CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA MUESTRA INICIAL


CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA MUESTRA INICIAL



Casa Salesiana “San Juan Bosco” Burgos, 24 de abril de 2010 nº 97
















Casa Salesiana “San Juan Bosco” Burgos, 24 de abril de 2011 nº 97







Casa Salesiana “San Juan Bosco” Burgos, 24 de diciembre de 2010 nº 93



Casa Salesiana “San Juan Bosco” Burgos, 24 de enero de 2010 nº 89

























  1. Retiro ………………….………..............................3–9

  2. Formación…………….……….........................10- 20

  3. Comunicación…………………………………………21 - 27

  4. Vocaciones…...….…..............................28 - 41

  5. La solana……………………………………………….42 - 44

  6. El anaquel……….…….............................45 - 65


  • Discernir………………………………….…….45 - 51

  • Jóvenes 2010..……………………………..52 - 56

  • Bicentenario de san J. Cafasso……57 - 65




Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Paseo de las Fuentecillas, 27

09001 Burgos

Tfno. 947 460826 Fax: 947 462002

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordina: José Luis Guzón

Redacción: Urbano Sáinz

Maquetación: Valentín Navarro y Amadeo Alonso

Asesoramiento: Segundo Cousido, Mateo González, Óscar Bartolomé e Isidro Revilla


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681








Vendrá a ti” (Lc 1, 35)

El Espíritu Santo en la vida y en la misión de María1


Pablo Largo

La tradición popular dedica el mes de ma­yo a María. Muy cerca está la fiesta de Pentecostés. Esta concurrencia puede ser una invitación a preguntamos: ¿qué relaciones hay entre María y el Espíritu? Primero tendremos presente una cautela, quizá ya innecesaria; una vez expuesta, y dejado el terreno expedito, ofre­ceremos varias líneas de respuesta a la cuestión planteada.


DESPEJAR TODA CONFUSIÓN


La cautela nos insta a rechazar toda repre­sentación y toda práctica en que María suplan­te, de hecho, al Espíritu Santo. Es evidente que nadie, de derecho, y a ciencia y conciencia, de­fenderá tal sustitución; pero en ciertas frases y oraciones podemos dar la impresión de estar ha­ciéndolo. Tiempo atrás, algún pensador protes­tante creyó advertir ese grave error en fórmulas que han circulado entre nosotros. Escribía el teólogo evangélico Gerhard Ebeling: «Atién­dase a la sucesión de estas dos frases: "Nadie va al Padre sino por Cristo"; "nadie va a Cristo sino por María". Se recuerdan afirmaciones neotestamentarias correspondientes, de modo que hay que constatar que aquí se coloca a María en lugar del Espíritu Santo»'.


Años más tarde, el teólogo católico René Laurentin, evocando ideas y máximas al uso, proponía ciertas preguntas: «"A Jesús por María", pero ¿no se va a Jesús ante todo y esen­cialmente por obra del Espíritu Santo (Jn 14,26; 15,13-14, etc.)? "La Virgen forma en nosotros a Cristo", pero este es ante todo y fundamental­mente el papel del Espíritu. La Virgen "inspira­dora" y "madre del buen consejo". ¿No es está, ante todo, una función del Espíritu? La Virgen, "vínculo entre nosotros y Cristo". ¿No hay aquí también una función esencial del Espíritu?»2.


En esas fórmulas se ve a María como una realidad más cercana a nosotros y se le asignan papeles propios del Espíritu, que se repliega, por así decir, a una mera función simbólica; es algo parecido a lo que sucede con el Rey en de­terminados sistemas políticos: ejerce un papel simbólico, quedando en manos del Presidente de gobierno y sus ministros la propuesta de leyes y el poder ejecutivo o de gestión de los asun­tos nacionales. En la historia de las religiones se habla de los "dioses ociosos", y en nuestro caso es el Espíritu quien se vena desplazado a esa condición; él se difumina, mientras Maria ocupa el primer plano. Si esto se diera, seria pre­cisa una reforma del pensamiento, el imagina­rio y las prácticas, pues María no es un doble del Espíritu. Quizá, con el fin de evitar ese ries­go, de un bandazo o de forma lenta pero pro­gresiva, nos hemos pasado al extremo opuesto, relegando a María a un recuerdo ya lejano de la vida en el Espíritu. Lo más correcto será buscar una buena articulación de sus relaciones y de nuestra relación con ellos. Así lo intenta, por ejemplo, el título mariano de Mediadora, o me­dianera, en el Espíritu Mediador.


CONCEPCIÓN POR OBRA DEL ESPÍRITU


En el pasaje de la anunciación del Señor el mensajero le dice a María: «[El] Espíritu San­to vendrá sobre ny el poder del Altísimo te cu­brirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios"» (Le 1,30­35). El texto no emplea el artículo delante de "Espíritu Santo", y lo mismo sucede en Mt 1,18, donde se dice que, antes de que José y Maria vivieran juntos, resultó que ella había concebido por obra de[l] Espíritu Santo; pero la tradición eclesial ha personalizado esa pre­sencia del poder de Dios. Ambientemos la es­cena y atendamos al drama que se desarrolla.


Los astros trazan por enésima vez su órbita, las intrigas y los terrores continúan en el pala­cio de Herodes, se ofrecen incontables sacrifi­cios de animales en el soberbio Templo de Jerusalén, la gente sencilla se aplica a sus fae­nas para hacer frente a los impuestos del impe­rio y del Templo. Quizá ha comenzado la primavera; con el equinoccio, la luz prolonga su estancia amiga entre los habitantes del Mediterráneo; la humilde hierba y el lirio germi­nan quedamente en los campos. De modo dis­creto, en un rincón perdido del imperio, en Nazaret, comienza algo nuevo: una joven, ya desposada, siente un sobresalto y se ve involu­crada de lleno en este acontecimiento nuevo. Es algo que la desborda. El mensajero le dirá: «no te apures. Deja hacer. Sólo se requiere tu con­sentimiento, y que dejes hacer. Lo demás corre por cuenta de Dios, de la fuerza del Altísimo, de su Espíritu Santo. Consiente y deja hacer». Avezada ya, aunque de edad temprana, en síes (suponemos que hace poco dio el sí al futuro marido), avezada en una historia interior de fe, de síes a Dios, responde: «he aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Se ha sacudido el primer sobresalto, el corazón late ya pausadamente, y podrá dar su consentimiento, quizá aún con cierta trepida­ción, con estremecimiento interior, pero tam­bién con gozo: "hágase". El verbo está formulado en modo optativo griego y expresaría ese sentimiento. María no acepta a la fuerza, de mala gana y a regañadientes la misión que se le confía. El Señor no quiere servidores gruñones, renuentes, y la "esclava" o sierva del Señor no actúa con ánimo resentido de esclavo, protes­tando interiormente contra los mandatos o pro­puestas que se le hacen. Discierne y acepta.


En el pasaje se anuncia una acción expresa del Espíritu de Dios. Se la ha designado muchas veces como acción creadora. No porque el Espíritu dé origen ala humanidad de Jesús en el seno de María sin que tome nada de la hu­manidad de esta. María aporta un principio ger­minal con todo un imponente programa genético; de lo contrario, Jesús seria un hués­ped, no un hijo de María. Algunos ven aquí una evocación del Génesis, cuando el Espíritu de Dios aleteaba sobre el seno de las aguas pri­mordiales. Por ejemplo, los autores de un significativo documento ecuménico dedicado a María, escribían, con explícita referencia al Gé­nesis: «El Espíritu Santo ejercerá en María su papel creador y vivificante, el que tenía desde el origen del mundo (Gén 1,2)»3.


