Albera_es


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ALDO GIRAUDO
DON PABLO ALBERA
MAESTRO DE VIDA ESPIRITUAL
SETTORE FORMAZIONE
SOCIETÀ SALESIANA DI SAN GIOVANNI BOSCO
ROMA

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Versión original: Don Paolo Albera, maestro di vita spirituale
Traducción: José Antonio Hernández y colaboradores
En la portada: ilustración de Cyril Uhnák
Procesamiento electrónico: Sede Centrale Salesiana
–––––––––––
© 2021 Settore Formazione della Società Salesiana di San Giovanni Bosco,
Sede Centrale Salesiana, Via Marsala 42, 00185 Roma
Tel. 06 656 121, email: formazione@sdb.org, https://www.sdb.org

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3
PREFACIO
El carisma de un fundador implica, no solo, una forma original de imitar
al Señor sino, también, la capacidad de transmitir su espíritu y de implicar
a otros en la misión que se le ha encomendado. En Pablo Albera tenemos
un hombre formado, personalmente, por Don Bosco, y uno de los hijos que
más contribuyó a la transmisión y propagación de su espíritu y misión.
El libro Don Pablo Albera, maestro de vida espiritual, nos ofrece un
retrato muy expresivo de la personalidad y de la formidable contribución
que, el segundo sucesor de Don Bosco, ofreció para el desarrollo del
carisma salesiano. Podríamos decir que don Albera, de alguna manera, ha
permanecido en la sombra hasta hoy; gracias al año que se le dedica en el
centenario de su muerte, ahora está volviendo a plena luz, como una figura
fascinante y atractiva.
Es conocido el texto en el que Pablo Albera describe la irresistible fasci-
nación ejercida por Don Bosco sobre sus muchachos. No es tan conocido
cómo Don Bosco quedase, él mismo, impresionado por las cualidades
humanas y por la sensibilidad espiritual de este chico, de aspecto gentil
y poco robusto, físicamente, que entró a los trece años en el Oratorio de
Valdocco, que se había confiado totalmente a él como a un verdadero
padre, dejándose guiar por los caminos del Espíritu. Eso es lo que descu-
brimos en la primera parte del libro, de carácter biográfico, rico en muchas
otras noticias que arrojan luz sobre la vida de este joven que se convirtió
en sucesor de Don Bosco.
La tímida delicadeza de Pablo Albera contrasta con la energía del extro-
vertido y enérgico Juan Cagliero. Y, sin embargo, este Salesiano de los
primeros tiempos –el más joven de los que firmaron la lista de primeros
socios Salesianos, en junio de 1860, y entre los pioneros en Mirabello, bajo
la dirección de joven Don Rua– manifiesta no solo un marcado espíritu de
iniciativa y una capacidad envidiable para ganar corazones, como fundador
de la obra salesiana en Génova, y en Francia, sino también una sorpren-
dente tenacidad de carácter, que se revela, por ejemplo, en el larguísimo
viaje de tres años en América, donde visitó todas las presencias salesianas
como representante de Don Rua.
Pero quizás, el ámbito en el que Albera se revela más es el de Director
espiritual de la naciente Congregación. De la pluma de Giraudo emerge
un hombre que se ocupó, especialmente, de los Salesianos en formación,
a través de las visitas a las casas de formación, la preparación de forma-
dores, la vigilancia de la aplicación de las Constituciones, de los Regla-

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4
mentos y de las deliberaciones capitulares en materia de formación y de
estudios. Es particularmente impresionante su hábito de leer, meditar,
tomar notas y hacer suyos los muchos escritos de espiritualidad sobre
los que reflexionaba. De esta intensa y constante dedicación vinieron los
frutos en el servicio que brindó como guía espiritual y en los innumerables
ejercicios espirituales que predicaba.
Como Rector Mayor, don Albera siguió dando un gran valor a la vida
de oración y de estudio como fuente de fecundidad apostólica. Eran temas
en los que insistía mucho. Apelaba constantemente a Don Bosco, aquel
Don Bosco, que lo había guiado, desde niño, a un verdadero seguimiento
del Señor: «¡Todo y solo para Jesús!». El amor por el estudio lo ha abierto
a apreciar, de una nueva manera, lo que Francisco de Sales había sido para
Don Bosco. Esto es lo que se desprende, especialmente en la segunda parte
del libro de Giraudo, que hace percibir el fuego ardiente bajo una expe-
riencia de vida sumamente intensa y plena, y también se puede captar, de
igual modo, en la antología de los escritos de Pablo Albera, en la tercera
parte de este libro.
Los primeros Salesianos fueron hombres profundamente marcados por
Don Bosco, pero, cada uno, refleja su carisma de manera diferente, como se
puede ver en la profunda fidelidad de Rua y en el dinamismo misionero de
Cagliero; en el primer formador Barberis y en el genio literario de Francesia.
Entre estos padres de la Congregación salesiana, Pablo Albera destaca como
maestro de vida espiritual, por su capacidad para captar el corazón de Don
Bosco y comunicarlo a los Salesianos y a los miembros de la creciente Familia
Salesiana. A través de Albera somos capaces de ponernos en contacto con
las fuentes del carisma salesiano de una forma hasta ahora inexplorada. Los
diarios personales, escritos en francés, y también en inglés, son como un
rayo de luz que abre la mirada al diálogo continuo entre gracia y libertad en
el corazón del hombre, una ventana que se abre a la capacidad y vitalidad
formativa que trae consigo el carisma de Don Bosco, un testimonio conmo-
vedor de cómo nuestra humanidad permanece como tal y, sin embargo, se
transforma en instrumento del Espíritu. Albera se caracterizaba por una
vena de melancolía, pero su personalidad emerge como un don constante de
amabilidad, delicadeza y bondad.
Llama la atención la devoción de Albera por Don Rua: entendió que
el sucesor de Don Bosco no fue simplemente una pálida imitación del
fundador. «¿Por qué fue tan querido Don Bosco? ¿Por qué estaban todos
los corazones con él? - dijo durante el VII Capítulo General a las Hijas de
María Auxiliadora - Porque tuvo la suerte de tener a su lado a un Don Rua,

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5
que siempre se encargaba de todos los asuntos odiosos... Cuando [Rua] fue
elegido Rector Mayor hubo quienes temieron un gobierno riguroso: se vio,
en cambio, cuánta bondad había en su corazón. Pero esta seguirá siendo
una de las páginas más hermosas de su vida, y se verá cuánto contribuyó a
la aureola de la que Don Bosco estaba rodeado».
A Don Bosco y a Don Rua nosotros tenemos que añadir, ahora, a don Albera,
«le petit Don Bosco», que ha llevado a su rectorado la familiaridad personal
con las obras salesianas dispersas en el mundo y una particular sensibilidad a
los nuevos contextos y situaciones. La dulzura de su carácter y su sensibilidad
se hicieron particularmente evidentes en el modo en que supo acompañar
la dificilísima situación en la que la Sociedad Salesiana se encontró durante
la Primera Guerra Mundial, cuando la mitad de sus casi 4.000 miembros se
vieron directamente involucrados en las campañas militares.
«Cuando tengas la felicidad de poder decir la primera misa –había
susurrado Don Bosco al oído de Paolino–, pide a Dios la gracia de no
desanimarte nunca». Este consejo demostró ser valioso durante los cuatro
largos años de guerra, cuando Albera supo animar a todos, a los llamados a
las armas y a los que se quedaron en casa, que tuvieron que multiplicar, de
manera heroica, su trabajo. No solamente no permitió el cierre ni siquiera
de una sola casa, sino que no dudó en abrir orfanatos y otras obras de asis-
tencia a los jóvenes. Y esto en ambos frentes del conflicto.
Expreso mi más sincero agradecimiento a Aldo Giraudo, en nombre de
todos aquellos quienes, a través de esta obra suya podrán conocer mejor a
Paolo Albera. Mi deseo y mi oración es que juntos podamos seguir viviendo
lo mejor posible el patrimonio espiritual entregado al mundo y a la Iglesia
a través de Don Bosco y a través de quien se dejó formar por él, como este
compañero de Miguel Magone, convertido en su segundo sucesor.
Los tiempos y los contextos cambian, pero lo esencial permanece en toda
su veracidad y vitalidad: siempre vale la pena tomarlo o, mejor dicho, dejarnos
tomar y sorprender, como por lo demás sucede cuando se medita las páginas
de los evangelios y en la vida de los santos. Eso es lo que debería pasar cuando
miramos, con el corazón, a Don Bosco y a los hombres que formó. Que el
regalo, que es Pablo Albera, nos tome por sorpresa, caliente nuestros corazones
y renueve en nosotros el deseo de seguir al Señor por el camino trazado por
Don Bosco. Esto es lo que don Paolo Albera deseaba ardientemente para sus
hermanos y es lo que, seguramente, desea para todos nosotros.
D. Ivo Coelho
Consejero para la formación

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6
Quienes conocieron a don Paolo Albera en las distintas etapas de su vida
tuvieron la impresión de ver en él una criatura dulcísima. Su rostro joven,
iluminado por una sonrisa eterna, se mantuvo así, incluso en la vejez. Solo
su cabello se había vuelto blanco como la nieve. Los ojos límpidos miraban
a los interlocutores con la amabilidad y la luminosidad de un niño. La
forma de hablar, lenta y penetrante, iba directa al corazón. Era delgado,
de salud delicada. Fue atormentado por varios sufrimientos físicos, que
trataba de minimizar. Parecía extremadamente frágil.
Cuando reflexionaba sobre sí mismo, a menudo se sentía abrumado por
la melancolía. Se sentía inadecuado, falto de las cualidades necesarias para
un sucesor de Don Bosco, lejos de la perfección requerida a un religioso. El
pensamiento de la muerte lo acompañaba constantemente.
Cuando se relacionaba con los demás, aparecía toda la amabilidad, la
delicadeza, la bondad de su humanidad. Estaba dotado de una profunda
capacidad de escucha y tenía el don del discernimiento.
Sin embargo, si miramos sus acciones, sus viajes incansables, el fervor
de su apostolado, la cantidad de nuevas fundaciones, entonces se nos mani-
fiesta un hombre completamente diferente: la más ardiente de las criaturas.
Le haríamos un flaco favor a este salesiano tan dulce, amable, indul-
gente con el prójimo si no recordásemos que fue uno de los más firmes,
compactos y tenaces temperamentos que supo guiar, con claridad de visión
y con firmeza, a la Sociedad Salesiana en uno de los períodos más difíciles
de su historia.
***
Este volumen está dividido en tres partes.
La primera presenta una breve biografía de don Pablo Albera, segundo
sucesor de Don Bosco. Las principales fuentes de esta sección son la bien
documentada biografía publicada por Domenico Garneri en 1939, las
Cartas circulares, la correspondencia con don Giulio Barberis durante
la visita canónica a América, el Bollettino Salesiano, los cuadernos autó-
grafos del «diario espiritual» conservados en el Archivo Salesiano Central
(ASC B0320101-109).
La segunda parte expone los puntos clave de su magisterio espiritual.
La tercera parte contiene una antología de sus escritos más significa-
tivos extraídos de las Cartas circulares a los Salesianos (Turín 1922).

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ABREVIACIONES Y SIGLAS
AAT Archivio Arcivescovile Torino
ACS Atti del Capitolo superiore (1921ss)
ASC Archivio Salesiano Centrale
BS
Bollettino Salesiano (1877ss)
BSe Boletín Salesiano (edición española)
Garneri D. Garneri, Don Paolo Albera secondo successore di don Bosco. Memorie
biografiche, Torino, Società Editrice Internazionale 1939.
Em
G. Bosco, Epistolario. Introduzione, testi critici e note a cura di F. Motto,
8 voll., Roma, LAS 1991-2019.
L
P. Albera - C. Gusmano, Lettere a don Giulio Barberis durante la loro
visita alle case d’America (1900-1903). Introduzione, testo critico e note a
cura di B. Casali, Roma, LAS 2000.
Lasagna P. Albera, Mons. Luigi Lasagna. Memorie biografiche, San Benigno
Canavese, Scuola Tipografica Salesiana 1900.
LC
Lettere circolari di don Paolo Albera ai salesiani, Torino, Società Editrice
Internazionale 1921.
LCR Lettere circolari di don Michele Rua ai salesiani, Torino, Tip. SAID
“Buona stampa” 1910.
Lm
ASC E444, Lettere mensili ai salesiani soldati (1916-1918)
Manuale P. Albera, Manuale del direttore, S. Benigno Canavese, Scuola Tipo-
grafica Salesiana 1915.
MBe Memorias biográficas de San Juan Bosco [GIOVANNI BATTISTA
LEMOYNE, ANGELO AMADEI, EUGENIO CERIA], volúmenes VI-XVII,
Editorial CCS, Madrid 1983-1988.
ms
manuscrito

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Primera parte
LA VIDA (1845-1921)

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Capítulo 1
LOS AÑOS DE LA FORMACIÓN (1845-1868)
Don Bosco confiesa al joven Pablo Albera
(foto Francesco Serra, 21 de mayo de 1861)
Infancia y adolescencia
Pablo Albera nació el 6 de junio de 1845 en None, un pueblo agrícola
del Piamonte, a medio camino entre Turín y Pinerolo. Por los documentos
presentados a la Curia para el examen de admisión a la toma de hábito
clerical11), sabemos que sus padres se llamaban Giovanni Battista y
Margherita Dell’Acqua. Se habían casado en 1825. El padre era agricultor,
1 AAT 12.17.4, Elenco dei giovani aspirante allo stato chiericale 1855-1867, año 1861.

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12 Capítulo 1
propietario de una modesta granja (unas seis hectáreas), con un valor de
mil trescientas liras piamontesas. Tuvieron siete hijos, seis niños y una
niña. Paolo fue el último. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento
con los nombres de Paolo Sebastiano Norberto. Tres de sus hermanos se
hicieron religiosos: Lodovico fue franciscano, con el nombre de padre
Telesforo, Luigi se hizo paúl (vicenciano) y Francesca Hija de la Caridad
con el nombre de sor Vincenzina.
El ambiente sereno y afectuoso de la familia fue fundamental para el
crecimiento del pequeño y el desarrollo de sus talentos personales. Don
Giovanni Matteo Abrate, su párroco, le siguió con especial atención. Le
enseñó a servir a la eucaristía, le preparó para el sacramento de la confir-
mación (1853) y para la primera comunión, que recibió a los once años,
según era común por entonces.
Pablo asistió a la escuela del pueblo con resultados brillantes. Al
terminar la primaria, se dedicó a trabajar en el campo, ya que su familia
no tenía recursos económicos para permitirle continuar con los estudios.
Don Abrate, que ya intuía su vocación, admirado de la bondad de espíritu
y las dotes del muchacho, trató de ayudarle. En 1858 invitó a Don Bosco
a None para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario que, aquel año, se
celebraba el 3 de octubre. Después de la celebración de la tarde le presentó
al niño: «Llévalo contigo». Y Don Bosco, conquistado por la inteligencia
del muchacho, por su mirada penetrante y serena, aceptó.
El 18 de octubre de 1858, acompañado por el párroco, Pablo ingresó
en el Oratorio de Valdocco. Había cumplido trece años el anterior mes
de junio. Se unió a la animada comunidad juvenil de la «casa anexa al
Oratorio», formada por ciento veinte estudiantes y ochenta artesanos. Eran
todos chicos de clase popular, acogidos gratuitamente o casi, muy invo-
lucrados en el ambiente familiar y fervoroso creado por Don Bosco. La
presencia activa del santo entre los jóvenes, su envolvente y motivadora
acción educativa, la relación cercana con cada uno, que crecía en intimidad
en el sacramento de la confesión, creaban un ambiente educativo único y
extremadamente eficaz. Don Bosco era ayudado por el prefecto, el humilde
don Vittorio Alasonatti, y por unos cuantos clérigos que habían crecido
en el Oratorio, imbuidos de su vitalidad y su método educativo. Michele
Rua, Giovanni Cagliero, Giovanni Battista Francesia, Giovanni Bonetti,
Celestino Durando... apenas tenían unos años más que sus compañeros,
pero con actividad múltiple y variada, con su conducta ejemplar, y con su
espíritu de entrega y sacrificio, eran el fermento vivo de la casa, un modelo
admirado por los más jóvenes.

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Los años de la formación (1845-1868) 13
En la casa de Don Bosco se respiraba un intenso ambiente espiritual,
pero sin excesos. Giovanni Battista Lemoyne escribirá, citando un testi-
monio del propio don Albera: «Las grandes virtudes estaban ocultas en el
Oratorio. En un ambiente de ideas espirituales, donde eran algo continuo
los hechos sorprendentes, los sueños marcados con el sello de lo sobre-
natural, las predicciones, la revelación de conciencias y los anuncios de
muertes futuras, todo lo cual parecía que había de exaltar la fantasía, no
hubo entre los millares de jóvenes educados en el Oratorio, ni visionarios,
ni maniáticos por la religión, ni beatos, ni pusilánimes, ni supersticiosos»2).
Cuando Pablo llegó al Oratorio, Don Bosco estaba recopilando infor-
mación para la biografía de Domingo Savio, que había muerto en marzo
de 1857. Muchos de sus compañeros habían sido testigos de las virtudes
y el fervor apostólico de este maravilloso adolescente. Hablaban de él y
procuraban imitarle. El recién llegado se sintió de inmediato como en casa
en aquel fervoroso ambiente y se hizo gran amigo de algunos de los chicos,
entre los cuales, del exuberante Michele Magone.
Justo por aquellos años se estaba consolidando la escuela de secundaria
dentro del Oratorio. En el otoño de 1858, a las clases de letras latinas infe-
riores (latinità inferiore) se añadió el primer grado de educación secun-
daria (prima ginnasiale) y, en el curso siguiente, Don Bosco consiguió
implantar la educación secundaria al completo con sus profesores propios.
Los tres primeros cursos se confiaron a los clérigos Celestino Durando,
Secondo Pettiva y Giovanni Turchi y, las dos últimas, a Giovanni Battista
Francesia.
A partir de ese momento, la sección de los estudiantes adquirió una
importancia mayor. Casi todos los alumnos eran aspirantes al sacerdocio,
cuidadosamente seleccionados, y muy animados en su formación cultural
y espiritual. Don Bosco seguía personalmente el proceso de maduración
de cada uno, con dedicación y constancia, con dulzura y respeto. Albera
estaba fascinado con todo esto.
Sesenta años más tarde recordaría el poder transformador de aquel amor:
«Don Bosco nos quería de una manera única, solamente suya: sentíamos
una atracción irresistible… Todavía ahora me parece sentir la suavidad
de su predilección hacia mí que era un jovenzuelo: me sentía como apri-
sionado por una fuerza afectiva que me alimentaba los pensamientos... Me
sentía amado de un modo que nunca antes había experimentado, que no
tenía nada que ver ni siquiera con el vivísimo amor que me tenían mis
2 MBe VI, 734-735.

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14 Capítulo 1
inolvidables padres.
El amor de Don Bosco por nosotros era algo único y superior a cualquier
otro afecto; nos envolvía a todos completamente, en una atmósfera como
de alegría y felicidad, de la que eran desterradas penas, tristezas, melan-
colías: nos penetraba el cuerpo y el alma de tal forma que no pensábamos
más ni a uno y a otra; estábamos seguros de que el buen padre pensaba en
nosotros, y este pensamiento nos hacía completamente felices.
¡Oh, era su amor el que atraía, conquistaba y transformaba nuestros
corazones!... Y no podría ser de otro modo, porque de cada palabra y acto
suyo emanaba la santidad de la unión con Dios, que es la caridad perfecta.
Él nos atraía por la plenitud del amor sobrenatural que se le reavivaba
en el corazón, y que con sus llamas absorbía, unificándolas, las pequeñas
centellas del mismo amor, suscitadas por la mano de Dios en nuestros
corazones. Éramos suyos, porque cada uno de nosotros tenía la certeza de
que él era verdaderamente un hombre de Dios, homo Dei, en el sentido más
expresivo y comprensivo de la palabra»3).
Cuando escuchaban la palabra de Don Bosco, cuando le veían rezar y
celebrar la eucaristía, aquellos chicos quedaban prendados de la energía
espiritual que emanaba de su persona. Escribía don Albera en 1912:
«Entrado joven en el Oratorio, recuerdo que, desde los primeros días,
al escuchar el discurso de la noche, no pude evitar decirme: ¡Cuánto
debe querer Don Bosco a la Virgen! ¿Y quién de entre los veteranos no
ha notado con qué sentimiento, con qué convicción nos hablaba de las
verdades eternas, y cómo no pocas veces ocurría que, hablando, sobre todo
de los novísimos, se emocionaba tanto que se le iba rompiendo la voz? Ni
podremos olvidar con cuánta fe celebraba la Santa Misa”4).
Paolino (así es como le llamaba Don Bosco) se encomendó al santo
educador con confianza ilimitada y amorosa docilidad. El superior,
conquistado por la bondad de espíritu y las cualidades morales e intelec-
tuales del muchacho, correspondió a la afectuosa confianza. Se convirtió
en el amigo de su alma. Lo introdujo, paso a paso, en los caminos del
Espíritu. Le enseñó cómo abandonarse a la acción interior de la gracia.
Templó su alma y moldeó su corazón con discreción y equilibrio, como
había hecho con Domingo Savio y con todos aquellos que le abrieron su
alma para que les ayudara a «darse totalmente a Dios».
3 LC 341-342.
4 LC 98.

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Los años de la formación (1845-1868) 15
Entre los salesianos de los orígenes
No sabemos si el joven Albera formó parte de la Compañía de la Inma-
culada, semillero de vocaciones salesianas, cenáculo de santidad. Lo cierto
es que, un año y medio después de su ingreso, el 1 de mayo de 1860,
por sugerencia del propio Don Bosco, fue admitido en la Congregación
Salesiana, fundada en diciembre de 1859. Todavía no había cumplido los
quince años. Al mes siguiente, se envió el manuscrito de las primeras
Constituciones al arzobispo Luigi Fransoni para su aprobación. La carta
que lo acompañaba estaba firmada por Don Bosco, don Alasonatti, don
Angelo Savio, el diácono Miguel Rua y los demás «socios salesianos»:
diecinueve clérigos, dos coadjutores y un muchacho, nuestro Pablo «estu-
diante de prima retorica». «Nosotros, los abajo firmantes, movidos única-
mente por el deseo de asegurar nuestra salvación eterna, nos hemos unido
para llevar una vida en común a fin de poder atender más cómodamente a
las cosas que conciernen a la gloria de Dios y a la salud de las almas. Para
conservar la unidad de espíritu y de disciplina, y para poner en práctica los
medios conocidos y útiles para dicho fin, hemos formulado algunas reglas
a modo de Sociedad Religiosa, que, excluyendo toda máxima relacionada
con la política, tiende únicamente a santificar a sus miembros, especial-
mente con el ejercicio de la caridad hacia el prójimo...»5).
Desde ese momento Albera se sintió inseparablemente unido a Don
Bosco, que le trataba con cierta predilección respecto a sus compañeros.
Quizá presagiaba su futura misión. Lo podemos deducir de un sueño que
tuvo durante la noche del 1 al 2 de mayo de 1861: «Vio su Oratorio de
Valdocco y los frutos que producía, la condición de los alumnos ante los
ojos de Dios; a los que eran llamados al estado eclesiástico o al estado
religioso en la Pía Sociedad, o a vivir en el estado laical y el porvenir de la
naciente Congregación». Soñó con un vasto campo sembrado de hortalizas
en el cual trabajaban los estudiantes de Valdocco llamados a una vocación
seglar. Junto a este, en un vastísimo campo de trigo, cosechaban y trillaban
los llamados a la vocación eclesiástica y religiosa. A lo lejos se veían negras
humaredas que se elevaban hacia el cielo: «Era -decía Don Bosco- el efecto
de la labor de los que atropaban los yerbajos y, sacándolos fuera del campo
sembrado de espigas, los amontonaban y les prendían fuego. Esto simboliza
a los destinados a separar a los buenos de los malos, labor reservada a los
directores de nuestras futuras casas. Entre estos estaban don Francesco
5 Em I 406.

2.8 Page 18

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16 Capítulo 1
Cerruti, Giovanni Tamietti, Domenico Belmonte, Pablo Albera y otros
que actualmente cursan sus primeros estudios… Entre aquella multitud de
jóvenes vi a algunos que llevaban unas antorchas encendidas para alumbrar
a los demás, a pesar de que era pleno día. Eran los que habían de servir
de ejemplo a los demás obreros del Evangelio, iluminando al clero con
su conducta. Entre ellos estaba Pablo Albera, el cual, además de llevar la
antorcha, tocaba también la guitarra, indicio de que indicaría el camino a
seguir a los sacerdotes animándoles al cumplimiento de su misión»6). Hay
que tener en cuenta que estos “futuros directores” por aquel entonces eran
jovencísimos: Belmonte tenía dieciocho años, Cerruti diecisiete, Albera
dieciséis y Tamietti tan solo trece.
Las crónicas del Oratorio narran que, pocos días después, el 19 de
mayo, Francesco Serra, fotógrafo aficionado y antiguo alumno del
Oratorio, quiso retratar a Don Bosco. Primero lo fotografió solo, luego
con los jóvenes Albera, Jarach, Costanzo y Bracco, y finalmente con más
de cincuenta alumnos. Dos días después «lo retrató una vez más, en el
acto de confesión: los penitentes más cercanos eran Reano, Albera y Viale;
mientras que muchos otros estaban un poco más atrás, preparándose»7).
Todavía se conserva esta foto, símbolo elocuente de la confianza mutua
entre el santo y el adolescente que iba a ser su segundo sucesor.
En septiembre de 1861, al finalizar el bachillerato, Albera se presentó en
la Curia para el examen de toma de hábito clerical. Leemos en el registro
del archivo arzobispal que se presentó al Vicario General con las refe-
rencias de Don Bosco: «Distinguido por la piedad. Distinguido por el
talento. Ha completado el segundo curso de retórica en el Oratorio de San
Francisco». Superó con éxito la prueba de catecismo y el examen de
vocación. Apenas cometió un error gramatical en el examen de italiano
y dos errores en el ensayo de traducción latina, pero en ambos trabajos,
así como en el sucesivo examen oral, obtuvo la calificación de óptimo.
Fue admitido a la vestición «bajo D. Bosco», es decir, confiado a sus
cuidados formativos, como los demás clérigos diocesanos que residían en
Valdocco8). El rito de vestición fue celebrado por su párroco en la iglesia
de None, el 29 de octubre. Don Abrate soñaba con tenerlo pronto con él
como colaborador.
6 MBe VI 678 y 687-688.
7 ASC A008, Cronaca dell’Oratorio de S. Francesco di Sales n. 1, ms D. Ruffino,
61-62.
8 AAT 12.17.4, Elenco dei giovani aspiranti allo stato chiericale 1855-1867, año 1861.

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Los años de la formación (1845-1868) 17
En noviembre de 1861 comenzó a asistir a las clases de filosofía, que se
impartían en un aula del Seminario. El resto del tiempo era asistente de los
estudiantes en el Oratorio y colaboraba con el Prefecto. Giulio Barberis,
que ingresó en Valdocco ese mismo año, lo recuerda así: «Era bastante
callado, prefería pasear o quedarse retirado en el despacho de don Alaso-
natti, al que ayudaba en pequeñas cosas. Era muy estudioso y destacaba
en la escuela, donde mostraba un gran ingenio y voluntad; pero destacaba
así mismo por su piedad, la cual le hacía muy querido por Don Bosco.
Obedecía sin reservas a Don Bosco y a los demás superiores»9).
En aquellos dos años de estudios filosóficos se dejó moldear por Don
Bosco, cuya acción formativa con respecto al primer grupo de jóvenes
Salesianos fue intensa y singularmente eficaz, como él mismo escribiría
cincuenta años más tarde: «Los mayores de entre los hermanos recuerdan
con qué santas iniciativas nos preparaba Don Bosco para llegar a ser sus
colaboradores. Solía reunirnos de vez en cuando en su humilde habitación,
después de las oraciones de la noche, cuando todos los demás estaban
ya descansando, y allí nos daba una charla breve pero muy interesante.
Éramos pocos los que le escuchábamos, pero precisamente esto nos hacía
más felices al ser parte de estas confidencias, de ser tenidos en cuenta en
los grandiosos planes de nuestro dulcísimo Maestro. No nos fue difícil
comprender que estaba llamado a realizar una misión providencial en favor
de la juventud y era para nosotros no poca la gloria de vernos elegidos
como instrumentos para llevar adelante sus maravillosos ideales. Así, poco
a poco, nos fuimos formando en su escuela, tanto más cuanto que sus ense-
ñanzas ejercían una atracción irresistible sobre nuestras almas, admiradas
por el esplendor de sus virtudes»10).
Así, en el contacto personal y confidencial de cada día, con la extraor-
dinaria personalidad del Fundador y su amplia visión apostólica, se iban
formando espiritualmente sus hijos. Cuando los consideró preparados,
los reunió para hacer oficial su consagración religiosa. Disponemos del
acta redactada en aquella ocasión: «1862, 14 de mayo. Los hermanos de
la Sociedad de San Francisco de Sales fueron convocados por el Rector
y la mayoría de ellos confirmaron su voluntad de pertenecer a la nueva
Sociedad emitiendo formalmente sus votos. Esto se hizo de la siguiente
manera: El Sr. D. Bosco, Rector, vestido con sobrepelliz, invitó a cada
uno a arrodillarse y comenzó a recitar el Veni Creator, que fue continuado
9 Garneri 18.
10 LC 54-55

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18 Capítulo 1
alternativamente hasta el final. Después del Oremus del Espíritu Santo, se
recitaron las Letanías de la Beata Virgen María con el Oremus. Después
de esto, se rezó un Padrenuestro, Ave María y Gloria a san Francisco de
Sales, a lo cual se añadió la invocación propia y el Oremus. Al acabar esto,
los hermanos... pronunciaron juntos la fórmula de los votos, a los cuales se
subscribió cada uno en el libro correspondiente”11).
Fue un momento muy intenso, una experiencia espiritual y carismática
apasionante. El clérigo Giovanni Bonetti escribió en su cuaderno aquella
tarde: «Hicimos nuestros votos en buen número según el Reglamento.
Al ser muchos, repetimos juntos la fórmula detrás del sacerdote D. Rua.
Después de esto el Sr. D. Bosco nos dirigió unas palabras para nuestra
tranquilidad y para darnos más ánimo para el futuro. Entre otras cosas
nos dijo: “... Queridos míos, estamos en tiempos turbulentos y parece casi
una temeridad en estos momentos aciagos tratar de fundar una nueva
comunidad religiosa, mientras el mundo y el infierno a pleno rendimiento
se empeñan en derribar las que ya existen. Pero no importa: tengo argu-
mentos no solo probables, sino seguros de que es la voluntad de Dios
que nuestra sociedad comience y continúe... Si me pusiera a contaros la
cantidad de actos de especial protección que tenemos del Cielo desde el
principio de nuestro Oratorio no acabaría ni en toda la noche. Todo nos
invita a concluir que tenemos a Dios con nosotros y podemos avanzar
en nuestras empresas con confianza sabiendo que estamos haciendo su
voluntad. Pero no son estos los argumentos que me hacen esperar tanto
de esta sociedad: hay otros mayores, entre los cuales se encuentra el
único fin que nos hemos propuesto, que es la mayor gloria de Dios y la
salvación de las almas. ¿Quién sabe si el Señor no querrá aprovecharse
de esta nuestra Sociedad para hacer mucho bien en su Iglesia? Dentro de
veinticinco o treinta años, si el Señor sigue ayudándonos como ha hecho
hasta ahora, nuestra Sociedad, dispersa por el mundo, podrá llegar a tener
más de mil miembros. De ellos, unos se dedicarán a instruir al pueblo
llano con sus sermones, otros a educar a los niños abandonados; unos a
enseñar, otros a escribir y distribuir buenos libros; todos, en definitiva, a
sostener la dignidad del Sumo Pontífice y de los ministros de la Iglesia.
¡Cuánto bien se hará! Pío IX cree que ya estamos en buen camino: así que
aquí estamos esta tarde en camino, combatamos con él por la causa de la
Iglesia, que es la de Dios. Animémonos y trabajemos de corazón. Dios
sabrá pagarnos como un buen amo. La eternidad será bastante larga para
11 ASC D868, Verbali del Capitolo Superiore (1859-69), 9-10.

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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Los años de la formación (1845-1868) 19
que podamos descansar”. Hemos observado –apuntó Bonetti al final– que
en esta velada Don Bosco mostraba una alegría inefable, no sabía cómo
dejarnos, asegurándonos que se habría pasado toda la noche charlando.
Nos contó muchas cosas más, todas ellas preciosas, especialmente sobre
los inicios del Oratorio»12).
Asistente en el Piccolo Seminario de Mirabello (1863-1868)
En 1859, el gobierno de Saboya aprobó una radical reforma escolar que
secularizaba la enseñanza pública. En esta ocasión los obispos piamonteses
sintieron la urgencia de revitalizar sus seminarios menores para asegurar
una sólida formación cristiana a los futuros sacerdotes. Pero en aquellos
años de tensión política y crisis económica no tenían recursos para afrontar
la empresa. Así que Don Bosco se puso inmediatamente a disposición
de su diócesis. El arzobispo Fransoni, exiliado en Lyon, le dio permiso
para organizar el pequeño seminario de Giaveno. Nombró a un sacerdote
de confianza como rector y envió a un grupo de los clérigos que habían
crecido en Valdocco para que le ayudasen. Los años escolares 1860-1862
fueron muy positivos. Pero a la muerte del arzobispo, en marzo de 1862,
surgieron dificultades y el santo, para evitar tensiones con los superiores de
la curia de Turín, se hizo a un lado y consignó a la diócesis un seminario
bien ordenado y lleno de vida.
Aquella experiencia le enseñó tres cosas: que había llegado el momento
de exportar su experiencia educativa; que era necesario para el bien de
los jóvenes, de la sociedad y de la Iglesia; que en Valdocco había jóvenes
Salesianos dotados de su mismo espíritu y capaces de asegurar el éxito
de la empresa. También había aprendido que en las futuras fundaciones
debía garantizarse la plena independencia en la administración y la gestión
educativa y escolar. Muy pronto se presentó la ocasión con la petición
de abrir un colegio en Mirabello Monferrato, diócesis de Casale. Podía
contar con un terreno y una casa puestos a su disposición por el padre del
salesiano Francesco Provera. Obtuvo la confianza y el apoyo incondicional
del obispo Luigi Nazari di Calabiana. Se le dio amplia libertad de acción.
Don Bosco aceptó inmediatamente. Amplió el edificio existente y presentó
la nueva institución como «Piccolo Seminario» diocesano.
La composición del grupo de formadores enviados allí el 13 de octubre
12 ASC A0040604, Annali III 1862/63, ms G. Bonetti, 1-6.

3.2 Page 22

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20 Capítulo 1
de 1863, muestra el valor y la confianza de Don Bosco en sus hombres.
Don Miguel Rua era el director y el único sacerdote: tenía veintiséis años.
Los demás eran todos clérigos: el prefecto Francesco Provera (veintiséis
años), Giovanni Bonetti como director espiritual (veinticinco años), y los
asistentes Francesco Cerruti (diecinueve años), Paolo Albera y Francesco
Dalmazzo (ambos con dieciocho años). A ellos se unieron en las semanas
siguientes algunos chicos de Valdocco de entre quince y dieciséis años,
clérigos improvisados. Puede parecer una empresa temeraria, pero cierta-
mente su madurez era mayor que su edad.
En Mirabello se abrieron tres clases de primaria y cinco de secundaria.
Los problemas organizativos, de carácter educativo y didáctico, se fueron
resolviendo gracias a la unidad del grupo y al trabajo de Don Rua, que
consiguió reproducir en esta casa el espíritu y el ambiente familiar de
Valdocco. A él, Don Bosco le había entregado una carta con orientaciones
espirituales, reglas de gobierno y directrices pedagógicas, considerada un
documento de capital importancia en el estudio del Sistema Preventivo
salesiano13). Una versión, ampliada en 1870 y titulada Ricordi confiden-
ziali, será entregada por el santo a los Salesianos enviados a dirigir las
nuevas fundaciones.
Albera pasó cinco maravillosos y laboriosos años en Mirabello. Asistía
a los alumnos en el estudio, en el comedor, en el patio y en los dormitorios.
Hacía de profesor y, al mismo tiempo, estudiaba teología. Era un trabajo
sobreabundante para él y para sus compañeros, pero lo vivió sostenido por
un generoso espíritu de sacrificio y entusiasmo, con la alegría de haber
sido elegido por Don Bosco para llevar a cabo sus proyectos.
Para superar la oposición de las autoridades escolares, que no querían
conceder reconocimiento legal a la escuela, Don Bosco pidió a Albera y a
los demás que prepararan el examen de habilitación. El 10 de octubre de
1864, Pablo superó con éxito el examen de magisterio para la enseñanza
elemental y el 10 de diciembre del año siguiente obtuvo el diploma de
profesor del primer ciclo de secundaria en la Real Universidad de Turín.
Podría haber continuado, como Cerruti y Dalmazzo, su carrera académica
hasta la licenciatura, pero no quiso hacerlo «por miedo a perjudicar su
vocación y su virtud», según le confió a su amigo don Giovanni Garino.
En septiembre de 1865, don Miguel Rua fue llamado de vuelta a Turín
para sustituir al difunto don Alasonatti. En Mirabello todos se apenaron por
la amistad espiritual que tenían con su director y confesor. Fue sustituido
13 Em I 613-617.

3.3 Page 23

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Los años de la formación (1845-1868) 21
por don Giovanni Bonetti, un sacerdote de veintisiete años, que continuó
el camino trazado por Don Rua sin cambiar nada, de modo que el clima de
Mirabello no se resintió.
Don Bosco visitaba a menudo el piccolo seminario, se encontraba con
sus hermanos Salesianos, hablaba con los chicos y animaba a todos con
su entusiasmo. Cada año reunía a los Salesianos para los ejercicios espiri-
tuales, una preciosa oportunidad para una dirección espiritual más incisiva.
«A partir de 1866 –escribe don Albera–, cuando empezó a reunirnos para
los ejercicios espirituales, la acción de Don Bosco pudo ejercerse en una
escala mucho más amplia. Todos los años, en esta feliz ocasión, se nos
daba la oportunidad de reunirnos y compartir nuestra vida, y era una gran
alegría para nosotros vernos cada vez más numerosos. El buen padre, con
sus instrucciones, tan densas y llenas de santos pensamientos, y expuestas
con inefable convicción, abría continuamente nuevos horizontes a nuestras
mentes atónitas, hacía que nuestros propósitos fueran cada vez más
generosos y que nuestra voluntad de permanecer siempre con él, y seguirle
a todas partes, sin ninguna reserva y a costa de cualquier sacrificio, fuera
más firme y estable»14).
El santo disfrutaba de la generosidad de sus jóvenes colaboradores. Don
Giacomo Costamagna, el futuro obispo misionero, relata: «La noche del
3 de mayo de 1867, ya en el tren de vuelta a Turín, Don Bosco me abrió
su corazón alegre por las muchas gracias que el Señor le concedía y espe-
cialmente por haberle dado jóvenes colaboradores, adornados de eximias
virtudes. Y nombró a Durando, Francesia, Cagliero, Cerruti, Bonetti,
Albera, Ghivarello, etc., y decía: “Este es un gramático de talento, aquel
otro un letrado, uno un músico, el otro un escritor, uno un teólogo, otro un
santo...”. De algunos resaltaba las singulares habilidades en las que después
se distinguieron, pero que entonces nadie podía entrever»15).
Mientras tanto, Pablo Albera compaginaba su labor educativa con el
estudio de la teología. A medida que se acercaba el momento de su orde-
nación sacerdotal, aumentaba la insistencia del párroco de None en tenerlo
con él como coadjutor parroquial. Este no había entendido que la de Don
Bosco era una congregación religiosa, no una simple sociedad eclesiástica.
Como cuenta Lemoyne, don Abrate «había removido cielos y tierra para
que el clérigo Pablo Albera, su feligrés, entrase en el Seminario y cuando,
ya profesor en el Colegio de Mirabello, estuvo próximo a las sagradas orde-
14 LC 55.
15 MBe VIII 657.

3.4 Page 24

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22 Capítulo 1
naciones, hizo cuanto pudo para lograr su intento… Y dijo para acabar:
-Mire, el seminario es para los clérigos, y allí deben instruirse:
¿por qué Don Bosco los tiene en su Oratorio? El clérigo Albera lo
quiero para mí y no para Don Bosco»16). Fue a quejarse al Vicario General
de la diócesis, le insistió al propio Don Bosco, pero al final comprendió
que Pablo había decidido responder a una especial llamada del Señor. Se
resignó y no presionó más.
16 MBe VIII 852-853

3.5 Page 25

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23
Capítulo 2
PREFECTO EN VALDOCCO
Y DIRECTOR EN GÉNOVA
(1868-1881)
Don Pablo Albera entre los huérfanos de Sampierdarena
Ordenación y primeros años de sacerdocio
El nuevo arzobispo de Turín, monseñor Riccardi di Netro, cuando llegó
el momento de conceder las cartas de aceptación para la ordenación de
los Salesianos de su diócesis, opuso cierta resistencia. Le preocupaba la

3.6 Page 26

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24 Capítulo 2
escasez de sacerdotes y quería que los clérigos de Don Bosco se incorpo-
raran al clero diocesano. Pero ante la decisión de aquellos jóvenes y las
razones expuestas por Don Bosco, cedió. El santo le señaló que, al fin y al
cabo, la mayoría de los seminaristas diocesanos procedían de los institutos
salesianos de Valdocco y Lanzo Torinese y necesitaba a estos jóvenes para
seguir haciendo crecer buenas vocaciones seculares. El 25 de marzo de
1868, en la iglesia de la Inmaculada Concepción, adyacente a la residencia
episcopal, el obispo Riccardi confirió las órdenes menores a Pablo Albera,
Giacomo Costamagna y Francesco Dalmazzo, y tres días más tarde el
subdiaconado. Los consagró diáconos el 6 de junio siguiente.
Pablo se preparó con gran fervor. Conservamos un pequeño cuaderno
de notas escrito durante los ejercicios espirituales de preparación al subdia-
conado (18-28 de marzo de 1868). En la portada se lee: «Tu Corazón, oh
amado Jesús, no está abierto más que para prepararme un refugio: aquí
correré, aquí encontraré la paz y espero no alejarme jamás. Dulce Corazón
de Jesús, haz que yo te ame siempre más y más». Después de la primera
meditación escribió: «De este sermón, que Dios, en su suprema bondad, se
dignó hacerme escuchar, recogeré estos frutos: 1. Pensaré a menudo en mi
nada; 2. Tendré a menudo presente la grandeza y la omnipotencia de Dios.
Y con estos dos pensamientos bien firmes, espero, oh Jesús mío, que ya
no te vuelva a ofender con pecados de soberbia, y que todas mis acciones
las orientaré a tu mayor gloria. Que se cincele en mi mente, en cada una
de mis acciones: Todo por Jesús». Al terminar los ejercicios, Don Bosco
le sugirió algunos «recuerdos»: «Tres son las virtudes deben adornar la
vida de un sacerdote: la caridad, la humildad y la castidad. Cuidarás la
primera con un amor noble hacia todos, evitando amistades particulares,
evitando toda palabra, toda obra que, si estuviera dirigida a ti, te desagra-
daría. Cuidarás la humildad considerando a todos tus compañeros como
superiores, para que luego puedas tratarlos como iguales con toda caridad.
Recordarás tus pecados, la humildad y la mansedumbre del Corazón de
Jesús, y serás verdaderamente humilde. Cuidarás la tercera trabajando
todo lo que puedas y todo para gloria de Dios, con oración hecha desde el
corazón, y con la fe, la templanza en el comer y gran mortificación de la
vista»1).
Al cabo de dos meses hizo otros diez días de ejercicios espirituales
(18-28 de mayo de 1868) para prepararse a la ordenación diaconal. Escribió:
«Comenzaré mis ejercicios grabando bien en la mente lo que me dijo mi
1 Garneri 35-36.

3.7 Page 27

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Prefecto en Valdocco y director en Génova (1868-1881) 25
director espiritual en la confesión. Es necesario que me guarde hasta en las
cosas pequeñas, porque son ya faltas muy graves al lado de la bondad de
Dios, y nos privan de grandes gracias; y además porque suelen conducir a
faltas más graves. Con la ayuda del Señor, cuidaré esto siempre y en todo,
pero especialmente cuando se trata de la modestia. Evitaré toda relación
demasiado cercana, toda mirada, todo escrito, todo gesto de manos que
pueda ofender esta hermosa virtud. Corazón de Jesús, el más puro de
todos los corazones, hazme semejante a Ti. Virgen purísima, Reina de las
vírgenes, que tanto hiciste y más hubieras hecho por mantenerte casta,
he aquí a tus pies un pobre desgraciado que quisiera imitarte, pero no
es capaz: ayúdame en todo, llévame del todo contigo. ¡Auxilium Chris-
tianorum, ora pro nobis!». También en esa ocasión Don Bosco le dictó
algunos recuerdos: «1. La meditación por la mañana, la visita al Santísimo
durante el día, la lectura espiritual, aunque sea breve, hacia la noche. 2.
Aceptar todos los consejos con respeto, es más, dar las gracias a quienes
nos aconsejan. 3. Advertir a los compañeros de buena manera sin ofender a
nadie, dar buenos consejos y preocuparse de la salud del prójimo. 4. Tener
máximo cuidado hasta en las pequeñas cosas, especialmente en cuestiones
de modestia». Albera concluyó su retiro con esta invocación: «Precio-
sísima Sangre de Jesucristo, desciende, si no sobre este papel, sí sobre mi
corazón que es más importante, y sella estas intenciones mías. Haz que el
fruto de estos ejercicios sea constante y duradero. Virgen Santísima, no me
abandones hasta que me veas en el cielo alabándote por todos los siglos.
¡Amén, amén!»2).
El 9 de junio de 1868 el diácono Pablo Albera, con sus hermanos y estu-
diantes de Mirabello, participó en la solemne consagración del santuario
de María Auxiliadora en Valdocco. Fue una experiencia intensa. Cincuenta
años después, evoca de nuevo las emociones vividas: «Recuerdo como si
fuera ayer el momento solemne en el que Don Bosco, todo radiante de
alegría, y al mismo tiempo con los ojos velados por las lágrimas por la
profunda emoción, fue el primero en subir al altar mayor para celebrar,
bajo la mirada piadosa de su gran Auxiliadora, el santo sacrificio de la
misa... Los que ya teníamos unos años, nos dábamos cuenta de que el
rostro de nuestro venerable parecía casi transfigurado, y que no se cansaba
de hablar de su Virgen; y guardamos con celoso recuerdo lo que él, leyendo
en el futuro, nos contó en aquella ocasión sobre las maravillas que María
2 Garneri 36-37.

3.8 Page 28

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26 Capítulo 2
Auxiliadora obraría en favor de sus devotos»3).
Aquel mismo día Don Bosco invitó a Pablo a prepararse para la orde-
nación sacerdotal. Fue ordenado en Casale Monferrato, el 2 de agosto de
1868, por Mons. Pietro Maria Ferrè, el nuevo obispo de aquella diócesis. La
víspera, Don Bosco le había dicho: «Cuando tengas la dicha de poder decir
tu primera misa, pídele a Dios la gracia de no desanimarte nunca”. Años
más tarde, en una conferencia a los Salesianos, don Albera les confió: «En
aquel momento no entendí la importancia de estas palabras: solo después
capté todo su valor».
El 19 de septiembre de 1868 emitió sus votos perpetuos en la casa de
Trofarello. Después Don Bosco lo quiso a su lado en Turín. Allí perma-
neció cuatro años, durante los cuales pudo «gozar de la intimidad de Don
Bosco y descubrir en su gran corazón aquellas preciosas enseñanzas que
eran tanto más eficaces para nosotros cuanto más las veíamos ya realizadas
en su conducta diaria». Al estar cerca de él, se convenció de que «lo único
necesario para convertirse en un digno hijo suyo era imitarle en todo». Por
eso, siguiendo el ejemplo de otros de entre los primeros Salesianos, «que
ya reproducían en sí mismos el modo de pensar, de hablar y de actuar
del padre», se esforzó también él por hacer lo mismo4). Tenía veintitrés
años. Le fue encargada la gestión de los alumnos externos con la tarea de
recibir a las visitas y aceptar a los alumnos. Era el más adecuado. Todo el
que entraba en su despacho por primera vez era conquistado por su dulce
sonrisa y sus amables maneras.
En enero de 1869 la Santa Sede aprobó definitivamente la Sociedad
Salesiana. A su regreso de Roma, Don Bosco fue recibido triunfalmente
en medio de la alegría de alumnos y Salesianos.
Con motivo de la apertura del Concilio Vaticano I (8 de diciembre
de 1869), don Albera escribió un himno en honor de Pío IX, al que puso
música Juan Cagliero. Dos días más tarde fue elegido para formar parte
del Capítulo Superior, el órgano central de gobierno de la Congregación,
sustituyendo a su antiguo profesor, don Francesia, que había sido enviado a
dirigir el colegio de Cherasco. Como consejero participó en un importante
evento. Él mismo nos lo cuenta: «En mayo de 1871, Don Bosco, habiendo
reunido al Consejo, les recomendó que rezaran durante un mes para obtener
la luz necesaria para saber si debía ocuparse también de las niñas, como
se le pedía de vez en cuando. Acabado el mes, reunió de nuevo al Consejo,
3 LC 262.
4 LC 331.

3.9 Page 29

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Prefecto en Valdocco y director en Génova (1868-1881) 27
pidiendo a cada uno su opinión; todos estuvieron de acuerdo». Entonces el
santo añadió: «Bueno, ahora podemos dar por seguro que es la voluntad de
Dios que también nos ocupemos de las niñas».
En esos años se tomaron otras decisiones importantes para el desarrollo
de la Sociedad Salesiana: la apertura de los colegios de Alassio (1870) y
Varazze (1871), la ampliación del colegio de Lanzo Torinese, el traslado del
Piccolo Seminario de Mirabello a Borgo San Martino (1870), la fundación
de un hospicio para huérfanos en Génova-Marassi (1871), y la aceptación
del liceo de Valsalice (1872).
Fundador de la casa salesiana de Génova
En 1871 los miembros de las Conferencias de San Vicente de Génova
propusieron a Don Bosco abrir un hospicio para los huérfanos de dicha
ciudad. Estaban dispuestos a sufragar los gastos de manutención de los
chicos y el alquiler del local. El senador Giuseppe Cataldi puso a su dispo-
sición una casa por 500 liras al año. El edificio estaba situado en la región
de Marassi, en la colina este, entre el centro de la ciudad y el cementerio
de Staglieno. No parecía del todo adecuado, pero el santo, animado por el
arzobispo Salvatore Magnasco, aceptó con la aprobación de su Consejo.
Don Albera fue enviado como director, en compañía de dos clérigos,
tres coadjutores y un cocinero. En el momento de su partida, Don Bosco
le preguntó si necesitaba dinero. Le respondió que no era necesario, pues
el ecónomo le había dado 500 liras. El santo le contestó que comenzar una
obra de caridad con esa suma era un signo de poca confianza en la Provi-
dencia. Le hizo devolver el dinero y le asignó una suma mucho menor,
pero le dio algunas cartas para los bienhechores.
Salieron de Turín el 26 de octubre de 1871. En la estación de Génova no
encontraron a nadie esperándoles. Pidieron información a los transeúntes y
llegaron a la casa que les estaba destinada. Un agricultor estaba trabajando
en el terreno de al lado. Les preguntó quiénes eran. Se presentaron. «Ah,
vosotros sois los díscolos», contestó y les hizo pasar al edificio completa-
mente vacío, desprovisto de sillas, mesas, camas y víveres. Don Albera ni
se inmutó. Le dio al cocinero el dinero para que pudiera ir al pueblo a buscar
provisiones, y este encontró por el camino con una caravana de mulas que
transportaba artículos esenciales a su casa. Habían sido enviados por el
presidente de la Conferencia de San Vicente: fue esta la primera señal de
la Providencia.

3.10 Page 30

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28 Capítulo 2
En los días sucesivos otras expediciones completaron lo que faltaba para
iniciar la obra, que adquirió el nombre de Hospicio de San Vicente de Paúl.
Llegaron los dos primeros huérfanos, y tras ellos otros. Los comienzos
fueron duros, pero no faltaron bienhechores, siendo los primeros los
propios campesinos de la zona. Domenico Canepa, que vivía allí cerca,
contaría cincuenta años después: «Recuerdo cuando don Albera y sus
compañeros llegaron a Marassi. Mirábamos a los recién llegados con
cierta desconfianza. Quizá debido a al cercano Instituto de los díscolos del
valle del Bisagno, se les atribuyó también ese título a los primeros jóvenes
que, recomendados por la Conferencia, fueron recibidos en Marassi; pero
alguno pronto se dio cuenta de que tal apodo no era en absoluto apropiado.
Con gran asombro y placer observábamos la familiaridad que existía entre
los superiores y los alumnos: hablaban y jugaban juntos, y por la noche,
en la terraza, cantaban hermosas alabanzas a la Virgen, para gozo de los
habitantes del barrio, y cuyo eco subía hasta el santuario de Nuestra Señora
del Monte, prácticamente frente al Hospicio. Gran asombro nos causaba
sobre todo ver a esos jóvenes jugando o paseando en medio de las hileras
de viñas, sin que sintieran la más mínima tentación de arrancar ninguno
de los magníficos racimos de uva: y por más que observábamos, nunca
conseguimos pillarlos en esta debilidad»5).
Domenico Canepa también era huérfano. Ayudaba a un tío en el trabajo
de los campos que estaban junto a la casa salesiana. Una noche, mientras
estaba apoyado en la puerta del hospicio, sintió un toque en el hombro.
Era don Albera que le preguntó, sonriendo: «¿Quieres venir conmigo?».
Conquistado por tal cordialidad, respondió inmediatamente: «¡Sí, señor!».
Unos meses más tarde, cuando el instituto se trasladó a Sampierdarena, se
unió a la comunidad y con el tiempo se hizo Salesiano.
En el primer año se acogió a unos cuarenta jóvenes, tantos como la
casa podía contener. Estaban divididos en tres talleres: sastres, zapateros
y carpinteros. Don Albera, el único sacerdote, celebraba, predicaba,
confesaba y enseñaba en la escuela. El reducido número de alumnos le
permitía dedicarse totalmente a su formación. Los resultados no faltaron:
aquellos inquietos muchachos se hicieron, poco a poco, educados, respe-
tuosos, trabajadores y devotos.
Don Bosco visitó Marassi un par de veces durante el año escolar.
Enseguida se dio cuenta de que el edificio era inadecuado y estaba situado
en una zona periférica con pocas posibilidades de desarrollo. Apoyado
5 Garneri 48.

4 Pages 31-40

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4.1 Page 31

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Prefecto en Valdocco y director en Génova (1868-1881) 29
por el arzobispo, encontró un lugar más adecuado en Sampierdarena. La
estación de ferrocarril que se estaba construyendo favorecería la trans-
formación industrial del pueblo, convirtiéndolo en un importante centro
comercial bien comunicado con la Riviera di Ponente y con el interior
del Piamonte y Lombardía. Monseñor Magnasco le ayudó a comprar el
antiguo convento de los Teatinos y la iglesia anexa de San Gaetano, que se
encontraba en un estado pésimo. El convento, que había sido suprimido en
1796, había sido utilizado desde entonces como almacén, cuartel, hospital,
fábrica de pegamento y establo. No tenía patio, por lo que Don Bosco
compró un amplio terreno vecino. La compra del edificio y del terreno, y la
restauración de los locales supusieron un gasto de más de setenta mil liras:
una suma enorme, reunida gracias a la generosidad de los bienhechores
genoveses implicados personalmente por el santo con la ayuda del joven
director don Albera, cuya amabilidad y humildad se ganaron la simpatía
general.
Don Bosco no escatimó en gastos a la hora de restaurar la iglesia.
Amplió el espacio del coro alto, colocó un nuevo órgano y construyó
una gran sacristía. Bajo la dirección del arquitecto Maurizio Dufour y la
supervisión de don Albera, se reformó el revoque, el techo, las puertas y
ventanas, la cornisa interior y la sillería del coro. Se construyeron nuevos
altares de mármol con balaustradas y, por último, se colocó un hermoso
suelo de mármol.
Después del traslado a Sampierdarena (noviembre de 1872), el número
de alumnos creció. Con el servicio en la iglesia pública aumentó también el
trabajo de Albera. A medida que los trabajos de restauración continuaban, la
gente del barrio empezó a acudir. Les gustaban las celebraciones litúrgicas
bien preparadas, con actuaciones musicales, monaguillos y ministrantes.
Todo ello dirigido por el joven y dinámico director, del cual se apreciaba la
predicación: bien preparada, rica en ideas, convencida y a la vez comedida.
En torno a la obra creció un numeroso grupo de Cooperadores, animados
por don Albera. El arzobispo Magnasco también era miembro. Su contri-
bución permitió el desarrollo de la institución. Creció el número de solici-
tudes para acoger a jóvenes pobres y hubo que construir un nuevo edificio.
El arzobispo bendijo la primera piedra el 14 de febrero de 1875. La cons-
trucción se completó en apenas dos años. A los tres primeros talleres se
añadieron los de encuadernadores, mecánicos, impresores y compositores.
Comenzaron también las escuelas secundarias para los jóvenes orientados
a la vocación sacerdotal.
Con su celo industrioso y su carácter afable, don Albera consiguió repro-

4.2 Page 32

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30 Capítulo 2
ducir en Sampierdarena el modelo y el espíritu de Valdocco. Los antiguos
alumnos de la época dan testimonio unánime de «su trato exquisitamente
paternal, que le hacía simpatizar con todos, la bondad de su corazón, que
le hacía muy sensible a las necesidades de sus hijos, la piedad elevada y
viva que edificaba y conducía al bien, la mente culta y abierta, dispuesta
a percibir las disposiciones psicológicas de cada uno y a ofrecer, a todos,
su ayuda». El coadjutor Carlo Brovia escribe: «Don Albera no era solo el
director, sino también un padre muy tierno. Apasionado con sus alumnos,
no se cansaba de exhortarlos, educándoles en sus deberes con la caridad de
Don Bosco. Y los jóvenes respondían plenamente, con gran satisfacción.
Cómo sabía incitarlos a la piedad y cuánta alegría mostraba en los días de
fiesta si veía un buen número de comuniones o que la comunión había sido
general»6).
En 1875 Don Bosco concibió la Obra de los Hijos de María Auxiliadora,
una especie de seminario para vocaciones adultas. Fue una intuición genial
e innovadora que a lo largo de los años proporcionó abundantes vocaciones
a las diócesis y a la Congregación Salesiana. Contemplaba un itinerario
formativo más rápido pero exigente (se llamaba la scuola di fuoco [escuela
de fuego]), pensado para jóvenes adultos que no habían podido asistir a la
escuela en su adolescencia. La obra no pudo llevarse a cabo en Turín por
la oposición de la Curia. Así que Don Bosco le encargó a Albera la tarea
de obtener la aprobación del obispo Magnasco y le confió su realización.
Fue una elección afortunada. En el curso 1875-76 el instituto de Sampier-
darena se enriqueció con esta nueva sección que prosperó gracias al celo
apostólico y la energía espiritual del director.
La carga de trabajo aumentó, junto a la preocupación diaria por hacer
frente a los problemas financieros y a la falta de personal. La salud del
joven director se resintió. Los miembros del Capítulo Superior se dieron
cuenta de ello. En el acta de la reunión del 18 de septiembre de 1875 se lee
que Don Rua preguntó a los presentes «si era conveniente cambiarlo de
director de Sampierdarena, porque parecía que el aire le perjudicaba, pues
no gozaba de buena salud desde hacía unos tres años”». Alguien sugirió
que primero se hiciera una consulta médica para ver si era el aire lo que
le perjudicaba; pero todos coincidieron en que lo que le hacía perder la
salud eran, sobre todo, los disgustos. Él es muy sensible, además, no es
muy efusivo y apenas lo soporta». Don Albera no estaba presente en aquel
momento. Se decidió esperar su llegada para «preguntarle sobre lo que
6 Garneri 48.

4.3 Page 33

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Prefecto en Valdocco y director en Génova (1868-1881) 31
consideraba más conveniente para su salud»7). La crónica no dice más.
Probablemente quitó importancia a los problemas y se mostró disponible
para continuar.
En noviembre de ese año, la casa de Sampierdarena hospedó al primer
grupo de misioneros que partía hacia América bajo la dirección de Juan
Cagliero. Llegaron el jueves 11, a medianoche. Durante los dos días
siguientes completaron los preparativos para el viaje y los trámites legales.
El domingo fueron acompañados al puerto. Don Bosco y Albera subieron
al barco para despedirse. Fue una escena conmovedora, narrada con gran
detalle por don Lemoyne8).
El 2 de febrero de 1876, durante las Conferencias de San Francisco de
Sales, celebradas cada año y en las cuales los directores se reunían para
poner al día a los hermanos sobre el estado de los colegios, don Albera dio
un sobrio informe sobre la obra en Sampierdarena. La casa, dijo, está en
pleno crecimiento, los artesanos y estudiantes alojados en el nuevo edificio
son ciento veinte y pronto serán «más del doble». Los hermanos «trabajan
duro por el bien de las almas». La salud de todos es buena. «Se trabaja
mucho y también se estudia mucho. La piedad de los hermanos es tan
grande, especialmente en el acercarse a la comunión, que muchos fueron
atraídos a la Iglesia tan solo por este ejemplo. Es más, se tuvo la suerte de
llamar de nuevo al redil a alguna oveja que se había alejado de la Iglesia e
incluso se había unido a sociedades secretas: ahora, habiendo abandonado
el pecado, obra cual buen cristiano. Algunos hermanos van a las iglesias de
la ciudad a enseñar el catecismo. Muchos jóvenes acuden a la casa los días
de fiesta y, como no es posible –aunque la iglesia es muy grande– hacer allí
el catecismo y predicar, porque está llena sobre todo los días de fiesta, se
les lleva a algún aula, y después de la catequesis y un poco de predicación
se les lleva a la iglesia para la bendición eucarística. La población está
muy contenta y nos recibe y apoya. Todas las mañanas hay muchas comu-
niones, sobre todo de los Hijos de María, que son unos treinta»9).
El 6 de febrero de 1877, en la conferencia general de directores, Don
Rua presentó cada una de las obras salesianas. De la casa dirigida por don
Albera dijo: «Hablo con cierta envidia de Sampierdarena, porque amenaza
con superar al Oratorio. Hace cinco años era un cuchitril, donde unas
pocas habitaciones servían de escuela, dormitorio, cocina, estudio... Nos
7 ASC D869, Verbali delle riunioni capitolari 1884-1904, 15-16.
8 MBe XII 334-337.
9 ASC A0000306, Discorsetti vespertini. Quad. 1 1876, ms F. Ghigliotto, 19.

4.4 Page 34

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32 Capítulo 2
hacíamos muchas preguntas. Los alumnos externos eran muy numerosos.
Era necesario un edificio que respondiera a las necesidades. Sampierdarena,
una ciudad famosa por la irreligiosidad y la masonería era una aventura
arriesgada. La Providencia lo quiso así. A nuestro superior no le impor-
taron las dificultades y construyó un hermoso y gran colegio tanto para
los internos como para los externos. Hace dos años se terminó. En poco
tiempo el número de jóvenes creció y ahora son 260 o 300: casi casi alcanza
al Oratorio. Este incremento ha de ser atribuido también a la Obra de los
Hijos de María Auxiliadora, por la que los jóvenes de mayor edad estudian
latín para dotar a la Iglesia y a la Congregación de buenos ministros del
Señor. Este año hay setenta en Sampierdarena. De los del año pasado, casi
todos vistieron el hábito y la mayoría se inscribieron en la Congregación
y están aquí en Valdocco. Este año Sampierdarena dio algunos clérigos,
algunos de los cuales están en el seminario, otros están aquí con nosotros.
Este año también se inició el Oratorio festivo: en un pasillo se hizo una
capilla para el catecismo y la bendición. Además, se procura facilitar que
los alumnos puedan acercarse a los sacramentos. También cabe destacar la
imprenta, de la que ya han salido unos cuantos buenos libros, cuya difusión
hará mucho bien entre la población»10).
1877 fue un año memorable para don Pablo Albera. Los Hijos de María
crecían y el número de solicitudes aumentaba, incluso una vez comenzado
el año escolar. Don Bosco quería que todos los que cumplieran los requi-
sitos fueran aceptados, independientemente del momento de la admisión.
El director estaba preocupado por su formación escolar y por la falta de
personal. El problema fue discutido en el Capítulo Superior y se decidió que
aquellos que llegaban más tarde debían ser ocupados en trabajos manuales,
con alguna clase preparatoria hasta que se juntaran bastantes como para
formar una clase a la cual se le asignaría un maestro.
En los primeros días de junio, el arzobispo de Buenos Aires llegó a
Génova a la cabeza de una peregrinación argentina a Roma. Don Bosco
quiso esperarlo en la casa de Sampierdarena. Pero cuando llegó el obispo
Federico Aneyros, estaba en la sacristía rezando la acción de gracias
después de la eucaristía. Albera se encaminó a avisarle de la llegada del
arzobispo, pero el prelado le detuvo: «¡No se moleste a un santo mientras
está con Dios después de la santa misa! Así aguardó a que él saliese de la
sacristía y, entonces ¡qué conmovedora escena!»11).
10 ASC A0000301, Conferenze e sogni 1876, ms G. Gresino, 52-54.
11 MBe XIII, 122.

