41. El caballo rojo 1862 (MB. 7,192). |
Los Sueños de San Juan Bosco -41 al 80-
Título: Los Sueños de San Juan Bosco
Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-
>>1 al 40<<
>>Los Sueños de San Juan Bosco<<
>>81 al 120<<
>>121 al 159<<
La noche del 5 de julio de 1862, tuvo Don Bosco un sueño que narró el 6 de julio, así: “Anoche tuve un sueño singular. Me pareció que me encontraba con una persona que me decía: Usted encárguese de educar a los jóvenes varones, pero deje a otros el educar a las jóvenes niñas”.
Yo le dije: ¿Pero es que Jesucristo vino al mundo a redimir solamente a los muchachos? ¿O vino también a redimir a las muchachas? Y añadí: – Si Jesús vino a salvar a los niños y a las niñas, yo debo trabajar de tal manera que por los unos y las otras no se hayan derramado inútilmente la sangre de Jesús.
Y en ese momento se oyó un ruido espantoso y volví a mirar a lo lejos y vi venir un enorme caballo rojo, más alto que un edificio de varios pisos, más alto que el Palacio Madama.
Todos salieron huyendo. Yo me quedé a observarlo y aunque temblaba de pies a cabeza me le acerqué.
- ¡Que horror de bestia tan descomunal! Y sobre él venían muchas personas. Y hasta tenían alas.
Y exclamé: “¡Este es el mismo demonio!”.
Y pregunté a uno: “¿Qué es este enorme caballo?”.
Y él me respondió: – Este es el Caballo Rojo del cual habla el Apocalipsis.
Después me desperté muy asustado y esa mañana durante la misa y mientras confesaba me acordé muchas veces del terrible Caballo Rojo y me propuse averiguar qué es lo que dice el Libro del Apocalipsis acerca de él.
Nota: Don Bosco encargó al Padre Durando que buscara en la Santa Biblia qué es lo que el Apocalipsis dice del Caballo Rojo, y lo que encontró fue esto: “Al abrirse el segundo sello, apareció un Caballo Rojo y se le concedió quitar a la tierra la paz, para que se maten unos a otros. Y se le dio una espada muy grande” (Ap. 6,4).
Don Bosco entendió que iba a llegar mucha violencia a la tierra y que iban a venir muchas matanzas y crueldades, y que a la Iglesia Católica le llegarían enormes persecuciones. Y decía: – Todos deberíamos contribuir al triunfo de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica difundiendo mucho las buenas lecturas, y deberíamos colaborar a favor de la paz del mundo, propagando las enseñanzas de Jesús en el Evangelio (MB. 7,194).
1 42. La serpiente y el Avemaría 1862 (MB. 7,208). |
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El 20 de agosto de 1862, Don Bosco después de las oraciones de la noche les dijo a los alumnos: “Quiero contarles un sueño que tuve hace algunas noches”.
Soñé que estaba en compañía de todos los jóvenes en Castelnuovo, en casa de mi hermano. Mientras todos hacían recreo, vino hacia mí un desconocido y me invitó a acompañarlo. Lo seguí y me condujo a un prado, cercano al patio y allí me mostró una serpiente de 7 a 8 metros de larga y de un grosor extraordinario. Horrorizado, al contemplarla, quise huir.
- No, no. – Me dijo mi acompañante – no huya. Venga conmigo, vea.
- ¿Y cómo quieres – le respondí – que yo me atreva a acercarme a esa bestia? – No tenga miedo. No le hará ningún mal. Venga conmigo.
- ¡Ah! – exclame – No soy tan imprudente como para exponerme al tal peligro.
- Entonces – dijo mi acompañante – espere aquí.
Y se fue enseguida en busca de un lazo o cuerda y con ella en la mano, volvió junto a mí y me dijo: – Agarre fuerte ese lazo o cuerda por un extremo y téngale buen seguro. Yo agarré por el otro extremo así le mantendremos en el aire sobre la serpiente.
- ¿Y después? – Después le dejaremos caer a modo de fuetazo sobre su espina dorsal.
- ¡Oh no, por favor. Ay de nosotros si lo hacemos. La serpiente saltará enfurecida y nos despedazará.
- No, no. Déjeme actuar – añadió el desconocido – yo sé bien lo que debo hacer.
- No, no, de ninguna manera. No quiero hacer una experiencia que me pueda costar la vida.
Y ya me disponía a huir. Pero él insistió de nuevo, asegurándome que no había nada que temer, que la serpiente no me haría ningún daño. Y tanto me insistió que me quedé donde estaba, dispuesto a hacer lo que me aconsejaba.
El personaje pasó al otro lado, levantó la cuerda o lazo y le dio un fuerte latigazo sobre el lomo del animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza hacia atrás para morder el objeto que la había herido, pero en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó enlazada en ella como por un nudo corredizo. Entonces el desconocido me gritó: – Tenga fuertemente la cuerda, téngala fuertemente para que no se le vaya de las manos.
Y corrió a un árbol de peras que había allí cerca y amarró a su tronco el extremo de la cuerda que tenía en la mano. Corrió después hacia mí, tomó la otra punta del lazo y fue a amarrarla a la reja de una ventana de la casa.
Entretanto la serpiente se agitaba, movía furiosamente los anillos, y daba tales golpes con la cabeza y los anillos en el suelo, que sus carnes se rompían, saltando a pedazos a gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida, y una vez que hubo muerto, no quedó de ella más que el esqueleto descarnado.
Entonces aquel mismo hombre desató la cuerda del árbol y de la ventana, la recogió, formó con ella un ovillo y me dijo: – Ponga mucha atención.
Metió la cuerda en una caja, la cerró y después de unos momentos volvió a abrir la caja. Los jóvenes habían venido a reunirse junto a mí. Miramos al interior de la caja y quedamos maravillados. La cuerda estaba dispuesta de tal manera que formaba un letrero: “AVE MARÍA (Dios te salve María).
- ¿Pero cómo es posible? – le dije al desconocido – tú metiste la cuerda a la caja a la buena, sin ningún orden, y ahora aparece doblada formando esas letras? – Mira – dijo él – la serpiente representa el demonio, y la cuerda el Ave María, o sea el Rosario que es una serie de “Dios te salve María”, con las cuales se puede derribar, vencer y destruir todos los ataques de los enemigos del alma.
Y Don Bosco termino diciendo: – Recordemos siempre lo que dijo aquel personaje respecto del Dios te salve María y del Rosario. Recemos devotamente esta bella oración ante cualquier asalto de las tentaciones, con la seguridad de que saldremos victoriosos.
Explicación: El árbol de peras es el mismo en el cual San Juan Bosco cuando era niño amarraba una cuerda para dar funciones de acrobacia a los campesinos y así poder enseñarles luego el catecismo.
Don Bosco fue siempre un entusiasta del Rosario. En sus casas se rezaban todos los días, y él insistía en que con el rezo del Santo Rosario se logra alejar y vencer los enemigos del alma y conseguir maravillosos favores del Cielo.
En los últimos años de su vida, cuando ya casi no podía salir por la noche de su habitación y la luz le hacia mucho daño a los ojos, varios de sus amigos se iban a la habitación del Santo cada noche a rezar con él el Santo Rosario, en plena oscuridad. Y dicen los testigos que a medida que iba rezando las Avemarías del Rosario el rostro del Santo se iba llenando de resplandores y que estas luces que salían de su frente eran tan relucientes que se podía leer un libro con la iluminación de ellas solas.
2 43. Los colaboradores de Don Bosco 1862 (MB. 7,289) |
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Dice el Padre Albera, segundo sucesor de San Juan Bosco: “En 1862 nos reunió a los que le colaborábamos en su obra educativa y nos narró el siguiente sueño: Tuve un sueño en el cual me vi rodeado de jóvenes y sacerdotes. Les propuse que subiéramos a una montaña y todos aceptaron. En la cumbre de la montaña estaban las mesas preparadas para un magnifico banquete que debía ser celebrado con músicas y espléndidas fiestas.
Emprendimos todos el camino. La subida era escarpada y difícil y se encontraban diversos obstáculos que hacían más penoso el ascenso. Como todo esto era molesto para los que ya estaban cansados, en un determinado punto todos se sentaron.
También yo me senté a descansar un rato y después, animándolos a todos a seguir subiendo con todo entusiasmo, empecé nuevamente la marcha a paso ligero.
Pero poco después volví a mirar para observar dónde estaban mis seguidores y noté que todos habían vuelto hacia atrás y que yo me había quedado totalmente solo.
Y yo me puse a pensar: “Debo subir hacia esas alturas y no puedo subir solo. ¿Cómo voy a hacer? Mi misión es llegar hacia esa alta montaña pero rodeado de muchos compañeros. ¿Cómo haré para cumplir esa misión? Y se me ocurrió una idea: Mis primeros colaboradores era buenos, piadosos, de excelente voluntad, pero no estaban preparados para esta labor de educar a la juventud abandonada. Ni yo ni nadie más los había formado para esto y no estaban ligados entre sí y conmigo por votos o juramentos de obediencia, y por eso me abandonaron.
Y seguí pensando: Ahora tengo que remediar mi falla. Fue demasiado amargo mi desengaño. Ahora veo claramente lo que debo hacer: no puedo contar con los que yo no haya formado para esta misión. Volveré a la base del monte. Reuniré a muchos jovencitos. Haré que me quieran. Los adiestraré para que sepan aguantar con entusiasmo los sufrimientos que existen en la tarea de educar a la juventud, y aprenderán a soportar pruebas y sacrificios. Me obedecerán de muy buena voluntad. Y subiremos juntos al Monte del Señor.
Explicación: Al terminar la narración de este sueño Don Bosco les dijo a sus colaboradores, los jóvenes salesianos de su comunidad (que apenas llevaba tres años de fundada): “Yo he puesto en ustedes toda mi confianza y toda mi esperanza”. Y luego durante una hora les habló con entusiasmo de los muchos bienes espirituales que consigue para esta vida y para la eternidad quien se dedica a la vida religiosa y a la educación de la juventud. Y les prometió que la Virgen Santísima conseguirá inmensos premios para quienes se consagren a educar a los jóvenes abandonados.
Don Bosco estaba trabajando desde 1841 a favor de la niñez abandonada. Muchos sacerdotes y Apóstoles laicos llegaron a colaborarle, pero después de pocos meses o años, se retiraban porque les parecía que aquella labor era demasiado difícil e ingrata. Hasta que al fin, por iluminación del Cielo, el Santo dispuso formar como educadores de los niños pobres, a esos mismos niños pobres, y así fue formando de entre sus mejores alumnos un grupito que le colaboraba, y en 1859 fundó con 18 de ellos la Comunidad Salesiana que ahora está en 105 países con 1,300 colegios para gente de clases populares y con 17,000 salesianos.
Todos los primeros salesianos de Don Bosco fueron niños pobres que él recogió y educó en sus “Oratorios” y a los cuales por medio de sus excelentes ejemplos y sus sabios consejos convirtió en Apóstoles de la juventud.
3 44. Asistencia a un niño moribundo 1862 (MB. 7,298). |
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El sábado 20 de diciembre de 1862, Don Bosco dijo al alumnado: “El día de Navidad, uno de nosotros habrá viajado hacia el paraíso”. Los jóvenes se asomaron a la enfermería para ver si había algún enfermo, pero no había ninguno. El 21 fueron también a observar y no había nadie enfermo allí.
Pero el 22 de diciembre el buenísimo jovencito José Blangino, de diez años, empezó a sentirse mal y lo llevaron a la enfermería. Como la enfermedad se agravó fue llamado el médico el cual declaró que la enfermedad era mortal. El 23 de diciembre se le administró el Viático y el 24 a las 2 y 30 de la madrugada murió santamente.
Entonces aquel día Don Bosco narró el sueño que había tenido la semana anterior: “Soñé que junto con el Padre Alassonatti y mi mamá (que murió hace 6 años) estábamos asistiendo al jovencito: “Se ha muerto”. Yo le pregunté: “¿De verás se ha muerto?”. Y ella me respondió: “Sí, ha muerto. ¿Y qué hora es? ¡Van hacer las tres de la madrugada! Entonces el Padre Alassonatti exclamó: – Quiera Dios que todos nuestros jóvenes logren morir así, con tanta tranquilidad y paz.
Esta madrugada oí un golpe fortísimo como si alguien le hubiera dado con un cartel en la pared. Me desperté y exclamé: – ¡Blangino ha partido hacia la eternidad! Recé luego de una oración por su bendita alma, y en seguida el reloj de la torre dio las 2 y 30 de la madrugada.
Explicación: El 23 a las diez de la noche Don Bosco estaba en la enfermería visitando al enfermito Blangino. El Padre Rúa le dijo: – Si quiere yo me quedó aquí toda la noche, para asistir al niño a la hora de su muerte.
Y Don Bosco le respondió: – No es necesario que se quede toda la noche. Váyase a dormir y ordene que a las dos de la madrugada lo llamen para venir a asistirlo en sus últimos momentos.
A las dos de la madrugada fueron a llamar al Padre Rúa. Vino enseguida a auxiliar espiritualmente al niño Blangino y éste murió santamente a las 2 y 30.
4 45. El Elefante blanco 1863 (MB. 7,307). |
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Narrado a los alumnos el 6 de enero de 1863.
Estaba pidiendo a Dios que me iluminara algún mensaje especial para comunicarlo a mis discípulos al empezar este año. Y tuve el siguiente sueño: Soñé que era día de fiesta y que el patio estaba lleno de alumnos que jugaban y se divertían. Charlaba en mi habitación con el profesor Vallauri, cuando tocaron a la puerta. Salí a ver quién era y me encontré con mi madre (muerta hace 6 años) la cual me dijo emocionada: – ¡Ven a ver, ven a ver! Me asomé al corredor y vi en medio del patio, entre los alumnos, a un elefante de tamaño colosal.
Muchos de los jóvenes se habían acercado al elefante y éste parecía ser manso y se divertía correteando con ellos por el patio.
Bastantes muchachos jugaban con él, pero la mayoría tuvieron temor y corrieron a refugiarse en la Iglesia.
Sonó la campana para ir al Templo y todo el alumnado se dirigió hacia allí y también el elefante entró a la Iglesia. Pero en el momento en el que se presentó la Santa Hostia para adorarla y todos los alumnos se arrodillaban, el elefante volvió la espalda y se colocó mirando hacia el lado contrario del altar.
Y al salir otra vez al patio, sucedió una escena desagradable.
Un grupo de jóvenes organizó una procesión con un estandarte de la Virgen que tenía esta inscripción: – “Santa María, socorred a los necesitados”.
Tan pronto como el elefante vio el estandarte se volvió furioso y empezó a dar terribles bramidos y a atacar a todos los que encontraba, y agarrando con la trompa a los que estaban más cerca de él, los levantaba en lo alto, los lanzaba hacia el suelo y los pisoteaba, haciendo así un estrago horrible.
El susto y la confusión eran terribles. Unos lloraban, otros gritaban. Algunos al verse heridos pedían auxilio a sus compañeros, mientras otros, caso verdaderamente horrible, hacían un pacto con el elefante para ser amigos suyos y traerle nuevas víctimas para que las destrozara.
Mientras todo esto sucedía, la imagen de la Virgen que hay en el patio fue creciendo y se llenó de vida y se convirtió en una persona de elevada estatura. Levantó los brazos y abrió el manto; y su manto se volvió tan grande y extenso que alcanzó para cobijar a todos los que se quisieron refugiar debajo de él.
Los primeros en correr a refugiarse bajo el manto de la Santísima Virgen fueron los jóvenes de mejor conducta.
Pero al ver la Madre Santa que muchos no acudían a refugiarse bajo su manto, empezó a gritar fuertemente: “Vengan a mí, todos”.
Y el número de jóvenes que se refugiaban bajo el manto de la Virgen aumentaba cada vez más. Pero algunos no hacían caso y no iban a refugiarse allí y resultaban heridos. La Virgen seguía llamando a todos pero muchos no le hacían caso.
El elefante seguía destrozando cada vez más y más, y algunos jóvenes armados de espadas impedían que sus compañeros fueran a refugiarse junto a la Madre de Dios.
Y a esos no les hacia ningún daño el elefante.
Varios muchachos de los que estaban refugiados bajo el manto, animados por la Santísima Virgen, empezaron a hacer salidas a arrebatarle al elefante sus víctimas y traían a los jóvenes heridos y al colocarlos bajo el manto de la Virgen, los heridos quedaban totalmente curados.
Estos enviados de la Virgen se armaron de palos y empezaron a atacar al elefante y a alejarlo de sus víctimas y a alejar también a los cómplices que colaboraban con la bestia. Y no cesaban de obrar valientemente, aun a costa de sus vidas y así fueron consiguiendo poner a salvo a casi todos.
El patio parecía un desierto. Algunos muchachos estaban tendidos en el suelo, casi muertos. Junto al manto de la Virgen se veía un enorme grupo de jóvenes. Más allá a cierta distancia estaba el elefante con diez o doce muchachos que le habían ayudado en su labor destructora.
Y de pronto el animal, irguiéndose sobre sus dos patas se convirtió en un horrible fantasma de largos cuernos, y tomando un manto negro y una red, envolvió en ella a los miserables jóvenes que le habían ayudado a hacer el mal a los demás, dando al mismo tiempo un tremendo rugido. Enseguida los envolvió a todos una nube de humo muy negro, y abriéndose la tierra, desaparecieron con el monstruo.
Me volví hacia la Virgen y vi escrito en su manto esta frase: – “Los que me honran, poseerán la vida eterna”.
Después de la desaparición del elefante, todo quedó tranquilo y la Virgen les dijo a los jóvenes:
“Una de las causas de muchos males para la juventud son las malas conversaciones.
Huyan de los compañeros amigos de Satanás.
Eviten las malas conversaciones, especialmente las conversaciones contra la Santa virtud de la pureza.
Tengan una ilimitada confianza en Mí, y mi manto les servirá de refugio seguro”.
La Virgen desapareció. La estatua del patio volvió a ser la misma de antes. Los jóvenes entonaron un canto a Nuestra Señora, y yo… me desperté.
Yo les recomiendo a todos que recuerden las palabras de la Virgen: – “Vengan a mi todos. Los que me honran tendrán la Vida Eterna”.
Les aconsejo que en toda clase de peligros invoquen a María, y les aseguro que serán escuchados. A los que fueron tan heridos les recomiendo que huyan de los malos compañeros y de las malas conversaciones. Y a los que quieren alejar a los demás de la devoción a la Virgen, y llevarlos a hacer el mal, les pido que cambien su mala conducta o que se alejen de nuestra casa. Y los que desean saber en qué grupo los vi en este sueño, pueden pasar a mi habitación y yo se los diré. Y les repito: los que se dedican a hacer el mal, que dejen su mala conducta o que se alejen de nuestra casa. Buenas noches.
Explicación: Don Bosco anotó en un papel los nombres de los heridos y de los que ayudaban a la fiera, y le dio esa lista al Padre Durando encargándole que los cuidara de manera especial. A los que vio ayudando a la Virgen a quitarle víctimas al elefante los tuvo después muy en cuenta para aceptarlos como religiosos o proponerles que se hicieran sacerdotes. Varios de los que ayudaban al elefante no quisieron mejorar de conducta y se tuvieron que irse del Oratorio. Y los muchachos que iban a la habitación del Santo a preguntarle en qué estado espiritual los había visto en el sueño, se quedaban admirados de la precisión con la que les decía cómo tenían su alma. A alguno le dijo: “Te vi muy herido, pero un compañero tuyo te salvó”. Y más tarde le sucedió que se alejó de la religión y se volvió malo, pero un compañero suyo que se había hecho sacerdote salesiano lo convirtió en un sermón. ¿En qué grupo estaremos nosotros?
5 46. Las tarjetas de la Virgen 1863 (MB. 7,404). |
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Sueño narrado por Don Bosco a sus alumnos en julio de 1863.
“Soñé que la Santísima Virgen pasaba por en medio de mis discípulos llevando en su mano una cartera bellamente adornada y que a cada uno le ofrecía que sacara por suerte uno de los muchos papelitos que había dentro de la cartera. Me coloque a su lado y tan pronto como cada uno sacaba su papelito, yo anotaba la frase escrita en el mismo. Todos pasaron a sacar su papelito, menos uno que se quedó alejado. Yo miré entonces lo decía el papelito, y allí estaba escrito: “Muerte”. Si alguno desea saber lo que estaba escrito en el papelito que a él le correspondió, puede pasas a preguntármelo en estos días”.
Explicación: Estas últimas palabras llenaron de admiración a los oyentes, pues los alumnos de Don Bosco eran más de setecientos. Y cada uno fue yendo a su habitación a preguntarle que había leído en el papelito que a él le correspondía, y les decía con admirable precisión unas frases que a cada cual le caían como anillo al dedo. Y lo más admirable es que después de varios años, todavía él recordaba lo que estaba escrito en el papelito de cada uno. Así por ejemplo, en el papelito de Sebastián Musetti decía: “Constancia” y después de varios años cuando este alumno, hecho ya sacerdote vino a visitar al Santo, oyó que Don Bosco le decía: “No se te olvide lo que decía el papelito de la Virgen: Constancia”.
Tres meses después de este sueño murió el alumno Brunerotto. Pero no sabemos si para éste haya sido el papelito que decía: “Muerte”, o haya sido para alguno que tenía “Muerte” en el alma. Los alumnos se fijaron cuidadosamente si alguno quedaba sin ir a consultar a Don Bosco acerca de su papelito, y hubo uno que no fue.
