LA PERTENENCIA


LA PERTENENCIA






Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de mayo de 2006 nº 54











VERANO, TIEMPO DE ESTÍO






Ceres ha llorado
sus lágrimas de oro.

Las profundas heridas
de los arados
han dado racimos
de lágrimas.

El hombre bajo el sol
recoge el gran llanto
de fuego (F. García Lorca)


















ÍNDICE



  1. Retiro ………………….………3-10

  2. Formación…………….……..11-24

  3. Comunicación.….…...........25-33

  4. El anaquel……….……........34-51

  5. Índice del curso..…………..52-54




Revista fundada en el 2000


Edita y dirige:

Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"

Avda. de Antibióticos, 126

Apdo. 425

24080 LEÓN

Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254

e-mail: formacion@salesianos-leon.com


Maqueta y coordina: José Luis Guzón.

Redacción: Segundo Cousido y Mateo González

Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN 1695-3681


RETIRO






1 -Entre le gozo y el desencanto-

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Agustín Iglesias


Introducción


  • La pregunta por la pertenencia vendría a ser, en términos evangélicos: ¿Dónde está tu corazón? (cf. Lc 12, 34).


La respuesta podría deducirse del texto de Marcos (cf. Mc 3, 13-15). La elección de los doce es una especie de paradigma de lo que ha sucedido con nosotros: llamados, convocados para ser enviados. Significa que la llamada es personal y conlleva la incorporación a un cuerpo apostólico.


La pertenencia efectiva y afectiva a ese cuerpo consistirá en ir descubriendo y gustando cómo, grabada en la esencia de la propia vocación, está una comunidad, como ámbito de realización personal según Dios y como plataforma para la misión.


  • Si aceptamos lo que significa la pertenencia, a los SDB no deberían sorprendernos que D. Bosco subrayase la importancia de una decisión lúcida y generosa antes de entrar en la vida Salesiana. (cf. ACG XIX, pp. 89-90).


-Decisión lúcida, necesitada de un acto de inteligencia por el que el candidato comprende y acepta por qué Dios quiere hacer de él un religioso, cuáles son los recursos de realización personal que se le ofrecen, y cuáles son las exigencias de su decisión.

-Decisión generosa que postula un acto de libertad.


Los actos de inteligencia y de libertad están al inicio de la opción. Habrán de convertirse en actitudes para que el salesiano, lejos de soportar su vida, vaya dando puntualmente una respuesta agradecida y gozosa a la llamada. (cf. Mt 19, 21).


  • El Ritual de la Profesión Religiosa pone en boca del Superior que recibe al profeso estas palabras: Formáis parte de nuestra comunidad y sois miembro de nuestra Congregación, para que, desde ahora, todo lo tengáis en común con nosotros”.

El Ritual Salesiano: “En nombre de la Iglesia y de la Sociedad Salesiana, te recibo como hermano comprometido con votos perpetuos entre los Salesianos de Don Bosco. El abrazo que ahora nos damos sea signo de esta comunión de vida.”


Son fórmulas que, dentro de la esencialidad y la sencillez, expresan lo que es la pertenencia


-como punto de partida: “formar parte de una comunidad”- “ser recibido como hermano”.


-como camino: “para que desde ahora...” -“comprometido con votos perpetuos”...


- y como punto de llegada: “tenerlo todo en común”-“vivir en comunión”.


Las fórmulas expresan los tres tipos de pertenencia a un cuerpo apostólico:


-la pertenencia jurídica: el estar

-la pertenencia vital: el ser

-la pertenencia de comunión: el hacer.



1º. PERTENENCIA JURÍDICA. (El “estar en”).


La pertenencia jurídica, el estar, (“estar en”, “formar parte”), conlleva dos actos fundamentales:


  • 1º. Un acto canónico vinculante, personal y libre que se realiza en un momento por medio de un signo externo: la profesión pública y perpetua aceptada por un Superior en un contexto de Iglesia y de Congregación. Representa el punto final de un proceso de discernimiento realizado por el Instituto y por la persona del profeso.


  • 2º. Unos compromisos mutuos

-El instituto se compromete a facilitar la realización de la persona en todas sus dimensiones: humana, cristiana, religiosa, cultural y social.


-Y el profeso se compromete a realizarse en el Instituto.


Por ambas partes hay derechos y obligaciones:


-La persona que se vincula jurídicamente a un Instituto adquiere unos derechos que son obligaciones para el Instituto.


-El Instituto tiene también derechos que son obligaciones para la persona que libremente se entregó a Dios en él.


La pertenencia jurídica se expresa existencialmente conjugando derechos y deberes en una especie de pacto basado en la conciencia, por parte del profeso, de unos dones que se ponen a su disposición, y de una responsabilidad que se echa sobre sus hombros: es aceptado por el Instituto, y debe aceptar al Instituto y contribuir a su ser y a su hacer; es tratado como hermano y deberá vivir como hermano disponible para que su nueva familia pueda ser y pueda cumplir su finalidad.


Con la profesión perpetua el salesiano entra plenamente en la experiencia de vida salesiana que deberá vivir con fidelidad”

(Ratio 309)

La Sociedad Salesiana reconoce la vocación del hermano y le ayuda a desarrollarla; él, como miembro responsable, pone su persona y sus cualidades al servicio de la vida y la acción común”. (cf. C. 22)




2. PERTENENCIA CARISMÁTICA. (El “ser en”)


La pertenencia vital, (“el ser en”), requiere dar el paso de la pertenencia jurídica como hecho objetivo, a la pertenencia como elemento subjetivo.

A partir de la profesión, el profeso se identifica con su nueva familia hasta el punto de que ya no podrá pensarse fuera de ella. Con su entrega se pone en sus manos para que ella le ayude a realizarse según el deseo de Dios. Y, al mismo tiempo, a él se le confían la vida y la misión de la nueva familia.


  • La pertenencia vital, el ser en, lo da la vivencia del carisma, ese modo particular de percibir y realizar la propia identidad dentro de un cuerpo apostólico.


  • Si lo que cada uno es está relacionado con y condicionado por aquello de lo que forma parte, la identidad y la pertenencia representan los elementos constitutivos del “yo”, de modo que cuanto más se reconozca un religioso en un carisma, tanto más firme será la opción de vivirlo juntamente con otros que comparten ese mismo don dentro de la misma casa común que acoge a todos los con-vocados por el Espíritu, los sustenta, los orienta, los responsabiliza y los asemeja por encima de toda diferencia.


  • Por eso, no existe pertenencia vital sin identidad, ni identidad sin pertenencia vital, sin formar parte efectiva y afectiva de una familia que ha hecho del carisma su Regla de Vida.


  • La pertenencia vital postula que todo lo familiar sea aceptado por el religioso con gozo y agradecimiento y personalizado como algo que configura su identidad.


Buscar la identidad personal sin pertenencia es ahogarse en el individualismo.


Buscar la pertenencia sin identidad personal es caer en la dependencia.


A cada uno de nosotros Dios lo llama a formar parte de la Sociedad Salesiana. Para ello recibe de él dones personales y, si corresponde fielmente, encuentra el camino de su plena realización en Cristo”. (C. 22)



3. PERTENENCIA DE COMUNIÓN EN LA MISIÓN. (El “hacer con”)


La pertenencia de comunión para la misión, se hace por convergencia en tres ámbitos que enmarcan el estar, el ser y el hacer de los religiosos: la comunidad, el Instituto y la Iglesia.


3.1. Comunión en el ser y en el hacer de la comunidad


Una comunidad se instituye jurídicamente de una vez y queda regulada por unas estructuras. En cambio, la comunión en el ser y en el hacer de los miembros de la comunidad está en permanente construcción; no surge sin relativizar lo propio: aspiraciones, opiniones, sentimientos, bienestar... sin hacerse relativo a los demás, que es algo así como “en-redarse”, implicarse y complicarse.


  • El que, perteneciendo jurídicamente a una comunidad vive atado por intereses, apetencias, proyectos personales de autorrealización, el que intenta vivir por libre, bloquea la comunión, no hace comunidad.


El margen temible de esta actitud está en ser dejado de lado, en perder el afecto de todos.


  • En el otro extremo está la dependencia, que representa la dimisión como persona única, creativa y responsable en la comunidad. Es la perspectiva del religioso que busca “estar en” aunque sea a costa de anular la propia identidad.


El margen temible de esta actitud es el vivir dependiendo, negando a la comunidad la aportación de la propia originalidad.


-El independiente se aísla, en la práctica, niega la pertenencia a la comunidad apostólica.


-El dependiente al sacrificar su identidad personal, empobrece a la comunidad.


Una y otra actitud, por irresponsables, hacen imposible el gozo de la comunión en la tarea común.


  • Para realizarse sanamente en cualquier grupo humano, la persona necesita:


-por un lado, ser ella misma, afirmarse ante los otros como distinta, construir su propia historia.


-por otro lado, necesita salir de la soledad, entrar en relación plenificante con los demás.


La tensión entre esos dos polos no se resuelve curvándose narcisísticamente sobre sí; tampoco renunciando a ser uno mismo en el grupo; se resuelve cuando la persona se encuentra a sí misma en el ámbito de los valores que dan identidad y sentido al grupo al que pertenece. Esos valores compartidos por todos crean la comunión.


Una comunidad apostólica no puede reducirse a un hecho meramente jurídico que facilita la realización personal caprichosa;

tampoco es un asunto meramente psicológico que persigue el estar-bien en la comunidad; compromete y responsabiliza.


El Salesiano vive el espíritu de familia en la comunidad y contribuye a la construcción de la comunión entre todos los miembros. Convencido de que la misión es confiada a la comunidad se compromete a obrar con sus hermanos según una visión de conjunto y un proyecto compartido”. (Ratio, 33).

La vocación común implica la participación responsable y efectiva de todos los hermanos en la vida y acción de la comunidad local, inspectorial y mundial”. (cf. C. 123)


3.2. Comunión en el ser y el hacer del Instituto


La comunión congregacional se fundamenta en la experiencia teologal de la con-vocación por/para la misión.

Esa experiencia tiene un fuerte potencial de gozosa “sym-pathía” con todos los que pertenecen al mismo cuerpo apostólico por haber sido llamados para una misión que ha sido en los orígenes y sigue siendo encargo de Dios para ese cuerpo apostólico.

La pertenencia congregacional como experiencia teologal de convocación pide:

  • 1º- comunión con Cristo. Sin sensibilidad por el Cristo del Fundador, sin adoptar sus actitudes, sin el deseo de reproducir sus gestos, sin pasión por proseguir su causa en ámbitos concretos, ninguna pertenencia puede ser verdadera y gozosa (cf. C.11).

  • 2º- comunión con los hermanados por el mismo carisma. Forman una misma familia y, por eso, se pertenecen mutuamente; y cuanto más fuerte sea ese sentido de pertenencia, tanto más lo será también el vínculo humano para el servicio apostólico.

  • 3º- comunión en el servicio a los destinatarios del carisma del Instituto.


Como encargo de Dios, la misión la recibe el cuerpo congregacional en su totalidad. Por eso, reconocer la unidad de misión, aceptar gustosamente la pluralidad de presencias y tareas, conocer el bien que el Instituto ha realizado en el pasado y contribuir al bien que realiza en el presente en contextos diversos, y mantener la unión de mente y de corazón son desafíos que, si responsablemente respondidos, hacen gozosa y estimulante la pertenencia.


Entre los Salesianos no hay justificación para los individualismos apostólicos. Cada salesiano aporta sus dones y tiene parte de responsabilidad personal en la tarea misionera” (C. 44).

Cada uno de nosotros es responsable de la misión común, y participa en ella con la riqueza de sus dones y de la característica laical y sacerdotal de la única vocación salesiana” (C. 45).


3.3. Comunión en el ser y en la misión de la Iglesia


Evangelizar constituye la dicha y la vocación de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”. (EN 14).

El reto de la evangelización del mundo moderno es hoy de tal envergadura que exige de todo el Pueblo de Dios, pastores, seglares y religiosos, salir de sus propios cotos cerrados. Nada reafirma tanto el sentido de la pertenencia eclesial y nada fomenta tanto la comunión como la concienciación de ese reto que afecta a todos los bautizados y los llama hoy a crear consensos convergentes hacia la única misión.


  • 1. Es motivo de gozo reconocer el servicio de animación y unidad que hace la jerarquía al Pueblo de Dios.

*Sin embargo, produce desencanto la impresión que flota en el ambiente de que la vida religiosa “no termina de ser debidamente considerada” y que incluso “se da una cierta desconfianza frente a ella” (cf. CdC, 12). Es lamentable, además de empobrecedor, el que algunos pastores no parezcan entender ese modo peculiar de ser iglesia.

  • 2. Es también motivo de gozo comprobar cómo la Vida Religiosa, “don divino que la Iglesia recibió de su Señor”, (LG 43), vive la pertenencia eclesial contribuyendo generosamente a la evangelización.

*Sin embargo, produce desencanto el ver cómo el trabajo de muchos religiosos/as en sus propias obras, su conciencia de pertenencia a la Iglesia universal y la movilidad de su estilo de vida, hacen perder el sentido de pertenencia a la Iglesia local.

  • 3. Es igualmente motivo de gozo reconocer que hoy los laicos, -el 97 por ciento de los bautizados,- van tomando conciencia del deber de actuar como “agentes responsables de evangelización”. (cf. Ch. L. 3)

*Sin embargo, produce desencanto comprobar cómo muchos seglares siguen viviendo su fe más como consumidores de servicios religiosos que como sujetos activos de evangelización, tal vez por falta de formación.


La Iglesia, sujeto de la evangelización, no puede pretender evangelizar desde la uniformidad, sino desde la comunión entre los diversos carismas y estados de vida (cf. VC 4). “La comunión está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y responsabilidades” (ChL 20); “exige que la pluralidad de dones, de gracias y de carismas sea ordenada a la mutua colaboración”. (IX A. S. Prop. 28).


  • Por eso,a los obispos y pastores se les pide discernimiento de los carismas para dar cabida en la propia pastoral a los dones que el Espíritu suscita para edificación de la Iglesia, a los religiosos disponibilidad ante las necesidades pastorales, (cf. LG 45; MR 8), y a los laicos gestionar los asuntos temporales y ordenarlos según Dios. (cf. LG 31)

  • La vida religiosa, por “pertenecer a la vida y santidad de la Iglesia” (LG 44), ha sido y es evangelizadora; Pero “como la Iglesia universal se realiza en las iglesias particulares, es en estas donde se concretan para la vida religiosa la comunión y el compromiso evangelizador”. (cf. P. 741). Con precisión teológica lo dijo a los Superiores Generales Juan Pablo II: “Por vuestra vocación sois para la Iglesia universal a través de la misión en una Iglesia particular, espacio histórico en el que la vocación se expresa y donde realiza la tarea apostólica”.(cf. MR 23).


  • A los SDB “la vocación salesiana nos sitúa en el corazón de la Iglesia y nos pone plenamente al servicio de su misión”, (C 6) y, precisamente, “es la Iglesia particular el lugar donde la comunidad realiza su compromiso apostólico” (C 48)

El sentido de pertenencia eclesial hace que los Salesianos:

-“veamos en la Iglesia el centro de unidad y comunión de todas las fuerzas que trabajan por el Reino

- nos sintamos comprometidos con las preocupaciones y los problemas de la Iglesia universal en su impulso misionero

- y nos insertemos en la pastoral de la Iglesia particular según nuestra vocación específica”. (cf. Ratio 83),

Significa que para un Salesiano no es pensable ningún dualismo entre pertenencia salesiana y pertenencia a la Iglesia universal o particular, y que el modo de pertenencia a la Iglesia y de contribuir a su misión consiste en aportar la riqueza y originalidad del carisma salesiano.

Por eso, entre los criterios que orientan nuestra acción evangelizadora, (cf. C 41), está el de responder a las necesidades de la Iglesia. Pero, en una pastoral orgánica, a los Salesianos no se nos puede pedir cualquier cosa que sea necesaria, sino nada más y nada menos que la aportación de nuestra identidad carismática. (C 48).

Es desde la fidelidad al carisma salesiano como vivimos la pertenencia eclesial, servimos al Evangelio y nos constituimos en factor de comunión para otras fuerzas y movimientos.


