INTRODUCCIÓN DE ALDO GIRAUDO A
GIOVANNI BOSCO, VITE DI GIOVANI
La vida de Domingo Savio y los rasgos biográficos de Miguel Magone (1861) y Francisco Besucco (1864) son de los documentos pedagógicos y espirituales más importantes de don Bosco, eficaz ilustración narrativa de las convicciones y de la práctica formativa del santo, en los primeros veinte años de su actividad. Nos presentan a tres muchachos, diversos entre sí, muy enraizados en la cultura del tiempo y al mismo tiempo significativos por la frescura y la vivacidad, la capacidad de reflexión, la calidad de su apertura espiritual, la determinación y el empuje generos que caracteriza el espíritu adolescencial de siempre. El autor los pone en escena como discípulos dóciles y ardientes de educadores dedicados y afectuosos. Nos preesenta las etapas del breve recorrido de su vida, en los diversos ambientes de su formacion, en las relaciones cotidianas, en los compromisos y en los sentimientos.
Importancia
Estos escritos ofrecen los elementos esenciales para comprender el corazón del mensaje educativo de don Bosco: la religiosidad como centro unificante y vitalizante del camino formativo; la comunión de vida paterna y fraterna del educador con los alumnos; el tejido dinámico de amor, alegría y compromiso; la eficacia de la implicación activa de los jóvenes en la comunidad; la importancia estratégica de los espacios ofrecidos a su protagonismo. Son considerados una síntesis pedagógica ya madura, en la cual lo divino y lo humano, lo sobrenatural y lo natural, el deber y la alegría, con modalidades tipológicas diversas, alcanzan una perfección que es característica en el sistema educativo de don Bosco.
Los comentaristas han clasificado tales obritas en el area de las biografías edificantes y de los modelos ejemplares de vida. De este modo las presenta el autor. Pero viéndolas bien, ellas son al mismo tiempo documentos autobiográficos de grande eficacia representativa: nos permiten observar a don Bosco educador cristiano en acción; nos introducen en sus cuadros mentales y en su visión, nos ponen en contacto con sus aspiraciones interiores; nos revelan la mirada sorprendida, afectuosa y al mismo tiempo muy respetuosa, dirigida a los jóvenes protagonistas. Los comentarios más agudos siguen siendo los de don Alberto Caviglia, ricos de intuiciones y de fecundas representaciones sobre la pedagogía espiritual de don Bosco, no obstante los arrebatos líricos y los entusiasmos retóricos típicos de la sensibilidad cultural en que fueron producidos.
De las tres, la “Vida” de Domingo Savio es la que tuvo mejor suerte y un influjo importante más allá de los confines del mundo salesiano, por la eficaz presentación de la calidad moral espiritual del muchacho, por el entretejido dinámico entre la santidad del protagonista y la conducción del Maestro, por la notoriedad que tuvo derivada del éxito de los procesos de beatificación y canonización. Es un libro exitoso, en el cual, junto a la bella presentación del protagonista, encontramos la mejor representación de la pedagogía total de don Bosco.
Menos conocido es “Rasgos biográficos” sobre Miguel Magone, a pesar de que el muchacho nos parece más simpático, porque es más “natural” y un producto más exclusivo de la intervención de don Bosco. Su biografía nos parece la menos alejada de la imagen común de los jóvenes y representa en la sucesión de los capítulos, las etapas esenciales de la que debería ser la más común vida espiritual juvenil en la perspectiva del santo educador.
Casi del todo desconocida es la “Vida” de Francisco Besucco, el Pastorcillo de los Alpes, probablemente por la prolijidad de la parte dedicada a la primera infancia y a le educación recibida en familia y en la parroquia montañera de Argentera (15 capítulos recabados casi literalmente de la relación del párroco), tal vez también por el poquísimo tiempo que transcurrió en el Oratorio y por su apariencia un poco ingenua, a veces simplona, poco conforme a la imagen convencional del alumno salesiano. Y sin embargo Alberto Caviglia, no obstante las reservas sobre la forma literaria de la primera parte, la considera un precioso “documento constructivo de la pedagogía espiritual y moral del santo educador […], en cuanto que el autor, más que en ningún otro libro del género, desciende a la teoría y expone sus ideas con la expresa intención de enseñarlas”, notando que al momento de la publicación (1864) don Bosco estaba “al final de su autoformación pedagógica, con ideas ya definitivamente formuladas”. La sensibilidad actual, sin embargo, nos permite apreciar también la primera parte de la obra, ya sea porque está centrada sobre el rol educativo de la familia y de la parroquia, ya sea por su valor antropológico, pues a través del testimonio de don Pepino, refiere muchos rasgos del clima emotivo, de la sensibilidad espiritual y de los ritmos de vida de una cultura ya desaparecida, la de las aldeas alpinas de lengua y tradiciones occitanas, entre el Piamonte y la Provenza.
El contexto histórico de las “Vidas”: un periodo fecundo para la obra de don Bosco
El decenio transcurrido entre la llegada de Domingo Savio a Valdocco (octubre 1854) y la publicación de la vida de Francisco Besucco (julio 1864) es decisivo para la obra de don Bosco. En los años precedentes al 1854, la dificultad de encontrar cooperadores estables y una serie de abandonos lo habían convencido de la necesidad de escoger sus ayudantes entre los jóvenes más cercanos, para educarlos según su espíritu. Poco a poco se fue formando a su alrededor un grupito de voluntarios disponibles para las diversas necesidades del Oratorio.
La búsqueda de colaboradores confiables
Cuando en noviembre de 1848, a causa de la confiscación del seminario de Turín, el clérigo Ascanio Savio es acogido en el Oratorio, don Bosco encuentra un válido colaborador. Dinámico, activo y disponible, se revela valioso para los catecismos, las clases nocturnas y festivas, para la asistencia. Durante las dos tandas de ejercicios espirituales organizadas en julio siguiente, el santo ubica a otros cuatro jóvenes que dan esperanzas de vocación: José Buzzetti, Carlos Gastini, Santiago Bellia y Félix Reviglio. Les propone irse a vivir al Oratorio y emprender los estudios en vista de la carrera sacerdotal dejando cualquier otra ocupación. En febrero de 1851, con permiso del arzobispo, les impone la sotana. De este modo los cuatro reclutas se convierten en parte activa, junto con Ascanio Savio y el seminarista pensionado José Vacchetta, de la primera comunidad apostólica reunida alrededor de don Bosco. “Son de conducta muy ejemplar y se prestan a dar catecismo en la parroquia de Borgo Dora, y en modo particular en el Oratorio de san Francisco de Sales, donde además del catecismo imparten las clases nocturnas, enseñan canto y música y todo gratuitamente”1, escribe el santo en un certificado de buena conducta. Este pequeño conjunto de discípulos que lo aman como padre y bienhechor le permite experimentar lo que significa el trabajo de grupo en comunión de anhelos, de fatigas y de alegrías. Es una singular familia que comparte junto con mamá Margarita y una veintena de pobres artesanitos las habitaciones de la casa Pinardi, en una vida sobria y en la laboriosidad.
El 31 de marzo 1852 el arzobispo Fransoni nombra a don Bosco “director-jefe espiritual” de los oratorios de Valdocco, Porta Nuova y Vanchiglia. Es un elemento determinante para los futuros desarrollos. Ahora es, de hecho, independiente en la gestión de las tres instituciones, con libertad de seleccionar y organizar a los colaboradores. De este modo, no obstante que Buzzetti y Gastini se revelan no aptos para el estudio, y Ascanio Savio, desalentado por la austeridad de vida, lo abandona para incorporarse a los Oblatos de la Virgen María (mayo 1852), seguido pocos días después por Bellia y Vacchetta, él no se desalienta, decidido a continuar el camino emprendido. Comprende que debe escoger sujetos aún más jóvenes, encaminarlos a estudios regulares, formarlos desde la adolescencia a una sólida vida interior, entrenarlos al espíritu de sacrificio y al servicio generoso, encariñarlos consigo y con la misión oratoriana. En octubre de 1852 impone el hábito eclesiástico a Miguel Rua y a José Rocchietti, que tienen 15 y 16 años. En el curso de aquel año escolar acoge a los estudiantes Santiago Artiglia, Juan Cagliero, Juan Turchi y Juan Bautista Francesia, todos de 13 años. Los tiempos están maduros para desarrollar la obra, ampliar la casa e incrementar el vivero de vocaciones.
