Discurso del Rector Mayor en Catania. Llamados a ser signos de esperanza


Discurso del Rector Mayor en Catania. Llamados a ser signos de esperanza

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El 27 de septiembre de 2025, Don Fabio Attard, Rector Mayor de los Salesianos, recibió la
ciudadanía honoraria de Catania de manos del alcalde de Catania, el abogado Enrico
Trantino, pronunciando un discurso sobre la emergencia educativa contemporánea.
Partiendo del análisis de la «sociedad líquida» de Bauman, Don Attard denuncia una cultura
que transforma a los jóvenes de educandos en clientes a seducir, dejándolos sin puntos de
referencia en un desierto existencial. Recordando el legado de Don Bosco, subraya cómo los
jóvenes buscan desesperadamente adultos auténticos y propuestas de valores integrales. El
discurso lanza un llamamiento urgente para construir alianzas educativas entre
instituciones civiles y religiosas, invirtiendo en la formación de educadores cualificados.
Concluye invocando el coraje de la esperanza para ofrecer a las nuevas generaciones
caminos dignos hacia el futuro, definiendo esta misión como una responsabilidad colectiva
ineludible.
1. La emergencia educativa como buena noticia
Estoy convencido de que aquellos de nosotros que estamos comprometidos en la
frontera educativa, en diversos ambientes y caminos, nos damos cuenta de que los tiempos
han cambiado. Hacemos bien en afrontar este cambio y comentarlo porque este cambio trae
consigo repercusiones en el día a día educativo que son muy significativas. Uno de los
observadores más atentos de la sociedad actual, el filósofo Zygmunt Bauman, comentando el
traspaso cultural y social del que somos testigos, escribe así:
La cultura líquida moderna, a diferencia de la de la época de la construcción de las
naciones, no tiene gente a la que educar sino más bien clientes a los que seducir. Y, a
diferencia de la «sólida-moderna» que la precedió, ya no desea retirarse del juego poco a
poco, sino lo antes posible. Su objetivo ahora es hacer permanente su supervivencia,
temporalizando todos los aspectos de la vida de sus antiguos pupilos, ahora transformados
en sus clientes.
Quisiera empezar con esta reflexión como punto de partida porque en la necesidad y la
urgencia de comentar las situaciones sociales actuales en su conjunto, necesitamos sobre
todo aquellas luces que nos ayuden a reconocer de manera más nítida el estado actual de la
realidad. Cuando se trata de acercarse a la vida de nuestros jóvenes, esta elección de
conocer su historia y su hábitat se convierte en un imperativo categórico.
Nosotros, salesianos de Don Bosco, en nuestro ADN, tenemos esta tensión natural, es decir,
la de salir al encuentro de los jóvenes allí donde se encuentran. Por su propia naturaleza, el
nuestro es un tipo de encuentro con los jóvenes que no presupone condiciones previas.

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Simplemente buscamos estar cerca, vivir un encuentro sin prejuicios, sin preconceptos.
Todo esto, sin embargo, no significa que no debamos estar equipados con una visión muy
clara y una formación adecuada. Al contrario, hoy no podemos encontrarnos con los jóvenes
de manera sana y sanadora si no estamos equipados con un conocimiento sólido y amplio de
los diversos elementos que condicionan la vida social, familiar y cultural de nuestros
jóvenes. Solo la buena voluntad de encontrarlos no basta.
A todos nosotros, adultos y peregrinos de los jóvenes, se nos pide que seamos personas
equipadas con una formación integral. Quienquiera que quiera ser verdaderamente siervo
de los jóvenes, en primer lugar, necesita interrogarse sobre sus propias motivaciones, las
más profundas, las que habitan el corazón y que lo impulsan a estar presente con ellos, a
actuar a su favor. En palabras claras, las razones de nuestro ser educadores deben ser
reforzadas.
Este primer paso pide un segundo, el de interrogarse cuáles son las fuentes y las raíces que
alimentan tales motivaciones.
Nos preguntamos si es realmente querer a los jóvenes permitiéndoles todas las
posibilidades sin límites y sin una visión de adónde queremos que lleguen. Nos preguntamos
si el único objetivo, el de que los jóvenes solo lleguen a disfrutar el tiempo y que se sientan
emocionalmente gratificados, es realmente buscar su verdadero bien. Nos preguntamos si
ofrecer a los jóvenes esas ocasiones y esos espacios donde el deseo superficial de lo
inmediato pueda ser gratificado sin ‘peros’ ni ‘condiciones’, es el camino correcto. Una
sociedad donde los adultos miran a los jóvenes como clientes, es una sociedad que ha
perdido la brújula hacia el futuro, encontrando el atajo de la utilidad y el beneficio
inmediato. Un beneficio pagado con la moneda del fracaso educativo.
Elecciones educativas y políticas que consciente o inconscientemente toman este camino, de
manera indirecta y sutil, terminan por proponer a los jóvenes solamente la oportunidad de
consumir el tiempo de la juventud. Pero todos somos conscientes de que la juventud, como
tiempo, ciertamente no es eterna. La belleza de la juventud, en cambio, reside precisamente
en ser una fase de la vida que, anticipada por la niñez y la adolescencia, se convierte en el
vientre que da a luz la edad adulta.
Una sociedad que se limita simplemente a ofrecer a los jóvenes espacios y experiencias
donde el deseo simplemente se satisface, sin la capacidad de ser educado y madurado, es
una sociedad que termina por consumir la juventud haciéndola perder la capacidad de ser
generadora de un futuro prometedor y digno. Todos nosotros, responsables de diferentes
maneras, protagonistas de la vida social, directa o indirectamente ligada al planeta
educativo, tenemos esta responsabilidad de cuidar esta fase, viendo en ella precisamente un
vientre que hoy tiene la clave del porvenir. En cada camino educativo, el futuro está
presente, el futuro está en el presente.
Justamente entonces el mismo filósofo Bauman se pregunta cómo llamar a la cultura actual.

