Ángel Téllez Sánchez


Ángel Téllez Sánchez



w ww.olhares.














Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero


te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta.

Olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.









  1. Retiro ………………….……….......... 3 - 9

  2. Formación…………….………........ 10 - 13

  3. Comunicación.….…................ 14 - 20

  4. El anaquel……….……................21 – 73

  5. Índice general.......................74 - 78






Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Las Infantas, 3

09001 Burgos

Tfno. 947275017 Fax: 947 275036

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordinan: José Luis Guzón y Eusebio Martínez

Redacción: Raimundo Gonçalves

Maquetación: Xabi Camino

Asesoramiento: Segundo Cousido y Mateo González


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681








El Dios de la Vida está con nosotros "y a favor nuestro"


Seguimos celebrando en este tiempo pascual al Dios de la Vida y tenemos muy presente el tema del aguinaldo de este año: “Dejémonos guiar del amor de Dios por la vida”.


Por eso en estas páginas queremos seguir exponiendo algunas ideas importantes para contribuir a la reflexión y formación; y lo hacemos a partir del libro, ya citado en anteriores números, de A. T. Queiruga: Recuperar la creación. Pensamos en quienes no tienen acceso a él o desean cosas más sencillas, mas “vulgares”. Hoy nos centramos en las páginas 71-93, dentro del titular: Dios crea por amor.


1. Dios y la felicidad de sus criaturas


Comenzamos recordando a San Ireneo con su afirmación: la gloria de Dios es el hombre vivo. Es decir, la persona humana en su plenitud. Y es que la presencia de Dios en la vida humana sólo puede tener como sentido y finalidad afirmarla y confirmarla de cara a la plenitud.


Aquello por lo que Dios se interesa en el hombre y la mujer es todo, en cuanto realización positiva de su ser. Es un interés por el ser humano libre de todo egoísmo. Literalmente, todo: cuerpo y alma, cultura y alimento, trabajo y religión... El Dios cristiano piensa en nosotros y busca exclusivamente nuestro bien: no quiere «siervos» ni desea «incensarios» que proclamen su gloria. Nos busca a nosotros, desea nuestra existencia y nuestra felicidad. Dios ha creado hombres y mujeres «humanos». Y cualquier dimensión concreta -incluida la religiosa- no representa otra cosa que una concreción de esa humanidad. Concreción que tendrá sentido auténtico en la medida en que, unida a las demás, contribuya a hacerla más plena y lograda.


Consecuencia: el criterio definitivo es la realización humana. Todo lo que sea necesario para ella queda plenamente legitimado: tan «gloria de Dios» -o, equivalentemente, tan «vida del hombre»- es comer como rezar. Insisto: todo lo que contribuye a una mejora de la vida humana entra en consideración directa:


  • ir al médico cuando se está enfermo, lo mismo que preocuparse para que la medicina llegue a todos;

  • hacer footing para tener el cuerpo en forma, lo mismo que leer poesía para cultivar la sensibilidad estética;

  • buscar un descanso equilibrador, lo mismo que ejercer la solidaridad real con el tercer mundo...

Todo, con la única condición de que enriquezca de verdad algún aspecto de la vida humana: «me agrada tu vida, comer y beber, dormir y todo tu vivir», se atreve a poner en boca de Dios, ya a finales del siglo XIII, nada menos que una mística como Angela de Folignos. Y, en el fondo, ¿no es eso lo que decía san Pablo cuando escribía: «ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Cor 10,3 1)?


Un Dios que crea para la plenitud tiene su gozo en la felicidad de sus criaturas. Sólo una imagen pervertida de lo divino puede llegar a perci­birlo como enemigo del progreso o envenenador de las alegrías de la vi­da y esta imagen, por desgracia, se ha dado desde antiguo, llegando a contaminar la vivencia cristiana y opera aún en el inconsciente cristiano demasiado influido por un falso ascetismo.


Este ha llevado a una tozuda desconfianza ante el gozo de la vida y los avances de la humanidad.


Sin embargo la auténtica vivencia cristiana, la genuina se apoya en un Dios que sólo sabe amar, que se alegra por la vuelta de un pecador, más que por la piedad de noventa y nueve justos (Lc 15, 7; Rm 8, 32).