Terminada la construcción de la iglesia de san Francisco de Sales (junio 1852) don Bosco pone los cimientos de una nueva construcción. El edificio, no obstante una falla de la estrucutura durante los trabajos, queda listo en octubre 1853. Ahora la comunidad juvenil puede crecer en sus dos componentes: los estudiantes encaminados al sacerdocio y los aprendices, para los cuales se implementan los primeros dos talleres de zapatería y sastrería2.
Domingo Savio llega al Oratorio en octubre de 1854, en el momento en que la comunidad, traslada a los nuevos locales, toma la forma de un internado. Las dos secciones han crecido: 30 estudiantes entre los 12 y los 16 años, y 50 artesanos. Para ayudar a don Bosco como prefecto acaba de llegar el generoso don Víctor Alasonatti, después de haber abandonado su tranquila vida de maestro municipal para consagrarse a los jóvenes pobres. Con su ayuda se reformula el Reglamento del Oratorio adaptándolo a las nuevas exigencias de la casa.
Los desarrollos del internado
Mientras hace sus estudios Domingo es testigo del desarrollo de la obra: demolición de la casa y del cobertizo Pinardi, sustituídos por un nuevo edificio que conecta la casa de 1853 y la iglesia de san Francisco de Sales, la decoración del pórtico con frases bíblicas en latín y en italiano, la apertura progresiva de nuevas clases y nuevos talleres. Durante su primer año de permanencia en Valdocco frecuenta la escuela de gramática del profesor Carlos Bonzanino, ubicada en el tercer piso de un edificio en la calle Guardinfati (actualmente Barbaroux), mientras otros compañeros siguen los cursos de retórica con don Mateo Picco, en la calle san Agustín. Durante el año escolástico 1855-56 inicia el primer embrión de la escuela interna: al clérigo Francesia, de 19 años, se le encarga el tercero de gramática. El siguiente año, ya completo el nuevo edificio, la comunidad crece: los artesanos son 70 y los estudiantes 85. El fundador del Oratorio, decidido a potenciar los cursos de latín, llama al prof. Francisco Blanch y le encarga las clases de 1° y 2° de gramática. Domingo Savio frecuenta la 1ª clase de retórica con don Picco durante algunos meses, luego se enferma. En 1857-58, con 120 estudiantes, las tres clases internas se confían respectivamente a Francesia, a Juan Turchi y a don José Ramello, sacerdote de ideas algo liberales, recomendado por el arzobispo a don Bosco. Finalmente con el año escolar 1859-1860 el Santo logra completar en el Oratorio todo el curso secundario con profesores propios. Asigna las primeras clases a Celestino Durando, Segundo Pettiva y Juan Turchi, las últimas dos a Francesia; todos son clérigos del Oratorio, formados por él. La sección de estudiantes adquiere importancia y supera en número a la de los artesanos.
Mientras crece en el pueblo el deseo de instrucción, alentado por iniciativas privadas o públicas y el gobierno está reorganizando el sistema escolástico nacional, emerge la categoría de los estudiantes de las clases pobres, a la cual es urgente atender con ofertas formativas adecuadas: “El ardiente deseo manifestado en muchos de hacer los cursos científicos (humanísticos) regulares ha provocado que hagamos alguna excepción en las condiciones de aceptación. Debido a lo cual para el estudio se aceptan también jóvenes no abandonados y no totalmente pobres con tal que tengan una conducta moral y una aptitud para el estudio que den esperanza de un honorable éxito en una carrera científica”3. La finalidad de don Bosco es ayudar a estos muchachos dotados y pobres a afrontar los estudios superiores a fin de que puedan ser de provecho a la Iglesia y a la sociedad, pero también para asegurar a la naciente Congregación, educadores motivados, generosos y fieles. Leemos en una memoria de aquellos años: “Entre los estudiantes muchos emprenden la carrera eclesiástica . [...] Entre ellos se distinguen aquellos que dan clases en esta casa, dan catecismo en los oratorios, asisten en los talleres y dormitorios. Llegados al sacerdocio varios continúan ejerciendo el sagrado ministerio a favor de los jóvenes allí reunidos o que frecuentan los otros oratorios de la ciudad. […] Entre todo el personal de esta casa y de todos los Oratorios, incluídas las personas de servicio, no hay ninguno a sueldo, sino que todos prestan gratuitamente su colaboración”.
Las tres biografías no reflejan los turbulentos acontecimientos del ambiente circundante. Quien las lee no percibe el eco de los debates que inflaman a la Turín de los años cincuenta y que acompañan el proceso de la unificación nacional, no capta el desconcierto del mundo católico por la supresión obligada de las corporaciones religiosas o el entusiasmo popular por la campaña de Crimea, la expedición de los Mil y la segunda guerra de independencia. Otras fuentes nos aseguran que todo esto tenía un cierto impacto en la vida del Oratorio4. Tampoco se destaca el desarrollo interno de la obra: las construcciones, los cautelosos pasos de don Bosco dados en la fundación de la Sociedad Salesiana, su viaje a Roma que dura dos meses (18 de febrero a 16 de abril 1858) tan intensamente sentido en la comunidad de Valdocco, el momento de la fundación de la Congregación, la apertura de la primera casa en Mirabello Monferrato. En las tres “Vidas” el Oratorio aparece como una isla de fervor educativo, de laboriosidad y de tensión espiritual. Hay alusiones a la producción editorial, pero en función del interés formativo. Se citan libros puestos en manos de los alumnos: el Joven Cristiano, la colección de Lecturas Católicas, la re-edición de la vida de Luis Comollo, y luego las mismas vida de Domingo Savio y de Miguel Magone. Finalmente todo está centrado en la persona de los protagonistas, su empeño, sus progresos, los descubrimientos y los fervores de su vida espiritual, el calor de sus relaciones amistosas, las crisis superadas y las alegrías interiores, la apertura y colaboración con los superiores, la conmoción suscitada por su muerte. El biógrafo parece que quiere separar intencionalmente estas historias de vida del grande flujo de los eventos, aislarlas de los ruidos externos, para mostrar la función ejemplar, la significatividad formativa, la novedad pedagógica y la carga carismática. De este modo salva la universalidad y la frescura, no obstante la pátina del tiempo.
Nacimiento de una congregación de educadores
En aquellos años, progresivamente, la búsqueda de personal dedicado y confiable se traduce en opciones concretas. El 26 de enero de 1854 don Bosco propone a los fidelísimos Rua, Artiglia, Cagliero y Rocchietti, reunidos en conferencia privada, “una prueba de ejercicio práctico de caridad hacia el prójimo, para llegar después a una promesa y luego, si les parecerá posible y conveniente, hacer un voto al Señor”. El ejercicio práctico de caridad se entiende como dedicación a los jóvenes pobres y la promesa o voto son expresión de una vinculación estable a la misión oratoriana: “desde esa noche se puso el nombre de Salesianos los que se propusieran y se propondrán tal ejercicio”. Privados y secretos serán los votos emitidos en las manos de don Bosco del clérigo Rua el 23 de marzo de 1855, pero la idea de una Congregación religiosa comienza a tomar forma. Paradójicamente, precisamente en la combinación de las sugerencias del ministro Ratazzi, campeón del anticlericalismo militante, y de las indicaciones de Pío IX, blanco del liberalismo radical, don Bosco diseña la fórmula jurídica de la nueva Congregación.
