Strenna_2011_es


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AGUINALDO 2011
COMENTARIO AL AGUINALDO 2011
«Venid y veréis» (Jn 1,39)
LA NECESIDAD DE CONVOCAR
PREMISA: Algunos hechos significativos en el segundo semestre 2010.
COMENTARIO AL AGUINALDO 2011: 1. Volver a Don Bosco. Como realiza Don Bosco esta tarea para
promover vocaciones?
2. Una urgencia previa: crear y fomentar una cultura vocacional.
3. Aspectos que tienen un sentido especial en la animación y en la propuesta vocacional.
4. Conclusión.
Roma, 26 de diciembre de 2010
Solemnidad de la Natividad del Senor
Queridísimos hermanos:
Estéis donde estéis, mi saludo os lleva mis deseos vivísimos de una bella, gozosa y fecunda
celebración del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Evidentemente no se trata de una
afirmación de fe que no tenga que ver nada con vuestra vida. Al contrario, esta confesión de fe se

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convierte en una declaración del misterio de la persona humana y, por tanto, de un programa de
vida. En efecto, Él se hizo hombre en plenitud, como nosotros, compartiendo en todo, menos en el
pecado, nuestra pobre condición humana para que nos convirtiésemos en hijos de Dios. No vino a
consagrar nuestra naturaleza humana, sino a transformarla desde dentro, y hacerla nueva
asu- miéndola plenamente. Esta es nuestra vocación: reproducir fielmente en nosotros su imagen
(cfr. Rom 8, 29), y también nuestra misión: «educamos y evangelizamos siguiendo un proyecto de
promoción integral del hombre, orientado a Cristo, hombre perfecto» (Const. 31).
Después de mi última carta, podéis encontrar las actividades durante estos meses leyendo la crónica
del Rector Mayor, aunque ANS ofrece un servicio actualizado de casi todos mis viajes, visitas,
trabajos e intervenciones. Sin embargo creo que es oportuno que me refiera a algunos hechos y / o
celebraciones más importantes.
Ante todo, la visita extraordinaria a la Delegación de Malta, a primeros de septiembre, mientras mi
Vicario visitaba Irlanda, fue una ocasión para revivir la experiencia de acercarme a las comunidades
no por motivos de fiesta o celebraciones, sino para conocer las presencias salesianas, los ambientes
en que se encuentran viviendo la vida salesiana y realizando la misión, los retos que afrontan y los
proyectos que llevan adelante. De ordinario en la Congregación las visitas extraordinarias las hacen
los Consejeros Regionales u otros visitadores, a tenor del art. 104 de los Reglamentos que establece:
«El Rector Mayor puede visitar personalmente o por medio de otros las Inspectorías y las
comunidades, cuando constate la necesidad». Pienso que para los hermanos la visita ha sido una
ráfaga de aire fresco en los pulmones y para mí una verdadera gracia.
La Asamblea mundial de los Antiguos Alumnos, al final de septiembre y comienzo de octubre, se
realizó en un clima de gran serenidad y responsabilidad. Una vez más pude constatar la inmensa
energía que tenemos a disposición en esta Asociación, de la que, sin embargo, no hemos logrado
gozar plenamente. Pienso que estamos desperdiciando un potencial que podría tener gran relevancia
si ayudásemos a los exalumnos a pasar de la simple anécdota de haber sido alumnos de una escuela
salesiana a la toma de conciencia del don de la educación salesiana y, por consiguiente, a su tarea de
enriquecer a las familias y a la sociedad con los valores asimilados y a actuar como verdaderas
federaciones y confederaciones con proyectos claros y eficaces.
Aquí tenemos un reto que asumir como Congregación.
Sin embargo, según creo, el hecho más importante que hemos celebrado en este periodo ha sido el
Congreso Internacional “Don Rua en la historia”, que ha visto la admirable y total representación
de las Inspectorías de toda la Congregación, la participación cualificada de las Hijas de María
Auxiliadora y algunos otros miembros de la Familia Salesiana. Junto al Congreso organizado hace
un año por la ACSSA (Associazione di Cultori di Storia Salesiana), este Congreso Internacional nos
ha ofrecido como el más precioso fruto una imagen verdaderamente rica, diría que inédita, de Don
Rua. De ahora en adelante no se podrá seguir etiquetándolo con los clásicos clichés usados para
definirlo como “la Regla viviente” o “el otro Don Bosco”, sino que se le deberá estudiar sabiendo
que representa la fase de la historia más relevante para la Congregación, es decir, la de la transición
después de la muerte de Don Bosco fundador. Mientras deseo que las Inspectorías organicen
congresos o seminarios inspectoriales sobre el tema, os invito a todos a que leáis y estudiéis los
textos ya recogidos de los dos Congresos. Será el arranque mejor para la preparación al bicentenario
del nacimiento de Don Bosco.
No puedo además dejar de recordar la reunión de todos los Inspectores de Europa, convocados en
Roma los días 26-28 de noviembre, para continuar la reflexión ya desarrollada en los dos
encuentros anteriores – sobre el “Proyecto Europa”. Ese Proyecto se propone realizar la

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revitalización endógena del carisma en Europa; poner en marcha y consolidar los procesos de
resignificación, recolocación y redimensionamiento de las presencias salesianas en ese continente;
asumir la tarea de la nueva evangelización para Europa, también con el envío de “misioneros”
procedentes de todas las partes de la Congregación.
Este tercer encuentro de los Inspectores de Europa ha contribuido a dar mayor claridad y a dar
concreción a los objetivos que se deben alcanzar en el bienio 2011-2012.
Finalmente, antes de presentaros el Aguinaldo de 2011, recuerdo que don Marek Chrzan ha sido
nombrado Consejero para la Región de Europa Norte después de la renuncia por motivos de salud
de don Štefan Turanský, al que públicamente renuevo mi gratitud por el generoso servicio realizado
estos dos años y medio desde el momento de su elección. Además, he nombrado Postulador para las
Causas de beatificación y canonización a don Pier Luigi Cameroni en sustitución de don Enrico dal
Covolo, nombrado por el Santo Padre Rector Mag- nífico de la Universidad Pontificia Lateranense
y después ordenado Obispo.
Y sin más paso a presentaros el Aguinaldo de 2011. Lo hago con la certeza de haceros un regalo
grato, tanto por el valor que el Aguinaldo tiene como tal en nuestra tradición salesiana desde los
tiempos de Don Bosco, como por el tema elegido que interesa a nuestra vita y nuestra misión. Os
invito a ayudar a los jóvenes a descubrir que la vida es vocación y, más en concreto, a madurar
proyectos de vida apostólica por medio de la educación en la fe, la inserción en la Iglesia, la
escucha de la Palabra, la oración, la participación en la vida sacramental, el acompañamiento
espiritual y la iniciación en el trabajo apostólico.
Queridos hermanos y hermanas, miembros todos de la Familia Salesiana y amigos de Don Bosco:
Os saludo con el gran afecto y la estima que siento por cada uno de vosotros deseándoos un año
nuevo lleno de las bendiciones que el Padre ha querido darnos en la encarnación de su Hijo.
Os escribo para presentar el Aguinaldo de 2011, con la certeza de haceros un regalo agradable, tanto
por el valor que el Aguinaldo, como tal, tiene en nuestra tradición salesiana desde los tiempos de
Don Bosco, como por el tema escogido que interesa a nuestra vida, a nuestra misión y a nuestra
capacidad de ayudar a descubrir que la vida es vocación, como también por el momento que
vivimos como Iglesia y Familia Salesiana, sobre todo en Occidente.
Después del Aguinaldo de 2010, «Senor, queremos ver a Jesus», sobre la urgencia de evangelizar,
me ha parecido lo más lógico y natural hacer una cálida llamada a toda la Familia Salesiana a sentir,
junto a nosotros los Salesianos, la necesidad de convocar. En efecto, nosotros, los Salesianos
«sentimos hoy con mas fuerza que nunca el reto de crear una cultura vocacional en cada ambiente,
de modo que los jovenes descubran la vida como llamada y que toda la pastoral salesiana sea
realmente vocacional. Esto requiere ayudar a los jovenes a superar la mentalidad individualista y
la cultura de la autorrealizacion, que los impulsa a proyectar el futuro sin ponerse en la de Dios;
esto pide tambien implicar y formar a las familias y a los laicos.
Debe imponerse un compromiso especial en suscitar entre los jovenes la pasion apostolica. Como
Don Bosco, estamos llamados a animarlos a ser apostoles de sus companeros, a asumir diversas
formas de servicio eclesial y social, a implicarse en proyectos misioneros.
Parar favorecer una opcion vocacional de compromiso apostolico, a esos jovenes se les debera
proponer una vida espiritual mas intensa y un acompanamiento personal sistematico. Este es el
terreno en el que floreceran familias capaces de un autentico testimonio, laicos comprometidos en
todos los niveles de la Iglesia y de la sociedad asi como para la vida consagrada y para el
ministerio»[1].

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Evangelización y vocación, queridos hermanos y hermanas, son dos elementos inseparables. Más
aún, criterio de autenticidad de una buena evangelización es su capacidad de suscitar vocaciones, de
madurar proyectos de vida evangélica, de implicar totalmente a la persona de los que son
evangelizados, hasta hacerlos discípulos y apóstoles.
Un dato histórico de la vida de Jesús, confirmado por los cuatro evangelistas, es que, desde el
comienzo de su actividad evangelizadora (cf. Mc 1,14-15), Jesús llamó a algunos a seguirlo (cf. Mc
1,16-20; Mt 4,18-19; Lc 5,10-11; Jn 1,35-39). Estos primeros discípulos suyos se convirtieron de
ese modo en «compañeros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del
bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado» (Hch 1,21-22).
La vocación de estos primeros discípulos según el Evangelio de Juan, es fruto de un encuentro
personal que suscita en ellos una atracción, una fascinación que transforma su mente y sobre todo
sus corazones, al descubrir en Jesús a Aquel en el que se realizan las esperanzas más profundas, las
profecías, el Mesías esperado. Esta experiencia los une de tal modo a la persona de Jesús, que le
siguen con entusiasmo y comunican a otros su experiencia, invitándolos a compartirla
encontrándose con Jesús personalmente. El Evangelio de
Lucas habla también del grupo de mujeres que acompaña y atiende al Señor (cf. Lc 8,1-3) lo que
quiere decir que Jesús tenía mujeres entre sus discípulos, algunas de las cuales serán testigos de su
muerte y resurrección (cf. Lc 23,55-24,11.22).
Por eso, queridos hermanos y hermanas, os invito a ser para los jóvenes verdaderos guías
espirituales, como Juan Bautista que señala a Jesús a sus discípulos diciéndoles: «!He ahi el
Cordero de Dios!» ( Jn 1,36). De ese modo ellos le seguirán, de manera que Jesús, dándose cuenta
de que algunos lo seguían, se dirigirá a ellos directamente con la pregunta: «.Que buscais?», y ellos,
llenos del deseo de conocer en profundidad quién es este Jesús, le preguntarán: «Rabbi, .donde
vives?» ( Jn 1,38). Y él los invitará, como a primeros discípulos, a tener una experiencia de
convivencia con él: «Venid y vereis».
Algo inmensamente bello habrán experimentado desde el momento en que «fueron, vieron donde
vivia y aquel dia se quedaron con el» ( Jn 1,39).
He ahí una primera característica de la vocación cristiana: un encuentro, una relación personal de
amistad que llena el corazón y transforma la vida. Este encuentro transformador es la fe que,
animada por la caridad, convierte a los creyentes y a las comunidades cristianas en propagadores de
la Buena Nueva del Evangelio de Jesús.
Así lo expresa Pablo en la carta a la comunidad de Tesalónica: «Abrazando la palabra, os habéis
convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya; partiendo de vosotros, en
efecto, ha resonado la Palabra del Señor y se ha difundido por todas partes» (cf.1 Ts 1,7-8).
Estamos, pues, llamados a renovar en nosotros este dinamismo vocacional: comunicar y compartir
el entusiasmo y la pasión con la que estamos viviendo nuestra vocación, de modo que nuestra
misma vida se convierta en propuesta vocacional para los otros. Exactamente como hizo Don
Bosco, que más que campañas vocacionales supo crear en Valdocco un microclima en el que
crecían y maduraban las vocaciones, formando una auténtica cultura vocacional en la que la vida se
concibe y se vive como don, como vocación y misión, en la diversidad de las opciones.
1. Volver a Don Bosco

