una cosa gratísima para mí y al mismo tiempo 
agradable al Señor y útil para vuestras almas, esforzaos por ser ordenados al rezar, separando las palabras una de otra y pronunciando 
bien las consonantes y las sílabas que componen las palabras. 

Esto es, queridos jóvenes, lo que os propongo y ardientemente desearía ver cumplido a mi llegada. Dentro de tres días volveré a estar 
con vosotros y, Dios mediante, espero contaros muchas cosas, que he visto, leído y oído. 

Que el Señor os conceda a todos vosotros salud y gracia y nos ayude a formar un 
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solo corazón y una sola alma, para amar y servir a Dios todos los días de nuestra vida. Así sea. 
Desde San Ignacio, 23 de julio de 1861. 

Afectísimo amigo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

Quisiera escribir otra carta para don Juan Turchi, para Rigamonti, Plácido Perucatti, Bagnasacco, Stassano y Cuniolo; pero no tengo 
tiempo. Lo haré después de palabra. 

A don Víctor Alasonatti o a don Miguel Rúa para que la lean a los jóvenes de la casa reunidos. 

«Al regresar de San Ignacio, cuenta la crónica de Ruffino, dijo a los jóvenes que había visto desde allá a los alumnos que no servían 
para estar en la casa.» Esta visión, le proporcionaba elementos de juicio para determinar sobre algunos, cuyas apariencias ((992)) 
engañaban la perspicacia de los Superiores y los devolvía resueltamente a sus familias, quitando a la Comunidad toda piedra de estorbo. 

«Cuando se castiga al arrogante, el simple se hace sabio; cuando se instruye al sabio, adquiere ciencia.»1 

A fines de julio tenía lugar en el Oratorio la solemne distribución de premios, que fue presidida como varias veces otros años por el 
Profesor Tomás Vallauri. De éste recibió don Bosco una graciosa esquela: 

Reverendo y queridísimo Señor:
Como el primer premio corresponde a V.S., me valgo de esta oportunidad para rogarle tenga a bien aceptar el homenaje de algunos de


mis pobres escritos. 

Favorézcame con su afecto y rece por mí. 

Desde casa, a 30 de julio de 1861. 

Su seguro servidor T. VALLAURl 

El resultado de los estudios de aquel año, para la carrera eclesiástica, había sido un éxito. Fueron treinta y cuatro alumnos, que por su 
edad, moralidad y cultura y su prestancia en talento y en piedad, se juzgaron dignos de vestir la sotana. 

1 Prov. XXI, 11. 
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((993)) 

CAPITULO LXXIII 

LECTURAS CATOLICAS -UNA FAMILIA DE MARTIRES -BREVES NOTICIAS BIOGRAFICAS DEL JOVENCITO MIGUEL 
MAGONE: ARTICULO DE ARMONIA -EL PONTIFICADO DE SAN DIONISIO -REIMPRESION DE LA BIOGRAFIA DE 
DOMINGO SAVIO: JUICIOS DE ARMONIA -MERITOS DE LOS ESCRlTOS DE DON BOSCO -CRONICA: PREDICCION AL 
CLERIGO RUFFINO -RECUERDO DE LOS COMIENZOS DEL ORATORIO -NO GUARDAR RENCORES -ESTAR 
APARTADOS DE CIERTOS CRITICADORES Y NO DEJARSE AMILANAR POR SUS BURLAS -DON BOSCO VA A 
MONTEMAGNO: CONFIESA EN LA ESTACION Y EN UNA FONDA DE ASTI -CONSEJOS AL HIJO DE UNA FAMILIA 
NOBLE PARA QUE SE PREPARE A LA PRIMERA COMUNION -CONFERENCIA: COMO HABLAR DE POLITICA: LIBRARSE 
DEL RESPETO HUMANO EN LOS DEBERES DE PIEDAD: PROCURAR QUE DONDE HAY UN SOCIO DE LA 
CONGREGACION MARCHE TODO BIEN -DON BOSCO REPRENDE A UNO QUE BROMEABA CON FRASES DE LA 
SAGRADA ESCRITURA -DEFIENDE A UNOS CANONIGOS DIFAMADOS Y A UN OBISPO -SU AVERSION A LA 
MALEDICENCIA Y COMO TRATABA DE IMPEDIRLA -CON QUE CARIDAD HABLABA DEL PROJIMO -SU RESPUESTA A 
LA PREGUNTA SOBRE LA PREDICCION DE UNA MUERTE QUE PARECIA NO HABERSE CUMPLIDO -ENFERMEDADES 
EN EL ORATORIO -CARTA DE MONSEÑOR FRANSONI A DON BOSCO CON OCASION DE LAS IMPOSICIONES DE 
SOTANA -DON BOSCO VA A VERCELLI -DEFIENDE EN EL VIAJE A SUS CLERIGOS CONTRA LA ACUSACION DE QUE 
NO ((994)) APRENDIAN TEOLOGIA -SU DISCURSO INAUGURAL DESPUES DE LA CONSAGRACION DE LA BASILICA DE 
SANTA MARIA LA MAYOR -OTROS DOS SERMONES IMPROVISADOS 

LOS alumnos del Oratorio, suscritos a las Lecturas Católicas, volvieron a sus casas con el número de agosto impreso por Paravía: Una 
familia de Mártires o sea Vida de los santos 
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mártires Mario, Marta, Audifax y Habacuc y su martirio, con un apéndice sobre el Santuario a ellos dedicado cerca de Caselette, por el 
Sacerdote Juan Bosco. Discurre acerca del culto prestado a estos mártires, de sus preciosas reliquias y los portentos obrados por su 
intercesión. 

Para septiembre recibían los que estaban pasando las vacaciones otro número escrito con gran amor: Breves noticias biográficas del 
jovencito Miguel Magone, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales, por el sacerdote Juan Bosco. A sus alumnos iba dirigida la 
introducción: 

Queridos jóvenes: 

Uno de los que entre vosotros esperaba con más ilusión la publicación de la vida de Domingo Savio, fue Miguel Magone. Solía 
ingeniarse para obtener de unos y de otros las noticias particulares que se contaban de aquel modelo de virtud y luego se ponía a imitarlo 
con todas sus fuerzas. Mas su verdadera ilusión era tener reunidas y escritas juntas las virtudes de quien había elegido por su modelo. 
Pero no había podido leer más que unas cuantas páginas, cuando el Señor, poniendo fin a su vida mortal, lo llamó también a él a gozar, 
como esperamos fundadamente, de la paz de los justos en unión del amigo a quien se propuso imitar. 

La vida singular, y si queréis un poco romántica, de Magone despertó en vosotros el deseo de tenerla también impresa ((995)) por lo 
que me lo pedisteis repetidamente. Movido por vuestro ruego y por el afecto que también yo tenía al que fue nuestro común amigo y 
persuadido asimismo de que un trabajillo de estas características, además de resultaros agradable, podría ser de mucho provecho para 
vuestras almas, me decidí a daros cumplida satisfacción, y habiendo tomado buena nota de cuanto ocurrió ante nuestros mismos ojos, os 
lo presento todo impreso en este breve libro. 

En la vida de Domingo Savio pudisteis observar cómo la virtud nació con él y cómo la cultivó hasta el heroísmo a lo largo de su vida. 

En ésta de Magone, en cambio, nos vamos a encontrar con un jovencito que, abandonado y sin guía, corría riesgo de emprender el 
camino del vicio, pero que, en cuanto oyó el amoroso llamamiento del Señor, correspondió tan generosamente a la gracia divina que dejó 
maravillados a todos cuantos le conocieron. Quedó en claro una vez más cuán prodigiosos son los efectos de la gracia de Dios en quien se 
esfuerza por corresponder. 

En este libro vais a encontrar bastantes acciones que admirar y muchas que imitar y de paso podréis someter a vuestra consideración 
determinados dichos y hechos a todas luces superiores a un chico de catorce años. Pero, precisamente porque éstas son cosas nada 
comunes, me parecieron dignas de ser escritas. Todo el que me lea puede estar seguro de la verdad de lo escrito ya que mi trabajo no fue 
otro que el de ordenar y dar forma biográfica a lo ocurrido a la vista de muchos testigos. En cualquier momento se podría interrogar a 
estas personas sobre lo que yo aquí expongo. 

La Providencia que alecciona al hombre, llamando a su tribunal lo mismo a viejos decrépitos que a jovencitos imberbes, concédanos el 
gran favor de encontrarnos debidamente preparados en aquel momento, del que ha de depender nuestra eternidad 
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feliz o desdichada; que la gracia de nuestro Señor Jesucristo nos ayude en la vida y en la muerte y esté con nosotros a lo largo del camino 
que conduce al Cielo. Así sea: 

Armonía del viernes, 15 de noviembre, hacía el elogio de esta biografía: 

Es un librito de unas cien páginas, escrito por el conocido y óptimo sacerdote don Bosco. No cabe duda de que el solo nombre del autor 
dice por sí cuán agradable y provechoso, especialmente ((966)) para la juventud, ha de resultar este breve escrito. La manera fácil y 
natural con la que narra las hermosas acciones que hicieron admirable al jovencito Magone, alumno del Oratorio de San Francisco de 
Sales, no podrá menos de causar suave violencia al lector para enamorarlo de la virtud e inspirarle aversión a todas las frivolidades de la 
tierra. Hemos recomendado ya varias veces estas queridas Lecturas y sentimos una gran satisfacción al verlas difundirse más y más, 
gracias a la solicitud de tantas buenas personas, que trabajan por oponer buenos libritos a la multitud de librejos perversos que inundan el 
mundo. 

Para la fecha del regreso de los alumnos de sus vacaciones el consabido tipógrafo Paravía publicaba el número de las Lecturas Católicas 
correspondiente al mes de octubre: Pontificado de San Dionisio con un apéndice sobre San Gregorio Taumaturgo, por el sacerdote Juan 
Bosco (L). En él se exponen también las glorias de algunos mártires de aquel tiempo y los tremendos y prolongados castigos de Dios 
contra los idólatras. 

Se reimprimía, al mismo tiempo, la Biografía de Domingo Savio, y se lee en Armonía del 25 de agosto: 

Este precioso librito, que salió por vez primera como una de las entregas periódicas de las nunca bastante alabadas Lecturas Católicas 
de Turín, ha tenido ya el honor de tres ediciones. Pero en la última, precisamente hablamos ahora de ella, su distinguido autor, don 
Bosco, añade un hermoso apéndice con la narración de muchas gracias obtenidas de Dios por la intercesión del jovencito, cuya vida 
describe que, no lo dudamos, resultará tan agradable como el resto de la obrita a los católicos y piadosos lectores. No gastaremos muchas 
palabras para recomendar esta meritísima obrita. 

Baste decir que ya hace tiempo se emplea como texto de lectura en muchas escuelas de Toscana, y que personas muy doctas y 
autorizadas por todo concepto han declarado que no pudieron tener en sus manos este libro sin devorarlo, con sumo deleite y ventaja 
espiritual, de cabo a cabo. No basta saber escribir, es menester también saber hacer leer. Pues bien, ((997)) si don Bosco posee este 
secreto tan raro en todos sus escritos, y estamos muy satisfechos en poderlo afirmar, lo posee en sumo grado en este librito, que por 
tercera vez manda imprimir, y que nosotros anunciamos con el mayor gusto. 

No es posible imaginar el entusiamo con que eran recibidos y leídos estos libros. Se imprimieron cientos de miles de ejemplares. 
Especialmente en Toscana, se estudiaban las primeras obras de don 
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Bosco como si fueran obras de texto. El profesor Pera, inspector de escuelas en aquellas provincias, y especialmente en las ciudades de 
Livorno y Pisa, a su llegada al Oratorio para ver a don Bosco le decía: 

-Para conseguir que nuestros chicos aprendan bien y limpiamente la lengua italiana, me valgo de sus obritas, es decir, Domingo Savio, 
Luis Comollo y Miguel Magone. En las escuelas suelo decir a los alumnos: en estos libritos de don Bosco podéis aprender un poco de 
italiano puro y sencillo. Qué me importa que estudiéis libros clásicos, que tengan palabras peregrinas, períodos rimbombantes, frases 
enmarañadas, construcciones gramaticales difíciles, si para comprenderlas es necesario tener siempre a mano el diccionario? Esto vendrá 
bien para los que quieren hacer un estudio especial de la lengua, pero para los que no se dedican a este estudio es más expeditivo aprender 
una manera sencilla de escribir para los usos comunes de la vida. 

Y ahora volvamos a la crónica de Domingo Ruffino: 

«4 de agosto. Don Bosco, como regalo del día de mi santo, me dijo: 

»-Antes de que se cumplan doce meses, verás una cosa que te gustará mucho, otra que te causará mucha pena, y una tercera que te hará 
sufrir mucho». 

Ruffino, que era natural de Giaveno, recibió la alegría de la creciente prosperidad del Seminario Menor; le causó gran disgusto, como 
veremos más adelante, el ver a don Bosco obligado ((998)) a dejar junto con sus clérigos la dirección del mismo y sufrió mucho por una 
enfermedad que se temió lo llevara a la tumba. 

«Algunas noches después, estaba don Bosco en el comedor, rodeado de un nutrido grupo de jovencitos, que no habían ido de 
vacaciones. Estaba con ellos algún clérigo de cuya conducta no andaba del todo satisfecho. Habló largo tiempo sobre los comienzos del 
Oratorio, hizo reír con algunos sucesos que contó y después, poniéndose de pronto serio, exclamó: 

»-íOh, si algunos que no se portan bastante bien, se acordaran siempre de los primeros tiempos del Oratorio, seguramente se harían 
dignos de los singularísimos dones que nos ha hecho el Señor! 

»Los exhortaba también a no seguir los impulsos del amor propio, cuando fuese herido; a no guardar rencor; a reprimir los celos, a no 
resentirse por la preeminencia de otros en algún oficio. Don Bosco sabía por experiencia el daño que causan a las comunidades y a las 
almas ciertas disensiones.» 
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Algún tiempo después acompañaba el clérigo Pablo Albera a don Bosco, que volvía de la ciudad. Mientras lo ayudaba a colgar el 
sombrero y el manteo, díjole don Bosco: 

-Eres joven, pero tendrás que ver cosas sorprendentes. Estarán dos juntos en la misma iglesia haciendo la meditación; dos en el coro, 
uno al lado del otro, cantando el oficio; dos cerquita, de rodillas en el mismo comulgatorio para recibir la santa comunión, y al mismo 
tiempo se aborrecen, y no pueden soportarse uno a otro. Y saben conciliar lo uno con lo otro: odio, maledicencia, comunión y oración. 

Otra vez dijo a los clérigos, estando presente José Reano: 

-Hay que temer y huir de la compañía de aquellas personas que, sin estar manifiestamente relajadas en su conducta moral, censuran 
todo lo que ayuda a alcanzar mayor perfección ((999)) en la práctica de los reglamentos y en las obras de piedad, y que no respetan la 
autoridad, las órdenes y amonestaciones de los superiores. 

Luego añadió que, habida cuenta de la miseria humana, un buen clérigo, que cumple con su deber, debe estar prevenido contra las 
repulsas y críticas de los malos; pero al mismo tiempo despreciar y no dar importancia a sus chanzas y burlas y compadecerse de ellos. 

En el mes de agosto fue don Bosco a Montemagno para celebrar la solemnidad de la Asunción de María al cielo, y al mismo tiempo 
para aceptar la invitación del marqués de Fassati, que habitaba allí en su magnífico castillo. La marquesa se llamaba María de la 
Asunción; era, pues, para don Bosco un deber de gratitud ir personalmente a felicitarla. También los hijos de los marqueses Manuel y 
Acelia, que le tenían gran afecto, lo estaban aguardando con vivo deseo. 

Salió el día 14 en el tren, que llegaba a Asti a las dos y media de la tarde y de allí a Montemagno pensaba ir en la diligencia. 

En el tren entabló conversación con un comerciante, que estaba sentado a su lado. De cosas baladíes pasaron a hablar primero de los 
diarios buenos y de sus ventajas, y después de los diarios malos y de los inmensos daños que causan a la fe y a la moral de los pueblos. 
No tardó don Bosco en ganarse la benevolencia de aquel señor que, de pronto, lo interrumpió diciendo: 

-Lo que usted dice me cuadra a mí perfectamente... y necesitaria confesarme. 

-Pues bien, venga a Turín al Oratorio y le recibiré como a un buen amigo. 

-Es algo difícil. Ahora voy a Génova... tengo también negocios en otras ciudades... quién sabe cuándo podré estar de vuelta. 
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((1000)) -Y para no esperar tanto tiempo, no podríamos despacharlo todo ahora mismo?, exclamó don Bosco.
Sacó el reloj, miró la hora de la llegada del tren a Asti, y la de la salida de la diligencia; y siguió diciendo:
-Tengo veinte minutos para oírle en confesión.
-Y si pierde el ómnibus?, le preguntó el comerciante.
-No se preocupe por mí; aprovecharé otra combinación.
-Conforme; ívamos!, exclamó resueltamente aquel señor.
En aquel instante llegó el tren a Asti. Al bajar don Bosco fue saludado por el jefe de estación, que era conocido suyo. Pidióle una


-dependencia libre, donde poderse retirar sin testigos para tratar unos asuntos con un amigo. Asintió de buen grado el Jefe y los introdujo 
en una habitación donde quedaron solos. Don Bosco y el comerciante hablaron primero de varios temas preliminares y accesorios y luego 
se comenzó la confesión. Pero el coloquio no procedió tan expedito como se esperaba; fue necesario algún tiempo más de lo previsto. 
Cuando don Bosco se presentó en la oficina de los coches, resultó que ya había salido la diligencia. Como tenía que estar en Montemagno 
aquella misma tarde, preguntó al dueño de la empresa, si sería posible preparar algún otro coche. Le contestó que sí, pero no antes de un 
par de horas de espera. Mientras se hacían las gestiones, encontrábase en la sala un mocetón de cara abierta y bondadosa, al que pronto se 
juntaron siete amigos más. Estos, que al parecer no eran hostiles a la religión, observaban al sacerdote que daba indicios de estar 
contrariado por aquel contratiempo y acercándose a él, le dijeron cortésmente: 

((1001)) -Hay que resignarse, reverendo, tenga paciencia.
-No hay otro remedio, lo sé; pero ojalá tuviera algo que hacer aquí.
-Hay mil maneras de pasar el rato; lea un libro.
-Vaya a ver a algún amigo, dijo uno.
-Hablemos, añadió otro.
-Improvise un sermón, propuso un tercero.
-Y dónde quieren ustedes que predique el sermón?, dijo don Bosco; aquí en la oficina del ómnibus? Ya sabría yo qué hacer para no


perder el tiempo; pero... 
-Qué quisiera usted hacer? 
-Meterme en un confesonario. 
-Y a quién quiere confesar?, le preguntaron. 
-íPara no dejarme ocioso, vengan ustedes a confesarse! 
Todos soltaron una carcajada. 

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-íLo necesitamos de veras!, exclamaron todos; se piensa poco en el alma; siempre se habla de cosas del mundo y de otras que aquí no se 
pueden decir; se va adelante a tontas y a locas... 

-Así, pues, ahora es tiempo de pensar en el alma -prosiguió diciendo don Bosco en tono de broma-y si ustedes quieren confesarse estoy 
a sus órdenes. 

Y diciendo esto clavó en ellos una mirada más elocuente que las palabras. 

-Y por qué no? íSí!, si usted quiere; respondieron uno tras otro. 

-Pero los señores quieren tal vez burlarse de mí? -prosiguió todavía don Bosco con sus maneras cautivadoras. 

-Burlarnos de usted? íDe ningún modo! 

-Tengan, pues, buena voluntad de romper con el demonio y dejen lo demás de mi cuidado; y ya verán qué contentos quedarán. 

((1002)) -Y dónde va usted a confesarnos? 

-Síganme y lo verán. 

Subió don Bosco a la fonda contigua, desierta a aquella hora; pidió licencia a la dueña para ocupar una dependencia. En cuanto la 
obtuvo, entró en ella con los mozos. Después de prepararlos con unas breves reflexiones, confesó a todos y los despidió satisfechos y 
alegres. 

Cuando acabó de confesar, ya estaba preparada la diligencia, y al llegar a Montemagno, tuvo la suerte de encontrarse por vez primera 
con la condesa Carlota Callori, que, a partir de aquel momento, se convirtió en una de las primeras bienhechoras de las obras salesianas. 

Unas semanas después, por medio de la Marquesa que fue a Turín, envió a su hijo Manuel, que había puesto en él plena confianza, una 
preciosa carta: 

Querido Manuel: 

Mientras tú disfrutas del campo junto con el buen Estanislao (Medolago), yo voy acompañado de Mamá a hacerte una visita por medio 
de esta cartita que tengo el deber de escribirte. 

Mi intento es proponerte una buena idea. Escucha, pues. La edad, los estudios que estás cursando, parecen suficientes para ser admitido 
a la primera comunión. Yo quisiera que ese gran día fuese para ti la primera Pascua: qué dices a esto, querido Manuel? Anímate a hablar 
de ello con tus padres y oirás su parecer. 