Podemos sugerir también que en este pasaje se insinúa una acción del Espíritu de Dios no ya en el seno de Maria, sino en su espíritu. El con­sentimiento gozoso de la joven de Nazaret ex­presa unos dones y un fruto del Espíritu: los dones de consejo y piedad y el fruto de la alegría. e este modo, Maria aparece como la criatura interiormente plasmada, por así decir, por el Espíritu Santo, que ahora va a plasmar en ella la humanidad del Señor.


Algunos leen este episodio como un primer Pentecostés lucano. Más adelante señalaremos ciertos paralelismos. Ahora solo indicamos que este pasaje es totalmente ajeno a cualquier su­plantación del Espíritu por María. Ella–es evi­dente– no es ni puede ser su rival, su competidora; menos aún una criatura rebelde. Es la mujer que se ofrece para que el Espíritu re­alice en ella su obra.


UNA EXTRAÑA OMISIÓN


En el relato de la visitación hay algo que sor­prende. De Isabel se dice que la llenó el Espíritu Santo y que exclamó a voz en grito: «¿De dón­de a mí que la madre de mi Señor venga a visi­tarme?» (Lc 1,43); el Benedictus, el himno en que prorrumpe Zacarías después de nacer Juan, se debe a que fue llenado por el Espíritu Santo (1,67), y algo semejante hay que decir de la pre­sencia de Simeón en el templo y, derivadamen­te, del himno que entona, el Nunc dimittis (cf Lc 2,25-27). En cambio, no se indica que Maria rompiera a cantar el Magníficat impulsada por el Espíritu. ¿A qué se debe este silencio?


Al menos se puede señalar una correspon­dencia entre el estado espiritual de Maria en es­ta escena de la visitación y el de Jesús en un momento de su ministerio. En Lc 10,21 se na­rra: «En aquella hora [Jesús] se estremeció de gozo bajo la acción del Espíritu Santo y dijo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tie­rra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien"». El estado de ánimo de Jesús se describe con el mismo verbo (agalliáó) que emplea María en su canto: «Se estremece de gozo mi espíritu en Dios mi Salvador» (Le 1,47). El verbo viene a expresar una alegría desbordante, un júbilo que estalla incontenible. Si la conmoción jubilosa de Jesús se produce por obra del Espíritu, po­demos perfectamente pensar que otro tanto ha sucedido con la de Maria.

A su vez, lo mismo que Jesús dirige una ala­banza al Padre al recibir las buenas noticias de los discípulos (L 10,21-22), María canta la obra de Dios en la historia de su pueblo (Le 1,46-55), que ahora alcanza una cima en la presencia del Salvador en su seno, el seno de la Hija de Sión. Es el Espíritu quien mueve a entonar estos can­tares de gesta que celebran las acciones divinas realizadas por la presencia eficaz del poder de Dios en la historia.


Destaquemos un último aspecto. En la Igle­sia primitiva se daba el fenómeno de la gloso­lalia. Algunos, al parecer bajo la acción del Espíritu, hablaban en lenguas. Este hablar era ininteligible; se requería un intérprete que ex­presara en palabras comunes el sentido de aque­llos sonidos inarticulados. En cambio, en Zacarías, en Simeón, en María yen Jesús el sen­timiento de júbilo se expresa en cánticos inspi­rados que celebran la acción de Dios. Son cánticos proféticos (de Zacarías se dice expre­samente que profetizó), como los de los profe­tas clásicos, no las jergas incomprensibles de las antiguas hordas de videntes que caían en trance y balbucían voces o interjecciones, o pa­labras tan confusas que no se podían descifrar.

Estos profetas del Nuevo Testamento sienten una alegría indecible pero anuncian realidades para las que hay palabras, aunque las realida­des son inmensas y las palabras se quedan hu­mildemente cortas.


LA DISCÍPULA DEL ESPÍRITU


El corazón de María es «la cuna de la medi­tación cristiana sobre los misterios del Señor» (J.M" Alonso). ¡Qué inabarcable contempla­ción, meditación y reflexión ha habido a lo lar­go de la historia cristiana sobre estos misterios! Pero, si nos remontamos al instante inicial y a la persona que inaugura esta práctica, hallamos a la madre de Jesús como el primer corazón sa­bio que se aplica a considerar esos aconteci­mientos salvadores.


Un título que se ha dado a María es el de discípula de Jesús. Antes de que pudiera apren­der de las palabras y la actuación de Jesús, era ya discípula del Espíritu, que la iba iniciando en la exploración del misterio de su Hijo. Ella es­pigaba los acontecimientos, los guardaba en las haldas de su mente y allí les daba vueltas. El Espíritu la toma de la mano, por así decir, y la va conduciendo ala verdad plena; el Espíritu es co­mo una madre que sujeta la mano de su criatura para que camine segura y no se extravíe, es la sa­biduría que la lleva de la mano hacia la verdad.


María se encuentra en la bisagra de dos tiem­pos (la vieja alianza y la nueva alianza) y va a pasar de una fe y un credo (los del Primer Tes­tamento) a las novedades de otra fe y otro cre­do que irrumpen con Jesús (los del Nuevo Testamento). La respuesta enigmática del ado­lescente Jesús en el templo («¿no sabíais que debo estar en la casa de mi Padre?»: Lc 2,49) lleva a María al brocal del misterio de su Hijo, más allá de las rutinas en que ella misma desig­na a José como padre del niño (Le 2,48). Aquí es la palabra de Jesús la que le da una lección, no simplemente los hechos mudos o bullicio­sos que suceden en torno a él. Pero la com­prensión de esta palabra le queda cerrada a María, y necesitará abrirse ala meditación que, bajo la luz del Espíritu, la lleve a esa fe nueva. Más adelante, esta docilidad a la palabra y al Espíritu la confirmará en la pertenencia a la fa­milia nueva de Jesús.


Maria nos invita a no ser personas sin inte­rioridad ("el hombre sin interioridad es gana­do", decía Eckhart), a meditar, a dejarnos enseñar por el Maestro interior que es el Espí­ritu, a no resbalar sobre las palabras y los he­chos de la vida.


PENTECOSTÉS


Se puede presentar algún paralelismo entre las escenas de la Anunciación-Visitación y la de Pentecostés. Encontramos, primero, expre­siones comunes: Espíritu Santo /venir sobre / fuerza (Le 1,35; Hch 1,8). Encontramos tam­bién un testimonio: Maria proclama ante Isabel las obras grandes que el Poderoso ha realizado en ella (Le 1,46-55); Pedro, en su discurso, ce­lebra la gloria de Dios revelada en la resurrec­ción de Jesús (Hch 2,14-36). En fin, el hijo de Isabel da saltos de gozo en el seno de su madre, y los presentes en Pentecostés empiezan a ha­blar en lenguas.


No se menciona nominalmente a María en el relato de Pentecostés, pero sí en la presenta­ción del grupo que ora y espera la venida del Espíritu, quien está ya, en cierto modo, operan­te. Advertimos esta presencia anticipada del Espíritu en dos obras que le son propias: el en­samblaje de una comunidad y la oración en común. Hay en el cuadro de Hch 1,12-14 un grupo humano variado: los Once, mencionados por sus nombres; las mujeres que habían acom­pañado a Jesús en Galilea y habían subido con él a Jerusalén; María, su madre, la única mujer mencionada por su nombre y por su relación es­pecífica con Jesús, y con ella, formando un so­lo grupo (como es habitual en la tradición sinóptica), los hermanos o parientes del Señor. Una comunidad variada, compleja, compues­ta por el grupo oficial de los Once más otros se­guidores, por varones y mujeres (el piso en que se alojaban no es un club exclusivamente mas­culino, y tampoco un gineceo), por discípulos nombrados personalmente junto con otros que han quedado en el anonimato, por la familia na­tural de Jesús y la familia de discípulos en la que se integra. La resurrección de Jesús ha ensam­blado a todos. Maria no aparece al margen de la comunidad, y tampoco crea una comunidad femenina en ruptura con la apostólica (según cierto relato imaginario). Sabe–lo decimos con palabras de Maria Skobtsov– que «el hombre no es solitario, no sigue individualmente el ca­mino de la salvación; como miembro del Cuer­po del Salvador, comparte el destino de sus hermanos en Cristo, es justificado por los jus­tos y es responsable de los pecadores»4.