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Responde pidiéndonos que escuchemos la advertencia si también nosotros somos cómplices
en hacer de esta fase actual de la historia: «Líquida como un gran almacén».
2. Reconocer la búsqueda de sentido
Como primera llamada, urge que nosotros, educadores y educadoras, protagonistas
de la vida social a todos los niveles, nos demos cuenta de que esta es una generación que
está buscando. El cambio de paradigma en estas últimas décadas ha sido tan fuerte que ha
causado un verdadero y profundo terremoto en la memoria colectiva social. De una sociedad
monolítica, con el mismo vocabulario, con las instituciones tradicionales bien sólidas, como
la Iglesia, la familia y la escuela, hemos pasado a una sociedad marcada por la
fragmentación y el individualismo. La imagen que a menudo caracteriza a la juventud es la
de una generación de jóvenes buenos y sinceros, pero que, en nombre de una falsa
concepción de la libertad y con la excusa de que no hay que condicionarlos, los hemos
dejado sin mapas, sin comida y sin agua, en medio del desierto de nuestras ciudades.
Es una verdadera y real tragedia ver cómo de las palabras de los llamados profetas de la
secularización, mientras anunciaban una nueva era de libertad de la pesada carga de la
religión, hemos llegado a una situación de vacío y sin sentido. Proclamar que ahora somos
libres de las supersticiones y modelos culturales tradicionales anticuados, de una visión
institucionalizada que no nos ha permitido crecer como queríamos, nos damos cuenta de
que lo que está emergiendo es un escenario marcado por la desorientación y la pérdida de
puntos de referencia que los mismos jóvenes hoy están buscando desesperadamente.
Impactaba de manera inmediata, quizás incluso apasionante, la imagen de una libertad sin
frenos y sin límites. Pero la realidad que ha entregado esta ilusión la conocemos todos.
Cuando nuestros jóvenes hoy nos miran a los adultos, no están para nada impresionados.
Sienten que falta la generación de adultos significativos que enciendan la energía del sueño,
la potencia y el entusiasmo de entregarse a causas válidas, justas y humanamente
enriquecedoras.
Hay que partir de esta llamada urgente, más bien de este grito fuerte pero silencioso al
mismo tiempo. El Papa Francisco primero y el Papa León ahora se posicionan en un espacio
que está sincronizado con la voz oculta y profunda de los jóvenes. A esta voz que busca,
estos pastores responden con un lenguaje que los jóvenes sienten propios. No prometen
ilusiones, no ofrecen soluciones emocionalmente gratificantes, sino una llamada sana y
sanadora, una cercanía que comunica un testimonio coherente y un mensaje creíble. Su voz
habla al corazón inquieto de los jóvenes que está cansado de las falsas promesas y del vacío
elocuente.
3. Don Bosco – un proyecto integral
En este sentido, Don Bosco, en un contexto histórico lejano a nosotros a nivel