Pero yo quisiera que comenzaras desde ahora a prepararte y, por tanto, a ser ejemplar de una manera particular en practicar: 

1.° Exacta obediencia a tus padres y a otros superiores tuyos sin oponerte nunca a ningún mandato. 
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2.° Puntualidad en el cumplimiento de tus deberes, especialmente los de la escuela, sin que nunca tengan que reñirte para cumplirlos. 

3.° Tener en gran aprecio todas las cosas de devoción. Por eso hacer bien la señal de la santa cruz, rezar de rodillas en actitud modesta; 
asistir con ejemplaridad a las funciones de la iglesia. 

((1003)) Tenda mucho usto en que me dieras una respuesta acerca de la propuesta que te he hecho. 

Te ruego saludes de mi parte a Acelia y a Estanislao. Estad todos alegres; que el Señor os bendiga; rezad por mí; y especialmente tú, 
querido Manuel, hazme quedar bien con tu buena conducta y créeme siempre tuyo. 

Turín, 8 de septiembre de 1861. 

Afectísimo amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Parece que en estos meses amenazaban al Oratorio nuevos peligros. En efecto, el día 4 de septiembre reunió a los miembros de la 
Sociedad de San Francisco de Sales y les hizo una breve, pero eficaz plática, recomendando que estuviesen sobre aviso en lo tocante a 
política. Sobre este tema escribía don Angel Savio en los términos siguientes a don Celestino Durando, que estaba fuera de Turín: 

Amigo y hermano en Jesucristo: 

Aquí seguimos todos bien y alegres, como de costumbre. Hacía ya dos días que buscaba una ocasión para escribirte y mira por donde 
me llega la oportunidad, y el encargo del mismo don Bosco que expresamente quiere que te notifique lo dicho ayer noche en la 
conferencia que dio a todos los socios de la Sociedad de San Francisco de Sales. 

Dijo que los tiempos se ponen malos y, por consiguiente, que hemos de tener mucha prudencia al hablar de política; que nunca se nos 
han de escapar expresiones contra el Gobierno, pues de nadie podemos fiarnos, que hay personas encargadas de ir juntando dichos y 
hechos sobre el particular, para notificarlos a los interesados en ello. Son peligrosas las conversaciones contra la represión de la reacción 
y contra la marcha de los nuestros a Roma. Si se nos pregunta debemos dar contestaciones imprecisas. Dado el caso de que nos viésemos 
obligados a responder, hay que decir: -Me desagrada que se tenga que derramar tanta sangre; quisiera que volviese la paz; deseo que el 
Papa esté tranquilo y otras expresiones por el estilo. 

((1004)) Recomendó también que no tengamos miedo cuando se trata de cumplir los deberes religiosos y nuestras prácticas de piedad, 
que no se omitan los rezos reglamentarios ni la meditación, que nos guardemos del respeto humano. Que es nuestro deber siempre, y de la 
misma manera y en cualquier lugar que nos encontremos, frecuentar los santos sacramentos; que procuremos insinuar en los demás el 
desprendimiento de las cosas de este mundo. 

Añadió después, por lo que mira a cada uno de los socios que se encuentran en el Oratorio, que hay que disponer las cosas de tal modo 
que, en cualquier lugar o rincón de la casa donde uno de ellos se encuentre, se pueda tener la seguridad de que todo procede bien; y de 
que no hay peligro de ningún mal, ya sea poniendo en guardia a los demás con nuestras presencia, ya sea impidiéndolo si se intentara un 
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alboroto. Que debe exigir además que se dé cuenta a él o a su representante os alumnos que se juzgare que no sirven para la casa, 
especialmente por su moralidad o su irreligión. 

Recomendó, por último, con encarecimiento, que consideráramos nuestra Sociedad como una cadena, en la que cada uno de sus socios 
somos un anillo de la misma, de modo que todos tenemos que estar unidos por los vínculos de la caridad, de la oración y del espíritu de la 
misma Sociedad. 

Lo escrito hasta aquí es ex officio (de oficio). 

Añado que, cuando tengamos las pruebas de imprenta de tu Donato, las haremos llegar a tu poder. 

Turín, 5 de septiembre de 1861. 

Tu afectísimo ANGEL SAVIO 

De la prudente reserva en las palabras al hablar de política, pasaba don Bosco a recomendar que también en otras circunstancias supiera 
cada uno cuidarse al emitir ciertos juicios y criterios sobre cosas y personas. Beatus qui lingua sua non est lapsus (feliz quien no se 
desliza con su lengua)1. 

Habiendo sido invitado, sentóse a la mesa con muchos otros sacerdotes. Había entre ellos un comensal, muy alegre, que sabía hacer 
muy variados y lindos juegos de manos. Tomaba una caña, la ponía en la punta del pulgar y la hacía ir y venir de modo ((1005)) que 
emitía un sonido parecido al de una trompetilla. Todos quedaban asombrados, porque al mismo tiempo cantaba y algunas notas de la caña 
armonizaban con las de la voz. Pero de las canciones sencillamente alegres, pasó a las lecciones del libro de Job del oficio de difuntos y, 
lo que es peor, a parodiar las palabras. Don Bosco, que había reído muy a su gusto ante los juegos, dejó de reír y se puso serio. Los 
convidados seguían riendo y aplaudiendo al juglar; hasta que uno de éstos, al darse cuenta del semblante severo de don Bosco, le 
preguntó: 

-No le gustan a don Bosco los juegos? 

Habiéndose vuelto todos hacia él, contestó: 

-Díganme, por favor; si se encontrara con nosotros san Francisco de Sales, qué diría al oír profanar de esta manera las palabras de la 
Biblia? El, que reprochó a su médico porque empleaba impropia, pero no irreverentemente, algunas palabras bíblicas... 

Cuenta don Miguel Rúa: 

-Estábamos con don Bosco el clérigo Anfossi y yo convidados a comer en casa del párroco de la Crocetta, suburbio de Turín. Había 

1 Eclesiástico XXV, 11. 
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muchos comensales; uno de ellos comenzó a hablar mal de los canónigos de la Catedral y el Vicario General. Dijo, entre otras cosas, que 
no iban al coro más que por percibir los frutos del beneficio y las prebendas. Dejóle don Bosco hablar un rato y después, volviéndose a él, 
reprendióle en estos términos. 

-Pero, dígame, se da usted cuenta de su mala acción? Sería capaz de indicarme un solo canónigo que tenga la intención que usted dice y 
demostrar su afirmación con verdaderas pruebas? Y aun cuando hubiese uno, dos y más, que obraran con ese fin, cree usted que, 
juntamente con éste, no puedan tener otro fin digno de alabanza? No sabe lo que dice san Francisco de Sales: que si una acción de nuestro 
prójimo ((1006)) presenta cien aspectos, noventa y nueve malos y uno bueno, debemos juzgarla buena por este único aspecto? 

«Un día, atestigua don Francisco Dalmazzo, encontrábase don Bosco en casa de un familia que hablaba mal de monseñor Ghilardi, 
obispo de Mondoví. El, dejando de lado la cuestión, salió en su defensa contando varios hechos de la vida de aquel prelado dignos de 
alabanza, que demostraban su gran virtud y caridad. Al oír las palabras del siervo de Dios ya nadie se atravió a hacer observaciones en 
contra. 

»Siempre se atenía a esta misma regla, cuando tenía en casa o a la mesa forasteros, que se permitían hablar desfavorablemente de las 
autoridades eclesiásticas o de las personas. El sabía oportunamente poner de relieve alguna buena cualidad de los que eran blanco de la 
maledicencia; y, si los otros insistían en sus afirmaciones, entonces decía: 

»-Del prójimo hay que hablar bien, o callar. 

»Si la murmuración venía de personas superiores a él, o sobre las cuales no tenía autoridad, interrumpía con garbo, haciendo caer la 
conversación sobre algún otro asunto; y si no lograba su intento, salía incluso en defensa de aquéllos contra los cuales se murmuraba; y 
llamaba la atención sobre la injusticia que se comete al difamar a quien, por estar ausente, no podía defenderse exponiendo sus razones. 

»Hablaba a menudo contra la murmuración, afirmando que era uno de los mayores enemigos de la casa y de cuando en cuando daba 
como florecilla a los jóvenes, el evitar este vicio. Era la maledicencia una de las cosas que más disgusto le causaban, y cuando se enteraba 

o veía olvidadas sus prohibiciones por alguno de sus alumnos, le reprendía severamente. Además nunca cedía a la tentación de proferir 
palabras o referir hechos que pudieran lastimar la fama de alguien; 
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al contrario, se complacía en revelar los verdaderos méritos de cualquier persona siempre que se le brindaba la ocasión, lo mismo de 
palabra que por escrito. ((1007)) Imponía este justo proceder también a sus pensamientos, por lo que no se permitió juzgar de mala 
manera al prójimo, salvo que los hechos fueran realmente malos y notorios. Entonces achacaba la falta a ignorancia, a debilidad humana, 

o a consejeros imprudentes más que a verdadera malicia; y al mismo tiempo recordaba para sí mismo y para los demás el dicho de san 
Pablo: -Qui stat, videat ne cadat. (El que está en pie, mire no caiga)». 
Refiere la crónica de Ruffino el 10 de septiembre: 
«Pregunté a don Bosco: 
»-Por favor, apunté yo que el 3 de junio, al anunciarnos el ejercicio de la buena muerte, nos exhortó a hacerlo bien diciendo que uno de 
nosotros no lo volvería a hacer. 
»Don Bosco me respondió: 
»-Dentro de poco podré decirte quién era el interesado. El estaba en casa cuando yo dije lo que tú me recuerdas, pero entonces ni 
siquiera hizo el ejercicio de la buena muerte. Te diré, además, que vi en sueños a los jóvenes del Oratorio que hacían este ejercicio; 
faltaban algunos y uno de éstos era precisamente el dicho joven. Le vi cosiendo una sábana fuera de la iglesia y le pregunté: 

»-Qué estas haciendo?
»-Me estoy cosiendo la sábana, respondió, para volverme a echar en cama.
»-íPero los otros van a la iglesia para el ejercicio de la buena muerte!
»-íOh!, yo ya no voy»
.
Este había salido, pues, del Oratorio y don Bosco ya no había sabido más de él. Pero estas preguntas y otras, como luego veremos, nos


hacen comprender que él no podía aventurarse a dar semejantes anuncios, si no estaba seguro de la verdad, ante centenares de testigos, 
que no olvidadan nada. 
En el mes de septiembre seguía cumpliéndose la previsión de las enfermedades. Refiere Ruffino que «Luis Pelissone ((1008)) está 
gravemente enfermo y se teme muchísimo por su vida. Ya se le administró la unción de los enfermos». A pesar de todo, este joven curó. 

Entretanto había estado don Bosco esperando contestación a una carta dirigida al arzobispo de Turín. Le había pedido la facultad de 
presentar al examen para la toma de sotana a cierto número de sus alumnos antes del tiempo fijado para todos los aspirantes, quizá 
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para no verse obligado a hacer volver a los postulantes de vacaciones con un gasto considerable. Habíale pedido también algún subsidio. 

Por fin recibió la carta de monseñor Fransoni, cuando estaba en Vercelli. 

Carísimo don Bosco: 

Hasta ayer, gracias a un paquete postal, que me ha llegado de Turín por una ocasión particular, no recibí su carta del 22 de julio. En 
consecuencia, por lo que hace a la petición del examen privado, ya es asunto sin solución, pues observo en el calendario que estaba fijado 
para el 19 de agosto. Pero no se disguste por ello pues no habría creído oportuno contentarle, dado que también los de la Pequeña Casa de 
la Providencia, es decir del Cottolengo, se presentan al examen general, y si yo abriera paso a los privados, no habría paz ni freno: 

En cuanto a la segunda petición, no ignora usted que me han quitado todas las rentas del Arzobispado; por lo tanto no puedo hacer 
mucho. Sin embargo, como sería locura esperar que bastaba mi sola bendición para poner en marcha la obra, vaya usted al banquero 
Piaggio, a las órdenes del canónigo Fantolini, que ya está prevenido para darle lo que puedo. 

Rece y haga rezar por mí, que con los sentimientos de mi más cumplida estimación me profeso una vez más. 

Lyon, 15 septiembre de 1861. 

Su seguro y afectísimo servidor LUIS, Arzobispo de Turín. 

((1009)) En Vercelli había que consagrar y dedicar la basílica parroquial, dedicada a Santa María la Mayor. Los feligreses, animados 
expresamente con un discurso de su párroco, don Juan Momo, para contribuir con ofertas a la restauración y decorado de aquel templo, 
habían respondido a la llamada con unánime generosidad. Bajo la dirección del conde Eduardo Mella, distinguido en las ciencias y en las 
artes, se comenzaron los trabajos a mediados de abril y llegaron a su término a mediados de septiembre. La nueva basílica recibía el 
nombre de la antigua, célebre por sus sagrados fastos no menos que por su antigüedad pagana. Tenía que consagrarla monseñor Antonio 
Gianotti, antes arzobispo de Sássari y ahora obispo de Saluzzo. 

En las notas aclaratorias de un cántico, impreso por el profesor Juan Bautista Chionetti y dedicado a título de aprecio y gratitud por los 
feligreses a su Excelencia el arzobispo Alejandro d'Angennes, se lee el anuncio siguiente: 

« 15 de septiembre de 1861, día de la consagración y dedicación de la Iglesia. 

»Durante la tarde de este mismo día se celebrarán solemnes vísperas, con música y acompañamiento de órgano del renombrado 
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maestro Félix Frasi. Asistirán a las mismas su Excelencia el Arzobispo de la Diócesis y el Obispo consagrante. Pronunciará el discurso 
inaugural el docto y caritativo don Juan Bosco, benemérito de la Sociedad y de la Religión». 

Don Bosco, pues invitado por don Juan Momo, preparado y dictado a don Rúa el discurso que iba a pronunciar, salió para Vercelli el 
día 14 de aquel mes. 

Pero como ya vimos y veremos, era inevitable que en todos sus viajes tuviese que dar muestras de la mansedumbre de su alma. En el 
coche, donde se encontraba, ((1010)) había también dos sacerdotes que departían entre sí, mientras don Bosco escribía la vida de un Papa. 

Los sacerdotes hablaban del Seminario, de la instrucción eclesiástica y la conversación vino después a parar al Oratorio de Turín. 
Decían que los clérigos del Oratorio no podían estudiar teología por estar siempre ocupados en asistir a los muchachos y que no podían 
salir de allí más que sacerdotes de escaso valer. Dirigiendo después la palabra a don Bosco, al que no conocían, le preguntaron: 

-No es verdad que es así? 

Respondió don Bosco que él era del parecer contrario, y añadió: 

-Conocen ustedes a don Bosco y han ido alguna vez a ver su casa? Sus clérigos estudian y, si quieren averiguarlo, vayan a preguntar por 
sus calificaciones al Seminario. 

En aquel momento paró el tren en Vercelli. Había en la estación gente que esperaba al Arzobispo y otros que aguardaban a don Bosco. 
Tan pronto como éste se asomó a la ventanilla, oyó que le llamaban por su nombre: 

-íDon Bosco, don Bosco! 

Aquellos sacerdotes se quedaron mortificados y confundidos, lo saludaron con una reverencia y siguieron su viaje. Don Bosco los 
disculpó diciendo que no estaban bien informados. Más tarde fueron al Oratorio a presentar sus excusas y recomendar muchachos. 

El día 15 de septiembre, don Bosco predicó en Vercelli las glorias de María, de las que era testimonio aquella Basílica, y tanto gustó al 
inmenso auditorio y a los dos Prelados, que el Arzobispo d'Angennes le mandó predicar los dos días siguientes, imponiéndole que no se 
preocupara de los temas, pues ellos mismos, los Obispos, se los sugerirían en el momento oportuno. Así lo hicieron, en efecto, y 
esperaron casi hasta la hora de subir al púlpito. El obispo de Saluzzo, le dio el tema para el primer sermón; y el Arzobispo el segundo 
sobre el respeto a la iglesia como lugar sagrado. 
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((1011)) 

CAPITULO LXXIV 

EL PASEO OTOÑAL -EN CHIERI: HUESPEDES GENEROSOS -EN BUTTIGLIERA -EN I BECCHI: SOLEMNIDAD DEL SANTO 
ROSARIO -EN CASTELNUOVO: HOMENAJE DEL VICARlO Y DEL PUEBLO A DON BOSCO -PARADA EN MONDONIO Y 
EN PIEA -ENTRADA TRIUNFAL EN VILLA SAN SECONDO: FIESTA VOTIVA EN HONOR DE LA VIRGEN Y ATENCIONES 
DE LOS ALDEANOS -EN COSSOMBRATO: UN NIÑO INVITADO A ESTUDIAR -UNA HERMOSA VELADA EN ALFIANO 
-DON BOSCO Y SU COTINUO CARTEO Y CORRECCION DE OPUSCULOS -EN LAS CERCANIAS DE CASTELLETTO DE 
LOS MERLI Y PONZANO -EN EL SANTUARIO DE CREA: LOS MUCHACHOS NECESITADOS DE REFRIGERIO: CARIDAD 
DE LOS FRANCISCANOS -MARCHA A CASALE: RECIBIMIENTO DEL OBISPO: FUNCIONES EN LA IGLESIA Y 
REPRESENTACIONES TEATRALES EN EL SEMINARIO -EN SAN GERMAN Y EN OCCIMIANO -LLEGADA A MIRABELLO 
-FUNCIONES RELIGIOSAS EN LA PLAZA Y TEATRALES EN LA IGLESIA -ESCENA COMICA CON EL SACRISTAN 
-EJERCICIO DE LA BUENA MUERTE EN LA IGLESIA DE LOS CAPUCHINOS -EN LU: EXCLAMACION DE UNA ANCIANA 
Y ACEPTACION DE UN JOVEN PARA EL ORATORIO -EN MIRABELLO DON BOSCO DETERMINA QUE SE DE COMIENZO 
A LA CONSTRUCCION DE UN COLEGIO -EL PARROCO CONVIDA A COMER A TODA LA COMITIVA -SALIDA DE 
MIRABELLO: PARADAS EN SAN SALVATORE, EN LA VIRGEN DEL POZO Y EN LA CASA DE CAMPO DEL CONDE DE 
GROPPELLO -LLEGADA A ((1012)) VALENZA A LA CASA DEL SENADOR DE CARDENAS -EN FERROCARRIL: DE 
VALENZA A ALESSANDRIA -UNA NOCHE EN VILLAFRANCA -LLEGADA A TURIN -LECTURAS CATOLICAS 

HABIAN llegado los primeros días de octubre. Los alumnos del Oratorio merecedores de premio estaban llenos de entusiasmo, pues 
habíales anunciado don Bosco, mucho tiempo antes, que este año se daría uno de esos paseos, que dejarían honda 
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huella en su memoria. Pero no había añadido más pormenores, de modo que había una gran expectación. 

El 27 de septiembre comenzaba la novena de la Virgen del Rosario en I Becchi, y los grupos de muchachos se preparaban para la 
partida. Uno de ellos, que más tarde se doctoró en diversas facultades, escribió una crónica de la excursión de este año, día por día, a 
medida que se llegaba a cada pueblo. Nosotros la seguiremos fielmente, añadiendo hechos y circunstancias, que nos refirieron otros que 
tomaron parte en esta peregrinación, y acompañaremos el relato con alguna observación nuestra. He aquí las notas de nuestro buen 
amigo. 

El 3 de octubre debía salir para Catelnuovo el primer grupo de cinco jóvenes, del que yo formaba parte. Lo mismo a nosotros que a 
todos los demas que nos seguirían, entregó don Víctor Alasonatti el dinero, que nos tenía guardado en depósito. Oímos misa, besamos la 
mano a don Bosco, desayunamos y, después de saludar a los amigos que quedaban en casa, salimos del Oratorio a las ocho de la mañana. 

Abrasados por el sol, hicimos una breve parada en Pino Torinese para apagar la sed. En Chieri, nos recibió el reverendo Calosso 
cortésmente y nos hizo sentar a su mesa para la comida. Después de dar unas vueltas para ver la ciudad, entramos en la iglesia de san 
((1013)) Felipe, donde rezamos sobre la tumba de Luis Comollo; visitamos después a un condiscípulo nuestro y, sin olvidar la merienda 
que nos aguardaba en casa del reverendo Calosso, salimos por la carretera de Turín, mirando a ver si llegaba don Bosco. Pronto le vimos 
aparecer con el caballero Oreglia y el alumno Pablo Albera. Salimos corriendo a su encuentro y fuimos con él al palacio del caballero 
Marcos Gonella. Visitamos su rico jardín botánico, tres volvieron a casa de reverendo Calosso y los otros dos cenaron y durmieron en el 
palacio después de rezar el rosario y las acostumbradas oraciones de la noche. 