4.5 Page 35

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Prefecto en Valdocco y director en Génova (1868-1881) 33
Ese mismo año don Albera tuvo algunos problemas debido a un pequeño
volumen de las Lecturas Católicas, que trataba sobre las gracias concedidas
por María Auxiliadora a sus fieles, y que se había editado en la imprenta de
Sampierdarena. En Turín, monseñor Gastaldi impugnó la operación, pues
consideraba que formaba parte de sus competencias juzgar la autenticidad
de presuntos milagros ocurridos en una iglesia de su diócesis. Consideró
ilegítimo el imprimatur que había sido concedido por la Curia de Génova.
Albera procuró mediar. Se reunió varias veces con el obispo Magnasco
para informarle de las sinceras intenciones de Don Bosco y contribuyó a
suavizar las tensiones entre Turín y Génova.
La imprenta de Sampierdarena, a instancias de Don Bosco, había sido
equipada con una maquinaria moderna y muy costosa. Se contrajeron
deudas considerables y, para pagarlas, don Albera organizó una lotería
autorizada por el prefecto de Génova, que tuvo un gran resultado. El 10 de
agosto de 1877 salió el primer número del Boletín Salesiano en la imprenta
del Hospicio de San Vicente de Paúl. Siguió imprimiéndose allí hasta
septiembre de 1882, cuando se atenuaron los encontronazos tenidos con el
obispo Gastaldi.
Entre el 5 de septiembre y el 5 de octubre de 1877, Albera participó en
el primer Capítulo General de la Sociedad Salesiana. Fue miembro de tres
importantes comisiones: la tercera sobre la vida en común; la cuarta sobre
la organización de las inspectorías y los deberes del inspector salesiano; y
la séptima sobre las Hijas de María Auxiliadora. A su regreso a Sampier-
darena, acogió a los misioneros de la tercera expedición, que zarparon el
14 de noviembre. Llevó a Don Bosco al vapor Savoie para despedirse. En
esa ocasión tuvo también la oportunidad de conocer a la hermana Maria
Domenica Mazzarello, que había acompañado a Génova a las primeras
hermanas misioneras.
La complejidad de la obra y las preocupaciones relacionadas con la
gestión de una comunidad tan variada fueron progresivamente desgas-
tando el cuerpo del director. Don Bosco, que conocía su sensibilidad, fue
muy delicado con él. Le animó, le aconsejó y le apoyó con cartas y visitas
frecuentes. Y a pesar de su precaria salud, los años que pasó Albera en
Génova estuvieron llenos de iniciativas y de trabajo intenso. No se guardaba
nada para sí: cada mes recibía a los Salesianos, a los Hijos de María y a cada
uno de los alumnos para el coloquio; cada quince días daba a la comunidad
la conferencia prescrita por las constituciones; cada mañana, durante la
misa comunitaria, se metía en el confesionario; cada noche daba una charla
de buenas noches; los domingos hacía la explicación del Evangelio por la

4.6 Page 36

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34 Capítulo 2
mañana y la instrucción religiosa por la tarde. También estaba disponible
para el ministerio fuera del colegio siempre que fuera compatible con sus
compromisos prioritarios. Visitaba regularmente a bienhechores y Coope-
radores, constantemente acosado por la pesadilla de las deudas. Su fuerte
fe, su confianza en la Providencia y en María Auxiliadora le ayudaron a
superar todos los obstáculos. A menudo los hermanos lo encontraban en el
silencio de la noche arrodillado ante la imagen de la Virgen implorando la
gracia de ser provistos con pan para el día siguiente. «Conquistó todos los
corazones: todas las puertas de los grandes señores genoveses y de la gente
del pueblo estaban siempre abiertas para el joven sacerdote, tan modesto y
tan amable en su austeridad»12).
Don Raffaele Crippa, más adelante misionero entre los leprosos de
Colombia, fue acogido por Albera en marzo de 1879 entre los Hijos de
María. Cuenta: «Durante dos años me encargué de despertarlo todas las
mañanas antes de las cinco, porque además de ser confesor de los de la
casa, también confesaba a muchos forasteros y su confesionario estaba
muy concurrido. Uno de los sacerdotes de la casa me sugirió que, en el
caso de que don Albera estuviera indispuesto, le llamara más tarde para
la misa de los artesanos; pero en cuanto puse en práctica su consejo, me
ordenó que fuera puntual y sin demora a la hora indicada...; en lo que
respecta al descanso, ya se encargaría él... Era, además, muy vivo en él el
espíritu de pobreza. Una mañana vino a desayunar antes que los demás,
y como el despensero no estaba todavía, me puse a servirle. Mientras
le ponía la mesa, en un descuido se me cayó un trocito de pan al suelo:
enseguida me lo advirtió y, cuando lo recogí, me rogó que se lo diera. Yo
dudé, pero él insistió, diciéndome que prefería comer los trozos pequeños
porque le ahorraban un poco de fatiga, y con una hermosa sonrisa añadió:
“Y además somos pobres, y no debemos desdeñar nada”. Estas últimas
palabras me convencieron: una conferencia espiritual no me habría impre-
sionado más, y nunca he olvidado aquella pequeña lección»13).
Una de las principales preocupaciones del joven director era el cuidado
de las vocaciones religiosas y eclesiásticas. Durante los años de su gobierno,
numerosos sacerdotes diocesanos y muchos excelentes Salesianos salieron
de la casa de Sampierdarena, eficazmente formados por su dirección espi-
ritual.
12 Garneri 68.
13 Garneri 69.

4.7 Page 37

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35
Capítulo 3
INSPECTOR DE LAS CASAS SALESIANAS
DE FRANCIA (1881-1892)
Don Pablo Albera inspector de las casas salesianas de Francia y Bélgica
(1881-1892)
1881-1884
En otoño de 1881 Don Bosco le asignó la dirección de las instituciones
salesianas de Francia. Necesitaba un hombre inteligente, prudente y lo sufi-
cientemente versado en el idioma como para expandir la obra salesiana en
ese país y adaptar el espíritu y el método de Valdocco al carácter francés.

4.8 Page 38

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36 Capítulo 3
A principios de octubre, don Pablo Albera cedió la dirección de la casa de
Sampierdarena a Domenico Belmonte. Luego fue a Turín para reunirse
con el Fundador. No se consideraba apto para esta obediencia y por ello
esperaba que no se le encomendase. «¿Cómo? ¿Aún no has ido a Marsella?
– le dijo Don Bosco - ¡Ve inmediatamente!». El santo llevaba un año plani-
ficando el traslado, sabiendo que tendría que prevenir la oposición de una
gran bienhechora de Génova y de otras personas aficionadas al director
de Sampierdarena. Así que les fue preparando con tiempo y con mucho
tacto. También advirtió a Albera que debía arreglar las cosas de manera
que pudiera dejar la obra sin inconvenientes.
Al escuchar la orden de Don Bosco, Albera regresó inmediatamente a
Génova. Presentó el nuevo director a los bienhechores, especialmente a
los principales Cooperadores reunidos en Villa Fanny Ghiglini. Después
marchó. En aquellos diez años se había ganado la estima y el afecto del
clero genovés, de la curia y del arzobispo. «En la visita de despedida, el
vicario general le abrazó, exclamando con lágrimas en los ojos: “¡Pierdo
a un amigo!”»1). Don Albera también sintió dolor por la separación, pero
hizo el sacrificio que se le pidió con generosidad.
Tenía 36 años cuando llegó a Marsella en la segunda quincena de octubre
de 1881. Las cuatro casas salesianas de Francia –el Patronato Saint-Pierre
de Niza, el Oratorio San León de Marsella, el Orfanato San Isidoro de
Saint-Cyr-sur-Mer y el Orfanato Saint-Joseph de La Navarre– se habían
separado de la inspectoría de Liguria para formar una circunscripción
independiente bajo la dirección de don Albera, que había sido nombrado
inspector. Los hermanos que le fueron confiados, cuarenta y tres profesos
y dieciséis novicios, le esperaban con confianza. Don Giuseppe Bologna,
director de Marsella, escribió a Don Bosco para darle las gracias: «La
experiencia de don Albera, su bondad y su virtud nos hacen suspirar por el
momento en que lo tengamos entre nosotros».
No fue una época feliz para las comunidades religiosas francesas.
El año anterior, el gobierno francés había decretado la expulsión de las
congregaciones no autorizadas. Hasta finales de 1880, 260 conventos
habían sido suprimidos y 5643 religiosos expulsados. Los Salesianos se
habían instalado en Francia sin el permiso oficial del gobierno. Don Bosco
afirmaba que los Salesianos eran una simple sociedad de beneficencia,
cuyos miembros gozaban de todos los derechos civiles. Mientras tanto,
aseguró a los suyos la protección de María Auxiliadora: «No tengáis miedo.
1 MBe XV, 395.

4.9 Page 39

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Inspecteur des maisons salésiennes de France (1881-1892) 37
Tendréis problemas, molestias e inconvenientes, pero no os derrumbarán.
En un sueño vi a la Virgen extendiendo su manto sobre nuestras casas en
Francia...». Los periódicos anticlericales de Marsella habían lanzado una
acalorada campaña contra los Salesianos, pero cuando Albera llegó, las
aguas se habían calmado.
Durante dos años estuvo al lado de don Bologna en la dirección de
la casa, hasta que este fue enviado a dirigir la nueva obra de Lille. En
ese momento asumió plenamente sus funciones de inspector y director,
retomando el estilo de vida que había llevado en Sampierdarena. Multi-
plicó sus esfuerzos para reproducir en el Oratorio de San León el ambiente
que había vivido en Valdocco durante su adolescencia. Lo consiguió. Sabía
cómo hacer crecer la virtud y la piedad en los jóvenes. Los frutos se vieron
en las numerosas vocaciones que florecieron en la casa durante su estancia.
Un Salesiano francés escribió: «Quizá nunca hubo tantas vocaciones como
en el tiempo de don Albera; y los antiguos alumnos que más se distin-
guieron por la piedad y la firmeza en la vida cristiana fueron los suyos».
Otro hermano, que era estudiante en Marsella, cuenta: «Me edificó mucho
el comportamiento modesto y humilde de nuestro superior, su constante
sonrisa que animaba y su trato amable y simpático que atraía. No había
recreo en el que no apareciera entre nosotros; pero también venía a visi-
tarnos en los otros ambientes, especialmente en el comedor y en la capilla.
Hablaba poco, pero su presencia era suficiente para volvernos respe-
tuosos. Don Albera fue mi confesor durante todo el tiempo que estuve
en el Oratorio: me hizo progresar en la vida religiosa y sacerdotal con
buenos consejos y acompañamiento paternal, ayudándome a superar las
inevitables dificultades. Los miembros de la Compañía de San Luis y del
Santísimo Sacramento lo tenían con frecuencia en sus reuniones semanales
y de sus palabras sacaban incitaciones a la piedad y a la virtud»2).
No hizo más que aplicar «las santas empresas» recomendadas por Don
Bosco en sus Recuerdos confidenciales a los directores: conocer a los
alumnos y darse a conocer ante ellos pasando el mayor tiempo posible
entre ellos; susurrarles, de vez en cuando, algunas palabras afectuosas al
oído; ganarse sus corazones con la amorevolezza y modales gentiles...
Fue un hombre de gran piedad y propagó la devoción al Sagrado
Corazón, que le era especialmente querida. A Albera le gustaba meditar
sobre los autores espirituales franceses, especialmente las obras de san
Francisco de Sales. Sus dotes, su bondad y su celo, su amor por la juventud
2 Garneri 80-81.

4.10 Page 40

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38 Capítulo 3
y la santidad de su vida brillaron tanto a los ojos de los marselleses que
pronto comenzaron a llamarle le petit Don Bosco (el pequeño Don Bosco),
como si fuera la verdadera expresión de su imagen.
También demostró ser un superior muy válido. Su capacidad de organi-
zación, la actividad ordenada e inteligente, y el cuidado de las relaciones
produjeron efectos sorprendentes. Durante los años de su servicio de
inspector, las casas salesianas en Francia pasaron de cuatro a trece, a pesar
del clima de sospecha y persecución contra los religiosos.
El 7 de enero de 1882 el fundador le escribió: «Espero estar con vosotros
para celebrar la fiesta de San Francisco de Sales, a fin de que nuestro
protector pueda romper los cuernos a una partida de diablos que no nos
dejan en paz»3). Cumplió su palabra. La presencia del santo en Marsella
hizo posible la adquisición de dos edificios adyacentes al Oratorio, que
resultaron preciosos para la ampliación de la obra. Don Bosco se quedó
hasta el 20 de febrero. Albera no le abandonó en ningún momento. En
presencia del Fundador tendía a mantenerse alejado para no hacerle sombra,
aun siguiéndole y estando siempre con él en las numerosas reuniones.
El 24 de febrero Albera envió al cardenal Lorenzo Nina un impresio-
nante informe de todos los milagros que había presenciado mientras acom-
pañaba a Don Bosco, especialmente las numerosas curaciones que habían
acaecido con la bendición de María Auxiliadora. En aquella ocasión expe-
rimentó también la generosidad de la Providencia, pues las ofrendas para
la casa de Marsella superaron los cuarenta y dos mil francos. Ante esta
liberalidad respondió aumentando la acogida gratuita de los niños más
pobres y reduciendo las pensiones.
La señora Eudoxie Olive, bienhechora de la obra salesiana de Marsella,
pidió consejo a Don Bosco para elegir un director espiritual. El santo
se recogió un momento y luego respondió: «Toma a don Albera como
director: ¡es un hombre que hace milagros en la dirección de las almas!»4)
Este juicio halagador se ve confirmado por su correspondencia con las
numerosas personas que se confiaron a su guía espiritual. Supo acompañar
con prudencia ilustrada, con discreción, mano segura y, si era necesario,
también con energía y firmeza.
Al año siguiente, Don Bosco volvió a visitar Francia. El 29 de marzo
de 1883, en la capilla de la casa de Marsella, bendijo la hermosa estatua
de María Auxiliadora del escultor Gallard. Luego dio una conferencia a
3 MBe XV 413.
4 Garneri 79.

5 Pages 41-50

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5.1 Page 41

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Inspecteur des maisons salésiennes de France (1881-1892) 39
los Cooperadores de la ciudad, recomendando la obra dirigida por Albera,
cargada con la deuda contraída para la construcción del nuevo edificio
destinado a acoger a otro centenar de jóvenes pobres. A continuación, se
dirigió a Lyon y a París, donde permaneció del 18 de abril al 25 de mayo.
Fue un viaje triunfal. Mientras tanto, en el Oratorio San León, el mes de
mayo se celebraba con particular fervor. Frente a la estatua bendecida por
Don Bosco, Albera pronunciaba cada día un breve y apasionado sermón
que calentaba el corazón de los jóvenes. En junio, mes del Sagrado Corazón
de Jesús, predicó con tal fervor que una cooperadora, convencida por sus
reflexiones, regaló al Instituto una estatua del Sagrado Corazón. El 22 de
julio, don Albera la bendijo solemnemente con una instrucción sobre la
esencia y la importancia de esta devoción.
En septiembre de 1883 participó en el tercer Capítulo General que se
celebró en Turín-Valsalice. Fue miembro de dos comisiones: la tercera,
encargada de preparar el reglamento de las parroquias dirigidas por los
Salesianos, y la quinta que estudió «la dirección que debía darse a la parte
obrera de las casas salesianas y los medios para desarrollar la vocación
en los jóvenes artesanos». Cuando se discutió el artículo relativo a la
casa de noviciado, expuso «las dificultades que los aspirantes franceses
se encontrarían al hacer el noviciado en Italia, causadas por la lengua, la
instrucción respectiva y sobre todo por la antipatía nacional». Por ello se
decidió abrir dos noviciados en Francia, uno para los Salesianos y otro para
las Hijas de María Auxiliadora. El noviciado salesiano se inauguró el 8 de
diciembre de ese mismo año, en Sainte-Marguerite, no lejos de Marsella,
en una propiedad ofrecida por una bienhechora de París.
Debido a la fama adquirida por Don Bosco en Francia y Bélgica,
fomentada por la incansable y celosa acción de don Albera y los buenos
resultados educativos obtenidos en las obras salesianas, la opinión pública
católica vio en la joven Congregación un instrumento providencial ofrecido
a la Iglesia en un momento problemático de la historia. A causa de esto
se multiplicaron las propuestas de fundaciones. En enero de 1884, don
Albera asumió el orfanato de Lille, anteriormente dirigido por las Hijas de
la Caridad, y lo confió a la dirección de don Bologna, relanzándolo como
escuela profesional. En diciembre se hizo cargo del Patronato Saint-Pierre
de Ménilmontant, un barrio obrero de París, que Don Bosco quiso llamar
Oratoire Salésien de Saint-Pierre et de Saint-Paul.
A principios de 1884 murió su querida madre. Pablo Albera llegó a None
justo a tiempo para asistir al funeral. No pudo quedarse mucho tiempo con
su familia porque en esos días se inauguraba la obra de Lille.

5.2 Page 42

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40 Capítulo 3
También ese año, a pesar de sus dificultades de salud, Don Bosco
quiso visitar Francia. Llegó a Niza el 5 de marzo. Del 15 al 25 perma-
neció en Marsella. Albera trató de asegurarle momentos de descanso.
También organizó una consulta con el doctor Paul-Matthieu Combal, de la
Universidad de Montpellier, que examinó al santo y comprobó que sufría
un grave agotamiento físico. Don Barberis, compañero de viaje de Don
Bosco, atestigua: «En aquella ocasión supe especialmente cuánto quería
don Albera a Don Bosco: cuántas delicadezas y atenciones concedió
al querido Padre. Llevó a Don Bosco a visitar a varias familias que se
quedaron a comer con nosotros; en esos momentos don Albera sostenía la
conversación maravillosamente, con brío y delicadeza»5).
En junio de 1884, Marsella fue golpeada por el cólera. Avisó inmediata-
mente a Don Bosco, que prometió oraciones especiales por los Salesianos
y sus alumnos. Aseguró la seguridad de todo aquel que llevara encima la
medalla de María Auxiliadora, repitiera a menudo la jaculatoria Maria
Auxilium christianorum ora pro nobis y asistiera a los santos sacramentos.
Don Albera comunicó a los suyos las palabras del santo y nadie en la casa
se vio afectado por la enfermedad. Más tarde escribió al padre para infor-
marle de los estragos del cólera, de la huida de Marsella de más de cien
mil habitantes y del número de muertos en la ciudad: de noventa a cien
cada día. Y añadió: «En nuestro Oratorio, gracias a la protección de María
Auxiliadora que usted nos prometió, y gracias a las precauciones tomadas
a tiempo para evitar el contagio, no hemos tenido ni un solo caso. Es más:
cuatro veces nos ocurrió el ver todos los síntomas del cólera en algún joven,
pero para nuestro consuelo estos síntomas desaparecían completamente a
las pocas horas... Es un milagro de la Virgen. En la casa tenemos más de
ciento cincuenta jóvenes que no serán recogidos, bien porque son de la
propia ciudad de Marsella, bien porque sus familiares no pueden reco-
gerlos. Incluso aquellos que partieron a sus casas, conservan un excelente
estado de salud y nadie ha sido aún alcanzado por la terrible enfermedad...
Otra noticia consoladora: ninguno de nuestros bienhechores y amigos ha
caído por ahora enfermo»6).
En septiembre la epidemia se extinguió, dejando a muchos huérfanos
sin sustento. Albera acogió a un buen número de ellos. Para mantenerlos,
recurrió a los Cooperadores franceses que acudieron generosamente en
su ayuda. El 3 de diciembre, Don Bosco comentó con don Viglietti los
5 ASC B0330109, Per le memorie di D. Paolo Albera [1923], ms G. Barberis, 3.
6 Bulletin Salésien 1884, 91.

5.3 Page 43

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Inspecteur des maisons salésiennes de France (1881-1892) 41
problemas financieros del inspector de Francia: «¡Qué grande es la Provi-
dencia!... Me escribía don Pablo Albera que no podía ir adelante porque
necesitaba enseguida mil francos; aquel mismo día una señora de Marsella,
que anhelaba ver a un hermano suyo religioso en París, satisfecha por haber
obtenido la gracia de la Virgen, llevó mil francos a don Pablo Albera»7).
1885-1888
El 28 de febrero de 1885 algunos periódicos franceses anunciaron la
muerte de Don Bosco. Era una noticia falsa, pero causó gran angustia.
Albera se apresuró a desmentirlo en una reunión con las señoras del
Patronato y anunció el deseo del Fundador de visitar Marsella en torno a
la Pascua. Pero la noticia de la muerte de su querido padre tuvo un duro
impacto en su frágil salud: «Esta mañana –escribió don Giovanni Battista
Grosso a una bienhechora el 3 de marzo– don Albera tuvo que esforzarse
mucho para decir la misa. Apenas puede hablar por el dolor de garganta, y
anoche no pegó ojo. No está en cama porque cuando está tumbado el dolor
en los riñones, que tiene desde hace tiempo, le hace sufrir más».
Don Bosco cumplió su palabra. Llegó a Marsella el 3 de abril, dos días
antes de la Pascua, y fue una gran fiesta para todos. En esos días Albera
no le abandonó ni un instante. El miércoles 8 le acompañó a comer con
la familia Olive. Después de la comida, los cinco hijos y las cuatro hijas,
por turno, se reunieron en privado con el santo para discernir su vocación.
Quedó edificado por la calidad espiritual de estos jóvenes. Tres de ellos se
hicieron sacerdotes y dos Hijas de María Auxiliadora. El viernes 10 visitó
a los novicios de Sainte-Marguerite. El domingo 12 Albera organizó una
comida en honor a Don Bosco para los bienhechores de la Casa Salesiana.
En su discurso, el señor Bergasse elogió a los alumnos del instituto: «Estos
jóvenes son queridos y admirados por todos... Basta con oír cómo cantan,
verlos en la iglesia, respetuosos, modestos, disciplinados, para decir: ¡He
aquí los hijos de Don Bosco!». Era un elogio indirecto a su director, tan
solícito por la educación de los jóvenes y tan capaz de formarlos en el
gusto por la piedad, en el amor a la liturgia y al canto gregoriano. Don
Grosso, maestro de música de la casa y fundador de la Schola Cantorum
del instituto, escribió sobre don Albera: «Una de las marcas de su espíritu
de piedad era el gran empeño que tenía en promover el decoro en las
7 MBe XVII, 336-337.

5.4 Page 44

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42 Capítulo 3
funciones sagradas, y se alegraba cuando, cuidadosamente preparadas,
eran solemnes y devotas. En las solemnidades asistía de buen grado a la
parroquia de San José, donde los jóvenes del Oratorio de San León en
Marsella prestaban servicio para los cantos y las ceremonias sagradas; era
abundante en elogios para los alumnos y los profesores. Mostraba todo su
entusiasmo y satisfacción al escuchar las melodías gregorianas, que, preci-
samente en aquellos años, por obra del benedictino dom Joseph Pothier y
sus hermanos los monjes de Solesmes, eran devueltas a su antigua pureza
y expresión»8).
El 20 de abril por la mañana, Don Bosco partió hacia Turín. Albera
no pudo contener las lágrimas. A principios de julio, el Oratorio de San
León se vio afectado por una epidemia de viruela. Don Bosco les aseguró
sus oraciones y los treinta jóvenes que habían caído enfermos se curaron.
Entonces volvió el cólera. Albera escribió a Bonetti: «No puedo más... No
me siento capaz de seguir hasta septiembre a este paso... Pero que se haga la
voluntad de Dios». A la preocupación por la salud de los alumnos se unían
los problemas económicos, siempre persistentes. Dado que la mayoría de
los jóvenes eran huérfanos, su mantenimiento recaía sobre los hombros del
director, que buscaba ayuda sin descanso.
A mediados de marzo de 1886, a pesar de la debilidad física, Don Bosco
partió de nuevo hacia Francia en pequeñas etapas. Se detuvo en las casas de
Liguria. Llegó a Niza el día 20. El lunes 29 pasó a Tolón. Llegó a Marsella
el 31 de marzo. Los jóvenes le recibieron con una gran academia y le ofre-
cieron mil francos para la iglesia del Sagrado Corazón de Roma, fruto
de sus ahorros. Fue una idea de Albera. El 7 de abril, el santo se dirigió
hacia España, donde recibió una solemne acogida. El 8 de mayo regresó a
Montpellier y desde allí envió a Albera una ofrenda de diez mil liras para
las necesidades de la inspectoría. El 16 de mayo regresó a Turín. Este fue
su último viaje a Francia.
Cada visita de Don Bosco despertaba el entusiasmo y estimulaba el
celo de sus hijos. Ese año, don Albera inauguró los talleres de carpinteros,
sastres y zapateros de la casa de París, y luego bendijo los nuevos edificios
y talleres de Lille. En agosto convocó a autoridades, amigos y bienhe-
chores en Marsella para una exposición de las obras de los artesanos y la
distribución de los premios. Tras este acontecimiento, partió hacia Turín,
donde se celebró el cuarto Capítulo General. Tenemos un testimonio suyo
sobre el método seguido en las discusiones capitulares: «Cada uno exponía
8 Garneri 91.

5.5 Page 45

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Inspecteur des maisons salésiennes de France (1881-1892) 43
con calma y delicadeza su propio punto de vista, y al final de la discusión
se esperaba que Don Bosco resolviera las dificultades, decidiera en las
cuestiones, y con certeza y precisión indicara el camino a seguir. Estas
asambleas eran auténticas escuelas, donde el venerado Maestro, presin-
tiendo el día en que tendría que dejar a sus queridos discípulos, parecía
querer condensar sus enseñanzas y toda su larga experiencia en unas pocas
palabras»9).
En 1887 Don Bosco, que ya no podía viajar, quiso de todas maneras
reunirse periódicamente con Albera, y por ello le convocaba en Turín
cada dos meses. En la última parte del año estuvo en constante preocu-
pación por el estado de salud de su querido padre. Cuando se despidió de
él al final de la visita de noviembre, le vio llorar y lamentarse porque no
tenía fuerzas para decirle las muchas cosas que le hubiera gustado. Fue
una separación dolorosa para ambos. El 5 de diciembre el santo celebró
su última eucaristía y el 21 se metió en cama definitivamente. Don Albera
fue a visitarlo el 28 de diciembre. Volvió el 12 de enero. Le escribió a
la señora Olive: «Tengo la suerte de ver a nuestro venerado Don Bosco.
¡Qué consuelo y qué pena al mismo tiempo! Está extremadamente débil:
apenas puede comer y descansa muy poco. Hay que rezar por él; estamos
lejos de ver indicios de la deseada recuperación». Más adelante contó lo
que había ocurrido entre ellos en aquel último encuentro: «Después de
expresarle el dolor de todos los hijos de Marsella por su enfermedad, le
hablé de nuestros queridos bienhechores y Cooperadores. Le mencioné
varias familias muy aficionadas a su obra, entre ellas la familia Olive. No
podía dejar que ignorara lo mucho que la gente había rezado por él y cómo
algunos habrían querido ofrecer la propia vida para conseguir su recu-
peración. El venerable padre me miró sonriente y, tras unos instantes de
silencio, conteniendo a duras penas su emoción, respondió: “Sé que en
Marsella se le quiere mucho a Don Bosco, y que rezan por mí, y lo buena
que es la familia Olive conmigo: pero... pero...”. Esta reticencia y el movi-
miento de cabeza con el que la acompañaba, me hicieron comprender que
ya no había esperanza de recuperación».
No tuvo el consuelo de estar en Valdocco el 31 de enero de 1888,
cuando falleció el santo. Don Bosco lo hubiera querido cerca. La noche
del 28 susurró varias veces: «¡Paolino! Paolino, ¿dónde estás?... ¿por qué
no vienes?». Don Grosso, vicedirector de Marsella, escribe: «La última
vez que don Albera vio a Don Bosco estaba muy angustiado: ya no podía
9 Lasagna 214.

5.6 Page 46

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44 Capítulo 3
decidirse a volver a Francia, temiendo no volver a verle nunca más. Y
también Don Bosco comprendió lo que pasaba en el alma de don Albera y
no tuvo el valor de imponerle este sacrificio. Un viejo compañero y amigo
–don Cerruti– intervino para tomar una decisión y le aseguró a don Albera
que le informaría por telégrafo en caso de peligro. Confiando en esta
promesa, partió. Pero cuando el 31 de enero recibió la noticia de su muerte
sin previo aviso, se lamentó de no haberse quedado. Llegó a Turín justo a
tiempo para ver el cuerpo y asistir al funeral el 2 de febrero. Desconsolado,
regresó inmediatamente a Marsella para la conmemoración que se celebró
el día 8, en la parroquia de San José, con la participación del obispo, los
canónigos de la catedral, el colegio de párrocos y los representantes de las
órdenes religiosas.
La muerte de Don Bosco no frenó el desarrollo de la obra salesiana
en Francia, que se hizo más floreciente con el impulso de don Albera. En
los primeros meses de 1888 promovió una serie de iniciativas con fructí-
feras repercusiones pastorales. El abate Luis Mendre, párroco de un pueblo
obrero de Marsella en el que vivían muchos inmigrantes italianos, le pidió
que enviara un sacerdote todos los domingos para atenderlos. Inmediata-
mente envió a un hermano a predicar y confesar en italiano, y a menudo
acudía personalmente a pesar de su precaria salud. Aceptó también el
ministerio pastoral entre los mineros italianos de Valdonne. Él mismo
quiso predicar las misiones sagradas entre los trabajadores de las fábricas
de Montredon en el tiempo pascual. Iba allí los sábados hacia el final de
la tarde y confesaba hasta entrada la noche. Los domingos se levantaba
antes de las cuatro de la mañana e iba inmediatamente al confesionario.
A las cinco celebraba la misa, distribuía la comunión y concluía con una
breve exhortación y la bendición eucarística. También se preocupó espe-
cialmente por los numerosos sacerdotes italianos que habían emigrado a
Marsella desde el sur de Italia como sacerdotes auxiliares. Les predicaba
ejercicios espirituales en italiano y les ayudaba en circunstancias delicadas
con consejos y ayuda material. Por su celo pastoral, delicadeza, cultura y
el encanto espiritual que ejercía, fue elegido como director espiritual por
varios sacerdotes franceses, por muchas familias del laicado católico de
Marsella y por gran parte de los Cooperadores salesianos. Tenemos huellas
de ello en la correspondencia conservada, que revela la fuerza de sus orien-
taciones espirituales.
A su actividad se debe también la fundación de nuevas instituciones
salesianas. En febrero de 1888 abrió la escuela agrícola de Grevigney, en
Borgoña. En los meses sucesivos encontró los fondos para reconstruir y

5.7 Page 47

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Inspecteur des maisons salésiennes de France (1881-1892) 45
modernizar los talleres de la casa de Lille, destruidos por un incendio.
En los años siguientes fueron inauguradas otras obras: Le Rossignol en
1889, Dinan en 1890; y cuatro nuevas casas en 1891: Lieja (Bélgica), Orán
(Argelia), Ruitz y Saint-Pierre de Canon.
1889-1892
Don Albera se convirtió en el punto de referencia del movimiento de
cooperación salesiana en Francia y Bélgica. Cuando en abril de 1889 fue
llamado a Turín por Don Rua para tratar asuntos urgentes, su marcha de
Marsella causó emoción en el Comité de las Patronas. Tenían miedo de
perderlo. Desde Valdocco les tranquilizó: «No era cuestión de cambio. ¡No
temáis! No temáis nada en este sentido». La secretaria del Comité escribió
en el acta de la reunión: «La presencia y la experiencia de don Albera son
indispensables en medio de las dificultades siempre nuevas del momento
actual. Enviado por Don Bosco, continúa y representa en el Oratorio de
San León su paternal solicitud y parece que mejor que ningún otro nos
atrae su especial protección...»10).
Participó en el quinto Capítulo General en septiembre de 1889. Presentó
un informe sobre el estado de las casas de noviciado y fue miembro de la
comisión encargada de revisar el reglamento de las casas salesianas. A
su regreso a Francia, supervisó personalmente varios proyectos: la reno-
vación de los talleres de Marsella, la apertura de un nuevo Oratorio festivo
en la ciudad, el lanzamiento de la Obra de los Hijos de María para las voca-
ciones adultas y la organización del orfanato agrícola de Le Rossignol.
Cuando don Miguel Rua realizó su primer viaje como Rector Mayor
a Francia, España, Bélgica e Inglaterra en febrero de 1890, don Albera
le acompañó a La Navarre, Tolón, Marsella y al noviciado. En febrero
de 1891, Don Rua visitó de nuevo Niza y aprovechó para proponerle el
traslado del noviciado salesiano a la antigua abadía benedictina de Saint-
Pierre de Canon. El traslado tuvo lugar al mes siguiente y la casa de Sainte
Marguerite se convirtió en el noviciado de las Hijas de María Auxiliadora.
A finales de abril de 1890 pasó por Marsella el abad de Solesmes, dom
Joseph Pothier, promotor de la reforma del canto gregoriano. Fue invitado a
la casa salesiana para dar una conferencia teórico-práctica sobre el método
de interpretación del canto litúrgico. El inspector quiso que asistieran los
10 Garneri 117.

5.8 Page 48

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46 Capítulo 3
hermanos, los novicios y muchos invitados. El evento tuvo una amplia reso-
nancia. El Oratorio Salesiano era famoso en aquellos años por la calidad
que había alcanzado su schola cantorum inspirada en el método Solesmes
y dirigida por don Grosso, quien había fundado una schola similar en la
parroquia diocesana de San José, la cual se había convertido en un modelo
imitado en otras parroquias y diócesis francesas.
El 1 de julio de 1891, don Giovanni Bonetti, director espiritual de la
Congregación Salesiana, falleció de improvisó en Turín. Había sido un
amigo íntimo de Albera desde sus días en la escuela primaria. Habían
compartido los mejores años de su juventud. Con él había estado en el
Piccolo Seminario de Mirabello entre 1863 y 1868. Su muerte le apenó
muchísimo.
El 15 de agosto, Albera se acercó a París para poner la primera piedra
de los nuevos edificios de Ménilmontant, mientras en Marsella tres sale-
sianos, todos ellos antiguos alumnos de San León, se preparaban para
zarpar a Orán, en Argelia, donde abrirían una nueva casa salesiana, la
primera en el continente africano. Albera regresó a Marsella y el 22 de
agosto les despidió ante un numeroso público con un discurso sobre la
belleza sobrenatural de la evangelización11).
El año 1892 también fue rico en iniciativas promovidas por él: una gran
exposición profesional en la casa de Niza; la inauguración de un nuevo
Oratorio festivo en la misma ciudad, con la presencia de Don Rua y la
imposición del velo a las primeras postulantes francesas en el noviciado de
Sainte-Marguerite.
En agosto comenzó el sexto Capítulo General en Turín. El 29 por la
noche, don Albera fue elegido por unanimidad Director Espiritual General
de la Congregación, sustituyendo a don Bonetti. La noticia fue recibida
con pena en Marsella. Madame Olive se entristeció al perder a su guía
espiritual. Don Albera le escribió una carta en la que se aprecia la calidad
de su ministerio de acompañante:
«Sé que estáis muy afligida a causa de mi nombramiento... Sé que
vuestro buen corazón está herido al pensar en mi alejamiento de Marsella.
Las palabras de consuelo ciertamente no tienen cabida en esta circuns-
tancia... Me limito tan solo a deciros, señora, que el buen Dios no estará
muy satisfecho si actuáis en esta circunstancia como una joven que no
tiene una piedad bien formada y una virtud sólida. Habéis llegado a una
cierta edad; sois madre de una numerosa familia, que por la gracia de Dios
11 Bulletin Salésien 1891, 180.

5.9 Page 49

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Inspecteur des maisons salésiennes de France (1881-1892) 47
habéis educado en la piedad y la virtud; sois la esposa de un gran cristiano.
Vuestra situación os obliga a tener un cierto grado de virtud. En este caso,
debéis demostrar, ante todos, esta virtud sometiéndoos valientemente a la
voluntad de Dios. Debéis dejar que vuestra mente gane al corazón; sobre
todo, sería extraño que mostrarais vuestro dolor.
Por lo demás, yo también sufro por tener que separarme antes o después
de tantas personas que la Divina Providencia ha puesto en mi camino para
ayudarme a hacer un poco de bien. El sacrificio es, por lo tanto, recíproco
y debemos realizarlo de forma meritoriamente cristiana.
En cuanto a la dirección de vuestra alma, Dios no os dejará en la
estacada. Cualquier buen sacerdote puede dirigiros tan bien como el pobre
don Albera: es necesario, pues, que os hagáis un poco de violencia para
poner en práctica lo que siempre os he recomendado. Acercaos a los sacra-
mentos con confianza, y no creáis que el buen Dios exige de vos disposi-
ciones imposibles. Fueron instituidos para los hombres, no para los ángeles,
que no los necesitan.
Necesitáis una piedad tranquila y confiada: un abandono total a la
voluntad del confesor que os dirige en nombre de Dios. Vendré muy pronto
y hablaremos a gusto, pero quiero una cosa de vos, encontraros tranquila
y resignada. Rezad por mí todos los días: por mi parte os aseguro que la
distancia no cambiará en nada mis pensamientos, sentimientos y sobre
todo, mis oraciones por usted y su familia»12).
El Comité de las Patronas lo despidió en la reunión del 14 de octubre
expresando su profundo pesar por tener que perderlo. Él las consoló y
animó a preparar con solemnidad el inminente cincuentenario de la obra
salesiana. Participó en estas celebraciones y luego partió hacia Turín. Desde
allí escribió una carta que nos da una idea de lo que le costó abandonar
Marsella, un lugar y una comunidad con los que se había encariñado profun-
damente: «He llegado a Turín durante las hermosas fiestas de Navidad:
esto, por supuesto, no me hará olvidar Marsella: me parece que, en efecto,
como otras veces, me encuentro aquí tan solo de paso y que debo partir
en cualquier momento hacia Marsella. Dulce ilusión, pero la desilusión
que sigue es a veces cruel. Aquí, por lo demás, vivo de los recuerdos de
Marsella; a cada momento surgen situaciones que me recuerdan vuestra
bondad y caridad...»13).
Cuando partió hacia Turín, quien le acompañó a la estación se dio cuenta
12 Garneri 124-125.
13 Garneri 126.

5.10 Page 50

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48 Capítulo 3
de su dolor y le vio llorar al dejar el instituto al que tanto cariño tenía. En
el Boletín Salesiano francés leemos este balance de los diez años que pasó
en Francia: «El Oratorio de San León de Marsella ha tenido su Don Bosco,
y es esto lo que explica el admirable progreso del que tenemos la suerte
de ser testigos. Amado por nuestros jóvenes estudiantes, venerado por
nuestros queridos Cooperadores, iluminado consejero de todos nuestros
hermanos en Francia, este hijo de Don Bosco ha sido el motor sobrenatural
gracias al cual todo ha podido avanzar lentamente sin incertidumbres (tan
grandes han sido los obstáculos y las dificultades que han aparecido conti-
nuamente) y con seguridad: o para decirlo con palabras del Espíritu Santo,
suavemente y con fuerza».
He aquí el secreto de su éxito en Francia: «Fue un hombre de acción,
sobre todo de acción interior –escribió don Louis Cartier tras su muerte– la
formación espiritual y sobrenatural de sus hermanos y de la juventud fue
sin duda su mayor preocupación. Se dedicó desde temprano al estudio de
autores ascéticos y se formó con los mejores. Estaba ansioso por conocer
todas las obras ascéticas publicadas por los mejores eruditos, y no solo leía,
sino que subrayaba y tomaba notas que le servirían para las conferencias
mensuales a los hermanos y a las diversas compañías religiosas. En sus
conferencias, a menudo exponía a sus hermanos la belleza, la grandeza y
la dignidad de su vocación, y sostenía sus palabras con el propio ejemplo
personal de cada día, encontrando tiempo, en medio de sus muchas ocupa-
ciones, para atender escrupulosamente a los deberes de la vida religiosa.
Custodio vigilante de la disciplina religiosa, visitaba con frecuencia las
distintas casas y se aseguraba de que en ellas reinara el espíritu de caridad
y sacrificio del Fundador: las constituciones y los reglamentos eran para él
algo sagrado, pero quería que se observaran con amor y alegría. Cuando
era necesario, sabía compadecerse de la debilidad humana y disculpar
muchas pequeñas cosas, que son inevitables»14).
Don Albera tenía el don de la paternidad espiritual y era un eficaz guía
en el camino de la perfección. Fue el primero en poner en práctica en
las casas francesas el artículo de las Constituciones que recomendaba,
durante la jornada mensual de retiro (entonces llamada Ejercicio de la
Buena Muerte), media hora de reflexión sobre el progreso y el retroceso
en la virtud. Todos los miércoles visitaba a los novicios: los escuchaba,
animaba e instruía con sermones y conferencias, y les aconsejaba. Lo
mismo hacía con los hermanos de las casas, a los que alimentaba espi-
14 L’Adoption, 20 (1921) n. 214.

6 Pages 51-60

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6.1 Page 51

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Inspecteur des maisons salésiennes de France (1881-1892) 49
ritualmente y exhortaba a ser ejemplares y celosos en sus deberes. Se
ocupó con amor de la formación cristiana de los jóvenes. Don Barberis se
quedaba admirado: «Oí predicar varias veces a don Albera en Marsella y
quedé edificado y admirado por la practicidad de lo que decía, por el celo
que mostraba incitando a los jóvenes a la virtud... Tenía gran ascendiente
sobre los jóvenes, fruto no solo de su virtud, sino también de la fuerza
persuasiva y de la dignidad de sus palabras, que reflejaban muy bien su
carácter calmado y fuerte al mismo tiempo»15).
Fue un apasionado promotor de las vocaciones, como atestigua don
Grosso: «Escogía a los mejores de entre los estudiantes de las clases altas
que daban confianza de éxito... A menudo los reunía en conferencias, los
admitía en los ejercicios espirituales de los Salesianos, y les ayudaba y
aconsejaba de forma paternal, como solía hacer Don Bosco en el Oratorio
de Turín. También fomentó las vocaciones de las Hijas de María Auxi-
liadora. Las hermanas que fueron a Marsella en 1881, durante algunos años
no tuvieron la posibilidad de abrir el Oratorio festivo en su casa provisional:
don Albera también se ocupó de esta obra... Preparó una casa lo suficien-
temente espaciosa para que las hermanas pudieran abrir el Oratorio festivo
que, llegando a ser muy floreciente, fue un semillero de vocaciones reli-
giosas». Para sostener las obras, mantener a los novicios y a los numerosos
huérfanos que la Providencia les confiaba, se dedicó sin descanso a la
búsqueda de fondos. Ponía en marcha todos los recursos de su creatividad
para ampliar la acción caritativa de los salesianos. Los Cooperadores le
adoraban, fascinados por sus talentos, sobre todo por la afabilidad de su
sonrisa. Anhelaban sus visitas y disfrutaban de su agradable conversación,
«de cierta austeridad que, sin embargo, no carecía de relevancia ni de
humor, pero siempre edificante, porque poseía el secreto para elevar hacia
Dios», como recuerda don Cartier16).
La década francesa había sido fértil en experiencia y cultura. El contacto
con diferentes ambientes eclesiales y religiosos, con personalidades de la
cultura y de la administración había enriquecido sus competencias. Como
inspector, don Pablo Albera había desplegado una acción incesante de
promoción de la Familia Salesiana y el servicio pastoral: visitas frecuentes
a las casas, circulares mensuales, predicación de ejercicios espirituales,
charlas y coloquios personales con los Cooperadores... Todo lo utilizaba
para formar a los hermanos en el espíritu salesiano, aumentar su fe, incre-
15 ASC B0330109, Per le memorie di D. Paolo Albera [1923], ms G. Barberis.
16 Garneri 130-131.

6.2 Page 52

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50 Capítulo 3
mentar su compromiso educativo y caritativo, y orientarlos al servicio de
Dios y del prójimo.
A través de la dirección espiritual de los Salesianos y de las Hermanas,
de los jóvenes y de personas de todo tipo, se había convertido en un experto
guía de las almas. Se implicó especialmente en el cuidado de los novicios
y de los jóvenes sacerdotes, a fin de moldearlos como discípulos de Don
Bosco y consolidar su vida interior. Las pruebas y dificultades de todo
tipo habían reforzado su piedad personal y su confianza en Dios. Ahora
el Señor le confiaba la delicada misión de dirigir espiritualmente a toda la
Congregación.

6.3 Page 53

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51
Capítulo 4
DIRECTOR ESPIRITUAL
DE LA CONGREGACIÓN SALESIANA
Don Pablo Albera (segundo por la izquierda en la primera fila)
con los miembros del X Capítulo General (1904)
1893-1895
En los primeros años de su nuevo encargo se sintió un poco perdido.
Durante veinte años había sido muy activo. Se había dedicado a animar a
la gente directamente. Ahora se veía obligado a una vida bastante aislada,
con poco ministerio pastoral.
Sus Notas Confidenciales, iniciadas en febrero de1893, escritas en

6.4 Page 54

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52 Capítulo 4
francés hasta 1899 y en inglés desde 1903, revelan sus sentimientos y sufri-
miento. También son un valioso testimonio de su incesante trabajo para
perfeccionarse a sí mismo. Gracias a este documento espiritual podemos
seguirlo paso a paso durante los dieciocho años de su servicio como
Director Espiritual de la Congregación1).
El diario íntimo comienza el 17 de febrero con esta nota: «Hoy comienza
el mes de San José: me propongo imitar a este gran santo en la unión con
Dios. ¿Cuándo podré decir: mortui estis et vita vestra abscondita est cum
Christo Jesu? [habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en
Dios] (Col 3,3)». Unos días más tarde se reprochará el «haber pasado el
día en disipación», de «encontrarse débil en ciertas luchas», de «no haber
trabajado de una manera útil». Pero añade: «He prometido hacer verda-
deramente solo la voluntad de Dios manifestada a través de mis supe-
riores. Otros en su camino no se encuentran solo con rosas..., la virtud
y la paciencia de los demás deben servirte de aliento». El 27 de febrero
comenta: «Hace tres meses que me marché de Marsella. Todavía no he
hecho mucho progreso para mí y nada, casi nada, para otros». En vísperas
de la fiesta de san José encontramos una nota de tristeza: «No puedo defen-
derme de una profunda melancolía. ¡Pienso en lo que estaba haciendo los
otros años en este día! ¡Qué miserable soy!»2).
Aceptó con alegría la tarea de predicar ejercicios espirituales en las
casas de formación, en Foglizzo, Ivrea, Valsalice y San Benigno, aunque
estaba convencido de tener «poca aptitud» para ese tipo de ministerio. En
las notas que se han conservado de esas conferencias, los temas clásicos
de la vida consagrada se reúnen en torno a una idea fundamental: «¡Todo
y solo para Jesús!».
Después de presidir el funeral en sufragio del príncipe don Augusto
Czartoryski, el 27 de abril de 1893 escribió en su cuaderno: «He meditado
no poco sobre el gran sacrificio que ha hecho para ser salesiano: y ¿tú?...
¿Cuáles son sus sacrificios por Dios y por la salvación de las almas? Piensa
a menudo en la muerte. El príncipe Czartoryski me ha edificado mucho
con su simplicidad: ¡no daba importancia a su rango, a su nobleza! ¡Qué
lección para tu orgullo!». Al día siguiente celebró la misa en sufragio por
don Ángel Savio, que había fallecido en Ecuador: «Otra oportunidad para
1 ASC B0320101-105, Notes confidentielles prises pour le bien de mon âme, ms
autografo P. Albera 1893-1899; B0320106-109, Notes usefull for my soul, ms P.
Albera 1902-1910.
2 ASC B0320101, Notes confidentielles..., 17.02.1893.

6.5 Page 55

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Director espiritual de la Congregación Salesiana 53
reflexionar sobre mí mismo. ¡Dios mío! La muerte también se prepara para
mí. ¿Habré hecho yo algún bien? ¿Estaré yo sereno en aquel momento?».
El 29 de abril, asistió a la bendición de la tumba de los Salesianos en el
Cementerio General de Turín: «¡Ahí, escribe, hay un lugar preparado para
mí!». El pensamiento de la muerte a menudo se repite en estos primeros
años en Turín, en cada oportunidad lo recuerda, tal vez por el estado melan-
cólico que lo oprime, tal vez por los trastornos de salud que comienzan a
atormentarlo. El 6 de mayo: «Hoy he meditado sobre la muerte del mal
sacerdote: sentí miedo. ¡Dios mío! ¿Tendré la desgracia de encontrarme
tan mal en ese momento terrible? Rezaré mucho al buen Dios para que me
preserve. Hoy siento mucha melancolía: no he rechazado algunos pensa-
mientos de orgullo y estos sido la causa. He estado pensando demasiado
en Marsella».
A finales de mes Don Rua lo envió a Francia. Llegó a Marsella el
29 de mayo. Visitó el noviciado de Sainte-Marguerite. «Se ha alegrado
demasiado mi corazón, he sentido demasiado gozo: el afecto por esta casa
debe volverse más puro». Habló a las monjas de la importancia de la medi-
tación: es más útil, dijo, la meditación diaria que la comunión misma: esta,
de hecho, se puede hacer incluso en un estado de pecado, «sin embargo.
no hay alma que haga bien su meditación y sea capaz de vivir en pecado
mortal»3). Luego predicó ejercicios espirituales a los novicios y visitó las
diversas casas salesianas de la nación.
En julio se retiró en Rivalta, cerca de Turín, para redactar el texto de
las deliberaciones del último Capítulo General y escribir una circular
sobre los ejercicios espirituales. En aquellos días había comenzado a leer
las Meditaciones para ejercicios espirituales al clero de Don Cafasso,
publicadas por el canónigo Giuseppe Allamano. Se sintió profundamente
afectado. Escribió en su diario que lo habían convencido de la necesidad de
dedicarse exclusivamente al servicio del Señor. Entre agosto y septiembre
predicó ejercicios espirituales a los sacerdotes Salesianos, a los que iban a
ordenarse y a los hermanos franceses. El 12 de octubre, acompañó a Don
Rua y a Mons. Cagliero a Londres para la consagración de la iglesia de
Battersea dedicada al Sagrado Corazón. En esa ocasión señaló en su diario
la «necesidad de aprender inglés».
En el viaje de regreso visitó las casas de Bélgica y presidió los ejer-
cicios espirituales de los hermanos de esa nación. Era frecuente comenzar
con una conferencia sobre la importancia de los ejercicios espirituales:
3 ASC B0320101, Notes confidentielles..., 29.05.1893.

6.6 Page 56

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54 Capítulo 4
«En ellos recogemos nuestro espíritu, entramos en el fondo de nuestro
corazón, escaneamos todos los escondites, y con la gracia de Dios salimos
renovados de mente y corazón. Es cierto que estamos ocupados todo el año
en las cosas de Dios...; es cierto que se nos prescriben prácticas especiales
de piedad, la oración es nuestro pasto diario... Sí, durante todo el año traba-
jamos por Dios, acumulamos tesoros de mérito; ¡Pero ay! somos hombres
y eso es todo. Con el tiempo, nuestro fervor se inquieta, empeora y casi
por la inclinación de nuestra naturaleza se doble a la tibieza». Sugirió las
disposiciones del ánimo que son indispensables: una voluntad decidida de
hacer bien los ejercicios; gran recogimiento combinado con el silencio;
observancia exacta del calendario; confianza absoluta en Dios; valor y
generosidad4).
En la noche del 31 de diciembre de 1893 elaboró una evaluación espi-
ritual del año trascurrido, haciendo hincapié en los aspectos que pretendía
corregir: «El último día del año. He estado pensando un poco en el pasado.
He sido poco fiel en mi vocación. Este es un año que debería haber empleado
mejor. Todas mis ocupaciones debían llevarme a la piedad, a la unión con
Jesucristo. Todo lo que he visto este año especialmente en Don Rua, fue
hecho para edificarme y animarme a hacerlo bien. Aquí tengo menos preo-
cupación de lo material, que antes absorbía toda la energía de mi espíritu:
por lo tanto, debería haber hecho mucho más progreso personal, luchar
más contras mis pasiones, educarme más en la espiritualidad. ¿Por qué
no lo hice? Tampoco en lo que se refiere a mi cargo estoy contento: temo
demasiado el sufrimiento, todavía no he superado por completo mi excesiva
timidez. ¡Cuánta tendencia a disuadirme de ver todo lo malo que hago, y
(¡inaudito!) con tanto orgullo!... También encuentro que mi corazón aún
no es verdaderamente libre, no es el mismo en sus afectos; todavía tiene
demasiadas simpatías y aversiones. Miserere mei, Deus [ten piedad de mí,
oh Dios]... No estoy contento conmigo mismo»5).
En los primeros días de 1894 padeció un fuerte resfriado. Este le traerá
consecuencias a lo largo del año: debilidad, trastornos físicos, melancolía.
A pesar de todo, completó las tareas que le fueron encomendadas por Don
Rua entre abril y junio: la visita a las casas y la predicación de ejercicios
espirituales en Francia, Argelia y Sicilia. Regresó a Turín con problemas
de salud y continuas dolencias estomacales. En septiembre predicó los
4 ASC B0480111, Tutto per Gesù: Istruzioni per gli Esercizi Spirituali, ms aut. P.
Albera, 4-6.
5 ASC B0320101, Notes confidentielles..., 31.12.1893.

6.7 Page 57

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Director espiritual de la Congregación Salesiana 55
ejercicios a los que iban a ordenarse.
En febrero de 1895 acompañó a Don Rua a Tierra Santa. Fue un
viaje desafiante, pero espiritualmente satisfactorio. Desembarcaron en
Alejandría el 24 de febrero y fueron hospedados por los jesuitas. El día
27 zarparon hacia Jaffa. Les dio la bienvenida don Carlo Gatti, quien más
tarde testificó: «Desde la primera entrevista con don Albera comprendí
que estaba en presencia de un superior que me hablaba con franqueza, y
escuchaba benignamente mis palabras y las expresiones un tanto fuertes,
dictadas por mi sensibilidad (quizás demasiado celosa). Por esta razón puse
toda mi confianza en él y me puse a escribirle más tarde libremente sin
ningún temor, porque estaba seguro de que solo lo usaría para mi propio
bien. ¡Cuántas veces fueron la confianza en don Albera y su bondad mi
consuelo, mi salvación! Don Albera poseía la intuición que les falta a
aquellos que no han estado en el extranjero durante algún tiempo: entendió
por qué me había dedicado al estudio de las lenguas, de hecho, me animó
a usarlo para hacer el bien»6).
En las semanas siguientes visitaron los lugares santos y las obras
fundadas por el canónigo Antonio Belloni que estaban encomendadas a
la Congregación Salesiana: Belén, Jerusalén, Cremisán y Beitgemal. Don
Albera tuvo la alegría de poder celebrar en el Santo Sepulcro, después de
haber asistido en la misa a Don Rua. Durante la peregrinación escribió
muchas cartas que testimonian la emoción de poder orar y meditar el
Evangelio en los lugares de la vida de Jesús.
Al final del viaje, a finales de marzo, se detuvo en Francia para los
ejercicios espirituales de los novicios. El 23 de mayo asistió en Turín a la
consagración episcopal de Mons. Giacomo Costamagna, elegido Vicario
Apostólico de Méndez y Gualaquiza en Ecuador: «He disfrutado de las
ceremonias, he reflexionado y me he humillado comparándome con él, que
tiene tantos méritos y es tan humilde al mismo tiempo»7). Luego se fue a
Francia: predicó ejercicios espirituales a los novicios y visitó a los hermanos
de Marsella y Niza. A finales de agosto estuvo en Turín para los ejercicios
de los que se iban a ordenar. En septiembre de 1895 participó en el Séptimo
Capítulo General. Presidió la comisión encargada de estudiar cómo hacer
que la educación religiosa en las escuelas salesianas «responda más a las
necesidades particulares de nuestro tiempo y a los deberes actuales de un
joven católico». La experiencia y la intuición inteligente de los problemas a
6 Garneri 148.
7 ASC B0320101, Notes confidentielles..., 23.05.1895.

6.8 Page 58

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56 Capítulo 4
los que se debían enfrentar las nuevas generaciones le permitieron sugerir
algunas reglas que permanecieron vigentes durante años.
Después del Capítulo General intervino en los ejercicios espirituales de
San Benigno Canavese; luego predicó a los novicios franceses. Regresó a
Turín a mediados de octubre en un estado de salud cada vez más frágil:
noches de insomnio y opresiones en las horas de la tarde. El 7 de noviembre
llegó la noticia de la trágica muerte de Mons. Luigi Lasagna en un accidente
de tren en Brasil. Había sido su alumno en Mirabello y le tenía mucho
cariño. Le afectó mucho: «Al principio no quería creerlo. Ese intrépido
misionero, que recorría América a pasos agigantados sembrando institutos
y obras de religión y civilización; ese misionero que nunca decía basta,
cuya mente todavía soñaba muchos otros proyectos maravillosos para ganar
almas a Dios, para salvar a la juventud pobre y abandonada; ese obispo
en cuyo apostolado el propio Anciano del Vaticano había fundado tantas
esperanzas hermosas; ese apóstol que estaba en plenitud de sus fuerzas,
parecía que no podía morir. Pero finalmente fue necesario reconocer la
realidad de la inmensa desgracia»8). El 4 de diciembre, durante el funeral
en la iglesia de María Auxiliadora, Albera realizó una conmemoración
muy apreciada. Don Rua le encargó que recogiera la documentación para
escribir su biografía.
En diciembre de 1895 dirigió los ejercicios espirituales de los que se
iban a ordenar y señaló en su diario: «Todavía estoy lejos de ser un buen
director de ejercicios. Quiero trabajar duro para hacerme capaz de un
oficio tan importante»9). Siempre se sintió inadecuado, pero treinta años
después uno de los participantes dejará este testimonio: «En los ejercicios
de preparación para la ordenación sacerdotal, hechos en Avigliana en 1895
(éramos siete u ocho ordenandos), admiramos, además del celo en dictar la
larga charla él solo, también la familiaridad entrañable y la amabilidad con
la que don Albera se entretenía con nosotros en esos diez días, haciendo lo
que Don Bosco hizo en los primeros años del Oratorio con sus primeros
clérigos. Y con dolor y admiración fuimos testigos de la serenidad con la
que ocultó las molestias del frío, la comida y la fatiga, mientras que tuvo
mucho cuidado de que no nos faltara nada a nosotros»10).
En el balance personal, redactado el 31 de diciembre, Albera escribió:
«El año1895 se lanza a la eternidad. Para mí ha estado lleno de alegrías y
8 Lasagna 8.
9 ASC B0320101, Notes confidentielles..., 8.12.1895.
10 Garneri 152.

6.9 Page 59

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Director espiritual de la Congregación Salesiana 57
penas. He podido volver a la casa de Marsella, donde dejé gran parte de mi
corazón. Desde allí fui a Tierra Santa y fui edificado por la compañía de
Don Rua. ¡Qué piedad, espíritu de sacrificio y mortificación! ¡Qué celo por
la salud de las almas! y, sobre todo, ¡qué equilibrio en el estado de ánimo!
He visto Belén, Jerusalén, Nazaret: ¡qué dulces recuerdos! Pude participar
en el Congreso de Bolonia. Guardo un recuerdo inolvidable de él... Pude
predicar ejercicios a las Hermanas en Francia. Esto fue bueno para mi alma.
Pude encargarme de los que se iban a ordenar y estaba mucho más satis-
fecho que los años anteriores... Escribí unas páginas sobre Mons. Lasagna
y han tenido la bondad de apreciarlas. Pero incluso el año 1895 termina sin
que yo corrija mis defectos más graves. Mi orgullo sigue al más alto nivel.
Mi carácter siempre es difícil, incluso con Don Rua. Mi piedad es siempre
superficial y no ejerce una gran influencia en la conducta, en mis acciones
que siguen siendo humanas e indignas de un religioso. Mi caridad es capri-
chosa y llena de parcialidad. No me he mortificado en los ojos, en el gusto,
en las palabras... Las enfermedades han aumentado considerablemente:
podría morir en cualquier momento en el estado en el que estoy: no es
una idea, es la realidad, y soy consciente de ello. Quiero proponerme vivir
mejor en el nuevo año, para morir mejor. Recuerdo haber dirigido a dos de
mis hermanos que hicieron el voto de esclavitud a María. Me han edificado
con su celo, con su devoción. Su sangre selló su compromiso, y yo que
parecía que eran su maestro y director en todo esto, no soy nada... María,
madre mía, no me permitas tener la vergüenza de reconocerme inferior
en virtud que mis subordinados: dame un gran amor por ti. Domina mea,
numquam quiescam donec obtinuero verum amorem erga te [Señora mía,
no descanses hasta que alcancemos nuestro verdadero amor por ti]”»11)
1896-1900
Comenzó 1896 con este programa de acción: «Quiero a toda costa
progresar en piedad, humildad y espíritu de sacrificio». Su estado de salud
empezaba a preocuparle. El 19 de enero, escribió en su diario: «Hoy me
siento mal. Dios mío, me pongo en tus manos: ¡que se haga tu voluntad!
Acepto la muerte en el momento y en la forma que quieras». 31 de enero:
«Es el octavo aniversario de la muerte de Don Bosco. Pensé que yo
también podría morir en cualquier momento con mi enfermedad. ¿Estoy
11 ASC B0320101, Notes confidentielles..., 31.12.1895.

6.10 Page 60

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58 Capítulo 4
preparado? Me parece que no: por lo tanto, debo ponerme a trabajar». No
sabemos qué enfermedad era. El 7 de febrero confiesa: «No me decido a
hablar de ello con Don Rua: en conciencia me siento obligado...». Habló
con él dos días después: «Me alegro de haberlo manifestado; pase lo que
pase ahora no será una sorpresa». Fue visitado por el Dr. Fissore el 10 de
febrero: «Me hizo entender que es necesario resignarse: ya no puedo hacer
como en el pasado: y no tiene sentido intentar una operación»12).
El 28 de febrero, Don Rua le encargó que redactara el Manual del
Director. No pudo empezar a trabajar hasta el 1 de noviembre, porque se
lo impedía la enfermedad y las frecuentes ausencias de Turín. Comenzó
a recoger materiales de las Constituciones salesianas, las deliberaciones
capitulares y las cartas circulares de Don Bosco y Don Rua. Amasó una
gran documentación, pero el sentido de inadecuación y la preocupación
por ser absolutamente fiel a la tradición carismática del Fundador prolon-
garon el tiempo del trabajo que solo verá la luz en 1915: «Confieso cándi-
damente –escribirá en la introducción– que mezclar mis pobres consejos
con las enseñanzas de Don Bosco y Don Rua, me pareció casi profanación;
pero lo hice, con no mucha repugnancia, y solo para condescender a los
consejos y oraciones de algunos hermanos buenos y respetables»13).
Entre marzo y abril predicó ejercicios espirituales en Avigliana, Ivrea,
Foglizzo, donde reemplazó al director gravemente enfermo durante varias
semanas. «Se detuvo con nosotros un momento bastante largo –escribió
don Cimatti, entonces novicio– y nos mantenía alegres con episodios humo-
rísticos de su vida en Francia. Ya no parecía el ascético, sino el afable y el
más generoso de los hermanos». Don Ludovico Costa añade: «Recuerdo
la impresión favorable que provocaba en todos la palabra edificante, docta
y profunda de don Albera, que todos escuchaban con deseo y visible
placer... Su trato fino y exquisitamente educado y amable, su modestia y
su humildad no falta de corrección y noble decoro, imponían respeto al
ganarse el afecto y la confianza de quienes se le acercaban. Después, en
varios casos, con respecto a abusos e inobservancias corregidos por él y
ante algún hermano llamado eficazmente al deber, escuché comentar favo-
rablemente sobre su energía, casi sorprendidos de ver en él, tan delicado y
fino, tanta firmeza y fuerza de voluntad»14).
El 6 de mayo partió hacia Francia, donde permaneció hasta la víspera
12 ASC B0320102, Notes confidentielles..., 31.01.1896.
13 Manuale 6.
14 Garneri 157.

7 Pages 61-70

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7.1 Page 61

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Director espiritual de la Congregación Salesiana 59
de la fiesta de María Auxiliadora. El mal continuó persiguiéndolo y el 3
de junio se sometió a una cirugía en el hospital de Chieri. Después de una
larga recuperación, el 5 de julio pudo regresar a Valdocco. En los meses
siguientes predicó ejercicios espirituales en Italia y Francia.
El último día de 1896 escribió en su diario: «El año pasado mi salud
era muy mala, y sin embargo sentía que tenía más valor y energía. Los
diversos retiros que prediqué llevaban la huella de un cierto fervor. Ahora,
a decir verdad, estoy mejor, a pesar de un poco de miseria, pero soy débil
en espíritu... Durante el año he predicado dos tandas de ejercicios en
Avigliana, dos en los noviciados, dos durante las vacaciones. Dios me ha
ayudado visiblemente... He tenido la fuerza para obedecer a Don Rua al
someterme a una dolorosa operación y la gracia de Dios me ha ayudado:
por lo demás he conocido cuán débil es mi naturaleza y cuánto le repugna
el sufrimiento. He ido a Marsella tres veces: es extraordinario. Tal vez
he ido allí con demasiado gusto: se ha hecho un poco de bien, gracias
a Dios, en los distintos lugares y, especialmente, en el noviciado de los
Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora. Os prometo, Dios mío, no
tener más preferencias. Iré a donde tú quieras, y trabajaré con la misma
alegría en todas partes... Para el Año Nuevo me gustaría obtener de María
Auxiliadora más valor y energía. También rezaré por tener algo de ciencia
sabida por lo que mi cargo requiere. Dios mío, ¿cómo podéis soportar a
un servidor tan estúpido y tan negligente? Tengo el honor de hablar a los
demás sobre el celo por salvar almas, yo que paso mi vida sin hacer nada
por la salvación de las almas. Así que, María, mi buena y dulce Madre,
dame un poco de celo»15).
El 1 de enero de 1897 formulaba estos propósitos: «He trazado a los
hermanos el programa del año y quiero seguirlo yo primero: 1. Más buena
voluntad en evitar el pecado, en corresponder a las gracias de Dios y en
avanzar en el camino de la perfección. 2. Servir mejor a la Congregación
que es mi madre, practicando su espíritu y teniendo sus intereses en el
corazón. 3) Trabajar mejor por la salvación de las almas. Piedad, humildad,
sacrificio»16).
A pesar de su débil salud, entre marzo y junio predicó varias tandas de
ejercicios espirituales para los jóvenes Salesianos en Avigliana, Foglizzo,
Ivrea, Valsalice, Sainte-Marguerite, Saint-Pierre de Canon y, de nuevo,
en Avigliana. En julio participó en las fiestas jubilares del Hospicio de
15 ASC B0320102, Notes confidentielles..., 31.12.1896.
16 ASC B0320103, Notes confidentielles..., 1.01.1897.

7.2 Page 62

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60 Capítulo 4
Sampierdarena, obra que él mismo había iniciado veinticinco años antes.
Estaba muy consolado: «Fue una de las fiestas más bellas. Dios ha bendecido
verdaderamente los esfuerzos de Don Bosco y sus hijos en Sampierdarena:
¡5000 alumnos y 300 sacerdotes!». Luego continuó con los ejercicios espi-
rituales a los hermanos Salesianos de Italia y Bélgica. En noviembre Don
Rua lo envió a Francia como su representante para la bendición de una
nueva casa de las Hijas de María Auxiliadora.
En diciembre predicó de nuevo a los que se iban a ordenar. Tenemos el
testimonio de Don Terrone: «¡Qué buenos días fueron para nosotros los de
diciembre de 1897! Don Albera presidió los ejercicios, predicó tres veces al
día, pasó todas las recreaciones con nosotros, tratándonos con gran afabi-
lidad y alegrándonos con la narración de agradables anécdotas de la vida
salesiana. Fue un invierno muy duro, pero no se podía pensar en la cale-
facción: por esto, don Albera sentía pena por nosotros, nos preguntaba si
estábamos suficientemente abrigados, si necesitábamos algo; al igual que
lo haría la más tierna de las madres... Su predicación estaba preparada,
elevada, siempre llena de pensamiento»17).
En el trascurso del mes su salud se deterioró. Pensó que había llegado al
final de su viaje por tierra. El 1 de enero de 1898 escribió en su cuaderno
personal: «Este año debe ser consagrado especialmente a prepararse para
la muerte. La temo demasiado, y no he hecho nada para presentarme
convenientemente ante el divino juez. Este pensamiento de la muerte
debe hacerme actuar con más fervor en los ejercicios de piedad, con más
celo en mis ocupaciones ordinarias, y hacerme huir con más delicadeza
de conciencia cada pecado, incluso venial. Sagrado Corazón de Jesús, os
confío estas resoluciones»18). Las notas de las semanas siguientes reflejan
el compromiso de poner en práctica los propósitos. Notamos un fervor
constante, una actividad alegre, una escrupulosa delicadeza en reprobarse
por cosas pequeñas.
El 1 de febrero de 1898 partió para hacer la visita a las casas de Francia,
España y Bélgica. Regresó a Turín el 10 de abril, exhausto. Pero después de
solo dos días reanudó la predicación de ejercicios. En los meses siguientes
fue atormentado por un gran dolor y una sensación de desánimo. También
tuvo la impresión de que Don Rua no estaba contento con su servicio.
Pensó que era culpa de su «amor propio» y decidió lanzarse «a los pies de
Jesucristo y decirle de corazón como san Agustín: Hic ure, hic seca, hic
17 Garneri 162-163.
18 ASC B0320104, Notes confidentielles..., 1.01.1898.