Los Once "perseveraban unánimes en la ora­ción", junto con los otros acompañantes. (Al­guno traduce "en el rezo", porque los semitas entendían la oración como oración vocal, en la que todo el cuerpo ora.) Son una comunidad abierta a lo alto y más tarde proyectada a lo lar­go y ancho: a lo alto, de donde viene todo don perfecto, todo comienzo que excede las posibi­lidades humanas; hacia lo largo y ancho, pues el Espíritu no se les entregará para engolfarse en experiencias místicas, sino para que den tes­timonio en Jerusalén, en Judea y Samaria y has­ta el extremo de la tierra. No son apocalípticos en espera espasmódica del fm inminente de la historia; son, con los papeles que correspondan cada uno, una hermandad que va a compartir lucha vida y muchos afanes de misión.



EL TODOSANTO Y LA TODASANTA


En Oriente, al Espíritu Santo se le llama el Todosanto, y es también muy común llamar a María la todasanta. Evitemos primero algu­na comprensión equivocada de estas desig­naciones; podemos proponer luego otros complementos.


La primera comprensión errónea puede ser la de entender estas expresiones en paralelo con el misterio de Jesucristo. En Cristo se da la unión hipostática de la naturaleza divina del Verbo y la naturaleza humana individual de es­te hombre. Pues bien, María no es una la ver­sión femenina del misterio de Cristo; no se da en ella la unión hipostática del Espíritu Santo y la naturaleza humana concreta y particular de esta mujer. El Espíritu Santo es una persona di­vina, y Maria es una persona humana, no el Espíritu Santo encamado en esa concreta hu­manidad femenina de nuestra historia. No es un doble del Espíritu, y tampoco su encarnación. Es el templo del Espíritu, mientras que Jesús no es el templo del Hijo, sino real y personalmen­te el Hijo.


La santidad no le corresponde a Maria por derecho, por su misma naturaleza. Es una san­tidad inmerecida, regalada, como la de cual­quier otra criatura, aunque sea una santidad "eximia", que excede a la de toda otra persona creada. El Espíritu de Dios actúa en ella y ella acoge y secunda la acción del Espíritu.


No es, la de María, una santidad increada e infinita. Pero la santidad y gracia increada que es el Espíritu Santo se hace presente en ella, mo­ra en ella y la plasma de forma singular; y la pa­labra de Pablo: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espí­ritu que se nos ha dado» (Rom 5,5) se cumple de modo particular en María. La presencia san­tificante del Espíritu suscita y promueve en ella toda una historia de santidad, que arranca en la misma concepción. No hay en María el más mínimo vestigio de pecado, ni siquiera de esa realidad enigmática que llamamos pecado original, por la que estamos involucrados en una historia pecaminosa. La santidad concecida gratuitamente a María se desarrolla en un itinerario de entrega, de fe, vivida en ocasiones con especial fatiga del corazón, de fidelidad y obediencia a querer de Dios; se despliega en una historia de amor irradiada sobre las personas que viven en el entorno de María. Actualmente, en su existencia gloriosa, cumple su oficio materno como mediadora en el Espíritu Mediador para que seamos regenerados en el Espíritu y caminemos por las vías del Espíritu.


Hemos pasado ya a considerar la índole de la santidad de María. La Madre del Serñor es la todasanta porque en ella no hubo sombra de pecado, de infidelidad, de rebeldía o desobedien­cia al querer de Dios. Esta voluntad divina se plasmaba en la Ley que el pueblo de la prime­ra alianza había acogido como don y exigencia de Dios para vivir en comunión con él; se ex­presaba también en las llamadas personales que por su Espíritu dirigía Dios al espíritu de María. Ella es la todasanta porque acoge desde el fon­do este querer de Dios, porque vive una caridad perfecta que vence toda tentación de desamor y practica las múltiples formas y tareas del amor, aunque no estamos informados sobre los gestos concretos en que se detalla su ejercicio. La santidad de María alcanza el remate en su muerte; en ella participa de lleno en la Pascua de su Hijo, en su paso de este mundo al Padre.



EL ESPÍRITU SANTO,

MARÍA Y LAS MUJERES CONSAGRADAS


Cerramos estos apuntes con unas palabras de Edith Stein, que pueden dar pie a una nueva reflexión: «El amor servicial es asistencia, que viene en ayuda de todas las criaturas para lle­varlas a la perfección. Pero este es el título que se le da al Espíritu Santo. Así podríamos ver en el Espíritu de Dios, derramado sobre todas las criaturas, el prototipo del ser femenino. Este en­cuentra su imagen más completa en la Virgen purísima, que es Esposa de Dios y madre de to­dos los seres humanos; y después de ella están las vírgenes consagradas al Señor, que llevan el título honorífico de sponsa Christi y son lla­madas a cooperar con él en su obra redentora. Pero también son imagen suya las mujeres, que están al lado de un hombre, el cual es imagen de Cristo, y ayudan a estructurar su Cuerpo, la Igle­sia, por medio de la maternidad corpóreo-espi­ritual». La autora, al referirse al título que se da al Espíritu Santo, piensa en "Paráclito". Al ver al Espíritu como 'Irototipo del ser femenino, evoca Gén 2, 18, que habla de la soledad de Adán y de la ayuda semejante a él. María es la esposa del nuevo Adán que coopera en su obra, como lo harán las personas consagradas. Para los casados, es el simbolismo de Ef 5, 22ss el qu se alude. El prototipo en el servicio a la vida de las criaturas y en el impulso a llevarlas a su perfección es el Espíritu. María, en el Espírity como imagen suya, presta su srvicio femenino y materno a esa vida llamada a crecer. Las consagra­das, en pos de ella, se dedican en cuerpo y alma a los asuntos del Señor (1 Cor 7,34).


1 G EBELING Zur Frage nach dem Sinn des mariologischen Dogmas, en "Zeitschrift fiir Theologie and Kirche" 47 (1950) 387. Citado por St. DE FIORES, Spirito Santo, en ID., Maria. Nuovissimo Dizionario II (Bolonia, EDB, 2006)1493.

2 R. LAURENTIN, Esprit-Saint et théolo­gie mariale, en Nouvelle Revue Théologique 99 (1967) 27.

3 GRUPO LES DOMBES, María en el de­signio de Dios y la comunión de los santos (Sa­lamanca, Centro de Estudios Orientales y Ecuménicos "Juan XXIII", UPSA, 2001) 77.

4 M. SKOBTSOV, El segundo manda­miento del Evangelio, 67. Cit. en E. BEA PÉ­REZ, María Skobtsov, Madre espiritual y víctima del Holocausto (Madrid, Narcea, 2007) 80-81.












CON LO ANTIGUO Y CON LO NUEVO: IR HACIENDO ESPIRITUALIDAD2


José Francisco Arrondo Vázquez, sj



Tenemos que ser capaces de construir puentes en nuestro mundo fragmentado, entrando con facilidad en situaciones imprevistas; abriendo siempre nuevas posibilidades de ser humanos y de seguir a Cristo con alegría” (A. NICOLÁS, Carta a la Compañía de Jesús de 19 de octubre de 2008).


Este artículo que inicia el presente número de ST debe abrir un panorama amplio de las situaciones vitales de las personas que aún «recuerdan que son cristianos». Es una aproximación socio-religiosa que quiere tener en cuenta la atención pastoral.


No contamos con muchos estudios acerca de la realidad de las personas entre 35 y 50 años que pueden sentirse inquietas por la fe que tuvieron y por alguna necesidad de vivirla ahora y «de otro modo». Sin embargo, algunas publicaciones nos estimulan para pensar más a fondo sobre estas situaciones y la búsqueda de anos comunes y pertinentes.



