Texto: María Martínez López. Ilustraciones: Asun Silva
El 31 de enero es día de fiesta en muchísimos colegios de todo el mundo: es el día de San Juan Bosco, el sacerdote italiano que, en el siglo XIX, fundó los salesianos y las salesianas, dos congregaciones religiosas dedicadas a la educación. Su caso es curioso, porque no toman el nombre de su fundador, sino de san Francisco de Sales, el modelo en el que se fijó san Juan Bosco.
Desde muy joven, a Juan le sorprendía que los sacerdotes de su época fueran muy serios y no trataran con los jóvenes. Cuando tenía nueve años, había soñado que Dios le llamaba a acercar a otros niños a Dios tratándolos con amor. Aunque entonces no lo entendió, más adelante supo que Dios quería que fuera sacerdote precisamente para estar con los jóvenes. Tenía las herramientas para ello, pues desde siempre atraía a todo el mundo con su forma de ser sencilla, y su capacidad para entretener a los demás.
Cuando todavía vivía en su pueblo, solía organizar reuniones en las que contaba historias, y hasta hacía trucos de magia, habilidades que siempre conservó. Eso sí, siempre intentaba que hubiera también algún rato de oración.
Para ser sacerdote, dejó su pueblo y se fue a estudiar a Turín. En esa época, la ciudad se estaba llenando de fábricas, y muchos chicos pobres del campo llegaban a ella para buscar trabajo. Explotados en las fábricas, pobres y sin familia, corrían el peligro de terminar cometiendo algún delito y acabar en la cárcel. A Don Bosco le preocupaba mucho su situación. Un día, ofreció a uno de estos chicos darle clases y enseñarle el Catecismo los domingos. Cada semana, aparecían más niños a estas clases. Don Bosco descubrió que, si alguien se hacía amigo de estos chicos, les enseñaba, les buscaba un buen trabajo, los visitaba, les daba catequesis y, sobre todo, los quería, podían ser buenos cristianos y gente honrada.
Así empezó el Oratorio de San Francisco de Sales: al principio, don Bosco reunía a los niños los domingos en el campo para jugar y aprender. Luego, consiguió un pequeño edificio, y algunos de los chicos se fueron a vivir con él. Él mismo escribía los libros de texto para que estudiaran. También pidió a su madre que se fuera a vivir con ellos y fuera como una madre -Mamá Margarita- para los chicos. Como la labor crecía, buscó entre sus chicos a jóvenes que quisieran ser sacerdotes, y fundó los salesianos. Poco después, hizo lo mismo con las Hijas de María Auxiliadora (salesianas) para atender de la misma forma a las chicas.
Los salesianos tienen el honor de que, de entre sus alumnos, han salido dos de los cuatro únicos niños que la Iglesia ha nombrado santos o Beatos sin ser mártires. Santo Domingo Savio fue uno de los primeros niños en entrar en el Oratorio de San Francisco de Sales.
Quería ser sacerdote, y pasaba gran parte de su tiempo rezando y ayudando a Don Bosco en todo, pero no alcanzó su sueño, porque, con 15 años (era 1857), se puso enfermo y murió. El ejemplo de este chico influyó mucho en la Beata Laura Vicuña. Esta niña chilena, nacida en 1891, se mudó a Argentina al morir su padre, y su madre la envió a un colegio de María Auxiliadora. Su madre empezó a vivir con un hombre sin haberse casado con él, y Laura sufrió mucho al saber que a Dios no le gustaba eso. Así que decidió que lo mejor que podía hacer, con permiso de un sacerdote, era ofrecer su vida a Dios a cambio de que su madre volviera a acercarse a Él. Dos años después, hubo una inundación en el colegio, y Laura se puso enferma por quedarse con los pies metidos en el agua ayudando a las demás niñas. Murió con sólo 12 años, pero contenta porque su madre se había reconciliado con Dios.
Semanario Alfa y Omega – 26.01.2011