7.3 Page 63

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Director espiritual de la Congregación Salesiana 61
non parcas, dummodo in aeternum parcas (Señor, aquí quema, aquí corta,
aquí no perdones, para que me perdones en la eternidad)... Jesu, fili David,
miserere mei!» (31 de mayo). En junio fue de nuevo a Francia y Bélgica.
Regresó a Turín calmado y en un mejor estado de salud: «Mi espíritu está
más tranquilo. Acepté con más gozo ciertas cosas que me habrían hecho
daño antes» (1 de julio). El 30 de agosto, durante el octavo Capítulo General,
a pesar del deseo de ser relevado de su cargo, fue reelegido Director espi-
ritual general con doscientos votos de doscientos diecisiete19).
Entre el 4 y el 7 de septiembre participó en el tercer Congreso Mariano
celebrado en Turín. Señaló en su diario: «¿Cuándo amaré yo también a
la Virgen Santa con todo mi corazón, como tantos sacerdotes y semina-
ristas fieles?»20). El domingo 18 fue a Castelnuovo para la inauguración del
monumento a Don Bosco. La salud se había deteriorado de nuevo. Don
Rua lo envió a Marsella a descansar. Tuvo que permanecer en la cama
muchos días y someterse a exámenes médicos. Quería regresar a Turín,
pero el Rector Mayor le ordenó que se quedara todavía en Francia. La salud
mejoró gradualmente. Regresó a Valdocco para Navidad.
En enero de 1899 comenzó a leer una obra de tres volúmenes publicada
recientemente, Le prêtre de Romain-Louis Planus. La disfrutó mucho y se
sintió alentado a tener un celo pastoral más ardiente. El 8 de enero, después
de meditar sobre la importancia del ministerio de la reconciliación, señaló:
«Cuanto bien me hace confesar: siento entonces que soy sacerdote y puedo
ayudar a una pobre criatura a romper las cadenas que lo hacen pecar. ¡Oh!
¡Si al menos pudiera cumplir mi ministerio sacerdotal un poco mejor! La
lectura del Planus me llena de confusión: sé muy poco sobre la dignidad
del sacerdote... y estoy muy lejos de poseer sus virtudes»21). Las lecturas
espirituales eran su alimento interior, le ofrecieron material sustancial para
predicar y lo consolaron en las fatigas y en las continuas molestias de la
salud.
Mientras tanto, intentaba continuar con la biografía de Mons. Lasagna,
interrumpida continuamente para predicar ejercicios espirituales: entre
febrero y abril dictó ejercicios en Avigliana, Ivrea, Valsalice, San Benigno
y Nizza Monferrato. Luego se detuvo unos días para elaborar las actas del
octavo Capítulo General. Reanudó la predicación en los meses de verano y
otoño. En noviembre Don Rua le confió la tarea de exorcizar a una señora
19 ASC B0320104, Notes confidentielles..., 31.05.1898; 1.07.1898; 30.08.1898.
20 ASC B0320104, Notes confidentielles..., 6.09.1898.
21 ASC B0320105, Notes confidentielles..., 8.01.1899.

7.4 Page 64

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62 Capítulo 4
acosada por el diablo. Lo intentó varias veces, pero con malos resultados.
El 18 de noviembre, señaló: «El diablo me humilló mucho, pero no se
fue»22).
A mediados de diciembre terminó la vida de Mons. Lasagna. Fue
publicada a principios del nuevo año bajo el título: Mons. Luigi Lasagna.
Memorie biografiche. Este libro de cuatrocientas cincuenta páginas le
había costado mucho esfuerzo y no estaba completamente satisfecho con
él. Señaló en su diario: «Reconozco que es fácil de criticar, ¡pero es difícil
hacerlo mejor que los otros!».
22 ASC B0320105, Notes confidentielles..., 18.11.1899.

7.5 Page 65

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63
Capítulo 5
LA VISITA A LAS CASAS SALESIANAS
DE AMÉRICA (1900-1903)
Don Albera fotografiado con una delegación de los Bororo
(Cuiabá, mayo de 1901)
Argentina, Uruguay y Paraguay
Con motivo del Jubileo de las misiones salesianas (1875-1900) Don Rua
encargó a don Albera visitar, como representante suyo, las obras salesianas
del continente americano. El viaje duró dos años y ocho meses. Fue una
experiencia importante que puso a prueba su resistencia física. Mientras
tanto, fue reemplazado en el cargo de Director espiritual general por
don Giulio Barberis, con quien mantuvo una relación epistolar constante
durante el largo viaje. Sus cartas y las del secretario, publicadas por el

7.6 Page 66

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64 Capítulo 5
Instituto Histórico Salesiano, son un documento elocuente de lo que se
hizo en ese extraordinario y agotador viaje.
Don Albera dejó Turín el 7 de agosto de 1900. A través de Francia llegó
a Barcelona y participó en el primer Capítulo inspectorial español. El día
16 se le unió el joven secretario don Calogero Gusmano y al día siguiente
navegaron juntos en el vapor Perseo. Llegaron a Montevideo el primer
domingo de septiembre. En los días siguientes visitaron las obras sale-
sianas de la zona. Los hermanos le recibieron con alegría y descubrieron
que hablaba español correctamente.
El martes 11 de septiembre se trasladaron a Buenos Aires. Fueron
recibidos por Salesianos y jóvenes de las cinco casas de la capital. Se
detuvieron en la región todo un mes visitando las obras de la ciudad y la
provincia. Albera recibió individualmente en coloquio a los Salesianos y
a las Hermanas. Fue visitado por autoridades civiles y eclesiásticas que
expresaron aprecio y gratitud por la actividad de sus hermanos y hermanas.
Don Gusmano escribió a Don Rua: “Para don Albera están sucediendo
cosas increíbles: son los importantes de cada lugar a donde él llega los
que vienen a encontrarlo, y se consideran afortunados de conocerlo perso-
nalmente; son periodistas, son miembros de la Corte Suprema de Justicia,
son obispos los que le rinden visita y quieren que bendigan al pueblo y a sí
mismos en la iglesia pública, porque don Albera, dicen, es el representante
de Don Rua y Don Rua ha heredado todo el espíritu de Don Bosco»1).
El visitador quedó impresionado por el gran trabajo realizado por los
Salesianos. Le confió a don Barberis: «Tanto en Montevideo como aquí
en Buenos Aires hemos visto cosas extraordinarias. La Providencia usó a
nuestra humilde Congregación para hacer cosas increíbles. Estoy conside-
rando todo lo que veo y entiendo, guardándome de pronunciar mi pobre
opinión... En general, las prácticas de piedad se hacen bien y funcionan
con mucho impulso... Esto no quiere decir que todo aquí sea como el oro;
también existen las inevitables miserias de los pobres hijos de Adán, pero
el bien es lo suficientemente grande como para compensarlo ampliamente...
Creo que mi tarea será más bien ver por mí mismo el mucho bien hecho
y animar a que siempre se haga muy bien en el futuro... Reza para que
corresponda con los planes de D. Rua al enviarme a América»2). Inme-
diatamente señaló cuáles eran los puntos neurálgicos: «Aquí estoy cada
vez más asombrado por el bien que ya se ha hecho, pero tengo miedo de
1 Bs 1990, 338.
2 L 78.

7.7 Page 67

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Visite des maisons salésiennes d’Amérique (1900-1903) 65
la abundancia de masas y la escasez de trabajadores. Es algo de lo que
los miembros del Capítulo difícilmente pueden hacerse una idea. Casas
importantes sin prefecto, con un catequista poco apto, ocupado haciendo la
escuela regular; casas de cientos de jóvenes con un escaso personal docente
y ni siquiera un coadjutor; todos los empleados son a sueldo y sin espíritu
de piedad; parroquias con pocos sacerdotes para confesar, predicar, dar
clase: estas son cosas ordinarias. La necesidad de personal es extrema»3).
El 12 de octubre partieron hacia la Patagonia. Fueron recibidos en Bahía
Blanca con todos los honores. Albera inauguró la sección de Exalumnos.
En los días siguientes, se trasladó a Fortín Mercedes, Patagones, Viedma,
viajando parte en tren, parte en incomodísimos medios de transporte o a
caballo. Regresaron a Buenos Aires el 8 de noviembre, donde el visitador
participó en el segundo Congreso americano de Cooperadores Salesianos.
El día de la Inmaculada fue a San Nicolás de los Arroyos para la inaugu-
ración del nuevo colegio y de la iglesia. Predicó a los numerosos quinteros,
campesinos que participaban en la función con sus familias.
El 20 de diciembre regresaron a Montevideo. Se detuvieron durante
tres semanas en la república uruguaya. Eran días de trabajo incansable:
predicación, confesiones, entrevistas con cada uno de los hermanos, desde
la mañana hasta tarde por la noche. Aquí, como en todos los lugares
visitados durante ese largo viaje, Albera se reunió con los Cooperadores,
los bienhechores y las personas relacionadas con la comunidad local.
Quería visitar a los alumnos en sus clases, talleres y locales del Oratorio.
Los jóvenes, que eran conquistados por el encanto espiritual que inspiraba
su persona, lo rodearon de afecto y admiración. Muchos pidieron ser escu-
chados en confesión y él estaba dispuesto a prestarse. El secretario anota:
«Es increíble como el Sr. D. Albera sabe ganarse el cariño de los jóvenes,
yo nunca había tenido la oportunidad de observar esto en Turín porque él
nunca bajaba al recreo... Muchos jóvenes van a la habitación de D. Albera,
rogándole que los confiese; hablan de él con entusiasmo; cuando baja al
patio es rodeado por casi todos los jóvenes»4). Lo mismo sucedió durante
la visita a las obras de las Hijas de María Auxiliadora. Despertó veneración
y confianza en las Hermanas y en las niñas internas y externas.
Entre el 26 y el 28 de enero de 1901, se celebró en Buenos Aires el
primer Capítulo Sudamericano de Directores Salesianos. Don Albera los
animó a ser ejemplo y guía en fidelidad al espíritu de Don Bosco. En el
3 L 106.
4 L 82.

7.8 Page 68

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66 Capítulo 5
prefacio de las Actas escribió: «Conforme voy visitando las casas sale-
sianas de América siento que crece la estima y el afecto que ya tenía por
vosotros. Al admirar cada vez más la obra de Don Bosco y presumir de ser
su hijo, admiro también las virtudes de las que están adornados muchos
Salesianos de América y me siento edificado por los sacrificios que se
imponen por la gloria de Dios y por la salvación de las almas. El número
de estos verdaderos hijos de Don Bosco aumentará; los frutos de su trabajo
serán inmensos, si se observan escrupulosamente las Constituciones que
Don Bosco nos ha dado y las deliberaciones de los Capítulos Generales.
Con la gracia del Señor también harán bien las recomendaciones del Primer
Capítulo Americano”5).
El 31 de enero, el visitador, en compañía de Gusmano, navegó a La
Tierra de Fuego. Se detuvo en Montevideo y llegó a Punta Arenas el 10 de
febrero, después de una furiosa tormenta. Se detuvo durante cinco días, y
luego continuó a la isla Dawson y a la misión Candelaria. Allí permaneció
dieciocho días y predicó ejercicios espirituales a misioneros y Hermanas.
Regresó a Punta Arenas a mediados de marzo. Luego visitó las Misiones
de Mercedes y Paysandú en Uruguay. Pasó allí la Semana Santa predi-
cando y confesando. En abril regresó a Buenos Aires, luego se embarcó
hacia Brasil en compañía de Don Antonio Malan.
Brasil, Chile, Bolivia y Perú
El viaje duró veintidós días en barcos llenos de gente e incómodos. El
7 de mayo de 1901, llegó a Cuiabá, capital del estado de Mato Grosso.
Una multitud de personas y quinientos niños, alumnos y alumnas de
las obras salesianas, le esperaban en el muelle del puerto al sonido de
la banda musical salesiana y el de la marina militar. Lo acompañaron al
internado. Fue visitado por el obispo, el presidente del estado y otras auto-
ridades. Los cuarenta días de estancia en Mato Grosso estuvieron llenos
de encuentros y de ministerio sacerdotal. Durante la fiesta de María Auxi-
liadora recibió la profesión religiosa de cuatro nuevos Salesianos locales y
algunas Hermanas y bendijo la toma de hábito de cinco novicios. También
se reunió con un grupo de indígenas Bororo, que habían venido para pedir
al presidente del estado dejar de depender de los militares y ser confiados
a los misioneros salesianos. También visitó la misión de Corumbá. «Qué
5 Garneri 185.

7.9 Page 69

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Visite des maisons salésiennes d’Amérique (1900-1903) 67
buen espíritu reina en esta inspectoría –escribió el secretario–, en ninguna
he encontrado tanta armonía, tanta sumisión a los superiores, tanto espíritu
salesiano, Salesianos tan queridos por los Cooperadores... D. Malan es un
verdadero Salesiano, muy capaz de ser inspector, muy apegado a los supe-
riores. Cómo quedarían consolados D. Luigi Nai, D. Bertello si vieran a los
coadjutores de esta casa: son modelos de piedad y de trabajo»6).
En ese momento todavía no había conexión ferroviaria con São Paulo.
Así que don Albera tuvo que descender el río Paraguay, en «un barco de
vapor de 14 metros de largo y en medio de ciento veintidós vacas y millones
de mosquitos que nos devoran», señaló el secretario. Visitó Concepción
y el 29 de junio llegó a Asunción, donde celebró misa en presencia del
obispo, con ciento cuarenta primeras comuniones. En los días siguientes
continuó a Buenos Aires. Desde allí pudo embarcarse hacia Montevideo y
llegar de nuevo a Brasil7).
Desembarcó en Santos el 14 de julio, recibido por el inspector don Carlo
Peretto. En tren llegó a São Paulo, a unos 80 kilómetros de distancia, y
luego a Lorena, desde la que comenzó una visita de cuatro meses a la
provincia brasileña. Albera llegó a todas las casas y misiones salesianas.
Después de reuniones oficiales con autoridades y poblaciones, dedicó todo
su tiempo a recibir a los hermanos y al ministerio de la predicación y las
confesiones. En todas partes fue recibido con entusiasmo, pero esos viajes
le costaron trabajos indescriptibles por el calor y el polvo. Visitó Guaratin-
guetá y Juiz de Fora, el lugar del accidente en el que habían perdido la vida
Mons. Lasagna, algunas hermanas y dos sacerdotes. Fue a Ouro Preto,
Cachoeira do Campo, Araras, Ponte Nova, Niterói, Ipiranga, Campinas,
Río de Janeiro, Bahía, Jaboatão, Pernambuco. A pesar de los problemas
encontrados, tuvo una impresión muy positiva: «Ahora visito las casas
de Brasil –escribió a Barberis–. Estoy convencido de que Don Bosco en
espíritu conocía la tierra y conocía el corazón de los habitantes. Estamos
presenciando espectáculos muy conmovedores. ¡Qué misión tienen aquí
los Salesianos! En las casas se hace un gran bien, incluso si no están orga-
nizados en absoluto ... Don Zanchetta aquí en Niterói hace maravillas.
¡Si pudiera ver qué orden en la casa! Reina una piedad edificante. Los
hermanos se matan trabajando y, sin embargo, no se quejan...»8).
De Pernambuco partió a Niterói el 26 de octubre a bordo del Alagoas.
6 L 188.
7 L 191.
8 L 212-213.

7.10 Page 70

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68 Capítulo 5
Durante los cinco días de navegación sufrió dolores punzantes. No pudo
continuar hasta São Paulo, donde se le esperaba para la bendición de la
estatua monumental del Sagrado Corazón. Se detuvo en Niterói nueve días
para recibir tratamiento. El 9 de noviembre navegó a Montevideo y pasó
por Buenos Aires donde se detuvo unos diez días.
En la capital argentina lo esperaba Mons. Giacomo Costamagna,
que debía acompañarlo a Chile a través de los Andes. Salieron el 25 de
noviembre. Fue un viaje muy fatigoso para don Albera, que no estaba acos-
tumbrado a cabalgar. Se quedaron algunos días en Mendoza para predicar
ejercicios espirituales a jóvenes, hermanos y hermanas. Después de la
visita a Rodeo del Medio, el 5 de diciembre llegaron a Santiago de Chile.
Gusmano escribió el programa de la visita a don Barberis: «Ya estamos
en la vertiente del Pacífico. Pasamos muy bien la cordillera... El sr. don
Albera soportó bien y sin consecuencias la travesía y la cabalgata. Aquí
pasamos dos días por casa, para verlas en su funcionamiento ordinario. Ya
hemos visitado las dos de Santiago y Melipilla. Mañana iremos a Talca,
el 13 a Concepción, el 18 a Valparaíso, el 20 a La Serena y, después de
Navidad, veremos Macul. La primera semana de enero empezarán los ejer-
cicios para los hermanos; tal vez habrá que hacer dos tandas y una para las
hermanas... Visitadas las casas de Chile iremos a Bolivia, pero probable-
mente no iremos a Sucre, bien porque está demasiado lejos, bien porque
será la estación de lluvias y sería muy difícil ir. De Bolivia bajaremos a
Perú, donde tal vez estemos todavía en abril»9).
Después de unos días de descanso en Santiago, don Albera visitó en tres
meses a los Salesianos y a las Hermanas de Melipilla, Talca, Concepción,
Valparaíso, La Serena, Iquique y Macul. Se dio cuenta, con dolor, de que
en la inspectoría de Chile había tensiones por los límites de algunos direc-
tores, pero sobre todo por el carácter impetuoso de Mons. Costamagna,
que desempeñaba el cargo de superior, mientras esperaba a poder entrar
en el territorio de su vicariato misionero en Ecuador. Gusmano, descon-
certado, escribió a Barberis recalcando notablemente el tono: «Nadie en
la inspectoría quiere a monseñor... porque regaña continuamente y en
público; no es querido porque demuestra que no tiene el corazón aquí,
sino más allá de los Andes; no es querido porque repite hasta el aburri-
miento que no tiene ninguna estima por los chilenos... Con él no se habla
con el corazón en la mano, sino que se estudian las palabras y siempre se
tiene miedo de ser reprendido; así que en general se sale de su habitación
9 L 243-244.

8 Pages 71-80

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8.1 Page 71

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Visite des maisons salésiennes d’Amérique (1900-1903) 69
más mosqueado y menos persuadido... Es verdad que aquí todos piden a
gritos que monseñor vaya a Ecuador, que venga un buen inspector, que sea
prudente... que escuche las necesidades de las casas sin regañar ni decidir
inmediatamente, que sea un poco político y no manifieste y eche en cara en
público los defectos...». Después concluyó: «No se puede dudar que sea un
santo; pero haría falta que también los demás fuesen santos para resistir a
su modo de tratar; haría falta que tuviesen más fe y ver en el superior solo
la autoridad que representa y no los modos... Quien no sabe que es todo
celo, que trabaja continuamente y que se puede decir que no hay confir-
mación en Santiago ni fuera que no haga él; incansable, pero casi siempre
fuera, aquí no ha podido echar raíces…»10).
El 14 de febrero de 1902, Albera, después de haber predicado ejer-
cicios espirituales a los hermanos, salió de Santiago con el secretario. Se
quedaron un par de días en Valparaíso para la inauguración de los nuevos
talleres, y llegaron a Iquique el 28. Tras diez días volvieron a salir hacia
Arequipa, en Perú: «Es una auténtica casa salesiana; reina el orden, el
trabajo, el espíritu salesiano... La pequeña colonia agrícola es una auténtica
joya, científica, verdadero modelo de todo –anota don Gusmano–. Don
Albera está regular, tiene el estómago cansado, yo le hago tener cuidados;
ahora los acepta, pero antes no quería»11).
El 24 de marzo llegaron a La Paz, donde encontraron una casa bien
organizada y un óptimo espíritu salesiano. Permanecieron allí toda la
Semana Santa. El 1 de abril salieron hacia Perú. Se quedaron en Lima
hasta el 26 de mayo. Visitaron los lugares de santa Rosa [de Lima] y Albera
celebró la misa junto a su urna. Deseaba salir hacia Ecuador y visitar el
vicariato apostólico de Méndez y Gualaquiza, pero el inspector del lugar le
desaconsejó el viaje por el mal tiempo, que hacía impracticable el camino.
Se quedó en Lima todo el mes mariano e hizo allí sus ejercicios espirituales.
Escribió don Gusmano: «Le pareció que haber pasado, durante dos años,
casi todos los días y a menudo parte de las noches escuchando y conso-
lando a los hermanos, animando al bien y sugiriendo cómo crecer siempre
más en el espíritu de Don Bosco, y dando conferencias y predicando hasta
doce tandas de ejercicios espirituales en pocos meses, no hubiese sido sufi-
ciente para dispensarlo del retiro anual prescrito por nuestras Reglas. Lo
vimos, durante ocho días, recogido en profundas meditaciones, pasando
largas horas delante de Jesús Sacramentado, pensando únicamente en su
10 L 256-257.
11 L 285-286.

8.2 Page 72

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70 Capítulo 5
alma». Durante esos días, Albera escribió en su diario: «Hoy comienzo
los ejercicios espirituales: lo necesito de verdad. Tras veintiún meses de
viaje, mi mente está disipada, mi corazón está frío. Deseo entrar en mí
mismo e implorar el rocío del Cielo... Me propongo hacer estos ejercicios
como si fuesen los últimos de mi vida. Mi edad y los continuos viajes me
inspiran para hacer especialmente bien estos ejercicios... Examinando mi
conciencia he encontrado que las causas de mis defectos son tres: 1. la falta
de humildad; 2. la falta de mortificación; 3. la falta de piedad. Ahora que
conozco a mis enemigos, me propongo combatirlos»12).
Tras los ejercicios espirituales personales se encargó de los de los
alumnos, los hermanos y las hermanas. También visitó todas las congrega-
ciones religiosas de la ciudad y terminó su estancia en Lima con la fiesta
de María Auxiliadora. El 26 zarpó del puerto de Callao. Hicieron escala
a Paita, el último puerto peruano, donde participaron en la procesión del
Corpus Domini.
Ecuador
El 30 de mayo desembarcaron en Guayaquil, Ecuador. Se quedaron allí
dos días y emprendieron el viaje hacia la región de Oriente. El arriesgado
recorrido está minuciosamente descrito por el biógrafo. Se desplazaron en
tren hasta Huigra, donde durmieron en tiendas. La excesiva humedad de la
noche causó a Albera una molesta tortícolis. Por la mañana, cambiada la
ropa, empezaron un viaje a caballo que duraría cinco semanas, con cabal-
gatas de diez, y con frecuencia catorce, horas al día. Tuvieron que recoger
la sotana a los lados, ajustada con un cinturón de cuero, ponerse un poncho
que les cubría todo el cuerpo, calzones de piel de cabra, un gran pañuelo al
cuello y un amplio sombrero de paja forrado con tela encerada.
Hicieron escala en Guatasí, en casa de un cooperador, donde se encon-
traron con el inspector, don Fusarini, llegado de Riobamba. Este describió
pormenorizadamente los peligros del Ecuador Oriental y las dificul-
tades de la misión, quizás para desanimar al superior de continuar aquel
peligroso viaje, pero él se confirmó más aún en su propósito de continuar,
encomendándose a la Providencia. Quería completamente encontrarse
con los hermanos misioneros para consolarlos de sus fatigas. El inspector
le acompañó durante un tramo, pero después tuvo que volver a la sede.
12 ASC B0320106, Notes usefull…, 2.05.1902.

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Visite des maisons salésiennes d’Amérique (1900-1903) 71
Comenzaron largas e interminables cabalgatas a través de bosques
hermosos pero llenos de peligros, de montes escarpados, entre precipicios,
vados profundos y pantanos con agua hasta la rodilla.
Escribe don Gusmano: «Nadie que conozca a don Albera se sorprenderá
de que un hombre de su edad, de salud precaria, delicadísimo, llegando
algunas veces al tambo (lugar de descanso del misionero) tenía que ser
bajado a peso del caballo y colocado en una silla o lo que hiciese las veces
de la misma, porque las piernas se negaban a sostenerlo, y el cuerpo inerte
se dejaba a sí mismo. En el tambo, si el indio que lo guarda está avisado,
se encontrará algo caliente, el único consuelo que reclama imperiosamente
el estómago; aunque sea simplemente agua con sal, o engañada con un
poco de harina de maíz, de patata o de yuca; todo es bueno mientras esté
caliente. ¡Cuántas veces el único plato, sabrosísimo, era un poco de maíz,
no siempre suficientemente condimentado con sal! Y si se llega de forma
inesperada, hay que esperar horas y horas por esa escasa comida... El tambo
o rancho es una estancia de tres o cuatro metros cuadrados, cubierta por
un tejado de hojas de palma, sujetadas con palos... El suelo, normalmente
suspendido a unos metros de la tierra húmeda, también está cubierto de
hojas secas o de esteras; los laterales están abiertos. Agazapados ambos en
el pequeño espacio, a veces, al menor movimiento, me despertaba sobre-
saltado mirando ansiosamente a don Albera, no fuera que girándose sobre
el duro y no pocas veces puntiagudo lecho, fuese demasiado allá, traspa-
sando la orilla sin proteger, con evidente peligro para su vida. El rancho
protege del agua, pero no del aire... En las eternas y monótonas jornadas
que pasamos sobre el dorso de aquellos pobres animales, estando detrás de
don Albera, a menudo lo veía agitado, incapaz de encontrar una posición
cómoda sobre el caballo; veía que apenas se sostenía sobre la cintura, o que
se veía obligado a atravesar precipicios que de un momento a otro podían
poner en peligro su preciosa existencia. Confieso que me sentí tentado
muchas veces de aconsejarle volver...»13).
En el macizo de Azuay, todo rocas y barrancos, Albera se cayó del
caballo y casi se precipitó por un acantilado. Antes de llegar a Cañar
salieron a su encuentro muchas personas notables, entre las que estaba
el hermano del expresidente de la República, doctor Luis Cordero, acom-
pañado por don Francesco Mattana, misionero incansable de los jíbaros.
Reemprendieron el viaje a Cuenca al día siguiente, llegando el domingo
8 de junio. Allí el visitador también fue acogido por una cincuentena de
13 BS 1904, 109.

8.4 Page 74

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72 Capítulo 5
caballeros a algunas horas de la ciudad, y quisieron que cambiase de cabal-
gadura. Al cambiarse cayó de mala forma y se le hinchó el pie. Tuvo que
estar tres días en reposo, hospedado por los padres redentoristas. Reem-
prendió el viaje el día 11 y tras trece horas llegaron a Sígsig, la última etapa
antes de los bosques orientales. Continuaron el camino al día siguiente.
Fueron tres días de cabalgata bajo una lluvia ininterrumpida. Finalmente,
el domingo 15 de junio llegaron a Gualaquiza, donde se quedaron ocho
días. El secretario escribió la relación del viaje a don Barberis:
«Le escribo mientras los jíbaros bailan y cantan bulliciosamente delante
de mi puerta, según sus costumbres y para festejar al sr. don Albera.
Algunos son como Adán antes del pecado; los hombres, también los adultos,
van vestidos con lo estrictamente necesario, las mujeres un poco más; sin
embargo, aquí no hace ninguna impresión. Pero entre todos estos gritos mi
pensamiento corre a Turín... Nuestro viaje a Gualaquiza fue discreto. En
Sígsig, el último pueblo cristiano, nos acogieron al son de las campanas. Al
pasar por los pueblecitos intermedios nos encontrábamos por todas partes
la imagen de María Auxiliadora. El párroco de San Bartolomé nos contó
decenas de gracias y, si es cierto lo que dicen, no se puede no admitir el
milagro. Es la Virgen quien abre el camino a la obra de Don Bosco, de otra
forma no se podría explicar tanto entusiasmo por los hijos de Don Bosco
en tantos pueblos donde no han hecho ningún bien más que pedir limosna
para la misión...
De Sígsig a Gualaquiza no hay ningún poblado y son tres días de camino
por precipicios, descensos horribles y subidas inclinadas como paredes. La
lluvia nos acompañó durante dos días, el fango llegaba hasta el vientre
el animal, y nosotros estábamos embarrados hasta el pelo. En algunos
lugares había que agacharse hasta más abajo de la mula para pasar por
ciertos arcos que los árboles, arrancados por la lluvia, habían hecho. Por
otras partes el paso era tan angosto que había que levantar los pies porque
no pasaban y en otros hacer lo uno y lo otro...
Lo peor para don Albera eran los saltos mortales que a veces hacía
la mula cuando encontraba el paso obstruido: le recomendábamos que se
sujetase bien a la silla. En algunas bajadas se sujetaban firmemente las
riendas de la mula, pero era imposible gobernarla y se precipitaban el
caballo, el caballero y el guía. Llegando empapados, por la noche, tras 12
horas de cabalgata, como he descrito, no se encontraba por lecho más que
una estera de cañas al abierto, colocada a varios metros de altura sobre
palos con otras cañas. Don Albera estaba en el medio y yo tenía que estar
pendiente de no moverme porque, de otro modo, no me habría levantado

8.5 Page 75

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Visite des maisons salésiennes d’Amérique (1900-1903) 73
más…»14).
La residencia misionera era una construcción muy sencilla: una capilla
con dos cuerpos edificados a los lados. Todo construido con madera
revocada con barro, con ventanas sin postigos. Don Albera entonó el Te
Deum de acción de gracias en la capilla. Cuando salió, los jíbaros le ofre-
cieron yuca y bananas. Con dolor, constató que los misioneros estaban
agotados y sin fuerza por las fatigas, del clima y de la escasa alimentación.
Habló personalmente con cada uno, los consoló. Esa semana visitó los asen-
tamientos jíbaros de la zona para hacerse una idea de su vida. El domingo
22 celebró la fiesta de María Auxiliadora, con misa cantada y procesión.
Al día siguiente salió, siendo acompañado durante un buen tramo por
los Salesianos y los indígenas. El viaje regreso «fue mucho peor que la
ida y duró diez días a caballo, con tres de descanso. Hasta Cuenca nada
extraordinario: dormimos, como de costumbre, al aire libre y sobre lechos
peligrosos, comimos poco, lo que ayudó a debilitar cada vez más al ya
malogrado estómago de don Albera». Llegaron a Riobamba el 5 de julio.
Los días siguientes se reunió el Capítulo inspectorial y el visitador pudo
darse cuenta de los progresos y de las dificultades15).
El 14 de julio se desplazaron a Ambato, sede del noviciado, y de aquí
llegaron a Quito, donde los Salesianos habían construido una iglesia y un
colegio pequeño. Albera bendijo los edificios y el nuevo taller de curti-
duría.
Colombia, Venezuela, México y Estados Unidos
El 26 se dirigieron a Guayaquil, de allí zarparon hacia Colombia,
aquejada por una guerra civil. No pudieron desembarcar en Panamá, a
causa de una epidemia de fiebre amarilla, y pasando por Colón y Cartagena,
alcanzaron Barranquilla el 8 de agosto.
La navegación por el río Magdalena hacia Honda duró diecisiete días,
entre nubes de mosquitos que los atormentaban. En Puerto Berrio los
bloqueó un general que quería adueñarse del bote para sus tropas. Después
de una larga negociación se contentó con requisar casi todas las provisiones
alimenticias. La parada forzosa permitió a Albera y al secretario asistir a
varios soldados, moribundos a causa de la fiebre amarilla. Finalmente, el
14 L 307-308.
15 L 310-312.

8.6 Page 76

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74 Capítulo 5
24 de agosto desembarcaron en Honda. Desde aquí, acompañados por el
salesiano coadjutor Angelo Colombo, continuaron a caballo hacia Bogotá
sin escolta, «porque –escribe Gusmano– una escolta puede ser todavía más
peligrosa: las fuerzas revolucionarias la atacan». En la primera estación de
tren encontraron varios hermanos y alumnos que los esperaban con un tren
especial, puesto a su disposición por el gobierno, y en dos horas llegaron
a la capital. «Creíamos que íbamos a encontrar en Colombia la paz y en
cambio están sicut erat. Las guerrillas, sobre todo, están más encarnecidas
que antes. A lo largo de nuestro viaje hemos podido contemplar el triste
espectáculo de las poblaciones incendiadas, villas destruidas, transeúntes
derribados y sin vida». Se quedaron doce días y visitaron las obras sale-
sianas de la ciudad y sus entornos. Don Albera, a pesar de los peligros,
quiso visitar también a los Salesianos que trabajaban en las dos leproserías
de Contratación y Agua de Dios16).
Dejaron Bogotá el 9 de septiembre. En diez días recorrieron a caballo
doscientos noventa kilómetros, atravesando otra zona montañosa en un frío
intenso. A tres horas y media de Contratación, extenuado por el cansancio,
don Albera se desmayó. Debido a esto se vieron obligados a pasar la noche
en una choza. Al día siguiente quiso continuar el viaje en ayunas para
poder celebrar la misa. Llegaron al lazareto hacia las 11 de la mañana.
El primer encuentro con los leprosos fue conmovedor. El visitador
dijo una palabra de consolación a cada uno, y distribuyó dinero y víveres
ofrecidos por los bienhechores. Durante los días siguientes predicó una
misión de ocho días, en la que participaron todos los que podían tenerse en
pie. Durante la primera predicación tuvo un desvanecimiento causado por
la falta de aire debida a la multitud que abarrotaba la iglesia. El último día
también se desmayó cuando se le presentó en el confesionario un leproso
con la carne de las piernas hecha jirones.
Regresó a Bogotá y tras unos pocos días, el 8 de octubre, salió de
nuevo hacia Agua de Dios, donde llegó después de tres días de camino.
Comenzó con la predicación de una misión a los leprosos. La iglesia estaba
abarrotada: «Vosotros sufrís mucho en el cuerpo, dejad de sufrir, al menos,
en el alma, reconciliándoos con el Señor, pues esto depende de vosotros.
Nosotros somos incapaces de curaros de la lepra material; permitid que os
quitemos la espiritual»17). Don Albera predicó todos los días, a pesar de
que la hora fuese mala (la una del mediodía) y el calor agobiante. Todos lo
16 L 318.
17 Garneri 215.

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Visite des maisons salésiennes d’Amérique (1900-1903) 75
escuchaban con gran atención. Al tercer día las confesiones ya ocuparon
a cinco sacerdotes hasta las once de la noche. Albera fue de casa en casa
visitando las familias, distribuyendo ayudas económicas y palabras de
consuelo. La misión concluyó el 19 de octubre con una comunión general.
Incluso los más reticentes, que no se frecuentaban los sacramentos desde
hacía años, se acercaron con devoción: un auténtico milagro de la gracia.
La jornada terminó con una procesión en honor de María Auxiliadora.
Una vez regresó a Bogotá se encontró con el delegado apostólico, con el
arzobispo y con los principales bienhechores. El presidente de la República
también quiso reunirse con él antes de su partida. El viaje de regreso a
la costa fue pésimo. Tras dos horas de tren fueron a caballo, bajo un sol
tórrido y entre los peligros de la guerrilla. Cuando llegó a Honda el 29 de
octubre Albera estaba extenuado. Tuvieron que esperar cinco días antes
de poder embarcar en un barco hospital, privado de cualquier comodidad.
El 12 de noviembre arribaron a Barranquilla. Se quedaron pocas horas y
volvieron a salir hacia Venezuela a bordo del barco de vapor Montevideo.
El domingo 16 de noviembre desembarcaron en La Guaira, el puerto
principal de Venezuela. Al día siguiente se dirigieron a Caracas, donde
estaba «una bella casa, pero casi vacía». El 21, tras un viaje de ciento
cincuenta kilómetros, estaban en Valencia. Encontraron la obra salesiana
en mejores condiciones, gracias a la obra reparadora de don Michele
Foglino. Regresaron a Caracas el sábado 29 de noviembre, y después se
dirigieron a San Rafael y Santa Rosa, dos obras pequeñas y pobres. La
travesía nocturna por el lago Maracaibo fue desagradable para don Albera
a causa del fuerte viento, del frío intenso y del hedor a pescado podrido
que impregnaba el bote. El 5 de diciembre zarparon hacia Curaçao y de allí
hacia La Guaira. El puerto estaba ocupado por embarcaciones militares
extranjeras reunidas para tutelar los intereses de sus respectivas naciones.
El 15 de diciembre las naves inglesas bombardearon Puerto Cabello, puesto
a doscientos kilómetros de Caracas. Por este motivo Albera decidió partir
lo antes posible. Cogió un barco directo a Puerto Rico.
Tras cinco días de cuarentena en la isla de Miraflores, el 22 de diciembre
atracaron en San Juan de Puerto Rico. Se alojaron en una fonda. El
programa preveía una visita a Jamaica, pero las dificultades en el trans-
porte y el pésimo estado de salud de Albera convencieron al secretario de
dirigirse directamente a México. Después de celebrar la misa de Navidad
en la iglesia de los padres lazaristas, zarparon en el barco a vapor español
León XIII. A bordo tuvieron la alegría de encontrar un grupo de misioneros
salesianos y de hermanas. Don Albera recibió a todos en coloquio. El viaje,

8.8 Page 78

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76 Capítulo 5
bueno en general, duró diez días, pero la salud del superior no mejoró.
Tenía problemas de estómago y no retenía la comida.
Desembarcaron en Veracruz el 8 de enero de 1903. El inspector de
México, don Luigi Grandis, y otros hermanos los recibieron en el puerto.
En Ciudad de México encontraron un bello colegio. Visitaron las obras sale-
sianas de Morelia y de Puebla. El 31 celebraron la eucaristía en el santuario
de Guadalupe. La visita a las casas mexicanas fue un gran consuelo. Don
Albera constató la simpatía de las autoridades y del pueblo por la obra
salesiana. El inspector le presentó veintidós solicitudes de apertura de
casas que le habían llegado desde las principales ciudades de la nación,
desolado porque le faltaba el personal necesario.
El 9 de febrero partieron hacia California. Hicieron escala en Los
Ángeles y llegaron a San Francisco el sábado 14. Don Albera predicó y
confesó durante largas horas en las dos parroquias confiadas a los Sale-
sianos, exhortando a los inmigrantes italianos a mantenerse fieles a la fe de
sus padres. Pero tras treinta meses de viaje se sentía muy débil y extenuado.
Deseaba regresar cuanto antes a Turín. Salieron el domingo 1 de marzo.
Hicieron escala en Chicago. Llegaron a Nueva York el domingo 8. Después
de diez días de intenso ministerio pastoral se embarcaron hacia Inglaterra.
La travesía duró una semana. En Gran Bretaña don Albera visitó las
casas salesianas de Londres, el noviciado de Burwash, dirigido por el joven
y cordialísimo don William Brown, el instituto de Farnborough, donde
dos años antes se había abierto un orfanato para chicos abandonados y
huérfanos de militares, la escuela y la parroquia de Wandsworth. Quedó
particularmente satisfecho por el florido desarrollo de las obras inglesas y
por el buen espíritu que animaba a los hermanos.
El 1 de abril los dos viajeros llegaron a París. Encontraron una situación
precaria debido a la ley sobre las asociaciones, en vigor desde 1901, que
obligaba a las órdenes y congregaciones religiosas a elegir entre la secu-
larización o la autorización del gobierno. El inspector, Giuseppe Bologna,
había preferido la segunda opción, una elección que resultó fatal. De hecho,
la autorización fue refutada y a lo largo de 1903 se tuvieron que abandonar
casi todas las obras. El inspector de Marsella, sin embargo, había elegido
el camino de la secularización, y fue más afortunado.
Albera abandonó París al atardecer del viernes santo, 10 de abril, y la
tarde del día siguiente regresaba a Valdocco. Cansadísimo y consumido,
pero contento. Antes de ir a descansar escribió en el diario: «Qué feliz
me siento de volver a este querido Oratorio, que fue mi casa durante los
años más hermosos. ¡Hoy ha sido para mí un verdadero aleluya! Los supe-

8.9 Page 79

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Visite des maisons salésiennes d’Amérique (1900-1903) 77
riores me han acogido con afecto ardiente, especialmente Don Rua». Don
Giacomo Ressico contará veinte años después: «Cuando regresó de su
largo viaje, me encontraba dispuesto para acogerlo junto a mis compañeros
de cuarto de secundaria del Oratorio. Divisándolo junto a Don Rua, me
quedé profundamente admirado por su figura dulce y paterna... Mi admi-
ración se colmó cuando nos dijo con dulzura y humildad, desde el balcón
del segundo piso, a los jóvenes que queríamos escucharlo: “El represen-
tante no es nada delante del representado”, y señalando a Don Rua con una
inclinación, se retiró»18).
Durante los días siguientes presentó a Don Rua una minuciosa expo-
sición del estado de las obras y de los hermanos de América. Don Gusmano,
tras la muerte de don Albera, escribirá una breve relación de la visita:
«Cuanto hizo don Albera durante los tres años (desde el 7 de agosto
de 1900 hasta el 11 de abril de 1903) pasados visitando las 215 casas de
los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora, recorriendo las repú-
blicas de Uruguay, Paraguay, Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador,
Colombia, Venezuela, Centroamérica, México y Norteamérica, ha sido
ampliamente reflejado en el Boletín Salesiano; sin embargo, no puedo dejar
de hacer algún comentario de mayor importancia.
Nota característica de su viaje fue sobre todo el entusiasmo despertado
por su visita en cada localidad. Las demostraciones recibidas tenían por
todas partes algo de extraordinario, de increíble: autoridades eclesiásticas,
civiles y militares iban a su encuentro al frente de sus poblaciones y lo
colmaban de honores dignos de una gran celebridad. A medida que la
visita se iba desarrollando, era común, en boca de todos, una expresión:
«¡No se podía elegir a nadie que representase mejor a Don Bosco!» Y de
Don Bosco, junto a quien había vivido tantos años, don Albera hablaba
siempre. En cualquier discurso suyo, en cualquier aviso suyo, aparecía
Don Bosco de forma natural, su pensamiento, su palabra; y eso explica la
eficacia persuasiva que la palabra de don Albera suscitaba en las almas.
Los Cooperadores y las personas que se acercaban a él no sabían ya
como alejarse, de tanto que los conquistaba con su aspecto sonriente, con
la caballerosidad de su trato, con el encanto de su humildad, y ante todo
con su palabra insinuante, que hacía que las almas fuesen dóciles a su celo
y a su caridad.
Además, la bendición de María Auxiliadora era en sus manos un instru-
mento de gracias y prodigios, a veces extraordinarios, para las almas que
18 Garneri 222.

8.10 Page 80

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78 Capítulo 5
la recibían plenamente. Increíble la dedicación de don Albera hacia los
pobres leprosos de los lazaretos de Colombia... No hubo obra por la que no
se interesase. Quiso visitar a todos los enfermos que no podían salir de la
cama, escuchando con profunda compasión la historia de sus sufrimientos,
los episodios de su vida, y consolándoles y animándoles con palabras
maternas a sufrir con resignación cristiana.
La visita a las casas era un trabajo distinto, pero no menos gravoso.
Don Albera tenía como norma dejar a los hermanos la mayor libertad de
hablarle cuanto quisiesen. Si no bastaba el día, dedicaba a ello buena parte
de la noche, pero deseaba que todos pudiesen tener esta satisfacción. «¡No
se viene, decía, desde Italia, afrontando tantas molestias, para no dejar
totalmente satisfechos a los hermanos!»
No hay duda de que, si don Albera pudo resistir durante tres años a un
trabajo tan intenso y continuo sin enfermar, siendo de salud tan delicada, se
debe a una asistencia particular de la Santa Virgen. Pasar jornadas enteras
a caballo, viajar bajo la lluvia torrencial durante quince días; dormir a
veces en un pesebre abandonado o sobre una estera elevada a un metro de
la tierra; alimentarse malamente con mazorcas de maíz hervidas; encon-
trarse con las piernas rígidas, casi congeladas, en la alta Cordillera: son
algunas de las incontables molestias que tuvo que afrontar, sostenido por
una fuerza arcana»19).
Esos treinta y dos meses de viaje en incómodas condiciones lo habían
probado duramente en lo físico, pero también liberado de la melancolía de
los años precedentes. Su visita resultó providencial para los hermanos, para
las hermanas y para las instituciones. Las detalladas relaciones que enviaba
a Don Rua ponen en evidencia la realidad concreta de la obra salesiana en
el Nuevo Mundo. Luces y sombras, heroísmos y miserias, éxitos y fracasos
le habían inspirado elecciones bien calibradas, que revelan su ponderado
juicio crítico, una prudencia impregnada de caridad, un discernimiento
respetuoso con las personas y con las situaciones locales, pero también
una gran fuerza de carácter y una rápida capacidad de decisión, dotes
peculiares del superior religioso inteligente y equilibrado. De ellas habían
sacado ventaja los hermanos y las hermanas, nutridos con las sustanciosas
predicaciones, consolados y animados por su amable paternidad en los
coloquios personales. Él mismo se había favorecido. Había acrecentado su
conocimiento del corazón humano y del carisma salesiano. Había ampliado
su visión constatando la fecundidad del espíritu de Don Bosco injertado
19 Ibidem 223-225.

9 Pages 81-90

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9.1 Page 81

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Visite des maisons salésiennes d’Amérique (1900-1903) 79
en las diferentes culturas. Se había dado cuenta de lo providencial y de la
urgencia de la misión educativa salesiana. También había comprendido lo
necesario que era poner en marcha recorridos formativos más sólidos para
plasmar salesianos equilibrados y virtuosos. Indudablemente el Señor lo
estaba preparando para su misión futura.

9.2 Page 82

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80 Capítulo 5

9.3 Page 83

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81
Capítulo 6
AL LADO DE DON RUA ENTRE 1903 Y 1910
1903-1907
De regreso a Turín, volvió al trabajo tras unos pocos días de descanso.
En mayo, participó en el III Congreso de los Cooperadores. Trajo los
saludos de los Cooperadores de América e informó sobre su largo viaje. El
Boletín Salesiano resume su discurso: «Don Albera trae el saludo de los
Cooperadores de América. Narra los viajes que hizo en doce Repúblicas,

9.4 Page 84

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82 Capítulo 6
y lo que vio con sus ojos más allá del océano... Describe algunas cosas que
le sucedieron a través de esos desiertos sin límites, visitando las casas sale-
sianas, y los frutos abundantes que se recogen en aquellas regiones lejanas,
a la gloria de la obra inmortal de Don Bosco... Con palabras sencillas pero
escogidas, sigue paso a paso explicando el camino de la obra salesiana...
Habla de los efectos que produce en esos pueblos, por el florecimiento de la
piedad, incluso hasta los indios que, una vez depuesta tu natural ferocidad,
bajo la dirección de las Hermanas de María Auxiliadora realizan trabajos
a la manera de los europeos; a los leprosos, en Agua de Dios, la ciudad del
dolor, donde se presencia la descomposición del propio cuerpo antes de
morir. Narra episodios conmovedores, y de heroísmos que solo una gracia
sobrenatural puede inducir a actuar, hasta el punto de pedir, como la mayor
gracia, poder vivir y morir entre esos leprosos. Estalla un largo aplauso
cuando habla del misionero Evasio Rabagliati que ha consagrado su vida
a esta obra»1).
El 17 de mayo de 1903 se celebró la función de coronación de la Auxi-
liadora. Albera escribió en su diario: «¡Día grande!... Fue verdaderamente
el triunfo de la devoción de María Auxiliadora. Asistí a las funciones de
iglesia y pasé unos momentos realmente deliciosos». En los días siguientes
representó a Don Rua en Lombriasco y en Lanzo Torinese para las celebra-
ciones en honor a María Santísima. Luego vinieron los meses de los Ejer-
cicios espirituales: «Como director espiritual de nuestra Pía Sociedad, tengo
el deber particular de orar por el buen éxito de los Ejercicios», escribió2).
Se puso totalmente disponible durante las largas horas de coloquio con los
ejercitantes, hasta el punto, que la salud se resintió. En diciembre se vio
obligado a retirarse a la casa salesiana de Mathi para recuperar fuerzas.
Reanudó sus visitas canónicas en febrero de 1904. Primero visitó las
casas del Piamonte, luego fue a Roma donde, el 11 de abril, asistió a la
misa del papa Pío X, animada por un coro de mil seminaristas. Luego fue
a Caserta, Nápoles y Messina. En Sicilia estuvo un mes visitando todas
las obras de los Salesianos y de las Hermanas. Don Argeo Mancini, que
era novicio ese año, dice: «Fue entonces cuando tuve una de las mejores
impresiones. Don Albera había sido atrapado por un terrible reuma en el
brazo derecho, que le producía un gran dolor y le inmovilizó su brazo.
Admiré su paciencia en esa ocasión. A pesar de todo quiso partir de San
Gregorio, donde se encontraba, para continuar el recorrido por las casas;
1 BS 1903, 165, cf. BSe 1903, 176-177.
2 ASC B0320106, Notes usefull…, 17.05.1903; 9.08.1903.

9.5 Page 85

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Al lado de don Rua entre 1903 y 1910 83
pero el brazo le seguía doliendo terriblemente... En esta circunstancia, y en
otras, pude comprender que su piedad, que parecía darle ese aspecto rígido
que me había impresionado en un principio, no le impedía la familiaridad
en la conversación y la explicación de su habitual bondad...»3). Después de
San Gregorio visitó Bronte, Randazzo, Siracusa, Palermo, San Giuseppe
Jato, Marsala. De allí pasó a Túnez y, finalmente, a Marsella. Regresó a
Turín el 1 de julio.
En agosto estuvo en Sampierdarena para recibir a Mons. Cagliero y
acompañarlo a Turín con motivo del décimo Capítulo General. En aquellos
días Don Rua no se encontraba bien. Albera escribe en su diario: «Nuestro
superior, Don Rua, está enfermo: ofrezco mi vida para conseguirle la
salud». El superior se recuperó y pudo participar en el Capítulo que tuvo
lugar en Valsalice del 23 de agosto al 13 de septiembre de 1904. El 24
de agosto don Albera fue confirmado en el cargo de Director Espiritual
general. Esa noche señaló: «He sido reelegido como Director Espiritual
como antes. Pero no puedo alegrarme de esta elección, al contrario, siento
pena, porque conozco toda mi incapacidad»4).
Después del Capítulo General fue enviado a Francia porque se temía la
confiscación de otras obras por parte del gobierno. A su regreso, reanudó
la visita canónica a las casas salesianas. Fue a Verona, a Gorizia, a Austria
y a Polonia. Regresó a Turín el 10 de diciembre.
Su salud se había deteriorado hasta el punto de que, a principios de
febrero de 1905, por orden de Don Rua, tuvo que pasar más de un mes
en el clima templado de Marsella. Regresó a mediados de marzo, poco
aliviado. Sufría de un doloroso mal de estómago. Por obediencia accedió a
ser tratado en Recoaro. Desde allí visitó las casas del Véneto. De regreso
a Piamonte, en la segunda quincena de septiembre, fue a Mathi para
continuar las terapias. Esta inactividad forzada le pesaba. Escribió a la
Sra. Olive: «Gracias por las oraciones que ha hecho por mi salud. Ahora va
mejor. Pero necesito que Dios me conceda la gracia de poder trabajar un
poco por su gloria y por el bien de las almas. No he hecho nada hasta ahora.
¿Qué podría presentar en su tribunal?».
El 6 de enero de 1906 acompañó a Sampierdarena a los misioneros que
debían zarpar. Entre ellos se encontraba el antiguo alumno de Marsella don
Ludovic Olive. Luego siguió a Francia donde permaneció hasta mediados
de marzo. Entre agosto y septiembre, gracias a un mejoramiento de su
3 Garneri 229.
4 ASC B0320106, Notes usefull…, 24.08.1904.

9.6 Page 86

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84 Capítulo 6
estado físico, pudo participar en varios cursos de ejercicios espirituales. El
23 de agosto, al finalizar los ejercicios de Lanzo, dejó estos tres recuerdos a
los Hermanos: «1. Amor por la vocación y por la Congregación. 2. Cuidado
de nuestra perfección. 3. Celo por la salvación de las almas». Al finalizar
los ejercicios reservados a los directores, el 1 de septiembre, les recomendó:
«Recordad que somos religiosos; que somos sacerdotes; que somos hijos
de Don Bosco»5). En la segunda mitad de ese mes fue enviado a París para
que apoyase a don Bolonia en la resolución de los problemas de esa inspec-
toría. También visitó las obras de Bélgica. Pasó los últimos meses del año
en Turín y pudo prestarse al ministerio pastoral en beneficio de los jóvenes
de Valdocco y de otras casas.
Los últimos tres años como Director Espiritual general fueron los más
difíciles. La salud siguió atormentándolo, hasta el punto de que pensó que
ya estaba cerca de la muerte. El 1 de enero de 1907 escribió en su diario:
«Este año, que puede ser el último de mi vida, debería utilizarse para hacer
el bien para la gloria de Dios y la salvación de mi alma. Para ello he hecho
los siguientes propósitos: 1. Este año será consagrado de manera especial
al Sagrado Corazón. 2. Mantendré el pensamiento de la muerte constan-
temente en mi mente. 3. Desde hoy acepto el tipo de muerte que el Señor
querrá enviarme. 4. A partir de hoy acepto los sufrimientos que el Señor
querrá enviarme y todos los dolores que Él crea útiles para mí. 5. Prometo
practicar la humildad, la caridad, la mortificación y todas las virtudes
propias de un religioso y un sacerdote»6).
También sufrió por la muerte de seres queridos. El primero fue don
Bologna, que falleció repentinamente el 4 de enero, mientras estaba en
Valdocco: «Sufrí muchísimo, porque quise mucho a este hermano con
quien pasé muchos años en Francia». Unos días después falleció una dama
de la familia Olive, dirigida espiritualmente por él. A principios de marzo
murieron dos hermanos de don Gusmano con pocas horas de diferencia,
uno era el director del colegio de Messina. El 27 de marzo le tocó el turno
a don Celestino Durando, miembro del Consejo Superior y compañero
suyo desde niño. Estaba profundamente conmovido: «¡Creo que el primer
entierro, que tendrá lugar en el Oratorio, será el mío!»7).
Mientras tanto, Don Rua le encomendó la tarea de escribir una circular
sobre la pobreza. Se puso a trabajar inspirado en el libro de Mons. Charles
5 ASC B0320107, Notes usefull…, 23.08.1906.
6 ASC B0320107, Notes usefull…, 1.01.1907.
7 ASC B0320107, Notes usefull…, 4.01.1907; 27.03.1907.

9.7 Page 87

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Al lado de don Rua entre 1903 y 1910 85
Louis Gay, De la vie et des vertus chrétiennes considérées dans l’état
religieux [«De la vida y de las virtudes cristianas consideradas en el estado
religioso», Madrid 1878]. Terminó la redacción el 27 de enero y lo presentó
al Rector Mayor. «Don Rua fue muy indulgente con mi pequeño trabajo:
lo aceptó con satisfacción y me lo agradeció. Pero sé lo pobre que es mi
conferencia en la sustancia, en la forma y en el sentimiento: otros hubieran
sabido hacerlo mejor que yo»8). La carta sobre la pobreza, firmada por Don
Rua el 31 de enero de 1907, fue enviada a los hermanos el 13 de febrero9).
Es considerada una de las circulares más importantes.
Este encargo lo había consolado, ya que se había hecho la idea de que
Don Rua no estaba contento con su servicio. Desconocemos el motivo de
esta percepción, quizás debida a un simple malentendido, acrecentado por
el estado de debilidad en el que se encontraba. Se confió con don Barberis
que logró convencerle de que no había motivo de qué preocuparse.
Rezaba, insistentemente, a Dios para que disipara el malentendido. La
cosa se resolvió. Ese fue uno de los momentos más difíciles para él. Lo
consideró una purificación del Señor.
El 23 de julio de 1907 el Papa proclamó venerable a Don Bosco. La
alegría de los Salesianos fue grande, pero fugaz. Unos días después, de
hecho, estalló un escándalo calumnioso contra el colegio de Varazze. Don
Ceria hablará de ello como una maquinación diabólica, destinada a derribar
la Congregación Salesiana. Eran acusaciones de inmoralidad muy graves,
totalmente inventadas. La noticia de los «hechos de Varazze» fue inflada
maliciosamente por los periódicos anticlericales. La autoridad judicial
decretó, por algún tiempo, el cierre de la obra. Al principio, los Salesianos
se quedaron atónitos. Luego, apoyados por exalumnos y amigos, reaccio-
naron, denunciaron la calumnia y exigieron justicia. El tribunal reconoció la
total inconsistencia de los cargos, pero mientras tanto habían pasado meses
difíciles. El diario de don Albera refleja el dolor de Don Rua, el desánimo y
la angustia de todos, la firmeza y energía de los superiores mayores para la
protección del buen nombre salesiano. Se tomaron medidas de precaución.
El 12 de agosto, el Rector Mayor le encargó que comunicara las decisiones
del Consejo Superior a los inspectores para evitar, en el futuro, cualquier
posibilidad de tales ataques.
A pesar de la tormenta de aquellos días, don Albera participó en todos
los ejercicios espirituales habituales que se realizaron entre el verano y
8 ASC B0320107, Notes usefull…, 27.03.1907.
9 LCR 360-377.

9.8 Page 88

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86 Capítulo 6
el otoño. También había sustituido, durante un año, a don Carlo Baratta,
superior de la Inspectoría Subalpina, ausente por enfermedad. Por eso pudo
participar en las reuniones de los inspectores en Valsalice. En octubre fue
a Francia a predicar ejercicios. Luego pasó a España donde se celebraron
grandiosas fiestas en honor del venerable Don Bosco.
1908-1910
Comenzó el año 1908 siempre en un estado de salud precario. Sin
embargo, realizó todas las tareas que le encomendó Don Rua. Escribió la
circular anunciando la próxima visita canónica extraordinaria a todas las
casas de la Congregación por parte de los delegados del Rector Mayor.
En Francia presidió las celebraciones en honor del venerable Don Bosco.
Visitó algunas casas en el Piamonte y los institutos de Parma, Bolonia y
Pisa. Predicó ejercicios espirituales en Lanzo, Valsalice y Lombriasco. El
18 de octubre escribió en su diario: «Hoy se cumplen los cincuenta años
desde mi llegada al Oratorio. Pienso, con pesar, que no me he aprove-
chado de las gracias de Dios durante 50 años». Ese día Don Rua empezó a
sentirse mal: «Don Rua está enfermo. Pido mucho al buen Dios para que le
dé mejor salud por el bien de nuestra Pía Sociedad»10).
El 12 de noviembre fue a su ciudad natal para visitar a sus hermanos
y rezar ante la tumba de los padres: «Veo a mis hermanos: quizás sea
la última vez que veo a toda mi familia»11). Volvía a pensar en el final
cercano, sobre todo cuando era asaltado por el dolor de estómago que lo
atormentaba mucho en las horas de la tarde y de la noche.
El 28 de diciembre de 1908, un terrible terremoto devastó, en pocos
segundos, las ciudades de Messina y Reggio Calabria. La enorme catás-
trofe provocó más de cien mil víctimas. En el colegio salesiano de Messina
murieron nueve hermanos, treinta y nueve niños y cuatro trabajadores. El
diario de don Albera refleja la consternación y las angustias de aquellos
días: la partida de don Gusmano y don Bertello hacia Sicilia, la magnitud
del desastre, el número de muertos. Don Rua envió inmediatamente un
telegrama a los obispos y prefectos de las dos ciudades devastadas: «Estoy
muy preocupado por la suerte de mis hermanos y los alumnos en Calabria
y Sicilia, creo propiciar sobre ellos la bondad de Dios, abriendo, nueva-
10 ASC B0320107, Notes usefull…, 18.10.1908.
11 ASC B0320107, Notes usefull…, 12.11.1908.

9.9 Page 89

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Al lado de don Rua entre 1903 y 1910 87
mente, las puertas de mis institutos a los niños huérfanos por el terremoto.
He telegrafiado a Catania, al inspector salesiano Dr. Bartolomeo Fascie,
para ponerse a disposición de Vuestra Eminencia y Excmo. Prefecto para
atender las necesidades más urgentes de los jóvenes que sufren...»12).
Se produjo la movilización inmediata de todos los colegios salesianos de
Italia para la acogida de los huérfanos. La tarde del 31 de diciembre, a pesar
de las malas condiciones de salud, Don Rua bajó al teatro Valdocco para
hablar con los suyos. En medio de la emoción general, leyó el telegrama
que le había llegado unas horas antes y que hacía un relato exacto de las
numerosas víctimas en el instituto de Messina. Luego presentó el Aguinaldo.
El tono de su voz, el temblor de sus manos y de toda la persona, el profundo
dolor que sentía en su corazón, dejaron una profunda impresión en Albera
y en todos los presentes. Entre el 4 y el 5 de enero de 1909 en el santuario
de María Auxiliadora se celebraron los oficios funerarios en sufragio de
los Salesianos, los alumnos, los Cooperadores fallecidos y de las tantas
otras víctimas. Don Rua, muy débil, no pudo cantar la misa solemne, como
le hubiera gustado. Durante los ritos permaneció de rodillas, con el cuerpo
y el rostro marcados por el sufrimiento. Iba a cumplir setenta y dos años y
se notaba la inminencia de su fin.
En los meses siguientes, Albera permaneció en Valdocco junto a Don
Rua, que estaba enfermo, para ayudar al Prefecto General, don Filippo
Rinaldi, en la gestión de los asuntos más urgentes. Tan pronto como el
superior se recuperó, se fue a Roma. El 21 de abril representó al Rector
Mayor en la función de la toma de posesión del nuevo párroco de la basílica
de Santa Maria Liberatrice en el Testaccio. Participó en la beatificación
de Juan Eudes, apóstol de la devoción al Sagrado Corazón. Asistió al
consistorio en el que Pío X nombró obispo de Massa al salesiano Giovanni
Marenco. El 1 de mayo fue recibido en audiencia privada por el Papa y
le informó sobre la salud Don Rua y sobre el estado de la Congregación.
Continuó el viaje a Nápoles y Sicilia. El 19 se embarcó desde Palermo
hacia Túnez, donde permaneció hasta el 9 de junio. De allí se trasladó a
Marsella para una rápida visita a las casas salesianas francesas. Regresó
a Turín el 23 de junio a tiempo para participar en la tradicional «fiesta de
agradecimiento» en honor del Rector Mayor. Luego se dedicó a la predi-
cación habitual de ejercicios espirituales.
El 22 de noviembre de 1909 estuvo en San Benigno Canavese para las
reuniones del Consejo Superior. Escribió en su diario: «La salud de Don
12 BS 1909, 35.

9.10 Page 90

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88 Capítulo 6
Rua es mala». Lo acompañó de regreso a Turín. «Don Rua –anotó el 14 de
diciembre– está obligado a quedarse siempre en la cama. Dios mío, dale
salud a nuestro padre». El último día del año señaló: «He pasado un poco
de tiempo examinando mi conducta. Me avergüenza mucho reconocer que
mi piedad está, siempre, en el mismo punto. Siento que mi caridad es muy
imperfecta. También me falta humildad. Las resoluciones del año pasado
han sido infructuosas. ¡Dios mío, ten piedad de mí!»13).
El primer sucesor de Don Bosco empeoraba gradualmente. Pareció
mejorar en enero de 1910. Pero, en febrero, comenzó a declinar nueva-
mente. Todas las cartas de don Albera en ese período piden oraciones
por el superior: «Está gravemente enfermo –escribió el 28 de febrero al
inspector de Brasil–. Hoy hubo una ligera mejoría, pero no es todo eso
lo que nuestro afecto desea. Espero que haya recibido la última circular
mensual en la que se dan noticias del querido enfermo. Daremos más, y
Dios quiera que podamos darlas mejores. Don Rua está tranquilo y sereno.
Su comportamiento en la enfermedad es el de un santo…»14). Los médicos
le diagnosticaron «miocarditis senil», que mermaba, inexorablemente, las
fuerzas de su cuerpo. Pero permaneció vigilante y siempre amable con
quienes lo visitaban. El 14 de marzo, sintiendo que se acercaba el final,
pidió que se hiciera un inventario de los estantes y cajones de su escritorio.
El Domingo de Ramos comenzaron a hincharse la cara y las manos de
Don Rua. Tres días después, pidió el viático para el día siguiente. El Jueves
Santo, el Prefecto General don Rinaldi, precedido en procesión por otros
Salesianos, le llevó la eucaristía. Antes de recibir a la hostia, Don Rua
se dirigió a los presentes: «En esta ocasión siento el deber de dirigirles
unas palabras. La primera es de acción de gracias por vuestras continuas
oraciones: muchas gracias, que el Señor os recompense, también por las que
seguiréis haciendo… Rezaré a Jesús, siempre, por vosotros… Es impor-
tante, para mí, que todos nos hagamos y nos conservemos dignos hijos de
Don Bosco. Don Bosco en su lecho de muerte nos dio una cita: ¡Os espero
a todos en el Paraíso! Este es el recuerdo que nos dejó. Don Bosco quería
que todos fuéramos sus hijos; por eso, os recomiendo tres cosas: gran amor
a Jesús Sacramentado; viva devoción a Maria Santísima Auxiliadora; gran
respeto, obediencia y afecto a los pastores de la Iglesia y, especialmente, al
Sumo Pontífice. Este es el recuerdo que os dejo. Procurad haceros dignos
13 ASC B0320108, Notes usefull…, 14.12.1909.
14 Garneri 241-242.

10 Pages 91-100

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10.1 Page 91

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Al lado de don Rua entre 1903 y 1910 89
de ser hijos de Don Bosco. Nunca dejaré de rezar por vosotros…»15).
Don Albera, en esos días, estaba en San Benigno para la conclusión de
los ejercicios espirituales. Regresó a Turín y el 29 de marzo administró la
unción de los enfermos al superior moribundo. Varias veces al día iba a su
cama para consolarlo. El 2 de abril, Don Rua le preguntó: «Después de mi
muerte, ¿dónde me pondréis?». Respondió muy impresionado: «¡Oh! Sr.
Don Rua, ¡no pensamos en estas cosas! Al contrario, esperamos que se
recupere y haga todavía mucho bien». Rua continuó bromeando: «Sabes,
te hacía esta pregunta porque, el día del juicio, no querría ir a buscar mis
pobres huesos en un lugar mientras están en otro y tener que dar muchas
vueltas para encontrarlos». La tarde del 4 de abril, Don Rua mandó llamar
a su confesor, don Francesia, que acudió inmediatamente: «Toma el ritual
y lee las oraciones de la recomendación del alma». El día 5 recibió la
comunión, era la última de su vida. El recogimiento y la devoción con la
que la recibió impresionó a los presentes16).
Murió en la mañana del miércoles 6 de abril de 1910, tras unas horas de
agonía. Albera anotó en su diario: «Hoy es un día similar al 31 de enero
de 1888: ¡seguimos siendo huérfanos!»17). El funeral se celebró el sábado,
con una enorme participación de gente. Al día siguiente le escribió a don
Peretto: «Tenemos muchas razones para llorar por un superior tan bueno y
santo. Su muerte y su funeral nos hicieron conocer el gran tesoro que era y,
por tanto, cuánto hemos perdido con su muerte…». El domingo 1 de mayo
comentó, en una carta a don Vespignani: «Deberíamos habernos esperado
esta pérdida, pero no estábamos preparados para sufrirla. Cuanto más pase
el tiempo, más sentiremos lo que hemos perdido».
El 10 de junio, con don Filippo Rinaldi, Prefecto General de los Sale-
sianos, fue recibido en audiencia por el papa Pío X. Él «tuvo palabras de
gran pesar y de la más preciosa estima para nuestro difunto Rector Mayor,
y al mismo tiempo cariñosas y paternas expresiones de aliento para toda la
Familia Salesiana»18).
15 LCR 534.
16 Garneri 242-243.
17 ASC B0320109, Notes usefull…, 6.04.1910.
18 BS 1910, 205.

10.2 Page 92

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90 Capítulo 6

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91
Capítulo 7
LOS PRIMEROS AÑOS DE RECTORADO (1910-1913)
Don Pablo Albera con el neocardenal Juan Cagliero
y don Pedro Ricaldone (Roma, diciembre de 1916)
Segundo sucesor de Don Bosco (1910)
El 15 de agosto de 1910 se inició, en Valsalice, el XI Capítulo General
con los ejercicios espirituales predicados por don Albera, como había

10.4 Page 94

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92 Capítulo 7
establecido el propio Don Rua. Al inicio de los trabajos capitulares, llegó
una carta autógrafa de Pío X en la que exhortaba a los participantes a
elegir, como Rector Mayor, al que «juzgasen in Domino el más adecuado
para mantener el verdadero espíritu de la Regla, para animar y dirigir a la
perfección a todos los miembros del instituto religioso, y para hacer florecer
las múltiples obras de caridad y de religión» a las que están consagrados
los Salesianos. A continuación, se leyó el mensaje del cardenal protector
Mariano Rampolla, que deseaba la elección de «un digno sucesor de Don
Bosco y de Don Rua, que supiese conservar, sabiamente, su obra, es más,
acrecentarla con nuevos incrementos». Al día siguiente, 16 de agosto, tuvo
lugar la votación. Como leemos en el Boletín Salesiano, don Albera fue
elegido por amplia mayoría en la primera votación:
«Estalló un fragoroso aplauso y todos los electores, puestos en pie,
rinden el primer homenaje al “Segundo Sucesor de D. Bosco”, mientras el
nuevo elegido estallaba en llanto… “Os agradezco la muestra de confianza
y estima que me habéis dado, dice; siento que tendréis para poco tiempo
y me temo que pronto tendréis que hacer otra elección”. La conmoción de
los presentes creció ante la humilde declaración del nuevo Rector, pero
se convirtió en gozoso entusiasmo, cuando don Rinaldi, levantando un
sobre sellado, dijo que contenía una memoria valiosa. Y contó cómo el
22 de noviembre de 1877, mientras se celebraba la fiesta de San Carlos
en el colegio del mismo nombre, en Borgo San Martino, junto a Casale
Monferrato, él, que era un joven de veinte años, estaba sentado a la mesa
con Mons. Ferré, con Don Bosco y varios otros señores. En el curso de la
conversación, esta cayó sobre don Albera y sobre las enormes dificultades
que había superado para quedarse con Don Bosco. El obispo pregunta si
las había resistido: Don Bosco responde: “No solo las ha resistido, sino que
afrontará y vencerá otras y otras, porque será mi segundo...”. Y terminó
la frase. Don Bosco estuvo un instante como absorto en una visión lejana
y, luego, se pasó la mano por la frente añadiendo: “Sí. Don Albera debe
sernos muy útil en el futuro”. Más tarde, Rinaldi se hizo Salesiano y,
meditando sobre la frase de Don Bosco, pensó que ese “segundo” no podía
significar sino el segundo sucesor. Tres meses antes que muriera Don
Rua, don Rinaldi escribió ese pensamiento y lo puso en un sobre cerrado,
dándolo a conocer a varios Salesianos, entre ellos el Secretario General,
don Lemoyne, para que por ningún acontecimiento pereciera la memoria
del profético anuncio»1).
1 BS 1910, 267-268; cf. BSe 1910, 241-242.

