BOZZOLO Sogno dei nove anni breve ESP


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EL SUEÑO DE LOS NUEVE AÑOS DE DON BOSCO
Don Andrea Bozzolo
Turín, 9 de mayo de 2019
1. Los "sueños" de Don Bosco: cuestiones introductorias
Los sueños son un elemento muy precioso de la experiencia espiritual y de la sabiduría
educativa de Don Bosco. No pueden reducirse a simples historias edificantes, pero, aunque no todas
tienen el mismo valor, son fuentes muy importantes que merecen ser estudiadas y profundizadas por
muchas razones. Una primera y fundamental razón consiste en el hecho de que el propio Don Bosco
atribuyó a algunos de ellos un valor inspirador y se dejó guiar por ellos de diversas maneras. Como
Pietro Stella ha escrito con autoridad:
Sueños [...] fundaron convicciones y apoyaron grandes hechos. Sin ellos, algunos rasgos característicos de la
religiosidad de Don Bosco y de los Salesianos no serían explicados. Por eso merecen ser estudiados atentamente
no sólo por su contenido pedagógico y moralista, sino también por lo que fueron en sí mismos y por la manera
en que fueron comprendidos por Don Bosco, sus jóvenes, sus admiradores y sus herederos espirituales.1
Sin duda, Don Bosco acogió con prudencia el mensaje de los sueños, los sometió a un largo
discernimiento espiritual y nunca los entendió como un camino alternativo a la búsqueda orante de la
voluntad de Dios. Antes de contarlos a sus hijos esperó muchos años, en algunos casos incluso
décadas, y decidió hacerlo sólo cuando Pío IX, que había sentido el signo de una misteriosa acción
del Espíritu, le instó a hacerlo. A pesar de la prudencia con la que Don Bosco utilizó sus sueños, es
innegable que muchos aspectos del Oratorio y de la fundación misma de la Congregación Salesiana
están tan estrechamente entrelazados con ellos que difícilmente se podría comprender la aventura
espiritual del sacerdote de Valdocco en toda su riqueza, descuidando su contribución.
Una segunda razón para prestar especial atención a estas páginas es el hecho de que algunas
de ellas son documentos espirituales de gran valor, en los que es posible encontrar, en la forma
evocadora típica de los símbolos oníricos, la expresión sintética de los rasgos constitutivos del
carisma salesiano. No es casualidad, por tanto, que desde el comienzo de la Congregación los relatos
de algunos sueños fueran utilizados por el primer maestro de novicios, don Giulio Barberis, para
introducir a los aspirantes a la vida salesiana en ese estilo original de consagración apostólica que se
originó en Don Bosco. En las imágenes de los sueños, en efecto, se evocan las actitudes que deben
asumir los que quieren vivir con Don Bosco y asimilar su espiritualidad. Los sucesores de Don Bosco
en la dirección de la Congregación y de la familia salesiana, por otra parte, volverán en varias
ocasiones a algunos de estos textos, haciendo resonar el mensaje educativo y espiritual y la fuerza
cuestionadora en diferentes momentos.
Una tercera razón, finalmente, se puede identificar en el hecho de que estas páginas ofrecen a
menudo acceso al mundo interior de Don Bosco, que es difícil de encontrar en sus otros escritos. Esto
es algo que quizás todavía no se ha puesto suficientemente de relieve y cuyo potencial está a la espera
de materializarse. Todos sabemos lo poco que Don Bosco se inclinaba a hablar de sí mismo y muy
sobrio al confiar en los movimientos de su alma. Creciendo en un ambiente campesino, donde había
* En este informe presento un breve resumen de un estudio más amplio, actualmente publicado en un volumen dedicado
íntegramente a los sueños de Don Bosco: A. BOZZOLO (ed.), I sogni di Don Bosco. Experiencia Espiritual y Sabiduría
Educativa, LAS, Roma 2017.
1 STELLA, Don Bosco en la historia de la religiosidad católica. II. Mentalidad religiosa y espiritualidad, Pas-Verlag,
Zurich 1969, 507.
1

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respirado el amor por el trabajo y el gusto por la concreción, Don Bosco no se dejó llevar por la
observación de sus estados interiores. Su carisma educativo y apostólico, además, le impulsó a
expresar la calidad de su fe con el ardor de la caridad más que con el análisis reflejado de la vida. Es
costumbre, por tanto, creer que no disponemos de muchos documentos que nos permitan ahondar en
las profundidades de este sacerdote devorado por la pasión apostólica, que no tuvo tiempo ni ganas
de contar su propia autobiografía espiritual. Sin embargo, en nuestra opinión, los cuentos de sueños
- de algunos en particular - son la excepción. En efecto, mientras los cuenta, Don Bosco no puede
dejar de exponer su propio corazón, para que se vislumbre el rico mundo de sus emociones: el miedo
que lo atrapa ante la misión, la consternación ante las dificultades, la actitud instintiva de defensa ante
una tarea que lo supera, la angustia con la que reacciona ante el pecado, pero sobre todo la inmensa
alegría de percibir la cercanía de Jesús y la protección de María, el asombro de descubrirse a sí mismo
como instrumento de los planos divinos, la maravilla de ver los horizontes de su propia fecundidad
expandirse hasta influir en los acontecimientos eclesiales y sociales del tiempo y abrazar los vastos
límites de la misión. Mientras cuenta sus sueños, Don Bosco cuenta inevitablemente de sí mismo, de
ese "yo" profundo que a menudo permanece modestamente en la sombra cuando describe el desarrollo
de su obra o cuando compone textos destinados a la educación del pueblo de Dios o a la catequesis
de sus jóvenes.
Si bien hay muchas razones para investigar este tema, no se pueden ocultar las dificultades
que conlleva esta empresa y las objeciones a las que se enfrenta el investigador. La primera y más
radical se refiere a la consistencia misma de la experiencia del sueño, que el sentido común considera
por su naturaleza evasiva y transitoria, hasta tal punto que rara vez en la memoria despierta logra
preservar una imagen viva. Es correcto, por lo tanto, preguntarse: ¿a qué región de la realidad debe
asignarse el fenómeno del sueño? ¿Qué espacio se le debe dar en el contexto de la conciencia humana?
¿Qué dignidad y qué papel se le puede atribuir como fuente de conocimiento?
La reflexión en profundidad sobre estas cuestiones, que parecería socavar cualquier pretensión
de trabajo riguroso en su raíz, resulta paradójicamente una valiosa oportunidad para la clarificación
teórica. De hecho, entrando en el complejo problema de los sueños, es evidente que muchas de las
sospechas que pesan sobre ellos derivan de un modelo antropológico preciso, establecido en la
modernidad, pero que no se resisten a una reflexión crítica más amplia. De hecho, dependen en gran
medida de la tendencia moderna a identificar la conciencia humana con la atención vigilante de un
sujeto consciente, confundiendo así la realidad de la percepción con su grado de conciencia e
identificando indebidamente el registro del conocimiento con la adquisición de ideas claras y distintas
sobre un objeto investigado analíticamente. Está claro que a partir de estos presupuestos el sueño sólo
puede ser empujado de vuelta a una especie de "agujero negro" de la conciencia, como una
experiencia que disminuye hasta el límite de lo irreal. De esta manera, sin embargo, el sujeto moderno
reduce su mundo sólo al tiempo de vigilia y pierde contacto con lo que vive en su condición nocturna,
en la que ciertamente no deja de existir, de sentir, de experimentar -aunque sea de otra manera- su ser
en el mundo. El fenómeno de los sueños, por lo tanto, puede ser abordado en su originalidad sólo
cuestionando los supuestos teóricos en cuyo nombre identificamos el campo de experiencia para el
que utilizamos los términos "conciencia", "conocimiento", "realidad".