Todo esto tiene su fundamento en una adecuada comprensión de lo que es la creación y la salvación. Para ello se ha de evitar la tentación de reducir la espiritualidad a un espiritualismo desencarnado y abstracto alejado de la vida y ajeno al cuerpo. Se trata, mas bien de "vivir a fondo ésta vida", con la máxima calidad en todas y cada una de sus dimen­siones: corporales y anímicas, individuales y comunitarias, en su fuga­cidad y en su permanencia.


Sabiduría de la vida: todo en la vida es divino cuando es verdaderamente humano.


La sabiduría de la vida, tan presente en el pueblo e Israel, ha llegado a su culmen en Jesús haciendo ver que todo en la vida es divino cuando es verdaderamente humano. Y esto desde la encarnación lo podemos referir en su raíz a tres dimensiones:


a. Acoger la vida


Hacerlo con el agradecimiento de quien la reconoce como un don y con la admiración de quien, apoyado en este agradecimiento, es capaz -a pesar de todo- de captarla en su radical maravilla.


Encon­traremos el fundamento inconmovible, la roca de la confianza inquebrantable, cuando lleguemos a la convicción de que en su origen y en su fuente úl­tima está un Dios que crea con consciencia y con amor y que, con amo­rosa lucidez, sigue empeñado y comprometido en su avance.


Todo puede suceder, y la vida puede mostrar rostros terribles, y llega­rá de manera inexorable el fracaso sin remedio de la muerte; pero, aún así, el creyente sabe que por debajo permanece, atento y amoroso, últi­mo e invencible, Aquel que fundamenta su existencia. El salmista rezará: Señor, mi roca, baluarte.... (Sal 18,3).


La resurrección de Jesús nos pone de manifiesto que, aun por debajo del más extremo y oscuro fracaso, podemos acoger la vida. Hay en ella una raíz que agarra en Dios y que puede dejar sentir su luz en cada momento, fuente que salta y que sigue manando a través de todas las obscuridades.


b. Administrar la riqueza de la vida


La vida es un don que se nos en­trega para ser realizada en las condiciones de la finitud. Nos llega a través de nuestros padres y, por tanto, con todos las limitaciones propias de la condición humana. Y ello exige, también como tarea estrictamente religiosa, contar con los diversos fac­tores, equilibrio, revisión, una "ascesis de la armonía" que asegure una "vida vivible", prudencia en administrar las propias fuerzas y evitando falsos rigorismos ascéticos...


c. Enriquecer la vida


La humanidad, justo por ser necesariamente fi­nita, se recibe de Dios como entregada al tiempo, en el que ha de reali­zarse en un proceso de autocrecimiento. El dinamismo creador busca la expansión actualizando todas las potencialidades humanas. Una actitud estática y cerrada sería una infidelidad a la "fe en Dios creador". Lo acorde con la fe es "estar disponible y abierto" a acoger los impulsos... vengan de donde vengan. Por ej.:

- la nueva sensibilidad ecológica, como respeto y cultivo de la tierra;

- los avances de la sociología como organización de la vida colectiva;

  • los descubrimientos de la psicología como nueva posibilidad de estructurar y orientar la riqueza inmensa de la subjetividad humana, buscando luz para la persona.

Y, sobre todo, una especial atención a todo auténtico avance humano y estar a la escucha y dejarse interpelar por las plurales voces de esa otra sabiduría que va generando el proceso secular de la cultura.



Hacia adelante y hacia arriba


No existe una vida auténticamente humana si, aún cultivando todos los valores, no los estructura de una forma adecuada. La dificultad está a la hora de encontrar el mejor modo de estructuración. Para ello habrá que tener en cuenta el valor o valores que determinan la orientación fundamental de una existencia. Y la opción cristiana pide una polariza­ción decisiva desde la creatividad individual y conforma a las propias posibilidades y cualidades. Es decir se ha de tener presente el propio carisma: la gracia que se expresa a través de las propias cualidades y del propio ser, sin otro limite que el bien expansivo del amor (bien común).


Por otra parte, la experiencia religiosa no predefine la vida del creyen­te, aunque sí la orienta desde Jesús de Nazaret.


