EL MAGISTERIO Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL


EL MAGISTERIO Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL









Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor León , 24 de noviembre de 2001 nº 12




UN DIOS CERCANO. FELIZ NAVIDAD


La verdad es que nos cuesta hablar sobre la Navidad, ahora que ya está muy cerca. Yo diría que cada año nos cuesta más hablar del significado que puede tener para nosotros. Pero también podemos afirmar otra certeza: y es que a todos nos gusta imaginarnos la Navidad de otra manera a como nos la presenta el mundo comercial y de los MCS: más sencilla, más auténtica, menos consumista, más familiar, menos violenta, más ahorradora...etc. Dejo un par de líneas para que vosotros sigáis añadiendo calificativos


Pienso que esta Navidad de 2001 y comienzo del 2002 ha de ser un poquito diferente. No debemos pensar sólo en el cambio de dígitos, sino que es bueno que reflexionemos en este nuevo año y en todas las oportunidades que se nos brindan para ser mejores, para construir un mundo más feliz para niños y mayores.


Pensando en qué deciros sobre esta Navidad ha caído en mis manos un credo de Víctor Manuel Arbeloa. Os lo ofrezco con todo el cariño por si os sirve. Y ahora sí, a pesar de todos los convencionalismos y las tonterías de que hemos rodeado la Navidad, todavía me sigue gustando decir a la gente: ¡Feliz Navidad!



Creo en la bondad humilde de Jesús de Nazaret

y en la fe, desbordada de María.


Creo en la pobreza del portal

con un buey y una mula, y aun sin ellos.


Creo en el anuncio de los ángeles, presencias múltiples de Dios

donde estén la verdad, el amor y la belleza.


Creo en la estrella peregrina y mensajera

y en los Magos inquietos y tenaces,

que siempre encuentran la luz cuando la siguen

asomada a la inmensa maravilla

de Dios entre los hombres.


Creo en los caminos que llevan a Belén,

en los ríos de plata,

en los montes de musgo,

en los árboles de corcho,

en las luces de colores.


Creo en las estrellas, más curiosas y despiertas que nunca

en el cielo madrugador de la nochebuena.


Creo en la alegría natural,

en la clara amistad entre los hombres,

nacida de repente

o crecida a ritmo de cosecha.


Creo en la sorpresa virgen y fértil de los niños.


Creo en la ternura de los hombres.


Creo en el amor,

difícil e inseguro pero cierto,

muestra gratuita de Dios,

ángel, estrella,

belén en su hermosura generosa.


Creo en Jesús, hombre perfecto,

Hijo de Dios, Dios perfecto a la altura del hombre.









ÍNDICE




  1. Un Dios cercano. Feliz Navidad………..1-2

  2. Retiro……………………………………..3

  3. Formación……………………………….22

  4. Comunicación ………………………….31

  5. El anaquel……………………………….37

  • ¿Quién se ha llevado mi queso?…….37

  • La enseñanza pública en España……40

  • La Francia de los sin-religión……….48

  • Reseñas……………………………..55



Maqueta y coordina: José Luis Guzón.



RETIRO




Vocación y Formación: gracia y tarea


Juan J. Bartolomé, - Pascual Chávez





Jesús llamó personalmente a sus apóstoles para que estuviesen con él y para enviarlos a proclamar el evangelio... A nosotros nos llama a vivir en la Iglesia el proyecto de nuestro Fundador, como apóstoles de los jóvenes. Respondemos a esa llamada con el esfuerzo de una formación adecuada y continua, para la que el Señor nos da a diario su gracia” (C. 96)


S U M A R IO


La formación es la forma de responder a la vocación: así considerada no hay etapa en la vida del llamado (formación inicial o permanente), ni actividad (educativa o evangelizadora), que no sea formadora, si se vive como vocación. Para explicitar esta afirmación constitucional la reflexión tiene dos partes: la primera es una fundamentación bíblica de cuanto se va a decir en la segunda parte; presenta la vida como vocación y la vocación como tarea de por vida; la segunda entiende la formación como esfuerzo mantenido de identificación con la llamada, exponiendo los objetivos y la metodología que presenta la nueva edición de la Ratio.





El primero de los artículos que las Constituciones dedican a la formación hace una afirmación fundamental: “respondemos a la llamada [de Dios]con el esfuerzo de una formación adecuada y continua” (C. 96)1.


Las Constituciones entienden la formación como respuesta a la vocación; no la identifican, pues, con ese largo periodo de tiempo que antecede a la integración plena y definitiva en la misión común ni, mucho menos, la reducen al estudio, religioso y profesional, al que hay que dedicarse como preparación específica previa a la misión personal. Todo cuanto ha de hacerse para reconocer, asumir e identificarse con el proyecto al que Dios nos destina es formación: “la formación es acoger con alegría el don de la vocación y hacerlo real en cada momento y situación de la existencia”2.


Llamándonos, Dios nos ha identificado. Le respondemos adecuadamente sólo cuando nos identificamos con su llamada. La identidad salesiana no se ajusta, pues, a lo que ya somos ni a cuanto deseemos ser, coincide con lo que Él quiere que lleguemos a ser: es lo que estamos llamados a ser lo que fija cuanto debemos ser. Pues bien, identificarse con lo que Dios quiere de nosotros es el objetivo de toda formación. La llamada de Dios, que es gracia inmerecida, precede y motiva el esfuerzo por conformarse a ella, en el que consiste básicamente la formación, y “para la que el Señor nos da a diario su gracia” (C. 96): vocación y formación son dos formas de realización en nosotros de la gracia.



1.Vocación: la gracia como origen

Nuestra vida de discípulos del Señor es una gracia del Padre que nos consagra con el don de su Espíritu y nos envía a ser apóstoles de los jóvenes” (C. 3).


La vocación no es nunca proyecto personal de vida que uno realiza con sus propias fuerzas o alimenta con sus mejores sueños; es, más bien, llamada de Quien, precediéndole y transcendiéndole, propone al elegido una meta más allá de sí mismo y de sus posibilidades. En el primer caso, uno se siente con ganas e ilusión de hacer algo en su vida, mejor dicho, se propone - cree ser capaz de - hacer algo de su vida. En el segundo caso, uno se siente deseado para hacer algo con su vida, un algo que sólo podrá imaginar e identificar, si responde a la llamada personal. Creerse llamado es saberse elegido (Jn 15,16).



1.1La vida como vocación


La vida de cada persona es vocación y como tal debe ser comprendida, acogida y realizada”3. Antes de conocer, en la llamada, el destino de su vida, antes de reconocerse llamado a hacer algo con su vida, el creyente se sabe llamado por Dios por el mero hecho de vivir: “Él nos hizo y suyos somos”, confiesa el salmista (Sal 100,3).



1.1.1La vida, Palabra de Dios


La vida, la propia existencia, es palabra de Dios y, al mismo tiempo, la respuesta debida a su Dios. Invocándole, Dios le llamó a la existencia; invocado, está obligado a responderle: con la vida concedida Dios nos ha impuesto el diálogo como modo de existir en su presencia. Por ser imagen de un Dios que nos pensó dialogando consigo mismo, sólo podremos vivir en diálogo con ese Dios. La vida es un pro­nunciamiento de Dios a nuestro favor y exige, por lo mismo, un pronuncia­miento del hombre a su favor; no en vano surgi­mos de la nada dentro de un coloquio di­vino: quien nos imaginó dialogando consigo mismo, pudo consi­de­rarnos su imagen por­que podemos dialogar como Él y con Él.


“Puesto que ha sido llamado por Dios a la vida, el creyente reconoce que su presencia en el mundo no obedece a una decisión propia: no vive quien quiere, quien lo ha deseado, sino que ha sido deseado y querido... Precisamente porque la vida es efecto del querer divino, no puede vivirse fuera del ámbito de su voluntad: quien no existe porque quie­re, no deberá existir como se le antoje; la vida conce­dida cuenta con límites que respetar (Gn 2,16-17) y con ta­reas que cumplir (Gn 1,28-31). El hombre bíblico, simple­mente por vivir, se sabe llamado por Dios y responsable ante Él: vive porque Dios lo quiso y para vivir como Dios quie­re...; se sabe vivo, por haber sido invocado por Dios; sabe que vivi­rá, si se mantiene fiel a esa vocación (Gn 3,17-19)"4.



1.1.2La vida, respuesta debida a Dios

Por el mero hecho de ser, el hombre ha de hacerse responsa­ble: al ser el único viviente que re­fleja la na­tura­leza dialógica de Dios (Gn 1,26), tendrá que responsabilizarse de lo cre­ado (Gn 1,3-25), responsabili­zarse de procrear (Gn 1,27-30; Sal 8,6-9; Eclo 17,1-10) y responsabilizarse de quien le es hermano (Gn 4,9). Esta res­ponsabilidad, de la que depende su relación con Dios y que se realiza en la custodia del mundo y del hermano, es una deuda permanente del hombre; la salda en la medida en que, guardando lo creado en nombre de Dios y en su lugar, se man­tiene en diálogo con Él.


El hombre bíblico vive, pues, ante Dios en deuda permanente de respuesta. Quien debe su vida a una Palabra de Dios, no puede mante­nerse en silencio en su presencia; el creyente que calla ante Dios, ha dejado de existir para Dios; Él nos imaginó ha­­­­blando, y somos imágenes suyas si no perdemos la palabra: sólo los muertos no pueden recordarle, sólo ellos no le alaban (cf Sal 6,6; 88,11-13; Is 38,18). Todo lo que la vida nos depare puede ser motivo de oración5 y es tarea de la que responsabilizarse: no existe situación humana alguna indigna de ser comentada, dialogada, comunicada, con Dios; ni necesidad de los hermanos – ni hermano en necesidad - de los que no tengamos que responder. Quien no quiso hablar de su hermano, quien se declaró libre de responder de él, le había quitado la vida poco antes: el asesinato precedió a la negación a responder del hermano.



1.2La vocación, tarea para una vida


Para el creyente la vida no es fruto del azar ni siquiera empeño del querer humano: toda vida es querida por Dios; a cada vida humana Dios le asigna un lugar, una tarea, en su proyecto salvífico. Quien llega a la existencia ha sido querido por Dios: su existencia tiene sentido, al menos, para Dios.



1.2.1La vocación, misión dialogada


No es casual que, cuando en la Biblia se narra una llamada de Dios, el relato se convierte en la transcripción del diálogo que Dios abre con su elegido: descubriéndole el proyecto que alimenta sobre él, Dios le da a conocer que cuenta con él para llevarlo a cabo.


Inopinadamente, sin haberlo merecido, ni siquiera deseado, el llamado se encuentra con una tarea que se le propone y con una forma de vida que se le impone: sea la generación de un pueblo (Abrahán: Gn 12,1-4) o su liberación (Moisés: Ex 3,1-4,23), la concepción de un hijo (María: Lc 1,26-38) o la invitación a la convivencia con Jesús (los cuatro primeros discípulos: Mc 1,16-20), la misión asignada no responde a las posibilidades del llamado, con frecuencia no entra siquiera entre sus prioridades; tanto Abrahán como María no veían posible la prometida descendencia (Gn 15,2-3; Lc 1,34). La misión designada tampoco suele compaginar bien con la actividad o profesión que se está ya desarrollando; Moisés, pastoreando ganados ajenos, lo mismo que los primeros discípulos de Jesús, trabajando sus propias redes, vivían enfrascados en proyectos bien diversos de aquél al que fueron llamados, liderar un movimiento de liberación nacional (Ex 2,21-3,1) o pescar hombres para el reino de Dios (Mc 1,16.19).


El creyente bíblico, por saber que su vida es la consecuencia de un pronunciamiento de Dios a su favor, puede excluir de ella el azar y la fortuna, buena o mala: al haber una Persona que positivamente le quiso en un momento y en ese momento lo creó viviente, no dejará de sentirse querido mientras viva; no será nunca presa del destino ni el impre­visto se cebará en él. Pero, por lo mismo, al no haberse dado a sí mismo la existencia, tampoco puede programársela desde sí; no es señor de sí: ha quedado sujeto al arbitrio de quien le quiso tanto como para quererle vivo y semejante. Su propia vida le descubre, pues, un proyecto divino a rea­lizar; su existencia personal es la prueba de la pre-exis­tencia de un plan divino sobre él: la vida es siempre mi­sión, por haber sido don previamente; es encomienda y gracia ya que no fue herencia automática ni es salario debido.



1.2.2La misión, lugar y causa de formación


Dios puede muy bien disponer de la vida de un hom­bre, ya que fue El quien se la ha dado. Los relatos de voca­ción, significativamente numerosos en la Biblia, muestran de modo ejemplar ese rasgo característico del Dios vivo: des­cubre al que llama que cuenta con él, a veces, muy a su pe­sar y, otras, también en contra suya; por más objeciones que acumule el llamado, no podrá zafarse de la llamada. A no ser que Dios revoque su envío, su enviado lo será siempre; ni siquiera huyendo de Dios, se libera uno de Él y de su voluntad, como tuvo que aprender Jonás (Jon 1,1-3,3). Y lo que es más se­rio, el llamado sentirá que le han robado su vida, que se la secuestraron con violencia, imponiéndole una misión que no entraba en sus cálculos ni entrará del todo en sus capacida­des; jamás podrá reconocer como propia una mi­sión que no eligió porque fue elegido para ella (Is 49,1; Jr 1,5; Gal 1,15).


Dios se entiende con quienes llama conversando con ellos; el Dios que llama hablando, convierte en interlocutor a su elegido. Dios, al dirigirse ha llamado, le descubre que lo quiere y para qué lo quiere; “hace que el llamado se descubra querido por Dios, al ser parte integrante de ese proyecto; en él atisba el corazón de su Dios, pero no llega hasta sus últimas razones: su elección le resultará siempre un miste­rio. Ahora bien, el único saber sobre Dios y sobre sí mismo que el llamado adquiere, al asumir la llamada de Dios, con­siste en saberse destinado a los otros: el Dios bíblico, cuando llama, no quiere al lla­mado para sí ni por sí mismo, sino para los demás; en ello consiste, precisamente, la sor­presa del llamado: la res­puesta que debe a Dios por su voca­ción, la tiene que ensayar respondiendo de aquellos a quie­nes ha sido confiado; Dios llama para enviar: la misión es la forma de vivir la elec­ción; es su consecuencia y su prue­ba”6. Y cuando se haga por realizar la misión, prepararse a ella e identificarse con ella, es formación. La formación del salesiano está orientada y motivada por la misión.


La única respuesta que el Dios del llamado consi­dera válida es la que realiza su llamada, es decir, aquélla que se da cuando uno se entrega a quienes Dios nos destinó cuando nos llamó por nuestro nombre. Asumir la vocación supone, pues, una vida de obediencia al encargo recibido: el servicio exclusivo y excluyente a la juventud es la res­puesta que Dios espera del salesiano. No es casual que perda­mos la conciencia de nuestros deberes frente a la juventud, cuando estamos perdiendo el gusto y las ganas por la ora­ción; ni ha de maravillarnos el que todo intento de libera­ción de la misión salesiana empobrezca y dificulte nuestra oración comunitaria: no es que Dios se aleje de nosotros y nos impida sentirle cercano, es que nosotros nos estamos alejando de la juventud y no logramos estarle cercanos a sus problemas. Nos creemos abandonados de Dios porque, y cuando, abandonamos “la patria de nuestra misión..., la juventud ne­cesitada”7.


Estamos, como salesianos, en deuda con Dios y con los jóvenes: esa deuda nace de la gracia recibida: ha surgido y se mantiene con la vocación y con la formación, “adecuada y continua” (C. 96), se salda. “Su­mergido en el mundo y en las preocupaciones de la vida pas­toral, el salesiano aprende a encontrar a Dios en aquellos a quienes es enviado" (C 95). En este aprendizaje consiste, básica y primordialmente, la formación. La meta es encontrarse con Dios en la vida que se está llevado mientras se vive la llamada, el camino para lograrlo y las opciones metodológicas constituyen el proceso formativo que todo llamado protagoniza: no hará falta salirse de la vida que se está llevando, si ésta es la res­puesta a la propia vocación. Donde falte conciencia de estar haciendo delante de Dios lo que Él nos ha encomendado, no podrá darse formación alguna, por mucho que se estudie o por años que se pasen en las llamadas ‘casas de formación’.



2.Formación: la gracia como tarea


La llamada de Dios, al imponernos los jóvenes como contenido de nuestra respuesta vocacional, nos ha obligado a vivir un tipo determinado de espiritualidad, que requiere una específica formación: “creemos que Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecernos la gracia del encuentro con Él y disponernos a servirle en ellos”8. Como nuestra experiencia de Dios no puede entenderse sin referencia a los jóvenes a quienes Dios nos destinó, así tampoco podrá realizarse nuestra formación sin una vida vivida en su favor: “la naturaleza religioso-apostólica de la vocación salesiana determina la orientación específica de nuestra formación” (C. 97).


El salesiano sabe que lugar privilegiado y motivo central de su diálogo con Dios lo constituye su vida apos­tólica: porque Dios le fijó esa tarea de por vida, es identificándose con ella y realizándola como le responderá. “La llamada de Dios le llega a través de la experiencia de la misión juvenil; no pocas veces, a partir de allí, inicia el seguimiento. En la misión se comprometen, se manifiestan y crecen en él los dones de la consagración. Un único movimiento de caridad lo atrae hacia Dios y lo empuja hacia los jóvenes (cf. C. 10). Él vive el trabajo educativo con los jóvenes como un acto de culto y una posibilidad de encuentro con Dios”9.


El esfuerzo por lograrlo se llama formación; en efecto, “la formación salesiana es identificarse con la vocación que el Espíritu ha suscitado a través de Don Bosco, tener su capacidad de compartirla, inspirarse en su actitud y en su método formativo10.



2.1Identidad carismática e identificación vocacional


“Configurarse con Cristo y dar la vida por los jóvenes, como Don Bosco”, es, en síntesis, “la vocación del salesiano”, su identidad. Toda formación, sea inicial o permanente, “consiste en asumir y hacer real, en las personas y en la comunidad, esta identidad”. “De ella arranca el proceso formativo y a ella se refiere constantemente”. La identidad salesiana es “el corazón de toda la formación”11, su norma y su meta. “En otras palabras: la identidad salesiana caracteriza nuestra formación, que no puede ser genérica, y especifica sus deberes y sus exigencias fundamentales”12.



2.1.1Objetivos de la formación


Formarse impone reconocer el modo de vida al que uno es llamado e identificarse lo más plenamente con él. “A través de la formación, en efecto, se realiza la identificación carismática y se adquiere la madurez necesaria para vivir y obrar en conformidad con el carisma fundacional: del primer estado de entusiasmo emotivo por Don Bosco y por su misión juvenil se llega a una verdadera configuración con Cristo, a una profunda identificación con el Fundador, a la asunción de las Constituciones como Regla de vida y criterio de identidad, y a un fuerte sentido de pertenencia a la Congregación y a la comunidad inspectorial”13.


Lo que estamos llamados a ser determina lo que debemos esforzarnos por ser; la identidad carismática provoca y conduce el esfuerzo de identificación, personal y comunitaria, que es la formación. Dicho de otro modo, los objetivos de la formación para la vida salesiana los impone la vocación salesiana, en definitiva Dios que nos llama a :



1º.Enviados a los jóvenes: configurarse con Cristo Buen Pastor


Como Don Bosco, el salesiano tiene como primer y principal destinatario de su misión “la juventud pobre, abandonada y en peligro, la que tiene mayor necesidad de ser querida y evangelizada” (C. 26)14.


Responder a esta misión le consigue la conformación15 con Cristo, Buen Pastor, cuyo fruto y garantía natural es la caridad pastoral. Amar a los jóvenes como Cristo los ama “se convierte para el salesiano en proyecto de vida”; cuanto haga por representar el amor de Dios a los jóvenes (cf. C. 2: ser en la Iglesia signo y portador) le identificará con Cristo, apóstol del Padre. “A través de los jóvenes el Señor entra en la vida del salesiano y allí ocupa el lugar principal; y el ansia de Cristo redentor encuentra eco en el lema “da mihi animas, coetera tolle», que constituye el punto unificador de toda su existencia”16.


El salesiano se va configurando con Cristo llevando a cabo su misión, “el parámetro seguro y definitivo de nuestra identidad”17, con ‘corazón oratoriano’18, respondiendo a las necesidades de los jóvenes con imaginación y sensibilidad educativa. Y es en la vida diaria, y no en actuaciones puntuales o extraordinarias, “en la realidad de cada día, donde el salesiano traduce en experiencia de vida su identidad de apóstol de los jóvenes”19.