Si el sueño se concibe como un acontecimiento dinámico, como si surgiera de una dirección
intuitiva, como una imagen de una intencionalidad en curso, es evidente que su narración no puede
ser una especie de relato estenográfico, una reproducción detallada que tenga la pretensión de
restaurar cada detalle de forma definitiva. La narración onírica es más bien un intento de expresar y
prolongar el dinamismo de una experiencia percibida de una manera distinta a la claridad conceptual,
una experiencia que sólo puede llegar a los labios como en el parto, mientras la conciencia trata de
comprender su significado dentro de su propio horizonte vital. Sólo el registro de una palabra que
intenta expresar un movimiento de trascendencia es el que más fielmente devuelve la complejidad del
evento nocturno. El sueño no es, por tanto, un material de laboratorio, ni la historia que lo transmite
un registro objetivo. La experiencia a la que él da voz dice respecto a las preocupaciones de las
regiones más íntimas de nuestro mundo, que ningún enfoque racionalista es capaz de nombrar.
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Un segundo elemento de dificultad, más directamente relacionado con el campo específico de
nuestra investigación, es que bajo el nombre de "sueños de Don Bosco" se nos ha transmitido el
recuerdo de experiencias muy diferentes: 1. fenómenos extraordinarios verdaderos y propios (en su
mayoría del tipo que la teología espiritual designa como "visiones imaginativas"); 2. la realidad de la
vida de los seres humanos. experiencias oníricas especiales, en las que de alguna manera Don Bosco
recibió una palabra de Dios, que habita en el alma de los justos, sin que el acontecimiento tenga una
forma milagrosa, es decir, sin suspender las leyes normales de la naturaleza; 3. sueños comunes de
un sacerdote celoso, en los que resuena el eco de su visión de la vida y, por consiguiente, de un cierto
mensaje moral; 4. relatos didácticos presentados en el género literario del sueño. Distinguir a cuál de
estas categorías hay que atribuir los diferentes "sueños" no es una tarea sencilla; pero, al menos por
derecho y en cierta medida, ni siquiera imposible, siempre que se acerque a los datos sin prejuicios,
con paciencia, humildad y sentido del límite.
Un tercer aspecto problemático, contingente pero real, se refiere al estudio de las fuentes
salesianas. Los "sueños de Don Bosco" nos han llegado a través de caminos de escritura y reescritura
que necesitan ser cuidadosamente reconstruidos de vez en cuando (donde sea posible). Si para algunos
sueños tenemos la suerte de tener una versión manuscrita de Don Bosco o un texto revisado
personalmente por él, para otras historias debemos confiarnos a la redacción de aquellos que han
escuchado la narración y han fijado el recuerdo de la misma en el papel. Muchas de estas fuentes
están todavía en el archivo esperando a ser estudiadas pacientemente, con el fin de restaurar la
genealogía de los textos que se han reunido en la versión vulgar, que suele ser la que se recoge en las
Memorias Biográficas. Por lo tanto, el trabajo histórico sobre las fuentes sigue siendo un requisito
esencial para cualquier desarrollo ulterior de la investigación. La atención al complejo proceso que
une la experiencia onírica, su narración y el compartir, su crecimiento interpretativo en la conciencia
del sujeto y en la tradición que lo transmite, excluye, sin embargo, las lecturas ingenuas y
maximalistas que dan lugar a la ilusión de una especie de "inmediatismo" en la relación entre Dios y
el hombre, así como a un positivismo histórico, que pretende abordar con una sola metodología las
formas complejas de la experiencia humana.
2. El sueño de nueve años: estructura narrativa
El relato que hace Don Bosco en las Memorias del Oratorio del sueño que tuvo a los nueve
años es uno de los textos más importantes de la tradición salesiana. Su narración ha acompañado la
transmisión del carisma de manera vital, convirtiéndose en uno de sus símbolos más eficaces y en
una de sus síntesis más elocuentes. Por eso el texto llega al lector que se reconoce en esa tradición
espiritual con las características de una página "sagrada", que reivindica una autoridad carismática
poco común y ejerce una energía performativa consistente, tocando los afectos, pasando a la acción
y generando identidad. En ella, en efecto, los elementos constitutivos de la vocación salesiana se fijan
al mismo tiempo de manera autorizada, como testamento para ser transmitido a las generaciones
futuras y devuelto, a través de la experiencia misteriosa del sueño, a su origen trascendente.
Reportamos el texto de acuerdo con la edición crítica de Antonio da Silva Ferreira, de la que
nos diferenciamos sólo por dos pequeñas variaciones.2 Dividimos la historia en párrafos que, por
conveniencia, acompañamos con una abreviatura entre corchetes.
[C1] Con aquellos años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida.
[1] En el sueño, me pareció encontrarme cerca de casa, en un terreno muy espacioso, donde estaba reunida una
muchedumbre de chiquillos que se divertían. Algunos reían, otros jugaban, no pocos blasfemaban. Al oír las
blasfemias, me lancé inmediatamente en medio de ellos, usando los puños y las palabras para hacerlos callar.
2 El texto crítico está en MO 34-37. Las dos variantes están indicadas por Aldo Giraudo en G. BOSCO, Memorie
dell'oratorio di S. Francesco di Sales dal 1815 al 1855, LAS, Roma 2011, 62s., nota 18.
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[II] En aquel momento apareció un hombre venerando, de aspecto varonil y noblemente vestido. Un blanco
manto le cubría todo el cuerpo, pero su rostro era tan luminoso que no podía fijar la mirada en él. Me llamó por
mi nombre y me mandó ponerme a la cabeza de los muchachos, añadiendo estas palabras: - No con golpes, sino
con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte ahora mismo, pues, a instruirlos
sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud. Aturdido y espantado, repliqué que yo era un niño pobre e
ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos muchachos quienes, cesando en ese momento sus riñas,
alborotos y recogieron todos en torno al que hablaba.
[III] Sin saber casi lo que me decía, añadí: ¿Quién sois vos, que me mandáis una cosa imposible? Precisamente
porque tales cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con la obediencia y la adquisición de la ciencia.
¿En dónde y con qué medios podré adquirir la ciencia? - Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar
a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad. - Pero, ¿quién sois vos que me habláis de esta
manera? - Yo soy el hijo de aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día. – Mi madre me dice
que, sin su permiso, no me junte con los que no conozco. Por tanto, decidme vuestro nombre. - El nombre,
pregúntaselo a mi Madre.
