1979_BoscoT_Don_Bosco_Una_biografia_nueva_SPAGNOLO_Bailio_Bustillo


1979_BoscoT_Don_Bosco_Una_biografia_nueva_SPAGNOLO_Bailio_Bustillo



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o
EDITORIAL ces

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En los últimos años, los que han escrito sobre
Don Bosco se han dividido en dos grupos:
Unos autores narran los más bellos hechos
de su vida «poro los niños y el pueblo sencillo»,
sin tener en cuento los estudios históricos sobre
el siglo XIX, ni los específicos de su figuro .
Otros estudian aspectos fundamentales de
Don Bosco y de su tiempo, dando por sabidos
los sucesos, los narraciones, los hechos...
parándose solamente en ellos poro desmitificar
ciertos detalles obtenidos de testimonios
dudosos y fantásticos.
En el presente libro Teresio Bosco intento seguir
otros pautas.
Narro lo biografío de Don Bosco, no do nodo
por descontado, y tiene en cuento todo lo que
está en lo base del suceso bello, dramático,
de aventuro en lo vida del santo sacerdote de
Turín . Tiene muy en cuento los Memorias del
Oratorio escritos por el mismo Don Bosco,
y los incontables testimonios de sus alumnos
y colaboradores: testimonios que, casi todos,
fueron depuestos más tarde bojo juramento en
los procesos poro lo beatificación.
Y coloca la figura de Don Bosco en medio
de lo historia de su tiempo y de la Iglesia de
entonces, documentado por consultas
rigurosas y recientes.
Alcalá, 166 / 28028 MADRID
'H' 91 725 20 00 I e!l 91 726 25 70
www. editorialccs.com I sei@ editorlalccs.com
ISBN: 978-84·7043·322·1 I':

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TERESIO BOSCO
DONBOSCO
una biografía nueva
EDITORIAL ces

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Título de la obra original: Don Bosco, una biografía nuova.
Traducción de Basilio Bustillo.
Decimosexta edición: enero 2018.
Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com
© 1979. Elle Di Ci, Turín-Leumann (Italia)
© 1979. EDITORIAL ces, Alcalá, 166 / 28028 MADRID
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación
pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada
con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por
la ley. Dinjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográ-
ficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra.
Portada: Dibujo de Nino Musio
Fotografías en páginas interiores: Teresio Chiesa, José Luis Mena
Archivo salesiano: Nino Musía
ISBN: 978-84-7043-322-1
Depósito legal: SE-9071-2011
Fotocomposición: M&A, Becerril de la Sierra (Madrid)
Imprime: Printhaus S.L.

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DONBOSCO
UNA BIOGRAFÍA NUEVA

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Colección DON BOSCO
Últimos títulos publicados:
35. Don Basca: el hombre que amaba y era amado. FAUSTO JIMÉNEZ.
36. Perfil sacerdotal de Don Basca. FERNANDO PERAZA.
37. Constructivismo y Sistema Preventivo. JORGE ÁLVAREZ MEDRANO.
38. Educar con el corazón de Don Basca. MARIO L. PERESSON TONELLI.
39. Conversaciones sobre Don Basca. TERESIO Bosco.
40. Acompañamiento y paternidad espiritual en san Juan Basca. FERNANDO PERAZA.
41. 100 palabras al oído. JOSÉ MIGUEL NÚÑEZ.
42. Memorias del Oratorio adaptadas. SAN JUAN BOSCO.
43. Don Basca y sus amistades espirituales. EUGENIO ALBURQUERQUE.
44. Don Basca, maestro de vida espiritual. ALDO GIRAUDO.
45. Don Basca y su obra. CARDENAL SPÍNOLA.
46. La santidad para todos. EUGENIO ALBURQUERQUE.
47. Apuntes para una «Historia Espiritual» del sacerdote Gio' Basca. GIUSEPPE BUCCELLATO.
48. El Sistema Preventivo de Don Basca hoy. CARLO NANNI.
49. Psicología de Don Basca. GIACOMO DACQUINO.
50. Don Basca: una vida para sus muchachos. ENZO BIANCO.
51. Testigos de la radicalidad evange1ica. JUAN JOSÉ BARTOLOMÉ- RAFAEL VICENT (editores).
52. Las cosas de Don Basca. JOSÉ JOAQUÍN GÓMEZ PALACIOS.
53. Espiritualidad salesiana. EUGENIO ALBURQUERQUE (coord.).
54. «En el mundo, mas no del mundo». FRANCESCO Morro.
55. Escritos espirituales. SAN JUAN BOSCO.
56. Seguir a Jesucristo tras las huellas de Don Basca. MARIO L. PERESSON TONELLI.
57. ¡Buenos días, Don Basca! NICOLÁS RUIZ.
58. Vida de Don Basca: afanes, retos y pasión. COLETTE SCHAUMONT.
59. Don Basca santo. EUGENIO ALBURQUERQUE.
60. Francisco y Don Basca. ALEJANDRO LEÓN.
61. Los diez diamantes. EUGENIO ALBURQUERQUE.
62. La tarea de educar en la experiencia <<oratoriana» de Don Basca. JOSÉ M. PRELLEZO.
63. La espiritualidad de Don Basca. GIUSEPPE BUCCELLATO.
64. Don Basca, una historia siempre actual. D. AGASSO - R. AGASSO - D. AGASSO JR.
65. La espiritualidad de la educación. JEAN-MARIE PETITCLERC.
66. Luz para mis pasos. JUAN JOSÉ BARTOLOMÉ (editor).
67. Don Basca y la misericordia de Dios. EUGENIO ALBURQUERQUE.
68. La pedagogía de Don Basca en doce palabras clave. JEAN-MARIE PETITCLERC.
69. Don Basca que sufre. EUGENIO ALBURQUERQUE.
70. Rezar con Don Basca. JEAN-MARIE PETITCLERC.
71. Valores humanos y virtudes cristianas en Don Basca. EUGENIO ALBURQUERQUE.
72. Espíritu y espiritualidad salesiana. EUGENIO ALBURQUERQUE.
73. Rezar con Domingo Savia. JEAN-MARIE PETITCLERC.

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Presentación
Hace ya tiempo que se echaba de menos una nueva biografía de Don
Bosco1. Los deseosos de conocer la figura, el pensamiento y las obras
de/. santo de· Turín se veían obligados a recurrir a libros escritos hace
medio siglo. Libros, por cierto, con muchas ediciones y traducidos a
varias lenguas, que certifican el permanente interés por el santo, pero
que, a duras penas, hacen buenas las razones para presentarle con
actualidad, y para que siga creciendo y dilatándose el interés de los
hombres de nuestros días por él.
La actualidad de Don Bosco queda demostrada con la continua difu-
sión de sus obras y la veneración que le tributa la piedad popUlar.
Recientemente, y dejando de lado muchas evocaciones de la historia
social y política italiana vivida por Don Bosco, era lógico se hicieran
nuevos estudios sobre las relaciones por él tenidas con muchos de los
protagonistas de aquellos sucesos para así alcanzar una imagen más
segura.
Teniendo en cuenta estos estudios, he aquí al habilísimo escritor
Teresio 8osco que, a la par que actualiza al santo y su mensaje y
demuestra la validez de sus sistema educativo y pastoral, sabe colo-
carlo dentro de la perspectiva histórica de su tiempo, para mejor
entenderle.
El lector ve abrirse, página tras página, las dimensiones imperecede-
ras de esta gran figura, que sintonizan felizmente con la renovación
conciliar y quedan en pie, en medio de los cambios culturales de nues-
tro tiempo, con perspectivas de futuro. Bastaría pensar, para conven-
cerse de ello, en el tipo de apostolado que el santo eligió para sí y para
su familia espiritual: precisamente, en un momento en el que la juven-
tud no se inclinaba por la Iglesia, ni por la sociedad; cuando los grupps
populares se mantenfan al margen de toda actividad social y política, y
los seglares no alcanzaban a ser considerados en la misma Iglesia
como insustituibles colaboradores de la' evangelización del pueblo de
Dios, Don Bosco volcaba preferentemente sus atenciones en favor de
esta clase de personas.
Se ha hablado mucho del humanismo cristiano de Don Bosco, parti-
cularmente al estudiar su sistema educativo; hoy podemos decir, con el
1 Don es la abrevitura de Donno, sefior. Es un titulo de dignidad, con el que en Italia se
distingue solamente al sacerdote, y que se coloca indistintamente delante del nombre o del
apellido.
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papa Wojtyla, que Don Bosco, sacerdote de Cristo, ya intuyó cómo
en el Evangelio andan juntos la propuesta de la salvación eterna del
hombre y los gérmenes de un desarrollo terrenal completo, de su liber-
tad, de su dignidad, de sus derechos; y que, por consiguiente, haciendo
del joven un buen cristiana y un honrado ciudadano, se preparan hom-
bres para la justicia y para la paz, y colaboradores seglares para la
evangelización.
El autor, perfecto conocedor de la historia y de la cultura, puede res-
ponder como nadie a las preguntas del hombre moderno frente a cier-
tas alternativas sociales y políticas realizadas por Don Bosco, que vivió
en un momento crucial para la historia de Italia, de Europa y del
Mundo.
Naturalmente, una gran parte de la vida y de las vicisitudes terrenas
de Don Bosco escapa a los parámetros de los conocimientos históricos
y no tiene más explicación que los carismas sobrenaturales, de los que
él y sus contemporáneos fueron conscientes. Es éste un dato, a no per-
der de vista, si se quiere alcanzar el conocimiento completo de. Don
Bosco; ni tampoco se puede olvidar el lugar que ocupa María Auxilia-
dora en su vocación y en su obra.
Al leer este libro, escrito en ese estilo al que están acostumbrados los
hombres de hoy, merced a la difusión de la prensa -de la que fue un
apóstol Don Bosco- y de los instrumentos de comunicación social, se
tiene la sorpresa del encuentro con hechos y dichos, frente a los cuales
vuelve a conmoverse el lector de nuestros días, lo mismo que se con-
movían los que fueron sus testigos oculares.
Don Bosco, al traducir a términos sencillos y comprensibles -como
había hecho con él mamá Margarita- los valores del Evangelio, cons-
truía en sus jóvenes al hombre capaz de vivir su tiempo y preparar el
futuro.
Al leer de nuevo esta historia, al conmoverse ante los episodios
humanísimos de que se compone, al comprendersu significado, gracias
al lenguaje sencillo con que está escrita, se entiende por qué Don
Bosco, después de un siglo de suc~sos tan extraordinarios, sigue toda-
vía tan vivo, como si fuera un hombre de nuestro tiempo, y sus inten-
ciones gozan todavía de la perspectiva de la profecía y del porvenir.
Juan Raineri, Consejero Superior de los Salesianos
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Del cómo, del porqué de este libro
A primeros de 1978 don Juan Raineri y la dirección de la Editorial
Elle Di Ci me pidieron escribiera una biografía de Don Bosco con estas
dos características: popular y agradable en la forma, y digna y seria en
el fondo.
Entrambos partían de una misma preocupación: los escritos apareci-
dos sobre Don Sosco durante los últimos quince años, se podían dividir
en dos sectores:
- uno, el de los libros que seguían narrando los más hermosos
sucesos de su vida "de cara al pueblo sencillo y los muchachos", des-
preocupándose de los estudios históricos generales del tiempo de Don
Bosco y de los específicos de su figura; estos libros, muy difundidos,
alcanzan ciertamente el renombre de la divulgación, pero acaban por
reducir la gigantesca figura de Don Bosco a "mercancía para chiqui-
llos'', a "historietas de tebeo";
- otro, el de los libros que estudiaban aspectos fundamentales de
Don Bosco y de su tiempo "dando por descontados y conocidos" los
sucesos, las narraciones, los hechos, en los cuales se detenían sola-
mente para "desmitizar" algunos detalles de episodios que se apoyaban
en testimonios dudosos o fantasiosos.
Entre "bonito cuento" _y "estudios críticos", corría Don Sosco el
riesgo de ser poco conocido y de presentar una figura llena de dudosas
leyendas.
El presente libro intenta abrir un tercer camino.
Narra la vida de Don Bosco, no da nada por conocido, y tiene en
cuenta todo lo que está en la base de los hermosos sucesos, llenos de
aventuras y dramatismo, del santo sacerdote de Valdocco.
Tiene en cuenta, por tanto:
- el testimonio autógrafo de Don Bosco, es decir, las. muchas pági-
nas escritas de su puño y letra, conservadas en el Archivo Salesiano
(muy en particular el manuscrito Memorias del Oratorio de San Fran-
cisco de Sales: 180 páginas de cuaderno, manuscritas por Don Bosco
en 1873, y publicadas por Ceria en 1946);
7

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- el pilón sin medida de testimonios de sus alumnos y colaborado-
res, prestados, casi todos, bajo juramento durante los procesos para la
beatificación de Don Bosco (muchos de los cuales están incluidos en
los diecinueve volúmenes de las Memorias Biográficas, compiladas por
Lemoyne, Amadei y Ceria);
- los estudios serios sobre Don Bosco realizados durante los últi-
mos veinte años por Stella, Desramaut, Wirth, Valentini, Molineris...), los
cuales precisan, encuadran, completan, alguna vez deshojan, pero
nuncá rompen ni privan de su valor los testimonios en los que se fun-
damenta sólidamente la narración de la vida de Don Bosco;
- los importantes estudios realizados sobre la Historia de la Socie-
dad, del Estado y de la Iglesia en 1800.
He tenido la suerte de escribir la parte principal del libro, junto a don
Pedro Stella y don Eugenio Valentini, los cuales, bondadosamente leye-
ron y corrigieron mi manuscrito, a medida que lo realizaba. Pude discu-
tir con ellos algunos puntos fundamentales (como por ejemplo, el capf-
tulo 26) y recibir sus preciosas sugerencias. La primera copia fue leída,
después, por don Carlos Fiore, el cual me aconsejó los últimos
retoques.
Agradezco cordialmente la colaboración de estos hermanos, sin que-
rer, claro está, cargar sobre sus hombros las posibles inexactitudes u
opiniones discutibles.
El libro podrá enjuiciarse de mil diversos modos, todos muy legíti-
mos. Pero yo puedo garantizar que me costó largas fatigas y que puse
en él mucho interés.
Ojalá sea para todos, como un afortunado hallazgo, que les aproxime
a Don Bosco, y para muchos, lo que ha sido para mí: una ayuda para
volver a la "tierra santa" de Valdocco, al clima en el que vivieron Don
Bosco, don Rúa, don Cagliero, Domingo Savio, José Buzzetti..., cuando
bajo los ojos de la Virgen germinaban, en medio de la sencillez y la
pobreza, las grandes intuiciones, las grandes orientaciones y las gran-
des realizaciones de la obra salesiana.
T.B.
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1
Emigrante a los doce años
En la cocina. Aquella noche, juntamente con el pan, se mascullaron
palabras amargas. Palabras hirientes. Antonio vio a Juan como siempre,
con el libro junto al plato, y explotó:
- Voy a echar ese libro al fuego...
Margarita, la mamá, buscó las componendas de costumbre:
- Juan trabaja como todos. Si, además, quiere leer, ¿a tí qué te
importa?
- Me importa mucho; porque soy yo el que arrastra este carro. Soy yo
el que se rompe las costillas sobre el surco, yo. Y no quiero mantener
señoritos. No va a esta.rse él cómodo y nosotros ¡a pasarlas duras!·
Juan reaccionó con violencia. No le faltaban palabras, y no había
nacido para poner la otra mejilla. Antonio alzó la mano.
José miraba espantado. Margarita quiso ponerse en medio, pero Juan
fue golpeado, como muchas otras veces. Eran pocos sus doce años
contra los diecinueve de Antonio.
Ya en cama, Juan lloró de rabia, más que de dolor. Muy cerca de él
lloraba también su madre, que aquella noche, tal vez, no durmió.
A la mañana siguiente, Margarita había tomado una decisión. Y dijo a
Juan las más tristes palabras de su vida.
- Será mejor que te vayas de casa. Antonio no puede verte. Un día u
otro va a hacerte daño.
- ¿Y a dónde voy?
Juan estaba apenadísimo. Y también Margarita. Le indicó ésta algu-
nas haciendas, por las zonas de Moriondo y Moncucco.
- Me conocen a mí. Puede que alguno te dé trabajo, al menos por
algunos días. Y después, ya veremos.
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2.2 Page 12

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con el hatlllo entre la nlebla
Aquel mismo día le preparó el hatillo con unas camisas, sus dos
libros y una hogaza de pan. Era el mes de febrero. La nieve y el hielo
cubrían el camino y las colinas vecinas.
Juan salió a la mañana siguiente. Mamá Margarita se quedó mirán-
dole desde la puerta. Y agitó su mano, hasta que la niebla envolvió al
joven emigrante.
Llamó en las alquerías que le había indicado su madre. Le dijeron
que no tenían trabajo para un muchacho. Al atardecer, se habían aca-
bado la hogaza y la esperanza. Ya no le quedaban más que los Moglia.
"Pídeselo al señor Luis", le había dicho su madre.
Se detuvo ante el portón, que daba a la era. Un viejo estaba a punto
de cerrar. Le miró:
- ¿Qué buscas, chiquillo?
- Trabajo.
- Estupendo. Trabaja. Adiós-. Y siguió empujando el pesado por-
tón para atrancarlo. Juan se armó de coraje.
- Pero yo·quiero ver al señor Luis.
Entró. La familia Moglia estaba bajo un porche, mondando mimbres
para la viña. Luis Moglia, campesino de veintiocho años, le miró
extrañado.
- Busco al señor Luis Moglia.
- Soy yo.
- Me envía mi madre. Me ha dicho que viniera a su casa para traba-
jar de mozo, en el establo.
- ¿Y cómo te envía fuera de casa, así tan pequeño? ¿Quién es tu
madre?
- Margarita Sosco. Mi hermano Antonio me maltrata, y por eso ella
me ha dicho que venga a buscar una plaza, de mozo.
- Pobre muchacho, estamos todavía en el invierno, y hasta fines de
marzo no tomamos a nadie para el establo. Ten paciencia y vuélvete a
casa.
Juan se sintió acobardado y rendido. Rompió a llorar desespera-
damente.
- Acépteme, por favor. No me pague nada, pero no me haga volver
a casa. Ea, -dijo con toda la fuerza del desesperado-, me siento aquí
en el suelo y no me marcharé. Haga lo que quiera conmigo; pero yo no
me voy-. Y llorando se puso a recoger los mimbres.esparcidos por el
suelo y a mondarlos.
La señora Dorotea, en la flor de sus veinticinco años, se enterneció
ante aquel muchacho:
10

2.3 Page 13

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- Tómalo, Luis. Probémosle unos días.
También Teresa, muchacha de quince años, intervino a su favor. Era
hermana menor del amo, encargada de cuidar las vacas lecheras. Dijo:
- Yo ya soy bastante mayor para ir al campo con vosotros. Este
muchacho iría muy bien para el establo.
Así comenzó Juan Bosco, en febrero de 1827, la vida de mozo de
cuadra. Los Moglia eran una familia campesina acomodada, aun
cuando todos ellos trabajasen de sol a sol. Labraban sus tierras, viñe-
dos y campos. Cuidaban los bueyes y las vacas. Labraban sus tierras,
viñedos y campos. Cuidaban los bueyes y las vacas. Rezaban juntos.
Por la noche, se reunía toda la familia, en derredor del hogar, para rec_i-
tar el rosario. Los domingos, el señor Luis acompañaba a todos a la
"Misa mayor", que celebraba en Moncucco el párroco don Francisco
Cottino.
El trabajo de Juan, mozo de cuadra, no tenía nada de humillante ni
de excepcional. Por las granjas de los alrededores, a fines de marzo,
habría decenas de "mozos" como él. Era el camino normal para los
muchachos de familias pobres. Por la fiesta de la Anunciación (veinti-
cinco de marzo). pasaban los patronos por los caseríos, o iban a las
ferias, para asalariar muchachos-obreros para el año. Obreros para la
temporada y "a la igualada": ocho meses de trabajo firme (abril-
noviembre) a cambio de manutención, albergue y quince liras para ropa.
El mozo Juan Sosco era distinto de los demás. Era excesivamente
joven (le faltaban seis meses para cumplir los doce años), y, además,
llevaba consigo un sueño. Un sueño de verdad, un sueño tenido de
noche y con los ojos cerrados. El mismo lo contó.
un sueño que marca el futuro
"A los nueve años tuve un sueño, que me quedó profundamente gra-
bado en la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto
a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una
muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban,
muchos blasfemaban. Al oír las blasfemias, me metí en medio de ellos,
para hacerlos callar a puñetazos e insultos.
En aquel momento apareció un Hombre muy respetable, noblemente
vestido. Su rostro era tan luminoso que no se podía fijar en él la
mirada. Me llamó por mi nombre y me dijo:
- No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás
ganarte a estos tus amigos. Ponte, pues ahora mismo a enseñarles la
fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.
11

2.4 Page 14

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Aturdido y espantado, dije que yo era un pobre muchacho e
ignorante.
En aquel momento, los muchachos cesaron en sus riñas y blasfemias
y rodearon al que hablaba. Sin saber casi lo que me decía, añadí:
- ¿Quién sois vos para mandarme estos imposibles?
- Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo
en posible con la obediencia y la adquisición de la ciencia.
- ¿Cómo podré adquirir la ciencia?
Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio.
- Pero ¿quién sois vos?
·
- Yo soy el Hijo de Aquélla, a quien tu madre te acostumbró a salu-
dar tres veces al día. Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.
En aquel momento vi, junto a El, una Señora de aspecto majestuoso,
vestida con un manto que resplandecía como el sol. Viéndome cada vez
más desconcertado, me indicó que me acercarse a Ella, y tomándome
bondadosamente de la mano:
- ¡Mira! -me dijo. Al mirar me di cuenta de que aquellos muchachos
habían escapado, y vi en su lugar una multitud de cabritos, perros,
gatos, osos y varios otros animales.
- He aquí tu campo, he aquí en donde d~bes trabajar. Hazte
humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos
con estos animales, lo deberás tú hacer con mis hijos.
Volví entonces la mirada, y, en vez de los animales feroces, aparecie-
ron otros tantos mansos corderillos que, haciendo fiesta al Hombre y
la Sefiora, seguían saltando y balando a su alrededor.
En aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar. Pedí a la
Señora que me habl@se de modo que pudiera comprender, pues no
alcanzaba a entender qué quería representar todo aquello.
Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo:
- A su debido tiempo todo lo comprenderás.
Dicho ésto, un ruido me despertó y desapareció la visión. Quedé muy
aturdido. Me parecía que tenía deshechas las manos por los puñetazos
que me había dado, y me dolía la cara por las bofetadas recibidas.
Por la mañana, conté enseguida el sueño: primero, a mis hermanos,
que se echaron a reir, y, luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo
interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: 'Tú serás pastor".
Antonio, con dureza: 11Capitán de bandoleros". Mi madre: ''¡Quién sabe
si un día serás sacerdote¡" Pero la abuela dió la sentencia definitiva:
"No hay que hacer caso de los suenos".
Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca pude echar en olvido
aquel sueno".
Los años siguientes quedaron profundamente sef'íalados por el sueño.
12

2.5 Page 15

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Mamá Margarita había entendido (y también lo entendió pronto Juan)
que el sueño señalaba un camino.
Ciento ochenta páginas 1,111,a recordar
A los 58 años, casi nadie recuerda lo que le sucedió cinco años
antes. Pero casi todos se acuerdan, como si hubiera sucedido ayer, de
sus nueve, once, quince años. Aún se siente, por las pantorrillas, la
áspera corteza de los árboles por los que se trepaba. Parece que era
ayer, cuando se acariciaba el suave pelaje del perro, que saltaba sobre
nosotros con carreras frenéticas.
A los 58 años, por orden del Papa, Don Bosco escribió la historia de
sus primeros decenios. Con su memoria, semejante a un tomavistas
{con poca lógica y gran angular) llenó tres gruesos cuadernos (180
páginas). Confundió algunas fechas, 1 pero los episodios, los recuer-
dos, los detalles gozan de una frescura llena.de vida.
Al llegar a la undécima línea anotó: 11Quede claro que escribo única-
mente para mis queridísimos hijos salesianos, con prohibición de dar
publicidad a estas cosas, lo mismo antes que después de mi muerte". Y
subrayó estas palabras.
Los Salesianos le han desobecido 73 años más tarde, cerrando así un
largo y discutido problema de conciencia. Gracias a ello, hoy podemos
seguir en aquellos cuadernos de Memorias, las aventuras del muchacho-
campesino Juan Bosco, hasta en los detalles más insignificantes.
1Las fechas de la niflez de Don Sosco siguen siendo un problema difícil, aun para ros
especialistas, dado que los registros municipales del Piamonte empiezan en 1838 para los
nacimientos, y en 1866 para matrimonios y defunciones. Para al\\os anteriores hay que acu·
dir a los re.gistros parroquiales, que se remontan a 1625.
13

2.6 Page 16

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2
Pequeña pero intensa tragedia
"Mi madre se llamaba Margarita Occhiena, y era natural de Capriglio;
y mi padre, Francisco. Eran campesinos que ganaban honradamente el
pan de cada día, con el trabajo y el ahorro".
Juan Sosco vio la luz primera el 16 de agosto de 1815. Su madre le
llamaba Juanín, diminutivo familiar por todo el Piamonte.
Su primer recuerdo es la muerte del padre. Francisco Bosco había
comprado una casita y un pedazo de terreno. Mas, para mantener las
cinco personas que tenía en casa, prestaba sus servicios de criado en
casa de un vecino, propietario acomodado.
·
Una tarde del mes de mayo, a la vuelta del trabajo todo sudoriento,
cometió la torpeza de entrar en la húmeda y fría bodega del amo. Pocas
horas después, le sobrevino una violenta fiebre, probablemente una
pulmonía doble. En cuatro días se puso a la muerte. Tenía 33 años.
"No tenía yo aún dos- años -cuenta Don Bosco- cuando murió. mi
padre. No recuerdo ni su cara. Sólo me acuerdo de las palabras de mi
madre: "Ya no tienes padre, Juanín". Todos salían de la habitación del
difunto, y yo quería permanecer en ella a toda costa.
- "Ven, Juanín", -insistía mi madre dulcemente.
- "Si no viene papá, tampoco yo quiero ir" -respondía yo.
- "Ea, ven hijo; ya no tienes padre".
Y dicho esto rompió a llorar, me agarró de la mano y me llevó a otra
parte. Mientras, lloraba yo, viéndola llorar a ella. Y es que, en aquella
edad, ¿qué podía entender un niño? pero la frase "Ya no tienes padre",
quedó para siempre en mi memoria. Es el primer hecho de mi vida que
recuerdo".
14

2.7 Page 17

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Tiempos calamitosos
El segundo recuerdo de Juan es el del hambre sufrida aquel mismo
año.
I Becchi, pequeño caserío al que pertenecía la casita de la familia
Bosco, estaba integrado por diez casas esparcidas sobre un collado, en
medio de la amplia y ondulada campiña, cubierta de viñas y bosques.
Pertenecía el caserío al arrabal de Morialdo, como a cinco kilómetros
del ayuntamiento, Castelnuovo de Asti.
El año 1817 las colinas de Monferrato (Castelnuovo pertenece a la
faja norte de esa región) sufrieron, juntamente con todo el Piamonte,
dura penuria. Hielos por primavera y, luego, larguísima sequedad. Las
cosechas perdidas.
El hambre se apoderó de los pueblos. Hambre canina. Hambre que
dejaba morir a los mendigos por los prados, con la boca llena de
hierba ...
Un documento de aquel tiempo describe a Turín, capital de Piamonte,
invadida por una migración bíblica: hileras de gente demacrada y hara-
pienta abandonaban el campo; llegaban a la ciudad, desde valles y
montañas, grupos de familias que acampaban, ante iglesias y palacios,
con la mano tendida...
En aquel tiempo calamitoso se encontró Margarita con toda la familia
a cuestas. Tenía en casa a su suegra (la anciana madre de Francisco),
clavada por la parálisis en una silla poltrona, a Antonio (de nueve años)
hijo del primer matrimonio de Francisco, y a sus dos niños José y Juan
(de cuatro y dos anos). Campesina analfabeta, manifestó durante aque-
llos meses, toda la energía de su carácter.
11Mi madre alimentó la familia, mientras tuvo con qué hacerlo
-cuenta Don Bosco-. Después, entregó una cantidad de dinero a un
vecino, llamado Bernardo Cavallo, para que fuese en busca de comesti-
bles. Rondó éste por varios mercados, pero no pudo encontrar nada, ni
a precios abusivos. Volvió al cabo de dos días, hacia el anochecer.
Todos le esperábamos: cuando dijo que volvía con el dinero en el bolsi-
llo y que no traía nada, el miedo se apoderó de todos. Ya aquel día no
habíamos comido nada. Mi madre, sin apurarse, empezó a decir: "Mi
marido Francisco me dijo, antes ·de morir, que tuviera confianza en
Dios. Hijitos míos, pongámonos de rodillas y recemos...
"Tras una corta plegaria, se levantó y dijo: "Para casos extraordina-
rios, medios extraordinarios". Fuese a la cuadra, en compañía del señor
Cavallo, mató un becerro, y, haciendo asar una parte a toda prisa, logró
aplacar el hambre de la extenuada familia. Días más tarde pudo pro-
veerse de cereales, a precios enormes, traídos de muy lejos".
15

2.8 Page 18

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Entre las familias piamontesas del campo, hasta no hace muchos
años, matar un becerro era un acto de desesperación. El becerrillo que
engordaba en el establo era como una hucha que podía permitir al ven-
derlo en el mercado, la superación de una coyuntura difícil, como por
ejemplo, una enfermedad. Matarlo, era lo mismo que privarse de los
ahorros de la familia.
un suceso para cambiar .•a faz del mundo
Muerte, hambre, inseguridad. Son los primeros recuerdos de un chi-
quillo que será padre de muchos huérfanos, y dará el pan en sus casas
a infinidad de muchachos pobres.
La pequeña tragedia de la familia Bosco, asentada sobre una colina
desconocida, se unía a la gran tragedia que, como una tormenta, había
perturbado a Europa e Italia en los últimos decenios.
Veintiocho años antes (1789) había estallado en París la revolución
francesa, un suceso que cambiaría la faz del mundo. No intentamos, es
evidente, ni esbozar su historia; pero, nos .parece obligado señalar
algunos aspectos de.los hechos, que tuvieron profunda incidencia hasta
en la vida de Juan Bosco.
Toda Europa quedó saturada de repente por la novedad y la expecta-
tiva. En Italia rebotaba el eco de formidables mudanzas. Tras unos
siglos de sociedad petrificada por el dominio absoluto del rey y la
nobleza, Francia explotaba. Burguesía y pueblo reclamaban sus dere-
chos, el cese de los privilegios de la nobleza y del alto clero. A la luz
del sol se gritaba: "libertad" e 11igualdad'._
Se proclamaban los "derechos del hombre" y la 11soberanía del pue-
blo". "Todos los hombres nacen libres y con los mismos derechos... V
estos derechos son: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resisten-
cia a la opresión. La fuente de toda soberanía está esencialmente en la
nación" (Preámbulo de la Constitución de 1791}. Para mantener estos
derechos (no los de la dinastía real) fa armada francesa combatía con-
tra las demás naciones europeas.
Al igual que en toda época de cambios radicales, se mezclaban, sin
embargo, formidables y justísimas decisiones con injustas y facciosas
violencias.
Los grandes burgueses, que conducían la revolución, hicieron reco-
nocer el derecho de voto solamente para los propietarios. "La interven-
ción en las decisiones gubernativas de un pueblo, privado de instruc-
ción y de autocontrol -declararon- lleva fácilmente a excesos".
16

2.9 Page 19

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La revolución, por tanto, abolía todos los privilegios, pero se detenía
frente al de la riqueza. Los burgueses obtenían la libertad, pero los
pobres se quedaban tan pobres como estaban.
Por otra parte, la· "revolución paralela", llevada a cabo a la par por los
grupos populares y campesinos, parecía darles la razón.
Los campesinos franceses asaltaban los castillos de la nobleza y los
quemaban. A la vez (eran años de tremenda carestía) impedían, por
medios violentos, la circulación de cereales, y trataban cerdaderas bata-
llas contra grupos hambrientos que vagaban desesperados en busca de
alimento.
El pueblo de París prendía hogueras revolucionarias violentas y
repentinas. El rey Luis XVI, asediado por la gente, se vio obligado a
encasquetarse el gorro revolucionario y a brindar por la salud de la
nación. Veinte días más tarde era arrastrado a la prisión con toda su
familia.
Desde agosto de 1792 hasta julio de 1794, la "revolución paralela"
tomó el poder. Los burgueses fueron sustituidos por "representantes
populares" a la cabeza de la nación, que se empeñaron en transformar
la "revolución de la libertad" en "revolución de la igualdad".
Desdichadamente. algunos éxitos fueron desastrosos.
En septiembre, grupos armados del pueblo asaltaron las prisiones
repletas de aristócratas y de presuntos conspiradores, y asesinaron a
más de mil personas.
En enero de 1793 se reconoció culpable de traición al rey y fue
guillotinado.
El mismo 1793 se inició el "período del terrorº. Se aplicó el crimen de
traición a toda persona 11sospechosa" de ser enemiga de la revolución.
En octubre, se condenaba a la guillotina a 177. En julio del año
siguiente a 1.285. Se liquidaba sin pararse en pelillos, sin el más
mínimo proceso a los ºenemigos de la revolución".
Al mismo tiempo se procedía a una masiva "descristianización":
prohibición del culto cristiano, cierre de iglesias, destrucción de símbo-
los cristianos, persecución de sacerdotes, sustitución de Dios por el
"culto de la Razón" (con vergonzosas mascaradas en la misma catedral
de París).
Europa miraba espantada. Los sucesos de París parecían manifesta-
ciones de la locura colectiva. Hasta las personas más progresistas, que
al principio habían simpatizado con la revolución, estaban desconcer-
tadas.
Cuando, más tarde, se hablará con miedo de ..revolución", se pensará
en el período del terror de París. Con el término despreciativo de "revo-
17

2.10 Page 20

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lución democrática" se querrá indicar el "populacho desencadenado
por el desorden y la violencia".
un general de veintisiete años: Napoleón
En juliode 1794 el terror y la "dictadura popular" terminaron conde-
nando a muerte a sus propios jefes: los fanáticos "jacobinos" Robespie-
rre, Saint Just, Couthon.
La revolución sufrió un fuerte viraje 11burgués". La nueva Constitución
(lanzada en 1795) reconoció el derecho de voto solamente a 30.000
personas (París tenía 600.000 habitantes). La dirección del país quedaba
restringida al ceto de los grandes propietarios. Y se realizaba enseguida
una ulterior "regresión": el régimen republicano se transformaba sin
más en "imperio".
1796. Un ejército de la revolución llega a Italia capitaneado por un
general de 27 años, Napoleón Bonaparte. En el Valle de Padua derrota
a los Austriacos tras batallas encarnizadas. Los soldados franceses
hablan de fraternidad, igualdad, libertad. Pese a las sombras del terror,
esas palabras encienden enormes entusiasmos en las jóvenes genera-
ciones. El reino de Cerdeña (Piamonte-Saboya-Cerdeña) anda revuelto.
El rey sale para el destierro.
Pero Napoleón es un genio inquieto. Más que el triunfo militar, persi-
gue luminosas y sangrientas metas de gloria militar.
Las trágicas vicisitudes de aquellos años las estudian hoy los niños
de los primeros cursos elementales. En 1799 Napoleón anda por Egipto,
y los Austro-Rusos invaden de nuevo el norte de Italia: los cosacos
(tupidas y largas barbas, picas amenazadoras) jinetes sobre pequeños
caballos de la estepa, penetran en las ciudades. Vuelve Napoleón, y con
él la guerra, sembrando la miseria hasta por los ricos campos del Valle
del Po.
Después, Napoleón oprime a todas las regiones de Italia arrancándo-
las dineros y soldados: le sirven para la guerrilla de España y la expedi-
ción a Rusia. Invade aquel lejano y misterioso País a la cabeza del más
grande ejército de todos los tiempos. Llega al rígido invierno de Moscú
y con él la gran caída y la desastrosa retirada. Napoleón se ve morir
junto a 600.000 hombres. Entre ellos hay 25.000 italianos. 20.000 ya han
caído en España.
Del 16 al 19 de octubre de 1813, en Leipzig, la gigantesca "batalla de
las naciones" señala el fin del gran Imperio francés y (en la mente de
muchos) el enterramiento de los ideales de la Revolución.
18

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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Una vez más cruzan los Alpes y bajan a las llanuras del Po, los aus-
triacos, alemanes y croatas. Dicen que vienen a "liberar a 1talia11 Pero,
como todos los "liberadores", no han sido llamados por nadie, y se
cobran robando por pueblos y ciudades. Tras la última convulsión de
los "cien días" y la batalla de Waterloo, Napoleón acaba sus días en un
islote del Atlántico.
Europa e Italia están rendidas, cubiertas de ruinas y de huérfanos.
Los campos asolados por la guerra, despoblados por "las levas" que
requisaban a la fuerza a los jóvenes para llevarlos a morir en los lejanos
campos de batalla...
·
La gente que gritó durante años "libertad", busca ahora la paz.
En medio de esta gran tragedia de los pueblos vivió la familia Sosco,
en 1817, su pequeña pero intensa tragedia.
El rey retrasa el reloj quince años
Juan Sosco aprenderá en los libros de historia que ha nacido en los
albores de una nueva época, llamada "restauración". Iniciada el 12 de
noviembre de 1814,- con la apertura del Congreso de las naciones ven-
cedoras en Viena, duraría en la mayor parte de Italia hasta 1847, princi-
pio del "Risorgimento".1
La restauración es una época de grandes equivocaciones. Los reyes
destronados por la Revolución y por Napoleón, vuelven, por voluntad
del Congreso, a sus tronos, y pretenden, con unos rasgos de pluma,
cancelar veinticinco años de historia.
Italia fue dividida, en la fiesta de Viena, como si fuera una torta, en
ocho pedazos: el Reino de Cerdeña (comprendiendo Piamonte, Cer-
deña, Saboya, Niza y adjuntándole la república de Génova)i el Reino
Lombardo-Véneto (estrechamente sometido a Austria), el Ducado de
Módena, el de Parma y Piacenza, el Gran Ducado de Toscana, el Prin-
cipado de Lucca, los Estados Pontificios y el Reino de las Dos Sicilias.
Víctor Manuel I vuelve a Turín. En una carroza de gala, cercado de
nobles, vestidos a la antigua usanza, con peluca empolvada y coleta.
La gente aclama al rey por las calles. Los campesinos, sobre todo,
quieren la paz, más que nada. Pero las pelucas empolvadas de la
nobleza la quieren garantizar reconstruyendo "todo como antes". Des-
conocen las nuevas realidades, positivas, que, pese a haber nacido en
1 Período de la independencia italiana.
19

3.2 Page 22

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medio de las sangrientas campañas de Napoleón, se han robustecido
en Italia.
La historia ha ido caminando y no hay quien pueda hacerla volver
atrás. La burguesía se ha consolidado comó una clase nueva. El comer-
cio y los hombres viajan a través de la sólida red de carreteras cons-
truidas por los ingenieros napoleónicos.
Durante centenares de años, una gran masa de la población italiana
nació, vivió y murió en la misma granja, en el mismo pueblo, petrificada
en sus pequeñas autarquías, en sus costumbres seculares. Los solda-
dos napeleónicos rompieron aquella inercia. La emigración interior, si
bien provocada por causas trágicas, se convirtió en un fenómeno de
masas.
Periódicos y libros viajan también en las diligencias. Son pocos los
que saben leer, pero la curiosidad es ya una condición extendida. Los
pocos lectores comunican noticias, los horizontes se amplian. Francisco
IV de Módena denunciará en el congreso de Lubiana (1821 ): "La liber-
tad de prensa, la difusión de las escuelas, la libertad dada a todos para
aprender a leer y escribir: esa es la mala simiente, de la que nacen las
revoluciones".
La agricultura experimenta enseguida en Piamonte un nuevo y vigo-
roso desarrollo. Se acaba con los últimos bosques de llanuras y colinas.
Se abren amplias zonas para el cultivo. Se plantan millares de moreras,
que permiten un rápido desarrollo para el cultivo del gusano de seda.
Pronto van surgiendo por doquier manufacturas, talleres, grandes
máquinas. La industria se abre paso, los precios se estabiiizan.
Víctor Manuel 1, al día siguiente de su vuelta, revoca las leyes de los
últimos quince años y pone en vigor las de antes de Napoleón. Los
nobles y el alto clero recuperan sus privilegios. La burguesía pierde de
repente muchos de sus codiciados derechos.
Consecuencias: mientras el rey retrasa su reloj 15 años, los burgue-
ses intelectuales (como Silvio Péllico) emigran a Milán; la juventud de
las mejores familias se inscribe en las. sociedades secretas y pone sus
esperanzas en un príncipe jovencí$imo de la casa Saboya-Garignano,
de nombre Carlos-Alberto, que parece sensible a los tiempos nuevos.
Los ecos de todo esto llegan muy apagados a las colinas de Monfe-
rrato, donde vive Juan Bosco los años pobres y serenos de su infancia.
20

3.3 Page 23

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J
Los años del hogar
Margarita tenía 29 años, al morir su marido. Muy joven todavía para el
peso que debía sostener. Pero no empleó muchos días para compade-
cerse de sí misma. Se arremangó los brazos y empezó a trabajar.
En casa había ollas que fregar, había que lavar la vajilla, ir a buscar
agua, arreglar las habitaciones. Esto en los momentos "libres"; las
horas "buenas" era para el campo y el establo.
Al igual que otras robustas campesinas, cortaba la hierba, araba,
sembraba, segaba el trigo, agavillaba, lo llevaba a la era, trillaba.
Cavaba las viñas, pensaba en la vendimia y en el trasiego del vino.
Tenía las manos ásperas por el trabajo y sabía acariciar suavemente a
sus niños. Porque, es verdad, era una trabajadora, pero ante todo era la
madre de sus hijos.
Con firmeza y dulzura supo llevarles adelante. Cien años más tarde,
escribirían los psicólogos que el niño necesita, para madurar bien en la
vida, el amor exigente de un padre, y el sereno y alegre de la madre. Y
dirán que los huérfanos corren el peligro del desequilibrio afectivo
hacia una sola vertiente: la afeminación sin nervio, para los hijos de
mamá; la aridez ansiosa, para los hijos de papá.
Mamá Margarita encontró en sí misma un equilibrio instintivo que le
hizo unir y alternar la firmeza serena con la alegría tranquila. Don
Sosco, en su estilo educativo, debe mucho a su madre.
una persona grande
"En la base y en el vértice de su pedagogía instintiva -escribe
Auffray- Margarita Occhiena colocó el sentido religioso de la vida".
Dios te ve, era una de sus expresiones más frecuentes. Dejaba que
sus niños fueran a brincar por los prados vecinos y les decía, al salir:
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3.4 Page 24

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"Acordaos de que Dios os ve". Si les veía rumiando pequeños rencores.
o a punto de inventar una mentira, para salir de apuros: 11Acordaos de
que Dios ve hasta vuestros pensamientos".
Pero no era un Dios-carabinero el que ella iba esculpiendo en la
mente de s.us pequeños. Cuando, de noche, lucían las estrellas y ellos
tomaban el fresco en el umbral, ella les decía: "Fue Dios quien creó el
mundo y puso allá arriba tantas estrellas". Y cuando los prados se
cubrían de flores, murmuraba: "Qué de cosas bonitas ha hecho Dios
para nosotros". En la siega, en plena vendimia, mientras cobraban
aliento, les decía: "Demos gracias al Señor. Qué bueno ha sido con
nosotros. Nos ha dado el pan de cada día".
Después de la tormenta y el granizo, que lo habían asolado todo, la
mamá invitaba a reflexionar: 11 EI Señor nos los dió, el Señor nos lo
quitó. El sabrá por qué. Si hemos sido malos, recordemos que con Dios
no se juega".
Así que Juan aprendió a ver, junto a la mamá, junto a los hermanos,
junto a los vecinos, a otra persona, a Dios. Una persona grande. Invisi-
ble, pero presente por doquiera. En el cielo, en los .campos, en el rostro
de los pobres, hasta en la voz de la conciencia, que iba diciendo: "Has
hecho bien, has hecho mal". Una persona en la que su madre ponía
confianza ilimitada e indiscutible. Era padre bueno y providente, daba el
pan de cada día, permitía, a veces, ciertas cosas (la muerte de papá, el
granizo sobre la viña) difíciles de entender: pero "El sabía por qué, y
eso bastaba.
El "mocho.. y la sangre1
Tenía Juan cuatro años, cuando su madre puso en sus manos por vez
primera tres o cuatro vergas de lino enriado para deshilachar. Un ,tra-
bajo fácil, pero trabajo. Así empezó a colaborar con la familia, que vivía
del trabajo de todos.
Más tarde, se unió a los hermanos para hacer los servicios de la casa:
ir por leña, encender el fuego soplando sobre las brasas escondidas
bajo la ceniza (para ahorrar las pajuelas cubiertas de azufre), sacar
agua del pozo, desgranar legumbres, barrer las habitaciones, limpiar la
cuadra, llevar las vacas al pasto, vigilar la cocción del pan en el horno...
1 Mocho, juego de niños, que consiste en hacer saltar al aire un trozo de madera afilado
por los extremos. para batirlo con un palo largo.
22

3.5 Page 25

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Pero, terminados estos pequeños trabajos (vigilados por la mamá),
llegaba el tiempo de jugar. No había que buscar espacio: la casa estaba
cercada de prados. Los amigos están esperando: muchachuelos fuertes,
llenos de vida, a veces bastos y deslenguados. Van en busca de madri-
gueras de topos, nidos de pájaros. Juegan partidas interminables.
Uno de los juegos que les gusta es "el mocho", un béisbol primitivo.
Una tarde entra Juanito en casa antes de tiempo, con la cara cho-
rreando sangre. El mazo de madera del "mocho" le ha dado violenta-
mente en un carrillo. Margarita está preocupada. Y mientras le cura:
- Un día vas a venir con un ojo fuera. ¿Por qué vas con esos chi-
cos? Ya sabes que hay alguno que no es muy bueno.
- Si es por darle gusto, no volveré más. Pero, mire, mamá, cuando
estoy yo con ellos, son mejores. No dicen palabrotas.1
Margarita le deja ir.
El atrevimiento va más deprisa que la estatura.
Juan tiene cinco años, José siete. Margarita les envía a apacentar un
hatillo de pavos. Los animales cazan insectos y los hermanitos juegan.
De pronto, José repasa sus dedos y grita. Falta un pavo.
Buscan con afán. Nada. Un pavo es muy grande, no puede perderse
así. Detrás del seto vivo, Juan descubre un hombre. Y piensa de
repente: "El lo ha robádo". Llama a José y se acerca resuelto:
- Devuélvanos el pavo.
El foras.tero le mira maravillado:
- ¿Un pavo? ¿Y quién lo ha visto?
- Usted lo ha robado. Sáquelo fuera. Y si no, gritaremos "¡al ladrón!"
y le darán a usted de palos.
Con cuatro azotes se puede hacer correr a dos chiquillos. Pero el aire
resuelto de aquel par le roba la calma.Hay campesinos por el contorno,
y si se ponen a gritar, todo puede suceder. Saca un saco del seto, y
extrae el pago.
- Quería gastaros una broma.
- No es una broma de hombre honrado -replican los chavales
mientras se va.
Por la noche, como siempre, se lo cuentan a la mamá.
- Os habéis librado de un peligro.
- ¿Porqué?
- Porque, ante todo, no estabais seguros de que fuese él.
~ostumbre de tratar de "usted" a los padres, duró en Piamonte casi hasta 1930.
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- Pero allí cerca no había nadie más.
- No basta eso para llamar a uno ladrón. Además, vosotros sois
unos chiquillos y él era un hombre. ¿ Y si os hubiera hecho algo?
- Entonces, ¿teníamos que dejarnos robar el pavo?
- No es malo tener valor. Pero es mejor perder un pavo, que quedar
mal parado.
- Hum, -murmura Juanito pensativo-. Será como usted dice,
mamá. Pero era un pavo precioso y gordo...
La vara en el rincón
Margarita era una madre dulcísima, pero fuerte y enérgica. Sabían
muy bien sus hijos que, cuando decía no, era que no. No había capri-
chos capaces de hacerle cambiar de parecer.
En un rincón de la cocina estaba siempre "la vara": un mimbre flexi-
ble. Nunca la usó, pero tampoco la quitó del rincón.
Un día hizo Juan una gorda. Tal vez, por las prisas de ir a jugar, dejó
abierta la conejera y los conejos se escaparon al prado. Menudo trabajo
hubo para poderlos recoger.
De vuelta en la cocina, señaló Margarita el rincón:
- Juan, trae la vara.
El niño se retiró hacia la puerta:
- ¿Que va usted a hacerme?
- Tráela y verás.
El tono era decidido. Juan la tomó, y entregándosela desde lejos:
- Quiere usted medir con ella mis espaldas...
- ¿Ycómo no, si me las haces tan gordas...?
- Mamá, no volveré a hacerlo.
La madre sonreía. Yel niño también.
Un día de sol achicharrador, Juan y José vuelven de la viña con una
sed de muerte. Margarita va al pozo, saca un cubo de agua fresca, y
con el cazo de cobre da de beber, primero, a José.
Juan pone cara de enfado. No le ha gustado la preferencia. Cuando
la mamá va a darle de beber a él, hace señales de que no quiere, Mar-
garita no dice nada. Lleva el pozal a la cocina y cierra la puerta. Pasa
un instante y entra Juan:
- Mamá...
- ¿Qué pasa?
- ¿Me da de beber también a mi?
24

3.7 Page 27

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- Creía que no tenías sed.
- Perdón, mamá.
- Así está bien-, y le acercó el cazo goteando.
Ocho años. Juanito es un chico estupendo. Sus carcajadas retumban.
Es pequeñito y fuerte. Tiene los ojos negros, los cabellos ensortijados y
tupidos como la lana de un cordero. Le gustan las aventuras y el peli-
gro..No se queja nunca de los rasguños en las pantorrillas.
Ya ha subido a más de un árbol para cazar nidos de pájaros. Pero
una vez le fue mal. Había un nido de currucas muy escondido en la
resquebrajadura de un tronco. Metió el brazo dentro hasta el codo, pero
luego no podía sacarlo fuera. Prueba que te probarás, mientras el brazo
se le hinchaba en aquella especie de mordaza, José, que le miraba
desde abajo, tuvo que ir corriendo a llamar a su madre. Margarita se
acercó con una escalerilla de mano, pero tampoco tuvo suerte. Se vio
obligada a ir en busca de un campesino con una hacha. Juan, mientras
tanto, sudaba y trasudaba. Y José siempre abajo (con más miedo que
él) le gritaba: "Aguántate fuerte ¡que ya llegan!"
El campesino envolvió el brazo del chiquillo en el delantal de Marga-
rita y comenzó a golpear el tronco. A los siete u ocho golpes, salió el
brazo fuera.
Margarita no tuvo valor para reñirle. Estaba más mortificado que un
perrito mojado. Solamente le dijo:
- No quiero que me hagas una cada día.
El dlablo en el desván
Una noche de otoño, está Juanito con su madre en casa de los abue-
los en capriglio. Es la hora de la cena. La numerosa familia está en
derredor de la mesa, envuelta en una oscuridad, apenas rota por la luz
del candil. Cuando he aquí que se oye ruido en el techo. Una, dos, tres
veces. Miran todos hacia arriba, sin apenas respirar. Una pausa silen-
ciosa. Y de nuevo, en ·e1 desván, un rumor misterioso, seguido de un
arrastramiento largo y· sordo. Las mujeres se santiguan, los niños se
aprietan contra sus madres.
Una vieja empieza a contar con palabras circunspectas cómo, en tiem-
pos pasados. se oían en el granero ruidos prolongados, gemidos, gritos
espantosos. "Era el diablo. Y ahora ha vuelto", murmuró santiguándose.
Juan rompió el silencio diciendo tranquilamente:
- Yo creo que es la garduña y no el diablo.
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Le hace callar por inoportuno. Y, mientras tanto, seguía un batacazo,
un largo arrastrarse, quejumbroso. El desván de madera, a donde todos
miran asustados, es un largo sotechado que sirve de granero.
Juanito rompe de nuevo el silencio brincando sobre la silla y diciendo:
- Vamos a ver.
- Estás loco. Margarita, deténlo. ¡Con el diablo no se juega!
Pero el muchacho está ya en pie, toma una candela, la enciende, aga-
rra un palo. Le dice Margarita:
- ¿No sería mejor esperar a mañana?
- Mamá, ¿también usted tiene miedo?
- No. Vamos a verlo juntos.
Suben las escaleras de madera. Se les unen otros, alumbrando con
velas y blandiendo palos. Empuja Juan la puerta del sotechado, levanta
la candela para ver mejor. Y una mujer grita apurada:
- Allí, en aquel rincón... ¡mirad!
Miran todos; un cesto de trigo, boca abajo, se tambalea, se mueve,
avanza. Juan da un paso adelante.
- ¡No! ¡Cuidado! ¡Es un cesto embrujado!
Lo agarra Juan con una mano y lo tfra al aire. Una gallina -gorda y
,desgreñada, allí prisionera, quién sabe desde cuánto tiempo, salta fuera
como una bala de fusil, cacareando.
En torno de Juan, ríen, ahora, todos como locos. El diablo era una
gallina. Se ve que el ligero cesto, estaba apoyado contra la pared en
equilibrio inestable. Como quiera que, metidos entre los mimbres, que-
daban algunos granos de trigo, había ido la gallina a picar y el cesto le
cayó encima, dejándola prisionera. Cansado de estar dentro y ham-
briento, el pobre animal buscaba la forma de salir, arrastrando el cesto
de un lado para otro, y el cesto iba golpeando otros objetos del desván,
provocando los batacazos y largos arrastramientos sobre el pavimento.
La rnancha de aceite crec~a
Margarita va al mercado de Castelnuovo, cada jueves. Lleva a cuestas
dos bultos con quesos, pollos y verduras para vender. Vuelve con telas,
velas, sal, y algún regalito para los niños, que salen a su busca a la
puesta del sol, corriento por el sendero.
Un jueves, durante una larguísima partida al "mocho", el pequetio
trozo de madera fue a dar en el techo.
- En el armario de la cocina hay otro -dice Juan-. Voy a
alcanzarlo.
26

3.9 Page 29

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Va corriendo. El armario es demasiado alto para él y tiene que
subirse a una silla. Se levanta sobre la punta de los pies, extiende bien
su brazo, y ¡patacrac! Un vaso de aceite que estaba sobre el armario
cae al suelo, se rompe y el aceite se exti~nde sobre las rojas baldosas.
José, al ver que su hermano tarda en volver, corre a galope. Contem-
pla el desastre y se lleva las manos a la boca:
- ¡Dios mío, la mamá esta noche...!
Quieren arreglarlo. Toman la escoba. Se dan prisa en recoger los tro-
zos. Pero la mancha de aceite ¿quién la quita? Se hace cada vez mayor.
como el miedo.
Juan guarda silencio durante más de media hora. Luego saca del bol-
sillo su navajita, va a la mimbrera, corta un hermoso mimbre flexible y se
pone a un lado a mondarlo. Mientras tanto, trabaja su mente: va estu-
diando lo que dirá a la mamá.
Al fin queda la corteza del nombre llena de adornos y dibujitos.
A la caída del sol, sale al encuentro de la madre. José se queda un
poco atrás. Juan, por el contrario, corre:
- Buenas tardes, mamá. ¿Cómo está?
- Bien. Y tú, ¿has sido bueno?
- Hum, mamá, mire -y extiende el mimbre embellecido.
- ¿Qué has hecho?
- Esta vez merezco que me pegue. Por desgracia, he roto el vaso de
aceite.
Le cuenta todo lo sucedido y termina:
- Le he traído un palo porque me lo merezco. Tómelo, mamá.
Y extiende el mimbre mirándola de arriba abajo, con sus ojillos medio
arrepentidos, medio pícaros.
Margarita le contempla un momento y después estalla en risas. Tam-
bién ríe Juan. Le toma la mamá por la mano y caminan hacia casa.
- ¿Sabes que me estás resultando un tunante, Juan? Me disgusta lo
del vaso de aceite pero estoy contenta porque no has venido a con-
tarme mentiras. Otra vez, presta más atención, porque el aceite anda
muy caro.
José, que ha visto deshacerse la tempestad que temía, se acerca
también. José, tiene ya diez años, crece sereno y tranquilo. Le falta la
vivacidad y el bullicio de Juan. Es paciente, tenaz, ingenioso. Quiere
mucho a la mamá y a su hermanito, y tiene un poco de miedo a
Antonio.
27

3.10 Page 30

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..so, tu madre, no tu madrastra..
Antonio tiene siete años más que Juan, y resulta un adolescente cada
vez más encerrado en sí mismo, con ciertas manifestaciones de violen-
cia y rusticidad.
Golpea a veces salvajemente a los hermanitos, y le toca a Margarita
correr para quitárselos de las manos. Probablemente sólo es un mucha-
cho hipersensible, traumatizado por la muerte de su madre y de su
padre, tan seguidas.
Tiene con Margarita un sentimiento de amor-odio, que le hace pasar
de momentos de ternura a golpes impresionantes de ira. A veces,
cuando es reprendido por sus caprichos, se abalanza contra ella con los
brazos en alto y los puños cerrados. Y grita con voz alterada:
"¡Madrastra!"
Margarita podría reducirle con cuatro bofetones {otras madres, en
estos tiempos, no tienen mucho escrúpulo en hacerlo). Pero le repugna
pegar. Nunca le ha levantado la mano. Sólo le repite con firmeza:
- Antonio, soy tu madre, no tu madrastra. Cálmate y razona. Verás
cómo te equivocas portándote así.
Cuando cesaba de hervir la rabia, Antonio se acercaba a pedir per-
dón. Pero se volvía a inflamar fácilmente, por lo que José y Juan pasa-
ban grandes sustos con tales escenas.
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4 Pages 31-40

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4
Tiempo primaveral
La vida de la familia Bosco es una vida pobre. Entre las pocas casas
de I Becchi, la de los Bosco es la más pobre. Es una construcción de
planta baja y un piso, que sirve de habitación, henil y cuadra.
En la cocina se guardan los sacos de maíz, y de la otra parte de una
delgada pared rumian dos vacas. En la planta superior, las habitaciones
para dormir, pequeñas y oscuras, de techo bajo.
Pobreza verdadera, pero no miseria, porque todos trabajan, y el tra-
bajo del campesino produce poco, pero produce. Las paredes están
desnudas, encaladas. Los sacos de maíz no son muchos, pero se vacían
despacio, y terminan por bastar. Las vacas tiran del carro y del arado.
Así que dan poca leche y mezquina. Pero es suficiente.
Por eso, a los muchachos de la casa Bosco no les alcanza la tristeza
ni la agresividad. En medio de la pobreza puede uno ser feliz, con
paéiencia.
Entre los ocho y los nueve años, Juan empieza a tomar parte activa
en el trabajo de la familia, a condividir su vida austera y dura.
Se trabaja de sol a sol, y el sol de verano se levanta pronto. A 11 quien
madruga, Dios le ayuda", decía Margarita a los muchachos al despertar-
les al alba. Con los ojos aún cerrados, tal vez se preguntaba Juanito en
dónde estaba la ayuda de Dios.
La colación de la mañana era de simple y puro alimento: una reba-
nada de pan solo y agua fresca. Juan aprende a cavar, a segar hierba, a
manejar la podadera, a ordeñar las vacas. Es todo un campesino. Viaja
a pie. La diligencia pasa lejos, por la carretera de Castelnuovo, y
cuesta. De noche se va a dormir sobre un jergón, lleno de hojas de
maíz.
Los ples del pobre
Si de noche había un enfermo grave en las casas vecinas, iban a des-
pertar a Margarita. Sabían bien que no se neJaba a echar una mano. Y
ella despertaba a uno de los hijos, para que le acompañase. Decía:
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- Vamos. Hay que hacer una obra de caridad.
"Hacer una obra de caridad". Con esta simple expresión, en aquellos
tiempos, se juntaban muchos "valores", que hoy llamamos generosidad,
servicio, entrega, amor verdadero, altruismo.
En el invierno -recordaba Don Sosco- venía a menudo a llamar a
nuestra puerta un mendigo. Había nieve y pedía dormir en el pajar.
Margarita, antes de dejarle acostarse en él, le daba un plato de sopa.
Después le miraba los pies. Las más de las veces en muy malas condi-
ciones. Las albarcas ya gastadas, dejaban penetrar el agua y el lodo.
Ella no tenía otro par para regalarle, pero le envolvía los pies con unos
trapos y se los ataba como mejor podía.
En una de las casas de I S.ecchi habitaba un tal Ceceo. Había sido
rico, pero todo lo había malgastado. Los muchachos se burlaban de él.
A veces le llamaban "cigarra". Las mamás, en efecto, se lo enseñaban a
los niños contándoles la fábula de la hormiga y la cigarra: "Mientras
nosotros trabajábamos como hormigas, él cantaba, se iba de parranda.
Andaba alegre como una cigarra. Y ahora, mira a qué se ha reducido.
Aprende".
El viejo tenia vergüenza de pedir limosna, y a veces pasaba hambre.
Margarita, cuando era ya de noche, dejaba sobre el alféizar un puche-
rito de potaje caliente. Ceceo iba a recogerlo, en medio de la oscuridad.
Juan aprendía. Antes la caridad, que el ahorro. Había un muchacho
que hacía de mozo en una alquería próxima. Se llamaba Segundo
Matta. Por la mañana, el amo le daba una rebanada de pan negro y
ponía en sus manos el ronzal de dos vacas. Tenía que llevarlas a pastar
hasta el mediodía. Al bajar al valle se encontraba con Juan, que llevaba
también las vacas al pasto, y tenía en la mano una rebanada de pan
blanco. Por aquel entonces, un pan así era un refinamiento. Un día
Juan le dijo:
- ¿Me quieres hacer un favor?
- Con mucho gusto.
- Me gustaría que nos cambiásemos el pan. El tuyo debe ser mejor
que el mío.
Segundo Matta ·se lo creyó, y durante tres meses -él mismo es quien
lo cuenta- siempre que se encontraban, se cambiaban el pan. Sola-
mente cuando llegó a hombre, el señor Matta se acordó de ello y
entendió que Juan Sosco era un hombre de buen corazón.
Bandidos por el bosque
Junto a la casa había un bosque. Más de una vez, al llegar la noche,
llamaban a la puerta de Margarita los "bandidos", perseguidos por los
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4.3 Page 33

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guardias,. Iban a pedir un plato de sopa y un saco de paja para
dormir.
Por cierto que Margarita no se espantaba con tales visitas. Estaba
acostumbrada. Durante los tiempos de Napoleón, eran muchos los
jóvenes que escapaban de las "levas". Llegaban al 70 por ciento en los
últimos años, al decir de los historiadores. Vivían por los bosques o en
las montañas, en grupos. Se daban al pillaje para vivir, o bien se ponían
a sueldo en las granjas a fuera de mano, con nombres supuestos. (Uno
de los "prófugos de la leva" de Napoleón, en Francia, fue Juan Vianney,
que trabajaba de campesino bajo el nombre de Vincent: un día sería el
santo cura de Ars).
Lo que preocupaba era que, a menudo, detrás de los bandidos apare-
cían los carabineros (acabados de organizar precisamente en aquellos
años por Víctor Manuel 1). Pero en casa Bosco reinaba una especie de
armisticio tácito. Los guardias, rendidos por la subida de la colina,
pedían a Margarita un vaso de agua, y hasta un trago de vino. Los
bandidos, desde el henil, oían sus voces y escapaban silenciosamente.
"Aunque muchas veces supieran quién andaba en aquel momento
escondido en casa -escribe Juan B. Lemoyne, el principal biógrafo de
Don Bosco, que sostuvo con él larguísimos coloquios durante los años
de Turín- disimulaban, y jamás intentaron una detención".
Juanito observa todo e intenta entenderlo. Ha sabido, por su madre,
que ºal principio" eran los soldados del régimen democrático los que
perseguían a las personas que seguían siendo fieles al rey. Ahora, los
perseguidores se han convertido en perseguidos. Los carabineros del
rey persiguen a los democráticos. Pronto han de volver a cambiar las
cosas. Los "colgados de la horca" (como el marqués Miguel de Cavour
llama por entonces a los democráticos) llegaran a ser ministros, jefes
de policía, dueños de la administración pública. Los perseguidos seran
otros.
Mamá Margarita, habituada a tales cambios, ofrece una cazuela de
caldo y una rebanada de pan a todo el que llame a su puerta, sin pre-
guntarle en qué partido milita. Tal vez podamos pensar que precisa-
mente estos sucesos hacen nacer en Juan Sosco la convicción de la
"relatividad" de la política y los partidos. Porque él creerá siempre en la
política, como en una componente de la vida discutible y variable. Lo
que él llamará "la política del Padre Nuestro".
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4.4 Page 34

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"Mi madre me enseñó a reza,..
La caridad de I Becchi se hacía por amor de Dios, no por filantropía o
por sentimiento. En la familia Sosco, el Señor era de casa. Margarita
era iletrada, pero sabía de memoria muchos pasajes de la Historia
Sagrada y del Evangelio. Y creía en la necesidad de rezar, esto es, de
hablar con Dios, para tener la fuerza necesaria para vivir y hacer el
bien.
"Mientras fui pequeñito -escribe Don Bosco- ella me enseñó las
oraciones. Me hacía poner de rodillas con mis hermanos por la mañana
y por la noche, y todos juntos rezábamos las oraciones".
El cura estaba lejos, y ella no esperó nunca a que hallase tiempo para
ir a enseñar el catecismo a sus hijos. He aquí algunas preguntas y res-
puestas del Compendio de la doctrina cristiana que Margarita había
aprendido de pequeña, y que enseñó a Juan, José y Antonio:
"P. ¿Qué debe hacer un buen cristiano por la mañana, apenas
despertado?
R. La señal de la Santa Cruz.
P. Una vez levantado y vestido, ¿qué debe hacer un buen cristiano?
R. Ponerse de rodillas, si puede, delante de una imagen devota, y
renovando con el corazón el Acto de fe, en la presencia de Dios, decir
con devoción: Os adoro, Dios mío...
P. ¿Qué se debe hacer antes de empezar a trabajar?
R. Ofrecer el trabajo a Dios".
Una de las primeras "prácticas religiosas", en las que Juanito parti-
cipó, fue en el Rosario. Era, por entonces, la oración de la tarde de
todos los cristianos. Repitiendo cincuenta veces el Ave María, también
los campesinos de I Becchi hablaban con la Virgen, más madre que
reina. Para ellos, el repetir cincuenta veces las mismas palabras no era
ningún contrasentido: durante la jornada habían clavado la azada cen-
tenares de veces en el surco, y sabían que, sólo así, se obtiene una
buena cosecha. Al desgranar el rosario, el pensamiento volaba a los
hijos, los campos, la vida, la muerte. Juan empezó a hablar así a la Vir-
gen y sabía que Ella le miraba y le escuchaba.
En las Memorias recuerda también Don Bosco su primera confesión:
"Fue mi madre a prepararme. Me acompañó a la iglesia, se confesó ella
primero, me recomendó al sacerdote. Después me ayudó a dar gracias".
Escuela durante el ..tlemPo de calma"
Probablemente Juanito acudió a la primera clase elemental, a los
nueve años, durante el invierno de ·1824-25. Por entonces las clases
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4.5 Page 35

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empezaban el 3 de noviembre y terminaban el 25 de marzo. Era el
"tiempo de calma" en los campos. Antes y después, hasta los bracines
de los chiquillos eran necesarios, lo mismo en casa que en el campo.1
Como quiera que la escuela municipal de Caltenuovo distaba cinco
kilómetros, su primer maestro fue un campesino que sabía leer. Des-
pués, su tía Mariana Occhiena, hermana de Margarita y sirvienta del
sacerdote-maestro de Capriglio, pidió al sacerdote un puesto en su
escuela para el sobrinito.
Don Lacqua accedió, y Juan estuvo como huésped de la tía proba-
blemente durante tres meses. Lo mismo sucedió durante el invierno de
1825-26. Pero, en aquella estación, Antonio (ya con sus diecisiete años)
empezó a poner mala cara.
- ¿Por qué enviarle todavía a la escuela? Sabiendo leer y firmar, ya
basta. Que tome la azada como hemos hecho los demás.
Margarita intentaba ponerle en razón:
- Según van pasando los años, hace falta más instrucción. ¿No ves
que hasta los zapateros y los sastres van a la escuela? Tener en casa
uno que sepa de cuentas, no será inútil.
Apenas aprendió a leer, los libros se convirtieron en su pasión. Se los
pedía prestados a don Lacqua, y se pasaba muchas tardes del verano, a
la sombra de un árbol, devorando sus páginas. Cuando iba con las
vacas al pasto, estaba dispuesto a cuidar las de los amigos, eón tal de
que le dejaran leer en paz.
Mas no se convirtió en un solitario. Le gustaba leer, pero le seguía
gustando jugar y trepar por los árboles.
Una tarde, juntamente con sus amigos, vio sobre la rama de una
robusta encina un nido de jilgueros. Subió hasta él y vió que había
pajarillos, a punto para meterlos en la jaula. Estaba el nido en la punta
de la rama.
Juan se lo pensó un poco y dijo a sus amigos: "Los agarro". Despa-
cio, despacio fue deslizándose por la rama, cada vez más delgada y fle-
xible. Alargó la mano, tomó los cuatro pajarillos y se los metió en el
seno.
Se trataba de volver atrás, a lo largo de la rama, que se había incli-
nado hacia adelante, con su peso. Se fue arrastrando despacio, cuando
de repente le re~balaron los pies. Se quedó colgado sólo de las manos,
a una altura de miedo. Con un golpe de habilidad y fuerza volvió a
1 La ensef'ianza elemental fue impuesta por la ley en 1822. Era obligatoria y gratuita.
Había que ensef'iar: lectura, escritura, religión y aritmética. Pero no todos los ayuntamientos
pudieron aplicar la ley.
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4.6 Page 36

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enganchar la rama con sus píes, pero luego ya no pudo moverse. Todo
esfuerzo para ponerse a caballo de la rama fue inútil. Le sudaba la
frente. Desde abajo, gritaban y saltaban los amigos, pero no resolvían
nada.
Cuando los brazos no le aguantaron más, se dejó caer en el vacío. Un
golpe tremendo. Quedó sin sentido unos minutos. Luego, logró
sentarse.
- ¿Te has hecho daño?
- Esperemos que no -logró susurrar.
- ¿Y los pajaritos?
- Aquí están. Vivos-. Metió la mano dentro de la camisa y los sacó.
-Pero me han costado caros...
Intentó caminar hacia su casa, pero temblaba de arriba abajo y tuvo
que sentarse de nuevo. Cuando pudo volver a ella y entrar, dijo a José:
- Estoy malo, pero no digas nada a mamá.
La cama surtió sus efectos, mas sintió durante muchos días los del
tremendo salto.
un mirlo pequeñito
Los pájaros le volvían loco. Había alcanzado un nido con un mirlo
pequeñito y lo había criado. En la jaula, entretejida con ramitas de
sauce, le enseñó a silbar. El pájaro aprendió. Al ver a Juan le saludaba
con un silbido modulado, saltaba alegre sobre los barrotes, le miraba
con un ojito negro-brillante. Era un mirlo simpático.
Pero, una mañana el mirlo no le saludó con su silbido. Un gato había
deshecho la jaula y se lo había comido. No quedaba más que un
mechón de plumas ensangrentadas. ·Juan se echó a llorar. Su madre
quiso calmarle, diciendo que todavía encontraría mirlos en los nidos.
Pero Juan siguió sollozando. No le importaban nada los otros mirlos.
Era a 11aquél", a su pequeño amigo, que se lo habían matado y no vol-
vería a ver, al que lloraba.
Estuvo triste unos días, sin que nadie, ni nada, pudiera devolverle la
alegría. "Finalmente -cuenta Lemoyne- se detuvo a pensar sobre la
inutilidad de las cosas de este mundo, y tomó una resolución superior a
su edad: se propuso no apegar más su corazón a ninguna cosa de la
tierra". Unos años m~s tarde, repitió las mismas palabras, con motivo
de la muerte de su amigo, y muchas otras veces.
Da gusto reconocer que Juan Bosco no llegó a cumplir nunca el pro-
pósito. También él, como nosotros, con corazón de carne, necesitaba
amar cosas pequeñas y grancies. Llorará con el corazón hecho pedazos
la muerte de don Calosso, de Luis Comollo, y al ver a los primeros
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4.7 Page 37

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muchachos detrás de los barrotes de la cárcel. Dirá de quien hacía
daño a sus muchachos: "Si no fuera pecado, les desharía con mis pro-
pias manos". Sus muchachos testimoniarán sobre él con insistencia
monótona: "Me quería mucho11 Uno de ellos, Luis Orione, escribirá:
"Caminaría sobre carbones ardiendo, para volver a verle una vez
siquiera,
y
decirle:
'gracias'
11
La ascética de aquel tiempo enseñaba que "apegar el corazón a las
criaturas" era malo. Mejor, no correr el riesgo, amando poco. La del
Vaticano 11, más evangélica, nos dirá que, es verdad, no hay que trans-
formar las criaturas en ídolos, pero que Dios nos ha dado el corazón
para amar sin miedo. El Dios de los filósofos es impasible. Pero el Dios
de la Biblia, no: El ama y se irrita, sufria y llora, tiene estremecimientos
de alegría y sonrisas de ternura.
su tierra
A los nueve años empieza el chiquitlo a salir del pequeño cascarón
de su familia, a mirar alrededor. Juanito miraba y descubría su propia
tierra. Hermosa, ondulada, tranquila. Allí crecían las moras, las viñas, el
maíz, el cáñamo. Pastaban las vacas y las ovejas. Los bosques extensos
y frondosos eran como manchas de un verde intenso. Los campesinos,
que labraban lentamente bajo el sol, eran hombres pacientes, tenaces.
Gente fiel a su propia tierra, en la que había echado raíces, como los
árboles. No tenían vergüenza de quitarse el sombrero ante el sacerdote
y ante Dios, y cuando cerraban la puerta de su casa, se encontraban
como reyes en medio de su familia.
Juan Bosco fue un gran hijo de Dios, pero también de su tierra. El
Cielo le dio la vocación, pero aquel clima, aquel aire, el carácter de
aquellas gentes la modelaron y alimentaron. En su voz arrastrará siem-
pre el acento dialectal de sus colinas y en el alma las huellas de su
tierra.
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4.8 Page 38

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5
Saltimbanqui
Los nueve años de Juanito están marcados por el "gran sueño": la
multitud de muchachos, el Hombre que le amonesta: "No con golpes,
sino con mansedumbre", la Señora que le predice: "A su tiempo lo
entenderás todo".
A pesar de las prudentes palabras de la abuela, aquella noche nació
una luz para el futuro. El sueño de los nueve años -escribe Pedro
Stella- condiciona el modo de vivir y de pensar de Juan Bosco. Y con-
diciona también la conducta de su madre durante el tiempo que sigue.
También para ella es la manifestación de una voluntad superior, una
señal clara de la vocación sacerdotal del hijo. Sólo así se puede expli-
car su tenacidad en conducir a Juanito por el camino que le había de
llevar hasta el altar.
En el sueño, Juan vio toda una turba de muchachos, y se le ordenó
que les hiciera el bien. ¿Por qué no empezar enseguida? Conoce ya a
algunos: a los compañeros de juego, a los mozuelos que viven en las
granjas esparcidas por el campo. Algunos son muchachos muy buenos,
otros son vulgares, blasfemos.
Durante el invierno, muchas familias se juntaban para pasar la velada
en alguna cuadra grande, donde bueyes vacas proporcionaban la
calefacción. Mientras cosían las mujeres y fumaban los hombres, Juan
empezó a leer a sus amigos los libros que le prestaba don Lacqua:
Guerino Meschino, Berta/do y Bertoldino, Los Pares de Francia. Alcanzó
un éxito rapidísimo. "Todos me reclamaban en el establo -cuen'ta él
mismo-. Allí se reunía gente de toda edad y condición. Y todos disfru-
taban escuchando inmóviles, durante cinco o seis horas, al pobre lec-
tor, de pie sobre un banco para que todos le vieran y oyesen".
El best-se/ler de aquellas veladas era Los Pares de Francia. Narraba
las maravillosas aventuras, un tanto complicadas, de Carlomagno y sus
paladines: Roldán, Oliveros, Ganelón el traidor, el obispo Turpín, las
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4.9 Page 39

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carnicerías de la espada mag1ca Durindaina. Escribe Don Sosco:
"Empezaba y terminaba las narraciones con la señal de la cruz y el rezo
del avemaría".
suena la trompeta en la colina
Al llegar la primavera cambian las cosas. Las historias no atraen.
Juan entiende que le toca hacer algo "más maravilloso", si quiere reunir
a sus amigos. ¿Qué hacer?
La trompeta de los saltimbanquis resuena por la colina cercana. Es la
feria. Juan va allí con su madre. Allí se compra, allí se vende, allí se
discute, allí se trampea. Y allí se divierte. La gente se amontona en
derredor de los prestidigitadores y acróbatas. Juegos de prestigio, ejer-
cicios de destreza dejan boquiabiertos a tos campesinos. También él
podría hacer eso mismo. Sólo que, antes, ha de aprender los secretos
de los equilibristas y los trucos de los prestidigitadores.
Pero los grandes espectáculos sólo se ven en la fiesta mayor del
pueblo: los equilibristas andan sobre la cuerda, los prestidigitadores
hacen "juegos de manos", sacan palomas y conejos de los sombreros,
hacen desaparecer a una persona, la cortan en dos y aparece luego
íntegra. También son admirados los "sacamuelas sin dolor".
Mas para contemplar estos espectáculos hay que pagar la entrada,
una perra gorda (diez céntimos). ¿De dónde sacarla? Margarita res-
ponde, después de ser consultada:
- Arréglatelas como puedas, pero no me pidas dinero. No tengo.
Juan se las arregla. Caza pájaros y los vende, fabrica cestos y jaulas
y contrata con los vendedores ambulantes, recoge hierbas medicinales
y las lleva al boticario de Castelnuovo.
De este modo alcanza poder colocarse en las primeras filas de los
espectáculos. Observa atentamente y entiende el equilibrio que da el
balancín sobre la cuerda, advierte el rápido movimiento de los dedos
que esconden el truco. Llega a descubrir trampas burdas.
Arrancar una muela cariada era, en aquellos tiempos, una tortura
para todos. El primer anestésico se empleó en América en 1846. Juan
asiste, en una feria de 1825, al espectáculo de "arrancar una muela sin
dolor", gracias a unos polvos mágicos. El campesino que se presta para
la operación tiene una muela que verdaderamente le duele mucho. El
prestidigitador, después de meter los dedos en los polvos, en medio del
fragor de trompetas y tambores, se la saca al tirón seco de una llave
inglesa que 11·eva escondida bajo la manga. El campesino se pone en
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4.10 Page 40

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pie gritando, pero las trompetas arman barullo, y el prestidigitador lo
abraza casi hasta ahogarle, gritando: "¡Gracias, gracias! ¡Un éxito
rotundo!" Juan es uno de los pocos que ha visto resbalar la llave
inglesa, y se va riendo.
En casa ensaya los primeros juegos. "Los repetía día tras día, hasta
aprenderlos". Para hacer salir un conejillo del sombrero, para andar
sobre la cuerda floja, se requieren meses de ejercicio, de constancia, de
revolcones. "¿Lo creeréis? -escribe Don Sosco- a mis once años
hacía juegos de manos, daba el salto mortal, caminaba con las manos,
saltaba y bailaba sobre la cuerda como un profesional".
Espectáculo en el prado
Por la tarde de un domingo, en pleno verano, Juan anuncia a sus
amigos su primer espectáculo. Sobre una alfombra de sacos extendidos
sobre la hierba, hace milagros de equilibrio con botes y cacerolas sos-
tenidas en la punta de la nariz. Hace abrir de par en par la boca a un
joven espectador y le saca fuera una docena de pelotitas coloradas.
Trabaja con la varita mágica. Y, al fin, danza sobre la cuerda y camina
por ella, entre los aplausos de los amigos.
Corre la voz de casa en casa. Aumenta el público: pequeños y gran-
des, muchachas y muchachos, hasta los viejos. Los mismos que le oían
leer en el establo Los Pares de Francia, ahora le ven hacer bajar, desde
las narizotas de un ingenuo campesino, un río de monedas, cambiar el
agua en vino, multiplicar los huevos, abrir el bolso de una señora y
sacar volando una paloma. Ríen, aplauden.
Hasta su hermano Antonio iba a ver los juegos -escribe Lemoyne-,
pero nunca se ponía en las primeras filas. Se escondía detrás de un
árbol, aparecía y desaparecía. A veces, se burlaba del pequeño
saltimbanqui:
- Mira el payaso ése ¡el gandul! Yo me rompo las costillas en el
campo y él ¡haciendo de charlatán!
Juan sufría. Alguna vez suspendía el espectáculo, para volverlo a
empezar doscientos metros más allá, en donde Antonio acaba por
dejarle en paz. Aquel muchacho era un charlatán "especial". Antes de
empezar el último número, sacaba del bolsillo el Rosario, se ponía de
rodillas e invitaba a todos a rezar. O bien, repetía el sermón oído por la
mañana en la parroquia. Era la entrada que pedía al público y que hacia
pagar a chicos y grandes. Más tarde, Juan será muy generoso para
regalar su trabajo, pero, a fe de buen piamontés, exigirá siempre un
38

5 Pages 41-50

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5.1 Page 41

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precio: no en dinero, pero sí en compromisos con Dios y con los
muchachos pobres.
Y después, el brillante final. Ataba una cuerda a dos árboles, subía a
ella y caminaba, sosteniendo un rudimental balancín, entre improvisa-
dos silencios y aplausos frenéticos.
"Tras algunas horas de diversión -escribe-, cuando yo estaba bien
cansado, cesaban los juegos, se hacía una breve oración y cada cual
volvía a sus quehaceres".
Primera comunión
La Pascua de 1826 cayó en el 26 de marzo. Aquel día hizo Juan su
Primera Comunión, en la iglesia parroquial de Castelnuovo. Así la
recuerda él:
"Mi madre estuvo a mi lado. Durante la cuaresma, me había ayudado
a confesarme tres veces. "Juanito mío -me repitió varias veces-, Dios
te va a dar un gran regalo; procura prepararte bien. Confiésalo todo,
arrepentido de todo, y promete a nuestro Señor ser mejor en lo porve-
nir". Todo lo prometí; si después he sido fiel, Dios lo sabe.
"Aquella mañana me acompañó a la sagrada mesa, e hizo conmigo la
preparación y acción de gracias. No quiso que durante aquel día me
ocupase en ningún trabajo material, sino que lo empleara en leer y
rezar. Me repitió muchas veces:
"Este es un gran día para ti. Dios ha tomado posesión de tu corazón.
Prométele que harás cuanto puedas, para conservarte bueno hasta el
fin de la vida. En lo sucesivo, comulga con frecuencia; dilo todo en con-
fesión; sé siempre obediente; ve, de buen grado, al catecismo y a los
sermones; pero, por amor de Dios, huye como de la peste de los que
tienen malas conversaciones".
"Recordé los avisos de mi madre y procuré ponerlos en práctica, y
me parece que, desde aquel día, hubo alguna mejora en mi vida, sobre
todo en la obediencia y en la sumisión a los demás, que al principio me
costaba mucho".
El invierno más duro de la vida
El invierno siguiente fue para Juanito el más duro de la vida.
Había muerto la abuela (madre de Francisco). y Antonio, con sus 18
años, andaba cada vez más "lejos" de la familia. Sus cuartos de hora de
violencia se hicieron más frecuentes.
39

5.2 Page 42

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En los últimos días de octubre, indicó Margarita la posibilidad de
enviar a Juanito un año más a la escuela de don Lacqua. Así podría
aprender los primeros rudimentos de latín. Antonio reaccionó brus-
camente:
- ¿Qué latín ni qué ocho cuartos? ¿Para qué queremos el latín en
casa? ¡Trabajar! ¡Trabajar es lo que hace falta!
Con toda probabilidad, indicó Margarita la posibilidad de una carrera
eclesiástica para Juan, pero Antonio debió opinar que era una utopía
irrealizable. "Para hacer un r.ura -oirá decir muchas veces Juan- se
necesitan diez mil liras". Una cantidad disparatada, para una familia
campesina de aquellos tiempos.
Con la excusa de llevar unos recados a la tía Mariana y al abuelo, que
vivían en Capriglio, Juan logró ir más de una vez hasta don Lacqua,
durante el invierno 1826-27. Pero Antonio tragaba quina. Hasta que un
día estalló la guerra. Lo cuenta el mismo Don Bosco:
"Un día delante de mi madre, y, después, delante de mi hermano
José, dijo Antonio con tono imperativo:
- ¡Ya he aguantado bastante! ¡Quiero acabar con tanta gramática!
Yo me hice grande y fuerte, y nunca vi un libro.
Dominado en aquel momento por el pesar y la rabia, respondí lo que
no debía:
- Tampoco el burro ha ido a la escuela y es más grande que tú.
A tales palabras se puso furioso y, gracias a mis piernas, pude
ponerme a salvo de una lluvia de golpes y pescozones. Mi madre estaba
afligidisima. Yo lloraba".
·
Entre tensiones, cada vez más enconadas, las cosas marcharon ade.:
lante durante algunos días. Antonio era testarudo, Juan no se dejaba
poner los pies encima y reaccionaba vivazmente. Después, por un libro
que Juan había colocado en la mesa junto a su plato, estalló la escenita
que hemos contado al empezar estas páginas. Juan no pudo escapar y
fue maltratado por el hermano.
Fue a la mañana siguiente, cuando Margarita le dijo aquellas tristes
palabras: "Es mejor que te vayas fuera de casa".
Y en un día nebuloso de febrero, llegó Juan a la granja Moglia, en la
que fue aceptado como mozo, gracias a su afligido llanto.
40

5.3 Page 43

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6
Tres años en la granja
y uno en la casa Rectoral
Habían pasado algunos días. Luis Moglia dijo a Dorotea:
- No hemos hecho mal negocio, al ajustar a ese muchacho.
Juan Bosco se había puesto a trabajar con todo ahínco y parecía
voluntarioso y obediente. Su trabajo consistía en cuidar el ganado. Lo
más pesado era rehacer cada mañana "la cama" de paja fresca para las
vacas, y sacar fuera el estiércol con la horca y la carretilla. Después, ·
estregar los animales, llevarlos al abrevader~. subir al henil y echar
hierba en los pesebres para todo el día, ordeñar las vacas.
Es evidente que todo aquel trabajo no lo hacía Juan sólo: estaba a las
órdenes del "vaquero" que le confiaba los trabajos más adaptados a su
edad.
A la hora del rosario, por la noche, demostró Juan tal desparpajo,
que la señora Dorotea le invitó, más de una vez, a dirigirlo.
Los Moglia le asignaron, para dormir, un cuartucho limpio con una
buena cama. Más de lo que tenía en I Becchi, en donde había de condi-
vidir la habitación con José, y tal vez también con Antonio. Al cabo de
unas noches, Juan se atrevió a encender un cabo· de vela, y a leer
durante una horita uno de los libros que don Lacqua le había prestado.
Nadie le dijo nada, y él continuó.
Por la noche del sábado, pidió permiso al amo para ir a la mañana
siguiente temprano a Moncucco. Volvió para el desayuno, y a la diez
acompañó al señor Luis y a toda la familia a "Misa mayor".
Como quiera que los sábados siguientes también pidiera el extraño
permiso, quiso saber Dorotea a dónde iba el muchacho: que, al fin, ella
era la responsable ante su madre. Se fue a Moncucco antes del alba, y
vio, desde la casa de una amiga, como llegaba Juan e iba a la iglesia.
Allí le vio acercarse al confesonario del párroco, oír la primera Misa y
comulgar.
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Por aquella época se comulgaba de tarde en tarde. Durante la "Misa
Mayor" (a la que asistía toda la gente del lugar) ni siquiera se distribuía
la Comunión. El que quería comulgar debía acudir a la "misa rezada",
que el párroco celebraba de buena mañana.
Dorotea, acompañándole a casa, le dijo: "De hoy en adelante, cuando
quieras venir a misa rezada, puedes hacerlo. No hace falta que pidas
permiso".
Juan confió al párroco don Cottino, con el cual se confesaba, su
deseo de llegar a ser sacerdote, y también sus dificultades. Don Cottino
le animó a confesarse y comulgar cada semana, a rezar durante el día y
a confiar en el Señor: si El lo quería, se resolverían las dificultades. Le
animó para que no interrumpiera del todo sus estudios: más aún, si
fuera compatible con su trabajo, se brindaba a darle alguna lección de
latín. Mientras tanto, podía prestarle libros.
Por dos granos cuatro espigas
El anciano José, tío del amo, volvía un día del campo, empapado en
sudor, con el azadón al hombro. Era el mediodía, y sonaba la campana
de la torre de Moncucco. El viejo, cansado, se sentó sobre el heno para
descansar un rato. Un poco más allá, vio a Juan de rodillas en la
hierba: rezaba el Angelus, como mamá Margarita le había enseñado a
hacer por la mañana, al medio día y a la tarde.
Medio en broma, medio en serio, gruñó José:
- ¡Bravo! Los amos a romperse las costillas, de la mañana a la
noche hasta no poder más. Y ¡el mozuelo a rezar en santa calma y
santa paz!
Juan, también, medio en serio, medio en burla, respondió:
- Cuando hay que trabajar, ya sabe, tío José, que no me quedo
atrás. Pero mi madre me ha enseñado que, cuando se reza, por cada
dos granos nacen cuatro espigas; y si no se reza, por cada cuatro gra-
nos nacen sólo dos espigas. Por lo tanto, será mejor que también usted
rece un poco.
- ¡Adiós! -concluyó el viejo-. Ahora, hasta tenemos un cura en
casa.
Al llegar la primavera, le tocaba al mozo sacar las vacas al pasto: cui-
dar de que no invadiesen los prados ajenos, que no comiesen hierba
demasiado mojada, que no se descornasen.
Sentado a la sombra de un árbol, mientras pacían los animales, Juan
halló tiempo para sus libros. Luis Moglia no se quejaba, pero meneaba
la cabeza:
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- ¿Por qué lees tanto?
- Porque quiero ser cura.
Y ¿no sabes que, hoy, hacen falta, al menos, de nueve a diez mil liras
para estudiar? ¿Dónde las vas a encontrar?
- Si Dios lo quiere, alguien pensará en ello.
A veces, va a jugar a los prados Ana, la hija mayor de los Moglia.
Tiene 8 años. Ve a Juan leer su libro, en vez de mirarle a ella los ojos, y
se molesta:
- Basta de leer, Juan.
- Es que quiero ser cura, y tendré que predicar y confesar.
- Sí, cura {dice burlándose la chiquilla-. Tú serás vaquero.
Un día, Juan le respondió:
- Tú, ana, ahora te burlas de mí, pero un día irás a confesarte
conmigo.
(Ana se casó y vivió mucho tiempo en Moriondo. Contó muchas
veces a sus hijos este episodio. Cuatro o cinco veces al año iba a Val-
docco, a confesarse con Don Sosco: Y él la recibía con alegría, como a
una hermana).
Al volver el invierno, los amos le permitieron ir alguna vez a clase con
don Cottino. Pero eran pocas lecciones, y tan distanciadas una de otra,
que resultaban inútiles.
En cambio, el trato con el párroco le facilitó la amistad con los
muchachos de Moncucco. El portal de entrada en la rectoral, que servía
de escuela durante la semana, se transformaba los domingos en un
pequeño oratorio festivo. Juan Sosco hacía juegos de manos, leía las
páginas más llenas de aventuras de la Historia Sagrada, hacía rezar a
sus pequeños amigos.
Cuando hacía mal tiempo y no podía ir hasta Moncucco, algunos de
las granjas se reunían con él en casa de los Moglia. Subían con Juan al
pajar, se divertían y les explicaba el catecismo.
Juan pasó tres años casi enteros en casa de los Moglia: desde
febrero de 1827, hasta noviembre de 1829. Años perdidos para sus
estudios. ¿Fueron también inútiles para la misión a la que Dios le
llamaba?
Pedro Stella recuerda un episodio insignificante a primera vista: "La
señora Dorotea y el cuñado Juan, le·encontraron un día de rodillas con
un libro entre las manos, los ojos cerrados, y la cara vuelta hacia el
cielo, y tuvieron que sacudirle, tan absorto estaba en su reflexión". Y
argumenta: "No fueron, pues, años inútiles aquéllos, durante los cuales
se consolidó profundamente en Juan el sentido de Dios y de la con-
templación. Pudo así introducirse en el coloquio con Dios durante el
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trabajo del campo. Años que podrían definirse como de espera
abstraída y suplicante de Dios y de los hombres".
El año 1827, publicaba en Milán, Alejandro Manzoni la primera edi-
ción de Los Novios. En 1828, Santiago Leopardi empezaba a componer
en Recanati los grandes Idilios. En 18297 Joaquín Rossini ponía en
escena en París su obra maestra Guillermo Tell. Durante estos tres
años, Juan Bosco estregaba las vacas en una perdida granja del Monfe-
rrato. Pero empezaba a hablar con Dios.
El tío Miguel
La permanencia de Juan en la granja de los Moglia era una espina
clavada en el corazón de Margarita. Probablemente se desahogó con su
hermano Miguel, el cual, al cumplirse el término de los contratos del
campo (11 de noviembre) fue a hablar con el sobrino. Le encontró, a
tiempo de que salía del establo con las vacas.
- Díme, pues, Juan: ¿estás contento de estar aquí o no?
- No. Me tratan bien, pero yo quiero estudiar. Pasan los años. he
cumplido ya catorce, y estoy siempre en el mismo punto.
- Entonces, mete las vacas en el establo y vuelve a I Becchi. Yo
hablo con tus amos. Luego tengo que ir al mercado de Chieri. Pero esta
noche iré a tu casa y lo arreglaremos todo.
Juan volvió a hacer su hato. Se despidió de la señora Dorotea, del
señor Estebán, del tío José, de Teresa y Ana. Se habían hecho amigos
y lo serían para toda la vida.
Tomó el camino de I Becchi. Cuando llegó, mamá Margarita, que le
vio desde lejos, salió a su encuentro presurosamente:
- Antonio está en casa. Ten paciencia, escóndete hasta que llegue
el tío Miguel. Si Antonio te ve, va a tramar no sé qué complot, y sabe
Dios lo que puede suceder.
Juan dobló detrás de unos matorrales y fue a sentarse junto a un
hoyo. Por tanto, no se había acabado todo. Había que prepararse para
el combate.
El tío llegó ya de noche, recogió al sobrino, aterido de frío, y le
acompañó a casa. Hubo tensión, pero no guerra. Antonio había cum-
plido ya sus 21 años y se preparaba para montar su casa. Una vez que
le garantizaron que la manutención y los estudios de Juan no pesarían
sobre él, no hubo más objeciones.
Miguel se puso al habla con los párrocos de Castelnuovo y Butti-
gliera, para ver si lograba colocar en su casa al sobrino estudiante, pero

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tropezó con muchas dificultades. La solución llegó como menos se
pensaba.
cuatro perras chicas por un sermón
En septiembre de aquel año 1829, había ido a establecerse como
capellán, en Murialdo, don Juan Melchor Calosso, sacerdote de unos
setenta años, que, por razones de salud, había renunciado pocos años
antes a la parroquia de Bruino. Era un sacerdote venerado, de años y
de experiencia pastoral.
Hubo en noviembre una "misión predicada" en el pueblo de Butti-
gliera. A ella fue Juan y también fue don Calosso. De vuelta a casa,
advirtió el viejo sacerdote entre la gente a aquel muchachote de catorce
años, que iba solo.
- ¿De dónde eres, hijo mío?
- De I Becchi. He ido al sermón de los misioneros.
- Dios sabe lo que habrás entendido tú, con tantas citas en latín; -y
sacudió la blanca cabeza sonriendo-. Seguramente que tu madre te
podría haber hecho un sermón más a propósito.
- Pues es verdad, mi madre me da a menudo buenos sermones.
Pero me parece que también he entendido a los misioneros.
- Vamos a ver; si me dices cuatro palabras del sermón de hoy, te
doy cuatro perras gordas.
Juan empezó serenamente y recitó al capellán el sermón entero,
como si leyese un libro.
Don Calosso no dejó escapar su emoción, y le preguntó:
- ¿Cómo te llamas?
- Juan Sosco. Mi padre murió cuando yo era muy niño.
- ¿Qué sabes?
- He aprendido a leer y a escribir con don Lacqua, en Capriglio.
Ahora me gustaría estudiar, pero mi hermano mayor no quiere saber
nada de ello, y los párrocos de Castelnuovo y Buttigliera no tienen
tiempo para ayudarme.
- ¿Y por qué quieres estudiar?
- Para ser sacerdote.
- Di a tu madre que venga a hablar conmigo en Murialdo. A lo mejor
puedo ayudarte, aunque ya soy viejo.
Margarita, sentada frente a la mesa de don Calosso, le oyó decir:
- Su hijo es un prodigio de memoria. Es preciso que se ponga a
estudiar inmediatamente, sin perder más tiempo. Yo soy ya viejo, pero
haré todo lo que pueda.
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Se pusieron de acuerdo para que Juan estudiara con el capellán, que
no quedaba lejos de I Becchi. Volvería a casa, sólo para dormir. En los
momentos agudos del trabajo agrícola, todavía podría ayudar en casa.
Juan consiguió de repente lo que por tanto tiempo le había faltado:
confianza paterna, sentido de seguridad, esperanza.
11 Me puse enseguida en manos de don Calosso -escribe-. Me dí a
conocer a él, tal y como era. Le manifestaba con naturalidad mis
deseos, mis pensamientos y mis acciones. Así entendí cuánto vale un
director fijo, un amigo fiel del alma, pues hasta entonces no lo había
tenido. Me prohibió enseguida, entre otras cosas, cierta penitencia que
yo acostumbraba a hacer y que no era proporcionada a mi edad. Me
animó a frecuentar la confesión y comunión, y me enseñó a hacer cada
día una breve meditación y un poco de lectura espiritual".1
"Con él morían mis esperanzas.,
Por septiembre de 1830 (quizá para quitar los residuos de toda ten-
sión con Antonio) fue a establecerse junto a don Calosso, también por
la noche. Sólo una vez a la semana volvía a casa para cambiarse de
ropa.
Los estudios progresaban rápidamente. Don Bosco recordaba aque-
llos días con entusiasmo: "Nadie puede imaginar mi alegría. Quería a
don Calosso más que a un padre y le servía con ilusión en todo. Aquel
hombre de Dios me apreciaba tanto, que me dijo varias veces: "No te
preocupes de tu porvenir. Mientras yo viva, nada te ha de faltar. Y si
muerto, también proveeré". Me consideraba feliz del todo, cuando un
desastre truncó el camino de mis esperanzas".
Una mañana de noviembre de 1830, mientras Juan había ido a casa
para cambiar el hato de su ropa blanca, llega una persona a advertirle
que don Calosso ha sido atacado de un mal grave.
"Más que correr, volé", recuerda Don Sosco. Sufría un ataque apoplé-
tico. Reconoció a Juan, pero .no pudo articular palabra. Le dio la llave
del dinero, haciendo gestos de que no la entregase a nadie.
Y eso fue todo. Al muchacho no le quedó más que llorar desespera-
damente ante el cadáver de su segundo padre. "Con él morían todas
mis esperanzas".
1 En Bruino, don Calosso había encontrado y había dado vida a una Asociación que se
llamaba: "Compañia de Maria Auxiliadora". Había también en la iglesia parroquial un altar
dedicado a la Virgen eón ese mismo titulo. ¿Fue a él a quien, por vez primera. oyó Juan
Sosco hablar de la Virgen "Auxilio de los cristianos"?
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De tejas abajo, aún le quedaba una esperanza: la llave. En la caja
había seis mil liras. A juzgar por los gestos de don Calosso resultaba
evidente que era para él, para su porvenir. Se lo confirmaban algunos
de los que habían asistido al moribundo. Otro, en cambio, sostenía que
los gestos no quieren decir nada: sólo un testamento normal da o quita
los derechos.
Los sobrinos de don Calosso, al llegar, se comportaron como perso-
nas honestas. Se informaron de todo y dijeron a Juan:
- Parece que el tío quiso dejarte a ti este dinero. Toma lo que
quieras.
Juan pensó un poco y, después, terminó:
- No quiero nada.
En su Memorias, resume Don Sosco estos sucesos con una sola
frase: "Llegaron los herederos de don Calosso y les entregué la llave y
todo". Es un gesto expeditivo que termina con cualquier cálculo. Una
vez sacerdote, tomará como palabra de orden una frase de la Biblia,
también muy expeditiva: "Da mihi animas, coetera to/le" "Dame las
almas, lo demás no me interesa".
De nuevo se queda solo Juan. Tenía 15 años y se encontraba sin
maestro, sin dinero, sin planes para el futuro. "Yo lloraba sin consuelo",
escribe.
Iglesia de Morialdo. Aquí, junto al anciano don Calosso. Juan Bosco
vivió uno de los años más hermosos de su vida.
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7
El camino hacia castelnuovo
Sin embargo había que seguir.
En previsión de cualquier nueva oposición de Antonio, Margarita se
decidió a dividir el patrimonio con él. Había, por otra parte, un buen
motivo, que "encubría" el asunto tan poco simpático a los ojos de los
extraños. Antonio estaba a punto de casarse: el 21 de marzo de 1831
llevaba al altar a la castelnovesa Ana Rosso.
Se dividieron los campos, se partió la casa de I Becchi: Antonio se
convirtió en propietario de la mitad que mira a levante (con la escaleri-
lla de madera que sube a la primera planta): en la otra mitad siguieron
viviendo Margarita, José y Juan.
Por diciembre, Juan se pone en camino. Va a la escuela pública de
Castelnuovo. Junto a las clases elementales, el municipio ha abierto un
curso de latín, dividido en cinco clases. Como son pocos los alumnos
de cada clase, se reúnen en una única sala y tienen un ·solo profesor,
don Manuel Virano.
La comida en la fiambrera
Los cinco kilómetros que separan I Becchi de Castelnuovo, no pare-
cen, al empezar, un obstáculo insuperable para los quince robustos
años de Juan. Dado que la escuela se divide en dos tiempo, Úno de tres
horas y media por la mañana y otro, de tres horas por la tarde, el
muchacho sale por la mañana con un pedazo de pan ·en la mano,
vuelve a comer, se pone de nuevo·en camino, por la tarde, y vuelve a
casa de noche. Casi veinte kilómetros cada día. Es un ritmo loco, que a
los pocos días (¿hasta la primera nevada?} es forzoso cambiar.
El tío Miguel le encuentra una especie de media-pensión en casa de
un hombre bueno, Juan Roberto, sastre y músico del pueblo. En su
casa come Juan lo que cada día se lleva consigo en la fiambrera.
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6 Pages 51-60

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Sin embargo, los cinco kilómetros de la mañana y los cinco de la
tarde no son cosa de risa, particularmente en el invierno. Pero Juan es
voluntarioso. Cuando el sendero no está hecho un charco a causa de la
lluvia o una pista helada por la nieve, lo mismo que los demás campe-
sinos se quita los zapatos y se los pone en bandolera. Lluvia y viento.
sol y polvo son sus compañeros muchos días.
Algunas tardes de enero no se atreve a rehacer el camino por miedo
a la niebla, y pide al señor Roberto le deje dormir bajo la escalera, aún
quedándose sin cenar.
Mamá Margarita comprende que aquel camino, en invierno, es fatal
para la salud de su hijo, y habla con el sastre. Por una cantidad razo-
nable (pagadera en grano y vino) el señor Roberto acepta a Juan, a
pensión completa. Le dará una menestra caliente al mediodía y a la
noche, y podrá dormir bajo la escalera. El pan lo pondrá su madre.
Ella misma le acompaña a Castelnuovo, llevando en la cesta las
pocas ropas necesarias para un muchachote de quince años. Encarga
al señor Roberto "que le eche una miradita y, si es menester, le dé un
tirón de orejas", y dice a Juan: "Que seas devoto de la Virgen, para que
te ayude a ser bueno".
En la escuela se encuentra entre niños de diez y once años. Su pre-
paración cultural, hasta el momento, era muy corta. Si se añade su
chaqueta, tan poquito a la medida, y sus bastos zapatos, es fácil imagi-
nar cuán fácilmente se convirtiera en el blanco de chistes y chirigotas
de los compañeros. Le apodan "el vaquero de I Becchi".
Juan, que era el ídolo de los muchachos de Murialdo y de Moncucco,
sufre la situación. Pero se entrega con toda su alma al estudio, ayudado
y bienquisto por el maestro. Don Virano es un hombre competente y
simpático. Al ver su buena voluntad le toma a parte, y en poco tiempo
le ayuda a realizar grandes progresos. Un día escribe Juan una redac-
ción verdaderamente buena sobre la figura bíblica de Eleazar; don
Virano la lee en público y termina diciendo:
- El que sabe hacer tales redacciones, puede permitirse el lujo de
llevar zapatos de vaquero. Porque lo que cuenta en la vida, no son los
zapatos, sino la cabeza.
Como a unos veinte kilómetros de Turín se levanta Castelnuovo de
Astí sobre una colina. En la cumbre existen todavía las ruinas de un
castillo. Precisamente en el punto más alto está la "iglesia del Castillo",
dedicada a la Virgen. Juan sube hasta allí varias veces, para pedir a la
Virgen ..que le ayude a ser bueno".
El pueblo tiene tres mil habitantes, repartidos en seiscientas familias.
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Mamá Margarita va allí cada semana desde I Becchi. Le lleva a Juan
dos panes grandes, redondos, que deben dar abasto para la semana. Se
lo lleva ella para 11ver de cerca" cómo van lan andanzas del hijo. Hace
bien, porque entre los compañeros de escuela de Juan los hay de toda
suerte, y ponerse en un mal camino es cosa fácil para un estudiante de
sus años.
Cuenta Don Bosco: "Durante aquel año tropecé con algún peligro por
parte de ciertos compañeros. Querían llevarme a jugar durante las
horas de clase. Y como yo sacara la excusa de que no tenía dinero, me
decían: "Ya es hora de que despiertes. Hay que aprender a vivir. Roba a
tu amo, a tu madre". Recuerdo que respondí: Mi madre me quiere
mucho. No quiero comenzar a darle disgustos".
La escuela, por aquellos tiempos, tenía un aire totalmente religioso.
La primera media hora de la mañana estaba dedicada siempre al cate-
cismo. También estaba dedicada a la instrucción cristiana la lección de
la tarde del sábado, -que se terminaba recitando las Letanías de la Vir-
gen. Los maestros debían dar a sus alumnos no sólo la posibilidad, sino
la comodidad de asistir a misa cada día, y de confesarse una vez al
mes .
..En I Becchl sólo hay burros"
Por abril, Juan está ya a punto de su recuperación escolar, cuando
tiene lugar un suceso de amargas consecuencias para él. Don Virano es
nombrado párroco de Mondonio, y tiene que dejar la escuela en manos
de don Nicolás Moglia.
Es éste un sacerdote piadoso y caritativo, pero tiene 75 años. No
alcanza de ningún modo a dominar los cinco cursos que conviyen en
su escuela. Termina por enfurecerse un día y emplear la vara, y permitir
la barahúnda el resto de la semana.
La tiene con los mayores, como responsables del desorden continuo.
Demuestra una antipatía singular por el mayor de todos, "el vaquero de
I Becchi", pese a que Juan sufre enormemente por la indisciplina colec-
tiva. No pierde ocasión para mortificarle:
- ¿Qué pretendes entender tú de latín? "En l Becchi no hay más que
grandes burros". Estupendos borricos, si queréis, pero siempre asnos.
Vete a buscar setas, a buscar nidos: ese es tu oficio y no estudiar latín.
Los compañeros que, gracias a la estima de don Virano, habían
empezado a dejarle en paz, de nuevo se soltaron. Juan pasó días de
desaliento.
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Pero un día quiso tomarse la revancha.
Había dado don Moglia unos deberes en clase de latín. Juan, que
debía hacer los correspondientes a primer curso, pidió al maestro le
permitiera intentar hacer los del tercero. Se ofendió:
- ¿Pues quién te crees ser? Haz tu deber, y procura no ser el
asno de siempre.
Pero Juan insistió, y don Moglia terminó por ceder:
- Haz lo que pretendes. Pero no creas que después vaya a leer tus
burradas.
El muchacho aguantó con paciencia la amargura y se dió a la traduc-
ción. Era algo difícil, pero se sentía con ánimos para hacerla. Fue de los
primeros en entregarla. El maestro tomó la página y la puso aparte.
- Por favor, léala y dígame las faltas que he cometido.
- Vete a tu sitio y no me molestes.
Juan, cortés y tesonero a la par, no cedió:
- No le pido un gran sacrificio, sólo que lo lea.
Don Moglia leyó. Era una traducción buena, muy buena; tan buena,
0.i.Je le hizo perder de nuevo la paciencia:
- Ya he dicho que no sirves para nada. Este trabajo lo has copiado
del principio al fin.
- ¿Y de quién lo he copiado?-. Los de su lado mordían todavía el
palillero a la caza de las últimas frases.
- ¡Impertinente! -prorrumpió el cura-. ¡A tu sitio! y da gracias si
no te echo de la escuela.
Ya entonces, la arterioesclerosis era homicida. Y también los pre-
juicios.
Los últimos meses de aquel año escolar fueron para Juan de des-
aliento. En sus Memorias, Don Sosco no cita el nombre de don Moglia.
Sabía respetar a los ancianos. Sólo dice "uno, incapaz de obtener la
disciplina, casi echó a perder todo lo que había aprendido en los meses
anteriores".
La sotana separadora
Otra espina tenía clavada Juan por aquellos meses. Había conocido a
dos sacerdotes estupendos, don Calosso y don Virano. No podía com-
prender que los demás fueran diferentes: "Me ocurría -escribe- a
menudo encontrarme por la calle con mi párroco y su vicario. Les salu-
daba desde lejos y, cuando estaba más cerca, les hacía una reverencia;
pero ellos me devolvían el saludo de un modo seco y cortés y seguían
su camino".
51

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Su negra sotana parecía separarles de los demás. En los seminarios
de aquel tiempo, se enseñaba que aquél era el porte más adecuado
para un eclesiástico. Reserva y gravedad. Distanciamiento.
"Yo experimentaba un gran disgusto. Y decía a mis amigos: Si llego a
ser cura, haré de otro modo. Me acercaré a los muchachos y hablaré
con ellos, dándoles buenos consejos".
Juan no podía imaginarse que esta su decisión obraría durante los 80
años siguientes una revolución silenciosa entre los sacerdotes. Se
darán cuenta en los seminarios de que aquel chiquillo tenia toda la
razón, y educarán las nuevas levas sacerdotales, no tanto en la grave-
dad que "mantiene las distancias", cuanto en la bondad sonriente que
termina con ellas.
En Murialdo, pasaba Juan los ratos libres que le dejaban los libros en
charlas amigables con don Calosso. El viejo sacerdote recordaba su
pasado, y el muchacho fantaseaba sobre su propio futuro. Iba luego a
barrer la iglesia, a poner orden en la cocina, a revolver curiosamente la
pequeña biblioteca.
Pero aquí en Castelnuovo, los curas no querían hablar con él. ¿Cómo
llenar el tiempo libre?
Su prime.r 11hobby" fue la música. El señor Roberto era maestro de
canto en la· parroquia, y tenía en su casa una espineta (clavicordio
pequeño). Enseñó a Juan a cantar en el coro y a poner sus manos
sobre el teclado de la espineta y, más tarde, sobre el del órgano.
Pero Roberto era, ante todo, el sastre del lugar, por lo que, el
segundo "hobby" de Juan fue sentarse a su lado y aprender a pegar
botones, hacer ojales, coser forros, cortar chalecos. Tanto adelantó,
que el señor Roberto le propuso abandonar la escuela y convertirse en
su ayudante.
Por abril, empezó don Moglia a tratarle con dureza, y' la barahúnda de
la escuela le persuadió de que estaba perdiendo el tiempo. De acuerdo
con su madre, fue a trabajar, algunas horas al día, en casa del herrero
Evasio Savia. Ccn él aprendió a manejar el martillo y la lima y a trabajar
en la fragua.
Juan Sosco no podía ni siquiera pensar que aquellos oficios le servi-
rían un día para abrir talleres-escuela para los muchachos pobres de
los arrabales de Turín. En aquel momento, su única preocupación era la
de ganar unas liras. Pronto había de necesitarlas. Juntamente con
mamá Margarita había decidido intentar, al año siguiente, dar un paso
peligroso pero decisivo: ir a las escuelas de Chieri.
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8
"Tengo que estudiar"
Al marcharse y despedirse del señor Roberto, Juan no vuelve a I
Becchi. Va a Sussambrino, a una granja que su hermano José lleva a
medias con José Febraro. También Margarita ha dejado I Becchi junta-
mente con el hijo.
Juan dedica aquellos meses de verano a estudiar con ahínco. No
quiere llegar a Chieri y encontrarse atrasado.
Pero tampoco quiere ser una carga para el hermano. Por eso le
ayuda en los trabajos del campo: ·repara los instrumentos agrícolas en
una fragua rudimentaria, lleva las vacas al pasto. Este último trabajo le
permite leer y estudiar.
Rosa Febraro, hija de José, recuerda que Juan estaba a veces tan
embebido en los libros, que las vacas andaban por su cuenta. Tenía
que ir ella, muchachita de diez años, persiguiéndolas por los campos, a
través de los surcos de maíz, y llevárselas al estudiante, para que no
protestasen los amos.
- Tus vacas estaban comiéndose el centeno ..
- Gracias, Rosa-. Le miraba ella largo rato y después.
- Pero, ¿para qué las traes a pastar, sí luego no las miras?
- Tengo que estudiar, Rosa, y, de vez en cuando, me olvido.
- ¿Es verdad que serás cura?
- Sí.
- Entonces, si quieres, guardo yo tus vacas, mientras guardo las
mías.
Juan se lo agradecía y se zambullía en sus páginas.
un sueño que se repite
En Castelnuovo, Juan se hizo amigo de un compañero de escuela,
llamado José Turco. El padre de José era el amo de la Renenta, una
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finca que lindaba con la granja de Sussambrino. Aquel campesino, que
era un buen hombre y cristiano practicante, se le acercaba, a veces,
mientras estudiaba:
- Animo Juan; esta vez te sales con la tuya.
- Gracias señor Turco. Así lo espero. Sólo tengo miedo de que mi
madre no alcance a poder pagar la pensión en Chieri.
- Pero está el Señor, ¿no es cierto? Si El quiere, verás cómo se te
arregla todo.
- Dios lo haga. Pero yo siempre tengo miedo.
En sus labios se dibujaba una triste sonrisa. Costaba convencerse.
Eran ya muchas las malas pasadas.
Pero un día, el señor Turco y su hijo le vieron correr alborotado y
feliz.
- Tengo buenas noticias -dijo-. Esta noche he soñado. Me he
visto sacerdote en medio de muchos chicos.
- Pero no es más que un sueño, -observó un tanto perplejo el
señor Turco.
- Usted no puede entenderlo. A mí, me basta. Esta vez va en serio.
Durante la noche se había vuelto a abrir de par en par ante él el
campo -del sueño de los nueve años. Había vuelto a ver el rebaño, la
Señora resplandeciente que se lo quería confiar. ºHazte humilde, fuerte
y robusto -le había repetido-y a su tiempo lo entenderás todo".
Durante el verano fue la fiesta mayor en Montafia. No estaba lejos
aquel pueblo. Juan supo que ponían el árbol de la cucaña, y que entre
los premios, había una bolsa con veinte liras.
- iOué bien me vendrían! -pensó. Y fue a la fiesta.
El palo era muy alto; estaba alisado y untado con aceite y grasa. Los
chavales del pueblo contemplaban el aro de hierro que había arriba en
lo alto, del que colgaban. paquetes, chorizos, botellas de vino, y la
bolsa. De vez en cuando, salía uno que, entre el griterío de la gente, se
escupía las manos e intentaba trepar. Empezaba con fuerza pero al lle-
gar a la mitad no podía más y resbalaba entre gritos y silbidos.
A un momento dado, después de estudiar bien la situación, Juan se
colocó al pie del palo. Escupió también sus manos y se asió a él.
Empezó a subir despacio y lentamente. De vez en cuando se apoyaba
sobre los talones y tomaba aliento. La gente gritaba con impaciencia,
esperando que también él se rindiera. Pero a Juan le apremiaban
mucho aquellas liras. En Moncucco trabajaba por quince liras al año, y
allí, a pocos metros de su cabeza, había nada menos que veinte. Estaba
dispuesto a pasarse todo el día sobre el palo con tal de alcanzarlas.
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6.7 Page 57

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Siempre con calma, llegó hasta donde el palo se hacía más delgado.
Respiró hondo y dió las últimas brazadas. La gente miraba hacia arriba
en silencio. Juan alargó la mano, arrancó del aro la bolsa con las veinte
liras, la apretó entre los dientes. Arrancó luego un chorizo y un
pañuelo, y se escurrió hacia abajo.
Repugnancia a tender la mano
Las veinte liras del árbol de la cucaña no eran ciertamente suficientes
para el traslado a Chieri. Había que comprar ropa, calzado, libros. Y
sobre todo, había que pagar una pensión mensual. Y la medianería de
Sussambrino no era ninguna mina de oro. En octubre, dijo Juan a su
madre:
- Si usted quiere, tomo un par de sacos y voy a hacer una colecta
entre las familias del pueblo.
Era un sacrificio duro para su amor propio. Don Bosco llegará a ser
el mayor "mendigo" del siglo diecinueve, pero siempre le costará pedir
limosna. Aquel mes de octubre venció, por vez primera, la repugnancia
a tender la mano.
El barrio de Morialdo era un conjunto de pequeños caseríos y granjas
esparcidas. Juan fue de casa en casa. Golpeaba la puerta. Y decía:
- Soy el hijo de Margarita Sosco. Voy a ir a Chieri a estudiar para
sacerdote. Mi madre es pobre. Si ustedes pueden, ayúdenme.
Todos le conocían. Habían presenciado sus juegos, le habían oído
repetir los sermones, le apreciaban. Pero eran pocos los pudientes. Le
dieron huevos, maíz, trigo.
Una decidida mujer de I Becchi, que uno de aquellos días fue a Cas-
telnuovo, se presentó al párroco don Dassano. Le dijo que era una ver-
güenza no se ayudase a estudiar a un muchacho tan valiente, dejándole
ir limosneando de casa en casa.
Don Dassano no estaba enterado. Creía que Juan volvería en no-
viembre a la escuela de Castelnuovo. Se informó bien y, sabida la deci-
sión, recogió una pequeña ca.ntidad y se la envió a Margarita. Y le noti-
ficó que fuera a hablar con Lucía Matta, una viuda que estaba a punto
de trasladarse a Chieri, para atender a un hijo suyo estudiante.
Fue un buen consejo. Margarita habló con aquella mujer, y se pusie-
ron de acuerdo para que Juan habitase con ella y con su hijo, en
Chieri. La pensión sería de veinte liras al mes.
Margarita no podía pagar todo aquel dinero, por lo que se comprome-
tió a proveerle de harina y vino y que Juan hiciera de criadilla en casa:
ir por el agua, preparar la leña para el fuego y la estufa, tender la ropa...
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6.8 Page 58

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En los últimos días de octubre se presentó Juan al párroco de
Castelnuovo para obtener el Admittatur. Porque para poder ser inscrito
en las escuelas públicas, todos los jóvenes debían obtener el certificado
de buena conducta del párroco, el cual se comprometía también a la
vigilancia durante las vacaciones y a dar cuenta de su eventual mala
conducta.
Era una disposición procedente del mismo rey Carlos Félix, que pre-
cisamente aquel año había muerto en Turín, con el mote que le dieron
los ºliberales" de Carlos Feroz.
La historia no se babia paradO
La historia no se había parado, mientras vivió Juan Bosco su difícil
niñez en las colinas de Castelnuovo. No intentamos (como tampoco en
las páginas precedentes) trazar un cuadro completo de la historia ita-
liana. Pero nos parece indispensable dibujar algunas de sus líneas
esenciales, dado que precisamente sobre ese fondo se desenvuelve la
vida personalísima de Juan Bosco. Además, de esa misma historia se
alimentan sus impresiones, sus ideas, su .sensibilidad.
Contra la restauración rígida y reaccionaria de los príncipes, durante
los años de 1815 a 1920, se difundieron por toda Italia las sociedades
secretas que preparaban rebeliones y revoluciones.
En enero de 1820, estalló una chispa en España. En Cádiz, una
revuelta militar obligaba a Fernando VII a acabar con su absolutismo y
a conceder una Constitución que garantizara a todo el mundo las prin-
cipales libertades y el derecho al voto. Hasta el rey se obligaba al cum-
plimiento de la Constitución, mediante juramento.
La chispa provocó el incendio en Italia seis meses más tarde. Una
sección de caballería, en el Reino de las Dos Sicilias, se levantó al grito
de: "Viva la libertad y la Constitución". A los ocho días, Fernando de
Nápoles, para no perder el reino, concedió la Constitución de Cádiz, y
juró sobre los Evangelios, respetarla.
El 10 de marzo de 1821 (Juan Bosco tenía seis años) la revuelta mili-
tar empezó también en Piamonte, a las órdenes del conde Santorre de
Santarosa. Alessandria arrió la bandera azul de los Sabaya, para izar
sobre la ciudadela la bandera tricolor (que recordaba la Revolución
Francesa y los derechos del hombre por ella proclamados). También se
levantaron las guarniciones de Pinerolo y Vercelli. Un coronel, al frente
de su regimiento, marchó sobre Turín, desde Fossano.
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6.9 Page 59

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El rey Víctor Manuel, espantado, se apresuró a ir desde Moncalieri a
Turín, reunió el Consejo de la Corona y éste le sugirió la concesión de
la constitución, para no perderlo todo. Estaba a punto de hacerlo,
cuando llegó la noticia de que Austria había decidido intervenir en Italia
"para restablecer el orden".
Vencido por los sucesos, Víctor Manuel renunció al trono en favor de
su hermano Carlos Félix. Y como éste se encontrara en Módena con su
suegro, declaró "regente" al joven príncipe Carlos Alberto (de veintitrés
años).
"Decid al Príncipe..."
Carlos Alberto había estado varias veces en contacto con Santarosa,
apreciaba sus ideas, pero nunca se había determinado por e1· absolu-
tismo o por los "liberales". Se manifestaba ya en él aquel carácter de
incertidumbre que le valió el título de "Rey Vacilante". Una cosa quería
conservar a toda costa: su derecho al trono, que había que defender, lo
mismo contra los austriacos que contra los liberales.
Ante una gran muchedumbre agolpada bajo las ventanas del palacio
Carignano, reclamando la Constitución (¡a saber cuántos sabían qué
era eso!) Carlos Alberto cedió. La noche del 13 de marzo firmó la Cons-
titución de Cádiz, y dos días más tarde juraba respetarla. Formó nuevo
Gobierno, con Santarosa por ministro de la guerra.
Cuando Carlos Félix recibió en Módena una carta de Carlos Alberto
en la que le contaba todo, montó en cólera. Y gritó al gentilhombre
Costa, que le había llevado la carta: "Decid al Príncipe que, si corre
todavía por sus venas una gota de sangre real, vaya enseguida a
Novara, y espere allí mis órdenes".
Carlos Alberto pareció, en un principio, decidido a resistir, pero llega-
ron noticias catastróficas de Nápoles: un ejército austriaco había des-
hecho las tropas liberales, el Parlamento se había disuelto, el rég-imen
constitucional estaba abatido. El joven príncipe se retiró a Novara. Allí
lanzó una proclama en la que renunciaba a la "regencia" e invitaba a
todos a someterse al Rey. Inmediatamente partió para Florencia
desterrado.
La vuelta de Carlos Félix a Piamonte fue precedida por un ejército
austriaco, que dispersó a los voluntarios de Santarosa y "restab_leció el
orden". Setenta jefes de la revuelta fueron condenados a muerte
(sesenta y ocho ya se habían escapado a Suiza y Francia), trescientos
oficiales y trescientos funcionarios civiles fueron depurados, y las Uni-
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6.10 Page 60

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versidades de Turín y Génova fueron clausuradas por un año. "Todos
los que han estudiado en la Universidad están corrompidos -escribía
Carlos Félix a su hermano en el destierro-. Todos los malos son per-
sonas instruidas, y los· buenos son unos ignorantes".
Los "movimientos de 1821 ", como los llamaron los libros de historia,
fueron sucesos que envolvieron solamente a la burguesía y a la clase
media de la población. Las masas de campesinos y trabajadores per-
manecieron totalmente indiferentes, alguna vez francamente hostiles. La
clase media (comerciantes, pequeños patronos, pequeños industriales,
funcionarios civiles y militares) con la "revolución liberal" aspiraba a
una sola cosa: convertirse en grupo de poder, en casta privilegiada en
lugar de la vieja aristocracia. Las invocadas reformas (sancionadas por
la Constitución de Cádiz) no eran populares ni democráticas. Se con-
cedía el derecho del voto solamente a los que poseían cierta cantidad
de bienes: sólo ellos podían enviar sus representantes al Parlamento,
para defender, evidentemente, sus intereses. Lo mismo que la revolu-
ción francesa, la revolución liberal quería abolir todos los privilegios
menos uno: el dinero.
..Rey por la gracia de Dios y de ningún otro..
Carlos Félix no entró en Turín hasta el mes de octubre ~e 1821.
Resulta una figura curiosa y singular, al contemplarla desde nuestros
días. Nunca había deseado ser rey. Le gustaba la vida retirada y
modesta y era muy religioso. Aceptó el trono únicamente como un
"deber de conciencia".
Pero, desde el momento en que aceptó, fue consecuente hasta el
fondo con sus ideas de "rígido absolutismo". Se sentía rey "por la gra-
cia de Dios y de ningún otro", y quería gobernar a su· pueblo como un
padre severo debe gobernar una familia de hijos disolutos. No había
idea más lejana de su mente que la "soberanía del pueblo" (principio
elaborado por los iluministas de 1700 y proclamado por la rev9lución
francesa): el rey era él, no el pueblo.
Confió el monopolio de la instrucción pública al clero. Entregó la
censura de los libros a la curia de Turín y a los obispos. Impuso en las
escuelas un régimen severot la enseñanza diaria del catecismo, las ora-
ciones antes y después de clase. Las escuelas a las que asistirá Juan
Sosco en Chieri (cuatro años en la escuela pública y seis en el semina-
rio), los libros que leerá, los horarios que se le impondrán, las institu-
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7 Pages 61-70

