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1 de febrero

CONMEMORACIÓN

DE TODOS LOS SALESIANOS DIFUNTOS

El sufragio por los salesianos difuntos es un deber de gratitud y fraternidad. El recuerdo de los conocidos y de aquellos con quienes se han compartido, quizá durante muchos años, vocación y misión, puede ser un buen estímulo para proseguir en la Familia Salesiana el camino de la santidad.

Cuando la Congregación Salesiana conmemora a sus difuntos, celebra la Pascua de Cristo cumplida en ellos, y agradece al Señor el don de sus vidas al servicio del carisma de san Juan Bosco.

Cuando esta conmemoración cae en domingo, se omite y no puede trasladarse a otro día.

Invitatorio

Ant. Venid, adoremos al Señor, esperanza de los que viven.

El salmo invitatorio, como en el Ordinario: pág. 13.

Oficio de lectura

HIMNO

¡Piensa lo que será!:

saltar a tierra, ¡y ver que es cielo ya!,

pasar de la borrasca de la vida ¡a la paz sin medida...!

De un brazo asirte, y ver, al irle en pos, ¡que es el brazo de Dios!

Beber a pulmón pleno un aire fino... ¡Y es el aire divino!

Ebrios de dicha oír a un querubín: «¡Es la dicha sin fin...!».

Abrir los ojos, inquirir qué pasa, y oír decir a Dios: «¡Ya estás en casa!».

¡Oh, el inmenso placer de abismarse en tu mar!

Cerrar los ojos y empezar a ver; pararse el corazón ¡y echarse a amar!

Gloria al Dios, uno y trino,

alfa y omega, origen y destino. Amén.

O bien otro himno o canto apropiado, aprobado por la autoridad eclesiástica.

SALMODIA

Ant. 1. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

Salmo 39,2-14.17-18

Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito:

me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos;

me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.

Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor.

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.

Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío,

cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy —como está escrito en mi libro—para hacer tu voluntad».

Dios mío, lo quiero,

y llevo tu ley en las entrañas.

Ant. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

Ant. 2. Guíame, Señor, con justicia; alláname tu camino.

II

He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.

No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea.

Tú, Señor, no me cierres tus entrañas,

que tu misericordia y tu lealtad

me guarden siempre,

porque me cercan desgracias sin cuento.

Se me echan encima mis culpas, y no puedo huir;

son más que los pelos de mi cabeza,

y me falta el valor.

Señor, dígnate librarme;

Señor, date prisa en socorrerme.

Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; digan siempre: «Grande es el Señor» los que desean tu salvación.

Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes.

Ant. Guíame, Señor, con justicia; alláname tu camino.

Ant. 3. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver su rostro?

Salmo 41

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío;

tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

Las lágrimas son mi pan

noche y día,

mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?».

Recuerdo otros tiempos,

y desahogo mi alma conmigo:

cómo marchaba a la cabeza del grupo,

hacia la casa de Dios,

entre cantos de júbilo y alabanza,

en el bullicio de la fiesta.

¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?

Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».

Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo

desde el Jordán y el Hermón y el Monte Menor.

Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado.

De día el Señor

me hará misericordia,

de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.

Diré a Dios: «Roca mía, ¿por qué me olvidas?

¿Por qué voy andando, sombrío,

hostigado por mi enemigo?».

Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?».

¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?

Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».

Ant. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver su rostro?

Y. Grande es tu ternura, Señor. R. Con tu palabra dame vida.

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pablo

a los Corintios4,16-5,1-10

Al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo

Por tanto no nos acobardamos: si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día. Sabemos que, si esta tienda de campaña, nuestra morada terrenal, es destruida, tenemos una vivienda eterna en el cielo, no construida por manos humanas, sino por Dios. Entre tanto suspiramos con el deseo de revestirnos de aquella morada celestial; porque una vez revestidos de ella, ya no estaremos desnudos. Mientras vivimos en esta tienda de campaña suspiramos afligidos, porque no querríamos desvestirnos, sino revestirnos, de modo que lo mortal fuera absorbido por la vida. Y quien nos preparó precisamente para ello es Dios, que nos dio como garantía el Espíritu.

