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Vida religiosa en tiempos de bits
Reflexiones sobre nuestras prácticas informáticas y su mensaje evangélico
Hno. Agustín Fontaine Castelló
¿Vale la pena hablar de software y prácticas informáticas en contextos de vida religiosa?
Aún más: ¿vale la pena que un religioso hable sobre el tema? ¿No sería más evangélico que el
que escribe se dedique a contar que Jesús hizo y dijo tal o cual cosa...y que los religiosos que
ahora leen este texto hagan lo mismo? ¿No estamos perdiendo el tiempo? ¿Por qué un religioso
tendría que leer sobre prácticas informáticas? Por último: ¿no da lo mismo utilizar cualquier
hardware y software mientras que se pueda testimoniar el Evangelio?
Dirán que Jesús no utilizó software. Eso es evidente. Pero... ¿utilizaría en nuestros
tiempos? Aquí la encrucijada. Si me dicen que no, respondo: ¿qué hacen ustedes, testigos de
Jesús e imitadores suyos, utilizándolo? Pues bien, abandonen y abandonemos todos nuestras
computadoras. Si me dicen que sí, la respuesta hace emerger otras preguntas: ¿qué habría
usado? ¿cuando lo habría usado? ¿bajo qué condiciones? A mi modo de ver ni la primera
pregunta ni la segunda pueden ser taxativas, sin atender a los contextos. En algunos lugares
donde estamos los cristianos no parece haber urgente necesidad de tecnologías informáticas.
Pues bien, allí Jesús tal vez no las habría usado. Pero hay otros lugares donde la vida sin
informática queda trunca. Son contextos de ciudad tal vez, donde no se puede siquiera cobrar el
sueldo sin un mínimo de contacto con estas tecnologías e incluso donde sistemas informáticos
son el nuevo ágora para el anuncio del Evangelio. Yo no dudo en afirmar que allí Jesús si habría
tomado parte en ello. Al que sí duda le pregunto ¿hasta qué punto era verdad eso de la
encarnación? ¿no habría algo así como una apropiación en el uso de lo digital por parte de un
Jesús contemporáneo?
Lo cierto es que la mayoría de los lectores, y gran parte de los religiosos consagrados del
planeta, viven en estos contextos y habitualmente utilizan las mencionadas tecnologías. Quisiera
empezar hipotetizando que los religiosos hemos entrado en este mundo informático sin pensarlo,
sin preguntarnos sobre las consecuencias y el mensaje que desde allí dábamos. Pues bien, si
quieren, cierren este cuaderno de apuntes y dedíquense a otra cosa. Con los que no lo cierran,
propongo que caminemos juntos en pensar nuestras prácticas.
En difusos recuerdos de lecturas de la infancia reconstruyo este cuento: Un hombre salía a
la plaza a gritar que había que cambiar el mundo. Los primeros días muchos lo escuchaban con
agrado. Pasados algunos días le escuchaban algunos menos y, finalmente, nadie lo escuchaba.
Sin embargo, tercamente él seguía en la plaza, gritando que había que cambiar el mundo. De
repente un hombre se acercó y le preguntó:
­¿Por qué sigues gritando si ya nadie te escucha? Nadie hace caso a tu idea de cambiar el
mundo.
El hombre le dijo:
­Sigo gritando porque sino el mundo me habría cambiado a mi.
Tomen este texto como un grito... y el que tenga oídos que oiga. ¿Qué es lo que no quiero
que el mundo cambie de mis prácticas informáticas? Parece más fácil continuar los caminos ya
iniciados y unirnos a adopciones de gran parte de la sociedad. Si esto genera exclusión ¿será lo
mejor seguir sosteniéndolo? ¿Hasta cuando puede tolerarse a un rey injusto o, más que injusto,
poco generoso? Pienso que en un gobierno no toleraríamos con tanto entusiasmo a un jefe poco
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generoso ¿por qué lo toleramos en muchos de los que gobiernan nuestras prácticas informáticas?
¿Es que da lo mismo? ­me sigo preguntando.
Un paso más en el planteo político: mientras muchos niegan al marxismo y se aterran por
el capitalismo, pocos proponen. Algunos hablan de las barbaridades de este último sistema pero
están atados, y bien ataditos al mismo. ¿Por qué? ¿Por mala voluntad? No lo creo. Creo en su
buena voluntad. Sin embargo lo están porque no llegan a plantearse del todo qué prácticas de las
que realizan son parte de ese sistema. Yo tampoco quiero dar respuesta sobre todas esas
prácticas, aún seguro de estar sin quererlo metido en alguna de ellas. Quiero, sin embargo,
ofrecer algunos elementos de análisis sobre las prácticas informáticas... ¡y que alguno nos convide
su reflexión sobre otras campos donde el capitalismo de libre mercado reina!