En ese momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por
todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más
desconcertado en mis preguntas y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome
bondadosamente de la mano, me dijo: - Mira. Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y
en su lugar, observé una multitud de cabritos, perros, gatos, osos otros muchos animales. - He aquí tu campo, he
aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales,
lo deberás hacer tú con mis hijos. Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros
tantos mansos corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al hombre aquel y a
la señora. En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al hombre me hablase de forma que
pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme. Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza,
diciéndome: - A su tiempo lo comprenderás todo.
[C2] Dicho lo cual, un ruido me despertó. Quedé aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había
dado y dolorida la cara por las bofetadas recibidas. Después, el personaje, aquella mujer, las cosas dichas y las
cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente que ya no pude conciliar el sueño durante la noche. Por la
mañana conté enseguida el sueño. Primero a mis hemanos, que se echaron a reír; luego a mi madre y a la abuela.
Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: «Tú serás pastor de cabras, de ovejas o de otros
animales». Mi madre: «Quién sabe si un día llegarás a ser sacerdote». Antonio, con tono seco: «Tal vez termines
siendo capitán de bandoleros». Pero la abuela, que sabía mucho de teología aunque era completamente
analfabeta, dio la sentencia definitiva, exclamando: «No hay que hacer caso de los sueños». Yo era del parecer
de mi abuela, sin embargo nunca pude olvidar aquel sueño. Los hechos que expondré a continuación confieren
cierto sentido. No hablé más del asunto y mis familiares no le dieron mayor importancia. Las cosas que voy a
explicar a continuación le darán algún significado a esto. Siempre he mantenido todo en secreto; mis parientes
no se dieron cuenta. Pero cuando, en el año 185, fui a Roma para tratar con el Papa de la Congregación Salesiana,
me hizo narrarle con detalle todas las cosas que tuvieran algo de sobrenatural, aunque sólo fuera la apariencia.
Conté entonces, por primera vez, el sueño tenido a la edad de nueve a diez años. El Papa me mandó que lo
escribiera a pie de la letra, pormenorizadamente, y lo dejara para animar a los hijos de la Congregación, por la
que había realizado ese viaje a Roma.
Sería importante realizar un análisis narrativo detallado del texto, cosa que no tenemos tiempo
de hacer ahora, con el fin de poner de manifiesto algunas tensiones y dinámicas de gran interés. Por
lo tanto, me limitaré a resumir la estructura que revela el texto:
I] Situación inicial
1. ubicación espacial del sueño
2. comportamiento desviado de los niños
3. La reacción espontánea de Juan
Sección del Venerable Hombre
1. la aparición del venerable hombre y sus características
2. su orden/triple indicación:
a. colocarse a la cabeza de los niños (discurso indirecto)
b. no con palizas....
c. colocate entonces inmediatamente
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3. las diferentes reacciones de Juan y los niños
III] Diálogo intermedio
- "¿Quién sois vos...? »
- "¿Dónde, por qué medios...? »
- "¿Quién sois vos...? »
- "Digame su nombre"
IV] sección de la mujer de aspecto majestuoso
1. visión de la mujer y sus características
2. su orden/indicación triple entrelazada con la escena simbólica:
* visión de animales feroces
a. Aquí está tu campo
b. tornate humildes, firmes y robustas
c. lo que ves.... tendrás que hacerlo
* Cambiamento de los animales feroces en corderos mansos.
3. La reacción de Juan y la seguridad de la mujer de la comprensión futura.
3. Núcleos teológico-espirituales
Un comentario sobre los temas teológico-espirituales presentes en el sueño de nueve años
podría tener un desarrollo tan amplio que incluyera un tratamiento integral de la "Salesianidad".
Leído, de hecho, a partir de su historia de efectos, el sueño abre innumerables caminos para
profundizar los rasgos pedagógicos y apostólicos que han caracterizado la vida de San Juan Bosco y
la experiencia carismática que se originó en él. Elegimos centrar nuestra atención en cinco caminos
de reflexión espiritual que conciernen respectivamente (1) la misión oratoriana, (2) la llamada a lo
imposible, (3) misterio del Nombre, (4) la mediación materna y, finalmente, (5) la fuerza de la
mansedumbre.
3.1. La misión oratoriana
El sueño de los nueve años está lleno de chicos. Están presentes desde la primera hasta la
última escena y son los beneficiarios de todo lo que sucede. Su presencia se caracteriza por la alegría
y el juego, típicos de su edad, pero también por el desorden y por comportamientos negativos. Los
niños no son, por lo tanto, en el sueño de los nueve años, la imagen romántica de una época encantada,
aún no tocada por los males del mundo, ni corresponden al mito postmoderno de la condición de la
juventud, como una estación de acción espontánea y da perenne disponibilidad al cambio, que debe
ser preservada en una eterna adolescencia. Los niños del sueño son extraordinariamente "reales",
tanto cuando aparecen con su fisonomía como cuando están simbólicamente representados en forma
de animales. Juegan y discuten, se divierten riendo y se arruinan blasfemando, como acontece
efectivamente en la realidad. No parecen inocentes, como los imagina una pedagogía espontánea, ni
capaces de ser maestros para sí mismos, como Rousseau pensaba de ellos. Desde el momento en que
aparecen, en un "patio muy amplio" que predice los grandes patios de los futuros oratorios salesianos,
invocan la presencia y la acción de alguien. El gesto impulsivo del soñador, sin embargo, no es la
intervención correcta; es necesaria la presencia de un Otro.
La visión de los niños está entretejida con la aparición de la figura cristológica, como podemos
llamarla ahora abiertamente. Aquel que en el Evangelio decía: "Dejad que los niños vengan a mí".
(Mc 10,14), indica al soñador la actitud con la que se debe acercar y acompañar a los niños. Aparece
majestuoso, viril, fuerte, con rasgos que resaltan claramente su carácter divino y trascendente; su
forma de actuar está marcada por la seguridad y el poder y manifiesta un pleno dominio sobre las
cosas que suceden. El venerable hombre, sin embargo, no despierta temor, sino que más bien trae paz
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donde antes había confusión y vergüenza, muestra una comprensión benevolente de Juan y lo guía
por un camino de mansedumbre y caridad.
La reciprocidad entre estas figuras - los niños por un lado y el Señor (a quien se añade después
la Madre) por otro - define los contornos del sueño. Las emociones que Juan siente en su experiencia
onírica, las preguntas que hace, la tarea que está llamado a realizar, el futuro que se abre ante él, están
totalmente ligadas a la dialéctica entre estos dos polos. Tal vez el mensaje más importante que el
sueño le transmite, lo que probablemente entendió primero porque ha quedado impresionado en su
imaginación, incluso antes de entenderlo de manera reflejada, es que esas figuras se parecen unas a
otras y que ya no puede disociarlas a lo largo de su vida. El encuentro entre la vulnerabilidad de los
jóvenes y el poder del Señor, entre su necesidad de salvación y su oferta de gracia, entre su deseo de
alegría y su don de vida, debe convertirse ahora en el centro de su pensamiento, en el espacio de su
identidad. La partitura de su vida estará escrita en la tonalidad que este tema generador le da:
modulándola en todas sus potencialidades armónicas será su misión, en la que tendrá que derramar
todos sus dones de naturaleza y gracia.