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7.1 Page 61

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ciones en las que deberá vivir, llevarán todas la "marca de fábrica" de
Carlos Félix.
El rey volvió a encerrar en sus juderías a los hebreos; quitándoles los
derechos reconocidos por el Código Napoleónico. Aprobó los regla-
mentos militares que decían, entre otras cosas: "El soldado autor de un
litigio o de discursos sediciosos quedará sujeto al castigo de ciento a
ciento veinte garrotazos, repartidos en dos veces, con un día de des-
canso intermedio" (Reglamento de los Cazadores Francos). Quiso que
toda condena a muerte sirviese de "saludable amonestación" para todas
las cabezas calientes, y aprobó en consecuencia "la aplicación de las
tenazas abrasadas" para los condenados, llevados al suplicio. Por este
detalle fue motejado con el sobrenombre de "Carlos Feroz".
Carlos Félix no entendió nunca lo que un anónimo manifiesto (redac-
tado por Brofferio y Durando) le gritó desde los muros de Turín:
"Majestad, vuestros súbditos no son cosas, sino personas". Para él no
eran más que súbditos, es decir, gente que debía caminar por el
"camino recto" a paso firme. Máximo d'Azeglio definía sus diez años de
reinado con estas ocho palabras: un despotismo lleno de rectas y
honestas intenciones.
Murió en abril de 1831, dejando el trono a Carlos Alberto, a quien
siempre había llamado "vástago degenerado de nuestra familia". Apenas
tuvo tiempo para oír las inquietantes noticias de Módena, Parma y
Bolonia: los liberales (como el año anterior en París) se habían rebe-
lado de nuevo contra los príncipes absolutos. Austria había debido
enviar sus ejércitos para deshacer la revuelta dirigida por un industrial,
Ciro Menotti, y por un general, Carlos Zucchi. Se temía también la
invasión de Saboya por una legión de voluntarios reclutados en Lyon,
pero habían sido dispersados por la policía francesa .
..Largo v triste como una cuaresma"
Le sucede en el trono de Turin Carlos Alberto, a sus 33 años. Ha
alcanzado un "nombre limpio" ante los absolutistas y los reaccionarios,
luchando en España contra los liberales, y ellos mismos se lo cambian
llamándole en sus escritos "traidor" y "perjuro".
Es un hombre pálido y altísimo (2 metros y cuatro centímetros), y el
vulgo piamontés dice de él que "es largo y triste como una cuare·sma".
Para demostrar a todos que él no es ningún. príncipe que haya firmado
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la Constitución, hace fusilar en 1833 a siete "mazzinianos"1 en Alessan-
dria y a doce en Génova, y condena a unos setenta a galeras.
Pero Piamonte e Italia, pese a las tentativas de detener la historia,
han cambiado. La burguesía se ha convertido en una clase muy impor-
tante, y, si aún no entiende qué es la "libertad democrática", necesita la
11libertad comercial" para difundir por toda la península mayor
bienestar.
En Piamonte se trazan canales, se sanean pantanos, se extiende el
cultivo de las moreras, el maíz y la vid. Se difunde la siembra de la
patata, que pone fin a la carestía intermitente y terrible de los años
secos. Se abren unas treinta minas de hierro, se desarrolla la industria
de la cerámica. Bra se convierte en centro de tenerías de curtidos,
Cúneo llega a ser el primer mercado europeo del gusano de seda. Ape-
nas Carlos Alberto baja los impuestos de la lana, la región de Biella se
convierte en sede de una industria lanera floreciente: se desarrollan las
fábricas de hilados, entran en la región las primeras ovejas llamadas
"merinas".
Se advierte enseguida la urgencia de desarrollar una red de carrete-
ras, y de iniciar la construcción de ferrocarriles.
Así mismo, la me_ntalidad política tiende a modificarse inexorable-
mente.
·En los últimos meses de 1831, funda Mazzini, en Marsella, la "Italia
Joven". Se difunde la idea de Italia como un 11estado nacional", indivi-
dualidad histórica, dotada de tradiciones culturales y populares, con
derecho a la libertad y la independencia. Los italianos se dan cuenta,
poco a poco, de que tienen un destino común, y de que deben ser árbi-.
tros de este destino, juntamente o en lugar de los reyes, que hasta
ahora les han considerado como un rebaño de menores de edad e
incapaces.
En Turín, en el año 1832, publica Silvia Péllico Mis Prisiones, librito
que sacude a Italia y la hace razonar de diverso modo. Austria, que
hasta entonces parecía el guardián del orden y del buen vivir social,
cambia de cara. En las páginas suaves y tristes del escritor de Saluzzo,
que ha pasado diez años en las galeras imperiales, el gobierno aus-
triaco presenta la cara feroz de la dictadura que reprime y tortura.
1 Partidarios de José Mazzini (1805-1872) patriota italiano. Fundador de una sociedad
secreta (la Italia Joven), no se cansó de conspirar, lo mismo en ltalla que desde el extran-
jero. En 1848, forma parte del triunvirato romano.
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7.3 Page 63

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En Chieri
4 de noviembre de 1831. Es un día claro del "veranillo de San Martín",
cuando Juan Bosco, en compañía de su paisano Juan Filippello, mar-
cha a pie hasta Chieri. Durante el camino se confia al amigo: le habla
de los próximos estudios, le cuenta las peripecias pasadas, los intentos
realizados. De pronto, Filippello, muchacho sencillo, le dice:
- ¿Y vas sólamente para estudiar en el colegio, cuando ya sabes
tantas cosas? ¡Pronto llegarás a ser párroco!
Juan se pone serio:
- ¿Pero tú sabes lo que quiere decir ser párroco? Tiene obligacio-
nes gravíaimas. Al levantarse de la mesa, después de comer o cenar,
tiene que pensar: yo ya he comido, pero ¿y mis fieles? ¿han matado el
hambre? Tiene que dividir con los pobres lo que posee. Querido Filip-
pello, yo no quiero ser párroco. Quiero entregar toda mi vida a los
jóvenes.
Mientras los dos muchachos caminan, hablando de hambre y de
pobres, en Lyon, sólamente a 250 kilómetros en línea recta, está empe-
zando el motín de los obreros de la seda. A millares circulan por las
calles protestando contra la miseria de los salarios y los inhumanos
horarios de trabajo, que alcanzan hasta 18 horas diarias. El motín ter-
minará después de varios días de combate por las calles, y será sofo-
cado por las tropas enviadas por el gobierno francés. Más de mil
víctimas.
Al año siguiente estallará el motín en París, al precio de ochocientos
muertos. Durante la primavera de 1834 los obreros de Lyon y de París
se vuelven a rebelar juntos, al grito de: "Vivir trabajando o morir comba-
tiendo". Los cañones disparan contra ellos.
Juan Sosco no puede saber nada de todo esto. Ni la menor noticia,
en los periódicos sujetos a una rígida censura, puede penetrar en el
reino del Piamonte. Durante estos primeros meses oirá Juan, de vez en
cuando, noticias sobre los "movimientos liberales". Se descubre una
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7.4 Page 64

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conjuración en Turín. Están implicados "Los Caballeros de la libertad",
capitaneados por Brofferio y Bersani. Carlos Alberto la corta con deci-
sión: Bersani termina con siete años en la fortaleza de Fenestrelle. La
"revolución", de la que oye hablar frecuentemente en voz baja, es la
que querría dar a Italia la 11Constitución" y la independencia de Austria.
Pronto se llamará "Risorgimento" (Movimiento en pro de la unidad
italiana).
No alberga la más mínima sospecha de otra revolución, más pro-
funda,· radical, que está transformando el Norte de Europa y a punto de
penetrar también en Italia. Es la "revolución industrial", a la que está
ligada la grave "cuestión obrera". Hasta de aquí a diez años. cuando
vaya a Turín, no empezará a ver sus primeros y dramáticos resultados.
un gigante en medio de los compañeros
11Estaba de huésped -escribe Don Sosco- en casa de Lucía Matta,
viuda con un solo hijo, la cual se había trasladado a aquella ciudad
para atenderle y vigilarle".
Margarita, que llegó a Chieri detrás de Juan, fue con él a casa de la
señora Lucía. Un amigo le había llevado dos sacos de trigo en un
carrito.
- Aquí está mi hijo -señaló- y aquí está la pensión. Yo he cumplido
mi parte,·mi hijo hará la suya y espero no quede descontenta de él.
11 La primera persona a quien conocí fue al sacerdote don Plácido
Valimberti, de santa memoria. El me dio muchos y buenos consejos, me
presentó al director de la escuela y me hizo trabar conocimiento con
otros profesores. Como los estudios hechos hasta entonces eran de
todo un poco, que equivalía a casi nada, me aconsejaron entrar en la
clase sexta de la enseñanza elemental.
El maestro, padre Valeriana Pugnetti, tuvo conmigo mucha caridad.
Me ayudaba en la escuela, me invitaba a ir a su casa.y, compadecido de
mi edad y de mi buena voluntad, no ahorraba nada de cuanto pudiera
ayudarme.
Por mi edad (16 años cumplidos), y mi corpulencia parecía un
gigante en medio de mis compañeros, aún niños. Ansioso de salir de
aquella situación, después de estar dos meses en la clase sexta, fui
admitido a examen y pasé a la clase quinta (había un orden decre-
ciente: de la quinta se pasaba a la cuarta, a la tercera, etc.).
Entré con gusto en la nueva clase, porque el profesor era el queridí-
simo don Valimberti. Dos meses después, tras haber logrado varias
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7.5 Page 65

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veces ser el primero de la clase, fui admitido a otro examen por vía de
excepción, y pasé así a la clase cuarta.
El profesor de la clase era Vicente Cima, hombre severo en la disci-
plina. Cuando vio comparecer en su aula, a mitad de curso, a un
alumno tan alto y corpulento como él, dijo bromeando delante de
todos:
- He aquí un enorme talento o un topo.
Aturdido ante tal presentación, respondí:
- Algo de las dos cosas. Soy un pobre muchacho que tiene buena
voluntad para cumplir su deber y progresar en los estudios.
Estas palabras fueron de su agrado, y respondió con insólita afabi-
lidad.
- Si usted tiene buena voluntad, ha caído en buenas manos; no le
dejaré sin trabajo. Anímese y, si alguna dificultad encuentra, dígamelo
enseguida que yo se la allanaré.
Se lo agradecí de corazón .
..cuando ocurrió.•."
Chieri es una ciudad pequeña, a diez kilómetros de Turín. Se
extiende a los pies de una colina, en la vertiente opuesta a la de la capi-
tal del Piamonte. Tenía 9.000 habitantes al llegar Juan. Era una ciudad
de conventos, tejedores y estudiantes.
Sus conventos pertenecían a religiosos y religiosas de distintas órde-
nes: Dominicos, Filipenses, Jesuitas, Franciscanos, Clarisas ...
Los numerosísimos tejedores trabajaban el algodón y la seda en unos
treinta establecimientos.
Los estudiantes procedían de todos los pueblos del Monferrato y de
Asti, y arrastraban una vida pobre. Las clases eran semigratuitas, pero
no había becas de estudio. Para pagar la pensión muchos realizaban
.sacrificios heroicos. Eran buscadísimos los empleos para las horas de
después de clase: medio pasantes de pluma en casa de los escribientes,
horas de limpieza en casa de los acomodados. repasos, limpieza de
caballos o coches. Para ahorrar, aún en invierno se apagaba el fuego.
se estudiaba envueltos en pesadas mantas, con los pies en zuecos de
madera.
Le tocó a Juan Sosco vivir entre estudiantes pobres, soportando idén-
tica pobreza. A menudo, llegaba Margarita desde Sussambrino para
pedir noticias a Lucía. La buena mujer se ;as daba estupendas. Juan
ayudaba en las labores de casa, era piadoso y buen estudiante. Ayu-
daba también a su hijo, mayor que él.
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7.6 Page 66

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Al mozo no le gustaba estudiar. Juan se hizo su amigo, y llegó a
llevarle a la iglesia y pedir perdón a Dios de su pereza.
Juan aprovechaba cualquier ocasión para contribuir al pago de la
pensión. Se ganó algunos dinerillos, yendo al taller de un conocido
suyo carpintero. Allí aprendió a usar el cepillo, el formón, la escofina.
11Dos meses hacia que estaba en la clase cuarta cuando ocurrió un
pequeño incidente que dió algo que hablar sobre mí. Explicaba un día
el profesor la vida de Agesilao, escrita por Cornelio Nepote. Aquel día
no tenía yo mi libro; para disimular mi olvido, sostenía abierta ante mí
la Gramática. Los compañeros se dieron cuenta de ello. Uno comenzó a
dar con el codo al vecino, otro a reír.
- ¿Qué sucede? -preguntó el· profesor Cima. Y como todas las
miradas se dirigiesen a mí, me mandó repetir su explicación, leyendo el
texto latino de Cornelio Nepote. Me puse de pie y, siempre con la Gra-
mática en la mano, repetí de memoria el texto latino y las explicaciones.
Los compañeros, casi instintivamente, aplaudieron.
Imposible explicar el furor del profesor: era la primera vez que, según
él, le fallaba la disciplina. Me largó u.n pescozón, que esquivé aga-
chando la cabeza. Después, con la mano sobre mi Gramática, hizo
explicar a los vecinos la razón de "aquel desorden".
- Sosco no tiene el Cornelio Nepote. No tiene más que la Gramática
y ha leído y se ha explicado como si tuviera el libro de Cornelio.
Reparó el profesor en la Gramática, me hizo continuar "leyendo" dos
períodos más y después me dijo:
- Le perdono su olvido por su feliz memoria. Es usted afortunado.
Procure servirse bien·de ella.
Ya había demostrado a don Calosso su fulgurante memoria. Pero es
que aquí, en Chieri, empezaron a suceder cosas extrañas. Una noche
soñó que hacía un ejercicio en la clase de latín. Apenas despertó,
escribió el párrafo que recordaba muy bien, y lo tradujo con la ayuda
de un sacerdote amigo suyo. En la clase, el profesor dictó precisamente
11aquel" párrafo, con lo que él pudo presentar la traducción en un
momento.
Sucedió también lo mismo otra vez, pero con complicaciones. Juan
hizo la entrega enseguida, "demasiado" pronto. Leyó el profesor, miró
el vu~gar papel y cayó de las nubes: en la misma manoseada página
estaba también la parte del ejercicio que habría querido dar, pero que,
a última hora, había saltado porque le parecía demasiado largo.
- ¿De dónde has sacado este párrafo?
Lo he soñado.
Un sueño. Un suceso sin importancia en la vida de los hombres. Pero
en la vida de Juan Bosco el "sueño" ya había tenido un peso notable. Y
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7.7 Page 67

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al rodar de los años, todavía tendrá más importancia en su vida esta
palabra. Es algo que dejaba, y deja aún, perplejos. Cuando alguien, en
la ciudadela de Valdocco, oía decir tranquilamente a Don Bosco: "He
soñado", aguzaba el oído. En sueños, aquel extraño sacerdote, leía los
pecados de sus jóvenes, preveía la muerte de los reyes, "adivinaba" la
espléndida carrera de un mocosillo que jugaba a bolas.
sociedad de la alegría
"En estas cuatro primeras clases aprendí, bien que a mi costa,
-escribe Don Sosco- a tratar con los compañeros".
Pese a la severa vida cristiana impuesta por la escuela (en efecto,
todos debían presentar la "cédula" de la confesión mensual) había
algunos malos. "Hubo uno tan descarado que me aconsejó robar a mi
patrona un objeto de valor".
Juan, desde el principio, se liberó de aquella caterva de desgraciados,
para no acabar como el ratón en las zarpas del gato. Pero pronto, sus
éxitos escolares le pusieron en situación de tener ante ellos una rela-
ción distinta, de prestigio. ¿Por qué no aprovecharse de ello para hacer-
les el bien?
"Los compañeros que querían arrastrarme al desorden -recuerda-
eran los más descuidados en sus deberes, y empezaron a venir con-
migo, para que les echara una mano en ellos".
Les ayudó. Hasta exageró, pasando por debajo del banco traduccio-
nes completas. (En unos éxamenes fue pillado durante una de estas
maniobras, y si salió bien librado fue gracias a la amistad de un profe-
sor que le obligó a repetir la traducción de latín).
"Por este medio agradaba a todos y me ganaba el bienquerer y el
cariño de los compañeros. Empezaron a venir a buscarme durante el
recreo para hacerles los deberes escolares, después para oírme contar
historietas, y finalmente, veníaA porque sí".
Estaba bien con ellos. Formaron una pandilla que Juan bautizó con el
nombre de "Sociedad de la alegría". Y les dio un reglamento
sencillísimo:
1. Ninguna acción, ninguna conversación que pueda avergonzar a un
cristiano.
2. Cumplir con los propios deberes escolares y religiosos.
3. Estar alegres.
La alegría es un clavo que Don Bosco lleva clavado en la frente.
Domingo Savio, su alumno predilecto, llegará a decir: "Nosotros hace-
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mos consistir la santidad en estar muy alegres. Buscamos evitar el
pecado, porque nos roba la alegría del corazón". La alegría es para Don
Sosco una profunda satisfacción que nace del sabérse en las manos de
Dios y, por tanto, en buenas manos. Es la palabra pobre con que indi-
camos un gran valor, "la esperanza cristiana".
"En 1832 mis compañeros me honraban como a capitán de un
pequeño ejército". Jugaban al tejo, a los zancos, saltaban, corrían. Se
organizaban partidos animados y alegres. Cuando estaban cansados,
subía Juan a una mesita plantada sobre la hierba y les hacía juegos de
manos.
Sacaba de una bolsita hasta cien pelotas coloradas y una docena de
huevos de un bote vacío. Recogía bolitas en la punta de la nariz de los
espectadores, adivinaba el dinero que tenían en el bolso: con un simple
golpe de sus dedos reducía a polvo monedas de cualquier metal".
Lo mismo que en I Becchi, todo aquel jolgorio terminaba con las
oraciones.
"Los días de fiesta íbamos a la iglesia de San Antonio, donde los
Jesuitas sostenían una estupenda catequesis, en la cual nos contaban
ejemplos que todavía recuerdo".
cuatro desafíos a un Nltl1nllan11u1
Un domingo fueron muy pocos los muchachos que asistieron al cate-
cismo de San Antonio. Había llegado un saltimbanqui que el domingo
por la tarde daba un gran espectáculo de alta acrobacia, y desafiaba a
los jóvenes más ágiles de la ciudad en carreras y saltos. La gente se
arremolinaba.
Juan, molesto por el plante de los suyos, fue a ·ver. Era un verdadero
atleta. Corría y saltaba como una máquina, y tenía la intención de que-
darse en la población una temporada.
Juan reunió a los mejores de los suyos:
- Si éste sigue con su espectáculo, por las tardes del domingo,
adiós nuestra Sociedad. Tendría que ganarle uno de los que le de-
safían. Podría llegar a un pacto.
- ¿Y quién le vence?
- Puede que haya alguno. Tampoco es una cosa del otro mundo.
Por ejemplo, en las carreras yo no me creo inferior a él.
Tenía Juan 17 años y se sentía fuerte. Pero añade enseguida en sus
Memorias:
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"No había medido las consecuencias de mis palabras. Un compañero
imprudente fue a contárselo al saltimbanqui, y héteme metido en un
desafío: ¡un estudiante contra un corredor profesional!"
El lugar escogido fue la alameda de la Puerta de Turín. Se trataba de
atravesar corriendo toda la ciudad. La apuesta era de veinte liras, todo
un mes de pensión. Juan no las tenía, pero los amigos de la Sociedad
las juntaron. "Asistía una enorme multitud", recuerda Don Sosco.
Al comenzar, el saltimbanqui tomó unos diez metros de ventaja. Era
él un sprinter, mientras Juan era un corredor de resistencia. "Enseguida
gané terreno y le dejé tan atrás, que se paró a la mitad de la carrera,
dándome por ganada la partida".
Allí debía acabarse todo, pero el saltimbanqui pidió la revancha. Por
puntillo había que concedérsela. "Te desafío a saltar, dijo. Pero hemos
de apostar 40 liras. Aceptamos". Eligió él el lugar: había que saltar un
canal hasta el muro de contención. Salta primero el saltimbanqui y ate-
rriza con los pies junto al muro. "No se podía saltar más allá -recuerda
Don Bosco-. Podía perder, pero no ganar el desafío. Mas el ingenio
vino en mi ayuda. Di el mismo salto, pero apoyé las manos sobre el
parapeto o muro y caí de la otra parte". Un elemental "salto con garro-
cha", en una palabra. Y vencí.
El saltimbanqui andaba molesto, por las liras y también por la gente
que empezaba a burlarse. "Te desafío otra vez. Escoge el juego de des-
treza que prefieras". Acepté. Elegí el de la varita mágica, apostando 80
liras. Tomé, pues, una varita, puse un sombrero en su extremo y apoyé
la otra extremedidad en la palma de la mano. Después sin tocarla con
la otra, la hice saltar hasta la punta del dedo meñique, del anular, del
medio, del índice, del pulgar; la pasé a la muñeca, al codo, a los hom-
bros, a la barbilla, a los labios, a la nariz, a la frente; luego, desha-
ciendo el camino, volvió otra vez a la palma de la mano.
- No creas que voy a perder -dijo el rival-. Tomó la misma varita,
y con maravillosa destreza la hizo caminar hasta los labios. Pero tenía
la nariz un poco larga, la varita chocó y no tuvo más remedio ·que aga-
rrarla con la mano porque se le caía al suelo".
Al llegar a este punto, Juan siente compasión por aquel hombre, que
en el fondo lo hace muy bien. "El infeliz veía que le volaba su dinero y
casi furioso clamó: "Tengo todavía cien liras y las apuesto a ver qu~én
trepa mejor. Aquel de los dos· que coloque sus pies más cerca de la
punta de aquel árbol (y señaló un olmo que había junto a la alameda)
vencerá... Aceptamos, y en cierto modo nos hubiese gustado que
ganase él, pues no queríamos arruinarlo.
Le tocaba a él primero. Subió olmo arriba, y llegó con los pies a tal
altura, que a poco más que hubiera subido se hubiese doblado el árbol
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7.10 Page 70

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y él se hubiera caído. Todos convenían en que no era posible subir más
alto. Me tocaba a mí. Subí casi exactamente hasta donde él había lle-
gado. Entonces, agarrándome al árbol con las dos manos, levanté el
cuerpo y puse los pies un metro más arriba que mi contrincante.
Estallaron abajo los aplausos. Mis amigos se abrazaban, saltaban de
alegría. En cambio el pobre hombre estaba triste, casi a punto de llorar.
Le devolvimos el dinero, a condición de pagarnos una comida en la
fonda de Muretto".
Don Sosco consigna en el cuaderno de sus Memorias las liras que
costó la comida colectiva, 25, y las que el saltimbanqui pudo todavía
meterse en el bolsillo, 215. Y hasta consigna las palabras de aquel char-
latán (después de haber aceptado abandonar la plaza) dijo a los
muchachos: "Devolviéndome el dinero me evitáis la ruina. Os lo agra-
dezco de corazón. Guardaré de vosotros grata memoria. Pero en la vida
me desafiaré con los estudiantes".
En Turín, por vez primera
La Sociedad de la Alegría salió fuerte y gloriosa de aquel desafío. En
los días de vacaciones, sus socios iban hasta las colinas de Superga.
Setas, canciones, panoramas y echaban una carrera veloz hasta Turín,
para ver "el caballo de mármol" en la escalinata del Palacio Real. Casi
treinta kilómetros a pie, entre ida y vuelta. Volvían con un apetito feroz
y con las maravillas de la capital impresas en sus ojos, para describirlas
a los compañeros más perezosos.
En una de esas excursiones vio Juan Sosco por vez primera Turín.
Una ciudad en crecimiento. Es impresionante el aumento de población:
casi un tercio más, en diez años. El precio de las casas y el coste de los
alquileres sube vertiginosamente. Cada día es más dramática la necesi-
dad de hospitales, asilos para ancianos, albergues y escuelas para
niños.
Carlos Alberto propone se piense concretamente en la instrucción
popular, más su Primer Ministro, Solaro de la Margarita (católicÓ pero
indomable conservador) no es del mismo parecer: o se confía la ins-
trucción a los curas o puede convertirse en peligrosa.
En aquella primavera, en la que Juan Sosco y sus amigos recorren
las colinas de Turín, se establece en una zona de la periferia de la
ciudad el canónigo Cottolengo, con treinta y cinco enfermos rechaza-
dos por todos los hospitales. Es el 27 de abril de 1832. En la zona de
Valdocco el canónigo ha alquilado una casona destinada a posada y ha
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llegado con u-1;1 asno, un carrito y dos monjas. Coloca un cartel a la
puerta:
'
"Pequeña Casa de la Divina Providencia". La Pequeña Casa llegará a
ser el milagro de Turín. Llegará a albergar diez mil enfermos incurables,
desechados por todo el mundo.
En el mes de junio, oye Juan Sosco por vez primera el nombre de
Vicente Gioberti. Es el de un sacerdote joven de Turín, profesor de filo-
sofía en la Universidad. Ha sido arrestado por pertenecer a una socie-
dad secreta antimonárquica. Es condenado al destierro y los guardias le
acompañan hasta la frontera con Francia. Diez años más tarde publi-
cará en Bruselas un libro famoso, El Primado de los Italianos; dieciocho
años más tarde llegará a ser el Primer Ministro de Carlos Alberto.
En el Palacio Real, a donde llegan los socios de la Alegría para tocar
el caballo de mármol, el rey destila las primeras reformas, con extrema
lentitud, entre temores y escrúpulos. La primera reforma queda firmada
y sellada en 1832: la tortura, inhumana reliquia de los tiempos bárbaros,
es abolida.
Patio interior y balconada del café Pianta, en Chieri, donde Juan
trabajó a los 18 arios.
69

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10
La época de la amistad
En otoño de 1832 inició Juan Sosco el tercer curso de gramática.
Durante los dos años siguientes siguió asistiendo a las clases que se
llamaban de 11humanidades" (1833-34) y de "retórica" (1834-35).
Seguía demostrando que era un alumno excelente, apasionado por
los libros y dotado de una feliz memoria. "Por entonces -recordaba
con cierta pena- yo no distinguía entre leer y estudiar. Podía repetir
fácilmente el argumento de i.Jn libro leído. La atención en clase era
suficiente para aprender .10 necesario. Además, como l]li madre me
había acostumbrado a dormir, más bien poco, podía ent'plear dos ter-
cios de la noche en leer libros a mi placer, a la luz de una vela. Había
un librero judío, llamado Elías, que me prestaba los clásicos italianos,
por 5 céntimos cada volumen. Casi leía uno por día".
Juan está en los 18 años, la edad de las amistades profundas. Aún
cuando es el "capitán de un pequeño ejército11 , forma un círculo res-
tringido de amigos íntimos.
·
Conoció al primero durante una jarana escolar. Ya entonces, no
todos los profesores pecaban de puntuales, por lo que los primeros
minutos de muchas clases se convertían en pura bulla. Estaba en boga
el juego de la pídola.1 Los menos amigos del estudio -anota con ironía
Don Sosco- eran los que más afición le tenían". Un joven llegado
recientemente, como de unos quince años, en medio de aquel alboroto
escogía tranquilamente un lugar y abría sus libros.
"Una vez se le acerca un compañero insolente, lo toma por brazo:
- Ven tu también a jugar.
- Nosé.
- Aprenderás. ¿Quieres que te obligue de un puntapié?
1 La pido1a o dala es un juego infantil: los muchachos saltan uno tras otro sobre un com·
paf\\ero que esté encorvado, y a quien, a veces. dan un talonazo o espolique.
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- Puedes pegarme lo que quieras. Pero no voy.
El mal educado le dio un par de bofetones que resonaron por toda la
escuela. Ante aquel espectáculo sentí hervir la sangre en mis venas.
Esperaba que el ofendido, lógicamente, se vengase, tanto más cuanto el
ultrajado era mucho más fuerte. Pero nada. Con la cara enrojecida y
casi lívida, le dijo:
- ¿Estás contento? Pues déjame en paz. Te perdono".
Juan quedó electrizado. Aquello era un acto "heroico". Quiso saber el
nombre del muchacho: Luis Comollo. "Desde entonces le tuve por
amigo íntimo, y puedo decir que de él aprendí a vivir como un buen
cristiano".
Descubrió, bajo su aparente fragilidad, una gran riqueza espiritual.
Instintivamente se convirtió en su protector contra los muchachos vul-
gares y violentos.
un garrote humano
Cierto día, un profesor, como de costumbre, tardaba en llegar. Se
desencadenó en la clase la habitual jarana. "Algunos querían pegar a
Comollo y a otro joven llamado Antonio Candelo. Dije en alta voz que
les dejaran en paz, pero no me hicieron caso. Empezaron a sonar los
insultos, y yo:
- El que diga una palabrota más, tendrá que arreglárselas conmigo.
Los más altos y descarados formaron un muro delante de mí, a
tiempo que sonaban dos bofetadas en la cara de Comollo. Perdí la luz
de la razón, y no teniendo a mano un palo o una silla, agarré por los
hombros a un condiscípulo y me serví de él como de un garrote para
golpear a mis enemigos".
Cuatro cayeron tendidos por el suelo, y los otros huyeron gritando.
En aquel momento entró en el aula el profesor y, al ver por el aire
brazos y piernas, en medio de una gritería de padre y muy señor mío,
se puso a vocear repartiendo cachetes a diestro y siniestro.
Calmada un tanto la tempestad, hizo que le contaran la causa de
aquel jaleo, y, casi sin creernos, quiso que se repitiese la escena. Rióse
él, rieron los alumnos y el profesor no pensó en castigarnos.
- Amigo mío, -me dijo Comollo, apenas pudimos hablar a solas-
me espanta tu fuerza. Dios no te la dio para destrozar a tus compañe-
ros. El quiere que perdonemos y devolvamos bien a los que nos hacen
mal".
Juan escucha, va con Comollo a confesarse. Pero la frase del Evange-
lio: "A quien te golpea en una mejilla, ofrécele la otra", no es un man-
71

8.4 Page 74

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damiento que aprenderá deprisa. Se lo impondrá a fuerza de voluntad,
más no estará de acuerdo con su genio. Tendrá que repetirse muchas
veces las palabras del sueño: "No con golpes, sino con caridad deberás
ganarte a tus amigos".
un "'soplo" de los espías
Durante los meses de verano de 1833, Chieri vió llegar de improviso
escuadrones de soldados. Se redobló la vigilancia a las puertas de la
ciudad. Rondas armadas recorrían las calles día y noche. Fueron prohi-
bidas las reuniones.
Un "soplo" de los espías había advertido que las huestes de Mazzini
estaban a punto de desencadenar una revuelta en Turin y en otras ciu-
dades de Piamonte. El año anterior habían llegado las primeras noticias
de la "Joven Italia", fundada por Mazzini; se habían descubierto ejem-
plares del periódico de la secta en un baúl de doble fondo, llegado a
Génova desde Marsella. Ahora el plan era producir incendios en varios
puntos de Turín, suscitar tumultos populares, asesinar a la familia real y
proclamar la república. (A continuación se sabrá que Mazzini en per-
sona había entregado a Gallenga el puñal con el que debía asesinar a
Carlos Alberto}.
El correr de las noticias y la rápida movilización de las fuerzas arma-
das ocasionó el arresto de los conjurados. Se cumplieron doce conde-
nas a pena de muerte. Un año más tarde, se repetirán, en Saboya, las
tentativas de insurrección, con la participación del general Ramorino y
de Gari bald i.
En aquellos meses, llegó a excesos ridículos la censura: fue secues-
trado un almacén de sombreros, porque entre sus colores estaban el
rojo y el azul, que eran los colores de la bandera tricolor de la revolu-
ción francesa.
Al. acabar el curso 1832-33, termina sus estudios el hijo de Lucía
Matta. Y ahí está Juan, en busca de nueva pensión.
Un amigo de la familia, Juan Pianta, ha abierto un café en Chieri, y le
ofrece un puesto en el bar. Tendrá que limpiar el local por la mañana,
antes de ir a clase, y por las tardes estar al mostrador y además en el
salón de billar. A cambio, el señor Pianta le dará albergue gratuito y
manutención.
Juan acepta, porque no encuentra otra cosa mejor. Son jornadas de
trabajo duro, en vela hasta altas horas de la noche, junto al billar, para
marcar las puntuaciones en la pizarra.
72

8.5 Page 75

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En 1888 (por tanto, 50 años más tarde), recordaba el señor Pianta
todavía: "Imposible encontrar otro joven mejor que Juan Bosco. Todas
las mañanitas iba a la iglesia de San Antonio para ayudar varias misas.
Usaba una caridad admirable con mi madre, vieja y achacosa, que vivía
con nosotros".
No era tan admirable el trato que este aprovechado" señor dispensaba
a su joven ayudante de 18 años: le hacía preparar el café y el chocolate,
pastelería y helados y no le daba más que la menestra. Le tocaba a
mamá Margarita llevarle desde I Becchi el pan y companaje. El apo-
sento que le proporcionaba era "un hueco estrecho encima de un
horno pequeño, construido para cocer pasteles y al que se subía por
una escalerilla. A poco que se estirase en el camastro, asomaban sus
pies, no sólo fuera del incómodo jergón, sino del mismo hueco-ha-
bitación.
Jacob Leví, 110r SObrenombre Jonás
En la misma escuela de Juan había algunos muchachos judíos. De
acuer90 con las leyes de Carlos Félix, los judíos tenían que habitar en
un barrio de la ciudad separado de los cristianos, la "judería11• Eran
"tolerados", es decir, considerados como ciudadanos de segunda cate-
goría. Cada semana sufrían aquellos muchachos una fastidiosa moles-
tia: su ley les prohibía todo trabajo el sábado, hasta el desarrollo de los
ejercicios escolares. Tenían que elegir: o ir contra su conciencia o resig-
narse a malas calificaciones y burlas de los compañeros.
Juan les ayudó muchas veces, haciendo los trabajos del sábado en su
lugar. Se hizo muy amigo de uno de ellos. Jacob-Leví, a quien los com-
pañeros apodaron "Jonás". Tenían una base común: los dos eran huér-
fanos de padre.
Don Bosco recordó siempre aquella amistad con brillantes expresio-
nes, insólitas en él: "Era de hermosísimo aspecto, cantaba con una voz
preciosa. Jugaba bien al billar. Yo le tenía gran cariño y él, a su vez,
sentía por mí una gran amistad. Rato libre que tenía, venía a pasarlo
conmigo, en mi aposento. Nos entreteníamos cantando, tocando el
piano, leyendo y relatando mil historias".
Es una amistad ardiente, irradiante, que manifiesta en Juan Bosco un
corazón sin otros cuidados o preocupaciones.
Un día, el joven judío "toma parte en una reyerta que pudo acarrearle
tristes consecuencias" y sufre una crisis. Juan, por afecto y no por pro-
selitismo, ofrece al amigo lo mejor que él posee: la fe. Le presta su
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8.6 Page 76

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catecismo. "En pocos meses aprendió las principales verdades de la fe.
Estaba contentísimo de ello y cada día que pasaba mejoraba en su
conducta y en sus conversaciones".
El drama familiar (inevitable) estalla el día en que su madre descubre
el catecismo cristiano en la habitación de su hijo. La pobre mujer tiene
la impresión de que, después de haber perdido al marido, va a perder al
hijo. Presenta cara a Juan y le dice con amargura: "Usted me lo ha
pervertido".
Juan emplea las mejores palabras que sabe, pero no gana nada.
Amenazado por los parientes, por el rabino, "Jonás" tiene que alejarse
por algún tiempo de la familia. Después, con el tiempo, renace la calma.
El 1Ode agosto era bautizado el joven hebreo en la catedral de Chieri.
El acta oficial, que se conserva en los archivos, atestigua: "Yo, Sebas-
tián Schioppo, doctor y canónigo, por concesión del Reverendísimo e
Ilustrísimo Arzobispo de Turín, he bautizado solemnemente al joven
hebreo Jacob-Leví, de 18 años, y le he puesto el nombre de Luis".
"Jonás" siguió siendo amigo íntimo de Don Sosco. Aún por el 1880
iba a visitarle al Oratorio de Valdocco y recordaban juntos los "hermo-
sos tiempos" pasados.
Las manzanas de Blanchard
La menestra del señor Pianta ciertamente no era bastante para calmar
el fuerte apetito de los dieciocho años de Juan Sosco. Llegó a pasar
hambre. Un joven amigo suyo, José Slanchard, se daba cuenta de ello,
e iba al puesto de su madre (vendedora de fruta) a llenarse los bolsos
de manzanas o castañas. La buena mujer veía y cerraba los ojos. Más
de una vez, en la mesa, vació José el frutero, por la misma razón. Su
hermano Leandro, un día, ·protestó:
- Tú, mamá, no ves nada. José te quita la fruta por kilos, y ni
siquiera te das cuenta.
- Vaya si me doy cuenta -respondió la mujer-. Pero sé a donde la
lleva. Ese Juan es un muchacho estupendo, y el hambre es algo muy
malo a su edad.
A pesar del hambre, Juan se las apañaba para encontrar cada día una
perra chica para el préstamo de libros del judío Elías. Y seguía leyendo
de noche. Se daba cuenta de ello el señor Pianta, que atestiguó: "A
menudo pasaba las noches de claro en claro estudiando. Yo me lo
encontraba por la mañana con la luz encendida, leyendo y escribiendo"
(¡a saber si le impresionaba la aplicación del muchacho o la cantidad
74

8.7 Page 77

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de aceite gastada por la luz!). También Don Sosco recordaba aquellas
noches: "Muchas veces sucedió que llegaba la hora de levantarme y
tenia aún entre las manos el libro que había empezado la tarde ante-
rior". Pero, añadía enseguida: "Esto me arruinó la salud. Por esto,
siempre aconsejaré hacer lo que se pueda y nada más. Descubrí, a mis
expensas, que la noche está hecha para descansar".
Juan Bosco no era ningún fenómeno. Era un adolescente lleno de
buena voluntoo y de impaciencia. La paciencia y el sentido de la
medida (como todos comprenden) las aprendería a lo largo de la vida.
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Un cuaderno de Juan, de cuando iba al colegio de Chieri.
75

8.8 Page 78

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11
Veinte años
Marzo del 1834. Juan Bosco, que va a terminar el año de "humanida-
des", presenta a los Franciscanos su petición de entrada en la orden.
Un compañero de escuela, Eugenio Nicco, le da la respuesta:
- Te esperan en Turín para el examen, en el convento de Santa
María de los Angeles.
Va allí a pie. En el registro de aceptaciones del convento se lee: "El
joven Juan Bosco de Castelnuovo, aceptado con todos los votos, cum-
ple con los requisitos pedidos, 18 de abril de 1834".
Inmediatamente después, prepara Juan los documentos para entrar
en el convento de la Paz, en Chieri.
¿Por qué tal decisión?
Juan tiene 19 años, y piensa que ha llegado el momento de decidirse
para la vida. Ha sudado y sufrido, porque quiere llegar a ser sacerdote.
Pero durante estos meses ha tenido que considerar algunos problemas
dramáticos.
Las cuentas con la pobreza
Ante todo la pobreza. No está dispuesto a seguir siendo un peso más
sobre los hombros de su madre. Así se lo confiesa, por aquellos días, a
de Evasio Savio, un amigo Castelnuovo: 11¿Cómo podría aún mi madre
ayudarme en los estudios?" Ha hablado de este problema con algunos
padres franciscanos y éstos, que le conocen bien, le proponen inmedia-
tamente: "Vente con nosotros". Ni siquiera se le pedirá la cantidad que
los novicios están invitados a entregar. Se hará una excepción con
Juan Bosco.
Quedan todavía otros problemas. Leemos en su Memorias: "Aconse-
jándome conmigo mismo, pensaba: Si me hago sacerdote secular, mi
vocación corre riesgo de naufragio". No se trata de escrúpulos, ni de un
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8.9 Page 79

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miedo vano. En aquellos años, escribe Pedro Stella: "una de las cosas
que más se temían, era el profesionalismo de los clérigos, que abraza-
ban la "carrera" eclesiástica, más por razones humanas que por pro-
fundo espíritu religioso. Se intuía como un mal muy grande para el
sacerdocio la vaciedad interior, la superficialidad en sentido religioso".
Una señal de este peligro podía ser la excesiva cantidad de jóvenes
que emprendía el camino del sacerdocio: 250 seminaristas en 1834
(Turín, Chieri, Bra y Giaveno). El mismo Don Bosco recuerda que, de
sus veinticuatro compañeros en el curso de retórica, se inscribieron
veinte para los cursos del seminario.
Naturalmente, a un ingreso tan abundante correspondían numerosos
y tristes abandonos. En principio, el camino del seminario ya era tenido
por muchos, como un "atajo" para un puesto en la enseñanza o un
empleo estatal.
Para curar esta plaga, se intentaba por parte de los obispos contener
cada vez más el número de seminaristas "externos", que solamente iban
al seminario a clase y a las funciones litúrgicas y que inevitablemente
introducían un aire de mundanidad en el internado.
La campesina del chal negro
A fines de abril, se presenta Juan a su párroco para pedirle los
documentos necesarios para entrar en el convento. Don Dassano le
mira perplejo:
- ¿Tú, a un convento? Pero .¿te lo has pensado bien?
- Me parece que sí.
Unos días después, sube don Dassano a la granja de Sussambrino.
Habla con Margarita.
- Juan va a hacerse fraile franciscano. Yo no tengo nada en contra,
pero me parece que su hijo vale más para trabajar en una parroquia.
Sabe hablar con la gente, atraerse a los muchachos, hacerse querer de
ellos. Por tanto, ¿a qué encerrarse en un convento? Además, Margarita,
quiero hablarle claro. Usted no es rica y va teniendo sus años. Un hijo
párroco, cuando usted ya no pueda trabajar, podrá echarle una mano,
pero un hijo fraile es como perderlo. Estoy convencido de que debe
apartarle de esta idea, y me parece que lo digo por su bien.
Mamá Margarita se echa el chal a los hombros y baja a Chieri.
- El párroco ha venido a decirme que quieres entrar en un convento.
¿Es verdad?
- Sí, madre. Espero que usted no se oponga.
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8.10 Page 80

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- "Oyeme bien, Juan. Te aconsejo muy mucho que examines el
paso que vas a dar y que, después, sigas tu vocación sin preocuparte
en absoluto de nadie. Pon, por delante de todo, la salvación de tu alma.
El párroco me pedía que te disuadiese de esta decisión, teniendo en
cuenta la necesidad que de ti pudiera tener en el porvenir. Pero yo te
digo: en asunto así no entro, porque está Dios por encima de todo. No
tienes por qué preocuparte de mi. Nada quiero de tí, nada espero de tí.
Tenlo siempre presente: nací pobre, he vivido pobre y quiero morir
pobre. Más aún, te lo aseguro: si te decidieras por el clero secular y,
por desgracia, llegaras a ser rico, ni una vez pondría los pies en tu
casa. No lo olvides".
La anciana campesina, con su chal negro, tenía un tono fuerte en su
voz y una energía grande en sus ojos. Nunca olvidaría Don Sosco aque-
llas palabras.
Estaba ya Juan para concluir, cuando ocurrió un imprevisto. "Pocos
días antes del fijado para mi entrada, tuve un sueño bastante extraño.
Me pareció ver una multitud de aquellos religiosos con los hábitos
rotos, corriendo en sentido contrario los unos de los otros. Uno de ellos
vino a decirme: "Tú buscas la paz y aquí no vas a encontrarla. Dios te
prepara otro lugar, otra mies".
Un sueño, las bagatelas de siempre. Pero Juan ya ha debido notar
que para él los sueños son cosas importantes, aunque incómodas a
veces. Va a su confesor: "Le expuse todo, pero no quiso oír hablar ni de
sueños ni de frailes. En este asunto -respondióme- preciso es que
cada uno siga sus inclinaciones y no los consejos de los otros. Debes,
pues, pensar tú y decidir tú".
¿Qué hacer? Difirió toda decisión y siguió en la escuela. Pero no
podía diferirla para siempre. Un día se confió a Luis Comollo, y obtuvo
el consejo clásico de un santito como él, lleno de espiritualidad fervo-
rosa y desencarnada: hacer una novena, escribir una carta a su tío
párroco, y luego obedecer ciegamente.
"El último día de la novena -recuerda Don Bosco-, en compañía de
mi inolvidable amigo, confesé y comulgué. Oí después una misa y
ayudé a otra en el altar de Nuestra Señora de las Gracias. De vuelta a
casa, encontramos una carta de don Comollo (el tío de Luis) que decía:
"Considerando atentamente todo lo expuesto, aconsejaría a tu compa-
ñero no entrar en un convento. Vista la sotana y no tema perder la
vocación. Con el recogimiento y las prácticas de piedad s'uperará todos
los obstáculos".
78

9 Pages 81-90

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9.1 Page 81

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"¿Por qué no consultas a don Cafasso,..
Vestir la sotana quería decir entrar en el seminario. Pero quedaba en
pie el problema número uno: ¿y el dinero? Al llegar a este punto, entró
en escena don Cinzano (que había sustituido a don Dassano en la
parroquia de Castelnuovo). Enterado de sus dificultades, fue a llamar a
la puerta de dos personas acomodadas del pueblo. Entre los dos se
dividieron la pensión del último año en la escuela pública.
Pero Juan no estaba del todo satisfecho. Su amigo Evasio Savia le
sugirió:
- Ve a Turín a aconsejarte con don Cafasso. Es joven, pero es el
cura más inteligente que haya nacido en Castelnuovo.
No tenía don José Cafasso más que 23 años, y sin embargo, se le
consideraba como uno de "ios mejores "directores de almas": a él iban,
en busca de consejo, muchas personas inquietas o preocupadas. Vivía
en Turín, en el Colegio Eclesiástico, y mientras completaba los estudios
de especialización teológica, atendía a los enfermos y a los presos.
Juan fue y le expuso sus apuros. Don Cafasso, con una gran calma y
tranquilidad, le dijo:
- Acabe su año de retórica y luego, entre en el seminario. La divina
Providencia le hará conocer lo que quiere de usted. Tampoco se pre-
ocupe por el dinero: alguien proveerá.
En este encuentro, halló Juan Sosco el elemento que equilibró su
vida. Su temperamento volcánico le hará vivir entre sueños, proyectos,
apuros, éxitos, desilusiones. Junto a él, tranquilo, calmante estará don
Cafasso el amigo discreto, el consejero prudente, el silencioso
bienhechor.
El seminario de Chieri se había inaugurado en 1829. El arzobispo de
Turín, Columbano, Chiaverottt había querido para los futuros sacerdotes
un ambiente recogido y casi claustral, apartado del ruidoso mundo de
Turín. Juan Bosco entrará en él como "interno11, dispuesto, por tanto, a
vivir toda su austeridad. Así lo aconsejó don Cafasso, que alcanza del
teólogo 1 Guala una pensión gratuita para el primer año.
Juan debería pasar el examen para la admisión en el seminario, en
Turín. Pero la ciudad estaba amenazada por el cólera (que llegaba cada
año perturbando la estación veraniega). Los viajeros eran sometidos a
cuarentena. Por lo que fue admitido al examen, por delegación, en
Chieri. Y salió bien de él.
Las últimas vacaciones escolares, antes de vestir la sotana clerical,
las pasó Juan en Sussambrino y en Castelnuovo, junto al párroco.
Escribe: "En aquellas vacaciones dejé de hacer el charlatán, y me di a
1 Dícese de la persona que tiene especiales conocimientos de la teología.
79

9.2 Page 82

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las buenas lecturas. Seguí ocupándome de los niños, entreteniéndoles
con historietas agradables, juegos y cantos religiosos. Muchos eran ya
mayorcitos, pero muy ignorantes en las verdades de la fe. Así que les
enseñaba el catecismo y las oraciones de cada día. Aquello era una
especie de oratorio, al que acudían unos cincuenta muchachos, que me
obedecían y me querían comq a un padre".
Marca de fábrica
16 de agosto de 1835. Juan Bosco cumple veinte años. Se ha hecho
un hombre tenaz, inteligente maduro. Está para empezar los años deci-
sivos de su formación sacerdotal, y lleva consigo mismo, como marca
de fábrica, un sólido carácter piamontés.
Henri Sosco, francés provenzal, pariente lejano del Santo, ha inten-
tado delinear, en una hermosa página, "los rasgos fuertemente marca-
dos y originales" del carácter piamontés. En la misma línea nos pone-
mos nosotros.
No es brillane, ni audo. No piensa deprisa. Es lento para comprender,
reflexionar, responder. Por eso le faltan el arrojo, el fuego, la exal-
tación.
Por contrapartida, es sólido y fuerte. Solidez hecha de resistencia,
ante todo. Sabe aguantar mucho y sin lamentos. Hecha también de
prudencia. La vida dura le ha enseñado que es prudente pensar bien sin
prisas.
Ha nacido positivo. No le seducen las ideas originales: sabe por ins-
tinto que tienen una alta tasa de mortalidad infantil. Si tiene una idea
brillante, la lleva enseguida al campo práctico. vive lo concreto, lo real.
Allí está su fuerza.
Lo real, a menudo, es muy áspero y duro. El piamontés opone a ello
la paciencia. Es paciente por espíritu, como es paciente de corazón.
Ama y no reniega. Es un hombre fiel. La fidelidad es la mayor señal
de perseverancia. Es su expresión más noble y su más puro producto.
Implica coraje.
El piamotés es animoso. No tiene la temeridad de las cabeza acalora-
das. Es más un soldado que un guerrero. Pero sabe combatir. Combate
bien, seriamente, sin espíritu de aventura, con más gusto para defender
que para atacar.
Esta vocación defensiva nace del amor intenso que tiene a su tierra, a
sus bienes, a su familia, aún cuando sean pocos sus bienes, exigente su
tierra y pesada su familia.
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9.3 Page 83

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Ante la necesidad, emigra. Pero no deja nunca a su tierra. Va con él,
en quien viven sus virtudes de paciencia, de apego, de consistencia, de
buen sentido práctico.
Sólo Dios sabe hasta qué punto poseyó Don Sosco las virtudes típi-
cas de los de su raza, la resistencia, el espíritu práctico, la genialidad
de la realidad, la paciencia, hasta la testarudez.
Pero Dios ha dado también el don de su corazón que ama sin límites
a este joven, que está a punto de entrar en el seminario. Un corazón
que no se resigna ante los jóvenes humillados por la ignorancia, ante la
gente abrumada por la miseria, ante las personas agotadas por la
carencia de Dios. Yo creo que éste es el "carisma", el don particular
que le fue dado a Don Sosco, y que debió integrarse, de manera dra-
mática a veces, con las cualidades de su tierra.
Un corazón total que no conoce medias tintas, afronta ciegamente las
provocaciones de la realidad y transforma la paciencia en cristiana
impaciencia. Responde con arrojo a las sugerencias atemorizadas por
el "buen sentido". Los santos tienen buen sentido, en abundancia, pero
nos damos cuenta de ello después. Parece locura, y es una gran fe, en
Dios y en los hombres. No una fe pasiva, que todo lo espera del cielo,
sino la fe de la visión, de la aventura, la fe que desencadena la ofensiva.
Don Sosco estuvo animado por esta fe enraizada en el amor, cuyas
razones son disparatadas, porque razona contra la inteligencia, con el
"buen sentido", con los pies en el suelo.
Precisamente por esto, muchos sacerdotes paisanos suyos, hermanos
sinceros en el ministerio, educados junto a él en el mismo seminario,
no le entenderán.
La Iglesia resumirá todo esto poniendo en el principio de su Misa
aquellas palabras que la Biblia aplica a Abraham (otro grande de la
humanidad que falló clamorosamente al "buen sentido"): "Dios le dio
una sabiduría y una prudencia vastísima y un corazón amplio como las
playas del mar".
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9.4 Page 84

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12
El seminario y sus puntos negros
La "imposición de la sotana" por aquellos años, es un paso impor-
tante. El joven se quita la ropa de la gente común, y viste una sotana
negra {"traje talar") que va de los hombros a los talones. Es una señal
para decir a todo el mundo: "Quiero ser sacerdote, y vivir como debe
vivir un sacerdote". Hay además otros accesorios que completan el uni-
forme de un clérigo: el alzacuello blanco, el bonete negro con su borla,
el sombrero de teja. El color único, de rigor, es el negro.
..Siempre tuve necesidad de todos", dirá un día Don Bosco. Hasta
para su toma de hábito fue así: la gente de su pueblo le regaló la
sotana, el sombrero, los zapatos, el bonete, hasta los calcetines negros.
25 de octubre. Domingo. La Iglesia de Castelnuovo está a reventar: a
los del pueblo se han juntado los de I Becchi, los de Murialdo y los
otros caseríos de alrededor, porque el párroco, antes de Misa mayor
impondrá la sotana a Juan Sosco, el simpático joven a quien todos
conocen.
Juan se acerca al altar llevando al brazo la negra sotana. Las palabras
de la ceremonia son solemnes.
"Cuando el párroco don Cinzano me mandó quitarme los vestidos del
mundo con aquellas palabras: "Que el Señor te despoje del hombre
_viejo y sus actos", dije en mi corazón: ¡Oh, cuánta ropa vieja me he de
quitar! Dios mío, destruid, sí, en mí todas mis malas costumbres". Des-
pués, cuando añadió al darme el alzacuello: "Revístate el Señor del
nuevo hombre, que Dios creó en justicia y santidad verdadera", añadí
en mi corazón: 11Dios mío, haced que, desde este momento, empiece una
vida nueva, según vuestro divino querer. María, sed mi salvación".
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9.5 Page 85

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Nuevo tenor de vida
Después de la misa, una sorpresa. Don Cinzano le invita a acompa-
ñarle hasta la aldea de Bardella, donde se celebra la fiesta mayor.
"Fui para no disgustarle, pero de mala gana. Aquello no era para mi.
Parecía un muñeco disfrazado. Tras varias semanas de preparación
para el día suspirado, me encontré allí con una comilona, entre gente
reunida para reír, bromear, comer, beber y divertirse. ¿Qué trato podía
tener aquella gente con uno que, por la mañana del mismo día, había
vestido el hábito de santidad para entregarse todo al Señor?
Al volver a casa me preguntó al párroco por qué andaba tan pensa-
tivo. Respondí, con toda sinceridad, que la función celebrada por la
mañana no concordaba ni en género, ni en número, ni en caso con lo
de la tarde. El haber visto sacerdotes, haciendo de bufón en medio de
los convidados, y un tanto alegrillos por el vino, me había disgustado.
"Si supiera que había de ser un sacerdote de esos -añadí- preferiría
quitarme esta sotana".
El párroco comprendió que el joven clérigo llevaba razón. Salió de
apuros con dos frases de ocasión: "El mundo es así, y hay que tomarlo
como es", y "Conviene ver el mal para conocerlo y evitarlo".
Durante los cuatro días que le faltaban para entrar en el seminario,
Juan se concentró en el silencio y en la reflexión, y escribió siete pro-
pósitos que señalaban todo un nuevo tenor de vida. Helos aquí.
1. No iré a bailes, teatros, ni espectáculos públicos.
2. No haré ya más juegos de manos, ni actuaré de saltimbanqui, ni
íré. más de caza.
3. Practicaré la templanza en el comer, en el beber y en el descanso.
4. _Leeré libros religiosos.
5. Combatiré todo pensamiento, toda conversación, toda palabra,
toda lectura contra la castidad.
6. Haré cada día un poco de meditación y un poco de lectura
espiritual.
7. Contaré cada día algún ejemplo o máxima edificante en bien del
prójimo.
"Fui ante una imagen de la Santísima Virgen y prometí formalmente
guardarlos, aún a costa de cualquier sacrificio".
No siempre lo logrará, porque también él está hecho de carne y
hueso como nosotros. Pero el "golpe de timón" está dado.
El 30 de octubre Juan debía entrar en ·el seminario. tarde antes, en
Sussambrino, estaba colocando en un baulillo la ropa que mamá Mar-
garita le había preparado. "Mi madre -escribe- no me perdía de vista,
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9.6 Page 86

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como si tuviera que decirme alguna cosa. De golpe me llamó aparte y
me dijo:
"Juan, ya has vestido la sotana sacerdotal. Como madre, experimento
un gran consuelo al tener un hijo seminarista. Pero acuérdate de que
no es el hábito lo que honra a tu estado, sino la práctica de la virtud. Si
alguna vez llegases a dudar de tu vocación, ¡por amor de Dios!, no des-
honres ese hábito. Quítatelo en seguida. Prefiero tener un pobre campe-
sino a un hijo sacerdote descuidado de sus deberes. Cuando viniste al
mundo, te consagré a la Santísima Virgen. Cuando comenzaste los
estudios, te recomendé la devoción a esta nuestra Madre. Ahora te
digo, que seas todo suyo, Juan".
Al terminar estas palabras, mi madre estaba conmovida. Yo lloraba.
"Madre -respondí- le agradezco todo lo que usted ha hecho por mí.
Nunca olvidaré sus palabras".
Por la mañana temprano fui a Chieri y por la tarde del mismo día
entré en el seminario".
Desde lo alto de una pared blanca, un reloj de sol le dio el primer
saludo: bajo el cuadrante de las horas estaba escrito: "Afflictis lentae,
celeres gaudentibus horae", es decir: 11Para el que sufre, tardan en
pasar las horas, pero corren veloces para el que tiene el corazón ale-
gre". Era un buen consejo para un mozo que se preparaba a pasar seis
años seguidos dentro de aquellos muros.
Ya en la capilla, los clérigos perfectamente alineados en los bancost
atacó el órgano con majestuosas notas el Veni Creator. Empezaba el
curso con tres días de Ejercicios Espirituales en riguroso silencio.
Hora,10 de hierro
En la página 90 de sus Memorias, 1 escribe Don Bosco: 11Los días de
seminario son poco más o menos siempre lo mismo". Es una manera
muy clara para decir que· la dificultad más pesada de los primeros
meses fue la monotonía..
El horario de cada jornada es preciso. Todo está señalado en un car-
tel colgado en un ángulo, junto a una campanilla. Toda una retahíla de
horas, medias-horas, cuartos de hora. Al término de cada división, el
"campanero" se acerca a la campana y la agita. A su retintín la comuni-
dad sale, entra, habla, calla, estudia, reza. Lo primero que a uno le
enseñan, al traspasar aquella puerta, es que la campana es la voz de Dios.
1 Glovannl BOSCO, Memorias del Oratorio de S. Francisco de Sales.
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9.7 Page 87

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Un día así vivido tiene su estímulo, hasta puede ser divertido. Pero,
hay que probarlo ocho meses seguidos, para saber qué es la mo-
notonía.
El horario que dividía la jornada en el seminario de Chieri había sido
impuesto por el propio Carlos Félix en todas las escuelas del Reino. No
perdonaba ni a los príncipes.
Podemos hacernos una idea presentando el horario que debía seguir,
en el Palacio Real de Turín, el príncipe heredero Víctor Manuel, que,
aquel año de 1835, tenía 15 años:
"Levantarse a las 5, Misa a las 7; clases de las 9 a las 12; comida; de
las 14 a las 19 y media, deberes escolares; cena, a las 21, oraciones y
descanso. Los domingos por la mañana dos misas: la "rezada", antes de
desayunar en la capilla de Palacio, y la "mayor", después de desayunar,
en la Catedral".
En el seminario, a diferencia del Palacio Real, la misa diaria estaba
acompañada por la meditación y la tercera parte del rosario. No se
hablaba durante la comida, se. oía la lectura de la "Historia Eclesiás-
tica", de Bercastel, leída por turno desde una tribuna.
El menú era sencillísimo. "Se come para vivir, no se vive para comer"
era una de las máximas repetidas.
El único momento en que aquellos mozos podían relajar la tensión
era el del recreo. Don Sosco recuerda apasionadas partidas a la baraja.
"Aunque no era un gran jugador. sin embargo, ganaba casi siempre. Al
acabar las partidas tenía las manos llenas de dinero; pero al ver a mis
compañeros tristes, por lo que habían perdido, yo me ponía más triste
que ellos. Añádase que. a fuerza de prestar atención a las cartas, al
estudiar o al rezar, tenía siempre la imaginación ocupada por el rey de
copas y el as de espadas. Por esto, a mitad de segundo año de filosofía,
determiné no participar en aquel juego".
El suceso que le decidió a romper del todo fue una gran victoria. El
clérigo, que testarudamente le pedía la revancha, era también pobre y,
al fin, desplumado como un pollo, casi se ponía a llorar. Juan tuvo ver-
güenza de sí mismo, le restituyó todo lo que le había ganado y puso
punto final a las cartas.
También fue rígido con sus Salesianos, en cuanto al juego de la
baraja. "Hace perder mucho tiempo, y nosotros lo tenemos que dedicar
a los jóvenes -decía-. Solamente cuando no tenga nada que hacer,
jugaré a la baraja".
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9.8 Page 88

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Puntos negros del seminario
A medida que va pasando el tiempo, descubre Juan algunos "puntos
negros" en la vida del seminario.
El primero es el mismo que le molestaba en Castelnuovo: los superio-
res mantienen la distancia. Para salvaguardar el respeto y la dignidad
se dejan ver pocas veces. "Era costumbre visitar al Rector y a los otros
superiores al volver de vacaciones y al marchar de ellas. Nadie iba a
hablar más con ellos, como no le llamasen para darle una reprimenda.
Si algún superior pasaba entre los seminaristas, todos huían precipita-
damente de él como de un perro sarnoso. ¡Cuántas veces hubiera que-
rido hablarles, pedirles consejo...!"
"Juan no pedía una aprobación formal -comentaba Pedro Stella-,
pedía más:· la benevolencia, esto es, la respuesta al afecto que él les
tenía. Este querer establecer una atmósfera de recíproco "placer", de
sintonía y simpatía expresa bien a las claras el temperamento de Don
Sosco". Para establecer esta corriente de sintonía, Don Sosco estima
esencial la "presencia física" de los educadores entre los jóvenes. Está
tan persuadido de ello que lo hará uno de los elementos esenciales de
su sistema educativo.
El segundo "punto negro" lo ven en algunos de los compañeros.
Había "muchos clérigos de virtud sin tacha"; pero también los había
"peligrosos", que sostenían "conversaciones realmente malas''. y que
introducían en el seminario "libros impíos y obscenos".
Otra de las amarguras de Juan era la prohibición de la comunión fre-
cuente. "La santa comunión sólo se podía recibir los domingos o en
especiales solemnidades". Para recibirla durante la semana "había que
buscar un subterfugio".
Por la mañana, mientras la larga fila de clérigos en silencio se dirigía
al refectorio, doblaba uno la esquina, entraba en la iglesia de San
Felipe y pedía la comunión "pagando" con el ayuno hasta mediodía.
"De este modo pude frecuentar bastantes veces la comunión, de la que
puedo decir que fue el alimento principal de mi vocación".
Bocanada de oxígeno del Jueves
El jueves era un día en que se rompía para Juan la monotonía del
horario. Por la tarde de aquel día, sin un fallo -lo recordaban sus
compañeros- el portero repicaba la campana de llamadas, gritando en
piamontés:
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- ¡Sosco de Caltelnuovo!
Los otros seminaristas, que buscaban la menor ocasión para reír un
poco hacían el eco, gritando como otros tantos pregoneros:
- ¡Sosco de Caltenuovo! ¡Bois de Chateauneuf!
Juan reía la acostumbrada broma y sobre todo porque sabía quien le
esperaba: eran los socios de la "Sociedad de la Alegría" que querían
verle y contarle novedades, los amigos con los que había hecho el
bachillerato, los chiquillos a los que había divertido cOn sus juegos y
sus cuentos y querían volver a oírle. "Eran muchísimos jovencitos
-recordaba un compañero de curso- que le rodeaban la mar de ale-
gres. El les entretenía y hablaba con todos". Después de la algazara, las
bromas, las alegres risotadas, un minutito a los pies de la Virgen.
El jueves era el día de su bocanada de oxígeno, la continuación, casi
clandestina, de "su clavo fijo" del oratorio.
Juan hablaba a menudo de este "oratorio" a sus amigos más íntimos:
nacería en la periferia de una gran ciudad, tendría patios, edificios, tur-
bas de muchachos. "No me invento nada -decía con tranquilidad-. Lo
sueño de vez en cuando, por la noche".
"Don Bosio, párroco de Levone canavese, compañero de Don Sosco
en el seminario de Chieri -según cuenta el biógrafo Lemoyne- llegó
por vez primera al Oratorio en 1890; al encontrarse en medio del patio,
rodeado de algunos miembros del Consejo Superior de los Salesianos,
giró la mirada en torno y, contemplando los distintos edificios, exclamó:
-De todo lo que aquí veo, nada me resulta nuevo. Don Sosco me lo
había descrito todo en el seminario, como si hubiese visto con sus pro-
pios ojos lo que contaba, igual que lo veo yo ahora con admirable
exactitud11
Sueños y pobreza son un extraño binomio, que acompañará todas las
estaciones de Don Sosco. Los sueños para abrir de par en par la espe-
ranza de un espléndido futuro, la pobreza para ir poniendo trabas al
presente.
Por los exámenes semestrales (los exámenes de aquellos "buenos
tiempos" eran tres al año: trimestrales, semestrales, finales) había un
premio de sesenta liras para el seminarista de cada curso que alcanzara
la mejor nota en conducta y aplicación. Juan hincaba los codos sobre
los libros para ganarlo. Repitió la empresa cada año: así tenía asegu-
rada la mitad de la pensión.
Y, además, se daba a todo y a todos. "El que quería afeitarse, arreglar
el bonete, coser o remendar una sotana, me encontraba siempre a
punto'.'.
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9.10 Page 90

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Entre Jóvenes ricos
Al borde del verano de 1836 se presenta de nuevo el cólera. El miedo
se apodera otra vez de Turín. Los Jesuitas anticipan la salida de sus
internos del colegio del Carmen para ir al castillo de Montaldo, impo-
nente lugar de vacaciones. Buscan un prefecto de dormitorio seguro
que, a la vez, pueda repasar el programa de griego. Don Cafasso envía
al seminarista Bosco: ..Podrás ganar unas liras".
Y, desde el primero de julio hasta el 17 de octubre, vive Juan, por vez
primera, entre jóvenes de familias distinguidas, en contacto con las vir-
tudes y defectos de los "hijos de papá". Confiesa que experimentó "lo
difícil que resulta adquirir entre ellos aquel ascendiente que un sacer-
dote debe tener para hacerles algún bien". Se persuade de que Dios le
llama solamente para los muchachos pobres. Esta será una de sus más
absolutas convicciones: lo mismo que no ha sido llamado para educar a
las muchachas, tampoco ha sido llamado para educar a los hijos de los
ricos. Casi treinta años más tarde, el 5 de abril de 1864. respondería,
casi con aspereza, a don Ruffino, que le hablaba de un colegio para
jóvenes nobles:
- Eso no, nunca. Sería nuestra ruina. Como lo fue para muchas
otras órdenes religiosas: tenían como primera finalidad la educación de
la juventud pobre, y la abandonaron para servir a los ricos.
Encanto de Luis comolto
Octubre de 1836. Mientras Juan Bosco deja el castillo de Montaldo
para pasar unos días entre las viñas de Susambrino, Luis Comollo viste
la sotana. A finales de mes, entra también él en el seminario de Chieri
juntamente con su amigo Juan. se rehace la pareja, la amistad irrom-
pible.
·
Luis tiene dos años menos que Juan, pero vuelve a ser ·su aguijón
espiritual. "Frecuentemente rompía mi recreo. Me tomaba de la sotana
y, diciéndome que le acompañase, me llevaba hasta la capilla".
Comollo se encontraba en el seminario como en su casa, y no se
terminaban nunca sus efusiones: visita al Santísimo, oraciones por los
agonizantes, rosario, oficio de la Virgen, corona por las almas del Pur-
gatorio.
Juan, como muchos cristianos que trabajan y sudan por el Reino de
Dios, sentía un atractivo profundo, una especie de nostalgia por aquella
piedad de puro ardimiento, de simple abandono en Dios. Pero com-
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10 Pages 91-100

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10.1 Page 91

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prendía que en la manera de hacer del amigo había exageración. Lo
dice con mucha delicadeza: "Ni siquiera probé imitarle en la mortifica-
ción. Ayunaba rigurosamente toda la cuaresma, ayunaba los sábados,
algún día no tomaba más que pan y agua ... Dejaba entonces el plato y
el vino, y se conformaba con pan mojado en agua, so pretexto de que
le iba bien para la salud".
Nosotros podemos decirlo claramente, sin circunloquios: era una
carrera voluntaria hacia el agotamiento y hacia la muerte. Un buen
director espiritual no le habría permitido correr de ese modo hacia el
martirio. Cuando Domingo Savio (veinte años más tarde) intentará
ponerse en un camino similar, Don Sosco le detiene con decisión. Pero,
en este momento, Juan no puede ser todavía aquel prudente director de
conciencias que llegará a ser. Y la ascética desencarnada de Comollo,
aquel su refugiarse en Dios, casi despreciando todo valor terreno, le
colman de admiración.
En él perdurará su encanto por el santito Luis Comollo, por esa san-
tidad que se quema rápidamente apuntando directa al Cielo. Pero su
camino hacia Dios seguirá siendo otro, el de una santidad más encar-
nada y sólida, encarnada en el contacto vivo con la realidad, el afecto y
las necesidades urgentes de los jóvenes, los problemas molestos y con-
cretos que clarifican y simplifican toda teoría ascética.
un seminarista novato
A primeros de diciembre entró en el seminario Juan Francisco Gia-
comelli de Avigliana. Dejó un testimonio precioso de Juan Sosco, ya en
segundo año de filosofía, que parece un retrato. Lo copiamo~ resu-
miéndolo.
"Entré en el seminario un mes más tarde que los demás, no conocía a
nadie, y andaba durante los primeros días como perdido en medio de la
soledad. El primer día que me senté en la sala de estudio, me vi frente a
un seminarista que me pareció de edad avanzada. Tenía buen aspecto,
los cabellos ensortijados, estaba pálido y delgado, parecía enfermo. Era
Don Juan Sosco. Fue él el primero que se me acercó, al verme sólo,
después de comer, y me hizo compañía durante todo el recreo. Me
guardó muchas delicadezas. Recuerdo, entre otras, que como tuviera
un bonete desproporcionadamente alto, varios compañeros se burlaban
de mí. Juan me lo ajustó en un dos por tres.
Había aquel año dos seminaristas que se llamaban Sosco. Como para
distinguirse, el primero (más tarde director de las Rosinas en Turín)
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10.2 Page 92

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dijo: "Yo soy Bosco de níspero" (de madera de níspero, durísimo, que
no se dobla). Juan por el contrario dijo: 11 Vo soy Bosco de sauce" (de
madera de sauce, tierno y flexible). No era un santurrón, sino que, muy
al contrario, tenía un carácter colérico, y era evidente la grande y con-
tinua violencia que se hacía para contenerse. Quería a los muchachos
sin medida, su placer era encontrarse en medio de ellos".
Patio interior del Seminario de Chieri.
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10.3 Page 93

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13
La profesión sacerdotal
24 de junio, fiesta de San Juan Bautista. Es el día onomástico de
Juan Sosco y el principio de las largas vacaciones estivales. Cuatro
meses.
Enfila la alba carretera que va de Chieri a Castelnuovo y toma des-
pués el sendero que sube a Susambrino. Son doce kilómetros. Hermosa
caminata. En la granja del hermano le dan la bienvenida el 11quiquiriquí11
de los gallos y la tímida sonrisa de una preciosa sobrinita.
Hace ya años que José ha montado su familia. Se casó en 1833 (a
sus 20 años, apenas) con María Calosso, una muchacha de Caltenuovo.
La primera criatura que vio la luz, Margarita, no vivió más que tres
meses. En la primavera de 1835 nació Filomena, una niña tranquila, que
mira encantada al tío Juan cómo trabaja con la garlopa, en el torno, en
la fragua; cómo corta y cose sotanas, y le hace muñequitas de trapo.
En la siega del trigo
En las cepas se engordan los tiernos racimos verdes y amarillea el
trigo por los campos. Cuando Juan cesa de trabajar en su rudimentario
taller, empuña la hoz y se coloca en la larga fila de los segadores. Las
gotas de sudor ruedan por su frente bajo el ancho sombrero de paja.
Se encuentra alegre en esa actividad a campo abierto, después de
ocho meses casi prisionero en los bancos de la escuela.
Un día, ve saltar una liebre por entre las ringleras de la viña. Corre
instintivamente a casa, descuelga. del clavo la escopeta de José. Le
parece que es cuestión de un minuto perseguir a una liebre, pero ésta
corre veloz. Testarudo, no quiere aflojar.
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"De campo en campo, de viña en viña, atravesé valles y colinas
durante varias horas. Llegué, finalmente, a tiro del animal; de un dis-
paro le deshice las costillas, tanto que el pobre animalito cayó, deján-
dome abatido al verle muerto. Algunos amigos me habían seguido, y se
alegraron por la pieza cobrada. Pero yo eché una mirada sobre mí
mismo: advertí que estaba en mangas de camisa, sin sotana y con un
sombrero de paja, a más de cinco kilómetros de casa y con una esco-
peta en la mano. Quedé mortificadísimo".
De vuelta en casa fue a leer en su cuadernito los propósitos hechos
el día que vistió la sotana. Leyó el número dos: "No haré más juegos de
manos, ni actuaré de saltimbanqui, ni iré más de caza". Dijo: "Señor,
perdonadme".
Su diversión volvió a ser la de estar entre los muchachos. "Muchos
tenían ya sus dieciséis o diecisiete años, y estaban en ayunas de las
verdades de la fe. Experimenté una gran satisfacción dándoles cate-
cismo, me puse a enseñar a leer y escribir a jovencitos de todas las
edades. Las clases eran gratuitas, pero les exigía asiduidad, atención y
la confesión mensual".
Los ..esquemas mentalesn
3 de noviembre de 1837. Juan empieza en el serminario la teología.
Es la "ciencia que estudia a Dios" y es el estudio fundamental para los
que aspiran al sacerdocio. Duraba en aquel tiempo cinco años, y com-
prendía como materias principales la dogmática (estudio de las verda-
des cristianas). la moral (la ley que debe observar el cristiano). la
Sagrada Escritura (la palabra de Dios), la historia eclesiástica (historia
de la Iglesia desde los orígenes del cristianismo hasta la edad
contemporánea).
El estudio de la teología es de gran importancia en la vida de todo
sacerdote. Durante esos años de juventud y disponibilidad, se coloca
esa especie de armazón de ideas, de valoraciones, que forman la "men-
talidad". A lo largo de la vida, el mismo sacerdote la afinará, hasta la
modificará, ante el peso de nuevos sucesos, pero difícilmente la cam-
biará. Su manera de ver, de enjuiciar las cosas, tendrán raíz en aquella
"plataforma ideológica" que la teología le dió. Allí se realizó su profe-
sión sacerdotal.
También para Juan Sosco fueron muy importantes los años de teolo-
gía. Aunque ayudado por dones extraordinarios, fue hijo de su tiempo,
y particularmente de la Iglesia de su tiempo.
92

10.5 Page 95

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Es importantísimo, para entender a Don Bosco, conocer los "esque-
mas ideológicos" que los estudios, los libros, y hasta la dirección espiri-
tual y la predicación colocaron como base de su mentalidad. Pedro Ste-
lla, en el primer volumen de Don Bosco en la historia de la religiosidad
católica, dedica veinte páginas (59-78) a este tema. Las dimensiones de
nuestro trabajo sólo nos permiten citar algunas afirmaciones que pres-
tan mucha luz:
"La teología dogmática de entonces, lo sometía todo a la cuenta a dar
al juez divino, en razón de la vida o la muerte eterna. Acostumbraba a
considerarlo todo, según el valor que tenía para la eternidad, en razón
de premio o castigo".
"La oratoria sagrada contribuía a alimentar el estado de angustia que
podía nacer en almas religiosas sensibilísimas. Argumentaba con las
graves y difíciles obligaciones que imponía el sacerdocio, los grandísi-
mos peligros procedentes del sagrado misterio (peligros de mundo, de
mujeres, de disipaciones de todo orden), la cuenta rigurosa que el
divino soberano exigiría a sus ministros".
Notamos de paso que, llevado de este género de predicación, Juan
Bosco pudo exagerar en algunos momentos sobre el autocontrol y algu-
nas formas antipáticas de ascesis. Son experiencias pasajeras que
muchos seminaristas de tiempos pasados (seminarios cerrados y asép-
ticos) sufrieron.
Valorar el tiempo propio
Creemos que también es muy importante, para valorar a Don Bosco,
delinear los rasgos esenciales de la "mentalidad histórica" que él
absorbió, durante aquellos años: cómo fue preparado para ver, valorar
"el tiempo" que estaba viviendo, aquella época tan importante que
pasará a los libros de. historia con el nombre de "Risorgimento". Sólo
comprendiendo esta "mentalidad histórica" resulta posible entender
cómo pensaba Don Bosco sobre el futuro de la Iglesia y del mundo.
Se empezaba por declarar "en quiebra" las experiencias de la revolu-
ción francesa y del imperio napoleónico. "La más terrible revolución ...'\\
"también entre nosotros abundó la iniquidad", "¡se rompió la red y fui-
mos liberados!" La restauración de los tronos es "obra única de las
manos de Dios". Son frases que abundan en las cartas pastorales y en
los sermones de la época.
La 11quiebra" estaba en el paso de la proclamación de los grandes
principios (libertad, igualdad), al "terrorº de la revolución y a la dicta-
93

10.6 Page 96

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dura napoleónica. Esto significaba que el principio iluminista (adoptado
por la revolución francesa) de la "razón como único caminó para la
verdad y el bien", llevaba a desastrosas consecuencias.
Era, por tanto, revalorizada la "dimensión religiosa", no reducible a
los límites de la razón humana. Era revalorizada la autoridad del rey,
moderada solamente por la observancia de las leyes divinas: con su
iluminada sabiduría debía moderar las fuerzas revolucionarias, siempre
en acecho, que llevaban al desorden y a la violencia.
Estas revalorizaciones eran un tanto ambiguas. Podían conducir a un
cristianismo autoritario, a una alianza entre el trono y el altar, incapaces
de entender que "libertad, igualdad y fraternidad" son valores cristia-
nos. Son las ambigüedades del "conservadurismo católico", que dominó
casi hasta 1848.
A escondidas, aún en los ambientes eclesiásticos, circulaban otras
ideas, las del 11liberalismo católico". Se recon9cía la validez de los
grandes principios de la revolución. Eran mal vistas la violencia jaco-
bina y la dictadura de Napoleón. Se .deseaba un sistema de poderes
equilibrados: un rey que frenara a los revolucionarios, pero también una
Constitución que garantizase libertad e igualdad. Libertad e igualdad,
sin embargo, eran deseadas por todos, menos por 11el pueblo bajo".
Tanto liberales como conservadores tenían miedo de la "igualdad
democrática": como enseñaba "el terror", ésa se trasnformaría inevita-
blemente ef'1 tiranía de un pequeño grupo que proclamaría gobernar "en
nombre del pueblo" produciendo el caos.
Entre los más ilustres católicos liberales de ese tiempo están Antonio
Rosmini y Alejandro Manzoni.
Juan Sosco absorbió la mentalidad histórica del "conservadurismo
católico". Fue de ideas conservadoras (pese a que la urgencia de situa-
ciones concretas le llevará a superar, y hasta atropellar, muchas postu-
ras de los conservadores). No podía ser de otro modo: en 1832 decla-
raba el papa Gregorio .XVI, en su encíclica Mirari vos, que "las
libertades modernas" no eran aceptables por los católicos. Al recono-
cer, por ejemplo, la libertad de conciencia -afirmaba el Papa- se
ponían en el mismo plano la verdad católica y el error. El texto de la
encíclica andaba en manos de los seminaristas que debían estudiarla y
reflexionar sobre el la.
¡Y cavour, Mazzlni, GarllHlldl?
Mientras asimila Juan Bosco estas ideas en Chieri, Carlos Alberto es,
en Turín, el "campeón" del conservadurismo católico. Florece la alianza
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del trono y el altar. El clero domina en la Universidad: un representante
del Arzobispo preside la entrega de títulos. En 1834, en la Ciudadela de
Turín, inaugura el rey el monumento a Pedro Micca, hombre del pueblo
que se sacrificó para salvar a la ciudad. Pero en el discurso no exalta
las "virtudes del pueblo", sino al súbdito sencillo, ignorante, obediente,·
pronto al sacrificio por su rey.
Aquel año de 1837, andan todavía dispersos los protagonistas del
"Risorgimento" (período que sacudiría a Italia y barajará todas las car-
tas, comprendidas las ideas "conservadoras" y las "liberales").
Juan Mastai-Ferretti, que en el 1846 ocupará la cátedra papal con el
nombre de Pío IX, es el obispo de lmola. Tiene sólo 45 años, y es
tenido por un "obispo despreocupado", por cuanto deplora los excesos
de la policía papal, y es amigo del conde Pasolini, el liberal más cono-
cido de su ciudad.
Camilo Cavour, de 27 años, dirige el distrito agrícola de Leri. Con
botas de montar y sombrero de paja, marcha incansable, de la mañana
a la noche, a través de los campos, dehesas y arrozales. Era un joven
subteniente en la guarnición de Génova el 1831. Al estallar los movi-
mientos revolucionarios ha gritado; "¡Viva la República!" Le desterraron
al Valle de Aosta y él abandonó el ejército. Su padre, gobernador de la
ciudad de Turín y por tanto jefe de policía, le confina al campo. Entre la
vendimia y la recolección del arroz gira por Europa, y admira los Par-
lamentos de París y Londres. Se encuentra con los desterrados italianos
y dice de ellos: "Son un atajo de locos imbéciles y fanáticos, con los
que haría, a gusto, estiércol para mis remolachas".
Mazzini, de 32 años, ha sido expulsado de Suiza hace poco. Desde
allí dirigía su trama revolucionaria. Ha organizado su vida en una casa
de los arrabales de Londres. Escribe en los periódicos para ganarse la
vida. se deja la barba, y anda solitario, vestido de negro, por las calles
nebulosas de la ciudad.
Garibaldi escapa a América, después de fallar la revolución mazzi-
niana en Sabaya, y desembarca en Brasil. Tiene 30 años y piratea por
los mares del Sur. al servicio del "gobierno revolucionario" de Río
Grande. Dentro de poco vestirá el uniforme de "legionario italiano" con
su legendaria camisa roja, comprando a bajo precio, en Montevideo,
todo un almacén de blusas destinadas a los saladeros, es decir a las
prisiones argentinas.
Víctor Manuel, 17 años, habita en el Palacio Real de Turín, como en
un riguroso cuartel. Le toca acompañar a su padre en las fiestas y bai-
les de la aristocracia, y permanecer horas y horas a pie firme a su lado.
No tiene más momentos de alegría que los que pasa en las caballerizas.
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Allí habla en dialecto vulgar y burdo con los mozos de cuadra, cabalga
atrevido y fanfarrón, es maniático en sus cosas y de aire desenfadado.
Lo mismo cerca que lejos, la historia humana sigue su rumbo. Los
sucesos ahora grandes, ahora pequeños, se van alternando.
En 1836, Morse hace realidad el telégrafo eléctrico y el sistema de
comunicación por líneas y puntos. Dentro de pocos años se adueñará
del mundo un utilísimo papel cuadrangular: el telegrama. Primero,
solamente para uso de gobernantes y grandes periódicos; luego, a dis-
posición de todos.
En 1837, durante una epidemia de cólera, fallece en Torre del Greco el
poeta Santiago Leopardi. Tenía 39 años. En Inglaterra sube al trono la
reina Victoria: empieza un larguísimo reinado, durante el cual verá a
Inglaterra convertida en la primera potencia colonial del mundo.
El 1838 muere el marqués Tancredi di Barolo, ex-alcalde de Turín. La
viuda decide dedicar sus riquezas para atender a las mujeres desgra-
ciadas. Nace así, en la periferia de Turín, junto al Cottolengo, la obra de
ayuda para reclusas y mujeres perdidas.
En el 1839 el rey Fernando II hace construir el primer ferrocarril ita-
liano, de Nápoles a Granatello, y Jacques Deguerre fabrica la primera
máquina fotográfica. También Don Bosco será deudor de este humilde
inventor: será uno de los primeros santos, cuya imagen ·precisa se
podrá conservar, gracias a docenas de fotografías.
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14
Por fin sacerdote
Vacaciones de 1838. El 11seminarista" Juan Sosco es invitado a predi-
car por vez primera en Alfiano, con ocasión de la fiesta de Nuestra
Señora del Rosario. Así lo recuerda: "El párroco, don José Palato, era
persona muy piadosa y docta y le rogué me diera su parecer sobre el
sermón. Me respondió:
- Muy bonito, ordenado. Puede usted ser un buen predicador.
- ¿Habrá comprendido el pueblo?
- Poco. Mi hermano sacerdote, yo y poquísimos más.
- Y, sin embargo, eran cosas sencillas.
- A usted le parecen fáciles, pero para el pueblo son bastante difíci-
les. Desgranar un tejido de hechos de la historia eclesiástica y de la his-
toria sagrada es algo muy bonito, pero el pueblo no lo entiende.
- ¿Qué me aconseja hacer?
- Hay que abandonar el lenguaje y el estilo de los clásicos, hablar
en dialecto, o en italiano si usted quiere, pero popularmente, popular-
mente, popularmente. Y más que a doctos razonamientos, aténgase a
los ejemplos, a las semejanzas, a los apólogos sencillos y prácticos.
Recuerde siempre que el pueblo entiende poco y que las verdades de la
fe hay que explicarlas de la forma más fácil posible".
Escribe Don Sosco que aquel consejo fue uno de los mejores de su
vida. Le sirvió para los sermones, el catecismo y para escribir libros.
Extraño pacto con el más allá
Noviembre de 1838. Juan Bosco empieza el segundo curso de teolo-
gía. Todo él estará dominado por un suceso trágico, impresionante.
Ya en el último mes de vacaciones le había dicho Luis Comollo algo
muy extraño. Contemplando los viñedos desde lo alto de una colina
murmuró:
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- El año que viene beberé un vino bastante mejor.
- ¿Qué quieres decir?- Primero no quiso responder, después:
- Hace tiempo que tengo un deseo tan vivo de ir al Paraíso, que me
parece imposible poder vivir mucho tiempo en la tierra.
Durante los primeros meses del curso escolar se añade un nuevo
detalle, muy extraño también. Juan y Luis habían leido juntos un trozo
de la biografía de un santo, y Juan comentó:
- Sería bonito que el que primero muriese de nosotros dos, trajese
al otro noticias del más allá.
Luis, impresionado por la idea, dice intencionadamente:
- Entonces hagamos un pacto. El primero que muera, si Dios lo
permite, vendrá a decir al otro si está en el Paraíso. ¿De acuerdo?
Se estrechan la mano.
Por la mañana del 25 de marzo de 1839, mientras van a la capilla,
detiene Luis a Juan en el corredor, y con cara seria le dice:
- Yo he terminado. Me siento mal, y sé que moriré.
Juan intenta tomar la cosa a broma:
- Anda allá, estás estupendo. Ayer hemos paseado juntos una hora.
No pienses en ello.
Y sin embargo es cosa sería. Estando en la iglesia, Comollo se des-
vanece y hay que llevarle a la enfermería. Tiene fiebre alta y preocu-
pante.
El 31 de marzo coincide con la Pascua. Luis recibe el Viático. Está
postrado, sin fuerzas. Un rato, en el que sólo está Juan a su lado, le
toma de la mano y murmura:
- Ha llegado el momento de separarnos, querido Juan. Pensábamos
en llegar juntos a ser sacerdotes, ayudarnos, aconsejarnos. Pero, Dios
no lo quiere así. Prométeme que rezarás por mí.
Al alba del 2 de abril moría estrechando la mano de Juan. Sin haber
cumplido todavía los 22 años.
Y he aquí lo que sucedió dentro de las cuarenta y ocho horas siguien-
tes, con las mismas palabras que lo refiere Don Bosco:
"La noche, entre el 3 y el 4 de abril, estaba yo en cama en un dormi-
torio de unos veinte seminaristas. Hacia las once y media, se comenzó
a oír un sordo rumor por los corredores. Parecía como si un enorme
carromato, arrastrado por muchos caballos, se acercase a las puertas
del dormitorio. Los seminaristas se despiertan, pero ninguno dice nada.
Yo estaba petrificado de terror. El rumor avanza. Se abre violentamente
la puerta. Fue entonces cuando se oyó la voz clara .de Comollo que
repitió tres veces: "¡Sosco, me he salvado!". Cesó luego el rumor. Mis
companeros habían saltado de la cama. Algunos se apretujaban en·
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derredor del prefecto del dormitorio, don José Fiorito, de Rívoli. Fue la
primera vez que recuerdo haber tenido miedo. Un espanto tal que, en
aquel momento, hubiera preferido morir. Aquel espanto me produjo una
grave enfermedad, que me puso a las puertas de la muerte".
Lemoyne, que vivió en el oratorio junto a Don Sosco, desde 1883
hasta 1888, afirma: "Don José Fiorito contó muchas veces aquella apa-
rición a los superiores del oratorio''.
Pan de centeno vvino generoso
La "grave enfermedad" a que hace alusión Don Sosco, fue un serio
agotamiento depresivo, que se prolongó hasta los primeros meses del
curso escolar siguiente. Le repugnaba la comida y estaba postrado en
un obstinado insomnio. Tras algunos meses, el médico ordenó reposo
absoluto en cama ... Así estuvo unos treinta días.
Se rehizo de una forma curiosa, casi increíble. Su madre, al saber que
está en cama desde hace varios días, corre a verle y le lleva un pan de
centeno y una botella de vino generoso. Es conmovedora aquella pobre
mujer. Le han dicho que su hijo está enfermo, y para los campesinos no
hay más enfermedad que la desnutrición. Consiguientemente la medi-
cina es también una sola, alimentarse bien. Allá por las colinas no se
sabe nada de enfermedades con nombres difíciles y de medicinas sofis-
ticadas.
Y Juan conoce el juego. No quiere que su madre se sienta humillada
rechazando sus dones. Corta una rebanada de aquel pan y se llena el
vaso de vino. Casi sin darse cuenta, sigue adelante. Otra rebanada y
otro sorbo de vino. Hásta desaparecer el pan y dejar temblando la bote-
lla. Y llegó detrás un sueño letárgico, "que duró dos días y una noche
consecutivosº. Al despertar, se sintió curado.
T 11 embabla al pensar que me ataba para toela la vida..
La recuperación fue tan perfecta que, al fin del curso "me vino la idea
de intentar adelantar un curso durante el verano. Por aquellos tiempos,
rara vez se concedía tal permiso. Me presenté al arzobispo Fransoni, le
pedí me dejara estudiar los tratados correspondientes al cuarto curso
durante el verano, para así dar por acabado el quinquenio de teología
en el curso escolar siguiente 1840-41. Aducía mi avanzada edad de 24
años cumplidos".
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El arzobispo quiso cenocer las calificciones de los exámenes
anteriores, y a su vista concedió el favor, a condición de que, antes de
noviembre, Juan se presentase a los exámenes prescritos y recibiera la
orden del subdiaconado. El teólogo Cinzano, párroco de Castelnuovo
fue nombrado examinador. En dos meses de estudio intenso, Juan
Sosco se prepara y aprueba los exámenes.
El subdiaconado era, por entonces, el paso decisivo en la vida de un
seminarista. El que lo recibe, hace voto solemne de castidad para toda
la vida. La iglesia no dispensaba a nadie de este voto, por ningún
motivo.
El seminarista, que se preparaba para recibir esta orden, era invitado
a encerrarse en el silencio de· diez días de Ejercicios Espirituales. En
ellos hacía confesión general, es decir, un examen de toda la vida, para
preguntarse a sí. mismo y al confesor representante de Dios, si estaba
en condiciones de comprometerse para siempre.
Recordando aquellos días, escribe Don Sosco: 11 Deseaba ir adelante,
pero temblaba al pensar que me ataba para toda la vida".
19 de septiembre de 1840. El obispo invita a Juan Sosco a pensar una
vez más en la importancia del orden que está a punto de recibir. Si está
decidido a consagrar para siempre su vida a Dios, dé un paso adelante.
Juan Sosco da un paso sobre el pavimento de la iglesia. Con aquel
gesto deja para siempre a sus espaldas toda carrera profana.
..El sacerdote no va solo al Paraíso"
Noviembre de 1840. Empieza en el seminario de Chieri el quinto y
último curso de teología.
29 de marzo de 1841. Recibe el orden del diaconado. Es el último
peldaño para el sacerdocio.
26 de mayo. El diácono Juan Sosco empieza los Ejercicios Espiritua:
les de preparación para la ordenación sacerdotal. De acuerdo con la
invitación de su director d~ espíritu, medita largamente durante aque-
llos días las palabras del salmo: 11¿Quién subirá al monte del Señor?
¿Quién podrá habitar en el santuario? El que tiene las manos y el cora-
zón puros". Mirando hacia el interior de su vida, ve que casi milagrosa-
mente, sus manos permanecen puras, desde que Margarita se las jun-
ta.ba para rezar las primeras oraciones.
Anota en un cuadern'illo: "El sacerdote no va solo al paraíso, ni va
solo al infierno. Si obra bien, irá al cielo con las almas que salve con su
buen ejemplo; si obra mal y da escándalo, irá a la perdición con las
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11.3 Page 103

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almas condenadas por. su escándalo... Por lo tanto, me empeñaré en
guardar los siguientes propósitos:
Siguen a continuación nueve propósitos fundamentales para su vida.
En gran parte repite los mismos propósitos hechos al tomar la sotana.
Tres de ellos señalan una profundización característica de lo que va a
ser "el esti.lo sacerdotal" de Don Bosco. Helos aquí:
- Ocupar rigurosamente bien el tiempo.
- Padecer, trabajar, humillarme en todo y siempre, cuando se trate
de salvar almas.
- La caridad y la dulzura de San Francisco de Sales serán mi norma.
Sacerdote para siempre
5 de junio de 1841. En la capilla del Arzobispado, Juan Sosco, reves-
tido de alba blanca se postra en tierra ante el altar. Descienden desde
el órgano las austeras notas del gregoriano. Los sacerdotes y los semi-
naristas presentes invocan, uno a uno, los grandes santos de la iglesia:
Pedro, Pablo, Benedicto, Bernardo, Francisco, Catalina, Ignacio...
Pálido por la emoción y los últimos días extenuantes, Juan se levanta
y se pone de rodillas a los pies del arzobispo. Luis Fransoni impone las
manos sobre su cabeza, e invoca al Espíritu Santo para que descienda
y le consagre sacerdote para siempre.
Unos minutos desp:ués, uniéndose a la voz del arzobispo, Juan Sosco
empieza su primera concelebración. Por fin, sacerdote.
"Celebré mi primera Misa -escribirá con sencillez- en la iglesia de
San Francisco de Asís, asistido por don José Cafasso, mi insigne bien-
hechor y director. Me esperaban ansiosamente en el pueblo (era la
fiesta de la Santísima Trinidad), en donde hacía muchos años no se
había celebrado primera Misa alguna. Pero preferí celebrarla en Turín,
sin ruido ni distracciones, en el altar del Angel Custodio. Puedo decir
que ese día fue el más hermoso de mi vida. En el momento en que se
recuerda a los difuntos, recordé a todos los míos, a mis bienhechores,
particularmente a don Calosso, al que siempre recordé como grande e
insigne bienhechor. Es piadosa creencia que el Señor concede la gracia
que el nuevo sacerdote pida al celebrar la primera Misa. Yo pedí ardien-
temente la eficacia ·de fa palabra, para poder hacer el bien a las almas".
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/
Don Bosco quiso celebrar su segunda Misa en la iglesia de la Santí-
sima Virgen de la Consolata.1 Al levantar los ojos; vió allá arriba a la
Señora resplandeciente como el sol, que le había hablado en sueños
diecisiete años antes. "Hazte humilde, fuerte y robusto", le había dicho.
Don Bosco había procurado serlo. Empezaba ahora el tiempo en que
"todo lo comprendería".
El jueves siguiente, fiesta del Corpus Christi (entonces fiesta de pre-
cepto), Don Bosco celebró la Misa en su pueblo.
Las campanas voltearon y repicaron largo tiempo. Todo el mundo se
apiñó en la gran iglesia. "Todos me querían -recordará Don Sosco- y
cada uno se alegraba juntamente conmigo".
Los pequeñitos desencajan sus ojos al oír que aquel sacerdote era un
pequeño saltimbanqui.
Los mayores recuerdan al compañero de juegos y de escuela.
Los ancianos, de las colinas del contorno, comentan cómo le veían
pasar por el camino con los pies descalzos y los libros en la mano.
Aquella tarde, mamá Margarita logra hallar un momento para hablar a
solas con él y le dice: "¡Ya eres sacerdote, Juan! ahora estás más cerca
de Jesús. Yo no he leído tus libros, pero acuérdate que comenzar a
decir misa, es lo mismo que empezar a sufrir. :No te darás cuenta de
ello enseguida, pero un día verás que tu madre no te ha engañado. En
adelante, piensa solamente en la salvación de las almas, y no te pre-
ocupes de mí".
1 La Virgen de la Consolata es la patrona de Turín. "Consolata" serla lo mismo que Nues·
tra Senora de Consolación.
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15
sacePdote en ,odaje
¿Qué hará ahora Don Sosco?
Es inteligente, quiere trabajar, es pobre.
Le ofrecen tres cargos. Una familia noble de Génova le quiere para
instructor de sus hijos. Muchas familias ricas de aquel entonces, mejor
que enviar sus hijos a las escuelas públicas, preferían mantener en su
propia casa un profesor privado, como instructor y educador. Buscaban
casi siempre un sacerdote, que ofreciera garantías de seriedad. Aque-
llos nobles genoveses hacen saber a Don Sosco que sus honorarios
serán de mil liras al año (óptimo estipendio).
Los habitantes de su aldea le suplican acepte la capellanía de
Murialdo. Le garantizan que doblarán el estipendio acostumbrado.
El párroco de Caltenúovo, don Cinzano, le propone sea su coadjutor.
También él le asegura una buena entrada.
Cosa extraña, todos hablan a Don Sosco de dineros, como si, al
haber llegado al sacerdocio, hubiera por fin 11ganado una buena plaza"
para disfrutar económicamente. Mamá Margarita, la que ha tenido que
contar al céntimo para pagar sus deudas, es la única que le recuerda:
"Si llegas a ser rico, no pondré los pies en tu casa".
Para acabar pronto, Don Bosco se va a Turín a ver a don Cafasso.
- ¿Qué debo hacer?
- Nada de todo eso. Venga aquí al Convictorio Eclesiástico. Aquí
completará su formación sacerdotal.
Don Cafasso mira muy lejos. Ha comprendido que la "cargatl humana
y espiritual de Don Sosco no puede consumirse en una familia o en un
pueblo. En cambio Turín es una ciudad que puede consumirle a él. Ba-
rrios nuevos, tiempos nuevos, problemas nuevos. Don Cafasso no ten-
drá que hacer más que vigilarle.
Primer descubrimiento: la miseria de los suburbios
El Convictorio está situado en un ex-convento, pegado a la iglesia de
San Francisco de Asís. El teólogo Guata, ayudado por don Cafasso,
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prepara en aquel edificio a 45 sacerdotes jóvenes para que sean
"sacerdotes del tiempo y de la sociedad en la que tendrán que vivir".
La preparación dura dos años (para Don Sosco, por vía de excep-
ción, serán tres). La jornada de aquellos jóvenes· sacerdotes está
encuadrada en las dos conferencias de la mañana y de la tarde, la pri-
mera por don Guala y la segunda por don Cafasso. Durante el resto de
la jornada, van a ejercer el sagrado ministerio en el ambiente de la ciu-
dad: hospitales, cárceles. instituciones benéficas, palacios, casas popu-
lares y buhardillas, predicación en las iglesias y catecismo a los niños,
asistencia a los enfermos y ancianos.
Las conferencias no están dedicadas a la presentación de teorías teo-
lógicas, sino al encuadramiento de las experiencias diarias que los
jóvenes sacerdotes viven en el tejido humano de la ciudad. Hoy diría-
mos: se les enviaba a experimentar en su propia piel un análisis de la
situación social y eclesial y, luego, se les reunía para reflexionar sobre
su propia acción pastoral. Don Bosco resume esto en cinco palabras:
11Se aprendía a ser sacerdotes,,.
Don· Cafasso es un sacerdote pequeno, flaco, defectuoso en su per-
sona, pero dotado de una actividad incansable: enseña, predica, con-
fiesa, visita las cárceles.
Desde 1841, don Cafasso se convierte en el "director espiritual'' de
Don Bosco. Lo que quiere decir: que Don Sosco se confiesa con él, le
pide· consejo antes de tomar ninguna decisión, le manifiesta los propios
proyectos de vida y está a sus órdenes.
Hasta aquel momento, Don Sosco no conoce más que la pobreza del
campo. No sabe qué es la miseria de los suburbios de las grandes ciu-
dades. Don Cafasso le dice: "Ve, mira a tu alrededor y actúa".
"Ya en los primeros domingos -atestiguará más tarde Miguel Rúa-
anduvo por la ciudad, para hacerse una idea sobre las condiciones
morales en que se movían los jóvenes".
Quedó turbado. Los suburbios eran zonas donde fermentar revolu-
ciones, cinturones de desolación. Los adolescentes vagabundeaban por
las calles, sin trabajo, tristes, dispuestos a todo lo peor.
"Se tropezó con muchos jóvenes de todas las edades -sigue el tes-
timonio de Don Rúa- que vagaban por calles y plazas, especialmente
en los alrededores de la ciudad, jugando, riiiendo, blasfemando y
haciendo de todo".
104

11.7 Page 107

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Mercado de brazos Juveniles
Junto al gran mercado de la ciudad descubrió otro "verdadero mer-
cado de brazos juveniles". "El barrio vecino a Porta Palazzo -escribe
Lemoyne- era un hormiguero de vendedores ambulantes, vendedores
de cerillas, limpiabotas, limpiachimeneas, mozos de cuadra, expendedo-
res de folletos, mozos de cordel para el mercado, todos pobres mucha-
chos que trampeaban como podían la jornada".
El mismo Don Sosco, en sus Memorias, recuerda que los primeros
grupos de muchachos, con los que pudo entablar relación, eran "cante-
ros, albañiles, estucadores, adoquinadores, ensoladores y cosas pareci-
das, que venían de pueblos muy apartados".
Hijos de familias desacomodadas, casi siempre sin trabajo, andaban a
la busca de cualquier oficio, con tal de ir tirando. Eran los primeros
"resultados" del hacinamiento de inmigrados en los "cinturones rojos"
que iban circundando las ciudades.
Les veía trepar a los andamios de los albañiles, buscar una plaza de
mozo en una tienda, vagar anunciándose como deshollinador. Les veía
jugándose el dinero por las esquinas de las calles, con la cara dura y
decidida del que está dispuesto a intentar cualquier medio para abrirse
camino en la vida.
Si intentaba acercarse a ellos, se alejaban desconfiados y desprecia-
dores. No eran, no, los muchachos de I Becchi; no buscaban historietas
ni juegos de manos. Eran los "lobos", los animales salvajes de sus sue-
ños, aún cuando en sus ojos había más miedo que ferocidad.
La revolución Industrial
Aquellos muchachos de las calles de Turín son el "perverso efecto,,
de· un suceso que ha empezado a perturbar al mundo, la "revolución
industrial".
En 1798, en Glasgow (Inglaterra), acababa de patentar James Watt la
"máquina de vapor". Era un instrumento que, aprovechando la energía
desarrollada por el calor, hacía mover palancas y correas de transmi-
sión. Una sola máquina :de Watt (potencia 100 caballos vapor) desarro-
llaba una fuerza semejante a la de 880 hombres. Empleándola, una
hilandería podía producir tanto hilo como podrían haber producido
200.000 hombres. Para atender a las hilanderías, que hacían todo este
trabajo, bastaban- 750 trabajadores, reunidos bajo unos grandes barra-
cones.
105

11.8 Page 108

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Así empezaron a existir la fábrica y los obreros (llamados también
proletarios). Antes, las gentes eran ·campesinas, comerciantes, artesa-
nos. Entre los artesanos (trabajadores que usaban instrumentos propios
en talleres propios) estaban los hiladores, que trabajaban el algodón y
la lana, utilizando la fuerza de sus propios brazos.
La producción facilitada por las fébricas ·rebaja de golpe el precio de-
los tejidos y desarrolla enormemente el mercado. Al mismo tiempo se
realiza un gran aumento del empleo del hierro (para la producción de
máquinas, telares, ferrocarriles) y de la extracción del carbón de piedra
en las minas (que. permite la propulsión de las máquinas de vapor y la
elaboración del hierro).
Contemporánea es también la construcción, a gran escala, de ferro-
carriles, barcos de vapor y otros medios de transporte.
En los mismos años, gracias al progresivo triunfo de la medicina y de
la higiene sobre las epidemias más mortíferas, como la peste y ta
viruela, la población de Europa alcanza un crecimiento imponente: de
los 140 millones en el 1800 pasa a los 260 millones en 1850.
El crecimiento prepotente de las fábricas (esto es, de la industria)
acarrea la crisis de los artesanos. Una avalancha de gente del campo
cae sobre la ciudad en busca de trabajo. Las fábricas adquieren una
fisonomía precisa: centros en dcmde un enorme número de trabajadores
desarrollan la misma labor a las órdenes de un patrón.
Así surgen en Inglaterra las ciudades del carbón, las ciudades del
hierro, las ciudades de las industrias textiles. Es la revolución industrial.
Nace en Inglaterra y pasa rápidamente a Francia, Alemania, Bélgica,
América.
Según Carlos M. Cipolla (Historia de las ideas políticas, económicas,
sociales, UTET, vol. V) ella constituye uno de los más grandes y radica-
les cambios realizados en la historia del hombre.
El primero se realizó en la noche de los tiempos. Los hombres eran
un "conjunto desligado de bandas de cazadores pequeños, brutales y
malvados". Con la "revolución neolítica" se convirtieron en cultivadores
de plantas y criadores de animales. "Entre el cazador del paleolítico y el
agricultor del neolítico se abre un abismo, está la diferencia entre el
estado salvaje y el civilizado". Este primer cambio radical de la historia
humana se realizó en el curso de millares de años, los hombres tuvie-
ron tiempo para una adaptación gradual.
La segunda gran revolución, la industrial, "invadió el globo, desbara-
justó la existencia, trastornó las estructuras de todas las sociedades
humanas existentes, a la vuelta de siete u ocho generaciones" (ciento
cincuenta, doscientos anos). La mente humana se encontró frente a
problemas nuevos y amplísimos "con urgencia alucinante'._
108

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El Inmenso progreso regalado al mundo
La revolución industrial abrió las puertas a un mundo totalmente
nuevo, con nuevas y desconocidas fuentes de energía: el carbón, el
petróleo, la dinamita, la electricidad, el átomo. "Al descubrimiento de
Watt ha seguido toda una serie de inventos análogos" que permitieron
el aprovechamiento de las nuevas energías, para la producción y tam-
bién para la destrucción.
Los resultados industriales han sido enormes, inimaginables, al
extremo de que se puede afirmar: en el año 1850 no sólo se fue el
pasado, sino que murió.
La humanidad se desarrolló de una manera explosiva: 759 millones de
personas en 1750, mil doscientos millones en 1850, dos mil quinientos
millones en 1950.
Nunca se había alcanzado el bienestar que la revolución industrial ha
difundido. "En un país pre-industrial la mitad de los ingresos eran
absorbidos por la manutención. Todos los ingresos no bastaban para
sobrevivir con las frecuentes carestías. En un país industrializado ha
desaparecido el hambre, la manutención no absorbe más que la cuarta
parte de los ingresos".
Se realizaron cambios totales y drásticos en las costumbres, ideas,
creencias, instrucción, familia. Se plantearon problemas enormes a las
nuevas generaciones. Recordemos, por ejemplo, el crecimiento incon-
trolado de la población, las armas cada vez más terribles, la disgrega-
ción del Estado tradicional, la contaminación, la marginación de los
ancianos.
Pese a los formidables problemas planteados, con la revolución
industrial la humanidad "ha vencido con amplia medida a la naturaleza,
ha superado las distancias, ha roto muchos de aquellos vínculos mate-
riales que por milenios la habían condicionado".
El pavoroso coste humano
Pero el inmenso progreso tuvo, sobre todo en los primeros cien años
un pavoroso coste humano. 11Una exigua minoría de riquísimos impuso
una verdadera esclavitud a una multitud infinita de proletarios" (Rerum
novarum).
Hay en la nueva época de la humanidad una enorme "mancha negra":
la cuestión obrera. En las ciudades industriales se forma una clase
107

11.10 Page 110

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nueva, la de los proletarios, que no tiene más riquezas que sus propios
brazos y los de sus hijos. Las condiciones del proletariado son
espantosas.
En 1850 (citamos encuestas hechas por Dolléans y Villermé) la mitad
de la población inglesa está hacinada en grandes ciudades. Las "casas"
de los obreros están en sótanos, en cada uno de los cuales se hacina
toda la familia, sin aire, sin luz, mal olientes por la humedad y los des-
agües. En las fábricas no hay más medidas higiénicas, ni más regla-
mento que el impuesto por el patrón.
Un salario de hambre permite una nutrición totalmente insuficiente.
Su comida ordinaria es verdura hervida. La disgregación de la familia,
el aumento del alcoholismo, de la prostitución, de la criminalidad, la
difusión de nuevas enfermedades, hija de ciertos trabajos y de las con-
diciones ef"! que se desarrollan (tubercolosis, silicosis...), se convierten
en fenó~enos a gran escala.
A la fábrica no van solamente los hombres y las mujeres. Van tam-
bién los chiquillos, y su vida se convierte en un tormento. La fatiga
(aguantan en pie toda la jornada laboral, está prohibido sentarse), el
sueño, el cansancio provocan frecuentes desgracias en el trabajo. Por
otro lado, la vida de estos pequeños desgraciados resulta muy corta.
"Se recogían los chiquillos por centenares en los barrios populares
de Londres -escribe Margarita Laski-. Los llevaban a la estación, los
apiñaban en los vagones y eran expedidos a trabajar en las hilaturas de
Lancashire. Muchos de ellos apenas si caminaban. El trabajo duraba
doce y más horas al día. El trabajo del hilado lo hacían las máquinas. Y
para atender a una máquina no hacía falta un hombre, bastaba un niño.
Se caían vencidos por el sueño y el cansancio, en la soledad de las
oscuras fábricas. La jornada de trabajo duraba del alba al ocaso, con
una única comida al mediodía. Las enfermedades deshacían a los
pequeños trabajadores".
En derredor del 1850, el proletariado francés, belga y alemán, se
encuentra en idénticas condiciones que el proletariado inglés. A duras
penas puede sobrevivir una familia proletaria. No cuenta con un franco
para pagar médico, medicinas y vestidos. Una estadística revela que en
Nantes (Francia) el 66 por ciento de los niños muere antes de· los cinco
años. La vida media de un obrero entre 1830 y 1840, es de 17-19 años.
Estos son los años (como ya hemos recordado) en los que los obreros
de Lyon y de París se sublevan al grito de: "Vivir trabajando o morir
combatiendo", y son dispersados..a cañonazos.
108

12 Pages 111-120

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12.1 Page 111

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Mortandad de Inocentes, también en ltalla
La revolución industrial llega más tarde a Italia, por falta de capitales
y materias primas. Los primeros establecimientos textiles se abren en la
región austriaca de Lombardía y Venecia (fábrica de lanas Rossi en
Schio el 1817, Marzotto en Valdagno el 1836). La industria mecánica se
Inicia en Milán el 1846. El crecimiento industrial es lento y poco desa-
rrollado.
Rodolfo Morando escribe, a propósito de las fábricas textiles de
Lombardía: "En las hilaturas de seda, grandes establecimientos en los
que trabajan de 100 a 200 individuos, se realizaba al máximo el empleo
de chiquillos. Los lugares en los que se les empleaban eran tales que,
en poco tiempo, se idiotizaban. El trabajo duraba, en invierno, hasta 13
horas y en verano 15 y 16. En las hilaturas movidas por agua, el trabajo
era continuo y había niños que trabajaban durante toda la noche. El
ambiente húmedo y malsano, el tener que levantarse muy temprano, la
larga permanencia en posiciones incómodas, provocaban, con mucha
frecuencia, como el médico de la zona contaba, endurecimientos de las
glándulas, escrofulismo, r~quitismo y tumores fríos. Hasta 15.000 mu-
cha~hos aniquilaban de este modo, en Lombardía, la flor de su vida".
Hacia 1841 llega a Turín la revolución industrial, pero sólo de
rechazo. Los impuestos del trigo y de la _seda han disminuído sensible-
mente y han empujado a los patronos a un cultivo mejor para hacer
frente a la baja de precios. En 1839, Carlos Alberto ha aprobado la
construcción del ferrocarril Turín-Génova, ha vuelto a poner sobre el
tapete el proyecto del "canal con exclusas" entre Génova y el Po. El
1841 presenta Medail su proyecto para el túnel del Fréjus. Al año
siguiente se constituye la Asociación agraria y el rey pone a su disposi-
ción la finca de Pollenzo, para experimentos de nuevos y f!tej9res
cultivos.
La ciudad se desarrolla rápidamente. En los diez años de 1838 a 1848,
pasa de 117.000 h~bitantes a 137.000, con un aumento del 17 por
ciento. La construcción urbana experimenta un desarrollo vigoroso. En
estos diez años se construyen 700 casas nuevas, que se llenan con
siete mil familias, también nuevas. El movimiento de inmigración sos-
tiene un ritmo constante. Llegará a ·su punto álgido, del 1849 al 1850, en
que se hablará de, y hasta de 100.000 inmigrados.
Llegan familias pobre$ y jóvenes, ellos solos, del Valle de Sesia, de
los Val.les de Lanzo, de Monferrato, de Lombardfa. A pie de obra ve Don
Bosco "críos de ocho a doce anos, lejos de su tierra, que sirven a los
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12.2 Page 112

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albañiles, que pasan la jornada de acá para allá, sobre andamios poco
seguros, al sol, al viento, subiendo empinadas rampas con carretillas
cargadas de cal, de ladrillos, sjn más ayuda educativa que vulgares
reprensiones y golpes".
Las familias obreras "suben a las buhardillas" por la noche. No hay
otros apartamentos con alquilér aceptable, para el sueldo de un obrero.
Don Bosco llega a verlas y las encuentra "bajas, estrechas, tristes y
sucias. Sirven de dormitorio, de cocina, y, a veces, de lugar de trabajo
para familias enteras".
sacar ta cuenta
Hay bandas de jóvenes que vagan, especialmente los domingos, por
las calles y por las orillas del Po. Contemplan a las personas "perfuma-
das y de fiesta", que pasean sin hacer caso de su miseria.
Don Bosco saca rápidamente la cuenta. Aquellos muchachos necesi-
tan una escuela y un trabajo para abrirse porvenir seguro; necesitan
poder ser muchachos, es decir soltar sus ganas de correr y de saltar
por espacios verdes, sin tropezar con las aceras; necesitan encontrarse
con Dios para descubrir y realizar su dignidad.
No es el único, ni el primero, que ha sacado conclusiones semejan-
tes. La urgencia de ayudar a las masas populares en este momento la
siente hasta Carlos Alberto.
El rey anda muy preocupado por la 11otra revolución", la que está en
el aire, la política, la que estallará fragosamente de 1847 a 1848, y que
se llamará en Italia "Risorgimento". Está agitado por las ideas absolutis·
tas (que él ha jurado a Cartos Félix defender hasta la muerte) y las de
los liberales, que presionan cada día más por la Constitución y la un'ifi-
cación de Italia.
Siempre con los ojos fijos en Austria (enemiga de toda concesión a
los liberales) él se aparta cautamente de las posiciones absolutistas
para ir hacia las corrientes más modernas de los liberales. Entabla rela-
ciones con Máximo D'Azeglio, César Balbo, Santiago Durando. Este lar-
go pamino le llevará a ser el protagonista del primer Risorgimento.
Pero el rey está igualrnente preocupado por las condiciones sociales
de su reino, y apoya toda iniciativa de beneficencia y de instrucción
popular.
También los sacerdotes y los políticos, de aquel tiempo, andaban
divididos ente tendencias favorables o contrarias a las ideas liberales.
Pero se encuentran aparejados en el mismo campo de batalla, contra la
miseria material y moral de la gente.
110

12.3 Page 113

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En estos años vera Turín abrirse un abanico de escuelas populares
para los trabajadores. En 1845 se abren dos, de mecánica y de química
aplicada. En 1846, escribe Carlos Ignacio Giulio, "se presentan 700
obreros en las escuelas nocturnas de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas".
Don Bosco, en cambio, se está concentrando sobre el problema de
los jóvenes. Don Cafasso lo ve y decide provocarlo hasta el fondo.
Sacristía de la iglesia de San Francisco de Asís. donde Don Bosco encontró a
Bartolomé Garelli. el 8 de diciembre de 1841 .
111

12.4 Page 114

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16
"Me Hamo Bartolomé Garelli"
La gente de Turín llama a don Cafasso 11el cura de la horca,. porque
va a las cárceles a consolar a los detenidos. Y, cuando alguno es con-
denado a muerte, sube junto a él, y le acompaña hasta el lugar del
suplicio.
Hay, por entonces, en Turín cuatro cárceles. Están situadas en las
torres junto a Porta Palazzo, en la calle de Santo Domingo, junto a la
iglesia de los Santos Mártires y en los sótanos del Senado.
Un día, al ir a sus acostumbradas visitas, invita :don Cafasso a Don
Sosco a qu19 le acompañe.
Los oscuros corredores, las paredes ennegrecidas y húmedas, el
aspecto triste y escuálido de los presos le turban profundamente.
Siente repugnancia y experimenta la sensación de ahogo.
Pero lo que le duele enormemente es ver que hay muchachos detrás
de los barrotes. Escribe: "Me horroricé al contemplar aquella cantidad
de muchachos, de los doce a los dieciocho años, sanos y robustos, de
ingenio despierto, que estaban allí ociosos, picados por los insectos, y
faltos en absoluto del alimento espiritual y material''.
Volvió otras veces, con don Cafasso, y también solo. Buscó la forma
de hablar con ellos, no solamente "dándoles la lección de catecismo"
(que era vigilada por los guardias), sino de tú a tú. Al principio, las
reacciones fueron ásperas. Tuvo que oír insultos pesados. Pero, poco a
poco, hubo alguno que se mostró menos desconfiado y logró hablar de
amigo a amigo.
Así llegó a conocer sus tristes historias, su envilecimiento, la rabia
que, a veces, les ponía furiosos. El "delito" más corriente era el robo.
Por hambre, por el deseo de algo más que el escaso sustento, y tam-
bién por envidia de la gente rica que se aprovechaba de su trabajo y les
dejaba en la miseria.
La sociedad no había sabido hacer nada en su favor y les encerraba
allí dentro.
112

12.5 Page 115

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Estaban a pan negro y agua. Tenían que obedecer a los carceleros
por la fuerza, ya que les golpeaban por el más mínimo pretexto.
Ocupaban salas colectivas, en donde los más bribones se convertían
en maestros de vida.
"Lo que más me impresionaba -escribe Don Bosco- era que
muchos, al salir, estaban decididos a cambiar de vida", aunque no fuera
nada más que por miedo a la prisión. "Pero, al cabo de poco tiempo,
terminaban de nuevo allí".
Intentó averiguar la causa y termina diciendo: "Por estar abandona-
dos a si mismos". No tenían familia, o eran rechazados por los parien-
tes, porque la cárcel "les había deshonrado para siempre".
"Estos muchachos, decía para mí, deberían encontrar fuera un amigo
que se preocupase de ellos y les atendiese e instruyese en la religión,
durante los días festivos. Entonces no volverían a la cárcel".
"Poquito a poco termina por hacerse algún amigo. Sus Hlecciones de
catecismo detrás de las rejas" son aceptadas más a gusto. ºA medida
que les hacía comprender la dignidad del hombre -escribe- experi-
mentaban un placer en el alma, se proponían ser mejores".
Pero de repente, a la vuelta, todo ha cambiado. De nuevo caras duras
y voces sarcásticas insinúan blasfemias. Don Bosco no logra siempre
vencer el desaliento. Un día rompe a llorar. En un instante de duda.
- ¿Por qué llora ese cura? -pregunta uno.
- Porque nos quiere. También mi madre lloraría, si me viese aq1.,1í
dentro.
LOS párrocos vacilan
Al salirt Don Bosco ha tomado una decisión inquebrantable: 11Hay que
impedir a toda costa que muchachos tan jóvenes terminen en la cárcel.
Quiero ser el salvador de esta juventud".
"Comuniqué mi pensamiento a don Cafasso -escribe- y con su
consejo busqué el modo de realizarlo".
Hay en Turín otros sacerdotes que también buscan soluciones para
los problemas de la juventud, pero siguen distintos caminos.
Son dieciséis las parroquias: catorce en la ciudad y dos en los subur-
bios. Los párrocos sienten el problema de los jóvenest pero están espe-
rándoles en la sacristía y en la iglesia para la doctrina de la tarde, los
domingos y en cuaresma. Se lamentan de "aquellos hermosos tiempos",
cuando los jóvenes inmigrantes llegaban con una carta de recomenda-
ción del párroco de origen, para su colega de la ciudad. No se dan
113

12.6 Page 116

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cuenta de que, con la inmigración a bandadas, se han deshecho los
esquemas de comportamiento y de que 11aquellos hermosos tiempos"
no volverán más.
Hay que inventar esquemas nuevos, abrir nuevos caminos. Los coad-
jutores parroquiales, siempre ocupados en funerales y bautizos, debe-
rían probar un apostolado volante por tiendas, oficinas, mercados.
En Milán, donde la revolución industrial se impone hace años, ya se
ha afrontado el problema de la juventud abandonada.· Ya se puede ver
toda una red de instituciones adecuadas a los tiempos: los "oratorios
festivos". El anuario de la diócesis de Milán de 1850 presenta una lista
con quince oratorios, algunos con decenios de experiencia a cuestas.
En Brescia, don Ludovico Pavoni empezó su oratorio para muchachos
11 pobres, vulgares, despreciados" hacia 1809.
En Turín, en cambio, el problema sigue sin solución. Los párrocos
vacilan. Aún en 1846, después de haber ido varios sacerdotes turineses
a Milán para ver las obras juveniles, concluyen diciendo: "Los párrocos
de la ciudad de Turín, reunidos trataron sobre la oportunidad de los
oratorios festivos. Sopesados temores y esperanzas, dado que cada
párroco no puede proveer de un oratorio a su propia parroquia, animan
al sacerdote Juan Bosco para que siga con (su oratorio) hasta que no
se tome otra deliberación".
Mientras los párrocos vacilan, los sacerdotes jóvenes actúan.
El experimento de don Cocclll
El primero en actuar es don Juan cocchi, sacerdote lleno de vitalidad,
procedente de la provincia, de Druent. Se ordenó sacerdote el 1836,
cuando Don Sosco terminaba su primer curso de filosofía en el semi-
nario.
En Moschino, barrio mísero y de mala fama, en el arrabal de Vanchi-
glia, funda en 1841 el primer oratorio festivo de Turín (ya ha hecho otro
intento en 1840) y lo pone bajo la protección del Angel Custodio. Está
en la parroquia de la Anunciata, hacia el Po.
Don Cocchi es un sacerdote genial y sensible, tiene ideas brillantes y
las cabezonadas de todo el que empieza, pero no siempre la constancia
y la larga visión del realizador. Sustenta ideas liberales, toma posicio-
nes respecto a la línea política de su Arzobispo y del Papa. Esto hace
que le tomen por "sospechosoº, pese a su caridad operante, que sa-
cude la inercia de muchos otros eclesiásticos.
114

12.7 Page 117

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En 1849-50 figura entre los animadores de la "Sociedad de caridad en
favor de los jóvenes pobres y abandonados", más tarde en el ''Colegio
de los Aprendices", en el oratorio de San Martín, en la "Colonia agrí-
cola" de Moncucco, siempre en favor de los jóvenes y de las clases
menesterosas.
Otros sacerdotes, juntamente con don Cocchi, se están metiendo en
el trabajo pastoral en favor de los jóvenes. Son sacerdotes "libres" de
obligaciones parroquiales. Muchos estuvieron o todavía están en el
Convictorio eclesiástico, hermanados por las experiencias vivas que
afrontan conjuntamente.
El mismo don Cafasso -recuerda Don Bosco- "ya hacía varios años
que, en verano, enseñaba el catecismo los domingos a jóvenes albañi-
les en una habitación aneja a la sacristía de la iglesia de San Francisco
de Asís. El peso de sus ocupaciones le obligó a interrumpir aquel ejer-
cicio que tanto le gustaba".
También Don Bosco, como ya hemos dicho, apenas entró en el Con-
victorio, se echó a la calle. Encontró desconfianzas y hostilidades, pero
también muchachos que se le encariñaron. "Me encontré con una cua-
drilla de jóvenes que iban conmigo por las calles, las plazas, hasta la
misma sacristía del Convictorio".
Don Cafasso quiere confiarle la continuación de su catecismo a los
peones de albañil, pero después de la experiencia emocional de las
cárceles, Don Sosco piensa en algo más consistente.
Quiere -como le ha dicho a don Cafasso- organizar un centro,
donde los muchachos abandonados por la familia encuentren un
amigo, donde los jóvenes salidos de la cárcel, sepan que tienen una
ayuda y un apoyo. Un centro que no esté atado a una parroquia, sino a
él. Y que funcione, no sólo los domingos para la catequesis, sino toda
la semana, mediante la amistad, la asistencia, los encuentros en el lugar
de trabajo.
un avemaría para empezar
El tímido inicio de esta realización (casi el origen del oratorio festivo
de Don Sosco) tiene lugar en la mañana del 8 de diciembre de 1841. El
mismo año en que don Cocchi funda el primer oratorio en Turín.
Treinta y cinco días después de la llegada de Don Bosco al Convictorio.
El mismo describe la escena, con la exquisitez y la sencillez de una
vieja página:
"El día solemne de la Inmaculada Concepción de María, estaba revis-
tiéndome los ornamentos sagrados para celebrar la santa Misa. El sa-
115

12.8 Page 118

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cristán, José Comotti, al ver a un chaval en un rincón, le invitó a que
me ayudara la Misa.
- No sé-respondió él, muy avergonzado.
- Ven, dijo el otro-, tienes que ayudar.
- No sé -contestó el muchacho-; no lo he hecho nunca.
- Eres un animal (replicó el sacristán muy furioso-. Si no sabes
ayudar ¿entoncés, a qué vienes aquí? Y diciendo esto, agarró el mango
del plumero y la emprendió a golpes en las espaldas y la cabeza del
pobre muchacho.
Mientras el chico tomaba las de Villadiego:
- ¿Qué hace usted? -grité yo en alta voz-. ¿Por qué le pega?
- ¿A que viene a la sacristía, si no sabe ayudar a Misa?
- Hace usted mal.
- Y a usted ¿qué le importa?
- Es un amigo mío. Llámelo enseguida, tengo que hablar con él.
El muchacho vuelve, la mar de mortificado. Lleva la cabeza rapada.
La chaqueta sucia de cal. Es un inmigrante. Seguramente que los suyos
le dijeron: "Cuando estés en Turín, vete a Misa". El ha ido, pero no se
ha atrevido a sentarse en la iglesia entre la gente bien vestida. Ha pro-
bado entrar en la sacristía, como acostumbran hacer los hombres y los
mozos en muchos pueblos del campo.
"Le pregunté amablemente:
- ¿Has oído ya Misa?
- No.
- Ven a oírla. Después, quiero hablar contigo de un asunto que te va
a gustar.
Accedió sin mayor dificultad. Celebrada la Misa y terminada la acción
de gracias, llevé al muchacho al coro tras el altar y con cara sonriente
empecé a preguntarle:
- Amigo, ¿cómo te llamas?
- Bartolomé Garell i.
- ¿De qué pueblo eres?
- De Asti.
- ¿Qué oficio tienes?
- Albañil.
- ¿Vive tu padre?
- No; murió ya.
- ¿Y tu madre?
- También murió...
- ¿Cuántos años tienes?
- Dieciséis.
116