1.1

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1.1.1 “Todo salesiano, llamado a identificarse con Cristo como Don Bosco, cultive la relación con el Fundador, asuma las Constituciones como libro de vida, manténgase en sintonía con la conciencia carismática de la Congregación, conozca y asuma sus orientaciones y consolide el sentido de pertenencia a su Inspectoría”. (Ratio 47).

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PISTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL


¿Qué te alienta o desalienta para pertenecer no sólo jurídicamente, sino afectiva y efectivamente a la Sociedad Salesiana?

Las pistas que ofrece este artículo buscando enraizar una pertenencia gozosa a tu comunidad ¿qué posibilidades te sugieren?

Ante el reto de la Evangelización en las circunstancias actuales ¿cómo relanzar la unidad de misión en la Iglesia universal y la Iglesia local, y, qué acciones habría que emprender?









FORMACIÓN





Una fraternidad nueva para una sociedad nueva 1



La vida fraterna, aunque solicitada y sostenida principalmente por motivos evangélicos, debe afrontar también los retos que le vienen desde el exterior. Es decir, también se ve solicitada por los problemas que la nueva sociedad plantea a la misión.


La nueva sociedad influye, más de lo que solemos pensar, en la vida fraterna. El descenso del número de vocaciones, que reduce la consistencia cuantitativa de los miembros de las fraternidades, es la señal más relevante del influjo de la sociedad en la vida fraterna. Pero también las nuevas formas de colaboración con los laicos, los problemas derivados del redimensionamiento de las obras, la necesidad de emplear lo mejor posible las energías disponibles, la difusa cultura democrática... son elementos que hablan de que las formas concretas de realizar la vida fraterna en misión están cambiando, o deberían cambiar, de forma notable.


De ahí la necesidad de afrontar también las cuestiones relativas a las exigencias de una organización diferente o de cambios estructurales en la vida fraterna para que se halle en condiciones de responder a los retos de la nueva sóciedad. Hagamos dos consideraciones previas:


La primera es que la vida fraterna no se construye solamente a base de convencimientos de fe (dimensión teologal), de virtudes personales (dimensión ascética) y de comunicación (que es lo que hemos examinado hasta ahora), sino también con estructuras apropiadas, es decir, con una organización de su funcionamiento interno y apostólico que ajuste la vida fraterna a las nuevas condiciones de la misión.


Un síntoma de hasta qué punto esta dimensión es percibida como urgente lo ofrece cierta intolerancia que manifiestan algunos ante los reclamos o llamadas genéricas y vagas a la caridad, cuando se ponen en primer plano para resolver los problemas cada vez más complejos de la comunidad. Y, bien visto el asunto, no lo hacen porque consideren que la caridad sea superflua, sino precisamente porque piensan que la caridad debería ser también el alma de las estructuras e influir en las adaptaciones que las estructuras deberían experimentar para convertirse en expresión de una
eclesiología de comunión y poder luego traducirse en una espiritualidad de comunión, como parte integrante de una espiritualidad de la misión.


La segunda es que los cambios, en este terreno, no sólo se refieren a nuevos procedimientos de decisión, a nuevas formas de gobierno o a un nuevo estilo de autoridad, sino también a un cambio de mentalidad o de cultura o de «filosofía»; a un cambio sin el cual las deseadas innovaciones jurídicas o de procedimiento se quedan en un esqueleto descarnado, sin un cuerpo vivo y vitalizador.


Comencemos examinando los cambios que hacen urgente fijar nuestra atención en esta dimensión, para pasar luego a las consecuencias relacionadas con las formas de acción de las comunidades que quieren ser fraternas.





Los cambios estructurales

1. Por qué son necesarios


En estos años, en Occidente —y la misma tendencia se ha manifestado en todo el mundo— se ha pasado de una cultura centrada en la autoridad y en la obediencia a otra de tipo democrático, en la que las relaciones horizontales son consideradas más importantes que las verticales. En el fondo, esto está teniendo su influencia también dentro de la Iglesia y de la vida consagrada, y obliga a pensar y exigir una nueva forma de expresar y realizar el valor evangélico de la fraternidad partiendo de una acentuación de la responsabilidad personal.


Por otra parte, el vertiginoso crecimiento de las especializaciones y competencias requeridas en cualquier sector de actividad crea una fuerte interdependencia entre los que operan en un mismo sector o en una misma actividad. Este hecho nos descubre el valor de la interdependencia y exige un reforzamiento general de la corresponsabilidad.


Más aún: las crecientes necesidades de la misión están pidiendo nuevas formas de colaboración entre las personas consagradas y los laicos. Y esto exige una visión del trabajo cada vez menos autárquica y una concepción de la colaboración cada vez más real y en la que se comparta cada vez más la responsabilidad.


Las nuevas instancias apuntan, pues, a la creación de «estructuras de fraternidad» cada vez más interdependientes y corresponsabilizadoras.


2. Qué significan


Se trata, en concreto, de encontrar nuevas formas de ejercer la autoridad, que tiene que estar más atenta a respetar y coordinar las distintas competencias. Una autoridad «autocrática» y centralizadora es impensable en las nuevas circunstancias.


También la obediencia está llamada a asumir nuevos rostros. La corresponsabilidad, por ejemplo, será uno de sus nuevos nombres, aunque no el único. La obediencia le será debida no sólo al superior, sino también a las exigencias del trabajo en común y de la coordinación, y tendrá que asumir una convencida disponibilidad a dejarse coordinar, precisamente para el buen resultado del trabajo al que uno ha sido llamado a entregarse. Y esto tanto en las fases de proyecto como en las de ejecución y verificación.


Las relaciones interpersonales, más que por la dependencia o independencia, estarán caracterizadas, pues, por la
interdependencia, puesto que todos son o deberían ser, aunque a distinto nivel, corresponsables de un proyecto comunitario y misionero.


La probable y ya creciente presencia de los laicos acentúa aún más esta nueva forma de buscar la estructuración de la fraternidad en un sentido cada vez más corresponsable.



3. Lo que conllevan


En primer lugar, un nuevo modo de concebir la vida fraterna, menos autárquica o autosuficiente y más integrada.


En segundo lugar, pasar a elaborar una nueva normativa que tenga presente la necesidad de definir o redefinir las funciones y competencias.


Pero también prever una verificación constante de la interacción del sistema interno de la comunidad con las exigencias de la misión y con la relativa disponibilidad al cambio.


En definitiva, se trata no sólo de un compromiso más real y corresponsable de cada uno, sino también de una aceptación de funciones bien definidas, que naturalmente han de respetarse.



Algunos pasos a dar


Los cambios en curso, con la adecuación que comportan a nivel personal y organizativo, exigen dar algunos pasos adelante, u otros que nos lleven a abandonar posturas ya superadas, para adaptar nuevas posturas más fraternas y funcionales, tanto en la mentalidad como en el modo de afrontar el trabajo apostólico. Concretaremos tres, al menos:



1. Del yo al nosotros


No es fácil convencer a algunos hermanos y hermanas, que posiblemente tienen un pasado de un trabajo autónomo importante, de que la misión, por lo general, es confiada a la comunidad antes y más que a cada persona en particular. Y no es fácil, sobre todo, porque esto conLleva dar el paso de pensar la misión en términos de «yo» a pensarla en términos de «nosotros».


Pero el «nosotros» exige un proyecto comunitario, elaborado «junto con», realizado «junto con», evaluado «junto con». Tres verbos que han de conjugarse siempre con el adverbio «junto con»: programar, ejecutar y evaluar. «Junto con» se refiere al hecho de que estas tres acciones u operaciones han de ir siempre juntas, unidas, y también al hecho de que deben ser conjugadas por un «nosotros», es decir, juntos y en común: nosotros programamos junto con, nosotros trabajamos junto con, nosotros verificamos y evaluamos juntos.


Este paso es un punto que no puede eliminarse de la vida fraterna, la cual no es sólo «Vivir junto con», sino también «actuar juntos», con todo lo que la acción comporta actualmente.


Aquí surgen de manera inmediata y espontánea todas las dificultades y objeciones posibles y ya conocidas: la fraternidad no implica necesariamente esos pasos, puesto que se puede ser hermanos y hermanas y no actuar juntos. Nosotros los latinos, por lo general, rendimos mucho más cuando trabajamos solos.


Hay personas que son brillantes cuando se les da carta blanca en el trabajo, pero que se apagan cuando se las integra en un grupo. Hay trabajadores infatigables en lo «suyo» y tristes y descontentos colaboradores de otros y con otros: ¿por qué, entonces, hacerles pasar del huertecillo superproductivo cultivado en propiedad al vasto campo común de escasa productividad?


Son dificultades reales y que cubren una parte de la realidad, marcada por siglos de condicionamientos culturales, además de por la naturaleza individualista de los particulares.


Pero las preguntas que se les puede hacer, como réplica, a quienes presentan estas dificultades, tampoco son menos pertinentes: ¿tiene el Evangelio menos fuerza que las tendencias de la naturaleza o de la cultura? ¿No puede aportarnos correctivos? ¿Estamos determinados por lo existente o podemos pensar en términos de progreso en la fraternidad operativa?


¿No es la vida cristiana un testimonio de fraternidad «global», a todos los niveles?
Y también: ¿no tenemos los cristianos la misión de ser sal de la tierra? ¿Y no tenemos que sazonar también el feroz individualismo encerrado en sí mismo? Los que profesamos seguir «más de cerca» a Jesucristo ¿vamos a resignarnos a considerar la colaboración fraterna y la corresponsabilidad como una utopía?


¿Acaso las grandes necesidades de la misión no exigen respuestas más colectivas y coordinadas, menos condicionadas por las instancias del yo? ¿Es posible hoy proceder de forma dispersa y desorganizada, pensando que el individuo puede responder solo a los retos de nuestro tiempo?


Se trata de un problema real, que no es sólo de carácter organizativo, sino que es primariamente un problema central de la espiritualidad, es decir, de nuestra forma de ir a Dios. San Agustín sintetiza muy bien el problema cuando afirma, más o menos, lo siguiente: ¿quieres ver adónde has llegado en tu camino espiritual? Habrás adelantado en la medida en que prefieras las cosas comunes a las tuyas personales.


El criterio para juzgar «dónde nos encontramos delante de Dios» no es el ayuno, ni la penitencia, ni la oración, ni ninguna otra cosa, sino el grado de aprecio, de entrega y de preferencia que manifestemos por el bien común en relación con el bien privado. Es decir, cuando por encima de nuestros gustos personales ponemos la construcción de la fraternidad y la consecución de sus finalidades, aunque sean opuestas a nuestra personal y legítima visión de las cosas.


Podríamos expresar el pensamiento agustiniano en estos términos: el ideal cristiano no es realizarte a ti mismo, sino llegar a ser hermanos de forma concreta, prefiriendo lo que hace crecer la fraternidad y su misión a lo que te hace crecer a ti personalmente. Es la renuncia efectiva a la búsqueda del «protagonismo» para aceptar ser actor con los demás, y estar en un «segundo puesto» o en el último, si fuera necesario para el bien común.


Estas afirmaciones se pueden hacer cuando tenemos los ojos abiertos y alerta a las posibles simplificaciones: es necesario evitar, por ejemplo, el individualismo exaltante, pero también el uniformismo deprimente.


Pero, sobre todo, es posible hacerlas cuando recordamos para qué hemos sido llamado a vivir con otros. A la fraternidad cristiana se le está pidiendo hoy un «testimonio luminoso» sobre este punto tan relevante, incluso para la convivencia civil, y me atrevería a decir que para el futuro de la misma humanidad.



2. Del nosotros genérico al nosotros carismático


El nosotros de la fraternidad no es algo indiferencia- do, una amalgama indistinta, sino algo bien caracterizado por una misión, por una espiritualidad, por un carisma, como se suele decir desde hace unos años.


La misma madurez de la persona se alcanza a través de la progresiva identificación con el carisma al que uno está dedicado. Lo dice claramente este texto de
La vida fraterna: «La identidad de la persona consagrada depende de la madurez espiritual: es obra del Espíritu, que impulsa a configurarse con Cristo, según la particular modalidad que nace del “carisma originario, mediación del Evangelio, para los miembros de un determinado instituto” (VF 36).


Tanto cada persona en particular como el
nosotros de la fraternidad están llamados a esta madurez carismática, es decir, a asumir la verdadera y profunda fisonomía propia querida por el Señor; fisonomía que tiene, además, su aspecto operativo en la especialización apostólica o diaconal.


La verdad es que se nos ha estimulado en demasía a ser «genéricos», improvisadores, «especialistas en todo»... Pero ha llegado el tiempo de la «concentración carismática», lo que exige una formación seria en lo que atañe al propio carisma, en el ámbito de una formación permanente para una profesionalidad más actualizada.
Y esto es tanto más relevante cuanto que, en más de un caso, se nos invita a abandonar formas tradicionales y probadas de actuación del carisma para adoptar otras nuevas, que requieren una profesionalidad distinta y, por tanto, una cualificación diferente.


Actualmente, se nos exige una clara identidad carismática no sólo para ser significativos en el desarrollo de una misión, sino también para ser capaces de involucrar a los laicos en nuestra propia misión. Los laicos se sienten atraídos por las personas que viven su misión con coherencia y dedicación, especialmente si esa misión la lleva adelante no un francotirador por libre, sino un
nosotros bien concorde e integrado.


También podemos afrontar con serenidad y eficacia el grave problema de redimensionar las obras, si concentramos el esfuerzo de cada uno en la misión común compartida.




3. Del nosotros autárquico al nosotros compartido


El paso siguiente es compartir, tanto dentro como fuera.


Dentro se advierte la necesidad de una corresponsabilidad más efectiva, que requiere, en primer

lugar, claridad de competencias: «Es necesario que el derecho propio sea lo más exacto posible al establecer las respectivas competencias de la comunidad, de los diversos consejos, de los responsables de cada sección y del superior. La falta de claridad en este punto es fuente de confusión y de problemas» (VF 51).


Y en otro lugar dice: «La autoridad suscita la aportación de todos a las cosas de todos, anima a los hermanos a asumir las responsabilidades y las sabe respetar» (VF
50 b).


El ejercicio de la corresponsabilidad no depende sólo de la autoridad, que debe ser consciente de la necesidad de descentralizar y coordinar; depende también de los hermanos y hermanas que han de entrar en esa misma perspectiva.


No es fácil hacer asumir una responsabilidad que luego implica la exigencia de ser coordinada. En muchos hermanos y hermanas sigue teniendo mucho peso la doble actitud tradicional bipolar «obediencia- mando»: se obedece cuando se es «súbdito», y se manda cuando se es «superior».


Pues bien, hay que completar este esquema con un tercer elemento o una tercera actitud: la corresponsabilidad, que es expresión de la interdependencia o, más profundamente, de una fraternidad capaz de crear nuevas relaciones interpersonales.


En la mentalidad anterior, la obediencia se practicaba en la dependencia, mientras que en el
nosotros compartido la obediencia se practica en la interdependencia o en la corresponsabilidad coordinada o en la colaboración responsable.


No es un paso de poca importancia, pero hemos de darlo para realizar en profundidad la fraternidad cristiana, en la que todos dan lo mejor de sí para el crecimiento del conjunto y para que éste pueda alcanzar su finalidad.


Esta fase interna es necesaria para estar en condiciones de difundir también hacia fuera un estilo fraternal.


Fuera se impone, cada vez más, una colaboración con los demás componentes y fuerzas eclesiales.


La colaboración más «sentida» en este momento, aunque no la más practicada, es con los laicos, por la posibilidad que brinda de extender la misión a un campo más amplio y de prolongar en el tiempo el carisma y el espíritu de la propia tradición. La apertura a los laicos es ya una realidad que también ha sido recomendada por el Santo Padre en la Exhortación Apostólica La vida consagrada (54-56).


Pero tampoco hemos de olvidar la deseada
colaboración con otras personas consagradas u otros Institutos, aunque las actuaciones prácticas son menos numerosas, y las perspectivas menos apetecibles, lo cual no deja de ser uno de tantos misterios...