2º.Hermanados por una única misión: hacer de la vida común lugar y objeto de formación


Vivir y trabajar juntos es para nosotros, salesianos, exigencia fundamental y camino seguro para realizar nuestra vocación” (C. 47). La vivencia comunitaria de la misión no ha sido dejada, pues, a nuestro arbitrio: no somos libres de aceptarla, ni podemos liberarnos de ella a nuestro antojo; no es, siquiera, una decisión táctica en pro de una mayor eficacia apostólica; es “uno de los rasgos más fuertemente característicos de la identidad salesiana. El salesiano es convocado para vivir con otros hermanos consagrados para compartir el servicio del Reino de Dios entre los jóvenes”20.


Por vocación, el salesiano es “parte viva de una comunidad” y “cultiva un profundo sentido de pertenencia a la misma”: “con espíritu de fe y sostenido por la amistad, el salesiano vive el espíritu de familia en la comunidad y contribuye, día tras día, a la construcción de la comunión entre todos los miembros. Convencido de que la misión es confiada a la comunidad, él se compromete a obrar con sus hermanos según una visión de conjunto y un proyecto compartido”21.


Más aún, puesto que “la asimilación del espíritu salesiano es, fundamentalmente, un hecho de comunicación de vida” (R. 85), la formación, en cuanto identificación con el carisma salesiano, requiere esa comunicación que “tiene como contexto natural la comunidad”22. Además de ser “el ambiente natural del crecimiento vocacional”, “la vida misma de la comunidad, unida en Cristo y abierta a las necesidades de los tiempos, es formadora” (C. 99). Vivir en y para la comunidad es vivir en formación.






3º.Consagrados por Dios: testimoniar el radicalismo del evangelio


La misión apostólica, la comunidad fraterna y la práctica de los consejos evangélicos son los elementos inseparables de nuestra consagración” (C. 3).


La vida espiritual salesiana es una fuerte experiencia de Dios que, a la vez, sostiene y es sostenida por un estilo de vida fundado enteramente sobre los valores del Evangelio (cf. C. 60). Por esto, el salesiano asume la forma de vida obediente, pobre y virginal que Jesús eligió para sí en la tierra... Creciendo en la radicalidad evangélica con intensa tonalidad apostólica, él hace de su vida un mensaje educativo, especialmente dirigido a los jóvenes, proclamando con su existencia ‘que Dios existe y su amor puede llenar una vida; y que la necesidad de amar, el ansia de poseer y la libertad para decidir sobre la propia existencia, alcanzan su sentido supremo en Cristo Salvador’ (C. 62)23.


En consecuencia, la práctica de los consejos evangélicos, además de ser mensaje y método de evangelización24, “constituye un principio de identidad y un criterio formativo”25.



4º.Compartiendo vocación y misión: animar comunidades apostólicas en el espíritu de Don Bosco.


El salesiano no puede pensar integralmente su vocación en la Iglesia sin referirse a aquellos que con él son los portadores de la voluntad del Fundador. Con la profesión él entra en la Congregación salesiana y es incorporado en la Familia salesiana26; en ella tenemos responsabilidades peculiares: “mantener la unidad de espíritu y estimular el diálogo y la colaboración fraterna para un enriquecimiento recíproco y una mayor fecundidad apostólica” (C. 5).


Por el hecho de serlo, “todo salesiano es animador y se prepara constantemente para serlo”27: responder de la propia vocación le hace corresponsable del carisma salesiano del que viven, de forma diferentes, los diversos miembros de la Familia Salesiana. “La formación da al salesiano un fuerte sentido de su identidad específica, abre a la comunión en el espíritu salesiano y en la misión con los miembros de la Familia salesiana que viven proyectos vocacionales diversos... La comunión estará tanto más segura ‘cuanto más clara sea la identidad vocacional de cada uno y mayores sean la comprensión, el respeto y la valoración de las distintas vocaciones’28... La formación para la comunión con los valores salesianos hace crecer la conciencia de la tarea de animación carismática y cualifica para ello”29.







5º.En el corazón de la iglesia: edificar la iglesia, sacramento de salvación


La vocación salesiana nos sitúa en el corazón de la iglesia” (C. 6): la experiencia espiritual del salesiano es, por ello, una experiencia eclesial”30. Si para Don Bosco amar a la iglesia fue una forma característica de su vida y de su santidad, para nosotros “ser salesiano es nuestro modo de ser iglesia intensamente”31.


El salesiano llega a serlo creciendo en sentido de pertenencia a la iglesia32, comprometido con las preocupaciones y problemas de ella, inserto en su programas pastorales e insertando a los jóvenes en ellos, viviendo en comunión cordial con el Papa y con aquellos que trabajan por el reino (cf. C. 13)33.



6.º.Abiertos a la realidad: inculturizar el carisma


La vocación del salesiano exige “apertura y discernimiento ante las transformaciones en acto en la vida de la Iglesia y del mundo, especialmente de los jóvenes y de los ambientes populares”34. Como Don Bosco, el salesiano hace de la realidad histórica “tejido de su vocación”, “un desafío y una invitación apremiante al discernimiento y a la acción... Se esfuerza por comprender los fenómenos culturales que hoy marchan la vida, obra una reflexión atenta y comprometida sobre ellos, los percibe en la perspectiva de la redención”35. La lectura evangélica de la realidad, en especial de la realidad juvenil y popular, es obligada si se quiere responder adecuadamente a la vocación salesiana: es parte integrante, pues, del esfuerzo formativo.


Llamado a encarnarse entre los jóvenes de un determinado lugar y cultura, el salesiano tiene necesidad de una formación inculturada. Mediante el discernimiento y el diálogo con el propio contexto, él se esfuerza por impregnar de valores evangélicos y salesianos los propios criterios de vida, y de radicar la experiencia salesiana en el propio contexto. De esta fecunda relación emergen estilos de vida y métodos pastorales más eficaces porque son coherentes con el carisma de fundación y con la acción unificadora del Espíritu Santo (cf. VC 80)”36.



2.1.2Metodología formativa


Responder a la invitación de Cristo que llama personalmente significa hacer realidad los valores vocacionales”37. Dada la experiencia secular salesiana, desde Don Bosco hasta nuestros días, la identificación teórica de los valores carismáticos puede darse hoy como meta suficientemente conseguida. El mayor reto que la formación afronta hoy radica, más bien, en el método formativo, en cómo hacer de la propuesta vocacional un proyecto personal de vida, cómo pasar de los valores apreciados a los valores vividos, cómo convertir el carisma salesiana en realidad cotidiana.


Urgida por una vocación gratuita, la formación es, antes que proceso metodológico, vivencia de gracia, don reconocido y responsabilidad asumida, a través de un diálogo personal e intransferible con Dios: es, y en ese orden, “una gracia del Espíritu, una actitud personal, una pedagogía de vida”38. El Espíritu de Dios es, en definitiva, el causante de la llamada y el único y verdadero formador del llamado: abrió el diálogo con su propuesta y es capaz de sostenerlo con su fuerza. La acción formativa queda así abierta al sentido del misterio de Dios y de la persona; sin este diálogo interior, nada queda garantizado; lo demuestra sobradamente nuestra vivencia personal y nuestra experiencia de educadores.


Afirmada la prioridad del Espíritu en el proceso formativo39, de la experiencia educativa salesiana, de las orientaciones de la Iglesia y de la Congregación, y del análisis de la realidad formativa en estos últimos años, emergen algunas opciones de método que “resultan indispensables para el logro de los objetivos del proceso formativo y para cultivar en forma continua la vocación”40.



1º.Alcanzar la persona en profundidad


La formación, “la asimilación personal de la identidad salesiana”41, se realiza en el ser como Don Bosco, más que en el trabajar como él. Ello obliga a centrar el esfuerzo formativo, prioritariamente, en la interiorización de la experiencia sin limitarse a adquirir nuevos conocimientos, o a repetir comportamientos formales, externos, que no expresan realmente los valores que estamos llamados a vivir y son meras formas de adaptación a un ambiente42. Sin interiorización se corre un doble peligro: se reduce, por una parte, la formación a mera información, cuando se da por supuesta la apropiación de valores sólo por el hecho de hablar con frecuencia de ellos; por otra parte, se rebaja la formación, por otra parte, a simple acomodación, cuando se asume miméticamente un género de vida sin apropiación de sus motivaciones últimas.


La interiorización de los valores carismáticos implica necesariamente la existencia de profundas motivaciones personales. Sólo teniendo razones fuertes para llegar a ser lo que estamos llamados a ser podemos descubrir como valores los elementos que conforman el conjunto de la vida salesiana, hacer experiencia de ellos, y asumirlos hasta hacerlos una forma con-natural de ser. Es así como la persona viene tocada en su profundidad y se realiza su transformación.


Aunado a esto se encuentra un aspecto propio de la educación salesiana, que es partir de la persona concreta, de su historia personal, de su proceso ya hecho en las diversas dimensiones de la persona humana, superando la tentación de homogeneizar y nivelar a todos por pragmatismo, sin respeto a los ritmos de maduración de las personas. Este aspecto comporta la tarea de ayudar a que la persona se conozca y se acepte a sí mismo, se haga consciente de sus convicciones y las someta a discernimiento, como condición indispensable para construir sobre la verdad y la aceptación de sí mismo. Implica, también, el el conocimiento preciso de las necesidades de la persona y la elaboración de un camino adecuado a ella. Implica, por último, la propuesta clara del proyecto de vida salesiana, con todas sus exigencias, sin dejar espacio a ilusiones fáciles y emociones pasajeras.


El conocimiento de sí mismo, que es ya un valor, está orientado en la experiencia formativa a la confrontación de la persona con la identidad vocacional que quiere adquirir. Surge así el perfil con el que uno quiere identificarse (Cristo, a la manera de Don Bosco, parafraseando la expresión de San Pablo: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo”) y, a partir de él, se delinea el plan de trabajo espiritual que favorece esa creciente identificación, que como es lógico no tiene fin y vale para toda la vida.


La responsabilidad primera de esta identificación interior recae sobre el llamado. Ésta no es una tarea delegable ni improrrogable: nadie la puede hacer en lugar del llamado, ni éste la puede acometer cuando le plazca. El llamado, por serlo y para mantener la llamada, debe implicarse a fondo, sin reservas, con generosidad y radicalidad, con convicción e ilusión. Poco a poco irá creciendo en sentido de pertenencia a la familia de la que quiere formar parte y se irá sintiendo en casa43.



2º.Animar una experiencia formativa unitaria


La formación se realiza, por fuerza, a través de un camino largo y diversificado, en diferentes comunidades y con responsables distintos. Para que logre ser una experiencia integrada y personalizada, es necesario que sea comprendida y realizada como una propuesta única, que se desarrolla bajo un único proceso, aunque varíen las acciones concretas y las acentuaciones según las diferentes etapas de la vida del salesiano. La confección de la propuesta es responsabilidad comunitaria44: transciende preferencias o necesidades individuales y transmite de forma asequible y pedagógica el carisma fundacional.


Para evitar “el riesgo de hacer de la formación una suma de intervenciones inconexas y discontinuas, confiadas a la acción individual de personas o grupos”45, la formación ha de ser pensada como proyecto unitario y orgánico y vivida con mentalidad de proyecto. El proyecto engloba tanto lo que constituye, objetivamente, el carisma salesiano (objetivos generales), cuanto lo que persigue la formación en cada momento y con qué intervenciones formativas lo hace46 (objetivos de cada etapa, las estrategias para conseguirlas y los métodos de evaluación).


Puesto que el proceso formativo está al servicio de la persona47, su maduración requiere tiempos ‘psicológicos’ más que cronológicos. Ahora bien, superando una cierta concepción según la cual las cosas del espíritu no son evaluables, la formación tiene que ser verificada en base a la consecución de los objetivos formativos propuestos. La formación no es cuestión de pasar fases y completar currículum, sino de integrar valores y mantener una fuerte tensión vocacional. Una etapa formativa ha de preparar la siguiente; el paso de una fase a otra debe estar marcado “por el logro de los objetivos más que por el transcurrir del tiempo o por el currículo de estudios... El ritmo de crecimiento vocacional se debe mantener sin caídas de tensión y debe ser sostenido por compromisos crecientes y por evaluaciones oportunas”48.


Como en todo hecho educativo, el ‘llamado’ es el sujeto que da unidad a todas las intervenciones, motivaciones, actividades, porque sólo él puede integrar todo orgánicamente en torno al proyecto apostólico que es la vida salesiana, tal como hizo Don Bosco que – en palabras de Don Rúa – “no dio paso, ni pronunció palabra, ni emprendió nada que no tuviese como objetivo la salvación de los jóvenes” (C. 21).


3º.Asegurar el ambiente formativo y la corresponsabilidad de todos


La asimilación del espíritu salesiano es, fundamentalmente, un hecho de comunicación de vida” (R. 85). Como en el caso de Jesús con sus primeros discípulos (Mc 3,13-14; cf. PDV 60), Don Bosco con sus primeros salesianos49, la formación ha de darse en un ambiente de diálogo vocacional, convivencia diaria y responsabilidad compartida.


La primera responsabilidad recae, evidentemente, en el llamado, “protagonista necesario e insustituible de su formación, [que] es, en definitiva, una auto-formación”50. “Todo salesiano asume la responsabilidad de su propia formación” (C. 99). El es quien tiene que conocer, aceptar y asumir su vocación y actuar en consecuencia. Y lo logra “tomando como punto de referencia la Regla de vida y comprometiéndose en la experiencia cotidiana y en el camino formativo de la comunidad... Una de las formas concretas para expresar la propia responsabilidad en la formación es tener un proyecto personal de vida51.


El salesiano ha de encontrar en su comunidadel ambiente natural de crecimiento vocacional... La vida misma de la comunidad, unida en Cristo y abierta a las necesidades de los tiempos es formativa” (C. 99). No basta, es evidente, con que exista cierto grado de vida común; la comunidad es ambiente de formación cuando logra ser sujeto colectivo de formación, es decir, cuando se organiza de forma que promueve en su seno relaciones interpersonales más profundas, impulso apostólico corresponsable, competencia profesional y capacidad pedagógica, vida de oración estimulante, un estilo de vida auténticamente evangélico, preocupación por el crecimiento vocacional de cada hermano a través de un proyecto propio y compartido, apertura a las necesidades de la Iglesia y de los jóvenes, sintonía con la Familia Salesiana. En particular, la comunidad valora su compromiso cotidiano en la comunidad educativo-pastoral viéndola como “un espacio privilegiado de auténtico crecimiento e intensa formación permanente”52.


Antes que ser un lugar o un espacio material”, las comunidades dedicadas específicamente a la formación inical, deben ser “un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure un proceso formativo”53. Comunidades educativas en camino54 se caracterizan desde el punto de vista pedagógico por la calidad de su proyecto formativo, elaborado y compartido por todos55, y aseguran las condiciones ambientales que favorecen la personalización de la experiencia formativa. Para traducir el proyecto común en praxis formativa diaria, construyendo una atmósfera centrada, es “condición indispensable y punto estratégico determinante” la existencia de un equipo consistente de formadores56; la eficacia de sus intervenciones formativas dependerá de si se presentan y actúan no tanto como acompañantes aislados sino como equipo que representa la “mens” y la praxis formativa de la Congregación y que comparte criterios de discernimiento y pedagogía de acompañamiento.


Dentro del equipo formativo el director de la comunidad tiene papel relevante, “todavía más exigente”57, si es director de una comunidad formadora, en su calidad de responsable de animar el “crecimiento vocacional de sus hermanos”58. Es “el responsable del proceso formativo personal de cada hermano. Es también el director espiritual propuesto, no impuesto a los hermanos en formación”59. “Padre, maestro y guía espiritual” (C. 50) de su comunidad, favorece en ella un ambiente formativo a través de la creación de un clima rico de valores salesianos, humano y apostólico, la mantiene en actitud de respuesta a la llamada de Dios y en sintonía con la Iglesia y la Congregación, privilegia el momento del coloquio personal y la dirección espiritual en orden a la personalización de la vocación (22), constituye y alienta el equipo de formadores “haciendo converger el esfuerzo de todos en un proyecto común en sintonía con el proyecto inspectorial”60.


Llama la atención, por su novedad y urgencia, la presentación de la comunidad inspectorial como “comunidad formadora pero también en formación”: “Es responsabilidad primera de la comunidad inspectorial en el ámbito formativo promover la identificación de los hermanos, especialmente de cuantos están en formación inicial, con la vocación salesiana, comunicándola vitalmente. No resulta indiferente, entonces, que ella se muestre nutrida de fuertes motivaciones o bien escasa de razones para actuar, fervorosa en la acción o bien lánguida. El clima de oración y testimonio, el sentido de común responsabilidad y la apertura al contexto y a los signos de los tiempos, el vivir con impulso espiritual y competencia los varios compromisos de la misión salesiana, la oferta de un ambiente que cotidianamente brinda criterios y estímulos de fidelidad, la red de relaciones cordiales y de colaboración entre las comunidades, entre los hermanos, entre los grupos de la Familia salesiana y con los laicos comprometidos en la comunidad, todos estos aspectos constituyen el ambiente inspectorial para la formación de los hermanos. Este clima permite a los hermanos en formación realizar una experiencia viva de la identificación salesiana y sentirse apoyados en su camino vocacional”61.


Esta misión formadora de la inspectoría “no es un puro estado de ánimo ni tampoco un mero hecho de buena voluntad... [sino] un principio que organiza la vida de la Inspectoría e incluye toda su realidad, parte de la exigencia de la conciencia vocacional y de la corresponsabilidad de todos en la misión, y se traduce en un proyecto inspectorial formativo orgánico”62.


4º.Dar calidad formativa a la experiencia cotidiana


Llamado a vivir con preocupación formativa cualquier situación”, el salesiano “se esfuerza por discernir en los acontecimientos la voz del Espíritu, adquiriendo así la capacidad de aprender de la vida [y] atribuye eficacia formativa a sus actividades ordinarias” (C. 119). Y es que “la experiencia cotidiana vivida en clave formativa nos acerca a la verdad de nosotros mismos y nos ofrece ocasiones y estímulos para hacer real nuestro proyecto de vida”63.


Tal fue la escuela de Jesús con sus discípulos, mientras compartían la vida, cansancio y reposo, y mientras caminaban a Jerusalén. También educativa fue la experiencia cotidiana de Don Bosco que concedía “valor educativo a los deberes de cada día, en el patio y en la escuela, en la comunidad y en la iglesia (cf. C. 40), al modo de ver y de leer los acontecimientos, de responder a la situación de los jóvenes, de la Iglesia y de la sociedad”64.


Con todo, y es hecho innegable, la vida diaria no es sin más formativa; se han de dar algunas condiciones para que lograr convertirla en camino concreto y diario de identificación vocacional:


  • la presencia entre los jóvenes: “el encuentro con los jóvenes es para el salesiano camino y escuela de formación”; el contacto con los jóvenes y su mundo “lo hace consciente de la necesidad de competencia educativa y profesional, de cualificación pastoral, y de una actualización constante”65;

  • la misión juvenil requiere trabajar juntos, que resulta formativo “cuando va acompañado por la reflexión, y, más todavía, cuando ésta va impregnada de una actitud de oración. Por ello la comunidad crea momentos y espacios que favorecen una mirada atenta, una lectura más profunda, un compartir sereno. Y el salesiano está llamado a confrontarse con las propias motivaciones de fondo, con el propio sentido pastoral y con la conciencia de su propia identidad”66;

  • la comunicación recíproca, intercambio de dones y experiencias personales, “requiere aprendizaje.. Por parte de quien comunica, es necesario tener el valor de la confianza en el otro y superar un cierto temor o timidez al expresar los propios pensamientos y sentimientos. Por parte del quien recibe la comunicación, es necesaria la capacidad de acogerla con estima por la otra persona, sin juzgarla, y de apreciar la diferencia de opiniones”67;

  • las relaciones interpersonalesfavorecen y revelan el nivel de maduración de una persona, indican hasta qué punto el amor ha tomado posesión de su vida y hasta qué punto ha aprendido a expresarlo”68. Sin capacidad de amar y sin voluntad de perdonar no son posibles las relaciones auténticamente personales;

  • el contexto socio-cultural incide en la manera de ser, sentir y evaluar la realidad y, por ende, interpela la propia identidad. Además de conocer bien la situación actual, hay que saber interpretarla desde Dios para dar respuestas en consonancia con nuestra vocación y misión: “la capacidad de “ver” a Dios en el mundo y de captar su llamada a través de la urgencias de los momentos y lugares es una ley fundamental en el camino de crecimiento salesiano”69.



5º.Cualificar el acompañamiento formativo


La formación requiere de acompañamiento, que además de ser “característica fundamental de la pedagogía salesiana”, es “condición indispensable” para la personalización y el discernimiento. El acompañamiento asegura al hermano “la cercanía, el diálogo, la orientación y el apoyo adecuado en cada momento del itinerario formativo. Significa también hacer de modo que él esté dispuesto y sea activamente responsable en buscar, acoger y sacar provecho de este servicio, teniendo presente que puede asumir múltiples formas y varios grados de intensidad. El acompañamiento no se limita al diálogo individual, más bien se verifica en un conjunto de relaciones, un ambiente y una pedagogía, propios del Sistema Preventivo. Se parte de una presencia cercana y fraterna que suscita confianza y familiaridad, hacia un camino hecho en grupo, y luego a la experiencia comunitaria; se inicia con encuentros breves y ocasionales de diálogo personal, para ir hacia el diálogo establecido en forma frecuente y sistemática; se empieza con el intercambio sobre aspectos externos, para ir hacia la profundidad de la dirección espiritual y la confesión sacramental”70.