El dinamismo de la vida de Juan se perspectiva, por tanto, en el sueño visión como un
movimiento continuo, una especie de idas y venidas espirituales entre los niños y el Señor. Del grupo
de niños en medio del cual se lanzó con ímpetu, Juan debe dejarse atraer hacia el Señor que lo llama
por su nombre, y luego partir de Aquel que lo envía e ir a ponerse, de una manera muy diferente, a la
cabeza de sus compañeros. Aunque reciba puños fuertes de los niños en un sueño - que todavía puede
sentir su dolor cuando se despierta-, y escucha las palabras del venerable hombre que lo dejan sin
sentido, su ir y venir no es un bullicio inconcluso, sino un camino que poco a poco lo transforma y le
da a los jóvenes una energía de vida y amor.
Que todo esto ocurra en un patio es muy significativo y tiene un claro valor de prolepsis, ya que el
patio oratoriano se convertirá en el lugar privilegiado y en el símbolo ejemplar de la misión de Don
Bosco. Toda la escena se sitúa en este entorno, tanto grande (patio muy amplio) como familiar
(cerca de casa). El hecho de que la visión vocacional no tenga como telón de fondo un lugar
sagrado o un espacio celestial, sino el ambiente en el que viven y juegan los niños, indica
claramente que la iniciativa divina asume su mundo como lugar de encuentro. La misión confiada a
Juan, aunque esté claramente dirigida en un sentido catequético y religioso ("instruirlos sobre la
fealdad del pecado y la preciosidad de la virtud"), tiene como hábitat el universo de la educación.
La asociación de la figura cristológica con el espacio del patio y la dinámica del juego, que
ciertamente un niño de nueve años no puede "construir", constituye una transgresión del imaginario
religioso más habitual, cuya fuerza inspiradora es igual a la misteriosa profundidad. En efecto,
sintetiza en sí misma todas las dinámicas del misterio de la Encarnación, por el cual el Hijo toma
nuestra forma para poder ofrecernos la suya, y pone de relieve que no hay nada de humano que
deba sacrificarse para dar espacio a Dios.
El patio dice, por tanto, la cercanía de la gracia divina al "sentimiento" de los niños: para
acogerlo no hace falta abandonar la propia edad, descuidar sus necesidades, forzar sus ritmos. Cuando
Don Bosco, ya mayor de edad, escribe en los Giovane provveduto que uno de los engaños del demonio
sea hacer creer a los jóvenes que la santidad es incompatible con su deseo de ser felices y con la
exuberante frescura de su vitalidad, no hará más que devolver de forma madura la lección intuida en
el sueño y se convertirá en un elemento central de su magisterio espiritual. Al mismo tiempo, el patio
dice la necesidad de entender la educación desde su núcleo más profundo, que se refiere a la actitud
del corazón hacia Dios. Allí, enseña el sueño, no sólo está el espacio de una apertura original a la
gracia, sino también el abismo de la resistencia, en el que se esconde la fealdad del mal y la violencia
del pecado. Por eso el horizonte educativo del sueño es francamente religioso, y no sólo filantrópico,
y escenifica lo simbólico de la conversión, y no sólo el del autodesarrollo.
En el patio del sueño, lleno de niños y habitado por el Señor, se abre a Juan la dinámica
pedagógica y espiritual de los patios oratorianos. Quisiéramos subrayar dos rasgos más de ella,
claramente evocados en las acciones llevadas a cabo en el sueño por los niños primero, y los corderos
mansos después.
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El primer rasgo es el hecho de que los muchachos "cesando de las peleas, de los ruidos y de
las blasfemias, todos reunidos en torno al que hablaba". Este tema del "encuentro" es una de las
matrices teológicas y pedagógicas más importantes de la visión educativa de Don Bosco. En una
famosa página escrita en 1854, la Introduzione al Piano di Regolamento per l’Oratorio maschile di
S. Francesco di Sales in Torino nella regione Valdocco, presenta la naturaleza eclesial y el sentido
teológico de la institución oratoriana citando las palabras del evangelista Juan: "Ut filios Dei, qui
erant dispersi, congregaret in unum" (Jn 11,52). La actividad del Oratorio se sitúa así bajo el signo
del encuentro escatológico de los hijos de Dios, que constituía el centro de la misión del Hijo de Dios:
Las palabras del Santo Evangelio que nos dan a conocer como el divino Salvador que vino del cielo a la tierra
para reunir a todos los hijos de Dios, dispersos por las diversas partes de la tierra, me parecen que pueden
aplicarse literalmente a la juventud de nuestros días.
La juventud, "a porción más delicada y la más preciosa de la sociedad humana", a menudo se
encuentra dispersa y sesgada por el desinterés educativo de los padres o la influencia de los malos
camaradas. Lo primero que hay que hacer para asegurar la educación de estos jóvenes es precisamente
"reunirlos, poder hablarles, moralizarlos". En estas palabras de la dell’Introduzione al Piano di
Regolamento el eco del sueño, madurado en la conciencia del educador ya adulto, está presente de
manera clara y reconocible. El oratorio se presenta como un alegre "encuentro" de jóvenes en torno
a la única fuerza calamitosa capaz de salvarlos y transformarlos, la del Señor: "Son ciertos encuentros
oratorios en los que la juventud se mantiene en un ambiente de recreo agradable y honesto, después
de haber asistido a las funciones sagradas de la iglesia. Desde niño, en efecto, Don Bosco comprendió
que "esta era la misión del hijo de Dios; ésta sólo puede ser su santa religión".
El segundo elemento que se convertirá en un rasgo identificador de la espiritualidad oratoriana
es el que en el sueño se revela a través de la imagen de los corderos corriendo "para celebrar a ese
hombre y a esa mujer". La pedagogía de la fiesta será una dimensión fundamental del sistema
preventivo de Don Bosco, que verá en las numerosas recurrencias religiosas del año la oportunidad
de ofrecer a los niños la oportunidad de respirar plenamente la alegría de la fe. Don Bosco implicará
con entusiasmo a la comunidad juvenil del oratorio en la preparación de eventos, espectáculos
teatrales, recepciones que nos permitan divertirnos con respecto a la fatiga del deber cotidiano,
potenciar los talentos de los niños para la música, la actuación, la gimnasia, dirigir su imaginación en
la dirección de una creatividad positiva. Si se tiene en cuenta que la educación propuesta en los
círculos religiosos del siglo XIX solía tener un tenor más bien austero, que parecía presentar como
ideal pedagógico a alcanzar el de una serenidad devota, las saludables barandillas festivas del oratorio
destacan como expresión de un humanismo abierto a captar las necesidades psicológicas del niño y
capaz de sostener su protagonismo. La alegría festiva que sigue a la metáfora de los animales del
sueño es, por lo tanto, lo que debe perseguir la pedagogía salesiana.