1. ¿De quiénes hablamos?; o, mejor dicho, ¿quiénes nos hablan?


Consideramos «adultos jóvenes» a personas a partir de los 35 (más que «jóvenes adultos»); son ellos y ellas quienes ahora nos ocupan y preocupan. Estimamos hasta los 50 años la marca de los límites, conscientes de la importancia de esa década de los cuarenta, y con una suficiente flexibilidad en la entrada en la década de los cincuenta.


En una primera aproximación, muy genérica, nos dicen mayoritariamente que aún viven cierta inquietud acerca de su fe y de alguna relación con Dios; que sienten nostalgia por lo vivido en épocas juveniles, con sensación de «habérseles ido de entre las manos» algo valioso e importante; dicen que en la vida han tenido que hacer esfuerzos por meterse en sus estudios y en sus carreras, haberse tomado en serio su noviazgo y su matrimonio, haber tenido que pelear su camino laboral y profesional; también hablan de las alegrías de los hijos, de la responsabilidad de cuidarlos y proveer todo lo necesario para ellos, y de cómo se les ha ido «complicando la vida» cuando ya han tenido que recrear su matrimonio ante la formación de su familia, sus trabajos y sus mundos relacionales, para vivir con mayor estabilidad y tranquilidad hacia el futuro.


Sería lo más oportuno que contáramos para este artículo con una base empírica desde cuyos datos aportáramos análisis y, sin falsear nada, nos atreviéramos a proponer interpretaciones plausibles. La base empírica se reduce, sin embargo, a los muchos testimonios y conversaciones con los afectados, diálogos que se han ido entrelazando en la experiencia pastoral de la mayoría de los que trabajamos en parroquias, centros educativos, ONG y otras instituciones y grupos. Ni mucho menos es para desmerecer esta experiencia pastoral, pues a día de hoy es la más esencial de entre las que contamos. Afrontamos, pues, la realidad de muchas personas que viven la mezcla de muchos sentimientos y de variadas situaciones de vida; algo importante de la identidad de estas personas se definiría, justamente, por la mezcla de situaciones y de valoraciones.


La estructura de este artículo es sencilla: el apartado siguiente es para avanzar en la descripción, para tratar después acerca de las posibilidades de cambio que expresan nuestros protagonistas y conectar con ello unas modestas perspectivas de ayuda mutua.



2. Avanzando un poco más


Para ayudarnos a describir lo que ocurre, sin ninguna pretensión de exhaustividad ni de dar cerrar ningún apartado, recogemos varias dimensiones de la vida a las que la gran mayoría hacen referencia.


A) Matrimonios


Son la gran mayoría. Ya es importante que valoren positivamente su matrimonio y hayan luchado por mantenerlo; en algunos casos, han luchado fuertemente por salvarlo. Reconocen que sienten por el matrimonio y la familia una estima que han recibido de sus padres, de sus abuelos y del contexto general de aprecio por la institución familiar. Esta formación les ha hecho siempre bien y ha sido una referencia clara que les ayudaba a mantener una jerarquización de valores ante otras oleadas de dudas existenciales y ambientales.


Reconocen también una formación cristiana suficientemente buena cuando vivieron en grupos juveniles en la Iglesia. Para la mayoría, fueron tiempos animosos y gozosos, en los que se compartía y profundizaba una valoración positiva del matrimonio. En ese humus vivieron sus noviazgos y prepararon sus matrimonios. Sí guardan conciencia de que les importara un proyecto de pareja con el que fuesen logrando la integración de ambos en un mayor conocimiento mutuo, en compromiso de amor y comunión y en el deseo de formar una nueva familia con los valores de este estilo de vivir cristianamente.


Quienes han vivido la ruptura de su matrimonio-sacramento, celebrado por la Iglesia, muestran situaciones especiales, hayan conseguido o no la nulidad. Un tratamiento específico hemos de dar a quienes se han casado por lo civil sin anular su anterior matrimonio-sacramento y desean vivir y renovar su fe en la Iglesia.






B) La formación de la familia


Reconocen haber vivido con gran ilusión la llegada de sus hijos. Haber ido descubriendo día a día la belleza de su crecimiento, la alegría de tantas sorpresas y de tanto cariño recreándose. No han tardado muchos años en tener hijos, combinando verdadera generosidad y responsabilidad. En general, no creen haber estado muy preparados para la formación de sus hijos, pero aprovecharon en distintos momentos la formación humana y cristiana que poseían, las ayudas de sus mismas familias, así como de escuelas de padres, de grupos de matrimonios jóvenes de parroquias, o de movimientos familiares y grupos especializados.


El crecimiento de sus hijos ha sido esencial en sus vidas. Aunque recuerdan haber hecho algunos proyectos de familia, elaborados conscientemente y con planificaciones realistas, reconocen, en su mayoría, haber ido resolviendo situaciones y problemas sobre la marcha. Todo lo mejor que habrían querido ser y darse para sus hijos se ha visto, en general, complicado por sus opciones laborales y profesionales; en bastantes casos, muy complicado y con resoluciones difíciles y dispares.


Resaltan el apoyo de sus padres, que han estado a las duras y a las maduras con ellos y con sus hijos. Reconocen que, como abuelos, han llegado incluso a mantener el fuego de la fe hacia sus nietos con cariño y constancia.


Relatan algunos procesos de enfermedades, tanto de sus padres y abuelos (y la muerte de algunos de ellos) como de sus hijos... y de ellos mismos. En general, los vivieron como tiempos duros, cortos o largos, que les han tenido con el corazón en un puño y en que han rogado a Dios para salir adelante, para aguantar y para entender (y para que se hiciera su voluntad).



C) Trabajos profesionales y estudios especializados


Han querido trabajar tanto el hombre como la mujer; han querido lograr autonomía, hacer bien sus carreras y lograr, además, una mayor especialización en sus estudios y una más alta competencia profesional, dedicando tiempos muy valiosos en épocas en las que aún tenían fuerzas y arrestos. Han hecho malabarismos para conjugar dedicaciones y mantener la entrega a la familia que les reclamaba. Están orgullosos de lo que han conseguido con mucho esfuerzo en el plano profesional, aunque miran con distintos tonos de inquietud, incluso de dolor y de pena, por no haberse dedicado más a sus hijos. Si han podido salvar más la dedicación a la familia, reconocen que se les fue quedando atrás el interés por una «formación permanente cristiana» y por mantener referencias de cercanía con algunos grupos y relaciones eclesiales (aunque reconocen que no disponían de mucho tiempo ni lugares donde < encajarlo> ).


En general, constatan que están bien situados, suficientemente contentos. Pero también están los que han pasado importantes temporadas en vilo y sin seguridad bajo los pies, con el agua al cuello, y saliendo adelante con enormes sacrificios (y así es, aunque no les guste decir que se hayan sacrificado tanto). Algunos de los que han conseguido situarse muy bien en sus profesiones y trabajos han adquirido unos niveles y estilos de vida y un ritmo de viajes, salidas, círculos de relaciones, fiestas, deportes-gimnasio, vacaciones, etc., que gustan mantener y de los que no ven fácil (ni necesario) prescindir.



D) Inquietudes en su vivencia de la fe y de lo cristiano


Propiamente, aquí está el meollo de las inquietudes por las que este artículo nace. Escuchamos a quienes desean que pase algo con su fe. Ésta es una verdad honesta, aunque pueda ser débil, entrecortada en el tiempo, como discontinua, y parezca entonces que no se toma en serio. Pero sí puede ir en serio, en medio de muchas circunstancias vitales que llaman a la fe y a las que la fe va a tener algo que decir. Porque, si no va a existir ese < decirse» mutuamente la vida a la fe y la fe a la vida, ya sí que decae el interés y la búsqueda.