Miguel Magone es alumno del Oratorio cuando don Bosco va a Roma para someter al Papa su proyecto de fundación y en los meses en los que el clérigo Rua, en gran secreto, pasa en limpio el primer texto de las Reglas para la revisión eclesiástica. El acta oficial de la fundación de la Pía Sociedad Salesiana está redactada el 18 de diciembre de 1859, once meses después de la muerte d Miguel; el 14 de mayo 1862 el primer grupo de religiosos salesianos emite los votos en forma canónica.
Cuando Francisco Besucco llega al Oratorio (agosto 1863) don Rua está en fase de traslado a Mirabello Monferrato, para la apertura del Colegio-Seminario de san Carlos, la primera obra salesiana fuera de Turín5. En ese año la Congregación cuenta con 22 profesos y 17 novicios. En el otoño 1864, pocos meses después de la publicación de “El Pastorcillo de los Alpes”, se inaugura el Colegio-internado san Felipe Neri de Lanzo turinés. Así da comienzo una nueva fase, la de la expansión a través de la apertura de colegios, internados, hospicios y escuelas para artesanos: es el medio a través del cual el modelo formativo preventivo experimentado por don Bosco en el Oratorio y narrado en las semblanzas biográficas de sus muchachos, se exportará y se inculturará a nivel mundial.
¿Para quién escribe don Bosco?
En la elaboración de estas tres “Vidas”, don Bosco tiene intenciones claras en relación con los lectores a los cuales de dirige y a las circunstancias en las que las produce. Antes que nada selecciona la sus interlocutores, para quienes narra y con los cuales se entretiene, pero en función de un mensaje dirigido a un auditorio que sabe que es mucho más vasto. Para comprender el contenido de su obra y sus intenciones debemos tener en cuenta a los lectores concretos de la forma en que se presentan a la mente del autor.
“Queridísimos jóvenes”
Los destinatarios principales están señalados en la carta introductoria que sirve de proemio: los “queridísimos jóvenes” a los que se dirige son los estudiantes de Valdocco, comañeros y amigos de Domingo Savio, de Miguel y de Francisco. Don Bosco ha emprendido este trabajo a petición de ellos. Este detalle es importante porque permite enlazar el texto con el contexto vital, la narración con el horizonte de referencia, con valores y anhelos compartidos por el autor y los interlocutores. Se habla de compañeros conocidos y amados: se evocan opciones de vida, amistades, ejemplos y palabras de las que fueron testigos. Los lectores se mueven en los mismos ambientes y reconocen situaciones que cotidianamente les atañen: la misa matutina, las clases y el estudio, las palabritas de las buenas noches, los encuentros con el confesor, sus palabras afectuosas o severas, las emociones probadas en el ejercicio mensual de la buena muerte, durante las novenas o las fiestas. También ellos, como los protagonistas, viven la misma condición de pobres. Página tras página se encuentran con nombres y caras conocidas. Sobre todo están en grado de percibir en la voz del narrador, el eco de una voz conocida, la de don Bosco. Luego después de muchos años, leyendo aquellas líneas, volverán a oír el sonido de sus palabras, con sus pecularidades propias y recordarán el singularísimo ascendiente que tenía sobre ellos.
Sin embargo a la conciencia del autor (se capta a lo largo de la lectura) el auditorio se presenta de hecho mucho más vasto: está constituido por la variada multitud de los lectores de las Lecturas Católicas. La estrategia narrativa continuamente los introduce en el campo, ya sea como testigos, ya como interlocutores en la narración. Se trata sobre todo de la multitud de jovencitos que frecuentan los primeros niveles escolares, o los que estudian latín con el deseo de realizar sus proyectos de vida. Para ellos don Bosco configura un mundo con características bien definidas, el de la escuela pública y de los internados, atendidos por profesores inspirados en sólidos principios cristianos. Los lectores se reflejan en la narración. Son muchachos de la clase popular que todos los días, como Domingo Savio, empujados por el deseo del progreso social y cultural o por la atracción vocacional, recorren los senderos de las campiñas y las calles de las ciudades para llegar a la escuela. Ellos pueden reconocese en la psicología de los protagonistas, experimentan las mismas tribulaciones y las mismas alegrías, prueban emociones espirituales. Impregnados por el espíritu de su tiempo, tienen el gusto de la totalidad, se sienten atraídos por el sentimiento religioso y de las prácticas de devoción, sienten impulsos interiores y deseos de heroísmo, son sensibles a la ética del deber y al esfuerzo de la voluntad, les gusta fundamentarse en la austeridad. Leyendo los diálogos, perciben el eco de las pláticas familiares. En los acontecimientos narrados captan también un reflejo fiel de los peligros y de las amenazas con las que se topan en la vida cotidiana, como las insinuaciones o las prepotencias de los malos compañeros, las tentaciones de la evasión del deber, las enfermedades frecuentes, la muerte de amigos muy queridos.
En fin, los muchachos del oratoro y sus coetáneos encuentran representada en estas biografías su existencia cotidiana y su proyectos, una sociedad y una cultura, una mentalidad y un estilo de vida, una ritualidad y una racionalidad típicas de un territorio humano y de un periodo bien definido de la historia social y religiosa.
Educadores y pastores
Las narraci0nes de don Bosco, junto a los jóvenes protagonistas, ponen en escena educadores activos y estimulantes: padres de familia, profesores y pastores. También a éstos se dirige el autor, sobre todo cuando formula sus breves consideraciones pedagógicas, ilustra los frutos de sus cuidados o presenta la novedad de la comunidad educativa del Oratorio con su programa de vida e la interacción dialógica y afectiva entre formadores y alumnos.
Estamos en tiempos de transición entre el antiguo sistema de instrucción pública impregnado de valores tradicionales , encomendado a profesores prevalentemente eclesiásticos, que daban orientaciones y estilos peculiares a la formación escolar, y el nuevo modelo liberal emergente de las reformas de la instrucción pública de los ministros Boncompagni (1848) y Casati (1859), controlado con firmeza por el gobierno, en orden a sus intenciones y por lo mismo observado con sospecha por el mundo católico. Hasta el momento la presencia fuerte de eclesiásticos en las escuelas parecía cosa natural, porque reflejaba una tradición educativa de carácter humanístico total compartida que miraba, simultáneamente, a instruir, a formar las conciencias en los valores cristianos, a forjar la voluntad, a purificar las costumbres. Ahora en cambio, en el choque entre el radicalismo liberal y el intransigentismo católico tales figuras estaban desapareciendo de las escuelas públicas. La visión laica penetra irremediablemente en la sociedad y en las instituciones escolásticas, desarticulando el influjo de los valores religiosos, precisamente mientras entre los sectores populares crece la demanda de instrucción. Todo esto suscita aprehendión y y estimula nuevas hipótesis de solución.
No obstante las reservas sobre el rígido control estatal sancionado por la reforma escolástica de Gabrio Casati, don Bosco acepta el desafío y las oportunidades. La ley contempla la posibilidad de abrir escuelas privadas, si bien dependientes y sometidas a inspecciones; él se introduce por este camino que presagia fecundo de frutos. Siente además que ha llegado el momento de imaginar modelos menos sometidos al mero desarrollo de los programas escolares, más centrados en una visión integral de la educación, sobre la implicación activa y el protagonismo de los alumnos. Quiere demostrar que es también importante crear espacios educativos esctraescolares complementarios al interno de las comunidades eclesiales. En fin, es necesario un sistema educativo adaptado a los nuevos tiempos, pero enraizado en valores sustanciosos de la tradición cristiana.