Los jóvenes se apresuraron desde esa misma noche y por varios días, a desfilar por la habitación de Don Bosco, a recibir la tarjeta que estaba escrita con sus nombres. Unos saltaban de alegría. Otros salían muy serios. Otros lloraban. Algunos permanecían días y días silenciosos. Algunos se atrevieron a darlo a conocer a sus amigos más íntimos. Otros mantuvieron muy secretamente escondido el mensaje recibido. Pero todos quedaron con la convicción de que sí era la Madre de Dios la que, por medio de Don Bosco, había venido a hablar a cada uno de ellos. Distribuyó 573 mensajes.
He aquí algunos de los mensajes que los jóvenes recibieron:
1. Tienes una amistad que te hace mucho mal. ¿A qué prefieres renunciar: a esa amistad o a la amistad de Dios?
2. Las angustias que estás sintiendo desaparecerán con una buena confesión. ¿Por qué no haces la prueba?
3. ¿Cuándo empezarás de veras a corregirte de este defecto? Prometes y nunca empiezas hacer lo que debes.
4. No puedes ser el primero en los estudios, pero sí puedes ser el primero en amar a Dios. ¿Por qué no haces la prueba?
5. ¿Por qué te acuerdas tan poco de Dios? Si pensaras más en que Dios te ve, te oye, te ama y te dará premio según sea tu conducta, cambiarias totalmente de modo de ser.
6. Alerta: el demonio te prepara una emboscada. Recuerda: “Antes morir que pecar”.
7. Tienes que dedicarte a cumplir mejor tu deber, y hacerlo todo por Dios.
8. El paraíso no está hecho para los perezosos. ¿Por qué no trabajas un poquito más? ¿Por qué no estudias algo más? ¡Es para tu salvación! 9. Tu corazón está demasiado apegado a las cosas de la tierra. ¿Cómo puede ser feliz el que sólo piensa en lo que es de acá abajo y no piensa en los premios que nos esperan en el Cielo?
6 47. Una muerte profetizada 1863 (MB. 7,469) |
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El 1o. de noviembre de 1863, narró al alumnado el siguiente sueño: “La noche pasada soñé que había muerto un joven y que yo lo acompañaba hasta la sepultura. No los quiero alarmar, pero ya en otras ocasiones he tenido sueños como éste y siempre se cumplieron”.
Explicación: Dos días después volvió a decirles a los jóvenes: – Hay que rezar por aquél de nosotros que tiene que morir primero. Esto puede ser pronto. Si estamos bien preparados y seguimos viviendo, estaremos contentos. Si estamos bien preparados y tenemos que morir, sentiremos gran consuelo por encontrarnos bien preparados para pasar a la eternidad.
El 5 de noviembre murió el joven Luis Petre.
7 48. El foso y la serpiente 1863 (MB. 7,470). |
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El 13 de noviembre de 19863 hablo Don Bosco así: “Anoche tuve un sueño que les voy a contar.
Soñé que me encontraba en el patio con todos los alumnos que se entretenían en saltar, correr y hacer deporte. Salimos al campo a dar un paseo. De pronto llegamos a un potrero y allí los jóvenes reanudaron sus juegos con gran entusiasmo.
Descubrí luego, allí cerca, un enorme hoyo o pozo seco muy profundo. Me acerqué luego para examinarlo y para darme cuenta de que no hubiera allí ningún peligro para mis jóvenes, cuando vi en el fondo una horrible serpiente. Su grosor era mayor que el de un caballo, o mejor como el de un elefante y su enorme cuerpo estaba lleno de manchas amarillas.
Me aparté de allí con horror.
Pero luego vi que un grupo de jóvenes se dedicaba a saltar por encima de aquel hoyo espantoso. Algunos eran tan pequeños y tan ágiles que lo saltaban y llegaban al otro lado sin ningún peligro. Pero otros de más edad y con el cuerpo más pesado, alcanzaban menor altura e iban a caer en la orilla del foso; y entonces la serpiente abría su espantosa boca y los mordía en los pies, o en una pierna o en el resto del cuerpo.
Y sin embargo, muchos imprudentes seguían saltando por encima del foso, y casi nunca quedaban sin recibir alguna grave herida.
Entonces un joven me dijo, señalando a un compañero: – Mira, éste saltará una vez y lo hará mal. Saltará una segunda vez y quedará allá.
Yo sentía lástima al ver a tantos heridos, unos llagados en los pies, otros en los brazos, y muchos con el corazón desgarrado. Yo les iba preguntando: – ¿Pero por qué exponerse al peligro saltando sobre el foso? – Es que no imaginábamos que nos iba a suceder eso – me respondían – No imaginábamos que nos iban a llegar estos males.
Pero hubo uno que me llenó totalmente de tristeza, era el que me había señalado el joven. Saltó de nuevo y cayó dentro del hondo pozo. Después de unos instantes el monstruo lo lanzó hacia fuera y estaba negro como un carbón, pero aun no estaba muerto y seguía hablando. Los que estábamos allí lo contemplábamos espantados.
Explicación: Don Bosco les insistió en aquella frase del Libro de los Proverbios: “El que se expone al peligro, en él perece”. Y les recomendó tener mucho cuidado con las amistades peligrosas y con las lecturas impuras y con las ocasiones de pecar. Les repitió la frase del libro Imitación de Cristo: “En llegando la ocasión, y en agradándote, caerás”. Y aquella otra frase de San Bernardo: “En castidad triunfan los cobardes, los que huyen del peligro y de la ocasión, porque si nos exponemos al peligro, nuestras emociones pueden llegar a ser tan violentas que sean más fuertes que la voluntad y nos hagan caer en pecado”.
Al explicarles lo de aquel que quedó negro como un carbón les recordó que no estaba todavía muerto. Que representaba a los que están en pecado mortal pero que con la confesión y la penitencia se puede recobrar otra vez la vida de la gracia.
Las heridas que se reciben pueden ser los pecados veniales que se cometen por exponerse a las ocasiones de pecar. El caer en el foso y ser víctima del monstruo, significa el caer en pecado mortal.
8 49. Los cuervos y los jóvenes 1864 (MB. 7,551) |
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En 14 de abril de 1864, hablo Don Bosco de la siguiente manera a sus muchachos: “La noche del 3 de abril soñé que estaba en el balcón mirando a los alumnos que jugaban en el patio, cuando de pronto apareció una gran cantidad de cuervos que se lanzaron contra los jóvenes para picotearlos. La escena que se ofreció a mi vista fue aterradora: a unos le picaban la lengua y se la hacían mil pedazos; a otro le daban picotazos en la frente y a aquel le desgarraban el corazón. Y lo más grave es que ninguno gritaba, ni se quejaba.
Permanecían indiferentes, como insensibles, sin intentar siquiera defenderse. Y yo pensaba: – ¿Posible que éstos se dejen herir sin lanzar siquiera un grito de dolor? Pero al rato sentí un clamor general, y después vi a los heridos que comenzaban a agitarse, que gritaban, se quejaban y se separaban los unos a los otros. Y me puse a pensar qué significaría todo aquello. Yo observaba atentamente a todos los heridos.
Y de pronto apareció un personaje con un vasito lleno de bálsamo o aceite bendito en una mano y se dedicó a curar las heridas de los jóvenes, las cuales apenas les aplicaban el aceite bendito quedaban curadas. Hubo sin embargo varios heridos que no quisieron acercarse a que les curaran sus heridas y no fueron curados. Esto me preocupó mucho y me propuse anotar sus nombres en un papel, pero apenas me disponía a escribir, se oyó un ruido y me desperté.
Hice un esfuerzo por retener en la memoria los nombres de los heridos y de los que no quisieron ir a que los curaran.
Trataré de hablar con ellos y procuraré convencerlos para que obtengan ser curados de sus heridas.
Explicación: Don Bosco le daba mucha importancia a la confesión, a la Sagrada Comunión y a la penitencia. Probablemente le fue dado este mensaje para tratar de convencer a sus discípulos que no se quedaran sin ser curados de las heridas que en el alma deja el pecado, sino que por medio del arrepentimiento, del buen propósito, de la confesión, de la penitencia y de la comunión, obtuvieran la sanción espiritual En la Santa Biblia el aceite es señalado como remedio para curar heridas. El bálsamo es un aceite de oliva, mezclado con otras esencias vegetales.
Los que al principio permanecen indiferentes y nos quejan pero luego empiezan a gritar y a desanimarse son los que en el momento del pecado no sienten remordimiento para cometerlo, pero después quedan con una muy profunda tristeza en el alma por haber cometido la maldad, y haber ofendido a Nuestro Señor.
9 50. Las diez colinas 1864 (MB. 7,677). |
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Narrado por Don Bosco el 22 de octubre de 1864 “Soñé que estaba en un extensísimo valle poblado por miles y miles de jovencitos.
Eran tan numerosos que yo nunca había imaginado que en el mundo pudieran existir tanto jóvenes. Estaban allí los alumnos de este y los alumnos que nuestras obras tendrán en los años venideros. Mezclados con ellos estaban los sacerdotes y los clérigos.
Al final del valle había una montaña altísima y una voz me dijo: – Es necesario que tú y tus discípulos suban a la cumbre de la montaña.
Entonces di la orden a aquella multitud de jóvenes de emprender el camino hacia la cumbre de la montaña. Los sacerdotes marchaban adelante y a los lados animando a todos a subir hasta la cumbre. Levantaban a los que se caían, y cargaban sobre sus espaldas los que ya no eran capaces de caminar más a causa del cansancio. El Padre Miguel Rúa, con la sotana arremangada trabajaba más que todos los demás, animando a los que subían y a muchos los levantaba por los aires y los lanzaban hacia muy arriba y caían de pie y seguían subiendo entusiasmados.
El Padre Cagliero y el Padre Francesia recorrían las filas gritando: – ¡Ánimo, adelante!, ¡Adelante!, ¡Ánimo! Después de un poco más de una hora llegamos todos a la cumbre de la montaña, y entonces una voz gritó desde el Cielo: – Es necesario que sigan enseguida a las otras diez colinas que están en frente.
Yo respondí: -¿Pero cómo podremos hacer un viaje tan largo con tantos jóvenes y algunos tan pequeños y tan débiles? Y la voz respondió: – El que no puede caminar con sus pies, será transportado.
Y enseguida apareció en el extremo de la colina una carroza tan hermosa, que es imposible de describir qué tan bella era.
Y en la carroza había un gran letrero que decía: “INOCENCIA”, y la frase siguiente: – “Tienen la ayuda del Dios Altísimo, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.
La carroza toda cubierta de oro y de esmeraldas y diamantes, avanzó hacia los jóvenes y 500 niños subieron a ella. Solo 500 entre tantos miles, conservaban todavía la inocencia.
Luego apareció otro camino lleno de espinas y que tenía este letrero: “PENITENCIA”, y seis jóvenes alumnos nuestros, ya muertos, aparecieron vestidos de blanco para dirigir a los que quisieran viajar por aquel camino. Los jóvenes llevaban un hermoso estandarte con ese lema: “Penitencia”, y se colocaron a la cabeza de todo aquel enorme grupo de discípulos para emprender el viaje. Y enseguida se dio la señal de partida.
Yo volví a mirar hacia atrás y sentí una profunda tristeza porque vi que un gran número de jóvenes se habían quedado sin seguir el viaje, y muchos se habían vuelto hacia atrás. Quise devolverme para animarlos a seguir subiendo, pero se me prohibió devolverme.
- Pero es que si yo no voy a animarlos se pueden perder definitivamente.
- Déjelos que ellos se responsabilicen, ya se les han hecho todos los avisos y advertencias. Ahora que corra cada uno con su propia responsabilidad.
Yo quería responder, pero una voz me dijo: – ¡También tú tienes que obedecer! Y seguimos el viaje.
Luego vi otra escena lastimosa: de los 500 que iban en la carroza de la inocencia, muchos fueron cayendo por el suelo y en la carroza no quedaron sino 150. Muchos de los que cayeron de la carroza de la inocencia fueron a colocarse en el grupo de los que seguían la bandera de la “Penitencia”.
Yo sentí una gran tristeza al ver que son tantos los que no quieren subir a la montaña de la santidad y me propuse hacer todo lo posible por obtener que ninguno de mis discípulos se vaya a quedar a mitad del camino o se devuelva del camino de la santidad. Y me propuse invitar a todos a acercarse a la confesión y a seguir por el camino de la penitencia.
Seguimos andando y así fuimos subiendo hasta llegar a la octava colina. Allí encontramos unas casas de una belleza y riqueza que nadie puede imaginar aquí. Y había enorme cantidad de árboles tan llenos de hermosas flores y de sabrosos frutos que todos nos quedamos maravillados, y los jóvenes se esparcieron por todo el campo a saborear tan ricas frutas.
Y hubo un detalle que me causó extrañeza; y es que noté que mis alumnos ya no eran jóvenes, sino que estaban llenos de canas y muy ancianos. Y la voz me dijo: – Es que el tiempo que han empleado en subir a estas colinas no son horas sino años y años. Y si quiere saber cómo está su propio rostro mírese al espejo.
Me miré entonces en un espejo y vi que yo estaba convertido ya en un hombre completamente anciano y lleno de arrugas (y ya no era el hombre de 49 años de esta fecha).
Seguimos el viaje y algunos de mis discípulos querían quedarse en el camino entretenidos en lo que por allí veían, pero yo los animaba diciéndoles: “Ánimo, sigamos adelante sin detenernos en anda por el camino”.
Y apareció a lo lejos la décima colina y en ella una luz tan extraordinariamente bella, y unas músicas tan infinitamente hermosas que yo de pura emoción… me desperté.
Explicación: Don Bosco les dijo a los jóvenes que las diez colinas son los diez mandamientos que es necesario cumplir para subir al Cielo. Que los que se caen de la carroza de la inocencia y se pasan al grupo de la penitencia son los que cometen faltas pero se arrepienten, se confiesan y proponen la enmienda.
Los discípulos de Don Bosco creyeron que en aquello de que en la octava colina Don Bosco se detiene y se ve ya muy viejo, pudo ser un aviso del Cielo para que cuando llegara a la octava decena de años se preparara para volar al Cielo. Y en efecto, cuando empezaba su octava decena, murió el Santo, a los 72 años.
El Padre Rúa, el Padre Cagliero y el Padre Francesia que aparecen en el sueño animando a los jóvenes, fueron tres colaboradores muy fieles a Don Bosco.
10 51. La perdiz y la codorniz 1865 (MB. 8,23). |
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El 16 de enero de 1865, habló así Don Bosco a sus alumnos: “Quiero contarles un sueño que tuve anteayer: Me pareció encontrarme de viaje con todos mis alumnos actuales y con muchísimos más que llegaran a nuestras obras en los tiempos futuros. Llegamos a un campo lleno de árboles frutales y los alumnos de desparramaron por todo el campo en busca de frutas. Unos comían higos, otros uvas, algunos comían duraznos y otros ciruelas. Yo estaba en medio de ellos y cortaba racimos de uvas y las repartía entre todos.
Salimos de aquel campo y empezamos un camino muy difícil de andar. Estaba lleno de zanjas muy profundas y unas veces teníamos que subir, otras veces había que bajar y frecuentemente era necesario saltar. Los más fuertes lograban saltar pero los más débiles caían en la profunda granja. Quise buscar otro camino pero el sendero siguiente estaba lleno de piedras, de espinas, de barro y de hoyos y era imposible viajar por allí.
Entonces el guía me dijo: “Sigan por este camino difícil, pero que los más fuertes lleven a los más débiles”.
Seguimos por el dificultoso camino y al final encontramos una cerca llena de espinas.
Con dificultad nos abrimos paso por allí. Luego llegamos a un valle que tenía muy hermosos árboles y pastos, y era verde y ameno.
Al llegar al valle vi a dos jóvenes, antiguos alumnos, y uno de ellos me dijo señalándome dos aves que tenían en sus manos.
- ¡Mire qué hermosas aves! – ¿Y qué aves son esas? – Una perdiz y una codorniz – ¿Y qué significa perdiz? Pues la perdiz tiene los significados de sus letras: P: Perseverancia en hacer el bien.
E: Eternidad. Pensar en ella.
R: Recibirá cada uno según hayan sido sus obras.
D: Despreciar lo que es mundano y materialista.
I: Irá cada uno al sitio que se haya conseguido con sus obras. Y la: Z: Es la última letra: pensar en lo último que nos espera.
Luego me presentó la codorniz y me dijo: Recuerde que la codorniz es aquella ave que llegó en bandadas de miles y miles al desierto donde el pueblo de Israel estaba murmurando contra Dios porque no les enviaba carne para comer. Y volaban tan bajitas que con bastones lograban derribar. Y la gente comió tan de gula que esas carnes que se murieron muchísimos, porque “mata más la gula que la espada”. (Éxodo Cap. 16). Este animal significa el gran peligro que hay para las personas en el comer de gula o en el beber de gula.
La codorniz era hermosamente exteriormente, pero al levantarle las alas vi que estaba cubierta de llagas, y se fue volviendo tan fea y asquerosa y despedía un hedor tan insoportable que producía deseos de vomitar.
Entonces empezaron a aparecer en el campo bandadas de perdices y de codornices, y los jóvenes se dedicaron a darles cacería. Y vi que todos los que comieron perdices se volvieron más fuertes (porque practicaban lo que sus letras significaban: pensar en la eternidad que nos espera y despreciar lo que es mundano y malo) y en cambio, los que comieron codornices se quedaron a mitad del camino y no me siguieron más (porque se dedicaron a comer de gula o a beber de gula o a cometer impurezas).
Después de esto vi a dos jóvenes que llevaban una cinta morada de las que se les colocan a los difuntos y la extendieron, y en seguida apareció tendido y muerto uno de mis discípulos. Pero no logré reconocer de quién se trataba.
Pregunté a los dos jóvenes quién era el difunto pero no me quisieron decir su nombre. Luego aparecieron bastantes alumnos más que me decían: – Don Bosco, ha muerto un discípulo suyo.
Les pregunté quién era el muerto pero nadie me quiso decir su nombre. Y en ese momento me desperté. Estaba totalmente cansado como si hubiera viajado toda la noche.
Explicación: El 18 de enero Don Bosco les dijo a sus alumnos: “Varios desean saber el significado del sueño que les narré la vez pasada. Pues les digo que la perdiz es la representación de la virtud y de la buena conducta y la codorniz representa al vicio y al mal comportamiento. Y noten bien que la codorniz parecía muy hermosa por fuera pero por dentro debajo de las alas estaba llena de llagas y olía muy mal. Es la representación de quienes comenten pecados impuros.
Por fuera parecen buenas personas, pero el alma la tienen asquerosa y repugnante.
Y noté que algunos pudiendo comer codorniz, sin embargo no la quisieron aceptar. Son los que tienen ocasiones de ser viciosos, pero no aceptan cometer pecados. Otros en cambio alternaban, un rato comían perdiz y otro codorniz. Son los que a ratos se dedican a ser buenos, y a ratos son malos. Varios han venido a preguntarnos en cuál de los grupos los vi y se le he dicho. Los otros que quieran averiguar en qué estado vi su alma pueden venir en estos días y les responderé con mucho gusto.
El discípulo de Don Bosco que iba a morir pronto y del cual a nadie le quiso decir el nombre, era el Padre Rufino, virtuoso sacerdote, puro como un ángel y estimadísimo por el Santo, y que en esos días gozaba de perfecta salud pero que luego el 16 de julio murió improvisadamente. No le fue anunciado su nombre a Don Bosco para no atormentarlo anticipadamente, pues lo quería muchísimo.
¿Será nuestra vida espiritual como la codorniz del sueño: bella apariencia externa y podrida en la realidad interna? ¡Líbrenos Dios de que llegue ser así!
11 52. El sueño del águila 1865 (MB. 8,58). |
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El 1o. de febrero de 1865 Don Bosco anunció a los jóvenes la próxima muerte de uno de ellos, narrándole este sueño que había tenido.
“Me pareció mientras dormía que estaba en el patio rodeado de mis alumnos y que de pronto apareció por los aires un águila maravillosa, de bellísimas alas, la cual trazando círculos en el aire, descendía poco a poco hacia los jóvenes. Y un personaje misterioso me dijo: – Aquella águila quiere arrebatarle uno de tus alumnos.
- ¿A cuál? – le pregunté emocionado.
- A aquel sobre el cual ella se coloque.
Observé atentamente y vi que el águila después de dar unas vueltas más, se colocaba sobre la cabeza de uno de los jóvenes de nuestra casa. Me fijé bien en él para no olvidar su nombre. Y luego pregunté: – ¿Y cuándo será esa muerte? – Ese joven no hará dos veces el retiro mensual – me respondió la voz. Y enseguida me desperté.
Explicación: El 3 de marzo dijo el Santo a los muchachos: – Algunos creen que el que se va a morir pronto es el alumno de apellido Savio que está gravemente enfermo. Pero no es él.
Lo importante es que cada uno cumpla lo que recomendó Nuestro Señor: “Estad preparados por que a la hora menos pensada vendrá el Hijo del Hombre”.
Al día siguiente algunos alumnos le pidieron que les diera alguna señal acerca del que se iba a morir próximamente y él les dijo: – Su apellido empieza por F.
Pero en el Oratorio había más de 30 alumnos cuyo apellido empezaba por F.
El enfermero Bisio se atrevió a rogarle a Don Bosco que le dijera el nombre del próximo difunto y él le dijo en secreto.
- Se trata de Antonio Ferraris. Pero estoy tranquilo porque es un muchacho muy virtuoso y está muy bien preparado para morir. Tú estarás muy atento y cuando Ferraris vaya a la enfermería y se halle grave, me llamarás enseguida para irlo a asistir y a ayudar a bien morir.