Estamos fijándonos mayoritariamente en quienes han «probado» bastantes cosas en la vida (no es que digan que están de vuelta de todo) y reconocen su esmero en haber atendido y vivido aspectos importantes de la fe, de la «religión» y de la Iglesia. Y aunque parezcan predominar miradas hacia atrás, con diferentes grados de gusto o de disgusto en relación con su vivencia de Dios Padre y de Jesucristo, así como de la Iglesia, ahora (y cada cual a su tiempo) quieren mirar hacia delante. Quieren -aunque no aparezcan perfiles muy definidos en su querer- que sea posible que pase algo nuevo entre ellos y Dios.


Reconocen lo pequeña que se les ha quedado la fe, lo poco «usada» y trabajada. Un poco sienten con pena haberla dejado «como a un lado», mientras se dedicaban mucho a progresar en conocimientos científicos y técnicos; sienten no haber acompasado e integrado la maduración de la fe a la vez que se implicaban afectivamente en su vida matrimonial y familiar, y fuertemente en la laboral-profesional. Saben que han hecho muchas cosas en estos años intensos de su vida, constatan sus esfuerzos y conquistas, algunas con notorio éxito, y que han dado muchas vueltas y revueltas, entre las cuales la fe no estaba conscientemente activa y. por tanto, no era expresable ni explicitable. Aquí tendríamos que hablar despacio y más a fondo con muchos, pues reconocen que no habían perdido un deseo de Dios, algo como tímido, pero necesario en ciertos momentos, acompañado de algún ruego de «que no me abandone» aunque yo esté tan distante (y no abandone a quienes quiero y necesito).


Cuando escuchan de nuevo que puede ser atrayente y gozoso «buscar y hallar a Dios en todo», dicen que están ya muy lejos de eso. Pero también preguntan si aún es posible vivirlo y cómo; aunque les pueda atraer, también les preocupa el meterse en serio por un camino nuevo, por las consecuencias de adónde pueda llevarlos en la vida concreta suya y de los suyos. Algunos advierten «la trampa» que puede ser el tratar de revivir y reencontrarse con referencias parecidas a las que vivieron en su juventud, con ambientes semejantes o con discursos, propuestas y actividades similares a los de aquellas épocas. Porque lo que late en su inquietud ahora está en torno a vivir algo como «una fe nueva», desde lo que les ha ocurrido en la vida (de lo cual se saben suficientemente responsables) para mirar hacia delante. Y con el deseo de buscar esa «fe nueva», experimentan el tanteo de si se complicarán demasiado la vida (más aún que si se la complicarán a su pareja y a su familia).


«POR SUS HIJOS». Con frecuencia generalizada hay un tener que hacerse cargo del proceso de fe y de la vida sacramental de sus hijos, ya no tanto por el bautismo, que en general han realizado años atrás, cuanto por la Primera Comunión y la Confirmación (y para algunos la preparación del matrimonio). Cuando sus hijos van avanzando en la fe y en el cariño a la Iglesia, y lo expresan con naturalidad, y quieren orar con sus padres, y les preguntan de todo un poco, aparecen situaciones muy nuevas; hay padres que sienten que las inquietudes de sus hijos les llegan a un lugar hondo de su interior; que se les remueven cuestiones, y algunos quieren afrontarlas aunque no sea más que «por sus hijos» (otros querrían casi dejar en claro, un tanto defensivamente, que no es ni va a ser por ellos mismos, sino «por sus hijos»). Pues ¡benditos hijos, y bendito el «por sus hijos»! Muchos de estos hijos «pelean» y «provocan» cariñosamente a sus padres, rodeándolos con «nuevos acercamientos a la fe» (acercamientos lógicamente infantiles, adolescentes y juveniles, a fin de cuentas, pero que contienen ya preguntas hondas y para siempre). Hay padres que cada vez se disponen a dejarse provocar y a reaccionar más «por sus hijos» (por quienes rogaron a Dios muchas veces, por su salud y su crecimiento); y es verdad que pueden ir abriéndose a algo nuevo que intuyen y que van sintiendo valioso.



E) Definición-indefinición acerca de la Iglesia


Para muchos, hay un punto de partida honesto y verdadero: de la Iglesia han recibido la fe; de la pequeña o gran Iglesia doméstica de sus familias han recibido muchísimo, tanto en información como en formación profunda. De sus colegios y parroquias, de los grupos juveniles cristianos en los que han participado, pueden tener recuerdos buenos (aunque no en todos ellos se les preparó para la crudeza de la vida y del trabajo ni para el realismo del tejido de la vida de la Iglesia).


Es difícil este gran tema, pues se palpa, por una parte, la gratitud por mucho bien recibido a través de personas serviciales y encantadoras, personas entregadas y fieles a lo que creían, que se desvivían por los demás -incluidos estos que ahora consideramos-, así como gratitud hacia grupos y estructuras institucionales de Iglesia que les dieron visiones y elementos válidos en su momento, criterios morales y cierta finura para discernir teniendo en cuenta lo que Jesucristo nos ha enseñado en su Iglesia. Y esto, por otra parte, se mezcla con temas delicados que tuvieron que afrontar existencialmente, poniendo a prueba sus criterios morales y sentido de la generosidad y de la responsabilidad, como en la realidad de la paternidad responsable y el control de la natalidad, como también en aspectos de conflictos en lo económico y lo laboral en sus profesiones; también en su sensibilidad y tomas de postura en la participación ciudadana y política, y ante la visibilidad y testimonio de la fe. Todo esto, y más aspectos aún, mezclado con desilusiones y desencantos, algunos muy personales, puntuales y recordables, otros más difusos, como niebla que empapa de frialdad o distancia; incluso con críticas agudas y lacerantes y con recuerdos amargos.


Éste es tema muy complejo y cargado de afectos, que requiere un análisis cuidadoso, detallado y preciso, especialmente cuando se constata en algunos una especie de maraña de sentimientos encontrados que les hacen sufrir y desde los que, aún con frecuencia, arrojan sobre alguien alguna queja o culpa; es corriente hacer algunos reproches un tanto indiscriminados a la Iglesia, frecuentemente a personas concretas que tuvieron autoridad y a sus estilos de autoridad; personas que atrajeron mucho, o exigieron o pidieron mucho; en algunos casos hay dolor por haberse sentido utilizados o manipulados, aprovechándose de las ilusiones, energías, y tiempos disponibles de las épocas juveniles; otros, también, por no haber sido escuchados o tenidos en cuenta en momentos difíciles. Algunos tienen conciencia de haber vivido impactos que les han dolido en su corazón y en su razón, y desde los que se les han distorsionado historias y fidelidades, prefiriendo tomar distancia o despedirse sin sufrir más ni hacer sufrir. Para otros, en quienes se detecta desgana y apatía, no ha habido necesariamente mucho sufrimiento; sencillamente, ir dejando todo esto, hasta abandonarlo.



F) MUNDOS RELACIONALES


Algunos se sienten «retenidos» en sus grupos de amigos; no están muy satisfechos con algunas dinámicas relacionales en las que llevan bastante tiempo (por grupos de ambientes del trabajo o de otros círculos) y a las que ya están habituados.


Otros han mantenido más amistades con estilos de pensar y de vivir más semejantes y cercanos (amistades de ambientes variados e incluso antiguas amistades) que les han ayudado a mantener y revisar planteamientos de cómo ser familia, de cómo avanzar en la formación de los hijos, y esto en «conjugación moderada» con opciones profesionales.


Otros han acogido con gusto nuevas relaciones en los ámbitos educativos de sus hijos, ya sea por los centros de enseñanza a los que les han enviado, ya por las parroquias en las que sus hijos tienen catequesis de infancia, adolescencia, Confirmación y grupos juveniles, y otras asociaciones recreativas y deportivas. Hablan en general de lo positivo que les aportan estas relaciones, de las que han emergido nuevas y buenas amistades.