Todos estos movimientos forman el fondo de las composión de las tres “Vidas” y se desprenden de sus páginas, dando marco a una línea formativa y una metodología educativa peculiar. No es difícil descubrir, capítulo a capítulo, junto a las conversaciones tenidas en primer plan con los jóvenes lecti¿ors, un persuasivo discurso paralelo dirigido a los educadores y a los pastores de los jóvenes. Si algunos de ellos son llevados a escena, testimonios conmovidos de los hechos y de las virtudes de los tres pequeños campeones, es porque se les quiere señalar como una categoría privilegiada de interlocutores. En los primeros siete capítulos dee la vid de Domingo Savio, escuchamos las voces de los padres, del capellán de Murialdo, de los maetros de Castelnuovo y Mondonio. En la biografía de Miguel Magone leemos la carta esencial, pero respetuosa, del vicepárroco, descubrimos, a través de las notas del jovencísimo Francesia, un eco de las enseñanas de don Bosco a sus colaboradores, nos conmovemos por las palabras de la madre junto al hijo moribundo, admiramos la capacidad retórica de don Zattini el delinear la figura moral del muchacho. En la vida de Francisco Besucco don Bosco utiliza ampliamente el afectuoso testimonio del párroco, con noticias proporcionadas por los padres, por las hermanas mayores, por el maestro de la aldea y de los compañeros, que nos acerca al clima educativo en que ha crecido el pequeo montaraz y el espíritu ardiente de un pastor todo consagrado a la misión y atentísimo a la formación de los muchachos.
El narrador dirige este coro de voces, orientándolas en función del único perfil que va delineando. De modo que, cuando en primera persona entra en escena y se convierte en personaje de la historia, captamos una continuidad no forzada, un conjunto eficaz de actitudes educativas cualificantes, de matices y de acentos que nos dan también la novedad de su sistema y de su modelo de educador.
Aquí el testimonio biográfico se convierte en plenamente autobiográfico. Don Bosco, narrando las aventuras de sus alumnos, nos habla de sí y del ambiente educativo creado en Valdocco, deja ver la intensidad y la importancia de las relaciones, de las atenciones en el respeto de la individualidad, reconstruye el clima de los encuentros, ilustra las experiencias propuestas y el modo en que se involucran activamente los jóvenes. Todo esto permite a un lector atento captar mensajes más profundos, comprender la función del educador en el sistema de don Bosco en cuanto engranaje patente de toda la máquina educativa.
Esta duplicidad de destinatarios y de modelos, propuesta en forma narrativa, en una amalgama de historia y de reflexión, produce un género literario compuesto y hace que las tres “Vidas”, como otras obras del santo, sean ante todo testimonios de espiritualidad y de pedagogía narrativa, un manifiesto de educación cristiana.
La índole del trabajo de don Bosco
El género literario
Francesco Cerruti subidvide los escritos publicados de don Bosco en tres categorias: obras religiosas, morales e históricas, y coloca las tres “Vida” entre las ‘obritas morales’, según el concepto humanísitco que refiere ese término a las costumbres (mores) , a los modelos de comportamiento. Cerruti es uno de los primeros destinatarios de estas tres biografías, ya que fue compañero de Domingo Savio y de Miguel Magone, luego fue profesor de Francisco Besucco en Valdocco. Cuando hace esa clasificación es el responsable central de las escuelas salesianas y un incansable promotor del sistema educativo de don Bosco. Tiene muy clara la finalidad que se propone el santo educador con estos escritos: no reconstruir una biografía en sus detalles, según los cánones historiográficos científicos, sino ofrecer, a través de la narración de eventuales momentos de la vida de los tres jovencitos, observados con su lente de educador y pastor, un mensaje práctico, un comportamiento que sirva de ejemplo.
Por otra parte don Bosco es explícito. Como vemos en la declaración de sus intenciones presentada en el prólogo a la “Vida” de Domingo Savio, él se propone presentar un ejemplo que imitar. La misma intención orienta la elaboración de “Rasgos biográficos del jovencito Magone Miguel” y del “Pastorcillo de los Alpes”.
Estudiosos más recientes precisan ulteriormente el género literario de las tres “Vidas” ubicándolo entre las ‘biografías edificantes’, que florecieron a partir de la era tridentina en los ambientes colegiales y eclesiásticos. Al escribirlas don Bosco asume los mismos mecanismos empleados por él en la elaboración de la “Historia Eclesiástica” y de la “Historia de Italia”: un tejido biográfico esencial, documentado , pero “basado en pocos datos cronológicos, entrega episodios clasificados según el esquema escolástico, moralístico y hagiográfico de las virtudes: espíritu d oración, inocencia o penitencia, práctica de los sacramentos, devoción a María Santísima, muerte y coronación de una vida que ha respondido a las gacias divinas”. El género biográfico edificante, con su concisión, le proporciona un instrumento idóneo para enfocar mensajes y comportamientos virtuosos.
Gracias a este género literario, quien se acerca a estos escritos de don Bosco encuentra un testimonio de vida real y al mismo tiempo la presentación eficaz de una praxis educativa ejemplar , “un conjunto de mensajes religiosos y pedagógicos de los muchachos y de sus educadores”. Es indispensable ver estas biografías, “más allá que en el cuadro de la producción literaria de don Bosco, en el contexto de las obras educativas que él estaba promoviendo”, ubicarlas “dentro de una específica cultura, y tener en cuenta “los diversos criterios de escritura exigidos por la atención a los destinatarios”. Aparecen como documentos capitales del espíritu y de la pedagogía de don Bosco que, narrando la experiencia de vida de los tres muchachos, permiten descubrir “el trabajo del Maestro y el pensamiento que lo mueve”.
El uso de las fuentes
En el prólogo a las tres “Vidas”, el autor expone su preocupación “de narrar únicamente las cosas que vimos ustedes o yo, y que conservo casi todas escritas o firmadas por su misma mano”, y afirma haberse documentado “en fuentes seguras”, que en el “Pastorcillo de los Alpes” elenca explícitamente.
Las afirmaciones de don Bosco no son retóricas. Si examinamos los testimonios originales recogidos para documentar las reconstrucciones biográficas, todavía conservados, constatamos la honestidad histórica y la preocupación documentaria de don Bosco. La confrontación entre esos materiales y el texto nos evela también su modo de trabajar. Nos damos cudenta de que hay una fidelidad sustanical, juntamente con un empleo de los datos en función de los objetivos y de la implicación de los destinatarios. Las fuentes más abundantes son las que se refieren a Domingo Savio y a Francisco Besucco.
En el volumen de Savio sobresale la preocupación de hacer sobresalir al protagonista, dejando en la sombra situaciones y personas que podrían distraer la atención. El autor lo hace seleccionando los datos que ha reunido, suprimiendo elementos secundarios, ampliando narraciones de ciertos episodios. De este modo, mientras el testimonio del maestro de Castelnuovo se cita con fidelidad casi literal, el de don Cugliero es ampliado y dramatizado cuando refiere aquella falsa acusación de parte de dos compañeros de clase. Son excluidos varios detalles proporcionados por testigos, como la alusión de José Reanno sobre la forma de afrontar el sufrimiento físico, y el reproche a la anciana tía de don Bosco por la poca paciencia en soportar sus males. La selección se hace en base a la significatividad o utilidad de los datos ofrecidos, o bien por otros motivos, como se puede constatar confrontando el texto con los testimonios de los compañeros. No obstante esta forma de manejar las cosas, ya sea los documentos originales, sea las deposiciones recogidas en el curso de los procesos de beatificación demuestran que la fisonomía de Savio no es falsificada ; antes bien, la operación de limpieza del estilo y descarte de los detalles, las mismas acentuaciones y las entretenciones narrativas, dan al conjunto un acento de frescura y de verdad que restituye los rasgos esenciales de la experiencia y de la fisonomía de Domingo.
