40
AÑOS
DEL CONCILIO
de Pascual Chávez Villanueva
REJUVENECER
EL ROSTRO
JÓVENES… Y SANTOS
“Ahora yo os digo, afirma Dios, que en el mundo no hay nada más bello de este niño que se queda dormido mientras reza su oración” (Charles Péguy).
C
■ En éste, como en otros campos de la vida familiar y social, el cristianismo ha subvertido la cultura, dando valor a la dignidad de los jóvenes, para el servicio de los cuales la Iglesia ha instituido siempre numerosas obras. Escribe el prof. Romeo Vuoli: “Una de las obras más benéficas, nacidas del sentido de caridad y de amor hacia los más débiles, son los hospicios para huérfanos. Existidos desde el inicio del cristianismo, se sostenían gracias a los aportes de los cristianos y eran dirigidos normalmente por sacerdotes”. Las inscripciones de las tumbas de adolescentes, halladas en las catacumbas de San Calixto, demuestran la bondad y ternura con que los primeros cristianos trataban y educaban a sus hijos. Ellos son hijos de Dios y como tales deben vivir y comportarse, porque están en condición de responder con generosidad a las inspiraciones divinas. En su primera carta Juan los exhorta: “Jóvenes, yo os digo que sois fuertes… que habéis vencido al Maligno” (1 Jn 2,14). Es natural que los jóvenes se sientan atraídos por Jesús y que en sus corazones logre asentarse con fuerza el mensaje de él. Desde San Tarcisio, matado por haber defendido la Eucaristía que llevaba a los encarcelados, hasta Alberto Marvelli, exalumno salesiano elevado al honor de los altares el 5/9/2004, la hagiografía cristiana está abarrotada de nombres de jóvenes: San Pancracio, Santa Inés, Santa Cecilia, San Estanislao, San Luis Gonzaga, Santa Teresa de Lisieux, Pier Giorgio Frassati…
■ Asistimos hoy a fenómenos complejos y paradójicos. Mientras parece crecer la disparidad entre la juventud y la Iglesia oficial, el Papa sigue ejerciendo una indiscutida leadership sobre los jóvenes. La cultura materialista y secularizada parece privarlos de sus mejores cualidades, reduciéndolos a simples consumidores de bienes, de sensaciones y experiencias, pero surgen iniciativas al servicio de los más necesitados que hallan cabalmente en los jóvenes los principales promotores y protagonistas. Espléndidas páginas de solidaridad se están escribiendo por parte de las ONG y del voluntariado. No corresponde, por tanto, a la realidad la imagen de una Iglesia conservadora. La Iglesia quiere ser instrumento de salvación en toda época: escucha el corazón de todo hombre y de toda mujer, demostrando una sensibilidad concreta. Los jóvenes y la Iglesia hablan el mismo lenguaje, el de los grandes ideales, el de las metas más nobles aunque sean exigentes, el que invita a ir “más allá”. El horizonte materialista es demasiado restringido y asfixiante para los jóvenes, que frecuentemente, perdidos, declaran no hallarle sentido a la vida y no aciertan en sus elecciones. La Iglesia está junto a ellos con solicitud maternal. Con el Papa y con Don Bosco os propongo, queridos jóvenes, el ideal de la santidad. Es posible. Para todos. No os hablo de ascetismos heroicos, sino del descubrimiento de Dios como Padre y de Jesús como amigo personal; de una santidad activa y simpática como la de Domingo Savio o de Alberto Marvelli, vivida en el cumplimiento de los deberes cotidianos y de la solidaridad hacia los demás. Jesús es la respuesta adecuada a las ansias de felicidad y de amor enraizadas en vuestro corazón. Este año he querido empeñar a todos en “rejuvenecer el rostro” de la Iglesia. Ella es joven en la medida en que sigue siendo enamorada de Cristo, fiel a su propia identidad y misión, luz del mundo, sierva de la humanidad, casa para los jóvenes. Los jóvenes santos son quienes mayormente la embellecen y rejuvenecen. ■
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