10.5 Page 95

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Les premières années de rectorat (1910-1913) 93
Aún se conserva este sobre y el autógrafo de don Rinaldi, fechado el
27 de febrero de 1910, con la «profecía» de Don Bosco2). En realidad, don
Albera estaba profundamente perturbado por la elección de los capitu-
lares. No se consideraba adecuado. Esa noche escribió en su cuaderno:
«Este es un día muy triste para mí. He sido elegido Rector Mayor de la
Pía Sociedad de San Francisco de Sales. ¡Qué responsabilidad sobre mis
hombros! Ahora más que nunca debo gritar: Deus in adiutorium meum
intende! [¡Dios mío, ven en mi auxilio!] Lloré mucho, sobre todo, delante
de la tumba de Don Bosco»3).
La prensa dio protagonismo al acto y destacó las habilidades del nuevo
Rector Mayor. «Un hombre de ánimo apacible, pero de pulso firme, tiene
en la mirada y en la voz la misma dulzura de su predecesor... Ríe pocas
veces, pero siempre sonríe. Y en la sonrisa, y en la mirada, y en el gesto
lento, brilla la gran bondad de su corazón» (Il Momento). «El oficio de
Director Espiritual había rodeado a don Albera de una especial fisonomía
mística; su trabajo, sin embargo, desplegado en Francia y en América está
ahí para demostrar que sabrá guiar, con igual competencia, serenidad y
amplitud de miras, a la gran Familia Salesiana en los pasos de Don Bosco y
de Don Rua» (La Stampa). «Don Paolo Albera es uno de los más antiguos
alumnos y fue uno de los más apreciados por Don Bosco... Es un hombre
de visión amplia y moderna, algo flacucho, de mediana estatura y rostro de
asceta» (Corriere della Sera). «Don Albera, en el entorno en el que vive
y desarrolla su labor activísima, es juzgado como una persona de inteli-
gencia poco común y de laboriosidad incansable» (La Gazzetta del Popolo).
«La gran bondad, unida con una visión precisa de lo que concierne a los
espíritus y a un trato delicadísimo en la formación de las almas, es una
de las principales características del venerable sacerdote, que sin embargo
ha demostrado una gran competencia y habilidad para tratar con asuntos
difíciles del desarrollo de la Sociedad, que le habían sido encomendados
por Don Rua y por Don Bosco» (L’Unione). «Según todos los que tienen el
bien de acercarse a él, en don Albera, Don Bosco transfundió gran parte
de su espíritu. ¡Basta decir que en Francia era conocido con el nombre de
le petit Don Bosco! La Sociedad Salesiana seguirá bajo su dirección en
los caminos de los triunfos para la Iglesia y para la Patria» (L’Osservatore
Romano).
En los días siguientes, el Papa envió su bendición. Don Albera escribió
2 ASC B0250218, ms. F. Rinaldi.
3 ASC B0320109, Notes usefull…, 16.08.1910.

10.6 Page 96

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94 Capítulo 7
este programa en una hoja de papel que siempre llevará consigo: «Tendré
siempre a Dios a la vista, a Jesucristo como modelo, a la Auxiliadora como
ayuda, a mí mismo en sacrificio».
El 17 de agosto fueron elegidos los demás miembros del Consejo
Superior: el Prefecto general Filippo Rinaldi, el Director Espiritual general
Giulio Barberis, el Ecónomo Giuseppe Bertello, el Director de los Estudios
Francesco Cerruti, el Director de las escuelas profesionales Giuseppe
Vespignani, el Consejero general Luigi Piscetta.
En una carta circular a los Salesianos, don Albera expresó sus senti-
mientos en el momento de su elección: «Me sentí aplastado bajo el peso
de tanta responsabilidad. Me hubiera gustado librarme de un cargo que yo
sabía que sobrepasaba, con mucho, mis debilísimas fuerzas físicas, inte-
lectuales y morales. Vi a mi alrededor a muchos otros mejor preparados
para asumir el gobierno de nuestra Pía Sociedad, mejor dotados de virtud
y de saber… Pero por temor a resistir la voluntad de Dios, que en ese
instante parecía manifestarse, aunque con inmenso sacrificio, incliné la
frente y me sometí. Pero Dios sabe qué angustia atormentó mi corazón
en esa coyuntura, cuántas lágrimas derramé, qué sentido de desánimo
me asaltó. Tan pronto como se me permitió, corrí a arrojarme a los pies
de nuestro venerable Padre... A él, más con lágrimas que con palabras, le
expuse mis ansiedades, mis miedos, mi extrema debilidad, y como me era
necesario llevar la pesada cruz que había sido puesta sobre mis vacilantes
hombros, le rogué con todo fervor que viniese en mi ayuda. Me levanté de
esa sagrada tumba de Valsalice, si no del todo tranquilizado, al menos más
confiado y resignado. No hace falta agregar que les prometí a Don Bosco
ya Don Rua que no escatimaría nada para conservar, en nuestra humilde
Congregación, el espíritu y las tradiciones que de ellos habíamos apren-
dido…»4).
Al concluir el Capítulo General, comenzó su servicio: el de visitas a las
distintas obras, viajes a Italia y Europa, encuentros públicos; y el menos
llamativo, pero determinante, de animación y gobierno de la Congregación
a través de las reuniones del Consejo Superior, los encuentros con los
Inspectores y directores, las entrevistas personales, la extensa correspon-
dencia epistolar y las cartas circulares.
Continuó con el modelo de gobierno inaugurado por Don Rua, perfec-
cionándolo gradualmente: promovió una gestión colegiada según las líneas
de acción compartidas con los miembros del Consejo Superior y garantizó
4 LC 13.

10.7 Page 97

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Les premières années de rectorat (1910-1913) 95
un amplio espacio de acción a cada uno de los Consejeros en sus áreas
de competencia establecidas por las Constituciones y por las delibera-
ciones capitulares. Al Prefecto general, don Filippo Rinaldi, que actuaba
como Vicario del Rector Mayor, se le encomendó la responsabilidad de los
asuntos ordinarios, de los aspectos administrativos generales, de las inter-
venciones disciplinarias, del apoyo a los misioneros, de las relaciones con
los Exalumnos y los Cooperadores y la gestión del Boletín Salesiano. Al
Director Espiritual general, don Giulio Barberis, le estaba «especialmente
confiado del cuidado de los novicios», la promoción de las vocaciones,
«el beneficio moral y espiritual de la Pía Sociedad y de sus miembros», la
difusión del culto a María Auxiliadora y la alta dirección de los Oratorios
festivos. El Ecónomo general, don Clemente Bretto supervisaba el «estado
material de toda la Sociedad», llevaba a cabo «las compras, las ventas, las
obras». Al Consejero escolástico, don Francesco Cerruti, le fue «delegado
el cuidado general de lo que respecta a la enseñanza literaria y cien-
tífica, filosófica y teológica en las casas de la Pía Sociedad, tanto en lo
que respecta a los socios como a los alumnos». El Consejero profesional,
don Pietro Ricaldone tenía la responsabilidad de «formación del personal
adscrito a las escuelas profesionales y agrícolas, a las tareas domésticas y
a la instrucción de los alumnos».
La primera parte del rectorado de don Albera fue la más dinámica,
llena de largos viajes, encuentros y grandes acontecimientos. Después del
Capítulo se dirigió a Roma para recibir la bendición del Papa y presen-
tarse a los cardenales de las congregaciones romanas. A principios de
septiembre, participó en el congreso catequístico que se celebró en Milán.
De regreso a Turín, siguió los preparativos de la expedición misionera
anual. La despedida tuvo lugar el 11 de octubre de 1910 en la iglesia de
María Auxiliadora. Uno a uno fue abrazando a los cien misioneros que se
iban, dejando a cada uno un recuerdo personal. Luego preparó un volumen
con la colección completa de las circulares Don Rua. En la presentación
escribió: «La vida de Don Rua fue un continuo estudio de imitación del
venerable Don Bosco. A esto se debe ese incesante avance en la perfección,
que en él era admirado por todo aquel que se le acercaba... Entre las
virtudes que brillaron con una luz muy brillante en la vida de nuestro
venerable padre y maestro, el difunto Sr. Don Rua se decía que ninguna
le había impresionado tanto como el celo incansable con que se enardecía
su corazón, y ese celo parecía proponerse, de modo especial, copiarse en
sí mismo: procurar en todas partes y siempre la gloria de Dios, a salvar el
mayor número posible de almas fueron dirigidos sus pensamientos, y a

10.8 Page 98

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96 Capítulo 7
esto fueron dirigidas todas sus palabras y consagradas sus acciones. Este
fue el único fin, la única aspiración de toda su laboriosísima vida». Por
tanto, invitaba a los Salesianos «todos deseosos de dar cada día algunos
pasos hacia la perfección», a releer y meditar las circulares Don Rua: «Son
como la quintaesencia del espíritu religioso, como el compendio de los
tratados de ascética, obras maestras de la pedagogía salesiana...»5).
1911-1912
En la primera circular, fechada el 25 de enero de 1911, el nuevo Rector
Mayor declaró que no quería presentarse «con el lenguaje de un superior
y de un maestro, sino con la sencillez y el cariño de un hermano y de un
amigo», con la única intención de ayudar a todos a «mostrarse cada vez
más dignos hijos de nuestro venerable Fundador y Padre». Recordaba las
virtudes y la obra de su predecesor y agradeció al Prefecto don Rinaldi
por haber guiado la Congregación durante la enfermedad y después de la
muerte de Don Rua: «Durante el gobierno de don Rinaldi, escribió, todo
transcurrió con orden y regularidad tanto en el interior como en las rela-
ciones con los de fuera... En él encontraron un buen superior, un hermano
cariñoso todos los inspectores y delegados que se reunieron desde las costas
más lejanas a nuestro Capítulo General XI». Luego resumió el trabajo del
Capítulo, expresó sus sentimientos y la sensación de inadecuación para
el cargo para el que había sido elegido, narró la audiencia pontificia y el
programa trazado por el Papa: «Recordad a los que dependen de vosotros
que, Aquel a quien sirven, Dominus est. Que el pensamiento de la presencia
de Dios esté fijo en sus mentes, que se guíen en todo por el espíritu de la
fe, que realicen con fervor sus prácticas de piedad y ofrezcan sus obras y
sacrificios a Dios. Que Dios esté siempre en su mente y en su corazón».
Finalmente, después de presentar las tristes consecuencias de la revolución
en Portugal y en Macao, concluyó anunciando su programa inmediato:
ante el gran y providencial desarrollo de la obra salesiana en el mundo,
consideraba que por el momento no se debía poner en marcha otras obras
–«aunque fuesen incluso excelentes y de gran ventaja para las almas»–
sino más bien trabajar para «consolidar las obras que nos fueron dejadas
por Don Bosco y por Don Rua»6).
5 LCR 5
6 LC 9-21.

10.9 Page 99

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Les premières années de rectorat (1910-1913) 97
Su principal preocupación, motivada por la experiencia acumulada en
años anteriores, era ayudar a los hermanos a mantener un adecuado equi-
librio entre acción y contemplación. Había sido el programa de su servicio
como Director Espiritual general. Ahora sentía la urgencia con más inten-
sidad. Así dedicó la segunda carta circular (15 de mayo de 1911) al espíritu
de oración, nota característica que explica la prodigiosa fecundidad de la
acción de Don Bosco y constituye «el fundamento del Sistema Preventivo».
Los Salesianos deben comprender cuán necesario es este «espíritu» para
santificar las acciones diarias, para contrarrestar la «enfermedad de la
agitación» y para vivir fervientemente en el espíritu7).
El 20 de febrero de 1911 participó en la presentación de la causa de
beatificación de don Andrea Beltrami en Novara. El 6 de mayo visitó el
Comité de obras salesianas en Milán y dejó una profunda impresión en los
presentes: «Al rendirle homenaje, nos pareció ver ante nosotros las vene-
rables figuras de sus predecesores... Amplitud elevada de miras, gran sentido
práctico y firmeza maravillosa de propósitos, se unen a piedad profunda y
modestia ejemplar; en él también se intuye, se siente al verdadero hombre
de Dios... Ningún gesto, ninguna pose, ninguna palabra altisonante..., pero
sin pretensiones, un aura de santidad que te cautiva, una palabra serena que
busca las fibras más escondidas del corazón…» (L’Unione). Entre el 10 y el
12 de mayo estuvo en Sampierdarena, casa que fundó y dirigió entre 1871
y 1882. Participó activamente en el V Congreso de Oratorios festivos y
escuelas de religión los días 17 y 18 de mayo. Después de la fiesta de María
Auxiliadora visitó las obras salesianas en la región del Véneto: estuvo en
Trieste, en Gorizia, en Mogliano y en Schio.
En junio comenzó el viaje hacia España en compañía de don Pietro
Ricaldone, antiguo inspector en ese país [inspectoría Bética], que había
sido elegido Consejero general profesional unos meses antes. Tras breves
paradas en las casas salesianas de Francia, llegaron a Barcelona el 10 de
junio. Fueron hospedados en el colegio de Sarriá. El sábado 17 participaron
en la bendición de la cripta del santuario dedicado al Sagrado Corazón en
el Tibidabo. De regreso a Turín, presidió el primer Congreso internacional
de los Exalumnos salesianos que se celebró en Valsalice, en septiembre.
Los participantes fueron un millar, de diferentes nacionalidades. En su
discurso de clausura dijo: «¡Hemos sido testigos de un nuevo Pentecostés!
Todas las lenguas que hemos escuchado resonar en esta sala, todas tenían
un solo propósito, la glorificación de Don Bosco. ¡he aquí hecho realidad
7 LC 25-39.

10.10 Page 100

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98 Capítulo 7
lo que él decía cuando pensaban que estaba loco! ¡No tenía ni un puñado
de tierra donde poner su primer oratorio y decía que un día tendría casas
en todo el mundo! Su sueño se ha hecho realidad. Vemos aquí a los repre-
sentantes de los alumnos educados en estas casas, y hemos escuchado sus
conmovedoras palabras»8).
En octubre, después de la función de despedida de cincuenta misioneros
destinados, especialmente, a China y a Congo, don Albera partió hacia
Austria, Polonia y Ucrania. Visitó Oświęcim, Lviv, Daszawa, Przemyśl,
Tarnow y Cracovia. El 28 de octubre fue recibido en Viena con grandes
honores por los Cooperadores y por personalidades del clero y de las insti-
tuciones civiles. Continuó hasta Liubliana. Regresó a Turín a mediados de
noviembre.
Dedicó la circular del 25 de diciembre de 1911 a la Disciplina religiosa.
Explicó el sentido que Don Bosco atribuía a la disciplina para «la formación
del hombre interior». En las comunidades religiosas disciplinadas –como
había observado en todas partes del mundo– reina «el orden más perfecto»,
las mentes y los corazones están unidos en el vínculo de la caridad. En
cambio, donde falta la disciplina, disminuye el fervor, la unidad y la
concordia, poco a poco se debilitan la piedad y el ardor pastoral. Sin la
disciplina todo se derrumba, mientras que la observancia de las Constitu-
ciones y de los reglamentos, la obediencia ferviente y gozosa a los supe-
riores transforman la comunidad en un paraíso y hacen fecunda la misión
salesiana9).
En la circular a los Cooperadores de enero de 1912, después de haber
enumerado las fundaciones y los logros del año anterior, Albera propone
un intenso programa operativo: promoción de las vocaciones, apertura de
Oratorios festivos, ayuda a los emigrantes y amor al Papa. Recomendó a
la caridad de los Cooperadores dos grandes iglesias en construcción, la
Sagrada Famiglia en Florencia y San Agustín en Milán10).
Para apoyar el desarrollo de la Congregación y su consolidación, reunió
a los inspectores de Europa en Turín del 18 al 22 de marzo. En abril se
puso en viaje hacia Gran Bretaña. Se detuvo en París durante dos días para
encontrarse con amigos y bienhechores. Se detuvo unos días en la isla de
Guernesey, donde los Salesianos administraban tres parroquias, y llegó a
Londres-Battersea la tarde del día 17. Dedicó la mayor parte de su tiempo
8 BS 1911, 316.
9 LC 55-62.
10 BS 1912, 6-8.

11 Pages 101-110

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11.1 Page 101

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Les premières années de rectorat (1910-1913) 99
a los hermanos y alumnos de las tres casas salesianas de Londres. Visitó
a las autoridades eclesiásticas y a los amigos de la obra. Pasó dos días con
los novicios de Burwash en East Sussex, luego se trasladó al Farnborough
College en Hampshire y las escuelas de Chertsey confiadas a las Hijas de
María Auxiliadora.
El 27 de abril fue a Bélgica: estuvo en Tournai, Melle, Antoing y
Bruselas, donde se reunió con el cardenal Mercier, el nuncio y los ministros
de Asuntos Exteriores y de las Colonias, para discutir asuntos relacionados
con la presencia de los Salesianos en el Congo. Visitó Groot-Bijgaarden
y Sint-Denijs-Westrem. El 10 de mayo llegó a Lieja para celebrar el 25
aniversario de la fundación del orfanato, inaugurar la exposición de las
escuelas profesionales salesianas de Bélgica y para la coronación de la
estatua de María Auxiliadora. Desde Lieja le escribe a la madre Eulalia
Bosco, sobrina del santo: «Dondequiera que voy, oigo hablar de Don Bosco
con un entusiasmo indecible. A cada paso que doy, encuentro pruebas de
su santidad: disfruto no menos de lo que disfrutaríais vosotros que sois su
familia. Si para vosotros es tío, para mí, Don Bosco es padre. A él le debo
todo: por eso ¡cuánto disfruto de su glorificación!».
Después de visitar el instituto Hechtel, regresó a Valdocco en la mañana
del 23 de mayo. Después de la fiesta de María Auxiliadora, tomó medidas
para ofrecer hospitalidad en los institutos salesianos a los hijos de los
italianos expulsados de Turquía. El día 29 partió hacia Emilia. Se detuvo en
Bolonia, Faenza, Lugo di Romagna, Rávena, Ferrara y Módena. Regresó,
temporalmente, a Turín el 9 de junio para celebrar la misa de oro de Mons.
Cagliero y de don Francesia. Luego visitó las obras salesianas en Parma,
Florencia, Pisa, Livorno y La Spezia. El 24 de junio estuvo en Turín para
la celebración anual de la gratitud. Las muestras de cariño de los hermanos
y jóvenes lo consolaban, pero se sentía incómodo cuando se elogiaban sus
cualidades y virtudes. En esa ocasión, respondiendo a una carta de don
Giovanni Branda, escribió: «Tú recuerdas cosas muy antiguas, pero muy
agradables a mi corazón; ¡tú hablas también de ascensiones! ¡Que sean
precisamente de las que hablaba David, es decir, verdaderos progresos en la
piedad y en la virtud! Lamentablemente tengo muchos motivos para humi-
llarme: las mismas fiestas, las cosas que me dijeron y me leyeron, sobre
mí, me dan mucho para reflexionar por el bien de mi alma. Tú ayúdame
con la oración y ofreciendo al Señor los sacrificios que haces por el bien
de las almas»11).
11 Garneri 276.

11.2 Page 102

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100 Capítulo 7
En octubre de 1912 saludó y bendijo a la nueva expedición misionera.
Entre los que partían se encontraba el joven Ignazio Canazei que, más
tarde, sucedió a Mons. Versiglia como vicario apostólico de Shiuchow
(Shaoguan), y que relataba en 1929: «Antes de partir para China, don
Albera nos invitó a asistir a la santa misa que él mismo celebró, en la
capilla de Don Bosco. Después, se dirigió paternalmente a nosotros. Nos
dijo, entre otras cosas: «Ahora os vais a las misiones. Al principio encon-
traréis muchas dificultades, pero con el tiempo os familiarizaréis con la
lengua y con las costumbres; conoceréis a mucha gente y, después de
unos diez años, el nuevo país se convertirá, para vosotros, en una segunda
patria: ni siquiera querréis volver a casa... Las palabras que nos dijo nuestro
venerable Superior Mayor se han verificado al pie de la letra. Porque,
cuantas mayores fueron las dificultades de los primeros años, tanto más me
gustaba este gran y lejano país de China, donde el Señor me envió como
misionero: y, aun antes de que pasaran diez años, ya no sentía ninguna
necesidad de volver a mi patria»12).
Tras la visita a las casas de Liguria envió a los Salesianos una carta
circular sobre la Vida de la fe (21 de noviembre de 1912), un pequeño
tratado doctrinal que termina con el recuerdo de la fe muy viva de Don
Bosco, inspiradora de toda su acción, y con la exhortación a reavivar la
propia fe, a convertirse en instrumentos eficaces en las manos del Señor
para alimentar la antorcha de la fe en las nuevas generaciones y «para la
restauración de su Reino en las almas»13).
Un año muy intenso (1913)
A principios de 1913 se embarcó en un viaje de cinco meses a España que
–como escribió el cronista del Boletín Salesiano– «fue un triunfo grandioso
y solemne, de proporciones casi fabulosas que, en varios lugares, emuló
el entusiasmo de París (en 1883) y Barcelona (1886) para Don Bosco. La
prensa se interesó por su paso como un hecho muy importante..., mientras
comités diligentes de distinguidos bienhechores trabajaban arduamente
para honrar al sucesor de Don Bosco... Miles y miles de personas lo obse-
quiaban a su llegada y a la salida y, durante todo el tiempo de su parada,
era una incesante e increíble aglomeración de señores y de pueblo en el
12 Garneri 278-279.
13 LC 82-100.

11.3 Page 103

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Les premières années de rectorat (1910-1913) 101
instituto salesiano, encabezados por las autoridades eclesiásticas, civiles
y militares... Se vieron pueblos enteros corriendo hacia las estaciones por
donde pasaba don Albera, solo para verlo y ser bendecidos por él, en el
nombre de María Auxiliadora; y donde se detuvo, en varios lugares se vio
obligado a recorrer las calles de la ciudad en autos descubiertos, al son de
las campanas festivas, en medio de disparos de alegría...»14). Hay mucho
énfasis periodístico en estas expresiones, pero la visita de don Albera fue
de hecho una ocasión para la movilización de los católicos españoles, en
el efervescente clima social y político de esos años. Se sintió consolado
y al mismo tiempo oprimido: «Aquí en España me aplastan a fuerza de
fiestas. No hay un momento de paz y de descanso. Me asusta la idea de que
voy a tener que seguir haciendo esta vida durante tres meses». A pesar del
enorme esfuerzo, le conmovió profundamente el deseo que todos tenían de
oírle hablar de Don Bosco y María Auxiliadora.
Llegó a Barcelona el sábado 11 de enero de 1913; una semana después
se fue a la isla de Menorca y el 24 estaba de regreso en Barcelona, donde
permaneció unos días. El día 30 siguió a Alicante y El Campello. Fue
recibido en la estación de Valencia el 6 de febrero y acompañado a la casa
salesiana en procesión con bandas musicales. El lunes 10 reanudó el viaje
hacia Córdoba. Luego hizo escala en Montilla, Málaga, Ronda, Écija,
Utrera, Sevilla, Cádiz, Jerez de la Frontera, San José del Valle, Carmona,
Madrid y Carabanchel Alto. El 3 de abril llegó a Salamanca. Estuvo diez
días visitando, también, Ávila y Béjar. El domingo 13 partió hacia Orense
y Vigo, luego se dirigió a Pontevedra, Santiago de Compostela, La Coruña,
Santander, Baracaldo, Bilbao, Huesca, Zaragoza y Gerona, desde aquí un
bienhechor lo llevó en coche hasta el monasterio de Montserrat. El 15 de
mayo salió de España y, tras una escala de dos días en Marsella, llegó a
Turín en la tarde del lunes 19 de mayo.
A finales de mes envió la carta circular a los hermanos sobre los
Oratorios festivos. El Oratorio, escribió, «piedra angular» de toda la obra
salesiana, está destinado indiscriminadamente a todos los niños «a partir
de los siete años; no se pide el estado familiar o la presentación del joven por
los familiares; la única condición para ser admitido es venir con la buena
voluntad de divertirse, instruirse y cumplir con los deberes religiosos junto
con todos los demás... Todos los jóvenes, incluso los más abandonados y
14 BS 1913, 131-132. El Boletín Salesiano español informó ampliamente de esta visita:
BSe 1913, 49-51, 76-79, 100-108, 130-137, 160-167, 183-198, 213-227, 248-254,
273-276, 300-304.

11.4 Page 104

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102 Capítulo 7
miserables, deben sentir que el Oratorio es la casa paterna, el refugio, el
arca de salvación, el medio seguro para ser mejores bajo la acción transfor-
madora del afecto, más que paterno, del director». «Alrededor de cada casa
salesiana –escribía citando palabras Don Rua– debe surgir un Oratorio
festivo», confiado a un hermano celoso y dedicado que sepa encontrar y
formar a sus ayudantes entre los propios jóvenes y otros buenos seglares.
«Dadme un director del Oratorio lleno del espíritu de nuestro venerable
Padre, sediento de almas, rico en buena voluntad, ardiente de afecto y de
preocupación por los jóvenes, y el Oratorio florecerá maravillosamente,
aunque carezca de medios materiales... Así es como es: el cariño sincero
del director y sus coadjutores compensa muchas cosas. No creemos haber
construido el Oratorio como lo quería Don Bosco cuando montamos un
recreatorio donde se reúnen unos cientos de jóvenes. Si bien es deseable
que el Oratorio cuente con abundantes comodidades y entretenimientos
para aumentar el número de los alumnos, todo esto nunca debe separarse
de las preocupaciones más laboriosas para hacerlos buenos y bien fundados
en la religión y en la virtud»15).
Con motivo del vigésimo quinto aniversario de la consagración de la
iglesia del Sacro Cuore, Albera permaneció en Roma quince días. Fue
recibido en audiencia por el Papa (9 de junio de 1913) y se encontró con
diversas personalidades. Lo acompañaba don Barberis, quien escribió a un
amigo: «Hablamos largamente, especialmente con el cardenal Francesco
Cassetta –prefecto de la Congregación de Estudios– para la facultad
teológica de Foglizzo, y ahora se están haciendo los trámites necesarios:
hay todas las esperanzas de éxito. Hasta ahora don Albera ha visitado a
diez cardenales, hablando con ellos de los asuntos de la Congregación, y
yo, que siempre lo acompañaba, tuve la oportunidad de constatar cuánto
sea apreciada y amada nuestra Pía Sociedad, y cuánto se conocen nuestras
cosas y el prudente trabajo de don Albera en todo».
El 14 de junio comenzó la visita a las obras salesianas de las inspec-
torías romana y napolitana: Frascati, Genzano, Macerata, Gualdo Tadino,
Trevi, Caserta, Nápoles y Castellammare di Stabia. A su regreso se detuvo
en Milán, donde se reunió con los Cooperadores, los sacerdotes exalumnos
salesianos y los trabajadores que estaban trabajando en la terminación de
la iglesia de San Agustín. El 29 de junio ya estaba en Turín para la fiesta
de agradecimiento y la academia en su honor. En los días siguientes habló
ante la comisión ejecutiva del monumento a Don Bosco, que eligió, entre
15 LC 112-118.

11.5 Page 105

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Les premières années de rectorat (1910-1913) 103
los múltiples proyectos presentados, el del escultor Gaetano Cellini.
En septiembre, como delegado de la Santa Sede, presidió el VII Capítulo
General de las Hijas de María Auxiliadora. Contó a las hermanas: «Tuve la
suerte de estar presente en la reunión del Capítulo Superior donde nuestro
venerable Padre Don Bosco habló por primera vez (1871) de manera decisiva
sobre las Hijas de María Auxiliadora y, como escuché, entonces, de su de
labios, he podido constatar, más tarde, que vuestro instituto es realmente
una obra querida por Dios y por María Auxiliadora: también pude persua-
dirme de esto en mis visitas a vuestras casas y, ahora, tengo la suerte de
poderlo afirmar a cada una de vosotras, aquí reunidas como representantes
de toda la Congregación... Podríais haber encontrado, incluso entre los
Salesianos, personas más expertas que yo en el conocimiento de vuestro
instituto, más capaces que yo en daros consejo y ayuda; pero quizás a
ningún otro que os quiera tanto más y que aprecie vuestra obra. Gracias
por haberme llamado a tan gran misión. Con la ayuda divina haremos
todo lo posible para que lo que se haga en el Capítulo sea realmente para
la gloria de Dios y para el bien de las almas, como quiere María Santísima
Auxiliadora»16).
Cuando las hermanas capitulares pasaron a la discusión sobre cómo
aplicar el Sistema Preventivo en sus institutos, hizo una intervención que
nos ayuda a comprender su visión de la pedagogía salesiana: «El Sistema
Preventivo fue muy elogiado por todos los mejores expertos en pedagogía,
incluso los protestantes, por su vertiente altamente educativa, por su
máxima eficacia en la educación moral. Pero, nosotros, debemos admirarlo,
especialmente, desde su lado religioso. El sistema de Don Bosco impide la
ofensa de Dios ¿Qué se gana castigando el mal después de cometido?... Si,
por el contrario, se previene, se gana todo, para el alma, para el cuerpo,
para la familia, para la sociedad. Vigilancia, por tanto, asistencia materna,
no militar, pronta y llena de cariño. Otra característica de Don Bosco, y
encarnada en su sistema, es la que le ganó tantos corazones y tanta vene-
ración. Sus primeros alumnos, hechos hombres, ocupando puestos muy
importantes en la sociedad, 55 años después, conservan de él un recuerdo
que conmueve. Los numerosos exalumnos y exalumnas son una prueba
elocuente de los milagros obtenidos por el sistema de Don Bosco. Él
divinizó la pedagogía, se ha dicho, y es cierto, porque siempre apuntó a
Dios; y, sobre todo, buscaba esto: llevar las almas a Dios»17).
16 Garneri 292.
17 Garneri 293-294.

11.6 Page 106

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104 Capítulo 7
En octubre de 1913 la salud volvió a deteriorarse: «He sufrido mucho
del estómago... El médico me mantiene con las inyecciones. Estoy muy
atribulado». Sin embargo, no dejó de dedicarse al trabajo de animación de
la Familia Salesiana impulsado por su ferviente deseo de acción benéfica.
En la carta anual a los Cooperadores de enero de 1914 escribió: «Tenemos
cuidado de no lanzarnos a nuevas empresas con los ojos cerrados, de
hecho, humanamente hablando... nos gustaría poner freno a cualquier
nueva actividad, para restringirnos, en el ya demasiado amplio campo de
acción. Pero cuando, ante el mal que se propaga y el bien que debemos
hacer con urgencia, la invitación a nuevas obras para la gloria de Dios y
para la salvación de las almas, nos llega clara, desde lo alto, la invitación
a nuevas obras para la gloria de Dios y para la salvación de las almas,
no dudamos, siguiendo el ejemplo de Don Bosco, para ser también, un
poquito, santamente audaces. Por eso, nuestros hospicios, aunque carecen
de todo tipo de ingresos, están siempre abarrotados de jóvenes, muchos de
los cuales son totalmente pobres y abandonados…»18).
A pesar de las molestias físicas, el 30 de enero partió para visitar las
obras salesianas en Sicilia. Fue un viaje agotador pero gratificante. Se
detuvo en Massa Carrara, Roma y Nápoles, donde se embarcó rumbo a
Palermo. En Sicilia permaneció dos meses. En todas partes recibió una
acogida similar a la de España: en Palermo, en Mazzara del Vallo, Marsala,
Messina, Catania, Alì Marina, Taormina, Acireale, Pedara, Bronte,
Randazzo, Modica y Caltagirone. También fue a Malta. De regreso a
Catania participó en la convención de los Exalumnos de Sicilia y Calabria.
El 24 de marzo partió de la isla hacia Bova Marina, donde los Salesianos
dirigían el seminario diocesano y el Oratorio festivo. Hizo una escala de
dos días en Soverato. Subió a la meseta para visitar el Oratorio de Borgia y
luego continuó hacia Reggio Calabria. De aquí, el 2 de abril, pasó a Roma.
El jueves 16 fue recibido en audiencia privada por Pío X, quien le dejó
un recuerdo para Salesianos y alumnos: «¡Diles que vivan, siempre, en la
presencia de Dios!»19).
18 BS 1914, 7.
19 BS 1914, 129.

11.7 Page 107

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105
Capítulo 8
EL DRAMA DE LA GUERRA (1914-1918)
Don Albera con un grupo de salesianos soldados reunidos en Valdocco
para los ejercicios espirituales (Turín, 13 de octubre de 1916
El estallido de la guerra
A finales de julio de 1914 estalló la terrible Primera Guerra Mundial
que, en poco tiempo, involucró a las principales potencias mundiales y
terminó, solamente, en noviembre de 1918, con el horrendo saldo de nueve
millones de soldados muertos y siete millones de víctimas civiles. El 20 de
agosto, mientras se desarrollaban las primeras batallas en el frente belga y
francés, Pío X, que no había logrado evitar el conflicto, murió abrumado
por el dolor. Tras la elección de su sucesor, Benedicto XV, don Albera se

11.8 Page 108

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106 Capítulo 8
trasladó a Roma. Fue admitido en audiencia el 14 de octubre, acogido con
gran afecto por el Papa, mientras la guerra avanzaba desastrosamente y el
Consejo Superior decidió posponer el Capítulo General y las celebraciones
previstas para el centenario del nacimiento de Don Bosco.
En la circular de enero de 1915, Albera animó a los Cooperadores a
multiplicar sus oraciones: «Una horrenda guerra amenaza de sumergir
en sangre la prosperidad de muchas naciones hacia las que la Familia
Salesiana tiene fuertes vínculos de reconocimiento; por otro lado, las
consecuencias del inmenso conflicto paralizan la vitalidad de muchos otros
pueblos… Muchos hermanos están envueltos en el torbellino de la guerra,
por lo tanto, expuestos a una muerte trágica (y ya hemos llorado muchos
muertos); varios institutos, antes felices y florecientes, ahora están vacíos
de jóvenes o reducidos a una vida miserable... Por nuestra parte, aterrori-
zados por la noticia de la gran conflagración, desde el 2 de agosto comen-
zamos nuestras más fervientes oraciones ante al altar de María Auxiliadora
invocando la paz; y las humildes súplicas seguirán elevándose cada día, y
con fervor más creciente, hasta que agrade a la divina clemencia conce-
derlas... El momento es grave: es la hora de una gran expiación social. Dios
quiere hacer comprender a los pueblos que su felicidad temporal y eterna está
puesta en la práctica de las enseñanzas del Santo Evangelio: cuando lo hayan
entendido, no tardará en llegar el día de la restauración de todas las cosas en
Jesucristo... Entonces, guardémonos bien, queridos Cooperadores y piadosas
cooperadoras, de entregarnos al miedo o al desaliento, pero, en cambio, redo-
blemos nuestros humildes esfuerzos para que Jesucristo reine en medio de la
sociedad moderna...»1). Solo estaban al inicio del conflicto. El Rector Mayor
no podía prever lo que sucedería en los años siguientes, los horrores de los
campos de batalla y los lutos que trastornarían a la Familia Salesiana.
El 13 de enero, un fuerte terremoto golpeó la zona de Abruzzo. Entre
las muchas víctimas también hubo dos Hijas de María Auxiliadora. Albera
escribió a los hermanos: «Inclinemos la frente a la voluntad divina y recemos
también por las muchas víctimas de este cataclismo. Pero mi corazón me
dice que Don Bosco y Don Rua no estarían contentos solo con esto y, por
eso, estoy dispuesto a acoger, dentro de los límites de la caridad que el
Señor nos manda, a una parte de los huérfanos supervivientes»2). Estimu-
lados por su invitación, los Salesianos actuaron inmediatamente. Ciento
setenta huérfanos fueron acogidos en las distintas casas salesianas de Italia.
1 BS 1915, 1-2.
2 LC 171.

11.9 Page 109

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El drama de la guerra (1914-1918) 107
A finales de enero se imprimió el Manual del Director, en el que don
Albera venía trabajando desde hacía años, con las normas para ayudar a
cada director a «conservar el espíritu de Don Bosco» en su propia casa.
«Este Manual –escribía en la introducción dirigiéndose a los directores–
no solo será de gran utilidad porque, dejando de lado las disquisiciones
teóricas, desciende a la vida práctica y te recuerda todo lo que debes hacer
para cumplir con tu deber de la manera más ventajosa, para ti mismo y
para todos los que dependen de ti; pero también te resultará muy apreciable
y, espero, no se quedará sin fruto, porque las exhortaciones, los consejos
y las advertencias que contiene proceden de fuentes preciosas». De hecho,
son indicaciones que se deducen de «lo que Don Bosco y Don Rua nos
dejaron escrito por las normas de los directores» y de algunas directivas
del mismo don Albera, sugeridas «por la necesidad de los tiempos y por
las nuevas condiciones» de los institutos salesianos3). El volumen se divide
en dos partes. La primera enumera las cualidades que deben caracterizar
al director, según el espíritu de Don Bosco; estas son: el compromiso
de perfeccionarse; el estudio y la observancia de las Constituciones; la
obediencia a los superiores; el espíritu de disciplina y de sacrificio; el amor
a la pobreza; el estudio de las ciencias sagradas; la vida de fe y el celo.
La segunda parte, aplicativa, presenta los deberes del director hacia los
hermanos, los jóvenes y los de fuera. El texto fue enviado a los directores
salesianos junto con una carta autógrafa personal de don Albera. A uno
le escribió: «Como director de Viedma tendrás la oportunidad de trabajar
mucho y también de ayudar a mantener cada vez mejor el espíritu de Don
Bosco. Esfuérzate por reproducir en ti mismo las virtudes y la forma de
gobernar que, con el ejemplo y la palabra, nos enseñaron Don Bosco y Don
Rua. Todo el buen funcionamiento de una casa depende del director. Si
algunas casas no van del todo bien es porque el director no tiene la calma,
la caridad, la dulzura y la paciencia de nuestros padres. Con algunas deci-
siones se estropea en vez de ayudar; con un celo brusco y desigual se
alienan los ánimos; con querer a los hermanos demasiado perfectos, se
ponen nerviosos y desanimados»4).
Dedicó los meses de abril, mayo y junio a visitar las casas salesianas de
Piamonte, Lombardía y Véneto. Al acabar, estaba exhausto. Se vio obligado
a tomarse quince días libres en Oulx, en Valle de Susa. Mientras tanto, el
24 de mayo de 1915, Italia también había entrado en guerra junto con la
3 Manuale 4-5.
4 Garneri 314.

11.10 Page 110

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108 Capítulo 8
Triple Entente. El gobierno inició el reclutamiento militar masivo. Inmedia-
tamente fueron reclutados cientos de jóvenes salesianos. En la reunión de
los Inspectores europeos, convocada a finales de julio, se decidió reabrir las
escuelas, a pesar de las dificultades de la guerra, se habló de la asistencia a
los militares salesianos y la movilización de Cooperadores para apoyar obras
en grave dificultad económica. Se redujeron las celebraciones previstas para
la fecha del centenario del nacimiento de Don Bosco. El 15 de agosto, en
el patio de Valsalice, frente a su tumba, se celebró una misa con la partici-
pación de mucha gente. Por la tarde tuvo lugar la conmemoración civil. Al
día siguiente, junto a la casita de I Becchi, después de la celebración euca-
rística, don Albera bendijo la primera piedra del pequeño templo de María
Auxiliadora, que quiso erigir como ofrenda votiva para implorar la paz.
Seis meses después del inicio de la guerra, la situación se iba empeo-
rando. En la carta circular del 21 de noviembre leemos: «Un número gran-
dísimo de queridos Salesianos, entre ellos muchos sacerdotes jóvenes,
se encontraron en la dura necesidad de quitarse su hábito religioso para
ponerse uniformes militares; tuvieron que dejar sus amados estudios para
empuñar la espada y el rifle; fueron arrancados de sus pacíficos colegios
y de sus escuelas profesionales para ir a vivir a los cuarteles y trincheras,
o, como enfermeros, fueron empleados en el cuidado de los enfermos y
heridos. También tenemos, no pocos hermanos en el frente, donde algunos
ya han dejado la vida y otros han vuelto horriblemente maltrechos». A pesar
de todo, don Albera animaba a todos a continuar su misión con confianza:
«Seríamos hombres de poca fe si nos dejamos vencer por el desánimo.
Demostraríamos que ignoramos la historia de nuestra Pía Sociedad si, ante
las dificultades que parecen querer bloquear nuestro camino, nos detuvié-
ramos desconfiados. ¿Qué diría desde el cielo, donde nuestro dulce Padre
nos mira con amor, si nos viera débiles y desanimados al vernos menos en
número para cultivar ese campo que la Providencia ha asignado a nuestra
actividad? Oh, recordad, queridos, que Don Bosco nos reconocerá como
verdaderos hijos, solo, cuando nuestro valor y nuestra fuerza estén a la
altura de las graves dificultades que tenemos que superar. Y este coraje
y esta energía que nos es necesaria, debemos sacarla, ante todo, de la
piedad…»5).
A principios de 1916, el conflicto se intensificó. Don Albera comunicó
sus penas a los Cooperadores: «Crece, de día en día, el número de vidas
cortadas por la muerte, y mientras innumerables industrias languidecen
5 LC 182-183.

12 Pages 111-120

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12.1 Page 111

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El drama de la guerra (1914-1918) 109
y el comercio internacional amenaza con extinguirse –cosa que es muy
triste–, se debilita cada vez más, también, ese sentimiento de caridad
cristiana y de verdadera fraternidad que debería unir a todos los pueblos...
También son graves las angustia de la Familia Salesiana... Cuando estalló
la guerra, vimos a grandes grupos de Salesianos incorporarse a las armas...
¡en varios frentes, alineados bajo banderas opuestas!... Todos soportan con
admirable entereza las inevitables penurias de la guerra, y con la voz y el
ejemplo tratan de realizar un amplio apostolado del bien entre sus compa-
ñeros, no solo en los cuarteles y hospitales, sino también en el frente, en
medio de los duros esfuerzos en el campo, en medio del furor del combate
y en la misma vida fatigosa de las trincheras». Todo esto tuvo una fuerte
repercusión en las obras salesianas: «En parte, hubo que suspenderlas
y, en parte, habrían languidecido si los Salesianos restantes no hubieran
multiplicado su actividad. ¡Y con qué sacrificios! Interrumpidas tempo-
ralmente las relaciones con un gran número de celosos Cooperadores y
Cooperadoras, los medios de subsistencia se redujeron y, por ello, a pesar
del aumento del trabajo, tuvimos que soportar diversas privaciones. ¡Que
también los sacrificios de los hijos y cooperadores de Don Bosco, tanto
los que dan la vida por la patria como los que la dedican enteramente en
beneficio de los jóvenes más necesitados de ayuda, aceleren el regreso de
la paz a la tierra! Ese día continuaremos redoblando nuestros esfuerzos
para que los beneficios de la paz sean más rentables y duraderos. Oh, ¡si
estas palabras pudieran llegar a todos los Cooperadores y determinarlos,
desde ahora mismo, para un trabajo más intenso de restauración cristiana
según el espíritu de Don Bosco!… ¡Ánimo, mis queridos Cooperadores!
–concluía don Albera–. No faltan las oportunidades para multiplicar las
obras de misericordia corporales y espirituales, especialmente a nuestros
pequeños hermanos, es decir, a los jóvenes, y a cuantos necesitan cuidados
especiales, que no faltan en estos días. Trabajemos, por tanto, y trabajemos
juntos, si queremos lograr más, siguiendo fielmente las huellas de Don
Bosco. El Señor no dejará de bendecirnos»6).
El cuidado de los salesianos soldados
A lo largo de los meses, un número cada vez mayor de hermanos se
vieron obligados a llevar uniformes militares y partir al frente. Desapa-
6 BS 1916, 2-3.

12.2 Page 112

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110 Capítulo 8
recida la ilusión de una guerra efímera, además de las iniciativas puestas
en marcha el año anterior para apoyar, acompañar y ayudar «moral y
materialmente» a los llamados a las armas, el 15 de febrero de 1916, don
Albera propuso al Capítulo Superior, una acción más coordinada entre los
líderes de la Congregación, los inspectores y directores locales, para el
cuidado de los Salesianos reclutados. Se les invitó a mantener una corres-
pondencia regular con los superiores y hermanos, para enviar un relato
personal detallado a su director cada dos meses. Cada uno recibía, todos los
meses, el Boletín Salesiano, acompañado de una carta del Rector Mayor.
La primera de estas circulares mensuales está fechada el 19 de marzo de
1916. Contiene un programa al que se hará referencia constantemente en
las siguientes cartas:
«En las santas y fructíferas batallas de la enseñanza fuisteis incan-
sables... Ahora la Patria os pide, también, las energías físicas, y habéis
respondido con entusiasmo a esta petición, y con la hilaridad, que es
habitual en vosotros, estáis dispuestos a hacer cualquier sacrificio. Tanta
nobleza de propósitos, tanta gallardía de virtud, os han colocado en un
grado, en una dignidad muy altos, de la que derivan nuevos deberes para
vosotros. Y son estos deberes los que os recomiendo que tengáis constan-
temente delante de vuestros ojos, para ser siempre y en toda circunstancia
dignos hijos de Don Bosco.
Por lo tanto, mis amados hijos, procurad santificar todas vuestras
acciones viviendo en unión con Dios. Dirigid, constantemente, vuestros
pensamientos y vuestros afectos hacia Él, y Él os mantendrá firmes
en la virtud, os infundirá fuerza y valor en las horas de depresión y de
desánimo; no dejará que os falte, ni por un momento, la energía necesaria
para cumplir, con honor, todos vuestros deberes. Quizás no podáis tener
mucho tiempo para dedicarlo a la piedad, pero, por eso, debes dedicarlo
todo, de modo que vuestra piedad sea una piedad de acción, que engloba e
invada, por decirlo así, todos los momentos de vuestra vida.
Que no os turbe el estrépito de las armas; que no os distraiga la novedad
y variedad de vida, los continuos sacrificios, que debéis afrontar, que,
en lugar de debilitar vuestro carácter, sean en vuestras manos, medios
efectivos para fortaleceros cada vez más en la fe, y superar victoriosamente
cualquier peligro que pueda socavar vuestra perseverancia en el bien.
Que resplandezcan, además, en todos vuestros actos, la bondad y la
dulzura de vuestro ánimo. Este debe ser vuestro carácter habitual; en
este carácter habéis sido formados, en él debéis deben perseverar; en él
debéis ser el signo que os haga conocer como hijos de Don Bosco. Por eso,

12.3 Page 113

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El drama de la guerra (1914-1918) 111
continuando la tradición de vuestra vida, estad siempre dispuestos para
cualquier servicio a vuestros camaradas, sed los primeros en ayudarlos
en todas sus necesidades, vean todos resplandecer en vuestro corazón una
llama ardiente de caridad que os haga incansables para toda obra buena.
No os faltarán las oportunidades, no las dejéis desaprovechar, es más,
aprovechadlas todas, y os aseguraréis las bendiciones del cielo y el amor de
vuestros hermanos, de esta manera seréis faros luminosos de buen ejemplo
y, casi inconscientemente, haréis un gran bien, imitando al Apóstol, que se
hacía todo para todos por ganar a todos para Jesucristo”7).
La incontable correspondencia de los salesianos soldados, conservada
en los archivos, demuestra la eficacia de la iniciativa. A través de la carta
del Rector Mayor se sintieron unidos en espíritu a la Congregación y a
su misión, fueron apoyados moral y espiritualmente, animados a perma-
necer fieles a la propia consagración, a mostrarse en todas partes hijos
dignos de Don Bosco, modelos de virtud para sus camaradas soldados,
apóstoles incansables por el bien de las almas. Un clérigo le escribió a don
Albera: «Qué suerte tengo cuando, en momentos de tranquilidad, hojeo
sus preciosas circulares. Qué mina de consejos, de fuerza, de ilusión para
luchar; qué ardiente deseo de perseverar, de mantener alto y honrado,
el estandarte en torno al que nos llamó Don Bosco; qué gozo sentir la
conciencia tranquila, un corazón inflamado con cada una de sus buenas
palabras. Entonces revivimos nuestra vida. Dormirse por la noche con sus
circulares en la mano, y poder soñar con queridos hermanos lejanos, es una
alegría entre tanta nostalgia”8).
Otros le confían sus fatigas: «Ayer he recibido su queridísima carta.
La volví a leer afectuosamente y cuanto más la examino, más me siento
lejano del mismo espíritu. Oh ¡cuánto se pierde alejándose de la fuente!
Lamento causarle dolor, pero en honor a la verdad es así. Para consuelo de
su gran buen corazón, le aseguro que sus consejos y exhortaciones me son
de gran ayuda en la lucha por oprimir mis infinitas malas inclinaciones.
Con gran ansiedad espero sus queridísimas cartas que son para mí stella
maris y trato de practicarlas, pero, dado el mal terreno y los grandes incon-
venientes, casi todo se desvanece pronto. Cuando estoy en reposo, así que
disfruto de los medios de nuestra santa religión, me siento revivir, pero
esterilizado en línea. ¡Oh, qué sequía!»9).
7 Lm n. 1.
8 ASC B0421101, P. Di Cola, 04.01.1918.
9 ASC B0410679, G. Conti, 20.02.1918

12.4 Page 114

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112 Capítulo 8
Muchos declaran sentirse confirmados en su vocación entre los horrores
cotidianos: «El capellán pasa, frecuentemente, bendiciendo esos cuerpos
despedazados por la metralla, esos cuerpos traspasados. Mi oración más
común son los innumerables requiem que recito por los queridos difuntos
que están a mi lado, apagados por el plomo enemigo. Dicen que la vida
militar es un gran peligro para la vocación religiosa. Yo, gracias a Dios,
puedo decir que nunca la he sentido tan arraigada, nunca había sentido la
necesidad de volver a mi Congregación, entre mis queridos jóvenes, entre
mis queridos Hermanos. Siempre recuerdo las queridas solemnidades,
los patios ruidosos, las inolvidables horas de la mañana en el templo, las
oraciones y los grandes dolores, ¡embellecidos al pie de ese altar! Leo con
avidez el Boletín que me llega regularmente, y más todavía sus circulares,
Padre amado, que siempre me dan una nueva ilusión de vida, aunque
tuviera que leerlas cien veces»10).
«Padre amado, no es la costumbre sino el cariño sincero y la gratitud
lo que me empujan a escribirle. Oh, si pudiera volar cerca de usted, abrirle
mi corazón, decirle tantas cosas, que le quiero tanto que, por usted, por
la Congregación, por el bien, sufro y cumplo con mi deber lo mejor que
puedo. La situación es terrible, pero hasta ahora, con la ayuda de Dios,
todo ha ido bien. Ánimo, querido superior, en la terrible prueba actual, que
le sirva de consuelo saber que los hijos lejanos aprecian cada vez más su
hermosa vocación y se sienten cada vez más apegados a la Congregación y
añoran el día en que puedan volver a sus queridas ocupaciones»11).
Incluso en los momentos más dramáticos, los Salesianos que estaban en
el frente se sintieron reconfortados por la fe, asistidos por la Divina Provi-
dencia, dispuestos a ofrecer sus sufrimientos por el bien de la Congre-
gación: «Superabundo gaudio in omni tribulatione mea [desbordo de gozo
en todas mis tribulaciones] –escribió un hermano sacerdote después del
desastre de Caporetto–. Agradezco sinceramente al Señor que me hizo
sufrir tanto. Esta para mí es la mejor señal de que el Señor no solo no
me olvida, sino que me ama mucho. Y le estoy muy agradecido por eso.
En momentos en que el agotamiento había llegado al punto de hacerme
incapaz de tragar un bocado de pan... y mientras decenas de miles de
personas, aglomeradas en las calles y plazas de un pueblucho buscaban
cómo alimentarse, la Providencia me envió una taza de caldo caliente y
de una manera realmente extraña. Deseo asegurarle que nunca olvido que
10 ASC B0420502, E. De Angelis, 28.06.1917.
11 ASC B0440538, E. Provera, 20.04.1916.

12.5 Page 115

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El drama de la guerra (1914-1918) 113
soy hijo de Don Bosco; que como Salesiano sufro de muy buena gana,
feliz de hacer la voluntad del Señor en todo, convencido de que mis sufri-
mientos beneficiarán también a mi querida Sociedad, a la que amo como
mi familia»12).
La enorme pérdida de vidas humanas multiplicaba el número de
huérfanos. El 6 de abril de 1916 don Albera comunicó al presidente del
Consejo de Ministros la decisión de fundar una casa en Pinerolo para acoger
a los huérfanos de guerra: «A pesar de que más de una cuarta parte de mis
maestros y asistentes han sido llamados a las armas y que los recursos
de la beneficencia pública se han desvanecido casi del todo, sin embargo,
confiando en la Divina Providencia, en la caridad de las almas generosas y
en el apoyo de las autoridades, he decidido abrir un instituto adecuado para
jovencitos de ocho a doce años, que se encuentran abandonados, o porque
son huérfanos de madre y el padre está en el ejército, o porque perdieron
a su padre en la guerra… Tengo la firme confianza de que querrá prestar
todo el apoyo de su autoridad a esta obra… que tiene como finalidad la
educación e instrucción de los jovencitos para formar honrados y labo-
riosos ciudadanos»13). La misma disponibilidad demostraron las Hijas de
María Auxiliadora.
El último año de la guerra
Los pocos hermanos que quedaron en las casas estaban sobrecargados
de trabajo. El Rector Mayor los exhortaba constantemente a una disponi-
bilidad heroica al servicio de los jóvenes. Sus sufrimientos y sus penali-
dades podrían convertirse en instrumentos de purificación y de perfeccio-
namiento espiritual. En tales coyunturas era necesario que los directores
e inspectores se convirtieran en maestros y modelos de vida religiosa, de
espíritu de piedad, de observancia, de caridad y de celo. En agosto de 1917
comunicó el agravamiento de la situación: «La llamada a una nueva visita
de los reformados [los reservistas] se llevará a otros muchos hermanos.
Nuestros clérigos, que antes soportaban en gran medida la carga de la asis-
tencia, ya no pueden hacerlo porque, ahora, casi todos prestan el servicio
militar». Así, empezó a fallar el personal indispensable para el normal
funcionamiento de las obras. En noviembre de 1917 se hizo un recurso al
12 ASC B0440224, P. Osenga, 15.11.1917.
13 BS 1916, 131.

12.6 Page 116

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114 Capítulo 8
Primer Ministro para obtener la dispensa de una veintena de salesianos
«indispensables e insustituibles como directores y administradores de
institutos», para no verse obligados a cerrar diecisiete obras «dejando a
4.000 alumnos en la calle, en su mayor parte necesitados de acogida»14).
La derrota de Caporetto (24 de octubre de 1917) fue un drama de
inmensas proporciones para Italia, con miles de refugiados. «Asistiendo en
estos días al doloroso espectáculo de tantos pobres refugiados, que acuden
en masa a nuestras ciudades y pueblos desde las regiones donde se libra la
batalla, llegando en tales condiciones que no pueden satisfacer ni las nece-
sidades más imperiosas de la vida, –escribía don Albera a los salesianos
soldados el 24 de noviembre– he dispuesto, inmediatamente, que casi un
centenar de niños refugiados de entre 12 y 14 años, fueran alojados en el
Oratorio; al mismo tiempo, he hecho un llamamiento a todos los directores
de nuestras casas de Italia para que acogieran al mayor número posible de
jóvenes»15). En aquellos días, más de cuatrocientos niños fueron acogidos
en varios colegios. Otros, más de mil, serán acogidos gratuitamente por los
Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora en los próximos meses y años.
Donde la situación lo permitía, los Salesianos de Francia, Bélgica, Gran
Bretaña, Polonia, Austria, Eslovenia y Croacia, harán lo mismo.
En la carta a los Cooperadores de enero de 1918, don Albera escribe:
«En las circunstancias anormales en las que nos encontramos, tanto los
Oratorios festivos como los hospicios y colegios y otros Institutos sale-
sianos florecen y desbordan de jovencitos. Si esto puede decirse que es
admirable en los países neutrales, con más razón debe decirse que es
prodigioso en los países donde se combate... A un rasgo tan amoroso de
la Divina Providencia se une la estima, en la que son universalmente cele-
brados, la memoria del venerable Don Bosco y su apostolado... No hay casa
de la obra de Don Bosco que no haya abierto sus puertas a los hijos de los
llamados a filas, o de los que murieron en la guerra, ni a los refugiados, ni
a los propios soldados». Y exhortaba a los Cooperadores a imitar el celo
de Don Bosco en la devoción a María Auxiliadora, a Jesús Sacramentado
y en el compromiso de hacer florecer las vocaciones y obras salesianas16).
Ese año caía el jubileo de oro de su ordenación sacerdotal. Se hicieron
varias demostraciones en su homenaje. Los salesianos soldados le ofre-
cieron un cáliz de oro. Se lo agradeció en la circular del 24 de enero, apro-
14 ASC E443, A. Conelli, 14.11.1917.
15 Lm n. 20.
16 BS 1918, 1-2.

12.7 Page 117

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El drama de la guerra (1914-1918) 115
vechando para instarlos a permanecer fieles al espíritu de sus orígenes:
«Como el agua, cuanto más se aleja de su fuente, más pierde su natural
limpidez para convertirse en una ola fangosa, así el espíritu de un instituto
religioso, cuanto más se aleja del Fundador y de quienes tuvieron la suerte
de vivir con él largos años, más pierde su integridad original... Cuántas
cosas ajenas, si no tenemos cuidado, van, poco a poco, infiltrándose en
nosotros; ¡y cuántas, propias del espíritu del venerable Don Bosco, se dejan
caer, aquí y allá, en desuso! Habiendo tenido la gran fortuna de convivir
con nuestro venerable Padre durante muchos años y de disfrutar de su
confidente intimidad, puedo decir que tuve la oportunidad de penetrar bien
el espíritu que lo animaba... Don Bosco eligió, como patrón de su obra,
a san Francisco de Sales, porque quería que sus hijos imitasen, en todo
momento, su gran actividad en el bien, el ardiente amor de Dios y la inal-
terable dulzura con el prójimo. Y, para hacer más efectivo este modelo, lo
imitó, sobre todo, en sí mismo, dándole toda la modernidad que requiere
nuestro tiempo. Por tanto, si queremos poder decir que somos verdadera-
mente Salesianos, no solo debemos intentar poseer estos tres elementos
constitutivos del espíritu de Don Bosco: actividad, amor de Dios y dulzura
hacia el prójimo, sino también poseerlos armoniosamente unidos como lo
estaban en él»17).
El 24 de mayo de 1918 se celebró el cincuentenario de la consagración
del santuario de María Auxiliadora. Hubo celebraciones especiales y pere-
grinaciones de varias partes del Piamonte. Después de las vacaciones, don
Albera, exhausto, tuvo que retirarse a Oulx para descansar un poco. El 1 de
agosto tuvo la alegría de asistir a la bendición del templo de Maria Auxi-
liadora en I Becchi, frente a la casa de Don Bosco. Al día siguiente celebró
allí la misa, en presencia del Capítulo Superior, del Consejo General de
las Hijas de María Auxiliadora y de una representación de huérfanos de
guerra y alumnos de los institutos salesianos.
El 11 de noviembre de 1918, con la capitulación de Austria, terminó la
«inmensa masacre» de la guerra. Los Salesianos contaron las pérdidas:
de dos mil Salesianos europeos llamados a las armas; los hermanos que
murieron en la guerra fueron unos ochenta; muchos más resultaron heridos.
Otros, conmocionados en su psique y en el espíritu, tuvieron que dejar la
Congregación. Pero los veteranos regresaron en gran medida fortalecidos
en espíritu y en el carácter, animados de generosos propósitos. Muchos de
ellos, en el decenio siguiente, formaron la columna vertebral de las expe-
17 Lm n. 22.

12.8 Page 118

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116 Capítulo 8
diciones misioneras a Asia, África y América, mostrando una capacidad
de adaptación y de generosidad increíbles. Todos dejaron testimonios de
caridad apostólica y de santidad. Entre los muchos podemos recordar a
los futuros obispos, Gaetano Pasotti, Stefano Ferrando, Louis Mathias,
Giovanni Lucato, Jean-Baptiste Couturon; los sacerdotes Pierre Gimbert,
Joseph-Auguste Arribat, Costantino Vendrame, Carlo Crespi, Carlo Braga,
Antonio Cavoli, Jean Tanguy, Luigi Albisetti y decenas de otros.

12.9 Page 119

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117
Capítulo 9
EL SERENO DECLIVE (1919-1921)
1920-1921
Acabada la guerra, en enero de 1919 don Albera invitó a los Coopera-

12.10 Page 120

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118 Capítulo 9
dores a rezar para que se pudiese tener «una paz justa y duradera». Recordó
lo que se había hecho el año anterior, en particular la acogida de tres-
cientos huérfanos de guerra y quinientos pequeños refugiados. Enumeraba
las nuevas fundaciones: los oratorios de Turín, en Borgo San Paolo y en
el barrio de Monte Rosa, el instituto de Livorno, la escuela agrícola de
Mandrione, en Roma, el oratorio y el internado en Fiume; la casa para
jóvenes trabajadores en Würzburg en Baviera, el orfanato de Kielce y el
estudiantado de Cracovia en Polonia; la casa de formación Cold Spring y
el internado Williamsbridge en los Estados Unidos. También recordó las
numerosas nuevas obras de las Hijas de María Auxiliadora. Finalmente,
presentaba el programa de acción para el nuevo año, especialmente en los
países de misión, y exhortaba a los Cooperadores a multiplicar su celo en
la educación de los jóvenes «para la restauración cristiana de la sociedad»:
«Considerad, o beneméritos Cooperadores, que la sana educación de las
nuevas generaciones será siempre el medio más sencillo, y más práctico, de
hacer cristiana la sociedad. Pero para que los frutos de una buena educación
consigan triunfar en medio del mal que existe en el mundo, es necesario
multiplicarlos, multiplicando los incansables defensores y celosos propa-
gandistas de este santo ideal. Si los Cooperadores salesianos, por ejemplo,
que suman más de cien mil, solo en Italia, hicieran ellos mismos este santo
apostolado, ¡qué mayor bien para la religión y para la Patria!»1).
El 15 de marzo, mientras se celebraba la misa de la trigésima en sufragio
del ecónomo general Clemente Bretto, Albera sufrió un leve infarto. Se vio
obligado a descansar un poco más por la mañana y caminar un poco por
la tarde. En cuanto se sintió mejor retomó el ritmo habitual, con un horario
bien marcado: levantarse a las 5; meditación a las 5.30; misa a las 6; de 7 a
9 en la oficina para la correspondencia; luego audiencias hasta el mediodía.
Por la tarde, después de un cuarto de hora de descanso, trabajo en la oficina
desde las 14.30 horas hasta la lectura espiritual y la bendición de la tarde.
El 20 de abril envió una circular a inspectores y directores sobre la
dulzura que debe practicarse en el ejercicio de la autoridad, propo-
niendo como modelos a Jesucristo, san Francisco de Sales y Don Bosco.
El 7 de mayo partió hacia Florencia y Faenza. Regresó a Valdocco para la
novena de la Auxiliadora. En junio participó en el convenio especial de los
Exalumnos de Turín. Sin embargo, su salud empeoraba cada vez más. En
julio escribió a una superiora de las hermanas salesianas: «El lunes, hace
ocho días, me sentí de nuevo con molestias. Durante toda la semana casi no
1 BS 1919, 2-7.

13 Pages 121-130

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13.1 Page 121

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El sereno declive (1919-1921) 119
me fue posible escribir: con mucho dolor pude firmar solo algunos papeles
importantes. Hoy es la primera vez que intento escribir y os escribo a
vosotras. Como veis empiezo a manejar un poco la pluma, pero muy lenta-
mente y con esfuerzo. Os escribo para deciros que no debéis creer que
esté muy enfermo. Quizás un poco de descanso me arreglará. Mañana por
orden del médico, si Dios quiere, iré a Cuorgné y permaneceré allí ocho
o diez días; Espero que el aire de las montañas me haga bien. No tengo
apetito y casi no puedo dormir. No me faltan los problemas y, a menudo,
son bastante graves… Espero mucho de vuestras oraciones. Se haga, en
todo, la voluntad de Dios»2).
Tras unos días de descanso se dirigió a Pinerolo para la entrega de
premios a los huérfanos. Luego fue a Nizza Monferrato para los ejercicios
espirituales de las directoras. Cada vez estaba más débil. El médico le
ordenó descansar durante cuatro semanas en Cuorgné, pero quince días
después estaba de regreso en Turín. A finales de septiembre volvió a
predicar a Nizza Monferrato.
En la carta circular del 24 de septiembre recomendó a los Salesianos el
cuidado de las vocaciones. Con gran dolor, escribió, numerosas propuestas
de fundación tuvieron que ser rechazadas por falta de personal: «¿Cuándo
se renovará el hecho consolador de que cada casa, cada oratorio festivo dé
su aportación de vocaciones salesianas?... No trabajamos completamente
según el espíritu de nuestro venerable Padre Don Bosco, si no ponemos
todo el empeño en cultivar las vocaciones»3).
Vuelto a la sede, fue invitado por el cardenal Cagliero a pasar unos días
de paz en Castelnuovo. No encontró mejora, por el contrario, se acentuó
la paresia del brazo derecho. Sin embargo, en la segunda quincena de
noviembre fue a Roma para algunos asuntos de la Congregación. El 30 de
noviembre fue recibido por el Papa y escribió a los inspectores: «No sabría
expresaros plenamente la íntima satisfacción que sentí cuando pude decirle
personalmente al Santo Padre que los Salesianos habían previsto la apli-
cación práctica del cálido llamamiento que el Papa dirigió al mundo entero
a favor de los niños pobres de Europa central con la paterna encíclica de
hace diez días. Ya que, precisamente, en estas mismas regiones habíamos
abierto, durante este año 1919, nuevas y capaces instituciones para acoger
al mayor número de jóvenes pobres...»4). Se refería a la encíclica Paterno
2 Garneri 373.
3 Garneri 375.
4 Garneri 376.