Encontramos características análogas en la vida de Francisco Besucco. Los primeros quince capítulos del “Pastorcillo de los Alpes” están basados casi íntegramente en la amplia y detallada memoria enviada por el párroco de Argentera, ordenada, depurada de algunos detalles secundarios. Por ejemplo, es pasada por alto la simpática alusión a una costumbre de la mamá de Francisco, que “conociendo cuánta importancia tiene comenzar desde el principio a dar una buena educación a la familia, no sabía dar el pecho a su querido hijo y darle cualquier otro servicio materno sin antes alimentar buenos pensamientos en su mente, devotas oraciones en sus labios, de modo que junto con la leche le infundía su espíritu devoto”. También son descartadas también las noticias de la voz del hijo difunto escuchada por el padre y por la madre, mientras en cambio se cuenta la premonición de la muerte de Francisco tenida por la hermana. Además, los testimonios de los compañeros y superiores del Oratorio son tratados de modo análogo a los de la vida de Domingo Savio.
Diverso es el caso de Miguel Magone. No se dice nada del periodo transcurrido en su familia, excepción hecha del testimonio presentado por el vicepárroco. Toda la narración se desarrolla dentro de los muros del Oratorio, después del ocasional encuentro entre el muchacho y don Bosco en la estación de Carmagnola. A pesar de la sobriedad de detalles la figura del protagonista siempre se mantiene al centro de la narración. El autor es siempre el principal testigo del acontecimiento, pero se apoya también en otros testimonios: del profesor Francesia, el testimonio de algunos compañeros, la amplia conmemoración fúnebre de don Zattini, rica de referencias útiles para delinear el perfil del muchacho. En su conjunto, es la biografía más pobre de datos biográficos, y sin embargo la más eficaz. La escritura de don Bosco nos ofrece una objetividad no solo histórica, sino representativa que nos pone sin más en presencia de la realidad, como anota el padre Alberto Caviglia; el cual añade que, en todo caso, la simpática y atrayente biografía debe ser leída como un libro de ideas, porque, a diferencia de los otros jovencitos de los cuales don Bosco escribió la “Vida”, que llegaron ya predispuestos, y en parte preparados, el travieso rapaz, conducido en solamente 14 meses a un maravilloso grado de perfección cristiana, es un producto puro y exclusivo de la pedagogía de don Bosco.
Este uso de las fuentes de parte del autor pone ciertamente problemas de crítica documentaria, como los que presenta el benedictino Henri Quentin6 en 1931-32 en el curso de los procesos de beatificación de Domingo Savio. No obstante esto, teniendo en cuenta el género literario, la mentalidad y los objetivos que se propone el autor, se evidencia que don Bosco no manipuló las cosas para construir un modelo que proponer a los jóvenes y a los ambientes populares en detrimento de la verdad histórica: en la experiencia vivida de sus tres muchachos más bien ha reconocido, y no sólo él, la personificación de aquello que acariciaba, y lo ha puesto bajo los ojos de los lectores por su ejemplaridad.
El análisis del modo de trabajar sobre las fuentes nos convence de que el interés de estas biografías no hay que buscarlo en la cantidad de datos biográficos ofrecidos, o en el riguroso análisis filológico con el que se tratan los documentos, sino más bien en la validez testimonial del mensaje pedagógico y espiritual que el autor pretende entregar a sus lectores contemporáneos.
El texto y sus partes
Nos encontramos ante tres escritos distintos entre sí: “La Vida del jovencito Savio Dominogo es la evocación edificante de la existencia de un joven que había encarnado en su efectiva realidad un completa santidad cristiana adolescencial a la medida de otros con suficiente determinación y entusiasmo. Es diversa de las dos biografías sucesivas, de Miguel Magone y Francisco Besucco donde la narración es, de un modo o de otro, idealizada –sobre todo en la primera- con la intención de extraer un modelo de vida adecuado a la media de los jóvenes de diversos orígenes y de diferentes niveles espirituales”. La narración nos deja ver personalidades inconfundibles, esbozados con rasgos esenciales en el aspecto exterior, en la sensibilidad espiritual, en el temperamento y en los lineamientos psicológicos. Es diverso su punto de partida. Es diverso el modo de relacionarse con los educadores. Es diversa la misión confiada a cada uno, aun teniendo en cuenta la unidad y coherencia general del mensaje propuesto a los lectores. Domingo tuvo un tenor de vida notoriamente maravilloso, vivió una vida más alegre, virtuosa e inocente, cultivó la virtud que parecía había nacido con él, hasta el heroísmo durante todo el curso de su existencia. Miguel, muchacho abandonado a sí mismo estaba en riesgo de ir por el triste camino del mal, pero escuchó la amorosa llamada del Señor que lo invitaba a seguirlo, y correspondiendo constantemente a la gracia divina llegó a causar admiración a cuantos lo conocieron. Francisco correspondió con docilidad a los cuidados de la educación de sus padres, del párroco y del maestro, demostró un grado de ciencia ordinariamente superior a su edad, grande diligencia en aprender, de memoria feliz para retener las cosas oídas o leídas, y favorecido en modo especial por luces divinas, sobre todo en el espíritu de oración, tanto que llegó a controlar de tal forma su espíritu que podía elevarlo al Señor en cualquier momento de la jornada.
Tales diferencias se reflejan en la organización narrativa, sin embargo la arquitectura de la narración casi se repite idéntica en las tres biografías. Reconocemos tres segmentos: proemio y epílogo, y en medio la vida familiar, el ingreso y vida en el Oratorio, la enfermedad y la muerte. Cada biografía le da diverso peso a cada una de estas secciones, en base a las fuentes disponibles, a la significatividad de los eventos y de los mensajes que se quiere transmitir.
En la “Vida del jovencito Savio Domingo”, la más equilibrada, los episodios que preceden al encuentro con don Bosco (cap. VII) están distribuidos en seis capítulos (cc. I-VI); trece capítulos ilustran el periodo transcurrido en Valdocco (cc. VIII-XX); cinco narran la enfermedad y la muerte (cc. XXI-XXV); los últimos dos constituyen el epílogo que resume el doble mensaje de la obra, uno el del elogio fúnebre del profesor Picco (Domingo es modelo de vida virtuosa y exactitud en el cumplimiento de sus deberes), el otro contruido con la participación coral de los compañeros, del padre, del mismo narrador (Domingo es un santo al que hay que encomendarse).
“Rasgos biográficos del jovencito Magone Miguel”, desenvuelto y sugestivo, resume en un simple parágrafo la experiencia precedente (la carta del vicepárroco, c. II), y toma impulso con la escena del encuentro en la estación de Carmagnola (c. I), un inicio literario felicísimo; once capítulos están dedicados al periodo transcurrido en la casa del Oratorio (cc. II-XII); otros tres a la enfermedad y muerte (cc. XIII-XV); y uno al epílogo (c. XVI).
“El Pastorcito de los Alpes” dedica quince capítulos a la historia precedente (cc. I-XV), resaltando mucho la educación familiar y parroquial, en desventaja de la fluidez narrativa; once capítulos presentan ‘el tenor de vida del Oratorio’ (cc. XVI-XXVI); cinco describen la evolución de la enfermedad y de la muerte (cc. XXVII-XXXI); los tres últimos forman el epílogo (XXXII-XXXIV).