Y en aquellos días a Ferraris le dio un resfriado muy fuerte que se le fue convirtiendo en pulmonía. Fue llamado el médico el cual dijo que la enfermedad era sumamente grave y que podía ser mortal.
Llegó la mamacita a visitarlo y le preguntó al enfermero Bisio: – ¿Podré volver a mi casa o será mejor que me quede junto a mi hijo? – ¿Usted en qué disposiciones de ánimo se encuentra? – le preguntó el enfermero.
- Yo soy la madre y como tal siento mucho que mi hijo se me vaya a morir. Pero de todos modos yo acepto lo que Nuestro Señor permita que suceda.
- ¿Y si Dios permite que su hijo muera pronto? – ¡Pues paciencia! ¿Qué vamos hacer? – y empezó a llorar.
- Mire: Don Bosco dice que Antonio es muy buen muchacho y que se encuentra muy bien preparado para irse al Cielo.
- Pues entonces me quedaré, y que haga Dios su Santa Voluntad. Dijo la madre enjugándose las lágrimas.
Ya iba a llegar el día del segundo retiro mensual, y Don Bosco había anunciado que el que iba a morir no llegaría a ese segundo retiro. Por eso el enfermero Bisio le pidió a la mamá del niño que no se alejara.
Antonio Ferraris murió el 16 de marzo santamente, y asistido por Don Bosco.
El Santo les anunció esta muerte a los alumnos de esta manera: “Veo que muchos jóvenes están deseosos de saber cómo fueron los últimos momentos del compañero Ferraris, y con gusto les contaré los detalles. En su última enfermedad sufría mucho pero no perdía la paciencia.
Cuando llegó de alumno aquí al Oratorio me dijo: – Don Bosco yo estoy dispuesto a obedecer todo lo que usted me aconseje para volverme mejor. Cuando falte en algo, le pido el favor de que me corrija y con gusto haré caso a sus avisos.
Yo le prometí que haría lo que me pedía, y cada vez que se equivocaba o fallaba en algo, le advertía y él me hacia caso muy obediente. Se puede decir que había aprendido a hacer caso en todo lo bueno que se le aconsejaba. Y sus profesores dicen que era de los mejores alumnos de su clase. Cuando cayó enfermo fui a visitarlo y le pregunté si quería que le llevara la Sagrada Comunión y me dijo que sí. Luego le pregunté si tenía alguna inquietud, duda o angustia en su conciencia y me dijo que no tenía ninguna, que estaba con la conciencia en paz. Luego le pregunté si sentía gusto en ir pronto al paraíso y me respondió:- Sí, siento alegría en ir al paraíso, porque espero que allá veré al buen Dios, de quien me han hablado muy bien aquí en la tierra.
- ¿Y qué quieres que haga por ti? – Que me ayude a salvar mi alma y que siga ayudando a todos mis compañeros para que cada uno logre conseguir la eterna salvación.
Como me imaginaba que todavía faltaban unas horas para que se muriera, dispuse irme a mi habitación a escribir un rato, pero él con mucho afán y emoción, y casi sofocado por la pulmonía, me clamaba que no lo fuera a dejar solo en sus últimos momentos. Más tarde quise alejarme otra vez por unos minutos pero volvió a clamarme que no lo dejara solo, que deseaba que estuviera junto a él en la hora de la muerte. Le tomé el pulso y noté que ya casi no palpitaba. La pulmonía se agravaba y llegaba el fin. Después expiró serenamente, sin un lamento ni una queja. Es que tenía la conciencia tranquila y en paz. Que hermoso que cada uno de nosotros pueda morir tan en paz con Dios como murió Ferraris. Yo creo que fue directamente al paraíso y con gusto cambiaría mi puesto por el que él tiene ahora en la eternidad.
Algunos dicen que yo los asusto anunciando cuando se va a morir alguno. Pero a Ferraris le sirvió el anunció para prepararse mejor. De todos modos para evitar sustos no anunciará más las muertes que van a suceder.
Los alumnos gritaron: – Sí, Padre, anuncie siempre, que eso nos hace mucho bien. (MB. 8,64).
12 53. Las flores y el gatazo 1865 (MB. 8,42). |
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Soñé que estaba en el patio rodeado de mis alumnos y que cada uno tenía en la mano una flor. Unos tenían una rosa, otros una azucena; algunos tenían una violeta, y muchos una rosa y un lirio juntamente. De pronto apareció un gatazo con cuernos, grande como un perro, de ojos encendidos como llama, y cuyas uñas eran gruesas como grandes clavos, y su vientre era descomunalmente abultado.
La horrible bestia se acercaba traicioneramente a los jóvenes y dando vueltas alrededor de ellos iba de uno en un uno dando zarpazos a la flor que cada uno tenía y lanzándola al suelo. Yo, ante tamaña bestia sentí un gran miedo y me llamaba la atención que los jóvenes a quienes les robaba sus flores y las lanzaba al suelo se quedaban sin inmutarse ni afanarse.
Cuando me di cuenta de que el gatazo se dirigía hacia mi para robarme también mis flores, quise salir corriendo pero una voz me dijo: – No huya. Dígales a los muchachos que levanten la mano y el brazo y así el gato no logrará arrebatarles sus flores.
Me detuve y levanté el brazo. El gatazo hacia inmensos esfuerzo por arrebatarme las flores que yo tenía en la mano, pero como él era tan pesado y barrigón, caía torpemente a tierra.
Y me fue dicho que la azucena o lirio que llevamos en la mano es la santa virtud de la pureza o castidad, a la cual el diablo le hace guerra continuamente. Que los que levantan la mano son los que rezan, se confiesan, asisten a misa y comulgan. Y que los que no levantan la mano y se dejan robar sus flores son los que comen y beben de gula y se pasan tiempos sin hacer nada, sin dedicarse seriamente al estudio y a los trabajos que tienen que hacer. Que se quedan sin levantar la mano y son robados por el diablo los que se dedican a las malas conversaciones o a leer libros malos o revistas impuras, y los que no hacen mortificaciones ni sacrificios, y no evitan las ocasiones de pecar.
Jesús decía: “Ciertos malos espíritus no se alejan sino con la oración y el sacrificio”.
Les recomiendo a todos que levanten su brazo rezando con devoción cada mañana y cada noche; confesándose frecuentemente y comulgando con fervor, haciendo cada día una visita a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento en el Templo, rezando el Santo Rosario y dedicándose con esmero al estudio y a hacer cada uno lo que tiene que hacer. Esto hará que la santa virtud de la castidad y de la pureza se logre conservar, por más ataques que el diablo emprenda contra ella.
13 54. Los monstruos y los jóvenes 1865 (MB. 8,54). |
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Estaba hospedado en la casa del Sr. Obispo de Cúneo y tuve allá el siguiente sueño: “Me pareció estar viendo jugar en el patio a un gran número de jóvenes con entusiasta animación. Esto me alegraba mucho porque cuando los jóvenes juegan con toda su alma entonces el demonio tiene poca ocasión para atacarlos.
Pero de pronto se hizo un profundo silencio y apareció en la puerta un monstruo horriblemente feo que caminaba con la cabeza baja y como preparándose para lanzarse al ataque.
Enseguida aparecieron por el patio muchos monstruos como el anterior pero más pequeños, y los muchachos fueron quedando acorralados contra las paredes y muchos jóvenes quedaron tendidos por tierra y como muertos.
Ante aquella escena tan dolorosa lancé un grito tan fuerte que me desperté, y se despertaron también el señor Obispo y sus familiares y su vicario, asustados ante semejante grito.
Yo creo que ese monstruo es el demonio o el pecado y que sus compañeros son las tentaciones y deseo de hacer el mal.
Contra estos enemigos les aconsejo dos remedios: la comunión bien hecha y visitas frecuentes a Jesús en la Santa Eucaristía en el Templo.
¿Quieren que el Señor les conceda muchos favores? Visítenlo frecuentemente en el Templo. ¿Quieren que sean pocos los favores que les concede? Pues entonces visítenlo pocas veces. ¿Quieren que el demonio los asalte? Pues dejen de visitar a Nuestro Señor en el Templo. ¿Pero desean que el espíritu del mal huya de ustedes? Visiten frecuentemente a Jesús en la Eucaristía. La visita al Santísimo Sacramento es un medio muy valioso y muy necesario para alejar y vencer a los enemigos del alma.
14 55. El proyector mágico 1865 (MB. 8,110). |
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Narrado el 1o. de mayo de 1865: Soñé que estaba en un Templo muy lleno de jóvenes pero que eran muy pocos los que se acercaban a comulgar. Junto al sitio donde la gente pasa a comulgar vi a un hombre largo y negro, muy negro y muy largo, con cuernos en la cabeza, y que llevaba en la mano un proyector mágico para distraer a los que allí llegaban.
A uno le mostraba en el proyector el patio lleno de juegos y le hacia contemplar su deporte favorito; a otros le mostraba allí en el proyector la casa de sus familiares y los paseos de vacaciones y las diversiones que había tenido. A algunos les hacia recordar las derrotas que habían sufrido en los deportes y las victorias que probablemente podrían tener en el futuro; a varios les presentaba en su proyector las tareas que tenían que hacer, las previas y exámenes que se avecinaban y los libros que había que leer. A otros les presentaba la merienda que iban a comer después y el dinero que tenían por ahí para gastar. Y no faltaban jóvenes a los cuales les presentaba en su proyector los pecados pasados, y así los detenía y no los dejaba pasar a comulgar.
Yo creo que este sueño quiere decir que los enemigos del alma hacen todo lo posible por distraer a cada uno cuando esta en el Templo y cuando esta rezando, para robarle los premios que iba a conseguir rezando bien y comulgando con fervor.
Es necesario romperle el proyector al diablo, y no ser de esos embobados que se quedan mirando lo que él les presenta y así no rezan ni comulgan. Hay que mirar de vez en cuando el crucifijo y pensar lo que Jesús sufrió por nosotros y recordar que dejar la comunión es lo mismo que echarse en brazos del demonio.
15 56. Las ofrendas de la Virgen y su significado 1865 (MB. 8,120). |
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El 30 de mayo de 1865 contó Don Bosco el siguiente sueño: “Contemplé un gran altar dedicado a la Virgen y muy hermosamente adornado. Vía a todos mis discípulos avanzando en procesión hacia él. Cantaban una canción a la Virgen, pero no todos del mismo modo. Unos cantaban con exactitud y muy afinados y con hermosa voz.
Otros cantaban con voz ronca y desentonados y fuera de tiempo. Había algunos que estaban callados sin cantar. Y varios se salían de la procesión y se iban a otros sitios, y varios bostezaban aburridos y sin fervor. No faltaban quienes ponían zancadillas a los otros y se reían burlonamente.
Todos llevaban regalos para ofrecérselos a la Virgen Santísima. Cada uno tenía en sus manos un ramo de flores, unos más grandes, otros más pequeños. Unos llevaban rosas, otros claveles, otros violetas.
Pero algunos llevaban regalos muy raros: por ejemplo, uno llevaba una cabeza de cerdo. Otro un gato. Alguien llevaba un plato lleno de sapos, otro un conejo y alguno llevaba un corderito.
Junto al altar de la Virgen había un hermoso joven con alas, probablemente es el ángel que protege nuestra obra, y este joven iba recibiendo la ofrenda que cada uno llevaba.
A los que presentaron hermosos ramos de flores les recibió con gusto su ofrenda y la colocó junto a los pies de Nuestra Señora. A otros al notar que en su ramo de flores traían algunas ya marchitas, desató el ramillete y sacó las marchitas y las echó a la basura, y las demás las colocó junto al altar.
A algunos no les recibió las flores que presentaban porque eran flores sin perfume, y la Virgen quiere realidades y no solo apariencias. Los ramilletes de flores de algunos tenían espinas y clavos entre las flores. En ángel quitó las espinas y clavos antes de colocar las flores junto a la Reina del Cielo.
Cuando llegó el que llevaba un cerdo, el ángel le dijo: – ¿Cómo te atreves a presentar ese regalo? ¿No sabes que el cerdo representa los pecados de impureza, y que María es la más pura de todas las criaturas? Retírate y no presentes esa ofrenda.
Llegaron los que llevaban un gato y el ángel les dijo: – ¡Retírense! ¿No saben que el gato representa a los que roban? Eso significa que se dedican a quitar cosas, dineros, libros, alimentos, etc., y que malgastan el dinero que sus padres pagan por ellos, porque no estudian, y destrozan sus vestidos sin importarles lo que cuestan. Y los hizo apartarse a un lado.
Llegaron luego los que llevaban platos con sapos y el ángel les respondió: – Los sapos representan a los que dan escándalos y malos ejemplos a los demás. La Virgen Santísima no recibe esas ofrendas.- Y se retiraron avergonzados.
Luego avanzaron unos con un puñal clavado en el corazón. Significan los que reciben sacramentos estando en pecado mortal. El ángel les dijo: – ¿No se dan cuenta de que llevan la muerte en el alma? (“Tienen nombre de vivos pero están muertos”, dice el Apocalipsis). ¡Por favor: que les quiten ese cuchillo del corazón! Y éstos fueron también colocados aparte y lejos del grupo.
Enseguida llegaron los demás que llevaban conejos, corderos, pescado, uvas y nueces. El ángel recibió todo y lo puso junto al altar y después de separar los buenos de malos e hizo formar ante el altar a todos aquellos cuyas ofrendas si habían sido aceptadas. Y con tristeza del alma pude notar que el número de los que no habían sido aceptados era más numerosos de lo que yo me había imaginado.
Y aparecieron por lado y lado del altar dos ángeles trayendo cada uno una canasta llena de hermosísimas coronas de rosas, pero eran rosas del Cielo que no se marchitan y que significan la inmortalidad. Y a cada uno de aquellos a quienes sí les había sido aceptada sus ofrendas, le fue colocada una de esas coronas en su cabeza. Las coronas eran supremamente hermosas y yo veía que allí desfilaban para ser coronados no solamente los discípulos que ahora tengo sino los discípulos que tendrán nuestras obras en tiempos futuros.
Y enseguida sucedió algo impresionante: Había jóvenes de rostro nada simpático y que no eran agradables ni atrayentes en su presentación externa, y a éstos les correspondieron las coronas más ricas y hermosas, porque lograron conservar mejor su pureza o castidad. Otros tenían también esta virtud pero en grado inferior. Muchos otros recibieron coronas por su obediencia, por su humildad, o por su amor de Dios. Cada uno recibía una corona proporcionada a los esfuerzos que había hecho por portarse bien.
El ángel les dijo: – Han recibido estás coronas como premio a su buen comportamiento. Esfuércense cada uno para lograr que los enemigos del alma no le roben su corona. Hay tres medios para conservarlas:
1. Ser humildes.
2. Ser obedientes.
3. Esmerarse por conservar la virtud de la pureza.
Estás tres virtudes: humildad, obediencia y pureza los harán agradables ante la Virgen María y les conseguirán una corona infinita de premios en el Cielo.
Los jóvenes que no habían sido coronados desaparecieron y los que sus recibieron coronas empezaron a cantar un himno a la Virgen con voz tan fuerte que… yo me desperté.
Recuerdo muy bien quiénes sí fueron coronados y en qué virtud sobresalían, y quiénes fueron rechazados y por qué. Pueden pasar en estos días y le diré a cada uno en qué estado vi su alma en el sueño, y qué es lo que debe hacer para que la Virgen Santísima le acepte sus ofrendas.
Mientras tanto les dos estás explicaciones: Todos llevaban flores a la Virgen, pero noté que casi todos tenían espinas entre sus flores. Y me fue dicho que esas espinas representan a la desobediencia: No hacer lo que hay obligación de hacer, y dedicarse a hacer lo que está prohibido, llegar tarde y no cumplir los propios deberes. (“¿Has visto a alguno que cumpla bien sus deberes de cada día? Ese no quedará entre los últimos. Ese será de los primeros. Pero el desobediente no será coronado.”, dice el Libro de los Proverbios).
Otros llevaban entre sus flores un clavo. Y con clavos fue crucificado Jesucristo. San Pablo dice que el que peca crucifica de nuevo a Jesucristo. Clavos son los pecados que se cometen y no se combaten. Se empieza por pequeñas faltas y se va llegando a cometer pecados graves. El que es infiel en lo poco, también será infiel en lo grande, decía Nuestro Señor.
Muchos llevaban flores sin perfume. Son las obras buenas que se hacen sin querer apartarse del pecado o que se hacen por ser vistos y ser felicitados y no por agradar a Dios. Esas obras buenas son rechazadas. (Dice el salmo 49: “El señor Dios dice al pecador obstinado: ¿Por qué andas diciendo que me amas, tú que desprecias mis mandatos y no los quieres cumplir? Te acusare de esto y te lo echaré en cara”).
Pero el ángel permitía que los que quisieran fueran y arreglaran sus ramilletes y les quitaran las espinas y los clavos y las flores sin perfume y volvían, y entonces sí se les aceptaba su ofrenda. Así que cada uno puede proponerse enmendar sus errores y malos comportamientos y entonces sí eran aceptadas sus ofrendas.
16 57. El sueño de la inundación 1866 (MB. 8,240). |
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El 1o. de enero de 1866 Don Bosco habló así al alumnado: Soñé que me encontraba cerca de un pueblo parecido a Castelnuovo. Los jóvenes jugaban alegremente en un campo, cuando de pronto se vio aparecer en el extremo de la llanura una gran inundación, que crecía por momentos y amenazaba ahogarnos a todos. Era que el río Po se había desbordado y sus olas llegaban como grandes ríos.
Nosotros corrimos a refugiarnos en un edificio viejo y alto que había servido antes de molino. Las aguas subían más y más nosotros teníamos que ir ascendiendo hacia los pisos superiores de aquella edificación. Todos los alrededores eran un inmenso lago. Ya no se veían bosques ni pueblos, ni ciudades, sino agua y más agua.
Ante tan terrible peligro y viendo que no se encontraba cómo librarnos de aquella inundación, empecé a animar a mis discípulos diciéndoles que pusiéramos toda nuestra confianza en la ayuda de Dios y en la bondad de nuestra querida Madre María.
El agua subió hasta el techo de aquella habitación y nosotros estábamos llenos de terror, cuando de pronto apareció una enorme barca, flotando cerca del sitio donde estábamos.
Cada uno quería ser el primero en saltar a la barca para librarse de ser devorado por las aguas, pero ninguno se atrevía porque no la podíamos acercar a la casa. Solamente había un medio que nos podía permitir llegar hasta la barca: era un enorme tronco de árbol, largo y estrecho. Pero pasar sobre él resultaba peligroso, pues un extremo del árbol estaba apoyado en la balsa que no dejaba de moverse al impulso de las olas.
Me llené de valor y pasé primero por sobre aquel tronco y llegué a la barca y luego encargué a algunos sacerdotes clérigos que unos se dedicaron a apoyar a los que se subían sobre el tronco y otros desde la barca les dieron la mano a los que venían llegando. Pero, caso curioso, los sacerdotes y clérigos se cansaban muy pronto de aquel trabajo y se desanimaban por tanto cansancio. Entonces me dediqué también yo a ayudar a pasar gente, pero muy pronto quedé rendido de cansancio.
Y sucedió que muchos jóvenes, dejándose llevar por la impaciencia improvisaron un nuevo puente con una tabla y se dispusieron a pasar por allí, con gran peligro de caerse al agua.
Yo les gritaba: – ¡Cuidado, por favor! ¡Deténganse, que se van a caer a las aguas! Pero no me hicieron caso y muchos de ellos perdieron el equilibrio antes de llegar a la balsa, cayeron y fueron tragados por aquellas malolientes y turbulentas aguas, y no los volvimos a ver más.
Y la tabla que les servía de puente se hundió también con todos los que pasaban por allí. La cuarta parte de nuestros jóvenes sucumbió por seguir sus propios caprichos.
Yo logré acercar la barca hacia el edificio y entonces el Padre Cagliero, con un pie en la ventana y el otro en el borde de la barca empezó a hacer pasar a los jóvenes que todavía quedaban allí en esa edificación y los ayudaba a ponerse en seguro Muchos jóvenes se habían subido al techo y estaban allí arrimados unos a otros llenos de temor. Yo les dije que se encomendaran a Dios y que bajaran por sobre el tejado, entrelazados los brazos unos con otros para no rodar. Me obedecieron y como la barca estaba pegada al edificio, con la ayuda de los compañeros los hicimos llegar a todos a la barca. En nuestra embarcación había unas buenas canastas de pan.
Cuando todos estuvimos en la barca, tomé el mando de la misma y dije a los jóvenes: – María es la Estrella del Mar. Ella no abandona a los que confían en su protección. Pongámonos todos bajo su manto: la Virgen nos librará de los peligros y nos llevará a puerto seguro.
Después dejamos que la nave fuera llevada por las olas y empezó a moverse alejándose de aquel lugar. Yo me acordaba de aquella frase del Libro de los Proverbios: “Es como nave que viene de lejos trayendo el pan” (Prov. 31,13).
La fuerza de las aguas agitadas por el viento movía a tal velocidad nuestra nave que tuvimos que abrazarnos unos a otros, formando un todo, para no caer.
Luego llegamos a un gran remolino y la barca empezó a dar vueltas sobre sí misma con extraordinaria rapidez, de manera que parecía que se iba a hundir. Pero llegó un viento fortísimo y la sacó de aquella vorágine, y aunque de vez en cuando encontrábamos algún remolino peligroso, sin embargo aquel viento salvador llevó a nuestra barca hasta la playa seca, hermosa y amplia que parecía sobresalir como una isla en medio de aquel mar inmenso de profundas aguas.