12.9 Page 119

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- ¿Sabes leer y escribir?
- No.
- ¿Sabes cantar? -el chaval, enjugándose los ojos, me miró fija-
mente a la cara, casi maravillado, y respondió: -No.
- ¿Sabes silbar? -Bartolomé se echó a reír. Eso era lo que yo que-
ría. Empezábamos a ser amigos.
- ¿Has hecho ya la primera comunión?
- Todavía no.
- ¿Te has confesado?
- Sí, cuando era pequeño.
- Y ahora, ¿vas al catecismo?
- No me atrevo. Los chicos pequeños se me ríen ...
- Y si yo te diera catecismo aparte, ¿vendrías?
- Con mucho gusto.
- ¿Aquí mismo?
- Con tal -de que no me peguen.
- Estáte tranquilo, ahora eres mi amigo, y nadie te tocará. ¿Cuándo
quieres que empecemos?
- Cuando usted quiera.
- ¿Ahora mismo?
- Con mucho gusto".
Don Bosco se arrodilla y reza una avemaría. Cuarenta y cinco años
más tarde, decía así a sus Salesianos: 'Todas las bendiciones que nos
han llovido del cielo son el fruto de aquella avemaría, rezada con fervor
y recta intención".
Terminada el avemaría, Don Bosco hace la señal de la cruz "para
empezar", y se da cuenta de que Bartolomé no la hace, o mejor, hace
un signo que recuerda vagamente la señal de la cruz. Entonces, car-
gado de dulzura, le enseña a hacerla bien. Y le explica en dialecto (¡los
dos son de Astil) porqué llamamos a Dios ..Padre". Al acabar le dice:
- Me gustaría que volvieras el próximo domingo, Bartolomé.
- Con mucho gusto.
- Pero no vengas solo. Trae contigo a tus amigos.
Bartolomé Garelli, peón de albañil de Astí, fue el primer embajador de
Don Bosco entre los jóvenes trabajadores de su barrio. Contó su
encuentro con el cura simpático "que sabía silbar", y les habló de su
invitación.
Tres días más tarde era domingo. En la sacristía entraron nueve
muchachos. No iban a la ..iglesia de San Francisco de Asís", iban "bus-
cando a Don Bosco". Había nacido el oratorio.
117

12.10 Page 120

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"Ahora mismo"
En el diálogo con Bartolomé Garelli aparece la expresión de "ahora
mismo". Una expresión como otra cualquiera, a primera vista. Y en
cambio es como una simiente, que, echada en tierra, produce una
planta.
En aquel momento (1841) "ahora mismo" es la orden para todo un
grupo de sacerdotes turineses. En la incertidumbre de la primera revo-
lución industrial, en la imposibilidad de hallar hermosos planos y pro-
gramas de acción, estos sacerdotes ponen toda su energía para realizar
"ahora mismo" algo en favor de los jóvenes, en favor de la gente nece-
sitada.
Pero ese "ahora mismo" quedará en la historia como la marca de Don
Sosco y más tarde de los Salesianos, que se distinguirán como hom-
bres de una "rápida intervención" entre los pobres.
Aún volveremos a decir algo sobre Don Sosco y la cuestión social.
Pero nos apresuramos a hacer notar desde ahora cómo Don Sosco "se
lanza a la acción" por la urgencia, la imposibilidad de esperar.
"Hacer algo AHORA MISMO", porque la pobre juventud no puede
permitirse el lujo de esperar las reformas, los planes orgánicos, las
revoluciones del sistema. Cierto que no basta el "ahora mismo". "Si te
encuentras con uno que se muere de hambre, en lugar de darle un pez,
enséñale a pescar", se dirá con justicia. Pero también es verdad el
reverso de la frase: "Si te encuentras con uno que se muere de hambre,
dale un pescado, para que tenga tiempo de aprender· a pescar". No
basta "el ahora mismo", la intervención inmediata, pero tampoco basta
"preparar un futuro diferente", porque mientras tanto se mueren los
pobres de hambre.
Don Bosco y los primeros Salesianos se imantarán con el "ahora
mismo", con la rápida intervención. Darán a los jovencitos pobres cate-
cismo, pan, enseñanza profesional, colocación· protegida por un buen
contrato de trabajo. Y aguardarán a que otros católicos, en .competen-
cia con socialistas, comunistas, anarquistas, preparen los planos para
atacar y transformar el Estado Liberal, que hipócritamente 11se abstiene"
de los conflictos del trabajo, es decir deja que los fuertes hagan el
papel de prepotentes y los débiles sean aplastados.
118

13 Pages 121-130

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13.1 Page 121

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17
El ·oratorio
de los peones de albañil
Un sacerdote joven predica con ímpetu en el púlpito de san Fran-
cisco. Junto a un altar lateral, sentados en las gradas de la balaustrada,
duermen unos muchachos albañiles, apoyados el uno sobre la espalda
del otro.
Don Bosco que cruza por la iglesia, toca a uno de ellos en el hombro.
Todos se despiertan un tanto apurados. El les sonríe. En voz baja
pregunta:
- ¿Por qué dormís?
- No entendemos nada, -barbota el mayor.
- Ese cura no habla para nosotros -añade el vecino.
- Venid conmigo.
De puntillas, les lleva hasta la sacristía. "Eran Carlos Buzzetti, Joa-
quín Gariboldi, Germán", recordaba conmovido Don Bosco a sus pri-
meros Salesianos. Peones de albaliil lombardos que por treinta-
cuarenta años estarían a su lado, conocidos por todos en Valdocco.
"Entonces no eran más que unos peones de mano, ahora son maestros
albañiles". (Memorias, pág. 129).
A la sacristía llegan también Bartolomé y sus amigos. Aumenta el
número. Don Bosco les ayuda a rezar, les da un sermoncito a propósito
para ellos, lleno de vida, dialogando, lleno de ejemplos y noticias curio-
sas. Después ocupan los bancos de la iglesia para oír la misa de Don
Sosco.
Pero la mañana es larga, y después de misa y de comerse el panecillo
del desayuno, los muchachos quieren divertirse. Hacen unas carreras
por el patio del Convictorio. Si pasa un cura, interrumpen enseguida.
Pero don Guala y don Cafasso lo entienden. Autorizan a los mucha-
chos de Don Bosco para que jueguen "en el pati.o anejo., los domingos.
Esta autorización la mantuvieron por tres años, pese a que los mucha-
chos eran unos quince cuando lo permitieron, y después de tres meses
eran veinticinco y en el verano llegaban a ochenta.
119

13.2 Page 122

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Ello supondría renunciar todos los domingos a la tranquilidad, y a la
siestecita de la tarde. Porque ochenta muchachos, gritando bajo la ven-
tana, forman un concierto la vez primera, pero, a la décima, ponen ner-
vioso a cualquiera.
Medallas vpan
Don Bosco comprende que no se puede tirar mucho de la cuerda. Así
que, cuando el tiempo se lo permite, por la tarde, se lleva los mucha-
chos a pasear al campo, a las orillas del río, a santuarios de la Virgen.
Durante aquel primer invierno, se propone recoger solamente a los
jóvenes "que están en peligro y preferentemente a los salidos de la
cárcel". Pero Don Bosco no será capaz, en toda su vida, de rechazar a
ningún muchacho que le pida ir con él. Y en muy poco tiempo su
"tropa" se compone de una mayoría de "picapedreros, albañiles, estu-
cadores, adoquinadores llegados de lejos", y que por desgracia, no han
podido volver a su casa durante la temporada de descanso (diciembre-
marzo).
Don Guala y don Cafasso, que empujan a sus jóvenes sacerdotes a
que hagan un apostolado semejante al de Don Sosco (Don Cárpano y
don Ponte, con seis años menos que Don Bosco, empezarán muy
pronto a reunfr a los jóvenes limpiachimeneas en el Valle de Aosta), se
prestan para confesar a los muchachos, van a charlar con ellos, les
ayudan.
Don Sosco escribe un poco embarazado: "Me daban de buen grado
estampas, folletos, libritos, medallas, crucifijos para regalar". Pero sus
jóvenes albañiles y sus ex-presidiarios tienen necesidades más apre-
miantes que folletos y medallas. Se lo hace presente, y "me dieron lo
necesario para vestir a algunos que andaban muy. necesitados, me die-
ron pan para otros, durante algunas semanas, hasta tanto pudieron
ganárselo con su trabajo".
Buscar trabajo para el que no lo tiene, lograr mejores condiciones
para el que ya está empleado, se convierte en un trabajo fijo para Don
Bosco a lo largo de la semana. "Iba a verles al tajo, a las obras. Eso
ategraba infinito a los muchachos, el tener un amigo que se preocupaba
de ellos; también l~s gustaba a sus amos, que tomaban con gusto a sus
órdenes a jóvenes que estaban atendidos durante la semana y en los
días festivos.
Los salidos de la cárcel eran un problema muy delicado. Buscaba
cómo "colocarles uno a uno, con un amo honrado", iba a "visitarles
120

13.3 Page 123

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durante la semana". Los resultados eran excelentes: "Se entregaban a
una vida noble, olvidaban el pasado, se hacían buenos cristianos y
honestos ciudadanos" (Memorias, pág. 127).
Cada sábado, volvía Don Sosco a las cárceles para seguir el aposto-
lado más difícil: "Iba a las cárceles con los bolsillos llenos de tabaco,
de frutas o de pan. Siempre con la intención de hacer el bien a los
jóvenes que por desgracia, habían caído allí; hacérmelos amigos e invi-
tarles a ir al Oratorio, al salir de aquel lugar de castigo".
Doce compases de música
2 de febrero de 1842. Fiesta de la Purificación de María (entonces
fiesta de precepto). Don Bosco ha enseñado a cantar a sus veinticinco
muchachos. "Sin música -escribe- nuestras reuniones de los domin-
gos hubieran sido como un cuerpo sin alma". Cantan a voz en cuello
por los senderos de las colinas, pero han aprendido a cantar con deli-
cadeza una sencilla canción de la Virgen, Load a María.
En la fiesta de la Purificación, durante la misa, la gente contempla
maravillada a aquellos 25 "bribonzuelos" cómo:cantan y qué simpáticos
resultan.
Aquella brevísima canción mariana (doce modestos compases musi-
cales) volará de oratorio en oratorio, de escuela salesiana en escuela
salesiana, y todavía hoy (1979) hasta la cantan los muchachos khasis
del norte de la India. Yo mismo la he oído en las barracas de la triste
periferia de Brasilia.
Hace sonreír el pensamiento de que el primero y modestísimo éxito
musical de Don Sosco sea casi contemporáneo (apenas 33 días de dife-
rencia) de otro gran éxito musical: el 9 de marzo, en la Scala de Milán,
el joven maestro Verdi ponía en escena Nabucco, cuyo coro Va'pensiero
se propagará por toda Europa.
El chlqulllo de caronno
La primavera. Los jóvenes albañiles que volvieron a su pueblo natal
durante la temporada de descanso, ya están de nuevo en la ciudad. La
tropa de Don Sosco aumenta de domingo en domingo. Desde Caronno
Ghiringhello, pueblecito de la provincia de Milán, llega José Buzzetti, el
hermanito menor de Carlos. Sólo tiene 1O anos. Se pega a Don Bosco
como un perrito. Jamás se separará de él.
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Desde la primavera de 1842 hasta el alba del 31 de enero de 1888, en
que muere Don Sosco, José Buzzetti estará siempre a su lado, como
testigo sereno y tranquilo de todas las vicisitudes humanas y divinas de
aquel cura "que tanto le quiere". Muchos sucesos de la vida de Don
Bosco se hubieran clasificado de "leyendas", en este nuestro tiempo
desconfiado y desmitizador, de no haber sido presenciados por los ojos
sencillos del peón de Caronno, que siempre estuvo allí, a dos pasos de
"su" Don Sosco.
"AUIIIIU8 no tuvtera más IIN un trozo de pan..
Lo que verdaderamente ata los muchachos a Don Bosco es su bon-
dad cordial y profunda. Los muchachos "sienten" esta su bondad, y la
ven en hechos concretos, en gestos conmovedores. Cada uno de los
minutos de la jornada de Don Bosco está a su disposición.
Si tienen que aprender a leer o las cuatro cuentas. Don Bosco halla el
tiempo o la persona para enseñarles.
Si tienen un amo malo o están sin colocación, se espabila y pone en
movimiento a sus amigos para hallar un puesto, un amo honesto y
cristiano.
Si necesitan urgentemente dinero, saben que Don Sosco está presto
para vaciar el portamonedas en sus manos.
Frente a un día gris, duro, le dicen: "Venga a verme" y él va. Entra en
la obra, en el taller. Verle. hablarle, es un momento de consuelo.
Una de las frases que muchos se oyen decir (y la guardarán en la
memoria como un tesoro) es: 11Tanto te quiero que, si un día no tuviera
más que un trozo de pan, lo partiría a medias contigo'\\
Cuando tiene que reñir a alguno, lo hace; pero no delante de los
demás, para no mortificarle. Si promete algo, es capaz de echarse al
fuego para cumplirlo.
Hay muchos sacerdotes, por aquellos años, comprometidos en el
apostolado en favor de los niños pobres. Su postura tiene una caracte-
rística común que podemos llamar 11cariño serio". Basta leer el regla-
mento del santo Luis Pavoni, los manuales educativos de los Hermanos
de las Escuelas Cristianas. Hay que ser cariñosos con los muchachos,
pero sin dejarles levantar la voz, y que estén alegres, pero sin hacer
ruido. Hay que imponer silencio, recogimiento, para que no se suelte la
11fierecillaº del muchacho.
El carii"ío de Don Sosco tiene una característica propia es "alegre".
Desde que fundó la "Sociedad de la Alegría", conoce Don Bosco el
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valor de la alegría ruidosa, del desencadenamiento alegre de las ener-
gías comprimidas en ese cartucho explosivo que llamamos juventud. El
mismo les invita: "Jugad, saltad, armad bulla. Lo que no quiero es que
,cometáis el pecado".
El aire libre, el patio, donde se pueda correr gritando, son el ambiente
ideal para Don Sosco. Asiste a sus jóvenes, es verdad, para que no se
hagan daño ni lo hagan. No es una asistencia mortificante, sino estimu-
lante. El intuye que el educador no debe permanecer al margen de la
alegría del muchacho, sino que debe participar en ella, debe organi-
zarla, si no nace espontáneamente, e impedir todo lo que de algún
modo pueda estropearla.
Y los muchachos le quieren, se le entregan totalmente. Cuando se
encuentran con él es una fiesta.
Por la callo Milán, junto al Ayuntamiento, se encuentra con un
muchacho que vuelve a casa con la compra hecha. Lleva en las manos
una botella de aceite y un vaso de vinagre, pero apenas ve a Don Sosco
corre a su encuentro gritando: "¡Suénos días, Don Sosco!". El aceite y
el vinagre van escurriendo de los recipientes, peligrosamente inclinados
con la carrera.
Don Bosco ríe viéndole feliz, y bromea con él: "Apuesto lo que quie-
ras a que no eres capaz de hacer lo que hago yo". Y se pone a palmo-
tear. El ciiiquillo, con la alegría del encuentro, no cae en cuenta de la
broma. Se pone la botella escurridiza bajo el brazo y aplaude como
puede gritando: "¡Viva Don Sosco!".
Vaso y botella ruedan por tierra hechos añicos. Se queda apenado:
- ¡Ay de mí!, mi madre me va a pegar...
- Tranquilo, tranquilo. E:s una desgracia que vamos a remediar
enseguida -le dice Don Sosco-. Entran en una tienda y Don Sosco
compra aceite y vinagre .
..Presidencia para el Papa, espada para carios Alberto..
Abril de 1842. Turín en fiestas. Víctor Manuel, el príncipe heredero, se
casa con Adelaida, hija del archiduque austriaco Ranieri, virrey de
Lombardía-Venecia. Duran~e las fiestas, tienen lugar dos sucesos
excepcionales: se expone la Santa Sábana en un balcón del Palacio
Madama; los revolucionarios del 1821, aún en el destierro, obtienen la
amnistía.
Es otro paso de ta cautela que Carlos Alberto emplea con los liberales
moderados. Al ano siguiente (1843), otro desterrado piamontés, Gioberti,
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publica en Bruselas un libro, llamado a hacer mucho ruido, El Primado
moral y civil de los italianos. Sus páginas contienen las principales
ideas del reformismo moderado liberal· que se llamará "neogüelfismo".
La grandeza de Italia -afirma Gioberti- está unida inseparablemente a
la grandeza del Papado. Por tanto, la independencia de Italia, se habrá
de realizar mediante la federación de los Estados .italianos bajo la pre-
sidencia del Papa. "La presidencia para el Papa, la espada para Carlos
Alberto", será el santo y seña de los neo-güelfos (partidarios del Papa).
Carlos Alberto se complace de todo esto, pero ~e pone en guardia
con Austria. Hay otro liberal moderado en Turín, César Balbo, que está
terminando un libro destinado también a armar ruido, Las esperanzas
de Italia. El rey, en forma discreta, le hace llegar su complacencia, junto
con el consejo de imprimirlo en París. Contemporáneamente envía una
protesta oficial al gobierno francés de Luis Fe·lipe, por cuanto el general
Perrone "que aquí ha sido condenado a la horca" recibe en Lyon un
alto mando. Perrone, liberal, volverá a Piamonte, con todos los honores,
en 1848. De octubre a noviembre de aquel año llegará, además, a ser el
Primer Ministro de Carlos Alberto. Don Bosco lo observa todo y su
desconfianza en la política se refuerza .
..Lleva una sotana demasiado ligera"
30 de abril de 1842. Muere en Chieri el canónigo Cottolengo. Los
enfermos incurables de su "Pequeña Casa" son ya varios centenares.
Algún año antes, el ministro de Finanzas le había hecho llamar.
- ¿Usted es el director de la Pequeña Casa de la Divina Providencia?
- No, yo soy un simple bracero de la Providencia.
- Así será. Pero ¿de dónde saca los medios para mantener a tantos
enfermos?
- Se lo he dicho, de la Providencia.
Aquel hombre, acostumbrado a vivir con los pies en el suelo, a exa-
minar balances con sus entradas y salidas, pierde la paciencia.
- Pero el dinero, señor cura, los cuartos. ¿De dónde los saca?
- ¡Y dále! Se lo he dicho dos veces. La Divina Providencia nos pro-
vee de todo, nunca ha permitido que nos falte nada. Yo moriré, morirá
también usted, seflor ministro, pero la Providencia seguirá pensando en
los pobres de la Pequeña Casa.
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Cuando la salud de Cottolengo empezó a flaquear, el mismo Carlos
Alberto le llamó al Palacio Real.
- Señor canónigo -le dijo con su aire un tanto brusco-, debe pen-
sar que también usted está sujeto a la ley inexorable de la muerte.
¿Qué sucederá, entonces, con esos centenares de huérfanos, inválidos,
incurables que ha reunido en su Casa?
Mientras hablaba el rey, miraba a hurtadillas Cottolengo por la amplia
ventana, desde donde se veía la plaza. Se oía el· paso secó y cadencioso
de unos soldados. Un pelotón, acabado de llegar, se colocaba en fila
frente a otro.
- Majestad, ¿qué sucede?
- Es el cambio de guardia. El pelotón que acaba de llegar ocupa el
puesto del que se va.
Son rió Cottolengo:
- Ahí tiene la respuesta a su pregunta. También en la Pequeña Casa
habrá un cambio de guardia. El canónigo Cottolengo se irá, y la Provi-
dencia enviará a otro para ocupar su puesto.
Y así fue realmente. A su muerte, le sucedió el canónigo Anglesio, y
la Pequeña Casa continuó su vida normalmente, entre el mercado gene-
ral de la ciudad y los edificios de la marquesa Barolo.
Don Bosco, por aquellos días, recordó su primer encuentro con
Cottolengo. A llegar a Turín, fue a visitar la Pequeña Casa. El canónigo
le preguntó su nombre, la procedencia, y después le dijo con su estilo,
entre distraído y bromista:
- Tiene usted cara de hombre de bien. Venga a trabajar en la Peque-
ña Casa. No le faltará trabajo.
Don Sosco fue muchas veces a confesar a los enfermos, a pasar unas
horas con los muchachos inválidos. Un día volvió a encontrarlo Cotto-
lengo (estaba presente el joven Domingo Bosso), tomó entre sus dedos
el ribete de su negra sotana, y palpándola dijo:
- Es demasiado ligera. Procúrese una más resistente, porque son
muchos los muchachos que se colgarán de esta sotana.
Hablaba serenamente de Dios
Se colgaban de veras. Según iban pasando los meses, aumentaban
los chicos del oratorio. Ya eran más de ciento. No sólo necesitaban pan
y trabajo, sino también fe, que también la fe Hlimenta cuando escasea el
pan. Y Don Bosco, que no era un filántropo sino un sacerdote, se pre-
ocupaba de que se encontrasen con Dios.
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"Era para mí algo singular -escribe-, ver, durante la semana y
especialmente los días festivos, mi confesionario rodeado por cuarenta
o cincuenta jóvenes, que aguardaban mucho tiempo para poder
confesarse".
La confesión no resulta nada fácil para los muchachos. Don Sosco
les ayudaba dándoles normas simplicísimas: "Si no sabes cómo expre-
sarte, di solamente al confesor que te ayude. Con eso basta, el confesor
te hará unas preguntas y todo se arreglará".
Don Bosco se acercaba al confesonario -escribe Stella- con un
vivísimo sentido del pecado y de la vida de la gracia. No sólo como
juez, sino sobre todo como padre, deseoso de aumentar en los mucha-
chos la vida de la gracia. Durante los años del Convictorio se consolidó
en la persuasión de que, no con el rigor, sino con la bondad llevaría las
almas a Dios.
La confesión terminaba naturalmente con la Comunión, a la que se
acercaban muchos de sus muchachos todas las semanas.
También en la conversación ordinaria, lo mismo durante los juegos
que en los paseos, Don Sosco hablaba tranquilamente de Dios. No
hacia el más mínimo esfuerzo, con sus muchachos, para intercalar ale-
gres ocurrencias, contar chistes y hablar del Cielo. En un momento de
gran alegría, miraba a sus muchachos y les decía:
- ¡Qué placer cuando todos estemos en el Paraíso!
Alguna vez se discutía y, a lo mejor, la conversación discurría sobre
el mal, la vida, el más allá. Alguno preguntaba:
- Yyo ¿me salvaré?
Yél:
- ¡Me gustaría verte caer en el infierno! ¿Crees que el Señ0r ha
hecho el paraíso para dejarlo vacío? Es verdad que cuesta sacrificio
trepar hacia arriba, pero yo quiero que todos nos encontremos allí.
¡Qué fiesta vamos a hacer!
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18
La marquesa , el "Padre chiquito"
Verano de 1844. Han terminado para Don Sosco los tres años del
Convictorio.
Baja don Cafasso, al arrabal de Valdocco en busca del teólogo Borel,
director espiritual del Refugio fundado por la marquesa Barolo.
- Me gustaría enviar aquí, contigo, a un estupendo sacerdote.
Habría que prepararle una habitación y un sueldo.
- Pero si aquí no hay trabajo para mí... ¿Qué puedo encargarle?
- Déjalo libre. Si lo que te preocupa es el sueldo, ya lo pagaré yo.
Se llama Don Sosco y ha empezado en el Convictorio una especie de
oratorio para muchachos pobres. Si no le buscamos un puesto en la
ciudad, el Arzobispo le enviará de coadjutor a cualquier pueblo, y los
muchachos de ese oratorio se quedarán de nuevo en la calle. Sería una
lástima.
- Entonces, de acuerdo. Hablaré de ello con la marquesa.
Don Cafasso vuelve al Convictorio y dice a Don Bosco:
- Toma tu hatillo y ve al Refugio. Trabajarás con el teólogo Borel, y
tendrás tiempo para dedicarte a tus muchachos.
El clllcto baJo sus vestidas elegantes
La marquesa Julia Francisca de Colbert ocupaba por aquellos anos
uno de los primeros planos de la sociedad turinesa. Había escapado de
Francia durante la revolución y se había casado con el marqués Carlos
Tancredi Falletti de Barolo, el cual había sido alcalde de Turín el año
1825.
El marqués murió en 1838 dejándola viuda sin hijos y con un inmenso
patrimonio. La marquesa. a sus 53 anos, se puso el cilicio de la peni-
tencia bajo los elegantes vestidos, y se dedicó totalmente a los pobres.
Durante muchos meses, pasó tres horas diarias en la cércel de mujeres.
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Aguantó insultos, humillaciones, fue golpeada alguna vez, por ayudar e
instruir a aquellas pobres mujeres. Alcanzó de las autoridades la sepa-
ración de la cárcel de mujeres de la de los hombres. Hizo llevar las pre-
sas a un edificio más saludable, que ella misma mandó preparar.
Creó asilos para huérfanos y "hogares" para jóvenes obreras.
En Valdocco, junto a la Pequeña Casa de Cottolengo, construyó el
Refugio, para mujeres públicas que quisieran rehacer su vida. Al lado
abrió la casa de las Magdalenas, para muchachas en peligro, menores
de catorce aflos.
Aquel año de 1844 había empezado una nueva construcción, el Hos-
pitalillo de Santa Filomena, para niñas enfermas o lisiadas.
Aunque andaba totalmente metida, en persona, en estas obras de
caridad, no dejó nunca de ser elegante, llamativa. En sus salones se
reunían los más destacados intelectuales de su tiempo. Silvio Péllico
actuaba como su secretario y en su palacio había escrito Mis prisiones.
camilo Cavour era su confidente y amigo. Los escritores Balzac y Lamartine
le escribían y le tenían al corriente de cómo iban las cosas por Francia.
El teólogo Borel fue a ver a la marquesa:
- He encontrado el director espiritual para su Hospitalillo. Se llama
Don Bosco y procede del Convictorio.
- De acuerdo, pero el Hospitalillo está todavía en obras. Volveremos
a hablar de ello dentro de seis meses.
- No, señora marquesa. A Don Sosco o se le toma enseguida o le
enviarán a otra parte. Don Cafasso me lo ha recomendado con mucho
interés. Me ha hablado de un oratorio fundado por este sacerdote. Dice
que sería una lástima perderlo.
La marquesa quiso más informes. Después, convencida, asignó 600
liras a Don Bosco como sueldo anual y una habitación junto a la de
don Borel, en las proximidades del Refugio.
También Don Sosco, en el primer encuentro que tuvo con la mar-
quesa, pidió informes y garantías. Aceptaba prestar su ministerio en el
Refugio, pero pedía no le obligaran a abandonar a sus muchachos.
Pedía también que los muchachos, que quisieran visitarle durante la
semana, pudieran llegar a él libremente.
La marquesa que rondaba los sesenta años, pero conservaba íntegro
su temperamento enérgico y leal, quedó prendada de su franqueza.
Permitió al joven sacerdote que organizara su Oratorio en la faja de
terreno que había a lo largo del Hospitalillo en construcción. Apenas
luera posible, le dejaría también disponer de dos habitaciones en el
interior del edificio: podía arreglarlas para capilla.
Ya había u~ arreglo, aunque bastante relativo.
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14.1 Page 131

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Los corderos se convertían en pastores
12 de octubre de 1844. Es sábado. Don Bosco anda pensativo. Al día
siguiente tendrá que comunicar a sus muchachos que el Oratorio se
traslada al arrabal de Valdocco. "Pero la incertidumbre del lugar, de los
medios y de las personas, me preocupaba -escribe-. Aquella noche
tuve otro sueño, que parece ser un apéndice del de I Becchi, a los
nueve años".
Vuelve a ver la multitud de lobos. Quiere huir. Cuando "una señora,
vestida como una pastorcilla, me indicó que acompañase aquel extraño
ganado, ll)ientras ella se ponía al frente. Hicimos tres paradas. A cada
parada, muchos de aquellos animales se convertían en corderos. Ago-
tado de puro cansancio, quise sentarme, pero la pastorcilla me insistió
que siguiera andando. Me encontré en un patio grande, rodeado de
pórticos, y en cuyo extremo se levantaba una iglesia. El número de
corderos aumentó enormemente. Llegaron varios pastores para guar-
darlos. Pero estaban poco tiempo y se marchaban. Entonces, sucedió
algo maravilloso. No pocos de los corderos se convertían en pastores,
que se cuidaban del resto del rebaño. La pastora me invitó a mirar
hacia el mediodía. Miré y ví un campo ...
"-Mira de nuevo" - me dijo...
Vi una iglesia alta y grandiosa... En el interior de la iglesia había una
franja blanca, en la que estaba escrito con caracteres cubitales: Hic
domus mea, inde gloria mea (Esta es mi casa, de aquí saldrá mi glo-
ria)".
Diez líneas más y termina Don Bosco: "Entonces apenas si entendí.
Pero comprendí poco a poco las cosas, según se iban realizando. Más
aún, este sueño, juntamente con otro nuevo. me sirvió de programa
para mis decisiones".
El otro sueño se lo contó a don Barberis y a don Lemoyne, los cuales
lo escribieron inmediatamente (se puede leer en el segundo volumen de
las Memorias Biográficas, en la página 298). Es, en su mayor parte, una
repetición variada de primero. Por eso, solamente referimos los elemen-
tos característicos.
"Una Señora me dijo: "Mira". Vi una iglesia pequeña y baja, un redu-
cido patio y un número grande de jóvenes... Como la iglesia resultase
estrecha, acudí otra vez a la Señora, que me hizo ver otra bastante
mayor, y con un edifici.o al lado... Me vi rodeado de un número inmenso
de jóvenes y vi una grandísima iglesia con muchos edificios alrededor y
con un hermoso monumento en el medio".
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".:Dónde está Don &osco, ¡Dónde está el oratorio?"
13 de octubre y domingo. Don Bosco anuncia a sus muchachos el
traslado del Oratorio junto· al Refugio. Los ánimos se agitan un tanto.
Don Bosco entonces se arriesga, da por descontado lo que sólo ha
visto en el sueño, y les anuncia alegremente que "allí nos aguarda un
amplio lugar totalmente para nosotros, para cantar, correr y saltar.
Quedaron contentos. Aguardaban con impaciencia el domingo siguiente
par.1 contemplar las novedades11
20 de octubre y tercer domingo del mes. Grupos de muchachos
pasan la oficina de los consumos, siguen hacia la zona baja de Val-
docco. Por la margen derecha del Dora se extienden prados y campos
de cultivo, con casuchas dispersas. Allí se levantan la Pequeña Casa de
Cottolengo y el Refugio de la marquesa Barolo, junto a tabernas y
casas humildes, donde la gente vive tranquila. Los muchachos no saben
a dónde dirigirse, golpean a todas las puertas y preguntan:
- ¡Don Sosco! ¿Dónde está Don Sosco? ¿Dónde está el Oratorio?
La gente, acostumbrada a ver por allí a menudo bandas de golfillos,
cree que es una broma pesada, y les grita:
- ¿Qué oratorio ni qué Don Sosco? ¡Fuera de aquí! Apretad los
talones o salís de aquí a trompazos.
"Al oír el alboroto, salí de casa junto con el teólogo Borel. Cesaron
los altercados y corrieron hacia nosotros".
Lugar para jugar y correr sí que existía, pero había que comprarJo. Y
un lugar recogido para ·rezar, para confesar, para celebrar Misa, tam-
bién lo había, pero no era de nuestra propiedad.
- El amplio local que os he prometido, aún no está acabado. Pero,
el que quiera puede subir hasta mi habitación y la del teólogo Sorel.
El resultado, para aquel domingo y los siguientes hasta diciembre,
fue el de las sardinas en banasta. "La habitación, el corredor y las esca-
leras, todo estaba atestado de chicos. Eramos dos para confesar, pero
los que querían confesarse eran doscientos". ¿Y quién puede tener
quietos a doscientos. chicos, esperando?
"Uno se empeñaba en encender el fuego, y otro se daba prisa en
apagarlo. Este llevaba leña, aquel agua. Tubos, tenazas, paletas, cánta-
ros, palanganas, sillas, zapatos, libros, todo quedaba en admirable con-
fusión por querer ordenar y arreglar las cosas".
Hay una alegre exageración en estas líneas de Don Bosco, pero
quien ha vivido largo tiempo entre muchachos. sabe que no ex~gera
ºmucho".
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14.3 Page 133

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Son seis domingos parecidos, con doscientos jóvenes que, a media
mañana, forman filas detrás de Don Sosco, como un pequeño ejército,
para ir a oír Misa en el Monte de Capuchinos, en la Consolata, o en
Sassi.
Casi siempre le acompaña el teólogo Borel, un curita sencillo y popu-
lar, conocido por el "Padre chiquito", a causa de su pequeña estatura.
Es un trabajador incansable. Ha tomado bajo su protección al joven
sacerdote Don Bosco, y le ayuda con verdadera amistad, poniendo, a
veces, dinero de su bolsillo.
Los sermones del "padre chiquito" gustan mucho a los muchachos,
porque habla con soltura en el gracioso dialecto de Porta Palazzo,
sazonado de refranes, chistes y agudezas. Y hay quien ha dicho a don
Borel que debería predicar de forma más decorosa, pero él ha respon-
dido: "El mundo es tonto, y por tanto hay que predicarle tontamente".
copos de nieve hasta en el brasero
8 de diciembre. Por fin están preparadas las dos habitaciones para
capilla. Toda la noche ha estado nevando de forma impresionante.
Por la mañana, la nieve está muy alta y hace mucho frío. Se coloca
un brasero en la capilla. Recordaba José Suzzetti que, al abrir al exte-
rior, caían los copos de nieve hasta en el brasero.
Los muchachos llegan igual. Se encuentran con un altarcito, su
sagrario y algunos bancos. "Se celebró la misa -escribe con toda sen-
cillez Don Sosco-, y confesaron y comulgaron algunos jóvenes. Yo
lloré porque me parecía que ya estaba completa la obra del Orator o".
Se equivoca. Tendrá que volver a llorar, y no de alegria sino de pena,
antes de encontrar el lugar estable y definitivo para el Oratorio.
Pero en aquel 8 de diciembre de 1844, el Oratorio de Don Sosco
adquiere algo definitivo: el nombre. Se llamará de "San Francisco de
Sales". El mismo Don Sosco recuerda los motivos: "Porque la marquesa
había hecho pintar a este Santo a la entrada del local. Y porque nuestro
ministerio exigía gran calma y mansedumbre: nos habíamos puesto
bajo la protección de San Francisco de Sales, a fin de que nos obtu-
viese su extraordinaria mansedumbre".
Para mantener la alegría de sus muchachos, Don Sosco compra
bochas, tejos, zancos (¡aún no había nacido el balón!). Sigue ayudando
a los más pobres con comida, vestidos, calzado.
Y ahora que ya tiene una habitación, piensa enseñar algo a los más
inteligentes. Por la noche, robando un par de horas al sueño, van a él
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14.4 Page 134

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en pequeños grupos, con la cara negra de hollín o blanca de cal, con el
capote sobre los hombros para guardarse del espantoso frío, contentos
de poder tener un poco de escuela.
Solamente que los libros, las ropas, los instrumentos para jugar, pi-
den dineros. Don Sosco tiene miedo y no sabe cómo hacer. Le repugna
presentarse a una familia señorial pidiendo limosna. Pero don Sorel le
empuja:
- Si de verdad quieres a tus muchahos, tienes que hacer este
sacrificio.
Y Don Bosco lo hace. La primera familia rica a la que acude (ha sido
preparada por don Borel) es la del caballero Gonella. Siente Don Bosco
que le arden las mejillas, cuando tiende la mano para recibir las prime-
ras trescientas liras.
Cuarenta y dos años más tarde, al rogar a un director salesiano que
vaya a recoger una limosna y oír que le responde que 11 le falta la desen-
voltura de Don Bosco", se pone serio y dice:
- Tú no sabes lo que me ha costado reclamar caridad.
No llegó a perder nunca este empacho, pero tampoco renunció a su
dignidad. Ni tímido, ni grosero. Las familias señoriales dirán de él:
- Parecía que entraba en casa un ángel.
A la par que pensaba en sus muchachos, Don Sosco cumplía con sus
deberes. Allí había ido, con casa y sueldo, para ejercer el ministerio
sacerdotal en favor de las mujeres desgraciadas y las muchachas del
Refugio. Claramente decía que no era aquélla su misión, pero cumplía
su deber formalmente.
Nos permitimos, de paso, una observación. Siempre afirmó Don
Sosco que su misión eran los muchachos y no las muchachas. Pero en
esta "exclusiva", no hubo "misoginia alguna". Aceptó la colaboración y
la presencia de las mujeres con sencillez siempre: desde la muchachita
que le guardaba las vacas en Sussambrino, en tanto él estudiaba, hasta
la preciosa obra de las "mamás)I en Valdocco (la suya. la de don Rúa, la
del canónigo Gastaldi, la "gran" Mariana hermana de mamá Margarita).
La "habitación de las mujeres", como se llamaba, estaba junto a la
enfermería de los muchachos. Domingo Savio, durante el invierno de
rn57, se levantará de la cama, tiritando de fiebre, para ir a calentarse al
fogón encendido por la "granº Mariana, que tambián está enferma. Y la
reconvendrá, con su intransigencia adolescente, por quejarse de los
dolores "que Dios le enviaba". La misoginia, el fastidio de la presencia
de una mujer para Don Sosco, ha sido, a nuestro parecer, creada artifi-
ciosamente por algún biógrafo, influenciado por ascéticas muy discu-
tibles.
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El fracaso en san Pedro ad vincula
Probablemente, durante los primeros meses del Refugio, pensó Don
Bosco hacer cambiar de parecer a la marquesa, induciéndola a destinar
el edificio en construcción para los jóvenes abandonados, más bien que
para las niñas enfermas. La marquesa albergaba una esperanza diame-
tralmente opuesta: que Don Bosco, con el andar del tiempo, abando-
nase a los muchachos para dedicarse totalmente a sus obras.
Ilusión recíproca. Corrían los días y el número y el ruido de los
muchachos también crecía; más de un rosal pereció ante el impetu de
los juegos; alguna monjita manifestó su recelo por la proximidad de
aquellos muchachotes y las "magdalenas". Y la marquesa empezó a
sentir impaciencia de que no desapareciera el oratorio.
El problema estaba en no saber a dónde ir. Los sueños estimulaban
la esperanza de Don Sosco, pero no eran planos topográficos precisos.
Por la cuaresma del 1845 se intentó u.na salida parcial. Para el cate-
cismo diario (estaba prescrito entonces para todos los muchachos
durante la cuaresma y el adviento) y las clases de los mayores, se
reunieron en san Pedro ad Vincula. Así se llamaba una iglesia dedicada
a Jesús Crucificado, contigua a un cementerio, donde no se enterraba
desde hacía diez años. El cementerio (todavía visible hoy en el barrio
de Valdocco), tenía un atrto, un amplio patio y ·estaba cercado de pór-
ticos.
Como las reuniones para el catecismo resultaron bien, y dado que el
capellán del cementerio, don Tesio, era amigo suyo, Don Bosco le pidió
en el mes de mayo repetir la prueba en grande: trasplantar todo el ora-
torio a la Iglesia y al patio de san Pedro ad Vincula.
El domingo 25 de mayo don Tesio tenía que ausentarse de Turín, por
lo que le respondió:
- Ven con tus muchachos el día 25. De este modo me suples para la
Misa.
El capellán cometió probablemente dos errores. Se creyó que el ora-
torio de Don Bosco se componía de aquel pequeño grupo de mucha-
chos tan atentos y formales, que él había visto durante la catequesis
cuaresmal. Creyó además (como sucedía en otras obras para mucha-
chos) que, terminada la Misa y las funciones religiosas, los muchachos
se irían a sus casas, después de comerse su panecillo por el patio.
Las cosas fueron muy otras. La criada del capellán vio llegar todo un
regimiento de muchachos, que llenó la Iglesia. Después de la Misa,
aquellos muchachos se tragaron en un minuto el panecillo del des-
ayuno y se desparramaron clamorosamente por el patio y bajo los pór-
133

14.6 Page 136

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ticos. La mujer (que sostenía un gallinero bajo el porticado) se espantó
primero y luego montó en cólera. Se puso a gritar, a correr tras ellos, a
golpearles con el mango de la escoba, mientras sus gallinas, espantadi-
simas, huían perseguidas por los muchachos.
En su persecución, llegó hasta Don Bosco, a quien cubrió de insul-
tos. "Profanador de un lugar sagrado", fue, tal vez, lo más elegante que
la pobre mujer alcanzó a soltarle.
Don Bosco entendió que lo mejor era irse de allí. 11Juzgué que lo más
oportuno era interrumpir el recreo. Y nos fuimos con la esperanza de
encontrar más paz al domingo siguiente".
Un incidente vulgar, a no ser por una circunstancia impresionante.
Don Rúa depuso, en el "proceso informativo" sobre Don Bosco: "Me
contaba muchos años después un tal Melanotte de Lanzo, que estuvo
presente en aquella escena, que Don .Bosco, sin descomponerse ni irri-
tarse por las injurias, se dirigió a los muchachos y les dijo: ¡Pobrecita!
Nos echa, cuando ella estará en la sepultura para otra fiesta.
Al volver don Tesio, la criada le hizo una relación tan catastrófica de
lo sucedido, que el capellán (quizá no ateviéndose a desdecirse perso-
nalmente de la palabra dada a Don Bosco) escribió al Ayuntamiento
pidiendo prohibiese jugar en el interior del cementerio.
"Es doloroso decirlo -escribe lamentándose Don Bosco- pero fue
aquella la última carta de don Tesio". Durante la semana murieron
repentinamente él y su sirvienta.
134
La Marquesa de Barolo (1785-1864), insígne bienhechora de
Don Sosco en sus comienzos.

14.7 Page 137

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19
El oratorio emigrante
Después de la triste prueba en san Pedro ad Vincula, volvió el orato-
rio a reunirse en el Refugio. La marquesa no dijo ni una sola palabra en
contra. Pero recordó a Don Sosco que el 10 de agosto se inauguraría el
Hospitalillo. A partir de aquel día, eso sí, sus muchachos se encontra-
rían con las puertas cerradas.
12 de julio de 1845. Don Bosco recibe una carta del Ayuntamiento.
Por recomendación del Arzobispo, se le concede "poder servirse de la
capilla de San Martín de los Molinos para la catequesis de los mucha-
chos, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, con la prohibición de
entrar en el segundo patio de aquel conjunto".
Una iglesia para las tres primeras horas de la tarde cada domingo.
Ciertamente no era el Palacio Real, pero ya era algo con que poder
sobrevivir. "Cargamos con los bancos, reclinatorios, candelabros y
alguna que otra silla, con luces, cuadros y demás -recordaba Don
Sosco-, y, llevando cada uno el objeto de que era capaz, a manera de
una emigración popular, fuimos a establecer nuestro cuartel general en
el lugar concedido".
Los Molinos de la ciudad, apodados también "Molassi", estaban
situados en la gran plaza de Manuel Filiberto (Porta Palazzo), a mano
derecha para quien desciende hacia el Dora. Todavía hoy, la amplia
plaza es sede de un mercado variopinto y diario de la ciudad, con apre-
tadas hileras de puestos.
..Las coles. queridos Jóvenes..
Don Bosco no estaba contento del nuevo arreglo y los muchachos
tampoco. Escribe así: "No se podía celebrar misa, ni dar la bendición
por la tarde. Por consiguiente, no se podía dar la comunión, que es el
elemento básico de nuestra institución. El mismo recreo era más bien
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14.8 Page 138

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pobre, paralizado a menudo porque los muchachos debían jugar en la
calle y en la plazuela delante de la iglesia, por donde pasaban peato-
nes, carros y caballerías. Y concluye: "Como no podíamos tener otra
cosa, estábamos a la espera de un lugar mejor".
Había alquilado una habitación en la planta baja del edificio, y se
ingeniaba para enseñar en ella el catecismo y dar clases.
Don Borel quiso levantar la moral de todos con un sermón famoso.
Los muchachos lo apodaron "el sermón de las coles".
"Las coles, queridos jóvenes, si no se trasplantan no se hacen gran-
des y hermosas, -comenzó diciendo "el padre chiquito" haciendo reír
a todos-. Pues lo mismo ocurre con nuestro oratorio. Hasta ahora, ha
ido pasando de lugar a lugar, y siempre logró un buen incremento''.
Después de haber recordado la historia del Oratorio, concluyó: "Y
¿estaremos aquí mucho tiempo? Demos de lado a pensamientos tristes
y pongámonos por completo en las manos del Señor. Una cosa es
clara: él nos bendice, nos ayuda y nos provee".
Pero unos domingos después, sobrevinieron nuevos trastornos.
La secretaría de los Molinos envió al Ayuntamiento una carta con una
lista de graves acusaciones: los muchachos causaban grandes desper-
fectos en la iglesia, en los edificios; era una "reunión que podía termi-
nar en revolución" (acusación bastante peligrosa para aquel momento),
y constituía un "semillero de inmoralidad".
Por orden del alcalde, fue una comisión para inspeccionar el lugar.
Todo era normal: los muchachos armaban ruido y uno había hecho una
pequeña raya en las paredes con un clavito. Allí no había ninguna revo-
lución, ni inmoralidad. El único elemento de consideración (y ésa era la
causa de la carta): la irritación de los inquilinos de las casas de alrede-
dor. Los cantos, el griterío, los juegos clamorosos, rompían la tranquili-
dad dominical.
Don Sosco quedó más afligido por las qalumnias (que siempre dejan
herida) que no por las decisiones que le transmitieron. El Ayuntamiento
no retiraba el permiso concedido, pero tampoco lo renovaría, a partir
del primero de enero. En noviembre se le enviaría el oficio de desahu-
cio. Mientras tanto, que buscase una fórmula para "ser moderado".
Don Bosco procuró serlo. A partir de aquel momento, sólo se usó la
iglesia de los Molinos como punto de reunión. Llevaba a sus mucha-
chos a jugar por los prados incultos de las riberas del Dora. Para rezar,
iban a Nuestra Señora del Pilón, a Sassi, a Nuestra Señora del Campo.
"En estas iglesias -escribe- celebraba la misa, explicaba el evangelio.
Daba por la tarde un poco de catecismo, cantábamos algunas cancio-
nes y hacía algún que otro relato. Después dábamos una vuelta y
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14.9 Page 139

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paseábamos hasta la hora de volver a casa. Parecía que esta situación
difícil iba a reducir a humo todo plan de oratorio, y, sin embargo,
aumentaba de un modo extraordinario el número de los que acudían".
"Toma. Miguelito. toma"'
Junto a los Molinos de la ciudad, en el mes de septiembre, tuvo Don
Sosco un encuentro fundamental para su vida. Se apretujaban en su
derredor unos muchachos para recibir una medallita. Un poquito sepa-
rado estaba un chiquillo pálido, de ocho años, con un brazalete negro
en el brazo izquierdo. Hacía dos meses que se le había muerto su
padre. No le iba eso de meterse en apretujones, ni empujar para abrirse
paso. Se acabaron las medallas y él se quedó sin nada.
Entonces Don Sosco se le acercó y sonriendo le dijo:
- Toma, Miguelito, toma.
¿Tomar qué? Aquel extraño sacerdote que veía por vez primera, no le
daba nada. Solamente le tendía la mano izquierda, y con la derecha
hacía señal como de quererla cortar en dos. El chiquillo alzó unos ojos
preguntones. Y el sacerdote le dijo:
- Nosotros dos lo haremos todo a medias.
¿Qué vio Don Bosco en aquel momento? Nunca lo dijo, pero aquel
niño será un día su brazo derecho, su primer sucesor a la cabeza de la
Congregación Salesiana.
Se llamaba Miguel Rúa, y no entendió aquella frase, ni entonces, ni
muchos años más tarde. Pero se encariñó con Don Bosco, con aquel
sacerdote junto al cual uno se sentía alegre y lleno de calor.
Miguelito habitaba en la Real Fábrica de Armas, en la que su padre
había estado empleado. Cuatro hermanos suyos habían muerto jovencí-
simos, y él era de constitución delicada. Por eso su madre no le dejaba
muchas veces ir al oratorio. Pero se encontró con Don Sosco igual-
mente en las escuelas de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, donde
él cursaba la tercera elemental. Un día contará:
"Cuando Don Sosco venía a decirnos la misa y a predicar, apenas
entraba en la capilla, parecía que una corriente eléctrica pasase a través
de los numerosos muchachos. Nos poníamos de pie, salíamos de nues-
tros puestos, nos apretábamos en derredor suyo. Se requería bastante
tiempo para que pudiera llegar a la sacristía. Los buenos Hermanos no
podían impedir el aparente desorden. Cuando venían otros sacerdotes
no ocurría nada semejante".
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14.10 Page 140

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Libros robados al sueño
En octubre tiene lugar un suceso importante. Acaba de publicar la
Historia Eclesiástica para uso de las escuelas. Es el primer libro escolar
que Don Sosco escribe para sus muchachos, robándolo al sueño, a la
luz de una lámpara de petróleo, escribiéndolo deprisa con una dificil
escritura. La Historia Eclesiástica no es una obra 11científica", como
ninguno de los libros de Don Sosco lo será. Es, en cambio, popular,
adaptada para una mentalidad sencilla y para la modesta cultura de sus
muchachos. Habla de los Papas, de los hechos más brillantes de la
iglesia, traza el perfil de los Santos, describe las obras de caridad que
florecieron en el pueblo de Dios en todo tiempo.
A esta obra le siguieron la Historia Sagrada (1847), el Sistema
métrico decimal (1849), la Historia de Italia (1855).
Junto a los libros escolares, Don Sosco sabe hallar tiempo para
escribir muchos otros libros y fascículos: vidas de santos, libros de lec-
tura amena, manuales de oraciones y de instrucción religiosa. Ninguno
de ellos es una obra maestra, pero sí una obra de amor para sus
muchachos, para la gente sencilla, para la iglesia. Y algunos de ellos
serán ocasión de ayes: llegarán a apalearle para que deje de escribir.
Tres habitaciones en casa Moretta
En noviembre recibió el comunicado del Ayuntamiento, y con él llegó
el tiempo feo. "El tiempo -escribe- no era nada a propósito para
paseos y caminatas fuera de la ciudad. De acuerdo con el teólogo
Borel, tomamos en alquiler tres habitaciones en la casa de don Moretta".
Ya no existe esta casa. La última de sus paredes ha quedado ence-
rrada en la iglesia filial de la parroquia de María Auxiliadora, a la dere-
cha del que entra hoy en la gran basílica.
En las tres habitaciones de casa Moretta 11 pasamos cuatro meses,
muy en estrechuras, pero contentos de poder acoger, al menos, a nues-
tros muchachos, instruirlos y darles facilidad para confesarse".
Recordaba Don Sosco sonriendo que en aquellas habitacioncillas se
vio obligado a violar el segundo de sus lejanos propósitos del semina-
rio: para divertir a los muchachos, en un lugar tan estrecho, volvió a
hacer juegos de prestidigitador. No cesó más, porque los resultados
fueron fabulosos.
Empezó, con la ayuda del teólogo Cárpa.no, un curso regular de
escuelas nocturnas, muy distinto de aquellas clases volantes que había
dado hasta el momento.
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15 Pages 141-150

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15.1 Page 141

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La instrucción del pueblo, las escuelas nocturnas, pertenecen a situa-
ciones concretas en las que Don Bosco supera las posiciones de los
conservadores, y se encuentra alineado con los liberales. El Arzobispo
se preocupa de ello y Don Bosco le responde "que no es el caso de
mirar dónde nace la nueva iniciativa. Lo que importa es estudiar su
naturaleza y, si es buena, darla una dirección cristiana, impidiendo sea
echada a perder por el espíritu antirreligioso".
un gran Interrogante al oratorio
Diciembre. La salud de Don Bosco sufre un bajón que preocupa. Es
capellán del Hospitalillo, donde se·atiende a las niñas, de los 3 a los 12
años. Tiene compromisos en las cárceles, en Cottolengo, en centros de
educación de la ciudad. Trabaja en su Oratorio, da·clase por la noche,
va a visitar a sus muchachos en los puestos de trabajo. Y el invierno
1845-46 dicen que será frigidísimo.
El invierno de Turín llega tarde, tal vez, pero deja caer por sus estre-
chas calles espesas y grises nevadas, que dan a la ciudad meses de frío
continuo y deprimente.
Los pulmones de Don Sosco, durante aquellos meses, demuestran
una fragilidad preocupante. El teólogo Sorel se da cuenta de ello y se
lo dice a la marquesa Barolo. Esta, entrega cien liras a Don Sosco para
el Oratorio, y le ordena "que cese en toda suerte de trabajo hasta su
perfecto restablecimiento".
Don Sosco obedece rompiendo todo compromiso, menos el de sus
muchachos. El provecho que de ello saca no es suficiente, y tiene que
rendirse a la evidencia pronto.
Pero la preocupación por la salud es poca cosa, por el momento,
frente a las nubles plomizas que empiezan a cubrir el Oratorio. Escribe
con amargura: "Fue, precisamente por aquel tiempo, cuando se propa-
garon habladurías muy extrañas. Unos calificaban a Don Sosco de
revolucionario, otro le tomaban por loco, o hereje".
Los primeros en pone( un gran interrogante a su obra son los párro-
cos de la zona. En la ruenión que tienen a primeros de 1846, uno de los
temas del orden del día es el catecismo de los muchachos. El párroco
del Carmen aprovecha la ocasión para manifestar su perplejidad sobre
el oratorio de Don Bosco: los muchachos se alejan de .las parroquias,
terminan por no conocer ni a su propio cura. Esto, pregunta, ¿es un
bien o es un mal? Hay también otros párrocos como él, preocupados.
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"No era una mísera ambición o envidia -se adelanta a decir Don
Sosco-. Deseaban sinceramente la salvación de las almas". Para acla-
rar la situación envían a dos representantes suyos.
Don Sosco reconstruye el diálogo en sus Memorias (tenía que
haberlo repetido muchas veces por aquellos años: era un tema vital
para su obra). Tomamos las partes esenciales:
- Su Oratorio aleja a los jóvenes de las parroquias. ¿Por qué usted,
Don Sosco, no les envía a ellas?
- Porque la mayor parte de ellos no saben nada de párroco ni de
parroquia: casi todos son forasteros, venidos en busca de trabajo: son
saboyanos, suizos, de Biella, de Novara, de Lombardía...
- ¿Y no podría mandar a estos jovencitos a sus respectivas
parroquias?
- No es posible. La diversidad de lenguaje, la inseguridad del domi-
cilio son graves obstáculos. Se podrfa probar, en el caso de que cada
párroco viniese a recoger a los suyos y se los llevase a su parroquia.
Pero aún así, la cosa sería difícil: no pocos de ellos son ligeros, travie-
sos. Unicamente atraídos por los paseos y diversiones se determinan a
asistir al catecismo y a las demás prácticas de piedad. Cada parroquia
debería tener un lugar adecuado, donde reunir y entretener a chicos de
esa edad en agradable esparcimiento.
- Esto es imposible. Ni existen locales, ni se encuentran sacerdotes
que dispongan del domingo para ello.
Ya hemos contado la conclusión. A Don Sosco se la comunicaron
unos días más tarde: "Ante la imposibilidad de que cada párroco pueda
montar un oratorio en su parroquia, animan al sacerdote Juan Sosco a
continuar".
El primer interrogante había obtenido respuesta. Pero ya llegarían
otros, por primavera, con mayores amenazas.
un oratorio distinto
Así se habían dibujado las características del Oratorio de San Fran-
cisco de Sales. Don Sosco había recogido las experiencias de los ora-
torios de Milán, de Brescia, de los de San Felipe Neri en Roma. Había
caminado por la línea trazada por don Cocchi en Turín. Pero había
marcado la obra con su personalidad. El oratorio se había convertido,
en sus manos, en una obra original, diferente de las demás.
Se puede intentar una relación (siempre incompleta e inadecuada) de
las características 11bosqu ianas".
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15.3 Page 143

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Los oratorios tradicionales eran "parroquiales". Don Sosco había
creado un Oratorio que superaba la institución de la parroquia, que se
convertía en "la parroquia de los jóvenes sin parroquia", como más ade-
lante dirá el Arzobispo Fransoni.
La presencia sacerdotal estaba inspirada por un "cariño serio", que
moderaba la alegría y desconfiaba del barullo. Don Sosco inauguró un
''cariño alegre", en el cual era el mismo sacerdote el que animaba los
juegos alborotadores y el soltarse de la alegría.
Los oratorios tradicionales eran puramente "festivos", y a menudo
reducían las reuniones con los jóvenes a dos o tres horas de la tarde
del domingo. Don Sosco alarga la reunión con los muchachos a todo el
día festivo, ante todo. Después engloba en él la semana entera, con las
escuelas nocturnas y las visitas al lugar de trabajo.
Los muchachos que asisten a un oratorio normal, van a una parro-
quia, se reúnen en una iglesia determinada. Paradójicamente, en razón
de las continuas migraciones, !"os muchachos del Oratorio de San Fran-
cisco de Sales, van buscando a Don Bosco, van a pasar el día con él. El
centro del Oratorio no es la institución parroquial-iglesia, sino la per-
sona de Don Sosco, su presencia continua, estimulante. La relación (di-
ríamos en frase de hoy) deja de ser institucional, para hacerse perso-
nal.
Los otros oratorios seleccionan los chicos mejores. Son presentados
por sus padres, que garantizan su buena conducta. Don Sosco, esta-
mos tentados por decir, selecciona al revés. Empieza por jóvenes sali-
das de la cárcel, que no saben donde encontrar un amigo. Sigue por
los peones de albañil, cuya familia anda lejos. Los muchachos "aban-
donados y en peligro" siguen siendo el cogollo de este Oratorio, cuyas
puertas están siempre abiertas para todos. Es evidente que Don Sosco
tuvo que exigir a sus muchachos un mínimo de disponibilidad, de cola-
boración. No pudo absorber a los granujas, ni a los vencidos que jamás
quisieron entrar en una iglesia. Y, sin embargo, Don Bosco siguió
mirando a éstos, queriéndoselos ganar uno a uno, o intentándolo al
menos, con éxitos y fracasos.
Condenado a la horca
El año 1846, cierto joven preso de 22 años, amigo de Don Sosco, fue
condenado a muerte juntamente con su padre. La ejecución debía tener
lugar en Alessandria. Al ir Bon Sosco, la mar de angustiado, a verle, el
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joven se echó a llorar, y le pidió que le acompañara en su último viaje.
Don Bosco se sintió falto de valor, y no tuvo fuerza para prometérselo.
Hicieron partir a los condenados.
Don Cafasso debía llegar hasta allí en el tren correo, para asistirles
en los últimos momentos. Apenas supo que Don Sosco lo había rehu-
sado, le hizo llamar y le riñó:
- Pero, ¿no comprende que eso es una crueldad? Prepárese y
tomemos juntos el tren para Alessandria.
- No podré soportar el espectáculo.
- Dése prisa, porque el tren no espera.
Llegaron a Alessandria la víspera de la ejecución. Apenas vio el joven
a Don Sosco entrar en su celda, le echó los brazos al cuello rompiendo
a llorar. También Don Sosco lloró. Pasaron juntos la última noche,
rezando y hablando de Dios.
A las dos de la mañana le dio la absolución, celebró la misa para él
en la celda, le dio la comunión e hicieron juntos la acción de gracias.
La campana de la catedral dio el toque de agonía. Abrióse la puerta
de la celda, entraron los guardias y el verdugo que (como sucedía
siempre) se arrodilló pidiéndole perdón. Le ató después las manos y le
echó el lazo al cuello.
Unos minutos más tarde, salía el carro con el condenado por el porta-
lón de la cárcel. Junto a él Don Bosco. Inmediatamente detrás, iba el
carro con el padre, asistido por don Cafasso. Una multitud se apretu-
jaba silenciosa por las calles.
Cuando apareció en el fondo el patíbulo con las horcas preparadas,
Don Sosco palideció y se desvaneció. Don Cafasso, que no le perdía de
vista, corrió a detener el carro y hacerle bajar.
El trágico cortejo llegó al patíbulo, y se cumplió la ejecución. Cuando
Don Sosco volvió en sí todo había acabado. Quedó profundamente
humillado. Dijo, por lo bajo, a don Cafasso:
- Lo siento por ese joven. Tenia tanta confianza en mí. ..
- Has hecho lo que has podido. Deja que Dios haga el resto.
Marzo de 1846. Don Moretta, que es un sacerdote de buen corazón,
va a ver a Don Bosco.
- No lo tome a mal, don Juan, pero no puedo renovarle el alquiler
de las tres habitaciones.
- ¿Y por qué?
- Mire.
Llevaba en la mano un fajo de cartas. "Los inquilinos -escribe Don
Sosco- aturdidos por el alboroto y el ruido continuo del ir y venir de
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15.5 Page 145

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los jóvenes, se quejaron al dueño, haciendo constar que, si no se aca-
baba inmediatamente con aquellas reuniones, se marcharian todos".
Sufrió un impulso de rebelión. ¿Era posible que nadie pudiera aguan-
tar a los jóvenes? ¿Es que aquellos adultos no fueron nunca jóvenes?
Sin embargo golpeó el hombro del amigo don Moretta y le dijo:
- Quédese tranquilo, nos vamos.
No sabía a donde, mas por fortuna estaba llegando la primavera y ya
no era tan premioso estar bajo techado.
Don Bosco, joven sacerdote.
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15.6 Page 146

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20
Agonía en el prado,
resurrección bajo el cobertizo
Pudo alquilar un prado cercado de seto vivo. No quedaba lejos de
casa Moretta. A cincuenta pasos nada más.
El que camina hoy por la calle de María Auxiliadora, a la derecha,
antes de cruzar la calle Cigna, ve una gran manzana de casas que
ocupa una faja de terreno tocando a la Editorial S.E.1. Allí precisamente
estaba el prado de los hermanos Filippi.
Había en medio una especie de barracón, donde se guardaban los úti-
les para los juegos. En derredor, se juntaban y se desahogaban cada
domingo trescientos muchachos. En un ángulo, sentado sobre un
banco, confesaba Don Sosco.
Hacia las diez, redoblaba un tambor militar; y los jóvenes se ponían
en filas. Sonaba después una trompeta y en marcha: hacia la Consolata,
o al Monte de los Capuchinos. Allí celebraba la misa Don Bosco, repar-
tía la comunión y, a continuación, el desayuno.
Un muchacho recién llegado del pueblo, Pablo C., peón de albañil, se
unió un día al batallón de muchachos camino del Monte de los Capu-
chinos. He aquí cómo lo cuenta:
11Se celebró la misa, muchos recibieron la santa comunión, después
fueron todos al p~tio del convento para desayunar. Como me creía sin
derecho a ello, me retiré un poco esperando unirme a los demás a la
salida. Pero Don Bosco me vio y se acercó:
- ¿Cómo te llamas?
- Pablito.
- ¿Has desayunado?
- No, señor, porque no me he confesado ni he comulgado.
- Pero es que no hace falta confesarse ni comulgar para poder
desayunar.
- Pues ¿qué hace falta?
- Tener apetito. Me acompañó hasta el cesto y me dio pan y fruta
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15.7 Page 147

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en abundancia. Bajé con él, y jugué por la pradera hasta hacerse de
noche.
Desde aquel momento, durante muchos años, no abandoné el Orato-
rio y al querido Don Bosco, que tanto bien me hizo".
Un día de fiesta por la tarde, mientras jugaban los muchachos, vio
Don Bosco, del otro lado del seto, a un muchacho de unos 15 años. Le
llamó:
- Pasa adentro. ¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas?
El muchacho no respondía. Y Don Sosco:
- Pero, ¿qué te pasa? Estás malo?
Aún dudó. Después, despegando los labios, dijo solamente:
- Tengo hambre.
El cesto estaba vacío. Mandó Don Bosco a buscar pan en casa de
una familia vecina, y le dejó comer en paz. Después fue el mismo chico
quien se puso a hablar, como para quitarse un peso de encima:
- Trabajo de sillero, pero el amo me ha despedido porque no sé
hacerlo bien. Mi familia está en el pueblo. Esta noche he dormido en la
escalinata de la catedral, y esta mañana tenía tanta hambre que quería
robar. Pero tuve miedo. He intentado pedir limosna, pero me decían:
"Estando sano y fuerte como estás, vete a trabajar". Luego he oído gri-
tar a los muchachos aquí, y me hé acercado.
- Oye, esta tarde y esta noche me ocupo yo de tí. Mañana iremos a
un señor que yo conozco, y verás cómo te toma. Si luego quieres volver
a venir los días festivos, para mí será un placer.
- Con mucho gusto vendré,
Durante los meses del prado Filippi, las "extrañas voces" que corrían
sobre Don Bosco se condensaron en tres peligros: oposición de la
autoridad civil, convicción de que Don Sosco estaba loco (con el con-
siguiente abandono de los principales colaboradores), perspectiva de
cerrarlo todo tras el último desahucio.
El mar11ués v los guardias
Aquellos eran años de revolución, y por consiguiente, ver a trescien-
tos jóvenes que entraban por las puertas de la ciudad formados y al son
de una trompeta y un tambor, daba en qué pensar al jefe de policía:
11No solamente eran niños -escribe Lemoyne-; que también había
jóvenes robustos, audaces, que llevaban consigo la consabida navaja".
El marqués Miguel de Cavour (padre de Camilo y de Gustavo), sub-
gobernador de la ciudad y, por tanto jefe de policía, hizo llamar a Don
145

15.8 Page 148

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Sosco. Comenzó el coloquio de forma diplomática, luego se fue
tejiendo la trampa. Don Sosco se dio cuenta de que se le imponía brus-
camente limitar el número de jóvenes, evitar la entrada a la ciudad en
filas, excluir a los mayores como peligrosos. Lo rechazó. Entonces
Cavour se puso a gritar:
- Pero ¿qué le importan a usted esos bribones? Déjelos en su casa.
No se cargue con esas responsabilidades ¡antes de que sean un peligro
para todos!
- Yo enseño el catecismo a unos pobres muchachos -respondió
tenazmente Don Sosco- y eso no puede ser peligroso para nadie. Por
lo demás, todo lo hago con permiso del Arzobispo.
- ¿El Arzobispo sabe todo esto? Bien, entonces hablaré directa-
mente con Fransoni, y será él quien acabe con estas tonterías.
Monseñor Fransoni no acabó con nada; más aún, defendió a Don
Sosco.
Desde aquel día, junto a las lindes del prado donde jugaban los
muchachos, empezó a verse a la policía de la comisaría general
haciendo guardia. Don Sosco bromeaba sobre ello, pero empezó a vivir
entre espinas: la menor irregularidad, podría conllevar el cierre de su
oratorio. Cavour era una potencia.
¡Está loco non aosco,
Sin quererlo, el mismo Don Bosco ayudaba a que corriese la voz de
que se había vuelto loco. Para consolar a sus muchachos, que se veían
obligados a pasar de un cementerio a un molino, de un tugurio a un
prado, Don Bosco empezó a contarles sus sueños.
Les hablaba de un Oratorio amplio y espacioso, de iglesias, casas,
escuelas, talleres, muchachos por millares, sacerdotes a su total dispo-
sición. Todo ello se daba de puñetazos con la triste realidad.
Los chicos son los únicos capaces de soñar con los ojos abiertos y
creían a Don Sosco. Repetían en su. casa y en el trabajo lo que les con-
taba Don Bosco. Así que era natural que la ·gente corriente dijese:
11Pobrecito, se ve que tiene una idea fija. Si sigue con ese jaleo conti-
nuo, acabará en un manicomio".
No era una idea maligna puesta en ruedo por alguno, sino la voz
corriente. Recordaba Miguel Rúa: 11Acababa aquel día de ayudar a misa
en la Fábrica de Armas y me disponía a salir, cuando el capellán me
preguntó: "¿A dónde vas?" 11Me voy con Don Sosco, porque es do-
mingo". "¿Qué, no lo sabes? Está enfermo, de una enfermedad dificil
146

15.9 Page 149

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de curar". La noticia se me clavó en el corazón, dándome una pena
indecible. Si me hubieran dicho que mi padre se había puesto malo, no
hubiera experimentado tanta pena. Corrí al Oratorio, y con asombro vi
que Don Sosco andaba sonriente como siempre. "Está chalado por los
jóvenes y se le ha trastornado la cabeza", ésa era la enfermedad de que
se hablaba aquellos días por Turín".
Don Sorel, el colaborador y amigo sin par, quiso impedir a Don
Sosco que contara sus sueños:
- Hablas de una iglesia, de una casa, de un patio para jugar. Pero
¿dónde está todo eso?
- No lo sé, pero existe, porque yo lo veo, -murmuró Don Sosco-.
Un día, estando en su habitación, tras una inútil tentativa para
"hacerle razonar", don Borel rompió a llorar. Salió diciendo: "Pobre
Don Bosco, está ido".
Parece que hasta la Curia envió a alguien para observar el estado de
equilibrio de Don Sosco. Así las cosas. dos amigos suyos, don Vicente
Ponzati y don Luis Nasi, se pusieron de acuerdo para sacar a Don
Sosco de tan penosa situación.
Probablemente lo combinaron todo para una visita médica y un exa-
men cuidadoso en el hospital siquiátrico, para luego seguir, sí era
necesario, los oportunos cuidados (la situación médica de entonces era
muy semejante a la que hoy se practica en los pueblos del interior de
Africa).
Estaba una tarde Don Sosco dando catecismo a unos cuantos
muchachos, cuando llegó un coche cerrado. Bajaron de él don Ponzati
y don Nasi, y le invitaron a dar un paseo en su compañía.
- Estás cansado. Un poco de aire te irá muy bien.
- De acuerdo. Tomo el sombrero y voy con vosotros.
Uno de los dos amigos, abre la portezuela:
- Sube. Pero Don Sosco ha olido la trampa:
- Gracias, primero vosotros.
Tras alguna insistencia, para no echar a perder la faena, aceptan
subir ellos primero. Mas, apenas están dentro, con un movimiento
rápido cierra Don Bosco la portezuela y ordena al cochero:
- ¡Deprisa, al manicomio! Allí les esperan.
El manicomio u hospital siquiátrico, no estaba lejos. Los enfermeros,
previamente avisados, estaban a la espera de un sacerdote. Y en esto
que ven llegar a dos. Tuvo que intervenir el capellán del manicomio
para liberar a los dos recién llegados.
La broma había sido pesada, a poco que se piense, más por parte de
Don Sosco que por la de los dos amigos. Don Ponzati y don Nasi, en
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15.10 Page 150

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ese momento, quedaron enfadadísimos. Más tarde, volvieron a ser ami-
gos de Don Bosco. Particularmente don Nasi, que se convertirá en el
animador de la música del Oratorio.
Sin embargo Don Bosco va siendo abandonado por todos. Escribe
con amargura: "Todos se alejaban de mí. Mis colaboradores me dejaron
solo con mis cuatrocientos muchachos".
Es el momento en el que "el buen sentido" se hunde, cede. Don
Bosco es un santo o es un loco. Resulta difícil adivinarlo. Es la repeti-
ción, aunque parezca distinta, del momento en que Francisco de Asís
arroja sus vestidos a la cara de su padre, y se marcha desnudo
diciendo: "Ahora ya puedo decir Padre nuestro que estás en los cielos";
del momento en que Cottolengo tira por la ventana las últimas mone-
das, diciendo satisfecho: "Ahora se verá si la Pequeña Casa es cosa mía
o es cosa de Dios". ¿Quién puede acusarles de hombres pequeños, afe-
rrados a la prudencia y al buen sentido, de haberlos tomado por locos?
La situación era tan rara que el mismo Don Bosco llegó a dudar de
sus sueños. En una conferencia, dada el 1Ode mayo de 1864, inmedia-
tamente transcrita por el diácono Bonetti, contó Don Bosco que aque-
llos días vio en sueños una casa próxima al prado, que sería para él y
para sus muchachos. A la mañana siguiente dijo sin más a don Borel:
"Ahora ya está la casa". El teólogo le invitó a ir a verla. Fue: era una
casa en la que vivían mujeres de conducta dudosa. Mortificado,
esclamó Don Bosco: "¡Entonces son ilusiones diabólicas!" Y se aver-
gonzó de sí mismo. Pero se repitió el sueño otras dos veces4 y Don
Sosco rezó entre sollozos: "Señor, iluminadme, sacadme de este atolla-
dero". Por cuarta vez volvió a tener el mismo sueño, y oyó una voz que
le dijo: "No tengas miedo. A Dios todo le es posible".
Agonía en el prado
Por aquellos días, llegaron los dueños del prado (¿les enviaba el
marqués?). Se inclinaron sobre el terreno pisoteado sin piedad por
ochocientas almadreña~ y zapatones. Llamaron a Don Bosco:
- ¡Esto se está convirtiendo en un desierto!
- A este paso nuestro prado quedará como un camino de tierra
apisonada.
- Tenga paciencia, señor cura, pero asi no se puede seguir. Le per-
donarnos el alquiler, pero tenemos que echarle.
Le dieron quince días de tiempo para desalojar.
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Aquello fue como un rayo para Don Sosco. A las humillantes aven-
turas de aquellos días, se añadía la preocupación de tener que encon-
trar enseguida otro campo. Pero esta vez no halló nada: ¿quién iba a
alquilar a un loco?
El 5 de abril de 1846, último domingo en el prado Filippi, fue para
Don Bosco uno de los días más amargos de su vida.
Fue con sus muchachos a Nuestra Señora del Campo. Habló durante
la misa, pero no se le oyó ningún golpe de risa, no habló de coles a
trasplantar. Dijo que les miraba como a los pajarillos, cuyo nido quiere
alguien deshacer. Les invitó a rezar a la Virgen porque pese a todo,
estaban en sus manos.
Al mediodía hizo su última tentativa cerca de los Filippi. Pero no ob-
tuvo nada. ¿Tenía, pues, que despedir a sus muchachos?
"Al atardecer de aquel día, -escribió- contemplaba la multitud de
chiquillos que se divertían. Estaba solo, agotado de fuerzas, en estado
deplorable de salud. Me retiré a un lado, me puse a pasear a solas, y
me conmoví hasta llorar: "Dios mío, exclamé, dime qué he de hacer".
La pequeña cepa
En aquel momento llegó, no un arcángel, sino un hombre tartamudo:
Pancracio Soave, fabricante de sosa y detergentes.
- ¿Es verdad que usted busca un luoar para instalar un laboratorio?
- Un laboratorio, no. Un Oratorio.
- No sé qué diferencia hay, pero es igual, el lugar si que está. Venga
a verlo. Es propiedad del señor Francisco Pinardi, persona honrada.
Don Bosco, andando siempre por aquella zona llamada Valdocco,
recorrió en diagonal como unos doscientos metros y vino a encontrarse
frente a "una casucha de una sola planta, con escalera y balcón de
madera carcomida, cercada de huertos, prados y campos". A poca dis-
tancia estaba la "casa dudosa", que había visto en sueños. "Quise subir
por la escalera, pero Pinardi y Soave me dijeron: "No, el lugar desti-
nado para usted está aquí dentro". Era un cobertizo.
Los peregrinos que atraviesan el patio junto a la Basílica de María
Auxiliadora, lo ven todavía allá en el fondo, abrazado por un ángulo de
edificios: oscura, pequeña cepa, de donde ha salido la gigantesca obra
de Don Bosco. Se lee en gruesos caracteres: "Capilla Pinardi". Porque
hoy es una capillita, rica en adornos y pinturas.· La reconstruyeron los
Salesianos en el 1929.
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Pero cuando Don Bosco llegó aquel 5 de abril de 1846, era solamente
un pobre cobertizo bajo, que se apoyaba por el norte sobre la casa
Pinardi. Una tapia alrededor, transformaba todo aquello en una especie
de barracón. Había sido construido hacía poco, y había servido para
taller de un sombrerero y almacén de lavanderas (allí al lado corría un
canal que desembocaba en el Dora, que está cerca). Tenía una superfi-
cie de quince metros de largo por seis de ancho, y había al lado dos
cuartos más pequeños.
Don Bosco estuvo a punto de rechazarlo.
- Es demasiado bajo. no me sirve.
- Lo haré arreglar a su gusto -repuso Pinardi-. Excavaré, pondré
unos escalones, cambiaré el pavimento. Porque deseo muchísimo que
establezca aquí su laboratorio.
- No es un laboratorio, sino un Oratorio -repitió Don Sosco-, una
iglesia para reunir a los jovencitos.
El equívoco de Pinardi es comprensible: por aquellos tiempos, se
construían cerca de los ríos numerosos laboratorios y talleres. Quedó
por un instante perplejo, pero enseguida añadió:
- Con más razón aún. Soy cantor y vendré a ayudarte. Traeré dos
sillas, una para mí y otra para mi mujer.
Don Sosco no se determinaba. Al fin dijo:
- Si me garantiza rebajar el terreno unos 50 centímetros, acepto.
No quiso alquiler por meses. Pagó 320 liras para todo un año (más de
la mitad de su sueldo en el Hospitalillo). Podía disponer del cobertizo y
de la faja de terreno de alrededor, para jugar los muchachos.
Volvió corriendo a sus jóvenes y les gritó:
- ¡Animo, hijos míos! Ya tenemos un Oratorio más seguro. Habrá
iglesia, escuela y patio para saltar y jugar. El domingo que viene ire-
mos. ¡Está allí, en casa Pinardi!
Era el domingo de Ramos. El domingo siguiente era la Pascua de
Resurrección.
Resonaban las campanas
Francisco Pinardi cumplió su palabra. Fueron los albañiles, excava-
ron, reforzaron los muros y el techo. Los carpinteros rehicieron el pavi-
mento, tendiendo un entarimado de madera. Un trabajo imposm1e en
seis días, si se olvida que la jornada de trabajo era de doce a. catorce
horas. El sábado por la noche el edificio estaba a punto.
Don Bosco colocó sobre el altarcito de la capilla los candelabros, la
cruz, la lámpara y un cuadro de San Francisco de Sales.
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El 12 de abril fue el gran día. Por la mañana de Pascua, todas las
campanas de la ciudad tocaban a fiesta. En el cobertizo Pinardi no
había ninguna campana, pero estaba el cariño de Don Bosco que lla-
maba a sus muchachos desde la "hoya" de Valdocco.
Llegaron por oleadas. Se apiñaron en la iglesuela, en la franja de
terreno de alrededor, por los prados vecinos. En medio de un silencio
de gran recogimiento asistieron a la bendición de la capilla y a la misa
que inmediatamente celebró Don Bosco para ellos. Después, con el
panecillo en la mano, se desparramaron por los prados y explotó la
alegría: la alegría de tener, por fin, una casa, "sólo para ellos''.
La casa Pinardi (antiguo dibujo).
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21
El milagro de los chicos albañiles
Cinco páginas de sus Memorias dedica Don Bosco al ºhorario
modelo" que dúrante años se siguió en el oratorio de Valdocco. Ocu-
pado en demasía, diríamos. Pocos, hoy, según creo, se atreverían a
proponer a los muchachos de un oratorio festivo, horario semejante.
"Se abría la iglesia temprano, y empezaban las confesiones, que
duraban hasta la hora de misa. Esta estaba anunciada para las ocho,
pero como teníamos que atender a los muchos chicos que querían con-
fesarse, frecuentemente se retrasaba hasta las nueve".
La misa, la comunión, la explicación del evangelio. (que fue sustituida
tras algunos domingos por la narración de pasajes de Historia
Sagrada). 11Después de la plática, venían las clases, que duraban hasta
el mediodía".
A la una de la tarde (Don Bosco por tanto se permitía una horita al
máximo para comer y dar un respiro) empezaba el recreo con bochas,
zancos, fusiles y espadas de madera, y con los primeros aparatos de
gimnasia. A las dos y media empezaba el catecismo. Seguía el Rosario.
hasta que los muchachos llegaron a ser capaces de cantar las Vísperas.
A continuación una breve instrucción, canto de las Letanías y la bendi-
ción con el Santísimo Sacramento.
"Al salir de la iglesia empezaba el tiempo libre". Uno seguía la clase
de catecismo, otro la de canto o lectura. La mayor parte de los chicos
se entregaba a saltar, correr y divertirse hasta la noche.
uyo me servía de aquellos recreos tan movidos para acercarme a los
muchachos. Con una palabrita al oído, recomendaba a uno más obe-
diencia; a otro, mayor puntualidad al catecismo; sugería a un tercero,
que se fuera a confesar..."
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16.5 Page 155

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Hacía de sacerdote
Don Sosco jugaba, hasta hacía de saltimbanqui (lo dice expresa-
mente), pero sobre todo hacía de sacerdote. Sabía ser simpáticamente
enérgico, cuando era necesario. Cuenta, para demostrarlo, "un caso
entre muchos".
Un muchacho, invitado varias veces para cumplir con Pascua, siem-
pre prometía pero no cumplía. Una tarde, mientras jugaba con frenesí,
Don Bosco le detuvo y le rogó que le acompañara a la sacristía para
hacer un encargo.
"Quiso ir tal como estaba, en mangas de camisa. "No, le dije, ponte la
chaqueta y ven". Ya en la sacristía añadí:
- Arrodíllate en este reclinatorio.
- Entonces, ¿qué quiere?
- Pues confesarte.
- No estoy preparado.
- Eso ya lo sé. Prepárate y luego te confesaré.
- Ha hecho bien en pillarme así, de otro modo no me hubiera deci-
dido nunca.
Mientras yo recé una parte del breviario, él se preparó algo. Después
se confesó de buena gana y dio gracias con devoción. A partir de aquel
momento fue constante en el cumplimiento de sus deberes religiosos".
La despedida en la glorieta del Rondó
Al caer de la tarde, iban todos a la capilla para las oraciones de la
tarde, que terminaban con una canción. Y luego, frente al cobertizo, la
alegre y conmovedora escena de la partida.
"Al salir de la iglesia -escribe Don Bosco- daban mil veces las bue-
nas noches sin acertar a separarse. Y les decía: "Id a casa, que se hace
de noche y os aguardan los padres". Era inútil. Había que dejarles
seguir reunidos, mientras seis de los más robustos formaban con sus
brazos una especie de silla, sobre la cual, como sobre un trono, me
tenía yo que sentar por fuerza. Se ordenaban en varias filas, y con Don
Sosco sobre aquel palco de brazos, caminaban cantando, riendo y
aplaudiendo hasta la glorieta, llamada el Rondó (cruce de la avenida
Regina, llamada entonces de san Máximo, con otras calles). Allí se can-
taban todavía. algunas canciones. Se hacía después un gran silencio, y
yo entonces podía decir a todo$ "¡buenas noches!" Todos respondían a
pleno pulmón: ¡buenas noches! En aquel momento se me bajaba del
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16.6 Page 156

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trono. lbanse todos a sus propias casas y solamente algunos de los
mayores me acompañaban a la mía, medio muerto de cansancio".
Muchos de aquellos muchachos le habían murmurado al oído: "Don
Sosco, no me deje solo durante la semana. Venga a verme". Y desde el
lunes, asistían los albañiles de las obras de Turín a un espectáculo
extraño: veían a un sacerdote arremangarse la sotana y subir por los
andamios, entre cubos de cal y pilas de ladrillos. Terminado su ministe-
rio en el Hospitalillo, en las cárceles, en las escuelas de la ciudad, Don
Sosco subía hasta allí para ver a sus amigos.
Para ellos era una fiesta. La "familia" a donde volvían por la noche,
en muchos casos no era la de su padre y su madre, que estaban en el
pueblo, sino la de un tío, un pariente o un paisano. A veces era la
misma del amo, que les había tomado en casa de acuerdo con los
padres. Resultaba un hogar poco caliente para aquellos chicos. Por eso
era una fiesta encontrarse con un amigo "de verdad", que tanto les que-
ría y ayudaba.
Precisamente porque les quería, Don Sosco charlaba también un
poco con el amo. Le gustaba saber cuánto les pagaba, qué tiempo de
descanso les daba, si les dejaba santificar las fiestas. Será él, uno de
los primeros en exigir el contrato de trabajo para los jóvenes aprendi-
ces y en vigilar para que los patronos lo cumplan.
Encontraba a sus amigos y buscaba más. ''Visitaba los talleres -dirá
don Rúa en su testimonio- en donde había numerosos aprendices, e
invitaba a todos a su oratorio. Se dirigía especialmente a los jóvenes
forasteros".
DOn aosco escupe sangre
Pero Don Bosco no era más que un hombre, y las fuerzas de un
hombre tienen un límite. Después de los stress de la primavera, al llegar
los primeros calores, su salud empezó a resentirse rápidamente.
La marquesa de Sarolo. que le apreciaba mucho, le llamó a primeros
de mayo. Estaba presente el teólogo Sorel. Le puso delante la enorme
cantidad de cincuenta mil liras (ocho años de sueldo), y le dijo impe-
riosamente:
- Tome ahora este dinero y váyase. A donde quiera: haga descanso
absoluto. Don Bosco respondió:
- Muchas gracias. Usted es muy caritativa. Pero yo no me he hecho
cura para atender a mi salud.
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- Pero tampoco para suicidarse. He sabido que tiene esputos de
sangre. Sus pulmones se deshacen. ¿Cuánto tiempo cree que puede
seguir así? Déjese de ir a las cárceles, al Cottolengo. Y sobre todo deje,
por una buena temporada, a sus -muchachos. Ya se ocupará de ellos el
teólogo Borel.
Don Bosco vio en esta invitación la enésima tentativa para alejarle de
sus muchachos. Reaccionó bruscamente:
- Esto no lo aceptaré nunca.
La marquesa perdió la paciencia.
- Si no quiere ceder por las buenas, lo hará por las malas. Usted
necesita de mi sueldo para poder tirar adelante. Pues bien, ¿sabe lo que
le digo? O deja usted su oratorio y va a descansar o le despido.
- Muy bien. Usted puede hallar muchos sacerdotes para ponerlos en
mi lugar. Pero mis muchachos no tienen ninguno. No puedo abando-
narles.
Don Bosco dice palabras heroicas, pero se equivoca. La marquesa
parece torturarlo, pero lleva razón. Los próximos meses lo van a demos-
trar. Don Sosco es un sacerdote santo, pero joven (31 años) y obsti-
nado: no ha alcanzado todavía el sentido del límite. La maquesa, de 61
años, muestra ser más prudente que él. Y es una santa mujer, si des-
pués de aquel arrebato (como atestigua don Giacomelli) "se arrodilló a
los pies de Don Sosco pidiéndole su bendición".
En carta que, poco después, consigna a don Sorel (con I& evidente
intención de hacerla llegar a manos de Don Sosco), resume así la mar-
quesa su posición:
"1. Apruebo y alabo la obra de la instrucción de los muchachos (aun-
que no me parece oportuna junto a mis obras para muchachas en
peligro).
2. Y como creo, en conciencia, que el pecho de Don Sosco necesita
de reposo absoluto, no le pasaré el pequeño sueldo, si no es a con-
dición de que se aleje de Turín el tiempo necesario para recuperar su
salud. Esto me urge mucho porque le estimo mucho".
Si Don Sosco lo rechaza, ·_dentro de tres meses encontrará un susti-
tuto para capellán del Hospitalillo. Mientras tanto, por otro camino, le
hace llegar la limosna de 800 liras.
Pero Don Sosco escupía sangre de verdad. Seguramente tenía una
infiltración tuberculosa en los pulmones. Y sin embargo, hacía planes
para el porvenir. El 5 de junio de 1846 alquiló tres habitaciones del piso
superior, en la casa Pinardi, por quince liras mensuales.
También el marqués de Cavour se dejaba volver a oír por aquellos
días. Cada domingo enviaba media docena de guardias para vigilar a
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16.8 Page 158

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Don Sosco. En el 1877, dirá Don Sosco a don Barberis "Cómo siento
no haber tenido una máquina fotográfica. Seria la mar de bonito poder
volver a ver aquellos centenares de jóvenes pendientes de mis labios, y
seis guardias municipales de uniforme. a pie firme y de dos en dos,
colocados en tres puntos distintos de la iglesia, con los brazos cruza-
dos, oyendo también ellos el sermón. ¡Me venían de perlas para vigilar a
los muchachos, aunque lo cierto es que estaban allí para vigilarme a mí!
Alguno se enjugaba a hurtadillas las lágrimas con el revés de la mano.
Sería bonito haberles podido retratar de rodillas entre los jóvenes, en
torno a mi confesiona.rio, esperando su turno. Porque yo hacía los ser-
mones más para ellos que para los muchachos: hablaba del pecado, de
la muerte, del juicio, del infierno...".
"No le deles morir, señor"
Primer domingo de julio de 1846. Un día agobiador en el Oratorio, con
un calor abrasador. Al volver a su cuarto, en el Refugio, Don Sosco se
desmaya. Le ponen en cama. "Tos, inflamación peligrosa, pérdidas con-
tinuas de sangre". Palabras que probablemente equivalen a "pleuritis
con alta fiebre, hemoptisis". Un complejo de enfermedades gravísimas
para aquellos tiempos, y para aquel enfermo, que ha sufrido vómitos de
sangre.
"En pocos días se creyó que estaba en los últimos momentos". Reci-
bió el Viático y los Santos Oleos. Por los andamios de los pequeños
albañiles, por los talleres de los aprendices mecánicos, se esparció
rápidamente la noticia: "Don Sosco se muere".
Por las tardes, llegan a la habitación del Refugio, en donde Don
Bosco agoniza, grupos de pobres muchachos asustados. Llevan todavía
la ropa manchada del trabajo, y la cara cubierta de cal. No han cenado
para ir corriendo a Valdocco. Lloran, rezan:
- ¡No lo dejes morir, Señor!
El médico prohibió toda suerte de visitas, y el enfermo (puesto por la
marquesa junto al lecho de Don Sosco) no permite la entrada de nadie
en la habitación del enfermo. Los muchachos desesperan:
- ¡Sólo verle!
- ¡No le dejaré hablar!
- Tengo que decirle una palabra: sólo una palabra.
- Si Don Sosco supiera que estoy aquí, seguro que me dejaba
entrar.
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Ocho días anduvo Don Bosco entre la vida y la muerte. Hubo
muchachos que durante aquellos ocho días, trabajando bajo un sol
ardiente, no bebieron ni un sorbo de agua, para arrancar del Cielo su
curación. Se alternaron los pequeños albañiles para pasar día y noche
en oración ante la imagen de la Consolata. Siempre había uno de rodi-
llas ante la Virgen. A veces se les cerraban los ojos de sueño (iban des-
pués de 12 horas de tabajo), pero resistían porque Don Bosco no tenía
que morir.
Algunos, con la inconsciente generosidad juvenil, hicieron voto de
rezar el rosario por toda la vida, otros prometieron ayunar a pan y agua
durante un año.
El sábado, Don Bosco sufrió la crisis más grave. Ya no tenía fuerzas,
y el menor esfuerzo le provocaba vómitos de sangre. Por la noche,
muchos temieron su fin. Pero no llegó.
Llegó en cambio la recuperación, la "gracia", arrancada a la Virgen
por los muchachos que no podían quedarse sin padre.·
Un domingo a fines de julio, por la tarde, apoyándose en un baston-
cito, se encaminó Don Sosco hacia el oratorio. Los muchachos salieron
volando a su encuentro. Los mayores le obligaron a sentarse en un
sillón, le levantaron a hombros, y le llevaron triunfalmente hasta el
patio. Cantaban y lloraban los pequeños amigos de Don Bosco y él
también lloraba.
Entraron en la capilla y dieron juntos gracias al Señor. En medio de
un tenso silencio, Don Sosco se atrevió a decir unas palabras:
- Os debo la vida. Estad seguros: de hoy en adelante, toda ella será
para vosotros.
Son, para mí, las palabras más grandes que Don Sosco pronunció en
toda su vida. Son como un "voto solemne"· con el que se consagró para
siempre a los jóvenes y sólo para ellos. Las otras palabras grandísimas
(como continuación de éstas) las dirá en el lecho de muerte: "Decid a
mis muchachos que les espero a todos en el Paraíso".
Las pocas fuerzas de que podía disponer aquel día, las empleó Don
Bosco para hablar uno a uno con los jóvenes que "habían hecho pro-
mesas sin la debida reflexión, para cambiárselas por algo posible". Era
un gesto delicadísimo.
Los médicos prescribieron una larga convalecencia en absoluto repo-
so, por lo que Don Bosco fue a I Becchi, a cnsa de su hermano y de su
madre. Pero prometió a los muchachos:
- Para la caída de las hojas, volveré a estar de nuevo con vosotros.
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16.10 Page 160

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"¡La bolsa o la vida,..
Hizo el viaje en asno. Y "rendido de tanto burro", hizo un descanso
en Castelnuovo y llegó al atardecer a I Secchi.
En la era, esperándole para darle la "bienvenida" estaban llenos de
alborozada alegría sus sobrinitos. Antonio, que había levantado una
casa, frente a la que habitaron siendo niños, tenía cinco hijos: Fran-
cisco d'e 14 años, Margarita de 12, Teresa con 9, Juan con 6 y Fran-
cisca una criatura de apenas tres años, llena de vida. También José
había construido su casa frente a la casa paterna, y vivía en ella con su
madre Margarita y cuatro hijos: Filomena que ya tenía 11 años, Rosa
Dominica con 8, Francisco con 5 y Luis que dormía en la cuna.
Don Bosco se hospeda en casa de José. El aire de sus colinas, el
cariño silencioso de la mamá, los paseos cada vez más largos que se da
por la tardet entre las parras en las que empiezan a teñirse de rojo los
racimos, le dan vida y fuerzas.
Escribe a menudo a don Borel, pidiéndole noticias de sus chicos. Da
gracias a "don Pacchiotti, don Bosio, al teólogo Vola, don Trivero", que
van a echar una mano.
Durante el mes de agosto, llega, en uno de sus paseos, hasta Capri-
glio. Está ya de vuelta, a través de un bosquecillo, cuando una voz seca
le intima:
- ¡La bolsa o la vida!
Don Bosco se espanta. Y responde:
- Soy Don Sosco. No tengo dinero. Mira al bandolero escondido
entre las malezas, blandiendo un cuchillo, y con voz amable sigue:
- Cortese, ¿pero eres tú quien quiere arrancarme la vida?
Bajo las barbas que cubren aquel rostro ha descubierto a un mozal-
bete que se había hecho amigo suyo en la cárcel de Turín. También el
joven le reconoce y está a punto de desplomarse.
- Don Bosco, perdóneme. Soy un desgraciado. Le cuenta, a saltos,
la amarga y acostumbrada historia. Al salir de la cárcel, no le admitie-
ron en casa. "Hasta mi madre me volvió la espalda. Me dijo que era la
deshonra de la familia. ¿Trabajo? Ni hablar. Apenas saben que uno ha
estado en la cárcel, todos te dan con la puerta en las narices"
Antes de volver a I Becchi, Don Sosco le confiesa, y le dice: 11Ahora
ven conmigo". Y le presenta a sus familiares:
- Me he encontrado con este buen amigo. Esta noche cenará con
nosotros.
Por la mañana, después de misa, le da una carta de recomendación
para un párroco y algunos patronos formales de Turín y le despide con
un abrazo.
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17.1 Page 161

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Octubre. Durante las largas y solitarias caminatas, Don Sosco se ha
trazado el proyecto de su inmediato futuro. En llegando a Turín, irá a
vivir en las habitaciones alquiladas a Pinardi. Allí, poquito a poco, podrá
acoger a los muchachos que no tienen familia.
Pero aquel lugar no es, ciertamente, el más aconsejable para vivir un
cura solo. Está cerca la "casa equívoca", es decir la Casa Bellezza, con
la taberna "La Jardinera", donde los borrachos cantan hasta muy
entrada la noche. Deber"ia vivir con alguien que le librase de sospechas
y habladurías que luego corren como el viento.
Ha pensado en su madre. Pero ¿cómo decírselo? Margarita tiene 58
años y vive en I Secchi como una reina. ¿Cómo arrancarle de su casa,
de sus nietecitos, de los tranquilos quehaceres de cada día? Tal vez
Don Sosco se anima a la vista de la triste .estación que se está dibu-
jando para el campo. Las cosechas de 1846 han sido malas, y se prevén
aún peores para 1847.
- Madre, -le dice una tarde, sacando fuerzas de flaqueza-, ¿por
qué no viene a pasar unos días conmigo? He alquilado tres habitaciones
en Valdocco y pronto podré hospedar muchachos abandonados. Me
dijo un día que, si llegaba a ser rico, no pondría los pies en mi casa.
Pues bien, soy pobre y estoy cargado de deudas; y es peligroso para un
sacerdote vivir solo en aquel barrio.
Aquella mujer anciana quedó pensativa. Es una proposición que no la
esperaba. Don Sosco insiste dulcemente:
- ¿No vendría para hacer de madre a mis muchachos?
- Si tú crees que sea ésta la voluntad del Señor, -dice- voy.
"¡FOrasteros y sin Hra!"
3 de noviembre, martes. Caían las hojas con el viento de otoño. Y
Don Sosco salió camino de Turín. Llevaba bajo el brazo un misal y el
breviario. Junto a él iba mamá Margarita, con una cesta al brazo, en la
que llevaba algo de ropa y alimento.
Don Sosco había comunicado, por carta, sus planes a don Borel y "el
padre chiquito" con toda su simpatía había trasladado los pocos mue-
bles de Don Sosco, desde la habitación del Refugio a las habitaciones
de casa Pinardi.
Los dos peregrinos hicieron el largo camino a pie. Al llegar al Rondó,
un sacerdote amigo de Don Sosco, les recon'.)ció y acudió a saludarles.
Iban cubiertos de polvo y cansados.
- Bienvenido, querido Don Bosco. ¿Cómo va esa salud?
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17.2 Page 162

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- Estoy muy bien, gracias. Traigo conmigo a mi madre.
- ¿Y cómo es eso que habéis venido a píe?
- Porque nos falta de esto, y sonriendo hizo pasar rápidamente el
pulgar sobre el índice.
- ¿Y dónde vais a vivir?
- Aquí, en casa Pinardr.
- Pero ¿cómo haréis para vivir sin recursos?
- No lo sé. La Providencia pensará en ello.
- Siempre el mismo -murmuró el bravo sacerdote moviendo la
cabeza-. Sacó el reloj del bolsillo (era entonces un objeto precioso y
raro) y se lo puso en las manos.
- Me gustaría ser rico para ayudarte. Pero hago lo que puedo.
Margarita penetró la primera en su nueva casa: tres habitaciones des-
nudas y escuálidas, con dos camas, dos sillas, y alguna cacerola. Son-
rió y le dijo a su hijo:
- En I Becchi, tenia que espabilarme cada día para ponerlo todo en
orden, para limpiar los muebles, fregar los pucheros. Aquí podré estar
más descansada.
Tomaron alientos y, tranquilos, se pusieron a trabajar. Mientras Mar-
garita preparaba la cena, Don Bosco colgó de la pared un Crucifijo y
un cuadrito de la Virgen, luego hizo las camas. Y juntos, madre e hijo,
se pusieron a cantar. Decía la canción:
¡Ay del mundo -si nos mira
forasteros- y sin lira!
Un muchacho, Esteban Castagno, les oyó y corrió la noticia de boca
en boca a todos los jóvenes de Valdocco.
- ¡Ha vuelto Don Sosco!
160

17.3 Page 163

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22
un polvorín a punto de estallar
Al domingo siguiente, 8 de noviembre, hubo gran fiesta. Don Sosco
tuvo que sentarse en un sillón en medio del prado, con los jóvenes en
corro, y escuchar sus cantos y buenos augurios.
Muchos de ellos habían ido a visitarle en I Secchi, y le habían forzado
a anticipar la vuelta, poniéndole en la graciosa alternativa de: "O viene
usted a Valdocco, o trasplantamos el Oratorio aqui".
Don Cafasso se había opuesto a una vuelta tan apresurada, de
acuerdo con los consejos del médico. Incluso le había hecho llegar la
palabra del Arzobispo. "Me consintió volver al Oratorio -escribe Don
Sosco- con la obligación de no predicar durante dos años". Pero
añade inmediatamente: "He desobedecido".
Las habitaciones Iluminadas llenas de muchachos
La primera preocupación de Don Bosco fue la de reemprender y pro-
longar las escuelas nocturnas: "Alquilé otra habitación. Dábamos las
clases en la cocina, en mi habitación, en la sacristía, en el coro, en la
iglesia. Había entre los alumnos verdaderos pilluelos que lo echaban
todo a perder o lo dejaban todo patas arriba. Algunos meses más tarde,
pude alquilar dos habitaciones más".
Testigos de la época recuerdan: "Era un espectáculo ver por las
noches las habitaciones iluminadas, llenas de muchachos. De pie frente
a los cartelones, con un libro en la mano, sobre unos bancos escri-
biendo, sentados por el suelo garrapateando en un cuaderno las letras
mayúsculas".
Don Cárpano, don Nasi, don Trivero, don Pacchiotti volvieron en su
ayuda. La aventura de las "manías" ha desaparecido con la enfermedad
y la convalecencia. Cuando Don Sosco tiene una manía, se ha visto que
es capaz de escupir sangre para realizarla.
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17.4 Page 164

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Queda un poco de pelusa entre él y la marquesa Barolo. Inevitable-
mente, puesto que los dos pueden decir: "¿Está claro que yo tenía
razón?" Porque la marquesa ha visto cumplirse al pie de la letra sus
previsiones: Don Bosco se ha hundido y ha llegado a las puertas de la
muerte, ha tenido que tomarse el largo reposo como convalecencia, y el
oratorio ha seguido viviendo bajo la dirección de don Borel. Pero tam-
bién Don Bosco siente haber tenido razón no abandonando el oratorio
a ningún precio. De todos modos, resulta imposible que en el presente
estado de salud pueda Don Bosco reemprender su trabajo en el Hospi-
talillo. Así que el mutuo compromiso, vencido tácitamente en agosto,
no se renueva. Don Sosco volverá, sólo alguna vez, a predicar a las
muchachas enfermas. Y la marquesa no tiene por qué darle ningún
sueldo, pero a través de don Borel y don Cafassó le hace llegar genero-
sas limosnas "para sus golfillos", hasta el año de su muerte en 1864.
Pero todo esto es nada en comparaéión de los graves sucesos que ya
van en alas del viento. Lo único verdaderamente importante es que Don
Bosco haya, por fin, conseguido estabilidad para su oratorio y haya
recuperado la salud antes del estallido del gran temporal político.
Mastal-Ferrettl Papa, toma el no11111re de "Pío IX"
En los primeros meses de aquel mismo año 1846, escribía el célebre
periodista De Boni en Turín: "Estoy aburrido de pasear por esta ciudad
cuadriculada, donde todos hablan bajo y caminan poco a poco. Des-
precio los hielos polares que aquí se acumulan a montones, estas calles
tan rectas como oblícuos son sus hombres, este prudente liberalismo
que oye los sermones, el domingo, y reza los viernes el rosario del pro-
greso católico del conde Balbo, que Dios bendiga".
Las dotes proféticas de De Boni no son muchas. Turín es un polvorín
a punto de estallar. El conde Balbo representa un liberalismo moderado
que, a la distancia de meses y no de años, va a explotar como un
terremoto por toda Italia.
En junio de aquel ano es elegido papa el cardenal Mastai-Ferretti,
obispo "sin prejuicios" de lmola. Toma el nombre de "Pío IX". Es un
hombre sencillo y piadosísimo. No es ningún político, ni favorable a las
ideas ~e los liberales. Tiene un profundo sentido de humanidad: por
eso lleva a la práctica rápidamente algunas reformas, esperadas hace
años en el Estado Pontificio, que son tomadas por "reformas liberales",
con todos los equívocos subsiguientes.
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17.5 Page 165

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A los pocos días de su elección (17 de julio), pese al parecer opuesto
de muchos cardenales, concede una amplia amnistía política. Muchos
detenidos, sin más culpa que la de haber participado en "movimientos
liberales", son puestos en libertad.
Para "comprender" a los detenidos, va a menudo, de incógnito, a la
prisión de Castel Sant'Angelo, habla con ellos, sembrando el pánico
entre los dirigentes de la cárcel. Para "oírn los lamentos de la gente,
visita igualmente los hospitales.
Durante los meses siguientes pone freno a los abusos de la política y
manifiesta su firme voluntad de que la invasora diplomacia austriaca
respete principalmente la independencia de la Santa Sede.
En la primavera de 1847 concede cierta libertad de prensa, instituye
un Consejo de Estado en el que participan seglares, elegidos por la
base (algo que hace pensar vagamente en un Parlamento). Autoriza la
formación de una Guardia Cívica (milicia popular).
En la atmósfera de fervorosa espera del "Primado" de Gioberti, les
parece a los liberales que Pío IX es el Pontífice "neogüelfo" tan de-
seado. Se exalta al Papa Mastai como al futuro realizador de la unidad
y la independencia italiana en una atmósfera liberal. Se elevan llamas
de entusiasmo. Doquiera vaya, Pío IX no puede liberarse de desfiles,
homenajes, cortejos de antorchar.
Y no son sólo los liberales los que "entienden de este modo" a Pío IX.
Hay personas socializantes y exponentes de la "izquierda democrática",
que aplauden el milagro. Hasta Metternich, el poderoso Canciller aus-
triaco, guardián del absolutismo y del conservadurismo, exclama deso-
lado: 'Todo lo hubiera esperado, menos un papa liberal".
Pío IX no es un papa liberal, y sin embargo, se verá forzado, durante
dos años, por los sucesos y las circunstancias, a jugar un papel que se
presta al equívoco.
Durante el verano de 1847, para precaverse contra el "papa liberal",
Metternich hace ocupar, por una guarnición austriaca, la ciudad ponti-
ficia de Ferrara. Los liberales interpretan esta jugada como la definitiva
ruptura entre la Santa Sede y Austria, la chispa de la inminente guerra
de independencia. Carlos Alberto ofrece su ejército al Papa; Garibaldi,
desde América, pone a disposición de Pío IX su legión de voluntarios;
Mazzini, desde Londres, le escribe una carta con palabras inflamadas.
Pío IX se convierte en bandera de la libertad nacional. Nunca pensó
en provocar una guerra, pero le arrollan los acontecimientos. l:.a guerra
de independencia, justificada con el nombre, está en el aire.
163

17.6 Page 166

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Choque de Don aosco con los "curas patriotas..
Después de Roma, Turín es otro centro de manifestaciones en favor
de Pío IX y de sus gestos "liberales".
El arzobispo Fransoni, que es un rígido conservador, está perplejo
ante el desarrollo de la situación. Tiene serias dudas sobre la "instru-
mentalización" del nuevo Papa, por parte de los liberales. Por el contra-
rio, otros obispos piamonteses (los de Fossano, Pinerolo, Biella), se
alistan con decisión y entusiasmo en el "nuevo curso liberal de la igle-
sia". En el año 1848 casi todos los obispos piamonteses y sardos escri-
birán cartas pastorales de sentido patriótico.
"También Don Bosco -escribe Pedro Stella-, en derredor de 1848
debe haber tomado parte en las comunes esperanzas de Italia, según la
forma neogüelfa, que aparecía respetuosa con el Papa y las antiguas
dinastías gobernantes". En la segunda edición de su Historia Eclesiás-
tica, aparecida a primeros de 1848, llama al teórico del liberalismo neo-
güelfo" el gran Gioberti".
"Pero no debió durar largo tiempo su sentimiento", al desaparecer tal
apreciación en la edición siguiente. "Pronto debió llegar el choque con
los curas patriotas, e irremediablemente se abrió un vacío entre él, don
Cocchi, don Trivero y don Ponte''.
Este choqüe probablemente tuvo lugar cuando empezó a verse que
muchos liberales no querían más que 11servirse" del Papa para sus fines
políticos, y especialmente después de la alocución del 29 de abril de
1848, con la cual Pío IX aclaró definitivamente el equívoco.
Pedreas rabiosas
Mientras tanto, junto a la 11historia grande", se va desarrollando la his-
toria humilde de cada día en la hoya de Valdocco: el oscuro trabajo en
favor de los muchachos, la lucha silenciosa con las deudas.
Don Sosco, que ha llegado en diciembre de 1846 a subarrendar a Pan-
cracio Soave todas las estancias de la casa Pinardi y el terreno circun-
dante (por 710 liras al año), hace reparar la tapia que rodea el prado de
los juegos y pone en los dos extremos un portón y una verja. De este
·modo la "chusma desvergonzada" que los domingos invade la taberna
de La Jardinera y otras casas del entorno, no podrá meterse en el patio
e importunar a los muchachos.
Una parte del prado (donde hoy existe una pequeña tienda de objetos
religiosos), la transforma Don Bosco en huerto. Los muchachos lo lla-
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17.7 Page 167

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man "el huerto de Mamá Margarita". Entre los gastos para alquileres y
para ayuda de los jóvenes, resulta que siempre escasean los dineros
para la cesta de la cocina. Y aquella pobre mujer del campo busca el
ahorro cultivando lechugas y patatas.
Por los prados colindantes, los domingos se reúnen partidas de
jovenzuelos. Juegan dineros, beben vino que compran por garrafas en
La Jardinera, blasfeman; insultan a los muchachos que entran en el ora-
torio." Don Sosco se les va acercando con paciencia. Se sienta con ellos
a jugar una partida a las cartas. Poco a poco se va ganando a algunos.
Sin embargo, más de una vez, mientras explica el catecismo al aire
libre, sus muchachos tienen que refugiarse en la capilla para salvarse
de una granizada de piedras.
Sabía muy bien Don Bosco que los quinientos muchachos que él
reunía en su Oratorio no representaban casi nada en comparación de
los muchos que vagaban por la ciudad, sin fe y, a menudo, sin pan que
llevarse a la boca.
El barrio Vanchiglia, próximo al de Valdocco, estaba infestado de
verdaderas bandas de granujas, que daban mucho que hacer a los
guardias, vivían rateando bolsos y paquetes de la gente a la salida del
mercado, y a menudo trataban entre sí batallas de miedo a base de
pedradas, que, a veces, terminaban a cuchilladas.
Al pasar por aquellos lugares, Don Sosco se mete alguna vez en
medio de los combatientes, intentando separarlos "a pescozones y
puñetazos11• Más de un chupinazo le llegó a la cara. "No a golpes", se le
dijo en el sueño, pero también los sueños admiten sus excepciones.
Un cura ladrón
Una de las tácticas empleadas por Don Bosco para llevar buenos
muchachos al Oratorio, es entrar en un almacén donde trabajan jóve-
nes, y dirigirse al patrón:
- ¿Me haría un favor?
- Con mucho gusto, si puedo.
- Sí que puede. Mándeme estos muchachos el domingo al Oratorio
de Valdocco. Podrán aprender catecismo y hacerse buenos.
- Necesidad tienen de hacerse buenos. Hay alguno que es un gan-
dul, un insolente.
- No diga eso. Tienen cara de hombres de bien, mírelos usted.
Entonces, entendidos: el domingo os espero en el oratorio. Jugaremos
y nos divertiremos juntos.
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17.8 Page 168

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La táctica era distinta, con otro tipo de jóvenes. Mientras don Borel
cuidaba del oratorio, él rodaba por las plazas y calles colindantes. Gru-
pos de jóvenes jugaban a la baraja en la misma acera. Rodaban las car-
tas y el dinero (a veces quince, veinte liras) estaba recogido en el cen-
tro, sobre un pañuelo.
Don Boso estudiaba bien la situación, agarraba luego con un movi-
miento rápido el pañuelo y, pies para que os quiero. Los jóvenes, sor-
prendidos, se ponían en pie y corrían tras él gritando:
- ¡El dinero! ¡Devuélvanos el dinero!
De todo habían visto aquellos muchachos, menos un cura ladrón.
Don Sosco seguía corriendo hacia el Oratorio, y, mientras tanto, gri-
taba:
- Os lo doy, si me pilláis. ¡Ea, corred!
Cruzaba el portón del Oratorio, la puerta de la capilla, y los jóvenes
detrás. A aquellas horas estaba don Cárpano o don Borel en el púlpito,
predicando a una multitud de muchachos apretujados. Y empezaba la
escena.
Don Boso se fingía un vendedof ambulante, levantaba en alto el
pañuelo, que todavía llevaba en la mano, y gritaba:
- ¡Turrones, turrones! ¿Quién compra turrones?
El predicador fingía perder los estribos:
- ¡Fuera de aquí, bibrón! ¡No estamos en la plaza!
- Es que yo vendo turrones, y aquí hay muchos chiquillos. ¿Quién
quiere turrón?
El diálogo era en directo, los muchachos reían a más no poder. Los
recién llegados, al oír aquel altercado quedaban cortados: ¿dónde se
habían metido?
Mientras tanto, los dos "contendientes" seguían con ocurrencias ale-
gres, chistes agudos, y llevaban la discusión al tema del juego con
dinero, la blasfemia, la satisfacción de vivir en amistad con el Señor.
Los llegados detrás de Don Bosco terminaban también por reír e intere-
sarse por la charla.
Al final se entonaban las Letanías. Aquellos, arrimándose a Don
Bosco:
- Entonces, ¿nos devuelve el dinero?
- Un momento. Después de la Bendición.
Cuando salían al patio, les devolvía el dinero, añadía la merienda, y
hacía que le prometieran volver en adelante "para jugar allí". Y muchos
lo cumplían.
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17.9 Page 169

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canciones v gritos de los bOrrachos
Esteban Castagno. un muchacho de aquellos tiempos, atestiguaba:
"Don Bosc9 era siempre el primero en los juegos, era el alma de los
recreos. No sé como hacía, pero él andaba por todos los rincones del
patio, en medio de los grupos de jóvenes. Nos seguía a todos perso-
nalmente y con la vista. Nosotros andábamos desgreñados, manchados,
éramos importunos, caprichosos. Y a él le gustaba estarse con los más
míseros. Con los pequeños tenía un cariño de mamá. Armaban alterca-
dos, reñían entre sí. El les separaba. Alzaba la mano como quien va a
pegar, pero jamás nos tocaba, nos separaba a la fuerza agarrándonos
por un brazo".
José Buzzetti recordaba: "Conocí centenares de muchachos que
venían al Oratorio sin instr_ucción alguna y sin sentimientos religiosos, y
que cambiaron de conducta en poco tiempo. Se aficionaban de tal
modo a nuestro Oratorio, que ya nunca se iban de él, y se acercaban a
confesarse y comulgar todos los domingos".
Lo que fastidiaba, sobre todo en verano, era "La Jardinera", es decir
la taberna frecuentadísima de casa Bellezza. Desde la capillita, cuando
había que tener puertas. y ventanas abiertas, se oían las canciones y los
gritos de los borrachos. A veces, las pendencias furibundas cubrían la
voz del predicador. En alguna ocasión le tocó a Don Sosco tener que
bajar del púlpito. Y, dejando el roquete y la estola, entrar en la taberna
amenazando con llamar a la policía.
Cada vez era más acuciante el problema de colaboradores. Don
Borel, don Cárpano y los otros sacerdotes, tenían algunos domingos
otras obligaciones. ¿Dónde hallar personas para asistir, para dar cate-
cismo, para la escuela nocturna?
Se acordó Don Sosco de que, en el sueño, "algunos corderillos se
convertían en pastores". Empezó a buscar colaboradores entre sus
mismos muchachos. Se los fabricó. Eligió, de entre los mayores, a los
mejores jóvenes, y les empezó a dar clase aparte. "Aquellos maestrillos
-escribe Lemoyne-, ocho o diez al empezar, fueron un óptimo
ensayo, y no sólo eso, sino que algunos llegaron a ser, después. exce-
lentes sacerdotes.
Acudieron a echarle una mano algunos valiosos seglares de la ciu-
dad: un platero, dos quincalleros, un droguero, un agente de negocios,
un carpintero.
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17.10 Page 170

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23
"SOY huérfano;
vengo del valle de sesia"
Don Bosco recuerda un episodio dramático del invierno 1846-47.
Un muchacho de 14 años, se sintió amenazado por su padre (casi
siempre borracho al llegar la noche), si volvía a ir con Don Bosco. El
muchacho no aparentó nada y siguió yendo. Aquel hombre, un reven-
dedor, se enfureció. Le amenazó con romperle·la crisma si no obedecía.
Un domingo, ya algo tarde, volvió el muchacho del Oratorio, y se
encontró a su padre borracho como una cuba, esperándole con una
hacha en la mano. La levantó sobre él gritando:
- ¡Has ido con Don Bosco!
El muchacho espantado, escapó corriendo. El hombre se echó detrás
de él, gritando:
- ¡Si te alcanzo, te mato!
El árbDI vla nlellla
También la madre, que había presenciado la escena, corría tras el
marido para desarmarlo. El muchacho, a la velocidad de sus 14 años,
llegó al Oratorio con bastante ventaja sobre su padre, pero se encontró
con el portón cerrado. Golpeó con desesperación, y luego, agotado,
viendo que nadie acudía a abrirle, trepó a una gran morera vecina. No
tenía hojas para taparlo, pero la noche le cubría con su niebla.
Jadeando llegó el borracho enarbolando su hacha. Golpeó con fuerza
el portón. Margarita que, por casualidad, había visto desde la ventana,
cómo subía el muchacho a la morera, fue corriendo a abrir después de
llamar a Don Bosco. Apenas abierto el portón, el hombre aquel siguió
derecho hacia la escalera y subió gritando amenazador, hasta la habita-
ción de Don Bosco:
-¿Dónde está mi hijo? Don Bosco le hizo frente con resolución:
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18 Pages 171-180

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18.1 Page 171

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- Aquí no está su hijo.
- Sí que está. Abrió de par en par puertas y armarios. Lo encontraré
y lo mataré.
- Señor -intervino Don Bosco con energía-, ya le he dicho que
aquí no está. Pero aunque estuviese, ésta es mi casa. y no tiene usted
ningún derecho a entrar en ella. O sale usted fuera, o llamo a la policía.
- No se preocupe, rever~ndo. ahora mismo voy yo a la policía y ten-
drá que entregarme a mi hijo.
- Muy bien, vayamos juntos. Tengo precisamente alguna cosita que
decir a esos señores sobre su comportamiento, y ésta es una buena
ocasión.
Aquel hombre, que tenía alguna aventura que esconder, se batió en
retirada barbotando amenazas. Don Bosco, con su madre, fue entonces
hacia la morera, y en voz baja llamó al muchacho. No respondió. Dijo
entonces más fuerte:
- Baja, amigo. No hay nadie. Nada. Temieron una desgracia. Don
Bosco subió con una escalera, le vio con los ojos cerrados, le sacudió.
Como despertando de un mal sueño, el muchacho se puso a gritar y a
moverse con furia. Poco faltó para que rodaran los dos abajo. Tuvo
Don Bosco que agarrarlo bien, mientras le decía:
- No está ya tu padre. Soy yo, Don Bosco. No tengas miedo.
Se fue calmando poquito a poco y rompió a llorar. Don Bosco logró
hacerle bajar y entrar en la cocina. Mamá Margarita le preparó un
caldo, y Don Bosco extendió un jergón para que durmiera junto al
fuego. Al día siguiente. para liberarlo de la furia del padre, le envió a
casa de un buen amo en un caserío próximo. No pudo volver a su casa
hasta el cabo de algún tiempo.
Seguramente que aquel episodio econó una herida que Don Bosco
llevaba en el corazón. Habia algunos de sus muchachos que, al llegar la
noche, no sabían donde ir a dormir. Dormían bajo un puente, o en los
tristes dormitorios públicos. Hacía tiempo que pensaba recoger en su
casa a los más abandonados.
Realizó la primera prueba una noche de abril de 1847. La casa Pinardi
tenía, a la derecha de quien la contempla de frente, un pequeño pajar,
(hay ahora un pasaje para pasar al gran patio posterior). Allí puso Don
Bosco a dormir a media docena de mozuelos. Fue un fracaso. A la
mañana siguiente, los .huéspedes habían desaparecido, llevándose las
mantas que les prestó mamá Margarita.
Don Bosco repitió el ensayo pocos días después y la cosa fue peor;
se llevaron hasta el heno y la paja.
Pero no perdió la serenidad.
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18.2 Page 172

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un muchacho calado v aterido
Una noche del mes de mayo. Llueve a cántaros. Don Bosco y su
madre han acabado de cenar y oyen llamar al portón. (Seguimos el hilo
de la narración en las páginas escritas por Don Bosco). Es un jovencito,
como de unos quince años, totalmente calado y aterido.
- Soy huérfano. Vengo del valle de Sesia. Soy albañil, pero aún no
he encontrado trabajo. Tengo frío y no sé donde ir...
- Pasa -le dice Don Bosco-. Acércate al fuego, que estás calado y
puedes sufrir un enfriamiento.
Mamá Margarita le prepara algo para cenar y después le pregunta:
- Y ahora ¿adónde vas?
- Pues no lo sé. Tenía tres liras cuando llegué a Turín, pero las he
gastado todas. -Silenciosamente se pone a llorar-. Por favor, no me
echen fuera.
Margarita se acuerda de las mantas que volaron.
- Te podría tener. Pero, ¿quién me asegura que no me robarás los
pucheros?
- Oh, no, señora. Soy pobre, pero nunca he robado.
Don Bosco ya ha salido al exterior, bajo la lluvia, para recoger algu-
nos ladrillos. Los mete y hace cuatro pequeñas pilastras, sobre las cua-
les coloca unas tablas. Después quita de su propia cama el jergón y lo
pone encima.
- Aquí vas a dormir, amigo. Hasta que te canses. Don Bosco no te
echará fuera.
11 Mi buena madre le invitó a rezar las oraciones.
- No las sé, repuso.
- Las rezarás con nosotros -le dijo-. Y así fue. Después hízole un
sermoncito sobre la necesidad del trabajo, sobre la honradez y sobre la
religión".
Los Salesianos han visto afectuosamente en este sermoncito de
mamá Margarita las primeras 11buenas noches" (unas palabritas del
cabeza de familia) con las que se acostumbra a cerrar la jornada en las
casas salesianas, y que Don Bosco llamaba "llave de la moralidad, de la
buena marcha y del éxito".
Mamá Margarita nq debió quedar muy persuadida de la eficacia de
sus palabras, ya que, como Don Bosco aFtade a continuación: "Para que
todo quedase asegurado, cerró con llave la cocina y no volvió a abrirla
hasta la mañana".
Era el primer huérfano que entraba en casa de Don Bosco. A fines de
año serán siete. Y se convertirán en millares.
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18.3 Page 173

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El segundo fue un chico de unos doce años. "Don Sosco se lo
encontró por la calle de San Máximo (hoy avenida Regina Margherita).
Lloraba con la cabeza apoyada en un olmo. No tenía padre. Su madre
acababa de morir el día anterior. El amo de la casa le había puesto de
patitas en la calle y se había quedado con muebles y enseres para
cobrarse los alquileres. Don Sosco le llevó a mamá Margarita y le
colocó como dependiente en una tienda. Llegó a labrarse una buena
posición y siguió siendo siempre su amigo y bienhechor.
El tercero fue José Buzzetti, el pequeño albañil de Caronno Ghinghello.
El mismo don Sosco le invitó. Un domingo por la tarde, mientras salu-
daba a los demás, le retuvo de la mano.
- ¿Vendrías a vivir conmigo?
- Encantado.
-- Entonces hablaré con Carlos. El hermano mayor, que frecuentaba
el Oratorio, hacía seis años, estuvo de acuerdo. José, con sus 15 años,
siguió trabajando de albañil en la ciudad, pero la casa de mamá Marga-
rita se convirtió en la suya.
El barberlllo temblaba como una hoJa
Llega después Carlos Gastini. Era un día del 1843: Don Sosco había
entrado en una barbería. Se le acercó el pequeño aprendiz para enja-
bonarlo.
- ¿Cómo te llamas y cuántos años tienes?
- Carlitas. Tengo once años.
- Estupendo, Carlitas, a ver si me enjabonas bien. ¿Y cómo está tu
padre?
- Ha muerto. No tengo más que madre.
- Pobrecito, sí que lo siento. -El chiquillo había terminado ya de
enjabonarle-. Y ahora, ánimo; como un valiente, toma la navaja y a
afeitarme.
Acudió corriendo el barbero:
- ¡No, por favor, Reverendo! El chiquillo no sabe aún. Sotamente
enjabona.
- Pero un día u otro tiene que empezar a afeitar, ¿no es así? Enton-
ces, lo mismo da que empiece conmigo. animo, Carlitas.
Garlitos afeitó aquella barba temblando como una hoja. C.uando
empezó a girar sobre el mentón, sudaba. Alguna rascadura, algún corte,
pero llegó hasta el fin.
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18.4 Page 174

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- ¡Bravo, Garlitos! -sonrió Don Sosco-. Y ahora que somos ami-
gos, quiero que vengas a verme alguna vez.
Gastini empezó a frecuentar el oratorio, y se hizo amiguísimo de Don
Bosco.
Por el verano de aquel mismo año, Don Bosco le encontró un día llo-
rando junto a la barbería.
- ¿Qué te ha pasado?
- Ha muerto mi madre, y el amo me ha despedido. Mi hermano
mayor es soldado. No sé a donde ir.
- Ven conmigo. mientras bajaban a Valdocco, Carlos Gastini oyó
aquella misma frase que tantos otros muchachos oirían, y que él nunca
olvidó: "Ya ves que yo no soy más que un pobre sacerdote. Pero cuando
no tenga nada más que un pedazo de pan, lo partiré a medias contigo".
Mamá Margarita preparó otra cama. Garlitos estuvo más de cinco
años en el Oratorio. Alegre, vivaz, llegó a ser ~I presentador obligado de
todas las fiestas. Sus ocurrencias causaban risa a todos. Pero cuando
hablaba de Don Sosco lloraba como un niño. Decía: ''¡Me quería tanto!"
Cantaba un estribillo que ya todo el mundo sabía de memoria, y que
decía:
"A los setenta -he de llegar,
pues me lo ha dicho -mi papá Juan".
Era una de tantas "profecías" que, medio en broma, medio en serio,
hacía Don Bosco a sus muchachos. Carlos Gastini murió el 28 de enero
de 1902. Cumplía setenta años y un día.
Don Bosco convirtió dos habitaciones próximas en dormitorio para
los primeros muchachos que vivían con él. Ocho camas, un crucifijo, un
cuadro de la Virgen, y un cartelito con esta inscripción:-"Dios te ve".
Por la mañana, de buena hora, Don Bosco celebraba la Misa y los
muchachos la oían, mientras recitaban las oraciones de la mañana y el
rosario. Luego, con un panecillo en el bolsillo, salían a trabajar a la ciu-
dad. Volvían a casa para comer y para cenar. El puchero era siempre
abundante. El segundo plato variaba con las verduras del huerto de la
11mamá" y según los cuartos de la cartera de Don Bosco.
Los cuartos. Durante los primeros meses se convirtieron en un pro-
blema dramático para Don Bosco. Y siguieron siéndolo hasta el fin de
sus días. Su primera cooperadora no fue ninguna marquesa, sino su
madre. La pobre campesina se hizo enviar de I Becchi su ajuar de boda,
el anillo, los pendientes, el collar que tan celosamente había guardado
hasta entonces. Desde la muerte de su marido no se los había puesto
encima. Los vendió para aplacar el hambre de los primeros muchachos.
172