Idéntico es también el proceso compositivo, caracterizado por una estrategia propia de este género literario que permite dar la máxima evidencia al protagonista y al mensaje. Se parte con un procedimiento cronologico en cuanto a la narración del periodo que va del nacimiento a la entrada al Oratorio (Savio y Besucco), al cual se dedican una serie de capítulos para ilustrar el proceso formativo de los protagonistas y para delinear su personalidad; en Magone esta función se desarrolla en los dos primeros capítulos. Los capítulos que están en el corazón de las tres narraciones, en los cuales la intención didáctica es prevalente, están caracterizados por un tratamiento temático que resulta el más eficaz en función de la presentación del mensaje que el autor trata de proponer a los lectores. Se regresa de nuevo al registro cronológico para la evocación conmovedora del ocaso físico y de la muerte de los protagonistas. Los capítulos conclusivos orientan a esa “lección” que hay que aprender, y confirman algunos de los puntos que más interesan al autor.
Semejantes son algunos recorridos narrativos que dan ritmo al escrito, ilustran los progresos interiores de los muchachos y enfocan las tesis educativas: 1) la importancia de la primera comunión bien preparada de Domingo y Francisco, y el reflejo moral y espiritual en su vida; 2) la vivaz descripción del primero y los sucesivos encuentros entre los muchachos yel director del Oratorio, con la reconstrucción de los diálogos y de las dinámicas de comunicación; 3) la puesta en escena de los momentos críticos y su solución, ocasión fecunda ofrecida al educador para una intervención orientada a tranquilizar, a estimular la reflexión, a inducir a la profundización y la toma de conciencia, a favorecer procesos de reformulación de la percepción de sí mismo y del sentido de la vida, a conducir a opciones de valor y a asumir compromisos; la delicada gestión psicológica y espiritual de la enfermedad terminal para un final sereno y fecundo.
Claves de interpretación
De cuanto se ha dicho resulta evidente que los “queridísimos jóvenes”, o sea, los lectores que tiene en cuenta el autor en el momento de escribir, hoy ya no existen. En efecto, se evidencian anhelos, esquemas mentales, sensibilidades en gran parte muy lejanas a las actuales. Si queremos hacer nuestro su método y presentar modelos de vida significativos y estimulantes para nuestros jóvenes, no podemos poner en sus manos estas biografías sin una ayuda para interpretarlas que decodifique los núcleos esenciales del mensaje y lo hga significativo. Es una operación de algún modo prevista en las historias de vida narradas por don Bosco. En efecto, no sólo ofrece aquí y allá explícitas instrucciones para la lectura, sino que cuando entra en escena en la narración, como director del Oratorio o como confidente o confesor y se pone en diálogo educativo con los jóvenes, procede en modo interactivo, solicitando su colaboración, induciendo reflexiones que abren los horizontes, solicitando toma de conciencia, sensibilizando a sistemas de valores y de sentido puestos en planos diversos de los que ofrece la común experiencia cotidiana. Las mismas “Vida” con la técnica de la narración y de la representación, además de comunicar modelos y modalidades prácticas de comportamiento virtuoso, ilustran las motivaciones que inducen a tales conductas, prsentan los resultados que satisfacen y tratan de hacerlos atrayentes a través de una implicación emotiva.
Hoy los destinatarios principales de estas biografías son los educadores que se quieren inspirar al método de don Bosco; a ellos corresponde la tarea de profundizar críticamente el mensaje para una interpretación y actualización operativa.
Las claves interpretativas para una lectura fecunda son de dos tipos principalmente: las que ofrece el autor, expresión de su intención primaria; y las que podemos establecer a partir de nuestras preguntas y de nuestros intereses en cuanto estudiosos y continuadores de la misión y de la pedagogía de don Bosco.
Itinerarios de lectura sugeridos por el Autor
La introducción y el epílogo de cada una de las biografías ofrecen claves de interpretación precisas. En el prólogo de la “Vida” de Domingo Savio, don Bosco afirma que la representación del tenor de vida “maravilloso” y de las virtudes “preciosas” del muchacho tiene la finalidad de motivar a los lectores a sacar “provecho”, a pasar de la admiración a la imitación operativa. Por tanto el itinerario de lectura sugerido orienta la búsqueda de los estados de ánimo, de los sentimientos, de las actitudes, de las opciones y de los comportamientos virtuosos que distinguen al modelo de vida propuesto a la imitación. Es una idea que se recupera en el epílogo, con la añadidura de una indicación precisa que focaliza uno de los ejes de la pedagogía religiosa de don Bosco: “Pero no dejemos de imitar a Savio en la frecuencia del saacramento de la confesión, que fuesu sostén en la práctica constante la virtud, y fue guía segura que los dondujo a un término de la vida tan glorioso. Acerquémonos con frecuencia y con las debidas disposiciones a este baño de salvación en el curso de la vida […] A mí me parece que éste es el medio más seguro para vivir días felices en medio de las aflicciones de la vida, al final de la cual veremos también nosotros acercarse el momento de la muerte”.
Esta misma tesis es presentada también en las otras dos biografías, particularmente en “Rasgos biográficos” de Miguel Magone. Sin embargo el prólogo de esta última no se limita a sugerir la imitación de uno u otro aspecto virtuoso; indica un proceso más profundo y personal, sugiere la dinámica evanglélica de la escucha y de la correspondencia: “En esta [biografía] de Magone nosotros tenemos un jovencito que, abandonado a sí mismo, estaba en peligro de encaminarse por el triste sendero del mal; pero que el Señor invitó a seguirle. Escuchó la amorosa llamada y correspondiendo constantemente a la gacia divina llegó a causar admiraación a cuantos lo conocieron, dejando claro cuán gandes son los maravillosos efectos de la gracia de Dios en aquellos que se preocupan por corresponderle”. Sólo la docilidad activa a los impulsos de la gracia está en grado de producir frutos de “celo, amor, y cariad”, permite vivir “buenos, castos, devotos, virtuosos”, y “morir alegres, serenos, calmos, confiados en la divina misericordia”. De este modo el lector es orientado a la búsqueda de las formas de escucha y de correspondencia en el historia espiritual del biografiado, en la simplicidad de su experiencia cotidiana: todas “cosas fáciles”, hace notar el autor, pero hechas con perseverancia llegaron a ser “el sendero que condujo a nuestro Miguel a un maravilloso grado de perfección”.
Al introducir la “Vida” de Francisco Besucco, con mucha más sencillez don Bosco se presenta como “un padre que habla de un hijo tiernamente amado; un padre que, deja lugar a expresar sus paternos afectos” para instruir a los lectores “en la práctica de las virtudes” para que se sientan “movidos a huir de todo vicio y a practicar toda virtud”. Por tanto, aquí se propone una lectura calma, afectuosa y contemplativade la palabra de don Bosco. Es necesaria también un poco de paciencia: en efecto, las digresiones narrativas son abundantes, especialmente en los primeros quince capítulos, sacados de la documentación enviada por el buen párroco de Argentera. Don Bosco ha renunciado a quitarle cosas, tal vez porque las siente en sintonía con ese mismo espíritu y le parece que representan de forma encantadora el ánimo bueno y condescendiente de Francisco, su carácter calmo y tranquilo, la profundidad de sus sentimientos afectuosos. Tal vez también porque reproducen con eficacia la riqueza humana de un ambiente popular simple y genuino, enraizado en los valores tradicionales, como había sido el de su juventud en I Becchi: una sociedad profundamente cristiana, de la que tenía profunda nostalgia y que en aquellos años comenzaba a disolverse.
