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El doctor Alberdi, historiador experimentado y detallista, además de dirigir la
obra, es el autor de los tres primeros capítulos. En el primero, El Muy Ilustre Señor
Antonio Cuyás i Sampere (1802-1890), presenta, de forma sugestiva e interesante, la
vida y los pasos de aquel inquieto mataronés que desde los años veinte del siglo XIX
fue protagonista de los avatares históricos consiguientes a la Independencia de las
Colonias Españolas de América. Fascinado por estas tierras, primero se alistó como
voluntario en la Armada Real; después, se hizo corsario leal, y más tarde, empresario,
diplomático y político en Argentina, Uruguay y Brasil. A los 62 años, nos dice él
mismo: “Vuelvo a la patria con distinciones honoríficas, con posición social y con
una fortuna deseada” (pág. 25); pero no tiene hijos. Muerta su esposa, contrae se-
gundas nupcias con doña María Sagarra i Puig, “mujer de profundas convicciones
cristianas” (pág. 45).
El autor subraya después la personalidad humana, religiosa y la sensibilidad so-
cial de don Antonio Cuyás i Sampere, con la que sintoniza su esposa. Los adscribe a
la larga lista de cristianos católicos que, a finales del siglo XIX, compartiendo las
preocupaciones sociales del Papa León XIII, entregan sus bienes a la creación de
centros asistenciales. En este caso, al servicio de los niños necesitados.
En el segundo capítulo, La Fundación, con mirada de historiador avezado, sigue
el largo recorrido hasta la entrega de la Fundación Cuyas a los Salesianos. El matri-
monio Cuyás prepara el testamento para que sus bienes se dediquen a la creación de
un centro asistencial educativo salesiano. Entra en contacto con el padre Juan Bau-
tista Branda, “Superior de los Talleres o Escuelas de Artes y Oficios” (pág. 37) de
Sarriá-Barcelona, y le hicieron sabedor de sus proyectos. El padre Felipe Rinaldi, su
sucesor, mantiene una relación estrechísima con el matrimonio Cuyás. Deciden le-
vantar un edificio “para que reciban la enseñanza, educación religiosa y oficio o artes
los niños pobres, a fin de saberse ganar la vida. Y eso esperaban conseguirlo de los
Talleres Salesianos” (pág. 41). El establecimiento tenía que “dar acogida, enseñanza,
y manutención a niños pobres (…) bajo la dirección de la Congregación Salesiana”
(pág. 46). “Y siempre bajo la autorización del Obispo de la Diócesis, para que todo
lo que se haga sea al mejor servicio católico y mayor gloria de Dios” (pág. 46). La
cesión era temporal, pero renovable.
Tras largos años de conversaciones con los testamentarios, el 24 de abril de 1905
algunos salesianos jóvenes en periodo de formación y una sección de Bachillerato de
unos treinta alumnos se trasladaron desde el Colegio de la Torre Esmeralda del barrio
barcelonés de Les Corts a Mataró. A la inauguración asistieron el doctor Ricart Cortès
i Cullell, Obispo Auxiliar de Barcelona, don Manuel B. Hermida, Inspector Provincial
de los salesianos, y don José Calasanz, director de la nueva obra. La hermosa cubierta
del libro recoge una instantánea de este día de la inauguración. El colegio salesiano de
San Antonio de Padua de Mataró comenzaba un camino secular.
El capítulo III, Los tiempos clásicos, 1905-1936, muestra la historia del colegio
hasta el año 1936. Lo hace con el orden que luego seguirán los demás autores. Pri-
mero el entorno social, político, cultural y religioso, con una atención especial al de
la enseñanza. Siguen después los cambios en la estructura del edificio, la demografía
colegial: personal directivo, docente, auxiliar, alumnado, y el funcionamiento acadé-