G) ACERCAMIENTO O COMPROMISO CON PROBLEMÁTICAS SOCIALES, INCLUSO POLÍTICAS


Algunos lo vivieron mucho y con muchas consecuencias. Pusieron en compromisos sociales y militancias políticas muchas expectativas y energías. Dicen en general sentirse satisfechos por lo que hicieron, conscientes de que querían hacerlo, o de que había que hacerlo. Según han ido avanzando los años, han aflojado en el interés, en las posibilidades de dedicación y en la fe en lo que las acciones dan de sí y lo que resulta de ellas. Reconocen la vitalidad que les supuso, y cómo las distintas instancias de reflexión y formación crítica les ayudaron a madurar, a saber en qué mundo estamos, a no ser ingenuos respecto a quién le hacemos el juego con nuestra acción o con nuestro silencio.


Bastantes dedicaron fuertemente su tiempo y entusiasmo en voluntariados y ONG. Destacan algunos el bien que les han hecho instituciones de servicio y solidaridad, desde Cáritas hasta otras más pequeñas, agradeciendo más aún el bien recibido que el que ellos hayan hecho y, en general, agradeciendo tanta paciencia como tuvieron con ellos en sus procesos.




3. “Algo quiero cambiar”. “¿Qué me va a ocurrir si cambio?”


En este apartado nos animamos a mirar cordialmente algunas posibilidades de cambio. Algunos preguntan honestamente si «Alguien» inspira en ellos un cambio. O si será un empeño propio basado en cierta fuerza de voluntad pasajera o en inquietudes que no progresarán. ¿Hay «Alguien», y cómo es, que inspire y esté comprometido en mi cambio?; ¿qué he de poner de mi parte?


Otros, queriendo ponerse prácticos, valoran lo que implicará para ellos mismos el cambio. Parecería que ya no le dejan mucho espacio ni tiempo a «Alguien» más grande y bueno que ellos. Parece que quieren controlar todas las consecuencias; y se complican, y casi se aturullan, imaginando que tendrán que tomar decisiones que les van a «cortar la vida», o al menos a «fastidiarla». Ya se imaginan, con cierto tono de drama, que quizá tengan que «cortar» diversiones, gastos, algunas relaciones, distribuciones de su tiempo, y cierto estilo de vida... y abrirse a un interés de reflexión, de oración, de encuentros con otros creyentes buscadores, y de algunos estilos de vida distintos. Otros desplazan el cambio posible a qué derecho tienen a complicar la vida de su pareja y de su familia (pero también ocurre que son la pareja o los hijos quienes están en ciertos casos pidiéndole ese cambio y ofreciéndose para ayudarlo).


Están quienes sí quieren cambiar (muchos aprovechando la vida de sus hijos) y van pensando con responsabilidad adónde les puede llevar el cambio, sin anticiparse excesivamente ni dramatizar. Otros sí querrían el cambio, pero se sienten como atenazados ante consecuencias y dificultades que prevén; parecería que no se animan a probar e ir construyendo despacho, aunque también sus miradas están pidiendo ayuda. Otros sí dicen saber adónde les llevará el cambio, y lamentan no animarse ni por ellos mismos ni por sus hijos.


«Que sea muy desde dentro. Para que sea superficial o pasajero, ya no». Bastantes de los mismos interesados creen que hay que partir de «dentro» de cada persona. Y que lo que emerja sea desde dentro, muy desde dentro. Y llevan razón, porque algunos análisis de por qué sufrieron distancia o abandono anterior nos dicen que no estaba claro qué había dentro que fuese tan sólido y firme como para haber reaccionado creyentemente ante dificultades y deterioros. Porque con el tiempo se ha constatado que ha habido ciertas instalaciones en la superficialidad, falta de reflexión profunda y coherente, y falta de implicación afectiva madura en la vivencia de lo humano y de Dios. Es legítimo que se pregunten y nos preguntemos: ¿qué había antes?, ¿qué queda ahora?, ¿desde dónde emerger? Y habrá que seguir escuchando y respondiéndonos.


Atracción. Si desde lo más profundo se sienten atraídos por «Alguien», y esto les suena un poco, o aunque les parezca nuevo, ¿querrán seguir esa atracción (que no es fatal)? Decimos que el verdadero Dios no se impone, ni fuerza, ni anda buscando clientes. Si en el corazón de esa atracción se percibe amor incondicional de «Él» (tan incondicional que ese amor no depende de si me alejé mucho o poco), y emerge en la persona un deseo antiguo o nuevo de gustarlo, podrán ocurrir sorpresas. Que la persona se disponga a vivir sorpresas es clave. Quizá sea muy fuerte en los inicios de los nuevos procesos deseados el que desde lo más interior cada cual pueda decir al Dios verdadero: «¿Con qué me vas a sorprender hoy?»; y que se haga más consciente el «Señor, cómo quiero recibirte». Lo podemos desear y buscar.


Deseo de encuentro con Dios, con Jesucristo, y así ha de ser; deseo de que ocurran «cosas» entre Él y cada uno. Porque ya está constatado que lo que queda sin decirse, sin ocurrir, queda sin vivirse, y no vuelve. Tiene que haber avidez para el encuentro y la relación, no frialdad ni despreocupación. Y que se abra la posibilidad existencial de que Él me aborde en todo y a propósito de «cualquier cosa», en cualquier tiempo y lugar. Entonces el sujeto interesado querrá emerger y activarse y decir sus palabras nuevas desde lo profundo. Quienes están deseando que haya pasión también se disponen a rogarla. La posibilidad de orar es tan sencilla y está tan a la mano que con espontaneidad, con frescura, con inmediatez, corazón a corazón con Dios (siempre el corazón símbolo de interioridad), puede recrearse continuamente. Ya el deseo en la confianza, en la espera, es oración.


¡Bendito el «por sus hijos»!, veíamos en el apartado 2-D. Esto es esencial, pues en ellos nos viene Dios encarnado -muy en medio de la vida- y son lugar de encuentro con Él. Dios nos encuentra claramente en el matrimonio y en los hijos. Este camino centra la búsqueda y nos dispone bien a muchas novedades y sorpresas. Para un camino nuevo hay que aceptar vivir la relación con los hijos, con su fe y su sorprendente y creciente esperanza; de nuestra parte, ojalá respondamos con la entrega a ellos lo más total posible. Este camino es irrenunciable, y el encuentro profundo, sencillo, cotidiano con los hijos apunta a experiencias que se podrán concentrar en alguna buena «experiencia fundante» y para siempre.


Las imágenes de Dios y la vivencia que implican. Llegará el momento -ya mismo, sin más retraso- en que tengamos que hacer un cuestionamiento a fondo de las imágenes de Dios que ocupan nuestra vida. Hay un pulular de ellas, algunas tan insustanciales como inconsistentes; otras tan absurdas como desviadas; otras tan «machacantes» como descorazonadoras; algunas tan anti-lo-esencial-de-la-persona-humana, que hay que plantarse y hacerles cara. Quienes deseen renacer a le fe tendrán que afrontar con valentía, y nosotros con ellos (si también con ellos queremos renacer), a qué Dios Verdadero honraremos y en manos de Quién pondremos la vida entera (no sólo algunas parcelas). Porque si el verdadero Dios no es el encarnado que se afecta por nuestra vida entera -con todas las consecuencias de su encarnación y de su afectarse- y entonces sólo por alguna de las parcelas de nuestro existir, ¿adónde vamos? Los deseos que emergen buscando nueva fe no se contentan con que ésta afecte a alguna parcela de la vida y no a otras. O a toda la vida... o ¿a quién vamos?


Y nuestro ir al Dios verdadero ya también lo es hacia quienes lo pasan mal y son más víctimas de injusticias y de pobrezas, de marginaciones y de enfermedades. La mayoría de nuestros protagonistas han tenido experiencia de darse a otros necesitados. Y quieren planteárselo de nuevo, aunque al principio vean muy cortas sus posibilidades de acción; pero no quieren vivir olvidándolo ni excluyéndolo.