Sería de desear que los diversos carismas, o al menos los carismas similares, pudiesen hallar puntos de encuentro y colaboración. La perspectiva de «familias de carismas», o de «carismas semejantes», o de carismas «de común inspiración», debería conducir a proyectos comunes, bastante deseables y realistas en estos tiempos de reestructuración y de necesidad de ofrecer también a las generaciones jóvenes «signos de novedad».


¡Sin mencionar que la búsqueda conjunta de nuevas respuestas misioneras a las situaciones actuales constituye un ejemplo de fraternidad que supera las fronteras de los pequeños grupos, para afrontar con responsabilidad fraterna y eclesial los formidables desafíos del momento presente!

En este terreno se han dado algunos pasos, pero persiste el misterio del cúmulo de dificultades prácticas para dar vida a proyectos comunes que sean signo elocuente de una fraternidad más madura en el ámbito eclesial y misionero.


Más habitual y —así lo esperamos— más cordial es la colaboración con
el clero y las iglesias locales, que revisten diversas formas, vinculadas a las diversas situaciones de las diócesis o parroquias, de las personas consagradas y de la diversa maduración alcanzada por unos y otros en la eclesiología de comunión.


En todos estos sectores, quienes tienen una experiencia fuerte del
nosotros fraterno no pueden dejar de ser fermento de fraternidad, «expertos en comunión», levadura de corresponsabilidad operativa, sal de colaboración efectiva, signo de la novedad cristiana en medio de la complejidad de nuestra socie1ad.


Todo esto puede desembocar en una
misión más coral y participativa, menos caracterizada por la marca clerical o laical-laicista y, en consecuencia, más legiblemente eclesial, precisamente por el hecho de que componentes tan diversos de la Iglesia (religiosos, laicos, ministros sagrados) participan en ella, ofreciendo una idea menos parcial y más completa de la Iglesia.





La autoridad


Como ya hemos indicado, la autoridad y su nueva imagen tienen un puesto relevante. Ante ella nadie es neutral del todo ni puede fingir serlo.


Las reacciones ante la autoridad son de lo más variadas: van desde la huida («del superior y del mulo, cuanto más lejos más seguros») hasta la confrontación («a los superiores hay que oponerse; si no, te aplastan»), y desde la esterilización de su cometido («el superior es e] que entona los salmos») hasta la sumisión exagerada («mejor someterse que tener que lamentarlo»).


Todas éstas son actitudes negativas, de tipo defensivo, que incluso podrían comprenderse a la luz de algunas experiencias poco felices del pasado, pero que hemos hacer evolucionar hacia una relación positiva que permita a la autoridad aportar su insustituible contribución a la construcción de la fraternidad y al servicio de la misión.


Es sensato reconocer que las dificultades relativas a la autoridad pueden provenir de las dos partes. Reconocer que quien está movido por motivaciones egoístas difícilmente acepta el valor evangélico de la obediencia; que no todos los cambios de estos años han significado un progreso en el campo de la fraternidad; que es necesaria una orientación más firme de los carismas de los particulares hacia la construcción de la fraternidad; que aquí y allá se manifiestan deseos de dar con una nueva imagen de la autoridad y una nueva forma de ejercer las diversas funciones en la comunidad.


Encontramos en el documento
La vida fraterna (47-53) una aportación al trabajo de rediseñar la figura y las tareas de la autoridad. Son páginas que tienen presente la situación de incomodidad con respecto al tema y que, por ello, se proponen ayudar a rediseñar una nueva imagen de la autoridad para llegar a unas relaciones más serenas. En su intento de presentar el nuevo rostro de la autoridad, el documento privilegia tres aspectos:


En primer lugar
la autoridad debe ser una autoridad espiritual, es decir, «convencida de la primacía de lo espiritual» para el crecimiento de la persona y de la vida fraterna, «consciente de que, cuanto más crezca el amor de Dios en los corazones, tanto más se unirán los corazones entre sí».


En segundo lugar debe ser creadora de unidad; y ofrece para esto un verdadero y concreto decálogo que muestra las vías de la fraternidad, no sólo para la autoridad, sino para todos, ya que todos estamos involucrados en esta tarea.


No expone normas jurídicas, sino indicaciones que podrían titularse «el arte de construir la fraternidad» o «cómo progresar juntos en la vida fraterna». Es una verdadera contribución, sensata y actualizada, al «arte de las artes», que es el
regere animas o la cura animarum.


He aquí el decálogo:


1. Crear un clima favorable al compartir y a la corresponsabilidad.


2. Suscitar la aportación de todos a las cosas de todos.


3. Animar a los hermanos a asumir y respetar sus responsabilidades.


4. Suscitar la obediencia, en el respeto a la persona humana.


5. Escuchar gustosamente a los hermanos y a las hermanas.


6. Promover su colaboración concorde.


7. Practicar el diálogo y ofrecer momentos de encuentro.


8. Infundir esperanza y coraje en los momentos difíciles.


9. Mirar al futuro para abrir nuevos horizontes a la misión.


10. Mantener el equilibrio entre los diversos aspectos de la vida comunitaria: entre oración y trabajo, entre apostolado y formación, entre esfuerzo y descanso.


Cada uno de estos puntos merecería un examen pormenorizado, dada su importancia y su novedad.


Naturalmente a este decálogo debería corresponder otro destinado a quien ha de colaborar cordialmente con la autoridad en todas las formas, incluida la obediencia.


En tercer lugar, la autoridad debe saber tomar la decisión final y garantizar su ejecución.


Emerge aquí con toda claridad la complejidad de las tareas de la autoridad. En los dos primeros puntos que hemos indicado es animadora; pero su función no se reduce a la animación, porque también debe decidir. Y, además, debe ser firme en exigir la ejecución de cuanto se haya decidido en común (lo más posible) o de cuanto ella misma haya decidido, después de haber escuchado a los hermanos o las hermanas. Que la modalidad sea una u otra, depende de las reglas propias de cada Instituto.


Su palabra no es la única palabra. Tan sólo es la última palabra, y su decisión, normalmente, no la toma en solitario.


También el proceso de decisión ha de tener su propia reglamentación: hay decisiones que deben tomarse por toda la comunidad, y otras que se reservan a la autoridad «según el derecho propio». Conviene que el derecho sea explícito y claro con respecto a las competencias, es decir, sobre a quién le corresponde la decisión y sobre las modalidades del proceso de decisión. La claridad en estos puntos, sobre los que algunas Constituciones son más bien reticentes, y que por ello deberían completarse, es necesaria para el buen funcionamiento de la comunidad.


Sintéticamente se delinea la figura de una autoridad implicadora y paciente en la fase del proceso de decisión, para ser, en cambio, fuerte y firme en la fase de ejecución. Como si dijera: quien implica lo más posible a los hermanos y hermanas en las decisiones tendrá más autoridad a la hora de exigir la ejecución, es decir, de mantenerse firme en lo que se ha decidido.


Y además: que no abdique de su función: «Quien ejerce la autoridad
no puede abdicar de su cometido de primer responsable de la comunidad» (VC 43).


Se toca aquí otro punto delicado: el hacer participar en la decisión a todos o al mayor número posible de hermanos no elimina
la obediencia profesada: «No se puede olvidar que en toda esta delicada, compleja y frecuentemente dolorosa cuestión desempeña un papel decisivo la fe, que permite comprender el misterio salvífico de la obediencia... [la cual] será siempre una fuerza indispensable para toda Vida familiar» (VC 53).


También lo confirma
La vida consagrada: «En ambientes fuertemente marcados por el individualismo, no resulta fácil reconocer y acoger la función que la autoridad desempeña para provecho de todos. Pero se debe reafirmar la importancia de este cargo, que se revela necesario precisamente para consolidar la comunión fraterna y para que no sea yana la obediencia profesada» (VC 43).


Así pues, la autoridad se nos presenta como una realidad «fraterna» al servicio de la construcción de la fraternidad orientada a la misión. Estamos lejos tanto de una fraternidad acéfala —y, en consecuencia, en potencial peligro de disgregación— como de un autoritarismo por encima de la fraternidad y separado de ella. Ahí tenemos el ideal de las primeras comunidades cristianas, ilustrado por los Hechos de los Apóstoles y caracterizado por la realidad básica de una fraternidad que reconoce y admite la guía de los Apóstoles.


El ideal está tomado de la Iglesia de los orígenes y, como aquél, ha tenido, sigue teniendo y tendrá dificultades para realizarse, al verse solicitado por fuerzas opuestas. Pero vale la pena «arriesgarse» por él, ya que «la Iglesia tiene urgente necesidad de semejantes comunidades fraternas. Su misma existencia representa una contribución a la nueva evangelización, puesto que muestran de manera fehaciente y concreta los frutos del “mandamiento nuevo”» (VC45).



El discernimiento y las decisiones comunitarias


«Examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (1 Tes 5,19)


Discernimiento y decisiones comunitarias
son cosas distintas, pero las abordamos aquí juntas, porque toda decisión comunitaria debería tener algo —o mucho— del espíritu de discernimiento.


Lo que hace crecer a la fraternidad es el procurar buscar y cumplir juntos la voluntad de Dios, como expresión del único mandamiento del amor a Dios y al prójimo.


El discernimiento y las decisiones suponen una fraternidad que ejercita su corresponsabilidad, ante todo, en la búsqueda de la voluntad de Dios, y después en su cumplimiento, para concluir verificándola.



El discernimiento tiene exactamente esta finalidad: intentar buscar juntos la voluntad de Dios en una situación determinada, para cumplirla juntos.


En su sentido más técnico, el discernimiento es para casos poco frecuentes, porque requiere un tiempo más bien largo; pero su espíritu, en cambio, su finalidad y su estructura deberían estar presentes en cualquier decisión comunitaria, que debe alejarse del solo criterio de la eficiencia o del éxito humano, lo mismo que de los puros criterios espiritualistas, es decir, abstraídos de la materialidad de los avatares cotidianos.


Las decisiones comunitarias tienen que ver con el crecimiento del Reino, a partir del crecimiento de la fraternidad, que sigue siendo una de las manifestaciones más seguras de la presencia del Reino de Dios entre los hombres.


Del
discernimiento comunitario se habla mucho en estos últimos años, aunque con escasas indicaciones sobre el método, sobre cómo llevarlo a cabo. Mientras sabemos mucho sobre el discernimiento personal, sobre el comunitario todavía no tenemos indicaciones lo bastante completas. Ante esta dificultad, no sería bueno que tuviesen razón quienes afirman que sólo se habla de discernimiento cuando se está inseguro con respecto al futuro; en una palabra, cuando no se sabe qué hacer. Al no poder o no querer dar indicaciones concretas, se prefiere dejarlo todo en cierta vaguedad y se sugiere el discernimiento.


Pero la insistencia con que se habla de él a todos los niveles proclama muy alto su necesidad en el momento presente, un momento caracterizado ciertamente por la incertidumbre, pero también por una acrecentada toma de conciencia de la acción del Espíritu Santo y por una renovada y explícita confianza en el Espíritu que actúa en la historia, que ayuda a descubrir su acción y asiste para dar las respuestas más convenientes.


Del discernimiento comunitario habla con frecuencia La vida consagrada, preferentemente en referencia al futuro por construir, junto con toda la Iglesia, en el esfuerzo por comprender «el designio de Dios en los actuales avatares de la historia» (VC 53). Pero también habla de él La vida fraterna al referirse a los problemas más típicos de una comunidad: «El discernimiento comunitario es un procedimiento muy útil, aunque no fácil ni automático, ya que exige competencia humana, sabiduría espiritual y desprendimiento personal» (VF 50 c).


De todo el conjunto se deduce que el discernimiento requiere una comunidad fraterna, animada por una espiritualidad de comunión, que busque verdaderamente lo que el Señor quiere que hagan tanto la comunidad como la Iglesia. Y el Señor quiere, ante todo, que los hermanos se reúnan en oración para experimentar su presencia, ponerse en sus manos y escuchar lo que El quiera comunicarles. Lo mismo que el Señor envía su Espíritu a una comunidad reunida en oración, así también manifiesta su voluntad a una comunidad fraterna que ora.


La primera condición del discernimiento es, por tanto, la oración, porque se trata de ponerse en contacto con algo inalcanzable y humanamente inasible, que sólo se nos puede comunicar como don de lo Alto.


Así pues, lo primero que necesitamos es la sabiduría espiritual, la dimensión contemplativa, el conocimiento del modo de actuar Dios, la comprensión de la «extraña» lógica de la historia de salvación, la conciencia de que las decisiones de una fraternidad cristiana tienen siempre una dimensión salvífica, distinta de cualquier otra dimensión humana, y de que para percibirla necesitamos la oración, pero también acudir frecuentemente a la Escritura y a la tradición espiritual del Instituto.


La segunda condición es la competencia específica en el tema a tratar. Se invita a los hermanos y hermanas a hacer la aportación de su competencia en decisiones que con frecuencia exigen un buen nivel de conocimientos, incluso técnicos y profesionales.


Ni que decir tiene que no es raro que la fraternidad carezca de los elementos necesarios para ofrecer una opinión «competente». Por tanto, hemos de ser modestos y tener la prudencia de pedir ayuda a expertos de fuera, esperando que esto no suscite celos y protestas en el interior. También es ocioso decir que no todos los miembros de una comunidad tienen la preparación necesaria para tratar cuestiones muy especializadas: los miembros no competentes deben saber orillarse para que la decisión no se malogre.


En el discernimiento, la decisión humana no es secundaria. Puesto que es en este mundo en el que debemos actuar, tenemos que respetar las leyes de la creación, que en este caso son las de la competencia técnico-profesional y las de la sociedad civil. De ahí la necesidad del diálogo continuo entre los hermanos o hermanas y los expertos que pueden y deben ser consultados, para poder llegar a una opción actualizada en todos los sectores afectados.


Hemos de dejar claro que también el que suele callar y carecer de «competencia», no pocas veces tiene más luz que los otros. Pedir a todos que hagan su aportación puede reservarnos gratas sorpresas.


La tercera condición es el desprendimiento personal.


No vamos al discernimiento para imponer nuestra propia voluntad, como suele suceder en las reuniones políticas u otras similares, sino a buscar la voluntad de Dios, con humildad y con la disposición de aceptar una decisión que incluso puede suponernos sacrificios y que puede implicar hasta el ocaso de nuestras tesis.


Sin desprendimiento de la propia voluntad, difícilmente se puede hablar de discernimiento, porque se viene a caer en una de tantas reuniones en las que se evalúan los pros y los contras, y luego se decide por mayoría.


Desde este punto de vista, el discernimiento no está hecho para llegar a un «consenso» sobre un punto o para lograr que prevalezca una tesis sobre otra, sino para saber cuál es la santa y salvífica voluntad de Dios, para someterse a ella y cumplirla.


El P. Arrupe solía decir que el auténtico discernimiento no es frecuente, precisamente por las pocas veces en que se da esta tercera condición. Habituados al método democrático, donde se busca la voluntad común o mayoritaria, difícilmente se entra en esta perspectiva de búsqueda de algo que nos viene de lo alto y que puede ser radicalmente distinto de cuanto pueda uno imaginar o desear, sea como individuo o como comunidad.


No hay que olvidar que el
discernimiento verdadero y auténtico exige tiempo y está reservado para los grandes acontecimientos, como pueden ser los Capítulos o Congregaciones generales o provinciales y las reuniones comunitarias en que se han de tomar importantes decisiones. «No se suele pesar la calderilla, sino sólo las monedas de valor», anotaba al respecto San Francisco de Sales, con la gracia que le caracterizaba.


Las decisiones comunitarias más frecuentes y ordinarias serán tanto más provechosas y «cristianas» cuanto más se aproximen a las exigencias del discernimiento, o sea, cuanto más conscientes seamos de que estamos en misión para cumplir la voluntad de Dios, para buscar soluciones sensatas y competentes; conscientes también de que para estar disponibles de verdad para encontrar esta santísima voluntad, o acercarnos lo más posible a ella, es necesario estar interiormente liberados y no querer llevar adelante con tozudez el propio proyecto, considerándolo implícitamente el mejor y creyendo que sin él las cosas se vendrían abajo o se pondrían en peligro.


Porque la misión tiene otra lógica, otra filosofía: la filosofía divina, ¡la lógica de la cruz!


