2 MATERIAL COMPLEMENTARIO


2 MATERIAL COMPLEMENTARIO

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Material Complementario:
(Memorias del Oratorio y Textos)
A
De la Introducción de Aldo Giraudo
a las Memorias del Oratorio, de D. Bosco
Significado global de las “Memorias del Oratorio”
Las Memorias del Oratorio –uno de los escritos más personales y vivos de Don Bosco– han
tenido gran importancia en la historia salesiana. No sólo porque algunos hechos narrados
en ellas –como el sueño de los nueve años o la descripción del encuentro con Bartolomé
Garelli– se han transformado en «acontecimientos-símbolo» de la vida del Santo y de la
misión salesiana, sino también en objeto de reflexiones pedagógicas. Este documento ha
propiciado una lectura, al mismo tiempo, épica y providencialista de las andanzas de
Don Bosco y de su institución predilecta, el Oratorio. Igualmente colmó de contenidos el
«imaginario colectivo salesiano» con el papel determinante de mamá Margarita y de Don
Calosso; la figura del teólogo Borel, de la marquesa Barolo y Cavour. Introdujo además
un toque de aventura en la vida de Don Bosco con el relato del desafío al saltimbanqui,
la evocación de oscuros atentados y la entrada en escena del misterioso perro «Gris».
P. Stella, desde el punto de vista de la crítica historiográfica, hacía notar la peculiar
naturaleza de los acontecimientos narrados en las Memorias: «De cualquier forma que
hayan ocurrido los hechos, Don Bosco en su exposición tiende a subrayar la finalidad que
él considera querida por Dios».1. Si «la Vida de Domingo Savio, la de Magone y de Besuc-
co pueden considerarse como la construcción de modelos de santidad juvenil en base a
datos biográficos», las Memorias del Oratorio deberían ser consideradas «como una es-
pecie de poema religioso y pedagógico construido sobre el armazón e idealización de
anécdotas autobiográficas»2. Don Bosco a través de este escrito, en suma, parece que ha
querido infundir en los lectores la convicción de que toda su vida ha sido «un tejido de
acontecimientos predispuestos, prefigurados, convertidos en realidad por la sabiduría
divina». Por lo tanto, él dejaba constancia de una relectura y reconfiguración del pasado
más en clave teológica y pedagógica que en perspectiva histórica-erudita».3
Éste parece «el punto de vista adoptado de manera absolutamente prominente por Don
Bosco, persiguiendo deliberadamente transmitir a sus continuadores tal experiencia vivi-
da como programa de vida y de acción. En las Memorias del Oratorio «la parábola y el
mensaje» se colocan antes y «por encima de la historia», para ilustrar la acción de Dios
1 Pietro STELLA, Apologia della storia. Piccola guida critica alle «Memorie biografiche» di Don
Bosco (dispense o apuntes de clase), UPS, Roma. 1989-1990; revisión puesta al día de la escrita
en 1997-1998, 18.
2 Ibid., 22.
3 Son pareceres manifestados en el contexto de una reflexión sobre «Don Bosco y la organiza-
ción de la propia imagen»: STELLA, Don Bosco nella storia della religiosità cattolica. III: La
canonizzazione, 16.

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en las vicisitudes humanas; alegrando y recreando, para «confortar y confirmar»
los discípulos. Al mismo tiempo, se muestran como un eficaz «preludio narrativo
del sistema preventivo», siendo «tal vez, el libro más rico de contenidos y de
orientaciones “preventivas”» que Don Bosco haya escrito: «un manual de pedagogía y de
espiritualidad, “narrado” con una diáfana perspectiva “oratoriana”»4.
¿Para quién escribe Don Bosco las Memorias del Oratorio?
En primer lugar, los interlocutores del discurso, explícitamente indicados, son sus «que-
ridísimos hijos salesianos, con prohibición de dar publicidad a estas cosas, tanto antes
como después de mi muerte». Tal opción revela, ante todo, que el objetivo preponde-
rante es práctico e «ideológico», esto es, la transmisión de un patrimonio familiar e ín-
timo compartido por autor y lectores, unidos espiritualmente en la adhesión total de la
vida a un ideal vocacional. Por consiguiente, la tarea de narrar tiene como fin la forma-
ción y animación, en función de una misión, con identidad y método propios. La exclu-
sión de lectores extraños libera al autor de toda preocupación formal y estilística, de las
cautelas y restricciones oportunas, obligadas si se dirigiera a un público heterogéneo. La
petición de reserva –tradicional en los libros de familia– aspira a preservar de miradas
indiscretamente críticas los valores percibidos como fundamentales y los sentimientos
más íntimos y familiares. Don Bosco confía en los primeros párrafos de su escrito : «Se
trata de un padre que se deleita hablando de sus cosas a sus hijos queridos; quienes, por
su parte, gozan al conocer las pequeñas aventuras del que tanto los amó y siempre, así
en los asuntos pequeños como en los grandes, se afanó trabajando por su provecho espi-
ritual y material».
