Simplemente buscamos estar cerca, vivir un encuentro sin prejuicios, sin preconceptos.
Todo esto, sin embargo, no significa que no debamos estar equipados con una visión muy
clara y una formación adecuada. Al contrario, hoy no podemos encontrarnos con los jóvenes
de manera sana y sanadora si no estamos equipados con un conocimiento sólido y amplio de
los diversos elementos que condicionan la vida social, familiar y cultural de nuestros
jóvenes. Solo la buena voluntad de encontrarlos no basta.
A todos nosotros, adultos y peregrinos de los jóvenes, se nos pide que seamos personas
equipadas con una formación integral. Quienquiera que quiera ser verdaderamente siervo
de los jóvenes, en primer lugar, necesita interrogarse sobre sus propias motivaciones, las
más profundas, las que habitan el corazón y que lo impulsan a estar presente con ellos, a
actuar a su favor. En palabras claras, las razones de nuestro ser educadores deben ser
reforzadas.
Este primer paso pide un segundo, el de interrogarse cuáles son las fuentes y las raíces que
alimentan tales motivaciones.
Nos preguntamos si es realmente querer a los jóvenes permitiéndoles todas las
posibilidades sin límites y sin una visión de adónde queremos que lleguen. Nos preguntamos
si el único objetivo, el de que los jóvenes solo lleguen a disfrutar el tiempo y que se sientan
emocionalmente gratificados, es realmente buscar su verdadero bien. Nos preguntamos si
ofrecer a los jóvenes esas ocasiones y esos espacios donde el deseo superficial de lo
inmediato pueda ser gratificado sin ‘peros’ ni ‘condiciones’, es el camino correcto. Una
sociedad donde los adultos miran a los jóvenes como clientes, es una sociedad que ha
perdido la brújula hacia el futuro, encontrando el atajo de la utilidad y el beneficio
inmediato. Un beneficio pagado con la moneda del fracaso educativo.
Elecciones educativas y políticas que consciente o inconscientemente toman este camino, de
manera indirecta y sutil, terminan por proponer a los jóvenes solamente la oportunidad de
consumir el tiempo de la juventud. Pero todos somos conscientes de que la juventud, como
tiempo, ciertamente no es eterna. La belleza de la juventud, en cambio, reside precisamente
en ser una fase de la vida que, anticipada por la niñez y la adolescencia, se convierte en el
vientre que da a luz la edad adulta.
Una sociedad que se limita simplemente a ofrecer a los jóvenes espacios y experiencias
donde el deseo simplemente se satisface, sin la capacidad de ser educado y madurado, es
una sociedad que termina por consumir la juventud haciéndola perder la capacidad de ser
generadora de un futuro prometedor y digno. Todos nosotros, responsables de diferentes
maneras, protagonistas de la vida social, directa o indirectamente ligada al planeta
educativo, tenemos esta responsabilidad de cuidar esta fase, viendo en ella precisamente un
vientre que hoy tiene la clave del porvenir. En cada camino educativo, el futuro está
presente, el futuro está en el presente.
Justamente entonces el mismo filósofo Bauman se pregunta cómo llamar a la cultura actual.