Por eso tenemos siempre confianza y sabemos que mientras el cuerpo sea nuestra patria, estaremos en el destierro, lejos del Señor. Porque tenemos confianza, y preferiríamos salir de este cuerpo para residir junto al Señor. En cualquier caso, en la patria o desterrados, nuestro único deseo es serle agradables. Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, pare recibir el pago de lo que hicimos, el bien o el mal mientras estábamos en el cuerpo.

RESPONSORIOSal 50,3-4

R. Misericordia, oh Dios, por tu bondad. * Por tu inmensa compasión borra mi culpa.

Y. Lava del todo mi delito y limpia mi pecado. * Por tu inmensa compasión.

SEGUNDA LECTURA

Del Testamento espiritual de san Juan Bosco, presbítero

(Constituciones de la Sociedad de san Francisco de Sales, Roma 2010; edición en español, págs. 248-251)

En la eternidad se nos recompensará de todo lo sufrido
por amor de Cristo

Queridos y amados hijos en Jesucristo: Antes de partir para mi eternidad, quiero cumplir con vosotros algunos deberes y satisfacer así un deseo de mi corazón.

Ante todo, os agradezco con el mayor afecto la obediencia que me habéis prestado y cuanto habéis hecho para sostener y propagar nuestra Congregación.

Os dejo aquí en la tierra, pero por poco tiempo. Espero que la infinita misericordia de Dios haga que nos encontremos todos un día en la eternidad feliz. Allí os aguardo.

Os ruego que no lloréis mi muerte. Es una deuda que todos debemos pagar; pero después nos serán copiosamente recompensados los sufrimientos padecidos por amor de nuestro maestro Jesucristo.

En vez de llorar, haced el firme propósito de perseverar en la vocación hasta la muerte. Vigilad y procurad que ni el amor del mundo, ni el afecto a los parientes, ni el deseo de una vida más cómoda os induzcan al gran error de profanar los sagrados votos y traicionar así la profesión religiosa con la que un día nos consagramos al Señor. Ninguno retire lo que una vez ofreció a Dios.

Si me habéis amado hasta ahora, seguid haciéndolo en adelante con la exacta observancia de nuestras Constituciones.

Vuestro primer Rector ha muerto; pero el verdadero superior, Cristo Jesús, no morirá. Él será siempre nuestro maestro, guía y modelo; recordad que, a su tiempo, él será también nuestro juez y recompensará nuestra fidelidad en servirle.

Vuestro Rector ha muerto, pero será elegido otro que cuide de vosotros y de vuestra salvación eterna. Escuchadlo, amadlo, obedecedlo y rezad por él como lo habéis hecho por mí.

Adiós, hijos míos, adiós. Os espero en el cielo. Allí hablaremos de Dios, de María, madre y auxiliadora de nuestra Congregación; allí bendeciremos eternamente a nuestra Sociedad, la observancia de cuyas Constituciones habrá contribuido poderosa y eficazmente a nuestra salvación.

Bendito sea el nombre del Señor ahora y por siempre. En ti, Señor, he confiado; no me veré defraudado para siempre.

RESPONSORIOFlp 3,20.21; Col 3,4

R. Nosotros, en cambio, somos ciudadanos el cielo, de donde aguardamos como salvador al Señor Jesús, el Mesías. * Él transformará la bajeza de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo.

Y. Cuando se manifieste el Señor jesús, que es vuestra vida, con él os manifestaréis también vosotros gloriosos. * Él transformará.