El autor, pues, arrastra al destinatario –los «amados hijos»– a la aventura de estas Me-
morias, transformándolos, por un lado, en parte viva de las mismas, como discípulos in-
teresados y cómplices, que comparten la perspectiva de valores y realidades de la na-
rración; por otro y al mismo tiempo, en interlocutores a los que pide aceptar la propia
visión de los hechos, a la par histórica y personal, y entrar en un mundo a la vez real y
poético. Él es consciente de la dificultad que puede surgir en el lector y trata de prever
sus reacciones a fin de orientarle. Claramente se manifiesta cómo la presencia de los
lectores condiciona la estrategia narrativa de Don Bosco. Aflora de manera directa, en
ciertas ocasiones, como una especie de diálogo: «Muchas veces me habéis preguntado a
qué edad comencé a ocuparme de los niños. […]. Escuchad».5 «Por lo que se hacía en un
día de fiesta, comprenderéis cuanto realizaba yo en los demás».6 «En ese instante, como
antes dije, tendríais que haber visto al orador convertirse en un charlatán de profe-
sión».7
4 Cfr. BRAIDO, «Memorie» del futuro, 113-114; José Manuel PRELLEZO, Sistema educativo ed
esperienza oratoriana di Don Bosco, Leumann (Torino), Elle Di Ci, 2000. El autor del ensayo se
propone esbozar los «núcleos principales» de la «pedagogía1» experiencial narrada por Don Bos-
co en las Memorias del Oratorio.
5 Memorie, 38 (1, 1).
6 Memorie, 40 (I, 1).
7 Memorie, 41 (I,1).
2

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¿Por qué escribe Don Bosco las Memorias del Oratorio?
¿Por qué Don Bosco se lanzó a esta empresa en un período tan intenso trabajo y en
un momento tan duro para su existencia como el vivido entre 1873 y 1875?
La razón expuesta en la introducción de las Memorias –el «mandato de una persona de
suma autoridad, a la que es imposible oponer ningún tipo de dilación»–, se debe tener
en cuenta; pero acompañada, al menos, por otras dos motivaciones importantes. La
primera remite a la convicción de que el Oratorio era una institución querida por Dios
como instrumento de salvación de la juventud en los nuevos tiempos, y había llegado el
momento de dar a conocer sus orígenes, finalidad y método. La segunda motivación o
estímulo impulsor brota del contexto y situación que vivía en aquellos años: mientras se
perfilaba la conclusión del proceso de reconocimiento jurídico de la Sociedad salesiana
con la aprobación de las Constituciones, resultaba difícil a Don Bosco gozar de plena li-
bertad de acción ante los obispos, por no haber logrado la concesión de las facultades y
privilegios, habitualmente concedidos a otras familias religiosas.
Era una actitud habitual en él –narrador por vocación– remitir a la génesis y desarrollos
sucesivos del Oratorio, siempre que se proponía estimular el apoyo de las autoridades, la
simpatía de la opinión pública y la cooperación económica.8 Conformaba, no obstante,
un método o modo de proceder usado con preferencia y casi instintivamente en el ámbi-
to formativo, con los muchachos, de modo particular en las conversaciones de la tarde –
las «buenas noches»–, en los sermones y en la intimidad de los encuentros con sus Sale-
sianos.
Los años de composición y de revisión de las Memorias del Oratorio albergan, pues, el
mayor empeño de Don Bosco en las cuestiones «histórico-informativas», sea por las ra-
zones externas aludidas, sea, sobre todo, por motivos internos relativos a sus institucio-
nes. Múltiples razones lo empujaban a revisitar su experiencia de cara a la formación de
los discípulos y a la focalización de la identidad específica de su obra. En aquel lapso
preciso de tiempo, entre 1873 y 1875, se veía obligado a repensar la idea de «Salesianos
externos» –rechazada por la Santa Sede– y a transformarla en el nuevo proyecto de Aso-
ciación o Unión de Cooperadores Salesianos. Por otra parte, la expansión de su Congre-
gación fuera de los confines del Piamonte, asentada en el éxito de los colegios, le exigía
precisar los aspectos de identidad y método que debían caracterizarla delante de insti-
tuciones análogas, retomando la génesis y acontecimientos que habían dado vida al Ora-
torio, considerado y proclamado como la matriz de toda otra realización. De este modo
se inaugura la estación fecunda de reflexiones y puntualizaciones que producirá, además
de las Memorias del Oratorio, documentos de grande importancia para la identidad sale-
siana, como El sistema preventivo en la educación de la juventud.9
8 Recordamos, por ejemplo, la carta del Vicario de Ciudad (13 marzo 1846), la carta a los ad-
ministradores de la Obra de la «Mendicità Istruita» (20 febrero 1850), la circular sobre una lote-
ría en favor de la erigenda iglesia de S. Francisco de Sales (20 diciembre 1851), en Giovanni
BOSCO (S.), Epistolario. Introduzione, testi critici e note a cura di Francesco Motto. I: (1835-
1863), Roma, LAS, 1991, 66-67, 96-97, 139-141.