Además del acompañamiento personal, pertenece al estilo salesiano el acompañamiento por el ambiente educativo, que resulta de las relaciones interpersonales, de las orientaciones de los responsables, del proyecto común compartido. El acompañamiento comunitario juega un rol muy importante en la comunicación vital de los valores salesianos. Cuidarlo “significa asegurar la calidad pedagógica y espiritual de la experiencia comunitaria y la calidad de la animación y de la orientación de la comunidad. Esto es lo que se llama ‘dirección espiritual comunitaria’. Ella tiende a construir una comunidad orientada con claridad de identidad y pedagógicamente animada, y una experiencia comunitaria que orienta, estimula y sostiene con las múltiples expresiones cotidianas del estilo salesiano. Constituye un compromiso para todo ambiente formativo y especialmente para las comunidades demasiado pequeñas o demasiado numerosas”71.


Para que “ayude a cada uno a asumir y a interiorizar los contenidos de la identidad vocacional”, el acompañamiento ha de ser personalizado; hay que asegurar la presencia y dedicación de personas dedicadas a la formación, su competencia y unidad de criterios. Salesianamente, el acompañamiento personal se realiza con formas diversas y con personas


  • El director “tiene responsabilidad directa para con cada hermano [y] le ayuda a realizar su vocación personal” (C. 55); durante el período de formación inicial, es “responsable del proceso formativo personal”. Realiza este servicio mediante el coloquio “elemento integrante de la praxis formativa salesiana, signo concreto de atención y cuidado de la persona y de su experiencia”. Realizado “una vez al mes” (R. 79), en la formación inicial es “una forma de orientación espiritual que ayuda a personalizar el itinerario formativo y a interiorizar los contenidos”72.

  • Otra forma de acompañamiento prevista explícitamente por la pedagogía salesiana son “los momentos periódicos de evaluación personal (“escrutinios”), a través de los cuales el Consejo de la comunidad ayuda al hermano a evaluar su situación formativa personal, lo orienta y lo estimula concretamente en el proceso de maduración”73.

  • La dirección espiritual, que “es un ministerio de iluminación, de apoyo y de guía en el discernir la voluntad de Dios para alcanzar la santidad; [que] motiva y suscita el compromiso de la persona, la estimula a opciones serias en sintonía con el Evangelio y confronta con el proyecto vocacional salesiano”; según la tradición salesiana el director de la comunidad formativa es “el director espiritual propuesto a los hermanos, si bien éstos tienen libertad de elegir a otro”74.

  • El sacramento de la reconciliación en el que “se ofrece a cada hermano una dirección espiritual muy práctica y personalizada, enriquecida por la eficacia propia del sacramento. El Confesor no sólo absuelve los pecados sino que, reconciliando al penitente, lo anima y incentiva en la vía de la fidelidad a Dios y, por tanto, también en la perspectiva vocacional específica. Justamente por esta razón es conveniente que durante la formación inicial los hermanos tengan un confesor estable y ordinariamente salesiano”75.


Existen otras formas de acompañamiento personal, y otros responsables, que ayudan al hermano a integrar en su experiencia formativa el ejercicio educativo-pastoral y el compromiso en la formación intelectual76. “Condición clave para el acompañamiento es la actitud formativa del hermano en formación inicial77. Por último, “el acompañamiento formativo se sitúa en el ámbito de la animación78: evita tanto el imponer, forzando, experiencias ajenas a quien está creciendo cuanto el renunciar a aconsejar, proponer o corregir.



6º.Poner atención al discernimiento


El discernimiento, espiritual y pastoral, es “indispensable a todo salesiano para vivir la vocación con fidelidad creativa y como respuesta permanente”. Una comunidad que “cultiva una mirada evangélica sobre la realidad y busca la voluntad del Señor en fraterno y paciente diálogo y con vivo sentido de responsabilidad” ofrece a los hermanos el clima apropiado para ejercitar de forma habitual en un discernimiento comunitario, que “refuerza la conversión y la comunión, sostiene la unidad espiritual, estimula la búsqueda de autenticidad y la renovación” 79.


En la formación inicial el discernimiento es “un servicio al candidato y al carisma”. Tiene, por tanto, una importancia determinante pues se trata de verificar la certeza de la llamada, la maduración de las motivaciones, la asimilación de los valores, la identificación creciente con el proyecto de vida, en una palabra, la idoneidad vocacional. “Las admisiones son [solo] momentos de síntesis a lo largo del proceso. El discernimiento se realiza en íntima colaboración entre el candidato y la comunidad local e inspectorial. La experiencia formativa parte de un presupuesto fundamental: la voluntad de realizar juntos un proceso de discernimiento con una actitud de comunicación abierta y de sincera corresponsabilidad, atentos a la voz del Espíritu y a las mediaciones concretas. Objeto del discernimiento vocacional son los valores y las actitudes requeridos para vivir con madurez, alegría y fidelidad la vocación salesiana: las condiciones de idoneidad, las motivaciones y la recta intención”80.

Punto clave de la metodología formativa”, el discernimiento hace efectivo el compromiso y la colaboración de los responsables, “asegurando el conocimiento de su naturaleza y de sus características, el uso de los medios sugeridos y la atención a los momentos específicos y sobre todo el compromiso constante y cualificado de todos”, comenzando por el candidato, “primer interesado en descubrir el proyecto de Dios sobre él, por ello cultiva una apertura constante a la voz de Dios y a la acción de los formadores, orienta su vida según una perspectiva de fe, y se confronta con los criterios vocacionales salesianos. Busca conocerse de verdad, hacerse conocer y trata de aceptarse. Para ello se sirve de todas las mediaciones y de los medios que la experiencia formativa le ofrece, en particular del acompañamiento formativo y del intercambio fraterno, del coloquio con el Director, de la dirección espiritual, del sacramento de la Penitencia, de las evaluaciones y del discernimiento comunitario”81.


Además del candidato, intervienen en el proceso de discernimiento el inspector y el consejo cuidando “la unidad de los criterios”, el director evaluando “el progreso hecho por el candidato en su camino vocacional”, toda la comunidad expresando su parecer (R. 81)82. Todos los responsables tienen “que asumir una perspectiva vocacional y una actitud de fe, tener sensibilidad pedagógica y cuidar algunas competencias específica83, por un lado, y, por otro, tener “como punto de referencia la identidad salesiana, sus elementos constitutivos, los requisitos y las condiciones para vivirla; no es discernimiento genérico. Requiere, por tanto, conocimiento y acuerdo con los criterios indicados por la Congregación, en primer lugar con el criterio de calidad carismática, que tiende a poner las bases de una experiencia vocacional auténtica y fiel, superando preocupaciones cuantitativas o funcionales, entusiasmos no fundados o compromisos construidos sobre idoneidades frágiles y no probadas. Quien interviene en el discernimiento lo hace en nombre de la Congregación, verdadera responsable del carisma”84.


El discernimiento implica el que se conozca la gradualidad del proceso formativo y la especificidad de cada etapa, teniendo presente la unidad de la persona y su evolución. Ello no obstante, no es permisible iniciar etapas formativas y asumir compromisos “para los cuales el interesado no es idóneo”; ha de evitarse, igualmente, “prolongar situaciones problemáticas o de indecisión, que no ofrecen perspectivas serias de mejoría”85.


Ya que el discernimiento es una actitud no sólo de verificación personal sino, sobre todo, de escucha de la voz de Dios, que habla continuamente y de modo especial en algunas circunstancias, no se reduce a la formación inicial y, por el contrario, acompaña toda la vida del salesiano. De hecho, “pueden existir momentos en la vida del salesiano en los que se experimenta la necesidad de ... una evaluación más atenta del propio camino, de una revisión de las propias opciones para una reafirmación de las mismas o para una revisión de la opción vocacional... Es necesario como nunca que el hermano se ponga en una verdadera actitud de discernimiento espiritual, libre de presiones internas y externas, abierto al diálogo, evitando el aislamiento o las decisiones tomadas en forma independiente, tomándose el tiempo necesario, aceptando las oportunidades y los medios que se le ofrecen. A la comunidad, a través de los responsables, le compete reconocer, comprender y acompañar al hermano con respeto y estilo fraterno, y sostenerlo oportunamente con ayudas ordinarias y extraordinarias86”.





    1. Formación: prioridad absoluta



En cuanto esfuerzo de asimilación de la identidad carismática, la formación “es un compromiso que dura toda la vida”87. Mientras no se nos retire la llamada, vivimos en deuda con Dios y con nosotros mismos: “toda la vida es vocación, toda la vida es formación”88.


Si bien es cierto que la formación dura toda la vida, sus objetivos, y los caminos, no son siempre idénticos. La formación inicial mira a la identificación carismática del llamado, al conocimiento y a la apropiación personal de la vocación; dura un periodo de tiempo limitado y dividido en etapas que permiten un proceso gradual de asimilación del carisma y de entrega a la misión; “va desde la primera inclinación a la vida salesiana hasta las motivaciones, la identificación con el proyecto salesiano y vivir en una inspectoría concreta”89: más que tiempo de espera, lo es de trabajo y santidad (cf. C. 105).


La formación permanente consiste, más bien, en “un esfuerzo constante de conversión y de renovación” (C. 99): “es crecimiento en la madurez humana, es conformación con Cristo, es fidelidad a Don Bosco para responder a las exigencias siempre nuevas de la condición juvenil y popular” 90. El llamado, comprometido por la profesión perpetua a vivir identificado con su vocación, mantiene fidelidad a sí mismo, apoyado en la fidelidad de Dios y el amor a los jóvenes (cf. C. 195)91.


Como para Don Bosco en los primeros tiempos, así también hoy para la Congregación y para cada salesiano la identificación con el carisma y el compromiso de fidelidad al mismo, es decir la formación, constituyen una prioridad absolutamente vital92. “Sentida como una espina” por nuestro CG 24, la formación, “parte irrenunciable de la competencia educativa y de la espiritualidad del pastor93, ha sido proclamada por el RM la “inversión prioritaria”94: “Invertir significa fijar y mantener prioridades, asegurar las condiciones y actuar según un programa donde el primer puesto sea para las personas, las comunidades y la misión. Invertir en tiempo, personal, iniciativas y medios económicos para la formación es tarea e interés de todos”95.



Juan J. Bartolomé, - Pascual Chávez,

Julio 2001




FORMACIÓN





1 Enfermedad y Ancianidad en la experiencia salesiana

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(ACG 377 [2001] 3-37). Resumen



Alégrese mi corazón con tu salvación” (Sal 12,6);

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa: mi suerte está en tu mano” (Sal 15,5)


2 S u m a r i o

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Según aclara D. Van Looy en nota adjunta, esta carta no ha sido redactada por el RM, aunque sí ‘construida’ con reflexiones suyas. Tiene un valor testimonial indudable, escrita como está desde su situación de enfermo. Tras una breve indicación sobre las ‘edades de la vida’, trata dos temas de la vida salesiana raramente reflexionados: la enfermedad y la ancianidad.





Después de un año de enfermedad, el RM comparte la experiencia, nueva para él, de una enfermedad que le ha llegado de improviso; aún proyectaba muchas cosas para el tiempo de su Rectorado, pero Dios le ha llamado a servirle de manera nueva: “Hoy me siento en los brazos de un Padre misericordioso y recibo el don de fiarme totalmente de Él. Mientras me siento inmerso en la fragilidad, de la que es signo la enfermedad, me parece percibir también el apoyo de la mano del Señor, que ha extendido su brazo para no dejarme solo” (3).


La debilidad física no le ha impedido relacionarse con los hermanos y seguir velando por el bien de la Congregación; por lo que bendice al Señor con alegría. Y quiere compartir algunas reflexiones con quienes sufren enfermedad o limitación física, lo mismo que con quienes viven, en comunidad, en contacto con esas experiencias.



2.1 Las etapas de la vida

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Se dice que la vida personal de fe pasa por tres etapas, caracterizadas por actitudes y disposiciones originales.


El primer período está marcado por la pregunta: “¿Cómo acoger la vida?”. Ante nosotros, la vida se presenta como don absolutamente gratuito, fruto de un amor inconcebible, que se recibe con gratitud y confianza y que encuenta su sentido en Cristo, con quien compartimos experiencia humana; conlleva responsabilidad y, al mismo tiempo, alegría y riesgos. “Este período es un recorrido de fe, que dura toda la vida; pero está particularmente vivo en la juventud. A la búsqueda ardiente y llena de desafíos, propia de esta edad, responde la educación, a través de las diversas mediaciones de la familia, de la pastoral juvenil y de la catequesis.... En la espiritualidad juvenil salesiana, que inspira también contenidos educativos, ponemos la vida y su valor en el centro de la atención; y así es como miramos al Padre como dador de la vida y al Hijo como plenitud y garantía contra la muerte” (6).


El segundo período está dominado por el pensamiento de “cómo emplear la vida en la dimensión del don”. “Son los años del discernimiento y de la decisión vocacional, a la escucha de las urgencias de los hermanos y de la voluntad de Dios que se manifiesta a través de signos y mediaciones. En la conclusión de dicho recorrido está la opción fundamental: o por el Reino o por algún otro fin. También en este campo las opciones de nuestros jóvenes tienen necesidad de testimonio, de asistencia y de guía. Para nosotros salesianos, .... la vida se abre al compromiso apostólico total como un compromiso que se prolongará años y que les hará experimentar la espiritualidad típica, hecha de unión con Dios, que es la verdadera contemplación, y de alegría en trabajar con Dios, por la salvación de los jóvenes y de los pobres. Ésta es una profundización que se lleva a cabo no sin dificultad, pero que tiene una gran recompensa. Se crece en la comunión eclesial y en la vida comunitaria con la meditación de la Palabra, hasta ofrecer la vida en lo cotidiano” (7).


El tercer período está marcado por el compromiso de cómo “entregar la propia vida”. “También en el último período de vida hay novedades significativas, positivas y negativas, consoladoras y dolorosas... Pueden darse todavía novedades de dones y de consuelos. En muchos casos, entre las novedades dolorosas del último tramo de vida, están las enfermedades prolongadas, que no dependen de hábitos de vida, de las que a veces la medicina moderna sabe bloquear o disminuir los síntomas extremos, y que no siempre, más bien pocas veces, logra sanar” (8).


Hoy la Congregación tiene hermanos en las tres etapas; casi siempre, en cada comunidad, hay hermanos que cuidar: ancianidad y enfermedad son realidades con las que contar.


2.2 LA ENFERMEDAD

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Suele uno imaginarse al salesiano siempre en plena forma, entre jóvenes. Creerlo es lo más obvio y responde, por lo general, a la realidad. Pero esa idea no es del todo inocente, pues subrayaría la eficacia pastoral a costa de la dimensión gratuita, olvidando que Cristo “hizo de la cruz su momento de revelación y de la Eucaristía su momento de comunicación. En la vida se inserta el sufrimiento y la cruz... El período de enfermedad y de limitación es tan fecundo como el de la actividad específica, si es vivido” (9).


2.3 La experiencia de la enfermedad en nuestra vida consagrada

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La enfermedad, un hecho ordinario en la vida de las comunidades, nos confronta con la precariedad de nuestra existencia. “El que sufre adquiere una visión más realista de la propia naturaleza humana. Se da cuenta de sus límites, de su pobreza, de la necesidad y... aparece la visión de una existencia sin fin a la que hay que prepararse. La vida, además, a través de la enfermedad, a través del ejemplo que los hermanos y los jóvenes reciben y por los sufrimientos que se ofrecen por ellos, asume un nuevo significado apostólico” (10).


La enfermedad es una invitación a renovar nuestra entrega a Dios, que nos llamó a la vida y está comprometido a dárnosla eternamente. La vida es un don que hay que cuidad, con sobriedad y sin ansiedad. También en tiempo de enfermedad habrá que poner la vida al servicio de los demás, según posibilidades y tras discernimiento con el Director: “la enfermedad no está programada y los inconvenientes que produce no son iguales en todos; de modo que los remedios no deben prescindir de la fantasía y de la creatividad. Así pues hará falta inventar el trabajo, dar vida a procesos de colaboración y hacer de modo que las atenciones sean personalizadas y cuidadas, a medida que se alarga la enfermedad” (12).


¿Puede ser casual que los ejemplos que la Iglesia hoy nos propone de santidad salesiana se hayan forjado en solidaridad con los enfermos (Artémides Zatti, Simón Srugi, don Luis Variara). Nuestros hermanos enfermos no son peso, sino una ayuda, para los jóvenes, “porque con su presencia y su palabra ofrecen una comprensión más madura de la vida; no sólo porque los jóvenes aprenden de ellos a vivir la enfermedad con mayor serenidad; sino también porque los jóvenes pueden madurar sentimientos de compasión, empatía y deseo de ayudar. Hay ya jóvenes que cuidan voluntariamente a nuestros enfermos durante algunas horas del día; pero ¡qué bueno sería que en el Movimiento Juvenil Salesiano naciesen grupos de samaritanos o de nazarenos!” (12).


Nuestras comunidades deben descubrir que la enfermedad, “a la luz del misterio pascual, es una gracia.. Recordemos a los Salesianos dolientes, como el Venerable Andrés Beltrami o Alejandrina da Costa. Don Beltrami, entre otras cosas, estuvo en el origen de la vocación misionera de Don Luis Variara, que pronto, esperamos, será elevado al honor de los altares” (13).



Mirando a Don Bosco


De Don Bosco nos hemos acostumbrado a recordar “su vivacidad juvenil, su creatividad pastoral, su capacidad de iniciativa para con los jóvenes, su vitalidad”; se nos escapan “algunos aspectos de su vida, como el del sufrimiento” (14), menos atrayentes quizá, pero igualmente importantes y significativos. Enfermo estuvo siendo seminarista (MBe I 386), a punto de muerte en los inicios de su ministerio sacerdotal , en 1846 (MBe II 373), y, de nuevo, muy grave en 1871 (MBe X 2114-289. En estos tres momentos, la recuperación le supuso una larga convalecencia. Del último período de su vida, cuando desgracias y enfermedades se cebaron en él, tenemos páginas impresionantes (MBe XVII 58), que, recuerdo, D. Viganò meditaba durante su enfermedad para sacar luz y consuelo.


Toda la vida de Don Bosco estuvo acompañada de sufrimientos físicos notables, pero no le desalentaron, ni se dejó llevar a disminuir el trabajo. Durante esos períodos de sufrimiento y de enfermedad, comprendido el de los últimos tiempos de su vida, Don Bosco nunca abandonó su misión de apóstol y padre de los jóvenes. Por ellos ofreció, como Jesús por todos los hombres, su sufrimiento y sus molestias. Había comprendido bien el valor salvífico del dolor unido a los sufrimientos de Cristo, convencido de que es Jesús quien redime, y la persona que une sus propios sufrimientos a los Suyos, se convierte en su signo eficaz. Es interesante advertir cómo también durante los períodos de enfermedad, Don Bosco continuó, según sus posibilidades, trabajando. Nunca dejó de recibir a personas, de escribir y de contestar las cartas, aunque fuera haciéndose ayudar por sus colaboradores, de hablar con los Salesianos, de informarse sobre las situaciones de sus jóvenes” (16).



2.4 Una nueva etapa apostólica

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La Constituciones “invitan al enfermo a cuidar con moderación la propia salud, continuando en la medida de lo posible el trabajo comenzado; y, por otra, sugieren que las comunidades y los enfermos deben colaborar para potenciar los recursos que todavía perduran” (17. Cf. Const. 53-54).


Aunque en la comunidades pueda haber alguien encargado del cuidado de los enfermos, “ocupación tan importante como cualquier otra” (17), todos nos debemos sentir comprometidos. Hay que agradecer al Señor porque la sensibilidad y los cuidados han crecido últimamente; en comunidad, donde se puede, o fuera de ella, cuando los hermanos tienen necesidad de asistencia especial. “El hermano ha de ser ayudado a comprender que se trata de una fase, en la que la existencia adquiere un nuevo significado apostólico, si se ofrecen con fe las limitaciones y los sufrimientos por los hermanos y por los jóvenes, y si el tiempo se orienta hacia la oración, la vida comunitaria y el trabajo que se pueda hacer. La oración, en efecto, dispone de mayor tiempo, así como la lectura, que puede hacerse con mayor calma y sin preocupaciones. No deberán faltar las visitas, las oportunidades de apostolado y cosas semejantes. En una palabra, en la enfermedad la acción apostólica no se elimina, sino que se multiplica” (18).


