Ejercicios espirituales Meditación 3 Cetera tolle


EJERCICIOS ESPIRITUALES

CAPÍTULO GENERAL XXVI SDB

ASCESIS DEL CARISMA:

COETERA TOLLE...


Continuando la reflexión anterior, tomemos la segunda parte del lema de Don Bosco, “...coetera tolle”, que, como dice el Rector Mayor en la carta de convocación del CG 26, expresa “la ascética salesiana, como se indica en el ‘sueño de los diez diamantes’” (ACG 394, p. 7). Un poco más adelante, explica: “El ‘coetera tolle’ motiva al consagrado salesiano a mantenerse a distancia del ‘modelo liberal’ de vida consagrada, descrito en la carta ‘Tú eres mi Dios, fuera de Ti no tengo ningún bien’” (ACG 394, 35; referencia a ACG 382).


1.- La ascesis cristiana: expresión y consecuencia del amor


Tratemos de ampliar esta perspectiva, comenzando por establecer la base “humana” que nos ayude a comprender que la ascesis no es necesaria sólo para consagrado, ni siquiera sólo para el cristiano, sino para todo ser humano, en la medida en que quiere ser verdaderamente feliz.


El Santo Padre Benedicto XVI, en la primera nota de su encíclica Deus Caritas Est, menciona a Federico Nietzsche, cuya crítica a un cierto ascetismo, que puede llegar a ser masoquista, es ya clásica: “Ellos (los creyentes, sobre todo los sacerdotes) han llamado ‘Dios’ a lo que los contradecía y les hacía daño: y en verdad, ¡ha habido mucho heroísmo en su adoración!”1 (Así habló Zaratustra, De los sacerdotes). Es necesario reconocer con sinceridad y humildad la parte de verdad que hay en estas críticas (que muchas veces es muy pequeña): frecuentemente, el modelo e ideal de perfección del cristiano no era realmente cristiano, sino que provenía de otras fuentes: e incluso, de otra concepción del ser humano que no es la del Evangelio. En el proyecto amoroso de un Dios que quiere el bien de sus hijos e hijas, no podemos separar la dimensión objetiva (“perfección”) de la subjetiva (“felicidad”). Es necesario reconocer que la acentuación, en tiempos pasados no siempre muy lejanos, de una perfección sin felicidad, ha llevado, pendularmente, a la situación actual, sobre todo en la cultura juvenil postmoderna: una búsqueda de felicidad, a veces obsesiva (y frecuentemente sólo de placer inmediato), sin ninguna referencia objetiva (“perfección”).


Hablando del amor, que constituye el fundamento del “da mihi animas”, decíamos que, así como sólo de él puede nacer la auténtica mística cristiana (y salesiana), igualmente es la única raíz de la auténtica ascesis. Más todavía: no hay ascesis más radical que la que nace del amor auténtico. En consecuencia, podemos afirmar que el amor es la fuente de la mística y de la ascesis cristianas. Dicho con palabras evangélicas: sólo podemos tener la ‘vida’, y producir mucho fruto, si, como el grano de trigo, aceptamos caer en tierra y ‘morir’. Y todo esto, no como algo “impuesto” desde fuera, ni siquiera como “el precio que hay que pagar”, sino porque deriva de la esencia misma del amor.


Por otra parte, sólo en la vivencia del amor, en cualquiera de sus auténticas manifestaciones, se realiza la plena realización de la persona, mediante la integración total de los aspectos objetivo y subjetivo: sólo a través del ser-amados y el amar el ser humano encuentra, al mismo tiempo, su plenitud y su felicidad.


2.- Dialéctica fundamental del Amor


Un poeta argentino, Francisco Luis Bernárdez, en una bellísima poesía, dice que estar enamorado (título de la misma)

es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena y la alegría.


Santo Tomás ya lo había dicho, con una frase lapidaria: “Ex amore procedit et gaudium et tristitia” (S. Th. IIa Iiae, q. 28, a. 1): “del amor procede la alegría y la tristeza”.