13.2 Page 122

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120 Capítulo 9
iam diu del 24 de noviembre, en la que el Pontífice presentaba al epis-
copado católico la dramática situación de los niños de Europa central,
que vivían en condiciones de extrema miseria y hambre, y los invitaba a
movilizarse. Los Salesianos ya lo habían hecho organizando, orfanatos y
centros de asistencia, en todas las naciones afectadas por la guerra. Pero
don Albera quiso agregar algo más, para responder al llamamiento papal,
y asignó otro instituto en el Piamonte, el de Perosa Argentina, para acoger
y cuidar a los huérfanos de Europa central.
El día de la Inmaculada, en la basílica del Sacro Cuore, el cardenal
Cagliero celebró el trigésimo quinto aniversario de su ordenación episcopal.
Don Albera hubiese querido volver a Turín por Navidad, pero fue retenido
en la capital hasta principios de febrero.
En la carta a los Cooperadores, de enero de 1920, contó la audiencia
pontificia y anunció que la inauguración del monumento a Don Bosco se
había fijado para mayo, en conjunción con los congresos internacionales
de los Cooperadores, de los Exalumnos y de las Exalumnas. Presentó las
casas abiertas en 1919: seis en Italia, cuatro en Baviera, dos en Viena, una
en Hungría, una en Yugoslavia y una en Irlanda. Recordó que la mayoría
de las casas salesianas de Europa se habían movilizado «para aliviar las
extraordinarias penurias de tantos jóvenes pobres de Europa central,
cuyas graves necesidades fueron el objeto de la última encíclica del Santo
Padre». Luego añadió: «La resucitada Polonia vio llegar a los Salesianos
en seis centros para asumir diferentes obras: en Różanystok (Grodno), una
parroquia y un gran instituto con capacidad para 700 jóvenes para escuelas
profesionales y agrícolas; en Aleksandrów, otra parroquia y una escuela
secundaria con 300 jóvenes; en Varsovia, una iglesia pública con escuelas
populares externas y escuelas profesionales; en Cracovia, una cuarta
parroquia y un oratorio festivo; en Przemyśl, un hospicio para jóvenes
pobres y abandonados; finalmente, en Klecza Dolna, una casa de tirocinio
para la formación del nuevo personal salesiano. Que el Señor bendiga la
fe ancestral y alivie los sufrimientos de esas generosas poblaciones». Se
habían abierto otras casas en América y nuevas residencias misioneras en
el vicariato de Shiu-Chow y en el Chaco Paraguayo. También enumeró las
veintiuna nuevas obras de las Hijas de María Auxiliadora5).
De regreso a Turín, en febrero escribió una carta circular en la que, tras
hablar del monumento a Don Bosco querido por los Exalumnos, exhortaba
a los Salesianos a ser monumentos vivos del Fundador, es decir, «a hacer
5 BS 1920, 3-6.

13.3 Page 123

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El sereno declive (1919-1921) 121
vivir en sí mismos sus virtudes, su sistema educativo, todo su espíritu, para
transmitirlo siempre fecundo y vital de generación en generación». Sobre
todo, los invitaba a imitar «esa afectuosa preocupación por los jóvenes,
que era el secreto de su maravillosa influencia sobre ellos», siguiendo las
indicaciones ofrecidas en la carta de Roma del 10 de mayo de 18846).
La inauguración del monumento en la Plaza de María Auxiliadora
estuvo asociada a una serie de eventos destinados a revitalizar la Familia
Salesiana después de los trastornos de la guerra. El 19 de mayo se inauguró
una exposición de los programas de las escuelas profesionales y agrícolas
salesianas, que pretendía «dar una idea precisa y orgánica de lo que los
Salesianos pretenden hacer en el futuro, es decir, demostrar hacia dónde
tienden sus esfuerzos y qué perfección quieren alcanzar» para responder
a las nuevas necesidades y para «cooperar en la formación de una mano
de obra técnicamente perfecta y de ciudadanos de sentimientos cris-
tianos»7). Entre el 20 y el 22 de mayo, tuvieron lugar, simultáneamente,
los congresos internacionales de los Cooperadores, de los Exalumnos y
de las Exalumnas, con reuniones separadas y con momentos comunes. La
asamblea general final se celebró en el teatro de Valdocco con tres mil
participantes. Don Albera pasó de un congreso a otro. Intervino con breves
discursos, pero causó una gran impresión al presentar, en todas partes,
la actualidad del espíritu de Don Bosco y de su obra. La ceremonia de
inauguración del monumento se celebró el 23 de mayo, solemnidad de
Pentecostés, en presencia de seis mil alumnos salesianos, tres mil congre-
sistas, autoridades religiosas, civiles y militares. Al día siguiente se celebró
la fiesta de María Auxiliadora con una extraordinaria participación de
devotos y de peregrinos.
Luego, don Albera quiso ir a Milán para la consagración de la iglesia de
San Agustín. También pasó por Verona. Fue un viaje incómodo, a causa de
las huelgas y de las violentas agitaciones obreras de ese período, que los
historiadores llamarán «el bienio rojo» (1919-1920). El 28 de junio llegaron
a Valdocco cien niños de Europa central para encontrarse con el Rector
Mayor. Cincuenta estaban a punto de regresar a su tierra natal después de
pasar unos meses en la casa de Perosa Argentina para mejorar su salud.
Otros cincuenta habían llegado de Viena para reemplazarlos. El hecho está
documentado en el Boletín Salesiano con una foto de grupo: «Los cien
pequeños vieneses confraternizaron, durante varios días, con los jóvenes
6 LC 312.
7 BS 1920, 191.

13.4 Page 124

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122 Capítulo 9
del Oratorio y, antes de que la primera caravana regresara a Viena y la
segunda partiera hacia Perosa Argentina, donde transcurrir alegremente
estos meses de verano, quisieron posar con su bienhechor, el sucesor de
Don Bosco. Es imposible decir cuánto gozó el corazón de don Albera al
ver la gratitud sincera, intensa y conmovedora de los pequeños beneficia-
rios»8).
En el mes junio se publicó el primer fascículo de las Actas del Capítulo
Superior, órgano oficial de prensa de la Dirección Central Salesiana. El
4 de octubre se bendijo, en Mondonio, el monumento a Domingo Savio,
con la participación del Rector Mayor y del cardenal Cagliero. El día 18
se publicó la intensa circular, en la que Albera proponía Don Bosco a los
Salesianos como «modelo en la adquisición de la perfección religiosa, en
la educación y santificación de los jóvenes, en el trato con el prójimo y
en el hacer bien a todos». En esa carta circular encontramos testimonios
autobiográficos muy intensos sobre la vida interior del Fundador, sobre
su eficaz poder afectivo, sobre la extraordinaria capacidad de infundir el
amor de Dios en el corazón de los jóvenes, sobre su ardor apostólico y
educativo. Entre otras cosas, escribía: «El concepto animador de toda su
vida fue trabajar por las almas hasta la total inmolación de sí mismo, y eso
quería que hicieran sus hijos. Pero, este trabajo, lo hacía siempre tranquilo,
siempre igual a él mismo, siempre imperturbable, ya sea en las alegrías o
en las penas; porque, desde el día en que fue llamado al apostolado, ¡se
había arrojado del todo en los brazos de Dios! Si trabajar siempre hasta la
muerte es el primer artículo del código salesiano, que él escribió más con
el ejemplo que con la pluma, arrojarse en los brazos de Dios y no apartarse
nunca de él fue su acto más perfecto. Lo hizo a diario, y debemos imitarlo
de la mejor manera posible, para santificar nuestro trabajo y nuestra alma»9).
El 24 de octubre, en compañía del cardenal Cagliero, presidió la función
de despedida de los misioneros. El 8 de diciembre partió hacia Roma. Se
reunió con el Papa, a quien presentó la nueva edición, en dos volúmenes,
de la Vida del Venerable Siervo de Dios Juan Bosco de Giovanni Battista
Lemoyne.
Durante su rectorado había reiterado, a menudo, la importancia de la
formación de los Salesianos. Volvió sobre el tema en una extensa circular,
reservada a los Inspectores, de noviembre de 1920. Les recordó su respon-
sabilidad en el cuidado «de los jóvenes hermanos, ya fuesen clérigos o
8 BS 1920, 198.
9 LC 335.

13.5 Page 125

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El sereno declive (1919-1921) 123
coadjutores: estos, de hecho, no pueden tener esa formación religiosa y
salesiana, tan necesaria para hacer el bien entre los jóvenes. Por tanto, a los
directores les corresponde usar toda la diligencia, como haría un padre, y
quisiera decir que una madre, en torno a sus hijos, para formar su corazón y
su mente según el corazón y la mente de Don Bosco... Debemos dar gracias
con toda el alma a María Santísima Auxiliadora por la visible protección
que les ha dado a estos buenos hijos durante la terrible prueba de la guerra...
Que sea nuestro compromiso nutrirlos ahora con abundante y sano espíritu
eclesiástico y con abundante y sana ciencia eclesiástica». Luego añadió
una nota que debe entenderse en el contexto de sus esfuerzos por dotar a la
Congregación de casas de formación bien organizadas: «Ahora, afortuna-
damente, casi todos los clérigos pueden ser acogidos en los estudiantados
de filosofía y la mayoría en los de teología, a pesar de la gran escasez de
personal... Tened el máximo cuidado en elegir hermanos que sean expertos
en las disciplinas eclesiásticas que tienen que enseñar, estableced un horario
suficiente para el desarrollo normal de las materias, exigid estrictamente
que todos puedan asistir, y asistan realmente con toda regularidad, a las
diversas lecciones e informaos, de cuando en cuando, cómo proceden estas
escuelas, con qué diligencia se enseña y qué provecho sacan los clérigos».
También recomendó prestar especial atención a la enseñanza de la teología
dogmática y de la moral, ya que, «nuestros sacerdotes, además de que sean
buenos profesores, buenos educadores, también deben ser expertos confe-
sores y predicadores, pero no pueden ser ni lo uno ni lo otro si no estudian,
en profundidad, estas dos materias fundamentales»10).
1921
Las fuerzas se iban debilitando, los problemas de salud aumentaban de
día en día y él presagiaba su próximo final. Sin embargo, en comparación
con años anteriores, una profunda serenidad llenaba su corazón. En la
carta a los Cooperadores, de enero de 1921, sintió la necesidad de recordar
su primer encuentro providencial con el Fundador: «¡Cuando pienso en el
día en que, siendo un niño de trece años, fui acogido caritativamente por
Don Bosco en el Oratorio, me invade un estremecimiento de conmoción
y, a una a una, me vienen a la mente las gracias casi innumerables, que el
Señor me reservaba en la escuela de este dulcísimo Padre!
10 ASC E223, dactilografiado con firma autógrafa, 4.11.1920.

13.6 Page 126

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124 Capítulo 9
Pero, cuántos deben repetir conmigo: “¡Todo se lo debemos al venerable
Don Bosco! Nuestra educación, nuestra instrucción y, no pocos, la vocación
misma al sacerdocio, se las debemos a las preocupaciones paternas de ese
hombre de Dios, que alimentaba por sus hijos espirituales un afecto santo
e insuperable”.
Por eso, por encima de toda persona querida, está en nosotros su
recuerdo, unido a la más alta admiración por su extraordinaria santidad y
por la grandeza de la misión, a la que, ¿cómo no reconocerlo?, fue llamado
por Dios.
Cada año que pasa, su imagen paterna, en lugar de perder algo de la luz
encantadora, que nos la hacía tan venerada, nos parece más luminosa y se
hace más vivo en nosotros el recuerdo de sus virtudes heroicas, mientras
su obra, consolidándose y ampliándose con el apoyo de todos los honrados,
nos hace repetir desde lo más profundo del corazón: digitus Dei est hic!
[Es el dedo de Dios] La obra de Don Bosco fue, verdaderamente, querida
por Dios y la sigue asistiendo con perenne bendición»11).
El último año de su vida estuvo lleno de actividad. A finales de enero
se fue a Francia. Visitó Niza, La Navarre y Saint-Cyr. Aquí tuvieron lugar
dos hechos extraordinarios. Le presentaron a una alumna de las monjas
que tenía que ser operada de garganta: la bendijo y a la mañana siguiente
estaba perfectamente curada. Una hija de María Auxiliadora, que tenía
una úlcera en una pierna, aplicó sobre la herida el algodón utilizado para
friccionar la mano dolorida de Albera y, poco a poco, la herida sanó. Desde
Saint-Cyr, el sucesor de Don Bosco se trasladó a Marsella, donde se reunió
con cientos de Cooperadores que querían su bendición. En Montpellier
fue recibido con gran cordialidad por el cardenal Anatole de Cabrières.
Después de haber visitado Savigny y Morges, le hubiera gustado continuar
hacia París, pero su salud empeoró. Fue visitado por un especialista, que le
diagnosticó trastornos circulatorios: «Es una arteriosclerosis cerebral, que,
sin embargo, ha dejado intactas las facultades mentales... La memoria, la
inteligencia, la lucidez de espíritu se han mantenido igual que antes; de
hecho, es sorprendente ver cómo recuerda cosas de hace treinta años»12).
Tuvo que volver a Turín.
En marzo escribió una amplia circular sobre Don Bosco modelo del
sacerdote salesiano. Invitaba a los hermanos a ser, como el Fundador,
«siempre sacerdotes en todo momento», comprometidos «en un estudio
11 BS 1921, 1.
12 ASC B0250605, copia dactilografiada.

13.7 Page 127

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El sereno declive (1919-1921) 125
asiduo y amoroso de los rasgos morales» para reproducirlos en ellos
mismos. Les exhortaba a tender «hacia una perfección cada vez mayor» en
la observancia de las Constituciones, en la oración, en la celebración de la
eucaristía y el sacramento de la penitencia, a encomendarse a la dirección
espiritual, a practicar el examen de conciencia diario para crecer en el
ejercicio de virtudes y en la santidad13). El 10 de marzo escribía al director
de San Nicolás de los Arroyos [Argentina]: «¡El Señor te confía el minis-
terio más delicado y más querido a su divino corazón! Por lo tanto, corres-
ponde con amor y gratitud duplicando tu celo. Ante todo, profundiza en la
ciencia de la dirección de las almas, que por su dificultad recibe el nombre
de ars artium; de modo que pueda decirle, luego, a Jesús: “¡Cuántos desca-
rriados me habéis enviado, todos, gracias a vuestra ayuda, los puse en
el buen camino!”. Recomienda la oración como medio indispensable para
corregirse y, tú mismo, utilízala mucho, consciente de esas palabras: Sine
me, nihil potestis facere [Sin mí no podéis hacer nada]…»14).
A partir de abril, su estado de salud fue agravándose y tuvo que limitar
su actividad. A mediados de mayo le escribió a una persona: «Me siento
sin energía. Todo me pesa en lo que se refiere a mi oficina. Es un malestar
en parte físico, que también proviene de muchos dolores inevitables de mi
cargo…». Tuvo un poco de paz durante las fiestas de María Auxiliadora.
De modo que todas las noches pudo ir al santuario para realizar largas y
devotas visitas. El 31 de mayo visitó el estudiantado teológico interna-
cional de Foglizzo, siendo recibido por clérigos de diecisiete nacionali-
dades. Durante la academia, abrumado por la emoción, se vio obligado
a retirarse. El 2 de junio en Parma dio una conferencia a los hermanos y
las señoras del patronato: todos lo vieron muy cansado. Continuó hasta
Módena, donde celebraron su setenta y seis cumpleaños. Durante el reci-
bimiento no tuvo fuerzas para hablar en público y tuvo que hacer grandes
esfuerzos por mantenerse despierto.
El 12 de junio, diez mil jóvenes de asociaciones católicas se reunieron
en la plaza de María Auxiliadora en el cincuentenario de la fundación del
primer círculo juvenil católico en Turín, para «rendir homenaje al apóstol
más moderno de la juventud» y expresar «el ardiente deseo de bien y de
amor que la juventud cristiana dirige hacia el futuro… ¡ante el bronce de
Don Bosco que fue el salvador de tantas generaciones, que es y será en el
tiempo el faro luminoso de la juventud que cree y obra en el bien!». Don
13 ACS 2, 134-172.
14 Garneri 396-397.

13.8 Page 128

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126 Capítulo 9
Albera contempló la ceremonia desde las ventanas del Oratorio. Fue reco-
nocido y aclamado varias veces. Se conmovió profundamente15). Esa noche
escribió: «Estoy muy débil… Don Gusmano sigue asistiéndome siempre y
ayudándome como un hijo hacia su padre. ¡Dios lo recompense!».
El 19 de junio asistió a la colocación de la primera piedra de la iglesia
del Oratorio «Michele Rua» en el barrio turinés de Monterosa. El 2 de julio
participó, en la fiesta titular, del nuevo Oratorio de «Borgo San Paolo».
Las dos obras, ubicadas en las periferias de la inmigración obrera, habían
sido expresamente queridas por él. Él mismo había elegido a los Sale-
sianos destinados a dirigirlas, hombres dotados de gran energía y creati-
vidad, animados por genuino espíritu salesiano. Aquellos nuevos Oratorios
sirvieron de estímulo para la revitalización inteligente y creativa del
espíritu, del método y de la misión oratoriana, reformulada en el agitado
contexto socioeconómico de aquellos años. Sirvieron de modelo para las
nuevas generaciones salesianas.
A pesar del gran calor estivo, quiso quedarse en Turín para no inte-
rrumpir su trabajo de correspondencia. El 10 de septiembre le llegó la
noticia del fallecimiento de Mons. Costamagna. En el necrologio escribió:
«Entre las muchas pérdidas sufridas por la Congregación en estos años
de mi rectorado, esta me aflige de una manera muy particular, porque con
Mons. Costamagna desaparece uno de los compañeros más queridos de mi
vida de estudiante aquí en el Oratorio y, por tanto, también uno de los ya
rarísimos hermanos que más tiempo y más íntimamente conoció y trató
con nuestro venerable Padre…»16). El 22 de octubre también fallecía Mons.
Giovanni Marenco. «Esta muerte –escribió a una Hermana– me ha entris-
tecido profundamente. He llorado mucho. ¡Hágase la voluntad de Dios!».
Sentía que aquellos eran los últimos días de su vida.
El 23 de octubre saludó a los misioneros que partían hacia el Assam
[India]. El día 24 asistió al funeral de Mons. Marenco. El día 27 participó
en la conmemoración del funeral de Mons. Costamagna. Por la tarde hizo
un paseo en carroza hasta la Madonna di Campagna. El 28 fue un día
de relativo bienestar. Celebró la misa a las seis de la mañana, luego dio
audiencia toda la mañana. Entre otras cosas, sugirió a don Rinaldi que
trasladara a Turín el estudiantado teológico internacional de Foglizzo. Le
dijo al ecónomo general: «Debemos hacer todo lo posible por multiplicar
las vocaciones, no solo para nuestra Pía Sociedad, sino también para las
15 BS 1921, 170-171.
16 ACS 7, 274.

13.9 Page 129

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El sereno declive (1919-1921) 127
diócesis. Esta es una gran necesidad de la Iglesia en la hora actual. Si
Don Bosco viviera, si Don Rua viviera, no descansarían hasta haber hecho
lo necesario con todas sus fuerzas. Debemos hacer lo mismo. Lamenta-
blemente, las ofertas han ido disminuyendo considerablemente desde
hace algunos meses: sin embargo, nos mantenemos firmes... Si recibimos
alguna oferta generosa, intentemos consagrarla para este propósito»17).
Luego acordó con el Prefecto general cómo celebrar el tercer centenario de
la muerte de San Francisco de Sales en 1922.
Cuenta don Barberis: «Por la noche caminaba con él y bromeó alegre-
mente a mis espaldas, recordándome una aventura sucedida años antes...».
Pasó una noche tranquila. Pero a las cuatro de la mañana se sintió abrumado
por la falta de aliento. Se levantó, llamó al secretario don Gusmano. Se
hizo venir al médico que constató la gravedad de la situación. Don Rinaldi
le administró la Unción. Mientras los hermanos se apretaban alrededor de
su cama, rezando por él, don Albera expiró. Eran las cinco y cuarto del 29
de octubre de 1921.
En la tarde de ese día, el cuerpo de don Albera, vestido con sobrepelliz y
estola, fue depositado en la iglesia sucursal de la plaza María Auxiliadora.
Fue visitada por una multitud de Salesianos, Hijas de María Auxiliadora,
Exalumnos, Cooperadores, alumnos y alumnas, autoridades religiosas y
civiles, amigos de la obra salesiana, personas de toda clase social.
Los funerales tuvieron lugar la tarde del 30 de octubre. El imponente
cortejo fúnebre recorrió las calles de Turín durante dos horas y media. El
cardenal Cagliero bendijo el féretro, que permaneció toda la noche en la
iglesia de María Auxiliadora. El día 31 se celebró la solemne misa fúnebre.
Luego el cuerpo fue transportado a Valsalice y enterrado cerca de la tumba
de Don Bosco.
En el Boletín Salesiano don Rinaldi trazó un retrato muy expresivo de
don Albera: «Dotado de inteligencia clara y penetrante, y de una memoria
prodigiosamente fácil y precisa, desde muy joven encauzó todo este
riquísimo caudal de energías para modelar su espíritu de la más sólida y
esclarecida piedad que debía ser su vida. Así comenzó sus lecciones en
la escuela de Don Bosco; grabando celosamente todas sus enseñanzas...
Incluso los demás estudios (porque fue un erudito asiduo y amante de
toda cultura sana) tuvieron esta impronta: que nutran la piedad y tengan la
impronta de la piedad. Y la piedad fue el secreto de su éxito... Tantas obras,
realizadas por un hombre tan parco en palabras, tan sobrio en el gesto, tan
17 Garneri 415.

13.10 Page 130

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128 Capítulo 9
mesurado en sus movimientos, casi nos sorprenden, pero adquieren mayor
valor y eficacia cuando regresan a su raíz, que es la vida interior de piedad,
en la que toda su vida se recogía, y recibía de ella la impronta de sencillez
y compostura que fue en él tan característica. El dicho de san Pablo: pietas
ad omnia utilis est [la piedad es provechosa para todo], tenía en él la plena
prueba, del hecho, que se revelaba en cada momento en la vida práctica...
La grandeza de la figura moral de don Albera, como Rector Mayor de
los Salesianos, está toda ella en el firme propósito de calcar fielmente, sin
restricciones y sin ninguna insinuación, las huellas de Don Bosco y de Don
Rua. Esta es la verdadera gloria de los once años de su rectorado…»18).
Rinaldi también escribió una amplia necrología para los Salesianos, en
la que presentó los rasgos relevantes de la persona y de la obra de don
Albera. Evidenció su compromiso por mantener intacta la huella dejada
por Don Bosco en la obra salesiana, su espíritu de oración, su ardiente
devoción eucarística y mariana, su amor al Papa y a la Iglesia, la constante
acción de promoción de los Oratorios festivos, de las misiones y de las
vocaciones. Concluía con una valoración del rectorado: «El Señor le dio el
consuelo de ver bendecidas sus fatigas, en el número de socios, aumentado
durante su Rectorado en 705, a pesar de los vacíos causados por la guerra;
en el número de casas que aumentó en 103; en las nuevas misiones abiertas
en África (en el Congo Belga), en Asia (en China y Assam), en el Chaco
Paraguayo; en las nuevas casas de noviciado y en los nuevos y florecientes
Oratorios festivos... Vio cómo la Santa Sede honraba a sus hermanos,
con la púrpura cardenalicia conferida a Mons. Cagliero, con la dignidad
episcopal conferida a cinco obispos residenciales, a tres vicarios apostó-
licos, a un prelado-nullius, con el nombramiento de un internuncio y dos
prefectos apostólicos. Vio, reconocida y honrada por el mundo, la modestia
de su virtud, en los diversos títulos y honores que le llegaron de academias,
de la sociedad, de ciudades, de asociaciones, del Gobierno italiano... El
Señor, finalmente, le concedió la gracia superar la ardua prueba de la
guerra y de ver a la Pía Sociedad retomar el ritmo de su vida, llegar a donde
ni Don Bosco ni Don Rua habían podido llegar –a la celebración de sus
bodas de oro [sacerdotales]– y así poner fin, verdaderamente, a su bendita
vida –in senectute bona. Esta última circunstancia providencial nos lleva
a reflexionar que Don Rua y don Albera no deben ser considerados como
simples sucesores de Don Bosco, sino como continuadores de su vida, que
18 BS 1921, 314-315 ; BSe 1922, 10-16.

14 Pages 131-140

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14.1 Page 131

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El sereno declive (1919-1921) 129
en ellos continúa y se desarrolla y alcanza su cumplimiento…»19).
Don Louis Cartier ofrece este bello perfil de él: «Dios le proveyó, mara-
villosamente, de dotes excelentes: inteligencia viva y penetrante, memoria
tenaz y fiel tanto en los mínimos detalles como en el conjunto, voluntad
fuerte al servicio de una dulzura inalterable de tono y de modales, corazón
sensibilísimo, cariñoso y compasivo. El desarrollo de estos talentos
naturales con un trabajo asiduo lo convirtió en maestro en las ciencias
profanas y religiosas, y le valió ese conocimiento profundo del corazón
humano, ese discernimiento de los espíritus y ese dominio de los hombres
que, con razón, le han conquistado la simpatía, el respeto y el cariño de
altas personalidades eclesiásticas y seculares. Espíritu observador, fino y
delicado, se daba cuenta de los más mínimos matices. Los ojos bajos y
entreabiertos, que parecían no ver nada y, sin que nada se les escapase, le
ayudaron a tener una concepción clara y profunda de las cosas»20).
19 ACS 9, 310-311.
20 L’Adoption, décembre 1921.

14.2 Page 132

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130 Capítulo 9

14.3 Page 133

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131
Segunda parte
LA CONTRIBUCIÓN
A LA ESPIRITUALIDAD SALESIANA

14.4 Page 134

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132 Segunda parte

14.5 Page 135

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 133
1. El magisterio de la vida
Tras recibir la noticia de la muerte de don Albera, don Giuseppe
Vespignani escribió desde Argentina: «Estamos convencidos de que el
difunto Rector Mayor fue la continuación de la vida, el espíritu y la acción
de Don Bosco y Don Rua; y que los tres forman la tríada espléndida,
supremamente providencial y admirable en nuestra Congregación»1). Es
verdad. Probablemente sin la dedicación y el carisma de estos discípulos,
colaboradores y sucesores suyos, tras la muerte del Fundador la empresa
salesiana habría agotado rápidamente su energía. Don Rua fue elegido por
Don Bosco como vicario con la tarea de estructurar la naciente Sociedad
Salesiana, organizarla, garantizar su desarrollo orgánico y solidez discipli-
naria.
A su vez, Don Rua nombró a Albera como Director espiritual de la
Congregación para consolidar la vida interior de los hermanos, inculcarles
el «espíritu» heredado del padre y garantizar caminos formativos más
lineales para las nuevas generaciones. Convertidos en rectores mayores,
ambos mostraron una gran responsabilidad en el mantenimiento y aumento
del patrimonio espiritual y pedagógico de Don Bosco. Con este fin se
comprometieron de palabra y de obra pero, sobre todo, con el testimonio
de la vida.
Don Albera fue particularmente consciente de la misión recibida.
También estaba angustiado porque sentía que no estaba a la altura. Los
cuadernos personales atestiguan su constante tensión espiritual, el
incesante trabajo ascético sobre sí mismo para alimentar el fuego de la
caridad que Don Bosco había encendido en su corazón desde su adoles-
cencia, y para lograr la competencia y santidad exigidas a su estado. La
intimidad de vida y obra con el Fundador le había convencido de que la
mejor manera de prolongar su espíritu en el tiempo y asimilar su carisma
era reproducir en sí mismo sus virtudes, celo y santidad. Don Bosco fue su
referencia constante. A lo largo de su vida trató de inspirarse en las ense-
ñanzas, el ejemplo y las acciones del Padre, para ayudar a los Salesianos a
hacer lo mismo.
En la circular enviada con motivo de la inauguración del monumento
a Don Bosco, recordó los años de juventud vividos junto a él, «respirando
casi su propia alma». Recordó el período que pasó en Valdocco después
de su ordenación, en el que pudo «disfrutar de su intimidad y extraer
1 Garneri 431.

14.6 Page 136

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134 Segunda parte
lecciones preciosas de su corazón». Luego agregó: «Durante esos años
principalmente, y aún más tarde, en las ocasiones siempre deseadas que
tenía que estar con él o acompañarlo en sus viajes, me convencí de que lo
único necesario para convertirme en su digno hijo era imitarlo en todo:
por eso, siguiendo el ejemplo de los numerosos hermanos más mayores,
que ya reproducían en sí mismos la forma de pensar, hablar y actuar del
Padre, traté de hacer lo mismo. Y hoy, después de más de medio siglo, os
repito también, que sois hijos como yo, y que, a mí, el hijo más anciano, me
habéis sido confiados por él: imitemos a Don Bosco en conseguir nuestra
perfección religiosa, en el educar y santificar a la juventud, en el tratar con
el prójimo, en el hacer el bien a todos»2).
Para ello insistió en la necesidad de conocer al Fundador, de estudiar con
amor su vida y sus escritos, de hablar de él, con frecuencia, a los jóvenes y
a los Cooperadores. También tenía una profunda veneración por la persona
de Don Rua, especialmente por el cuidado de la perfección incluso en las
pequeñas cosas que lo caracterizaba. Quería que los Salesianos lo conside-
raran unido orgánicamente a Don Bosco: «¿Por qué fue tan querido Don
Bosco? ¿Por qué estaban todos los corazones con él? - dijo durante el VII
Capítulo General a las Hijas de María Auxiliadora - Porque tuvo la suerte
de tener a su lado a un Don Rua, que siempre se encargaba de todos los
asuntos odiosos... Cuando [Rua] fue elegido Rector Mayor hubo quienes
temieron un gobierno riguroso: se vio, en cambio, cuánta bondad había
en su corazón. Pero esta seguirá siendo una de las páginas más hermosas
de su vida, y se verá cuánto contribuyó a la aureola de la que Don Bosco
estaba rodeado»3).
Según don Luigi Terrone, «El concepto principal que la gente tenía de
don Albera era que fuese un verdadero hombre de Dios, sacerdote ejemplar,
alma enteramente interior». Esta dimensión espiritual se hizo particular-
mente evidente en él: su comportamiento, su mirada, su forma de hablar
y de predicar revelaban a un religioso constantemente preocupado por las
cosas del cielo4). Tenía el don de una gran bondad natural, que perfeccionó
trabajando sobre sí mismo hasta el punto de convertirse en una persona de
exquisita cortesía que impresionaba. Insistió constantemente en la impor-
tancia que Don Bosco atribuía a la bondad y corrección en el trato con los
demás, sin distinción de condición y temperamento. Citaba a san Francisco
2 LC 331.
3 Garneri 437-438.
4 Garneri 485.

14.7 Page 137

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 135
de Sales para apoyar el valor y la eficacia de la buena educación como
expresión de la caridad cristiana, ya que «sirve admirablemente para evitar
fricciones, suavizar la angulosidad de los personajes, preservar la paz, la
comprensión mutua y una cierta hilaridad interior y de relaciones domés-
ticas»5). Fue el primero en dar ejemplo con su aspecto amabilísimo que
conquistaba a jóvenes y adultos.
Los hermanos que estaban a su lado dan testimonio de la riqueza de
sus virtudes: era prudente en las palabras y en las decisiones, humilde y
paciente. Mostró un espíritu constante de abnegación: a pesar de su frágil
salud, nunca rehuyó sus deberes y permaneció extremadamente templado
en todo6). Sus notas íntimas revelan el esfuerzo por corregir y perfeccionar
la propia humanidad, para nutrir la vida interior. También tenía una gran
capacidad para escuchar, una empatía que inspiraba confianza.
Con la práctica de la confesión y de la dirección espiritual, se había
convertido en un experto en el corazón humano. Pero sintió una necesidad
constante de profundizar su conocimiento de la vida espiritual a través
del estudio y la meditación de los autores espirituales. Como testifica don
Francesco Scaloni, los hermanos franceses y belgas estaban convencidos
de que había leído «todas las obras ascéticas de algún valor», sobre las que
supo emitir un juicio meditado. No leía de forma superficial, sino que acom-
pañaba la lectura con la meditación «para nutrir su mente y corazón»7). De
estas lecturas y reflexiones extrajo material para el ministerio de la predi-
cación y el acompañamiento espiritual. Don Giovanni Battista Grosso, su
estrecho colaborador durante los años en Marsella, dice que «en medio de
las diversas preocupaciones como inspector y director del Oratorio San
León… encontraba todavía tiempo para leer mucho, y casi exclusivamente
libros ascéticos; y estaba ansioso y cuidadoso de conseguir todos los libros
nuevos sobre ascetismo que publicaban los mejores autores franceses; y
no solo los leía y anotaba, sino que hacía resúmenes o extractos de ellos,
que luego se manifestaba, enormemente, en las conferencias mensuales a
sus hermanos, y a las que a menudo aceptaba con gusto dar a las diversas
compañías de la casa»8).
5 Garneri 467.
6 Garneri 475-484.
7 Garneri 452-453. En el diario espiritual de Don Albera y en sus apuntes de predi-
cación hay referencias a unos ochenta autores, cf. J. Boenzi, Reconstructing Don
Albera’s Reading List, en Ricerche Storiche Salesiane 33 (2014) 203-272.
8 ASC B0330314, P. Paolo Albera. Ricordi personali, ms GB Grosso, 1.

14.8 Page 138

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136 Segunda parte
Este gusto por la vida espiritual, este deseo de comprenderla en profun-
didad, va unido con su admiración personal por la santidad y la piedad
profunda de Don Bosco. Desde niño trató de reproducir en sí mismo el
espíritu de oración y de unión constante con Dios, adquiriendo con los
años el don de la oración y la contemplación. Su piedad sincera, sin forzar,
impresionó a quienes lo vieron rezar o celebrar la eucaristía: todo inmerso
en la adoración, tenía una actitud de gran dulzura, una concentración tan
intensa como conmovedora. «Hizo un compromiso especial de hacer medi-
tación y acción de gracias después de la misa y a menudo recomendaba
la práctica del examen de conciencia»9). Su piedad fue tierna, afectiva e
intensamente comunicativa, sustentada especialmente en la meditación del
Evangelio y de las cartas de San Pablo10).
La tendencia predominante a la intimidad divina y el gusto por la
piedad no disminuyó, más bien alimentaron constantemente su espíritu de
iniciativa, servicio pastoral y fervor en su obra. Estaba convencido de que
la piedad auténtica genera celo apostólico, ilumina la acción educativa, la
inspira y la fecunda, como le sucedió a Don Bosco.
En la inquietud dinámica por seguir los ejemplos del Fundador y de
Don Rua, por «preservar en nuestra Congregación el espíritu y las tradi-
ciones que de ellos hemos aprendido» –como escribió en la primera circular
presentando el compromiso asumido en el momento de la elección– Albera
sintió la necesidad de acentuar algunos temas que consideraba básicos,
junto con otros relacionados con su sensibilidad o requeridos por contin-
gencias históricas, por el contexto en el que trabajaban sus interlocutores y
por el conocimiento íntimo de los hermanos. Sus densas circulares son de
carácter exhortativo, sapiencial, no doctrinal ni sistemático, pero revelan
una gran familiaridad con la teología de la vida consagrada y la espiritua-
lidad cristiana. En ellos emergen algunos núcleos temáticos recurrentes,
que pretendemos destacar.
2. Espíritu de oración
Es significativo señalar que el primer tema abordado por don Albera
para estimular a los hermanos a apropiarse del «espíritu del venerable
Fundador y Padre Don Bosco» fue el espíritu de piedad, que consideraba
9 ASC B0330109, Per le memorie di D. Paolo Albera [1923], ms G. Barberis.
10 L. Cartier en L’Adoption, 20 (1921) n. 214.

14.9 Page 139

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 137
un elemento connotativo fundamental de la identidad salesiana. En la
circular del 15 de mayo de 191111), afirmó que la estima universal de que
gozaban los Salesianos por su ingenio y actividad en el campo educativo
se debía a los abundantes frutos que resultaron de la incansable laborio-
sidad de Don Bosco, Don Rua y muchos otros hermanos, así como a la
«rápida difusión de las obras salesianas en Europa y América». Sin duda,
tanto ardor y tanto trabajo fueron motivo de honor, prueba evidente de la
vitalidad de la Sociedad Salesiana y de la especial protección de la Auxi-
liadora. Sin embargo, se sintió obligado a recordar a los hermanos «que
esta actividad tan alabada de los salesianos», este «celo», este «cálido entu-
siasmo» podrían un día fallar si «no hubieran sido fecundados, purificados
y santificados por una verdadera y sólida piedad»12).
A partir de esta inquietud, desarrolló un discurso sobre la necesidad
práctica del «espíritu de piedad», ubicándolo en un sólido marco doctrinal
inspirado en las enseñanzas de san Francisco de Sales: «Es la piedad la que
regula sabiamente todas nuestras relaciones con Dios y nuestras relaciones
con el prójimo... Las almas verdaderamente piadosas tienen alas para
levantarse hacia Dios en la oración, y tienen pies para caminar entre los
hombres por medio de una vida amable y santa». Esta metáfora utilizada
por el santo patrón ayuda a los Salesianos a distinguir las prácticas reli-
giosas cotidianas del «espíritu de piedad que debe acompañarnos en todo
momento, y que tiene como finalidad santificar cada pensamiento, cada
palabra y cada acción, aunque no sea directamente parte del culto que
prestamos a Dios».
Los ejercicios de piedad son medios indispensables para alcanzar
el fin primario que es el espíritu de oración. Es en ellos donde se nutre
«esa relación íntima, ese parentesco inefable que Jesucristo quiso esta-
blecer entre él y las almas con el santo bautismo». Sin el espíritu de
oración «fallaría ese espíritu de fe, por lo que estamos tan convencidos
de las verdades de nuestra santa religión que mantenemos siempre viva su
memoria, como para sentir su influencia saludable en todas las circuns-
tancias de la vida». Sin él, nos volveríamos insensibles a las inspiraciones
del Espíritu Santo, a sus consuelos y sus dones. «Por el contrario, si está
bien cultivado, este espíritu asegura que nuestra unión con Dios nunca se
interrumpa, de hecho, comunica a todo acto, incluso profano, un carácter
íntimamente religioso, lo eleva a mérito sobrenatural» y lo transforma en
11 LC 24-40.
12 LC 26.

14.10 Page 140

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138 Segunda parte
un culto agradable a Dios. Solo así es posible transformar el trabajo en
oración. Esta es una ley de la vida espiritual válida para todo cristiano, pero
sobre todo para aquellos que con la profesión de votos se han entregado sin
reservas a Jesucristo, a él han consagrado sus facultades, sus sentidos, toda
su vida. El religioso debe poseer el espíritu de piedad hasta tal punto «que
lo comunique también a los que le rodean»13).
«Por la gracia de Dios –observa don Albera– podemos contar con
muchos hermanos, sacerdotes, clérigos y coadjutores que, en términos
de espíritu de piedad, son verdaderos modelos y producen la admiración
de todos». Desafortunadamente, este no es el caso de todos. Hay quienes
consideran las prácticas de la piedad como una carga e intentan por todos
los medios librarse de ella. Así que poco a poco se relajan y se vuelven
fríos, «lamentablemente vegetan en una mediocridad de lo más deplo-
rable y nunca darán frutos». Es una contradicción: están consagrados,
viven y trabajan en una comunidad religiosa, pero sin espíritu interior,
sin hacer ningún progreso en la perfección, expuestos a mil tentaciones
y en constante peligro de «sucumbir a las seducciones de las criaturas y
a los asaltos de las pasiones». La única defensa, la fuerza esencial de los
religiosos es la verdadera piedad, que ayuda a «revitalizar nuestro espíritu,
para corresponder a la gracia de Dios y alcanzar el grado de perfección que
Dios se espera de nosotros»14).
Don Albera es pragmático. Dado que a los Salesianos «se les confía
la porción más escogida del rebaño de Jesucristo», la juventud, y su
compromiso educativo obtiene buenos resultados, no faltarán ataques de
los enemigos: «Debemos estar preparados para la lucha ... solo si el espíritu
de piedad nos persuade, podremos sacar fuerzas y consuelo». También
sabemos que «todo el sistema educativo que enseña Don Bosco se basa
en la piedad»; por lo tanto, si no estuviéramos «proveídos abundante-
mente» de este espíritu, ofreceríamos a nuestros estudiantes una educación
incompleta. Si «el salesiano no es firmemente piadoso, nunca será apto
para el oficio de educador», como demostró Don Bosco, excelente modelo
de piedad e incomparable educador cristiano: nota característica de toda
su vida y el secreto de su eficacia educativa fue «una piedad ferviente»
combinada con una sincera devoción mariana: «Se habría dicho que la vida
del siervo de Dios era una oración continua, una unión ininterrumpida
con Dios... En cualquier momento en que acudíamos a él en busca de
13 LC 29-30.
14 LC 30-31.

15 Pages 141-150

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15.1 Page 141

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 139
consejo, parecía interrumpir sus conversaciones con Dios para darnos
una audiencia, y que los pensamientos y los ánimos que nos daba estaban
inspirados por Dios. ¡Qué edificación para nosotros escucharlo recitar el
Pater, el Angelus Domini»15).
De estas premisas espirituales, don Albera extrae tres sugerencias
operativas:
1. «Tomemos el propósito de ser fieles y exactos en nuestras prácticas
de piedad»: son pocas y fáciles las que la Regla nos exige, «razón de más
para realizarlas con mayor diligencia».
2. «Prometemos santificar nuestras acciones diarias», con frecuentes
«actos de amor, alabanza y acción de gracias», con pureza de intención,
con «santa indiferencia hacia todo lo que Dios, a través de los superiores,
dispone», con la generosa acogida de los sufrimientos de la vida. Esta es
la piedad activa, sugerida por san Francisco de Sales, que nos permite
implementar «el precepto de la oración continua» y nos ayuda a evitar
«la gran enfermedad de muchos empleados en el servicio de Dios, que es
la agitación y el exceso ardor con el que tratan las cosas externas». Por
tanto: «Que los Salesianos sigan dando ejemplo de espíritu de iniciativa,
de gran actividad, pero sea esta, siempre y en todo, la expansión de un celo
verdadero, prudente, constante, sostenido por una sólida piedad».
3. «Asegurémonos de que nuestra piedad sea ferviente», que se carac-
teriza por «un deseo ardiente, una voluntad generosa de agradar a Dios en
todo... Estamos vigilantes porque no somos víctimas de esa pereza espiritual,
que se horroriza». por todo lo que impone sacrificio”. En la escuela de san
Francisco de Sales «tratemos de sazonar nuestro trabajo con una elevación
de la mente a Dios, con arrebatos de afecto, para no desanimarnos»16).
3. Vida de fe
Una premisa indispensable para obtener el espíritu de oración es la fe.
La experiencia enseña que «si la fe está viva en un religioso, aunque se
arrepienta de algún defecto en su conducta, no tardará en corregirlo, dará
pasos de gigante en el camino de la perfección y se convertirá en un instru-
mento capaz de procurar la salvación de muchas almas». Este fue el tema de
la circular del 21 de noviembre de 1912, elaborada en forma de instrucción,
15 LC 31-34.
16 LC 35-39.

15.2 Page 142

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140 Segunda parte
con una primera parte doctrinal (sobre la necesidad de la vida de fe, sus
diferentes grados, sus frutos, el valor que da a las acciones humanas, su
vínculo inseparable con la oración y la vocación) y un apartado práctico,
en el que, tras recordar la fe ardiente de Don Bosco, Albera anima a los
hermanos a «reavivar» su fe para dar fecundidad a su ministerio17).
La fe ilumina la inteligencia y permite a los hombres «caminar con
seguridad a pesar de la oscuridad y los peligros de este valle de lágrimas».
Nos hace comprender «el propósito por el cual Dios nos creó y la mara-
villosa obra realizada por Jesucristo». Nos revela «la belleza de la virtud,
la preciosidad de la gracia divina, inspirándonos a horrorizarnos por el
pecado, proporcionándonos los santos sacramentos, tantos medios de
santificación». Nos hace considerar la vocación religiosa como un don
especial, un acto de predilección de Dios por nosotros. Vive por la fe quien
cree «resueltamente» en todas las verdades reveladas, con alegría «acoge
la luz de la revelación divina y se adhiere completamente a las enseñanzas
de Jesucristo, transmitidas a él por la Iglesia, a la que se confía con la
sencillez de un niño»18).
El Salesiano es hombre de fe cuando se mantiene constantemente en la
presencia de Dios y así «informa y santifica toda su vida». La fe ilumina su
mente y su corazón, le atrae las bendiciones del Señor, le ayuda a vencer
las tentaciones, a afrontar con fuerza y constancia las pruebas de la vida y
las dificultades encontradas en la misión educativa: «Solo con luz de fe y
con la intuición de la caridad cristiana podemos reconocer, bajo la figura
miserable de los jóvenes pobres y abandonados, a la persona misma de
Aquel que fue llamado el varón de dolores... Es la palabra de fe la que nos
repite al oído: Cuanto tú has hecho por uno de estos pequeños hermanos,
tú me lo habrás hecho a mí». Y es también la fe la que ayuda a superar el
cansancio, el desánimo y la ingratitud, «recordándonos que trabajamos
para el Señor»19).
Don Albera acompaña estas consideraciones con algunas indicaciones
espirituales prácticas: «Quienes viven por la fe se complacen en contemplar
a Jesús que habita en sus corazones, ahora glorioso como en el cielo,
ahora escondido como en la SS. Eucaristía, y en tal contemplación se le
enciende el deseo de hacer más agradable esta morada, decorándola con
las virtudes más escogidas. Empieza por vaciar su corazón de cualquier
17 LC 82-100.
18 LC 88.
19 LC 88-93.

15.3 Page 143

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 141
sentimiento de amor propio, vanagloria y orgullo, para que solo Jesús
sea el amo absoluto. Se considera un templo vivo del Espíritu Santo; por
tanto, cuidará de que este templo no sea profanado por el más mínimo
afecto inmundo. Se considerará feliz de carecer no solo de lo superfluo,
sino también de lo necesario para no ser discípulo indigno de Aquel que
quiso la pobreza como compañera indivisible ... Entonces, sobre todo, se
esforzará por mantener vivo el fuego sagrado de la caridad, virtud que
nos hace parecernos al mismo Dios». El espíritu de fe se alimenta con
la oración ferviente y confiada, con la meditación y la lectura espiritual,
con los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia, con la visita a Jesús
presente en el tabernáculo, con la atención a los más mínimos detalles al
celebrar los misterios divinos20).
Luego don Albera pasa a ilustrar las consecuencias operativas de la vida
de fe: los Salesianos animados por la fe sentirán crecer en su corazón la
gratitud a Dios por haber sido llamados a formar parte de la Congregación;
considerarán la casa donde la obediencia les ha colocado «como la casa
de Dios mismo» y la tarea que les ha sido encomendada «como la porción
de viña que el dueño nos dio para cultivar»; verán en los superiores «los
representantes de Dios mismo»; reconocerán «las constituciones, los regla-
mentos, el calendario como tantas manifestaciones de la voluntad de Dios;
acogerán a los jóvenes como “depósito sagrado, que el Señor nos preguntará
muy de cerca”; mirarán a sus hermanos como “tantas imágenes vivientes
de Dios mismo, encargadas por él ahora de edificarnos con sus virtudes,
ahora que practiquemos la caridad y la paciencia con sus defectos”. “¡Oh!
¿Cuándo llegará ese día en que, según la expresión imaginativa de san
Francisco de Sales, nos dejaremos llevar por nuestro Señor como un niño
en los brazos de la madre? ¿Cuándo, queridos hermanos, nos acostumbra-
remos a ver a Dios en todo, en todo acontecimiento, que consideraremos
como especie sacramental bajo la que se esconde? Así nos convenceremos
de que la fe es un rayo de luz celestial que nos hace ver a Dios en todas
las cosas y todas las cosas en Dios” que consideraremos ¿en qué especie
sacramental se esconde? Así nos convenceremos de que la fe es un rayo de
luz celestial que nos hace ver a Dios en todas las cosas y todas las cosas
en Dios” que consideraremos ¿en qué especie sacramental se esconde? Así
nos convenceremos de que la fe es un rayo de luz celestial que nos hace ver
a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios»21).
20 LC 93-95.
21 LC 95-96.

15.4 Page 144

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142 Segunda parte
La circular termina, como toda intervención de don Albera, con una refe-
rencia al ejemplo de Don Bosco. Todo en él estaba inspirado y alimentado
por la fe: su dedicación inagotable a la educación cristiana de los jóvenes,
su predicación concreta y apasionada, «su admirable Sistema Preventivo»,
su presencia constante entre los niños, su asistencia incansable. Por último,
invita a sus hermanos a la acción apostólica, considerando «el estado de
la sociedad actual», donde incluso en quienes se proclaman cristianos
«la antorcha de la fe se ha debilitado tanto que amenaza con apagarse en
cualquier momento»; donde «un sin fin de jóvenes asiste a las llamadas
escuelas seculares en las que a menudo es un delito pronunciar el nombre
de Dios»: quizás en el futuro «tendremos una generación totalmente
desprovista del aliento vital de la fe». Este pensamiento debe estremecer
a los discípulos de Don Bosco: «El Señor que no elige los medios más
mezquinos para realizar las mayores obras», nos ha llamado a cooperar en
la restauración de su reino en las almas y se apoya «en nuestra voluntad
y en nuestra humilde cooperación... así que pongámonos a trabajar de
inmediato; desde hoy nuestra vida es verdaderamente una vida de fe»22).
4. Don Bosco modelo del salesiano
La preocupación fundamental de Pablo Albera –como ya lo había sido
para Don Rua– era preservar intacto el «espíritu del Fundador» en la
Congregación Salesiana. Volvía constantemente a este punto al tratar temas
relacionados con la identidad y el carisma salesiano: piedad, disciplina, fe,
oratorios festivos, misiones, vocaciones, votos, devoción mariana, dulzura,
amor. A los jóvenes, la aplicación del Sistema Preventivo...
En la circular del 23 de abril de 1917 propuso a los inspectores y rectores
una serie de «consejos y avisos para preservar el espíritu de Don Bosco en
todas las casas»23). Recordó ante todo el deber de un superior de ser modelo
y maestro de los hermanos, darles un buen ejemplo de conducta virtuosa
y cuidar su formación y progreso espiritual. Continúa con una lista de
áreas y virtudes que en la práctica le parecen concretar el espíritu de Don
Bosco. En el primer puesto colocó el espíritu de piedad y la observancia
exacta de las Constituciones. Luego revisó los tres votos, retomando los
puntos esenciales propuestos en las circulares anteriores. Finalmente,
22 LC 97-100.
23 Cf. LC 214-230.

15.5 Page 145

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 143
enumeró algunos deberes vinculados al ministerio del superior salesiano:
la corrección fraterna hecha en el momento oportuno y en camera chari-
tatis; el ejercicio de la paternidad amorosa, paciente y amable; la conducta
humilde, serena y educada entre los hermanos. Sobre todo, destacó la
importancia de ser celoso en el seguimiento de la misión salesiana: «el
director, más que todos los demás hijos de Don Bosco, debe tomar como
sujeto de sus meditaciones las palabras que el buen padre adoptó como
lema de nuestra Pía Sociedad: Da mihi animas».
El celo del superior salesiano debe expresarse sobre todo en los ámbitos
en los que Don Bosco estuvo más involucrado: 1) ayudar a los hermanos
«a perseverar en su vocación y a progresar cada día en el camino de la
perfección»; 2) amar a los jóvenes «con un amor santo e intenso», hacerlos
ciudadanos honestos, «pero sobre todo buenos cristianos», y mantenerlos
unidos también en los años siguientes con la asociación de antiguos
alumnos; 3) promover cada año vocaciones para la Congregación y para
la Iglesia, «debería arrancar esta gracia del Corazón de Jesús con muchos
sacrificios y oraciones»; 4) incrementar los Cooperadores salesianos «para
que siga creciendo el número de los que participan del espíritu de Don
Bosco y se conviertan en promotores con medios materiales y espiri-
tuales»24).
En la mente y en las palabras de don Albera, la figura cautivadora de
Don Bosco, el ejemplo de su vida y la fascinación ejercida por sus virtudes
constituyó siempre el principal punto de referencia y el estímulo más eficaz.
Cuanto más avanzaba en edad, más sentía la necesidad de insistir en imitar
al Fundador, como muestran las circulares de los dos últimos años. Destacó
su dulzura paterna, su familiaridad y confianza con los jóvenes, su amor
a las almas, su abandono a Dios, su ejemplaridad pastoral. Profundamente
convencido de que Don Bosco «fue enviado por Dios para regenerar la
sociedad actual», para devolverla a las fuentes puras «del amor y la paz
cristianos», don Albera no cesaba de invitar a los Salesianos a mostrarse
dignos de su padre: «Nosotros somos sus hijos, y si hijos, también herederos
de este sagrado depósito que no debe volverse estéril en nosotros; y para
mostrarnos dignos hijos y a la altura de nuestra tarea en el tiempo presente,
ante todo estamos firmes en nuestra vocación»25).
El 18 de octubre de 1920 envió una circular sobre Don Bosco como
modelo de perfección religiosa, en la educación y santificación de los
24 LC 228-229.
25 LC 323-324.

15.6 Page 146

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144 Segunda parte
jóvenes, en el trato con los demás y en el bien de todos26), siguiendo el
ejemplo de la experiencia inolvidable de la propia intimidad de la vida con el
Fundador. Son páginas de gran poder evocador, un documento carismático
entre los más importantes de la tradición salesiana, que puede considerarse
el testamento espiritual de don Albera, la síntesis de su pensamiento. De
hecho, encontramos expresados todos los núcleos dinámicos de la ejempla-
ridad de Don Bosco: la acción apostólica como medio para la propia santi-
ficación, «porque el apostolado no es más que un continuo derramamiento
de virtudes santificantes para la salvación de las almas»; la entrega total de
uno mismo al Señor «hasta el punto de llegar a la íntima unión habitual con
Dios en medio de ocupaciones ininterrumpidas y muy dispares»; la práctica
de las virtudes salesianas representadas por el Fundador en el sueño de
los diamantes, ya que «la perfección religiosa es el fundamento del apos-
tolado»; colocar la santidad de la propia vida como base para la educación
y santificación de la juventud; el amor de predilección por los jóvenes, que
«es un don de Dios, es la vocación salesiana misma», pero que debe desa-
rrollarse y perfeccionarse continuamente; preocupación constante para
impedir el pecado, ayudar a los jóvenes a vivir en la presencia de Dios y
salvar sus almas; el trato «amable y cortés con todos», combinado con la
voluntad de sacrificarse para hacer el bien al prójimo.
El acto más perfecto de Don Bosco
Según don Albera, el dinamismo fundamental de la vida de Don Bosco
fue la conciencia muy viva de ser llamado a «trabajar por las almas hasta
la total inmolación de sí mismo»27). También lo deben hacer sus hijos, pero,
antes que nada, tratando de lograr su tranquilidad de espíritu, la igualdad
de carácter y la imperturbabilidad que lo caracterizó en cada circunstancia
feliz o triste. Esta serenidad fue fruto de ese radical proceso interior de
entrega a Dios, de ese confiado abandono en manos de la Providencia que
caracterizó la vida espiritual de Don Bosco desde los primeros pasos de
su camino vocacional. Como se desprende de la biografía, él –escribe don
Albera– «se entregó a Dios desde su más tierna infancia, y luego durante
el resto de su vida no hizo más que aumentar su entusiasmo, hasta alcanzar
la íntima unión habitual con Dios en el en medio de ocupaciones interrum-
26 LC 329-350.
27 LC 335.

15.7 Page 147

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 145
pidas y muy dispares». Un síntoma evidente de este estado de continua
comunión con Dios fue «la inalterable igualdad de humor, que se desprende
de su invariablemente sonriente rostro». La unión habitual con Dios fue en
él una fuente de iluminación e inspiración; imprimió en sus palabras tal
profundidad y fuerza que quienes lo escucharon se sintieron «mejorados y
elevados a Dios». Además, su amor por Dios era tan ardiente en él «que no
podía quedarse sin hablar de ello»28).
El recuerdo de la ardiente caridad de Don Bosco inspiró a Albera con
una serie de conclusiones prácticas. En primer lugar, invitó a los Salesianos
a arrojarse con confianza «en los brazos de Dios, como lo hizo nuestro
buen Padre; entonces se formará también en nosotros la dulce necesidad
de hablar de él, y ya no sabremos hacer ningún discurso sin empezar o
terminar por él». De esta forma no solo los pensamientos y las palabras,
sino también las acciones serán fecundadas por el fuego del amor divino.
Se sentirá la connaturalidad y la necesidad de los «ejercicios ordinarios
de perfección religiosa» y se tendrá el deseo de no dejar de lado ninguno
de ellos. De hecho, mientras otros utilizan las prácticas de la piedad como
medio para alcanzar la perfección, los discípulos de Don Bosco, siguiendo
el ejemplo del padre, las viven «como actos naturales de amor divino»29).
El Salesiano que se arroja con confianza en los brazos de Dios logrará
fácilmente alejarse del pecado, erradicar de su corazón las malas inclina-
ciones y hábitos; lo conocerá y lo amará cada vez más; practicará con gozo
la santa ley y los consejos evangélicos; se unirá más a él con la oración y
el recogimiento del espíritu, con el deseo incesante de «agradar a Dios»
y de conformarse en todo a su voluntad. Así Dios se convertirá en «el fin
directo de sus acciones» y estará sometido en todas las circunstancias de
la vida a la voluntad divina, como lo fue Don Bosco, con «rostro alegre» y
con valentía, sin disturbios, quejas, tristezas, miedos. y temblores: «Nada
te turbe: quien tiene a Dios, lo tiene todo». Cuántas veces, escribe don
Albera, «¡he sido testigo de su total sumisión a las disposiciones divinas!».
Además, si imitamos a Don Bosco en la entrega a Dios, alcanzaremos,
como él, «un gran recogimiento en la oración»: «Nosotros, viéndolo rezar,
quedamos como embelesados y casi extasiados. No había nada forzado en
él, nada singular; pero quien estaba cerca de él y lo observaba no podía
evitar orar bien también, viendo en su rostro un esplendor insólito, un
reflejo de su fe viva y su amor ardiente por Dios... No se borrará nunca
28 LC 335-336.
29 LC 337.

15.8 Page 148

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146 Segunda parte
de mi memoria la impresión que sentía al verlo dar la bendición de María
Auxiliadora a los enfermos. Mientras recitaba el Ave María y las palabras
de la bendición, se podría decir que su rostro se transfiguraba: sus ojos se
llenaban de lágrimas y su voz temblaba en sus labios. Para mí esos eran
indicios de que virtus de illo exibat (una fuerza vino de él); por lo tanto,
no me sorprendieron los efectos milagrosos que siguieron, es decir, si los
afligidos fueron consolados y los enfermos sanados»30).
Amor por los jóvenes
Con motivo de la inauguración del monumento a Don Bosco en la plaza
frente a la iglesia de María Auxiliadora, don Albera escribió a los Sale-
sianos que no podían contentarse con aquel signo exterior. Don Bosco
quiere otro monumento de sus hijos, es decir, que hagan «revivir en sí
sus virtudes, su sistema educativo, su espíritu, para transmitirlo siempre
fecundo y vital de generación en generación». Hacer revivir a Don Bosco
en nosotros es la única forma de honrar su memoria y hacerla fecunda en
el tiempo31). Debemos imitarlo «en su celo ardiente y desinteresado por la
salud de las almas, en su amor y en su ilimitada devoción a la Iglesia y al
Papa, en todas las virtudes de las que nos ha dejado tantos maravillosos
ejemplos». Debemos atesorar sus enseñanzas, que ciertamente fueron
fruto de la inteligencia y la experiencia, «pero también las luces sobre-
naturales que pidió con insistentes oraciones» y que le fueron concedidas
«como recompensa por su inalterable fidelidad en el trabajo del campo
que le fue encomendado por el Señor». Sobre todo, tenemos el deber de
estudiar y aplicar su sistema educativo que, «para nosotros, que estamos
persuadidos de la intervención divina en la creación y desarrollo de su
obra, es pedagogía celestial»32).
Don Albera recuerda el dinamismo central del Sistema Preventivo de
Don Bosco: era «ese amor, esa afectuosa preocupación por los jóvenes,
que era el secreto de su maravillosa influencia sobre ellos». Y para dar un
contenido concreto al amor educativo que Don Bosco recomendaba a los
Salesianos, cita ampliamente la carta que escribió a los Salesianos y a los
jóvenes de Valdocco el 10 de mayo de 1884: «La familiaridad lleva al amor,
30 LC 337-338.
31 LC 308-318 (6 de abril de 1920).
32 LC 311-312.

15.9 Page 149

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 147
y el amor a la confianza. Esto abre los corazones y los jóvenes lo revelan
todo sin miedo a los maestros, asistentes y superiores. Se vuelven sinceros…
y se prestan de buena gana a lo que quiera mandar aquel por quien están
seguros de ser amados… Que los jóvenes no solo sean amados, sino que
ellos mismos sepan que son amados… Conozcan que al ser amados en las
cosas que les gustan, al participar de sus inclinaciones infantiles, aprendan
a ver el amor en aquellas cosas que naturalmente no les gustan, como la
disciplina, el estudio, la mortificación de sí mismos, y estas cosas enseñan
a hacer con amor... Romper la barrera de la desconfianza requiere familia-
ridad con los jóvenes, especialmente en la recreación. Sin familiaridad no
se muestra el amor y sin esta demostración no puede haber confianza”33).
Pablo Albera, que había experimentado el poder generador del amor
educativo de Don Bosco en su adolescencia, logra describirlo y caracteri-
zarlo con gran eficacia, especialmente en la circular del 18 de octubre de
192034). La predilección de Don Bosco por los jóvenes, escribe, fue un don
de Dios vinculado a su vocación específica, pero también fue fruto de su
inteligencia, que desarrolló al reflexionar sobre la «grandeza del ministerio
de educar y formar a los jóvenes en la virtud verdadera y firme», que el
desarrolló en el ejercicio de la caridad. «Queridos, debemos amar a los
jóvenes que la Providencia confía a nuestro cuidado, como Don Bosco
supo amarlos». No es fácil, admite Albera, recordando el «modo único,
todo suyo” de esta predilección del santo hacia él, «pero aquí está todo el
secreto de la vitalidad expansiva de nuestra Congregación»35).
La experiencia que los jóvenes tuvieron del amor de Don Bosco fue
única y muy intensa: «Nos envolvía a todos y enteramente casi en una
atmósfera de alegría y felicidad, de la que eran desterradas penas, tristezas,
melancolías: nos entraba en cuerpo y alma”. Un cariño singular, recuerda
don Albera, que «atraía, conquistaba y transformaba nuestro corazón»,
porque «la santidad de la unión con Dios, que es perfecta caridad, emanaba
de cada palabra y acto suyo. Nos atraía a sí mismo por la plenitud del amor
sobrenatural que ardía en su corazón, y que con sus llamas absorbía, unifi-
cándolas, las pequeñas chispas del mismo amor, suscitadas por la mano de
Dios en nuestros corazones. Éramos suyos, porque en cada uno de nosotros
estaba la certeza de que él era verdaderamente el hombre de Dios». Esta
fascinación ejercida por el amor de Don Bosco, hecho sobrenatural por
33 LC 312-314.
34 LC 329-350.
35 LC 340-341.

15.10 Page 150

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148 Segunda parte
la santidad de su vida, fue el punto de partida para un sabio trabajo de
formación y transformación: «Apenas conquistaba nuestros corazones,
los moldeaba como quería con su sistema (enteramente suyo en el modo de
practicarlo), que quiso llamar preventivo»; «no era otra cosa que la caridad,
es decir, el amor de Dios que se expande para abrazar a todas las criaturas
humanas, especialmente a las más jóvenes e inexpertas, para infundirles el
santo temor de Dios»36).
Por tanto, el dinamismo fundamental del Sistema Preventivo de Don
Bosco es doble: ante todo, está animado por la caridad, entendida como
amor a Dios y al prójimo «llevado a la perfección querida por nuestra
vocación»; luego está orientado por la inteligencia que usa creativamente
todos los medios y las industrias de las que la caridad es fecunda. En esta
perspectiva marcadamente espiritual, don Albera formula una definición
sintética del Sistema Preventivo, que debe entenderse dentro del horizonte
de sentido en el que lo sitúa: «Reflexiona seriamente y analiza lo más de
cerca que puedas esta Carta Magna de nuestra Congregación, que es el
Sistema Preventivo, apelando a la razón, la religión y la amorevolezza;
pero al final tendrás que estar de acuerdo conmigo en que todo se reduce
a inculcar el santo temor de Dios en los corazones: inculcarlo, digo, es
decir, enraizarlo para que permanezca siempre allí, incluso en medio
de las furiosas tormentas y tormentas de pasiones y acontecimientos
humanos»37).
La Virgen de Don Bosco
Cincuenta años después de la consagración de la basílica de María
Auxiliadora, con Albera escribió una circular para conmemorar esa «fecha
memorable para la historia de nuestra Pía Sociedad», pero sobre todo para
hablar «de nuestra dulcísima Madre, María Auxiliadora»38), a la que todos
los Salesianos tienen el deber de agradecer «los grandes e innumerables
beneficios que ha querido brindarnos tan generosamente durante estos
cincuenta años». A pesar de las dramáticas circunstancias del momento
y del grave dolor que provocó la guerra, Albera consideró la celebración
como un deber: «Nuestras fiestas serán, pues, todo de piedad y de recogi-
36 LC 341-342.
37 LC 343.
38 LC 258-273 (31 de marzo de 1918; fiesta de Pascua).

16 Pages 151-160

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16.1 Page 151

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 149
miento».
Comenzó recordando que «las muchas obras iniciadas y terminadas»
por Don Bosco, hijo de un humilde campesino, privado de cualquier
medio económico, obstaculizado en su camino por mil obstáculos, pueden
parecer un «enigma inexplicable» para quienes no tienen fe en la acción de
la divina Providencia. La biografía de Don Bosco, en cambio, muestra que
nunca tuvo «dudas sobre la continua intervención de Dios y de la Santísima
Virgen Auxiliadora de los cristianos en los diversos acontecimientos de su
laboriosa vida». Desde el momento en que, en el sueño de nueve años, le
fue asignada como guía y maestra, María «lo guio en todos los hechos
más importantes de su carrera, lo convirtió en un sacerdote culto y celoso,
lo preparó para ser el padre de los huérfanos, el maestro de innumerables
ministros del altar, uno de los más grandes educadores de la juventud, y
finalmente el fundador de una nueva sociedad religiosa, que iba a tener la
misión de difundir su espíritu y devoción por ella por todas partes bajo el
hermoso título de María Auxiliadora»39).
Don Bosco siempre reconoció la inspiración y el apoyo de la Auxi-
liadora, por lo que no se dejó desanimar por la oposición y las dificul-
tades encontradas. Se lo había confiado a sus primeros discípulos el 8 de
mayo de 1864, resumiendo la historia del Oratorio. Eran los días en que
se excavaron los cimientos del santuario de la Auxiliadora: una empresa
atrevida para quienes, como él, estaban totalmente privados de cualquier
cobertura económica. «Así se mostró –comenta don Albera– un verdadero
discípulo de nuestro San Francisco de Sales, que había dejado escrito: Sé
perfectamente qué suerte es ser hijo, por indigno que sea, de una Madre
tan gloriosa. Confía en su protección, sigamos con grandes cosas: si la
amamos con ardiente cariño, ella nos conseguirá todo lo que queramos»40).
Conmemoró la función de la consagración, que tuvo lugar el 9 de
junio de 1868, y la primera celebración eucarística: «Recuerdo, como si
fuese ahora, el momento solemne en el que Don Bosco, todo radiante de
alegría, y junto con los ojos velados de lágrimas de profunda emoción,
fue el primero en subir al altar mayor para celebrar el santo sacrificio de
la Misa bajo la piadosa mirada de su gran Auxiliadora». Habló del rostro
«casi transfigurado» de Don Bosco, del ardor «al hablar de su Virgen» y
de las «maravillas que María Auxiliadora habría obrado a favor de sus
devotos»: «¡Cuánto nos consuela ahora ver cumplidas tus predicciones!»
39 LC 259-260.
40 LC 261-262.