El día 4, viernes, a las seis y media oímos la misa de don Bosco en la primorosa capilla del palacio y a las ocho estábamos listos para 
salir. Después de dejar a nuestras espaldas a Riva de Chieri, nos habló don Bosco de cosas muy variadas; de algún episodio de su vida, de 
cómo se prueba la voz de un cantor y cómo se conserva, y también del sacramento de la penitencia. En Buttigliera, nos encontramos con 
un segundo desayuno preparado por el párroco don José Vaccarino. Los alumnos del Oratorio, de vacaciones en aquel pueblo, vinieron a 
saludar a don Bosco y, rodeándole, lo acompañaron durante un buen trecho de camino hacia I Becchi, donde estaba preparada 
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nuestra comida. Fuimos después de paseo por los prados frente a Buttigliera y, a la hora de ponerse el sol, vimos aparecer por aquella 
parte a nuestros cómicos. Al poco rato sonó la campana que nos llamaba a la novena del Rosario para oír el sermón, y después de cenar 
entonamos en la era diversas canciones, hasta que se nos llamó al rezo de oraciones y al dormitorio. 

El 5 de octubre nos levantamos a las siete, y solitos y silenciosos, esparcidos acá y allá, fuimos a respirar el aire puro de los bosques 
cercanos; pero, después de oír la santa misa, comenzó la alegría ruidosa, el bromear, el reír, el saltar, correr y jugar e ((1014)) ir a las 
alquerías de los alrededores para comprar nueces, leche, uvas, etc. Después de la comida, divididos en grupos, unos se encaminaron hacia 
Montafía, otros a Morialdo para salir al encuentro de don Bosco que volvía de Castelnuovo adonde había ido para invitar al teólogo 
Cinzano a la fiesta; algunos se quedaron sentados a la sombra de los árboles cerca de la casa. Los demás se encaminaron hacia 
Buttigliera, adonde tenían que llegar los cantores con la banda de música. En efecto, no tardaron éstos en aparecer y ser recibidos con 
aplausos, saludos, cumplimientos y bromas de los que los aguardaban. La campana invitó entonces a todos a la iglesia donde, después de 
cantar las letanías del maestro Madonno y el Tantum ergo del maestro Bianchi, se impartió solemnemente la bendición con Su Divina 
Majestad. Después de cenar, se rezaron las oraciones, dio don Bosco algunos avisos, y fuimos a descansar, rendidos la mayor parte de 
nosotros de tanto caminar. 

El 6 de octubre, domingo, fue un día espléndido de sol. A las ocho hubo misa con muchas comuniones. A las nueve, a toque de tambor, 
fuimos todos a la misa solemne con música. Por la tarde, después del banquete de amigos que se nos dio, redobló de nuevo el tambor para 
las funciones vespertinas, a las que asistió muchísima gente, llegada de todos los pueblos a la redonda. Después hubo lanzamiento de 
globos aerostáticos y teatro. El escenario estaba rodeado de adornos y lámparas campestres. La señora Damevino iluminó las ventanas de 
su alquería y allí se encendieron los fuegos artificiales, se lanzaron los cohetes y tocó la banda una serenata. Cuando se dispersó la 
muchedumbre de espectadores, cenaron los muchachos; a continuación, durante una hora, poco más o menos, se cantó, se saltó y se 
representó una alegre pantomima, hasta que llegó don Bosco que había andado un trecho de camino en compañía del teólogo Cinzano que 
volvió a Castelnuovo. Se cantó entonces una canción y se rezaron las oraciones, y dio don Bosco, como de 
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costumbre, la consigna para el día siguiente. Así terminaba aquella hermosa jornada. 

((1015)) El 7 de octubre, después de celebrar la santa misa y guardar todos los objetos de la capilla para el año siguiente, don Bosco nos 
dio los oportunos avisos sobre la manera de conducirnos en aquel viaje y, después de tocar la banda una pieza en la era como saludo al 
buen José, hermano de don Bosco, nos encaminamos hacia Castelnuovo. A nuestra llegada se produjo un alboroto general en el pueblo. 
Viejos y jóvenes, mozas y madres dejaron el hogar, los obreros sus tiendas y talleres, los labradores sus faenas en el campo. Todos se 
apiñaban para oír las sinfonías de los músicos, para ver y saludar a don Bosco. Este avanzaba lentamente, llamaba por su nombre a los 
antiguos amigos y les pedia noticias de cada uno y de sus familias. 

En el corral del señor Mateo Bertagna estaba preparada nuestra comida. A las once de la mañana, después de un concierto y unas 
ovaciones, fuimos a la casa rectoral donde nos obsequiaron con vino y fruta; les saludamos con música y repetidas ovaciones, y nos 
encaminamos hacia Piea. Al pasar por Mondonio, acudimos al cementerio para rezar y arrancar algunas hierbas crecidas sobre la tumba 
de Domingo Savio. Pero, al salir del fúnebre recinto, toda una muchedumbre de aldeanos nos invitó a parar un rato y nos dieron vino en 
abundancia, para calmar nuestra sed. 

Nos despedimos con las más cordiales gracias y, en menos de una hora, llegábamos a las faldas de Passerano, donde nos resultó 
sumamente agradable el agua de una fresquisima fuente, que nos ayudó a seguir el viaje, no obstante la fuerza del sol abrasador, hasta los 
pies del deleitable otero de Piea. Estuvimos aguardando a los rezagados, organizamos filas y subimos al Castillo, donde con grandisima 
alegría encontramos a don Bosco, que se nos había adelantado. Después de una buena merienda, visitamos el magnifico edificio, bajamos 
al valle con don Bosco y alegres nos dirigimos hacia Villa San Secondo, que era nuestra meta ((1016)) para aquel día. Quien hubiese ido 
entonces a las aldehuelas vecinas, a las casuchas de los pobres, a las alquerías de los agricultores y a las casas de los propietarios, no 
habría encontrado más que soledad por doquier, porque la música atraía a todos los habitantes a nuestro paso. 

Entramos triunfalmente en el pueblo y don Bosco nos presentó al párroco, el teólogo Barbero. La cena estaba a punto y a las nueve de 
la noche, después de rezar las oraciones y escuchar los consejos y avisos de nuestro buen superior, fuimos a dormir a diversas 
habitaciones, de antemano preparadas para nosotros. 
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El 8 de octubre, y martes, comenzó con el santo sacrificio y una plática de don Bosco para el pueblo, que atestaba la iglesia. Una 
majestuosa tortada de un metro de ancha, cocida en una caldera para la colada, humeaba soberbiamente sobre la mesa aguardándonos; y 
no tardamos en lanzarnos al asalto. 

El toque festivo de las campanas llamó después al pueblo para la misa solemne, que cantamos en una capillita de la villa. Después de la 
comida, hubo música, se recitó una poesía para dar las gracias al generoso teólogo Barbero y se dispersaron todos a pasear por las calles 
del pueblo y los campos vecinos. A las cuatro y media las campanas los llamaron a la capilla. Nuestros cantores alcanzaron un éxito 
maravilloso. 

La fiesta religiosa terminó a eso de las siete después de las vísperas, una devota procesión y la bendición. 

Toda la gente corrió entonces al corral donde se había preparado el escenario para la representación teatral; los cómicos hicieron reír a 
los espectadores hasta las once con una comedia y un sainete. 

El día 9 de octubre se cantó una misa de difuntos con música, en sufragio de los difuntos del pueblo. Más tarde, mientras unos 
respiraban el aire puro del campo, conversaban otros en el jardín del párroco y saludaban algunos a los amigos y condiscípulos que 
estaban de vacaciones, un agitado redoble de tambor nos reunió a todos en el ((1017)) acostumbrado salón para comer. El párroco de 
Corsione, don Juan Bautista Roggiero, nos regaló varias botellas de vino exquisito y una cantidad de quesitos para la merienda. 

Honramos con un concierto musical a nuestro huésped y nos despedimos de él, a las dos de la tarde, para proseguir el viaje. Pero como 
el alcalde y el teniente de alcalde habían manifestado el deseo de que nos detuviésemos unos instantes en su casa, entramos 
sucesivamente en las dos, se tocaron unas piezas y se bebió una copita, ofrecida con la mayor cordialidad. 

Salimos ya del pueblo, pero pronto llegamos a Cossombrato. Después de una breve parada para visitar al caballero Pelletta, fuimos a 
casa del conde de Germagnano. En ambas casas hubo música, cantos y copas. Siempre era una gran fiesta, que nos demostraba cómo se 
apreciaba y quería a don Bosco. 

Desde las cinco ya no se interrumpió la marcha. Pasamos por un largo valle, flanqueado de amenísimas colinas sobre cuyas cumbres se 
asentaban lindos pueblecitos, cuyas gentes suspendían el trabajo de las viñas para contemplar aquella caravana de músicos jovencitos, 
seminaristas y sacerdotes. Los niños bajaban corriendo hasta el 
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camino y algunos se juntaban a nuestra comitiva, pues don Bosco les había dirigido palabras afectuosas. Al observar el aire ingenuo y 
expresivo de uno de ellos, le preguntó: 

-Y tú quién eres? 

-Me llamo Luis y soy de tal pueblo. 

-Te gustaría venir con nosotros? 

-Iría con mucho gusto; pero quién es usted? 

-Conoces al párroco de tu pueblo? 

-Le ayudé a misa esta mañana. 

-Muy bien; irás a él, y le dirás que mañana tenga a bien venir aquí a Alfiano a casa del arcipreste, y que yo le hablaré de ti... Pero, tú 
también vendrás no es eso? 

((1018)) -Pero quién es usted? 

-Le dirás a tu párroco que es un cura de Turín quien desea hablarle de ti. 

El párrrroco acudió; el muchacho cursó el bachillerato en el Oratorio y fue después párroco distinguido en la diócesis de Casale. 

Ya se estaba poniendo el sol, y como era la hora del saludo a la Virgen, cada grupo rezó en voz alta el ángelus. 

Por fin entraba don Bosco en Alfiano, esperado por toda la población; sonaron las campanas para la bendición eucarística, y en un abrir 
y cerrar de ojos, llenóse la iglesia de bote en bote. 

Don Bosco fue del parecer de que de cualquier modo había que divertir a aquellos buenos campesinos; y así, sin más preparativos, el 
grupo de los armadores, mientras cenaban los compañeros, se entregó a su labor en la que sus miembros habían llegado a ser maestros. 
Sobre dos o tres carretas de bueyes colocaron las tablas, plantaron dos postes para sostener el telón y con cuerdas y clavos colgaron los 
bastidores. La representación duró hasta las once de la noche. Un sainete, unas poesías jocosas en dialecto y variadas canciones alegraron 
grandemente a los espectadores. Como cierre, don Bosco mandó entonar una canción a la Virgen; los jóvenes se arrodillaron y rezaron las 
oraciones de la noche, a las que se sumó todo el pueblo. El párroco, don José Pellato, nos llevó en seguida a una alquería y a diversas 
casas donde todos pudieron dormir cómodamente. 

Mientras los jóvenes descansaban, don Bosco escribía. Casi todos los días llegaba de Turín un recadero, que le traía el correo, de 
acuerdo con el itinerario que el mismo don Bosco había dejado escrito en la administración del Oratorio. 

En los momentos libres del día y de la noche, don Bosco, sin perder su calma habitual, leía las cartas y preparaba la respuesta a 
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todas, pues muchísimos señores se hubieran dado por ofendidos de no ver su letra. Era enorme la correspondencia que debía despachar; 
((1019)) y además escribía alguna nueva Lectura Católica, y corregía las pruebas de las que se estaban imprimiendo. Y el recadero volvía 
en seguida a Valdocco llevando paquetes que le eran entregados y la correspondencia. 

El 10 de octubre, jueves, al amanecer se cantó una misa solemne con música, seguida de la bendición con el Santísimo Sacramento. Los 
muchachos, después del desayuno, fueron autorizados para visitar los alrededores del pueblo, siempre según la norma reglamentaria de ir 
en pequeños grupos y nunca solos. Pero al rato se oyó el redoble del tambor que llamaba para la salida. Saludamos al venerando huésped 
y pidiendo a Dios que lo recompensara, dejamos Alfiano. 

Al pasar cerca de Castelletto de los Merli, don Bosco nos contó las peripecias que le habían ocurrido al extraviarse por aquellos parajes 
el año 1841 y cómo había encontrado refugio en aquel castillo. 

En Ponzano, salió al encuentro de don Bosco el párroco don Francisco Ottone para saludarle e invitarle a ir a su casa, pero no fue 
posible aceptar por no permitirlo la escasez del tiempo disponible. 

Avanzábamos subiendo a un alto monte, en cuya cima está el Santuario de Crea, atendido por los frailes de la orden de San Francisco. 
Había determinado don Bosco hacer allí una etapa. Se había puesto de acuerdo con el ecónomo de la Diócesis, don José Crova, 
propietario legal del convento, donde tenía sus habitaciones, para que se nos preparara una merienda. Pero el ecónomo, que ya era 
anciano y le fallaba la memoria, creyó que sólo se había determinado comer en Casale y aquel mismo día fue al Seminario para los 
preparativos, sin pensar en la merienda. 

Entretanto don Bosco, mientras caminaba, había hecho correr la voz según su costumbre de que deseaba decirles una cosa muy bonita, 
y así que los tuvo a su alrededor, les fue contando ((1020)) la historia del santuario que iban a visitar. Esta narración los ayudaba a llegar 
a la meta, haciéndoles olvidar el cansancio con la agradable curiosidad, que despertaba en su imaginación. 

Así que llegamos a Crea, en la misma explanada del Santuario, a eso de las dos de la tarde, tocó la banda una marcha, mientras don 
Bosco, sudoroso y rendido, iba a anunciar al canónigo Crova su llegada. 

-íNo está!, díjole su criada, que había salido a la puerta al oír el inesperado sonar de trompas. 
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-Y sin embargo me dijo que me esperaría aquí, replicó don Bosco. 

-Pues, mire; esta mañana fue a Casale, porque espera allí a un cura que tiene que llegar de Turín. 

-íEste cura soy yo! 

-Usted es don Bosco? Pues la comida está preparada en Casale. 

-Y cómo nos vamos a arreglar? Los muchachos tienen hambre; no podría usted... de alguna manera? 

-No es posible... comprende? Si se tratara de dos o tres personas, podría preparar una comida; pero tratándose de un centenar de 

muchachos, no tengo lo necesario. 

Volvió entonces don Bosco pensativo a la explanada, meditando cómo dar de comer a sus muchachos. Fue a llamar a la puerta del 
convento, pero nadie respondió. Los frailes, que más de una vez habían sido burlados por gente juerguista, que a veces llegaba hasta allí 
en sus excursiones, se habían encerrado como en una fortaleza sitiada. 

Los muchachos estaban cansados, cubiertos de polvo. Ordenóles don Bosco que fueran a la iglesia y cantaran una loa a la Virgen; la 
entonaron. Un fraile se asomó a una ventanilla, oyóse a otro que ((1021)) bajaba del coro; el sacristán abrió la puerta de la sacristía y 
apareció en el umbral. Don Bosco, que se había arrodillado ante el altar en que se venera la estatua llamada «de san Lucas», se apresuró a 

ir al encuentro del sacristán y le dijo: 

-Dígame, por favor; podría hablar con el Padre Guardián? 

-No me moleste... déjeme gozar de este canto...; contestóle el fraile algo impaciente. 

Y volviéndose, por haber oído el frufrú de unos habitos, siguió diciendo: 

-Si usted quiere ver al Padre Guardián, helo ahí. 

En efecto, el Guardían acababa de entrar en la sacristía. 

Don Bosco fue a su encuentro, le pidió permiso para impartir la bendición con el Santísimo Sacramento y después le participó que 

todos aquellos muchachos pertenecían al Oratorio de San Francisco de Sales. 

-Entonces vienen de Turín?, dijo el Guardián. 

-Precisamente. 

-Y usted es don Bosco? 

-Aquí me tiene. 

Y le narró el contratiempo sufrido y el apuro en que se encontraba. 

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-Y cómo haremos?, observó el buen Superior. Es imposible preparar en unos minutos comida para tanta gente hambrienta. Ea, vamos... 
Escuche: dé la bendición; lleve después a los muchachos a contemplar el magnífico panorama de la llanura vista desde esta altura, 
mándelos después a visitar algunas de las muchas preciosas ermitas de la subida; y entre tanto preparemos alguna cosa. 

Don Bosco le dio las gracias y, después del Tantum ergo cantado con acompañamiento de música, fue a dar las órdenes oportunas, 
mientras los muchachos que habían salido de la iglesia, trababan amistad con los frailes que se presentaron todos en la plaza. A un aviso 
de don Bosco, se encaminaron hacia las ermitas trepando por la escarpada colina. ((1022)) Las capillitas que habían sido destruidas en 
parte durante la invasión francesa, ahora estaban restauradas algunas, y otras lo iban siendo. Quedaron enamorados del espectáculo que 
ofrecían las estatuas en las capillas conservadas: la natividad y la presentación en el templo de María Santísima; Judit cortando la cabeza 
a Holofernes, el Paraíso, las bodas de Caná, la última Cena. 

Cuando bajaron, encontraron que los frailes, aunque pobres y escasos de provisiones, les habían preparado una comida en el refectorio. 
La sopa era una mezcla de arroz, pastas y legumbres de toda clase. Estaba sobre la mesa todo el pan del convento. Habían mandado a 
comprar el que se pudo encontrar en el pueblecito más cercano, a media hora de camino. Cocieron al horno el mayor número posible de 
hogazas. Añadieron salchichón, queso, carne fría sobrante de su comida, fruta, en fin todo lo comestible que se encontraba en su 
despensa. Y los jóvenes lo consumieron todo, pues la hora tan avanzada había aumentado su apetito extraordinariamente. El Guardián 
mandó llevar vino de la mejor calidad y lo sirvió él mismo en abundancia. 

A las cuatro, después de unas canciones, una visita a la Virgen, una oración por los caritativos frailes, y repetidas muestras de 
agradecimiento, los jóvenes volvieron a ponerse en marcha siguiendo el camino derecho hasta Casale. También don Bosco caminaba. La 
carretera era polvorienta y el calor abrasador. Todos sufrían ardorosa sed. En la marcha se desbandaron. Unos iban muy adelantados, 
otros se quedaban muy rezagados. Quién marchaba solo, quién formaba grupo con tres o cuatro más. Caminando así a la desbandada 
ocupaba la comitiva una media milla de la carretera. De trecho en trecho sonaban las trompas. Más allá de Ozzano llegó a nuestro 
encuentro el Mayordomo de monseñor Calabiana, angustiado por 
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nuestro retraso y nos acompañó muy cortésmente. Llegamos a Casale ((1023)) pasadas ya las nueve de la noche, tras haber andado veinte 
kilómetros y seguidos de un largo séquito de gente. Después de un poco de música bajo las ventanas del palacio episcopal, nos 
acompañaron al Seminario. Estábamos tan rendidos que, nada más llegar, nos sentamos por el suelo a descansar en aquellos largos 
corredores. Pero nos esperaba la magnífica comida, que el canónigo Crova había preparado por la mañana, porque nos esperaba para el 
mediodía. 

Después de cenar, se le asignó a cada muchacho una celda de seminarista. Don Bosco se vio obligado a aceptar la cena, ofrecida con 
gran cordialidad por monseñor Calabiana, y una habitación contigua a la suya. 

En atención a nuestro cansancio, el viernes, 11 de octubre, don Bosco ordenó que se nos despertase a las ocho y media y se oyese la 
santa misa a las nueve. Después de las diez el Rector del Seminario nos llevó a la capilla gótica del palacio episcopal, donde nos 
aguardaba el señor obispo monseñor Calabiana. Rezó con nosotros unas oraciones y nos dio a besar una reliquia del sagrado madero de la 
Cruz, guardada en un relicario de oro de gran valor artístico. 

Quiso después acompañarnos él mismo a la catedral para que viésemos las grandiosas obras de restauración, que se iban haciendo para 
darla de nuevo su antiguo estilo longobardobizantino. Hizo notar a los muchachos que todavía existía el atrio de los penitentes, la tribuna 
de las mujeres y varios capiteles antiguos, que se iban descubriendo por uno y otro lado; señaló las seis columnas colocadas a lo largo de 
la iglesia, en línea casi oblicua, para significar al Salvador, cuya cabeza pende oblícuamente sobre la cruz; y en el primer orden de estos 
magníficos pilares, una serpiente esculpida, mordiendo a un niño, como símbolo de la esclavitud del hombre; en el segundo, la cruz, que 
se ((1024)) yergue como una torre y manifiesta la redención; en el tercero, un niño, que encadena a la serpiente, es decir, la victoria del 
hombre sobre el demonio. Contó también algo de la historia de Casale, de la vida y muerte de san Evasio y de la construcción de la 
catedral, levantada por Liutprando en el año 712. 

Sonaron las doce y el Rector del Seminario nos llevó a comer. Después, se presentó la banda de música en el atrio del palacio episcopal 
para los postres, y yo fui en nombre de mis compañeros a pedir permiso a don Bosco para visitar las iglesias y los monumentos de la 
ciudad. Entré en el palacio, besé el anillo al Obispo y quedé conmovido al contemplar la bondad y cortesía con que se entretenía 
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con los músicos, hablando con ellos, acariciándoles y riendo agradablemente. 

Obtenido el permiso de don Bosco, pues sin él no era lícito ir a ninguna parte, volví al Seminario para comunicarlo a los compañeros. 
Pero como empezó a llover, nos vimos obligados, a pesar nuestro, a quedarnos en casa; fuimos luego a cantar en la magnífica iglesia de 
los paúles, donde el Obispo dio la bendición eucarística. 