3.2. La llamada a lo imposible
Mientras que para los chicos el sueño termina con una fiesta, para Giovanni termina con
consternación e incluso lágrimas. Este es un resultado que sólo puede sorprendernos. Es habitual
pensar, de hecho, con cierta simplificación, que las visitas de Dios son portadoras exclusivamente de
alegría y consuelo. Es paradójico, por tanto, que, para un apóstol de la alegría, para aquel que como
seminarista fundó la "sociedad de la alegría" y que como sacerdote enseñó a sus hijos que la santidad
consiste en "estar muy alegres", la escena vocacional termine con el llanto.
Esto puede indicar ciertamente que la alegría de la que hablamos no es pura recreación y
simple alegría, sino resonancia interior a la belleza de la gracia. Como tal, sólo se puede lograr a
través de exigentes batallas espirituales, de las cuales Don Bosco tendrá que pagar el precio en gran
parte por el bien de sus hijos. Revivirá así sobre sí mismo ese intercambio de roles que tiene sus raíces
en el misterio pascual de Jesús y que continúa en la condición de los apóstoles: "Nosotros los necios
por Cristo, vosotros que sois sabios en Cristo, nosotros que somos débiles, vosotros que sois fuertes;
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vosotros que sois honrados, nosotros que somos despreciados" (1 Cor 4,10), pero precisamente de
esta manera "colaboradores de vuestra alegría" (2 Cor 1,24).
La perturbación con la que termina el sueño, sin embargo, recuerda sobre todo el vértigo que
las grandes figuras bíblicas sienten ante la vocación divina que se manifiesta en sus vidas, dirigiéndola
en una dirección completamente impredecible y desconcertante. El Evangelio de Lucas afirma que
incluso María Santísima, en palabras del ángel, se sintió profundamente perturbada interiormente ("a
estas palabras estaba muy perturbada" Lc 1,29). Isaías se había sentido perdido ante la manifestación
de la santidad de Dios en el templo (Is 6), Amós había comparado el poder del Verbo divino del que
había sido agarrado con el rugido de un león (Am 3, 8), mientras que Pablo experimentará en el camino
a Damasco la inversión existencial que viene de su encuentro con el Resucitado. Testimoniando la
fascinación de un encuentro con Dios que seduce para siempre, en el momento de la llamada los
hombres bíblicos parecen más reticentes a temer algo que los supera, que a lanzarse de cabeza a la
aventura de la misión.
La perturbación que Juan experimenta en su sueño parece una experiencia similar. Surge del
carácter paradójico de la misión que le ha sido asignada y que no duda en definir como "imposible"
("¿Quién eres tú que me mandas lo que es imposible?"). El adjetivo puede parecer "exagerado", como
a veces lo son las reacciones de los niños, especialmente cuando expresan una sensación de
insuficiencia ante una tarea exigente. Pero este elemento de la psicología infantil no parece suficiente
para iluminar el contenido del diálogo onírico y la profundidad de la experiencia espiritual que
comunica. Sobre todo, porque Juan tiene un verdadero tejido como líder y un excelente recuerdo, que
le permitirá en los meses siguientes al sueño empezar inmediatamente a hacer un poco de oratorio,
entreteniendo a sus amigos con juegos de acróbatas y repitiéndoles de inicio al fin el sermón del
párroco. Por eso, en las palabras con las que declara abiertamente que es "incapaz de hablar de
religión" a sus compañeros, será bueno escuchar el eco lejano de la objeción de Jeremías a la vocación
divina: "No sé hablar, porque soy joven" (Jer 1,6).
No es en el nivel de las aptitudes naturales donde se juega la demanda de lo imposible, sino
en el nivel de lo que puede caer en el horizonte de la realidad, de lo que puede esperarse sobre la base
de la propia imagen del mundo, de lo que cae dentro de los límites de la experiencia. Más allá de esta
frontera se abre la región de lo imposible, que es, sin embargo, bíblicamente, el espacio para la
acción de Dios. "Imposible" es que Abraham tenga un hijo de una mujer estéril y anciana como Sara;
"imposible" es que la Virgen conciba y dé al mundo al Hijo de Dios hecho hombre; "imposible" les
parece a los discípulos la salvación, si es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que
un rico entre en el reino de los cielos. Y sin embargo, Abraham escucha la respuesta: "¿Hay algo
imposible para el Señor?" (Gn 18,14); el ángel le dice a María que "nada es imposible para Dios" (Lc
1,37); y Jesús responde a los discípulos incrédulos que "lo imposible para los hombres es posible para
Dios" (Lc 18,27).
El lugar supremo donde surge la cuestión teológica de lo imposible es, sin embargo, el
momento decisivo de la historia de la salvación, es decir, el drama pascual, en el que la frontera de lo
imposible a superar es el mismo oscuro abismo del mal y de la muerte. Es en este espacio generado
por la Resurrección que lo imposible se hace realidad efectiva, es en él que el hombre venerable del
sueño, resplandeciente de luz pascual, pide a Juan que haga posible lo imposible. Y lo hace con una
fórmula sorprendente: "Como estas cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles por medio
de la obediencia". Parecen ser las palabras que los padres usan para instar a los niños, cuando son
reacios, a hacer algo de lo que no se sienten capaces o no quieren hacer. Obedece y verás que puedes",
dice mamá o papá, "la psicología del mundo de los niños es perfectamente respetada. Pero son
también, y mucho más, las palabras con las que el Hijo revela el secreto de lo imposible, un secreto
que se esconde en su obediencia. El venerable hombre que manda algo imposible sabe por su
experiencia humana que la imposibilidad es el lugar donde el Padre trabaja con su Espíritu, siempre
que se le abra la puerta con su propia obediencia.
Juan obviamente permanece perturbado y aturdido, pero es la actitud que el hombre
experimenta ante la imposible Pascua, es decir, ante el milagro de los milagros, de los que cualquier
8

1.9 Page 9

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otro acontecimiento salvífico es una señal. Por lo tanto, no es sorprendente que en el sueño la
dialéctica de lo posible-imposible esté entrelazada con la otra dialéctica, la de la claridad y la
oscuridad. En primer lugar, caracteriza la imagen del Señor mismo, cuyo rostro es tan brillante que
Juan no puede mirarlo. En ese rostro resplandece, de hecho, una luz divina que paradójicamente
produce tinieblas. Luego están las palabras del hombre y de la mujer que, al explicar claramente lo
que Juan debe hacer, lo dejan confundido y asustado. Por último, hay una ilustración simbólica, a
través de la metamorfosis de los animales, que conduce a un malentendido aún mayor. Juan sólo
puede pedir más aclaraciones: "Yo recé para querer hablar para entender, para no saber lo que quería
decir", pero la respuesta que recibe de la mujer de aspecto majestuoso pospone el momento de la
comprensión: "A su debido tiempo lo entenderás todo".
Esto ciertamente significa que sólo a través de la ejecución de lo que ya se puede captar en el
sueño, es decir, a través de la posible obediencia, se abrirá más ampliamente el espacio para clarificar
el mensaje. No consiste, de hecho, simplemente en una idea a explicar, sino en una palabra
performativa, una locución eficaz, que precisamente al darse cuenta de su poder operativo manifiesta
su significado más profundo.
