Oratorio?
El me respondió:
-Que reconozcan los trabajos que se imponen los superiores, los maestros y los asistentes
por amor a ellos, pues si no fuese por labrar su bien, no se impondrían tantos sacrificios;
que recuerden que la humildad es la fuente de toda tranquilidad; que sepan soportar los
defectos de los demás, pues la perfección no se encuentra en el mundo, sino solamente en el
paraíso; que dejen de murmurar, pues la murmuración enfría los corazones; y, sobre todo,
que procuren vivir en gracia de Dios. Quien no vive en paz con Dios, no puede tener paz
consigo mismo ni con los demás.
-¿Me has dicho, pues, que hay entre mis jóvenes quienes no están en paz con Dios?
-Esta es la primera causa del malestar reinante, entre otras que usted conoce, y que usted debe
remediar, y que, por tanto, no voy a explicarle yo ahora. En efecto, sólo desconfía el que tiene
secretos que ocultar, quien teme que estos secretos sean descubiertos, pues sabe que, de ponerse
de manifiesto, se derivará de ellos una gran vergüenza y no pocas desgracias. A1 mismo tiempo,
si el corazón no está en paz con Dios, vive angustiado, inquieto, rebelde a toda obediencia, se
irrita por nada, se cree que todo marcha mal, y como él no ama, juzga que los superiores
tampoco aman.
-Pues, con todo, ¿no ves, querido mío, la frecuencia de confesiones y comuniones existentes en
el Oratorio?
-Es cierto que la frecuencia de confesiones es grande, pero lo que falta en absoluto en
muchísimos jóvenes que se confiesan es la estabilidad o firmeza en los propósitos. Se confiesan,
pero siempre de las mismas faltas, de las mismas ocasiones próximas, de las mismas malas
costumbres, de las mismas desobediencias, de las mismas negligencias en el cumplimiento de
los deberes. Así siguen . durante meses y años, y algunos así llegan hasta el final de los estudios.
Tales confesiones valen poco o nada; por lo tanto, no proporcionan la paz, y si un jovencito
fuese llamado en .tal estado ante el tribunal de Dios, se vería en un aprieto.
-Y de éstos, ¿hay muchos en el Oratorio?
-En relación con el gran número de jóvenes que hay en la casa, afortunadamente son pocos.
Mira.
Y al decir esto me los señalaba.
Yo los observé uno a uno. Pero, en estos pocos, vi cosas que amargaron grandemente mi
corazón. No quiero ponerlas por escrito, pero cuando esté de regreso quiero comunicarlas a cada
uno de los interesados. Ahora os diré solamente que es tiempo de rezar y de tomar firmes
resoluciones; de cumplir, no de palabra, sino de hecho, y de demostrar que los Comollo, los
Domingo Savio, los Besucco y los Saccardi viven aún entre nosotros.
Por último, pregunté a aquel amigo:
-¿Tienes algo más que decirme?
-Predica a todos, mayores v pequeños, que recuerden siempre que son hijos de María Santísima
Auxiliadora. Que .ella los ha reunido aquí para librarlos de los peligros del mundo; para que se
amen como hermanos y para que den gloria a Dios y a ella con su buena conducta; que es la
Virgen quien les provee de pan y de cuanto necesitan para estudiar, obrando infinitos portentos y
concediendo innumerables gracias. Que recuerden que están en vísperas de la fiesta de su
Santísima Madre y qué, con su auxilio, debe caer la barrera de la desconfianza que el demonio
ha sabido levantar entre los jóvenes y los superiores, y de la cual sabe servirse para ruina de las
almas.
-¿Y conseguiremos derribar esta barrera?
-Sí, ciertamente, con tal de que mayores y pequeños estén dispuestos a sufrir alguna pequeña
mortificación por amor a María y pongan en práctica cuanto he dicho.
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