Por la tarde tuvimos una representación teatral en el salón del Seminario con asistencia del Obispo, de numeroso clero y algunos nobles 
Señores. El entretenimiento gustó muchísimo. Se representó el drama: Los dos sargentos, se recitaron algunas composiciones en honor de 
Monseñor y se cantó, por primera vez aquí, L'Orfanello (El huerfanito), romanza original del clérigo Juan Cagliero. 

El 12 de octubre asistimos a la misa celebrada por el señor Obispo, a las ocho, en la iglesia de los paúles, recibimos de sus manos la 
sagrada comunión, y después del último evangelio, nos predicó un fervorín el mismo Prelado sobre el amor que Jesucristo tiene ((1025)) 
a los niños. Muchos de los nuestros pidieron a don Bosco que los confesara. 

Nos fue servido el desayuno en el refectorio de los paúles, y el mismo señor Obispo cortaba trozos de queso que repartía a los alumnos. 
Nos llevó después al jardín, y nos propuso visitar la ciudad, con un guía. No es para dicho el aplauso con que fue aceptada la propuesta. 
Todos en perfecta formación fuimos a satisfacer la lógica curiosidad. 

También aquél día quiso el venerable Prelado sentar a su mesa a don Bosco, a algunos de sus clérigos y a los músicos más expertos. 
Los demás, después de comer en el Seminario, se prepararon para partir. Se encaminaron, primero, al palacio episcopal para agradecer al 
Obispo sus atenciones; el cual regaló a cada muchacho una medalla de la Virgen, que se venera en el santuario de Crea, y los bendijo. Dio 
la banda un alegre concierto en honor del Obispo y de los ciudadanos, y se puso en marcha con los muchachos organizados en grupos y 
con don Bosco, mientras una gran muchedumbre llenaba las calles. Se nos esperaba en Mirabello, que dista siete kilómetros de Casale. 

Al llegar al arrabal, salió al encuentro de don Bosco el párroco de San Germán, don Juan Schierani, y le rogó que se detuviera un ratito 
en su casa. Aceptó don Bosco la calurosa invitación y su comitiva, confortada con un refresco, alegró al buen párroco con unas 
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piezas musicales y siguió después avanzando por la carretera provincial. En Occimiano encontramos a muchas personas llegadas de 
Mirabello, impacientes por ver a don Bosco y a sus muchachos. En su compañía y la de muchos de Occimiano, llegamos a la meta. Nos 
esperaba toda la población, el párroco don Félix Coppo, el clero parroquial y el señor Provera, que había invitado a ((1026)) don Bosco a 
dar este paseo. Quiso hospedar en su casa al siervo de Dios y a algunos de sus acompañantes mayores. Para dormir los muchachos, 
preparó el pajar y una cuadra vacía cerca de una casa de su propiedad, situada en un hermoso paraje y que tenía algunos cuartos para los 
clérigos. También para nosotros tenía preparada una mesa principesca. 

Al día siguiente, que era domingo, se celebraba la fiesta de la Maternidad de María. Como se estaba restaurando la iglesia, las funciones 
solemnes se celebraban en la plaza muy bien adornada. Con licencia del Obispo, se había levantado allí un magnífico altar. El tiempo era 
espléndido. Por la mañana, se celebraron las misas rezadas y se administraron los sacramentos en una capillita, que servía de parroquia, y 
alla fueron los muchachos del Oratorio para sus practicas de piedad. A las diez se cantó la misa en el altar colocado en la plaza con 
extraordinaria solemnidad, a la que contribuyeron nuestros jóvenes con piezas de música selecta. Habían acudido más de veinte mil 
personas. No se ahorraron los volteos de campanas y los disparos de morteretes. Después de las vísperas cantadas hubo procesión. Eran 
una prueba evidente de la devoción de aquellos vecinos las colgaduras que pendían de las ventanas y las flores que alfombraban las 
calles. 

Después de la procesión predicó don Bosco. Estaba la plaza atestada. Reinaba profundo silencio. Las madres elevaban en alto a sus 
pequeños para que pudieran ver mejor a don Bosco. Y él con voz argentina y penetrante conmovía a todos hablando de la Virgen y 
exhortando a los fieles a ser devotos de la buena madre del cielo con el rezo del santo rosario. El párroco no podía contener las lágrimas. 

Se impartió solemnemente la bendición eucarística y, al llegar la noche, brillaban todas las casas iluminadas; la banda tocaba en la 
plaza; y concluyó la fiesta con el lanzamiento ((1027)) de muchos cohetes de variados colores y la ascensión de algunos globos 
aerostáticos. 

Después de cenar, los muchachos se entregaron a una serie de juegos muy movidos en el corral de la alquería donde se hospedaban, y al 
toque de la campanilla para el rezo de oraciones, junto con 
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los muchachos se arrodilló también la gente, que había acudido movida de la curiosidad y rezó las oraciones juntamente con ellos. Fue el 
sermón del buen ejemplo. 

El 14 de octubre, lunes, se cantó una misa fúnebre solemne por los difuntos del pueblo. Después de la comida, con el debido permiso 
fueron los jóvenes a ver a tres de sus amigos y a los frailes capuchinos, cuyo convento estaba cerca del pueblo. En todas partes les 
obsequiaron con vino, uvas y dulces. 

A su vuelta al pueblo se encontraron con un escenario improvisado en la iglesia parroquial. Los actores se prepararon rápidamente y 
comenzó la función. Como todos querían entrar y no había sitio para todos, se produjo un alboroto increíble. Afuera voceaban los que 
porfiaban con todo ahínco por entrar, y dentro voceaban contra los intrusos, rechazándolos. En la iglesia había una muchedumbre, 
apretujada como sardinas en banasta, y oíase un continuo murmullo, que algunos próceres querían cortar, gritando: -íSilencio!-. En 
conclusión, que por mucho que los actores forzaban la voz, no era posible lograr que el público oyera una sola palabra de la comedia. 

Después se preguntaban las mujeres unas a otras: 

-Has oído? 

-Yo no he podido entender nada. 

-íYo sí! Yo he entendido; han recitado la pasión de Nuestro Señor. 

Pero la escena más cómica tuvo lugar, después de la función, entre bastidores. Los muchachos habían tomado algunos cortinajes de la 

iglesia ((1028)) para adornar el escenario. El sacristán, a quien no se había pedido permiso, en cuanto vio aquellas telas, se adelantó. 
Estaba tan borracho que a duras penas podía tenerse en pie, y dijo a Enría: 

-Le pregunto que con qué derecho ha agarrado estas cortinas. 

Y se tambaleaba al impulso de los efectos del vino. 

-Perdone, contestó Enría, yo le busqué a usted, y no le encontré. Quería pedirle permiso, pero no me fue posible. 

-Vuelvo a preguntarle, siguió el sacristán con voz todavía mas solemne, vuelvo a preguntarle que: con qué derecho ha agarrado usted 
esas cortinas? 

-Vamos, perdóneme que ya no lo volveré a hacer. 

-Quiero saber qué pretende; es usted acaso el amo? 

-íCaracoles!, contestó Enría harto de aquella mala broma; acabe usted de una vez, que ya me ha fastidiado bastante. 

-Cómo? Cómo? 
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-Que sí; si he agarrado eso, ya no tiene remedio la cosa; el párroco no ha dicho nada y usted no tiene que ver en este asunto. 

-Cómo? Que yo no tengo que ver? Yo? 

La escena era tragicómica. El sacristán había sorprendido a Enría en el momento en que guardaba un puñal, que había servido para la 
comedia y por tanto lo tenía en la mano. Parecía que el sacristán con los puños cerrados quería abalanzarse sobre él. Sonaban las voces 
rabiosamente. El hermano de Andrés Pelazza, que era ya un muchachote, y Avanzini que por casualidad estaban presentes, temblaban. 

Entonces Enría, dándose cuenta de que la cosa tomaba mal cariz, le dijo con el tono de voz mas suave que pudo; 

-Ea, amigo, por qué se enfada de este modo? No ve usted que yo estoy de broma y lo hago por ganas de hacer reír? 

((1029)) -Ganas de reír, verdad? Pero me ha hablado con una altanería que... 

-íDe ningún modo, de ningún modo! Si hubiese sabido que le iba a disgustar tomando esas cortinas, jamás lo habría hecho. Figúrese 
usted si yo podría tener la pretensión de no depender de usted. Era mi obligación; más aún, escúcheme: si en algo le ofendí, le pido 
perdón, quiero que seamos amigos. Es usted el sacristán de Mirabello? He oído hablar de usted a muchas personas... me han dicho que 
tiene muy buen corazón... que es un hombre de bien a carta cabal... sí, mi querido sacristán... íhagamos las paces! Tendría remordimiento 
por no estar a bien con un caballero tan cumplido como usted. 

Estas y otras frases parecidas hicieron un efecto magico. En principio el sacristán quería todavía protestar... dar muestras de haber sido 
agraviado..., pero perdió el hilo de las palabras; miró después a Enría con aquellos ojos extraviados por el vino y poquito a poco se le 
arrasaron en lagrimas, se echó a su cuello, lo abrazó y lo besó. 

-íEa, venga conmigo a mi casa... nos beberemos una botella! Se echó a gritar y, agarrando a los tres por la mano, no quiso escuchar 
negativas ni cumplidos y tuvieron que ir a su casa. 

Al día siguiente, cuando don Bosco se enteró de lo sucedido, le envió una propina por medio de Enría; esto acabó por convencerlo 
totalmente de que los muchachos de don Bosco eran verdaderamente buenos. 

El 15 de octubre, martes, de acuerdo con el programa para aquel día, nos levantamos a las seis y media, fuimos a oír la santa misa e 
hicimos el ejercicio de la buena muerte en el convento de los Capuchinos. 
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Solía don Bosco anunciar este saludable ejercicio en todas las excursiones. Se diría que imitaba a Job, el cual al término de los ((1030)) 
días de convite mandaba llamar a sus hijos y los purificaba ofreciendo holocaustos. Pues decía: -Quién sabe si mis hijos han hecho algún 
mal y han disgustado a Dios en sus corazones? 

Los frailes salieron a recibir a don Bosco, el cual fue en seguida a la sacristía a confesar. Habíanle acompañado algunos hombres y 
muchachos del pueblo, que querían aprovecharse de aquella piadosa práctica. Como había abundancia de confesores, todos pudieron 
confesar y comulgar. Don Bosco dijo después a sus alumnos: 

-íEstoy satisfecho de vosotros! 

Tuvimos un rato de recreo en el jardín contiguo al claustro, y examinamos la maquinaria para sacar el agua y regar el huerto y el prado. 
Al sonar las diez, saludamos con un concierto musical a los buenos religiosos, y volvimos al cuartel general, donde nos aguardaba la 
comida. Don Bosco, que había aceptado la invitación de los Capuchinos, se quedó junto con los clérigos a comer con ellos a su mesa. 
Acababan de levantarse los manteles, cuando oyeron las trompetas del Oratorio. Los alumnos se encaminaban hacia Lu y los clérigos los 
siguieron. El párroco de Santa María la Nueva, teólogo Nicolás Roggero, había rogado a don Bosco que fuera allí porque también él 
deseaba preparar una casa para la educación cristiana de la juventud. 

Mientras subían la alta colina de Lu, don Bosco contaba a los muchachos que caminaban a su alrededor la historia del lugar y la de los 
diversos pueblecitos que, uno tras otro, iban apareciendo en la llanura. Una mujer ya vieja que le vio, se paró un instante para preguntar 
quién era aquel cura, y al enterarse exclamó: 

-íAhora, si tuviese que morir, moriría contenta, porque he visto a don Bosco! 

A eso de las dos de la tarde entraba la comitiva en Lu. Habían salido al encuentro el párroco de San Nazario, ((1031)) don Juan Bautista 
Bensi y el de Santiago, don Feliciano Fracchia. La noticia de su llegada, el repique de las campanas y el sonido de las trompas ponían en 
movimiento a toda la gente, incluso la de los lugares apartados. Don Bosco hizo una breve plática de salutación en Santa María la Nueva. 
Los alumnos visitaron la amplia cripta con altar y coro para los canónigos. Algunos músicos subieron al campanario para gozar del 
hermoso panorama y tocar desde allí una sinfonía. Pero el alcalde, poco amigo del clero, los mandó bajar con modales poco corteses, ya 
que las escaleras en realidad estaban en malas condiciones 
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y eran peligrosas. Entretanto el párroco de Santa María, ausente a la llegada de don Bosco, por urgentes asuntos de la parroquia, nada más 
llegar recibió a los jóvenes en la casa rectoral y los obsequió con un excelente refresco. También los otros dos párrocos los invitaron 
generosamente. 

Mientras tanto, en medio de la muchedumbre, don Bosco había visto a un jovencito en mangas de camisa y descalzo que había ido 
corriendo a toda prisa para contemplar aquella novedad, que ponía en movimiento a todo el pueblo, Cuando don Bosco llegó hasta donde 
estaba el muchacho, se paró, lo miró de hito en hito y le preguntó: 

-Cómo te llamas? 

-Quartero. 

-Quieres venir conmigo a Turín? 

-íPor esto precisamente, respondió el muchacho con franqueza, he venido aquí corriendo! íDe muy buena gana! 

-Ven, pues; ya mandaré yo que te pongan tachuelas a los zapatos. 

Todos los presentes soltaron la carcajada al oír la broma, pues el chico iba descalzo. 

Después de ponerse de acuerdo don Bosco con sus padres, Quartero fue al Oratorio; su óptima conducta iba acompañada de una gran 
afición al estudio; llegó a ser sacerdote, fue Vicario en su mismo pueblo, ganándose el aprecio de todos, y por fin desenvolvió su celo al 
frente de una parroquia en la diócesis. 

((1032)) Cuando don Bosco se dispuso a salir de Lu, el camino estaba atestado de gente, singularmente de madres, que iban a porfía 
para llevar junto a él a sus hijos, para que los bendijera. Lo mismo sucedía en casi todos los pueblos adonde íbamos. 

Por la tarde estábamos de vuelta en Mirabello. 

El 16 de octubre, miércoles, a la hora de costumbre entrábamos en la capilla que servía de parroquia, donde, después de una misa 
rezada, cantamos solemnemente las letanías, a las que siguió la bendición eucarística. Después del desayuno, fuimos de paseo, con la 
banda de música a la cabeza, por los caminos de la campiña con inmenso gusto de los labradores que no esperaban semejante sorpresa en 
el lugar mismo de su trabajo. 

Mientras tanto don Bosco trataba con el señor Provera sobre el asunto del colegio. Aceptaba para tal fin los terrenos y la casa, que en 
aquel momento servían para el alojamiento de sus alumnos y fijaban las últimas disposiciones referentes al plan a seguir en la 
construcción. 
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El Arcipreste había invitado para aquel día a los alumnos de don Bosco, y se prepararon las mesas en la casa parroquial. Aquel 
sacerdote se mostraba verdaderamente feliz, y nuestros plácemes y acción de gracias con poesías, canciones y piezas de música no tenían 
fin. 

A las seis diose comienzo a la comedia en la iglesia, la cual estaba en reparación. Los espectadores fueron muchísimos, pero no más 
quietos que la vez anterior. Se ejecutaron varios cantos, y se llevó la palma una pantomima muy graciosa titulada El Avaro, que hizo reír 
hasta reventar al respetable público. 

-Son ingeniosos los muchachos de don Bosco, iba diciendo luego la gente; en vista de que no podían hacerse comprender con las 
palabras, lo hicieron con la mímica. 

((1033)) Terminado el espectáculo, la banda de música salió del teatro y fue a tocar en la plaza, arrastrando detrás a toda la 
muchedumbre. La luna clarísima iluminaba aquellos llanos y colinas, y los frenéticos aplausos de la gente saludaron un gran globo 
aerostático con dibujos de varios colores, al verlo elevarse majestuosamente por los aires. 

Volvimos a nuestro cuartel general y vino don Bosco a augurarnos un feliz descanso, después de darnos algunos avisos para el día 
siguiente y consejos para el provecho de nuestra alma. 

Era la última noche que íbamos a dormir en Mirabello. 

El 17 de octubre, jueves, nuestros cantores quisieron ofrecer una última prueba de su habilidad cantando unas alabadísimas letanías y 
un magnífico Tantum ergo en la bendición eucarística que se impartió después de la misa. Se anticipó la hora de la comida. 

Un poeta, en nombre de todos, con acento de tristeza leyó el adiós a la familia Provera, dándole las gracias y deseándole toda suerte de 
bendiciones de Dios y prometiéndole volver al año siguiente. Después de dar las gracias y saludar al Arcipreste y a los demás amigos, a 
los acordes de la banda y entre los aplausos y augurios de feliz viaje de todos los lugareños, salimos en dirección a Valenza del Po. 

A las dos de la tarde entrábamos en la ilustre villa Borgo de San Salvatore. Estaba la calle tan atestada de gente que con dificultad podía 
avanzar la banda. El arcipreste de San Martín y Vicario Foráneo, don Camilo Boeri, que había salido al encuentro de don Bosco, nos 
llevó a su casa parroquial, y nos sirvió una ansiada y necesaria merienda. Celebramos después una magnífica función religiosa en su 
iglesia, muy capaz y elegante por sus formas arquitectónicas y pictóricas. Fuimos luego a la Virgen del Pozo, casi a una milla de 
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distancia. Y después de visitar devotamente el santuario, entramos en el recinto de una casa, donde a veces van a vivir algunos frailes. 
Estos habían preparado vino y castañas en abundancia, y nosotros ((1034)) les pagamos su generosidad y calurosa acogida con música y 
cantos. Estábamos en los confines de la diócesis de Casale y entramos en la de Alessandria. Pero no habíamos andado mucho cuando 
detuvimos la marcha junto a la alquería de un compañero nuestro, cuyos padres salieron al encuentro de don Bosco y nos obsequiaron a 
todos con un refresco. 

Se había puesto el sol, eran ya las siete y media y aún no habíamos alcanzado nuestra meta. Al entrar en una aldea, se nos presentó el 
conde de Groppello, el cual quiso que don Bosco y su comitiva se detuvieran en su palacio, y con muchos agasajos le ofreció un vino de 
alta calidad, de su propia cosecha. Después de visitar la iglesia, partimos y pronto llegamos a la estación ferroviaria de Valenza. La banda 
de música saludó al jefe de estación, con quien habló don Bosco para informarse de las instrucciones que le habían llegado de Turín para 
el viaje de vuelta por ferrocarril. Informado don Bosco del asunto, entramos en Valenza cuando eran las nueve. 

Ya había escrito don Bosco desde Casale al conde De Cárdenas, Senador del reino e insigne bienhechor del Oratorio, rogándole 
preparase un alojamiento militar para sesenta personas. Algunos muchachos fueron a pasar la noche en sus casas. Por aquellos días 
reinaba gran animación en el patio de aquel grandioso palacio, que tenía hasta setenta habitaciones ricamente amuebladas. Era un 
continuo entrar y salir de carros que llevaban las uvas de las viñas. El Conde dio sus órdenes al capataz, y éste, continuamente ocupado 
con la vendimia y la pisa de las uvas, se sujetó materialmente a la frase de la carta de don Bosco. Prepararon los criados unos salones y 
varios cuartos del piso superior y extendieron en ellos una gruesa capa de paja, dura y sin majar. Para cenar sirvieron una abundante 
polenta sin añadidura de ningún género. Sonaron las diez y se entregó a cada muchacho una manta ((1035)) con la que cubrirse. Rezadas 
las oraciones y recibida la consigna para el día siguiente, se acostaron; pero aquella paja parecía de estacas, y pocos pudieron dormir. Don 
Bosco que se dio cuenta de todo, después de retirarse un rato, para dar muestra de agradecimiento, a una lujosa habitación preparada para 
él, salió de ella cuando los señores se hubieron encerrado en sus apartamentos. Fue a ver las salas donde estaban los muchachos y quiso 
quedarse con ellos sobre la paja. Poco antes de amanecer volvió a su habitación. 
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Por donde quiera que don Bosco iba, nunca dejaban los huéspedes de preparar para él una habitación decente, pero muchas veces 
prefería dormir, aun a costa de incomodidades, donde pasaban la noche sus muchachos. 

El 18 de octubre, viernes, habían salido muy temprano los jóvenes de sus dormitorios y don Bosco contemplaba desde el balcón a un 
grupo de ellos hablando en corro en el patio. El hijo del conde De Cárdenas, compareció poco después a su lado y preguntó al joven 
Tomatis si habían descansado bien. Tomatis con un gesto cómico imposible de describir, indicaba que tanto él como sus compañeros 
tenían todos los huesos molidos, y respondió un: -íMuy bien!, con tal tono de voz que hizo reventar de risa a cuantos le oyeron. Rióse 
también el Conde, que, muchos años después, aún recordaba pesaroso el mezquino y expeditivo recibimiento que no había podido 
remediar. 

En cuanto estuvimos listos, nos llevó don Bosco a un santuario donde se venera una imagen de la Virgen, para realizar las prácticas de 
piedad. Nuestros cantores nos deleitaron después de la misa con las letanías y el Tantum ergo, porque también se dio la bendición 
eucarística con gran alegría de los fieles que asistieron. 