18.5 Page 175

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La mitra del Arzobispo
Aquel primer boceto de casa salesiana fue denominado por Don
Bosco "casa aneja al Oratorio de San Francisco de Sales". "Título signi-
ficativo -advierte Morand Wirth-. Demuestra que en el pensamiento
del fundador el Oratorio conservaba su carácter de ·privilegio".
Por mayo de aquel año, fundó Don Bosco la "Compañía de San Luis"
para los oratorianos. El que entraba en ella, se comprometía a tres
cosas: a dar buen ejemplo, a evitar las malas conversaciones y a fre-
cuentar los santos sacramentos. La "Compañía" llegó a contar, en poco
tiempo, con un grupo de jóvenes comprometidos a ayudarse unos a
otros a ser mejores.
Un mes más tarde, el 21 de junio, se celebró con toda solemnidad la
fiesta de San Luis, un santito que Don Bosco siempre presentará a sus
jóvenes como modelo de pureza. Acudió el Arzobispo, que administró
la Confirmación a los que todavía no la habían recibido.
"Fue en aquella ocasión -recuerda Don Bosco- cuando el Arzo-
bispo, al colocarle la mitra en la cabeza, olvidando que no estaba preci-
samente en la catedral, levantó la cabeza y chocó con ella en el techo
de la capilla. Esto excitó la hilaridad suya y la de todos los asistentes".
Monseñor Fransoni murmuró: "Hay que respetar a los muchachos de
Don Bosco, y predicarles con la cabeza descubierta".
Otro detalle (muy importante para él) recuerda Don Sosco: "Acabada
la función, se levantó una especie de acta, en. la que se anotaron los
nombres de cuantos habían recibido el sacramento, de quién se lo
había administrado, de los padrinos y el lugar y la fecha. Después se
confeccionaron los correspondientes certificados, y agrupados por
parroquias, se llevaron a la curia eclesiástica para que los remitiese a
los respectivos párrocos".
Con este gesto, el Arzobispo aprobó prácticamente el Oratorio como
"parroquia de los jóvenes abandonados", y confirmó su apoyo a Don
Bosco ante los párrocos de la ciudad, siempre titubeantes en sus
opiniones.
Para el mes de septiembre Don Sosco compró la primera estatuilla de
la Virgen. Le costó 27 liras. Aún está allí, en la capillita Pinardi. El que
entra la descubre en la penumbra, a la derecha. Sus muchachos la lle-
vaban procesionalmente por los alrededores, cuando se celebraban las
"grandes fiestas" de la Virgen. Los "alrededores" eran algunas casas, el
bodegón de "La Jardinera" con sus ordinarios borrachos voceadores,
dos canalillos para el riego de los campos y los huertos, una callejuela
franqueada de moreras (calle de la Jardinera) que atravesaba diago-
nalmente el patio actual, colindante con la Basílica de María Auxiliadora.
173

18.6 Page 176

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Escarapelas tricolores en et pontifical
Las fuerzas liberales urgen, durante aquellos meses de 1847, a Carlos
Alberto para que dé paso a un programa de reformas. Pero el rey vigila
a Austria y no quiere que nadie tasque el freno. Da un paso hacia ade-
lante y otro hacia atrás, con mís incertidumbre que nunca.
El maestro Novare (que trabajaba en la calle Rosa Rossa, 10; ahora
calle XX de septiembre, 68) compuso un himno. Se lo había enviado
Godofredo Mameli, desde Génova. No es una obra maestra, pero aque-
llas pocas notas, bajo el título de "Fratelli d'ltalia" se convierten en el
himno del "Risorgimento italiano".
Primero de octubre. Por la tarde, en el jardín de los Ripari, se reúne
una enorme multitud de turineses para aplaudir al papa y al rey. Al
acabar, es dispersada brutalmente por la policía. Son órdenes del rey.
En el mismo mes, Carlos Alberto licencia al. conde Solaro de la
Margarita, ministro de Asuntos Exter~ores desde hace 12 aiios, que
encarna la política conservadora y filoaustriaca.
Las ma'}ifestaciones populares, de los días siguientes, al grito de
"viva Pío IX", son dispersadas por la policía. El rey hace saber que "está
pensando en las reformas, pero quiere que el pueblo permanezca
quieto".
30 de· octubre. Se anuncia que, a partir de aquella fecha, los munici-
pios y las provincias tendrán sus propios consejos elegidos por el pue-
blo. Pero los electores no serán todos los ciudadanos, sino solamente
los propietarios que paguen las tasas, los maestros y los que ocupan
cargos públicos. En total, el dos por ciento de la población. Además, se
hace menos severa la censura de la prensa.
1 d'e noviembre. Carlos Alberto parte para Génova. Le acompañan
hasta la carretera para Moncalieri 50.000 personas que cantan y agitan
banderitas.
En el mismo mes Carlos. Alberto, Leopoldo de Toscano y Pío IX fir-
man los preliminares de ·,a "Liga Itálica", es decir la unión aduanera
entre los tres estados. Parece un claro encaminarse hacia la "federación
de los Estados italianos", profetizada por Gioberti.
4 de diciembre. Carlos Alberto vuelve de Génova. Toda la ciudad de
Turín acude a recibirle con entusiasmo. Hasta los seminaristas piden
permiso al Arzobispo para participar en la manifestación. Mons. Fran-
soni, enemigo de toda novedad liberal, se lo niega. Ochenta seminaris-
tas salen, a pesar de todo, del seminario y se mezclan con la multitud.
El desafío del Arzobispo impulsa la provocación. Durante su Misa de
Navidad, en la catedral, los seminaristas aparecen en el presbiterio con
la escarapela tricolor al pecho. El final será el cierre del seminario
durante los primeros meses de 1848.
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18.7 Page 177

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un buen brasero en 11!1 sacristía
Durante aquel mes de diciembre, Don Bosco no se dejó paralizar por
los grandes sucesos. Siguió trabajando con humildad. Los muchachos
del Oratorio eran ya muchos centenares: Lemoyne habla de 800. Acu-
dían hasta de los barrios más lejanos. Don Sosco, don Borel, don Cár-
paro hablaron y llegaron a un acuerdo. Había que abrir otro oratorio en
la parte sur de la ciudad.
La rambla que hoy se llama "Avenida Vittorio" estaba por entonces
flanqueada de pobres casuchas habitadas por lavanderas. Festones de
ropa tendida al sol y al viento daban un tono de alegría campesina a
aquel arrabal de Turín llamado "Puerta Nueva". Los ciudadanos 11ele-
gantes" iban a pasear por allí las tardes del domingo, y patrullas de
chiquillos ociosos jugaban a la guerra.
De acuerdo con el Arzobispo, Don Sosco alquiló a la señora Vaglienti
una casita, un sotechado y un prado "junto al puente de hierro", por
450 liras al año. Después se lo anunció así a sus chavales:
"Queridos míos, cuando en una colmena las abejas se multiplican
mucho, una parte de ellas vuela para enjambrar en otra parte. Nosotros
vamos a imitarlas. Abriremos un segundo oratorio, estableceremos una
segunda familia. Aquellos de vosotros, que habitan en la parte sur de la
ciudad, ya no tendrán que hacer tan largo viaje: a partir de la fiesta de
la Inmaculada, podrán ir al oratorio de San Luis, en Puerta Nueva, junto
al puente de hierro".
Don Borel bendijo el nuevo oratorio el 8 de diciembre de 1847.
Durante aquel frigídísimo invierno fue director don Cárpano. Iba hasta
allí a pie, con una carga de leña bajo el manteo, para tener un buen
brasero en la sacristía y calentarse con los primeros muchachos.
175

18.8 Page 178

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24
La fiebre del 1848
El año 1848 estallaron las naciones europeas como depósitos de
municiones.
Las llamas de la revolución cubrieron las grandes ciudades: París (del
23 al 24 de enero), Viena (el 13 de marzo), Berlín (el 15 de marzo),
Budapest (el 15 de marzo), Venecia (el 17 de marzo), Milán (el 18 de
marzo).
Tras las barricadas de las ciudades hubo guerras y batallas. En un
par de meses se incendió toda Europa.
Fue una explosión tan general, que el 3 de abril el zar Nicolás de
Rusia se preguntaba espantado: "¿Qué es lo que queda de pie en Euro-
pa?" A partir de entonces, cualquier conmoción caótica, se llamará en
lenguaje popular italiano 11un cuarenta y ocho".
Como de costumbre, no pretendemos trazar un cuadro completo de
la historia italiana y europea, sino señalar los sucesos principales que
tuvieron su influencia en la vida de Don Bosco, especialmente en los
sucesos de Turín y de Piamonte, que condicionaron su postura y sus
decisiones.
El liberal, el pat:riOt:a, el obrero en las barricadas
No se puede comprender el movimiento universal de 1848, sin tener
en cuenta tres elementos que se entrelazan: las corrientes liberales que
se batían para instaurar sistemas constitucionales y representativos en
lugar del absolutismo; la aspiración de las naciones a la independencia,
contra el imperio austro-húngaro; los movimientos obreros que lucha-
ban para una mayor justicia social.
Dicho de una manera sencilla: en las barricadas de las distintas ciu-
dades europeas combatían codo a codo ei liberal que quería la Consti-
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18.9 Page 179

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tución, el patriota que exigía la independencia de su patria y el obrero
que luchaba contra el patrón que le obligaba a trabajar 12 ó 14 horas al
día.
El movimiento obrero se batió especialmente en París. Las barricadas
del 24 de febrero, en los barrios del Este, dieron paso al 48... Obtuvo
una victoria fulminante. Abatida la monarquía de Luis Felipe, vióse a
burgueses y obreros fraternizando en derredor de los árboles de la
libertad vencidos por los sacerdotes. Se proclamó el derecho al trabajo,
la jornada de trabajo fue reducida a 1O horas, se abrieron las ºfábricas
sociales".
Pero, cuatro meses después (a continuación de los graves errores de
los obreros y la intolerancia de la burguesía), hubo una represión tam-
bién fulminante. París, en donde se habían reunido 140.000 obreros, fue
tomada al asalto por el general Cavaignac, en cuatro días de lucha
furiosa (23-26 de junio). Represión terrible, jornada de trabajo lograda
de 12 horas.
Esta represión es la que llevará a los trabajadores a abandonar los
"socialismos humanitarios" y abrazar el "marxismo", más duro, más
extendido (Marx escribía el Manifiesto de los comunistas en enero de
aquel año).
En Italia el movimiento obrero sólo tuvo unos combatientes en las
barricadas de Milán. Todo el 48 italiano está dominado por los liberales,
que exigen a los reyes absolutos la Constitución, y por los patriotas
que pregonaban la guerra de independencia contra Austria. Austria
ocupa territorialmente Lombardía y el Véneto, y mantiene bajo su pesa-
da tutela a muchos otros estados.
Las fases del 1848 italiano son tres: las Constituciones, las insurrec-
ciones populares contra Austria y la primera guerra de independencia
guiada por Carlos Alberto.
La constitución se llamará ..Estatuto..
En Turín, empieza el año 1848 con el pensamiento puesto en la gue-
·ra, que se siente próxima. Todos hablan de política: críticas, proyectos,
Jroclamas. Las grandes novedades son los periódicos políticos "libres",
1ue se multiplican mes a mes, como consecuencia de la libertad de
mprenta, y que ejercen una importante función de guía de la opinión
>ública.
El Risorgimento (aparecido el 15 de diciembre de 1847) tiene un
lirector joven, Camilo Benso di Cavour, cabeza vivaz de los liberales. El
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18.10 Page 180

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uno de enero aparece La Concordia, de la izquierda democrática y
popular, dirigido por Valerio. El 26 de enero inicia su publicación la
Opinione de Durando, en junio sale la impetuosa y descarada Gazzetta
del Popo/o de Botero, en julio el Conciliatore dirigido por el canónigo
Gastaldi, futuro arzobispo de Turín, y Armonía de Gustavo Cavour,
hermano de Camilo, de limpia inspiración católica.
30 de enero. Llegan noticias de que el rey Fernando de Nápoles ha
concedido la Constitución, y que en Milán los ciudadanos boicotean a
los austriacos. El "Cuerpo de Decuriones" de Turín se presenta a Car-
los Alberto y le pide la Constitución.
Tras unos días de angustia, Carlos Alberto piensa abdicar. No se
siente con fuerzas para romper el juramento hecho 25 años antes a Car-
los Félix. Pero el príncipe heredero, Víctor Manuel, se opone del todo:
el padre, que hasta ahora no le. ha permitido meter un dedo en los
asuntos de estado, no puede dejarle solo en plena borrasca.
7 de febrero. Carlos Alberto reúne el Consejo extraordinario de la
Corona, y declara estar dispuesto a examinar un esquema de Constitu-
ción (llamada "Estatuto"), en la que se respete la religión y el honor de
la monarquía. Pero invita a los Decuriones a mantener las plazas lim-
pias de toda multitud: no admitirá imposiciones.
10 de febrero. Pío IX, en Roma, lanza al pueblo una proclama efer-
vescente. Invita a todos a "no pedir reformas que él no podrá conce-
der11, y termina diciendo: "Bendecid, oh Señor, a Italia y conservadle el
preciosísimo don de la fe". Los jefes de la opinión pública, ya deéididos
a hacer de Pío IX un instrumento para la guerra contra Austria, olvidan
las "no posibles reformas" y "el don de la fe", y lanzan por toda Italia
solamente las palabras "Bendecid, oh Señor a Italia".
Esta invocación se convierte en bandera liberal y en clarín de guerra.
Pío IX, que en vano intenta deshacer el equívoco, queqa mal. Es éste,
probablemente neogüelfo y a fijar distancias con los liberales.
En los días siguientes llegaron a Turín noticias de la Constitución
concedida en Florencia (17 de febrero) y del estallido de la revolución
en París (23 de febrero).
Se decide organizar para el día 27 una gran "fiesta de acción de gra-
cias por la promesa del Estatuto". La inmensa plaza Vittorio estará llena
de delegaciones, llegadas desde todos los puntos de Piamonte, Liguria,
Cerdeña, Sabaya. Se invita a todas las organizaciones de Turín ·para
asistir en masa. El mismo Marqués d'Azeglio baja a Valdocco, para invi-
tar a Don Bosco con todos sus muchachos.
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19.1 Page 181

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Don aosco y el marqués.. frente a frente
En las Memorias, de su puño y letra, reconstruye Don Sosco el diá-
logo con el marqués. Probablemente, no son las mismísimas palabras
(ya que fueron escritas 25 años más tarde). Pero entendemos que se
trata de un diálogo muy importante, porque Don Sosco (que reflexiona
sobre el particular a tantos años de distancia) nos da a entender cuál
fue su posición en política desde entonces. Lo copiamos, por eso, en
sus partes esenciales.
"Nos había designado un puesto en la plaza Vittorio, junto a las insti-
tuciones de todo nombre, fin y condición. ¿Qué hacer? Rehusar era
declararse enemigo de Italia; condescender significaba la aceptación de
principios que yo juzgaba de funestas consecuencias.
- Sepa la ciudad (decía d'Azeg/io) que vuestra obra no es contraria
a las nuevas ideas. Eso le favorecerá: aumentarán las limosnas; el
Municipio y yo mismo nos comportaremos generosamente con usted.
- Señor marqués, mi propósito de mantenerme apartado de todo
cuanto se refiere a política, es firme. Ni a favor, ni en contra.
- Entonces, ¿qué pretende usted con su obra?
- Hacer el poco bien que pueda a los jovencitos abandonados,
empleando todas mis fuerzas para que, en lo religioso, sean buenos
cristianos, y honrados ciudadanos en lo social.
- Usted se equivoca de medio a medio. Si se empeña en mantenerse
en esta dirección, todos le abandonarán".
Don Sosco está convencido de lo contrario: hubiese sido abando-
nado de haberse mezclado ~n política, especialmente de haberse mani-
festado condivídiendo las posiciones liberales. Y sigue, con cierta obsti-
nación:
- ''Mándeme cualquier cosa, en la que el sacerdote pueda ejercitar
la caridad, y verá pronto cómo sacrifico vida y hacienda. Pero, ahora y
siempre, quiero mantenerme al margen de la política".
Las bandas anticlericales se desencadenan
El cortejo de la plaza Vittorio fue imponente: 50.000 personas desfila-
ron por las calles ante el rey a caballo. El arzobispo se había negado a
celebrar la Misa y cantar el "Te Deum", en la iglesia de la Gran Madre
que se levanta en la plaza Vittorio. Permitió solamente la bendición
eucarística.
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Los seminaristas, en contra del arzobispo, desfilaron en el cortejo con
la escarapela tricolor. Inmediatamente después, como respuesta, se
cerró el seminario.
Estas decisiones son, tal vez, la gota que rebosa el vaso del anticle-
ricalismo.
Por la tarde del 2 de marzo, unas cuadrillas de gente del hampa, asal-
tan la casa de los Jesuitas, junto a la iglesia de los Mártires y del Car-
men. Rompen los cristales y derriban las puertas.
Al día siguiente, los mismos grupos cercan amenazadores la cas~ de
las monjas llamadas "Damas del Sagrado Corazón". Casi ininterrumpi-
damente, durante siete días, renuevan el asedio, alejados siempre por
los guardias.
Durante los siguientes días, tanto los Jesuitas como las Damas, aban-
donan la ciudad.
Las escuadras anticlericales continúan su alboroto. Gritan bajo las
ventanas del Convictorio: "¡Muera don Guala!". Intentan asaltar el pala-
cio de la marquesa de Barolo, porque corre la voz de que en ella se
hospedan quince Jesuitas.
4 de marzo. Delante del Consejo de la Corona. Carlos Alberto firma el
Estatuto. Termina el poder absoluto del rey. Empieza el régimen parla-
mentario.
Paradójicamente, Turín no responde con manifestaciones de entu-
siasmo.· En cambio, siguen y se multiplican rabiosos tumultos contra el
arzobispo, los curas y los sostenedores del absolutismo.
8 de marzo. Para mantener el orden en la ciudad se organiza la
Guardia Nacional. Se abren inscripciones en la plaza San Carlos: en
pocas horas se inscriben 500 ciudadanos.
Miián se subleva y pide socorro
Estallan noticias enormes durante los días siguientes. Viena se ha
sublevado y el emperador ha despedido a Metternich {13 de marzo). Pío
IX ha concedido la Constitución (14 de marzo). Revoluciones en Berlínt
en Budapest (15 de marzo). Y, enseguida, las dos noticias más ruido-
sas: Venecia se ha levantado contra los austriacos (18 de marzo), Milán
ha comenzado la revolución contra las tropas austriacas de Radetzky
(18 de marzo).
César Balbo (el autor de Speranze d'ltalia) es nombrado por Carlos
Alberto primer Ministro. Parte para Roma, como representante de Pia-
monte junto·al Papa, el abate Antonio Rosmini.
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El 19 de junio llega de Milán el conde Arese, con noticias y proposi-
ciones. En el "comité central" de la revolución existe una fuerte
corriente republicana contra Carlos Alberto, pero ha prevalecido la
corriente de Gabrio Casati, amigo de Piamonte. El solicita la ayuda mili-
tar de Carlos Alberto.
El Consejo de Ministros, juntamente con el rey, examina la situación.
¿Qué hacer? Se decide, ante todo, enviar tropas a la frontera para evitar
eventuales infiltraciones austriacas. Una brigada de la Guardia del Rey
parte para el Ticino.
En Milán, mientras tanto, se sigue combatiendo. El día 20, el general
Radetzky, comandante en jefe de las tropas imperiales, propone un
armisticio. Es rechazado. El día 22, los hombres de Luciano Manara
conquistan Porta Tosa. Los austriacos abandonan Milán.
También son arrojados de Venecia los austriacos. Daniel Manin, liber-
tado de la cárcel, es proclamado presidente de la República de San
Marcos.
La multitud gira por las calles de Turín: "¡Guerra!, ¡guerra!
23 de marzo. Llegan al anochecer victoriosos los representantes de
Milán. Piden la intervención inmediata del ·ejército, antes de que los
austriacos vuelvan a asaltar la ciudad. Proponen dos condiciones: adop-
tar la "bandera tricolor italiana", en lugar de.la bandera azul de Sabaya,
y la vuelta a entrar el ejército piamontés en Milán por la victoria
conseguida.
Guerra con Austria
El Consejo de Ministros decide la intervención. Carlos Alberto acepta.
Se declara la guerra contra Austria. El rey aparece en el balcón del
Palacio Real, en la Plaza Castello, y agitando la bandera tricolor saluda
a la multitud que grita: 11¡Guerra a Austria!".
Aquella noche, dice Carlos Alberto confidencialmente: "Si no se pro-
clamaba la guerra, perdía yo el Estado, venía la revolución. Ahora que
ya está proclamada, si no vencemos, pierdo el trono. Pero estoy prepa-
rado para esto".
El general Passalacqua recibe orden de entrar en el Ticino y enarbolar
la bandera tricolor, con el escudo de los Sabaya sobre campo blanco.
24 de marzo. El arzobispo preside en la catedral una función solemne,
en presencia del rey y del príncipe heredero. A la salida, silban e insul-
tan a monseñor Fransoni.
Por la noche, Carlos Alberto, con su hijo, parte para el frente a la
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cabeza de 60.000 hombres. Una inmensa multitud se agolpa en la vía
Po y en la plaza Vittorio para aclamarle. Parece una hermosa fiesta,
imponente.
Pero la guerra es otra cosa. Durante los siguientes días salen de
Turín todos los regimientos. Reclaman todos los caballos para la artille-
ría y los carruajes del ejército. Se queda la ciudad sin coches, en medio
de un silencio extraño, sostenido por un hilo de miedo.
Por la noche, se renuevan los tumultos, bajo las ventanas del palacio
arzobispal. El ministro del Interior hace saber al arzobispo que le agra-
decería "se ausentase de la ciudad", por algún tiempo. Y el 29 de marzo
monseñor Fransoni parte para Suiza.
El Vicario General que le sustituye, ordena oraciones públicas en
favor d~ los combatientes. Recomienda a los párrocos que se ayude a
las familias de los llamados a las armas. Autoriza a los campesinos para
trabajar los domingos en los campos de los que han partido a la guerra.
Las autoridades políticas dictan "disposiciones dolorosas pero nece-
sarias". Los altos funcionarios del Estado, que son considerados como
"reaccionarios" (hasta hace pocos meses ¡eran "los fidelísimos" al rey!:.
son apartados de los cargos públicos. Hasta el gobernador de Turín,
mariscal La Tour, es destituido.
Batallas en Valdocco
También los muchachos respiran aires de guerra. Por los prados de
los alrededores de Valdocco se libran verdaderas batallas entre los gru-
pos de Vanchiglia, de Sorgo Dora, de Porta Susa. No son ninguna
fiesta. Muchachotes armados de maderos, cuchillos, piedras, se dan de
palos. Don Sosco tiene que salir de casa frecuentemente para llamar a
la policía y poner paz a aquellos enloquecidos.
Un día, a poca distancia, contempla cómo un muchacho de unos
quince años clave el cuchillo en el vientre a otro muchacho. Le llevan
urgentemente al hospital. Y muere barbotando: "¡Me las pagarás!"
Don Sosco recuerda con amargura: "Aquellos desafíos no acababan
nunca11• A veces, los dos bandos se unen para apedrear la casa del cura
y ca.en las piedras, como una granizada sobre tejados y ventanas,
haciendo temblar de miedo a José Suzzetti y a los demás jóvenes
huéspedes.
Para atraer a los muchachos al Oratorio, Don Sosco se aprovechó de
aquel clima guerrero inventando un nuevo juego. Un amigo suyo, José
Brosio, h~bía sido "bersagliere" (soldado cazador). Cuando iba a Val-
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docco, vestía de militar, uniforme que por aquellos meses despertaba
entusiasmo y respeto. Don Bosco le sugirió formar con los muchachos
un regimiento infantil y enseñarles marchas y ejercicios militares.
Brosio aceptó. Alcanzó del gobierno doscientos fusiles viejos, con el
cañón sustituido por un palo. Llevó una trompeta y comenzaron los
ejercicios. Marchas, contramarchas, cargas a la bayoneta, retiradas,
asaltos. El "regimiento" daba espectáculos aplaudidísimos y hasta ayu-
daba a mantener el orden en la iglesia.
Un domingo por la tarde, mientras una enorme cantidad de gente,
atraída por el son de la trompeta asistía complacida a las maniobras,
tuvo lugar un desastre en uno de los contraataques. El ejército "derro-
tado", en plena huida, se refugió en el huerto de Margarita, y acosado
por los vencedores envalentonados aplastó lechugas, tomates y perejil.
La "mamá" que asistía al desastre, quedó desalentada.
- Varda, varda Gioanin lo ca l'an tait -murmuró al hijo que estaba a
su lado-, a l'an guastame tüt (Mira, mira Juan, lo que me han hecho,
me lo han estropeado todo).
"DéJame volver a casa"
Fue probablemente a la tarde siguiente cuando Margarita no pudo
más. Los muchachos se habían ido a dormir, y ella tenía como siempre
ante sus ojos un montón de ropa para remendar: al pie de la cama le
dejaban la camisa rasgada, los pantalones descosidos, los calcetines
agujereados. Y ella tenía que apañárselas junto a la luz del candil, por-
que los muchachos no tenían otra prenda que ·ponerse a la mañana
siguiente. Don Bosco, al lado, le ayudaba a remendar los codos de las
chaquetas y a componer los zapatos.
- Juan, -murmuró de repente-. estoy cansada. Déjame volver a I
Becchi. Trabajo de la mañana a la noche, soy una pobre vieja. y esos
muchachotes me lo destrozan todo. No puedo más.
Don Bosco no contó ningún chiste "para levantarle el ánimo". No
pronunció una palabra: no la había para poder consolar a aquella pobre
mujer. Sólo hizo un gesto: le señaló el crucifijo colgado de la pared. Y
la vieja campesina entendió. Inclinó su cabeza sobre los calcetines agu-
jereados, sobre las camisas desgarradas y siguió cosiendo.
Nunca más pidió volver a su casa. Consumirá sus últimos años entre
aquellos muchachos alborotadores, mal educados, pero que tenían
necesidad de una madre. Solamente levantará más a menudo los ojos'
hacia el Crucifijo, para sacar fuerzas, aquella pobre vieja cansada.
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cuerra Italiana en Lombardía
26 de marzo. A juzgar por las noticias que llegan, parece se estén
realizando a toda prisa los sueños neogüelfos. Para apoyar al ejército
de Carlos Alberto "para la liberación de Italia", salen de los Estados
Pontificios 17.000 soldados a las órdenes del general Durando; de Tos-
cana parten 7.000 voluntarios con Montanelli; Parma y Módena decla-
ran, en plebiscitos, que quieren unirse a Piamonte.
6 de abril. Arrastrado por el entusiasmo colectivo, Fernando de Nápo-
les declara la guerra a Austria, y confía un cuerpo expedicionario de
16.000 hombres al general Guillermo Pepe. La guerra de Lombardía es
una "guerra italiana".
Llegan alegres noticias a Turín. El ejército gana sus primeras batallas
en Mozambano y Goito (8-9 de abril); Garibaldi ha salido de América
con su "Legión italiana" (15 de abril).
El 27 de abril se celebran en Piamonte las primeras elecciones políti-
cas para elegir 204 diputados. Gioberti' sale elegido por Turín, Cavour
pierde.
30 de abril. Gioberti vuelve del destierro y es recibido triunfalmente.
Se cree el hombre providencial. La Cámara de los diputados se instala
en el salón de baile del Palacio Carignano, el Senado en la gran sala de
los Suizos del Palacio Madama. Gioberti es aclamado presidente de la
Cámara.
La "izquierda democrática" está capitaneada por lo demagogos Vale-
rio y Brofferio, y Urbano Rattazzi. Comienza por atacar a Carlos
Alberto, llamándole 11traidor". Pide la revisión de los procesos de 1821 y
1831'. Los periódicos de la izquierda se muestran violentos. Con posi-
ciones al menos inoportunas en plena guerra.
La Corte está asustada, la reina Adelaida (hija de un archiduque aus-
triaco) quema la correspondencia privada. Carlos Alberto, en pleno
campo, está irritadísimo. ·
Pero sobre los entusiasmos y las iras de los italianos, está cayendo
una ducha fría.
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25
Fracasan las esperanzas
El 27 de abril llega a Roma, enviado por Carlos Alberto, el conde
Rignon. Pide a Pío IX apoyo material y moral para la guerra. Responde
el Papa que el material ya lo ha dado, enviando a Durando con 17.000
soldados al Po. En cuanto al moral, hay que pensar: "Si todavía pudiera
firmar por Mastai, tomaría la pluma y en pocos minutos estaría hecho,
porque yo también soy italiano. Pero me toca firmar como Pío IX, y la
cabeza de la iglesia debe ser ministro de paz, y no de guerraº.
Lo piensa dos días. Dos días que han pasado por el microscopio de
los historiadores, sin muchos resultados. Informes de Austria y Alema-
nia parece que durante aquellas 48 horas hayan señalado masas católi-
cas revueltas contra la Santa Sede, y el peligro de un cisma.
Flnal del 8CIUÍVOCO
29 de abril. Pío IX, en un discurso a los Cardenales, declara que sus
reformas no han sido provocadas por intenciones "liberales", sino por
sentimientos humanos y cristianos. El propósito de una "guerra contra
los austriacos le desconcierta profundamente. El pide a Dios concordia
y paz, que no guerra. Y declara, a la par, que no puede llegar a ser "el
presidente de una nueva república constituida con todos los pueblos de
Italia".
Con estas palabras el Papa aclara el equívoco, demasiado avanzado
por los clamores liberales que lo han instrumentalizado y también por
algunas de sus incertidumbres. Aunque solamente rechace la presiden-
cia de una "república" y no de una "federación de monarquías", sus
palabras son un golpe mortal para el sueño neogüelfo.
Inmediatamente después, Pío IX envía una carta al Emperador de
Austria. Pide se permita a las tierras italianas reunirse pacíficamente en
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una única nación. Es un impulso coherente con su voluntad de paz.
pero peca de ingenuidad. No sirve para nada.
La vuelta de campana de la situación fue tan fulminante como lo
había sido el estallido. Se promueven graves desórdenes en los frentes
de batalla y en varias capitales italianas. Leopoldo de Toscana y Fer-
nando de Nápoles reclaman sus tropas. El rey de Nápoles va más allá:
con un golpe de estado, que provoca graves encuentros entre manifes-
tantes y fuerza pública, disuelve el Parlamento (15 de mayo).
Fuerzas napolitanas, al mando de Pepe, y papales al mando de
Durando, permanecen con Carlos Alberto como tropas voluntarias,
flanqueadas por los universitarios toscanos.
El 30 de mayo es la última jornada llena de luz para Turín. Llega la
feliz noticia de la victoria de Goito y de la rendición de Peschiera. Se
empavesan las calles, se iluminan las ventanas. Se grita: ''¡Viva Carlos
Alberto rey de Italia!"
Inmediatamente empiezan los días amargos. Radetzky se apodera de
Vicenza, ocupa Padua, Treviso y Mestre.
La guerra empieza a sentirse en la vida de Turín. Los negocios se
paran, el dinero no circula, los despachos se cierran, los sin trabajo son
numerosos. Hay huelgas de zapateros y sastres, protestas por los sala-
rios muy bajos.
A todo esto se une la voz de que la capital será trasladada a Milán.
Turín sin Corte, sin oficinas administrativas, es una ciudad semideso-
cupada. Hasta los propietarios de casas, que tanto han construido en
los últimos años y están gravados en conjunto con una hipoteca de 637
millones, tienen miedo.
Escudilla v rancho en el oratorio
En aquel clima de pobreza general, también en el oratorio de Val-
docco hay que apretarse el cinturón. Los jóvenes trabajadores que
viven con Don Sosco, cuan~o vuelven al mediodía, pasan por la cocina
con su escudilla a recoger el "rancho". La olla, que hierve sobre el
fuego, contiene arroz y patatas, pasta y habichuelas, o una mezcla
"nutritiva" aconsejada para el tiempo de guerra: castañas secas cocidas
con harina de maíz.
El mismo Don Sosco distribuye la menestra, condimentada con pala-
bras graciosas: "Haz honor al cocinero", "Come mucho que has de cre-
cer", "Me gustaría darte un pedazo de carne, pero no lo tengo. Como
encontremos un día una vaca sin amo, haremos una gran fiesta".
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La fruta es, a veces, una manzana. Pero, no una manzana para cada
uno, sino "una" para todos. Don Sosco la tira al aire alegremente y el
qúe la pilla, la pilla.
Hay un bar comú,n, la fuente del patio que "arroja agua abundante,
fresquísima y saludable".
Mientras comen, salta a la mesa cacareando cualquier gallina de
mamá Margarita, picando su parte de migajas.
El pan ''no lo pone el convento". Don Sosco entrega a cada uno, por
la tarde, 25 céntimos para que se lo compren. Motivo: los gustos y la
salud son diferentes. El que tiene buen estómago y buen diente, compra
galleta de soldado: le resulta por una diferencia d.e precio notable.
Otros prefieren pan normal, de pasta dura o de pasta blanda.
Después de la comida (y después de la cena, que es una copia exacta
de la comida), cada cual friega su escudilla, y se guarda en el bolso la
cuchara.
El que tiene más apetito, antes de comer va a recoger en el huerto de
Margarita una lechuga y se hace una ensalada, con aceite y vinagre
comprados a sus expensas.
Son tiempos duros. Todos los muchachos regatean al centimillo, para
ahorrar algo. El arte de arreglárselas está muy extendido. Un muchacho
llega a vender su jergón por cuarenta céntimos {pero Don Sosco lo
detiene a tiempo). Para ahorrar los céntimos del peluquero, le toca a
mamá Margarita cortar el pelo a los muchachos. "El corte, hecho a
tijera, me dejó con varios escalones -recordaba el doctor Federico
Cigna-. Me quejé y la santa mujer respondió: "Por esos escalones
subirás al Paraíso".
No tener con qué apagar el hambre de los propios muchachos (aún
cuando se busquen palabras alegres) es una gran pena. Y sin embargo,
no fue aquella la pena más gorda para Don Sosco, durante aquellos
meses.
La fldelldad al Papa v sus apuros
Tras el discurso de Pío IX "no debieron faltar momentos de grave
tensión entre los sacerdotes de primera línea en el apostolado en favor
de la juventud: don Cocchi y don Ponte por un lado, Don Sosco por
otro -escribe Pedro Stella-. Pero en todos debía haber un sentido
vivo del momento delicado que atravesaba la iglesia de Turín. Espe-
cial mente en aquel momento que los sacerdotes patriotas creyeron
imprescindible para el éxito de la religión, seguir al "pueblo" en sus
aspiraciones unitarias".
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Don Sosco, en cambio, juzgó indispensable, ante todo, la fidelidad al
Papa. (Dijo a los muchachos que gritaran "¡Viva el Papa!", en vez de
gritar "¡Viva Pío IX!" como hasta entonces). Y se reforzó en las serias
de dudas que ya tenía sobre la acción de los liberales.
Hoy, a más de un siglo distancia, sabemos por los historiadores
que la unidad de Italia fue una gran conquista, pero que no se realizó
por el mejor de los modos. El "Risorgimento" fue un fenómeno de la
burguesía y clases medias. El pueblo no participó más que en algunas
ciudades. La gran masa campesina, que constituia el setenta por ciento
de la población, se mantuvo al margen, cuando no francamente hostil.
Don Bosco· ·era un campesino, y sentía instintiva aversión contra
aquellos "movimientos", dirigidos por abogados astutos y políticos
intrigantes, a los cuales solamente se llamaba al "pueblo verdadero",
para dar su sangre en los campos de batalla. Para él, la guerra no era
más que un castigo de Dios y una ruina para la pobre gente: nada más.
Cierto que, aún mirando así las cosas, Don Sosco se mantuvo dentro
de ciertos límites. Pero demostró que veía muy lejos. Especialmente en
la orientación de su naciente obra, escogió un camino (fidelidad al
Papa, ningún vínculo con los partidos) que permitió a su modesto ora-
torio transformarse en Congregación mundial. Hacer la historia apo-
yándose en determinados posibles, es jugar a la lotería, pero estamos
convencidos de que, si Don Bosco hubiese salido a la calle con sus
jovencitos enarbolando la bandera tricolor, hoy se hablaría de él como
de un buen ayudante de un párroco de la periferia de Turín.
El haber fijado su ancla sobre la fidelidad al Papa, dió a· Don Sosco
inmediatamente muchos quebraderos de cabeza. Dos sacerdotes que
trabajaban en el oratorio de San Luis, pese a su prohibición, llevaron a
los muchachos con banderolas y escarapelas a las manifestaciones
políticas y transformaron los sermones en fervorosos comicios. A Don
Bosco le tocó luchar mucho con ellos.
En Valdocco fue peor. Uno de los ayudantes de Don Bosco predicó
en forma tal, que durante su discurso casi no se oyeron más palabras
que "libertad, emancipación, independencia". "Estaba yo en la sacristía
-escribe Don Sosco- nerviosisimo, buscando la manera de intervenir
y frenar aquel desorden. Pero el predicador, no bien se dio la· Bendición
con el Santísimo, invitó a los otros sacerdotes y a los jóvenes a unirse a
él; y entonando, a pleno pulmón, himnos patrióticos, y haciendo ondear
frenéticamente la bandera, desfilaron hasta los alrededores del Monte
de los Capuchinos. Allí s~ comprometieron formalmente a no volver
más al oratorio, si no empezaba a funcionar, según su punto de vista
político".
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El Oratorio de Valdocco permaneció casi desierto durante algunos
domingos, escribe Lemoyne. Los 500 muchachos bajaron hasta un
centenar.
"Ninguno de los sacerdotes intentó reintegrarse. Los jóvenes, en
cambio, pidieron disculpa, alegando que les habían engañado y prome-
tieron sujetarse a la obediencia y la disciplina. Pero el caso es que me
quedé sólo -escribe Don Bosco con amargura-. Casi quinientos jóve-
nes, con la única intermitente ayuda del teólogo Borel. No sé como
pude resistir tanto, con aquel ritmo agotador de trabajo". Anota
Lemoyne que los mayores ya no volvieron, y que a partir de aquel
momento, la edad media de los muchachos fue bastante inferior a la de
antes.
Noticias dramáticas
La segunda mitad del año 1848 fue una cadena de noticias dramáti-
cas. En el mes de junio cortaban los cañones las insurrecciones de
Praga y de París. Del 23 al 26 de julio tenía lugar, en los altos de Cus-
toza, el golpe definitivo entre austriacos y piamonteses. La derrota de
Carlos Alberto fue tan grave, que ni siquiera se pudo organizar la
defensa de MHán.
La noticia, llegada a Turín el 29 de julio, provocó serios tumultos. La
Guardia Nacional tuvo que ocupar la Plaza Castello. El primero de
agosto se movilizaron 56 batallones de la Guardia Nacional. Una comi-
sión, presidida por Roberto D'Azaglio, se encargó de guardar el orden.
Siguieron los tumultos lejos del centro de la ciudad. Andaban entre
ojos de modo especial, las casas de nobles y de curas.
El 6 de agosto, Gioberti acudió al Cuartel General del rey, para
rogarle no firmara el armisticio. Pero Carlos Alberto, convencido de que
el ejército no estaba ya en grado de combatir, el 9 de agosto ordenó al
general Salasco que lo firmara. Era el reconocimiento de la derrota, el
fin de toda esperanza.
Los políticos se desencadenaron por Turín contra la ineptitud de los
jefes, los enredos de los curas. Invitaron secamente a informaciones
parlamentarias, al castigo de los culpables. En la capital imperaba la
_agitación. "Fue menester -escribe Francisco Cognasso- tomar medi-
das drásticas: cambio de gobierno, prohibicié n de vocear los periódicos
por la calle, de fijar carteles con manifestaciones públicas, de reunirse
para discutir en la plaza".
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un disparo en la capilla Plnardi
Escribe Don Sosco sobre aquellos meses: "Toda injuria contra el
clero y contra la religión era bien vista. Yo mismo fui acometido varias
veces en casa y por la calle. Un día, mientras explicaba el catecismo,
penetró por una ventana una bala de arcabuz (viejo fusil), que agujereó
la sotana por un costado y produjo un amplio. desconchado en la
pared". Era en la capilla Pinardi y los muchachos quedaron espantados
ante el inesperado golpe. Le tocó a Don Sosco (sacudido por el disparo
que falló por un pelo) levantar los ánimos con palabras graciosas:
- Es una broma un poco pesada. Lo siento por la sotana, que es la
única que tengo. Pero está visto que la Virgen nos quiere.
Un muchacho recogió el proyectil incrustado en la pared: era una
tosca bala de hierro.
"Otra vez, estando yo en medio de un grupo d.e muchachos, a plena
luz del día, me asaltó un sujeto provisto de un largo cuchillo en la
mano. Fue un milagro que, a todo correr, pudiera yo escapar y escon-
derme en mi habitación. También el teólogo Borel escapó por milagro
de un pistoletazo".
Muchos periódicos alimentaban el odio contra el clero . Llegaron a
aparecer grandes titulares contra Don Sosco: "La revolución descu-
bierta en Valdocco", "El cura de Valdocco y los enemigos. de la patria".
Trabajar para hacer sacerdotes diferentes
Aquel rabioso anticlericalismo, no solamente le dolía a Don Sosco,
sino que le hizo pensar: "Un espíritu vertiginoso -escribe- se ·levan-
taba contra Ordenes y Congregaciones religiosas, y en general, contra
el clero y las autoridades de la iglesia. Aquel grito de desprecio y de
furor contra la religión alejaba a la juventud de toda moralidad, de toda
piedad y, por consiguiente, de toda suerte de vocación al estado
eclesiástico".
El peligro más grave lo vio Don Sosco en esto: en la desaparición de
las vocaciones sacerdotales. En vez de perder el tiempo en tristes
lamentaciones, Don Sosco se plantea el problema: "¿Qué puedo hacer
yo para ayudar a las vocaciones?"
A él le parece que, si el pueblo está en contra de los sacerdotes, no
es porque no tomen parte en la guerra de independencia, sino porque
una gran parte del clero "no es del pueblo". Las vocaciones proceden
de familias nobles y señoriales, o al menos de gente acomodada. Los
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protagonistas de la nueva época que se está iniciando, (más allá del
Risorgimento) son, por el contrario, trabajadores.
Si ésta es la causa, la solución del problema es muy distinta a parti-
cipar en la batalla de Novara (como don Cocchi intentaba hacer).
"En estos tiempos -escribe- dio el Señor a conocer de una manera
clara, un nuevo género de milicia que él quería escoger. pero no entre
las familias acomodadas. Los que manejaban la azada o el martillo
debían ser elegidos para formar en las filas que se preparaban para el
estado eclesiástico". Un clero proletario.
Aunque los medios de que dispone son muy modestos, Don Sosco se
pone a trabajar inmediatamente en esta línea.
Elige a trece jóvenes, entre los centenares que asisten al oratorio, y
les invita a hacer una tanda de Ejercicios Espirituales. Los muchachos
se convierten en huéspedes de Don Sosco durante todo el día. Sólo por
la noche, "al no tener cama para todos, algunos van a dormir a su casa".
Durante aquellos días, Don Sosco se dedica a "estudiar, conocer,
elegir a algunos individuos" que ofrezcan esperanzas de vocación. "La
calma de aquellos días -anota Lemoyne-, ofrecía un contraste con la
enorme agitación que reinaba en la ciudad".
De entre los trece, elige al año siguiente a los cuatro mejores y prosi-
gue el experimento.
"De este modo -escribe- se iba consolidando nuestro humilde Ora-
torio, mientras se realizaban arandes sucesos que habían de camb;ar e!
aspecto de la política de Italia y quizá del mundo".
Trágicas noticias desde Roma
18 de agosto. Regresan a Turín los primeros regimientos derrotados.
No hay ambiente de fiesta, es verdad, pero la gente recibe con simpatía
a los soldados cansados y cubiertos de polvo.
15 de septiembre. Regresa el rey a Turín. Acogida fría y triste. Circu-
lan voces extrañas por la ciudad: están llegando tropas francesas, con
las que se reemprenderá la guerra, el rey está para abdicar, está a
punto de estallar la revolución.
11 de octubre. Carlos Aberto nombra Primer Ministro al general
Perrone, el ex-condenado a la horca del 1821. Otro "condenado a
muerte", de 1834, José Garibaldi, realiza acometidas piratas contra los
austriacos por el Lago Mayor. Sigue la agita::ión en la Cámara (donde
la izquierda quiere la vuelta a la guerra) y en la ciudad. "Los genoveses
de la brigada Sabaya -escribe Cognasso- abandonaban los cuarteles
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por la tarde y armaban tumultos en la Plaza Castello: ¡Viva el rey! ¡Viva
la república! ¡Viva la paz! ¡Viva la guerra! ¡Estamos mal alojados!
¡Comemos mal!"
A mitad de noviembre llegan trágicas noticias de Roma. La multitud
ha asesinado a Pellegrino Rossi, el moderado Primer Ministro de Pío IX.
La 11calle11 impone al Papa la convocación de una Constitución y la par-
ticipación en la guerra con Austria.
Una multitud de gente enloquecida gira por las calles de Turín, gri-
tando: '·'¡Abajo Pío IX! ¡Abajo los ministros retrógrados! ¡Viva el asesino
de Pellegrino Rossi! ¡Guerra! ¡Guerra!
Empieza a cundir el miedo. Miedo a que estalle la revolución, a que
se repitan los hechos del "terror" jacobino.
Mientras acaba noviembre, llega desde Roma la noticia de que Pío IX
ha huido. Ha simulado ceder al querer del pueblo y luego, disfrazado
de simple sacerdote, se ha refugiado en el reino de Nápoles, en Gaeta.
Carlos Alberto, empujado por los círculos democráticos y las mani-
festaciones callejeras, acepta la dimisión de Perrone y nombra Primer
Ministro a Gioberti. El 30 de diciembre disuelve :la Cámara y prepara
nuevas elecciones.
El 1848, que amaneció en Italia lleno de esperanzas, acaba entre
nubes de incertidumbre. En otras naciones ha terminado bajo el fuego
y el hierro de la represión. Después de París y Praga, Viena también ha
sido tomada en octubre por los cañones de un general. El Parlamento
de Berlín ha sido suspendido en diciembre.
Dos signos de esperanza en Valdocco
En la hoya de Valdocco, donde se espera la niebla con la llegada del
invierno, Don Bosco acoge humildemente dos signos de esperanza.
Uno de sus muchachos, el primero, viste la sotana clerical. Se trata
de Antonio Savio, paisano suyo. Ha frecuentado el Oratorio, desde que
estaba en el Refugio. Ahora le tocaba entrar en el seminario, pero el de
Turín está cerrado y el de Chieri a punto de serlo. La Curia arzobispal
le permite que se cumpla la ceremonia de la imposición de sotana en el
Cottolengo, y que, luego, permanezca en el Oratorio ayudando a Don
Bosco.
No se quedará allí para siempre. Cuatro años más tarde entra en el
Seminario y se ordena sacerdote diocesano. Pero dirá él mismo de Don
Bosco: "Le quería como si fuese mi padre". Y Don Sosco escribirá de
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él: "Le encargué inmediatamente de la asistencia, de la catequesis y de
la dirección de otras cosas. Así empecé a ser ayudado un poco". Era el
primer cordero que llegaba a pastor.
··
El segundo suceso fue de carácter totalmente opuesto.
Se celebraba en el oratorio una fiesta solemne. Varios centenares de
jóvenes esperaban recibir la comunión. Don Bosco celebró la misa,
convencido de que en el sagrario estuviese el copón de costumbre, lleno
de hostias consagradas. El copón estaba, por el contrario, casi vacío.
José Buzzetti, que hacía de sacristán (¿de qué no hacía aquel mucha-
cho?) se había olvidado de preparar otro copón, y solamente cayó en la
cuenta de ello, después de la consagración, es decir, demasiado tarde.
Cuando los muchachos empezaron a agolparse para recibir la Euca-
ristía, Don Bosco se dio cuenta, con gran pena, de que tendría que
enviarles a todos a su puesto. Mas no pudiendo resignarse, empezó a
distribuir las poquitas hostias que quedaban en el fondo del copón.
Y he aquí que, con gran maravilla suya, y del .pobre Buzzetti que sos-
tenía la bandeja, las hostias no disminuyeron. Hubo suficientes para
todos.
Le faltó tiempo a José Buzzetti, asombrado, para contar lo sucedido a
sus compañeros. Todavía en el 1864 lo contaba a los primeros salesia-
nos. Don Sosco que estaba presente, poniéndose muy serio, lo con-
firmó:. "Sí, había unas pocas partículas en el copón y a pesar de ello
pude dar la comunión a todos los que se acercaron al comulgatorio,
que no fueron pocos. Yo estaba conmovido, pero tranquilo. Pensaba:
más grande es el milagro de la consagración que el de la multiplica-
ción. Pero sea bendito el Señor por todoº.
Mientras Italia era sacudida por sucesos clamorosos, en un ángulo
perdido de los arrabales de Turín, multiplicaba el Señor silenciosa-
mente .su presencia entre los muchachos de un pobre sacerdote. Un
signo misterioso, lleno de luz.
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26
Don Bosco, la política,
la cuestión social
La Polítlca del Padrenuestro
Fue en 1848 cuando Don Sosco tuvo su primer topetón con la polí-
tica, y escogió la línea que dejó en herencia a sus primeros salesianos.
La resumiría, muchos años después, al decir a Monseñor Sonomelli,
obispo de Cremona; "Me di cuenta de que, si quería hacer algún bien,
tenía que dejar de lado toda. política. Siempre me he apartado de ella y
así he podido hacer algo sin encontrar obstáculos, más aún, he hallado
ayuda en donde menos podía esperarla".
Después de haber reflexionado largamente sobre la posición de Don
Bosco, no sólo durante los sucesos de 1848, sino en tantos otros
momentos cargados de política y de burda política, nos parece poderlo
resumir así.
Primero. Don Sosco está convencido de la "relatividad" de la política
de las partes, de los partidos. La considera como un componente muy
variable de la vida (Perrone llega a ser Primer Ministro del rey que que-
ría enviarle a la horca; La Tour, el más fiel servidor de Carlos Alberto,
es despedido por él mismo por "no serle leal" ...). Afirma con resolución:
"No seré de ningún partido". Por consiguiente, se apoya en principios
más sólidos que los de derechas o izquierdas: ¡almas a salvar!, ¡jóvenes
pobres a quienes atender y educar! Esto es lo que él llama 11política del
Padrenuestro".
Segundo. Algún investigador ha hecho notar que Don Sosco, aún
confesando estar fuera de toda política, hace bastante política y siem-
pre a favor de los conservadores, de los austriacos. Nos parece que
esta observación, en parte, es cierta; siempre y cuando a la palabra aus-
triaco no se le dé un sentido peyorativo, y se quiera solamente afirmar
que Don Bosco miró con simpatía muchas veces a Austria. Se había
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formado en el seminario (como ya lo hemos hecho notar) dentro del
conservadurismo y mirando a Austria como la protectora del Papa. Y
esto, no en libros de política, sino en encíclicas y discursos del Papa.
Era, por tanto, natural que mantuviese esa posición. Probablemente,
ni siquiera la consideraba como posición política, sino como cuestión
de fe, o al menos de fidelidad al Papa. Lo mismo les pasó a muchos
católicos, alrededor de 1948, cuando miraban con simpatía a los Esta-
dos Unidos: no porque comulgaran con su política o con su racismo,
sino porque veían en USA al único defensor de la "civilización cris-
tiana" contra la Unión Soviética de Stalin.
Además, Don Sosco conocía a muchos liberales y democrátas turine-
ses, sin ser todavía mitos, como les presentan los libros de la historia de
hoy, sino tal y como eran, en la realidad de las crónicas diarias, píca-
ros, intrigantes, de dudosa rectitud (basta pensar en un bribón como
Brofferio).
Tercero. A veces y pese al deseo de hacer "la política del Padrenues-
tro", es inevitable que una persona como Don Sosco haya de pronun-
ciarse, o de colocarse dentro de una línea. En tales casos Don Bosco
milita con el Papa. Es decir adopta la opinión del Papa.
En la crónica de Bonetti {7 de julio de 1862) se pueden leer estas
palabras suyas: "Hoy me encontré en una casa rodeado de un g_rupo de
demócratas. Después de haber hablado de cosas indiferentes, la con-
versación vino a caer en la política del día. Aquellos liberalotes querían
saber qué pensaba Don Bosco sobre la ida de los piamonteses a Roma
(estamos a ocho años de distancia de Porta Pía). Repuse resuelta-
mente: yo estoy con el Papa, soy católico, obedezco al Papa a ciegas.
Si el Papa dijese a los piamonteses "Venid a Roma", yo diría "Id". Si el
Papa dice que la ida de los piamonteses a Roma es un hurto, yo digo lo
mismo... Si queremos ser católicos, hemos de pensar, creer, como
piensa y cree el Papa".
Pero es que, antes de hacer estos razonamientos, antes de interpretar
su mentalidad, Don Bosco está con el Papa. En 1847-48 simpatiza Don
Bosco durante algún tiempo con los neogüelfos: no por estar persua-
dido de qt.Je aquello fuera lo mejor, sino porque le parece que es la
posición del Papa. Después dé ia alocución del 29 de abril de 1848,
vuelve a ser conservador, y no porque esa fuera su mentalidad, sino
porque es el pensamiento del Papa. Si cambia el Papa, cambia él, sin
pensarlo dos veces. ºSi el Papa dijera a los piamonteses 11Venid a
Roma", yo también".
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DOn aosco y la cuestión social
El año 1848 publicaba Carlos Marx el Manifiesto de los Comunistas.
Es el principio de una revolución menos clamorosa que las insurreccio-
nes del famoso 1848, pero que llegará más lejos ycon mayor profundi-
dad. La revolución comunista es una toma de posiciones radical y vio-
lenta en la "cuestión social", que agita desde hace decenios a las
naciones del norte de Europa. Es una denuncia drástica contra las cla-
ses explotadoras, y la llamada a la revolución violenta para "derribar el
sistema" apoyado en la injusticia.
¿Cuál fue la posición de Don Sosco frente a la "cuestión social"?
Pedro Stella afirma: "Parece que él no se plantea el problema de las
clases en transformación... Parece que no advierte el amplio alcance del
fenómeno del pauperismo de cara a revoluciones sociales" (o.e., 11, pp.
95-96).
Si con esto se quiere afirmar que Don Sosco no tuvo una visión
"científica" de la situación económico-social, ni la expresó con términos
técnicos (capital, fuerza-trabajo ... }, estamos de acuerdo. Pero no si se
pretende ver en Don Sosco un hombre que no haya entendido a su
propio tiempo, que simplemente se haya dejado guiar por los "buenos
sentimientos".
Lemoyne, que fue su confidente por muchos años, afirma: "Fue uno
de aquellos hombres que, desde el principio, entendieron, y lo dijo mil
veces, que el movimiento revolucionario no era una tormenta de verano,
puesto que no todas las promesas hechas al pueblo eran deshonestas,
sino que muchas respondían a las aspiraciones universales, vivas de los
proletarios. Deseaban alcanzar una igualdad común para todos, sin dis-
tinción de clases, mayor justicia y mejora de la propia suerte. Veía, por
otra parte, cómo las riquezas empezaban a convertirse en monopolio de
los capitalistas sin entrañas de piedad, y cómo los patronos, imponían,
al obrero aislado y sin defensa, pactos injustos, lo mismo en cuanto al
salario, que en cuanto a la duración del trabajo" (MB. IV, 80).
Don Sosco se encontró en un mundo que se abría en dos vertientes y
por consiguiente también la Iglesia.
En los siglos que precedieron inmediatamente a la revolución indus-
trial, los artesanos se reunían por "gremios": sociedades rígidas, de
sabor medieval, que ejercían cierta defensa de los trabajadores. Los
pobres eran muchos. Pero su número no se pudo comparar nunca con
las masas imponentes y miserables de los proletarios, abandonadas a sí
mismas, creadas por las fábricas del primer siglo de la revolución
industrial. El modelo de intervención de la iglesia en favor de la pobre
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gente, en aquellos siglos. era la "beneficencia organizada" de San
Vicente de Paúl (1581-1660).
En la nueva edad industrial, los 11gremios" terminaron entre los grillos
de siempre (hasta por el triunfo de los principios del liberalismo), y las
masas de trabajadores proletarios no tienen más libertad que la de
dejarse oprimir por los poderosísimos patronos. El liberalismo impide
con toda diligencia que se formen nuevas estructuras que, sobre la
línea de los antiguos gremios, defiendan los derechos de los obreros.
En la imposibilidad de encontrar planes bonitos y reales y programas
de acción -decíamos en páginas anteriores-, en medio de las incerti-
dumbres, que siempre existen al principio de un nuevo período histó-
rico, muchos hombres de la iglesia aplicaron todas sus energías para
realizar "enseguida" algo, en favor de la gente desgraciada. renovando
los métodos de la beneficencia de San Vicente de Paúl (las "conferen-
cias", fundadas en París por Ozanam en favor de los proletarios, toman
precisamente este nombre).
Enseguida se entendió que la beneficencia no podía bastar. Aún en la
nueva forma, y socialmente avanzada, de escuelas profesionales, de
talleres didácticos. resultaba insuficiente. Era preciso luchar po-r la jus-
ticia social, por instituciones y leyes que garantizaran los derechos de
los trabajadores. El camino fue largo, dadas las incomprensiones en los
ambientes de la jerarquía y dadas las fortísimas resistencias de los
Estados liberales.
Don Sosco (eran los primerísimos años de la revolución industrial ita-
liana) se metió dentro de la nueva situación, llevado ciertamente por la
urgencia de lo que veía y por su gran disponibilidad para trabajar en
favor de los muchachos pobres. La estrategia del enseguida, de la
intervención inmediata (dado que, lo repetimos, los pobres no pueden
permitirse el lujo de esperar las reformas y los planes orgánicos), se
convierte en el marco de Don Bosco ·y de sus primeros salesianos.
Catecismo, pan, enseñanza profesional, empleo protegido por un buen
contrato, son el programa "urgente" que los hijos de Don Sosco reali-
zan en favor de los jóvenes proletarios.
Pero esta elección -así nos lo parece- no fue solamente hija del
instinto. Con el andar del tiempo, se fue aclarando la situación y Don
Bosco se dió cada vez más cuenta de los tiempos que le tocaba vivir y
su misión: de la grandeza y de los límites de la misma.
,oué significa ..deJar de lado tOda política..,
Volvamos un momentito sobre la afirmación hecha (mucho tiempo
después de 1848) por Don Sosco a Monseñor Bonomelli: "Me di cuenta
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20.10 Page 200

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de que si quería hacer algún bien, tenía que dejar de lado toda po-
lítica".
¿Cuál era, en aquel momento, el sentido de la palabra 11 política" para
Don Sosco? ¿Solamente "afiliación a un partido"? Nos parece que no.
La palabra "política", en aquellos tiempos envolvía también una posi-
ción sobre la "cuestión social": estar a favor o en contra del mercado
libre, la intervención del Estado en las cuestiones de trabajo, la huelga,
las sociedades obreras socialistas, las cooperativas inspiradas en Owen,
los sindicatos, la legión social pedida en Alemania por el obispo
Ketteler ...
"Dejar de lado toda política" significa también no dejarse envolver
dentro del debate social (que en aquel momento es ya una parte nota-
ble del programa de los partidos políticos). Cuando le preguntan a Don
Bosco qué piensa de Mazzini, no puede olvidar que este molesto repu-
blicano es el jefe de las "sociedades obreras de trabajadores italianos"
y pertenece a la primera Internacional fundada {1864) por Carlos Marx.
"Política" es la de Solaro della Margarita y de Cavour, pero también es
la de los revolucionarios socialistas, del socialista Mazziniano Pisacane,
que desembarca en el Sur (1857) para "levantar a la pleble oprimida".
La posición concreta de Don Bosco es la de "no dejarse envolver en
estos debates". Esta posición la impone también a sus salesianos.
A nosotros nos parece, por tanto, que Don Sosco "no se plantea el
problema de las clases en transformación". No se ha opuesto a él ense-
guida, ni "científicamente", pero las palabras dichas a Bonomel_li y repe-
tidas mil veces a sus salesianos, atestiguan que el problema concreto sí
que lo ha sentido y resuelto. Meterse en el debate social significaba
declararse "por" alguno, y por tanto, "contra" algún otro. Darse a cono-
cer como "sacerdote social" era lo mismo que colocarse inmediata-
mente fuera de toda posible ayuda de la burguesía y de los acaudala-
dos. Y él, en cambio, necesitaba ayuda, rápida, de todas partes, porque
no quería dejar en medio de la calle a los jóvenes pobres.
Con esas ayudas él hace el bien, mucho y concreto, a los pobres.
un e511uema senclllo. elemental
Adopta un esquema sencillo, elemental, para razonar con los ricos y
acaudalados que le tienen que ayudar: "Los pobres corren el peligro de
ser arrastrados por la revolución, porque la miseria es inaguantable.
Esta situación es indigna de un pueblo cristiano. Los ricos han de
poner sus riquezas al servicio de los pobres. Si no lo hacen así, no son
cristianos. Los pobres, impelidos por la miseria, pretenderán dividir la
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riqueza "poniendo la punta del cuchillo en el gaznate". Desencadenarán
la "revolución" que acarreará el desorden y la violencia, igual que el
"terror" jacobino. Todo esto será provocado por la insensibilidad de los
ricos que no han querido ayudarles a salir de la miseria".
Al revivir la parábola evangélica, Don Sosco es "el buen samaritano"
que, encontrándose con el hombre herido por los bandidos, lo saca de
la cuneta, lo lleva a la posada y lo hace curar a sus expensas. No es el
político que se da prisa para organizar todo LJn plan legislativo para la
represión del bandolerismo.
Comprende, al pasar de los años, que no basta el "enseguida", que la
acción de la beneficencia tiene unos límites precisos. Pero sabe que no
está él solo en la iglesia, y declara varia~ veces a sus salesianos: "Es
verdad que en el mundo tiene que haber quienes se interesen por la
política, por aconsejar, por señalar los peligros, por cien mil cosas; pero
ésto, no nos compete a nosotros pobrecillos" (M.B. XVI, p. 291 ); "No
faltan en la iglesia quienes saben tratar con destreza tan arduas y peli-
grosas cuestiones; en todo ejército hay unos destinados al combate,
otros a la intendencia y otros a distintos servicios, necesarios para
cooperar a la victoria" (M.B. 11, p. 487).
La elección de la intervención urgente, de no dejarse llevar al debate
social para poder ser ayudado por todos. puede ser discutida. Lo que
no puede ser discutido es el resultado de esta elección: todo ese verda-
dero milagro del bien hecho a la juventud pobre, reconocido hasta por
los que tenían ideas diversas, hasta por quien (salido de sus casas de
"beneficencia") combatirá en favor de los pobres con esquemas dis-
tintos.
(Valgan dos ejemplos. Sandro Pertini, exalumno de las escuelas sale-
sianas de Varazze, socialista descreído, que llega a ser Presidente de la
República Italiana, escribía a su profesor, don Borella: "Ahora com-
prendo que el amor sin límites que yo profeso a los oprimidos, a los
desgraciados, comenzó a nacer en mí cuando vivía con vosotros. La
admirable vida de vuestro Santo me inició en este amor". El historiador
Santiago Martina afirma que los salesianos de la primera generación,
cuando llegaban a ciertas ciudades de Romaña. habitadas por rojos y
tragacuras, parecíán destinados a un fracaso seguro. Y, sin embargo,
empezaban con el oratorio y la banda de música, y al cabo de poco
tiempo, eran amigos de todos. "Son curas diferentes'' decían}.
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¿Y si hubiera tomado atra decisión!
Una cosa parece cierta: si la decisión de Don Bosco hubiera sido la
de meterse en el debate social, pocas escuelas y pocos talleres habría
podido abrir. Y tal vez, ahora, su decisión sería más discutible. El
mismo lo afirmó el 24 de junio de 1883: "¿En favor de quién entrar en
política? ¿Qué podemos obtener nosotros con todos nuestros esfuer-
zos? Nada más que hacer, tal vez, imposible la continuación de nuestra
obra de caridad" (MB XVI, p. 291}.
Llegando al máximo en el esquema de la situación, podemos decir
que "en teoría" se fue delineando ante Don Sosco un dilema:
- o combatir contra los efectos de las injusticias sociales (ayudar a
los muchachos pobres, pidiendo y aceptando la ayuda de no importa
quién para fundar escuelas y talleres};
- o combatir contra la causa de las injusticias sociales (inventar
formas de denuncia pública, de asociaciones para jóvenes trabajadores,
rechazar la colaboración y la beneficencia de las personas envueltas en
un sistema político-económico basado en el lucro) con la perspectiva
evidente de agotar las fuentes de la beneficencia y de abandonar a su
propio destino a los muchachos pobres.
En el primer caso, salvaba a los jóvenes de peligros inmediatos, pero
corría el riesgo de convertirse en "instrumento" del sistema, es decir,
crear talleres obedientes y dóciles que no hubieran molestado a los po-
derosos.
En el segundo caso, solicitaba el 11sistema" a cambiar, pero corria el
riesgo de no poder ir eri contra de las necesidades inmediatas, apre-
miantes de los pobres.
La decisión (no sólo para Don Bosco, sino para muchos hombres de
la iglesia de entonces) era damática: hiciérase lo que se hiciere, no se
hacía "todo" lo que se debía hacer.
Don Bosco echó a andar, dada la urgencia del momento, por el pri-
mer camino. Cuando advirtió sus limitaciones, se sintió garantizado por
la acción total de la Iglesia: "Dejemos a otras órdenes religiosas, con
más aldabas que nosotros, las denuncias y la acción política. Nosotros
vayamos derechos a los pobres".
Concluyendo, nos parece poder afirmar que, si hay en la Iglesia
muchos carismas, muchos dones entregados a los individuos para el
bien de la comunidad, Don Bosco tuvo el de la intervención urgente en
favor de los muchachos pobres. Diferente, aunque no en oposición, con
aquéllos tan exquisitamente sociales de monseñor Ketteler {1811-77),
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de Toniolo (1845-1918), de don Sturzo (1871-1959). Por esta razón, el
sacerdote piamontés puede muy bien figurar a su lado. Cuatro carismas
diferentes en el ámbito de la Iglesia, vividos con honestidad y sin man-
cha, y, precisamente por esto, ricos en frutos auténticos para el pueblo
de Dios.
Camilo Benso de Cavour. Es el alma del Risorgimento italiano y muy buen
amigo de Don Bosco. "Me repetía frecuentemente -escribe el Santo- que
si alguna cosa tenía que pedirle, siempre encontraria un cubierto en su mesa."
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27
1849, año espinoso y estéril
"El año 1849 fue un año espinoso y estéril -escribe Don Sosco-,
aunque es verdad que costó grandes fatigas y enormes sacrificios".
Para él comenzó con una triste noticia familiar. El 18 de enero moría,
casi de repente, su hermano Antonio. Sólo tenía 41 años. Ultimamente
iba a menudo al oratorio, para ver a mamá Margarita y a su hermano.
Hablaban de las malas cosechas, de los impuestos elevados con que el
gobierno exprimía el jugo a los campesinos, para financiar la guerra.
Traía noticias de los siete hijos que Dios le había dado. El penúltimo,
Nicolás, voló al cielo, a las pocas horas de nacer, pero los otros parecía
que crecían bien.
Los años, la vida, habían acercado de nuevo a los hermanos. Los días
del hielo entre ambos, quedaban muy lejos.
El uno de febrero, Carlos Alberto inauguró la Cámara, salida de las
elecciones. La fuerte mayoría de izquierdas le escuchó en hostil silen-
cio. Por las calles se empezó a gritar: "¡Viva la guerra! ¡Abajo los curas!
¡Viva la república!" En los diarios, aparecían caricaturas obscenas de
Pío IX "el judas de Italia". Don Sosco salió en el periódico II Físchietto,
tratado con pesado humorismo. Se le llamaba "el Santo.., "el tauma-
turgo de Valdocco".
Bandas de granujas volvieron a las pedreas contra la Casa Pinardi
(que Don Sosco ya había alquilado del todo).
Cuando Don Bosco tenía que salir de casa, se hacía acompañar de
Srosio el "bersagliere", que recordaba: "Al pasar por la avenida, que
ahora se llama Regina Margherita, siempre había una turba de peque-
ños barrabases que insultaban a Don Sosco, lanzaban insultos poco
decentes o contaban cancioncillas asquerosas. Un día estuve a punto
de tomarles por mi cuenta. Pero Don Bosco me detuvo, logró acercarse
a uno de ellos, compró fruta a una vendedora que tenía su puesto allí
cerca y se la regaló a "sus amigos", como él les llamaba".
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..El Amigo de la Juventud", un fracaso
Andaba preocupado Don Sosco por el mal que hacían a los jóvenes
los periódicos antirreligiosos. Se vendían por las calles, los pegaban a
las paredes. Los periódicos católicos eran pocos, y les faltaba garra pa-
ra conquistar a las gentes.
Don Sosco tenía muchas preocupaciones, pero en el mes de febrero
de aquel año se buscó la de fundar, difundir y dirigir un periódico. Lo
tituló El Amigo de la Juventud. Salía dos veces a la semana. Le ayuda-
ban a prepararlo don Cárpano y don Chiaves. Lo imprimía en la tipo-
grafía Speirani-Ferrero.
Fue un pequeño fracaso. El primer trimestre alcanzó los 137 abona-
dos. El segundo trimestre, 116. Se publicaron, en total, 61 números.
Don Sosco se vió obligado a pagar a la tipografía 272 liras en pasivo.
Pero no se arrepintió nunca. Había intentado hacer el bien. Había cho-
cado, por vez primera, con "la tranquila inconsciencia" de los buenos.
La prensa católica, en Italia se la va arrastrando a las espaldas, como
una cadena pesada, hace más de cien años.
Todavía la guerra
Mientras tanto, Turín respira todavía aires de guerra.
20 de febrero. Gioberti presenta la dimisión. Le sustituye, a la cabeza
del gobierno, el ministro de la guerra, Chiodo. La izquierda democrá-
tiqa, dueña de la situación, empuja a la continuación de la guerra. El 2
de marzo, la Cámara presenta una petición al rey: "Los diputados del
pueblo os exhortan a acabar con toda dilación y declarar la guerra.
Confiemos en vuestras armas".
12 de marzo. "Denu.nciado11 el armisticio. La guerra estallará ocho
días más tarde. 75.000 hombres se presentan en la frontera. El rey parte
para Alessandria. Pero, esta vez, falta entusiasmo a los soldados. El
regimiento de Sabaya se niega a la marcha. Hay muchos desertores.
Algunos son fusilados.
En Lombardía, Radetzky impone a sus soldados una nueva orden: "¡A
Turín!"
23 de marzo. En un frente de cuatro kilómetros arde en llamas la
"batalla de Novara". La Bicocca, centro de violentas luchas cuerpo a
cuerpo, se pierde y se vuelve a tomar varias veces. Episodios de autén-
tico heroísmo. En un contraasalto, a la bayoneta calada, muer~ el gene-
ral Passalacqua. El general Perrone, ex-primer Ministro, herido de muer-
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te, hace que le lleven en brazos hasta el rey para saludarle. Al atarde-
cer, sin embargo, todo ha terminado. La artillería de Radetzky, más
poderosa, ha liquidado la partida. El general Durando contará que tuvo
que tomar del brazo a Carlos Alberto y sacarlo de la refriega.
La batalla y la guerra están perdidas. Llega la noche; y llega el caos.
Desde Novara a Oleggio, a Momo hay un atasco de carros de combate
abandonados. Los soldados dispersos marchan a la desbandada por
todos los caminos, sin mandos y sin armas. Ygritan: 'Wámonos a casa!
¡Que pague Pío IX, que paguen los ricos, que paguen los que quieran la
guerra, nosotros nos vamos a casa!"
A la una de la noche, Carlos Alberto abdica. Con un capote de viaje
sobre los hombros, sale de Novara en una calesa, y parte para el destie-
rro en medio de aquel caos.
Se busca al nuevo rey, durante cuatro horas, por todo el campa-
mento. Radetzky, apenas se anuncia la abdicación, concede seis horas
de tregua.
El joven y trastornado Víctor Manuel, con la barba desaliñada, y los
ojos caídos de cansancio, se encuentra con el mariscal austriaco en et
patio de una alquería. Pide no pongan sobre sus hombros condiciones
imposibles: Porque entonces también él tendra que irse, y dejar el país
en manos de los revolucionarios. Al salir1 el anciano soldado austriaco
(de 82 años) murmura al general Hess: 11iPobre muchacho!"
El último trozo de llllertad
Pero el más desgraciado de todos, en aquel momento, es el país. La
situación de Turín es tensa. Cuando se llega a saber que los austriacos
exigen 200 millones, como indemnización de daños, y que ocuparán
Alessandria, se desencadena la "oposición democrática11• Se habla
abiertamente de república. Se pide la continuación de la guerra hasta el
último trance. Génova se subleva.
El joven rey llega a Turín. Quiere "echar a puntapiés" a los diputados,
pero se lo piensa antes. Génova se acalla a cañonazos. Máximo D'Aze-
glio es nombrado Primer Ministro. El 6 de agosto se firma la paz. En
un tira y afJoja, dramático, aceptan los austriacos reducir la indemniza-
ción a 75 millones.
Pocas brasas quedan del incendio de 1848. Los combatientes, que
habían luchado juntos en las barricadas de primavera, han sido derro-
tados. Los patriotas que exigían la independencia han enmudecido
frente a la artillería austriaca. Los obreros han vuelto a la dura jornada
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de las 12 horas. Las Constituciones liberales han sido abrogadas casi
por todas partes. Solamente en piamonte permanece el Estatuto.
Y sin embargo, este trozo de libertad parecerá muy importante: toda
Italia se unirá en derredor del piamonte. El resto de la semilla de liber-
tad y de igualdad, dispersado en medio del aluvión de la represión,
germinará lentamente al pasar de los años.
Naufragio de ..,os curas patriotas..,
En Novara naufragan los "curas patriotas" piamonteses. Persuadido
de que "secundaba al pueblo", don Cocchi conduce un grupo de
muchachos del oratorio de Vanchiglia para tomar parte en la batalla de
Novara. Al llegar a Vercelli, el jefe de la división no reconoce como sol-
dados a aquellos 200 jóvenes. No saben dónde pasar la noche, ni
dónde encontrar víveres. Sufrida, entre tanto, la derrota de los piamon-
teses, vuelven a Turín y entran en la ciudad de noche, medio muertos
de cansancio. Es una derrota para la obra del osado cura de Druent.
El oratorio de Vanchiglia se cierra durante algunos meses. Don Coc-
chi se esconde. Volverá a escena en octubre, pregonando juntamente
con otros dos sacerdotes, el proyecto de un hospicio de beneficencia
para pequeños artesanos. Será el principio del gran "Instituto de los
Artesanitos". De este modo se viene a reconocer tácitamente que la
línea "no política" de Don Sosco es la verdadera.
Treinta y tres liras para el Papa
Durante esos meses, aumenta la población de Turín con decenas de
millares de prófugos. La vida se hace difícil. Suben sin medida los alqui-
leres y bajan los salarios. Un prófugo francés socialista, Coeurderoy,
habla de la gran miseria por los barrios bajos. Falta una industria con
vida. El dinero en circulación no basta para cubrir las altas tasas.
Abundan los obreros sin contrata en el mercado, pese a que se cons-
truyen nuevas casas sin parar y se alquilan antes de estar acabadas.
Mientras tanto, Pío IX sigue desterrado en Gaeta. El marqués Gustavo
Cavour y el canónigo Valinotti abren en Turín una colecta con el título
de "óbolo de San Pedro". Los muchachos del oratorio participan en
ella. Céntimo a céntimo, a fines de marzo entregan al Comité 33 liras,
junto con una carta de felicitación para el Papa.
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El 2 de mayo recibe Don Sosco una carta del Nuncio pontificio: "El
Santo Padre ha experimentado una dulce emoción al conocer la afec-
tuosa y sencilla oferta de los pobre~ artesanitos y las devotas palabras
con que quisieron acompañarla. Ruégole les haga saber cuánto le ha
agradado su ofrenda preciosísima por proceder de los pobres".
A cambio, el Papa les envió un manojo de 720 rosarios, que llegaron
a Turín el 21 de abril de 1850.
Dos corazones de plata
24 de junio, fiesta de San Juan Bautista. Es el día onomástico de Don
Bosco. Carlos Gastini y Félix Reviglio, a pesar de lo difícil de los tiem-
pos que corren, deciden hacer un regalito a Don Sosco. Hace ya meses
que se pusieron de acuerdo. Cuentan con los ahorros del pan, más las
propinillas. Pero, claro, ¿qué podían comprar con los precios que se
leían tras los cristales de los escaparates? Por fin se deciden: dos cora-
zoncitos de plata, de aquellos que compra la gente para llevarlos a la
Virgen "por las gracias recibidas". Han escogido algo extraño, pero ge-
nial y conmovedor.
La víspera de la fiesta, cuando todos se han ido a acostar, van el los a
llamar a la puerta de Don Sosco y se lo ofrecen, encendidas de rubor
sus mejillas.
"A la mañana siguiente todos se enteraron de aquel regalo -escribe
Lemoyne- y no sin cierta envidia".
cuatro muchachos • un pañuelo blanco
Gastini y Reviglio son dos muchachos que no pierde de vista Don Sos-
co. Durante el 1848 han hecho Ejercicios Espirituales con otros once.
Este año vuelven a hacerlos con sesenta y nueve más, divididos en dos
grupos.
Es una idea fija de Don Sosco la de "estudiar", conocer, elegir algu-
nos" que den esperanza de vocación sacerdotal.
Al acabar los Ejercicios, llama a José Buzzetti, Santiago Bellia, Carlos
Gastini y Félix Reviglio. Y les dice:
- Necesito que alguno de vosotros me ayude en el oratorio. ¿Qué
decís?
- ¿Cómo ayudarle?
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- Ante todo, empezando a estudiar. Una escuela rápida de latín. Y
después, si Dios quiere, podréis llegar a ser sacerdotes.
Los cuatro se miran a la cara. Aceptan.
Don Sosco pone una sóla condición. Saca un pañuelo blanco y lo
aprieta ent~e las manos.
- Os pido que seais, en mis manos, lo mismo que este pañuelo: obe-
dientes del todo.
Solamente Sellia, de entre los cuatro, ha pasado ya las clases ele-
mentales. En agosto, Don Sosco les pone en manos del teólogo Chia-
ves para que les dé un repaso de gramática italiana. En septiembre se
los lleva consigo a I Secchi, huéspedes de José, y empiezan las clases
de latín.
Vuelven en octubre a Turín. A tiempo, para participar en los grandio-
sos funerales que la ciudad dedica a Carlos Alberto, fallecido en
Oporto.
El batallón en el arrabal de vanchlglia
Aquel mismo mes de octubre, de acuerdo con don Cocchi, y con la
aprobación escrita del arzobispo, Don Sosco vuelve a abrir el oratorio
del Angel Custodio en el barrio de Vanchiglia. Dos cobertizos, dos habi-
taciones, una sala grande adaptada para capilla: 900 liras de arriendo al
año. Irá a dirigirlo don Cárpano, que deja el oratorio de San Luis en
manos de don Ponte.
En el barrio· de Vanchiglia siguen las feroces pedreas de los mucha-
chos. Don Sosco envía para ayudar a don Cárpano al "bersagliere"
Srosio, que funda también allí un belicoso 11batallón", dispuesto a jugar
y hasta a batirse formalmente.
"Un día de fiesta -cuenta Srosio- aparecieron cuarenta barrabases,
armados de piedras, palos y navajas dispuestos a penetrar en el orato-
rio. El director temblaba como una hoja. Yo, al ver que estaban dispues-
tos a pegarse, cerré la puerta, reuní a los muchachos mayores y les dis-
tribuí los fusiles de madera. Les dividí en escuadrillas y les ordené que,
si atacaban, ellos tendrían que contraatacar a una señal mía, por todos
los lados arreando, a la vez, leñazos sin compasión. Reuní a los más
pequeños que lloraban de miedo, les metí en la iglesia, y me puse en
guardia a la puerta de entrada, que los asaltantes intentaban derribar
con fuertes empellones. Mientras tanto, alguno fue a avisar a los solda-
dos de caballería, los cuales acudieron con los sables desenvainados".
Aquella vez todo salió bien.
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21.10 Page 210

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El 18 de noviembre, llega para convivir con Don Bosco, su compa-
ñero de seminario de Chieri, don Giacomelli. Dos años permaneció en
su compañía. Gracias a su ayuda y a la del clérigo Ascanio Savio, Don
Bosco pudo aumentar el número de muchachos internos, que así al-
canzan a 30.
En 1852 llegan a 36, en 1853 son 76 y 115 en 1854. En el 1860 alcan-
zan a 470, y llegan a 600 en 1861. El último número fue de 800.
La forma de vida de aquellos muchachos sigue siendo extremada-
mente pobre. Durante el invierno se pasman de frío, en la iglesia y en
todas partes, salvo en la cocina y en un salón donde se enciende una
estufa de leña. El colchón, de lana o de crin, es el lujo de unos pocos.
El poco dinero de la comunidad, se lo entrega Don Bosco a José Buz-
zetti, que tiene 17 años en 1849, y queda pasmado de tan enorme
confianza.
Los domingos, los muchachos "internos" participan integralmente en
la vida de los quinientos muchachos que invaden el oratorio para jugar
e ir de paseo.
20 de noviembre. Víctor Manuel, después de la proclamación de
Moncalieri, disuelve de nuevo la Cámara de diputados y convoca a los
90.000 electores para nuevas elecciones. Con duras palabras reprocha a
la "izquierda democrática" haber arruinado la nación, e invita a los ele-
tores a elegir personas más moderadas para la Cámara.
Las elecciones tienen lugar el 9 de diciembre, a las puertas de un
invierno que se prevé frío y desolador. Los nuevos ·diputados aceptan
en silencio el tratado de paz. "No era una paz -escribe Cognasso-,
era un armisticio para diez años. Diez años que había que pasar traba-
jando en silencio".
Veinte céntimos de polenta
A últimos de 1849, mientras -según dicen las crónicas- mucha
gente del cinturón de Turín padece hambre, la historia de Don Bosco
registra unos sucesos misteriosos. Podíamos llamarl_os (de no ser tan
gruesa la palabra) "los milagros pobres que un sacerdote hace para la
gente pobre").
Cuenta el primero José Brosio el "bersagliere", en una carta a don
Bonetti.
ºUn día, estando yo en la habitación de Don Bosco, se presenta un
hombre pidiendo limosna. Contó que tenía cinco hijos y que hacía un
día entero que no comían nada. Don Bosco rebuscó por sus bolsillos.
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22.1 Page 211

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No encontró más que cuatro perras (veinte céntimos), y se las dió iun-
tamente con la bendición.
Una vez solos, Don Bosco me dijo que sentía mucho no tener más
dinero: si hubiera tenido cien liras, se las hubiese dado. Le dije:
- ¿Y cómo sabe que decía la verdad? ¿Y si es un estafador?
- No; es sincero y leal.- Más te digo: es un trabajador, y muy amante
de su familia.
- ¿Y cómo lo sabe?
Entonces, Don Bosco me tomó la mano, me miró fijamente a los ojos,
y en voz baja me dijo:
- Se lo he leído en su corazón.
- Entonces, ¿también ve usted mis pecados?
- Sí, siento su olor -me respondió riendo-. Y debo añadir que ver-
daderamente leía en mi corazón. Si, al confesarme, me olvidaba de algo
él me lo ponía ante los ojos tal cual era. Y yo vivía a más de un kilóme-
tro de él. Un día, había hecho una obra de caridad, con gran sacrificio
por mi parte. !o que era un secreto para todo el mundo. Pues bien, lle-
gué al Oratorio, y Don Bosco, apenas me vio, me tomó por la mano y
me dijo: "¡Qué cosa más hermosa te has preparado para el paraíso!"
"¿Pues qué he hecho?", le pregunté. Y él me dijo, ce por be, todo lo
que yo había hecho.
Otro día, me tropecé por Turín con el hombre a quien Don Bosco le
había dado los veinte céntimos. Me reconoció, me detuvo y me dijo
que, con aquellos céntimos, había comprado harina para la polenta, de
la que él y toda su familia comieron hasta hartarse. Y repetía:
- En casa le llamamos "el cura del milagro de la polenta" porque
con veinte céntimos no había harina para dos personas, y nosotros
comimos siete".
El segundo lo refiere por escrito y en francés, la marquesa María Fas-
sati, De Maistre siendo soltera. Dice así: "He oído este suceso de los
labios de Don Bosco, y he querido transcribirlo con la máxima fi-
delidad.
Alguien vino un día en busca de Don Bosco para que fuera a ver un
joven que frecuentaba el oratorio y que parecía gravemente enfermo.
Don Bosco estaba ausente, y no volvió a Turín hasta dos días más
tarde. No pudo ir a casa del enfermo, hasta el día siguiente, hacia las
cuatro de la tarde.
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22.2 Page 212

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Al llegar a la casa donde vivía, vió pegado a la puerta, el paño de luto
con el nombre del joven a quien iba a visitar. A pesar de ello, subió,
para ver y consolar a sus pobres padres. Les halló en un mar de lágri-
mas. Le contaron cómo había muerto su hijo por la mañana. Don Sosco
pidió entonces si podía pasar a la habitación donde yacía el cuerpo del
difunto para verlo por última vez. Uno de la familia le acompañó.
- Al entrar en la habitación -afirma Don Sosco-, me vino a la
mente el pensamiento de si no estuviese muerto y, acercándome al
lecho, le llamé por su nombre: "¡Carlos!" Entonces él abrió los ojos y
me saludó con una sonrisa de sorpresa. "¡Oh, Don Sosco -dijo en alta
voz- me ha despertado de un mal sueño!"
En aquel momento, algunas personas que estaban en la estancia
salieron espantadas, gritando y tropezando con los candelabros. Dos
Sosco se dió prisa para. rasgar el sudario que envolvía al joven, el cual
siguió hablando así:
"Me parecía haber sido echado en una caverna larga, oscura, y tan
estrecha que apenas si podía respirar. En el fondo veía un espacio más
ancho y con más luz, donde eran juzgadas muchas almas. Mi angustia
y mi terror crecían cada vez más, porque veía un gran número de con-
denados. En eso que había llegado mi turno, y estaba para ser juzgado
como ellos, lleno de miedo porque había hecho mal mi última confe-
sión, cuando ¡usted me ha despertado!"
Entre tanto, el padre y la madre de Carlos habían acudido al oír que
su hijo estaba vivo. El joven les saludó cordialmente, pero les dijo que
no creyesen en su curación. Después de besarles, pidió le dejaran a
solas con Don Bosco.
Le contó que había tenido la desgracia de caer en un peado que creía
mortal, y que, al sentirse muy malo, le había mandado Uamar con la
firme intención de confesarse. Pero que no le· habían encontrado . Que
llamaron a otro sacerdote que él no conocía, y que no había tenido el
valor de confesarle aquel pecado. Dios le había hecho ver que había
merecido el infierno por aquella confesión sacrílega.
Se confesó con mucho dolor, y después de haber recibido la gracia
de la absolución, cerró los ojos y expiró dulcemente".
un c:esto de castañas que no se vacía
El tercer suceso lo contó José Suzzetti, y lo confirmó por escrito Car-
los Tomatis, uno de los primeros muchachos acogidos por Don Sosco.
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22.3 Page 213

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El día de Difuntos llevó Don Sosco a todos los muchachos del Orato-
rio a visitar el cementerio y rezar. Les había prometido, para la vuelta,
castañas cocidas. Yhabía hecho comprar tres grandes sacos.
Pero mamá Margarita no había entendido bien sus deseos y no hizo
cocer más que tres o cuatro kilos.
José Suzzetti, el jovencísimo "ecónomo", llegó antes que los demás a
casa, vió lo sucedido y dijo:
- Don Sosco va a quedar mal. Hay que decírselo enseguida.
Pero, con el alboroto de la vuelta de la hambrienta tropa, Bruzzetti no
supo explicarse. Tomó en sus manos Don Bosco la pequeña cesta y
empezó a repartir castañas con un gran cucharón. En medio de la ba-
rahúnda le gritaba Buzzetti:
- ¡Así no! ¡No hay para todos!
- ¡Hay tres sacos en la cocina!
- ¡No, sólo éstas, sólo éstas! -intentaba decirle Buzzetti mientras
los muchachos gritaban y tomaban en tropel-. Don Sosco no quería
creerlo.
- Yo les he prometido a todos. Sigamos así mientras haya.
Siguió entregando un cazo a cada uno. Buzzetti miraba nervioso los
pocos puñados que quedaban en el fondo del cesto, y la fila de los que
se acercaban, que parecía cada vez más larga. Alguno más empezó a
mirar con él. De pronto, casi se hizo silencio. Centenares de ojos des-
encajados miraban aquel cesto que no se vaciaba nunca...
Hubo para todos. Quizás, p.or vez primera, con las manos llenas de
castañas gritaron los muchachos aquella tarde: "¡Don Sosco es un
santo!"
211

22.4 Page 214

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28
una casa y una Iglesia
En los últimos meses de 1849, Don Bosco elevó una petición al Minis-
terio del Interior para obtener un subsidio en favor del oratorio.
Un domingo por la tarde, en enero de 1850, una comisión compuesta
por tres senadores, Sclopis, Pallavicini y Collegno, llegó a Valdocco
para visitar la obra y presentar un informe al Senado y al Ministro.
La impresión fue positiva. Contemplaron a quinientos muchachos
jugando por los patios y los prados, les vieron rezar apretujados en la
capilla y aledaños, se informaron detalladamente del Internado donde
tenía sus treinta huéspedes.
El conde Sclopis habló con un muchacho, José Vanzino. Supo que
era de Varese, que trabajaba de picapedrero, que era huérfano de
padre. Hasta se enteró! entre un mar de lágrimas del muchacho, de que
su madre estaba en la cárcel.
- ¿Dónde vas a dormir por la noche?, preguntóle el conde un poco
apurado.
- Hasta hace unos días dormía en casa de mi amo, pero ahora me
ha acogido Don Bosco en su casa.
º Pallavicini presentó el informe al Senado. Está registrado en las Actas
Oficiales del 1 de marzo. Dice así: "La institución del distinguido y
celoso sacerdote Juan Sosco manifiéstase eminentemente religiosa,
moral, provechosa. Sería un grave daño para la ciudad si hubiese de
interrumpirse o perderse por falta de socorros. Nuestra comisión cursa
una instancia al Ministerio del Interior para que acuda eficazmente en
socorro de obra tan útil y ventajosa".
Aquellas palabras, trocadas en liras, se convirtieron para Don Sosco
en tres billetes de a ciento, por parte del Senado, .Y dos billetes de a
mil, por parte del Ministro, Urbano Ratazzi.
Pero no fueron las liras (bien recibidas y bendecidas) el mayor fruto.
Esta a punto de estallar en Piamonte una larga y angustiosa discusión
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entre la Iglesia y el Estado. La visita y el informe de los tres senadores,
que Don Bosco había solicitado, permitirían al oratorio superar sin gra-
ves daños el gran temporal.
Arresto del arzobispo
En diciembre de 1849, mil eclesiásticos y diez mil ciudadanos turi-
neses firmaron una petición al primer Ministro D'Azeglio pidiendo la
vuelta del arzobispo Fransoni, desterrado todavía en Ginebra.
Hubo un estira y afloja entre el rey, los ministros y el arzobispo de
Génova; pero, en febrero de 1850, monseñor Fransoni pudo volver a
Turín.
Eran días "candentes". Se discutían en la Cámara los proyectos-ley
presentados por el ministro de Justicia, Siccardi. Se pretendía abolir
algunos antiguos privilegios eclesiásticos: el foro eclesiástico (obispos
y sacerdotes acusados de delitos comunes ya no serían juzgados por
tribunales eclesiásticos, sino por tribunales públicos), el derecho de
asilo (no podía hasta entonces la policía detener a personas acusadas
de ningún delito si se refugiaban en una iglesia o en un convento), la
posibilidad de aumentar los bienes de la iglesia.
El 8 de abril fueron aprobadas las leyes Siccardi por la Cámara y por
el Senado. El 9, fueron sancionadas por el rey. Las bandas anticlerica-
les se desencadenaron por la ciudad. Se improvisaron cortejos con
gente que gritaba: "¡Abajo los curas! ¡Viva Siccardi!". El punto de
reunión fue el palacio arzobispal. Primero, hubo sólo gritos e insultos:
"¡Muera Fransoni! ¡Fuera el Delegado Pontificio!" Se añadieron luego
las piedras: cayeron --los vidrios de las ventanas, se intentó derribar el
portón de entrada. Tuvieron que acudir los escuadrones de caballería,
sable en mano.
La reacción del clero fue inmediata. Pío IX protestó ardorosamente,
con una carta del cardenal Antonelli. El Nuncio pontificio pidió el pasa-
porte y abandonó Piamonte. El día 18, el arzobispo envió a todos los
párrocos una circular secreta: prohibía en ella a todo sacerdote compa-
recer ante ningún tribunal público sin su permiso personal.
21 de abril. La policía irrumpe en la imprenta Botta (donde se había
impreso la circular), en las oficinas de correos, en el palacio arzobispal.
Es secuestrada la circular y juzgada como una "instigación a la rebe-
lión". Monseñor Fransoni, citado ante el tribunal civil y por haberse
negado a comparecer, es condenado a una multa de 500 liras y a un
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mes de cárcel. El 4 de mayo, a la una de la tarde, es arrestado y condu-
cido a la ciudadela militar.
Turín vive momentos de grave tensión. La oposición católica es muy
fuerte, aunque esté poco representada en el Parlamento {para el cual
vota siempre el dos por ciento de la población). El comandante conde
Viallardi, alcaide de la ciudadela, acoge deshecho en lágrimas al arzo-
bispo,· el comandante general, Imperar, le cede su propio alojamiento.
Numerosas delegaciones piden al rey visitar al prisionero. Va también
Don Bosco, y envía varias delegaciones de sus muchachos.
A fines de julio, se tensa de nuevo la cuerda entre el gobierno y el
arzobispo. Pedro Derossi de Santarosa, ministro de Agricultura, cae
gravemente enfermo. Pide los sacramentos. El párroco, de la congrega-
ción de los Servitas, recibe orden del arzobispo de exigir al enfermo
una retratación pública de la aprobación dada a las leyes Siccardi. San-
tarosa se niega, y muere el 5 de agosto sin Viático.
Por las calles de Turín siguen los tumultos. Son expulsados los Servi-
tas. El Ministro de la Guerra, Alfonso La Marmora, pide a Mons. Fran-
soni que renuncie al arzobispado. Y como se niega, le hace arrestar por
los carabineros el 7 de agosto e internarlo en la fortaleza de Fenestrelle,
junto a la frontera francesa. El 28 de septiembre, el arzobispo es deste-
rrado por ~I Estado.
Cuadrillas de bandoleros asaltan los conventos de la ciudad. Los
Oblatos, los Barnabitas, los Dominicos se atrincheran en sus casas. El
14 de agosto se presenta en Valdocco un tal Volpato y advierte a Don
Sosco que, al atardecer, será asaltado también el oratorio. Que es
mejor se marche enseguida con los muchachos.
Don Sosco reflexiona y decide quedarse. A las cuatro de la tarde, la
columna de los manifestantes va bajando hacia la periferia. Pero, hay
entre aquella gente (atestigua Lemoyne), hay uno a quien Don Bosco
ha hecho mucho bien. Detiene a los primeros grupos y exclama:
- Hacemos mal en asaltar el oratorio. No encontraremos más que
unos pobres muchachos y un cura que les da de comer. Don Sosco es
del pueblo como nosotros. Dejémosle en paz.
Discuten, pero, luego, la columna toma otro camino.
otros cuatro
En medio del gran temporal, Don Bosco sigue trabajando en silencio.
Reviglio, Bellia, Buzzetti y Gastini siguen en la 11escuela rápida", y están
casi a punto de rendir examen para vestir la sotana clerical. Miguelín
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Rúa, en el verano de 1850, ha terminado las clases elementales en los
Hermanos de las Escuelas Cristianas, y Don Sosco no le pierde de
vista. Un día le llama aparte:
- ¿Qué piensas hacer el año que viene?
- Mi madre ha hablado con el di-rector de la Fábrica de Armas. Me
admiten a trabajar en las oficinas. Así podré ayudar a mi familia.
- También yo he hablado con alguien. Me han dicho tus maestros
que el Señor te ha concedido buena inteligencia, y que seria una lás-
tima no siguieses estudiando. ¿Lo sentirías?
- Sí, es verdad. Pero mi madre es pobre y no tengo padre. ¿A dónde
quiere que vaya para pagar los estudios?
- De esto me ocuparé yo. Pregúntale solamente a tu madre si te de-
ja empezar a estudiar latín.
La señora Juana María contempló largo rato a su hijo alto y palidu-
cho. Le oyó hablar con entusiasmo de Don Sosco, y respondió:
- Me gusta, Miguelin. ¿Pero, resistirá tu salud? El Señor ya se ha
llevado a cuatro hermanos tuyos, y tú eres más delicado que ellos. Dile
a Don Sosco que no te ate demasiado a los libros.
Como quiera que Miguelín vivía a pocos pasos del oratorio y cierta-
mente no repartía salud, Don Sosco le dejó todavía en su casa durante
dos años, pero en noviembre le matriculó en la escuela privada del Pro-
fesor José Bonzanino. De noche, él mismo le repasaba la aritmética y el
sistema métrico decimal. Con Rúa estaban los jóvenes Angel Savio,
Francesia y Anfossi: formaban la segunda escuadra qu& Don Sosco
quería llevar hasta el sacerdocio.
Los domingos, mientras Suzzetti y los otros ayudaban a Don Bosco,
Miguel Rúa y Angel Savia iban a los oratorios de Vanchiglia y Puerta
Nueva, en donde colaboraban asistiendo a los niños y enseñando el
catecismo.
2 de febrero de 1851. Después de catorce meses en la "escuela· de
fuego", el primer grupo de sus cuatro muchachos, sale brillantemente
en los exámenes de la Curia de Turín; Buzzetti, Gastini, Reviglio y
Sellia visten la sotana en el .oratorio. Don Sosco estalla de alegría. Le
parece que los primeros corderos, por fin, se están convirtiendo en pas-
tores. Pero se engaña: de los cuatro muchachos (que al día siguiente
empiezan a estudiar filosofía) sólo Sellia y Reviglio llegarán al sacerdo-
cio, aunque no se quedarán en el oratorio. Gastini se cansará pronto y
abandonará los estudios. Buzzetti sí se quedará con Don Bosco; más,
sin llegar a ser sacerdote. La primera esperanza, que se convertirá en
plena realidad, es aquel muchacho alto y paliducho que sigue viviendo
con su madre, Miguelito Rúa.
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Treinta mil liras wun llgerO mareo
Después de vestir la sotana los cuatro primeros "cleriguillos", Don
Bosco pensó en la casa. No podía seguir viviendo en un lugar que no
era suyo, que podía ser vendido de la noche a .la mañana a otras perso-
nas. Un domingo por la tarde, mientras don Borel predicaba, se acercó
a Francisco Pinardi:
- Si me pone un precio aceptable, le compro toda la casa.
- El precio lo tengo. Usted ¿cuánto me ofrece?
- La he hecho tasar por un entendido, el ingeniero Spezia. Me dice
que, tal y como está, vale de 26 a 28 mil liras. Yo le ofrezco 30.000.
- ¿Al contado y de un golpe?
- De acuerdo.
- Déme la mano. Dentro de quince días firmamos la escritura.
Don Bosco estrechó su mano, y sintió como un ligero mareo: 30.000
liras de entonces equivalían a más de 50 millones de hoy. ¿Dónde
encontrar tanto dinero en quince días? He aquí lo que Don Bosco
escribe, con toda sencillez:
"Empezó entonces un lindo tráfico con la divina Providencia. Aquella
misma noche, cosa insólita en los días festivos, me viene a ver don José
Caffaso, y me dice que una piadosa señora, la condesa Casazza-
Riccardi, le había encargado me diera diez mil liras para emplearlas en
lo que yo entendiera ser para la mayor gloria de Dios. Al día siguiente,
llega un religioso rosminiano, trayéndome 20 mil liras en préstamo". El
préstamo era al cuatro por ciento, y el abate Rosmini jamás insistió en
la devolución del capital ni en el cobro de los intereses. "Las tres mil
liras de gastos accesorios las puso el Caballero Cotta, en cuya banca
se firmó la escritura".
Era el 19 de febrero de 1851. Difícil no ver la mano de la Providencia,
y todavía más difícil, para Don Sosco, no seguir adelante por el mismo
camino.
La Porciúncula salesiana
Una noche de aquel mismo mes, mientras remendaba, con mamá
Margarita, la ropa de los muchachos que dormían, dijo entre dientes:
- Y ahora quiero levantar una iglesia hermosa en honor de San
Francisco de Sales.
A Margarita se le cayeron de las manos hilo y aguja:
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- ¿Una iglesia? ¿De dónde vas a sacar el dinero? No nos alcanza
para el pan y la ropa de estos pobrecitos, ¿y hablas de una iglesia
nueva? Espero que lo vuelvas a pensar, y que consultarás con el Señor,
antes de embarcarte en un viaje como ése.
- Madre, si usted tuviese dinero. ¿me lo daría?
- Seguro, pero no tengo un céntimo.
- Y Dios, que es más bueno y más generoso que usted ¿cree que no
me lo va a dar?
¿Cómo poder "razonar" con un hijo así?
Por otra parte, Don Sosco llevaba razón; la capilla Pinardi se había
agrandado, pero los muchachos no cabían aunque tuviera tres plantas.
Además, "así como, para entrar. era preciso bajar dos peldaños -es-
cribe Don Sosco-, en invierno y en tiempo lluvioso estábamos inunda-
dos; mientras en verano. nos sofocaban el calor y el vaho excesivo".
Encomendó los planos al arquitecto Blanchier, y las obras a Federico
Bocea.
- Le advierto, -le dijo riendo Don Sosco- que algún día no tendré
dinero para pagarle.
- Entonces iremos más despacio en el trabajo.
- No, no. Quiero que vaya deprisa, y que, dentro de un año, esté
acabada la iglesia.
Federico Bocea se encogió de hombros:
- Pues entonces iremos aprisa. Pero también usted dése prisa con
las liras.
"Una vez excavados los cimientos -recuerda Don Sosco-, se hizo la
bendición de la primera piedra el 20 de julio de 1851". Fue colocada por
el Caballero José Cotta, uno de los más grandes bienhechores de Don
Sosco. El discursito de agradecimiento lo leyó Miguel Rúa, que tenía 14
años. Habló, luego, el célebre orador padre Barrera. De ordinario, en
tales ocasiones se suele exagerar; se buscan palabras efectistas. Tam-
bién Barrera buscó las suyas, pero no exageró. Dijo: "Esta piedra es el
granito de mostaza. Crecerá como un árbol bajo el cual vendrán a refu-
giarse muchos muchachos".
El gran rompecabezas fue el dinero. Don Sosco llamó a todas las
puertas conocidas y a muchas otras, pero sólo llegó a juntar 35.000
liras. Le faltaban otras 30.000.
El obispo de Biella, monseñor Losana, distribuyó una circular a todos
sus párrocos. Recordó "los muchos jóvenes albañiles de Biella" atendi-
dos por el oratorio. Pidió una colecta especial para un domingo. Don
Sosco esperaba mucho, pero el fruto fue muy escaso: mil liras.
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También los muchachos le ayudaban como podían. Recordaba don
Juan Turchi: "Estaban las paredes de la nueva iglesia a la altura de los
ventanales, y aún me tocó, junto con mis compañeros, subir ladrillos
hasta los andamios".
Para juntar las benditas 30.000 liras que fattaban, Don Sosco se aven-
turó, por vez primera, a hacer una lotería pública. Recordaba más tarde:
"Se recogieron tres mil trescientos premios. El Papa, el Rey, la Reina
Madre y la Reina Consorte nos honraron con sus ofrendas". Se expu-
sieron públicamente los premios en un amplio salón detrás de la iglesia
de Sto. Domingo. Se publicó un catálogo ilustrado con los premios.
Para el despacho de billetes pasó Don Bosco por muchas humillacio-
nes. Pero se alcanzó un importe considerable: 26.000 liras limpias. En
adelante, cuando Don Sosco se encuentre sin blanca, pensará ense-
guida en una lotería. En las últimas cartas de su vida, escritas ya con
mano temblorosa, aún recomendará que "le acepten un talonario de
billetes para mi lotería".
El 20 de junio de 1852 se consagraba la iglesia. Todavía se levanta en
la extremidad de la casa Pinardi, humillada por la grandiosidad de la
Basílica de María Auxiliadora que llega hasta tres metros de su puerta.
Es la iglesia de la "Porciúncula salesiana". Dentro de sus muros,
durante 16 años, (de junio de 1852 a junio de 1868) latió el corazón de
la obra de Don Sosco.
Aquí iba a rezar el muchacho santo Domingo Savia. En el altarcito de
la Virgen, a la derecha, se consagró a Ella. Por esta iglesia pasaron
Miguel Magone, el granujilla de Carmagnola, y Francisco Besucco, el
chaval de Argentera que en 1863 renovó la heroica bondad de Domingo
Savio.
Aquí celebró su primera misa don Miguel Rúa. Durante cuatro años
frecuentó esta iglesia, varias veces al día, mamá Margarita, cada vez
más vieja y fatigada. En ella encontraba cada día la fuerza para empe-
zar el trabajo por los muchachos pobres.
Tal vez el dlablo
"Con la nueva Iglesia -anota Don Sosco- se facilitaba a los mucha-
chos el deseo de intervenir en las funciones sacras y también la asis-
tencia a las escuelas nocturnas y diurnas (la capilla Pinardi; la Iglesia y
la sacristía nueva se empleaban durante el día como aulas de clase).
Más ¿cómo proveer a la multitud de pobres chicos que, a cada
momento, pedían ser asilados? "Termina diciendo serenamente: "En
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aquel momento de suprema necesidad se tomó la decisión de construir
un nuevo brazo de edificio".
Ya estaba avanzado el otoño, pero se procedió a toda velocidad, y
presto se llegó al tejado. Entonces empezó el mal tiempo. "Diluvió días
y noches seguidas y las aguas penetraron y se filtraron por la fresca
argamasa, hasta dejar las par.edes con los ladrillos y guijarros descar-
nados. Era casi la medianoche del 2 de diciembre -siempre Don Sosco
el que escribe- cuando se oyó un ruido violento, que fue creciendo has-
ta causar miedo. Eran las paredes que caían por tierra con estrépito11•
Don Sosco les dijo a los muchachos aterrorizados:
- Es una broma del diablo. Pero con la ayuda de Dios y de la Vir-
gen, lo levantaremos de nuevo.
Sin duda que el diablo cumpliría su papel; pero , más tarde, el ecó-
nomo don Fidel Giraudi pudo examinar los restos de aquellos muros y
afirma que estaban rellenos con pi'edras y arena de río. La cual era muy
deficiente. Don Sosco apretaba ahorrando los precios y el empresario,
que todavía quería ganar algo...
La pérdida fue de 10.000 liras. Hasta la primavera no se pudo reem-
prender la obra, y el edificio estuvo terminado en octubre de 1853.
"Como teníamos gran necesidad de locales -escribe Don Bosco-
inmediatamente volamos a ocuparlos. Se regularon y organizaron aulas,
comedor, dormitorio y el número de alumnos se elevó a 65".
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Y Dios envió un perro
El 17 de febrero y el 29 de marzo de 1848, Carlos Alberto concedió la
"igualdad de derechos civiles" a protestantes y judíos, que. hasta el
momento, sólo habían sido 11tolerados".
Pensaban los católicos que, al alcanzar la igualdad de derechos, los
protestantes quedarían tranquilos y quietos. Advirtieron en cambio, no
sin temor, que la secta de los Valdenses estaba dispuesta a desencade-
nar una verdadea campaña de proselitismo.
Publicó tres diarios: La Buena Noticia, La Luz Evangélica, El bravo
piamontés. Editó y difundió, a precios populares, libros de propaganda.
Organizó ciclos de conferencias.
Era el primer impacto seco del "pluralismo". Los católicos piamonte-
ses se indignaron, pero no supieron hacer más. 11Confiados en las leyes
civiles, que hasta entonces les habían protegido y defendido, -escribe
Don Sosco- no tenían más que algún periódico, alguna obra de cul-
tura. Ni un sólo diario, ni un sólo libro para poner en manos de la gente
sencilla".
Los obispos piamonteses se reunieron el 1849 en Villanovetta Cúneo.
"Indignarse no sirve de nada -concluyeron-. Hay que reaccionar,
comprometerse en la prensa y en la predicación".
Frutos concretos de las reuniones fueron: la publicación de la Colec-
ción de libros buenos (septiembre 1849), del periódico La Campana
(marzo 1850) y de lás Lecturas Católicas (marzo 1853).
Estas últimas (una serie de libritos ágiles) las ideó Don Sosco, y las
apoyó muy particularmente el obispo de lvrea. El Programa explicaba la
intención de los editores:
"1. Los libros serán de estilo sencillo, lenguaje popular, y sólo con-
tendrán materia que toque exclusivamente a la Religión Católica.
2. Cada mes se publicará un ejemplar de 100 a 108 páginas. La sus-
cripción será de una lira con ochenta céntimos al año11•
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23.3 Page 223

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Nada de diálogo
Don Sosco escribió los seis primeros volúmenes. Salieron de marzo a
agosto de 1853, con el título general de: El Católico lnstruído en su
Religión.
Recordaba Don Sosco sonriendo que, para aquellos seis primeros
volúmenes, tuvo sus trabajos hasta encontrar un obispo que diese "la
aprobación eclesiástica". El Vicario General de Turín le dijo: "No me
atrevo a poner mi firma. Usted desafía y ataca de frente al enemigo".
Don Sosco los había escrito con la misma decisión con que se va a una
batalla. No sabía nada de diálogo. Su estilo era directo. Había que sal-
var a los jóvenes y a la gente para la Iglesia, para Dios, para la vida
eterna, y por tanto, había que luchar, batirse. Oponerse .con todos los
medios "al torrente que intenta arralar entre sus olas corrompidas a la
Sociedad y a la Religión".
Don Sosco, que recordaba el fracaso del Amigo de la Juventud, tenía
cierta aprensión. Pero las Lecturas Católicas fueron recibidas con
mucha aceptación y el número de lectores llegó a ser extraordinario.
"Pero precisamente por ahí empezaron las iras de los protestantes".
Bajaron a Valdocco los pastores valdenses Sert y Meille, y el evangé-
lico Pugno. Intentaban persuadir a Don Sosco para que interrumpiera
las Lecturas, o al menos moderase el tono de las. mismas. Pero no saca-
ron nada en limpio.
11Un domingo del mes de enero. por la noche, me anunciaron la visita
de dos señores. Entraron y, después de los saludos de cumplido:
- Usted, señor Teólogo, posee un gran don: el de hacerse leer y
entender por el pueblo. Debería, en cambio, dejar de lado las Lecturas
Católicas: son tópicos comunes.
- Es verdad que en obras de cultura estos temas ya fueron tratados.
Pero nadie los ha desarrollado para el pueblo.
- Estamos dispuestos a financiar cualquier obra sobre historia (me
pusieron delante cuatro billetes de mil); pero deje este su trabajo inútil.
- Si es un trabajo inútil, ¿por qué gastar dinero para hacer que lo
deje? Vean ustedes, me hice sacerdote para consagrarme al bien de la
Iglesia y de la gente sencilla, y quiero continuar escribiendo e impri-
miendo las Lecturas Católicas.
Cambió el tono. Las palabras tomaron un son de amenaza:
- Hace usted mal. Si sale de casa, ¿está usted seguro de volver a
entrar en ella?
Me levanté. Abrí la puerta de la habitación:
- Buzzetti, dije, acompaña a estos señores hasta el cancel".
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23.4 Page 224

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Vino v castañas
Mientras salían, aquellos "señores" barbotaron: 11Nos volveremos a
ver". Don Sosco cuenta, en el último capítulo de sus Memorias, cómo
"se volvieron a ver" y anota: "Parecía que existía una trama personal
contra mí". Copiamos su descripción, algo condensada donde nos pare-
ció necesario.
"Una tarde, mientras daba clase, vinieron dos hombres a llamarme a
toda prisa: en la hostería del Corazón de Oro (calle Cottoléngo, 34)
había un moribundo. Fui, pero quise me acompañaran algunos mucha-
chos de los mayores, aunque ellos intentaran disuadirme.
Llegados al Corazón de Oro me llevaron hasta una habitación de la
planta baja, donde unos jaraneros comían castañas. Me invitaron a que
me sirviese y comiese con ellos. Lo rechacé.
- Al menos tomará un vaso de nuestro vino. Un trago no le hará
daño.
Sirvieron vino para todos, pero al llegar a mí, desmañadamente uno
fue a buscar otra botella. Yo tomé el vaso, dije: "Salud", y lo dejé sobre
la mesa.
- No haga eso. Es un desprecio.
- Es un insulto.
- No tengo ganas de beber-. Entonces se pusieron amenazadores:
- ¡Tiene que beber a toda costa! -Uno me agarró por el hombro
izquierdo, otro, por el derecho-. Tiene que beber por las buenas o por
las malas.
- Si de todos modos he de beber, dejadme libres los brazos -dije
sacudiéndome de encima-. Pero ya que no puedo beber, se lo daré a
uno de mis muchachos. que lo beberá en mi lugar. Y diciendo estas
palabras dí un gran paso hacia la puerta, la abrí de par en par e invité a
los jóvenes a entrar".
Al entrar aquellos muchachotes, cambiaron ellos de tono. Pidieron
excusas, dijeron que el enfermo se confesaría otro día. "Una persona
amiga hizo las averiguaciones del caso, y me contó que alguien les
había pagado una cena, a condición de que me hubieran obligado a
beber el vino que me había preparado".
..Debían matarme..
"Los atentados que voy narrando parecen fábulas, y por desgracia,
son historias que tuvieron muchos testigos.
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23.5 Page 225

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Un domingo de septiembre, al atardecer, me llamar.on a toda prisa
desde casa Sardi, próxima al Refugio, para confesar a una enferma en
trance de muerte. Invité a varios de los mayores a acompañarme: por
entonces yo sospechaba de todo. Dejé a algunos al pie de la escalera:
José Buzzetti y Jacinto Arnaud me acompañaron hasta el descansillo,
junto a la puerta de la enferma.
Entré y ví a una mujer jadeante, como si fuera a expirar. Invité a las
cuatro personas allí presentes a que se alejaran, para poderla confesar.
- Antes de confesarme -chilló la vieja- quiero que ese bribón me
pida perdón.
- ¡Yo no te hecho nada!
- ¡Silencio! -gritó otro poniéndose en pie-. Siguióse una furibunda
discusión, y antes de que yo llegase a entender de qué se trataba,
alguien apagó las luces, y una lluvia de palos se descargó en mi direc-
ción. Apenas si tuve tiempo para agarrar una silla, levantarla, guardán-
dome la cabeza, y echar a correr hacia la puerta. Los bastonazos, que
debían matarme, rompieron la silla. Uno me dio en el pulgar de la mano
izquierda, quitándome la uña y media falange. Volví a casa con mis
muchachos".
"Parece -anota Don Sosco- que todo estaba urdido para hacerme
desistir de calumniar a los protestantes".
"Los frecuentes atentados de que era objeto me aconsejaron no ir
sólo a Turín, ni tampoco volver (en aquel tiempo, entre el oratorio y la
ciudad había un gran espacio de terreno, lleno de espinos y acacias).
Una tarde oscura, volvía yo completamente solo, y no sin algo de
miedo, cuando veo junto a mí un perrazo que, a primera vista, me
espantó; mas, al hacerme fiestas como si yo fuera su dueño, nos pusi-
mos pronto en buenas relaciones, y me acompañó hasta el oratorio.
Algo parecido sucedió· muchas otras veces; de modo que puedo decir
que el "Gris" (así lo llamó Don Sosco). me ha prestado importantes
servicios. Expondré algunos.
A fines de noviembre de 1854, en una tarde oscura y lluviosa, volvía
de la ciudad. A cierto punto, advertí que dos hombres caminaban a
poca distancia de mí. Aceleraban o retardaban el paso, cada vez que yo
aceleraba o retrasaba el mío. Quise desandar el camino, pero no me fue
posible: dieron ellos unos saltos y, sin decir palabra, me echaron una
manta encima. Hice cuanto pude por no dejarme envolver, quise gritar,
223

23.6 Page 226

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pero todo fue inútil. En aquel momento apareció el Gris. Aullando se
abalanzó con las patas delanteras contra uno y con la boca abierta con-
tra el otro.
- ¡Llame a ese perro! -se pusieron a gritar-.
- Lo llamaré si me dejáis en paz.
- Pero ¡pronto! -exclamaron-.
El Gris continuaba aullando como un lobo enfurecido. Reemprendie-
ron ellos su camino, y el Gris, siempre a mi lado, me acompañó hasta
casa.
Las tardes en que no iba acompañado de nadie, apenas llegaba cerca
de los árboles, veía aparecer al Gris. Los jóvenes del oratorio le vieron
muchas veces entrar en el patio. Una vez, espantados, dos muchachos
quieran emprenderla contra él a pedradas, pero José Buzzetti intervino:
- No le molestéis; es el perro de Don Sosco.
Entonces se pusieron a acariciarlo de mil modos y lo acompañaron
hasta el comedor, donde estaba yo cenando con algunos clérigos y con
mi madre. Quedaron todos estupefactos:
- No tengáis miedo -les dije-, es mi Gris; dejadlo que se acerque.
En efecto, después de dar una vuelta a la mesa, se puso a mi lado
muy contento. Le ofrecí comida, pan y cocido, pero él rehusó. Apoyó la
cabeza sobre mis rodillas, como si quisiera darme las buenas noches,
después se dejó acompañar por los chicos hasta fuera. Recuerdo que
aquella noche había llegado a casa tarde y que un amigo me había
traído en su coche".
Carlos Tomatis, que por aquellos años frecuentaba el Oratorio como
estudiante, atestiguó: "Era un perro de aspecto formidable. Muchas
veces mamá Margarita exclamaba al verlo: "Oh, ¡el feo animalazo!".
Tenía aspecto de lobo, con el morro alargado, las orejas tiesas, el pelo
gris, y la altura de un metro".
Una tarde -atestiguó Miguel Rúa que vio al Gris dos veces- Don
Sosco tenía que salir para asuntos urgentes, pero se encontró con el
Gris tendido a la larga en el umbral. Intentó alejarlo, pasar por encima.
Pero el perro rechinaba los dientes y le echaba hacia atrás. Mamá Mar-
garita, que ya lo conocía, reprendió a su hijo:
- Se t'veuli nen scouteme mi, scouta almen '/ can; seurt nen (Si no
quieres escucharme a mí, escucha al menos al perro; no salgas).
Al día siguiento, supo Don Bosco que un sujeto mal intencionado,
armado de pistola, le había estado esperando tras la esquina.
Varias veces tuvo Don Bosco la idea de averiguar la procedencia de
aquel perro. Pero no llegó a saber nada. En 1872 la baronesa Azelia
Fassati. le preguntó qué pensaba sobre él, y Don Sosco sonriendo
respondió:
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23.7 Page 227

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- Haría reír si dijera que es un ángel. Pero, tampoco se puede decir
que sea un perro ordinario.
se duerme en una zapatería
Durante el día, Don Bosco trabajaba para sus muchachos, circulaba
en busca de limosnas, confesaba y predicaba en muchos centros de la
ciudad. De noche robaba muchas horas al sueño para remendar ropa y
calzado, para escribir sus libros. Se acumulaba el sueño y, a veces, le
asaltaba a traición.
Después de comer, recordaba Juan Cagliero, alguna vez se dormía de
repente, sentado en la silla, con la cabeza reclinada sobre el pecho.
Entonces, los que estaban presentes, callando callandito, se iban de
puntillas para no despertarle.
Aquella, era para él la hora más pesada de la jornada. Salía, iba a
hacer recados por la ciudad, visitaba a los bienhechores para obtener
su ayuda. "Caminando -decía sonriendo- me mantengo despierto".
Pero no siempre lo lograba.
A la hora de la siesta se encontró un día en la plazuela ante la Conso-
lata, con un sueño tal que no recordaba ni dónde estaba ni a dónde iba.
Había allí mismo una zapatería. Don Bosco entró y pidió al zapatHc
que le dejara dormir en una silla, unos minutos.
- Pase, pase, Reverendo. Me sabe mal porque le despertaré con los
golpes de mi martillo.
- No, no me despertará.
En efecto, se sentó junto a una mesita, y durmió desde las dos y
media hasta las cinco. Al despertar, miró alrededor, vio la hora y dijo:
- ¡Pobre de mí! ¿Por qué no me ha despertado?
- Carísimo, -respondió el buen remendón-, dormía usted tan a
gusto, que hubiera sido un crimen despertarle. ¡Así me gustaría dormir
ami!
225

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30
Media docena de talleres
En el archivo de la Congregación Salesiana se conservan dos docu-
mentos raros: un contrato de 11aprendizaje" en papel corriente, fechado
en noviembre de 1851: y un segundo contrato, también de 11aprendi-
zaje", en papel sellado, con timbre de 40 céntimos, fechado al 8 de
febrero de 1852. Ambos van firmados por el patrono, el aprendiz y Don
Sosco.
He aquí las partes esenciales del primero:
11En virtud de la presente escritura privada, hecha en la Casa del Ora-
torio de San Francisco de Sales, se conviene:
1. El señor Carlos Aimino recibe, como aprendiz de su arte de
vidriero, al joven José Bordone, natural de Biella; promete y se obliga a
enseñarle durante el espacio de tres años, y a darle durante el curso del
aprendizaje las instrucciones necesarias y las reglas que se refieren a
su arte y a la vez los oportunos avisos relativos a su buena conducta,
corrigiéndole, en el caso de alguna falta, con ·palabras y no de otro
modo; y se obliga también a emplearle continuamente en trabajos rela-
tivos a su arte y no ajenos a ella, cuidando no sean superiores a sus
fuerzas.
2. El mismo maestro deberá dejar totalmente libres al aprendiz todos
los días festivos del año.
3. El mismo maestro se compromete a pagar diariamente al aprendiz
una lira, durante el primer año, una y media el segundo, y dos liras el
tercero; se le conceden cada año 15 días de vacaciones.
5. El joven José Bordone promete prestar, durante todo el tiempo del
aprendizaje, su servicio al maestro su patrono con presteza, asiduidad y
atención; ser dócil, respetuoso y obediente.
7. El Di rector del Oratorio promete prestar su asistencia para el buen
éxito de la conducta del aprendiz".
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El dedo en la llaga
En esta escritura pone Don Sosco el dedo en la llaga, mejor aún, en
las llagas. Había amos que empleaban a los jóvenes aprendices para
criados y pinches. El les obliga a emplearles únicamente en su oficio.
Algunos amos golpeaban a los aprendices y Don Bosco exige que las
correcciones no pasen de las palabras. Se preocupa de la salud, del
descanso festivo y de las vacaciones anuales. Y exige un salario "pro-
gresivo''. ya que al tercer año de aprendizaje, en la práctica, era un año
de verdadero trabajo.
En el segundo contrato, junto al timbre con el escudo real, hay la
siguiente inscripción: "Convenio entre el señor José Bartolina maestro
carpintero con domicilio en Turín, y el joven José Odasso, natural de
Mondoví, con intervención del reverendísimo sacerdote Juan Sosco, y
con la asistencia y garantía del padre de dicho joven, Vicente Odasso,
natural de Garessio con domicilio en esta capital".
El texto es casi una copia del primero. No hay más que un detalle
notable. Don Sosco obliga al que da el trabajo a portarse no como un
"patrono" sino como un "padre". Se lee en el artículo 1º:
"El señor José Bertolino maestro carpintero... se obliga a dar al joven
José Odasso, durante el curso de su aprendizaje... en cuanto a su con-
ducta moral y civil, los oportunos y saludables avisos que un buen
padre daría a su hijo; a corregirle amablemente en cualquier fallo, pero
siempre sólo con palabras de amonestación y no de ningún otro modo".
No fue Don Sosco el inventor de los contratos de aprendizaje. La
Obra de la mendicidad instruida (fundada en 1774) estipulaba estos
contratos ya hacía tiempo. Pero los dos contratos, firmados por Don
Bosco, son de los más antiguos que .se conservan en Turín. Por tanto,
nos es lícito pensar (al menos mientras no haya nuevos documentos
que lo desmientan) que, fuera de la Obra de mendicidad y de Don
Sosco, casi nadie se preocupaba de la defensa de los aprendices.
No pensaban en ello los padres, casi siempre pobres e ignorantes. No
pensaban las autoridades civiles que, de acuerdo con las docfrinas libe-
rales, dejaban que los jóvenes fueran aprovechados según las leyes de
la "libre concurrencia".
Aislado e Indefenso en manos del amo
Al empezar la "casa del Oratorio" (que Don Sosco llama hospicio, y
que nosotros, siguiendo los términos de hoy, llamaríamos colegio de
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23.10 Page 230

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internos) acoge, de modo especial, jóvenes trabajadores. Tras el primer
muchacho del Valle de Sesia, hospedado en la cocina de mamá Marga-
rita una noche de lluvia, después de Buzzetti y Gastini, llegan cada año
por decenas. Algunos se quedan tres años, otros dos meses, hay quien
se queda para toda la vida. Solamente a partir de 1856, la mayor parte
de los internos son estudiantes.
La preferencia otorgada a los jóvenes trabajadores es hija de su míse-
ra condición. Los edictos reales de 1844, al abolir las corporaciones,
abandonaron al obrero, especialmente al joven obrero, aislado e inde-
fenso, en manos del patrón. Carlos Alberto fue concediendo poco a
poco la formación de 11sociedades asistenciales", pero los liberales se
oponían también a esto.
Don Bosco coloca a sus muchachos con un patrón, les ampara con
buenos contratos, les va a visitar al taller cada semana, como "respon-
sable ante la familia". Si el patrón no respeta los pactos, retira al
aprendiz.
En 1853, terminado el nuevo edificio, se decide a empezar en su pro-
pia casa los primeros talleres. Dos son los motivos: 11las malas costum-
bres y la irreligión" con que los muchachos se tropiezan al encontrarse
con los trabajadores adultos de los talleres, y la ayuda que los talleres
de zapatería, sastrería y tipografía podrán aportar al Oratorio.
Dos mesitas para empezar
En otoño de 1853 abrió Don Bosco los talleres de zapatería y sastre-
ría. El de zapatería fue emplazado en el estrechísimo local que hoy fun-
ciona como mini-sacristía de la capilla Pinardi, junto al campanario: con
dos mesitas y cuatro taburetes. El primer maestro fue Don Bosco: se
sentó a la mesita y martilleó una suela ante cuatro muchachos. Des-
pués les enseñó a manejar la lezna y a untar el cabo con pez. Pocos
días después cedió el puesto de "maestro" a Domingo Goffi, portero del
Oratorio.
La sastrería se colocó en la habitación de la cocina, y las ollas y hor-
nillos fueron a parar al edificio nuevo. Los primeros maestros de la sas-
trería fueron mamá Margarita y también Don Bosco, que enseñó a
coser y cortar, como había aprendido en Castelnuovo en casa de Juan
Roberto.
Durante los primeros meses de 1854, casi jugando, abrió el tercer
taller: de encuadernación de libros. Ninguno de sus muchachos cono-
cía este oficio.
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24 Pages 231-240