16.2 Page 152

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150 Segunda parte
También recordó que, además del monumento material, quería «levantar
otro, vivo y espiritual, estableciendo la Congregación de las Hijas de María
Auxiliadora, a quien dio la misión de formar a las jóvenes en la piedad y la
virtud y de difundir la devoción a su poderosa Patrona en todo el mundo».
Tras la consagración del Santuario en la Sociedad Salesiana, se multipli-
caron las vocaciones, surgieron numerosos colegios, oratorios y escuelas
profesionales “como por arte de magia”, se resolvieron las dificultades para
la aprobación de la Congregación y se iniciaron numerosas expediciones
de misioneros en América: «se hacían realidad las predicciones de María
Santísima de que su gloria vendría de ese templo: inde gloria mea». Los
cincuenta años que han transcurrido desde ese día han sido una serie inin-
terrumpida de «maravillas realizadas por María Auxiliadora a favor de
sus devotos», como demuestra la «maravillosa propagación» de la Familia
Salesiana41).
Don Albera, luego, resume la «Mariología» del Fundador: «Todos
recordamos cómo Don Bosco nos repetía a menudo el lema ad Jesum per
Mariam, queriendo así enseñarnos que nuestra devoción a María es en
vano si no nos lleva a Jesús, si no obtiene la fuerza necesaria para superar
los enemigos de nuestra alma, para caminar en las huellas de su divino
Hijo. Y para reavivar nuestra confianza en María, hizo grabar el dicho
de san Bernardo en las medallas conmemorativas de la consagración del
templo: totum nos habere voluit (Deus) per Mariam: todo lo necesario
para nuestra salvación, Dios quiso que tuviéramos a través de María. En
el mismo sentido nos explicó la afirmación de los Doctores, siendo la
devoción a María signo de predestinación»42).
Al «consagrarnos a Jesús por la mano de María» honramos a la Madre
celestial mejor que cualquier otra práctica devota. Con las demás devo-
ciones ofrecemos a la Virgen una parte de nuestro tiempo, de nuestras
obras, de nuestras mortificaciones: con esta ofrenda radical, en cambio,
«las damos todas de una vez». Estamos convencidos de que, al pasar por
las manos de María, nuestras acciones «se purificarán de toda mancha con
que nuestro orgullo y concupiscencia las hubieran contaminado». Nuestros
pobres dones no serán rechazados por el Señor «si se los presenta su dulce
Madre», como le asegura san Bernardo, que añade: «Si ella te protege, no
tienes nada que temer; si te guía no te cansas; si te es propicia llegarás al
41 LC 262-363.
42 LC 266.

16.3 Page 153

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 151
puerto de salvación»43).
Don Bosco recomendó llevar en el pecho la medalla de la Auxiliadora
como expresión de amor a María, como reconocimiento a su maternidad y
realeza, como defensa contra el enemigo infernal y como recordatorio «de
nuestra pertenencia a un Instituto predilecto de ella y destinado a darla a
conocer y honrar en todas partes bajo el glorioso título de Auxilio de los
cristianos»44).
Don Albera concluye recordando los motivos de gratitud que tienen los
hijos de Don Bosco hacia María y el deber, como discípulos de ese gran
educador de la juventud –«que consideraba la devoción a la Virgen como
un medio muy eficaz para preservar a sus alumnos del vicio»– de “pedir a
María la gracia de poder escuchar, recta y dignamente, de ella”. Don Bosco
tenía constantemente el pensamiento de honrar a María, de hablar de ella,
de acudir a ella, de celebrar sus fiestas con alegría. Eso es lo que debemos
hacer, amándola intensamente, viviendo siempre bajo su mirada, «como el
niño que no puede estar ni un instante separado de su madre», pero sobre
todo haciendo «algo más concreto», como urgía Don Bosco: «Más hechos
y menos palabras». Esto implica, recuerda don Albera, el compromiso de
conformarse a la imagen de su Hijo: «es, por tanto, nuestro deber seguir las
huellas de nuestro divino modelo Jesús». El medio más adecuado es imitar
a María, «que fue la copia más fiel y perfecta de ese ejemplo divino». Es
la mejor prueba de amor que podemos darle a nuestra Madre Celestial. Su
vida fue un progreso continuo; así que no podemos decir que lo estamos
imitando si nos conformamos con no cometer pecados graves, pero no
hacemos ningún esfuerzo por «avanzar en la perfección»45).
5. Las virtudes del Salesiano
Por experiencia personal y conocimiento directo del mundo salesiano,
don Albera estaba convencido de que la vitalidad y fecundidad apostólica
de la Congregación, alimentada por el espíritu de oración y fe de cada uno
de los hermanos, es tanto más fuerte y duradera cuanto más regulada.
también bajo el aspecto disciplinario. Este fue el segundo núcleo temático
que ofreció para la meditación de los Salesianos el 25 de diciembre de 1911:
43 LC 266-267
44 LC 267.
45 LC 268-272.

16.4 Page 154

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152 Segunda parte
«disciplina religiosa», entendida como la observancia puntual y gozosa de
lo que se exige a quienes se consagran al servicio de Dios y de las almas en
una congregación religiosa46).
Vida disciplinada
Se inspiró en la forma en que Don Bosco había formado a los primeros
discípulos para ilustrar el significado particular y las implicaciones
prácticas de la disciplina salesiana. Recordó los encuentros vespertinos en
el dormitorio del Fundador y los ejercicios espirituales anuales: momentos
privilegiados en los que «el buen padre con sus instrucciones, tan lleno de
pensamientos santos y expuestos con inefable intensidad, abría continua-
mente, a nuestras mentes atónitas, nuevos horizontes, Cada vez hacía más
generosos nuestros propósitos y más estable nuestra voluntad de perma-
necer siempre con él y seguirlo en cualquier lugar, sin ninguna reserva y a
costa de cualquier sacrificio». En aquellos primeros años Don Bosco nunca
pronunció la palabra disciplina, pero enseñó su significado sustancial.
Solamente en 1873 –«cuando la Pía Sociedad Salesiana ya tenía siete casas
en Italia»– escribió una circular sobre la disciplina, que definió como «una
forma de vida conforme a las reglas y costumbres de un instituto». Y dado
que la finalidad de la Sociedad Salesiana, enunciada en el artículo primero
de las Constituciones, es «la perfección de sus miembros y los medios
para realizarla sobre todo el apostolado en favor de los jóvenes pobres y
abandonados», la disciplina es todo lo que aporta al interior y exterior «de
los miembros individuales y de toda la sociedad... no una mejora común
a cualquier familia religiosa, pero adaptada al carácter especial de la
Sociedad Salesiana y de las reglas que la rigen»47).
Luego, Albera hizo una comparación efectiva entre una comunidad
ejemplar y una comunidad indisciplinada. En la casa religiosa disciplinada
«reina el orden más perfecto en todas las cosas y personas»; la regularidad
contribuye a «mantener el espíritu recogido y hacer fecunda el trabajo»
de los hermanos. En ella todo religioso vive su vocación con sencillez y
alegría espontánea, sin críticas, murmuraciones y quejas, y los superiores
no se arrepienten de cumplir su misión, pues encuentran una colaboración
cordial. «La caridad es el vínculo que une las mentes y los corazones;
46 LC 53-70.
47 LC 55-56.

16.5 Page 155

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 153
completamente uniformes son pensamientos, sentimientos e incluso
palabras». Por el contrario, en una comunidad religiosa indisciplinada,
donde «las normas y constituciones son letra muerta y las tradiciones
familiares se olvidan o se transforman por completo», la vida en común se
convierte en una carga insoportable, se descuidan los deberes, los descon-
tentos pierden paulatinamente «el fuego sagrado de la piedad». Y si el
religioso indisciplinado fuera también educador, las consecuencias podrían
ser dramáticas: «quizás los jóvenes confiados a su cuidado crecerán en la
ignorancia y el vicio, en lugar de un padre, de un amigo, de un maestro,
encontrarán una piedra de tropiezo un peligro para su inocencia»48).
De este contraste, don Albera deduce la necesidad de «una suma de
reglas que regulen deberes y derechos» dentro de una casa salesiana e
invita a los hermanos a observarlas, a venciéndose a sí mismos, domando
las propias pasiones, haciendo más sólida su comunión con Dios. Solo así
se puede construir la vida familiar deseada por Don Bosco, caracterizada
por un clima relacional gracias al cual «los miembros tienen hacia sus supe-
riores los afectos y las relaciones que los hijos tienen hacia su padre; con
los colaboradores, lazos de verdaderos hermanos», compartiendo alegrías
y dolores, oración y trabajo. En la Sociedad Salesiana «todos tienen el
deber de la solidaridad. Cualquiera que tenga caridad y respeto por su
Congregación debe ser un hombre disciplinado, y está obligado a observar
hasta el más mínimo detalle de la vida en común». Por supuesto, añade
don Albera, «bastaría que incluso un miembro de una comunidad se dejase
llevar por un relajamiento deplorable en cuanto a disciplina, para que todo
el cuerpo sufriera las tristes consecuencias», como afirmó Don Bosco. Al
contrario, «un salesiano que sea modelo en la vida cotidiana, aunque sea
de talento mediocre, de poca ciencia y habilidad, será el apoyo de nuestra
Pía Sociedad»49).
Entonces don Albera desciende a la práctica: el buen salesiano observa
las leyes de la Iglesia y practica precisamente las Constituciones de la
Pía Sociedad, los reglamentos y las prescripciones de los superiores. El
custodio de la disciplina salesiana en una comunidad es el Director, quien
–como enseñaron Don Bosco y Don Rua– debe ser el primer observador,
«la regla viva, la personificación de la virtud, una especie de moralidad
en acción, para que pueda en todo sirve de modelo para sus empleados».
Tiene la tarea de «velar por que no se introduzcan abusos entre sus subor-
48 LC 57-60.
49 LC 60-62.

16.6 Page 156

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154 Segunda parte
dinados, que no se altere en lo más mínimo el espíritu del Fundador, ni se
modifique la finalidad del instituto confiado a su cuidado», y debe corregir
los defectos de los hermanos, con prudencia, mansedumbre y dulzura
siguiendo el ejemplo del Fundador50).
Obediencia
En la mente de don Albera, la insistencia en la disciplina religiosa no solo
es funcional para el logro de las metas apostólicas de la misión salesiana.
De hecho, parte de una visión de la vida consagrada caracterizada por un
amor a Dios tan omnipresente que genera en el corazón de los religiosos
el deseo de una perfecta comunión de voluntad y una obediencia «más
íntima y más activa» de la exigida a todo hombre, porque está intencio-
nalmente modelado sobre el ejemplo de Jesús, «el perfecto obediente en
toda circunstancia de la vida e incluso en su pasión y muerte». Esto es
lo que quiso ilustrar en la circular sobre obediencia del 31 de enero de
191451). El Salesiano, escribió, se consagra a hacer su conducta cada vez
más «parecida a la de Jesús». En este proceso de conformación, el alma se
libera progresivamente «de todo lo que obstaculiza su generosidad» para
poder alcanzar la perfecta obediencia y estar tan unida a Dios «que tiene
derecho a hacer suyas las palabras de S. Pablo en el que se expresa la
verdadera fórmula de la santidad suprema: Vivo autem, iam non ego, vivit
vero in me Christus: vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive
en mí... Obedecer, por tanto, significa destruir en nuestra persona todo que
hay en nosotros de egoísta y caprichoso para reemplazarlo con la voluntad
divina misma». La obediencia es una virtud que «establece una comuni-
cación íntima, segura e ininterrumpida entre Dios y nosotros»52).
En este sentido de vida consagrada, Albera vislumbra la misión y la
responsabilidad del salesiano superior, investido por Dios «con el poder
de representarlo ante nosotros, de hablarnos en su nombre», y dotado de
las gracias necesarias para este fin. A él se le pueden aplicar las palabras
de Jesús a los apóstoles: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha;
quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza» (Lc 10,16). Todos deben tener
en cuenta estas palabras para cumplir con la obediencia religiosa. Lo
50 LC 62-67.
51 LC 134-153.
52 LC 138.

16.7 Page 157

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 155
que importa es la misión encomendada por el Señor, no las cualidades
de la persona: «Como la indignidad del sacerdote celebrante no altera la
presencia real de Jesucristo en la santa hostia, como la mezquindad y, peor
aún, la maldad del pobre le impide representar a Jesucristo, también los
defectos del superior, aunque fueran reales… nunca bastarán para hacer
vana la seguridad que nos da el divino Redentor de que quien escucha al
superior, escucha a Dios mismo». No es un lenguaje figurado, dice don
Albera, una expresión retórica para decir que los superiores son los repre-
sentantes de Dios, el instrumento que usa el Señor para guiarnos: los que
viven de fe lo comprenden y son capaces de vencer el amor propio y evitar
el peligro de rebelión53).
El religioso que, animado por la caridad y motivado por la fe, «vive
totalmente sometido a su superior, adquiere la verdadera libertad de la
que solo pueden disfrutar los hijos de Dios» y emprende el camino que le
conduce «a esa áurea indiferencia, que Vicente de Paúl comparó al estado
de los ángeles, siempre dispuestos a cumplir la voluntad divina a la primera
señal que se les haga, sea cual sea el oficio al que estén destinados». Desde
esta perspectiva entendemos lo que enseñan los autores espirituales: que el
voto de obediencia es el más excelente e «incluye los otros dos». De hecho,
como escribió san Francisco de Sales, la virtud de la obediencia «es como
la sal que da gusto y sabor a todas nuestras acciones. Hace meritorios
todos los pequeños actos que hacemos durante el día», al punto de que «el
obediente tiene incluso el mérito del bien que quisiera hacer, y que, por
obedecer que tenido que dejar de lado»54).
A este conjunto de consideraciones extraídas de los clásicos de la
vida consagrada, don Albera añade una serie de consideraciones perso-
nales. Lo que sostiene la obediencia del salesiano es, además de la fe, «la
caridad fraterna y el amor a nuestra Congregación». Cuando «todos los
miembros, haciendo suya la voluntad de su superior, sean un solo corazón
y una sola alma, estén lo suficientemente unidos para formar una legión
compacta e invencible contra los asaltos de sus enemigos, la Sociedad Pía,
siempre joven y robusta, hará su campo de acción cada vez más amplio,
luchará victoriosa contra cualquier abuso y relajación y permanecerá fiel
al espíritu de su venerable fundador»55). El salesiano debe mirar a Don
Bosco, «modelo de obediencia desde su infancia» y sometido a lo largo
53 LC 139-140.
54 LC 141-143.
55 LC 144.

16.8 Page 158

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156 Segunda parte
de su vida a los pastores de la Iglesia, incluso cuando «para permanecer
sometido a ellos, ha tenido que imponerse serios sacrificios y profundas
humillaciones». Medítese en lo que escribió en el tercer capítulo de las
Constituciones salesianas, en la introducción a las mismas y en el «testa-
mento espiritual»56).
Cuatro indicaciones prácticas sobre las cualidades distintivas de la
obediencia salesiana nos vienen de las enseñanzas de Don Bosco. En primer
lugar, debe ser «completa, o sea, sin reserva», es decir, no solo material-
mente exacta, sino acompañada del «sacrificio de la voluntad» y del «sacri-
ficio del intelecto», superando los pretextos inventados por el orgullo. Don
Bosco lo dijo en la conferencia celebrada en Varazze el 1 de enero de 1872:
«Se debe practicar la obediencia, pero no la que discute y examina las cosas
que se imponen, sino la verdadera obediencia, es decir, la que nos hace
abrazar las cosas que Existencia, manda y haznos acogerlos como buenos
porque nos los impone el Señor». En segundo lugar, la obediencia salesiana
debe hacerse «de buena gana», «con prontitud y docilidad», porque está
animada por la fe. La tercera cualidad de la obediencia salesiana es la
alegría, es decir, debe realizarse con espíritu alegre: «Esta cualidad es tan
importante, escribe don Albera, que sin ella no se puede decir que esta
virtud se posea verdaderamente». Si no hay gozo significa que «se obedece
solo porque no se puede hacer de otra manera» y falta el espíritu de fe: «¡Ay
de aquel que en el servicio de Dios se guía por la tristeza y la necesidad!».
La cuarta característica de la obediencia salesiana es la humildad, porque
el salesiano «sabe que es su deber ser un instrumento humilde en manos de
sus superiores; su conducta es la práctica ininterrumpida de la máxima de
nuestro santo patrón: no pidas nada, no rechaces nada»57).
Castidad
El 14 de abril de 1916 don Albera envió una carta a los Salesianos «para
inculcarles la práctica de una virtud que más preciaba a Don Bosco... y
que declaraba indispensable para todo aquel que quiera alistarse bajo su
bandera... la virtud angélica de la castidad»58). Como en las otras circu-
lares, primero esboza el marco doctrinal. Comienza con la exhortación
56 LC 145-146.
57 LC 147-152.
58 LC 194-213.

16.9 Page 159

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 157
de san Pablo, que invita a los creyentes a ofrecer sus cuerpos como sacri-
ficio vivo, santo y agradable a Dios (Rom 12,1). Es una enseñanza que
solo puede comprender «aquellos afortunados que, iluminados por la luz
celestial, consagraron alma y cuerpo al servicio de Dios... todos dedicados
a las prácticas religiosas, dedicados únicamente al ejercicio de la caridad
hacia los demás, siempre dispuestos al sacrificio». Cita a san Basilio,
según el cual la castidad comunica al hombre «una incorruptibilidad casi
celestial», de modo que «parece caminar como los demás en la tierra, pero
con el corazón y el espíritu siempre se eleva al punto de conversar con
Dios». Y exclama: «¡Qué suerte para nosotros ser Salesianos! Como tales
debemos vivir en perfecta pureza... Por esta virtud que lleva el nombre de
angélica, nosotros que hemos hecho votos ante el altar, nos acercamos más
que ningún otro a los espíritus celestiales»59).
Recuerda que Don Bosco consideraba la virtud de la castidad como
la fuente de todas las demás virtudes. De hecho, el salesiano «verdade-
ramente celoso de mantenerse casto» vive de fe, aspira al cielo, «no ama
a nadie más que a Dios y solo Dios le basta para su felicidad». Es feliz
en todas partes, sabe sobrellevar los defectos de sus hermanos, afronta
con generosidad cualquier dificultad y sacrificio por la gloria de Dios y
la salvación del prójimo. «El salesiano fiel a su voto ama el trabajo y el
estudio, y encuentra sus delicias en las prácticas de piedad, que son para él
fuente de valentía, fuerza y vida». Don Bosco cultivó el amor a la castidad
mostrando la predilección de Jesús por las almas puras y recordando que
el Señor confió a nuestro cuidado «la parte más escogida de las almas que
redimió con su sangre más preciosa: es decir, los que en gran parte aún
conservan intacta la estola de la inocencia, y dan esperanza de alistarse
bajo la bandera de la virginidad levantada por Jesús y su Madre más pura».
Esta misión solo puede ser cumplida fructíferamente por aquellos que
aman y practican la castidad60).
Albera también retoma otra afirmación muy querida por el Fundador:
«Cuanto más puro sea el espíritu y más mortificado el cuerpo, más capaces
seremos de trabajo intelectual». Es un hecho confirmado por la expe-
riencia y la tradición cristianas. Santo Tomás de Aquino, Pedro Lombardo,
Francisco Suárez y san Alfonso de Ligorio son una clara prueba de ello.
La práctica de la castidad ayuda a «adquirir los conocimientos necesarios
para instruir a los jóvenes que la Providencia envía a nuestros institutos».
59 LC 194-197.
60 LC 197-199.

16.10 Page 160

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158 Segunda parte
Pero los Salesianos deben amar la castidad sobre todo contemplando los
ejemplos y enseñanzas de Don Bosco, que siempre tuvo una actitud digna
de ministro de Dios, correcto en el habla y la escritura, un maestro en
ganarse el corazón de los jóvenes sin recurrir jamás «a dulces caricias, ni a
expresiones mundanas», muy reservado en el trato con los demás61).
Finalmente, sugiere los medios propuestos por los maestros de la vida espi-
ritual para preservar e incrementar la virtud de la castidad: oración, confesión
semanal, comunión diaria, devoción mariana y mortificación de los sentidos.
Don Albera también indica algunos «medios negativos» útiles para permanecer
fiel a la profesión religiosa: evitar el orgullo y practicar la humildad, evitar la
ociosidad y cultivar la laboriosidad, evitar la lectura «demasiado libre o frívola»,
no permitir la familiaridad excesiva con «las personas del otro sexo», sobre
todo para huir de «amistades especiales con los jóvenes que están confiados a
tu cuidado»: «¡Oh! cuántas son las miserables víctimas de las amistades parti-
culares que el diablo cosecha en las casas de educación»62).
Pobreza
No encontramos una carta sobre la pobreza entre las circulares de don
Albera, probablemente porque él mismo ya la había escrito por invitación
de don Miguel Rua en 190763). Nos parece útil, por tanto, mencionar los
puntos clave de esta circular que expresa su visión de la pobreza salesiana.
La inició con una instrucción sobre el valor y la necesidad de la pobreza
religiosa. Comenzó diciendo que la pobreza en sí misma no es una virtud.
Solo se vuelve tal «cuando se abraza voluntariamente por amor a Dios».
Pero incluso en este caso no deja de ser agotadora, porque requiere muchos
sacrificios. Ciertamente sigue siendo «el punto más importante y al mismo
tiempo más delicado de la vida religiosa»; de hecho, es posible distinguir
una comunidad próspera de una relajada, una religiosa celosa de una negli-
gente. Es el primero de los consejos evangélicos, porque es el primer acto
que deben realizar quienes están llamados a seguir e imitar más al Señor.
Jesús lanzó terribles amenazas contra los ricos, proclamó bienaventurados
a los pobres; declaró que quien no renuncia a todo lo que posee no es digno
61 LC 199-200.
62 LC 202-209.
63 Lettere circolari di don Michele Rua ai salesiani, Torino, Tip. S.A.I.D. “Buona
Stampa” 1910, 360-377 (31 gennaio 1907).

17 Pages 161-170

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17.1 Page 161

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 159
de él y quien le preguntó qué tenía que hacer para ser perfecto, respondió:
«Ve, vende lo que tienes y luego sígueme». Todos los discípulos de Jesús
y todos los santos a lo largo de los siglos «practicaron este despojo volun-
tario de todos los bienes de la tierra»64).
Por tanto, el valor de la pobreza deriva esencialmente de ser un medio
privilegiado para seguir y conformarse a Cristo. Santo Tomás de Aquino
lo enseñó: «el primer fundamento para alcanzar la perfección de la caridad
es la pobreza voluntaria, por la que se vive sin poseer nada como propio».
Así lo demostró san Francisco de Sales que tenía «un santo terror» por las
riquezas, y pidió a los que querían hacerse religiosos «tener un espíritu
desnudo, es decir, despojado de todo deseo e inclinación, excepto el deseo
de amar a Dios». Lo practicó Don Bosco, que vivió pobre hasta el final de
su vida, alimentó un amor heroico por la pobreza voluntaria, se desprendió
de las posesiones y, a pesar de «haber tenido una inmenso cantidad dinero
en la mano», nunca trató de obtener la más mínima satisfacción. Decía a
los Salesianos que «la pobreza hay que tenerla en el corazón para prac-
ticarla», y en la circular del 21 de noviembre de 1886 escribió: «De esta
observancia depende en gran parte el bienestar de nuestra Pía Sociedad y
la ventaja de nuestra alma»65).
A continuación, se enumeran las principales razones de la escrupulosa
práctica de la pobreza. En primer lugar, está la obligación asumida con
la profesión de votos, que conlleva el deber de respetar las reglas de la
Sociedad Salesiana y vivir fielmente su espíritu. En segundo lugar, debemos
considerar «la íntima relación que corre entre la práctica de esta virtud y
nuestro progreso individual en la perfección»: si vivimos desprendidos de
los bienes del mundo, «quitamos todo alimento y todos los medios para
expandirnos de los vicios», pues la pobreza nos separa de las principales
fuentes de pecado que son el orgullo y la concupiscencia. Además, como
enseña san Ambrosio, la pobreza es «madre y nodriza de la virtud»: cuando
el religioso vacía su corazón de todo afecto por las cosas terrenas, Dios lo
llena de sus dones. Es la primera bienaventuranza evangélica, «es la base
sobre la que descansan los otros siete escalones sobre los que llegar a la
cima de la perfección». La historia de la Iglesia muestra que las personas
más desprendidas de los bienes del mundo «destacaron por su fe, por su
esperanza y caridad», su vida «era un tejido de buenas obras y una serie de
64 LCR 362-363.
65 LCR 363-366.

17.2 Page 162

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160 Segunda parte
maravillas para la gloria de Dios y por la salud de los demás»66).
Entonces debemos considerar, como Salesianos, que estamos llamados
a la salvación de los jóvenes pobres y abandonados. «Trabajaríamos en
vano si el mundo no viera y se convenciera de que no buscamos riquezas
y comodidades, que somos fieles al lema de Don Bosco: ¡Da mihi animas,
caetera tolle!”. De hecho, como enseñó san Francisco de Sales, «no solo los
pobres son evangelizados, sino los mismos pobres quienes evangelizan».
En el ministerio para la salvación de las almas, quien «no pone las cosas de
la tierra bajo sus pies, no obtiene ningún resultado... Ciertamente no son los
Salesianos deseosos de llevar una vida cómoda los que emprenderán obras
verdaderamente fructíferas, los que irán entre los salvajes de Mato Grosso
o de Tierra del Fuego, o se pondrán al servicio de los pobres leprosos. Esto
será siempre el orgullo de los que observarán generosamente la pobreza».
Finalmente, es necesario «tener en cuenta que las obras de Don Bosco
son fruto de la caridad». Para emprender sus empresas, se basó únicamente
en la Providencia representada por sus Cooperadores. Ahora, es necesario
saber «que muchos de nuestros bienhechores, ellos mismos pobres o simple-
mente modestamente acomodados, se imponen sacrificios muy serios para
ayudarnos». Por eso, «hay que amar la pobreza y practicar la economía...
Desperdiciar el fruto de tantos sacrificios, aunque sea gastarlo desconside-
radamente es una verdadera ingratitud hacia Dios y hacia nuestros bien-
hechores». «Todo aquel que no viva según el espíritu de pobreza, que, en
comida, en el vestido, en el alojamiento, en los viajes, en las comodidades
de la vida traspasase los límites que nos impone nuestro estado, debería
sentir remordimiento por haberle robado a la Congregación ese dinero que
estaba destinado a dar pan a los huérfanos, favorecer alguna vocación y
extender el reino de Jesucristo. ¿Crees que tendrá que presentarse ante el
tribunal de Dios?»67).
En conclusión, la circular redactada por don Albera para Don Rua
enumera las expresiones prácticas de la pobreza salesiana: realizar lo
prescrito por las Constituciones y por las Deliberaciones Capitulares; vivir
la vida en común adaptándose a sus necesidades; evitar excepciones y
abusos en el uso del dinero. Se recuerdan entonces tres actitudes indispen-
sables: a) no limitarse a la observancia formal del voto, sino practicar la
virtud, es decir, apartar el corazón de las cosas; b) estar satisfecho con lo
necesario y evitar lo superfluo; c) aceptar esas privaciones y esos inconve-
66 LCR 366-368.
67 LCR 369-371.

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 161
nientes que son inevitables en la vida común, elegir generosamente para el
propio uso las cosas menos bellas y menos cómodas.
Don Albera recogió algunas de estas reflexiones en la circular del 23
de abril de 1917, en la que ofrecía a los provinciales y directores algunos
«consejos y avisos para conservar el espíritu de Don Bosco en todas las
casas». Al concluir la parte reservada al espíritu de pobreza, escribió: «Por
tanto, el cuidado de los que ejercen alguna autoridad sea: 1) Amar y hacer
amar la pobreza, y no avergonzarse de practicarla, aunque a su propia casa
no le falte lo necesario. 2) Aceptar con gusto y generosidad las conse-
cuencias de la pobreza con espíritu de penitencia. 3) No otorgar permisos
que abran el camino a abusos contrarios a la pobreza, y que vayan más allá
de las facultades otorgadas por los superiores mayores. 4) No tomar para sí
esas libertades que les serían negadas a sus empleados»68).
Cuidado de la perfección
No hay que olvidar que el objetivo de las circulares del don Albera no era
simplemente delinear el perfil del salesiano según una doctrina homogénea
o de ofrecer una serie de instrucciones a modo de manual. Sobre todo,
quiso animar a sus hermanos a dar generosidad hacia Dios, a «caminar
con grandes pasos por el camino de la perfección», a «luchar con energía
esa sistemática mediocridad de conducta», esa forma puramente externa
de legalidad, por la que el religioso se limita a la observancia del deber
estricto, trata de evitar fallas graves, pero no se esfuerza por progresar cada
día en la perfección propia de su estado»69). Aquellos que, como él, habían
sido formados por Don Bosco a la plenitud de la entrega, a hacer cada vez
más y mejor para corresponder a la llamada divina y a la misión salesiana,
contemplaron con consternación la difusión en las nuevas generaciones
de una cierta mediocridad, de una observancia meramente externa. Por
eso, el 25 de junio de 1917, escribió una circular contra el peligro de una
«legalidad» censurable70).
Recordó las revelaciones del Sagrado Corazón a Margarita María
Alacoque: las espinas que rodean al divino corazón son símbolo de quienes,
consagrados a su servicio, «no muestran la debida diligencia en corregirse
68 LC 221.
69 LC 231-232.
70 LC 231-241.

17.4 Page 164

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162 Segunda parte
de sus defectos y, por tanto, recaen con mucha facilidad, ni intentan reparar,
con la santidad de vida, los ultrajes con que tantos infelices pecadores los
afligen»71). Por eso exhorta a los hermanos a considerar la inagotable gene-
rosidad del Señor hacia ellos, tanto en el orden de la naturaleza como en
el de la gracia: ante tanto amor infinito, ¿cómo puede un religioso «poner
límites a su gratitud? ¿Cómo podrá regatear la manifestación de su amor?».
Y, sin embargo, así se comporta el salesiano «que en términos de prácticas
de piedad se instala en una mediocridad incalificable», que evita hacer la
mínima cosa que no sea impuesta por las reglas y el horario72).
Invitó a reflexionar que, además del deber de responder con la mayor
generosidad al amor de Dios, el religioso también tiene la misión de inter-
ceder por los demás. Don Bosco obtuvo gracias y curaciones, incluso
extraordinarias, precisamente porque no pudo negar nada a Dios ya María
Santísima. Sus oraciones, en efecto, «iban acompañadas de muchos y
generosos sacrificios, de frecuentes actos de virtud, que les comunicaban
una eficacia irresistible», especialmente en la formación de los jóvenes.
Mostró a sus discípulos que «en la enseñanza y educación de los jóvenes,
más que en las industrias que utilizamos para el progreso de nuestros
alumnos, confió en nuestras oraciones y en la bondad de nuestra vida», en
una conducta agradable a Dios73).
Don Albera insiste, sobre todo, en el precepto de Jesús a los discípulos:
«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Solo quien
«mantenga vivo este deseo en su corazón, que ayuda a superar las dificul-
tades, reduce los obstáculos, aumenta nuestras fuerzas y nos hace perse-
verar en el bien hasta la muerte» avanzará en el camino de la perfección.
Por otro lado, la profesión religiosa no garantiza la salvación: «mientras
dure la vida en nosotros siempre estaremos sujetos a la ley del combate»,
ya que el hombre viejo permanece vivo en nosotros y nadie puede vencer
si deja de luchar, si «no se mantiene en equilibrio con el compromiso de
progresar cada día en la perfección» y, cansado de luchar, dice: basta74).
Recuerda el pasaje evangélico de la pesca milagrosa. Después de una
noche de trabajo inútil, Jesús dijo a sus discípulos: «Duc in altum: empuja
la barca mar adentro». A pesar del cansancio, obedecieron y fueron recom-
pensados. Así, escribe don Albera, el Señor nos repite también a nosotros:
71 LC 232.
72 LC 234.
73 LC 235-236.
74 LC 236-237.

17.5 Page 165

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 163
«Empuja la barca mar adentro, es decir, arrójate con ardor en el vasto
campo de la perfección, no limites tus labores a lo estrictamente necesario,
sé grandioso en tus aspiraciones cuando se trata de la gloria de Dios y la
salvación de las almas. Aléjate de la playa que tanto estrecha tus horizontes
y verás cuán abundante será la pesca de almas, y cuánto consuelo llegará a
sentir tu corazón». Este es el ideal del buen salesiano, incluso cuando está
«hundido bajo el peso de las cruces, las tribulaciones y los sacrificios»:
permanecer generoso y totalitario en el don de sí mismo, manteniendo
la mirada fija en las perfecciones del Padre celestial y en el ejemplo de
Don Bosco, que «¡nunca se detuvo en el camino de la perfección y de la
conquista de las almas!»75).
La vida de Don Bosco, recuerda don Albera, se caracterizó por dos dina-
mismos poderosos: «un apostolado incesante, muy laborioso» combinado
con el deseo ardiente de adquirir la perfección. «En él, la perfección
religiosa y el apostolado eran uno». Enseñó a los discípulos que la obser-
vancia pura y simple de la regla no es suficiente: «Queridos míos, debemos
ser, como él, trabajadores incansables en el campo que se nos ha confiado,
fructíferos iniciadores de las obras más idóneas y oportunas para el bien
mayor de la juventud de cada país, para preservar para la Congregación
esa primacía sana modernidad que es propia, pero no olvidemos que todo
esto no nos daría todavía el derecho a proclamarnos verdaderos hijos de
Don Bosco: para serlo debemos crecer cada día en la perfección propia de
nuestra vocación salesiana, esforzándonos con todo esmero por copiar el
espíritu de vida interior de nuestro Venerable»76).
Dulzura salesiana
La dulzura salesiana es expresión de la caridad y de la amorevolezza
educativa. Don Albera habló de ello explícitamente en una carta dirigida
a los inspectores y directores77), pero sus consideraciones son válidas para
todos los que tienen responsabilidades educativas y pastorales. La dulzura,
escribió, no es simplemente la facilidad de carácter «por la que uno cede
con cierta complacencia, pero sin bajeza, a la voluntad de los demás».
Implica un esfuerzo continuo «por dominar la vivacidad del carácter, por
75 LC 238-240.
76 LC 334-335.
77 LC 280-294 (20 de abril de 1919).

17.6 Page 166

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164 Segunda parte
reprimir todo movimiento de impaciencia y también esa indignación que a
veces parece santa, justificada por el celo y autorizada por la gravedad de
la falta»; requiere la actitud virtuosa de contener el lenguaje y evitar toda
palabra «que pueda disgustar a la persona con la que se trata»; implica
«esa mirada serena llena de bondad, que es el espejo verdadero y claro
de un alma sinceramente dulce y solo deseosa de hacer feliz a quien se le
acerca»78).
Esta virtud es sobre todo fruto de un ejercicio ascético y expresión de
ese desapego de uno mismo «por el que el espíritu permanece siempre
igual, en el honor y en el desprecio, en los sufrimientos y en los gozos». Es,
por tanto, una actitud conquistada día a día, bajo el impulso de la caridad,
que ayuda a ser humilde, tranquilo, dulce y siempre en el dominio de sí
mismo en el trato con los demás, en corregir sus defectos, en soportar
sus debilidades. Es amabilidad de palabras y suavidad de maneras. San
Francisco de Sales la llamó «la más excelente de las virtudes morales,
porque es el complemento de la caridad, que es perfecta cuando es dulce y
al mismo tiempo ventajosa para el prójimo»79).
La dulzura es una virtud necesaria sobre todo para quienes tienen la
responsabilidad de la dirección de almas o de la educación de los jóvenes:
tarea que conlleva el deber «de mantener siempre el mismo carácter y en
plena posesión de uno mismo», libre de cualquier forma de resentimiento,
despojado de todo amor propio, movido solo por el amor de Dios y de las
almas. Las palabras bruscas, el comportamiento grosero y la impaciencia
siempre tienen tristes consecuencias. «¡Cuántos buenos pensamientos se
inspiran, cuántas sabias intenciones se confirman con una acogida afable,
con un rostro abierto y sonriente, con una palabra dulce, con una renovada
seguridad de estima y afecto!»80).
La experiencia enseña que «aunque un superior (y se puede decir de
todo educador) es estimado por sus conocimientos, destreza y prudencia;
por mucho que se haya hecho amar por sus dependientes por su gene-
rosidad, basta que, incluso una vez, los trate con dureza o altivez en las
relaciones cotidianas… para que se pierda para siempre esa estima y bene-
volencia que había adquirido con tanto esfuerzo». Con la mansedumbre, en
cambio, y con la dulzura se gana el corazón, se disipan los prejuicios, se
78 LC 280-281.
79 LC 282-283.
80 LC 283.

17.7 Page 167

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La contribución a la Espiritualidad Salesiana 165
superan las repugnancias, se corrigen los defectos81).
Jesús es el modelo de todo pastor y superior: «Aprended de mí que soy
dulce y humilde de corazón. Con estas palabras el divino Salvador nos
señala la dulzura y la humildad como las cualidades más destacadas y
características de su Sacratísimo Corazón y, por tanto, también como las
cualidades en las que más deben destacar quienes le siguen; y, finalmente,
como la forma más eficaz de agradar a Dios y ganar el corazón de los
hombres». Quien quiera que las personas confiadas a su cuidado «crezcan
cada día en la virtud» debe mostrarse siempre amable, hacerlas felices
y alegres, «practicando siempre y en todas partes esa dulzura que Jesús
desea que aprendamos de su dulcísimo Corazón». Así reinará el espíritu
de familia. De hecho, lo que hace eficaz el seguimiento de Jesucristo, fue
su ejemplo, la paciencia y la dulzura con que trataba a todos. También
ahora sigue dándonos prueba de su bondad, a pesar de los muchos y graves
pecados que se cometen; y hasta el fin de los siglos se ofrecerá al Padre
Eterno como víctima expiatoria de nuestros pecados»82).
Francisco de Sales fue elegido como protector de la Sociedad Salesiana
precisamente por su ejemplar dulzura; y Don Bosco, profundo conocedor
de la naturaleza humana, comprendió desde el principio que «para hacer el
bien era necesario encontrar el camino de los corazones», por eso «estudió
con particular empeño y amor las obras y ejemplos de ese maestro y modelo
de mansedumbre, e hizo un esfuerzo por seguir sus huellas, practicando la
dulzura»83).
Este es, concluye don Albera, nuestro modelo insuperable de la dulzura
que conquista el corazón: «Con un carácter íntimamente bueno, mostraba
estima y cariño hacia todos sus alumnos, ocultaba sus defectos, hablaba de
ellos con alabanza; de modo que cada uno se imaginaba a sí mismo como
su mejor amigo, de hecho, su favorito. Para acercarse a él, no fue necesario
elegir el momento más favorable, ni fue necesario recurrir a alguna
persona influyente para ser presentado. Escuchó a todos con paciencia,
sin interrumpir y sin prisas y aburrimiento: tanto como para hacer creer a
muchos que no tenía nada más que hacer». Cuando tenía que corregir a un
hermano, utilizaba palabras muy dulces y alentadoras; cuando le proponía
algún trabajo, incluso doloroso y repulsivo, lo hacía con «tanta gracia y
81 LC 284-285.
82 LC 286-288.
83 LC 288-289.

17.8 Page 168

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166 Segunda parte
humildad» que nadie se atrevía a decir que no84).
Por eso, para saber dosificar dulzura y firmeza en el ejercicio de su
ministerio, concluye don Albera, «cada uno debe estudiar bien su propio
carácter y, si encuentra que es dulce por naturaleza, esforzarse por ser
firme; si, por el contrario, se reconoce naturalmente firme, intente practicar
la dulzura. De esta manera se evitarán los dos extremos, y llegaremos a ese
medio verdaderamente deseable de una autoridad suave y firme a la vez»
como la de Don Bosco85).
84 LC 289-291.
85 LC 293.

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167
Tercera parte
DE LAS CARTAS CIRCULARES
DE DON PABLO ALBERA

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168 Tercera parte

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18.1 Page 171

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 169
1. El espíritu de oración1)
¿A quién no le ha pasado un millar de veces, oír hablar del espíritu de
iniciativa y de la actividad de los salesianos? Quizás eran elogios sinceros,
hechos por personas benevolentes, principalmente para estimularnos a
hacer el bien. Quizás eran insinuaciones malignas de algún envidioso, y
quizás un arte satánico llevado a cabo por nuestros adversarios con el fin
de poner obstáculos a nuestra providencial misión en favor de la juventud.
Sea como fuere, es cierto que se ha hablado de esto por todas pertas, e
incluso se ha exagerado.
Ni eso debe maravillarnos, habiéndonos enviado la Divina Providencia
a cultivar un campo vastísimo, que, por estar expuesto a la mirada de todos
y por haber dado desde el inicio muchísimos frutos, no tardó en llamar la
atención incluso de las personas más indiferentes.
Ciertamente, después de la gracia de Dios y la protección de María
Santísima Auxiliadora, es a la infatigable laboriosidad, a la admirable
energía de Don Bosco, de Don Rua, de monseñor Cagliero y de tantos
hijos suyos que se debe la rápida difusión de las obras salesianas en Europa
y en América. Fue su celo incansable, fueron sus santos esfuerzos los que
hicieron florecer cada vez en su camino numerosas vocaciones, hicieron
surgir tantos y tan variados institutos, hasta hacer que nuestra humilde
Sociedad sea considerada como un verdadero prodigio. (...)
No hay duda de que este espíritu de iniciativa, este ardor y este trabajo
ininterrumpido se convirtió en un gran honor de nuestra Pía Sociedad y le
atrajo la admiración y alabanza de todos los buenos. También en la actua-
lidad esta es la prueba más consoladora de la vitalidad de la misma, o mejor,
de la singular protección y asistencia de la poderosa Auxiliadora sobre ella.
Considerándola, ¿quién entre nosotros no siente abrirse el corazón a las
más alegres esperanzas sobre el porvenir? Sin embargo, hablándoos con
el corazón en la mano, os confieso que no puedo defenderme del doloroso
pensamiento y del temor de que este alarde de actividad de los salesianos,
este celo que ha parecido hasta ahora inaccesible a cualquier desánimo, este
cálido entusiasmo que ha sido sostenido hasta ahora por éxitos continuos
y felices, vayan a venir a menos un día cuando no sean fecundados, purifi-
cados y santificados por una auténtica y robusta piedad. (...)
Procuremos, sobre todo, hacernos una idea exacta de la piedad. Esta
palabra se usaba en la lengua latina (pietas) para referirse al amor, la
1 De la carta circular Sullo spirito di pietà (15 de mayo de 1911), en LC 25-35.

18.2 Page 172

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170 Tercera parte
veneración y la asistencia que debe un hijo a aquellos que habían sido los
autores de su existencia. Era el elogio más bello que se podría hacer a un
joven: el decir que tenía gran piedad hacia sus padres.
Pero esta palabra adquirió, en el lenguaje de la Iglesia, un significado
inmensamente más noble y sublime; llegó a ser usada para significar el
conjunto de todos aquellos actos con los que el cristiano honra a Dios
considerándolo como Padre. A partir de aquí se percibe fácilmente la dife-
rencia entre la virtud de la religión y la piedad. La primera es una virtud
que nos inclina a cumplir todos los actos que pertenecen al honor y al culto
de Dios, el cual, habiéndonos creado, tiene derecho de ser reconocido por
nosotros y adorado como Señor supremo y dominador del universo.
La piedad nos hace honrar a Dios no solo como creador, sino también
como padre dulcísimo, que voluntarie genuit nos verbo veritatis, volunta-
riamente nos dio la vida con la omnipotencia de su palabra, que es palabra
de verdad. Es en virtud de la piedad que ya no estamos satisfechos de aquel
culto, diría casi oficial, que la religión nos impone, sino que sentimos el
deber de servir a Dios con aquel tiernísimo afecto, con aquella premurosa
delicadeza, con aquella profunda devoción, que es la esencia de la religión,
uno de los más hermosos dones del Espíritu Santo y, según San Pablo, la
fuente de toda gracia y bendición para la vida presente y la futura. (...)
Tenía, pues, razón monseñor de Ségur cuando escribía: «La piedad
cristiana es la unión de nuestros pensamientos, de nuestros afectos, de toda
nuestra vida con los pensamientos, con los sentimientos, con el espíritu de
Jesús. Es Jesús viviendo con nosotros». Es la piedad la que regula sabia-
mente nuestra relación con Dios, la que santifica todas nuestras relaciones
con el prójimo, según el dicho de san Francisco de Sales de que «las almas
verdaderamente pías tienen alas para alzarse a Dios en la oración, y tienen
pies para caminar entre los hombres por medio de una vida amable y santa».
Esta imagen de nuestro santo doctor nos enseña a distinguir de las
prácticas religiosas, que nosotros solemos cumplir a ciertas horas de la
jornada, el toque de piedad que debe acompañarnos a cada instante, y
que tiene por objetivo santificar cada pensamiento, cada palabra y acción
nuestros, a pesar de que no formen parte del culto que prestamos a Dios.
Y es justo este espíritu de piedad el que desearía inculcar en mí y en todos
mis queridísimos hermanos, sin permitirme los límites de esta circular el
poder tratar cada una de las prácticas religiosas que las Constituciones nos
prescriben.
El espíritu de piedad debe ser considerado como el fin; los ejercicios de
piedad no son más que el medio para conseguirlo y conservarlo. Dichoso

18.3 Page 173

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 171
aquel que lo posee, ya que en todo no tendrá más objetivo que Dios, se
esforzará por amarlo cada vez más ardientemente, no buscará nunca nada
más que agradarle. ¡Qué deplorable es, sin embargo, el estado de quien
está privado de él! Aun cuando cumpliese varios actos de piedad durante
el día, según el testimonio de san Francisco de Sales no sería más que «un
simulacro, un fantasma de la genuina piedad».
Y afirmando esto no pretendo disminuir mínimamente la alta estima
que debemos tener a las distintas formas exteriores que toma la piedad, las
cuales son necesarias para nuestra alma como la leña para mantener vivo
el fuego, como el agua a las flores; sino que quiero decir que el espíritu
de piedad es la base y el fundamento de aquellas, y que puede ser incluso
un medio de compensación para aquellas almas a las cuales los trabajos
imprevistos o las exigencias particulares de su condición no les permitiesen
hacer completamente las prácticas religiosas que la Regla les impone.
Pero hay más. Si dejásemos pasar un tiempo notable sin ninguna mani-
festación externa de este espíritu de piedad, si por desgracia permitiésemos
que se apagase en nosotros, ¿cómo podría subsistir aquella íntima relación,
aquel inefable parentesco que Jesucristo quiso establecer entre él y las
almas mediante el santo bautismo? Ya no existiría ninguna relación entre
aquel Dios que nosotros llamamos con el agradabilísimo nombre de padre,
y nosotros, que tenemos la fortuna de ser llamados y somos realmente sus
hijos.
Y, lo que es más, ¿no es cierto que se vería menguado también aquel
espíritu de fe, por el cual estamos convencidos de tal modo de las verdades
de nuestra santa religión que las conservamos siempre vivas en la memoria,
sintiendo su saludable influjo en cada circunstancia de la vida? Sin este
espíritu tampoco se preocupa por el Espíritu Santo que frecuentemente nos
visita, nos instruye, es más, nos consuela y socorre de nuestras enferme-
dades: adiuvat infirmitatem nostram.
Por el contrario, si está bien cultivado, este espíritu hace de tal forma
que nuestra unión con Dios no se vea interrumpida nunca, es más, confiere
a cada acto, también profano, un carácter íntimamente religioso, lo eleva
a mérito sobrenatural, cual oloroso incienso, forma parte de aquel culto
jamás interrumpido que debemos prestar a Dios. Practicándolo, según
san Gregorio Magno, nuestra vida se convertiría en un inicio de aquella
felicidad que gozan los santos que habitan en el cielo: inchoatio vitae
aeternae.
Pero los vínculos que unen el alma cristiana a Dios, se hacen más
solemnes para quien tuvo la suerte de hacer la profesión religiosa. Con este

18.4 Page 174

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172 Tercera parte
acto el alma se esposa con Jesucristo, a quien se dedica sin reserva, a quien
consagra sus facultades, sus sentidos, toda su vida. Se hace totalmente de
Dios. Justo por esto, si hay alguien que deba poseer el espíritu de piedad,
es el religioso. Él debería tenerlo de tal forma que lo comunique a cuantos
le rodean.
Por gracia de Dios podemos contar con muchos hermanos, sacerdotes,
clérigos y coadjutores, que en cuanto a espíritu de piedad son auténticos
modelos y provocan la admiración de todos.
Pero por desgracia he de añadir, et flens dico, que también hay sale-
sianos que dejan mucho que desear sobre este punto. Por desgracia están
carentes de ello algunos que, siendo novicios, habían edificado a todos sus
compañeros con su fervor.
Ya no se llamarían hijos de Don Bosco algunos que consideran las
prácticas religiosas como un peso insoportable, emplean cualquier excusa
para eximirse, y dan en todos lados el triste espectáculo de su laxitud e
indiferencia. Son plantas delicadas que ha quemado la escarcha; son flores
que el viento ha lanzado a la tierra; o son ramas que, si todavía no han sido
arrancadas completamente de la vid, vegetan desafortunadamente en una
muy deplorable mediocridad y no darán fruto jamás. (...)
Sin espíritu de piedad, el religioso no tendrá forma de sacudir de su
alma el polvo mundano que, por desgracia, se irá posando cada día sobre
él, al estar siempre en contacto con el mundo, como advierte León Magno.
A pesar de nuestra profesión, es más, a pesar de la misma ordenación
sagrada, es también cierto que no dejamos de ser hijos de Adán, de estar
expuestos a mil tentaciones; podríamos sucumbir en cualquier momento a
las seducciones de las criaturas y a los asaltos de nuestras pasiones.
Solo estaremos seguros bajo el escudo de una auténtica piedad; solo
con las prácticas religiosas podremos vigorizar nuestro espíritu, corres-
ponder a la gracia de Dios y alcanzar el grado de perfección que Dios
espera de nosotros. Esta es la razón por la que aquellos a los que Dios
suscitó para reformar las congregaciones religiosas, que habían decaído del
fervor primitivo, sobre todo dirigieron toda su atención a reflorecer en el
seno de las mismas la piedad. Todo intento habría sido vano, si primero no
se hubiese preparado el terreno. (...)
Pero será en el día de la prueba en el que nos habremos convencido
mejor de lo necesario que es el espíritu de piedad. Justo porque trabajamos
incansablemente, justo porque nos es confiada la porción más selecta del
rebaño de Jesucristo, y porque se las arregló para sacar algunos frutos, se
dirigirán contra nosotros las flechas de nuestros enemigos.

18.5 Page 175

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 173
Llegará, por desgracia, la hora de la tempestad. Debemos estar prepa-
rados para la lucha. Tal vez nos veremos abandonados por aquellos mismos
que decían ser nuestros amigos; a nuestro alrededor no veremos más
que adversarios o indiferentes. ¿Y quién sabe si, permitiéndolo Dios, no
tengamos que pasar nosotros también per ignem et aquam, es decir, por
graves sufrimientos físicos y morales?
En semejante y dolorosa situación, persuadámonos bien, solo podremos
sacar fuerza y consuelo del espíritu de piedad. Esta fue la fuente de la
que obtuvo el venerable Don Bosco aquella inalterable homogeneidad de
carácter y aquella alegría pura que, cual aureola resplandeciente, parecía
decorar más opulentamente su frente en los días de mayor dolor. (...)
La falta de piedad por nuestra parte haría infructuoso nuestro minis-
terio en favor de las almas, y nuestras mismas grandes solemnidades nos
serían echadas en cara como estiércol asqueroso, como protestó el Señor
por boca de Malaquías (Mal 2,3).
Y, a propósito de esto, no me está permitido callar un argumento que
más que ningún otro debería valer para los salesianos. Todo el sistema
educativo enseñado por Don Bosco se apoya en la piedad. Donde esta
no fuese debidamente practicada, faltaría todo adorno, todo prestigio a
nuestros institutos que se volverían mucho peores que los mismos insti-
tutos laicos.
Pues bien, nosotros no podríamos inculcar la piedad a nuestros alumnos,
si nosotros mismos no estuviésemos abundantemente provistos de ella. La
educación que daríamos a nuestros alumnos sería manca, porque el más
ligero soplo de impiedad y de inmoralidad borraría en ellos aquellos prin-
cipios que, con tanto sudor y con largos años de trabajo, hemos intentado
grabar en sus corazones. El salesiano, si no es firmemente pío, no será
nunca apto para el empeño de educador. Pues el mejor método para enseñar
la piedad es el de dar ejemplo.
Recordemos que no se podría dar más bello elogio a un salesiano,
que aquel de decir de él que es verdaderamente pío. Y es por esto que
en el ejercicio de nuestro apostolado deberíamos tener siempre presente a
nuestro venerable Don Bosco, que ante todo se nos muestra como reflejo y
modelo de piedad. (...)
Cuantos lo conocieron recuerdan la compostura siempre devota, aunque
no afectada, con la que Don Bosco celebraba la santa Misa; así que no era
de extrañarse si los fieles se amontonaban en torno al altar para contem-
plarlo. Muchas veces, también sin saber quién era, se retiraban diciendo:
ese sacerdote debe de ser un santo.

18.6 Page 176

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174 Tercera parte
Se diría que la vida del Siervo de Dios era una oración continua, una
nunca interrumpida unión con Dios. Señal de ella era aquella inalterable
homogeneidad de ánimo que transparentaba de su rostro invariablemente
sonriente. En cualquier momento en el que recurriésemos a él a por consejo,
parecía que interrumpiese sus coloquios con Dios para darnos audiencia,
y que los pensamientos y ánimos que nos regalaba le fuesen inspirados
por Dios. ¡Qué edificante para nosotros oírle recitar el Pater, el Angelus
Domini!
Jamás se borrará de mi memoria la impresión que me daba en la
bendición de María Auxiliadora a los enfermos. Mientras pronunciaba el
Ave Maria y las palabras de la bendición, se diría que su rostro se transfi-
gurase; sus ojos se llenaban de lágrimas y le temblaba la voz sobre el labio.
Para mí eran indicios de virtus de illo exibat; por lo que no me maravillaba
por los efectos milagrosos que lo seguían, esto es, si los afligidos eran
consolados, los enfermos curados. (...)
Tomemos, entonces, algunas resoluciones prácticas: 1. Hagamos
el propósito de ser fieles y exactos en nuestras prácticas de piedad...; 2.
Prometamos santificar nuestras acciones cotidianas: ... continúen los sale-
sianos a dar el ejemplo de espíritu de iniciativa, de gran actividad, pero sea
siempre, y en todo, la expansión de un celo verdadero, prudente, constante
y, sobre todo, sostenido por una firme piedad; 3. Apliquémonos para que
nuestra piedad sea fervorosa. Y se llama fervor a un deseo ardiente, una
voluntad generosa de agradar a Dios en todo.
2. En la escuela de Don Bosco2)
Los más ancianos entre los hermanos recuerdan con qué santo empeño
nos preparaba Don Bosco para ser sus colaboradores. Solía reunirnos de
vez en cuando en su humilde habitación, después de las oraciones de la
noche, cuando todos los demás ya estaban descansando, y allí nos daba
una breve, pero interesantísima, conferencia.
Éramos pocos para oírlo, pero justo por esto nos sentíamos felices de
tener la confianza, de ser puestos a parte para los grandiosos designios de
nuestro dulcísimo maestro.
No nos fue difícil comprender que él estaba llamado a cumplir una
2 De la carta circular Sulla disciplina religiosa (25 de diciembre de 1911), en LC
54-56.

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 175
misión providencial a favor de la juventud, y era para nosotros una gloria
no pequeña el ver que nos elegía como instrumentos para continuar sus
maravillosos ideales.
Así, poco a poco, nos íbamos formando en su escuela, tanto más que
sus enseñanzas tenían una atracción irresistible sobre nuestros ánimos,
admirados por el esplendor de sus virtudes.
De 1866 en adelante, habiendo comenzado a reunirnos para los ejer-
cicios espirituales, la acción de Don Bosco pudo ser ejercitada a una escala
mucho más vasta. Cada año, en tan feliz fecha, éramos reunidos y contados,
y nos resultaba de gran consuelo vernos cada vez más numerosos.
El buen padre con sus instrucciones, tan densas de pensamientos santos
y expuestas con inefable unción, abría continuamente nuevos horizontes a
nuestras mentes atónitas, hacía cada vez más generosos nuestros propósitos
y más estable nuestra voluntad de permanecer siempre con él, y de seguirlo
a donde fuere, sin ninguna reserva y a coste de cualquier sacrificio.
Ya han pasado más de cincuenta años de aquellos tiempos venturosos,
pero el tiempo transcurrido no ha logrado borrar de nuestros corazones la
marca que dejaba en nosotros la palabra de Don Bosco.
A menudo algunos artículos de las Constituciones, que leía de un
manuscrito, constituían el argumento de su conferencia, y le daban pie
para llegar a consideraciones prácticas, verdaderamente valiosas para
nuestra formación espiritual.
No recuerdo que él pronunciase jamás la palabra disciplina: no la
habríamos entendido; pero nos enseñaba bellamente lo que significa, nos
marcaba el camino que debíamos recorrer y, finalmente, velaba atenta-
mente, para que nuestra conducta fuese conforme a sus enseñanzas.
No pocas veces le salían de la boca claras alusiones al rápido y extraor-
dinario desarrollo que habría tenido la naciente Congregación, a la multitud
interminable de niños que habrían habitado sus casas; y era esto lo que
más excitaba nuestro estupor, sabiendo las innumerables y gravísimas difi-
cultades que tenía que superar para sostener la única y pequeña casa del
Oratorio.
Solamente el 15 de noviembre de 1873, cuando la Pía Sociedad
Salesiana contaba ya con siete casas en Italia, Don Bosco dirigió a sus
hijitos una circular cuyo argumento era la disciplina. Me he encontrado
una copia, y la tengo sobre mi escritorio mientras estoy escribiendo estas
pocas páginas, para que me sirva de guía. Él definía la disciplina: un modo
de vivir conforme a las reglas y costumbres de un instituto. Este instituto
–es fácil de comprender– en la mente de Don Bosco era la Pía Sociedad

18.8 Page 178

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176 Tercera parte
Salesiana; su objetivo, como encontramos en el 1er artículo de las Cons-
tituciones, era la perfección de sus miembros y el medio para alcanzarlo
sobre todo el apostolado en favor de la juventud pobre y abandonada. (...)
Entonces, el perfeccionamiento de los miembros y de la entera Sociedad
debía ser el efecto de la disciplina que Don Bosco inculcaba a sus hijitos,
pero no un perfeccionamiento que pudiese ser común a cualquier familia
religiosa, sino adaptado al carácter especial que aquella revestía y a las
reglas que la gobernaban. ¡Qué maravilla, por ello, que, bajo el apoyo de
un maestro tan experto y surtido de tantas luces sobrenaturales, muchos
de aquellos primeros discípulos de Don Bosco diesen pasos de gigante
en la piedad, en la virtud, en el espíritu de sacrificio y en el ejercicio del
celo! Ciertamente ninguno se sorprenderá si aquellos fueron llamados los
tiempos heroicos de nuestra Pía Sociedad.
3. Vivir de fe3)
Si tenemos la fortuna de vivir de fe, sentiremos en el corazón una
profunda gratitud a Dios por habernos llamado a la Pía Sociedad Salesiana,
tan providencialmente fundada por el venerable Don Bosco; la considera-
remos como el arca de la salvación y nuestro refugio, y la amaremos como
nuestra dulcísima madre. Consideraremos la casa donde la obediencia nos
ha mandado a trabajar como la casa de Dios mismo; nuestro oficio, sea el
que sea, como la porción de la viña que el dueño nos dio para cultivar.
En la persona de los superiores veremos a los representantes de Dios
mismo, sobre cuya frente la fe nos hará leer aquellas palabras: qui vos
audit, me audit; qui vos spernit, me spernit (Lc 10,16): quien os escucha
a vosotros, me escucha a mí; quien os desprecia a vosotros, me desprecia
a mí; de modo que sus órdenes serán para nosotros como orden de Dios
mismo, y las seguiremos premurosamente, cuidándonos bien de juzgarlas
sin razón y criticarlas.
Reconoceremos las Constituciones, los Reglamentos, el horario, como
otras tantas manifestaciones de la voluntad de Dios sobre nosotros, y será de
nuestro cuidado que no sean transgredidos jamás. Los jóvenes de nuestros
oratorios e institutos serán, a ojos de nuestra fe, un depósito sagrado, del
cual el Señor nos pedirá estricta cuenta.
Nuestros hermanos que comparten con nosotros los dolores y las
3 De la carta circular Sulla vita di fede (21 de noviembre de 1912), en LC 95-99.

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 177
alegrías, con los que rezamos y trabajamos, serán otras tantas imágenes
vivientes del propio Dios, encargadas por Él mismo bien para edificarnos
con sus virtudes, bien para hacernos practicar la caridad y la paciencia con
sus defectos.
¡Oh! ¿Cuándo llegará ese día en el que nosotros, según la imaginativa
expresión de san Francisco de Sales, nos dejaremos llevar por Nuestro
Señor como un niño entre los brazos de la madre? ¿Cuándo, queridísimos
hermanos, nos acostumbraremos a ver a Dios en cada cosa, en cada acon-
tecimiento, que consideraremos como especie sacramental bajo la cual Él
se esconde? Así nos persuadiremos de que la fe es un rayo de luz celeste
que nos hace ver a Dios en todo y todo en Dios.
Esto es precisamente lo que admiramos en la vida de nuestro venerable
fundador. ¿Por qué de jovencito hizo tantos esfuerzos para atraer a los niños
del humilde burgo de I Becchi? Todos lo sabemos; era para instruirlos y
alejarlos del pecado. ¿Cuál fue el fin que se propuso al abrazar la carrera
sacerdotal, superando innumerables obstáculos? Nos lo dice bien el lema:
da mihi animas. Quería salvar las almas que la fe le presentaba como resca-
tadas al precio de la sangre misma de Jesucristo.
Ordenado sacerdote se consagra al cuidado de los niños pobres, porque
los ve, abandonados por todos, crecer en la ignorancia y en el vicio. ¡Qué
edificación era para nosotros contemplarlo ocupado durante muchas horas
en oír las confesiones de tantos jovenzuelos, sin hacer nunca el mínimo
signo de estar cansado de tan penoso ministerio! Eso sucedía porque su fe
vivísima le hacía contemplar al confesor en el acto de curar las plagas de
las almas, de romper las cadenas que las cautivaban, de encaminarlas por
el sendero de la piedad y de la virtud.
No habría querido que los jovenzuelos confiados a él permane-
ciesen, aunque fuese por pocas horas, con el pecado en el alma; por ello
los exhortaba con palabras eficacísimas, que cuando hubiesen caído en
cualquier culpa, se confesasen cuanto antes, aunque fuese levantándose de
la cama durante la noche.
¿Y qué no sugirió la fe a Don Bosco para hacer más fructífera su predi-
cación? Se había impuesto la ley de evitar cualquier palabra o frase que no
fuese perfectamente comprendida por su joven audiencia, por más elegante
que fuese. Evitaba toda expresión abstracta y difícil de entender, y se acos-
tumbró así a un lenguaje, casi diría, concreto, con el que él hablaba a las
conciencias de los niños, se ganaba su atención y dominaba su voluntad.
A esta arte suya y a su santidad es debida la singularísima eficacia de su
palabra.

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178 Tercera parte
Asimismo, fue el espíritu de fe el que le inspiró su admirable Sistema
Preventivo, el cual, mientras le logró un puesto muy honorable entre los
educadores de la juventud a juicio de los doctos, es para nosotros la prueba
más convincente de su ardentísimo celo para impedir el pecado.
¿Por qué habría querido que sus alumnos fuesen puestos en la impo-
sibilidad moral de cometer faltas? Únicamente por el deseo de que fuese
evitada la ofensa de Dios.
Él mismo sintió cuánto costase la asistencia a quien quiere seguir el
Sistema Preventivo, y mientras le llegaron las fuerzas, precedía a sus
hijitos con su ejemplo y los espoleaba con sus cálidas exhortaciones.
Recuerdo que a un tal que había dejado solos, por cansancio, a los jóvenes
del oratorio un domingo de agosto, le dijo con fuerza: cuando están tantos
jóvenes en el recreo, debemos asistirlos a cualquier coste. Descansaremos
en otro momento.
Habría tenido escrúpulos por tener una conversación, por escribir una
carta sin condimentarla con algún pensamiento religioso, y lo sabía hacer
con tanto garbo y con tana finura que jamás se sintió ninguno disgustado.
Por tanto, se podría dar testimonio de él, que nadie nunca se acercó a él
sin sentirse mejor. La fe le enseñaba que un sacerdote faltaría a su deber si
actuase de otro modo.
Estuve varias veces acompañándole cuando despedía a sus misioneros
en el barco, y fue en aquellos preciosos instantes en los que pude tener la
mejor prueba de su viva fe y de su ardentísimo celo. A este le decía: espero
que salves muchas almas. A aquel otro le sugería al oído: tendrás que sufrir
mucho, pero recuerda que el paraíso será tu premio. A quien habría debido
asumir la dirección de parroquias, le aconsejaba que tuviese un cuidado
especial con los niños, los pobres y los enfermos.
A todos les repetía: no buscamos dinero, buscamos almas. A un
sacerdote el día de la primera Misa le deseaba que fuese el más fervoroso
en la fe y en la devoción al SS. Sacramento. A otro le inculcaba que no
hiciese una predicación sin hablar de María. Y él daba ejemplo de ello.
Entrado de jovenzuelo en el Oratorio, recuerdo que, desde los primeros
días, al oír el discursillo de la tarde, no podía contenerme de decirme a mí
mismo: ¡cuánto debe de querer Don Bosco a la Virgen!
¿Y quién entre los ancianos no ha notado con qué sentimiento, con
qué convicción nos hablase de las verdades eternas, y cómo no raramente
sucedía que, hablando, especialmente de los novísimos, se conmoviese
hasta el punto de faltarle la voz?
No podremos olvidar con cuánta fe celebrase la Santa Misa y cuánta

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 179
diligencia pusiese para seguir las ceremonias, hasta el punto de llevar
siempre el librito con las rúbricas para recordarlas de vez en cuando.
También era su fe la que le hacía considerar su Congregación, sus casas,
como el efecto de la especialísima protección de María SS. Auxiliadora,
a la que profesaba la más sentida gratitud. Y se le oyó exclamar: ¡cuántos
prodigios ha realizado el Señor en medio de nosotros! Pero ¡cuántos
prodigios ha obrado el Señor entre nosotros! Pero cuántas maravillas más
habría hecho, si Don Bosco hubiese tenido más fe; y diciendo esto ¡se le
arrasaban los ojos de lágrimas! (MBe VIII, 829).
4. El oratorio es el alma de nuestra Pía Sociedad4)
De la lectura de los primeros volúmenes de la vida de nuestro venerable
Padre, escrita con tanto amor y escrupulosa exactitud por el queridísimo
don Lemoyne, aparece luminosamente que la primera obra, es más,
la única durante muchos años, de Don Bosco fue el oratorio festivo, su
oratorio festivo, que él ya había vislumbrado en el misterioso sueño tenido
a los nueve años y en los subsiguientes, que progresivamente le iluminaron
la mente sobre la obra de la Providencia a él confiada.
No debemos olvidar nunca, oh queridos hermanos, que el oratorio
festivo de Don Bosco es una institución completamente suya, que se dife-
rencia de cualquier otra semejante tanto por la finalidad a la que tiende
como por los medios que emplea.
Según Don Bosco el oratorio no es para un tipo concreto de jóvenes con
preferencia de otros, sino para todos, indistintamente, desde los siete años
en adelante; no se pide la situación familiar o la presentación del joven por
parte de los padres: la única condición para ser admitido es la de venir con
la buena voluntad de divertirse, instruirse y de cumplir junto con todos los
demás los deberes religiosos.
No pueden ser causas del alejamiento de un joven del oratorio ni la
vivacidad de carácter, ni la insubordinación esporádica, ni la falta de
buenas formas, ni cualquier otro defecto juvenil, causado por la ligereza
o la obstinación natural; sino solo la insubordinación sistemática y conta-
giosa, la blasfemia, los malos discursos y el escándalo. Exceptuando estos
casos, la tolerancia del superior ha de ser ilimitada.
4 De la carta circular Gli Oratori festivi - Le missioni - Le vocazioni (31 de mayo de
1913), en LC 111-113, 117-119.