Mientras almorzábamos excelentemente se presentó el Conde padre para invitarnos a visitar su bodega, que era a la sazón ((1036)) una 
de las mejores de toda Italia. Bajábase a un inmenso subterráneo con planta de cruz latina, donde había inmensos lagares, prensas, 
alambiques y ciento nueve cubas, algunas de las cuales contenían más de cuatrocientas brentas (doscientos hectólitros) de vino, pues las 
vendiminas de otoño le producían a aquel señor siete mil brentas. 

Salidos de allí fuimos al jardín del palacio donde tomamos por asalto los aparatos de gimnasia del hijo. Con el permiso de don Bosco 
visitamos la ciudad y la hermosa iglesia parroquial dedicada a Santa María la Mayor; y después con un grito unánime clamamos: 

-Vamos a ver el Po. Y como a una media milla de la ciudad gozamos el espectáculo del rey de nuestros ríos, anchísimo y profundo. 

Mientras tanto don Bosco fue a visitar a algunas bienhechoras y al párroco, teólogo Domingo Rossi. Al mediodía nos invitó a volver al 
palacio, donde se nos había preparado la mesa con largueza señorial. Don Bosco, después de comer con el Senador y su familia, bajó con 
ellos al patio, y la banda tocó algunas piezas escogidas. A continuación nos encaminamos hacia la estación, donde ocupamos dos coches 
de tercera clase, concedidos gratuitamente a don Bosco por la Dirección de Ferrocarriles. Llegó el tren, engancharon nuestros dos coches, 
y al poco tiempo estábamos en Alessandria. 
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Saludamos a la ciudad con un concierto musical. Y a las seis, el tren procedente de Génova arrastraba tras sí nuestros dos coches. En 
cada estación tocaba nuestra banda una de sus marchas. 

Al llegar a Villafranca de Asti, lugar de nuestra última parada, bajamos del tren. Eran las ocho y estábamos ateridos de frío. Nos 
esperaba en su casa el párroco. La banda saludó al pueblo. Después de cenar, no obstante el cansancio universal, se dio una 
representación teatral y se cantaron unas canciones, al cabo de lo cual, rezamos las oraciones y dormimos en un amplio establo. 

((1037)) Brillaba el sol del sábado 19 de octubre, indicándonos que aquél era el último día de vacaciones. Nos levantamos hacia las 
siete y fuimos derechamente a la iglesia para la misa cantada solemnemente por nuestros músicos, y después se impartió la bendición 
eucarística. A las nueve y media hizo la banda un pasacalle por el pueblo, pasando por entre un inmenso gentío; subimos a los coches y, 
cuando llegó el tren de Alessandria, salimos hacia Turín. Nos esperaban en la estación don Angel Savio y otros amigos. Al primer eco 
lejano de nuestro bombo y del redoblante, las dos campanas de nuestra iglesia repicaban a fiesta y todos los alumnos se apiñaban en la 
puerta principal del Oratorio abierta de par en par. A mediodía, entramos con don Bosco y, entre aclamaciones, vivas y saludos a nuestro 
buen padre, fuimos al refectorio para comer. 

Don Bosco había visitado pueblos de cuatro diócesis: Turín, Asti, Casale y Alessandria; en todas partes había encontrado jovencitos, 
que daban buenas esperanzas de vocación eclesiástica, y los había aceptado en el Oratorio. También había recomendado calurosamente en 
todas partes la suscripción a las Lecturas Católicas. Y entregaba en seguida a Paravía las pruebas de imprenta y los manuscritos, que 
había corregido durante la excursión. Estaba ya listo para noviembre el opúsculo: El paraíso en la tierra dentro del celibato cristiano, por 
José Frassinetti, prior de Santa Sabina en Génova. 

Para diciembre: Noticias sobre la Beata Panasia, pastorcilla Valesiana natural de Quarona, recogidas y escritas por Silvio Péllico. Trata 
de una doncella asesinada a los quince años por su enfurecida madrastra. Concluye dando advertencias a las jóvenes sobre lo que deben 
practicar cada día, cada semana, cada mes y cada año para ganar méritos para el paraíso. Al fin se leen algunas poesías del mismo Péllico 
en alabanza de la Beata. 

Para introducción del opúsculo don Bosco redactó la biografía del autor. 
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((1038)) 

CAPITULO LXXV 

GENEROSA LIMOSNA DE UN ANCIANO TENIDO POR AVARO -EL NUMERO DE LOS ALUMNOS DEL ORATORIO 
-MANERA GRACIOSA DE CONCEDER REDUCCION EN LA PENSION -CARTAS DE DON BOSCO PARA RECOMENDAR 
CLERIGOS DIOCESANOS AL VICARIO CAPITULAR DE ASTI Y AL PROVICARIO DE TURIN -RESPUESTA DE MONSEÑOR 
FRANSONI A DON BOSCO; LOS ORATORIOS; LOS PROTESTANTES; EL SEMINARIO DE GIAVENO; EL EXAMEN DE LAS 
REGLAS DE LA PIA SOCIEDAD -EL SEMINARIO MENOR DE GIAVENO MUY FLORECIENTE, GRACIAS A DON BOSCO 

UNA vez de vuelta de la excursión, don Bosco tuvo que buscar la manera de pagar una crecida suma al empresario de las nuevas 
construcciones. Encontrábase en apuros, pero un consejo providencial lo socorrió. Vivía en P... Torinese cierto anciano sacerdote, el 
Abate Ag..., que era muy rico y tenido por muy avaro. El clérigo Francisco Dalmazzo, que tenía un tío en aquel pueblo, propuso a don 
Bosco ir con él a verle e intentar conseguir alguna ayuda de aquel sacerdote. Accedió don Bosco y fueron los dos en octubre. El Abate 
recibió muy bien a don Bosco, el cual le habló de su obra y de sus apuros para llevarla adelante. Aunque sus razones no habían expuesto 
nada ((1039)) de extraordinario, supo hablar con tanta unción acerca del paraíso y del premio que Dios tiene preparado a las almas 
caritativas, que el Abate comenzó a sacudirse convulsivamente; un temblor agitaba sus labios y los ojos se le arrasaron. Se levantó, fue a 
la caja de caudales, agarró por dos veces cuantas monedas de oro abarcaban sus dos manos y las vertió en el sombrero de don Bosco 
diciéndole que las empleara para sufragar los gastos de sus pobres muchachos. Había casi cinco mil liras. 

Todo el pueblo se sorprendió cuando supo esto por el clérigo Dalmazzo y dijo que don Bosco había obrado un milagro. 

Entretanto llegaban a Valdocco los nuevos alumnos, y el 24 de octubre escribía el caballero Oreglia al joven Rostagno que seguía 
enfermo en Pinerolo: «Puesto que tú perteneces siempre al Oratorio, te diré que este año parece que el número de alumnos llegará cerca 
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de los seiscientos. Imagina, pues, el trabajo de don Bosco y el de don Víctor Alasonatti... Don Bosco te saluda y te recomienda paciencia 
y perseverancia en el bien». 

Muchísimos de los alumnos eran aceptados gratuitamente, a otros se les perdonaba la tercera parte o la mitad de la pensión. Eran 
graciosas algunas de sus expresiones al hacer estos actos de caridad. Al aceptar al joven Audagnotto, que después llegó a ser sacerdote y 
secretario particular de monseñor Gastaldi, escribía al reverendo Balladore, párroco de Beinasco el 23 de octubre: «lnter notos et amicos 
(entre conocidos y amigos) a ver si llega a la suma de diez liras al mes por lo menos para el joven Audagnotto; los otros dos tercios de la 
pensión, es decir, veinte liras corren a cargo del que suscribe». 

Pero las atenciones, que prestaba a los nuevos alumnos a su llegada, no le impedían interesarse vivamente por la suerte y el porvenir de 
aquellos jóvenes de las diócesis de Asti y de Turín, que se inclinaban a ingresar en el Seminario y por los que ya habían vestido la sotana 
y deseaban seguir los estudios en el Oratorio. 

((1040)) Don Bosco escribía sobre el particular el canónigo Sossi, Vicario General Capitular de Asti: 

Queridísimo Señor Canónigo: 

Llevo ya unas semanas pensando en darme un paseo hasta Asti, pero los asuntos de esta casa me lo han impedido hasta el momento. 
Voy a decirle por la presente lo que quería exponerle de palabra. 

El clérigo Viale, a quien usted concedía también dos meses de pensión, fue a su casa por motivos de salud, y yo he transferido el favor 
al clérigo Fagnano por considerarlo verdaderamente digno de tal premio, el cual pasó aquí todas las vacaciones y desearía seguir, si nada 
se opone de su parte. 

Si el traspaso a Fagnano del favor concedido a Viale ofreciera alguna dificultad, tendré paciencia y todo quedaría a mi cargo. 

Para el mismo Fagnano pediría la pensión entera. La conducta y aplicación de este joven le hacen merecedor de toda consideración. 

Tocante a los de Asti, que rindieron examen este año, he aquí lo que sé de ellos. Bossetti y Ferraris cursan aquí el primer año de 
Filosofía, y visten de paisano. Ciattino va a Asti. Galletti, de Cúnico, todavía no ha dicho nada. Los dos hermanos toman la sotana en 
Villa San Secondo y necesitan de su caridad. El padre tiene buena voluntad, pero no puede pagar; para éstos pido veinticinco liras al mes 
por cada uno; para lo restante pensaré yo, es decir, lo pondría en las manos de la Providencia de Dios. 

Tengo todavía otro querido jovencito de Viarigi, Lorenzo Preda, aprobado con notas sobresalientes para el segundo de Retórica. Hace 
tres años que lo mantengo gratuitamente; sus padres no pueden contribuir con nada. Es muy recomendable por su talento y piedad, y 
desea vestir la sotana; pero lo necesita todo; si usted pudiese 
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darle un subsidio mensual de veinte liras, yo me encargaría de que pudiera seguir adelante. 

Pídole esto con todo respeto, para poder conducir a buen término a los aspirantes de Asti al sacerdocio. 

Quedan todavía otros veinticinco estudiantes de esa diócesis, que tienen intención de abrazar el estado eclesiástico, pero como cursan 

los estudios inferiores al segundo de Retórica, pongo mi confianza en la Providencia. 

((1041)) Me encomiendo junto con mis pobres alumnos a la caridad de sus oraciones y, deseándole todo bien del Cielo, me profeso con 
todo afecto. 

De V.S. 

Turín, 25 de octubre de 1861. 

Afectísimo amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Otros seis alumnos del Oratorio, pertenecientes a la diócesis de Turín, fueron admitidos al examen extraordinario para la imposición de 
sotana y lograron su intento, por lo que don Bosco los recomendaba al canónigo Vogliotti. 

Ilustrísimo Señor Provicario: 

El joven Jorge Gallina, de Chieri, me ha escrito repetidas veces para que le recomiende a su bondad a fin de obtener reducción en la 
pensión para el Seminario de Chieri. Son muy buenos los informes de sus estudios y de su conducta. Proceda usted como mejor le 
parezca ante el Señor. 

Los jovencitos clérigos esperan ansiosos, y yo tendría que decirles hasta dónde llega el favor que esperan de usted, en cuanto a la 
pensión del Seminario. Si puede enviarme unos renglones de contestación, me hará un gran favor. Iría yo mismo a la Curia para recibirla, 
pero en estos días no dispongo de tiempo. 

Siempre con mi mayor respeto, tengo el honor de profesarme. 

De V.S. Ilma. 

En casa, 27 de octubre de 1861. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

También quería prodigar sus cuidados de padre al Seminario Menor de Giaveno; pero en la carta que escribió al Arzobispo, al tiempo 
que le daba noticias de la Obra de los Oratorios, le informaba sobre la rivalidad, que enturbiaba la dirección de aquel Colegio-Seminario. 
He aquí la contestación de monseñor Fransoni. 

((1042)) Carísimo don Bosco: 

Incluyo en el sobre una carta para el párroco de Villa San Secondo, que le ruego mande echar al buzón. 

Me ha causado gran satisfacción lo que en su carta del 15 de octubre me comunica 

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con relación a la buena marcha del Oratorio de San Francisco de Sales, en todas sus secciones. Satisfactorio es también su informe sobre 
el Oratorio de San Luis, y si no llega a tanto el del Angel Custodio, paréceme con todo que ya es bastante la mejora, que se va haciendo 
realidad desde que se puso don Miguel Rúa al frente del mismo. Sean dadas gracias a Dios. Resulta deplorable que los protestantes logren 
conquistar adeptos entre los católicos, pero más doloroso que la apostasía de los adultos, que de hecho ya se habían separado 
anteriormente de la Iglesia católica, es la perversión de los muchachos, que se van haciendo protestantes sin darse cuenta y dan después 
lugar a la formación de otras familias igualmente protestantes. Así es como debe temerse que se vea crecer su número, que de momento 
no creo que alcance los seis mil seiscientos cincuenta que se me indicó. Lo afirmarán ellos, porque es una de sus acostumbradas 
baladronadas. Desde luego, si se incluyen todos los ateos, desgraciadamente sería aún mayor el número, pero éstos se desentienden de 
toda religión y tampoco serían católicos, aunque no existieran los protestantes. 

Me ha causado mala impresión lo que me cuenta del seminario de Giaveno. Fueron realmente muy agradables las noticias del año 
pasado, y el crecimiento de su alumnado hasta un número jamás esperado, era la más fehaciente prueba de ello. Se me había hecho una 
excelente pintura del nuevo Rector. Pertenecía al personal seleccionado por usted, o era ajeno al mismo? En tal caso temería que fuera él 
quien buscó la manera de librarse de su tutela indirecta, como usted la califica. Nadie me dijo una palabra sobre la advertencia del 
Pro-Vicario; y me causa pena oírlo ahora. En el fondo puede darse que tenga usted razón y puede que la tenga el Pro-Vicario, pero yo no 
me atrevo a pedir cuenta de ello directamente, pues el año anterior, cuando parecía que ya no era posible sostener el Seminario y yo no 
sabía qué partido tomar, acabé por contestar que se arreglaran como mejor pudiesen, mientras ((1043)) yo dejaba completamente el 
asunto a su arbitrio. Sucede muy a menudo que uno se encuentra en situaciones penosas como ésta y, después de indicar mi propia 
manera de ver, ya no me entero de lo que se ha hecho. Como yo no puedo gobernar y tengo que dejar en otras manos el gobierno, me veo 
obligado a reprimir mi carácter impetuoso. 

Sobre la Sociedad de San Francisco de Sales, se me dijo que se hicieron diversas observaciones, alguna de ellas importante, como por 
ejemplo, de quién tiene que depender la Sociedad, y que se devolvieron a usted las Reglas para que las arreglara y completara. Paréceme 
que después se me dijo que había hecho usted alguna concesión, pero que aún quedaban muchos defectos notables. Como cosa prudente, 
puedo pedir cuenta de ello, y lo haré cuanto antes. 

Para las Lecturas Católicas he dispuesto constituir Jefe de suscriptores para el año 1861, al párroco de Vedées, Cantón Vaud, 
protestante, pero donde hay muchos católicos. 

Salúdeme a todos esos sacerdotes suyos; pidiendo a Dios que los bendiga a todos, junto con todos los alumnos internos, y sus 
conocidos, me profeso una vez más de corazón. 

Lyon, 23 octubre de 1861. 

Su seguro servidor y afectísimo LUIS, Arzobispo de Turín 

Resulta pues, que don Bosco se había quejado al Arzobispo, pero, siempre generoso, se preocupaba de llenar aquel Seminario de 
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alumnos, que daban pruebas de vocación al estado eclesiástico; y enviaba con preferencia a los que podían pagar la pensión entera. Para 
asistirlos añadió otros dos clérigos al clérigo Boggero, que fueron Domingo Bongiovanni y Bessa. Y aún había otros más en el Oratorio 
como Ghivarello y Ruffino, prevenidos para prestarse en ciertos casos como profesores. 

Así, pues, a fines de octubre de 1861, y gracias a don Bosco, como afirma el reverendo Vaschetti, al inaugurarse el nuevo curso, los 
alumnos de Giaveno eran doscientos cuarenta. Ya no se sabía dónde ((1044)) encontrar sitio para más camas, pues estaban ocupados 
todos los rincones. En consecuencia, hubo que preparar y adaptar para dormitorio algunos locales, que antes eran buhardillas o huecos 
abandonados, que apenas si se empleaban para cuartos trasteros. 

En el programa impreso por Paravía para el año escolar 1861-62, se lee que se han abierto de nuevo las clases de cuarto y quinto de 
bachillerato, es decir Humanidades y Retórica. Todas las clases, pues, tenían sus profesores, residentes en el Seminario, elegidos como en 
el curso anterior de acuerdo con don Bosco. El clérigo Vaschetti enseñaba Humanidades, y al mismo tiempo, como Ecónomo y Prefecto, 
llevaba el peso de casi toda la dirección. 
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((1045)) 

CAPITULO LXXVI 

DEVOCION DE DON BOSCO AL SAGRADO CORAZON DE JESUS Y UNA CISMATICA CONVERTIDA -PROFESORES EN EL 
ORATORIO -SATISFACCION DE QUIEN HA EMPLEADO TODO EL DIA PARA EL SEÑOR -TEMAS DE CARTAS A SUGERIR 
A LOS ALUMNOS PARA QUE ESCRIBAN A SUS PADRES -PETICIONES DE ROPA AL MINISTERIO DE LA GUERRA; DE 
SUBSIDIOS AL REY Y AL MINISTRO DE GRACIA Y JUSTICIA; Y PARA LOS GASTOS DEL CULTO, AL PRESIDENTE DE 
LA OBRA PIA DE SAN PABLO -TRISTES PRESENTIMIENTOS Y ENFERMEDAD MORTAL DEL CLERIGO PROVERA: DON 
BOSCO LE OFRECE ELEGIR ENTRE CURACION O PARAISO: LE PREDICE AÑOS DE TRIBULACION: DOS BILLETES 
-CONFERENCIA A LOS SOCIOS: EL CONSEJERO EN LAS DUDAS ACERCA DE LA VOCACION: DESAPEGO DE LAS 
COSAS TERRENAS -CAPITULO Y ADMISION DE UN SOCIO -PLATICA DE LA NOCHE: DISTRACCIONES INSPIRADAS 
POR EL DEMONIO A LOS JOVENES DURANTE LA SANTA MISA -SATISFACCIONES QUE PERJUDICAN AL ALMA -TRES 
JOVENES Y UN SACERDOTE RECOMENDADOS POR EL OBISPO DE NOVARA 

POR aquellos años ardía en el alma de don Bosco la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Habla de ello la noble dama Isabel 
Seyssel-Sommariva, nacida cismática y convertida más tarde al catolicismo, en una carta, que le escribió desde Florencia el 28 de octubre 
de 1861: 

((1046)) Reverendísimo don Bosco: 

íQué agradecida le estoy por su apreciadísima carta, que me llegó exactamente! Que Dios se lo premie; no me cabe decir más... Tenía 
muchas ganas de verle por aquí; pero me comunica la condesa de Pernati que será difícil que usted venga. Hágalo por amor a las almas a 
las que podrá hacer mucho bien; para animar y encender el celo por la salvación de los pobres muchachos; para actuar contra la 
blasfemia. Por el amor de Dios, venga a Florencia. 

Hago cuanto puedo por difundir sus libros también por el campo. Le agradezco los ánimos que me da hablándome de las coronas del 
cielo... Soy tan deudora de 
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gracias perdidas por mí en favor de los demás que temo mucho la justicia de Dios. Pero confío en la misericordia y en el amor del 
Sacratísimo Corazón de Jesús, mi devoción predilecta, que usted me inspiró aún antes de ser católica. Pero la necesidades son muy 
grandes, para mí, mi marido e hijos... Y tengo además un hermano, que se llama Miguel, en el cisma: encomiéndelo a su Arcángel: por 
favor, celebre una misa por él. 

En el Oratorio habían comenzado con regularidad las clases, y los profesores del curso 1861-62 eran los mismos clérigos del año 
anterior: Francisco Provera para el primer curso; Juan Anfossi para el segundo; Celestino Durando para el tercero; Francisco Cerruti para 
el de Humanidades; y Juan Bautista Francesia para el de Retórica. 

Eran incansables en el estudio y en el cumplimiento de sus deberes Uno de ellos decía a don Bosco que no tenía ni un momento de 
tiempo libre. Oyóse a don Bosco repetir en presencia de don Juan Bonetti varias veces: 

-íOh, qué satisfacción se experimenta cuando llega uno a la noche cansado y agotado, después de haber empleado el día en la gloria de 
Dios y la salvación de las almas! 

((1047)) La primera norma que daba a superiores y profesores de cara al alumnado, con respecto a su educación, era la de mantener 
vivo el afecto a la casa paterna, consolar a los padres, y difundir también la fama del alegre y ventajoso sistema que regía en el Oratorio. 
Traemos una página autógrafa, en la que explica lacónicamente su pensamiento para ser explicado después difusamente. 