9 Edición crítica en Giovanni BOSCO (S.), Il sistema preventivo nella educazione della gioventù.
Introduzione e testi critici a cura di P. Braido, Roma LAS, 1985.
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B
MEMORIAS DEL ORATORIO
DE 1815 A 1825
exclusivamente para los Salesianos (Don Bosco)
“Muchas veces me han exhortado a poner por escrito las memorias concernientes al
Oratorio de San Francisco de Sales y, pese a no poder negarme a la autoridad de quien
me lo aconsejaba, nunca me he decidido a ocuparme de ello, sobre todo, porque debía
hablar de mí mismo demasiado a menudo. Ahora se añade el mandato de una persona de
suma autoridad, a la que es imposible oponer ningún tipo de dilación; por tanto, me de-
cido a relatar en este escrito pequeñas noticias confidenciales que pueden iluminar o ser
de alguna utilidad para aquella institución que la divina Providencia se dignó confiar a la
Sociedad de San Francisco de Sales.
Ante todo, debo dejar sentado que escribo para mis queridísimos hijos salesianos,
con prohibición de dar publicidad a estas cosas, tanto antes como después de mi muerte.
¿Para qué puede servir, pues, este trabajo? Servirá de norma para superar las difi-
cultades futuras, tomando lecciones del pasado; servirá para dar a conocer cómo Dios
mismo guió siempre todos los sucesos; servirá de ameno entretenimiento para mis hijos,
cuando lean los acontecimientos en los que tomó parte su padre y, con mayor gusto,
cuando –llamado por Dios a rendir cuenta de mis actos– ya no esté entre ellos.
Disculpadme si encontráis hechos expuestos con demasiada complacencia y quizá
aparente vanidad. Se trata de un padre que se deleita hablando de sus cosas a sus hijos
queridos; quienes, por su parte, gozan al conocer las pequeñas aventuras del que tanto
los amó y siempre, así en los asuntos pequeños como en los grandes, se afanó trabajando
por su provecho espiritual y material.
Presento estas memorias divididas en décadas, es decir, en períodos de diez años,
porque en cada uno de los señalados tuvo lugar un notable y sensible desarrollo de nues-
tra institución.
Cuando, después de mi muerte, hijos míos, leáis estos recuerdos, acordaos de que
tuvisteis un padre cariñoso que, antes de abandonar el mundo, os ha dejado las presen-
tes memorias como prenda de cariño paternal. Y con el recuerdo, rogad a Dios por el
eterno descanso de mi alma.”
(Página 1)
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C
TEXTOS QUE AYUDAN
A COMPRENDER A DON BOSCO
1.- PROPÓSITOS DE DON BOSCO EN LA TOMA DE SOTANA
Al objeto de trazarme un estilo de vida y no olvidarlo, escribí las siguientes resolu-
ciones:
1º En lo venidero nunca participaré en espectáculos públicos, en ferias y mercados;
ni acudiré a bailes o teatros; y en cuanto me fuere posible, no tomaré parte en
las comidas que suelen celebrarse en tales ocasiones.
2º No haré más juegos de manos o prestidigitación, de saltimbanqui o destreza, ni de
cuerda; no tocaré más el violín y no iré más de caza. Considero todas estas accio-
nes contrarias a la dignidad y espíritu eclesiásticos.
3º Amaré y practicaré el recogimiento y la templanza en el comer y beber; no des-
cansaré más que las horas estrictamente necesarias para la salud.
4º Así como en el pasado serví al mundo con lecturas profanas, en lo porvenir procu-
raré servir a Dios dedicándome a lecturas de temas religiosos.
5º Combatiré con todas mis fuerzas cualquier cosa, lectura o pensamiento, conversa-
ciones y palabras u obras contrarias a la virtud de la castidad. Por el contrario,
cultivaré todos aquellos elementos, aun los más nimios, que puedan contribuir a
conservar esta virtud.
6º Además de las prácticas ordinarias de piedad, haré todos los días un poco de me-
ditación y un rato de lectura espiritual.
7º Contaré cada día algún ejemplo o sentencia edificante en bien del prójimo. Lo
llevaré a cabo con compañeros, amigos y parientes; cuando no pueda con otros,
con mi madre.