En este sentido, escribe Moltmann: “Un hombre puede sufrir, porque puede amar, y sufre siempre en la medida en que ama. Si lograse sofocar todo movimiento de amor, extinguiría también todo sufrimiento, se volvería apático (...) Un hombre que experimenta la impotencia, un hombre que sufre porque ama, un hombre que puede morir, es por tanto, un ser más rico que el Dios omnipotente, incapaz de sufrimiento y de amor” 2. No es una absoluta novedad, ni una falta de respeto para con Dios; en Ricardo de san Víctor encontramos la misma idea, expresada, si cabe, de una manera todavía más atrevida: “Si Dios prefiriera reservar egoísticamente sólo para sí la abundancia de su riqueza, aun pudiendo –si quisiera- comunicarla a otro (...), tendría razón para no dejarse ver ni de los ángeles ni de nadie, tendría que avergonzarse de ser visto y reconocido, teniendo en sí mismo una falta tan grave de benevolencia” 3.


En realidad, nunca somos tan vulnerables como cuando amamos... Recordando la “ley del grano de trigo”, si el amor puede ser descrito como “la felicidad-plenitud a través del don total de sí”, vemos inmediatamente por qué no se pueden separar, en la experiencia de todo amor auténtico, la “mística” y la “ascesis”. Digámoslo concretamente, en “lenguaje salesiano”, el da mihi animas y el coetera tolle son las dos partes, inseparables, del manto del personaje del sueño de los diez diamantes...


En otro hermosísimo texto de nuestra tradición salesiana se nos presenta esta misma dialéctica del amor: el sueño del emparrado de rosas. Quienes siguen a Don Bosco, fascinados por la idea de poder caminar sobre rosas, descubren, demasiado pronto, que hay espinas agudas, y se sienten engañados: en realidad, habían olvidado que no hay rosas sin espinas; que no hay amor sin sufrimiento o, mejor dicho, sin vulnerabilidad...


En el segundo capítulo de las Constituciones, hablando de la identidad del salesiano, al menos en dos ocasiones encontramos esta perspectiva de la ascesis, ligada íntimamente a la experiencia del amor. En el artículo 14, “Predilección por los jóvenes”, leemos: “Este amor, expresión de la caridad pastoral, da sentido a toda nuestra vida. Por bien de ellos ofrecemos generosamente tiempo, cualidades y salud: ‘Yo por vosotros estudio, por vosotros trabajo, por vosotros vivo, por vosotros estoy dispuesto incluso a dar la vida”. Y más adelante, recordando “el segundo lema de la Congregación”, trabajo y templanza, dice nuestra Regla de Vida: “(El salesiano) acepta las exigencias de cada día: está dispuesto a soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, el cansancio y el desprecio, siempre que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas” (C 18).


3.- El “Dios Amor”, un Dios Pobre


En forma análoga a lo que decíamos en la reflexión anterior sobre el fundamento teológico de nuestra pasión, en el “da mihi animas”, también aquí debemos ir hasta lo más profundo para encontrar, en el Dios en quien creemos, el Dios-Amor, el fundamento de nuestra pobreza evangélica y consagrada, de nuestra más radical ascesis.


Habitualmente, hemos buscado este fundamento en la vida de Jesús, como lo dicen también nuestras Constituciones, citando a nuestro Padre Don Bosco: “Conocemos la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Llamados a una vida intensamente evangélica, elegimos seguir al Salvador, que nació en la pobreza, vivió en la privación de todos los bienes y murió desnudo en una cruz” (C 72).


No se trata de poner en discusión el ejemplo normativo del Hijo de Dios hecho Hombre; pero, partiendo de un concepto teológico central, debemos afirmar: en ese Hombre, Jesús de Nazaret, se revela Dios en forma definitiva (= escatológica).

Sin pretender desarrollar esta última afirmación, limitémonos a recordar las palabras de VC, sobre el fundamento trinitario de los consejos evangélicos: “La referencia de los consejos evangélicos a la Trinidad santa y santificante nos revela su sentido más profundo” (VC 21). Precisamente porque Jesucristo es el Revelador de Dios, es también a través de Él como podemos llegar a este fundamento trinitario. (No quisiera dejar de indicar que ésta me parece una de las novedades teológicas y espirituales más importantes del Magisterio sobre la vida consagrada: por desgracia, poco desarrollada).