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24.1 Page 231

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Un día, rodeado de unos cuantos, extendió sobre una mesa los folios
impresos de su último librito Los Angeles Custodios. Después, seña-
lando a un muchacho le dijo:
- ¡Tú harás de encuadernador!
- ¿Yo? Ni sé que es eso.
- Es muy fácil. Ven aquí. l Ves? Estos folios grandes se llaman "sig-
naturas". Hay que doblarlos por ta mitad, luego otra vez por la mitad,
después todavía por la mitad, y una vez por la mitad. ¡Hala! probemos.
Con la ayuda de los que estaban en derredor de la mesa se plegaron
todos los folios. Don Bosco puso las signaturas plegadas una sobre
otra:
¡Ea! el libro hecho. Ahora hay que coserlo. Llamó en su ayuda a
mamá Margarita y, con una aguja gorda y alguna perforación a mano,
salió a flote en su empresa. Una pizca de harina blanca, mezclada con
agua sirvió de engrudo para pegar la cubierta.
No faltaba más que la última operación: cortar los bordes del libro.
¿Cómo hacer? Los muchachos siempre en derredor de la mesa, opina-
ban que había que usar las tijeras, el cuchillo, la rasqueta. Fue Don
Sosco a ta cocina, tomó la cuchilla de acero que sirve para triturar
cebollas y perejil, y con unos golpes limpios cercenó los bordes. Reían
los muchachos y también Don Sosco reía. Pero se había "inaugurado"
el taller, y fue organizado en una habitación del edificio nuevo.
un año más para la Imprenta
A fines de 1856 se inició el cuarto taller, la carpintería. Enseguida se
convirtió en algo serio: un buen grupo de muchachos fue retirado de
los talleres de la ciudad y colocado en una amplia sala provista de ban-
cos, utensilios de profesión, almacén de maderas. El primer maestro fue
el señor Corio.
El quinto taller, el más deseado, fue el de la imprenta. Don Bosco
debió afanarse durante casi un año para alcanzar el permiso del
gobierno. Se lo dieron el 31 de diciembre de 1861. Comenzó bajo la
dirección del maestro de arte Andrés Giardino y la ayuda de José
Buzzetti.
No sabemos exactamente el día en que la imprenta empezó a funcio-
nar, pero fueron los mismos jóvenes impresores los que dieron la noti-
cia del suceso a sus bienhechores, por medio de una circular impresa.
El primer libro que se imprimió en la "Tipografía del Oratorio de San
Francisco de Sales" fue un librito del canónigo C. Schmid: Teófi/o, o el
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joven ermitaño, narración amena. Apareció como un volumen de las
Lecturas Católicas, en mayo de 1862. A partir de entonces, las Lecturas
Católicas se imprimieron siempre en la "Tipografía del Oratorio", salvo
raras excepciones.
Los inicios fueron modestos: dos máquinas que los muchachos
hacían girar a fuerza de brazo. Pero, aún en vida de Don Bosco, aquella
tipografía llegó a ser grandiosa y moderna, al extremo de competir con
las mejores de la ciudad: cuatro prensas, doce máquinas movidas por
energía, estereotipia, fundición de tipos, calcografía.
En 1862 Don Bosco abrió su sexto y último taller, el de cerrajería,
predecesor de los actuales talleres de mecánica.
cuatro caminos para dar con el verdadero
Don Bosco encontró muchas dificultades para poner en marcha los
talleres y fue probando diversas fórmulas.
Al principio tomó maestros de arte con un salario normal. Conse-
cuencia: se preocupabar, del trabajo, pero no del progreso de los alum-
nos y de la buena marcha del taller.
Segunda fórmula. Se confió a los maestros de arte toda la responsa-
bilidad, con la molestia de buscarse el trabajo, como si fueran los amos.
Consecuencia: los muchachos eran tratados como peones y arrancados
a la autoridad del director.
Tercera tentativa. Don Bosco asume toda la responsabilidad moral y
administrativa de los talleres, dejando solamente en manos de los jefes
de arte la formación profesional de los aprendices. Todavía una conse-
cuencia negativa: por miedo a ser suplantados por los alumnos mejo-
res, los jefes enseñan poco, les dejan apoltronarse.
Don Bosco no dio con la fórmula verdadera hasta que no llegó a for-
mar jefes de taller, totalmente ligados a él: los coadjutores salesianos,
religiosos igual que los clérigos y sacerdotes, pero dedicados a las
escuelas profesionales.
"El que no es totalmente Pobre
está fuera de 1u11ar en esta casa"
El internado del Oratorio no podía convertirse en una "fábrica de
obreros", sino en una verdadera casa de educación. Por esto, durante el
ano escolástico 1854-55, Don Bosco inaugura el primer ºreglamento",
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que delinea la fisonomía de la Obra para Jóvenes artesanos (de los
estudiantes no trata más que en un apéndice del reglamento).
Para aceptar a un joven artesano éste debe tener de doce a dieciocho
años de edad, debe ser "huérfano de padre y madre y del todo pobre y
abandonado. Si tiene hermanos o tíos que pueden atender a su educa-
ción, está fuera del fin de esta Casa".
El reglamento presenta a los muchachos "las personas a las que cada
hijo deberá estar sometido, y que son consideradas como superiores de
la Casa". Y son el Rector (responsable de los deberes de cada uno y de
la moralidad de los hijos de la Casa), el Prefecto o ecónomo, el Cate-
quista o director espiritual (cuya misión es la de atender a las necesi-
dades espirituales de los jóvenes), el Asistente (que distribuye el pan,
asiste a la mesa, en los talleres, en los dormitorios).
Recomienda como virtudes fundamentales la piedad con Dios, el tra-
bajo, la obediencia a los superiores, el amor a los compañeros, la
modestia. Da normas para el comportamiento en casa y fuera de ella.
Cataloga "tres males que hay que evitar a toda costa": la blasfemia, la
deshonestidad, el robo. Declara "como causas totalmente prohibidas"
tener dinero, jugar a juegos peligrosos, fumar, salir a comer con parien-
tes y amigos.
El horario preveía levantarse por la mañana, la misa con las oracio-
nes y el rosario, el desayuno y el trabajo. Se reunían, de nuevo, todos
para la comida y el recreo largo de la tarde. Luego se volvía al trabajo.
Al atardecer estaban previstos los ejercicios escolares. La jornada aca-
baba con las oraciones de la noche y unas breves palabras de Don
Bosco a toda la familia: las ºbuenas noches".
Se invitaba a los jóvenes, todos los meses, a participar en un breve
retiro espiritual (Ejercicio de la Buena Muerte), y, cada año, en una breve
tanda de Ejercicios Espirituales.
En el campo religioso, Don Bosco fue siempre menos exigente con
los jóvenes trabajadores que con los estudiantes. Pero, al ver entre ~ los
muchachos de gran religiosidad, en 1859 favorece el nacimiento de la
"Compañia de San José": un grupo que debía reunir a los mejores, y
comprometerles a profundizar la vida cristiana y apostólica.
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31
Estudiantes con capote militar
1 de noviembre de 1851. Don Sosco llega a su pueblo, Castelnuovo
de Asti. Por la tarde, tiene que predicar la conmemoración de los di-
funtos.
Anda entre los monaguillos un muchacho que le acompaña hasta el
púlpito, y que le mira fijamente durante todo el sermón. De vuelta a la
sacristía, observa Don Bosco que le sigue mirando en silencio. Le lla-
ma:
- Me parece que tú tienes algo que decirme, ¿verdad?
- Sí, señor. Quiero ir a Turín con usted, para estudiar y hacerme
sacerdote.
- Muy bien. Entonces, dile a tu mamá que venga, después de cenar,
a casa del párroco.
El muchacho se llama Juan Cagliero, y es huérfano de padre. La
mamá llega con Juan después de cenar.
- Entonces -bromea Don Bosco- ¿es verdad, Teresa, que quiere
venderme a su hijo?
- ¡Ah, no! -responde riendo la mujer-. Nosotros vendemos los ter-
nerillos. Los muchachos se regalan.
- Mejor aún. Prepárele algo de ropa, y mañana me lo llevo conmigo.
Al alba del día siguiente estaba Juan Cagliero en la iglesia. Ayudó a
misa a Don Sosco, desayunó con él, besó a la mamá, y con su hatillo a
cuestas dijo, impaciente.
- Entonces, Don Bosco, ¿vamos?
..A dormir en el cesto del pan..
Anduvieron el largo camino a pie. Prácticamente Juan lo anduvo dos
veces, porque, al tiempo que hablaba con Don Bosco, corría mas ade-
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24.5 Page 235

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lante, perseguía las mariposas por los prados, saltaba las· zanjas.
Recordaba a Cagliero:
uourante aquel viaje Don Bosco me hizo mil preguntas y yo le di mil
respuestas. Desde entonces, no tuve con él ningún secreto. Al oír mis
travesuras infantiles, me decía bromeando que ahora tendría que ser
mejor. Finalmente llegamos a Turín.
Era por la tarde del día 2 de noviembre, y estábamos ·cansados. Don
Sosco me presentó a Mamá Margarita, diciendo:
- Madre, te traigo un chico de Castelnuovo.
Margarita respondió.
- Ah, sí, tú no haces más que buscar much.achos y luego yo no sé
donde meterlos.
- Este es tan pequeño -bromeó Don Sosco- que le pondremos a
dormir en el cesto del pan. Con una cuerda lo subiremos arriba, bajo la
viga, como una jaula de canarios.
Mamá Margarita se echó a reír y me buscó un puesto. Verdadera-
mente no había ni un rincón libre; así que, aquella noche me tocó dor-
mir a los pies de la cama de otro compañero.
A la mañana siguiente vi la pobreza que reinaba en aquella casa.
Nuestro dormitorio, en la planta baja, era estrecho, y tenía por pavi-
mento un embaldosado de adoquines. En la cocina había unos pocos
platos de·estaño, con sus correspondientes cucharas. Tenedores, cuchi-
llos, servilletas llegaron muchos años después. El comedor era un sote-
chado. Don Sosco nos servía la comida, nos ayudaba a tener ordenado
el dormitorio, limpiaba y remendaba nuestra ropa, y hacía los más
humildes servicios.
Para todo hacíamos vida común. Nos encontrábamos como en fami-
lia, más que en un colegio, bajo la dirección de un padre que nos que-
ría, y sólo se preocupaba de nuestro bien espiritual y material".
Juan Cagliero demostró desde los primeros días un ingenio vivo y un
temperamento alegre. Tenía·unas ganas de jugar desbordantes.
Miguel Rúa vivía todavía con su madre, pero por la mañana se ponía
a la cabeza del grupito de estudiantes, e iba con ellos al profesor Son-
zanino. Por encargo de Don Sosco, Rúa fingía de "asistente", y se pre-
ocupaba de que ninguno hiciera novillos. Pocas veces logró Miguel
"refrenar" a Cagliero. Apenas salían del Oratorio, Juan cambiaba de
calle, corría hasta Puerta Palazzo y se quedaba encantado frente a los
charlatanes y los barracones. Después, siempre corriendo, se plantaba
en la escuela. Cuando los otros llegaban, ya estaba él a la puerta,
sudando pero contento. Miguel le miraba de reojo:
- ¿Por qué no vienes con nosotros?
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- Porque me gusta ir por otras calles, ¿qué más da?
- Tienes que ser obediente.
- ¿Acaso no. lo soy? Tengo que venir a clase y vengo. Tengo que
ser puntual y lo soy. ¿Qué te importa a tí, si me gusta ver a los char-
latanes?
Un día sería el primer obispo y primer cardenal salesiano. Junto a
don Rúa llegaría a ser una de las columnas más sólidas de la Congre-
gación Salesiana. Pero. como temperamento,Rúa y Cagliero serían
siempre distintos: Miguel, diligente, constante, reflexivo; Juan, extrover-
tido, entusiasta, exuberante. Los dos dispuestos a echarse al fuego por
Don Bosco.
"Cruzarás el Mar Rolo v el desierto"
22 de septiembre de 1852. Miguel Rúa entra definitivamente como
alumno interno en el Oratorio. Al día siguiente, en compafiía de Don
Sosco, mamá Margarita y veintiséis muchachos más, van a pie a I Bec-
chi. Don Sosco predicará la novena del Rosario en Castelnuovo, y los
muchachos se hospedarán en casa de su hermano José.
Antes de salir, Don Sosco llamó a Miguel y le dijo:
- Para el año próximo necesito que me eches una mano formal-
mente para llevar adelante el negocio. El 3 de octubre será la fiesta de
Nuestra Señora del Rosario. Vendrá a I Becchi el párroco de Castel-
nuovo. y en la capillita te impondrá la sotana. De vuelta al Oratorio serás
asistente y maestro de tus compañeros. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
Por la tarde de aquella fiesta -recordaba más tarde don Rúa- ya en
el carruaje que les llevaba a Turín, rompió Don Bosco el silencio para
decirle:
- Mi querido Rúa, empiezas ahora una vida nueva. Pero sábete que,
antes de entrar en la Tierra Prometida, habrás de atravesar el Mar Rojo
y el desierto. Si me ayudas, pasaremos tranquilamente el uno y el otro,
y llegaremos a la Tierra Prometida.
Miguel piensa un poco en ello. No lo entiende del todo. Rompe el
silencio y pregunta:
- ¿Se acuerda de nuestro primer ertcuentro? Usted había repartido
medallas, para mí no quedó ninguna. Me hizo entonces un gesto ex-
traño, como si quisiera darme la mitad de su mano. ¿Qué quería de-
cir?
- ¿Todavía no lo has entendido? Quería decirte que nosotros dos
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tenemos que hacerlo todo a medias. Todo lo mío será también tuyo:
comprendidas las deudas, la responsabilidad, los quebraderos de
cabeza-. Y Don Sosco sonríe. -Pero habrá también muchas cosas
hermosas, ya lo verás. Yal acabar, la más hermosa de todas: el paraíso.
Garantía para cincuenta años
Martes de Pascua de 1853. El cielo de Turín está encapotado. Juan
Fracesia y Miguel Rúa, compañeros de clase y amigos para toda la vida,
repasan juntos la lección de italiano. Pero Miguel anda distraído, está
ausente. Como si llevara a cuestas una gran tristeza. Francesia, des-
pués de preguntarle dos veces lo mismo, cierra secamente el libro y
estalla:
- Pero ¿qué te pasa?
Miguel, mordiéndose los labios para no llorar, murmura:
- Ha muerto mi hermano Juan... La próxima me toca a mí...
Era el último de los hermanos que le quedaba en casa. Ahora se que-
daría sola su madre en la pequeña vivfenda de la Fábrica de Armas.
Supo Don Bosco la noticia, y para distraer a Miguel se lo llevó a la ciu-
dad. Tiene que resolver un asunto cerca de la iglesia de la Gran Madre,
a orillas del Po. Marchan ligeros, hablan del Oratorio. En aquellos mis-
mos días Turín acaba de celebrar el octavo cincuentenario del famoso
"milagro del Santísimo Sacramento", y Don Sosco ha publicado un
librito que ha vendido deprisa. De repente, se para Don Sosco y dice
lentamente:
- Dentro de cincuenta años se celebrará el noveno cincuentenario
del milagro y yo ya no estaré. Pero tú, sí. Acuérdate, entonces, de vol-
ver a publicar mi librito.
Miguel piensa en la fecha fabulosamente lejana: ¡1903! Menea la
cabeza.
- Muy deprisa va usted, Don Sosco, diciendo que yo estaré. Yo tengo
miedo de que pronto me haga la muerte una broma de las suyas.
- Nada de bromas -corta Don Sosco-. Te garantizo que tú estarás
dentro de cincuenta años. Haz reimprimir el librito, ¿entendido?
(En efecto, don Rúa estaba el 1903, como sucesor de Don Sosco al
frente de la Congregación Salesiana. Tenía 66 años, e hizo reimprimir el
librito).
235

24.8 Page 238

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"Señoritos y mendlgulllos"
A la par que se dedicaba a los jóvenes trabajadores, Don Sosco no
olvidaba a los estudiantes. Su fin -lo hemos señalado varias veces-
era prepararse colaboradores, clérigos y sacerdotes, que le ayudaran en
sus obras: y preparar también vocaciones sacerdotales para las dióce-
sis, escogiéndolas entre los muchachos ''que crecían entre la azada y el
martillo", para suplir la deficiencia de sacerdotes.
La primera "cuadrilla" que preparó pudo desilusionarle algo, como ya
hemos dicho. Pero Rúa, Cagliero y Francesia colmaron totalmente sus
esperanzas. Junto a ellos crecían Angel Savio, Rocchietti, Turchi, Du-
rando, Cerruti...
El internado para estudiantes nació a la chita callando, pero se desa-
rrolló vigorosamente: 12 estudiantes en 1850, 35 en 1854, 63 en 1855,
121 en 1857...
Los alumnos de los primeros tres cursos de latín iban a clase con el
señor Bonzanino, pasaban después a las clases de humanidades y retó-
rica con don Mateo Píceo, que tenía un colegio cerca de la Consolata.
A estas dos escuelas privadas iban los hijos de las "familias bien" de
Turín, y pagaban muy caro. Los chicos de Don Bosco, en cambio, iban
de balde.
Los "señoritos", al principio, se burlaban de los "mendiguillos", los
cuales iban a clase vistiendo capotes militares que "les daban un aire
de contrabandistas o de caricatura". (Don Bosco había obtenido, como
regalo del Ministerio, capotes y gorros de soldado. Tenían más forma
de manta que de vestido, recuerda Lemoyne, pero guardaban de la llu-
via y de la nieve). Mas el señor Bonzanino no aguantaba bromas: "El
valer de un muchacho -declaró solemnemente- se mide por las
páginas de los deberes, y no por el color del capote". Y por las califica-
ciones, resultaron "mendiguillosu los hijos de papá. Los muchachos de
Don Sosco estudiaban. El amor de Don Bosco sabía ser exigente, no
toleraba los gandules. En 1863 el profesor Prieri, de la Universidad de
Turín, declaraba: "Con Don Bosco se estudia y se estudia de verdad".
"Me encuentro bien entre los muchachos..
El ideal de Don Bosco no estaba en ir y venir por la ciudad. Además,
muy pronto, no fueron suficiente las aulas de Bonzanino y Picco para
atender a todos los estudiantes del Oratorio.
Apenas Juan Bautista Francesia, a sus 17 años, hubo terminado bri-
llantemente los cursos de latín, se le confió la tercera "gimnasia!". Era
en noviembre de 1855.
236

24.9 Page 239

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Al año siguiente entraron en funciones la primera y segunda, dirigi-
das por un seglar amigo de Don Sosco, el profesor Sianchi.
El año 1861 los alumnos de las tres clases gimnasiales superaban los
doscientos. Eran profesores los clérigos Francesia, Provera, Anfossi,
Durando, Cerruti.
En el apéndice del "reglamento" dedicado a los alumnos estudiantes,
se prescribía, para ser aceptado en el Oratorio en calidad de estudiante:
"especial aptitud para el estudio", "eminente piedadº, "intención de
abrazar el estado eclesiástico, dejando sin embargo libertad para seguir
su vocación al terminar el curso de latinidad".
No se insistía de una forma draconiana en la condición de orfandad y
pobreza total. Sin embargo, la mayor parte de los alumnos estudiantes
procedía de ambientes pobres, como se puede apreciar por el episodio
de los capotes militares.
El horario de artesanos y estudiantes coincidía. La única diferencia
estaba en las horas transcurridas, por los artesanos, en los talleres; y en
la clase y el estudio por los estudiantes.
"Hasta 1858 -recuerda Lemoyne- gobernó Don Sosco y dirigió el
Oratorio como un padre regula la propia familia. Los jóvenes no expe-
rimentaban mucha diferencia entre su casa paterna y el Oratorio. No
existían las filas para trasladarse de un lugar a otro, ni la vigilancia de
los asistentes, ni tantas pequeñas normas".
Don Sosco vivía con los muchachos siempre que podía. Decía él: "No
sé estar sin mis muchachos". Sólo por motivos graves no andaba entre
ellos, conversando y jugando. Durante mucho tiempo fue con ellos, sin
ambages, a su salón de estudio. No porque faltasen asistentes, siño
porque se encontraba bien"; y en un banco, como el de los muchachos
"escribía o meditaba su próximo libro".
Al acabar de cenar (y esto hasta 1870), toda una caterva de mucha-
chos irrumpía en el comedor donde Don Sosco estaba terminando su
plato. A porfía para estar más cerca de él, y verle, preguntarle, oírle, reír
con sus alegres salidas. Los muchachos se colocaban en su derredor,
en las mesas de enfrente, sentados, de pie, de rodillas. A Don Sosco le
gustaba mucho este encuentro familiar, "el mejor plato de su frugal
cena" .
..Don &osco no pudo entender"
La atmósfera religiosa que circundaba a los alumnos estudiantes era
muy intensa. Eran delicadas yemas de futuras vocaciones sacerdotales,
237

24.10 Page 240

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y quería Don Sosco que anduvieran inmersos en un clima de religiosi-
dad sacramental, mariana, eclesial.
La confesión semanal o quincenal era una costumbre para todos.
Don Sosco confesaba cada día, durante dos o tres horas. y en las vís-
peras de fiestas, durante toda la tarde. La fama difundida de su capaci-
dad de "leer los pecados" animaba a la confianza plena. La Comunión,
a los pocos años de haber comenzado el internado, se convirtió en
sacramento diario para muchos muchachos. Eran pocos los que no
recibían la Eucaristía, al menos una vez a la semana.
Se respiraba devoción a la Virgen. Alcanza espléndida intensidad
durante el tiempo de la construcción del gran santuario de María
Auxiliadora.
El amor al Papa permaneció siempre como un punto fijo en la menta-
lidad cristiana de Don Sosco. Le llamarán "más papista que el Papa'', y
muchos tendrán razón. No sólo era cuestión de palabras: para obedecer
a la invitación de un Papa, Don Bosco, quemará los últimos años de su
vida. Y los muchachos absorbían su mentalidad.
También Don Sosco tenía derecho a equivocarse, y según los
modernos psicólogos y eclesiólogos se equivocó en cuanto a las vaca-
ciones de sus estudiantes con la familia. Las quería disminuidas al
máximo. Entendía que eran "un peligro serio" para las vocaciones.
"Don Bosco, hijo de su tiempo -dicen hoy los expertos-, no pudo
entender el valor r:fe la familia y de la parroquia como iglesia local al
germinar una vocación". Tal vez pueda presentarse una pequeña duda
frente a un juicio tan drástico, con estas cifras: sólo en 1861 brotaron
34 vocaciones sacerdotales en el Oratorio. Los anticlericales apodaron
su casa "fábrica de sacerdotes11• En los últimos años de su vida se con-
taban por millares los sacerdotes salidos del Oratorio de Valdocco. Y
no eran un ejército de reprimidos.
Don Sosco estaba persuadido de que, si se exige castidad al sacer-
dote, hay que defender al joven "cleriguito" durante el delicado período
de la pubertad. Es una consideración que, sin olvidar los valores de la
familia y de la iglesia local, tal vez haya que volver a meditar.
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32
1854: "Nos llamaremos Salesianos"
26 de enero de 1854. En Turin hace un frío polar. Pero en la habita-
ción de Don Sosco reina un ambiente distinto. Habla Don Sosco, y cua-
tro jovencitos dejan galopar su fantasía detrás de sus palabras:
- Ya veis que Don Sosco hace todo lo que puede, pero está solo. Si
vosotros me echarais vuestra mano, juntos haríamos milagros. Nos espe-
ran millares de niños pobres. Os prometo que la Virgen nos enviará ora-
torios amplios y espaciosos, iglesias, casas, escuelas, talleres, y
muchos sacerdotes dispuestos a echarnos una mano. Y esto en Italia, en
Europa y hasta en América. Ya veo entre vosotros una mitra episcopal ...
Los cuatro jóvenes se miran a la cara asombrados. Parece un sueño.
Sin embargo Don Bosco no bromea, está serio y parece que está
leyendo en el futuro:
- La Virgen quiere que empecemos una sociedad. He pensado
mucho tiempo qué nombre ponerle. He decidido que nos llamaremos
Salesianos.
Entre aquellos cuatro jóvenes están las piedras fundamentales de la
Congregación Salesiana. Miguel Rúa toma nota, aquella tarde, en su
cuadernillo: "Nos hemos reunido en la habitación de Don Sosco, Roc-
chietti, Artig(ia, Cagliero y Rúa. Se nos ha propuesto hacer, con la
ayuda del Señor y de San Francisco de Sales, una prueba de ejercicio
práctico de caridad con el prójimo. A continuación haremos una pro-
mesa, y después, si es posible, haremos un. voto al Señor. A los que
hagan esta prueba y a los que la harán más tarde, se les dará el nombre
de Salesianos".
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La pérgola de rosas
Las "previsiones futuras", que Don Bosco comunica a sus jóvenes
aquella tarde, son las mismas que unos años antes hicieron que le
tomaran por loco y le quisieran llevar al manicomio.
Pero Don Sosco las repite con segura testarudez, porque (como dijo
a don Sorel) "las ve en sueños"·. En 1847 tuvo un "sueño fundamental",
que le sirve de programa -son sus palabras- para organizar lo que
tiene que hacer. Pero no lo cuenta hasta 1864, en su antecámara, a los
primeros Salesianos entre los cuales está don Rúa, don Cagliero, don
Durando, don Barberis:
"Un día del año 1847, después de haber meditad.o mucho sobre la
manera de hacer el bien a la juventud, se me apareció la Reina del cielo
(expresión poco frecuente en Don Bosco. Generalmente dice: soñé con
una señora hermosísima...) y me llevó a un jardín encantador. Había un
hermosísimo soportal, con enredaderas cargadas de hojas y de flores.
Por este soportal se pasaba a una pérgola encantadora, flanqueada y
cubierta de maravillosos rosales en plena floración. Todo el suelo es-
taba cubierto de rosas. La bienaventurada Virgen me dijo:
- Quítate los zapatos y échate a andar bajo la pérgola: ese es el
camino que debes seguir.
Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera sabido muy mal pisotear
aquellas rosas. Empecé a andar y advertí enseguida que las rosas
escondían agudísimas espinas. Me tuve que parar.
- Aquí hacen falta los zapatos -dije a mi guía.
- Ciertamente -me respondío-: hacen falta buenos zapatos.
Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto número de com-
pañeros que aparecieron en aquel momento, pidiendo caminar con-
migo.
Colgaban de lo alto muchas ramas, como festones. Yo no veía más
que rosas a los lados, rosas por encima, rosas bajo mis pies. Pero mis
piernas se enredaban en los mismos ramos extendidos por el suelo y se
llenaban de rasguños; movía un ramo transversal y me pinchaba, me
sangraban las manos y toda mi persona. Todas las rosas escondían una
enorme cantidad de espinas.
Los que me veían caminar decían: "¡Don Sosco marcha siempre sobre
rosas! ¡Todo le va bien!". No veían cómo las espinas herían mi pobre
cuerpo.
Muchos clérigos, sacerdotes y seglares, invitados por mí, se habían
puesto a seguirme alegres, atraídos por la belleza de las flores; pero al
darse cuenta de que había que caminar sobre las espinas, empezaron a
240

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gritar: "¡Nos hemos equivocado!" Muchos se volvieron atrás. Me quedé
prácticamente solo. Entonces me eché a llorar: "Es posible -decía-
que tenga que andar este camino yo solo?".
Pero pronto hallé consuelo. Vi llegar hasta mí un tropel de sacer-
dotes, clérigos, seglares, los cuales me dijeron: "Somos tuyos. Estamos
dispuestos a seguirte". Poniéndome a la cabeza reemprendí el camino.
Solamente algunos se descorazonaron y se detuvieron. Una gran parte
de ellos llegó conmigo hasta la meta.
Después de pasar la pérgola me encontré con un hermosísimo jardín.
Mis pocos seguidores habían enflaquecido, estaban desgreñados,
ensangrentados. Se levantó entonces una brisa ligera y, a su soplo,
todos quedaron sanos. Corrió otro viento, y como por encanto, me
encontré rodeado de un número inmeso de jóvenes, clérigos, seglares
coadjutores y también sacerdotes que se pusieron a trabajar conmigo
guiando a aquellos jóvenes. Conocí a varios por la fisonomía, pero a
muchos no los conocía.
Entonces la Santísima Virgen, que había sido mi guía, me preguntó:
- ¿Sabes qué significa lo que ahora ves, y lo que has visto antes?
- No.
- Pues has de saber, que el camino por tí recorrido, entre rosas y
espinas, significa el trabajo que deberás realizar en favor de los jóve-
nes. Tedrás que andar con los zapatos de la mortificación. Las espinas
significan los obstáculos, los sufrimientos, los disgustos que habrás de
pasar. Pero no pierdas el ánimo. Con la caridad y la mortificación lo
superarás todo, y llegarás a las flores sin espinas.
Apenas terminó de hablar la Madre de Dios, volví a mí y me encontré
en mi habitación.
Os he contado ésto -terminó- para que cada uno de nosotros tenga
la seguridad de que es la Virgen la que quiere nuestra Congregación, y
para que nos animemos, cada vez más, a trabajar por la mayor gloria de
Dios".
Guiado por esta tranquila seguridad, Don Sosco "echaba cada día la
red" entre sus muchachos para aumentar el número de sus futuros
salesianos. Decía, por ejemplo: "¿Quieres a Don Sosco? ¿Te gustaría
quedarte conmigo?". O bien: "¿No me prestarías una mano para traba-
jar en favor de los jóvenes? Mira, si yo tuviese cien sacerdotes y cien
clérigos, tendría trabajo para todos. Podíamos ir a todo el mundo".
Estas conversaciones eran familiares entre los muchachos. Se
hablaba tranquilamente de "futuros oratorios", de los sueños de Don
Sosco, de "quedarse o no quedarse con él". Una tarde de 1851, desde
una ventana de la primera planta, tiró Don Sosco a los muchachos
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unos puñados de caramelos. Se armó una gran algarabía, y un mucha-
cho, al verle sonreír a la ventana le gritó: "¡Don Sosco, si pudiera ver
todas las partes del mundo, y en cada una de esas, tantos oratorios!"
Don Sosco alzó serenamente sus ojos al aire y respondió: "¡Quién sabe
si no llegará el día en que los hijos del Oratorio se hayan esparcido de
veras por todo el mundo!11
"¡Cuánto me pagarás?"
Había en Avigliana un sacerdote, tres años mayor que Don Bosco. Se
llamaba don Víctor Alasonatti. Se había encontrado con Don Sosco
muchas veces en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Y se habían
hecho amigos. Don Alasonatti fungía como maestro elemental en Avi-
gliana, y se entedía muy bien con los niños. Era un tantico severo, exi-
gía cierto porte serio, pero todos lo querían mucho.
Don Bosco le había provocado varias veces bromeando:
- ¿Cuántos niños tienes? ¿Treinta? ¿Y no te da vergüenza? Yo
tengo seiscientos. ¿Cómo te las apañas para trabajar solamente para
treinta chiquillos? Déjalos, ven a Turín a echarme una mano.
- ¿Y cuánto me pagarás?
- Pan, trabajo y Paraíso. No amontonarás muchas liras, pero podrás
ahorrar todo el sueño que quieras.
Ríe que te ríe, don Alasonatti empezó a tomárselo en serio. Don
Sosco lo captó, y en los primeros meses de 1854 le escribió una carta
en la que decía: "Ven a ayudarme a rezar el breviario".
El 14 de agosto, despachados sus asuntos, llegó don Alasonatti al
Oratorio con una maletita en la mano y el breviario bajo el brazo.
Abrazó a Don Bosco y le dijo:
- Aquí me tienes. ¿Dónde me pongo a rezar el breviario?
Don Bosco le llevó a una habitación donde se guardaban los libros
de la contabilidad.
- Aquí. Este será tu reino. Puesto que me has enseñado mucha arit-
mética, tú te las apañarás con las sumas y las restas.
Don Alasonatti se puso serio:
- De hoy en adelante, tú manda y yo obedeceré. No me perdones
nada, porque quiero ganarme el Paraíso.
A partir de aquel día don Alasonatti se convirtió en la sombra bonda-
dosa y un poco severa de Don Bosco. Le alivió en cuantos trabajos
pudo: la administración general de la casa, la asistencia, las cuentas de
los libros de entrada y salida, los registros, la correspondencia más
árida y espinosa.
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Cuando estaba cansado, cuando la salud empezó a declinar, leía en
el breviario un cartoncito, que había puesto a modo de señal: "Víctor,
¿a qué has venido?" Y al lado había escrito una frase, que Don Sosco
repetía a menudo a los suyos, si les veía fatigados: "Descansaremos en
el Paraíso".
Al día siguiente de su llegada, le tocó a Don Alasonatti empezar su
labor en Valdocco de una forma insólita: fue llarnado para asistir a un
atacado por el cólera, que acababa de estallar violentísimo en Turín.
La muerte por las calles del Barrio del Dora
La pavorosa noticia llegó a Turín en julio. El cólera había invadido la
región de Liguria y ya había causado tres mil víctimas en Génova. Los
primeros casos de Turín se dieron el 30 y el 31 de julio. El rey, la reina
y la casa real partieron en carrozas cerradas. Se refugiaron en el cas-
tillo de Caselette, a la entrada de los valles de Lanzo y Susa.
El epicentro de la peste estaba en el barrio del Dora, a pocos pasos
de Valdocco. Allí, se hacinaban los emigrados en casas míseras y en
barracas; gente mal alimentada y sin posibilidad de higiene alguna. En
un mes llegaron a 800 los apestados, y a 500 los muertos.
El alcalde Notta dirigió un llamamiento a la ciudad: se necesitaba
gente valiente para asistir a los enfermos, para transportarles a los laza-
retos, a fin de que el contagio no corriese como una mancha de aceite.
El 5 de agosto, fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, Don Bosco
habló a los muchachos. Comenzó con una promesa:
- Si os ponéis en gracia de Dios y no cometéis ningún pecado mor-
tal, os aseguro que ninguno será atacado por el cólera.
Después les dirigió una invitación:
- Sabéis que el alcalde ha hecho una llamada. Hacen falta enferme-
ros y asistentes para. curar a los apestados. Muchos de vosotros sois
demasiado jovenqitos. Pero, si alguno de los mayores se atreve a venir
conmigo a los hospitales y a las casas privadas, haremos juntos una
obra buena y agradable al Señor.
Aquella misma tarde se alistaron catorce. Pocos días después, otros
treinta, aunque eran muy jóvenes, lograron arrancar el permiso para
unirse a los primeros.
Fueron días de trabajo duro y poco agradable. Los médicos aconse-
jaban dar masajes y fricciones en las piernas de los enfermos, para pro-
vocar abundante sudoración. Los muchachos quedaron divididos en
tres grupos: el de los mayores, para todo servicio en los lazaretos y en
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casa de los apestados; el segundo grupo rondaba por las calles averi-
guando si había más enfermos; y el tercero (el de los más pequeños)
permanecía en el Oratorio dispuesto a atender cualquier llamada.
Don Sosco exigía todas las precauciones. Todos llevaban consigo
una botella de vinagre, con el que después de tocar a los enfermos
debían lavarse las manos.
"Sucedía a menudo -cuenta Lemoyne- que los enfermos no tenían
sábanas, mantas, ropa blanca. Los muchachos volvían a decírselo a
mamá Margarita. Esta iba a la ropería y entregaba lo poco que tenía. A
los pocos días, no quedó nada. Uno de los jóvenes enfermeros vino un
día contándole que un enfermo yacía en un misero camastro sin sába-
nas. -"¿No tiene nada para cubrirlo?". La mujer pensó un momento,
fue luego a buscar el mantel blanco del altar y se lo dio al muchacho:
-"Llévalo a tu enfermo. No creo que el Señor se lamente".
Los gigantes de la c:ara triste
Juan Cagliero, con sus 16 años, al volver del lazareto una tarde del
mes de agosto, se encontró mal. Probablemente, con el calor asfixiante
de aquellos días, había comido fruta pasada. El médico, llamado ense-
guida por Don Sosco, diagnosticó: "Es tifus".
La fiebre le atormentó durante todo el mes de septiembre. Los últi-
mos días, reducido a piel y huesos. Cagliero. se sentía morir. Dos médi-
cos, llamados a consulta, declararon que el caso era desesperado. Acon-
sejaron se le administrasen los últimos sacramentos.
Don Sosco se quedó profundamente preocupado. Quería mucho a
aquel· muchacho. Le faltó valor para darle la noticia. Rogó a José Buz-
zetti que lo hiciera él, con suma delicadeza. En tanto fue a la iglesia
para administrarle el Viático.
Apenas había acabado José Buzzetti de hablar con Juan, cuando he
aquí que entraba Don Bósco con el copón del Santísimo. Pero se
detuvo: se quedó mirando hacia el vacío durante unos segundos, como
si viese algo que los demás no podían ver. Avanzó luego hacia la cama
del enfermo, pero algo había radicalmente cambiado en él. Habían des-
aparecido la turbación y la tristeza de poco antes. Estaba alegre, son-
reía. Juan preguntó a media voz:
- ¿Es mi última confesión?¿Voy a morirme?
Don Bosco respondió con voz segura:
- Aún no es tu hora para ir al Paraíso. Hay muchas cosas que hacer:
te curarás, vestirás la sotana... serás sacerdote... y después... y después,
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con tu breviario bajo el brazo, tendrás que dar muchas vueltas... y
habrás de hacer llevar el breviario a muchos otros... e irás lejos, lejos.
Dichas estas palabras, Don Bosco volvió a llevar el Viático a la igle-
sja.
Pocos días más tarde, la fiebre desapareció de repente, y Juan pudo
ir a Castelnuovo para una larga convalecencia.
Durante algún tiempo, Buzzetti y Cagliero se preguntaron qué habría
"visto" Don Bosco al entrar en la habitación. La respuesta la dio Don
Sosco algún tiempo más tarde:
"Poner yo los pies en el umbral y ver de improviso una gran luz todo
fue lo mismo. Una blanquísima paloma, que llevaba en el pico un
ramito de olivo, descendía sobre la cama del enfermo. Se detuvo a
pocos centímetros del pálido rostro de Cagliero, y dejó caer el ramo
sobre su frente. Inmediatamente después, me pareció como que se
abrían las paredes de la habitación y dejaban ver horizontes lejanos y
misteriosos. Aparecieron en derredor del lecho una multitud de hom-
bres primitivos. Parecían salvajes de una altura gigantesca. Algunos
tenían la piel oscura, tatuada con adornos rojizos, misteriosos. Aquellos
gigantes de cara fiera y triste se inclinaron sobre el enfermo, y tem-
blando se pusieron a decir entre ellos:
- Si éste se muere, ¿quién vendrá a socorrernos?
La visión no duró más que unos instantes, pero yo tuve la seguridad
absoluta de que Cagliero se curaba".
Ocllo minutos para una página
Con las primeras lluvias de octubre, disminuyeron sensiblemente los
apestados del cólera. Aún cuando se presentaron algunos casos, ya a
las puertas del invierno, el 21 de noviembre se declaró terminada la
"emergencia". Los casos registrados en la ciudad, desde el 1 de agosto
hasta el 21 de noviembre, fueron 2.500. Lo$ muertos fueron 1.400.
Los muchachos de Don B0sco, ninguno de los cuales fue atacado,
pudieron volver tranquilos a sus libros. Algunos fueron con su familia
para pasar unas breves vacaciones.
Don Bosco, como todos los años, subió a I Becchi para la fiesta de
Nuestra Señora del Rosario. Estando allí, recibió la visita de un antiguo
compañero del seminario, don Cugliero, maestro elemental en Mon-
donio.
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25.8 Page 248

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- Escucha -le dijo después de los consabidos cumplimientos-, me
han dicho que junto a los pequeños pilluelos, aceptas también en tu
Oratorio muchachos listos que den esperanza de llegar al sacerdocio.
Tengo en Móndonio un muchacho de estos. Se llama Domingo Savio.
No es muy fuerte físicamente, pero es tan bueno como seguramente tú
no has conocido cosa igual. Todo un San Luis.
- ¡Exagerado! -sonrió Don Bosco-. De todos modos me gusta. Yo
estaré aquí algunos días. Házmelo venir con su padre. Hablaremos y
veremos qué tal paño es.
2 de octubre de 1854. En el patizuelo, frente a la casa de José, tuvo
lugar el encuentro. Quedó Don Bosco tan impresionado que lo contó
en sus más mínimos detalles, como si lo hubiese registrado. El lenguaje
es el del 1800, pero la escena está llena de vida, parece que la está uno
viviendo:
"Era el primer lunes de octubre por la mañanita, cuando veo a un
niño acompañado de su padre que se acerca para hablarme. Su cara
alegre, su aire sonriente pero respetuoso, atrajeron mi mirada.
- ¿Quién eres? -le dije- ¿de dónde vienes?
- Yo soy -respondió- Domingo Savio, de quien ya le ha hablado
don Cugliero, y venimos de Mondonio.
Entonces le llamé aparte, y puestos a hablar de los estudios hechos,
y sobre la vida que llevaba, entramos enseguida en plena confianza, él
conmigo y yo con él.
Vi en aquel muchacho un corazón según el espíritu del Señor, y quedé
pasmado al considerar los trabajos que la gracia divina había operado
en tan tierna edad.
Después de un buen rato de conversación, y antes de que yo llamase
a su padre, me dijo estas textuales palabras:
- Y bien, ¿qué le parece? ¿Me lleva usted a Turin para estudiar?
- Ya veremos. Me parece que bueno es el paño.
- ¿Y para qué podrá servir el paño?
- Para hacer un buen traje y regalárselo al Señor.
- Pues, si yo soy el paño, sea usted el sastre. Lléveme con usted y
hará un buen traje para el Señor..
- Pero, cuando hayas terminado las clases de latín, ¿qué quieres
ser?
- Si el Señor me quiere conceder una gracia tan grande, quiero con
toda mi alma ser sacerdote.
- Muy bien: voy a probar si tienes suficiente capacidad para estu-
diar. Toma este librito (era un ejemplar de las Lecturas Católicas), estu-
dia esta página y mañana vuelves a dármela.
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25.9 Page 249

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Dicho esto le dejé libre para ir a jugar y me puse a hablar con su
padre. Pasarían ocho minutos, cuando Domingo se acerca sonriente y
me dice:
- Si quiere, le recito ahora la página.
Tomé el libro y, con gran sorpresa mía, vi que no sólo había apren-
dido al pie ·de la letra la página que le había señalado, sino que enten-
día perfectamente el sentido de lo que en ella se decía.
- Bravo, le dije, te has anticipado a aprender la lección y yo anticipo
la respuesta. Sí, te llevaré conmigo a Turín, y, ya desde ahora, quedas
apuntado entre mis queridos hijos; empieza tú también desde ahora
mismo a rogar a Dios, a fin de que nos ayude a ti y a mí a cumplir su
santa voluntad.
El, no sabiendo cómo manifestar su alegría y su gratitud, me tomó de
la mano, me la estrechó, y besó varias veces, y al fin me dijo:
- "Espero portarme de tal modo que jamás tenga que lamentarse de
mi conducta".
Pensando luego en las palabras del Sr. Cugliero, tuvo que confesar
Don Sosco que no había exagerado. Si San Luis hubiese nacido en
medio de las colinas del Monferrato y hubiese sido hijo de unos cam-
pesinos, ciertamente no hubiese sido diferente de aquel muchacho son-
riente que quería ser "un hermoso traje para regalar al Señor".
un cartel misterioso
Durante los días que Juan Cagliero pasaba su convalecencia en Cas-
telnuovo, cometió una imprudencia: comió muchas uvas (era el tiempo
de la vendimia), y le subió violentamente la fiebre. Lo supo Don Sosco
y fue a buscarle.
Se encontró con su madre desesperada:
y - ¡Ay, cómo está mi Juan! Delira, habla de ponerse la sotana la
fiebre se lo lleva...
- No, querida Teresa, su hijo no delira. Prepárele la sotana clerical,
porque en noviembre se la impondré en el Oratorio. La fiebre no se lo
llevará: todavía tiene que hacer muchas cosas en este mundo.
Así sucedió. El 22 de noviembre, fiesta de santa Cecilia, Juan
Cagliero, del todo restablecido, vestía la sotana. El Rector del Semina-
rio metropolitano, canónigo Bogliotti, admitía al clérigo Cagliero como
alumno del seminario. pero viviendo siempre con Don Sosco.
Entre tanto, el 29 de octubre había entrado en el Oratorio Domingo
Savio. Subió con su papá al despacho de Don Sosco, y vio enseguida
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un gran cartel, colgado de la pared, con unas palabras misteriosas: Da
míhi animas coetera to/le.
Una vez que partió su padre, vencidas las primeras dudas, preguntó a
Don Sosco qué querían decir las palabras del cartel. Don Sosco lé
ayudó a traducirlas: "Oh, Señor, dame las almas y llévate lo demás".
Era el lema que Don Bosco había elegido para su apostolado. Cuando
lo hubo comprendido -y es Don Bosco quien lo cuenta- Domingo se
puso un tanto pensativo y dijo: "Entendido: este no es un negocio de
dinero, sino de almas. Espero que mi alma forme parte de este nego-
cio".
Así empezó la vida cotidiana de Domingo. Probablemente también se
echaría encima el capote militar para ir cada mañana, con la cuadrilla
que guiaba Rúa, al colegio del Sr. Bonzanino. Su jornada, la jornada
gris de un estudiante: deberes, lecciones, clase, libros, compañeros.
Don Sosco, que le seguía, día a día, escribe de él: "Desde el día de su
entrada cumplió con tal exactitud sus deberes que era difícil superarle".
Farolillos rojos a orillas del Po
A fines de noviembre reinaba en el Oratorio un "clima" especial.
Empezaba la novena de la Inmaculada, y era el año 1854. Pío IX había
anunciado desde Roma, que el 8 de diciembre definiría solemnemente
el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Por todo el mundo
católico se volvía a encender el amor a la Virgen y se preparaban gran-
diosos festejos.
Don Bosco, que se sentía "llevado de la mano" por María Santísima,
hablaba todas las noches de Ella a sus jóvenes, los cuales vivían la
novena con gran fervor. Cuando hablaba con sus jóvenes, ya en el
patío, ya en su despacho, les preguntaba qué querían "regalarle a la
Virgen" en el día de su fiesta. Domingo Savio le .respondió: "Quiero
hacer guerra sin cuartel al pecado mortal, y quiero rogar mucho al
Señor y a la Virgen para que me dejen morir antes de pecar".
Era la repetición de uno de los propósitos de su primera Comunión:
"Antes morir que pecar". No era una frase original, inventada por él,
sino las últimas palabras del Acto de contrición que, por entonces, se
recitaba después de la confesión. Muchos niños la tomaban como pro-
pósito de su primer encuentro con Jesus-Eucarístico. Es curioso encon-
trarlas también entre los "propósitos", sugeridos por la reina al príncipe
heredero, Humberto de Saboya (más tarde rey, Humberto 1), casi
coetáneo de Domingo Savio (nacido el 1842, y Humberto el 1844). Lo
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26 Pages 251-260

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26.1 Page 251

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que conmueve es que otros miles olvidaron aquel propósito, con los
juguetes de la infancia, y en cambio Domingo fue heroicamente fiel
hasta la muerte.
8 de diciembre. Pío IX, ante una inmensa multitud de Cardenales y
Obispos, proclama como dogma de fe que María, desde el primer ins-
tante de su existencia, no fue manchada por el "pecado original".
Domingo Savio, en un momento de descanso de la gran fiesta del
Oratorio, entra en la iglesia cle San Francisco, se arrodilla ante el altar
de la Virgen y saca del bolsillo un papel en el que ha escrito unas
líneas. En su consagración a la Madre de Dios, una breve plegaria que
un día será famosa por todo el mundo salesiano:
"Maria, os doy mi corazón. Haced que sea siempre vuestro. Jesús y
María, sed siempre mis amigos. Mas, por favor, dejadme morir antes
que tener la desgracia de cometer un solo pecado".
Aquella noche, una fantástica iluminación resplandecía por toda la
ciudad de Turín. Millares de farolillos encarnados brillaban en las ven-
tanas, por las terrazas, a orillas del Po. La gente se echó a la calle y
en procesión imponente se dirigió al santuario de la "Consolata". Tam-
bién los muchachos de Valdocco, rodeando a Don Bosco. recorrieron
cantando las calles de la ciudad.
El huerfanito de santo Domingo
El 1854, año intenso en la vida de Don Sosco, se cerró con una aflic-
ción particular. El municipio se había visto obligado a abrir un hospicio
provisional, junto a la iglesia de Santo Domingo, para albergar un cen-
tenar de niños huérfanos a causa del cólera. Al llegar los primeros friqs,
el alcalde Notta se dirigió a las instituciones católicas para que acogie~
ran alguno. Don Sosco aceptó veinte. Uno de aquellos chiquitos sella-
maba Pedro Enria, el cual recordaba así aquel momento':
"Un día llegó Don Sosco. Yo no le había visto nunca. Me preguntó mi
nonbre y apellido y luego me dijo:
- ¿Quieres venir conmigo? Seremos buenos amigos para siempre.
- Respondí:
- Sí, señor.
- ¿Y éste que está junto a ti, es tu hermano?
- Si, señor.
- Díle que venga también.
Pocos días más tarde fuimos llevados al Oratorio, juntamente con
otros. Mi madre había muerto por el cólera y mi padre sufría, en aquel
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26.2 Page 252

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momento, el mismo mal. Recuerdo que la madre de Don Sosco le gri-
tó:
- Tú venga aceptar niños nuevos; pero, ¿cómo les vas a mantener y
vestir?
En efecto, a mí me tocó, apenas entrado, dormir varias noches sobre
un montón de hojas, sin más ropa que una pequeña manta. Don Sosco
y su madre nos remendaban por la noche los pantalones y la chaqueta
rota, porque no teníamos recambio".
Preparó Don Sosco para los huérfanos un departamento del nuevo
edificio. Durante más de un año les dio clase él mismo, solito del todo
al principio y ayudado por los clérigos y amigos, después.
Pedro Enría siguió con Don Sosco toda su vida. Le tocó asistirle
como un hijo durante la última enfermedad. El cerró sus ojos.
El cólera, en medio de los males que sembró por la ciudad, trajo un
bien al Oratorio, al menos de rechazo: la asistencia generosamente
prestada por los jóvenes a los atacados del cólera, hizo que se les
conociera y apreciase por la ciudad. Así lo acreditó una alabanza
pública del alcalde entre las autoridades. El hecho casi increíble de que
ninguno de aquellos muchachos (casi inmersos en el contagio) fuese
atacado por la peste, persuadió a muchos para considerar con mayor
seriedad las palabras "locas" de Don Sosco.
Don Bosco en la habitación que ocupó de 1853 a 1861. Es una de las
fotos más antiguas que de él se conservan.
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26.3 Page 253

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33
1855: Los jóvenes "Corrigendos"
de la Generala
El 1855 tuvo lugar un nuevo y duro encuentro entre la Iglesia y el
Estado.
En octubre del 1852 había llegado a Primer Ministro, Camilo Cavour,
en lugar de Máximo D'Azeglio. El inquieto y riquísimo descendiente de
una familia tan aristocrática como la suya estaba vapuleando al soño-
liento Piamonte. Los abogadillos de provincia, acostumbrados a. decla-
mar desde los bancos del Parlamento versos de Dante y de Mameli,
eran llamados a discutí r sobre déficit y balances, sobre rescates adua-
neros e inversión de capitales. Los ferrocarriles del Piamonte alcanza-
ron los 850 kilómetros, igual al total de los del resto de Italia. Nacieron
en Liguria: el complejo industrial Ansaldo (el mayor de Italia). los asti-
lleros de Odero y Orlando. Se impulsó la canalización en el Vercellés.
La agricultura se apresuró a pedir la abolición de los impuestos sobre
el trigo.
A fines de 1854, camuflado como maniobra económica, se presentó a
la Cámara un proyecto-ley por el ministro Urbano Ratazzi, "un proyecto
preciso -escribe el historiador Francisco Traniello- tendente a reducir
la influencia de la Iglesia''. Proponía la disolución de las órdenes reli-
giosas contemplativas, a saber, las que no se dedicaban a la instruc-
ción, a la predicación o al cuidado de los enfermos, y la confiscación
de todos sus bienes por el Estado "que de este modo podría proveer a
las parroquias más pobres".
Era una intromisión del Estado en la vida de la Iglesia -escribe
Traniello-, muy grave por cuanto el Estado se arrogaba el derecho de
decisión sobre las Ordenes rel.igiosas que no podían ser ya útiles a la
sociedad, según un criterio productor. Más aún, Cavour llegó a decir
que las órdenes· disueltas no eran útiles ni a la Iglesia. Las fuerzas cató-
licas, capitaneadas por los obispos, pudieron de este modo sostener
que la llamada ley de los frailes violaba precisamente los principios de
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separación entre la Iglesia y el Estado, que Cavour había dicho varias
veces era la base de su política.
Se preveía que, pese a la fuerte oposición católica, la ley pasaría a la
Cámara, y también al Senado. Solamente el rey la podría detener.
..¡Grandes funerales en la corte,..
En un frío atardecer de diciembre de 1854 (recuerdan los testigos que
Don Sosco llevaba las manos envueltas en unos guantes viejos y des-
cosidos y que sostenía un fajo de cartas) Don Sosco contó a don Víctor
Alasonatti, Rúa, Cagliero, Francesia, Buzzetti y Anfossi que había
tenido un sueño extraño: estaba en medio del patio, cuando de pronto
había visto adelantarse un lacayo de la Corte, vestido de rojo y gri-
tando: "¡Gran funeral en la Corte!" Dijo a sus clérigos que, apenas des-
pertó, tomó la pluma y escribió al rey contándole el sueño.
Cinco días más tarde se repitió el sueño. El lacayo vestido de rojo
entró en el patio, montado a caballo, y gritando: "Anúncialo: ¡no gran
funeral en la Corte; sino grandes funerales en la Corte!" Al alba, Don
Sosco volvió a escribir al rey sugiriéndole "que pensase en portarse de
manera que esquivara los castigos con que le amenazaban, a la par que
le rogaba impidiese a toda costa aquella ley".
5 de enero de 1855. La reina madre, María Teresa, cae gravemente
enferma. Empeora rápidamente y muere el 12 de enero. Tiene 54 años.
Sus restos son depositados en la cripta de los Sabaya, en Superga, el
día 16, jornada crudísima.
20 de enero. Administran los últimos Sacramentos a la reina María
Adelaida, esposa del rey. Hace doce días que dio a luz un niño y no se
ha recuperado. Muere el mismo día. No tiene más que 33 años.
11 de febrero. Después de veinte días de grave enfermedad, muere el
príncipe Fernando de Sabaya, duque de Génova, hermano del rey. Tie-
ne 33 años.
Los clérigos del Oratorio (los únicos que sabían de los suenos y de las
cartas de Don Sosco al rey) ..estaban estupefactos al ver cumplidas de
modo tan fulminante las profecías de Don Sosco -escribe Lemoyne-.
Ni siquiera en tiempos de peste se habían abierto tres tumbas reales en
el espacio de un mes".
Don Francesia afirmaba que el rey Víctor Manuel II había bajado dos
veces a Valdocco, para hablar con Don Sosco, y que estaba furioso
contra él.
La ley de supresión pasó de todos modos a la Cámara (94 votos con-
tra 23) y al Senado (53 votos contra 42). El rey la firmó el 29 de mayo.
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26.5 Page 255

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Quedaron cerradas -según las cifras aportadas por Lemoyne- 334
casas religiosas que hospedaban 5.456 miembros. Roma publicó la
"excomunión mayor" (cuyo levantamiento está reservado al Papa) con-
tra "autores, instigadores, ejecutores de la ley".
El 17 de mayo, mientras tanto, moría el último hijo del rey, Víctor
Manuel Leopoldo, de apenas cuatro meses.
Santo o agorero (según de qué parte se miraba), Don Bosco había
desgraciadamente previsto con exactitud.
El primer salesiano
Sin ruido de ningún género, Don Bosco prosigue reuniendo todas las
semanas a sus clérigos. Ya les ha hablado de la pobreza, de la castidad
y de la obediencia, las tres virtudes que la Iglesia ha considerado siem-
pre como "el camino para llegar a Dios". Les ha explicado cómo el que
se hace religioso "hace voto" de estas virtudes, es decir, promete solem-
nemente a Dios practicarlas durante su vida.
Al acabar el primer año de conferencias, le parece que el más prepa-
rado es Miguel Rúa. Y le dice: -"¿Te atreverías a hacer los votos de
pobreza, castidad y obediencia por tres años?" Miguel -así lo dirá más
tarde- cree que solamente se trata de "ligarse más aún a Don Bosco"
y acepta.
25 de marzo de 1855, fiesta de la Anunciación. En la po.bre habitación
de Don Bosco se desarrolla una ceremonia sin ninguna solemnidad.
Don Bosco, de pie, escucha. Miguel Rúa, de rodillas, delante del Cruci-
fijo pronuncia una fórmula: "Hago voto a Dios de ser pobre, casto, obe-
diente, y me pongo en sus manos, Don Bosco...". No hay ningún tes-
tigo. Y, sin embargo, en aquel momento nace una Congregación reli-
giosa. Don Bosco es el fundador. Miguel Rúa el primer salesiano.
Lo más dificil para él, lo mismo que para Cagliero y Francesia, en
aquellos momentos, era dormir. No por falta de ganas: a veces hasta las
piernas se les doblaban de sueño. Sino porque no hallaban tiempo para
ello.
Habían de continuar sus estudios y presentarse a unos exámenes fre-
cuentes y durísimos. A la vez, Don Sosco les encargaba las clases de
religión, la asistencia en el comedor y en los talleres, las clases a los
huérfanos.
Los domingos les enviaba a los oratorios. El del Angel Custodio se
quedó de improviso sin director el 1855. Don Bosco nombró a Miguel
Rúa, con sus 17 años. Iban a él especialmente pequeños limpiachime-
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neas. Muchachos que llegaban en otoño, del Valle de Aosta, con una
cuerda al hombro y la rasqueta en la mano. Circulaban por las calles
lanzando su pregón característico, y esperaban a que alguna familia les
llamase para deshollinar la chimenea antes de que comenzase la esta-
ción invernal, que era cuando los hogares debían "tirar bien" para
calentar los apartamentos.
Eran muchachos muy pequeños, porque el cañón de las chimeneas
por donde debían subir, era muy estrecho. Llevaban la cara y las manos
tiznadas de hollín.
El domingo por la mañana, llegaba Miguel Rúa con mucha anticipa-
ción al Oratorio, barría las dependencias, ordenaba la Iglesia. Cuando
iban los primeros muchachos, les ayudaba a confesarse con el sacer-
dote que les celebraba la misa. A las nueve, ya tenía un centenar de
jóvenes, y Miguel "hacía de Don Sosco" todo el día. Empezaba los jue-
gos, hablaba con los muchachos, se informaba de sus apuros, les ense-
ñaba catecismo.
Por la tarde, cuando se encendían las farolas del gas, los muchachos
se iban. Algunos le acompañaban hacia Valdocco. 11¡Hasta el domingo,
Miguel!"
Rúa volvía deshecho. Tomaba la cena, que habian dejado al rescoldo
para él, para Cagliero, Francesia y Anfossi que volvían también de los
otros oratorios, tan deshechos como él. Luego subían hasta la buhardi-
lla, debajo del tejado, donde les esperaba la cama. Recordaba Miguel
que caía dormido como_ un plomo. Cagliero se despertó la mañana de
un lunes sentado en la silla, con los calcetines en la mano. No le hizo
falta la cama, se había quedado dormido en la silla.
La hora de levantarse era muy pronto, horriblemente pronto: a las
cuatro. Recordaba Juan Cagliero: "El invierno en Turín no es ninguna
broma. En nuestra buhardilla, que caía bajo el mismo tejado, no había
calefacción ni agua corriente. Para lavarnos, llenábamos por la noche la
palangana de agua. Pero, por la mañana, el frío había transformado el
agua en hielo. Había que abrir la claraboya, tomar nieve del tejado, y
frotarse fuertemente las manos, la cara, el cuello. A los pocos minutos
¡ardía la piel! Entonces nos envolvíamos con una manta y empezaba el
tiempo del estudio: Rúa estudiaba hebreo, Francesia cincelaba versos
latinos, yo componía ejercicios musicales".
En el mes de noviembre de 1855 se puso toda la enseñanza media en
casa. Francesia, además de las otras ocupaciones, adquirió la de profe-
sor de literatura, Rúa la de matemáticas y Cagliero la de música.
A veces, piensa uno: ¿estaba loco Don Bosco, que permitía a sus
jóvenes ayudantes se matasen a fuerza de estudio y trabajo? Pero luego
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se piensa en lo que fueron: Juan Cagliero, cardenal, murió a los 88
años; Miguel Rúa, Superior General de la Congregación Salesiana, vivió
hasta los 73; Juan Francesia, latinista de fama europea, alcanzó hasta
los 92. Don Sosco "sabía" que el trabajo, aunque fuera durísimo, no les
había de matar tan pronto.
cara a cara con el ministro
Los caricaturistas políticos de la época, dibujaban a Camino Cavour
con cuerpo de gato y largos bigotes, y a Urbano Ratazzi (ministro del
Interior) como un gran ratón. "Gatáss y Ratáss" eran sus motes corrien-
tes en Turín.
Con Ratazzi (pese a su posición claramente contraria en casi todas
las ideas políticas) tenía Don Sosco entrada libre. El Ministro del Inte-
rior le apreciaba, porque "trabajaba por el bien de la gente", y quitaba
un montón de fastidios al Gobierno, recogiendo a los muchachos
pobres.
En 1845, se abrió una nueva prisión en Turín, en la carretera de Stu-
pinigi: la Generala. Era un "reformatorio de muchachos", que podía
albergar hasta trescientos. Don Sosco lo visitaba frecuentemente, y
buscaba ganarse a los muchachos, encerrados (casi siempre) por hurto,
o llevados por los mismos parientes por su indocilidad.
Los jóvenes estaban divididos en tres categorías: los 11vigilados espe-
ciales", los cuales eran encerrados en celdas por la noche; los "vigila-
dos simples" los cuales estaban sujetos a los medios normales de una
cárcel, y los "que estaban en peligro11 conducidos allí solamente porque
alguien, cansado de ellos, se los había quitado de encima entregándo-
les a la policía. Durante el día trabajaban en el campo y en los talleres
internos, organizados por un Hermano de las Escuelas Cristianas.
Durante la Cuaresma de 1855 les dio Don Bosco un cuidadoso cursi-
llo catequético, que terminó con una confesión general.
Quedó Don Sosco tan conmovido de su buena voluntad que les pro-
metió "algo excepcional". Se presentó .al director, y le propuso organi-
zar con los muchachos (entristecidos por su encierro) un buen paseo
hasta Stupinigi.
·
- Pero, ¿usted habla en serio, Reverendo? -preguntó aquel hombre
estupefacto-.
- Con la mayor seriedad del mundo.
- ¿Y usted sabe que yo sería responsable de todos los que se esca-
paran?
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- No se escapará ninguno. Le doy mi palabra.
- Oiga, es inútil predicar en desierto. Si quiere un permiso de ese
género hable con el Ministro.
Don Sosco se presentó a Ratazzi, y le expuso serenamente el pro-
yecto.
- Muy bien -dijo el Ministro-. Un paseo les irá muy bien a los
jóvenes presos. Daré las órdenes necesarias para que a lo largo del
camino haya carabineros suficientes, disfrazados de paisano.
- Eso no -intervino Don Sosco decididamente-. La única condi-
ción que pongo es que ni un solo guardia nos ºproteja". Y usted deberá
darme palabra de honor. El riesgo corre a mi cargo: si uno se escapa
me mete a mí en la cárcel.
Rieron a la par. Y, luego, dijo Ratazzi formalmente:
- Razone, Don Sosco. Si no hay guardias, volverá usted sin nin-
guno.
- Y yo, en cambio, digo que volverán todos. Hagamos una apuesta.
Pensó un poco Ratazzi. Y luego dijo:
- Bueno, acepto. Me fío de usted y de los guardias que, en caso de
fuga, no tardarán mucho en volver a atrapar a cuatro muchachotes.
Jornada de libertad
De vuelta en la Generala pudo Don Sosco anunciar el paseo. Aulla-
ron de alegría los pobres prisioneros. Logrado el silencio siguió dicien-
do Don Sosco:
- He dado mí palabra de honor de que, del primero al último os vais
a portar bien, y que ninguno intentará escaparse. El Ministro me ha
prometido que no pondrá un sólo guardia, ni de uniforme ni de pai-
sano. Pero ahora toca a vosotros darme vuestra palabra: bastaría uno
sólo que huyera par~ que yo quedara deshonrado. Ciertamente no me
dejarían volver a poner los pies aquí. ¿Puedo fiarme de vosotros?
Charlaron ellos entre sí. Luego, los mayo.res dijeron:
- Le damos nuestra palabra. Volveremos todos y nos portaremos
bien.
El día siguiente fue un día de sol suave, primaveral. Fueron a Stupi-
nigi. Saltaban, corrían, gritaban, Don Sosco iba en medio de la pequeña
tropa, bromeaba, contaba cosas. Delante de todos llevaban un asno con
las provisiones..
En Stupinigi Don Sosco celebró la misa, almorzaron luego sobre la
hierba, y rivalizaron en apuestas y juegos a lo largo del río Sangone.
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Visitaron el parque y el castillo real. Merendaron y, a la caída del sol, la
vuelta. El asno iba descargado y Don Bosco bastante cansado. Los
muchachos le obligaron a montarse y tirando ellos del ramal y can-
tando llegaron al reformatorio. El director se dio prisa a contarlos: esta-
ban todos.
Fue aquel un adiós bien triste, desde el cancel de la cárcel. Don
Bosco les fue despidiendo uno a uno. Volvió a casa con el corazón
satisfecho, por haberles podido liberar durante un día.
El Ministro, al recibir el parte, estaba jubiloso por el triunfo.
- ¿Por qué llega usted a obtener esto y nosotros no? -preguntó un
día a Don Sosco-.
- Porque el Estado manda y castiga. No puede hacer más. Yo, en
cambio, les quiero a esos muchachos. Y tengo, como sacerdote, una
fuerza moral que usted no puede comprender.
Nueve páginas para explicar su "sistema••
Y hubo quien pidió a Don Sosco muchas veces que explicara su ºsis-
tema de educación" en un libro. La falta de tiempo, la imposibilidad ·de
pararse a reflexionar orgánicamente sobre las líneas que sostenían su
postura educativa, no permitieron a Don Sosco darnos una obra "cien-
tífica".
En 1876 se armó de valor, y trazó un "esbozo" del sistema educativo
"empleado en las casas salesianas". Son nueve páginas que los salesia-
nos tienen en el apéndice de sus Reglas, y que están invitados a repa-
sar a menudo.
Las resumimos, repitiendo que no se trata de una obra "científica",
sino de unos apuntes condicionados por la prisa, la urgencia y los gra-
ves problemas de aquel año. En ellos se trasluce algo vivo, la "carga"
que Don Sosco llevaba dentro de sí mismo, y que probablemente nin-
guna página habría podido explicar nunca de una forma adecuada.
Empieza Don Sosco resumiendo (más bien de forma vulgar, creo se
puede decir) las maneras de educar en dos sectores:
- El sistema represivo (usado por el Estado, el ejército...). "Consiste
dar a conocer la ley a los súbditos, y después vigilar para conocer a los
transgresores y castigarlos. En este sistema las palabras deberán ser
severas; el superior debe evitar toda familiaridad con sus dependientes,
encontrarse rara vez entre sus súbditos".
- El sistema preventivo (que él quiere se practique-en sus obras). Al
llegar a este punto, Don Bosco explica "el sistema preventivo" como él
lo entiende, como lo ha practicado en el Oratorio.
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26.10 Page 260

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11Este sistema se apoya, sobre todo, en la razón, la religión y la amabi-
lidad. Excluye todo castigo violento y busca alejar hasta los castigos
suaves.
El director y los asistentes son como padres amorosos: hablan, sirven
de guía, aconsejan y corrigen amablemente.
El alumno no queda envilecido, se hace amigo, ve en el asistente a un
bienhechor que quiere hacerle bueno, librarle de los disgustos, de los
castigos, del deshonor.
El educador, ganado el corazón de su protegido, podrá seguirle cuan-
do sea mayor, aconsejarle y hasta corregirle.
La práctica de este sistema se apoya en las palabras de San Pablo:
"La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera,
aguanta cualquier molestia". Por esto solamente el cristiano puede apli-
car con éxito ·el sistema preventivo. Razón y religión son los instrumen-
tos que constantemente debe usar el educador.
Por consiguiente, el Director debe vivir totalmente consagrado a sus
educandos, encontrarse siempre entre sus alumnos, cuando ellos gozan
de tiempo libre".
De aquí en adelante Don Bosco tiene en cuenta· especialmente los
colegios, que monopolizaban gran parte de las fuerzas salesianas en
1876. No siempre se trasluce el "Don Bosco de los oratorios".
"Los maestros, los jefes de taller, los asistentes deben ser de una
moralidad reconocida. Preocúpense de evitar como la peste, toda suer-
te de afecto o amistad particular con los alumnos. Por cuanto es posi-
ble, los asistentes precedan a los alumnos en el lugar donde deban reu-
nirse, no les dejen nunca desocupados.
Déseles amplia libertad para saltar, correr y gritar a su gusto. La gim-
nasia, la música, la declamación, el teatro, los paseos son medios efica-
císimos para obtener la disciplina, ayudar a la moralidad y la salud.
11Haced lo que queráis, decía san Felipe Neri, a mí me basta que no
hagáis pecados".
La confesión y la comunión frecuentes, la misa diaria son las colum-
nas que deben sostener un edificio educativo. No hay que oblfgar a los
jovencitos a frecuentar los santos sacramentos, sino sólo animarles y
darles comodidad para aprovecharse de ellos.
El educador es un individuo consagrado al bien de los alumnos, por
lo cual debe estar pronto para aguantar cualquier molestia, cualquier
fatiga con tal de conseguir su fin, que es la educación civil, moral y
científica de sus alumnos.
Busque el educador que le quieran, si quiere que le teman (otras
veces el mismo Don Bosco ha escrito: "más que hacerse temer", "antes
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27 Pages 261-270

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27.1 Page 261

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que hacerse temer"). El escamoteo de la benevolencia es un castigo,
pero un castigo que excita la emulación, da valor y no envilece nunca.
La alabanza cuando algo está bien hecho, el reproche cuando hay una
negligencia, ya constituyen un premio o un castigo.
Hecha excepción de rarísimos casos, no hay que corregir en público,
sino en privado, aparte de los compañeros, y hay que emplear gran
prudencia y paciencia para hacer que el alumno entienda su fallo con la
razón y la religión.
Se debe evitar del todo golpear, de cualquier modo que .sea. porque
irrita a los jóvenes y envilece al educador".
El sueño del antiguo oratorio
Si Don Bosco escribe con dificultad tratados, en cambio es un mago
para comunicar y contra la vida vivida. Por esto, muchos expertos han
afirmado que, si bien el Tratadito sobre el sistema preventivo es más
bien deficiente, en cambio el "sueño" que Don Sosco narró en una
carta del 1884 es la más viva y deslumbradora expresión de su sensibi-
lidad educativa.
Estaba Don Bosco en Roma, durante el mes de mayo de aquel año,
resolviendo importantes asuntos de su Congregación. Por la noche
"sueña"· con el antiguo oratorio (aquél en el que vivían Domingo Savia,
Miguelito Rúa, Juan Cagliero) y lo puede comparar con el que vive en
Valdocco en aquel momento. Y dicta entonces una carta, con fecha del
.1 O de mayo de 1884. "Puede considerarse como uno de los más efica-
ces y ricos documentos pedagógicos de Don Sosco", afirma Pedro
Stella.
La resumimos.
"Me parecía estar en el antiguo oratorio, a la hora del recreo. Era una
escena llena de vida, de movimiento y de alegria. Quién corría, quién
saltaba, quién hacía saltar a los demás. Uno jugaba a la rana, otro a la
bandera, aquél a la pelota. En un punto había un corrillo de muchachos
pendientes de los labios de un sacerdote, que les contaba una historia.
En otro lado, estaba un clérigo jugando con otro grupo al "burro vuela"
o a los "oficios". Se cantaba,. se reía por todas partes; por doquier,
sacerdotes y clérigos; y, alrededor de ellos, chicos que alborotaban
alegremente. Se notaba que entre jóvenes y superiores reinaba la
mayor cordialidad y confianza. Yo estaba encantado, contemplando
aquel espetáculo, cuando el acompañante me dijo:
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- Vea, la familiaridad engendra afecto, y el afecto, confianza. Esto es
lo que abre los corazones, y los jóvenes manifiestan todo sin temor a
los maestros, a los asistentes y a los superiores. Son sinceros en la
confesión y fuera de ella, y se prestan con facilidad a todo lo que les
quiera mandar el que sabeD que los ama.
En aquel instante se acercó a mí un antiguo alumno, José Buzzetti, y
me dijo:
- ¿Quiere ver a los jóvenes que están actualmente en el oratorio?
Os vi a todos vosotros que estabais en recreo. Pero no oía ya gritos
de alegría y canciones, no contemplaba aquel movimiento, aquella vida
que vi en la primera escena. En vuestro rostro se leía aburrimiento,
cansancio, desconfianza. Muchos jugaban con dichosa despreocupa-
ción, pero algunos estaban solos, apoyados en las columnas, o danza-
ban por las escaleras, otros lanzaban en derredor miradas sospechosas;
san Luis habría sentido sonrojo de encontrarse en su compañía.
- ¡Qué diferentes son de lo que éramos nosotros! -exclamó
Buzzetti-.
- ¡Mucho! Pero ¿cómo animar a estos mis queridos jóvenes?
- Con la caridad .
- Pero ¿es que mis jóvenes no son bastante amados? Tú sabes los
trabajos y hummaciones que he sufrido y sufro todavía para proporcio-
narles pan, casa, maestros, y especialmente para buscar la salvación de
su alma. Y los directores, prefectos, maestros, asistentes consumen los
años de su juventud en su favor.
- Falta lo mejor -insistió Buzzetti-. Que los jóvenes no sean sola-
mente amados, sino que se den cuenta de que se les ama.
- Pero ¿no ven que todo lo que hacemos en su favor se hace por su
amor?
- No.
- ¿Qué se requiere, pues?
.- Que al ser amados en las cosas que les agradan, participando en
sus inclinaciones juveniles, aprendan a ver el amor también en las
cosas que les agradan poco; como son la disciplina, el estudio, la morti-
ficación de sí mismos. Me explico mejor: mire, observe a los mucha-
chos en recreo. ¿Dónde están nuestros salesianos?
Me fijé y vi que eran muy pocos los sacerdotes y clérigos mezclados
entre los jóvenes y menos los que tomaban parte en sus juegos. Los
superiores no eran ya el alma de los recreos. La mayor parte de ellos
paseaban, hablando entre sí, sin preocuparse de lo que hacían los
alumnos; otros, vigilaban a la buena; alguno corregía pero con amena-
zas. Más de un salesiano deseaba introducirse en algún grupo de jóve-
nes, pero vi que los muchachos buscaban la manera de alejarse de él.
260

27.3 Page 263

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Entonces Buzzetti me dijo:
- En los primeros tiempos del oratorio, usted estaba siempre entre
nosotros, especialmente a la hora de recreo. ¿Recuerda aquellos her-
mosos años? Era una alegría de paraíso, una época que recordamos
siempre con emoción, porque el amor lo regulaba todo, y nosotros no
teníamos secretos con usted.
- ¡Cierto! todo era para mí motivo de alegría. Ahora, en cambio, mis
múltiples ocupaciones y la falta de salud me impiden portarme como
entonces.
- Pero, si usted no puede, ¿por qué los salesianos no se convierten
en sus imitadores? Tienen que amar lo que agrada a los jóvenes, y los
jóvenes amarán lo que es del gusto de los superiores. Ahora, los supe-
riores son considerados como tales y no como padres, hermanos y
amigos; por tanto, son más temidos que amados... Por esto, si se quiere
hacer un solo corazón y una sola alma, por amor a Jesús, se tiene que
romper esa barrera de desconfianza, que ha de ser suplantada por la
confianza más cordial. La obediencia ha de guiar al alumno como la
madre a su hijito. Entonces reinarán en el oratorio la paz y la antigua
alegría.
- ¿Cómo hacer para romper esta barrera?
- Familiaridad con los jóvenes, especialmente durante las horas de
recreo. Sin la familiaridad no se puede demostrar ~I afecto, y sin esta
demostración no puede haber confianza. El que quiera ser amado es
menester que demuestre que ama. Jesucristo se hizo pequeño con los
pequeños y cargó con nuestras enfermedades. ¡He aquí el maestro de la
familiaridad! El maestro, al cual se le ve sólo en la cátedra, es un maes-
tro y nada más; pero, si participa en el recreo de los jóvenes, se con-
vierte también en hermano. El que sabe que es amado, ama. Y el que es
amado lo consigue todo, especialmente de los jóvenes. Esta confianza
establece como una corriente eléctrica entre jóvenes y superiores. Este
amor hace que los superiores puedan soportar las fatigas, los disgus-
tos, las ingratitudes, las faltas de disciplina, las ligerezas, las negligen-
cias de los jóvenes. Jesucristo no quebró la caña ya rota, ni apagó la
mecha humeante. He ahí vuestro modelo. Entonces ya no habrá quien
trabaje por vanagloria, ni quien castigue por vengar su amor propio
ofendido, ni quien se deje robar el corazón por una criatura y, para aga-
sajar a ésta, descuida a los demás jóvenes, ni quien, por respeto
humano, se abstenga de amonestar a quien necesite ser amonestado.
¿Por qué se quiere sustituir la caridad por la frialdad de un reglamento?"
Terminaba Don Bosco su larga epístola con estas palabras que dictó
llorando (según atestigua el secretario):
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27.4 Page 264

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"Basta que un joven entre en una casa salesiana, para que la Santí-
sima Virgen lo tome bajo su celestial protección. ¡Oh, mis queridos
hijos! se acerca el tiempo en que tendré que separarme de vosotros y
partir para la eternidad. ¿Sabéis lo que desea de vosotros este pobre
viejo, que ha gastado toda su vida en favor de sus queridos jóvenes?
Sólo que vuelvan a florecer los días felices del antiguo oratorio: las jor-
nadas del afecto y la confianza entre los jóvenes y los superiores; los
días del espíritu de condescendencia y de mutua tolerancia por amor a
Jesucristo; los días de los corazones abiertos a la sencillez y al candor;
los días de la caridad y de la verdadera alegría para todos".
"..".
262
Don Bosco confiesa al niño Pablo Albera, que será su
segundo sucesor. La foto es de 1871.

27.5 Page 265

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34
Adios a una madre
y a un muchacho
El primer domingo de abril de 1855 predicó Don Sosco a los mucha-
chos y les habó de la santidad. Más de uno arrugó el ceño. Domingo
Savio, en cambio, escuchó con toda atención. A medida que Don
Sosco, con su hermosa voz ardiente y persuasiva, adelantaba en el
tema, le parecía que el sermón era sólo para él. Ser santo como el prin-
cipito San Luis, como aquel gran misionero Francisco de Javier, como
tantos mártires de la Iglesia...
Desde aquel momento Domingo Savio empezó a soñar. Y su sueño
fue la santidad.
El 24 de junio era el día onomástico de Don Sosco. Como todos los
años hubo una gran fiesta en el Oratorio. Don Bosco, en un intercambio
de afecto y de buena voluntad, les dijo:
- Escriba cada uno en un papelito el regalo que desea recibir de mí.
Os aseguro que haré lo posible por contentaros.
un papelito con cuatro palabras
Cuando Don Bosco leyó los papelitos se encontró con algunas peti-
ciones serias y sensatas. También las hubo extravagantes, que le hicie-
ron sonreír: uno pedía cien kilos de turrón "para todo el año". En el
papelito de Domingo Savia no había más que cuatro palabras: "Ayú-
deme a hacerme santo".
Don Sosco tomó en serio aquellas palabras. Llamó a Domingo y le
dijo: "Quiero regalarte la fórmula de la santidad. Hela aquí: Primero,
alegría. Lo que conturba y roba la paz, no viene de Dios. Segundo: tus
deberes de clase y de piedad. Atención en la escuela, entrega al estu-
dio, entrega a la piedad. Todo ello por amor al Señor y no por ambi-
ción. Tercero: hacer el bien a los demás. Ayuda siempre a tus compa-
ñeros, aunque te cueste algún sacrificio. En eso, está toda la santidad".
263

27.6 Page 266

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Domingo se comprometió del todo. En la Vida de Domingo Savia,
que Don Bosco escribió inmediatamente después de su muerte, se
cuentan muchos episodios, sencillos y conmovedores. Recordamos uno
de ellos.
Cierto día un muchacho había llevado al Oratorio una· revista ilustrada
con figuras poco decentes. Enseguida le rodearon cinco o seis compa-
ñeros. Miraban, reían alegremente. También Domingo se acercó. Arran-
có de las manos del propietario la revistilla y la hizo pedazos. El mu-
chacho empezó a protestar, pero también Domingo protestó, en voz
más alta:
- ¿Cómo traes esto al Oratorio? ¿Don Bosco trabaja todo el día para
hacernos buenos ciudadanos y buenos cristianos .Y tú traes a su casa
esta porquería? ¡Estas figuras ofenden al Señor y no deben entrar aquí!
Llegaron y pasaron volando las vacaciones escolares del 1855. Al
regresar los muchachos, en octubre, al oratorio, volvió Don Bosco a ver
a Domingo Savia y se quedó preocupado:
- ¿No has descansado durante las vacaciones?
- Sí, Don Sosco, ¿por qué lo dice?
- Estás descolorido. ¿Cómo es eso?·
- Tal vez el cansancio del viaje... -y sonrió tranquilamente.
Pero no era un cansancio pasajero. Los ojos hundidos y brillantes, el
rostro pálido y demacrado decían bien a las claras que la salud de
Domingo no era buena. Don Bosco decidió tomar alguna precaución.
- Este aíio no irás a clase a la ciudad. Salir con la lluvia y la nieve
no te iría bien. Irás a clase con don Francesia, aquí en casa. Así podrás
descansar un poco más por la mañana. Y modérate en el estudio: la
salud es un don de Dios y no debemos gastarla.
Domingo obedeció. Pero, unos días después, como si previese algo
grave a punto de sucederle, dijo a Don Bosco:
- Ayúdeme a hacerme santo deprisa.
La ..compañía ele la 1nmaculat1a••
Domingo se hizo muy amigo de Miguel Rúa y de Juan Cagliero, aun-
que le llevaban cinco y cuatro años. Tenía otros amigos estupendos,
muchachos llegados al oratorio aquellos años: Bongiovanni, Durando,
Cerruti, Gavio, Massaglia.
A primeros de 1856, los internos del oratorio era 153: 63 estudiantes y
90 artesanos.
Al llegar la primavera, Domingo tuvo una idea. ¿Por qué no unirse los
jóvenes más voluntariosos, en una especie de 11sociedad secreta", y
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27.7 Page 267

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convertirse en grupo compacto de pequeños apóstoles, en medio de la
masa de los otros? Habló de ello con algunos. Cuajó la idea. Se decidió
llamar a la sociedad "Compañía de la Inmaculada".
Don Sosco. ta autorizó, pero sugirió no precipitar las cosas. Que pro-
baran primero, que hicieran un pequeño reglamento. Y, luego, ya se
hablaría.
Lo probaron. En la primera "reunión" se decidió a quiénes invitar
para inscribirse: pocos, de confianza, capaces de guardar el secreto. Se
discutió el nombre de Francesia, jovencísimo profesor de letras, mu-
chacho cándido, amigo de todo el mundo. Fue descartado por charla-
tán e incapaz de guardar un secreto.
La asamblea encargó a tres de los inscritos para esbozar el regla-
mento: Miguel Rúa, de 19 años, José Bongiovanni, de 18, Domingo
Savia, de 14. Don Bosco afirma que el que escribió el texto fue Domin-
g·o. Los otros lo retocaron.
El pequeño reglamento constaba de 21 artículos. Los socios se com-
prometían a ser mejores, con la protección de la Virgen y la ayuda de
Jesús Eucarístico; a ayudar a Don Sosco convirtiéndose, con prudencia
y delicadeza, en pequeños apóstoles entre los compañeros; a esparcir
alegría y tranquilidad en derredor.
El artículo 21, el concluyente, resumía el espíritu de la Compañía:
"Una sincera, filial, ilimitada confianza en María, una ternura singular
con ella, una devoción constante nos harán superiores a toda dificultad,
tenaces en los propósitos, severos con nosotros mismos, amables con
el prójimo y exactos en todo".
La Compañía se inauguró el 8 de junio de 1856, ante el altar de la
Virgen, en la Iglesia de san Francisco. Todos prometieron ser fieles a su
compromiso.
Aquel día había realizado Domingo su obra maestra. No le quedaban
más que nueve meses de vida, pero su "Compañía de la Inmaculada"
duraría más de cien años (con exactitud, hasta 1967). Se convertiría en
todas las Casas Salesianas en. un grupo de muchachos comprometidos
y de futuras vocaciones sacerdotales.
Los socios de la Compañía determinaron "cuidar" cierta categoría de
muchachos que, en su lenguaje secreto, llamaron 11clientes": los indis-
ciplinados, los fáciles a decir palabrotas y pegarse. Cada socio seguía a
uno, y le hacía de "ángel custodio", durante el tiempo necesario para
ponerle en buen camino. Otra categoría de "clientes" era la de los
recién llegados. Les ayudaban a pasar alegremente los primeros días,
mientras no conocían a ninguno. ni sabían los juegos, hablaban en el
dialecto de su pueblo y sentían nostalgia.
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27.8 Page 268

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Durante la Cuaresma de aquel año 1856, Domingo Savio (que tanto
recordaba a Don Bosco la figura pálida y tensa de Luis Comollo) cayó
en algunas exageraciones. De tanto oír, en las lecturas litúrgicas del
tiempo, las constantes invitaciones a la penitencia, quiso hacer algunas
también él. Un asistente del comedor advirtió a Don Sosco de que Do-
mingo Savio ayunaba.
Le llamó inmediatamente. Por la franca conversación supo que
Domingo no sólo había comenzado a 11ayunar a pan y agua al menos el
sábado", sino que había ido· más allá: había quitado de la cama la
manta (pese al clima todavía fresco), había colocado trozos de ladrillo
bajo la sábana para perturbar el sueño. Don Bosco le cortó con deci-
sión:
- Te prohibo absolutamente toda penitencia. O mejor, te impongo
una: la obediencia. Es una penitencia que cuesta, agrada al Señor, y no
arruina la salud. Obedece y eso basta para ti.
Mamá Margarita se va...
15 de noviembre de 1856. Mamá Margarita cae enferma. Una violenta
pulmonía, que inmediatamente se manifiesta mortífera para sus 68
años, gastados por el exceso de trabajo. Por un momento, parece que
la vida del oratorio se para. ¿Cómo tirar adelante sin ella? Se alternan
junto a su lecho los clérigos de Don Bosco, los muchachos mayores.
Cuántas veces entraron en la cocina diciendo:
- Mamá, ¿me da una manzana?
- Mamá, ¿está ya la menestra?
- Mamá, no tengo pañuelo.
- Mamá, se me han roto los pantolones.
El heroísmo de aquella gran mujer. que se está apagando, se ha
hecho a base de jirones para remendar, de heno y trigo para segar, de
ollas y colada. Pero en medio de aquellas humildes ocupaciones había
la fortaleza de no cansarse nunca, la confianza en la Providencia.
Pelando patatas y meneando la polenta saltaban las lecciones de fe, el
buen sentido práctico, la dulce bondad de la mamá.
De ella ha aprendido Don Bosco su sistema educativo. Es él el pri-
mero que ha sido educado con razón, religión y amabilidad. La Con-
gregación Salesiana fue mecida sobre las rodillas de Mamá Margarita,
que ahora se apaga como la llama de una candela.
Llega desde I Becchi José, con los nietos mayores. El Teólogo Borel,
su confesor desde que vino a Turín, va a llevarle el Viático.
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Junta las últimas fuerzas para hablar con su Juan:
- Que vigiles, porque muchos en vez de la gloria de Dios. buscan
,us propios intereses... Hay algunos junto a ti que aman la pobreza
para los demás, mas no para ellos. Lo que queremos para los demás,
tenemos que comenzar a hacerlo nosotros.
No quiere que Juan la vea sufrir, piensa en los demás hasta el último
momento.
- Sal, Juan... Sufres demasiado al verme así. Recuerda que esta vida
consiste en padecer. El verdadero goce está en la vida eterna... Ahora,
sal, te lo pido por favor... Reza por mí, adiós.
Margarita Sosco ha expresado en esas sencillas palabras la genuina
"concepción cristiana de la vida" de la gente campesina. La convicción
que ha ayudado a hombres y mujeres del campo a seguir adelante en la
vida, a pesar de la carestía, la muerte de los hijos, la fatiga que mataba.
Y esto durante siglos.
Junto a la vieja mamá que muere están José y don Víctor Alasonatti.
Expira a las tres de la mañana del 25 de noviembre, José va a la habita-
ción de Don Sosco, y se echan los brazos al cuello llorando.
Dos horas después, llama Don Sosco a José Buzzetti. Es el amigo de
los momentos más amargos, el único ante quien no tiene vergüenza de
que le vean llorar. Va a celebrar la misa por su madre en la cripta del
Santuario de la Consolata. Se arrodillan, después, ante la imagen de la
Virgen y solloza Don Sosco: "Ahora mis hijos y yo nos quedamos sin
madre en la tierra. Quédate a nuestro lado, haznos tú de madre".
Unos días más tarde, va Miguel Rúa a buscar a la suya, la señora
Juana María:
- Desde que ha muerto mamá Margarita -le dice- no sabemos
cómo apañarnos. No hay nadie para hacer la comida, remendar la ropa.
Mamá, ¿quieres venir tú?
Con sus 56 años a cuestas, la señora Juana María sigue al hijo y se
convierte en la segunda mamá del oratorio. Lo será durante 20 años.
un muchacho que habla con Dios
Diciembre. Las calles de Turín están salpicadas con las primeras nie-
ves. Es de noche y brillan los faroles. Don Bosco, igual que siempre,
inclinado sobre su mesa despacha un montón de cartas que aguardan
respuesta. Le tendrán atado hasta más allá de medianoche. Llaman sua-
vemente a la puerta:
- Adelante. ¿Quién es?
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27.10 Page 270

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- Soy yo -dice Domingo Savia entrando rápidamente-. Venga,
pronto, venga, hay una obra de caridad que hacer.
- ¿Ahora, de noche? ¿A dónde quieres llevarme?
- Pronto, Don Sosco, pronto.
Don Sosco duda. Pero mira a Domingo y ve que su cara, tranquila de
ordinario, está muy seria. Hasta sus palabras tienen la decisión de un
mandato. Se levanta Don Sosco, toma el sombrero y le sigue.
Desciende Domingo rápidamente las escaleras, sale del patio, enfila
decididamente la calle hacia la ciudad, dobla una esquina, otra. No
habla ni se detiene. Marcha seguro por el dédalo de calles y callejuelas.
Sube una escalera. Don Sosco siempre detrás: primer piso, segundo,
tercero. Domingo se detiene. Llama. Antes de que nadie acuda para
abrir, dice a Don Bosco:
- Aquí es donde debe entrar. Y se vuelve a casa.
Se abre la puerta. Se asoma una mujer desgreñada. Ve a. Don Sosco
y exclama:
- El Señor le envía. Deprisa, deprisa, si quiere llegar a tiempo. Mi
marido tuvo la desgracia de abandonar la fe hace muchos años. Se está
muriendo y pide, por favor, confesarse.
Don Bosco se acerca al lecho del enfermo y se encuentra con un
pobre hombre espantado, a punto de morir. Le confiesa, le absuelve. Y
unos minutos después fallece.
Pasan unos días. Don Sosco está todavía impresionado por lo suce-
dido. ¿Cómo se ha enterado Domingo de aquel enfermo? Se acerca a él
un momento, cuando nadie puede oír:
- Domingo, la otra noche fuiste a mi despacho a buscarme, ¿quién
te había hablado de aquel enfermo? ¿Cómo lo supiste?
Entonces sucede lo que Don Bosco no esperaba: el muchacho le
mira tristemente y se echa a llorar. Don Sosco no se atreve a hacerle
más preguntas, pero entiende que en su Oratorio hay un muchacho que
habla con Dios.
..,Podré ver a mis compañeros desde el Paraíso,..
En febrero de 1857 pasó por Turín un invierno frigidísimo. Domingo
Savia se puso más pálido. Una tos profunda le sacudía, y sus fuerzas
disminuían rápidamente. Don Bosco, preocupado, llamó a médicos
famosos para que le vieran. El profesor Vallauri, después de una cuida-
dosa visita, dijo:
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28 Pages 271-280

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28.1 Page 271

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- La complexión delicada y la tensión de espíritu continua son como
limas que desgastan la vida.
- ¿Qué puedo hacer por él? -insistió Don Bosco-.
Vallauri se encogió de hombros. La medicina apenas si existía prácti-
camente por entonces.
- Envíele a tomar los aires nativos y que suspenda por algún tiempo
los estudios.
Al saber Domingo la decisión, se resignó. Pero le sabía muy mal
tener que dejar los estudios, los amigos y especialmente a Don Sosco.
- ¿Por qué no quieres ir a disfrutar de la compañía de tus padres?
- Porque me gustaría acabar mis días aquí, en el oratorio.
- No digas eso. Tú ahora vas a casa, mejoras y vuelves.
- Eso no, -sonrió Domingo, sacudiendo la cabeza-. Yo me voy y
no volveré. Don Bosco, es la última vez que podemos hablarnos. Díga-
me: ¿qué puedo hacer aún por el Señor?
- Ofrécele a menudo tus sufrimientos.
- Y ¿qué más?
- Ofrécele también tu vida.
- ¿Podré ver desde el Paraíso a mis compañeros y a mis padres?
- Sí -murmuró Don Bosco venciendo su conmoción.
- Y... ¿podré venir a verle?
- Si el Señor lo quiere, podrás venir.
Era el 1 de marzo y domingo. La despedida más conmovedora fue la
de los amigos de la "Compañía". Después, llegó la tartana de su tío,
que debía llevarle hasta Mondonio. Al torcer la calle agitó todavía su
mano despidiendo al oratorio, a los amigos, a "su" Don Bosco, que se
quedó con un profundo pesar mirando cómo se alejaba el carruaje. Se
había marchado su mejor alumno, el santito que la Virgen había rega-
lado al oratorio durante tres años.
Casi de improviso, el 9 de marzo de 1857, se apagaba. A su lado esta-
ba su padre. Apenas si pudo susurrar:
- Adiós, papá... me decía el párroco... pero yo no recuerdo... ¡qué
cosas más hermosas veo...!
Pío XII le declaró santo el 12 de junio de 1954. El primer santo a los
quince años.
La faJa color de sangre
Don Bosco le volvió a ver todavía una vez, en un gran "sueño" que
tuvo en Lanzo, durante la noche del 6 de diciembre de 1876. Su narra-
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28.2 Page 272

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ción ocupa doce apretadas páginas del 121:1 volumen de las Memorias
Biográficas. Nos vemos obligados a hacer un breve resumen del mismo:
"Me pareció hallarme junto a una inmensa llanura, azul como el mar.
Pero no haQía agua: parecía un limpio y luciente cristal. Sonaba por los
aires una música dulcísima.
Cuando, he aquí que apareció ante mí una inmensa cantidad de jóve-
nes: conocía a muchísimos, que habían estado en el oratorio y en otros
colegios nuestros; pero, la mayor parte me era desconocida. La inter-
minable turba se dirigía hacia mí. A su cabeza avanzaba Domingo
Savio, e inmediatamente detrás de él mucho clérigos y sacerdotes,
guiando cada uno un escuadrón de jóvenes.
Domingo Savio se destacó del grupo y avanzó. tan cerca de mí que,
de haber extendido la mano, le hubiese tocado. ¡Qué hermoso iba! Una
túnica blanquísima le cubría hasta los pies. Una ancha faja roja ceñía
su cintura. Tenía la cabeza cubierta de rosas. Parecía un ángel.
Domingo Savio abrió los labios:
- ¿Por qué estás mudo? ¿No eres tú aquel hombre que no se espan-
taba de nada, que aguantaba calumnias, persecuciones, enemigos, an-
gustias y peligros de toda suerte? ¿Por qué no hablas?
Respondí balbuciendo:
- Entonces, ¿tú eres Domingo Savio?
- Sí, soy yo. ¿No me reconoces? He venido para hablar contigo.
Nos hemos hablado tantas veces en la tierra. Cuántas veces tú me diste
señales de amistad. ¿Acaso no correspondí yo a tu cariño? ¡Mi con-
fianza contigo era grandísima!
- Pero ¿dónde estamos?
- En el lugar de la felicidad.
- ¿Por qué llevas esta ·túnica esplendorosa? ¿Y por qué esa faja roja
a la cintura?
Una voz cantó las palabras de la Biblia: "Son como vírgenes y siguen
al Cordero doquiera vaya". Entonces comprendí que la faja roja, color
de sangre, era el signo de los grandes sacrificios realizados, casi del
martirio sufrido para conservar la hermosa virtud de la pureza. El
esplendor del vestido era el signo de la inocencia bautismal conservada.
- ¿Por qué vas delante de los demás? -le pregunté todavía-.
- Soy embajador de Dios. Te digo, en cuanto al pasado, que tu
Congregación ha hecho mucho bien. ¿Ves este número incontable de
jóvenes? Fueron salvados por ti, por tus sacerdotes y clérigos y otros
que tú pusiste en el camino de la vocación. Pero, serían muchos más. si
hubieses tenido más fe y confianza en el Señor.
- ¿Y el presente?
270

28.3 Page 273

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Domingo me entregó un ramito de flores: rosas, violetas, lirios, gen-
cianas, espigas de trigo... Y dijo:
- Preséntalo a tu~ hijos. La rosa es el emblema de la caridad, la vio-
leta de la humildad, la genciana de la penitencia, el lirio de la castidad,
las espigas del amor a la Eucaristía.
- ¿Y para el porvenir?
- Sábete que Dios prepara grandes cosas a tu Congregación. Le
espera mucha gloria. Pero procura que tus salesianos no se salgan del
justo sendero que les has señalado. Si los tuyos se mantienen dignos
de su alta misión, el porvenir será esplendoroso y salvará una infinidad
de personas. A condición de que tus hijos sean devotos de la bienaven-
turada Virgen María y sepan conservar la virtud de la castidad, que
tanto agrada a los ojos de Dios.
- ¿Yen cuanto a mí?
- Oh, si supieses ¡cuántas vicisitudes tienes que pasar todavía!
Extendí entonces las manos para abrazar a aquel santo hijito, pero
escaparon de mí sus manos como si fuesen de aire y no pude abra-
zarle ... "
Mamá Margarita, a los
67 años. Pintura de
José Rollini, sacada de
un apunte de Bartolomé
Bellisio. Cuando se
lo regalaron a Don Bosco,
en 1855, éste exclamó:
"¡Es ella! ¡Sólo le falta
hablar!".
271

28.4 Page 274

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35
"Fraile o no,
me quedo con Don Bosco"
Un día del verano de 1857, Don Sosco fue recibido por el ministro
Ratazzi. La conversación cayó sobre la "obra de los oratorios", que el
ministro apreciaba, particularmente después del hecho de los jóvenes
atendiendo a los enfermos del cólera y del paseo de los de la Generala.
Según la relación de Lemoyne la conversación se desarrolló de este
modo:
- Yo deseo, Don Bosco, que viva usted muchos años. Pero, también
puede usted morir. ¿Qué pasará entonces con sus muchachos?
- Le devuelvo la pregunta, ministro. ¿Qué podría yo hacer para
garantizar la supervivencia de mi obra?
- A mi entender, usted debería escoger algunos, entre los seglares y
eclesiásticos de su confianza, y formar una Sociedad, embeberles de su
espíritu, amaestrarles según su sistema. Ahora serían sus ayudantes y
mañana sus continuadores.
Don Sosco sonrió.
- Pero hace dos años que usted ha hecho aprobar una ley para la
supresión de muchas Comunidades religiosas. Y lo que usted propone
ahora mismo es precisamente una nueva comunidad religiosa. ¿La deja-
rá sobrevivir el gobierno?
- Conozco bien la ley de la supresión -sonrió a su vez Ratazzi-.
Usted puede fundar una Sociedad, que ninguna ley podrá hundir.
- ¿Y cómo?
- Un Estado laico no podrá reconocer nunca una "Sociedad reli-
giosa" dependiente de la lglesi"a, es decir de una autoridad distinta de la
suya. Pero si nace una sociedad, cuyos miembros conservan los dere-
chos civiles, se sujetan a las leyes del Estado, pagan los tributos, el
Estado no puede tener nada que decir. De cara a esto, esta Sociedad
no es más que una asociación de ciudadanos libres, que se unen y
viven juntos para una finalidad benéfica, como otros se unen para un
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28.5 Page 275

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fin comercial, industrial, de socorros mutuos. Si después, en su foro
interno, esos socios aceptan también la autoridad de los obispos y del
Papa, el Estado se lava las manos de eso: se autoriza cualquier clase de
asociación de ciudadanos libres, con tal que se respeten las leyes y la
autoridad del Estado.
.
Don Bosco dió gracias al ministro y le prometió reflexionar sobre
ellos. Ratazzi no había hecho más que dar forma cristalina a las ideas
que Don Bosco mantenía dentro de sí mismo, desde hacía años. Preci-
samente él andaba estudiando cómo fundar una Congregación que "de
cara a la Iglesia" fuese de religiosos, y de "cara al Estado" fuese de
libres ciudadanos. La principal dificultad era esta: ¿aceptaría la Santa
Sede una nueva impostación, que prácticamente aceptaba la división
entre Estado e Iglesia (principio liberal), y revolucionaba los esquemas
clásicos de la vida religiosa? Hasta entonces los religiosos habían sido
tales "lo mismo de cara al Estado que de cara a la Iglesia".
un primer esbozo escrito
para la Congregactón 1111e nacía
Don Sosco pensaba en la "fórmula" y se preocupaba de las personas
que habrían de formar su Congregación. Los colaboradores adultos le
habían ido abandonando uno tras otro. La Virgen le había indicado, a
través de sueños, el camino a seguir: sacar los pastores de entre la
grey.
Miguel Rúa, el primero, hacía los votos en 1855.
Unos meses depués los hizo don Víctor Alasonatti.
En el 1856 le tocó el turno a Juan B. Francesia, que compuso para tal
ocasión un solemne poema en latín.
Pero ninguno de los tres creía formar parte de una "'Congregación".
Pensaban solamente que se unían más estrechamente a Don Boscó
para "echarle una mano".
Y Don Sosco seguía siendo muy prudente: las congregaciones y los
frailes no estaban de moda, por entonces. Evitó cuidadosamente todos
los visos de "costumbres religiosas: nada de meditaciones regulares, ni
largas oraciones. ni prácticas austeras" (E. Ceria).
Por lo demás, hasta 1859 nada autorizaba a Don Bosco a declararse
"cabeza de una congregación religiosa". Estaba rodeado de un buen
número de clérigos que habían recibido de él la sotana. Pero esto había
sido posible, sólo por cuanto el arzobispo veía su necesidad de cara a
la "obra de los oratorios". Y por otra parte, estos clérigos habían
pasado un examen preliminar en la Curia de la ciudad, asistían a clase
273

28.6 Page 276

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en el seminario, excepción hecha de unos pocos, dispensados porque
su trabajo era indispensable en el Oratorio. Don Sosco gobernaba los
oratorios, el internado de Valdocco, los clérigos, bajo la autoridad del
arzobispo de Turín, monseñor Fransoni.
No había apariencias, pero la sustancia se iba condensando. Hacía
falta un primer esbozo escrito de la Congregación que nacía, una
"regla:' que fijase los puntos esenciales del espíritu y del método.
Don Sosco empezó silenciosamente este trabajo en 1855: acudió a su
experiencia, a los "reglamentos" que había trazado para el Oratorio, se
aconsejó, se documentó cuidadosamente sobre las reglas de las anti-
guas órdenes y de las congregaciones más recientes, como el Instituto
de la Caridad de Rosmini y los Oblatos del abate Lanteri.
La conversación con Ratazzi (en la que el ministro solamente le había
repetido lo que públicamente había expuesto en la Cámara de Diputa-
dos) fue un "rayo de luz'' que le hizo comprender· cómo podía adaptar
lo sustancial de la vida religiosa a las .nuevas condiciones impuestas
por las condiciones políticas. Don Sosco defenderá con decisión los
"derechos civiles11 de sus religiosos.
A fines de 1857, el primer texto de la "regla" salesiana {que indiferen-
temente será llamado Reglas o Constituciones) ya estaba pronto. Ini-
ciaba un enervante trabajo para obtener la aprobación de las autorida-
des religiosas.
Monseñor Fransoni, puesto al corriente de la iniciativa de Don Sosco,
en su destierro de Lyon, le animó mucho. Para mayor seguridad le
aconsejó fuera a presentar su proyecto al papa Pío IX..
Audiencia con el Papa
Durante los primeros _d.ías de febrero de 1858, Miguel Rúa pasa
muchas horas de la noche copiando, con su elegante caligrafía, el
manuscrito de las Reglas. Don Bosco le ha recomendado:
- Cópialas bien. Iremos juntos a llevárselas al Papa.
El 18 de febrero parten juntos hacia Roma. Era un viaje largo y difícil
en aquel tiempo: parte, lo hacen por tierra y parte, por mar, provistos
del correspondiente pasaporte. Don Sosco, antes de partir, cree opor-
tuno hacer testamento. Confía el Oratorio a don Víctor Alasonatti.
El 9 de marzo tiene Don Sosco la primera audiencia con Pío IX. El
Papa le demuestra una benevolencia que nunca será desmentida. No
esconde su admiración por la actividad exuberante del sacerdote turi-
nés. Aprueba la intención de fundar una Congregación adaptada a los
274

28.7 Page 277

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tiempos, y añade algunas recomendaciones: la más importante la de
ligar entre sí a sus socios no sólo con "promesas" (como había suge-
rido Ratazzi) sino con verdaderos "votos religiosos". Dice a Don Bosco
que también el Papa necesita pensar en ello. "Id, rezad, volved después
de algunos días y os diré mi pensamiento".
Satisfecho de la acogida, Don Bosco repasa el texto de las Reglas y
lo vuelve a hacer copiar por Rúa.
21 de marzo. Segunda audiencia de Pío IX. El Papa ya ha pensado, y·
precisa su idea:
"Me he convencido de que vuestro proyecto puede hacer mucho bien
a la juventud. Hay que realizarlo. Las Reglas deben ser suaves y de fácil
observancia. La forma de vestir, las prácticas de piedad no os distingan
en medio del mundo. Tal vez. a este fin, sería mejor llamarla Sociedad y
no Congregación. En fin, haced de modo que cada uno de sus miem-
bros sea un religioso, de cara a la Iglesia, y un ciudadano en la socie-
dad civil.".
Don Bosco pensó rápidamente que Pío IX y Ratazzi estaban bastante
de acuerdo. Presentó al Papa el breve texto de las Reglas:
"En este Reglamento, retocado según vuestras recomendaciones, está
encerrada la disciplina y el espíritu que nos guía desde hace veinte
años".
Aquellas Reglas no tenían nada de monástico. Se trataba de una
sociedad de eclesiásticos y seglare's unidos por los votos y deseosos de
consagrarse al bien de la juventud pobre. Eran ciudadanos de cara al
Estado: "Cada uno, al entrar, no perderá sus derechos civiles, ni aún
después de haber hecho los votos, porque conserva la propiedad de
todo lo suyo". Eran religiosos de cara a la Iglesia: "Los frutos de sus
bienes, durante todo el tiempo que permanezcan dentro de la Congre-
gación, deberán ser cedidos a favor de la Congregación".
"En la tercera y última audiencia del 6 de abril -cuenta E. Ceria en
los Anales de Sociedad Salesiana- Pío IX le devolvió el manuscrito,
diciéndole lo paGara al cardenal Gaude".
Este cardenal piamontés sostenía óptimas relaciones con Don Bosco.
Leyó, retocó, y aconsejó a Don Bosco que se experimentasen las Reglas
así retocadas. Después se presentarían de nuevo al Papa.
Don Bosco salió de Roma el 14 de abril.
una semana para decidir
9 de diciembre de 1859. Cree Don Bosco que ha llegado el momento
de hablar abiertamente de Congregación religiosa. Habla, poco más o
menos así, a los diecinueve "salesianos" reunidos en su habitación:
275