Las tres “Vidas” concluyen con una invitación a estar preparados para un abuena muerte. Es un tema querido a la espiritualidad tradicional que hacía de los Novísimos argumento preferido de meditación y de predicación. En la pedagogía de don Bosco, se delineaba con acentuaciones particulares en función de una conversión del corazón “franca y resuelta” y del don total de sí a Dios, que genera una experiencia de vida fervorosa, fecunda de frutos espirituales, de empeño ético y al mismo tiempo gozoso. Esta era la perspectiva con la cual se celebraba mensualemente el ejercicio de la buena muerte: educar a una visión cristiana de la muerte, para estimular a una eficaz y periódica revisión del propio espíritu y de las propias acciones, para estimular un estilo de vida constantemente abierto a la acción de la gracia, sereno, fecundo de obras y de frutos, para disponer positivamente el ánimo al encuentro con el Señor. No es por caso que los capítulos conclusivos presentan las últimas horas de los tres protagonistas como una espera ferviente y serena del encuentro. Admiramos sorprendidos los diálogos, los “encargos” para el paraíso, las despedidas7. El momento de la muerte luego es descirto casi como un arrobamiento extático: Domingo, “con voz clara y sonriente,” da el adios a su padre, después exclama: “Oh qué cosa tan hermosa veo…”, y expira “sonriendo, con semblante de paraíso”; Miguel expira “con serenidad en el rostro y y la sonrisa en los labios”, después de haber besado el Crucifijo diciendo: “Jesús, José y María, encomiendo en sus manos el alma mía”; los momentos conclusivos de la vida de Francisco están señalados por fenómenos extraordinarios y ardores incontenibles: “Parecía que le brillaba en el rostro una belleza, un tal esplendor que hizo desaparecer las otras luces de la enfermería”, “elevando un poco la cabeza y alargando las manos lo más que podía, como quien estrecha la mano de una persona amada, comenzó con voy festiva y sonora a cantar: Load a María […]. Luego hacía esfuerzos por incorporarse, que de hecho se estaba elevando, mientras él, extendiendo las manos unidas en forma devota, se puso de nuevo a cantar. Oh Jesús de amor ardiendo […] parecía un ángel con los ángeles del paraíso”. En el fondo es sobre este punto donde confluyen todas las narraciones de don Bosco, es éste el corazón de su mensaje. Todo el resto parece en función de esto: su arte educativa, su acompañamiento afectuoso y creativo, los consejos ofrecidos y el programa de vida, la devoción mariana y los sacramentos todo está orientado al principal objeto de sus pensamientos y de sus preocupaciones, al gran negocio de la salvación eterna8. Así concluye la “Vida” de Domingo Savio: “y entonces, con la sonrisa en el rostro, con la paz en el corazón iremos al encuentro de Nuestro Señor Jesucristo, que nos acogerá benignamente para juzgarnos según su grande misericordia y conducirnos, como lo espero para mí y para ti, lector, de las tribulaciones de la vida a la feliz eternidad, para alabarlo y bendecirlo por todos los siglos de los siglos. Así sea”.
Esta pista de lectura era un gancho seguro en la sensibilidad religiosa de los lectores de su tiempo. Hoy, en el clima cultural y espiritual en que nos movemos, resulta extraña. Estamos inclinados a eludirla, seleccionando y concentrándonos sobre los aspectos luminosos, positivos y dinámicos, evitando aquellos que nos parecen arcaicos o irrelevantes para la comprensión de don Bosco y de su mensaje pedagógico.
De la misma forma en que, cuando citamos la afortunada expresión de Domingo Savio, “sábete que nosotros hacemos consistir la santidad en estar muy alegres”, la truncamos, separándola del resto de la frase, en la cual el discípulo sintetiza felizmente la propuesta formativa del Maestro: “Nosotros procuraremos solamente evitar el pecado, que es el gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón, procuraremos cumplir exactamente nuestros deberes y frecuentar las prácticas de piedad. Comienza desde ahora a escribirte como recuerdo: Servite Domino in laetitia, sirvamos al Señor con santa alegría”. Es necesaria la lectura integral de estas biografías, respetadas en su coherencia interna, en el horizonte y sentido en que están colocadas, con atención a los detalles y sin filtros. Resultará ciertamente fecunda en función de un más completo conocimiento de don Bosco y de su integral propuesta formativa. Al mismo tiempo nos ofrecerá un punto de comparación para la reflexión crítica de nuestros programas y proyectos educativos.
Las observaciones de don Bosco en acción
Las claves interpretativas que surgen de las preguntas que nos ponemos, como discípulos de don Bosco y educadores de los jóvenes, frente a estas pequeñas biogafías ponen en marcha itinerarios de lectura diversos y estimulantes: ¿cómo pueden ser reformulados hoy los elementos esenciales del programa formativo propuesto por don Bosco? ¿Cuál es el modelo de integración educativa entre familia, parroquia, escuela y Oratorio? ¿Cuáles son las características del ambiente educativo y cuáles son las actitudes que cualifican al educador delineado en estas obritas? ¿En qué modo el santo se pone en relación con sus alumnos? ¿Cómo los acompaña en los momentos críticos? ¿Cuáles son las formas de la implicación activa de los educandos en el cuidado formativo de los compañeros? ¿Qué relación pone el autor entre educación, formación cristiana y vida espirtual?
Entre las varias pistas de lectura, nos limitamos a sugerir el análisis de las escenas en las cuales está descrita la relación personal entre don Bosco y los protagonistas, para captar las actitudes características y dinámicas.
Notemos la importancia que se da a los diálogos con los tres muchachos, a partir del primer encuentro. Se destacan evidentes las características de la conversacion educativa preventiva y de la específica modalidad relacional tejida por el educador en función del trabajo sucesivo. Como podemos constatar en la “Vida” de Domingo Savio y de Miguel Magone, el objetivo del primer encuentro es el conocimiento, necesario para la confianza y entrega recíproca; a través de acogida cordial del joven y la generosa desponibilidad al hacerse cargo de sus necesidades, don Bosco activa un canal educativo de tonalidad afectiva que abre los ánimos a aquel tipo de interacción que es característica del Oratorio. El primer encuentro es siempre informal, empático, coloquial: él se pone en el plano del interlocutor, teje un diálogo sereno, familiar -verbal y no verbal-, en tal forma que hace desaparecer la desconfianza permitiendo al muchacho expresarse libremente. De esta forma puede recoger informaciones esenciales sobre la condición, la historia, el estado de ánmio, las caraacterísticas temperamentales y la exigencia educativa de quien tiene enfrente. Descubiertas su expectativas, le ofrece oportunidades y soluciones concretas, y lo ayuda a levantar la mirada, a descubrir nuevos horizontes. Por su parte el muchacho saborea un sentido de acogida, se siente comprendido y amado, descubre las oportunidades ofrecidas por la relación con un adulto paterno, dedicado y respetuoso, con el cual comprende que puede contar. Es así estimulado a la correspondencia, llevado a la confianza. Esta primera conversación, que se concluye con la decisión de admitir al joven en el Oratorio, suscita en su ánimo un sentimiento de gratitud, de gozosa expectativa, de deseo: premisas fecundísimas para una feliza relación educativa. El encuentro sucesivo, en el momento de la incorporación a la comunidad, presenta las características de un “contrato” educativo, en el cual a la acogida generosa del educador corresponde a la promesa del compromiso del muchacho.
El corazón de las tres biografías está constituido por la descripción de una crisis, que interesa en forma diversa a los protagonistas y resulta determinate en el tejido narrativo. La narración de su superación, en el coloquio entre el educador el educando, ofrece la ocasión para ilustrar, encarnado en la historia de los tres muchachos, el mensaje que el autor intenta ofrecer a los lectores. Son situaciones diversas, ligadas a las características personales de cada uno de los protagonistas. En Domingo el momento crítico llega seis meses después de su incorporación a Valdocco, después del ofeecimiento oblativo de sí mismo, hecho el 8 diciembre de 1854, del cual había brotado una conducta moral “de tal modo edificante y adherida a tales actos de virtud” que sorprendían a su formador. El estado de ánimo en que se encuentra es el de una disponibilidad incondicionada a la acción interior de la gracia y a los estímulos formativos de los educadores. De este modo, es suficiente una exhortación a la santidad para desencadenar en su ánimo deseos incontenibles de perfección: la suya es una crisis “mística” que la intervención del director espiritual orienta hacia la perfección virtuosa en lo cotidiano y en función apostólica, previniendo una retirada hacia el intimismo y fugas de la realidad.