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180 Tercera parte
Todos los jóvenes, también los más abandonados y miserables, han de
sentir que el oratorio es para ellos la casa paterna, el refugio, el arca de la
salvación, el medio seguro para ser mejores, bajo la acción transformante
del afecto más que paterno del director.
«Estos jóvenes (escribía Don Bosco en 1843, es decir, casi al inicio de
su obra) realmente necesitan una mano benéfica, que los cuida, los cultiva,
los guía a la virtud, los aleja del vicio. La dificultad consiste en encontrar
maneras de reunirlos, de poder hablar, de moralizarlos. Esta fue la misión
del hijo de Dios; Esto solo puede hacer su santa religión. Pero esta religión
que es eterna e inmutable en sí misma, que fue y nunca será siempre en
todo momento, el maestro de los hombres contiene una ley tan perfecta,
que sabe cómo someterse a las vicisitudes de los tiempos y adaptarse a la
naturaleza diferente de todos los hombres.
Entre los medios para difundir el espíritu de la religión en los corazones
de los que están enojados y abandonados, se encuentran los oratorios
festivos... Cuando me entregué a esta parte del ministerio sagrado, tuve la
intención de consagrar todos mis esfuerzos a la mayor gloria de Dios y al
beneficio de las almas, con la intención de trabajar para hacer buenos ciuda-
danos en esta tierra, para que algún día puedan ser dignos habitantes del
cielo. Dios me ayuda a poder continuar hasta el último aliento de mi vida».
Y el Señor le ayudó no solo a continuar hasta el último suspiro de la vida
en esta aspiración apostólica suya, sino a perpetuarla prodigiosamente en
medio de los pueblos al sacar de su corazón magnánimo la Pía Sociedad
Salesiana, que, nacida en su oratorio y para el oratorio, no puede vivir y
prosperar si no es por este.
Y es por ello que el oratorio festivo de Don Bosco, que se dilata cada vez
más, reproduciéndose en miles de lugares y tiempos diversos, pero siempre
único en su naturaleza, es el alma de nuestra Pía Sociedad. Si somos autén-
ticos hijos de tal Padre, hemos de conservar esta preciosa herencia vital en
su genuina integridad y esplendor.
En todo lugar en el que se encuentran hijos de Don Bosco ha de florecer
su oratorio, abierto a todos los jóvenes, para poderlos reunir, hablarles,
moralizarles y hacerles no solo dignos ciudadanos de la tierra sino, sobre
todo, dignos habitantes del cielo.
Aunque nuestra Pía Sociedad se embarque en empresas variadísimas,
conviene, sin embargo, que todas procuren producir el fruto precioso y
natural de la propia Sociedad, que es el oratorio festivo: actuando de otro
modo no merecemos ser considerados como verdaderos hijos del Padre.
(...)

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 181
Don Rua le decía un día a un salesiano al que mandaba para abrir un
oratorio festivo: «Allí no hay nada, ni siquiera el terreno ni el local para
reunir a los jóvenes, pero el oratorio festivo está en ti: si eres un auténtico
hijo de Don Bosco, encontrarás dónde poder plantarlo y hacer crecer como
árbol magnífico y rico de hermosos frutos». Y así fue, porque en pocos
meses surgía, hermoso y espacioso, el oratorio, abarrotado por un centenar
de jóvenes, los mayores de entre los cuales se habían convertido en poco
tiempo en los apóstoles de los más pequeños.
Es cierto que el oratorio necesita personal y recursos, pero no esos
los principales factores. Dadme un director lleno del espíritu de nuestro
venerable Padre, sediento de almas, rico de buena voluntad, ardiente
de afecto y de interés por los jóvenes, y el oratorio florecerá maravillo-
samente, aunque falten muchas cosas. El mismo Don Rua, después de
haberse referido a los múltiples y saludables frutos que se habían obtenido
en más oratorios, continúa:
«Pero podríais creer que se pueden contar cosas tan felices solamente
de aquellos oratorios que poseen un local adaptado, es decir, una capilla
conveniente, un patio amplio, un teatrillo, aparatos de gimnasia y juegos
numerosos y atrayentes.
Ciertamente estos son medios muy eficaces para atraer a numerosos
jovenzuelos a los oratorios, y para que los buenos principios plantados en
sus corazones saquen raíces profundas: pero aun así he de deciros con la
mayor alegría que en muchos lugares el celo de los hermanos ha suplido
la falta de estos medios. Se comenzaron oratorios del mismo modo que
comenzó Don Bosco en el Refugio: una escuela o una mísera sala que
sirviese de capilla, mientras un pequeño terreno a la intemperie hacía
de patio y a todos les parecía imposible, de hecho, que continuase. Sin
embargo, los jóvenes, atraídos por los buenos modales de los salesianos,
acudieron en gran número.
El interés que se les mostraba, les arrancó de los labios estas palabras: en
otros lugares encontraríamos salas vastas, patios amplios, jardines bonitos,
juegos de todo tipo: pero preferimos venir aquí, donde no hay nada, porque
sabemos que aquí somos queridos».
Es tal que así: el afecto sincero del director y de sus ayudantes suple a
muchas cosas. No creamos haber hecho el oratorio según lo quería Don
Bosco cuando hayamos levantado un recreatorio donde se reúna algún
centenar de jóvenes.
Por mucho que se deba desear que el oratorio esté abundantemente
equipado de toda suerte de comodidades y de diversiones para aumentar el

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182 Tercera parte
número de los alumnos, aun así, todo esto no se debe separar nunca de la
más laboriosa solicitud por hacerlos buenos y bien fundados en la religión
y en la virtud.
No se crea que en la predicación baste con decirles cuanto se os venga
en mente; prepárense las instrucciones, las explicaciones del evangelio,
incluso las catequesis; decidles cosas adaptadas a sus necesidades y de la
forma más interesante que podáis, para la santificación individual y para la
restauración de todas las cosas en Cristo Jesús.
Cuando un director de oratorio festivo haya alcanzado el resultado de
que cada domingo haya un cierto número de comuniones, puede estar
seguro de que en su oratorio no habrá solamente chavalitos, sino joven-
zuelos apegadísimos que serán el alma de las Compañías y de los Círculos
y de todas las obras de perfeccionamiento que deben embellecer el oratorio
como los frutos a la planta y de los cuales se habla ampliamente en la
relación sobre los oratorios festivos y las catequesis; relación que espero
que haya recibido cada director y que la relea de vez en cuando. A ella
os remito, pues, para no alargarme avasalladoramente en esta carta, es
más, querría que fuese tomada como tema en las discusiones de vuestras
reuniones.
Si el estudio y la experiencia os sugiriesen alguna modificación práctica
o añadido informadme. En esa relación podréis encontrar un vasto reper-
torio de lo que se puede hacer para allegar a los adultos al oratorio. No
olvidéis, sin embargo, de que todas aquellas obras solo tienen razón de
ser como medio para alcanzar la vitalidad del oratorio, mientras que la
comunión es la vida misma.
5. ¡Sed todos misioneros!5)
Las misiones eran el tema favorito de los discursos de Don Bosco, y
sabía infundir en los corazones semejante y vivo deseo de llegar a ser
misioneros que nos parecía la cosa más natural del mundo. Y cuando el
cónsul de la República Argentina en Savona, maravillado por todo lo que
veía en el Oratorio, le pidió una institución similar para la provincia de
Buenos Aires, él aceptó inmediatamente el proyecto de hacer oír la palabra
divina hasta en la Patagonia y en la Tierra del Fuego.
5 De la carta circular Gli Oratori festivi - Le missioni - Le vocazioni (31 de mayo de
1913), en LC 121-124.

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 183
Este pensamiento, humanamente hablando, olía a gran temeridad,
porque los misioneros que habían intentado antes entrar en aquellas vastas
regiones casi inexploradas habían sido brutalmente masacrados. Sin
embargo, para Don Bosco la segunda finalidad de su Congregación debía
ser las misiones y nada le impidió abrazarlo en toda su extensión.
Muy aprobado y animado su proyecto por Su Santidad Pío IX, Don
Bosco preparó la primera expedición de algunos de sus hijos, bajo la guía
de don Juan Cagliero, para el 11 de noviembre de 1875. Se privó de sus
mejores sujetos; se sometió a privaciones de todo tipo para preparar todo
lo necesario; trazó con el mayor detalle el itinerario, y proveyó para la más
mínima necesidad, también material, de aquel largo viaje.
¿Quién puede repetir los cuidados y la solicitud de Don Bosco con esta
primera expedición que debía ser seguida por muchísimas más, portadoras
cada vez de un número mayor de apóstoles generosos en medio de las
tribus salvajes? ¿Quién la alegría de su corazón cuando supo que habían
llegado a destino en suelo americano? ¿Quién su júbilo cuando vio a sus
hijos entrar en las Pampas y en la Patagonia y lanzarse intrépidamente
a través de la Tierra del Fuego hasta el extremo austral del estrecho de
Magallanes?
¡Y cuando vio la Patagonia Septentrional erigida en Vicariato Apos-
tólico con la consagración episcopal del primero de los obispos que él
llevaba en el pecho, y cuando la Patagonia Meridional y la Tierra del Fuego
en Prefectura Apostólica, y cuando algunos de aquellos pobres salvajes
convertidos se postraron ante él para testimoniarle su gratitud, sintió seme-
jantes dulzuras que ninguno podrá jamás repetir aquí, y que lo consolaron
abundantemente por todas las penas sufridas! (...)
Desde entonces las misiones fueron el corazón de su corazón y parecía
que ya viviese solo para ellas. No que descuidase las otras y numerosas
obras, sino que su preferencia eran los pobres de la Patagonia y la Tierra
del Fuego. Hablaba de ellos con tanto entusiasmo que se quedaban maravi-
llados y fuertemente edificados por su ardor encendidísimo por las almas.
Parecía que cada latido de su corazón repitiese: ¡Da mihi animas! Al
encanto de su voz hablando de las misiones se suscitaban en el corazón de
los hijos instantáneas y prodigiosas vocaciones al apostolado, y los bienhe-
chores no podían no colaborar eficazmente con generosas oblaciones para
esta obra cual es la salvación de las almas: Divinorum divinissimum est
cooperari in salutem animarum, como dijo el Areopagita.
Y el Señor bendijo abundantemente esta abundante sed suya de almas
dando, merced a su petición, a sus hijos vastas y numerosas misiones que

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184 Tercera parte
florecieron rápidamente en frutos de santidad y civilización.
En la visita a las casas y misiones de América, realizada hace diez años,
pude asegurarme personalmente de la realidad de todo lo que digo. Después
de las misiones de la Patagonia y la Tierra del Fuego vinieron aquellas entre
los Bororo del Mato Grosso en Brasil, después aquellas entre los jíbaros en
Ecuador Oriental y recientemente las nuevas e inmensas misiones de India
y de China.
Este es el extensísimo campo en el que nuestra Congregación ha de
hacer descender, junto con la sangre redentora de Jesucristo, los sudores
de las fatigas apostólicas, y, si es necesario, como ya ha sucedido en la
Patagonia, también la sangre de sus hijos.
Por ello, no os será difícil, oh queridos hermanos, comprender el gran
peso que incumbe a vuestro Rector Mayor para proveer estas misiones de
personal seguro y celoso, y de medios materiales. Es más, las necesidades,
tanto de personal como de medios, se hacen cada vez más sensibles, y yo
siento la necesidad de hacer un llamamiento a vuestro corazón, oh buenos
hermanos, de ayuda.
Sí, quered también vosotros compartir conmigo semejante peso, preo-
cupándoos mucho por nuestras misiones, primero con la oración y después
con la acción. La oración, que es la potencia de Dios en nuestras manos,
suba incesantemente a implorar la gracia de la vocación al apostolado
sobre nosotros y sobre los jóvenes confiados a nuestros cuidados. Recemos
con intensidad de fe y de afecto por este fin, interponiendo la mediación
poderosísima de nuestra querida Virgen y del venerable Padre.
Pero la oración no basta, es necesario unir también las obras. Estas
pueden ser sobre todo personales, haciendo un estudio particular para
enriqueceros con las virtudes del misionero, que deben ser una piedad
profunda y un gran espíritu de sacrificio para toda la vida y no solo para
algunos años.
El enemigo de las almas parece haber encontrado el modo de impedir
el fruto del apostolado, poniendo en el corazón de algunos de los llamados
a las misiones mil dificultades, y más todavía, presentando las misiones
mismas bajo el aspecto de un viaje científico y de placer, o solo como una
prueba: si lo logra, bien, si no se retira... ¡Fatal ilusión que aridece en su
fuente el apostolado y crea una multitud de mercenarios de almas! Cuando
en un corazón se ha encendido la llama del apostolado, no debería extin-
guirse jamás.
Vuestra obra se extienda, pues, a los demás, bien hablando siempre con
entusiasmo de nuestras misiones, evitando repetir: se puede ser misionero

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 185
en todas partes (porque eso es absolutamente falso para los llamados al
apostolado entre los infieles), bien describiendo la belleza de este apos-
tolado a los jóvenes de nuestros oratorios, bien ahorrando con el fin de
destinar algo para las misiones o recogiendo el tenue óbolo de nuestros
jóvenes o el donativo generoso de los Cooperadores.
Muchas casas se lamentan por no recibir ya donativos: la auténtica
causa tal vez no está en la falta de bienhechores, sino en el haber querido
concentrar todas las limosnas para las necesidades locales, sin preocu-
parse por las misiones. Piensen sobre ello un poco los directores que se
encuentran en esta situación, y lo solucionen reanimando en sus bienhe-
chores la voluntad de ayudar también a nuestras misiones, que constituyen
la mayor gloria de nuestra Congregación.
Sí, trabajad, oh buenos hermanos, con estos y otros medios en favor de
nuestras misiones, pero vuestro trabajo mire sobre todo a suscitar en medio
de los jóvenes confiados a nuestros cuidados numerosas, sinceras y firmes
vocaciones.
6. La Virgen y Don Bosco6)
Las múltiples obras iniciadas y llevadas a cabo por nuestro venerable
padre y fundador son objeto de la admiración de cuantos leen su historia;
pero lo que más impacta a quien la examina atentamente es ver cómo tan
prodigiosas empresas hayan sido ideadas y llevadas a término por el hijo
de una humilde campesina de I Becchi, que no solo carecía de toda fortuna
y tuvo necesidad de la ayuda de numerosos bienhechores para llegar al
sacerdocio, sino que se vio, todavía, asaltado en su camino a cada paso por
obstáculos que parecían insuperables.
Es por esto que su vida, para quien la considere con una visión puramente
humana y natural, se presenta como un enigma inexplicable. No puede ser
comprendida y gustada si no por quien sepa elevarse con las alas de la fe
a las esferas de lo sobrenatural, y con espíritu cristiano vea tenderse a la
miserable y deficiente obra del hombre la mano omnipotente de la Provi-
dencia Divina, la única capaz de superar las dificultades y las barreras
tantas veces interpuestas por la debilidad y maldad humanas. Don Bosco
no pudo, ciertamente, tener ninguna duda sobre la continua intervención
6 De la carta circular Sul Cinquantenario della Consacrazione del Santuario di
Maria Ausiliatrice in Valdocco (31 de marzo de 1918), en LC 259-265.

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186 Tercera parte
de Dios y de la Santísima Virgen Auxiliadora en las variadas acciones de
su laboriosísima vida. Basta con dar una ojeada a los gruesos volúmenes
de su biografía para encontrar innumerables pruebas convincentes de ella.
A la edad de nueve años vio en un sueño una gran multitud de jóvenes
pobres a los que la ignorancia y el vicio habían hecho semejantes a animales,
y recibió de un misterioso personaje, que era el mismo Jesucristo, la orden
de cuidar de ellos y de formarlos como buenos cristianos. Protestando por
ser incapaz de cumplir tan arduo mandato, le fue asignada como guía y
maestra la augusta Reina del cielo y de la tierra; y fueron mismamente las
preciosas y sublimes enseñanzas suyas las que lo hicieron capaz de trans-
formar aquellos seres infelices en otros tantos dóciles corderos.
Desde aquel día fue la Madre de Dios quien lo guio en todos los hitos
más importantes de su carrera, quien hizo de él un sacerdote docto y
celoso, quien lo preparó para ser el padre de los huérfanos, el maestro de
incontables ministros del altar, uno de los más grandes educadores de la
juventud y, en fin, el fundador de una nueva Sociedad religiosa, que debía
tener la misión de propagar por todas partes su espíritu y la devoción a Ella
bajo el hermoso título de María Auxiliadora.
Hablando a sus hijos espirituales, no se cansaba de repetir que la obra
que había realizado le había sido inspirada por María Santísima, que María
era el auténtico pilar, y que por ello no tenía nada que temer por la oposición
de sus adversarios.
Permitidme solo que os evoque la conferencia que tuvo el domingo 8 de
mayo de 1864 para los salesianos de Turín.
En aquella reunión reveló cosas que no había dicho nunca hasta
entonces, hizo un resumen de la historia del Oratorio, de las múltiples y
dolorosas peregrinaciones cumplidas antes de instalarse de forma estable
en la casa de Valdocco: narró cómo la mano del Señor habría golpeado
a todos aquellos que si habían opuesto a sus empresas, reveló los sueños
en los que había visto a sus futuros sacerdotes, clérigos y coadjutores, e
incluso a los numerosísimos jóvenes que la Providencia habría confiado a
sus cuidados; y contó también aquello, que se podría llamar visión, en la
cual se apareció a su vista una iglesia alta y magnífica, en cuyo tímpano
estaba la inscripción: Hic domus mea; inde gloria mea. Enumeró las difi-
cultades surgidas desde el inicio, y vencidas con la ayuda de Dios.
Añadió que todo se lo había revelado al Santo Padre Pío IX, y que él
le había animado a fundar nuestra Pía Sociedad. Se propuso después a sí
mismo la objeción de que tal vez no habría debido manifestar tales cosas,
que parecían redundar en su propia gloria, la refutó perentoriamente y con

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 187
gran energía, protestando que, lejos de tener de qué gloriarse, de hecho,
habría tenido que rendir una cuenta tremenda si no hubiese hecho cuanto
dependía de él para cumplir la voluntad de Dios. «Imposible describir, –
dice don Lemoyne – la profunda impresión que causó y el entusiasmo que
produjo semejante revelación» (MBe VII, 564).
En aquellos mismos días veíamos comenzar, por orden de Don Bosco,
las excavaciones para poner los cimientos del nuevo y grandioso templo,
con el que pretendía atestiguar a María Auxiliadora su vivísima gratitud
por las gracias y los favores recibidos de Ella.
Solamente quien ha sido testigo, puede hacerse una idea exacta del trabajo
y de los sacrificios que nuestro venerable Padre se impuso durante tres años
para llevar a término esta obra. Fue llamando, como un mendigo, de puerta
en puerta, no solo en Turín, sino también en casi todas las ciudades princi-
pales de Italia, para reunir los medios necesarios para aquella construcción
tenida, por muchos, como una empresa temeraria, demasiado superior a
las fuerzas del humilde cura que se había dispuesto a ella. Su maravillosa
energía era sostenida por la certeza de que cuanto ya se había hecho, era
efecto de la protección de la Virgen, y que la incipiente Sociedad Salesiana
habría alcanzado un prodigioso desarrollo cuando María Santísima Auxi-
liadora hubiese tenido un templo y un trono conveniente en los prados de
Valdocco. Se mostraba así, como un auténtico discípulo de nuestro san
Francisco de Sales, que había dejado escrito: «Conozco completamente la
fortuna de ser hijo, por cuanto indigno, de una Madre tan gloriosa. Enco-
mendados a su protección, emprendamos grandes cosas: si la amamos con
afecto ardiente, Ella nos obtendrá todo aquello que deseamos».
El 9 de junio de 1868, para maravilla de todos, nuestra majestuosa
basílica era consagrada por monseñor Alessandro Riccardo di Netro,
arzobispo de Turín; y yo recuerdo como si fuese ahora el momento solemne
en el que Don Bosco, radiante de alegría, y con los ojos velados por el
llanto de la profunda conmoción, subía por primera vez al altar mayor para
celebrar, bajo la piadosa mirada de su gran Auxiliadora, el santo sacri-
ficio de la Misa. A las solemnísimas fiestas, que bien duraron ocho días,
les aumentaron su esplendor con su sublime dignidad ocho obispos, cele-
brando pontificalmente y proclamando con elocuencia y con mucho fruto
la divina palabra a la multitud extraordinaria de fieles, llegados también
desde países lejanos.
A aquellos entre nosotros que ya éramos más avezados en edad, no
se nos escapaba que el rostro de nuestro venerable pareciese casi transfi-
gurado, y cómo fuese incansable hablando de su Virgen; y conservamos

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188 Tercera parte
celoso recuerdo de cuanto él, leyendo el futuro, nos dijo en semejante
circunstancia sobre las maravillas que María Auxiliadora habría llevado
a cabo en favor de sus devotos. ¡Cuánto nos consuela ahora ver realizadas
sus predicciones!
Ni todo esto bastó para satisfacer completamente su deseo de atestiguar
su gratitud a María Santísima, pues, además de este monumento material e
inanimado, todavía quiso erigirle a Ella otro vivo y espiritual, instituyendo
la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora, a las que encomendaba
la misión de formar en la piedad y en la virtud a las jovenzuelas, y de
propagar por todo el mundo la devoción a su poderosa patrona. Y el desa-
rrollo prodigioso que tuvo en tan poco tiempo este instituto, como también
el gran bien realizado por el mismo en todas partes, son la mejor prueba
de que también este fue fundado por Don Bosco por inspiración celeste.
Pero volviendo a nuestro querido santuario de María Auxiliadora, es
un hecho que inmediatamente tras su consagración se vieron multipli-
cadas prodigiosamente las vocaciones en la Sociedad Salesiana, y surgir
en pequeños intervalos, como por arte de magia, numerosos colegios,
oratorios festivos y escuelas profesionales, auténticas arcas de salvación
para muchísimos jovenzuelos, extraídos así del peligro de la corrupción y
de la impiedad. Desaparecieron inmediatamente las grandes dificultades
que retrasaban la aprobación de nuestra humilde Congregación por parte
de la Santa Sede; y se realizaron numerosas expediciones misioneras a
América. Se estaba confirmando así la predicción de María Santísima, que
de aquel templo habría salido su gloria: inde gloria mea.
Con razón, pues, podemos afirmar que la consagración del mismo hizo
época verdaderamente en la historia de las obras de Don Bosco; y que
nuestra dulcísima Madre quiso también de este modo recompensar a su fiel
siervo por los sacrificios que había realizado para procurarle en Valdocco
una morada menos indigna de Ella.
Pronto se cumplirán los cincuenta años desde que fuimos testigos de los
hechos aquí muy brevemente recordados, y nos alegra el alma poder decir
que todo este período de tiempo no fue otra cosa que una serie jamás inte-
rrumpida de prodigios llevados a cabo por María Auxiliadora a favor de sus
devotos: exactamente como nos lo había preanunciado nuestro venerable.
Por la protección de nuestra poderosa patrona, la humilde Sociedad
Salesiana ha pasado sobre montes y mares, extendiéndose casi por toda
la tierra. Esta maravillosa propagación no se puede atribuir solo a la
actividad y al espíritu de iniciativa de los hijos de Don Bosco: nosotros,
que conocemos por experiencia la debilidad de nuestras fuerzas, más que

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 189
nadie hemos de estar convencidos de que todo se lo debemos a la Virgen
Auxiliadora. ¿Qué haremos, entonces, para demostrarle nuestra gratitud?
Aquí está: el deseo vivo de que hemos de hacer saber, si fuese posible,
al mundo entero que todas las obras salesianas deben su origen y su desa-
rrollo únicamente a la protección de María, junto a nuestra esperanza de
que Ella nos siga sosteniendo, guiando y defendiendo en el futuro, nos han
sugerido el osado proyecto de poner en la mano de nuestra poderosísima
Auxiliadora un rico cetro de oro, adornado con piedras preciosas, preten-
diendo con este acto proclamarla con la mayor solemnidad posible, nuestra
Augusta Reina. (...)
Semejante ceremonia exterior, es fácil de adivinar, será acompañada
por la solemne consagración de nuestra Pía Sociedad a la reina del cielo.
El Rector Mayor pronunciará ante la taumatúrgica imagen de Ella una
oración, en la que le presentará a todos y cada uno de los Salesianos, las
Hijas de María Auxiliadora, la Pía Unión de los Cooperadores, y todos
nuestros institutos, suplicándole que le agrade nuestra ofrenda, que
considere siempre como algo totalmente suyo las obras de Don Bosco y
que las mantenga siempre dignas de su protección y de su afecto.
Y esta consagración será renovada en cada casa nuestra, de modo que
los superiores locales consideren conveniente. Creo que no me equivoco
pensando que este homenaje será agradable más que cualquier otro a
nuestra Reina, y hará llover en grandísima abundancia sobre nuestras
obras sus gracias y bendiciones.
Por otro lado, no será esta una novedad para nosotros, ya que desde bien
hace veinticinco años que en cada Casa nuestra se recita cada mañana,
tras la meditación, una devotísima oración titulada: Consagración a María
Santísima Auxiliadora. Desde hacía un tiempo se había sentido, por parte
de todos, la necesidad de tener, además de las oraciones vocales comunes,
una oración especial para los salesianos, en la que se expusiesen nuestras
necesidades peculiares, y se pidiesen las gracias que más se adaptasen a
nuestro estado y a nuestra misión. Y en el año 1894 el inolvidable Don
Rua, a cuya perspicacia no se escapaba nada de cuanto pudiese resultar útil
para nuestras almas, creyó oportuno cubrir esta laguna, y nos propuso la
antedicha Consagración, que resultó sumamente agradable a todos, y que
en poco tiempo y con mucha facilidad fue aprendida de memoria.
¡Qué dulce resulta al salesiano, en cualquier nación en la que se encuentre
y en cualquier lengua en la que hable, oír cada mañana, a la hora fijada por
el horario de la jornada, un numeroso coro de voces devotas que repite
esta ofrenda a la Madre celeste, implorándole la protección sobre nuestras

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190 Tercera parte
Casas y nuestros trabajos! Ahora, ¡aquello que estamos habituados a hacer
cotidianamente en las humildes y devotas capillas de nuestras comuni-
dades, es justo que en el cincuentenario de la consagración de nuestra
iglesia se cumpla con toda la solemnidad y fervor posibles ante la tauma-
túrgica imagen de María, proclamada nuestra augusta reina, y engalanada
con el cetro áureo, símbolo de su real dignidad y poder!
7. La dulzura del salesiano7)
Al disponerme a escribir sobre este tema que tiene, como bien sabéis,
una importancia capital, y es la nota característica del espíritu de Don
Bosco, me he postrado a los pies de Jesús, y me pareció sentirme decir:
Discite a me quia mitis sum et humilis corde (Mt 11, 29): aprended de mi a
ser dulces y humildes de corazón. Vayamos pues a su escuela, y tengamos
en cuenta sus enseñanzas y sus ejemplos. (...)
Podemos hacernos con facilidad una idea de la dulzura, especialmente
cuando la vemos en práctica, pero después encontramos gran dificultad
para definirla. Las palabras con las que nos gustaría revestir nuestros
pensamientos, tienen siempre algo de incompleto y de poco preciso, de
modo que nunca terminan de satisfacernos. Hay, por ejemplo, quien la
ha definido: una facilidad de carácter, por la que se cede con una cierta
complacencia, pero sin bajeza, a la voluntad de los demás.
Ahora bien, ¿quién no ve que en esta definición no se hace referencia ni
a aquella aureola, diría que divina, que rodea el rostro de una persona, tal
vez sin cualidades exteriores, pero que tiene la hermosa suerte de practicar
habitualmente la dulzura? No se dice nada de ese esfuerzo, me gustaría
decir que heroico, que es necesario en muchas ocasiones para dominar la
vivacidad del carácter, para reprimir todo movimiento de impaciencia e
incluso de desdén que parece a veces santo, justificado por el celo y auto-
rizado por la gravedad de la culpa. Aquí ni siquiera se indica esa virtud tan
rara, que impone un freno a la lengua y no le permite pronunciar ni una
palabra que pueda disgustar a la persona con la que se trata. Parece, pues,
que no debería faltar, en una definición de la dulzura, un guiño de aquella
mirada serena y llena de bondad, que es el auténtico y límpido espejo de
un ánimo sinceramente dulce y únicamente deseoso de hacer feliz a quien-
quiera que se le acerque.
7 De la carta circular Sulla dolcezza (20 de abril de 1919), en LC 280-283, 288-291.

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 191
Mucho más completa, sin embargo, es la definición de San Juan Clímaco
(Grad. XII), según el cual la dulzura es aquella disposición por la cual el
espíritu permanece siempre igual, en el honor y en el desprecio, en los
sufrimientos y en las alegrías. Con estas expresiones el Santo compara
muy eficazmente al hombre dulce con uno escollo que, emergiendo sobre el
mar, resiste a las olas enfurecidas, de modo que estas terminen rompiendo
a sus pies, sin lograr nunca arrancarle ni siquiera un solo grano de esa roca
indestructible de la que está hecho.
Esta es la dulzura y la mansedumbre practicada por muchos santos que
Dios quiso afinar en la virtud, haciéndoles pasar a través de enormes tribu-
laciones. Tal vez Él no os mandará pruebas dolorosas a todos vosotros,
queridísimos hermanos destinados por la obediencia al ejercicio de la
autoridad en nuestras casas; pero ciertamente exige que os mantengáis
tranquilos, dulces y siempre patrones de vosotros mismos al dirigir a
vuestros dependientes, al corregir sus defectos, al soportar sus debilidades:
algo tanto más difícil y meritorio cuanto constituye vuestro trabajo de cada
día, es más, de cada momento.
Hay un sinnúmero de miserias humanas, y no es posible que no sean
sentidas también en las mismas comunidades religiosas, por mucho que sus
miembros estén animados por la mejor voluntad de tender a la perfección;
pero ¡cuántas se podrían evitar, o al menos disminuir, si en quién dirige
hubiese siempre dulzura en las palabras y suavidad en las formas!
Para mantenernos persuadidos por esta verdad bastaría con que reen-
trásemos de vez en cuando en nosotros mismos, preguntándonos cuáles
querríamos que fuesen nuestros superiores. ¡Cuánto provecho sacaríamos
al meternos, como se suele decir, en los zapatos de nuestros sujetos, al
meternos en sus pensamientos y sentimientos! ¡Qué útil nos resultaría a
nosotros mismos y a nuestro prójimo el recuerdo y la práctica de aquella
máxima de la caridad cristiana, de no hacer ni decir a los demás aquello
que no querríamos que nos fuese hecho o dicho a nosotros mismos! ¡Tener
presente ese dicho del evangelio, que se usará con nosotros la misma
medida que hayamos usado con los demás! Esta reflexión alejaría de
nuestra mente las tentaciones de orgullo, que podrían nacer del pensa-
miento de la carga honorífica de la que estamos revestidos; nos salvaría
del peligro de complacernos con aquellas manifestaciones de respeto y de
veneración, que nuestros dependientes creen deber hacia sus superiores; en
una palabra, nos inspiraría continuamente aquella caridad y dulzura que
hace tan bella y jocosa la convivencia de los hermanos en la misma casa.
De todo esto se entiende cuánta razón tuviese nuestro san Francisco de

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192 Tercera parte
Sales cuando escribía que «la dulzura es la más excelente de las virtudes
morales, porque es el complemento de la caridad, que es perfecta precisa-
mente cuando es dulce y a la vez ventajosa para nuestro prójimo».
Recuerde todo el que es puesto en la dirección de sus hermanos, que
a él le es especialmente encomendada la realización de aquella solemne
promesa que hizo nuestro Señor Jesucristo de dar a los religiosos desde
esta vida el ciento por uno de cuanto han abandonado en el mundo por
seguirle a Él.
Es el superior el que, con todos los esfuerzos de su bondad paterna e
inagotable, debe actuar de tal modo que las ventajas de la vida religiosa,
tan alardeadas en los libros, no parezcan exageraciones pías, engaños
seductores expuestos a la credulidad de las almas simples y cándidas.
En esto pensaba, sin duda, nuestro venerable fundador y padre, cuando
escribía las áureas páginas que preceden a nuestras Constituciones; y cier-
tamente las desmentiría dolorosamente aquel director o superior que por
falta de dulzura no lograse para los hermanos confiados a sus cuidados ese
consuelo que se espera de él. (...)
Pero, hablando de dulzura, ¿podríamos olvidar el título de Salesianos
que tenemos la suerte de llevar? Este nombre, ya conocido en cada parte
del mundo, y rodeado de tantas simpatías, nos recuerda cómo nuestro
venerable fundador y padre, no sin razón, hubo elegido a san Francisco
de Sales como protector de la Pía Sociedad que debía iniciar. Profundo
conocedor de la naturaleza humana, él comprendió desde el inicio que
en estos tiempos para hacer el bien era necesario encontrar la vía de los
corazones. Estudió, pues, con particular esfuerzo y amor las obras y los
ejemplos de ese maestro y modelo de mansedumbre, y se esforzó por
seguir sus trazas practicando la dulzura.
Por otro lado, una voz bastante más autorizada le había impuesto la
práctica de la dulzura. En aquel sueño que tuvo a la edad de nueve años, le
pareció ver una numerosa multitud de jóvenes que se peleaban entre ellos
hasta llegar a las manos; blasfemaban y mantenían discursos obscenos.
Llevado por su carácter impulsivo y espabilado, el niño habría querido
impedir tanto mal con fuertes reproches e incluso a golpes.
Pero aquella voz le dijo que este no era el modo con el que habría logrado
su intento, y le invitó a dirigirse a una gran matrona (María Santísima),
que le habría enseñado el modo más eficaz para corregir y hacer mejores
a aquellos galopines. Todos sabemos que este medio no era otro que la
dulzura; y Don Bosco se convenció tanto, que enseguida comenzó a prac-
ticarla con ardor, y se convirtió en un auténtico modelo. Cuantos tuvieron

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 193
la hermosa fortuna de vivir a su lado, comprobando que su mirada estaba
llena de caridad y de ternura, y que justo por esto ejercitaba sobre los
jóvenes una atracción irresistible.
Un arzobispo, orador elocuente, hablando de Don Bosco en la ciudad
de Marsella, no dudó en compararlo con los más célebres personajes de
la historia, afirmando que, si estos habían ejercitado la autoridad sobre el
cuerpo de sus súbditos, Don Bosco había hecho más y mejor, ejercitando
pleno dominio sobre los corazones de sus hijitos.
De índole íntimamente buena, él demostraba estima y afecto hacia
todos sus alumnos, encubría sus defectos, les hablaba con elogios; de tal
modo que cada uno se creía su mejor amigo, diría más, su predilecto. Para
acercarse a él no era necesario elegir el momento más adecuado, ni era
necesario recurrir a cualquier persona influyente para que te presentase.
Escuchaba con paciencia, sin interrumpir y sin demostrar prisa ni aburri-
miento: tanto que hacía creer a muchos que no tuviese nada más que hacer.
Cuando recibía la rendición de cuentas de algún hermano, muy lejos de
aprovechar esta ocasión para hacerle reproches (aun merecidos) y correc-
ciones severas, no tenía otro objetivo que inspirarle confianza y animarlo a
mejorar para el futuro la propia conducta.
Un óptimo compañero nuestro nos contaba que, dejándose fascinar por
las cualidades intelectuales y exteriores de un escolar suyo, se le había
encariñado a él hasta el punto de perder la paz y tener turbada la conciencia.
Decidido finalmente, no sin pena y con gran esfuerzo, a desvelar todo a
Don Bosco, se le presentó con el rostro encendido y con la boca temblando
le manifestó el estado de su alma. De vez en cuando miraba al venerable,
temiendo que mostrase asombro y disgusto de cuanto oía; pero siempre veía
aquel rostro igual y sonriente. Cuando terminó su rendición de cuentas, se
esperaba un reproche duro y justo; en su lugar oyó palabras dulcísimas,
que permanecieron para siempre grabadas en su corazón y en su memoria;
y me las repetía, exaltando la bondad del venerado superior.
«Queridísimo, le había dicho Don Bosco, me daba cuenta perfecta-
mente de que te habías alejado del buen camino, y temía mucho por tu
vocación; pero ahora has venido espontáneamente a desvelarme tus penas:
esta sincera rendición de cuentas tuya aleja de mi mente cualquier temor;
la confianza con la que me has hablado me hace olvidar todo tu pasado, es
más, hace más vivo mi afecto por ti. Ánimo pues, Dios te ayudará a perse-
verar en tus buenos propósitos».
No es necesario decir que este lenguaje genuinamente paterno hizo
un bien inmenso a aquel hermano, que hasta la muerte se mantuvo fiel

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194 Tercera parte
a sus promesas, y trabajó muchísimo por la propia santificación y por la
salvación de las almas. ¡Oh!, si los muros de la modesta habitación de Don
Bosco pudiesen hablar, ¡qué milagros nos revelarían, llevados a cabo por
su dulzura y afabilidad!
Estamos acostumbrados a llamar heroicos a aquellos años en los que
Don Bosco y sus primeros hijos tuvieron que sufrir y trabajar tanto. Pues
bien, ¿qué hacía tan valientes y constantes en su vocación a aquellos
jóvenes clérigos y coadjutores, que tenían que vencer tantas dificultades
para permanecer con Don Bosco? Era la palabra siempre dulce y alen-
tadora de nuestro venerable padre. Se decía feliz por estar rodeado de
semejantes hijos, y a nosotros nos sabía a gloria el hecho de ser llamados
hijitos y colaboradores por semejante padre.
Cuando nos proponía cualquier trabajo, aunque fuese penoso y repug-
nante, ¿quién habría osado decirle que no a él, que nos lo pedía con tanta
gracia y humildad?
Persuadámonos bien de esto: según las idas de nuestro venerable, el
verdadero secreto para ganar los corazones, la cualidad característica del
salesiano, consiste en la práctica de la dulzura.
8. Hacer revivir a Don Bosco en nosotros8)
Nosotros, llamados por bondad del Señor a ser hijos de semejante padre,
y continuadores de su misión, ¿qué hemos de hacer, por nuestra parte, en
esta memorable circunstancia de la inauguración del monumento a Don
Bosco en Valdocco?
Estoy seguro de que vosotros ya os habréis empeñado en reunir al
mayor número posible de adhesiones para las próximas fiestas, mediante
asambleas preparatorias de vuestros respectivos exalumnos, a los que
habréis hecho entender la suma importancia del evento; por ello no me
entretengo más sobre este punto.
Pero sería demasiado poco si nos limitásemos a esto, y a intentar que
las fiestas resulten espléndidas y satisfactorias en todos los aspectos; y yo
creo que no me equivoco si afirmo que Don Bosco en ese caso no estaría
contento de nosotros. Él quiso otro monumento de sus hijos, un monumento
imperecedero, aere perennius: quiso que de esta solemne ocasión y de la
8 De la carta circular Per l’inaugurazione del monumento al venerabile Don Bosco
(6 de abril de 1920), en LC 311-315.

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 195
vista del monumento de piedra y bronce saquen una invitación a revivir en
ellos mismos sus virtudes, su sistema educativo, todo su espíritu, a fin de
transmitirlo siempre fecundo y vital de generación en generación.
Hacer revivir a Don Bosco en nosotros, es el monumento más hermoso
con el que podemos honrar su memoria y hacerla preciosa y beneficiosa
también en los siglos venideros. Leamos, estudiemos con amor incansable
su vida, esforcémonos en imitarlo en su celo ardiente y desinteresado por
la salvación de las almas, en su amor y en su ilimitada devoción a la Iglesia
y al Papa, en todas las virtudes de las que nos ha dejado tantos ejemplos
preclaros.
Y atesoremos sus enseñanzas, recordando que no eran solo un fruto de
su ingenio no común y de su experiencia profunda, sino también de la luz
sobrenatural que pedía con insistentes oraciones, y que le era generosa-
mente entregada como premio por su inalterable fidelidad en el trabajo del
campo confiado por el Señor.
El sistema educativo de Don Bosco - para nosotros que estamos conven-
cidos de la intervención divina en la creación y en el desarrollo de su obra
- es pedagogía celeste. Y, en realidad, ¿no le fueron ya dados al pastorcillo
de I Becchi, en el sueño que tuvo a los nueve años, los principios fundamen-
tales del Sistema Preventivo, cuando el misterioso y venerable personaje le
dijo: «No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás
ganarte a estos tus amigos»?
Naturalmente no pretendo enumeraros aquí todas las normas educativas
que nuestro buen padre nos ha dejado: podéis leerlas en ese áureo tratadillo
sobre el «Sistema Preventivo», que precede el Reglamento para las casas
salesianas, y que ahora he dispuesto que sea impreso a parte en un formato
cómodo, y distribuido a quienes lo quieran. El resto de su vida no es más,
se puede decir, que una continua, admirable aplicación de dichas normas.
Pero sí me importa particularmente recomendaros una cosa para vuestra
imitación en esta circunstancia: ese amor, ese afectuoso interés por los
jóvenes, que fue el secreto de su maravillosa influencia sobre ellos. Y aquí
me parece que no puedo hacer nada mejor que dejar hablar al mismo Don
Bosco. He aquí lo que escribió desde Roma el 10 de mayo de 1884 a sus
hijos del Oratorio, narrando una de sus habituales ilustraciones mentales a
las que me he referido arriba:
«La familiaridad produce amor, el amor produce confianza. Eso abre
los corazones y los jóvenes manifiestan todo sin temor a los maestros, a
los asistentes y a los superiores. Son francos en la confesión y fuera de la
confesión y se ofrecen con docilidad a todo lo que les quiera mandar aquel

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196 Tercera parte
del que saben con seguridad que les quiere... Que los jóvenes no solo sean
amados, sino que ellos mismos se den cuenta de que son amados... Que
siendo amados en las cosas que les agradan, participando en sus inclina-
ciones infantiles, aprendan a ver el amor en las cosas que naturalmente
les agradan poco; como son la disciplina, el estudio, la mortificación de sí
mismos, y que aprendan a hacer estas cosas con amor... Que los superiores
amen lo que les gusta a los jóvenes y los jóvenes amarán lo que gusta a los
superiores. Y de ese modo será fácil su fatiga (...) Para romper la barrera
de la desconfianza se requiere familiaridad con los jóvenes, especialmente
en los recreos. Sin familiaridad no se demuestra el amor y, sin esta demos-
tración, no puede haber confianza. El que quiere ser amado hace falta que
haga ver que ama. Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó con
nuestras debilidades. He ahí el maestro de la familiaridad. (...)».
Amemos a nuestros jóvenes, rodeémosles de los cuidados más premu-
rosos; no pensemos que hayamos cumplido nuestro deber por impartirles
la instrucción necesaria para el estado de vida que pretenden abrazar; en
su lugar intentemos unirlos indisolublemente a nosotros con el vínculo del
amor. Entonces sentirán una necesidad irresistible de abrirnos el corazón,
de dejar a un lado sus aspiraciones, sus proyectos para el futuro, de recurrir
a nosotros a por consejo y consuelo en las dificultades y en las luchas; de
esa forma nos convertiremos en sus confidentes y amigos, y podremos
ejercitar sobre ellos un influjo beneficioso, templando los desmesurados
fervores juveniles y reanimando las energías vacilantes en la hora del
desconsuelo.
Todo esto debemos hacerlo no solo por los jóvenes de nuestros colegios,
sino también por los de los oratorios festivos; y quien sea que haya
trabajado, aunque sea solo por un breve tiempo, sabe qué frutos de conso-
lación se pueden obtener con la familiaridad y la confianza.
9. Ser dignos de nuestro padre Don Bosco9)
El bronce y el mármol, elementos fríos e inertes donde los haya, son
fríos e inertes, muy a menudo, también cuando son usados para reproducir
a los grandes hombres o los grandes hechos de la historia, pero no es así
para Don Bosco. Ese bronce, ese mármol, no son elementos inertes, fríos
9 De la carta circular sobre Il monumento di Don Bosco simbolo d’amore e sintesi
dell’opera nostra (24 de junio de 1920), en LC 322-324.

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 197
y privados de vida: ¡no! Por el arte y por el aliento arcano que emana de
ellos, asumen movimientos vitales; y el amor y el reconocimiento que los
esculpieron, dejan impresas energías nuevas, y diría que misteriosas, que
lo convierten en un símbolo perennemente viviente: ¡el símbolo del amor
por las almas!
«Pone me ut signaculum... quia fortis est ut mors dilectio», está escrito
en el Cantar inspirado (Cant 8,6): ¡«Grábame como sello... porque es fuerte
el amor como la muerte»! Y aquí son dos los amores que están simboli-
zados, y, por esto mismo, eternizados: el amor del padre hacia los hijos, y
el amor que de los hijos vuelve al padre, en la expresión del reconocimiento
imperecedero; amores fuertes, indestructibles, inmutables, que han tenido
la necesidad de ser plasmados en la materia más resistente a las fuerzas
destructoras del tiempo, ¡quia fortis est ut mors dilectio!
Esa corona de niños que rodea a Don Bosco, y que constituye el grupo
central del monumento, y la expresión plástica de esos dos amores, y me
parece que de ese grupo emana una voz que repite el lema que fue progra-
mático para Don Bosco: ¡«Da mihi animas!» y las almas escuchan la voz
paterna, acuden sedientas de bien, se abrazan en torno al padre, que las
guía a la vida, a la verdadera vida, que es la fe!
El monumento entero es una grandiosa síntesis de la obra de Don Bosco.
Y he aquí que, de una simple mirada, mi mente se llena de recuerdos. La
Divina Providencia dispuso, para mi bien, que también yo fuese parte del
afortunado grupo que se acercó primero a Don Bosco, y se encariñó con
él de modo inmudable. Quiso Dios incluirme entre los primeros hijos de
semejante padre, y por tanto veo con mi mente toda una vida, toda una
historia, y, me gustaría decir, toda una grandiosa epopeya esculpida en
el monumento: epopeya, porque el elemento humano en la vida y en la
historia de Don Bosco está de tal forma enlazado con el elemento divino,
que su vida y su historia, más que humana, es divina.
No os voy a repetir aquí las páginas inmortales de esta historia: todos
las conocéis, es más, vosotros sois parte viva y activa, porque perpetuáis a
Don Bosco, con sus manifestaciones de bien, entre la juventud de nuestros
tiempos. Así también me dispenso de describiros las inolvidables jornadas,
sea de los Congresos Internacionales de los Cooperadores y Cooperadoras
y de los Exalumnos salesianos, como de la inauguración del monumento a
Don Bosco, y de la solemnidad de María Auxiliadora. En nuestro Boletín
tendréis la crónica de esas jornadas, que permanecerán en la memoria y en
la historia de nuestra Pía Sociedad.
Solo os diré que, durante aquellos días, en torno a Don Bosco, no

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198 Tercera parte
hubo una voz disonante, ni un gesto intranquilo; y esto no solo entre sus
íntimos, sino todos, sin excepción, desde los más altos a los más humildes,
incluso entre los seguidores de principios y teorías adveras; y todos, de
todo el mundo, porque desde todas partes se aclamaba al gran bienhechor
de la humanidad. Parecía que cada persona sintiese su influjo benéfico,
la atracción poderosa de su espíritu, bueno y amoroso, y que se sintiese
atraída a acercarse en torno a él para hacerle de corona, como aquel grupo
de niños que lo rodea en el monumento.
¡Es para estar orgullosos de ser hijos de Don Bosco! Considerando el
doloroso contraste que todavía hoy constatamos entre la humanidad, que
sufre y languidece, casi extenuada de fuerzas, tras el descomunal flagelo
que la ha golpeado (la Primera Guerra Mundial), y que pese a ello se
debate, casi por todas partes, se destroza y se retuerce por el odio, por una
parte, y el aura de paz, de amor y de concordia, que rodea a todos los hijos
y admiradores de Don Bosco, llegados de todo el mundo para honrarlo,
se hace más profunda la convicción de que nuestro venerable padre fue
enviado por Dios para regenerar la sociedad hodierna, atrayéndola a los
manantiales del amor y de la paz cristiana.
Nosotros somos sus hijos, y si somos hijos, también herederos de este
sagrado depósito, que no debe esterilizarse en nosotros; y para mostrarnos
dignos sucesores suyos, y a la altura de nuestro deber actual, antes de nada,
estemos firmes en la vocación: Unusquisque in qua vocatione vocatus est
in ea permaneat (1Cor 7,20).
Como el bronce y el mármol del monumento resisten a la acción disol-
vente de todo elemento adverso, así nosotros debemos permanecer firmes
ante cualquier dificultad, ante cualquier influencia malsana que tendiese a
separarnos de nuestro padre.
En segundo lugar, conservando nuestra vocación, procuremos perfec-
cionarla, de modo que caminemos de un modo digno de ella: ut digne
ambuletis vocatione, qua vocatis estis (Ef 4,1); tengamos siempre presente,
pues, el programa de Don Bosco: Da mihi animas, sacrificando por él
todo nuestro ser, comenzando por nuestros puntos de vista particulares,
que, acariciados o seguidos, incluso bajo la apariencia de un bien mayor,
podrían convertirse, aun inconscientemente, en fuerza desintegradora más
que en elemento de unión.
Y para salvar estas almas, perfeccionando nuestra vocación, revis-
támonos del espíritu de nuestro venerable padre, que es espíritu de fe,
espíritu de piedad, espíritu de sacrificio y de trabajo constante e incan-
sable. Solamente formándonos en el espíritu de Don Bosco, podremos

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 199
actuar como Don Bosco, y obtener, en nuestro trabajo de educadores, esos
frutos maravillosos de regeneración espiritual que obtuvo Don Bosco.
Pero para esto es necesario conocer a Don Bosco. Es necesario, sin
embargo, decir que hay muchos, también entre nosotros, que hablan de
Don Bosco solo por lo que oyen decir; de aquí la necesidad genuina y
urgente de que se lea su vida con gran amor, se sigan sus enseñanzas con
vivo interés, se imiten sus ejemplos con afecto filial.
Haría falta que cada salesiano sintiese constantemente en el alma el
impulso profundo y eficaz de convertirse en alguien mereciente de un
monumento, como lo mereció nuestro padre. El ideal es muy alto, podrá
decir alguno. Pero no por alto es menos verdadero también que está al
alcance de todos, porque es propio de los hijos hacerse semejantes al padre.
Que, si no se erigirá un monumento a cada uno de nosotros, habremos sido
nosotros mismos los escultores y constructores del monumento indestruc-
tible de nuestra santificación, conformando toda nuestra vida a las virtudes
de Don Bosco.
10. Don Bosco nuestro modelo10)
Como Don Bosco que, para asegurarse de reproducir el modelo divino,
siguió los pasos del manso Francisco de Sales, al que eligió después como
patrono de la obra, así nosotros, del mismo modo, hemos de poner como
único modelo de nuestra vida religiosa a nuestro buen padre, convencidos
de que, haciendo esto, también reproduciremos perfectamente el Ejemplo
Divino de toda santidad. Sea Don Bosco, pues, nuestro modelo, e inten-
temos imitarle con total perfección, para así hacerlo revivir, siempre
fecundo de nuevas energías, en el apostolado de su obra redentora a favor
de la juventud pobre y abandonada. (...)
Os advierto, sin embargo, oh queridísimos hijos y hermanos, que lo
que voy a escribir será poco en comparación con la vastedad del tema: de
hecho, abarca toda la vida de Don Bosco, y el espíritu que ha dejado en su
obra, tan variada y multiforme. Me parece, sin embargo, que puedo hablar
de ello con algo de conocimiento de causa, perteneciendo como lo hago
al afortunado grupo de aquellos que deben a Don Bosco todo lo que son,
10 De la carta circular sobre Don Bosco nostro modello nell’acquisto della perfezione
religiosa, nell’educare e santificare la gioventù, nel trattare col prossimo e nel far
del bene a tutti (18 de octubre de 1920), en LC 330-335.

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200 Tercera parte
que lo han visto con sus propios ojos y escuchado con sus propias orejas:
vidimus oculis nostris, audivimus, perspeximus et manus nostrae contrec-
taverunt (1 Jn 1,1); y os aseguro que escribo con una alegría inefable y con
la más profunda convicción de estaros diciendo solo cosas que escuché y
oí, que guardo celosamente en mi corazón. (...)
Cuando tuve la suerte de ser acogido en el Oratorio el 18 de octubre
de 1858, ya hacía más de tres lustros que nuestro venerable padre ejercía
aquí en Valdocco su apostolado, con un aumento maravilloso de iniciativas
y de obras juveniles tan geniales y fecundas, que la opinión pública lo
proclamaba ya entonces el apóstol moderno de la juventud pobre y aban-
donada. Cinco años viví con el buen padre, casi respirando su propia alma,
porque, se puede decir sin exagerar, los jóvenes vivíamos allí completa-
mente de su vida, que poseía las virtudes conquistadoras y transforma-
doras de los corazones en grado eminente.
También se puede decir que los siguientes cinco años, que pasé en el
primer colegio de Borgo San Martino, fueron una continuación de la convi-
vencia con él, porque aquella casa casi formaba todavía con el Oratorio
una sola familia: vivíamos separados materialmente pero no de espíritu,
porque Don Bosco era siempre el alma de todo y de todos.
Después, el año de la consagración del santuario de María Auxiliadora,
volví aquí, y durante otros cuatro años pude disfrutar de su intimidad, y
sacar de su gran corazón aquellas preciosas lecciones que eran más eficaces
para nosotros cuanto más las veíamos ya en práctica en su comportamiento
diario.
Durante aquellos años, principalmente y también después, en las
ocasiones, siempre deseadas, que tuve de estar junto a él o de acompañarlo
en sus viajes, me persuadí de que lo único necesario para llegar a ser su
digno hijo era imitarlo en todo: por ello, con el ejemplo de numerosos
hermanos ancianos, que ya reproducían en sí mismos el modo de pensar,
de hablar y de comportarse del padre, me esforcé de hacer yo lo mismo.
Y hoy, con más de medio siglo de separación, os lo repito también a
vosotros, que sois sus hijos como yo, y que habéis sido confiados por él a
mí, hijo más anciano: - Imitemos a Don Bosco en la adquisición de nuestra
perfección religiosa, en la educación y santificación de la juventud, en el
trato con el prójimo, en hacer el bien a todos.
Haber sido llamados a formar parte de la Congregación fundada por
Don Bosco para continuar su obra en el futuro, fue para nosotros una
gracia muy relevante del Señor, que en su bondad quiso arrancarnos de la
vida de simples cristianos y llamarnos a abrazar el estado de perfección,

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 201
que tiene como base la práctica de los consejos evangélicos.
Por ello debemos, con el estudio, procurar conquistar progresivamente
la perfección propia de nuestro estado, que está encerrada en la Regla que
hemos profesado. Esta Regla ha de ser la norma y la medida de nuestra
santidad; y nosotros hemos de amarla, oh queridísimos hijos, con el mismo
amor que tenemos hacia Don Bosco, porque ella es, me atrevería a decir,
la esencia de su alma, o por lo menos el fruto más precioso de su ardiente
caridad y de su amable santidad.
¿Quién puede contar los estudios, las oraciones, las mortificaciones, los
experimentos hechos por el buen padre a medida que la preparaba y prac-
ticaba personalmente? ¿Quién (puede contar) las penas, las contrariedades
y dificultades de todo tipo, que encontró y superó felizmente, para lograr
que la autoridad suprema de la Iglesia la aprobase?
El germen de la Regla estaba en el fondo de su corazón desde que los
sueños misteriosos le hacían vislumbrar, cuando era niño y jovenzuelo, su
futura misión; desde que, para corresponder a la llamada del Señor que lo
invitaba notablemente al estado de perfección, él divisaba entrar en una
orden religiosa; desde que, empezada su misión, la vislumbraba, en sus
numerosas visiones, inmensa, exorbitante a través de los siglos venideros;
lo que él comprendía que no se habría podido realizar si no hubiese
encarnado, por decir de algún modo, esa misión en un cuerpo moral cons-
tituido aposta en la Iglesia para conservarla y propagarla de generación en
generación.
Aquellos movidos por la suprema virtud a realizar un nuevo apostolado
que responda a las necesidades espirituales de la sociedad cristiana y de
su tiempo, suelen vivir antes durante años en la soledad y en la oración,
para preparar la Regla que se ha de practicar; y después, encontrados los
primeros compañeros, se dedican con ellos al apostolado vislumbrado
como meta asignada a ellos por el Señor, en la observancia de la Regla
adoptada.
Nuestro venerable, sin embargo, en cuanto supo claramente que era la
voluntad de Dios que se hiciese apóstol de la juventud pobre y abandonada,
y que en ese apostolado conseguiría su propia santificación, se puso inme-
diatamente a trabajar; la Regla y los ayudantes habrían venido en seguida,
como el fruto de la planta. Quiso, sobre todo, cumplir él mismo aquello que
después pediría a sus hijos: quiso, por decir de algún modo, vivir su Regla
antes de escribirla y de hacer que la Iglesia la aprobase.
Los fundadores de instituciones religiosas miran en primer lugar por
su santificación personal, y solo después por el apostolado en favor de los

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202 Tercera parte
demás; por ello, quien quiere abrazar el instituto debe ante todo consagrar
muchos años para santificarse. Y esto es muy razonable, porque nadie puede
dar aquello que no tiene. Don Bosco, sin embargo –aun manteniendo la
idea fundamental de que la santificación personal ha de preceder al apos-
tolado– con un objetivo intuido por los tiempos y por el espíritu moderno,
intolerante con ciertas mediocridades no esenciales para la consecución
del propósito, comprendió que con un poco de buena voluntad podía llevar
a cabo a la vez su santificación personal y el apostolado.
Hizo, por tanto, la primera experiencia, y después dispuso que sus hijos
hiciesen lo mismo, dando al apostolado una preferencia tal que los obser-
vadores superficiales podían pensar que hubiese formado una sociedad de
sacerdotes celosos y de laicos voluntariosos con el único objetivo de consa-
grarse a la educación de la juventud.
Y puede parecer que el 1er artículo de nuestras Constituciones insinúe
lo mismo, pues declara el objetivo principal de la santificación propia
solo con una proposición secundaria: «los socios, al tiempo que procuran
adquirir la perfección cristiana, practiquen toda obra de caridad, etc.»
Nuestra Regla, como la vida de nuestro fundador, hace avanzar simultá-
neamente la santificación personal y el apostolado, es más, hace del apos-
tolado, en cierto modo, la causa eficiente de la perfección religiosa: en
cuanto se consagra al apostolado salesiano, quien lo hace ha de acompañar
con su propio ejemplo las enseñanzas que da y las virtudes que inculca.
Quien no sintiese semejante necesidad, no puede ser apóstol, porque el
apóstol no es más que una continua efusión de virtudes santificadoras para
la salvación de las almas. Todo apostolado que no busque esta efusión
santificadora, no merece un nombre tan glorioso.
Toda la vida de nuestro venerable padre fue un incesante y laborio-
sísimo apostolado; y al mismo tiempo tendió con tanto ardor a la adqui-
sición de la perfección, que no se podría decir si pensaba más en esta o en
hacer el bien a sus queridos jóvenes: en él perfección religiosa y apostolado
fueron lo mismo, ¡durante toda su vida!
Cuanto más estudiemos, oh queridísimo, esta vida bendita y maravi-
llosa, más nos convenceremos de que, para ser sus verdaderos hijos, es
necesario trabajar como él por nuestra perfección religiosa en el más activo
y fecundo ejercicio del apostolado que nos viene impuesto por nuestra
vocación.
La observancia pura y simple de la Regla no bastaría para santificarnos,
siempre que no estuviese alimentada por la imitación asidua de cuanto
ha hecho nuestro buen padre. Lo que la Regla determina sobre el fin, la

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 203
forma, los votos, el gobierno religioso e interno de nuestra Sociedad, está
contenido en artículos tan generales que se podrían aplicar perfectamente
a otras Congregaciones afines.
Ahora bien, si nos contentásemos con la observancia legal de estos
artículos, conseguiríamos plasmar un bonito cuerpo, pero sin alma. Esta,
es decir, el espíritu que debe informar el cuerpo, la hemos de obtener del
ejemplo de nuestro fundador.
Debemos, oh queridísimos, ser así, como él, trabajadores incansables en
el campo que nos ha sido confiado, precursores fecundos de las obras más
adaptadas y oportunas para el mayor bien de la juventud de cada país, para
conservar para la Congregación ese primado de sana modernidad que le es
propio, pero que ni se nos ocurra que todo esto nos daría ya el derecho de
proclamarnos verdaderos hijos de Don Bosco: para serlo hemos de crecer
a diario en la perfección propia de nuestra vocación salesiana, esforzán-
donos con total cuidado de reproducir el espíritu de vida interior de nuestro
venerable.
Siguiendo su ejemplo habituémonos, en nuestras ocupaciones, a alguna
de las muchas expresiones que le florecían espontáneamente de la boca,
verdaderas voces de su corazón, cuyo sonido me parece todavía ahora
una caricia suavísima: «¡Trabájese siempre por el Señor! - ¡En el trabajo
elevemos siempre los ojos a Dios! - Que el demonio no nos robe el mérito
de ninguna acción. - ¡Ánimo! Trabajemos, trabajemos siempre, porque allí
arriba tendremos un descanso eterno. - Trabaja, sufre por amor a Jesu-
cristo, que tanto trabajó y sufrió por ti. - ¡Ya descansaremos en el Paraíso!
- Un trozo de paraíso lo arregla todo. - ¡Nuestras vacaciones serán en el
paraíso! etc.»
Trabajo y paraíso eran inseparables para él; y dejó escrito en sus últimos
recuerdos: «Cuando suceda que un salesiano sucumba y muera trabajando
por las almas, decid entonces que nuestra Congregación ha alcanzado un
gran triunfo y sobre ella descenderán, copiosas, las bendiciones del cielo».
11. Lancémonos a los brazos de Dios11)
La idea que animó toda su vida fue el trabajo por las almas hasta la
11 De la carta circular sobre Don Bosco nostro modello nell’acquisto della perfezione
religiosa, nell’educare e santificare la gioventù, nel trattare col prossimo e nel far
del bene a tutti (18 de octubre de 1920), en LC 335-338.

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204 Tercera parte
total inmolación de sí mismo, y así quería que hiciesen sus hijos. Pero este
trabajo lo hacía siempre tranquilo, siempre igual, siempre imperturbable,
tanto en las alegrías como en las penas; porque desde el día en el que fue
llamado al apostolado, ¡se había lanzado completamente a los brazos de
Dios! Si trabajar siempre, hasta la muerte, es el primer artículo del código
salesiano escrito por él, más con el ejemplo que con el bolígrafo, lanzarse
a los brazos de Dios y no alejarse nunca de Él fue su acción más perfecta.
Él lo cumplió cada día, y nosotros debemos imitarlo de la mejor forma
posible, para santificar nuestro trabajo y nuestra alma.
Lanzarse a los brazos de Dios es el primer acto y el más natural de
toda alma, nada más abre su inteligencia al conocimiento de su Creador;
pero si todas las almas sienten este empujón inicial hacia Dios, no todas
saben corresponderle generosamente. La mayoría se dejan dispersar por
el atractivo del mundo exterior, al que se apegan como a su fin, o por lo
menos como a un medio indispensable para llegar poco a poco a Dios.
Nuestro venerable padre, en su lugar, se lanzó a Dios desde su primera
infancia, y después, durante el resto de su vida no hizo más que aumentar
este impulso, hasta alcanzar la íntima y habitual unión con Dios en medio
de ocupaciones ininterrumpidas y muy dispares: unión de la que era
indicio aquella inalterable paridad de humor, que transparentaba de su
rostro siempre sonriente.
En cualquier momento que recurriésemos a él a por consejo parecía
que interrumpiese sus coloquios con Dios para darnos audiencia, y que los
pensamientos y ánimos que nos regalaba le fuesen inspirados por Dios.
Esta íntima unión dejaba en sus palabras tal acento que, al escucharlo,
aunque fuese durante breves instantes, nos sentíamos mejores y elevados
hasta Dios, también cuando (algo raro) no hubiese terminado su discurso
con un pensamiento sobre Dios o sus beneficios. Tanto era el ardor de su
amor por Dios, que no podía estar sin hablar de Él; y no pocas veces se
transparentaba también de la expresión de su rostro y del temblor de su
boca.
Lancémonos confiados, oh queridísimos, a los brazos de Dios, como
hizo nuestro buen padre; entonces se creará en nosotros también la dulce
necesidad de hablar de Él, y no sabremos ya decir nada sin empezar o
terminar con Él.
Entonces no solo nuestros pensamientos y palabras, sino también
nuestras acciones, harán eco de parte del fuego del amor divino, para una
saludable edificación del prójimo; entonces, sobre todo, nos resultarán
naturales, como lo eran para Don Bosco, los ejercicios ordinarios de la

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 205
perfección religiosa, y pondremos todo nuestro cuidado para no descuidad
ninguno.
Otros emplean estos mismos ejercicios como medios para alcanzar la
perfección; nosotros, sin embargo, hijos de Don Bosco, hemos de practi-
carlos, según su ejemplo, como actos naturales del divino amor, que ya está
vivo en nosotros, para ser lanzados completa y amorosamente a los brazos
de Dios. Para nosotros no deben ser la leña que hace falta para encender y
alimentar en nuestro corazón el fuego divino, sino las llamas mismas de
este fuego.
Lancémonos a los brazos de Dios, y lograremos mantenernos alejados
del pecado fácilmente, y erradicar de nuestro corazón toda mala inclinación
y hábito, quitando de en medio los mayores obstáculos de la perfección
religiosa.
Lo conoceremos y lo amaremos cada vez más, practicando su santa ley
y los consejos evangélicos; nos uniremos más fuertemente a Él mediante
la oración y el recogimiento de espíritu, con el trabajo incesante para
realizar en nosotros el volo placere Deo in omnibus, conformándonos con
su voluntad.
Entonces, con el ejercicio asiduo de las virtudes propias de nuestro
estado, no nos será difícil orientar continuamente el corazón y el espíritu
hacia Dios, que se convertirá, de ese modo, en el objetivo directo de
nuestras acciones.
Y nos habremos puesto, como nuestro buen padre, bajo la voluntad
divina, siempre y en toda circunstancia de la vida. Él, en las desgracias y
tribulaciones mayores, no dejaba salir nunca una palabra de lamento, ni se
mostraba triste, temeroso, trepidante, sino que con su rostro alegre y con
su palabra dulce infundía ánimo en los demás: «Sicut Domino placuit...
sit nomen Domini benedictum! Nada te turbe: quien tiene a Dios, lo tiene
todo. El Señor es el dueño de la casa, yo soy su humilde siervo. Lo que
gusta al patrón, ha de gustarme a mí también». ¡Cuántas veces he sido
testigo de esta total sumisión suya a las disposiciones divinas!
Poseeremos también, como él, un gran recogimiento en la oración.
Nosotros cuando le veíamos rezar nos quedábamos como ensimismados y
casi extasiados. No había en él ninguna exageración, nada especial; pero
quien estaba junto a él y lo observaba, no podía hacer menos que rezar
también bien, percibiendo en el rostro un insólito esplendor, reflejo de su
viva fe y de su ardiente amor por Dios.
Cuando rezaba con nosotros (¡oh!, ¡el inefable recuerdo que todavía
me llena el corazón de dulzura!), su voz destacaba entre las nuestras tan

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206 Tercera parte
armoniosa y con un tono tan singular, que nos provocaba ternura y nos
incitaba poderosamente a rezar con más ardor. No se me olvidará jamás lo
que sentía al verle dar la bendición de María Auxiliadora a los enfermos.
Mientras recitaba el Ave Maria y las palabras de la bendición, se podría
decir que su rostro se transfiguraba: sus ojos se llenaban de lágrimas, y la
voz le temblaba en los labios. Para mí esos eran señales de virtus de illo
exibat (Lc 6,19); por ello, no me maravillaba por los efectos milagrosos que
iban a continuación, es decir, eran consolados los afligidos y sanados los
enfermos. (...)
12. Como nos quería Don Bosco12)
En segundo lugar, hemos de imitar a Don Bosco en la educación y
santificación de la juventud. Pero dado que, en él, apostolado y perfección
religiosa fueron, como dije antes, dos actos simultáneos y casi fundidos en
uno, así sucede que, a menudo, al imitarlo se dé en primer lugar el apos-
tolado entre los jóvenes, porque es algo que llama más la atención.
Pero no nos olvidemos: la perfección religiosa es el fundamento del
apostolado, y si falta el fundamento, nuestro edificio educativo se arruinará
al primer azote de la tormenta. Quién sabe si alguno de vosotros, oh queri-
dísimos, no se ha hecho ya esta pregunta: «¿Por qué, a pesar de afanarme
día y noche por educar bien a los jóvenes confiados a mí, recojo tan pocos
frutos? En los estudios, a base de esfuerzo, todavía avanzan; ¡pero no
consigo formarles el carácter, ni cultivar buenas vocaciones; y mis jóvenes,
aún antes de haber terminado sus estudios en el mundo, ¡olvidan fácil-
mente los sanos principios que he sembrado en ellos! ¿Por qué?»
Creo que la respuesta puede encontrarse en estas líneas. El gran éxito
de Don Bosco en la ecuación de la juventud ha de ser atribuido más a la
santidad de su vida que a la intensidad de su trabajo o a la sabiduría de sus
enseñanzas y de su sistema educativo.
Aclarado este punto, diré que, para imitar el apostolado del padre entre
los jóvenes, no basta con sentir por ellos una cierta atracción natural, sino
que es necesario realmente tener predilección por ellos. Esta predilección,
en su estado inicial, es don de Dios, es la misma vocación salesiana; pero
12 De la carta circular sobre Don Bosco nostro modello nell’acquisto della perfezione
religiosa, nell’educare e santificare la gioventù, nel trattare col prossimo e nel far
del bene a tutti (18 de octubre de 1920), en LC 340-346.