Muchos jóvenes opinaron que había que descender a la isla y que nos fuéramos a tierra y decían que Dios puso al hombre sobre la tierra y no sobre el mar. Y desobedeciendo mis órdenes y mis consejos bajaron a tierra, pero vino luego un terrible oleaje de la inundación y cubrió la isla y los ahogó a todos. Yo pensaba: ¡Qué caros se pagan los caprichos! Pero los jóvenes de la barca empezaron a sentir gran temor porque las olas se enfurecían cada vez más. Yo al verlos tan pálidos por el terror les dije: – ¡Ánimo, María Santísima no nos abandonará! Y todos, de común acuerdo nos pusimos a rezar los actos de fe, de esperanza, de caridad y de contrición, y luego rezamos varios Padrenuestros, Avemarías y Salves. Después de rodillas, agarrados todos de las manos, continuamos rezando cada unos nuestras oraciones particulares.
Mientras los demás rezábamos devotamente, algunos imprudentes se pusieron de pie y en vez de dedicarse a rezar se dedicaron a reírse y a burlarse de los que rezaban. Pero de pronto la barca dio un frenazo, giró con gran rapidez sobre sí misma y un viento violentísimo lazó aquellos imprudentes hacia las profundas aguas.
Eran unos treinta y ya no los volvimos a ver. Nosotros entonamos con gran devoción el “Dios te salve Reina y Madre” y nos encomendamos a María, Estrella del Mar.
Sobrevino una gran calma. La nave, cual pez gigantesco continuó avanzando sin saber nosotros hacia dónde nos llevaría.
Allí se trabajaba mucho tratando de salvar el mayor número de vidas que fuera posible. Se hacían todos los esfuerzos por tratar de que ninguno cayera al agua, y si alguno caía a las olas nos esforzábamos entre todos por salvarlo del ahogamiento.
Algunos imprudentes se asomaban demasiado al borde de la barca y caían al agua, y había algunos jóvenes tan descarados que invitaban a sus compañeros a acercarse al borde de la barca y cuando ya estaban allí, los empujaban y los hacían caer al agua.
Varios sacerdotes se consiguieron unas cañas largas y unos lazos provistos de salvavidas, y cuando escuchaban la voz de auxilio de alguno que había caído a las aguas, le alargaban la caña para que se prendiera de ella, y volviera a la barca o le lanzaban el lazo para que se lo amarrara a la cintura y así lo pudieran atraer hacia la embarcación.
Pero había algunos malintencionados que trataban de impedir que los náufragos fueran salvados. En cambio los clérigos vigilaban continuamente para que los jóvenes no se acercaran demasiado a los peligrosos bordes de la embarcación.
Yo estaba junto a una fuerte columna que sostenía una vela (o tela grande que al ser empujada por el viento hace moverse la embarcación), y me rodeaban muchos sacerdotes y clérigos que obedecían mis órdenes. Mientras todos obedecían, el viaje transcurrió en paz, alegría y tranquilidad, pero de pronto algunos empezaron a sentirse descontentos de estar allí; les parecía demasiado incómoda la barca y decían que era mejor buscar tierra lo antes posible. Murmuraban diciendo que los alimentos se nos acabarían y que no tendríamos después con qué comer. Discutían y me desobedecían. Yo trataba en vano de calmarlos y animarlos.
Y entonces aparecieron otras barcas que viajaban en dirección distinta a la de la nuestra y el grupo de rebeldes e imprudentes dispuso tender unas tablas sobre las aguas y pasarse a esas barcas.
Yo sentí mucha tristeza al ver que se alejaban, porque sabía que iban en busca de su propia ruina.
Y empezó una fuerte tempestad y las olas gigantescas fueron hundiendo una por una las embarcaciones que se habían llevado a los rebeldes, y la noche se hizo negra y oscura y a lo lejos se escuchaban los gritos angustiados de los que se hundían entre las olas. Todos perecieron (que oportunas eran entonces las palabras del Salmo 69: “Dios mío sálvanos, que las aguas nos quieren ahogar. Mi oración se dirige a Ti Dios mío: que me escuche tu gran bondad. Líbrame de las aguas tormentosas. Que no me hunda en las aguas sin fondo; que no me arrastre la corriente, que no se cierren las olas sobre mí. Estoy en peligro Señor, respóndeme enseguida”).
El número de mis discípulos que se conservaban a salvo había disminuido mucho. A pesar de todo, con la confianza puesta en la Virgen, después de una noche tenebrosa, la nave llegó finalmente al amanecer, a un paso estrechísimo, entre dos playas llenas de barro, y de muchos restos y pedazos de embarcaciones destrozadas y hundidas por el vendaval.
Y vimos que alrededor de la barca pululaban enormes y temibles arañas, sapos, serpientes, tiburones, víboras venenosas y miles de animales feroces. Sobre unos sauces que colgaban sus ramas hacia el agua, había unos gatazos deformes que desgarraban restos de cuerpos humanos, y unos micos de gran tamaño que trataban de herir con sus uñas a nuestros jóvenes, pero éstos atemorizados se agachaban y se libraban de aquellas amenazas.
Y allí en aquel arenal encontramos muchos de los que habían desaparecido entre las olas. Eran cadáveres y estaban totalmente destrozados. Uno de los jóvenes gritó: ¡Miren a Fulano, lo está devorando un monstruo! ¡Miren a Zutano, lo está devorando otro monstruo! Y seguían diciendo los nombres de los que eran víctimas de aquellas fieras. Los demás compañeros miraban aquella escena con verdadero temor.
Y enseguida se presentó ante nuestros ojos otra escena todavía más espantosa: un horno inmenso lleno de fuego violentísimo y en él millares de personas convertidas en brasas ardientes que saltaban por los aires gritando y volvían a caer entre las tremendas llamas, como cuando hierve una olla llena de legumbres. Y sobre el horno había un letrero que decía: “Pecar contra el sexto mandamiento y contra el séptimo, eso es lo que hace caer aquí”.
Más allá había una elevación de tierra llena de árboles desordenadamente dispuestos entre ellos se agitaban muchos de mis discípulos que habían caído a las aguas y se habían alejado de nosotros durante el viaje. Bajé a tierra sin asustarme por el peligro que corría, me acerqué y vi que tenían los ojos, los oídos y el corazón llenos de insectos y de gusanos que les roían, causándoles agudísimos dolores. Uno de ellos sufría más que los demás. Quise acercarme a él para ayudarle pero huía de mí, escondiéndose detrás de los árboles. Uno de aquellos jóvenes abrió su camisa y apareció su cuerpo rodeado de serpientes. Otro llevaba serpientes junto a su corazón.
Les señalé a todos ellos una fuente de aguas termales curativas, y los que fueron a bañarse allí quedaron curados de todas sus heridas y subieron otra vez a la barca. Pero varios de los heridos no quisieron hacerme caso y no fueron a bañarse a las aguas curativas, y allí se quedaron.
La balsa empujada por el viento, atravesó aquel estrecho y entró de nuevo en la inmensidad de las aguas. Cómo recordaba entonces lo que dice el Salmo 106: “Estaban enfermos por sus maldades y por sus culpas eran afligidos, pero clamaron al Señor Dios en su angustia, y Él los libró de sus tribulaciones… Dios hizo aparecer un viento tormentoso que alzaba las olas a lo alto y hacia subir mucho y luego bajar hacia el abismo y los navegantes se tambaleaban y su vida se marchitaba, pero clamaron al Señor en su angustia, y Él los sacó de su tribulación. Apaciguó la tormenta y la convirtió en suave brisa, calmó las olas del mar y los condujo al deseado puerto de la paz”.
Esta descripción se cumplió en nosotros. Entonamos un canto a la Santísima Virgen por habernos protegido tanto y al instante como si la Reina del Cielo les hubiera traído una orden, se suavizó el viento y se aquietó el mar, y la balsa empezó a deslizarse suave y rápidamente sobre las tranquilas aguas.
Luego apareció en el Cielo un bellísimo Arco Iris y en él un enorme letrero que decía: “Madre y Reina de Todo el Universo: María”.
Y apareció en el horizonte una tierra amenísima, llena de bosques con toda clase de árboles; era un panorama tan encantador como uno no se lo puede imaginar y lo iluminaba una bellísima luz de atardecer, que llenaba el ánimo de tranquilidad y paz.
Y la barca llegando hacia la orilla se detuvo junto a una plantación de uvas. Los jóvenes me preguntaron: – ¿Don Bosco, ahora sí podemos bajar a tierra? Yo les respondí que sí, y entonces hubo un griterío general de alegría. En la plantación de uvas había unos racimos semejantes a los de la Tierra Prometida (de los cuales dice la Santa Biblia que para llevar un racimo se necesitaban dos hombres. Num. 13,23), y en los árboles frutales había las más variadas frutas, de sabores riquísimos.
En medio de aquel remolino de frutales había un gran castillo, rodeado de un delicioso y ameno jardín y defendido por fuertes murallas.
Nos dirigimos a aquel edificio para visitarlo y se nos permitió la entrada.
Estábamos muy cansados y con muchísima hambre. Y allí nos tenían preparada una hermosísima y enorme mesa llena de los alimentos más exquisitos que imaginarse pueda. Cada uno pudo comer a su gusto todo lo que quiso.
Cuando terminábamos de comer entró al salón un joven hermosísimo, vestido muy elegantemente, el cual con gran educación y amabilidad nos fue saludando a cada uno llamándonos por nuestro propio nombre. Al vernos tan maravillados por todas las bellezas que estábamos contemplando nos dijo: – Esto no es nada. Vengan y verán cosas mejores.
Lo seguimos y desde el balcón nos mostró los hermosos jardines y prados y nos dijo que allí podríamos recrearnos a nuestro gusto. Luego nos fue llevando de sala en sala y cada una era más hermosa y elegante que la anterior.
Abrió después una puerta que comunicaba a un Templo. Por fuera parecía de pequeña estatura, pero apenas entramos en aquel recinto nos dimos cuenta que era tan inmensamente grande que apenas sí se alcanzaban a ver los lados opuestos, y si algunos se colocaban a otro extremo casi no los alcanzábamos a ver. El piso, las paredes y el techo estaban revestidos de mármoles finísimos y llenos de oro, perlas y diamantes. Por lo que yo profundamente maravillado exclamé: – Estás bellezas se parecen a las del Cielo. Yo quisiera quedarme aquí para siempre.
En medio del hermoso Templo se levantaba una enorme y bellísima estatua de María Auxiliadora. Llamé a muchos de los jóvenes que se habían dispersado por una y otra parte para contemplar las bellezas de aquel sagrado edificio y se reunieron todos ante la estatus de Nuestra Señora para darle gracias por tantos favores que nos había concedido. Entonces sí me di cuenta de la enormidad de aquella inmensa Iglesia pues todos aquellos millares de jóvenes parecían apenas un pequeñito grupo en el centro del Templo.
Mientras contemplábamos la hermosura de aquella estatua cuyo rostro era de una belleza verdaderamente Celestial, la imagen pareció llenarse de vida y empezó a sonreír. Y entonces se levantó un murmullo entre los jóvenes, llenándose sus corazones de una emoción incontenible y empezaron a exclamar: – ¡La Virgen se mueve! ¡La Virgen mueve los ojos! Y en efecto María Santísima extendía su maternal mirada y la paseaba sobre todo aquel grupo de hijos espirituales suyos.
Enseguida se oyó una nueva exclamación de los jóvenes: – ¡La Virgen mueve las manos! Y así fue. Ella abriendo lentamente los brazos, levantó el manto para cubrirnos a todos bajo su protección.
Muchos derramaban lágrimas de emoción, y luego algunos exclamaron: – ¡La Virgen mueve los labios! Se hizo luego un profundo silencio y la Virgen habló amablemente y nos dijo: – “Si sois para mí hijos piadosos y devotos, yo seré para vosotros una Madre Amantísima”.
Al oír estás palabras todos caímos de rodillas y entonamos una canción a la Santísima Virgen.
Luego se oyó una tan hermosa y tan fuerte que yo muy impresionado me desperté.
Mis buenos jóvenes, la inundación que intenta ahogarnos son las malas tentaciones de este mundo. Los que hacen caso a los buenos consejos y no se dejan llevar por los que los aconsejan mal, después de esforzarse por hace mucho bien y por evitar hacer lo que es malo, y venciendo sus malas tendencias e inclinaciones, lograrán legar al final de la vida a una playa hermosa y llena de seguridad que es el Cielo. Entonces vendrá a nuestro encuentro la Virgen Santísima quien en nombre de Dios nos llevará a gozar de las delicias del paraíso Eterno. Pero los que no quieren seguir los buenos consejos de los sacerdotes sino sus propios caprichos y las malas inclinaciones, naufragarán miserablemente.
Explicación: Don Bosco dio después otras explicaciones acerca de este hermoso sueño. Dijo así: La inundación tan extendida por todas partes son los vicios, las malas costumbres, los errores contra la religión. La Casa o Molino donde se refugian los que quieren librarse de la inundación y la barca que lleva hacia la hermosa playa es la Iglesia Católica con sus institutos de educación y de apostolado. El árbol que sirve para pasar hacia la embarcación es la Cruz, o sea los sacrificios que cada uno hace por evitar lo malo y por comportase bien. La tabla falsa que algunos emplearon para pasar a la embarcación y que los hizo hundirse, significa el querer comportarse contra los reglamentos y contra lo que está mandado por nuestra Santa religión. Los sacerdotes y clérigos que ayudaban a los jóvenes a no caer o los rescataban si ya habían caído, significan los buenos educadores católicos que tratan de llevar a los demás a la salvación.
Los remolinos representan los terribles peligros de pecar que se presentan a veces, y las persecuciones que los malos hacen contra los que siguen a la religión. Los que se pasaron a una isla donde fueron devorados, significan los que se exponen a peligros de pecar y caen en pecados graves. Los que cayeron al agua y fueron rescatados son los que por la debilidad de su voluntad cometen faltas, pero luego se arrepienten y hacen caso a los buenos consejos y vuelven a comportarse bien otra vez.
Los monstruos, gatazos, micos, etc., que destrozaban a los jóvenes, son las incitaciones a pecar, y los errores que se enseñan contra la religión.
Los insectos en los ojos son las malas miradas y las malas lecturas. Los insectos en la lengua son las malas conversaciones. Y los insectos que roían el corazón significan los afectos sensuales indebidos y que hacen daño al alma. Las aguas termales curativas que sanaban a todos, son los sacramentos de la Confesión y de la Comunión.
El horno de fuego ardiente son los castigos que esperan a los que pecan. Los que allí estaban son aquellos que si se mueren así como están, con esos pecados graves que tienen sin perdonar, se condenarán. Pero Dios les tiene misericordia y los sigue llamando a que se conviertan, ahora que todavía les queda tiempo de convertirse y de hacer penitencia y cambia de vida.
El hermoso joven que recibió a los que llegaron al paraíso, puede ser Domingo Savio. La última frase, es el programa que la Virgen Santísima tiene para todos los que quieran ser para con Ella unos hijos devotos y piadosos: se mostrará siempre para con cada uno como una Madre Amabilísima. Esto lo ha hecho de manera impresionante siempre y en todas partes, y lo seguirá haciendo con todos los que le demuestren que la aman como hijos cariñosos.
El Padre Lemoyne le preguntó: – ¿A mí dónde me vio? Y Don Bosco le respondió: – Lo vi muy serio allá en un extremo de la barca preparando anzuelos y salvavidas para devolver hacia la barca a los que se habían caído a las aguas. Y vi que con sus escritos hacia inmenso bien a muchas gentes.
Y así sucedió. El Padre Lemoyne con sus escritos hizo muchísimo bien y lo sigue haciendo. Él fue el que escribió los primeros y más hermosos volúmenes de la vida de Don Bosco, con el título de Memorias Biográficas.
Los jóvenes le dieron una ovación de aplausos a Don Bosco al oírle narrar cómo era el Paraíso Eterno que les esperaba en el Cielo y él terminó con estás bellas palabras: – Cuando os despojéis de las ropas para acostaros, hacedlo con la mayor modestia, pensando que Dios os ve. Depuse arropaos con las cobijas, cruzad las manos sobre el pecho y diciendo: “Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía”, entregaos al descanso. Buenas noches (MB. 8,249).
17 58. Una visita a los dormitorios 1866 (MB. 8,273). |
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El 4 de marzo de 1866 dijo Don Bosco a sus alumnos: Soñé que estando yo en mi cama se apareció un personaje misterioso y me dijo: Don Bosco: levántese inmediatamente y venga conmigo.
Me levanté, me vestí y me fui detrás de aquel personaje que no me permitió ni por un momento que le viera el rostro. Me hizo atravesar varios dormitorios donde muchos jóvenes estaban entregados al descanso. Al pasar por frente a algunas camas me di cuenta que unos enormes gatazos trataban de destrozar el rostro de aquellos jóvenes.
Después el personaje se detuvo frente a la cama de un alumno que estaba profundamente dormido y me dijo: – Para la fiesta de San José, el 19 de marzo, este joven tendrá que pasar a la eternidad.
El personaje desapareció y yo me desperté.
Los gatazos que trataban de destrozar el rostro de algunos jóvenes representan los enemigos de nuestra alma que siempre están a nuestro alrededor para hacernos caer en pecado y para atormentarnos si morimos estando en pecado grave, y si Dios al fin se cansa de tanto aguantar las ofensas que le hacemos.
Creo que para el 19 de marzo, fiesta de San José, uno de nosotros habrá pasado a la eternidad. Todos tenemos que esmerarnos por estar muy bien preparados porque a la hora menos esperada llega la muerte y nos tendremos que presentar al juicio de Dios a darle cuenta a Nuestro Señor de los que hemos hechos, de los bueno y de lo malo.
Nota: La crónica del Oratorio dice: “El 19 de marzo de 1866 murió el joven Simón Lupotto, alumno de Don Bosco. Unos días antes había ido a su casa pues se sentía enfermo. Era un modelo de piedad y de buen cumplimiento de su deber. Era un enamorado de Jesús Sacramentado y recibía los sacramentos de la confesión y de la comunión con gran fervor. Asistía a la misa muy fervoroso y rezaba el Santo Rosario con gran piedad. Parecía un San Luis y soportó con gran paciencia su última enfermedad. El 19 de marzo día de San José, del cual era muy devoto, se fue al Cielo con una santa muerte”.
18 59. El sueño de los cabritos 1866 (MB. 8,274). |
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“Soñé que me encontraba en el confesionario rodeado de muchos jóvenes que se iban a confesar conmigo. De repente entró un cabrito por la puerta de la sacristía y empezó a jugar con los jóvenes y a alejarlos del confesionario, de manera que muchos habían pensado confesarse desistieron de la confesión y se salieron de la Iglesia. El cabrito tuvo el atrevimiento de acercarse hasta mí y de tratar de alejar de la confesión a quienes estaban ya muy cerca del confesionario.
Yo disgustado le di un fuerte puñetazo, le partí un cuerno y lo hice salir corriendo.
Luego soñé que me revestía para celebrar la Santa Misa y que al empezar el santo sacrificio entraba en la Iglesia una multitud de cabritos, y que en el momento de la comunión los cabritos se fueron de banca en banca distrayendo a los alumnos para que no pasaran a comulgar. Y consiguieron que muchos no comulgaran.
Estos cabritos son los enemigos del alma que con distracciones y afectos desordenados alejan a las personas de la confesión y de la comunión”.
19 60. Las espadas y los números 1866 (MB. 8,402). |
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Soñé que pasaba frente a las camas de los alumnos que dormían y que sobre cada alumno veía una espada colgada (la muerte) y en la cabecera de cada uno había un número que indicaba los años que va a vivir en la tierra.
Muchos jóvenes fueron a preguntarle qué había visto junto a su cama. A uno le dijo: “Cuando cumplas los 60, prepárate a partir para el otro mundo”. Y así sucedió; murió 45 años después, cuando acababa de cumplir los 60 años.
El jovencito Tomatis le preguntó si le quedaba todavía mucho tiempo de vida y Don Bosco le respondió: – Te podría decir el tiempo exacto de vida que te queda, pero no te conviene. No te preocupes; vivirás largos años y serás sacerdote de Don Bosco y gastaras mucho tiempo salvando almas.
El joven estaba en primer año de bachillerato. Después de muchas dudas y peligros llegó a ser sacerdote de la comunidad fundada por Don Bosco. Como misionera en América estuvo varias veces en gravísimos peligros de muerte arrastrado por las corrientes de los ríos, y se libró milagrosamente de esos peligros. Por 37 años fue sacerdote misionero en América.
20 61. Las reglas y los reglamentos 1867 (MB. 8,484). |
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En 1867 Don Bosco se fue a Roma a pedir la aprobación pontificia de la Congregación Salesiana. Llevaba las Reglas, Constituciones o Reglamentos que se le habían inspirado en sus sueños. No se separaba del ejemplar de las Santas Reglas que había escrito según las normas que le habían sido sugeridas por el Cielo en sus sueños (Padre Lemoyne).
21 62. El sueño y los rebaños 1867 (MB. 8,714). |
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El domingo 16 de junio, día de la Santísima Trinidad, fiesta en la cual Don Bosco había celebrado su primera Misa (16 años antes), les narró a sus alumnos el siguiente sueño: El 29 de mayo por la noche soñé que me encontraba en una inmensa llanura llena de ovejas de gran tamaño, que pastaban en muy verdes y hermosos pastizales. Busque al pastor de tan numeroso rebaño y le pregunté: – ¿De quién es este rebaño que tiene tantísimas ovejas? Él llevándome a recorrer tan espacioso valle, me dijo: – ¡Ya sabrás de quién es este rebaño! Y vi que una parte del rebaño había aguas abundantes, pastizales muy verdes y árboles que proporcionaban sombras refrescantes y allí pastaban muchas ovejas muy hermosas. Pero más allá había unos desiertos sin pastos, ni aguas, ni sombras, y allí había también numerosas ovejas, pero flacas, feas y desnutridas.