En referencia a esto, quisiera presentar una reflexión personal, que me está muy a pecho. En los evangelios sinópticos –tomo el texto, por ejemplo, de Lc. 21, 1-4, encontramos el ejemplo conmovedor de la pobre viuda que, arrojando dos moneditas, ha dado, según la palabra de Jesús, más que todos los demás: “todos ellos, de hecho, han depositado como oferta de lo que les sobra; esta mujer, en cambio, en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir”. Siempre había yo visto este texto como una enseñanza moral particularmente fuerte para invitarnos a tener una plena confianza en Dios, hasta que un día me vino la idea: ¿No puede ser esta Palabra del Señor también una extraordinaria parábola teo-lógica? ¿El Dios de Jesucristo, ¿es como uno de esos ricos que ‘dan mucho’, pero de lo que les sobra, o es más bien semejante a esta pobre viuda, que lo ha dado todo, lo más querido que tenía: su único Hijo, por nosotros?


Entendida así, la Encarnación como kénosis es una acción trinitaria; más aún: es la manifestación por excelencia del Dios Trinitario.


Sin embargo, inmediatamente surge la pregunta: ¿Acaso no “cambia” Dios al hacerse hombre? La Encarnación ¿no atenta contra la radical inmutabilidad de Dios?


Sin entrar en disquisiciones teológicas, que no es el caso, lo primero que habría que hacer es cuestionar a fondo el sentido que puede tener dicha inmutabilidad, que es más un concepto filosófico que teológico. En todo caso, el contenido positivo de este concepto queda asumido y plenificado, personalísticamente, en la fidelidad: una característica típica del amor, sobre todo cuando hablamos de Dios.


Recordando la interpretación de la parábola evangélica antes mencionada, demos ahora la palabra, en un texto extraordinario, a Hans Urs von Balthasar:


Lo que juega aquí, al menos de fondo, es el viraje decisivo en la visión de Dios: de ser primariamente ‘poder absoluto’ pasa a ser absoluto ‘Amor’. Su soberanía no se manifiesta en el aferrarse a lo propio, sino en el dejarlo. Su soberanía se sitúa en un plano distinto de lo que nosotros llamamos ‘fuerza’ y ‘debilidad’. El que Dios se despoje en la encarnación es ónticamente posible porque Dios se despoja eternamente en su entrega tripersonal (...) Los conceptos de ‘pobreza’ y ‘riqueza’ se hacen dialécticos. Lo cual no quiere decir que la esencia de Dios sea en sí (unívocamente) ‘kenótica’, como si un mismo concepto pudiera abarcar la kénosis y el fundamento divino que la hace posible. Lo que quiero decir es que, como Hilario a su manera pretendía indicar, el ‘poder’ divino es de tal calidad, que puede hacer sitio en sí mismo a un despojo como el de la encarnación y la cruz, y que puede llevar ese despojo hasta el colmo”4.


Sólo un Dios así es digno, no únicamente de nuestra acción de gracias y nuestro reconocimiento, sino también, y sobre todo, de nuestro amor total, incondicional, que nos lleve también a nosotros a un radical “vaciamiento”, para llenarnos plenamente de su Amor, y convertirnos así en sus portadores para los jóvenes.


Más adelante, reflexionaremos sobre la Encarnación del Hijo de Dios como manifestación definitiva del Amor de Dios; más aún: del Dios que es Amor. En esta dimensión “positiva” trataremos de integrar su carácter de despojo: la kénosis del Hijo hecho Hombre.


4.- Amor y Pobreza en la vida salesiana

En la misma carta del Rector Mayor, antes de presentar los dos últimos temas capitulares, se afirma: “Para Don Bosco la segunda parte del lema, coetera tolle, significa el desapego de todo lo que puede alejar de Dios y de los jóvenes. Para nosotros hoy esto se concreta en la pobreza evangélica y en la opción de ir al encuentro de los jóvenes más ‘pobres, abandonados y en peligro’, siendo sensibles a las nuevas pobrezas y colocándonos en las nuevas fronteras de sus necesidades” (ACG 394, p. 41). También aquí, partir del amor apostólico, a imagen del Dios de Jesucristo, nos permitirá concretizarlo en la auténtica pobreza.


