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El misterio de la Navidad comienza con un escándalo de amor: el Grande que se hace
pequeño. No es una imagen poética, sino la realidad más disruptiva de la historia humana.
Dios, el Infinito, elige hacerse finito; el Omnipotente elige la fragilidad de un recién nacido
que aún no sabe hablar, caminar, defenderse. Es la gratuidad pura que se manifiesta, un
don que no pide nada a cambio, que no pone condiciones de acceso.
1. Reconocer la gratuidad: Dios viene sin condiciones
La gruta de Belén es el cruce humano más humilde que se pueda imaginar. No un palacio,
no un templo majestuoso, ni siquiera una casa digna. Una gruta, un refugio para animales,
donde el frío penetra y el olor es el de la tierra y la paja. Aquí no hay barreras de entrada,
no se necesita una invitación, no se requiere una vestimenta particular. La puerta está
abierta a todos: a los pastores con sus mantos gastados, a los pobres, a los excluidos, a
quienes no tienen nada que ofrecer sino su propia humanidad herida.
San Pablo nos recuerda con palabras que atraviesan los siglos: asumiendo la condición de
siervo (Fil 2,7). El Creador del universo se despoja de su gloria, renuncia a sus
prerrogativas divinas, para vestir los ropajes del siervo. No viene como conquistador, no
como juez severo que exige rendiciones de cuentas. Viene como quien sirve, como quien se
pone en el último lugar, como quien lava los pies antes incluso de enseñar a caminar.
Esta gratuidad nos interpela profundamente. En un mundo donde todo tiene un precio,
donde cada relación parece basarse en un intercambio, donde el amor mismo a menudo se
vuelve condicionado, la Navidad nos recuerda que existe un don completamente gratuito.
Reconocer esta gratuidad significa aceptar ser amados sin méritos, ser buscados cuando
aún estamos lejos, ser deseados cuando nos sentimos indignos.
2. Interpretar la cercanía: Dios entra en nuestra historia
El segundo movimiento de la Navidad es el de la cercanía radical. Dios no observa la
historia humana desde lejos, como un espectador distante. Entra en la historia, con sus
protagonistas tal como son: imperfectos, contradictorios, frágiles. José con sus dudas, María
con sus miedos, los pastores con su marginación social, los Magos con su búsqueda
inquieta.
Nuestra historia personal, con todos sus pliegues oscuros y sus zonas de sombra, forma
parte de Su historia. No somos extraños, no somos huéspedes indeseados. Somos hijos e
hijas, parte de una familia que Dios nunca niega. La Navidad nos dice que Dios no desprecia
su creación, no mira a sus criaturas con disgusto o decepción. Al contrario, las abraza
precisamente en su concreción, en su humanidad auténtica.
Cada uno de nosotros tiene una personalidad única, una historia irrepetible. Hay quienes