El es "Hijo de Dios" en su humanidad, tanto más divino cuanto más hu­mano. De este modo hace visible que "la gloria de Dios es el hombre vi­viente", es decir, que la presencia de Dios, su gloria y su gozo se re­a­lizan con más plenitud allí donde de modo más verdadero y auténtico se realiza nuestra humanidad. Ireneo lo expresa aún de forma más activa: "el obrar de Dios consiste en modelar al hombre", en "ayudarle con sus manos" a realizarse en todos sus valores, desde las profundidades de la carne hasta las alturas del espíritu, porque sólo en esa totalidad es "imagen y semejanza".


Finalmente este contexto nos permite seguir con la frase "la gloria de Dios es el hombre vivo, pero la vida del hombre es la contemplación de Dios".


Dios descubierto de verdad como Padre creador, volcado sobre cada hombre y cada mujer para modelarlos amorosamente, únicos entre las criaturas, abre la dimensión suprema de nuestra humanidad. Tomar conciencia de ella en la respuesta de amor, en la alabanza sobrecogida, en la acción de gracias, en la actividad vivenciada de saberse hijos e hijas, se convierte así en el centro de la vida, orientando y jerarqui­zando en torno a sí todas las demás dimensiones.


La dimensión expresamente religiosa no es el único modo de vivir en re­lación viva y personal con Dios. Todas son necesarias.



2. La presencia permanentemente activa de Dios en nuestra vida


Afirmar y aclarar esto es muy importante. La presencia de Dios, no restringida a ninguna dimensión, persona, tiempo o lugar.


Cuando hablamos de la presencia de Dios no podemos pensar en abstracto, sino en concreto: Dios es una Presencia activa, cualificada que remite a la atención, el acompañamiento, el apoyo, la acogida; sabemos muy bien quién está de veras presente para nosotros y quien ausente en una desgracia, más allá de la presencia física. Este es el caso concreto de la presen­cia de Dios cuando me ocurre una desgracia o me siento enormemente feliz ¿Cómo se sitúa en mi vida y en mi historia?


Si Dios nos crea por amor y se nos ha­ce presente como salvador, hemos de seguir afirmando que:


- Dios está en el dinamismo que empuja lo real a su realización,

- Dios está en la fuerza salvadora que incita, potencia y solicita nues­tra vida hacia su plenitud.

Cada vez que ese dinamismo se realiza y esa solicitación es acogida en la libertad, se está ejerciendo y realizando la presencia de Dios.


  • El está en el hacerse de la realidad, porque ese hacerse es idéntico al expandirse y hacerse real su dinamismo creador.


Tomar conciencia de está realización equivale a estar vivenciando su presencia.

Y si todo funcionase así, si todo se dejase ser y construir por El, eso sería su verdadero estar presente. La realidad toda se deja guiar y mover por la voluntad activa y salvadoras de Dios. Y todo esto tiene que ver con el Reino y la voluntad salvadora de Dios que pedimos en el Padre nuestro.


  • Dios está de verdad allí donde la creación encuentra su camino, se abre paso a través de los obstáculos o resistencias y alcanza su expre­sión.


Dios sigue trabajando en su crea­ción y manifestándose y go­zándose cuando ésta se realiza de verdad. Y lo hace desde nosotros y contando con nosotros.


Suele surgir, en medio de estas reflexiones, la pregunta ante un tema delicado: ¿Dios está en la enfermedad?


Hemos de decir que no en cuanto que ésta es un "fracaso" de su acción creadora, de su influjo amoroso tendente todo él a la salud y al bienestar de la persona.


Dios está en el enfermo:

  • está con él contra la enfermedad;

  • está apoyán­dolo, compadeciéndolo, dándole ánimos;

  • está en el entorno actuando en la eficacia de las medicinas, promoviendo la generosidad en la familia y en el personal sanitario;

  • está alegre cuando se consigue la creación, y triste cuando no se logra sanar la dolencia;

  • está, finalmente, envolvién­dolo todo con su salvación definitiva, actuando ya ahora y capaz de re­alizar nuestra salvación a pesar de todos los fracasos históricos.


Deducimos de aquí la responsabilidad e importancia de este “servicio” de estar junto o con el enfermo. En el caso del creyente, dando testimonio del Dios de la Vida.

El mal es inevitable en la realidad finita. Un mundo finito no puede ser perfecto.