En un análisis muy denso, pero de una extraordinaria riqueza, que hace del amor humano Eberhard Jüngel, expresa así esta relación:


El hecho que el “yo” que ama quiera tener al “tú” amado y así, pero precisamente sólo así, quiere tenerse a sí mismo transforma –y esto es muy relevante desde el punto de vista ontológico y teológico- la estructura del “tener”. En efecto, el “tú” amado es deseado por el “yo” que ama sólo como un “tú” al cual puede donarse, y que a su vez, se dará al yo que ama como a un “tú” amado (...) El intercambio del don recíproco significa, sin embargo, para el momento del “tener”, que el yo que ama quiere tenerse a sí mismo sólo en la forma del ser-tenido. Y significa, al mismo tiempo, que quiere tener al “tú” amado sólo como un “yo” que, a su vez, quiera ser tenido (...) En el amor no hay un tener que no nazca del don (...) El “yo” que ama se tiene a sí mismo en adelante como si no se tuviese. Quiere ser amado, y precisamente por el “tú” que él mismo quiere tener. Pero para tener este “tú”, debe darse a él, por lo tanto, debe cesar de tenerse a sí mismo. Este hecho es decisivo para la comprensión del amor” 5.


Dicho de otra manera: una pobreza que no nace del amor, no es una pobreza deseable y que pueda asemejarnos a Dios. El vaciamiento del Hijo de Dios (kénosis) es, en el fondo, expresión del amor, que lo lleva a asemejarse a nosotros: amor, aut similes invenit, aut similes facit. La “inserción”, que lleva a compartir la vida de los más pobres y marginados es, en el fondo, una variante de la encarnación.


A este respecto, podemos recordar también las palabras de san Agustín en su comentario a la primera carta de Juan:


¿Cómo empieza la caridad, hermanos? Presten un poco de atención: ustedes han escuchado cómo se alcanza su perfección: el Señor en el Evangelio nos ha presentado su culmen y su modo: Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por los que ama. Él, pues, mostró en el Evangelio su perfección y también aquí se nos presenta dicha perfección; pero pregúntense a sí mismos, y díganse: ¿Cuándo podemos tener esta caridad? Sin embargo, no te desesperes luego de ti mismo: la caridad ha nacido apenas en tí, no se ha desarrollado todavía; nútrela, para que no se debilite. Quizá me dirás: ¿Dónde puedo conocer el grado de mi amor? Hemos escuchado con qué medios la caridad llega a la perfección; escucha ahora dónde comienza. Juan continúa diciendo: Quien tiene bienes de este mundo y viendo a su hermano hambriento le niega su compasión, ¿cómo podrá el amor de Dios habitar en él? He aquí dónde comienza la caridad. Si todavía no estás dispuesto a morir por el hermano, al menos que estés dispuesto a dar al hermano un poco de tus bienes (...) Si no logras, pues, dar lo superfluo a tu hermano, ¿cómo podrás dar por él tu vida? 6.



5.- La Pobreza como dimensión de la vida consagrada salesiana



Poco después del texto que citábamos al principio de esta meditación, el Rector Mayor concretiza: “La vida consagrada del futuro se realizará en su concentración sobre el seguimiento radical de Cristo obediente, pobre y casto. Si los tres consejos evangélicos nos hablan de nuestra total ofrenda a Dios y de nuestra entrega a los jóvenes, la pobreza nos lleva a darnos sin reservas ni demoras, hasta el último aliento de nuestra vida, como hizo Don Bosco. La práctica de los consejos evangélicos libera en nosotros los recursos más escondidos de la disponibilidad” (ACG 394, 41).


Considero que, en la teología de la vida consagrada, concretamente para nosotros, como salesianos, más allá de la innegable diversidad de los consejos evangélicos, es necesario encontrar una unidad armónica y orgánica en torno al amor, que les da sentido, y los conduce a la plenitud de la santidad. En esta perspectiva, la pobreza no es una “parte” o sección de nuestra vida, sino una dimensión que atraviesa toda ella, y en particular los consejos evangélicos. Más aún: me atrevería a decir, jugando un poco con las palabras, que la pobreza que implican la castidad y la obediencia es más radical que la que implica el voto de pobreza.


En Vita Consecrata leemos: “Todo renacido en Cristo está llamado a vivir, con la fuerza proveniente del don del Espíritu, la castidad correspondiente a su propio estado de vida, la obediencia a Dios y a la Iglesia, y un desapego razonable de los bienes materiales, porque todos son llamados a la santidad, que consiste en la perfección de la caridad” (VC 30).


Analizando este texto fundamental, encontramos tres afirmaciones unidas entre sí:

  • todo cristiano/a está llamado a la santidad;

  • la santidad consiste en la perfección de la caridad, del amor;

  • por lo tanto, todo cristiano está llamado a vivir, de acuerdo a su propio estado, los “consejos evangélicos”.