En casos extraordinarios, cuando la atención resulta costosa y extraordinaria hay que recordarnos de nuestra compromiso de vida comunitario y de nuestra condición de pobres; es necesario un discernimiento “que deberá tener en cuenta las condiciones personales, las esperanzas de curación, las perspectivas comunitarias, las consideraciones sobre la misión”. Se requiere del hermano, asimismo “‘templanza’ en las exigencias y especial disponibilidad para el discernimiento. Por parte del superior y de la comunidad son necesarios criterios no rígidos, sino atención a la situación concreta, en diálogo con los médicos” (18).


Después de tantos años de servicio salesiano, me encuentro en la condición de ser servido, y atendido con gran amor y extrema delicadeza. Después de algunas situaciones iniciales embarazosas, ya he aprendido el precioso arte de dejarme servir, recibiendo todo como un don de amor” (19). Tras agradecer por extenso a todos los que le están cerca, como ángeles de la guarda, confiesa el RM sentirse “como uno que recorre un camino entre dos filas de amigos. ¡Cada vez estoy más convencido de ella!En contacto con tanta amistad, y con atenciones tan premurosas, me siento en profunda sintonía con quien ha definido sabiamente el servicio como ‘un amor en acción’... Un Rector Mayor enfermo y doliente no está fuera, sino dentro, más aún, en el corazón mismo del propio ministerio. ¿No era acaso la cruz el contexto y el tema de fondo de la Transfiguración? Así me esfuerzo por vivirlo. Y no me resulta difícil descubrir, en todo esto, uno de los frutos de vuestra oración” (20).


ANCIANIDAD: una edad que debe ser revalorizada



A diferencia de la enfermedad, que no tiene hora de llegada, la ancianidad viene hacia nosotros de forma gradual e inexorable: “envejecer es una realidad natural y biológica, que comienza desde cuando se nace” (21)., aunque se torne problemática cuando aparecen las enfermedades típicas que favorecen situaciones de marginación social.


La sociedad actual mantiene posturas contradictorias con respecto al anciano; si supera la ‘conjura de silencio’ en torno a él, puede esperar del anciano una eficacia propia de la plenitud de capacidades de la edad madura o llegar a prescindir simplemente de él. Con todo, emerge una visión más positiva de la ancianidad, que nosotros, como educadores, deberíamos asumir y relanzar: “la ancianidad es rica por la experiencia madurada. Es una ocasión para vivir la hora espiritual de la síntesis, de la serenidad y del ofrecimiento: socialmente y, para nosotros, educadores, educativamente útil y fecunda. Es preciso, por lo tanto, prepararla con tiempo, desde la juventud, a través del principio de la formación permanente y una valoración positiva de sus posibilidades” (22).

El envejecimiento dentro de la vida consagrada podría convertirse en ocasión para servir de campo de experiencia, donde, inspirándose en la Escritura, se reconoce al anciano su lugar en la educación de las nuevas generaciones, en la vivencia de la alianza y en la experiencia de la fe



2.5 Una visión adecuada

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Esto exige, en primer lugar, “adquirir una visión justa de la ancianidad” (23). La vejez no goza hoy de buen nombre, por las consecuencias que comporta: decaimiento físico, riesgo de involución psicológica, enrarecimiento de relaciones, separación de responsabilidades. En una cultura que premia la capacidad productiva, la vejez tiende a ser considerada como edad de inercia y pasividad, y el anciano, excluido del proceso productivo y aislado socialmente, como persona poco útil. Así la “edad de la jubilación se convierte en “fuente de inquietud” a nivel jurídico (con todo lo que conlleva el abandono del trabajo), a nivel económico (por el aumento de los gastos para la asistencia sanitaria), a nivel psicológico (por el sentido de abandono y de inutilidad que se vive y por el hecho de que, por derecho, la pensión se presenta como una imposición arbitraria e injusta)” (24-25).


Esta visión del ambiente social es fácilmente interiorizada por los ancianos, que reaccionan marginándose voluntariamente. Aunque la experiencia religiosa y salesiana nos mantenga alejados de semejante visión, quedamos tocados por ella: “el envejecimiento comunitario multiplica las preocupaciones y cada salto de la media de edad provoca comentarios sobre el futuro. Esto es legítimo por el hecho de que la Congregación se caracteriza por frentes que requieren energías frescas, mientras que, con frecuencia, su recambio no es proporcionado a los compromisos. Pero no sería legítimo mirar toda esta cuestión sólo o principalmente bajo la perspectiva del trabajo que realizar. El mismo empeño pastoral nuestro por la salvación de los jóvenes queda desfigurado cuando se lo considera sólo en términos de actividad, aun cuando ésta sea indispensable y representa su punta más visible” (25).



En cualquier etapa de la vida, somos don del Padre a los jóvenes; los años y las enfermedades no detienen el crecimiento en el Espíritu. La ancianidad es “siempre revelación de la vida”: sus riquezas, no son solo misteriosas o invisibles, “tienen manifestaciones que deben ser valorizadas en la convivencia, como la madurez espiritual, la disposición para la amistad, el gusto por la oración y la contemplación, el sentido de la pobreza de la vida y el abandono en las manos de Dios. Así, pues, la condición anciana será ciertamente para nosotros objeto de cuidados y de atención afectuosa, y también recurso humano y pastoral que debe producir frutos en la comunidad y en la misión salesiana” (26).



2.6 Ancianidad y misión juvenil

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Dios está bendiciendo a la Congregación con hermanos ancianos que enriquecen la vida salesiana y el trabajo pastoral. “La misión salesiana admite, más aún, requiere la aportación de todas las edades de la vida del hombre. Vemos hoy, como en el pasado, a hermanos ancianos comprometidos según sus fuerzas en la asistencia a los jóvenes, en el ministerio de la reconciliación y de la dirección espiritual, en la predicación, en la atención diligente a algún sector importante de la casa (biblioteca, archivo, secretaría, administración, museo, laboratorio, iglesia), en la acogida de los huéspedes, en el cuidado de los enfermos, en una actividad reducida, pero preciosa, de enseñanza y de tantas otras formas difícilmente numerables... Pienso con simpatía y afecto en tantos salesianos ancianos que, precisamente gracias al tiempo libre de que disponen, han podido encontrar en el patio a muchachos y jóvenes en busca de una orientación vocacional, los han acompañado en la formación humana y cristiana, se han puesto a su disposición en la celebración del sacramento de la reconciliación, ejercitando el ministerio de la palabra y del consejo del que todos sentían necesidad en un mundo que aturde con sus rumores y no deja espacio para un encuentro personal” (27).

Como testimonio de una vida que va llegando a la consumación, los ancianos son importantes en la vida comunitaria; la ancianidad es “memoria del, que hace ver la interdependencia entre las generaciones y contacta con el momento original del carisma o de una obra en particular. Esto hace que los ancianos sean casi indispensables en las comunidades de formación inicial”. Y cuando aparece la debilidad, la actividad se reduce y se depende de los demás, los ancianos enfermos “participan en la misión salesiana con la oración, el sufrimiento y el ofrecimiento de la propia vida. Haciendo así, se convierten en canal de gracias y en fuente de bendición para la comunidad y para los jóvenes” (28). A condición de que se viva como gracia, la longevidad es “un carisma, un don, que santifica a quien lo recibe y se vuelve fuente de santificación para los demás” (28).


2.7 Comprender la condición de los ancianos

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La ayuda que necesitan los ancianos la encuentran en la vida común, donde los demás hermanos “les ayudan a tomar plena conciencia de la nueva fase que se abre ante ellos, de los recursos de que disponen, de las nuevas metas que les esperan y también de los desapegos y de las adaptaciones que la edad exige” (29).


La comunidad, además de proporcionarles momentos de formación específica e iniciativas de asistencia sanitaria, ha de ofrecerles la ocasión de ser útiles a la misión salesiana según su capacidad y sus fuerzas, “no sólo en los momentos de oración y de convivencia fraterna, sino también en la corresponsabilidad comunitaria, creando círculos amplios de relaciones, de intercambios y de colaboración” (30). Los hermanos ancianos “permanecen en las comunidades activas mientras son autosuficientes o, si están enfermos, mientras la comunidad local pueda atenderlos debidamente. El espíritu de familia y el testimonio educativo nos orientan hacia esta solución” (31). Quienes, en cambio, necesitaren cuidados continuos o especializados, suelen contar con casas que les proporcionan mejores condiciones de asistencia; esas casas son “un signo de amor de la Congregación”, “una medida conveniente para la salud”, “una colaboración en la misión de la comunidad” (32). Quienes están dedicados a trabajar con nuestros ancianos merecen su gratitud y el afecto de la Congregación.



2.8 A envejecer bien se aprende desde jóvenes

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Como cualquier etapa de la vida, la ancianidad conoce crisis y riesgos: “al lado del anciano activo está el jubilado precoz. Junto a quien difunde serenidad y confianza se encuentra quien es presa de la ansiedad y del pesimismo. Hay quien asume con alegría ocupaciones y responsabilidades más de acuerdo con sus propias fuerzas, y quien se aferra a un determinado oficio o trabajo, impidiendo incluso su necesaria sustitución” (33).


No nos toca juzgar estas situaciones. Pero conviene pensar en cómo las viviremos nosotros. La calidad de nuestra vida de ancianos “no es casual ni totalmente imprevista.... Ordinariamente en la ancianidad se recogen los frutos de lo que se ha aprendido y practicado. Envejecer se convierte así en un ejercicio de toda la vida, que consiste en afrontar positivamente los desafíos a la maduración, en fidelidad a la propia vocación. Se tiene un buen envejecimiento si el estilo de vida, aún antes de la tercera edad, era excelente” (33) .


Algunos actitudes tienen particular importancia.


1º.La tensión hacia un crecimiento ininterrumpido como respuesta a la llamada del Señor; “comporta atención a la experiencia espiritual que se va desarrollando en nosotros, por la que descubrimos con una profundidad cada vez mayor la obra de Dios en nuestra vida. A ella en un religioso educador va unida la apertura cultural, que nos hace capaces de captar nuevos significados y nos dispone a asumir serenamente los cambios necesarios” (34).

2º.El trabajo: “es seguro que, a igualdad de condiciones físicas y psíquicas, los que han adquirido una profesionalidad seria y la han consolidado luego en una área de trabajo, continúan en forma egregia sus prestaciones aún cuando llega la disminución de las fuerzas. El largo ejercicio, la experiencia acumulada, las síntesis maduradas, hacen preciosas también las aportaciones cuantitativamente reducidas. Al contrario, una acción iniciada sin el soporte de la competencia, hecha en forma dispersa, sometida a continuos cambios de áreas, no conduce a la madurez, sino que provoca un sentido de inadaptación y un retiro prematuro” (34).


Hoy “es irrenunciable dar más importancia a las personas que a las obras”; “no hay que sacrificar la formación inicial o permanente o la calidad de la vida y de la acción a la urgencia de “sostener” estructuras e iniciativas” (35).


Es indispensable, además, que “cada uno se prepare a envejecer, desde la juventud, para desarrollar un estilo positivo que permita vivir bien la propia condición anciana” (35). Para lograr vivir serenamente en la tercera edad hay que desarrollar:


Adaptabilidad, que no es sólo aguante, resignación o sumisión a los acontecimientos de la vida cotidiana, sino capacidad para la modificación de los programas, para la adaptación a las nuevas condiciones tanto físicas como sociales, para lograr los resultados deseados a través de modalidades nuevas y diversas de las utilizadas anteriormente. “El anciano tiene una doble posibilidad en relación con los problemas que se le presentan: o enfatizar y dramatizar la pérdida de un papel social, o valorizar el tiempo que tiene a disposición para realizar iniciativas y proyectos. En este sentido, la adaptabilidad debe ser educada, preparada y potenciada” (36);

Creatividad “que, si se ha practicado desde la juventud, se traduce en capacidad original de integrar las propias habilidades y conocimientos en visiones mucho más amplias y en iniciativas estimulantes” (36).

Conciencia de la propia dignidad, a pesar de la edad y los achaques. Frente a una valoración exclusiva de la eficacia productiva, hay que reivindicar el papel beneficioso del anciano: “en él pueden darse seguridad afectiva, disponibilidad para la escucha, testimonio que invita a la meditación y al reajuste de los problemas” (36).


2.9 Formación permanente, en la comunidad local e inspectorial

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Prepararse para las diversas etapas de la vida exige una voluntad de permanente formación. “La formación inicial es importante, pero es sólo inicial. Si se detuviese ahí, no serviría para la vida que va adelante psicológica, social, profesional y religiosamente. Es necesario mantenerse en un dinamismo y en un deseo continuo de crecimiento como quien descubre nuevos panoramas. Esto asegura una cualificación y una preparación adecuada para todo el desarrollo posterior de la persona y para cada etapa y circunstancia de la vida. Además esto guarda particularmente relación con la experiencia de Dios, fuente inagotable de verdad y de sabiduría, y con la meditación de su palabra” (37).


Factor y ámbito primero de esta formación permanente son las comunidades locales que “organizan el tiempo y el trabajo, las oportunidades y el estilo de los encuentros; practican las diversas formas de profundización y de evaluación, como son el discernimiento, la programación, la revisión de vida. Por medio de ellas, sobre todo, los hermanos comunican con sencillez su experiencia espiritual, profundizan y ensanchan las relaciones, proponen lecturas iluminadoras” (37).


A ello se añade las oportunidades que ofrece la comunidad inspectorial, iniciativas éstas que deben estar “bien relacionadas, lleguen a todos, y unan el aspecto pastoral y espiritual al teológico y ascético... Pero el sujeto determinante será siempre el hermano mismo, arraigado en su vocación, atento a su profesionalidad, entusiasta de su campo apostólico” (38).


Antes de despedirse, el RM recuerda a María: la visita a Isabel certifica su cercanía materna con todos los que viven en necesidad y a los que infunde esperanza y el Espíritu; a los pies de la cruz, María comparte el sufrimiento de sus hijos y les recuerda la fidelidad extrema.

2.9.1 Juan Vecchi

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Roma, 15 de agosto de 2001.



Puntos para la reflexión



  • El RM habla de su enfermedad con clarividencia y profunda fe: “Hoy me siento en los brazos de un Padre misericordioso y recibo el don de fiarme totalmente de Él. Mientras me siento inmerso en la fragilidad, de la que es signo la enfermedad, me parece percibir también el apoyo de la mano del Señor, que ha extendido su brazo para no dejarme solo. A pesar de la debilitación física, el Señor me ha concedido hasta hoy una discreta lucidez mental, que me permite relacionarme con los hermanos.. y seguir velando por el bien de la Congregación” (4). “Después de tantos años de servicio salesiano, me encuentro en la condición de ser servido, y atendido con gran amor y extrema delicadeza. Después de algunas situaciones iniciales embarazosas, ya he aprendido el arte precioso de dejarme servir, recibiendo todo como un don de amor” (19). ¿Qué te sugiere semejante confesión? ¿Es frecuente entre nosotros vivir de esa forma una enfermedad grave y tener el valor de testimoniarlo?


  • Si has pasado por una enfermedad seria, ¿cómo podrías valorar esa experiencia? ¿Te ha hecho más realista, más consciente de tus límites y necesidades?¿Qué echaste en falta en ti y en los demás durante ella? ¿Qué ha aportado en tu vida?


  • Si has vivido junto a hermanos gravemente enfermos, “bendición para la comunidad” (C. 53), ¿qué te han enseñado o qué has aprendido? ¿Se ha cumplido el mandato constitucional de rodear a hermanos enfermos y ancianos de atenciones y cariño (cf. C. 53)?.


  • ¿Consideras la enfermedad y/o la ancianidad como una nueva etapa apostólica? ¿En qué sentido pueden serlo? ¿Cómo prepararse para convertirlas en apostolado?


  • ¿Qué comentario te merecen estas dos afirmaciones: “Es irrenunciable hoy dar más importancia a las personas que a las obras”. “No hay que sacrificar la formación inicial o permanente o la calidad de la vida y de la acción, a la urgencia de ‘sostener’ estructuras e iniciativas” (35).



Juan J. Bartolomé,

Noviembre, 2001.









COMUNICACIÓN





EL MAGISTERIO Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL


Pío XI «Nos queremos una congregación para la buena prensa»96


El siglo XX se ha caracterizado por el portentoso desarrollo alcanzado por los instrumentos de comunicación social: prensa, cine, radio, televisión, informática, etc., desarrollo calificado como la nueva era, en conexión con la era espacial, a través de los satélites, superando barreras de tipo físico y con el avance espectacular de la informática.


Aunque la inven­ción de la impren­ta se produjera a mediados del segundo milenio del cristianismo, que también está a punto de quedar atrás, fue en el siglo pasado, cuando los periódicos, además de su interés local, empezaron a tener peso colectivo y sociológicamente men­surable, llegando a ser una Institución o fenóme­no social consolidado de­finitivamente.


En cambio, el cine, la radio, la televisión, la in­formática, los discos, In­ternet... pertenecen ya a nuestro siglo. Hasta el Va­ticano II, venían denomi­nándose como instru­mentos o medios de infor­mación; de ahí las facul­tades de la información. El Vaticano II (1963-1965), el concilio del siglo XX, in­troduce el vocablo comu­nicación, que se ha gene­ralizado, pues, realmente, para la Iglesia estos instrumentos no son únicamente de informa­ción, sino también de comunica­ción; es decir, sirven para hacer partícipe a otro de lo que uno es y tiene, para hacer comunión.


Los hijos del venerable Santiago Alberione confían llegar algún día a tener en la Iglesia su propia Universidad de la comunicación, que pro­fundice en su carisma es­pecifico, que ve en los me­dios de masas una diaco­nía de la verdad, del bien y de la belleza, no simple­mente de información, sino de comunicación, que incluye la teología. Desde hace algo más de una decena de años tie­nen en Roma el Centro Paulino Internacional de Comunicación social (SPICS, del italiano Stu­dio Paolino Internazio­nale della Comunicazio­ne Sociale), cumpliendo así la voluntad de su Fun­dador, que lo intentó aun­que sin éxito, dejándolo a sus hijos como tarea pen­diente.


La afirmación, que a veces se hace, sin mati­zar, de que la Iglesia no ha estado a su altura respecto a los mass media no se corresponde con la realidad. Desde los primeros bal­buceos de los mismos ha habido laicos e instituciones religiosas que han puesto su granito de arena o su esfuerzo en este campo; lo mismo que la jerarquía, empezan­do por los papas.


En este artícu­lo, dejando a un lado laicos e ins­tituciones, queremos ocuparnos de los últimos papas del siglo XX, quienes, por cierto, han estado a su altura, dedicándole a los me­dios de comunicación documen­tos de tanta importancia como las encíclicas, además de discursos y alocuciones en audiencias y oca­siones especiales. Aunque presen­taremos una breve biografía de cada uno, puesto que el pontifica­do es la etapa final de su biografía, nuestro interés se centrará de ma­nera especial en la doctrina: doc­trina que recogería posteriormen­te el Vaticano II. Iniciamos la serie con Pío XI, que fue el primero en afrontar directamente el tema, ya quien la Familia Paulina tanto debe, como veremos luego.



3 Aquiles Ratti

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Aquiles Ratti nació en Desio (Milán) en 1857 y falleció en Roma en 1939. Su padre, Francisco Rat­ti, trabajaba como director de la fábrica de hilados de seda, propie­dad de los condes de Pusiano, en la ciudad de Desio. Casado con Teresa Galli, tuvieron cinco hijos: Carlos, que sería jefe de estación; Fermo y Eduardo, que se dedica­rían a la industria de la seda; Aqui­les, (cuyo nombre completo era Ambrosio Damián Aquiles), que será papa con el nombre de Pío XI, y Camila, que viviría al lado de su madre y del hermano.


El niño Aquiles, con el certifica­do de estudios de tercer curso ele­mental, ingresó a los diez años en el seminario, donde recibió la con­firmación y la primera comunión a los once. Siguió luego los estu­dios medios y superiores en el mismo seminario hasta ser admi­tido al diaconado, terminando la teología en Roma, donde recibió el presbiterado en 1879, a los vein­tidós de edad. En sus estudios fue siempre brillante; Dios le otorgó ricas dotes intelectuales y físicas: fue buen deportista, con gran afi­ción al alpinismo, que practicó du­rante más de veinte años.


Don Aquiles Ratti inició su mi­nisterio parroquial en Barni (Mi­lán), y al mismo tiempo como pro­fesor en el seminario, asistiendo también a los alemanes residen­tes en Milán, ya que hablaba co­rrectamente este idioma. Tres años después de su ordenación sacerdotal, en 1892, consiguió el doctorado en teología, el 13 de marzo; en derecho canónico (con medalla de oro), el 9 de junio, y la licenciatura en filosofía, el 23 del mismo mes. Prefecto de la Biblioteca Ambrosiana de Milán en 1907, y de la Biblioteca Vaticana en 1914; visitador apostólico en Polonia y Países bálticos, en 1918; arzobispo de Milán y cardenal el 13 de junio de 1921, siete meses y medio más tarde, en el cónclave que había de elegir sucesor al papa Benedicto XV, y que comenzó el 2 de febrero de 1922, al cuarto día, en el 140 escrutinio, fue elegido el cardenal Aquiles Ratti, de 65 años de edad, que tomó el nombre de Pío XI. De su breve ministerio al frente de la archidiócesis de Milán destacaremos la inauguración de la Universidad católica del Sagra­do Corazón.