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Invitados a volver a partir desde Don Bosco para entender cada vez mejor y poder asumir con
mayor fidelidad la pasión que ardía en su corazón y lo impulsaba a buscar la gloria de Dios y la
salvación de las almas, imitémoslo en su incansable actividad en promover vocaciones al servicio
de la Iglesia, el fruto más precioso de su obra de educación y evangelización, de formación humana
y cristiana de los jóvenes. Su experiencia y sus criterios y actitudes podrán iluminar y orientar
nuestro compromiso vocacional.
«Don Bosco, aun actuando con incansable generosidad en promover diversas formas de vocacion
en la Iglesia, llamaba a algunos jovenes a quedarse para siempre con el. Tambien para nosotros la
propuesta de la vocacion consagrada salesiana, dirigida a los jovenes, forma parte de la fidelidad
a Dios por el don recibido. A esto nos impulsa el deseo de compartir la alegria de seguir al Senor
Jesus, quedandonos con Don Bosco, parar dar esperanza a muchos otros jovenes de todo el
mundo[2].
Don Bosco vivió, no lo olvidemos, en un ambiente poco favorable y en algunos aspectos contrario
al desarrollo de las vocaciones eclesiásticas. El nuevo régimen constitucional del Reino Sardo, con
las consiguientes libertades de prensa, de conciencia, de cultos, y la potencial «des-
confesionalización» del Estado, había producido una creciente disensión con la Iglesia. La libertad
de culto y la activa propaganda protestante desorientaban al pueblo sencillo, presentando una
imagen negativa de la Iglesia, del Papa, obispos y sacerdotes. Se había creado en el pueblo y sobre
todo entre los jóvenes un clima nacionalista impregnado de las ideas liberales y anticlericales.
El mismo Don Bosco escribía recordando aquellos tiempos: «un espíritu de vértigo se levantó
contra las órdenes religiosas y las congregaciones eclesiásticas; después, en general, contra el clero
y todas las autoridades de la Iglesia. Este grito de furor y de desprecio por la religión llevaba
consigo la consecuencia de alejar a la juventud de la
moralidad, de la piedad; y por tanto de la vocación al estado eclesiástico.
Por eso no había ninguna vocación religiosa y casi ninguna para el estado eclesiástico. Mientras las
instituciones religiosas se iban poco a poco desintegrando, los sacerdotes eran vilipendiados,
algunos metidos en la cárcel y otros en arresto domiciliario; ¿cómo iba a ser posible, humanamente
hablando, cultivar el espíritu de vocación?»[3].
Pero mirad, queridos hermanos y hermanas, cómo reacciona Don Bosco. No se pierde en lamentos,
sino que enseguida se industria para recoger y cultivar vocaciones y promover la formación de
jóvenes seminaristas que se habían quedado sin seminario, cuidar a los muchachos de buena índole
y encaminarlos a la carrera eclesiástica. En el Oratorio, junto a los jóvenes trabajadores, huérfanos,
Don Bosco acoge muy pronto a muchachos y jóvenes de buen espíritu que manifiestan signos para
orientarse hacia el sacerdocio y a la vida religiosa. Se dedica con atención y prioridad a su
formación, una formación activa y práctica con un acompañamiento personal y en un ambiente de
fuerte valor espiritual y apostólico. Desde los años ’60 a la sección «estudiantes» del Oratorio de
Valdocco se la considera una especie de seminario. El mismo Don Bosco escribe en las Memorias
del Oratorio «que la casa del Oratorio durante casi 20 años se convirtió en seminario diocesano»[4].
Según lo que escribe don Braido, entre 1861 y 1872 entraron en el Seminario de Turín 281 jóvenes
procedentes del Oratorio[5].
1.1. ¿Cómo resuelve Don Bosco este empeño para promover vocaciones?
Ante todo Don Bosco prestaba atención especial a descubrir los posibles signos de vocación en los
jóvenes con los que entraba en

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contacto cuando iba a predicar en las iglesias de los pueblos y en los jóvenes acogidos en el
Oratorio de Valdocco. Él advierte que, en medio de la masa de sus jóvenes, en algunos aparecen las
condiciones para una propuesta vocacional, hasta entonces ocultas por una costra de rudeza e
ignorancia. Estos pobres oratorianos, en efecto, unían a la buena conducta un ingenio despierto; los
pone, pues, a prueba como animadores entre los compañeros y los estudia con un acompañamiento
especial por su parte. Porque Don Bosco no se queda a la espera de un desarrollo casi mecánico de
la vocación; sabe por experiencia que la movilidad juvenil la puede poner en serio peligro. Por eso
colabora activamente con el don de Dios creando un ambiente apto, manteniendo en él un clima
espiritual adecuado a las exigencias de desarrollo de la vocación, y comprometiéndose a ser
animador y guía de los que encuentra llamados por Dios a la vida sacerdotal y religiosa o a la
cooperación salesiana en la diversidad de sus expresiones.
1. El primer empeño de Don Bosco es crear un ambiente, hoy diríamos una cultura, en el que la
propuesta vocacional pueda acogerse favorablemente y llegar a maduración.
Un ambiente de familiaridad en el que Don Bosco comparte todo con los jóvenes. Está con ellos
en el patio, los escucha, promueve un clima de alegría, de fiesta y de confianza que abre los
corazones y hace que los jóvenes se sientan como en familia.
La alegría que se expandía de toda la persona de Don Bosco mientras realizaba su apostolado
sacrificado y entusiasta era ya en sí misma una propuesta vocacional. Los jóvenes en contacto con
Don Bosco en la vida cotidiana tenían la grande y estimulante experiencia de ser y sentirse de
verdad miembros de una familia, aprendiendo a abrir sus corazones y a mirar el futuro con
optimismo y esperanza.
• Este clima de alegría y de familia se alimenta con una fuerte experiencia espiritual. La visión
religiosa del mundo que posee Don Bosco y que unifica su multiforme actividad contagia casi
espontáneamente a los jóvenes, que aprenden a vivir en la presencia de Dios. Un Dios que los ama y
tiene para cada uno de ellos un proyecto de felicidad y de vida plena. Se crea en el Oratorio un
clima espiritual que orienta a la relación interpersonal con Dios y con los hermanos e invade toda la
vida. Este clima se alimenta con una sencilla pero constante piedad sacramental y mariana. La
oración que orienta a los jóvenes a una relación personal de amistad con Jesús y con María y la
adecuada experiencia sacramental que sostiene y estimula el esfuerzo de crecimiento en la vida
cotidiana, constituyen el primer recurso para cultivar y madurar las vocaciones.
• Una tercera característica del ambiente creado por Don Bosco era la dimension apostolica. Desde
el principio Don Bosco responsabiliza a los jóvenes, especialmente a los que presentan signos de
vocación, a acompañarlo en su obra de educación y de catequesis. Les confía algunos compañeros
más díscolos para que, haciéndose amigos suyos, les ayuden a introducirse positivamente en el
ambiente y en la vida del Oratorio. De este modo los jóvenes aprenden a trabajar por los demás con
una clara entrega y total desinterés. Aprenden también a estar cada vez más disponibles y abiertos a
las exigencias del apostolado, madurando sus propias motivaciones y haciendo todo por la gloria de
Dios y la salvación de las almas. Don Bosco, con un acompañamiento atento y constante, procura
que este servicio de apostolado entre los compañeros, vivido con entusiasmo y disponibilidad,
mientras muestra su eficacia llevando al camino del bien a aquellos a los que se dirige, se convierta
también en «propuesta» concreta de vida para los jóvenes que él mismo había escogido. En este
clima nacen y se desarrollan las Companias, consideradas por Don Bosco como una experiencia
clave del ambiente y de la propuesta educativa del Oratorio.
2. Con el ambiente, Don Bosco ofrece a los jóvenes y a los adultos, que buscan una orientación para
su vocación, un fiel acompañamiento espiritual. El lugar natural en el que Don Bosco ofrece la