28.8 Page 278

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11Hace mucho tiempo que pensaba fundar una Congregación. Ha lle-
gado el momento de realizarlo. El santo Padre Pío IX ha alabado.y ani-
mado mi propósito. Verdaderamente esa Congregación no nace ahora:
ya existía con el conjunto de Reglas que vosotros habéis observado por
tradición ... Se trata ahora de seguir adelante, de constituir formalmente
la Congregación y de acepta~ sus Reglas. Sabed, sin embargo, que
solamente serán inscritos aquéllos que, después de haber reflexionado
seriamente, quieran hacer a su tiempo los votos de pobreza, castidad y
obediencia... Os dejo una semana de tiempo para pensar en ello".
A la salida de la reunión hubo un silencio desacostumbrado. Pronto
se pudo constatar, al abrirse las bocas que Don Bosco había tenido
razón en proceder con lentitud y prudencia. Algunos barbotaban entre
dientes que Don Bosco pretendía hacer de ellos unos frailes. Cagliero
cruzaba a grandes pasos el patio, víctima de sentimientos contradic-
torios.
Pero el deseo de "quedarse con Don Bosco''. se apoderó de la mayo-
ría, Cagliero soltó aquella frase, que se haría histórica: "Fraile o no, yo
me quedo con Don Sosco".
En la "conferencia de adhesión", que se celebró el 18 de diciembre
por la noche, sólo dos de los diecinueve de la conferencia precedente
no asistieron. El resumen del acta, redactada por don Alasonatti decía:
11 En la habitación del sacedorte Juan Bosco, se reunieron a las nueve
de la noche: Don Bosco, el sacerdote Víctor Alasonatti, los clérigos
Angel Savia, diácono, Miguel Rúa, subdiácono, Juan Cagliero, Juan
Bautista Francesia, Francisco Provera, Carlos Ghivarello, José Lazzero,
Juan Bonetti, Juan Anfossi, Luis Marcelino, Francisco Cerrutti, Celes-
tino Durando, Segundo Pettiva, Antonio Rovetto, César José Bongio~
vanni y el joven Luis Chianale.
Plugo a los allí reunidos constituirse en Sociedad o Congregación ...
Rogaron unánimemente a Don Sosco, iniciador y promotor, quisiera
aceptar el cargo de Superior Mayor, el cual aceptó con la reserva de
nombrar al Prefecto: le parecía no debía cambiar de aquel cargo el
escribiente ...
Fue elegido por unanimidad Director Espiritual el subdiácono Miguel
Rúa. Fue reconocido, como Ecónomo, el diácono Angel Savio. Y, hecha
la votación, salieron elegidos consejeros los clérigos Juan Cagliero,
Juan Bonetti y Carlos Ghivarello. Así quedó definitivamente constituido
el cuerpo administrativo (llamado después Capítulo Superior) de nues-
tra Sociedad,,.
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"Oué tienes aue hacer en el arato,10111
Había nacido la Congregación. Don Sosco tuvo una gran alegría.
Pero creo le quedó aquel día una pena en el fondo del alma: entre los
diecisiete que habían aceptado no estaba su querido José Buzzetti.
Manejando una pistola (para defender los objetos expuestos en la
primera lotería) había sufrido un accidente grave: de resultas, tuvieron
que cortarle el dedo indice de la mano izquierda. Esto era, por aquel
entonces, un impedimento serio para ser sacerdote. El accidente, "uni-
do a su humildad", observa Lemoyne, persuadió a Buzzetti a renunciar
a la sotana.
Pero dedicaba todo el tiempo de la jornada. a "su" Don Bosco y al
Oratorio. Atendía todas las necesidades de la casa -enumera Lemo-
yne- asistía al comedor, preparaba las mesas. cuidaba de la limpieza.
daba clases de ca.tecismo, llevaba la administración y se preocupaba
del envío de las Lecturas Católicas. Dirigió la escuela de canto hasta
1860, en que la cedió a Juan Cagliero. "Con su mente perspicaz y su
rápida actividad era el animador de todas las loterías, buscaba trabajo
para los talleres, regulaba el pan y proveía las ·compras".
El Oratorio era carne de su carne. Cuando se hundió el edificio casi
terminado, examinó detalladamente las facturas. Encontró encargos de
material de ínfima clase y atacó al empresario con palabras graves. El
mismo Don Sosco tuvo que calmarle:
- Hay que tener paciencia. Ya verás como el Señor nos ayudará.
- Sí, sí, ¡nos ayudará! Mientras tanto usted vela~ trabaja día y noche
para alcanzar un centenar de liras, y éstos le roban miles en un momen-
to. Hay que darles una buena lección.
- Dejémoslo correr. Si se la merecen, ya se la dará el Señor.
Buzzetti (sigue diciendo Lemoyne del que hemos tomado et diálogo)
era el guardaespaldas de Don Bosco, le acompañaba siempre que temía
un peligro, iba a esperarle por la noche. Su tipo fuerte, su espesa barba
roja, detuvieron a algunos malintencionados que quisieron atacar al
cura de Valdocco.
Sus hermanos albañiles (Carlos se había convertido en un estupendo
maestro de obras) le dijeron varias veces:
- Si no quieres hacerte sacerdote ¿qué tienes que hacer en el Ora-
torio? Muerto Don Bosco. ¿cómo te las arreglarás sin saber ningún
oficio?
Yél:
- Don Sosco me ha asegurado que. aún después de su muerte,
siempre habrá para mí un pedazo de pan. Y eso me basta.
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Y sin embargo este joven (27 años tenía en el 1859), que habría dado
la vida por Don Sosco, no se sentía con fuerzas para profesar los votos
y hacerse salesiano.
El primer "seglar" admitido en la Sociedad Salesiana fue José Rossi.
El "capítulo de la Sociedad Salesiana" se reunió para decidir su admi-
sión el 2 de febrero de 1860. Con Aossi, apareció por vez primera la
palabra "coadjutor" en el vocabulario de la Congregación, con el signi-
cado de "salesiano seglar".
La crisis de José auzzettl
El 14 de mayo de 1862 señaló una nueva etapa en la consolidación de
la Sociedad Salesiana. Reunido~. según costumbre, en la habitación de
Don Sosco. todos los "socios", respondiendo a la invitación de Don
Sosco, "prometieron a Dios observar las Reglas haciendo voto de
pobreza, castidad y obediencia por tres años". Eran veintidós, sin com-
prender al fundador.
Al acabar dijo Don Sosco: "Mientras me hacíais a mí estos votos, yo
los hacía a este Crucifijo para toda mi vida, ofreciéndome en sacrificio
al Señor".
Formaban parte del grupo de los veintidós, dos seglares muy diferen-
tes entre si. El primero, José Gaia, sería por muchos años cocinero del
oratorio. El segundo, Federico Oreglia de San Stefano, pertenecía a la
aristocracia de Turín. Don Bosco se lo había ganado durante unos
Ejercicios Espirituales, haciéndole cerrar un periodo de "vida aventurera
y galanteadora". Durante nueve años realizó muchos servicios en el Ora-
torio y luego entró en los Jesuitas.
Una tentación fácil, durante los años siguientes en los que se adhirie-
ron otros seglares a la Congregación, fue la de considerar a los no
sacerdotes y clérigos como "criados" de la casa, o al menos como "una
categoría de segundo orden".
Con este contexto nació probablemente la "crisis" de José Buzzetti.
La cuenta Lemoyne en el quinto volumen de las Memorias Biográficas,
de donde la tomamos.
El intuía que la antigua vida patriarcal de familia sería modificada por
los Reglamentos; veía cómo la dirección de la casa pasaba poquito a
poco a manos de los clérigos, lo mismo que las incumbencias que
antes le estaban confiadas a él. La melancolía y el abatimiento le deci-
dieron a marcharse. Se buscó un trabajo en Turín y fue a despedirse de
ya Don Sosco. Con su acostumbrada franqueza le dijo que se estaba
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convirtiendo en la última rueda del carro, que le tocaba obedecer a los
que él había visto llegar de niños, a los que había enseñado a limpiarse
los mocos. Manifestó su gran pena por tener que marcharse de aquella
casa que había visto levantarse, desde los días del sotechado.
Don Sosco no le dijo: "Me dejas solo. ¿Cómo me las apañaré sin ti?"
No tuvo compasión de sí mismo. Pensó en él, en su amigo más querido:
"¿Ya has encontrado trabajo? ¿Te pagarán bien? No tienes dinero y
ciertamente te hará falta para los primeros gastos". Abrió los cajones de
la escribanía: "Tú conoces, mejor que yo, estos cajones. Toma lo que
te falta; si no alcanza, dime cuánto necesitas y lo buscaré. No quiero,
José, que tengas que padecer ninguna privación por mi". Le miró des-
pués con aquel amor que solamente él tenía para sus muchachos: "Nos
hemos querido siempre. Espero que no me olvides nunca".
Entonces Buzzetti estalló en llanto. Lloró largo rato, y dijo: "No, no
quiero dejar a Don Sosco. Me quedaré siempre con el".
El ..coadJuto,,. 11ue Don Bosco llevaba en el corazón
Quizá fue este suceso el que estimuló a Don Sosco a definir mejor la
figura del salesiano seglar, del "coadjutor" en la Congregación Sale-
siana.
31 de marzo de 1876. En unas "buenas noches" a los artesanos,
indicó en qué consistía la vocación del salesiano coadjutor: "Notad que
entre los socios de la Congregación no hay distinción alguna; todos
son tratados del mismo modo, seglares, clérigos y sacerdotes; nosotros
nos consideramos todos como hermanos".
En el 1877 José Buzzetti se decide a hacer la petición para entrar en
la Sociedad Salesiana. Su petición fue presentada por el mismo Don
Sosco al "Capítulo Superior", constituido, casi por entero, por aquellos
chiquillos a los que José "había enseñado a limpiarse los mocos". Fue
aceptado por unanimidad, y creo que aquel día fue uno de los más ínti-
mamente felices de Don Sosco.
Muchos otros "coadjutores" formaban ya parte de la Sociedad Sale-
siana, con funciones muy distintas: Pelazza, Cenci, Gambino. eran jefes
de talleres; Marcelo Rossi era portero; Nasi, enfermero; José Rossí
administrador; Enría: factótum; Falco y Ruffato, cocineros. Pero todos
"coadyuvaban al sacerdote" con responsabilidades apostólicas: ense-
ñaban catecismo, eran asistentes y educadores.
La "tentación" que arriba hemos recordado, volvió durante los últimos
años de la vida de Don Sosco. En el tercer "Capítulo General" de la
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Congregación, celebrado en 1883, alguien dijo: "Hay que mantener
abajo a los coadjutores, formar con ellos una categoría distinta''. Don
Sosco reaccionó rápidamente: "No, no, no. Los hermanos coadjutores
son como todos los demás". Y hablando aquel mismo año a los salesja-
nos coadjutores, 'afirmaba con energía: "Vosotros no debéis ser los que
trabajan directamente o se fatigan, sino los que dirigen. Debéis ser,
como los patronos con los obreros, no como los criados... Esta es la
idea del coadjutor salesiano. ¡Necesito tanto que haya muchos que
vengan a ayudarme de este modo! Me gusta por esto que vistáis decen-
temente y vayáis limpios; que tengais camas y celdas convenientes,
porque no debéis ser criados sino amos, no súbditos, s·ino superiores".
Pedro Braido, estudioso del problema, afirma: "La figura del coadju-
tor (en la mente de Don Bosco) no nace de repente como una creación
nueva y original, sino que fue creciendo gradualmente, en medio de
oscilaciones y vacilaciones".
Nos atrevemos a afirmar que tal vez, la "figura ideal" del coadjutor
que Don Sosco llevó en el corazón durante muchos años fue la de José
Buzzetti muy leal, humilde, siempre pronto en los momentos difíciles y
delicados, que quería al oratorio como algo suyo, carne viva de su vida,
que se sentía realizado porque "su familia" se realizaba, que no enten-
día mucho de leyes, pero que, a toda costa, "quería estar con Don
Sosco".
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36
"Siete policías"
para un muchacho
Durante los años que siguen al 1850, Don Bosco anda preocupadí-
simo para dar vida a su "Congregación Salesiana". Pero seria un error
muy grave imaginar que sus pensamientos, sus viajes, sus audiencias
para dar vida a la Sociedad, le apartaran de los muchachos. Jamás fue
Don Sosco el "jefe de una compañía", sino el "padre de una familia". Y
en su familia, consideraba esencial la presencia de los muchachos.
Apenas volvía de un viaje, de una visita, de un asunto, se sentaba en
el confesonario de los muchachos. Siempre pensaba en ellos, lo mismo
cuando hacía antesala en Roma como cuando, en el andén de una
estación, aguardaba un tren.
Precisamente en otoño de 1857, en una tarde de niebla, estaba en la
estación de Carmagnola esperando el tren. Con aquel frío húmedo,
cualquier otro viajero se hubiese refugiado en la sala de espera. Don
Sosco, en cambio, había oído el griterío de unos muchachos y sus ojos
les buscaban entre la niebla.
En medio de aquel griterío -escribe- se distinguía una voz que
dominaba las de los demás. Parecía la voz de un capitán, que todos
seguían como una orden. Nació en mí el deseo de conocer al que dirj:-
gía aquella gresca.
Se les acerca. Apenas la negra sotana aparece entre la niebla, los
arrapiezos toman las de Villadiego. "Sólo uno se queda, se adelanta, y
puesto en jarras, empieza a hablarme con aire de mando: "¿Quién es
usted? ¿Qué quiere de nosotros?"
Perder el tren o perder un muchacho
Don Sosco mira fijamente al muchacho de cabellos revueltos, y en el
fondo de sus ojos, llenos de arrogancia. ve una vida impetuosa, que
marcha a la deriva. En un diálogo de pocos minutos vence la desean-
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fianza y sabe que se llama "Miguel Magone", que cuenta "trece años",
que no tiene "padre" y que da cara al futuro "ha aprendido el oficio de
no hacer nada".
Silba el tren, hay riesgo de perderlo. Pero peor sería perder a aquel
muchacho. Pone en sus manos una medalla de la Virgen y le dice rá-
pidamente:
- Vete a ver a don Ariccio, tu vicepárroco. Dile, que el cura que te
dio esta medalla, quiere informes de ti.
Unos días más tade, recibió Don Bosco una carta del vicepárroco de
Carmagnola. Decía así: "El muchacho Miguel Magone es un pobre chico
huérfano de padre; su madre, que tiene que alimentar la familia, no
puede atenderle: por su inconstancia y distracción le han echado varias
veces de la escuela; sin embargo, ha pasado bastante bien la tercera
elemental.
En cuanto a su moralidad, creo que tiene buen corazón, y que es de
costumbres sencillas; pero difícil de domar. En la escuela y en la cate-
quesis lo alborota todo; cuando él no está, reina la paz y cuando se va
hace un favor a todos.
La edad, la pobreza, la índole, el ingenio le hacen digno de cualquier
caritativa atención".
Don Bosco. respondió que, si el chico y su madre aceptaban, estaba
dispuesto a admitirle en su Oratorio.
Don Ariccio llamó a Miguel, le habló de aquel cura que tenía en Turín
una casa muy grande con centenares de muchachos que corrían, se
divertían y estudiaban o aprendían un oficio. Y concluyó: "Está dis-
puesto a admitirte a ti también en su casa. ¿Quieres ir?" Y se oyó res-
ponder: "¡Vaya que si me voy!"
Su madre le acompañó hasta el tren, con un hato de ropa blanca y el
corazón encogido por la emoción. Y Miguel Magane llegó a Valdocco.
Así recuerda Don Bosco su primer diálogo:
- Aquí estoy -dijo corriendo hacia mí-. Soy Miguel Magone, el
que usted encontró en la estación de Carmagnola.
- Estoy enterado de todo, querido. ¿Has venido de buena gana?
- Ya lo creo, buena voluntad no me falta.
- Entonces te recomiendo que no me pongas patas arriba toda la
casa.
- Oh, esté tranquilo, no le daré ningún disgusto. Hasta ahora he
sido malo; pero, en adelante, quiero portarme bien. Dos amigos míos ya
están presos, y yo...
- Bueno, bueno, tranquilo. Dime solamente, si te gustaría estudiar o
aprender un oficio.
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- Estoy dispuesto a hacer lo que quiera. Pero, si me deja escoger.
preferiría estudiar.
- Y al acabar las clases, ¿qué quieres ser?
- Si un granuja... -dijo, y luego inclinó la cabeza riendo-.
- Sigue: si un granuja...
- Si un granuja pudiera llegar a ser bastante bueno para hacerse
sacerdote, yo me haría con mucho gusto.
- Vamos entonces a ver lo que sabe hacer un granuja. Te pondré a
estudiar. Desde aquel momento, cantar, gritar, correr, saltar, armar
bulla fue su vida. No era, claro está, un santito. La "Compañía de la
lnmaculadau puso a su lado un muchacho que le ayudase y le corri-
giese bondadosamente. Su trabajo tuvo. Palabras desvergonzadas, con-
versaciones v~lgares, casi blasfemas... Pero siempre que el compañero
le corregía, Miguel, rapidísimo, se lo agradecía y se corregía.
Una cosa había que le resultaba antipática a Miguel: la campana que
cortaba el recreo y llamaba al estudio. Con los libros bajo el brazo,
parecía un pobre condenado a galeras.
La tristeza de un muchacho
Le caía en cambio muy bien la señal para terminar la clase. Escribe
Don Bosco, que le seguía con afectuosa atención: "Parecía que saliese
disparado por la boca de un cañón: volaba por todos los rincones, lo
ponía todo en movimiento". En el juego era siempre capitán de grupo.
Desde su llegada, fue invencible.
Así pasó un mes.
Un día Miguel empezó a ponerse triste. Desde un rincón solitario,
contemplaba cómo jugaban los demás, huía de los compañeros alboro-
tadores, y a veces, sin que nadie le viera, lloraba. Parecía que un velo
de tristeza hubiera caído sobre su faz. Cedamos la palabra a Don
Sosco:
"Yo estaba trás de todo lo que le pasaba, por lo que un día le mandé
llamar y hablé así:
- Amigo Magane, me gustaría me hicieras un favor: pero no me
digas que no.
- Diga pues, -respondió atrevidamente-, estoy dispuesto a hacer
cualquier cosa por usted.
- Me gustaría que me dejases entrar un momento en tu corazón y
me dijeses por qué andas tan triste, desde hace unos días.
- Sí, es verdad ... Estoy desesperado y no sé cómo hacer.
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Y estalló en llanto. Le dejé desfogarse: después, como en broma, le
dije:
·
- ¿Y tú eres aquel general Miguel Magone, jefe de toda la pandilla
de Carmagnola? ¿Qué clase de general eres tú? Si no eres capaz de
decir por qué estás triste...
- Quisiera hacerlo. pero no sé cómo.
- Dime una sola palabra.
- Tengo embrollada la conciencia.
- Eso basta. Lo entiendo todo. Puedes arreglarlo muy fácilmente.
Dile al confesor que tienes algo de la vida pasada que conviene volver a
ver; y él enhebrará el hilo de forma que te será fácil, no tendrás más
que decir sí o no".
Había algunos sacerdotes que iban a confesar al Oratorio, pero casi
todos los muchachos se confesaban con Don Sosco. Aquella misma
tarde fue Miguel a llamar a su despacho:
- Don Sosco, a lo mejor le estorbo... Pero el Señor me ha esperado
mucho y yo no quiero hacerle esperar hasta mañana.
Ayudado por Don Sosco, Magane confesó, a los pies del Crucifijo,
sus pequeñas miserias, que a él le parecían enormes, y le pidió perdón.
Don Sosco, testigo de su juvenil resurrección, anotó: "Miguel perdió la
alegría cuando comenzó a entender que la verdadera felicidad no nace
de saltar¡ sino de amistad con el Señor y de la paz de la conciencia.
Veía a sus compañeros acercarse a la Comunión y ser cada día mejores
y él, que no se sentía con la conciencia tranquila, era víctima de una
gran inquietud... Al acabar su confesión dijo conmovido: ¡"Qué feliz
soy!"
Al día siguiente, volvió Miguel a ser, en el patio del Oratorio, el jefe de
la banda, a la que condujo a una memorable victoria. Había vuelto el
rey de la alegría.
Los puños en la plaza castello
Al narrar las aventuras de Miguel Magone, Don Sosco nos ha descu-
bierto la trama, de acuerdo con la cual se desarrollaron centenares y
centenares de encuentros con muchachos 11en los que había empezado
a trabajar el mal". El sabía emplear medios sencillísimos para reconci-
liarles con Dios y ponerles en el camino de la santidad.
"Ahora -continúa Don Bosco- la campana que llamaba a la iglesia
ya no le resultaba antipática a Miguel: le llamaba a encontrarse con
Jesús que se había hecho su amigo".
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Ayudado por Don Sosco trazó todo "un plan de batalla" para guardar
y aumentar esta amistad: gran empeño por conservar una pureza per-
fecta en su vida; mucho tesón para difundir la bondad y la alegría entre
los compañeros.
En un cuadernillo personal, escribió Magane siete propósitos que él
llamó los "siete policías" para defender su amistad con el Señor. Helos
aquí:
1. Recibir a menudo a Jesús en la Comunión y en la Confesión.
2. Amar tiernamente a la Virgen Santísima.
3. Rezar mucho.
4. 1nvocar frecuentemente a Jesús y María.
5. No demasiada delicadeza con mi cuerpo.
6. Tener siempre algo que hacer.
7. Huir de los malos compañeros.
(Resulta fácil ver en estos siete puntos la pista que Don Sosco suge-
ría a muchos chicos para que fueran buenos).
Con la bondad y la alegría por delante, Miguel libró la batalla con su
estilo impetuoso y fuera de tono, tan distinto del de Domingo Savia. En
un grupito apartado bajo el pórtico, un muchachote contaba chistes
poco limpios. En derredor, alguno reía a carcajadas, algún otro hubiera
querido apartarse, pero le faltaba valor. Miguel lo entendió todo, se
acercó a espaldas del muchachote, se metió cuatro dedos en la boca a
la manera de los pastores, y dejó caer en sus oídos un silbido pene-
trante. Aquél pegó un salto de miedo y se volvió rabioso:
- Pero, ¿estás loco?
- ¿Loco yo, o loco tú, que cuentas esas porquerías?
Un día le llevó Don Bosco consigo para hacer algunos recados.
Pasaban por la plaza Castello. Un par de muchachos jugaban dinero, y
uno de ellos soltó una blasfemia cubriendo de insultos el nombre del
Señor. Miguel se fue derechamente a él y le soltó dos tortazos. El joven
blasfemo no se la esperaba y encajó los golpes un tanto aturdido; pero.
reaccionando, saltó al contraataque. Comenzaron a maltratarse, en
medio de la gente que se paraba a mirarles. Don Sosco tuvo que meter-
se entre los dos y separarlos. Miguel insinuó:
- Da gracias a este cura, porque de otro modo te dejaba mal
parado.
Le tocó a Don Sosco persuadirle de que no era el caso de comenzar
a tortas con todo el que blasfema.
Pero Miguel no sólo era capaz de dar un bofetón. Cada día era más
servicial y generoso. Ayudaba a los pequeños a hacer la cama, a lim-
piarse los zapatos, repasaba las lecciones a los más atrasados.
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La mano sobre la cabeza de Mlguel
Estaba Don Bosco tan contento de su conducta que, en otoño, le
llevó con los muchachos mejores a pasar unos días de vacaciones en I
Becchi.
En octubre de 1858, comenzó Miguel su segundo año escolár en Val-
docco.
31 de diciembre. Al dar las "buenas noches" recomendó Don Sosco a
todos empezar el año nuevo y seguirlo siempre en gracia de Dios, por-
que tal vez, "para alguno de vosotros -dijo- será el último año de su
vida". Mientras decía estas palabras, la mano de Don Bosco se posaba
sobre la cabeza de Miguel. Y él pensó: "¿Si será para mi este aviso?"
No se espantó. Solamente se dijo para si: 11Estaré preparado".
Tres días más tarde sintió dolores al vientre: ya en años precedentes
había sentido el mismo dolor, y de vez en cuando le volvía. Tal vez
¿una apendicitis crónica? Fue a la enfermería, y no pareció nada de
preocupación. Don Bosco, que le vio desde la ventana, preguntó qué le
pasaba. Oyó que respondía: 11Nada. Los dolores de siempre".
Pero la noche del 19 de enero se agravó el mal de repente. Llamaron
urgentemente a su madre. El médico que acudió, al oír: su respiración
pesada, fatigosa, extendió los brazos con el impotente desconsuelo de
la medicina de aquellos años. Solamente dijo: "Esto va mal". (Las pri-
meras operaciones de apendicitis empezaron a intentarse a fines de
siglo).
El 21 de enero, Miguel estaba en las últimas. Los amigos consterna-
dos, rogaban por él. Se le administró el Viático.
Era ya medianoche. Su madre había tenido que volver al pueblo para
atender a los hijos más pequeños, pero Don Bosco estaba allí, junto al
lecho de Miguel.
- Ya estamos -dijo de improviso-. Ayúdeme, Don Sosco... Diga a
mi madre que me perdone todos los disgustos ... Dígale que la quiero
mucho, que sea valiente.,.. Yo la espero en el Paraíso ...
Sonaron las doce de la noche. Miguel se quedó un instante amodo-
rrado. Luego, como si despertase de un profundo sueño, con el rostro
sereno, dijo a Don Bosco:
- Diga a mis compañeros que tes espero.en el Paraíso... Jesús, José,
María ...
Y su rostro quedó inmóvil, con la serenidad de la muerte.
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La "gran política"
El 1859 comenzó en el Oratorio con esta pequeña, pero dolorosa tra-
gedia. Terminará (como ya hemos contado en el capítulo 35) con la
fundación oficial de la Sociedad Salesiana.
Es un año el 1859 que va llevando a Italia sucesos y desbarajustes.
La aventura italiana y europea, durante los años siguientes al 1848,
ha seguido caminando, primero, casi en silencio, y después, entre cla-
mores cada vez mayores.
En diciembre de 1852 Luis Napoleón, sobrino de Bonaparte, se pro-
clama por un golpe de estado Emperador de Francia, con el nombre de
Napoleón 111. Se presenta ante Europa como continuador de la gloria
napoleónica: dispuesto a apoyar a las naciones que reclaman su inde-
pendencia del imperio austriaco.
En octubre de 1852, muere Gioberti en París. En 1853, des.aparecen
en Turín, Silvia Péllico y César Balbo. Con ellos acababa toda una
época: la del "Risorgimento" romántico y neogüelfo. La nueva fase del
"Risorgimento" es dominada por Cavour, astuto y cínicamente con-
creto. En 1855 envía un cuerpo expedicionario piamontés a la Guerra
de Crimea, junto a las tropas francesas e inglesas, que están en guerra
contra Rusia. Contra el "loco proyecto" tronaron en el Parlamento
Solara della Margarita y Brofferio, a saber, las derechas y las izquierdas.
Mazzini ha echado pestes desde Londres. ¿Por qué enviar los soldados
a la muerte en una guerra lejana, mientras hay en Piamonte tanta mise-
ria (cuesta 80 céntimos el kilo de pan y un obrero gana ¡tres o cuatro
liras al día!) y las aspiraciones italianas están todavía por realizarse?
Pero Cavour mira muy lejos. Durante la primavera de 1856, en la con-
ferencia de la paz en París, puede sentarse entre "los grandes de
Europa". Los muertos de Crimea le han servido de billete de entrada y
le permiten "volver a abrir la discusión sobre el problema de Italia".
El 14 de junio de 1858 el "mazziniano" Orsini, en ·París, hace estallar
unas bombas mientras Napoleón 111 va a la Opera. Un centenar de per-
sonas caen heridas, y Napoleón sale ileso. Orsini es ajusticiado ei 13 de
marzo, pero escribe dos cartas a Napoleón desde la cárcel: condena su
"fatal error mental" y le invita a liberar a Italia.
Cavour aprovecha el momento. Reclama la atención del emperador
francés sobre la peligrosa inquietud de la península italiana. O se re-
suelve, o puede estallar una revolución extremista (hay muchos "Or-
sini").
En julio de 1858 tiene lugar el convenio secreto (secreto de Pulcine-
lla) de Plombieres. Napoleón III y Cavour se ponen de acuerdo para
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una guerra contra Austria y el futuro arreglo de Italia: al norte, un reino
Piamonte-Lombardía-Venecia bajo los Saboya; en el centro. otro reino
para asignárselo a un príncipe francés; al sur, el tercer reino para un
descendiente del general napoleónico Joaquín Murat. El estado Pontifi-
cio, reducido al Lazio, quedará para el Papa, que será el presidente de
la Conferencia de los tres reinos. Francia será recompensada con la
cesión de Niza y Saboya.
..Si es necesario, barricadas en Turín"
10 de enero de 1859. El rey Víctor Manuel pronuncia ante las Cáma-
ras su famoso discurso del "grito de dolor": "...No somos insensibles al
grito de dolor que. desde tantas partes de Italia, se levanta hacia nos-
otros". La frase ha sido convenida con Napoleón 111, y es un desafío de
guerra contra Austria.
23 de abril. Frente al amontonarse de voluntarios en el Piamonte,
Austria envía un ultimátum, rechazado el día 26. Es el principio de la
guerra. Un ejército piamontés de 60.000 hombres alcanza la frontera.
Llega de Francia, el 30 de abril, la división Bataille, vanguardia de un
ejército de 120.000 hombres, capitaneados por el emperador en per-
sona.
A la llegada de los franceses, Turín enloquece de frenesí. "Les he
visto desfilar por la Plaza Castello -escribe Costanza D'Azeglio- entre
las aclamaciones de la multitud. Estaba yo en los balcones del ministe-
rio con Farina y Ricasoli. El conde de Cavour, reconocido por las gen-
tes, ha sido saludado con todo entusiasmo. Ya no conozco a la tranqui-
lísima y monótona Turín. Luces en las ventanas, cantos, gritos, aplau-
sos".
Los austriacos, 160.000 hombres, intentan batir a los piamonteses
antes de que lleguen las tropas de Napoleón. A marchas forzadas
alcanzan Novara, Vercelli, Trino; amenazan lvrea, las vanguardias están
en Chivasso (a 25 kilómetros de Turín). La inundación de la baja llanura
les ha fastidiado, pero no les ha deter.ido. Turín es presa del pánico. El
general de Sonnaz está encargado de formar una línea de defensa
sobre el Dora Baltea. Cavour telegrafía al rey: si fuere preciso, se com-
batirá sobre el Stura, se levantarán barricadas por las calles de Turín.
Pero llega Napleón. Transporta rápidamente las tropas por ferrocarril.
La primera gran batalla entre franceses y austriacos tiene lugar en
magenta (4 de junio). Es una jornada de incertidumbres, pero la victoria
se inclina por el lado francés.
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Cuatro días más tarde llega la gran noticia a Turín: "8 de junio, el
emperador y el rey- han entrado en Milán".
Y, luego, otra noticia: el emperador autriaco, Francisco José, ha
abandonado Viena para ponerse al frente del ejército. Se prepara una
batalla terrible.
.
Pedro Enría, que cumplía 18 años por aquellos meses, recordaba: "En
el 1859, lo mismo que había sucedido del 1848 al 1849, se había apode-
rado de la juventud popular de Turín un vivo fermento de guerra. Por
centenares se echaban a los campos vecinos de la ciudad, se dividían
en dos bandos y jugaban a la guerra. Las batallas eran fingidas, pero
terminaban calentándose los ánimos, en forma tal que, luego, se desen-
::adenaban verdaderas tempestades de piedras. Puede decirse que esto
sucedía todos los días festivos.
Recuerdo que un domingo entró Don Sosco en la Iglesia para dar la
plática a los oratorianos, y con gran sorpresa suya no encontró más
que a los alumnos internos. "¿Dónde están los otros?", preguntó. Nadie
lo sabía. Salió entonces y se fue a los prados: allí encontró a los
muchachos del Oratorio pegándose rabiosamente. Eran más de tres-
cientos, y las piedras que zumbaban por los aires no eran chiquitas.
Don Bosco se metió en la refriega. Yo le miraba desde lejos. Tenía
miedo de que una piedra le diese. Pero él se adelantó como unos cin-
cuenta pasos hasta el medio de la batalla. Cuando todos le vieron se
pararon. "Ahora que ya habéis terminado la guerra -les dijo sonrien-
do- vamos al catecismo". Ninguno intentó huir. Todos fueron con él a
la iglesia".
A las diez el infierno
La gran batalla entre austriacos y franco-piamonteses se desenca-
dena el 24 de junio, al sur del lago Garda. Al alba, la primera división
piamontesa mandada por el general Durando atacó a los austriacos en
la 11Madonna della Scoperta.., y la tercera y la quinta, al mando de
Molland y de Cucchiari, lanzaron los primeros vigorosos ataques contra
la altura de San Martín, donde brillaban las bayonetas austriacas. Napo-
león 111, a los pies de las alturas de Solferino, está al mando de las divi-
siones contra el centro del ejército austriaco, decidido a destrozarlo a
toda costa.
Hacia las diez estalla el infierno: el retumbar de los cañones, el tiro-
teo de la fusilería, los feroces alaridos de decenas de millares de com-
batientes. La refriega es terrible: los ayes de los heridos se mezclan con
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los gritos de los regimientos que renuevan el asalto, con el piafar de los
escuadrones de caballería que cargan con sus sables centelleantes, con
los sordos batacazos y los fogonazos cegadores de las granadas que
revientan en medio de las lineas de combate. Los contraataques de las
guerreras blancas austriacas son algo terrible. Es una selva de bayone-
tas que se adelanta con toda la fuerza de la desesperación. Las masas
de fusileros franceses que reculan tienen que retroceder al combate
ante los sables de la caballería. Los soldados tornas al asalto diez
veces, quince veces. Muchos, apretando el pesado fusil y corriendo, llo-
ran. Otros, gritan para animarse a sí mismos.
Después del mediodía, el ataque francés se transforma en una serie
de salvajes luchas cuerpo a cuerpo, para apoderarse del cementerio, de
la colina de los cipreses y de la torre de Solferino. Los zuavos, tropas
africanas de Napoleón 111, están como borrachos: se abalanzan sobre
los austriacos y hacen estragos.
A las 15 ondea la bandera francesa sobre la roca de Solferino. Pero
los piamonteses del ala izquierda no avanzan. Se decide atacar en masa
a las 17. Mientras se va al asalto, se ha cubierto el cielo de nubes plo-
mizas bajas. Survan el aire los primeros relámpagos. Mientras las briga-
das piamontesas atacan a la desesperada las filas del mariscal de
campo Benedek, la lluvia y las granadas inundan el campo de batalla.
Acaba el temporal. Entre las nubes, rasgadas por el viento, aparecen las
primeras estrellas, y en torno a la cumbre de San Martín se vuelve al
asalto. A las 21, Víctor Manuel mete en la refriega a la caballería ligera
de Monferrato. Es el golpe final. Los austriacos están abrumados, des-
pués de catorce horas de combate.
Por los campos de Solferino y San Martín yacen tendidos 30.000
hombres. Los gritos de los heridos y de los moribundos resuenan a un
mismo tiempo, como un coro de pavor. Henri Dun·ant, el juvenil señor
suizo, fundador de la Cruz Roja, gira con una linterna en la mano por el
campo de batalla: "era lo mismo que echar una mirada al infierno
-escribirá más tarde-, a lo más profundo del infierno. Cadáveres
desgarrados; mutilados que lloran, que rezan, que blasfeman; heridos
que se arrastran de un lado para otro buscando un imposible alivio". Al
levantarse del sol de junio, reina un ambiente espantoso: hedor de
cadáveres, nubes de moscas, heridos en putrefacción, gritos salvajes.
Esto es la guerra, la guerra de verdad, no la que los periódicos de
Jurín de este mismo día exaltan como una gran fiesta. En un librito que
Don Sosco publicará a fines de 1859, atacará todas las exaltaciones del
momento, y dirá: "Después de la batalla de Solferino, siempre he dicho
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que la guerra es algo horroroso y yo creo que es totalmente contraria a
la caridad".
El éxito de la ..,eal-polltik"
También Napoleón 111 se da cuenta de las dimensiones de la carnice-
ría. Y llegan otras noticias que le desconciertan: Toscana. Parma,
Módena y las Legaciones pontificias se han sublevado y declaran su
adhesión al Piamonte. El proyecto concordado en Plombieres de "un
reino central" italiano para un príncipe francés se va por los aires. Las
derrotas austriacas, por otro lado, provocan como reacción la concen-
tración de tropas prusianas en los confines del Rin.
Sin avisar a los aliados piamonteses, Napoleón firma un armisticio en
Villafranca el 11 de julio. Solamente Lombardia pasará a manos de Víc-
tor Manuel.
La noticia cae como una ducha helada sobre Turín. Cavour, en un
momento de depresión, piensa en el suicidio. Napoleón 111 vuelve a
Francia, pasando por Turín. Es acogido glacialmente. El rey acompaña
al emperador hasta Susa, agradeciéndole todo _.lo que ha hecho por Ita-
lia. Pero, apenas parte el tren, murmura: "¡Por fin se ha ido!"
En los tumultuosos meses siguientes. Toscana y Emilia-Romaña se
unen a Píamente, a Liguria, a Cerdeña y a Lombardia. Al año siguiente,
1860, Garibaldi, con la Expedición de los Mil, conquista Sicilia e Italia
meridional. En febrero de 1861, el nuevo Parlamento proclama a Víctor
Manuel "rey de Italia".
La "real-politik" de Cavour había triunfado. Grazia Mancini, que le vio
en los primeros meses de 1861 paseando por la plaza de San Carlos,
escribe: "Su cara bonachona, expresiva, satisfecha decía bien a las cla-
ras: todo marcha bien. Sus ojitos inquietos, brillaban tras los anteojos;
caminaba despacio, bamboleando el cuerpo macizo sobre sus piernas
delgadas, frotándose las pequeñas manos aristrocráticas y sin guantes".
El 7 de junio volaba por Turín una noticia casi increíble: el conde de
Cavour había muerto. Era un golpe durísimo para el joven reino de
Italia.
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Los paseos por el Monferrato
y la vida en el Oratorio
Todos los años llevaba Don Bosco los chicos mejores a I Becchi, por
la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Al principio una veintena. Des-
pués creció el número. A partir del 1858, pasó del centenar.
"En los primeros días de octubre -escribe Lemoyne- salía del Ora-
torio una turba de cantores, músicos y otros alumnos. Cada cual lle-
vaba su hato, con ropa para mudarse durante las vacaciones, algunas
hogazas y un poco de queso y fruta".
Se hospedaban en casa de José, siempre cordial y bien dispuesto a
cerrar un ojo, cuando los muchachos se metían por la viña, para aho-
rrar trabajo a los vendimiadores.
El primer domingo de octubre se celebraba la fiesta, y al día siguiente
empezaban los paseos, que duraban diez, veinte o más días.
Hasta 1858 el cuartel general permanecía en I Becchi: iban por la
mañana hasta algún pueblo, no muy lejano, y volvían por la tarde. En
1859 los paseos se trasformaron en verdaderas "marchas", a través de
las colinas del Monferrato.
Don Sosco preparaba anticipadamente el recorrido: siempre había un
párroco y bienhechores prontos para hospedar a aquella turba ham-
brienta y cansada. Hacían el viaje por los caminitos campesinos, entre
collados·y viñedos. Iban en grupos, cantando, redoblando los tambores,
arreando a los borriquillos, a cuyos lomos cargaban los decorados y
bastidores necesarios para el teatro. Detrás de todos, iba Don Bosco,
cercado de un buen número de jóvenes que no se cansaban nunca de
oírle contar historietas de los pueblos que atravesaban.
Próximos a los pueblos, la turbamulta se ponía en orden y, con la
banda al frente, entraban con toda solemnidad.
Escribía Anfossi: "Siempre recuerdo aquellos venturosos viajes. Me
llenaban de maravilla y alegría. Acompañé a Don Bosco por los colla-
dos del Monferrato desde 1854 a 1860. Eramos un centenar de jóvenes
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y veíamos la fama de santidad que gozaba ya Don Bosco. Su llegada a
los pueblos era un triunfo. A su paso salían los párrocos de los alrede-
dores y ordinariamente también las autoridades civiles. La gente se
asomaba a las ventanas o salía a la puerta de la calle, los campesinos
dejaban la labor para ver al Santo, las madres se le acercaban presen-
tándole sus hijitos, y de rodillas por el suelo, le pedían su bendición.
Como, según nuestra costumbre, íbamos directamente a la Iglesia
parroquial para adorar a Jesús Sacramentado, inmediatamente se lle-
naba ésta de fieles, a los cuales dirigía Don Bosco una plática desde el
púlpito. Se cantaba el Tantum ergo a coro, y se daba la Bendición
eucarística".
Cada cual llevaba la comida consigo, pero abundante, a estilo del
país. La gente se complacía en regalar a los muchachos cestas de fruta,
pan casero, queso y damajuanas de vino.
Se dormía en sotechados o en paneras, echados sobre sacos de hojas
o sobre la paja.
un hombreclto de cinco años: Pellpe Rlnaldl
Durante los años 1859 y 1860 se pasó por los pueblos de Villa San
Secando, Montiglio, Marmorito, Piea, Moricucco, Albugnano, Montafia,
Primeglio, Cortazzone, Pino d'Asti...
El 1862, llegó la alegre expedición hasta Casale Monferrato, Mirabel-
lo, Lu, San Salvatore, y Valenza. Siguieron por ferrocarril hasta Ales-
sandria y de Alessandria a Turín.
El 1862, el itinerario fue Calliano, Grana, Montemagno, Vignale,
Casorzo, Camagna y Mirabello. Los ferrocarriles del Estado también
aquel año pusieron, a disposición de Don Bosco, dos vagones para la
vuelta, desde Alessandria a Turín.
Durante los años 1863 y 1864 se alcanzó esta ventaja para la ida. En
el 1863 se pudo llegar a Tortona, visitar Asti e ir a Broni, Torre Garofoli
Villavernia y Mirabello. El 1864 se fue hasta Génova, haciendo a pie el
recorrido Génova-Acqui, por Serravalle, Gavi, Mornese, Ovada y los
pueblecitos intermedios.
A partir de aquel año quedaron suspendidos los paseos, por una serie
de dificultades. Se continuó solamente con la excursión a I Becchi y a
Mondonio, el pueblo de Domingo Savio.
Aquellos paseos constituyeron aventuras inolvidables para sus
muchachos y fueron para Don Bosco una "tarjeta de presentación" por
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los pueblos del Monferrato, de los que llegó a sacar estupendas voca-
ciones salesianas.
Cuando, en 1816, llegó a Lu, frente a la casa de los Rinaldi, vio a
nueve chicos en escala como los tubos de un órgano. El octavo, de
cinco años, se llamaba Felipe. Contemplaba embobado a aquel sacer-
dote que hacía sonar la banda a una señal; al fin de la marchita también
él aplaudió la mar de contento. Don Bosco volvió a ver a aquel hom-
brecito media hora después, en la era de casa Rinaldi, donde el señor
Cristóbal {padre de Felipe) le prestó el cabriolé para ir a San Salvador.
Antes de partir, acarició a aquellos chiquillos tímidos que le miraban
boquiabiertos, y fijó sus ojos en los del pequeño Felipe. Un día sería su
tercer sucesor, a la cabeza de la Congregación Salesiana, don Felipe
Rinaldi.
un muchacho de cabellos rublos y la lluvia
En 1862 llegó el grupo hasta Montemagno. Un chico de 12 años
estaba jugando en una hondonada, cuando oyó los ecos de la banda:
dejó a los compañeros y hasta los zapatos y echó a correr a la plaza del
pueblo. Se entrometió por entre la gente a codazos y se puso en primera
fila. Don Bosco vio aquella mirada curiosa, aquel mechón de cabellos
rubios, y antes de que se marchara, le preguntó:
- ¿Quién eres?
- Luis Lasagna.
- ¿Quieres venir conmigo a Turín?
- ¿Para qué?
- Para estudiar como estos muchachos.
- ¿Y por qué no?
- Entonces dile a tu mamá- que mañana venga a hablar conmigo en
Vignale, en casa del párroco.
Luis Lasagna tenía 12 años. Entró en el Oratorio a fines del mes. Viva-
racho, de una sensibilidad exquisita, le entró la morriña y a los pocos
días se escapó a su casa. Algunos superiores eran de la opinión de no
volver a aceptarlo, pero Don Bosco garantizó en su favor: "Hay buena
tela en ese muchacho, ya lo veréis".
Luis volvió, se aficionó a Don Bosco. Llegó a ser el segundo obispo
salesiano y un gran misionero.
Dos años más tarde, vuelve Don Bosco a Montemagno en el mes de
agosto y es protagonista de un suceso extraordinario.
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Hacía tres meses que no llovía. Se secaban las vides por las colinas.
Don Bosco fue para predicar el triduo de preparación a la fiesta de la
Asunción, y anunció después del primer sermón:
~
- Si durante estos tres días os reconciliáis todos con Dios, haciendo
una buena confesión, y recibiendo el día de la fiesta la Comunión, os
prometo, en nombre de la Virgen, que lloverá abundantemente.
Al bajar del púlpito, vio al párroco don Clivo con el ceño fruncido.
- ¡Bravo¡ -le dijo-. Hace falta valor.
- ¿Para qué?
- Para prometer públicamente la lluvia el día de la fiesta.
- ¿Yo lo he dicho?
- Todos lo hemos oído. Y a mí, no es que me gusten mucho estas
cosas.
La gente respondió con fe. Don Rúa y don Cagliero, que acompaña-
ban a Don Bosco, recordaban después de los años, el cansancio de las
largas horas de confesonario.
Corrió la "profecía" por los pueblos vecinos. Unos esperaban con
curiosidad, otros mantenían su excepticismo.
El día de la Asunción (era jueves) amaneció de un azul deslumbrante.
Por la tarde, ni sombra de nubes.
Don Luis Porta atestiguó: "Mientras me dirigía a la Iglesia para víspe-
ras, en compañía del marqués Fassati, no se hablaba más que de la llu-
via prometida. Caían gotas de sudor de nuestras frentes, a pesar de que
desde el palacio del marqués hasta la Iglesia no había más de diez
minutos de camino. Al llegar a la sacristía, dijo el marqués a Don Sos-
co:
- Esta vez, señor Don Bosco, fracasa. Nos prometió la lluvia, pero
todo al contrario...
Terminadas las vísperas, revistióse Don Bosco de roquete y estola y
subió al púlpito. Mientras el avemaría, antes del sermón, empezó a
oscurecerse la luz del sol. Hacía pocos minutos que hablaba, cuando
brillaron los relámpagos y se oyó el trueno. Don Sosco dejó de hablar
un momento, presa de la más viva emoción. Una lluvia densa y conti-
nua batía las cristaleras de la Iglesia.
Imaginad -continúa Porta, cuyo testimonio condensamos- las elo-
cuentes palabras que salían del corazón de Don Bosco mientras se
desencadenaba la lluvia. Fue todo un himno de agradecimiento a María.
Después de la bendición, la gente se q!Jedó todavía en la Iglesia y
bajo el atrio, porque seguía diluviando".
Los grandes temporales de verano, en el Monferrato, van acompaña-
dos a menudo del granizo.Un poco cayó también aquel día. Algunos
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"diligentes" fueron enseguida a indagar, y contaron que "había grani-
zado por las viñas de los de Grana", otro pueblo vecino, que aquel
mismo día celebraba la fiesta patronal, con baile público en la plaza {lo
que ponía furioso a los párrocos).
una muchacha de Mornese: María Mazzarello
En el paseo otoñal del mismo 1864 llega Don Sosco con sus mucha-
chos a Mornese. Al anochecer. La gente está esperando, presidida por
el párroco don Valle y el sacerdote don Pestarino. Suena la banda,
muchos se arrodillan al paso de Don Sosco, implorando su bendición.
Los jóvenes y la gente entran en la Iglesia, se da la bendición con el
Santísimo, y todo el mundo a cenar.
Después, los muchachos de Don Sosco, animados por los aplausos,
dan un breve concierto de marchas y música alegre. En primera fila
está una muchacha de 27 años, María Mazzarello. Al acabar, Don Sosco
dice unas palabras: "Todos estamos cansados, y mis muchachos tienen
ganas de echarse un buen sueño. Mañana hablaremos más despacio".
Al día siguiente, durante la mañana, don Pestarino presenta a Don
Sosco a las "hijas de la Inmaculada". Entre ellas está María Mazzarello.
Don Bosco queda impresionado de la bondad y la laboriosidad de
aquellas muchachas. Habla un rato con ellas, animándoles a ser cons-
tantes en la vida que han elegido y en la práctica de la virtud. María
Mazzarello será la primera Superiora de la Congregación de las Hijas
de María Auxiliadora.
He aquí un ramillete, más que discreto, de aquellos paseos de octu-
bre: Felipe Rinaldi, su tercer sucesor, Luis Lasagna obispo, María Maz-
zarello cofundadora de las Hijas de María Auxiliadora.
Hablando de los paseos por el Monferrato, hemos tenido que adelan-
tarnos en la historia. Pedimos perdón y volvemos a tomar el hilo de los
sucesos.
La primera misa de don Rúa
El 29 de julio de 1860 tenía que ser ordenado sacerdote don Miguel
Rúa. Don Bosco le envió a hacer una tanda de Ejercicios Espirituales
con los Padres de la Misión. Hacia el fin de los mismos, Miguel escribió
una carta en francés a Don Bosco (era la lengua que los Padres de la
Misión empleaban) pidiéndole un recuerdo para el día más importante
de su vida.
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Estaba Don Bosco en san Ignacio, cerca de Turín, haciendo también
los Ejercicios Espirituales. Le respondió en Latín:
"Me escribiste en francés y has hecho bien. Sé francés en la lengua,
en el hablar; pero que tu ánimo, tu corazón, tu acción sean romanos,
intrépidos y generosos".
Don Juan S. Francesia escribe:
"Precisamente el 29 de julio volvía Don Sosco de los Ejercicios de
San Ignacio. Iba yo con él. Como Don Sosco sufría si le tocaba viajar
dentro del coche, estaba yo con él en el pescante junto al cochero. Y
cuál no fue nuestra maravilla al distinguir en la lejanía tres sotanas, que
luego resultaron ser don Rúa, el clérigo Durando y el clérigo Anfossi.
Don Sosco rogó al cochero que parase y preguntó:
- ¿A dónde vais?
- A Caselle, en donde está el obispo monseñor Salma, encargado
de mi ordenación sacerdotal -dijo don Rúa-.
- ¡Qué contento estoy! He rezado por ti, querido don Rúa, y espero
que el Señor me oirá. Saluda en mi nombre a monseñor Salma.
Nosotros mirábamos complacidos a los tres compañeros que iban a
pie, como los pobrecitos, para la ordenación sacerdotal".
La gran fiesta de la primera misa de don Rúa se celebró en el Oratorio
al domingo siguiente. Junto al altar había un ramillete de flores blancas.
Las habían llevado los pequeños limpiachimeneas del oratorio de san
Luis.
Cuando subió a su habitación, después del día de fiesta, don Rúa se
encontró sobre la mesita una carta de Don Bosco. Leyó: "Tú verás,
mejor que yo, a la obra salesiana cruzar confines de Italia y estable-
cerse en muchas partes del mundo. Tendrás que trabajar mucho y
sufrir mucho; pero, ya lo sabes, hay que atravesar el Mar Rojo y el
desierto para llegar a la Tierra Prometida. Sufre con valor; y tampoco
aquí te faltarán los consuelos y la ayuda del Señor".
Tras la primera misa de don Rúa, Don Bosco adquiere una tranquili-
dad mayor, un sentido de seguridad impresionante. El Oratorio es ya
una casa inmensa. Los jóvenes internos alcanzan los quinientos. En los
cuatro talleres en plena eficiencia, aprenden un oficio trescientos "pe-
queños artesanos". Don Bosco tiene que ausentarse frecuentemente:
tapar aquellas bocas no es un problema sencillo. Pero marcha tranquilo
a hacer sus vueltas benéficas: don Rúa ya es "el segundo Don Sosco"
del Oratorio.
El 23 de junio de 1860 trajo a Don Bosco un vivo dolor: la muerte de
don Cafasso. Ya tarde, fue avisado de las gravísimas condiciqnes de su
gran amigo. Fue corriendo, acompañado por el joven Francisco
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Cerrutti. Llegó cuando acababa de expirar. Arrodillóse al pie de su
cama y rezó largo rato. A muy pocas personas debía lo que debía a don
Cafasso. Había creído en él, en su misión, hasta cuando él mismo
dudaba. Siempre le había ayudado y animado. Había sido su "padre
espiritual" en el verdadero sentido de la palabra.
cuatrocientos panecillos en un cesto vacío
22 de octubre de 1860. Aquel día entra en el Oratorio Francisco Dal-
mazzo, que tiene 15 años. Ha nacido en Cavour, ha hecho los primeros
cursos de sus estudios en Pinerolo. Pero "habiendo leído allí algunos
ejemplares de las Lecturas Católicas, pregunté quién era Don Bosco. Al
saber que tenía en Turín un hospicio para muchachos, determiné agre-
garme a sus hijos". Es aceptado para ingresar en el último curso del
gimnasio.
Veinte días más tarde, sin embargo, Francisco e$tá desalentado.
"Acostumbrado en mi casa a una vida delicada, no podía adaptarme a
la comida tan modesta de la mesa común y a las costumbres del Insti-
tuto. Escribí, por tanto, a mi madre para que viniera a buscarme, porque
quería volver a casa a toda costa".
11 de noviembre. La mamá fue a buscarle. "Antes de marchar quise
confesarme una vez más con Don Sosco. Aguardé mi turno, .durante la
misa. Luego, a la salida, se entregaba a cada uno de los jóvenes un pa-
necillo para el desayuno.
Mientras esperaba para confesarme, llegaron dos muchachos que
debían distribuir el pan, y dijeron a Don Bosco:
- No hay pan para el desayuno.
- ¿Y qué tengo yo que hacer? -respondió Don Bosco-. Id a Magra
el panadero, y que os lo dé.
- Magra ha dicho que ya no nos da más, porque no se le ha pagado.
- Entonces, ya pensaremos. Dejadme confesar.
Yo oí aquel diálogo en voz baja. Llegó en tanto mi turno, y empecé
mi confesión. La misa había llegado a la consagración y volvieron los
dos muchachos:
- Don Sosco, no hay nada para el desayuno.
- Dejadme confesar, y luego veremos. Id a buscar por la despensa,
por los comedores. Algo habrá.
Mientras aquellos iban, yo seguí mi confesión. Apenas si había termi-
nado cuando uno de los muchachos volvió por tercera vez.
- Hemos recogido todo y no hay más que unos pocos panecillos.
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- Ponedlos en el canasto. Yo iré a repartirlos. Y dejadme confesar
en paz.
Siguió confesando al niño que tenía delante. Mientras tanto. junto a
la puerta que se abría después del altar de la Virgen. estaba ya el
canasto del pan. Yo, rehaciendo en mí mente los hechos milagrosos
oídos sobre Don Sosco, y tentado por la curiosidad, fuí a colocarme en
un lugar a propósito para ver qué sucedía.
A la puerta estaba mi madre esperándome:
- Ven, Francisco, me dijo. Pero yo le indiqué con una señal que
aguardase todavía un poco. Cuando Don Bosco llegó, tomé un paneci-
llo el primero, miré al cesto y vi que había unos quince o veinte más.
Entoncés me puse precisamente detrás de Don Bosco, sobre un esca-
lón, con los ojos bien abiertos. Empezó Don· Bosco la distribución.
Pasaban los muchachos delante, contentos de ser servidos por él, y le
besaban la mano, mientras él decía una palabrita a cada uno o sonreía.
Todos los alumnos, cerca de cuatrocientos, recibieron su panecillo.
Terminada la distribución, quise de nuevo examinar la cesta del pan, y
con gran admiración constaté que en el cesto había la misma cantidad
que al principio. Me quedé pasmado. Corrí atontado hacia mi madre y
le dije:
- No me voy, ya no quiero irme, me quedo aquí. Perdóneme que le
haya hecho venir a Turín. Después le conté lo que acababa de ver con
mis propios ojos, y le diie: -No quiero dejar a un santo como Don
Bosco.
Esta fue la única razón por la que quise quedarme en el Oratorio y
después formar entre los hijos de Don Sosco,'.
Francisco Dalmazzo llegó a ser salesiano; durante ocho años fue
director del colegio de .Valsálice y siete años más, Procurador General
de la Congregación Salesiana ante la Santa Sede.
La caridad con los pobres v s61o con ellos
Al acercarse el curso escolar 1860-61, observó Don Sosco que las
peticiones de ingreso para estudiar en el Oratorio eran muy abundantes.
Tuvo miedo de "dar los frutos de la caridad" a quien no era digno de
ella. Imprimió el programa del internado con una nueva cláusula: los
estudiantes, durante los dos primeros meses, tenían que pagar una
cuota fija. Solamente después de haber demostrado, con la buena con-
ducta, ser dignos de la caridad, la cuota podía disminuir y aún ser anu-
lada. Lemoyne, al dar esta noticia añade: "Pero Don Bosco sabía hacer
muchas excepciones en su caridad".
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He aquí las condiciones impresas y dadas a conocer para el curso
1860-61:
Para los artesanos:
- Han de ser huérfanos de padre y madre.
- Deben tener 12 años cumplidos y no pasar de los 18.
- Deben ser pobres y abandonados.
Para los estudiantes:
- Deben haber aprobado las clases elementales y querer seguir el
curso gimnasia! (así se llamaba entonces en Italia la escuela media).
- Estarán dos meses a prueba, por 24 liras mensuales, y después se
acordará cuánto, según los méritos.
Entre las "disposiciones generales" que seguían, es notable la si-
guiente: "Todas las prendas de vestir son a cargo del alumno, salvo que
hagan constar su imposibilidad por pobreza".
La ..Comisión secreta.. de 1861 ·
En 1861 se registra un caso insólito, casi único y de excepcional
importancia. Don Alasonatti, don Rúa, el clérigo .Cagliero, el clérigo
Francesia y otros diez salesianos se reúnen en "Comisión secreta".
Están convencidos de que todo lo que sucede en derredor de Don
Sosco, suele tener carácter excepcional! cuando no sobrenatural. Per-
der el recuerdo de estos sucesos sería tirar a la calle un tesoro. Se
comprometen, pues a 11guardar su memoria" fielmente. Todos tomarán
apuntes. En sesiones regulares de la comisión se leerán los apuntes
públicamente, y serán corregidos según el testimonio de cada uno de
los presentes, para que solamente se transmitan cosas exactas.
Juan B. Lemoyne, al dar la noticia en el sexto volumen de Memorias
Biográficas, anota: "Podemos, por tanto, estar bien seguros de la ver-
dad de cuanto nos dejaron tales testigos. En el curso de los años,
entraron otros para continuar su trabajo con el mismo afecto a Don
Sosco y a fa verdad".
Estamos muy agradecidos a aquellos primeros salesianos que, carga-
dos de trabajo, robaron horas al sueño para esta empresa incompara-
ble, preciosísima, sin la cual se hubieran perdido muchas noticias sobre
Don Sosco o hubieran quedado envueltas entre nubes de leyenda.
Esto no quita que podamos y debamos hacer alguna observación a
éstos y a los que escribieron la biografía de Don Sosco apoyándose en
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sus testimonios. No para acusarles (sería una necedad), sino para mejor
comprender las aventuras de Don Sosco.
Primero. Don Sosco contaba muchas veces las cosas sin ninguna
preparación, familiarmente, y tenía derecho a hacerlo. El que habla a
los muchachos, a sus jóvenes alumnos, casi nunca está en las condi-
ciones de espíritu de quien "dicta para la historia". Y es menester ano-
tar sus palabras a título "familiar" y no como rigurosos documentos his-
tóricos. Ya le sucedió eso a Napoleón en las narraciones hechas en
Santa Elena: a Lutero en las conversaciones de festines y a tantos
otros. Las narraciones de Napoleón están llenas de emoción, de luces
relampagueantes, de recuerdos, pero no hay que tomarlas como decla-
raciones rigurosas y detalladas para la historia. Más bien hay que filtrar-
las, a través de la documentación, los planos de batalla, las cartas y los
tratados. Así sucede con Don Sosco: algunas de sus conversaciones "a
la pata la llana" fueron tomadas como absoluta y rigurosamente exactas
en todos sus detalles.
Segunda. Estos cuidadosos colectores de recuerdos y palabras de
Don Sosco, dado el gran trabajo que tenían en el Oratorio y su poco
conocimiento de la ciudad, registraron todo lo que Don Bosco hacía,
pero no tomaron casi nunca cuenta de lo que, a la vez, sucedía en la
ciudad y alrededores. Así, todo lo que dicen de Don Bosco es absolu-
tamente verdad; pero, parece por sus escritos que solamente Don
Bosco lo hiciese, cuando en Turín había otros varios que realizaban
semejantes empresas apostólicas y llevaban adelante iguales movimien-
tos sociales. Ahora bien, el que está sólo siempre es el primero de la
clase; y así sucede partiendo de aquellos recuerdos: parece que Don
Bosco haya tenido siempre la primera intuición, que haya sido el único
en tener iniciativas. Mientras que, estudiando los hechos con mayor
amplitud, se ve que; si en efecto él fue grandísimo, había junto a él, por
delante y por detrás, muchos otros que se esforzaban por trabajar a su
estilo.
Por ejemplo, el santuario de María Auxiliadora (del que hablaremos
en el capítulo siguiente) parece un milagro en su realización: por tantos
gastos, tantas limosnas, por la rapidez de su construcción, por el
enorme concurso de fieles en la inauguración. Pero, luego, examinando
la historia de Turín, se ve que, al mismo tiempo, se levantaron otras
cuatro Iglesias de notable coste y rápida realización (parroquia de
Santa Julia, 1863, por 650.000 liras: parroquia de los Santos Pedro y
Pablo, 1865, por 540.000 liras; parroquia de la Inmaculada Concepción,
1867, por 220.000 liras; santuario de María Auxiliadora, 1868, por
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890.000 liras; parroquia de Santa Bárbara, 1869, por 336.000 liras. En
1853 se había terminado la Iglesia parroquial de S. Máximo, por un
coste de 1.500.000 liras).
Con todo esto, el santuario de María Auxiliadora no pierde nada de
su grandeza. Sigue en su sitio, como un milagro de voluntad, de fe y de
beneficencia. Pero, colocado junto a las otras cuatro Iglesias, toma una
perspectiva diversa. Una palmera en medio del desierto es algo muy
distinto a una palmera en medio del palmeral. No dejará de ser una
palmera espléndida, pero no será la única a monopolizar el apelativo de
"portentosa".
Dígase lo mismo de las escuelas nocturnas, de los talleres, de la
expedición de misioneros. Todo ello algo formidable, pero que existe
dentro de un contexto de reali~aciones católicas, también formidables.
Don Sosco no aparece como un "monstruo''. sino como un santo que,
en un ambiente de catolicidad comprometida, empuja su fe hasta reali-
zar auténticos milagros. Con otros sacerdotes a su lado que (no siendo
siempre tan santos como él) trabajan con la misma fe y entrega.
Tercera. Don Bosco recibía dones misteriosos de Dios. Tenía sueños
que le descubrían el porvenir, pronunciaba profecías que se cumplían
puntualmente. Pero también era un hombre, un sfmple sacerdote que
muchísimas veces solamente buscaba ver un poco más allá de sus nari-
ces, como los demás. Y también él tenía derecho a emitir su parecer, a
alimentar esperanzas, a hacer pronósticos, que a veces resultaban exac-
tos y, a veces, eran equivocados (como resultó en el caso de don Gua-
nel la, a quien Don Sosco quiso conservar en el Oratorio, cuando su
misión era otra). Registrar "todos" estos pronósticos, estas esperanzas,
y tener la pretensión de verlos cumplidos todos matemáticamente, es
falsear la figura de Don Bosco. Es lo mismo que negarle el derecho a
ser un hombre, sujeto como todos los demás a las vicisitudes de la
vida. Tal vez, fue éste uno de los límites que hubo en el "espíritu" con
que fueron recogidos los recuerdos y las palabras de Don Sosco. Espe-
cialmente hoy, se tendría mayor reconocimiento de aquellos testimo-
nios, si se hubiesen anotado no sólo los éxitos sublimes, sino también
las dudas, las perplejidades y los errores de la grandísima y "humaní-
sima" persona que fue Don Sosco.
Pero esto no quiere ser, ni puede serlo, una recriminación del trabajo
de los primeros salesianos que, aún con límites precisos, fue de un
valor incalculable.
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38
El gran santuario soñado
En octubre de 1844 tuvo Don Sosco dos sueños. Se han contado ya
en el capítulo 18, pero queremos volver sobre ellos, alargando las citas.
Sacamos la primera de las Memorias autográficas de Don Sosco, la
segunda de la relación escrita, hecha por Julio Barberis y Juan Bautista
Lemoyne.
"La pastorcilla me invitó a mirar hacia el mediodía. Mirando, vi un
campo, sembrado de maíz, patatas, coles, remolachas, lechugas y
muchas otras hortalizas. "Mira otra vez", me dijo; y miré de nuevo. Vi
entonces una estupenda y alta Iglesia. Una orquesta, con sus instru-
mentos, y un coro me invitaban a cantar la misa. En el interior de la
Iglesia había una faja blanca, en la que, con caracteres cubitales, se
leía: Hic domus mea, inde gloria mea. (Esta es mi casa, de la que saldrá
mi gloria)". (Memorias, ed. Ceria. Pág. 136).
El sueño de las tres Iglesias
"Me pareció encontrarme en una gran llanura ocupada por incontable
cantidad de jóvenes. Unos reñían, otros blasfemaban. Una nube de pie-
dras, lanzadas por los que libraban batalla entre sí, cruzaba los aires.
Estaba yo para marcharme, cuando vi a mi lado una Señora que me
dijo:
- Métete entre esos jóvenes y trabaja.
Avancé, pero ¿qué hacer? No había un lugar donde retirarse. Me volví
entonces a la Señora, la cual me dijo:
- ¡Ahí está el lugar! Y me mostró un prado.
- Pero aquí no hay más que un prado -dije yo-. Ella respondió:
- Mi Hijo y los Apóstoles no tenían ni un palmo de tierra donde
reclinar su cabeza.
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Empecé a trabajar en aquel prado, amonestando, predicando, confe-
sando. Pero era inútil todo esfuerzo, si no encontraba un recinto con
algún edificio donde recogerles. Fue entonces cuando aquella Señora
me dijo:
- Observa.
Vi entonces una Iglesia pequeña y baja, un patio pequeño y muchos
jóvenes. Reemprendí el trabajo. Pero, como la iglesia resultaba estrecha,
recurrí todavía a Ella, la cual me hizo ver otra iglesia más grande, con
una casa al lado. Después, llevándome cerca, a un trozo de terreno cul-
tivado, casi en frente de la segunda iglesia, añadió:
- En este lugar, donde los gloriosos mártires de Turín, Adventor y
Octavio, sufrieron el martirio, sobre esta tierra regada y santificada con
su sangre, quiero que Dios sea honrado de un modo especialísimo.
Y así diciendo, adelantaba un pie y lo ponía en el lugar preciso en
que sucedió el martirio. Yo quise colocar una señal para marcarlo, pero
no hallé nada junto a mí. Pero quedó fijo en·mi memoria con precisión.1
Mientras tanto me vi cercado por una cantidad inmensa de mucha-
chos, que creía sin cesar; pero mirando a la Señora crecían también los
medios y los locales; y vi luego una grandiosa iglesia, precisamente en
el lugar donde me había hecho ver que sucedió el martirio de los San-
tos de la legión tebea, con muchos edificios alrededor y un hermoso
monumento en medio" (M.B., vol. 11, pág. 298).
Don Bosco no perdió nunca de vista "el campo sembrado de maíz,
patatas, coles remolachas, lechugas y otras hortalizas", que había reco-
nocido en el del otro lado de la tapia que circundaba su Oratorio. Lo
había bautizado con "el campo de los sueños". Apenas pudo, el 20 de
junio de 1850, lo compró. Pero en 1854 (año del cólera, de los veinte
huérfanos albergados de golpe) lo tuvo que vender para pagar deudas
urgentísimas. Volvió a su propiedad el 11 de febrero de 1863. Durante
aquellos últimos meses había sucedido algo nuevo.
..será la lgleSla madre de nuestra Congregación.,
Una noche de diciembre de 1862, Pablito Albera (muchacho de 17
años, que precisamente aquel año había sid.o admitido en la Sociedad
Salesiana) recibió una confidencia de Don Bosco. Era sábado, Don
1 Aquel lugar, indicado con precisión por Don Bosco, se encuentra en la actual "Capilla
de las reliquias" de la Basílica de Maria Auxiliadora. Está señalado en el pavimento con una
cruz dorada.
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Bosco había estado confesando hasta las 23, y solamente entonces
pudo ir, acompañado por Pablito, a tomar un bocado. Estaba como dis-
traído, y, en un momento dado, empezó a decir: "He confesado mucho,
pero la verdad es que no sé lo que hacía ni decía, porque me preocu-
paba una idea. Me distraía y me sacaba fuera de mi. Pensaba: nuestra
iglesia es demasiado pequeña; no caben en ella los muchachos. Por
tanto, haremos otra más bonita, más grande, magnífica. La llamaremos
iglesia de María Auxiliadora. No tengo un centavo, no sé de donde
sacaré el dinero, pero eso no importa. Si Dios lo quiere se hará".
Poco tiempo después, habló de este mismo proyecto con Juan Ca-
gliero. He aquí su testimonio: "En 1862 me dijo Don Bosco que pensaba
construir una iglesia grandiosa y digna de la Virgen Santísima.
- Hasta ahora, dijo, hemos celebrado solemnemente la fiesta de la
Inmaculada. Pero la Virgen quiere que la honremos con el título de
María Auxiliadora: corren tiempos muy tristes y necesitamos que la Vir-
gen Santísima nos ayude a conservar y defender la fe cristiana. ¿Y
sabes, además, por qué?
- Creo -respondí- que será la "iglesia madre" de nuestra futura
Congregación, y el centro de donde saldrán todas nuestras obras en
favor de la juventud.
- Lo has adivinado, me dijo: María Santísima es la fundadora y será
la sostenedora de nuestras obras" (M.B. vol. VII, pág. 334).
Una iglesia mayor donde cupieran todos los muchachos, la "iglesia
madre" de la Congregación. He ahí los motivos-base por los que Don
Sosco proyecta el santuario de María Auxiliadora. Pero añade un tercer
motivo: corren tiempos muy tristes... Nos parece conveniente comentar
estas palabras, no para clasificarlas como uno de esos 11lamentos gene-
rales" que en todo tiempo florecen en boca de los profesionales del
pesar.
Los sucesos de Spoleto v la AuxlliadOra
La historia de la Iglesia, de mitad del Ochocientos -escribe el histo-
riador Santiago Martina- "se caracteriza por un choque violento entre
lo viejo y lo nuevo, entre las estructuras de una sociedad oficialmente
cristiana y la afirmación, cada vez más decidida, de la ciudad secular.
Nace el cuadro en un periodo nodal de la historia de la iglesia que
vuelve a proponer los términos de la comparación entre el cristianismo
y las culturas de las diversas épocas históricas con las que viene a
encontrarse".
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Uno de los momentos más agudos de este "encuentro violento" es el
de la cuestión de Roma y el Estado pontificio. Después de la segunda
guerra de independencia -lo tomamos de Pedro Stella- el Estado
pontificio, tenido por los católicos como algo indispensable para la
independencia del Papa, parecía irremediablemente condenado a ser
conquistado por el "Reino de Italia". Los obispos de Umbría invitaban a
los fieles, el 2 de febrero de 1860, a rogar a Dios "por la intercesión del
Corazón Inmaculado de María, Madre de Dios, Auxiliadora de los Cris-
tianos".
Precisamente en la ciudad de Spoleto, de Umbría, sucedió, según la
voz popular, un gran milagro. En marzo de 1862, la Virgen habló, desde
una antigua imagen conservada en una Iglesia demolida, a un niño de
cinco años y curó a un joven campesino. Enseguida empezaron a llegar
peregrinos a la Iglesia destruida.
El arzobispo de Spoleto, monseñor Arnaldi, envió una entusiasta rela-
ción de los sucesos al periódico católico de Turín, Armonía. Hablaba de
imponentes peregrinaciones llegadas de Todi, Perugia, Foligno, Nocera.
Narni, Norcia.
El mismo arzobispo, en septiembre de 1862, lanzó la idea de levantar
un gran templo en el lugar de los milagros, dando a la imagen de la
Virgen (llamada hasta entonces "la Virgen de la Estrella") el título oficial
de Auxilio de los Cristianos, Auxilium Christianorum.
Don Sosco leyó la relación de monseñor Arnaldi a sus jóvenes "con
gran alegría". Y precisamente por aquel tiempo tuvo el sueño de las
"dos columnas", que contó a los jóvenes el 30 de mayo: la nave de la
Iglesia, guiada por el Papa, marcha segura en medio del ímpetu de las
olas y los proyectiles arrojados por las numerosas naves enemigas. Y
encuentra finalmente refugio entre dos columnas, en medio de las cua-
les el Papa arroja el áncora: la primera columna tiene encima la Euca-
ristía, la segunda una estatua de la Inmaculada, con la inscripción Auxi-
lium christianorum.
Este conjunto de "tiempos tristes" y de grandes esperanzas consti-
tuye el tercer motivo que empuja a Don Sosco a iniciar la empresa del
santuario de María Auxiliadora.
un título 11ue hace Fruncir el ceño
Don Sosco encargó los planos al ingeniero Antonio Spezia, el cual
desarrolló un proyecto en forma de cruz latina sobre una superficie de
1.200 metros cuadrados. La máxima longitud de la iglesia era de 48
metros.
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Con un rollo de planos bajo el brazo, presentóse Don Bosco en el
Ayuntamiento para su aprobación. No hicieron la menor observación
sobre el dibujo. Más aún, prometieron (de "palabra" solamente) conce-
der para la construcción de esta iglesia un subsidio de 30.000 liras, lo
mismo que hacían con todas las iglesias parroquiales.
Lo que les hizo fruncir el ceño fue el título de: Iglesia de María Auxi-
liadora. Los sucesos de Spoleto, la carta de los obispos de Umbría, las
polémicas del periódico Armonía lo hacían sospechoso a las autorida-
des municipales. Aquel nombre sabía a contestatario.
- ¿No podría cambiar un título tan raro? Llámela iglesia del Rosario,
de la Paz, del Carmen ... ¡Tiene tantos títulos la Virgen!
Don Bosco se echó a reír:
- Ustedes apruébenme el proyecto. En cuanto al nombre ya nos
pondremos de acuerdo.
No se puso del todo de acuerdo: lo dejó como estaba.
cuarenta céntimos para empezar
Obtenido el permiso para construir, Don Bosco confió las obras al
empresario Carlos Buzzetti. Llamó al ecónomo don Savio y le ordenó
iniciara las excavaciones.
- Pero ¿cómo nos arreglaremos, Don Bosco? No se trata de una
capillita, sino de una iglesia muy grande y costosa. Esta mañana no
había en casa ni para pagar los sellos de las cartas que habían de salir.
- Empieza las excavaciones -repuso Don Sosco-. ¿Cuándo hemos
empezado una obra teniendo preparado el dinero? Hay que dejar hacer
algo a la Providencia.
Las excavaciones estaban casi acabadas en otoño de 1863, y se
reernprendieron en marzo de 1864.
A fines de abril, invitado por el maestro de obras. fue Don Sosco
acompañado de sus sacerdotes y de muchos alumnos hasta las excava-
ciones, para colocar la primera piedra. Terminada la función, se dirigió
a Buzzetti y le dijo:
- Quiero darte enseguida algo a cuenta, para los grandes trabajos.
Sacó el portamonedas, lo abrió y vertió en manos del maestro de
obras todo lo que contenía: ¡cuarenta céntimos! Al ver a Buzzetti un
poco mortificado, añadió enseguida:
- Tranquilo. La Virgen pensará para que llegue el dinero necesario.
Y la Virgen pensó de veras en ello; mas para hacerlo llegar quiso que
Don Sosco sudara y se fatigase.
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Al estudiar la figura de los dos grandes santos de Turín, casi contem-
poráneos, Cottolengo y Don Bosco, salta a la vista una diferencia. Los
dos fueron ayudados, día tras día por la Providencia, vivieron de la Pro-
videncia. Pero, mientras Cottolengo decía: "La Providencia ya ha prepa-
rado el dinero que nos hace falta. Esperemos que llegue'\\ Don Bosco
repetía: 11La Providencia ya ha preparado el dinero que nos hace falta.
Vamos a buscarlo".
Don Pablo Albera, segundo sucesor de Don Sosco, que vivió junto a
él en aquellos tiempos, decía: "Solamente quien fue testigo puede
hacerse una idea del trabajo y de los sacrificios que nuestro Padre se
impuso aquellos años, para llevar a término la iglesia de María Auxilia-
dora, tenida por muchos como una empresa temeraria, muy superior a
las fuerzas del humilde sacerdote que se había metido en ella".
Don Sosco exprimió su imag.inación para forzar la caridad pública.
Inundó Turín y todo Piamonte de cartas y circulares; abrió suscripcio-
nes; solicitó ayuda a los 11grandes11 del mundo turinés, de Florencia y de
Roma; organizó una lotería impresionante. Afluían las ofertas, pero no
siempre en cantidad suficiente. En mayo de 1866 escribía Don Sosco al
caballero Oreglia: "Por falta de medios han sido reducidos los cuarenta
albañiles que trabajan en la obra, a ocho. Es un momento calamitoso".
La Virgen hace la colecta por Don Bosco
Si el "pobre Don Sosco" llegó a vencer las dificultades debióse a la
ayuda de María Auxiliadora que se puso a11 hacer las colectas más fruc-
tuosas". La palabra de "gracias" pequeñas y grandes que la Virgen
concedía a los que ayudaban a la construcción de la Iglesia corrió rápi-
damente por Turín, y por muchas partes de Italia.
La gracia más "clamorosa", seguramente, fue la del banquero y'sena-
dor José Cot1a, bienhechor de Don Sosco, y muy conocido en los am-
bientes políticos y financieros de Turín.
Estaba el senador, a sus 83 años, postrado en cama, sin que los
médicos dieran la menor esperanza -narra Lemoyne- cuando Don
Sosco fue a verle. El enfermo le dijo con un hilillo de voz:
- Unos minutos todavía y, luego, hay que marchar hacia la eterni-
dad.
- No, senador -replicó alegre Don Bosco-. La Virgen le necesita
todavía en este mundo. Usted tiene que vivir para ayudarme a levantar
su iglesia.
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32.1 Page 311

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- No hay esperanzas... -suspiró el viejo-.
La fe de Don Sosco se alió con una audacia tranquila, casi de broma:
- ¿Y qué haría usted si María Auxiliadora le obtuviese la gracia de la
curación?
Sonrió el senador, recogió fuerzas y apuntó con dos dedos estirados
hacia Don Sosco:
- Dos mil liras. Si me curo, pagaré dos mil liras mensuales, durante
seis meses, para la iglesia de Valdocco.
- Muy bien, voy a hacer rezar a mis muchachos, y le espero curado.
Tres días después llegaba el senador totalmente curado.
- Aquí estoy -dijo a Don Sosco-. La Virgen me ha curado y he
venido a pagar mi primera deuda.
Contaremos solamente otras dos "gracias", a pesar de que Don
Sosco, el 11 de febrero de 1868, escribía al caballero Oreglia: "Cada día
sucede algo mayor que el anterior, con María Auxiliadora, en favor de
la iglesia. Harían falta volúmenes". Y en el proceso para la beatificación
de Don Bosco, atestiguó monseñor Bertagna bajo juramento: "Durante
una tarde de Ejercicios Espirituales en San Ignacio, Don Sosco me
pidió consejo sobre si debía seguir bendiciendo a los enfermos con las
medallas de María Auxiliadora y el Salvador, porque, decía, se armaba
mucho ruido con las muchas curaciones que se operaban y que tenían
el aire de algo prodigioso. Bien o mal, yo éreí que debía aconsejar a
Don Bosco que siguiese con sus bendiciones''.
una mamá, un bebé y unas p0bres alhajas
Un día había salido Don Bosco a la ciudad. Al volver al Oratorio, vio
en la portería a una pobre madre que llevaba en brazos un niño de casi
un año, macilento, lleno de pústulas, inmóvil y sin voz. Parecía un
cadáver. Se detuvo y preguntó a la madre:
- ¿Cuánto tiempo hace que está enfermo?
- Siempre, desde que nació.
- ¿Lo ha hecho ver por los médicos?
- Sí, pero dicen que no hay nada que hacer.
- Y usted, ¿estaría contenta si curase?
- ¡Imagínese! ¡Es mi pobre hijo! Y lo besaba.
- ¿Cree usted que la Virgen puede curarlo?
- Sí, pero no merezco tanta gracia. Si me lo cura, le daré todo lo
que tengo de más querido.
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- Entonces, cuando pueda, vaya a confesarse y comulgar. Diga
durante nueve días el Padrenuestro y el Avemaría, y convide a su
marido a rezarlos. La Virgen les oirá-. Y bendijo al bebé con la bendi-
ción de María Auxiliadora.
Quince días más tarde, estaba en la sacristía del santuario, en medio
de la gente que se apiñaba para hablar con Don Sosco, una mujer que
llevaba en brazos un niño de ojos cristalinos y llenos de vida. Al llegar
ante Don Sosco, exclamó llena de júbilo:
- Mire a mi hijito.
- ¿Qué desea, señora?
Don Sosco no recordaba la bendición dada a aquel niño. La mujer se
lo recordó y le dijo que, al tercero o al cuarto día ·de la novena, el niño
estaba curado.
- Ahora he venido para cumplir mi promesa. Y, así diciendo, sacó
un estuche donde guardaba sus pobres joyas: una cadenita de oro, un
anillo, dos pendientes. Don Sosco se conmovió, quizá pensó en otros
iguales de su madre. La mujer repetía mientras tanto:
- Le prometí a la Virgen que le daría lo que más quería, y le ruego
que lo acepte. Don Sosco sacudía la cabeza:
- Señora, ¿cuenta con alguna fortuna para hacer frente a la vida?
- No. Vivimos al día con la paga de mi marido, que trabaja en una
.fundición.
- ¿Han hecho ustedes algún ahorrillo?
- ¿Qué ahorros quiere que hagamos, con tres liras al día?
- ¿Y sabe su marido que quiere entregar estos objetos a la Virgen?
- Sí, lo sabe. Y está muy contento de ello.
- Pero, si se quedan sir, nada ¿cómo se las arreglarán, si sucede
una desgracia, si viene una enfermedad?
- El Señor ve que somos pobres y nos ayudará. Yo debo cumplir lo
prometido.
Don Sosco estaba profundamente conmovido:
- Oiga, hagamos así. La Virgen no quiere que usted haga un sacrifi-
cio tan grande. Si usted quiere darle un testimonio de su agradeci-
miento, entrégueme solamente el anillo. La cadenita y los pendientes se
los llevará a casa.
- Eso no. He prometido darlo todo, y debo darlo todo.
- Haga como le digo. La Virgen está contenta así.
- ¿De verdad? Yo no quiero faltar a mi palabra.
- Usted no falta a su palabra. Se lo garantizo en su nombre.
La mujer seguía indecisa. Por fin concluyó:
- Bien, como usted desee. Pero, si quiere todo mi oro, tómelo.
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32.3 Page 313

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Don Sosco repitió que quedase tranquila y acarició al niño. (M.B. vol.
X, págs. 94-96).
un bracero de Alba
Un pobre hombre había llegado de Alba, después de viajar a pie día y
noche. Se confesó, comulgó y después se presentó a Don Sosco para
cumplir una promesa. Le contó cómo había estado enfermo. Los médi-
cos le habían dicho que no había nada que hacer, y entonces había·
prometido a la Virgen llevarle todo su dinero, si curaba. Curó inmedia-
tamente. Don Sosco contemplaba a aquel hombre, paupérrimo a juzgar
por su vestir, cómo sacaba del bolsillo un papel y lo desenrollaba cui-
dadosamente. Entre el papel apareció su dinero: una lira. Se la entregó
solemnemente a Don Sosco diciendo:
- Esto es todo lo que poseo. Toda mi riqueza.
- ¿De qué trabaja?
- De bracero. Vivo al día.
- ¿Y cómo hará para volver a casa?
- Lo mismo que he venido: a pie.
- ¿Y no está cansado?
- Un poco. porque el viaje es bastante largo.
- ¿Está aún en ayunas?
- Claro está, porque he venido a comulgar. Antes de media noche,
sin embargo, comí un pedazo de pan que llevaba en el bolsillo.
- Y ahora ¿qué lleva para desayunar?
- Nada.
- Hagamos, pues, así. Hoy se queda conmigo. Comerá y cenará
aquí. Mañana, si le place, volverá usted a su casa.
- ¡Esta sí que es buena! Le traigo una lira y usted se gasta dos o
tres para darme de comer.
- Oiga: usted ha hecho su ofrenda a la Virgen. Y ahora Don Sosco
le hace la suya: un plato y un vaso de vino.
- Le digo que no. Yo sé que Don Sosco y la Virgen tienen la misma
bolsa. Si tengo hambre, pediré limosna. Si me canso, me sentaré al pie
de un árbol. Si me viene el sueño, ya habrá quien me deje dormir en un
pajar. Quiero cumplir mi promesa del todo. Adiós y ruegue por mí.
Y, sin más, partió (M.B., vol. X, págs. 97-98).
311

32.4 Page 314

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NOTA
Los sueños de aon aosca
Hemos hablado en este capítulo de tres sueños de Don Bosco: el de "una gran
iglesia en el campo de maíz". el de "las tres iglesias", y el de "las dos columnas".
Quiero hacer una observación personal.
Se han escrito ya muchas páginas sobre los "sueños de Don Sosco". Casi
todas serias e importantes. Algunas tan extrañas que hacen pensar que el que
las ha escrito ha soñado más que Don Bosco.
Para "explicar" estos sueños y para "eliminar" la menor alusión de ··extraordi-
nario" a la vida de Don Bosco, ha habido estudiosos que han empleado todas las
hipótesis posibles: desde la parapsicología (hoy seriamente discutida y negada
por los mejores científicos), hasta convertirlo en "mito" por parte de quien refe-
ría hechos y dichos de Don Bosco (no cabe duda de que algún testigo convirtió
en "mito" algunas cosas). y hasta la acusación explicita de falso testimonio.
Creemos es licito hacer "hipótesis" y buscar realizarlas. Menos lícito nos
parece tomar en consideración todas las hipótesis. menos una: la intervención
extraordinaria de Dios en la vida de Don Sosco. A fuer de honrados, se debe
tener en cuenta también ésta, y comprobarla seriamente. Ahora bien, una com-
probación seria, por parte de un historiador, debe basarse ante todo en el valor
de los testimon¡os, que en el caso de Don Sosco muchas veces se hicieron bajo
"juramento" en los procesos de beatificación. Negar a priori testimonios jurados.
para luego encaramarse por dudosas teorías, significa que el· trabajo histórico no
se realiza con seriedad, sino con prevención. Es caer en los dogmas del positi-
vismo ("No es admisible lo sobrenatural, por tanto es inútil tomarlo en consi-
deración").
No somos especialistas en este campo. Pero creemos que. para tener una idea
justa sobre los sueños de Don Bosco. es importante, ante todo, conocer el pare-
cer del mismo Don Sosco, y, después, el de los que vivieron a su lado. (No basta
esto para el historiador, evidentemente, pero es el punto de partida para cual-
quier indagación seria).
Nos permitimos, por tanto, traer algunas citas de Don Sosco y de los que
vivieron junto a él durante muchos años. No retocamos el texto.
Sueño de los nueve años. Testimonio autógrafo de Don Bosco
"La abuela con ribetes de teólogo, analfabeta del todo, dio la sentencia definí~
tiva: "No hay que hacer caso de los sueños". Yo era de la opinión de mi abuela,
pero nunca pude echar en olvido aquel sueño. Lo que expondré a continuación
dará explicación de ello". (Memorias, por E. Ceria, pág. 25).
Sueño de la gran Iglesia en el campo de maíz.
Testimonio autógrafo de Don Sosco
"Este (sueño) duró casi toda la noche; lo acompañaron muchas circunstan-
cias. Entonces entendí poco de su significado. porque no le daba gran crédito;
312

32.5 Page 315

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pero comprendí, poco a poco, las cosas, según se iban realizando. Más tarde me
sirvió, juntamente con otro nuevo sueño, de programa para mis decisiones"
(Memorias, por E. Ceria, pág. 136).
Testimonio de Don Sosco referido por J. Bta. Lemoyne
"Durante los primeros años iba yo despacio en prestar a estos sueños la fe
que merecían. Muchas veces pensaba que eran juegos de la fantasía. Al contar
aquellos sueños, al anunciar muertes inminentes, predecir el futuro, muchas
veces me quedé con la duda por no fiarme de haber entendido o temiendo decir
alguna mentira. Algunas veces me confesé con don Cafasso de este mi aventu-
rado modo de hablar. Me escuchó, pensó un momento y después me dijo:
"Desde el momento que todo lo que dice se cumple, esté tranquilo y siga así".
Pero, sólo unos años después. cuando murió el joven Casalegno y lo vi en el
ataúd sobre dos sillas en el pórtico, igual que en el sueño. ya no dudé en creer
firmemente que aquellos sueños eran avisos del Señor" (M.B. vol. V, pág. 376).
Testimonio de J. Bta. Lemoyne.
"Hasta alrededor de 1880, cuando Don Sosco contaba sus sueños, nunca
había empleado la palabra visión. Pero, en los últimos años, hablando conmigo,
aunque no fuera el primero en usarla, asentía, sin embargo, a la frase usada por
mi en aquellas conversaciones confidenciales" (M.B., Introducción al vol. XVII).
Testimonio de don Serlo, secretarlo de Don Sosco, por más de veinte años
"Predijo, antes de que sucediese, la muerte de casi todos los muchachos del
Oratorio, señalando el tiempo y las circunstancias de su paso a la otra vida. Una
o dos veces advirtió claramente al interesado. A menudo to hizo custodiar por
algún compañero; otras veces dijo en público las iniciales del nombre. Estas
predicciones, por cuanto yo recuerdo, puedo asegurar que se cumplieron todas.
Hubo alguna rarísima excepci·ón, que sirvió para confirmar el espíritu profético
de Don Bosco. Yo escribo estas cosas, como testigo ocular y auricular". (M.B.,
vol. V, pág. 387).
Parecer de E. Ceria
Este biógrafo de Don Sosco. que compiló los últimos nueve volúmenes de
Memorias Biográficas, y que había entrado en la Congregación tres años antes
de la muerte de Don Sosco. en la introducción al volumen XVII clasifica los sue-
ños de Don Sosco en tres grupos:
- Sueños que no son más que sueños (como nos pasa a todos cualquier
noche de mala digestión): en rigor, no deberían figurar en la vida de Don Bosco.
Alguno se colocó en Memorias Biográficas para tener más elementos de juicio
sobre la vida de Don Sosco.
- Sueños que no fueron sueños, sino verdaderas visiones: tenidos a pleno
día. como por ejemplo la revelación sobre el futuro de Juan Cagliero.
- Sueños tenidos de noche, que revelan cosas oscuras o futuras.
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Resulta difícil distinguir -observa E. Ceria- las tres categorías. Una vez, no
sabemos cuándo, sofíó Don Sosco que se encontraba en San Pedro de Roma,
dentro del gran nicho que hoy se ·abre sobre la cornisa de la derecha de la nave
central, perpendicularmente sobre la estatua de bronce de San Pedro y el meda-
llón en mosaico de Pío IX. El no sabe comprender cómo haya sido colocado allá
arriba. Quiere bajar. Llama, grita, pero nadie responde. Entonces, vencido por la
angustia, se despierta. Un sueño de una mala digestión, se diría. Pero, el que
contempla el nicho de San Pedro en 1936 -sigue Ceria- ve en él la grandiosa
estatua de Don Sosco del escultor Canonice. Y entonces se comprende que no
se trataba de una mala digestión.
Basílica de María Aw<iliadora, en Turín. tal como está en la actualidad.
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32.7 Page 317

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39
Don Miguel Rúa: Desde Mirabello
hasta la inauguración
del santuario
El párroco de Mirabello, diócesis de Casale Monferrato, deseaba fun-
dar un colegio en su término parroquial. Invitó a Don Bosco. Este, des-
pués de asegurarse "que sería dueño en casa propia", y de establecer
que el colegio debería aceptar, sobre todo a muchachos aspirantes al
sacerdocio, aceptó.
Estaba por entonces tan ocupado con las obras, apenas empezadas
de la iglesia de María Auxiliadora, que no podía levantar cabeza, pero
tomó todas las precauciones para que la iniciativa de Mirabello triun-
fase. Monseñor Calabiana, obispo de Casale, que tenía pocos semina-
ristas, la aprobó del todo. El colegio se llamaría "Pequeño Seminario".
En otoño de 1863 llamó Don Bosco a don Rúa y le dijo:
- Voy a pedirte un gran sacrificio. Nos llaman para abrir un "Pe-
queño Seminario" en Mirabello, en Monferrato. He pensado enviarte a ti
para dirigirlo. Será la primera casa que los salesianos establecen fuera
de Turín. Mil ojos se abrirán sobre nosotros para ver "cómo nos las
arreglamos". Tengo plena confianza en ti. Te daré los hermanos que
hagan falta para que la casa nazca bien.
Rúa tenía 26 años. Don Bosco estudió con él la lista de salesianos
que habrían de acompañarle. Fueron elegidos los clérigos Provera,
Bonetti, Cerruti, Albera, Dalmazzo y Cuffia.
Estudiaron también una fórmula de cara a los muchachos a matricu-
lar para alcanzar enseguida buenos resultados: algunos de los mejores
alumnos del Oratorio de Turín pasarían al colegio de Mirabello como
"levadura" en medio de los noventa alumnos aceptados para el primer
año.
cuatro páginas, con valor de códice
Don Rúa partió para Mirabello, después de la fiesta del Rosario. Lle-
vaba consigo cuatro páginas, con unos preciosos consefos escritos por
Don Bosco.
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Dice Pedro Stella de esas cuatro páginas: 1Tienen valor de códice y
de testamento. Don Bosco refleja en ellas todo el arco de sus preocu-
paciones de padre, de educador, de sacerdote que aspira a la salvación
de las almas''.
También Don Bosco se da cuenta de que ha logrado trazar en aque-
llas lineas una de las mejores síntesis de su "sistema para educar".
Tanto es así, que después, las transcribió (con algunas variantes y aña-
diduras) para todos los directores salesianos, con el título de Recuer-
dos confidenciales a los directores.
Intentamos una breve síntesis.
"Te hablo con la voz de un padre cariñoso que abre el corazón a uno
de sus hijos más queridos.
Contigo mismo
- Nada te turbe.
- Evita la austeridad en la comida. No dediques menos de seis horas
al reposo, cada noche.
- Celebra la santa misa y reza el breviario con piedad, devoción y
atención.
- Haz cada mañana un poco de meditación y una visita al Santísimo
durante el día.-
- Procura más bien hacerte amar que hacerte temer; cuando man-
des y cuando corrijas, obra de tal suerte que todos entiendan que bus-
cas el bien y no tu capricho. Toléralo todo, cuando se trate de impedir
el pecado.
- Párate a pensar antes de juzgar en cosas de importancia.
- Cuando te informen respecto a alguien, procura esclarecer bien
los hechos, antes de juzgar.
Con los maestros
- Procura hablar a menudo con ellos. Conocida una necesidad, haz
cuanto puedas por remediarla.
- Huyan de toda amistad particular y parcialidad con sus alumnos.
Con los asistentes
- Procura charlar con ellos para oír su parecer sobre la conducta de
los muchachos. Sean puntuales en sus obligaciones. Hagan su recreo
juntamente con los jóvenes.
Con los alumnos
- No aceptar, por ningún motivo, muchachos expulsados de otros
colegios o de quienes conste, de cualquier modo, que son de malas
costumbres.
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32.9 Page 319

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- Haz cuanto puedas para pasar con los jóvenes todo el tiempo del
recreo; y deja caer al oído, cuando la necesidad te lo aconseje, aquel las
afectuosas palabras que tú sabes muy bien. Este es el gran secreto que
ha de hacerte dueño de los corazones.
- Procura iniciar la Compañía de la Inmaculada Concepción.
Con los externos
- La caridad y la cortesía han de ser las notas distintivas de un
director, tanto por lo que respecta al personal interno como al externo.
- Cuando surjan problemas por cuestión de cosas materiales, cede
todo lo que puedas, aún perdiendo, con tal de que se conserve la
caridad.
- En cuanto a cosas espirituales, o simplemente morales, todo se ha
de resolver a la mayor gloria de Dios y el bien de las almas. Compromi-
sos, honrillas, afán de venganza, amor propio, razones, pretensiones y
aún el mismo honor, todo ha de ser sacrificado con tal de evitar el
pecado".
Y he aquí las principales "añadiduras" al volver a escribir las mismas
líneas como Recuerdos confidenciales a los directores:
- "No mandes nunca cosas superiores a sus fuerzas o perjudiciales
para la salud.
- Eleva siempre el corazón a Dios antes de deliberar.
- Procura hacerte conocer de los alumnos y conocerlos pasando
con ellos todo el tiempo disponible.
- Los aspectos odiosos y de disciplina sean confiados a otros.
- Procura muy mucho secundar las inclinaciones de cada uno, con-
fiándole preferentemente lo que sabes es de su mayor agrado.
- Háganse todas las economías posibles, pero de ningún modo falte
nada a los enfermos.
- El estudio, el tiempo y la experiencia me han hecho tocar con la
mano que la gula, el interés, y la vanagloria fueron la ruina de Congre-
caciones muy florecientes y de órdenes respetabilísimas. Los años te
enseñarán verdades que ahora pueden parecerte increíbles".
Las ..palabritas al oído... de DOn aosco
Don Bosco sugiere a don Rúa: "Deja caer al oído aquellas palabras
afectuosas que tú sabes". La "palabrita al oíd-)" de Don Sosco, según el
testimonio de sus alumnos, era uno de sus secretos educativos.
Lemoyne se preocupó de recoger estas "palabritas", preguntándoles a
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32.10 Page 320

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los que habían sido alumnos de Don Sosco. He aquí algunas sacadas
de su lista:
- 11¿Cómo estás? ¿Y en las cosas del alma?
- Me habrías de echar una mano en algo muy importante. ¿Sabes en
qué? En hacerte bueno.
- ¿Cuándo vas a empezar a ser mi consuelo?
- ¿Cuándo quieres que le rompamos los cuernos al diablo con una
buena confesión?
- Aceptas que seamos unos buenos amigos para negocios del alma?
- ¿Tienes miedo de que el Señor esté enfadado contigo? Recurre a
la Virgen.
- El paraíso no está hecho para los gandules.
- Reza, reza bien, y seguro que te salvas.
- ¿Que estás en medio de la tempestad? Invoca a la Virgen que es
la estrella del mar.
- Piensa en el juicio de Dios.
- No confíes en tus fuerzas.
- Piensa en Dios, serás mejor y estarás más contento.
- Si me ayudas, quiero hacerte feliz en esta vida y en la otra.
- Si me ayudas, quiero hacer de ti otro san Luis.
- El que persevera hasta el fin, se salva.
- A trabajar, a trabajar, descansaremos en el Paraíso.
- ¡Animo! Un pedacito de cielo lo arregla todo!"
una mamá vmucho trabaJo
Don Bosco quiso que la madre de don Rúa fuera con él a Mirabello.
Era un pensamiento delicado. Ella se ocupó de la ropería de los
muchachos, pero fue sobre todo elemento precioso de equilibrio en los
inevitables momentos de depresión de su joven hijo.
Hubo algunas dificultades iniciales con los títulos para poder ense-
ñar, mas los salesianos alcanzaron estupendos resultados enseguida en
Mirabello, sobre todo suscitando "vocaciones" sacerdotales. El principal
artífice del éxito era el director. Refiere una crónica, en tono de elogio,
que "don Rúa, en Mirabello, se comporta como Don Sosco en Turín''. Y
así por dos años.
Al principio de 1865, la Sociedad Salesiana cuenta con 80 socios,
once de los cuales son sacerdotes. De los clérigos, enviados a Mirabel-
lo con don Rúa, se han ordenado sacerdotes Sonetti y Provera. En
Turín, junto a Don Sosco y don Alasonatti, han llegado al sacerdocio
Cagliero, Savio, Francesia, Ruffino, Ghivarello y Durando.
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33 Pages 321-330

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Este año, sin embargo, la naciente Sociedad sufrirá una dura prueba.·
En pocos meses, cinco de los primeros salesianos quedarán fuera de
combate. Los alumnos internos pasarán de 700. El santuario de María
Auxiliadora engullirá enormes sumas y llegará la fatiga de don Rúa casi
al último extremo.
El cuadro de María Auxllladora
Durante los primeros meses, el gran cuadro de María Auxiliadora que
ha de presidir el santuario absorbe por entero el pensamiento de Don
Bosco. Encarga su ejecución al pintor Lorenzone y quiere comunicarle
todo lo que él "quiere ver" en el cuadro:
- En lo más alto María Santísima cecada de ángeles, en derredor de
Ella los apóstoles, los profetas, las vírgenes, los confesores. Abajo los
pueblos de las varias partes del mundo con las manos levantadas hacia
Ella pidiendo auxilio.
Lorenzone le deja acabar y después replica:
- ¿Y dónde pondrá ese cuadro?
- En la nueva iglesia.
- ¿Y usted cree que va a caber? ¿Y dónde hallar una sala para pin-
tarlo? ¡Para encontrar un espacio adaptado a las dimensiones que usted
se imagina, sería menester la plaza de Castello!
Tuvo que reconocer Don Sosco que el pintor llevaba razón. Por
tanto, se decidió que solamente se pintarían en derredor de la Virgen
los apóstoles y evangelistas. Al pie del cuadro se representaría el
Oratorio.
Lorenzone alquiló un salón muy alto en el Palacio Madama y empezó
su trabajo. Le duró casi tres años.
Logró dar al rostro de María Auxiliadora una expresión maternal llena
de dulzura. Contaba un sacerdote del Oratorio:
"Entré un día en el estudio para ver el cuadro. Estaba Lorenzone
sobre una escalerita, dando las últimas pinceladas al rostro de María. Ni
se movió con el ruido que yo hice al entrar, siguió su labor; De allí a
poco bajó de la escalerilla y se puso a observar. Al cabo de un rato se
dio cuenta de mi presencia, me tomó por un brazo y me llevó hasta un
punto de mira lleno.de luz:
- ¡Mire qué hermosa es! -me dijo-. No es obra mía, no. No soy yo
el que pinta. Hay otra mano que guía la mía. Qígale a Don Sosco que el
cuadro resultará hermosísimo. Estaba entusiasmado como no es posi-
ble imaginar. Después volvió a su trabajo".
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33.2 Page 322

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Cuando fue llevado el cuadro al santuario -recordaba Lemoyne- y
colocado en su lugar, Lorenzone cayó de rodillas y se echó a llorar
como un niño.
El adiós de don Alasonatti v la llegada de don Rúa
El 8 de octubre por la mañana llega al oratorio, desde Lanzo, el clé-
rigo Cibrario. Trae a Don Bosc9 la noticia de que don Alasonatti (que
ha ido allí para recobrar un poco la salud) ha muerto por la noche. Le
entrega una carta suya. Había consumido los últimos once años de su
vida en un trabajo silencioso y sacrificado. La mole de gestiones, factu-
ras, registros, había llegado a ser tal que, en los últimos tiempos, pasó
en blanco más de una noche. De verdad se había ganado el Paraíso
-tal y como había pedido al llegar-. Durante el mes de septiembre
había sufrido atrozmente con una úlcera en la garganta.
Don Sosco se lo comunicó a los muchachos con la emoción de un
hermano. Fue una pérdida gravísima para el Oratorio.
Don Rúa estaba en Mirabello programando las cosas para el inmi-
nente curso escolar. Y he aquí que llega de Turín, don Provera:
- Don Sosco te espera en el oratorio. Don Bonetti tomará la direc-
ción del colegio. Tú ven cuanto antes.
Recordaba don Provera: "Estaba don Rúa sentado escribiendo. No
dudó ni un instante: sin preguntar, sin pedir explicaciones, se levantó,
tomó el breviario y dijo: 11Preparado".
Dejó a su madre en Mirabello, hasta tanto se encontrase solución
para la ropería de los muchachos.
Una vez en Turín, Don Sosco no le dijo más que esto:
- Has hecho de Don Sosco en Mirabello. Ahora tienes que hacerlo
en Valdocco.
Le confió todo: los talleres con sus 350 artesanitos, las obras del san-
tuario, la publicación de las Lecturas Católicas (con 12 mil suscripto-
res), hasta la labor de leer y responder la mayor parte de las cartas a él
dirigidas.
Mañanas de audiencias
Las mañanas de Don Bosco eran totalmente "consumidas" por las
audiencias.
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33.3 Page 323

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Recuerda Lemoyne: "Empezaron éstas en los primeros tiempos, esto
es, en 1846 y fueron creciendo poco a poco. En 1858, todavía podía
Don Sosco salir de casa, a las diez y media o las once de la mañana.
Pero, hacia 1860, de tal modo se agolparon que, le tocaba a Don Sosco
quedarse toda la mañana en el despacho, desde las nueve, casi hasta la
una de la tarde. Y así continuó hasta su última enfermedad. Al morir
don Cafasso, prácticamente heredó él su espíritu. Todo cuanto había en
Turfn de bueno, de elegido, de sobresaliente, en las diversas clases
sociales, todo terminaba en Don Bosco".
Añade el cardenal Cagliero: "Siempre vi a muchísima gente que subía
a visitar a Don Sosco. Venían a suplicarle una oración, a recibir su
bendición, a pedirle consejo para realizar ciertas buenas obras, a lle-
varle limosnas para sus muchachos, y también para verle y hablarle.
Eran gentes del pueblo, autoridades y ministros, rectores de seminario
y obispos".
Un abogado, que fue recibido muchas veces por Don Bosco recor-
daba: "Tenía ciertamente cosas urgentes que hacer, pero no mostraba
la menor impaciencia para cortar la conversación. Era respetuoso, bon-
dadoso, afectuoso. He oído decir a muchos: ¡Qué buen trato tiene Don
Sosco!"
Don Juaquín Berto, su secretario, le oyó a menudo consolar a los
enfermos que sostenía en pie mientras entraban en su despacho. Don
Sosco repetía: "El Señor es un buen padre, y nunca permite que sea-
mos afligidos por encima de nuestras fuerzas". Si los pacientes le
recordaban las obras buenas que habían hecho, Don Sosco exclamaba:
"Dios no olvida nada. Todo lo pagará abundantemente en el Paraíso. Es
el mejor pagador que existe".
"Una vez vino a verle .:-contó don Dalmazzo- un negociante riquí-
simo falto de fe. Sólo le llevaba la curiosidad. Le ví salir la mar de con-
fundido, y exclamando tres o cuatro veces: "¡Pero qué hombre, qué
hombre éste! Le pregunté qué le había dicho Don Bosco. Y respondió:
"Le he oído cosas que no se oyen a los demás sacerdotes. Al despe-
dirme me ha dicho: Esperemos que un día, usted con su dinero y yo
con mi pobreza, nos podamos encontrar en el Paraíso".
De Amlcis ve la estatua de la Virgen en la cúpula
En el año 1866 llegaron las obras del santuario hasta la cúpula y se
pararon. Faltaba dinero. Don Sosco, después de unos días de deuda,
ordenó sustituir la cúpula por una sencilla bóveda y acabar de una vez.
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33.4 Page 324

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El maestro de obras Buzzetti y el ecónomo don Savio no salían de su
sorpresa: la iglesia perdería toda su hermosura. Decidieron diferir la
cuestión durante un mes, rematando otros trabajos, a ver si Don Bosco
cambiaba de parecer. Cuando he aquí que se presenta el senador
Cotta:
- ¿Es crerto que quiere usted suprimir la cúpula?
- Nadie quiere suprimir nada. Pero faltan los medios y hay que cubrir
antes del invierno.
- Siga los planos de la Iglesia. Medios no faltarán.
Y anadió a Don Bosco:
- Estoy comprobando con los hechos que el Setior me da el céntu-
plo de lo que yo doy por su amor.
Se levantó la cúpula. El 23 de septiembre, domingo, subía Don Bosco
con un chiquillo hasta lo alto del andamiaje. Juntos colocaron la piedra
que cerraba el último anillo de ladrillos.
En el 1867 se colocaba sobre el empino de la cúpula una gran estatua
de la Virgen. 'Tiene casi cuatro metros de alta -escribió Don Bosco-
Y está coronada por doce estrellas. Es de cobre dorado. Brilla luminosa
desde lejos cuando la besan los rayos del sol. Parece que hable, como
queriendo decir: Aquí estoy yo recogiendo las plegarias de mis hijos,
para llenar de gracias y bendiciones a todos los que me
aman".
Valdocco, juntamente con Borgo Dora, seguía siendo la periferia
pobre y a veces triste de Turín. Campos sin cultivar, casas y barracas
de gente pobre, la gran casa del sufrimiento llamada "El Cottolengo",
las obras de la Señora Barolo y de Don Sosco.
Las familias aristocráticas y pudientes de la ciudad, pasaban a
menudo, por aquellos barrios, montadas en su coche, camino. del
campo.
También pasó Edmundo de Amicis, el escritor célebre y de moda.
Anotaba en su volumen La Ciudad: "A la tristeza de aquel barrio singu-
lar, corresponde la campina vecina, llana y silenciosa, particularmente
en el invierno, a la puesta del sol, cuando por encima de las casas y de
los campos cubiertos de nieve, Inmersos ya en la sombra azulina de la
tarde, brilla todavía, al último rayo de sol, la alta estatua dorada de
María Auxiliadora en lo alto de la cúpula de su Iglesia solitaria, con los
brazos abiertos hacia los Alpes".
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33.5 Page 325

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El momento en que se cum111en las ..,ocas 11rofeeías..
El 9 de juni·o de 1868 se consagraba el santuario de María· Auxilia-
dora.
A las 10,30 subió al altar mayor, para celebrar la primera misa, el
arzobispo de Turín monseñor Riccardi. A continuación celebró la misa
Don Bosco, asistido por don Lemoyne. En la iglesia había 1.200 jóvenes.
Fue un momento intensamente conmovedor para todos. Las "locas
profecías" de Don Bosco eran una realidad concreta ante los ojos de
todo el mundo. La "hermosa y alta" Iglesia se había levantado milagro-
samente en "el campo sembrado de maíz y de patatas". En derredor de
la cúpula había una faja blanca, "en la que estaba escrito con caracte-
res cubitales "Hic domus mea, inde gloria mea". El altar estaba "cer-
cado de un gran número de jóvenes".
Aquel día, hubo alguien que lo recordó en alta voz, como sí quisiera
resarcir a Don Basca de todas las amarguras que había debido tragar
durante aquellos años. Y él respondió con sencillez: "Yo no soy el autor
de estas maravillas. Es el Señor, es María Santísima, éllos se dignaron
servirse de un vulgar sacerdote para cumplirlas. Cada piedra de esta
iglesia es una gracia de la Virgen".
Dos días después, la Unidad Católica de Turín publicaba la crónica
de la consagración, en la que había una frase que gustó mucho a Don
Bosco: "La Iglesia se ha levantado por los pobres y para los pobres".
Aquella gran fiesta no hizo "perder la cabeza" a Don Sosco. Si hubie-
se caído en la tentación, las aceradas dificultades que volvieron a apa-
recer al día siguiente, se la hubieran apartado enseguida. Escribió por
aquellos días: "La carestía del pan nos trae la desolación. Entre Turín,
Mirabello y Lanzo (el tercer colegio que acababa de fundar por enton-
ces) hemos de pagar cada mes 12 mil liras, sólo de pan".
Agotamiento de don Rúa
La persona que más sacrifícios soportó por aquel tiempo (siempre en
sikmcio) fue don Rúa. Durante más de un mes, no durmió más de tres o
cuatro horas cada día. El exceso de trabajo terminó por agotar las
energías de su organismo.
El 29 de julio cayó. Cayó literalmente en brazos de un amigo a la
puerta del Oratorio. Transportado a su habitación, llegó el médico y se
alarmó: se trataba de una peritonitis en estado avanzado.
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33.6 Page 326

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Don Bosco estaba ausente. Le llamaron a toda prisa. Llegó por la
noche. Pero al llegar, ya había toda una turba de muchachos en la
sacristía esperándole para confesarse. Don Bosco estaba extrañamente
alegre.
- Venga enseguida a ver a don Rúa -le dijo don Savio-. Puede fal-
tar de un momento a otro.
- Eso sí que no..Don Rúa no se irá sin mi permiso. Voy a confesar a
los muchachos.
Confesó hasta muy de noche. Luego, en vez de subir a la enfermería,
se fue a cenar. Un silencio tenso le rodeaba. Nadie entendía, cómo él,
siempre tan premuroso con los enfermos, fuera en esta ocasión tan
descortés con su principal colaborador, que insistentemente pedía verle.
Al acabar de cenar, subió Don Bosco a su habitación, dejó la cartera
y, luego, fue a ver a don Rúa. Cubría la frente del enfermo un sudor
frío. Estaba muy mal. Vio a Don Bosco y murmuró:
- Si ha llegado mi hora, dígamelo... No temo la muerte...
- ¿La muerte? -exclamó Don Bosco-. Querido don Rúa, ¿quién
habla de muerte? No quiero, ¿entiendes? no quiero que te mueras.
¡Estaría yo fresco sin ti! Aún tenemos que trabajar y trabajar, ¡ya lo
creo!
Vio sobre la mesita el pomo para la unción de los enfermos y
preguntó:
- ¿Quién es ese buen hombre que quiere dar los Santos Oleos a
don Rúa?
- Yo -respondió don Savio-.
- ¡Qué poca fe tenéis! Animo, don Rúa. Mira, aunque te tirasen por
la ventana, ahora no morirías. Así que, llevaos los Santos Oleos y
dejadle en paz.
Tres semanas más tarde don Rúa estaba curado. Un mes y medio de
convalecencia y volvió a jugar como un muchacho en el amplio patio.
Aún no se atrevía a correr, pero jugaba a los bolos con los más peque-
ños. Puesto en cuclillas, arrojaba las bolas de barro cocido con el pul-
gar nervioso.
En agosto de 1876, después de cenar, preguntó un salesiano a que-
marropa a Don Bosco:
- ¿Es verdad que varios salesianos han muerto por exceso de traba-
jo?
- Si eso fuese verdad -respondió- nuestra Congregación no
hubiese sufrido ningún mal, al contrario. Pero no es cierto. Sólo uno
podría merecer el título de víctima del trabajo y ése es don Rúa. Más,
para nuestra suerte, el Señor nos lo conserva fuerte y lleno de vida.
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33.7 Page 327

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una "nueva fase"
para los salesianos
Desde que Don Sosco empieza a comprometerse con la construcción
del santuario de María Auxiliadora, se tiene la impresión de que anda
encadenado, prisionero de su obra. La historia, que pasa velozmente a
su lado, parece que no roce sus vicisitudes.
Se ha comenzado, parece, la "historia salesiana", que marcha paralela
pero independiente de la ..otra" historia. Con sus etapas, sus éxitos, sus
batallas privadas: la fundación de las Hijas de María Auxiliadora, la par-
tida de los misioneros, el inicio de los Cooperadores, las pundonorosas
pero ásperas luchas con la jerarquía de Turín para la independencia de
la Congregación, las pesadas maniobras romanas para la aprobación de
las Reglas salesianas.
La historia de más allá de la puerta
Es una impresión equivocada. La historia de Italia que sigue su mar-
cha fatigosa hacia la unificación, las rabiosas sacudidas de las autori-
dades políticas con la Iglesia, la historia "no oficial" con las luchas
obreras, la emigración masiva, la tensión de las masas populares por
una mejor instrucción y cultura, se entrelazan capilarmente con la
acción de Don Bosco, la orientan, le dan nueva sensibilidad.
Por esto nos parecería peligroso (y superficial) ignorar los grandes
sucesos que tienen lugar más allá de la puerta del oratorio.
Muerto Cavour (6 de junio de 1861). se suceden durante 15 años, por
las alturas del gobierno los nombres de personas que un día serán lla-
madas "la derecha histórica". Crecieron al lado de Cavour y es cierto
que, si aprendieron el quehacer político, también lo es que no poseían
las chispas de su genio. Se trata de los piamonteses Sella, Lanza y
Ratazzi, los lombardos Jacini y Visconti Venosta, los emilianos Mighetti
325

33.8 Page 328

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y Farini, los toscanos Ricasoli y Peruzzi, los meridionales Spaventa y
Massari. Tienen la mentalidad (y los intereses) de la rica burguesía y de
la aristocracia agraria.
De cara a la Iglesia mantienen la línea cavouriana de separación entre
Iglesia y Estado, pero no renuncian a herir duramente al clero y a los
obispos tildados de reivindicadores de los derechos pontificios.
Frente a la 11derecha histórica", está en el Parlamento la izquierda.
Muy distinta de lo que hoy entendemos por "izquierda". Sus componen-
tes proceden también de la aristocracia y la burguesía {sobre 22 millo-
nes de italianos, se reconoce el derecho de voto a 400.000, y lo ejercen
200.000).
Crispi, Depretis, Bertani, los principales representantes de la izquier-
da, tienen como programa moderadas reformas democráticas (extensión
del derecho al voto) y una acción anticlerical más decidida.
Italia, antes de ocupar el lazio y las Tres Venecias, está llegando a los
22 millones de habitantes. de ellos, el 80 por ciento no sabe leer ni
escribir, y no hay más que 6.500 universitarios. El 70 por ciento de los
italianos reside en el campo y trabaja la tierra. El 18 por ciento está
empleado en la industria. El mayor complejo industrial es Ansaldo, en
Liguria, que mantiene 1.000 obreros. Los ferrocarriles alcanzan los
2.000 kilómetros. La flota mercante italiana es la tercera del mundo, va
después de Inglaterra y Francia.
La lucha contra los bandoleros v la gran emigración
En el año 1861, comenzó, en Italia del sur, la guerra contra el bando-
lerismo, quizá la página más trágica y dolorosa de la historia nacional.
Los "bandoleros" estaban constituidos por bandas armadas que
seguían siendo fieles a los Borbones, en algún caso; pero, las más de
las veces no eran más que grupos de escapados que se echaban al
monte y vivían robando y matando. "La explosión del bandolerismo -es-
cribe Francisco Traniello- puso en dura evidencia los límites de la polí-
tica seguida por la derecha liberal. Se sentía la unificación nacional
como una "imposición de lo alto, una verdadera y propia "conquista" en
muchas partes del Sur".
Los políticos de la Derecha sentían cordial desprecio por el sur:
"Nada de Italia -escribía Farini en 1861-, eso es Africa: los beduinos,
en comparación con esa gente zafia, son una flor de virtudes cívicas".
En consecuencia, combatieron el bandolerismo sin preocuparse de
afrontar las causas de fondo: el analfabetismo, que llegaba ~I 90 por
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ciento de la población, la miseria secular, la desesperada rebelión de
las poblaciones campesinas contra un Estado, que había impuesto
tasas pesadísimas y se llevaba a los jóvenes con la leva militar
obligatoria.
La lucha contra el bandolerismo fue una verdadera guerra, en la que
tomaron parte 120.000 hombres; se libraron batallas, asedios; hubo tri-
bunales militares y fusilamientos.
Los "bandoleros" matados durante los cinco años 1860-65 pasan de
5.000. Se ganó la guerra, pero quedaron sin resolver los problemas del
sur. Y los meridionales, despreciados y humillados, iniciaron el triste
fenómeno de la huida que se ha llamado ºemigración". "En los años
siguientes al 1861 -escribe Miguel Marotta- la emigración italiana
adquiere un carácter masivo, con una media anual de 123.000 emigran-
tes por año. Después de 1876, llega al medio millón anual".
Don Sosco, al enviar sus primeros misioneros a Argentina, les dirá:
"Id, buscad a esos hermanos nuestros, que la miseria y la desgracia
llevó a tierra extranjera".
Guerrilla en Turín
En 1862 se reanudó la áspera lucha entre el Estado italiano y la Santa
Sede por la posesión de Roma. Garibaldi, con el consentimiento tácito
del primer ministro Ratazzi, abandonó Caprera, desembarcó en Palermo
y preparó una expedición para la conquista del Lazio y de la ciudad de
Roma. Pero las violentas reacciones de Napelón 111 y de los católicos
italianos obligaron al gobierno a enviar tropas regulares para detener a
Garibaldi, que ya había desembarcado en Calabria.
El 29 de agosto tiene lugar el encuentro, a los pies der Aspromonte.
Los "bersaglieri" del coronel Pallavicini hieren y capturan a Garibaldi.
El 15 de septiembre de 1864 Italia firma una convención con Napo-
león. El emperador acepta la retirada de las tropas francesas alineadas
para defensa del Papa, y el gobierno italiano se obliga a respetar la
Soberanía del Papa sobre Roma. Como prueba de buena voluntad se
obliga a trasladar la capital del Reino, de Turín a Florencia.
Al ser conocido en Turín este compromiso, la ciudad se enciende.
Seis mil personas acuden el 20 de septiembre, a la Plaza Castello gri-
tando: "Abajo el rey, viva la República".
Al día siguiente, se reúne la turba amenazadora en la plaza de San
Carlos, gritando contra la Gaceta del Pueblo. De pronto, desde las
calles laterales, caen sobre la turba pelotones de la guardia de seguridad
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pública con el sable desenvainado. Hay heridos y muertos. Las turbas
se dispersan pero vuelven a reunirse unas horas más tarde, y toman por
asalto la Comisaría General de Policía.
Mientras tanto, por la Plaza Castello, circula una manifestación pací-
fica. Pero los nervios están a flor de piel. Un escuadrón de carabineros
recibe orden de disparar sobre la turba: diez muertos quedan tendidos
sobre el empedrado. La furia popular se desencadena: destruyen las
oficinas de la Gaceta a pedradas, toman por asalto las armerías. La
gente se arma. El ministro del Interior, por miedo a la guerra civil,
amontona en la ciudad 28.000 soldados y cien cañones. Se emplaza la
artillería en el Monte de los Capuchinos encarada contra el centro de la
ciudad.
Por la noche de aquel 21 de septiembre, Don Sosco reúne bajo los
pórticos a sus muchachos y juntos rezan, por Turín y sus habitantes.
El día 22 empiezan los tumultos a las nueve .Y media. Una hilera de
carabineros, que defiende la Comisaría General de Policía, sufre una
granizada de piedras. Dos caen heridos gravemente. Exasperados, sus
compañeros empiezan a disparar a la altura de un hombre: 26 muertos.
El rey, indignado, pide la dimisión del gobierno. Es nombrado primer
Ministro el general La Mármora. Cesan los tumultos, pero la capital es
trasladada rápidamente a Florencia.
En Turín se masca la traición.
crisis religiosa: Biblia y cotización de Bolsa
También el Papa se siente traicionado. Pío IX, al verse privado de la
protección militar de Napoleón 111, se endureció en sus posiciones anti-
liberales. Con el documento 11a·mado Sy/labus condenó en bloque las
"doctrinas modernas". En las últimas líneas del documento negaba el
Papa que la Iglesia "pueda y deba reconciliarse y llegar a firmar pactos
con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna".
El Papa, junto con muchísimos ambientes católicos, estaba espantado
de la grave crisis religiosa que parecía iba a cambiar la faz del mundo.
"Los nuevos cetos dirigentes y empresariales -copiamos de Tra-
niello- preferían la lectura de las cotizaciones de Bolsa a la de la
Biblia. Las nuevas masas proletarias, desarraigadas y explotadas, se
lanzaban a la lucha de clases, más fácilmente que a las bienaventuranzas
evangélicas. Las migraciones del campo a la ciudad, los forzosos cam-
bios de oficio y de ocupación, las nuevas condiciones de vida y, en
general, la disolución del viejo tejido social, provocat-an profundos
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34.1 Page 331

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cambios en el modo de pensar, arrancaban muchas almas a los
párrocos y pastores. Todo parecía un rechazo de los tradicionales prin-
cipios católicos. un abandono o una disminución de la práctica cris-
tiana, y sobre todo una rebelión contra la autoridad eclesiástica, ligada
muy a menudo a un mundo ya acabado".
Esta situación de crisis, que alcanzará su meta con la conquista de
Roma por las tropas italianas en 1870, lleva a los católicos a unirse
fuertemente, a organizarse como "un estado -dentro de otro Estado11•
Para salvar los propios valores y formar las nuevas generaciones dentro
de un clima cristiano, crean los católicos (junto a los organismos esta-
tales anticlericales) entes de socorro mutuo "católico", bancos popula-
res "católicos", sociedades "católicas" de seguros, escuelas y colegios
..católicos" para la educación de sus hijos.
Don Bosco vive envuelto en este momento de la historia italiana.
Dirige buena parte de sus energías a abrir "colegios y escuelas católi-
cas", hasta a hacer vivir a su Congregación una "nueva fase": la de los
colegios. Hablamos ampliamente de ello en la segunda parte del pre-
sente capítulo.
La historia no oflclal de los talteres
Junto a la historia de la Italia oficial, se desarrollan otros sucesos,
olvidados a menudo por los libros que narran la ..gran.. historia.
Son estos los años de la "gran miseria" de la gente pobre. Los obre-
ros de Piamonte trabajan en las fábricas 12 horas al día, con salarios de
hambre, sin mutualidades, ni seguros de ningún género. Los campesi-
nos, que forman la grandísima mayoría, como ya hemos señalado, lle-
van todavía sus hijos de 10 a 12 años, en el mes de marzo, a las plazas
del mercado, para ser "contratados" por los propietarios de las hacien-
das. Esto ya sucedía en los tiempos de Juanito Bosco. Y sucederá por
muchos años (en algunos pueblos de la región de la Puglia todavía
sucede en 1979). Las muchachas cuidan la "larga trenza" de sus cabe-
llos. Se la cortarán y la venderán al cumplir los dieciocho años: sacarán
la más alta "entrada" para empezar a prepararse el equipo de novia.
También del Piamonte, falto de leyes que reglamenten el trabajo y los
seguros, sale una multitud de emigrantes: temporeros para Francia y
Suiza, defintivos para América.
En 1864 nace en Londres la "Primera Internacional de Trabajadores".
Al principio se compone de tres corrientes principales: el sindicalismo
inglés, que pretende reformas graduales para mejorar la condición de
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los obreros, y hacerles participar más directamente en la actividad polí-
tica; los secuaces del socialista francés Proudhon, que rechazan la
lucha de clases y el comunismo marxista, y buscan organizar "coopera-
tivas obreras" para suprimir lentamente el capitalismo; los mazzinianos
que ya han constituido en Italia 450 "sociedades obreras" con 120.000
inscritos.
Sin embargo, poquito a poco, la Internacional será dominada por
Marx, el cual con sucesivas 11depuraciones" pondrá fuera de combate a
todo el que no piensa como él e impondrá sus ideas comunistas.
En el mismo año 1864. monseñor Ketteler, obispo de Maguncia,
publica La cuestión obrera y el cristianismo. Es .el programa del fuerte
catolicismo social alemán. Reclama la intervención del Estado para una
legislación sobre el trabajo y la previsión social. Las leyes deberán
garantizar un salario mínimo, limitar las horas de trabajo, garantizar el
descanso festivo, prohibir el trabajo de las mujeres y de los niños,
proveer a los seguros sociales, devolver su importancia a las "socieda-
des intermedias11 entre el individuo y el Estado: la familia, el municipio,
los entes locales, las asociaciones libres.
Al impulso de estos movimientos y de las luchas de los trabajadores,
se alcanzan en esos años conquistas lentas y trabajosas. En 1864 el
gobierno francés de Napoleón 111 reconoce a los obreros el derecho a la
huelga. En 1866 el gobierno alemán de Bismarck concede a todos el
derecho al voto. Los obreros pueden, por vez primera, enviar sus repre-
sentantes al Parlamento. En 1866 reconoce el gobierno belga los prime-
ros sindicatos de trabajadores (gracias a las fuertes presiones de las
asociaciones católicas). Los mismos reconocimientos seguirán en .Aus-
tria (1870), Inglaterra (1876), Francia {1884).
A partir del 1 de mayo de 1866 empieza también la "campaña internacio-
nal" para la jornada de trabajo de las 8 horas. Se organizan 5.000 huelgas y
muchísimas manifestaciones. Por doquier son reprimidas por la policía y el
ejército. En Chicago caen numerosos muertos, y son ahorcados los respon-
sables de la manifestación obrera.
Durante los últimos decenios del siglo pasado, casi todos los Estados
europeos reducen por ley la jornada laboral a 1O horas, prohiben emplear
en las fábricas, a jornada entera, a los niños menores de 13 años, aprueban
normas sobre la prevención de accidentes, sobre la higiene, sobre el des-
canso festivo. Entre 1883 y 1889, solicitado por los católicos del 11Centro" y
los socialistas de Lasalle, el gobierno alemán introduce los seguros obliga-
torios de accidentes, enfermedades y vejez. Enseguida le imitarán Austria,
Suiza, Dinamarca, Bélgica e Italia.
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El "Impuesto del hambre••
En 1868, los campesinos italianos, de por sí muy pobres, fueron sor-
prendidos por un impuesto inicuo, el del "impuesto de molienda". Se
ponía una pesada contribución a la molienda de trigo y demás cereales
que caía sobre los pobres que se alimentaban de pan y polenta. Hubo
una oleada de verdaderos y serios levantamientos por todo el país.
"Contra los revoltosos, a veces nacidos del grito de "Viva el Papa y los
austriacos" -escribe Francisco Traniello- volvió a emplearse el ejér-
cito y hubo centenares de muertos y heridos. El gobierno mantuvo el
"impuesto del hambre".
También en el Oratorio y en las otras casas de Don Sosco, donde sus
muchachos "consumen montañas de pan", el impuesto de molienda
señala un notable aumento de gastos: "La carestía del pan nos trae la
desolación", escribe durante aquellos meses.
Nace el ºcolegio salesiano..
A principios de 1863, con motivo de la. apertura del "pequeño semina-
rio" de Mirabello, llaman a Don Bosco desde otros puntos de Italia para
fundar colegios, no oratorios. Don Sosco acepta (pero a base de abrir
un oratorio junto a cada colegio).
Resulta así que la Congregación salesiana, a la vuelta de pocos
años, se encuentra comprometida con numerosas escuelas, que impar-
ten enseñanza elemental. media y profesional.
¿Cómo se entiende que los salesianos de Don Bosco, nacidos en un
oratorio, sean a la vuelta de unos años "especialistas de colegios para
los hijos del pueblo?"
Hemos señalado el motivo en las páginas precedentes. Damos ahora
una respuesta más completa, citando a Pedro Stella: "El florecimiento
de los colegios católicos, su multiplicación, pertenece a la segunda
mitad del Ochocientos, cuando la política y la legislación italiana fue
encarrilada de mano en mano sobre bases liberales... La profunda dis-
cordia entre Italia legal, constituida por la clase dirigente política libe-
ral. e Italia real, constituida por amplios estratos de oposición católica y
otras fuerzas entonces en desarrollo (socialismo...), tuvo como efecto
en las escuelas públicas italianas la orientación aconfesional y franca-
mente anticlerical (con ásperas luchas por la enseñanza de la religión
en las escuelas). De rebote nació en los católicos la tendencia a organi-
zarse en todo: crear asociaciones religiosas, entes de socorros mutuos,
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34.4 Page 334

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bancos populares, sociedades de seguros, colegios para la educación
de los hijos, dirigidos sobre todo a las clases de la baja burguesía y del
puebJo trabajador y agricultor, y casi creando una sociedad dentro de
la sociedad estatal.
Así se explica cómo, a partir de 1863, se asiste a un multiplicarse de
colegios, hospicios, escuelas para artesanos, escuelas agrícolas, semi-
narios abiertos o regidos por salesianos, y su preferencia por los inter-
nados... El colegio salesiano contribuyó a alimentar, con una sólida
contribución de jóvenes levas, las fuerzas católicas en Italia y en el
mundo".
••Educad a los Jóvenes pobres"
Se llamaron hospicios las casas para jóvenes artesanos. Solamente
aceptaban "muchachos huérfanos y abandonados11• En cambio se lla-
maron colegios las casas para estudiantes, aunque estaban decidida-
mente orientadas hacia los muchachos pobres. Esta fue siempre la
voluntad explícita de Don Sosco.
Al volver de Roma, el 7 de marzo de 1869, contaba a sus salesianos
algunas de las recomendaciones de Pío IX: "Conformaos siempre con
los pobres hijos del pueblo. Educad a los jóvenes pobres, no tengáis
nunca colegios para ricos y nobles. Cobrad pension"es modestas. No las
aumentéis. No toméis la administración de casas ricas. Mientras edu-
quéis a los pobres, mientras seais pobres, os dejarán tranquilos y haréis
el bien" (M.B., vol. IX, pág. 566).
La realidad correspondió a estas directrices y no solamente durante
los primeros años. En 1875 podía escribir Don Sosco: "Las finanzas de
Alassio Varezze, Sampierdarena, no pasan de cero". En 1898, diez años
después de la muerte de Don Sosco, había en el colegio de Solonia,
dirigido por su ex-secretario, 181 muchachos. 49 eran huérfanos total-
mente gratuitos. Sólo 33 muchachos pagaban la cuota entera, de 25
liras al mes. Todos los demás, 99, pagaban una cantidad que apenas
alcanzaba a la mitad de la cuota. Las entradas anuales llegaban a
23.000 liras y las salidas a 46.000. Un "sano'' pasivo del cien por ciento.
Los primeros cinco colegios
En 1864 se abrió el colegio de Lanzo. Don Bosco envió como director
a don Rufino (de 24 años) y siete clérigos. La pobreza y la desolación
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34.5 Page 335

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fueron los compa"eros de los primeros meses. "Un local totalmente
desnudo, unas tapias medio arruinadas -escribe et clérigo Sala, que
llegaría a ser Ecónomo General de la Congregación-. No había sillas
ni mesas. Givone preparó el rancho y lo comimos encima de una puerta
rota colocada sobre dos caballetes. Las ventanas sin cristales hubo que
taparlas con toallas y cobertores. Dormimos sobre la paja...".
Durante el primer año hubo sólo 37 alumnos internos, en medio de
una nube indisciplinada de externos. En marzo, el clérigo Provera cayó
enfermo {agravado por agotamiento físico) en completa inactividad. En
el mes de julio, víctima de tuberculosis galopante, muere el jovencísimo
director. El colegio queda en manos de los seis clérigos supervivientes.
"¡Cómo trabajábamos! -recordaba más tarde don Sala-. No quería-
mos se dijese que el colegio no iba bien, porque sólo estábamos nos-
otros los clérigos".
Al año siguiente fue nombrado director don Juan Bta. Lemoyne, y
todo empezó a mejorar.
El 1870 se abre el colegio de Alassio. Don Cerrutti, con sus 26 años,
es el director.
El 1871 se abre un hospicio en Marassi y tres años más tarde es tras-
ladado a Sampierdarena. Su director es don Pablo Albera, de 26 años.
Se empieza con tres talleres para "muchachos huérfanos y abandona-
dos11. Junto a las escuelas profesionales quiere Don Sosco que haya
una sección para muchachos "que piensan en el sacerdocio".
1871. Veinte salesianos entran en el Colegio Cívico de Varazze. Va al
frente don Francesia, uno de los primeros alumnos de Don Sosco. Esos
veinte salesianos tuvieron abierto un colegio en Cherasco, durante tres
años, pero hubo que dejarlo.
Fue Don Sosco a visitar el colegio y habló a toda una multitud que
aplaudía: "Para mantener a los muchachos -dijo Don Sosco riendo-
no necesito gente que bata sus manos al aire, sino gente que ¡bata sus
manos... en el bolsillo! Si a la hora de comer sólo bato mis manos, esta-
rán frescos los muchachos...".
En 1872 Don Sosco acepta el colegio de Valsálice, para jóvenes de
familias aristocráticas.
Es un momento grave para la Congregación. Una sociedad de siete
sacerdotes de Turín ha abierto en una colina turinesa un colegio para
jóvenes nobles, pero las finanzas han ido mal. El nuevo arzobispo de
Turín, en relaciones un poco tensas con los salesianos, llama a Don
Bosco y le impone que lleve él el colegio. Don Sosco no quiere saber
nada de ello. Hace unos años ya afirmó: "¡Eso no! ¡No será mientras yo
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34.6 Page 336

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viva! Sería nuestra ruina". Pero el arzobispo está dispuesto a imponér-
selo por obediencia.
Don Sosco somete el caso al joven Capítulo de la Sociedad, y todos
dan su voto negativo. Su be a Lanzo para aconsejarse con don Juan
Bta. Lemoyne, y éste le dice: "Rechácelo. ¿No nos ha dicho y repetido
que aceptar colegios para ricos sería la señal de la decadencia de nues-
tra Congregación. Hay poquísimos alumnos y los gastos son muy subi-
dos. Al Oratorio de Valdocco le toca contribuir con fuertes sumas. Don
Sosco exclama amargamente:
- Ahora resulta que ¡los pobres tienen que ayudar a los ricos!
Finalmente, en 1887, convertido en propietario de la casa, tras des-
embolsar una ingente cantidad (130.000 liras), Don Bosco sustituye los
alumnos ricos por clérigos salesianos estudiantes. Un gran cartel, sobre
la puerta de ingreso, anuncia el nuevo destino del colegio: Seminario
para las Misiones en el Extranjero. El problema de conciencia de Valsá-
lice, quedaba resuelto, después de 15 años.
El cambio exigido por un principio fundamental
Detenemos aquí el elenco de nuevas fundaciones. Las casas de la
Congregación, a la muerte de Don Sosco, esparcidas por seis naciones,
eran 64. Los salesianos 768.
Nos permitimos una consideración conclusiva.
A partir de 1864, junto a los oratorios y a los hospicios, nacen los
colegios salesianos.
El oratorio festivo (y diario donde es posible) sigue siendo la "primera
obra de la congregación". Así lo afirman las Reglas de los salesianos y
lo dice la realidad de su acción. Muy pronto, las grandes obras que se
van abriendo en Italia y que, luego, se abrirán en los barrios populares
de Argentina, de España y del Brasil revivirán la espléndida barahúnda
del oratorio de Valdocco. Los sucesores de Don Bosco insistirán: toda
obra salesiana, tenga un oratorio.
Pero Don Sosco, al comenzar el 1864, se ha dado cuenta de una
nueva exigencia de los hijos del pueblo: la de las escuelas organizadas
y calificadas que den una instrucción sólida y cristiana. Es una vuelta
para su Sociedad: de la barahúnda oratoriana, hay un número cada vez
mayor de salesianos que pasa a las filas ordenadas de un colegio.
Al no dudar en la realización de este cambio, nos parece que Don
Bosco ha fijado un principio fundamental para su Congregación:
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34.7 Page 337

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El elemento base, inmutable de la misión salesiana es la juventud
pobre, los hijos del pueblo: a ellos deberán sus salesianos adaptar su
obra con una lectura rápida y valerosa de los signos y de las exigencias
de los tiempos. En una palabra: no será la juventud pobre la que deberá
adaptarse a los salesianos y a sus obras, sino que los salesianos y sus
obras deberán adaptarse a las exigencias de la juventud popular.
Casa donde vivió Don Sosco, en Valdocco. Su habitación y su despacho estaban en la
segunda planta. Ahí murió.
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34.8 Page 338

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41
Mornese igual que Valdoeco
24 qe junio de 1866. Acaba de celebrarse la fiesta onomástica de Don
Bosco en el Oratorio. Han asistido los directores ·de las dos primeras
casas salesianas, Mirabello y Lanzo.
"El sol se había ocultado y una luna bellísima lucía en el cielo
-cuenta Lemoyne, director de Lanzo-. Subí a la habitación de Don
Bosco y estuve a solas con él casi dos horas. Llegaba, desde el patio, el
alboroto de los muchachos en fiesta. Sobre las barandillas de ventanas
y balcones había cientos de llamitas que lucían en vasitos de color. La
banda musical empezó su concierto. Don Bosco y yo nos acercamos al
balcón. El espectáculo era encantador. Don Sosco sonreía. A un mo-
mento dado, exclamé:
- Don Bosco, ¿recuerda los antiguos sueños? He ahí los jóvenes, he
ahí los sacerdotes y los clérigos que la Virgen le había prometido. Han
pasado casi veinte años y nunca ha faltado el pan para nadie.
- ¡Qué bueno es el Señor! -respondió Don Bosco-. Y volvimos al
silencio lleno de mil emociones. Después reanudé yo la conversación:
- ¿No le parece, Don Bosco, que falta algo para completar su obra?
_; ¿El qué?
- ¿No quiere hacer nada en favor de las niñas? ¿No le parece que,
si tuviéramos también una institución de monjas fundada por usted,
sería la coronación de la obra? ¡Cuánto podrían hacer las religiosas en
favor de nuestros pobres alumnos! Y podrían hacer con las chicas lo
mismo que nosotros hacemos con los chicos.
Se quedó un momento pensativo y luego respondió:
- Sí, también esto se hará. Tendremos las hermanas. Pero no ense-
guida; un poco más tarde".
Pedro Stella cree que Don Bosco haya albergado la esperanza, por
algún tiempo, de unir a la Congregación salesiana las obras de María
Luisa Angélica Clarac, una Hermana de la Caridad que trabajó ·a poca
distancia del oratorio de san Luis.
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34.9 Page 339

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El proyecto. si Don Bosco llegó a tenerlo, duró poco.
En cambio fueron decisivos para Don Bosco los encuentros con dos
personas: don Domingo Pestarino y María Domínica Mazzarello.
Tifus. bruJas w111111 de ola
1860. En pleno verano, estalla el tifus por las colinas de Mornese. El
año antes, la segunda guerra de independencia ya se ha llevado algu-
nos padres de familia. Ahora llega el tifus, nacido en uno de los pozos
donde el agua se estanca y se pudre en el verano, sembrando el terror
por aquella zona.
Igual que siempre que se esparce una enfermedad contagiosa, se
vuelve a hablar de brujas y de mal de ojo. Microbios, higiene, desinfec-
ción son palabras todavía desconocidas.
Las familias donde entra el tifus, todas las abandonan. Las casas
donde están sanos, se atracan.
Hay una familia, la de los Mazzarello, que es una de las primeras en
ser castigadas. Primero el varón, luego la mujer y finalmente todos los
hijos. Al cabo de unos días el padre y el hijo mayor están en las
últimas.
Don Pestarino, un sacerdote que en Mornese llaman "prevín" (un
poco por pequeño y otro poco por simpático) va a ver a aquella pobre
gente y se da cuenta de que necesitan una persona que les ayude. Se
marcha derecho a casa de unos parientes, Mazzarello ellos también, y
llama a María. Es una muchacha fuerte. Tiene 23 años. Trabaja como
un hombre y reza como un ángel.
- En casa de tu tío, hay dos que se mueren. ¿Te atreves a ir y echar
una mano?
Una larga pausa. María tiene miedo, como todos. El ..prevín" la mira
tranquilo y espera. María murmura:
- Si mi padre me deja, voy.
Su padre es un cristiano hecho y derecho. Maria va a la casa atacada.
El orden y la limpieza vuelven a reinar. Medicinas y alimentos calientes
son servidos a sus horas.
Pero mientras los enfermos se levantan de la cama curados, el tifus
se apodera de María Domínica..Su hermosa cara ovalada se reduce en
pocos días a un triángulo de piel pálida y estirada. Llega el médico,
mueve la cabeza. La muerte ronda por allí. Ordena otras medicinas.
María, acabada, le dice:
- Gracias. Mas, por favor, no me obligue a tomar más píldoras. No
necesito nada. Sólo que Dios venga por mí.
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34.10 Page 340

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Pero aún no habla llegado su hora. Tiene que trabajar mucho en esta
tierra, antes de que venga Dios a llevirsela.
Confldencllls con Petronlla
Así, sin píldoras, María se encuentra de repente sin fiebre. Vuelven
los colores naturales a sus mejillas. Los miembros, sí, quedan todavía
torpes, débiles. Parece que la altísima fiebre ha roto algo de su robusto
organismo.
¿Qué hará ahora? Más de un mozo querría hablar de matrimonio con
ella. Nada la falta para convertirse en hermosa esposa y estupenda
mamá. Pero ella no quier oír hablar de eso. Y se pregunta: "¿Qué haré
en la vida?"
María Mazzarello está inscrita en la Pía Unión de las Hijas de María
Santísima Inmaculada. La idea del grupo ha salido de la joven maestra
del pueblo, Angela Maccagno. Por indicación de don Pestarino, ésta ha
trazado un esquema de reglamento, que ha sido enviado a un célebre
párroco de Génova, don Frassinetti. El 1855, don Franssinetti compuso,
sobre aquel esbozo, el "Reglamento de la Pía Unión de María Inmacu-
lada", que se difundió rápidamente y con inesperado éxito por toda
Italia.
Don Pestarino funda la primera 11Pía Unión" en Mornese el 9 de
diciembre de 1855. Empieza con cinco muchachas. La más joven es Ma-
ría Mazzarello, de 17 años.
María tiene una amiga con la que no guarda ningún secreto. Se llama
Petronila, y, al igual que ella, es Hija de la Inmaculada. Lleva el mismo
apellido, Mazzarello. Un día de 1861, María le dice:
- He determinado aprender de modista. Cuando sepa bien, abriré un
tallercito y enseñaré a coser a las chicas pobres. ¿Te gustaría a ti coser
conmigo? Estaremos juntas, viviremos como en familia.
Pasa un ano. María y Petronila montan un tallercito de costura en el
pueblo. Una docena de chiquitas va a aprender .a coser. Pero hay una
novedad que los desbarata todo.
cuatro otos asustadOS
Llega el invierno de i 863. Acaban de salir las niñas para sus casas,
defendiéndose de la nieve con sus zuecos y sus grandes paraguas,
cuando María y Petronila oyen llamar a la puerta. Aparece un vendedor
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35.1 Page 341