4 Pío Xl y los medios de comunicación

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Cooperador Paulino quiere de­jar constancia, ante todo, de que la aprobación de la obra del vene­rable Santiago Alberione como co­munidad religiosa, fue decisión personal del papa Pío XI, frente a la nula disposición de la Sagrada Congregación de Religiosos, que llevaba cinco años sin resolver la insistente solicitud de D. San­tiago Alberione para que fuese erigida canónicamente como comunidad religiosa.


En la audiencia del 13 de ju­lio de 1926 al prefecto de la Sa­grada Congregación de Religio­sos, el Cardenal Laurenti, este, después de informar minucio­samente al Papa sobre la situa­ción —una información que Pío Xl escuchó con gran atención—, y luego de manifestar su opi­nión, concluyó con la pregunta:


— Santidad, la Pía Sociedad de San Pablo, ¿debe ser apro­bada como congregación religio­sa con votos públicos?


— Sí, Eminencia —respondió Pío XI—. Nos queremos una con­gregación religiosa para la bue­na prensa.


Bajo el pontificado de Pío XI se inauguró la emisora de Ra­dio Vaticano, el 12 de febrero de 1931, que fue instalada por el propio inventor, Guillermo Marconi; se tuvo la primera Ex­posición mundial de la prensa católica, en mayo de 1936, con apreciable participación espa­ñola; y de Pío XI es la primera encíclica sobre el cine, Vigilanti cura, del 29 de junio de 1936. Son algunos de los numerosos acontecimientos en que este Papa intervino dentro del cam­po de la comunicación social.



4.1 Pío XII Un pionero de la comunicación97

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«Los progresos científicos son dones de Dios, de los cuales es necesario servirse para su gloria y para la prosecución de su reinado».


El amplísimo y extraordina­rio magisterio de Pío XII so­bre los instrumentos de co­municación social arranca de su época de Secretario de Estado con Pío XI, el papa de la encíclica Vigilanti cura (29.06.1936). Como Secretario de Estado, el cardenal Pacelli, dos años antes de esta en­cíclica sobre el cinc, en carta a la Oficina católica internacional del cine (OCIC) escribía: «Crece con mayor urgencia la necesidad de una acción positiva y concorde, a fin de hacer del cine un instrumen­to de sana educación». Y enuncia­ba el fundamento de la teología de la comunicación social: «Los pro­gresos científicos son también do­nes de Dios, de los cuales es nece­sario servirse para su gloria y para la prosecución de su reinado».


Elegido papa, Pío XII continuó la línea de su antecesor, tanto en el magisterio como en la práctica. En efecto, utilizó los medios de co­municación, especialmente la ra­dio, para su misión de pastor uni­versal. Escribió: «La radio tiene el privilegio de estar como por enci­ma y libre de las condiciones de espacio y de tiempo que impiden o retrasan a los demás medios de que disponen los hombres para comunicarse» (3.12.1944, al per­sonal de la RAI).


Invitado por la Televisión y Ra­diodifusión francesa, fue el primer papa en usar la televisión, emitien­do un mensaje a través de la mis­ma el domingo de Resurrección (18.04.1949), entrando así en mi­llones de hogares franceses. Des­de el primer momento intuyó la época en que los grandes aconte­cimientos de la Iglesia serían vis­tos simultáneamente por millones de personas de todos los países y de todas las religiones.



«La película ideal»


Debemos a Pío XII las aporta­ciones doctrinales más avanzadas de su época sobre la teología de las comunicaciones sociales. El Vaticano II las asumió íntegramen­te, sin duda; pero uno se atrevería a decir que el Papa Pacelli es bas­tante más amplio y profundo que el mismo Concilio, que, naturalmente, prescinde de los aspectos artísticos y científicos, entre otros.


El discurso sobre La película ideal, emitido por radio en dos entregas (21 de junio y 28 de octu­bre de 1955), es un tratado orgá­nico que resume y completa de modo magistral las enseñanzas de treinta años. Tuvo más resonan­cia que la misma encíclica Miran­da prorsus, que es posterior en dos años y que, por supuesto, es un tratado más extenso.


4.1.1 La encíclica «Miranda prorsus»

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Además de la introducción, la encíclica contiene una parte gene­ral y otra especial, referida al cine, la radio y la televisión. (El texto ca­rece de numeración; la usada a continuación entre paréntesis la hemos asignado nosotros).


En la introducción, resume las intervenciones anteriores y se afir­ma ya que todos los inventos de la técnica son dones de Dios Crea­dor; a la Iglesia interesan particu­larmente los inventos que sirven para «comunicar Ideas, noticias y enseñanzas con suma facilidad a las multitudes, a saber, el cine, la radio y la televisión, que en nues­tros días han alcanzado un ex­traordinario desarrollo». De ellos va tratar. Teniendo la misión de anunciar el mensaje de la salva­ción a todos los hombres de todos los tiempos, la Iglesia «acoge con grandísimo gozo» estos instrumentos, neutros de por sí, que pueden servir para el bien o para el mal. Es deber de la Iglesia orien­tar a los usuarios a la responsabi­lidad. Que no ocurra como con el desarrollo industrial: que las má­quinas inventadas para servir a las personas acabaron esclavizándo­las en las cadenas de producción.



4.1.2 Principios teológicos

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Hay que notar que en la Miran­da prorsus (Los maravillosos in­ventos) se encuentra repetidas ve­ces el vocablo «comunicar». El Va­ticano II consagró la expresión «instrumentos de comunicación social: cine, radio, televisión y otros por el estilo», frente a otras expresiones en uso.


  • Dios creador y comunicador de todo bien. Es el primer dogma de nuestro «credo», en el que se asien­ta la teología de la comunicación social. Comienza el Papa: «Dios es sumo Bien, y por ello reparte ince­santemente sus dones a los hom­bres haciéndoles objeto de pecu­liar amor y solicitud... Antes de co­municarse en la visión beatífica se une a él aquí por la fe y el amor» (24). «Deseando, además, encon­trar en el hombre la imagen de su propia perfección, quiso también hacerlo partícipe de aquella dona­ción, y lo llamó a ser mensajero, portador y dispensador para los hermanos y para toda la comuni­dad. Así el hombre, por su misma naturaleza, acostumbró a comu­nicar sus bienes espirituales a los demás mediante signos que ex­trajo de las cosas corpóreas y que se esforzó en ir perfeccionando. Desde los primitivos tiempos, con imágenes y escritos, hasta nues­tros días, los instrumentos todos con los que los hombres se unen entre sí deben tender a tal fin ex­celso: que los hombres, en cierto modo, sean ayudantes de Dios en este campo» (25).


  • Derecho de la Iglesia a servirse de los instrumentos de comuni­cación social Afirma la encíclica el «derecho inalienable de la Igle­sia, depositaria de la doctrina de salvación, a comunicarla también por medio de estas artes técnicas». Derecho que deben reconocerle los poderes civiles (30).



4.1.3 Aplicaciones pastorales

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  • No son un negocio comercial. Es contrario a la doctrina cristiana y a la finalidad superior de estas ar­tes la actitud de quienes quieran utilizarlas únicamente para fines políticos o económicos, conside­rando esta noble causa como un simple negocio comercial (34).


  • Libertad de expresión. La recta libertad de expresión no es la li­cencia desenfrenada para comu­nicar cualquier cosa (35). La ver­dadera libertad humana exige que se usen estos dones para comuni­car a los demás lo que ayuda a la virtud ya la perfección (29).


  • El arte y la moral. Es cierto que de por sí las artes liberales no exi­gen una finalidad ética o religiosa, pero se degradan cuando no se conforman al designio original del Creador (37).


  • Intervención de los poderes pú­blicos. Los poderes públicos están obligados a vigilar que estas artes respeten la ley natural, escrita en nuestros corazones. Esto no va contra la libertad de los ciuda­danos, pues no se refiere a su persona privada, sino a toda la sociedad (39). El autocontrol de los profesionales no exime de este deber de la autorIdad (40). Sin el apoyo de la autoridad la verdadera cultura del pueblo disminuirá y se hundirán las costumbres (41).


En unos párrafos expone la aptitud del lenguaje cinemato­gráfico, radiofónico y televisivo para comunicar ideas (42, 43); además, sirven de recreo (44), y más fácilmente que la prensa. La Iglesia católica anhela que se conviertan en propagadores y vehículos de los verdaderos bie­nes (45); para ello es preciso que sirvan a la verdad y a la vir­tud (46). Establecerán así vín­culos más estrechos entre los pueblos, promoviendo la solida­ridad ente ellos (47).


  • Información objetiva. El ser­vicio a la verdad exige no sólo que se abstengan totalmente del fraude y del error, sino también de todo lo que pueda fomentar un modo de vivir u obrar falso o defectuoso, o, en fin, ofensivo para alguien (48).


  • Respeto a las verdades reve­ladas. El servicio a la verdad exige que las verdades reveladas por Dios se tengan como invio­lables y sagradas.


  • Responsabilidad. «El infor­mador que cumpla dignamente con su oficio no puede oprimir a nadie con sus dichos o escri­tos, sino que debe esforzarse en entender y explicar en el mejor modo posible los hechos relata­dos o los crímenes perpetrados; lo que, sin embargo, no signifi­ca excusarlos o aprobarlos, sino insinuar los remedios y propor­cionar algún lenitivo, y así con­tribuir a restablecer la honra­dez de los espíritus» (51).


DATOS BIOGRÁFICOS


  • 1876: El 2 de marzo nace Eugenio Pacelli, futuro Pío XII.

  • 1899: Es ordenado sacerdote y consigue el doctorado en Teología.

  • 1901: Aprendiz en la Secretaría de Estado.

  • 1904:Pío X lo nombra secretario de la Comisión para la codificación del Derecho canónico.

  • 1912:Publica «La personalitá e la territorialitá delle leggi» (La personalidad y la territorialidad de las leyes).

  • 1914:Pío X lo nombra Secretario de la Congregación para los Asun­tos Eclesiásticos Extraordinarios.

  • 1917:Benedicto XV lo nombra nuncio apostólico en Baviera y lo consagra arzobispo.

  • 1929: Pío XI lo crea Cardenal.

  • 1930: Pío XI lo nombra Secretario de Estado.

  • 1939:Fallece Pío XI. El cardenal Pacelli es elegido Papa, tomando el nombre de Pío XII.





EL ANAQUEL



Con las entregas que se irán publicando de "¿Quién se ha llevado mi Queso?" pretendemos hacernos eco de una obra que se ha leído mucho en diversos ambientes profesionales. Creemos que tiene una cierta aplicación a la vida religiosa. Animamos a la lectura no sólo del libro sino de la presente aplicación, que con mucho empeño ha realizado Mateo González.


¿Quién se ha llevado mi Queso?


Poniendo en antecedentes


Si Cristo no dudó ni siquiera un momento a la hora de emplear parábolas para llegar a todos los que le escuchaban y hacerse entender entre los sencillos, esta bonita fábula de ¿Quién se ha llevado mi Queso? también nos puede ayudar a nosotros para entender y caer en la cuenta de distintas situaciones que afrontamos cada día sin darnos cuenta del alcance de nuestras insignificantes actitudes cotidianas. Vamos a hacer la lectura de esta bella historia desde nuestra vida religiosa y como ésta tiene que enfrentarse arriesgadamente a un futuro prometedor —por mucho que el complicado laberinto del mundo y los que tenemos alrededor parezcan indicarnos lo contrario—. ¡Seamos valientes! Grita a todos y cada uno de nosotros esta hermosa historia que tiene tanto jugo.


Vamos a descubrir situaciones de nuestra vida mediante cuatro personajes que buscan el Queso que les hace falta para vivir, nos identificaremos con ellos y con sus diferentes formas de actuar y de enfrentarnos al “cambio” al que apuntan las situaciones que nos envuelven —nuestra vida es una vida de continuo cambio—.


Parte 1: “Cuatro personajes”98


De la búsqueda ilusionada al encuentro rutinario...


Érase una vez, hace mucho tiempo, en un país muy lejano, vivían cuatro personajes que recorrían un laberinto buscando el queso que los alimentara y los hiciera sentirse felices”. Estos cuatro personajes eran los ratones “Fisgón” y “Escurridizo” y los liliputienses “Hem” y “Haw”. Cada día, todos ellos buscaban en el laberinto su propio queso especial. Los ratones —más con su olfato que con sus cerebros de roedores— buscaban un queso seco y duro de roer; mientras que los dos liliputienses —con sus cerebros llenos de emociones y convicciones— buscaban un queso diferente, el Queso —no les servía cualquiera—. Cada mañana hacían el recorrido de su casa al Queso por todo el laberinto. Al principio costaba encontrar el sitio, pero luego ya se hacía casi por rutina. Los ratones se complementaban: el olfato de Fisgón y la conducción de Escurridizo, que abría paso. Los liliputienses pensaban y recordaban sus experiencias pasadas y hacían complicadas deducciones. Cada uno con sus dificultades, pero al final siempre encontraban el Queso en el depósito Q. Según iba pasando el tiempo, los ratones repetían sistemáticamente su recorrido cada mañana temprano, mientras que Hem y Haw retrasaban cada día su trayecto, es más, acabaron por instalarse en el depósito de queso Q, donde tendrían el Queso que da la felicidad para toda la vida. En la pared del depósito Q pusieron la siguiente frase: “tener Queso te hace feliz”.


Así de sencilla se nos presenta la historia, cuatro personajes con distintas características, pero con un mismo fin: encontrar el Queso, su Queso. Los ratones se conforman con cualquier tipo de queso, así fácilmente pueden adaptarse a cualquier situación y circunstancia, da igual lo duro o mohoso que esté: ellos van a comer igual y cada mañana se pondrán sus zapatillas de correr y fácilmente —con el apoyo de su memoria de roedores— llegarán hasta éste.


El queso de los liliputienses es un queso distinto, es “Queso”, con mayúscula. Es fruto de una larga búsqueda de ese Queso en concreto. ¿Por qué?, podemos preguntarnos. La respuesta nos la da el autor: sus sentimientos y su inteligencia influyen en la búsqueda y en el resultado de ésta, los hombrecillos saben lo que quieren y luchan para conseguirlo.


La ilusionada lucha por el encuentro de algo nuevo y ansiado, por llegar a lo auténtico siempre se da al comienzo de toda gran obra, también en los comienzos de un congregación religiosa. La gracia que acompaña estos inicios y el Espíritu que guía a los fundadores nunca excluye las dificultades y barreras del mundo que nos rodea. Don Bosco se encontró con muchas cortapisas en su proyecto —diría cuando vio por fin fundada la congregación que si hubiese sabido todo lo que le iba suponer que seguro que no hubiese emprendido todo el camino recorrido—, así como Hem y Haw en la búsqueda del Queso, no es nada fácil. El laberinto se nos presenta caótico y oscuro, el adentrarnos en él puede suponer la pérdida absoluta, perderse en el laberinto sería como dejar de existir. Sin embargo, hay algo más importante que hace que pongamos todas nuestras energías: el proyecto de encontrar el Queso. La actitud de los ratones se nos presenta como sabia, se sirven de las barreras que se les imponen para superar otros problemas, su actitud es la de servirse también de las dificultades.


Al hablar de los inicios de una congregación religiosa en la que satisfacciones y obstáculos se suceden, podemos pensar en nuestra propia historia vocacional —no es sino una encarnación concreta en una persona de lo que es la trayectoria histórica de cada congregación, como diría Jesús Álvarez Gómez, “interpretar la historia de una congregación religiosa es interpretar nuestra propia historia vocacional”99—. Se nos presentan muchas satisfacciones, el Queso es atractivo, hemos de llegar hasta él. El camino supone dejar muchas cosas para ganar el auténtico Queso, lo vemos todo desde el prisma del ilusionante Queso que previsiblemente nos hará felices. Nos enfrentamos con ilusión y esperanza a este tortuoso camino e incluso llegamos a obtener el preciado Queso. Somos jóvenes, nos sobran energías... todos los temores se subordinan ante una vida por delante, cuando eres más mayor se piensan más las cosas.


Al principio vamos a éste Queso cada día con auténtica entrega, vamos percibiendo los detalles que tenemos que cuidar para llegar rápidamente a él... pero el tiempo va pasando. Lo que nos parecía tan grande y maravilloso llega a ser algo rutinario, algo que aparentemente no nos va a faltar. Pero, sin darnos cuenta, llega un momento en el que ese nuestro tesoro no nos impulsa a nada, nos volvemos apáticos, perdemos todo; no nos entusiasma, nos hemos acostumbrado —se ha apoderado de nosotros la comodidad, aunque a nuestro alrededor algunos, como los ratones, retoman cada mañana cuanto antes su camino hacia el preciado y necesario Queso—...


Llega un momento en el que la comodidad rige nuestro obrar y hace que nos instalemos en el departamento Q, tan cerca del maravilloso Queso, pero ciegos a la hora de valorarlo. Hemos perdido toda tensión, aparentemente parece que tenemos de todo, ya no tendremos que preocuparnos del mañana; ya no tenemos nada que hacer, nuestra actividad principal era únicamente ir hasta el queso y ya estamos aquí, nos hemos acostumbrado a él y no reparamos en su significado.


Claro que todos estos problemas no los vemos, la abundancia de Queso impide que veamos más allá, no nos esperamos que el Queso se acabe, seguro que hay alguien suministrándolo siempre, ya tenemos la vida resuelta... “tener Queso te hace Feliz” escriben los liliputienses en la pared, su felicidad ahora consistirá en no preocuparse más del porvenir, tienen el Queso, se han apropiado de él.

Los dos artículos que colocamos a continuación han tenido una cierta difusión en el mundo de la cultura. Aparecieron en Le monde diplomatique. Este periódico, que aparece mensualmente, tiene como director a un intelectual catalán llamado I. Ramonet. Aparecen en él análisis de cuestiones candentes desde una perspectiva liberal. El primero de los artículos que traemos a colación ha sido muy polémico. Se ha estudiado en FERE y en diversos organismos educativos con la finalidad de analizar su contenido y descubrir ciertos rasgos panfletarios que hay en el mismo. Puede ser un instrumento útil para estudiarlo en comunidad, o en claustros de profesores. El segundo de los artículos trata el tema de la religiosidad juvenil y puede tener un contenido más pastoral.



Crónica de un desastre anunciado

El desmantelamiento de la enseñanza pública en España100


Baltasar Gracián101


Asistimos a un creciente y, al parecer imparable, deterioro de la enseñanza pública en España, lejos de las alharacas de los adalides de su Reforma en los ochenta. Iniciada entonces por el ministro socialista José Maria Maravall, bajo el emblema de la igualda4 y rematada ahora por el Partido Popular la Reforma prometida ha establecido un sistema educativo en el que se acentúan las desigualdades sociales, cuya expresión más clara es esa doble red en la que los menos favorecidos se ven abocados a los centros públicos, mientras las clases medias encuentran más opciones: centros privados no concertados o privados concertados, con argucias suficientes para eliminar el alumnado molesto. Contradicción de una reforma progresista, sucesora de aquella que se inició a comienzos de los setenta, dirigida por el ministro franquista Villar Palasí, en la que se ponían las primeras piedras de la que ahora nos compete, bajo los auspicios del Opus Dei y, tal vez por ello, heredera de la tradicional hipocresía frailuna.


Hasta ahora los más perjudicados por esta situación han sido los propios alumnos. Se les priva del acceso a una real igualdad de oportunidades, de modo que preva­lece, de forma cada vez más notoria, el medio social en el acervo cultural del individuo. Se les priva de la capacidad de esfuerzo, de las condiciones necesarias para aprender y constituirse en sujetos críticos. So capa de entreteni­miento, diversión o actividad compulsiva, se les infantiliza e idiotiza, lo que deriva en sujetos irresponsables y dependientes, lo contrario de aquellos idílicos seres autónomos, críticos e informados que se pretendía.


Se fomenta la desidia y sobre-protección familiar en sus responsabilidades educati­vas, de manera que en la escuela, lugar de instrucción, se des­cargan todos los problemas derivados del estatus social, del trabajo o de la crisis de la familia. Así se la sobrecar­ga de funciones que no le competen, de imposible cumplimiento, transfor­mándola en un espacio de “redención social” donde todos los males se remedian o, caso contrario, todos los resentimientos se concitan.