No era un objetivo de este artículo proponer itinerarios pedagógicos ni pastorales, ni tampoco un itinerario modelo. Sí seguiremos deseando animar a pensar y sentir los cambios en el vivir, qué cambios realmente han de intentarse y los modos de hacerlo; y que se respeten los tiempos necesarios para que el discernimiento y la claridad vayan cuajando, sin improvisaciones ni compulsividades. Hay que hacer camino con paciencia y delicadeza, con la sabiduría de la flexibilidad, y no pretender saber ya todos los detalles de las metas volantes a las que no se ha llegado, por más que creamos intuirlas o imaginarlas (y hemos de cuidarnos de prejuzgarlas, en cuanto que darán de sí lo que ya sabemos por otras épocas pasadas). También Dios es más grande que nuestras sensibilidades, intuiciones y previsiones, y siempre estará inspirándonos y actuante en ellas'.



4. ¿Cómo vamos a ayudarnos?


Con acompañamientos personales y con estos «grupos de buscadores». Porque no se trata sólo de cómo van a reaccionar y cómo se van a comprometer en una situación de nueva vida de fe quienes emergen desde las inquietudes descritas. Se trata, especialmente, de cómo vamos a llevarlo como desafío común, entre los que emergen y los que parece que no hemos dejado un proceso tan latente o interrumpido; cómo vamos a hacer esta búsqueda eclesialmente (no individualmente, ni dejados, ni lanzados al individualismo), conscientes de que cada persona ha de ser la que responda libremente por sí misma.


-Nos ayudamos no rasgándonos las vestiduras ante lo que aparezca, ya dicho o aún por decir (otros artículos de esta revista amplían, complementan y confrontan lo aquí expuesto). También nos ayudamos no tomando partido ya sobre guerras del pasado, que, además de hacernos volver a él con la dificultad de ser objetivos, no nos curan predisposiciones ni prejuicios ni desencuentros afectivos. No vamos a perder memoria, pero también la vamos a entregar en manos del Señor para que la cure y nos abra a nuevos horizontes eclesiales.


-Nos ayudamos conversando con menos recurso a la queja, al lamento y al reproche, y rescatando y redescubriendo lo positivo que aún llevamos en nuestro interior, en nuestros recuerdos y en nuestras actitudes y conductas (la «metodología del redescubrimiento» va tomando carta de ciudadanía en las búsquedas cualitativas). Nos ayudamos contándonos lo que nos atrae y nos atrapa de la vida, de la familia, del trabajo, de la Iglesia, lo que creemos, lo que nos gusta, nos alegra, nos consuela y a lo que aspiramos para cambiar, porque nadie debe renunciar a la vitalidad ni al «racio-vitalismo», ni al gozo ni a la esperanza. Por supuesto que nos ayudamos siendo críticos y manteniendo vigilancia, sin que la amargura se cuele o nos empape. Y que afrontemos disolver miedos cuando la fe nos pida dar razón de ella, ofrecerla, exponerla y «actuarla» públicamente (porque «la fe, o es acción o no es nada»).


- Nos ayudamos cuando salimos de nosotros mismos y vemos que otros cercanos y creíbles también se esfuerzan; nos estimula y nos reconforta compartir alegrías, esperanzas, crisis y tristezas con quienes también se disponen a acoger y comprender. Hemos de cuidar que en el proceso de renovación y reconstrucción (palabras que por primera vez utilizamos en este artículo, por haber preferido antes algunas otras que implicaran la mayor novedad posible) no haya sólo encuentro de dos (por ejemplo, alguien como los descritos y un sacerdote amigo que acompaña), sino que pronto haya mayor apertura a más «buscadores», para seguir más en común y vivenciar que la Iglesia es amplia y ancha. Con esto no queremos decir que la relación de cada cual con algún buen amigo o amiga, religioso o laico, no pueda durar todo lo necesario y más y siempre; pero que no se reduzca a ese binomio y se abra a más comunicabilidad y comunitariedad cuanto antes.


-Aún no habíamos hablado explícitamente de espiritualidad. Nos ayudamos recreando alguna que sea encarnada y desee «buscar y encontrar a Dios en todo». Es y será esencial orar: con las palabras ya aprendidas y con palabras nuevas, con viveza y sencillez, con naturalidad y espontaneidad, con creatividad, y expresividad como a flor de piel; orar contándoselo todo al Señor, diciéndoselo todo, remitiéndoselo todo; orar en el matrimonio y en la familia. E irnos poniendo a tiro de algunas necesidades de personas más pobres y machacadas por la vida, irnos contagiando de la humildad de quienes ponen su confianza en Dios y trabajan por la paz y las bienaventuranzas que ya conocemos y ojalá deseemos redescubrir. Ir haciendo espiritualidad con lo antiguo y lo nuevo, desde la confianza de que Dios no abandona la obra de sus manos -somos suyos y en sus manos estamos- y ha prometido que no nos abandonará (y Él siempre cumple lo que promete).


-Espiritualidad eclesial, sencilla, ágil, de vigor y ternura, de compartir aún un poco más, de amor a los amigos pobres del Señor. Nos ayudamos cuando creemos que, en esta búsqueda, realmente «sólo el amor es digno de fe» (siempre gustamos ese precioso libro, con este mismo título, de Hans Urs von Balthasar); amor a la Trinidad Santísima, al prójimo (próximo) y a nuestra madre Iglesia. Y se abrirán caminos y esperanzas, como se les abrieron a los discípulos defraudados hacia Emaús. Se reanimará la oración y el compartir con los necesitados. El Señor sabrá reabrir de nuevo el sentido profundo de la Palabra y de la Eucaristía con que nos quiere enseñar a ser personas escuchadoras y eucarísticas (¡cómo oraba el P. Arrupe por ello!), personas entregadas como Él, el «siempre entregado»; personas serviciales entregadas para desvivirse en lavar los pies a sus prójimos y atenderles heridos al borde del camino;.


Estas líneas ya son excesivas sobre las que se nos proponían. Si hemos colaborado un poco a continuar la reflexión abierta valientemente por otros anteriores, demos gracias a Dios; gracias también a quienes nos han ayudado. Ojalá sean estas líneas un aporte modesto y útil -notoriamente pobre- al inmenso y gozoso trabajo de la evangelización y de la inculturación, y para contagiarnos el fuego del compromiso vigoroso por unos y por otros.






RELACIÓN ENTRE LA TELEVISIÓN Y LA MANIFESTACIÓN DE PROBLEMAS CONDUCTUALES EN NIÑOS PREESCOLARES3



Laura Oliva Zárate y Mª Luisa Sevillano García





1.- INTRODUCCIÓN


La reflexión sobre la influencia de la televisión lleva ya varias décadas, manifestándose una gran preocupación con respecto a la influencia sobre las personas. Por otro lado, es innegable la aparición de los problemas de conducta a edad temprana y la diversidad de factores causales que pueden influir, y es que desde que el niño nace se relaciona con la familia, posteriormente con la escuela, y otra relación con la que actualmente tienen contacto es con la televisión, los cuales representan factores de gran influencia en su formación. Partiendo de que la televisión provoca fenómenos sociales, psicológicos..., podríamos pensar que los problemas conductuales originados en parte por diversas causas podrían estar afectados por la televisión, ya que como medio más extendido sería el más influenciable, especialmente a la audiencia más vulnerable, la infantil.


El propósito de este estudio es dar a conocer datos actuales respecto al tiempo y programación que el preescolar presenta y su relación con el comportamiento. Dada la representatividad de la muestra, las técnicas e instrumentos utilizados posibilitan a esta investigación como referente para la realización de programas de atención en lo que se refiere a los problemas conductuales a edad temprana.