En el discernimiento, que abarca también los signos de los tiempos, conviene recordar dos textos paulinos bastante diferentes pero complementarios; uno más «dialogante», y el otro más «preocupado por la identidad cristiana», en confrontación con las cosas de este mundo:


El primero: «No apaguéis el Espíritu, no tengáis en poco los mensajes inspirados; pero examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (1 Tes 5,19-21).


El segundo: «No os amoldéis al mundo este, sino id transformándoos con la nueva mentalidad, para que seáis capaces de distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que a Dios le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2).


La fraternidad crece también así, es decir, confrontándose con los problemas de la misión: una fraternidad en la que las opiniones, energías, talentos y carismas de todos confluyen en la búsqueda de la santa voluntad de Dios, y después, todos juntos, coordinados y sostenidos por la autoridad, ponen en práctica todo lo que se ha decidido. Es entonces cuando podemos decir que también la fraternidad está al servicio de la misión específica confiada a la comunidad.


¿Un ideal? ¡Ciertamente! Pero el crecimiento de la fraternidad también debe tener un modelo al que referirse, para no perderse en un zigzaguear dispersador y que no desemboca en nada concluyente. Pero, sobre todo, para ser una verdadera fraternidad, eficiente en la acción y signo de la novedad evangélica.









COMUNICACIÓN



El fenómeno «blog»2


¿Qué son los «blog»?


La definición no es fácil. En realidad, es un sistema complejo que no cabe en definiciones demasiado rígidas, y sobrepasa la tecnología que le ha dado origen’. El término
blog de por sí no significa nada. Es fruto de la contracción de las palabras inglesas web y log: web, que significa «telaraña», equivale a la Red entera, y log, «diario» y también «cuaderno de bitácora». El conjunto podría traducirse como «diario en la Red». Y esta es la definición más simple: es un espacio virtual, que funciona autónomamente, y permite editar una especie de diario personal, o más en general, contenidos de cualquier clase que aparecen por orden cronológico, del más reciente al más antiguo, y conservados en un archivo siempre dispuesto. Los contenidos pueden enriquecerse por conexiones con otros blog y con otros sitos dentro de una tupida telaraña de conexiones recíprocas. A medida que se insertan nuevos materiales, los más antiguos se colocan más abajo hasta confluir en el archivo semanal, mensual o anual.


Las características que hemos ilustrado permiten comprender cómo los
blog reúnen características propias de los newsgroup (cajetines electrónicos con mensajes accesibles con el programa de correo electrónico o con un lector de news adaptado), páginas web personales o portales de información. De hecho, igual que los newsgroup, los blog son cajetines de mensajes; como los sitios personales, revelan contenidos que se refieren a su autor; como los portales informativos, suministran informaciones de todo tipo: desde las estrictamente personales y autobiográficas a las de carácter general, como en el caso del reportaje sobre países en los que la libertad de prensa está prohibida. Desde su comienzo, en 1997, esta forma de expresión ha ejercido una función doble: poner Qn une historias personales, reflexiones del autor, pensamientos en formas de almanaque, en los que la cadencia cotidiana de puesta al día reproduce los ritmos de la vida ordinaria, por una parte; y por otra, realizar una forma de comunicación difundida desde abajo, sin filtros de carácter económico o espacial, que suministre información, y sobre todo cree opinión, por lo general «alternativa» con relación a la de los media más oficiales. Es necesario añadir que cualquier contenido añadido puede provocar el comentario por parte de sus lectores, los cuales por consiguiente pueden relacionarse directamente con el que lo ha escrito o con otros lectores.


Uno de los motivos por el cual el
blog se ha convertido en poco tiempo en un verdadero fenómeno, consiste en el hecho de que para realizarlo no es necesario ni un desembolso económico, ni una competencia particular en los lenguajes propios de la Red: en general, basta insertar los contenidos que se quieren publicar en módulos (form) ya predispuestos como plataformas que hacen gratuitamente el servicio. Los procedimientos son sencillos: basta registrarse, escoger un nickname, es decir, un mote o apodo para reconocerse, y un password (consigna). En este punto, hay que indicar el nombre del blog, decidir si se permite o no a los visitantes hacer un comentario y si se puede publicar inmediatamente o debe ser primero aprobado, y por fin, escoger el layout, es decir, la forma gráfica del blog. Cuando nos insertamos en uno de ésos, nos damos cuenta de la diferencia con relación al sito personal normal, que es más estático. El blog cambia en cualquier puesta al día, normalmente cotidiana, y manifiesta mejor el espíritu de su autor. Se reconoce enseguida, incluso por la representación gráfica esencial. Esta se compone, en general de tres campos verticales: el central contiene los post (es decir, los materiales disponibles, publicables), el de la izquierda, los archivos; el de la derecha los link con otros sitios y blog (el llamado blogroll). En este punto, ya definido el layout, el blogger (es decir, el autor del blog) puede insertar cualquier contenido de texto o multimedial. Con esto, su blog está listo.



Entre diarismo y periodismo


«El blog es tu voz en la web. Un espacio en el que puedes recoger y comunicar cualquier cosa que excite tu interés: un comentario sobre política, un diario personal online o link con sitios web que te interesen. Para muchos un blog es simplemente un espacio para anotar los pensamientos propios, mientras otros sirven para comunicar con un público de millares de personas en todo el mundo. Los blog son utilizados por periodistas, profesionales o aficionados, para publicar noticias de última hora, mientras que con los periódicos diarios es posible compartir con otros los pensamientos más íntimos» : esta es la definición que se lee en la página de presentación de los
Blogger, una de las plataformas más conocidas por la creación de blogs. Resulta clara la fusión entre la dimensión de diario personal y la periodística. Un ejemplo de tal fusión inspiradora es el realizado en Nueva York con ocasión del atentado de las Torres Gemelas, cuando los blogger contaron en directo lo que sucedía, como verdaderos «enviados especiales», produciendo crónicas en forma de testimonios personales. El blogger puede potencialmente informar de modo inmediato, sin pasar por ningún filtro; no hay garantía alguna acerca de lo escrito, fuera de la revelación personal del blogger.


El blog por consiguiente se sitúa a mitad de camino entre el periódico o la revista y la comunicación por pasapalabra. Con relación a un periódico normal en papel, el blog se caracteriza por la presencia decisiva del individuo y de sus preferencias al elegir y juzgar. Comparado a la comunicación del «pásalo», por el contrario, el blog puede contar con todos los recursos de la Red (link con el sito del editor, con otros comentarios y fuentes...). Del «pásalo», el blog ha heredado la necesidad de la connivencia en la comunicación de la noticia, que no es simplemente «trasmitida» (lo que caracteriza a todos los broadcast media y que convierte al que los usa en un «espectador»), sino compartida en contextos de relaciones, aunque éstas sean solamente «virtuales». La de la «calle» y de la comunicación espontánea es una buena imagen para explicar el fenómeno.


Sin embargo, cualquier comparación (la del periódico, el «pásalo», el diario personal.. .) es insuficiente: el
blog puede ser cada una y todas juntas, pero también algo radicalmente «diverso». Un diario o un periódico son siempre tales; mientras el blog no impone un estilo uniforme: a un post representado por una crónica objetiva puede seguir otro que es una pura expresión emotiva o la cita de cualquier página de una novela. Entonces el blog se convierte a su modo en una narración, una novela epistolar, un ensayo crítico que no incluye la palabra «fin», etc. El blogger, dada la extensión cronológica del blog, acaba con frecuencia confiando a la Red lo que no son productos acabados y reflexiones concretas, sino los retazos de un diario desigual sobre la propia historia intelectual, y, con frecuencia, también emotiva. En suma, el blog, para utilizar la expresión del sociólogo Cliffrod Geertz, es uno de los blurred genres, un «género confuso», o silo preferimos, un nuevo género expresivo. Y no sólo: la presencia sistemática del link (enlace) permanente (llamado permalink) a otros blog, hace que el que frecuenta uno, de hecho frecuenta otros, que con el primero forman un verdadero y auténtico sistema, definido corrientemente como «blogosfera», sin centro y sin periferia. El blog realiza una de las formas más acabadas de hipertextualidad que se dan en la Red.


Y ésta es una de las características de los
blog propiamente tales: difunden post reenviando a otros blog, es decir, haciendo lo que por norma no se debe hacer en el periodismo: desviar la preciosa atención del lector hacia otras fuentes de información. En general, cuanto más numerosos son los link externos y los reenvíos a otros blog, mayor atención se obtiene de los lectores y de la blogosfera. Todo esto, como es obvio, no tiene lugar en la lectura de un periódico o un diario personal, que tienden a concentrar la atención sobre uno mismo. Hay que notar, por fin, que, a diferencia de cualquier libro o periódico, los contenidos de muchos blog están abiertos para la copia gratuita, es decir, el llamado copyleft, que es algo diametralmente opuesto al copyright. Está prevista y es respetada la indicación de la fuente, pero no hay límites para la circulación de los textos, de las historias y de las ideas.


Aunque se hayan escrito numerosos estudios del fenómeno, no solamente es imposible clasificar los
blog, pero ni siquiera contarlos. Ante todo por su número. Para hacerse una idea del fenómeno, baste decir que la plataforma italiana Splinder, una de las más conocidas, contaba a finales de 2003 unos 22.000 blog, y un año después el número llegaba a los 100.000. Sin embargo es posible distinguir tres dimensiones fundamentales, siempre copresentes y difícilmente separables, pero con equilibrios diversos y con medidas diferentes de blog a blog: la dimensión emotivo—expresiva, la crítica y la informativo-periodística.



La dimensión emotivo—expresiva


Al tener a disposición un «instrumento» tan flexible, muchos se sienten impulsados a buscar una visibilidad en la Red y a reservarse un
speaker corner, un ángulo desde el que hablar, como el célebre del Hide Park de Londres, del cual se espera obtener atención. Así en los blog se encuentra de todo: los soñadores adolescentes en busca de paisajes y sintonías interiores; los profetas inspirados, que se expresan en aforismos; los sentimentales románticos; los minimalistas, que guardan el recuerdo del menor momento de su existencia; los que se tienen por «poetas malditos» y los que utilizan la jerga moderadamente inventiva de los mensajes sms. Obviamente en la Red las identidades son flexibles: se puede difundir un blog con nombre falso, con un seudónimo o con un simple mote. El espacio de la Red es extraordinariamente anónimo e impersonal, en cuanto que cada uno puede hacer creer que es lo que no es en edad, sexo y condición, expresando sin límites datos de su supuesta identidad pública. En internet uno se hace mensaje: dialoga tal como se cree ser y por el «puro pensamiento», digámoslo así, que se expresa. Precisamente por esto es altamente confidencial, porque permite decir de sí mismo cosas que de otro modo difícilmente se dirían.


La condición diarística del
blog puede llegar a una apertura completa y a un gran nivel de autenticidad, pero por otra parte queda expuesta a la espontaneidad sin límites y sin pudores, lo que puede degenerar en trivialidad. En cualquier caso es conveniente señalar esta gran ansia, a menudo encarnada en muchos jóvenes, de encontrar un canal de expresión para ellos solos, una forma de decir en público palabras privadas. Parece indicar un deseo de hacerse oír y de vivir una socialización, aunque sea simplemente virtual y por lo mismo, sin rostro; una necesidad de contar la propia historia o el vivir de cada día. Algo que vaya más allá del «Querido diario...», y no llegue al contacto real con personas visibles. Que sea, a la vez, la expresión de una profunda necesidad de hacerse oír, y al mismo tiempo, del temor a mostrarse tal como se es hasta el fondo.


Si la expresión personal llega a trascender el mero autobiografismo diarístico extemporáneo, podríamos descubrir, aun teniendo presente la «confusión» de géneros, propia de los
blog, espacios de significado poético—literario o por lo menos artístico—expresivo. La naturaleza sintética de los post y el constante feedback de los lectores, impulsan con frecuencia a los blogger a afinar la propia calidad de escritura. Un diario podría convertirse en novela por entregas, hecha de breves unidades narrativas (que son los post, precisamente). Naturalmente, en este caso el lector puede proceder al revés en la lectura, invirtiendo o construyendo autónomamente el «montaje» de las secuencias narrativas. Pero el blog podría convertirse en una forma de «flujo de conciencia» en términos joycianos, capaz de registrar en detalle todas las referencias y saltos pindáricos de la interioridad, propios de una conciencia.


Si una narración en blog corre siempre el riesgo de transformarse en una especie de internet—soap, es decir, de una soap-opera no televisiva sino por vía de internet, no debe extrañarnos que la International Creative Management, conocida agencia literaria norteamericana, haya convertido diversos blogger en escritores de papel impreso. En Italia, Einaudi ha publicado recientemente, editado por Loredana Lipperini, La notte dei blogger, que se define en la cubierta como «la primera antología de los nuevos narradores de la red»’°. En realidad, no es el primero, como tampoco será el último” caso. La publicación de narraciones extraídas de internet y presentadas como tales no pasa de ser, en nuestra opinión, un puro recurso de carácter comercial. Si una narración tiene calidad literaria, poco importa dónde y cómo se haya encontrado: en el cajón de la mesa o en la Red.


Una reflexión interesante y compleja sobre los «blog-narradores» es la de uno de los más conocidos
blogger italianos, que se oculta bajo el mote de «personalidad confusa» (o, con más precisión, «xs°nalità c°nfusa»): «La cotidiariidad es fuente inagotable de ocurrencias y reflexiones; basta observarla. [...] Y el instrumento blog, a mi parecer, se presta mucho a la crítica de cierta realidad, por lo demás, descuidada por los medios de comunicación tradicionales, que se concentran en el sensacionalismo y la imagen, y no en la palabra. Yo creo que la comunidad de los blog se siente cada vez más alejada y aburrida por la comunicación tradicional y por sus temas, y que por esto está buscando en otra parte, es decir, en los blog mismos, lo que hay que leer y conservar». Está claro el sentido de estas expresiones: el blog, centrado como está en el registro cotidiano de los acontecimientos, imágenes y pensamientos, tiene su propio terreno de vida en la observación de las cosas ordinarias, los sucesos y las reflexiones sobre la existencia que se hacen cada día, más que sobre los grandes acontecimientos y sobre lo sensacional. El riesgo —como se señala en la misma cita— está en que al fin la cotidianidad no sea ya la de 1 real concreto, sino esa fluorescente del monitor, es decir, la de los mismos blog. En este punto el círculo perverso de la autorreferencia se habría cerrado, enrollado todo en sí mismo: tendremos blog que hablan de los blog, diarios de los diarios, y no los diarios de la vida.



La dimensión crítica


Los
blogger no son solamente una «masa narrante». Un instrumento flexible como los blog se presta a todo lo que está in progress, es decir, en evolución. Si los blog siguen y acompañan como un diario a la vida en su desarrollo cotidiano, con sucedidos y formas varias de narración, es verdad que la acompañan también de modo informativo o crítico. Demos un ejemplo que se refiere a la crítica literaria. En tiempos, para leer recensiones de libros recientes o reflexiones de amplio vuelo sobre la literatura, había que acudir a monografías o revistas especializadas, que disponían y disponen de críticos que garantizan la calidad de la lectura y que gozan de libertad de expresión en cuanto son «lectores de profesión». Actualmente y cada vez más, esta función se concentra en la «Terza Pagina» (o sección de cultura) de los diarios, que tienen colaboradores escogidos y probados. Las revistas y periódicos compiten en esto, pero todos tienen en común la selección cuidadosa de sus propios colaboradores. Hoy en cambio se asiste al fenómeno, ti- pico de las librerías que venden on une, por el cual cualquier libro puede ser comentado en ese forum por cualquiera que lo haya leído. Así se pueden leer en esos sitios—librerías amplias recensiones que pueden orientar al público, escritas por simples lectores que de otro modo no verían nunca publicadas sus reflexiones, porque no son críticos de profesión.


Si esto vale para las librerías
on line, vale con mayor razón para los blog. Entre un post y otro sucede no rara vez encontrar un comentario al último libro leído; pero existen también blog dedicados a la crítica literaria. A veces han sido abiertos por escritores, ayudados en algún caso por sus editores, que abren un espacio blog en sus sitios internet. Esto les ayuda a mantener el contacto con los lectores, desarrollar su capacidad de reflexión y creación poética en trato directo con un público que los sigue y que reacciona a sus libros.