El profesorado de la enseñanza pública, privado de prestigio social, responsabilizado en exclusiva del fra­caso escolar, se halla inerme para poder ejercer su función de enseñar. Carece, además, de una verdadera carrera docente, en la que se reconozcan su trabajo o sus méritos. Con una situación profesional cada vez más desastrosa, se asiste hoy a una recon­versión laboral encubierta, resultado tanto de criterios de ahorro como del descenso del alumnado, que se mani­fiesta en el aumento de desplazados y en expectativa de destino —sólo en la Comunidad de Madrid hay en este curso unos 2.800 profesores danzando de un lado a otro-, pero también de la política gubernamental que, en su lógi­ca neoliberal de destrucción de lo público, se centra cada vez más en el respaldo de la enseñanza privada. Y así, ese profesorado termina por sentir-se, tras muchos años de servicios, cual objeto desechable sin interés tanto para la Administración como para sus teóri­cos defensores, los sindicatos.



Ante esta caída de la instrucción pública conviene preguntarse por algunas de sus razones, el por qué de su percepción negativa por parte de la sociedad, qué ha sucedido para que en pocos años la tan publicitada y cacarea­da LOGSE, buque insignia del PSOE en su momento, que tanto iba a bene­ficiar a la enseñanza pública de nues­tro país, haya conducido a una fuga cada vez mayor hacia la privada. Algunas posibles causas se tratan de exponer aquí.



5 Red pública versus red privada

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Al inicio de la reforma educativa, en medio del entusiasmo de sus crea­dores y de su presumido progresismo, se soslayó un aspecto esencial de la misma y que iba a ser crucial para el futuro de nuestra educación: la convi­vencia entre el sector público y el pri­vado concertado, en su mayoría reli­gioso, la llamada doble red. Conviene recordar que a raíz del consenso cons­titucional, que en su artículo 27 defiende la libertad de enseñanza en cuanto a la elección de los padres, se consagró un sistema por el cual el Estado financiaba la enseñanza priva­da, en su tramo obligatorio, allí donde no llegara el sistema público. En los inicios de la transición, con la UCD en el poder, se trataba de un modelo de conciertos anuales, mientras se suponía que se irían construyendo las bases para el desarrollo de la enseñan­za pública.


Con el PSOE gobernando y su Reforma en marcha, la LODE, marco legal general del nuevo sistema, consa­gró definitivamente él sistema con la concesión general de conciertos. Si se tiene en cuenta que en España, con la excepción de la Segunda República, la enseñanza había sido dominio exclusi­vo de la Iglesia, poseedora de un enor­me imperio educativo, había que supo­ner los riesgos de tal medida, silo que se quería era la creación de una red pública en la tradición de lo que los franceses denominan “escuela republi­cana”. Ahí empezaba el lastre de la Reforma, con la dejación por parte del PSOE de las ideas claves de su progra­ma electoral, “la escuela pública, laica, autogestionaria y única”.


Al mismo tiempo, se expandía imparable, entre los gobernantes y sus cabezas pensantes, la ideología neoliberal con su cantinela de modernidad y europeísmo, dominante en los medios de comunicación, según la cual lo privado implicaba una mayor eficacia y racionalidad económica, el mercado era el mejor gestor y, lógica­mente, en el terreno educativo, su formación superior y más competitiva que la de la oferta pública. Con esa ter­minología de Escuela de Negocios, se empezó a abordar desde la Admi­nistración un bien social como es el de la enseñanza, considerando a los alumnos como clientes -algo constata­ble en los “Cursos de mejora de la calidad de la Enseñanza” organizados por el Instituto Nacional de Evalua­ción-, pero sin la posibilidad de que la oferta pública pudiera competir, si de eso se trataba, en igualdad de condi­ciones con la privada concertada.


Se iban poniendo las bases del desastre, aunque en los foros refor­mistas nadie afrontaba, con la excep­ción de sonoras retiradas como la del diputado socialista Luis Gómez Llorente, el problema de la consolida­ción de la doble red, entretenidos, como estaban, con las nuevas pedago­gías psicológicas y las nuevas recetas didácticas, una ideología técnico-flori­da que pronto se iba a revelar nefasta para la enseñanza pública. Y, sin embargo, esa doble red, iba a suponer lo que ha expresado José Gimeno Sacristán: “La elección como meca­nismo de mercado, supone desigual­dad en la oferta y desigualdad en la capacidad adquisitiva. Y supone transferir la capacidad de orientar la educación desde el Estado o los pro­fesores a los padres (“el nuevo Estado de las familias”).... Digamos que algunos locales se reservan el derecho de admisión y hay clientes a los que nunca se deja entrar. El dogma de que el mercado favorece a todos sería una mera ironía si no viéramos ya sus resultados marginadores”102.


A partir de ahí el nuevo gobierno del Partido Popular sólo tenía que continuar con el sistema anterior, ampliando los conciertos de la ense­ñanza privada, bordeando la legalidad vigente, de modo que se diera la pata­da final a la pública, cada vez más subsidiaria de la privada. Esto ha sido notorio en la Comunidad de Madrid, donde se ha transferido recientemente la competencia educativa, en la que, al tiempo que se planteaban medidas demagógicas como el aumento del horario escolar para satisfacción de los padres, se ha ido desarrollando una “pasión privatizadora” por la cual, mientras se cierran Institutos en el centro de Madrid, se conceden en el mismo espacio conciertos a los priva­dos. Se ha cerrado, por ejemplo, el Instituto público Emilia Pardo Bazán en julio y al tiempo, se ha autorizado el centro privado concertado Divino Maestro a menos de quinientos metros. Política que, por demagogia o ignorancia, recibe el respaldo de los medios de comunicación como puede observarse en el reciente titular: “La falta de escuelas infantiles públicas obliga al Ayuntamiento a invertir en plazas privadas”103.


En este sentido, es revelador el informe aportado por el diario El País: “La escuela concertada arrasa en la capital. Si a nivel regional la relación entre la enseñanza pública y la privada subvencionada es de un 60% - 40% a favor de la primera, en la ciudad se invierten los términos: los centros dependientes de la Consejería de Educación atendían el curso 2000-2001 a sólo 118.000 alumnos de los 305.000 que hay en la capital, mien­tras que el resto asisten a colegios concertados, que corresponden a las zonas con mejor economía. La oposi­ción, los sindicatos y las asociaciones de padres denuncian que la Admi­nistración tiene “desatendida” a la escuela pública”104.


Ante ello, lógicamente la enseñanza privada se siente eufórica y se apresta a una nueva ofensiva. En el terreno ideológico se trata de hacer ver a la población que la enseñanza privada es también un bien público y, por ello, financiable en su conjunto, para lo cual bastaría, en la mejor tradición fran­quista, una variación de nomenclatura. Como ha dicho Teófilo González Vila: “Hay que desenmascarar y abandonar esa terminología confusionista. Desde hace tiempo muchos llamamos centros educativos de iniciativa social a los que ahora se dicen privados”105. Por otro, en el de sus exigencias económi­cas, según indica la poderosa Confederación Educación y Gestión, se trataría de eliminar las mínimas tra­bas legales de la concertación, en lo referente a su subsidiariedad respecto de la pública: “Nuestra oferta de enseñanza privada concertada no es subsi­diaria de la pública porque ésta no puede atender la demanda, es comple­mentaría de la misma y tiene toda su razón de ser por esa demanda de la sociedad española”106.


Ante esa ofensiva nos encontramos con una menesterosa situación de lo público, islotes reformados, rodeados de una pléyade de centros privados financiados con el dinero público, a los que acuden sus tradicionales clien­tes junto con nuevas clases medias y populares, convencidas de sus virtu­des. Esa pretendida superioridad es una falacia que, sin embargo, ha cala­do en la percepción social dado el marketing de los centros privados, la complicidad de unas administraciones obsesionadas con la reducción de gasto social para poder transferirlo al negocio privado, el tradicional despre­cio nacional por lo público que nunca ha sentido como suyo, así como las consecuencias de una reforma de efectos claramente deplorables para el acervo cultural de los jóvenes. Esta percepción social, a la que no fueron ajenos muchos de los reformistas socialistas que enviaban a sus hijos a centros privados, empieza por el rechazo del modelo comprensivo de educación general.



Comprensividad versus calidad.


La extensión de la educación obligatoria hasta los dieciséis años, en coincidencia con la entrada en el mercado laboral, hizo plantearse el tipo de enseñanza adecuada a esa nueva población escolar tan hetero­génea. Se optó por el modelo com­prensivo, al estilo anglosajón, ya fracasado en lo que a aprendizaje strictu senso se refiere. Se trata de un concepto igualitario que, bajo la retórica de una educación igual para todos pero personalizada, en la práctica reduce los contenidos bási­cos a los más elementales, de modo que termina por hacer inviable la igualdad de oportunidades para los más desfavorecidos. Parecería como si se partiera del perverso supuesto de que la inteligencia media de la población es mucho más escasa de lo que es, por lo que se hace necesa­rio reducir los contenidos, con lo que se reduce el esfuerzo y de nuevo hay que rebajar los niveles, sin comprender que las capacidades intelectuales también hay que desa­rrollarlas. Desde ese supuesto, la personalización de la enseñanza, irrealizable en las condiciones actuales, sirve como excusa y arti­maña para mantener un escaso ren­dimiento.


En ese sentido, si la escuela pública se plantea como tarea la integración social y el acceso a una igualdad de oportunidades, habría que preguntar-se, desde la experiencia de estos últi­mos años, si es precisamente la com­prensividad la mejor forma de lograr esa integración de las clases populares y desfavorecidas o si, por el contrario, se ha convertido en un totum revolu­tum, una nada de asignaturas absurdas destinadas a entretener el tiempo fren­te a la adquisición de una base cultural seria. Cuestión que comienza ya a plantearse desde sectores conscientes del problema de la educación actual. Así, el texto del IES Serra Perenxisa de Torrent (Valencia), “En defensa de la Enseñanza Pública hay que refor­mar la LOGSE’, expone un completo análisis de sus constatables deficien­cias, como de su imprescindible críti­ca: “La generalización de la ESO está sirviendo para constatar algo de lo que ya se venia hablando tiempo atrás: el fracaso de la Reforma del sistema educativo... Se nos dirá que ni siquiera hemos dado tiempo a que se consolide, que es necesario esperar a que la experiencia permita corregir errores y perfeccionar su funciona­miento, que las deficiencias actuales son debidas a una financiación insufi­ciente e inadecuada. Nosotros pensa­mos que no se trata de pequeños errores subsanables, sino de gravísimos errores estructurales... Hablar de todo esto es, todavía hoy una osadía porque no parece políticamente correcto, porque significa enfrentarse a las organizaciones de izquierda (partidos, sindicatos, movimientos de renovación educativa) que impulsa­ron el nacimiento de esta reforma y que se resisten a aceptar que su pues­ta en funcionamiento constituya un fracaso. Por otra parte, hay también sectores interesados en que el proceso continúe tal cual, dado que la degra­dación del sistema educativo propi­ciará en primer lugar —lo está hacien­do ya- una revitalización del sector privado de la enseñanza en detrimen­to del sector público”.107

En contraposición a la comprensivi­dad de la escuela pública, la privada -de pago se “vende” como espacio de educación sólida, adecuada al mundo competitivo en el que se va a encon­trar el alumnado. Y la privada concer­tada, pese a su obligación formal de sujetarse al sistema general compren­sivo, también “vende” una formación seria, imprescindible para evitar un futuro de subempleo o marginalidad. De este modo ha terminado por pro­ducirse un choque entre la lógica de la enseñanza comprensiva y la lógica de la enseñanza competitiva, ante lo cual conviene replantearse la situación. Como indica Luis Gómez Llorente: “Toca a la escuela pública, genera­ción tras generación, paliar en todo lo posible los efectos de la desigualdad generada a extramuros de la escuela. Ese todo lo posible tiene limites, y los límites de la voluntad igualitarista de la escuela están donde empieza lo que a la escuela le es esencial: transmitir con eficiencia el saber científico; edu­car o desarrollar ordenadamente la polifacética capacidad del ser huma­no. Precisamente para que no fraca­sen los ideales de escuela liberadora y escuela reequilibradora. es preciso que la escuela sea escuela, de otro modo hacemos una ficción inane que libera muy poco y no va a reequili­brar nada “108. Para ello sería preciso dejar de repetir de forma acrítica algu­nas ideas sobre la enseñanza, procedentes de los años setenta que, en palabras de Claude Grignon, constitu­yeron “una teoría que pone el acento en las funciones de reproducción social en detrimento de las funciones históricas de emancipación social que pudo haber desempeñado la escuela, y más concretamente la escuela repu­blicana, que tenía un ideal universa­lista de emancipación”109. Ideal de liberación, imprescindible en una sociedad realmente democrática, que supone una instrucción pública que tenga como objetivo la formación de un sujeto critico e informado.

Esos fueron los objetivos formales de la LOGSE irrealizables desde esa lógica de una comprensividad que, al relegar la transmisión de conocimien­tos en favor de la atención a la vida y los intereses de los alumnos, termina por no transmitir nada -ya se encargan de hacerlo los medios de comunica­ción de masas- y convierte la escuela en aparcamiento de jóvenes a la espe­ra del acceso al mundo adulto, en el que un tipo de alumno apolítico y desinformado, mero consumidor pasi­vo, entrará en la peor posición posible.


Y, sin embargo, aquellos que se presentan como defensores de la ense­ñanza pública, se niegan a debatir el problema, expulsando a los infiernos de la reacción a los críticos con este sistema. Todavía hoy, la Plataforma Estatal por la Escuela Publica, expone en su manifiesto: “Defendemos la enseñanza comprensiva como garante de atención a la diversidad y promo­ción de la igualdad en el sistema edu­cativo.. .“110. Parece como si pertre­chados de esa ideología comprensiva no se quisieran ver sus efectos prácti­cos, sus deficiencias, y, en olvido de aquella sensata relación entre teoría y praxis que el viejo Marx recomenda­ba, les resultara más sencillo repetir sus retóricas y vacías recetas didácti­cas. Repetición desde unos anquilosa­dos movimientos de renovación peda­gógica, cooptados y premiados por su aplauso a la Reforma, reconvertidos en funcionarios propagandistas de la misma. Repetición desde algún sindi­calismo obtuso que considera como logro igualitario la reducción de la cultura seria, sin percatarse de que sólo beneficia a aquellos que parten de un acervo cultural propio o a las instituciones privadas que presumen de realizar esa función de transmisión -de saberes. Repetición desde el con­junto de reformistas institucionales que plantean la escuela como Lugar de salvación, donde, milagrosamente y por mor de la aplicación de Las técni­cas psicológicas, desaparecen todas las diferencias sociales, todas las carencias de partida, cómoda forma de soslayar la obligación de los poderes públicos de hacer frente a los proble­mas de la sociedad. Como se indica en una aclaración al texto del Instituto antes citado: “La LOGSE es un pro­ducto de laboratorio, que imagina una realidad que poco tiene que ver con la que nos rodea. A esa falsa rea­lidad ofrece respuestas progresistas, respuestas de izquierda, pero por ser falsa la realidad que imagina, tam­bién son falsas las respuestas que concibe.- sus iniciales buenas inten­ciones acaban dando lugar a un falso progresismo que alimenta los intere­ses más reaccionarios, aunque no sea consciente de ello.”111



5.1 Caos versus orden

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En relación con la comprensividad, la proximidad a la vida y al omnipo­tente deseo de los alumnos, se ha extendido también la percepción de que el tipo de pedagogía vigente en lo público conduce al desorden, al caos, a la indisciplina, es decir, a la imposi­bilidad de constituir un espacio que posibilite la adquisición tranquila de los saberes en los centros públicos, frente a esos lugares de orden y esfuerzo intelectual, propios de lo pri­vado, que silo permiten.


El tipo de pedagogía en el que se incardina la reforma es heredero de un modelo suave de educación frente al represivo tradicional, así como del modelo constructivista, basado en la autonomía de un sujeto, capaz de crear su propio proceso de aprendiza­je, curiosamente hoy en perfecta sin­tonía con el individuo autónomo neo-liberal, descontextualizado social y políticamente.


Pero, de nuevo, hay que distinguir entre lo que las teorías ofrecen y sus resultados prácticos. Así, como dice Claude Grignon: “Las pedagogías dulces, las pedagogías liberales en el sentido amplio del término, por no decir libertarias, eran pedagogías úti­les porque pretendían luchar contra la injusticia y el absurdo de las peda­gogías represivas. Ahora bien esas pedagogías dulces han insistido mucho en la necesidad de abrir la escuela, pero han ido demasiado lejos. La escuela debe proteger a los niños, debe ser un lugar cerrado, debe asegurar a los niños un mínimo de aislamiento en relación con la oferta considerable de distracciones y entretenimientos que vienen del exte­rior. Si se quiere que los niños adquieran conocimientos, si se quiere que los niños que no disponen en su medio familiar de la herencia cultu­ral, que permite a los hijos de los gru­pos favorecidos aprender, aprendan, es preciso que tengan en el espacio y en el tiempo lugares dedicados al aprendizaje serio”112.


En la realidad de la enseñanza cotidiana, ese conjunto de pedagogías se ha transformado en retórica demagógi­ca destinada al peor uso de psicólogos, papás y alumnos, reacios a cualquier esfuerzo, eternos quejicas, “expertos” en motivación y autoestima que, naturalmente, si no se produce sólo es achacable a incompetentes, corporati­vos o inadaptados profesores. En un lúcido y provocador análisis de la situación en la que nos encontramos, expone Miguel Lizano Ordovás: “Con el psicólogo han entrado en la institu­ción los papás: discurso familiar y dis­curso psicológico se apoyan mutua­mente, entronizados ambos por una misma ideología “progre”. Resulta así todo ese peligroso chalaneo que profesores, padres y psicólogos se traen con los alumnos y que (dulzón, maternal y ñoño) viene a obturarlos como sujeto de aprendizaje: el trata­miento de tú y por el nombre de pila, la sobreprotección y el paternalismo, todo conspira para prolongar el clima afectivo familiar contra natura, de modo que el alumno no advierta ¡por Dios! que no está ya en casa, que la vida no es una tibia burbuja rosa... Frente a esto el ya difunto instituto presicologista, tan criticado por los pro gres, tenía pese a todo, con su impersonal trato de usted y su severi­dad de principio, una preciosa virtud liberadora: la de tratar a sus alumnos como personas responsables, es decir, precisamente como sujetos”113.


Siguiendo ese diagnóstico no pode­mos sorprendernos de que la pretendi­da democratización de la escuela pública, la intervención de toda la comunidad escolar, su pedagogía cen­trada en el alumno, haya degenerado en el rechazo de cualquier tipo de nor­matividad -ya sea el horario, la aten­ción, el esfuerzo intelectual o la acti­vidad crítica- que contradiga sus dese­os. De ahí la multiplicación de denun­cias contra profesores “tiránicos”, la demagogia de las autoridades admi­nistrativas dedicadas en exclusiva a la atención de los padres, la estúpida pretensión de que la enseñanza sea un lugar de diversión permanente.


No sucede lo mismo en el ámbito privado, y ese es uno de sus éxitos de marketing. Libres de la crítica de padres, alumnos o técnicos de la edu­cación, con Consejos Escolares de carácter meramente formal, ofrecen un modelo más ordenado, más disci­plinado. Y ahí los padres no protestan, los alumnos no objetan, los psicope­dagogos no intervienen, la Admi­nistración deja hacer y los sindicatos callan. La puntualidad, la asistencia, la educación en el esfuerzo, tan de­nostadas como represivas en la enseñanza pública, aparecen en la pri­vada como virtudes imprescindibles en el proceso de aprendizaje. En cam­bio, los centros públicos, que cuentan, como es sabido, con profesores com­petentes y buenos equipos docentes, no se perciben como lugares de apren­dizaje serio, dado el barullo producido por la intrusión constante de todos los expertos posibles, desde amas de casa a locutores televisivos, que parecería que tuvieran un interés especial en contribuir a la marginación y destruc­ción de lo público.



Marginación versus selección


En principio, tanto la escuela públi­ca como la privada concertada, debe­rían sujetarse a las leyes generales del Estado y por tanto admitir, sin selec­ción, al alumnado que quisiera inscribirse en sus centros. Ahora bien, en la práctica esto no sucede. Siguiendo las reglas del sacrosanto mercado, la pri­vada tiene por costumbre alegar la enorme demanda de que disfrutan para establecer una selección encu­bierta del alumnado. Con ello logran deshacerse de los estudiantes margi­nales, inmigrantes o problemáticos, mientras los centros públicos se trans­forman en guetos para los desfavore­cidos socialmente.