Se desea que cada profesor mande a los alumnos escribir periódicamente a sus padres cartas en el plan siguiente: 

1. Clases.-Las materias explicadas y las que se explican. Orden y tiempo de tudio; repaso a los que lo necesitan; adelanto que le parece 
haber hecho y espera hacer; canto gregoriano, música, etc. 
2. Recreo.-Decir el nombre de los juegos, y descripción de alguno; paseos y cómo se hacen. 
3. Prácticas de piedad.-Oraciones, meditación, frecuencia de Sacramentos; consigna de la noche; lectura, rosario; obligación de rezar 
por los parientes y por los bienhechores. 
4. Fiestas del Oratorio.-Música de los jóvenes a la que, si no ahora, se espera pertenecer más tarde; teatro; Gianduya (sainetes), etc. 
5. Día festivo.-Levantarse; aseo; diversas funciones de iglesia; temas ordinarios de las pláticas de la mañana y de la tarde; qué se hace 
antes de ir a descansar. 
6. Qué cosas acarrean molestia y cuáles alegría en la casa -Por qué se debe tolerar una incomodidad; no se puede aprender sin trabajo; 
huir del ocio. 
7. Háblese de la casa y hágase alguna descripción de la misma.-La iglesia; el comedor; la comida; número de alumnos asistentes. 
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8. Dígase algo de Turín.-Cuente el profesor algún hecho: El Santuario de la Consolación; la iglesia de San Lorenzo; la estatua ecuestre 
de Manuel Filiberto en la plaza San Carlos; columna en la plazoleta de la Consolación, por qué se llama Valdocco el lugar donde se 
encuentra el Oratorio. 
9. Invierno.-Grados de temperatura; calor en las salas; iluminación de gas; asegúrese a los padres que los alumnos están al abrigo de la 
intemperie, etc.((1048)) Al mismo tiempo no faltaban los auxilios materiales. En el mes de septiembre, con papel sellado de una lira, 
habíase dirigido don Bosco al Ministro de la Guerra, general Alejandro della Róvere: 
Excelencia: 

Al acercarse los fríos de la estación invernal me encuentro en la precisión de proveer a las necesidades de más de mil pobres muchachos 
que piden prendas de vestir y elementos para defenderse del frío en la cama. Ante esta necesidad acudo a la bondad de Su Excelencia, de 
la que hemos tenido ya muchas pruebas, suplicándole tenga a bien concedernos cualquier prenda de vestir y abrigo: pantalones, 
calzoncillos, sábanas, mantas, camisas, zapatos, chaquetas, chalecos, calcetines y otras por el estilo. 

Aunque tales prendas estén gastadas o rotas, las recibiremos con el mayor agradecimiento. Se mandará arreglar cada pieza y servirá 
para abrigar a los más pobres hijos del pueblo. 

Confiado en su conocida bondad, deseo toda suerte de bendiciones del cielo sobre su Excelencia y sobre todos los bienhechores de 
estos nuestros muchachos, mientras tengo el alto honor de poderme profesar con la más cordial gratitud. 

De V.E. 

Su seguro y humilde servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

La respuesta del Ministro fue favorable: 

MINISTERIO DE LA GUERRA 
Dirección General de la Administración Militar N. 7.098 

Turín, a 3 de noviembre de 1861. 

Este Ministerio, acogiendo la petición que V.M.R.S. ha presentado, se complace en participarle que, para acudir en socorro de los 
jóvenes amparados en el Oratorio por usted dirigido, ha dado las oportunas disposiciones al Almacén General de la Administración 
Militar de esta ciudad, para que a título de donativo sean entregados a ((1049)) quien presentare recibo firmado por usted, las prendas que 
en la presente se especifican. 

Esto es lo que se le participa en concepto de respuesta a su carta, recordada al margen (de 30 de septiembre). 

Por el Ministro INCISA 

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Pares de zapatos de segunda categoría seleccionados entre los más pequeños, 50. 

Idem a granel inservibles, 51. 

Capotes inservibles, 95. 

Pantalones, 69. 

Chalecos usados sin mangas, 63. 

Corbatas de algodón blancas usadas, 153. 

Pañuelos usados e inservibles, 263. 

Don Bosco presentó en este año una al Soberano. 

SAGRADA REAL MAJESTAD. 

La escasa cosecha de este año, el crecido número de muchachos abandonados y en peligro, en parte recogidos en el Oratorio masculino 
de Valdocco y en parte inscritos en las escuelas nocturnas o en las instrucciones festivas que se imparten en los Oratorios de San 
Francisco de Sales en Valdocco, de San Luis en Puerta Nueva y del Santo Angel de la Guarda en Vanchiglia, me han obligado a 
seleccionar algunos jóvenes clérigos para que no faltara la necesaria asistencia y hubiera profesores y catequistas en número suficiente 
para las varias categorías en las múltiples aulas y clases que deben atenderse. Estos clérigos, diez en total, mientras estudian los cursos de 
su carrera, dedican su tiempo libre a dar clase, catecismo y asistir a los jóvenes arriba mencionados. 

Pero estos mismos clérigos son pobres de solemnidad y, por lo mismo, tienen absoluta necesidad de un caritativo socorro para su 
manuntención, vivienda y vestido. 

Por estos pobres clérigos acude el abajo firmante a la proverbial bondad de V. M. suplicando fervorosamente tenga a bien dispensarles 
su protección y concederles con cargo a la caja del ((1050)) Economato el caritativo subsidio que a V.M. pluguiere, para que puedan 
continuar sus estudios y seguir prestando asistencia e instrucción a los jóvenes abandonados y en peligro, que frecuentan los Oratorios 
masculinos de esta ciudad de Turín. 

Lo conducta de estos clérigos lo mismo en el estudio que en la piedad es óptima y ejemplar; y por la solicitud en prestarse a obras de 
caridad, merecen la mayor consideración. 

Vivamente agradecido a sus favores se profesa, en nombre también de los clérigos antes recomendados. 

Su humilde suplicante JUAN BOSCO, Pbro. 

Como contestación a la súplica de don Bosco, la oficina real encargada de distribuir limosnas concedióle, a título de subsidio a los 
clérigos del Oratorio, para su educación y la de los alumnos, trescientas liras pagaderas en 1861, y doscientas ochenta pagaderas en 1863. 
Don Bosco había unido a su súplica una relación con los nombres de los clérigos y de los alumnos estudiantes. 

Una tercera súplica al Ministro de Gracia y Justicia y Cultos, Comendador Vicente Miglietti, obtuvo la siguiente respuesta: 

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REINO DE ITALIA 
MINISTERIO DE GRACIA Y JUSTICIA Y CULTOS 
4.ª División -N.° 41.052 

Turín, a 16 de diciembre de 1861 

Este Ministerio, al tomar en consideración la instancia presentada por V.S.M. Reverenda, obtuvo en su favor de la Soberana 
Liberalidad otro subsidio de seiscientas liras con cargo a los fondos del Economato General de las antiguas provincias, para las 
necesidades de los tres oratorios fundados y dirigidos por usted, para albergue e instrucción de los muchachos pobres de esta ciudad. 

Por orden del Ministro El Director Superior 

A. MAURI 
Al sacerdote Bosco 

((1051)) Para recabar subsidios dirigióse don Bosco también a la Compañía de la Obra de San Pablo. 

Ilustrísimo Señor Presidente: 

El que suscribe, Director del Oratorio de San Francisco, encontrándose en la necesidad de pagar algunos gastos hechos para cera y otras 
cosas que pertenecen al culto divino y más todavía, en la absoluta necesidad de adquirir ornamentos y lienzos para esta iglesia, donde se 
celebran todas las funciones religiosas que suelen hacerse en las parroquias, no sabiendo dónde buscar ayuda, se dirige humildemente a 

V.S. Ilma. 
Suplicando que se digne tomar en benigna consideración la pobreza absoluta de esta iglesia, la gran necesidad que se siente de que aquí 
se celebren las sagradas funciones por no existir ninguna otra iglesia en estos populosísimos barrios y concederle el caritativo subsidio 
que juzgare oportuno; y para saldar las deudas que, a la fecha, suben a trescientas liras y adquirir los ornamentos de mayor urgencia. 

Lleno de confianza en su experimentada bondad, pide toda suerte de bienes del cielo sobre todos los bienhechores señores 
Administradores de esta pía Obra y se declara con la más sincera gratitud. 

Su humilde y seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Se había dado comienzo a las clases; el clérigo Provera, profesor del primer curso, tenía casi doscientos alumnos, que estaban muy bien 
encaminados. La alegría que había tenido al ver aceptado el proyecto de un colegio en su pueblo, Mirabello, era tan grande que decía: 

-Es excesivamente grande el gozo que siento, así que debo estar preparado para cualquier prueba, pues suele el Señor mezclar siempre 
las rosas con las espinas. 

Sucedió un caso, que, aun cuando él no le dio ((1052)) importancia, 

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parecía sin embargo presagiar que iba a estar sometido a alguna dura prueba, a alguna encarnizada lucha. Una mañana, se encontró 
Francisco con algunos de sus compañeros a la hora del desayuno y dijo: 

-Esta noche tuve un sueño muy raro; me encontré en él en un gran apuro y si os gusta, os lo contaré para que os divirtáis. Parecióme 
estar en un campo leyendo un libro, cuando he aquí que salió a mi encuentro un monstruo horrible. Al intentar escapar, se lanzó furioso 
contra mí con la rapidez del rayo. Como no tenía otra salida, me dispuse a defenderme. Levanté un bastón, que tenía en las manos, le 
descargué unos golpes en la cabeza, en las costillas, donde podía; y hubo un momento que creí haberlo vencido o que había quedado por 
lo menos medio muerto y fuera de combate. Pero de pronto, al volver yo la espalda y echar a correr, el monstruo recobró las fuerzas y, 
con redoblado ahínco, me acometió intentando abrirme el pecho con sus garras. Figuraos mi espanto. Volví a ponerme a la defensiva, 
pero ésta me resultaba más difícil y trabajosa, porque me encontraba ya cansado; a pesar de todo logré salir vencedor. Pero qué? El 
monstruo se lanzó contra mí por tercera y cuarta vez y yo me sentía desfallecer de cansancio; el miedo a ser despedazado me prestaba 
aliento y no me rendía. Empapado en sudor y jadeante, no pudiendo ya tenerme en pie, me volví al Señor, invoqué a la Virgen y lanzando 
un grito: 

-íMaría, ayúdame!, me desperté. El mismo grito que lancé me ayudó a disipar la terrible impresión del espantoso sueño. 

Me sentí entonces consolado, siguió diciendo Francisco, al encontrarme tranquilo en mi casa y fuera de todo peligro; pero, os aseguro 
que me sentía realmente abrumado de cansancio, empapado en sudor. Intenté descubrirme un poco para respirar más libremente y me 
encontré con las manos agarrotadas de modo que no las podía separar una de otra. Temí que aquello ((1053)) fuera una realidad o que me 
hubiera lastimado en el sueño; pero de pronto me di cuenta de que tenía las manos entrelazadas con el rosario. Entonces subió de punto 
mi alegría, me eché a reír y dije para mis adentros. 

-íYa!, comprendo; el arma para vencer al monstruo no es el palo material, sino la oración. 

Alguien refirió a don Bosco este sueño, y el buen padre se limitó a decir: 

-íYa veréis! 

Sabemos por los sagrados libros que, porque así lo permitió Dios, el santo Job fue atormentado con un sinnúmero de calamidades 
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y con una horrible enfermedad por obra del demonio, que con esas diversas y duras pruebas intentaba hacerle maldecir del Señor. Ahora 
bien, no parece verosímil que este sueño presagiaba algo parecido? Los hechos parecen confirmar esta suposición. 

En efecto, pocos días después de dar comienzo el clérigo Provera a sus clases, sintió un dolor bastante agudo en un lado del pecho, 
acompañado de fiebre. Una carta escrita por el mismo Provera nos refiere las singulares circunstancias de esta enfermedad y nosotros 
añadiremos como complemento algo que él omitió y nos manifestó de palabra. 

«No sintiéndome ya con fuerzas para tenerme en pie, la tarde del 10 de noviembre de 1861, me vi obligado a ir a la cama. Estaba 
atacado de pleuresía e indigestión; tenía tos y escupía sangre. Vino a verme el médico y me hizo varias sangrías, mas sin resultado 
alguno. La enfermedad se iba agravando de hora en hora. Al día siguiente era tal mi situación que el médico declaró hacia el mediodía 
que me encontraba en peligro de muerte, sin esperanza alguna de curación. Por consiguiente dio orden de que se me administraran los 
sacramentos. Don Miguel Rúa, que me asistía, después de habérseme aplicado unas sanguijuelas, llamó a don Bosco, el cual, por cuarta 
vez en aquel día, fue a visitarme a las seis de la tarde. 

»-íPobre Francisco!, ((1054)) me dijo con aire de broma, quieres que te pongamos bajo la protección de María Santísima y de Domingo 
Savio? 

»Le contesté que me gustaba muchísimo la proposición. Entonces don Bosco sugirióme que rezara de corazón un padrenuestro; y 
arrodillándose rezó un poco; después se levantó, extendió la mano sobre mí sin dejar de rezar; y terminó dándome la bendición. Luego 
me dijo: 

»-Mira, te lo aseguro: o el Paraíso o la curación. Qué deseas? Qué te gusta más? Quieres quedarte todavía un poco en este mundo y 
aumentar tus méritos con las tribulaciones o prefieres que te saquemos el pasaporte para el Paraíso? Cuál de las dos proposiciones 
aceptas: 

»Quedé pensativo unos instantes, queriendo reflexionar sobre una deliberación tan importante; y después contesté con tranquilidad: 

»-La pregunta me da que pensar; concédame dos horas para ello, y tenga la bondad de volver esta tarde antes de retirarse a su 
habitación; yo le contestaré. 

»Don Bosco replicó: 
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»-Con que te duele abandonar tu cuerpo y el Oratorio? íEsta vez suspenderemos el pasaporte! Estás conforme?
»-No es eso lo que yo quiero decir, añadí; sino que haga el favor de volver a verme esta tarde y yo le manifestaré mi deseo.
»Viendo don Miguel Rúa que no me resolvía en seguida a elegir el partido más conveniente, me dijo extrañado:
»-Tienes todavía que pensarlo?
»Y añadió don Bosco:
»-íEh, sí!, la vida siempre es preciosa. íBasta, pues! Dejemos las cosas en las manos del Señor Fiat voluntas tua sicut in coelo et in


terra, (hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo). Después se me acercó al oído y dijo: 
»-No te preocupes; antes de ir a cenar pasaré de nuevo para ver si deseas ((1055)) reconciliarte con Dios; y, si lo pide el caso, después 

de las oraciones te traeremos el Santo Viático. 
»Luego me exhortó a la resignación y a la tranquilidad, y añadió en alta voz: 
»-Cuando lo tengas bien pensado y hayas hecho la elección, me lo notificarás. 
»Y se fue. 
»Aún no había dado don Bosco más que unos pasos fuera de la estancia cuando ya me determiné. Mi conciencia estaba tranquila, podía 

recibir todavía los sacramentos de la Confesión y Comunión, la Unción de los enfermos y los demás auxilios de la Iglesia, me asistiría en 
mi agonía el mismo don Bosco, en quien tenía tanta confianza; si me aguardaba a morir, no podía tener la seguridad de alcanzar todas 
estas ventajas, y no sabía cómo irían los asuntos de mi alma en el curso de la vida... Además, si don Bosco me promete el paraíso, pensé, 
estoy seguro de ir allá. Determiné, pues, pedir el pasaporte para el paraíso. 

»En aquel momento llegó el caballero Oreglia di Santo Stefano, y don Rúa le contó lo que había sucedido poco antes entre los dos. El 
Caballero al enterarse de mi vacilación, dijo sonriendo: 
»-De haber estado yo en su lugar, no sólo habría esperado la muerte, sino que habría saltado del lecho para salir a su encuentro. 
»-Pero, por qué, replicó don Miguel Rúa, no has elegido en seguida el paraíso? Por qué no aceptaste? 

»-También yo, añadí, he comprendido cuál es el mejor partido y ahora espero impaciente la llegada de don Bosco para manifestarle mi 
determinación. Ea, vaya a decir a don Bosco que acepto el pasaporte. 
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»Cuando don Miguel Rúa bajó al refectorio para cenar, dio el recado a don Bosco y éste contestó: 

»-Es demasiado tarde; ahora ya no es tiempo; tendrá que sufrir unos cuantos años todavía. 

((1056)) »Don Miguel Rúa no volvió para llevarme la respuesta; y yo no sabría decir lo contento que estaba de mi determinación. Hacía 
ya mis cálculos para recomendar a María Santísima a mis Superiores, a mis parientes, a mis compañeros y empezaba a embelesarme 
pensando en mi entrada en la patria celeste, acompañado por los ángeles. El tiempo transcurrido de las seis a las ocho, a pesar de mi 
gravedad me pareció un instante. Sonó la hora de cenar, y yo esperaba ansiosamente a don Bosco; pero no apareció. Entonces comenzó a 
enturbiar mi alegría un pensamiento y dije para mis adentros: 

»-No ha venido don Bosco a confesarme como había prometido. Tal vez habiéndome visto tan dudoso en la elección, fue a su 
habitación y se las entendió con el Señor para que yo no muriese; sino que recobrase la salud y siguiese viviendo todavía. íLo siento 
muchísimo! íQué disparate no haberme decidido al punto, aprovechando la ocasión oportuna! Y así estuve inquieto hasta las diez, en que 
apareció don Bosco. Apenas le vi, exclamé: 

»-íDon Bosco, desearía ir al paraíso! 

»Y él me contestó: 

»-íQuerido mío, ya no estamos a tiempo! íHabrá que tener paciencia!; la gracia de la curación está obtenida; pero resígnate, y prepárate 
para seguir todavía algún tiempo en esta tierra y sufrir mucho. 

»Estas palabras me contristaron: 

»-íPobre de mí! Lo tenía arreglado y ahora ívaya noticia la que me trae! No se podrían combinar las cosas de otra manera, conforme a 
mi deseo? 

»Don Bosco me interrumpió diciendo: 

»-íVaya! Sería preciso revocar las cosas que se han pedido y esto no conviene. A pesar de todo, no tienes por qué tomarte molestias. He 
pedido al Señor que te quedes todavía aquí en esta tierra para ganarle almas para el cielo. Dejémoslo ahora en sus manos. 

»Volvió a darme la bendición, me dijo ((1057)) unas palabras de aliento y después me dejó... 

»Y así yo, que estaba convencidísimo de ir a ser cuanto antes uno más entre los finados, quedé convencidísimo de recobrar la salud y 
seguir viviendo. 
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»A la mañana siguiente recibí el santísimo sacramento de la eucaristía por devoción, me sentí mejor y estaba fuera de peligro. El 
médico a su llegada al Oratorio se encontró con don Víctor Alasonatti y le preguntó: 

»-A qué hora murió ayer noche? 

»-Quién?, preguntó don Víctor, pues había dos enfermos en el Oratorio. 

»-El clérigo, replicó el médico. 

»-Está mejor. 

»-íEn el paraíso!, exclamó el doctor. 

»-No; vaya y verá que está convaleciente. 

»-Posible?... Estaba tan mal como para morir diez veces. 

»Y a los ocho días de cama el mismo doctor me declaraba haber curado de todo mal; sólo necesitaba recobrar las fuerzas perdidas, que 
recuperé, y volví a mis ocupaciones. 

»En otra ocasión me dio don Bosco prueba de su poder ante Dios. Un año después, en julio de 1863, volví a caer enfermo de mucha 
gravedad; yo estaba inquieto y vino a verme. 

»-No te enfades por nada, me dijo; déjame a mí toda preocupación y todo cuidado por la salud de tu alma y de tu cuerpo; y tú no 
pienses en nada. 

»Por la ilimitada confianza que yo tenía en él, estas palabras me aliviaron de tal manera que durante toda la enfermedad, al encontrarme 
agitado por cualquier motivo, me bastaba recordarlas para recobrar al momento la calma». 

FRANCISCO PROVERA, Clérigo. 

((1058)) Salió también de esta enfermedad, pero iba a cumplirse la profecía de don Bosco. Algún tiempo después fue atacado de caries 
en el tobillo. Se le produjo una llaga, que por las agudas punzadas que le daba y por las intervenciones de los médicos, le hizo sufrir 
continuamente, mientras vivió, una infinidad de dolores. Viose obligado a apoyar la rodilla en una pata de palo y a llevar muletas. Esto no 
le impidió trabajar como Prefecto en los colegios de Mirabello, Lanzo, Cherasco y en el Oratorio de San Francisco de Sales; e hizo 
innumerables servicios a la Pía Sociedad hasta el 1874, año de su muerte. Por su paciencia en soportar tantas y tan duras pruebas, fue 
comparado muchas veces al santo Job. 