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ambulante, que se ha quedado viudo con dos niñas. Pide que las alber-
guen día y noche, porque no puede tenerlas en su casa y arreglárselas él
sólo. Allí están las chiquillas, con sus cuatro ojos asustados. La mayor
tiene ocho años, la pequeña seis. P~tronila toma de la mano a la mayor,
María levanta en brazos a la pequeña. Encienden una fogata en la
chimenea.
De este modo, sin ningún "plan preestablecido", el taller de costura
se transforma, desde aquella noche, en casita para niñas pobres. María
y Petronila van a llamar a las puertas vecinas, y obtienen que les pres-
ten dos camitas y un poco de harina para hacer la polenta.
Apenas se corre la voz por Mornese de que las Mazzarello "toman en
su casa niñas huérfanas", acuden muchos a llevar un haz de leña, un
par de mantas, medio saco de harina. Pero llevan también otras niñas
que necesitan casa. Al poco tiempo ya tienen siete.
Antes de empezar el trabajo en el taller, las niñas recitan el Avemaría.
Cuando suena la campana de la torre, María comenta: "Una hora
menos en este mundo, una hora más cerca del paraíso". Y quiere que
sus costureras trabajen para el Señor: "Cada puntada un ato de amor
de Dios".
También los domingos, quiere María "hacer el bien a todas las
muchachas del pueblo". Nace de este modo una especie de oratorio.
Durante los días de fiesta, las dos amigas recogen a las muchachas, les
acompañan a la Iglesia y les mantienen alegres con juegos y paseos.
un ..p,evín" que busca trabajo
Don Domingo Pestarino había nacido en Mornese, y a los 22 años se
había ordenado sacerdote en el seminario de Génova. Se quedó a tra-
bajar en el seminario durante algunos años, pero, a los treinta, volvió a
su pueblo para ayudar al anciano párroco. Se presentó a sus paisanos
diciéndoles desde el púlpito: "Busco trabajo. No en nuestras viñas, sino
aquí en la lg~esia, en la viña del Señor. Me han ofrecido varios puestos,
pero quiero quedarme entre vosotros, si me dais el trabajo que busco".
Se encontró con Don Sosco, por vez primera, en Génova, en casa de
don Frassinetti. Sin embargo, el encuentro decisivo fue en el tren, yendo
de viaje de Acqui a Alessandria. Don Bosco le invitó a .que .le visitase en
el Oratorio de Valdocco. Y don Pestarino fue unos meses después.
Entusiasmó al 11prevín" ver tantos muchachos y tan alegre.s, en una
escuela de trabajo y de fe. Y le dijo a Don Bosco: "Me quedo con us-
ted". Dori Sosco estuvo de acuerdo con él, en que se hiciese salesiano
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(de hecho, al año siguiente hacía don Pestarino la profesión religiosa),
pero quiso que siguiera en Mornese, donde había cosas muy importan-
tes que necesitaban de él. De todos modos, las relaciones con Don
Bosco fueron de colaboración y de dependencia. Desde entonces don
Pestarino asistía a las reuniones de los directores salesianos.
En Mornese había, entre tanto, una novedad. Otras dos Hijas de la
Inmaculada piden a María y a Petronila 11hacer lo mismo que ellas". Pre-
guntan a don Pestarino, el cual responde: 11¿Y por qué no? Para las dos
tenéis ya tanto quehacer que no acabáis nunca". Así se forma una
especie de comunidad: las cuatro Hijas, como las llaman en el pueblo,
enseñan a coser a las niñas y hacen de mamás de las siete chiquitas
que viven en su compat'Ha.
En 1864, como ya se dijo en el capítulo 37, llega Don Sosco a Mor-
nese con sus muchachos, durante uno de los paseos otoñales. Se queda
allí cinco días. María Mazzarello asiste a la conferencia que da a las
Hijas de la Inmaculada, y logra oír cada noche las "buenas noches" a
sus jóvenes. Más de uno se lo reprocha como si hubiera en ello algún
inconveniente. Y ella responde: "Don Bosco es un santo, y yo lo
siento".
Al año siguiente, las Hijas de María Santísima Inmaculada se dividen
en· dos grupos. Las que han decidido vivir en comunidad juntamente
con María y Petronila las hospeda don Pestarino en una casa mejor,
junto a la Parroquia. Se llaman Hijas de la Inmaculada. Las otras que,
como Angelina Maccagno, prefieren permanecer con sus familias, se
llaman Nuevas Ursulinas.
un cuadernillo que se ha perdido
Los de Mornese están construyendo en el barrio de Sorgo Alto un
edificio para escuelas. Don Bosco ha prometido que, apenas esté aca-
bado, les enviará a sus salesianos. Todo el pueblo colabora en los tra-
bajos, con dinero y con prestaciones gratuitas.
1867. La capilla del colegio está acabada. Por diciembre va Don
Sosco a celebrar en ella la primera misa. Invoca "las bendiciones del
Señor en favor del colegio naciente y de todo el pueblo de Mornese".
Se queda cuatro días allí y da una conferencia especial al pequeño
grupo de las Hijas de la Inmaculada.
1869. Don Bosco se da prisa en la fundación de la "segunda familia".
Ha puesto sus ojos en las sencillas "Hijas" de Mornese, y sin ningún
ruido envía a María y a Petronila un cuadernillo, "escrito de su puño y
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letra, que contiene un horario y un breve reglamento, para que inicien,
juntamente con sus niñas, una vida más regular". {M.B., vol. X, pág. 591 ).
Aquel cuadernillo se ha perdido; pero, sor Petronila recordaba que en
él "se les daban estos consejos: procurar vivir habitualmente en la pre-
sencia de Dios; recitar frecuentes jaculatorias; ser dulces, pacientes y
amables; velar atentamente a las niñas, teniéndolas siempre ocupadas,
e inclinándolas a una vida de piedad, sencilla, franca y espontánea"
(M.B. vol. X, pág. 592).
1870. Don Bosco va a pasar tres días en Mornese: para respirar un
poco, y sobre todo para observar de cerca el modo de vivir de las
11Hijas". Quiere ver el efecto del 11cuadernito". Queda plenamente satis-
fecho.
1871. El 30 de enero se reúnen en el Oratorio los directores salesia-
nos. Participa en la reunión don Pestarino, el cual informa sobre la
marcha de Mornese.
24 de abril de 1871. Se reúne Don Bosco con el Capítulo de la Con-
gregación. Están presentes don Rúa, don Cagliero, don Savio, don Ghi-
varello, don Durando, don Albera. Les anuncia h~berles reunido para
"un asunto de gran importancia". He aquí sus palabras tomadas del
acta:
"Son muchos los que me han exhortado repetidamente a que haga-
mos con las jóvenes el poco bien que, por la gracia de Dios, vamos
haciendo con los. jóvenes. Si tuviese que seguir mi inclinación, no
tomaría a mi cargo este género de apostolado. Pero temo ir en contra
de un designio de la Providencia. Os invito, pues, a reflexionar ante el
Señor, para poder tomar la decisión que haya de servir para la mayor
gloria de Dios y bien de las almas. Nuestras oraciones del presente mes
sean dirigidas para obtener del Señor las luces necesarias en tan impor-
tante asunto".
cuando faltaba harina para la patenta
Felisa Mazzarello, hermana de María, recordaba así la vida de los
primeros tiempos: "Faltaba muchas veces a la pequeña comunidad el
sustento necesario, faltaba hasta harina para la polenta. y cuando ésta
se tenía faltaba leña para cocerla.
Entonces, salía María al campo con alguna de las "Hijas" e iban a un
bosque a hacer un haz de leña seca y, con la mostela al hombro, volvía
a casa a preparar la comida. Cocida la polenta, la llevaba al patio, la
ponía en el suelo con el plato, e invitaba a las compañeras al opíparo
banquete. No había pla.tos ni cubiertos, pero sobraba apetito y alegría".
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A fines de mayo de 1871, reunió de nuevo Don Sosco al Capítulo, y
pidió el parecer de cada uno. Todos juzgaron muy oportuna la iniciativa
en favor de la juventud femenina. Don Sosco concluyó así:
"Pues bien, ahora podemos tener por seguro que es voluntad de Dios
nos ocupemos también de tas niñas. Y, para concretarlo de algún
modo, propongo se destine a esta obra la casa que don Pestarino está
ultimando en Mornese".
·
A mediados de junio llama Don Bosco urgentemente a don Pestarino.
La relación que el "prevín" nos ha dejado de aquel encuentro es muy
serena, francamente burocrática. El diálogo debió ser muy vario,
encendido y discutido, ya que sor Petronila recordaba que "mientras
otras veces, cuando volvía de ver a Don Sosco, estaba como extasiado,
este vez venía pensativo, turbado, afligido".
"Don Sosco expuso el deseo de pensar en la educación cristiana de
las niñas del pueblo -dice la relación de don Pestarino-, y declaró
que Mornese era el lugar más a propósito que él conocía, ya que
estando allí las Hijas de la Inmaculada, se podían elegir las llamadas a
hacer vida común y retirada del mundo e iniciar el Instituto de las Hijas
de María Auxiliadora, en favor de las niñas del pueblo. Don Pestarino,
sin dudar un momento, -es siempre la relación la que lo afirma-, res-
pondió: Si Don Sosco acepta su dirección y protección, yo estoy en sus
manos".
En aquel momento, junto a María y Petronila estaban Teresa Pam-
puro, Catalina Mazzarello, Felisa Mazzarello, Juan"ita Ferrettino y las
jóvenes Rosina Mazzarello Baroni, María Grosso, Corinna Arrigoti.
Las dificultades que traían a don Pestarino "pensativo y preocupado"
eran dos especialmente: aquellas muchachas eran valientes cristianas,
pero a ninguna le había pasado por las mientes hacerse monja; Don
Bosco quería, además, converti·r el colegio del Sorgo Alto en la sede de
las nacientes Hijas de María Auxiliadora. Y el pueblo había colaborado
¡pensando en un colegio para sus chicos! El cambio iba a suscitar una
media revolución.
El parecer del Papa ·v el malhumor del pueblo
El mismo mes de junio de 1871, fue Don Bosco a Roma, para exponer
su proyecto a Pío IX. Después de pedirle unos días "para pensar en
ello", el Papa le dijo: "Vuestro plan me parece según Dios. Pienso que
estas hermanas deban tener por finalidad principal la instrucción y
educación de las niñas, igual que los salesianos hacen con los jóvenes.
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En cuanto a la dependencia, dependan de vos y de vuestros sucesores.
En tal sentido pensad en sus Constituciones y empezad la prueba. Lo
demás vendrá a continuación,,.
29 de enero de 1872. Por orden de Don Sosco,· don Pestarino reúne a
las 27 Hijas de María Auxiliadora para que elijan su primera superiora.
21 votos caen sobre María Mazzarello, la cual, pasmada, pide enseguida
a las compañeras que la dispensen. Insisten las otras, y don Pestarino
decide dejarlo todo a la voluntad de Don Sosco. María se siente ali-
viada: sabe Don Sosco su incapacidad y la dispensará. Por el -contrario,
Don Sosco sabe de cuánto es ella capaz, y la confirma en el cargo, con
su gran desolación.
Ahora importa dar a las Hijas una morada estable. Pero ¿cómo hacer
sin despertar el malhumor del pueblo? Viene en su ayuda un suceso. La
casa del párroco amenaza ruina. El Consejo municipal decide derribarla
y reconstruirla. Ruega por tanto a don Pestarino que·ponga_a disposi-
ción del párroco la casa que posee junto a la Iglesia.
- ¿Y dónde pongo a las Hijas que enseñan a coser y hospedan a las
niñas pobres?, objetó el "prevín".
El Municipio piensa y sugiere:
- Mándelas al Borgo Alto. La planta baja ya está terminada y aún no
está ocupada por nadie.
Don Pestarino soltó un suspiro de satisfacción: le ordenaban hacer lo
que él no se atrevía a pedir. Las Hijas se trasladaron en carros, lleván-
dose consigo hasta los gusanos de seda, una de sus pobrísimas en-
tradas.
Por el momento, el traslado no despertó ninguna extrañeza. Mas,
apenas corrió por el pueblo la voz de que las Hijas (cuyo número
aumentaba rápidamente) ocuparían el colegio para siempre, dando así
vida a. un nuevo Instituto religioso, "se armó una protesta y un lamento
general" (M.B., vol. X, pág. 613). Wirth escribe más explícitamente: "Los
habitantes de Mornese alzaron voces de traición. Las Hijas de María
Auxiliadora dieron los primeros pasos en un clima de incomprensión,
casi de hostilidad. Lo cual se unía a la pobreza y las privaciones, que ya
eran grandes".
"Se espació la noticia de que no estarían allí largo tiempo -escribía
sor Felisa Mazzarello-. Y, humanamente hablando, tenía que ser así,
porque faltaban muchas cosas todavía. María Dominica, sin embargo,
no se espantó. Siguió su vida de trabajo y de sacrificio. Como las obras
no estaban acabadas, ari'daba todo el día amontonando piedras. Pues
¿y el lavado? El río Roverno queda un poco lejos del pueblo. Cuando
llegaba el día destinado para ir a lavar, tomaba ella un poco de pan, o
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unos pedazos de polenta, y se iba con algunas más al río. Allí cumplían
su labor. Volvía a casa cansada y mojada, y aún se preocupaba de que
las otras se cambiasen de ropa y de prepararles algo caliente. Era una
madre amorosa".
El perfume de cuatro castañas
5 de agosto de 1872. Las quince primeras Hijas de María Auxiliadora
toman el hábito. Once hacen también sus votos trienales. Entre éstas
anda María Mazzarello.
Monseñor Sciandra, obispo de Acqui entrega el crucifijo a las quince:
"Tomad, hijas mías, el retrato de vuestro amado Jesús. El os dará fuer-
zas en las adversidades en que os encontréis".
Don Sosco asiste a la toma de hábito y profesión. Después, con afec-
tuosa sencillez, les dice:
- Estáis tristes, lo veo por mis ojos, porque todos os persiguen y se
os burlan, y hasta vuestros padres os vuelven la espalda. No os extra-
ñéis. En el oficio de la Virgen habéis leído: "Mi nardo ha enviado un
suave perfume". Pero ¿sabéis cuándo el nardo envía su perfume?
Cuando está maltratado. No os duela, mis queridas hijas, ser maltrata-
das así por el mundo. Sed valientes y consolaos, porque sólo así seréis
capaces de realizar vuestra misión. Si vivís dignamente vuestra condi-
ción, podréis hacer mucho bien a vuestra alma y a la del prójimo.
La pobreza siguió estando a los bordes de la miseria. El "plato fuerte"
de la comunidad era polenta y castañas cocidas. "El perfume de aque-
llas cuatro castañas -recordaba una hermana de aquellos tiempos-
empezábamos a tenerlo un par de horas antes, y nos mareaba".
Muchas hermanas empleaban como almohada un pedazo de madera
envuelto, del mejor modo posible, con trapos. Las almohadas de la casa
eran para las niñas. María Mai:zarello no quería que las monjas más
jóvenes se mortificasen de ese modo, pero no podía gritar mucho por-
que era ella la primera que había elegido aquel sistema.
La muerte ·llama a la puerta
29 de enero de 1874. Entra la muerte por vez primera en el colegio.
Se va con ella María Poggio, una monja joven del primer grupo. Era
alegre. siempre dispuesta a ayudar, a servir, a velar a las enfermas.
Había pasado mucha hambre y mucho frío aquel invierno. Se fue en
silencio sin molestar a nadie.
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El funeral de la monjita de Mornese reunió a todo el pueblo. "Muchos
lloraban", recordaba don Pestaríno. Fuel el momento de sellar la paz
entre la gente y aquellas muchachas paliduchas, que desfilaban vesti-
das de monja rezando el rosario. A partir de aquel día, no faltó en la
despensa ni la harina de maíz para la polenta, ni tampoco la de trigo
para el pan.
Pero la muerte volvió a llamar en aquella casa.
Estaba don Pestarino, el 15 de mayo, leyendo a las Hermanas una
página sobre la brevedad de la vida. Decía: "Puede que la muerte me
sorprenda de aquí a un año, de aquí a un mes, a una semana, a un día,
a una hora, y, tal vez, apenas termine esta lectura..." Al llegar a este
punto el "prevín'' estalló en llanto. Las monjas se asustaron.
A las once, mientras trabajaba, cayó a tierra. Moría en el espacio de
unas horas. Tenia 57 años.
Salen de Mornese
las primeras HIJas de María Auxllladora
9 de febrero de 1876. En medio de la nevisca, parten las tres primeras
monjas. Van a Vallecrosia, en Liguria, para abrir un oratorio y una es-
cuela para niñas.
29 de marzo. Otras siete parten para Turín. Como a cincuenta metros
del Oratorio de Valdocco, abren un oratorio y una escuela femenina.
Esta casa será después, por más de cuarenta años, la casa central de
las Hijas de María Auxiliadora.
Durante el 1876 parten de Mornese otras veintiséis monjas: van a
abrir asuelas y oratorios en Biella, }\\lassio, Lu Monferrato, Lanzo Tori-
nese. Un grupo de siete a Sestri Levante: van a fundar la primera colo-
nia marina, para cien niños y niñas escrofulosos. Entre aquellas caritas
repugnantes trabaja con serena alegría sor Enriqueta Sorbone, la
muchacha huérfana que llegó a Mornese llevando cuatro hermanitas de
la mano.
1878. Las Hijas de María Auxiliadora son ya una familia numerosa,
esparcida por todo el mundo. El centro de la Congregación se traslada,
por orden de Don Sosco, de Mornese a Nizza Monferrato. Es un tirón
doloroso para Maria Mazzarello. Se despide de su padre y de su madre,
ya ancianos, da un adiós al cementerio, donde reposan don Pestarino·-y
algunas de las primeras compañeras, a la casita donde enseñó a coser
a las primeras niñas.
El hecho de ser la superiora general no hizo perder a María Mazzare-
llo el sentido de la proporción. Siguió atendiendo a las niñas pequeñas
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en el dormitorio, con amor y delicadeza. Una chiquita, a quien los
sabañones habían pegado pies, medias y zapatos, miró en derredor y,
creída que nadie la veía, se metió bajo las sábanas con zapatos y todo.
Madre Mazzarello advirtió la maniobra. No dijo nada. Bajó a la cocina
en busca de una jofaina con agua tibia, gasa y algodón. Subió con todo
ello junto a la cama de la niña y le dijo bajito:
- Vamos a ver esos piececitos. No tengas miedo, no te haré daño.
con las flores de mavo llega la muerte
Enero de 1881. Las hermanas advierten que la salud de Madre Mazza-
rello va declinando. Hay quien le dice que debe cuidarse un poco más,
pero ella responde sonriendo:
- Es mejor para todos que me vaya. Así pondrán una superiora más
inteligente que yo.
Viene el golpe mientras está acompañando a un grupo de misioneras
que parten para América. Por un contratiempo le toca pasar la noche
acurrucada en un rincón, vestida y temblando de fiebre. Por la mañana
no puede ni aun ponerse en pie. Un poco más tarde, haciéndose una
gran violencia, acompaña hasta el puerto a sus hijas. Pero, un par de
horas más tarde, está que no puede más.
"Pleuritis aguda", setencia el médico. Cuarenta días de fiebre, lejos
de su casa, martirizada con los famosos parches de cantáridas, la única
cura entonces conocida, que le desuellan las espaldas.
Desaparece luego la fiebre, pero el médjco es claro hasta la brutali-
dad: le quedan pocos meses de vida.
De vuelta en Nizza se encontró con Don Bosco. Le dijo:
- El médico ha sido muy élaro. Don Bosco, yo le pregunto: ¿curaré?
Don Bosco no respondió directamente. Le contó un apólogo: uun día
fue la muerte a llamar a la puerta de cierto monasterio. Les decía a
todas las monjas con qllienes se encontraba: 'Ven conmigo', pero todas
se echaban atrás: tenían mucho que hacer. Entonces se presentó a la
superiora y le dijo: 'Te toca a ti dar buen ejemplo. Ven'. La superiora
agachó la cabeza y obedeció".
Madre Mazzarello lo entendió, bajo la cabeza e intento sonreír.
Había llegado a Nizza pálida y extenuada. La recibieron con una gran
fiesta, que le conmovió. Dio las gracias con pocas palabras:
- En este mundo, pase lo que pase, no tenemos que alegrarnos ni
entristecernos demasiado. Estamos en manos de Dios, que es nuestro
Padre, y hemos de estar siempre dispuestas a hacer su voluntad.
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La caída llegó por primavera. Tras los cristales de la ventana se veían
las flores y el verde. Le gustaba oír el alboroto de las nifias que corrían
y jugaban alegremente. Quiso hablar todavía una vez más con sus her-
manas. Dijo:
- Quereos bien. Estad siempre unidas. Habéis dejado el mundo. No
os fabriquéis otro aquí dentro. Pensad por qué entrasteis en la Congre-
gación.
Estaba mal, pero no quiso entristecer a nadie hasta el fin. Más aún,
hasta se esforzó por cantar. Dios vino a su encuentro al alba del 14 de
mayo. Todavía logró murmurar: "Hasta volver a vernos en el cielo"~ Te-
nía 44 años.
Fue elegida para su sucesora, al frente de las Hijas de María Auxilia-
dora una monja muy joven, Catalina Daghero, de 25 años. Había
entrado a los 18. Madre Mazzarello le había ayudado a vencer la nostal-
gia y la dureza de los primeros días. En 1879 había sido nombrada
directora de la obra de Turín. La vecindad con Don Sosco había como
despertado su habilidad para el oratorio y la escuela, exaltando cuali-
dades profundas: solidez, equilibrio, bondad.
Bajo su impulso, las FMA1 extendieron su obra por Italia, Francia y
América del Sur. A la muerte de Don Sosco tenían 50 casas, eran 390
hermanas y tenían un centenar de novicias.
1 La sigla FMA indica universalmente a las Hijas de Maria Auxiliadora. Corresponde a los
términos italianos de origen: Figlie Maria Ausiliatrice.
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35.10 Page 350

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42
La conquista de Roma
y el sobresalto del fin
En el año 1870 suceden dos hechos de extraordinaria importancia
para la historia de la Iglesia y de Italia: el Concilio Vaticano I y la ocu-
pación de Roma por las tropas italianas.
concilio en Roma vantl-Conclllo en Nápotes
El 8 de diciembre de 1869 se abría oficialmente el Concilio. Dos eran
los objetivos principales señalados por Pío IX: una clara exposición de
la doctrina católica frente a los errores modernos y la ·infalibilidad del
Papa.
Ya habían pasado trescientos años desde el último Concilio, el de
Trento. Pío IX dirigió una cálida llamada a los obispos de las Iglesias
cismáticas orientales, para que participaran. Respondieron negativa y
poco elegantemente.
También fueron invitados los protestantes, pero la frase de la invita-
ción "con la buena ocasión de volver a entrar en el único rebaño de
Cristo" sonó muy mal en sus oídos.
La masonería italiana que pasaba por una fase de anticlericalismo
virulento, proclamó un "anticoncilio" en Nápoles, que recibió las prime-
ras adhesiones de José Garibaldi y del escritor francés Víctor Hugo. Se
organizaron en varias provincias manifestaciones populares pidiendo
11una guerra implacable contra el Papa".
Estuvieron presentes a la apertura del Concilio 200 obispos italianos,
70 franceses, 40 austro-húngaros, 36 españoles, 19 irlandeses, 18 ale-
manes, 12 ingleses, 50 orientales, 40 estadounidenses, 9 canadienses,
100 de otras nacionalidades y de las misiones. Asistían con los obispos,
los superiores de las órdenes y congregaciones religiosas. Casi 700
"padres conciliares" en total.
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36 Pages 351-360

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36.1 Page 351

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El 20 de enero de 1870 partió Don Sosco para Roma, a donde llegó el
24. El 8 de febrero sostuvo dos largc,.s entrevistas privadas con el Papa.
Pidióle Pío IX difundiese entre el pueblo un librito de historia eclesiás-
tica sacando a la luz la infalibilidad pontificia. Don Sosco satisfizo
aquel deseo al terminar el año: envió a todos los suscriptores de las
Lecturas Católicas una nueva edición de su Historia Eclesiástica, con
un apéndice dedicado al Vaticano I y a la infalibilidad pontificia.
'"La voz del Cielo al Pastor de los Pastores"
En otra audiencia, el 12 de febrero, entregó Don Sosco al Papa unas
páginas con "previsiones del porvenir". Decían las primeras líneas: "La
víspera de la Epifanía del año en curso 1870, desaparecieron todos los
muebles de la habitación y aparecieron ante mis ojos cosas sobrenatu-
rales. Fue cosa de un instante, pero vi mucho". La exposición (cuyo
autógrafo de Don Bosco se conserva) es de estilo imaginativo, profé-
tico; mezcla investivas, previsiones, llamadas, a menudo misteriosas y
confusas. La parte que más llamó la atención del Papa (y que resulta
bastante clara hasta para nosotros) es la siguiente:
"Ahora la voz del Cielo es para el Pastor de los Pastores. Tú estás en
. la Gran Conferencia con tus Asesores; pero el enemigo del bien no está
quieto un instante. Estudia y practica todas las artes contra ti. Sembrará
discordia entre tus Asesores, suscitará enemigos entre mis hijos. Las
Potencias del siglo vomitarán fuego y querrían que las palabras fueran
apagadas en la boca de los Guardianes de mi ley. No será así. Harán
mal, mal para sí mismos. Tú date prisa; si no se resuelven las dificulta-
des, córtalas. Si te encuentras angustiado, no te arredres, continúa
hasta que sea truncada la Cabeza de la Hidra del error. Este golpe hará
temblar la tierra y el infierno; pero el mundo será confortado y todos
los buenos se alegrarán. Recoge, pues, junto a ti, aunque no sea más
que dos Asesores, pero a dond~ quiera vayas sigue y cumple el trabajo
que te fue confiado.
"Corren los días veloces, tus años llegan al número establecido. Pero
la Gran Reina será siempre tu auxilio, y al igual que en los pasados
tiempos, así en el porvenir será siempre magnum et singulare in Eccle-
sia praesidium (grande y poderoso auxilio de la Iglesia)".
Veinte líneas más adelante, habla Don Sosco del futuro del Papa:
"Ahora El está viejo, flojo, inerme; aunque despojado, todavía con la
cautiva pálabra hace temblar a todo el mundo" (la ocupación de los
Estados Pontificios no tuvo lugar hasta el 20 de septiembre).
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36.2 Page 352

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Negras amenazas en Francia
La página que entonces pareció más incomprensible se refería a
Francia. Napoleón 111 era por aquellos meses el soberano más poderoso
de Europa. La desastrosa guerra con Prusia (empezó el 19 de julio de
1870} y los estragos de la "Commune"1 (de marzo a mayo de 1871) eran
inimaginables. He aquí las palabras escritas por Don Sosco:
"Las leyes de Francia no reconocen al Creador, y el Creador se hará
conocer y la visitará tres veces con la verga de su furor.
Abatirá su soberbia con -las derrotas, el saqueo y los estragos de las
cosechas, de los animales y de los hombres.., Y tus enemigos te traerán
la angustia, el hambre, el espanto y la abominación de las naciones.
Pero ¡ay de ti, si no reconoces la mano que te golpea ... ! Caerás en
manos extranjeras, tus enemigos verán desde· lejos tus palacios en lla-
mas. Tus ciudades serán un montón de ruinas bañadas con la sangre
de tus valientes que ya no están".
Durante los días siguientes, Don Bosco habló con muchos obispos, y
se confirmó el prestigio de que gozaba, para animar a acelerar la defi-
nición de la infabilidad. Parece que la mayor insistencia se la hizo a
monseñor Gastaldi, entonces obispo de Saluzzo y gran amigo suyo.
Afirma Lemoyne que Pío IX quedó "tan satisfecho del celo de Don
Sosco que un día le dijo:
- ¿No podría dejar Turín y venir a establecerse en Roma? ¿Perdería
algo su Sociedad?
- "Santidad, ¡sería su ruina!" {Vida de S. Juan Bosco, vol. 11, pág. 44).
Don Sosco salió de Roma el 22 de febrero.
El 24 de abril aprobaba el Concilio, púr unanimidad, el documento
Dei Filius. Es una exposición densa y clara de la doctrina católica sobre
Dios, la Revelación y la Fe. Subraya especialmente la idea de que cien-
cia y fe, entendidas rectamente, no pueden estar en litigio, porque am-
bas proceden de Dios.
¡Es Infalible el Papa?
El 15 de mayo empezó en el aula conciliar el debate sobre la infabili-
dad del Papa. La discusión general duró hasta el 4 de junio. Aquel día,
1 La "Commune", poder revolucionario instalado en París, después del asedio de la ciu-
dad por los Prusianos y la insurrección del 18 de marzo de 1871, y derribado el 28 de mayo
del mismo año, como consecuencia de un nuevo asedio de la capital por el ejército regular
del gobierno de Thiers."
350

36.3 Page 353

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escribía el cardenal Bonnechose en su diario:· "Diríase que nos hemos
embarcado para un viaje difícil a bordo de una nave batida por las olas
y en la que todos se marean".
Los Padres estaban divididos en dos corrientes que se acometían en
un áspero debate, dentro y fuera del Concilio. La mayoría estaba por la
infalibilidad. La minoría (unos sesenta, entre obispos alemanes, france-
ses, italianos y americanos) veía en la definición un grave obstáculo
para el acercamiento de las Iglesias protestantes. Pío IX dejó caer
varias veces el peso de su autoridad en favor de la definición.
El 18 de julio aprobaba el Concilio el texto sobre la infalibilidad. "Fue
un día de lluvia abundante sobre Roma y de repetidos temporales vio-
lentísimos -recordaba un testigo-. Mientras monseñor Valenziani leía el
texto, eran sacudidas las cristaleras por los truenos, y cuando faltaba el
resplandor de los relámpagos, reinaba una oprimente oscuridad".
La decisión del Concilio, firmada por el Papa, definió como dogma de
fe esta verdad:
"El Romano Pontífice cuando habla 11ex cátedra", es decir cuando,
ejerciendo el oficio de pastor y doctor de todos los cristianos en razón
de su autoridad apostólica, define una doctrina tocante a la fe o a las
costumbres, como vinculante para toda la Iglesia, gracias a la autoridad
divina que se le prometió a la pesona de Pedro, goza de la infalibilidad
con la que el divino Redentor ha querido dotar a su Iglesia. Por eso,
estas definiciones del Romano Pontífice son inmutables por sí mismas y
no en fuerza del consenso de la Iglesia".
Terminadas las jornadas de la infalibilidad, se concertó un descanso
de cuatro semanas. Tenía que haberse reemprendido el Concilio con la
discusión sobre los obispos. Pero se precipitaban graves sucesos en
Europa.
Los ºbersagllerr· en Porta Pía
El 19 de julio Napoleón 111 declaraba la guerra a Prusia. Un desastre.
Las derrotas francesas se sucedieron una tras otra, hasta la de Sedán (2
de septiembre), en la que cayó prisionero el mismo Napoleón.
Francia no capituló. Proclamó la república, llevó el gobierno a Tours,
pero al fin tuvo que ceder. Se firma una paz humillante en Francfort en
mayo de 1871, después de haber intentado en París transformarse en
una república de tipo jacobino (la "Commune"). que será aplastada
ferozmente por las mismas tropas francesas (14.000 muertos).
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36.4 Page 354

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Una vez derrotado Napoleón en Sedán, el gobierno italiano se vio con
"las manos libres" de cara a Roma. Había ganado el Véneto. con una
infeliz "tercera guerra de independencia" (1866). Ahora 60.000 hombres,
mandados por el general Rafael Cadorna, recibieron la orden de apretar
filas en los confines del Lazio para conquistar Roma. El ejército pontifi-
cio, a las órdenes del general Kanzler, contaba 14.600 hombres.
En aquella situación tan difícil, muchos aconsejaron a Pío IX que
abandonara la ciudad. Un navío inglés estaba a punto para trasladarle a
Malta. Otros sugerían España, América. El Papa, que consideraba un
error su fuga a Gaeta en 1848, estaba decidido a quedarse. De todos
modos hizo consultar a algunas personas de su plena confianza. Tam-
bién Don Bosco, cuya inspiración tanto apreciaba, preguntado sobre lo
que debía hacer, respondió: "Que el centinela, el Angel de Israel per-
manezca en su puesto, y esté en guardia de la roca de Dios y del Arca
santa". La carta, expedida urgentemente a Roma, había sido escrita con
hermosa caligrafía por don Juan Cagliero.
Civitavecchia, sitiada por tierra y bloqueada por la flota que ocupaba
el mar abierto, se rindió a Nino Bixio la noche del 15 de septiembre.
Mientras tanto, las tropas de Cadorna habían entrado en el Lazio y cer-
caban a Roma.
A las 5,30 del 20 de septiembre una batería de la división Angioletti
abrió fuego contra Porta San Giovanni. Era un engaño. El objetivo 11ver-
dadero" era Porta Pía. Los "bersaglieri" abrieron brecha penetrando en
el parque de Villa Patrizi desalojando a los fusileros que impedían la
avanzada de la artillería. Alcanzada la vía Nomentana, la artillería ita-
liana abrió fuego sobre Porta Pía. Antes de las nueve ya había en los
muros una brecha de treinta metros; A través de ella se lanzaron el 12º
y el 34º batallón de "bersaglieri".
Dos o tres minutos antes de las diez, llegaba a la mesa del Papa la
comunicación de la caída de las murallas. De acuerdo con el plan ya
predispuesto, ordenó el Papa que se levantara la bandera blanca sobre
el Castillo de Sant'Angelo, y dio orden al general Kanzler de rendición.
El balance de pérdidas humanas ofreció las cifras mínimas, aunque
siempre tristísimas: por parte italiana 56 muertos y 141 heridos; por
parte pontificia 20 muertos y 49 heridos.
El Papa lanzó la excomunión mayor contra los responsables de la
conquista de Roma ..aunque estuvieran investidos de la dignidad más
soberana".
Don Sosco, escribe su biógrafo, "tuvo noticia de la toma de Roma
estando en Lanzo y la recibió con tranquilidad, como si oyese algo
conocido hacía tiempo".
352

36.5 Page 355

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El Papa hizo entregar a los padres conciliares, todavía en Roma, una
comunicación: "En la presente luctuosa condición de las cosas, cono-
ciendo que los Padres del Concilio no gozarían de la necesaria libertad,
seguridad y tranquilidad para tratar con Nos dignamente de los asuntos
de la Iglesia... suspendemos la celebración del Concilio Vaticano Ecu-
ménico".
Los escalofríos del fin, en varazze
La ocupación de Roma, el fin de los Estados Pontificios alcanzó una
enorme resonancia, inimaginable para nosotros. Terminaba una época
que había durado 1.500 años. A muchos les pareció el final de la Igle-
sia.
A la distancia de un año, también la joven y tierna Congregación
Salesiana experimentó por un momento los escalofríos del fin.
6 de diciembre de 1871. Don Sosco se encuentra en la estación de
Varazze y cae por tierra desvanecido. Los allí presentes creen se trata
de un golpe apoplético. Le llevan en volandas a la casa salesiana,
donde le ponen en cama como a un niño.
La enfermedad, después de algunos días de inseguridad, parece que
es muy grave. En poco tiempo se cubre el cuerpo de Don Sosco de
pequeñas y duras pústulas. Dolores punzantes y fiebre que sube
medrosamente. Don Sosco llega al borde de la sepultura, le administran
el Viático.
En Turín reina la consternación. Si Don Sosco muere ¿qué se salvará
de toda su obra? Don Rúa, su brazo derecho, no tiene más que 34
años. Muchos salesianos ofrecen en aquellos días su vida en favor de
Don Sosco. Y además parece que él haya dicho: "Tenía que morir en
Varazze. Los años que después se siguieron son un don que Dios ha
hecho a alguno de mis hijos".
La enfermedad duró dos meses. Las noticias fueron al principio tan
alarmantes, que para no turbar la vida del Oratorio, se daban sólo por
telegrama con frases más bien:generales.
Pero, precisamente esto da ocasión a la manifestación de uno de los
más conmovedores testimonios del amor que circunda a Don Sosco.
Entre Varazze (a donde acude para velar a Don Sosco Pedro Enría, el
huerfanito del cólera de 1854) y José Buzzetti (que está que bufa en
Turín porque no tiene noticias precisas sobre la salud de "su" Don
Sosco) se abre una especie de "correo clandestino". Las cartas de
estos dos "ex-muchachos" de Don Sosco son de poco valor, llenas de
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lugares comunes, pero contienen un amor dulcísimo, verdaderamente
puro.
cartas dulcísimas
Copiamos algunos fragmentos.
23 de diciembre. De Enría a Buzzetti:
"Con sumo dolor he de darte noticias no muy buenas de nuestro
pobre padre. Hoy no le ha dejado la fiebre ni un instante. Suda tanto,
que todo el día ha estado mojado. Me he asustado muchas veces, por-
que soñando lloraba fuerte. Yo me acercaba a la cama, pero él me
decía que no era nada.
¡Ah, querido Buzzetti! me faltan fuerzas para escribir, tan grande es
mi dolor. Por favor, di que recen, pero de todo corazón, y que el Niño
Jesús tenga compasión de nosotros. Son las dos de la noche, ahora
parece que se ha adormecido. Os deseo a todos buenas fiestas. Yo las
pasaré con el corazón afligido junto al lecho de mi y vuestro querídi-
simo padre".
Buzzetti le responde:
"No he podido acabar la lectura de la tuya del 23 por el gran dolor,
disgusto y lágrimas que no pude contener, al saber que el querido Don
Sosco sufre cada día más.
He rezado y ruego a todos que recen; le he dicho sobre todo al Niño
Jesús que me haga sufrir a mí todos los males que sufre Don Sosco y
aún la misma muerte, con tal de que él se restablezca y viva muchos
años.
Sigue escribiéndome, no tengas miedo de disgustarme; es más, el
disgusto me lo darías si dejaras de tenerme al corriente un solo día de
la preciosa salud de nuestro querido padre. Bésale su mano sagrada de
mi parte, y dile que me bendiga".
3 de enero. "Querido Buzzetti, la salud de nuestro querido padre va
mejorando, pero despacio. Siguen saliéndole pequeños forúnculos, que
le atormentan un poco y le ocasionan algo de fiebre".
Suzzetti responde: "Querido Pedro, estamos esperando buenas noti-
cias. Ayer terminó la novena, por lo que hoy, si María Auxiliadora nos
encuentra dignos de su amor, curará a nuestro querido Don Sosco; en
caso contrario, seguiremos molestándola hasta que sea menester.
Tienes que saber que hace un frío de perdición, todos los días hay
una cantidad de cántaros rajados por el hielo, y el que tú tenías en tu
buhardilla ha sufrido la misma suerte".
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Cuando Don Sosco empezó a mejorar a ojos vistas. Enría envió un
telegrama a Buzzetti: "Ayer fiesta. Papá levantado. Tu visita gustaría.
Hoy bien". Las palabras "Papá levantado" corrieron por el Oratorio
como un rayo, suscitando gran alegría.
Como sigue la mejoría, Enría se está dos o tres días sin enviar noti-
cias y Buzzetti le escribe: "Querido Pedro, ¿estás vivo todavía? Si lo
estás, como espero, ¿por qué no cumples lo prometido de no dejar
pasar un día sin darme noticias del querido Don Sosco? Así que iª no
burla~se de uno!"
Enría responde inmediatamente: "La salud de Don Sosco en franca
mejoría. Hay veces que dice: '¡Ay, el día que volvamos al Oratorio!...' Y
luego se queda conmovido y absorto con el pensamiento de lo que
experimentará al volver a nuestra bendita casa".
El 15 de febrero Don Sosco volvía a Turín. Entró en el santuario de
María Auxiliadora por la puerta principal. Los muchachos de Valdocco
y muchos amigos le esperaban en la Iglesia. Apenas llegó al presbiterio,
Buzzetti entonó el salmo Laudate, pueri, Dominum (Alabad, niños, al
Señor). De rodillas al pie del sagrario y de María Auxiliadora, Don
Bosco rezó largo rato. Después dio las gracias a los muchachos y les
invitó a dar gracias a la Virgen.
"Enría se quedó de rodillas en el presbiterio -recuerda Amadei-, y
Suzzetti, tomándole por un brazo, le sacó fuera". Se abrazaron y
lloraron.
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43
Los cooperadores:
5aleslanos en medio del mundo
Por el año 1870 se fue concretando el proyecto de los Cooperadores
salesianos. Como las demás ideas de Don Bosco, no nació de impro-
viso: tenía raíces lejanas.
"Apenas empezó la obra de los oratorios en 1841 -escribió Don
Bosco- algunos piadosos y ceiosos sacerdotes y seglares vinieron en
mi ayuda para cultivar la mies, que ya entonces se presentaba abun-
dante en la clase de los muchachos abandonados. Aquellos cooperado-
res o colaboradores, fueron siempre el apoyo de las obras que la divina
Providencia iba poniendo en nuestras manos".
Adiós a don aorel
Don Bosco recuerda a los sacerdotes, los primeros. Nosotros también
los hemos encontrado al hilo de sus andanzas. Primero, en el Oratorio
emigrante y después en Valdocco. Sirvieron de contraste para sus ideas
"locas" y para su posición "política".. Pero el amor concreto a la juven-
tud hizo que se pudieran superar obstáculos y barreras. Pedro Merla,
Luis Nasi, Leonardo Murialdo, Ignacio y José Vola, Jacinto Cárpano y
especialmente don Cafasso y el "padre chiquito" don Borel, quedarán
ligados para siempre a la obra salesiana, como cooperadores fieles y
sacrificados por Don Sosco.
El "padre chiquito" cerró los ojos para siempre el 9 de septiembre de
1873. Don Bosco lloró junto a él, mientras agonizaba. Dijo: "Parecía un
curita de nada, y en cambio diez curas no hubieran podido hacer todo
el bien que hizo este gran obrero del Señor".
Al morir, no dejó ni lo necesario para enterrarle. Pero Don Sosco
sabía muy bien cuántas veces había vaciado la cartera en sus manos,
sin preocuparse si se trataba de monedas de calderilla o de piezas de
oro. Los director-es salesianos, llamados por Don Bosco para los funera-
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36.9 Page 359

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les, llevaron a hombros sus restos. Los clérigos, los muchachos, la
banda del Oratorio, le acompañaron hasta el camposanto. Eran los
sacerdotes, los clérigos, los jóvenes de los que hablaba Don Sosco en
1844: "Y sin embargo están, porque yo los veo".
Hombres y muJeres de buena voluntad
Junto a los sacerdotes, los seglares. Algunos, pertenecían a familias
aristocráticas: el conde Cays (que se hará salesiano y sacerdote, ya en
edad avanzada), el marqués Fassati de Montemagno, el conde Callori
de Vignale, el conde Scarampi de Pruney. Otros, eran sencillos trabaja-
dores y comerciantes. Don Sosco recordaba con mucho agradeci-
miento, a un quincallero, José Gagliardi, que dedicaba a los jóvenes del
Oratorio su tiempo libre y sus ahorros.
La cooperación de estos seglares era muy variada. Don Sosco les
pedía especialmente que estuvieran prestos para "dar catecismo" los
domingos y en cuaresma. Algunos le ayudaban también en las escuelas
nocturnas, en la asistencia de los jóvenes. Otros buscaban colocación
para sus muchachos, particularmente para los salidos de la cárcel.
No sólo eran hombres. Ya hemos hecho mención de las "mamás" que
trabajaban en el Oratorio: mamá Margrita, la mamá de don Rúa, la de
Miguel Magane, la hermana de mamá Margarita, la madre del canónigo
Gastaldi.
Esta última se encargó de lavar la ropa de los muchachos y distri-
buirla cada sábado. "Hacía buena falta -recordaba Don Sosco-.
Había entre aquellos pobres muchachos algunos que no podían cam-
biarse el andrajo de camisa que llevaban encima, e iban tan sucios que
ningún dueño quería tomarles en su taller".
Los domingos, la "señora" Gastaldi reunía a los muchachos, y "como
un general de la armada" pasaba revista minuciosa de la ropa y la lim-
pieza de cada uno, comprendidas las camas, que, de vez en cuando, no
eran más que pequeñas y olorosas madrigueras.
Muchos cooperaban con dinero. Un sacerdote daba para los mucha-
chos más pobres todo el dinero que recibía de familias pudientes. Un
banquero entregaba una pensión fija, como si fuese "asilado" de Don
Sosco. Un artesano le llevaba con regularidad sus ahorros.
..Los salesianos externos..: ¡rechazado!
Don Sosco se fue persuadiendo poquito a poco de que sería opor-
tuno reunir a estos sus colaboradores en una asociación.
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36.10 Page 360

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El primer intento lo hizo en 1850, reuniendo a siete hombres de plena
confianza "todos católicos y seglares". No tuvo éxito.
En 1864, segunda intentona. Al presentar las Reglas de su Sociedad
en Roma, había añadido un "capítulo" que hizo fruncir el ceño a
muchos monseñores. Hablaba de los "salesianos externos". Cualquier
persona, aún viviendo con su propia familia, podía ser salesiano. Sin
voto-s, pero en colaboración con los salesianos para trabajar en favor de
los jóvenes pobres. El artículo 5 preveía sin más que todo salesiano,
salido de la Congregación 11por una causa razonable", se convertiría en
11miembro externo" de la misma.
El capítulo fue rechazado. Don Bosco, con testarudez piamontesa, lo
volvió a incluir modificado, primero, y, luego, en un apéndice. No fue
admitido. Para obtener la aprobación de las Reglas (la alcanzará el
1874) hubo de resignarse a quitarlo. Hoy, tal vez, fuera considerado
como una ºintuición genial".
Rechazado el plan de los "salesianos externos", se dió Don Bosco a
urdir otra cosa semejante. En 1874 trazó las grandes líneas de la Unión
de San Francisco de Sales. Los directores, por él consultados, no se
entusiasmaron mucho con ella. Les parecía una cofradía más. Don
Bosco sacudió la cabeza:
- No me entendéis. Pero ya veréis como esta Unión será el sostén
de nuestra Sociedad. Pensadlo bien.
Los fines principales que Don Bosco asignaba a la Unión eran tres:
- hacerse bien a uno mismo, ejercitando la caridad con el prójimo,
especialmente con los niños pobres y abandonados;
- participar en las obras de piedad y de religión que realizan los
salesianos;
- recoger a los niños pobres, instruirles en la propia casa, librarles
de los peligros.
Los cooperadores salesianos
En 1876 llegó a la forma definitiva. Llamó a la Pía Unión de sus cola-
boradores: 11Cooperadores Salesianos". Redactó e imprimió rapidamen-
te su reglamento y lo envió al Papa para su ·aprobación. Esta llegó con
un 11breve" de Pío IX eJ 9 de mayo de 1876.
Los fines eran los mismos que los seflalados dos años antes: hacerse
el bien a sí mismo con una vida cristiana apostólica, ayudar a los sale-
sianos en sus obras, "remover" los males que amenazan a la juventud.
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Los medios sugeridos, semejantes a los empleados por los salesia-
nos: catequesis, ejercicios espirituales, apoyo de las vocaciones sacer-
dotales, difusión de la buena prensa, oración y limosna.
Esta última palabra fue ocasión de muchos equívocos. Algunos sale-
sianos redujeron, de hecho, la actividad de los cooperadores a la ayuda
económica de sus obras. Don Sosco intervino enérgicamente contra
este envilecimiento del cooperador.
"Hay que entender bien la finalidad de la Pía Unión -dijo en Tolón el
año 1882-. Los Cooperadores salesianos no sólo deben recoger limos-
nas para nuestras obras, sino, sobre todo, afanarse por todos los
medios posibles para cooperar a la salvación de sus hermanos, particu-
larmente los jóvenes".
En sus viajes, por Italia y por el extranjero, Don Sosco se preocupó
mucho por engrosar el ejército de sus Cooperadores. "Génova y Liguria
le dieron un notable número -escribe Morand Wirth-. En Francia,
Niza se convirtió en un centro importante, gracias al carácter cosmopo-
lita de la ciudad. En Marsella, eran tan fervorosos los Cooperadores que
Don Sosco tenía la impresión de estar en familia al encontrarse con
ellos".
En España vivió una de las figuras más características de los Coope-
radores: Doña Dorotea de Chopitea. Se convirtió en la "madre de las
obras salesianas", y está introducida su causa de Beatificación.
El '"Boletín Salesiano"' llega a todos los rincones
Don Sosco quiso entregar a los Cooperadores un instrumento que
sirviese para mantenerles unidos entre sí y con el centro de las obras
salesianas. Fue el Boletín Salesiano, revista mensual. El primer número
salió en agosto de 1877.
Creía tanto Don Sosco en el Boletín que preparó personalmente los
primeros números. Cuando ya no pudo seguir haciéndolo, sacó de un
colegio a un estupendo director, don Juan Sonetti (que formó parte del
Capítulo Superior) y lo puso en sus manos. Cuando le preguntaban a
quién había que enviarlo, respondía Don Sosco: "Al que lo quiera y al
que no lo quiera".
En el Boletín se publicaron las primeras cartas de los misioneros
salesianos, que eran leídas golosamente por jóvenes y adultos. se
publicó, por entregas, la "Historia del Oratorio de Don Sosco", que era
también esperada con vivísima curiosidad. Aparecían regularmente las
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noticias sobre las obras salesianas esparcidas por el mundo, las gracias
más notables de María Auxiliadora.
La modesta revista mensual penetró por todas partes, ganando
muchos amigos para Don Bosco y para sus obras. El Papa Juan recor-
daba: "Mis primeros años anduvieron protegidos y alegrados por la
imagen de la Auxiliadora. ¡Ah, una reproducción muy simple: un recorte
del Boletín salesiano que el tío abuelo, Javier, recibía y nos leía a todos
con gran entusiasmo! La piadosa estampa estaba a la cabecera de la
cama. ¡Cuántas oraciones y cuántas confidencias delante de aquella
humilde estampa! Y María Auxiliadora me ha ayudado siempre".
En 1884, hablando con Lemoyne, manifestó Don Bosco un pensa-
miento que poco a poco se había ido ac_larando en él: "La primera fina-
lidad de los Cooperadores salesianos no es la de ayudar a los salesia-
nos, sino la de ayudar a la Iglesia, a los obispos, a los párrocos, bajo la
alta dirección de los salesianos".
"A la muerte de Don Bosco en 1888 -escribe Wirth- una cosa era
evidente: la fuerza apostólica de la modesta Congregación salesiana se
había decuplicado, gracias a la ayuda fraterna de sus cooperadores.
Muchos de ellos merecen ser tenidos de hecho, ya que no jurídica-
mente, como verdaderos salesianos en medio del mundo".
360
Fotografía
de Don Sosco.
año 1871.

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44
t=rancisco, Eusebio, Felipe, Miguel
y muchos amigos más
El 1870 cumplió Don Bosco los 55 años. Su vida, que en los primeros
decenios era vivaz y nerviosa como un torrente de la montaña, se
ensancha y se convierte en un río majestuoso. Los últimos dieciocho
años de su existencia, registrados minuciosamente en arrobas de
documentos y testimonios, han sido condensados en los nueve volú-
menes de Memorias Biográficas, dos de los cuales pasan de mil páginas.
Es lógico que todo biógrafo de Don Sosco queda obligado a beber
en ellos. Sucesos, encuentros, narraciones hechas a los jóvenes, sue-
ños atrayentes, humanísimos. Da pena tener que ir dejando de lado
decenas y decenas de páginas. Pero, hecho el cálculo de páginas, tam-
bién a nosotros nos toca resignarnos a cortar y podar sin miedo.
En este capítulo nos tomamos una pequeña revancha. Vamos a con-
tar al desgaire algunos hechos y escenas de esos años, que han lla-
mado nuestra atención. Pedimos perdón, si aparecen sin lógica alguna.
La vida no siempre sigue los caminos maestros de la lógica.
"He robado dos panecillos"
Agosto de 1872. Sonó la campana y una turba imponente de mucha-
chos salió de las clases y talleres gritando: "¡La merienda! ¡La meriend_a!"
En el fondo del patio, dos panaderos habían colocado cuatro cestas
enormes de mimbre, repletas de panecillos frescos y fragantes. "Uno
cada uno, gritaban y gritaban, no más!"
Francisco Piccollo, un chiquillo de 11 años, llegado hace poco de
Pecetto Torinese, miraba aquella turbamulta y esperaba su turno. Había
comido mucha sopa al mediodía, pero luego, con el paso de las horas,
se había despertado el apetito. Y pensaba que un solo panecillo era
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muy poco para tanto apetito como él tenía. Le hubiera gustado doblar
la ración. Pero el Oratorio era pobre, y ni el pan era a voluntad por
aquel 1872.
Pensando esto, observó cómo algunos de sus compañeros, después
de haber tomado el primer panecillo, se volvían a poner tranquilamente
en fila y tomaban el segundo y aún el tercero sin que nadie lo advir-
tiese.
"Entonces tambien yo -contó después Francisco- me dejé vencer
por el apetito, robé dos panecillos y escapé bajo bajo los pórticos a
comérmelos con avidez. Pero luego tuve remordimiento.
- He robado -pensé-. ¿Cómo voy a comulgar mañana? Tengo que
confesarme.
·
Pero mi confesor era Don Sosco, y sabía lo mucho que sentiría si
sabía que yo había robado. ¿Qué hacer? No tanto por vergüenza,
cuanto por no disgustar a Don Sosco, me escapé por la puerta de la
Iglesia y fui a todo correr al santuario de la Consolata, un poco lejos.
Entré en la Iglesia semioscura, elegí el confesonario más escondido,
y empecé mi confesión:
- He venido a confesarme aquí, porque tengo vergüenza de confe-
sarme con Don Bosco. (Era algo que no tenía obligación de decir, pero
estaba tan acostumbrado a la sinceridad que me parecía importante).
Una voz me responde:
.:__ Di lo que quieras. Don Sosco no sabrá nada.
¡Era la voz de Don Bosco! ¡Qué apuro! Pero, si Don Bosco estaba en
el Oratorio, ¿cómo podía estar allí? ¿Era un milagro? No, nada de mila-
gros. Don Bosco estaba invitado, como de costumbre, a confesar en la
Consolata, y yo había caído precisamente con aquél del que quería
escapar.
- Dime, querido. ¿Qué te ha pasado?
Yo temblaba como una hoja.
- ¡He robado dos panecillos!
- ¿Y te han hecho mal?
- No.
- Entonces no te preocupes. ¿Tenías hambre?
- Sí.
- Hambre de pan y sed de agua son buena hambre y buena sed.
Mira: cuando necesites algo díselo a Don Sosco. El te dará todo el pan
que tú quieras. Pero acuérdate bien: Don Bosco prefiere tu confianza a
creerte inocente. Con tu confianza te podrá ayudar; en cambio, con tu
inocencia podrías resbalar y caer, sin que nadie te diera una mano. La
riqueza de Don Sosco es la confianza de sus hijos. No lo olvides nunca,
Francisco.
362

37.5 Page 365

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Al año siguiente, iba yo a segundo curso, cuando un día, a la hora de
comer, me dicen que mi madre me espera en el locutorio. La encuentro
llorando.
- Mamá, ¿qué pasa?
- Nada, Paquito, nada. Pero mira, nosotros somos pobres, y el ecó-
nomo me ha dicho que, si no pagamos la pensión de los meses que
debemos, tú tendrás que salir...
Lloraba ella por la amenaza, y yo, como tenía que volver a clase, la
dejé llorando. Pero al llegar el recreo de la tarde volví a verla. Me espe-
raba todavía en la portería, esta vez alegre y sonriente. Me dijo:
- Escucha, Paquito. Ya no lloro. He hablado con Don Bosco y me
ha dicho: Señora, diga a su hijo ·que si el ecónomo le manda fuera; que
vuelva a entrar por la puerta de la Iglesia y venga a mí. Don Sosco no
le echará nunca.
Después, la madre me besó y partió. Aquella misma tarde me hizo
llamar el ecónomo y yo, espantado, antes de presentarme a él escapé a
Don Sosco. Llamé a su puerta:
- ¿Quién es?
- Soy yo, Francisco Piccollo.
- Pasa, pasa. Entonces, Francisco -y tomó un trozo de papel-
¿cuántos meses de debe tu madre?
Le dije el número, y Don Sosco, con delicadeza, escribió haber reci-
bido la pensión de todo el año, y puso debajo su firma. nadie se dio
cuenta de su generosidad, ni siquiera el ecónomo a quien llevé el
recibo. Quedé más conmovido por el modo delicado con que había sido
ayudado que por la misma obra de caridad.
Pasaron otros tres años. Hacía yo el quinto curso. Estábamos Lm día
los mayorcetes en derredor de Don Sosco, paseando bajo los pórticos.
A mí me hubiera gustado hablar a solas con él, pero no me atrevía. Mas
como siempre, él se dio cuenta, y sin más, llevándome aparte me dijo:
- ¿Tú querías decirme algo, verdad?
- Lo. ha adivinado. Pero no me gustaba que los otros lo oyesen. Y
así diciendo le susurré al oído:
- Quiero hacerle un regalo. Creo que !e gustará mucho.
- ¿Y qué regalo quieres hacerme?
- ¡Tómeme!
Don Bosco sonrió:
- ¿Y qué quieres que haga de una pieza como tú? Pero enseguida
se puso serio y añadió:
- Gracias, Francisco. No podías hacerme un regalo mejor. Lo
acepto, no para mi, sino para ofrecerte y consagrarte al Señor y a Maria
Auxiliadora.
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37.6 Page 366

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Francisco Piccollo fue salesiano y sacerdote, trabajó durante 30 años
en Sicilia, como profesor, director y luego inspector de las obras sale-
sianas. Vivió hasta 1930.
Euselllo Calvl, de Palastro
El mismo año 1872 había otro muchacho estupendo, Eusebio Calvi de
Palestra, preocupado porque sus padres no podían pagar la pensión.
Don Bosco le vio triste y le preguntó:
- ¿Qué te pasa, Eusebio?
- Ah, Don Sosco, mis padres no pueden pagar la pensión y me veo
obligado a suspender los estudios.
- Pero ¿no eres amigo de Don Sosco?
- ¡Ohsí!
- Entonces las cosas son fáciles de arreglar. Escribe a tu padre
diciéndole que no se preocupe por el pasado, y que pague lo que
pueda en lo porvenir.
- Pero a mi padre le gustaría saber una cantidad precisa, porque
quiere pagar hasta donde alcance.
- ¿Cuánto era hasta hoy?
- Doce liras al mes.
- Escríbele diciendo que se las rebajamos a cinco. Y que pague, si
puede. Ven conmigo al despacho y te daré una notita para el ecónomo.
También Eusebio Calvi se hizo salesiano y sacerdote. Trabajó .,,en
Calabria y en Sicilia, y vivió hasta 1923. "¡Cuántos millares de mucha-
chos -escribe Amadei- recibieron estas señales· de afecto por parte
de Don Boscol"
A Don IIOSCO le SUPo mal
Cuando Don Sosco llegó a Lu en uno de sus paseos otoñales (quedó
narrado en el capítulo 37), en el patio de casa R.inaldi acarició a un chi-
quillo de 5 años, Felipe.
Al cumplir aquel niño los diez, el nombre de Don Sosco volvió a sal-
tar en su vida. En el pueblo de Mirabello, a un tiro de escopeta de Lu,
había abierto Don Sosco el "pequeño seminario". El señor Cristóbal
Rinaldi pensó en enviar allí a su hijo Felipe.
El muchachito, robusto y sereno, tomó bajo el brazo su hatillo, besó a
la mamá, y montado en el cabriolé de papá, fue al colegio. Tenía un
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37.7 Page 367

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poco de añoranza, como todos los muchachos que dejan por vez pri-
mera su casa. Pero era serio y reflexivo y comprendía que aquel sacrifi-
cio podía abrir a su vida horizontes más amplios que los campos y las
viñas de papá.
Fue su maestro el clérigo Pablito Albera. "Don Albera -escribirá más
tarde- fue mi ángel de la guarda. Era el encargado de vigilarme, y lo
hizo con tal caridad que me asombro cada vez que pienso en ello".
Pero no estaba sólo don Albera; desgraciadamente había otro asistente,
cuyas formas vulgares molestaban.
Don Bosco fue dos veces desde Turín a visitar el "Pequeño Semina-
rio", y habló largo rato con Felipe. Se hicieron amigos.
Por desgracia, en primavera, sucedió lo inesperado. Felipe estaba
cansado por los intensos estudios de los meses de invierno, el ojo
izquierdo había empezado a causarle serios fastidios. Un día, particu-
larmente tenso, el asistente de los modales vulgares, chocó violenta-
mente con él. Felipe no perdió los estribos. Se presentó inmediata-
mente al Director para decirle que quería volverse a su casa. ·Parecía
capricho de un momento, pero no era así. Felipe lo había decidido y
nadie fue capaz de hacerle cambiar de parecer.
Cuando, por tercera vez, volvió Don Sosco a Mirabello, se enteró de
que Felipe Rinaldi se había marchado a su casa. Le supo mal. Le escri-
bió una cartita a Lu, rogándole que volviera a pensar su decisión.
Felipe recibió varias cartas más de Don Sosco, durante los años
siguientes. En todas le repetía la invitación de volver a pensar su deci-
sión: "Las casas de Don Sosco, recuérdalo Felipe, están siempre abier-
tas para ti".
Rara vez insistió tanto Don Sosco con un muchacho. Parece como
que viera algo preciso en su porvenir. Pero el muchacho, aún siguiendo
su amistad con Don Sosco, no se decidía.
1874. Felipe tiene 18 años y Don Bosco va a verle a Lu. Precisamente
estando en su casa se presenta una pobre mujer. Camina con muletas y
tiene un brazo enfermo. Ha ido para pedir a Don Sosco que la cure. El
Santo le da la bendición de María Auxiliadora, y la mujer, ante los ojos
de Felipe, tira las muletas y vuelve a su casa curada. El mozo queda
emocionado, pero responde que no a la enésima invitación de Don
Sosco para que vaya con él a Turín. Este "no" le pesará toda su vida:
"Hagan el Señor y la Virgen -dirá humildemente un día- que después
de haber resistido tanto a la gracia en el pasado, no abuse en lo por-
venir".
Aquel "no" dicho a Don Sosco es solamente el primero de toda una
línea. Empieza a decir que no a las oraciones, a la madre que le riñe
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por frecuentar amistades peligrosas. al párroco que le invita a frecuen-
tar más la Iglesia. Una verdadera "crisis religiosa", ·que supera gracias a
las oraciones de su madre.
cuando Don Bosco presenta batalla
1876. Felipe Rinaldi cumple los veinte años. Los padres de una buena
muchacha se presentan al señor Cristóbal para avanzar una proposi-
ción de matrimonio. Pero llega también Don Bosco desde Turín, deci-
dido a presentar batalla para llevarse con él a Felipe.
Fue una conversación larga, decisiva. Con la tenaz sencillez campe-
sina, Felipe expone sus dificultades. Pero también Don Bosco es un
campesino. y le rebate una a una con toda calma. Ha descubierto en
aquel mozo tela para un gran salesiano y no quiere dejárselo escapar.
"Me fue ganando poco a poco -escribiría Felipe-. Los padres me
dejaban en libertad, y mi elección estaba en Don Boseo".
Noviembre de 1877. Felipe Rinaldi llega a Sampierdarena, donde Don
Sosco ha abierto una casa para "vocaciones adultas". El campesino de
Lu vuelve a abrir, a sus 21 años, la gramática italiana y la latina. ¡Qué
duros le resultan los primeros momentos! Sobre el primer ejercicio,
junto a un cementerio de cruces rojas y azules, una calificación mortifi-
cante. Sin embargo,· con la misma tenacidad eón que durante tantos
años ha resistido la voz de Don Bosco, Felipe sube día tras día por el
áspero sendero de los estudios.
El director de Sampierdarena es aquel mismo don Pablito Albera que
tanto le había encantado en Mirabello. En los momentos graves encuen-
tra consuelo en él. 11Un día le dije que temía hacer una de las mías
escapándome. Y él respondió: Y yo iré a agarrarte".
13 de agosto de 1880. De rodillas a los pies de Don Sosco, Felipe
pronuncia los votos de pobreza, castidad. y obedienda. Es salesiano.
Tiene 24 años.
En otoño empieza la subida hacia el sacerdocio. Recibe las órdenes
menores, el subdiaconado, el diaconado. Hay algo particular que sor-
prende: Felipe va adelante, mas no por su gusto, sino porque se lo
manda Don Bosco en el que tiene puesta .toda su confianza. Un día
contará: 11Don Sosco me decía: Tal día pasarás tal examen y recibirás
tal Orden. Yo obedecía vez por vez". Nunca se había portado Don
Bosco así con nadie: exhortaba, invitaba, pero dejaba al individuo deci-
dir. Con Felipe, Don Bosco ordena. Tenía que leer muy claro en el
futuro de aquel joven.
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La vigilia de Navidad de 1882 don Felipe Rinaldi celebra su primera
Misa. Está presente Don Sosco, el cual abrazándole, le pregunta:
"¿Estás contento ahora?" La respuesta es como para desalentarse: "Si
me tiene con usted, sí. Si no, no sabré qué hacer".
Pero unos meses después, vuelve de las misiones de América don
Costamagna, y don Felipe, sobrecogido por vez primera ante el entu-
siasmo, pide a Don Sosco ir a las misiones. Esta vez es Don Sosco
quien dice no: Tú te quedarás aquí. A las misiones mandaré a otros.
El primer sucesor de Don Sosco a la cabeza de la Congregación
Salesiana será don Rúa. El segundo don Pablito Albera. El tercero será
don Felipe. El viejo don Juan Bautista Francesia dirá de él: "Sólo le
falta la voz de Don Bosco. Tiene todo lo demás".
El canónigo que descansaba
El 1872 fue Don Bosco a Génova para una rápida visita. Cuenta Ama-
dei:
"Entre otros fue a visitarle el canónigo Ampugnani, que vivía en
Marassi y le había ayudado a comprar el colegio de Alassio. Don Sosco
le pregunta:
- Y ahora, ¿qué hace?
- ¿Yo? Nada, descanso.
- ¿Cómo? ¿Descansa? Usted está sano y aún es joven.
- Trabajé muchos años en América, y ahora descanso.
Don Sosco se puso muy serio:
- ¿Y no sabe que el descanso para un sacerdote está en el Paraíso?
¿ Y que daremos estrecha cuenta a Dios del tiempo perdido?
El canónigo quedó tan impresionado por aquellas palabras, que no
sabía hacía donde moverse para salir. Al día siguiente volvió a la casa
salesiana, y pidió al director que le obligase a tocar el piano, a dar
clase de música, a predicar:
- Don Sosco -exclamó- ¡me ha dicho unas palabras terribles!
Encontróse también con el Superior General de los Mínimos de san
Francisco de Paula, hombre doctísimo, que hacía de párroco. Después
de saludarle respetuosamente, Don Sosco le dijo:
- Quién sabe cuánto tendrá que hacer como General de una Orden.
Verdaderamente poco o nada. Somos muy pocos, ¿sabe?
- ¿Cuántos novicios tienen?
- Ninguno.
- ¿Y estudiantes?
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- Ninguno.
- ¿Cómo? -el rostro de Don Bosco se tornó serio y grave, la pala-
bra enérgica-. ¿Y usted no se mueve para impedir que desaparezca
una Orden tan benemérita de la Iglesia, que todavía no ha cumplido el
fin para el que fue fundada y que tiene tantas profecías que deben
realizarse?
- ¡Pero si no se encuentran vocaciones!
- Pues si usted no encuentra vocaciones en Italia, vaya a Francia, a
España, a América, a Oceanía. Usted tiene una gravísima responsabili-
dad, una gran cuenta que dar a Dios. Cuántas fatigas, cuántos dolores
le tocó soportar a san Francisco de Paula para fundar su Orden. ¿Y
usted va a permitir que se pierdan tantas oraciones, tantos trabajos,
tantas esperanzas?
El buen Padre General estaba avergonzado. Prometió hacer todos los
posibles para encontrar nuevas vocaciones".
Peones de albañil en el oratorio festivo
El que sigue la vida de Don Sosco de aquellos años puede que tenga
la impresión de que el Oratorio festivo de Valdocco, que con él vivió
jornadas tan gloriosas, ha desaparecido del horizonte. No es así. Cier-
tamente, Don Sosco vive absorbido por la casa grande, de estudiantes
y artesanos que llegan a 800, por las otras obras salesianas que se
están multiplicando. Pero él no olvida "su Oratorio". No hay muchos
testimonios, pero los suficientes para fotografiarle dentro de este
sector.
"Fuí a Turín durante la cuaresma de 1871 -cuenta Enrique Angel
Bena-. Vine desde Magnano Biellese y trabajaba de albañil. En la pri-
mera fiesta, según nos había ecomendado el párroco a mí y a los otros
que partían, fui al Oratorio de Don Sosco. Me gustó. Todos tos años al
volver a Turín, de marzo a noviembre, seguí frecuentándolo hasta ir al
servicio militar.
La entrada del Oratorio, estaba en aquellos años, a la izquierda del
santuario de María Auxiliadora. La entrada era un tosco portón de
tableros. Estaban con nosotros tres o cuatro sacerdotes y varios cléri-
gos. Don Bosco solía venir, por las mañanas, a la Misa y, por las tardes
al catecismo.
El segundo año que fui a ·Turín hice en el Oratorio la Primera Comu-
nión. Todos llevaban un traje limpio. El que no lo podía tener de su
familia, lo recibía de Don Bosco. El mismo dijo la misa en san Francisco
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y nos dio la comunión. Después, al salir de la Iglesia, había una mesa
preparada para nosotros con p·an, queso y salchichón. Don Sosco pasó
sirviendo un vasito de vino. Repartió bizcochos.
Cuando un joven tenía la chaqueta, los pantalones, los zapatos rotos,
Don Sosco le daba vestidos o zapatos, a lo mejor remendados, pero en
buen estado. En el Oratorio nos atraía el tiovivo, el pasavolante, los
regalos que recibíamos. La música de la banda era también un buen
atractivo".
En el mismo año 1871 empezó a frecuentar el Oratorio festivo de Val-
docco Francisco Alemanno, un muchacho obrero de Villa Miroglio. Se
había trasladado a Turín con toda la familia. El primer día que asistió se
encontró con Don Sosco. Después de las funciones hubo una pequeña
rifa y a Alemanno le tocó una corbata. Don Bosco se la puso al cuello y
le preguntó:
- ¿Cómo te llamas?
- Francisco Alemanno.
- ¿Hace mucho que vienes al Oratorio?
- Es la primera vez.
- ¿Yconoces a Don Bosco?
El muchacho se quedó sin saber qué decir; alzó luego tímidamente
los ojos.
- Don Sosco es usted.
- Pero tú vas a conocer bien a Don Sosco, si le dejas que haga el
bien a tu alma.
- Pues eso es lo que busco, un amigo que se preocupe de mí.
- ¡Qué hermosura! Esta tarde te has ganado esta corbata; ¡yo te
ataré con ella de tal modo al Oratorio que no podrás alejarte nunca!
En efecto, Francisco se hizo un verdadero amigo de Don Sosco. Del
Oratorio pasó a la Congregación salesiana.
Jóvenes albañiles, reparto de ropa a los más pobres, diálogos cara a
cara con los muchachos: siempre el Oratorio de Don Sosco que sigue
viviendo y prospe-rando a la sombra del Santuario.
Don Sosco confió la dirección del ·mismo, por algún tiempo, a don
Sarberis. Después, durante muchísimos años, a don Pavía ayudado por
el legendario coadjutor Juan Garbellone. Este hombre, de un carácter
excéntrico y singular, fue una prueba viviente del extraordinario poder
formativo de Don Sosco, que supo exaltar las dotes naturales hasta en
los temperamentos más simples.
Durante cincuenta años fue Garbellone el alma del Oratorio festivo.
Guardaba un cuadernillo con seil mil nombres de niños preparados por
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él para la primera comunión. Desde 1884 fue maestro de banda y la
dirigió con mucho éxito hasta 1928, en que murió.
Don Sosco se ganó su amistad con un gesto de gran confianza. Puso
en sus manos treinta mil liras para que fuese a pagar una deuda. Algo
así como cincuenta millones de hoy. Garbellone tenía 28 años y era un
pobre pelón. De tal modo le conmovió aquel gesto que. a partir de ese
momento. se hubiera echado al fuego por Don Bosco.
Mlguel unla, campesino
El 19 de marzo de 1877 llegaba al Oratorio un campesino de 27 años.
Se llamaba Miguel Unía. Le dijo a Don Sosco· que quería estudiar para
sacerdote. pero no salesiano.
- Me gustaría volver a Roccaforte de Mondoví, mi pueblo...
- Pero ¿y si el Señor te quiere para otra misión mayor...?
- Si el señor me da a entender que esa es su voluntad ...
- Si Dios me revelase tu interior. y yo te lo dijese a ti. ¿te parecería
una señal suficiente de que te quiere sacedote salesiano?
Miguel Unja no sabía si tomar la cosa en serio o en broma. Pensó un
poquito. y respondió:
- Bueno, dígame lo que ve en mi conciencia.
Don Sosco se lo dijo todo. Le hizo una lista de obras buenas y malas.
hasta en los más pequenos detalles. A Unia le parecía soñar:
- ¿Pero cómo puede usted saber esas cosas?
- Y aún sé más. Tenías tu once anos, cuando un domingo estabas
en el coro de la Iglesia, en vísperas. Un amigo tuyo dormía junto a ti
con la cabeza apoyada en la pared y la boca abierta. Tú tenías unas
ciruelas en el bolso. Escogiste la más gorda, y la dejaste caer en la
boca abierta de aquel pobrecito. Creyendo ahogarse, se levantó y echó
a correr de un lado para otro como un loco. Hubo que suspender las
vísperas. Tú reías a más no poder y te ganaste media docena de cache-
tes del cura.
Miguel Unía se quedó con Don Bo~co. Fue el primer misionero sale-
siano que llegó hasta los leprosos de Colombia, en un pueblo perdido,
llamado Agua de Dios. Vivió con 730 atacados por la terrible enferme-
dad, y con un trabajo agotador que acabó con él, devolvió a sus caras
la dignidad de hombres y de hijos de Dios.
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45
Ir lejos
Entre 1871 y 1872 tuvo Don Bosco un sueño dramático. Parece que
se lo contó, primeramente, a Pío lX y luego, a algunos de sus salesia-
nos. Dos de ellos, don Barberis y don Lemoyne tomaron nota cuida-
dosamente.
"Me pareció encontrarme en una región salvaje y totalmente desco-
nocida. Era una inmensa llanura inculta, en la que no se levantaban
colinas ni cabezos. En el lejano horizonte se dibujaban escabrosas
montañas. Vi turbas de hombres que la recorrían. Estaban casi desnu-
dos, tenían una estatura extraordinaria y un aspecto feroz. Sus cabellos
eran híspidos y largos, y su color bronceado negruzco. Su vestido con-
sistía únicamente en pieles de animales, que les colgaban de los hom-
bros. Por armas usaban una larga lanza y la honda.
Aquellas tribus de hombres dispersos, ofrecían a la vista escenas
diversas: unos corrían a caza de las fieras; otros, caminaban, llevando
clavados en la punta de sus lanzas pedazos de carne sanguinolenta.
Luchaban unos contra otros; algunos llegaban a las manos con solda-
dos vestidos a la europea, y el suelo estaba cubierto de cadáveres. Yo
temblaba ante aquel espectáculo.
Cuando he a.quí que, en la extremidad de la llanura, aparecen muchas
personas: por su vestido y por su forma de hacer entendí que eran
misioneros de distitas Ordenes. Se acercaban para predicar a aquellos
bárbaros la religión de Jesucristo. Les miré bien, pero no conocí a nin-
guno. Llegaron hasta los salvajes: pero ellos apenas les vieron, se
echaban con furor sobre ellos y les mataban. Clavaban los macabros
trofeos en la punta de sus largas picas".
Nueva gente dispuesta al pellgro
"Después de haber contemplado aquellas terribles escenas, dije entre
mí: ¿Cómo hacer para convertir a una gente tan brutal?
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Vi entre tanto a lo lejos otro grupo de misioneros que se acercaban a
los salvajes con cara alegre, precedidos de una hilera de jovencitos. Yo
temblaba pensando: "Vienen para hacerse matar". Y me acerqué a ellos.
Eran clérigos y sacerdotes. Les miré atentamente y les reconocí como
salesianos. Los primeros me eran c_onocidos, y, si bien no pude cono-
cer personalmente a muchos otros que les seguían, me di cuenta de
que también ellos eran misioneros salesianos, precisamente de los
nuestros.
"¿Cómo se entiende?", dije entre mí.· No hubiera querido dejarles ir
más adelante y allí estaba yo para detenerles. Esperaba que de un
momento a otro corriesen la· misma suerte que los primeros misione-
ros, cuando vi que su llegada causaba alegría a aquellas tribus de bár-
baros. Bajaron sus armas, depusieron su furor y acogieron a los nues-
tros con señales de cortesía. Maravillado decía entre mí: "Vamos a ver
cómo termina esto". Y vi que nuestros misioneros avanzaban hacia los
salvajes, les enseñaban y ellos escuchaban con gusto y aprendían
enseguida. Les reprendían y elfo~ les aceptaban poniendo en práctica
sus reprensiones.
Estuve observando: los misioneros recitaban el rosario, y los salvajes
respondían. Al cabo de un rato los salesianos fueron a colocarse en
medío de la multitud que les rodeó. Se arrodillaron. Los salvajes, qui-
tándose las armas, se pusieron también de rodillas. Y he aquí que uno
de los salesianos entona: Load a Maria, y aquellas turbas, todos a una
voz, siguieron el canto, con tal fuerza que yo, casi espantado me
desperté".
Aquel sueño pesó mucho en la vida de Don Bosco. El mismo afirmó:
"Después de él, sentí renacer en mi corazón el antiguo deseo del apos-
tolado misionero".
Don Bosco había empezado a pensar en las misiones, siendo estu-
diante en Chieri. "Por entonces -cuenta Lemoyne- sobresalía en Pia-
monte la Obra de la Propagación de la Fe. Se leían con avidez los escri-
tos que narraban los trabajos y martirios de los misioneros. Y Juan
Bosco acariciaba el deseo de consagrarse a las misiones extranjeras".
El Concilio Vaticano 1 (1869-70), contribuyó notablemente al desarro-
llo de las misiones. Obispos de América, de Africa y de Asia aprovecha-
ron su venida a Italia (donde el clero era abundantísimo en compara-
ción de sus regiones) y buscaron enrolar sacerdotes y religiosas para
sus diócesis.
También a Valdocco llegaron peticiones concretas. Monseñor Bar-
bero pidió a Don Bosco religiosas para Hyderabad, en la India, monse-
ñor Alemany, obispo de San Francisco de California, le pidió que
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abriera allí una escuela profesional. Don Bosco no atendió las ofertas.
Todavía no pensaba 11concretamente" en las misiones.
Un año más tarde, Don Bosco sueña "con la inmensa llanura y los
hombres de aspecto feroz", y siente renacer el "antiguo deseo". A partir
de este momento indaga cuál sea la región misionera destinada por la
Providencia para sus salesianos. Las peticiones para fundar en ultramar
siguen llegando a su mesa, y él las examina con una atención singular.
Buscaba un detalle: dos ríos 1' un desierto
Cuenta él: "Los hombres negruzcos del sueño, creí primero que fue-
ran africanos de Etiopía. Pero después de haber preguntado a personas
que conocían aquellos lugares, y haber leído libros de geografía, aban-
doné tal pensamiento. Luego, me detuve en Hong-Kong, isla de China.
Me informé, después, sobre Australia. Por monseñor Quinn supe de
aquellos indígenas, pero su descripción no correspondía con la de los
que yo había visto. Dirigí entonces mi mente hacia Mangalore, en Ma-
labar...
Finalmente, el 1874 el cónsul argentino de Savona, señor Gazzolo,
habló de los salesianos con el arzobispo de Buenos Aires. Este mani-
festó el deseo de que un grupo de salesianos se trasplantase a Argen-
tina. Busqué entonces libros de geografía sobre América del Sur y los
leí atentamente. Algo estupendo: en ellos y en las imágenes que conte-
nían ví perfectamente descritos los salvajes y la región vista en el
sueño: Patagonia, región inmensa al sur de Argentina".
Pero había un detalle que Don Bosco buscaba tercamente en los
mapas, para descubrir el "lugar señalado por Dios". Lo recuerda Ama-
dei, uno de los biógrafos más diligentes del Santo: 11 En el campo de
apostolado visto en el sueño, había advertido dos ríos a la entrada de un
vastísimo desierto que no lograba encontrar en los mapas que paci'en-
temente examinaba. Solamente cuando sostuvo el primer coloquio con
el comendador Gazzolo, cónsul de Argentina en Savona, supo que se
trataba del Río Colorado y del Río Negro, en Patagonia. Recuerdo
haber visto yo mismo uno de los viejos atlas examinados por Don
Bosco, en el cual se leían, en el último espacio de América del Sur, las
palabras: Región de los Patagones, donde los habitantes son gigantes"
(M.B., vol. X, pág. 1273).
Reflexionando sobre estos sucesos, comenta Pedro Stella: "Resulta
clara la orientación de Don Bosco, buscando un camino para la expan-
sión de su obra fuera de Europa. El piensa y sueña en las misiones en
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su extricto sentido, in partibus infidelium (en países de infieles). y en el
sentido más romántico de la época: entre pueblos crueles y salvajes...
En Argentina él tenía salvajes, más aún: "sus" salvajes... Salvajes era
una palabra mágica, que suscitaba interés y curiosidad ... Clima de
leyenda envolvía a los salvajes de Patagonia, descritos por los antiguos
exploradores como gigantes: reproducidos todavía, en el siglo decimoc-
tavo, por la fantasía de los dibujantes de libros de viajes, como colosos
a los cuales los europeos con sus tricornios apenas si llegaban por
encima de la cintura, casi a la altura de los niños indígenas. Salvajes
que todavía en 1864 se presentaban en el Diccionario de conocimientos
útiles editado en Turín, como de "anchos hombros, enorme cabeza,
cabellos negros y bastos, poca barba, cara inexpresiva, y de una altur.\\
de casi seis pies (casi dos metros), de forma que son los más altos e,.!
globo". Su ferocidad estaba adecuada al ambiente de un terreno
inculto, sin arbolado, inhóspito, donde soplaban fuertes vientos, donde
corrían a caballo rapidísimamente, armados del 11lazo", el cuchillo y la
lanza que blandían con destreza".
una circular para alistar voluntarios
La petición concreta del arzobispo de Buenos Aires llegaba a fines de
1874. "Leí las primeras cartas -declara Don Bosco- al Capítulo de la
Congregación el 22 de diciembre por la noche".
Se trataba de una doble proposición: encargarse en Buenos Aires de
una parroquia poblada de inmigrantes italianos, dedicada a la Madre de
la Misericordia; y poner en marcha, en San Nicolás, un colegio recién
terminado para muchachos. San Nicolás era un centro importante de la
archidiócesis de Buenos Aires.
Don Bosco respondió a Argentina, trazando su programa sobre tres
puntos:
- enviaría algunos sacerdotes a Buenos Aires como punto-base de
los salesianos en América. Estos se dedicarían ºespecialmente a la
juventud pobre y abandonada, catequesis, escuelas, predicación, orato-
rios festivos";
- en un segundo momento, los salesianos tomarían la obra de San
Nicolás;
- desde estas dos primeras bases los salesianos podrían "ser envia-
dos a otros lugares".
En este tercer punto, encerraba Don Bosco y casi velaba su plan de
111legar cuanto antes a los pueblos salvajes".
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Así quedaba delineado en términos prácticos y concretos un método
particular de evangelización misionera: los religiosos de Don Sosco no
se lanzarían inmediatamente a las tribus lejas de toda civilización, sino
que crearían bases en territorio seguro, trabajando entre los emigrantes
italianos, numerosísimos en Argentina, y verdaderamente necesitados
de asistencia religiosa y moral. Desde allí partirían para emprender sus
planes apostólicos "de primera línea".
El 27 de enero de 1875, recibía Don Bosco contestación oficial, a tra-
vés del consulado, de que sus condiciones habían sido aceptadas.
"Entonces el Santo, sin dejar traslucir nada en casa; preparó un golpe
escénico -cuenta Eugenio Ceria-. Por la tarde del 29 de enero, fiesta
de San Francisco de Sales, reunió a los artesanos, estudiantes y religio-
sos en el salón de estudio en donde había levantado un palco. Subió a
él Don Sosco, acompañado del cónsul Gazzolo vestido con un pinto-
resco uniforme, los miembros del Capítulo Superior y los directores de
las casas salesianas".
Don Sosco anunció a la atentísima asamblea, que, con la aprobación
del Papa, saldrían los primeros salesianos para las misiones de Argen-
tina meridional. Aquellas palabras suscitaron un incontenible entu-
siasmo en los jóvenes. Se multiplicarón las vocaciones al estado ecle-
siástico. Crecieron sensiblemente las peticiones para inscribirse en la
Congregación. El ardor misionero se apoderó de todos''. Eugenio Ceria,
que escribe estas palabras en los Anales de la Congregación, comenta:
"Para juzgar la impresión producida, nos hemos de transportar a aque-
llos tiempos, cuando la Congregación vivía todavía el ambiente de una
familia estrechamente unida en derredor de su Cabeza. El salto dado
aquel día por la fantasía llevó a imaginar de repente horizontes sin fin, y
agigantó en un instante el gran concepto que ya se tenía de Don Sosco
y de su obra. Empezaba verdaderamente una nueva historia para el
Oratorio y la Sociedad Salesiana".
El 5 de febrero anunciaba Don Sosco a los salesianos que residían
fuera de Valdocco, la primea expedición misionera. Su. circular rogaba a
los voluntarios que presentasen su petición por escrito. La fecha fijada
terminaba con el mes de octubre.
El entusiasmo se multiplicó por doquiera. Casi todos se ofrecieron
como candidatos para las misiones. "Empezaba una nueva historia" no
parecen palabras exage·radas.
Jefe de expedición: el muchacho de los gigantes
Don Sosco logra organizar once expediciones de misioneros en su
vida. Pero ninguna superó el entusiasmo y el delirio de fa primera.
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Se preparó hasta en sus más mínimos detalles. Para que. sus hijos
fueran acogidos "como amigos entre amigos", Don Bosco se puso en
contacto con personalidades de Buenos Aires. Para proveerles de todo
lo necesario se dirigió a los cooperadores: él mismo quedó sorprendido
de su generosidad.
Los misioneros que partían debían representar lo mejor de la joven y
pequeña Congregación. Entre los que habían respondido a su invita-
ción (que· eran legión) Don Bosco eligió seis sacerdotes y cuatro coad-
jutores. Alguno acabó mal: que no siempre Don Bosco daba en el
blanco, ni siempre estaba iluminado por las ruces de lo alto.
Jefe de la expedición sería Juan Cagliero, el muchacho sobre cuya
cabeza había visto un día lejano inclinarse dos indios gigantescos, color
de cobre. Tenia 37 años, era un sacerdote robusto, jovial, inteligente y
de actividad exuberante. Don Cagliero se preparaba para ser el hombre
de la situación en América. Resultaba difícil imaginar.se el Oratorio sin
él: como doctor en teología era el profesor de los clérigos; él era el
insuperable maestro y compositor de música, tenía en sus manos los
asuntos más delicados y dirigía espiritualmente varios institutos religio-
sos de la ciudad. Su partida iba a ser una pérdida muy grave.
Es curioso el ..método" empleado por Don Bosco para enrolarle en la
expedición. Cuenta don Ceria:
"Después de quedarse como distraído y silencioso, un día del mes de
marzo le dijo Don Bosco a don Cagliero que estaba a su lado:
- Me gustaría enviar a alguno de nuestros sacerdotes más antiguos
para acompañar a nuestros misioneros a América; que se quedase allí
en su compañía unos tres meses, hasta que estén bien emplazados.
Dejarles inmediatamente solos sin un apoyo, un consejero con el que
tengan confianza, me parece algo duro.
A lo que don Cagliero respondió:
- Si Don Sosco no encuentra otro, y piensa en mí para eso, yo
estoy dispuesto.
- Muy bien -terminó Don Sosco-.
Pasaban los meses sin aludir para nada a aquella cuestión. Pero, al
acercarse la fecha de la partida, un día, de repente, le dijo Don Bosco:
- En cuanto a ir a América, ¿eres siempre del mismo parecer? ¿O lo
dijiste en broma?
- Usted dabe que yo no bromeo nunca con Don Bosco.
- Muy bien. Entonces, prepárate, es el momento.
Don Cagliero se dio prisa para empezar los preparativos. En pocos
días. trabajando febrilmente, estaba listo".
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De este modo, según su acostumbrada y bonachona sencillez,
empezó su misión el primero y el más famoso misionero salesiano. Los
tres meses, calculados de antemano, duraron treinta años en total.
Otro sacerdote de gran valer estaba entre los que partían: don Fag-
nano alma de pionero, ex-soldado de Garibaldi. Los otros cuatro sacer-
dotes eran: Cassinis, Tomatis, Baccino y Allavena. Y los cuatro coadju-
tores, Scalvini, maestro carpintero, Gioia, cocinero y maestro zapatero,
Molinari, maestro de música, y Belmonte, administrador.
veinte recuerdos escritos a lápiz
Los nuevos misioneros dedicaron el verano a estudiar el castellano.
En octubre don Cagliero les acompañó a Roma para recibir la bendi-
ción del Papa. Pío IX, apenas entró en la sala, dijo: "He aquí un pobre
viejo. ¿Dónde están mis misioneros? Sois vosotros los hijos de Don
Sosco, y vais a predicar el Evangelio en Argentina. Tendréis un campo
inmenso para hacer el bien. Esparcid vuestras virtudes por aquellos
pueblos. Deseo que os multipliquéis, porque es grande la necesidad, y
abundantísima la mies entre las tribus salvajes".
Volvieron a Turín. Recuerda Eugenio Ceria: "Una expedición de
misioneros hasta los extremos de América, en 1875, tenía algo de épico
a los ojos de los que vivían en el escondido rincón de Turín, llamado
Valdocco. Se consideraba a los que partían como a generosos campeo-
nes, que se lanzaban intrépidamente al encuentro del misterio. Al verles
moverse por la casa con su vestimenta exótica, todos intentaban acer-
cárseles e intercambiar con ellos una palabra".
El 11 de noviembre, les dio Don Sosco su adiós de despedida, en el
santuario de María Auxiliadora. A las 16 estaba la Iglesia llena a reven-
tar. Al acabarse las vísperas, Don Sosco subió al púlpito, y trazó a los
que partían su programa de acción. Tenían que ocuparse, en primer
lugar, de los emigrados italianos de Argentina:
"Os recomiendo con particular insistencia la triste situación de
muchas familias italianas. Encontraréis gran número de niños y también
de adultos que viven en la más deplorable ignorancia, sin saber leer ni
escribir, y sin el menor principio religioso. Id, buscad a estos nuestros
hermanos, a quienes la miseria y la desgracia llevó a tierra extranjera..."
Después empezarían la evangelización de Patagonia:
"De este modo iniciamos una gran obra, no porque creamos que se
pueda convertir al mundo entero en pocos días, no. Pero, ¿quién sabe
si esta partida y esta pequeña simiente no se convertirán en una gran-
377

38.10 Page 380

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diosa planta? ¿Quién sabe si no será como un granito de mijo o de
mostaza que se vaya extendiendo poco a poco y haya de producir un
gran bien?"
Al acabar. les dio Don Bosco su abrazo paternal a todos. La conmo-
ción fue enorme cuando los diez misioneros atravesaron la Iglesia, por
entre jóvenes y amigos. Todos se apretaban junto a ellos. Don Sosco
llegó el último al umbral de la puerta. Era un espectáculo grandioso: la
plaza atestada de gente, una larga fila de coches que esperaba a los
misioneros, la claridad de las linternas que iluminaba la noche.
Lemoyne, que estaba cerca de Don Sosco, le dijo:
- Don Bosco, ¿empieza a cumplirse el lnde exibit gloria mea (De
aquí saldrá mi gloria)?
- Es verdad, -contestó Don Sosco profundamente conmovido.
Eran unos momentos en los que se podía perder el sentido de la justa
medida. Pero Don Sosco tiene bien fijos los pies en el suelo. Hacia
pocos meses que había dicho: "¿Qué es nuestro Oratorio de Valdocco
en medio del mundo? Un átomo. Y, sin embargo, da tanto quehacer, y
se piensa desde este rinconcito enviar gente para un lado y para otro.
¡Oh, la bondad de Dios!"
Cada misionero llevaba consigo un papelito con "20 recuerdos espe-
ciales" esritos por Don Bosco. Los había escrito a lápiz en su cuaderno
durante un reciente viaje en tren, y los había hecho copiar para todos.
Son la verdadera "esencia" de cómo quería Don Sosco que fueran los
misioneros salesianos. Transcribimos los cinco más señalados:
1. Buscad almas, no dinero, ni honores, ni dignidades.
5. Cuidaos especialmente de los enfermos, los niños, los viejos y los
pobres, y os ganaréis la bendición de Dios y la benevolencia de los
hombres.
12. Haced de modo que el mundo conozca que sois pobres en el ves-
tido, en la comida, en la habitación, y seréis ricos a los ojos de Dios y
os haréis los amos de los corazones de los hombres.
13. Amaos entre vosotros, aconsejaos, corregíos, pero no os tengáis
envidia ni rincor; más aún, el bien de uno sea el bien de todos; las
penas y los sufrimientos de uno se consideren como penas y sufrimien-
tos de todos, y busque cada uno alejarlas o mitigarlas.
20. En las fatig~s y en los sufrimientos, no olvidéis que tenemos un
gran premio preparado en el cielo. Amén.
El mismo 11 de noviembre, acompañó Don Sosco a los misioneros
hasta Génova, donde embarcaron el 14 en el barco francés Savoie.
378

39 Pages 381-390

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39.1 Page 381

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Recuerda un testigo presencial que Don Bosco tenía las mejillas colo-
radas del esfuerzo que hacía por contener su emoción.
No se perfilaba un fácil porvenir. Pero don Cagliero llevaba consigo
un papel en el que Don Bosco había escrito: "Haced le;> que podáis:
Dios hará lo que no podamos hacer nosotros. Confiadlo todo a Jesús
Sacramentado y a María Auxiliadora, y veréis qué son milagros".
Don Bosco retratado con sus primeros misioneros (1875).
379

39.2 Page 382

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46
Patagonia, tierra prometida
Arribaron a Buenos Aires el 14 de diciembre de 1875 y se encontra-
ron cercados de amigos. Con el arzobispo de la ciudad y los sacerdo-
tes, había doscientos emigrantes italianos, que les tributaban alegre-
mente la bienvenida. Y se encontraron, ademas. con un grupo de ex-
,alumnos del Oratorio de Valdocco.
Pero quedaron pasmados 11ante el espectáculo de una población de
buena índole y buenas tradiciones, respetuosa con los sacerdotes,
generosa del todo, pero extremadamente ignorante y necesita como
ningun~ otra de asistencia religiosa. De acuerdo con sus primeras car-
tas, casi 30.000 italianos en Buenos Aires y casi 300.000 por toda
Argentina, estaban abandonados a sí mismos dada la penuria de sacer-
dotes, compatriotas. Don Cagliero y sus hermanos se sintieron como la
lluvia ávidamente absorbida por un terreno reseco" (P. Stella).
A los pocos días, los salesianos se dividieron en dos grupos, como
quedó dispuesto antes de salir de Turín: don Cagliero, con otros dos,
estableció su residencia junto a la Iglesia dedicada a la Madre de la
Misericordia, para atender la parroquia poblada de inmigrantes italia-
nos; don Fagnano, con los otros seis, siguió hasta San Nicolás, para
abrir el colegio.
En Buenos Aires fue providencial el Oratorio festivo, que se abrió
inmediatamente. Faltaba del todo en la gran ciudad la asistencia a los
muchachos. "Don Cagliero y sus colaboradores se asombraron al
encontrarse rodeados agradablemente por los muchachos, general-
mente italianos, que, al invitarles a santiguarse, miraban asombrados
por no comprender qué se les decía, y al preguntarles, si iban a misa
los días de fiesta, respondían que no se acordaban, porque tampoco
sabían cuándo era o no era domingo" (P. Stella).
Faltaban escuelas por todas partes, tanto que, a las pocas semanas,
llovían sobre don Cagliero las peticiones de Argentina y hasta del
vecino Uruguay. El Delegado Apostólico de Montevideo, a la par que le
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39.3 Page 383

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exhortaba para que fueran los salesianos, le comunicaba cifras doloro-
sas: ·en todo Uruguay, extenso como la mitad de Italia, no había un
seminario, ni pequeño ni grande. Ni un sólo seminarista. En la capital
no había ni una escuela católica.
El pensamiento de los salvajes, que había empujado a muchos de
ellos a surcar el mar, por el momento quedó de lado. La "misión" ver-
dadera estaba allí, en aquella ciudad donde la evangelización era
urgentísima.
Don Cagliero fijó su atención en tres obras que le parecieron urgentí-
simas. Ante todo, una escuela profesional; 11una casa de artes y oficios
marcaría época, sería un suceso a señalar en la historia nacional, llena-
ría de admiración a toda la República, haría un bien inmenso" (carta a
Don Bosco, 5 de febrero de 1876). Luego, un colegio en Montevideo: el
primer colegio cristiano en la capital del Uruguay. Finalmente, una obra
para muchachos en el barrio más pobre de Buenos Aires, "La. Boca",
habitado por italianos Y. dominado por la masonería.
Ni un sacerdote se atrevía a pasar por las calles de aquel barrio. Don
Cagliero se presentó allí enseguida, reunió un grupo de muchachos
repatiéndoles medallas de María Auxiliadora y logró hablar con algunas
familias. El arzobispo que se enteró, le dijo:
- Ha cometido una gran imprudencia. Yo no he ido nunca, por allí,
ni permito a ninguno de mis sacerdotes que vaya. Se expone- a graves
peligros.
- Sin embargo, yo siento la tentación de volver.
Y, en efecto, dos o tres días más tarde volvió. Los muchachos corrie-
ron a su encuentro gritando en genovés: "¡El cura de las medallas!11
Entonces se repitieron las mismas escenas de Don Sosco en los arraba-
les de Turín: "Se la daré al mejor... Al peor... ¿Sabéis santiguaros? ¿Y el
Avemaría? ...
Hombres y mujeres salían a la puerta para ver a aquel cura que se
atevía a mezclarse con sus granujillas, y que les prometía un patio con
juegos, cantos, músicas y alegría.
Pero, desde Valdocco, pedían insistentemente noticias de los salvajes.
"Patagonia -escribe Eugenio Ceria, testigo directo- era una palabra
que inflamaba la imaginación juvenil. ¡Eran muchos los que soñaban
aventuras entre los indios, haciendo corwrías por aquellas. tierras
libres!" Don Bosco tenía que alimentar aquellas fantasías juveniles sin
dejar perder el entusiasmo.
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39.4 Page 384

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Y los misioneros enviaban en sus cartas noticias recogidas de una y
otra parte. Muy inexactas al principio, un poco más precisas después.
Una carta del 1Ode marzo de 1876 decía:
"Las condiciones materiales y espirituales de los indios, o sea, de las
tribus de las Pampas y los patagones, nos llenan el alma de profunda
amargura. Los caciques o jefes de estas tribus andan en guerra contra
el gobierno. Se lamentan de vejaciones y violencias, eluden las tropas
acantonadas para su represión, saquean el campo, roban, y armados de
carabinas Remington toman prisioneros a hombres, mujeres y niños,
caballos y ovejas. Los soldados del gobierno, por el contrario, les hacen
guerra a muerte, de modo que los ánimos de unos y otros, lejos de
acercarse, se exasperan cada vez más y se agitan recíprocamente. Otra
cosa sería, sin duda, si en vez de soldados se enviase una partida de
Capuchinos u otros misioneros: se salvarían muchas almas y el floreci-
miento y el bienestar social pondrían su pie entre aquellos salvajes. En
el estado de lucha y de irritación 'en que se encuentran los indios con-
tra el gobierno, es muy poco o nada lo que pueden hacer los misio-
neros ... ".
Llegan "muchachos.. de Turín
Don Bosco, desde Valdocco, comprende la situación: Buenos Aires,
saturada de inmigrantes, le recuerda el Turín lleno de muchachos que
llegaban de los valles, cuando él era un sacerdote joven.
Prepara una segunda expedición. Para que, allá lejos, pueda don
Cagliero fundar las obras que parecen más urgentes, el 7 de noviembre
de 1876 envía a América 23 salesianos. Figuran, entre ellos, don
Bodrato y don Luis Lasagna (el "muchacho del cabello rojo"), que
darán gran impulso a la obra salesiana. Es un esfuerzo que cuesta san-
gre a la joven y todavía débil Congregación. Escribe a don Cagliero:
"Esta expedición nos ha endeudado hasta el cuello, pero Dios nos
ayuda y nos arreglaremos".
Don Bosco no quiere que se arrincone el plan inicial: la evangeliza-
ción de los indios.
Propone un plan que, desde lejos parece puede funcionar: abrir cole-
gios en las ciudades limítrofes con las tierras de indios, tomar en ellos a
los hijos de los salvajes, acercar por su medio a los adultos, "mientras
se cuidan las vocaciones eclesiásticas que por ventura se manifiestan
entre los alumnos. De esta forma espera poder preparar misioneros
para Pampas y Patagones. Los salvajes se convertirían de este modo en
evangelizadores de los mismos salvajes".
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39.5 Page 385

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Pero este plan no funciona en la realidad. Don Costamagna, don
Fagnano, don Lasagna realizan correrías misioneras muchos kilómetros
adentro de los centros de la vida nacional, entre colonias semiperdidas,
por las inmensas llanuras, pero no se.tropiezan cara a cara con ningún
salvaje. No existen "esas ciudades limítrofes con las tierras de indios".
Para llegar a las tierras de los indios hay que aventurarse con los mer-
caderes, que viajan hacia el Sur en caravanas o en veleros, que reco-
rren más de mil kilómetros. Por allí existen aglomerados de algunas
casas y muchas barracas que serán las ciudades del mañana.
En noviembre de 1877, envía Don Bosco a Argentina el tercer grupo
de salesianos: son 18. Alguno la ha motejado "la cruzada de los niñosº,
porque van en ella ocho clérigos jovencísimos. Pero los resultados le
darán razón.
Por primera vez, van con los salesianos las Hijas de María Auxilia-
dora: un grupito n~da más, una de sus acostumbradas "cosas de nada",
con las que Don Bosco inició empresas gigantescas. Tras las primeras
FMA (que Madre Mazzarello ha acompañado hasta el barco) surcarán
los mares millares de misioneras.
El Arzobispo de Buenos Aires comprende que Don Sosco está
haciendo en favor de su diócesis "algo que sobrepasa los límites de lo
posible". Y quiere demostrar su agradecimiento. Para secundar sus
deseos envía a su vicario, Mons. Espinosa, y dos salesianos a una
excursión hasta Patagonia, a las tierras de los indios. De este modo
podrá Don Sosco tener finalmente las ansiadas noticias de "sus salva-
jes".
El 7 de marzo de 1878, a orillas del Panamá, se embarcan don Cos-
tamagna, don Rabagliati y el vicario en un vapor con rumbo al Sur.
Desembarcarán en Bahía Blanca {mil kilómetros, hasta Patagones, junto
al Río Negro (que divide la Pampa de Patagonia).
La tentativa no solamente falló, sino que estuvo a punto de conver-
tirse en tragedia. Se desencadenó una tormenta. El viento pampero
sacudió y agitó durante tres días y dos noches .el vapor, con tal ímpetu,
que, al fin, maltrecho, hubo de volver al puerto de Buenos Aires.
La carta llena de colorido con que don Costamagna describió a Don
Sosco la tempestad, alcanzó un éxito fabuloso entre los muchachos de
Valdocco y los lectores del Boletín Salesiano.
"La cruz va detrás de la espada: 1PaC'lenc1ar•
La segunda expedición hacia tierras de indios inicióse el 16 de abril
de 1879. Julio Roca, general y ministro de la guerra, partía hacia el Sur
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39.6 Page 386

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con 8.000 soldados. Era una amplia expedición de 11rastreo" contra las
tribus indígenas que continuamente suscitaban motines y guerrillas.
En expediciones anteriores habían sido destrozados muchos indios y
otros llevados a Buenos Aires y repaftidos como esclavos entre las
familias. En las tribus sobrevivientes reinaba odio profundo contra los
blancos. Era fácil prever que, antes de rendirse, habrían preferido
dejarse exterminar. También era fácil prever que a los soldados se les
dejaría llegar a las matanzas de costumbre.
El ministro de la guerra quiso intentar el empleo de los ...medios mora-
les". Pidió al arzobispo sacerdotes para que actuasen como capellanes
militares con la tropa y como misioneros con las tribus indígenas. El
arzobispo le envió a su vicario y .a los salesianos don Costamagna y
don Botta.
"A don Costamagna r:10 le gustó mucho esta solución -escribe por
aquellos días don Bodrato a Don Bosco-. Tiene miedo de que el
sacerdote, mezclado con los soldados, aleje del Evangelio a aquella
gente. De todos modos, ahora más que nunca, es necesario rezar por
ellos".
Buenos Aires, Azul, Carhué, Choele-Choel, Patagones. Cerca de
1.300 kilómetros a caballo o en carros que se bamboleaban como en el
Far West. Es el primer "viaje misionero" realizado por dos salesianos,
que está narrado con vivacidad populachera en las cartas que don Cos-
tamagna envía durante el trayecto a Don Bosco. Se leen con enorme
emoción en Valdocco y se publican después en el Boletín y en los pe-
riódicos católicos, despertando entusiasmos sin límites.
Copiamos algunos fragmentos.
"En compañía del ministro de la guerra y de muchos militares hemos
partido de Azul, última población de Argentina, ya que después de ella
empieza el gran desierto de las Pampas.
La cruz va detrás de la espada. ¡Paciencia! El arzobispo lo ha acep-
tado y nosotros hemos inclinado la cabeza. Se nos asignó un caballo y
un carro para todos: en él van el altar, un armonio y nuestras maletas.
El primer día vimos, de cuando en cuando, los toldos o cabañas
hechos con pieles de animales. Pertenecen a indios Pampas, ya casi
civilizados. Son de color moreno, cara ancha y achatada. Al pasar junto
a ellos les saludamos con alguna palabra de su lengua, y seguimos ade-
lante a través del desierto.
Carhúe es una estación en medio del corazón del desierto Pampa,
línea fronteriza entre Argentina y las tribus de los indios. La estación se
compone de una fortaleza construida con adobes, unas cuarenta casas
y toldos de dos tribus de indios, los de Eripaylá y los de Manuel
Grande. Me dieron un caballo y llegue hasta aquellas tribus.
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39.7 Page 387

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Al acercarme a los toldos, no dejaba de latirme el corazón: ¿cómo
haré? Cuando hete aquí que sale a mi encuentro el hijo del cacique
Eripaylá, el cual por suerte, sabe hablar castellano. Me recibió cordial-
mente y me acompañó hasta su padre, haciéndome de intérprete. El
cacique me acogió bondadosamente y me dijo que su deseo era que
todos se instruyesen en la religión católica, y recibiesen el bautismo.
Sin más, yo reuní a los chiquillos y empecé el catecismo. Con un poco
de esfuerzo les enseñé la señal de la cruz...
En Carhué administramos unos cincuenta bautismos a muchachos
indios y unos veinte a los hijos de cristianos y ¡ojalá nos hubiéramos
podido quedar allí al menos un mes! Pero el ministro nos rogó que le
siguiéramos. De mala gana partimos, con el vivísimo deseo de volver lo
antes posible...
Continuamos el camino por el desierto, no sólo en compañía del
ejército, sino también con grupos de tribus de indios, que, por orden
del ministro, debían trasladar sus toldos a Choele-Choel, para formar
en aquellos nuevos confines un nuevo pueblo. El desierto y siempre el
desierto, durante todo un mes...
El 11 de mayo, después de atravesar valles y montes, lagunas y
torrentes llegamos, por fin, a Río Colorado, que, poco más o menos,
puede ser de grande como nuestro río Po, en Turín. A sus orillas cele-
bramos la santa misa. Pedí y obtuve seguir con los de la vanguadia, de
forma que, dejando atrás el convoy de los carros, anticiparía la llegada
a Río Negro. Marché durante tres días a caballo por entre bosques de
espinos, teniendo que hacer de todo para lograr que la sotana no que-
dara hecha un jirón. El 24 de mayo por la mañana, me levanté con el
alba y, después de sacudir la escarcha caída sobre lo que debería lla-
mar mi cama, me calenté junto al fuego y partí luego a caballo, hasta
llegar, ora trotando, ora galopando a Clioele-Choel. A las 16,34, en el
momento en que el sol se ponía tras la Cordillera, echaba pie a tierra a
orillas del Río Negro, esto es, a orillas de la Patagonia, que aquel río
divide de la Pampa. Y entoné en el fondo de mi alma un himno de
acción de gracias a nuestra querida Madre María Auxiliadora, en el día
de su fiesta..."
A la caza del hombre
"Al día siguiente busqué enseguida en Choele-Choel a los indios pri-
sioneros de guerra, para catequizarles. La miseria en medio de la cual
les encontré es algo de pena. Algunos estaban semidesnudos, no tenían
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39.8 Page 388

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toldos, dormían al aire libre sin abrigo. Pobrecitos. Al verme llegar se
me acercaron hombres y mujeres, chicos y chicas..."
Los misioneros llegaron hasta Patagones, centro de 4.000 habitantes
junto al Río Negro, y desde aquí volvieron a Buenos Aires a fines de
julio.
Pero la campaña militar del Río Negro siguió durante casi dos años,
hasta abril de 1881. Víctimas del miedo y de la desesperación, los
indios huyeron a través de la Cordillera hacia Chile o se sometieron. El
fiero cacique Manuel Namuncurá, con pequenos grupos de indios gue-
rreros, huyó hacia la Cordillera y se refugió en un alto valle.
A partir de aquel momento se acabaron las unidades militares indias.
Las agrupaciones que quedaron, reducidas por el miedo y la pobreza,
fueron objeto durante los años siguientes de la caza silenciosa y des-
piadada, que hacía de ellos esclavos para las factorías o simplemente
los eliminaban.
El 5 de agosto de 1879, el Arzobispo de Buenos Aires ofreció a Don
Sosco la misión de Patagones. Don Bosco encargó a don Costamagna
que tratara seriamente con el arzobispo "sobre la apertura de una casa
central de Hermanas y Salesianos. Yo me ocuparé del personal y a la
par de todos los medios materiales".
En la carta-aguinaldo a los Cooperadores, fechada el 1 de enero de
1880, anunciaba la apertura de la misión en Patagones: "He aceptado
lleno de confianza en Dios y en vuestra caridad".
En la hoz del Río Negro, sobre orillas opuestas, habían crecido dos
conglomerados de casas: Patagones y Viedma. El 15 de diciembre de
1879, partieron de Buenos Aires dos grupitos de salesianos. Se les
habían confiado las misiones de Patagones y Viedma. Don Fagnano,
párroco de Patagones, con dos sacerdotes más, dos Hermanos coadju-
tores y cuatro Hermanas, tendría que pensar en todas las colonias y
tribus entre el Río Negro y el Río Colorado: un territorio llamado "La
Pampa", tan amplio como la alta Italia. Don Milanesio, párroco de
Viedma, tendría que ocuparse de los habitantes al sur del Río Negro, en
la zona llamada Patagonia.
Don Fagnano tomó como táctica la de "hacer venir a nuestra casa el
mayor número de gente posible". En el espacio de 1O meses levantó
dos escuelas para niños y para niñas. La primera hornada fue de 88
muchachos, entre los que había algunos hijos de indios.
Don Milanesio adoptó una táctica totalmente distinta, "ir a buscar a la
gente a su casa". Montó a caballo y corrió a la busca de los indios.
Aprendió pronto su lengua, reunió a muchas tribus y se hizo su amigo,
salvó grupos y familias aisladas de los abusos de los blancos. Con su
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39.9 Page 389

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barba al viento se convirtió en la figura típica del misionero pionero.
Los indios le tenían confianza y le reverenciaban. Llegaron a invocar su
nombre como una palabra mágica, cuando los blancos, llamados "civili-
zados" les maltrataban.
Las tácticas de los dos grandes misioneros se completaron perfecta-
mente. Viedma y Patagones se convirtieron en la sede de eficientes
escuelas y colegios donde se preparaba una nueva generación de ciu-
dadanos: honestos, cristianos, respetuosos con los indios. Y fueron los
puntos estratégicos desde donde los misioneros itinerantes, siguiendo
el curso de los ríos, llegaban hasta los valles, colinas y montañas, para
visitar los toldos de los indios y las haciendas de los colonos blancos.
Manuel Namuncurá, el último cacique araucano, cuando se decidió a
tratar de su entrega al gobierno argentino, eligió como mediador de paz
a don Milanesio. Bajo su protección, el cacique depuso las armas en el
fuerte Roca el 15 de mayo de 1883. A cambio recibió el título, insignias
y paga de coronel del ejército.
"Yo veía en las entrañas de las montañas
Aquel mismo año, 1883, a miles de kilómetros de distancia, vio Don
Bosco, en un nuevo sueño, el porvenir de América del Sur y de sus
misioneros.
"... Miraba desde las ventanillas del carruaje, y veía escapar ante mí
una gran variedad de estupendas regiones. Bosques, montañas, llanu-
ras, ríos majestuosos y larguísimos... Durante más de mil millas fuimos
siguiendo las orillas de una floresta virgen, todavía inexplorada...
Yo veía en las entrañas de las montañas y en la profundidad de las
llanuras. Tenía bajo mis ojos las incomparables riquezas de aquellos
países que un día serán descubiertas. Veía numerosas minas de metales
preciosos, minas inagotables de carbón mineral, depósitos de petróleo
tan abundantes como nunca, hasta el momento, se encontraron en
otros lugares ...
El tren reemprendió la carrera a través de la Pampa y la Patagonia.,..
Llegamos al estrecho de Magallanes. Descendimos. Teníamos delante a
Punta Arenas. El suelo estaba, durante varias millas, cubierto de carbón
mineral, de tablones, vigas, leña, montones inmensos de metal, parte en
bruto y parte trabajado. Mi amigo señaló todo aquello y dijo: "Lo que
ahora es un proyecto, un día será realidad".
Concluí así: "He visto bastante. Ahora llévame a ver a mis salesianos
de Patagonia".
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39.10 Page 390

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Volvimos a la estación y subimos al tren. Después de haber recorrido
un larguísimo trecho de vía, la máquina se paró ante un poblado consi-
derable. Descendí y enseguida me encontré con los salesianos...
Me metí entre ellos. Eran muchos, pero yo no les conocía y no había
entre ellos ninguno de mis antiguos hijos. Todos me miraban extraña-
dos, como si fuera un forastero, mientras yo les preguntaba:
- ¿No me conocéis? ¿No conocéis a Don Bosco?
- ¡Oh, Don Sosco! Sólo le conocemos de fama, no le hemos visto
nada más que en los retratos. En persona, no.
- ¿Y dónde están don Fagnano, don Costamagna, don Lasagna, don
Milanesio?
- No les hemos conocido. Esos son los que vinieron antaño. Son los
primeros salesianos que llegaron a estas tierras desde Europa. Pero ya
han pasado muchos años desde que murieron.
Ante tal respuesta pensé maravillado:
- Pero ¿esto es un sueño o realidad?
Subimos de nuevo al tren, silbó la máquina, y tomó dirección Norte...
Durante muchísimas horas avanzó a orillas de un río larguísimo. El tren
iba ya por la orilla derecha, ya por la izquierda. Mientras tanto apare-
cían a ambas márgenes numerosas tribus de salvajes. Mi acompañante
repetía:
- ¡Esta es la mies de los salesianos! ¡esta es la mies de los sa-
lesianos!
Durante aquel largo y fantástico sueño, el misterioso acompañante de
Don Sosco le predijo el tiempo de la completa "redención" de los pue-
blos salvajes de América del Sur.
- Estará cumplida antes de que pase la segunda generación. Cada
generación comprende 60 años.
Le indicó también el método a seguir por los misioneros:
- Con el sudor y con la sangre".
El último misionero de DOn Bosco
Lo tuvo en Barcelona, la noche del 9 al 10 de abril de 1886. Lo contó,
con voz entrecortada por el cansancio y la emoción, a don Rúa y a su
secretario don Viglietti. Es una visión grandiosa y serena del futuro.
Transcribimos los párrafos que nos parecen esenciales, sacados de
los apuntes tomados por los dos oyentes:
" ... Desde una cumbre dirigí la mirada hacia el fondo del horizonte. Y
vi una cantidad inmensa de chiquillos, los cuales, corriendo en torno a
mi, iban diciendo:
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40 Pages 391-400

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40.1 Page 391

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- Te hemos esperado tanto, tanto... y finalmente estás con nosotros.
;Estás con nosotros y ya no te escaparás!. ..
Una pastorcilla que guiaba un inmenso rebaño de corderos, me dijo:
- Mira. Mirad todos vosotros. ¿Qué veis?
- Veo montañas, después mares, después colinas y otra vez monta-
ñas y mares.
- Leo -decía un muchacho- Valparaíso.
- Yo leo -decía otro- Santiago.
- Pues bien -siguió Ella-, parte de aquel punto y verás lo que tie-
nen que hacer los Salesianos en el porvenir. Tira una línea y mira.
Los muchachos, aguzando la mirada, exclamaron a coro:
- Leemos Pekín.
- Ahora -dijo la pastorcilla- tira una sola línea desde un extremo
al otro, de Pekín a Santiago, pon un centro en medio de Africa. y ten-
drás idea exacta de lo que tienen que hacer los salesianos.
- Pero ¿y cómo hacer todo eso? -exclamó Don Bosco-. Las dis-
tancias son inmensas, los lugares difíciles y los salesianos pocos.
- No te apures. Esto lo harán tus hijos, los hijos de tus hijos y los
hijos de éstos... Tira una línea desde Santiago al centro de Africa. ¿Qué
ves?
- Diez centros de estaciones.
- Pues bien, estos centros que ves formarán estudiantados y novi-
ciados y darán una multitud de misioneros para atender a estas tierras.
Vuélvete ahora de la otra parte. Aquí ves otros diez centros desde el
centro de Africa hasta Pekín. También estos centros proveerán de
misiones a todas estas tierras. Allí está Hong-Kong, allí Calcuta. más
allá Madagascar. Estos puntos y muchos otros tendrán casas, estudian-
tados y noviciados".
Cuando Don Bosco llegó al final _de su carrera terrena. trabajaban en
América latina 150 salesianos y 50 FMA. Se habían colocado en cinco
naciones: Argentina, Uruguay, Brasil, Chile y Ecuador. Se había reali-
zado una gran labor en 13 años.
369

40.2 Page 392

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47
Don Bosco vel Arzobispo Gastaldi
Hablando con el canónigo Colomiatti, dijo Don Bosco en 1882, estas
palabras sobre el Arzobispo de Turín Lorenzo Gastaldi:
- Ahora ya no le falta más que ponerme un cuchillo sobre el co-
razón.
Es una afirmación gravísima, capaz por sí sola de bloquear la "causa
de beatificación" de cualquiera que la hubiese pronunciado. Y, sin
embargo, los expertos de la Santa Sede, después de haberla examinado
al microscopio durante mucho tiempo, declararon igualmente que las
virtudes .de Don Bosco eran heroicas: todas las virtudes, hasta la de la
paciencia. En aquellas palabras no encontraron ningún insulto contra
su Arzobispo, y ni siquiera un acto de rabia o de impaciencia. Sola-
mente el desahogo humanísimo de un pobre sacerdote que ha llegado
al límite (no 11más allá del límite"} del aguante.
Narramos en este capítulo sucesos que fueron tenidos como "esca-
brosos" en el pasado y, en consecuencia, fueron callados o pasados
por alto por los biógrafos de Don Bosco.
Creemos que los cristianos de hoy han madurado y han llegado a
adultos. Esperamos no sirva de escándalo, sino que, por el contrario,
resulte constructivo, conocer cómo también los más grandes "hombres
de Dios" se equivocaron. Cómo en el nombre de Dios hayan podido, no
sólo sufrir sino también hacer sufrir. Porque sobre la faz de la tierra no
somos más que unos pobres hombres, sea cual fuere la divisa que nos
cubre o los galones de la bocamanga.
La frialdad de monseñor Rlccardl
El largo, y humillante conflicto con su Arzobispo, atormentador como
una corona de espinas, lo tuvo Don Bosco durante los años de sus más
espléndidas realizaciones.
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40.3 Page 393

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Monseñor Fransoni murió en el destierro, en Lyon, en 1862. Había
ordenado sacerdote a Don Bosco, había visto nacer y crecer su obra, le
había apoyado siempre. Había llamado al Oratorio "la parroquia de los
muchachos que no tienen parroquia".
A causa de las contiendas políticas, Turín no tuvo nuevo Arzobispo
hasta 1867. Y fue monseñor Riccardi, de la familia de los condes de
Netro. Tenía siete años más que Don Bosco y eran los dos muy amigos.
Era obispo de Savona cuando recibió el nombramiento para Turin. Don
Sosco fue a visitarle y él le echó los brazos al cuello. Le dijo que cono-
cía su notable capacidad de trabajo con los jóvenes y el bien que
estaba haciendo, juntamente con sus sacerdotes, en el "Pequeño Semi-
nario" de Mirabello. Llevaba un plan preciso para Turín: encomerdarle
la reforma de los seminarios menores de Giaveno y Bra. y la reestructu-
ración del seminario de Chieri.
Pero algo se rompió, en el primer encuentro que tuvieron en Turín.
Don Sosco le manifestó que había fundado una Congregación religiosa
en 1859, y que la Santa Sede le había dado la primera aprobación con
el "decreto de alabanza" en 1864. Monseñor Riccardi se cayó de las
nubes. Díjole, un tanto molesto:
- Yo creía que su institución era diocesana, y por consiguiente
dependiente únicamente de mí. Creía que usted trabajaría totalmente en
mi diócesis...
El estupor y la amargura de monseñor Riccardi son muy comprensi-
bles: en un momento en el que, tras tantas desgracias, se buscaba
reunir las fuerzas de la diócesis, y crear una fuerte unidad en derredor
del obispo, Don Bosco parecía escapársele. El dirigía sus tiros a una
misión mayor, y miraba más a la Iglesia que a la diócesis de Turín.
La frialdad de monseñor Riccardi hacia Don Bosco y su obra fue en
aumento durante los tres años siguientes.
Mientras había estado cerrado el seminario metropolitano, muchos
seminaristas se refugiaron en Valdocco y otros en el Cottolengo. Esto
había ganado muchas simpatías a Don Bosco, haciendo aparecer el
Oratorio como una ciudadela providencial, refugio de las jóvenes espe-
ranzas del clero turinés.
Ahora cambiaba la situación radicalmente. El 11 de septiembre de
1867 escribía el Arzobispo a Don Sosco:
"No permito más que mis seminaristas den clase y repaso, o vigilen
en los dormitorios o hagan de prefectos. Y esto para favorecer a los
seminaristas en sus estudios. He establecido también que no se darán
las Ordenes Sagradas nada más que a los que viven en el seminario".
391

40.4 Page 394

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Empezó el tiempo nublado para Don Bosco: muchos seminaristas,
que no tenían intención de quedarse para siempre con Don Sosco,
dejaron el Oratorio y volvieron al seminario. Los ya ligados a él por los
votos pensaban con aprensión cuándo podrían ellos llegar al sacerdocio.
Don Sosco fue a hablar con monseñor Riccardi, y le dijo con cierta
pena:
- De acuerdo con sus órdenes, los sacerdotes jóvenes deben ir al
Convictorio Eclesiástico y los seminaristas al seminario. ¿Y Don Sosco
tendrá que quedarse solo con todos sus muchachos?
El Arzobispo mantuvo su posición. Por fortuna no estuvo mucho
tiempo tensa la cuerda. El 1 de marzo de 1869 la Santa Sede aprobó
oficialmente por decreto (solicitado vivamente por Don Sosco) la
Sociedad Salesiana. Por otro decreto se concedía a Don Sosco, durante
diez años, la facultad de conceder las "dimisorias" a los seminaristas
ingresados en el Oratorio antes de los 14 años. Lo que significaba que
todo el que había estado en el Oratorio desde chico, podía ser presen-
tado por Don Sosco para recibir las Ordenes con un certificado suyo
de garantía (dimisorias) aún cuando no hubiese pasado por el se-
minario.
Monseñor Riccardi murió en octubre de 1870.
"Usted 10 quiere, yo se lo doy..
Pío IX apreciaba mucho a Don Bosco y le consultó para la elección
del nuevo Arzobispo de Turín. Don Bosco propuso a monseñor Lorenzo
Gastaldi. obispo de Saluzzo. Eran muy amigos y había ayudado mucho
a su Congregación. Pío IX, que conocía el carácter violento de Gastaldi,
no era del mismo parecer. Pero ante las insistencias de Don Sosco, el
Papa (según testimonio de Amadei), acogió la propuesta diciendo:
- Usted lo quiere. yo se lo doy. Le encargo haga saber a monseñor
Gastaldi que ahora le hago Arzobispo de Turin, y dentro de un par de
años. le haré algo más. (Era una señal bastante clara de la púrpura
cardenalicia}.
A Don Sosco le faltó tiempo para te,egrafiar a monseñor Gastaldi:
"Excelencia. tengo el honor de ser el primero en participarle que será
nombrado Arzobispo de Turin".
Apenas volvió Don Sosco de Roma, voló monseñor Gastaldi a Turín.
"Se tropezó con don Lemoyne, le abrazó y subieron juntos. No podía
estarse quieto. era victima de una vivísima impaciencia. Aparece Don
Sosco. Le toma el obispo por la mano, le acompaña y queda a solas
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con él largo tiempo en íntimo coloquio" (M.B. vol. X, pág. 446). Con
cierta sombra de imprudencia, al terminar la conversación, Don Sosco
le dejó entender que él había contribuido al nombramiento. Le comu-
nicó las palabras precisas del Papa: "Ahora Arzobispo, y dentro de un
par de años algo más". Monseñor cortó: "Dejemos hacer a la divina
Providencia". Era un acto de humildad, pero también un velo de sus-
ceptibilidad.
Se podía ciertamente decir que la amistad de Don Sosco con Gas-
taldi era una amistad a prueba de bomba. La madre del obispo había
trabajado durante muchos años en el Oratorio, y consideraba a Don
Sosco como un hijo (Don Bosco y monseñor Gastaldi eran de la misma
edad).
Cuando Don Bosco anduvo a la caza de un obispo que le recomen-
dase en Roma, para la aprobación de la Congregación, ya monseñor
Gastaldi había escrito una carta hermosísima:
"Doy testimonio de que el Arzobispo Fransoni, mientras estaba en el
triste destierro de Lyon, afirmó que consideraba a esta Congregación
como una bendición especial del Cielo, puesto que, mientras los semi-
narios diocesanos eran cerrados, se podían preparar al sacerdocio en
ella muchos jóvenes (11 julio 1867).
Diez meses más tarde volvía a escribir:
"Dios misericordioso derrama aquí sus bendiciones abundantísimas,
aquí se aprecia una misión particular para la juventud ... El que suscribe
ha visto levantarse, como por milagro, en el seno de la Congregación
una Iglesia colosal {el Santuario de María Auxiliadora), maravilla de
quien la visita, y que, por el gasto de más de medio millón de liras
realizado por unos pobres sacerdotes que no tienen nada, resulta un
portento que demuestra cómo Dios bendice a esta Sociedad".
En su volumen Memorias históricas, había escrito sobre el barrio de
Valdocco: "Este territorio está evidentemente bendecido por Dios,
dadas las varias instituciones de caridad y de piedad que allí han sur-
gido. Baste decir que en él se admiran la Pequeña Casa de la Providen-
cia y el Oratorio de San Francisco de Sales".
Don Bosco se dirigió a él en toda ocasión como a un amigo fraterno.
Llegó a enviarle el proyecto de edificación del santuario de María Auxi-
liadora, para que lo revisase, y aceptó algunas modificaciones por él
sugeridas.
1=ue un gran ArzobisPo
Monseñor Gastaldi fue uno de los grandes arzobispos de Turín.
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40.6 Page 396