Estos fueron mis propósitos al recibir la sotana; para grabarlos profundamente, los
leí delante de una imagen de la Santísima Virgen y, después de rezar, prometí formal-
mente a la celestial Bienhechora cumplirlos aun a costa de cualquier sacrificio.
2.- ENTRADA EN EL SEMINARIO DE CHIERI
El día 30 de octubre de aquel año, 1835, debía encontrarme en el seminario. El es-
caso equipo de ropa estaba preparado. Todos mis parientes se mostraban contentos y yo
más que ellos. Sólo mi madre permanecía pensativa, sin quitarme la vista de encima,
como si me quisiera confesar alguna cosa. La víspera de la partida, por la tarde, me lla-
mó para decirme estas memorables palabras: «Querido Juan, has vestido el hábito sa-
cerdotal; yo experimento con este hecho todo el consuelo que una madre puede sentir
ante la suerte de su hijo. Pero recuerda que no es el hábito lo que honra tu estado, sino
la práctica de la virtud. Si un día llegases a dudar de tu vocación, ¡por amor de Dios!, no
deshonres ese hábito. Quítatelo enseguida. Prefiero tener un pobre campesino a un hijo
sacerdote negligente con sus deberes. Cuando viniste al mundo te consagré a la Santísi-
ma Virgen; al iniciar los estudios te recomendé la devoción a esta nuestra Madre; ahora
te aconsejo ser todo suyo: ama a los compañeros devotos de María y, si llegas a ser sa-
cerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María».
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Mi madre estaba conmovida, al concluir las indicaciones; yo derramaba
lágrimas. «Madre, respondí, le agradezco cuanto ha dicho y hecho por mí; estas
sus palabras no han sido dichas en vano y las conservaré como un tesoro durante
toda mi vida».
Salí por la mañana temprano hacia Chieri; al atardecer del mismo día entré en el
seminario. Después de saludar a los superiores y arreglarme la cama, me dediqué a pa-
sear con mi amigo Garigliano por los dormitorios, los corredores y, finalmente, por el
patio. Alzando los ojos hacia un reloj de sol, descubrí este verso: Afflictis lentae, cele-
res gaudentibus horae.
He ahí, dije al amigo, nuestro programa: estemos siempre alegres y correrá deprisa
el tiempo.
3.- DIÁLOGOS DE D. BOSCO CON DON CALOSSO, D. SAVIO y F. BESUCCO
Con don Calosso
En aquel año (1826), con motivo de una misión solemne que hubo en el pueblo de
Buttigliera, tuve ocasión de escuchar bastantes sermones. La fama de los predicadores
atraía a gente de todas partes; yo mismo iba entre otros muchos. Después de una ins-
trucción y una meditación, al caer la tarde, los oyentes quedaban libres para tornar a
sus casas.
Una de aquellas tardes de abril, volvía en medio de la multitud; iba entre nosotros
un cierto Don Calosso –de Chieri–, hombre muy piadoso que, aunque encorvado por los
años, realizaba el largo camino para escuchar a los misioneros. Era el capellán de Mo-
rialdo. Al ver a un niño de pequeña estatura, cabeza descubierta, pelo recio y ensortija-
do, que caminaba muy silencioso en medio de los demás, se fijó en mí y me habló de la
siguiente manera:
—Hijo mío, ¿de dónde vienes? ¿Acaso tú también has ido a la misión?
—Sí, señor, he ido a los sermones de los misioneros.
—¡Qué habrás entendido! Tal vez tu madre te podría hacer un sermón más oportuno,
¿no es cierto?
—Cierto. Mi madre me procura con frecuencia bellas pláticas; pero igualmente voy
con mucho gusto a escuchar las de los misioneros, y me parece que las he entendido.
—Si me sabes decir cuatro palabras de la de hoy, te doy cuatro monedas.
—Dígame sólo si quiere que le hable del primer o segundo sermón.
—Como mejor te parezca, con tal de repetirme alguna idea. ¿Te acuerdas sobre
qué versó el primero?
—En el primer sermón se trató de la necesidad de entregarse a Dios y no dejar para
más tarde la conversión.
—¿Y qué se indicó al respecto? —añadió el venerado anciano, algo maravillado.
—Lo recuerdo bastante bien y, si quiere, se lo repito por entero.
Sin esperar más, comencé a exponer el preámbulo, después los tres puntos, esto es,
que quien difiere su conversión corre gran peligro de faltarle el tiempo, la gracia o la
voluntad. Me dejó hablar más de media hora en medio de la gente, para preguntarme a
continuación:
—¿Cómo te llamas? ¿Quiénes son tus padres? ¿Has frecuentado mucho la escuela?
—Me llamo Juan, mi padre murió cuando yo era todavía muy niño. Mi madre es viu-
da, con cinco personas que mantener. He aprendido a leer y, un poco, a escribir.
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—¿No has estudiado el Donato o la gramática?
—No sé qué son.