Es de sobra conocido que, en luga­res de fuerte presencia inmigrante, sus hijos en edad escolar se concentran en las escuelas públicas. Como ha seña­lado recientemente el diario El País sobre la escolarización de los inmi­grantes, haciéndose eco de un informe de Comisiones Obreras: “Sólo el 18% de los inmigrantes que residen en España estudia en los colegios con­certados”114, quedando curas y mon­jas, libres de tal hez. Expertos en el arte del escamoteo legal, por el que ni siquiera cumplen un mínimo sistema de cuotas, como el establecido en la Comunidad de Madrid de dos alum­nos por aula, acostumbran a practicar otro tipo de selección: el cobro por todo tipo de actividades, las extraes-colares, por no ser obligatorias, aun­que suponga una sutil discriminación, pero también algunas ordinarias como el uso de laboratorios o gimnasios. Cantidades inasequibles para muchas familias, que muestra la realidad del mercado libre o la concepción que tiene el mundo de la privada de la igualdad de oportunidades y, en el terreno religioso, dc la caridad bien entendida. Así lo expresaba la CECE, Confederación Española de Centros de Enseñanza, patronal de la privada, que en su “29 Congreso Nacional de la Enseñanza Privada”, al tiempo que reclamaba la extensión de los conciertos en la etapa de tres a seis años, abordaba de esta guisa la cuestión de los extranjeros: “El fenómeno de la inmigración exige hacer frente a nuevas necesidades educativas, para las que han de arbitrarse soluciones razonables adecuadas a la realidad de las personas y de los centros, evitando imponer medidas simplistas como la integración obligada”115.


No es ajena a esta situación, la polí­tica de los poderes públicos que desde su óptica neoliberal, parecen concebir lo público como una suerte de benefi­cencia y no un derecho social de los ciudadanos, al tiempo que contradicen sus principios económicos al aumen­tar el gasto público con la financia­ción de los centros privados, sobre todo católicos, cuyos beneficios empiezan a aflorar hoy en la crónica negra de la especulación y de la corrupción.


Tampoco lo es el racismo encubier­to de dichos centros, conocedores del que se da en una sociedad que sigue colocando a cada uno en su sitio. Así, es frecuente observar en Institutos del centro de Madrid, a la hora de inscri­bir a los alumnos, la indagación de los padres acerca de la presencia en los mismos de inmigrantes. Caso de que ésta sea notoria, rápidamente anulan la matrícula y reconducen a sus hijos al concertado más próximo que, dada la política de ampliación de conciertos y su práctica de selección, encontrarán en la siguiente manzana y libre de estudiantes de distintos colores o pro­blemáticos. Algo que no tendría senti­do, si en ellos hallaran la misma población estudiantil heterogénea, lo lógico en centros financiados con dinero público.


Por último, también contribuye la información que sobre educación apa­rece en los medios. Si, en los inicios de la reforma se hacían eco de cual­quier reclamación estudiantil o pater­na, en la línea demagógica general, en los últimos tiempos, vistos los resulta­dos de esas posiciones, lo que transmiten es la imagen de unos centros públicos en decadencia, violentos, con profesores desmotivados y aterrados. Los problemas en los centros priva­dos, y es indudable que los tienen, no son objeto de interés mediático, bien por su opacidad y falta de transparen­cia, bien por su costumbre de solucio­narlos intramuros, sin que trasciendan al exterior cuestiones disciplinarias que empañarían la idílica imagen que de ellos se ha hecho la sociedad.


Cabe suponer que este proceso en curso tenga un límite y se inicie una reacción por parte de todos aquellos que se proclaman defensores de lo público, reacción en la que debe ini­ciarse un verdadero debate intelec­tual sobre la educación pública y la reforma, en todos los sectores implicados. Como dijo Gracián: “Paréceme que toda esta ciencia del saber vivir y gozar para en pen­sar en nada y hazer nada y valer nada. Y como yo trato de ser algo y valer mucho, no se me asienta esta poltronería”116.




Los que creen en el cielo y los que ya no creen117


La Francia de los sin-religión


Se trata de uno de los principales cambios en la sociedad francesa: la mitad de los ciudadanos declaran no pertene­cer a ninguna Iglesia, ni a ningún templo, sinagoga o pagoda. ¿Quiénes son esos “sin religión” que pronto serán mayoritarios? ¿Por qué no se reconocen, o ya no se reco­nocen, en las instituciones religiosas? Se trata de cuestio­nes cruciales ¡sor que, por encima de la esfera de las creen­cias, el cambio tiene que ver sin duda con un movimiento generalizado de las identidades que se cuestiona todos los aspectos de la vida: religiosos, pero también profesionales, políticos, sexuales...



6 DOMINIQUE VIDAL

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Secularización” es la palabra clave con la que los especialistas designan los cam­bios más significativos de la sociedad francesa. En 1966, el 89 % de los franceses declaraba pertenecer a una religión y el 10% se manifes­taba «sin religión»118. Treinta y dos años des­pués, los porcentajes respectivos son 55% y 45% 119. Los «sin religión» son claramente mayoritarios entre los menores de 50 años, y llegan hasta el 63% entre los de 1 8 y los 24 años. En pocas palabras, habida cuenta de la evolución a partir de 1998, podemos estimar que, por primera vez desde hace siglos, hay más franceses fuera que dentro del seno de una religión. En cambio, sólo el 5% de los nortea­mericanos se declara «sin religión»...


Es más, este fenómeno ha sido objeto de muchas encuestas, artículos 120 y libros. Sin embargo, la explosión de los «sin religión» no ha incitado a sociólogos y periodistas a explo­rar esta categoría. En Francia, se han dedicado al asunto únicamente algunos artículos y un solo libro. Paradójica timidez, ya que se trata de uno de los grupos más amplios y más nue­vos. Su auge corre parejo con una mayor aper­tura de la opinión pública sobre las cuestiones de sociedad (feminismo y paridad, PACS, homosexualidad, etc.). En fin, su análisis plan­tea, en un país y para sociólogos marcados por la hegemonía católica secular, serios problemas conceptuales, cuyo esclarecimiento será útil para otras investigaciones.


A mayor abundamiento, los especialistas que tratan el tema evitan raramente la jerga. Afirman que los »sin religión» prefieren el «bricolage», la «caminata» y el «fuera de pista», que creen « a la carta» más que en el «menú», que son «herederos sin testamento», o sea “SDF de la creencia”. Fórmulas todas ellas cuyo desprecio no agota el tema. ¿Cómo defi­nir un conjunto, sobre todo mayoritario, por lo que no es? ¿El catolicismo —al que, es verdad, declara pertenecer el 5 1% de los franceses— puede pretender ser la “autopista”. el «menú» y la «casa»? ¿Las etiquetas tradicionales (religio­sos/sin religión, creyentes/no creyentes...) con­servan su pertinencia?


Sucede que los rodeos aparentes se revelan como atajos. Por ejemplo, el paso por el judaís­mo y el islam ayuda a comprender la suerte del cristianismo. Desde luego, ninguna religión salvo tal vez el budismo— escapa a la seculari­zación, y los rabinos se lamentan de los estragos que ésta provoca. Pero, cuando la mayoría de los cristianos secularizados abandona su confesión, la casi totalidad de los judíos y de los musulma­nes sigue firme en la suya respectiva. ¿,Por qué?



6.1 Señas de identidad

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Ventaja de las religiones minoritarias, se dirá. Y, sin embargo, «las Iglesias protestantes están afectadas por los mismos fenómenos de desconfianza y de desafecto que la Iglesia Católica, observa Jean-Paul Willaime, director adjunto del Grupo de Sociología de las Religiones y del Laicismo. El movimiento se acentúa incluso más, en la medida que el mismo protestantismo nació de un movimiento de secularización interna del catolicismo. Pastores casados, laicos verdaderamente competentes, crítica del magisterio eclesiástico: la institución es secundaria con respecto al men­saje. Y quienquiera que esté descontento de su Iglesia puede encontrar —o fundar— otra». Sin duda, el millón de protestantes franceses sabe que sus iglesias van acordes con la moder­nidad (ética sexual, contracepción, aborto, divorcio...). Pero, «como su religión ya está desacralizada, o sea que es sociológicamente frágil, un protestante que va no esté interesado en el Compromiso religioso se declarará con más facilidad «sin religión» que un católico».


El judaísmo, también minoritario, presenta no obstante un carácter más identitario. Para Martine Cohen, del mismo Grupo de Sociología de las Religiones y del Laicismo, «si considerarse cristiano es afirmar una cre­encia, considerarse judío significa inscribirse en una identidad religiosa de dimensión colec­tiva e histórica». La socióloga no duda tampo­co de que el judaísmo experimenta asimismo «una secularización, por abandono o por selección de las prácticas, pero la mayoría de los judíos muy’ secularizados se siente igual­mente muy judía». Además, observa un «fuerte empuje ortodoxo en sinagogas, en escuelas y en relaciones privadas, expresión de una bús­queda identitaria a través del respeto más estricto de las reglas religiosas». A la inversa, revela «el desarrollo del judaísmo liberal y laico, sobre todo en las clases medias y entre los intelectuales. Pero, concluye, casi no conozco a judíos que no se declaren judíos».


El rabino Daniel Fahri, dirigente del movi­miento judío liberal, comparte este análisis. Pero, matiza, pese a su dinamismo, que las ten­dencias ortodoxa, ultraortodoxa y liberal siguen siendo «minoritarias. Entre los aproxi­madamente 600.000 judíos franceses, el fenómeno mayoritario son los «judíos de Kippur», que sólo van a la sinagoga para la fiesta del Gran Perdón, son los «judíos de la Neilá», últi­mo oficio del Kippur». Sin embargo, los judíos «vergonzantes» hasta el punto de «no asumir ya su judeidad», le parecen «ultraminoritarios. A falta de una pertenencia religiosa, su identidad se arraiga en la memoria de la Soah, la solidaridad con Israel, la lucha contra el anti­semitismo o el renacimiento del yiddish y del judeo-español (el ladino). Por lo demás, inclu­so en los ambientes desjudaizados, impera la regla de la circuncisión»...


Como si se tratara de un eco. Jocelyne Cesan, investigadora del CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas) y autora entre otros trabajos de Musulmans et républicains 121, reflexiona en voz alta: «¿Musulmanes que reniegan del islam? No, eso sería renegar de su historia y de su identidad. ¿Ateos? Menos todavía. Todo es cuestión de criterios. Se nace musulmán y se sigue sién­dolo, aunque se coma cerdo y no se respeten los cinco pilares» 122. Cimiento nacional por oposición a Occidente en los países del Sur, el islam minoritario constituye, en Europa, «un sello de identidad individual» La palabra musulmán sigue siendo polisémica. La garlo­pa de la República ha reducido el catolicismo a su estricta dimensión de confesión. El islam, pese a los esfuerzos del gobierno francés para organizarlo, jamás será un simple «culto».


El islam, subestimado por las encuestas sociológicas 123 —que cuenta en Francia con cuatro millones de creyentes, de los cuales, dos millones son ciudadanos franceses—, resiste mucho mejor que el catolicismo la ofensiva de las instituciones. Y con razón, explica Joeelyne Cesan: «La mezquita no es una; los clérigos no están autorizados a decir la palabra legítima. El islam, sobre todo en Europa, es flexible. Cada cual lo vive como él lo entiende».


Algunos musulmanes, jóvenes sobre todo, aspiran a una mayor observancia y otros a una definición más cultural, mientras que algunos se alejan. Pero “aunque desaparecen algunos ele­mentos de la tradición otros permanecen: el identitario, la circuncisión que se sigue practi­cando en un 99,9%” .El judaísmo no tiene Papa, ni cardenales, ni obispos. Y el rabino no tiene nada de cura. Severo, Daniel Fahni estima que la mayoría de sus colegas “se limitan a hacer bar nuitzvah (comuniones) a toda prisa, sin transmi­tir jamás un pensamiento profundo...


Esta religión, poco jerarquizada, permite tanto a los musulmanes como a los judíos man­tener una relación muy personal con Dios. Cuando Rashid Toub, un joven intelectual marroquí que visita asiduamente la mezquita, define las “metas del islam”, piensa en primer lugar en la “relación directa con Dios a través del Libro (el primer verso revelado dice: “Ikra!”, es decir: ¡Lee!); después en “la sencillez de su mensaje (“Alá es uno y Mahoma su profeta”)”; y finalmente en “la fraternidad y la solidaridad perdidas, desde hace mucho tiempo, entre los cristianos”. He aquí por qué, frente a las humillaciones y las discriminacio­nes que se mantienen, “muchos jóvenes árabes reconstruyen su identidad en el seno de su reli­gión. Negándose a ser “jóvenes de origen magrebí”, se hacen musulmanes. Es una opción individual, profundamente religiosa, pero que no impide que muchos jóvenes acaben, o sigan siendo, frustrados o pandilleros.


Minoritarias, identitarias, poco instituciona­les estas tres dimensiones de las religiones judía y musulmana, gracias a las que consiguen conservar a sus fieles, definen, en lo más profundo, lo que ha empujado a tantos cristianos fuera de su Iglesia. Esbozan así un primer retrato de los “sin religión”, que corroboran algunos datos de las encuestas sociológicas.


Porque “sin religión” no es, necesariamente, sinónimo de “ateo”. Según la encuesta de 1999, el 23% de los “sin religión” cree en Dios, el 26% en “una especie de espíritu o fuerza vital”, el 26% en la vida después de la muerte, el 12% en el paraíso, el 7% en el infierno, el 15% en el pecado y el 23% en la reencarnación124. Las ceremonias religiosas le parecen importantes con motivo del nacimiento al 33%, del matri­monio al 39% y de la muerte al 46%. En cuanto a las creencias paralelas (amuletos, videntes, curanderos, astrología), según la encuesta de 1998, e149% las rechaza, el 33% duda y el 18% cree en ellas. Tradicionales o paralelas, esas creencias están mucho más extendidas entre los jóvenes, donde se desarrollan desde hace una decena de años. Por otra parte, y en diversos grados según la profundidad de creencia, los “sin religión” se declaran más abiertos en materia de sexualidad, más reservados respecto a la pena de muerte, más intransigentes en materia de laicismo, y más confiados en la ciencia. Netamente se sitúan mucho más a la izquierda que los católicos125.





6.1.1 La libertad de construirse

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Sylvette Denéfle, profesora de Sociología de la Universidad François-Rabelais de Tours, ha escrito el único libro dedicado a este tema, Sociologie de la sécularisation126. A partir de entrevistas con 78 personas de Nantes y sus alrededores, traza un retrato de los ‘sin reli­gión” como grupo homogéneo. Según ella, “no se constituyen a partir del rechazo de lo religioso. ­Comparten, en conjunto, un sistema de valores que se ha hecho dominante: la filosofía de las Luces”. Después del Renacimiento y de la Reforma, primera desestabilización del cato­licismo, “los filósofos del siglo XVIII rompen con la Iglesia, a la que oponen la creencia en e1 hombre y sus derechos, en la razón y en la ciencia. Habrá que esperar hasta la mitad del siglo XX para que grupos sociales, cada vez más numerosos, lleguen a esta ideología, ahora mayoritaria. Vivimos, por tanto, no la irrupción de la postmodernidad, que no ofrece ningún sistema alternativo, sino el apogeo de la modernidad, en e1 que el ‘credoracionalista e individualista es el que agrupa efectiva­mente a los ‘sin religión‘.


Este enfoque estimulante recusa, con razón, la aproximación estrictamente religiosa a los “sin religión”. Contradice, sin embargo, aun­que no demasiado, los resultados de las últimas encuestas al pretender describir al conjunto de esta categoría. Su muestra, que la profesora reconoce “significativa aunque no representa­tiva” ¿ha falseado el análisis? “Sylvette Denéfle describe al antiguo núcleo de los “sin religión”, ateo, racionalista y anticlerical, mayoritario hasta 1970”, explica Yves Lambert, del grupo de Sociología de las Religiones y el Laicismo. Pero ese núcleo sólo representa ya a una tercera parte del conjunto. Se destacan otros dos componentes: los “indi­ferentes”, hijos de la secularización que no han crecido en un universo religioso y lo igno­ran, y los “interesados”, que buscan una espi­ritualidad individual y libre, al margen de cualquier institución, que excluye la adhesión a los creadores de opinión.


Anti-institucional, la generación de 1968 ha impulsado ampliamente esta noción. Pero ahora el movimiento trasciende a las genera­ciones. “Es una evolución en cascada, conti­núa Yves Lambert. Un buen número de católi­cos practicantes se ha convertido en no-practi­cantes, y una parte de ellos se ha unido a los “sin religión”, que transmiten su actitud a sus hijos, mientras que sólo la mitad de los hijos de padres religiosos sigue siéndolo. Por eso la secularización va tan rápida”. Y porque, aun­que no les gusta a los comecuras nostálgicos, la oposición a la Iglesia Católica ya no estruc­tura el campo ideológico. Ahora se da “un plu­ralismo muy abierto en el que la religión tiene su lugar lo mismo que todas las instancias espirituales. Se ha terminado con la disyuntiva clericalismo/anticlericalismo, como con las grandes certidumbres. Mire: el 42% de los jóvenes “sin religión”, frente al 36% de los jóvenes religiosos, cree que es importante explorar las enseñanzas de las diferentes tradi­ciones religiosas. Yves Lambert asegura “luchar desde hace mucho tiempo contra las etiquetas y desear una renovación en los son­deos. No hay que definir a las personas negativa, sino positivamente. Ya no hay personas “con” y personas “sin”. Explicable cuando practicantes y creyentes eran hegemónicos, la pretensión de definir a los “sin religión” a partir de la religión no tiene ningún sentido cuando éstos son mayoritarios”.


Jean-Marie Donegani, autor de La liberté de choisir127, también declara la guerra a las “categorías establecidas que ya no unifican nada”. Según este investigador del Centro de Estudios de la Vida Política Francesa (CEVI­PQF), “los sociólogos de las religiones se mantienen prisioneros tanto de las categorías de la sociología pastoral de los orígenes como de las categorías antirreligiosas, lo que viene a ser lo mismo. Por eso nos cuesta entender la extraordinaria diversidad del mundo religio­so”. Para conseguirlo, Jean-Marie Donegani ha efectuado una doble investigación, con tres años de distancia, sobre sesenta católicos, sacando a la luz “la gran diversidad de ‘mode­los’ de pertenencia (integristas, marginalistas e intermediarios), y toda una serie de sub­modelos en cada uno de ellos”. El problema va más allá de los católicos y de los “sin religión”: “Ahora todo el mundo tiene la misma enseña, la mayoría de las personas bautizan su propio sistema con el sentido que quieren, a partir del conjunto de referencias existente”.


Patrick Michel tiene la misma orientación, pero va más lejos. Para el autor de Politique et religion y de La Religion au musée 128, “todas esas categorías están desfasadas. Mantienen la ficción de una estabilidad que no existe desde hace mucho tiempo. Los conceptos de ‘creyente’ y ‘no creyente’, de ‘religioso’ y ‘sin religión’, pierden todo su sentido porque ya no existe el núcleo duro,’ hay tantos núcleos duros como individuos”. Los especialistas se desorientan por no haber sacado todas las ense­ñanzas de la “individualización” y de la “desinstitucionalización” de la creencia. “En el ‘supermercado del creer’ todos buscan res­puesta a su demanda de sentido: catolicismo abierto, judaísmo ortodoxo, Visnú... Se prueba el ‘producto’, se adopta y, cuando no se está contento con él, se tira. Y esos llamados ‘sin religión’ se preguntan, como todo el mundo, ¿de dónde vengo? ¿dónde estoy? ¿a dónde voy?”. Parafraseando a Pierre Bourdieu, Patrick Michel asegura: “Siempre hay un capi­tal simbólico, pero nadie, y menos que nadie la Iglesia, puede pretender monopolizar la ges­tión”.


Este cambio rebasa, y con mucho, el terreno religioso. “El paisaje en que vivimos no es estático, subraya Patrick Michel. En movim len­to, en todos los terrenos, cada uno de nosotros se define por su itinerario. Esta “flotación” conlleva una crisis de referencias estables de identidad, que afecta a todos los aspectos de la vida: profesional, político, religioso, sexual...” Resulta difícil no establecer un paralelismo entre declive de las grandes Iglesias, rechazo de los partidos políticos tradi­cionales, generalización del divorcio, modifica­ción del estatuto de la homosexualidad y, como consecuencia, multiplicación de los “modelos” de familia. “Hace cuarenta años, un bachiller con padres divorciados era, normalmente, el único de su clase, mientras que actualmente, en París, la mayoría de los alumnos vive en una familia recompuesta”. A la orden del día está la “reinvención de un edificio modelo de definición identitaria. El alejamiento en rela­ción a la norma se ha convertido en explosión de las referencias identitarias”.


¿Cómo pensar el movimiento a partir de lo estable? Los sociólogos tienen problemas para responder. “¿Quién se interesa por las religio­nes? Los que están a favor y los que están en contra. Pero tanto unos como otros no tienen nada que ver con los “sin religión”. Para entender a estos últimos sería necesario, prosi­gue Patrick Michel, aceptar como “plenamente legítima” una construcción “autónoma” del sentido. “Vivimos un período extraordinario, en el que cada cual tiene la libertad de recons­truirse. Una novedad así explica que las men­talidades, como ocurre a menudo, vayan en retraso con respecto a las realidades. Y que la sociedad vaya por delante de los sociólogos”.


