BS-giugno-2025-es


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El síndrome de Felipe y el de
Andrés
En el relato del evangelio de Juan, capítulo 6, versículos
4-14, que presenta la multiplicación de los panes, tenemos
algunos detalles en los que me detengo un poco cada vez que
medito o comento este pasaje.
Todo comienza cuando, ante la “gran” multitud hambrienta,
Jesús invita a los discípulos a asumir la responsabilidad de
alimentarla.
Los detalles de los que hablo son, primero, cuando Felipe dice
que no es posible aceptar esta llamada debido a la cantidad de
gente presente. Andrés, en cambio, mientras señala que “aquí
hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces”,
luego subestima esta misma posibilidad con un simple
comentario: “¿qué es esto para tanta gente?” (v.9).
Deseo simplemente compartir con ustedes, queridas lectoras y
lectores, cómo nosotros los cristianos, que tenemos la llamada
de compartir la alegría de nuestra fe, a veces, sin saberlo,
podemos contagiarnos del síndrome de Felipe o del de Andrés.
¡A veces quizás incluso de ambos!
En la vida de la Iglesia, así como en la vida de la
Congregación y de la Familia Salesiana, los desafíos no faltan
y nunca faltarán. Nuestra llamada no es formar un grupo de
personas donde solo se busca estar bien, sin molestar ni ser
molestados. No es una experiencia hecha de certezas
prefabricadas. Formar parte del cuerpo de Cristo no debe
distraernos ni alejarnos de la realidad del mundo tal como es.
Al contrario, nos impulsa a estar plenamente involucrados en
los acontecimientos de la historia humana. Esto significa,
ante todo, mirar la realidad no solo con ojos humanos, sino
también, y sobre todo, con los ojos de Jesús. Estamos
invitados a responder guiados por el amor que encuentra su
fuente en el corazón de Jesús, es decir, vivir para los demás

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como Jesús nos enseña y nos muestra.
El síndrome de Felipe
El síndrome de Felipe es sutil y por eso también muy
peligroso. El análisis que hace Felipe es justo y correcto. Su
respuesta a la invitación de Jesús no está equivocada. Su
razonamiento sigue una lógica humana muy lineal y sin fallos.
Miraba la realidad con sus ojos humanos, con una mente
racional y, a fin de cuentas, no viable. Ante esta forma
“razonada” de proceder, el hambriento deja de interpelarme, el
problema es suyo, no mío. Para ser más precisos a la luz de lo
que vivimos a diario: el refugiado puede quedarse en su casa,
no debe molestarme; el pobre y el enfermo se las arreglan
ellos y no me corresponde a mí ser parte de su problema, mucho
menos encontrarles la solución. He aquí el síndrome de Felipe.
Es un seguidor de Jesús, pero su manera de ver e interpretar
la realidad aún está fija, no desafiada, a años luz de la de
su maestro.
El síndrome de Andrés
Sigue el síndrome de Andrés. No digo que sea peor que el
síndrome de Felipe, pero casi es más trágico. Es un síndrome
fino y cínico: ve alguna posible oportunidad, pero no va más
allá. Hay una pequeña esperanza, pero humanamente no es
viable. Entonces se llega a desacreditar tanto el don como al
donante. Y el donante, a quien en este caso le toca la “mala
suerte”, es un muchacho que simplemente está dispuesto a
compartir lo que tiene.
Dos síndromes que aún están con nosotros, en la Iglesia y
también entre nosotros pastores y educadores. Cortar una
pequeña esperanza es más fácil que dar espacio a la sorpresa
de Dios, una sorpresa que puede hacer florecer aunque sea una
pequeña esperanza. Dejarse condicionar por clichés dominantes
para no explorar oportunidades que desafían lecturas e
interpretaciones reduccionistas, es una tentación permanente.
Si no tenemos cuidado, nos convertimos en profetas y
ejecutores de nuestra propia ruina. A fuerza de permanecer

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encerrados en una lógica humana, “académicamente” refinada e
“intelectualmente” calificada, el espacio para una lectura
evangélica se vuelve cada vez más limitado y termina por
desaparecer.
Cuando esta lógica humana y horizontal se pone en crisis, para
defenderse uno de los signos que provoca es el del “ridículo”.
Quien se atreve a desafiar la lógica humana porque deja entrar
el aire fresco del Evangelio, será llenado de ridículo,
atacado, burlado. Cuando este es el caso, extrañamente podemos
decir que estamos ante un camino profético. Las aguas se
mueven.
Jesús y los dos síndromes
Jesús supera los dos síndromes “tomando” los panes
considerados pocos y por ende irrelevantes. Jesús abre la
puerta a ese espacio profético y de fe que se nos pide
habitar. Ante la multitud no podemos conformarnos con hacer
lecturas e interpretaciones autorreferenciales. Seguir a Jesús
implica ir más allá del razonamiento humano. Estamos llamados
a mirar los desafíos con sus ojos. Cuando Jesús nos llama, no
nos pide soluciones sino la donación de todo nosotros mismos,
con lo que somos y lo que tenemos. Sin embargo, el riesgo es
que ante su llamada permanezcamos firmes, por ende esclavos,
de nuestro pensamiento y ávidos de lo que creemos poseer.
Solo en la generosidad fundada en el abandono a su Palabra
llegamos a recoger la abundancia de la acción providencial de
Jesús. “Entonces los recogieron y llenaron doce cestas con los
pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada a los que
habían comido” (v.13): el pequeño don del muchacho da frutos
de manera sorprendente solo porque los dos síndromes no
tuvieron la última palabra.
El Papa Benedicto comenta así este gesto del muchacho: “En la
escena de la multiplicación, también se señala la presencia de
un muchacho que, ante la dificultad de alimentar a tanta
gente, comparte lo poco que tiene: cinco panes y dos peces. El
milagro no se produce de la nada, sino de una primera modesta
compartición de lo que un simple muchacho tenía consigo. Jesús

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no nos pide lo que no tenemos, sino que nos muestra que si
cada uno ofrece lo poco que tiene, el milagro puede realizarse
siempre de nuevo: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño
gesto de amor y hacernos partícipes de su don” (Angelus, 29 de
julio de 2012).
Ante los desafíos pastorales que tenemos, ante tanta sed y
hambre de espiritualidad que los jóvenes expresan, tratemos de
no tener miedo, de no aferrarnos a nuestras cosas, a nuestras
formas de pensar. Ofrezcamos lo poco que tenemos a Él,
confiemos en la luz de su Palabra y que esta y solo esta sea
el criterio permanente de nuestras elecciones y la luz que
guíe nuestras acciones.
Foto: Milagro evangélico de la multiplicación de los panes y
los peces, vidriera de la Abadía de Tewkesbury en
Gloucestershire (Reino Unido), obra de 1888, realizada por
Hardman & Co.