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Monseñor Duc, obispo de Aosta, traza así su perfil:
"Había nacido para obispo. Su ascendiente de carácter, el vigor de
sus proyectos y su voluntad, la extensión de su ciencia, la facilidad de
palabra, el fervor de su piedad, su adhesión a la doctrina de Roma, el
amor apasionado por las almas y por la santa Iglesia, todo preanun-
ciaba en él al caudillo de un pueblo".
Para tener una idea más global, conviene juntar estas palabras con
las de monseñor Re, obispo de Alba, que depuso bajo juramento:
"Junto a sus muchas y buenas cualidades, tenía también el Arzobispo
una idea un tanto exagerada de su propia autoridad y de su propia
ciencia, a más de un carácter pronto,. por lo cual, a veces se precipitaba
en sus decisiones y después, difícilmente se determinaba a retroceder
de las mismas, por miedo a·disminuir el prestigio de su autoridad".
Habían pasado los tiempos de los caóticos entusiasmos del "Risorgi-
mento". El Concilio Vaticano I había dado un fuerte golpe de timón
hacia la "centralización" de la Iglesia. Cada diócesis se reorganizaba
decididamente en derredor de su obispo, el cual dependía directamente
del Papa.
Monseñor Gastaldi fue un gran reorganizador de la archidiócesis de
Turín. Volvió a dar vida y disc·iplina al seminario. Juntó en sus manos
todas las fuerzas eclesiásticas de la ciudad. En sus cartas pastorales
hizo sentir a los fieles los problemas vivos de la Iglesia, y despertó una
mayor robustez en la vida de la fe. Baste citar dos ejemplos.
Decía en una pastoral de 1873: "Durante el año último, pasaron a
mejor vida 40 sacerdotes diocesanos, y hemos ordenado ¡solamente 14
nuevos sacerdotes! ¿Qué decís a eso, carísimos hermanos y fieles?
¿Qué sucederá con el Clero de aquí a pocos años, si no nos ayudáis y
proporcionáis todo los medios con que proveer a esta archidiócesis,
con su medio millón de almas, de todos los sacerdotes (y se sobreen-
tiende sacerdotes dignos de tal nombre) que le son necesarios?"
En otra pastoral de 1877 sobre la educación de las niñas dice: "La
educación que se limita a cultivar la sensibilidad religiosa de las
muchachas, a hacerles amable todo lo que hay de sentimental en las
prácticas de la fe; que se conforma con imágenes que representan a
María Virgen bien compuesta en sus cabellos, luces, ornamentos del
altar, esplendorosas funciones, melodías, fragancia de incienso y predi-
cación, que despiertan las simpatías del corazón; pero que no llega al
acto del sacrificio, de la abnegación, de la humildad, del perdón por
amor de Jesús, no podrá llamarse cristiana más que en un sentido
imprefectísimo, no hará nunca muchachas realmente cristianas, real-
mente imitadoras de Jesucristo".
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Tuvo una fuerte y viril devoción a la Virgen. La víspera de su muerte
quiso ir al santuario de la Consolata diciendo: "Vayamos a encontrar a
nuestra querida Madre, vayamos a ponernos bajo su manto. Bajo el
manto de María es consolador vivir y morir".
Cuando llegó al Vaticano la noticia de su muerte (25 de marzo de
1883), el cardenal Nina, protector oficial de la Congregación Salesiana,
sintió una gran pena. "Pensé -escribió más tarde- que los últimos
actos de su actividad pastoral, cometidos con afrenta de mis pobres
salesianos, obstaculizarían su canonización". Y no se piensa en la
canozación de una figura corriente.
El error fundamental de Don aosco
¿Por qué entonces la amarguísima tempestad desencadenada entre
Don Sosco y Gastaldi? ¿Por qué llegó a ser tan grave la tensión que
hubo que sostener un proceso en el Vaticano, en el que tuvo que me-
terse el mismo Papa?
Don Bosco cometió un error fundamental. que pagó muy caro. En
una larguísima carta, expedida en Sorgo San martino, al Arzobispo, con
fecha 14 de mayo de 1873, tocó todas las cuerdas para persuadirle de
que volviera a ser el querido amigo de otro tiempo. Pero, entre lo
demás, escribió estas infelices líneas: "Deseo que S.E. esté informado
de cómo ciertas notas, escritas en los Gabinetes del Gobierno por obra
de alguien, se hacen correr por Turín. Consta en estas notas que si el
canónigo Gasta/di fue obispo de Saluzzo, Jo fue a propuesta de Don
Bosco. Si el obispo llegó a ser Arzobispo de Turín, también lo fue a
propuesta de Don Bosco".
El error fundamental de Don Sosco está en haber creído que palabras
y actitudes de esa índole iban a_ suscitar reconocimiento, cuando en
monseñor Gastaldi no podían provocar más que una extrema sus-
ceptibilidad.
En el momento de la citada carta, las intervenciones del Arzobispo ya
habían llegado a extremos dolorosos. Pero Don Sosco también se equi-
vocó escribiéndole aquellas palabras: por aquel camino irritaría cada
vez más a monseñor Gastaldi. Debía haberlo comprendido desde los
primerísimos días, al cometer el mismo error, aunque en forma bastante
contenida. Inmediatamente después del nombramiento le había suge-
rido, sin que se lo pidiera, el nombre de un provicario en la persona del
teólogo Bertagna. Estaba a su lado en el momento de la entrada en la
ciudad, y había asegurado haberle obtenido de las autoridades anticle-
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ricales de Turin una entrada solemne (que luego no se -realizó). Posi-
ciones de un amigo, para una persona no susceptible, pero posiciones
de "padrino" para quien tiene una susceptibilidad desmedida (como tes-
timoniaría monseñor Re).
Apenas llegó a la catedral y subió al púlpito, monseñor Gastaldi
afirmó con toda su energía que "su elección era un rasgo inesperado
de la divina Providencia, al cual no había contribuído ningún favor
humano. Era el Espíritu Santo, y sólo él quien le había colocado a la
cabeza de la diócesis de Turín". Repitió estas palabras en el mismo dis-
curso, con insólito vigor. Era una señal evidente de que quería sacu-
dirse "todo género de protección". Era también una señal de que no le
gustaba la noticia de que había sido Don Bosco quien había obtenido el
nombramiento (noticia que corría por la ciudad). El canónigo Sorasio,
presente durante el discurso, murmuró:
- ¡Esto va mal para Don Sosco! ¡Malo! (M.B., vol. X, pág. 230).
Amadei escribe que fue aquel "el primer relámpago de la terrible e
imprevista tempestad".
Pero la carta del 14 de mayo de 1873 desencadenó la gran tempestad.
Monseñor Gastaldi no dirigió jamás aquellas cinco líneas. Hasta a un
amigo cualquiera le resulta difícil aceptar que se le diga: "Gracias a
te han concedido la cruz de caballero". A un arzobispo como Gastaldi
"con una idea un poco exagerada de su autoridad", aquellas palabras
debieron resultarle amargas. Aún cuatro años más tarde, dijo con
acento de amargura, al teólogo Tresso, exalumno muy adicto a Don
Sosco que buscaba ponerles en paz:
- Se envanece de haberme hecho nombrar obispo; más aún, me
escribe una carta echándomelo en cara; pero yo la he enviado a Roma,
para que vean al hermoso santo, en quien ponen tanta confianza.
Las responsabilidades de los periódicos
Los periódicos anticlericales husmearon la posibilidad de poner a
monseñor Gastaldi y a Don Sosco frente a frente y lo intentaron en
toda ocasión. El Fanfulla del 16 de octubre de 1871 escribía: "Para el
nombramiento de los obispos en las diócesis italianas se ha recurrido a
las proposiciones de Don Sosco de Turín, llamado expresamente a
Roma". Algún periódico de Milán definió a Don Sosco: "el pequeño
papa de Piamonte" (y un arzobispo es bien sabido, debe depender del
Papa). La Gazzetta di Torino, del 8 de enero de 1874, escribe: "Se
encuentra en Roma el célebre Don Sosco. Goza de mucha entrada en
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el Vaticano, y el Papa le ve bastante bien. También tiene amplia entrada
en el Gobierno". En el número del 6-7 de mayo de 1876, la Lanterna del
Ficcanaso llega a escribir que el Arzobispo había prohibido a Don
Bosco celebrar la Misa porque "tenía demasiadas adherencias con
Roma", escapaba a su autoridad y sacaba por engaño las herencias a
los moribundos. Y terminaba: "Veremos quién es más poderoso, si Don
Bosco o monseñor Gastaldi".
Estas alusiones de la prensa (y muchísimas más que no es posible
catalogar) pusieron demasiado vinagre en las heridas.
Puesta solamente en estos términos, la discordia entre Don Sosco y
Gastaldi quedaría desfigurada. Jugó mucho en ella la gran popularidad
de Don Sosco y la demasiada susceptibilidad de Gastaldi 11que no que-
ría parecer en Turín como el vicario de Don Bosco11 (palabras dichas al
teólogo Belasio en 1876). Pero jugaron también un papel importante
otros diversos elementos que intentaremos (con la máxima brevedad)
desenredar de una madeja que, durante trece años, se fue enredando
cada vez más.
El tlempc, de poderío
El Arzobispo hizo grandes cosas para reorganizar la diócesis. Pero a
precio humano bastante alto: suspensiones, durezas, decisiones discu-
tibles, formas odiosas.
El paso de los años acentuó todavía más "su temperamento fuerte".
El canónigo Sorasio, secretario de la Curia, que hubo de avalar algunas
intervenciones pesadas, escribirá en 1917 al cardenal prefecto de la
Congregación de Ritos: "Dios me perdone. Era aquél el tiempo del
poderío y aún más, por no decir otra cosa".
·
Suspendía con cierta facilidad a sus sacerdotes de la facultad de
celebrar la misa y de confesar (penas gravísimas en el campo eclesiás-
tico). Muchos promovieron procesos en Roma en su contra. En febrero
de 1878, había en la Santa Sede unas treinta causas entre monseñor
Gastaldi y sacerdotes de la diócesis de Turín.
En los primeros momentos (cuando la cuerda no estaba muy tensa)
Don Bosco intercedió en favor de un canónigo de Chieri. algo tozudo
pero estupenda persona. El arzobispo le suspendió igualmente de misa
y confesión. Fue un escándalo en Chieri, de donde tuvo que salir aver-
gonzado el pobre hombre.
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40.10 Page 400

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El caso que levantó más ruido fue tal vez el del teólogo Bertagna (el
mismo que Don Bosco había sugerido para provicario). Después de 22
años como profesor de teología moral en el Convictorio Eclesiástico,
fue destituido de repente en septiembre de 1876. Aguantó en silencio,
se refugió en su pueblo de Castelnuovo, mientras el Convictorio perdía
autoridad. Víctima de la humillación, don Bertagana cayó gravemente
enfermo. A continuación, en 1879, el obispo de Asti monseñor Savio le
llamó ·Y le hizo su Vicario General. Era tenido con toda justicia por uno
de los moralistas más autorizados de su tiempo. En 1884 el cardenal
Alimonda {sucesor de Gastaldi) le· consagró su obispo auxiliar y le
nombró rector del seminario arzobispal.
El Padre Luis Testa, jesuita con vara alta en Roma, escribía p_or
entonces: "He arreglado muchas divergencias entre monseñor Gastaldi
y varias personas poderosas... En Roma están cansados y hartos de
todas estas cuestiones de la archidiócesis".
Sin embargo, sería muy superficial tomar a monseñor Gastaldi como
a un ogro. Era una persona humilde, generosa, amable. Tenía, como
suele decirse, "un corazón de oro". Pero, en los asuntos que empezaba
a tratar, en cuanto se sentía investido de su autoridad de arzobispo, le
sucedía lo mismo que se ha dado en no pocos en la historia de la Igle-
sia {creo sea lícito decirlo}: se convertía en autoritario, inflexible. Tales
personas se hacen "despiadadas en el nombre de Dios". Aparece más
en ellas el representante del Omnipotente que no el del carpintero-Hijo
de Dios, que se hizo siervo de los siervos, se inclinó a lavar los pies de
sus discípulos, y se dejó crucificar en un madero.
Primer elemento: la lndlsclpllna
La misma inflexibilidad, más dura aún por miedo a aparecer de cara ·a
la diócesis "una creatura de Don Bosco", la empleó con la joven y to-
davía próxima Congregación Salesiana.
El primer elemento que tomó a pecho fue la "indisciplina" del Orato-
rio. Estaba "disgustado del fervor volcánico reinante en el Oratorio y en
la Sociedad Salesiana -escribe Pedro Stella-, fuertemente sostenido
por el brazo de Don Bosco, pero que a personas ajenas podía parecer
un complejo clamoroso y caótico de fuerzas desorganizadas que, un
mañana, quizá inminente, podría pedir una dolorosa intervención de la
legítima autoridad".
También otros, de la misma Turín, habían tenido una impresión nega-
tiva de aquel clima de serana familiaridad que constituía la alegría de
398

41 Pages 401-410

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41.1 Page 401

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Don Sosco. Monseñor Cayetano Tortone, encargado de negocios de la
Santa Sede ante el Gobierno de Turín, había escrito en una larga rela-
ción en 1868: "Tuve una penosa impresión al ver, durante los recreos, a
los clérigos entremezclados con los jóvenes que aprenden oficios de
sastre, carpintero, zapatero, etc., correr, jugar, saltar, con poco
decoro... El buen Don Sosco, satisfecho de que los clérigos estén reco-
gidos en la Iglesia, se preocupa poco de infundir en ellos los sentimien-
tos de dignidad del estado que quieren abrazar". Según monseñor Tor-
tone, Don Bosco debería haber enseñado a los clérigos a 11guardar las
distancias" con unos vulgares sastres y zapateros. No había nada más
lejos de la sensibilidad de Don Bosco.
otro motivo de tensión
Parece que monseñor Gastaldi llegó a poner remedio personalmente
en aquefla 11indisciplina". Referimos dos episodios, un tanto misteriosos,
que no llegamos a explicarnos del todo, y que descubre, tal vez, otro
motivo de ºtensión".
Poco después de la entrada del nuevo arzobispo en Turín, Don Bosco
cayó gravemente enfermo en Varazze (como ya hemos narrado). Mon-
señor Gastaldi pidió noticias, y al saber lo serio de la enfermedad, pre-
guntó a don Cagliero:
- ¿Cuántos sois lo que estáis firmes y resueltos en la vocación?
- Más de ciento cincuenta.
- ¿Y si papá Don Bosco muriese?
- Buscaremos un tío que le suceda.
- Muy bien, muy bien. Pero esperemos que Dios le guarde.
"Pareció a don Cagliero -comenta Amadei-, que dado el caso que
Don Sosco hubiese muerto, pensaba monseñor que los salesianos se
hubieran dirigido a él para la dirección". También fue esta impresión
del canónigo Marengo, al que don Clagliero contó la conversación, el
cual comentó: "Menos mal que usted no ha dicho más. Cualquier pro-
posición hubiera sido perjudicial para la Congregación".
Cuando Don Bosco volvió curado de Varazze, el Arzobispo fue a
saludarle. El canónigo Anfossi, presente en Valdocco, cuenta que,
mientras los muchachos se afanaban para improvisar un breve recibi-
miento en honor de monseñor Gastaldi, vió al Arzobispo bajar por la
escalera a paso rápido de manera que, a duras penas le seguía Don
Bosco detrás. No prestó atención a los vivas de los muchachos. Se diri-
gió al coche sin saludar a nadie y se fue. Dije a Don Bosco: La fiesta no
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ha acabado bien: ¿Ha pasado algo? Y él respondió: ¡Qué quiere usted!
al Arzobispo le gustaría ser la cabeza de ·1a Congregación, y esto no es
posible; de todos modos se verá. ..". (M.B., vol. X, pág. 31 ).
¿Qué propuso en concreto monseñor Gastaldi? ¿Qué Don Sosco se
echase atrás, y se conformase con hacer de los salesianos una cong re-
gación diocesana, bajo su alta dirección? Es la opinión más probable.
Pero, quizá no sería aventurado pensar si acarició el proyecto de con-
vertirse en cabeza efectiva de la Congregación salesiana. El 1874 escri-
birá al cardenal Bizzarri: "Don Sosco posee un talento especial para
educar a los jóvenes seculares, pero no parece posea cumplidamente el
mismo talento para educar jóvenes eclesiásticos". El creía poseer este
talento, poder llevar en sus manos sólidamente las riendas de la Con-
gregación y "poner las cosas en su lugar". Don Sosco, ya gastado,
hubiera seguido siendo el buen "papá" del Oratorio.
Pasadas, como fuere, estas posi-bilidades, se puso a exigir a los sale-
sianos una disciplina férrea, que pronto se convirtió en persecutoria.
Toda imperfección, toda tardanza, fue sellada por él como "desobe-
diencia", "rebelión", "indisciplina".
Sería de mal gusto descender a muchos detalles: las discusiones no
son más que discusiones.
Aprobación definitiva de las Reglas
El 30 de diciembre de 1873 salió Don Sosco para Roma.
Se debatía en la Santa Sede, después de fastidiosos aplazamientos y
reflexiones, una cuestión vital para la Congregación Salesiana: la apro-
bación definitiva de las Reglas.
El Papa nombró una comisión de cuatro cardenales.
Las discusiones, y las sucesivas correcciones del texto, se prolonga-
ron hasta abril. Monseñor Gastaldi intervino en contra de la aprobación,
escribiendo al cardenal Bizzarri so opinión, como ya hemos referido:
Don Sosco tenía capacidad para educar a la juventud, mas no, para
dirigir clérigos y sacerdotes.
A primeros de abril tuvo lugar la votación final de la comisión carde-
nalicia: tres votos a favor y uno en contra. Pío IX, informado de que fal-
taba un voto para resolver el debate, dijo:
- Ese voto lo pongo yo.
Era el 3 de abril. Diez días más tarde se publicaba el decreto de
aprobación definitiva de las Reglas Salesianas. La Congregación que-
daba ya totalmente pendiente del Papa, el cual concedía a Don Bosco,
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41.3 Page 403

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para diez años, la facultad de presentar a cualquier salesiano para las
Ordenes ("dimisorias").
Pero en Turin no cambiaron las cosas.
Listas de ..medidas punitivas"
El 16 de diciembre de 1876 Don Sosco hubo de exponer, en una
carta al cardenal Ferrieri, los principales "puntos de discrepancia".
Helos aquí:
- en septiembre de 1875 Don Sosco fue suspendido de la facultad
de confesar (el vicario, canónigo Zappata, comentó en un arranque de
ira: "Pero esto ¡sólo se hace con los borrachines!"). Don Sosco tuvo
que salir de Turín, porque los jóvenes estaban acostumbrados a confe-
sarse con él. El arzobispo no presentó nunca los motivos de tal dis-
posición;
- prohibición para las casas salesianas de predicar Ejercicios Espiri-
tuales a los maestros externos;
- recogida del permiso de predicación a algunos sacerdotes sa-
lesianos;
- negativa de participación en las celebraciones más solemnes del
Oratorio con la prohibición de invitar a otros prelados (ya la expedición
de los primeros misioneros salesianos se celebró sin la presencia de
ningún obispo);
- negativa para administrar la confirmación a los muchachos del
Oratorio y prohibición de que la administrasen otros obispos.
11Estas medidas suponen graves motivos -comentaba Don Sosco en
su carta- que nosotros desconocemos. Y son de escándalo en la ciu-
dad".
El 25 de marzo de 1878, Don Sosco dio a conocer otra lista de
"medidas punitivas" al Cardenal Oreglia:
- Don Sosco es amenazado con la suspensión inmediata de confe-
sar. si escribe cualquier cosa desfavorable para el Arzobispo, salvo las
cartas al Papa, al Cardenal Secretario de Estado, al Cardenal de la Con-
gregación de Religiosos;
- varios sacerdotes salesianos han sido "suspendidos" y lo están
desde hace ocho meses;
- se niega la ordenación a los clérigos salesianos que son presenta-
dos, con grave daño para las casas y las misiones salesianas.
Pero también Monseñor Gastaldi enviaba sus "notas" a Roma. "La
sucesión sin tregua de denuncias, por cualquier cosa que Monseñor
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considerase poco honorable para Don Sosco y su Congregaclón
-escribe E. Ceria- insinuaba el descrédito entre los Cardenales que no
tenían conocimiento de los hechos11
El cardenal Ferrieri, por ejemplo, mantuvo la oposición a los salesia-
nos durante toda su vida, persuadido de que eran "una reunión postiza
y provisional de personas".
Pero lo que más hizo sufrir a Don Sosco fue el hecho de que también
Pío IX, siempre amigo y gran protector, fue enfriándose en sus relacio-
nes. "Aquel pintar constantemente a Don Sosco como hombre testa-
rudo y casi facineroso influyó también en el ánimo del Papa", escribe E.
Ce ría.
Pío IX murió el 7 de febrero de 1878. Don Sosco que estaba en Roma
y golpeaba a derecha e izquierda en busca de una audiencia, no pudo
volver a verle.
El nuevo Papa somete a prueba a Don aosco
El nuevo Papa, elegido el 20 de febrero, fue León XIII. Don Sosco
obtuvo la primera audiencia con él, el 16 de marzo. El informe, que
inmediatamente después escribió, es triunfal: el Papa acepta ser inscrito
como Cooperador, reconoce que en las obras salesianas está "el dedo
de Dios'\\ envía calurosas bendiciones para los misioneros. Solamente
en un punto, la relación es superficial: en cuanto "a nuestras cuestiones
con el Arzobispo de Turín, dijo que esperaba una relación oficial de la
Congregación de Religiosos".
En el informe privado, que dio a algunos salesianost Don Sosco
habló menos triunfalmente. "Dio a entender claramente todo lo que
había sufrido: audiencias impedidas, cartas interceptadas, secretas y
patentes oposiciones de distintas partes, palabras duras y mortifican-
tes".
León XIII, evidentemente, estaba al corriente de las graves controver-
sias que pendían sobre la cabeza del sacerdote de Turin, y si le trataba
oficialmente con guantes, caminaba cautelosamente para ver claro. En
su derredor había muchos y aguerridos adversarios de Don Sosco.
Uno de los amigos más leales en aquel momento, era el cardenal
Alimonda, que buscó un medio para "demostrar" a León XIII la santidad
de Don Sosco. Una prueba difícil, en la que brillase todo el valor de
aquel pobre sacerdote.
Se intentaba construir en Roma el santuario al Sagrado Corazón de
Jesús. Pese al interés personal del Papa, la llamada a los obispos de
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41.5 Page 405

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todo el mundo, la colectas hechas en muchas naciones, los trabajos
estaban parados a flor de tierra.
León XIII estaba desalentado. En aquel momento interviene el carde-
nal Alimonda:
- Santo Padre, yo propondría un modo seguro para salir airoso en la
empresa.
- ¿Cuál?
- Confiársela a Don Sosco.
- Pero ¿aceptará?
- Santidad, conozco a Don Sosco y su ilimitada devoción al Papa.
Cuando vuestra Santidad se lo proponga, estoy segurísimo de que acep-
tará.
Estaba Don Sosco en aquellos momentos cargado de deudas. Cons-
truía dos Iglesias: en Turín, la de San Juan Evangelista y en Vallecrbsia,
la de María Auxiliadora, y andaba comprometido con las obras de tres
casas: Marsella, Niza, La Spezia. Tenia 65 años.
El 5 de abril de 1880 el Papa León XI 11 le hizo llamar. Avanzó la pro-
puesta y le dijo que, si aceptaba, haría algo "santo y gratisimo" al Papa.
Don Sosco respondió:
- Un deseo del Papa es para mi un mandato. Acepto el encargo que
Su Santidad tiene la bondad de confiarme.
- Pero no podré daros dinero.
- Tampoco yo lo pido. Pido sólo su bendición. Y si el Papa lo per-
mite, edificaremos junto a la Iglesia un oratorio festivo y un gran hos-
picio, con escuelas y talleres donde puedan ser educados muchos
jóvenes pobres, especialmente de aquel barrio abandonado.
- Muy bien. Os bendigo y con Vos a todos los que concurran a esta
obra santa.
Proceso en el vaticano
Las relaciones con el Arzobispo, durante aquellos meses. se deteriora-
ron. Don Sosco, para defender a su Congregación. se vio obligado a
llevar la causa al Vaticano, donde se abrió un proceso regular.
La sobrina del Arzobispo, Lorenzina Mazé de la Roche, cuando se
trató de la beatificación de Don Sosco. depuso bajo juramento:
"A comienzos del año 1873 hubo dolorosas desaveniencias entre Don
Sosco y Monseñor Gastaldi, mi venerado tío. Yo supe tales discordias
por la voz pública y por las confidencias que Don Sosco nos hacía a mí
y a mí madre, exhortándonos a hallar el modo de informar directamente
a monseñor Arzobispo de las habladurías que propagaban entre el
403

41.6 Page 406

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Clero, y también por medio de la Prensa, con daño para ambas partes.
Estas desaveniencias fueron una espina constante en el corazón de mi
madre y en el mío ...
En todas las conversaciones tenidas con mi madre y conmigo sobre
tal asunto, se veía cuán, intensamente sufría Don Sosco con estas
pruebas... Pero siempre hablaba del Arzobispo con tanto respeto y cari-
dad que nos dejaba edificadas.
En mi diario de aquellos años encuentro registradas estas mis pala-
bras: "¿Por qué cambió de este modo Monseñor mi tío?" ¡Ah! el que
haya cumplido con el triste oficio de suscitar esta discordia, cierta-
mente deberá tener gran remordimiento".
A mí me consta que uno de los principales instigadores de tales des-
conciertos era el Secretario de mi tío el Arzobispo, es decir, el teólogo
Tomás Chiuso, fallecido hace varios años, y a él aludo en las anteriores
palabras. Invitada a menudo a misa por mi tío el Arzobispo, oí a su
Secretario soltar frecuentes pullas y sarcasmos dirigidos a los de Val-
docco, o bien: son aquéllos de allá abajo ...
Apunté en mi diario estas palabras de Don Bosco: "Ciertamente se
tiene toda la voluntad de ser fuertes, de mantener el ánimo en las
adversidades, pero a fuerza de acumular disgustos sobre disgustos, el
pobre estómago se resiente y se rompe". Nunca vi en mi vida que el
rostro de Don Bosco se mudase, pero en aquella ocasión, mientras
hablaba, íbase cambiando su cara hasta ponérsela, primero, pálida y,
luego, encendida ...
Por otra parte, puedo y debo atestiguar también que mi tío Veneradí-
simo, cuando hablaba conmigo, se mostraba afligido, más que con las
palabras, con .la expresión de pena de que sus relaciones del momento
con Don Sosco no fueran semejantes a las del principio en el Oratorio".
La causa entre Don Bosco y el Arzobispo se vio en el Vaticano el 17
de diciembre de 1881. Tomaron parte en ella 8 cardenales. Dos votaron
a favor del Arzobispo, cuatro a favor de Don Sosco. El Papa, después
de oír el informe, cerró el debate. "Hay que salvar la autoridad -dijo al
cardenal Nina protector oficial de los Salesianos-. Don Bosco es tan
virtuoso que se adapta a todo". Era la segunda carta que el Papa inten-
taba Jugar para poner a la luz la santidad de Don Bosco.
Cáliz amargo para Don aosco
El mismo Papa fijó las condiciones para la "Concordia", con palabras
tan calculadas que solamente en los documentos de fina diplomacia se
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41.7 Page 407

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emplean. La sustancia estaba clarísima, por encima de toda sutileza: a
Don Sosco le tocaba escribir una carta pidiendo perdón al Arzobispo, y
al Arzobispo responder que era feliz poniendo cruz y raya sobre el
pasado.
Don Sosco tragó la amargura. Reunió al Capítulo de la Congregación
y leyó el texto de la "concordia". Todos quedaron consternados. Al-
guno propuso pedir tiempo para pensar sobre ello. Don Cagliero cortó
el nudo con su ruda franqueza:
- Ha hablado el Papa y hay que obedecer. El Papa lo ha decidido de
este modo, porque conoce a Don Sosco y sabe que puede fiarse de él.
No hay que esperar nada: obedecer y basta.
Don Sosco escribió la carta. Recibió la respuesta: "De corazón con-
cedo el implorado perdón".
Inmediatamente después, sin embargo, Don Sosco escribió al carde-
nal Nina una carta, por la que puede calcularse el "trago11 que había
tenido que pasar y las amargas consecuencias que estaban en pleno
desarrollo:
"Desde la Curia se exaltan las humillaciones por las que han hecho
pasar a Don Sosco. Todos esos chismes, corregidos y aumentados, mal
interpretados, abaten a los pobres salesianos. Ya son dos maestros,
directores de casas, los que piden retirarse de una Congregación que
les parece se ha convertido en ludibrio de las autoridades. Otros sacer-
dotes y clérigos nuestros hacen la misma petición. Yo quiero guardar
todavía riguroso silencio, de acuerdo con lo que he escrito a vuestra
Eminencia".
sereno y destrozado
León XIII, el gran Papa de la historia de la Iglesia, tuvo, a partir de
este momento, gestos de exquisita simpatía con Don Sosco. El sería
quien nonbrase a don Juan Cagliero el primer Obispo salesiano; él
quien concediera los "privilegios" que hicieron a la Congregación
"exenta" y no para diez años sino para siempre, de la autoridad de los
obispos, en la delicada cuestión de las Ordenaciones.
Pero cuando fue elegido Papa encontró en el Vaticano un ambiente
hostil contra Don Sosco, y midió su santidad con dos gestos.
Para probar si una piedra contiene oro se la echa en el crisol a tem-
peratura de fusión. Si sale oro, es una piedra de valor; si no, es escoria.
Así fue probado Don Bosco. De él salió oro, oro de altísimo valor. Pero
su humanidad fue quemada, reducida a ceni~as. "A partir de 1884
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-citamos a Morand Wirth- Don Bosco no era más que la sombra de sí
mismo".
Tener que pedir perdón al Arzobispo que tanto le había azotado, le
costó muchísimo. No había nacido, lo repetimos, para poner la otra
mejilla. Se lo imponía, pero con esfuerzo violento. La construcción de la
Iglesia del Sagrado Corazón, que había de tragarse un millón y medio
de liras, le obligó en los años de su declive físico a fatigas inhumanas.
Don Bosco aceptó, víctima de su fe en el Vicario de Cristo, y por
amor a su Congregación que necesitaba absolutamente de la estima del
Papa.
Don Bosco salió sereno y destrozado de las dos pruebas. Por ello su
Congregación floreció abundantemente: nació de un sacerdote cruci-
ficado.
Don Bosco en la finca Martí~Codolar de Barcelona, en 1886. Detrás del Santo aparece
don Miguel Rúa inclinado. Esta fotografía, realizada por Joaquín Pascual, es una de las
últimas de Don Bosco, y la única cuyo negativo se conserva.
406

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48
Los grandes viajes:
Francia vEspaña
Empezó para Don Bosco "la cruz del Sagrado Corazón".
Mandó, ante todo, a Roma a don Dalmazzo y, después, a don Angel
Savio, para hacerse cargo de los trabajos y "comprobar la cuentas". Era
costumbre muy difundida en Roma, que "en los trabajos del Papa, hay
ganancia para todos". Don Bosco apremia muchas veces a don Dal-
mazzo en ese mismo sentido: "Falta un revisor para la entrada de mate-
riales", "Hay que vigilar los precios", "¿Quién vigila los materiales que
hay que llevar a otra parte?", "Se trabaja poco. Hay sisa dentro y fuera
de casa. Se malgastan materiales. especialmente maderas", "Hay que
poner un hombre práctico para vigilar".
Inmediatamente después puso en movimiento todo el engranaje, tan-
tas veces empleado para recaudar fondos: circulares en distintas len-
guas, loterías, suscripciones, cartas personales. Este engranaje no era
ninguna varita mágica. Llevaba aparejadas fatigas, humillaciones, revi-
siones, trabajo extra para muchísimos hermanos. Lo más pesado car-
gaba sobre los hombros de Don Sosco.
"Llevo la Iglesia del Sagrado corazón a cuestas..
Don Rúa hizo el siguiente testimonio, con motivo de las declaraciones
juradas para la beatificación de Don Bosco: "Daba pena verle subir y
bajar escaleras pidiendo limosnas, sometiéndose a duras humillaciones.
Padeció tanto, que alguna vez, en la intimidad, respondía a alguno de
los suyos que, al verle tan encorvado, le preguntaba por qué se incli-
naba tanto: "Llevo la Iglesia del Sagrado Corazón a cuestas". Alguna
vez, bromeando amablemente, decía: "Dicen que la Iglesia está perse-
guida. Yo. en cambio, puedo decir ¡que la Iglesia me persigue a mí!" Ya
entrado en años, enfermizo, se puede decir que aquella obra consumió
gran parte de sus fuerzas". El más pesado trabajo a que se entregó fue
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41.10 Page 410

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el "gran viaje a Francia". pidiendo de ciudad en ciudad durante cuatro
meses: desde el 31 de enero hasta el 31 de mayo de 1883.
Nos permitimos, de paso, una observación. Don Bosco tiene entonces
68 años. no le quedan más que cinco de vida. Su Congregación se ha
desarrollado ampliamente y el mundo atraviesa un periodo de reestruc-
turación profundo en ideas y estructuras. Don Sosco necesitaría poder
disponer de todo su tiempo para intentar hacer síntesis de su pensa-
miento, de sus intuiciones, para que quede como base estable de sus
obras. Tendría que emplear el poco tiempo que le resta para pensar
seriamente en sus esquemas de acción en medio del contexto social
que muda rápidamente, para dar una organización sólida a su Con-
gregación.
En cambio, en estos últimos años válidos de su vida, anda condenado
a "buscar dinero" para la construcción de una Iglesia. Ni siquiera para
las urgentes necesidades de los pobres jóvenes, sino para los muros de
una Iglesia en Roma. De tejas abajo es un negocio desconcertante.
Pero precisamente estos años "quemados" obligan a Don Sosco a
realizar dos viajes (Francia-España) que levantan arcos de triunfo en
derredor del 11hombre de Dios". Le dan ocasión para encender en las
masas populares "el sentido de Dios".
Marx había definido la religión como "el opio de los pueblos", el
anarquista Bajunin exigía a sus adeptos abierta profesión de ateísmo, la
"Commune" de París había manifestado recientemente indudables sig-
nos de ateísmo militante. "Las Iglesias cristianas tenían que echar sus
cuentas, no ya con los fenómenos de incredulidad limitados a sectores
relativamente restringidos de los cetos dirigentes, sino con el preocu-
pante alejamiento de vastos estratos sociales de la práctica religiosa y
de la obediencia cristiana" (Francisco Traniello).
La sociedad entera estaba perdiendo el sentido de Dios y del respeto
divino de la vida humana. En los días de la "Commune", la crueldad de
los comuneros ateos no había superado a la de los burgueses que la
habían sofocado a cañonazos, haciendo una carnicería de 14.000 traba-
jadores (y los trabajadores de aquel tiempo eran hombres, mujeres y
muchachos).
Por tanto estos últimos trabajos de Don Sosco no estuvieron al servi-
cio de un templo, ni de los jóvenes pobres, sino de toda una generación
que corría el riesgo de perder el sentido de Dios y los más grandes
valores de la vida. Esta generación, en Francia y en España, descubre
en él "el sentido de Dios" y del "prodigarse por los demásº.
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42 Pages 411-420

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42.1 Page 411

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París al roJo vivo
Seguimos el hilo del viaje por Francia sacándolo de la cuidadosa
relación de Henri Sosco, que la trazó sirviéndose de los documentos
salesianos y de los periódicos franceses de aquel momento.
Cuando partió, apenas si veían sus ojos, las piernas le sostenían con
dificultad, sufría de varices. Todo su cuerpo estaba desgastadísimo.
Entró en Francia por Niza, que hacía 18 años dejó de ser italiana. Subió
hacía Pa,rís, por Tolón-Marsella-Aviñón-Lyon-Moulins. Subida lenta de
dos meses y 19 días.
Nadie, ni él mismo preveía la emoción extraordinaria, el entusiasmo,
la locura de la gente, los chispazos de fe que la presencia de un "pobre
cura de aldea" iban a provocar.
Alguna persona prudente le había aconsejado: "No vaya a Francia. En
París están construyendo "su" Iglesia del Corazón de Jesús en Mont-
martre. Ha costado millones y aún no está acabada. ¿Quién le va a dar
una lira a usted?
Por una vez más Don Sosco desmentiría a los "prudentes". En Avi-
ñón la multitud se hacinó en la estación. La gente corría por la ciudad,
detrás de su carroza. A tijeretazos hicieron trizas su sotana. Hubo que
buscarle otra a toda prisa.
En Lyon se llenaron las iglesias. Le cercaban, no le dejaban caminar,
bloqueaban la carroza de sus huéspedes. "Hubiera sido mejor llevar en
el coche al mismo diablo antes que a uri cura como éste", dijo un
cochero, irritado por la violencia de la gente.
Se temía un fracaso al llegar a París. La Italia oficial acababa de rom-
per la alianza con Francia para firmar la "Triple Alianza" con Alemania
y Austria. Y Don Sosco era italiano. El gobierno, además, era total-
mente anticlerical.
París, tan quisquillosa, recibió al apóstol de los pobres con el fervor
de su luz incandescente. Llegó allí el 19 de abril y permaneció cinco
semanas (salvo un breve salto a Amiens y Lila). Estuvo hospedado en
en casa de una f&mílía parisiense amiga, la avenida de Messina, núm.
34, pero iba cada día por las tardes a los oblatos del Sagrado Corazón,
en la calle Ville-L'Eveque, para recibir visitas. Así liberaba a sus hués-
pedes de las presiones de la gente que se desencadenó inmediatamente.
"Es un santo" decían. Una afirmación peligrosa. Hay mucha gente
predispuesta a la duda, y basta cualquier cosita para que se dispare el
ridículo. Se dejaba fotografiar fácilmente lo mismo solo que en grupo.
Se lo reprochaban: una vanidad. Pero él respondía: "Es un buen modo
no para darme a conocer, sino para interesar a la gente por mi obra".
409

42.2 Page 412

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Facilitó igualmente la tarea a sus biógrafos, como el doctor D'Espiney,
el primero que escribió en francés la biografía de Don Sosco. El libro
contenía inexactitudes notables, pero lanzó cincuenta mil ejemplares en
pocos meses.
una fotografía en París
Hay un retrato fotográfico de Don Sosco, el más famoso de los con-
seguidos en París. El rostro de Don Sosco, en ese retrato, resulta viejo,
cansado, consumido. Viejo con una vejez increíble. Unos surcos atra-
viesan aquella frente asolada. la boca caída por ambos lados, una boca
normal, pero deformada por un increíble cansancio. Los ojos lo mismo,
hundidos detrás de unas cejas espesas, no dejan pasar más que un hilo
de luz, una mirada casi ciega. El hombre que está tras aquella mirada
sabe lo que es el sufrimiento, su sufrimiento y el de todos los demás
que él ha hecho suyos, que ha salvado para que tuvieran en esta tierra
mejor trabajo para vivir y la visión del cielo a la hora de morir. A primer
golpe de vista, aquella cara debía inspirar piedad, más que entusiasmo.
Pero en aquel retrato están también las manos de Don Bosco. Manos
de trabajador, trabajador honesto, poderoso trabajador de la vida. Esas
manos se extendieron para bendecir enfermos, acariciar niños y devol-
vieron la salud como las aguas de Lourdes. Al ver trabajar aquellas
manos, los parisienses no tuvieron piedad. Vieron en él al enviado de la
esperanza, al hombre de Dios, al dispensador providencial de las cura-
ciones y las gracias.
En la capital se repitieron las mismas escenas que en provincias. El
concurso de gente era mayor todavía y más cerrado, al extremo de que
Don Bosco sufrió asaltos más rudos, más extenuantes. Esa era la di-
ferencia.
Escribe Le Figaro de aquellos días: "Frente a la casa de la calle Ville-
L'Eveque, donde se ha instalado Don Bosco, hileras de coches esperan
todo el día desde hace una semana. Las damas más altas suplican haga
por ellas y por sus parientes los milagros que, según dicen, realiza con
tanta facilidad".
Y Le Pélerin: "Se contaban, hasta se inventaban milagros... Las damas
del gran mundo corrían sobre las huellas del santo, que no se ocupa de
los aplausos del mundo, que no prepara las pláticas que pronuncia en
la Madeleine más de lo que prepare lo que dice a un mendigo, que
concede el mimo tiempo a un obrero que a un príncipe".
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42.3 Page 413

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La Jornada de un pab,e sacerdote
Se levanta muy pronto. a las 5. Se acuesta a media noche. postrado.
A las seis, empiezan las visitas. Después va a celebrar la misa en esta o
en aquella parroquia. siempre acechado a la salida, asaeteado a pre-
guntas, perseguido de peticiones, cercado de súplicas, de oraciones.
Quieren hablarle, tocarle, al menos verle. Le paran por doquiera, en una
escalera, en una antecámara, a la puerta de la sacristía, por la calle. A
pesar suyo, llega siempre tarde a todas las citas. Habla un mal franqés,
con acento extranjero, y con modesta elocuencia.
Está preparándose para celebrar la misa de la Archicofradía para la
conversión de los pecadores. Una ingente multitud. Uno quiere entrar,
no puede, se extraña: "¿Qué sucede?" Y entonces una mujer del pueblo
le dice: "Hemos venido para oír una misa, la misa de los pecadores.
Celebrará un santo".
Cuando le piden un milagro "suyo", responde: "Yo soy un pecador,
rogad por mí. Pero haremos juntos nuestra oración a la Virgen Auxilia-
dora. Ella sí que cura, escucha, comprende, tiene compasión. Ella res-
ponde desde el Cielo. Yo no puedo más que rezarla". Pero cuando este
"pobre pecador" la llama, la Virgen responde siempre. Parece que está
allí, a su lado, a su disposición.
Las autoridades religiosas más eminentes le recibieron cordialmente.
El cardenal Lavigerie le esperó en la Iglesia de san Pedro, y habló a la
gente recomendándole con calor a su generosidad. Le llamó "el san
Vicente Paúl de Italia".
La llamadas a la generosidad fueron escuchadas por las familias ricas
y por la gente pobre. Todos daban. Don Bosco recibió billetes de
banco, monedas, monedas de oro, hasta joyas. Hubo un momento en
que no sabía donde meterlas.
Se ausentó una semana de París para ir a Lila y Amiens. El mismo
entusiasmo. Frente a las atrevidas tijeras que le despedazaban la
sotana, exclamaba: "¡No todos los locos están en el manicomio!"
Llegó por fin la partida. En el tren que le llevaba a Turín estaban sus
dos compañeros de viaje, don Rúa y don De Barruel. Callaban. Recor-
daban aquellas jornadas como un sueño imposible de olvidar. De
pronto Don Bosco rompió el silencio:
- ¿Te acuerdas, don Rúa, del camino que lleva a Buttiglera a
Morialdo? Allí, a la derecha, hay una colina, y en la colina una casita.
Aquella pobre casa era la mía y la de mi madre. Siendo yo niño, llevaba
dos vacas a pastar por aquel prado. Si todos esos señores supiesen que
han llevado en triunfo a un pobre pastorcillo de I Becchi...
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42.4 Page 414

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un cardenal que lleva la paz
El 18 de noviembre de 1883. llegó a Turín, en forma privadísima. el
nuezo arzobispo: el cardenal Cayetano Alimonda. En la audiencia que
Don Sosco tendrá con el Papa León XIII, en 1884. se oirá decir: "Al
enviarle he pensado en usted. El cardenal Alimonda le quiere mucho".
"La bondad del cardenal -escribe E. Ceria- fue para Don Sosco un
consuelo providencial durante los últimos cuatro años de su vida".
Poco tiempo después de llegar. Don Sosco mandó a preguntar si
estaba en casa y si podía recibirle. El cardenal tomó el coche y fue
inmediatamente a Valdocco:
- Para ir más deprisa, he venido yo mismo.
Eran las diez y media -recuerda el biógrafo que estaba presente-.
La conversación, en la salita de Don Sosco, duró más de una hora.
Entre tanto se avisó a ~ jóvenes de los talleres y de las clases, se
apresuraron los músicos a tomar sus instrumentos. alguien colocó
velozmente gallardetes de banderas por los balcones. Cuando el carde-
nal ~e asomó a la galería, por la que salía de la salita de Don Sosco,
empezó a sonar la banda y los muchachos se pusieron a aplaudir. El
cardenal dijo riendo: "Quería daros una sorpresa, y me ·1a habéis dado
vosotros a mí". Alzó las manos hacia los muchachos y les dijo:
- Queridísimos hijos, os lo agradezco, os bendigo y me encomiendo
a vuestras oraciones.
Visitó los talleres y se detuvo en larga oración ante el cuadro de
María Auxiliadora.
''SI no vuelvo más''
El dinero recogido en Francia fue abundante, pero la Iglesia del
Sagrado Corazón resultaba un pozo sin fondo. A primeros de 1884
había fuertes deudas que pagar, y en la caja no había ni blanca. El 28
de febrero, pese a su desastrosa salud, dijo Don Sosco a los suyos:
- Vuelvo a Francia.
Don Rúa y don Cagliero quisieron disuadirle. Llamaron al médico
Albertotti para visitarle. El doctor, después de un largo examen, dijo
claramente:
- Para mí, si usted llega vivo a Niza, es un milagro.
- Si muero, paciencia -replicó Don Sosco-. Antes de partir dejaré
arreglado todo lo principal. Pero yo debo ir.
Apenas salió de la habitación. dijo Albertottí a don Rúa:
412

42.5 Page 415

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- Estén muy alerta. No me extrañaría que muriese repentinamente,
sin que se den cuenta. No hay que ilusionarse.
Don Sosco llamó al notario y testigos, y dictó su testamento. Llamó
después a don Rúa y a don Cagliero y, mostrándoles sobre la mesa la
escritura notarial, dijo:
- Aquí está mi testamento. Os he dejado a los dos por herederos
míos universales. Si no vuelvo, ya sabéis cómo están las cosas.
Don Rúa salió de la habitación con el corazón encogido. Don Ca-
gliero se quedó allí, deprimido hasta llorar.
- Pero entonces, ¿quiere salir en este estado?
- ¿Cómo quieres que hagamos de otro modo? ¿No ves que no
tenemos medios para tirar adelante? Si no voy, ¿dónde encontraré los
medios para pagar las deu_das que cumplen su plazo? ¿Tendremos que
dejar a los muchachos sin pan? Sólo en Francia puedo esperar socorro.
Don Cagliero estaba llorando. Conteniéndose un poco, dijo:
- Siempre hemos ido adelante a fuerza de milagros. Ya verá como
también la Virgen hará éste. Vaya usted y nosotros rezaremos.
- Sí, yo parto. Mi testamento está aquí. A tí te lo entrego en esta
caja. Guárdala como mi último recuerdo.
No fue un viaje largo. No salió del sur de Francia. Pero Don Sosco
pudo reunir fondos notables. Los condes Colle, de Tolón, pusieron en
sus manos 150.000 liras de golpe.
Cuando llegó a Marsella, quiso don Albera, preocupado por sus con-
diciones físicas, que le visitara el doctor Comba!, que era una celebri-
dad médica. Al término de una visita minuciosa, Comba! expresó su
parecer con una semejanza:
- Usted está ya como una sotana muy gastada. Se la ha puesto los
días de fi~sta y los de diario. Ahora, para conservarla, no hay más
remedio que ponerla en el guardarropas. Habrá entendido que le reco-
miendo el reposo absoluto.
- Gracias, doctor, pero es la única medicina que no puedo tomar.
Las estrecheces le empujarían todavía a un último viaje de colecta de
limosnas. En el 1886, sólo dos años antes de su muerte, partió para
España. La recepción de Barcelona fue repetición de la de París. Las
calles abarrotadas, los tejados cubiertos, racimos humanos colgados de
las farolas. Y cuántos dones. Hasta le ofrecieron la cumbre de la mon-
taña del Tibidabo", que domina la ciudad con una vista hermosísima.
Volvió por el sur de Francia: Montpellier, Tarascón, Valence, Greno-
ble. Una vuelta lenta hacia su Italia, la última vuelta. Decía al que le
acompañaba:
413

42.6 Page 416

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- Todo es obra de la Virgen. Todo viene de aquella Avemaría
recitada con un muchacho, hace cuarenta y cinco años, en la Iglesia de
San Francisco de Asís.
Mientras el cuerpo de Don Sosco se iba encorvando cada vez más,
transparentaba con una luz más viva su alma. Don Belmonte, director
en Sampierdarena, fue un día a desahogarse con él:
- Estoy tan cansado que no puedo más. ¿Cómo continuar una vida
semejante?
Don Sosco se inclinó un poco hacia adelante, se levantó el faldón de
la sotana y le mostró sus piernas hinchadas, que se apoyaban como
blandos cojines sobre los zapatos. Nada más le dijo:
- Amigo mío, valor. Desc~nsaremos en el Paraíso.
Por la tarde del 25 de junio, le tributaron un caluroso homenaje los
exalumnos, con motivo de su fiesta onomástica. Don Bosco dió gracias
conmovido y después, cansadísimo, sólo logró decir:
- No soy más que una chicharra que canta y luego muere.
Si alguien, al verle caminar curvado y solo, corría a sostenerle y le
preguntaba: "¿A dónde vamos, Don Sosco?", él le miraba con su dulce
son risa, y respondía: "Vamos al Paraíso".
t
414
Cama donde murió Don Bosco.

42.7 Page 417

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49
Juan Cagliero, obispo
Don Juan Cagliero, en los planes de Don Bosco, debía permanecer
en América tres meses, reforzar la primera misión y después volver.
Permaneció, en cambio, dos años.
En 1877, Don Sosco ya había enviado más allá de los océanos otros
dos grupos de salesianos, capitaneados por hombres que podían muy
bien tomar las riendas de la situación: don Luis Lasagna y don Santiago
Costamagna.
Entonces volvió don Cagliero. En el 1877 se reunía en Lanzo el pri-
mer Capítulo Ger:,eral de la Congregación, y era conveniente que tam-
bién él asistiese como Director Espiritual de la Sociedad y el único
experto en problemas misioneros.
Durante los anos siguientes le encomendó Don Bosco dos tareas
delicadas: iniciar la obra salesiana en España y dirigir la Congregación
de las Hijas de María Auxiliadora, que empezaba a dar sus primeros
pasos.
",Oulén podría ocupar mi lugar,..
En 1879 Don Sosco no tenía más que 64 años pero se encontraba
agotado y en rápido declive. Quería elegir, de entre los primerísimos
que le habían seguido, uno que, poco a p·oco, se pusiera al frente de
todos los asuntos de la Congregación, y en cualquier momento pudiera
sustituirle. Un "vicario" en una palabra. Dos eran los nombres posibles:
Rúa y Cagliero. Ambos de plena confianza y gran capacidad. A los dos
quería entrañablemente Don Sosco y se había entregado con la misma
medida. Pero la elección de uno, ¿no podría de algún modo, ensombre-
cer al otro?
Y he aquí la manera delicada con que ~ rocedió Don Bosco. Una
mañana de otoño de 1879, debiendo ir a Foglizzo, le pidió a don
Cagliero que le acompañase. Durante el viaje le preguntó de improviso:
415

42.8 Page 418

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- Si yo muriese, ¿quién crees que podría ocupar mi puesto?
Don Cagliero se quedó con los ojos en blanco:
- Querido Don Bosco, ¿no le parece demasiado pronto hablar de
estas cosas?
- Admitamos que sea así. Pero hagamos la hipótesis: ¿qué nombres
me indicarías?
- Uno solo. Sólo hay uno para poder ocupar su puesto.
- Yo, en cambio, te diría dos y hasta tres.
- Sí; a continuación puede que haya dos o tres. Ahora no. Pero,
dígame: ¿quiénes son esos tres?
- Dime, primero, tu candidato.
- Don Rúa, no hay más que don Rúa.
- Tienes razón. Siempre ha sido mi brazo derecho.
- Brazo, cabeza y corazón, querido Don Bosco. El es el único capaz
de ocupar su puesto, cuando Dios quiera llamarle para el Paraíso.
Don Sosco había sido delicadísimo, y Cagliero, con la misma delica-
deza, se había colocado humildemente aparte. Ni siquiera una sombra
habría velado la elección del "segundo Don Bosco".
No se lo dijo nunca, pero Don Sosco quedó muy agradecido a don
Cagliero por aquellas- palabras, dichas con franca humildad dentro de
una tartana que marchaba hacia Foglizzo.
El fuerte abrazo del primer obispe,
El 16 y el 20 de noviembre de 1883, la Santa Sede publicó dos impor-
tantes documentos. Patagonia septe~trional y central (territorio de Río
Negro, Chubut y santa Cruz) era declarada 11Vicariato Apostólico" a las
"órdenes de don Juan Cagliero, que era nombrado Provicario Apostó-
_lico. La Tierra del Fuego (extremo del territorio meridional de Patago-
nia} era declarada Prefectura Apostólica, y don Fagnano era nombrado
Prefecto Apostólico.
Don Cagliero debería haber partido para América como Provicario,
no como obispo; y más tarde hubiera sido elevado a la dignidad epis-
copal. Pero Don Sosco no estaba de acuerdo. Habló con el cardenal
Alimonda, escribió al protector de los salesianos cardenal Nina, rogó
vivamente al Papa. Estaba de por medio el cardenal Ferrieri, que no
quería saber nada de ello, pero León XIII áceptó esta vez la súplica de
Don Sosco.
El 9 de octubre salia una carta de Roma para Valdocco: "El Santo
Padre, en la audiencia del domingo pasado, escuchó la súplica de Don
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Bosco, y accedió a conceder el carácter episcopal a don Cagliero,
nuevo Provicario Apostólico de Patagonia".
Fue un día feliz para Don Bosco. El antiguo sueño de la paloma y el
ramo de olivo se cumplía. Las palabras, dichas a un muchacho muri-
bundo: "Y harás llevar el breviario a muchos otros ... E irás lejos, muy
lejos..." no habían sido ilusiones de un momento: se estaban convir-
tiendo en realidad.
La consagración tuvo lugar en el santuario de María Auxiliadora el 7
de diciembre de 1884. Fue un suceso memorable para Valdocco. Uno
de los primeros chiquillos de Don Bosco, que ingresó en el Oratorio a
los 13 años, huérfano de padre, era consagrado, a los 46, obispo de una
inmensa región misionera.
Dos detalles. Al acabar la imponente ceremonia, el joven obispo se
separó del cortejo y se dirigió hacia su madre. La viejecita de 80 años
se adelantó hacia él, sostenida por un hijo y un sobrino. Monseñor
Cagliero estrechó contra su pecho aquella cabeza blanca, y en· medio
de la conmoción de los presentes, la acompañó delicadamente para
que se sentara. Cerca de la sacristía. mezclado entre la multitud, le
esperaba Don Sosco con el bonete en la mano. El obispo corrió hacia
él y le estrechó con un fuerte abrazo. Había tenido hasta entonces
escondida la mano con el anillo episcopal entre los pliegues de los
ornamentos. El primer beso le tocaba por derecho a "su" Don Sosco.
Don Rúa vicario de Don &osco
Una vez nombrado don Cagliero obispo de Patagonia, Don Sosco
anunció la elección de su "vicario". Reunido el Capítulo Superior de la
Congregación, el 24 de octubre de 1884, les dijo: "Necesito que hay
uno a quien poder confiar la Congregación y ponerla sobre sus hom-
bros, descargando sobre él toda responsabilidad. El Papa estaría muy
contento de que Don Sosco se retirase del todo. Mi cabeza ya no
puede más..."
Escribió al Papa proponiendo el nombre de don Miguel Rúa.
La respuesta afirmativa llegó a primeros de diciembre.
Don Bosco le tomó por la mano
Monseñor Cagliero debía partir para América del Sur el 1 de febrero
de 1885. Llevaba consigo 18 salesianos y 6 Hijas de María Auxiliadora.
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Pero por la tarde del 1 de febrero, después de acompañar a los misione-
ros a la estación, sintiéndose muy cansado, volvió a casa para pasar allí
la noche. Subió a la habitación de Don Bosco, se sentó junto a él y
permanecieron en silencio. Después de una larga pausa, preguntó Don
Bosco:
- ¿Salieron ya tus compañeros?
-Si.
- ¿Ytú, cuándo saldrás?
- Tengo que estar mañana en Sampierdarena.
- Si puedes, sal un poco tarde, descansa.
- Déjelo de mi cuenta. Yahora me dé su bendición.
- ¿Por qué ahora? Ven mañana por la mañana, hablaremos tranqui-
lamente.
- No, Don Sosco, mañana tengo que partir muy temprano.
- Pero estás cansado... Sin embargo, haz como mejor te parezca.
- Entonces, bendígame, y bendiga a mis compañeros.
El obispo se arrodilló. Don Sosco le tomó por la mano:
- Que tengas un buen viaje. Si no volvemos a vernos en esta tierra, ·
nos volveremos a ver en el Paraíso.
- No diga eso, todavía volveremos a vernos.
- Como Dios quiera. El es el amo. En Argentina y en Patagonia ten-
dréis mucho que hacer; trabajaréis mucho y la Virgen os ayudará.
Empezó la fórmula de la bendición. Se apagaba su voz, no le venían
las palabras. Monseñor Caglíero se las sugería despacio, y Don Sosco
las repetía dócilmente, 8J)retándole siempre la mano. Al acabar, se le-
vantó el obispo:
- Buenas noches, querido Don Bosco. Que descanse.
- Salúdame a tus compañeros de viaje, a los hermanos que trabajan
en América, a los cooperadores... Tendría tantas cosas que decirte
todavía ... Que Dios te bendiga.
"La casa del obispo era una cabaña de troncos"'
Don Bosco siguió durante los últimos años, con afectuosa emoción,
las aventuras misioneras de aquel su muchachote fuerte y entusiasta.
Leía sus cartas y las pasaba al Boletín Salesiano para que las publi-
casen.
En julio de 1886 comunicó Monseñor Cagliero que la parte más
importante y más poblada de Patagonia septentrional ya era totalmente
conocida, visitada y catequizada por los misioneros salesianos.
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Aquel mismo mes de julio, se presentó en la residencia de Patagones,
el hijo del cacique Sayuhueque, pidiendo al obispo que subiese al valle
de Chichinal para evangelizar a los adultos de sus tribus. "En el
inmenso valle de Chichinal -contaba monseñor Cagliero- bautizamos
1.700 indígenas. Enseñábamos el catecismo por las mañanas, durante
tres horas y otras tres horas por la tarde. La casa del obispo era una
cabaña de troncos y barro, con un techo de ramas, que me defendían
del sol y de la lluvia... cuando nos llovía. Ni recuerdos de cama. Dor-
míamos sobre las pieles, que con todo cariño nos habían dado aquellos
pobres indígenas, de muy buena índole y enorme capacidad de entu-
siasmo".
En 1887, monseñor Cagliero, juntamente con don Milanesio y otros
dos salesianos, emprendió una nueva y larga misión. El viaje de evange-
lización debí~ alcanzar 1.500 kilómetros: valle del Río Negro, valles de
los Andes, paso de la Cordillera y descenso hasta Concepción en Chile.
Los 1.300 kilómetros, recorridos a caballo, fueron bien. El Obispo
administró 997 bautismos, casi todos de indios adultos; bendijo 101
matrimonios; distribuyó un millar de comuniones y administró 1.513
confirmaciones. Imposible calcular las horas de catecismo para los chi-
quillos y de evangelización para los mayores.
Por la mañana del 3 de marzo, poco después de salir de Malbarco, a
las orillas del Neuquén, sufrió un gravísimo accidente. El mismo obispo
lo contó por carta:
"Después de atravesar la Cordillera, a 2.000 metros de altura, debía-
mos subir todavía otros mil metros. El sendero corría al borde de agres-
tes paredes de granito, cortadas a pico sobre el abismo. De repente, mi
caballo se encabritó y comenzó a saltar locamente. Invoqué a María
Auxiliadora y salté de la silla. Una punta rocosa penetró en mis carnes
rompiéndome dos costillas y perforándome el pulmón. Quedé como
muerto, respiraba afanosamente y no podía hablar. Se acercaron mis
compañeros, y yo, apenas logré balbucir alguna palabra, para reanimar-
les quise tomar el suceso a broma, y les dije que, dado que tenemos _24
costillas, se podía sacrificar alguna. Tuvimos que volver atrás y atrave-
sar dos ríos y dos sierras para encontrar un lugar donde parar y
curarme. Pero ¡qué cura! No había más que un pobre practicón que
curaba las enfermedades con sistemas muy primitivos. Le pregunté si
sabía trabajar de herrero para reparar mis costillas. Estuve allí un mes
y, como Dios quiso, curé. Todavía convaleciente, volví a montar acaba-
llo y en un viaje de cuatro días, siempre con mis misioneros, atravesé
de nuevo la Cordillera, a más de 3.000 metros y descendí a la suave
llanura chilena, a orillas del Pacífico. Allí establecí la base para las nue-
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vas- Casas salesianas de Concepción, Talca, Santiago y Valparaíso. Así
que, aquel añot siempre a caballo, con tres companeros, durmiendo_ en
los hoyos y bajo los árboles, había atravesado América de un Océano al
otro".
Entrevista con Don aosco
Por abril de 1884 tuvo que ir Don Bosco a Roma. Algunos bienhe-
chores habían prometido grandes limosnas para la Iglesia del Sagrado
Corazón; pero, a la hora de la verdad, no habían aparecido. "Hay que ir
a tocar las campanas" dijo Don Sosco con una triste sonrisa.
En aquella ocasión, por vez primera en su vida, se sometió Don
Sosco a una entrevista (esa técnica periodística acababa de ser
inventada en 1859 por el americano Horacio Greely). Creemos que es
algo más que una curiosidad leer cómo respondió Don Sosco a las
"preguntas directas'' de un reportero del Journal de Rome. La entrevista
se publicó en el periódico del 25 de abril de 1884.
Pregunta.- ¿Por qué milagro ha podido usted fundar tantas casas en
países del mundo tan diversos?
Respuesta.- He podido hacer todo lo que esperaba; pero, ni yo
mismo sé cómo ha sido. La Santísima Virgen, que conoce las necesida-
des de nuestros tiempos, nos ayuda.
P.-Pero ¿de qué modo le ayuda?
R.- Mire. Una vez, me escribieron a Turín que hacían falta 20.000
liras para la Iglesia que construimos en Roma. En aquel momento no
tenía nada. Puse la carta sobre la pila del agua bendita, elevé una
fervorosa oración a la Virgen y me acqsté, dejando el asuntito en sus
manos. A la mañana siguiente recibo la carta de un desconocido que,
en resumen, me decía: "Había prometido a la Virgen que, si me
concedía cierta gracia, daría 20.000 liras para una obra de caridad.
Como he recibido la gracia, pongo a su disposición esa cantidad". Otra.
vez, encontrándome en Francia, recibo la mala noticia de que una de
mis casas necesita inmediatamente 70.000 liras para salvarse de un
grave riesgo. No viendo allí cómo remediarlo, recurro nuevamente a la
oración. Eran las diez de la noche y me iba a acostar, cuando llaman a
la puerta de mi habitación. Abro. Y entra un amigo con un grueso
paquete en la mano que me dice: "Carísimo Don Sosco, había dejado
en mi testamento una cantidad para sus obras. Pero hoy he pensado
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que, para hacer el bien, es mejor no esperar a la muerte. Y le traigo
corriendo la cantidad. Téngala: 70.000 liras".
P.- Esto son milagros. Permítame una indiscreción: ¿ha hecho otros
milagros?
R.- Yo no he pensado nunca nada más que en cumplir con mi
deber. He rezado y he confiado en la Virgen.
P.- ¿Querría decirnos cuál es su sistema educativo?
R.- Sencillísimo: dejar a los jóvenes en plena libertad de hacer lo
que más les agrada. La clave está en descubrir cuáles son los principios
de sus buenas cualidades, y luego, procurar desarrollarlos. Cada cual
hace a gusto lo que sabe que puede hacer. Yo me regulo por este
principio y mis alumnos trabajan todos. no sólo con actividad, sino con
amor. En 46 años no he impuesto ni un solo castigo. Y me atrevo a
afirmar que mis alumnos me quieren mucho.
P.- ¿Cómo ha hecho para hacer llevar sus obras hasta Patagonia y
Tierra del Fuego?
R.- Poquito a poco.
P.- ¿Qué piensa usted de las condiciones actuales de la Iglesia en
Europa, en Italia, y en su futuro?
R.- Yo no soy un profeta. Vosotros los periodistas sí que lo sois un
poco. Por tanto, ·a quien hay que preguntar qué va a pasar es a
vosotros. Nadie, excepto Dios, sabe el porvenir. Sin embargo, humaf)a-
mente hablando, es de creer que el futuro será grave. Mis J?revisiones
son muy tristes, pero no tengo ningún miedo. Dios salvará siempre a su
iglesia, y la Virgen, que visiblemente protege el mundo contemporáneo,
sabrá hacer surgir sus redentores.
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El gran llanto
La espiritualidad de Don Sosco se iba afinando cada vez más en sus
últimos años. El sufrimiento puede con~ucir a un desesperado cinismo
o a aumentar la santidad. En Don Bosco se veía este aumentar de día
en día. Hasta su humanidad estaba como trasfigurada.
"En el último deceni"o de su vida -escribe Pedro Stella-, especial-
mente desde 1882, Don Sosco se presenta como el hombre que ha
asimilado la enseñanza dada con una larga experiencia. Ya no parece
que tenga aquellos contrastes que hubo de sostener con Antonio, con
los primeros colaboradores, con monseñor Gastaldi. Huye más que
nunca de toda polémica; no le gustan las peleas, quiere que, aún
durante las hostilidades y las discusiones, no se alce la voz, no se lleve
la contraria, no se imite el ejemplo de los periódicos católicos de la
polémica áspera y corrosiva. Quiere que se preocupen ude pasar bajo el
temporal entre gota y gota sin mojarse". Sus últimos anos son todavía
de grandes contrastes y de escasos apoyos oficiales; a menudo, de
apreturas fiscales por parte de las autoridades administrativas y políti-
cas; pero da la impresión de que él está más lleno que nunca de un
ideal de amabilidad y de benevolencia".
un curlta serlo y preocupado
En el 1883 fue a visitarle, desde Lombardía, un curita serio y preocu-
pado. Se llamaba don Aquiles Ratti. Don Sosco habló con él como una
media hora y le explicó todo lo que deseaba. Después le dijo:
- Ahora haga como si usted fuera el amo de casa. Yo no puedo
acompañarle, porque estoy muy ocupado, pero usted vaya por todas
partes y vea lo que quiera.
Estaban aquel día reunidos en Valdocco los directores de las casas
salesianas. Después de comer, Don Sosco en pie, apoyado en la mesa,
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iba hablando con cada uno de los que pasaban a exponerle sus dificul-
tardes. Don Aquiles Ratti quería retirarse, pero Don Bosco, extrañamen-
te, le dijo:
- No, no, quédese aquí.
Aquel curita .llegará a ser el Papa Pío XI. Cuarenta y nueve años más
tarde, hablando de Don Bosco a los seminaristas romanos, les contará
aquel suceso y les dirá: "Eran hombres que llegaban de todas partes,
uno con una dificultad, otro con otra. El, de pie, como si fuera cosa de
un momento, oía todo, se hacía cargo de todo, respondía a todo. Un
hombre que estaba atento a todo lo que ocurría en derredor suyo, y
que, al mismo tiempo, se hubiera dicho que no atendía a nada, que su
pensamiento andaba por otra parte. Y era verdaderamente as:: andaba
por otra parte, estaba con Dios. Y tenía la palabra exacta para todo.
hasta causar maravilla. Esta era la vida de santidad, de asidua oración
que Don Sosco llevaba en medio de ocupaciones continuas e implaca-
_bles.
una flor para pensar en la eternidad
Por abril de 1885, paseaba por el jardín de una señora que le había
invitado a comer juntamente con su joven secretario don Viglietti.
Caminaba lentamente. Se detuvo frente a un arriate florido. Tomó una
violeta y la ofreció a la señora:
- Señora, usted ha sido tan amable invitándonos a comer. Yo quiero
corresponder con esta flor, que es todo un pensamiento.
- ¿Qué pensamiento, Don Bosco?
- El de la eternidad. Es un pensamiento que nos debe acompañar
siempre. Todo pasa en este mundo: sólo la eternidad permanecerá
siempre. Trabajemos para que nuestra eternidad sea feliz.
Don Bosco pensaba en la muerte, en el encuentro con Dios. a veces
ese pensamiento le ponía serio, pensativo. Un día de 1885, al saludar a
un señor en San Benigno, le dijo:
- Ruegue por mí.
- ¡Oh, Don Bosco! Usted no lo necesita.
Don Luis Piscetta, que estaba presente, atestiguó: "Entonces él se
puso serio, serio, brotaron unas lágrimas de sus ojos y dijo con acento
de profunda sinceridad: "Tengo mucha necesidad".
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En el mes de agosto de aquel mismo año fue a Nizza-Monferrato para
la toma de hábito y profesión de las Hijas de María Auxiliadora. Tan
acabado estaba que solamente pudo dar la Comunión a algunas Her-
manas. Asistió a la ceremonia, pero sentado en un sillón. Quiso decir
unas p_alabras. Su voz era débil, por lo que don Bonetti, a su lado
"hacía de altavoz'', repitiendo, en alto, las frases que no se entendían.
- Así que vosotras queréis que os diga algo. ¡Cuántas cosas querría
deciros, si pudiese hablar! Pero soy viejo, viejo decrépito, como veis.
Sólo quiero deciros que la Virgen os quiere mucho, muchísimo. Y,
sabed, que Ella está aquí en medio de vosotras...
Ydon Bonetti en alta voz:
- Don Bosco quiere decir que la Virgen es vuestra Madre, y que os
mira y os protege.
- No, no -siguió diciendo Don Bosco-. Quiero decir que la Virgen
está aquí precisamente, en esta casa, y que está contenta de vosotras...
Don Bonetti todavía:
- Don Bosco os dice, que si sois buenas, la Virgen estará contenta
de vosotras.
Entonces Don Sosco intentó dominar sus fuerzas, alargó los brazos y
dijo:
- Que no, que no. Quiero decir que la Virgen está aquí precisa-
mente, ¡aquí en medio de vosotras! La Virgen se pasea por esta casa, y
la cubre con su manto.
Don aosco y los ricos
Por las manos de Don Bosco pasaron, durante los últimos 25 años,
cantidades inmensas, colosales de dinero. Millones de verdad (¡millones
del 1800!). Don Bosco fue siempre paupérrimo, estamos de acuerdo, a
sus manos no se pegó jamás un céntimo. Pero más de uno se ha pre-
guntado: "¿No aduló Don Bosco excesivamente a los ricos, a los que le
daban grandes cantidades? ¿No acabó por narcotizar sus conciencias
frente a la responsabilidad social que les incumbía?" No deja de ser
una pegunta legítima.
Nos parece, después de haber explorado la vida de Don Bosco, que
él siempre empleó una gran delicadeza con todos los que le hicieron
algo bueno: el campesino, el trabajador que le ofrecía diez céntimos y
el conde Colle, que le entregaba, uno tras otro, ciento cincuenta billetes
de a mil.
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Algunas personas fueron extraordinariamente g~nerosas con él; Don
Bosco tuvo siempre con ellos una amabilidad extraordinaria. A la con-
desa Callori, por ejemplo, última reserva a la que Don Bosco le llamaba
"mamá... Nos parece una postura justa.
Pero querríamos presentar más hechos que palabras (especialmente
en cuanto a la "narcotización" de las conciencias).
En Sampierdarena, y en el año 1882, fue a visitarle un padre capu-
chino confesor de cierto noble genovés multimillonario, ya viejo y sin
hijos. Don Bosco, en plena conversación, le preguntó:
- ¿Y cómo ese señor no hace beneficencia en proporción a sus
riquezas?
- Se equivoca usted, Don Bosco. Cada año da veinte mil liras a los
pobres (más de veinte millones de hoy).
- ¿Solamente veinte mil? Si quiere obedecer a Jesucristo, es decir,
dar en la proporción de lo que tiene, no bastan cien mil al año.
- Entiendo. Pero yo no cómo persuadirte. ¿Cómo haría usted en
mi lugar?
- Le diría que no quiero ir al infierno por su culpa, y que si él quiere
ir, que vaya sólo. Por tanto le impondría hacer una beneficencia pro-
porcionada a su estado. Si no quisiera, le diría que no me siento con
fuerzas para seguir siendo el responsable de su alma.
- Pues bien, se lo diré -prometió el Padre-. Cumplió lo prometido.
El noble señor no agradeció sus palabras y le despedió (M.B., vol. XV,
pág. 520).
El contratista Borgo, precisamente de Sampierdarena, había hecho
muchos favores a la casa salesiana para muchachos muy pobres. Había
prestado cantidades notables sin exigir intereses; había realizado gratui-
tamente los planos; durante dos años, no había exigido la menor canti-
dad por su asistencia a los trabajos.
Su mujer había fallecido hacía veinte años, y él guardaba en casa sus
alhajas y sus trajes de valor. Un día, casi por casualidad, dijo a Don
Bosco que le gustaría hacer algo como recuerdo de su señora, y tam-
bién como sufragio por su alma. Don Bosco, casi bruscamente replicó:
- Si quiere obrar como un buen cristiano, ¿por qué guarda en casa
tantas cosas preciosas e inútiles?
- ¿Qué me aconsejaría hacer?
- Traerlas aquí a estos muchachos, que no tienen siquiera lo nece-
sario.
- El contratista se marchó casi ofendido. Aquel sacrificio costaba
demasiado. Lo retardó un poco, lo pensó mejor. Y después de algunos
días volvió. Estaba todavía Don Bosco en Sampierdarena. Y le entregó
personalmente los preciosos recuerdos de su esposa.
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A muchos salesianos les parecía que el lenguaje que Don Sosco
empleaba cuando se dirigía a los ricos era demasiado duro, por lo que
él dijo el 4 de junio de 1887: "Hace unas cuantas noches he soñado con
la Virgen. Me ha reñido porque alguna vez me callo sobre la obligación
de hacer limosna. Se me ha quejado de que los sacerdotes tienen
miedo de explicar, desde el púlpito, el deber de entregar lo superfluo a
los pobres, y así, por culpa, los ricos acumulan el oro en sus cajas
fuertes".
El 22 de abril de 1887, fue Don Sosco de Sampierdarena a Sestri
Ponente en compañía de don Selmonte y don Viglietti, para visitar a la
señora Luisa Cataldi, gran bienhechora suya. Al acabar la visita, mien-
tras le acompañaba hasta la puerta, preguntó la señora:
- Don Sosco, ¿qué debo hacer para salvarme?
- Para salvarse, tendrá que hacerse pobre como Job.
La señora quedó desconcertada, y también do·n Selmonte que había
oído las últimas palabras. Pero Don Sosco no añadió una palabra más.
Ya en el coche que les llevaba a casa, con la franqueza acostumbrada
entre los primeros salesianos, dijo don Selmonte:
- Pero, Don Sosco, ¿cómo ha hablado con tanto descaro a aquella
pobre señora? Ya da muchas limosnas.
- Mira -respondió Don Sosco-, no hay nadie que se atreva a decir
la verdad a los señores.
Durante su último viaje a Francia, Don Sosco hizo una parada en
Hyéres. El presidente de la Sociedad marsellesa del Comercio, señor
Abeille, pasó él mismo la b~ndeja en la Iglesia parroquial para hacer la
colecta en favor de Don Sosco. Al final se congratuló con él, porque
muchos señores habían vaciado su cartera en la bandeja. Don Sosco le
dijo:
-A mí me parece natural. Si son cristianos deben dar lo superfluo a
los pobres. Mire, señor Abeille, si usted ahorra cien francos al mes, y
cien francos al mes son muchos, el resto lo debe dar a Dios.
Quedó siempre impresa en la mente de Don Bosco la muerte de una
marquesa de 84 años, bienhechora suya. Le había mandado llamar, se
había confesado, y mirándole después con la vista extraviada, le había
dicho:
·
- Entonces, ¿tengo que morirme?
Don Sosco buscaba el modo de hablarle de Dios, pero ella miraba en
derredor con angustia y continuaba murmurando:
- ¿Y tengo que dejar mi palacio, mis habitaciones, mi saloncito tan
íntimo...? Había querido que los sirvientes pusieran junto a su cama un
precioso tapete persa. Ella lo acariciaba y, fuera de sí, seguía diciendo:
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- ¡Es tan bonito! ¿Por qué tengo que dejarlo?
Un día le dijo con energía a don Antonio Sala, que dudaba antes de
salir a pedir beneficencia:
- Vete con valor. Los ricos nos hacen bien, pero nosotros se lo
hacemos a ellos, dándoles ocasión de ayudar a los pobres.
En el 1876, de paso por Chieri, vio Don Sosco a José Slanchard,
aquel jovencito que tantas veces había vaciado el frutero de su casa
para ~atar su hambre. Ya era también un viejecito. Iba por la calle con
un plato y una botella de vino en la mano. Don Bosco, dejando a los
sacerdotes con los que estaba hablando, fue a su encuentro lleno de
alegría:
- ¡Querido Blanchard! ¡Qué alegría tengo de volver a verte! ¿Cómo
andamos?
- Bien, bien, caballero -respondió con timidez-.
Don Sosco se puso triste:
- ¿Por qué me llamas caballero? ¿Por qué no me hablas de tú? soy
el pobre Don Sosco, siempre pobre como cuando tú matabas mi
hambre.
Y volviéndose a los sacerdotes que se habían acercado:
- Señores, éste es uno de los primeros bienhechores del pobre Don
Bosco. Quiero que todos lo sepan, ¿sabes? Porque tú hiciste todo lo
que podías por mí. Siempre que vayas a Turín, debes ir a comer a mi
casa.
Diez años más tarde, en 1886, supo Blanchard que la salud de Don
Bosco no era muy buena y fue a Turín para verle. Ya en la antecámara,
el secretario le dijo:
- Don Bosco está mal y descansa. No puede recibir a nadie.
- Dígale que soy Blanchard. Verá cómo sí me recibe.
Don Bosco reconoció la voz. desde el otro lado de la puerta. Se
levantó a duras penas y salió a su encuentro. Le tomó por la mano, le
hizo entrar y sentarse junto a él:
- Bravo Blanchard, te has acordado del pobre Don Bosco. ¿Cómo
anda tu salud?¿Y tu familia?
Charlaron por lo largo. Era casi la hora de comer:
- Mira, soy viejo y ando mal. No puedo bajar a comer contigo: mis
piernas no resisten las escaleras. Pero quiero que vayas tú a comer con
mis salesianos. Llamó al secretario: "Haz que coloquen a este amigo mío
en el comedor del Capítulo, en mi puesto. Rogaré por tí, Blanchard, y
no olvides a tu pobre Don Sosco".
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Confundido, el viejecito de Chieri comió aquel día presidiendo el
Capítulo Superior de la Congregación, y contó su amistad con Juan, en
Chieri, y su encuentro de diez años antes.
Diez días para 1, a Roma
En mayo de 1887 se consagraba la Iglesia del Sagrado Corazón en
Roma, prácticamente terminada. En aquellos muros estaban encerrados
siete anos de trabajo, de duras penas, de salud quemada.
Don Bosco no podía aguantar un viaje hasta Roma. Se pensó en
hacérselo cumplir por pequenas etapas, con muchas paradas. Salió el
20 de abril por la mañana. "Al salir de casa -escribe don Lazzero-
parecía que no iba a resistir ni hasta Moncalieri". Le acompañaban don
Rúa y don Viglietti. Por vez primera en su vida, se dejó Don Bosco
acomodar en un coche de primera clase. Hizo largas paradas en las
casas salesianas que se encontraban a lo largo del recorrido, y en
casas de bienhechores avisados con tiempo.
En Florencia se encontró con la anciana condesa Uguccioni. El lle-
gaba sostenido por don Viglietti, ella empujada en un cochecito. Don
Bosco bromeó:
- ¡Oh, Don Sosco! Mire cómo me encuentra...
- Bien, bien, no se espante. ¡Bailaremos en ·el Paraíso!
En la estación de Arezzo tuvo lugar un encuentro inesperado. El jefe
de estación, apenas le vio, corrió hacía él, le abrazó, y llorando de ale-
gría dijo:
- Don Bosco, ¿no se acuerda de mí? Era yo un muchachuelo en
Turín, sin padre ni r:nadre. Usted me recogió, me instruyó, me quiso
mucho. Si ahora tengo una hermosa familia y este puesto, a usted se "lo
debo.
Llegó a Roma el día 30 de abril por la tarde.
Fue llevado al Seminario Lombardo. Quisieron dirigiera la palabra a
los seminaristas. Logró decirles una frase nada más:
- Pensad siempre en lo que el Señor podrá decir de vosotros, no en
lo que los hombres dirán de vosotros, ya sea en bien ya sea en mal.
Fue recibido por el papa, que le hizo sentarse junto a él y puso sobre
sus rodillas una gran pi·e1 de armiño.
- Soy viejo, Padre Santo -murmuró Don Sosco-, éste es mi último
viaje y el términ'o de todo para mí... Hay tanto que hacer, pero no nece-
sito recomendar a mis hijos el trabajo. Más bien -y guiñaba el ojo
hacia don Rúa que estaba a su lado- debo recomendar la moderación.
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Hay muchos que consumen su salud, trabajando no sólo de día, sino
hasta de noche.
- Padre Santo -dijo entonces don Rúa-, el que nos ha dado
escándalo en esto ha sido Don Bosco.
El Papa sonrió. Después dio un sabio consejo:
- Me urge recomendaros a vos y a vuestros vicarios que no andéis
muy solícitos por el número de salesianos, sino por su santidad. No es
el número lo que aumenta la gloria de Dios, sino la virtud, la santidad.
Por tanto, sed cautos y rigurosos en la aceptación.
Mientras descendía por la escalinata, los guardias suizos montaron
guardia de honor. Don Bosco sonriendo les dijo:
- Tranquilos. No soy ningún rey. Soy un pobre sacerdote del todo
corcovado.
El gran llanto
La solemne consagración tuvo lugar el 14 de mayo.
El 15 quiso Don Bosco bajar hasta la Iglesia y celebrar Misa en el
altar de María ·Auxiliadora. Apenas empezó, vio don Viglietti que le asis-
tía, que rompió a llorar. Un llanto largo, invencible, que le acompañó
durante casi toda la Misa. Al acabar tuvieron que llevarle hasta la
sacristía. Don Viglietti le susurró preocupado:
- ¿Qué tiene, Don Sosco? ¿Se encuentra mal?
Don Bosco sacudió la cabeza.
- Tenía viva ante mis ojos, la escena de mi primer sueño, a los
nueve años. Veía y oía a mi madre y a mis hermanos discutiendo sobre
lo que había sofiado...
En aquel lejano sueño le había dicho la Virgen: "A su tiempo lo
entenderás todo". Y ahora, mirando hacia atrás de la vida, le parecía
comprenderlo todo. Bien valían la pena tantos sacrificios, tanto trabajo,
por sus muchact"tos, por la salvación ·de las almas.
El 18 de mayo salía Don Bosco de Roma, por última vez.
Luis Orlone: tres cuadernos con INICGdos
Ni siquiera en aquellos últimos años, absorbidos por viajes y deudas,
se separó Don Sosco de sus muchachos. Verles, oírles, dar unos pasei-
tos con ellos, le devolvía la vida, aún después de jornadas agobiadoras.
En octubre de 1886 había ingresado en el Oratorio un muchacho de
14 años de Pontecurone. Se llamaba Luisito Orione. Era hijo de un
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pobre adoquinador. Al lado de papá había pasado muchas horas arrodi-
llado sobre la arena húmeda, colocando adoquines uno tras otro, y
apretándolos a golpes de mazo. Había querido ser fraile en Voghera,
pero se puso enfermo y hubo de volver a casa. Le habían aceptado los
salesianos de Valdocco.
Luisito queda fascinado, encantado con Don Bosco. Cuando baja al
patio ("cada vez menos, ya", recuerda) los muchachos le rodean por
decenas, se aprietan junto a él por centenares buscando estar lo más
cerca posible, contentos si logran que les diga una palabra.
Luisito empuja hacia adelame cuanto puede. Don Sosco le mira, le
sonríe,. le pregunta si en su pueblo es tan grande la luna como en
Turín, y al verle reír le dice bromeando: "T'ses prope 'in fa fioché" (Tú
eres ciertamente un pipiolo). Luisito Orione tiene un gran deseo: que-
rría confesarse con Don Bosco. Pero ¿cómo hacerlo?
Don Bosco ya está sin fuerzas. No confiesa más que a algunos sale-
sianos y a los alumnos de la quinta gimnasia!, que se se preparan para
ir al noviciado. De forma casi inexplicable, alcanza Luisito el singular
privilegio. Hay que prepararse seriamente.
Lo contó el mismo don Orione: "Con el examen de conciencia que
hice, llené tres cuadernillos". Para no olvidarse de nada, había consul-
tado algunos formularios. Lo copió todo, y se acusó de todo. Sólo a
una pregunta había respondido negativamente: a la pregunta "¿Has
matado?" "¡Eso nol" escribió. Después, con los cuadernillos en el bolso,
con una mano al pecho y los ojos bajos, se juntó a los demás, espe-
rando su turno. Temblaba de emoción.
- ¿Qué dirá Don Sosco cuando lea estos pecados? -y apretaba con
la mano sus cuadernillos-. Por fin le tocó el turno. Se arrodilló. Don
Bosco le miró sonriendo.
- Dame tus pecados. El muchacho sacó fuera el primer cuadernillo.
Lo tomó Don Bosco, pareció sopesarlo. un momento, después lo rom-
pió.
- Dame los otros.
También tuvieron el mismo final. El muchacho miraba desorientado.
- Ya está hecha la confesión -dijo Don Bosco-. No pienses más
en lo que has escrito.
Y se sonrió. Luisito no olvidará jamás aquellas sonrisa. Después de
aquella confesión logró hacer otras. Un día Don Bosco le miró fija-
mente a los ojos:
- Acuérdate de que nosotros dos seremos siempre amigos.
Luis Orione tampoco olvidó la promesa. Al saber que Don Bosco está
en el fin de su vida, ofrece a Dios la suya. Cuando llegará a ser padre
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de una Congregación, con oratorios y casas para muchachos muy
pobres, dirá pensando en Don Sosco:
- Caminaría sobre carbones ardiendo para verle todavía una vez y
decirle: gracias.
Llamará a los tres años pasados en Valdocco "la estación feliz de mi
vida".
Don Bosco muerto, en su lecho.
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51
Adiós a la tierra
A fines de agosto de 1887, se celebraban en Valsálice, sobre la colina
turinesa, unos Ejercicos Espirituales para jóvenes que habían pedido
entrar en la Congregación Salesiana. Don Bosco fue hasta allí, ponién-
dose a disposición para confesar.
Desde el 25 de mayo no había presidido las sesiones del Capítulo
Superior de la Congregación, dejando las funciones a su vicario don
Rúa. Participó en la del 12 de septiembre, que se celebró en Valsálice.
En la segunda quincena de septiembre se sintió mal. Le subía la fie-
bre y tenía agudos dolores de cabeza. Algunos días no podía ni cele-
brar Misa. Don Viglietti, su secretario, anota en el diario de aquellos
días: "Y sin embargo está siempre alegre, trabaja, escribe, recibe visitas.
Necesitaría quien le levantara los ánimos, pero es él quien anda siempre
levantándoselos a los demás".
Una noche, mientras intentaba cenar en la habitación, le acompañaba
don Veronesi, director de la colonia agrícola de Mogliano Véneto. De
pronto le dijo:
- Yo tengo poco tiempo de vida. Los Superiores de la Congregación
no se convencen de ello, creen que Don Bosco tiene que vivir todavía
mucho... No temo morir. Lo que me apena son las deudas de la Iglesia
del Sagrado Corazón. Pensar que se ha recogido tanto dinero. Pero el
querido don Dalmazzo que es bueno, no es un buen administrador...
¿qué van a decir mis hijos al encontrarse con aquel peso sobre los
hombros?... Ruega por mi alma. El año que viene, ya no estaré para los
Ejercicios .. .
sentía cómo la soledad le envolvía PoCO a paco
Don Pablo Albera, Inspector de las casas de Francia, había de mar-
charse. Fue a despedirle. Miró Don Bosco con afecto a su ºPablito", y
dijo con lágrimas en los ojos:
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- También tú te vas. Todos me dejáis. Sé que don Bonetti partirá
esta noche. Don Rúa se irá también con él. Me dejan aquí solo.
Se puso a llorar en silencio. Era un pobre hombre cansado, que des-
pués de tanto trabajo sentía cómo la soledad le envolvía poco a poco.
También don Albera se dejó vencer por la emoción. Entonces Don
Bosco, haciendo un esfuerzo:
- No es que te reprenda, no, ¿sabes? T.ú cumples con tu deber, pero
yo soy un pobre viejo... Rogaré por tí, que Dios te acompañe.
Antes de volver a Valdocco, Don Sosco pasó unos minutos con don
Barberis, Director de Balsálice. Tenía sus ojos fijos en la escalinata, y
dijo despacio:
- De ahora en adelante, ya estaré yo aquí guardando esta casa ...
Luego, después de un instante: -Haz preparar el proyecto.
Don Barberis creyó se refería a la última parte del edificio en cons-
trucción.
- Haré que lo preparen,.y este invierno se lo presentaré.
- Este invierno no, sino para la próxima primavera. El plano lo pre-
sentarás a don Rúa. Y continuaba mirando la escalinata.
En el rellano de aquella escalinata, cuatro meses más tarde, se
levantó la tumba de Don Bosco. El dibujo del pequeño monumento que
la ornaría lo presentó don Barberis precisamente a don Rúa en la pri-
mavera de 1888. Entonces recordó aquellas palabras misteriosas.
como una candela que se extingue
Volvió a Valdocco el 2 de octubre. Los muchachos le recibieron con
entusiasmo. Le acompañaron con sus gritos de júbilo a través de todo
el patio, hasta la escalera que subía a sus habitaciones. Los mayores le
ayudaron a. subir, escalón tras escalón. Llegado arriba, Don Sosco
saludó con la mano, desde la barandilla, y le respondieron los mucha-
chos agitando las manos y gritando: "Viva Don Sosco".
Era una candela que se iba extinguiendo.
Celebraba la Misa en la capillita privada, pero siempre asistido por un
sacerdote.
Le costaba trabajo hablar y respirar. Decía bromeando a los
visitantes:
- Busco dos fuelles de recambio. Los míos ya no funcionan.
4 de diciembre. Don Cerruti, encargado de la marcha general del "Ora-
torio, sube a hablar con él. Tras un examen cuidadoso de las cosas, le
dice Don Sosco:
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- Te veo pálido. ¿Cómo estás? Cuídate. Haz contigo lo que harías
con Don Sosco.
Don Cerruti se conmueve. Y él:
- Animo, querido don Cerruti, verás qué alegres estamos en el Pa-
raíso.
Los secretarios le presentan abiertas las muchas cartas que llegan. El
anota alguna palabra, como pista de respuesta. No puede ya responder
personalmente. La última carta a la que añade dos líneas va dirigida a
la señora Broquier: "Demos mucho, si queremos obtener mucho. Dios
la bendiga y la guíe".
Durante la misa le falta la respiración. Celebra el día 4 y el día 6. El
domingo 11 ensaya de nuevo. Llega al fin agotado. Es su última misa.
Llega monseñor Cagllero
Por la tarde del 7 de diciembre llega de América monseñor Cagliero.
Don Rúa le ha telegrafiado: "Papá en estado alarmante". Ha salido en-
seguida.
Mientras el obispo atraviesa el patio, los muchachos le manifiestan su
alegría. Pero él levanta los ojos hacia arriba, hacia las ventanas cerra-
das, tras de las cuales Don .Bosco se está apagando. Entra en la habita-
ción. Don Bosco está sentado en un modesto sofá. Monseñor Cagliero
se arrodilla ante él, que lo abraza, le estrecha contra su corazón, apoya
la frente sobre sus hombros. La fuerza y la animosidad de este su anti-
guo muchacho le devuelven la vida. Le toca en el pecho, donde con la
violenta caída de los Andes se ha roto dos costillas, y le pregunta:
- ¿Ya estás bien?
- Sí, Don Bosco. Estoy muy bien. Se clavan en tanto sus ojos en
Don BosCo: ¡cómo ha envejecido! ¡cómo se ha consumido en tres años!
Pasan la tarde juntos, sentados en aquel sofá. El obispo le cuenta
cosas y cosas de las misiones, de los salesianos que trabajan allá, de
los indígenas que han salvado y bautizado por millares. Y, en un
momento dado, como cuando era muchacho, le pide:
- Don Sosco, confiéseme.
Los consejos que Don Sosco le da aquella tarde los escribe el obispo
en un papel que se llevará consigo a América. Entre otras cosas, le dice
Don Sosco:
"Deseo que te quedes hasta que esté todo arreglado, después de mi
muerte.
.
Di a todos los salesianos que trabajen con celo y con ardor: trabajo,
trabajo.
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Quereos todos bien, como hermanos: amaos, ayudaos, soportaos".
Durante los días siguientes, todavía le habla Don Sosco por lo largo.
En un momento, como si estuviera angustiado, le dice:
- Estoy ya en las úl_timas de mi vida. Os toca ahora a vosotros traba-
jar, salvar a la juventud. Pero tengo que manifestarte un temor. Temo
que alguno de los nuestros pueda interpretar mal el afecto que Don
Sosco ha tenido a los jóvenes, que se haya dejado llevar por demasiada
sensibilidad hacia ellos. Y que tome esto como justificante para aficio-
narse de una manera desconsiderada a cualquier criatura.
- Tranquilícese, Don Sosco. Ninguno de nosotros interpretó nunca
mal su modo de tratar a los muchachos. Y en cuanto al temor de que
alguno pudiera tomar pretexto de ello, déjelo de mi cuenta: repetiremos
esta recomendación a todos.
16 de diciembre. El médico ordena un paseo en coche: el aire libre le
sentará bien. Don Rúa y don Viglietti le sostienen por la escalera y le
acompañan. A la vuelta, mientras el coche vuelve lentamente por la
avenida Vittorio Emmanuele, ve don Viglietti al Cardenal Alimonda bajo
los pórticos. Don Sosco le dice:
- Vete a rogarle venga un momento. Deseo hablarle, pero no puedo
caminar hasta allí.
El Cardenal, apenas oye a Vigletti, apresura el paso hacia el coche,
alarga su brazo y exclama:
- ¡Oh, Don Sosco, Don Sosco!
Sube al carruaje, lo abraza, le besa con efusión. Don Rúa ha descen-
dido. El Cardenal y Don Sosco hablan durante media hora, mientras el
coche sigue despacito hasta la calle Cernaia. El Arzobi$po abraza de
nuevo a Don Sosco y se apea.
Pensamientos con sabor de eternidad
17 de diciembre. Le empiezan a abandonar totalmente las fuerzas. Es
sábado. Fuera de la habitación esperan unos treinta muchachos para
confesarse con él. Dice a don Viglietti:
- No me encuentro con fuerzas...
Después de un instante:
- Pero es la última vez que podré confesarles. Es la última vez...
Oíles que pasen.
18 de diciembre. Llega a verle don José Reffo, de los Josefinos. Le
dice suavemente:
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- Querido mío, siempre te he querido y siempre te querré. Se
acaban mis días. Ruega por mí y yo rogaré por tí.
19 de diciembre. Don Viglietti le encuentra tan animado que le ruega
escriba unas palabras sobre unas estampitas, para enviárselas a los
Cooperadores. Don Bosco responde: "Con gustoº.
Semitendido. sobre el diván, con una tablilla de madera delante,
escribe al dorso de dos estampitas:
110h María, obtenednos de Jesús la salud del cuerpo, si ha de ser un
bien para el alma, pero aseguradnos la salvación eterna".
"Haced pronto las obras buenas, porque puede faltaros el tiempo".
Al llegar aquí se para.
- Pero. ¿sabes -le dice maravillado a don Viglietti- que no sé escri-
bir? Estoy demasiado cansado.
Don Viglietti le sugiere que lo deje, pero él:
- No, debo continuar. Es la última vez que escribo. Y sigue despa-
cio, escribiendo pensamientos al dorso de las estampitas. Pensamientos
todos con sabor de eternidad:
"Bienaventurados los que se entregan a Dios para siempre en la ju-
ventud".
"El que retarda entregarse a Dios, está en grave peligro de perder su
alma".
"Hijitos míos, conservad el tiempo y el tiempo os conservará a voso-
tros eternamente".
"Si hacemos el bien, encontraremos bien en esta vida y en la otra".
"El que siembra obras buenas, recoge buenos frutos''.
11AI fin de la vida se recoge et fruto de las buenas obras".
Don Viglietti, que permanece a su lado, al leer esta última frase no
logra detener las lágrimas, y dice:
- Don Bosco, escriba algo más alegre. Y él, bromeando:
- Pero qué niño eres, Garlitos... No llores. Ya te he dicho que son
las últimas palabras que escribo. De todas formas, te obedeceré.
Y vuelve a escribir:
"Dios os bendiga y os libre de todo mal".
"Dad mucho a los pobres, si queréis llegar a ser ricos".
ºDad y se os dará".
"Que Dios os bendiga, y la Santísima Virgen sea nuestra guía en
todos los peligros de la vida".
"Los _muchachos son la delicia de Jesú~ y de María".
"Dios bendiga y recompense ampliamente a todos nuestros bienhe-
chores' ...
"Oh María, sed mi salvación".
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Al llegar a este punto, sin acordarse de ello, Don Bosco vuelve a
escribir pensamientos con sabor de eternidad:
"Quien salva su alma, lo salva todo. Quien pierde su alma, lo pierde
todo".
"Quien protege a los pobres, será eternamente recompensado por el
Tribunal divino".
11¡0ué gran recompensa tendremos por todo el bien que hagamos
durante la vida!"
"El que hace el bien durante la vida, encuentra bien en la muerte".
"En el Paraíso se gozan todos los bienes, eternamente".
Fue la última frase que escribió, con una grafía ya casi incomprensible.
Sllenclo en el patio grande
Aquella misma mañana recibió las últimas visitas. Hacía casi cuarenta
años que dedicaba todas las mañanas a aconsejar, bendecir, consolar,
socorrer, alegrar a los que deseaban hablar con él. Fue uno de los
grandes trabajos de su vida. Aquella larga serie de visitas se cerró con
la de la condesa Mocenigo. Eran las 12,30 del día 20 de diciembre.
Por la tarde, el médico ordenó otro nuevo paseo en coche. Tenía
absoluta necesidad de aire libre. A pesar de sus protestas, le bajaron a
hombros, sentado en un sillón, por las escaleras. Mientras el coche
recorre lentamente la avenida Regina Margherita, un desconocido le
para. Es un señor de Pinerolo, alumno del Oratorio de los primeros
tiempos. Don Bosco le reconoce, le abraza:
- Querido mío, ¿cómo te va?
- Así, así. Ruegue por mí. Me dijeron en la portería que usted pasa-
ría por aquí, y he querido saludarle.
- Bravo. ¿Y de alma, cómo estás?
- Procuro ser siempre un digno alumno de Don Sosco.
- Bravo, bravo. Dios te lo premiará. Ruega por mí. Vive siempre
como buen cristiano.
Parecía que el aire libre le hubiese sentado bien, y en cambio el
médico Albertotti, apenas llegó, le encontró empeorado. Mandó que le
acostasen. Allí estaba el clérigo Festa, que preguntó a Don Bosco:
- ¿Cómo se encuentra?
- Ya no me queda más que acabar bien.
Del 20 al 31 de diciembre, parecía que el fin era inminente.
El coadjutor Pedro Enría, que le velaba todas las noches, resumió
aquellas penosas jornadas con dos palabras: "Sufría y callaba".
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44.10 Page 440

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La fiebre es alta, la respiración afanosa. El médico dice:
- Es absolutamente necesario que se alimente.
Don Viglietti, junto al lecho, se industria para hacerle tomar un cal-
dito. Don Bosco alarga la mano para tomar la tacita, pero Viglietti quiere
sostenerla él mismo. Y Don Sosco, en broma:
- ¡Ah, ¿con que te lo quieres tomar tú, eh?
En el gran patio de Valdocco, lleno de muchachos1 reina un silencio
insólito. Hasta los más pequeños miran hacia aquella ventana, tras la
cual está muriendo su gran amigo.
"Ahora necesito que me 10 digan a mí..
23 de diciembre. Al mediodía parece que ha llegado el fin. Don Bosco
murmura:
- Se prepare alguno para darme la Extrema Unción.
Don Bonetti está al lado de su lecho. Estrecha Don Bosco su mano
fuertemente y le dice:
- Que seas siempre un fuerte apoyo para don Rúa.
Al llegar monseñor Cagliero, aúna sus fuerzas y le dice:
- Dirás al Papa que la Congregación y los Salesianos tienen por fin
especial sostener la autoridad de la Santa Sede, doquiera se encuen-
tren, doquiera trabajen ... Vosotros iréis, protegidos por el Papa, al Afri-
ca... La atravesaréis... Iréis al Asia y a otras partes... Tened fe.
Allíl a su lado, está José Buzzetti, con su imponente barba roja. Don
Sosco no puede hablar, pero intenta la broma saludándole militar-
mente. Luego alcanza a murmurar:
- ¡Oh, querido mío! ¡Siempre mi querido!
Al atardecer, está sentado junto a él el misionero don Cassini, que ha
vuelto de América con monseñor Cagliero. Don Sosco le susurra al
oído:
- Sé que tu mamá es pobre. Háblame tranquilamente, a mí solo, sin
necesidad de decir a nadie más tus secretos. Te daré todo lo que creas
necesita.
Pedro Enría le presta los servicios más humildes. Don Sosco le mira
reconocido y le dice con µn hilillo de voz:
- Pobre Pedro. Ten paciencia.
- ¡Oh, Don Sosco! Yo daría mi vida por su curación. Y no sólo yo,
¿sabe? Sino muchos que le queremos.
- Es la única separación que siento al morir -alcanza a responder
Don Sosco-, la de tener que separarme de vosotros.
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45 Pages 441-450

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45.1 Page 441

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Ya es tarde cuando llega el cardenal Alimonda. Le acaban de avisar
que puede sea ésta la última noche de Don Sosco. Llega, le abraza, le
besa. Don Sosco se esfuerza por decirle una palabra:
- Eminencia, ruegue para que pueda salvar mi alma.
- Pero, usted, Don Sosco, no debe temer la muerte. ¡Ha recomen-
dado tantas veces a los demás estar preparados!
- Sí. .. y ahora necesito que me lo digan a mí.
Por la mañana del 24 le llevan el Viático, y monseñor Cagliero le
administra la Unción de los enfermos.
·
Se realiza una leve mejoría.
26 de diciembre. Viene a verle Carlos Tomatis, alumno del Oratorio
de los tiempos de Domingo Savio. Presenta su hijo a Don Sosco para
que lo bendiga. Pero no creía que le iba a encontrar tan acabado por la
enfermedad. Se arrodilla a los pies de la cama y sólo alcanza a repetir:
¡Oh, Don Sosco! ¡Oh, Don Bosco!" Cuando sale de la habitación, Don
Sosco hace señas a don Rúa, que se curva sobre él:
- Sabes que pasa sus apuros -le susurra-. Págale el viaje en mi
nombre.
El médico ha prescrito al enfermo silencio absoluto y ninguna visita.
Don Sosco pasa las jornadas aletargado, en un duermevela continuo.
29 de diciembre. Al acabar el día hace llamar a don Rúa y a monse-
ñor Cagliero. Les toma de la mano y les dice despacito:
- Quereos como hermanos. Amaos. ayudaos y soportaos recípro-
camente como herma'nos. No os faltará la ayuda de Dios y de María
Auxiliadora ... Prometedme que os querréis como hermanos.
Durante la noche pide a Enría un sorbo de agua. Luego le dice:
- Hay que aprender a vivir y a morir.
La hora de la vuelta de los "monstruos..
Parecía el fin. Y, en cambio, del 1 al 20 de enero hubo una mejoría
increíble. Parecía que volvía la salud, que el viejo tronco reverdeciera.
Fue un tiempo regalado por el Señor y también una esperanza que se
deshizo rápidamente.
21 de enero. Entra monseñor Cagliero en la habitación:
- Querido Don Sosco, parece que el peligro que temíamos ha des-
aparecido. Me llaman de Lu para la fiesta de su patrono. Es un pueblo
que nos ha dado muchos valientes misioneros y muchas religiosas.
Luego iré a visitar a nuestros muchachos de Sorgo San Martíno.
- Vete. Estoy contento. Pero vuelve pronto.
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45.2 Page 442

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La mañana del 22 se quebró toda esperanza. Don Bosco volvió a
empeorar rápidamente.
24 de enero por la tarde. Las condiciones se han convertido en pési-
mas. Dicen los médicos que puede morir de un momento a otro. Volvió
el letargo pesado, el duermevela con el que inicia el delirio.
Pedro Enría, siempre presente, observa que de repente palmotea las
manos, quiere gritar:
- Corred, corred deprisa a salvar a esos jóvenes... ¡María Santísima,
ayúdales ... Madre, Madre!
·
Alguien ha dicho que con estas frases, pronunciadas en el delirio,
Don Sosco manifestaba temor acerca de los jóvenes, no sentido de
confianza. La mejor psicología afirma hoy lo contrario: los sentimientos,
los miedos que se han "apartado" con gran esfuerzo de voluntad
durante toda la vida, parece que en esos momentos vuelven a vivir. Son
los "fantasmas", los ºmonstruos" que se representan saliendo de las
jaulas del inconsciente cuando la voluntad (que los había encadenado)
está paralizada, anulada por el sueño de la enfermedad.
Desde lejanos años del seminario, !levaba Don Bosco (sedimentado
ya en el inconsciente) un esquema de educación condensado en el
binomio temor-desconfianza. Mas durante toda su vida, guiado por su
amor a los muchachos, lo había cam~iado por otro binomio: amistad-
confíanza. Lo había demostrado hacía poco tiempo con su singular
manera de confesar a un muchacho timorato, Luis Orione.
Paradójicamente, lo que en este momento parece vencer en él, es lo
que ha sido vencido por él durante toda la vida.
..Decid a mis muchachos..
26 de enero. Monseño Cagliero ha vuelto. Acude inmediatamente al
lecho del enfermo. Comprende que el caso es gravísimo, pero intenta
"saber" de Don Sosco si queda todavía alguna esperanza. Dícele:
- Me llaman desde Roma. ¿Puedo ir?
- Irás, pero después. Su hermosa voz no es más que una sombra.
Los dolores alcanzan a veces límites inaguantables. Don Lemoyne le
sugiere:
- Piense en Jesús en la cruz. También El sufría sin poder moverse.
- Si es lo que hago siempre.
El 27 y la mañana del 28 pasan en un delirio continuo.
El 28 por la tarde, murmura a don Bonetti que está a su lado:
- Decid a mis muchachos que les espero a todos en el Paraíso.
440

45.3 Page 443

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Durante el 29 los médicos le encuentran gravísimo. El doctor Fissore
le dice:
- Animo, mañana quizá esté mejor. Y él, con la mirada vaga:
- ¿Mañana...? ¿Mañana...? Haré un viaje largo...
A las primeras horas de la noche, dijo en alta voz:
- Pablito, Pablito, ¿dónde estás? ¿Por qué no vienes?. Don Pablo
Albera, inspector de Francia, todavía no había llegado.
30 de enero. En un momento de lucidez dice a don Rúa:
- Déjate querer.
Hacia la una de la tarde están junto a su lecho José Buzzetti y don
Viglietti. Don Sosco abre de par en par los ojos, intenta sonreír. Levanta
su mano izquierda y les saluda. Suzzetti rompe a llorar.
31 de enero. Hacia las dos de la mañana advierte don Rúa que las
cosas se precipitan. Se pone la estola e inicia las oraciones por los
agonizantes. Son llamados a toda prisa los otros superiores de la Con-
gregación.
Al llegar monseñor Cagliero, don Rúa le cede la estola, pasa a la
derecha de Don Sosco, se inclina a su oído y le dice:
- Don Sosco, aquí estamos sus hijos. Le pedimos perdón por todos
los disgutos que por nuestra culpa ha tenido que sufrir. En señal de
perdón y de su paternal bondad, dénos todavía una vez más su bendi-
ción. Yo guiaré su mano y pronunciaré la fórmula de la bendición.
Don Rúa levanta su mano derecha, ya insensible, y dice palabras de
bendición para los salesianos presentes y para los que están lejos.
En la habitación resuena el estertor del moribundo.
A las cuatro y media cesa de repente. Una respiración corta por unos
instantes y se apaga. Don Belmonte exclama:
- ¡Don Bosco se muere!
Tres alientos fatigosos, en breve intervalo. Y monseñor Cagliero dice
en alta voz la oración aprendida de sus labios, cuando era un chiquillo.
"Jesús, José y María. os doy el corazón y el alma mía,
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía,
Jesús. José y María, expire en vuestros brazos en paz el alma mía".
Se quita la estola y la pone sobre los hombros de Don Bosco, que
acaba de entrar en el País de la Luz.
441

45.4 Page 444

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Bibliografía
Textos de los que nos hemos servido para nuestro trabajo:
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LEMOYNE-AMADEI-CERIA-FOGLIO, Memorias Biográficas de San Juan Bosco,
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Boletín Salesiano. Años 1877-1889.
J. B. LEMOYNE, Vida de Don Bosco, 2 vol., Turín 1911-1913.
E. CERIA, Anales de la Sociedad Salesiana (1841-1888), Turín 1941.
M. MOLINERIS, Don Bosco inédito, Castelnuovo 1974.
San JUAN SOSCO, Santo Domingo Savio, edición de E. Caria, Turín 1950.
F. GIRAUDI, El Oratorio de Don Bosco, Turín 1935.
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1953.
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J. LORTZ, Storia della Chiesa, vol. 311: Evo moderno, Alba 1973.
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G. ANDREOTTI, La sciarada di Papa Mastai, Milán 1978.
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Indice
Pág.
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Del cómo y del porqué de este libro
7
1. Emigrante a los doce aftos
Con el hatillo entre la niebla.-Un sueño que marca el futuro.-Ciento
ochenta páginas para recordar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
2. Pequefta pero intensa tragedia
Tiempos calamitosos.-Un suceso para cambiar la faz del mundo.-Un
general de veintisiete años: Napoleón.-EI rey retrasa el reloj quince
años . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
3. Los aftos del hogar
Una persona grande.-EI "mocho" y la sangre.-La vara en el
rincón.-EI diablo en el desván.-La mancha de aceite crecía.-"Soy tu
madre, no tu madrastra" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
4. Tiempo primaveral
Los pies del pobre.-Bandidos en el bosque.-"Mi madre me enseñó a
rezar".-Escuela durante el "tiempo de calma".-Un mirlo pequeñito.-
Su tierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
S. Saltlmbanqul
Suena la trompeta en la colina.-Espectáculo en el prado.-Primera
Comunión.-EI invierno más duro de la vida . . . . . .. .. .. .. .. .. . . . . . . .. . 36
6. Tres aftos en la granja y uno en la casa rectoral
Por dos granos, cuatro espigas.-EI tío Miguel.-Cuatro perras chicas
por un sermón.-"Con él morían mis esperanzas" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
7. El camino hacia Castelnuovo
La comida en la fiambrera.-"En I Becchi sólo hay burros".-La sotana
separadora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
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8. "Tengo que estudiar"
El sueño que se repite.-Repugnancia a tender la mano.-La historia
no se había parado.-"Oecid al Príncipe...".-"Rey por la gracia de
Dios y de ningún otro".-"Largo y triste como una cuaresma" . . . . . . . . . 53
9. En Chlerl
Un gigante en medio de los compañeros.-"Cuando ocurrió... ".-
Sociedad de la alegría.-Cuatro desafíos a un saltimbanqui.-En Turin,
por vez primera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
1O. La época de la amistad
Un garrote humano.-Un "soplo" de los espías.-Jacob Leví, por
sobrenombre Jonás.-Las manzanas de Blanchard . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
11. Veinte aftos
Las cuentas con la pobreza.-La campesina del chal negro.-"¿Por
qué no consultas a don Cafasso?".-Marca de fábrica . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
12. El seminario y sus puntos negros
Nuevo tenor de vida.-Horario de hierro.-Puntos negros del semina-
rio.-Bocanada de oxígeno del jueves.-Entre jóvenes ricos.-Encanto
de Luis Comollo.-Un seminarista novato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
13. La profesión sacerdotal
En la siega del trigo.-Los "esquemas mentales".-Valorar el tiempo
propio.-¿Y Cavour, Mazzini, Garibaldi? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
14. Por fin sacerdote
Extraño pacto con el más allá.-Pan de centeno y vino generoso.-
"Temblaba al pensar que me ataba para toda la vida".-"El sacerdote
no va solo al Paraíso".-Sacerdote para siempre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
15. Sacerdote en rodaje
Primer descubrimiento: la miseria de los suburbios.-Mercado de bra-
zos juveniles.-La revolución industrial.-EI inmenso progreso rega-
lado al mundo.-EI pavoroso coste humano.-Mortandad de inocentes,
también en ltalia.-Sacar la cuenta . .. .. .. .. .. .. . .. .. .. .. . .. . . .. .. .. . 103
16. "Me llamo Bartolomé Garelll"
Los párrocos vacilan.-EI experimento de don Cocchi.-Un avemaría
para empezar.-"Ahora mismo" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112
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17. El Oratorio de los peones de albaftll
Medallas y pan.-Doce compases de música.-EI chiquillo de Caron-
no.-"Aunque no tuviera más que un trozo de pan".-"Presidencia
para el Papa, espada para Carlos Alberto".-"Lleva una sotana dema-
siado ligera".-Hablaba serenamente de Dios ............ : ...... ·..... 119
18. La marquesa y el "Padre Chiquito"
El cilicio bajo los vestidos elegantes.-Los corderos se convertían en
pastores.-"¿Dónde está Don Bosco? ¿Dónde esta el Oratorio?''.-
Copos de nieve en el brasero.-EI fracaso en San Pedro ad Vincula . . . . 127
19. El Oratorio emigrante
"Las coles, queridos jóvenes".-"Toma, Miguelita, toma" .-Libros ro-
bados al sueño.-Tres habitaciones en casa Moretta.-Un gran inte-
rrogante al Oratorio.-Un oratorio distinto.-Condenado a la horca . . . . 135
20. Agonia en el prado, resurrección bajo el cobertizo
El marqués y los guardias.-¿Está loco Don Bosco?.-Agonía en el
prado.-La pequeña cepa.-Resonaban las campanas . . . . . . . . . . . . . . . . 144
21. El milagro de los chicos albaftlles
Hacía de sacerdote.-La despedida en· la glorieta del Rondó.-Don
Bosco escupe sangre.-"No le dejéis morir, Señor''.-"¡La bolsa o la
vida!".-"iForasteros y sin lira!" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152
22. Un polvorin a punto de estallar
Las habitaciones iluminadas llenas de muchachos.-Mastai-Ferretti
Papa, toma el nombre de "Plo IX".-Choque de Don Sosco con los
"curas patriotas".-Pedreas rabiosas.-Un cura ladrón.-Canciones y
gritos de los borrachos ·............................................. 161
23. "Soy huérfano, vengo del valle de Sesla"
El árbol y la niebla.-Un muchacho calado y aterido.-EI barberillo
temblaba como una hoja.-La mitra del Arzobispo.-Escarapelas trico-
lores en el pontifical.-Un buen brasero en la sacristía . . . . . . . . . . . . . . . . 168
24. La fiebre del 1848
El liberal, el patriota, el obrero en las barricadas.-La Constitución se
llamará "Estatuto".-Don Bosco y el Marqués, frente a frente.-Las
bandas anticlericales se desencadenan.-MilAn se subleva y pide
socorro.-Guerra con Austria.-Batallas en Valdocco.-"Déjame volver
a casa".-Guerra italiana en Lombardía . . . . .. . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . .. . . 176
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25. Fracasan las esperanzas
Final del equívoco.-Escudilla y rancho en el Oratorio.:--La fidelidad al
Papa y sus apuros.-Noticias dramáticas.-Un disparo en la capilla
Pinardi.-Trabajar para hacer sacerdotes diferentes.-Trágicas noticias
desde Roma.-Dos signos de esperanza en Valdocco . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
26. Don Bosco, la polHlca, la cuestión soclal
La política del Padrenuestro.-Don Bosco y la cuestión social.-¿Qué
significa "dejar de lado toda política"?-Un esquema sencillo, ele-
mental.-¿Y si hubiera tomado otra decisión? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194
27. 1849, afio espinoso y estéril
"El Amigo de la juventud", un fracaso.-Todavia la guerra.-EI último
trozo de libertad.-Naufragio de los "curas patriotas".-Treinta y tres
liras para el Papa.-Dos corazones de plata.-Cuatro muchachos y un
pañuelo blanco.-EI batallón en el arrabal de Vanchiglia.-Veinte cén-
timos de polenta.-"Le llamé por su nombre: ¡Carlos!".-Un cesto de
castañas que no se vacía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
28. Una casa y una Iglesia
Arresto del Arzobispo.-Otros cuatro.-Treinta mil liras y un ligero
mareo.-La Porciúncula salesiana.-Tal vez el diablo . . . . . . . . . . . . . . . . . 212
29. Y Dios envió un perro
Nada de diálogo.-Vino y castañas.-"Debían matarme".-EI "Gris".-
Se duerme en una zapatería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220
30. Media docena de talleres
El dedo en la llaga.-Aislado e indefenso en manos del amo.-Dos
mesitas para empezar.-Un año más para la imprenta.-Cuatro cami-
nos para dar con el verdadero.-"EI que no es totalmente pobre está
fuera de lugar en esta Casa" .. . .. . . . . .. . .. .. .. . .. . . .. . .. . . .. . .. . . . . .. 226
31. Estudiantes con capote mllltar
"A dormir en el cesto del pan".-"Cruzarás el Mar Rojo y el de-
sierto".-Garantía para cincuenta años.-"Señoritos y mendiguillos".-
"Me encuentro bien entre los muchachos".-"Don Sosco no pudo en-
tender" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . 232
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32. 1854: "Nos llamaremos Salesianos"
La pérgola de rosas.-"¿Cuánto me pagarás?".-La muerte por las
calles del Barrio del Dora.-Los gigantes de la cara triste.-Ocho
minutos para una página.-Un cartel misterioso.-Farolillos rojos a ori-
llas del Po.-EI huerfanito de Santo Domingo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239
33. 1855: Los jóvenes "Corrigendos" de la Generala
"¡Grandes funerales en la Corte!".-El primer salesiano.-Cara a cara
con el ministro.-Jornada de libertad.-Nueve páginas para explicar su
"sistema".-EI sueño del antiguo Oratorio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 251
34. Adiós a una madre y a un muchacho
Un papelito con cuatro palabras.-La "Compañía de la lnmaculada".-
Mamá Margarita se va.-Un muchacho que habla con Dios.-"¿Podré
ver a mis comp~ñeros desde el Paraíso?".-La faja color de sangre
263
35. "Fraile o no, me quedo con Don Sosco"
Un. primer esbozo escrito para la Congregación que nacía.-Audiencia
con el Papa.-Una semana para decidir.-"¿Qué tiene que hacer en el
Oratorio?".-La crisis de José Buzzetti.-EI "coadjutor" que Don
Sosco llevaba en el corazón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272
36. "Siete policlas" para un muchacho
Perder el tren o perder un muchacho.-La tristeza de un muchacho.-
Los puños en la plaza Castello.-La mano sobre· la cabeza de
Miguel.-La "gran política".-"Si es necesario. barricadas en Turín".-
A las diez el infierno.-EI éxito de la "real-politik" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281
37. Los paseos por el Monferrato y la vida en el Oratorio
Un hombrecito de cinco años: Felipe Rinaldi.-Un muchacho de cabe-
llos rubios y la lluvia.-Una muchacha de Mornese: Maria Mazzarello.-
La Primera Misa de don Rúa.-Cuatrqcientos panecillos en un cesto
vacío.-La caridad con. los pobres y sólo con ellos.-La "Comisión
secreta" de 1861 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 292
38. El gran Santuario soí\\ado
El sueño de las tres iglesias.-"Será la Iglesia madre de nuestra
Congregación".-Los sucesos de Spoleto y la Auxiliadora.-Un título
que hace fruncir el ceño.-Cuarenta céntimos para empezar.-La Vir-
gen hace la colecta por Don Bosco.-Una rr.amá, un bebé y unas
pobres alhajas.-Un bracero de Alba.-Los suenos de Don Sosco
(Nota) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
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39. Don Miguel Rúa: Desde Mlrabello hasta la inauguración del Santuario
Cuatro páginas con valor de códice.-Las "palabritas al oído" de Don
Bosco.-Una mamá y mucho trabajo.-EI cuadro de Maria Auxi-
líadora.-EI adiós de don Alasonatti. y la llegada de don Rúa.-
Mañanas de audiencias.-De Amicis ve la estatua de la Virgen en la
cúpula.-EI momento en que se cumplen las "locas profecias".-
Agotamiento de don Rúa .. . . . . . . . . . .. .. . .. . . . . . . .. .. .. . . .. . .. . . .. . . . 315
40. Una "nueva fase" para los salesianos
La historia de más allá de la puerta.-La lucha contra los bandoleros y
la gran emigración.-Guerrilla en Turín.-Crisis religiosa: Biblia y coti-
zación de Bolsa.-La historia no oficial de los talleres.-EI "impuesto
del hambre".-Nace el "colegio salesiano".-"Educad a los jóvenes
pobres".-Los primeros cinco colegios.-EI cambio exigido por un
principio fundamental ............. - . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . 325
41. Mornese igual que Valdocco
Tifus, brujas y mal de ojo.-Confidencias con Petronila.-Cuatro ojos
asustados.-Un "previn" que busca trabajo.-Un cuadernillo que se ha
perdido.-Cuando faltaba harina para la polenta.-EI parecer del Papa
y el malhumor del pueblo.-EI perfume de cuatro castañas.-La
mu~rte llama a la puerta.-Salen de Momese las primeras Hijas de
María Auxiliadora.-Con las flores de mayo llega la muerte . . . . . . . . . . . . 336
42. La conquista de Roma y el sobresalto del fin
Concilio en Roma y anti-Concilio en Nápoles.-"La voz del Cielo al
Pastor de los Pastores".-Negras amenazas en Francia.-¿Es infalible
el Papa?.-Los ".bersaglieri" en Porta Pía.-Los escalofríos del fin, en
Varazze.-Cartas dulcísimas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 348
43. Los Cooperadores: Salesianos en medio del mundo
Adiós a don Borel.-Hombres y mujeres de buena voluntad.-"Los
salesianos externos": ¡rechazado!-Los Cooperadores salesianos.-EI
"Boletín salesiano" llega a todos los rincones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 356
44. Francisco, Eusebio, Felipe, Miguel y muchos más
"He robado dos panecillos".-Eusebio Calvi, de Palestro.-A Don
Sosco le supo mal.-Cuando Don Sosco presenta batalla.-EI canó-
nigo que descansaba.-Peones de albañil en el Oratorio festivo.-
Miguel Unía, campesino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 361
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45. Ir lejos
Nueva gente dispuesta al peligro.-Buscaba un detalle: dos ríos y un
desierto.-Una circular para alistar voluntarios.-Jefe de expedición: el
muchacho de los gigantes.-Veinte recuerdos escritos a lápiz . . . . . . . . . 371
46. Patagonia, tierra prometida
¿Pero tos salvajes?.-Llegan muchachos de Turín.-"La cruz va
detrás de la espada: ¡Paciencia!".-A la caza del hombre.-"Yo veía en
las entrañas de las montañas".-EI último sueño misionero de Don
Sosco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 380
47. Don Bosco y el Arzobispo Gastaldi
La frialdad de Monseñor Riccardi.-"Usted lo quiere, yo se lo doy".-
Fue un gran Arzobispo.-EI error fundamental de Don Bosco.-Las
responsabilidades de los períódicos.-EI tiempo de poderío.-Primer
elemento: la indisciplina.-Otro motivo de tensión.-Aprobación defini-
tiva de las Reglas.-Listas de "medidas punitivas".-EI nuevo Papa
somete a prueba a Don Bosco.-Proceso en el Vaticano.-Cáliz
amargo para Don Bosco.-Sereno y destrozado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 390
48. Los grandes viajes: Francia y España
"Llevo la Iglesia del Sagrado Corazón a cuestas".-París al rojo vivo.-
Una fotografía en Paris.-La jornada de un pobre sacerdote.-Un carM
denal que lleva la paz.-"Si no vuelvo más'' . . . . .. . . . . . .. . .. . . . . . . . .. . . 407
49. Juan Cagliero, obispo
"¿Quién podría ocupar mi lugar?".-EI fuerte abrazo del primer
obispo.-Don Rúa vicario de Don Bosco.-Don Sosco le tomó por la
mano.-"La casa del obispo era una cabaña de troncos".-Entrevista
con Don Sosco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415
50. El gran llanto
Un curita serio y preocupado.-Una flor para pensar en la eternidad.-
"La Virgen está aquí".-Don Sosco y los ricos.-diez días para ir a
Roma.-EI gran llanto.-Luis Orione: tres cuadernos con pecados
422
51. Adiós a la tierra
Sentía cómo la soledad le envolvía poco a poco.-Como una candela
que se extingue.-Llega Monseñor Cagliero.-Pensamientos con sabor
de eternidad.-Silencio en el patio grande.-"Ahora necesito que me
lo digan a mí".-La hora de la vuelta de los "monstruos".-"Decid a
mis muchachos" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 432
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 442
449

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..a. Caserio de I Becchi.
T Antigua fotografía de la casa de Juan Bosco, en I Becchi.

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...._ Cocina de la casa de I Becchi.
T Habitación de Antonio, José y Juan.

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• Don Bosco rodeado de sacerdotes y clérigos del Oratorio (1870).
....- Don Bosco con la banda de música del Oratorio.

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Don Sosco en su mesa de trabajo , hacia 1884.

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Don Sosco en Niza en 1885. Foto obtenida en uno de sus extenuantes viajes a Francia. Se nota el ojo
derecho ya ciego, en un rostro consumido y cansado.

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Don Bosco a los 71 años. Foto realizada por Gustavo Luzzati en Sampierdarena en 1886 cuando
Don Bosco viajaba hacia España. Es uno de los retratos más conocidos, que los primeros
Salesianos calificaban de «fidelísimo».

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El cadáver de Don Sosco expuesto a los visitantes. Fotografía tomada el 31 de enero de 1888.