Pasamos más allá y vimos otros prados sin pasto, sin agua, sin sombras de árboles, y allí estaban muchísimos corderitos pero tan flacos y desnutridos que apenas sí se podían tener en pie. Y estos pobres animalitos estaban cubiertos de llagas y sufrían mucho. Y cosa extraña, cada uno tenía un par de cuernos, como si fueran ya animales viejos. Sus cuernos terminaban en una E. Y cada corderito enfermo tenía el número 3 marcado en distintas partes de su cuerpo: El guía me explicó: – Las ovejas que pastan en sitios llenos de agua, de verdes pastizales y de frescor, son las personas que escuchan la Palabra de Dios, y asisten a la Santa Misa y reciben los sacramentos. Tienen el alma hermosa y robusta.
Los que están en sitios áridos sin agua, sin pastizales, sin sombras de árboles, son los que no escuchan la Palabra de Dios ni frecuentan los Santos Sacramentos. Viven alimentándose solamente de lo que es mundanal, y eso es estéril y lleva a la debilidad espiritual.
Los corderitos enfermos que están en sitios áridos son tantos jóvenes que necesitan recibir educación y ser instruidos en la religión.
Los que llevan un cuerno terminado en una letra E, que significa Escándalo, son los que han dado o han recibido malos ejemplos que llevan al pecado. Los que tienen marcado un número 3 en distintos sitios de su cuerpo representan a los que viven en pecado, a los cuales les esperan 3 castigos: el remordimiento por haber pecado. Los castigos que le llegan a todo el que peca, y los premios que por pecar se pierden para el Cielo. (El Salmo 75 dice: “A los que se dedican a cometer maldades, el Señor les hará beber un vaso de amargura”).
Enseguida el guía me llevó a un prado bellísimo, lleno de flores, de plantas aromáticas, y de hermosos bosques y corrientes de aguas cristalinas. Allí me encontré una enorme cantidad de jóvenes, todos alegres y contentos, dedicados a coleccionar las más hermosas flores. El guía me dijo: – Estos son los que viven en gracia de Dios, sin pecado grave en el alma.
Les puedo asegurar que jamás había visto personas tan hermosas y elegantes como aquellos jóvenes. Seria imposible describir su gran belleza.
Enseguida el guía me llevó a otro jardín muchísimo más bello y aromático que el anterior, y allí había otro grupo de jóvenes, en menor número, pero de una belleza y elegancia enormemente más grandes que los del grupo anterior. Y el que me guiaba me dijo: – Estos son los que no han perdido la Santa Virtud de la Pureza.
Yo estaba sorprendido al ver gentes con tan extraordinaria belleza. Y cada cual llevaba en su cabeza una corona de flores bellísimas y cada flor tenía colores tan vivos y variados que encantaban la vista de quien los observaba. En cada flor había más de mil colores y en cada corona más de mil flores distintas.
Cada joven que había conservado la pureza llevaba una túnica blanquísima que le descendía hasta los pies, y la túnica estaba llena de flores de belleza sin igual. Del rostro de los jóvenes y de sus vestiduras y de sus flores salían resplandores, luces de los más variados colores que hacían resaltar admirablemente la belleza de la persona. No hay imagen humana capaz de dar una idea de la belleza impresionante de todos aquellos que conservaron la Santa Pureza. Si alguien viera aunque fuera la décima parte de la belleza de un alma que está sin pecar, preferiría mil martirios y la misma muerte, con tal de no manchar su alma con un pecado mortal.
Yo le dije entonces al guía: – Pero son pocos los que conservan la belleza del alma sin pecado. Y los otros ¿qué hacer con ellos? Él me respondió: – Que con la penitencia, con el arrepentimiento, con la recepción de los sacramentos y con una vida virtuosa, vuelvan a conseguirse otra vez el traje hermoso de la gracia de Dios.
Le pedí un último consejo, y me dijo: – Dígales a todos que si supieran cuán hermosa y simpática es un alma en gracia de Dios y una persona que conserva la Santa Virtud de la Pureza, estarían dispuestos a hacer cualquier sacrificio con tal de no cometer un pecado grave y con tal de conservar la pureza o castidad. Dígales que se animen a luchar con entusiasmo por conservar o recuperar esta bella virtud que supera a muchas otras virtudes en belleza y resplandor.
Y al oír esto… me desperté.
Jóvenes: ¿hay algunos que todavía conservan la Santa Virtud de la Pureza? ¿Hay muchos que tienen el alma sin pecado grave? Los felicito. Si vieran lo hermosa que está su alma preferirían cualquier sacrificio y hasta la misma muerte con tal de no perder la gracia de Dios ni la pureza. Lástima que algunos que externamente parecen buenos los vi en el sueño con unos cuernos grandes y muy feos en la cabeza…
22 63. El Purgatorio 1867 (MB. 8,726). |
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Primera parte: Mensaje de un difunto.
El 25 de junio de 1867 habló así a la comunidad: “Soñé que viajaba hacia una ciudad y que atravesaba por pueblos desconocidos y que deseaba saber cómo será el estado de un alma en la otra vida. De pronto oí la voz de una persona desconocida que me decía: – Ven conmigo y podrás ver y conocer lo que deseas.
Obedecí inmediatamente y seguí a esa persona que viajaba a la velocidad del pensamiento y sin tocar tierra. Y yo viajaba de la misma manera. Llegamos a un palacio de magnifica construcción que estaba como suspendido sobre los aires y tenía las puertas y ventanas a una gran altura.
El personaje me dijo: – Haga como yo y podrá subir hasta allá.
Enseguida levantó las manos en lo alto hacia el Cielo y empezó a subir por los aires. Yo levanté también mis brazos y me sentí elevado por los aires como una nube. Y llegué frente a la puerta del gran palacio.
El guía me dijo: – Entre al palacio y conozca lo que hay allí. Al fondo encontrará quién le explique.
Subí las escaleras y me encontré en una sala hermosísima adornada muy lujosamente. Fui recorriendo salas y corredores con la velocidad de la luz y cada vez veía más y más elegancias y bellos adornos.
Seguí viajando como por los aires sin tocar suelo y de pronto llegué a un salón inmenso adornado y bellos sobre toda ponderación y allá al fondo vi a un señor obispo muy amigo, muerto hace poco. Parecía que no sufría nada, y tenía un aspecto muy saludable, muy alegre y muy amable. Yo le pregunté: – Monseñor, ¿Está vivo o está muerto? – Para el mundo he muerto. Pero aquí estoy vivo.
- ¿Y se ha salvado Monseñor? – Sí, mire como estoy de fuerte y saludable. Estoy en un lugar de salvación.
- ¿Y está en el paraíso? ¿O está en el Purgatorio? – Estoy en un lugar de salvación. Pero todavía no he logrado ver a Dios.
Necesito que recen mucho por mí.
- Monseñor, ¿yo me salvaré? – Tenga esperanza y fe en que se podrá salvar.
- ¿Y qué mensaje les envía a los jóvenes y a mis discípulos? – Que sean obedientes, que se porten bien, que cuiden mucho la virtud de la pureza y que se confiesen frecuentemente y comulguen con fervor y devoción.
- ¿Y qué otro consejo les quiere enviar? – Que se quiten de los ojos del alma esa niebla que no les deja ver bien, y que consiste en que por pensar como el mundo no se dedican a pensar en lo sobrenatural.
- ¿Y qué deben hacer para quitarse esa niebla o nube? – Que piensen que el mundo está todo puesto en el maligno, como dijo San Juan. Que no se dejen engañar por las apariencias de lo que es mundano y materialista. Muchos se imaginan que los placeres, las riquezas, las vanidades y los goces del mundo pueden hacerlos felices, y se dedican sin freno a todo eso, pero el Libro Santo dice: “Todo es vanidad de vanidades y aflicción de espíritu”. Que se acostumbren a ver lo mundano y material, no según su apariencia sino según su realidad. Porque los juicios de Dios son diferentes de los del mundo, y lo que la gente aprecia como sabiduría y de mucho valor material, puede ser necedad y de poco valor para Dios.
- ¿Y cuál es la nube más oscura para los ojos del alma?- Lo que más oscurece y llena de tinieblas el alma es la impureza, así como la virtud de la pureza vuelve al alma muy blanca y brillante. El vicio de la impureza es como un negro nubarrón que impide a la gente ver el precipicio tan peligroso a donde van a caer si se dedican a pecar. Dígales a todos que se esfuercen por conservar a cualquier costo la virtud de la pureza. “Dichosos los puros de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt. 5).
- ¿Y qué remedios aconseja para que las personas conserven la pureza? – El Retiro: el recogimiento; que se aparten de las ocasiones de pecar. Que cumplan exactamente los Reglamentos. Que no estén nunca desocupados sin hacer nada. Y que le dediquen buen tiempo a la oración.
- ¿Y qué otros remedios nos recomienda? – Rezar. Darle importancia a la oración. Retiro, recogimiento: apartarse de toda ocasión de pecado. No estar nunca ociosos o perdiendo el tiempo. Estos remedios son muy provechosos.
Con el deseo de repetir a mis discípulos estos consejos tan importantes del señor obispo, me vine apresuradamente para la casa, pero luego me detuve y me puse a pensar: – ¿Por qué no estar más tiempo con Monseñor? ¿Me podrá decir muchas recomendaciones importantes más? Y me volví rápidamente a donde él estaba. Pero durante el corto tiempo que yo había estado ausente, se habían obrado cambios importantes. El obispo estaba pálido como una cera. Parecía un cadáver. De los ojos le brotaban abundantes lágrimas. Estaba como agonizando. Me le acerqué angustiado y le dije: – Monseñor, ¿en qué le puedo ayudar? – Rezad por mí y dejadme ir a donde la mano Omnipotente de Dios me conduce.
- ¿Y no tiene algún otro mensaje para enviar? – Que recen por mí. Y al Señor obispo que me reemplazó dígale esto y esto (y me dio unos mensajes para llevarle) y a tales individuos lléveles estos mensajes en secreto (y me dio unos mensajes para ellos). A sus alumnos dígales que yo siempre los quise mucho y recé por ellos. Que ahora recen ellos por mí.
El aspecto del Prelado demostraba un gran sufrimiento que aumentaba cada vez más. Mirarlo producía compasión en el alma sufría muchísimo. Era una agonía verdaderamente angustiosa. Luego exclamó: – Dejadme, que voy a donde el Señor me llama.
Y así mientras parecía agonizar, una fuerza invisible se lo fue llevando hacia las habitaciones más interiores del edificio, y desapareció de mi vista.
Yo al contemplar una escena tan dolorosa me conmoví y… me desperté.
En este sueño aprendí muchas cosas acerca del Purgatorio y de la otra vida, cosas que jamás había entendido bien, y que ahora las comprendí tan claramente que ya nunca las olvidaré.
Explicaciones: El Padre Lemoyne dice que Don Bosco le preguntó al obispo cuánto tiempo le quedaba a él de vida sobre la tierra y que Monseñor le entregó un papelito donde había varios números 8 como engarzados en un garabato. Por el momento no entendió mucho, pero cuando llegó el año 1888 el Santo se dio cuenta de que aquél sería el año de su muerte (varios números 8 colgados de un garabato, un número 1 al revés) y en ese año murió.
Algunos pueden preguntarse cómo todo un obispo y muy virtuoso podía tener tantas angustias en la otra vida. Es que el Libro Santo dice que “Dios encuentra manchas hasta en sus propios ángeles”. Y en el Salmo 88 dice el Señor: “A mis seguidores, aunque no les retiraré mi favor, sin embargo les castigaré fuertemente las desobediencias a mis mandamientos y les haré sufrir por sus descuidos en cumplir mis mandatos”.
Don Bosco narraba después que él fue donde el obispo reemplazante a comunicarle los mensajes que le enviaba el obispo muerto, y que eran muy importantes para el buen orden de la diócesis. Y a los otros individuos también les llevó a cada uno el mensaje del difunto. A los alumnos les repitió en varias ocasiones los tres consejos del Prelado desde la otra vida: “Para evitar el pecado: ante todo RETIRO; apartarse de las ocasiones de pecar. Luego, ORACIÓN, mucha oración. Y finalmente: EVITAR EL OCIO: no estarse nunca sin hacer nada o perdiendo el tiempo.
23 64. El sueño del jardín 1867 (MB. 9,24). |
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Primera parte: Tres muertos.
El 31 de diciembre de 1867 Don Bosco reunió en la Iglesia a todo el personal de su Oratorio de Turín (más de 800) y subiendo al púlpito les dijo: “Estaba pensando y rezando para darles un propósito o lema o Aguinaldo para el año que va a comenzar, y soñé lo siguiente: Me pareció que llegaba a un hermoso y enorme jardín que tenía este letrero: “NUEVO AÑO, 1868”. Allí había una gran cantidad de jóvenes, que se acercaron a mí y me acompañaron a recorrer a aquel hermoso campo.
Encontramos luego a un grupito de muchachos con unos sacerdotes y estaban rezando las oraciones por los difuntos (“Dales Señor descanso eterno… etc.). Me acerqué a ellos y les pregunté: – ¿Por qué rezan esas oraciones? Es que se ha muerto alguno? – Sí – me dijeron – Es que ha muerto NN (y me dijeron el nombre). Murió el día tal a la hora tal.
- ¿Cómo, ha muerto ese tan conocido? – les pregunté.
- Sí, murió, pero ha tenido una Santa muerte, una muerte envidiable. Recibió con mucha devoción los Santos Sacramentos.
Aceptó con resignación los sufrimientos que Dios permitió que le llegaran y demostró los más vivos sentimientos de piedad.
Rezamos por él, pero tenemos la esperanza de que ya estará en el paraíso.
Yo añadí: – Tuvo una santa muerte. Pidamos a Dios que imitemos sus virtudes y que nos conceda también a nosotros la gracia de tener una buena y santa muerte.
Seguí caminando por el prado rodeado de una gran cantidad de jóvenes, y vimos luego un grupo de muchachos arrodillados rezando alrededor de una ataúd, las oraciones por los difuntos (“Dadles Señor descanso eterno, etc.). Me acerqué a ellos y les pregunté: – ¿Por quién están rezando? Ellos me respondieron muy apesadumbrados:- Estamos rezando por NN (y me dijeron el nombre).
- Estuvo enfermo ocho días. Vinieron sus familiares a visitarlo. Se confesó y comulgó con mucha piedad y recibió la Unción de los enfermos. Tuvo una muerte santa y llena de paz.
Yo les pregunté: – ¿Pero dos muertos en el mismo día? Y ellos me respondieron: – No, no es en el mismo día. Desde el que murió anteriormente hasta la muerte de ahora han pasado tres meses.
Seguí paseando con los jóvenes que me acompañaban y llegamos a un bosque.
Allí vimos a un grupo de muchachos que se acercaban rezando las oraciones por los difuntos. Yo les pregunté: – ¿A dónde van? ¿Y por qué rezan? Ellos me respondieron desconsolados y llorando: – ¡Ah si supiera lo que ha sucedido! Ha muerto un joven. Sus padres no vinieron a visitarlo. Y murió de una manera muy poco deseable. No ha tenido una muerte santa.
- ¿Pero es que no ha recibido los Santos sacramentos? – les pregunté.
- Al principio no quería confesarse ni comulgar ni recibir la unción de los enfermos. Después aceptó recibir estos sacramentos pero de mala gana y sin arrepentimiento ni piedad. Nosotros hemos quedado mal impresionados y tenemos dudas de que se haya salvado. Sentimos tristeza de que un joven de nuestro grupo haya tenido una muerte tan desagradable.
Enseguida se me apareció un personaje que me dijo: – Mire, son tres los que van a morir en este año. Dígales a sus discípulos que así como la muerte de los dos primeros llena de consuelo y de esperanza pues recibieron los Santos sacramentos con fervor, porque durante su vida los había recibido siempre con piedad y devoción, así llena de tristeza lo que sucedió al tercero que cuando tenía buena salud no comulgaba ni se confesaba y al llegarle la hora de la muerte tuvo muy poca devoción y piedad al recibir los sacramentos. Dígales que los que quieren tener una buena y santa muerte deben comulgar frecuentemente con verdadera devoción. Así que el lema o Aguinaldo para el año que empieza será: “La comunión devota y frecuente es un medio muy eficaz para obtener una buena y santa muerte”.
Segunda parte: Los cuernos en la cabeza.
El guía me llevó después a un gran campo donde había una multitud incontable de jóvenes. Me puse a mirarlos con atención y vi algo que me llenó de horror: en la cabeza de muchos de ellos había dos cuernos. Unos tenían los cuernos cortos y otros muy largos. Unos tenían los cuernos completos y otros los tenían partidos. Algunos daban señales de haber tenido cuernos pero se los habían cortado y la cicatriz ya estaba sanada. En cambio a otros sus cuernos les crecían de manera alarmante. Y algunos no solamente aceptaban tener dos cuernos en su cabeza sino que se enorgullecían de tenerlos y se dedicaban a dar cornadas a sus compañeros. Y me llamó la atención que algunos tenían un solo cuerno en la mitad de la cabeza, pero grande y feroz, y eran los más peligrosos para herir a los demás. Vi también a alguno con la frente hermosa y serena que jamás se había visto afeada por semejante deformidad. Puedo decirle a cada uno de mis alumnos en qué estado vi allí a cada uno.
Tercera parte: Las tres desgracias o calamidades.
Luego el guía me llevó a una altura desde donde observé una llanura llena de combatientes que se mataban ferozmente unos a otros. Y me dijo:- Habrá guerra y se derramará mucha sangre.
Nos retiramos de aquél campo de muerte y pasamos a un jardín y allí escuchamos un grito estridente y asustador que decía: – Huyamos de aquí. Huyamos de aquí.
Vi que la gente salía corriendo y que de vez en cuando algunos caían muertos por el suelo.
Pregunté a uno de los que huían: – ¿Qué pasa? ¿Por qué salen huyendo? Y me dijo muy asustado: – Llega una epidemia de cólera. Hasta 50 defunciones diarias en un solo rector.
Seguimos andando y más adelante vimos una gran cantidad de gente pálida, sin ánimos, debilitada, con las ropas destrozadas. Yo pregunté: – ¿Qué le sucede a éstos? ¿Qué significa ese estado en que están? Y una voz me respondió: – Habrá una gran carestía y mucha escasez de alimentos y la gente no tendrá con qué comprar lo que necesita.
Oí entonces que la multitud gritaba: – ¡Hambre, hambre, tenemos hambre! Y buscaban afanosamente algo para comer y no lo encontraban.
Los remedios.
Pregunté al guía: – ¿Y esto sucederá muy pronto? – Sí, está ya para suceder.
- ¿Y qué remedios se pueden emplear para alejar tan grandes males? – Estos males se alejarán si la gente hace esfuerzos serios por no pecar. Si dejan de emplear ese vocabulario indebido que usan. Si honran a Jesús Sacramentado con la Santa Misa, la comunión y las visitas al Santísimo, y si invocan más a María Santísima a quienes muchos la tienen muy olvidada.
- ¿Y cómo hacer para que a mis discípulos no les vayan a llegar estás desgracias? El guía me miró fijamente y me dijo: – Dígales a sus discípulos que si quieren ver lejos de ellos los castigos de Dios se dediquen con verdadero esfuerzo a evitar cuanto más puedan el pecado. Que sena devotos a Jesús Sacramentado asistiendo a la Santa Misa, comulgando y visitando al Santísimo en el Templo y que honren a María Santísima como hijos muy cariñosos. Pero tengan muy presente que basta que haya uno solo que quiera seguir viviendo en pecado grave, para que ese traiga castigos de Dios y desgracias para toda la casa.
En ese momento se desató una tormenta espantosa y empezó a caer una terrible granizada y a mí me cayó en la cabeza un granizo tan grande que… me despertó.
Mis buenos amigos: tratemos de hacer cada uno todo lo que pueda evitar lo más posible todo pecado. Preparémonos para morir santamente por si este año tenemos que morir. Recemos con mucha devoción a la Santísima Virgen y no olvidemos el lema o Aguinaldo para este año: – “La confesión y la comunión frecuente y devota son un gran remedio para salvar el alma”.
Buenas noches.
Explicaciones: El salesiano Esteban Bourly escribió el sueño tal cual se lo oyó contar aquella noche a Don Bosco, y los salesianos Joaquín Berto y José Bologna se propusieron anotar bien los datos sucedidos durante aquel año para ver si se cumplían los anuncios hechos por el Santo al narrar este sueño. En ese año murieron tres jóvenes del Oratorio. Al principio uno, que murió muy santamente. Tres meses después murió otro asistido personalmente por Don Bosco. Y más tarde murió el tercero a quien el Padre Cagliero a duras penas logró hacer que se confesara antes de morir.
En los cuernos en la cabeza pudo ver muy claramente el estado espiritual de sus alumnos y hasta conocer a algunos que estaban haciendo mucho mal.
Las tres desgracias sucedieron en ese año de manera muy dolorosa y en el mismo Oratorio de Turín se sufrió mucho por la escasez de alimentos y porque los papás de los alumnos habían quedado en tan gran pobreza que no tenían con qué pagar la módica pensión que allí se les cobraba. Pero los que vivían en gracia de Dios, y eran devotos del Santísimo Sacramento y de la Virgen María, alejaron la epidemia y consiguieron muchas ayudas de Dios para todos los de la casa.