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ayuda de la dirección espiritual es el confesonario, pero no sólo: Don Bosco propone y facilita de
varios modos posibilidades de encuentro y de coloquio entre los «hijos de familia» y el «padre»,
ofreciendo a todos una experiencia profunda de educación y de dirección espiritual.
Su acción se modula de diferentes modos y de manera personalizada según que se trate de jóvenes o
adultos, aspirantes a la vida eclesiástica, a la vida religiosa o simplemente a la vida de «buen
cristiano y honrado ciudadano». Igualmente su acción de acompañamiento se hace especial y atenta
al seguir a los Salesianos Cooperadores, Hijas de María Auxiliadora, Salesianos, etc.
Uno de los rasgos que más llama la atención cuando se observa a Don Bosco actuando como
director de espíritu, es el discernimiento y la prudencia que revela cuando aconseja sobre la
vocación. Aunque en aquel tiempo faltaban en la Iglesia pastores y él mismo necesitaba
colaboradores, don Rua atestigua con juramento, que «nunca aconsejaba entrar (en la vida
sacerdotal o religiosa) a quien no tuviese los requisitos necesarios … De varios he sabido que los
disuadió a pesar de su deseo»[6].
Movido siempre por prudente discernimiento, hace lo posible para hacer reflexionar a los que, aun
teniendo las dotes para ello, no habían pensado nunca en ser sacerdotes o religiosos. Don Bosco les
ponía ante los ojos, poco a poco algunas consideraciones que los ayudasen a pensar bien en su
opción, y ninguno de ellos quedó nunca descontento de haber seguido su consejo.
La dirección espiritual de Don Bosco está totalmente iluminada por el «don de consejo» que le
capacita para orientar con seguridad a los que se dirigen a él.
3. El intensísimo trabajo que despliega Don Bosco en favor de las vocaciones está sostenido por un
intenso amor a la Iglesia: él emplea todas sus fuerzas, con total entrega, para procurar su bien.
Precisamente es ese amor a la Iglesia lo que nos permite comprender la importancia que daba a la
actividad apostólica de promoción de las vocaciones y su insistencia para que todos, de pleno
acuerdo, trabajasen y se prestasen para dar a la Iglesia el gran tesoro que son las vocaciones. Por eso
solía decir: «Nosotros regalamos un gran tesoro a la Iglesia cuando procuramos una buena
vocación; que esta vocación o este sacerdote vaya a una diócesis, a las misiones o a una casa
religiosa no importa. Es siempre un gran tesoro que se regala a la Iglesia
de Jesucristo»[7]. La visión del bien de toda la Iglesia no lo abandona nunca, ni siquiera cuando
gasta sus fuerzas, su tiempo, los medios económicos que le cuestan tantos sudores, ni cuando
emplea su escaso personal y sus Casas.
«Prontod, corred en seguida para salvar a aquellos jovenes…[8]. La llamada de Don Bosco
moribundo puede tomarse dirigida no sólo a los presentes en aquel momento en su habitación, sino
a toda la Familia Salesiana en general. Una llamada que urge y urgirá siempre, porque los jóvenes
de todos los tiempos tienen necesidad de «salvación».
Esta invitación de Don Bosco moribundo nos la dirige también a nosotros. Es una invitación a
remangarse y a trabajar duro para que a nuestro alrededor broten, florezcan y se consoliden, como
sucedió en torno a él, numerosas y valiosas vocaciones salesianas. Asumirla requiere de cada uno
de nosotros renovar la santa pasión por la salvación de la juventud que vivía el mismo Don Bosco;
esta pasión nos hará valientes y nos hará superar el temor de no ser comprendidos o marginados o
excluidos por este mundo nuestro secularizado y desacralizador, que rechaza la diversidad, suprime
lo sobrenatural y margina al creyente.

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Vivamos, pues, sin miedo un estilo de vida que se opone a este mundo y a esta sociedad que no
permiten el desarrollo y la promoción integral de la persona humana; un estilo de vida que estimula
a vivir con alegría y entusiasmo la propia vocación y a proponer a los jóvenes y adultos, hombres y
mujeres, muchachos y muchachas, la vocación salesiana como respuesta adecuada de salvación a
este mundo de hoy, y como proyecto de vida capaz de contribuir positivamente a la renovación de
la sociedad actual. Así se expresa el artículo 28 de las Constituciones de los Salesianos de Don
Bosco: «Estamos convencidos de que hay muchos jóvenes ricos en recursos espirituales y con
gérmenes de vocación apostólica. Les ayudamos a descubrir, acoger y madurar el don de la
vocación seglar, consagrada o sacerdotal, para bien de toda la Iglesia y de la Familia Salesiana».
Este compromi-
so fue una finalidad de la Congregación ya antes de su aprobación[9] y hoy adquiere una urgencia
y necesidad extraordinaria (cf. Const. 6), como repetidamente nos recuerda la Iglesia.
2. Una urgencia previa: crear y fomentar una cultura vocacional[10] «Es necesario promover una
cultura vocacional que sepa descubrir y acoger la aspiración profunda del hombre que lo lleva a
descubrir que sólo Cristo puede decirle toda la verdad sobre su vida»[11]. Hablar de cultura
vocacional, como empezó a hacer Juan Pablo II, es hoy no sólo pertinente, sino también urgente.
Notemos, en efecto, que, a veces, hay una fractura entre los gestos de personas, aun generosas y
bien inspiradas, y la mentalidad colectiva, entre iniciativas personales y manifestaciones sociales,
entre la práctica y sus fundamentos. Así en la Congregación como en la Familia Salesiana, notamos
que puede hacerse un determinado trabajo vocacional por parte de algunos, los llamados delegados,
por las vocaciones, pero al mismo tiempo, en las comunidades o en los grupos, se percibe que no
existe una verdadera cultura vocacional.
La cultura, efectivamente, señala no gestos personales, aun numerosos, sino una mentalidad y una
actitud compartidas por un grupo; se refiere no sólo a intenciones y propósitos privados, sino al
empleo sistemático y racional de las energías de las que dispone la comunidad. Los contenidos de
una cultura vocacional, así entendida, conciernen a tres áreas: la antropológica, la educativa y la
pastoral. La primera se refiere al modo de concebir y presentar a la persona humana como vocación;
la segunda se dirige a favorecer una propuesta
de valores acordes con la vocación; la tercera presta atención a la relación entre vocación y cultura
objetiva y obtiene de ella conclusiones para el trabajo vocacional.
2.1. La vida es vocación Sabemos que bajo todas las actuaciones educativas y pastorales subsiste
una imagen del hombre, espontánea o refleja. El cristiano la va elaborando con la vivencia, con el
esfuerzo racional por entender el sentido y con la iluminación de la fe. Los tres elementos
vivencia personal, búsqueda de sentido y discernimiento desde la feson indispensables y están
unidos entre sí. La revelación no debe entenderse como una superposición exterior a la experiencia
y a su comprensión humana, sino propiamente como un desvelar su sentido más profundo y
definitivo. Hay, pues, que superar en primer lugar un modo de pensar y de hablar de la vocación
como si fuese un extra, un estímulo reservado a algunos, un hecho funcional para el reclutamiento a
algún estado de vida, más que una referencia sustancial a la misma realización de la persona. La
crisis de las vocaciones, de hecho, puede deberse también al estilo de vida que presentan. Pero más
en profundidad se debe a una visión de la existencia humana en la que la dimensión de «llamada»,
es decir, de tenerse que realizar en la escucha de otro y en diálogo con él, no sólo se excluya de
hecho, sino que no puede tampoco introducirse de modo importante. Esto sucede en las visiones del
hombre que ponen la satisfacción de las necesidades del individuo por encima de todo, proponiendo
la autorrealización como única meta de la existencia o concibiendo la libertad como pura
autonomía. Estas sensibilidades están hoy muy extendidas, ejerce una cierta fascinación y aunque

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no se asuman de modo íntegro, conforman los mensajes de la comunicación e influyen en las
orientaciones educativas.
Una primera tarea de la cultura vocacional es, entonces, elaborar y difundir una visión de la
existencia humana concebida como «llamada y respuesta», como consideración final de una sólida
reflexión antropológica.
Hacia esa conclusión llevan le experiencia de la relación, la exigencia ética que deriva, los
interrogantes existenciales. Son, así pues, éstos los caminos que hay que recorrer para fijar algunos
con- tenidos de la cultura vocacional que nos preocupa. La persona tiene conciencia de la propia
singularidad. Comprende que su existencia es exclusiva, cualitativamente diferente de otras,
irreducible al mundo.
Le pertenece totalmente pero tiene las características de un don, un hecho anterior a todo deseo y
esfuerzo.
2.2. Abierta a los otros y a Dios Al mismo tiempo el hombre advierte que es parte de una red de
relaciones, no opcionales o secundarias, entre ellas la que tiene con las otras personas, que es
inmediatamente evidente y ocupa un puesto privilegiado. Lo primero que la persona percibe no es el
yo con sus potencialidades, sino la interdependencia con los otros que requieren ser aceptados en su
realidad objetiva y reconocidos en su dignidad.
En esta óptica la responsabilidad aparece como capacidad de percibir signos que proceden de los
otros y darles respuestas. Se trata de una llamada ética porque lleva consigo exigencias de
responsabilidad y de compromiso. El hombre se despierta a la existencia personal cuando los otros
dejan de ser vistos sólo como medios de los que servirse.
Una cultura vocacional debe prevenir al joven de una concepción subjetivista que hace del
individuo centro y medida de sí mismo, que concibe la realización personal como defensa y
promoción de sí, más que como apertura y donación. Y asimismo de las concepciones que en la
relación intersubjetiva quedan aprisionadas sólo en la complacencia, sin ver su carácter ético. La
experiencia relacional y su componente ético orientan ya hacia lo Trascendente, porque en ellos
aparece algo incondicional e inmaterial. En efecto, los otros no requieren sólo que se vaya a su
encuentro con objetos y estructuras o de actuar con ellos a través de reflejos instintivos. Piden el
reconocimiento del misterio de su persona y postulan por tanto respeto, gratuidad, amor, promoción
de valores morales y espirituales.
Pero el reclamo a la trascendencia se hace más evidente cuando la persona es capaz de abrirse a los
interrogantes fundamentales de la existencia y capta su densidad real. Aparece entonces su apertura
al mas alla, ya entrevisto en sus realizaciones positivas y en sus límites.
Comprende que no puede detenerse en lo que le es inmediatamente perceptible ni circunscribirse al
hoy. La persona es un misterio infinito que sólo Dios puede explicar y sólo Cristo puede saciar. Por
eso está naturalmente impulsado a buscar el sentido de la vida y a proyectarse en la historia. Debe
decidir su orientación a largo plazo, teniendo delante diversas alternativas. Y no puede recorrer la
propia vida dos veces: ¡debe apostar! En los valores que prefiere y en las opciones que toma se
juega su éxito o su fracaso como proyecto, la calidad y la salvación de su vida. Jesús lo expresa de
forma muy clara: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el
Evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?»
(Mc 8,35-36). El cometido de una cultura vocacional es sensibilizar para que se escuchen esos
interrogantes, capacitar para profundizar en ellos. Cometido de una cultura vocacional es también