—¿Te gustaría estudiar?
—Mucho, mucho.
—¿Qué te lo impide?
—Mi hermano Antonio.
—¿Por qué Antonio no quiere dejarte estudiar?
—Porque él no deseó ir a la escuela y no quiere que otro pierda el tiempo estudian-
do como él lo perdió; pero si pudiera ir, sí que estudiaría y no perdería el tiempo.
—¿Por qué motivo deseas estudiar?
—Para ser sacerdote.
—¿Y por qué razón aspiras a ser sacerdote?
—Para acercarme, charlar e instruir en la religión a tantos compañeros míos, que
no son malos, pero llegan a ser tales, porque nadie se ocupa de ellos.
Este franco y, diría, audaz modo de hablar causó gran impresión en el santo sacer-
dote, quien –mientras yo exponía– no me quitó nunca los ojos de encima. Entre tanto,
llegados a un determinado punto del camino en que era menester separarnos, me dejó
diciendo: «¡Ánimo!, pensaré en ti y en tus estudios. Ven con tu madre a verme el domin-
go y lo arreglaremos todo».
En efecto, al domingo siguiente fui con mi madre y acordamos que él mismo me da-
ría clases un rato cada día; trabajando el resto de la jornada en el campo para contem-
porizar con mi hermano Antonio. Éste se conformó fácilmente, puesto que el asunto em-
pezaría después del verano, cuando los trabajos del campo ya no preocupan.
Me puse enseguida en las manos de Don Calosso, que llevaba sólo unos meses en
aquella capellanía. Me manifesté a él tal cual era; confiándole con naturalidad toda pa-
labra, pensamiento y acción. Lo cual le agradó sobremanera, porque de ese modo podía
guiarme en lo espiritual y en lo temporal con un mejor conocimiento de la realidad.
Conocí entonces el significado de un guía fijo, un amigo fiel del alma que hasta en-
tonces no había tenido. Entre otras cosas, me prohibió enseguida una penitencia que yo
acostumbraba a hacer por ser desproporcionada a mi edad y condición. Me animó a fre-
cuentar la confesión y comunión, y me enseñó a hacer diariamente una breve medita-
ción o, mejor, un poco de lectura espiritual. Los domingos pasaba con él todo el tiempo
que podía. Los días laborables, siempre que me resultaba posible, le ayudaba a la santa
misa. Desde aquel período, comencé a gustar lo que es la vida espiritual, pues hasta es-
te momento actuaba más bien materialmente y como una máquina que hace las cosas
sin saber por qué.
Con Domingo Savio
Las cosas que voy a narrar puedo referirlas con mayor número de circunstancias,
puesto que de casi todas fui testigo ocular, y las mas de las veces acaecieron en pre-
sencia de una multitud de jóvenes, acordes en afirmarlas.
Corría el año 1854, cuando el citado don Cugliero vino a hablarme de un alumno
suyo digno de particular atención por su piedad.
-Aquí, en esta casa-me dijo-, es posible que tenga usted jóvenes que le igualen,
pero difícilmente habrá quien le supere en talento y virtud. Obsérvelo usted y verá que
es un San Luis.
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Quedamos que me lo mandaría a Murialdo, adonde yo solía ir con los jóvenes
del Oratorio para que disfrutasen algo de la campiña y, de paso, poder celebrar la
novena y solemnidad de la Santísima. Virgen del Rosario.
Era el primer lunes de octubre, muy temprano, cuando vi aproximárseme un niño,
acompañado de su padre, para hablar-me. Su rostro alegre y su porte risueño y respe-
tuoso atrajeron mi atenci6n.
- ¿Quién eres le?, le dije, ¿De dónde vienes?
-Yo soy, respondió, Domingo Savio, de quien ha hablado a usted el señor Cugliero,
mi maestro; venimos de Mondonio.
Lo llevé entonces aparte y, puestos a hablar de los estudios hechos y del tenor de
vida que hasta entonces había llevado, pronto entramos en plena confianza, él conmigo
y yo con él.
Presto advertí en aquel jovencito un corazón en todo conforme con el espíritu del
Señor, y quedé no poco maravillado al considerar cuánto le había ya enriquecido la divi-
na gracia a pesar de su tierna edad.
Después de un buen rato de conversación, y antes de que yo llamara a su padre,
me dirigió estas textuales palabras:
-Y bien, qué le parece? ¿Me lleva usted a Turín a estudiar?
-Ya veremos; me parece que bueno es el paño.
-¿Y para qué podrá servir el paño?
-Para hacer un hermoso traje y regalarlo al Señor.
-Así, pues, ya soy el paño; sea usted el sastre; lléveme, pues, con usted y hará de
mí el traje que desee para el Señor.
-Mucho me temo que tu debilidad no te permita continuar los estudios.