Lo mismo vale con mayor razón de los films, dado el gran número de los
blog de cinéfilos, y también de la música. Esta riqueza de material crítico, desde lo más conocido a lo más inmediato y espontáneo, tiene que ser por fuerza un recurso de máximo interés. En cualquier caso, detrás de un blog no está solamente una persona, sino un grupo de reflexión que pretende proponer materiales de manera unitaria en forma de un «blog colectivo», con filtros redaccionales o, en la mayor parte de los casos, sin ellos17. Esta, por ejemplo, es la forma ideal de expresión y comunicación para un grupo de lectura que intenta darse cita en la Red, o para una redacción que pretenda proponer una forma particular de revista.



La dimensión periodística


Cuando se habla de los
blog no se puede separar de manera neta la dimensión informativa y periodística de la expresiva y crítica. Con todo la primera identifica una peculiar función de los blog, la de suministrar de modo original servicios de información y documentación, que no tendrían verdaderas alternativas. Un blog ejemplar, hecho famoso por la trágica muerte de su autor, el periodista freelance Enzo Baldoni, muerto en Irak el año pasado, es Bloghad. En su inrior encontramos un poco de todo, en un estilo perfectamente coherente y adaptado al espacio virtual propio de ese «género confuso» que es el blog: fotos, reportajes, notas breves, comentarios... Otro también famoso es Where is Raed?, un blog que representa lo que comúnmente está definido como el do-ityourself journalism, periodismo «a tu gusto», forma del más genérico personal publishing (publicación personal): mientras los periodistas de los grandes network televisivos enviados a Irak permanecían instalados en los hoteles reservados a periodistas y las telecámaras inmortalizaban el fallo de los bombardeos, bajo el seudónimo de Salam Pax el autor del Where is Raed? restituía la frescura e inmediatez de la vida cotidiana que seguía su camino en Bagdad bajo las bombas. El blog, a menudo irreverente, se convirtió luego en un libro titulado Baghdad Blog.


Los ejemplos citados representan solamente dos casos particularmente significativos de blog journalism (que alguno traduce en italiano como «periodismo cívico» o «de base») realizados por personas singulares. Un caso, por el contrario, entre los más organizados y extendidos en el mundo es el de la cabecera coreana Ohmy News23, nacida en febrero del 2000, que publica dos ediciones: una en coreano y otra, internacional, en inglés. Funciona gracias a la contribución de sus lectores, que a menudo se convierten en cronistas (retribuidos con una cantidad máxima de 20 dólares). El staff de la redacción, que escoge y selecciona las noticias, está compuesto por 40 personas, pero los colaboradores de la empresa son más de 20.000 en todo el mundo, y los lectores dos millones. Un fenómeno de esta clase plantea nuevos desafíos al mundo de la información y del periodismo.


Al comienzo,
blog y periódicos se enfrentaron a cara de perro sintiéndose recíprocamente en radical competición o incluso en alternativa. Se trataba de un conflicto de carácter a un tiempo profesional (con sus consecuencias en la práctica periodística) y social (ligado a las necesidades de información a las que el periodista está llamado a responder). La naturaleza anárquica de la forma de publicación permite abatir las barreras normales y las limitaciones para el ingreso en el mundo de la comunicación de masa (que no tienen por qué considerarse siempre negativas), y por consiguiente el fenómeno blog ha sido celebrado como el triunfo de la comunicación horizontal no mediatizada, pluralista y democrática.


En los países en los que la libertad de expresión está limitada abundan los cierres de sitios y los arrestos de
blogger por su capacidad para crear opinión o para producir aquella que se suele llamar «contra—información». Esto sin embargo significa que incluso organizaciones como hezbollah, los milicianos islámicos, por ejemplo, o también organizaciones filo—terroristas puedan libremente encontar espacio para la expresión y propaganda.


En los países donde por el contrario hay libertad de expresión, el fenómeno parece registrar una disminución en la disyuntiva entre la información periodística tradicional y la de los
blog. Lo que era sólo un aut-aut parece asumir la forma de et-et. De hecho algunos (todavía pocos en realidad) periodistas italianos han abierto un blog personal. De ordinario son las mismas empresas periodísticas las que comienzan a plantearse el problema de abrir al interior del propio sitio internet un espacio dedicado a los biog. En este campo son tres los diarios que han tomado la iniciativa: Il Foglio, Il Riformista y la Repubblica. El primero desde el 15 de octubre de 2002 acoge Wittgenstein, el blog de uno de los primeros periodistas—blogger italianos, Luca Sofri, y Camilio de Christian Rocca, llegado dos meses después. Entrambos blog se caracterizan por el estilo fulminante y tajante de gran parte de los post, a menudo de sólo una lfnea. Ii Reformista acoge actualmente seis blog, algunos activados a partir de enero 2003. En tercer lugar ha llegado el periódico la Repubblica, cuyos primeros cinco blog (actualmente ocho) fueron activados el 10 de septiembre 2003.


La tendencia del
newsmaking (hacer noticia) parece ser la de una integración entre la información producida por las agencias, de los grupos editoriales y de las empresas oficiales, y la producida por los blog. La integración se encuentra favorecida por al menos dos factores que distinguen las dos tipologías de información: el factor «autonal», por el que un lector puede ser inducido a seguir constantemente y a ojos cerrados las opiniones de una firma que le merece confianza en una empresa; y la capacidad de puesta al día en tiempo real, propia del blog, especialmente en casos de particular emergencia o en acontecimientos de evolución rápida. Ambos factores pueden ejercer un influjo positivo sobre la fidelidad del usuario a tal medio de información. Por otra parte, sucede que un blog gestionado autónomamente por un periodista que se siente obligado o por los espacios tipográficos o por la tendencia ideológica o por otros vínculos de la empresa bajo la cual escribe, se convierte en un medio de expresión libre. El periodista—blogger debe saber crear una relación de confianza con los propios lectores, aun sabiendo que ésta es a la vez débil, porque está sujeta a continuas verificaciones, y fuerte porque está alimentada por un acercamiento extremadamente personalizado. Sin embargo sucede también que a veces, como en el caso de II Barbiere della Sera, esta libertad de expresión se vela con un casi—anonimato. No se puede sino registrar una fenomenología amplia, compleja y hasta ahora en rápida evolución, que tendrá probablemente una recaída, antes o después, sobre la misma definición de la categoría profesional del periodista, con un potenciamiento del periodista freelance.


El beneficio de la expresión libre plantea inmediatamente el problema de un discernimiento de las fuentes y una valoración de su credibilidad, que se une al fenómeno de la information overload, es decir, del exceso de información, que caracteriza a la Red desde que se ha convertido en un fenómeno de masa. Por otra parte, la misma libertad de expresión potencia un útil control social ejercitado por los blogger sobre los grandes grupos mediáticos y sobre las grandes agencias de información.



¿Está Dios en la blogosfera?


Antes de concluir nuestras reflexiones, nos preguntamos si los cristianos y las comunidades eclesiales habrán valorado los blog igual que lo han hecho y están haciendo con internet en general.


¿Está Dios presente en los blog? Si buscamos blog religiosos en la web mundial, no advertimos una particular riqueza numérica y de contenidos. No faltan sin embargo ideas estimulantes o, por lo menos, curiosas. Una de éstas es la «teoblogia» (theoblogy), fruto del blogging theologically, de un «bloggar teológico». Si se teclea sobre el Gloogle el adjetivo theoblogical, se encontrará que aparece en más de 21.000 páginas web, a tal punto que la revista Christianity today ha hablado de una verdadera «revolución teoblógica» y de «blogosfera cristiana». Es muy variada y comprende espacios de reflexión y discusión teológica entre estudiantes , blog ligados a revistas cristianas (Relevant, Touchs tone, World, Christianity Toda y...), espacios personales, también de pastores y sacerdotes, de inspiración religiosa. En realidad conviene notar que, más que de una revolución, se trata de un uso más pertinente de la Red, en plena continuidad con el uso que ya las Iglesias cristianas (y las religiones no cristianas) han hecho de la Red a través de sistemas más tradicionales (sitios, mailing list, newsletter, forum...) como hemos ya ampliamente informado en nuestra revista.


Si nos limitamos a Italia, por el contrario, es el momento de confirmar la consideración que Marco Schwarz ha insertado en su
blog: «En cierto momento me ha saltado a la vista algo que tenía ante la nariz hace más de un año, pero que no había nunca comprobado: En los blog se habla de todo (pro píamente de todo) menos de temas religiosos o de fe. [...] Ante todo excluyo que la (falta de) fe esté ausente porque se la considere un argumento demasiado personal, ya que para muchos blog el concepto de «demasiado personal» me parece que no existe. [...] me pregunto por qué este tema se haya excluido totalmente». En realidad, la blogosfera italiana parece que es todavía un lugar de expresión no marcado por la presencia eclesial y mucho menos por la reflexión teológica. Existen, sí, algunos blog personales en los cuales la inspiración cristiana aparece más evidente existe también algún blog ligado a grupos eclesiales pero no existen órganos de prensa y de información que tengan una cierta relevancia y de inspiración cristiana que acojan blog. Señalamos sin embargo la rúbrica «il mondo da un obló(g)» en el diario Avvenire, atendido por Riccardo Spagnolo. La visibilidad de los pocos blog de explícito significado cristiano no es precisamente evidente y desarrollada: es una tarea que espera desarrollo.





Perspectivas

Los blog no constituyen una revolución conceptual: son en sustancia un modo fácil para publicar on line. Realizan una de las ideas innovadoras que han surgido con la venida del internet, que no había encontrado hasta hace pocos años una realización tan completa. El fenómeno está evolucionando, y el software se modificará con el tiempo, pero la era de un particular personal publishing que es el blog no está destinada a una próxima desaparición: cambiará la tecnología, y por consiguiente la forma, pero no la sustancia de este «género confuso» de comunicación y de expresión. Los blog pueden contribuir a reequilibrar el sistema mediático en su conjunto, integrando los tradicionales broadcast media, que simplemente «trasmiten» información, con el sistema de los «media de la red», que valorizan la comunicación relacional entre los que pertenecen a grupos o «redes» de personas. De esta integración debería derivar una mejora incluso para los media tradicionales, comprendiendo periódicos y televisión, los cuales deberán contar con su propia calidad, con el incremento de la propia credibilidad, con su línea editorial y con el servicio público que llegarán a cumplir.


Podríamos asumir como esperanza una definición del fenómeno
blog, quizá un tanto optimista, que se ha dado recientemente en una revista especializada: «un periodismo que es lugar de participación y construcción de identidad, capaz, gracias a la interactividad y a la multimedialidad, de reunir una o más comunidades de intereses y de propiciar nuevas formas de opinión pública consciente y participante. Un periodismo como don, con un valor añadido que no es, y no puede ser, sólo aquel de la indicación o de la producción de news, sino que debe, en cualquier modo, abarcar la profundización, la reflexión, la interpretación narrativa de la realidad: el valor añadido desde un punto de vista legitimado por una relación de confianza y reforzado por la participación».











El ANAQUEL






PARÁBOLA ÚNDÉCIMA




Luis Lozano




PARABOLA DE BALAM, PROFETA DE BENDICIONES


En el cielo todos los días son bienaventurados; es la patria de la bendición, de los benditos, de los justos.


El árbol que hay en medio de la calle del cielo, a un lado y otro del río da solo frutos de bien, de bendición. Porque maldición no puede haber ya ninguna. Así que los bienaventurados de vez en cuando recrean la escena de las Bienaventuranzas. Y el Unigénito, cuando no está muy ocupado, se sienta rodeado de muchedumbres, y abriendo su boca, recita otra vez las bendiciones. Cada santo se recrea con dos o tres – algunos con todas- las bendiciones: Felices sois los pobres....- inmenso griterío alegre; felices vosotros los mansos, los puros, - y todos los de blancas vestiduras levantan las manos ; bienaventurados sois los perseguidos – y mil palmas en alto atruenan los cielos; y un clamor de gloria resuena incluso en la tierra..


Es, en efecto, grande su recompensa en los cielos; por eso estaba todo el cielo alegre y regocijado.



SE ABRE LA ASAMBLEA DE PROFETAS


Al principio de la Asamblea de hoy, se reunieron muchos profetas grandes y menores; allí estaban también Sócrates y Platón que se sentían un poco profetas del Dios Unico.


Sócrates empezó aclarando que la palabra del sabio era también palabra de Dios; que la idea, el logos, la tesis y antítesis eran figuras entre las que Dios hablaba a los hombres.


Y comentaba con Platón cómo en el pueblo que se auto-proclamaba escogido, encontraba tantas maldiciones para los que no cumplían la ley y despreciaban a los que, decían, no tenían un dios que les hablara , les diera leyes.


Sócrates les decía a Moisés y a Isaías que también el pueblo llamado pagano tenía palabra de Dios; tenían dioses benéficos, no todos eran castigadores; y aunque los dioses eran a veces vengativos, siempre hubo hombres y mujeres que guardaban la ley natural, enseñaban virtudes a los hombres y sabían mantener la conciencia de lo bueno y de lo malo. Y que también recibían bendiciones de Dios Padre



EL BIEN Y EL MAL, LA VIDA Y LA MUERTE


Al llegar el hombre a la vida, Dios le presenta- sea creyente o descreído - un libro abierto, y le propone un dilema : o escoger el bien que le dará la vida, o el mal como destino para la nada.


Enseguida Moisés, que había hecho el anterior comentario, se apresuró a decir que la Ley era una garantía para la vida, porque Dios habló muchas veces por los profetas y los sabios.


Sócrates aducía que, leyendo el Libro, la insistencia amenazante que le atribuía Moisés, era impropia de Dios. Destruía casi la libertad del hombre. Y Los sabios y los profetas siempre defendieron que el hombre era libre y responsable. Y eso, explicaba Platón, aunque reconocemos que hemos defendido el destino nosotros, y la predestinación, vosotros, a lo largo de la Historia.


Vosotros, continuó Sócrates, defendíais la Ley , el templo, el sábado por encima del hombre. Teníais una religión de esclavos. ¿ Quién fue más culpable, Adán que faltó a la ley de Dios, la del árbol, o Caín, que faltó al hombre? O ¿ Quién pecó más, Saúl que falto a la ley de la anatema expresada por Samuel, o David que faltó a la ley del hombre asesinando a Urías?


Bueno, explicó Isaías que escuchó la discusión : es cuestión pasada: Cristo puso las cosas en su sitio: no el sábado, ni el domingo, ni la misa, ni el rito; no el templo ni los sacrificios; no la limosna o el tributo..; sino el hombre, el pecador humilde, el publicano que da el doble de lo robado, la ramera arrepentida; no la purificación de la mujer, sino el amor del matrimonio; no la abstinencia de pan ácimo, no los sacrificios del templo, sus diezmos y primicias, sino la alegre donación a Dios y al prójimo.


EL CURIOSO PROFETA BALAM


Los arcángeles del cielo y algunos santos le proponían pleitos a Dios Padre, que además tenía que escuchar las oraciones de su pueblo en la tierra; como llegaba retrasado, pues, solía empezar Pedro la reunión. Pero hoy éste dejó las llaves a los profetas porque tenía que tratar ciertos problemas con la Jerarquía de la Iglesia de abajo, que en los últimos tiempos no conseguía conectar con lo que quería el cielo.


En este momento Balam, que seguía siendo un tanto tozudo, entró en la Asamblea y aprovechó la ausencia de Pedro para contar su propia aventura.


En mi tiempo , empezó el profeta, Israel era un pueblo emigrante que buscaba la tierra de su padre Abraham; lo que le llevó cuarenta años en éxodo. Tuvo que pasar por Edom, el pueblo del hermano a quien engañó Jacob. Así que no le dejó pasar por sus tierras ni beber de sus aguas. Por ello tuvo que dar un rodeo y se introdujo en el reino de Moab, frente a Jericó. Temió Balac el rey a un pueblo tan numeroso y envió a los ancianos para que me convenciera a mí que maldijera a ese pueblo. Pero Dios Padre me impedía que maldijera a un pueblo que llevaba su bendición desde el paraíso del Edén.