24 65. Saltando sobre la torrente 1868 (MB. 9,132). |
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El 17 de abril de 1868 el Padre Director del colegio de Lanzó, donde estaba hospedado Don Bosco, le preguntó por qué había dado durante la noche unos gritos que demostraban gran pavor. El Santo contó que esa noche había tenido el siguiente sueño: Soñé que me encontraba a la orilla de un torrente no muy ancho pero de aguas turbias y tormentosas. Muchos alumnos trataban de saltar y pasar al otro lado.
Algunos tomaban impulso empezando la carrera desde varios metros atrás y conseguían caer de pie a la parte seca de la otra orilla, como buenos gimnastas. Pero otros fracasaban. Unos caían de pie en la parte interior de la orilla y perdiendo en equilibrio se precitaban de espaldas dentro del agua. Otros caían con ruido en el centro del torrente y desaparecían. Algunos se golpeaban la cabeza o el pecho contra las piedras que sobresalían entre las aguas y se rompían el cráneo y echaban sangre por la boca.
Yo me afanaba al mirar estas escenas tan dolorosas y gritaba y palmoteaba, advirtiendo a los jóvenes que fueran más prudentes, pero todo era inútil.
El torrente se iba llenando de cadáveres que se iban precipitando de catarata en catarata y terminaban por estrellarse contra una roca que sobresalía en un sitio donde el torrente daba vueltas, y donde el agua era más profunda, y desaparecían tragados por un remolino. Allí se cumplía lo que dice el Salmo 42: “Un abismo llama a otro abismo”.
Cuantos discípulos míos muy amados que oyen este sueño son llevados por el agua del torrente espumoso, con peligro de perderse para siempre. ¿Pero cómo siendo personas tan alegres, tan llenas de vida, tan valientes, se dejan llevar por la corriente? ¿Por qué fracasan al tratar de saltar hacia el otro lado del torrente? Puede ser porque tienen algún compañero, alguna amistad que les pone zancadilla, que los tira hacia atrás, o que les da un empujón, con lo cual pierden el equilibrio y caen a las aguas tormentosas, y fallan el salto, y pueden perderse para siempre.
Y puede ser que muchos de esos desdichados que hacen el oficio de demonios y buscan la ruina espiritual de los demás, escuchen también este sueño. (Habría que decirles las palabras de Nuestro Señor: “Ay de aquél que escandalice a uno de estos pequeños: más le valiera que le colgaran una piedra muy pesada al cuello y lo echaran al fondo del mar”). Yo les preguntó: – ¿Por qué querer encender con sus malas conversaciones las malas pasiones en los corazones de los demás? ¿Por qué burlarse de los que rezan y reciben los sacramentos y con sus burlas alejan a algunos de recibirlos? Con esto lo único que consiguen son castigos de Dios. Yo les suplico: aléjense del pecado. Traten en serio de salvar su propia alma. Yo quiero ayudarles a todos a conseguir el Paraíso Eterno.
La orilla desde donde saltan los jóvenes es la vida ordinaria de cada día. La orilla a donde quieren llegar es la gloria del paraíso. El agua del torrente son los pecados y las ocasiones de pecar, que arrastran y causan la muerte espiritual a las personas. Los gritos que el Padre Director oyó en la pieza de Don Bosco eran los avisos que les enviaba a los imprudentes que se lanzaban sin cuidado e iban a ser arrastrados por la corriente.
25 66. Las fieras y los jóvenes 1868 (MB. 9,133). |
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Soñé que llegaba a un campo donde todos los jóvenes se dedicaban a jugar alegremente. Pero de pronto se presentó una escena muy desagradable: aparecieron animales feroces de todas clases: leones cuyos ojos brillaban de crueldad; tigres que afilaban sus garras para destrozar; lobos que rodeaban traicioneros a los grupos de jóvenes para hacerles mucho mal; osos que producían miedo al extender sus enormes manotas para ahogar y asfixiar a los que se les acercaran.
Y las fieras se lanzaban contra los jóvenes, muchos de los cuales quedaban extendidos por el suelo como muertos; las fieras destrozaban con sus uñas a muchísimos muchachos y a otros los mataban a mordiscos. Muchísimos jóvenes corrían llenos de temor y se me acercaban diciéndome: – Don Bosco, defiéndanos.
Sin embargo algunos eran tan imprudentes que en vez de huir de aquellos mortales enemigos se ponían a jugar con ellos y a sonreírles, con gravísimo peligro de ser destrozados por ellos.
Yo corría de un lado a otro llamando a unos y a otros y rogándoles a gritos que no se acercaran a las fieras.
Al ver el campo tan lleno de cadáveres de jóvenes, y el oír los gemidos de los que habían sido heridos por los animales feroces, y al escuchar el rugido de aquellas fieras, sentí tanta emoción que… me desperté.
¿Y qué diré acerca de esos tigres, leones, lobos y osos? Que son las tentaciones que nos quieren hacer pecar. Unos van donde el sacerdote y con su ayuda se libran de muchos peligros. Otros ponen a jugar con el fuego y se queman. No rechazan la tentación y la tentación les mata el alma. Ojalá que cada uno recuerde que tiene un alma qué salvar.
Yo vi allí a jóvenes y los recuerdo muy bien a algunos los vi asociados a los lobos para hacer el mal. No los nombro aquí pero les quiero advertir muy seriamente su responsabilidad. Es necesario que cada cual recuerde aquella frase del Libro Santo: “Acostúmbrate a tener una buena conducta desde tu juventud y verás que en la edad mayor te quedará más fácil no apartarte del buen comportamiento”.
26 67. La aparición del monstruo 1868 (MB. 9,159). |
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La noche del 30 de abril de 1868 Don Bosco hizo reunir a todo su alumnado y les dijo: Les voy a decir y a narrar hechos desagradables. Pensaba no decírselos porque me desagrada hablar de cosas miedosas y negativas, pero me sucedió algo muy especial. Yo había tenido unos sueños terroríficos en días pasados y me propuse no contarlos a mis discípulos porque creí que eran simplemente unos sueños y nada más. Pero luego mientras dormía, la siguiente aparición que me ha llevado a contarles también los otros dos sueños.
Me pareció que entraba en mi habitación un monstruo grandísimo que se acercó y fue a colocarse a los pies de mi cama. Era asqueroso y feo como el más horrible sapo, y grande y grueso como un buey.
Yo lo miraba fijamente y del susto casi no podía ni respirar. El monstruo fue aumentando poco a poco de volumen: le crecían las patas, le crecía la barriga, le crecía la cabeza, y cuanto más aumentaba su grosor, más horrible y feo se volvía. Era de color verde, con una línea roja alrededor de la boca y del pescuezo, que lo hacia más horriblemente espantoso. Sus ojos eran como llamaradas, y sus orejas huesudas, muy pequeñas. Y yo pensaba: – ¡Pero si el sapo no tiene orejas! Encima de sus ojos salían dos cuernos y de sus espaldas salían dos grandes alas verduscas. Sus patas tenían uñas como las de un león, y además tenía una larga cola que terminaba en dos puntas.
Se fue acercando a mí mostrándome sus grandes hileras de dientes muy afilados. Yo sentí entonces mucho miedo, porque me parecía que era un verdadero demonio. Empecé a gritar pidiendo auxilio pero a esas horas de la noche nadie me oía.
- ¿Qué será de mí? – le grité al infernal monstruo.
Pero él se acercaba más y más. Puso sus patas traseras en los pies de mi cama y alargando el cuerpo hacia delante, puso su hocico cerca de mi cara. Yo sentí tal escalofrío que de un salto me senté en la cama, dispuesto a bajarme al suelo, pero el monstruo abrió la boca amenazador. Yo hubiera querido defenderme pero era tan asqueroso que no me atreví a tocarlo.
Entonces grité: – En nombre de Dios, ¿por qué hace esto? El sapo al oír esas palabras se retiró un poco. Entonces hice la señal de la cruz, y al oír y ver esta oración aquel monstruo dio un grito terrible y desapareció, pero mientras desaparecía se oyeron unas palabras que decían claramente: – ¿Por qué no habla? ¿Por qué no cuenta lo que vio en sueños? Con esto me vine a dar cuenta de que es voluntad de Dios que les cuente lo que vi el otro día en sueños. De lo contrario traicionaría mi conciencia. Y contando esto quizás me veré libre de apariciones de monstruos. Así que obedeciendo a las últimas palabras de esta aparición voy a contarles los siguientes sueños: Explicación: Don Bosco había tenido varios sueños al principio de abril pero eran miedosos y le pareció que no los debía contar a sus discípulos para no asustarlos. Sin embargo, después de las palabras que oyó en esta miedosa aparición, se propuso contar cada uno de estos sueños y para eso reunió a todo el alumnado y les narró lo que viene a continuación:
27 68. La muerte, el juicio, el paraíso 1868 (MB. 9,16). |
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El 5 de abril tuve un sueño que me fatigó mucho, de manera que al amanecer me sentía tan cansado como si hubiera trabajado toda la noche, y estaba intranquilo e inquieto.
Soñé que me había muerto y que me presentaba ante el juicio de Dios para darle cuenta de mis palabras, acciones y pensamientos. Luego soñé que llegaba al paraíso y que me encontraba muy feliz allá. Al despertarme se me fue la ilusión de estar gozando ya en el paraíso pero me vino el consuelo de no tener que presentarme todavía a dar cuentas ante el Tribunal de Dios y de tener tiempo para prepararme mejor a una santa muerte. Mi propósito fue hacer en adelante todo lo posible por salvar mi alma y conseguir el Paraíso Eterno.
Estas cosas puede ser que no tengan importancia para los que las oyen, pero para mí sí fueron de mucha importancia porque me hicieron pensar seriamente en lo que me espera al final de la vida.
El Libro Santo recomienda: “Piensa en lo que te espera al final de la vida, y así evitarás muchos pecados” (Ecles. 7,40).
El próximo sueño sí es de mayor interés para los oyentes.
28 69. El sueño de la vid 1868 (MB. 9,160). |
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1a. Parte: La vid que crece.
El 9 de abril, era Jueves Santo y apenas me dormí y empecé a soñar. Vi que estaba en el patio rodeado de muchos sacerdotes, clérigos y alumnos. De pronto nació junto a nosotros una vid o mata de uvas, y empezó a crecer de manera admirable y a subir y subir. Se llenó de hermosas ramas y cada rama tenía grandes y sabrosos racimos de uvas. Y fue creciendo rapidísimamente hasta cubrir todo el patio del colegio y varias hectáreas más a su alrededor. Y lo admirable es que las ramas se extendían sin apoyarse en nada formando un inmenso techo que nos cubría a todos. ¡Qué bellas eran sus hojas, qué agradables sus racimos, qué impresionantemente bella era toda aquella vid! Mis compañeros y yo decíamos entusiasmados: – ¿Pero cómo logró crecer de manera tan rápida? De un momento a otro todos los granos de uva se convirtieron en muchachos que caían al patio y se dedicaban a jugar alegremente debajo de aquella inmensa vid. Allí estaban mis discípulos de ahora y los que vendrán en los tiempos futuros.
De pronto la alegría de los jóvenes desapareció y la vid fue cubierta con un gran velo de luto y desaparecieron todos sus frutos. Un personaje se me apareció y me mostró un letrero donde estaba escrita aquella frase del Evangelio que dice: “He venido a buscar frutos y no los encuentro” (Sn. Luc. 13,6). Es lo que Jesús anunció que dirá el Señor cuando llega año tras año y no los encuentra. Jesús dijo que añadirá: “Quítenle de aquí. ¿Para qué ocupar un sitio inútilmente?” (Sn. Luc.
13,7).
Yo le pregunté al personaje qué significaba aquel velo oscuro y aquel letrero y me respondió: – Esos son los que pudiendo hacer el bien no lo hacen (el apóstol Santiago dice: “El que puede hacer el bien y no lo hace, peca”). Son los que hacen bien para ser vistos y para aparecer bien ante los demás. (De ellos dijo Jesús: “Todo lo hacen para ser vistos y alabados por la gente, y por eso ya recibieron su premio en esta tierra”). Son los que si se portan bien lo hacen es por temor a los castigos y regaños, y no por agradar a Dios. Son los que cumplen sus deberes como a la fuerza y no de buena gana y alegremente.
Sentí una gran tristeza al ver en este grupo algunos que yo creía muy buenos, sinceros y de excelente voluntad.
Pero el grupo que venía luego era mucho peor.
3a. Parte: Los frutos dañados.
Enseguida se me presentó una nueva escena, más angustiosa que la anterior. Vi que entre las ramas de la vid había muchísimos racimos de uvas que a primera vista aparecían raquíticos, podridos y llenos de moho. Unos estaban llenos de gusanos y de insectos que los devoraban. Otros estaban picoteados por las aves y las avispas. Varios estaban podridos y secos. Ningún buen fruto se podía sacar ya de ellos. Y todos despedían un hedor fastidioso.
De un momento a otro aquellos racimos de uvas se convirtieron en jóvenes, pero no eran ya aquellos muchachos alegres y contentos y hermosos que había visto al principio del sueño. Estos tenían un rostro feo, sombrío, triste y cubierto de llagas.
Andaban encorvados y melancólicos. Ninguno hablaba. Allí había discípulos míos de la actualidad, y discípulos que llegarán en el futuro. Todos estaban avergonzados y no se atrevían ni levantar la mirada.
Espantado pregunté a mi guía por qué los que antes estaban tan contentos y hermosos aparecían ahora tristes y feos. Él me contestó: – Esas son las consecuencias del pecado.
Los jóvenes empezaron a desfilar delante de mí y el guía me dijo: – Obsérvelos bien detenidamente.
Me puse a mirar atentamente y vi que algunos llevaban escrito en la frente o en la mano su pecado. Me quedé aterrado al ver algunos que yo me imaginaba que eran excelentes personas, tenían el alma manchaba con culpas gravísimas.
En la frente de unos se leía: “Impureza”. En la de otros: “Escándalo y mal ejemplo”. En otros: “Orgullo, vanidad”, “Ira, mal genio, rencor, espíritu de venganza”, desobediencia, malas palabras, pecados de lengua, robo, gula…
El guía me dijo: – Recomiéndeles que si quieren alejar esos pecados tienen que frecuentar los sacramentos de la confesión y de la comunión. Que cuiden sus miradas, que huyan de las malas lecturas y de las malas conversaciones. Que recen más y mejor. Estudio, trabajo y oración son tres remedios que los conservarán buenos.
Se corrió un velo y apareció una nueva escena: una vid llena de los más hermosos racimos de uvas. Daba gusto mirarlos, y esparcían a su alrededor una fragancia exquisita. Los racimos se convirtieron enseguida en jóvenes, llenos de vigor, de hermosura y alegría. Son discípulos míos de ahora y discípulos que llegarán en tiempos futuros. Sus rostros eran alegrísimos y radiantes de felicidad. Y el guía me dijo: – Estos son aquellos discípulos tuyos que en lo presente y en lo futuro logren practicar la virtud y producir buenos frutos para el Cielo.
Y me alegré mucho al verlos, pero sentí también cierta tristeza porque no eran tantos como yo había deseado que fueran.
5a. Parte: Las uvas malolientes.
Vi luego que aparecía otra mata de vid con enormes ramas y con uvas tan grandes, que se necesitaba la fuerza de un hombre para poder llevar un racimo. Las uvas eran muy bellas por fuera, pero el Padre Cagliero quiso probar una e inmediatamente sintió náuseas y tuvo que escupir varias veces diciendo: – Esto es un veneno. Esto es capaz de matar a un cristiano.
Luego apareció un personaje y yo le pregunté: – ¿Cómo se entiende que unas uvas tan hermosas tengan un sabor tan desagradable? Él me respondió y me dijo: – Observe bien detenidamente cada uva.
Me acerqué y observé y en cada grano de uva vi el nombre de uno de mis discípulos, y junto a sus nombres leí con horror algunos de estos letreros: “Orgulloso – infiel a sus promesas. Impuro – hipócrita – Descuidado en sus deberes – Calumniador – Vengativo – Duro en su trato – Comulga en pecado – Desobediente y rebelde – Escandaloso, da mal ejemplo – Enseña cosas indebidas.
Delante del nombre de otros vi escrito alguno de estos letreros: “Su Dios es su vientre (come o bebe de gula). La ciencia lo ha vuelto orgulloso. Busca sus propios intereses, y no los de Jesucristo.
El personaje tomó una vara y dijo: – Hay que golpear esa mata de uva.
Yo le respondí: – En el Evangelio se cuenta que el viñador pidió de plazo un año para cuidar mejor la mata de uva, antes de que fuera castigada. (Sn. Luc. 13,8).
El personaje dijo: – Se les concede ese plazo, pero si no cambian vendrá el castigo.
De un momento a otro aquellos granos de uva que estaban tan podridos se fueron volviendo más grandes y repugnantes y el guía gritó: – ¡Miren ya viene el castigo de Dios! Y entonces estalló una horrenda tormenta y la oscuridad de una espesa nube cubrió la vid. Retumbaron los truenos, brillaron los relámpagos y empezaron a caer una espantosa granizada. Cada granizo era tan grande como un huevo de gallina. Los granos de granizo eran unos de color negro y otros de color rojo y olían horriblemente mal.
Y vi que cada granizo negro llevaba escrito esta palabra: “Impureza” y cada grano rojo tenía grabada esta otra palabra: “Orgullo”.
Y el guía me explicó: – Esos son dos pecados que pueden hacer muchísimo daño a tus discípulos: la impureza y el orgullo.
Los granizos fueron destronando sin compasión todos los racimos de uvas y se esparció un olor insoportable. Yo lleno de asco y de miedo quise salir corriendo y al empezar a correr… me desperté.
Como ven, este sueño es muy desagradable y por eso pensaba no narrarlo, hasta que se me apareció aquel monstruo y oí la voz que me gritaba: “¿Por qué no hablas?”. ¿Por qué no cuentas lo que has visto en sueños? Pero ahora tengo que contarles otro sueño todavía mucho más desagradable y miedoso que los anteriores. Eso será mañana.
29 70. Sueño del infierno 1868 (MB. 9,169). |
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El 3 de mayo de 1868 Don Bosco habló así a todo su alumnado: Ya les conté cómo la noche del 17 de abril un sapo espantoso se me apareció y me amenazó con tragarme si no les contaba los sueños miedosos que había tenido, y una voz fuerte me gritó: “¿Por qué no hablas?”. Voy pues a hablar y a contar lo que vi en sueños.
Acababa de dormirme cuando vi que se acercaba a mi cama el guía de los anteriores sueños, el cual me dijo: – Véngase conmigo. Rápido que no hay tiempo que perder.
Lo seguí y mientras caminábamos le pregunté:- ¿A dónde me va a llevar esta vez? Él me respondió: – Ya lo verá.
Llegamos a una llanura tan grande que no se veía donde terminaba.
Pero era como un desierto. No se veía por allí ninguna persona, ni fuentes, ni plantas verdes. Las pocas plantas que había eran secas y amarillentas.
Después de un largo y triste viaje por aquel desierto llegamos a un camino ancho y fácil. Era como para recordar la frase del Libro Santo: “Ancho es el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que viajan por él”. (Sn. Mateo 7,13).
El camino estaba rodeado de rosas y de lindas flores. Y aquella vía iba descendiendo cuesta debajo de tal modo que yo empecé a descender de una manera tan precipitada que casi no necesitaba ni mover los pies, y la carrera era cada vez más veloz.
Los lazos: De pronto vi que por el camino me seguían más discípulos de ahora y del futuro. Y noté cómo algunos caían por el suelo y eran arrastrados por una fuerza misteriosa hacia un horno ardiente. Entonces pregunté al guía: – ¿Qué es lo que hace caer a esos pobres? Y él me respondió con una frase del Salmo 139.
- Por el camino por el que andan les han tendido un lazo.
Me acerqué y pude ver que los jóvenes pasaban por sobre muchos lazos tendidos a manera de trampas, pero que no se veían casi.
Muchos de ellos al andar quedaban presos por los lazos sin darse cuenta del peligro y luego caían y eran llevados hacia el abismo. Unos quedaban presos por las manos, otros por los pies, algunos por la cabeza y otros por la cintura, e inmediatamente eran lanzados hacia abajo.
Algunos lazos eran casi invisibles y muy delgados pero llevaban también al abismo y pregunté al guía qué significaban y él me explicó: – Es el respeto humano. El miedo a hacer el bien o a evitar el mal, por temor al qué dirán o pensarán los otros.
Pregunté de nuevo al guía por qué los jóvenes eran llevados fuertemente hacia el abismo. Y él me aconsejó: – Asómese, y mire bien.
Me asomé y empecé a tirar de uno de esos lazos, el cual me traía hacia abajo. Tiré con fuerza del lazo y logré sacar del abismo a un espantoso monstruo que infundía espanto, y que mantenía fuertemente agarrada a sus garras la extremidad de la cuerda. Este era el que apenas alguno caía en la trampa lo arrastraba hacia el abismo. Le hice la señal de la cruz para que se alejara y exclamé: – Es el demonio que tiende a mis discípulos estos lazos o trampas para llevarlos a la condenación.
Miré con atención aquellos lazos y vi que cada uno tenía un letrero. Uno decía: “Orgullo”, otro: “Desobediencia”. Un tercero se llamaba: “Envidia” y un cuarto tenía este letrero: “Pecados contra el sexto mandamiento: impureza”. Algunos se llamaban: “Ira, mal genio” o “pereza”.
Me puse a observar cuáles eran los lazos que más gente se llevaban al abismo y noté que eran los de “Impureza”, “Desobediencia” y “Orgullo”.
Vi a unos jóvenes que descendían al abismo a mayor velocidad que los demás y pregunté al guía por qué bajaban más de prisa y me respondió: – Porque son arrastrados por el respeto humano. Temor al qué dirán o pensarán los demás.