También aquí encontramos, respecto a la concepción habitual de los “consejos” evangélicos, una total novedad teológica y espiritual (si bien, en cierta manera, ya está presente en Lumen Gentium). Podemos afirmar: a la única perfección cristiana, que es la del amor, pertenece esencialmente la vivencia de los “consejos evangélicos”. La forma misma en que son mencionados indica que no se trata de que todos los bautizados “profesen los votos”: lo cual significa que conviene buscar una formulación más adecuada, para no caer en el error de considerar a los cristianos “normales” como de “segunda clase”, o de ampliar tanto el concepto de “vida consagrada”, que todos entren en ella. No hay que olvidar que, en realidad, todo cristiano/a es un/a consagrado/a por el Bautismo.


Si estos “valores” evangélicos (que no son “opcionales”) atañen a todo cristiano, deben tener la máxima amplitud posible, no limitándose a tal o cual aspecto marginal de la existencia humana y cristiana (como sería, por ejemplo, si entendiéramos la castidad sólo en relación con la sexualidad, o la obediencia con un mandato del superior “en virtud del voto”).


Dicha perspectiva puede ser la proyección de las dimensiones fundamentales del ser humano, frente a Dios:


  • ante las “cosas”: pobreza;

  • ante los demás: castidad;

  • ante uno mismo: obediencia.


Recordemos el “mandamiento” primero y principal, la primera “palabra de vida”, que Jesús indica al doctor de la ley: “El primero es: ‘Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos” (Mc 12, 29-31 et par). A la luz de este “mandamiento”, comprendemos la triple idolatría que amenaza la raíz misma de nuestra vida cristiana (y religiosa): absolutizar las cosas materiales, adorando al “dios dinero”; colocar a una(s) persona(s) como centro último y definitivo de nuestra vida, desplazando a Dios de nuestro centro; y finalmente, como tentación más profunda y radical, colocarnos a nosotros mismos en el lugar de Dios. Más aún: en vez de servir a Dios, servirnos de Dios.


Viéndolo desde la perspectiva positiva, tender a la santidad cristiana consiste en crecer día a día en el auténtico amor, poniendo a Dios como Centro de nuestra vida, Destinatario último y definitivo de nuestro Amor, y sólo en Él y desde Él amando a nuestros prójimos (‘castidad’), utilizando solidaria y fraternalmente los bienes de este mundo (‘pobreza’), logrando así nuestra plena realización en Cristo (‘obediencia’). Para ello, y al servicio de nuestros hermanos y hermanas, nuestra vida consagrada se vuelve humilde ejemplo y “terapia espiritual” (VC 87ss), asumiendo la renuncia al ejercicio de estos valores, no para que los demás cristianos renuncien a ellos, sino para que los relativicen. Éste es nuestro servicio insustituíble, que permite que se hable de la “excelencia objetiva de la vida consagrada” (cfr. Carta del Rector Mayor, “Sei Tu il mio Dio, fuori di Te non ho altro bene”, ACG 382, p. 15ss, citando VC 18 y 32).


Precisando aún más: para un cristiano, esta “centralidad de Dios”, y la radical renuncia que implica, se configura como seguimiento e imitación de Jesucristo: “Si alguno quiere venir conmigo, y no me prefiere a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta a su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío (...) Cualquiera de vosotros, que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 26-27. 33). En nuestras Constituciones, al hablar de la vida salesiana como una experiencia formativa, junto con la “mística” en la vivencia de los valores de nuestra vocación, se nos invita a asumir la ascesis que supone tal camino (cfr. C 98).


Esto nos lleva a un tema, muy interesante pero que por ahora sólo menciono: el sentido de la renuncia, y la educación a la renuncia: un tema de la máxima actualidad, sobre todo (no sólo) en el campo de la formación inicial.