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cronológico, nos comunica una experiencia que está realmente cerca de nosotros a nivel
afectivo. Él captó este movimiento del corazón. Es un movimiento del corazón que no
conoce barreras temporales, culturales o continentales. Don Bosco nos enseña que el
corazón de los jóvenes tiene en su base un sustrato divino, se nutre de raíces místicas. Es el
corazón de cada joven y de cada tiempo. Un corazón que habita de manera singular todos
los contextos y todas las culturas y al mismo tiempo se eleva por encima de ellos. El de los
jóvenes, de ayer como los de hoy, es un corazón que en el presente siempre sueña el futuro.
Hoy, la diferencia radica en que este corazón está gritando con la mirada interrogante y la
búsqueda marcada por una silenciosa resiliencia. En un contexto descuidado y plano, hoy es
más que nunca palpable que los jóvenes, que nacieron para mirar hacia adelante y hacia
arriba, cuando miran a su alrededor, cuando piden ayuda, apoyo, amor, sienten que el suyo
es un grito en el desierto. A su grito, responde de manera fuerte el vacío y el silencio.
Don Bosco en su tiempo lo entendió y lo primero que hace es ponerse a su lado en las calles
de Turín. Una cercanía que testimoniaba su elección de ser peregrino y siervo. Fruto de una
escucha sana y profética, del movimiento de salida, encarnándose en su historia, siguió una
propuesta variada y múltiple: un espacio humano donde encontrarse como amigos, una casa
donde se puede experimentar la belleza del espíritu de familia, propuestas educativas que
los preparaban para un futuro digno, experiencias de valores que no ocultan y no tienen
vergüenza de ofrecer una propuesta espiritual, arraigada en una visión de un Dios que ama
gratuitamente y perdona abundantemente. Con pleno respeto por los jóvenes, sus ritmos y
sus historias, Don Bosco captó cómo el presente es precisamente un vientre que genera vida
y como tal debe tomarse en serio a todos los niveles, con respeto y con amor, de manera
integral.
Ayer como hoy, los jóvenes buscan adultos con el rostro limpio y el corazón sano. Buscan
adultos que sean peregrinos marcados por motivaciones sanas. No quieren ser tratados
como clientes, consumidores consumidos en la mesa del beneficio. Para confirmar todo esto
está el testimonio que vemos también hoy: experiencias válidas que nos demuestran que
cuando se encuentran en ambientes sanos, con personas auténticas y propuestas de valores,
los jóvenes aprenden gradualmente a confiar y a abrirse.
4. Alianzas educativas
Grande es la responsabilidad de todos nosotros en esta fase histórica. Ahora es el
tiempo en el que estamos llamados a favorecer y promover las bases para verdaderas
alianzas educativas y pastorales. No podemos permitirnos mirar hacia otro lado,
permanecer cerrados y obstinados en elecciones que descartan compromisos e inversiones,
de recursos y de personas, en el campo educativo. Mucho menos es tiempo de interpretar y
condicionar los desafíos educativos en líneas ideológicas, ya superadas porque han
fracasado.

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En una cultura geopolítica global, donde invertir en la economía de la guerra se está
volviendo más importante que invertir y dar de comer a los pobres y hambrientos, es
urgente e imperativo construir y sostener procesos educativos que preparen para el mundo
del trabajo, formar jóvenes para asumir el bien de la sociedad a nivel social, político y
religioso. Grande es la responsabilidad que tenemos ante nosotros.
Estamos llamados a educar a las jóvenes generaciones en una época caracterizada por una
profunda búsqueda de significado. Esto representa uno de los desafíos más complejos de
nuestro tiempo. Estamos llamados a reconocer que estamos viviendo en un mundo marcado
por la indiferencia y el «desencanto», donde los sistemas tradicionales de significado han
sido cuestionados por la racionalización moderna, donde el modelo económico liberal está
desviando la atención de la persona y de su bien integral, hacia una carrera frenética hacia
el beneficio.
Como responsables del bien común, lo que nos debe hacer pensar de manera inmediata es
el hecho de que no solo corremos el riesgo de olvidar las respuestas a las principales
preguntas sobre la vida, sino que peor aún, corremos el riesgo de olvidar también las
preguntas que nos impulsan al recto actuar. Si también nosotros, adultos y responsables del
bien común en sus diversas formas, educativa, espiritual, cultural y otras, perdemos
también la capacidad de captar las preguntas, especialmente las de los jóvenes, corremos el
riesgo de comunicar una visión derrotista, un futuro sin esperanza.
Don Bosco en este punto nos deja una lección que aún hoy nos estimula y nos anima. Todo
punto de partida, incluso el marcado por la pobreza y la miseria, no puede tener la última
palabra. El rostro de los jóvenes, sobre todo el marcado por el límite y la miseria, es una
invitación a crear alianzas. Es necesario que quien tiene en el corazón el bien de la
humanidad, vea en el rostro de los jóvenes un recurso humano que pide ser ayudado para
que pueda convertirse en protagonista.
Si no es correcto mirar a los jóvenes como un problema, tampoco es sabio mirarlos como
pobres mendigos. Ellos viven en un espacio definido por preguntas profundas. Partiendo de
estas preguntas se construyen caminos y recorridos juntos para su bien. Hoy nos interpela
esta base de bondad que ya Don Bosco recordaba.
Los jóvenes tienen una tensión fundamental hacia la bondad. Los jóvenes conservan una
apertura natural a los valores más profundos, incluso cuando no saben articularla
conceptualmente. Aquí es donde surge la urgencia de educadores y formadores que,
sabiendo captar el bien que habita el corazón de los jóvenes, logren favorecer espacios y
experiencias donde esta bondad emerja. A través de proyectos, propuestas, ambientes y
experiencias sistemáticas, el bien encuentre un ambiente sistémico que favorezca su
crecimiento.