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promover el crecimiento y las opciones de una persona en relación con el Bonum, el Verum, el
Pulchrum, en cuya acogida consiste su plenitud.
2.3. Vivida como don y como tarea Todo esto requiere un estudio de la vocación como definición
que la persona da a su existencia, percibida como don y llamada, guiada por la responsabilidad,
proyectada con libertad. El filón más fecundo por descubrir ese fundamento es la Escritura, leída
como revelación del sentido de la vida del hombre. En la Escritura se definen el ser y las relaciones
constitutivas de la persona por su condición de criatura, lo que no indica inferioridad o dependencia,
sino amor gratuito y creativo por parte de Dios.
El hombre no tiene en sí la razón de su existencia ni de su realización.
La debe a un don y la goza haciéndose responsable de ella. El don de la vida contiene un proyecto;
este se va desvelando en el diálogo consigo mismo, con la historia y con Dios y exige una respuesta
personal. Esto define la situación del hombre respecto al mundo y a todos los seres que lo
componen. Estos no pueden colmar sus deseos y, por tanto, el hombre no les está sometido.
Un ejemplo típico de esta estructura de la vida es la alianza entre Dios y su pueblo como la presenta
la Biblia. Es elección gratuita por parte de Dios. El hombre debe tomar conciencia de ello y
asumirla como proyecto de vida, guiado por la Palabra que lo interpela y lo pone en la necesidad de
escoger. En Cristo la verdad sobre el hombre, que la razón capta vagamente y que la Biblia
descubre, encuentra su iluminación total. Cristo, con sus palabras pero, sobre todo, por su existencia
humano-divina, en la que se manifiesta la conciencia de Hijo de Dios, abre a la persona a la plena
comprensión de sí y del propio destino. En Él hemos sido constituidos hijos y llamados a vivir
como tales en la historia.
La vocación cristiana no es un añadido de lujo, un complemento extrínseco para la realización del
hombre. Es, en cambio, su puro y simple perfeccionamiento, la indispensable condición de
autenticidad y plenitud, la satisfacción de las exigencias más radicales, aquellas de las que está
sustanciada su misma estructura de criatura. Del mismo modo inserirse en la dinámica del Reino, a
lo que Jesús invita a sus discípulos, es la única forma de existencia que responde al destino del
hombre en este mundo y más allá. La vida se despliega así enteramente como don, llamada y
proyecto.
Tomar todo esto como base e inspiración de la acción, difundirlo de modo que se convierta en
mentalidad de la comunidad educativa pastoral y especialmente de los mediadores vocacionales con
sus consecuencias educativas y prácticas constituye la «cultura» de la que la pastoral tiene urgente
necesidad.
He aquí las actitudes fundamentales que dan vida a una cultura vocacional y que nosotros
querríamos privilegiar: • La búsqueda de sentido. El sentido es la comprensión de las finalidades
inmediatas, a medio plazo y, sobre todo, últimas de los acontecimientos y de las cosas. El sentido es
también intuición de la relación que realidades y acontecimientos tienen con el hombre y con su
bien. La maduración del sentido supone ejercicio de la razón, esfuerzo al explorar, actitud de
contemplación e interioridad.
Se va descubriendo en diferentes ámbitos: en la propia experiencia, en la historia, en la Palabra de
Dios. Todo converge hacia una sabiduría personal y comunitaria que se expresa en la confianza y la
esperanza ante la vida. «Por lo demás, sabemos que en toda las cosas interviene Dios para bien de
los que le aman» (Rom, 8,28a).

2 Pages 11-20

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2.1 Page 11

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Los tiempos de maduración del sentido pueden ser largos. Es importante no renunciar y no cerrarse
ante la perspectiva de descubrimientos ulteriores y más ricos. La cultura contemporánea está
surcada por corrientes que ignoran, cuando no niegan, todo sentido que trascienda la experiencia
inmediata y subjetiva. Lleva así a una visión fragmentada de la realidad, que hace a la persona
incapaz de dominar los mil episodios diarios, de ir más allá de lo epidérmico o sensacional. La
madurez cultural comporta una síntesis, un marco de referencia más allá de los conocimientos
aislados, para lograr orientarse y no quedar prisioneros de los hechos. La calidad de la vida decae
cuando no está sostenida por una cierta visión del mundo. Y con la calidad caen las razones para
implicarla al servicio de causas nobles.
• Apertura a la trascendencia, al más allá humano, a la aceptación del límite, a la acogida del
misterio, la acogida de lo sagrado en sus aspectos subjetivos y objetivos, a la reflexión y a la opción
religiosa.
Es este un horizonte que aparece en todas las actividades del hombre hasta ser una dimensión
constitutiva: en el ejercicio de su inteligencia, en la tensión de su voluntad, en los anhelos del
corazón, en la dinámica de sus relaciones, en la realización de sus empresas.
La existencia del hombre está abierta al infinito y así es la percepción que él tiene de la realidad.
Hay hoy direcciones culturales que, conscientemente o no, llevan a cerrarse en los horizontes
«racionales» y temporales y hacen incapaces de acoger la propia vida como misterio y don. Tomar
en consideración la trascendencia quiere decir aceptar interrogantes, ir más allá de lo visible y lo
racional. Las experiencias, las necesidades, las percepciones inmediatas pueden ser puntos de
partida para abrirse a valores, exigencias y verdades ulteriores y más exigentes, que no hay que
sentir como negación de las propias pulsiones, sino como su liberación y perfección. Como reveló
Jesús a la mujer samaritana: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice «¡Dame de
beber!», tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva» (Jn 4,10).
Una mentalidad «ética», capaz de discernir entre el bien y el mal y saber orientarse hacia el bien.
Esa cultura está iluminada por la conciencia moral, más centrada en los valores que en los medios, y
asume como punto básico la primacía de la persona. La cultura lleva siempre en su interior un
impulso ético y es en sí misma un valor moral, porque persigue la calidad humana de cada uno y de
la comunidad. Pero sobre ella repercuten los límites del hombre.
Algunas de sus tendencias y realizaciones, cuando no sistemas enteros, se presentan bajo el signo de
la ambigüedad moral. Y esto en las dos dimensiones, objetiva y subjetiva. El hecho llega a ser grave
cuando en el dinamismo mismo de elaboración de la cultura, el criterio ético desaparece o viene
subordinado a otros.
La referencia al bien y al mal pierde entonces toda incidencia, y prevalecen otras exigencias, como
la utilidad, el placer, el poder.
El lenguaje, en estos últimos tiempos, ha acuñado una serie de expresiones que ponen en evidencia,
bajo forma de polaridad, la primacía o la ausencia de una referencia ética válida en la evolución de
la cultura: cultura del ser y del tener, de la vida y de la muerte, de la persona y de las cosas.
Desarrollar la cultura con mentalidad ética querrá decir, no sólo hacerla crecer en cualquier caso,
sino contrastar sus concepciones y realizaciones con la conciencia iluminada por la fe para
purificarla y rescatarla de la ambigüedad y alentarla en la dirección de los valores.
La posibilidad de un proyecto. La apatía ante el sentido se transmuta con frecuencia en
indiferencia hacia el futuro. Sin una visión de la historia no aparecen metas apetecibles por las que

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apostar, excepto las que se relacionan con el bienestar individual. En épocas anteriores, las
ideologías, con su carga utópica, impulsaron el proyecto social y favorecieron también la
disposición personal a implicarse en un proyecto histórico.
Puede haber hoy una contracción del futuro, junto a una dilatación del presente, que lleva hacia una
cultura de lo inmediato. Los proyectos se agotan en un tiempo breve y se completan en los espacios
reducidos de la experiencia individual. Las mismas iniciativas de bien pueden reducirse a querer
corregir alguna cosa, a una búsqueda de autorrealización subjetiva, a un entusiasmo efímero.
Proyectar quiere decir organizar los recursos propios y el proprio tiempo en consonancia con las
grandes urgencias de la historia y con las demandas de las comunidades para alcanzar metas ideales
dignas del hombre. Esto requiere conciencia crítica para defenderse de imperativos aparentes,
capacidad de discernimiento para desenmascarar presiones psicológicas, generosidad motivada para
ir más allá de los horizontes inmediatos.
Compromiso para la solidaridad, en oposición a esa cultura que lleva a centrarse en el individuo.
Proyectos personales generosos pueden surgir sólo donde la persona admite que su realización está
unida a la de sus semejantes. La solidaridad es una aspiración amplia que sube de lo profundo de las
conciencias, del corazón de los acontecimientos históricos y se manifiesta bajo formas inéditas y
casi inesperadas. Aparece como respuesta a macrofenómenos preocupantes, como el subdesarrollo,
el hambre, la explotación. Inspira iniciativas ejemplares como los planes de ayuda, el voluntariado y
los movimientos de opiniones, que van modificando la relación anterior entre persona y sociedad.
Todo esto en ámbitos cercanos y mundos lejanos. Por consiguiente, moviliza el espíritu de servicio
e impulsa a él.
Pero la cultura de la solidaridad se arrincona frecuentemente o la debilitan fuertes corrientes
económicas y culturales. Presupone una visión del mundo y de la persona que considere la
interdependencia como clave interpretativa de los fenómenos positivos y negativos de la
humanidad. Nada tiene una explicación propia integral o una solución razonable si se considera de
forma aislada.
Pobreza y riqueza, desnutrición y dispendio son fenómenos correlativos.
Entre estos contrastes, funge de mediación e interviene no sólo la ternura y la compasión, sino la
responsabilidad humana.
La persona no puede concebirse como un ser que primero se constituye por sí mismo y, sólo en un
segundo momento, se orienta hacia los otros. La persona llega a ser ella misma sólo cuando asume
solidariamente el destino de sus semejantes.
3. Aspectos que tienen una importancia especial en la animación y en la propuesta vocacional 3.1.
Promover una cultura vocacional: cometido esencial de la Pastoral Juvenil Toda la pastoral, y en
especial la juvenil, es radicalmente vocacional: la dimensión vocacional constituye su principio
inspirador y su confluencia natural. Hay, pues, que abandonar la concepción reductiva de la pastoral
vocacional, que se preocupa sólo de la búsqueda de candidatos para la vida religiosa o sacerdotal.
Por el contrario, como se ha dicho antes, la pastoral vocacional debe crear las condiciones
adecuadas para que cada joven pueda descubrir, asumir y seguir responsablemente su vocación.
La primera condición consiste, siguiendo a Don Bosco, en la creación de un ambiente en el que se
viva y se transmita una verdadera «cultura vocacional, es decir, un modo de concebir y afrontar
la vida como un don recibido gratuitamente; un don que hay que compartir al servicio de la plenitud

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de la vida para todos, superando una mentalidad individualista, consumista, relativista y la cultura
de la autorrealización. Vivir esta cultura vocacional requiere el esfuerzo de desarrollar ciertas
actitudes y valores, como la promoción y la defensa del valor sagrado de la vida humana, la
confianza en sí mismo y en el prójimo, la interioridad que permite descubrir en sí y en los demás la
presencia y la acción de Dios, la disponibilidad a sentirse responsables y a dejarse implicar por el
bien de los demás en actitud de servicio y de gratuidad, la valentía de soñar y de desear en grande,
la solidaridad y la responsabilidad hacia los otros, sobre todo los más necesitados.[12] En este
contexto o cultura vocacional la pastoral juvenil debe proponer a los jóvenes los diversos caminos
vocacionales matrimonio, vida religiosa o consagrada, servicio sacerdotal, compromiso social y
eclesialy acompañarlos en su compromiso de discernimiento y de opción.
Toda comunidad educativo-pastoral debe ser consciente de las características del propio ambiente
cultural y de la acción educativopastoral que despliega en el trabajo diario con los jóvenes. Todo
esto con el propósito de promover y desarrollar los elementos típicos de una cultura vocacional, que
con frecuencia no se acepta en el ambiente en el que viven los mismos jóvenes.
Os indico aquí dos elementos que pueden ayudar al desarrollo de una cultura vocacional: • Hacer de
la comunidad educativo-pastoral un ambiente de familia con testigos vocacionales significativos.
Los jóvenes viven en un ambiente masificado, en el que no se sienten reconocidos ni acogidos;
deben merecerse y conquistar todo, de modo que los más débiles o los menos preparados quedan
marginados y olvidados. En ese ambiente resulta casi imposible vivir la vida como don que hay que
compartir; aparece más bien como una lucha por la subsistencia o una carrera para la conquista del
bienestar y de la realización individual. En el ambiente de familia típicamente salesiano el joven se
siente acogido y apreciado gratuitamente; experimenta relaciones de confianza con adultos
apreciables; se siente implicado en la vida de grupo; desarrolla protagonismo y responsabilidad;
aprende a construir la comunidad educativa y a sentirse corresponsable del bien común; encuentra
momentos de reflexión, de diálogo y de sereno contraste. Este es el mejor ambiente para el
desarrollo de una cultura vocacional.
• Asegurar la orientacion y el acompanamiento de las personas.
En un ambiente masificado o en el que las relaciones son sólo funcionales será muy difícil el
desarrollo de una visión vocacional de la vida. En efecto: ese proceso requiere la presencia y la
cercanía de educadores entre los jóvenes, sobre todo en los momentos más espontáneos y gratuitos;
el conocimiento y el interés por su vida; la capacidad de relaciones personales, aunque sean
ocasionales y espontáneos; momentos de diálogo y de reflexión en grupo que ayuden a leer la vida
con óptica positiva y vocacional; espacios y tiempos para encuentros más sistemáticos de
acompañamiento personal.
3.2. La educación en el amor, en la castidad En la orientación y animación vocacional tiene una
gran importancia la educación en el amor. Es necesario ayudar al adolescente a integrar su
crecimiento afectivo-sexual en el proceso educativo y también en el camino de educación en la fe.
Y esto para que pueda vivir la afectividad y la sexualidad en armonía con las demás dimensiones
fundamentales de su persona, manteniendo actitudes de apertura, de servicio y de oblación.
Hoy el adolescente debe confrontarse con un contexto cultural y social pan-sexualizado que
transmite sus continuos mensajes en la calle, en la televisión, en el ciberespacio. Se trata de
sugerencias que impulsan a una práctica sexual consumista y orientada a la satisfacción inmediata
del placer. La tendencia social dominante en este campo es el permisivismo, y los contenidos
apetecibles de ese pansexualismo se convierten en motivo de un triste comercio. Todo ello da lugar
a una confusión en el plano de los valores y a un gran relativismo ético. Sucede frecuentemente que
se promueve un uso prematuro de la sexualidad en las relaciones de amistad o en la pura búsqueda