Ha de quedar claro que la "presencia de Dios" no consiste es un "estar" abstracto y neutral, sino en un "hacerse presente" activo y orientado.


Dios está únicamente en los dinamismos positivos:


  • en el funcionamiento de su creación hacia adelante y hacia arriba,

  • en las fuerzas, circunstancias y realidades que ayudan al avance de la humanidad.


Todo lo demás (el peso de la finitud, la inercia de la histo­ria, el pecado de la libertad...), en la medida que se opone a este avance, se opone igualmente a Dios, que lucha contra todo ello con nos­otros, en nosotros y a favor nuestro.


Nos hemos situado en la perspectiva de la creación en sus sentidos más obvio y auténtico: el de un Dios que, por amor, da la existencia a las criaturas con el único fin de que sean lo más plenas y felices posible.



3. Consecuencias para la pastoral


Porque Dios es amor, Dios consiste en amor. Un amor activo que todo lo inunda y desea trasformarlo para el bien ("mar de amor", S. J. Cruz).


No hay lugares más seguros para percatarse de la presencia de Dios que aquellos en los que se anuncia algún tipo de amor: allí con toda certeza está El. Jesús no se cansó de repetirlo, elevándolo a criterio supremo:


en el gesto mínimo del vaso de agua

igual que en lo arriesgado de visitar a un preso...

en el gesto generoso de la buena persona anónima,

en la entrega de los misioneros y misioneras, etc


entonces contamos con la seguridad infalible de que allí está Dios.


Ciertos prejuicios, heredados del pasado, pueden obscurecen esta evidencia.

Así,


- un "dios" que interviene desde fuera y no se implica total y únicamente en el bien de las criaturas,

- que lo mismo puede mandar el mal o el castigo y

  • que, por motivos muy diversos, llega a exigir nuestro sufrimiento y complacerse en el.


Es preciso, por tanto, recuperar el verdadero Dios de Jesús, una au­téntica "conversión" que lleve a percibir espontáneamente a Dios como gozando con nuestro gozo y realizándose en nuestra realización.


Y la experiencia de cada día verifica que no hay en el mundo nada que trasparente tanto a Dios y deje ver con tanta claridad su presencia co­mo un gesto humano verdaderamente amoroso, del tipo que sea.


Es preciso recuperar una visión sana del amor humano y no perder la ocasión de evangelizar esta fuente extraordinaria de humanización, des­aprovechando, por ello, la oportunidad de hacer ver su transparencia para aquel fondo divino del que nace.


Es preciso poner en ejercicio una pastoral que sepa acompañar con inte­rés cordial, sabiduría humana y gozosa sintonía evangélica el nacimiento y la maduración del amor en esa etapa en que los jóvenes son plásticos para la trasformación, porosos a la generosidad y sensibles a la tras­cendencia.


Y, más tarde, presentar una espiritualidad matrimonial que profundizase en su misterio central. Un misterio tan fuerte que, ya desde los co­­­­­­mienzos, la misma Biblia se asombra de que sea capaz de romper incluso los vínculos más íntimos (Gen 2, 24: "dejará el hombre a su padre y a su madre"); y un misterio tan profundo que la carta a los efesios no duda en ponerlo en paralelo con la relación de Cristo con su Iglesia (Ef 5, 32).


Así se ayudaría a descubrir en el amor humano un lugar privilegiado para la epifanía del amor divino.








OBEDIENCIA, DISCERNIMIENTO

Y AUTORIDAD EN LA VIDA RELIGIOSA1


Begoña Zubizarreta, odn


1 Obediencia

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2 Discernimiento

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3 La autoridad

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4 El papel de los medios de comunicación

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5 1. Autor y libro

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6 Juan Martín Velasco es un teólogo sobradamente conocido. Sus muchos libros y artículos, sus muchos años de docencia en el Instituto de Pastoral, del que fue director en dos ocasiones, le avalan como profesor competente en Fenomenología de la religión y también en otras materias relacionadas con la teología y en concreto la teología Pastoral. Buen conocedor de nuestros grandes místicos españoles, su experiencia personal, su talante espiritual y el conocimiento personal me lleva a llamarle “maestro”, que no profesor.

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7 DIOS QUE SE ESCONDE

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8 Forum.com

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