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5. Formación de protagonistas en el campo educativo
En esta perspectiva, uno de los desafíos que tenemos en la educación de los jóvenes
es el de ofrecer caminos que formen y preparen agentes en el campo educativo y pastoral.
El futuro de las jóvenes generaciones pasa por elecciones políticas y propuestas formativas
que, ante todo, preparen a educadores y formadores en todos los campos de naturaleza
educativa. Este es un desafío transversal. Formar docentes, operadores sociales,
educadores y animadores para jóvenes, adolescentes y niños, tanto para el estado como
para la Iglesia, es un desafío que mira a los jóvenes con una visión de gran alcance. Invertir
en la formación de protagonistas en el campo educativo es un gesto de previsión que
asegura en el futuro ciudadanos honestos y personas marcadas por valores trascendentales
y espirituales.
Favorecer alianzas en el territorio, buscar trabajar juntos por el bien de los jóvenes,
especialmente los más vulnerables, no es un juego de bandos, sino un deber humano
colectivo. Estudiar juntos los desafíos para poder trazar los pasos a seguir es un camino
iluminado por la dignidad y la compasión. En esta lógica compartida por todos, una lógica
que pone el bien de nuestros jóvenes como prioridad, se supera definitivamente esa lectura
ideológica que ha marcado una buena parte del último siglo en Europa. La post-secular
como la post-moderna, épocas sin nombre nacidas de la secularización y la modernidad, nos
encuentran a todos huérfanos, haciéndonos creer que hemos evolucionado. Al ser barridos
esos puntos de referencia que servían como brújula, ahora se busca con tanto esfuerzo
recuperar en medio de la desertificación existencial lo que habíamos tirado a la papelera de
la historia.
Conclusión
Quisiera concluir esta relación con una reflexión hecha por el Papa Benedicto XVI
cuando en 2008 comenta la llamada de la emergencia educativa. Al final de su discurso él
escribe «cómo en la educación es decisivo el sentido de responsabilidad». El Papa Benedicto
comenta la llamada a la responsabilidad en estos términos:
La responsabilidad es en primer lugar personal, pero también hay una responsabilidad que
compartimos juntos, como ciudadanos de una misma ciudad y de una nación, como
miembros de la familia humana y, si somos creyentes, como hijos de un único Dios y
miembros de la Iglesia. De hecho, las ideas, los estilos de vida, las leyes, las orientaciones
generales de la sociedad en la que vivimos, y la imagen que esta da de sí misma a través de
los medios de comunicación, ejercen una gran influencia en la formación de las nuevas
generaciones, para bien pero a menudo también para mal. La sociedad, sin embargo, no es
una abstracción; al final somos nosotros mismos, todos juntos, con las orientaciones, las
reglas y los representantes que nos damos, aunque sean diferentes los roles y las

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responsabilidades de cada uno. Es necesario, por lo tanto, la contribución de cada uno de
nosotros, de cada persona, familia o grupo social, para que la sociedad… se convierta en un
ambiente más favorable a la educación. (Carta del Santo Padre Benedicto XVI a la diócesis y
a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008)
La llamada que tenemos no podemos permitirnos tomarla a la ligera. Los jóvenes de
diversas maneras y con diferentes gritos nos piden «hoy» que los ayudemos a construir el
«mañana». Ponernos como peregrinos con ellos y para ellos es la misión más urgente, la
elección más noble, que como ciudad, todos juntos, podemos y debemos asumir, por los
jóvenes a quienes Don Bosco llamaba «esta porción la más delicada y la más preciosa de la
sociedad humana».
Deseo a esta ciudad, a sus instituciones civiles y religiosas, a las diversas ONG que tengan
el coraje de la esperanza, para que juntos puedan ofrecer a los jóvenes propuestas de
futuro, caminos que les den signos de un futuro digno.