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 207
corresponde a nuestra inteligencia y a nuestro corazón desarrollarla y
perfeccionarla.
La inteligencia reflexiona sobre el ministerio recibido del Señor, para
poderlo cumplir convenientemente: vide ministerium quod accepisti in
Domino, ut illud impleas (Col 6,17). Ella piensa en la grandeza del minis-
terio de instruir a la juventud y de formarla en la virtud genuina y firme;
de sacar un hombre íntegro del niño, como el artista saca la estatua del
mármol; de hacer que los jóvenes pasen de un estado de inferioridad inte-
lectual y moral a un estado superior; de formar el espíritu, el corazón,
la voluntad y la conciencia por medio de la piedad, de la humildad, de
la dulzura, de la fuerza, de la justicia, de la abnegación, del celo y de la
edificación, injertadas en ellos sin darse cuenta por el ejemplo. En fin,
la inteligencia, en la perspectiva del apostolado juvenil, intuye, medita y
comprende toda la belleza de la pedagogía celeste de Don Bosco, e inflama
el corazón, para que la practique amando, atrayendo, conquistando y trans-
formando.
La predilección es perfección de amor: está entonces sobre todo en el
corazón que se forma, y se forma amando. Es necesario, oh queridísimo,
que queramos a los jóvenes que la Providencia confía a nuestros corazones,
como los sabía querer Don Bosco. No os digo que sea algo fácil, pero es
aquí donde se encuentra el secreto de la vitalidad expansiva de nuestra
Congregación.
Es necesario decir, sin embargo, que Don Bosco nos quería de una
manera única, solamente suya: sentíamos una atracción irresistible, pero la
lengua no encuentra las palabras para hacérselo entender a quien no lo ha
experimentado en su persona, y ni la más vívida fantasía puede represen-
tarlo con imágenes aptas para dar una idea exacta.
Todavía ahora me parece sentir la suavidad de su predilección hacia mí
que era un jovenzuelo: me sentía como aprisionado por una fuerza afectiva
que me alimentaba los pensamientos, las palabras y las acciones, pero no
sabría describir mejor este estado de mi ánimo, que era el mismo de mis
compañeros de entonces... me sentía amado de un modo que nunca antes
había experimentado, que no tenía nada que ver ni siquiera con el vivísimo
amor que me tenían mis inolvidables padres.
El amor de Don Bosco por nosotros era algo único y superior a cualquier
otro afecto; nos envolvía a todos completamente, en una atmósfera como
de alegría y felicidad, de la que eran desterradas penas, tristezas, melan-
colías: nos penetraba el cuerpo y el alma de tal forma que no pensábamos
más ni a uno y a otra; estábamos seguros de que el buen padre pensaba en

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208 Tercera parte
nosotros, y este pensamiento nos hacía completamente felices.
¡Oh, era su amor el que atraía, conquistaba y transformaba nuestros
corazones! Cuanto se ha dicho sobre esto en su biografía es muy poca cosa
comparado con la realidad. Todo en él ejercía en nosotros una poderosa
atracción: su mirada penetrante y a veces más eficaz que una predicación;
un sencillo movimiento de cabeza; la sonrisa que le florecía continua-
mente en los labios, siempre nueva y diferente, y sin embargo siempre
serena; la flexión de la boca, como cuando se quiere hablar sin pronunciar
palabra; las mismas palabras con una cadencia en vez de con otra; el porte
de la persona y su andar grácil y desenvuelto: todas estas cosas obraban
en nuestros corazones juveniles como un imán del que no era posible
separarse; y aunque hubiésemos podido, no lo habríamos hecho ni por todo
el oro del mundo, tan felices éramos por si singularísima influencia sobre
nosotros, que para él era lo más natural, sin estudio ni esfuerzo ninguno.
Y no podría ser de otro modo, porque de cada palabra y acto suyo
emanaba la santidad de la unión con Dios, que es la caridad perfecta. Él
nos atraía por la plenitud del amor sobrenatural que se le reavivaba en
el corazón, y que con sus llamas absorbía, unificándolas, las pequeñas
centellas del mismo amor, suscitadas por la mano de Dios en nuestros
corazones. Éramos suyos, porque cada uno de nosotros tenía la certeza de
que él era verdaderamente un hombre de Dios, homo Dei, en el sentido más
expresivo y comprensivo de la palabra.
De esta atracción singular brotaba la obra conquistadora de nuestros
corazones. La atracción a veces se puede ejercitar también con simples
cualidades naturales de mente y de corazón, de trato y de comportamiento,
que hacen simpático a quien las posee; pero la simple atracción después de
poco tiempo se amortigua hasta desaparecer del todo, si no desemboca en
inexplicables aversiones y contrastes.
No era así como nos atraía Don Bosco: en él los numerosos dones
naturales se convertían en sobrenaturales por la santidad de su vida, y en
esta santidad se encontraba el secreto de aquella atracción que conquistaba
para siempre y transformaba los corazones.
Él, por consiguiente, en cuanto había conquistado nuestros corazones,
los moldeaba como quería con su sistema (totalmente suyo en la forma de
practicarlo), al que quiso llamar preventivo en oposición al represivo. Pero
este sistema - como él mismo declaraba en los últimos años de su vida
mortal - no era otro que la caridad, es decir, el amor de Dios que se dilata
para abrazar a todas las criaturas humanas, en especial a las más jóvenes e
inexpertas, para infundir en ellas el santo temor de Dios.

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22.1 Page 211

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 209
¡Oh, nuestro buen padre siempre ha avanzado (y lo confesaba con
sencillez él mismo) como el Señor le inspiraba y las circunstancias exigían,
movido solamente por su ardiente afán de salvar almas y de infundir en los
corazones el santo temor de Dios!
Toda su pedagogía se la inspiró el Señor, y es por ello nuestra herencia
más valiosa. Pero esta, oh queridísimos, se resume en dos palabras: la
caridad y el temor de Dios. En primer lugar, la caridad en nosotros (y
notad que diciendo caridad pretendo decir amor a Dios y amor al prójimo
llevados a la perfección querida por nuestra vocación), y después el uso de
todos los medios - y son incontables - y de todos los santos afanes de los
que la caridad es siempre fecunda para infundir en los corazones el santo
temor de Dios.
Meditad seriamente y analizad lo más detalladamente que podáis esta
Magna Charta de nuestra Congregación, que es el Sistema Preventivo,
apelando a la razón, a la religión y a la amorevolezza; pero en última
instancia tendréis que estar de acuerdo conmigo en que todo se reduce
a infundir en los corazones el santo temor de Dios: infundirlo, digo, es
decir, enraizarlo de tal forma que quede para siempre, también en medio
de la furia de las tempestades y tormentas de las pasiones y tejemanejes
humanos.
Esto es lo que hizo nuestro venerable padre durante toda su vida; esto es
lo que quiso que consideren sus hijos en la práctica del Sistema Preventivo.
Todo su estudio, todos sus cuidados más que maternos solo procuraban
impedir la ofensa de Dios y hacernos vivir en su presencia como si lo
hubiésemos visto realmente con nuestros ojos.
¡Dios te ve!, era la palabra misteriosa que susurraba frecuentemente
a la oreja de tantos; ¡Dios te ve!, repetían en un lugar y otro los carteles
pegados; ¡Dios te ve!, era, podemos decir, el único medio coercitivo de
su sistema para obtener la disciplina, el orden, el esfuerzo en el estudio,
el amor al trabajo, la huida de los peligros y de las malas compañías, el
recogimiento en la oración, la frecuencia en los sacramentos, la alegría
expansivamente clamorosa en los recreos y en las diversiones.
Al pensamiento de la presencia divina unía él el de la salvación del alma.
¡Salvar almas! fue la contraseña que quiso grabada en el escudo de su
Congregación, se puede decir que fue su única razón para existir: primero
se procura salvar la propia alma y después las de los demás. Ayudarle a
salvar nuestra alma era el regalo más precioso que podíamos hacerle, era la
gracia, el favor que nos pedía con inefables insinuaciones, porque su única
aspiración, el fin único de su apostolado entre nosotros, era conducir todas

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210 Tercera parte
nuestras almas al paraíso para ver a Dios cara a cara.
En fin, infundía estos tres pensamientos con tanta dulzura y suavidad,
que no podíamos no sentirnos invadidos por sus mismos sentimientos;
y tenían buena impresión hasta los más rebeldes, en los cuales floreció
después la conciencia conmovedora de sus errores, con sincero arrepen-
timiento y regreso al bien, como pude experimentar más de una vez, con
inmenso consuelo para mi alma, también durante estos años de rectorado.
También nosotros, oh queridísimos, hemos de procurar antes de nada
infundir en nuestros jóvenes estas tres verdades de forma que destaquen
fácilmente a sus ojos, aunque no lo hagamos explícitamente en nuestros
discursos.
Por otra parte, no hemos de temer hablar con frecuencia de ellas, espe-
cialmente en las conversaciones familiares en el patio, y en las individuales
y más íntimas, a veces necesarias para trabajar mejor un alma.
Si no estamos en guardia, hemos de temer fuertemente que algunos de
nosotros, aunque animados por una voluntad óptima y celo por el bien, no
sepamos cumplir convenientemente esta parte principalísima, esencial de
nuestra educación salesiana.
Está el peligro de que se dejen llevar demasiado por la pasión por el
estudio clásico o profesional, o por los juegos y las sociedades deportivas,
y que reduzcan la formación espiritual de los jóvenes a impartirles una
instrucción religiosa esporádica, inconstante, y por ello ni convincente ni
duradera, y al cumplimiento de las pocas prácticas de piedad cotidianas
y dominicales, hechas con gran furia y por costumbre, casi como para
quitarse de encima un aburrimiento o un peso.
No es que se deban de aumentar las prácticas de piedad: estas han de
ser ni más ni menos que aquellas prescritas, pero es necesario hacerlas de
tal forma que estén animadas por aquella convicción profunda que solo
se obtiene cuando se logra que sean estimadas y amadas por los jóvenes,
como sabía hacer Don Bosco.
No queráis creer que este peligro es muy lejano, ni considerarlo como
una exageración pía de quien os escribe. ¡Oh no, por desgracia! Está en
la atmósfera que se respira hoy en día la tendencia de contentarse con
las apariencias externas en la educación de nuestros jóvenes, de modo
que fácilmente se descuidan los mil esfuerzos que realizaba nuestro Don
Bosco para infundir en las almas un santo horror al pecado y una peculiar
atracción por las cosas espirituales.
Pero nuestro método educativo, ¿no consiste, acaso, completamente en
«poner a los jóvenes, en la medida de lo posible, en la imposibilidad de

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 211
ofender a Dios»? Ahora bien, esto no se logra reprimiendo los desórdenes
después de que tengan lugar, porque entonces, decía Don Bosco, ya se ha
ofendido a Dios; ni mediante la búsqueda de todas las formas posibles de
prevenirlos, siendo moralmente imposible prevenirlos todos, sino con la
vigilancia más escrupulosa.
Es necesario infundir el temor de Dios en los corazones de los jóvenes,
alimentado por el deseo vivísimo de salvar el alma. Solo así se conquistan
y se transforman realmente los corazones de los jóvenes; solo así podremos
decir que en nuestra casa se educa y se santifica la juventud que afluye a los
oratorios festivos y diarios, a los colegios, a los internados y a los demás
institutos que la Providencia va confiando poco a poco a nuestros cuidados.
Este punto es la clave para aplicar bien el Sistema Preventivo; pero
quizás se descuida un poco, no por falta de buena voluntad, sino porque
se refiere a cosas que trascienden los sentidos, cosas que para poder ser
comunicadas eficazmente a los demás, primero han de ser sentidas profun-
damente dentro de uno mismo.
Sin este sentido profundo de la vida sobrenatural, buscaremos en vano
ser profesores válidos, es más, especialistas en el arte de la enseñanza;
asimilaremos en vano las enseñanzas y las máximas educativas de nuestro
venerable padre; nos esforzaremos en vano en imitar y reproducir la
bondad condescendiente y la firmeza prudente: tal vez podremos lograrlas
en apariencia, pero los frutos no se corresponderán con las fatigas: Hic
labor, hoc opus est! (¡este es el trabajo, esta es la fatiga!).
Procuremos pues, oh queridísimos, que nuestra misión educativa sea
eminentemente sobrenatural, como la de Don Bosco, y encontraremos el
Sistema Preventivo mucho más fácil y fructífero, también en sus particu-
laridades más pequeñas: reinará en nosotros y en nuestro entorno aquella
amorevolezza y familiaridad tan inculcada por el venerable en la letra-
visión que escribió desde Roma a todos sus hijos del Oratorio, cuatro años
antes de dejar este mundo.
13. La ciencia necesaria para el salesiano sacerdote13)
Los que ingresan en nuestra Pía Sociedad, asumen la obligación de vivir
según el espíritu, los ejemplos y las enseñanzas de su venerable fundador.
13 De la carta circular sobre Don Bosco modello del Sacerdote Salesiano (19 de marzo
de 1921), en LC 388-400.

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212 Tercera parte
Pero este deber no obliga a todos del mismo modo: a los superiores les
incumbe más gravemente que a los simples curas, y a estos más que a los
clérigos y a los hermanos laicos.
Entonces, solo el cura salesiano puede revivir en sí a Don Bosco en toda
la plenitud de su personalidad, porque solo quien es cura puede imitar inte-
gralmente a otro cura. Pero, repito, más allá de tener la posibilidad, tiene
el estricto deber. Si los santos Padres de la Iglesia decían que el sacerdote
ha de ser otro Jesucristo: Sacerdos alter Christus, no me parece que esté
pidiendo demasiado al repetiros a cada uno de vosotros: «¡El sacerdote
salesiano ha de ser en todo y siempre otro Don Bosco!».
Y añado que, para conseguir este fin, ante todo, hemos de esculpir bien
en nuestra mente lo que solía decir nuestro buen padre cuando hablaba de
los sacerdotes: - ¡El cura es siempre cura, y así ha de manifestarse siempre!
(...)
Ahora bien, nuestro venerable padre, con su dicho: «El cura es siempre
cura, y así ha de manifestarse siempre», quería, ante todo, que sus hijitos
sacerdotes comprendiesen bien la grandeza y sublimidad de su carácter, de
su oficio, de su poder; porque cuanto más se conoce y se aprecia la dignidad
de la cual se está revestido, se pondrá mayor diligencia para conservar
íntegro y puro el esplendor. Creedme, oh queridos, que lo primero que
hemos de hacer para llevar a la práctica el dicho de nuestro fundador, es
hacernos familiar, diría cotidiana, la meditación de la excelsa dignidad
sacerdotal, no para ensoberbecernos, sino para incitarnos a comportarnos
de un modo digno de la misma. Repitamos frecuentemente a nosotros
mismos las hermosas palabras de san Efrén: «¡Oh potestad inefable! ¡Oh
cuán grande profundidad contiene en sí el formidable y admirable sacer-
docio! - O potestas ineffabilis! O quam magnam in se continet profundi-
tatem formidabile et admirabile sacerdotium!»
Esta consideración asidua tendrá la virtud de producir en nosotros, cada
vez un poco, queridos sacerdotes míos, ese profundo e íntimo convenci-
miento de nuestra verdadera grandeza, que es sumamente necesario,
sobretodo en nuestros días (...), de modo que podamos seguir siendo curas,
siempre curas en cada instante, como lo fue Don Bosco, como lo fue el
venerando Don Rua, como lo fueron muchos otros hermanos nuestros, que
ya nos precedieron en la patria beata.
Pero esto no es, por decir de algún modo, más que el fondo del cuadro,
la condición preliminar para la imitación perfecta de nuestro modelo;
nosotros no hemos de limitarnos, pues, a esto, sino dedicarnos también a
un estudio asiduo y amoroso de las líneas morales que hemos de reproducir

22.5 Page 215

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 213
en nosotros. (...)
Labia sacerdotis custodient scientiam, et legem requirent ex ore eius.
Con estas palabras el profeta Malaquías (Mal 2,7) nos advierte de que una
de las cualidades del sacerdote es la ciencia. Ahora bien, si esto es verdad
para todos los sacerdotes en general, lo es de una forma particular para
aquellos que, como nosotros, se consagran a la educación y a la instrucción
de la juventud. Y ya que la ciencia no se conquista sin el estudio, se deriva
de ello que hemos de estudiar. Sí, queridos míos, hemos de estudiar, para
que no se cumpla en nosotros el terrible vaticinio de Oseas (Os 4,6): Quia
tu scientiam repulisti, repellam te, ne sacerdotio fungaris mihi: Por haber
rechazado el conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio. (...)
El estudio es necesario desde el punto de vista moral y sobrenatural,
para considerar nuestra piedad y confirmar nuestro apostolado en medio de
los jóvenes; y desde el punto de vista intelectual, para no dejar que nuestras
facultades se atrofien por la inercia, para completar, según las exigencias
de los tiempo, la primera formación intelectual que hemos recibido en la
escuela, y también para estar a salvo de las traiciones de la memoria, y
custodiar intacto el tesoro de las cogniciones ya adquiridas.
Hemos de perseverar en el estudio con seriedad, voluntad firme y
constancia, intentando asignarle un lugar fijo en nuestro horario diario,
según las posibilidades y las exigencias del oficio propio, y no solamente el
tiempo en el que sepamos qué hacer. Poco o mucho, conviene estudiar cada
día, porque un estudio hecho de modo inconstante no logra su objetivo, y
poco a poco se termina abandonándolo del todo. (...)
Es necesario, sin embargo, evitar también el exceso opuesto: apasio-
narnos tanto por el estudio que venga en detrimento de nuestra vida interior
y de los demás deberes de nuestro ministerio. (...)
El estudio de la Sagrada Biblia, el liber sacerdotalis por excelencia, ha
de tener la precedencia sobre todos los demás, porque, según el Apóstol,
sirve para enseñar, para convencer, para corregir, para formar en la
justicia. Omnis scriptura divinitus inspirata utilis est ad docendum, ad
arguendum, ad corripiendum, ad erudiendum in iustitia (2 Tim 3,16). Los
Santos Padres se formaron en la Sagrada Biblia; y los grandes fundadores
de Órdenes religiosas siempre dieron como regla a sus seguidores la lectura
diaria de algún fragmento. Esto nos lo recomienda también Don Bosco,
que hizo una prescripción precisa en las Constituciones, donde leemos que
los sacerdotes, y todos los socios que aspiran al estado clerical: su esfuerzo
principal estará dirigido con el máximo empeño al estudio de la Biblia
(artículos 101-102).

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214 Tercera parte
Sean, pues, los libros santos nuestro pasto cotidiano: no los leamos
como haría un curioso, un simple literato o un simple historiador, sino con
profundo respeto religioso, en forma de meditación afectiva más que como
simple estudio, esforzándonos de penetrar bien en esas expresiones tan
luminosas y profundas, y tal vez aprendiendo de memoria aquellos versí-
culos que nos puedan servir mejor en las meditaciones y en el ejercicio del
ministerio. (...)
Al estudio amoroso de la Sagrada Biblia ha de unirse el de la Teología
Dogmática, en nuestros días más necesario que nunca, no solo para conocer
a fondo las verdades de la fe, su razonabilidad, su necesidad para nuestro
verdadero bien, temporal y eterno, sino también para saber dar razón a los
detractores: ut potens sit exhortari in doctrina sana, et eos, qui contra-
dicunt, arguere (Tt 1,9), y ello de un modo adaptado a las condiciones
de cada uno, sea docto o ignorante, ya que: sapientibus et insipientibus
debitor sum (Rm 1,14), dice san Pablo; y sobre todo para hacernos más
idóneos para el cumplimiento eficaz de nuestra misión de educadores cris-
tianos. (...)
Por último, el estudio de la Teología Moral, Pastoral, Ascética y Mística,
amén del Derecho Canónico según el nuevo Código, ¡qué necesario que
sea bien profundizado! Dado que, en palabras del venerable Cafasso, «la
Teología Moral, considerada en su aplicación, se puede decir que es inago-
table e infinita, como infinitos son los añadidos y las circunstancias que
pueden modificar las simples acciones y el juicio que se debe hacer de
ellas»; así el sacerdote ha de estudiarla durante toda la vida.
Lo mismo ha de ser dicho de la Teología Pastoral, de la Ascética y
de la Mística, las cuales, en ciertos aspectos, se pueden considerar como
complemento y perfección de la Teología Moral. Por desgracia estas tres
ramas de la Teología no son convenientemente apreciadas por todos, y
como mínimo son consideradas solo como legado de unos pocos sacerdotes
privilegiados. Este es un error por el cual no pocos sacerdotes descuidan su
estudio, permanecen ineptos en la dirección de las almas y en elevarlas al
nivel de santidad que al que Dios las llama.
En la dirección de las almas conviene cuidar no solo el minimun de
la obligación, sino también el maximum de la perfección posible; y esto
sirve también respecto a los jóvenes confiados a nuestros cuidados. Hemos
de procurar que sean santos, aunque no lo parezcan; pero no podremos
lograrlo si no conocemos bien la teología ascética y la mística. Diciendo
mística no me refiero a hechos extraordinarios de la vida sobrenatural, sino
solo a la perfección cristiana alcanzada con la oración vocal, meditativa,

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 215
afectiva y contemplativa, como enseña nuestro dulcísimo san Francisco de
Sales. (...)
Nuestro venerable padre poseía totalmente esta ciencia, y conocía
también el secreto para sembrarla en los corazones jóvenes, sin hacer
siquiera mención; y así nos dio un Domingo Savio, un Francisco Besucco,
un Miguel Magone, y toda una falange de jóvenes y hermanos santos. Pero
este secreto no se puede enseñar con palabras: es un tesoro precioso que
se encuentra solo con la lectura asidua, atenta y amorosa de su vida, ¡y
afortunados aquellos que se dedican a ello! ¡Qué maravillas podrán hacer
en el campo de la educación!
No menos recomendable es el estudio de la Historia sagrada, ecle-
siástica y profana, que nos equipará con armas poderosas para defender
la religión contra los ataques de los adversarios, que suelen hacer de la
historia «una conjura contra la verdad», según la expresión de De Maistre.
(...) Ahora bien, si conocemos bien la historia, podremos refutar fácil-
mente estos errores e impedir que se difundan entre el pueblo. Esto hizo
también nuestro venerable padre, que siempre se ocupó en hacer conocer
al pueblo las grandezas de la Iglesia Católica y del Papa, y así hemos de
hacer nosotros también.
El estudio de la sagrada Liturgia es también indispensable. Este es el
estudio que más que ningún otro lleva a alimentar el espíritu eclesiástico y
sacerdotal, que infunde en el alma amor y reverencia hacia las ceremonias
sagradas y hacia las funciones de la Iglesia, que hace penetrar el sentido
íntimo de las solemnidades que se siguen en los distintos tiempos del año
eclesiástico, que, en una palabra, nos hace vivir de la misma vida de la
Iglesia, nuestra madre. (...)
Con motivo de nuestra condición especial de educadores hemos de
cultivar también las ciencias naturales profanas. Por lo tanto, con la lectura
de alguna obra de los maestros del pensamiento contemporáneo y de alguna
buena revista católica seguimos, con un criterio sano y sabia dirección, el
movimiento de las ideas del nuevo tiempo, los descubrimientos hechos en
el mundo de las ciencias, la táctica actual de los enemigos de la Iglesia, las
nuevas formas que adopta el error, las objeciones contemporáneas contra
las verdades cristianas, y así sucesivamente.
Pero también aquí demos preferencia al estudio de aquellas ciencias que
nos lleven más directamente a alcanzar mejor el fin que tuvo Don Bosco
al fundar la Pía Sociedad. Penetremos entonces con cuidado afectuoso
el pensamiento educativo de nuestro venerable padre, y procuremos
profundizar nuestros conocimientos pedagógico-didácticos, inspirán-

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216 Tercera parte
dolos siempre en los conceptos y directrices que forman la base de nuestro
sistema educativo.
Además, cultivemos con amor y con vivo interés los estudios clásicos,
especialmente de latinidad, refloreciendo los clásicos cristianos, para que
su pensamiento penetre en las almas jóvenes y sirva de antídoto del pensa-
miento de los clásicos paganos. Recordemos a propósito de esto cuántos
sacrificios hizo Don Bosco para difundir las obras de estos grandes
maestros de las letras y de la vida cristiana. (...)
¡Persuadámonos bien, queridos, de que el estudio es absolutamente
necesario para que sigamos siendo sacerdotes de Jesucristo, sacerdotes en
el espíritu y en la dirección habitual de los pensamientos, sacerdotes en
el corazón y en el ministerio: sacerdotes como nos quiso y como fue Don
Bosco!
14. El perfeccionamiento de la propia vida espiritual14)
El ardor por la cultura de nuestra vida intelectual no bastaría, oh queri-
dísimos, para hacernos reconocer como dignos hijos de Don Bosco, si
no nos estimulase, a la vez y con intensidad multiplicada, a perfeccionar
nuestra vida moral, religiosa y apostólica.
Entre los varios fines del estudio enumerados por san Bernardo, solo
los dos últimos son dignos de nosotros: ut aedificentur, et prudentia est;
ut aedificent, et hoc caritas est. Por ello, que nos guíe la prudencia a la
hora de pensar y reconocer lo que hemos de hacer ut aedificemur, para
santificarnos: solo cuando hayamos provisto para nuestra santificación,
podremos lograr santificar a los demás. Más en concreto, si queremos que
el apostolado entre los jóvenes sea fructífero, hemos de emplear nuestros
estudios a la adquisición de la vida interior.
El abad Chautard, en su libro: El alma de todo apostolado, escribe opor-
tunamente:
«Vivir consigo y en sí, querer gobernarse a sí mismo, y no dejarse
gobernar por las circunstancias, reducir a la imaginación, la sensibilidad
y la misma inteligencia al papel de servidores de la voluntad y conformar
siempre la propia voluntad con la voluntad divina, es un programa que cada
vez tiene menos partidarios en este siglo de agitación que ha visto nacer un
14 De la carta circular sobre Don Bosco modello del Sacerdote Salesiano (19 de marzo
de 1921), en LC 401-405, 418-421.

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 217
nuevo ideal concretado en esta frase: el amor de la acción por la acción.
(...) Los negocios, las atenciones de familia, la higiene, el buen nombre, el
amor a la patria, el prestigio de las corporaciones, hasta la pretendida gloria
de Dios, son tentaciones para no vivir en nosotros mismos. Esta especie de
delirio de la vida exterior llega a ejercer en nosotros una sugestión irresis-
tible».
No pretendo hablar aquí de la necesidad de la vida interior: permí-
taseme, sin embargo, indicar lo más importante para la sólida formación
de nuestra vida moral y religiosa de sacerdotes salesianos, para animarme
a mí y a vosotros a ponerlas en práctica. En esta formación, oh queridos,
hemos sobre todo de tener siempre muy claro en nuestra mente el objetivo
de nuestra vida, que es solo la gloria de Dios mediante nuestra santifi-
cación y salvación.
A la vista del fin después ha de ir unida la estima sobrenatural de
nuestra vocación sacerdotal, y la conciencia perenne del grave deber que
nos impone de servir a las almas para ganarlas para Dios, de ser media-
dores entre Dios y los hombres, redentores y santificadores en unión con
Jesucristo, sacerdote eterno.
Y, lo que es más, no olvidemos que hemos de alcanzar este fin esencial
del sacerdocio en la obediencia asignada por los superiores, y según la
medida de nuestros talentos y de las gracias recibidas. No hay necesidad
de cumplir obras grandiosas o actos heroicos de virtud que no nos vengan
impuestos por nuestro estado: basta que nos apliquemos en vivir y actuar
de la obediencia con espíritu de perfecta conformidad a lo voluntad divina
y de unión íntima con Jesucristo, haciendo del mejor modo posible todas
nuestras acciones ordinarias, y elevando, con la intención, hasta las más
pequeñas e indiferentes al grado de obras meritorias para la vida eterna.
(...)
Tengamos cuidado, sin embargo, del error muy común y pernicioso de
aferrarnos a esta práctica de las virtudes ordinarias y a esta lucha contra
las inclinaciones perversas, sin unirles el deseo vivo de una perfección
mayor, y el esfuerzo constante por conseguirla.
Es la pereza espiritual la que suele inducir a semejante inercia,
y también un falso concepto de lo que exige la vocación. No basta un
programa mínimo de virtudes, un nivel de moralidad solo suficiente para
mantener el alma en la gracia santificante, una observancia mediocre de
las normas generales de la vida sacerdotal, comunes a todos los curas
seculares. Nuestra vocación nos obliga no solo a tender a la santidad: Haec
est enim voluntas Dei, sanctificatio vestra (1Ts 4,3): ut essemus sancti, et

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218 Tercera parte
immaculati (Ef 1,4), sino también a conquistarla en el nivel más perfecto
que nos sea posible, con horror a todo mal y con amor a todo bien, ya que,
como dice santo Tomás, la santidad amovet a malo, facit operari bonum,
et disponit ad perfectum.
Una de las ayudas más válidas en esta obra de nuestra santificación la
tenemos en las Constituciones que nos ha dado nuestro venerable fundador.
El sacerdote salesiano que medita profundamente las Constituciones y
se esfuerza en ponerlas en práctica con exactitud, puede en poco tiempo
elevarse hasta la perfecta unión con Dios, a esa unión que es la esencia de
la santidad, y que en Don Bosco era ininterrumpida, a pesar de la multipli-
cidad de sus ocupaciones. (...)
La Regla, sin embargo, no determina más que las líneas generales en
orden a nuestra santificación; es necesario, pues, integrarla y vivificarla
con la genuina tradición salesiana, tradición que encontramos contenida
en los Reglamentos, en las primitivas Deliberaciones Capitulares, en las
cartas y en las circulares mensuales de los superiores mayores; y en el
conjunto de pequeñas particularidades y costumbres especiales que se
transmiten verbalmente y se conservan en la casa madre. (...)
Hemos de permanecer como nos quiso Don Bosco, y cambiaríamos la
fisionomía que dio a la Pía Sociedad si, movidos por demasiado celo de
santidad exterior, quisiésemos dar a nuestra vida una variedad de prácticas
de devoción, las cuales, a pesar de ser óptimas para otros institutos, tienden
a desnaturalizar el carácter de espiritualidad íntima y no aparente que Don
Bosco dio al suyo. Sería un mal peor si se cayese en el extremo opuesto y,
malinterpretando las intenciones del fundador, se entendiese que para ser
sus seguidores bastaría con tener la pasión por la juventud, la tendencia a
la escuela y a la vida ruidosa en medio de las multitudes juveniles, siempre
que no se tenga la atención diligente de ejercitarse activamente en la propia
santificación. (...)
Junto al sacramento de la misericordia de Dios, y en cierto modo casi
complemento del mismo, sea como remedio, sea como consuelo en las
múltiples dificultades que ofrece la conquista de la perfección religiosa,
está la dirección espiritual, y de ella también pretendo, mis queridos sacer-
dotes, hablaros brevemente.
La dirección espiritual es el conjunto de consejos, de normas teóricas
y prácticas, que una persona sabia y experimentada en los caminos del
espíritu, da a un alma que desea progresar en la perfección.
En los antiguos monasterios esta dirección era una con la rendición de
cuentas: el religioso manifestaba al superior con confianza filial toda su

23 Pages 221-230

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23.1 Page 221

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 219
conciencia, y era dirigido en fuero externo y en fuero interno.
La santa Iglesia, sin embargo, en defensa de la libertad de conciencia,
ha establecido que la rendición de cuentas gire solo sobre lo externo, como
también advierten expresamente nuestras Constituciones; no excluyendo,
sin embargo, que el religioso pueda libremente abrirse por completo al
superior. Quien tenga, por tanto, una confianza ilimitada en su superior,
y sienta que puede revelar hasta las cosas más íntimas de su alma, puede
hacerlo, lo que le reportará inestimables beneficios.
Quien, sin embargo, prefiere limitar su rendición de cuentas a las cosas
exteriores (nadie debe omitir nunca su realización mensual), recuerde
que una dirección espiritual le es indispensable, aunque sea sacerdote, y
procure por ello tenerla con quien le inspire mayor confianza.
Naturalmente el confesor, no siendo solamente juez, sino también médico
y maestro, amigo y padre, conociendo mejor que nadie nuestras cualidades
espirituales y el conjunto de nuestra vida, puede, en el sacramento y fuera
de él, ser nuestro acompañante en el camino de la perfección religiosa,
tanto más que, en nuestro caso, él mismo está obligado a perseguir nuestra
propia perfección y a vivir con el mismo espíritu religioso.
He dicho, queridos, que la dirección espiritual nos es indispensable
también si somos sacerdotes: el sacerdocio y la profesión religiosa nos dan
una obligación mayor, ya que como sacerdotes y como religiosos, estamos
obligados a una perfección mayor de la que se podría exigir a los simples
cristianos. De hecho, sin una firme dirección espiritual, es casi imposible
llegar a la perfección: este es el sentimiento unánime de los Padres y
Doctores de la santa Iglesia, y de todos los hombres espirituales que flore-
cieron a lo largo de los siglos cristianos. - Quien se apoya sobre su propio
juicio, asegura Casiano, no llegará jamás a la perfección, y no podrá huir
de las ilusiones del diablo (Conf. II, 14, 15). Y san Vicente Ferrer: - Nuestro
Señor, sin el cual no podemos nada, no concederá jamás su gracia a aquel
que, teniendo a su disposición a un hombre capaz de instruirlo y dirigirlo,
descuida este medio poderoso de santificación, creyendo que se basta a sí
mismo, y que puede con sus propias fuerzas buscar y encontrar lo que le es
útil para la perfección del alma.
Este de la dirección es el camino regio que guía con seguridad a los
hombres hacia la cima de la escalera misteriosa donde se encuentra el
Señor: es el camino que han recorrido los santos: hanc viam tenuerunt
omnes sancti. Solo unas pocas almas privilegiadas, privadas sin su culpa
de un director espiritual, fueron guiadas inmediatamente por Dios con
explicaciones personales; pero esta es la excepción, y no la regla (De vit.

23.2 Page 222

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220 Tercera parte
sp., II, I).
Sobre todo, dice san Gregorio Magno, hay que intentar encontrar un
buen guía y un buen maestro (Lib. de Virg., c. 13). – Es un gran orgullo,
continúa san Basilio, creer que no se tiene necesidad de consejo (In cap. I
Isaiae). – Son pobres ilusos, exclama a su vez san Juan Clímaco, aquellos
que, confiando en sí mismos, han creído que no tienen necesidad de guía.
(I Grado, c. 2). – El que presume de ser su propio maestro y guía, dice san
Bernardo, se hace discípulo de un insensato (Epist. 87).
En definitiva, oh mis queridos sacerdotes, de todos los escritos de los
hombres espirituales se alza una voz unánime para indicarnos la necesidad
de la dirección espiritual, la cual, si queremos penetrar bien en el espíritu
de nuestras Reglas, también nos es inculcada por el artículo 18, donde
nos invitan a manifestar a los superiores, con sencillez y espontaneidad,
las infidelidades exteriores cometidas contra las Constituciones, y también
nuestro aprovechamiento de la virtud, a fin de que podamos recibir de
ellos consejo y consuelo, y, si fuese necesario, también las amonestaciones
convenientes. ¡La práctica de la dirección espiritual no podría insinuarse
de un modo mejor!
No son necesarias más palabras para demostrar esta necesidad; aun así,
es útil observar que, cuando oímos decir que alguno se ha alejado de la vida
religiosa que había profesado, mientras lamentamos semejante desgracia,
invocando con la oración la misericordia de Dios sobre el infeliz, hemos
de pensar que semejante desventura no le habría sucedido, ciertamente, si
se hubiese confiado a un buen director espiritual, y si hubiese seguido sus
consejos y exhortaciones.
Pero la dirección espiritual, mis queridos sacerdotes, no ha de ser algo
esporádico y voluble, sino un sistema único y constante de conducta, a la
vez teórico y práctico, apto para guiarnos hacia la santidad.
El deber del director espiritual es el de hacernos conocer lo que Dios
quiere de nosotros, las virtudes que debemos practicar, los medios a los
que hemos de recurrir, los peligros contra los que hemos de prevenirnos
para no faltar a nuestra vocación salesiana.
Es él quien ha de estimularnos cuando estamos relajados, y moderarnos
en los ardores indiscretos; es él quien ha de frenar nuestra imaginación, y
señalarnos la justa medida que debemos tener en la práctica de la virtud, en
la elección de las lecturas, y en las relaciones con el prójimo, la verdadera
naturaleza de las tentaciones y de las armas más oportunas para comba-
tirlas.
Es él quien ha de instruirnos sobre los mejores medios para erradicar

23.3 Page 223

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 221
los defectos y conquistar las virtudes; que debe medir nuestra exactitud
en las prácticas de piedad, en la observancia de las reglas y en el cumpli-
miento de los deberes inherentes a la vocación. Ahora bien, esto no lo
podemos obtener sino de un guía estable y lleno completamente del espíritu
salesiano.
Nuestro patrón, san Francisco de Sales, dice cosas hermosísimas sobre
el director espiritual, y muchas vienen al caso. Entre otros, en la Filotea (I,
4) dice: «No lo consideres como un simple hombre, no pongas tu confianza
en él ni en su ciencia humana, sino en Dios, quien será quien te hable y
favorezca por su medio, poniendo en su corazón y en sus labios cuanto
sea necesario para tu bien. (...) Ábrele tu corazón con toda sinceridad,
manifestándole fielmente cuanto en él hay de bueno y de malo, sin fingi-
mientos ni paliativos, y te sentirás aliviada y fortalecida en tus aflicciones
y regulada en tus consuelos; de este modo, el bien será examinado y hecho
más seguro, y el mal correcto y remediado: así también nos sentiremos
aliviados y fortalecidos en nuestras penas, y nos reservaremos modestos y
regulados en nuestros gozos».
15. Vocaciones y espíritu salesiano15)
Más se estudia la vida de Don Bosco, y más emerge la genialidad de
su creación. Viendo el odio acérrimo que hervía en sus tiempos contra
nuestra santa religión, y de modo particular contra las Órdenes y las
Congregaciones religiosas que la revolución estaba suprimiendo con leyes
inicuas, también en los Estados hasta entonces católicos; e intuyendo que
no le habría sido posible iniciar una nueva familia religiosa en el caso de
haberse basado en las que ya habían sido suprimidas, puso a un lado lo que
era mera forma exterior, e inició su Sociedad con lo que era mínimamente
necesario para la perfección religiosa.
De la terminología tradicional de las Congregaciones de un tiempo,
él sustituyó los nombres por otros comunes y menos llamativos; la suya
tenía que ser solo una pía sociedad de personas consagradas a la educación
de la juventud pobre y abandonada; los socios debían conservar, con los
derechos civiles, el dominio radical de sus bienes, aun estando vincu-
lados mediante voto a la práctica de los consejos evangélicos, y por ello
siendo realmente pobres en la práctica, no pudiendo hacer ningún acto de
15 De la carta circular Sulle vocazioni (15 de mayo de 1921), en LC 447-462, 464-469.

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222 Tercera parte
propiedad sin permiso; tenían que unir el espíritu de iniciativa personal
con la debida sumisión al superior: y es de este espíritu que toma nuestra
Sociedad esa modernidad genial que le posibilita hacer el bien exigido
por las necesidades de los tiempos y de los lugares; en fin, aun habiéndose
despedido de los familiares, de los amigos, del mundo para seguir a Jesu-
cristo, esa separación no debía imponer una separación violenta que los
obligase prácticamente a romper los vínculos de naturaleza y toda relación
exterior: pudiendo perfectamente estar la voluntad totalmente desprendida
de todo y de todos, sin necesidad de separación material.
Todo su sistema educativo se reduce a formar voluntades capaces de
cumplir su deber y de practicar los consejos evangélicos en grado heroico,
no por temor humano, no por coerción exterior, no a la fuerza, sino libre-
mente, por amor.
Su institución es una familia formada únicamente por hermanos que
han aceptado los mismos deberes y derechos en la más perfecta libertad de
elección y en el amor más vivo a semejante estilo de vida.
Es por esto que él quería fuera de sus casas los ordenamientos y las
disposiciones disciplinares que limitasen de cualquier forma la libertad
propia de los hijos de familia: cada uno debía observar el horario y el
reglamento, no obligado por agentes extrínsecos, sino espontáneamente,
por libre elección de la propia voluntad.
Ahora bien, este espíritu de familia, en el cual la autoridad de los supe-
riores no se hace notar con imposiciones militares, sino que es el amor filial
el que mueve la voluntad de los súbditos a prevenir incluso sus deseos, este
espíritu de familia es el terreno más propicio para las vocaciones; por ello,
queridísimos, hemos de conservarlo y aumentarlo celosamente.
Hablando con amigos, conocidos, extraños, hagamos resplandecer este
espíritu nuestro en toda su luz, sea mediante la compostura siempre jovial
y alegre, sea exaltando la felicidad de nuestro estado todas las veces que se
nos ofrezca la posibilidad.
Así, casi sin percatarnos, extenderemos el terreno para las vocaciones,
porque no pocos serán inducidos imperceptiblemente a abandonar sus
prejuicios sobre el estado religioso, y eventualmente quizás laudarán
nuestro estilo de vida, o quizás incluso lo aconsejarán a quien todavía está
dudoso acerca de la elección del estado. ¿Y esto no es indirectamente un
apostolado vocacional?
Pero, sobre todo, queridos, hemos de conservar este espíritu de familia
en los oratorios festivos, en las casas, en los colegios e internados en los
que trabajamos, porque solo donde reina este espíritu pueden florecer las

23.5 Page 225

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 223
vocaciones.
Generemos, pues, en nuestro entorno esa familiaridad que nuestro buen
padre nos describió tan cálida y eficazmente en su célebre carta desde
Roma el 10 de mayo de 1884, que es el comentario más auténtico de su
Sistema Preventivo. (...)
Los auténticos apóstoles de las vocaciones hacen como el escultor, que
antes de ponerse manos a la obra ideada, busca él mismo el bloque de
mármol más fino, y después hace que lo lleven a su estudio para trabajarlo
con un amor inteligente.
Durante estos años de mi Rectorado he asistido con alegría al gran
movimiento juvenil de los alumnos y exalumnos de nuestros institutos;
¡y desde el hondo de mi corazón he elevado más de una vez el himno de
acción de gracias al Señor y a la poderosa Auxiliadora nuestra por esta
maravillosa abundancia de jóvenes resueltos, reunidos con entusiasmo
bajo el estandarte que lleva en cada país del mundo el Da mihi animas! de
nuestro buen padre!
Cada vez que me vi rodeado por la multitud alegre de los alumnos,
observando sus rostros buenos, ingenuos, sobre los que aparecían clara-
mente las hermosas dotes que poseían, me venía espontáneamente el
pensamiento de que muchísimos de ellos se habrían consagrado al Señor,
en el caso de que hubiesen estado bien encaminados y ayudados a elegir la
que él mismo llamó «la mejor parte».
Y en las asambleas memorables de los antiguos alumnos, con tanto
destello de hermosas cualidades de mente y de corazón en la plenitud de su
desarrollo, también pensaba que tal vez muchos y muchos de ellos habrían
abrazado la carrera del apostolado de las almas, si sus superiores y ense-
ñantes los hubiesen dispuesto y trabajado bien.
Mis buenos hermanos, estas cosas no son simples suposiciones y deseos
píos; es un hecho que cuando el terreno, aun estando bien preparado y
abonado, no da fruto, la culpa ha de asignarse al campesino, que o no ha
sembrado, o no ha echado semilla buena, o no se ha preocupado de vigilar
para que creciese bien y no fuese comida por los pájaros ni sofocada por
la cizaña.
En la inmensa multitud de jovenzuelos que la Providencia manda a
nuestras casas, son muchos aquellos que ofrecen un terreno muy apto para
producir la flor de la vocación sacerdotal-religiosa, es decir, que tienen
cualidades especiales para el estado de perfección; pero, como se ha dicho
arriba, es necesario que haya quien sepa encaminarlos convenientemente y
guiarlos. Y esto es lo que debemos hacer nosotros, si queremos demostrar

23.6 Page 226

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224 Tercera parte
que somos hijos afectuosos de la santa Iglesia y de nuestra Congregación.
¿Cuáles son, pues, las almas jóvenes que ofrecen un terreno más propicio
para las vocaciones? Nosotros, oh queridos, hemos de echar el ojo, como
hacía nuestro venerable como un auténtico especialista, sobre aquellos que
tienen una particular atracción por la pureza.
No hablo de esa pureza negativa, inconsciente, que se debe solamente al
equilibrio o a la calma del temperamento, o a una ignorancia, afortunada
pero efímera, de ciertos misterios de la vida; sino de una pureza positiva,
consciente, querida, del adolescente que ya sabe, o al menos empieza a
sospechar, de la existencia y la naturaleza de aquellos placeres, que quizás
ya siente a su naturaleza inferior arrastrada hacia ellos, y que aun así en su
razón, en su corazón, en su alma siente un desdén, un disgusto por tales
cosas, y por ello un deseo, una necesidad de mantenerse lejos, para ahorrar
a sus ojos, a su imaginación, a su vida el aliento contaminante. (...)
Otra característica que ha de tener el joven para ser un terreno propicio
para la vocación, es la elevación de sentir que aborrece todo lo que es
mediocre, banal y vulgar, y anhela grandes cosas, que ante los bienes
y honores terrenos se dice, con los ojos centelleantes de noble fiereza:
Excelsior! Ad maiora natus sum!
Evidentemente el estado sacerdotal-religioso no puede no tener una
atracción fuerte para estos jóvenes, porque es un estado superior a cualquier
otro incluso desde el punto de vista meramente humano. Pero en ellos
semejante elevación del alma no está, normalmente, más que en estado de
embrión, y depende de nosotros desarrollarla mediante la educación.
Aquí principalmente, oh queridos, se debe manifestar toda la valentía
del educador salesiano y la bondad del Sistema Preventivo. Este sistema
- que es nuestra más valiosa herencia - cuando es bien interpretado y
aplicado mejor, nos hará distinguir fácilmente los distintos caracteres de
nuestros jóvenes, y nos indicará los medios para mejorarlos a todos, incluso
elevando a una mayor perfección aquellos que se sienten llamados a cosas
más altas.
Permitidme que os recuerde lo que dije cuando me esforcé en descri-
biros a Don Bosco como nuestro modelo en la educación y santificación
de la juventud: ahí puede encontrarse también la norma de lo que hemos
de hacer para plasmar a nuestros jóvenes en conformidad con los ejemplos
paternos.
Con la práctica de nuestro sistema no permitiremos que se estropeen
los caracteres que ya son buenos por naturaleza y por la educación de la
familia, vigilando porque los compañeros de naturaleza más terrena no les

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 225
atraigan a sus ideas, a sus gustos, a sus proyectos sobre el futuro, a nada,
en definitiva, bajo, y ni siquiera común, como serían las aspiraciones a la
fortuna, al lujo, al bienestar y a las comodidades, a los placeres vulgares, a
los éxitos y a las vanidades mundanas.
Induzcámoslos, con destreza, a elevar la mirada hacia un ideal superior,
hacia el bien y la virtud, hacia las alegrías arduas, pero mucho más suaves
que procura el deber cumplido y la paz con la propia conciencia, hacia una
vida seria, útil y digna.
De cuando en vez en la escuela, en las conferencias, en las «buenas
noches», en los recreos, hablemos con entusiasmo de estos nobles ideales;
y si alguna vez en los discursos familiares de los recreos alguno mani-
festase preocupaciones fruto del amor propio o de su interés, no dejemos
de condenarlo abiertamente diciendo: «Eso es bajo, es mezquino, es banal,
no es digno de un corazón generoso». Es, sobre todo, en estos discursos
donde podemos encontrar la ocasión para repetir, bajo mil formas dife-
rentes, la palabra santa del ¡Sursum corda!
En los primeros volúmenes de la vida de nuestro buen padre podemos
encontrar, leyéndolos con amor, una cantera preciosa de normas y de
ejemplos para el ejercicio práctico de este apostolado, maravillosamente
fecundo de óptimas vocaciones.
Atesorémoslos todos, o queridísimos, teniendo presente, sin embargo,
una cosa mucho más importante para nosotros, y es que para Don Bosco
los jóvenes más diablillos/pícaros/traviesos, como solía llamarles, eran los
que ofrecían un buen terreno para la vocación, es decir, los inquietos y
vivaces, pero al mismo tiempo ardientes y de tan gran corazón como para
sentirse empujados a salir de sí mismos, a amar, y, por consiguiente, a dar,
después a darse, y finalmente a sacrificarse totalmente por el bien de los
demás.
Sus mejores conquistas fueron entre los niños de semejante naturaleza;
muchos todavía vivos pueden confirmar mi testimonio, y si escribiesen los
recuerdos de sus primeros años y la génesis de su vocación, ¡cómo desta-
caría más refulgente el arte del venerable elevando los corazones al deseo
y al alcance de la perfección!
Procuremos nosotros también la forma de encontrar semejantes jóvenes
de corazón ardiente y generoso: una palabra, un movimiento, un acto de
gentileza o de caridad en favor de algún compañero, pueden ser las primeras
revelaciones: y cultivándolos con un amor sabio, un día u otro recibiremos
de ellos la confidencia de un principio de aspiración hacia la vida eclesiás-
tico-religiosa, porque poco a poco se abrirá camino en su pensamiento el

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226 Tercera parte
hecho de que solo en ese estado podrán satisfacer plenamente la necesidad
que sienten de darse y de sacrificarse por los demás.
He dicho «cultivándolos con amor»; porque nuestro trabajo es indis-
pensable para esto, sea para combatir sin tregua su egoísmo, corrigiendo
cada mínima manifestación del mismo, sea para acostumbrarlos a hacer
frecuentemente pequeños actos de generosidad, mostrándoles, aunque sea
con una simple mirada, que estamos contentos y los aprobamos.
Incitémosles a ser generosos con los compañeros y los pobres, pero prin-
cipalmente en el darse, es decir, siendo serviciales y llenos de actividad en
pro del bien. Hagamos que amen el estudio y el trabajo como el camino
más seguro para alcanzar pronto el bien hacer.
Iniciémosles con pequeños encargos de las distintas Compañías, con la
vigilancia en los recreos, en los juegos, como diversos medios para hacer
algo de bien a los compañeros. Estimulémosles a dar consejos, a protestar
enérgicamente contra los malos discursos, a difundir el buen espíritu y la
piedad de todas las formas...
Que, si para dar será necesario privarse, y para darse y actuar será
necesario incomodarse, cansarse, ponerse al frente venciendo la timidez
y el respeto humano, y a veces exponiéndose incluso a las mofas y a los
escarnios de los demás, entonces la formación será mejor y más segura.
Pero nuestros jóvenes, por muy amantes de la pureza, de la elevación
de los sentidos y de la abnegación más generosa, no serán nunca terreno
propicio para las vocaciones si no poseen un profundo espíritu sobrena-
tural.
Sepamos que todo nuestro trabajo como educadores ha de mirar, tras
las huellas de Don Bosco, a la formación de cristianos convencidos, practi-
cantes, lo que no podremos conseguir sin que sean invadidos por lo sobre-
natural. Y este espíritu es todavía más necesario en los jóvenes dotados
por el Señor con las cualidades necesarias para el apostolado de las almas.
Estudiemos, pues cómo darles ideas sobrenaturales: embebamos sus
mentes de las grandes verdades de la fe, principalmente de aquellas referidas
más de cerca a la dirección de nuestra vida, tales como: la grandeza de Dios,
sus beneficios y los múltiples títulos que le confieren el derecho absoluto de
disponer de nosotros para su servicio; - su infinita amabilidad, la dulzura
de la entrega total a Él; - la certeza de la muerte, unida a la incerteza de
su hora y del juicio divino que fijará para siempre nuestra suerte feliz o
infeliz; - la vanidad y fragilidad de lo terreno; - la importancia capital de
la salvación del alma; - la maldad infinita del pecado, el precio inmenso de
la gracia, el valor inestimable del alma; - la dignidad y los méritos de los

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 227
esfuerzos que el hombre hace para salvarse, la necesidad de seguir a Jesús
lo más cerca que sea posible.
Tomemos todas las ocasiones propicias para sembrar profundamente
en el ánimo de nuestros jóvenes estas verdades supremas, y ello de un
modo natural y persuasivo, más con el ejemplo de nuestra fe que con los
discursos.
Acostumbrémosles a hacer una breve lectura cotidiana en forma de
meditación, como sugiere el venerable padre en el Joven instruido. ¡Qué
hermosas y queridas son las lecturas y las consideraciones escritas por él
en los primeros años de su apostolado en medio de los jóvenes! ¡Cómo
revela en ellas toda su ardiente caridad y su método educativo totalmente
inspirado en lo sobrenatural!
Con las ideas sobrenaturales suscitemos en ellos los sentimientos
correspondientes: un fuerte temor de Dios (¡oh! ¡Qué eficaz era el ¡Dios te
ve! de Don Bosco!), pero un temor templado por una piedad filial; el horror
de todo lo que puede ofender a Dios, el miedo al infierno, un vivo deseo
del paraíso; el desprecio del mundo, de sus placeres, de sus fastuosidades,
de sus máximas y de su espíritu.
Animémosles sobre todo a un amor viril y tierno al mismo tiempo hacia
nuestro Señor Jesucristo, el Jesús del Pesebre, del Calvario, de la Euca-
ristía; a estudiar en el santo evangelio su vida, su fisionomía sublime y
dulce; a visitarlo en el tabernáculo, a unirse a Él frecuentemente, es más,
cada día, con la santa Comunión, por lo menos espiritual; a amar la santa
Iglesia con pasión, a medida que sus mentes van aprendiendo las maravi-
llosas glorias de su historia, de sus obras excelsas, de sus santos.
Además, las ideas y sentimientos sobrenaturales han de hacer florecer
en los jóvenes - en una medida compatible con su edad - las virtudes sobre-
naturales: la caridad, la humildad, la mortificación a la que entrena diaria-
mente la observancia exacta del Reglamento; la abnegación, el celo por las
almas.
Para la adquisición de estas virtudes, y sobre todo para la corrección de
los defectos, que es condición indispensable, enseñemos a nuestros jóvenes
a manejar las poderosas armas del examen general y particular. Así, sin
darse cuenta, se formarán en ellos gustos sobrenaturales: el gusto de la
oración, de la palabra de Dios, de las lecturas devotas, de las funciones de
iglesia; y estarán deseosos, felices de servir en la Misa, cada vez que se les
ofrezca la ocasión.
Leed, leed, queridísimos, esas auténticas joyas que son las biografías
de Domingo Savio, de Miguel Magone, de Francisco Besucco, de Luis

23.10 Page 230

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228 Tercera parte
Colle, y encontraréis que Don Bosco, para hacer crecer a su alrededor estas
imponderables flores de santidad, hizo precisamente lo que os he dicho
ahora.
Ni se piense que esta formación sobrenatural de nuestros jóvenes atañe
únicamente al director, al catequista, al confesor: no, no, exige la parti-
cipación de todos, y por ello también de los enseñantes y de los jefes de
taller, de los que a veces, de hecho, quizás dependa en mayor parte, siendo
ellos más que nadie los que están en contacto con los jóvenes.
Los maestros, los profesores, los jefes de taller, los asistentes, si están
a la altura de su misión y saben aprovechar las ocasiones que tienen conti-
nuamente, pueden mejor que nadie infundir el sobrenatural primero en la
inteligencia, después en el corazón y en la vida interior de sus alumnos.
El enseñante salesiano ha de estar convencido de la necesidad de dar a
los alumnos una firme instrucción religiosa; y la historia, la literatura, la
filosofía, las ciencias, las matemáticas, la geografía, ect., les ofrecen a cada
instante la oportunidad de por lo menos insinuar alguna verdad religiosa.
Este es uno de los puntos capitales de nuestro sistema educativo: si lo
descuidamos, las vocaciones de nuestros institutos se verán inevitable-
mente reducidas.
16. Sembradores de vocaciones16)
Queridísimos, si hacemos parte de nuestra misión educativa, como
la quiso Don Bosco, no podemos contentarnos con preparar el terreno
propicio a las vocaciones, con el que os he entretenido hasta ahora: sino
que también hemos de plantarlas y cultivarlas amorosamente.
Sobre todo, plantarlas, es decir, emplear los medios de los que dispo-
nemos para que en ese terreno propicio la vocación nazca realmente y
tome forma. Y estos medios son: la oración, las exhortaciones, las lecturas
ascéticas, las mil ocupaciones pías en las que Don Bosco fue un maestro
incomparable. «Los salesianos tendrán muchas vocaciones con su conducta
ejemplar», le dijo el personaje misterioso del sueño; así que para hacer
que nazcan numerosas vocaciones en nuestro entorno, hemos de ordenar
nuestra conducta, toda nuestra vida al objetivo de la Pía Sociedad, que es
la perfección cristiana de sus miembros, toda obra de caridad espiritual
o corporal en bien de los jóvenes, especialmente pobres, y, además, la
16 De la carta circular Sulle vocazioni (15 de mayo de 1921), en LC 469-473.

24 Pages 231-240

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24.1 Page 231

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 229
formación de seminaristas.
¿Cómo es que Don Bosco, en el primer artículo: Fin de la Sociedad
Salesiana, ha querido determinar que los socios se ocupen también de la
educación del clero joven? No porque debamos ocuparnos directamente de
seminarios diocesanos - cosa que, de hecho, nos prohíbe hacer el artículo
77 sin el permiso expreso de la Santa Sede para cada caso particular -
sino porque ponemos esmerado empeño en cultivar en la piedad a los que
demuestren buenas disposiciones para el estudio y se distinguen por sus
buenas costumbres (artículo 5). (...)
El venerable Don Bosco hacía depender mucho de la oración las
numerosas vocaciones que estaba formando. Si ahora nos faltan las voca-
ciones, ¿quién sabe si no se debe a que no rezamos bien? También en
nuestras casas se reza muchas veces mecánicamente, por costumbre, sin
reflexión, y entonces, ¿cómo pueden las oraciones alcanzar su objetivo?
Pongamos también en ellas intenciones bien determinadas, unidas al mayor
fervor que nos sea posible, y experimentaremos su poderosa eficacia sobre
el corazón de Dios. (...)
A estas oraciones por las vocaciones unamos el espíritu de mortifi-
cación, porque la generosidad de Dios es proporcionada a la de nuestros
deseos y de nuestras súplicas. Los deseos consistentes solamente en
palabras cuestan poco y valen menos; pero los que nos hacen fuertes
contra nosotros mismos, que nos hacen vencer las repugnancias, resistir a
las malas tendencias, practicar los deberes penosos, soportar los defectos
del prójimo, manifiestan a Dios toda la viveza de nuestras aspiraciones, y
lo inclinan más fuertemente a atendernos.
No pretendo decir que se deban hacer penitencias apropiadas para
obtener vocaciones; nuestro trabajo asiduo y la observancia de las reglas
son ya de por sí una mortificación no pequeña; pero ciertamente, harían
una obra muy meritoria aquellos buenos hermanos que, no pudiendo hacer
otra cosa, imitasen el ejemplo de nuestro venerable padre, que cuando
necesitaba una gracia muy importante, se imponía una especial austeridad,
logrando así obtener lo que pretendía.
Las almas mortificadas han ejercitado siempre una influencia extraor-
dinaria en el corazón de Dios; es por ello que no os debe maravillar esta
afirmación mía: el salesiano humilde, escondido, concentrado siempre en
su deber, que de vez en cuando se mortifica valerosamente para obtener
vocaciones para la Pía Sociedad, logra suscitarlas sin siquiera percatarse.
(...)
Pero las oraciones y mortificaciones valdrían poco, sin la conducta

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230 Tercera parte
ejemplar y la santidad personal de cada salesiano. Es algo innegable, oh
queridísimos, que en las comunidades religiosas las vocaciones van en
proporción directa al fervor y a la santidad de sus miembros.
Nuestro buen padre siempre nos inculcó esta verdad en sus exhorta-
ciones, y todavía más con el ejemplo práctico de su santidad, que hacía
florecer por doquier las vocaciones, induciendo en los corazones genero-
sidad para seguirlo por el duro camino que él había tomado.
Entonces, es decir, en los primeros años de mi juventud, nosotros consi-
derábamos como un gran honor el ser contados entre sus hijos, y teníamos
la firme voluntad de consagrarnos al Señor completamente y no solo a
medias, no por los beneficios temporales, sino por la alegría de poder llevar,
como él, una vida llena de sacrificios, aunque aparentemente ordinaria y
común.
La santidad del padre fue la causa efectiva de la vocación de todos sus
hijos: queríamos seguirle, porque emanaba una virtud secreta que nos
incendiaba más el corazón, nos iluminaba más el espíritu, nos calmaba
más las pasiones, espoleándonos a la vez para imitarlo en todo.
Esta virtud secreta translucía tan habitualmente de su mirada serena,
de su sonrisa perenne y de toda su fisionomía, que nosotros lo veíamos ya
transfigurado en Dios y en total posesión de esa paz divina y de ese valor
sobrehumano que son propios de los santos; por ello nuestros corazones
ardían en deseos de ser como él y con él, a coste de cualquier sacrificio.
Pues bien, también nosotros, queridos, con la observancia exacta de
las Reglas, con el ejercicio de las virtudes más sólidas, con el amor de
nuestra vocación, con la caridad fraterna, con la familiaridad evangélica
y con la ininterrumpida unión con Dios, podremos conquistar esta virtud
secreta de la santidad de nuestro venerable padre, y, como él, suscitar
numerosas vocaciones a nuestro alrededor. Nuestro tenor de vida ha de ser
tan atrayente, que sea capaz de hacer desear a nuestros jóvenes la actividad
genial, la alegría inalterable. Don Bosco nos quería siempre alegres, aun
entre las mayores fatigas y los disgustos más tormentosos, aun entre las
privaciones y los sacrificios.
Hablemos también a menudo de la vida salesiana, destacando los innu-
merables beneficios, la gran variedad de ocupaciones, de toda índole y para
los caracteres más diversos; el gran número de institutos y de casas, con lo
cual cuando uno no pudiese trabajar más con fruto en un lugar, sería fácil
transferirlo a otro lugar para que pueda seguir siendo útil; la belleza de
nuestro apostolado, la suavidad del espíritu que lo anima; la modernidad y
vastedad de las obras.

24.3 Page 233

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De las cartas circulares de Don Pablo Albera 231
Estoy seguro de que ya ninguno querrá mostrarse descontento de su
vocación ante los alumnos, o desacreditar de cualquier forma la Congre-
gación que lo ha contado entre sus hijos.

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232

24.5 Page 235

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233
SUMARIO
PREFACIO................................................................................................... 3
ABREVIACIONES Y SIGLAS................................................................. 7
Primera parte
LA VIDA (1845-1921)
Capítulo 1: LOS AÑOS DE LA FORMACIÓN (1845-1868)..................... 11
Infancia y adolescencia........................................................................... 11
Entre los salesianos de los orígenes........................................................ 15
Asistente en el pequeño seminario de Mirabello (1863-1868)................. 19
Capítulo 2: PREFECTO EN VALDOCCO Y DIRECTOR EN
GÉNOVA (1868-1881)............................................................................. 23
Ordenación y primeros años de sacerdozio............................................ 23
Fundador de la obra salesiana de Génova-Sampierdarena................... 27
Capítulo 3: ISPECTOR DE LAS CASAS SALESIANAS DE
FRANCIA (1881-1892)........................................................................... 35
1881-1884................................................................................................. 35
1885-1888................................................................................................. 41
1889-1892................................................................................................. 45
Capítulo 4: DIRECTOR ESPIRITUAL DE LA CONGREGACIÓN
SALESIANA.......................................................................................... 51
1893-1895................................................................................................. 51
1896-1900................................................................................................ 57
Capítulo 5: LA VISITA A LAS CASAS SALESIANAS DE
AMÉRICA (1900-1903).......................................................................... 63
Argentina, Uruguay y Paraguay............................................................. 63
Brasil, Chile, Bolivia y Perú.................................................................... 66
Ecuador................................................................................................... 70
Colombia, Venezuela, México y Estados Unidos.................................... 73

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234
Capítulo 6: COLABORADOR DE DON RUA DESDE 1903 A 1910...... 81
1903-1907................................................................................................. 81
1908-1910................................................................................................. 86
Capítulo 7: LOS PRIMEROS AÑOS DE RECTORADO (1910-1913)..... 91
Segundo sucessor de Don Bosco (1910).................................................. 91
1911-1912.................................................................................................. 96
1913.......................................................................................................... 100
Capítulo 8: EL DRAMA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
(1914-1918)............................................................................................... 105
El estallido de la guerra.......................................................................... 105
El cuidado de los salesianos soldados.................................................... 109
El último año de guerra........................................................................... 113
Capítulo 9: EL SERENO CREPÚSCULO (1919-1921)............................. 117
1919-1920................................................................................................. 117
1921.......................................................................................................... 123
Segunda parte
LA CONTRIBUCIÓN
A LA ESPIRITUALIDAD SALESIANA
1. El magisterio de la vida....................................................................... 133
2. Espíritu de oración.............................................................................. 136
3. Vida de fe............................................................................................. 139
4. Don Bosco modelo del salesiano......................................................... 142
El acto más perfecto de Don Bosco..................................................... 144
Amor a los jóvenes.............................................................................. 146
La Virgen de Don Bosco..................................................................... 148
5. Las virtudes del salesiano................................................................... 151
Vida disciplinada................................................................................. 152
Obediencia........................................................................................... 154
Castidad............................................................................................... 156
Pobreza................................................................................................ 158
Cuidado dela perfección...................................................................... 161
Dulzura salesiana................................................................................ 163

24.7 Page 237

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235
Tercera parte
DE LAS CARTAS CIRCULARES
DE DON PABLO ALBERA
1. El espíritu de oración.......................................................................... 169
2. En la escuela de Don Bosco................................................................ 174
3. Vivir de fe............................................................................................. 176
4. El oratorio es el alma de nuestra Pía Sociedad.................................. 179
5. ¡Sed todos misioneros!......................................................................... 182
6. la Virgen y Don Bosco......................................................................... 185
7. La dulzura del salesiano...................................................................... 190
8. Hacer revivir a Don Bosco en nosotros.............................................. 194
9. Ser dignos de nuestro padre Don Bosco............................................. 196
10. Don Bosco nuestro modelo.................................................................. 199
11. Lancémonos a los brazos de Dios........................................................ 203
12. Como nos quería Don Bosco............................................................... 206
13. La ciencia necesaria para salesiano sacerdote................................... 211
14. El perfeccionamiento de la propia vida espiritual.............................. 216
15. Vocaciones y espíritu salesiano........................................................... 221
16. Sembradores de vocaciones................................................................. 228

24.8 Page 238

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236

24.9 Page 239

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24.10 Page 240

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