-No tema usted; el Señor, que hasta ahora me ha dado salud y gracia, me ayudará
también en adelante.
- ¿Y qué piensas hacer cuando hayas terminado las clases de latinidad?
-Si me concediera el Señor tanto favor, desearía ardientemente abrazar el estado
eclesiástico.
- Está bien; quiero probar si tienes suficiente capacidad para el estudio; toma este
librito (un ejemplar de las Lecturas Católicas), estudia esta pagina y mañana me la traes
aprendida.
Dicho esto le deje en libertad para que fuera a recrearse con los demás muchachos,
y me puse a hablar con su padre. No habían pasado aún ocho minutos cuando, sonriendo,
se presenta Domingo y me dice: “Si usted quiere, le doy ahora mismo la lección”.
Tomé el libro y me quedé sorprendido al ver que no sólo había estudiado al pie de
la letra la página que le había señalado, sino que entendía perfectamente el sentido de
cuanto en ella se decía.
“ Muy bien, le dije, te has anticipado tú a estudiar la lección y yo me anticiparé en
darte la contestación. Sí, te llevaré a Turín, y desde luego te cuento ya como de mis
hijos; empieza tú también desde ahora a pedir al Señor que nos ayude a mí y a ti a cum-
plir su voluntad”
No sabiendo cómo expresarme mejor su alegría y gratitud, me tomó de la mano,
me la estrechó y besó varias veces, y al fin me dijo: “Espero portarme de tal modo, que
jamás tenga que quejarse de mi conducta”.
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Con Francisco Besucco
Todo lo expuesto hasta aquí acerca del jovencito Besucco forma, por así
decir, la primera parte de su vida, y en ello me atuve a las noticias que me envió quien
lo conoció, trató y vivió con él en su pueblo. Lo que voy a narrar con respecto a su nuevo
tenor de vida en el Oratorio formará la segunda parte. Pero aquí contaré cosas todas
oídas y vistas con mis propios oídos y ojos, o bien referidas por centenares de jovencitos
que fueron sus compañeros durante todo el tiempo que vivió entre nosotros. Me serví
particularmente de una larga y detallada narración hecha por el padre Ruffino, profesor
y director de las clases de esta casa, quien tuvo tiempo y ocasión de conocer y reunir los
continuos rasgos de virtud practicados por nuestro Besucco.
Por largo tiempo, pues, había deseado ardientemente hallarse en el Oratorio; pero
cuando se encontró de hecho, quedó como aturdido. Mas de setecientos jovencitos eran
sus amigos y compañeros en el recreo, en el comedor, en el dormitorio, en la iglesia, en
la clase y en el estudio. Le parecía imposible que tantos muchachos pudieran vivir juntos
en una sola casa— sin producir un desorden indecible. Acosaba a todos a preguntas, y de
todo pedía la razón, la explicación. Todo aviso dado por los superiores, toda inscripción
en las paredes, eran para él objeto de lectura y meditación y de profunda reflexión.
Había pasado ya algunos días en el Oratorio, y yo no lo había visto aún; sólo sabía
de él lo que él arcipreste Pepino me había comunicado por carta. Cierto día me hallaba
en el recreo entre los j6venes de la casa, cuando vi a un jovencito vestido a lo montañés,
de mediana estatura, de tosco aspecto y algo pecoso. Con los ojos desmesuradamente
abiertos contemplaba cómo se divertían sus compañeros. Cuando su mirada se encontró
con la mía, sonrió respetuosamente y se dirigió adonde yo me hallaba.
- ¿Quién eres tú?-le dije sonriendo.
- Soy Francisco Besucco, de Argentera.
-¿Cuántos años tienes?
-Pronto cumpliré los catorce.
-¿Has venido para estudiar o para aprender un oficio? -Deseo ardientemente estu-
diar.
¿Qué clase has hecho ya?
-He cursado las clases elementales de mi pueblo.
¿Qué intención te mueve a continuar tus estudios y no a aprender un oficio?
-;Ah! Mi deseo mas vivo y más grande es poder abrazar el estado eclesiástico.
- ¿Y quién te dio este consejo?
-Siempre lo tuve en mi corazón, y siempre pedí al Señor que me ayudara a realizar
mi aspiración.
- ¿Has pedido va consejo a alguno?
-Sí; he hablado ya muchas veces de ello con mi padrino; sí, con mi padrino...
Dicho esto, se conmovió y le asomaron las lagrimas.
¿Quién es tu padrino?
-Mi padrino es el párroco, el arcipreste de Argentera, que tanto me quiere. Me en-
señó catecismo, me dio clase, vestido, alimento. Es tan bueno, me hizo tantos benefi-
cios v, después de haberme dado clase casi dos años, me recomend6 a usted para que
me recibiera en el Oratorio. ¡Qué bueno es mi padrino, cuanto me quiere!