A este respecto, quisiera retomar un texto de la conferencia del Rector Mayor a los Superiores Generales:


En la pequeña parábola evangélica del comerciante en perlas finas (Mt. 13, 45-46) encontramos algunos elementos preciosos que nos permiten delinear la “fenomenología de la renuncia”:


a) - se renuncia a unas perlas preciosas (“el mercader va y vende lo que tiene”) no porque sean falsas: son auténticas, y han constituído hasta ahora el tesoro del mercader. Aplicándolo a nuestra realidad, no es ciertamente un método feliz el que trata de disminuir el valor de aquello a lo que hay que renunciar, para que resulte más fácil el hacerlo. En el fondo, renunciar a lo “malo” no constituye la renuncia humana más profunda y plenificante. ¡Cuántas veces hemos escuchado, como resistencia a una renuncia necesaria: “¿qué tiene de malo esto?”! Y tiene toda la razón quien habla así: sólo que debe comprender que es precisamente entonces, cuando se le presenta la oportunidad de la renuncia en su sentido más auténtico...


b) - se renuncia a unas perlas de verdad, con dolor y a la vez con alegría, porque se ha encontrado “la” perla definitiva, aquélla que ha cautivado la mirada y el corazón del comerciante: y comprende que no puede adquirir ésta, si no vende aquéllas. Si nuestra vida consagrada, centrada en el seguimiento y la imitación del Señor Jesús, no resulta fascinante, se vuelve injusta y deshumanizante la renuncia que exige... Como dice hermosamente Potissimum Institutioni: “Solamente este amor de carácter nupcial y que implica toda la afectividad de la persona, permitirá motivar y sostener las renuncias y las cruces que encuentra necesariamente quien quiere “perder su vida” por causa de Cristo y su Evangelio (cfr. Mc. 8, 35)” (n. 9).


c) – el gozo por la posesión de la “perla preciosa” no elimina nunca del todo el temor de que no sea auténtica: en caso de ser falsa, mi decisión ha sido equivocada, y he arruinado mi vida. Este “riesgo” en la vida cristiana y, más aún, en la vida consagrada, es una consecuencia directa de la fe: sólo desde la fe tiene sentido nuestra vida: si no es verdad aquello en lo que creemos, “somos los más infelices de todos los hombres”, parafraseando a san Pablo (cfr. 1 Cor. 15, 19). El día en que, en cualquier vertiente de la vida consagrada, se pueda decir: “mi vida es plenamente gratificante aunque no sea verdad aquello en lo que creo”, estamos convirtiendo nuestro Carisma... en una ONG, con el agravante de que conlleva ciertas exigencias incomprensibles para sus miembros...



Termino con la concretización a la que nos invita el mismo Rector Mayor en su carta: “Nosotros, salesianos, testimoniamos la pobreza con el trabajo incansable y la templanza, pero también con la austeridad, la sencillez y la esencialidad de vida, el compartir y la solidaridad, la gestión responsable de los recursos. Nuestra pobreza nos pide una reorganización institucional del trabajo, que nos ayude a superar el peligro de ser empresarios de la educación más que educadores, o gestores de empresas educativas más que apóstoles a través de la educación. Quien ha escogido seguir a Cristo, ha escogido hacer propio su estilo de vida, no enriquecerse, vivir la bienaventuranza de la pobreza y de la sencillez de corazón, tener siempre familiaridad con los pobres” (ACG 394, 41-42).


En definitiva: es tomar en serio, y vivir a fondo, la bienaventuranza de Jesús: “Dichosos los pobres de espíritu”, para experimentar, ya desde ahora, la participación en el Reino de los Cielos...
















1 FEDERICO NIETZSCHE, Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza Editorial, 2001, p. 143.

2 JÜRGEN MOLTMANN, El Dios Crucificado, Salamanca, Ed. Sígueme, 1977, p. 312.

3 RICARDO DE SAN VÍCTOR, De Trinitate, III, 4, Roma, Città Nuova Editrice, 1990, p. 130: ““se Dio preferisse riservare egoisticamente solo per sé l’abbondanza della sua ricchezza, pur potendo –se lo volesse- comunicarla ad un altro (...) avrebbe ragione di sottrarsi alla vista degli angeli e di chiunque, di vergognarsi di essere visto e riconosciuto, avendo in se stesso una così grave mancanza di benevolenza”.

4 HANS URS VON BALTHASAR, Mysterium Salutis III/2, Madrid, Ed. Cristiandad, 1975, p. 157.

5 EBERHARD JÜNGEL, Dio Mistero del Mondo, Brescia, Queriniana, 2004, 3ª ed., p. 416-417.

6 SAN AGUSTÍN, In Joannis Epistolam Tractatus 5, 12, Roma, Città Nuova Editrice, 1985, p. 1743.

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