Por mi parte, y uniéndome al proyecto investigativo de Naomi Klein, estoy convencido de
que la alternativa al capitalismo no es el comunismo sino una democracia más participativa. Si
eres parte de los que creen eso ¿son tus prácticas informáticas coherentes con tu creencia? ¿La
idea base de los sistemas informáticos que utilizas tiene algo que ver con la noción de libre
participación democrática? Si la conjunción libre más democracia más participación no es de tu
agrado, esta es una buena segunda oportunidad para abandonar el texto que estás leyendo. Si no
abandonas y te metes por estos caminos, tendrás que repensar la idea de autoridad
probablemente presente en tu imaginario y en el imaginario de muchas personas de Iglesia.
Planteado ya un puñado de preguntas y otro de esbozos de convicciones te propongo
entres junto conmigo en la temática.
Una ventana que no se puede abrir
¿Has instalado alguna vez un software del estilo de Microsoft Windows? ¿Recuerdas algo
así como un largo acuerdo de licencia que solicitaba “aceptar” para poder avanzar? Si de eso te
acuerdas ¡sos de los muchos que alguna vez hemos prometido no compartir lo que tenemos! Mal
que nos pese, a mi parecer, prometer no compartir suena bastante terrible. Yo cuando era más
chico he realizado eso. Hoy, mientras recuerdo esa práctica viene a mi memoria este cuento de
Eduardo Galeano1:
“Joaquín de Souza está aprendiendo a leer, y practica con los carteles que ve. Y cree que
la P es la letra más importante del alfabeto, porque todo empieza con ella:
Prohibido pasar
Prohibido entrar con perros
Prohibido arrojar basura
Prohibido fumar
Prohibido escupir
Prohibido estacionar
Prohibido fijar carteles
Prohibido encender fuego
Prohibido hacer ruido
1 Eduardo Galeano, Bocas del Tiempo, cursos prácticos, Catálogos, 2005.
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Prohibido...”
Prohibido compartir tu software, prohibido modificarlo, prohibido... Así nos dice Microsoft
Windows como plataforma y otros sistemas de código cerrado. Ellos prohiben pero aseguran
ofrecer cientos de ventajas tal vez no despreciables debido a que tienen gente muy capaz
trabajando en desarrollo. ¡Pero ideológicamente no se han actualizado! Consideran que el saber
está en un grupo de desarrolladores que se comportan como una fuente a quienes todos
obedecen y alaban. Nada más parecido a los centros de saber griegos o a los monasterios
medievales. Allí el conocimiento. ¿Y el resto del mundo qué? Con suerte alguno de los que no
estaban dentro recibía migajas.
¿Deberá ser ese el modelo contemporáneo? Si es ese, qué hacemos con los conceptos
“libertad, igualdad y fraternidad” o con ese tan manoseado concepto de gobierno del pueblo:
“democracia”, donde la participación y la igualdad de oportunidades deberían ser las bases para
que el pueblo gobierne realmente.
Dejo las preguntas y antes de avanzar sobre ellas me planteo una pregunta acerca de la
ilegalidad en la copia. Definitivamente si firmaron un acuerdo de licencia como los anteriormente
mencionados y estaban instalando una copia o luego prestaron ese software a otros, han
aceptado la ilegalidad. Yo no quiero centrar el planteo en la ilegalidad porque estoy convencido de
que para poder preguntarnos eso debemos partir de una base de igualdad de oportunidades y de
recursos evidentemente ausente en nuestro mundo.
Aún más. Un sistema al que sólo pueden acceder quienes tienen alto poder adquisitivo
abre puertas a la alfabetización de unos y al analfabetismo de otros. Sostener eso es como ser
inversionistas de una empresa que genera opresores y oprimidos. Nada más indeseado para un
seguidor de Cristo.
En esa línea me pregunto: ¿No decían los hechos de los apóstoles que entre los primeros
discípulos ponían todo en común? ¿Por qué entonces firmamos acuerdos de licencia para no
poner en común lo que tenemos? Será tal vez porque no nos interesa el medio por el cual llegar a
lo que queremos. Pero al momento no conozco afirmación cristiana que sostenga que el fin
justifica los medios ¿y entonces? ¿Entonces qué? ­preguntarán algunos. Y se responderán
diciendo que no hay escapatoria, que el sistema es injusto porque las economías de nuestras
regiones no soportan la compra de software original. Pues en esa respuesta acordamos. En lo que
no acordamos es en la justificación. ¿Por qué? Porque si la propuesta es una sola y es injusta
acuerdo en que hay que romper con la reglamentación en pos de la igualdad de oportunidades.