Y se ech6 a llorar nuevamente. Esta sensibilidad por los beneficios recibidos, este
afecto a su bienhechor me hizo concebir una buena idea de la índole y de la bondad de
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corazón del jovencito. Recordé entonces también las hermosas recomen-daciones
que me habían llegado de su párroco y del lugarteniente Evsautier, y me dije al
punto:
-Este jovencito dará con el estudio excelente resultado en su educación mural,
puesto que la experiencia ha probado que la gratitud en los niños es casi siempre presa-
gio de un venturoso porvenir: por el contrario, los que fácilmente olvidan los favores
recibidos v los cuidados que se les prodigaron, permanecen insensibles a los avisos. a los
consejos, a la religión, y son, por lo mismo, difíciles de educar y es incierto su resultado.
4.- LA COMPAÑÍA DE LA INMACULADA
Bien puede decirse que toda la vida de Domingo fue un ejercicio de devoción a la
Virgen, pues no dejaba pasar ocasión alguna sin tributarle sus homenajes.
En el año 1854, el sumo pontífice Pío IX definía como dogma de fe la Concepción
Inmaculada de María. Domingo deseaba ardientemente hacer vivo y duradero entre no-
sotros el recuerdo de este augusto título que la Iglesia ha dado a la Reina de los cielos.
“Desearía; solía decir, hacer algo en honor de la Virgen; pero en seguida, ya que temo
que me falte tiempo”.
Guiado, pues, de su ingeniosa caridad, eligió a algunos de sus mejores compañe-
ros y los invitó a un irse con él para formar una compañía, que llamaron de la Inmacula-
da Concepción.
El fin que ésta se proponía era granjearse la protección de la Madre de Dios du-
rante la vida, y de modo especial en punto de muerte. Dos medios se proponían para
ello: ejercitar y promover prácticas piadosas en honor de la Inmaculada y frecuentar la
comunión.
De acuerdo con sus amigos, redactó un reglamento y, tras no pocos retoques, el 8
de junio de 1856, nueve meses antes de su muerte, lo leía con ellos ante el altar de Ma-
ría Santísima. Con gusto lo inserto aquí para que pueda servir de norma a otros que quie-
ran imitarlo.
«Nosotros, Domingo. Savio, etc. (siguen los nombres de sus compañeros )', para gran-
jearnos durante- la vida y en el trance de la muerte la protección de la Virgen Inma-
culada y para dedicarnos enteramente a su santo servicio, hoy, 8 del mes de junio,
fortalecidos con los santos sacramentos de la confesión y comunión y resueltos a pro-
fesar hacia nuestra Madre celestial una constante y filial devoción, nos comprome-
temos ante su altar y con el consentimiento de nuestro director espiritual a imitar,
en cuanto lo permitan nuestras fuerzas, a Luis Comollo, para cuyo fin nos obligamos:
1.º A observar rigurosamente el reglamento de la casa.
2.º A edificar a nuestros compañeros, amonestándoles caritativamente y exhortándoles
al bien con nuestras palabras y mucho mas con nuestro buen ejemplo.
3.º A emplear escrupulosamente el tiempo.
Y para asegurarnos la perseverancia en el estilo de vida que nos proponemos, somete-
mos a nuestro director el siguiente reglamento:
1. Prometemos una rigurosa obediencia a nuestros superiores, a los que nos sometemos
con ilimitada confianza.
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2. Nuestra primera y especial ocupación consistirá en el cumplimiento de
nuestros propios deberes.
3. La caridad reciproca unirá nuestros ánimos y nos hará amar indistintamente a
nuestros hermanos, a quienes avisaremos amablemente cuando parezca útil la co-
rrección.
4. Destinaremos una media hora semanal a reunirnos, y después de invocar al Espíritu
Santo y hecha una breve lectura espiritual, nos ocuparemos del progreso de la Com-
pañía en la virtud y en la piedad.
5. Nos avisaremos en particular de los defectos que ten-gamos que corregir.
6. Trabajaremos para evitar cualquier disgusto entre nos-otros, por pequeño que sea, y
soportaremos con paciencia a nuestros compañeros y a las demás personas que nos
resulten antipáticas.
7. No se señala ninguna oración particular, puesto que el tiempo que nos quede des-
pués de cumplidos nuestros deberes hemos de consagrarlo a lo que parezca mas útil
para nuestra alma.
8. Admitimos, sin embargo, estas pocas practicas: a) Frecuentaremos los santos sacra-
mentos lo mas a menudo que nos sea permitido. b) Nos acercaremos a la mesa euca-
rística todos los domingos, fiestas de guardar, novenas y solemnidades de María y de
los santos protectores del Oratorio. c) Durante la semana procuraremos comulgar to-
dos los viernes, a no ser que nos lo impida alguna grave ocupación.