3.3. El misterio del nombre
En este punto de reflexión, somos capaces de interpretar mejor otro elemento importante de
la experiencia onírica. Se trata de que en el centro de la doble tensión entre lo posible y lo imposible
y entre lo conocido y lo desconocido, y también, materialmente, en el centro de la narración del sueño,
está el tema del misterioso Nombre del venerable hombre. El denso diálogo de la sección III está, de
hecho, entretejido con preguntas que responden al mismo tema: "¿Quién eres tú que me mandas lo
que es imposible? y "¿Quién eres tú que hablas así? y finalmente: "Mi madre me dice que no me
asocie con los que no conozco, sin su permiso; por eso dime tu nombre". El venerable hombre le dice
a Juan que le pida a su madre su nombre, pero en realidad ella no se lo dirá. Permanece envuelta en
misterio hasta el final.
Ya hemos mencionado, en la parte dedicada a reconstruir el trasfondo bíblico del sueño, que
el tema del Nombre está estrechamente relacionado con el episodio de la vocación de Moisés a la
zarza ardiente (Ex 3). Esta página es uno de los textos centrales de la revelación del Antiguo
Testamento y sienta las bases de todo el pensamiento religioso en Israel. André LaCoque propuso
definirlo como "revelación de revelaciones", porque constituye el principio de unidad de la estructura
narrativa y prescriptiva que califica la narración del Éxodo, célula madre de toda la Escritura.3 Es
importante notar cómo el texto bíblico articula en estrecha unidad la condición de esclavitud del
pueblo egipcio, la vocación de Moisés y la revelación teofanica. La revelación del Nombre de Dios a
Moisés no tiene lugar como la transmisión de información a conocer o de datos a adquirir, sino como
la manifestación de una presencia personal, que pretende despertar una relación estable y generar un
proceso de liberación. En este sentido, la revelación del Nombre divino se orienta en la dirección de
la alianza y de la misión. "El nombre es a la vez teofanico y performativo, porque los que lo reciben
no son simplemente introducidos en el secreto divino, sino que son los destinatarios de un acto de
salvación.4
El Nombre, en efecto, a diferencia del concepto, no designa simplemente una esencia en la
que pensar, sino una alteridad a la que referirse, una presencia que invocar, un sujeto que se propone
como verdadero interlocutor de la existencia. Al mismo tiempo que implica el anuncio de una riqueza
ontológica incomparable, la riqueza misma del Ser que nunca puede ser definida adecuadamente, el
hecho de que Dios se revele como "Yo" indica que sólo a través de la relación personal con Él será
posible acceder a Su identidad, al Misterio del Ser que Él es. La revelación del Nombre Personal es,
3 A. LACOCQUE, La révélation des révélations: Exode 3,14, en P. RICOEUR - A. LACOCQUE, Penser la Bible, Seuil, París
1998, 305.
4 A. BERTULETTI, Dios, el misterio del uno, Queriniana, Brescia 2014, 354.
9

1.10 Page 10

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por lo tanto, un acto de palabra que pide al destinatario que se ponga delante del orador. Sólo así, de
hecho, es posible captar su significado. Esta revelación, además, se pone explícitamente como
fundamento de la misión liberadora que debe cumplir Moisés: "Yo soy enviado a vosotros". (Ex 3.14).
Presentándose como un Dios personal, y no como un Dios atado a un territorio, y como el Dios de la
promesa, y no simplemente como el señor de la repetición inmutable, Jahweh será capaz de sostener
el camino de la gente, su viaje hacia la libertad. Por eso tiene un Nombre que se da a conocer porque
suscita una alianza y mueve la historia.
"Dígame su nombre": esta pregunta de Juan no puede ser contestada simplemente por una
fórmula, un nombre que se entiende como la etiqueta exterior de la persona. Para conocer el Nombre
de Aquel que habla en el sueño no basta con recibir información, sino que es necesario tomar posición
frente a su acto de hablar. Es decir, es necesario entrar en esa relación de intimidad y entrega, que los
Evangelios describen como "permanecer" con Él. Por eso, cuando los primeros discípulos le
preguntan a Jesús sobre su identidad - "Maestro, ¿dónde vives? - responde "Venid y veréis" (Jn 1,38
y ss.). Sólo permaneciendo con él, viviendo en su misterio, entrando en su relación con el Padre, se
puede conocer verdaderamente quién es.
El hecho de que el carácter del sueño no responda a Juan con una denominación, como
haríamos presentando lo que está escrito en nuestra tarjeta de identidad, indica que su Nombre no
puede ser conocido como una designación externa pura, sino que muestra su verdad sólo cuando sella
una experiencia de alianza y misión. Juan, pues, conocerá ese Nombre a través de la dialéctica de lo
posible y lo imposible, de la claridad y de las tinieblas; lo conocerá llevando a cabo la misión oratoria
que le ha sido confiada. Lo conocerá, por lo tanto, llevándolo dentro de sí mismo, gracias a una
historia vivida como una historia habitada por él. Un día Cagliero dará testimonio de Don Bosco de
que su modo de amar era "muy tierno, grande, fuerte, pero todo espiritual, puro, verdaderamente
casto", hasta el punto de que "dio una idea perfecta del amor que el Salvador trajo a los niños"
(Cagliero 1146r). Esto indica que el Nombre del venerable hombre, cuyo rostro era tan brillante que
cegaba la vista del soñador, entró realmente como un sello en la vida de Don Bosco. Él tuvo la
experientia cordis a través del camino de la fe y el seguimiento. Esta es la única forma en la que la
pregunta del sueño puede ser contestada.
3.4. Mediación materna
En la incertidumbre sobre Aquel que lo envía, el único punto fijo al que Juan puede aferrarse
en su sueño es la referencia a una madre, o más bien a dos: la del venerable hombre y la suya propia.
Las respuestas a sus preguntas, de hecho, suenan así: "Yo soy el hijo del que tu madre te enseñó a
saludar tres veces al día" y luego "pide a mi madre mi nombre".
Que el espacio para una posible clarificación sea mariano y materno es, sin duda, un
elemento sobre el que merece la pena reflexionar. María es el lugar donde la humanidad realiza la
más alta correspondencia con la luz que viene de Dios y el espacio natural donde Dios ha dado al
mundo su Palabra hecha carne. También es indicativo que, al despertar del sueño, quien mejor percibe
su significado y alcance es la madre de Juan, Margarita. En diferentes niveles, pero según una
analogía real, la Madre del Señor y la Madre de Juan representan el rostro femenino de la Iglesia, que
es capaz de intuir espiritualmente y constituye el seno en el que se gestionan y dan a luz las grandes
misiones.
