Los frutos del sistema preventivo: Salvo y Sean



Shape2 Shape1 MAESTRO Y AMIGO

de Pascual Chávez Villanueva

LOS FRUTOS DEL SISTEMA

PREVENTIVO


SALVO Y SEAN


Otros dos frutos del Sistema de Don Bosco son el carabinero exalumno SALVO D’ACQUISTO y el voluntario SEAN DEVEREUX, de los cuales os presento algunos rasgos.



S


alvo es un frutos significativo del sistema preventivo, un exalumno que honra a todos los exalumnos de las Hijas de María Auxiliadora y de los salesianos. Uno de los que han resultado “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. Como ciudadano ha honrado al Estado, sirviéndolo escrupulosamente y con dedicación en el Arma de los Carabineros. Como cristiano llegó al acto heroico de ofrecer su vida para salvar muchas otras vidas. Su sacrificio lo acerca a Cristo, del cual Caifás profetizó: “conviene que uno solo muera por el pueblo” (Jn 11,50), o al grito de Pablo a los Romanos: “¡Nadie muere para sí mismo!” (Rm 14,7) y a los Corintios: “Uno solo murió por todos”· (2Cor 5,14). Su mismo nombre parece una profecía de su vida. Para este santo exalumno invito a leer el artículo de Carmine De Biase, en la pág. 20 de este número. Por mi cuenta, haciendo una lectura pedagógica de D’Acquisto, lo primero que pienso es que se trata de una existencia encerrada en un episodio. Es cierto, pero seguramente no habría habido heroísmo si no hubiera habido a las espaldas una formación seria e insistente en los grandes valores del deber y del sacrificio, hilos indispensables del tejido educacional. Entonces, si es cierto que no todos están llamados al martirio, es igualmente cierto que todos estamos llamados a estar preparados para aceptarlo. ¿Quién habría dicho que en ese muchachote uniformado estuviera escondido un héroe? Conocemos otros casos en que la historia nos da latigazos a nosotros educadores y nos invita a intuir y desarrollar las potencialidades escondidas en quienes estamos llamados a educar. Una vez más se debe repetir que no somos lo que somos, sino lo que estamos llamados a ser...


S


ean, nacido en 1963 en Yateley en Gran Bretaña, fue alumno del colegio salesiano de Farnborough desde 1975 a 1982. Después de graduarse en geografía y educación física en Birmingham y sacar el master en Exeter, fue nombrado profesor en la escuela salesiana de Chertsey, Surrey, en 1986. En esos años fue miembro entusiasta y activo de los Cooperadores salesianos y de los Exalumnos. Tomó parte a muchas actividades juveniles en Gran Bretaña y en el exterior. En un viaje para participar a la consulta mundial de los Jóvenes Exalumnos, encontró a Juan Pablo II en Roma. Después de ese encuentro tomó una decisión importante: irse a Africa como voluntario laico donde los salesianos en Liberia. Llevó a la práctica su sueño en febrero de 1989, yendo a la misión salesiana de Tappita, donde entró a prestar servicio en la St. Francis School. Cuando la escuela cerró por haber estallado la guerra civil en 1990, Sean comenzó a trabajar con la ONU, siempre como voluntario, coordinando la repartición de alimentos: antes en las zonas más alejadas de Liberia, después entre los refugiados liberianos en Guinea. La grande elección de su vida estaba hecha: se encontraba en una de las naciones más pobres de Africa para ayudar a niños y jóvenes, habría seguido haciéndolo hasta terminar el contrato que lo ligaba a la ONU. La oposición a la guerra le creó problemas con los rebeldes, que en una ocasión lo maltrataron duramente. Cuando en 1992 volvió a su tierra, pasó a trabajar con la UNICEF que, en septiembre de 1992, lo envió a Kismayo, en Somalia, 250 kilómetros al sur de Mogadiscio. Una carta suya, fechada 15 de noviembre, pinta con colores dramáticos la triste situación del país: “Sin duda habréis visto en la televisión las imágenes horribles de los niños que mueren de hambre. Es una triste realidad que ha sido creada por la avidez de los hombres y no por desastres naturales… Mi vida está hecha de altibajos. Estoy frustrado y me dan náuseas cuando tengo que tratar con las autoridades, los guardias y los contratistas. Al contrario todo cambia cuando tengo la suerte de trabajar en el campo y ver lo bien que están funcionando los centros de nutrición y los puestos de salud, cuando entro en contacto con la cara más limpia de la humanidad”. El papá atestigua: “Sean encontraba horrible tener que llevar ayuda a los hambrientos de Africa luchando contra todo y contra todos”.

Hablaba con absoluta franqueza de la anarquía de un país donde la gente sufría tanto y de la insensibilidad que lo rodeaba; denunciaba la corrupción de los jefes y el egoísmo aprovechador. ¡Esto puede haberle costado la vida! El ataque asesino en el puerto de Kismayo (el 3 de enero de 1993, después que había rehusado la escolta armada que en ese país era casi obligatoria: no había escondido jamás su desdén por la guerra y por los señores de la guerra que de ella sacaban provecho) ha puesto fin a una vida de valiente ideal. Cuando le hablaban de los peligros y riesgos de su trabajo, la respuesta era siempre la misma: “hasta cuando mi corazón logre latir, debo hacer lo que pienso poder hacer, ayudar a quienes son menos afortunados que yo”. ¡Sean, el hombre de la sonrisa luminosa, de la valentía, de la constancia, de la coherencia, ha entregado su vida trabajando para aumentar las perspectivas y las posibilidades de la gente, para darles nuevamente dignidad y esperanza! El Africa necesita de personas como él, dedicadas a crear esperanza y futuro. 