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de la satisfacción compulsiva del placer. Los jóvenes apuestan con gran decisión sobre el amor,
retando prejuicios y censuras, deseosos de ir al encuentro de sus necesidades afectivas y sensibles al
valor de una comunicación abierta y sin límites. Pero en este campo muchas veces no disponen de
una orientación y de un guía que los ayude a comprender su afectividad y sexualidad según una
visión integral de la persona, desarrollando de modo constante y claro un proyecto de educación en
el amor que los oriente hacia una construcción armoniosa de la personalidad y haciendo posible una
visión de la vida como don y servicio.
Ya hace años el CG23 señalaba a los Salesianos la educación en el amor como uno de los tres
núcleos importantes alrededor de los cuales se hace posible y se realiza la síntesis fe-vida. No se
trata, decía, «de puntos particulares, sino de «espacios» donde se concentra el significado, la fuerza
y la conflictividad de la fe»[13].
Hoy esta importancia es todavía mayor, sobre todo cuando se quiere desarrollar con eficacia la
dimensión vocacional de la vida y crear un ambiente en el que sea posible al joven madurar un
proyecto vocacional, de manera especial cuando se trata de vocaciones de especial compromiso,
que muchas veces incluyen una opción de celibato.
En efecto, muchos jóvenes se encuentran en un ambiente muy poco favorable a una visión integral
y positiva del amor. Y muchos de ellos viven deficiencias notables que el educador debe conocer
para ayudarlos a superarlas.
A muchos de ellos les falta una experiencia de amor gratuito en la familia, en la que deben soportar
tensiones y choques entre los padres que con frecuencia acaban con la decisión de separarse o
divorciarse.
La relación de amistad que viven entre sí es superficial y todo esto hace que, en vez de resistir a las
propuestas seductoras del ambiente, quedan presos en ellas. Así, muy pronto, varios de ellos se
implican en una relación de pareja que los cierra a los demás y a la vida del grupo.
La urgencia que sienten de vivir una relación plena con su pareja los lleva a una práctica
desordenada de la sexualidad. Desde luego que en todo esto incide la falta de un verdadero proceso
de educación en el amor: el tema se evita o se trata de modo moralista y negativo, lo que en vez de
ayudar, suscita el rechazo del adolescente.
Nuestro Sistema Preventivo y el espíritu de familia característico de nuestro ambiente pueden crear
las condiciones para ponerlo felizmente en práctica.[14]
3.3. La educación en la oración
La oración es un elemento esencial y primario en la orientación y en la elección de la vocación
porque ésta, don de Dios ofrecido libremente al hombre, sólo puede descubrirse y seguirse con la
ayuda de la gracia. Por tanto, una pastoral vocacional eficaz y profunda para los jóvenes no es
posible sin introducirlos y acompañarlos en una práctica asidua de la oración.
La primera comunidad cristiana espera orando el día de Pentecostés, día del nacimiento de la
Iglesia evangelizadora (Hch 1,14). Lo mismo Jesús: oró antes de elegir a los Apóstoles (Lc 6,12ss)
y les enseño a orar para que viniese el Reino de Dios (Mt 6,7ss). El mandamiento «Pedid, pues, al
dueño del campo que mande obreros a cosechar su mies» (cf. Mt 9,37ss; Lc 10,2) se comprende en
todo su valor y su urgencia a la luz del ejemplo y de las enseñanzas de Cristo. La oración es el
camino privilegiado y la mejor pastoral vocacional.

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Considerada esta centralidad de la oración en el camino de fe, es importante ayudar a los jóvenes a
introducirse e iniciarse en una verdadera y profunda vida de oración: sólo así podrá madurar en
ellos una posible vocación de especial consagración.[15] Los jóvenes viven hoy con frecuencia en
un ambiente muy poco favorable a la vida espiritual. Están inmersos en una cultura del consumismo
y del beneficio, del goce personal y de la satisfacción inmediata de los deseos; la visión superficial
de la vida está dominada por criterios ético-morales subjetivos, muchas veces contrastantes y hasta
contradictorios. El ambiente en el que se mueven favorece un ritmo de vida agitado, en el que viven
muchas experiencias sin poder profundizar en ninguna. «La crisis de la familia, la extendida
mentalidad relativista y consumista, el influjo negativo de los medios sobre la conciencia y los
comportamientos constituyen un fuerte obstáculo para la cultura vocacional»[16].
Por otra parte, descubrimos en adolescentes y jóvenes una búsqueda de interioridad, un esfuerzo por
captar su identidad y también una apertura y una sincera búsqueda de una experiencia de
Trascendencia.
Aunque muchas veces este camino se concibe de manera subjetiva y respondiendo a las propias
necesidades, hay que decir que es una buena oportunidad para ayudarlos a descubrir al Dios de
Jesús.
Se multiplican los grupos y los movimientos que de formas muy di-
versas promueven experiencias de espiritualidad y los jóvenes están ampliamente presentes en
estos grupos. ¡Bastaría pensar en la comunidad de Taizé!
Todo esto constituye una condición favorable para ofrecer a los jóvenes la posibilidad de iniciar un
camino de educación en la interioridad que los vaya conduciendo gradualmente a descubrir y a
gustar la oración cristiana, sobre todo en lo que constituye su originalidad y su verdadera riqueza: el
encuentro con la persona de Jesús que nos revela el amor de Dios, que nos invita y nos ofrece la
gracia de una relación personal con Él. He ahí por qué en un ambiente tan profundamente
impregnado de secularismo y de superficialidad, es urgente promover esta educación en la
interioridad y ofrecer a nuestros jóvenes una vida espiritual fuerte y profunda. «Hoy los tiempos
exigen un retorno más explícito a la oración… Es una oración que vibra en sintonía con el despertar
de la fe: ser creyentes comprometidos y no sólo fieles rutinarios supone un diálogo más explícito,
más intenso, más frecuente con el Señor. En un clima de secularismo se siente una apremiante
necesidad de meditación y de profundización de la fe»[17].
La educación en la oración debe favorecer las condiciones que impulsan a la persona del joven a
asumir una actitud de autenticidad.
Éstas son: el silencio, la reflexión, la capacidad de leer la propia vida, la disponibilidad a la escucha
y a la contemplación, la gratuidad y la confianza. A un joven que vive en la agitación de una vida
llena de actividad no le resulta fácil crear dentro de sí ese silencio y cultivar un camino de
interioridad que lo lleve a un verdadero encuentro consigo mismo. También ésta será una de las
metas que habrá que tratar de alcanzar. De aquí la importancia de comenzar los momentos de
oración con un espacio de calma, de silencio, de serenidad, que permita a nuestros jóvenes llegar a
encontrarse consigo mismos y, partiendo de esta experiencia, asumir la propia vida para colocarla
delante del Señor.
El corazón de la oración cristiana es la escucha de la Palabra de Dios. Ella debe ser la gran maestra
de la oración cristiana, que no consiste en «hablar» a Dios, sino más bien en «escucharle» y abrirse
a su voluntad (cf. Lc 11,5-8; Mt 6,9ss). «En vuestros grupos, queridos jóvenes escribía Juan
Pablo IImultiplicáis las ocasiones de escucha y de estudio de la Palabra del Señor, sobre todo

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mediante la lectio divina: en ella descubriréis los secretos del corazón de Cristo y obtendréis de ella
fruto para el discernimiento de las situaciones y de la transformación de la realidad»[18].
Normalmente se deberá iniciar al joven a esta escucha, ayudándole a entender el sentido de la
Palabra que escucha y lee. Se debe también reconocer que la Palabra de Dios es eficaz en sí misma
y, por tanto, habrá que dejarla tal vez actuar sola en el corazón de los jóvenes, sin forzarla
demasiado con nuestros esquemas: muchas veces ella los guiará sola hacia el diálogo personal con
Jesús.
Otra gran escuela de oración es la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia: hay que ayudar al joven
a participar cada vez más conscientemente, comprendiendo signos y símbolos de la liturgia. Una
educación en la fe que olvide o retrase el encuentro sacramental de los jóvenes con Cristo, no es el
camino para encontrarlo y aún menos indicará la posibilidad de seguirlo. «Los jóvenes, como
nosotros, encuentran a Jesús en la comunidad eclesial. En la vida de ésta, sin embargo, hay
momentos en los que él se revela y se comunica de modo singular: son los sacramentos,
especialmente la Reconciliación y la Eucaristía. Sin la experiencia que se da en ellos, el
conocimiento de Jesús se hace inadecuado y escaso, hasta el punto de no permitir distinguirlo entre
los hombres como el resucitado Salvador... Con razón se dice que los sacramentos son memoria
verdadera de Jesús: de lo que él hizo y hace todavía hoy por nosotros, de lo que significa para
nuestra vida; avivando, pues, nuestra fe en él, para que lo veamos mejor en nuestra existencia y en
los acontecimientos.
Son también revelación de lo que parece escondido en los pliegues de nuestra existencia, para que
tomemos conciencia de ello…
En la Reconciliación se nos abren los ojos y vemos lo que podemos llegar a ser según el proyecto y
el deseo de Dios; se nos da al Espíritu que nos purifica y renueva. Se ha dicho que es el sacramento
de nuestro futuro de hijos, en vez de nuestro pasado de pecadores. En la Eucaristía Cristo nos
incorpora a su ofrenda al Padre y refuerza nuestra donación a los hombres. Nos inspira el deseo y
nos da la esperanza de que ambos, amor al Padre y amor a los hermanos, sean una gracia para todos
y para todo: «anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!».[19] Entre
los muchos caminos de iniciación en la oración, la Espiritualidad Juvenil Salesiana nos ofrece su
gran riqueza y un estilo específico de vida espiritual, con un estilo característico de oración y una
forma actual de organizar la vida en torno a algunas percepciones de fe, opciones de valores y
actitudes. En ella se encuentran ciertas características propias de la oración salesiana: es una oración
sencilla, sin complicaciones inútiles, inserta en la vida de cada día, que se presenta y se ofrece al
Señor; una oración llena de esperanza, que promueve una visión pascual de la vida, en diálogo
personal con el Señor Resucitado, vivo y presente entre nosotros; una oración que lleva a la
celebración de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía en la que se vive el encuentro personal
con Jesús; una oración que ayuda a descubrir la presencia de Jesús en cada joven, especialmente en
los más pobres, e impulsa a implicarse en su educación y evangelización.
Es importante, pues, estar atentos a estas características en nuestro camino de educación en la
oración, para ayudar al joven a vivirla y de ese modo a introducirlo en la Espiritualidad Juvenil
Salesiana: es un camino de vida cristiana que puede llevar también a adolescentes y jóvenes a la
gran meta de la santidad[20].
Debemos estar seguros: sólo con una vida de oración cada vez más centrada en Cristo el joven
podrá aclarar y consolidar su opción vocacional, sobre todo si se trata de una vocación de
consagración especial.