Pero qué pasa si hay más de una propuesta, aunque no la conozcamos. ¿No tendremos
responsabilidad en esa ignorancia? Pienso que desde el momento que has leído los renglones
anteriores ahora la tenés. Tal vez habría sido mejor no recibir este texto pero... con ese argumento
también podemos maldecir el momento en que leímos “si tienes dos túnicas, dale una al que no
tiene” Claro que era más fácil no haberlas leído o, lo que es lo mismo, adoptar el camino de una
argumentación endulzada que nos permita convivir con dos túnicas cuando a otro le sigue
faltando.
¿Recuerdan que Pablo VI hablaba de que en caso de tiranía podía hasta ser justificable la
violencia? Haciendo una comparación con la situación actual: ¿Sería lo mismo? ¿Habría que
planear una violencia sobre el tirano del código cerrado haciendo de la copia ilegal un arma de
combate? Algunos pueden creer que sí. Si fuera la única alternativa también yo diría eso.
Lamentablemente sostener la copia ilegal como arma de combate implica seguir reconociendo
como importante y necesario al sistema: la opción es una y nosotros la boicoteamos. ¡Pero
necesitamos de la opción!
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Verán que mi problema no es de conciencia por la copia “ilegal” porque parto de la certeza
de lo injusto de la ley como decía anteriormente. Pero si hay otra manera posible de obrar ¿no
será mejor intentarlo? ¿Habrá que continuar un noviazgo donde no nos cierran ideas de la otra
persona pretendiendo que algún día cambie? ¡Pero nunca cambia! Precisamente hoy me llegó un
e­mail en el cual me escriben que habría que esperar que pase un tiempo para hablar de esto.
¿Más tiempo? Qué somos: ¿productores o simples consumidores de ideología presente en la
tecnología? ¿No le hemos dado demasiado tiempo al código cerrado para que intente ser
generoso? Este es el planteo del punto siguiente.
La alternativa en tiempos de globalización de la caridad
“En tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos donde todos contra todos...” Fito Páez
El nuevo nombre informático del comunitarismo (no como perversión del término
comunidad sino como intento de vivir en y desde la comunidad) se llama software libre. Este texto
no tiene intención de explicar en detalles su funcionamiento sino hacer emerger preguntas cuya
respuestas se van elaborando entre muchos.
Lo que principalmente diferencia al software es el modo de plantear la estructura de base.
No tanto la funcionalidad (las herramientas con las que puedo hacer “cosas”) o la apariencia
(colores, tamaño de los íconos, etc) La estructura de base en un software tiene que ver con el
código. Básicamente código abierto es como cuando en una comida o bebida yo puedo conocer la
totalidad de los ingredientes y el proceso de elaboración, mientras que código cerrado es la
característica del software cuyo código se asemeja a la fórmula de una gaseosa conocida: es
secreta y no te la van a decir para que no la modifiques ni la copies. Muchos toman esa gaseosa
como también muchos consumen software sin saber qué tiene dentro. Y se acostumbran a ello
¡sin saber si tiene veneno!
La cuestión del código es central, no sólo por un afan curioso de conocer cómo está
desarrollado sino por la posibilidad de generar espacios y propuestas nuevas desde allí. El
problema es que plantear códigos abiertos desestabiliza el anteriormente planteado esquema de
que el conocimiento estaba en los centros de saber griegos y en los monasterios, y lo lleva a quien
tenga un poco de curiosidad y deseos de investigar un poco cómo está planteado, a quien tenga
una buena idea y un tiempo para organizarla y, lo que es mejor, a quienes se entrelazan para
construir juntos un software que se adapte a sus necesidades.
El desarrollo del código cerrado está en manos de unos pocos, cuyo poder de decisión ha
marcado la evolución de la tecnología informática. Por ejemplo, lo que expertos de Microsoft
quisieron proponer es lo que muchos adoptan, marcando el tope de nuestro desarrollo informático,
porque ellos tienen la llave para la puerta siguiente. ¿Y si pensamos en una puerta sin llave, o en
un camino sin puertas? Dicen que esta tecnología avanza a pasos agigantados. Me pregunto y
respondo afirmativamente si no habría avanzado a mayor velocidad si fuéramos más los que
adoptamos software libre, un camino sin puertas. No sólo eso, que es lo de menos. Lo que
realmente habría avanzado es el deseo de un mundo más fraterno y solidario, porque lo que
hayamos hecho será mucho o poco, ¡pero lo habremos hecho entre todos! Creo que muchos
queremos eso ¿no?
En breve, podemos decir que el movimiento de software libre alude a libre sosteniendo
cuatro libertades
la de ejecutar el programa de la forma que quieras;
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la de cambiar lo que quieras de él para que se adapte a tus necesidades;
la de ayudar distribuyendo copias;
la de construir comunidad mejorando la versión y ofreciéndola;
Yo no soy experto en el tema pero hay quienes, consecuentemente con lo que opinan,
comparten sus producciones bajo licencias creativas (Creative Commons). De ellos tenemos un
torrente de materiales para profundizar.
