CONOSCERE DON BOSCO


CONOSCERE DON BOSCO



CONOCER A DON BOSCO

PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA

1 LOS JÓVENES, MAESTROS DE DON BOSCO Y DE LOS SALESIANOS

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Esa extraordinaria “comunidad narradora” que es la familia salesiana nace de un sueño que tiene el sabor evangélico de Marcos 9, 36-37: «Jesús, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo estrechó entre los brazos y les dijo: “El que acoja a un niño como este en mi nombre a mí me acoge: y el que me acoge a mi, no me acoge a mí, sino al Padre que me ha enviado”».

Los jóvenes no son únicamente “destinatarios”, sino elementos dinámicos esenciales de la Familia Salesiana. La historia salesiana demuestra que el trabajo entre los jóvenes pobres y abandonados, destinatarios privilegiados, atrae las bendiciones de Dios, es fuente de fecundidad carismática y religiosa, de fecundidad vocacional, de regeneración de la fraternidad en las comunidades, imprime un sello de novedad y asegura el éxito a las obras.

Don Bosco es interpelado por Dios a través de los jóvenes: los encerrados en las cárceles de Turín, los que encuentra en calles, plazas y prados de las periferias de la ciudad, los que golpean a su puerta pidiendo pan y posada, los que halla en las escuelas populares de la ciudad donde es llamado a ejercer el ministerio sacerdotal.

«Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”» (Mateo 18, 2-3). Frase difícil de tomar a la letra, sobre todo por quien está cotidianamente exasperado por la convivencia con tiranos de tamaño reducido. ¿Los niños tiene realmente algo que enseñarnos?

Don Bosco aprende de los jóvenes: ciertas notas específicas del sistema preventivo son fruto de la frecuentación de su mundo y de la comunidad de vida, sentimientos, aspiraciones; ciertos aspectos que califican la espiritualidad juvenil de Don Bosco brotan del conocimiento del alma juvenil y del descubrimiento de las alturas a que ellos pueden llegar; ciertas características carismáticas del espíritu salesiano nacen cabalmente de la sintonía con el mundo juvenil.

2 Lo que nos enseñan los pequeños

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El oficio de educador puede ser una condena a la esclavitud y a la neurosis, o un viaje entusiasta que enriquece y transforma. Uno de los elementos que establece la diferencia es la disponibilidad a aprender. Habitualmente los educadores piensan en lo que pueden enseñar a sus destinatarios. A lo mejor, siquiera una vez, deberían preguntarse lo que pueden aprender de ellos.

El apostolado educativo no es un trabajoso sucederse de actividades e intervenciones prácticas, sino un camino espiritual: una serie de experiencias que revelan, poco a poco, el sentido profundo de la vida y de la persona. Camino en que frecuentemente nos guían unas manos pequeñas, gorditas y manchadas de chocolate que acaban de arruinar, en forma irreparable, la nueva y muy costosa decoración del oratorio. Porque son ellos los que se encuentran más cercanos a las fuentes de la vida.

Ser educadores es frecuentar una escuela en que se aprende más de lo que se logra enseñar. Con tal, naturalmente, de que uno lo quiera. Será fácil descubrir que mirar a los chicos es mejor que ver televisión o navegar en Google. Instruye más.

He aquí algunas de las cosas que nos pueden enseñar los muchachos.



El crecer permanente. Los muchachos “obligan” a los educadores a conocerse a fondo: tienen un talento extraordinario para desintegrar roles y llegar a la “carne viva”. Se puede mentir a los adultos con alguna esperanza de éxito. Mentirle a un niño es imposible: los niños advierten las emociones con intensidad y sensibilidad mayores de las nuestras y las manifiestan con absoluta espontaneidad.

Esto causa en los educadores un fuerte crecimiento del sentido de responsabilidad y la necesidad de una siempre mayor capacidad de autocontrol. También la mente es estimulada. Cada día la vida con los muchachos los coloca frente a elecciones, a desafíos, a problemas y dificultades. En todo momento del día la mente de un educador está obligada a desarrollar prontitud de espíritu, inteligencia del corazón, inventiva.

La atención. “¡Mira!” Los niños desean la presencia del educador. No un sencillo “estar allí”. Quieren una atención total, no dividida, sin juicios o expectativas. Una presencia que da calor, que vuelve importante, que a uno le hace valer. Estar presente significa ser disponible: estoy aquí, para ti. Una atención pura, que no invade y no dirige, pero es intensamente presente y nada más..

El respeto y la paciencia. Los hijos verdaderos nunca se parecen a los soñados y esperados. Se rebelan a las esperas que les impiden crecer según las leyes internas de su ser. Tienen su propio ritmo, su proyecto interno propio, inclinaciones originales. Decía Don Bosco: «Dejad a los jóvenes total libertad para que hagan las cosas que más les gusten... Y porque cada uno hace con gusto lo que sabe que puede hacer, yo tengo como regla este principio, y mis alumnos trabajan todos, no solo activamente sino con amor» (MB, XVII, 75).

Decía a sus colaboradores: «Dése facilidad a los alumnos de expresar libremente sus pensamientos». Insistía: «Escúchenlos, déjenlos hablar mucho». Él fue el primero en dar ejemplo:«Pese a sus muchas y complejas tareas, siempre estaba dispuesto a recibir en su habitación, con un corazón de padre, a los jóvenes que le pedían audiencia personal. Antes bien, quería que lo trataran con mucha familiaridad y no se quejaba nunca de la indiscreción con que ellos a veces lo molestaban. Dejaba a todos absoluta libertad de hacer preguntas, formular quejas, defensas, disculpas… Los recibía con el mismo respeto con el cual trataba a los grandes señores. Los invitaba a sentarse en el sofá, quedando él sentado ante el escritorio, y los escuchaba con la mayor atención, como si las cosas por ellos manifestadas fueran todas muy importantes. A veces se levantaba, o paseaba con ellos en el cuarto. Terminado el coloquio los acompañaba hasta el umbral, abría el mismo la puerta y los despedía diciendo: - ¿¡Siempre amigos, verdad?!» (MB, VI, 438-439).

La felicidad y gratitud por la vida. Los jóvenes son la inversión más importante en el campo de la realización y de la felicidad personal. Papel arduo y bendición. La vida con ellos puede ser una empresa agotadora, ¡pero qué profunda felicidad logra engendrar una joven persona que madura entregándose a nosotros con toda la confianza del mundo!