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3.4. El acompañamiento personal Otro elemento fundamental en la pastoral vocacional es el
acompañamiento personal regular del joven. Deberá ser respetuoso, con una acertada comprensión
de la madurez y del camino espiritual de la persona a la que se acompaña. Un acompañamiento que
ayude a interiorizar y personalizar las experiencias vividas y las propuestas recibidas; que estimule
y guíe en la iniciación en la oración personal y en la celebración de los sacramentos; que oriente
hacia un proyecto personal de vida como instrumento concreto de discernimiento y maduración
vocacional. La gracia del Espíritu que obra en el corazón de las personas tiene necesidad de la
colaboración de la comunidad y de un maestro espiritual. Por eso junto a cada santo hay siempre un
maestro de Espíritu que lo acompaña y guía.
El acompañamiento es aún más importante en el sistema educativo salesiano, que se basa en la
presencia del educador entre los jóvenes y en una relación personal basada en el mutuo
conocimiento, en la comprensión y en la confianza.
Cuando hablamos de acompañamiento, no nos referimos sólo al diálogo individual, sino a todo un
conjunto de relaciones personales que ayudan al joven a asimilar personalmente los valores y las
experiencias vividas, a adecuar las propuestas generales a su propia situación concreta, a aclarar y
ahondar las motivaciones y los criterios.
Este proceso incluye experiencias y niveles sucesivos promovidos por la comunidad salesiana para
asegurar un ambiente educativo, capaz de favorecer la personalización y el crecimiento vocacional.
A título de ejemplo: la presencia entre los jóvenes, con el propósito de conocerlos y compartir con
ellos la vida, con un actitud de confianza; la promoción de grupos, donde siguen a los jóvenes el
animador y sus mismos compañeros; contactos breves, ocasionales, que muestran el interés por la
persona y su mundo; y, al mismo tiempo, una atención educativa a ciertos momentos de
importancia especial para el joven; momentos de diálogo personal breves, frecuentes, sistemáticos,
según un plan concreto; el contacto con la comunidad salesiana, con experiencias de participación
en la vida de oración, de fraternidad y de apostolado, el ofrecimiento frecuente del sacramento de
la Reconciliación; la intervención atenta y amiga del confesor resulta con frecuencia decisiva para
orientar a un joven en su opción vocacional.
En la práctica del acompañamiento, sobre todo en el diálogo personal, conviene asegurar además la
atención sobre algunos puntos fundamentales para el crecimiento humano y cristiano del joven y el
discernimiento de las señales de vocación. He aquí, en especial, algunos: • Educar en el
conocimiento de si mismo, para descubrir los valores y las cualidades que el Señor ha dado a cada
uno, pero también los límites o las ambivalencias en el proprio modo de vivir y pensar. Cuántos
jóvenes no han escuchado la llamada vocacional, no porque fuesen poco generosos o indiferentes,
sino sencillamente porque no se les ha ayudado a conocerse y a descubrir la raíz ambivalente y
pagana de ciertos esquemas mentales y afectivos, o porque no se les ha ayudado a liberarse de sus
miedos o defensas en relación con la vocación misma.
• Madurar la confesion de Jesus, como el Senor Resucitado y como sentido supremo de la propia
existencia. Las motivaciones vocacionales deben basarse en el reconocimiento de la iniciativa de
Dios que ha sido el primero en amarnos. Como explicaba el Papa Benedicto XVI a los jóvenes de
Roma y del Lazio: «El Señor está siempre presente y mira a cada uno de nosotros con amor. Queda
que nosotros debemos encontrar esa mirada y encontrarnos con él. ¿Cómo hacerlo? Diría que el
primer punto para encontrarnos con Jesús, para experimentar su amor es conocerlo... Para conocer a
una persona, ante todo la gran persona de Jesús, Dios y hombre, se necesita la razón, pero al mismo
tiempo también el corazón. Sólo con la apertura del corazón a él, sólo con el conocimiento del
conjunto de lo que ha dicho y de lo que ha hecho, con nuestro amor, con nuestro ir hacia él,
podemos poco a poco conocerlo cada vez más y así también experimentar que él nos ama... En un

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verdadero coloquio, podemos encontrar cada vez más ese camino del conocimiento que se convierte
en amor. Naturalmente no sólo pensar, no sólo orar, sino también hacer es una parte del camino
hacia Jesús: hacer cosas buenas, implicarse en favor del prójimo» [21].
• Educar a leer la experiencia de la propia vida y los acontecimientos de la historia como don de
Dios y como llamada a ponerse a disposición de la misión por el Reino de Dios. Para esto, ayudar a
los jóvenes a iluminar su existencia con la Palabra de Dios, en una constante referencia a Jesucristo,
sentido como el Señor de la vida que propone un proyecto especial para cada uno de nosotros.
«Mi vida la ha querido Dios desde la eternidad. Yo soy amado, soy necesario. Dios tiene un
proyecto conmigo en la totalidad de la historia; tiene un proyecto precisamente para mí. Mi vida es
importante y también necesaria. El amor eterno me ha creado en profundidad y está esperándome.
Por tanto, este es el primer punto: conocer, tratar de conocer a Dios y así entender que la vida es un
don, que es bueno vivir... Así pues, hay una voluntad fundamental de Dios para todos nosotros, que
es idéntica para todos nosotros. Pero su aplicación es diferente en cada vida, porque Dios tiene un
proyecto preciso con cada hombre.... No tener la vida, sino hacer de la vida un regalo, no buscarme
a mí mismo, sino dar a los otros. Esto es lo esencial»[22].
• Ahondar la asimilacion personal de los valores evangelicos como criterios permanentes que
orientan en las opciones que se hacen en la vida cotidiana. Será más fácil así resistir a la tentación
de seguir de forma conformista lo que hacen todos. Como ya se ha dicho antes, un aspecto al que
debemos prestar una atención especial en este campo será la educación en el amor y la afectividad.
3.5. Centralidad y labor de la consagración religiosa en la misión de la Familia Salesiana La misión
salesiana es misión educativa (de promoción integral de la persona) y misión de evangelización de
los jóvenes. Estas dos dimensiones de nuestra misión salesiana (la educativa y la evangelizadora)
son esenciales y deben vivirse en mutua complementariedad y recíproco enriquecimiento.
La Familia Salesiana, respetando el carisma de los diversos grupos que la componen, es el sujeto de
esta misión y debe cuidar la integridad de esta unidad orgánica; por eso es una riqueza que en ella
estén significativamente presentes las dos formas complementarias de vivir la vocación, la secular y
la consagrada, y en ellas la laical y la sacerdotal.
Pero es indispensable ser conscientes y poner en evidencia el valor fundamental de la vida
consagrada en la realización de la misión salesiana. «Don Bosco afirma el CG24quiso
personas consagradas en el centro de su obra, orientada a la salvación de los jóvenes y a su
santidad»[23].
La forma laical de la vocación salesiana, en su diversas expresiones dentro de la Familia Salesiana,
señala los valores de la creación y de las realidades seculares, ofrece una especial sensibilidad hacia
el mundo del trabajo, presta una especial atención al territorio, subraya las exigencias de la
profesionalidad; la laicidad en los miembros de la Familia Salesiana, religiosos, consagrados o no,
muestra a todos cómo vivir la entrega total a Dios por la causa del Reino en estos valores y
ocupaciones seculares. La otra forma es la sacerdotal, que recuerda la finalidad última de toda la
acción educativa; los sacerdotes, pertenecientes a los diferentes grupos de la Familia Salesiana,
realizan un sacerdocio plenamente inserto en el compromiso educativo: ofreciendo la Palabra de
Dios no sólo en la catequesis, sino también en el diálogo y la acción educativa, construyen la
comunidad cristiana a través de la construcción de la comunidad educativa.