O bien:

SEGUNDA LECTURA

De los escritos del siervo de Dios José Quadrio, presbítero salesiano

(Ed. R. Bracchi, don G. Quadrio, Risposte, Roma 1992, págs. 236-238)

Para el cristiano,

la muerte es el principio de la verdadera vida

La fe ilumina la muerte con una luz suave y presenta sus aspectos positivos y consoladores. Para un cristiano, morir no es acabar, sino empezar; es el principio de la verdadera vida, la puerta que da a la eternidad. Es como

cuando, en la alambrada de un campo de concentración, se oye el suspirado anuncio: «¡Se vuelve a casa!». Morir es entreabrir la puerta de casa y decir: «Padre, ya estoy aquí; he llegado». Es verdad que se trata de un salto en la oscuridad, pero se hace con la certeza de caer en los brazos de nuestro Padre del cielo.

El que cree realmente en la vida eterna, no puede dejar de repetir con san Pablo: Mi vida es jesucristo y el morir una ganancia... Las dos cosas tiran de mí: mi deseo es morir para estar con jesucristo y eso es mucho mejor (Flp 1,21.23). Mientras vivimos en este cuerpo, estamos lejos del Señor... Preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor (2Cor 5,5-6). Más allá de la tumba, :os ojos que cerramos siguen viendo. Los muertos no son criaturas reducidas a la nata; siguen viviendo.

El miedo obsesivo a la muerte podría tener su origen en la turbación por los pecados cometidos y en el temor al juicio divino. En ese caso, hay que superar el terror con una esperanza firmísima en la misericordia infinita del Padre del cielo. Quien nos va a juzgar y decidir sobre nuestra suerte eterna no es un enemigo o extraño, sino nuestro hermano mayor, que para salvarnos afrontó los atroces sufrimientos del Calvario y nos ama más que nosotros mismos. San Francisco de Sales afirmaba que el día del juicio prefería ser juzgado por Dios a serlo por su propia madre. Basta reconocerse pecadores y abandonarse confiadamente a la bondad inconmensurable de Dios para asegurarse el perdón y la salvación. ¡Qué hermoso es no sentirse sin deudas con él, sino necesitado de su misericordia; sentirse perdido, pero a la vez, salvado por él, que vino a salvar lo que estaba perdido!

Por último, la raíz de la turbación frente a la muerte podría ser el pensamiento de los dolores y angustias que con frecuencia la hacen pavorosa. Hay un remedio infalible, no para suprimir, sino para dominar y dulcificar ese pensamiento: ofrecer a diario la propia agonía y muerte, con todos los sufrimientos físicos y morales que la acompañen, al Padre del cielo unidos a la muerte de Cristo, con

el mismo amor y con las mismas intenciones que tuvo Jesús en la cruz. ¡Cuánta luz y qué consuelo da esa previa celebración amorosa de la propia muerte, ofrecida al Padre como una pequeña hostia unida a la gran Hostia que es Jesús inmolado en el Calvario y en cada misa! Así, nuestra muerte adquiere el significado y valor de una corredención, es decir, de una cooperación con Jesús para glorificar al Padre, expiar los pecados y salvar el mundo.

Es posible que, aunque convirtamos la muerte en objeto de fe, esperanza y amor, no deje de infundirnos miedo; sin embargo, lo aceptaremos y amaremos como materia preciosa del sacrificio supremo.

RESPONSORIOSal 30,20; 1Cor 2,9

R. Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles. * Y despliegas, a la vista de todos, con los que a ti se acogen.

V. Lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado, lo que Dios ha preparado para los que lo aman. * Y despliegas.

La oración, como en Laudes.

Laudes

HIMNO

Campanero, cuando muera, lanza al aire de la aurora la tonada más sonora que jamás bronce tañera.

Lleve el aura al valle hundido su solemne vibración

anunciando en su tañido: ¡Resurrección!

Que al volteo pongas brío y al golpeo del badajo tiemble el bosque, vibre el río, pare el ritmo del trabajo,

brille el aire, calle el coro, suene en única oración tu campana, lengua de oro: ¡Resurrección!