Pero noté también que entre los lazos estaban esparcidos unos cuchillos y que con ellos se podían cortar los lazos y librarse de ser arrastrados hacia el abismo. El cuchillo más grande se llamaba MEDITACIÓN. Otro poco menor tenía este letrero: LECTURAS DE LIBROS BUENOS. Había también dos espadas para cortar los lazos. Una se llamaba DEVOCIÓN AL SANTÍSIMO SACRAMENTO y en la otra DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN. Y un martillo con este letrero: CONFESIÓN.
Muchos rompían con estás armas los lazos al quedar prendidos o se defendían con ellas para no caer en sus trampas. Y hasta vi a algunos que lograban pasar entre los lazos sin dejarse amarrar por ninguno de ellos.
Desaparecieron las rosas que rodeaban el camino y sólo aparecieron montones de espinas que punzaban y hacían muy difícil el caminar.
Y el camino fue descendiendo abruptamente y cada vez se hacia más espantoso, lleno de piedras agudas; desalientes, de tropezones, de estorbos.
Yo volví a mirar y ya mis jóvenes habían desaparecidos de allí y muchísimos de ellos habían abandonado aquella vía tan peligrosa y engañosa, y se habían devuelto por otros caminos mucho más seguros.
Continué avanzando por aquel camino, pero cuanto más avanzaba, más áspera y más vertical era la bajada, de manera que a veces resbalaba y caía al suelo. De vez en cuando el guía acudía en mi auxilio y me ayudaba a levantarme. A cada paso se me doblaban las rodillas y parecía que se me iban a descoyuntar los huesos.
El guía me animaba a seguir y viéndome sudoroso y lleno de un cansancio mortal me llevó a un pequeño promontorio desde donde pude ver el camino que habíamos recorrido. Parecía cortado a pico, y estaba llano de piedras puntiagudas.
Después de haber descansado un poco seguimos bajando. El camino se hacia cada vez más horriblemente abrupto, de manera que casi no lograba mantenerme en pie.
Y he aquí que al fondo del precipicio se presentó ante nuestra vista un edificio inmenso que tenía una puerta altísima y cerrada. Un calor sofocante lo rodeaba y una enorme columna de humo de color verdoso, entremezclada con grandes llamaradas, se elevaba sobre aquellas pavorosas murallas. Pregunté al guía:- ¿En qué sitio nos encontramos? – Donde ya no hay salvación.
Me di cuenta de que nos hallábamos ante las puertas del infierno.
El guía me invitó a observar en las murallas de aquel horno y allí estaban escritas ciertas frases de la Sagrada Escritura.
Por ejemplo: “Id malditos al fuego eterno preparado para el diablo y sus seguidores” (Sn. Mateo 25,42). “Todo árbol que no da frutos será cortado y echado al fuego” (Sn. Lucas 3,9).
El guía con el rostro muy serio y triste volvió a mirar hacia arriba y me dijo: – Observe.
Levante la vista y vi que por aquel camino de precipicio bajaba uno a toda velocidad. Lo observe bien y noté que era uno de mis discípulos. Llevaba los cabellos desordenaos y las manos tendidas adelante como quien nada hace para salvarse de aquella caída. Quería detenerse pero no podía. Tropezaba con las piedras afiladas del camino y ellas le daban más impulso hacia abajo.
- ¡Detengámoslo, ayudémosle! – gritaba yo. Pero el guía me dijo: – Es inútil. Va sufriendo la justicia divina, la ira del Señor lo castiga. (El Salmo 2 dice: “Sirvan al Señor con temor. No sea que se disguste y vayan a la ruina. Porque estalla de pronto su ira”).
Yo le pregunté: – ¿Y por qué mira hacia atrás como asustado? – Es que teme la ira del Señor y quiere huir de sus castigos.
Aquel pobre seguía descendiendo y volviendo la cabeza hacia atrás y mirando con ojos de terror por si la ira de Dios lo seguía: y corría precipitadamente hacia la puerta de bronce. Cayó sobre ella y como consecuencia del choque la puerta se abrió de par en par y oí que se abrieron luego diez, cien y mil puertas más con indecible estruendo y él arrastrado por el torbellino, pasó por en medio de todas aquellas puertas velocísimo, incontenible, hasta que cayó en el pavoroso horno desde el cual se levantaban globos de fuego ardiente. Enseguida todas las puertas se cerraron con la misma rapidez con que se habían abierto.
Otros que viajan en el abismo.
El guía me dijo: – Observe otra vez.
Volví a mirar hacia arriba y vi bajar precipitadamente por el mismo camino otros rapidísimamente uno tras otro. Iban con los brazos abiertos y gritaban de espanto. Llegaron abajo, chocaron con la puerta de bronce y ésta se abrió, y después de ella se abrieron las otras mil puertas, y empujados hacia aquél larguísimo corredor se oyó un ruido infernal y ellos desaparecieron a lo lejos y las puertas se cerraron otra vez. Logré conocer a los tres. Después de éstos cayeron de la misma manera muchos más.
A un pobre joven lo vi caer al abismo, impulsado por los empujones de un malvado compañero.
Todos los que caían al abismo llevaban escrito en su frente su pecado. Yo los llamaba pero ellos no me oían. Chocaban contra la puerta de bronce, ésta se abría, y luego se abrían también las otras puertas. Desaparecían ellos y al cerrarse las puertas se hacia un silencio de muerte.
El guía me dijo: – He aquí algunas de las causas de estás caídas: los malos compañeros, las malas lecturas, las malas costumbres.
Yo le pregunté: – Pero entonces ¿para qué trabajar en nuestros colegios si éstos vienen a llegar a un lugar tan horrible? Y él me respondió: – Eso que ha visto es el estado en que están sus almas, y si murieran ahora llegarían a este lugar. Todavía se les puede avisar y prevenir para que cambien. ¿Pero cree que algunos se corregirán si se les avisa? Al principio les impresionará, pero después no harán caso, diciendo: se trata solo de un sueño. Y se volverán peores que antes. Algunos se confesaran por temor pasajero de caer en el infierno pero seguirán con el corazón apegado a sus pecados.
- ¿Y qué remedios recomendarles? – Que obedezcan los que les dicen sus superiores; que cumplan bien el Reglamento y que frecuenten los Santos Sacramentos.
El guía me invitó a entrar al infierno. Yo sentía mucho miedo pero me puse a pensar: – Para ser condenado a quedarse en el infierno tiene uno que haber pasado antes por el Juicio de Dios y haber recibido sentencia de condenación. Y yo no he recibido todavía esa sentencia; luego, entremos.
Y penetramos en aquel estrecho y horrible corredor. Sobre cada una de las puertas internas había un letrero. Sobre una puerta horriblemente fea, la más fea puerta que he visto en toda mi vida, leí este letrero: “Los impíos, los que no le dan importancia a Dios”; y luego aquella otra frase del Evangelio: “Aquí será el llorar y el crujir de dientes”.
Era como avisos de lo que puede esperar a quienes siguen en paz con sus pecados, sin hacer nada serio por corregirse.
Entramos luego con enorme susto mío, a una pavorosa caverna, que se perdía en las profundidades excavadas en las entrañas de los montes.
Todo estaba lleno de un fuego que, dejaba a cada cual incandescente y blanco a causa de sus elevadísimas temperaturas. Todo estaba incandescente: paredes, pisos, techos. Aquel fuego era mucho más caliente que el de cualquier horno del mundo y no reducía a cenizas lo que tocaba sino que lo volvía incandescente. El profeta Isaías dice: “Para los que se rebelaron contra Dios, el gusano roedor de su conciencia no se morirá y el fuego que los atormenta no se apagará” (Is. 66,24), Vi enseguida a uno de mis discípulos que bajaba con gran velocidad hacia el precipicio. Y lanzando un grito agudísimo cayó en el horno encendido y quedó incandescente por el fuego y quieto como una estatua. Reconocí muy bien quien era él.
Luego llegó allí otro de nuestros alumnos con furor desesperado, y corriendo se precipitó en el horno y quedó hecho una brasa y quieto. Y así fueron llegando muchos más- daban un grito, se convertían en carbón encendido y quedaban quietos, como paralizados.
Y recordé aquella frase: Hacia el lado hacia el cual se halle inclinado el árbol, hacia ese lado caerá. El que vive inclinado hacia el pecado, caerá hacia el castigo.
Pregunté entonces al guía: – Pero éstos que corren con tanta velocidad hacia los castigos de la eternidad, ¿no se dan cuenta de que van a llegar a esa desgracia? El guía me respondió: – Sí; ellos saben que van hacia el castigo. (Dios no deja pecado sin castigo. Él le dijo varias veces a Moisés en el monte Sinaí: Yo perdono, pero no dejo sin castigo el pecado). Han sido avisados muchos veces de los peligros que corren si siguen en esa de vida de pecado, pero lo siguen cometiendo y no lo quieren abandonar. Rechazan la misericordia de Dios que los llama continuamente a la conversión. Están desafiando a la Justicia Divina y entonces puede ser que Dios permita que sus malas costumbres y sus malas inclinaciones los arrastren pavorosamente hacia la perdición.
El guía me invitó a observar lo que había dentro del horno ardiente y me acerqué y observé y vi con horror que aquellos pobres infelices se propinaban mutuamente tremendos golpes causándose heridas terribles y se mordían como perros rabiosos. Otros se arañaban unos a otros el rostro o se destrozaban las manos.
Visión Celestial.
Pronto se despejó la parte superior del horno y pudieron ver allá arriba, en un hermosísimo Cielo a sus compañeros que tuvieron un buen comportamiento y que eran totalmente felices y hermosos para siempre. Esto aumentaba la tristeza y el desespero de los que se habían condenado. Se cumplían lo que dice el Libro de la Sabiduría: “Al ver el triunfo de los buenos quedarán consternados y dirán: esos son aquellos de los cuales nosotros nos burlábamos. Su buen comportamiento nos parecía una tontería y ahora son aceptados como hijos de Dios. Y nosotros equivocamos el camino; nos fuimos por sendas de impiedad y de perdición y no quisimos marchar por el camino que nos indicaba el Señor.
¿De qué nos sirvió nuestra vida de pecado? Todo pasó como un humo alejado por el viento y en cambio los que se comportaron bien vivirán felices eternamente”. (Sap. Cap. 5).
Yo le pregunté al guía: – ¿Pero estos jóvenes ya están condenados? Él me respondió: – Lo que está viendo y oyendo es lo que les puede suceder a sus discípulos si siguen en el pecado y no se convierten. Es un aviso para que no vengan acá, a este sitio de tormentos. Hay varios que si en este momento se mueren se condenarán, porque tienen el alma muerta por graves pecados.
Enseguida el guía me llevó a un subterráneo tenebroso donde vi muchos de nuestros alumnos actuales y muchísimos que vendrán después. Todos estaban cubiertos de gusanos y de asquerosos insectos que les roían y les devoraban el corazón, las manos, los ojos, la boca y los pies. Daba verdadero horror el ver la manera tan cruel como eran atormentados por esos gusanos e insectos. Allí estaban escritas estas palabras de la Sagrada Escritura: “En el día del Juicio, el Señor Omnipotente les dará como castigo entregar su cuerpo a los gusanos; y llorarán de dolor eternamente” (Judith 16,17).
Y el guía me explico: – Los gusanos significan los remordimientos que sentirán al recordar que tuvieron mil remedios y ocasiones para convertirse y empezar a ser mejores y no los quisieron apreciar. Esos insectos significaban la tristeza que sentirán por todos los pecados no perdonados. Son los recuerdos amargos de tantas promesas que le hicieron a Dios y a la Virgen de que iban a cambiar y a mejorar de conducta, y no cumplieron lo prometido. Serán las angustias que sentirán al pensar que habrían podido salvar si se hubieran hecho pequeños sacrificios para no pecar, pero no los quisieron hacer y se perdieron. Esos gusanos son los recuerdos de tantos propósitos de enmienda que fueron hechos pero no fueron cumplidos. El castigo eterno está lleno de gente que sí hizo propósitos de mejorar su conducta pero no los cumplió.
El guía me llevó luego a otra caverna mucho más profunda. Y allí me mostró los sitios destinados para muchos de nuestros jóvenes si no se enmiendan a tiempo. En uno de aquellos hornos vi escrito: “Pecados contra el Sexto Mandamiento: pecados de impureza”. Allí vi a muchos que aparecen externamente como muy buenas personas, pero que tienen el alma manchada con pecados de impureza. Los recuerdo muy bien.
El guía añadió: – Estos son los que no han confesado sus pecados de impureza o han callado algunos o no se arrepienten ni piden perdón de sus pecaos impuros. Es necesario predicar siempre y en todas partes contra los pecados de la impureza. No hay que cansarse de avisarles para que se aparten de las ocasiones y peligros de pecar. Algunos hacen promesas pero no con sinceridad ni con verdadero deseo y propósito de dejar de pecar. Para hacer un propósito verdadero de enmienda se necesita una gracia o ayuda especial de Dios. Y ésta se consigue si se pide mucho. (Todo el que pide recibe. Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá, dijo Jesús). Hay que recordar a la gente que Dios es tan bueno que manifiesta especialmente su misericordia y su poder en perdonar y en compadecerse de los que se arrepienten y le piden perdón y quieren empezar a ser mejores. Recuerda que se necesita mucha oración y mucho sacrificio también de parte de quien dirige las almas. Hay que decirles a los jóvenes que le pregunten a su propia conciencia y que ella les aconsejará lo que tienen que hacer.
- ¿Y qué otro consejo me recomienda? – le pregunté.
- Que se aparten, que se alejen de su mala vida, de su mala conducta. Que cambien de conducta y de comportamiento.
Luego me hizo ver otro horno. Allí había otro letrero: “AVARICIA”. Y estaban escritas aquellas frases de San Pablo: “Los que se dejan dominar por el deseo de conseguir riquezas caen en muchas tentaciones y en trampas del diablo. La raíz de todos los males es el afán de contener dinero, y algunos por dejarse llevar por el deseo de tener riquezas se extraviaron de la fe y se consiguieron muchos sufrimientos” (1 Tim. 6,9).
Y el guía me explico: – Estos son los que apegan demasiado a los bienes terrenos. Los que viven deseando inmoderadamente ser ricos, los que roban, los que hacen trampa al comprar o vender, los que no devuelven lo robado, los que no devuelven lo que les han prestado. Hay que avisarles a tiempo para que no tengan después castigos y perdición.
Pasamos a otro horno y allí estaba escrito: “RAÍZ DE MUCHOS MALES: LA DESOBEDIENCIA”.
Y el guía me dijo: – Recuerden que fue la desobediencia lo que hizo que Adán y Eva fueran echados del paraíso. Los desobedientes tendrán un fin lastimoso. Hay muchos que no cumplen sus deberes, que no están donde deberían estar ni hacen lo que deberían hacer, y pierden tiempo y no obedecen lo que los reglamentos de su oficio les mandan.
Y añadió:- Pobres de aquellos que descuiden o abandones la oración. Los que no rezan corren el peligro de que Dios los abandone.
(El profeta Zacarías dijo poco antes de morir: “Dios se aleja de los que se alejan de Él y abandona a los que lo abandonan a Él”. (2 Cron. 24,20). Advertirles a todos que tengan cuidado para no leer libros poco piadosos, y que hay que tener horror a leer libros malos.
Yo le pregunté emocionado: ¿Y qué otros consejos me recomienda para mis discípulos? Él me miró fijamente y añadió: – Insístales en que sean muy obedientes a sus superiores, a sus reglamentos, a la Santa Iglesia y a sus padres. Recuérdeles que el ser fiel en las cosas pequeñas los salvará de muchos males. Adviértales que tienen que evitar el ocio; no perder el tiempo, no estarse sin hacer nada. Que eso fue el origen del pecado de David. Anímelos a estar siempre ocupados, pues así el enemigo del alma tendrá menos oportunidades de atacarlos.
Yo le agradecí al guía todo lo que me había enseñado y él me dijo: – Ahora que ha visto los sufrimientos que esperan a los que siguen en sus pecados, es necesario que experimente un poco en carne propia una muestra de estos sufrimientos. Hemos salido de la última puerta. Ahora toque simplemente este muro.
- ¡No, no! – grité horrorizado. Pero él insistió: – Toque simplemente este muro para que pueda decir que estuvo visitando las murallas de los suplicios eternos y que pudo comprobar un poco cómo será la última pared, si la más lejana es tan terrible.
Y continuó diciendo: - Este es el muro número mil. Hay mil muros más, antes de llegar al último, a donde empieza el verdadero infierno.
Entre un muro y otro hay mil kilómetros. O sea que entre este muro y el último hay un millón de kilómetros. Estamos a un millón de kilómetros del fuego del infierno. Toque pues este muro que está tan lejano del fuego principal.
Y al decir esto, como yo me echaba hacia atrás para no tocar el muro, me agarró la mano, me la abrió con fuerza y me hizo golpear con ella la piedra de aquel muro número mil. En aquel instante sentí una quemadura tan intensa y dolorosa, que saltando hacia atrás y dando un grito… me desperté.
Me encontré sentado en la cama y en la mano sentía un gran dolor y ardor. La restregaba contra la otra para librarme de aquella molesta sensación. Al amanecer pude comprobar que mi mano estaba hinchada, y la impresión de aquel fuego resultó tan fuerte que poco después se me cayó la piel de toda la planta de la mano derecha.
No les he narrado las escenas del infierno con toda la horrible y dolorosa crudeza con que las presencié, porque esto los asustaría. Recordemos que Jesús cuando hablaba del infierno siempre empleaba signos o símbolos para comparar los sufrimientos que esperan a los que no se quieren convertir.
Durante varias noches estuve muy preocupado por este sueño del infierno. Pensaba no narrarlo a mis jóvenes pero cuando se me apareció aquel monstruo en forma de sapo que quería devorarme, escuché una voz que me decía: “¿Por qué no habla? ¿Por qué no cuenta lo que vio en sueños?”. Por eso lo he narrado, pues puede ser de algún provecho.
Más vale bajar al infierno en vida con el pensamiento, para huir así del pecado, que tener que ir a él con el alma en la eternidad por no haber evitado lo que ofende a Dios.
30 71. La vocación de una muchacha 1868 (MB. 9,309). |
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Una vocación positiva. En 1868 llegaron a visitar a Don Bosco dos jóvenes muchachas.
Al verlas entrar a su habitación, sin dejarlas hablar dijo a una de ellas sonriendo: – Puede entrar de religiosa a una comunidad. Y esté tranquila que ésa es la voluntad de Dios.
Las dos salieron de allí muy emocionadas, y el secretario le preguntó por qué les había dado esa respuesta y por qué ellas se habían emocionado tanto. El Santo le respondió: – Anoche soñé que venían estás dos personas a pedirme consejo y que a una de ellas debía aconsejarle que se hiciera religiosa. Y se fueron muy emocionadas porque la otra hermana se oponía a que se hiciera religiosa, pero ahora ha probado que se vaya al convento.
31 72. La novena de la Natividad de la Virgen 1868 (MB. 9,314). |
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El 2 de septiembre de 1868 hablo así a sus alumnos: Soñé que entraba por la portería del colegio y que me encontraba con Nuestra Señora y que Ella me entregaba un cuaderno y me decía: – Ahí está escrito el modo cómo los jóvenes hacen esta novena.
Abrí el cuaderno y vi escrito con letras de oro el nombre varios jóvenes. Pasé a otra página y vi el nombre de muchos más, pero escrito con tinta. Pasé al resto de las hojas y no había escrito allí el nombre de ninguno más.
Los que tenían su nombre escrito con letras de oro son los que hacen la novena con todo fervor y comportándose muy bien.
Los que tenían su nombre escrito con tinta son los que la hacen con menos fervor. Y aquellos cuyos nombres no aparecía escrito por ninguna parte, son los que hacen mal esta novena, sin fervor, sin mejorar su modo de comportarse.
Yo me preguntó: ¿Si vinieran ahora Domingo Savio o Miguel Magone, qué dirían? Quizás exclamarían: ¡Se han enfriado los jóvenes en fervor! Así que para contentar a la Santísima Virgen tratemos de confesar, comulgar y rezar con todo fervor. Y el propósito para mañana será: – Cumplir cada uno de sus propios deberes con esmero y diligencia.
32 73. Los dos sepulteros 1868 (MB. 9,368). |
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La noche del 30 de octubre de 1868, dijo: Soñé que estaban los jóvenes jugando en el patio, cuando de pronto aparecieron en la entrada dos sepulteros llevando un ataúd. Colocaron al ataúd a la mitad del patio y le levantaron la tapa. En aquel momento apareció la luna y dio una vuelta alrededor de la torre de la Iglesia. Luego dio otra vuelta a la torre y enseguida otra media vuelta y se detuvo.
Los sepulteros recorrieron el patio mirando al rostro de cada alumno y al fin vieron en la frente de uno de ellos esta palabra: “Morirás”, y le dijeron: – A usted le ha llegado el turno. Acuéstese en el ataúd.
El muchacho empezó a gritar: – Soy muy joven, no estoy preparado y aun no he hecho las obras buenas que debería haber hecho.
Pero uno de los sepulteros le respondió:- A mí no me corresponde averiguar eso. Lo cierto es que así como la luna dio dos vueltas y media, así cuando hayan pasado dos meses y medio, vendrá la muerte a llevarlo (la luna gasta casi un mes en dar una vuelta a la tierra).
Poco después la luna desapareció y los sepulteros echaron a la fuerza al joven al ataúd y se lo llevaron.
Que cada uno se pregunté a sí mismo: ¿Y si el próximo candidato a morir soy yo? ¿Estoy preparado? ¿Si después de dos meses y medio alguno de nosotros tiene que morir, estará bien preparado para morir bien? Recordemos que la muerte llega como un ladrón, sin avisar, y cuando menos esperamos que llegue.