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Se debe encontrar en la Familia Salesiana el valor de la consagración religiosa. Ella, en efecto,
figura como un signo necesario que,
mientras especifica la identidad de los que han hecho una opción total en el seguimiento de Jesús,
indica al mismo tiempo a los laicos que comparten nuestro carisma, que su intervención en la
misión no es simplemente una ayuda complementaria, sino más bien una experiencia especial de
Dios, en la participación de una misma espiritualidad y de una misma misión. «No hay esperanza
para una figura religiosa que no exprese inmediatamente, y casi emocionalmente, un significado
trascendente; que no sea una flecha apuntada hacia lo divino y hacia el amor al prójimo, que nace
de lo divino»[24].
No pocas veces en nuestra visión de la vocación salesiana y en su presentación damos la impresión
de privilegiar los aspectos funcionales, dejando en la sombra o dando por descontados y
sobreentendidos los de la vida consagrada. «Si se pone entre paréntesis la consagración religiosa
para razonar en términos de acción y de cargos funcionales, eso no sólo confunde los planos, sino
que altera las dimensiones»[25].
En su papel propio la Familia Salesiana se enriquece con la presencia reveladora y complementaria
de sacerdotes, religiosos, consagrados y laicos. Juntos configuran una plétora insólita de energías
empleadas para el testimonio y la misión educativa; las diferentes vocaciones laicas enriquecen la
proclamación de la vida consagrada y la función animadora que, como tal, debe realizar en la
Familia y en el Movimiento Salesiano.
Esta relación, por consiguiente, no se funda en los papeles o en las funciones diversas que cada uno
puede realizar (muchas veces esos papeles son los mismos), sino en los dones vocacionales
peculiares a través de los cuales cada uno contribuye a la misión común. La entrega de la vida debe
ser idéntica porque es total, pero no el modo de entregarla.
3.6. El Movimiento Juvenil Salesiano, lugar vocacional privilegiado El Movimiento Juvenil
Salesiano (MJS) es una realidad plena de vida, presente en los cinco continentes. Es una expresión
expresiva de la fuerte atracción que la persona de Don Bosco y su carisma ejercen sobre los
jóvenes. En los diversos encuentros nacionales e internacionales del MJS se tiene una experiencia
viva y fuerte de una corriente de comunión que tiene su fuente en la persona de Don Bosco, en los
valores de su pedagogía y de la Espiritualidad Juvenil Salesiana.
Este desarrollo del MJS, con su variedad de grupos y asociaciones, con la presencia de numerosos
animadores, la diversidad de iniciativas y propuestas formativas, es para nosotros, miembros de la
Familia Salesiana, una gracia de Dios y al mismo tiempo una llamada. El Señor nos envía todos
estos jóvenes para que los ayudemos en su camino de crecimiento como personas hasta alcanzar la
plenitud de la vida cristiana.
La tendencia asociativa, la vida de grupo, la inspiración comunitaria fue una experiencia casi
espontánea en la vida de Don Bosco.
Se daba en él una inclinación natural a la sociabilidad y a la amistad.
El asociacionismo juvenil es, por tanto, una exigencia indispensable en la propuesta educativa
querida por Don Bosco. A través de una pluralidad de grupos y asociaciones juveniles tenemos la
posibilidad de asegurar una presencia educativa de calidad en los nuevos espacios de socialización
de los jóvenes. Y esta experiencia se hace reveladora en el momento en el que los jóvenes son

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llamados a comprender la realidad eclesial y a implicarse en ella como miembros vivos en el
«cuerpo» de la comunidad cristiana.
A veces puede parecer que los jóvenes de nuestros ambientes y de algunos grupos nuestros sean
superficiales, sobre todo cuando se manifiestan en su estilo ruidoso y festivo. En realidad muchos
de ellos son probadamente buenos y espirituales. Ellos manifiestan una gran sed de Dios, de Cristo,
de Evangelio vivido en la sencillez y en la normalidad de la vida cotidiana. Don Bosco estaba
convencido de que un tanto por ciento elevado de los jóve- nes que el Señor envía a nuestras casas
tiene disposiciones favorables para seguir, si se les motiva y acompaña convenientemente, una
vocación de compromiso especial[26]. Precisamente porque viven con frecuencia en un ambiente
poco favorable al silencio y a la interiorización, buscan nuestra ayuda, nuestro apoyo y nuestro
acompañamiento en el camino de maduración de su vida. La Espiritualidad Juvenil Salesiana, el
estilo de vida cristiana vivido por Don Bosco y por los jóvenes del Oratorio de Valdocco, constituye
entonces un recurso que ofrecer a esos jóvenes.
En varias partes del mundo muchas vocaciones a la vida religiosa o sacerdotal y también a la vida
laical comprometida en la Familia Salesiana florecen en los grupos y en las asociaciones del MJS,
sobre todo entre los animadores. Es un hecho que debemos tener en cuenta, valorando y
acompañando mucho mejor esa experiencia asociativa.
Tal vez deberíamos estar más convencidos de que nuestros jóvenes, sobre todo los jóvenes
animadores, tienen el derecho de recibir de nosotros un estímulo que los lleve a pensar en su vida y
en su compromiso en clave vocacional; en su acompañamiento personal debemos proponer con
claridad el interrogante vocacional y animar su respuesta generosa.
Esa es una tarea importante y urgente para cada Salesiano y para cada miembro de la Familia
Salesiana en su contacto cotidiano con los jóvenes de los grupos y en los diversos servicios de
animación.
Cuando haya una ocasión propicia y una disponibilidad potencial por parte del joven, es el
momento para proponer un compromiso vocacional.
En esta propuesta debemos ser libres y valientes, confiándonos a la acción del Espíritu, que con
frecuencia nos sorprenderá con su acción.
Hoy la edad de las opciones vocacionales de vida se está desplazando y, aunque la semilla se lance
en la preadolescencia o la adolescencia, madura con frecuencia en momentos siguientes, cuando los
jóvenes se encuentran en la universidad o en las primeras experiencias de trabajo. Es importante
promover propuestas y espacios con-
cretos que nos permitan acompañarlos en esos momentos decisivos para su futuro. Entre estos
jóvenes debemos cuidar de modo especial a los más cercanos a nosotros, los animadores, los
voluntarios, los colaboradores de nuestras obras que comparten generosamente muchos aspectos de
la misión salesiana, que tienen un auténtico deseo de servicio y están en busca de un proyecto de
vida que los llene. Hay que asegurar que la experiencia de animación o de voluntariado los ayude a
plantear su vida siguiendo una línea de búsqueda y de disponibilidad vocacional.
Advertimos que entre los grupos del MJS se están extendiendo de modo admirable los grupos del
Voluntariado. Ellos constituyen una primera salida del camino formativo realizado antes en los
grupos.

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Los jóvenes, en la opción por el voluntariado, descubren un espacio de iniciativa y de servicio que
se convierte en réplica valiente de la mentalidad individualista y consumista que insidia muchas
realidades sociales. Al mismo tiempo, los ayuda a madurar una visión vocacional de la vida como
don y como servicio.
Se debe captar este «signo de los tiempos» explicitando sus múltiples valores, especialmente en la
educación en la solidaridad y en la riqueza vocacional que encierra.
Don Bosco sabía implicar a sus muchachos, con frecuencia jovencísimos, en tareas de voluntariado
casi heroicas. Basta recordar a los jóvenes «voluntarios» en la época del cólera en Turín. A través
de estos trabajos de servicio los ayudaba a madurar una opción vocacional de la vida. La
implicación directa de los mismos jóvenes en su propia educación y en la transformación del
ambiente fue para Don Bosco una de las claves fundamentales de su sistema educativo, además de
ser una verdadera escuela de ciudadanía y de santidad.
También nosotros hoy, por medio del voluntariado, queremos proponer una visión vocacional de la
vida, inspirada en el Evangelio vivido según la Espiritualidad Juvenil Salesiana. El voluntario y la
voluntaria traducen en realidad esos valores y actitudes que caracterizan una «cultura vocacional»
subrayados antes, como la defensa y la promoción de la vida humana, la confianza en sí mismo y en
el prójimo, la interioridad que hace descubrir en sí y en los demás la presencia y la acción de Dios,
la disponibilidad para sentirse responsable y dejarse implicar para el bien de los demás en actitud de
servicio y de gratuidad. Estos valores deben cultivarse durante la formación de los voluntarios y
deben inspirar sus proyectos y su modo de servir, de manera que la experiencia de voluntariado
modele su vida como ciudadanos y como cristianos comprometidos y no se reduzca, en cambio, a
una experiencia entre las muchas vividas en el tiempo de la juventud.
De este modo el voluntariado se convierte en una verdadera escuela de vida; contribuye a educar a
los jóvenes en una cultura de solidaridad en los encuentros con los demá s, sobre todo con los más
necesitados. Hace crecer en ellos el Espíritu de acogida, la apertura hacia el otro, e invita casi
naturalmente a la apertura del don total y gratuito de sí mismos.
Es importante, pues, promover el voluntariado en la Familia Salesiana.
Es una propuesta que debe conocerse, valorarse y acompañarse.
Constituye por sí misma una experiencia típica en la que es posible cultivar adecuadamente una
cultura vocacional.
4. Conclusión.
Belleza y actualidad de la vocación salesiana En mis visitas a la Congregación y a otros grupos de
la Familia Salesiana existentes en el territorio he podido constatar la enorme fuerza de atracción y el
entusiasmo que suscita la persona de Don Bosco, tanto entre los jóvenes como entre los adultos,
entre la gente sencilla, como también entre las autoridades, políticos, agentes sociales, en las
diferentes culturas y también entre personas de otras religiones.
Hablando con muchos de ellos, he podido captar el agradecimiento que manifiestan por la presencia
y la obra salesiana. Todos se sienten orgullosos de ser ex-alumnos/as y de haber experimentado la
pedagogía salesiana. Con frecuencia el recuerdo de Don Bosco suscita un gran entusiasmo popular
y moviliza a poblaciones enteras. Así sucede, por ejemplo, en Panamá durante la novena y en la
fiesta de Don Bosco. El mismo fenómeno lo estamos percibiendo durante el paso de la urna de Don

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Bosco, que está viajando a través de los distintos continentes. Su pedagogía y su estilo educativo,
sobre todo cuando se conoce y se profundiza, se considera un tesoro que se debe hacer conocer y
conservar al mismo tiempo. Es, en efecto, una respuesta adecuada a los retos y a las expectativas de
los jóvenes de hoy.
Todo esto nos anima a vivir con digno orgullo y grato reconocimiento nuestra vocación,
sintiéndonos herederos y continuadores de un carisma especial que Dios ha suscitado para los
jóvenes, sobre todo los más pobres y en peligro. En estos 150 años de historia salesiana, a partir de
la fundación de la Congregación y de la Familia Salesiana, vemos realizarse el sueño de Don Bosco,
de implicar un amplio movimiento de personas que, compartiendo su Espíritu, se entregan a la
misión juvenil. Todos nosotros somos parte y prueba de ese sueño en la realidad.
Debemos vivir, pues, nuestra vocación salesiana con un gran sentido de agradecimiento; y el primer
signo de reconocimiento es nuestra propia fidelidad, vivida con alegría y luminoso testimonio.
Debemos hablar de nuestra vocación. Debemos hablar de Don Bosco y de su misión. Debemos
poner en evidencia lo que la Familia Salesiana, por medio de sus grupos, ha realizado en el mundo y
animar a muchas personas de buena voluntad a ofrecer no sólo su colaboración sino su misma vida
para que la misión salesiana pueda continuar en el mundo en favor de los jóvenes tan amados por
Dios.
Todos nosotros podemos conocer y recordar a hermanos y hermanas, comunidades y grupos que
han vivido y viven su vocación de modo admirable y atrayente. Sus vidas suscitan la estima y la
implicación de muchas personas. Pienso en este momento en la figura de don Vincenzo Cimatti que
con su simpatía, amabilidad y su talento musical hizo conocer y apreciar a Don Bosco y su obra en
Japón, suscitando numerosas vocaciones; o la figura de Mons. José Luis Carreño que en la India,
junto a otros grandes misioneros, hizo conocer y amar la vocación salesiana, arrastrando a
muchísimos jóvenes y poniendo en marcha un movimiento vocacional del que aún hoy recogemos
frutos abundantes. Recuerdo también a la beata sor María Romero, incansable mujer apostólica en
Costa Rica, o la radiante figura de sor Eusebia Palomino, o la del Salesiano Cooperador Attilio
Giordani, o la del exalumno Alberto Marvelli, o la de Alexandrina da Costa, o la de Nino Baglieri.
También en situaciones muy difíciles, como las de los países comunistas, los miembros de la
Familia Salesiana no se han dejado asustar y desanimar por los obstáculos y no se han retirado,
esperando tiempos mejores, sino que buscaron vivir fielmente su vocación, ayudándose
mutuamente a ser perseverantes en situaciones casi imposibles y dando lugar a formas originales y
creativas para realizar, en la clandestinidad, un trabajo pastoral según el espíritu salesiano.
De este modo también en aquellas circunstanciase tan adversas, han podido suscitar numerosas
vocaciones a la vida religiosa y para la Familia Salesiana.
Estoy seguro de que cada uno de vosotros, en los diversos grupos y en las congregaciones e
institutos de la Familia Salesiana, ha conocido hermanos o hermanas alrededor de los cuales han
crecido numerosas vocaciones a la vida religiosa. Otros habrán promovido el compromiso por la
misión de Don Bosco de numerosos laicos. Esa fuerza de animación tiene una fuente propia en la
persona de nuestro gran Padre Don Bosco. Aún hoy, cada vez que los laicos colaboradores nuestros
conocen bien la figura de Don Bosco, su sistema educativo y su espiritualidad, quedan
demostradamente entusiasmados y sienten el deseo de darlo a conocer a otros.
Debemos, pues, estar orgullosos de nuestra vocación salesiana; conocer cada vez más a Don Bosco
y, sobre todo, vivir y comunicar con entusiasmo su Espíritu y la misión salesiana. Como signo de
gratitud por el don de la vocación salesiana recibido, nos comprometemos a hacerla conocer a