En su convento parisino, René Luneau se apasiona por las iglesias de África, América Latina y Asia: ve en ellas el futuro del cristia­nismo. Y pensaba en ellas cuando nos dijo: “‘A fuerza de interesarse por el reflujo no se ve el mar que sube”. Una reflexión, poética, que podría aplicarse a los “sin religión”...





En las cuatro próximas reseñas vamos a adentrarnos en el panorama de literatura sobre el Vaticano y la Iglesia. Podemos calificar esta literatura como:


  1. “folletinesca y morbosa”, claramente tendenciosa, algunas veces anónima, fruto de un momento...: claros ejemplos son Intrigas vaticanas, El Vaticano contra Dios, Mentiras y crímenes en el Vaticano, A la sombra del Papa enfermo... del mismo tipo las obras de José Rodríguez: Mentiras fundamentales de la Iglesia católica, Dios nació mujer, Historia sexual del clero...

  2. “semi-oficial”, con las críticas solapadas y de parte de las decisiones curiales de cada momento entendiéndolas como fruto de la situación, bien documentada, como exponente la obra de Weigel, Testigo de esperanza, Biografía de Juan Pablo II...

  3. y un tercer tipo de esta literatura, es la “curiosa”, cargada a veces de lirismo y de sensibilidad por periodistas que no se han resistido al encanto vaticano, así Vaticanerías, Juan Pablo, amigo...


José Manuel Vidal

Intrigas vaticanas, guerra de clanes para suceder al Papa

RBA, Barcelona 1999, 270 págs.


Fruto de un momento puntual, el consistorio de cardenales que crea como tal a Mons. Rouco Varela, el sacerdote secularizado, periodista de asuntos religiosos del diario “El Mundo”, José Manuel Vidal escribe esta ágil obra en la que con un comienzo novelesco se muestran las supuestas disputas curiales que pretenden suceder al Papa, que según el autor se retiraría al término del año santo. Hace una exposición también de como se organizan los funerales de un Romano Pontífice y cuál es el nuevo método para su elección según las nuevas directrices de Juan Pablo II. El candidato del autor como próximo papa es claramente Antonio María Rouco, quien tomaría el nombre de Juan XXIV tras reconciliar en su persona a la parte progresista alemana y a la conservadora romana próxima al Opus Dei. Esta obra está escrita de manera ágil y resentida, mostrando una Iglesia a la que el Espíritu mueve a fuerza de clanes envidiosos enfervorizados en una lucha humana y divina. Muy al hilo de sus artículo postula una Iglesia que no sabe renovarse y que descarta toda veta de “progresismo”.


Discípulos de la Verdad

A la sombra del Papa enfermo. Los escándalos del pontificado de Juan Pablo II y la lucha por su sucesión

Ediciones B, Barcelona 2001, 418 págs.


Los autores se presentan como una serie de clérigos y seglares del Vaticano que fieles a la verdad desvelan en este segundo libro el ambiente que se respira en la curia propiciado por el actual pontificado de Juan Pablo II. No queda tema que no sea repasado por los autores, las finanzas vaticanas y sus desviaciones al sindicato polaco Solidaridad, los prelados masónicos progresistas relegados por este papa, los azarosos miembros de la Obra que manipulan a Juan Pablo II de modo que favorezca sus planes, el estado precario de salud de su Santidad, las relaciones políticas y la corrupción que éstas solapan... Es otro libro, que basado en escritos análogos, está escrito desde el resentimiento y las ansias demasiado humanas de un grupo anónimo. También escrito con pluma ágil y con una sutil repetición de los mismos datos de manera que la idea de fondo queda en el lector. Como candidatos a la sucesión, tema estrella que cierra el libro, anuncia claramente la victoria del moralista Tettamanzi, fiel al Opus, frente al renovador Carlo María Martini.


Paloma Gómez Borrego

Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

Plaza & Janés, Barcelona 1996, 234 págs.


Sin nada que ver con los anteriores, este libro relata las experiencias de la conocida periodista española a lo largo de sus muchos años en la corresponsalía vaticana. Nos ofrece una visión tierna y humana del Papa y un tanto más fría de la curia que le acompaña. Narra de manera sencilla cómo se desarrolla la vida del Vaticano con infinidad de detalles. También nos muestra como son los días en la vida del papa y de la gente que le acompaña. Nos da una visión, a veces ingenua, de las crisis que el papa ha pasado en sus viajes y de paso nos cuenta como en su vida, la de la autora y su familia, en Roma. No obstante la impresión de fondo que nos transmite es la de una persona fascinada por el funcionamiento del Vaticano y el de la vida de una persona, Juan Pablo II, una persona marcada por su historia personal y por Dios a quien en todo momento dirige su mirada .


Nino Lo Bello

Vaticanerías. Anécdotas y curiosidades de los papas

Martínez Roca, Barcelona 2000, 240 págs.


El difunto “vaticanista” Lo Bello —el libro está editado por su mujer—, corresponsal de diversos medio ingleses nos presenta infinidad de detalles de la vida vaticana, del estado, de su funcionamiento, de sus gentes, de sus obras... con el típico modelo de pregunta y respuesta del clásico catecismo. Sin escapar a ningún tipo de morbosidad o similar expone, de una manera bastante objetiva y sucinta, la vida vaticana. No se nos presenta la mirada sensible de la obra anterior sino una mirada a veces demasiado fría. La novedad que la distingue de una guía turística es la serie de anécdotas, algunas muy humanas, de los pontífices que van desde Juan XXIII al actual fruto de una convivencia continua no sólo con la información pontificia sino con estos pontífices con los que le ha unido cierta relación. Es una obra sencilla y sin grandes pretensiones que contiene detalles curiosos, también relacionados con el “latín actual” al que dedica uno de sus varios apéndices. Trasluce de fondo esta actitud del autor de fascinación tratando de ver a Dios en medio de todo este microcosmos, frente a una actitud personal de cierta resistencia que al final deja paso a la otra (MG).


7 Jesús en directo

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Jean Onimus

Sal terrea – 2000 – 142 págs.

Este breve libro de la colección ‘Presencia teológica’ presenta la figura de Jesús tal como fue, es decir, “en directo”. Para esto el autor va directamente a las fuentes, los evangelios, y se fija en lo más humano de Jesús. Algunos títulos de los capítulos son: acogida de los excluidos, hacia lo auténtico o lo humano. El autor expone la idea de que la actualidad de Jesús es de gran relevancia todavía hoy e invita a los lectores a captar la invitación de Jesús, la conversión del corazón. El autor ofrece como conclusión la “manera de ser” de Jesús, radicalmente diferente a la de los hombres de su tiempo, pero también radicalmente imprescindible y nueva para los hombres de hoy. Quiere dejar de lado en este libro las teorías teológicas porque —según él— desvirtúan la imagen real de Jesús, que fue un “hombre prodigioso” (OB).




1 “Responder a la llamada significa vivir en actitud de formación” (El Proyecto de Vida de los Salesianos de Don Bosco. Guía de lectura de las Constituciones salesianas [Roma 1986] 816).

2 FSDB 1

3 FSDB. Suplemento, 30.

4 Juan J. Bartolomé, “La Llamada de Dios. Un reflexión bíblica sobre la vocación”: Misión Joven 131 (1987) 6.

5 “La oración cristiana auténtica incluye toda la vida de quien ora... Al estar cerca de los hechos de cada día que, en comparación con los sociales e históricos, pueden parecer sin relieve, descubre valores que están en la realidad y hace explícita su pertenencia fundamental a los planes de Dios. Todas las situaciones son susceptibles de ser oradas, siempre que se conviertan en vivencia teologal” (El Director Salesiano. Un Ministerio para la Animación y el Gobierno de la Comunidad local [Madrid: CCS 1987] 210).

6 Bartolomé, “Llamada” 12.

7 E. Viganò, “Confirma fratres tuos”: ACG 295 (1980) 29.

8 CG23 95.

9 FSDB 29.

10 FSDB 5.

11 Cf. FSDB 25

12 FSDB 41.

13 FSDB 41.

14 Cf. CGE pág. 47.

15 La VC habla de una “especial comunión de amor con Cristo» (VC 15).

16 FSDB 30.

17 CGE pág. 16.

18 “Inspirándose en el ejemplo y en las enseñanzas de Don Bosco, el salesiano vive la experiencia espiritual, pedagógica y pastoral del Sistema Preventivo?. Sus relaciones con los jóvenes se caracterizan por la cordialidad y por una presencia activa y amigable?, que favorece su protagonismo. Asume con alegría las fatigas y los sacrificios que su encuentro con los jóvenes implica, convencido de encontrar en ello su camino de santidad” (FSDB 32).

19 FSDB 42.

20 FSDB 33. “La vocación salesiana no se puede concebir sin comunión concreta en la vida común de los socios. El vínculo comunitario que los une es constitutivo de su vivir y de su actuar como salesianos” (Proyecto 493).

21 FSDB 33.

22 FSDB 219.

23 FSDB 91.

24 Cf. VC 96; CG24 152.

25 FSDB 34.

26 FSDB 35.

27 FSDB 35.

28 CG24 138

29 FSDB 45.

30 FSDB 82.

31 Proyecto 145.

32 “Nuestro modo de vivir la pertenencia a la Iglesia y de contribuir a su edificación consiste en ser salesianos auténticos y fieles. Nuestra aportación consiste en ser, sobre todo, nosotros mismos” (Proyecto 149).

33 Cf. FSDB 83.

34 FSDB 42.

35 FSDB 37.

36 FSDB 43.

37 FSDB 205.

38 FSDB 1.

39 “Dócil al Espíritu Santo, desarrolla sus aptitudes y los dones de la gracia con un esfuerzo constante de conversión y de renovación” (C. 99). Cf. CRIS, Los elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa (1983) 47.

40 FSDB 206. La formación “es ciertamente don del Espíritu, pero se ve favorecida con una adecuada pedagogía” (FSDB 209).


41 FSDB 208.

42 “La identificación vocacional se da en el corazón de la persona, en el nivel más íntimo de sus afectos, sentimientos, convicciones, motivaciones, y no se limita a la asunción o transmisión de contenidos y comportamientos. Por tanto, la formación debe llegar a la profundidad personal, «de tal modo que toda actitud y todo comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana (Cf. C. 98)” (FSDB 208).

43 “Sólo cuando el salesiano se deja interpelar por Dios en lo profundo de su corazón, se identifica desde dentro con los criterios y los valores vocacionales, sabe renunciar a las actitudes que a ellos se oponen, y funda su propio proyecto y unifica su propia vida alrededor de motivaciones verdaderas y auténticas, sólo entonces, la formación ha logrado su finalidad fundamental.” (FSDB 209).

44 “Más que un texto para actuar, el proyecto es la expresión y el instrumento de una comunidad que quiere trabajar en conjunto al servicio del camino formativo de cada hermano” (FSDB 213).

45 FSDB 210.

46 “Los contenidos, las experiencias, las actividades y los momentos fuertes se deben pensar, programar y orientar según a finalidad de cada fase y de toda la formación, a través de una pedagogía que supere el peligro de la fragmentación y de la improvisación o de un obrar no finalizado y convergente” (FSDB 212).

47 “Es tarea del salesiano asumir, desde el inicio, una clara actitud formativa, comprender las finalidades de todo el proceso y de cada uno de los momentos, vivir el paso de una fase a la otra apropiándose y responsabilizándose de las finalidades del nuevo momento formativo, trazarse metas y recorridos concretos, verificar y compartir la actuación del proyecto formativo personal. Es tarea de los formadores asumir y traducir las indicaciones del proyecto inspectorial y hacer que el candidato haga suya la propuesta formativa y la viva en comunidad con responsabilidad” (FSDB 213).

48 FSDB 212.

49Don Bosco educador ha cuidado la relación personal, pero aparece sobre todo como formador de un ambiente rico de relaciones y de figuras educativas, de propuestas y de estímulos (momentos, intervenciones, ritmos, celebraciones, etc.), creador de un estilo y de una pedagogía de vida, comunicador de un proyecto para vivir juntos, animador de una comunidad con una clara fisonomía y con puntos de referencia establecidos. La comunidad de Valdocco, impregnada del Sistema Preventivo, ofrece un ambiente que acoge, orienta, acompaña, estimula y exige” (FSDB 219).

50 PDV 69.

51 FSDB 216. “En él, cada hermano esboza el tipo de salesiano que se siente llamado a ser y el camino para lograrlo, siempre en sintonía con los valores salesianos; periódicamente revisa – en diálogo con su Director – el progreso en el logro de sus objetivos” (Ibidem).

52 FSDB 211.

53 PDV 42

54 Cf. PDV 60. “En un clima de corresponsabilidad, todos se comprometen a vivir juntos valores, objetivos, experiencias y métodos formativos, programando, verificando y adecuando periódicamente la propia vida, el propio trabajo y las experiencias apostólicas a las exigencias de la vocación” (FSDB 222).

55 “Para estimular el aporte de todos, ella favorece la participación en la elaboración del proyecto comunitario y de la programación, el trabajo de grupo, la revisión de vida y otras formas articuladas de encuentro y de participación. Cada miembro asume algún servicio útil a la vida de la comunidad y al crecimiento de la comunión” (FSDB 223).

56 FSDB 222. Cf. 234-239.

57 FSDB 233.

58 FSDB 231.

59 FSDB 233. “Es su deber específico acompañar a cada hermano, ayudarlo a comprender y a asumir la fase formativa en la que está viviendo. Mantiene con él un diálogo frecuente y cordial, se esfuerza por conocer las cualidades, sabe hacer propuestas claras y exigentes e indicar metas adecuadas; sostiene y orienta en los momentos de dificultad, evalúa junto con los demás el camino formativo” (Ibidem).

60 FSDB 233.

61 FSDB 227. Es evidente que lo que se persigue con estas indicaciones es crear una atmósfera donde se vive ya cuanto se presenta en las casas de formación como ideal, en realidad cuanto se ha prometido en profesión pública. La vida diaria de la inspectoría, la calidad de su vida consagrada y la eficacia de su misión apostólica, son condiciones predominantes de la calidad formativa de una inspectoría, aun aceptando la distancia que puede haber entre el ideal propuesto y la realidad vivida.

62 FSDB 226.

63 FSDB 251.

64 FSDB 251.

65 FSDB 252.

66 FSDB 253.

67 FSDB 254.

68 FSDB 255. “Las malas relaciones, las situaciones difíciles, no curadas oportunamente a través de la reconciliación, actúan interiormente en la persona, bloqueando el proceso de maduración y creando dificultades a la misma donación serena y alegre a la misión y a Dios” (J. Vecchi, “Expertos, testigos y artífices de comunión”: ACG 363 [1998] 36).

69 FSDB 256.

70 FSDB 258. “La ausencia de acompañamiento o un acompañamiento que no llega a la profundidad o es discontinuo pueden crear una hipoteca seria sobre toda la acción formativa” (Ibidem).

71 FSDB 259.

72 FSDB 261.

73 FSDB 261.

74 FSDB 262.

75 FSDB 263.

76 Por su interés vale la pena citar cuanto se pide a los demás formadores: “disponibilidad y dedicación y la conciencia de ser mediadores de la acción del Señor, del ministerio de la Iglesia, de la mens de la Congregación. Además, son indispensables... una actitud espiritual y una perspectiva de fe, la óptica de la vocación salesiana y, por tanto, el conocimiento de los criterios para discernirla y de las condiciones para vivirla; una sensibilidad pedagógica que favorezca un clima de libertad y la atención a la persona y a su ritmo de maduración; algunas competencias específicas referentes tanto a la dimensión humana como a la pedagogía espiritual” (FSDB 264).

77 FSDB 265. “Desde el prenoviciado él es consciente de que el camino vocacional es, en primer lugar, obra de Dios que ‘se sirve de la mediación humana’ (VC 66); que la formación salesiana es diálogo sincero y corresponsable con la comunidad portadora del carisma; que la autoformación no quiere decir auto-suficiencia o camino individual” (Ibidem).

78 FSDB 266.

79 FSDB 268.

80 FSDB 269.

81 FSDB 270.

82 FSDB 270.

83 FSDB 271.

84 FSDB 272.

85 FSDB 321.

86 FSDB 276. Para el acompañamiento de los hermanos en situaciones particulares, cf. ISM 390-395; DSM 268.

87 FSDB 42

88 FSDB 520.

89 FSDB 308.

90 FSDB 309.

91 “Habrá novedad de vida sólo si la formación permanente llega a ser el nuevo modo de ser de la vida consagrada, el nuevo modo de pensar de los consagrados. Si queremos que acabe el escándalo de los consagrados apagados y sin entusiasmo, rígidos y autosuficientes en sus certezas, insensibles y fríos ante cualquier estímulo, la formación permanente es el camino obligado para salir de ello”.

92 FSDB 6.

93 J. Vecchi, “ ‘Yo por vosotros estudio..’ (C. 14). La preparación adecuada de los hermanos y la calidad de nuestro trabajo educativo”: ACG 361 (1997) 6.

94 J. Vecchi, ibid. 21. “Debemos no sólo gestionar las crisis, sino sembrar para el futuro” (ibid. 36).

95 CG24 248.

96 Tomado de Miguel F. de PRADA , “Cooperador Paulino”. nº 97, enero-febrero 1999.

97 Tomado de Miguel F. de PRADA , “Cooperador Paulino” nºº 101, noviembre-diciembre 1999.

98 Cf. Spencer Jonson (242001). ¿Quién se ha llevado mi queso? Barcelona: Empresa activa. 29-34.

99 Jesús Álvarez Gómez (2001). Carisma e historia. Claves para interpretar la historia de una congregación religiosa. Madrid: Publicaciones Claretianas. 7.

100 Extraído de: Le monde diplomatique.,año VI, nº 71, septiembre de 2001.

101 Colectivo de catedráticos y profesores.

102 José Gimeno Sacristán, “En defensa de la escuela pública”. Archipiélago, nº 38, Otoño 1999.

103 El Mundo. Madrid 13 de agosto de 2001.

104 Ana L. Escudero, “La escuela concertada aca­para más del 60% de los 305.000 alumnos de la capital”, El País, 2 de agosto de 2001.

105 Teófilo González Vila, “Una terminología ina­decuada: Enseñanza pública, enseñanza privada”, Alfa y Omega (revista publicada por la Archidiócesis de Madrid), nº 220/6,18/22 de junio de 2000.

106 Néstor Ferrera, “Editorial”, EG Educación y Gestión (órgano de la Confederación Educación y Gestión, que agrupa a 2.500 “empresas educativas católicas”), nº 55, junio de 2001.

107 Claustro del IES. Serra Perenxisa de Torrent, Valencia, 10 de diciembre de 1999.

108 Luis Gómez Llorente, “Situación y reivindica­ciones del profesorado en la enseñanza secundaria pública” Comisión Ejecutiva Regional de FETE-UGT, Madrid, 2000.

109 Claude Grignon, “Escuela y democracia”, Archipiélago, nº 38,1999.

110 Manifiesto de la Plataforma Estatal por la Enseñanza Pública, 5 de febrero de 2001.

111 José Luis Perales, “Manifiesto por la refor­ma de la LOGSE y la defensa de la enseñanza públi­ca”.

112 Claude Grignon, op. cit.

113 Miguel Lizano Ordovás. “Materiales para la defensa de la Enseñanza Media, Archipiélago, nº 38,1999.

114 El País, 23 de abril de 2001.

115 Comunidad Escolar (editada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte), nº 675, 4 de abril de 2001.

116 Baltasar Gracián, “La cueva de la nada”, Crisi Octava de la Tercera Parte de El Criticón, Cátedra, Madrid, 1980.


117 Extraído de: Le monde diplomatique. Año VI, nº 71, septiembre de 2001.

118 Guy Míchelat, “L’essor des croyances parallèles”, Futuribles, París, nº 260, enero de 2001.

119 Pierre Bréchon, “Les attitudes religieuses en France”, Archives des sciences sociales en religion, Paris, nº 109, enero-marzo de 2000.

120 En Le monde diplomatique de septiembre de 1997, léase a Florence Beaugé, “Vers une religiosité sans Dieu”.

121 Complexe, Bruselas, 1998.

122 La profesión de fe, las cinco oraciones diarias, el ayuno durante el mes del Ramadán, la limosna (zakat) y la peregrinación a La Meca.

123 El índice de los musulmanes que no responden es muy importante.

124 Yves Lambert, “Religion: développement du hors piste et de la randonnée”, en Pierre Bréchon (bajo la dirección de), Les Valeurs des Français. Evolutions des 1980 a 2000, Armand Colín, París, 2000.

125 Pierre Bréchon, op. cit.

126 L’Harmattan, París, 1997.

127 Presses de la Fondation nationale de sciences politiques, París, 1993.

128 Albín Michel, París, 1994 y L’Harmattan, París, 1999, res­pectivamente.

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