Peine el son las rubias mieses, surque vegas, prados, olas, turbe hogares de burgueses, hable a escuálidas chabolas;

cruce plazas, doble esquinas, llene el mundo con su son, grite en bancos y oficinas: ¡Resurrección!

Quieto y mudo para entonces yo estaré bajo la gleba,

campanero; mas tus bronces llevarán la Buena Nueva.

Tal vez Dios permita, empero,

buen amigo campanero,

que a tu toque de oración,

el repique aquel primero,

que es de vida mensajero,

me caliente el corazón:

¡Resurrección! Amén.

O bien otro himno o canto apropiado, aprobado por la autoridad eclesiástica.

SALMODIA

Ant. 1. Mira, Señor, mi fragilidad; limpia mi pecado.

Salmo 50

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito,

limpia mi pecado.


Pues yo reconozco mi culpa,

tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací,

pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,

y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,

que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista,

borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,

Dios, Salvador mío,

y cantará mi lengua tu justicia.

Señor, me abrirás los labios,

y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:

si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos,

sobre tu altar se inmolarán novillos.

Ant. Mira, Señor, mi fragilidad; limpia mi pecado.

Ant. 2. Invocaré al Señor de mi alegría, y me librará de la muerte y del mal.

CánticoIs 38,10-14.17-20

Yo pensé: «En medio de mis días

tengo que marchar hacia las puertas del abismo; me privan del resto de mis años».

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos, ya no miraré a los hombres entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida como una tienda de pastores.

Como un tejedor, devanaba yo mi vida, y me cortan la trama».

Día y noche me estás acabando, sollozo hasta el amanecer. Me quiebras los huesos como un león, día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina, gimo como una paloma.

Mis ojos mirando al cielo se consumen: ¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir, la amargura se me volvió paz

cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban: como yo ahora.

El padre enseña a sus hijos tu fidelidad. Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas todos nuestros días en la casa del Señor.

Ant. Invocaré al Señor de mi alegría, y me librará de la muerte y del mal.

Ant. 3. Ensalzaré con cánticos el nombre del Señor, celebraré con gozo su gloria.

Salmo 145

Alaba, alma mía, al Señor:

alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista.

No confiéis en los príncipes,

seres de polvo que no pueden salvar; exhalan el espíritu y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes.

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él;

que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos.

El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos.

El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda

y trastorna el camino de los malvados.

El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.

Ant. Ensalzaré con cánticos el nombre del Señor, celebraré con gozo su gloria.

LECTURA BREVESab 2,23-24; 3,1.5-6.9

Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y los de su partido pasarán por ella. La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto. Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado; porque gracia y amor son para sus elegidos.

RESPONSORIO BREVE

R. Te ensalzaré, Señor, * Porque me has librado. Te ensalzaré.

V. Cambiaste mi luto en danza. * Porque me has librado. Gloria al Padre. Te ensalzaré.

Benedictus, ant. Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre.

O bien:

Somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: Jesucristo el Señor.

PRECES

Dios Padre, que resucitó de entre los muertos a Jesús, devolverá también la vida a nuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu. Animados por esta esperanza, digamos:

Señor de la muerte y de la vida, escúchanos.

Padre, que por el bautismo nos sepultaste en la muerte de tu Hijo y nos hiciste partícipes de su resurrección,

  • haz que, muertos al pecado, caminemos siempre en novedad de vida.

Padre, llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesucristo, tu Hijo,

  • haz que su vida se transluzca en nuestra carne mortal.

Padre, en la resurrección de Jesucristo tu fidelidad quedó proclamada para siempre,

  • danos el gozo de la esperanza, a pesar del misterio de la muerte.

Padre, no nos hundimos en el desaliento aunque nuestro cuerpo se desmorone poco a poco,

  • haz que nuestro ánimo se renueve constantemente.

Padre, tenemos la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni el presente ni el futuro podrán separarnos del amor que nos demostraste en Jesucristo,

  • lleva junto a ti a los salesianos difuntos y afianza nuestra fe en tus promesas.