En el decurso de estos años habíale escrito don Bosco dos papelitos, con ocasión de haber preparado uno para cada clérigo o alumno: 
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1. Provera: Omnis patientia in terris, thesaurum in coelo tibi comparabit. (Provera: todo acto de paciencia en la tierra te proporcionara 
un tesoro en el cielo.) 
2. Provera: Si quieres volar alto, comienza por abajo: humilitas est totius aedificii spiritualis fundamentum. (La humildad es el 
fundamento de todo el edificio espiritual.) 
Estas fueron las gravísimas tribulaciones, que darían ocasión a Provera para alcanzar grandes méritos ante el Señor; pero en 1861, se 
cumplió la primera parte de la predicción de don Bosco, y pudo volver a presentarse en el aula y reanudar sus lecciones. Con gran alegría 
lo vieron también sus hermanos perfectamente curado, asistir a las conferencias de la Pía Sociedad en la habitación de don Bosco. 

«El 20 de noviembre de 1861, escribió don Juan Bonetti, habló don Bosco a todos los socios reunidos, acerca de los que tienen dudas 
sobre su permanencia en la Congregación, e hizo estas advertencias: 

»-Cuando el demonio insinúa en la mente de alguno la idea de dejar la Congregación y por eso se encuentra angustiado, hable, pida 
consejo. Y este consejo no se vaya a pedir a extraños ((1059)) y ajenos a la Congregación, los cuales por no estar bien informados, 
podrían aconsejarnos contra la voluntad de Dios. Tampoco se vaya a pedir consejo a los que, para usar un término moderno, son un poco 
liberales; antes al contrario acúdase a los que nos parecen los más fervorosos y celosos; dicho sea más breve y más claro, váyase al 
Superior... Pide antes sinceramente a Dios que te dé a conocer su voluntad y después puedes tener la mayor seguridad de que el Superior 
no dejará de darte consejo provechoso para tu alma. Y después de oír su parecer, no estés haciendo instancias y mostrándote reacio; 
porque entonces el Superior, para quitarse de encima la molestia, dejará que hagas lo que más te agrade, aun cuando vea que no haces la 
voluntad de Dios. 

»El jueves, 21, después de haber recitado los clérigos algunos versículos del nuevo testamento, díjoles don Bosco: 

»-Si quieres ser un verdadero hijo de don Bosco, es preciso que recuerdes que ya no te debes a la familia ni a los intereses materiales, 
sino a Dios y para Dios; es preciso que dejes tua, tuos et te, (tus cosas, a los tuyos y a ti mismo), los bienes de esta tierra, a tus parientes y 
a ti mismo. Quien se siente con ánimos de hacer esto es el más feliz en este mundo; será discípulo de Jesucristo, verdadero hijo de Dios. 
Dios derramará sobre él sus gracias, y le colmará el corazón de su divino amor. 
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»Para confirmar esto, contó la visión que tuvo santa Teresa, que había pedido con muchas y largas plegarias a Dios que la llenara de su 
amor. Vio ella un saco, que contenía, mitad por mitad tierra y oro. Corrió en seguida la Santa para ver si podía sacar el oro, pero no 
encontraba la manera, si no era abriendo la boca del saco y quitando la tierra. 

»Se puso, pues, a quitar la tierra y a medida que ésta se marchaba iba a ocupar su lugar el oro. Comprendió entonces que, si quería tener 
su ((1060)) corazón lleno del amor de Dios, debía desterrar de él todo pensamiento y afecto terreno. 

»Así concluyó, deben hacer todos los cristianos y especialmente los que, digámoslo, nosotros, que somos llamados a un estado tan 
sublime». 

Sus dulces invitaciones hacían que, con nuevos aspirantes, aumentara el número de sus ayudantes. Lentos son los progresos de la Pía 
Sociedad, porque la prudencia de don Bosco no tiene prisa. 

Leemos en las actas del Capítulo: 

El 23 de noviembre de 1861, el Capítulo de la Sociedad de San Francisco de Sales, después de haberse reunido, y hecha la 
acostumbrada invocación al Espíritu Santo, procedió a la admisión del joven Manuel Diatto, hijo de Miguel, natural de Sanfré, el cual, 
obtenida la mayoría de votos, fue recibido entre los otros hermanos. 

Entre los alumnos nuevos la eficaz palabra de don Bosco preparaba un feliz éxito para el curso escolar. El 28 de noviembre, dice 
Ruffino, contó un sueño o apólogo, comenzando de la siguiente manera: 

-Los sueños se tienen durmiendo; por tanto, yo estaba dormido. Mi imaginación me llevó a la iglesia donde estaban reunidos todos los 
jóvenes. Comenzó la misa y he aquí que vi a muchos criados vestidos de rojo y con cuernos, esto es, a numerosos diablillos que daban 
vueltas entre los jóvenes como ofreciéndoles sus servicios. 

A unos les presentaban la peonza; delante de otros la hacían bailar; a éste le ofrecían un libro, a aquél castañas asadas. A quién, un plato 
de ensalada o un baúl abierto en el que había guardado un trozo de mortadela; a algunos les sugerían el recuerdo del pueblo natal, a otros 
les susurraban al oído las incidencias del último partido de juego, etc., etc. 

Algunos eran invitados con los hechos a tocar el piano, ((1061)) los cuales accedían a la invitación; a otros les llebavan el compás de la 
música; en suma, cada joven tenía su propio sirviente que le invitaba a realizar actos ajenos a la iglesia. Algunos diablillos estaban 
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también encaramados sobre las espaldas de ciertos jóvenes y se entretenían en acariciarles y alisarles los cabellos con las manos. 

Llegó el momento de la Consagración. Al toque de la campanilla todos los jóvenes se arrodillaron desapareciendo los diablillos, a 
excepción de los que estaban sobre los hombros de sus víctimas. Unos y otros volvieron la cara hacia la puerta de la iglesia sin hacer acto 
alguno externo de adoración. 

Terminada la Elevación, he aquí que se vuelve a repetir la escena anterior, reanudándose los pasatiempos y volviendo a desempeñar 
cada criado su papel. 

Si queréis que os dé una explicación de este sueño, hela aquí: creo que en él están representadas las diversas distracciones a las que, por 
sugestión del demonio está expuesto cada joven en la iglesia. Los que no desaparecieron en el momento de la Elevación, simbolizan a los 
jóvenes víctimas del pecado. Estos no necesitan que el demonio les presente motivos de distracción, porque ya le pertenecen; por eso, el 
enemigo les acaricia, lo que quiere decir que sus víctimas son incapaces de hacer oración. 

La natural disipación de los jóvenes al volver de vacaciones, el deseo de libertad, el recuerdo de las cebollas de Egipto, al principio del 
curso eran para algunos motivo de descontento. 

«Dos de éstos, refiere Bonetti, hijos de familias adineradas, no queriendo adaptarse a la vida del Oratorio, habían sido inscritos en un 
colegio moderno de alto rango por los padres, que adoraban a sus hijos. Decíase que allí tendrían cinco platos en la comida, tres en la 
cena; y se los llevaría al baile, al teatro y a otras diversiones de esta clase. Don Bosco había intentado persuadirlos a quedarse, y cuando 
((1062)) fueron a verle para despedirse, les dijo: 

»-Tened entendido que los placeres, que anheláis, por muchos y grandes que sean, nunca podrán daros la verdadera felicidad. No 
olvidéis que tenéis una alma y que debéis salvarla; si la salváis, será salvada para siempre; si la perdéis, será perdida para siempre; y que 
Dios os acompañe. 

»Por la noche, al contar este hecho a los clérigos, añadió: 

»-Dos jóvenes de catorce años criados en un ambiente tan rico en tentaciones, qué resultado podrán tener? 

»Su resultado no fue ciertamente el de tantos otros alumnos que iban creciendo en el santo temor de Dios, como tres jovencitos 
colocados en el Oratorio por monseñor Gentile, obispo de Novara. Este, en carta del 2 3 de noviembre, manifestaba su satisfacción por el 
buen resultado que tendrían sus recomendados bajo la guía de don 
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Bosco. Este mismo prelado recomendaba también al siervo de Dios al reverendo Ferrabuco, para que, con su gran caridad lo exhortara a 
arreglar los asuntos de su conciencia con Dios y su santa Iglesia por cierto beneficio eclesiástico pedido y obtenido de la Autaoridad civil 
sin pevia consulta al Superior Eclesiástico». 

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((1063)) 

CAPITULO LXXVII 

EL HOMBRE DE BIEN PARA EL AÑO 1862 Y SUS PROFECIAS -LECTURA CATOLICA PARA EL PROXIMO ENERO 
-ALGUNAS IMPOSICIONES DE SOTANA -CAPITULO Y ACEPTACION DE SOCIOS -ALUMNO AL QUE LA NOVENA DE 
NAVIDAD OBLIGA A DEJAR EL ORATORIO -DON BOSCO ENFERMO DE ERISIPELA -EL ULTIMO DIA DEL AÑO DE 1861 
-CONSEJOS DE DON BOSCO A LOS ALUMNOS: PROMETE UN AGUINALDO EXTRAORDINARIO 

EN diciembre estaba ya preparado el aguinaldo para los suscriptores de las Lecturas Católicas y fue impreso en los primeros días de 
enero. Llevaba el acostumbrado título: El Hombre de Bien, almanaque piamontés-lombardo para el año 1862. El hombre de Bien y sus 
profecías. 

Empezaba con variedades útiles y curiosas de agricultura -El cultivo de las patatas y diversos modos para multiplicarlas -Los árboles 
frutales: cómo cultivarlos, injertarlos, librarlos de las hormigas -Conservación de las flores. 

A continuación se leía una canción en dialecto piamontés contra la borrachera, seguida de un aviso para los asociados. 

EL HOMBRE DE BIEN A SUS AMIGOS 

Por novena vez, respetados amigos, vengo a visitaros y de no impedírmelo algún accidente, hago cuenta de repetir la visita muchos años 
más. He de poner esta condición, porque hay uno, que es algo más que yo, y que es mi amo. Este, ((1064)) si quiere, me hace callar en un 
momento y me manda a hacer compañía a los gusanos del camposanto. 

Mas, por ahora, sigo viviendo y vive conmigo la coleta, que me arrancó un obús de cañón en la batalla de Solferino; pero poco a poco 
renació, y creció y recobró su primitivo estado normal. Alegra también mi corazón encontrar todavía sanos y salvos a todos; eso os digo a 
vosotros con quienes hablo, y no a los que ya se fueron a buscar su morada bajo tierra. Vivid, pues, todos felices, vivid muchos años con 
salud y alegría; así sean vuestros días y los de vuestros amigos. 

Pensaba este taño poder contaros mis avatares del pasado, y tendría muchos; pero, motivos de prudencia y respeto me inducen a diferir 
mis relatos para tiempos más serenos y que no ofrezcan peligro de temporales, granizadas, turbiones, huracanes. 

Contentaos, por favor, con las cosas ordinarias, de los almanaques y el calendario 
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donde hay un compendio de la vida del santo del día. Luego os indicaré la salida del sol y de la luna, del día y de la noche; por donde 
cada cual podrá deducir fácilmente la hora de comer, beber, dormir, descansar, reír, llorar, jugar, pasear, según la libertad y la necesidad 
de cada uno. 

Pienso además que es mi deber explicaros las profecías del año pasado a las que seguirán las de este año. A propósito de profecías he de 
deciros que, de una manera o de otra, tienen que lograr siempre su cumplimiento, pues los almanaques tienen el derecho de sutilizar tanto 
sus dichos cuanto les es necesario para tener siempre razón. Esto sentado, manos a la obra. 

Las profecías del pasado año 1861.-Os decía que en 1861 desaparecerían de la escena del mundo político grandes personajes. Del 
mundo político han desaparecido ya el gran duque de Toscana y el duque de Módena. Este año desaparecieron del mundo de los vivos, no 
ya en sentido metafórico, sino literal, dos ilustres personajes, el conde de Cavour, que fue a añadir una unidad al número de los finados el 
6 de junio y el Rey de Portugal. 

Veréis el vino a mejor precio, pero el pan más caro.-Todos los que comen y beben saben por experiencia el aumento del precio del pan 
y la disminución del precio del vino. El año pasado esto fue alegoría, este año es realidad. 

((1065)) Un pueblo será destruido por un terremoto.-Todo el mundo sabe lo que ha sucedido con la erupción del Vesubio en el reino de 
Nápoles. Allá cerca de aquel monte había un pueblo, Torre del Greco. Este pueblo ha desaparecido. El terremoto, que hubo a primeros de 
diciembre de este año, sacudió con tanta violencia calles, plazas y casas, que la población tuvo que huir para no quedar aplastada. Por 
añadidura, en aquellos mismos días el Vesubio con sus terribles y espantosas erupciones de lava, ceniza, betún, piedras y fuego horrible, 
cubrió y destruyó los restos de las casas y sepultó en los abismos y escombros a los que no tuvieron tiempo para huir. 

Otros países serán asolados por la sequía.-Todos recuerdan el excesivo calor de este año. Desde tiempo inmemorial no hubo otro 
semejante. Baste decir que en muchos pueblos, provincias y reinos, dentro y fuera de Italia, desde abril hasta enero no llovió ni para regar 
el campo. Aún en estos días (primero de enero de 1862), hay pueblos y ciudades que tienen sus pozos y fuentes sin agua, los campos 
abrasados, las tierras y las siembras secas por falta de lluvia bienhechora, que hace tanto tiempo se espera en vano de la mano del 
Creador. 

Los grandes acontecimientos de 1861 

Los acontecimientos de este año son muchos y, siendo públicos, son conocidos por vosotros y por mí; os mencionaré algunos, para que 
podáis formar un juicio de ellos y reconocer en ellos el dedo de Dios. 

Hízose sentir una terrible sequía en Italia y fuera de ella. Pueblos y ciudades enteras tuvieron que llevar sus ganados hasta cinco millas 
de distancia para abrevarlos. 

Las cosechas tardías, a saber el maíz, el mijo, las patatas, las judías, etc., pueden darse por perdidas completamente. Muchos incendios 
devastaron casas, manzanas de casas, y aun pueblos enteros. Cada día se publicaban en los diarios incendios que han causado daños 
inmensos. De los muchos que hubo en Turín menciono sólo el de casa Tarino. Mientras yo asistía a aquel doloroso espectáculo, oí decir 
más de una vez: 
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-Digan los hombres lo que quieran, pero estos desastres son un azote de Dios. 

»Y la reacción y el bandidaje de Nápoles? 

((1066)) Todos creían que una decena de hombres bastaría para dispersar o capturar a Chiavone con sus cinco o seis camaradas 
bandidos; pero sabemos que fueron enviados allá cien mil hombres, de los que muchos fueron muertos o heridos, muchos cayeron 
enfermos y me dicen que el asunto no está resuelto todavía. 

Algunos se consuelan porque no pocos bandidos fueron muertos o capturados y fusilados y de este modo su número ha mermado 
mucho. Pero, »qué provecho me trae la muerte de los bandidos, mientras tantos parientes y amigos nuestros perdieron la vida a la par que 
ellos? Podría a alguno serle de consuelo, si la muerte de aquéllos hubiese traído la vida a los nuestros, pero no fue así. Hubo encarnizados 
combates por ambas partes, hubo muertos y heridos, y queda mucho por hacer. También aquí hemos de decir: Bellum Dei flagellum (la 
guerra, azote de Dios). La guerra es un azote que Dios permite para castigar los pecados de los hombres. 

Os digo sinceramente: quisiera que no hubiese muerto ni un bandido, ni tampoco que uno de los nuestros hubiese quedado herido 
siquiera, sino que todos viviesen en paz en sus casas, con sus familias, cultivando los campos, trabajando en sus oficios. Así podrían 
practicar mejor su religión, santificar los días festivos y, si os agrada, jugar también alguna partida a las cartas o a las bochas, o, si cuadra, 
celebrar algún banquete, alguna francachela, darse algún paseo o merienda con los parientes o amigos. 

Es un gran acontecimiento el que, en medio de tantos trastornos, codicias y planes ambiciosos, haya podido el Papa quedar tranquilo en 
Roma y mantener libres relaciones con todos los pueblos de la cristiandad. 

Al Papa están unidos los verdaderos católicos guiados por sus obispos, que con un solo corazón y una alma sola profesan, enseñan y 
defienden las doctrinas del Vicario de Jesucristo. 

Es también un gran acontecimiento la espantosa erupción del Vesubio, la sequía, el riguroso frío que nos atormenta, la carestía que va 
en aumento. 

Gran acontecimiento es además la muerte del Rey de Portugal. Se dice que, poco tiempo antes de morir, junto con sus ministros 
despreciaba la excomunión como cosa anticuada e ineficaz. Y a los pocos días murió su hermano casi improvisamente; y casi al mismo 
tiempo el rey mismo, a la temprana edad de veinticuatro años, después de pocos días de violenta enfermedad, falleció ((1067)) acometido 
de espasmódicos dolores. 

Son acontecimientos graves las guerras de América, Polonia, Líbano, Montenegro; pero ninguno es tan estrepitoso como la muerte de 
Cavour. 

Se sabe que él tenía en sus manos los hilos de todos los negocios políticos. Su muerte repentina le impidió comunicar a otros sus 
secretos; al morir cuando nadie lo esperaba, dejó al mundo consternado y obligó a los buenos y a los que no lo son tanto a decir: Aquí 
está la mano de Dios, que da y quita la vida a quien quiere y cuando quiere. 

Alguien dirá: los negocios no fueron a la tumba con Cavour. 

Yo soy del mismo parecer, creo y estoy convencido de ello, que el mundo no fue ni irá con Cavour a la tumba; pero entre tanto con su 
muerte se ha perdido el cabo de la madeja; y de entonces acá la madeja política se volvió cada vez más enredada. Había uno que tenía el 
otro cabo del hilo, pero éste ahora ya no sabe dónde fijar el cabo opuesto. Este, que todavía vive, sabe jugar muy bien a la pelota, pero él 
solo no puede jugar la partida, ni sabe dónde encontrar un amigo, que quiera o sepa estar 

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en su compañía. Aquí volvemos al punto de partida, es decir que la mano de Dios desbarató los planes de los hombres. 

Causará estupor que en 1861, haya comenzado la era de la paz; y sin embargo es así, los hombres son míseros instrumentos del poder 
de Dios. Hagan a su talante lo que quieran, pero se ha perdido la brújula y ésta no aparece... Todavía habrá guerra... habrá todavía 
desórdenes de otra clase, pero nadie podrá detener la mano de Dios, que actúa entre nosotros; por eso llegará el tiempo y no tardará 
mucho, en que todo buen católico podrá vivir en paz profesando su religión. Pero al mismo tiempo debo deciros que los acontecimientos 
de 1861 no son más que el índice de los que sucederán en 1862. 

Los acontecimientos de 1862 

Aun cuando ha comenzado la era de la paz, sin embargo, el estado de cosas del año 1861 no es sino, como acabo de decir, el índice de 
lo que ocurrirá en el 1862. Por lo tanto las guerras, que empezaron el año pasado, tomarán este año mayores proporciones, pero, 
transcurridos tres cuartos del año, cesarán las hostilidades y los hombres, que antes caminaban como atolondrados, comenzarán a conocer 
a sus caudillos y volverán hacia atrás ((1068)) por el mismo camino que anduvieron ciegamente mucho tiempo sin resultado. Pero, ay de 
aquéllos, que fueren sorprendidos mientras se dé este paso atrás. 

Una enfermedad terrible afligirá a muchos este año; pero será de provecho para muchas almas. Este azote se podría aligerar no poco, si 
los hombres santificasen mejor las fiestas. 

Vendrán la sed, el hambre, las úlceras para castigar las blasfemias que cada día se lanzan contra el nombre de Dios y contra la religión 
íAy de los blasfemos! Se arrepentirán incluso los que los compadecen. 

Hasta cierta época del año se temerá mucho por las cosechas, que efectivamente sufrirán muchos daños, pero después de la dos terceras 
partes del año, ya no habrá peligro de carestía. 

Os voy a decir ahora una cosa muy importante, poned atención y haced lo posible por comprender. Hay un gusano terrible que va dando 
vueltas carcomiendo la vida de los hombres. Muchos estudiaron cómo acometerlo y matarlo, pero inútilmente; nadie puede cortarle el 
paso. El año pasado taladró el cerebro a muchos, que por eso se volvieron medio locos; fue después hasta la médula espinal de un gran 
hombre y la fue royendo hasta llegar al cerebro, y ésta fue la causa de su muerte. 

Ahora ha penetrado ya en la médula dorsal de quien es considerado neciamente por algunos como el director del mundo. Ya está roída 
la mitad; veréis los efectos este año. 

Quisiera deciros muchas cosas más, pero la prudencia me dice que basta; por eso me limito a añadir algunas profecías antiguas que 
guardan relación con nuestros tiempos. 

Y el almanaque presentaba una predicción manuscrita por un pobre aldeanito de Flandes hecha en 1792. 

Terminaba con esta nota: Distribución de las Cuarenta Horas en las iglesias de la ciudad de Turín. 
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Junto con el Hombre de Bien, para el mes de enero de 1862, Paravía, tenía preparado el fascículo: Devoción de los siete domingos 
dedicados a honrar los dolores y gozos de San José con indulgencia plenaria cada domingo, por el padre Ughet. Traducción de Josefina 
Péllico. 