2.- MARCO TEÓRICO DE LA INVESTIGACIÓN


Entre los diversos estudios realizados respecto a las características predominantes de los niños televidentes encontramos como variables de estudio la edad de inicio, el tiempo de visión, los cambios en el tiempo de visión respecto a la edad, el género, las preferencias televisivas, motivación para ver la televisión, las cuales han sido constantemente estudiadas, como lo apunta Singer (2001).


Existe una enorme cantidad de estudios sobre la influencia de la televisión en los niños, la gran mayoría producidos en Estados Unidos. «Quizá el hallazgo más impresionante -apunta Roberts (Sánchez, 1989: 28)- en la investigación sobre los niños y los medios es la enorme cantidad de aprendizaje que parece tener lugar, aun a edades tempranas». Ésta es ya una constante en la investigación sobre la televisión y «la conclusión general es que los espectadores aprenden de la televisión y que este aprendizaje influye en su conducta. (Fernández, Baptista y Elkes, 1991).


En México son escasos los estudios realizados específicamente sobre la influencia de la televisión en las nuevas generaciones; algunos estudios son de Fernández y cols., Corona y Cornejo; y la recopilación que hicieron García Silberman y Ramos (Martínez, 2002: 73), los cuales sientan un precedente que requiere ser continuado por la innegable influencia de la televisión sobre el niño.


Referente a las causas de los problemas conductuales hasta el momento no han sido adecuadamente determinadas. Aunque algunas pueden incluir factores tales como la herencia, fisiológicos, experiencias de vida, situaciones traumáticas y el funcionamiento familiar, ningún estudio ha podido demostrar que alguno de estos factores sea la causa directa de los problemas del comportamiento. En lo que respecta a los efectos de la televisión en niños, los estudios realizados y su relación con los problemas infantiles se ha explorado ampliamente la agresividad, hiperactividad y la obesidad, explorando otras conductas.


Entre las investigaciones que mencionan las alteraciones de conducta, encontramos un estudio realizado por Medrano y colaboradores (1992) sobre los efectos de la televisión en niños de 5 a 14 años de edad. Encontrándose que la televisión tuvo una notable influencia en la conducta de los niños en edad escolar en dicho estudio. Un 50% de los niños en edad escolar en un barrio de clase socioeconómica baja, que veían diariamente TV, exhibían alteraciones en su conducta, prefiriendo los varones (73,8%) los programas de contenido violento. Por otra parte, en un barrio de clase media donde el 48% de los niños en edad escolar ven TV 4 horas diarias, el 80% ingería alimentos mientras observaba la TV, lo cual sin duda contribuye a una temprana obesidad en ellos.


Hasta ahora, teorías como la del aprendizaje social (Bandura, 1977) se han abocado principalmente a la conducta agresiva, siendo ésta de las más estudiadas en donde se explica cómo las personas adquieren las pautas básicas sobre las consecuencias de las conductas a través de la observación de modelos. No obstante, existen otras corrientes que interponen rasgos de carácter individual, social o cultural que condicionan, y por tanto relativizan, la recepción individual. Lo cierto es que desde hace varias décadas algunos problemas conductuales han sido catalogados como influenciables por la televisión, tal es el caso de la hiperactividad y los problemas del sueño. Como podemos apreciar existen corrientes con distintas posiciones respecto a lo que sería la influencia de la televisión, lo cual es importante integrar a fin de comprender este fenómeno y muy en particular el tema que nos ocupa respecto a su relación con los problemas conductuales.


Es importante aclarar que es probable que no todos los problemas conductuales y emocionales sean influenciados por este medio, definitivamente el comportamiento humano no depende sólo de la imitación, pero entonces..., ¿qué otros mecanismos podrían atribuirse a la televisión para relacionarla con algún problema de conducta si éste fuera el caso? De ahí la relevancia del presente estudio, el cual pretende identificar qué comportamientos serían más influenciables que otros por este medio, ya que si bien se han reportado cientos de trabajos de investigación que revelan la existencia de relaciones entre determinadas conductas con la televisión, algunas no han sido exploradas en su totalidad. Y es que de antemano sabemos la dificultad de investigar la influencia televisiva aislada, al margen del resto de factores contextuales en que se inserta la vida diaria de cualquier niña o niño: entorno familiar, hábitat, estrato y escuela, entre otros. Por ello, resulta de gran relevancia explorar no sólo el uso que hacen los niños del televisor, sino considerar específicamente dos áreas inmediatas al niño: la familia y la escuela.



3.- OBJETIVOS


Los objetivos del presente estudio fueron los siguientes:


3.1.Objetivo general


Dilucidar si existe relación entre los problemas de conducta y el uso de la televisión en el niño preescolar.


3.2. Objetivos específicos


1)Explorar algunos de los factores que se asocian con la presencia de problemas conductuales o emocionales en los niños.


2)Identificar problemas de conducta en los niño(a)s de 4 y 5 años de edad relacionados con el uso de la televisión, así como las conductas más manifestadas a estas edades.


3)Conocer los hábitos televisivos de los niño(a)s de 4 y 5 años de edad.


4)Conocer las opiniones vertidas en los cuestionarios aplicados a padres en materia de influencia de la televisión sobre el comportamiento del niño(a).


5)Identificar la relación del ambiente familiar sobre los problemas conductuales de los niño(a)s.


6)Realizar análisis a fin de identificar la relación de los problemas de conducta respecto a los programas vistos en la televisión, así como el de otras variables relacionadas.


7)Identificar las preferencias infantiles respecto a los programas televisivos.


8)Conocer la opinión de los maestros de preescolar respecto a los problemas conductuales y su relación con la televisión.



4.- HIPÓTESIS


Ho: No existe relación entre el uso de la televisión y los problemas de conducta en el preescolar.


Hi: Existe relación entre el uso de la televisión y los problemas de conducta en el preescolar.



5.- DIMENSIONES DE LA INVESTIGACIÓN


Las dimensiones de la investigación tienen como función agrupar todas las preguntas realizadas en los tres instrumentos aplicados. La finalidad de estas dimensiones es la de poder ofrecer un estudio riguroso, exhaustivo y lo más completo posible acerca de la relación entre el uso de la televisión y los problemas conductuales en niños de 4 y 5 años. Las dimensiones de la investigación son las que a continuación se indican:


1. Problemas conductuales en el preescolar.


2. Utilización de la televisión y hábitos.


3. Relación de los padres con la televisión.


4. Los trastornos de conducta infantil y su relación con la televisión.


5. Entorno familiar.


6. Preferencias televisivas en los niños.


Parala obtención del tamaño de una muestra representativa se siguió el siguiente procedimiento.


Como primera etapa, se dividieron las escuelas en dos estratos, éstos se definieron de acuerdo a la oferta educativa del Estado (escuelas públicas) y oferta educativa de la iniciativa privada (escuelas privadas o particulares); el estrato conformado por las escuelas públicas se subdividió en dos nuevos estratos, finalmente los estratos quedaron clasificados como: bajo (escuelas ubicadas en colonias marginadas), medio escuelas (ubicadas en zonas urbanas) y alto (escuelas particulares). Los estratos se caracterizan por que las unidades de estudio dentro de cada estrato presentan características similares, mientras que entre estratos presentan diferencias. Una vez definidos los estratos, se procedió al cálculo del tamaño de muestra mediante un muestreo aleatorio con probabilidad proporcional al tamaño, en el cual se considera que la población es homogénea. En esta primera etapa, la aplicación del Cuestionario fue a 535 niños, los cuales constituyeron la muestra inicial, sus características generales las podemos observar en el siguiente cuadro.








Posteriormente, mediante el Cuestionario del comportamiento fueron detectados con algún problema conductual, quedando así como segunda muestra a trabajar respecto a la influencia de la televisión.



1 6.- PROBLEMAS CONDUCTUALES DETECTADOS

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2 Conclusión

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