EL DESCONCERTANTE PROFETA


Balam, explicaba Moisés para presentarle, era un profeta especial: no se cortaba la barba, andaba un tanto descuidado en su atuendo, que consistía en pieles de raposos y oseznos; comía hierbas y langostas, sabía descubrir la buena miel en las rocas. Era soñador y un tanto despistado; pero Dios Padre le hablaba. El rey Balac le mandaba emisarios, primero normales, más tarde más influyentes. Se debatía Balam entre la palabra de Dios que le prohibía ir al rey y la insistencia de los príncipes de Balac.


A pesar de todo, Balam se puso en camino montado en su asna y acompañado de dos criados.



DE CÓMO HABLO UNA ASNA


El ángel del Señor se interpuso en su camino con desenvainada espada, siguió Moisés, ; el asna se aparta del camino; Balam la fustiga; la burra se mete en una angostura; el ángel le para; el profeta la castiga... Y Dios abrió la boca del asna para quejarse del profeta: le había sido fiel desde que era suya y ahora le amenazaba con matarla.. Y Dios abrió los ojos de Balam que contempló el ángel que espantaba a la burra. El ángel le trasmitió la consigan divina: podía ir con los emisarios pero solo diría lo que le dictase.


Llegó Balam ante el rey Balac; este esperaba que maldijera a ese pueblo tan numeroso; pero Balam solo podía bendecir a Israel: ¿ Cómo voy a maldecir yo a quien Dios bendice? , respondió el profeta .


¿ No te había dicho yo que maldijeras a ese pueblo?, insistía Balac.


La Asamblea escuchaba como quien oye una curiosa y divertida historia en una velada vespertina.


Y el rey lo llevó al monte Fasga para que viera al pueblo de Israel y le pidió de nuevo que maldijera a Israel. Pero Balam volvió a bendecir a Israel. Yavé, su Dios está con él, argumentaba.


Al menos, dijo Balac, no lo bendigas ya que no quieres maldecirlo. Y llevó al profeta a la cima del monte Fogor que mira al desierto. Ofreció nuevos sacrifici0os y Balam , el profeta de los ojos perfectos, que conoce los consejos del Altísimo, no podía maldecir a Israel.






LA BENDICIÓN DEL PUEBLO DE DIOS


El profeta de Dios tiene los ojos más bellos, más abiertos que cualquier adivino: ve a Dios. Y el que ve a Dios solo tiene bendiciones para su pueblo. Así que Balam profetizó:


El pueblo de Dios vive en hermosas tiendas, hermosos son sus valles, frondosos sus jardines junto al río; sus aguas se desbordan por todos los cubos. El que maldiga a este pueblo será maldito, quien lo bendiga será bendito.


Y el profeta de los ojos perfectos ve más allá del pueblo de Israel: de este pueblo saldrá el dominador de las naciones. Y continuó: Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca.”


Balam montó en el asna habladora, y siguió viendo con ojos claros los consejos de Yavé; el rey Balac dejó de insistir en su petición de maldiciones y se fue por su camino.




LA BENDICIÓN DE LOS HIJOS DE DIOS


El cielo es, en efecto , el lugar de los benditos: todos los hijos de Dios han recibido su bendición; la última se la da Dios cuando entran en su seno. Es bendición eterna.


El gozo del cielo es precisamente el cumplimiento de toda bendición.


Fue Moisés, quien citando la “ segunda ley”, tomó la palabra a instancias de muchos bienaventurados: habían escuchado las del Unigénito; querían ahora oír las bendiciones del Legislador.


Aclaró Moisés que recibió la orden del Señor para después de pasar el Jordán; unas tribus de Israel recibirían la bendición, otras estarían allí para la maldición.

Siguió diciendo Moisés que el llamar maldito a quien falte contra la Ley - construir estatuas de dioses falsos, deshonrar al padre o la madre , desviar al ciego de su camino, reducir los mojones del vecino, hacer entuerto al extranjero, yacer con su madrastra, con su hermana... ; quien mate a escondidas...- no tendría la bendición de Dios; es decir , sería excluido del pueblo de Dios.


Pero la bendición del justo perdurará. Será bendito el campo y la ciudad para quien guarda la palabra del Señor. Bendito será el fruto de su vientre, el de su suelo, el de sus bestias, de la vacada y el rebaño. Bendita será la canasta y la artesa. Bendita será la entrada y la salida del justo. Yavé mantendrá la bendición para sus graneros y sus lagares. Habrá vacas en su establo, la higuera será fecunda; sus laderas se llenarán de rebaños de ovejas y toros ; bendito será hasta en las fieras del campo. Porque es admirable su nombre en toda la tierra.


Yavé confirma en el cielo a su pueblo santo y pone a los justos a la cabeza y no a la cola del universo empíreo


Porque bienaventurado será el varón que confía en Yavé; será como el árbol plantado en las aguas, que no teme las sequías, ni el calor. Pero será maldito el hombre que en el hombre pone su confianza. Este apunte venía de la boca de Jeremías.


David se exaltó en ese momento y recitó los versos del salmo que describe el deleite de los santos en comunión:


Ved cuán bueno y deleitoso es convivir todos los santos juntos. Es semejante a exquisito ungüento sobre la cabeza, que derrama Dios Yavé y que desciende hasta la barba , la barba de los justos, que desciende hasta los pies de los que anunciaron la palabra de Dios., de los profetas.


Deleitosa es la comunión de los Santos como el rocío del Hermón que desciende sobre el monte Sión; allí envía Dios Padre su bendición: la vida eterna.


Y Jacob que escuchaba con interés recitó también el excorde con que bendijo a Iasac: ¡ Oh el olor de mi hijo como el olor de un campo al que ha bendecido Yavé. Contigo esté el rocío y la grosura del atierra; tengas abundancia de trigo y mosto... Maldito quien te maldiga; bendito quien te bendiga.!


Era de ver la muchedumbre postrada ante el trono de Dios, Muchedumbre que reconocía esa unción divina que les acompañó durante su vida terrena.


Aplaudieron los mártires, aplaudieron las vírgenes, aplaudieron los monjes, eremitas y apóstoles. Aplaudió Moisés y Arón; aplaudían Balam y David..




EL PROFETA COMO TESTIGO



El profeta vive como si viera al Invisible, explicaba Moisés. Dios le habla cuando asciende por la escalera hasta la puerta del cielo o cuando le avisa con sus truenos y relámpagos.


Intervino más tarde Sócrates que comentó su impresión: Adivinos, profetas, pitonisas, oráculos intentaron hablar en nombre del dios en que creían. Las pitias enunciaban su oráculo en Delfos, que estaba al pie del Parnaso. En el Parnaso moraban las musas; también Erato y Calíope, las musas de la lírica y la épica. El canto al héroe, el canto al amor es palabra que Dios pone en los labios del poeta, lo atribuya él a una musa o a una inspiración.


Porque el profeta es un poeta de lenguaje críptico, como lo era Hermes el mensajero de los dioses portador del caduceo, vara mágica con la sierpe enroscada; de la misma manera que Arón llevaba una vara que se convertía en serpiente prodigiosa.


El Señor Jesús hablaba también a los hombres, intervino Mateo, en un lenguaje parabólico para que los que oyeran sus palabras no las entendieran; y un discurso ininteligible para los sabios, perceptible por los niños y sencillos.

Nos costó entenderle a nosotros mismos, sus discípulos.


Su lenguaje daba risa a los griegos y escandalizaba a los judíos, puntualizó Pablo que también estaba.




EL PROFETA SUFRE EN SU PRIVILEGIO


Casandra, siguió Sócrates, premiada por Apolo con la adivinación, fue condenada por él a no ser creída en sus vaticinios por no someterse a sus pretensiones.


El profeta sabe que puede no ser creído, comentó Lucas. Tal le sucedió también a Jeremías, no creído por los principales del pueblo. O a Miqueas, aborrecido por Acab porque no le profetizaba nunca bienes, siempre le anunciaba males. Acab quiere la victoria en sus guerras insensatas; victoria que le prometían los cuatrocientos profetas falsos.


El profeta dice la verdad, y la verdad es la verdad, la diga Don Quijote o su escudero.


Dios no tiene profetas de maldiciones, comentaba Balam; ni queriendo obedecer a los poderosos pude maldecir al pueblo de Dios. El profeta es anunciador de bendiciones. Yo no vi al ángel que sí veía la burra. Hasta el profeta puede alguna vez no ver a Dios en los acontecimientos de la vida.


Intervino luego Juan Bautista para decir: el profeta no es creído en su propia patria, tal vez ni en su propio tiempo: el profeta habla para el futuro; un futuro que se convierte en eterno, porque es el tiempo de Dios. El Hijo hablaba en su patria y no era creído porque era hijo del pueblo.


La gente cree mejor al poderoso o al que ostenta dinero que a un profeta pobre.


Si Sodoma y Gomorra hubieran visto los prodigios que presenció Cafarnaúm, se hubieran convertido, comentó Jonás. Para ningún ayuda de cámara es grande su señor.


Y Dios endurece los oídos de los buenos soberbios de Israel, y ablanda los sentidos de los malos pecadores de Nínive.


Israel se sentía inclinado siempre a consultar adivinos, encantadores, magos y hechiceros, consultores de espíritus y de muertos. Pero los profetas de Dios Padre siempre le reconvinieron tal práctica, prohibida que estaba por Moisés.


Juan Bautista terminó : yo fui el último profeta del Viejo Tiempo; en el Nuevo, Dios Padre cumplió todas las profecías: su visita y la redención prometidas por los santos profetas.


Aquí en el cielo empíreo todos gozan con el cumplimiento de los anuncios divinos; fue aniquilado el acusador de toda profecía y testimonio. Se ha cumplido ya la regla de oro de la profecía: se ha cumplido lo que anunciaron. Así comentaba Mateo que siguió la exposición con interés de escribano.




DIOS PADRE BENDICE AL MUNDO


Intervino como siempre Dios Padre para cerrar los comentarios de sus profetas. Tenía al lado a Balam y a Jonás, ejemplos de lo difícil que resulta al profeta hablar la verdad.


Dios Padre envió emisarios creíbles a la tierra para que insistieran en las bendiciones que siempre había enviado a toda criatura.


Yo amo todo lo creado; de otra manera no lo hubiera creado. Todo lo creado en el cielo, la tierra y en el abismo lleva mi bendición. Mi bendición lleva consigo la multiplicación de los seres.


Hierva el mar de monstruos marinos y de animales que bullen en sus aguas; ayer y hoy veo que es bueno y los bendigo dándoles la fuerza vital para que se multipliquen y henchen las aguas. Pero sobre todo, como el día de la creación del hombre, amé la nueva criatura semejante a nosotros, y la bendije como ahora la bendigo diciendo : henchid la tierra, multiplicaos, procread ; esta mi bendición os impulsará a dominar todo lo creado: los animales que pueblan el cielo , la tierra y el mar.

Desde siempre, el justo tiene mis bendiciones; yo bendigo al justo y lo rodeo de benevolencia como un escudo. Yo amo al hombre y le bendigo el fruto de sus entrañas y el fruto de su suelo, su trigo, su mosto, su aceite ; las crías de sus vacas y las de ovejas. No habrá estériles ni en ellos ni en sus ganados. Porque esta es la bendición del Dios: la generación de los justos jamás acabará.







LOS BENDECIDOS OCUPAN EL CIELO


Mientras hablaba Dios Padre, entraban por las doce puertas apostólicas multitud de bienaventurados: eran los doce mil sellados de cada tribu; eran la muchedumbre que nadie podía contar porque “casa con doce puertas mala es de guardar”. Así que los ángeles ostiarios no podían controlar la entrada de tantos sellados de toda nación, tribu, pueblo y lengua.


Todos vestían túnicas blancas de gloria y clamaban a grandes voces: ¡ Salud a nuestro Dios, al que está sentado en el trono , y al Cordero!


Y todos los que estaban sellados con la bendición se inclinaron en reverencia para adorar a Dios por los siglos de los siglos.





SER CREYENTE EN UN «MUNDO QUEBRANTADO»


Laurentino Novoa Pascual


«La vida entera del cristianismo es un largo día de fiesta». Esta gozosa afirmación de Clemente de Alejandría (·CLEMENTE-A-SAN) en su obra «Stromata», un autor que a finales del siglo II y principios del siglo III supo abrir el contenido del mensaje cristiano al pensamiento de su tiempo en uno de los centros más relevantes de la intelectualidad del mundo antiguo, está muy lejos del amargo reproche que en el siglo XIX, tiempo en que la Iglesia se encontraba abiertamente enfrentada al pensamiento del mundo moderno, hacía F. Nietzsche a los cristianos, cuando escribía: «Aquel a quienes ellos llaman redentor los arrojó en cadenas... Mejores canciones tendrían que cantarse para que yo aprendiera a creer en su redentor; ¡más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de éste!» (Así habló Zaratustra, Madrid 1975, 41).


Clemente de Alejandría no hace sino constatar lo que los discípulos de Cristo vivieron y celebraron en los albores de la historia cristiana, como nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Acudían al templo, partían el pan por las casas, tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo» (/Hch/02/46-47; 4,33). Nietzsche, muchos siglos más tarde, describe con trágica amargura la imagen lamentable que daban los cristianos y la Iglesia en el siglo XIX.


FE/DON-CARGA: No sé si los que nos llamamos hoy cristianos reflejamos en nuestros rostros la alegría de sabernos redimidos y la dicha de ser portadores de la Buena Noticia de la Paz, o más bien nos sentimos acomplejados y avergonzados de aparecer como creyentes cristianos; no sé si muchas o pocas comunidades cristianas en nuestras ciudades, barrios y pueblos son capaces de suscitar sentimientos de simpatía y admiración, o tal vez dan más pena que gloria a quienes nos contemplan... Lo que si sé es que hay muchos que viven su fe cristiana más como una carga, que como un don; que hay muchas personas que ven en la Iglesia más una institución que prohíbe y coarta, que como una comunidad que debe «encarnar la esperanza del mundo» (H. de Lubac); lo que es cierto es que el cristianismo que vivimos muchos bautizados no suscita muchas pasiones, ni genera grandes ilusiones en nuestra sociedad actual.


¿Qué significa realmente para nosotros ser cristianos hoy? ¿Es una gratificante experiencia de fiesta o una penosa carga de obligaciones morales? ¿Qué razón damos de nuestra esperanza? ¿Nos sentimos gozosamente identificados con lo que rezamos y celebramos cada domingo en la Eucaristía, o nos sentimos inseguros, desmotivados, frustrados y faltos de alegría? ¿Somos generadores de esperanza, o pasamos desapercibidos en nuestro mundo convulso y quebrantado?


El mundo en que vivimos


En cierto modo nuestro mundo es bastante diferente del de nuestros mayores; nuestra sociedad es hoy muy distinta a como lo era la sociedad del siglo III en Alejandría o a mediados del XIX en la Alemania ilustrada de Nietzsche... La sociedad, el mundo, la historia son realidades dinámicas y cambiantes, como todo lo que tiene vida; también nosotros cambiamos mucho a lo largo de nuestra vida; sólo donde no hay vida no hay cambio, ni evolución, ni crecimiento posible, sino fósiles y momias o, a lo más, vida petrificada para ser contemplada.


Es cierto que ese dinamismo histórico ha adquirido en la actualidad un ritmo frenético de cambio y transformación, como ya intuía el Vaticano II hace ya treinta años: «La humanidad se halla hoy en un periodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador' (GS, 4).


El proceso de todos esos cambios profundos tiene una cierta semejanza con la experiencia bíblica de la «Pascua», pues podemos encontrar signos de muerte y de nueva vida, de luz y tinieblas, de esclavitud y libertad, de desencantos y utopías, de gritos de dolor y cantos de liberación... En todo cambio hay algo que muere y algo que surge para una vida nueva.


Nuestra sociedad es hoy más secularizada, más desarrollada técnicamente, más plural, con mayor bienestar material en el hemisferio norte y mayor miseria en el hemisferio sur, más informada sobre los secretos de la vida y los acontecimientos del mundo... Pero también es una sociedad con muchas injusticias, con carencia de experiencia religiosa, con menos perspectivas éticas; con los grandes problemas de la destrucción medioambiental, de la amenaza permanente de la paz y la convivencia, de las migraciones masivas, la intolerancia, la xenofobia, la falta de respeto a los derechos humanos; una sociedad que «se caracteriza por la perfección de medios y la confusión de fines» como veía ya en su tiempo A. Einstein.