((1069)) Con el tradicional programa y la acostumbrada devoción celebrábase en el Oratorio la fiesta del día 8 de diciembre. Antes de 
las Vísperas, don Bosco cumplía la promesa hecha en mayo. Había mandado construir en cemento una hermosa estatua de la Inmaculada 
Concepción. El maestro de obras Carlos Buzzetti la colocó en la cima de la fachada, cerca del lugar alcanzado por el rayo y delante plantó 
un sólido tablado. Don Bosco subió hasta aquella altura revestido de roquete y estola, rodeado por un grupo de clérigos, y bendijo 
solemnemente la estatua. Después, desde aquel tablado, que fue seguramente el más alto púlpito del mundo, dirigió a sus muchachos, 
reunidos en el patio al pie del edificio, una breve pero calurosa exhortación para que honrasen, amasen a la gran Madre de Dios y 
confiaran en Ella constantemente. Así que hubo acabado de hablar, entonó desde allí mismo la canción, que comienza con las palabras: 
Alabad a María, lenguas fieles, y los jóvenes la prosiguieron hasta el fin con un afecto y entusiasmo indescriptible, acompañados por la 
banda de música, que iba a su vez a porfía para llenar el ambiente de alegres armonías para gloria y agradecimiento a nuestra celeste 
Protectora. 

En aquel mismo día vistieron la sotana los jóvenes Jarach, Costanzo, Mignone y Murra. Monseñor Gianotti, obispo de Saluzzo y los 
Ordinarios de diversas diócesis habían autorizado y delegado a don Bosco para bendecir los hábitos talares e imponérselos a éstos y a 
otros varios alumnos por cuenta de sus diócesis. El joven Pablo Albera había recibido el sagrado hábito en None, el día 29 de octubre, de 
manos de su párroco, el teólogo Abrate. 

También la Pía Sociedad agregaba nuevos miembros. Dicen las actas del Capítulo: 

El 15 de diciembre de 1861 el Rector de la Sociedad de San Francisco de Sales, después de reunir al Capítulo e invocar al Espíritu 
Santo, propuso para la votación a los jóvenes ((1070)) Luis Do, estudiante, hijo de Juan, natural de Vigone, y José Mignone, clérigo, hijo 
de Félix, natural de Mazzè. Uno y otro tuvieron votación favorable y fueron aceptados en la Sociedad. 

Comenzó la novena de Navidad, y en ella se renovó el hecho de salir espontáneamente del Oratorio uno que no era de buen ejemplo 
para los compañeros. 
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En 1861 el joven Ric..., ingresado en el Oratorio pocos meses antes, nunca había querido ir a confesarse. 

Si al bajar las escaleras, veía subir a don Bosco, él se volvía atrás en seguida y echando a correr por el corredor, bajaba a toda prisa por 
otra escalera. Ni una vez pudo don Bosco encontrarle, poniendo incluso a su lado buenos compañeros, que le indujeran a acercársele. 

Pero la víspera de Navidad, Ric... sintióse acometido de un grave malestar, que por la noche degeneró en frenesí; empezó a gritar 
diciendo que tenía la cama rodeada de demonios, que lo agarraban y arrastraban; sus espantosos gritos oíanse por toda la casa. 

Después, poseído de un terror cada vez más profundo, comenzó a hacer una de las más abominables narraciones. El asistente, clérigo 
José Bongiovanni, mandó a todos los jóvenes del dormitorio, a quienes había despertado con sus gritos, que se taparan los oídos. Al 
amanecer le había bajado algo la fiebre, pero Ric..., enterado de las revelaciones que había hecho durante la noche anterior en su estado 
de delirio, tan enfermo como estaba, huyó a su casa y ya no se le vio, ni se tuvo de él noticia alguna. 

Don Domingo Belmonte fue testigo de este hecho. 

Pasadas las fiestas de Navidad, refiere Ruffino, don Bosco cayó enfermo de erisipela y guardó cama unos días. El último día del año de 
1861 mejoró. Dijo por la noche que quería bajar al locutorio. Todos eran del parecer contrario. ((1071)) Pero él bajó de la habitación, 
subió a la cátedra para dar como de costumbre el aguinaldo general a todos los jóvenes que le aplaudieron unánimes y, según la crónica 
de Bonetti, habló en los términos siguientes: 

He querido bajar para veros y hablaros esta noche, porque estaba convencido de que, si no venía, no podría ya veros ni hablaros en este 
año (risas). El año 1861 ya ha pasado; los que lo pasaron bien, ahora se encontrarán satisfechos; los otros podrán arrepentirse, pero este 
año ya no podrán recobrarlo; el tiempo pasa sin remedio: fugit irreparabile tempus (huye irreparable el tiempo). Acostumbro, la última 
noche de cada año, dar a mis hijos algunos recuerdos para el año siguiente. Los recuerdos para el 1862 van a ser éstos: 

Poned mucho interés en oír bien la santa misa, y cada uno por su parte trabaje por promover la devota asistencia a ella. Este año tengo 
gran necesidad de que hagáis lo que os recomiendo y me interesa muchísimo alcanzar. Nos amenazan grandes desastres. La santa misa 
es un gran medio para aplacar la ira de Dios y alejar de nosotros los castigos. Pongamos, pues, en práctica el consejo del Concilio de 
Trento: cada vez que asistimos a la santa misa procuremos ponernos en condición de comulgar, para que de este modo participar más y 
mejor en este augusto sacrificio. 

Empéñese cada uno con ahínco en cumplir los deberes de su estado, empezando por los que tienen alguna incumbencia en la casa. Hay 
jefes de dormitorio, de estudio, de taller, de mesa; pues bien, cada uno de éstos dedíquese, con todos los medios 
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que tiene a su alcance, a cumplir con la mayor perfección su oficio. Pero, al mismo tiempo que recomiendo esto a los que son en cierto 
modo superiores, no quiero olvidar recomendar obediencia y sumisión a los subordinados. Si así lo hacéis, todo marchará con orden y 
tendremos un año de paz y tranquilidad. A vosotros, los aprendices, deseo que podáis dedicaros al estudio de vuestra profesión y 
capacitaros para ganar honradamente el pan con el sudor de vuestra frente; os deseo mayor solicitud por la salvación del alma. A los 
estudiantes deseo que puedan aprender la ciencia profana, sin olvidar la ciencia de los santos. Pero, »qué deseo formuláis vosotros 
((1072)) para don Bosco? Me parece leer en vuestros corazones el ardiente deseo de que viva muchos y felices años. También yo os 
deseo a vosotros muchos y felices años. Pero »podré aseguraros que este deseo mío tendrá un efecto para todos vosotros? íAy, no! Tal 
vez al término del 1862 ya no nos encontraremos todos con vida. El año pasado decíamos en una noche como ésta que tal vez no nos 
encotraríamos ya todos en este día. Estaba con nosotros Martino y éste también iba diciendo:-»Quién sabe quién es el que irá al otro 
mundo? Nunca creería que iba a ser él mismo. Y sin embargo, así fue. 
Llegó casi hasta el fin del año; pero a la postre tuvo que partir para la eternidad el 26 de este mes. Con él marcharon también Maffei, 
Quaranta, Roggero. Y si el año pasado, con ser menos numerosos, fallecieron cuatro, »podríamos esperar encontrarnos todos en este 
mundo el próximo año ahora que somos más? Estemos todos preparados por si llega la muerte hasta nosotros; que nos encuentre 
preparados para partir tranquilos a la eternidad. Lo que os acabo de decir sirve para todos en general. 

Pero en los últimos días de los otros años, después de dar el aguinaldo general, acostumbraba daros otro particular a cada uno. »Haré 
otro tanto este año? Sí, lo haré; y lo haré de una manera que nunca se hizo desde que existe el Oratorio. Es algo singular y 
extraordinario, pero nada puedo deciros hasta mañana. Rezad según mi intención y veréis que habrá una cosa que merecía se pidiera a 
Dios por ella. Mañana por la noche os lo explicaré todo. Que durmáis bien. 

Con esta plática ponía don Bosco fin al año. Pero sus palabras del último día y última noche de 1861 iban a ofrecer el tema a las que 
diría el primer día y primera noche del 1862. La gloria y la misericordia de Dios, la bondad de María, la salvación de las almas resuenan 
en todo instante en los labios enamorados, que las anuncian a pequeños y grandes. Su voz se suma al coro del universo entero: Dies diei 
eructat verbum et nox nocti indicat scientiam (un día pasa la palabra al otro día y la noche da su noticia a la siguiente). 
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((1073)) 
APENDICE 

Algunas cartas de recomendación del Ministerio de Gobernación durante los años 1860-61 a don Juan Bosco en favor de jóvenes para 
ser internados en el Oratorio. 

Muchachos recomendados por S.E. el ministro FARINI. 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 2352. 

Turín, 1 de agosto, 1860. 

Con objeto de obtener la admisión gratuita en el Pío Instituto de San Francisco de Sales en Valdocco, suburbio de esta capital, del 
jovencito G.B., huérfano de padre, y domiciliado en esta ciudad, habiéndose hecho instancia a este mismo Ministerio, el que suscribe no 
puede menos de recomendarlo a la piadosa caridad del reverendo Bosco, Director de dicho Pío Instituto por los especiales miramientos, 
de que le reconociere merecedor. 

Por el Ministro, SALINO 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 3236. 

Turín, 16 de octubre, 1860. 

El señor Arcipreste de Bobbio al exponer a este Ministerio que se encuentran en su parroquia los jóvenes Miguel Buscaglione y 
Colombo Chiaffredo, huérfano el primero y poco menos el segundo, pues, muerta la madre, el padre lo abandonó hace más de tres años 
sin dejar rastro de su domicilio, presenta las más vivas instancias para que se proceda solícitamente a internar a estos dos jóvenes 
desamparados. Añade ((1074)) además que los respectivos abuelos maternos, carentes de medios y muy ancianos, ya no están en 
condición de mantener a estos niños. 

El que suscribe, pues, al dar conocimiento de todo esto al benemérito don Bosco, le interesa vivamente para que vea si es posible 
internar a estos pobre huérfanos en el Pío Instituto que dirige, teniendo en cuenta también que manifiestan alguna capacidad, que, 
cultivada, los haría útiles a la sociedad, mientras que llegarían a ser perjudiciales, tal vez, si desgraciadamente hubiesen de seguir en el 
abandono en que se encuentran. 

Al enviar al mencionado don Bosco los documentos que se refieren a los dos muchachos de que se trata, el que suscribe espera conocer 
el resultado de las instancias que le hace. 

Por el Ministro, SALINO 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 3375. 

Turín, 26 de octubre, 1860. 

Fueron presentados los adjuntos papeles a este Ministerio, para que se gestione la admisión, en algún Pío Instituto, del joven José 
Berna, huérfano de padre y perteneciente a una familia pobre de esta capital. 

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El que suscribe, al enviar los certificados, comprobantes de la lastimosa condición de la misma familia, al sacerdote Juan Bosco, 
Director del Instituto de San Francisco de Sales en Turín, recomienda la admisión del mencionado joven en el instituto por él dirigido, y 
espera una nota de respuesta para la oportuna norma de los interesados. 

Por el Ministro, SALINO 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 3400. 

Turín, 31 de octubre, 1860. 

Félix Raineri, domiciliado en esta capital, de profesión corista de teatro se dirige a este Ministerio, para que se gestione la admisión en 
algún Pío Instituto educativo de un hijo suyo de catorce años y cuyo nombre es Pedro. 

De los informes recibidos resultó que el peticionario no tiene medios suficientes con que proveer al sustento suyo propio, de la mujer 
enferma y de la familia, y por otra parte, es urgente apartar al muchacho del ocio y aplicarlo al trabajo en algún instituto. 

((1075)) Por lo tanto el que suscribe recomienda esta instancia a los benévolos cuidados del sacerdote Bosco, interesándolo para que 
tenga a bien buscar la manera de internar en el Instituto por él dirigido al joven de que se trata, reservándose, en el caso favorable, el dar 
las disposiciones para una retribución de ciento cincuenta liras por única vez en favor de ese Instituto. 

Espera un envío de recibo para su norma. 

Por el Ministro, SALINO 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 3780. 

Turín, 3 de diciembre, 1860. 

En respuesta a la carta del 27 del próximo pasado noviembre por la que el sacerdote Juan Bosco participa haber internado en el Oratorio 
de San Francisco de Sales, por él dirigido, al joven Julio Paroncini, el que suscribe le comunica haber concedido este Ministerio una 
asignación de cien liras como compensación de la mencionada admisión, objeto de la nota del día 25 de junio, Nº 1817. 

Por el Ministro, SALINO 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 3909. 

Turín, 12 de diciembre, 1860. 

El referido Serafín Gianuzzi de catorce años de edad, hijo del difunto Agustín Revisor que fue de la Inspección general de la Real 
Lotería, natural de Turín, habiendo quedado poco ha huérfano por muerte de su madre Luisa Vittoria Apra, y encontrándose en lastimoso 
estado, desamparado por todos, se dirigió a este Ministerio para ser internado en ese Centro. Por los informes recibidos con respecto al 
joven resulta ser de cualidades personales y morales buenas, y por tanto digno de ser 
atendida su petición. 

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El que suscribe al interesar la probada filantropía de don Bosco para encontrar la manera de procurar hospedaje al mencionado Serafín 
Gianuzzi en el Instituto por él dirigido, se compromete a dar las necesarias disposiciones para el abono de cien liras por una vez a título 
de subsidio, cuando sean cumplidos los deseos de peticionario. 

Se aguarda una respuesta a este propósito, que se espera sea favorable. 

Por el Ministro, SALINO 

((1076)) Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 4108. 

Turín, 28 de diciembre, 1860. 

Carlos Alasia, al exponer a este Ministerio que por se padre de familia numerosa, viudo y muy pobre, no se encuentra ya en absoluto en 
condiciones de proveer al sustento de sus hijos por no contar con más medios que lo poco que gana en su oficio de zapatero, hace vivas 
instancias para proporcionar albergue a dos de sus hijos, uno de veintiún años, desgraciadamente sordo y de complexión muy débil y el 
otro de doce años. 

El que suscribe se precia de poner en conocimiento de todo este asunto al benemérito don Bosco, interesándolo para encontrar la 
manera, a ser posible, de albergar al menor de dichos pobres muchachos en el Pío Instituto, que dirige; y aguarda contestación que espera 
sea favorable. 

Por el Ministro, SALINO 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 7351, 844 

Turín, 6 de febrero, 1861. 

Fue dirigida a este Ministerio por Santiago Anglois, domiciliado en esta Capital, profesor de contrabajo en la Real Capilla de S.M., una 
súplica para que se gestione la admisión de su hijo Celestino en uno de los puestos de pensionistas de ese Centro, donde lleva un año 
cursando los estudios de latinidad. 

La escasez de fortuna, en que se encuentra el peticionario, padre de numerosa prole, a la que no podía mantener con los escasos medios 
que le proporciona su profesión, induce a este Ministerio a apoyar vivamente la instancia ante el Sacerdote Bosco, Director del 
mencionado Instituto. 

Y confiando obtener una respuesta favorable a este propósito, sobre todo por tratarse de un joven ya conocido por el señor Director, 
ofrece desde ahora para compensación un subsidio de cien liras al piadoso Instituto por una sola vez. 

Entretanto el que suscribe pone en conocimiento de don Bosco, en respuesta a su carta del 2 de los corrientes, referente al joven 
Guglielminotto, que ha interesado al alcalde de Susa, que promueve el internado de dicho joven, para que facilite algún subsidio a ese 
Instituto, en compensación de la manutención de dicho muchacho. 

Por el Ministro, SALINO 

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((1077)) Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 12.389, 1.509. 

Turín, 3 de marzo, 1861. 

Francisco Mautino, domiciliado en Agliè (Ivrea), bracero de profesión, de edad avanzada y padre de familia numerosa, acude a este 
Ministerio para obtener que su hijo José de trece años sea internado en algún centro benéfico a fin de aprender un arte u oficio, que lo 
capacite para proporcionarse el sustento. 

En efecto, la lastimosa condición, en que se encuentra dicha familia, que vive de su trabajo diario, viéndola merecedora de 
consideración, el que suscribe interesa la porbada bondad del sacerdote Juan Bosco en favor del muchacho que se menciona rogándole 
mire cómo poder recibirlo en el Pío Instituto por él dirigido; y enviarle una respuesta a propósito, para oportuna norma de los interesados. 

Por el Ministro, SALINO 

Jóvenes recomendados por S.E. el Ministro MINGHETTI. 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 15.560, 1.895. 

Turín, 18 de Marzo, 1861. 

El niño Segundo Boccadoro, de doce años, hijo de Celeste, nacido y domiciliado en Asti, queriendo aliviar a su padre de la carga de 
proveer el sustento de la familia compuesta de otros ocho hijos, a los que a duras penas puede proporcionar el alimento con el escaso 
jornal de su trabajo, ha elevado una instancia a este Ministerio, refrendada por los documentos adjuntos, para obtener colocación en algún 
pío instituto. 

Este Ministerio no puede menos de apoyar un tan laudable deseo del niño Boccadoro; por eso recomienda vivamente a la probada 
caridad del sacerdote Juan Bosco la mencionada instancia, rogándole tenga a bien admitirlo, en cuyo caso se reserva corresponder a ese 
Pío Instituto un subsidio de ciento cincuenta liras por una vez. 

Espera para su norma una respuesta sobre el asunto. 

Por el Ministro, G. BORROMEO 

((1078)) Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 44.505, 5.325. 

Turín, 27 de junio, 1861. 

El Ministerio de la Guerra ha recomendado al de Gobernación para ser internado en algún centro benéfico al niño Rosario Pappalardo 
de unos nueve años, natural de Giarre (Mesina), huérfano de padres, llegado a Casale con la doceava compañía del segundo regimiento de 
artillería de vuelta de la ciudad de Mesina, observando que hasta los catorce años no podrá ser admitido en ningún centro militar, donde 
dedicarse a la milicia, a la que parece inclinarse y dar esperanza de buen resultado por ser de talento muy despejado. 

Considerando las excepcionales circunstancias arriba expuestas, este Ministerio interesa al Reverendo Bosco para que tenga a bien 
admitir por tratarse de un caso extraordinario, y no obstante la falta de edad, al niño Pappalardo en el Instituto por 

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él dirigido, ofreciendo en caso favorable la suma de doscientas liras en compensación de la colocación que se pide. 

Tenga a bien el Sacerdote Bosco enviar una nota de contestación para su norma ulterior. 

Por el Ministro, G. BORROMEO 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 45.993, 5.509. 

Turín, 28 de junio, 1861. 

Se dirigió a este Ministerio con el adjunto memorial y papeles anexos, el ciudadano Cayetano Ghiringhello, para que se gestione la 
admisión en ese Pío Instituto de su hijo Roberto, de once años. 

Habida cuenta de las circunstancias que se exponen, no puede menos el que suscribe de presentar sus buenos oficios al Reverendo Juan 
Bosco, para que vea si es posible ayudar a un pobre padre, incapacitado para el trabajo por enfermedad y por otra parte merecedor de 
benigna consideración al llevar la carga del sustento y educación de la familia. 

En previsión de una respuesta favorable, el Ministerio está dispuesto a conceder en compensación ciento cincuenta liras por una vez. 

Por el Ministro, G. BORROMEO 

((1079)) Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 56.189, 6.602. 

Turín, 6 de agosto, 1861. 

El alcalde del Ayuntamiento de Arizzano (Pallanza) ha interesado a este Ministerio para que gestione el hospedaje en algún Pío 
Instituto del pobre muchacho Juan Bautista Caretti de unos catorce años, hijo del difunto Juan Bautista y de Luisa Bianchi, viuda en 
segundas nupcias del ciudadano Realini..., que tiene dificultad para encontrar trabajo con que ganar escasamente los medios de 
subsistencia para sí misma y mucho menos para poder abastecer a su hijo. 

Teniendo en cuenta las circunstancias que se exponen, el Ministerio no sabe rehusar el interponer sus buenos oficios ante el Reverendo 
don Bosco, para que vea si es posible encontrar la manera de proceder a la admisión de dicho niño en el Instituto por él dirigido, 
encargándose, de ser admitida favorablemente la petición, de mandar conceder por una vez a ese Instituto un subsidio de ciento cincuenta 
liras. 

Por el Ministro, G. BORROMEO 

Ministerio de Gobernación. 
División N.º 5-Nº 60.093, 7.041. 

Turín, 13 de agosto, 1861. 

Con el adjunto memorial, el nombrado Francisco Petiti, carpintero en Fossano, insta para que sea admitido en ese Pío Instituto su hijo 
Juan Bautista de 14 años. 

Las circunstancias expuestas en la instancia y avaladas por los favorables testimonios, que resultan de los adjuntos documentos, 
demuestran verdaderamente merecedora de consideración la petición de Petiti. 

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El que suscribe no puede dejar de añadir sus buenos oficios a la instancia del peticionario para que tenga a bien dignarse el Reverendo 
Juan Bosco, Director del Oratorio de San Francisco de Sales, de ver la mejor manera de admitir en el Pío Instituto al joven Juan Bautista 
Petiti, rogándole que le envíe nota de respuesta a este propósito para las oportunas comunicaciones al interesado. 

Por el Ministro, G. BORROMEO 

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