Miguel Magone, después de un mes de permanencia en el Oratorio, a través de la mediación de un buen compañero, puesto a su lado por don Bosco, y en confrontación con la calidad moral del ambiente, toma conciencia vivísima de la propia mediocridad: la suya es una crisis “ética”, caracterizada por sentimientos de culpa y angustia. Miguel logra salir por sus propias fuerzas, después de un diálogo tranquilizador con el educador que le sugiere una hipótesis de solución. Es un proceso de conversión, que le permite acceder a un estado de serenidad espiritual que antes no había experimentado y apropiarse de un nuevo sistema de valores, al cual adhiere libremente, totalmente y con gusto.
Francisco Besucco, a los pocos días de su llegada a Turín, es asaltado por la nostalgia de su casa, se siente desterrado en un ambiente tan diverso del suyo de origen: la suya es una crisis “cultural” y afectiva, caracterizada por un sentido de desadaptación, desorientación y de inferioridad en relación con los compañeros. En la conversación afectuosa con don Bosco, que lo consuela y lo anima, orientándolo hacia un programa de vida simplificado –“Practica solamente tres cosas y todo andará bien […]: Alegría, Estudio, Piedad”-, encuentra el modo para compensar constructivamente la disonancia cultural y conseguir la serenidad.
No obstante la diversidad de las experiencias, la superación del momento crítico se resuelve para los tres muchachos en un recorrido de crecimiento humano y espiritual. Es un proceso de maduración, gracias al cual no sólo se resuelve un problema y se recupera el equilibrio interior, sino que se consolidad la identidad personal, se interiorizan valores, significados y modos de actuar y se realiza una profunda y radical entrega Dios. Todo esto permite una madurada conciencia de sí mismo, una reconfiguración de la manera de vivir la vida ordinaria y las relaciones humanas, y un incremento de la capacidad de amor oblativo, del cual brota un impuslo operativo, gozo de vivir, fervor espiritual y docilidad a la acción de la gracia.
A la solución de la crisis siguen, en las tres “Vidas”, algunos capítulos dedicados a ilustrar los itinerarios educativos emprendidos por los protagonistas bajo la guía del educador. Más allá de las diversas actentuaciones, se puede fácilmente constatar el plan unitario del programa formativo delineado por el autor en estas bografías. Basta seguir los títulos de los capítulos para ver la sintonía. El acento está puesto sobre el uso escrupuloso del tiempo y la diligencia en el cumplimiento de los deberes cotidianos, afrontados con amor y con alegría, sobre la frecuencia regular de los sacramentos de la confesión y comunión, sobre la confianza con el director-confesor, sobre el espíritu de oración y la unión con Dios, sobre la devoción mariana, sobre el ejercicio práctico de las virtudes (obediencia, caridad, mortificación de los sentidos, castidad), sobre todas las formas de servicio hacia el prójimo, sobre las buenas amistades, sobre el ardor apostólico.
Invitación a la lectura
¿Por qué leer hoy estas biografías edificantes? Primeramente porque son un precioso ducumento de vida, una narración de don Bosco sobre la experiencia de los tres protagonistas reservada a lectores atentos. A través de ellas podemos introducirnos en su mundo interior, acceder a sus experiencias y preocupaciones, entender cuánta confianza él ponía en los recursos del alma juvenil. Hay que leerlas también porque son un espejo de un humanismo educativo plenario que conviene considerar hoy, de una fascinante cultura del espíritu que la pátina del tiempo no ha oscurecido. En su simplicidad restituyen un respiro moral, un entusiasmo educativo y una tensión pastoral, de cuya contemplación hemos de aprender mucho para no dejarnos sumergir en el desencanto y en la mediocridad. Son la expresión de una propuesta formativa, de una metodología y de una espiritualidad que nos parece tan alejada del mundo juvenil de hoy, pero que sentimos importante: es lejana por la distancia temporal y cultural, por la desaparición e la tensión moral e ideal que caracterizaba la juventud del Ochocientos; sin embargo conserva su importancia por la fuerza carismática y profética que contiene, por los estimulos de que es portadora, por las saludables sacudidas que puede suscitar en nuestra conciencia de educadores.
¿Cómo leerlas? Con afecto, curisidad y respeto. El afecto de los hijos por la memoria de un padre amado, por la herencia espiritual y el patrimonio de experiencia y sabiduría que ha dejado; la curiosidad del explorador que remonta la corriente d un frande río para descrubrir la fuente y beber en la pureza de sus aguas; el respeto con el cual el autori, que es también confidente y confesor, se ha acercado a la intimidad ardiente de aquellas jóvenes almas, ha recogido las confidencias y propósitos y ha contemplado, sorprendido, el progreso.
Hay que leerlas también con apertura mental, con atención y sensibilidad. La apertura mental es antes que nada honestidad intelectual ya bandono de todo prejuicio, comenzando por ese insidioso sentido de superioridad cultural y teológica que frecuentemente se transparenta en las investigaciones sobre las experiencias religiosas del pasado, las que llamamos “populares” y “devocionales”; la atención implica un estudio cuidadoso del texto, de su orfanización, de sus pisibles niveles de lectura, de sus alusiones; la sensibilidad se traduce en el esfuerzo por un acercamiento empático a los personajes, en la escucha de las repercusiones de la narración sobre nuestro espíritu, en la atención a las razones de don Bosco, a los diversos acentos que él pone aquí y allá.
Las “Vidas” no son solamente monumentos a la adolescencia del buen tiempo pasado, miniaturas preciosas de una realidad educativa en su fase carismática: constituyen una mediación eficaz para entrar en aquel mundo conducidos de la mano del narrador y dejarnos instruir por él.
1 Petición de subsidio para los clérigos del Oratorio, 1 mayo 1851.
2 Con el lanazmiento de las Lecturas Católicas (1853) se da inicio al taller de encuadernación; en 1856 el de carpintería, en 1862 la tipografía y la herrería.
3 “Rasgos históricos en torno al Oratorio de san Francisco de Sales” (1862).
4 Sabemos que ciertos opúsculos de las Lecturas Católicas, relativos a los acontecimientos de la vida nacional, fueron leídos por Domingo Savio, ya que poseía toda la colección del año 1854-1855 según una lista de libros autógrafa que se conserva archivo.
5 Besucco hace alusión a esto en una carta a su párroco del 23 nov. 1863.
6 El padre Alberto Caviglia replicó a estas observaciones. Se puede ver una síntesis en PIETRO STELLA, Don Bosco nella storia della religiositá cattolica, vol. III La Canonizzazione, LAS, Roma, 1988, p.211-224
7 “Pero antes de dejarte partir para el paraíso te quisera hacer un encargo […]. Cuando estés en el paraíso y hayas visto a la grande Virgen María, dale un respetuoso saludo de mi parte y de parte de todos los que estamos en esta casa. Ruégale que se digne darnos su santa bendición: que nos acoja a todos bajo su potente protección, y nos ayude en tal forma que ninguno de los que están, o que la divina Providencia mandará, en esta casa llegue a perderse”. (Magone, c.XV, 154)
8 “La divina Providencia, que da lecciones al hombre llamándolo como viejos decrépitos, o como jóvenes imberbes, nos conceda el grande favor de encontrarnos bien preparados eb ese último momento del cual depende la eternidad feliz o infeliz. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea nuestra ayuda en la vida, en la muerte, y nos sostenga en el camino que conduce al cielo” (Magone, prólogo, 114)