No es de extrañar, pues, que las dos madres se reúnan precisamente en el punto en que se trata
de ir al fondo de la cuestión que plantea el sueño, es decir, el conocimiento de Aquel que confía a
Juan la misión de toda una vida. Como en el patio cercano a la casa, así también para la madre, en la
intuición onírica los espacios de la experiencia más familiar y cotidiana se abren y muestran en sus
pliegues una profundidad insondable. Los gestos comunes de oración, el saludo angélico que era
habitual tres veces al día en cada familia, aparecen de repente como lo que son: el diálogo con el
Misterio. Juan descubre así que en la escuela de su madre ya ha establecido un vínculo con la
majestuosa Mujer, que puede explicarle todo. Existe, por tanto, una especie de canal femenino que
10

2 Pages 11-20

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2.1 Page 11

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nos permite superar la aparente distancia que existe entre "un niño pobre e ignorante" y el hombre
"vestido con nobleza". Esta mediación, femenina, mariana y materna, acompañará a Juan a lo largo
de su vida y le hará madurar en una particular disposición a venerar a la Virgen con el título de
Auxiliadora de los cristianos, convirtiéndose en su apóstol para sus hijos y para toda la Iglesia.
La primera ayuda que la Virgen le ofrece es la que el niño necesita naturalmente: la de un
maestro. Lo que debe enseñarle es una disciplina que lo hace verdaderamente sabio, sin la cual "toda
sabiduría se convierte en locura". Es la disciplina de la fe, que consiste en dar crédito a Dios y
obedecer incluso ante lo imposible y lo oscuro. María la transmite como la más alta expresión de
libertad y como la más rica fuente de fecundidad espiritual y educativa. Llevar dentro de sí lo
imposible de Dios y caminar en las tinieblas de la fe es, de hecho, el arte en el que la Virgen sobresale
sobre todas las criaturas.
Hizo un arduo aprendizaje en su peregrinatio fidei, a menudo marcada por la oscuridad y la
incomprensión. Basta pensar en el episodio del descubrimiento de Jesús en el Templo, de doce años
de edad (Lc 2,41-50). A la pregunta de su madre: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí que tu
padre y yo, ansiosos, te buscábamos", responde Jesús de una manera sorprendente: "¿Por qué me
buscabas a mí? ¿No sabías que tengo que cuidar las cosas de mi padre? ». Y el evangelista anota:
"Pero no entendieron lo que les había dicho. Es menos probable que María comprendiera cuando su
maternidad, proclamada solemnemente desde lo alto, fue, por así decirlo, expropiada para que se
convirtiera en herencia común de la comunidad de discípulos: "El que hace la voluntad de mi Padre
que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). Al pie de la cruz, cuando
oscureció sobre toda la tierra, el aquí estoy pronunciado en el momento de la llamada tomó los
contornos de la renuncia extrema, la separación del Hijo en cuyo lugar debía recibir a los hijos
pecadores por los cuales dejar pasar su corazón por la espada.
Así que cuando la majestuosa mujer del sueño comienza a realizar su tarea de maestra y,
poniendo la mano sobre la cabeza de Juan, le dice: "A su debido tiempo lo entenderás todo", saca
estas palabras de las entrañas espirituales de la fe que a los pies de la cruz la han convertido en la
madre de todo discípulo. Bajo su disciplina Juan tendría que permanecer por el resto de su vida: como
joven, como seminarista, como sacerdote. De manera especial tendrá que permanecer allí cuando su
misión tome contornos que no podía haber imaginado en el momento de su sueño; es decir, cuando
tendrá que convertirse en el corazón de la Iglesia en el fundador de familias religiosas destinadas a la
juventud de todos los continentes. Entonces Juan, ahora Don Bosco, comprenderá también el sentido
más profundo del gesto con el que el venerable hombre le dio a su madre como "maestra".
Cuando un joven entra en una familia religiosa, encuentra un maestro de noviciado que lo
acoge, a quien se le confía para que lo introduzca en el espíritu de la Orden y lo ayude a asimilarlo.
Cuando se trata de un Fundador, que debe recibir del Espíritu Santo la luz original del carisma, el
Señor ordena que su propia madre, la Virgen de Pentecostés y modelo inmaculado de la Iglesia, sea
su maestra. Ella sola, la "llena de gracia", comprende de hecho desde dentro todos los carismas, como
una persona que conoce todas las lenguas y las habla como si fueran suyas.
En efecto, la mujer del sueño sabe indicarle de manera precisa y adecuada las riquezas del
carisma oratorio. No añade nada a las palabras del Hijo, sino que las ilustra con la escena de animales
salvajes que se han convertido en mansos corderos y con la indicación de las cualidades que Juan
tendrá que madurar para llevar a cabo su misión: "humilde, fuerte, robusto". En estos tres adjetivos,
que designan el vigor del espíritu (humildad), del carácter (fuerza) y del cuerpo (fuerza), hay una gran
concreción. Estos son los consejos que daría un joven novicio que tiene una larga experiencia de
oratorio y que sabe lo que el "campo" en el que hay que "trabajar" requiere. La tradición espiritual
salesiana ha conservado cuidadosamente las palabras de este sueño que se refieren a María. Las
Constituciones salesianas aluden a esto de manera clara cuando afirman: "La Virgen María ha
indicado a Don Bosco su campo de acción entre los jóvenes",5 o recuerdan que "guiados por María,
5 Costo art. 8.
11

2.2 Page 12

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que fue su maestra, Don Bosco vivió en el encuentro con los jóvenes del primer oratorio una
experiencia espiritual y educativa que él llamó Sistema Preventivo".6
Don Bosco reconoció el papel decisivo de María en su sistema educativo, viendo en su
maternidad la más alta inspiración de lo que significa "prevenir". El hecho de que María interviniera
desde el primer momento de su vocación carismática, que tuvo un papel tan central en este sueño,
hará que Don Bosco comprenda para siempre que pertenece a las raíces del carisma y que donde no
se le reconoce este papel inspirador, el carisma no se entiende en su autenticidad. Dada a Juan como
Maestro en este sueño, debe serlo también para todos aquellos que comparten su vocación y misión.
Como nunca se han cansado de decir los sucesores de Don Bosco, "la vocación salesiana es
inexplicable, tanto en su nacimiento como en su desarrollo y siempre, sin el concurso materno e
ininterrumpido de María".7
3.5. La fuerza de la mansedumbre
""No con golpes, pero con mansedumbre y caridad tendrás que ganarte a estos amigos tuyos."
Estas palabras son sin duda la expresión más conocida del sueño de nueve años, que sintetiza de
alguna manera el mensaje y que nos transmite su inspiración. Estas son también las primeras palabras
que el venerable hombre le dice a Juan, interrumpiendo su violento esfuerzo por acabar con el
desorden y la blasfemia de sus compañeros. No es sólo una fórmula que transmite una sentencia
sapiencial siempre válida, sino una expresión que especifica las modalidades ejecutivas de una orden
("me ordenó que me pusiera a la cabeza de esos niños añadiendo estas palabras") con la que, como
se ha dicho, se redirige el movimiento intencional de la conciencia del soñador. El calor de la paliza
debe convertirse en el impulso de la caridad, la energía descompuesta de una intervención represiva
debe dejar espacio para la mansedumbre.