Migran las golondrinas en busca de aires mejores
Una cosa es creer, junto conmigo, en las virtudes y bondades del Software Libre. Creer
apoyando el proyecto ya es un buen paso pero ¿es suficiente? Un segundo paso es ser coherente
con la nueva creencia. Ahí la propuesta de migración. Llamamos migración al tiempo de trancisión
entre una plataforma y otra, en lo que refiere al sistema operativo, y de un “programa” a otro, en lo
que se refiere a aplicaciones (por ejemplo, dejar un procesador de texto de código cerrado para
comenzar a usar uno libre) En mi caso, como en el de muchos, la migración contó con un tiempo
de doble booteo, donde al iniciar el sistema podíamos elegir arrancar desde Microsoft Windows o
desde el sistema operativo de base Linux que que habíamos instalado. Esta práctica es bastante
común, considerando que por años nos fuimos acostumbrando a una manera de proceder.
Seguramente el proceso migratorio nos llevará un tiempo hasta dejar de sentirnos ajenos en esta
nueva práctica.
Desde mi punto de vista, y desde mi experiencia de migración, pienso que hay que aceptar
un cierto grado de ascésis que nos permita dejar de sentirnos ajenos. ¿A qué me refiero? Quiero
decir que excepto las personas que tienen tendencia a valorar más lo novedoso y distinto que lo
conocido, la mayoría caerá en la tentación de reiniciar en el sistema anteriormente conocido.
La migración entonces tendrá que partir de la apertura a la novedad y en caso necesario,
hacerse asesorar. Si nos asesoramos en cuestiones contables y jurídicas ¿por qué no lo hacemos
en el uso de estas herramientas?
Por otra parte, en el proceso migratorio dirás que hay algunos software libres que no
funcionan tan óptimamente como los software de código cerrado. Yo creo que algunos funcionan
mejor y otros peor. No estoy precisamente sosteniendo que el funcionamiento de todos es mejor
sino que defiendo lo que podría haber llegado a ser si hubiéramos sido más los integrados al
proyecto. Entonces, lo que nos interesa defender hoy no es lo óptimo de los sistemas de código
abierto sino ese reino de posbilidades que ofrece. En la revisión histórica de nuestras prácticas
podemos hacer autocrítica para proyectar el futuro.
Dirán también, en este camino migratorio: “No me gusta el entorno gráfico” ¿Cuál?
Justamente a nivel de Software Libre hay tantos posibles entornos gráficos como gente que quiera
proponerlos. Hoy hay un sinnúmero de entornos. O dirán también: “No entiendo la lógica”.
Recuperando la experiencia personal estoy convencido de que entendemos más la lógica por
estar acostumbrados que por una especie de “en sí” presente en ella. Aún más: mientras voy
perdiendo memoria me estoy olvidando de la lógica del Microsoft Windows, que antes utilicé.
De todas maneras, aún teniendo respuesta a estos dos puntos anteriores, no creo que
lógica y funcionalidad sean los critérios de selección de nuestros software sino el tipo de mensajes
que emitimos al utilizarlos. Por mi parte pienso que los cristianos, pero especialmente los que
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trabajamos en el ámbito de la educación, no podemos omitir el tema. Nuestro mensaje en uso de
sistemas de código cerrado alientan a no compartir, a no creer que entre todos construimos lo que
somos y hacemos y a ser artífices de la desigualdad.
Un último aliento
Mientras recibo aportes para delinear estas páginas un conocido al que aprecio mucho me
dice: “Yo ya estoy viejo, pero me alegro de que puedas seguir en estos senderos” Quiero decir que
es en la capacidad de adaptabilidad donde se puede medir nuestro grado de juventud. Y
capacidad de adaptabilidad implica “decisión de”. Decisión de hacer experiencia y ver hasta dónde
mi capacidad y en consecuencia hasta donde mi juventud. ¿Juventud para qué? Esto ya lo
sabemos: los jóvenes son quienes más se animan a nuevas prácticas y quienes llevan la bandera
de alternativas a lo ya establecido. De jóvenes, o de corazones jóvenes, nacieron alternativas a la
vida. Jesús es uno de ellos, pero cada uno tiene un sinnúmero de gente querida y conocida que
siendo joven desarmó las estructuras reinantes, sabiendo de la necesidad de que otro mundo
nuevo es posible. Con ellos, con quienes ayer y hoy encendieron una llama en la oscuridad,
sigamos caminando, confundiendo sus pisadas con las nuestras y ambas con el camino de
liberación de muchos que de buenas nuevas poco han escuchado.
Enviar consultas, críticas y propuestas a hermanoagustin@gmail.com
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