Padre nuestro.

Oración

Padre de infinita misericordia, que prometiste dicha sin fin a los que buscan, por encima de todo, el Reino de los cielos: te pedimos que acojas a nuestros hermanos difuntos [los salesianos difuntos], que consumaron su vida

en el servicio del Evangelio siguiendo el camino trazado por san Juan Bosco; concédeles a ellos la contemplación de tu rostro y a nosotros la fidelidad a nuestros compromisos religiosos. Por nuestro Señor Jesucristo...

Hora intermedia

HIMNO

Dejad que el grano muera y venga el tiempo oportuno: dará cien granos por uno la espiga de primavera.

Mirad que es dulce la espera cuando los signos son ciertos;

tened los ojos abiertos y el corazón consolado: si Cristo ha resucitado, ¡resucitarán los muertos! Amén.

SALMODIA

Antífona

Tercia: Gozo y alegría para quienes te buscan, Señor; para los que te aman, la salvación.

Sexta: Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.

Nona: Siempre daré gloria a tu nombre, porque es grande conmigo tu misericordia, Señor.

Salmo 69

Dios mío, dígnate librarme;

Señor, date prisa en socorrerme. Sufran una derrota ignominiosa los que me persiguen a muerte;

vuelvan la espalda afrentados los que traman mi daño;

que se retiren avergonzados los que se ríen de mí.

Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; y digan siempre: «Dios es grande», los que desean tu salvación.

Yo soy pobre y desgraciado: Dios mío, socórreme, que tú eres mi auxilio y mi liberación. ¡Señor, no tardes!

Salmo 84

Señor, has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob, has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados, has reprimido tu cólera, has frenado el incendio de tu ira.

Restáuranos, Dios salvador nuestro; cesa en tu rencor contra nosotros. ¿Vas a estar siempre enojado o a prolongar tu ira de edad en edad?

¿No vas a devolvernos la vida,

para que tu pueblo se alegre contigo? Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz

a su pueblo y a sus amigos

y a los que se convierten de corazón».

La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra; la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;

la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo; el Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto.

La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

Salmo 85

Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado; protege mi vida, que soy un fiel tuyo; salva a tu siervo, que confía en ti.

Tú eres mi Dios; piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti;

porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración,

atiende a la voz de mi súplica.

En el día del peligro te llamo, y tú me escuchas.

No tienes igual entre los dioses, Señor, ni hay obras como las tuyas.

Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia,

Señor; bendecirán tu nombre:

«Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios».

Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad; mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre.

Te alabaré de todo corazón, Dios mío; daré gloria a tu nombre por siempre,

por tu gran piedad para conmigo, porque me salvaste del abismo profundo.

Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí, una banda de insolentes atenta contra mi vida, sin tenerte en cuenta a ti.

Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí.

Da fuerza a tu siervo,

salva al hijo de tu esclava;

dame una señal propicia,

que la vean mis adversarios y se avergüencen,

porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.

Tercia

Ant. Gozo y alegría para quienes te buscan, Señor; para los que te aman, la salvación.

LECTURA BREVEJob 19,25-27

Yo sé que está vivo mi Vengador, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne veré a Dios. Yo mismo lo veré, no como extraño, mis propios ojos lo verán.

Y. ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? R. Espera en Dios, que volverás a alabarlo.

Sexta

Ant. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

LECTURA BREVESab 1,13-15

Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del

mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal.

V Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo. R. Porque tú, Señor, vas conmigo.

Nona

Ant. Siempre daré gloria a tu nombre, porque es grande conmigo tu misericordia, Señor.

LECTURA BREVEIs 25,8

Aniquilará Dios la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país —lo ha dicho el Señor—.

V. Escucha, Señor, mis súplicas. R. A ti acude todo mortal.

La oración, como en Laudes.

Vísperas

Cuando el 2 de febrero cae en domingo, se celebran las I Vísperas de la Presentación del Señor.