33 74. El porvenir de un joven 1868 (MB. 9,309). |
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Una vocación negativa. También en el año 1868 narró Don Bosco: Vi en sueños a uno de nuestros alumnos agonizando, tendido por el suelo y a su alrededor varias armas de combate y varios cadáveres. Le pregunté por qué estaba así y me respondió: – Es que me volví asesino y me han condenado a muerte.
Y el Santo añadió: – Yo conozco a ese muchacho y deseo poder infundirle sentimientos de bondad y de piedad. Pero tiene tan mal carácter que me temo que no se va a corregir.
Este joven se fue después al cuartel y mientras prestaba servicio militar mató a su oficial. Fue condenado a muerte, pero antes de ser fusilado se confesó, comulgó y demostró mucho arrepentimiento y piedad.
34 75. Recorriendo los dormitorios 1869 (MB. 9,524). |
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El 8 de enero de 1869 hablo así nuestro Santo: Soñé que llegaban dos personajes. El uno traía en la mano un farol y el otro unas hojas escritas. Me invitaron a subir a los dormitorios y se detenían a los pies de cada cama. El del farol iluminaba el rostro del que allí dormía y el de las hojas colocaba en la sobrecama una hoja donde estaba escrito el número de años que a cada durmiente le quedaban de vida.
La narración de este sueño causó enorme impresión y fueron muchos los que se acercaron a pedirle datos acerca de los años de vida que les quedaban. Uno de ellos fue el fundador de los salesianos en Colombia, el Padre Rabagliatti.
Muchas otras veces Don Bosco fue en sueños a los dormitorios. A veces veía una espada colgada sobre la cabeza de algún alumno, señal de próxima muerte. En la cama de muchos alumnos veía un cartel donde estaban escritos sus pecados, o una palabra que indicaba su falta principal. Por eso muchas veces en la confesión, él les decía: – ¿Quieres decir tú los pecados, o te los digo yo? Y los jóvenes se quedaban maravillados al constatar que les decía con impresionante exactitud las faltas que habían cometido.
35 76. Los tres lazos y la confesión 1869 (MB. 9,534). |
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El 4 de abril de 1869 reunió a todos los alumnos en el salón de estudio y les contó el siguiente sueño: Soñé que estaba en el Templo, el cual se hallaba totalmente lleno de jóvenes: los alumnos actuales y muchos más que vendrán en el futuro. Parecía que se preparaban para confesarse. Mi confesionario tenía una inmensa multitud de jóvenes esperándome para confesarse.
Empecé a confesar, pero luego al ver que eran tantos los que pedían confesión me levanté del confesionario para buscar a otros sacerdotes que me ayudaran a confesar: Pero al pasar por en medio de los jóvenes vi que varios de ellos tenían un lazo amarrado alrededor del cuello. Me acerqué a uno de ellos y le dije: – ¿Por qué no se quita ese lazo o cuerda del cuello? Él me respondió: – No puedo quitármelo, porque hay detrás de mí uno que sujeta fuertemente el lazo.
Volví a mirar y vi que en medio de los jóvenes sobresalían muchos cuernos. Observé más detenidamente y encontré allí un horrible animal, en forma de un gato enorme, con hocico monstruoso, largos cuernos, y que se encogía como para que no lo vieran.
Y noté con horror que cada uno de los jóvenes tenía junto a él un animal tan horrible como el anterior. Y cada animal llevaba entre sus garras tres lazos. Me acerqué a uno de ellos y le pregunté: – Dígame, ¿qué hace aquí? Él me respondió: – Con estos tres lazos obtengo que los jóvenes no se confiesen o se confiesen mal, y con ellos me llevo a la condenación a la décima parte de la gente.
- ¿Y qué significan esos tres lazos? – le pregunté.
- No le digo porque usted les cuenta eso a los jóvenes – me respondió el monstruo.
Yo tomé en mis manos la vasija del agua bendita y le dije: – O me dice qué son esos tres lazos o le echo agua bendita. En nombre de Jesucristo dígame que significan.
El monstruo se retorció y dijo: – El primer lazo significa que se callen los pecados. Que no confiesen al confesor los pecados que han cometido.
- ¿Y el segundo lazo? – El segundo lazo significa que se confiesen sin arrepentimiento, sin sentir verdadero dolor y pesar de haber ofendido a Dios.
- ¿Y el tercer lazo qué significa?- El tercer lazo no se lo quiero decir. Ya le he dicho demasiado.
- Me dice qué significa el tercer lazo o le echo agua bendita.
El monstruo empezó a despedir llamas por los ojos y gotas de sangre y gritó: – El tercer lazo significa que no hagan propósitos de portarse mejor, y que no hagan caso a los consejos del confesor.
Todos los demás gatazos empezaron a protestar brutalmente contra éste que me había contado el secreto de los tres lazos, y yo viendo que se iba a formar un tumulto, les eché agua bendita y desaparecieron haciendo un grandísimo estrépito, y al sentir aquel ruido tan grande… me desperté.
Me quedé aterrado al ver que muchos jóvenes que yo creía muy buenos, tenían al cuello los tres lazos.
Conviene recordar qué significa cada lazo: el primero, callar por vergüenza los pecados al confesarse. O no decirlos, o decirlos pero en menor número de lo que han sido. El segundo lazo: confesarse sin arrepentirse, sin sentir contrición o pesar de haber ofendido a Dios con los pecados cometidos. Y el tercero confesarse sin serio propósito de convertirse, de cambiar de vida y de volverse mejor. Los que desean quitarse estos tres lazos de encima tienen que confesar sus pecados sin callarlos, y arrepentirse de veras antes de confesarse, y esforzarse por hacer un buen propósito en cada confesión y tratar de cumplirlo lo mejor posible.
El monstruo antes de desaparecer me dijo: – Observe el fruto que los jóvenes sacan de sus confesiones. El fruto principal de una confesión debe ser el enmendarse de sus faltas. Si quiere saber si ya los tengo atados con los lazos o no, pues observe a ver si se enmiendan o no se enmiendan, si mejoran de conducta y comportamiento o siguen lo mismo que antes.
Algo que me llenó de tristeza fue el ver que los que llevan los tres lazos al cuello, o al menos uno, son muchísimos más de los que yo había imaginado. Cada uno piense seriamente si no tendrá alguno de esos lazos al cuello, y trate de quitarlo.
36 77. El futuro de París, la Iglesia y Roma 1870 (MB. 9,695). |
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“Dios lo ve todo. Para Él todas las cosas son presentes. Sólo Él puede manifestar a los hombres las cosas que van a suceder en el futuro”. El 5 de enero de 1870, desaparecieron los objetos materiales de mi habitación y me encontré ante la consideración de cosas sobrenaturales. Y oí una voz que decía: Las leyes de Francia no reconocen ya al Creador, y el Creador la visitará tres veces con sus castigos. La primera vez humillará su orgullo con derrotas en las guerras, saqueos y enfermedades en las cosechas, en animales y en gentes.
La segunda vez visitará el Creador a Francia para castigarla y será privada de su jefe y será entregada al desorden.
París, París en vez de reconocer el poder y la bondad de Nuestro Señor te has llenado de casas de inmoralidad. Tus enemigos te llenarán de angustias y de espanto. Ay de ti si no te corriges antes estos castigos. El Señor dice: “Voy a castigar y corregir tu inmoralidad y el haber abandonado y despreciado la ley de Dios”.
La tercera vez que venga el Creador a visitar con castigos a Francia, esa nación caerá bajo el dominio de extranjeros. Sus palacios serán incendiados, muchísimas de sus casas serán destruidas, y se derramará mucha sangre.
Pero aparecerá un guerrero venido del Norte que llevará en su mano una bandera con esta inscripción: “Irresistible es la mano del Señor”. Y el venerable anciano que gobierna desde Roma le saldrá al encuentro llevando una antorcha que despide una luz vivísima. Y el estandarte negro del guerrero se vuelve blanco y en el centro del estandarte aparece escrito el nombre del que todo lo puede.
El guerrero y los suyos hicieron una profunda inclinación ante el anciano y le estrecharon la mano.
Luego se oyó una voz que decía: Mensaje del Cielo al Pastor de Pastores: te encuentras en una gran conferencia con tus asesores. Pero el enemigo del bien no descansa y planea y practica toda clase de trampas contra ti. Tratará de poner divisiones entre los que te ayudan y hará que los poderes del mal en el mundo digan muchas cosas contra la Iglesia. Tú, no te desanimes. Si el nudo no se puede desatar, corta por lo sano. Aunque te sientas angustiado no te desanimes, sino más bien, sigue hacia adelante.
Los días corren velozmente y tus años se acercan al número establecido. La Reina del Cielo será siempre tu auxilio y seguirá demostrándose como dice el Apocalipsis: “Terrible ante los enemigos como un ejercito formado en orden de batalla”.
Y a ti Italia, tierra de bendiciones, te llega la desolación porque tus hijos piden el pan de la fe y no hay quien se lo reparta. La carestía, la peste, la guerra, harán llorar amargamente.
Y a ti Roma, que te volviste orgullosa. Roma ingrata. Roma afeminada que buscas más en el Sumo Pontífice que se presente con lujo, olvidando que la gloria de cristianismo está en el Calvario. Roma, vendrá el castigo de Dios cuatro veces a ti.
La primera vez llenando de daños a tus tierras y a sus habitantes.
La segunda llegando los estragos hasta las murallas de la ciudad.
La tercera vez por no haber habido conversión, los defensores del Sumo Pontífice serán derrotados y empezará un reino de terror.
La cuarta vez, por no haberse corregido, vendrá el castigo de que muchos doctos e ignorantes perderán la fe, y llegarán la guerra, el hambre y las enfermedades contagiosas.
¿Cómo guardarán oh ricos, sus palacios tan lujosos? ¿Serán basura y escombros? Sacerdote: ¿Por qué no cumplen lo que manda el profeta Joel: “Que los sacerdotes hagan penitencia y recen y pidan perdón en el Templo, pidiendo a Dios que suspenda sus castigos? ¿Por qué los sacerdotes no predican más y no propagan más la fe? Es necesario que hablen de la fe en las casas, en las calles y aun en sitios donde antes no se predicaba. ¿Por qué no esparcir más la Palabra de Dios? ¿Se les ha olvidado a los sacerdotes que la Palabra de Dios es como una espada de dos filos que va alejando a los enemigos del alma, que va atrayendo misericordia de Dios, y que llega hasta el corazón y lleva hasta allá los mensajes divinos? Recordemos que la Augusta Reina del Cielo está presente para ayudarnos y que Dios le ha puesto su Poder en sus manos para que nos auxilie y defienda.
Y antes de que llegue un mes de mayo con dos lunas, el iris de la paz aparecerá en la tierra.
Nota: Don Bosco hizo sacar copias de este sueño y envió varias de ellas a Roma, al Sumo Pontífice y otros personajes, con un sacerdote de toda su confianza, el Padre Barberis.
La famosa revista Civiltá Católica escribía después: “Desde Roma un buen tiempo tuvimos en nuestras manos una profecía comunicada a un personaje que vive al norte de Italia. Allí se avisaba el castigo de París antes de que fuera bombardeada por los alemanes e incendiada por los comunistas. Allí se anunciaba la caída de Roma cuando muchos se imaginaban que eso nunca iba a suceder”.
Los castigos de París se cumplieron muy exactamente después. Los de Roma también. El sueño fue tenido la noche anterior a la reunión del Concilio Vaticano I, en el cual se discutía si había que aprobar la infalibilidad del Sumo Pontífice. El Papa Pío IX recibió este mensaje el 12 de febrero, y cumpliendo el consejo dado aquí, se propuso “cortar por lo sano” y definió sin más el Dogma de la infalibilidad del Pontífice, con gran rabia y disgusto de los enemigos de la Iglesia y gran alegría y entusiasmo de los buenos católicos. La caída de Roma sucedió ese año, 1870.
Varios de estos castigos a Francia, a París y a Roma se repitieron en la guerra mundial.
El guerrero que llega del norte es un misterio que no se ha podido descubrir bien todavía qué será.
En 1988, año en el cual el mes de mayo tuvo dos lunas llenas, el 1o. y el 31, cuando se supo que Gorbachov jefe del gobierno del norte, jefe de Rusia, iba a encontrarse con el venerable anciano el Papa Juan Pablo II en Roma, muchas personas creyeron ver en esto un cumplimiento de la profecía de este sueño, pues el estandarte negro de guerra a muerte que Rusia tenía contra la Iglesia Católica se convirtió en bandera blanca, señal de paz, y un iris de paz apareció sobre la tierra al hacer amistad Rusia y los países comunistas, con los países de occidente. Dios sea bendito.
37 78. Desde Roma ve a sus jóvenes de Turín 1870 (MB. 9,717). |
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En los primeros días de febrero de 1870 Don Bosco escribió desde Roma esta carta a sus alumnos de Turín, ciudad que queda a muchos kilómetros de Roma. Dice así: Desde Roma he logrado ver en sueños a mis queridos alumnos de Turín. He contemplado en la visión al Padre Cagliero rodeado de una gran cantidad de jóvenes que se confesaban. Vi también a muchos rezar con fervor y comulgar santamente.
Vi también a bastantes que piensan en Don Bosco y aun buen número que visita a Jesús Sacramentado en el Templo. Y todo esto me llenó de alegría.
Pero vi también algo que me llenó de amargura y que causaría verdadero horror a quien lo leyera si lo pudiera confiar al papel. Diré solamente que al lado de muchos jóvenes buenos vi unos que parecían cerdos y que llevaban escrita esta frase de San Pablo: “Son como asnos o mulos que si no se les pone freno no obedecen”.
Vi también con gran alegría que muchos llevaban en su lengua una azucena (de pureza) o una rosa (de caridad). Y eran muchísimos. Pero en medio de estás visiones tan consoladoras vi a varios jóvenes que llevaban en la boca una monstruosa serpiente que despedía un veneno mortal y saliva inmunda. Le envío por aparte al Padre Rúa el nombre de algunos de ellos. Estos llevaban en la frente las palabras del apóstol: “Las malas amistades corrompen las buenas costumbres”.
Mis amados jóvenes: recordemos que a la hora de la muerte, solo recogeremos lo que hayamos cultivado en esta vida, lo bueno o lo malo.
Nota: Le envió al Padre Rúa por aparte, la lista de aquellos cuya lengua según dice el Libro Santo: “Es como áspid o serpiente venenosa escondida entre la hierba”.
Espero viajar desde aquí el 21 de febrero y estar llegando a Turín el 25. Más que recibimientos solemnes la fiesta que quiero que ofrezcan es el encontrarlos a todos gozando de buena salud y observando muy buena conducta. El domingo siguiente celebraremos la gran fiesta de San Francisco de Sales. Que cada uno celebre esta fiesta de la manera más grata que yo pueda desear: haciendo una Santa comunión. En comparación con este modo de celebrar una fiesta, los demás modos valen menos y son de menor importancia. Dios los bendiga a todos y les conceda perseverar siempre en el bien.
38 79. La muerte de un salesiano 1870 (MB. 9,747). |
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El 31 de marzo de 1870 Don Bosco vio en sueños al salesiano P. Antonio Croserio revestido de lujosísimos ornamentos impartiendo la bendición. Se puso a pensar cómo era posible que estuviera revestido para celebrar y enviando bendiciones, si estaba en cama enfermo. Y entonces entendió que ésta era una señal de que se iba ya para el paraíso.
Al día siguiente el Padre Croserio murió santamente.
39 80. Visita al colegio de Lanzo 1871 (MB. 10,50). |
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Carta de Don Bosco a los alumnos del Colegio Salesiano de Lanzo, Italia, fechada el 11 de febrero de 1872.
Amadísimos discípulos: Fui a visitarlos sin que los jóvenes ni los superiores se dieran cuenta. Fui en sueños. Al llegar a la entrada del colegio vi un monstruo, verdaderamente horrible. Tenía unos ojos muy grandes y que echaban llamas. Nariz gruesa y chata. Boca ancha, orejas como las de un perro, y salían de su cabeza dos cuernos como los de un venado. Reía y bromeaba con algunos compañeros suyos y saltaban alegremente. Yo le pregunté:- ¿Qué hace aquí, monstruo infernal? ¿Por qué no entra al colegio, es que ha dispuesto dejar en paz a los alumnos del colegio? Él me respondió: – Yo me divierto aquí alegremente porque en el colegio hay algunos que me reemplazan en hacer el mal a los demás. Tengo un grupo de alumnos que me ayudan a las mil maravillas.
Y acompañándome hasta la Iglesia donde estaban los sacerdotes confesando, me dijo: – Aquí hay unos que me hacen mucho mal: son los que se confiesan bien y cambian de conducta. Pero hay otros que son colaboradores míos: son los que se confiesan mal, los que se confiesan siempre de lo mismo y no mejoran en nada su comportamiento.
Luego señaló como amigos suyos a algunos que durante la misa se dedican a tener malos pensamientos y que no les gusta nada ir a la Iglesia, e indicando hacia un alumno me dijo: – Este ya estuvo en peligro de muerte. Entonces hizo mil propósitos de portarse bien. Pero apenas recuperó la salud siguió portándose peor que antes.
Luego me acompañó por distintos sitios del colegio y me hizo ver cosas que yo no imaginaba que allí sucedían. Esas no las cuento aquí. Les diré personalmente a los interesados cuando vaya hasta allá.
Yo le pregunté entonces al monstruo: – ¿Qué es lo que más le ayuda en los jóvenes al enemigo del las almas? – Las conversaciones, las conversaciones, las malas conversaciones – dijo emocionado – y añadió: Cada palabra mala o de doble sentido produce frutos importantes contra las almas.
- ¿Y quiénes son los mayores enemigos del enemigo de las almas? – Los que comulgan frecuentemente.
- ¿Y qué es lo que más le disgusta? – Lo que más me disgusta es la devoción a María y…
Y se calló y no quería seguir. Yo le insistí: – ¿Cuál es la otra cosa que tanto le disgusta? Entonces se estremeció. Parecía un perro, un gato, un oso, un lobo. Le aparecieron tres cuernos, cinco, diez… tres cabezas, cinco, siete cabezas… Trataba de huir pero yo me esforzaba por no dejarlo alejarse sin que me dijera su secreto. Entonces le dije: – En el nombre de Dios Creador le mando que me diga cuál es la otra cosa que tanto le disgusta.
En ese momento él y los demás monstruos que lo acompañaban se retorcieron y tomaron formas que yo jamás quisiera volver a ver. Empezaron a hacer un gran estruendo dando temibles alaridos y terminaron con estas palabras: – Lo que más nos disgusta, lo que más derrotas nos proporciona, lo que más tememos es que cumplan bien los propósitos que hacen en la confesión.
Y al decir esto hicieron un ruido tan espantoso con sus alaridos que yo me desperté.
Personalmente les diré después allí mismo en el colegio algunas explicaciones de lo que vi y oí en este sueño.
Afmo. en Jc. P. Juan Bosco
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40 índice |
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41. El caballo rojo 1862 (MB. 7,192).3
42. La serpiente y el Avemaría 1862 (MB. 7,208).4
43. Los colaboradores de Don Bosco 1862 (MB. 7,289)5
44. Asistencia a un niño moribundo 1862 (MB. 7,298).7
45. El Elefante blanco 1863 (MB. 7,307).7
46. Las tarjetas de la Virgen 1863 (MB. 7,404).9
47. Una muerte profetizada 1863 (MB. 7,469)11
48. El foso y la serpiente 1863 (MB. 7,470).11
49. Los cuervos y los jóvenes 1864 (MB. 7,551)12
50. Las diez colinas 1864 (MB. 7,677).13
51. La perdiz y la codorniz 1865 (MB. 8,23).15
52. El sueño del águila 1865 (MB. 8,58).17
53. Las flores y el gatazo 1865 (MB. 8,42).19
54. Los monstruos y los jóvenes 1865 (MB. 8,54).20
55. El proyector mágico 1865 (MB. 8,110).20
56. Las ofrendas de la Virgen y su significado 1865 (MB. 8,120).21
57. El sueño de la inundación 1866 (MB. 8,240).23
58. Una visita a los dormitorios 1866 (MB. 8,273).29
59. El sueño de los cabritos 1866 (MB. 8,274).30
60. Las espadas y los números 1866 (MB. 8,402).30
61. Las reglas y los reglamentos 1867 (MB. 8,484).31
62. El sueño y los rebaños 1867 (MB. 8,714).31
63. El Purgatorio 1867 (MB. 8,726).33
64. El sueño del jardín 1867 (MB. 9,24).35
65. Saltando sobre la torrente 1868 (MB. 9,132).38
66. Las fieras y los jóvenes 1868 (MB. 9,133).39
67. La aparición del monstruo 1868 (MB. 9,159).40
68. La muerte, el juicio, el paraíso 1868 (MB. 9,16).41
69. El sueño de la vid 1868 (MB. 9,160).41
70. Sueño del infierno 1868 (MB. 9,169).44
71. La vocación de una muchacha 1868 (MB. 9,309).51
72. La novena de la Natividad de la Virgen 1868 (MB. 9,314).52
73. Los dos sepulteros 1868 (MB. 9,368).52
74. El porvenir de un joven 1868 (MB. 9,309).53
75. Recorriendo los dormitorios 1869 (MB. 9,524).53
76. Los tres lazos y la confesión 1869 (MB. 9,534).53
77. El futuro de París, la Iglesia y Roma 1870 (MB. 9,695).55
78. Desde Roma ve a sus jóvenes de Turín 1870 (MB. 9,717).57