operamos desde la ilusión de la prominencia, enseñamos inadvertidamente a los jóvenes que
las relaciones son transaccionales y utilitarias, que el amor debe ganarse a través del
desempeño y que los demás son un peldaño para nuestras ambiciones personales.
La primera enseñanza: elegir el último lugar
La instrucción de Jesús de tomar el lugar más bajo en lugar de asumir el honor representa
más que una estrategia social—requiere una reorientación fundamental del corazón. La
verdadera humildad no es auto-denigración o falsa modestia, sino más bien una
comprensión precisa de nuestra posición ante Dios y en relación con los demás.
En los contextos educativos y pastorales, elegir el último lugar significa acercarse a los
jóvenes sin la presunción de que nuestra edad, experiencia o posición nos conceda
automáticamente autoridad o respeto. Significa estar dispuestos a aprender de ellos, a
sorprendernos con sus intuiciones y a reconocer cuando no tenemos respuestas. Esta
humildad crea espacio para que surja una relación auténtica.
Cuando elegimos el último lugar, modelamos para los jóvenes lo que significa vivir sin la
necesidad constante de validación externa tan común hoy en la era de las redes sociales.
Demostramos que nuestra identidad y nuestro valor no dependen del reconocimiento o del
éxito, sino que surgen de nuestra relación con Dios que hace emerger elecciones sanas a
favor de los demás. Esto se vuelve particularmente poderoso para los adolescentes, que a
menudo están atrapados en ciclos de ansiedad por el rendimiento y comparación con sus
pares.
La segunda enseñanza: caridad práctica
Jesús luego pasa de comentar la humildad personal a proponer la caridad estructural:
invitar a «los pobres, los tullidos, los cojos, los ciegos» en lugar de a aquellos que pueden
corresponder representa una reconfiguración radical de la relación basada en el don en
lugar del intercambio.
Con demasiada frecuencia, nuestra energía y atención gravitan hacia jóvenes que son más
fáciles de tratar, más receptivos a nuestros esfuerzos, o que nos hacen parecer exitosos.
Invertimos naturalmente en relaciones que proporcionan retroalimentación positiva y
resultados visibles.
Jesús nos llama a un cálculo completamente diferente. Nos desafía a buscar a aquellos que
no pueden mejorar nuestra reputación o hacer avanzar nuestros programas—el estudiante
con dificultades, el adolescente socialmente torpe, el joven de un entorno difícil, aquel cuyas
preguntas desafían nuestras cómodas suposiciones. Estos son quienes más necesitan
nuestra inversión y quienes pueden enseñarnos más sobre la naturaleza del amor
incondicional.
Humildad y caridad: dos movimientos del mismo corazón