HIMNO

Cristo, esperanza de los que en ti duermen, en esta tarde alzamos la mirada anegada en el llanto de la muerte.

Tú has probado este cáliz en la cruz y en terrible agonía doblegaste como una flor tronchada tu cabeza.

En ti morimos todos, en tu cuerpo recoges nuestro polvo, y eres nuestra salvación en tus brazos siempre abiertos.

Puerta del cielo, acogerás el débil corazón que ha de amarte en su silencio, en el sueño grandioso de la muerte.

Mas seguiremos todos por la estela de tu luz, oh Señor Resucitado, llenos de vida y juventud un día.

Señor, a los hermanos que ya duermen el sueño de la paz, dales que puedan

contemplar la hermosura de tu rostro. Amén.

O bien otro himno o canto apropiado, aprobado por la autoridad eclesiástica.

SALMODIA

Ant. 1. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Salmo 120

Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel.

El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha;

de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma;

el Señor guarda tus entradas y salidas,

ahora y por siempre.

Ant. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Ant. 2. No abandones, Señor, la obra de tus manos.

Salmo 129

Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,

¿quién podrá resistir?

Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,

como el centinela la aurora;

porque del Señor viene la misericordia,

la redención copiosa;

y él redimirá a Israel

de todos sus delitos.

Ant. No abandones, Señor, la obra de tus manos.

Ant. 3. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.

CánticoFlp 2,6-11

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo

y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;

de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble

en el cielo, en la tierra, en el abismo,

y toda lengua proclame:

Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Ant. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.

LECTURA BREVE1Cor 15,20-24a.25-27a

Ahora bien, Jesucristo ha resucitado de la muerte, primicia de los que han muerto. Ya que, si por un hombre vino la muerte, por un hombre viene la resurrección de los muertos. Como todos mueren por Adán, todos recobrarán la vida por Jesucristo.

Cada uno en su turno: la primicia es Jesucristo, después, cuando él vuelva, los cristianos; después vendrá el fin, cuando entregue el reino a Dios Padre. Pues él tiene que reinar hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies; el último enemigo en ser destruido es la muerte. Todo lo ha sometido bajo sus pies.

RESPONSORIO BREVE

R. En tu misericordia, Señor, * Concédeles el descanso. En tu misericordia.

V Tú que has de venir a juzgar a vivos y muertos.* Concédeles el descanso. Gloria al Padre. En tu misericordia.

Magníficat, ant. Voy a prepararos un sitio —dice el Señor—; volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros.

O bien:

Todos los que el Padre me ha entregado vendrán a mí; y al que venga a mí no lo echaré fuera.

PRECES

Sabemos que cuando se desmorone nuestro cuerpo mortal, habitación nuestra en la tierra, recibiremos de Dios una morada eterna en el cielo. Llenos de confianza, aclamemos:

Tú eres, Señor, nuestra vida y nuestra resurrección.

Cristo Señor, que das la vida y eres la luz sin ocaso,

  • haz que brille sobre nosotros la luz de tu rostro, a fin de que con nuestra vida demos testimonio de tu amor.

Cristo Señor, que venciste a la muerte y eres la primicia de los resucitados,

  • concede a los salesianos difuntos la recompensa prometida a los siervos fieles.

Señor Jesucristo, que estás sentado a la derecha del Padre,

  • en la hora del juicio míranos con ojos de misericordia. Tú que hiciste nuevas todas las cosas,

  • abre a los fieles difuntos, que se encomiendan a ti, los cielos nuevos y la tierra nueva, donde moran la justicia y la paz.

El recuerdo de quienes nos han precedido es fuente de esperanza y aliento,

  • haz que un día nos reunamos con ellos en el paraíso para cantar juntos tu amor y tu gloria.

Padre nuestro.

La oración, como en Laudes.

Completas

Del domingo. Conviene terminar la oración con la antífona Bajo tu protección nos acogemos o O María, Virgo potens, como en el Ordinario: pág. 23.