Nuestro mundo no es ciertamente el mejor de los mundos posibles, aunque tampoco es en él todo tan lóbrego y deprimente que no haya lugar a la esperanza. Ciertamente la vida no es fácil, como solemos oír y decir muchas veces: «Complicada cosa es la vida de los mortales... ¿qué otra cosa es nacer sino ingresar en una vida de fatigas?»; así lo constataba S. Agustín de Hipona en la madurez de sus días, cuando escribía las Confesiones; constatación que coincidía con el diagnóstico conciso y acertado del libro de Job, cuando describe la vida del hombre sobre la tierra como «hombre nacido de mujer, corto de días, harto de inquietudes, como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar» (Job 14,4)... La vida no es fácil y debemos reconocer que vivimos en un «mundo quebrantado» (A. Fermet) por el sufrimiento, las luchas, la frustración y el desencanto. Pero, a pesar de todo, el cristiano sabe que siempre es posible la esperanza, que siempre hay un mañana mejor y que hay motivos para pronunciar la plegaria de alabanza y de Acción de Gracias; una esperanza, apoyada y garantizada en las promesas de Dios e inspirada en las semillas de salvación («Semina Verbi») y nueva vida, que Dios sembró en nuestro mundo y nuestra historia en los misterios gozosos de la creación y de la Encarnación. ¿Cuáles son los horizontes de pensamiento en los que podemos enmarcar e interpretar la realidad de nuestro mundo? ¿Cómo se articulan los proyectos y esperanzas de nuestro presente histórico?


A nivel de pensamiento, el mundo en que vivimos sigue influenciado por los enunciados esenciales de la ilustración con su invitación a atreverse a pensar autónomamente («sapere aude!»), a salir de la minoría de edad y a emanciparse de las «autoridades» (la metafísica, el absolutismo regio y la iglesia). Sigue influenciada también por las ideas de los llamados «maestros de la sospecha» (P. Ricoeur): el cientifismo positivista de A. Comte, el humanismo ateo de L. Feuerbach, el nihilismo trágico de F. Nietzsche y el reducionismo psicológico de S. Freud. Las ideas de estos pensadores decimonónicos han evolucionado hacia planteamientos «neopositivistas», «neomarxistas», «postmodernistas»' y otras nuevas corrientes; pero en ningún caso han sido capaces de abrir al hombre actual caminos firmes de esperanza e ilusión, sino más bien le han llevado a una situación de difusa desorientación, en la que el hombre puede encontrarse con «abundante oferta de informaciones científicas, pero con un clamoroso déficit de informaciones sapienciales», (J.L. Ruiz de la Peña, Crisis y apología de la fe, Santander 1995, 62), que serían las únicas que pueden ayudar al hombre a vivir en la esperanza y encontrar caminos de felicidad. El resultado de todos estos planteamientos ideológicos no ha llevado al hombre y a la sociedad a la ilusión o a la consolidación de la utopía sino más bien a la frustración. El desencanto de esta sociedad, que ha crecido en bienestar material pero que no encuentra su norte, puede sobrevenir en buena medida, como señaló ya en su tiempo G. Marcel por el hecho de que «el deseo primordial de millones de personas no es ya la dicha sino la seguridad»; y lo es porque la seguridad fosiliza los ideales, corta las alas a la ilusión, que puede llevar al hombre hacia la dicha y la felicidad


Nuestra sociedad española, inserta hoy en estos esquemas de pensamiento, es una sociedad en la que se ha dado una profunda transformación económico-social, política y religiosa. Vivimos hoy en una sociedad que ha pasado en poco espacio de tiempo de la escasez y miseria de la posguerra a la prosperidad propiciada por el desarrollo de los años 60 y 70, y de ésta a la crisis económica y el desempleo de los años 80 y 90; hemos pasado también de un sistema político totalitario a un sistema democrático, de un aislamiento político y cultural a la apertura exterior y la integración en Europa, de una sociedad mayoritariamente católica a una sociedad secularizada y religiosamente plural; de un Estado confesional a un Estado laico, enfrentado frecuentemente a la Iglesia; de una conciencia muy acentuada de la unidad nacional al sistema de las autonomías y el reconocimiento de la diversidad étnica y cultural; de una sociedad tradicional y mayoritariamente rural a una sociedad moderna y mayoritariamente urbana; de una sociedad con una concepción estable del matrimonio y la familia a una sociedad en la que son comunes las rupturas y conflictos familiares; de familias numerosas y patriarcales a una sociedad con el índice de natalidad más bajo de Europa...


Es una sociedad que ha crecido en bienestar, progreso material, información, comunicación; pero, por otra parte, en nuestra sociedad nos encontramos también con muchos problemas, que ensombrecen el horizonte, como la falta de perspectivas éticas, el descenso del sentido y la práctica religiosa, el problema de la droga, la corrupción polÍtica y económica, los brotes de la intolerancia, el racismo, la crispación social, el enriquecimiento fácil, Ia falta de motivaciones e ilusión en la juventud.


Si aplicamos el zoom de nuestra visión analítica global a nuestra tierra de Aragón, podemos encontrar toda esta realidad de nuestro mundo occidental positiva y negativa, esperanzada y angustiada, reflejada en nuestra realidad regional. Pero a los elementos generales se suman además los rasgos propios de la evolución histórica de esta tierra: el redescubrimiento de sus raíces y valores culturales, la afirmación de la identidad aragonesa, la inquietud por descubrir, conservar y actualizar el patrimonio humano y espiritual. Pero también nos encontraremos con el abandono en que se encuentra buena parte de este patrimonio, con la despoblación del campo aragonés, la soledad de los ancianos, los problemas no resueltos de la agricultura y el agua, la crisis de la industria, la falta de perspectivas para la juventud.


Estas son a grandes rasgos las coordenadas que definen y describen la realidad de nuestro mundo, en el que estamos llamados a realizarnos como personas, a vivir la fe cristiana y a aspirar a ser felices, que es la más honda de las aspiraciones humanas. En este mundo concreto estamos convocados a vivir la experiencia del Dios de la Vida, a celebrar la fiesta de la salvación, a expresar la alegría de la fe y entonar cantos de liberación. ¿Tienen solución nuestros problemas? ¿Hay motivos razonables para seguir esperando?... Hoy, como siempre, existen los agoreros de desdichas, los promotores de fantasmas y actitudes plañideras, que se lamentan siempre de «los malos tiempos que corremos», de lo «mala que está la vida» y de «cómo anda la juventud». Bueno será recordar lo que respondía S. Agustín a quienes también en su tiempo sólo sabían ver los males del mundo: «Malos tiempos, tiempos fatigosos, así dicen algunos... Vivamos bien y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; cuales somos nosotros, así son los tiempos» (Sermones 78,8). Desde que Dios se encarnó y entró en nuestro mundo y nuestra historia, el tiempo y la historia son tiempo de gracia e historia de salvación; sólo el hombre con su libertad mal entendida puede hacer que el tiempo y la historia sigan envueltos en la sombra de la muerte o sigan siendo historia de perdición y opresión... ¿Qué aporta la fe cristiana a un mundo que se debate entre la angustia y la esperanza?.



La fe que hemos heredado


Hemos heredado una fe que debemos redescubrir de nuevo cada día y hacer vida para que pueda ser expresión de nuestra esencia más auténtica y no se convierta en lastre que nos quita la libertad. «Lo que por herencia tienes de tus padres, adquiérelo para poseerlo, pues aquello que no se apropia es una grave carga» dice Goethe en Fausto, su obra más universal.


La fe que hemos heredado es sin duda un gran don, que nos hace sentirnos en esa corriente de vida y salvación que va desde el centro de la historia de la salvación hasta nosotros; un testimonio de amor y fidelidad entregado de generación en generación, que ha llegado hasta nosotros para que lo acojamos, lo enriquezcamos con nuestra propia experiencia y lo entreguemos a las generaciones futuras; es una fe ciertamente llena de valores y cargada de razón, pero incapaz muchas veces de hacer personas felices, de crear comunidades de esperanza, de transmitir la alegría de la salvación, de responder a los problemas y retos de nuestro tiempo.


«Nos enseñaron las normas para poder soportarnos y nunca nos enseñaron a amar»; esto que dice en una de sus canciones R. Cantalapiedra es, cuanto menos, un síntoma de una fe demasiado moralista, bien delimitada por las leyes, definida por los dogmas y concretizada por las determinaciones jurídicas, pero en el fondo carente de vida; una fe que nos ha dado muchas cosas y nos ha enseñado muchas lecciones, quizá menos la más importante de las lecciones de Jesús en su vida y su Evangelio, que es la de aprender a amar y a ser felices. En el balance de nuestra vida y nuestra trayectoria de fe, hay que concluir, como S. Pablo: «si no tengo amor, nada soy» (1Co/13/02). El amor es lo que da contenido y densidad a nuestra existencia: «Mi amor es mi peso y él me lleva donde quiera que vaya» (·Agustín-SAN, Conf. LX111, 8, 2); por eso, la vocación del cristiano es amar siempre y por encima de todo y este amor debe convertirse para él en fuente de dicha: «Dichoso el que ama siempre a Dios, y a sus amigos en Dios, y a sus enemigos por Dios» (Ibd. L, 4, 9). Al fin y al cabo, lo único que queda y por lo que merece la pena luchar es el amor que crea vida y comunión: «A la tarde de la vida te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición» (S. Juan de la Cruz, Avisos Espirituales, Obras, Burgos 1982, 60). Al final de tu peregrinar ««lo único que has amado será tu herencia» (Luis Rosales).


Hemos heredado una fe en el «Dios de los filósofos» y hemos olvidado en parte la fe en el Dios de la Biblia, como reclamaba con pasión Pascal: un Dios con cualidades metafísicas y perfección absoluta, omnipotente, omnisciente, inmutable, indivisible, impasible... Un Dios hecho a imagen y semejanza de nuestra razón y nuestra lógica humana, fruto de nuestras categorías abstractas, desencarnado de la realidad, al margen de las luchas humanas; un Dios sin corazón ni sentimientos, que no se parece en nada al Dios de las personas, que se nos ha revelado en Jesús, el Dios compasivo y misericordioso, al que llegan los gritos de los pobres y los humildes, al Dios encarnado que puso su tienda entre nosotros, que se solidariza con la humanidad hasta identificarse con la suerte de los últimos. Ese Dios metafísico de muchos de nuestros catecismos era un Dios sin entrañas, juez y fiscal de nuestras acciones, dador de leyes y normas inflexibles. La fe en ese Dios ha hecho muchas veces de nuestro cristianismo una religión triste y pesimista, movida mucho más por el temor al castigo que por el amor y la misericordia, que ha insistido más en la ascesis y la negación que en la mística y la afirmación gozosa de la existencia, que ha preferido la seguridad de las normas al riesgo de la libertad. Así hemos llegado a convertir la fe en una carga que nos pesa y a veces nos agobia, en lugar de experimentarla como un don gozoso que alivia y aligera nuestra existencia. De la Eucaristía y la Reconciliación hemos hecho una obligación, que constriñe nuestras conciencias y angustia nuestro espíritu, en lugar de vivirlo como la mesa de la fraternidad y la fiesta del perdón. Hemos hecho de nuestras predicaciones y catequesis una elegía amarga de los males que nos rodean, o un mensaje de resignación y conformismo, más que un anuncio profético, que nos abra a la esperanza, que nos ayude a creer en la utopía y nos invite a la transformación de la realidad con el fermento del Evangelio.


La fe que hemos heredado es sin duda un don hermoso y lleno de posibilidades, pero que muchas veces hemos enterrado bajo tierra por miedo al riesgo como el siervo de la parábola evangélica (Cf. Mt 25,25 par.); una semilla de vida y esperanza que no hemos dejado florecer, ni dar frutos, porque le ha faltado el calor de la alegría y del amor; un banquete preparado al que no hemos acudido, excusándonos en la seriedad de las cosas y el apremio de los asuntos terrenos (Lc 14, 16-24 par.), preocupándonos así por muchas cosas y olvidando que una sola es necesaria (Lc 10, 41-42). ¿Puede una fe así colmar las aspiraciones del corazón humano, ser fermento de esperanza y solidaridad en nuestro mundo de hoy? ¿No hay algo en la fe que hemos heredado, que ahoga la vida y anula su dinamismo original?


Fe en el Dios que salva y da vida


Es posible que los posos del tiempo, las influencias extracristianas, oscuros sentimientos de culpabilidad o diversos complejos psicológicos, hayan propiciado una interpretación negativa de la fe cristiana; una fe injustificadamente triste o angustiada más orientada a enseñar a sufrir que a ser felices; una fe que ha hecho prevalecer la pasión sobre la resurrección, el sufrimiento sobre el gozo de vivir, el pesimismo sobre la esperanza... pero, en realidad, así es en muchos cristianos.


Una incomprensible interpretación del pensamiento y de la praxis ha llevado a la Iglesia y a la teología a crear una mentalidad apologética, a enfrentarse o a sospechar del pensamiento, la cultura, la ciencia moderna, hasta llegar a la anatematización general en el siglo XIX con la recopilación en el famoso Syllabus (1854) de todos los errores del mundo moderno y al «Juramento antimodernista», (1910), en el que se hacia una confesión de fe frente a los errores del Modernismo y sus consecuencias. Con ello se contribuyó a crear la idea de un cristianismo enemigo del progreso, de la ciencia y de todos los logros humanos, encerrado en su pequeño mundo; la idea de una Iglesia dogmática, clerical y autoritaria, que ha dejado de ser antorcha de la sociedad para convertirse en paje que le sostiene la cola (Cf. J. Moltmann, ¿Esperanza sin fe?, en: Concillum 16 -1966-, 223), una Iglesia que ha olvidado que está llamada a ser «iglesia para los demás» (D. Bohnhofer).


El resultado ha sido una fe anodina, rutinaria, acrítica, sumisa; un proyecto de vida que no apasiona, ni entusiasma, ni cuestiona, ni crea inquietudes, ni remueve los estratos más hondos del ser humano, ni ofrece caminos de felicidad; una fe convertida en un elemento estructural más dentro de la gran estructura social, en factor de estabilidad socio-política, o en «gracia barata» (Bohnhofer), que hacía clamar al converso ·Péguy-Ch: «No me gustan los beatos; los que porque no tienen la fuerza de ser de la naturaleza, creen que son de la gracia; los que creen que están en lo eterno, porque no tienen el coraje de lo temporal; los que porque no están con el hombre, creen que están con Dios; los que creen que aman a Dios simplemente porque no aman a nadie» (Palabras cristianas).


¿Cómo puede ser fermento de vida y esperanza una fe que no entusiasma, ni mueve los corazones, que no apasiona intelectual y afectivamente? ¿Cómo puede ser signo de esperanza, lugar de acogida y hogar de paz una Iglesia que haya perdido los perfiles evangélicos?