9. Todos los días, especialmente al rezar el santo rosario, encomendaremos a Maria
nuestra asociación, pidiéndole que nos obtenga la gracia de la perseverancia.10. Pro-
curaremos ofrecer todos los sábados alguna práctica especial o alguna solemnidad en
honor de la Inmaculada Concepción de Maria.
11. Tendremos, por lo tanto, un recogimiento cada vez mas edificante en la oración,
en la lectura espiritual, en el rezo de los oficios divinos, en el estudio y en la clase.
12. Acogeremos con avidez la palabra de Dios y repensaremos las verdades oídas.
13. Evitaremos toda pérdida de tiempo para librar nuestras almas de las tentaciones
que suelen acometer fuertemente en tiempo de ocio; y, por lo tanto:
14. Después de haber cumplido nuestras propias obligaciones, emplearemos el tiempo
que nos quede en ocupaciones útiles, como lecturas piadosas e instructivas, o en la
oración.
15. Está mandado el recreo o, al menos recomendado, después de la comida, la clase y
el estudio.
16. Procuraremos manifestar a nuestros superiores lo que pueda ser provechoso para
nuestro adelanto moral.
17. Procuraremos también hacer uso con gran moderación de los permisos que nos sue-
le conceder la bondad de nuestros superiores, puesto que uno de nuestros principales
fines es la exacta observancia del reglamento, quebrantado muy a menudo por el
abuso de estos mismos permisos.
18. Tomaremos el alimento que, nuestros superiores dispongan, sin quejarnos jamás de
lo que nos pongan en la mesa, y procuraremos que tampoco se quejen los demás.
19. El que muestre ilusión por formar parte de esta asociación deberá, ante todo, puri-
ficar su conciencia en el sacramento de la confesi6n, recibir la sagrada comunión,
dar luego prueba de buena conducta durante una semana, leer atentamente estas
reglas y prometer a Dios y a María Santísima Inmaculada su exacta observancia.
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20. El día de su admisión, todos los socios se acercaran a la santa comunión,
pidiendo a su divina majestad que obtenga al nuevo compañero la virtud de la
perseverancia, de la obediencia y el verdadero amor de Dios.
21. La asociación está puesta bajo el patrocinio de la Inmaculada Concepción, de quien
tomamos nombre y cuya medalla constantemente llevaremos. Una sincera, filial e
ilimitada confianza en Maria, un amor singularísimo y una devoción constante hacia
ella nos harán superar todos los obstáculos y ser firmes en nuestras resoluciones, ri-
gurosos con nosotros mismos, amables con el prójimo y exactos en todo. Aconseja-
mos además a los hermanos que escriban los santos nombres de Jesús y de María,
primero en su corazón y su mente, y luego en sus libros y en los objetos de su uso.
Rogaremos a nuestro director que examine el reglamento y nos manifieste su parecer,
asegurándole que nos atendremos todos a lo que disponga. Puede modificarlo en todo
aquello que le parezca conveniente. Que María Inmaculada, nuestra titular, bendiga
nuestros esfuerzos, puesto que ella nos ha inspirado crear esta piadosa asociación;
que ella aliente nuestras esperanzas, escuche nuestros votos, para que, amparados
bajo su manto y fortalecidos con su protección, desafiemos las borrascas de este mar
proceloso y superemos los asaltos del enemigo infernal. De esta suerte, y por ella
amparados, confiamos poder ser de edificación para nuestros compañeros, de con-
suelo para nuestros superiores e hijos predilectos de tan augusta Madre. Y si Dios nos
concede gracia y vida para servirle en el ministerio sacerdotal, nos esforzaremos en
hacerlo con el mayor celo posible. Y desconfiando de nuestras propias fuerzas, y con
una con-fianza ilimitada en el auxilio divino, nos atreveremos a esperar que, después
de peregrinar por este valle de lágrimas, obtendremos a la hora postrera, consolados
por la presencia de María, el eterno galardón que Dios prepara a quienes le sirven en
espíritu y en verdad.»
El director del Oratorio leyó este fragmento y, después de haberlo examinado
atentamente, lo aprobó con las siguientes condiciones:
“ 1. Las mencionadas promesas no tienen fuerza de voto. 2. Ni siquiera obligan
bajo pena de culpa alguna. 3. En las reuniones se propondrá alguna obra de caridad ex-
terna, como la limpieza de la iglesia o la instrucción religiosa de algún niño menos ins-
truido. 4. Se distribuirán los días de la semana de modo que cada día comulgue alguno
de los socios. 5. No se añadan otras prácticas piadosas sin permiso especial de los supe-
riores. 6. Establézcase como objeto principal el promover la devoción a la Inmaculada
Concepción y al Santísimo Sacramento. 7. Antes de aceptar a un aspirante, désele a leer
la vida de Luis Comollo”
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