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todos, sobre todo a los jóvenes. Hablaremos de ella, cada vez que sea posible, a nuestros
colaboradores y a los amigos que entran en contacto con nosotros. Nuestra vida, nuestro
entusiasmo, nuestra fidelidad manifestarán plenamente que creemos en la belleza y en el valor de la
vocación que hemos recibido. Creemos en su actualidad y la vivimos intensamente para responder
con alegría a las necesidades y a las expectativas de los jóvenes y de la sociedad de hoy.
El Señor Jesús y María Auxiliadora nos han confiado este don precioso para la salvación de los
jóvenes. Es un don que custodiamos con amor, que vivimos con intensidad y que comunicamos con
alegría.
Concluyo, como otras veces, con una fábula que me parece muy estimulante para la reflexión que
nos propone sobre el tema del seguimiento, del camino, de la opción fundamental de la vida y del
Señor, como único sumo bien y verdadera perla preciosa, por la que vale la pena vender todo. Son
todos elementos que tienen que ver con la concepción de la vida como vocación.
LA CARAVANA EN EL DESIERTO
En el lejano Oriente vivía un emperador rico y poderoso. En todas las cortes del mundo se tejían
alabanzas de su reino, de sus palabras y de su sabiduría. Pero los bardos y los cuentacuentos que
peregrinaban de castillo en castillo ponderaban sobre todo sus inmensas riquezas.
«¡Bastarían sólo las piedras de su diadema para mantener a una ciudad!», declamaban.
Como siempre sucede, todo esto fomentó la envidia y la codicia de otros reyes y de otros pueblos.
Algunas tribus de bárbaros feroces y violentos se agolparon en las fronteras e invadieron el reino.
Nadie lograba detenerlos.
El emperador decidió refugiarse entre las tribus fieles que vivían en las montañas, más allá del
terrible desierto.
Una noche dejó el palacio imperial seguido por una ágil caravana que transportaba su fabuloso
tesoro de lingotes de oro, joyas y piedras preciosas. Para hacer más expedita la marcha, lo
acompañaban sólo sus guardias escogidas y los pajes, que le habían jurado fidelidad absoluta hasta
la muerte.
La pista a través del desierto serpeaba entre dunas de arena quemadas por el sol, desfiladeros
angostos y puertos empinados. Una pista conocida por pocos.
A mitad del camino, mientras trepaban por un repecho pedregoso, agotados por la fatiga y por el
ardiente reflejo de las rocas, algunos camellos de la caravana se derrumbaron jadeando y no se
levantaron ya.
Los cofres que transportaban rodaron por las laderas de la duna, se destrozaron y desparramaron
todo su contenido de monedas, joyas y piedras preciosas que se metieron entre las piedras y en la
arena.
El soberano no podía aflojar la marcha. Los enemigos, probablemente, se habían dado cuenta de su
huída.

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Con un gesto entre agrio y generoso, invitó a sus pajes y a sus guardias a que se quedasen con las
piedras preciosas que pudiesen recoger y llevarse consigo. Un puñado de aquellos objetos preciosos
les aseguraba ser ricos el resto de su vida.
Mientras los jóvenes se lanzaban ávidamente sobre el rico botín y hurgaban afanosamente en la
arena y entre las piedras, el soberano prosiguió su viaje en el desierto.
Pero se dio cuenta de que alguien seguía caminando detrás de él.
Se volvió y vio que era uno de sus pajes que le seguía jadeante y sudoroso.
«Y tú» le preguntó «¿no te has parado para recoger algo?».
El joven fijó en él los ojos con una mirada serena, colmada de dignidad y de orgullo, y respondió:
«No, señor. Yo sigo a mi rey».
El relato nos lleva a la memoria de aquel pasaje decisivo del Evangelio de Juan, que es una
divisoria en la historia de Jesús: «Muchos de los discipulos de Jesus se volvieron atras y ya no
andaban con el. Jesus dijo entonces a los Doce: «.Tambien vosotros quereis marcharos?».
Le respondio Simon Pedro: «Senor, .con quien vamos a ir? Tu tienes palabras de vida eterna, y
nosotros sabemos y creemos que tu eres el Santo de Dios≫≫( Jn 6,66-69).
Una elección tan comprometida como entregar la propia vida en las manos de Dios es sólo posible
si, como escribe Madeleine Delbrêl, somos capaces de bailar dejándonos llevar por el Espíritu
Santo.
La Danza de la Vida «Para ser un buen danzarin, contigo como con los otros, no hace falta saber
a donde lleva la danza. Basta seguir el paso, estar alegre, ser liviano y, sobre todo, no estar
agarrotado. No hay que pedirte explicaciones sobre los pasos que te gusta hacer. Hay que ser
como la prolongacion, agil y viva, de Ti. Y recibir de Ti la transmision del ritmo de la orquesta.
Hace falta no querer avanzar a toda costa, sino aceptar volverse atras, andar de lado. Hay que
saber pararse y saber resbalar, en vez de caminar. Y estos serian solo pasos de estupidos, si la
musica no hiciese de ellos una armonia. Pero nosotros olvidamos la musica de Tu Espiritu, y
hacemos de la vida un ejercicio de gimnasia; olvidamos que entre Tus brazos la vida es danza y
que Tu santa voluntad es de una inconcebible fantasia.
Si estuviesemos contentos de Ti, Senor, no podriamos resistirnos a la necesidad de danza que
inunda el mundo, y llegariamos a adivinar que danza Te gusta hacernos bailar, casandonos con los
pasos de Tu Providencia.
Queridos hermanos y hermanas, os deseo a todos vosotros esta apasionante experiencia de dejaros
conducir por el Espíritu. Nuestra vida se colmará de alegría y de entusiasmo y entonces podremos
convertirnos, como Juan el Bautista, en maestros que saben ayudar a sus discípulos a convertirse en
discípulos y apóstoles del Señor Jesús.
Un fuerte abrazo y un año 2011 sereno y abundante de vocaciones para toda la Familia Salesiana.
[1] CG26, Da mihi animas, cetera tolle, Roma, 2008, núm. 53: «Vocaciones al compromiso
apostolico».

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[2] CG26, Da mihi animas, cetera tolle, Roma, 2008, núm. 54: «Acompanamiento de los
candidatos a la vida consagrada salesiana.
[3] Cenno historico sobre la Congregación de S. Francisco de Sales y aclaraciones
correspondientes. Roma. Tip. Poliglotta 1874. En OE XXV, p. 233.
[4] Memorie dell’Oratorio. Texto crítico, editado por A. Ferreira. Roma, LAS 1991, p. 195. Poner
al servicio de las diócesis como seminarios menores sus (nuevas) escuelas privadas fue un motivo
impulsor de la expansión de la obra salesiana; Memorias del Oratorio, traducción de la obra
anterior por J. M. Prellezo, Editorial CCS, 52008, p. 156. Cf. A. J. Lenti, Don Bosco. History and
Spirit. Vol. 5º: Institutional Expansion, Roma, LAS, 2009, pp. 49-73.
[5] Cf. P. Braido, Don Bosco, prete dei giovani nel secolo delle liberta. Vol. I, Roma, LAS, 2003, p.
544.
[6] Summarium, 676, §14.
[7] MBe XVII, p. 230.
[8] MBe XVIII, p. 459.
[9] Aunque falta un artículo sobre los seminarios menores en el primer texto constitucional que se
conserva, el manuscrito de Rua de 1858, lo introdujo Don Bosco ya en el primer borrador de 1860.
Cf. G. Bosco, Costituzioni de la Societa di S. Francesco di Sales [1858] 1875. Edición crítica de
Francesco Motto, Roma, LAS, 1982, pp. 76-77.
[10] Para esta sección tomo libremente la voz «Cultura de la vocacion», de don Juan E. Vecchi, en
Dizionario della Pastorale Vocazionale, Libreria Editrice Rogate, Roma 2002, pp. 370-382
[11] Juan Pablo II , Mensaje para la XXX Jornada de Oración por las vocaciones (8 de septiembre
de 1992).
[12] Cf. Juan Pablo II , Mensaje para la XXX Jornada Mundial de oración por las vocaciones (8 de
septiembre de 1992).
[13] Cf. CG23, 181.
[14] Un sencillo, pero todavía actual, itinerario de educación en la castidad lo prospectó el Capítulo
General 23: cf. CG23, 195 202.
[15] «La promoción de las vocaciones consagradas exige algunas opciones fundamentales, como la
oración constante… La oración debe ser compromiso cotidiano de las comunidades y debe implicar
a jóvenes, familias, laicos, grupos de la Familia Salesiana » (CG26, 54).
[16] CG26, 57.
[17] Egidio Viganò, «Nuestra oración por las vocaciones», ACG 341 (1992) p. 27.
[18] Juan Pablo II , Mensaje con ocasión de la XII Jornada de la Juventud (15 de agosto de 1996)
[19] Juan E. Vecchi, «Le reconocieron al partir el pan», NPG 1997, núm. 8 (noviembre) pp. 3-4.

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[20] Cf. CG23, 158ss y especialmente 173-177.
[21] Benedicto XVI, Encuentro con los jóvenes de Roma y del Lazio, en preparación a la Jornada
Mundial de la Juventud, 25 de marzo de 2010.
[22] Ibid.
[23] CG24, 150.
[24] Juan E. Vecchi, Beatificacion del Coad. Artemides Zatti: Una novedad irrumpente, ACG 376
(2001) p. 43.
[25] Ibid.
[26] Cf. MBe XI, p. 230.