Una fe que no ayude al hombre a ser feliz, no es digna del hombre, y es ajena al proyecto de Dios, que es ante todo un Dios que salva y da vida porque es un Dios-Amor: un Dios que ve la aflicción de su pueblo y baja a liberarle (Ex 3, 7-8), que no olvida jamás al pobre (Sal 9), que es lámpara que alumbra nuestras tinieblas (Sal 17), que es bueno con todos y cariñoso con todas sus criaturas (Sal 144); su bondad es más grande que los cielos (Sal 56) y dura de por vida (Sal 29); su ternura y misericordia son eternas (Sal 24 y 99). Dios es un Dios de vivos, para quien todos viven (Lc 20,38); no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 18,23; 33,11); quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tim 2,4); El envió a su Hijo al mundo no para condenar al mundo, sino para que todos tengan vida y el mundo se salve (Jn 3, 16-17)


Ser creyente es confiar en este Dios-Amor que salva y da vida, que sale al encuentro del hombre para sellar con él un pacto de amistad, que ha dignificado la condición humana, haciendo al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26), constituyéndole rey y centro de la creación (Gn 2, 19-20), haciéndole poco inferior a los ángeles y dándole poder sobre las obras de sus manos (Sal 8); creer en un Dios que impulsa todo lo creado hacia su plenitud. Ser cristiano es seguir los pasos de Cristo, Palabra eterna que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9), que puso su tienda entre nosotros y se identificó con la suerte de la humanidad; que nos dejó como herencia el mandamiento del amor, el ejemplo de una vida de entrega y solidaridad, la posibilidad de abrirnos a un mundo nuevo. Ser cristiano es abrir nuestra existencia al Espíritu, «señor y dador de vida», que ilumina nuestras tinieblas con la luz nueva de la Pascua, que es Abogado y Defensor de nuestra causa, que guía y conduce nuestros pasos por caminos de paz y de justicia, que crea unidad y comunión entre los hombres. Ser cristiano es formar parte de una Iglesia, que encarna «el proyecto de amor de Dios a la humanidad» (Pablo VI), que es sacramento de la unidad de Dios con los hombres y de los hombres entre sí (LG, 1,9, 48 y 59), que es «la humanidad supletoria de Cristo»> (Sor Isabel de la Trinidad) en la historia y en el tiempo; una Iglesia que es comunidad de amor y solidaridad, signo de fraternidad, lugar de acogida y encuentro para todos los necesitados y marginados.


Creer para ser felices


«Para vivir en libertad nos redimió Cristo» (Gal 5,1); es decir, Cristo murió y resucitó para rescatarnos de la desdicha radical, para que podamos realizar los más hondos anhelos de nuestro ser. Por lo tanto, la vida cristiana es un proyecto que corresponde plenamente a las aspiraciones humanas de realización plena y al mismo tiempo es capaz de proporcionarnos «los dos legados que podemos aspirar a dejar a los demás, raíces y alas» (Hodding Carter): «raíces» que pueden ayudarnos a encontrar nuestra propia identidad y «alas» que nos permiten soñar, caminar y abrirnos a un futuro de esperanza.


Hoy, como siempre, el cristiano sabe que Dios «resucitó a su siervo Jesús, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos» (Hch 10, 38), pero sabe también que lo que Dios realizó en Jesús, lo sigue realizando en la vida de cada creyente por medio del bautismo, «por el que nacemos a una esperanza viva» (1 Pe 1,3). Por eso mismo, el cristiano tiene que vivir y reflejar en su rostro siempre y por encima de todo la alegría de la salvación, la «agaliasis» que vivían los primeros cristianos: «Alegraos, pues, aunque de momento tengáis que sufrir» (/1P/01/06); «estad siempre alegres en el Señor y celebrad la Acción de Gracias'' (/1Ts/05/16); «estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres; el Señor está cerca» (/Flp/04/04-05); creemos en un «Dios de la esperanza que nos colma de alegría y paz en la vivencia de nuestra fe hasta rebosar por la fuerza del Espíritu» (/Rm/15/13).


A partir de este planteamiento, comprenderemos que no es aceptable una fe carente de alegría y esperanza, un cristianismo triste y apesadumbrado, o una Iglesia carente de calor y optimismo. Ser capaces de vivir la alegría y la esperanza de la fe en un mundo quebrantado, es el mejor signo de madurez cristiana.


El cristiano está llamado a vivir gozosamente el don de la salvación, a celebrar la fiesta de la fraternidad y de la nueva vida, a hacer de su vida peregrina un interminable día de fiesta, a ser testigo de la esperanza en nuestra sociedad materializada que necesita profetas que enseñen a soñar y modelos de felicidad que estimulen a vivir. El cristianismo no es sólo un sistema de pensamiento, o una visión de la realidad, sino ante todo es un arte de vivir; como decía el apóstol Pablo «vivir en el Señor» y vivir los valores del reino por los que Jesús de Nazareth murió: la paz en la justicia, la verdad que libera, el amor que transmite vida, la libertad que dignifica, la esperanza activa, la reconciliación que sana los corazones. Ser cristiano es aprender a vivir y a ser feliz desde la profunda experiencia de la salvación, descubriendo siempre la semilla de vida v esperanza que hay también en el sufrimiento y la cruz de cada día.


«Dad razón de vuestra esperanza» (1P/03/15)


No hemos recibido el don de la fe y el Evangelio para guardarlo y hacer de él un tesoro escondido, ni para que lo disfrutemos sólo nosotros, ni para que lo defendamos como una parcela particular señalada con el cartel de «propiedad privada». Hemos recibido la fe para compartirla y para que produzca frutos de nueva vida; hemos recibido el Evangelio para anunciarlo y proclamarlo a todos los hombres y todos los pueblos: «Id y anunciad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15 par.); «lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt 10, 8). ¡Qué bien aprendieron esta lección los primeros discípulos, «que no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús cada día en el templo y por las casas» (Hch 5, 42)! ¡Qué asimilado lo tenia Pablo de Tarso cuando exclamaba: «Ay de mí si no anunciase el Evangelio» (1 Cor 9, 16)!. La experiencia y la alegría de la fe sólo llega a su plenitud cuando la anunciamos y compartimos con los demás: «Os escribo esto para que nuestra alegría sea completa» (1 Jn 1, 4).


Sin embargo, hay que reconocer que hemos hecho de la fe y el Evangelio una especie de bastión, que debe ser defendido de los enemigos de fuera y de dentro, un tesoro que debe ser preservado de toda contaminación. Nos hemos preocupado más de levantar barreras y establecer límites que de abrir fronteras, presentar ofertas y ayudar a crear posibilidades de fe; hemos estado más atentos para descubrir y señalar a los adversarios que parar ver en todos los hombres los destinatarios genuinos de la fe y el Evangelio; ha habido más interés en marginar a los disidentes que en solidarizarnos con los marginados y en tender una mano a todo hombre de buena voluntad.


Una forma de proclamar el Evangelio y compartir la alegría de la salvación es la disponibilidad para dar razón de nuestra esperanza: «Estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os lo pida; pero hacedlo con dulzura y respeto» (1 Pe 3, 15-16). Es decir, sed conscientes dónde se fundamenta vuestra fe y presentad un testimonio positivo, optimista, de lo que vivís y celebráis.


«Dar razón de la esperanza» presupone pues una vivencia consciente, razonable y gozosa del don que hemos recibido; una experiencia positiva de la fe, que hace posible creer en el futuro y de transmitir ganas de vivir; sólo podremos dar y transmitir lo que tenemos. Para hacerlo «con dulzura y respeto», debemos haber participado de la dulzura y la amabilidad de la salvación; debemos haber aprendido a valorar al hombre más por lo que es que por lo que tiene o piensa (GS, 35), a ver a los demás con ojos de compasión y misericordia.


Si como creyentes y como comunidades cristianas, no hacemos de la esperanza proyecto de vida, experiencia cotidiana y razón de nuestro existir en el mundo, difícilmente podremos dar razón de ella ante los demás y dar un testimonio atrayente ante todos los que sufren y buscan sentido a su vida. La posibilidad de dar razón de la esperanza hoy lleva consigo unas actitudes, que tienen que ver por una parte con la esencia de nuestra fe y por otra con la situación propia que vivimos. Entre ellas podemos destacar las siguientes:


1) Sinceridad intelectual, que nos lleve a ser cristianos conscientes y razonables, porque «proponer la fe sin razones es tan injusto para la razón como peligroso para la fe» (M. Blondel) y porque «una fe que no se reflexiona, deja de ser fe cristiana»


Dios no nos pide que, al aceptar el don de la fe y abrirnos al encuentro con El, renunciemos a la capacidad de pensar, reflexionar, razonar, pues quiere que le amemos «con toda la mente y el corazón» (Dt 6, 4-5; Mc 12, 33 par.). La tendencia a reducir a opciones fideistas o a puros sentimientos, no dignifica sino que degrada nuestra condición de creyentes y puede degenerar fácilmente en planteamientos fundamentalistas. El cristiano tiene el derecho e incluso el deber de «comprobar la solidez de las enseñanzas recibidas» (Lc/01/03-04), para ser verdadero testigo del Evangelio y poder entrar en diálogo con todos los hombres y con todas las culturas.


2) Superación del enfoque puramente ideológico de la fe, puesto que la fe, aunque sea una decisión razonable, conlleve ideas, pensamientos y actitudes, no es una ideología que se imponga a la libertad del hombre, sino una respuesta de amor y de vida a una propuesta de salvación de Dios, que es Amor y Vida. Hay que saber ser creyentes desde el respeto al Misterio inefable y personal, que llamamos Dios, pero también desde la aceptación de la vulnerabilidad de nuestra fe, que es como un tesoro que llevamos en vasijas de barro (Cf. 2Cor 4, 7). Además no debemos olvidar que «el corazón tiene razones que la razón no comprende» (Pascal) y que incluso a veces «sólo se ve bien con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos» (Saint-Exupery-A).


3) Solidaridad crítica con todo lo humano, pues nada más lejos de la verdad que entender la fe cristiana como un legado anti-humano o in-humano. Precisamente ser cristiano es creer en un «Dios encarnado», humanizado, solidarizado con la condición humana. Si el adagio clásico decía que «la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona», habría que decir también que lo cristiano se construye incondicionalmente sobre lo humano. Donde hay bondad y verdad, allí está Dios: «No hay nadie bueno sino Dios, y, por lo tanto, todo lo bueno es divino y todo lo divino es bueno» (S. Ambrosio); «encontré a Dios, donde encontré la verdad» (S. Agustín). «Gloria Dei vivens homo est» (S. Ireneo): la gloria de Dios consiste en que el hombre viva y sea plenamente feliz. La fe cristiana no es una respuesta meramente humanitaria, pero ante la permanente amenaza anti-humana, debe defender una salvación universal, que incluya a todos los hombres y todo lo humano, desde una solidaridad fraterna con los últimos y los más pequeños.


4) Adecuación al pensamiento y la cultura: Para dar razón de nuestra esperanza como cristianos, debemos aprender a compartir los problemas y las preguntas del mundo que nos rodea, no como algo ajeno a nosotros, sino como parte de nuestra realidad de creyentes; la historia humana es nuestra historia, el mundo es nuestro mundo; los problemas y esperanzas de la sociedad son también nuestros. «Somos oyentes de la Palabra, si al mismo tiempo que escuchamos el mensaje, escuchamos también las objeciones y problemas implicados» (K. Rahner). Vivimos y testimoniamos nuestra fe en un mundo real, en una sociedad y una cultura concreta; no es posible un testimonio de fe y de esperanza, si no sintonizamos con la cultura, con el pensamiento y con las preocupaciones del mundo. Precisamente el problema que muchas veces tiene la teología, la predicación y la catequesis es que intenta dar respuesta a preguntas que nadie hace y ofrecer soluciones a problemas que no existen. En el Misterio de la Encarnación Dios entra en nuestra historia concreta, Ia Palabra se hace carne, historia, cultura... y por lo mismo, la razón de nuestra esperanza sólo puede darse desde una fe encarnada e inserta en la historia, la cultura y la realidad concreta.


5) Capacidad de diálogo: La fe cristiana es la respuesta a un Dios que a través de la revelación ha entrado en un diálogo de amor con el hombre y, por lo mismo, sólo puede vivirse y acreditarse desde actitudes de diálogo. La plegaria, el anuncio, la catequesis, la reflexión, la teología, deben tener para el cristiano la forma de diálogo, pues parte y se fundamenta en un Dios que es amor, comunión, encuentro, relación de amistad con el hombre. Dar razón de nuestra esperanza hoy es hacer presente este diálogo de amor de Dios con el hombre, saber escuchar y ponerse en actitud sincera de búsqueda de la verdad, salir al encuentro de los demás, compartir tareas y proyectos comunes en una sociedad pluralista, tender la mano a todos.


Como cristianos estamos convocados a creer y testimoniar al Dios de la Vida que se ha manifestado en Jesús de Nazareth, a entrar en la corriente de vida nueva que brota del Misterio Pascual, a celebrar la fiesta interminable de la salvación... Y todo ello, siendo mensajeros de paz y solidaridad en un mundo de injusticia y violencia, testimoniando el amor y la esperanza, viviendo la admiración y la Acción de gracias en un «mundo quebrantado», caminando cada día tras las huellas de Cristo, que hacen soñar y creer en un futuro de liberación.






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Índice general. Curso 2005/2006

Núms. 46-54



Presentación


Volver a retomar el vuelo” (Septiembre de 2005, nº 46, pág. 1).

La bondad, el otro nombre de la santidad. In memoriam del Hermano Roger” (Octubre de 2005, nº 47, pág. 1).

No debemos dormir la noche santa” (Noviembre de 2005, nº 48, pág. 1).

Mamá Margarita, una mamá especial” (Diciembre de 2005, nº 49, pág. 1).

Por los jóvenes” (Enero de 2006, nº 50, pág. 1).

Camino hacia la Pascua. Cuarenta días con los cuarenta últimos” (Febrero de 2006, nº 51, pág. 1).

Primavera en el corazón” (Marzo de 2006, nº 52, pág. 1).

María de Nazaret, señora de la Esperanza” (Abril de 2006, nº 53, pág. 1).

Verano, tiempo de estío” (Mayo de 2006, nº 54, pág. 1).


Retiros


Luis Onrubia, “Maestro, ¿no te importa que perezcamos? (Mc 4, 38) A raíz del informe sobre fragilidad vocacional” (Septiembre de 2005, nº 46, pág. 3-10).

José Manuel González Díez, “La pobreza, piedra de toque de la vida religiosa (Síntesis de la pobreza bíblica y su concreción en la pobreza religiosa)” (Octubre de 2005, nº 47, pág. 3-12).

Marcos Mellado, “Mamá Margarita, madre de la familia educativa creada por D. Bosco en Valdocco” (Noviembre de 2005, nº 48, pág. 3-11).

Basilio Díaz Rollán, “Llamados, consagrados, apóstoles” (Diciembre de 2005, nº 49, pág. 3-10).

Josep Lluís Burguera, “Comunicación y misión salesiana” (Enero de 2006, nº 50, pág. 3-8).

Basilio Díaz Rollán, “Llamados, consagrados, apóstoles” (Febrero de 2006, nº 51, pág. 3-10).

Francisco Santos, “La eucaristía en nuestra vida” (Marzo de 2006, nº 52, pág. 3-19).

Contemplamos e imitamos su fe” (Abril de 2006, nº 53, pág. 3-8).

Agustín Iglesias, “La pertenencia. Entre el gozo y el desencanto” (Mayo de 2006, nº 54, pág. 3-10).


Formación


Xabier Quinzá Lleó, “Vulnerables pero resistentes” (Septiembre de 2005, nº 46, pág. 11-19).

Pier Giordano Cabra, “Los siete signos de la vida fraterna” (Octubre de 2005, nº 47, pág. 13-21).

Francisco Santos, “Antropología de la vocación cristiana” (Noviembre de 2005, nº 48, pág. 12-25).

Alejandro Fernández Borrajón, “La misión de la Vida Consagrada” (Diciembre de 2005, nº 49, pág. 11-13).

Dolores Aleixandre, “Apasionados por Dios y por su mundo” (Enero de 2006, nº 50, pág. 9-21).

N. Hausman, “Evaluación pastoral: “para reanimar la esperanza”” (Febrero de 2006, nº 51, pág. 11-20).

, ““El juicio de Lutero sobre los votos monásticos” (1521)” (Marzo de 2006, nº 52, pág. 20-28).

, “La vida religiosa en la actualidad” (Abril de 2006, nº 53, pág. 9-16).

Pier Giordano Cabra, “Una fraternidad nueva para una sociedad nueva” (Mayo de 2006, nº 54, pág. 11-24).



Comunicación


Pier Giordano Cabra, “Comunicarse para ser hermanos y hermanas” (Septiembre de 2005, nº 46, pág. 20-34).

Maite López, “La música como lenguaje juvenil” (Octubre de 2005, nº 47, pág. 22-25).

Eduardo T. Gil de Muro, “Comunicación para todos” (Noviembre de 2005, nº 48, pág. 26-31).

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1 P. GIORDANO CABRA, Para una vida fraterna, ST, Santander 1999, 121-143.

2 Antonio SPADARO, Razón y fe (abril 2005) 297-312.

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