El término "mansedumbre" viene a tener un peso significativo aquí, lo que llama aún más la
atención cuando se piensa que el adjetivo correspondiente se usará al final del sueño para describir a
los corderos que hacen fiesta en torno al Señor y a María. La combinación sugiere una observación
que no parece irrelevante: para que los que eran animales feroces se conviertan en corderos
"mansos", es necesario que su educador sea manso en primer lugar. Ambos, aunque partiendo de
puntos diferentes, tienen que hacer una metamorfosis para entrar en la órbita cristológica de la
mansedumbre y de la caridad. Para un grupo de jóvenes problemáticos y litigiosos, es fácil
comprender lo que exige este cambio. Para un educador, probablemente sea menos obvio. De hecho,
ya está del lado de los valores buenos y positivos, del orden y de la disciplina: ¿qué cambio se le
puede pedir?
Este es un tema que tendrá un desarrollo decisivo en la vida de Don Bosco, en primer lugar
en el nivel del estilo de acción y, hasta cierto punto, también en el de la reflexión teórica. Esta es la
orientación que lleva a Don Bosco a excluir categóricamente un sistema educativo basado en la
represión y el castigo, a elegir con convicción un método que todo está basado en la caridad y que
Don Bosco llamará "sistema preventivo". Más allá de las diferentes implicaciones pedagógicas que
se derivan de esta elección, para lo cual nos referimos a la rica bibliografía específica, es interesante
destacar aquí la dimensión teológico-espiritual que subyace a este enfoque, de la que las palabras del
sueño constituyen de alguna manera la intuición y el desencadenante.
Al ponerse del lado del bien y de la "ley", el educador puede sentirse tentado a poner en
marcha su acción con los niños según una lógica que pretende hacer reinar el orden y la disciplina
esencialmente a través de reglas y reglamentos. Pero incluso la ley lleva en sí misma una ambigüedad
que la hace insuficiente para guiar la libertad, no sólo por los límites que cada regla humana lleva
dentro de sí misma, sino por un límite que últimamente es de orden teológico. Toda la reflexión
paulina es una gran meditación sobre este tema, ya que Pablo había percibido en su experiencia
6 Costo art. 20.
7 E. VIGANÒ, María renueva la Familia Salesiana de Don Bosco, ACG 289 (1978) 1-35, 28.
12

2.3 Page 13

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personal que la ley no le había impedido ser "un blasfemo, un perseguidor y un violento" (1 Tim
1,13). La misma Ley dada por Dios, enseña la Escritura, no basta para salvar al hombre, si no hay
otro principio personal que lo integre e interiorice en el corazón del hombre. Paul Beauchamp resume
felizmente esta dinámica cuando dice: "La Ley es precedida por un Eres Amado y seguida por un
Amarás. Tú eres amado: fundamento de la ley, y Amarás: su superación".8 Sin este fundamento y
esta superación, la ley lleva en sí misma los signos de una violencia que revela su insuficiencia para
generar el bien que también ella ordena realizar. Para volver a la escena del sueño, los puñetazos y
golpes que Juan da en nombre de un mandamiento sagrado de Dios, que prohíbe la blasfemia, revelan
la insuficiencia y la ambigüedad de cualquier impulso moralizador que no se reforme internamente
desde arriba.
Es necesario, por tanto, que Juan, y los que aprendan de él la espiritualidad preventiva, se
conviertan a una nueva lógica educativa, que va más allá del régimen de la ley. Esta lógica sólo es
posible gracias al Espíritu del Resucitado, derramado en nuestros corazones. Sólo el Espíritu, en
efecto, nos permite pasar de una justicia formal y externa (ya sea la clásica de "disciplina" y "buena
conducta" o la moderna de "procedimientos" y "objetivos alcanzados") a una verdadera santidad
interior, que hace el bien porque es atraída y ganada interiormente. Don Bosco mostrará esta
conciencia cuando en su escrito sobre el Sistema Preventivo declare francamente que todo está basado
en las palabras de San Pablo: "Charitas benigna est, patiens est; omnia suffert, omnia sperat, omnia
sustinet".
Por supuesto, "ganarse" a los jóvenes de esta manera es una tarea muy exigente. Implica no
ceder a la frialdad de una educación basada sólo en reglas, ni a la bondad de una propuesta que
renuncia a denunciar la "fealdad del pecado" y a presentar la "preciosidad de la virtud". Conquistar
el bien con la simple demostración de la fuerza de la verdad y del amor, testimoniada a través de la
entrega "hasta el último suspiro", es la figura de un método educativo que es al mismo tiempo una
verdadera y propia espiritualidad.
No es de extrañar que Juan en el sueño se resista a entrar en este movimiento y pida
comprender bien quién es el que lo imprime. Pero cuando haya comprendido, haciendo de ese
mensaje primero una institución oratoria y luego también una familia religiosa, pensará que contar el
sueño en el que aprendió esa lección será la forma más hermosa de compartir con sus hijos el
significado más auténtico de su experiencia. Fue Dios quien lo guio todo; fue Él mismo quien
impresionó el movimiento inicial de lo que se convertiría en el carisma salesiano.
8 P. BEAUCHAMP, La legge di Dio, Piemme, Casale Monferrato 2000, 116.
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2.4 Page 14

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RESUMEN DEL VOLUMEN SOBRE LOS SUEÑOS DE DON BOSCO
1. El sueño más allá del inconsciente. Esa certeza inquieta que viene del sueño (L. DE PAULA)
2. Los sueños en la historia de José (Gn 37; 40-41) (M. PRIOTTO)
3. Sueña y firma. La relación entre el sueño y el texto en la Escritura de Gdc 7:9-15 (M. PAVAN)
4. La dignidad y misión especial conferida por Dios a José de Nazaret en la narración de los sueños de
Mt 1-2 (M. ROSSETTI)
5. El sueño como elemento literario y espacio teológico en los Padres de la Iglesia (C. BESSO)
6. El estado de los estudios sobre los "sueños" de Don Bosco y las perspectivas de investigación (A.
GIRAUDO)
7. Ecos de un mundo. Notas sobre la reflexión del contexto histórico-espiritual en los sueños de Don
Bosco (E. BOLIS)
8. El imaginario de los sueños de Don Bosco. Hipótesis para una poética onírica (M. BERGAMASCHI)
9. El sueño de nueve años. Preguntas hermenéuticas y lectura teológica (A. BOZZOLO)
10. Una casa, una iglesia, un jardín de rosas. Las cinco visitas como revelación de la forma comunitaria
del carisma salesiano (San MAZZER)
11. El sacramento de la confesión en los sueños de Don Bosco (R. CARELLI)
12. "Te entregaré al Maestro". La presencia de María en los sueños de Don Bosco (L. POCHER)
13. La muerte y la otra vida en los sueños de Don Bosco. Entre espiritualidad y pedagogía (M. WIRTH)
14. Citas bíblicas en el sueño de los "diez diamantes" (F. MOSETTO)
15. El uso educativo de los sueños de Don Bosco: contextos, procesos, intenciones (M. VOJTÁŠ)
16. Recepción y transmisión de los sueños de Don Bosco por Don Giulio Barberis: dos episodios
singulares (M. FISSORE)
17. Los sueños de Don Bosco en el contexto de la oralidad negro-africana (F. GATTERRE)
18. La fuerza inspiradora de los sueños misioneros de Don Bosco. Reflexiones y experiencias de un
salesiano en China (M. FERRERO)
19. Iconografía de los sueños de Don Bosco (N. MAFFIOLI)
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